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á - Universidad de Navarra

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O R A C I O NAL SANTO TRIBUNAL

DE LA INQUISICIONDE V A L E N C I A ,

QUE EN EL C O N V E N T O DE S A N T A A N A de Religiosas Carmelitas Calzadas, el Miérco­

les de la quarca Semana de Qaaresma del año de 1 7 7 1 .

D I J O

E L S E Ñ O R D . F R A N C I S C O X A V I E R D E O L O R I Z , D o 5ío r T h eo lo g o , y Capcllan M a p r de su M a g esta d

en su P a la cio e l r e a l d e v a l e n c i a .

L A S A C A A L U Z , I D E D I C A A L A E S T U D IO S A Juventud Española un zeloso Eclesiástico.

E N V A L E N C I A :

E N L A IM P R E N T A D E JO SE F , I T H O M A S D E O R G A .

M . D C C . L X X I ,

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Page 7: á - Universidad de Navarra

APROFACIOP DEL Dr. D . J O A ^ I N GIBERTO,

Presbítero, Dr, Theologo > i Cdthedrattco que fu e de Fitosofia en U Vnlversidííd de Valencia , Ca nonlgo LeSioral de la Santa Metropolitana Igle­sia de Valencia, i Examinador Sinodal de su> Ar^pbisfado,

P O R C O M I S I O N

D EL M V Î ÎL V S T K E Sr. DON L V ÎS A D E L L I

Ferragut, Presbítero Dr, en ambos Derechos f Ca­nónigo Prebendado de la Santa Metropolitana Iglesia de Valencia, Sinodal de este Ar-Z^bispado y i por el i Rev,"* Sr. D , Tho­mas A^pum j Ar^bispo de Valencia,, su Vicario General,

C O n gustosa obediencia he leído la O ración , que al Santo Tribunal de la Inquisición de V alencia, pre­

dicó el Sr. D on Francisco de O lo riz , D r. T h eo lo go , ¡ Capellan M ayor de su M agestad, en su Palacio el Real de V alen cia, el Miercoles de la quarta semana d eQ ua- resma ; i solo con saber, que mereció la aprovacion de este S a n to , sabio, i respetable Tribunal, creo aver di­cho , quanto pudiera , en su elogio. I asi para cumplir con el encargo de Censor ( a que únicamente me pudo précisai un riguroso precepto) solo me queda que aña­dir , que quando las singulares prendas del O rad o r, tan acreditadas en el P ú lp ito , i en los diferentes Sermones, que ha dado a la luz pública, con asombro, i admira­ción de los sabios, no hiciesen por demás qualquier exa­men ; la misma O ración , por sí sola, es la mas califica-

A da

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da Censura de su aprovacion ; porque, en d ia, habla el Ora­dor de su asunto, contraído al Santo Tribunal, con tal propiedad de id è a , agudeza de pruevas, elegancia de es­tilo , hermosura de palabras, deleito de noticias, i sobre to d o , con tal propiedad, i aplicación de los lugares de la Sagrada Escritura, y ie podré decir del Orador , que me parece un digno imitador de San Bernardo , de quien escrive G od efrid o , en su v id a , que apenas sabia abrir la b o ca , o tomar la pluma , que no fuese para destilar U dulzura de las Escrituras Santas, usando con tanta faci­lidad del lenguage del Espíritu S a n to , com o del pro­pio : Utebatur sane Scripturis, tam libere, comodeque , ut non sequi illas, quam praccedere crederetur et ducere ìpse quo vellety au^orem earum ducem Spirìtum Sanilum sequens. Esto es, lo que tanto celebra el historiador de su vida,; e s to e s , lo que tanto admiramos nosotros, en sus escritos ; i esto es, lo que vemos im itado, en esta Oración , en que cumple su A u to r , con todas las partes de un Sagrado Orador. I con esto queda d ich o, q u e , en esta Oración , no ai c o p , que no sea mui conforme a las verdades del Evangelio, i a la pureza de la M oral Christiana. P o r todo lo qual ju z g o , que merece justamente la aprovacion, i elogio de los sabios; la veneración, i aprecio del público; i que se dé a la estampa, para que pueda llegar a las manos de to d o s, i sea aplaudida, según su merito. A si lo siento {salvo semper e tc .) V alen cia, i M arzo i8 . de 17 7 1.

D . Joaquín Giherté»

PR AE -

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P R A E T E R I E N S l E S U S V I D I T hominem caemm a natwitate\:'. lohan. IX.

UE el Unigénito de D ios deje la dieftra de su Eterno Padre , salga de las moradas Ce­lestiales del Empíreo , i se desnude de la jreciosa purpura de M agestad, para bajar al lumilde alojamiento de un pesebre, vestir el

tosco saco de la humana naturaleza , i em­prender una vida llena de afrentas, hasta parar en una Cruz: cosa es que admira 5 pero mucho mas , sin comparación, deve pasmarnos, el que ese mismo D ios revestido con el Sambenito de pecador, se entregue al cuchillo de la C ircuncisión, a la ceremonia de la Purificación, a las aguas del Jordán, para el Bautismo, i a los pies d élos Aposteles , para lavar las inmundicias de sus mismos Dis­cípulos. Porque no son extremos tan opuestos Dios , í muerte 5 como Dios , i pecado. Unos egemplos tan au­torizados como estos de nuestro Salvador, que siendo el Padre , el M aestro, el Legislador, i el Autor de la misma L e y de G ra cia , que iva a principiar , quiso ser el primero en sujetarse a la misma l e y , para curar con su obediencia , la desobediencia, de que adolecía el Lina- ge humano 5 nos dan una cabal solucion a quantas difi­cultades devieran retrahernos de subir a este Pulpito a predicar a un Auditorio tan respetable. L a predicación evangélica se usa, en la Iglesia, para instrucción de fie­les , i destrucción de vicios. ¿Será pues dable, que suba alguno a este puesto, en dia semejante , presumido de poder instruir, o reprehender a un Tribunal, cuya irre* prehensible justificación le ha ganado el renombre anto- nomastico de Santo, i el que únicamente pudiera suje­tarse a la L ey común de la predicación, en virtud del egemplar santísimo de su D ivino M aestro, que no qui-

A 2 so

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SO dispensarse , ní aun las mas afrentosas ? Quién , sino abroquelado, con el escudo de la obediencia, se arrojaría a emprehender este tremendo Ministerio ? Pues y o , aun asi, me guardaré bien de llegarme a su cumplimiento, si­no es precediendo las mismas solemnes protestas, con que egercieron sus funciones los Venerables Ministros del Señor. Qiiiero decir : Con aquella misma confusion , i re­pugnancia, con que Pedro entregó los pies a su Maes­tro , para que se los laváse : Con aquella alta reverencia, co n q u e el Bautista tomó la Concha en el Jordán, para bautizarle ; con aquel profundo respeto , con. que el San­to V iejo Simeón le tomó en brazos, para ofrecerle ; I con aquel sagrado tem or, con que el dichoso Levita to­m ó , en sus manos, el cuchillo, para circuncidarle. Tom a­ré y o la palabra , para dirigirla a mis Maestros , a mis Jueces , a los Censores de la doctrina pura , a los Cen­tinelas de la Casa de Dios , a los Zeladores del Evan­gelio , a los Depositarios de la L e y Santa, en cuyas ma­nos, estoi v ien d o , en la una, el C riso l, donde se afinan los grados de la Fé ortodoxa ? i en la o tr a , las balan­zas , en que se pesan los quilates de la verdadera R e ­ligión, Vos ( o Santo Espíritu! ) que sois el Repartidor de los dones celestiales , llenad , i aun colmad mi corazon de aquellos , que sean capaces de hacerme desempeñar el alto M inisterio, en que me veis puesto. Purificad mis labios, enardeced mi p e ch o , 1 haced , que mis palabras sean ra­yos abrasadores, que exciten el espíritu de fortaleza , en los Ministros de este T rib u n a l, avivándoles aquel zelo de vuestra Casa, que consumía a D avid : i a todos mis de­más oyentes inflamadles su tib ieza , para que nadie de­je de coadyuvar a vuestra causa, ya que uno mismo es el interés de todos ; es a saber, el honor de vuestra Igle­sia , i la felicidad de los fieles. 1 pues vuestra Omnipo­tencia nos enseña , en el Evangelio de h o i , que sabe obrar maravillas grandes, como es dar vista a un C ie g o , va­liéndose del vil instrumento del lo d o , o barro ; ni podrá ya mi inutilidad desmayar a vista de su insuficiencia^ ni mi

pre-

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•presunción engreírse a la vista del fruto , quando os digna­seis quererlo hacer, por mí medio j sabiendo, que no es el lo do el que c u ra , sino la D ivina M an o , que sabe, i pue­de , quando quiere, aplicarlo con gracia : A V E M AR.IA.

P R A E T E R I E N S l E S U S V I D I T H O M IN E M caecum a nativitate::: lohan. IX .

Esde la reclusión de una cárcel, o yó el Bautista la voz de las maravillas , que iva ya obrando por el mundo, nuestro Salvador , i pareciendole ines- cusable el averiguar si e ra , o no realmente el

Verdadero Mesías j le embió dos de sus discípulos, pa­ra que, como Embajadores, explorasen, de su misma boca si era é l , o no era. Tu es qui venturus es , an alium ex- f e 5iamm\ I el Señor, para que los recaderos no tergi- versáran su respuesta, quiso darselas mas , con obras , que con palabras. H izo , en presencia su y a , algunos milagros, i al despedirles, les d ijo : Id , i contadle a Juan lo que aveis visto, diciendole, que los ciegos vé n , los sordos oyen , los tullidos, & c. Buelven los discípulos a su Maes­tr o , i al oír éste, en la respuesta, que los ciegos veían, Caed vident'y al punto se convence, i adora la D ivini­dad del Redentor. ¿ Luego el dar vista a los ciegos era la señal de su ven id a, i la prueba de su Divinidad? A sí lo parece. Pregunto pues y o ahora : ¿I esto lo sabrían tam­bién los Escribas , i Fariseos, de quienes habla el Evan­gelio dehoi? Claro está que sí. Pues si ellos eran los Sábios, i Letrados de la L e i , los que leían las Escrituras , los que interpretavan los Profetas 5 cóm o podían ignorar lo que solo Isaías avia prevenido , en tres distintas partes, sien­do una de ellas ésta: Deus ipse veniet, et salvabit nos: tune aperientur oculi eaecorum. Vendrá Dios en persona a salvarnos , i en señal de su venida, dará vista a los cie­gos. Pues si, entre todos los ciegos, a quienes Christodió v ista , ninguno era mas c iego , que éste , i ninguna vista

A 3 mas

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mas m ilagrosa, por ser ciego de nacimiento ; ¿cómo se alucinaron tanto los Escribas, i Fariseos , que no se con­tentaron, con descreer el milagro , sino que lo dispu­taron , lo reprobaron, i maldijeron a su mismo autor? Esta, Señores, es otra nueva dificultad. E saera otra ce­guera m ayor, que la de nacimiento , mas perniciosa , mas transcendental, i mas díficil de curarse. V o i a explicar­me : Tres clases de ciegos se observan en el mundo. Unos no v e n , porque les faltan ojos para la luz. T a l era el pobrecito de hoi. O tros no v e n , porque les falta luz para los ojos ; tales eran los G en tiles, e Idólatras , de cuya vista avia retirado D ios las luces de la verdadera Fé. Otros no v e n , sobre tener luz , i tener ojos ; como le su­cedía al A p o sto l, quando era Saulo , que : Apertis ocuíisni- hil vídebat ; i esta misma enfermedad era la que padecían los Escribas de nuestro Evangelio. Eran Sabios , tenian los ojos abiertos , para leer las Escrituras, para interpretar los Profe­tas ) i sin embargo eran tan ciegos , que viendo cumplidas las P rofecías, no veían al profetizado, que tenian delante.

Q u á l, pues , de estas tres cegueras os parecerá a vo­sotros, Señores, que es la mayor de todas? Mas no quiero la respuesta de vuestra boca , porque me la dá el Señor, por la de su Profeta : QuU caecus, nisi servus Domim ? Habla Isaías de la Idolatría , en cuya ceguedad, se comprehendían los A sirlos, Babilónicos , Egipcios, Etio­pes , Mohabitas , Iduméos , A rab es, i T irios i y no obs­tante concluye a s i , por remate : Pero no ai mas ciego , ú Isrdélita. Cóm o asil El Pueblo de Israel ciego? El Pueblo adorador de la única Divinidad verdadera ? El Pue­blo favorecido del Señor ? Si Señores : i por qué razón ? Porque no vé , sin embargo de tener o jo s , i luz ; Po- pulum caecum, et oculos hahentem. Que adoren los falsos D ioses, i sus Idolos los Pueblos Gentiles , que no tienen conocimiento alguno del verdadero D io s , podrá discul­parse , con que eso mas es ignorancia , que ceguedad. Pero que un P u eblo , con Fé , i conocimiento de D ios verdadero, se deje arrastrar de las costum bres, i usos gen-

ti-

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tilicos de tos Idólatras 5 eso no e s , Como quiera , cegu^ d a d , i la mayor de todas , sino la unica que devicra llamarse asi : Quis caccus, nisi servus Domini ? I con mu- d ía razón 5 pues la prim era, que es la materialidad de faltar los o jo s, la sabe Dios curar, con lodo de la ca­lle. L a segunda de faltarles la luz , como la de los Gen­tiles , la sabe Dios remediar, con hacer salir una estrella, que les guie a donde puedan hallar, i adorar al verda­dero Dios , como h iz o , en el O rien te, con las primi­cias de la Gentilidad, atrayendo, con gusto , no menoS que a unos R e ye s, desde la elevación del Trono a la ba­jeza de un establo. Pero la tercera ceguedad de no vér con los ojos abiertos, en medio de la lu z , es tan costosa, i difícil de curar, aun al mismo D io s , que sin embargo de que al imperio de sola una palabra suya , fueron he-' chos los Cielos , i la tierra; vemos hoi en el Evangelio, que despues de muchas palabras, razones, argimientos, i m ilagros, no saca otro fru to , que el sentimiento de averies de dqar m as, i mas c ieg o s, en su obstinacionj mas , i mas obstinados en su ceguedad.

¿ Será creíble, Señores , pueda caber tanto alucinamien- t o , en unos hombres Sdbios, i Letrados, como realmen­te lo eran los Escribas, i Fariseos ? Si Señores, que lo es, i mui verosím il, por lo miSmo , que eran do£ tos,i Sá- bios. Porque quando los hombres estudian , o por la va­nidad de los aplausos, o por la ambición de los ascensos; entonces las letras, en vez de guiarlos al acierto , por el camino de la verdad , los llevan a un precipicio, por los derrumbaderos del amor propio, el q u a l, como cie­g o , nada nos franquea, con tanta liberalidad, como un cabo de su misma venda , con que poder cegarnos. Una vez introducido este tirano, dentro de nosotros mismos, lo prim ero, que procura, es sacarnos los pies de los estri- vos del propio conocimiento. Luego se desenfrena la cu­riosidad. L a ambición se desboca. Grita el mundo. Hin­cha el aplauso. L a adulación encanta. El humo del in­cienso embriaga. Se alborotan las pasiones. L a sensuali-

A 4 dad

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■ ad se subleva. Se ingrie el corazon. L a alma se pertur­ba. Los sentidos se ofuscan. Se entibia la piedad. L a Fé se debilita. C o rre , corno si bolàra, el entendimiento sin rienda, por el dilatado campo de las ciencias. Se en- sobervece el ànimo con los progresos. L o viejo le fasti­dia. L o nuevo le enamora. L lega, con esta precipitación, a la profundidad de un Misterio.Quiere vadear la dificultad, sin bajarse a tierra : lo encuentra d ifícil, pero no lo cree im­posible : aplica, de nuevo , a su ingenio el acicate del es­tudio : resuclvese a saltar, sin apearse de su sentir : se f ia , i apoya en las meras fuerzas de su R a z ó n , i como estas no sean bastantes , para sacarle del empeño ; al ir a darei salto , cae lastimosamente, en el abismo del error, donde luchando, entre millares de dudas, se mantiene vogando sostenido unicamente , con aquellas dos alas fa­risaicas de la interior presunción d é la voluntad, i el se­creto orgullo del entendimiento. En este laberinto, pues, de ignorancias, i necedades encontró hoi nuestro D ivino Maes­tro a los sobervios Escribas, con menos vista , que to­dos los ciegos del mundo j i tan lejos de la esperanza de recobrarla, que, en igual de pedirle al Señor, qué les cu­rase, como acabava de hacer, con tantos o tro s, lo que hacen es maldecir al nuevo Discípulo : Maledixerunt eu Mofan su sencillez. B t tu doces nos ? Se lisonjean de su saber. Nos scimus. I le redarguyen al mismo Salvador, di­ciendole : ¿Vues qué vos , por ventura , pensáis que tam- bien nosotros estamos ciegos Ì Numqutd et nos caed su-- mus ? Finalmente, la temeridad de estos hombres llegó a irritar, en tanta manera, el sufrimiento D iv in o , que le obli­garon , a que les fulminase esta terrible sentencia. Y o he venido a este m undo, para que los que no tuviesen vis­ta la cobren , i la pierdan los que la tuvieren. Ego in bunc mundum v e n i, ut qui non vìdent, videant 5 et qui vident, caed Trueno espantoso, cuyo temible ra­y o dcvería, aun ahora , asustarnos a nosotros, con bastante fundamento. ¿ El mismo Dios confiesa, que vino al mun­ido , para que los ciegos v e a n , i cieguen los que vén?

Je-!

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T e m a , pues, í tiemble la osadía farisaica de tantos Líte-i ratos insolentes, que despreciando la dodrina dei Apos­t o l , donde nos aconseja, que no queramos saber mas de lo que nos conviene saber : Non oportet plus sapere, quam oportet, etc. N o contentándose , con el conocimiento de las Ciencias naturales, parece que quieren citar a examen los designios de la providencia Divina , i sabiendo, por ex­periencia , que no puede su limitada capacidad imponer­se , en la mecanica constitución de un vil insedio, quiere penetrar los profundísimos arcanos del Criador 5 no solo para examinarle sus atributos , sino para disputarle sus facultades , apremiándole a que aya de darles una solu­ción mathematica de los mas inaccesibles, i remontados Misterios de su Santa Revelación. Como sí ignorasen el que dejaría de ser D io s, en el punto , que nuestro en­tendimiento llegase a comprehenderlo.

Esta clase , pues ,d e ciegos intratables, i esta casta de enfermedad, casi incurable, es el cuidado principal, que puso Dios a cargo de los Ministros de este Santo Tri^ bunal. El rem edio, o curación de estos miserables, de­ve ser el objeto primero de vuestro zelo religioso. L os m edios, para el acierto , no pueden señalarse otros mejo­res , que los de vuestra pradica ordinaria. Esto es : unas veces, cuidando próvidamente, como Padres, arrancar­nos de las manos los hierros, o instrumentos, con que peligramos sacarnos los ojos nosotros mismos. Otras ve­ces, recetando, como M éd icos, suaves, i eficaces coli­rios , para cobrar , o fortalecer la vista , que se hallase ya d éb il, o enfermiza. O tra s , como Jueces, cicatrizando con cauterios , los ojos ya perdidos 5 para que los malos hu­mores , que los cegaron, como enfermedad contagiosa, no pase a epidemica, i embuelva a muchos otros, en su desgra­cia. P ues, en todo genero de M ilicias, aun quando los Prin­cipes no gustan, que se alisten, en sus vanderas con rigo­res , juzgan preciso castigar la deserción con penas capitales. Mayormente en ésta, porque suelen los tales ciegos, de ordi- taxio, patiubar^ con sus novedades cismatica^, los Estados.

Masj

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M a s, al deciros e sto , como, si estuviera leyendo eí corazon de algunos de mis oyentes , de aquellos, cuya 1 conserva todavía la religiosa pureza, que por tantos sig lasse ha mirado, como finca patrimonial de los Es-* pañoles , oigo , que hablando consigo mismos, se están diciendo: ¿Pues qué, bien podrá, por ventura , creerse, q u e , en el gremio de una Madre tan iluminada, como lo es la Iglesia, a quien desde su nacim iento, no ha ce­sado de ilustrar el Espíritu Santo, se conserven aun al­gunos hijos ciego s, i pertinaces? Sobre avernos asegura­do e l , A p o sto l, que los mismos, que antes eramos obs­curidad , i tinieblas j ahora despues de Jesu-Christo so­mos claridad , i luz : Eratis acquando tenebrai, nunc esùt líix. Ut filli lucis ambídüte. ¿ Bien avrà , quien pudicndo ca­minar , por donde le guie la clara luz del E vangelio , se arroje a seguir las negras sombras, i confusas sendas do la Apostasia ? Esta respuesta , Señores, no corresponde a mi cortísima autoridad ; ni quiero ser y o , quien aya de correros la cortina , para que veáis la Scena trágica, que se está representando, en el d ia , n o , como en otros siglos, en el espacioso campo de la Christiandad ; sino, qual nunca pudiera imaginarse, en el reducido seno del Catholicismo. Sea la Santidad de nuestro Beatísimo Padre Clemente X IV . a ftu a l, I dignísimo Padre de la Iglesia, quien nos levante el velo de este lienzo , al descubrirnos su corazon, transformado en un retablo de dolores. Este pues , zelosisimo Pontífice, el año proximo pasado, por este mismo mes , en que estamos, acabado de sentarse en la Silla de San P ed ro , de tender la vísta sobre el campo de su Iglesia, de examinar el estado de su reba­ñ o , i de pulsar la salud espiritual de sus fieles ; se vió obligado a tomar la pluma , para escrivir a uno de los mayores Monarcas del m undo, i exhortándole a que ar­ranque de su florido Reino la cizaña de ciertos hombres grandes , que el vulgo llama Oráculos de literamra, cu­yos emponzoñados escritos tienen ya infestada la mas noble parte de sus Estados, le habla de esu manera:

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Este objeto tan importante, que ós participamos, es la coli­

sa común de Dios i di- la Religión^ que con iin dolor

increíble, tanto tiempo há , vemos combatida, por unos Im­píos , que no cesan de hacerla experimentar , cada día , sus nuevos golpes , dirigiendo contra ella los proyeños, as- tucias, i artificios, que sus errores diferentes producen de

continuo. Se puede decir , que ellos han hecho, en estos

tiempos, una confederación general, par a destruir, desde

sus fundamentos^ por medio de sus esfuerzos sumamente

atrevidos, todo lo mas Santo, Sagrado, i Divino. No

se avergüenzan de dar cada dia a luz^ una multitud de

escritos, Monumentos, no de su saber, sino de su locura'

para destruir^ si pudieran., hasta los primeros principios

de las buenas costumbres'., los fundamentos de la Religión., i los derechos de la humanidad, i de toda sociedad. Para

pegar el mas lastimoso contagio a ¡as almas simples, ma­

yormente , por el funesto talento, que tienen de hablar de

un modo seductivo, i de insinuar, como por una especie

de encanto sus dogmas perversos., i corrompidos. D e ca­da día es mayor nuestra admiración v advirtiendo los pro­gresos , que ha hecho una tal licencia. Asi ningún negocio

nos parece mas peremtorio, i capital, que el de emplear

toda nuestra actividad., talentos., p o d e r i autoridad., pa- ra oponer un dique a este Torrente :::: poniendo nuestra

solicitud, en quitar de las manos de los lectores, i dester­

ra}' bien lejos de ellos, quanto sufrieren nuestras fuerzas.,

todas las obras emponzoñadas, que van saliendo de esta horri­

ble escuela de impiedad Desearíamos pues vernos ayudados:::tBas-

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Baste y a lo d ich o , que no es menester añadir m as, para mi intento. ¿De quién , Señores , os parece, que podra ser ayu­dado , en España , el zelo de este gran Pontífice, sino de este Santo Tribunal , que tiene a su cargo todo el peso, i cuidado de una comision tan importante ? Decidme pues. Si por contemplación, o descuido vuestro, llegasen a ar­raigar , en España, las perversas semillas , que por nianos diabólicas, se han empezado ya a sembrar, por medio de esos escritos , de que habla nuestro Santísimo Padre^, a quiénes, sino a V osotros, sería imputable , en el T ribu­nal D ivino , esta cosecha de iniquidad ?

Sírvanos pues, de consuelo el estar viendo la vigilancia, i desvelo, con que trabajais, sin intermisión, en tan im­portante negocio. M uera, Señores, m uera, aun antes de n acer, esa mala semilla de Langostas, cuya multitud, aun­que oculta, es y a tanta, que si se le permitiese levan­tar el bu elo , llegaría a quitarnos de la vista la luz clara del Sol del Evangelio. C a ig an , de sus A h a re s, esos falsos D io ses, a quienes doblan la rodilla los adoradores de la libertad : Ingenios livianos , Espíritus movedizos , que se puede dudar a quién se muestran mas desatentos , p a su propio juicio , o al honor de la R e lig ió n ; pues dejándo­se llevar de todo genero de doctrinas nuevas , se parecen a una n ave, sin tim ón, que es el juguete de todos vientos. Bajen de la Cathedra de su vanidad esos ciegos Maes­tros, i Patriarcas de muchos otros ciegos : Qaeci^ et du- ces caetorum : que no s é , con quién poderles comparar me­jor , que con Harpastes Criada de Seneca, de la qual es- criviendo su mismo amo a Lucillo , le decía asi ; V o i a contarte una cosa increíble, pero cierta. Y o tenia una Criada fatua de nacimiento. C egó repentinamente, i ha dado en la m anía, de que no está ciega? por eso quando la toman de la m ano, para guiarla , arroja de si los la* zatillos, i grita diciendo : que ella bien tiene v ista , sino que la casa está a obscuras. Q ue abran las puertas. Q ue abran las ventanas. Q ue dejen entrar Li lu z , para que ella

pue-

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pueda ver. ¿Podrá darse ceguedad mas graciosa, por no lla­marla ridicula ? Pues esa misma padecen los infelices cie­gos, de que estamos hablando. Son realmente ingenios de primer orden. Su erudición es inmensa. Su aplicación es infatigable; pero llegaron a perder la vista en el estudio, andan delirando, sin tin o , i por parecerles, que su talento no ha de poder descubrir mas tierra , que pisar, pegan y a contra el Cielo , pisando profanamente las memorias mas sagradas de nuestra Religión. Qiiieren , que sus lec­ciones las o igan , con una ciega veneración, todas las N a­ciones del mundo, i porque de algunas se ven ya idola­trados , llaman : Apostatas de la razón , a los que se les resisten. O h ! quiera D io s , dure, por mucho tiempo , el lla­marnos asi a los Españoles j pues nunca mostraremos ser mas sábios, que quando renunciemos el d erech o, <jue quie­ran darnos fruto de árbol tan ponzoñoso. ¿ Q iie preten­den enseñarnos de nuevo , estos presumidos Filosofos de nuestro Siglo , con elevar unas veces la razón humana, sobre la misma D ivin idad, i abatirla, otras v e c e s , mas allá de los brutos? Q uerrán, por ventura, hacernos ver ahora la desigualdad, o contradicción de la parte inferior, Coii la superior de nuestra naturaleza, que todos cono­cemos' , i sentimos dentro de nosotros mismos ? La guerra continua , que lleva la carne contra el espíritu? L a forta­leza de éste, la fragilidad de aquella ? T odo esto ya nos lo avia enseñado práaicamente nuestro Salvador, en solo un a fe ito : Spiritus promtus , caro autem infirma: i luego des­pues su Apostol nos explicó esta lección , con aquellas cla­rísimas palabras : Video aliam legem , in membris meis re~ pugnantem legi mentís meae. ¿Pues a qué tanto trabajo, i es­tudio , sin otro fin , que el de poner a cubierto nuestros des­lices ? Quién duda , que la fragilidad, en el hombre, es tan antigua, como el hombre mismo? D igalo el primero de tod os, el qual al acabar de salir de las Divinas manos, que le formaron, se reveló desobediente , contra su mismo Ha­cedor. T odos sabemos, que D avid manchó íeamente un

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corazon formado a la misma medida del de D ios; Ì que Pedro negó la fé a su M aestro, en el tiempo , en que mas le distinguía, entre sus Condiscípulos. V ed a i , Señores, postrados al peso de la tentación , los tres mayores Héroes de las tres L eyes N atural, Escrita , i de Gracia. Pero Adán se arrepintió, se convirtió D a vid , i lloró Pedro. Con eso quedaron también abiertas, en las tres L e y e s , las tres puertas de la Conversión * del Arrepentimiento, i de la Penitencia. Solamente, en esta ultima L e i, que no sé qué nombre d arla, sino el de Desgracian nos enseñan, que podemos pecar impunemente. Pues aunque la naturaleza, por sí so la , nos evidencia , que ai un Dios j quieren que nosotros mismos seamos los zcladores, i los interpretes de sus Preceptos Soberanos. Añadiéndonos, que esto deva entenderse asesorándonos de la Razón i como si la experien­cia constantemente no nos enseñára , que en la noche de la concupiscencia , quando llega a levantarse la perversa nu­be del apetito , confunde, i obscurece las luces mas cia­ras del mejor talento.

Hasta ahora, Señores, los hombres se contentavan con quebrantar alguna L e i , pero se humillavan al Legislador; ahora las quebrantan todas, i aun querrían perfuadírnos, que no ha avido tal Legislador > porque todo el plan del Moral Christíano , d icen, ser un sistema tiránico de la monstruo­sa ambición de los Eclesiásticos. Hasta ahora nos contenta- vamos, con no imitar las virtudes de los Santos; pero venera- vamos , aquellas heroicas resoluciones , a cuya vista sentía desmayarse nuestra flojedad : mas ahora lejos de adorar sus egemplos, se estudia en averiguarles mejor sus vidas, para desmentir criticamente las historias de sus hechos, i sacarles mas defeduosos, que los mayores pecadores. N o desciendo a-individualizar mas los descaminos de estos ciegos , porque acuerdo, que hablo con Españoles, i sería escandecer sus oídos catholicos. Baste deciros, Señores, que asi se pien­sa en nuestros días , asi se habla, asi se c re e , así se es­crive , i io que es m a s, que tod o, asi se pretende, que

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sea la fé d élos Españoles, con el pretexto de que desean quitarnos la venda de la Superstición, e ignorancia, pa­ra que podamos abrir los ojos a las luces de la nueva Filosofía : Absit a vobts, Jilioli msi charissimt :::: nos dice nuestro nuevo Prelado, i amantisimo Arzobispo de V a­lencia , en la C a rta , que acaba de escrivir a sus D ioce­sanos : Pues aunque su pastoral zelo se halle , con los gri­llos de la ausencia , ha sabido su espíritu penetrar las dis­tancias , para discernir los peligros, i pre\'enir, con el re­medio , los daños, de que contempla amenazadas sus muí amadas ovejas. Absit pestífera haec labes, f a x , et tncendium omnis virtutis. „ Huid , hijuelos míos carísimos, huid , apar- „ taos , arrojad lejos de vosotros esa ciencia pestífera, que „ no es antorcha, que guia a la virtud , sino voráz llama, „ que la abrasa, i consume. Esa es la misma, que cegó a los Escribas , i Fariséos, a quienes hoi quería el Señor dar vista , í ellos impidieron la curación con su arrogan­cia : Numquid nos caed sumus. \ Qiié por ventura nosotros somos ciegos ? Nosotros sabemos mui bien manejar los libros, i tenemos buenos Maestros: Nos scimus v.w Nos Mnysi discipuH sumus, \ N o falta sino que vengan los ig­norantes a querernos enseñar ? S t tu doces nos ? O infeli** ces ! mucho mas ciegos , que los de nacimiento j pues éstos , conociendo su falta , imploran la misericordia del Señor : lesu fili David miserere nobis. Pero vosotros le­jos de buscar remedio, os obstináis , en vuestra ceguera, porque como es una enfermedad , que os co stó , no po­co trabajo, i estudio, el contraherla: quereis también, que alcance a muchos otros vuestra desgraciada suert« : Cae* c i , et duces caecorum.

Ultimamente, Señores, en otros tiempos , la celestial Jerusalén de la Iglesia, era defendida, con tanto zelo , i vigilancia , que apenas se avistava , a lo lejos, un levísimo error, en qualquiera de sus dogmas , quando todo el Ca- thollcismo se ponía en m ovimiento, i como sí huvlera de defenderse de un formidable egercíto de enemigos, no que­

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* ( H ) *dava uno solo > en su gremio , que no tomase las armas,o para extirparle , en su misma cu n a, si le era posible, o para arrojarlo , quando menos, de los términos ortodoxos. Los fieles doblavan sus oraciones. Los doftos oponian su saber. Las Universidades reformavan sus estudios. Las R e­ligiones aumentavan sus votos. L os Prelados se juiitavan en Concilios. Los Papas fulminavan anathemas. Y los Prin­cipes seculares aterravan, unas v e ce s, con rigorosísimos decretos i i otras, presentándose, en persona, con la espada en la mano , a la frente de sus tropas. T oda esta co- m ocion, i trastorno ocasionava el insulto, o el amago de pretender alterar un pequeño articulo de la catholica creencia. Ahora pues , que estamos viendo atacar de fren­te , en campo abierto, todos los dogmas del Símbolo Ca- tholico , i todos los preceptos del Moral Christiano : ¿ qué no deverémos hacer todos los que nos lisonjeámos de hi­jos fieles , i leales vasallos de la Santa Iglesia Esposa de ]esu-Christo ? 1 qué no estará obligado a hacer este San­io Tribunal, a quien particularmente se le ha encargado es­ta sagrada comisión de cuidar, i zelar sobre la Heredad del Señor? A vuestro cargo, Señores, queda y a , si bien lo mirais, toda la defensa , que antes se repartía , entre el fer­vor , estudios , literatura , vo to s, i vigilancia de todos los F ieles, de los D o d o s , de las Universidades, de las R e­ligiones , de los Prelados , de los Pontifices, i dc los Princi­pes Î porque todos creen, que pueden vivir justamente confiados en la vigilancia del Santo Tribunal de la Inquisi­ción , dispuesto, i desvelado siempre contra los ardides, i tra­zas de los enemigos de nuestra Santa Fé. Considerad pues, Señores, quánto sea el peso de vuestra obligación , i ha­llaréis , que a i , en estos tiempos , para hacer temblar los mas robustos hombros. N o obstante, aplicad, sin miedo, los vuestros , por una parte , que por otra , ya procura apli­car también los su y o s, no menos, que todo un C A R L O S T E R C E R O , Señor de dos M undos, R ei de las Espa- ñas, i Principe tan C ath olico , que en repetidas ocasio­

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nes os ha protestado, que quando en sus Reales Arcas lle­gase a faltar el tesoro ; quando , en sus Egercitos faltase la fuerza, para oponerse a los enemigos de la Fé; nunca os hará fa lta , en sus Reales venas, hasta la ultima gopi de sangre, dispuesta a derramarse, en defensa de la Religión CaSiolica. i O Reino mil veces feliz ! O afortunados Es­pañoles ! O Tribunal dichoso, que el primer Familiar, que se te presenta, i ofrece a servirte de ayuda, es tu mis­mo M onarca, tan digno de amor , como de respeto ! A ngel tutelar de las Españas , que pudiste, en otros tiem­pos , desterrar de sus confines el azote del Arrianismo, i sacudir el jugo del Alcorán; ¿por qué no has de po­der ahora librarnos del fatal contagio de esta nueva Fi­losofía , que, a manera de un torrente Impetuoso de incre^ dulidad, vá arruinando, i desolando las mas bellas Pro­vincias de la Iglesia? Quándo pudieras lograr mejores días, que los de un Principe , como el nuestro ; semejan­te en la constancia, i piedad a Hermeglldo ; mas valeroso,i Catholico , que Pelayo? Nuestro amado C A R L O S , buelvo a d e c ir , cuyo candor purisimo no cesa de res­pirar piedad, i religión en cada palabra, de las que salen de sus labios, i en cada expresión, de las que imprime en sus Decretos. D iga lo , por todos , uno solo, de los que acabamos de vér posteriormente , sobre el arreglo de las nuevas Cathedras, que ha resuelto erigir, en su misma Corte j donde al señalar los sugetos, que de- verán ser elegidos , para ocuparlas , dispone lo siguiente:

Otro Maestro^ que enseñe la Filosofía Moral^ con todas

las obligaciones del hombre, en orden a D ios , en orden a

si mismo, i en orden a los otros hombres ; sujetando siem-

pre las luces de nuestra razón humana a las que dá la Re­

ligión Catholica.

Si nuestras culpas son las que os embarazan el usode

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de vuestra protección , oponedle a D ios, como Abraham, el mérito, i virtud de tantos Españoles, como se con­servan verdaderamente justos, i religiosos. Pues si la D i­vina justicia se contuvo a la vista de un corto numero de justos, perdonando, por solos e llo s , a una Ciudad populosísima: Non deUbo propter decem ; y o sé , cjue per­donará a toda España, aun quando no pusiese los ojos en o tra , que en la Real Familia. Pero si nada de esto bastáre, por ser ya sobrado el peso de nuestros pecados, pedidle a D io s , que aumente , i multiplique Infiernos, para castigarnos i que mas fácilmente se allanarán los Españoles a pasar, i padecer mil -Infiernos , que a su­frir llegue a faltar, una vez , en su Patria la F é , i R e­ligión de sus Abuelos. Hacedle presente todos los relevan­tes servicios, que han hecho a su Iglesia nuestros ma­yores , para que , en atención a ellos, se digne , a lo me­nos , dejarnos a nosotros la prenda inestimable de la pu­reza de la F é ; pues, con ella sola, conservarémos vin­culado el derecho a la posesíon de la eterna Bienaven­turanza.

Quam mihl, et vobis, praestart dignetur Dominus, Amen,

Imprimase. Imprimase.Dr, Adélly V. Q. M a te , Reg.

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