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A propósito del clasicismo de Anch ieta. La obra lingüística y etnográfica de los jesuitas en relación con el Renacimiento 1 Fermín del Pino Díaz La labor de los misioneros siempre ha sido objeto de sentimientos encontrados entre los antropólogos. Por un lado, la fe acrisolada misional y su propósito evangelizador choca- ba con la moral "relativista" de los antropólogos: especialmente, eran rechazados aquellos misioneros partidarios del método de la tabla rasa que, según algunos tratadistas como Robert Ricard (1933), caracterizó a la evangelización española en América, frente a la portu- guesa en las Indias orientales. Los jesuitas suelen quedar exentos de esta acusación genera- lizada de los antropólogos, y el propio Ricard los destaca alguna vez como abanderados del otro método -de la "adaptación cultural" - en las Indias Orientales. Por otro lado, su debate en el s. XVII sobre los "ritos chinos" con los dominicos y franciscanos también les enfrentó a la cúpula eclesiástica, temerosa del peligro idolátrico que traería su tolerancia con las costumbres y rituales familiares, que caracterizan la religión china. Su actitud suave y educa- Este trabajo fue presentado en un congreso en 1997, pero aún no se ha publicado. Cf. Francisco González Luis, coord., Congreso Internacional IV Centenario de Anchieta (1597-1997). Tenerife: Universidad de La Laguna (en prensa). Se trataba originalmente de un texto manuscrito más largo, reducido ahbra para cumplir con las normas de la Revista Andina. No se trata en ningún caso de un planteamiento lingüístico, stricto sensu , en lo que el autor es lego, sino de una reflexión antropológica sobre las coordenadas intelectuales desde las cuales es posible entender las primeras gramáticas misionales. Agradezco la lectura atenta de mi amigo Julio Calvo Pérez, lingüista y quechuista. Nº 36, primer semestre del 2003 65

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A propósito del clasicismo de Anch ieta. La obra lingüística y etnográfica de los

jesuitas en relación con el Renacimiento 1

Fermín del Pino Díaz

La labor de los misioneros siempre ha sido objeto de sentimientos encontrados entre los antropólogos. Por un lado, la fe acrisolada misional y su propósito evangelizador choca­ba con la moral "relativista" de los antropólogos: especialmente, eran rechazados aquellos misioneros partidarios del método de la tabla rasa que, según algunos tratadistas como Robert Ricard (1933), caracterizó a la evangelización española en América, frente a la portu­guesa en las Indias orientales. Los jesuitas suelen quedar exentos de esta acusación genera­lizada de los antropólogos, y el propio Ricard los destaca alguna vez como abanderados del otro método -de la "adaptación cultural" - en las Indias Orientales. Por otro lado, su debate en el s. XVII sobre los "ritos chinos" con los dominicos y franciscanos también les enfrentó a la cúpula eclesiástica, temerosa del peligro idolátrico que traería su tolerancia con las costumbres y rituales familiares, que caracterizan la religión china. Su actitud suave y educa-

Este trabajo fue presentado en un congreso en 1997, pero aún no se ha publicado. Cf. Francisco González Luis, coord., Congreso Internacional IV Centenario de Anchieta (1597-1997). Tenerife: Universidad de La Laguna (en prensa). Se trataba originalmente de un texto manuscrito más largo, reducido ahbra para cumplir con las normas de la Revista Andina. No se trata en ningún caso de un planteamiento lingüístico, stricto sensu , en lo que el autor es lego, sino de una reflexión antropológica sobre las coordenadas intelectuales desde las cuales es posible entender las primeras gramáticas misionales. Agradezco la lectura atenta de mi amigo Julio Calvo Pérez, lingüista y quechuista.

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dora en las misiones del Paraguay fue alabada ya por los filósofos ilustrados, y recientemen­te ha sido objeto de una película muy popular, La misión.

En la actualidad, sin embargo -y tanto desde el lado católico como desde el protes­tante-, asistimos a una reclamación de los misioneros a los antropólogos e~ favor de su contribución a la antropología, recordándoles las veces que ambos han colaborado sobre el terreno (Stipe 1980). El propio Malinowski no fue justo con los numerosos favores recibidos de ellos, y es a él y a Boas a quienes se atribuye el origen del despego intergrupal de los antropólogos con los misioneros . Algunas autobiografías sinceras recientes -como la del africanista Nigel Barley ( 1989)- muestran lo importante que suele ser sobre el terreno la ayuda de todo tipo que brinda el misionero al antropólogo, por mucho que les separen sus típicas éticas ante las culturas indígenas: el antropólogo usa al principio de su trabaj o la vivienda, la comida y hasta las relaciones soc iales de los misioneros; y, sobre todo , siempre depende de las gramáticas elaboradas por los misioneros. Algunas órdenes misionales como el Instituto Lingüístico de Verano, objeto de encendidos ataques por sus actitudes de "tabula rasa" ante los grupos aborígenes, sin embargo han hecho notables contribuciones lingüísticas. indudablemente útiles para el trabajo antropológico.

Gramáticos y jesuitas españoles. ¿Tradición e innovación cultural?

Los jesuitas se definieron a sí mismos como orden misionera por excelencia, y San Francisco Javier es todavía el patrón universal de las misiones . Ellos han sido, al mismo tiempo, los que más importancia han dado a la formación cultural de los misioneros. Más bien son conocidos en Occidente por su dedicación general a la enseñanza, y su plan de estudios (Ratio Studiorum) dio siempre una importancia central a las humanidades , es decir, al estu­dio de la lengua y civilización greco-romanas (Matilla 1975). Por ello mismo, su atención al fenómeno de las lenguas indígenas ha estado en directa conexión con su familiaridad con las lenguas clásicas. Lo que, como veremos, es un interesante problema historiográfico de la lingüística.

Los jesuitas posiblemente son responsables del mayor número de gramáticas indíge­nas no europeas descritas hasta el s. XVIII, como grupo misional, si tomamos en cuenta la enorme proliferación de estudios suyos conservados sobre las lenguas de Asia, África y América, que lograron llevar a cabo en un lapso no mucho mayor de dos siglos. Exactamente 219 años han pasado entre 1549, en que llegan al Brasil portugués, y 1767, en que son expulsados por la Corona española de sus dominios, después de hacerlo los reyes de Portu­gal ( 1759) y Francia ( 1761 ).

Consecuencia probable de esta proliferación lingüística ocurrida dentro de las misio­nes de la Compañía es el hecho -poco considerado entre nosotros , fuera de ocasiones de apología histórica nacional- de que haya sido precisamente un jesuita quien reúna a fines del siglo XVIII la mayor colección conocida entonces de léxicos y gramáticas del mundo: el P. Lorenzo Hervás y Panduro, en su Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas.2

2 Hervás y Panduro 1800-1805. 6 tomos, edición ampliada de su publicación italiana en un tomo (Cesena, 1784). Hervás estuvo rodeado de una gran cantidad de corresponsales de la misma religión en el obligado exilio italiano (1767-1814), provenientes de todas las partes del mundo, especialmente

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Hervás se benefició no solamente de las gramáticas reunidas a lo largo del tiempo misional previo por sus correligionarios expulsos en la Italia papal, con los que mantuvo una activa colaboración y correspondencia, sino que también usó de la documentación y debates lingüísticos internacionales disponibles en las bibliotecas italianas, especialmente romanas (Batllori 1976). Como ha estudiado este ilustre historiador jesuita, sus correligionarios ilus­trados participaron muy activamente en la vida cultural de las academias europeas.

La circunstancia de que los jesuitas llegaran a las misiones americanas casi medio siglo más tarde que las demás órdenes religiosas misionales (franciscanos, dominicos, agus­tinos y mercedarios)-y lo mismo, pero con efecto aumentado, respecto a otros continentes­hace más evidente el predominio cuantitativo de su obra lingüística. Lo más curioso de esta "odisea" intelectual de los misioneros jesuitas es que tales textos gramaticales y lexicales fueron elaborados de un modo relativamente precoz, y sin muchos precedentes; es decir, antes de que existieran muchos ejemplos consagrados de análisis lingüístico en el Viejo Mundo, y casi al mismo tiempo -si no antes- que se operaba la "invención" de muchas de las gramáticas europeas.

En esa precocidad, sin embargo, le acompañaban también los otros misioneros que traba­jaban en América (especialmente franciscanos y dominicos), educados casi todos en el modelo latinista de Antonio de Nebrija (excepción muy particular de algunos no españoles -como el francés Gilberti en 1558, y el italiano Bertonio en 1603-, apud Percival 1994). Efectivamente, cuando todavía no se había publicado la primera gramática inglesa, en 1585, hay ya escritas cuatro gramáticas americanas en lengua castellana (tarasco, quechua, náhuatl y zapoteco ). Antes de escribirse la primera de ellas -el zapoteco ( 1558, no muy posterior a la primera versión de Anchieta de su gramática tupí, iniciada en 1556 y finalmente publicada en 1595)-, solamente se habían "gramaticalizado" en el mundo 7 lenguas, aparte del griego, el latín y el castellano de Nebrija: en orden cronológico, el árabe (en Alcalá de Henares, 1505), el hebreo, el italiano, el francés, el arameo, el checo, el portugués y el etíope.3

Sería pertinente destacar ahora la curiosa frecuencia con que se emplea por los estu­diosos de los siglos XVI y XVII la lengua latina -con preferencia a otras europeas, propias de los autores- para hacer las gramáticas nuevas (Percival 1994:68-69): se ha destacado repeti­damente que las gramáticas indígenas influidas por el ejemplo de Nebrija se inspiraban no en sus gramáticas españolas -como cabría esperar-, sino en la latina, que además es la que tuvo éxito contemporáneo. En particular, querría yo señalar ahora la chocante -o, al menos, apa­rentemente contradictoria- virtualidad de esta "educación anticuaria" de los humanistas

de América, e interesados en hablar de temas lingüísticos y etnográficos. Si bien la preeminencia lingüística en el catálogo de Hervás se inclinaba claramente por el continente americano, el más visitado por ellos dentro de la Corona española, no hay que olvidar el hecho de que la Corona portuguesa envió en 1549 a los jesuitas como únicos misioneros al Brasil, y que ya a comienzos del mismo decenio era enviado san Francisco Javier a las Indias orientales, por el monarca portugués. Es posible que sea la nacionalidad española -de Hervás y de la mayor parte de sus corresponsales en Italia- la que inclinase ese resultado geográfico dominante sobre la América hispana y las Filipinas. La obra clásica para esta producción jesuita es la de Miguel Batllori (1966). He tratado del humanismo jesuita, y de su producción lingüística, en Del Pino Díaz 1995.

3 El trabajo clásico al respecto es el de John H. Rowe ( 1974). Más recientemente, y ampliando noticias a partir de Rowe, Reinhard 1987.

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para interesarse -y disponer de un modelo- en la construcción de otras gramáticas de pueblos recién descubiertos.

Se escribieron efectivamente en latín (25 casos) la mayor parte de las gramáticas de los siglos XVI-XVII-para describir lenguas "ajenas", no propias-, aunque ta~bién debería­mos incluir en este caso otras muchas europeas: como el francés ( 1531 ), el polaco ( 1568), alemán ( 1573), esloveno (1584) o galés ( 1592). Pero inmediatamente después del latín le sigue el castellano como lengua gramaticalizadora (21 ), y en tercer lugar-ya algo lejos- el portu­gués (5) y el inglés (2). Una lengua hoy muy destacada en estos análisis lingüísticos compa­rados, como es el francés, tuvo unos orígenes propios tardíos : la primera gramática francesa había sido escrita en inglés, para ingleses ( 1521 ), la segunda en latín ( 1531) y solamente la tercera lo fue en francés (1550). Es decir, es más de medio siglo posterior a la castellana, y solamente ocho años anterior de la primera gramática americana, escrita en castellano. Según parece, fue el vocabulario latino-español de Nebrija el empleado en Francia como modelo del latino-francés, hasta la elaboración del de Henry Etienne, alumno del College de France, que le substituyó muy dignamente. 4

Lo que ahora queremos destacar de todo ello es justamente la coincidencia -no casual, creemos- entre este esfuerzo gramaticalizador de lenguas exóticas y la educación humanista de sus autores. Se trata no solamente de una cuestión técnica o lógica -de requerir precedentes gramaticales, en sí mismos, para aplicarlos posteriormente a otros ca­sos-, sino quizá también de una excepcional perspectiva comparada ofrecida por el conoci­miento del mundo clásico, que probablemente es la que les permitía trascender el mundo propio. Al menos, es lo que se ha propuesto hace tiempo en el campo de las ideas antropológicas, cuando se constata que las primeras etnografías exóticas de valor suceden justamente al movimiento renacentista, y se intenta relacionar esta curiosidad con la humil­dad cultural derivada de la admiración de los cristianos italianos por la pagana civilización romana. Es decir, el natural etnocentrismo europeo -o autovaloración cultural que todo pueblo siente ante los extraños- sólo se supera por la autocrítica clasicista a partir de finales del s. XV. Una vez conquistada esta meta, el etnocentrismo tradicional dio lugar a la curiosi­dad etnográfica, especialmente con las novedades americanas (Rowe 1965).

En gran parte, esta curiosidad nueva por la gramática vernácula tenía que ocurrir por la mediación imprescindible de los humanistas: porque empleaban el recurso a las gramáticas vernáculas, precisamente, para garantizar el dominio pedagógico del latín. No otro parece haber sido el origen de la gramática castellana de Nebrija, relacionada por Francisco Rico con

4 Cf. el interesante coloquio desarrollado en Salamanca, dentro del homenaje dedicado a Nebrija en noviembre del 92, en el apartado lexicográfico (pp. 438-444). Allí el profesor Germán Colón Doménech declara: "Me sorprende el poco caso que los romanistas que se ocupan de la lexicografía francesa hacen del Nebrija y también del Catholicon [ ... ) el Lexicon de Nebrija es traducido al francés en 1511, y esa edición tiene una gran aceptación en la época en Francia, se reedita y vuelve a editar hasta que en 1532 aparece el Stephanus (Etienne) .. . ". A lo que asiente la profesora Brigitte Lépinette: "El último vocabulario nebrisense está publicado en 1541, o sea, son treinta años de vocabularios nebrisenses y hay, creo, unas 12 ediciones entre esas dos fechas[ ... ) O sea, que toda la primera parte del siglo XVI francés estudia o traduce el latín a partir, o bien de los Catholicon abreviatum, o bien de los vocabularios nebrisenses, que no son tan buenos como se dice ... hay palabras importantes que no se registran, etc." (Codoñer y González Iglesias 1994:443-444).

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Fermín del Pino Díaz: A propósito del clasicismo de Anchieta

la traducción de la latina, encargada en 1488 por la reina Isabel para el aprendizaje latino por parte de las mujeres enclaustradas.5 En realidad, ese fenómeno " instrumental" del proceso de descubrimiento de lo propio -como parte subsidiaria de otra empresa previa, y ajena-ya había sido observado en España por los filólogos. Un salmantino profesor de griego, tan perspicaz como Miguel de Unamuno, lo destacaba como "punto de grandísima importancia" en 1894 al hacerse eco público de los problemas contemporáneos de La enseñanza del Latín en España, aludiendo especialmente a una característica general de la elaboración de gramá­ticas durante el Renacimiento:

Era tal la importancia que merecidamente se daba al conocimiento de las len­guas clásicas que, para preparar la juventud a su estudio avezándola al tecni­cismo gramatical de ellas, se redactaron en parte las primeras gramáticas de lenguas vulgares, punto éste de grandísima importancia. No conoce ni su pro­pia Lengua quien sólo ella conoce. EL hombre no reflexiona en lo propio sino al ponerlo en parangón con Lo ajeno. Maestros de lengua helénica fueron los primeros que dieron la primera y ruda forma a la gramática latina para preparar a los romanos al estudio del griego, y maestro de latinidad fue el que primero trazó los lineamientos de la gramática castellana, que hasta hoy conserva la honda huella de su origen, dando con ello motivo a sinnúmero de errores.6

Una consecuencia, quizá suplementaria, a sacar de lo anterior es que, a un nivel lingüístico al menos, habría que cuestionar la supuesta indigencia humanística en el mundo hispánico, contando para ello obviamente con el precoz y abundante fruto de las gramáticas vernáculas en castellano, entre el número de los logros latinizantes. El uso creciente del castellano en la corte y en la universidad e imprenta españolas no es indicio necesario de retroceso del latín, como se piensa a veces. No se ha subrayado convenientemente que el desarrollo vernacular se cumple también en Italia, y posiblemente explique mejor la gramática de Elio Antonio (Mazzocco 1994).

Quizás no sea irrelevante tampoco a efectos clasicistas el enorme desarrollo castella­no de la paremiología vulgar (cultivada precisamente por hombres del Humanismo como San ti llana, Valdés, Mal Lara, el Comendador Griego, Páez de Castro, Laguna, Covarrubias, etc. y signo indeleble del gran Cervantes, en su proceso de novelador temprano). Es oportu­no recordar ahora que Cervantes fue alumno sevillano del colegio jesuita, y que probable­mente allí aprendió por primera vez el Humanismo clasicista de que le mostró dotado la obra maestra de Américo Castro sobre EL pensamiento de Cervantes (1925): de ese minúsculo hecho biográfico la confirmación documental la debernos al folklorista y cervantista Rodríguez Marín. Pues bien , fue precisamente en la recepción en la Academia de la Lengua de este ilustre cervantista sevillano donde Menéndez Pelayo nos descubrió desde su dominio clasicista la génesis humanística de la paremiología castellana:

5 Cf. Rico 1981 . El argumento ha sido desarrollado de modo más detallado en 1992, por Emilio Ridruejo, en Escavy et al. 1994. A ello se dedican también varios trabajos de este congreso nebrijense de Murcia (Roldán Pérez, Bonmartí, Braselman, etc.)

6 Unamuno 1894.

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Grandes humanistas del siglo XVI, y Erasmo más que ninguno ( 1520), habían reconocido profundamente el valor de la sabiduría práctica contenida en los adagios y proverbios de los antiguos, y en torno de ellos había tejido el sabio de Rotterdam una especie de enciclopedia cuyo éxito superó al de t(\dos sus libros. El triunfo de la paremiología clásica hiza volver los ojos a la pare­miología vulgar, cuyo fondo era idéntico.7

Esta admiración por el desarrollo del saber popular y la lengua vernácula en la España del Siglo de Oro que desarrollaron los folkloristas del s. XIX puede parecer pretenciosa; y seguramente lo es en parte, o al menos anacrónica. Pero no debe olvidarse el ambiente nacionalista en que se gestó, en directa confrontación con los clasicistas catalanes, sus maestros: es un hecho que las propuestas iniciales de Menéndez y Pelayo sobre nuestro Humanismo hispano -como surgido "por reacción" al clasicismo italiano, y naturalmente muy influido por él : y no por las corrientes espirituales germánicas, como pretendían genéri­camente sus enemigos de la Institución Libre de Enseñanza- han sido en gran parte olvida­das como parte de su programa de estudio. Sus herederos intelectuales prefirieron estudiar, por ejemplo, el erasmismo, la historia de las religiones o incluso de la Compañía de Jesús , pero ya no como manifestación de la "civilización" hispana sino de sus crisis (persecucio­nes , leyenda negra, etc.) . En esa línea se movieron luego Américo Castro, Eugenio Asensio o el propio Bataillon (lejano discípulo de Menéndez y Pelayo, vía Unamuno).

Respecto de los éxitos del Humanismo hispano tampoco es irrelevante que la picares­ca, tan abundante y madura en lengua castellana, sea obra en gran parte de un buen tropel de eruditos (Cervantes, Mateo Alemán, Quevedo, Diego Hurtado de Mendoza, etc.) . Aunque no sea ésta la mejor ocasión de un examen de conciencia historiográfica, vaya a beneficio de inventario esta propuesta de visión panorámica general, puesto que las gramáticas misionales -de que estamos hablando como elementos clasicistas- son solamente un caso más dentro de un conjunto mayor. En mi opinión, y dicho sea para tranquilidad del lector, todavía estamos necesitados de estudios de conjunto en el campo del Humanismo hispano, y de puntos de vista adecuados a su complejidad y originalidad. Maravall, autor más cerca que nadie de la tesis "dialéctica" que propongo -entre lo clásico e italiano y lo propio y castellano, y a quien realmente la debo a partir de su obra de Antiguos y modernos ( 1966)- no la pudo desarrollar tan sistemáticamente como era su intención. Su énfasis fue dirigido al enfoque social y funcio­nal del Humanismo, y a subrayar la consciencia de modernidad y progreso como característica del Renacimiento, siempre como correlato inevitable del paradigma de la "antigüedad" .K

7 Rodríguez Marín 1907:70. Una ampliación del argumento en Del Pino Diaz 2002. 8 Al respecto, puede verse la alergia de Francisco Rico a esta propuesta "romancista" para el estudio del

Humanismo hispánico en el estudio introductorio a Rico 1980. No cabe duda de la erudición literaria de su introducción, pero también es obvia su inclinación a la génesis clasicista italiana, más que a su evolución romancista. Al examinar el Renacimiento hispano, Francisco Rico se inclina más por una visión pesimista en la línea de Luis Gil , si bien atiende con espíritu crítico e innovador a la literatura española (picaresca, Quijote, Celestina ... ). Ni Garin ni Kristeller son tan renuentes a incorporar lo vernacular en el interés de los humanistas, aunque tengan sus propios énfasis preferenciales por la Antigüedad. Dos ejemplos a la mano, sobre la virtualidad del exotismo grecolatino para suscitar otros exotismos contemporáneos, pueden ser mencionados: Carlos García Gua! o Juan Gil Fernández.

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Fermín del Pino Díaz: A propósito del clasicismo de Anchieta

Dígase lo que se quiera, como estuvo de moda hacerlo en la Ilustración, sobre el Humanismo jesuita -en particular, sobre la selección interesada y desconfiada de textos clási­cos, o sobre su mayor o menor espíritu escolástico-, pero los jóvenes europeos estudiaron griego y latín durante los siglos XVI al XVIII mayoritariamente en diccionarios y gramáticas elaboradas por los jesuitas. A falta de genios puros del tipo de Nebrija o el Brocense -que tampoco aparecen todos los días-, no estuvo mal el ejército de profesores provisto por la Compañía de Jesús.9 Precisamente, como notábamos al principio, una orden misional tan activa como son los jesuitas no solamente es autora de tales gramáticas prácticas (de uso inmediato misionero), o de una sistemática correspondencia epistolar de tipo cartográfico y etnográfico -las famosas "cartas anuas", enviadas por los misioneros a sus superiores en Roma, a veces publicadas y reimpresas con gran éxito editorial como "cartas edificantes y curiosas"-, sino también de un plan ambicioso y renovador de enseñanza sobre la base de los estudios clásicos -la famosa Ratio Studiorum.

El caso del clasicismo gramatical del P. Anchieta

Por referirnos directamente al P. Anchieta, es bastante llamativo lo bien que están combinados en él los dos elementos cuya concomitancia estamos vindicando en este mo­mento: su dominio del latín y su interés indigenista. Dejando ahora a un lado sus obras de cierto modo etnográfico -que se refieren a sus informes específicos tanto en las "cartas anuas" como en sus poemas y obras teatrales, de que se ocupó también Cavalcanti (1997) , en su tesis doctoral recientemente publicada por el Instituto de Estudios Canarios-, nos centra­remos brevemente en su Gramática tupí. El género de consideraciones que haré no procede de mi dominio de la lengua tupí, ni siquiera de la historia elemental de la lingüística, sino de fenómenos que lindan más bien con la historia antropológica, con la consciencia del otro que ha ido lentamente realizándose en la historia del hombre. 10

profesores respectivos de griego y latín, se han caracterizado luego por su curiosidad hacia la literatura de viajes en los tiempos modernos.

9 A este respecto, a pesar de ser bien conocido el clasicismo jesuita, se ha impuesto luego la visión de algunos ilustrados jansenistas españoles (como Gregario Mayans, y su maestro el deán Martí) en el sentido de ser el jesuita un latinismo de segunda clase, macarrónico y amputador. En este sentido, persiste una cierta visión negativa sobre la propiedad renacentista de los jesuitas, por parte de los expertos en Renacimiento italiano, como es el caso de E. Garin ( 1987). Contra ello puede verse un texto ilustrador sobre el helenismo hispano, en el que se destaca la participación jesuita en uno de sus capítulos: López Rueda 1973. Por otra parte, los jesuitas dominaron en España la enseñanza del latín y el griego al nivel secundario e incluso universitario, como ha probado ampliamente Richard Kagan (1981). Esta reivindicación de la cultura jesuita como moderna se está imponiendo en círculos europeos. Ver el monográfico centrado sobre "Élites et histoire sociale" que le ha dedicado Bulletin Hispanique 97-1 (Bordeaux, 1995), donde se estudian reiteradamente instituciones jesuitas españolas. Asimismo, de ese año es el colectivo coordinado por Luce Giard sobre Les jésuites a la Renaissance: systeme éducatif er production du savoir (Paris: P.U .F.), o el reciente monográfico de la Revue de Sythese , "Jésuites dans le monde mod'erne. Nouvelles approches" (abril-sept. 1999), coordinado por A. Romano y P.A. Fabre. Ellos mismos dirigieron un simposio sobre la ciencia jesuita en el Congreso Internacional de Historia de la Ciencia (México, julio del 2001).

I O Me he valido en general de los autores citados en la nota 2 (Rowe y Reinhard, especialmente) , que han comparado los desarrollos de gramáticas europeas y exóticas a lo largo de la historia de los siglos XVI

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De hecho, estos temas se han tratado ya de modo muy correcto por los especialistas, y solamente me queda recoger su dictamen. Como dice muy bien el profesor Francisco González Luis, el tipo de nomenclatura gramatical latina aplicada en su análisis del tupí cumplía una doble función de esclarecimiento. Una primera, de tipo genéric;_o y lógico: "la función de unir o de tender un puente entre dos mundos completamente distintos [ ... ] hacer inteligible, es decir, encuadrar en las reglas del 'ars', a una lengua primitiva y desconocida como la lengua tupí'' (1994: 108-109). Eso, por una parte; pero, también por otra, simultánea­mente es capaz de percibir las cosas diferentes, nuevas y peculiares de la propia lengua a la que se aplicaba un molde latino:

[ ... ] la gramática latina en su contacto con semejantes peculiaridades realiza todavía una segunda función, cual es la de contraste -quatenus a Latina differt-, al señalar las diferencias que se observan entre una y otra lengua. Se trata del inicio del método comparativo y contrastivo [ ... ] que tan buenos resultados va a cosechar en la lingüística posterior (ibid.)

Varios profesores asistentes al seminario del 92 sobre Nebrija en Murcia, donde se presentó este trabajo, insistieron en esta doble función del modelo latino para las gramáticas indígenas, basándose en que el modelo de Nebrija usado era su gramática latina, y no la castellana, o la vernacular de los autores (ver especialmente Braselman 1996, que insiste en este doble efecto, tradicional e innovador). Otros autores han hablado de "metalenguaje" en un sentido nuevo, en cuanto que el latín se habría desdoblado como lengua y como modelo gramatical para conseguir la nueva conciencia lingüística generalizada. Creo muy interesante a este respecto la propuesta de la profesora portuguesa Carvalhao Buescu (1983), aplicada en primer lugar al P. Anchieta, e insistiendo en el doble papel de construir con el latín sobre las lenguas tanto nuevas "analogías" como "anomalías":

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a gramática latina funciona, simultáneamente, como modelo formal e factor de contrastividade [ .. . ] A irregularidade, isto é, a anomalía (ou o que julgam se­lo), que tinha sido um dos motivos que levara a considerar as línguas vulgares menos boas que o latim, encontrara un meio de ser liquidada mediante una formaliza~ao que julgarao universalizante [ ... ] Julgamos, pois, que longe de representar un imobilismo mental ou a for~a represiva duma autoridade indiscutíbel e indiscutida, esse empenhamento e esas tentativas representam, pelo contrario, urna abertura notável em direc~ao a um conceito novo, o conceito de modelo universal[ .. . ] e, em suma, engendrar o modelo duma comunica~ao universal (1983 : 13-14).

y XVII. Me ha sido especialmente útil para el caso de Anchieta la ponencia de Francisco González Luis sobre la gramática tupí, en el tomo II del Congreso de Murcia dedicado a Nebrija, ya citado, que se centra en "Nebrija y las gramáticas amerindias". Del tema del latinismo en estas gramáticas se ocupó en este congreso también la profesora de Valladolid Carmen Hoyos, a propósito de la gramática quechua del dominico Santo Tomás, y Julio Calvo sobre todas las gramáticas quechuas tempranas ( 1560-1607).

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Fermín del Pino Díaz: A propósito del clasicismo de Anchieta

Respecto del latinismo de las gramáticas americanas ha sido constatado en el Con­greso Centenario de Nebrija (Murcia, 1992) de varias maneras, como se ha dicho. Todo esto nos lleva a un hecho elemental, y es que las gramáticas indígenas no surgen de la castellana sino de la latina, que merece una explicación, dada su novedad como hecho. Porque no era ésa la opinión previa, incluso entre historiadores de la lingüística, al contrario. La ponencia del profesor canadiense E. F. Konrad Koerner fue muy interesante a este respecto: habiéndo­se planteado originariamente en el título tratar la influencia de la gramática castellana de Nebrija en "el estudio de las lenguas indígenas de las Américas", tuvo que cambiar el planteamiento temático, ante la constatada realidad de que la gramática de Nebrija que influyó fue la latina, su famosa Introducciones latinas: reeditada tres veces por el propio autor, e impresa numerosas veces, y una de ellas traducida al castellano por invitación de Hernando de Talavera, confesor de la reina (Ridruejo 1994): esta traducción, como se ha dicho, fue el vivero en que se gesta la gramática castellana. Tal traducción castellana de la gramática latina mereció ser puesta incluso en verso, por el catedrático erasmista Francisco de Thamara (Ruiz-Funes 1994 ). Por el contrario, la gramática castellana no se vuelve a reedi­tar hasta el s. XVIII, y da motivo para sonoras discusiones con otros profesores: Vergara, Alcalá Zamora, Valdés, Cristóbal de Villalón (Calvo Pérez 1994b ).

En manos de Nebrija, el modelo latino había permitido un primer cuestionamiento radical del carácter gramaticalmente incomparable del latín, al aceptar la posibilidad de un "arte" -es decir, un patrón ideal- para una lengua vulgar. Antes de la gramática española de 1492, Nebrija ensayó a "contraponer" latín y castellano ("Introducciones latinas, contra­puesto el romance al latín") en una traducción castellana de la gramática latina, a petición oficial -en la que él creyó al principio no encontrar gloria alguna, dado el poco valor paradig­mático de la lengua usada, la castellana-. Curiosamente, las gramáticas exóticas donde su modelo de gramática fue empleado no acudían a la hoy famosa gramática española, con precoz edición de 1492, sino a la latina ( 1481 , 1485-1486 o 1495, la tercera y definitiva). Se diría, por emplear una metáfora "natural", que para emplear otra vez ese mismo injerto "artístico­gramatical" -usado por vía de ensayo o almácigo para el castellano- seguía siendo necesa­rio usar la lengua latina para los nuevos injertos con nuevas lenguas vulgares, no sirviendo por el momento la poca "virtud" paradigmática concedida al castellano. Un genetista actual diría que el "arte" castellano -logrado por vía de injerto y contraposición- todavía no era una especie animal "fecunda", por sí sola. El "arte" castellano era estéril para producir un "arte" en las lenguas del Nuevo Mundo.

Este mismo patrón binomial, usándolo en cada caso como "contraposición" estrecha con el latín, es el que había permitido dotar de "virtud" gramatical a las nuevas lenguas vulgares del mundo extraeuropeo, regidas no por autoridades elegantes a quien imitar sino por el uso vulgar. Esas dos funciones -homologación/diferenciación, o analogía/anomalía, como prefiere la profesora Carvalhiio Buescu- conseguidas con este método "contrapuntís­tico" en el campo de la lingüística, recuerdan un poco lo que ocurre en el campo de la música. Los jesuitas usarán luego las viejas melodías americanas para incorporar nuevas letras -y Anchieta el pririlero, componiendo piezas teatrales divertidas y edificantes con las melodías canibalísticas tupíes-, como en el Viejo Mundo se pondrán textos romanceados al viejo patrón musical del atrio, el gregoriano, a veces por vía de mofa teatral (dando origen a un nuevo mundo de comedias castellanas). Aún se hace, en las fiestas escolares, para burlarse

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un día al año de las autoridades, y entonces -en la vieja España- debía sonar del mismo modo festivo. Por ejemplo, lo hacía su -supuesto- abuelo Juan de Anchieta, el canónigo cantor de los Reyes Católicos, que empleaba el gregoriano para incorporar romances en la corte por el método de la "contraposición" o contrafacta (F. González Luis 19~8; J. González Luis 1997). Y este original procedimiento lingüístico o musical se empleaba igualmente a nivel literario o folklórico. No otra estrategia usaba el humanista Juan de Mal Lara, cuando seleccio­naba "adagios" greco-latinos (siguiendo ejemplos erasmitas) y les contraponía inmediata­mente "refranes" populares españoles: que glosaba luego ampliamente, acompañándolos con narraciones personales y recogida fresca de material popular de leyendas y canciones.

Creo, en resumidas cuentas, que la aparente dificultad de aplicación que ofrece un modelo cuando se le sigue literalmente se vuelve en mérito por causa del contraste, cuando permite percibir - por la comparación estrecha y puntual a que se le somete con el modelo- la capacidad de ser peculiar que poseen en sí mismos los ejemplos diversos a que se aplican. Las nuevas lenguas no tienen gramática sino cuando son observadas desde fuera , como capaces de soportar la comparación/injerto con los modelos gramaticales previos. Siendo la lengua una parte sustancial de la cultura, al mismo tiempo que su vehículo expresivo, no ocurre otra cosa con la percepción de una cultura, incluso de la propia. No sabemos que tenemos cultura propia sino cuando la medimos desde otra: como no sabemos que hablamos prosa, de lo que no salimos en todo el día, sino cuando somos capaces de versificar. Como monsieur Jourdan .

Los gramáticos renacentistas como Anchieta no se vieron impedidos de percibir las gramáticas y las culturas indígenas por ser previamente latinos, sino muy al contrario. Como decía Unamuno, "No sabe ni su propia lengua quien sólo ella conoce" . Por ello es que todas las gramáticas vernáculas -incluso las europeas- necesitan previamente de un modelo clá­sico. Y por eso es que Unamuno -que pasó en las Canarias, en Lanzarote, una de las etapas de su exilio peninsular, en 1924-1931- pudo apreciar mejor desde su helenismo las cualidades profundas de las lenguas vernáculas , y de los "casticismos" posibles, tanto de la Europa contemporánea como de la América ibérica. Es gracias a sus inspiraciones noventayochistas que el mundo ibérico pudo pensarse a sí mismo con cierta originalidad, a partir de su propio "reconocimiento", una vez que se asomó al resto de los mundos culturales posibles. Comen­zando por el mundo clásico, como siempre.

Sobre el contexto imperial de las gramáticas americanas

Mucho se ha discutido -y al fin se ha hecho algo de luz, como se ve- sobre la "desviación" clasicista de las gramáticas y léxicos de idiomas elaborados por los misioneros . Pero no menos necesidad de luz tenemos en nuestra generalizada "creencia" -que diría Ortega- sobre los insuperables prejuicios europeizan tes de los misioneros en el trato con las culturas ajenas -americanas o de otros enclaves exóticos, especialmente de las Indias Orien­tales (Japón, China o la India)-. Aquella imagen negativa sobre la historia lingüística-el latín como obstáculo de las gramáticas indígenas- se corresponde con este otro tópico en la historiografía antropológica, o incluso intercultural -las gramáticas como expresión del do­minio imperial-. Se trata en realidad de un apartado más de la polémica famosa sobre la "visión de los otros", en la que Occidente ha sido acusado reiteradamente de proyectar su propia imagen sobre la realidad mundial, como una sombra que oculta todas las demás

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realidades culturales. El ejemplo del "orientalismo" occidental, anatematizado por Said, no es realmente un caso infrecuente de acusación. 11 En este tipo de polémicas se suelen mezclar dos géneros de argumentos, lo que hace difícil su normal desarrollo dialéctico: por un lado se trata de una discusión histórica -académica y legítima- acerca del porcentaje mayor o menor de logros interculturales obtenidos por Occidente, que nunca son claros y absolutos, en lo cual unos tienden a ver el agua y otros el vacío -en un vaso a medio llenar-. En ese sentido, unos valorarán los rasgos particulares de la lengua americana que las gramáticas misioneras percibieran, y otros lo contrario, aquellos caracteres de la nueva lengua estudiada que pasaron inicialmente desapercibidos. Con ello muestran éstos un escrúpulo mayor a favor de la identidad indígena, pero menor con los autores de gramáticas, que también merecen respeto en sus logros: por lo cual, al minusvalorar otros hechos históricos incuestionables, lo mismo que les honra como antropólogos les deshonra como historiadores. De hecho, creo que ambos actores pueden ser atendidos en sus justas reclamaciones, sin faltar a la verdad histórica: los misioneros han logrado algo inusual en su tiempo, como es conceder a las hablas indígenas la categoría de lenguas dignas de tener un "arte" gramatical. Y al mismo tiempo, ese "arte" no recoge del todo las peculiaridades propias de la lengua gramaticalizada. Pero estas peculiaridades nuevas han sido observadas posteriormente, no a pesar de sino a partir del reconocimiento inicial del estatuto de lengua gramatical.

Por otro lado, en esta elección de "papeles" también van incluidas además conviccio­nes políticas, que suelen "interferir" la neutralidad en la adopción de juicios. Los estudios histórico-científicos se mezclan con frecuencia con los intereses de algunos líderes políticos, no todos bien intencionados hacia los académicos. Un político no tiene por qué respetar los mismos deberes de los estudiosos del pasado: aunque el pasado histórico es justamente un campo en el que las comunidades políticas suelen estar a veces muy interesadas. Finalmente se trata de una discusión nacionalista, propiamente dicha, en la que la acusación de desconside­ración intercultural puede operar como arma eficaz en el argumento victimista, característico de los procesos de identidad. Si los misioneros europeos no hicieron su tarea lingüística bien, como hoy cabe exigir a un lingüista, es posible meterlos en el saco de las impugnaciones anticoloniales, que tanta autoridad conceden a los movimientos de liberación nacional.

En la conmemoración del 92 hubo muchos encuentros con el mundo indigenista, lo que favoreció indudablemente la conciencia propia de las minorías culturales latinoamerica­nas (especialmente en Bolivia, Ecuador y México), pero no siempre con buenos resultados

11 Véase el famoso y citadísimo texto de E. Said, Orientalismo. Edward Said, desde 1978, ha tratado de presentar sistemáticamente como falsa e interesada la imagen homogeneizadora y defectiva cons­truida sobre los variados pueblos de Oriente, por parte de Occidente, particularmente sobre el Islam del Cercano Oriente, su patria palestina. Hay varias reseñas antropológicas de este libro (Tala! Asad, J. Clifford ... e incluso un poco amistoso debate con E. Gellner en la New York Review of Books en 1979), pero nos quedamos con la reseña del antropólogo James Clifford, de 1980, traducida en 1995. Clifford le reclama coherencia en su ambigua posición entre Oriente y Occidente, y entre sus diversas orientaciones teóricas (Foucault y el humanismo romántico) . Said no es sólo un profesor de literatura inglesa en Estados Unidos, sino un líder palestino poderoso que escribe frecuentemente en nuestra prensa nacional , acusando de tibia y traidora la política nacional del presidente Yaser Arafat contra los desmanes judíos. Sin embargo, es sorprendente el silencio de Said sobre la historia de Sefarad y del arabismo español , o del orientalismo temprano de Castilla, centrado en Toledo: no le interesan los siglos de convivencia judío-islámica, al parecer. Ni una sola mención se hace a ello en Orientalismo.

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finales . Cuando estos planteamientos "reivindicativos" se dan en un ambiente de libre dis­cusión, cabe esperar buenos resultados como producto del debate abierto. Pero eso no siempre ocurre, ni incluso dentro de los propios países desarrollados. Un caso claro lo representa el victimismo vasco, que ha dado amparo por mucho tiempo al fundamentalismo de ETA: apenas en nuestros días, un grupo de intelectuales libres ha podido hacer oír su opinión antinacionalista, políticamente incorrecta, que ha necesitado de ríos de sangre para manifestarse en la calle, e incluso en foros internacionales. Los líderes no nacionalistas caen asesinados a manos de nacionalistas radicales vascos, mientras son acusados ellos mismos de "asesinar" la lengua vasca. Ya se ve el valor político de la lengua.

Creo que, en el análisis de esta producción intelectual de las gramáticas misionales del XVI, no deberíamos confundir las críticas generalizadas que ahora podamos hacer a los efectos etnocidas de la presencia occidental en el mundo con los defectos persistentes en la descripción lingüística por causa de su modelo latino, como hace la escuela crítica de lingüís­tica, llamando "glotofagia" al delicado proceso gramatical acometido por estos "hombres de Dios". La distancia de sus métodos e intenciones misionales con nuestra sensibilidad ética y cultural de hombres académicos del siglo XX no debería impedirnos ver sus méritos propios: de lo contrario, puede que terminásemos mereciendo el mismo criticismo que em­pleamos con ellos, por mostrar una preferencia tan marcada por nuestros valores y concep­tos modernos . Lleva mucha razón el historiador alemán W. Reinhard cuando analiza este fenómeno lingüístico en su doble faceta cultural y política, y ajusta cuentas con esta escuela histórica de filología crítica, comparando positivamente el resultado político de esta empresa gramatical de los misioneros cristianos, al menos comparados con los diferentes modos imperiales que han tenido otros pueblos evangelizadores:

Aunque indirectamente, la depurada filología humanista de Occidente ha pro­visto el medio decisivo para hacer efectivo dominio de la lengua, no tanto en el sentido de una elemental "glotofagia" sino como una forma sutil en que los europeos, a través del aprendizaje de las lenguas, penetran en el mundo espi­ritual de los indios con fines propios [ .. . ] como instrumento para ejercer in­fluencia y dominación. Es poco probable que se pueda hacer una valoración exacta del significado de estos antecedentes en la expansión colonial de Europa, si bien el trato inten­sivo del lenguaje puede ser considerado como una de las condiciones del éxito; especialmente si se puede establecer por comparaciones interculturales que sólo Occidente tuvo posibilidad de hacerlo en esa forma[ ... ] Se trata de un problema no investigado en detalle ni por los historiadores ni por los lingüis­tas. Al examinar también la literatura lingüística de otras culturas se ve que, aunque hay importantes trabajos lingüísticos, no muestran interés por las lenguas extranjeras como en Occidente. Por regla general, la lingüística es etnocéntrica (Reinhard 1987, traducción de Lilia Frieiro).

Es bien conocido el hermetismo que las civilizaciones asiáticas han tenido por las lenguas exteriores, pero también ocurre eso con el ámbito islámico, de tanta cercanía y conexiones históricas con Occidente. Los propios especialistas del mundo cultural islámico

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constatan esa falta de sensibilidad hacia el mundo exterior, especialmente con Occidente. Así, un hombre tan mesurado como Bernard Lewis, un estudioso bien reconocido aunque del todo contrario a Edward Said en sus valoraciones, dedicó un libro justamente al proceso de conocimiento oriental del mundo occidental, y su impresión final es clara:

A la fin du XVIIIe siecle, au moment ou se situe la premiere incursion d'un Etat européen moderne dans l'Orient arabe, l'étudiánt occidental dispose d'une somme importante de documents sur le Moyen-Orient [ .. . ]. De l'autre coté, en revanche, on ne trouve rien de comparable. L' Arabe, le Persan ou le Turc ne dispose d' aucun dictionnaire ni d' aucune grammaire d' une tangue européenne, sous forme manuscrite ou imprimée [ .. . ]. Le premier dictionnaire d'arabe et d'une langue européenne, dG a un indigene arabophone , est publié en 1828. C'est l'oeuvre d'un chrétien (copte égyptien), 'revue et augmentée' par un oriental is te frarn;:ais et destinée, comme le dit l' auteur dans le préface, a un public occidental plut6t qu' arabe (Paris, 1828-1829). L' idée que ce genre d'ouvrages pGt etre utile aux Arabes ne semble s'etre imposée que bien des années apres (1984: 181-182).

También un reconocido especialista en lenguas romances como el profesor Percival ( 1994) atendió a propósito de Nebrija a esta faceta imperial de las gramáticas, como contexto histórico, y ofreció interesantes reflexiones comparativas sobre el uso político de la lengua en la política religiosa expansiva de imperios de Europa oriental , la India y la China. Pero se centró más bien en las diferencias gramaticales de las lenguas orientales de Asia -y sobre todo en sus modos tradicionales de escritura- para señalar la inferioridad intercultural res­pecto de Occidente: "Parece muy difícil que se pudiese desarrollar la lingüística general entre los chinos de la dinastía Ming, los cuales empleaban una escritura logográfica muy difícil de manejar" ( 1994:76).

Es perfectamente posible que una lectura actual -a veces cruel y descontextualizada, a causa de su "presentismó"- de tales escritos gramaticales de los siglos XVI y XVII los presen­ten hoy esencialmente como "prejuiciados": pero ese reconocimiento "defectivo" -es decir, señalando lo que les falta- no debería prescindir de la evidencia histórica de su sorprendente precocidad -es decir, lo que contienen también de positivo. Posiblemente, y a pesar de su aparente contradicción, el prejuicio -o "ganga"- etnocéntrico de tales gramáticas y visiones culturales sean el "humus" imprescindible de la nueva planta, de esa prole sine matre e reata que es-sin duda- la visión contextual de los otros (de los hombres y de sus culturas). Algunas plantas nuevas sólo nacen porque están protegidas de las inclemencias del medio ambiente, gracias al injerto de una vieja sobre otra. Ese es el papel que puede haber cumplido el Humanis­mo clásico, como modelo y estímulo para la creación del temprano exotismo occidental.

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