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 Pedro Arrupe: el sentido de un Centenario 1. CIEN AÑOS DEL NACIMIENTO DE PEDRO ARRUPE El 14 de noviembre de 2007 se han cumplido cien años del nacimiento del P . Pedro Arrupe, antiguo Prepósito General de la Compañía de Jesús entre 1965 y 19 81, y primer vasco que ocupó e l cargo después de su fun da- ción por san Igna cio de Loyola. El centen ario del P. Arrupe ha coincidido con una coyuntura crucial para los jesuitas: la celebración de la 35ª Congrega- ción General (el máximo órgano legislativo de la Compañía de Jesús; en ade- lante CG), en la que s e ha elegido al palentin o Adolfo Nicol ás como nuevo Prepósito General, y con la que ha conclui do el ciclo de lo que se podrí a lla- mar “el pos-arrupismo histórico” 1 . 1.1. Se cierra un ciclo Efectivamente, el generalato de Pedro Arrupe terminó abruptamente en el varano de 1981, cuando un acci dente cerebro-vascular le impidió el desempeño de sus funciones y el Papa Juan Pablo II nombró un delegado personal suyo para el gobierno de la Orden religiosa. La intervención papal se producía en el punto álgido de unas relaciones crecientemente tensas entre la Santa Sede y la Compañía de Jesús, que reflejaban la pérdida de confianza en la ortodoxia y pronta disposición de los jesuitas en el servicio al papado. Dos años más tarde, la CG 33ª elegía al P . Peter-Hans Kolven- bach como sucesor del P . Arrupe, con la encomienda primordial de recon- ducir las relaciones de la Orden y la Santa Sede a su normalización. Después de 24 años de ejercicio, el P . Kolvenbach ha estimado concluida su tarea y ha presentado su dimisión al cargo de Prepósito General a la 277 Rev. int. estud. vas cos. 53, 1, 2008, 277-303 ——————————— 1. Cfr . Alcover, Norberto. “Momento y sentido del pos-arrupismo”. En:  ABC , Madrid 14.11.2007; p. 56.

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  • Pedro Arrupe: el sentido de unCentenario

    1. CIEN AOS DEL NACIMIENTO DE PEDRO ARRUPE

    El 14 de noviembre de 2007 se han cumplido cien aos del nacimientodel P. Pedro Arrupe, antiguo Prepsito General de la Compaa de Jessentre 1965 y 1981, y primer vasco que ocup el cargo despus de su funda-cin por san Ignacio de Loyola. El centenario del P. Arrupe ha coincidido conuna coyuntura crucial para los jesuitas: la celebracin de la 35 Congrega-cin General (el mximo rgano legislativo de la Compaa de Jess; en ade-lante CG), en la que se ha elegido al palentino Adolfo Nicols como nuevoPrepsito General, y con la que ha concluido el ciclo de lo que se podra lla-mar el pos-arrupismo histrico1.

    1.1. Se cierra un ciclo

    Efectivamente, el generalato de Pedro Arrupe termin abruptamente enel varano de 1981, cuando un accidente cerebro-vascular le impidi eldesempeo de sus funciones y el Papa Juan Pablo II nombr un delegadopersonal suyo para el gobierno de la Orden religiosa. La intervencin papalse produca en el punto lgido de unas relaciones crecientemente tensasentre la Santa Sede y la Compaa de Jess, que reflejaban la prdida deconfianza en la ortodoxia y pronta disposicin de los jesuitas en el servicioal papado. Dos aos ms tarde, la CG 33 elega al P. Peter-Hans Kolven-bach como sucesor del P. Arrupe, con la encomienda primordial de recon-ducir las relaciones de la Orden y la Santa Sede a su normalizacin.Despus de 24 aos de ejercicio, el P. Kolvenbach ha estimado concluidasu tarea y ha presentado su dimisin al cargo de Prepsito General a la

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    1. Cfr. Alcover, Norberto. Momento y sentido del pos-arrupismo. En: ABC, Madrid14.11.2007; p. 56.

  • CG 35. En cierto sentido, como he adelantado, la conmemoracin del cen-tenario del P. Arrupe coincide, pues, con la conclusin del pos-arrupismohistrico, ese perodo que se inicia con su abandono del generalato y en elque, sobre la vida de la Compaa de Jess, ha seguido gravitado sensible-mente su influencia.

    1.2. Recuperacin historiogrfica

    Adems, el centenario del P. Arrupe coincide con una recuperacin histo-riogrfica de su figura. Al P. Arrupe le correspondi gobernar la Compaa deJess en el perodo ms agitado de la historia eclesistica del s. XX; el de lareforma dispuesta por el Concilio Vaticano II. Desde su eleccin, la figura delP. Arrupe trascendi las fronteras de la Orden y se convirti en uno de losms poderosos iconos de la reforma puesta en marcha, perfilndose rpida-mente con rasgos profticos. Desde muy pronto, su nombre despert reac-ciones opuestas. De l deca su sucesor, el P. Peter-Hans Kolvenbach, enuna carta con motivo del dcimo aniversario de su fallecimiento: Comocualquier otro testigo proftico, el padre Arrupe, fue seal de contradiccin,incomprendido o mal comprendido, en la Compaa y fuera de ella.

    A pesar de que, como veremos ms adelante, la personalidad y desem-peo del P. Arrupe destacan con el brillo propio de una de las figuras caris-mticas ms brillantes de la Iglesia en el s. XX, los sectores msconservadores, tanto dentro de la Compaa de Jess como de fuera, mos-trando escasa visin y discernimiento, atribuyeron al P. Arrupe responsabili-dad directa en la crisis religiosa, de la que numerosos signos se hicieronpatentes en tantos sitios por aquellos aos. Ciertamente, las tensas relacio-nes con la Santa Sede marcan uno de los hilos conductores de su generala-to. Y al final, aunque no menos importante, la ltima etapa de su vida, conel lacerante espectculo de aquel viajero incansable, personaje pblico,comunicador nato, predicador constante... reducido al silencio, a la absolutadependencia, con el rosario en la mano en la penumbra de la enfermera dela curia jesutica de Roma, consolado slo por el incesante goteo de afectuo-sas visitas de gente de todos los rincones que le veneraba. Estos hechosson el teln de fondo de una injusticia historiogrfica.

    La historia del generalato del P. Arrupe ha padecido una especie demarginacin histrica que lo ha acompaado despus de su muerte... seha creado un estereotipo del cual, por muchos aos, quizs demasiados, hasido arduo alejarse. Su caso ha sido largamente tergiversado por medio dela evanescente y a-histrica categora interpretativa del progresismo. Sugeneralato ha sido frecuentemente ledo con los ojos de la crnica y de unasuperficial lectura, fruto de esquemas interpretativos preconcebidos y depreclusiones ideolgicas2. Uno de sus bigrafos saluda este nuevo tiempo

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    2. Cfr. La Bella, G.. La metamorfosis de una percepcin: el P. Arrupe a lo largo de 30aos. En: Manresa 116 (2007) 47.

  • porque hablar y escribir de Arrupe ha sidodurante muchos aos, quizs por sus con-fl ictos con el Vaticano, casi un tematab3.

    La recuperacin historiogrfica de lafigura del P. Arrupe ha recibido en el aocentenario un impulso decisivo con la publi-cacin de una obra colectiva de carctermonumental que rene casi medio cente-nar de estudios especiales sobre diversasfacetas del personaje y de su labor que,sin embargo, resulta un aporte unitario yno una simple coleccin de estudios inco-nexos4. Los autores han tenido amplioacceso a las fuentes documentales y confrecuencia pudieron acudir a sus propiosrecuerdos para enriquecer sus aportes,pero siempre el tratamiento es objetivo,ponderado, impecable. Del conjunto emer-ge una figura de Pedro Arrupe rica en mati-ces, redimensionada y l iberada deconsignas ideolgicas. Las revistas jesuti-cas en distintos pases tambin se han hecho eco de la conmemoracin yhan publicado numerosos artculos que, por ahora, es difcil resear.

    1.3. El centenario en Euskal Herria

    No ha pasado inadvertido que Pedro Arrupe ya ocupa un lugar desta-cado entre los vascos universales; por eso, en su tierra natal, el centena-rio ha adquirido acentos muy especiales. Ya en 1965, apenas elegidoPrepsito General, Bilbao le haba otorgado el ttulo de Hijo predilectode la ciudad.

    Los jesuitas de Euskal Herria han conmemorado el centenario del P. Arru-pe con un programa de actos especial bajo el lema Nos ense a mirar ellado bueno del mundo. El programa ha contemplado un ciclo de conferen-cias, la dedicacin de un monumento al pie de la pasarela que lleva su nom-bre en la ra de Bilbao, dos exposiciones fotogrficas retrospectivas y unespectculo escnico-musical.

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    3. Lamet, P. M. Pedro Arrupe, testigo del s. XX y profeta del XXI. En: Conferencia pronun-ciada en Arrupe Etxea (Bilbao) el 09.10.2007; p. 1.

    4. La Bella, Gianni (ed.). Pedro Arrupe, General de la Compaa de Jess. Nuevas aportacio-nes a su biografa. Bilbao-Santander: Mensajero - Sal Terrae, 2007.

    Pedro Arrupe, joven jesuita en for-macin. Oa (c.a. 1931)

  • El ciclo de conferencias se ha ofrecido en la Universidad de Deusto y enArrupe Etxea, el centro de apostolado social de los jesuitas de Bilbao5. Laprimera conferencia del ciclo, con el ttulo Pedro Arrupe, testigo del siglo XXy profeta del XXI, fue pronunciada el 9 de octubre y estuvo a cargo de PedroMiguel Lamet, jesuita periodista y bigrafo del P. Arrupe.

    La segunda conferencia ofrecida el 30 de octubre en Arrupe Etxea, acargo de Ignacio Iglesias, fue una exploracin de la biografa espiritual del P.Arrupe, rescatando escritos ntimos desconocidos como sus notas de Ejerci-cios Espirituales de 1966, al poco tiempo de haber sido elegido para elcargo de Prepsito General. La conferencia tuvo pot ttulo Pedro Arrupe, unmstico para el s. XXI.

    La tercera conferencia, sin duda la de mayor relieve, fue dictada en elParaninfo de la Universidad de Deusto, por el P. Peter-Hans Kolvenbach, toda-va Prepsito General de los jesuitas, coincidiendo con la fecha del centena-rio. Su ttulo: Pedro Arrupe, profeta de la reforma conciliar. En sta, sultima intervencin pblica como General de los jesuitas, el P. Kolvenbachhizo el balance del legado que recibi de su predecesor en el cargo.

    El 27 de noviembre fue el turno de la cuarta conferencia, encomendadaa Enrique Figaredo, misionero jesuita y Prefecto Apostlico de Battambang(Camboya), con el ttulo Acompaar a refugiados, un legado de Arrupe. Enesta ocasin se pas revista al trabajo del Servicio Jesuita para los Refugia-dos, la ltima creacin apostlica del P. Arrupe.

    La ltima conferencia del ciclo, Momentos conflictivos en el gobiernodel Padre Arrupe, a cargo del P. Manuel Alcal, jesuita, periodista y filsofo,pas revista a tres casos problemticos de diversa naturaleza en el gobiernodel P. Arrupe, con los que el conferencista responde a la acusacin de debili-dad que se ha dirigido contra su generalato. De su exposicin se desprendeque el P. Arrupe ejerci la autoridad con discernimiento en cada caso, ynunca renunci a la firmeza cuando fue necesaria.

    Dos exposiciones fotogrficas retrospectivas han acompaado la conmemo-racin. La primera, con el ttulo La mirada de Arrupe fue acogida en los espa-cios del Museo de Bellas Artes de Bilbao entre el 12 de noviembre y el 16 dediciembre. La serie de fotografas sigue el hilo biogrfico del personaje resaltan-do en muchas de las imgenes precisamente la mirada del P. Arrupe, que inter-pelaba sin intimidad. Por su parte, Arrupe Etxea aloj la exposicin temporalque haca propio el lema del centenario: Pedro Arrupe nos ense a mirar ellado bueno del mundo. Las fotografas de la muestra, la mayora inditas, pro-ceden de distintos archivos jesuticos y recogen momentos ntimos, encuentrosmemorables, actividades y rasgos caractersticos de su gobierno.

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    5. La Universidad de Deusto ha podido ensamblar el Centenario de Arrupe con el sesquicen-tenario del Beato Hno. Francisco Grate, portero de la Universidad durante cuarenta aos, y hapresentado a ambos personajes como dos modelos de vida distintos, aunque complementarios.

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    La ciudad de Bilbao no quiso que la fecha pasara inadvertida y quisoasociarse a la memoria del bilbano universal, expresin que se aplica alP. Arrupe en el monolito que sirve de base al busto erigido delante de la Uni-versidad de Deusto, al pie de la pasarela que hace algunos aos lleva elnombre del antiguo General de los jesuitas. En el acto de inauguracin delmonumento pronunciaron sendos discursos el Alcalde de la ciudad, IakiAzkuna y el rector de la universidad, P. Jaime Ora, S.I.

    Seguramente el momento ms notable de la conmemoracin centenariase vivi en el Palacio Euskalduna precisamente el 14 de noviembre. Losjesuitas de la provincia de Loyola haban encomendado un espectculo degran formato al artista Gontzal Mendibil. El resultado fue una obra multime-dia titulada Arrupe, nire ixiltasuna, en la que Mendibil acert combinandocanto, danza, teatro, msica y audiovisuales Participan la Orquesta SinfnicaLudvig, el Orfen Donostiarra, el coro del conservatorio de la Sociedad Coralde Bilbao, todos bajo la direccin de Juan Jos Ocn. Sobre las tablas el bai-larn Igor Yebra, la Compaa de Danzas Beti Jai Alai, el do Oreka Txalapartay casi un centenar de actores y figurantes. El montaje, a travs de una suce-sin de escenas que recorren la biografa del P. Arrupe por cuatro continen-tes, explora su experiencia del silencio en tres momentos cruciales de suvida: su pronte orfandad, el estallido de la bomba atmica y el accidentecerebro-vascular que marc la etapa final de su vida. El espectculo fuetransmitido das despus por Euskal Telebista. Se han editado dos CDs y unDVD que recogen la puesta en escena y toda la parte musical. Los fondosobtenidos por su distribucin sern destinados a apoyar los programas delServicio Jesuita a los Refugiados.

    2. SEMBLANZA

    2.1. Saliendo de los crculos de pertenencia

    Pedro Arrupe naci en Bilbao, el 14 de noviembre de 1907, en el senode una familia de clase media acomodada y de hondas races catlicas. Erahijo de Marcelino Arrupe, un conocido arquitecto local, cofundador del diarioLa Gaceta del Norte. Fue bautizado, al da siguiente de su nacimiento, enla Iglesia de Santiago, actual catedral de la ciudad. Siendo an nio, en vera-no de 1916 qued hurfano de madre.

    Entre 1914 y 1923 curs estudios en el Colegio de los Escolapios de suciudad natal. Su relacin y conocimiento de los jesuitas se inici en 1918,siendo todava colegial, al ingresar en los Kostkas de Bilbao, la Congrega-cin Mariana que diriga el P. Basterra, a quien Pedro Arrupe record siempreentre las personas que tuvieron mayor influencia en su vida. Dentro de laCongregacin Mariana, el futuro misionero en el extremo Oriente se inicicomo catequista.

    En 1923, al tiempo que se estableca en Espaa la dictadura de Primode Rivera, march a Madrid para iniciar los estudios de medicina en la Facul-

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    tad de San Carlos de la Universidad Central. Como estudiante destac siem-pre por sus calificaciones brillantes. Severo Ochoa, futuro premio Nbel, fuecompaero estricto de Arrupe en sus aos de la facultad de Medicina, recor-daba cmo los puestos de honor siempre los comparti con Arrupe. Durantesus estudios universitarios se asoci a las Conferencias de San Vicente dePal de Madrid, lo que le permiti el contacto directo con personas pobres ynecesitadas en los suburbios de la capital.

    En la primavera de 1926 muri Marcelino Arrupe, su padre. En el veranode aquel ao, parti en peregrinacin familiar, con sus tres hermanas, alsantuario de Ntra. Sra. de Lourdes (Dpto. de los Bajos Pirineos, Francia).Aunque no se haba titulado mdico, su condicin de estudiante de medicinale permiti colaborar en el servicio de verificacin de curaciones del santua-rio mariano. All, fue testigo de tres curaciones extraordinarias que le impac-taron profundamente. En sus memorias recuerda aquella experiencia en laque se condensaban su contacto con el sufrimiento humano de los enfer-mos, la tragedia social de la pobreza, que palpaba de cerca en Madrid, y elencuentro personal con Dios. Ms adelante, en sus memorias, l asociaraesta experiencia con el origen de su vocacin a la vida religiosa:

    Cuando dej Lourdes para volverme a Bilbao y despus a Madrid, me lleva-ba, sin saberlo todava, el germen de mi futura vocacin... Sent a Dios tan cercaen sus milagros que me arrastr violentamente detrs de si.

    Al final del verano de 1926 Pedro Arrupe hizo los Ejercicios Espiritualesdirigido por el P. Laburu, y como fruto de los mismos decidi en firme suingreso a la Compaa de Jess.

    El 15 de enero de 1927 ingres al noviciado de la Compaa de Jess,junto a la santa casa de Loyola. Durante el noviciado Pedro Arrupe recibi enuna oportunidad una visita sorprendente, que puede ayudar a intuir el brilloparticular del antiguo estudiante de medicina. Fue la del Dr. Juan Negrn Lpez,mdico fisilogo que formaba parte de aquel cuerpo de profesores recordadospor el novicio, que no ahorraban diatribas contra la religin en nombre de laciencia... y que diez aos despus llegara a ser Presidente de la II Repblica,en plena Guerra Civil. El profesor, disgustado por el rumbo que su brillante dis-cpulos haba elegido, no escatim el esfuerzo de acercarse hasta Loyola, paraverle e intentar recuperarlo para la medicina. Se cuenta que en el abrazo dedespedida, Negrn reconoca: A pesar de todo, me caes muy simptico.

    Despus de completar los dos aos del noviciado, cumpli el perodo depreparacin humanstica, tambin en Loyola; pero apenas iniciados susestudios de filosofa en Oa (Burgos), en 1932, le sorprendi la expulsin deEspaa de la Compaa de Jess. Junto a sus compaeros fue enviado aMarneffe (Blgica), donde los jesuitas espaoles haban encontrado refugio ydonde culmin sus estudios de filosofa. Se iniciaba entonces un itinerariopor Europa, Amrica y el Extremo Oriente, que lo convertira con el tiempo enun ciudadano del mundo, un hombre universal, habituado a salir y relativizarlos propios crculos de pertenencia.

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    Para cumplir el ciclo de estudios teolgicos fue enviado a Valkenburg(Holanda), regresando a Marneffe para su ordenacin sacerdotal el 30 dejulio de 1936. En septiembre de aquel ao, va a los Estados Unidos paraconcluir los estudios de teologa en el St. Marys College, el Teologado delos Jesuitas en Kansas y especializarse en moral mdica.

    Al ao siguiente pasa a Cleveland, Ohio, donde cumple la Tercera Proba-cin, una especie de segundo noviciado de un ao de duracin al final delos estudios, con el que se completa la formacin espiritual de los jesuitas.Durante este perodo se ocupa de la atencin pastoral de inmigrantes lati-nos y, especialmente, en crceles de mxima seguridad. Por aquel tiempo,sus ofrecimientos al P. General para ser enviado a las misiones del ExtremoOriente son escuchados, y el 6 de junio de 1938 recibe la carta en la que esdestinado a la misin de Japn. Tres meses ms tarde, el 30 de septiembrese embarcaba en Seattle hacia Yokohama.

    2.2. Misionero en Japn

    Con treinta aos de edad, llega a Japn, donde transcurrir un cuarto desiglo dedicado a la misin pastoral. Su primer contacto con el pueblo y lacultura japonesa fue en Hiroshima, donde cumpli su perodo inicial de adap-tacin y aprendizaje bsico de una lengua que, con el tiempo, lleg a cono-cer al punto de atreverse a traducir los escritos de san Ignacio, sanFrancisco Javier y san Juan de la Cruz.

    El matizado pensamiento que ms tarde expondra Arrupe sobre la incultu-racin de la fe vino a la luz a lo largo de un trabajoso debate interno que seprolong por aos. A su llegada a Japn, el P. Arrupe era un jesuita clsicode la poca, todos cortados con el mismo troquel: a pesar de haber atravesa-do Europa y Amrica, haba sido formado al estilo intelectualista intransigentedel jesuitismo restauracionista; su ideal era implantar el Reino de Cristo en latierra y su perspectiva frente a las culturas y religiones no-cristianas de Orienteera apologtica. Sus primeras actividades como misionero estaban pensadasdesde el eurocentrismo. Se cuenta que lleg a organizar una procesin decatlicos portando estandartes por las calles de Yamaguchi. Fue la sensibili-dad, la riqueza humana y la confianza en la Providencia lo que le permiti com-prender que la evangelizacin no poda ser arrastrar el Oriente hacia elOccidente dejando por el camino aquella cultura milenaria, sino precisamenteel contrario: despojarse del eurocentrismo y asimilar la cultura nipona parahacer posible un encuentro novedoso con el evangelio. Por eso asumi comoresponsabilidad misionera una consciente y humilde aculturacin, comodicen los antroplogos, que le llev al aprendizaje de los caminos de interiori-zacin del Zen para el encuentro del yo profundo, de la caligrafa a pincel delos ideogramas japoneses, del arte del tiro con el arco y del ceremonial del t.

    Su inmersin en una cultura tan distinta a la suya de origen fue a fondo:no poda ser menos para un espritu formado en los Ejercicios de san Igna-cio. La encarnacin del Verbo no es una apariencia, sino el modo y lugar pre-

  • cisos de la redencin... Aos ms tarde, al insistir en la necesaria incultura-cin misionera de la fe, expresar el P. Arrupe:

    Los valores culturales no son absolutos. Una cultura que se encierra en smisma se empobrece, se anquilosa, muere. Si la fe queda encerrada en una cul-tura particular sufre esas limitaciones. La fe debe mantener su continuo dilogocon todas las culturas. Fe y cultura se emulan mutuamente; la fe purifica y enri-quece la cultura y la cultura enriquece y purifica la fe... El espritu santo realiza eldeseo, humanamente imposible ( y sin embargo ms profundo del hombre) de launidad radical en la ms radical diversidad6.

    En junio de 1940 es destinado a la parroquia jesutica de Yamaguchi,una de las primeras comunidades cristianas niponas evangelizada cuatrosiglos antes por san Francisco Javier, y donde el santo haba transcurrido lamayor parte de su permanencia en Japn. Ms tarde, el m P. Arrupe desarro-ll su apostolado en Tokio, acompaando los programas de accin socialpatrocinados por la Universidad Sofa.

    Al entrar en Imperio Japons en la II Guerra Mundial tuvo el P. Arrupe queatravesar una experiencia inslita que le marcar profundamente. El 8 dediciembre de 1941, las autoridades militares le consideraron sospechoso deservir a los intereses occidentales y procedieron a arrestarle. Durante treintay tres das permaneci recluido en una minscula celda. En la noche deNavidad de aquel ao, los catlicos de su parroquia, cantaban villancicoscon la esperanza de que Arrupe llegara a orlos y recibiera aliento. Aos des-pus, el P. Arrupe recordar aquel largo mes como un tiempo de intensa con-solacin espiritual. El trato corts y digno de Arrupe con sus carceleros yjueces les impresion al punto de restituirle la libertad.

    En marzo de 1942, todava en tiempo de guerra, fue destinado al cargode Maestro de Novicios de Japn, con la sede del noviciado en Nagatsukaun suburbio sobre una colina de Hiroshima, a unos cinco kilmetros del cen-tro de la ciudad. En aquel momento, la experiencia misionera haba madura-do convicciones decisivas: el P. Arrupe se mostr innovador audaz, pues adiferencia del resto de los noviciados jesuticos, calcados unos de los otros,y todos del costumbrero secular, el noviciado de Hiroshima sera inconfundi-blemente japons: en l encontr espacio la tradicin espiritual japonesaque serva de humus para germinar la experiencia de los Ejercicios de sanIgnacio y de las Constituciones de la Compaa de Jess. El P. Arrupe erainnovador en el seno de la Compaa restauracionista, pero en realidad esta-ba recuperando una veta tradicional de la Orden fundada por san Ignacio,veta que tres siglos antes haba dado frutos copiosos de evangelizacin enChina, India y sur Amrica.

    El 6 de agosto de 1945, la primera bomba atmica arrojada sobre elcentro de la ciudad, devast Hiroshima en pocos segundos y dej la secuela

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    6. Cfr. Catequesis e inculturacin. Intervencin en el Snodo de Obispos. Roma, octubre de1977.

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    de 120.000 muertos y ms de 70.000 heridos. La explosin sorprendi almaestro de novicios delante del reloj de comunidad que qued congelado alas 8,15 am. de aquel da.

    El P. Arrupe decidi convertir el Noviciado de la Compaa de Jess en hos-pital de emergencia, en el que inesperadamente hubo de aplicar sus conoci-mientos de medicina, abandonados veinte aos antes. La explosin atmicadividi la vida de Pedro Arrupe en dos mitades; el impacto que produjo en l elsufrimiento masivo causado tecnolgicamente fue imborrable. Pero lejos deendurecerle, como tantas veces hace el sufrimiento, aqul le enriqueci por-que le hizo ms sensible, ms solidario, ms misericordioso, ms tierno.

    El 24 de marzo de 1954 el P. Arrupe fue nombrado Vice-provincial deJapn. A partir de aquella designacin comienzan sus frecuentes viajes poroccidente, para dar a conocer la obra de la Compaa de Jess en aquelpas y recabar fondos para las obras de la iglesia nipona. Data de entoncesel libro Yo viv la bomba atmica, en el que relataba la pavorosa experienciade Hiroshima, y que funga de carta de presentacin de Arrupe.

    En octubre de 1958 el P. J-B. Janssens, Prepsito General de la Orden, lenombra primer Superior Provincial de la recin erigida Provincia jesutica deJapn. Desde su cargo de Superior Provincial, el P. Arrupe nuevamente semostraba innovador y animaba a los jesuitas extranjeros

    (...) a abandonar con generosidad las maneras occidentales de orar, de viviry de trabajar, para, siguiendo al apstol Pablo, hacerse todo a todos. Este retopretenda que los japoneses pudieran reconocer en el rostro de Cristo y de suIglesia, los rasgos japoneses de su ancestral deseo religioso. Tal fidelidad a estemodo de acercamiento nuevo del apstol Pablo suscitaba en unos el entusiasmoapostlico, pero despertaba en otros una resistencia de principio7.

    Siendo superior provincial, Arrupe despleg una enrgica actividad depropagandista recorriendo innumerables pases como portador de la invita-cin a jesuitas de todo el mundo a ofrecerse voluntariamente a la joven Pro-vincia de Japn, para desarrollar la misin en aquella sociedad que acometasu reconstruccin despus de la derrota militar y moral de la Segunda Gue-rra Mundial. La Provincia de Japn se consolid durante el provincialato delP. Arrupe gracias al ofrecimiento de jesuitas procedentes de ms de treintapases de Occidente.

    2.3. La cristiandad en crisis va al Concilio Vaticano II

    Desde finales del s. XVIII y a consecuencia del desmantelamiento delAntiguo Rgimen por las revoluciones burguesas, entre la Iglesia catlica y lasociedad moderna se haba mantenido un clima de recproca hostilidad y

    7. Cfr. Kolvenbach, Peter-Hans. P . Pedro Arrupe, Profeta de la renovacin conciliar. Bilbao:Universidad de Deusto, 2008; p. 15.

  • prescindencia, que haba alcanzado sus momentos culminantes con la publi-cacin del Slabo de Po IX8 y la cruzada antimodernista del Po X9. Despusde la Primera Guerra Mundial, en el seno de el episcopado y entre los telo-gos europeos se vena generalizando un cierto malestar por la conviccin deque no se responda adecuadamente a los desafos del mundo moderno a lafe. Se multiplicaban los signos de disenso tanto en el seno de los institutosreligiosos como entre telogos e intelectuales. No bastaba con la progresivanormalizacin de las relaciones formales entre la Santa Sede y los Estadosmodernos alcanzada mediante la poltica concordataria desplegada por elCardenal Pacelli, luego Po XII; era necesaria una revisin a fondo de la pre-sencia de la Iglesia en el mundo moderno.

    Respecto a la Compaa de Jess, la pasin por el monolitismo preconci-liar escamoteaba la visibilidad de una realidad patente: ya en el perodoentreguerras: ella misma mostraba signos de crisis y fractura de la homoge-neidad. Por un lado, la apariencia externa trasparentaba una especie dealczar de la ortodoxia, prolongacin del espritu restauracionista decimon-nico, heredero de la inflacin papista desarrollada despus del Concilio Vati-cano I (1870) que comprenda su misin en el mundo como restauracin dela Cristiandad una suerte de teocracia terrena, propugnaba una moral rigo-rista hacia el exterior y la minuciosa observancia regular hacia dentro de laOrden. Pero por el otro lado, se generalizaba la conviccin de que era impe-rioso salir al encuentro del mundo moderno en el terreno de la cultura, delas ciencias, del dilogo interreligioso; que la Compaa de Jess debahacerse presente activamente en lo que desde Len XIII (1891) se llamabala cuestin social; y hacerlo todo de la mano de una teologa renovada.Ambas perspectivas estaban netamente dibujadas antes del Concilio. En losescritos del P. Janssens ya apareca la preocupacin por la reduccin delnmero de vocaciones y el abandono del ministerio por parte de sacerdotesrecin ordenados.

    La intencin de convocar un concilio haba aparecido en los pontificadosde Po XI y de Po XII, pero se intua una conmocin interna de imprevisiblesalcances y nunca pareci llegado el momento oportuno. El Cardenal J.Danielou, en sus memorias recuerda una apreciacin de aquellos tiempos:

    (...) el problema esencial estriba, pues, hoy no ya en los obstculos que laIglesia puede hallar en el exterior, sino en las amenazas que minan por dentro.

    Inesperadamente, el 25 de enero de 1959, a los pocos meses del iniciode su pontificado, Juan XXIII convoc el Concilio Vaticano II, seguramente elacontecimiento ms importante de la vida de la Iglesia catlica en el s. XX.Como veremos, el nombre de Pedro Arrupe quedar indisolublemente vincu-lado al espritu renovador el Concilio.

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    8. Bula Quanta cura, de 8.12.1864.

    9. Decreto Lamentabili, de 3.07.1907

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    No est de ms recordar que el Papa Juan XXIII se vio obligado a espole-ar a la curia vaticana que despus de meses de la convocatoria conciliar nohaba superado el inmovilismo... Ms sorprendente todava es que losesquemas preparados por la curia fueron rechazados uno a uno por losPadres Conciliares. Aquellos documentos eran la prolongacin del anteriorConcilio Vaticano I, de un siglo antes; de tono dogmtico e infalibilista, apo-logtico e intransigente. No respondan a la intuicin del Papa ni a la mentede los obispos; no se daban por enterados de la novedad del mundo moder-no; ni adoptaban la perspectiva pastoral. Para sorpresa e incredulidad delmundo, el primer gesto del Concilio fue una apertura democrtica, msprecisamente, un ejercicio de dilogo y colegialidad. Era presagio de cam-bios sin precedentes.

    Despus de varias dcadas, no es fcil transmitir la conmocin y magni-tud de los cambios introducidos por el Concilio. La reforma interna de la Igle-sia promovida, lejos de quedarse en el plano intelectual tuvo inmediatarepercusin prctica. Ante todo, se proyectaba una mirada benvola hacia elmundo moderno; se asuma la actitud solidaria de cercana a los gozos y lasesperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo(GS 1); se ensanchaba el sentido de iglesia a todos los bautizados, recor-dndoles su responsabilidad testimonial y apostlica; y la Iglesia se presen-taba a s misma como mensajera de salvacin para la humanidad.

    El rgimen de vida de los Institutos religiosos deba acoger aquel espritue interrogarse por su fidelidad a las fuentes carismticas que les animabany por la pertinencia de su accin apostlica en el seno de las sociedadesmodernas. Esto se tradujo en la convocatoria de los captulos los rga-nos legislativos de los institutos religiosos para acometer la renovacin.Antes de concluir el Concilio, la muerte del Prepsito General, el belga P. J.B. Janssens, el 5 de octubre de 1964 urga la convocatoria de la CG de laCompaa de Jess para elegir a su sucesor y acometer la reforma internaexigida por el Concilio.

    Hay un dato importante para estimar el ambiente jesuitico del momento:cuando se convoca una CG los jesuitas pueden enviar postulados, unasuerte de proposiciones o peticiones a ser consideradas. Pues bien, la CG31 recibi ms de dosmil cantidad inslita y la mayora de ellos solicitan-do la adopcin de cambios.

    El 13 de noviembre de 1964 fue convocada, finalmente, la CG 31para iniciar sus sesiones el 7 de mayo del ao siguiente, cuando los con-gregados fueron recibidos en audiencia por el Papa Pablo VI. Pedro Arrupe,en su calidad de Superior Provincial de Japn estaba entre ellos. La CG sedesarroll en dos sesiones, la primera del 7 de mayo al 15 de julio de1965 y la segunda, al ao siguiente, del 8 de septiembre al 17 de noviem-bre de 1966.

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    2.4. Prepsito General de la Compaa

    De la primera sesin de la CG 31, el 22 de mayo de 1965, el P. PedroArrupe sali elegido Prepsito General, vigsimo octavo de los sucesores desan Ignacio, con el encargo de dirigir a la Compaa en el proceso de refor-mas impulsadas por el Concilio. Se trat de una eleccin un tanto descon-certante, pues no se trataba de un hombre curial, avezado en los laberintosromanos; tampoco era propiamente un intelectual, sino un hombre deaccin; provena de la periferia misional, del extremo Oriente, tena experien-cia pastoral y organizativa y gran sensibilidad humana... pero no era posibleubicarlo como figura de continuidad respecto al pasado, ni pareca previsiblesu designacin. Al da siguiente de su eleccin, el P. Arrupe defini el desafodel momento a la Compaa como una reconversin, un cambio profundode mente que permitiera recuperar las fuentes ignacianas del carisma y revi-talizara su presencia en el seno de la sociedad moderna.

    Aquel mismo ao, y ya como Superior General de la Compaa, el P. Arru-pe fue elegido por primera vez como presidente de la Unin de SuperioresGenerales. Posteriormente, fue reelegido cuatro veces ms por los superio-res religiosos para presidir el organismo que les rene. Desde este cargo, elP. Arrupe desarroll una inestimable labor como promotor de la reforma con-ciliar entre los institutos religiosos, que con el paso del tiempo seguramenteser reconocida como una de sus facetas ms fecundas. En esa condicinparticip en la cuarta y ltima sesin conciliar, interviniendo en el Aula conun par de alocuciones, que ya al inicio de su gobierno, se ocuparon de dosejes fundamentales de la misin renovada de la Orden y de la vida religiosaen general: la primera sobre el atesmo y la otra sobre la inculturacin de lafe en la misin de la Iglesia entre los pueblos del mundo.

    El Concilio Ecumnico Vaticano II celebr su solemne clausura el 8 dediciembre de 1965, y al P. Arrupe le falt tiempo para iniciar, a finales deaquel ao, un notable periplo por el Oriente medio y frica, que le llev ams de una docena de pases en los que tom contacto directo con losjesuitas establecidos en culturas diversas y, casi siempre, en realidadessociales conflictivas.

    Desde el inicio de su gobierno, el P. Arrupe sorprendi por su extraordina-ria capacidad comunicativa, tanto personal como meditica, y su intencinpermanente de estar en contacto directo con los jesuitas del mundo enteroen sus mismos puestos de misin. Pronto dej plasmada la imagen del Gene-ral viajero, que con su movilidad y multitud de contactos proyect la imagende una Compaa de Jess repartida por todos los continentes y formada porhombres de docenas de culturas. No debera pasar inadvertido el hecho deque la Compaa de Jess de la segunda mitad del s. XX es, sin duda, una delas instituciones ms heterognea por su presencia en ms de un centenarde pases y por la autntica internacionalidad de sus miembros. Hace dca-das que los jesuitas originarios de Occidente son minora en el conjunto de laOrden. Se podr comprender, adems, que al mantener el firme propsito dedar una respuesta evangelizadora adecuada a los desafos locales, las solu-

  • ciones necesariamente han de ser muy diferentes. Este hecho, sin duda, pro-blematiza el sentido de la unidad en la diversidad y muestra la impertinenciade las pretensiones de homogeneidad, tan caracterstica del pasado.

    Al final del verano de 1966, se completaron los trabajos de la segundasesin de la CG 31, que entregaba a la Compaa de Jess un impresionan-te trabajo legislativo que actualizaba las estructuras y apostolados de laOrden segn la mente del Concilio Vaticano II... y encomendaba al P. Generalla tarea de liderizar su implantacin.

    2.5. La tercera Compaa

    No es exagerada la impresin, alguna vez manifestada, de que las CCGG31 y 32, que definen el generalato del P. Arrupe, constituyen una segundarefundacin de la Compaa de Jess. En el P. Arrupe se reconoce universal-mente un profeta carismtico de la renovacin posconciliar; sin lugar adudas, se es uno de los ejes de su vida y obra, pero no debe olvidarse quesu accin reformadora de la Orden no fue una originalidad personal, sino unaencomienda, un encargo de la CG 31, que le eligi, y de la CG 32, que diezaos ms tarde confirm la direccin conferida a los cambios en la Compa-a. A esta encomienda se ajust el P. Arrupe con admirable obediencia.

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    Pedro Arrupe, recin elegido Prepsito General de la Compaa de Jess (1965)

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    Efectivamente, san Ignacio y sus primeros compaeros fundaron laOrden, segn un diseo original y sorprendente en el contexto de la vida reli-giosa, en 1540. Al ser creada, la Compaa de Jess constituy una nove-dad absoluta respecto a los estilos de vida religiosa del medioevo, alabandonar el modelo monstico y el conventual; poner el centro de la vidade los jesuitas en el trabajo apostlico y no en la comunidad religiosa; dis-pensarles de las tradicionales obligaciones del hbito y de las oraciones encomn; y abrirse con gran flexibilidad a innumerables actividades en mediodel mundo. Semejante innovacin no fue comprendida ni aceptada fcilmen-te, y desde el inicio cont con adversarios. Pero la eficacia apostlica de losjesuitas, su rpido crecimiento y difusin y su servicio a la reforma de la Igle-sia dispuesta por el Concilio de Trento (1545-1563) terminaron legitimandoel nuevo estilo de vida religiosa.

    De todos es conocido que el 21 de julio de 1773 el Papa Clemente XIVpresionado polticamente por las monarquas portuguesa, espaola y france-sa, disolvi la Compaa de Jess, por el breve Dominus ac Redemptor. Ladisolucin se materializ con el despojo, la expulsin y dispersin de losjesuitas de Amrica y de media Europa. En 1814, medio siglo despus, y enel clima de la restauracin poltico-cultural europea, la Compaa de Jessfue restaurada he aqu su primera refundacin, con la encomienda dehacer frente a la modernidad amenazante. Sus signos de identidad serianentonces el inmovilismo, el integrismo y la intransigencia: era el precio apagar por la rehabilitacin. La Compaa restaurada, ya no exhiba la origina-lidad, creatividad, prontitud de respuesta y espritu fronterizo de la que habasido extinguida en el s. XVIII; antes bien, portaba la impronta de un ejrcitohomogneo, monoltico, repartido por el mundo entero para la defensa de laortodoxia romana. Como he apuntado antes, esa Compaa, grvida demalestar interno por la insostenibilidad del modelo restauracionista, es laque deba recibir el Concilio Vaticano II.

    La CG 31, bajo el impulso del Concilio Vaticano II, acometi la reformainterna de la Orden para hacerla capaz de dar una respuesta pertinente almundo contemporneo. El Concilio haba insistido en la necesidad de volvera las fuentes, es decir, recuperar el vigor carismtico de los orgenes de laIglesia, dejando de lado las adherencias del pasado que entorpecan la ade-cuada respuesta al mundo. Las reformas introducidas por la CG 31 fueronnumerosas, pero las ms significativas se dirigieron a:

    1. Cambios en el modelo de formacin tradicional de los jvenes jesui-tas. La pretendida homogeneidad y monolitismo jesuticos tradiciona-les eran obra de un idntico paquete formativo en cualquier rincndel mundo, cumplido en grandes instituciones conventuales alejadasde la vida ordinaria urbana. Se abri un perodo de experimentacinabierto a los estudios universitarios civiles y a la teologa renovada,viviendo en comunidades de menor tamao en el medio urbano y,muchas de ellas, intencionalmente establecidas en barriadas pobres.Con estos cambios se pretenda estar a la altura de la cultura con-tempornea y asegurar un contacto vital con la realidad social.

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    2. La renovacin de la vida espiritual y religiosa de los jesuitas. Se optapor un estilo de vida ms sencillo, aligerado de usos conventualesque ms que ayudar al apostolado lo entorpecan, se abren espaciosa la autonoma espiritual del sujeto y al discernimiento compartidocon el superior como instrumento para la obediencia religiosa, etc.

    3. La renovacin de los ministerios apostlicos. Los incuestionadosapostolados tradicionales deban ser discernidos. Probablemente losjesuitas no estaban donde ms gloria se daba a Dios, porque losdesafos y exigencias del mundo son cambiantes. El mandato dePablo VI de hacer frente al atesmo se tradujo en la asignacin deprioridad a las obras de estudio, reflexin y discusin acerca delimpacto de la secularizacin y el atesmo modernos.

    4. Cambios en la estructura y organizacin de la Orden. Ya se hablade la particular vinculacin de laicos en las obras de la Compaa.Se autoriz al Prepsito General a dimitir por motivos de salud, pre-via consulta y conformidad de sus colaboradores y provinciales. Secambia la composicin de las Congregaciones Provinciales, antesformadas por los cuarenta profesos ms antiguos, de modo quesus miembros sean elegidos democrticamente. Este cambio libe-raba a la Compaa de una estructura gerontocrtica comprensiblehace siglos pero injustificable actualmente; sin embargo, este cam-bio result muy irritante para algunos jesuitas conservadores. Final-mente, con el propsito de superar discriminaciones que muchasveces llegaron a ser dolorosas, se cre una comisin para el estu-dio de los grados o categoras internas de los jesuitas (profesos,coadjutores espirituales y coadjutores temporales). Numerosos pos-tulados pedan su abolicin o la extensin a todos del cuarto votopropio de los profesos jesuitas. Este tema en particular provocuna advertencia de Pablo VI a la CG 31 y seguira siendo problem-tico hasta la CG 32.

    El conjunto de estos cambios remodelaba la apariencia de la Compaade Jess al punto de hacer hablar de una nueva refundacin. De todosmodos, reformas de profundidad y alcance como las indicadas, no se impro-visan, ni surgen de una decisin administrativa del alto gobierno, sino quese comprenden como respuesta a clamores previos y como resultadomaduro de mltiples aportes. El mismo Vaticano II no sera explicable sin elsilencioso aporte de dcadas de investigacin teolgica renovada quehaba preparado el terreno. En este preciso sentido, las reformas de laCompaa eran previas y anteriores al gobierno de Arrupe; quien ms bienfue su instrumento de aplicacin. Ahora bien, nadie ms convencido que elP. Arrupe que muchas veces se sinti obligado a justificar los cambios conimpactantes frases:

    No tengo miedo al nuevo mundo que surge. Temo ms bien que los jesuitastengan poco o nada que ofrecer a ese mundo, poco o nada que decir o hacer,que pueda justificar nuestra existencia como jesuitas. Me espanta que poda-

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    mos dar respuestas de ayer a los problemas de maana. No pretendemosdefender nuestras equivocaciones, pero tampoco queremos cometer la mayorde todas: la de esperar con los brazos cruzados y no hacer nada por miedo aequivocarnos.

    Siempre, espontneamente, se ha asociado los jesuitas a los EjerciciosEspirituales. Sin embargo, el P. Arrupe promovi un verdadero redescubri-miento de los Ejercicios y de la espiritualidad de san Ignacio que, por extra-o que parezca, haban ido perdiendo su fisonoma propia en el perodorestauracionista.

    El P. Arrupe tuvo la clara intuicin de que la vuelta a las fuentes quedeba animar la reforma era precisamente el redescubrimiento y actualiza-cin del carisma fundacional de Ignacio de Loyola... y con l, la recuperacinde la originalidad, creatividad, prontitud de respuesta y espritu fronterizo delos primeros jesuitas. De esta intuicin son evidencia no slo los principalesdocumentos del generalato de Arrupe, sino tambin la sorprendente eclosinde los estudios ignacianos durante su gobierno. Fue iniciativa suya la crea-cin del Centro Ignaciano de Espiritualidad (CIS) en Roma, del que se hicie-ron eco fundaciones semejantes en distintas provincias. En nuestros das,en medio del mundo secularizado, el apostolado de los Ejercicios Espiritua-les cuenta con buena salud y est ampliamente acreditado.

    A finales del verano de 1974, el P. Arrupe pronunci en Loyola una confe-rencia importante sobre el carisma apostlico de san Ignacio y su cristaliza-cin en los Ejercicios Espirituales y en las Constituciones de la Compaa,que representa su sntesis ms lograda sobre la inspiracin carismtica ori-ginal de la Orden.

    2.6. La crisis de la Compaa en Espaa

    Un grupo de jesuitas reducido en nmero pero notablemente activo einfluyente en los rganos de la Santa Sede, que rechazaba las reformas delConcilio, comenz a manifestar su oposicin tambin a las reformas inter-nas de la Compaa de Jess. La imprudencia y, a veces, superficialidad deotros, tambin minoritarios, que mostraban pblicamente su rechazo a todatradicin y manifestaban pblicamente crticas a la doctrina oficial, escanda-lizaba a los conservadores que reaccionaban con denuncias amargas quepronto llegaron al Papa, antes y durante la CG 31.

    Despus de su eleccin, en una entrevista personal el 17 de julio de1965. el Papa Pablo VI comunica al P. Arrupe, acompaado por sus Asisten-tes, el contenido de las quejas recibidas: la renovacin interna se hace acostas de la vida interior y el orden externo de la vida religiosa; estn dejan-do de ser los de antes; no se ve continuidad entre el carisma histrico ylos apostolados modernos; se ha debilitado la fidelidad y la obediencia a laSanta Sede, especialmente entre los jvenes; los jesuitas deben obedecerincluso cuando no comprendan los motivos de lo que se les manda.

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    Al ao siguiente, el 16 de noviembre de1966, dirigindose a los miembros de laCG 31 la vspera de su clausura, el Papase lamentaba por rumores y voces refe-rentes a vuestra Compaa que han llega-do a sus odos y no podemos ocultarnuestro estupor y nuestro dolor por algu-nas de ellas. Preocupaba al Papa el vigorque dentro de la CG 31 haban mostradolas tesis ms aperturistas y tema por unmenoscabo futuro de la vida religiosa yobediencia de la Orden. Sin embargo, alfinal del discurso, el Papa responde a esosrumores y voces: S, a vosotros se osmantiene nuestra confianza!.

    En los aos siguientes el flujo dedenuncias no cesa y la Santa Sede pide ala Curia jesutica informes particularizadossobre la Compaa en Espaa. Tambin lospide a los obispos espaoles. Al P. Arrupese le reprocha que su gobierno es dbil yno aplica correctivos.

    El 9 de enero de 1969 un grupo de 18 jesuitas espaoles redactan undocumento muy crtico sobre el estado de la Compaa de Jess, dirigido anuestros superiores. Se denuncia la debilidad del gobierno de Arrupe, lalibertad de opiniones que se traduce en desobediencia e insubordinacindoctrinal de los jesuitas y prdida del espritu religioso por la secularizacinde las costumbres. Al final se solicita la autorizacin de vivir en rgimenaparte, restaurando el estilo de vida anterior a la CG 31.

    El documento llega con facilidad al Papa que, sin embargo, no respon-de, sin consulta al menos al Cardenal Tarancn, quien recomienda desesti-mar la solicitud, pues las denuncias seran replicables en muchascongregaciones y dicesis.

    Por su parte, y procediendo por iniciativa propia, sin mandato de la Nun-ciatura en Madrid ni de la Santa Sede, el Cardenal Morcillo remite el docu-mento citado a los obispos espaoles pidindoles que se pronuncien bajosecreto. Esta iniciativa llega a conocimiento de los siete superiores provincia-les jesuitas de Espaa y provoca una reaccin inesperada: en sendas cartasal Papa y al P. Arrupe, renuncian a sus cargos por entender que el Presidentede los obispos ha vulnerado injustificadamente la confianza mnima para ejer-cer como superiores. Se desata, pues, una crisis sin precedentes.

    La Santa Sede reacciono expresando al gobierno de la Orden la inten-cin de designar una comisin que estudie la situacin. Por su parte, el P.Arrupe manifiesta su opinin contraria a una institucin que vendra a parali-

    Pedro Arrupe, conferencia en la Uni-versidad de Santa Clara (California,EE.UU. mayo 1966)

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    zar a la Compaa en Espaa por un largo perodo y a complicar el gobiernode toda la Orden. En entrevista personal con el Papa, a partir de la cual, elSecretario de Estado, Cardenal Villot remite correspondencia al P. General yal presidente de los Provinciales de Espaa, uirgiendo la intervencin delPrepsito General. Al efecto, y como primer paso, el P. Arrupe escribe unacarta a todos los jesuitas de Espaa insistiendo en que el Papa apoya larenovacin interna de la orden. A continuacin, enfrenta directamente la cri-sis viajando personalmente a Espaa.

    En mayo de 1970 realiza su primera visita a Espaa como General de laCompaa. Aunque el viaje fue una afirmacin de su carisma personal, la cri-sis no fue neutralizada, y las denuncias ante el Vaticano solicitando un rgi-men excepcional para la vera Compaa no cesaron. Con el tiempoaparecieron ncleos disidentes en Argentina, Estados Unidos, Francia e Ita-lia, especialmente, en Roma, a la sombra del Vaticano. Ahora bien, al noobtener tampoco satisfaccin de sus solicitudes, a partir de 1974 el reductoconservador pas a la clandestinidad, autodenominndose jesuitas en fide-lidad y dirigiendo cada vez ms ataques personales al P. Arrupe, requiriendosu dimisin y adversando la reunin del la CG 32. Ciertamente, no se puededecir que la confianza en la Compaa y en el P. Arrupe hubiera sido recupe-rada por la Santa Sede. Las comunicaciones con el General reiteradamentese hacan eco de las sospechas y el P. Arrupe no acertaba a producir gestosque las disiparan definitivamente.

    2.7. El camino hacia la CG 32

    En los primeros meses de 1967 el P. General cumpli un viaje a la Indiay Sri Lanka, regiones asiticas en las que la Compaa de Jess mostrabamayor vitalidad y representaba cada da ms un sector cuantitativamentems importante en el conjunto de la Orden. En 1968 el P. Arrupe viaj tresveces a Amrica Latina. En mayo, acudi al encuentro mundial de antiguosalumnos de la Compaa, celebrado en Ro de Janeiro (Brasil). En agostoasisti al Congreso Eucarstico de Bogot, cuya apertura fue presidida porS.S. Pablo VI, y a continuacin particip en la Segunda Conferencia Generaldel Consejo Episcopal Latinoamericano, reunida en Medelln, donde el epis-copado del Continente actualiz el mensaje y la reforma conciliar para susIglesias, poniendo en el centro de sus inquietudes la contradiccin entraa-da en el nico continente mayoritariamente catlico donde la pobreza y lainjusticia se imponen como condicin apabullante.

    Desde sus primeros viajes a Amrica Latina el P. Arrupe, que ya en suprimer ao como General haba escrito una carta sobre el apostolado socialen Amrica Latina, capt que el problema central de la condicin cristiana enel continente era la pobreza y la injusticia y as lo expres en sus interven-ciones y en estmulo ofrecido a los jesuitas.

    La centralidad de la justicia para la fe cristiana no fue hallazgo ni inven-cin de los jesuitas ni del P. Arrupe. Aparte del Episcopado latinoamericano,

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    y de la Populorum progressio (1968) de Pablo VI, los encuentros del Snodode los Obispos de 1971 y 1974 se ocuparon explcitamente de la promocinde la justicia. En la primera dcada del posconcilio, uno de los temas fuer-tes del magisterio y de la reflexin teolgica era precisamente el de la vincu-lacin de la evangelizacin y la promocin de la justicia. Sera ms precisodecir que fue el sensus ecclesiae de la Compaa de Jess lo que asigncentralidad al tema de la justicia en la CG 32.

    El 2 de diciembre de 1973 se convoca la 32 CG que se celebrara alao siguiente. En un momento en que en los ms diversos frentes se hacamanifiesta la crisis producida en el seno del la Iglesia catlica, la CG 32reafirm y profundiz el espritu renovador del Vaticano II.

    Poco tiempo antes del inicio de la CG el P. Arrupe inform al Papa lainsistencia de numerosas provincias en revisar el tema de los grados, pro-bablemente extendiendo a todos los jesuitas el voto particular de obedienciaal Papa respecto a misiones. En respuesta a esta notificacin, el Papa recor-d al General su voluntad de que el argumento no se planteara. Ms adelan-te, el 3 de diciembre, en carta dirigida al P. General al inicio de la CG, elCardenal Villot redordar que el Papa estima inconveniente la discusin deltema de los grados.

    En su discurso a la CG Pablo VI, con acento preocupado, pregunta alos congregados: De dnde vens?, quines sois...?, adnde vais?. Alresponder a estas preguntas el Papa recuerda las notas de la vocacinjesutica: sois religiosos, apstoles, sacerdotes, unidos al Papa con unvoto especial.... De este modo, quedaba delimitado el discurso de la CG32... Los trabajos se iniciaron y, atendiendo a los sondeos previos, apare-ci el tema de los grados vetado en la carta del Cardenal Villot, lo queincomod una vez ms al Papa. El P. Arrupe debi pensar que no era preci-so vetar la discusin, sino ms bien cualquier decisin de cambiara elestatuto vigente.

    Los decretos de la CG 32 imprimieron un carcter inconfundible almundo jesutico. Si el Papa con su mandato en la anterior CG haba a losjesuitas a la defensa de la fe frente al atesmo en las encrucijadas delmundo moderno, ahora el desafo de construir la justicia en nombre de la fequedaba definitivamente vinculado a la evangelizacin. El mismo P. Arrupelleg a decir que esta CG fue el momento ms importante de su generalato.Entre sus aspectos ms innovadores estn:

    1. El ms decisivo fue la definicin de la identidad del jesuita y la refor-mulacin de la misin de la Compaa en trminos de defensa de lafe y promocin de la justicia que la misma fe exige. Con semejantedefinicin se indicaba no slo la preferencia por los apostolados conincidencia en la lucha contra la injusticia y el servicio a las mayoraspobres, sino una dimensin transversal de todos los apostolados dela Orden. Este tema haba aparecido con gran fuerza durante los tra-bajos y sondeos de las comisiones preparatorias.

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    2. La adopcin de la inculturacin como vehculo de la evangelizacin delas culturas evitando cuidadosamente el colonialismo cultural. Comohe apuntado antes, la inculturacin no se asume por criterios estrat-gicos o metodolgicos, sino por su fundamento en la Encarnacin delVerbo que se despoj de su dignidad divina para hacerse un servi-dor (Fil 2, 5-11).

    3. Se enunci como criterio para valorar la vida religiosa del jesuita, par-ticularmente durante su formacin, el de la integracin de la vidaespirutal, que se traduce en experiencia personal de Dios y vida deoracin entendida como intimidad permanente con Cristo, y otrosaspectos que han de interpenetrarse y no oponerse (el dinamismoapostlico, la vida comunitaria, etc.).

    4. La recuperacin del discernimiento espiritual como mtodo para bus-car permanentemente la voluntad de Dios sobre la vida de la Compa-a y para el gobierno de la misma.

    Una apuesta tan decidida por la justicia llevaba a muchos jesuitas, parti-cularmente en Amrica Latina, al encuentro con analistas y activistas de ins-piracin marxista. Pronto se hizo precisa una reflexin que discerniera el trigoy la cizaa de aquel enfoque. El 8 de diciembre de 1980, el P. Arrupe dirigi alos provinciales de Amrica Latina una carta sobre El anlisis marxista.

    2.8. Las tensiones crecientes con la Santa Sede

    Una de las peculiaridades del gobierno tradicional de la Compaa deJess haba sido el carcter vitalicio del cargo de General. Ahora bien, la lon-gevidad alcanzada gracias a los adelantos mdicos en el s. XX determinque los Generales Ledchowski y Janssens, antecesores de Arrupe, tuvieranque ejercer el cargo con vitalidad mermada y ayudados por sus respectivosVicarios. Previendo situaciones semejantes, la CG 31, como he comentado,autoriz al Prepsito a dimitir. En 1978, acogindose a lo determinado por laCongregacin que le haba elegido, el P. Arrupe inici las consultas pertinen-tes acerca de la posibilidad de dimitir al cargo de General. Los consultadosno vean la conveniencia de tal dimisin.

    El 21 de septiembre de 1979, Juan Pablo II aprovech la audiencia con-cedida al P. Arrupe acompaado por los catorce presidentes de las Conferen-cias de Provinciales convocados para discusin de asuntos de gobiernointerno de la Orden, para expresarles en tono contundente sus preocupacio-nes y las de sus antecesores por la desorientacin que sembraba en los fie-les los efectos de la crisis de la vida religiosa en la Compaa y lapreocupacin que produca en el episcopado y en el Papa. Les peda reme-diar con firmeza aquellos fallos. Esta alocucin era una seal de alarma. ElP. Arrupe, en posterior carta a la Compaa reconoca que la Orden no habarespondido oportunamente a los avisos recibidos desde el papado; y reque-ra de todos un examen de conciencia al respecto.

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    En una audiencia privada con el Papa, el 3 de enero de 1980, el P. Gene-ral lleg a percibir que la confianza del Pontfice hacia el gobierno de la Com-paa estaba resentida. Probablemente, esa percepcin estaba en eltrasfondo de las nuevas consultas acerca de la conveniencia de su dimisinque el P. Arrupe reinici al mes siguiente, invocando su edad, la prolongacinde su generalato y su desgaste personal en el cargo. Una vez ms sus cola-boradores desestimaron los motivos de la consulta. Pero un mes despus,en marzo, Arrupe pidi nuevamente a sus Asistentes que discernieran elasunto y sus motivaciones, una vez ms presentadas. En esta ocasin, suscuatro Asistentes principales reconocieron la conveniencia de su dimisin.

    El siguiente paso obligado fue someter a consulta secreta a los Provin-ciales de la Orden la intencin de dimitir. Una abrumadora mayora de ellos,conocidas las motivaciones, reconocan la conveniencia de la dimisin delcargo. El siguiente paso del proceso sera convocar una nueva CG, peroantes de hacerlo, por iniciativa personal, solicit audiencia al Papa... perola respuesta se retras semanas y la audiencia se produjo finalmente el 8de abril. Expuesta su intencin y motivos para la dimisin, la reaccin delPapa fue extraamente negativa. Le pidi que interrumpiera el proceso ini-ciado y esperase su respuesta. Tres semanas despus, una carta autgrafadel Papa le ordenaba suspender el proceso iniciado y remita al futuro impre-ciso sus instrucciones. Aunque las apariencias externas eran de normalidadentre la Santa Sede y la Compaa, ms en el fondo estaban resentidas: elGeneral no era capaz de despertar la confianza cordial del Papa, y estehecho gravitara sobre el P. Arrupe hasta el final de su generalato.

    El 8 de febrero de 1980, el P. Arrupe pronunci en el Centro Ignaciano deEspiritualidad de Roma, una brillante conferencia sobre La inspiracin trini-taria del carisma ignaciano. Ese mismo ao, profundamente impresionadopor la tragedia de cientos de miles de prfugos desplazados de sus territo-rios, muchos de ellos a la deriva, sin patria, en embarcaciones precarias, aconsecuencia de los prolongados conflictos en varios pases del TercerMundo, crea el Servicio jesuita para los refugiados, una particular presen-cia apostlica de la Orden que cont con su atencin preferencial. Esta ini-ciativa, que el General creara un nuevo espacio y prioridad apostlica para laOrden, era un hecho sin precedentes. Recordemos que en ese momento, elP. Arrupe era ya ms que septuagenario, el Papa haba diferido sus deseosde dimitir y portaba en el alma la herida de la desconfianza papal... y sinembargo su sensibilidad humana frente al sufrimiento estaba intacta y con-vocaba a los jesuitas a un nuevo desafo: acompaar y asistir a los boatpeople. Como dira la vspera del la trombosis que le alej del gobierno dela orden, ese era su canto de cisne para la Compaa.

    2.9. El inesperado desenlace

    El 7 de agosto de 1981, al regreso de un viaje que le haba llevado aAsia, en el aeropuerto de Fiumicino (Roma), sufre un accidente cerebro-vascu-lar que le impidi definitivamente el gobierno de la Compaa de Jess. En la

  • vspera, dirigindose a los jesuitas que trabajaban entre los refugiados, habapronunciado lo que l mismo llam su canto de cisne para la Compaa:

    Por favor, sed valientes! Os dir una cosa. No la olvidis. Orad, oradmucho! Estos problemas no se resuelven con esfuerzo humano. Estoy dicindo-os cosas que quiero recalcar, un mensaje, quiz mi canto de cisne para la Com-paa! Si estamos en el frente de un nuevo apostolado para la Compaa,tenemos que ser iluminados por el Espritu Santo10.

    A partir de aquel momento, el P. Arrupe, a pesar de conservar la lucidezmental, se vio privado de la movilidad fsica y de la capacidad de comunica-cin. En un caso semejante, la legislacin interna de la Compaa de Jessprev la puesta en marcha del proceso de eleccin de un nuevo PrepsitoGeneral. El 10 de agosto, en su habitacin de hospital y con severa dificul-tad para expresarse, delante de sus Asistentes principales, el P. Arrupedesign para el cargo de Vicario temporal al P. V. OKeefe. El 29 de agosto,el Cardenal Casaroli, Secretario de Estado, dispens una visita al P. Arrupepara entregarle una carta personal del Papa, tambin convaleciente des-pus del atentado del 13 de mayo de aquel ao. Al final de la visita, el Car-denal Secretario de Estado comunic al Vicario OKeefe que la convocatoriade una CG para elegir sustituto para el P. Arrupe no era conveniente y lerequiri mantenerle informado detalladamente de la situacin.

    El 6 de octubre de 1981, el Cardenal Casaroli portador de una cartapersonal del Papa, se present en la Curia Generalicia de los jesuitas, pidiver al P. Pedro Arrupe, y despus de los saludos de rigor, ley la carta papalen la que finalmente se exponan los planes del Pontfice para la Compaade Jess. El Papa Juan Pablo II nombraba al P. Paolo Dezza como su Dele-gado personal con plenos poderes para el gobierno de la Compaa, y al P.Giuseppe Pitau como Coadjutor del mismo, para poner en marcha un proce-so de adecuada preparacin previa a la convocatoria del la CG. De esemodo se interrumpi el proceso ordinario de eleccin, dejando de lado alVicario temporal P. V. OKeefe y abriendo un parntesis de rgimen extraor-dinario durante el cual, la Orden quedaba sometida a la estrecha observa-cin vaticana.

    La intervencin del Papa Juan Pablo II marcaba el momento lgido delas tensas relaciones entre el papado y la Compaa de Jess, que seprolongaban desde el pontificado de Pablo VI, quien haba dado las prime-ras seales de inquietud en sus mensajes a la CG 31. El nombramientodel Delegado personal de Juan Pablo II, si bien se trataba de un experi-mentado jesuita, conocedor de los laberintos romanos desde tiempos dePo XII y confesor personal de Pablo VI, no poda ser comprendido msque como manifestacin de desconfianza frente al gobierno ordinario dela Orden. Los jesuitas del mundo entero padecieron aquella inslita inter-vencin con sorpresa, dolor y pesadumbre, aunque para sorpresa de no

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    10. Cfr. Promotio Justitiae 1981; pp. 212-216.

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    pocos nadie pudo resear en ningn sitio reaccin que no fuera de sumi-sin al Pontfice.

    El Delegado personal del pontfice, provisto de facto de mayor jurisdic-cin que el Prepsito General, promovi entonces un proceso de exameninterno de la Orden para evaluar su situacin y disposiciones adecuadas convistas a regresar al rgimen ordinario de gobierno.

    El 31 de diciembre de 1981, el Papa celebr el tradicional Te Deum en laiglesia del Ges, la primera confiada a la Compaa en Roma. Despus de lacelebracin se acerc a visitar al P. Arrupe en la enfermera de la Curia Gene-ralicia. Permaneci algunos minutos solo con el General y luego comparticon los jesuitas de la casa expresndoles que estaba muy edificado por elP. General y por toda la Compaa. Esta visita y los comentarios papales fue-ron interpretados como un cambio positivo en el clima de las relacionesentre la Santa Sede y la Compaa.

    El parntesis extraordinario durante el cual la Orden estuvo bajo estre-cha observacin, contra numerosos pronsticos, se prolong escasamentedos aos. El P. Dezza y su Coadjutor, el P. Pittau, pudieron informar al Pontfi-ce que la Compaa estaba en condiciones de cerrar el parntesis abierto, yen consecuencia, la conveniencia de convocar la CG. Esa convocatoria fuehecha efectiva el 8 de diciembre de 1982 y su inicio marcado para inicios deseptiembre del ao siguiente.

    2.10. El progresivo retorno a la normalidad

    La CG 33 dio comienzo el 1 de septiembre de 1983 y el da 3 fue ledala conmovedora carta de dimisin del P. Arrupe:

    Yo me siento ms que nunca en las manos de Dios. Es lo que he deseadotoda mi vida, desde joven. Y eso es tambin lo nico que sigo queriendo ahora.Pero con una diferencia: hoy toda la iniciativa la tiene el Seor. Les aseguro quesaberme y sentirme totalmente en sus manos es una profunda experiencia.

    Diez das despus, el 13 de septiembre fue elegido el P. Peter-Hans Kol-venbach, en el primer escrutinio, vigsimo noveno Prepsito General de laCompaa de Jess. De ese modo conclua el parntesis de rgimen extraor-dinario abierto con la intervencin papal.

    Entonces, y a lo largo de una dcada, rodeado del respeto y del afectode los jesuitas de Roma, el P. Pedro Arrupe constituy para los jesuitas elicono de la santidad destilada en el dolor, la vulnerabilidad, el silencio y eldespojamiento. Como haba dicho en su carta de dimisin:

    Yo me siento ms que nunca en las manos de Dios. Es lo que he deseadotoda mi vida, desde joven. Y eso es tambin lo nico que sigo queriendo ahora.Pero con una diferencia: hoy toda la iniciativa la tiene el Seor. Les aseguro quesaberme y sentirme totalmente en sus manos es una profunda experiencia.

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    Su cuerpo se deterior lentamente y sus facultades se fueron apagando.En la tarde del 5 de febrero de 1991 falleci, el da de la memoria de losmrtires de Nagasaki a los que l mismo erigi un monumento y santuarioen dicha ciudad.

    3. A MODO DE CONCLUSIN

    Quisiera, para concluir esta memoria del P. Pedro Arrupe, sintetizar loque me parecen los trazos ms gruesos de su fisonoma espiritual, que a mijuicio constituyen su legado para quien desee asumirlo.

    1. El rasgo que ms me impacta de P. Arrupe es lo que yo llamara suoptimismo antropolgico. Su capacidad de comunicar esperanza, ilusin yoptimismo a pesar de lo tormentosas que pudieran ser las situaciones quevivimos, es inimitable. Por dramtico que fuera el momento, nada podaarrebatarle la placidez y serenidad con la que vislumbraba el futuro. No creoque sea simplemente un rasgo temperamental, sino que tiene races muchoms profundas. Crea firmemente en que el hombre, cada persona, cadapueblo, cada cultura, son depositarios de semillas de salvacin. Los jesui-tas de Euskal Herria han escogido bien el lema del Centenario: Nos ense- a mirar el lado bueno del mundo. Al echar la mirada al convulso mundoque le toc vivir, mientras que muchos en la Iglesia no podan liberarse dela angustia por la prdida de espacios, Arrupe era capaz de intuir oportuni-dades y promesas.

    Este optimismo frente a las personas era interpretado por algunos comoingenuidad, pero l conoca perfectamente los mimbres con que teja; nonecesitaba cerrar un ojo a la dura realidad, sino que abra ambos ojos paraalcanzar una profundidad que a otros se nos escapaba. No sobrevaloraba anadie, a todos apreciaba benvolamente y estaba seguro de la accin deDios en cada situacin, en cada persona.

    2. Una espiritualidad cristocntrica totalmente arraigada en los Ejerci-cios Espirituales de san Ignacio. La fuente y fundamento de la actividad delP. Arrupe era la persona de Jesucristo tal y como se le ofreca en la escuelade los Ejercicios Espirituales. Jesucristo en el centro ordenador de los afec-tos y las energas vitales y la vida personal entendida como seguimiento alVerbo encarnado y participacin en su misin. La vitalidad de la imagen delP. Arrupe procede, en buena medida, de su interpretacin actualizada de loselementos del carisma ignaciano.

    En sus primeros Ejercicios Espirituales como General escribi en susnotas:

    Hay que llegar al convencimiento terico y prctico de ello. Jess es mi ver-dadero, perfecto, perpetuo amigo A l me debo entregar y de l debo recibir suamistad, su apoyo, su direccin. Pero tambin su intimidad, el descanso, la con-versacin, la consulta, el desahogo...; el lugar es ante el Sagrario: Jesucristo

  • nunca me puede dejar. Yo siempre con l. Seor; que yo no te deje Et numquamme a Te separare permittas.

    lo que seguramente resume su cristocentrismo y lo muestra como un hom-bre enteramente de Dios. En la homila de sus exequias el P. P-H. Kolven-bach resuma la vida del P. Arrupe en lo que l llam sus tres amores:amor a Jesucristo, amor a la Iglesia, su esposa, y amor a la Compaa deJess.

    Este cristocentrismo arraigado en los Ejercicios fue siempre la clave pro-puesta a los jesuitas para comprender y exponer su identidad especfica den-tro de la Iglesia. De este modo, la reforma de la Compaa poda presentarsesiempre como repristinizacin, como recuperacin de las fuentes del propiocarisma y de la intencionalidad del fundador. En esa lnea fue la explicacinque daba, por ejemplo, a la creacin del Servicio Jesuita a los Refugiados:

    Yo me pregunto cul sera hoy la actitud de Ignacio ante los desastres denuestra poca: los fugitivos del mar, las multitudes hambrientas en el cinturndel Sahara, los refugiados y emigrados forzosos... Sera equivocado pensar quel en nuestro tiempo hubiera hecho ms, hubiera hecho las cosas de otra mane-ra que nosotros?11.

    3. Otro rasgo que quisiera resaltar es una nota evanglica difcil de resu-mir, que yo llamara la interiorizacin de la exigencia con relativizacin delas formas, y que tiene que ver con el estilo de vida religiosa reformadaimpulsada por el P. Arrupe. El estilo de vida religosa implantado es la snte-sis dinmica de diversos acentos dialcticos:

    Hay algo de Arrupe, de su herencia que se ha quedado definitivamente connosotros en nuestra forma de vida, y que el P. Kolvenbach ha seguido animando:un modo ms humano de gobierno, ms parecido al de S. Ignacio, pero al mismotiempo ms exigente, pues pide discernimiento y obediencia de juicio, es decir,con libertad; un estilo de vida ms sencillo y cercano a los pobres, pero queexige compromiso y renuncias; unas estructuras de vida comunitaria ms senci-llas; pero que exigen ms participacin de todos; una comprensin de nuestravida espiritual ms apostlica, menos centrada en estructuras externas, horariosy prcticas devocionales; pero que exige ms abnegacin de uno mismo y unaprofunda relacin personal con Cristo en la oracin, en la Eucarista y en la vidaapostlica; unos ministerios actualizados, pero que exigen una honda comunincon la Iglesia y constante relacin y relectura del mundo que vivimos y de la reali-dad que nos toca vivir; una comprensin de la misin de la Compaa en elmundo de hoy, que exige del apstol sacar las consecuencias prcticas de la feque profesamos en trminos de justicia y amor; un espritu misionero al mismotiempo que de dilogo con los diferentes y de inculturacin del Evangelio, queexige apertura y despojo de lo propio12.

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    11. Arrupe, P. Arraigados y cimentados en la caridad, Clausura del Curso Ignaciano.Roma, 8 de febrero de 1981. Publicado en: Manresa 53 (1981) 99-133.

    12. Guerrero Alves, Juan Antonio. Pedro Arrupe: figura que se agranda, misin que continua,Conferencia; pp. 15-16.

  • Este rasgo cobra especial relieve si se tiene en cuenta que desde sueleccin como Prepsito General devino en icono universal de la Vida Reli-giosa reformada considerado como referente por la prctica totalidad de losinstitutos de vida consagrada de la Iglesia catlica.

    4. La CG 32 y especialmente su Decreto 4 acerca de la identidad deljesuita permanecern vinculados al legado del P. Arrupe. All se define laidentidad y se formula la misin de la Compaa como servicio de la fe y pro-mocin de la justicia que la misma fe exige. El P. Arrupe pensaba que esaformulacin era la actualizacin exacta de la Frmula del instituto (el msprimitivo documento fundacional de la Compaa). La formulacin

    (...) no es en modo alguno reductiva, desviacionista o disyuntiva: ms bienexplicita elementos contenidos en germen en la antigua formulacin, gracias auna referencia ms expresa a las necesidades presentes de la Iglesia y de lahumanidad, a cuyo servicio estamos comprometidos por vocacin (...),

    deca en su ltima homila de san Ignacio, en Filipinas.

    Desarroll la intuicin de que la injusticia es, en realidad, una forma deatesmo: fe y justicia no son objetos yuxtapuestos. Por eso, la caridad cris-tiana ha de verificar su autenticidad en la prueba de la justicia, ya que elevangelio ensea que no se ama si no se hace justicia y que la justicia seconvierte en injusticia si a su vez no se practica con amor. En realidad lainsistencia en la centralidad de la justicia es resultado de tomarse en seriolas condiciones del amor propuestas por san Ignacio en la ltima contempla-cin de los Ejercicios. El P. Kolvenbach lo ha expresado con estas palabras:

    Por decirlo an ms claramente, su confianza en la justicia vivida a la luz delevangelio apunta a esta expresin y matiz nuevos: la justicia vivida como segui-miento del evangelio es de por s el sacramento del amor y de la misericordia deDios. De esta manera, el Padre Arrupe desea reafirmar, en lnea con la ms puratradicin ignaciana, que el amor no se ha de poner en las palabras, sino que seha de traducir en acciones concretas de justicia13.

    5. Aunque est plenamente integrado en el estilo de vida religiosa queimplant, merece mencin aparte su modo personal de gobierno que condu-jo insensiblemente a la obsolescencia al estilo autoritario y disciplinar ante-rior. En contra de la tan extendida imagen castrense de la obedienciareligiosa y especialmente jesutica, su idea de la obediencia era dialogal ynunca meramente unilateral ni verticalista. Este estilo de gobierno echabaraces en su espiritualidad y en la tradicin ignaciana; y fue de las cosas quems claramente vio desde el inicio de su Generalato. En las notas de losEjercicios Espirituales correspondientes a su primer ao como General escri-ba: El general es el jefe, pero es cabeza y padre. Es gobernante y adminis-trador ; de ah la amabilidad, cario, llaneza de padre, la claridad,

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    13. Kolvenbach, P-H. P. Pedro Arrupe: Profeta de la renovacin conciliar. Conferencia pronun-ciada el Foro Deusto el 13 de noviembre de 2007.

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    determinacin, firmeza..., comprensin, amabilidad humanas, cario yamor. Efectivamente, san Ignacio reconoca la necesidad de la representa-cin, es decir, la transparencia del subdito respecto a sus motivaciones yapreciaciones personales, para que el superior, tomada en cuenta esarepresentacin formule la exigencia de obediencia para el caso concreto,del modo que ms gloria rinde a Dios.

    El estilo del P. Arrupe resultaba desconcertante y fue objeto de acusacio-nes en su contra desde el inicio. Se esperaba de l que impusiera, haciendouso de su autoridad, la homogeneidad perdida. Sus detractores siempredebieron partir del reconocimiento de sus virtudes para acusarle a continua-cin de debilidad. Tales crticas eran el contenido de los reproches desdela Secretara de Estado: debilidad en el ejercicio del gobierno, ser ms dis-puesto a la benevolencia que al rigor, no erradicar el espritu de experimenta-cin y confiar excesivamente en las personas que deba gobernar yeventualmente corregir.

    En el ciclo de conferencias ofrecido con motivo del Centenario en Bilbao,M. Alcal ha mostrado en tres casos paradigmticos cmo el P. Arrupe llega-ba a actuar con severidad y firmeza cuando el expediente dialogal estabaagotado. Se podran multiplicar referencias semejantes. Tengo la impresinde que quienes acusaban a P. Arrupe de debilidad tenan poca sensibilidadpara reconocer un estilo de gobierno cercano a las recomendaciones evan-glicas, y no mostraron gran capacidad para estimar adecuadamente lasdimensiones de los cambios incoados y la complejidad de la institucin quese pona en movimiento. Tal vez hoy debera ser ms clara que entonces lainviabilidad antropolgica del autoritarismo verticalista dentro de la Iglesia.

    A estas alturas no cabe duda de que el P. Pedro Arrupe, otro de los vas-cos universales, ser recordado como una de las figuras claves que impri-mieron carcter inconfundible al cristianismo del s. XX junto a creyentes dela talla de Teresa de Lisieux, Charles de Foucault, Juan XXIII y Roger de Taize.Reconocerlo y afirmarlo ha sido el sentido ltimo de la conmemoracin desu centenario.

    Mikel Viana