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45 Año LXXXVII Nueva época Diciembre-2020 Conmemorativa Ubijus Editorial, S.A. de C.V. Criminalia.com.mx Criminalia número 1-1933* Miguel Ontiveros Alonso SUMARIO: I. La pena inútil. II. Dice un delincuente. III. Una razón más contra la pena de muerte. IV. Sobre la pena de muerte. V. Errores y supersticiones legales. VI. Moral y Derecho. VII. Una biblioteca para presos. VIII. Sobre una organización penitenciaria. IX. Gallegos. X. Materiales para el estudio del Artículo 310 Penal. XI. Pensamiento y responsabilidad. XII. Meditando sobre el pensamiento de un preso. XIII. Libros. I. LA PENA INÚTIL Señor rector, señor director de la Facultad, señores profesores, señores alumnos 1 1. JUZGO que hablar sobre la pena de muerte es un género de oratoria sagrada y que un hombre cuyas palabras pueden eventualmente decidir de la vida de un ser humano, debe, antes de hablar, encerrarse en ese recinto del alma, de que hablen las leyendas del Oriente indeterminado e ingenuo, a donde no llega el eco de las pasiones y donde la tela de araña de las doctrinas y palabras banales no cubre la persuasión íntegra y fuerte que un alma sólo adquiere por el sedimento de las expe- riencias diarias, depositado en forma insensible y lenta en el fondo del espíritu, como se deposita el limo fecundo en el fondo de los ríos. Juzgo que en esta asamblea solo tiene derecho a hablar aquel que aporte un elemento personal, una experiencia propia, una convicción íntima, y que adquiere una responsabilidad quien sólo venga a repetir monótonamente, en pro o en contra de la pena de muerte, los argumentos que un día Beccaria—el maestro por excelen- cia—formuló con pasión, con vida y con utilidad en contra de ella, al mismo tiempo que sintetizó elocuentemente todas las razones, todos los prejuicios, todas las pasio- nes, todos los errores, que en los siglos pasados fueron la base y explicación de un * Reproducción de Miguel Ontiveros Alonso, Director General de Criminalia. 1 Fragmento de la conferencia inaugural sustentada por Francisco González de la Vega, representante de la Facultad de Derecho, en el debate universitario sobre la pena de muerte, de la pena de muerte en nuestra legislación o de su destierro completo y definitivos. De este modo adquiere un sentido íntimo y una repercusión trascendente cada palabra que aquel diga.

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45Año LXXXVII • Nueva época • Diciembre-2020Conmemorativa

Ubijus Editorial, S.A. de C.V.Criminalia.com.mx

Criminalia número 1-1933*

Miguel Ontiveros Alonso

Sumario: I. La pena inútil. II. Dice un delincuente. III. Una razón más contra la pena de muerte. IV. Sobre la pena de muerte. V. Errores y supersticiones legales. VI. Moral y Derecho. VII. Una biblioteca para presos. VIII. Sobre una organización penitenciaria. IX. Gallegos. X. Materiales para el estudio del Artículo 310 Penal. XI. Pensamiento y responsabilidad. XII. Meditando sobre el pensamiento de un preso. XIII. Libros.

I. LA PENA INÚTIL

Señor rector, señor director de la Facultad, señores profesores, señores alumnos1

1. JUZGO que hablar sobre la pena de muerte es un género de oratoria sagrada y que un hombre cuyas palabras pueden eventualmente decidir de la vida de un ser humano, debe, antes de hablar, encerrarse en ese recinto del alma, de que hablen las leyendas del Oriente indeterminado e ingenuo, a donde no llega el eco de las pasiones y donde la tela de araña de las doctrinas y palabras banales no cubre la persuasión íntegra y fuerte que un alma sólo adquiere por el sedimento de las expe-riencias diarias, depositado en forma insensible y lenta en el fondo del espíritu, como se deposita el limo fecundo en el fondo de los ríos.

Juzgo que en esta asamblea solo tiene derecho a hablar aquel que aporte un elemento personal, una experiencia propia, una convicción íntima, y que adquiere una responsabilidad quien sólo venga a repetir monótonamente, en pro o en contra de la pena de muerte, los argumentos que un día Beccaria—el maestro por excelen-cia—formuló con pasión, con vida y con utilidad en contra de ella, al mismo tiempo que sintetizó elocuentemente todas las razones, todos los prejuicios, todas las pasio-nes, todos los errores, que en los siglos pasados fueron la base y explicación de un

* Reproducción de Miguel Ontiveros Alonso, Director General de Criminalia.1 Fragmento de la conferencia inaugural sustentada por Francisco González de la Vega, representante

de la Facultad de Derecho, en el debate universitario sobre la pena de muerte, de la pena de muerte en nuestra legislación o de su destierro completo y definitivos. De este modo adquiere un sentido íntimo y una repercusión trascendente cada palabra que aquel diga.

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sistema penal cruel, que aceptaba el tormento como sistema de prueba y la muerte como castigo perfecto.

Juzgo también, que haría una ofensa a la alta mentalidad y preparación jurídica y filosófica de las personas que me oyen, si en esta ocasión repitiera, fuera en apoyo de mi tesis, o fuera para impugnarlas, todas las críticas y ventajas que se encuentran en la pena de muerte: su carácter irreparable, su falta de proporcionalidad con los delitos, su naturaleza indivisible, su ejemplaridad única, etc. Por siglos han sido repetidas estas doctrinas monótonamente en las escuelas, ante alumnos despreocu-pados y distraídos, para quienes es diferente aceptar una tesis o la contraria, con la tranquilidad que da el que un criterio o una opinión no tengan ninguna repercusión práctica y a nadie hagan más feliz o desgraciado.

II. En este caso es diferente. Tengo para mí que las conclusiones de esta reunión decisivamente influirán acerca de la implantación de la pena de muerte en nuestra legislación o de su destierro completo y definitivo. De este modo adquiere un sentido íntimo y una repercusión trascendente cada palabra que aquí se diga.

Por lo que a mí me toca, vengo a hablar con la alta representación de la Fa-cultad de Derecho y Ciencias Sociales, de la institución que debe considerar esta discusión desde el punto de vista abstracto, doctrinal, científico, general y cuya misión en las cátedras de Derecho Penal, es impartir una enseñanza y formular una doctrina desde el alto sitial de la justicia pura y de la impasible filosofía. Y sin em-bargo, vengo a hablar con otra personalidad que no puedo abandonar y otra repre-sentación más modesta que no puedo dejar de abrogarme, y olvidando las doctrinas y la filosofía pura, confundido entre el ambiente de dolor, de miseria, de ignorancia, inconciencia, de rutina, de formulismos, levantar mi voz en este ambiente univer-sitario como un simple y humilde juez penal, con toda la piedad que me inspira la experiencia del cargo.

III. En realidad, contra toda doctrina y toda filosofía ¡qué parte tan grande hay de fatalidad en el delito más sombrío, más frío, más despiadado, más premeditado! Cuando se visita una cárcel, cuando se vive en diario contacto con los criminales más empedernidos, se piensa insistentemente cuantas altas cualidades de acción, de energía, de pensamiento, hay en los delincuentes perdidos para el bien y el progreso de los hombres y cuanta parte hay de fatalidad en las acciones humanas.

IV. ¿Es acaso esta conciencia de la parte fatal que hay en todo crimen lo que ha hecho a los jueces de todos los tiempos y de todos los países, enemigos de la pena de muerte?

Habiendo sometido a la consideración de algunos de los señores jueces penales el trascendente asunto, todos los por mí interrogados se declararon en contra de la implantación de la cruel pena. ¿Fundan acaso su criterio y su voto, laboriosas estadísticas demostrativas de que la supresión de esa pena aumenta el número y la crueldad de los crímenes o de que su implantación es indiferente? ¿Acaso piensan

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que la ley no les da apoyo ante su propia ciencia para imponer esta pena irreparable? ¿Dudan de su utilidad y poder de ejemplo para intimidar a los hombres y contener el arrebato de las pasiones? Todo esto puede ser y cien razones más inexpresables y, aún, inconscientes, que lenta e insensiblemente depositó en su corazón, diariamente la experiencia del ambiente del crimen, como el limo en el fondo de los ríos.

Pero la opinión internacional de los jueces, de los hombres encargados por la ley de hacer justicia, cobra un sentido concreto y una urgente recomendación a la ley de que sea piadosa; en el fondo también entraña una amenaza: ¡Cuando la ley no ha sido piadosa lo han sido los jueces o jurados encargados de aplicarla! Recuérdese el típico ejemplo dado por los juzgadores franceses, absolviéndose sistemáticamente a las reos de infanticidio y aborto, cuando la ley, en contra de la opinión humana de Beccaria, sancionaba estos delitos con penas desproporcionadas e injustas. De la misma manera la pena de muerte podrá transformarse a una ley protectora de los delincuentes, si ante la exigencia de ella para que el primer juez sacrifique a un de-lincuente, se erige la conciencia del funcionario; entonces el juzgador para aquietar su sentimiento de equidad, inconscientemente encontrará en todos los casos cir-cunstancias atenuadoras del delito, clasificándolo en forma tal que no caiga bajo la sanción extrema de muerte, protegiendo así la pena monstruosa al reo.

CRIMINALIA aspira a observar honradamente el delito y los delincuentes mexicanos, a mi-rarlos frente a frente con limpia mirada. No rehuye las luces de experiencias extranjeras ni las aportaciones simplemente literarias o filosóficas en torno al crimen, sino, antes bien, los busca y selecciona; pero para verterlas en seguida sobre México y su auténtico vivir.

CRIMINALIA no tiene compromisos con nadie ni con nada. Es obra modesta y de acendrada buena fe. Toda su colaboración es firmada, no acepta seudónimos y cada cual responde por lo que firma. No se vende; se regala a quienes tengan con ella afines procuraciones.

CRIMINALIA Abre su página a todos los estudiosos de la Criminología Mexicana y especial-mente a los funcionarios de la Administración de Justicia Penal.

CRIMINALIA aparece mensualmente, sin día fijo.

REDACTORES-PROPIETARIOS:

Raúl CARRANCÁ Y TRUJILLO, juez de la 8ª Corte Penal.

José Angel CENICEROS, subprocurador de Justicia de la Nación.

Luis GARRIDO, juez de la 8ª Corte Penal.

Francisco GONZÁLEZ DE LA VEGA,

Juez de la 4ªCorte Penal.

Correspondencia y canje diríjanse a: CRIMINALIA. Av. Providencia, 514. Colonia del Valle México, D.F.

Registrado como correspondencia de la segunda clase el…

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V.- Otra encuesta fue hecha por los alumnos de mi cátedra de Derecho Penal, entre los penados de la penitenciaría sobre el mismo tema; conforme a mis pronós-ticos, los penados votaron a favor de la implantación de la pena de muerte. ¿Qué idea, que propósito, qué estado de espíritu inspira esta conclusión paradójica de que los jueces sean partidarios de la supresión de la pena de muerte y los criminales por ellos sentenciados sean partidarios de ella? ¿Es acaso una manifestación de crueldad que lleva lo mismo a cometer un crimen sin escrúpulos y sin piedad o a votar una ley que impone la supresión de un hombre? Eso es precisamente, una manifestación de crueldad que lleva lo mismo a cometer un crimen sin escrúpulos y sin piedad o a votar una ley que impone la supresión de un hombre.

VI. La pena de muerte es ejemplar, pero no en el sentido ingenuo que le otorgan sus partidarios; es ejemplar porque enseña a derramar sangre. Es necesario examinar el problema sin sensiblerías, sin romanticismos, sin estériles argumentos puramente jurídicos; es preciso considerar la realidad mexicana: México representa, por desgra-cia, una tradición sanguinaria; se mata por motivos políticos, sociales, religiosos, pasionales y aún por el puro placer de matar; las convulsiones políticas, mexicanas se han distinguido siempre por el exceso en el derramamiento de sangre. Es indispen-sable remediar esta pavorosa tradición proclamando enérgicamente que en México nadie tiene derecho a matar, ni el Estado mismo. El Estado tiene una grave respon-sabilidad educacional: debe enseñarnos a no matar, la forma adecuada será el más absoluto respeto a la vida humana, así sea a la de una persona abyecta y miserable.

Por otra parte, la pena de muerte es estéril, infecunda e inocua. Se ha reserva-do históricamente a los homicidios calificados especialmente de premeditación; el asesino que prepara su delito siempre tiene la convicción de eludir la acción de la justicia, en su cálculo no entra, ni la pena de muerte ni sanción alguna, salvo que, como afirma Ferri, a la postre resulte esencialmente imprevisor y olvida siempre al-gún dato que permitirá no evitar el delito ya consumado sino imponerle la sanción.

El caso típico que demuestra la inutilidad de la pena de muerte, es su aplicación en los delitos de rebelión: tenemos ciento veinte años de aplicar la pena de muerte para las rebeliones, y tenemos ciento veinte años de rebelión.

El recrudecimiento último de los delitos de sangre y la iniciativa de la restaura-ción de la pena de muerte, son síntomas de un mismo mal: la tradición de Huichilobos.

VII. La historia del Derecho Penal es la historia de la supresión de las penas in-útiles. Y en la duda, yo opino como Antonio Caso, nuestro filósofo piadoso y cordial , diciendo: “Hay que ajustarse a lo que dice la ley moral y la ley escrita: ¡No matarás! Esto es lo que necesariamente debe hacerse: no matar en ninguna forma, ni por ninguna causa.”

El “No matarás”, renovado por caso, representa la voz civilizadora de la cultura.

FranciSco González de la VeGa

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II. DICE UN DELINCUENTE

(R. de Z.P. C., fue sentenciado por la Octava Corte Penal, como responsable de un delito contra las personas en su patrimonio.

El reo había confesado ampliamente aquel delito y, de paso, con una espon-taneidad conmovedora, otros varios más. Decía que lo que quería era pagar de una vez su deuda a la sociedad y comenzar nueva vida. No admitió defensor; no quiso defenderse de nada. En la vista de su causa presentó para ser leídos los reglones que a continuación se encontrarán, tal como los redactó.

Son una historia muy sabida en México. En una palabra: el hombre que no ha conocido el dulce y puro amor maternal, ni ha sentido que exista una sociedad capaz de acompañarlo, de asistirlo, de guiarlo en la vida. La vieja historia por la que nues-tras cárceles están llenas de sentenciados. Abandono y falta total de estímulos. Estos reglones que van a leerse son un reproche que no debe caer en el vacío. - R. C. y T.)

C. Juez Vigésimo Cuarto

De la Octava Corte Penal.

R. de Z. P. C., en la causa que se le instruye en ese juzgado a su digno cargo, como presunto responsable del delito de “robo”, de manera atenta comparece por medio del presente a exponer lo que sigue:

“Que en virtud de estar próximo el momento en que se ha de dictar la sentencia en mi contra, por la comisión de los delitos causa de mi reclusión, me permito hacer, en sínte-sis, un relato que creo tendrá la aceptación que espero, ya que no dudo que se me juzgará con la más amplia justicia.

A la edad de cinco años fui internado, por mi señora madre, en un colegio particular, y así sucesivamente hasta cumplir los once, época en que terminé mis primeros estudios. Fueron solamente seis años los que permanecí encerrado, no saliendo del colegio sino únicamente el día primero de cada mes, pero ese tiempo suficiente para que mi carácter se formara frío y huraño, olvidando por completo el amor filial, ya que me había acostum-brado a tratar solamente con extraños, es decir, alumnos y maestros de los internados.

Siempre he sido de temperamento violento y hasta cierto punto rebelde, lo que originó que mi madre, disgustada por tales o cuales faltas que en realidad no eran de ninguna trascendencia, decidiera, como excelente medida para corregirme, nada menos que re-cluirme en la Escuela correccional para Varones Menores, ubicada en Tlalpan, D.F.

La correccional, hace diez o doce años, era algo tremendo, pues en chiquillos que no contaban once años de edad, se advertía una malevolencia completamente desarrollada; sus conversaciones, su manera de pensar, sus actos, en fin, su vida toda tenía el instinto de la maldad. Fui corrigiendo como ellos. Viví su vida, comí el mismo pan que ellos y también… aprendí a pensar como los que eran mis compañeros.

Pronto comprendí la injusticia de mi madre, al llevarme a ese lugar en que por su propio deseo permanecí un año. Aquilaté su acción y, a pesar de mi escasa edad: LA REPROBÉ.

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Seis meses después de encontrarme en libertad, gracias a que mi madre me perdonara, regresaba yo a la Escuela Correccional, pero esta vez por haber cometido un delito: el primer grado en el escalafón de la delincuencia. La semilla principiaba a germinar.

Mi familia, lejos de ayudarme, repudió duramente mi conducta, alegando que merecía que me castigaran, sin pensar en que quizá lo que entonces hubiera sido fácil remediar, más adelante, (como ahora) sería imposible. Reconocí, no obstante, mi mal proceder, pero al hacer la comparación del mío y el de mis familiares, encontré más sucio el de ellos. Así fue como poco a poco, pese a mis pocos años de vida, se apoderó de mí la más enorme desmoralización. Pronto la vida me pareció insulsa, pues todo lo encontraba indiferente. Me separé definitivamente de mi familia.

Transcurrió el tiempo, traté de reformar mi vida por medio del trabajo honrado. Llegué a obtener un magnífico empleo que me proporcionaba prestigio y buen trato social hasta que un día, sin mediar motivo de ninguna especie, se me separó del trabajo. Inquirí la causa y lacónicamente se me respondió que la Compañía de Fianzas X se negaba a otorgar la mía debido a que había investigado era de malos antecedentes.

Alejado de los míos, sin afectos de ninguna clase, sin trabajo y para colmo de males, desprestigiado, falto de todo apoyo moral decidí a continuar escalando los peldaños del delito y… aquí estoy, esperando el castigo de mis faltas.

Hace unos días salió en uno de los periódicos de esta Capital, la publicación de un ar-tículo en el que mi propio hermano aseguraba que entre él y yo no existía parentesco ninguno, porque toda su familia es honorable y cabal. Se horroriza de tener un hermano delincuente y públicamente niega tenerlo. Cierro que tengo la satisfacción de haber ab-dicado de los míos, pero ¿esa es la moral de las personas honradas?

Soy el primero en reconocer la gravedad de mis faltas, a las que no doy ninguna excusa, pero también reconozco que no son de aquellas que descalifican al hombre para toda su vida, siempre y cuando no persista en la continuidad de las mismas; por eso, Ciudadano Juez, le pido en atenta súplica tenga un rasgo de compasión para mí, dándome una opor-tunidad para que, cumpliendo mi castigo, pueda readaptarme para ocupar nuevamente el sitio que me corresponde en la Sociedad de la que me encuentro segregado. Una sentencia larga sería el complemento para la total destrucción de mi vida, ya que tendría que pasar toda mi juventud en el presidio. Espero el castigo que la Ley me imponga, pero me per-mito formular la siguiente pregunta:

¿DEBE CASTIGARSE EL EFECTO SIN DETENERSE A ESTUDIAR LA CAUSA?

Respetuosamente.- Penitenciaría del Distrito Federal, a 28 de abril de 1933.- El procesa-do, R. de Z. P. C.

III. UNA RAZÓN MÁS CONTRA LA PENA DE MUERTE

LA PENA DE MUERTE ES, RADICALMENTE, ENTRE NOSOTROS INMORAL, porque en México el contingente de delincuentes que estarían amenazados de condena judicial de muerte, se compone, en su gran generalidad, de hombres humildes del pueblo. Por

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regla general el delincuente de las otras clases sociales delinque contra la propiedad y, por excepción, contra la vida e integridad personales, y aun en estos casos el deli-to suele ser “pasional” y no tendría como consecuencia la pena de muerte.

Por tanto esta pena se aplicaría casi exclusivamente a los hombres humildes de nuestro pueblo. Hombres que son víctimas del abandono en que hasta hoy han vivido por parte del Estado, víctimas de la incultura, de la desigualdad económica, de la deformación moral de los hogares en que se han desarrollado mal alimentados y enviciados por el alcoholismo. El Estado y la sociedad son los culpables de esto, y en vez de la escuela, la adaptación social y la igualdad económica, el Estado los suprimirá lisa y llanamente por medio de la pena de muerte.

Un Derecho penal nacido de la Revolución no puede ser un Derecho inmoral, pues es tan inmoral tratar desigualmente a los iguales como tratar igualmente a los desiguales; y la pena de muerte sería la igualdad para los desiguales.

r. c. y T.

IV. SOBRE LA PENA DE MUERTE

1. Diecisiete siglos fueron necesarios para acabar con los tormentos como me-dio legal de explicación; ahora el mundo entero condena la tortura.2

2. Las legislaciones modernas han ido abandonando la pena de muerte como castigo, dejándola subsistente para contados delitos, muy graves, y sólo como medida transitoria.

3. La filosofía y ciencia sociales han demostrado que no es verdad que baste el freno físico para reprimir las transgresiones a la ley; la represión debe descansar en penas morales, y, cuando éstas faltan, la represión material extrema es contraproducente.

4. La pena de muerte intimida en ciertos casos, pero hay otros hechos que intimidan con más fuerza; por ejemplo, la miseria, el hambre, etc.

5. Los estudios antropológicos y sociales han puesto de relieve que detrás del delincuente, se encuentra el hombre.

6. La abolición de la pena de muerte en Código vigente, fue precedida de la abolición de hecho, pues datos estadísticos fidedignos comprueban que desde hace diez años esta pena sólo se aplicó por sentencia judicial en cua-tro o cinco casos, no obstante no estar abolida en casi toda la República.

7. Después de la guerra de 1914-18 y de la Revolución en México, el sentimien-to público se ha embotado ante el espectáculo de la privación de la vida, pues ésta desgraciadamente vale muy poco. La intimidación es mínima, y para los delincuentes profesionales no existe.

2 Síntesis de los argumentos expuestos por José Ángel Ceniceros, en su conferencia sobre la pena de muerte, dictada en el debate universitario respectivo.

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8. Las legislaciones modernas tienden más a la represión del delito previniendo y rehabilitando, que a su simple castigo.

9. Se ha comprendido que si la ley debe adaptarse a los hechos, también es verdad que debe servir de fuerza impulsora del progreso, es decir, debe tener fines educativos. La legislación de la Ciudad de México sirve de modelo al resto del país.

10. Por ello el precepto “no matarás” será siempre de valor moral muy grande en los Códigos.

11. El Código penal vigente está fundado en un amplio sistema de prevención del delito, por lo que aunque se incluyera en la lista de sanciones, la pena de muerte, ese sistema no se afectaría.

12. Dentro de esa obra de prevención, en lugar de pedir la pena de muerte, hay que economizar el presupuesto nacional, gastando lo más posible en las instituciones y establecimientos de prevención del delito, a fin de no gastar más tarde sumas cuantiosas en su represión. Es necesario que las autorida-des hacendarias atiendan este problema, hasta ahora olvidado por ellas.

13. Resolver el problema de la crisis moral con la pena de muerte creyendo erró-neamente que el rigor del freno físico mejora los de carácter moral, equivale a negar el problema, como ocurrió con el de los indios en los Estados Uni-dos. Para no tener el problema suprimieron al indio.

14. El Estado sólo debe restituir la pena de muerte en caso de que de modo ab-soluto fracase en su obra de prevención, después de haberla efectivamente procurado.

15. Si se ve precisado, en momentos de desorientación, ante la acción corrosiva del delito, a reprimir duramente, QUE LOS INTELECTUALES Y EN PARTICULAR LOS JURISTAS, LUCHEN POR EL RESPETO DE LA LEY, a fin de que no siga sien-do verdad la afirmación de que en México los intelectuales sólo han servido para justificar a los hombres de acción en los gobiernos, y no para orientar la vida social.

JoSé ánGel ceniceroS

V. ERRORES Y SUPERSTICIONES LEGALES

Cuando el juez, alejándose de la realidad y de los casos concretos sometidos a su criterio, se pone a hacer ingeniosos malabarismos con las leyes, se convierte en uno de los más serios peligros para la realización del Derecho. Los devaneos de ingenio y de pequeña cultura sobre los intereses públicos nada tienen que ver con la función social de decir la verdad legal, que es humilde y modesta dentro de la alteza de sus fines.

Sin embargo, tan funesto es exagerar el empleo de la técnica para deformar en atas de sutiles razonamientos el contenido de la ley, como el usar ésta atendiendo

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única y mecánicamente a su texto con desdén de su contenido, de su teología y de sus verdaderos propósitos sociales. En uno y otro caso hay superstición o sea un culto al error. Por sobra o por falta de interpretación se desnaturaliza el propósito con que se han dado las leyes, que no puede ser otro que el de realizar el princi-pio inmanente de justicia que consiste sencillamente en dar a cada quien lo suyo. El elemento característico y fundamental de una superstición legal es su falta de razón.

Y como es innegable el interés que encierra el estudio de las diversas formas de error en que, por la fuerza de la tradición, unas veces, y de la novedad o de la impreparación, en otras, se incurre a menudo cuando se hace entrar en función la ley enfrente de los problemas de la vida cotidiana, es de desearse que los devotos del Derecho le dediquen siempre una mejor y más perseverante atención.

raFael maToS eScobedo

VI. MORAL Y DERECHO

Garraud dice: “Hay que separar cuidadosamente la esfera de la Moral de la del Derecho Penal.” Cada vez que leemos su tercera frase, nos ocurre el deseo de com-plementarla diciendo: No toda la moral debe estar amparada por el Derecho Penal, pero sí todo el Derecho Penal debe estar amparado por la moral. Como corolario concluimos pensando que es preciso radiar de la Legislación Positiva Mexicana todos los delitos puramente artificiales, sin fondo de violación ética, tales y como el que sanciona la venta de billetes de loterías extranjeras. F.G. de la V.

VII. UNA BIBLIOTECA PARA PRESOS

“Oficio número 225,- Al. C. Presidente del H. Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal-Presente- La penitenciaría del Distrito Federal cuenta con una po-blación de alrededor de 3,000 personas entre empleados, sentenciados y procesados que sufren prisión preventiva. Sin embargo, una visita a la Biblioteca del Estableci-miento, demuestra que se carece de ella del material bibliográfico variado, selecto (con vistas a la educación moral de los delincuentes) y numeroso hasta el grado de facilitar entre los lectores la formación del hábito de la lectura. Igualmente en la Penitenciaría no existe, y antes ha existido, un periódico en que se estimule a los reclusos a regenerarse, a interesarse por la sociedad, de la que se hayan segregados, a fin de que, cuando se reintegran a ella, sean capaces de servirla. Es sabida la tras-cendencia que libros y periódicos, adecuadamente utilizados, tiene en la formación de los delincuentes y el eficaz instrumento de regeneración que significan. Y tratán-dose de una población penal 3,000 individuos, la Secretaría de Educación Pública podría establecer el servicio de una Biblioteca especializada convenientemente, y

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el Departamento del Distrito Federal el de un periódico editado con los mismos elementos tipográficos de que el establecimiento dispone, y en el que los principa-les redactores fueran los propios reclusos. Algunos procesados que están a nuestra disposición, nos han manifestado vehementes deseos de laborar en la forma a que se refieren los párrafos anteriores y una visita especial que hemos hecho al interior de la penitenciaría nos ha permitido apreciar cómo funciona actualmente la biblioteca. Y por ambas circunstancias atentamente nos permitimos dirigir a usted, la presente nota, por si estima conveniente transcribirla a quienes corresponda a fin de que se la tome en cuenta, .—Reiteramos a usted las seguridades de nuestra respetuosa consi-deración.— Sufragio Efectivo. No Reelección.— México 25 de febrero de 1933.—Lic. Raúl Carrancá y Trujillo.— Juez 22º de la 8ª Corte Penal.—Lic. Luis Garrido.—Juez 23º de la 8ª. Corte Penal.—Rúbricas.

“Oficio número 988.- Expediente….. VI/161(02)-2, Sección Administrativa, Mesa de Correspondencia del Departamento de Bibliotecas de la Secretaría de Educa-ción. —Al C. Presidente del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal.—Se ha recibido en esta Secretaría el oficio de usted arriba citado, en que se sirve insertar el oficio número 225 sobre solicitud que hacen los CC. Lic. Raúl Carrancá y Trujillo, Juez 22º de la 8ª. Corte Penal, y el Lic. Luis Garrido, Juez 23ª de la 8ª. Corte Penal, para el establecimiento de un servicio de biblioteca, especializada convenientemente, en la Penitenciaría del Distrito Federal. El C. Secretario ha acordado que intervenga este Departamento de mi cargo en suministrar a la Penitenciaría, dentro de las posibili-dades económicas y de personal con que contamos, la ayuda y elementos que estén en nuestro alcance, a cuyo efecto ya se ha enviado a dicho establecimiento penal un empleado de esta Dependencia, con el fin de estudiar sus necesidades en el sentido indicado, y proceder a cumplir con el acuerdo del C. Secretario.- México, 4 de mayo de 1933.-El jefe del Departamento, Eduardo Colín”.

A nuestro entender, la biblioteca de que se dote a la Penitenciaría del Distrito Federal ha de seleccionar su material bibliográfico teniendo presente que ha de servir a hombres privados de libertad y, por tanto, nostálgicos de ella. Para com-batir la holganza corruptora, ha de estimular el cultivo de la inteligencia, siempre a tono de la capacidad y la cultura de cada grupo que, al efecto, se seleccione. La biblioteca ha de completarse con la práctica de artes y oficios en talleres campos de experimentación.

Un guion para la selección bibliográfica lo formamos así: 1, amena literatura de acción, viajes y descubrimientos, novelas históricas, historia, procurando la abun-dancia de planos y estampa.—2, descripciones de vidas ejemplares.—3, selecciones de temas de carácter sexual que traten al asunto sanamente.—4, muy cuidadosa selección de periódicos diarios y semanarios.—5, manuales ilustrados de artes y ofi-cios, y de agricultura.—6, sencillos manuales de contabilidad y comercio.

r.c. y T. l.G.

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VIII. SOBRE ORGANIZACIÓN PENITENCIARIA

La comisión redactora del Código Penal vigente (1931) trató de que las penas de libertad se racionalizaran por medio del humanismo, o sea la tendencia a obtener la reforma del delincuente valiéndose de los métodos utilizados por la pedagogía correccional, tratando al delincuente como un hombre.

Las cárceles modernas procuran la corrección del penado por medio de la educa-ción intelectual, física y moral, dotándolo de una profesión y estimulando su mente para vigorizarle la confianza en sí mismo. Esta bella realidad penitenciaria la encon-tramos en el reformatorio americano de “Elmira” y en el de adultos de Alicante.

Vandervelde inició la reforma de las prisiones belgas sobre las siguientes bases: 1, seriación de los delincuentes y su división en peligrosos y no peligrosos y su re-clusión en diversas prisiones; 2, reorganización del servicio penitenciario dividiendo los establecimientos de penas largas y de penas cortas; en éstos el trabajo no tiene el carácter intensivo que en aquéllos.

De acuerdo con las ideas de la terapéutica racional, preconizadas por el legis-lador de 31, el material humano de las cárceles debe separarse según sus diversas tendencias criminales, pues el tratamiento del delincuente ha hecho estructurarlo sobre el diagnóstico de su estado criminal, para combatir los factores que más direc-tamente hubieran concurrido en el delito, o en otros términos, establecer el régimen penitenciario sobre las bases de observación, tratamiento y educación de los reos.

La pena de prisión no tiene más significación como defensa social que la manera como se cumple.

luiS Garrido

El problema más importante de la legislación penal, desde un punto de vista pragmático, es el relativo a la ejecución de las sentencias.

El trabajo está impuesto por el Código Penal vigente a los condenados en es-tablecimientos carcelarios o en campamentos penales (artículo 80), ya que estos últimos han tenido muy buen éxito en Italia, para la salud y reforma de los reclusos, por el ambiente rural que se disfruta.

JoSé anGel ceniceroS

Todo el que tenga alguna experiencia penitenciaria sabe que los criminales más corrompidos, los reincidentes y habituales, son los mejores presos, pues ya están adaptados a la vida carcelaria; así no es preciso confundir la adaptación a ésta—como consecuencia de larga permanencia en las prisiones—con la verdadera reforma única que habilita al recluso para volver a la vida de la libertad.

cuello calón

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IX. GALLEGOS

El fin de torvo asesino provoca en un hombre sensible a la idea del Derecho esta reflexión final:

La pena de muerte es inútil, inmoral, bárbara, anticientífica y quizás por ello fue suprimida en el Código Penal vigente, de suerte que los jueces hoy no la imponen y el Estado, al haberse autolimitado libremente, se reconoce y está obligado a no aplicarla. Mas en cuanto a esto último, todo el gran problema radica en lo siguiente: que el Estado mexicano acepte, o que no acepte, en la práctica, esa autolimitación que libremente se impuso. Porque si no la acepta y mata, todo hombre preferirá, aun contra su propia convicción filosófica y jurídica acerca de la pena de muerte, que vuelva a figurar en el Código del que fue insinceramente borrada.—R. C. y T.

X. MATERIALES PARA EL ESTUDIO DEL ARTÍCULO 310 PENAL

El artículo 310 del Código Penal vigente (1931) dice así:

ARTÍCULO 310.—Se impondrán de tres días a tres años de prisión al que, sorprendiendo a su cónyuge en el acto carnal o próxima a su consumación, mate o lesione a cualquiera de los culpables, o a ambos, salvo el caso de que el marido haya contribuido a la corrupción de su cónyuge. En este último caso se impondrá al homicida de cinco a diez años de prisión.

Los antecedentes legales de este precepto son:

LEYES DE LOS ANTIGUOS MEXICANOS

“No bastaba la probanza para el adulterio, si no los tomaban juntos; y la pena era públicamente los apedreaban”, (Recopilación hecha por Fray Andrés de Alcobiz, 1543, publicada por don Joaquín García Icazbalceta en “Nueva colección de documentos para la Historia de México”).

FUERO JUZGO (687-701)

LIBRO III TITULO IV LEY II- SI LA MANCEBA DESPOSADA FAZE ADULTERIO

-“Si el pleito del casamiento fuere fecho, que a de ser entre esposo é la esposa, ó entre los padres dadas las arras assi cuemo es costumbre, y el pleyto fecho ante testimonias, é después la esposa fiziere adulterio, ó desposare ó casare con otro marido; ella y el adul-terador, ó el otro marido, ó el otro esposo sean metidos en poder del primero esposo por siervos con todas sus cosas. E todavía en tal manera si el adulterador, ó aquel esposo, ó aquel marido, ó la mujer non ovieren fiios legítimos: ca si los ovieren todas sus cosas deven seer de los fiios legítimos. Más todavía el adulterador, ó el marido, ó el esposo, é la esposa serán siervos daquel con quien fué primeramente esposada”.

IDEM, LEY I, SI LA MUJER FAZE ADULTERIO CON OTRO, SEYENDO CON EL MARIDO- Si algun omme fiziere adulterio con la muier aiena por fuerza, é aquel que lo faze, si a fiios legí-

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timos en otra muier, este solo sea metido en poder daquesta muier forzada, é sus cosas finquen a los fiios legítimos. E si non oviere fiios legítimos que devan aver sus cosas, este sea metido en poder del marido dequella muier con todas sus cosas, e vénguese en él cuemo él se quisiera. Mas si el adulterio fuere fecho de voluntad de la muier, la muier é el adulterador sean metidos en mano del marido, é faga dellos lo que se quisiere”.

IDEM, LEY III.- “ DE LA MUJER CASADA QUE FAZE ADULTERIO

Si la muier casada faze adulterio, é non la prisieren con el adulterio, el marido la puede acusar ante iuez por sennales e por presumpciones é por cosas que sean convenibles. E si pudiere ser mostrado el adulterio connozuda mientre, la muier é el adulterador sean metidos en poder del marido, assi cuemo es dicho en la ley de suso, é faga dellos de lo que quisiere”.

IDEM, LEY IV- SI ALGUNOS MATAN LOS QUE FAZEN ADULTERIO.- “Si el marido é el esposo mata la muier hy el adulterador, non peche nada por el omecillo”.

IDEM, LEY V.- SI EL PADRE O LOS PARIENTES MATAN LA FIIA QUE FAZE ADULTERIO EN SU CASA DELLOS.- Si el padre mata la fiia que faze adulterio en su casa del padre, non aya nenguna calonna ni nenguna pena. Mas si la non quisere matar, faga della lo que quisere é del adulterador, é sean en su poder. E si los hermanos ó los tíos la falleren en adulterio después de la muerte de su padre, áyanla en poder á ella y el adulterador, e fagan dellos que lo quisieren”.

IDEM, LEY IX (ANTIGUA).- SI LA MUIER LIBRE FAZE ADULTERIO CON EL MARIDO AIENO.- “Si la mujer puede seer provada que faze adulterio con marido aieno, sea metida en poder de la muier daquel marido con quien fizo el adulterio, que se vengue della como se quisiere”.

FUERO REAL DE ESPAÑA (1255) (?) LIBRO IX TITULO VII.- DE LOS ADULTERIOS

Ley I.-- “Si muger casada ficiere adulterio, ella y el adulterador, amos sean en poder del marido é faga dellos lo que quisiere, é de quanto han: así que no pueda matar al uno, é dexar al otro; pero si fijos derechos hobieren amos, é el uno dellos, hereden sus bienes: é si por aventura la muger no fué en culpa, é fuere forzada, no haya pena”.

LEY VI.- “Si el padre en su casa falláre alguno con su fija, ó el hermano con la hermana, que no haya padre, ni madre ó pariente propinquo que en casa la tuviere, puédala matar sin pena, si quisiere, é aquel que con ella falláre: é pueda matar al uno dellos, si quisiere, é dexar al otro”.

LAS SIETE PARTIDAS (1256-1265)

LA SETENA PARTIDA .- TITULO XVII

DE LOS ADULTERIOS

LEY I.- QUE COSA ES ADULTERIO, E ONDE TOMO ESTE NOMBRE, E QUIEN PUEDE FAZER ACU-SACION SOBRE EL, E A QUALES.- Adulterio es el yerro que ome faze a sabiendas yaziendo con muger casa, o desposada con otro. E tomó este nombre de dos palabras de latín, elter es thorus: que quieren tanto dezir como ome que va, o fue al lecho del otro, por quanto la muger es contada por lecho del marido con quien es ayuntada, e non el della. E por ende

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dixeron los sabios antiguos, que maguer el ome casado yoguiesse con otra muger que auiesse marido, que non lo pueda acusar su muger, ante el Juez seglar sobre esta razón como quier que cada vno del pueblo (a quien non es ofendido por las leyes deste nuestro libro, lo puede fazer. E esto tuvieron por derecho por muchas razones. La primera porque del adulterio que faze el varón con otra muger, non nace daño, nin deshonrra a la suya. La otra porque del adulterio que faze su muger con otro, finca el marido deshonrrado, recibiendo la muger a otro en su lecho e demas, porque del adulterio della puede venir al marido gran daño. Ca si se empreñasse de aquel con quien fizo el adulterio, vernia el fijo extraño heredero en vno con los sus fijos, lo que non auernia a la muger del adulterio queel marido fiziesse con otra: e por ende pues que los daños, e las desonrras non son yguales, guisada cosa es, que el marido aya esta mejoria, e pueda acusar a su muger del adulterio, si lo fiziere, e ella non a el: e esto fué establecido por las leyes antiguas, como quier que segund el juyzio de santa yglesia non seria assi”.

LEY XII. COMO VN OME PUEDE MATAR A OTRO QUE FALLESE YASIENDO CON SU MUGER.- “El marido que fallare algund ome vil en su casa, o en otro lugar yaciendo con su muger, puédelo matar sin pena ninguna, maguer non le ouiesse fecho la enfrenta que diximos en la ley ante de ésta. Pero non deue matar a la muger mas deue de hacer afrenta de omes buenos de como lo fallo, e de si meteria en mano del judgador que faga delle la justicia que la ley manda. Pero si este ome fuere tal a quien el marido de la mujer deue guardar, e fazer reurencia, como si fuesse su señor, o ome que lo uiesse fecho libre: o si fuesse ome honrado, o de gran lugar, non lo deue matar por ende: mas fazer afruenta de como lo fallo con su muger, e acusarlo dello ante el judgador del lugar, e despues que el judgador, supiere la verdad deuel dar pena de adulterio”.

LEY XIV._ COMO EL PADRE QUE FALLASE ALGUND OME YACIENDO CON SU FIJA QUE FUESSE CASSADA LOS DEUDE MATAR A AMBOS E NON A NINGUNO,… “A su fija que fuesse casada fallándola el padre faziendo adulterio con algund ome en su casa mesma, o en la del yerno, puede matar a su fija , e al ome que fallare faziendo enemiga con ella pero non deue matar al vno, e dexar al otro, e si los fiziere cae en pena, assi como adelante se demuestra. E la razon porque se mouieron los sabios antiguos a otorgar al padre, este poder de matar a ambos, e non al vno, es ésta: porque puede el ome hauer sospecha que el padre aura dolor de matar su fija, e por ende estorcerá el varon por razon della. Mas si el marido ouiesse este poder tan grande sería el pesar que auria del tuerto que recibiesem que los mataria a entrambos. Pero si el padre de la muger matasse al que fallo yaziendo con su fija, e perdonase a ella: o si el marido matare a su muger fallandola con otro,a el ome que assi lo desonrrasse, maguer non guardase todas las cosas que diximos en las leyes ante desta que deuen ser guardadas, como quier que erraria faziendo de otra guisa: con todo eso non es guisado que reciba tan gran pena, como los otros que fazen omecillo, sin razon: esto es porque el padre perdonando a la fija fazelo por piedad. Otrosi matando el marido de otra guisa que la ley mandase, mueuese a la fazer con gran pesar que ha de la desonrra que recibe. E por ende dezimos que si aquel a quien matase fuesse ome honrrado, e el que lo matase fuesse ome vil, que deue matador ser condenado para siempre a las lauores del Rey. E si fuessen yguales deue ser desterrado en alguna isla por cinco años. E si el matador fuesse más honrado que el muerto, deue ser desterrado por más breue tiempo, según aleudrio del judgador ante quien tal pleyto acaeciesse”,

LEYES DEL ESTILO (s.f)

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LEY 93.- COMO EL MARIDO NON PUEDE MATAR AL UNO DE LOS ADULTOS , ET DEJAR AL OTRO.- “En el título de los adulterios en la primera ley dice así: si muger casada faze adul-terio, ambos sean en el poder del marido, et faga dellos lo que quisiere, et de lo que han, así que non pueda matar el uno dellos, et dejar al otro: sobre esas palabras, si acaesce que se vaya el uno , et prendan al otro, et el preso es vencido de adulterio por juicio, dárgelo han los alcaldes en poder del marido, et el marido debelo tener; mas non lo debe matar fasta que haya el otro, et le venza por juicio, porque los mate ambos si quisiere”.

ORDENAMIENTO DE ALCALA (1348)

TITULO XXI: DE LOS ADULTERIOS E DE LOS FORNICIOS

LEY PRIMERA.- DE LA MUGIER DESPOSADA QUE FACE ADULTERIO EN QUE PENA CAE; EL QUE LA MUGIER CASADA O DESPOSADA NON PUEDE DESECHAR AL MARIDO, O AL ESPOSO DE LA ACUSACION, POR DECIR QUE FIZO ADULTERIO.-“Contiene en el fuero de las leyes quesi la mugier fuere desposada, ficiere adulterio con alguno, que amos a dos seán metidos en poder del Esposo, así que sean sus siervos, mas que los non pueda matar; et porque esto es exemplo é manera para muchas dellas facer maldar, é meter en ocasión é verguenza a los que fueren desposados con ellas, porque non pueden casar en vida dellas, por ende por tirar este yerro tenemos por bien, que pase en esta manera de aquí adelante; que toda mugier que fuese desposada por palabra de presente con ome, que sea de edat de catorce annos compridos, é ella de doce acabados, é ficiere adulterio, si los el Esposo fallare en uno que los pueda matar por ello si quisiere á amos a dos, así que non pueda matar el vno, é dejar al otro, pudiéndolos matar á entrambos. Et si los acusare á amos á dos ó á qualquier dellos, que aquel contra quien fuere judgado, que le metan en poder del Esposo, que faga del, e de sus vienes lo que quisiere. Et que la mugier non se pueda excusar de responder a la acusacion del Marido o del Esposo, por decir que quiere probar que el Marido, ó el Esposo cometió adulterio”.

NOVISIMA RECOPILACION (1805) LIBRO XII, TITULO XXVII.- DE LOS ADULTEROS Y BIGA-MOS

LEY I. PENA DE LOS ADULTEROS

(Reproduce Ley 1, Tit, VII, Lib IV de Fuero Real).

Ley II.- Pena de la mujer desposada que hiciere adulterio y de su cómplice (Reproduce Ley I, Tit, 21, del Ordenamiento de Alcalá).

LEY V.- CASOS EN QUE EL MARIDO QUE MATARE A LA ADULTERA Y SU COMPLICE NO DEBE GANAR LOS BIENES DE AMBOS.- “El marido que matare por su propia autoridad al adúltero y a la adúltera, aunque los tome in fraganti delito, y sea justamente hecha la muerte, no gane la dote, ni los bienes del que matare; salvo si lo matare ó condenare por su auto-ridad de nuestra Justicia, que en tal caso mandamos, que se guarde la ley del Fuero que en este caso dispone”.

CODIGO PENAL ESPAÑOL (1870)

ARTICULO 438.___ “El marido que, sorprendiendo en adulterio a su mujer, matare en el acto a ésta o el adúltero o les causare alguna de las lesiones graves, será castigado con la pena de destierro. Si les causare lesiones de otra clase, quedará exento de pena. Estas

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reglas son aplicables en iguales circunstancias a los padres respecto de sus hijas meno-res de veintitrés años y sus corruptores, mientras aquellas vivieren en la casa paterna. El beneficio de este artículo no aprovecha a los que hubieren promovido o facilitado la prostitución de sus mujeres o hijas”.

CODIGO PENAL MEXICANO (1871)

ARTICULO 554. _ “Se impondrán cuatro años de prisión: al cónyuge que, sorprendiendo a su cónyuge en el momento de cometer adulterio o en acto próximo a su consumación, mate a cualquiera de los adúlteros”.

ARTICULO 555. _ “Se impondrán cinco años de prisión: al padre que mate a una hija suya que esté bajo su potestad, o el corruptor de aquella: si lo hiciere en el momento de hallarse en el acto carnal o en uno próximo a él”.

ARTICULO 556. _ “Las penas de que hablan los dos artículos anteriores solamente se apli-carán: cuando el marido o el padre no hayan provocado, facilitado o disimulado el adulte-rio de su esposa, o la corrupción de su hija, con el varón con quien la sorprendan ni con otro. En caso contrario quedarán sujetos los reos a las reglas comunes sobre homicidio”.

CODIGO PENAL MEXICANO (1929)

ARTICULO 979. _ “No se impondrá sanción alguna: al que sorprendiendo a su cónyuge en el momento de cometer adulterio, o en un acto próximo a su consumación, mate a cual-quiera de los adúlteros o a ambos: salvo el caso de que el matador haya sido condenado antes como reo de adulterio por acusación de su cónyuge o como responsable de algún homicidio o delito de lesiones. En estos últimos casos se impondrá el homicida cinco años de segregación”.

Por la recopilación R.C. y T.

XI. PENSAMIENTO Y RESPONSABILIDAD

“La Ley no toma cuenta a los Jurados de los medios por los cuales formen su convicción: no les fija ninguna regla, de la cual dependa la prueba plena y suficiente; sólo les manda interrogarse a sí mismos y examinar con la sinceridad de su conciencia la impresión que sobre ella produzcan las pruebas rendidas en favor o en contra del acusado. Se limita a hacerles esta pregunta que resume todos sus deberes: ¿Tenéis la íntima convicción de que el acusado cometió el hecho que se le imputa? Los Jurados faltan a su principal deber si toman en cuenta la suerte que, en virtud de su decisión, debe caer el acusado por lo que disponen las Leyes Penales”. (Art. 369 del C. de P. P.).

El movimiento se demuestra andando; el pensamiento expresándolo. Las resolu-ciones judiciales en las que se expresan las motivaciones del juicio, permiten exigir responsabilidades morales o legales a sus autores. Hay que desconfiar profundamente de los pensamientos inéditos y de las instituciones-como el Jurado- irresponsables por irracionantes.

F.G. de la V.

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XII. MEDITANDO SOBRE EL PENSAMIENTO DE UN PRESO

En estas líneas trataré de verter en el papel las reflexiones que me hice, cuando al recorrer en cierta ocasión los patios y crujías de la penitenciaría en charla con los reclusos, procurando descender a lo íntimo de sus pensamientos, a la vez que com-penetrarme del sistema observado en dicho penal, mis ojos curiosos tropezaron con los sentimientos de uno de tantos sentenciados, escritos con torpe letra y ninguna ortografía sobre el macizo muro y suscritos, a manera de firma, por una injuria que estampó otra mano en un arranque de desprecio y odio para el anónimo pensante.

“Padese sufre y sobrelleva sin perder la esperanza de reunirte con los tullos para aserlos felises y ser bueno”. Así pensó y en esa forma escribió el desconocido presidiario, sobre la pared que corresponde al taller de sastrería, y no atreviéndose a firmar, por causas que adelante estudio, dio lugar a que un compañero de infortunio lo hiciera, después de leer aquella expresión de un particular estado de ánimo, en la siguiente forma: “Los jotos”.

La justicia penal mexicana, orientada en la forma de todos conocida, siguiendo una ruta ecléctica, tránsfuga en mi opinión de la Escuela Positiva, tiene el imperati-vo deber de condenar, cuando procede, mirando siempre al sujeto que sentencia para saber qué pena precisa, por ser él quien es fundamentalmente y en atención también a su delito y al sistema penitenciario que poseemos.

La Penitenciaría del Distrito, de acuerdo al menos con el espíritu que anima al Código de 31, en un establecimiento destinado a aquellos delincuentes susceptibles de enmienda y que nos hacen, por sus circunstancias personales, alimentar la espe-ranza de que algún día serán útiles a la sociedad, pues para los otros existe la pena de Relegación que deberá cumplirse bajo la tórrida temperatura de las Islas Marías, allá muy lejos de toda agrupación humana que se titule honrada. Al menos esto en la ley, que la práctica diaria nos muestra vicios enormes de que me ocuparé en ocasión distinta y que son, créase o no, para los observadores superficiales que todo censuran y nada entienden, una causa más entre las muchas que hacen alcanzar proporciones gigantescas a las cifras de la reincidencia.

Lo anterior explica cómo, al hacer a la penitenciaría la visita que comento, bus-caba anheloso el sistema científicamente trazado e impuesto, que traté de encontrar en los regímenes de trabajo, de educación intelectual y física que allí existen, para darme cuenta, a la vez, del influjo, de la forma en que actúan sobre los seres a ellos sometidos, y también explica cómo se hizo la luz en mí, al leer el pensamiento an-tes inserto y la injuria soez que al pie fue puesta. “La ineficacia de las penas como medio para evitar los delitos y para regenerar, al menos entre nosotros”, agregó el delincuente”, quedó demostrada, subrayada, y el viejo y discutido tema, torturó nue-vamente mi cerebro; pero en esta ocasión, con la materialidad de una agresión tanto más cierta y brutal cuanto imprevista, en vez de los argumentos sesudos de los juris-tas o los reglones inexpresivos a fuer de burocráticos, con que concluya la inmensa

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mayoría de las fichas de identificación de los procesados que remite a los Juzgados del Departamento de Identificaciones de la Policía y que se refieren a nuestros ojos cansados que el sujeto de que tratan ha sabido ya una, dos o más veces anteriores, de las rejas de la cárcel y de los trámites del proceso.

Una vez más transcribo, con su original ortografía, el pensamiento a cuyo alre-dedor forjo ahora un comentario: “Padese sufre y sobrelleva sin perder la esperanza de reunirte con los tullos para aserlos felises y ser bueno”. Parece infantil afirmar que su autor carece de cultura, habiendo apenas saboreado la enseñanza de las primeras letras, como salta desde luego a la vista; pero se hace necesario apuntar el hecho para ir ahondando lentamente a fin de conocer, como pretendo, a través de esas palabras mal escritas, una personalidad y un ambiente.

¿Quién es, cabe ahora preguntarse, este rudo sujeto que deja grabadas en su muro las ideas que se agitan en su cerebro y las esperanzas que alimenta en su pe-cho? Descartamos desde luego la suposición de que se trata de una víctima del error Judicial que encerrara en presidio o un inocente, pues el proyecto de vida que revelan las últimas palabras de su escrito, claramente nos indican que su autor juzga mala su conducta anterior, la misma que fue calificada por los magistrados que conocieron de su causa, como reprobable ante la ley y comprendida dentro de sus unos de los muchos delitos que enumera el Código de la materia.

No siendo raro en nuestro medio, ver como correr pareja suerte, y muy a menudo distinta en perjuicio, al delincuente político y al atávico, precisa en el caso inquirir si se trata de un individuo perteneciente al primer grupo. Luis Jiménez de Asúa, si-guiendo el pensamiento de Enrique Ferri, llama delincuente político al que ejecuta un hecho clasificado como delito impulsado por móviles políticos o de interés colectivo (hasta aquí el maestro italiano) “y que persiga construir un régimen avanzado, orien-tado hacia el porvenir” (esto último enmienda del penalista español). Sin discutir lo acertado de la definición en cuya última parte no estoy de acuerdo, voy a tomarla por ser comprensiva y clara, para este estudio.

El hombre que se rebela contra un régimen, que siente que vive en la injusticia, que anhela destruir el presente para susistirlo por una nueva organización social que él estima más noble y más humana y que impulsado por estos deseos dispara su revólver sobre el tirano, hace estallar una bomba al paso del vehículo que conduce los armamentos destinados a los pretorianos del déspota o que ejecuta cualquier otro hecho delictuoso, siempre con el mismo móvil, si es reducido a prisión, podrá seguramente arrepentirse; quizá, incapaz de resistir a las molestias del presidio, re-niegue de sus generosos principios; pero nunca hablará de que en adelante va “a ser bueno”, sino que se llamará equivocado o torpe, prometiéndose para el futuro mayor prudencia (así se llama también a la cobardía) o inactividad política; pero jamás lla-mas “malos” a sus anteriores hechos y ante todo y sobre todo, especial observación de nuestro medio, los delincuentes políticos, rarísimos que van a dar a las cárceles, pues la mayoría son expatriados, pertenecen a una clase social que sabe algo más

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que leer y escribir, no usando por tanto de tan mala ortografía, y que, además, pro-testa invariablemente por hacer vida común con vulgares delincuentes, no llegando nunca resignarse como el anónimo recluso que me ocupa.

Descartando pues el delincuente político, queda el otro tipo, el común o atávico, para determinar en cuál de sus diversas clases puede colocarse a nuestro sujeto.

Bajo distintos rubros, Garofalo y Ferri, han agrupado a los diversos delincuentes según sus características, antropológicas y psíquicas y aunque discrepando en la de-nominación, convienen en lo general sobre las características de cada grupo. A ellos voy a referirme y especialmente al segundo de estos autores, por ser su clasificación más conocida entre nosotros y adelantándome a la crítica, advierto que los que des-deñosamente contemplan el esfuerzo genial de la Escuela positiva al determinar los tipos delincuentes, deben abandonar su actitud de crítica infecunda, proporcionando a la ciencia penal, si están capacitados para hacerlo, los métodos y principios que deben subsistir dignamente al error, si existe, de los sabios italianos.

Desde luego no estamos en presencia de un criminal loco, pues la insensibilidad moral de esta clase de sujetos no es capaz del amor a los suyos y del arrepentimiento que revela al pensamiento que estudio. Las mismas razones, a más de las ideas de sufrimiento en la cárcel y esperanza de libertad que acongojan a mi sujeto, descartan al delincuente nato, a propósito del cual dice Ferri: “que considera la prisión como un asilo donde el alimento está seguro” y más adelante (Sociología criminal, páginas 170 y 171). “La prisión no le hace sufrir, está allí como el pintor en su taller, en el que piensa en nuevas obras maestras”.

El delincuente habitual caracterizado por su relajamiento moral adquirido, más bien que innato, hace del delito una profesión y viviendo en ésta y de ésta, como lo prueba la reincidencia, no podrá arrepentirse de sus hechos en la forma que se arrepiente el recluso que dejó escrita en el muro, la tortura de su alma. En el habi-tual el delito es crónico, se ha incorporado a su existencia y por lo tanto no puede percatarse de que es malo, pues para ello necesitaba poseer un sentido de moral que en caso de tenerlo le impediría ser tal delincuente.

Restan solamente dos categorías de criminales: los de ocasión y los pasionales, siendo sumamente difícil decidirse en el caso por unos u otros; pero si se tiene en cuenta que los primeros, faltos generalmente de probidad, ante la ocasión favorable delinquen, a diferencia del hombre honrado que en igualdad de condiciones no lo hace, e impulsado más bien por el retrato que hace Ferri, en su obra antes citada, de los comprendidos en la segunda categoría, no vacilo en colocar entre ellos al autor del pensamiento que motiva este ensayo. En efecto, así los caracteriza el autor men-cionado: “no vacilan en confesar su mala acción y se arrepienten de ella, hasta el punto de suicidarse y bastante a menudo lo consiguen. Si son condenados continúan mostrándose arrepentidos y se corrigen en la prisión, o mejor dicho, no se corrompen en ella”. Tales palabras parecen escritas después de haber leído las frases sinceras que llamaron mi atención en la Penitenciaría.

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“Padese, sufre, sobrelleva”, esto revela el dolor del presidio, “ser feliz al lado de los suyos” nos está diciendo que quien tal piensa anhela una vida de hogar pacífica y tranquila y por último la resolución para el futuro de “ser bueno” a la par que confiesa una conducta anterior mala, perfectamente comprendida, es el índice de un verdadero arrepentimiento.

Estamos pues en presencia de un individuo normal, honrado, de nobles senti-mientos morales, que en un instante de arrebato, de pasión intensa, capaz de levan-tar una tormenta en su cerebro que ofuscó todo en su psiquis delinquió. Este es él; pero, ¿Por qué se escuda en el anónimo? ¿Por qué escribe sobre el muro? ¿Por qué al conocer sus sentimientos un compañero de presidio lo injuria poniendo como firma “Los jotos”, y ¿qué, por último, revela todo esto al preocupado del Derecho Penal? Trataré de contestar a estas preguntas.

El instinto de sociabilidad impele al individuo a ponerse en comunicación con sus semejantes, a dar a conocer a éstos sus sentimientos e impresiones; la palabra, magistral y políticamente definida por José Ortega y Gaset como: “un poco de aire estremecido que desde la madrugada confusa del génesis tuvo poder de creación”, satisface esta primordial necesidad, y escrita o hablada, lleva del fondo de cada uno de nosotros a los demás, lo mismo el pensamiento frívolo o vano, que la idea noble o generosa, para dar lugar, entre los hombres, a la espiritual comunión que nos vincula.

Por eso cuando estamos solos, no encontrando a quién decir todo lo que bulle en nuestro cerebro y perturba nuestro espíritu, ocurrimos al papel y por medio de la pluma, desahogamos esa ansia comunicativa que así queda satisfecha. Cabe entonces preguntarse cómo un individuo no familiarizado con la escritura, adopta este medio para dar a conocer al exterior un pensamiento que de seguro hacía tiempo lo domi-naba, encontrándose en medio de varios centenares de hombres, colocados, como él, en las mismas circunstancias que dieron origen a sus sentimientos.

Sabido es que tan se encuentra sólo quien carece en absoluto de compañía, como el que en medio de una multitud compacta, se siente extraño a ella al saberse incomprendido. Creo que esta última y terrible soledad era la que rodeaba al desco-nocido recluso a quien vengo refiriéndome. En efecto el hombre torpe para escribir, que encuentra en este arte dificultad inmensa (tal es el caso de mi sujeto demostrado por sus graves errores y burdos rasgos) seguramente que recurrirá a la conversación como medio comunicativo, siempre que tenga interlocutor a su alcance y solamente al verse en prolongada soledad, en aislamiento absoluto, llegará a traducir en letras sus ideas, cuando éstas, ya no pudiendo permanecer más tiempo dentro, venzan el obstáculo de la ineptitud y empujen su indecisa mano. Nuestro hombre seguramente se encontraba en estas circunstancias. Casi no sabe escribir y no obstante escribe, luego necesitaba hacerlo, ¿por qué? Porque los cientos de reclusos, sus compañeros no lo comprendían, porque se dio cuenta de que él y ellos eran distintos, porque en medio de tantos, estaba solo. Concluimos pues este posible delincuente pasional, efectivamente arrepentido, que espera ansioso la libertad para ser feliz con los suyos

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y sufre con resignación su condena, alentado por esta hermosa esperanza, era único entre muchos.

Y no se equivocó al sentirse diferente. Sabiendo que sus sentimientos nobles no serían entendidos, los calló mucho tiempo, hasta que al fin un día, ellos que deseaban salir a la luz, que querían ser gritados, comentados, discutidos y sentidos, empujaron al hombre que les escribió en el muro; pero tuvo miedo, se dio cuenta de que a los ojos de los otros el sufrimiento actual y la esperanza del mañana eran terrible cobardía, que sí era conocido, la burla soez y sangrienta y quizá algún mal grave en su persona lo harían su víctima y se refugió en el anónimo, calló su nombre. Es seguro que después de escribir rápidamente y vigilando no fuera sorprendido, huyó del lugar, como después de realizar un crimen, temeroso de ser visto; pero satisfecha su necesidad espiritual de arrojar al mundo el contenido de su pecho. Y decía yo que no se equivocó. Después, quizá a los breves momentos, uno de aquellos a quienes no quiso dar a conocer su alma pasó por el lugar, y al encontrar el pensamiento y cono-cerlo, no teniendo el autor a su alcance para reprocharle su cobardía, indignado, con iracunda mano ansiosa de golpear hasta el cansancio en duro castigo a quien tales sentimientos abrigaba, escribió procazmente abajo y a modo de firma, la injuria que sus labios repetían: “ los jotos” y se alejó lleno de odio a comentar con los amigos, que allí, entre ellos, había uno que en vez de rebeldía, de indiferencia o de odio, hablaba de resignación, de amor y de esperanza.

“Los jotos”, esta es la reacción de la cárcel; “los jotos”, manera especial de nuestro pueblo de llamar al homosexual, al invertido, es el calificativo que dan los presidiarios a quien sufre en la penitenciaría y habla de arrepentimiento. Por lo tanto la hombría consiste para ellos en sentirse en su medio detrás de las rejas, en tener la firme resolución de reincidir en el delito y en no sentir remordimiento alguno por la sangre derramada o por el hecho cometido que los llevó al encierro. Y esto quiere decir que la cárcel no hace mella en sus espíritus, que los sistemas seguidos o son ineficaces en lo absoluto para lograr el fin educativo y de readaptación perseguido, o que están siendo aplicados inútilmente a delincuentes natos y habituales que deberán ser relegados. Ya sea una u otra la situación, es evidente que este detalle, al parecer intrascendente, del que me he ocupado, este pensamiento anónimo y la reacción injuriosa que provocó, están hablando muy claro sobre la inutilidad de la penitenciaría tal como se encuentra organizada.

Vuelvo a repetir lo dicho en otro lugar: no creo en la eficacia de las penas como medio para prevenir el delito; pero sí las creo capaces, científica y empeñosamente estudiadas y aplicadas, de dar un rendimiento provechoso a la sociedad.

Urge conseguir que el presidiario arrepentido pueda comunicar sus pensamientos al compañero seguro de ser comprendido por éste. Urge que el concepto carcelario de la hombría, sea el justo del varón honrado y fuerte.

carloS Franco Sodi.

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XIII. LIBROS

EL ABORTO A TRAVES DE LA MORAL Y DE LA LEY PENAL.—Por el Doctor Moisés A. Vieites.—Editorial Reus, S. A. Madrid, 1933.—El conocido penalista cubano Vieites, autor de un interesante proyecto de Código Penal—cuyo valor radica en la jugosa exposición de motivos—ha dado a la estampa una pequeña obra sobre el aborto. Las reflexiones Vieites acerca de dicho delito y su impunidad, descansan, principalmente, sobre disquisiciones de carácter moral y teológico, que ocupan casi la mitad del libro, descentrando el problema en nuestro concepto, pues como dice Max Ernesto Mayer, la impunidad absoluta del aborto debe postularse desde el punto de vista de la “norma de cultura”. La tesis que propugna Vieites, es la de que el aborto es lícito para quien lo practica, porque no perjudica, sino por el contrario, beneficia a la sociedad; pues el aborto integra una defensa del individuo, ya que representa un bien para el ser abortado, por la incapacidad de los padres para alimentarlo y dirigirlo en estos casos. “¿Cómo, pues, —se pregunta y contesta— considerar moral o criminal a la madre, que previendo un futuro de miseria o crimen para su hijo, interrumpe su embarazo? Se dirá: pues siendo así, la mujer, dentro de las circunstancias expuestas, debe pres-cindir del ayuntamiento carnal y de esta suerte se elimina el problema”.

“Ahora bien, la anterior observación sólo puede ser producto de una ignorancia completa de las leyes de la vida. Si algún acto puede calificarse de involuntario en la mujer, es el coito”.

En resumen para Vieites el castigo social o penal del aborto, no se halla funda-mentado ni en la moral, ni en la justicia, ni en la defensa de la colectividad, y es, por tanto arbitrario. Por último cita con elogio los códigos que se orientan hacia ciertas posiciones de impunidad en esta materia, mencionando entre otros los artículos 333 y 334 del Código Penal mexicano.

La contribución de Vieites al estudio de este problema, es sin duda interesante, pero la nota teológica predominante, deja incumplido en parte el final del título de su obra, pues no estudia, seriamente, el aspecto jurídico del aborto tanto desde el análisis del bien jurídico que se trata de proteger con este tipo de delito, como desde el interés de la repoblación o desde si es o no reprobable este acto en la conciencia colectiva.

l.G.