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NO. 29. OCTUBRE 2008. UNIVERSIDAD CENTRAL – COLOMBIA NÓMADAS 8 De la nostalgia, la violencia y la palabra: tres viñetas etnográficas sobre el recuerdo Alejandro Castillejo-Cuéllar* En este texto se presenta una experiencia de investigación originada en el trabajo con el Centro de Acción Directa para la Paz y la Memoria y el Instituto para la Justicia y la Reconciliación, ambos en Sudáfrica, mediante una serie de viñetas etnográficas que permiten adentrarse en la manera como un antiguo excombatiente del Congreso Nacional Africa- no, en Sudáfrica, reconstituye el sentido del mundo mediante su articulación en el lenguaje. La pregunta que se plantea es por el espacio que se constituye en esta configuración y los problemas que emergen para el investigador en el intento de entenderlo. Palabras clave: recorridos etnográficos, palabra y escritura, espacio-apartheid, memoria, transiciones políticas. Neste texto apresenta-se uma experiência de pesquisa originada no trabalho feito pelo Centro de Ação Direta para a Paz e a Memória e pelo Instituto para a Justiça e a Reconciliação, ambos na África do Sul, mediante una série de vinhetas etnográficas que permitem entrar mais a fundo na maneira como um antigo ex-combatente do Congresso Nacional Africano, na África do Sul, reconstitui o sentido do mundo mediante sua articulação na linguagem. A pergunta que se da é pelo espaço que se constitui nesta configuração e os problemas que emergem para o pesquisador o intento de entendê-lo. Palavras-chaves: percursos etmográficos, palavra e escritura, espaço-apartheid, memória, transições políticas. This text is about a research experience based on the work with the Direct Action Centre for Peace and Memory and the Institute for Justice and Reconciliation, placed in South Africa. Through a series of ethnographic vignettes one can learn the way in which a former African National Congress combatant gives meaning of the world, through language articulation. The question unfolds on the space constituted in this configuration and the problems the researcher faces when trying to understand it. Keywords: ethnographic journeys, word and writing, space-apartheid, memory, political transitions. * PhD en Antropología de la New Scholl for Social Sciences, New York. Pro- fesor visitante de Zayed University, Dubai (Emiratos Árabes). Profesor Aso- ciado de la Universidad de los Andes, Bogotá (Colombia). Coordinador del Comite Internacional de Estudios sobre Violencia, Subjetividad y Cultura. E-mail: [email protected] ORIGINAL RECIBIDO: 02-IX-2008 – ACEPTADO: 20-IX-2008 [email protected] PÁGS.: 8-19

De la nostalgia, la violencia y la palabra - scielo.org.co · Neste texto apresenta-se uma experiência de pesquisa originada no trabalho feito pelo Centro de Ação Direta para a

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NO. 29. OCTUBRE 2008. UNIVERSIDAD CENTRAL – COLOMBIANÓMADAS8

De la nostalgia,la violencia y la palabra:

tres viñetas etnográficassobre el recuerdo

Alejandro Castillejo-Cuéllar*

En este texto se presenta una experiencia de investigación originada en el trabajo con el Centro de Acción Directa

para la Paz y la Memoria y el Instituto para la Justicia y la Reconciliación, ambos en Sudáfrica, mediante una serie deviñetas etnográficas que permiten adentrarse en la manera como un antiguo excombatiente del Congreso Nacional Africa-no, en Sudáfrica, reconstituye el sentido del mundo mediante su articulación en el lenguaje. La pregunta que se plantea espor el espacio que se constituye en esta configuración y los problemas que emergen para el investigador en el intento deentenderlo.

Palabras clave: recorridos etnográficos, palabra y escritura, espacio-apartheid, memoria, transiciones políticas.

Neste texto apresenta-se uma experiência de pesquisa originada no trabalho feito pelo Centro de Ação Direta para aPaz e a Memória e pelo Instituto para a Justiça e a Reconciliação, ambos na África do Sul, mediante una série de vinhetasetnográficas que permitem entrar mais a fundo na maneira como um antigo ex-combatente do Congresso Nacional Africano,na África do Sul, reconstitui o sentido do mundo mediante sua articulação na linguagem. A pergunta que se da é pelo espaçoque se constitui nesta configuração e os problemas que emergem para o pesquisador o intento de entendê-lo.

Palavras-chaves: percursos etmográficos, palavra e escritura, espaço-apartheid, memória, transições políticas.

This text is about a research experience based on the work with the Direct Action Centre for Peace and Memory andthe Institute for Justice and Reconciliation, placed in South Africa. Through a series of ethnographic vignettes one can learnthe way in which a former African National Congress combatant gives meaning of the world, through language articulation.The question unfolds on the space constituted in this configuration and the problems the researcher faces when trying tounderstand it.

Keywords: ethnographic journeys, word and writing, space-apartheid, memory, political transitions.

* PhD en Antropología de la New Scholl for Social Sciences, New York. Pro-fesor visitante de Zayed University, Dubai (Emiratos Árabes). Profesor Aso-ciado de la Universidad de los Andes, Bogotá (Colombia). Coordinador delComite Internacional de Estudios sobre Violencia, Subjetividad y Cultura.E-mail: [email protected]

ORIGINAL RECIBIDO: 02-IX-2008 – ACEPTADO: 20-IX-2008

[email protected] • PÁGS.: 8-19

9NÓMADASCASTILLEJO-CUÉLLAR, A.: DE LA NOSTALGIA, LA VIOLENCIA Y LA PALABRA: TRES VIÑETAS ETNOGRÁFICAS SOBRE EL RECUERDO

“Mami, ¿y es que acaso eseseñor [Pol Pot] no tenía mamá?”

Prisión “Toul Sleng” o “S-21”,Phnom Penh, Cambodia, julio del 2008.

A mi Hija Sarah

Catástrofe1

La palabra “catástrofe”habita simultáneamente undoble lugar. Por un lado, noshabla de eventos o instancias,no siempre repentinas, dedestrucción masiva, cós-mica, que hunden a lapersona en la oscuridadexistencial y metafísica. Sinembargo, en la antigüedadclásica, catástrofe era tam-bién la parte final de la tra-gedia, su epílogo, para sermás preciso. La música dela época, por otro lado, nosda una clave adicional, aun-que en otro sentido: catás-trofe era entendida como “elretorno al punto de descan-so y equilibrio axial de lacuerda de una lira luego dehaber cesado de vibrar”(Comotti, 2006; Martin,1953; Paniagua, 1979). Lapalabra no hacía referencia,pues, a la caída del ser hu-mano en la oscuridad me-tafísica o existencial (quetantos pensadores trataríande explicar en sus teodiceasseculares), sino lo contrario,al retorno del equilibrio, alinstante en donde el presen-te perdido, y en el caso de la música,el silencio, se recuperan. Sería im-posible, sin embargo, localizar el mo-mento epistémico en el que lavibración se trasformó, semántica-mente, en la fuente del caos. Es esavibración en tanto destrucción la que

llegaría hasta nosotros en el idiomaespañol. La palabra, en consecuen-cia, habita una cierta ambigüedad dela que no quiero despojarme.

Este texto aborda la unidad in-herente a la idea de catástrofe comocaída y como retorno o epílogo, inten-

tando comprender la manera comoseres humanos específicos, luego dedestierros y guerras –marcados portodo tipo de calamidades–, tratan dereconstruir un sentido en el mun-do. Esto con la intención de “extraerlas palabras del exilio” al que las he-

mos sometido en la academia (Stan-ley, 2006). Así, hablar de aquello quees catastrófico implica pensar aspec-tos de la experiencia que se “resis-ten a los conceptos”, en la medidaen que habitan lugares simultánea-mente familiares y extraños. Pararealizar este ejercicio quiero concen-

trarme en la palabra, comomediación de la experien-cia, ya que ella se teje, osu propia ausencia, con laidea misma de catástrofe.

Para ello, este trabajo seconcentra en las lacónicaspalabras de Mandla, un an-tiguo miembro del ala mili-tar del Congreso NacionalAfricano, extraídas de unapresentación pública de supoema “El vientre” (hacien-do referencia al vientre ma-terno), una noche fría enCiudad del Cabo hacia fi-nales del año 2003: “Soy[dice Mandla para descri-bir su existencia] un squatterdentro de un squatter”. Eltérmino inglés squatter es depor sí difícil de traducir: porun lado, hace referencia alos habitantes de barridasmiserables, ocupadas ilegal-mente y diseñadas por elapartheid en todo su masi-vo programa de ingeniaríaracial. Simultáneamente, eltérmino hace referencia al“lugar” ocupado por estos“invasores”. “Asentamientoilegal”, “invasión”, podrían

ser unas posibles traducciones.

Aquí el sujeto, en tanto locus deexperiencia, se confunde o se entre-laza con el espacio de la dominación:de ahí la doble connotación del tér-mino sujeto (Smith, 1988). Hay en

Peregrino Rivera Arce: Recuerdos de campaña (1900), Sobre la mesa.Museo Nacional de Colombia.

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este verso una cadena que lo llevadesde la madre, pasando por su cuer-po –por sus contenidos fenomeno-lógicos–, para terminar en el lugarque los contiene a todos juntos, elespacio social. La palabra “soy” esuna articulación de la experienciaque habla de sí mismo en relacióncon una comunidad moral más am-plia. Es una frase paradójica, sinduda, donde lo íntimo, el lugar dela simbiosis con la madre, y lo extra-ño se confunden, donde el retorno yla caída se entretejen. ¿Qué quieredecir entonces retornar al lugar en elque nunca se ha estado pero que sereconoce con la intimidad de haberlovivido? ¿Cómo se entretejen las pala-bras y los cuerpos en este retorno?

A la traducibilidad (Steiner,1998), como problema metodológico,a los ecos que deja la palabra en sucamino, como señalaría WalterBenjamin, y a su densidad semántica,que en estos extractos se encuentraesparcida en diferentes lugares eidiomas, dedico las siguientesviñetas2 .

Primera viñeta:el color de la pielcomo uniforme

En un manual de ciencia poli-cial citado extensamente por elministro de la ley y el orden, AdrianVlok, durante los años críticos delapartheid, cuando imperaba el es-tado total de emergencia en 1988,se encuentra el siguiente párrafoque de entrada afianza, como ejer-cicio cartográfico del Estado, al hom-bre negro en el orden de lo salvaje,la fuente de todo terrorismo:

Los bantúes [un término despec-tivo] son menos civilizados. Entre

más primitivas son las personas,menos son capaces de controlarsus emociones. A la menor provo-cación, se tornan violentas. Nopueden distinguir entre los asun-tos serios y los menos serios. Sonmenos auto-controladas y másimpulsivas (Bell y Buhle, 2001).

Ahora, un extracto de mis no-tas de campo, en un intento pordarle continuidad histórica al pá-rrafo anterior.

En el verano africano del 2003tuve la oportunidad de realizaruna larga entrevista con V. J.Cronje, miembro de la AfrikanerBroederbond, veterano de la Gue-rra de Rodesia y ex-oficial de in-teligencia militar trasladado alCabo durante la crisis de me-diados de los años ochenta. Lo co-nocí en Maun, una pequeñapoblación de Botsuana, entradaal Delta del Okavango. Para pes-carlo tuve que hacer una reser-vación en una empresa particularque ofrecía en Johannesburgopaquetes turísticos para avezadosviajeros. Varios conocidos me ha-bían confiado que este particulargrupo de administradores turísti-cos tenía entre sus filas antiguossoldados del apartheid. Final-mente, una madrugada, partí ha-cia Botsuana y Zimbabue desdeJohannesburgo para experimentar“la emoción y la adrenalina deuna aventura en Sudáfrica”. Unanoche, luego de más de diez ho-ras de un incómodo recorrido enun microbús a lo largo del bordedel Kalahari, en pleno verano,con una temperatura que alcan-zaba los cincuenta grados centí-grados, llegamos por fin a unrefugio elegante, casi lujoso: unahilera de chozas estilizadas, las

mismas que figuran en muchastarjetas postales representando el“África tribal”.

Me pareció sorprendente hastaqué punto estos personajes, mu-chos de los cuales –como me en-teré después– habían estadoinvolucrados en operaciones decontrainsurgencia y guerras fron-terizas, “administraban” el circui-to de “reservas de animalessalvajes”, la industria que mane-ja el acceso a “lo salvaje”, a lo“peligroso” y a la experiencia dela sabana africana. Al conocer-los, no pude evitar preguntarmesi habría alguna suerte de conti-nuidad histórica y profesionalentre sus vidas “anteriores” entanto soldados y sus negocios ac-tuales: cazadores de bestias quehabían cambiado el rifle por la cá-mara; conexiones no sólo en rela-ción con habilidades específicasaprendidas a lo largo de los añosen el frente, como la destreza parasobrevivir o el conocimiento de “losalvaje” (incluyendo “los negros”),sino otras, quizás más sutiles, comola adicción a la adrenalina.

El encuentro con Cronje estuvoprecedido por conversacionesque, estimuladas por la mono-tonía del paisaje semiárido deBotsuana, se desarrollaron alre-dedor de narraciones presenta-das como historias de despojo,maltrato físico y frustración delos blancos en “la nueva Su-dáfrica, una letanía de quejasque escuché en tantas ocasio-nes: historias de robos, asesinatosy violaciones, que supuestamen-te reflejaban la ‘barbarie’ de lapoblación negra en oposición a‘la amorosa y pacífica comuni-dad blanca’”.

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Peregrino Rivera Arce: Recuerdos de campaña (1900),Bon “Libres de Ocaña”. Una carga al machete - Palonegro.Museo Nacional de Colombia.

La atmósfera de la conversaciónfue calma, casi amistosa, mientrasque el calor del día se atemperabay la luna brillaba con las primerasluces de la noche. Poco a poco,los guías turísticos que se cono-cían entre sí se fueron congregan-do a medida que cobró fuerza ladiscusión sobre política con los co-merciantes de diamantes. El re-fugio era un lugar seguro para suconversación, ya que se trajerona colación tópicos prohibidos,como la situación política deZimbabue y la polémica reformaagraria del presidente RobertMugabe. Fue este último tema, laposibilidad de que Sudáfrica seconvirtiera en Zimbabue, el quedesencadenó la desinhibida inter-pelación de Cronje: “Escuché queusted está escribiendo un libro so-bre Sudáfrica. Yo tengo algo quecontarle”.

En retrospectiva, el discurso deCronje esa noche fue, en unafrase, un recuerdo nostálgicode la época en que “el salvaje”,o el “hombre negro”, estabanpolítica y militarmente redu-cidos a las “localidades” asig-nadas por los ingenieros de lasegregación. En su opinión,uno de los problemas de laSudáfrica contemporáneaera el hecho de que “los ne-gros” hubiesen excedido losterritorios ideados original-mente para ellos. Al referirse a “losnegros”, Cronje usaba el despec-tivo y denigrante término kaffir:una palabra de origen árabe quesignifica “infiel” y que entra alswahili, lengua transnacional delÁfrica, a través de traficantesmusulmanes de esclavos duranteel siglo XIX. En el mundo islámi-co no hay peor epíteto que éste.

Fue un vocablo ampliamente usa-do durante los años del apartheid,en un tono secularizado aunquede matices cristianos, pero con unlargo historial de circulación du-rante los tiempos coloniales a tra-vés de las crónicas de viajeros

europeos en África. En españolla palabra cafre proviene de kafir.Con tono casi de pontífice, bene-volente y condescendiente, Cron-je se identificaba a sí mismo comoun “pensador”. Frases cortas, casimeditativas, encapsulaban lasideas de este hombre sobre filoso-fía racial. Me impactó su carácter

pacífico, siempre haciendo galade una paciencia estoica frente amis enojosos interrogantes ycomentarios.

Quizá la más perturbadora de to-das las declaraciones de Cronjedurante aquella noche –lo re-

cuerdo con una brutal cla-ridad– fue la siguiente:“usted puede sacar a unkaffir del bush, pero no pue-de sacarle el bush al kaffir”.La frase misma era, en apa-riencia, un locus clasicus,dado que todos los que es-taban alrededor de la mesaasintieron con respeto mien-tras él la repetía varias vecesen afrikáans, como si a fuer-za de repetirla estuvieraasegurándose de que ésta per-durara en mi memoria. Difícilde traducir, sin duda: enun-ciada en afrikáans, un idiomacuya base es el holandés y quese mezcla en los siglos XVII yXVIII con el malasio y otros idio-mas traídos del sur de la India,Ceilán y el Sudeste Asiático através del comercio global de es-clavos. La frase se entrelaza conel swahili a través del árabe y lapalabra kafr. Y la palabra bush, fi-nalmente, proviene del inglés:matorral, arbusto. Pero en el Áfri-ca del colonialismo británico, bush

tiene una fuerte genealogía quela emparenta con la penetraciónde la civilización, cristalizada enel cuerpo de los héroes-explora-dores, a la feminizada tierra incóg-nita. Ese lugar de encuentros conese otro mundo, de lucha entre larazón y el caos, es lo que se deno-mina bush. Los blancos, especial-mente aquellos que tuvieroncontacto con la sabana, crecen es-cuchando historias del bush, de la

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misma manera que en otras lati-tudes circulan historias de fantas-mas y espíritus.

Cronje naturalizó un orden delmundo en el cual cada criaturatenía un lugar específico, asigna-do según una singular cartografíade la diferencia. La fraseencapsula el miedo al inma-nejable “salvaje” que habitaen los confines de los es-pacios humanos. Ilustra suteoría rememorando una“experiencia en el bush” ocu-rrida en su infancia: cuan-do él era chico, su padreencontró un cachorro deleón pedido. Al darse cuen-ta de que el animal habíasido abandonado por su ma-dre, el benevolente padredecidió llevarlo a la granja yconservarlo como mascota.El león creció en cautiverio,se hizo grande y fuerte y pa-reció adaptarse, coexistir eincluso desarrollar cierto tipode afecto hacia los seres hu-manos. Cronje evoca connostalgia la reciprocidad deesos sentimientos. Comotodo niño, él había cimenta-do una cercanía especial yuna “amistad” con un ani-mal conocido por su fuerza ysu poder. Un día, a variosmetros del límite de la queCronje recuerda como “la in-mensa propiedad familiar”,pasó una pequeña manadade antílopes. De repente, “instinti-vamente”, el león se agachó, ahurtadillas, escondiéndose, mien-tras observaba e inspeccionaba lamanada. Esto sucedió a varios ki-lómetros de distancia del principalespacio habitado de la estancia,donde solía vivir toda la familia,

en un punto remoto de la granja.Fue precisamente en este espacioliminal, donde el león reaccionóatacando y matando a un antílope.

El narrador, de alguna maneradesilusionado con aquello queacababa de ver inesperadamen-

te, un arranque de agresión e ins-tinto asesino por parte de suamada mascota, recordaba esteincidente casi como una epifanía,una instancia del despertar de laconciencia y la claridad, un en-cuentro con las verdades peren-nes y un momento ritual en el

que el orden natural de las cosas ylas leyes de la naturaleza habíansido, literalmente, re-establecidas.Los animales salvajes y las perso-nas pertenecen a dos órdenes se-parados en la naturaleza y no tienesentido mezclarlos, pues tienenformas de vida diferentes e in-

alterables: un animal salva-je siempre será un animalsalvaje, imposible de domes-ticar, que anda suelto, do-minando la sabana africana,viviendo a campo abierto y,sobre todo, usando la violen-cia como medio para sobre-vivir, para imponerse. Laintención de Cronje era, porsupuesto, explicar lo que asu parecer era una analogíaevidente entre “el hombrenegro” y “el animal salvaje”.Al igual que el león, “elhombre negro” podría cre-cer y vivir entre “los blan-cos” y, sin embargo, nuncasería capaz de dejar atrás lascostumbres del bush porque,según Cronje, está indele-blemente definido por unsentido de conexión ances-tral, primitiva, desde tiem-pos inmemoriales, con losalvaje, con un salvajismoque está marcado en sucuerpo con el color de su piel.

Cronje, experto rastreadorde animales que creció es-cuchando a su padre narrarcuentos del bush, y veterano

soldado del apartheid en las gue-rras fronterizas, afirmaba haberaprendido sobre “los negros” pormedio del “conocimiento” direc-to, producto de las batallas entrela vida y la muerte que encaró enla sabana salvaje. Fue precisamen-te esta íntima relación adquirida

Peregrino Rivera Arce: Recuerdos de campaña (1900), Palo-Negro. Croquisde un soldado... muerto al machete. Museo Nacional de Colombia.

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con lo salvaje, este interés pordiseccionar la otredad del Otro,el que le dio elementos para com-prender “la mente negra”. Fuen-te tanto de desconcierto como deterror. Como lo establecía sin ro-deos el manual de entrenamien-to, él estaba convencido que “a lamenor provocación, ellos [losbantú] recurrirían a la violencia”.

Al igual que un viejo patriarcasermoneando en un tono seudo-filosófico y meditativo, Cronje in-sistía: “Escuche cuidadosamente,usted debe escribir esto en su li-bro, esto es verdad”. Y así lo hice.Su deseo de exponer “la verdad”funcionaba como una armaduracontra preguntas inquisitivas. Sutarea no consistía en legitimar suvisión de la palabra, “la verdad”,y el orden particular del mundoque a su parecer había colapsadodurante y después del procesopolítico de Sudáfrica, sino en ex-ponerlo, presentarlo, develarlo,con el fin de iluminar, de sacar dela ignorancia. Era precisamente elfracaso del orden, o en otras pala-bras, el derrumbe de la maneracomo se asignan ciertas categoríasde personas a espacios específicos,lo que él ponía en evidencia. Ha-ber desmontado el orden legal lla-mado apartheid era ir contra lasleyes naturales. Era debido a estoque él tenía una visión apocalíp-tica del futuro: un apartheid a lainversa, blancos segregados, ro-deados por los mismos negros vo-races, deseosos de engullir yatiborrarse con el dinero, la tierray la riqueza del país.

La conversación con Cronje evi-denció una serie de relaciones en-tre la asignación de cuerpos alugares específicos –particular-

mente los cuerpos negros a las“localidades”– y el mantenimien-to del orden de las cosas y losusos de la violencia para produ-cir y reforzar fronteras. Esto, par-cialmente, explica por qué elapartheid desplazo millones depersonas a las localidades negrasen un programa de dislocacionesmasivas que los expropiaba detodo. En el centro de todo estoestaba la idea de “lo negro” como“exótico”, como ininteligible,como encarnación del caos y dela violencia destructiva. De ahí elllamado proyecto civilizador delcolonialismo (notas de campo,cuaderno segundo, 2003).

Cuando Mandla nació a media-dos de la década de 1960, había na-cido, paradójicamente, en el seno deeste desarraigo. Cuando creció, de-cidió tomar las armas, primero parasacar a los blancos de África (su tíohabía sido miembro del CongresoPan-africanista), pero luego parabuscarse un lugar en un mundo enel que había sido forzado a conver-tirse en extraño. En cierta forma, lalucha de liberación encarnaba laidea de un retorno. Pero para lograreste retorno, Mandla tuvo queexiliarse, esta vez por decisión pro-pia, para luego volver como guerri-llero, con el fusil.

Segunda viñeta: exilios

El apartheid fue esencialmenteun régimen de dislocación forzada,donde la violencia, que no era leí-da como derrumbe sino como res-tauración, era la violencia de laasignación del cuerpo a un espaciocreado por la racionalidad técnica:el gueto. El “color de la piel comouniforme” hizo de Sudáfrica un lu-

gar de culturas ininteligibles entresí: el relativismo posmoderno hubieracaído como anillo al dedo: la ideade autodeterminación cultural, tancentral para movimientos de resisten-cia en América Latina, constituyó,junto con la idea de inconmensura-bilidad, el sumo conceptual del ra-cismo. Hizo del destierro el hogar demuchos y del control de lo salvaje ylo exótico, el presupuesto para latortura. Claro, en el marco de unaacelerada expansión capitalista.Pero ese “exótico” de las décadasprecedentes, en esencia, no habíacambiado. En la Sudáfrica de latransición, las localidades seguíansiendo el locus del caos: por un lado,producto de la violencia endémicaluego de centurias de colonialismo,expresada en el maltrato corporal,el hambre y el sida; y en segundolugar, de la violencia epistémica quecircunscribe ese lugar como lugar delo otro. En ese mundo, la guerra dela liberación, la versión oficial, sehabía convertido en artículo de con-sumo, mientras que sus minuciasexistenciales se habían hecho invi-sibles. Fue a este tercer exilio al queMandla vuelve con profunda espe-ranza para re-comenzar su vida. Enél descubre, contrariamente a lo es-perado, relaciones de continuidadcon el pasado en esta nueva enti-dad llamada la “nueva Sudáfrica”.Pero lo más aterrador, en un momen-to dado, era que Mandla había des-cubierto que había sido expropiadopor el mercado de su propia historiay de su propia experiencia como par-te de la lucha por liberación. Él eracontado por otros: su hogar se habíaconvertido en un lugar extraño.Regreso de nuevo a mis notas decampo:

En una ocasión, mientras tomabanotas sobre la industria del ocio y

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el entretenimiento en Ciudad delCabo, me decidí a explorar la ciu-dad, esta vez, con un operador deturismo que atendía visitantes ex-tranjeros, en su mayoría europeos.En mi diario de campo anoté losmuchos silencios del guía; los lar-gos y ambivalentes suspiros quesalpicaban, con previsible mono-tonía, su idea de la ciudad, de loque consideraba digno de men-cionar o de hacer invisible y de lamanera en que debían ser reco-nocidos ciertos rastros y señales enel espacio social: “Aquí vemosTable Mountain”, dijo en un obviointento por trazar un mapa delárea, “el verdadero centro de laCiudad Madre”. Literalmente,estábamos siendo conducidos poruna serie de itinerarios que eranuna amalgama entre las rutas es-tablecidas por las autoridades tu-rísticas durante los programas deentrenamiento para estandarizarel servicio y la versión personal delguía sobre el significado históricoy social de tales rutas.

“¿Qué es eso a nuestra izquierda?”,preguntó un inquisitivo viajero conun marcado acento alemán. Serefería a los asentamientos infor-males y a las localidades que apa-recían junto a la autopista amedida que pasábamos por las To-rres de Refrigeración, uno de loshitos “periféricos” de la ciudad, unpunto tanto de convergencia comode división en la cartografía racialde Ciudad del Cabo.

“¡Ah, sí, las localidades segrega-das! ¿Muy desafortunadas, no?”,respondió el guía en tono indi-ferente y con una rigidez y unaindolencia casi quirúrgicas, eva-diendo cualquier comentario quepudiera conducir a una mezcla

potencialmente explosiva de his-toria y política.

Fue complicado comprender losmatices semánticos de la palabra“desafortunadas” en ese contextoparticular. Un mar de ambigüedadla devoró. ¿Era la genealogía delconcepto la que resultaba tan “des-afortunada” o era la historia de sulegislada producción en Sudá-frica? ¿O quizás él se refería a lasinsoportables condiciones de vidade los residentes y a la tristezaarquitectónica de esta masiva es-tética de la desolación: una inter-minable masa de chozas, letrinas ypolvo con vista a la carretera? ¿Sen-tía alguna culpa o era conscientedel hecho de que su favorable po-sición en la jerarquía social deSudáfrica estaba correlacionada –en intrincadas y complejas for-mas– con la pobreza extrema deotras personas? ¿O se refería al he-cho de que –a pesar de todo– elamor, la compasión y la belleza flo-recen en medio de semejante su-frimiento histórico? Por supuesto,se me cruzó por la mente que elguía era de aquellos que opinaban–como escuché en muchas oca-siones– que el apartheid había sidouna buena idea mal implemen-tada, un experimento que saliómal. ¿Fue “desafortunado” que nohubiera funcionado? o ¿podría serotro ejemplo de una enunciaciónpolíticamente correcta, una espe-cie de respuesta automática, a laque son forzados a exhibir los guíasturísticos con el fin de mostrarle alvisitante extranjero que Sudáfricaestá “dejando atrás su pasado”? Lapalabra fue arrojada en la conver-sación para que todos la interpre-táramos como quisiéramos, comoun comodín en manos de un juga-dor de cartas.

“Territorio de pandillas”, dijo en-fática e impacientemente, despuésde inhalar una larga y casi medi-tativa bocanada de un chesterfield

light. Luego continuó con una in-terminable letanía de estadísticassobre el crimen en Sudáfrica y unaexplicación poco convincente delos orígenes de esta violencia: node los orígenes históricos de este fe-nómeno (de la colonización o elapartheid), con los cuales él, comociudadano, no hallaba ningún tipode conexión; sino de los que supo-nía los orígenes geográficos, lugaresdonde la violencia se multiplicabacomo mosquitos después de unalluvia tropical. En su opinión,Soweto, Mitchell’s Plains, Tho-koza o cualquier otra localidad delpaís eran, simultáneamente, me-táforas de la violencia así como suprincipio explicativo. La violenciaempezaba allí, fue su veredictotácito mientras detuvo su miradaalgunos segundos en ese inagota-ble océano de pobreza. La frase“territorio de pandillas” me sonócomo los letreros tipo “prohibido elpaso” que los propietarios blancos–o las elites de otras latitudes–cuelgan a la entrada de sus casasen los barrios opulentos, sólo que –en esta ocasión– la Ciudad Madre

era “el hogar”, la entidad que abri-gaba, el espacio de la seguridad yel afecto, en tanto que la locali-dad era el exterior irracional, unlugar de la guerra, el sida y la vio-lación de niños y bebés. Era elsquatter. Resultó asombroso darsecuenta cómo las conexiones entre“negritud”, crimen y espacio eranaún tan persistentes. La única di-ferencia era el contenido del dis-curso.

No hicieron falta más palabrasaquella tarde. Luego, mientras

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rondaba por el Cabo de Buena Es-peranza, en el extremo más aus-tral de la península que sobresaledel continente africano, fue in-evitable que la reflexión se volca-ra sobre la producción social de lainvisibilidad y la ininteligibili-

dad. “Territorio de pandillas”es una manera de reactua-lizar viejos terrores, lugares alos que hace veinte años sedenominaba “zonas de des-orden” y con los que se aso-cian determinado tipo decuerpos. De alguna manera,el guía exiliaba aún más esoslugares: una masa infinita dezonas de invasión y de áreasinformales. Muchas de ellasno pueden verse desde nin-guna autopista. Uno sólo per-cibe la punta del iceberg. Paraverlas hay que calibrar la per-cepción. Al observar, la mira-da del pasajero es rápida,superficial, vertiginosa e inca-paz de localizar, discernir,identificar claramente, o fi-jarse en detalles específicos eneste mar de uniformidad vi-sual. Pocas cosas puedenatraer la mirada del viajero a100 kilómetros por hora: eltamaño reducido de las cho-zas; el imaginado hacinamien-to de los espacios habitables;la falta de color; el paisaje pol-voriento, grisáceo y sin árbo-les, “infestado de grafitis ypandillas”, que parece vivir,como un artefacto habitual enun espacio familiar, adyacen-te a un caño de desechos (enCiudad del Cabo, como enotros lugares, la “pobreza” –comouna experiencia sensible del mun-do– ha sido frecuentemente aso-ciada con la suciedad de las aguasresiduales, los peligros químicos de

los drenajes industriales y la proxi-midad incestual de los desechoshumanos).

Si la mirada está adiestrada paraleer entre líneas, puede incluso

percatarse de “extraños” materia-les de construcción, como cajasde cartón, trozos de madera, plás-tico y trapos (todos sirviendo alsimultáneo propósito de ser mu-

ros, techos y puertas): la implaca-ble yuxtaposición de una vida he-cha de fragmentos, de huellas dedistintas épocas y diversos luga-res. Sin embrago, si el visitante seaventura a transformar las rela-

ciones de cercanía y distan-cia con este lugar, al mirar condetenimiento la esquina dealguno de estos espacios ha-bitados, emerge una serie dereliquias: estático cuelga, deuna pared de plástico, unanuncio de la campaña elec-toral de 1999, en que el Con-greso Nacional Africanopromete un cambio radical enla calidad de vida. Y en otraesquina veo rastros de la his-toria: efigies de camaradascaídos y asesinados, ChrisHani y Steve Biko, retratosde Nelson Mandela, recortesde periódicos de momentosicónicos durante la guerra deliberación y viejas y borrosasimágenes de cuerpos de mu-jeres desnudas tomadas dediarios amarillentos y pegadasa las paredes (notas de cam-po, cuaderno tercero, 2003).

Aquí abandono el textoun instante sólo para anotarque mientras cruzábamos poraquella larga autopista, imá-genes de Mandla en su camu-che asaltaban mi memoria. Elpoder mágico de los objetos yel pasado, lo que los lugaresdicen de aquellos quienes loshabitan. Su historia comosujeto político se entrelazabacon su espacio íntimo, inin-

teligible desde la mediación del guíaturístico. En ese contexto específico,los procesos históricos globales no seconectaban con los personales, conel sujeto como agente histórico. Unos

Peregrino Rivera Arce: Recuerdos de campaña (1900),Retrato del coronel P. Rivera Arce - Primer jefe del Bon “Libres de Ocaña”.Tomado en el campamento de La Quebrada. Museo Nacional de Colombia.

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años dentro la transición, cuando laidea de la lucha anti-apartheid sehabía ya tornado en mercancía, la in-dustria del turismo había expropiadoa Mandla de sí mismo, incluso de supropia voz, de su propio dolor parareducirlo nuevamente al orden de loexótico.

Ahora sí, concluyo esta parte dela narración.

Después de un rato, de lejos –desdeel asiento del conductor y desde elmundo para el que sirve de inter-mediario, desde los suburbios delsur, donde apretadas pinceladasde luz crepuscular se escondendetrás del bosque– las barriadasse tornan familiares y naturalesy, sin embargo, tan alejadas,como un estante oxidado en elrincón olvidado de una sala devisitas. De alguna forma, y a pe-sar de su magnitud, las localida-des, su historia, se han vueltoinvisibles (notas de campo, cua-derno tercero, 2003).

Tercera viñeta: lalocalización del dolor

Al volver al país a comienzos delos años noventa, Mandla se encon-tró con otro mundo, con un paísebrio de expectativas ante las trans-formaciones por venir. Creyeron, porejemplo, que hacer filas frente a lascabinas de votación cada cinco añostraería justicia social, incluso rique-za a la basta mayoría miserable. Co-nocí historias de mujeres que habíanrenunciado a su trabajo comoempleadas domésticas ante las pro-mesas de empleo que Mandelaanunciaba en las propagandas polí-ticas televisivas. Y al comienzo fueasí, sin duda, un cambio dramático

que llevó a una sociedad de la os-curidad del racismo a la posibilidaddel presente. La visión del mundoque Cronje habitaba parecía estardesterrada. De un momento a otro,Sudáfrica se había convertido en elcentro del mundo. Y en ese momen-to, Mandla fue recibido como héroepor su familia cercana. Pero esa na-rrativa de la nueva Sudáfrica tienesus múltiples clivajes, donde la ima-gen especular y pulimentada de latransición se craquela como cuadrorenacentista ante la mirada cerca-na e intimista. Mandla era la fisuradentro de la nueva nación. Para fi-nales de la década, muchos antiguoscombatientes habían sido abandona-dos o relegados a la desolación dela pobreza y el trauma de la tortura:recuerdo con pavor las historias dechoques eléctricos en el ano y deconfinamiento solitario sin fin queNkhule solía contarme, una y otravez, voz en cuello, cuando violába-mos la etiqueta racial en algunos delos restaurantes más exclusivos de laciudad, como tratando de gritar, enmedio de la indiferencia, “miren loque los Boers [los nacionalistas] mehan hecho”. Hace poco murió decáncer del sistema intestinal y elestómago, resentido con la vida. Élcomenzó a morir hace más de quin-ce años, en la celda. Aquí lo recuer-do con mucho afecto. A los ojos demuchos, las localidades seguíansiendo ese impenetrable mundo delo otro, donde la violencia y el sidase replicaba como la metástasis enel cuerpo ya sin destino. Con unagravante para jóvenes como Man-dla: su historia política, su experien-cia como soldado, como parte de unproceso global, había sido absorbi-da, esfumada en medio de la nebli-na, por la historia oficial de la luchade liberación: y no hay peor cosa queser sustraído de la propia historia,

por más fragmentada y fantasmalque sea. La transición, el retorno,le trajo otro exilio, el de su voz, elde su experiencia. Es precisamenteen la institucionalización de estahistoria y de los sacrificios hechospor algunos, donde se crean vacíos;vacíos que sólo pueden ser llenadosdesde las comunidades de base. Eneste punto, continuo con mis notasde campo, en sus entradas del mesde diciembre del año 2003:

[P]ara confrontar el silencio so-cial, Mandla solía, junto con otrosantiguos guerrilleros, llevar visi-tantes a los lugares que lo vieronnacer y combatir. A esta prácticale llamé, en su momento, “memo-rialización peripatética”: una for-ma incorporada del pasado, endonde Mandla se convertía en un“guía testimonial”, donde las pa-labras se amalgaman con el espa-cio , y a través del cuerpo, en unintento por reconocerlo, por reco-nocerse, por llamarle “hogar”. Elobjetivo principal era pues leer elpaisaje urbano, localizar entre losintersticios de su organización lasclaves de un pasado que aún con-vive con el presente. Él hablabaextensamente de las autopistas,los lotes baldíos, las líneas férreas,como mojones espaciales, comofronteras perfectamente estable-cidas por la ingeniería racial. Suvisión del presente invitaba a am-pliar el marco de referencia de laciudad, de tal manera que las dis-tinciones artificiales entre gruposhumanos se veían íntimamenterelacionadas a través de un siste-ma que se encargó de distribuir lapobreza.

Durante el recorrido, Mandlahace una parada importante: enel lugar donde el 15 de Octubre

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de 1985 varios jóvenes fueron ase-sinados por la policía. En ese pun-to, su narración se convierte enun espacio testimonial y en unlugar de apropiación del pasadocomo parte integral del sujeto. Enla voz de Mandla, una voz que harequerido años para leerse y reco-nocerse a sí misma dentro de esteterritorio, la narrativa histó-rica es la narrativa de la pri-mera persona. En este puntode la geografía del tiempoemerge, en letras amarillasevanescentes, un grafiti quetestarudamente se ha ama-rrado a esa pared por variosaños: “recuerda la masacredel caballo de Troya”, se lee,mientras el guía testimonian-te hace referencia al papel delas protestas populares de lasque fue parte, para contex-tualizar lo sucedido en estaesquina.

Un conocimiento profundo deestos procesos, de sus alcan-ces y limitaciones, comple-mentan su narración. Sinembargo, lo más importanteen este momento es la rela-ción que él establece con elpasado, como parte del proce-so histórico “revolucionario”.En este momento, la saga he-roica se extiende, para bien opara mal, más allá de los con-fines de los sacrificios realiza-dos por Nelson Mandela y loslíderes del Congreso NacionalAfricano. Pero a medida que estosucede, paradójicamente, la mis-ma narración histórica se fragmen-ta, se hace más compleja y, porsupuesto, menos canónica. Y es enestos planos de clivaje donde ad-quiere un valor particular, ya queel sujeto enfrenta sus propias con-

tradicciones y asume responsabili-dad de sus actos, un acto de digni-dad personal y valor: “en esemomento, yo no sólo estaba dis-puesto a dar mi vida por la causa,sino a matar por ella”. Era eviden-te que esa no era la historia deverdaderos torturadores, desdeCambodia hasta Colombia, que se

autoproclaman “víctimas”, en unverdadero “acto de escapismo”, entodo el sentido Haudini del térmi-no, para deslizarse sospechosamen-te en el tobogán de la llamadatransición y su economía política.

Desde esta y otras esquinas se di-visa el recuerdo como cuando elocéano se observa desde la punta

de un faro: para hallar claridad ysentido de continuidad y perte-nencia, el sujeto moldea la histo-ria, centrándose él mismo en ella,en parte ampliándola. En estepunto, la historia canónica sediversifica, extendiéndola, ha-ciéndola más compleja, inclusomás contradictoria. En este con-

texto, el ejercicio de la enun-ciación en el lenguaje, de lacristalización de la palabra, esvital: paradójicamente, nohay voz propia si no es encompañía de otros; así comono habría ni creatividad niindependencia sino hubierauna comunidad de diálogo.La interacción que el visitan-te tiene es con las palabras ylas vidas de quienes las articu-lan. En este sentido, el trase-gar esos lugares –metafóricosy literales– es un ejercicio querequiere de paciencia, ya quedemanda concentración, ysobre todo, intención de com-prender. En esto instante depalabras nómadas y de em-patías pasajeras, es cuandoMandla surge del anonimatohistórico convirtiéndose en unactor del proceso histórico através del acto mismo derecordar, de caminar. Sutestimonio, una modalidad dearticular de la experiencia yla verdad, no es extraído –re-cordemos que la antropología

es un disciplina extractiva–, sinoque es la base sobre la que se fun-damenta todo este encuentro pe-dagógico, esta fenomenología delotro, en lo peripatético. Aquí lapalabra es el evento en tanto tal.

En estos encuentros no hay inte-rés en diseccionar la alteridad delotro. El universo discursivo que

Peregrino Rivera Arce: Recuerdos de campaña (1900), Vigilando unprisionero... Museo Nacional de Colombia.

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Mandla construye sencillamentetiene en el escucha, un testigo desegundo orden, un efecto desfa-miliarizador, incluso perturbador.Quien escucha está forzado de al-guna manera a interpelar, inclusoen silencio, lo que él dice. Undesencuentro en ese instante,una mirada de indiferencia téc-nica y lo único que emerge es elfracaso, quizás mi fracaso, paraentender el dolor de otros. Es poreso que en ese ámbito, en el uni-verso que se construye por unascuantas horas, la relación entre elescucha y el testimoniante es ínti-ma. Mandla, no sólo le abre lapuerta al otro para que indague,ya que él es quien se convierte enel hilo conductor del recorrido porel espacio urbano, sino que lo hacepartícipe de este retorno. En estesentido, el espacio de interaccióne interlocución se hace más den-so en la medida que lo lleva delespacio a la experiencia (notas decampo, cuaderno tercero, 2003).

La combinación de estos dife-rentes registros de la experienciacon los que “el escucha” interactúaen relación con los territorios querecorre, tiene el efecto de crear unespacio de interlocución dinámica,de relativa intimidad, de cercaníacognitiva, o lo que llamo “re-cali-bración”: un momento de reconoci-miento histórico que permite que “lamirada” y el orden del mundoperceptual sobre el que descansa,logre encontrar “lo mismo” en lo queaparentemente es “lo otro”, uno delos rostros, como escribió Freud, delo unheimlich: la palabra, hecha “cor-pórea” en el ejercicio de deambulary re-habitar, en eternos instantes, losespacios familiares y a la vez ajenos,se convierte, al mismo tiempo, en unlugar de lo pedagógico, como lo ge-

nuinamente antropológico, donde“el 'otro’ (como dijera el filósofoLevinas) es un destello de posibili-dades”. Con esto, Mandla trata dedesterrar y deconstruir a Cronje, ensu elemental patetismo, para podervolver él mismo. Estos “itinerarios desentido”, como les denominé en unmomento crucial de pérdida exis-tencial durante los años de trabajode campo, y haciendo referencia ala textura semántica y a la genealo-gía de la frase, plantean, por un lado,el problema de los recorridos que losseres humanos realizan para articu-lar sentido en el mundo de cara a lacalamidad y a la catástrofe. Itinera-rios que emergen como articuladoresentre el pasado y el presente,moldeándose mutuamente y confi-gurando una gramática de la expe-riencia en el que el “sacrificio”, el“dolor”, el “reconocimiento históri-co” y el “retorno como posibilidad”negocian –en el ámbito de lo social–el significado de la vida en general.En Sudáfrica, como en otros luga-res, el futuro se habla en el idiomadel pasado. De ahí la nostalgia, unade las formas como nos relacionamoscon la ausencia.

Por otro lado, hay varias direccio-nalidades en estos itinerarios. Nosolamente geográficas, en la medi-da en que el recorrido nos lleva deun lugar a otro en la ciudad, de lossuburbios a los guetos, a través deuna paulatina inmersión histórica,sino que, por razones generacionales(Mandla tenía quince años cuandofue guerrillero), es un trasegar poruna época: la década del ochenta,los “años difíciles” y “oscuros”, a loscuales no todos sobrevivieron. Ca-minar esa década es como ver des-de la entrada la profundidad oscuray silenciosa de la celda donde serecluyó al individuo en el universo

del confinamiento solitario. Desdela luz, la oscuridad se hace más os-cura, más intensa, confundiéndoseincluso con la ceguera, o quizás, vi-ceversa. Sin embargo, desde estaencrucijada se vislumbran tenue-mente los pasos que nos han traídohasta aquí, hasta este punto de noretorno, crítico, en el sentido clási-co del término. Estos itinerarios son,en alguna medida, fragmentos de esateleología personal que busca recons-tituir lo disperso, lo fracturado, lo des-plazado. Pero, entonces, ¿no es la vida,desde cierto punto de vista, una su-cesión de puntos de no retorno quedisfrazamos con los ornamentos de lacertidumbre y el mito del eterno re-greso, devorando incluso, y sin que-rer, nuestras propias entrañas?

Finalmente, estos itinerariosinvolucran también, y fundamen-talmente, la integralidad de los sen-tidos. Mandla recorre y mencionalos lugares y las personas dondehabita el dolor, y las experienciasvisuales, táctiles y olfativas asocia-das con estos espacios. Sin embar-go, esta sensorialidad, la experienciade lo que denominamos las cuali-dades de lo bello o lo grotesco, delo agradable y lo repugnante, porejemplo, emergen no de una expe-riencia trascendental sino de laeconomía política de dicha expe-riencia, una experiencia situadaentre la contingencia y el determi-nismo del poder, entre la domina-ción cotidiana y las posibilidades dela resistencia.

Epílogo

Cuando Mandla se sentaba avislumbrar el recorrido de alguno deaquellos días, en una tienda dondela dueña lo conocía desde la infan-

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cia, parecía percibirse –entre ráfa-gas de aire tibio, silencio y cieloterrenalmente azul– que la lira ha-bía por fin dejado de vibrar, que ha-bía vuelto “al punto de equilibrioaxial”. Sin embargo, la última vezque supe de él me contaron que es-taba en la cárcel, debido a un pro-blema que tuvo con una pistola. Noera claro si era por no reportarladurante el periodo de desmovili-zación (siendo encontrada en supoder por la policía en alguna reda-da callejera), o si, por el contrario,la había usado contra alguien: final-mente la guerra arrastra enemigoshasta la tumba, cuando sus efluviosy emanaciones nos hacen indefecti-blemente habitantes del mundo delos muertos.

En todo caso, en ese instante,pensé en el carácter histórico de al-gunas calamidades y las condicio-nes materiales que las determinan,en la manera en que algunas per-sonas son forzadas a habitar exiliosuna y otra vez, como cuando, re-cordando el poema de Mandla, seestá extraviado en medio de la in-timidad de lo familiar o se sienteaugusto en la interminable extra-ñeza del mundo (Royle, 2003). Mepregunté entonces, ¿es a esta im-posibilidad de reconciliar estosmundos, a su conciencia, lo quellamamos “retorno”? Y ¿no es la“nostalgia”, una manera de relacio-narnos con la ausencia, el lugarhistórico de esa imposibilidad?3

Citas

1 Todos los extractos aquí presentados sonextraídos de mis diarios de campo y en-trevistas realizadas entre el 2001 y el 2004en Sudáfrica y Botsuana. Hacen parte deuna investigación más amplia sobre

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memoria y violencia en el contexto deorganizaciones de sobrevivientes yexcombatientes del Congreso NacionalAfricano en Sudáfrica. Estoy en deudacon el Solomon Asch Center forEthnopolicical Conflict, la FundaciónMellon, la New School for SocialResearch, la Fundación Wenner-Gren,la British Academy y la University ofLondon, la Comisión Fulbright, el DirectAction Center for Peace and Memory yel Instituto Colombiano para el Desa-rrollo de la Ciencia y la Técnica, por suayuda financiera en momentos crucialesde esta investigación.

2 Algunos de estos conceptos los he desa-rrollado en los siguientes textos: Los ar-chivos del dolor: ensayos sobre la violenciay el recuerdo colectivo en la Sudáfrica con-temporánea, Bogotá, Universidad de losAndes, 2008 (en prensa); “The Courageof Despair. Fragments of an IntellectualProject”, en: Roy Eidelson (ed), Peace-makers 101: Confronting Careers withConflict, Philadelphia: University ofPennsylvania Press, pp. 231-331, 2007;“Knowledge, Experience and SouthAfrica’s Scenarios of Forgiveness”, en:Radical History Review No. 97, winter,pp. 1-32; “Unraveling Silence: Violence,Memory and the Limits of Anthro-pology’s Craft”, en: Dialectical Anthro-pology, No. 29, pp. 1-22.

3 Sobre el tema de la ambivalencia de laidea de retorno puede consultarse aStanley Rosen, The Elusivness of theOrdinary: Studies in the Possibility ofPhilosophy, New Heaven y Londres, YaleUniversity Press, 2002; Philip Hodgkiss,The Making of the Modern Mind: TheSurfacing of Consciousness in SocialThought, Londres y Nueva York, TheAthlone Press, 2001.