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El capitán Teach, alias barbanegra Daniel Defoe Obra reproducida sin responsabilidad editorial

El capitán Teach, alias barbanegra¡sicos en... · El 9 de abril zarparon de Turniff, des-pués de permanecer allí alrededor de una se-mana, y se dirigieron a la bahía, donde encon-traron

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El capitán Teach,alias barbanegra

Daniel Defoe

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3) A todos los efectos no debe considerarsecomo un libro editado por Luarna.

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Edward Teach era natural de Bristol, pe-ro había navegado algún tiempo por Jamaica,en barcos corsarios, durante la última guerrafrancesa; sin embargo, aunque se distinguiófrecuentemente por su excepcional arrojo ypersonal valentía, jamás alcanzó ninguna clasede mando, hasta que se dedicó a la piratería, loque sucedió, creo, a finales del año 1716, cuan-do el capitán Benjamín Hornigold le dio unabalandra que había apresado, y con quien semantuvo en buenos términos hasta poco antesde que Hornigold se entregara.

En la primavera del año 1717, Teach y Hor-nigold zarparon de Providence hacia los maresde América, y apresaron durante el viaje unbillop [¿chalupa?] de la Habana, con 120 barri-les de harina, y también una balandra de Ber-mudas, cuyo patrón se llamaba Thurbar, al quequitaron sólo unos galones de vino, y soltaron;y un barco que iba de Madeira a Carolina delSur, al que quitaron un botín de considerablevalor.

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Después de limpiar en la costa de Virgi-nia, regresaron a las Antillas, y en la latitud de24 apresaron un gran buque de la Guinea fran-cesa, en el que, con el consentimiento de Hor-nigold, embarcó Teach como capitán, y efectuóun crucero en él; Hornigold regresó con su ba-landra a Providence, donde, a la llegada delcapitán Rogers, el gobernador se rindió a sumerced, de conformidad con el edicto del Rey.

A bordo de este buque de Guinea, Teachmontó 40 cañones, y lo llamó Queen Ann's Re-venge; y navegando cerca de la isla de St. Vin-cent, apresó un barco grande, llamado GreatAlien, mandado por Christopher Taylor; lospiratas lo despojaron de cuanto consideraronoportuno, desembarcaron a todos los hombresen la mencionada isla e incendiaron el barco.

Pocos días después, Teach se topó con elScarborough, buque de guerra de 30 cañones,que le presentó batalla durante unas horas;pero viendo que el pirata iba bien tripulado, y

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habiendo comprobado su fuerza, renunció alcombate y regresó a Barbados, lugar de su base,y Teach puso rumbo a la América española.

En su viaje se topó con una balandra piratade diez cañones, mandada por un tal coman-dante Bonnet, poco antes caballero de buenareputación y fortuna, de la isla de Barbados, aquien se unió; pero pocos días después, Teach,viendo que Bonnet no sabía nada de la vidamarinera, y con el consentimiento de sus pro-pios hombres, puso a otro capitán, un tal Ri-chards, al mando de la balandra de Bonnet, yllevó al comandante a bordo de su propio bar-co, diciéndole que como no estaba habituado alas fatigas y cuidados de semejante puesto, eramejor para él que renunciase, y viviese cómo-damente, a su gusto, en un barco como el suyo,donde no estaría obligado a realizar los deberesnecesarios de un viaje.

En Turniff, a diez leguas de distanciade la bahía de Honduras, los piratas cargaron

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agua dulce; y mientras estaban fondeados, vie-ron venir una balandra; Richards, en la balan-dra llamada Revenge, largó su cable, y salió a suencuentro; aquélla, al ver izada la bandera ne-gra, arrió su vela y se acercó bajo la popa delcomodoro Teach. Se llamaba Adventure, de Ja-maica, y era su patrón David Harriot. Éste y sushombres fueron trasladados a bordo del barcogrande, y enviaron a otros tantos con IsraelHands, dueño del barco de Teach, a tripular labalandra para fines piratas.

El 9 de abril zarparon de Turniff, des-pués de permanecer allí alrededor de una se-mana, y se dirigieron a la bahía, donde encon-traron un barco y cuatro balandras, tres de ellaspertenecientes a Jonathan Bernard, de Jamaica,y la otra al capitán James; el barco era de Bos-ton, se llamaba Protestant Caesar, y estaba man-dado por el capitán Wyar. Teach izó su enseñanegra, y disparó un cañón, a lo que el capitánWyar, y todos sus hombres, abandonaron el

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barco, y se fueron a tierra en su bote. El cabo demar de Teach, y ocho de su tripulación tomaronposesión del barco de Wyar, y Richards se apo-deró de todas las balandras, una de las cualesquemaron con gran pesar de su dueño; al Pro-testant Caesar lo quemaron también, después desaquearlo, porque procedía de Boston, dondefueron ahorcados algunos hombres por pirate-ría; y a las tres balandras pertenecientes a Ber-nard las dejaron en libertad.

De aquí salieron a Turkill, y luego aGrand Caimanes, pequeña isla a unas treintaleguas al oeste de Jamaica, donde apresaron unpequeño tortuguero; y a la Habana, y de aquí aBahama Wrecks, y de Bahama Wrecks pusieronrumbo a Carolina, apresaron en el viaje un ber-gantín y dos balandras, y anclaron luego frentea la entrada de Charles-Town durante cinco oseis días. Aquí apresaron un barco cuando salíacon destino a Londres, mandado por RobertClark, con algunos pasajeros a bordo que se

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dirigían a Inglaterra; al día siguiente aprehen-dieron otra nave que salía de Charles-Town, ytambién dos pesqueros que entraban a dichopuerto; asimismo, capturaron un bergantín con14 negros a bordo; todo esto tuvo lugar frente ala ciudad, lo que provocó gran pánico en laprovincia de Carolina, poco antes visitada porVane, otro afamado pirata y, dado que no esta-ban en condiciones de resistir a su fuerza, seabandonaron a la desesperación. Había ochovelas en el puerto, prestas a salir a la mar, peroninguna se atrevió, ya que era casi imposibleescapar de sus garras. Las naves con destino adicho puerto se hallaban en el mismo dramáti-co dilema, de modo que el comercio con estaplaza quedó totalmente interrumpido. Lo quehizo que estas desdichas resultasen más peno-sas fue la larga y costosa guerra que la coloniahabía sostenido con los nativos, y que acababade concluir cuando vinieron estos ladrones ainfestarla.

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Teach retuvo a todos los barcos y pri-sioneros, y estando necesitado de medicinas,resolvió pedir un cofre al gobierno de la pro-vincia; así que envió a Richards, capitán de labalandra Revenge, y dos o tres piratas más, jun-tamente con Mr. Marks, uno de los prisioneros,al que habían capturado en el barco de Clark,quienes muy insolentemente presentaron susdemandas, amenazando, si no enviaban inme-diatamente el cofre de medicinas y permitíanregresar a los embajadores-piratas sin ejercerninguna violencia sobre sus personas, con ma-tar a todos los prisioneros, enviar sus cabezas algobernador y pegar fuego a los barcos apresa-dos.

Mientras Mr. Marks se dirigía al conse-jo, Richards y el resto de los piratas, anduvie-ron por las calles públicamente, a la vista de lagente, que estaba inflamada de la más grandeindignación, y les tenía por ladrones y asesinosy particularmente causantes de sus daños y

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opresiones; pero nadie se atrevió ni a pensarsiquiera en tomarse venganza, por temor a queesto les acarrease más calamidades; así que sevieron obligados a dejar que los villanos deam-bulasen con impunidad. No tardó el gobiernoen meditar el mensaje, aunque era la mayorafrenta que podía habérsele impuesto; sin em-bargo, con el fin de salvar tantas vidas (entreellas, la de Mr. Samuel Wragg, miembro delconsejo), dieron satisfacción a esta necesidad, yentregaron un cofre, valorado entre tres y cua-tro cientos de libras, y los piratas volvieron sindaño a sus barcos.

Barbanegra (pues así llamaban general-mente a Teach, como se verá más adelante), tanpronto como recibió las medicinas y a sus pira-tas hermanos, liberó los barcos y prisioneros,habiéndoles quitado previamente oro y platapor valor de 1.500 libras esterlinas, además deprovisiones y otros artículos.

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De la entrada de Charles-Town se diri-gieron a Carolina del Norte; el capitán Teach enel barco que ellos llamaban buque de guerra, elcapitán Richards y el capitán Hands en las ba-landras, que ellos calificaban de corsarias, másotra balandra que les servía de escampavía.Teach empezó entonces a pensar en abandonarla compañía y quedarse el dinero y lo mejor delas rapiñas para él y unos cuantos compañeros,por los que sentía mayor amistad, y burlar alresto: así que, con el pretexto de entrar en laensenada de Topsail a limpiar, encalló su em-barcación y luego, como impensadamente y poraccidente, ordenó a la balandra de Hands queviniese a ayudarle, y le sacase, lo que se apresu-ró a hacer; llevó la balandra hasta la playa, jun-to a la otra, y embarrancaron las dos. Hechoesto, Teach subió a la balandra escampavía, conunos cuarenta hombres, y dejó allí la Revenge;luego cogió a otros diecisiete y los abandonó enun islote arenoso, como a una legua de tierrafirme, donde no había pájaros, animales ni yer-

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bas para su subsistencia, y donde habrían pere-cido si el comandante Bonnet no les hubieserecogido dos días después.

Teach se entregó al gobernador de Carolinadel Norte, con unos veinte de sus hombres, y seacogió al edicto de su majestad, cuyo certifica-do recibió de su excelencia; pero no parece quesu sometimiento a este perdón se debiera a undeseo de reformar sus costumbres, sino que erasólo una maniobra, en espera de una ocasiónmás favorable para dedicarse de nuevo a lasmismas actividades; ésta se presentó poco mástarde, con mayor seguridad para él, y, muchasmás perspectivas de éxito, ya que en este tiem-po cultivó muy buen entendimiento con el ci-tado gobernador, Charles Edén, Esq.

El primer servicio que este amable go-bernador prestó a Barbanegra fue darle un de-recho sobre la nave que había apresado, cuandopirateaba en un barco llamado el Queen Ann'sRevenge; para cuyo fin se reunió el consejo del

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Vicealmirantazgo en Bath-Town; y, aunqueTeach jamás había recibido comisión alguna ensu vida, y la balandra pertenecía a armadoresingleses y fue apresada en tiempo de paz, sinembargo, le fue adjudicada al tal Teach comopresa tomada a los españoles. Estos amañosmuestran que los gobernadores son sólo hom-bres.

Antes de salir en pos de aventuras, se casócon una joven criatura de unos dieciséis años,siendo el gobernador quien efectuó la ceremo-nia. Al igual que aquí es costumbre que los caseun sacerdote, allá lo es que lo haga un magis-trado; ésta, según he sido informado, hacía ladecimocuarta esposa de Teach, de las que pue-de que aún vivieran lo menos una docena. Sucomportamiento en este estado fue algo extra-ordinario; pues mientras su balandra permane-ció en la ensenada de Okerecock [Ocracoke], yél en tierra, en una plantación donde vivía suesposa, tomó la costumbre, después de haberpasado toda la noche con ella, de invitar a cinco

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o seis de sus brutales compañeros a bajar a tie-rra, y obligarla a ella a prostituirse con todos,uno tras otro, en presencia suya.

En junio de 1718, se hizo a la mar para efec-tuar otra expedición, y puso rumbo a las Ber-mudas; se encontró con dos o tres navios ingle-ses en el trayecto, pero les robó sólo provisio-nes, pertrechos y cosas necesarias para su pre-sente gasto; pero cerca de la citada isla, se topócon dos barcos franceses, uno de ellos cargadode azúcar y cacao, y el otro de vacío, ambos condestino a la Martinica; al barco que no llevabacarga lo dejó ir poniendo a su bordo a todos loshombres del barco cargado, y regresó con dichobarco y cargamento a Carolina del Norte, don-de el gobernador y los piratas se repartieron elbotín.

Cuando llegaron Teach y su presa, él ycuatro de su tripulación fueron a su excelenciay prestaron declaración jurada de que habíanencontrado el barco francés en la mar, sin un

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alma a bordo; luego se celebró un juicio, y seadjudicó el barco: al gobernador le tocaron se-senta bocoyes de azúcar en el reparto, y a un talMr. Knight, que era secretario suyo y recauda-dor de la provincia, veinte, y el resto se dividióentre los demás piratas.

El asunto no había quedado zanjadoaún, ya que el barco permanecía amarrado yera posible que entrase en el río alguien que loconociese y descubriese la bribonada; pero aTeach se le ocurrió un plan para evitar esto, ycon el pretexto de que hacía agua y podía hun-dirse y obstruir la bocana de la ensenada oabra, donde se hallaba fondeado, obtuvo unaorden del gobernador para llevarlo al río yprenderle fuego, lo que efectivamente hizo; eincendiándolo cerca de la orilla, se hundió sucasco, y con él sus temores de que fuese utili-zado como prueba contra ellos.

El capitán Teach, alias Barbanegra, pasótres o cuatro meses en el río, unas veces fon-

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deado en ensenadas, otras navegando de unacala a otra, vendiendo a las balandras que en-contraba el botín que había apresado, y a me-nudo ofreciéndoles presentes a cambio de lospertrechos y provisiones que les quitaba; estocuando se encontraba de humor generoso; por-que otras veces se conducía con descaro conellos y les quitaba cuanto deseaba, sin decir«por vuestra libertad», sabiendo de sobra queno se atreverían a enviarle la factura. Frecuen-temente bajaba a tierra a divertirse con los plan-tadores, donde se emborrachaba y regocijabanoche y día; y era bien recibido por ellos, aun-que no puedo decir si por amor o por temor; él,a veces, les trataba cortésmente y les regalabaron y azúcar, en compensación por lo que lesarrebataba; en cuanto a las libertades (según sedice) que se tomaban él y sus compañeros conlas esposas e hijas de los plantadores, no mecorresponde a mí decir si las pagaba ad valoremo no. Otras veces, se portaba de modo altanerocon ellos, y sometía a algunos a contribución; es

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más, a menudo llegaba a insultar al goberna-dor, aunque no he podido averiguar que hubie-se entre ellos el menor motivo de pelea, sinomás bien parecía hacerlo para demostrar que seatrevía.

Siendo tan frecuentemente saqueadas porBarbanegra las embarcaciones que comerciabanen el río, deliberaron los traficantes y algunosde los mejores plantadores sobre qué determi-nación tomar, viendo claramente que era inútilrecurrir al gobernador de Carolina del Norte, aquien correspondía propiamente buscar algúnremedio; así que si no atinaban a encontrar al-gún otro recurso, Barbanegra reinaría proba-blemente con toda impunidad; conque, con elmayor secreto posible, enviaron una delegacióna Virginia, para exponer el caso al gobernadorde esta colonia, y solicitar una fuerza armadade barcos de guerra, que apresase o destruyeseal pirata.

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Este gobernador consultó con los capi-tanes de dos buques de guerra, a saber, el Pearly el Lime, que se hallaban fondeados en el ríoJames desde hacía unos diez meses. Se acordóque el gobernador alquilase un par de peque-ñas balandras, y las tripulasen los soldados; asílo hicieron, y se dio el mando a Mr. RobertMaynard, primer lugarteniente del Pearl, oficialexperimentado y caballero de gran valentía yresolución, como se verá por su intrépido com-portamiento en esta expedición. Las balandrasfueron bien tripuladas y pertrechadas de muni-ción y armas portátiles, aunque no montaronningún cañón.

Por el mismo tiempo en que se hicieron a lamar, el gobernador convocó una asamblea, enla que se decidió publicar un edicto, ofreciendodeterminadas recompensas a aquella persona opersonas que, en el plazo de un año, apresase odestruyese a cualquier pirata: la original pro-clama, que ha venido a parar a nuestras manoses como sigue:

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Por el Gobernador Lugarteniente de su Ma-jestad Comandante en Jefe de la colonia y do-minio de Virginia.

EDICTO

Haciendo pública la recompensa por pren-der o matar piratas.

Por cuanto, en acta de asamblea cele-brada en una sesión, iniciada en la capital deWilliamsburg, el día once de noviembre, delquinto año del reinado de su Majestad, ha sidoaprobada una disposición para alentar el apre-samiento y destrucción de piratas: se decreta,

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entre otras cosas, que todas y cada una de laspersonas que, entre el día catorce de noviembredel año de nuestro Señor de mil setecientosdieciocho y la víspera del día catorce de no-viembre, que será del año de nuestro Señor milsetecientos diecinueve, apresaren a cualquierpirata, o piratas, en la mar o en tierra, o en casode resistencia mataren a tal pirata, o piratas, enlos grados treinta y cuatro de latitud norte, y enun radio de cien leguas del continente de Vir-ginia, o en las provincias de Virginia o Carolinadel Norte, mediante convicción, o presentandola debida prueba de haberlos matado a todos, ycada uno de los tales, pirata o piratas, ante elGobernador y el Consejo, tendrá derecho a per-cibir y poseer del erario público, en manos delTesorero de esta colonia, las diversas recom-pensas siguientes: a saber, por Edward Teach,comúnmente llamado capitán Teach, o Barbane-gra, cien libras; por cada uno de los demás co-mandantes de barcos, balandras o embarcacio-nes piratas, cuarenta libras; por cada lugarte-

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niente, patrón o cabo de mar, contramaestre ocarpintero, veinte libras; por cada marineroraso apresado a bordo de tal barco, balandra oembarcación, diez libras; y que por cada pirataapresado en cualquier barco, balandra o em-barcación perteneciente a esta colonia, o Caro-lina del Norte, en el período antedicho, encualquier lugar, las recompensas se pagarán deacuerdo con la calidad y condición de los talespiratas. Por tanto, para estímulo de todas laspersonas deseosas de servir a su Majestad, y asu país, en tan justa y honrosa empresa, comoes la de suprimir a una clase de gente que pue-de en verdad calificarse de enemiga de lahumanidad; juzgo conveniente, con el aseso-ramiento y aprobación del Consejo de su Ma-jestad, publicar este edicto, por cuya publica-ción, las dichas recompensas serán puntual-mente y justamente pagadas en moneda co-rriente de Virginia, según instrucciones de ladicha acta. Por lo que ordeno y decreto que esteedicto sea hecho público por las autoridades, en

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sus respectivos edificios, y por todos los párro-cos y predicadores, en las diversas iglesias ycapillas, de toda esta colonia.

Dado ennues-traCáma-ra deConse-jo deWi-lliamsburg,el día24 deno-viem-bre de1718,

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quintoañodelreina-do desu Ma-jestad.

DIOSSAL-VE ALREY

A.SPOTSWOOD

El 17 de noviembre de 1718, el lugartenienteMaynard partió de Kickquetan [Hampton], enel río James de Virginia, y el 31 por la tardellegó a la entrada de la ensenada de Okerecock,

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donde avistó al pirata. Esta expedición se reali-zó con todo el secreto imaginable, y el oficialusó de toda la prudencia necesaria para impe-dir a cualquier bote o embarcación con que setopaba en el río, que lo remontase, previniendode este modo que llegara anticipadamente noti-cia alguna a Barbanegra, y recibiendo al mismotiempo noticia de todos ellos, sobre el lugardonde el pirata estaba apostado; pero pese aesta precaución, Barbanegra recibió de su exce-lencia de la provincia información sobre elplan; y su secretario, Mr. Knight, le escribió unacarta especialmente referida a ello, comunicán-dole que le había enviado a cuatro de sus hom-bres, que eran todos los que había podido en-contrar, en o cerca de la ciudad, y así advertíaque estuviese en guardia. Estos hombres perte-necían a Barbanegra, y fueron enviados deBath-Town a la ensenada de Okerecock, dondese encontraba la balandra, que estaba a unas 20leguas.

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A Barbanegra le habían llegado variosrumores que después habían resultado falsos,así que no dio crédito a esta advertencia, y nose convenció hasta que vio las balandras: en-tonces fue el momento de poner su nave enposición de defensa; no tenía más que veinti-cinco hombres a bordo, aunque hacía creer atodas las embarcaciones que eran cuarenta.Cuando se hubo aprestado para la batalla, des-embarcó y se pasó la noche bebiendo con elpatrón de una balandra mercante que, según secreía, tenía más negocios con Teach de los quedebiera.

El lugarteniente Maynard ancló, pues ellugar era poco profundo, y el canal intrincado,no habiendo posibilidad de entrar esa noche adonde Teach estaba fondeado; pero por la ma-ñana levó anclas, y envió su bote delante de lasbalandras, para que fuese sondando; y al llegara un tiro de cañón del pirata, recibió su fuego; alo cual Maynard izó la enseña del rey, y enfiló

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directamente hacia él, con toda la potencia deque eran capaces sus velas y sus remos. Barba-negra cortó su cable, y trató de presentar bata-lla en retirada, sosteniendo con sus cañones unfuego continuo sobre el enemigo; no teniendoninguno Mr. Maynard, mantuvo un fuegoconstante con sus armas pequeñas, mientrasalgunos de sus hombres se esforzaban en losremos. En poco tiempo, la balandra de Teach seciñó a tierra, y siendo de más calado la de Mr.Maynard que la del pirata, no pudo acercarse aél; así que ancló a medio tiro del enemigo, y, afin de aligerar su embarcación, y poder abor-darle, el lugarteniente ordenó que arrojasentodo el lastre por la borda, se desfondasen to-dos los barriles de agua, se levase ancla luego, ysiguiesen, a lo cual Barbanegra les gritó bru-talmente:

—¡Malditos villanos!, ¿quiénes sois? ¿Yde dónde venís?

El lugarteniente le contestó:

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—Podéis ver por nuestra enseña que nosomos piratas.

Barbanegra le pidió que enviase el botea su bordo, y así poder ver quién era; pero Mr.Maynard replicó de este modo:

—No puedo desprenderme de mi bote,pero yo subiré a vuestro bordo, en cuanto pue-da, con toda mi balandra.

A lo que Barbanegra, tomando un vasode licor, le saludó con estas palabras:

—Así se condene mi alma, si os doycuartel, u os pido alguno.

En respuesta de lo cual, Mr. Maynard ledijo que no esperaba cuartel de su parte, ni él ledaría tampoco ninguno.

A todo esto, la balandra de Barbanegra flo-taba holgadamente, mientras que las de May-nard bogaban hacia ella, con apenas un pie deagua por debajo de sus quillas, con lo que se

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arriesgaban todos los hombres. Y al acercarse(hasta aquí habían realizado poca o ningunaacción, por parte de ambos bandos), el piratadescargó una andanada, con toda clase de ar-mas pequeñas: ¡fue un golpe fatal para ellos! Labalandra del lugarteniente estaba a su merced,y cayeron veinte hombres entre muertos yheridos, y nueve en la otra balandra: esto nopudo evitarse, pues como no había viento, sevieron obligados a seguir con los remos, ya quede otro modo el pirata habría logrado escapar,cosa que, al parecer, el lugarteniente estabadispuesto a evitar.

Después de este desventurado revés, labalandra de Barbanegra embarrancó en la ori-lla; la de Mr. Maynard, que se llamaba Ranger,cayó de popa, quedando de momento inutili-zada. Viendo el lugarteniente que su propiabalandra seguía libre, y que no tardaría enabordarle la de Teach, ordenó a todos sus hom-bres que se metiesen bajo la cubierta, por temor

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a otra descarga cerrada, que habría significadosu destrucción. Mr. Maynard fue la única per-sona que permaneció en la cubierta, además delhombre que iba al timón, a quien ordenó que setumbase y protegiese; y a los hombres de labodega les ordenó que preparasen las pistolas yespadas para la lucha cuerpo a cuerpo, y subie-sen cuando él ordenase; con este fin, se coloca-ron dos escalas en la escotilla para mayor dili-gencia. Cuando la balandra del lugartenienteabordó a la otra, los hombres del capitán Teacharrojaron varias granadas de una clase nueva, osea botellas llenas de pólvora, y munición pe-queña, pedazos de plomo o hierro, con unamecha rápida en la boca, la cual, encendida ensu extremo exterior, entra velozmente en labotella hasta la pólvora, y como se arroja ins-tantáneamente a bordo, suele producir granmortandad, además de crear gran confusiónentre toda la tripulación; pero providencial-mente, no hicieron efecto aquí; ya que los hom-bres estaban en la bodega. Viendo Barbanegra

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pocos o ningún hombre a bordo, dijo a los su-yos que les habían dado en la cresta a todos,salvo a tres o cuatro; por lo que exlamó:

—¡Saltemos y hagámoslos pedazos!

Así que, bajo el humo de una de lasmencionadas botellas, Barbanegra saltó concatorce hombres a la balandra de Maynard porlas amuras, y no fueron vistos por él hasta queel aire aclaró; sin embargo, dio la señal en eseinstante a sus hombres, quienes subieron alpunto, y atacaron a los piratas con una valentíajamás demostrada en ocasión así. Barbanegra yel lugarteniente descargaron los primeros tirosel uno sobre el otro, por lo que el pirata recibióuna herida, luego se enfrentaron con las espa-das, hasta que se rompió la del lugarteniente, y[Maynard] retrocedió para amartillar una pisto-la. Barbanegra le descargó un golpe con su ma-chete en el instante en que uno de los hombresde Maynard le dio un terrible golpe en el cuello

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y garganta, por lo que el lugarteniente salió conun pequeño corte en los dedos.

Ahora estaban estrecha y acaloradamen-te empeñados en la lucha, el lugarteniente ydoce hombres contra Barbanegra y catorce, y lamar se teñía de sangre alrededor de la embar-cación; Barbanegra recibió un tiro del lugarte-niente Maynard en el cuerpo; sin embargo, si-guió en pie, y luchó con tremenda furia, hastaque recibió veinticinco heridas, cinco de ellasde pistola. Finalmente, cuando amartillaba otrapistola, habiendo disparado varias antes, cayómuerto; a la sazón, habían caído ocho más delos catorce, el resto, con bastantes heridas, saltópor la borda y pidió cuartel, lo que se les con-cedió, aunque eso sólo prolongó sus vidas unosdías. Apareció la balandra Ranger, y atacó a loshombres que quedaban en la de Barbanegra,con igual valentía, hasta que gritaron pidiendocuartel a su vez.

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Éste fue el final del valeroso bruto, que pudohaber pasado por el mundo como un héroe, dehaberse consagrado a la buena causa; su des-trucción, de tanta importancia para las planta-ciones, se debió enteramente al comportamien-to e intrepidez del lugarteniente Maynard y sushombres, que podían haberle destruido conmuchas menos pérdidas de haber tenido unaembarcación con cañones; pero se vieron obli-gados a utilizar naves pequeñas, debido a quelos rincones y lugares en los que se apostaba,no admitían otras de mayor calado; y no fuepequeña la dificultad de estos caballeros parallegar hasta él, habiendo encallado su embarca-ción lo menos un centenar de veces, al remon-tar el río, además de otros contratiempos quebastarían para haber hecho renunciar a cual-quier caballero sin deshonor, de haber sidomenos firme y audaz que este lugarteniente. Laandanada, que tanto daño hiciera antes delabordaje, salvó con toda probabilidad al restode la destrucción; pues antes de eso Teach tenía

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pocas o ninguna esperanza de escapar, por loque había apostado a un tipo decidido, un ne-gro, al que había criado él, con una mecha en-cendida, en la santabárbara, con la orden dehacerla estallar cuando el lugarteniente y sushombres hubiesen subido a su bordo, con loque podía haber destruido a sus conquistado-res, juntamente consigo mismo; y cuando elnegro se enteró de lo que le había pasado aBarbanegra, fue disuadido con mucho trabajode ejecutar tan bárbara actuación por dos pri-sioneros que entonces estaban en la bodega dela balandra.

Lo que resulta un tanto extraño es quealgunos de estos hombres, que se comportarontan bravamente contra Barbanegra, se hicieronpiratas después, y uno de ellos fue apresadojuntamente con Roberts; sin embargo, no en-cuentro que ninguno de ellos tuviese disposi-ciones, salvo uno que fue ahorcado; pero estoes una digresión.

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El lugarteniente mandó cortarle la cabe-za a Barba-negra, y colgarla en la punta delbauprés; luego se dirigieron a Bath-Town paraque asistiesen a sus hombres heridos.

Hay que decir que al registrar la balandradel pirata, se encontraron varias cartas y pape-les escritos que descubrían la correspondenciadel gobernador Edén, del secretario y recauda-dor, y también de algunos mercaderes de Nue-va York, con Barbanegra. Es probable que tu-viera el suficiente respeto por sus amigos comopara haber destruido estos papeles antes de laacción, a fin de impedir que cayesen en otrasmanos, en las que el descubrimiento no sería deninguna utilidad para los intereses o para laresolución de hacerlo estallar todo, cuando vioque no había posibilidad de escapar.

Cuando el lugarteniente llegó a Bath-Town, tuvo la audacia de confiscar del almacéndel gobernador los sesenta bocoyes de azúcar, ylos veinte del honrado Mr. Knight; lo que pare-

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ce que eran las partes del botín apresado delbarco francés; el último no sobrevivió muchotiempo a este vergonzoso descubrimiento, puestemiendo que se le instase a dar cuenta de estasbagatelas, cayó enfermo, se dice que del susto,y murió a los pocos días.

Cuando los heridos se encontraron bas-tante recuperados, el lugarteniente regresó a losbarcos de guerra del río James, Virginia, con lacabeza de Barbanegra colgando aún de la puntadel bauprés, y quince prisioneros, trece de loscuales fueron ahorcados; pareciendo, por eljuicio, que uno de ellos, o sea Samuel Odell,había sido apresado de una balandra mercante,la misma víspera del combate. Este pobre indi-viduo fue poco afortunado al ingresar en estenuevo negocio, no apreciándosele menos de 70heridas después de la acción, a pesar de lascuales vivió, y se curó de todas. La otra personaque escapó del cadalso fue un tal Israel Hands,dueño de la balandra de Barbanegra, y capitán

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de la misma antes de que se perdiese el QueenAnn's Revenge en la ensenada de Topsail.

El tal Hands resultó no haber tomado parteen la lucha, sino que fue apresado después entierra, en Bath-Town, habiendo sido algúntiempo antes lisiado por Barbanegra, en uno desus arrebatos de humor salvaje, de la siguientemanera: bebiendo una noche en su camarotecon Hands, el piloto y otro hombre, Barbane-gra, sin que mediase provocación alguna, sacósecretamente un par de pistolas, y las amartillódebajo de la mesa; habiéndolo notado el hom-bre, se retiró a cubierta, dejando solos a Hands,el piloto y al capitán. Cuando las pistolas estu-vieron preparadas, apagó la vela, y cruzándoselas manos, las descargó sobre su compañía;Hands, el dueño, recibió un tiro en la rodilla,del que quedó cojo para siempre; la otra pistolano hizo blanco. Al preguntarle el significado deesto, Barbanegra se limitó a contestar, maldi-ciéndoles, que si no mataba de cuando en

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cuando a alguno de ellos, se olvidarían dequién era él.

Al ser apresado Hands, fue juzgado ycondenado, pero cuando iba a ser ejecutado,llegó un barco de Virginia con un edicto en elque se prolongaba el plazo del perdón de sumajestad a aquellos piratas que se entregasendurante el breve período que se especificaba enél; a pesar de la sentencia, Hands apeló al per-dón, y se accedió a que se acogiese a él, y hacealgún tiempo aún vivía en Londres, pidiendolimosna.

Ahora que hemos dado alguna informaciónde la vida y acciones de Teach, no estará demás que hablemos de su barba, ya que contri-buyó no poco a que su nombre se hiciera tanterrible en esos lugares.

Plutarco y otros serios historiadores handado noticia de que diversos grandes hombresentre los romanos, tomaban sus sobrenombres

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de ciertas características singulares de sus sem-blantes; como Cicerón, de una señal o haba enla nariz; del mismo modo, nuestro héroe, elcapitán Teach, adoptó el sobrenombre de Bar-banegra por la gran cantidad de pelo que, comoespantoso meteoro, cubría toda su cara y ame-drentaba a toda América, más que cualquiercometa que hubiese aparecido allí en muchotiempo.

Tenía la barba negra, y se la dejó crecerhasta una longitud exorbitante; en cuanto a suanchura, le llegaba hasta los ojos; y acostum-braba a retorcerla con cintas, en pequeñas colas,a la manera de nuestras pelucas ramillies*1 y

1 Peluca con una larga coleta, trenzada ygradualmente en disminución, que se sujetabaa la cabeza mediante un gran lazo de cinta ne-gra. Llamada así por la batalla de Ramillies(1706), estuvo muy en boga entre los militaresde la época. (N. del E.)

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curvarlas hacia las orejas. En tiempos de acción,llevaba una eslinga sobre los hombros con trespares de pistolas, colgando en fundas comocartucheras; y llevaba colgando mechas encen-didas que se cosía bajo el sombrero, y pendíana uno y otro lado de la cara; y como sus ojosparecían naturalmente feroces y salvajes, elconjunto le daba un aspecto tal que la imagina-ción no podría concebir más espantoso el deuna furia del infierno.

Si hubiese tenido el aspecto de una fu-ria, su talante y sus pasiones habrían encajadocon él; relataremos dos o tres de sus extrava-gancias, que hemos omitido en su historia, porlas que se verá a qué abismo de maldad puedellegar la naturaleza humana, si no se reprimensus pasiones.

En la república de los piratas, el que alcanzael mayor grado de perversidad es tenido en una

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especie de envidia por los demás, como perso-na de más extraordinario valor, y por tantotiene derecho a ser distinguido con alguna dig-nidad, y si tal sujeto tiene osadía, ciertamenteserá tenido por un gran hombre. El héroe dequien hablamos era cabalmente perfecto en estesentido, y algunos de sus rasgos de maldadllegaban a tal exceso que parecía pretenderhacer creer a sus hombres que era el demonioencarnado; pues estando un día en la mar yalgo cargado de bebida, dijo: «Vamos, hagamosun infierno para nosotros mismos, y veamos loque podemos aguantar»; conque él, y otros doso tres, bajaron a la bodega, y cerrando todas lasescotillas, llenaron varias ollas con azufre, yotra sustancia combustible, y las prendieronfuego, y allí se estuvieron hasta que se sintieroncasi sofocados, y uno de los hombres gritó pi-diendo aire; finalmente, abrió él las escotillas,no poco complacido de ser el que más habíaresistido.

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La noche antes de que le mataran, estu-vo bebiendo hasta la madrugada con algunosde sus hombres y el patrón de un barco mer-cante, y teniendo noticia de que las dos balan-dras venían a atacarle, como se ha dicho antes,uno de sus hombres le preguntó, en caso deque le sucediese algo en el combate con dichasbalandras, si su esposa sabía dónde había ente-rrado su dinero. Él contestó que nadie más queél y el demonio sabían dónde estaba, y que elque más viviese de los dos, lo cogería todo.

Aquellos de la tripulación que fueron apre-sados vivos, contaron una historia que puedeparecer un poco increíble; sin embargo, pensa-mos que no estaría bien omitirla, ya que lahemos obtenido de sus propias bocas. Que unavez en un viaje, descubrieron que iba a bordoun hombre de más en la tripulación; le vieronentre ellos varios días, unas veces abajo, y otrasen cubierta, aunque nadie en el barco podía darcuenta de quién era, ni de dónde había salido;pero desapareció poco antes de que el barco

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grande naufragara. Ellos creían firmemente queera el diablo.

Uno podría pensar que estas cosas deberíaninducirles a reformar sus vidas, pero tantosreprobos juntos se alentaban y animaban unosa otros en sus maldades, a las que no contribuí-an poco las continuas borracheras; pues en eldiario que se encontró de Barbanegra, habíavarias anotaciones de la siguiente naturaleza,escritas de su puño y letra: «Tal día se acabó elron; nuestra compañía algo sobria. ¡Gran con-fusión entre nosotros! Conspiración entre pira-tas; no hablaban más que de separarse. Así queme apresuré a buscar una presa; ese día cogi-mos una, con gran cantidad de licor a bordo, desuerte que la compañía la cogió bien, condena-damente bien, y las cosas volvieron a marcharotra vez».

Así pasaban estos desdichados sus vi-das, con muy poco placer y satisfacción, en po-sesión de lo que violentamente habían arreba-

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tado a otros, y con la certeza de pagarlo al finalcon una muerte ignominiosa.

Los nombres de los piratas muertos encombate, son los siguientes:

Edward Teach, comándate.

Philip Morton, artillero.Garrat Gibbens, contramaestre.

Owen Roberts, carpintero.

Thomas Miller, cabo de mar.

John Husk.

Joseph Curtice.

Joseph Brooks,I.

Nath Jackson.

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El resto, salvo los dos últimos, fueron heri-dos y después ahorcados en Virginia.

John Carnes. Caesar.Joseph Brooks, II. Joseph Philips.

James Blake. James Robbins.

John Gills. John Martin.

Thomas Gates. Edward Salter.

James White. Stephen Daniel.

Richard Siltes. Richard Greensail.

Israel Hands, perdonado.

Samuel Odell, absuelto.

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Había en las balandras piratas y en tie-rra, en una tienda de lona, cerca de donde lasbalandras se hallaban fondeadas, con 11 terce-rolas y 145 sacos de cacao, un barril de índigo yuna bala de algodón, todo lo cual, con lo quefue apresado el gobernador de Virginia, de con-formidad con su edicto, fue repartido entre lacompañía de los dos barcos, el Lime y el Pearl,que se encontraban en el río James; los valero-sos individuos que los apresaron no tocaronmás que a una parte como los demás, y no lacobraron hasta cuatro años después.

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Apéndice

Añadiremos aquí algunos detalles (no men-cionados anteriormente) sobre el famoso Bar-banegra, en relación con su apresamiento de losbarcos de Carolina del Sur y su insulto a dichacolonia. Esto fue en la época en que los piratashabían obtenido tal superioridad de fuerza queno se preocupaban lo más mínimo en proteger-se de la justicia de las leyes, sino más bien deincrementar su poder y mantener su soberaníano sólo sobre los mares, sino extendiendo susdominios a las mismas plantaciones y a los go-bernadores de ellas, de manera que cuando losprisioneros subieron a bordo de los barcos desus apresadores, los piratas libremente trabaronconversación con ellos, y nunca intentaronocultar sus nombres, ni domicilios, como sifuesen habitantes de una nación legal y estu-

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viesen decididos a tratar con todo el mundo anivel de un libre estado; y todos los actos judi-ciales se efectuaron en nombre de Teach, con eltítulo de comodoro.

Todos los prisioneros de Carolina fueronalojados en el barco del comodoro, después deser rigurosamente interrogados con respecto ala carga de sus embarcaciones y el número ysituación de otros mercantes que había en elpuerto; cuándo creían que zarparían y con quédestino; y tan solemnemente llevaron el inter-rogatorio los piratas, que juraron dar muerte alque dijese mentira, o desviase o eludiese susrespuestas. Al mismo tiempo, estudiaron todossus papeles con el mismo cuidado que si hubie-sen estado en el despacho del ministro de In-glaterra. Una vez aclarada esta cuestión, se dioorden de devolver inmediatamente a todos losprisioneros a bordo de su propio barco, del quehabían retirado todas las provisiones y pertre-chos. Y lo hicieron con tanta prisa y precipita-ción que provocó gran terror entre los infortu-

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nados, quienes creyeron verdaderamente queles llevaban a matar; y lo que pareció confir-marles esta creencia fue que no se tuvo encuenta la condición de los distintos prisioneros,sino que mercaderes, caballeros distinguidos, yhasta uno de los hijos de Mr. Wragg, fueronarrojados a bordo de manera confusa y tumul-tosa, y encerrados bajo los cuarteles, donde nisiquiera un pirata se quedó con ellos.

En tan melancólica situación dejaron aestas gentes inocentes que lamentaron su esta-do durante varias horas, esperando a cada ins-tante que un fósforo prendiese un reguero depólvora que les hiciese saltar, o que incendiasenel barco, o lo hundiesen; nadie podía decir có-mo, pero todos suponían que, de una manera ode otra, estaban destinados al sacrificio segúnsus brutales naturalezas.

Pero finalmente, brilló sobre ellos un rayo deluz, que reanimó a sus afligidas almas; abrieronlos cuarteles, y se les ordenó que regresasen

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inmediatamente a bordo del barco del comodo-ro. Entonces empezaron a pensar que los pira-tas habían cambiado su salvaje resolución, yque Dios les había inspirado sentimientos me-nos ofensivos a la naturaleza y la humanidad; yfueron a bordo, por así decir, con una nuevavida. Los más importantes fueron conducidosante Barbanegra, general de los piratas, quienles conocía, con ocasión de tan extraordinarioprocedimiento judicial, del que sólo fueronretirados mientras se celebraba un consejo ge-neral, en cuyo tiempo no se consintió que estu-viese presente ningún prisionero. Éste les dijoque la compañía necesitaba medicinas, y quedebía proporcionárselas la provincia; que elprimer cirujano había redactado una lista, lacual enviarían al gobernador y al Consejo, condos de sus propios oficiales, hasta cuyo regresosin daño, así como el del cofre mismo, habíanllegado al acuerdo de retener á todos sus pri-sioneros como rehenes, quienes serían muertos

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si no se cumplían sus peticiones con puntuali-dad.

Mr. Wragg contestó que quizá podía no es-tar en su poder el cumplir con cada una de laspartes, y que temía que alguna de las drogas dela lista del cirujano no se encontrase en la pro-vincia; y, si resultaba ser así, esperaba que seconformase en suplir esa falta con otra cosa.Asimismo, propuso que fuese uno de ellos conlos dos caballeros enviado en embajada, quepudiese verdaderamente hacer ver el peligro enque estaban, e inducirles más prontamente asometerse, a fin de salvar las vidas de tantossubditos del rey; y más aún, para prevenircualquier insulto del pueblo llano (de cuyaconducta, en semejante ocasión, no podía res-ponder) a las personas enviadas.

Su excelencia Barbanegra consideró ra-zonable esta sugerencia y convocó otro consejo,que aprobó igualmente la enmienda; así quepropusieron a Mr. Wragg, que era el primero

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en autoridad, y conocido como persona de inte-ligencia entre los carolinianos, y el propio caba-llero se ofreció a dejar a un hijo en manos de lospiratas, hasta que regresase, lo que prometióhacer, aunque el gobierno rechazase las condi-ciones para la liberación: pero Barbanegra senegó absolutamente a esta petición, diciendoque sabía demasiado bien la importancia quetenía para la provincia, y que igualmente latenía para ellos, por lo que sería el último hom-bre del que se desprenderían.

Tras alguna discusión, fue designado Mr.Marks para acompañar a los embajadores; con-que abandonaron la escuadra en una canoa y seacordó dar un plazo de dos días para el regre-so; entretanto, el barco del comodoro permane-ció a cinco o seis leguas de distancia de tierra;pero al expirar dicho plazo y no haber salidonadie del puerto, fue llamado Mr. Wragg a lapresencia de Teach, quien, con terrible sem-blante, le dijo que no debían burlarse, que élimaginaba que les habían hecho alguna traición

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y que aquello no podría acarrear nada sino lamuerte inmediata. Mr. Wragg suplicó queaplazase un día más la ejecución, pues estabaseguro de que la provincia estimaba mucho susvidas, y se mostraría solícita hasta el últimogrado, con tal de redimirles; que, quizá, podíahaberle acaecido alguna desgracia a la canoa alentrar, o puede que sus propios hombreshubieran ocasionado tal demora, en cualquierade cuyos casos sería injusto sufrir por ellos.

Teach se apaciguó de momento y concedióun día más para su regreso; pero al final de estetiempo, ¡cómo se enfureció, al verse chasquea-do, llamándoles villanos mil veces, y jurandoque no vivirían dos horas! Mr. Wragg le aplacótodo lo que pudo, y pidió que se mantuviese unvigía. Las cosas parecían haber llegado ahora alextremo, y ninguno creyó que su vida valía unardite; las inocentes personas se sumieron enuna inmensa agonía espiritual, pensando yaque nada sino un milagro podría preservarlesde ser aplastados por el peso del enemigo,

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cuando avisaron desde el castillo de proa quehabía surgido a la vista un pequeño bote. Estoelevó sus espíritus abatidos, y renacieron susesperanzas; Barbanegra salió personalmentecon su catalejo y declaró que podía distinguirsu propia capa escarlata, que le había prestadoa Mr. Marks para ir a tierra; tomaron esto comouna demora segura, hasta que llegó el bote abordo. Entonces les volvieron los temores, alver que no venía ninguno de los piratas, ni Mr.Marks, ni el cofre de las medicinas.

Este bote, al parecer, fue enviado muy ati-nadamente por Mr. Marks y los hombres delcomodoro, no fuese que se malinterpretase lademora que había ocasionado un desafortuna-do accidente, a saber, que el bote enviado atierra había naufragado, al volcarlo un súbitogolpe de viento, y que los hombres habían lle-gado con gran trabajo a la playa de la deshabi-tada isla de [en blanco en el texto], a tres o cua-tro leguas de tierra firme; y habiendo permane-cido allí algún tiempo, hasta verse reducidos al

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extremo, no encontrando provisiones de nin-gún género, y temiendo el desastre que podíasobrevivir a los prisioneros de a bordo, los per-tenecientes a la compañía pusieron a Mr. Markssobre un cuartel, lo hicieron flotar en el agua, ydespués se desnudaron y zambulleron, y na-dando tras él, y empujando el flotante cuartel,se esforzaron por todos los medios en llegar ala ciudad. Éste resultó ser un voiture [transpor-te] muy penoso, y con toda probabilidad habrí-an perecido de no haber salido esa mañana unpesquero, que al ver algo en el agua, se acercó ylos recogió cuando estaban ya casi extenuadosde cansancio.

Ya providencialmente a salvo, Mr. Marksfue a [en blanco en el texto], y alquiló allí unbote que le llevó a Charles-Town; entretanto,había enviado al pesquero a informales del ac-cidente. Mr. Teach se apaciguó con esta rela-ción, y consintió en esperar dos días más, yaque no parecía haber culpa por parte de ellosen la causa de esta demora. Al final de los dos

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días, perdieron los piratas toda paciencia, y elcomodoro no pudo persuadirles para que lesdiesen más tiempo de vida que hasta la mañanasiguiente, si el bote no regresaba entonces. Es-perando otra vez, y otra vez decepcionados, loscaballeros no supieron qué decir, ni cómo excu-sar a sus amigos de tierra; algunos dijeron a lospiratas que ellos tenían los mismos motivospara culparles de su conducta; que no dudaban,por lo que ya había sucedido, de que Mr. Markscumplía muy fielmente con su deber, y quehabían recibido noticia de que el bote se dirigíasin novedad a Charles-Town, aunque no podí-an imaginar qué era lo que retrasaba el cum-plimiento de la misión, a no ser que diesen másvalor al cofre de las medicinas que a las vidasde ochenta hombres que ahora estaban al bordede la muerte. Teach, por su parte, creía quehabían encarcelado a sus hombres y que recha-zaban las condiciones para la liberación de losprisioneros, y juró mil veces que no sólo mori-rían ellos, sino también cada hombre de Caroli-

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na que en adelante cayese en sus manos. Losprisioneros, finalmente, suplicaron que se lesconcediese este único favor, a saber, que la es-cuadra levase anclas y se situase frente al puer-to, y si entonces no veían salir el bote, que losprisioneros los pilotarían ante el pueblo y que,si les daba por cañonearles, permanecerían jun-to a ellos hasta el último hombre.

Esta proposición de tomar venganza por lasupuesta traición (como el comodoro se com-placía en llamarla) agradó mucho al salvajegenio del general y de sus brutos, y accedió alpunto. El proyecto fue aprobado igualmentepor los mirmidones, así que levaron anclas losocho barcos de vela en total, que eran las presasque tenían bajo custodia, y se desplegaron fren-te a la ciudad; los habitantes entonces tuvieronsu parte de miedo esperando nada menos queun ataque general; los hombres fueron todospuestos en armas, aunque no tan regularmentecomo se podía haber hecho, si la sorpresahubiese sido menor; pero las mujeres y los ni-

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ños corrieron por la calle como dementes. Sinembargo, antes de que las cosas llegaran al úl-timo extremo, vieron salir el bote que llevaba laredención a los pobres cautivos y la paz a to-dos.

Subieron el cofre a bordo, fue aceptado,y después averiguaron que Mr. Marks habíacumplido con su deber, y la culpa de la demorarecayó merecidamente sobre los dos piratasenviados en embajada; pues mientras los caba-lleros ayudaban al gobernador y al Consejo enel asunto, estos dos señoritos andaban de visi-teos, bebiendo con sus quondam amigos y cono-cidos y yendo de casa en casa, de manera queno les encontraban, cuando las medicinas estu-vieron preparadas para ser llevadas a bordo; yMr. Marks sabía que supondría la muerte detodos, si iban sin ellos, pues si no hubieran re-gresado, el comodoro no habría creído fácil-mente que no habían obrado engañosamentecon ellos. Pero ahora no se veían a bordo más

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que rostros sonrientes; la tormenta que tan pe-sadamente había amenazado a los prisionerosse había disipado, y le había sucedido un díaradiante de sol; en resumen, Barbanegra lessoltó como había prometido, les envió a susbarcos después de haberlos saqueado, y se alejóde la costa, como se ha referido.

Lo que sigue contiene las reflexiones sobreun caballero, ya fallecido, que fue gobernadorde Carolina del Norte, esto es, de Charles Edén,Esq. Lo que sabíamos de él, por informes reci-bidos después, carecía de los debidos funda-mentos, por tanto será necesario decir algo eneste lugar para borrar la calumnia arrojada so-bre él por personas que juzgaron mal su con-ducta, dado el cariz con que las cosas se presen-taron entonces.

Tras un repaso a esta parte de la historia deBarbanegra, no parece por ninguno de loshechos candidamente considerados que el cita-do gobernador mantuviese secreta o criminal

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correspondencia con este pirata; y yo he sidoinformado después, de muy buena mano, queMr. Edén siempre se comportó, hasta dondealcanzaba su poder, de manera acorde con sucargo, y mostró el carácter de buen gobernadory hombre honrado.

Pero su desgracia fue la debilidad de lacolonia que él mandaba, carente de fuerza paracastigar los desórdenes de Teach, que señorea-ba a su placer, no sólo en la plantación, sino enla propia morada del gobernador, amenazandocon destruir el pueblo a sangre y fuego si sehacía alguna ofensa a él o a sus compañeros, demanera que a veces situaba su nave frente a laciudad en posición de combate; y en una deellas, en que sospechaba que habían fraguadoun plan para cogerle, bajó a tierra y fue al go-bernador bien armado, dejando órdenes a sushombres a bordo de que si no regresaba en elplazo de una hora (como pensaba hacer, si es-taba en libertad), arrasasen la casa sin más,

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aunque él estuviese dentro. Tales eran las ultra-jantes insolencias de este villano, que fue tangrande en fechorías y quería vengarse de susenemigos como fuese, aun a riesgo de su vida,con tal de conseguir sus malvados fines.

Debe observarse, sin embargo, que Bar-banegra, en cuanto a piratería, había obedecidoel edicto, y satisfecho con ello a la ley; y queposeyendo un certificado de la mano de su ex-celencia, no podía ser juzgado por ninguno delos crímenes cometidos hasta entonces, ya quehabían sido borradas por dicho edicto de per-dón: y en cuanto a la condena del barco de laMartinica francesa, que Barbanegra llevó a Ca-rolina del Norte después, el gobernador proce-dió judicialmente. Convocó un tribunal delVicealmirantazgo, en virtud de su comisión, enel que cuatro de la tripulación declararon bajojuramento que habían encontrado el barco en lamar, sin personas a bordo, de modo que estetribunal lo confiscó como habría hecho cual-

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quier otro tribunal, y se repartió el cargamentode acuerdo con la ley.

En cuanto a la expedición secreta desde Vir-ginia, emprendida por el gobernador de allá,tenía también sus razones secretas: los barcosde guerra habían estado amarrados estos diezmeses mientras los piratas infestaban la costa yhacían gran daño, por lo que es probable que seles pidiesen cuentas; pero el éxito de la empresacontra Teach, alias Barbanegra, evitó quizá talinvestigación, aunque no estoy seguro en cuan-to a qué actos de piratería había cometido, des-pués de acogerse al edicto; el barco francés fueconfiscado legalmente como se ha dicho antes,y si había cometido depredaciones entre losplantadores, como ellos parecieron quejarse, noestaban en alta mar, sino en el río, o en la ribe-ra, y no entraban en la jurisdicción del almiran-tazgo, ni bajo las leyes de la piratería. El gober-nador de Virginia encontró interés en el asunto;pues envió, al mismo tiempo, una fuerza portierra, y apresó gran cantidad de efectos de

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Barbanegra en la provincia de Edén; ciertamen-te, era una novedad que un gobernador, cuyomandato estaba limitado a su jurisdicción, ejer-ciese la autoridad en otro gobierno, y sobre elpropio gobernador del lugar. De este modo, elpobre Mr. Edén fue insultado y despreciado entodas partes, sin posibilidad de exigir justicia,ni aducir sus derechos legales.

En resumen, para hacer justicia a la personadel gobernador Edén, que murió después, noparece por ninguno de los escritos o cartas en-contradas en la balandra de Barbanegra, ni porninguna otra evidencia cualquiera, que dichogobernador tuviese que ver en absoluto conninguna práctica malvada; sino al contrario,que durante su permanencia en ese puesto fuehonrado y querido por la colonia, debido a suintegridad, honradez y prudente conducta ensu administración; qué asuntos mantuvo pri-vadamente el entonces secretario suyo, no lo sé;murió pocos días después de la destrucción de

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Barbanegra, y no se hizo ninguna investigación.Quizá no hubo ocasión para ello.