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EL HOSPITAL DEL NUNCIO DE TOLEDO EN LA HISTORIA DE LA ASISTENCIA PSIQUIA TRICA Dignísimas Autoridades, Señores Consejeros, Señoras, Señores: Rafael Sancho de San Román El Instituto Provincial de Investigaciones y Estudios Toledanos (IPIET) ha querido en esta Sesión Extraordinaria Pública y Solemne que, de al- guna manera, puede considerarse la Apertura de sus actividades durante 1983, conmemorar la Fundación del Hospital Psiquiátrico Provincial, de San José, en su actual denominación, una más de las varias que ha tenido a lo largo de su historia, sin que ninguna de ellas haya podido borrar o hacer olvidar su origen fundacional, es decir, Hospital del Nuncio, nom- bre con que es conocido en Toledo, en España y aun fuera de ella; con él figura en todos los textos de historia de la psiquiatría. Se trata, como todos Uds. saben muy bien, de una Institución profundamente arraigada en la población toledana y de especial significación para esta Excma. Dipu- tación; no en vano ha cumplido ya su V Centenario, su medio milenio de existencia. A este respecto, quizá sea oportuno dejar constancia de algo que hace pocas semanas oí puntualizar con singular acierto al Sr. Gómez- Menor: la inevitable relatividad con que deben valorarse todas estas con- memoraciones centenarias; y es que, ciertamente, resulta muy difícil en- contrar una fecha categórica, concluyente; casi siempre, existen varias que podrían justificar la celebración; tal ocurre en nuestro caso, pues si bien se ha venido aceptando como fecha fundacional la de 1483, en atención a que el 23 de marzo de este año de 1483, es recibida la Bula aprobatoria del papa Sixto IV, no es menos cierto que existen referencias y noticias de cronistas muy cercanos en el tiempo, como Pedro de Alcacer, según las cuales ya se impartía atención a los enfermos desde 1480. No obstante, soy consciente de que no importa tanto la puntillosa exactitud cronológi- ca, como la buena intención de exaltar la trascendencia de un suceso his- tórico que nos estimule a continuar haciendo, lo mejor posible, nuestra propia historia. - 55

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EL HOSPITAL DEL NUNCIO DE TOLEDO EN LA HISTORIA DE LA ASISTENCIA PSIQUIA TRICA

Dignísimas Autoridades, Señores Consejeros, Señoras, Señores:

Rafael Sancho de San Román

El Instituto Provincial de Investigaciones y Estudios Toledanos (IPIET) ha querido en esta Sesión Extraordinaria Pública y Solemne que, de al­guna manera, puede considerarse la Apertura de sus actividades durante 1983, conmemorar la Fundación del Hospital Psiquiátrico Provincial, de San José, en su actual denominación, una más de las varias que ha tenido a lo largo de su historia, sin que ninguna de ellas haya podido borrar o hacer olvidar su origen fundacional, es decir, Hospital del Nuncio, nom­bre con que es conocido en Toledo, en España y aun fuera de ella; con él figura en todos los textos de historia de la psiquiatría. Se trata, como todos Uds. saben muy bien, de una Institución profundamente arraigada en la población toledana y de especial significación para esta Excma. Dipu­tación; no en vano ha cumplido ya su V Centenario, su medio milenio de existencia. A este respecto, quizá sea oportuno dejar constancia de algo que hace pocas semanas oí puntualizar con singular acierto al Sr. Gómez­Menor: la inevitable relatividad con que deben valorarse todas estas con­memoraciones centenarias; y es que, ciertamente, resulta muy difícil en­contrar una fecha categórica, concluyente; casi siempre, existen varias que podrían justificar la celebración; tal ocurre en nuestro caso, pues si bien se ha venido aceptando como fecha fundacional la de 1483, en atención a que el 23 de marzo de este año de 1483, es recibida la Bula aprobatoria del papa Sixto IV, no es menos cierto que existen referencias y noticias de cronistas muy cercanos en el tiempo, como Pedro de Alcacer, según las cuales ya se impartía atención a los enfermos desde 1480. No obstante, soy consciente de que no importa tanto la puntillosa exactitud cronológi­ca, como la buena intención de exaltar la trascendencia de un suceso his­tórico que nos estimule a continuar haciendo, lo mejor posible, nuestra propia historia.

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Pero antes de entrar de lleno en el tema central de este discurso que, lógicamente, es el Hospital del Nuncio, me van a permitir Uds. que dedi­que unos breves apuntes, consideraciones y reflexiones acerca de la his­toria de la asistencia psiquiátrica, en general, pues resulta obligado hacerlo ya que dentro de este contexto histórico, debe ser enmarcado y enjuiciado.

Para empezar, diré a Uds. que la historia de la atención al enfermo mental, está cargada de tópicos manidos y siniestros que pasan de gene­ración en generación, con escasísimo rigor crítico; y, así se ha venido aceptando que los primeros hospitales psiquiátricos, fueron los españoles del siglo XV; que el cuidado humanitario de los enfermos mentales se inició con Pinel y la Revolución francesa; que la labor terapia comenzó en Zaragoza; que en estos centros no existía la menor intención curativa, debiendo ser considerados más bien como «cárceles de locos, (es la ex­presión más utilizada), es decir, lugares cuya misión preferente era la de­fensa de la sociedad ante un enfermo potencialmente peligroso, al que de esta manera se confinaba, pero sin que recibiera terapia alguna que pre­tendiera curarle o aliviarle, al menos; que la reclusión y el castigo, en fin, era el único trato, ya que no tratamiento recibido por estos pobres enfer­mos. y a fuer de sinceros, debe reconocerse que algo de verdad hay en todo ello; pero, no es menos cierto que se ha usado y abusado en dema­sía de afirmaciones tan radicales, que en consec~encia hay que matizar y relativizar mucho para que resulten mínimamente presentables, pues lo contrario supondría aceptar sin más un cúmulo de inexactitudes que no resistirían una crítica seria y responsable. Tal suele suceder con buena parte de actitudes y opiniones excesivamente simplistas, y aún más, si como éstas están prejuzgadas por criterios políticos, religiosos o cultura­les. Existen, pues, bastantes razones y circunstancias, para que tales afir­maciones no sean totalmente ciertas. Una de ellas, suficientemente sólida es la postura del cristianismo frente a la enfermedad, reconocida hoy día, por todos los historiadores de la medicina del mundo; es bien sabido que el pobre, el menesteroso, el desprovisto de salud, riqueza u hogar, era para el cristiano, desde sus primeros tiempos, la imagen de Cristo encarnado, y es por ello, que cuanto fuera ayudar y atender al enfermo, era un deber y un acto eminentemente religioso para todo creyente cristiano. Ahora bien, el ejercicio de esta práctica, de un modo organizado, institucionali­zado, parece tener un origen monástico, y son los monasterios medievales, en donde, según los indicios de que disponemos, comenzó la asistencia hospitalaria, que alcanza a los enfermos de todo tipo, incluidos los enfer­mos mentales. No podía, lógicamente, ser de otra manera; hay, pues, una actitud humanitaria, que el cristiano tal vez llame caritativa, ante el enfer­mo mental, muy anterior a Pinel.

Otro tópico circulante al respecto, es el de que no había la menor intención terapéutica en estos centros nosocomiales, opinión compartida, asimismo, por personas que sí aceptan esta actitud humanitaria o carita-

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tiva básica; por mi parte, he recogido textos muy antiguos, en que es ex­plícita la referencia a actuaciones médicas con finalidad curativa, e incluso de curaciones atribuidas a los tratamientos verificados en dichos Centros; 10 que ocurría es que el conocimiento científico de las enfermedades psí­quicas era escasísimo hasta hace bien poco, y su terapéutica, rudimentaria. Algo que no debe extrañarnos, pues este es un hecho que, como digo, ha llegado casi hasta nuestros días; la evidencia de un atraso, de un desfase de la medicina psíquica, respecto del resto de las patologías médica o qui­rúrgica; estimo, fundadamente que en los antiguos manicomios se inten­taba curar al enfermo, como buena, o más bien malamente se podía, con los escasísimos medios de que se disponía.

Se ha dicho también, reiteradamente que hasta el siglo XIX, los Hos­pitales Psiquiátricos eran exclusivamente una especie de «cárceles para locos., mediante la que la sociedad se protegía del enfermo mental y le marginaba, usando medios coercitivos y malos tratos; también se ha abu­sado de cierta fábula, según la cual existiría durante la Edad Media y Re­nacentista una confusión entre «endemoniadosD y enfermos mentales, algo que unido a la óptica inquisitorial española, habría contribuido a esta in­humana segregación, encarcelamiento y castigo físico del enfermo mental. Sin embargo, personalmente estimo que no había tantos «endemoniadosD en esa sociedad española, y que, al menos los clínicos y teólogos sensatos, sabían bien lo que era un enfermo mental y que procuraban curarle o ali­viarle; otro tema, muy distinto, es que lo consiguieran.

Pero, retomando el hilo de nuestro relato, hemos de reconocer que el siglo XV en España, marca una cota, representa una etapa trascendental, para la Historia de la asistencia psiquiátrica española y aun de la Historia de la asistencia psiquiátrica mundial. Los nosocomios españoles, fundados en el siglo XV, repito, son unánimemente reconocidos como una aporta­ción fundamental al problema de la enfermedad mental, que ha pasado, con toda justicia a la gran Historia de la Medicina; significan un hito im­portante, pero no son, como dije, los primeros.

y así, recuerda Jetter cómo en la Alta Edad Media apareció un centro de peregrinación de enfermos mentales en la localidad belga de Gheel, y, cómo en el coro de su iglesia era visitado el ataúd de santa Dimfna, cons­truyéndose junto a la citada iglesia unas celdas para estos enfermos, que serían luego renovadas en los años 1458, 1483 Y 1687. Con el tiempo, Gheel acabaría convirtiéndose en una singularísima aldea, en que los en­fermos exentos de peligrosidad convivían y compartían las tareas agríco­las con los habitantes del lugar; algo que estudió muy bien en el siglo pasado el psiquiatra catalán Pi y Molist llegando, entre otras conclusio­nes, a la de que en esta "Colonia de Orates., como él la llamaba, no se daba el «contagio psíquico •. Celdas para locos había igualmente en Fran­cia, en las iglesias de Bourbriac y Larchant. La Orden de San Alejo, ex­tendida por el Bajo Rhin, se dedicaba casi exclusivamente a la atención

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de los enfermos mentales, siendo destacables los monasterios de Aquis­grán y Colonia, fundados en el siglo XIV. Por su parte, la Regla Mona­charum, de san Jerónimo, también prescribía a los monjes disposiciones para cuidar adecuadamente a este tipo de enfermos. Señalemos, en fin, que las torres de fortificaciones de las ciudades eran también en la Edad Media utilizadas para alojamiento de enfermos mentales; tal ocurrió, por ejemplo, en las murallas de Hamburgo, y en la mismísima Torre de Lon­dres, en el siglo XIV. Asimismo, hay noticias sobre la existencia de .Ca­sas de Locos» en las grandes ciudades orientales como Bagdad o El Cairo, durante la Edad Media.

Llegamos, finalmente, al siglo XV, varias veces citado, caracterizado por la aparición de los grandes manicomios españoles: Valencia (1409), Barcelona (1412), Zaragoza (1425), Sevilla (1436), Palma de Mallorca (l456), Toledo (1483) y Valladolid (1489). Nos detendremos, pues, en el de Tole­do, objeto de nuestro estudio y, en cierto modo, ejemplo, paradigma de lo que debieron ser los demás. He de hacer constar, no obstante, que la historia del famoso nosocomio toledano es tan rica y fecunda, que tan solo con una parte de los datos y documentos llegados hasta nuestros días podrían escribirse varios volúmenes; en consecuencia, me limitaré a hacer una breve sinopsis, referida principalmente a su primer siglo de existencia; quede para más adelante la publicaciÓn de una obra más ex­tensa que, sin duda, se merece.

Pues bien, el Hospital del Nuncio, de Toledo, también llamado de la Visitación, de Inocentes o de Dementes, que por todos estos nombres ha sido conocido, debe el primero y más popular de ellos, a su fundador Francisco Ortiz, canónigo de la Catedral Primada, Arcediano de Briviesca, Protonotario del Reino y Nuncio Apostólico de Su Santidad. En el Archi­vo de la Diputación de Toledo, se conserva un documento valiosísimo, como es su autobiografía, que nos lleva a los mismos orígenes de la fun­dación. Según se deduce de la lectura del mismo y sintetizando al máxi­mo, los hechos sucedieron así: el papa Sixto IV había enviado a Francis­co Ortiz a España, con la delicada misión de que se hiciera cargo del obis­pado de Cuenca a favor de Rafael Sansoni Riario, Cardenal de San Jorge, sobrino de Sixto IV, y a quien éste había nombrado para ese obispado; algo que a los Reyes Católicos contrarió de tal manera, que ordenaron la persecución y encarcelamiento de Francisco Ortiz, que sale huido de Cuenca y, en continua peripecia, pasa por Alcalá, Pastrana, Alcacer, Ja­valera, Huete, Toledo, siendo finalmente apresado en la fortaleza de Truji­Uo. Pues bien, parece que, estando en Alcacer, en plena persecución, des­cribe minuciosamente cómo un día, víspera de la Fiesta de la Visitacián (de ahí el primer nombre dado al hospital) consideró que sus largos años al servicio de la Curia Romana le habían proporcionado gananacias y ho­nores que no utilizaba como debiera: «todos mis pensamientos -dice­eran acrecentar mi estado y onrra mundana»; y, con la expresión de las

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más vivas muestras de arrepentimiento, toma la decisión de seguir, a par­tir de entonces, fielmente, la doctrina evangélica de la que considera se había apartado, proponiéndose dedicar en adelante todas sus riquezas en la atención de los pobres, llegando a la conclusión de que los más pobres de todos son «los que carecen de seso aunque adultos y los niños expósi­tos que las madres desaparavan •. Y, de esta manera, surge el Hospital del Nuncio, empresa, como se ve, impregnada de religiosidad, que puede ser considerada, según ya apuntamos, como una manifest¡:¡ción más de la acti­tud cristiana ante la enfermedad y el desvalimiento, lo que pretende re­marcar aún más, simbólicamente, con el número de enfermos acogidos, 33, en recuerdo de los 33 años que vivió Cristo sobre la Tierra, y el nú­mero, asimismo, de niños expósitos, 13, en memoria de Cristo y sus 12 Apóstoles. La azarosa e inquieta vida de Francisco Ortiz, al servicio de tres Pontífices, Paulo n, Sixto IV e Inocencia VIII, hicieron de él, sin duda, un gran viajero, circunstancia esta a la cual se debe también, según su propio testimonio, el destino concreto del Hospital: ((y porque me avía parescido bien ala administración de las republicas de las ,ibdades por donde avia andado que de los propios dellas tenian ospitales para susten­tar los tales pobres»; dato, ciertamente sugerente, de que las entonces llamadas "Casas de Locos. eran más frecuentes de lo que quizá hayamos podido creer, y la historia consignar.

El testamento autógrafo de Francisco Ortiz está fechado el viernes 29 de mayo de 1506; un codicilo adicional, aparece datado el 3 de abril de 1508 y la diligencia de apertura de testamento, el 5 de junio de 1508, hace constar que el Nuncio «es fallescido desta presente vida»; es seguro, pues, que Francisco Ortiz muere en plena primavera toledana, siendo sepultado en la capilla del hospital al que deja como heredero universal de todos sus bienes bajo el alto patronazgo del Cabildo Catedral. Algunos de sus miem­bros contribuyeron notablemente a engrosar las rentas de la institución: tal es el caso del canónigo Juan de Vergara, en 1557, y del racionero de la Primada Alfonso Martínez, en 1661, este último, además, ejemplar Rec­tor del establecimiento durante 30 años. En 1836, las nuevas leyes le hacen depender de la Junta Provincial de Beneficencia y una Real Orden de 3 de abril de 1843 le declara Establecimiento Provincial, carácter que conserva todavía; y, en fin, desde el 20 de agosto de 1877, las Hijas de la Caridad atienden a los enfermos de ambos sexos de esta benemérita institución, incluso en los dramáticos momentos de nuestra Guerra Civil y del voraz incendio de la madrugada del 31 de marzo de 1953.

En cuanto a la primitiva ubicación del hospital, el erudito toledano Sr. García Rodríguez, demostró documentalmente que estuvo en el lla­mado «adarve de atocha», junto a la Puerta Nueva de la ciudad, lo que coincidiría con la tradición medieval ya citada de situar las celdas de los enfermos mentales en la proximidad de las puertas y fortificaciones de las ciudades. No obstante, pocos años después, y al parecer, siempre «en las

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propias casa de su morada., el Hospital queda instalado en un callejón probablemente entonces sin salida, ocupando una zona urbana, hoy trans­formada, pero que podríamos situar en los aledaños de la calle y callejón del Nuncio Viejo, a los que da nombre, y plazas de Juan de Mariana y de los Postes, entonces calle de San Juan Bautista, todo ello de acuerdo con la localización que le asigna Julio Porres, máximo conocedor de las calles toledanas. Allí permanecerá la institución hasta fines del siglo XVIII, en que el gran cardenal Lorenzana decide la construcción de un nuevo edifi­cio, según proyecto de Ignacio Haan, iniciándose las obras el 12 de junio de 1790 y concluyéndose en 1793, siendo trasladados los enfermos el 15 de mayo de 1794. El lugar escogido, todos Uds. lo conocen, bien próximo a nosotros en estos momentos, en la llamada calle Real o del Nuncio Nue­vo. Magnífico edificio de corte neoclásico, en donde las asistencias se prolongan, hasta noviembre de 1976 en que los enfermos son instalados en el actual Hospital Psiquiátrico Provincial de San José, construido y dotado (con más modernos criterios asistenciales) por la Excma. Diputa­ción de Toledo, en terrenos de la finca conocida como «la VinagraD, a la altura del punto kilométrico 60,650 de la carretera de Toledo a la cuesta de la Reina. Fue oficialmente inaugurada por el Ministro Martín Villa el 20 de abril de 1977. Algo que hubiera llenado de gozo, sin duda a los magníficos psiquiatras que durante el siglo XIX, fueron directores de la Institución y que con tanto tesón y fundamento solicitaban un nuevo em­plazamiento para el Hospital Psiquiátrico. Citaré tan sólo a don Zacarías Benito González, uno de los mejores alienistas españoles del pasado siglo, injustamente olvidado hasta hace poco, prácticamente desconocido en To­ledo, cuya importante obra psiquiátrica estoy actualmente abordando en profundidad y al que la ciudad y provincia de Toledo, debe el homenaje que su ilustre personalidad merece.

Pero retrocedamos, una vez más, cuatro siglos, hasta el recién nacido Hospital del Nuncio Francisco Ortiz, e inevitablemente, varias preguntas nos suscita y nos inquieta su recuerdo: ¿ Cómo era el primitivo hospital? ¿Cómo se financiaba y regía? ¿Cuál era su funcionamiento? ¿Quién aten­día a los enfermos? ¿Qué aspecto tenían estos enfermos? ¿Cómo se ves­tían y alimentaban? ¿Con qué se trataban? Ardua tarea, ciertamente, esta de intentar reconstruir, siquiera sea con leves trazos, el fascinante y com­plejo acontecer vital de un hospital psiquiátrico en los siglos XV Y XVI. Las fuentes que he manejado, y que me han proporcionado un material, que nunca será suficiente, pero sí preciado, han sido, fundamentalmente cuatro: 1. Las Constituciones (1508) del fundador Francisco Ortiz; 2. Los más de Ochenta volúmenes, que sobre el Hospital del Nuncio (Libros de Cuentas, sobre todo) conserva el Archivo de Obra y Fábrica, de la Catedral de Toledo; 3. Las referencias de los cronistas de la época; y 4. Las alu­siones y descripciones que le dedican en sus obras las brillantes plumas del llamado siglo de Oro de las letras españolas.

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1. Las Constituciones: Entresacamos de ellas algunos textos, referi­dos a los enfermos, preferentemente. Al ingresar, se le daría a cada uno, una cama, una «libreaD o uniforme del Hospital y unas «prisiones» o gri­lletes, «porque seria cosa peligrosa tener las tales personas sueltas fasta ser conosr;ida su calidad». Los que tuvieren bienes aportarían alguna can­tidad; los pobres, no. Debería evitarse la excesiva promiscuidad, por ries­go de agresiones: clllO deben ser aposentados en conpañia digo en una cama porque sería peligroso a la vida de alguno dellos, la qual se ha de mirar como se miraria la de cada uno de los oficiales de la casaD. También se cuida de la seguridad y limpieza del edificio: «al mayordomo pertene,e que cada dia visite las camaras, y haga sacar las inmundicias al lugar co­mún, y hazer hechar y levantar a los pobres a los tienpos convenibles, de manera que se guarde la casa del fuego que por no ser bien mirado podria acaesr;er». Insiste aún más en la limpieza de las «jaulas» y «aposentamien­tos. de los «yno,entes., para lo cual debe proveerse «que no aya mal olor perfumándolos con romero o enebro que son olores sanos». La limpieza y comodidad de las prendas es también motivo de preocupación: «han de inquirir si estan limpios los pobres y si les dan todos los domingos cami­sas lauadas y reparadas de las roturas que hazen, y asi mesmo de los otros vestidos y hazergelo de nuevo quando vieren que es tienpo de manera que en ynvierno no padescan frio ni en verano demasiado' calorD. En cuanto a la alimentación, también es objeto de especial atención: «al mayordomo pertenes,e conprar las viandas y hazerlas adere,ar a sus tienpos linpia­mente para que sean bien mantenidos como es razon, yaguar el vino en buena manera de forma que no les acres,iente el salir de juicio mas de lo que su enfermedad les da / y para esto y para el amasar del pan no a me­nester otra conpañia sino las mugeres cuya enfermedad no es continua sino a tiempos.; adviértase la alusión a la peligrosidad psicopatológica del alcohol y la referencia a enfermedades fásicas, can períodos intervalares de normalidad; en otra parte se dispone «levantar y dar de comer a sus tienpos segund que ordenare el medico», a los enfermos, debido a la im­portancia que tendría para la curación un «(buen regimientoD. Que existía una preocupación terapéutica auténtica, 10 evidencia el siguiente texto: «Iten a de tener vigilancia [se refiere al Mayordomo] que sean bien cura­dos los enfermos y proueydos de las cosas que para su salud fueren neces­sarias como de su visita,ion del mayordomo y aun del capellan y del me­dico o ,irujano segund fuere menester para la enfermedad»; también será conveniente «ocupallos en algunos exer,i,ios que les quiten las fantasias que tienen porque es ,ierto que con ello y con los hormigos que acostum­bran a dar a los no envegecidos en la enfermedad que sanan lo qual cada dia se ve por esperienciaD; finalmente aconseja «(castigarlos umanamente asi de palabra como de otra manera porque se a visto por inspiriencia sanar muchos a causa de la corrección •. Vean cómo se resalta la impor­tancia de la compañía humana, no del aislamiento ni de la soledad, en

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el tratamiento del enfermo mental; la trascendencia de utilizar recursos médicos, quirúrgicos e incluso espirituales; de la conveniencia de los ejer­cicios físicos para hacer desaparecer alucinaciones o delirios; y de los fa­mosos «hormigos» como eficaz medida terapéutica siempre que su admi­nistración fuera precoz; la composición de estos «hormigos», pudiera ser una mezcla de ceniza y azogue, es decir, mercurio, tratándose, en conse­cuencia de una cura mercurial. En cuanto a la supuesta eficacia del «cas­tigo» o «corrección», como medida terapéutica, veremos que es una opi­nión coincidente con el criterio de todos los cronistas y escritores de la época; por bárbaro que nos parezca, creo que es una actitud de una gran consistencia histórica, más radicalizada en la sociedad que en los propios Centros, y que pervive durante varios siglos, llegando hasta nuestro re­franero con esa atroz sentencia que afirma que «el loco por la pena es cuerdo». Hasta aquí las Constituciones de Francisco Ortiz, un texto lleno de buenas intenciones, de consejos que, en su mayor parte nos parecen de gran sensatez, cinco siglos después de su elaboración, tal vez con aseso­ramiento médico.

2. Documentos existentes en el Archivo de Obra y Fábrica de la Ca­tedral de Toledo: Son como dijimos más de 80, volúmenes que recopilan documentación del Hospital del Nuncio, desde 1506 a 1659; se encuen­tran en la Catedral por haber sido el Cabildo patrono de la institución. En su mayoría son Libros de Cuentas, de Gastos Ordinarios y Extraordi­narios. No son, ciertamente, obras de Psiquiatría o de Medicina, pero en su detenido análisis puede percibirse con bastante nitidez la vida de este Hospital de Inocentes, nominación que, por sí sola, excluye toda concep­ción peyorativa que pretenda adjudicarse al enfermo mental. Las referen­cias documentales abarcan todo cuanto se refiere al Hospital, y, tan sólo podremos enumerar algunas de ellas. En cuanto al edificio, en 1561, puede verse, por ejemplo, una detallada relación sobre la llamada "obra de las jaulas. (jaula, por supuesto, es el nombre con el que habitualmente se designa al aposento de estos enfermos, y no despectivamente, por cierto); se trataba, en esta ocasión de «hacer las Jaulas baxas para el verano a los pobres»: cal, arena, yeso, puertas, verjas, cerrojos, cerraduras, armellas, tajones. son escrupulosamente pagados, para acondicionar unos aposentos en que los enfermos puedan soportar algo mejor el rigor del verano tole­dano; una referencia sobre «piezas de las mujeres inocentesD ya nas indi­ca la existencia de una separación de sexos; llega incluso a taparse un pozo (probablemente uno de los típicos aljibes de Toledo) para evitar pe­ligrosos accidentes. En cuanto al capítulo de aprovisionamiento, lo hay de leña, carbón, agua, vino, colchones, lienzos, lanas, mantas. Aun cuando existen testimonios de la época acerca de que los «locos del Nuncio. iban vestidos con paños burielados, es decir, pardos, he podido constatar que, además de éstos, se compran sayas, sayones, camisas, capas, jubones, man-

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tillas, medias-calzas y zapatos, lo que hace suponer que su atuendo era bastante normal, pese al lógico y reconocido desgaste que en los enfermos tenía_ La alimentación más nombrada es pan, vino y gallinas_ Mención especial merece la enfermería, en donde tan sólo había dos camas, ocu­pada en alguna ocasión por personas de distinto sexo: tarimas de pino, colchón, dos sábanas, frazada, almohada, parece ser el aposento más cui· dado y dotado del Hospital, y en donde las comidas alcanzaban mayor refinamiento: huevos, pollos, corazón y sesos de carnero, fresas, grana­das, naranjas y mazapán. En un cuadernillo de medicinas gastadas en el Hospital en 1565, pueden verse «agua de borrajas», «miel rosada», «aceite de alacranes», «tamarindos», ((manzanilla», «(pildoras aureaSD, «aceite de dormidera., y hasta un centenar de productos. En otro Inventario de 1596, leemos toda la amplia variedad de ({prisiones» o «grilletes»; trans­cribo literalmente «veinticuatro pares de grillos, dos anillos de grillos sin mástil, once cadenas con sus roscas, una rosca de por sí, un pie de amigo, un freno, dieciséis pares de esposas, una yunque pequeña para poner pris­siones, un botador para chavetas, un martillo y unas tenazas». En cuanto al personal que atiende a la institución, y perfectamente identificado a tra­vés de los salarios percibidos, son citados los siguientes: Rector, Visita­dor, secretario, letrado, procurador, notario, capellanes, sacristán, portero, despensero, botilIer, lavandera, cocinera. Nos deten'dremos, muy breve­mente, en aquéllos que tendrían a su cargo una labor estrictamente mé­dico-sanitaria, como son el físico, que con el tiempo se llamará médico, el cirujano, el barbero, el boticario y la enfermera. Entre los médicos, quie­ro destacar a dos, por su relevancia en la historia de la medicina españo­la: el doctor Jorge Gómez, localizado entre 1558 a 1565, en el Hospital del Nuncio de Toledo, quien es probable que pueda identificarse con el autor de De ratiane minuendi sanguinem in morbo laterali, impresa en Toledo, en 1539, texto que tal vez inicia en España la polémica de la san­gría; el segundo médico que citaremos es el famoso doctor de la Fuente, amigo del Greco, quien le inmortalizó en un soberbio retrato que hoy se encuentra en el Museo del Prado; aparece como médico del Hospital en 1586, cobrando 6.000 maravedís al año, tres veces más que el cirujano Hernán Pérez que tan sólo cobraba 2.000; debiera ser ya anciano, pues el citado retrato del Greco se fecha en 1588, y él fallecería un año des­pués, en 1589; hallazgo, este último, que dedico a la memoria del gran médico e investigador don Gregario Marañón, al que estoy seguro hubiera entusiasmado descubrir, pues refuerza notablemente su teoría sobre la vinculación del Greco con los enfermos del Nuncio.

En la primera hoja de bastantes libros figura una relación nominal de las personas atendidas en el Hospital: durante el siglo XVI el número asciende ligeramente de 30 a 40, de los cuales son hombres de 20 a 27 y mujeres de 10 a 17. Existe, además, un número fijo de 12-13 «Donados., que, al parecer, eran ancianos que habían arruinado sus haciendas, y que

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debieron sustituir a los niños expósito" tal vez porque para ellos Se había erigido el gran Hospital de Santa Cruz de Mendoza. Es sumamente cu­fioso repasar estas relaciones de (docos» y «locas», que así son llamados, del Hospital del Nuncio; en muchos casos figuraba el lugar de proceden­cia, que era buena parte de España: (<Juan Serrano, de Madrid»; «Espi­nosa de Granada»; «Isabel de Jesús, de Avila» (posible monja); «Fran­cisco Ramos, clérigo, de SegoviaD; «Benita, de Salamanca». De otros, sólo el nombre: « JulianicoD, «Magdalena», «SebastianaD; y, en fin, algunos nominados simplemente por su apodo, delirio o procedencia: «el loco de Buitragon, (da Flamenca», «el de la Inquisición», (IBaltasar el Bermejo», (da Reyna doña María de Austria», «la bizcaD, «la montañesa», da vieja de la Puebla», etc. Junto a alguno de ellos, una cruz: murió en ese año. ¿Puede haber algo más triste que morir en un lugar extraño, no sabién­dose de dónde se viene ni a dónde se va, ni cómo se llama uno mismo? Tal vez sí lo hay: en uno de los legajos encuentro un papel doblado, fe­chado en 1531, con una auténtica llamada de socorro, de auxilio: «un mo­zo de 20 años, vecino de San Nicolás, loco y fuera de seso y en ciertos tiempos atado con una cadena ... su madre ha fallecido ... si le embiaran donde se curase seria brevemente sanaD.

Una última consideración quiero hacer en este capítulo, y es la sor­prendente falta de noticias sobre personas encargadas del cuidado de los enfermos. Tan sólo, una breve nota fechada el 11 de enero de 1574, dice así: «Si conviene que aya en esta cassa dos hombres para el servicio della que tengan quenta con los locos y hagan todo lo que se les mandase atento al peligro que ay con ellos de ordinario por no aver personas que le sojuz­guen en la furia y que ay peligro de matar a los servidores della». Cita extraña, pero concluyente respecto a la no existencia de este personal, que es solicitado, por otra parte, en número exiguo, dos hombres para 40 enfermos, estimándose que no era probable que pudiera contarse para la dura tarea del control de enfermos agitados, con los 12-13 llamados "do­nados», varones ancianos que bien poco podrían ayudar a tal efecto.

3. Testimonios de los cronistas de la época: El primero de ellos, en orden cronológico, debe considerarse a Pedro de Alcacer, quien en 1554 nos informa sobre el "Ospital del Nuncio y de su comienzo. en la Hysto­ria o Descripdon de la Imperial Cibdad de Toledo. Es un texto no sola­mente descriptivo, sino también reflexivo y con un punto de ironía que creo puede considerarse una visión bastante aproximada sobre lo que, acerca de la enfermedad mental, se opinaba por aquellos tiempos. He aquí algunos fragmentos: "el (hospital) que llaman del Nuncio: en el qual se cura la mas rezia y incurable enfermedad de todas que es Locura: y aun­que este (hospital) avia de ser el mayor de todos, segun los muchos que ay en el mundo tocados desta enfermedad, como en una palabra lo conpre­hendio Saloman, diziendo. Stultorum infinitus est numerus. Este Ospital

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al respecto desto es muy pequeño: adonde solamente se curan algunos locos / furiosos que pocas vezes passan en el de cincuenta: porque no basta a mas su dotacion: y cierto parece que de industria, ninguno le ha acrecentado, viendo quan poco aprovecharia a la cura desta enfermedad, la renta del Papa: por lo qual muchos han dexado sus rentas y haziendas, a otros Ospitales y obras pias sin hazer ninguna mencion deste; siendo esta una de las grandes y buenas limosnas que ay en el mundo: y creo que la mejor porque assi como carecer de seso, es la mayor pobreza de todas: assi procurar la cura y remedio della, seria la mayor caridad ... pro­veyendo a los enfermos que en el ay de la cura necessaria a su enferme­dad: aunque pocos guarecen perfectamente, por ser casi incurable este mal: y que tiene mas necesidad de aspero castigo y continua atadura que de otra cosa: mayormente los dellos son furiosos: y por faltar este casti­go, y ser humanos los que le avian de hazer guarecen pocos desta enfer­medad •• Como habrán podido advertir, Alcacer, hace constar ante todo la insuficiencia del Hospital, pese al aumento de plazas habidas desde la fundación; seguidamente, cómo la enfermedad es considerada la más dra­mática e incurable de todas, lo que hace que las gentes prefieran donar sus bienes a centros hospitalarios de otras enfermedades más curables, es decir, lo mismo que ocurre ahora, pero a nivel de Administración. Es significativo que anote el hecho de que «solamente se curan algunos locos furiosos., lo que puede interpretarse que se está refiriendo a ciertas agita­ciones psicomotrices, que, efectivamente suelen tener mejor pronóstico. Y, ¿qué decir del tratamiento?; ya lo han oído: el castigo duro y la ata­dura física, llegando a decir nuestro cronista que la virtud humanitaria en el trato, es el grave defecto terapéutico del Nuncio. Juicio testimonial, ciertamente curioso y estridente para nuestra actual sensibilidad, pero que escrito por una pluma tan rigurosa y documentada tiene un innegable valor que nos obliga a enmarcar los hechos en su justa perspectiva his­tórica; como dije hay más «dureza. ante el enfermo mental en la opinión pública que entre los asistentes del Nuncio.

En las Relaciones de Felipe n, Luis Hurtado dedica al Hospital un sa­broso párrafo en el que parece denunciar una aparente selectividad clasista en la admisión de los enfermos; dice así: «Este Hospital es capaz sola­mente de los que le cae la suerte, y no de todos los que de él tienen neces­sidad, porque muchos oficios y dignidades en las cortes de los principes y de los pontifyces se proveían a menudo si los enfermos deste mal fuesen de los medicas conocidos y en este hospital rrecevidos. (Como se ve Cu­rias y Cortes siempre fueron objeto de críticas acerbas). Y sigue Hurtado: «Diré lo que el año pasado me aconteció con el Cabildo de la Sancta Y glesia, que topando en la ciudad un pobre labrador loco muy furioso de hedad de veynte años le hize atar y llevar a esta casa por seguridad de la ciudad y bien del dicho loco, fueme respondido por el rector que aquella casa no hera fundada sino para locos honrrados, yo di por una petticion

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noticia al cabildo de lo que me avia pasado diziendo tambien que rrogava a Dios guardase mas mi honrra que mi seso, porque si faltase en 10 uno por falta del otro no careciese derremedio, valió mi plegaria para que mi pobre loco fuese recevido. De allí, a peticion del ylustre don Luis de Avila y Zuñiga conpuse en verso castellano el hospital de los necios hecho por uno de los que sano por miraglo, en cuyas salas ay siempre una cama sobrada con mayor grandeza que los demas hospitales que luego dizen no ay cama». Y termina Hurtado, algo más benevolente: «( Pues tornando a la cura deste hospital de los locos se haze en lo posible con toda dilijencia y caridad».

He aquí, pues, dos significativos textos de cronistas de la época, cier­tamente críticos, por los que parece queda ya lejos el espíritu fundacional que muestran las Constituciones. El patronazgo del Hospital había que­dado a cargo de familiares de Francisco Ortiz y del Cabildo Catedral, y las disensiones surgidas entre ambos debieron enrarecer el criterio asis~

tencial. La admisión parece que se hizo selectiva y difícil, hasta el punto de sobrar camas, algo que, por otra parte no está de acuerdo con las rela­ciones de enfermos que figuran en los volúmenes antes citados, datos de alta fiabilidad, por tratarse de documentos de primera mano. Reconoce Hurtado que la cura se hace con «diligencia y caridad», pero apostilla que el que se curaba era de «milagro», según la palabra exacta utilizada en estas Relaciones.

4. El Hospital del Nuncio en las Artes y en las Letras: Al llegar a este punto es obligado citar al inolvidable Dr. Marañón, quien, recogiendo una intuición de Cossío, pretendió demostrar que el famoso pintor cre­tense, afincado en Toledo, utilizaba como modelos de sus retratos a en­fermos mentales del Hospital del Nuncio, especialmente en sus Apostola­dos. Caso de ser cierta esta hipótesis, constituiría un testimonio inestima­ble y probablemente el único documento gráfico, casi fotográfico, diría yo, existente en el mundo acerca de enfermos mentales internados a fines del siglo XVI y principios del XVII. Marañón creyó firmemente en la verosi­militud de esta sugerencia, y por ello pienso cuánto hubiera reforzado su actitud, con el hallazgo antes citado, de ser médico del Nuncio el doctor de la Fuente, íntimo amigo del Greco. No obstante, para confirmar su teoría, Marañón, no insistió en la búsqueda documental, sino que escogió un original experimento que él mismo llamó «(pasatiempo», consistente en seleccionar unos cuantos enfermos albergados en el Nuncio hace 25-30 años, dejarles crecer barba y cabellos y cubrirlos con unos ropajes a mo­do de túnicas; de esta forma eran fotografiados y comparados con los cita­dos Apóstoles del Greco. De este cotejo llegó a la conclusión de que si Velázquez pintaba «tontos», el Greco pintaba «locos»; basaba Marañón la fiabilidad de su experimento en la que él llama «reliquia» étnica de la población toledana; es decir, que los tipos raciales de los enfermos del

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Nuncio serían, en la actualidad, los mismos que en tiempos del Greco. Algo que cae por su base, en cuanto repasamos las relaciones documenta· les de nombres y procedencias, muy dispares, en buena parte ajenas aTo· ledo. En cualquier caso, la hipótesis de Marañón, es innegablemente su· gestiva e interesó en su día a la opinión pública.

Mucho más interés tiene, a mi juicio, otra sugerencia del propio Ma­rañón, si bien apuntada ya con anterioridad por San Román, según la cual los escasos datos que podrían hallarse sobre el Hospital del Nuncio, debe· rían buscarse en los textos de famosos escritores del siglo de Oro de las letras españolas. Así, el famoso Quijote de Avellaneda, finaliza sus ano danzas en el Nuncio, y es por ello que su Capítulo XXXVI y último, se rotule de la siguiente manera: «De como nuestro buen caballero don Qui· jote de la Mancha fue llevado a Toledo por don Alvaro Tarfe y puesto allí en prisiones en la casa del Nuncio, para que le procurase su curaD. Ave­llaneda debió conocer bien el Toledo de aquella época y adentrarse en el Hospital del Nuncio, cuando menos hasta su patio; he aquí la patética descripción inicial: « ... se quedó solo en el patio Don Quijote, y mirando a una parte y a otra, vio cuatro o seis aposentos con rejas de hierro, y dentro de ellos muchos hombres, de los cuales unos tenian cadenas, otros grillos, y otros esposas, y dellos cantaban unos, llor~ban otros, reian muo chos, y estaba en fin alli cada loco con su tema •. Engañosa impresión ini· cial ésta de Avellaneda, que lo que debió observar fueron algunas venta· nas enrejadas, a las que se asomaban varios enfermos presa de la excita­ción que en estos Centros siempre provocaba una visita o la llegada de un nuevo cliente. Prueba de ello es que explicita a continuación: « ... en breve rato le metieron en uno de aquellos aposentos, muy bien atado, do habia una limpia cama con su serviciaD. Tirso de Molina, por su parte, en Los tres maridos burlados, comentará la pequeñez de aquellos aposentos, no sin razón llamados «jaulas.; dice así: «¿Si mis celos me han buelto loco, y para curarme me han traido al Nuncio de Toledo? Que la estre· chez deste aposento mas parece jaula que hospedería?. El toledano Val· divielso, en El Hospital de los locos, nas hablará también de «jaulas. y «cadenas. y Juan de Quirós, en su obra La famosa toledana, escrita en 1591, pero no publicada hasta 1917 por la erudita inglesa Rachel Alcock, nos hace una esperpéntica descripción: «¿No miraste qual estaua I y la cara que tenia I los ojos desencassados I metido en su ratonera, ! sacando el hocico fuera I como los demás atados •. Todos cuantos conocimos los manicomios españoles con anterioridad a la reciente era de los potentes neurolépticos, hemos presenciado escenas iguales o peores; no nos ras­guemos, pues las vestiduras.

Asimismo, he intentado componer, a retazos, el boceto de los «inocen­tes» del Nuncio, en su primera época. Quirós emplea una frase chocante: «sois muy gordo para loco., con lo que parece significar que el enfermo mental de hace cuatro siglos, estaba, por lo general, enflaquecido; la defi·

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ciente comida y su rechazo a la misma, podrían ser algunas de las causas. Hoy, en cambio, es más frecuente la obesidad en estos enfermos, pro­ducto de la sobrealimentación superflua, la vida sedentaria y los psicofár­macos. Según Tirso, iban rapados de barba y cabellos: «...a navaja quitan los cabellos y barbas a los locos y a los galeotes: la mia se sacara deste temor ... Echó mano a ella, y hallóla tiple haviendola el criado con traba­jo ... Lloró su juicio rematado, teniendose por conventual del NuncioD; medida tal vez, higiénica y, a la par, can intención de evitar zonas propi­cias a la agresión. Para cubrir sus mondas cabezas, debieron usar caperu­zas que Valdivielso llama «capirotes de loco •. Acerca de su vestimenta dice Tirso que « ... los locos que él havia visto en Toledo andavan vestidos de ropas bureladas •. Ya comentamos este punto al resumir la documen­tación original, deduciendo que eran usadas otras indumentarias, respe­tándose probablemente algunas propias y específicas como las de los clé­rigos, a alguno de los cuales debe corresponder esta descripción de Ave­llaneda « ... se llegó bien a una de aquellas rejas, y mirando con atención quien estaba dentro, vió un hombre puesto en tierra en cuclillas, vestido de negro, con un bonete lleno de mugre en la cabeza, el cual tenia una gruesa cadena al pie y en las dos manos unos sutiles grillos que le servian de esposas; estaba mirando de hito en hito el ,suelo tan sin pestañear, que parecía estaba en una profundísima imaginación»,

Sobre la eficacia terapéutica del castigo físico, administrado Can algo que llaman «(azoteD o Hebenque», hay abundantes referencias, especial­mente en Valdivielso, Quirós y Avellaneda, en perfecta consonancia con los cronistas de la época. N o hay tiempo de pormenorizar estas citas, pero sí diré que Quirós es el primero en mencionar a quien administra el casti­go como «un hombre que guarda los locos, que llaman loquero •. Este mismo autor Juan de Quirós, en la 11 Jamada de su comedia La famosa toledana describe con el mayor detalle una curiosa y a la par penosa es­cena, que no tengo tiempo de reproducir, pero cuyo argumento sí quiero enunciar: unos aldeanos, llegados a Toledo con motivo de sus fiestas pa­tronales, y tras la conclusión de las pomposas ceremonias catedralicias, se encaminan al muy próximo Hospital del Nuncio, en donde un «loque­rOD a cambio de una propina, trae a su presencia cinco enfermos para que se diviertan con ellos; la descripción es tan perfecta, incluso desde el punto de vista psicopatológico que hace pensar que el propio Quirós fue testigo directo de uno de estos actos crueles, no exclusivos precisamente de España, pues noticias hay de que este divertimiento también podía verse en Inglaterra por un solo penique.

Como Uds. han podido comprobar, la imagen proporcionada sobre el Hospital del Nuncio por los cronistas escritores de la época, que hasta cierto punto, representan la opinión pública, es una mala imagen, una imagen crítica. Da la impresión de que tensiones y corruptelas habidas en el Hospital del Nuncio habían prostituido, en buena parte, el generoso

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espíritu fundacional de Francisco Ortiz. Pero de lo que no estoy muy seguro, es que esta imagen fuera fiel reflejo de la realidad; es altamente improbable que los citados cronistas y escritores vivieran la realidad in­terna del Hospital, y por lo pronto ya es chocante que no hayamos en­contrado una sola referencia a enfermas, a mujeres, a «locasD según la terminología documental, hasta el punto que he de confesar que hasta no tener la fehaciente prueba manuscrita, no tuve la seguridad de que el Hospital del Nuncio albergaba enfermos mentales de ambos sexos. Sin menospreciar la aportación proporcionada por cronistas y escritores, pien­so que conocieron muy superficialmente la institución y se atuvieron en gran parte a tópicos vulgares y manidos sobre el tema, que yo diría que han llegado casi hasta nuestros días. Estimo que hay que profundizar en la documentación original, en gran parte inexplorada y que nos propor­cionará una idea más exacta de lo que fueron estas Instituciones. Pero quiero finalizar, no obstante, con unas citas de los autores citados que revelan un cierto optimismo terapéutico; el propio Lape de Vega, vecino varios años de Toledo, decía en Los Comendadores de C6rdoba: «Será por curarte el seso / que en Toledo curan tanto. I Al Nuncio quizá te envia I por burlas de buen asiento •. Y Avellaneda: «Señor Martin Qui­jada, en parte está vuesa merced adonde miraran por su salud y persona con el cuidado y caridad posible: y advierta que a 'esta casa llegan otros tan buenos como vuesa merced, y tan enfermos de su propio mal, y quiere Dios que en breves dias salgan curados y con el juicio entero que al en­trar les faltaba •. Y, un rasgo de piedad brota del proscrito Avellaneda, que, sin embargo, no tuvo para su Quijote el gran Cervantes: «(, •• barrun­tos hay, y tradiciones de viejísimos manchegos, de que sanó y salió de dicha casa del Nuncio •.

Hasta aquí, Señoras y Señores, unas cuantas tenues y deslabazadas pinceladas, que esperamos incrementar en el futuro, sobre el primer siglo y medio de existencia, principalmente, del Hospital del Nuncio de Toledo. Famoso, entre otras razones, por cuanto participa de la celebridad que un tiempo tuvo la ciudad, confluencia de ingenios y de artistas. Y yo quisiera, antes de concluir, proponer respetuosa pero encarecidamente a quien co­rresponda, que el actual Hospital Psiquiátrico Provincial de San José, vuelva a ser nominado como Hospital del Nuncio; nombre con el que du­rante siglos ha sido conocido en todo el mundo, y con el que figura en letras de oro en la Historia de la Psiquiatría. Historia que, asimismo, ha recogido y reproducido en numerosos textos la inscripción que todavía puede leerse en el frontispicio del edificio del Nuncio Nuevo o de Loren­zana; dice así: MENTIS INTEGRAE SANITATI PROCURANDAE AEDES CONSILIO SAPIENTI CONSTITUT AE. = ANNO DOM. MDCCXCIII. Esto es, «Casa edificada con sabio consejo para procurar la sanidad completa del entendimiento. Año del Señor de 1793 •. Lema ple­namente vigente en la asistencia psiquiátrica contemporánea, y que bien

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pudiera también figurar en el moderno y renovado Hospital, como estímu­lo y acicate para la consecución de una sociedad cada vez más sana y equilibrada, y, en consecuencia, más libre, más creativa y más feliz.

He dicho.

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