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V ivo en la posibilidad”, dijo Emily Dickinson (“I dwell in possibility”). De niño, el pintor Lluís Lleó (Barcelona, 1961) quiso habitar en el espacio secreto que hay detrás de todo cuadro apoyado sobre un caballete. Fue en el Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC) donde descubrió que era posible pasear detrás de una pintura. Ese espacio quedó retenido en su mente, y se reactivó frente a los frescos de Pompeya del Metropolitan (MET) de Nueva York y del Museo Arqueológico de Nápoles. Sus cuadros son hoy lugares. Pinturas que habita, y donde quiere que los espectadores puedan vivir por un rato. Protegidos y resguardados. A Robert Hughes le fascinó que Lleó perteneciera a una familia de pintores. “No sería quien soy sin ellos”, reconoce el artista al referirse a su bisabuelo, su abuelo y su padre. Esta saga bien podría remontarse al románico catalán, porque es en la tradición del fresco donde anida su creación presente. Lleó ha dado forma este invierno en el Empordà a cinco enormes bloques de piedra arenisca. A modo de grandes lienzos pintados, se levantan ahora en el corazón de Manhattan, en Park Avenue, a la altura de las calles 52 y 56. Llevan por título Morpho’s Nest in the Cadmium House. Una instalación para habitar en mitad de una ciudad, Nueva York, que le acogió hace 28 años y en la que ha querido homenajear el arte del fresco del románico catalán, que empezó más de siete siglos atrás. Las ‘esculto-pinturas’ estarán expuestas en la vía pública neoyorquina hasta finales de julio. ¿Qué significa la figura del coleccionista? Los artistas navegamos en un mundo intangible, imaginario e invisible. La percepción que se tiene de nuestra obra nos define. A veces, como creadores importantes; casi siempre, como mundanos e irrelevantes. La calidad y la longevidad de nuestra obra queda por ver, una vez los focos se apagan. Hay, sin embargo, un hecho real en todo este mundo de espejos: la figura del coleccionista. Al final de este proceso incierto e inexplicable, hay alguien con nombre y apellidos que, en un acto para mí lleno de generosidad, adopta esa obra, y da sentido a mucho de lo que tiene de absurdo el proceso creativo. El coleccionista es quien nos recuerda que valió la pena ese viaje. Gracias a él, podemos volver a perdernos. ¿Qué supuso Robert Hughes para usted? Nos presentó Xavier Corberó a principios de los 90, cuando Hughes estaba escribiendo el libro Barcelona. Le fascinaba la ciudad, los frescos románicos del Vall de Boí y, en especial, la cocina catalana. El pollo con cigalas y las albóndigas con sepia le tenían enamorado. A mí me gustaba cocinar y pasaba los fines de semana en su casa de Shelter Island, preparando platos para él y sus amigos: Salman Rushdie, Richard Rogers o John Richardson. Hablábamos de pintura, casi siempre volvíamos a los frescos del MNAC -presentados con tanta sabiduría por Gae Aulenti-, y le ayudaba con sus trabajos de carpintería, que era lo que le gustaba hacer de verdad. Creo que siempre le fascinó saber que yo me había formado como pintor al lado de mi padre y mi abuelo. Él tenía un hijo, Danton, al que no vio durante más de treinta años y que se suicidó pocos días después de su reencuentro en Australia, donde Hughes estuvo convaleciente durante meses, después de un grave accidente de automóvil. De alguna manera, conmigo encontraba aquella relación que hacía tanto tiempo que había perdido. Un día me pidió visitar mi estudio y compró un gran cuadro (que volvió a mí tras su muerte). Me dijo que quería escribir un catálogo de mi obra, y así lo hizo. No hay que olvidar que él empezó siendo pintor. Seguramente este hecho es lo que hizo que tuviese una visión tan clara y didáctica del arte. Sabía perfectamente de lo que hablaba porque conocía perfectamente qué significaba pintar. Los últimos años de 40 ENTREVISTA Tal vez porque quiso ser arquitecto, la pintura de Lluís Lleó es una suerte de escondite y refugio. Inés Martínez Ribas El pintor que habita

El pintor que habita

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Vivo en la posibilidad”, dijo Emily Dickinson (“I dwell in possibility”). De niño, el pintor Lluís Lleó (Barcelona, 1961) quiso habitar en el espacio secreto que hay detrás de todo cuadro apoyado sobre un caballete. Fue en el Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC) donde descubrió que era posible

pasear detrás de una pintura. Ese espacio quedó retenido en su mente, y se reactivó frente a los frescos de Pompeya del Metropolitan (MET) de Nueva York y del Museo Arqueológico de Nápoles. Sus cuadros son hoy lugares. Pinturas que habita, y donde quiere que los espectadores puedan vivir por un rato. Protegidos y resguardados. A Robert Hughes le fascinó que Lleó perteneciera a una familia de pintores. “No sería quien soy sin ellos”, reconoce el artista al referirse a su bisabuelo, su abuelo y su padre. Esta saga bien podría remontarse al románico catalán, porque es en la tradición del fresco donde anida su creación presente. Lleó ha dado forma este invierno en el Empordà a cinco enormes bloques de piedra arenisca. A modo de grandes lienzos pintados, se levantan ahora en el corazón de Manhattan, en Park Avenue, a la altura de las calles 52 y 56. Llevan por título Morpho’s Nest in the Cadmium House. Una instalación para habitar en mitad de una ciudad, Nueva York, que le acogió hace 28 años y en la que ha querido homenajear el arte del fresco del románico catalán, que empezó más de siete siglos atrás. Las ‘esculto-pinturas’ estarán expuestas en la vía pública neoyorquina hasta finales de julio.

¿Qué significa la figura del coleccionista? Los artistas navegamos en un mundo intangible, imaginario e invisible. La percepción que se tiene de nuestra obra nos define. A veces, como creadores importantes; casi siempre, como mundanos e irrelevantes. La calidad y la longevidad de nuestra obra queda por ver, una vez los focos se apagan. Hay, sin embargo,

un hecho real en todo este mundo de espejos: la figura del coleccionista. Al final de este proceso incierto e inexplicable, hay alguien con nombre y apellidos que, en un acto para mí lleno de generosidad, adopta esa obra, y da sentido a mucho de lo que tiene de absurdo el proceso creativo. El coleccionista es quien nos recuerda que valió la pena ese viaje. Gracias a él, podemos volver a perdernos.

¿Qué supuso Robert Hughes para usted? Nos presentó Xavier Corberó a principios de los 90, cuando Hughes estaba escribiendo el libro Barcelona. Le fascinaba la ciudad, los frescos románicos del Vall de Boí y, en especial, la cocina catalana. El pollo con cigalas y las albóndigas con sepia le tenían enamorado. A mí me gustaba cocinar y pasaba los fines de semana en su casa de Shelter Island, preparando platos para él y sus amigos: Salman Rushdie, Richard Rogers o John Richardson. Hablábamos de pintura, casi siempre volvíamos a los frescos del MNAC -presentados con tanta sabiduría por Gae Aulenti-, y le ayudaba con sus trabajos de carpintería, que era lo que le gustaba hacer de verdad. Creo que siempre le fascinó saber que yo me había formado como pintor al lado de mi padre y mi abuelo. Él tenía un hijo, Danton, al que no vio durante más de treinta años y que se suicidó pocos días después de su reencuentro en Australia, donde Hughes estuvo convaleciente durante meses, después de un grave accidente de automóvil. De alguna manera, conmigo encontraba aquella relación que hacía tanto tiempo que había perdido. Un día me pidió visitar mi estudio y compró un gran cuadro (que volvió a mí tras su muerte). Me dijo que quería escribir un catálogo de mi obra, y así lo hizo. No hay que olvidar que él empezó siendo pintor. Seguramente este hecho es lo que hizo que tuviese una visión tan clara y didáctica del arte. Sabía perfectamente de lo que hablaba porque conocía perfectamente qué significaba pintar. Los últimos años de

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ENTREVISTA

Tal vez porque quiso ser arquitecto, la pintura de Lluís Lleó es una suerte de escondite y refugio.

Inés Martínez Ribas

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El artista Lluís Lleó en su estudio. Foto: Ramon Masip

su vida fueron terribles. Se desilusionó por completo y el mundo del arte lo olvidó. Nadie nunca dijo las cosas con tanta claridad y calidad… ni nunca nadie se lo perdonó.

¿Qué hay de intuición en su pintura? Casi todo es intuición para mí. Decía Einstein que la intuición es un regalo sagrado. Antes del juicio y del prejuicio, hay un estado sutil y frágil donde el cerebro actúa con cierta libertad, sin límites, sin lógica, sin miedo ni vergüenza, sin pudor. Es en ese espacio donde me gusta vivir. No siempre lo consigo, pero soy feliz cuando soy capaz de habitarlo por un rato. Ese sitio donde solo existe el lenguaje pictórico. I dwell in possibility, como decía Emily Dickinson.

¿Por qué “el anonimato es lo mejor del arte”? Con demasiada frecuencia, el nombre o la marca son los únicos datos que registramos cuando nos enfrentamos a la creación, eso nos impide ver libremente.

¿Su trayectoria es un homenaje a los pintores ‘anónimos’ de la familia? Yo no sería quien soy sin ellos. De ellos aprendí cómo hacerlo y cómo no hacerlo sin apenas darme cuenta, especialmente porque era algo normal en nuestra vida. En muchos aspectos, ellos eran mejores pintores que yo, pero ellos me dieron la fuerza para caminar lejos y sin miedo. De alguna manera, aprendí que la curiosidad y la inconsciencia son los atributos que completan a un artista por torpe que sea… lo demás se aprende haciéndolo.

¿Qué hay de su bisabuelo, de su abuelo y de su padre en su pintura? ¡Los genes!

¿También un homenaje a los artistas anónimos del románico catalán? Desde muy pequeño, construí una historia de cuento y fantasía alrededor de esos señores que viajaban por las montañas, pintando iglesias. Cuando antes de dormir soñaba con ser pintor, quería por un lado ser ese duende

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viajero e invisible, que inventaba mundos de ensueño en lugares remotos y absurdos; por otro, parecerme a mi padre, que cada día iba al estudio con la ilusión de un aprendiz… su laboratorio, en el que jugaba con colores y cuidaba su colección de geranios rojos… Toda una lección de vida.

¿Qué le descubrió el MNAC, primero, y el MET, después? En el MNAC descubrí que se podía pasear por detrás de una pintura. Ese espacio invisible quedó en mi cabeza y se reactivó cuando vi los frescos de Pompeya en el MET o en el Museo Arqueológico de Nápoles. Tardé un tiempo en comprender que esa sería mi pintura. La que se ve por delante… y se siente por detrás. Una suerte de escondite y refugio a la vez.¿Qué le fascina de la piedra? Su historia, su quietud, su saber estar.

¿Qué papel juega la arquitectura en su obra? Yo quería ser arquitecto, quizás porque pensaba que una casa y el escondite que queda detrás de un gran cuadro apoyado en un caballete era lo mismo. Siempre pinto sitios donde quiero habitar, y donde me gustaría que los espectadores de mi pintura puedan vivir durante un rato y sentirse protegidos y resguardados. Mis cuadros son lugares.

¿Qué necesidad vital le llevó a querer exponer sus pinturas

en el exterior, a sacarlas al aire libre? La necesidad de ver que mi obra forma parte de la naturaleza, que es naturaleza. Que la toca el viento y la moja la lluvia, que la visita un pájaro y la impregna una hoja caída.

Calder y sus móviles, ¿son las mejores obras al aire libre? Calder, para mí, es el único artista que ha sabido pintar en el espacio. Mientras la mayoría de obras tridimensionales son un obstáculo, las de Calder son un vehículo en el que el espectador accede a un espacio desconocido.

¿En qué sentido “la pintura es una piel muy fina”? Esa es la belleza de la pintura. Lo que la hace indispensable. Un universo infinito de menos de un milímetro de grosor.

¿Por qué el título Morpho’s Nest in the Cadmium House? Estas pinturas sobre piedra tienen un verso y un reverso. Cuando caminamos hacia el norte por Park Avenue, todas las caras visibles son azules. Siguiendo con la historia iniciada en mis últimos trabajos sobre las mariposas Morpho, sus 48 variedades de azul y sus nidos. Caminando hacia el sur, todas las piedras están pintadas con diferentes tonalidades de rojo cadmio. En diversos momentos de mi trayectoria pictórica, este color ha sido el protagonista destacado. Se trata de un color-amuleto para mí.

¿Por qué este gran tributo a siete siglos y veintiocho años? No podría pintar como lo hago sin conocer lo que ocurrió antes de mí, y sin respetarlo y admirarlo. A menudo me pregunto por qué tuve la necesidad imperiosa de venir a vivir aquí. Quién sabe si la misión era enseñar al mundo una parte de lo que yo vi, y de lo que me hizo soñar con ser pintor.

¿En qué momento vital se encuentra? De repente, casi sin

La instalación Morpho’s Nest in The Cadmium House puede verse en Park Avenue, a la altura de las calles 52 y 56, en Nueva York, del 1 de mayo al 31 de julio. Varias son las instituciones que colaboran en el proyecto: The Fund for Park Avenue, NYC Parks, la Galería Marc Domènech, el Instituto Cervantes, el Institut Ramon Llull, Banc Sabadell e Indus. Artistas como Jean Dubuffet, Robert Indiana y Niki de Saint Phalle han expuesto con anterioridad esculturas en el mismo emplazamiento. Ahora, con Lleó, es la primera vez que se exponen pinturas. Cada uno de los cinco bloques está compuesto de piedra arenisca del Empordà, pesa unos tres mil kilos, y sobre peana alcanza los casi cuatro metros de altura. El título de la instalación ‘esculto-pictórica’ hace referencia a la mariposa ‘Morpho’, de la que existen hasta 48 variedades y que destaca por su belleza y fragilidad.

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darme cuenta, me encuentro haciendo aquella obra que tantas veces soñé, pero a la que no era capaz de ponerle cara. En cierto sentido, el alivio de ver que el proyecto toma forma y se hace visible. Por otro lado, el temor que siempre persigue al creador: el miedo a repetirse, a ablandarse, a copiarse, a mirarse al espejo… a perder el hilo.

¿Cómo ve el mercado americano? Machado lo dijo nítidamente, y sigue más vigente que nunca: “Todo necio confunde valor y precio”.

¿Y el español? Quizás un día perdamos el complejo como artistas y coleccionistas. Este es un país que desde Altamira ha dado artistas extraordinarios, únicos, inconfundibles. Creo que cierta ausencia de audiencia siempre es saludable y, quizás, en el equilibrio esté la posibilidad para los que lo hacemos y los que lo aprecian. En lo que a mí respecta, cada venta sigue siendo un milagro y un misterio.

¿Qué papel juega el galerista Marc Domènech en su trayectoria? Marc me ha abierto un mundo de posibilidades. Los artistas no solo necesitamos ser representados; en realidad, lo que buscamos es la comprensión y la complicidad del galerista para llevar a cabo nuestro viaje. Esta coincidencia se da con poca frecuencia. Los dos partimos del conocimiento del pasado y sobre ello construimos nuestro trabajo. Estuve años sin exponer en Barcelona, no me ilusionaba ningún proyecto hasta que nos conocimos y pensamos que mirábamos hacia un lugar común.

¿Qué personas han sido fundamentales para usted como pintor? Primero, mi padre, sin duda. De él aprendí a amar el olor a pintura y a seguir pintando, pase lo que pase. Esta carrera transcurre a menudo en la sombra y en silencio. Solo un profundo amor por el trabajo puede mantenernos con la vista puesta en el horizonte al que nos dirigimos. Después, Xavier Corberó, al que conocí cuando ya llevaba unos meses en Nueva York. Él me enseñó la forma de pensar y de hacer de este país; sobre todo, me recordó constantemente que no había que poner límites a nada. Si acaso, la vida ya los pondría por nosotros. Finalmente, Emilio Ferré: él fue la primera persona que entendió la idea de las piedras pintadas en el exterior, y que las quiso para su maravillosa colección. Su visita a mi estudio del Empordà hace cuatro años significó un antes y un después en mi carrera. Una vez más, el coleccionista es el aliado indispensable del artista.

Si tuviera que escoger una obra de toda la historia del arte, ¿con cuál se quedaría y por qué? Para mí hay solo un cuadro incomprensible, más cerca de lo divino que de lo terrenal: Las Meninas. Pocas veces pienso que existe un ser superior. Este cuadro hace que me lo replantee. Si me dicen que lo pintó Dios en una tarde libre... ¡lo creeré!

¿Regresará a su país o Nueva York ya es su ciudad? Prefiero no responder a esta pregunta. Nueva York me ha hecho quien soy en muchos aspectos. Es mi ciudad y lo seguirá siendo, aunque no viva en ella…