Guimaraes Rosa Joao - Cuentos

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  • 7/29/2019 Guimaraes Rosa Joao - Cuentos

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    JOO GUIMARES ROSA

    CuentosCuentos

  • 7/29/2019 Guimaraes Rosa Joao - Cuentos

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    Los hermanos Dagob .......................................................................................................3La tercera margen del ro ...................................................................................................6Desenredo ..........................................................................................................................9Cinta verde en el cabello ................................................................................................. 11Lunas de miel ...................................................................................................................13

    Un joven muy blanco .......................................................................................................18

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    Los hermanos Dagob

    "Os irmo Dagob"

    Enorme desgracia. Estbase en el velatorio de Damastor Dagob, el ms viejo delos cuatro hermanos, absolutamente facinerosos. La casa no era pequea, pero malcaban en ella los que iban a hacer guardia. Todos preferan permanecer cerca deldifunto, todos teman, ms o menos, a los tres vivos.

    Demonios, los Dagobs, gente que no gustaba. Vivan en estrecha desunin, sinmujer en el lar, sin ms pariente, bajo la jefatura desptica del recin finado. ste habasido el peor de los peores, el cabeza, fierabrs y maestro, que meti en la obligacin dela mala fama a los jvenes los nenes, segn su rudo decir.

    Ahora, sin embargo, mientras que el muerto, fuera de semejantes condiciones,

    dejaba de ofrecer peligro, conservando bajo la luz de las velas, entre aquellas floresslo aquella mueca involuntaria, el mentn de piraa, la nariz toda torcida y suinventario de maldades. Bajo la mirada de los tres de luto, se le deba todava, a pesar detodo, mostrar respeto; convena.

    Servase, de vez en cuando, caf, aguardiente quemado, palomitas de maz, al uso.Sonaba un vocear sencillo, bajo, de los grupos de personas, en la oscuridad o en el focode las lamparitas y faroles. All afuera, la noche cerrada; haba llovido un poco.Raramente, uno hablaba ms fuerte y sbito se moderaba, y compungase, recordandosu descuido. En fin, lo mismo de lo mismo, una ceremonia, al estilo de all. Pero todotena un aire espantoso.

    He aqu que un mequetrefe pacfico y honesto, llamado Liojorge, apreciado portodos, fue quien haba enviado a Damastor Dagob al destierro de los muertos. ElDagob, sin motivo aparente, le haba amenazado con cortarle las orejas. Entonces,cuando le vio, avanz haca l, mostrando el pual; pero el tranquilo del muchacho, quemanejaba un pistoln, le peg un tiro entre los dos pechos, por encima del corazn.Hasta entonces vivi Tllez.

    Despus de tamao suceso, sin embargo, se espantaban de que los hermanos no sehubiesen cobrado venganza. En su lugar, se apresuraron a organizar velatorio y entierro.Y resultaba bien extrao.

    Tanto ms que aquel pobre Liojorge permaneca an en la aldea, solo en casa,resignado ya a lo peor, sin nimo de ningn movimiento.

    Poda entenderse aquello? Ellos, los Dagobs que an vivan, hacan los debidoshonores, serenos y hasta sin jaleo, pero con alguna alegra. Derval, el benjamn,principalmente, se mova social, tan diligente, con los que llegaban o estaban: Perdonela molestias... Doricn, el ms viejo ahora, se mostraba ya solemne sucesor deDamastor, corpulento como l, entre leonino y mular, el mismo mentn avanzado y losojitos venenosos; miraba hacia lo alto, con especial compostura, pronunciaba: Dios lotenga en su gloria! Y el del medio, Dismundo, hermoso hombre, pona una devocinsentimental, sostenida, en mirar al cuerpo en la mesa: Mi buen hermano...

    En efecto, el finado, tan srdidamente avaro, o ms, cuanto mandn y cruel, sesaba que haba dejado buena cuanta de dinero, en billetes, en el banco.

    Sea as, como si nada: a nadie engaaban. Saban bien hasta-qu-punto, lo que

    todava no estaban haciendo. Aquello sera cosa de fieras. Pero despus. Slo queran irpor partes, nada de apresurarse, a su propio ritmo. Sangre por sangre; pero por una

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    noche, unas horas, mientras honraban al fallecido, podan suspenderse las armas, en elfalso fiar. Despus del cementerio, s, agarraban al Liojorge, con l terminaban.

    Siendo lo que se comentaba, en los rincones, sin ocio de lengua y labios, en unmurmullo, entre tantas perturbaciones. Por lo que aquellos Dagobs, brutos slo dearrebatos, pero matreros tambin, de los que guardan la lumbre en el puchero, y jefes de

    todo, no iban a dejar una paga en paz: se vea que ya tenan sus intenciones. Era as porlo que no conseguan disimular cierto contento canalla, casi rindose. Saboreaban ya elsangrar. Siempre, a cada momento posible, sutilmente tornaban a juntarse, en un vanode ventana, en frecuente parloteo. Beban. Nunca uno de los tres se distanciaba de losotros; por qu se mostraban as de cautos? Y a ellos llegaba, de vez en cuando, algncompareciente, adems de compadre, de confianza traa noticias, cuchicheaban.

    Asombroso! banse y venanse, en lo abierto de la noche, y lo que trataban deproponer, era solo por el rapaz Liojorge, criminal en legtima defensa, por mano dequien el Dagob Damastor hizo desde aqu el viaje. Se saba ya que, entre los veladores,siempre alguien, poco a poco, filtraba palabras. El Liojorge, solo en su morada, sincompaeros, enloqueca? Lo cierto, no tena la maa como para aprovecharse y

    escapar, lo que de nada servira: fuese adonde fuese, pronto lo agarraban los tres. Intilresistir, intil huir, intil todo. Deba humillarse, acobardado: por all, mendose demiedo, sin medios, sin valor, sin armas. Ya era alma para sufragios! Y, no es que, sinembar...

    Slo una primera idea. Con que alguien que de all viniera y volviese, a los dueosdel muerto, y transmitiera un mensaje, el resumen de este recado. Que el rapaz Liojorge,osado labrador, afirmaba que no haba querido matar al hermano de ningn ciudadanocristiano, slo apret el gatillo en el postrer instante, para tratar de librarse, porfatalidad, del desastre. Que haba matado con respeto. Y que, con nimo de probarlo,estaba dispuesto a presentarse, desarmado, all mismo, dando fe de ir, personalmente,

    para declarar su manifiesta falta de culpa, en caso de que mostrasen lealtad.Un plido estupor. Saba en qu asunto se meta? De miedo, aquel Liojorge haba

    enloquecido, ya estaba sentenciado. Tendra el valor? Que viniese: saltar de la sartn alas brasas. Y hasta daba escalofros respecto a lo que se saba que, presente elmatador, torna a brotar sangre del matado. Tiempos, estos. Y era que, en aquel lugar, nohaba autoridad.

    La gente espiaba a los Dagobs, aquellos tres vivaces. Genost!, deca tan sloel Dismundo. El Derval: Haiga paz!, hospitalario, la casa honraba. Serio, en s,enorme el Doricn. Slo hizo no decir. Subi la seriedad. Recelosos, los presentestomaban ms aguardiente quemado. Haba cado otra lluvia. El plazo de un velatorio, aveces, se demora mucho.

    Mal acabaran e or. Se suspendi el indagar. Otros embajadores llegaban. Querranconciliar las paces, o poner urgencia en la maldad? La extravagante proposicin! Lacual era: que el Liojorge se ofreca a ayudar a cargar el atad. Haban odo bien? Unloco y las tres fieras locas, las que ya haba, no bastaban?

    Lo que nadie crea: tom el orden de palabra el Doricn, con un gesto destemplado.Habl indiferentemente, se le dilataban los fros ojos. Entonces, que s, que viniese dijo despus de cerrado el atad. La urdida situacin. Uno ve lo inesperado.

    Y si fuese? La gente iba a ver, a la espera. Con el taciturno peso en los corazones;un cierto susto propagado, por lo menos. Eran horas peligrosas. Y despunt despacio elda. Ya maana. El difunto heda un poco. Arre.

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    Sin cena, se cerr el atad, sin jaculatorias. El atad, de ancha tapa. Miraban conodio los Dagobs sera odio al Liojorge. Supuesto esto, se cuchicheaba. Rumorgeneral, el lugubarullo1Ya que ya, viene l... y otras concisas palabras.

    En efecto, llegaba. Haba que abrir de par en par los ojos. Alto, el mozo Liojorge,despojado de todo atinar. No se presentaba animosamente, ni para afrentar. Sera as el

    alma entregada, con humildad mortal. Se dirigi a los tres: Con Jess! l, confirmeza. Y entonces? Derval, Dismundo y Doricn el cual, el demonio de modohumano poco menos que habl: Hum... Ah! Vaya cosa.

    Hubo que escoger para acarrear: tres hombres a cada lado. El Liojorge agarr el asa,al frente, por el lado izquierdo le indicaron. Y lo rodeaban los Dagobs, el odio entorno suyo. Entonces fue saliendo el cortejo, terminado lo interminable. Sorteado as,ramillete de gente, una pequea multitud. Toda la calle embarrada. Los entrometidosms adelante, los prudentes en la retaguardia. Se buscaba el suelo con la mirada. Alfrente de todo, el atad, con las vaivenes naturales. Y los perversos Dagobs. Y elLiojorge, al lado. El importante entierro. Se caminaba.

    Bajo el retintn, muy de paso. En aquel entremedio, todos, en cuchicheo o silencio,

    se entendan, con hambre de preguntar. El Liojorge aqul, sin escapatoria. Tena quehacer bien su parte: tener las orejas gachas. El valiente, sin retorno. Como un criado. Elatad pareca tan pesado. Los tres Dagobs, armados. Capaces de cualquier sorpresa, yaestaban con la mirada enfilada. Sin verse, se adivinaba. Y, en aquello, caa unalluviecita. Caras y ropas se empapaban. El Liojorge tan aterrorizado! su prudenciaen el ir, su tranquilidad de esclavo. Rezaba? No se senta parte de s, slo una presenciafatal.

    Y, ahora, ya se saba: bajado el cajn a la fosa, a quemarropa lo mataban; en elexpirar de un credo. La lluviecita ya se ablandaba. No se iba a pasar por la iglesia? No,en el lugar no haba cura.

    Se prosegua.Y entraban en el cementerio. Aqu, todos vienen a dormir rezaba el letrero del

    portn. Hzose El constipado airado compaa, en el barro, al lado del hoyo; muchos,sin embargo, ms atrs, preparando el huye-huye. La fuerte circunspectancia2. Ningunadespedida: al una-vez Dagob, Damastor. Depositado hondo, en forma, por medio detensas cuerdas. Tierra encima: pala y pala; asustaba a la gente, aquel son. Y ahora?

    El rapaz Liojorge esperaba, escurrindose dentro de s. Vea slo siete palmos detierra para l, delante de su nariz? Tuvo un mirar penoso. Se retorca el silencio. Losdos, Dismundo y Derval, exploraban al Doricn. Sbito, s: el hombre se estir dehombros, slo ahora vea al otro, en medio de aquello?

    Le mir brevemente. Se llev la mano al cinturn? No. La gente era lo que as

    prevea, la falsa percepcin del gesto. Slo dijo, sbitamente, oyse:Mozo, vyase usted, recjase. Sucede que mi aorado hermano era uncondenado diablo...

    Dijo aquello, bajo y casi inaudible. Entonces se volvi hacia los presentes. Sus otrosdos hermanos, tambin. A todos agradecan. Si no es que sonrean, apresurados. Sesacudan de los pies el barro, se limpiaban las caras del que les haba saltado. Doricn,ya fugaz, dijo, complet: ...Nosotros nos vamos a vivir a un pueblo grande... Elentierro haba terminado... Y otra lluvia empezaba.

    1 lugubrulho en el original, palabra inventada por Guimares: lgubre + barulho = barullo2 circunspectncia, es habitual en el autor desdoblar palabras mediantes sufijos pomposos.

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    La tercera margen del ro

    "A terceira margem do rio"

    Nuestro padre era un hombre cumplidor, ordenado, positivo y fue as desdejovencito y nio, por lo que testimoniaron las diversas personas sensatas, cuandoindagu la informacin. De lo que yo mismo recuerdo, l no pareca ms extravaganteni ms triste que los otros, conocidos nuestros. Solamente quieto. Era nuestra madre laque mandaba y quien a diario regaaba a mi hermana, a mi hermano y a m. Peroocurri que, cierto da, nuestro padre mand que se le hiciera una canoa.

    Era en serio. Encarg la canoa, una especial, de cedro rojo, pequea, slo con latablilla de popa, para que cupiera justo el remero. Tuvo que ser fabricada toda ella,elegida fuerte y arqueada en rgido, apropiada para durar en el agua unos veinte o treinta

    aos. Nuestra madre mucho reneg contra la idea. Sera posible que l, que no seocupaba de esas artes, se iba a proponer ahora pesqueras y caceras? Nuestro padrenada deca. Nuestra casa, en ese tiempo, estaba an ms cercana al ro, cosa de menosde cuarto de legua: el ro por ah se extenda grande, hondo, callado siempre. Ancho, deno poder verse la otra orilla. Y no puedo olvidarme del da en que la canoa qued lista.

    Sin alegra, sin inquietud, nuestro padre se cal el sombrero y decidi un adis. Nodijo otras palabras, ni se llev provisiones y ropas, ni nos hizo ninguna recomendacin.

    Nuestra madre, pens que iba a gritar, pero persisti, solamente alba de tan plida,mordi el labio y bram: -"Vete, puedes quedarte, no vuelvas ms!" Nuestro padrecontuvo la respuesta. Me mir, manso, haciendo ademn de que lo acompaara, sloalgunos pasos. Tem la ira de nuestra madre, pero, de golpe, maoso, obedec. El rumbode aquello me animaba, me asaltaba una idea y pregunt: -"Padre, puedo ir con usteden esa canoa?" Volvi a mirarme y me dio la bendicin, con un gesto me mand deregreso. Hice como que vine, pero di la vuelta en la gruta del monte para saber. Nuestro

    padre entr en la canoa, la desamarr para remar. Y la canoa sali alejndose, lo mismosu sombra, como un yacar, extendida larga.

    Nuestro padre no regres. No iba a ninguna parte. Slo ejercitaba la invencin depermanecer en aquellos espacios del ro, de medio a medio, siempre en la canoa, para nosalir de ella nunca ms. Lo extrao de esa verdad espant a la gente. Aquello que nohaba, aconteca. Los parientes, vecinos y conocidos nuestros, se reunieron, y juntos seaconsejaron. Nuestra madre, avergonzada, se port con mucha cordura; por eso todos

    atribuyeron a nuestro padre el motivo del que no queran hablar: locura. Unosconsideraban que podra tratarse del cumplimiento de alguna promesa o que, nuestropadre, tal vez, por escrpulo de alguna enfermedad, como ser lepra, despertaba para otrasuerte de vida, cerca y lejos de su familia.

    Las voces de las noticias eran dadas por ciertas personas -pasantes, moradores delas riberas, incluso en la lejana del otro lado- diciendo que nuestro padre nunca surga a

    buscar tierra, en ningn punto o rincn, ni de da, ni de noche, del modo como cursabael ro, libre, solitario. Entonces, nuestra madre y los parientes nuestros concluyeron: quelas provisiones que estuvieran escondidas en la canoa se gastaran; y, l, odesembarcaba y se alejaba yndose para siempre, lo que por lo menos se correspondacon lo correcto, o se arrepenta, de una vez, y volva a casa.

    Eso era un engao. Yo mismo cumpla con llevarle, cada da, un tanto de comidahurtada: idea que tuve, ya en la primera noche, cuando nuestra gente prob con prender

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    fogatas a la orilla del ro, mientras que a su claridad, se rezaba y se llamaba. Despus,seguido, aparec con pilocillo, pan de maz, penca de pltanos. Avist a nuestro padre, alfin de una hora, muy tardada de transcurrir: as solo, l all a lo lejos, sentado en elfondo de la canoa, detenida en el liso del ro. Me vio, no rem hacia ac, no hizo seas.Le ense la comida, la deposit en una cueva de piedras en la barranca, a salvo de

    alimaas, de lluvia y roco. Eso, hice y rehce siempre, mucho tiempo. Sorpresa que mstarde tuve: nuestra madre saba de esa agencia, disimulaba no saberla; ella mismadejaba, facilitadas, sobras de cosas, para que yo las consiguiese. Nuestra madre no semanifestaba mucho.

    Hizo venir a nuestro to, su hermano, para ayudar en la hacienda y en los negocios.Hizo venir al maestro para nosotros, los nios. Encomend al cura que un da se

    paramentase, en la orilla, para conjurar y rogar a nuestro padre que desistiera de laentristecedora porfa. Otra vez, por disposicin de ella, para amedrentar, vinieron losdos soldados. Todo lo cual no vali de nada. Nuestro padre pasaba a lo largo, entrevistoo desledo, cruzando en la canoa, sin dejar que se acercase nadie a la mano o a la voz.Incluso cuando estuvieron, no hace mucho, dos hombres del peridico, que trajeron

    lancha y pretendan retratarlo, no vencieron: nuestro padre desapareca por el otro lado,aproaba la canoa en el brezal, de leguas, que hay, por entre juncos y matorrales, y lsolo conoca, a palmos, su oscuridad.

    Tuvimos que acostumbrarnos a aquello. A las penas, que aquello trajo, uno nunca seacostumbr, es verdad. Lo s por m, que lo quera, y lo que no quera, slo con nuestro

    padre lo hallaba; esto tironeaba mis pensamientos para atrs. Lo duro era no entender,de ninguna manera, cmo l aguantaba. De da y de noche, con sol o aguaceros, calor,escarcha, y en los terribles fros de la mitad del ao, sin proteccin, slo con elsombrero viejo en la cabeza, por todas las semanas, y meses, y los aos -sin tener encuenta su irse del vivir. No bajaba en ninguna de las orillas, ni en las islas y los bajosdel ro, nunca ms pis suelo o pasto. Claro, que al menos, para dormir, su poco, ldebera amarrar la canoa en alguna punta de la isla, en lo escondido. Pero ni prendafueguito en la playa, ni dispona de luz fabricada, nunca ms rasp un cerillo. Lo quecoma era casi; aun de lo que uno depositaba entre las races de la ceiba o en la gruta dela barranca, l recoga poco, ni lo suficiente. No se enfermaba? Y la constante fuerzade los brazos, para mantener derecha a la canoa, resistente, an en la demasa de lasarroyadas, en el subir de las aguas, ah cuando, en la embestida de la enorme corrientedel ro, todo arrolla el peligroso, aquellos cuerpos de animales muertos y troncos derboles bajando -en espanto, en encuentro. Y jams habl palabra con persona alguna.

    Nosotros, tampoco, hablamos ms de l. Slo pensbamos. No, nuestro padre no podaborrrsenos, y si, por un rato, uno haca como que olvidaba, era apenas para despertarse

    de nuevo, de repente, con la memoria, al provocarse otros sobresaltos.Se cas mi hermana; nuestra madre no quiso fiesta. Pensbamos en l, cuando secoma una comida ms sabrosa; tambin, abrigados de noche, en el desamparo de esasnoches de mucha lluvia, fra, fuerte, y nuestro padre, slo con la mano y un guaje para irvaciando la canoa del agua del temporal. A veces, algn conocido nuestro encontrabaque me iba pareciendo ms a nuestro padre. Pero yo saba que l ahora se haba vueltogreudo, barbn, con uas grandes, enfermo y flaco, negro por el sol y por los pelos,con aspecto de bicho, casi desnudo, aunque dispona de piezas de ropa que de cuando encuando se le proporcionaban.

    Y no quera saber de nosotros: no nos tena afecto? Justamente por afecto, porrespeto, las veces que me alababan a causa de alguna buena accin ma, yo siempre

    deca: -"Fue pap el que un da me ense a hacerlo as...", lo que no era cierto, exacto,era mentira, por verdad. Si l no se acordaba, ni quera saber ms de nosotros, por qu,

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    entonces, no suba o bajaba el ro, hacia otros parajes, lejos, en lo no encontrable? Slol saba. Pero mi hermana tuvo un nio, ella porfi en que quera mostrarle el nieto.Fuimos todos al barranco, fue un lindo da, mi hermana con vestido blanco, el delcasamiento; levantaba en los brazos a la criaturita, el marido sostuvo, para protegerlos,la sombrilla. Nosotros llamamos, esperamos. Nuestro padre no apareci. Mi hermana

    llor, todos lloramos, all, abrazados. Mi hermana se mud, con el marido, lejos. Mihermana se decidi y se fue, para una ciudad. Los tiempos cambiaban en la lenta prisadel tiempo. Nuestra madre acab yndose tambin, para siempre a residir con mihermana. Haba envejecido. Yo me qued aqu, el nico. Nunca podra casarme. Yo

    permanec, con los bagajes de la vida. Nuestro padre me necesitaba, lo s -en su vagarpor el ro por el yermo- sin dar razn de su actitud. Cuando yo quise saber, y, resuelto,indagu, me dijeron lo que se deca: nuestro padre, alguna vez, haba revelado laexplicacin al hombre que le prepar la canoa. Pero, ahora, ese hombre ya habamuerto, nadie que supiese, que hiciese memoria de nada. Slo las falsas habladuras, sinsentido, como ocurri, en el comienzo, con las primeras crecientes del ro, con lluviasque no escampaban, todos temieron el fin del mundo, decan: que nuestro padre haba

    sido elegido como No, y que, por lo tanto, con la canoa se haba anticipado; pues ahoramedio lo recuerdo, mi padre, no poda condenarlo. Y apuntaban ya en m las primerascanas.

    Soy hombre de tristes palabras. De qu tena yo tanta, tanta culpa? Si mi padresiempre pona ausencia: y el ro -ro- ro, el ro -pona perpetuidad. Yo sufra ya elcomienzo de la vejez -esta vida era slo demorarse. Yo mismo tena achaques, ansias,cansancios, torpezas del reumatismo. Y l? Por qu? Deba padecer demasiado. Porms avejentado, no iba da ms, da menos, a flaquear en su vigor, a dejar que la canoase volcase o que flotase sin pulso, en el andar del ro, para despearse, horas abajo en elestruendo y en la cada de la cascada brava con hervor y muerte. Apretaba el corazn. lestaba all, sin mi tranquilidad. Soy el culpable de lo que no s, el dolor abierto, en mifuero. Sabra, si las cosas fuesen distintas. Y fui madurando una idea.

    Sin vsperas. Soy loco? No. En nuestra casa la palabra loco no se usaba, nunca msse us, todos esos aos, nunca a nadie se acus de loco. Nadie es loco. O, entonces,todos. Lo fui, porque fui all. Con un pauelo, para hacer ms visible la seal. Estaba enmis cabales. Esper. Por fin l apareci, ah y all, el bulto. Estaba ah, sentado en la

    popa, estaba all, al grito. Llam, unas cuantas veces. Y habl, lo que me urga, jurandoy declarando, tuve que reforzar la voz: -"Padre, usted est viejo, ya cumpli lo suyo...Ahora, regrese, no debera... regrese y yo, ahora mismo, cuando quiera, los dos deacuerdo, yo tomo su lugar, el de usted, en la canoa...!" Y, as diciendo, mi corazn latien firme comps.

    l me escuch. Se levant. Manej el remo, en el agua, con la proa hacia ac,conforme. Y yo tembl, hondo, de repente: porque antes, l haba erguido el brazo yhecho un saludo -el primero, despus de tantos aos transcurridos. Yo no poda... Con

    pavor, erizados los cabellos, corr, hu, me arranqu de ah en un proceder desatinado.Porque me pareci que l vena: de la parte del ms all. Y estoy pidiendo, pidiendo,

    pidiendo un perdn.Sufr el severo fro de los miedos, enferm. S que nadie supo ms de l. Soy

    hombre, despus de este perjurio? Soy el que no fue, el que va a callar. S que ahora estarde, y temo concluir mi vida en la mezquindad del mundo. Pero entonces, al menos,que, en el captulo de la muerte, me agarren y me depositen tambin en una simplecanoa, en el agua, que no cesa, de extendidas orillas: y, yo, ro abajo, ro afuera, ro

    adentro -el ro.

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    Desenredo

    "Desenredo"

    Del narrador a sus oyentes:Juan Joaqun, cliente de quien cuenta, era apacible, respetado, bueno como aroma

    de cerveza. Seor de lo debido para no ser clebre. Quin puede empero con ellas?Dormido Adn, naci Eva. Llambase Liviria, Rivilia o Irlivia, la que, en esta ocasin, aJuan Joaqun se le apareci.

    Tirando a bonita, ojos de carbn vivo, morena miel y pan. Casada por lo dems.Sonrironse, vironse. Era infinitamente mayo y Juan Joaqun se enamor. Sumariandoel asunto, se entendieron; volando lo dems con mpetu de nave tendida a vela y viento.Pero muy teniendo todo, claro est, que ser secreto, a siete llaves. Porque en el marido,

    cuando celoso, se haca notar la valenta y ya se sabe que los pueblos son la ajenavigilancia. De modo que al rigor los dos se sujetaron, conforme al clandestino amor ysegn aconseja el mundo desde que es mundo. No hay, empero, abismos infranqueablesen barquitos de papel.

    No se vea cundo y cmo se vean. Juan Joaqun, por lo dems, era pura, calculadaretraccin. Esperar es reconocerse incompleto. Dependan ellos de enormes milagros. Elembriagado engao, quiero decir. Hasta que se produjo el derrumbe. Lo trgico no vieneen cuentagotas. Sorprendi el marido a la mujer con otro, un tercero... Sin muchasvueltas, pistola en mano, la asust y lo mat. Se dice tambin que levemente la hiri,cosa ligera.

    Juan Joaqun, doliente sorprendido, en lo absurdo se negaba a creer, y barrido pordolores fros, calores, lgrimas quiz, cay en decbito dorsal devuelto al barro, a medioestar entre lo inefable y lo nefando. Jams la imaginara con el pie en tres estribos; llega maldecir sus propios y gratos abusufructos. Se contuvo para no verla, prohibindoseser pseudo-personaje, en circunstancias de tan sangrienta y negra magnitud.

    Ella lejos siempre y ms que nunca hermosa, ya repuesta y sana. l,ejercitndose en resistir, siervo de penosas emociones.

    Los porvenires, mientras tanto, maduraban, qu no hay fin que sobrevenga?Desafortunado fugitivo, y como a la Providencia place, el marido falleci, ahogado o detifus. El tiempo se las ingenia.

    De inmediato lo supo Juan Joaqun, sumido en su franciscanato, dolorido pero ya

    medicado. Fue, pues, con la amada a encontrarse ella sutil como alas leves, pantanalde engaos, la firme fascinacin. En ella crey, en un abrir y no cerrar de odos. Y asfue como, de repente, se casaron. Alegres y mucho, para feliz escndalo popular.

    Pero hubo peros.Llega siempre imprevisible lo abominable? O es que los tiempos se siguen,

    parafrasendose? Prodjose el arribo de los demonios.Esta vez fue Juan Joaqun quien con ella se depar y en mala hora: traicionado y

    traicionera. De amor no la mat, que no era hombre de remontarse a tamaos leonismosni tigreces tales. La expuls apenas, apostrofndose, como indito poeta y hombre. Yviaj huida la mujer a ignoto paradero.

    Todo aplaudi y reprob el pueblo, repartido. Por el hecho, Juan Joaqun se sinti

    heroico, casi criminal, reincidente. Triste, al fin, y tan callado. Sus lgrimas corrandetrs de ella, como blancas hormiguitas. Pero, en la frgil barca del consenso, de nuevo

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    pudo verse respetado. Se pierde la camisa, cuando no lo que ella viste. Era el suyo unamor meditado, a prueba de remordimientos. Se dedic a resarcirse.

    Pero hubo peros.Pasaban los das y, pasndolos, Juan Joaqun iba aplicndose, en progresivo,

    empeoso afn. La bonanza nada tiene que ver con la tempestad. Creble? Sabio

    siempre fue Ulises, que empez por hacerse el loco. Deseaba l, Juan Joaqun, lafelicidad idea innata. Se consagr a remediar, redimir la mujer, a pulmn pleno.Increble? Cabe notar que el aire viene del aire. De sufrir y amar uno no sedesacostumbra. l quera apenas los arquetipos, platonizaba. Ella era un aroma.

    Amantes, ella? Nunca los tuvo! Ni uno ni dos. Djose y deca Juan Joaqun. Aembustes atribua la leyenda, falsas patraas escabrosas. Cabale descalumniarla, y atodo se obligaba. Trajo a flor de escena del mundo lo que, del caso bajo, fuera tan clarocomo agua sucia. Demostrndolo, amatemtico, contrario al pblico pensamiento y a lalgica, desde que Aristteles la fund. Lo que no era tan fcil como refritar albndigas.Sin malicia, con paciencia, sin insistencia, principalmente.

    El punto est en que lo supo del modo que sigue: por antipesquisas, acronologa

    menuda, charlitas secreteadas, entrecogidos testimonios. Juan Joaqun, genial operaba elpasado plstico y contradictorio borrador. Creaba una nueva transformada realidad,ms alta. Y ms cierta?

    La celebraba, ufantico, dndola por justa y averiguada, con rotunda conviccin.Haya el absoluto amar y no habr injuria que aguante.

    De modo que surti efecto. Desaparecieron los puntos suspensivos, el tiempo secel asunto. Diluase la tiniebla, anteriores evidencias, sus siniestras brumas. Lo real yvlido en ascenso y hacia arriba. Y todos lo crean. Juan Joaqun antes que todos.

    Por fin hasta la propia mujer. Le lleg la noticia adonde se encontraba, en ignota,defendida, perfecta distancia. Se supo desnuda y pura. Volvi sin culpa, con dengues ytitubeos, desplegando su bandera al viento.

    Tres veces se roza la felicidad. Juan Joaqun y Viliria se retomaron y compartieron,transmutados, lo verdadero y mejor de su til vida.

    Y archvese el asunto.

  • 7/29/2019 Guimaraes Rosa Joao - Cuentos

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    Cinta verde en el cabello

    Fita verde no cabelo

    Haba una vez una aldea en algn lugar, ni mayor ni menor, con viejos y viejas queviejaban3, hombres y mujeres que esperaban, y chicos y chicas que nacan y crecan.

    Todos con juicio suficiente, menos -por el momento- una nenita.Un da, ella sali de la aldea con una cinta verde imaginada en el cabello.Su madre la mandaba con una cesta y un frasco, a ver a la abuela -que la amaba- a

    otra aldea vecina casi igualita.Cinta-Verde parti, enseguida, ella la linda, todo rase una vez. El frasco contena

    un dulce en almbar y la cesta estaba vaca, para llenarla con frambuesas.De ah que, yendo, al atravesar el bosque, vio slo los leadores, que por all

    leaban; pero ningn lobo, desconocido ni peludo. Pues los leadores habanexterminado al lobo.

    Entonces, ella misma se deca:-Voy a ver a abuelita, con cesta y frasco, y cinta verde en el cabello, como mand

    mamita.La aldea y la casa esperndola all, despus de aquel molino, que la gente piensa

    que ve, y de las horas, que la gente no ve que no son.Y ella misma resolvi escoger tomar ese camino de ac, loco y largo, y no el otro,

    corto. Sali, detrs de sus alas ligeras, su sombra tambin la vena corriendo detrs.Se diverta con ver que las avellanas del piso no volaran, con no alcanzar esas

    mariposas nunca, ni en buquet ni en pimpollo4 y con ignorar si las flores -plebeyitas yprincesitas a la vez- estaban cada una en su lugar al pasar a su lado.

    Vena soberanamente.Tard, para dar con la abuela en casa, que as le respondi, cuando ella, toc, toc,

    golpe:-Quin es?-Soy yo-y Cinta Verde descans la voz. -Soy su linda nietita, con cesta y frasco,

    con la cinta verde en el cabello, que la mamita me mand.Ah, con dificultad, la abuela dijo: -Empuja el cerrojo de madera de la puerta, entra

    y abre. Dios te bendiga.Cinta Verde as lo hizo y entr y mir.

    La abuela estaba en la cama, triste y sola. Por su modo de hablar tartamudo y dbily ronco, deba haber agarrado una mala enfermedad. Diciendo: -Deja el frasco y la cestaen el arcn y ven cerca de m, mientras hay tiempo.

    Pero ahora Cinta Verde se espantaba, ms all de entristecerse al ver que habaperdido en el camino su gran cinta verde atada en el cabello; y estaba sudada, conmucho hambre de almuerzo. Ella pregunt:

    -Abuelita, qu brazos tan flacos los suyos, y qu manos temblorosas!-Es porque no voy a poder nunca ms abrazarte mi nieta.-la abuela murmur.-Abuelita, pero qu labios tan violceos.-Es porque nunca ms voy a poderte besar, mi nieta.-La abuela suspir.

    3

    El autor transforma el adjetivo viejo en verbo, el significado es envejecan4 Juego de palabras: no las alcanza cuando est en cima de una sola flor, ni encima de varias, no laspuede alcanzar nunca.

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    -Abuelita, y que ojos tan profundos y quietos en este rostro ahuecado y plido.-Es porque ya no te estoy viendo, nunca ms, mi nietita-la abuela an gimi.Cinta Verde ms se asust, como si fuese a tener juicio por primera vez. Grit:-Abuelita, tengo miedo del Lobo!Pero la abuela no estaba ms all, estaba demasiado ausente, a no ser por su fro,

    triste y tan repentino cuerpo.

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    Lunas de miel

    "Luas-de-mel"

    A lo mejor, mismamente, de lo mismo, siempre llega la novedad.En aquella vspera, yo andaba medio flojo, dbil; declinaba yo hacia los nones? En

    los primeros de noviembre. Soy casi de paz, tanto como puedo. Descuento hacia atrs,todo aquello en que me met, en la juventud: desmanes, desrdenes, agravios. Entonces,despus, la vida en serio, que, entre nosotros, de brava se enfureca. Soy acomodadolabrador, es decir -de pobre no me ensucio y de rico no me empuerco. Defensa y cautelano fallecen, en esta hacienda Santa Cruz de la Onza, de hospitalidades; ma. Aqu es unarinconada. De flojera por el calor, me pona a observar. En ese da, nada por nada. Defastidio y aburrimiento, coma demasiado. Del almuerzo, despus, me remita a la

    hamaca, al cuarto. Cuestin de edad, digestiones y salud: hgado. Misa Mara Andreza,mi santa y medio pasada mujer, me herva un t, para el empacho. Bueno. Don Fifino,mi hijo, de la banda de afuera de la puerta, notici: que haba llegado cierto sujeto, unrecadero, con carta. Con calma. Prestezas y prisas no me agravian.

    Don Fifino, mi hijo, sin ser necio ni sonso del todo, me estaba explicando: que eltipo se haba arribado tan a socapa, que slo se not, ya detenido, a caballo, atrs delingenio, ni los perros haban ladrado, tampoco hizo rechinar la tranquera; y que, conarmas, bien provisto, rifle a bandolera. Y, entonces, mi capataz, Jos Satisfecho, pordebajo me informaba, de l, el nombre, el cual -Baldualdo. Soy mosquito en hocico deocelote: no mov las cejas, no mostr pasmo. Saba de la fama de ese Baldualdo -quevala un batalln, con grande y muerta clientela. Por ahora, a m qu me importaba? Deeso digo: mi propio Jos Satisfecho, ya haba sido tambin un "Ze Sipo", mano en elrifle, para que se me entienda. En las eras de los tiroteos contra el Mayor Lidelfonso ysus soldados. Conmigo. Yo con l, y otros. Slo la vida tiene de esas rsticasvariedades. Yo pongo la mesa y pago el gasto. Me mov de la hamaca, vine a ver quin.Aquel hombre que haba llegado. Me mir presto, medido respeto, me repregunt minombre por entero. La carta que traa para m, a mano, era de verdico y alto mensaje.Rele las tres y tres veces el nombre que la firmaba: don Seotaciano.

    Y -me gust esto! Es lo que deletreo: "Estimado amigo mo y compadre..." DonSeotaciano, de su distante sede los hechos importantes maniobrando, con estopn corto y

    brazo largo. El muy jefe, hombre de gran esfera, tigroso len como la pantera, pero

    justo el pan de bueno, en noblezas y formas. Mi compadre mayor, mandante, desdemucho. Y, hace tanto tiempo de eso. Pero, ahora se acordaba de ste, aqu, en este sitio,confiando de lealtad. Y con un asunto. Para cosa sin treguas: lo que, seguro haba dehaber: -perro, gata y zaragata. Pero tengo que secundar, y quiero. Si l ray, yo tajo.Declara, en resumen: "Para un joven y una joven, le pido fuerte resguardo. Lo dems sever ms tarde" Esas sandeces de amor! -sonre. Sal de los suspensos para los

    preparativos.Quedito, era lo que se necesitaba. Temperar el venir de las cosas, acomodar a los

    huspedes, los esperados. Dando rdenes conformes. Prevenido para valer por cuatro.Aquel da era sbado. Me entend con Jos Satisfecho y con Don Fifino, mi hijo: queme trajesen del retiro del Medio, ciertos hombres; y unos cuantos, de sos del Muo, de

    las rozas: siempre quedaran todava otros en el hoy por hoy, para el trabajo. Peroaqullos aqu a la mano; porque: a horas competentes, hombres de posibilidades. Con

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    hartos frijoles y arroz y cargas de plvora, plomo y bala. Sensato, me dicen. Slo enpaz, con Dios, tranquilo. Sensato, sincero y honrado.

    Misia Mara Andreza, mi mujer, me miraba.Aquel Baldualdo, decente: -"Si le place, seor mo, por unos das, aqu, me

    quedo..." -me dijo, bajito, sabiendo de memoria su deber. l ya era mi compaero -por

    arte de los ngeles de la guardia. En la terraza camin unos pasos, ejercitados. Los queiban a venir, un joven, una joven? Misia Mara Andreza, mi correcta mujer, uno o doscuartos arreglara -toallas, bienestar, flores en floreros. Seguro que de noche llegaran,sagaces. - "Ah, mi vieja, vamos a tocar rabeles..." -brome, limpiando el revlver. MisiaMara Andreza, buena compaera, dijo apenas, moviendo el copete: "El lentisco demata virgen no se endereza..." La tom de la mano medio afectuoso. Repens en todasmis armas. Ay, ay, la lejana juventud!

    Sin nadie, entre nosotros, desprevenido; de hecho a la media noche llegaron.Novios, mucho amor. Ella era de las lindas, reteniendo las atenciones; yo ni supe hija dequ padre. Slo medio asustadita, sonrisas desahogadas. El joven -hombre!- de los

    buenos. Vi rpido. Tena rifle largo. Gallardo, guapo. No, todava no eran matrimonio.

    Cenaron. No hablaron. La joven se retir a la recmara, a la inviolable de la casa;doncella con recato. El joven, se, valeroso, quiso ranchearse en la casa del ingenio.Joven, un deporte de fuerte. Aprecio. Pude presumir de su padre. Ah, ellos habanviajado solitos, como se debe de, en fugas particulares. Me gust ms. Slo pocodespus lleg otro sujeto que, a ellos dos, con buena distancia, garantizaba proteccin,sin que ellos supiesen -tambin por orden de don Seotaciano.

    Las cosas bien hechas, medidas, como slo un gran capitn concibe. Ese otro sellamaba el Bibiano, era un valiente de espingarda: me tom la bendicin. Bueno. Todoen todo, en orden, me adormec, conforme, propietario de mi sueo. Por qu no? Gentema ya galopaba en esa noche y madrugada. Un enviado a la Hacienda Congoa, de micompadre Versimo, por tres rifles, tres hombres, prestados. Para seguridad. La gente deall es lumbre. Y uno a la Laguna de los Caballos, por otros tres -para que mi compadreSerejerio no se sintiese despreciado. Bueno. Yo juzgo a los otros por m. Con tino yconsideracin el respeto es granjeado: con honor, sosiego y provecho. Por bienencaminar, me adormec bien. Slo vivo en lo supradicho.

    Amanec antes del sol, todo en paz, posesiones y rocos. Admiro esas exactitudesdel campo, en olores, adornado; mientras tanto nada. Misia Mara Andreza, mi mujer,me cuidaba. A ella dije: -"Que no me conste quin es esta joven, no lo que hayarevelado." El no, por ahora. Yo no quera saber, solamente para prevenir: poda ser hijade conocido, pariente mo o amigo. No tena caso. En esas horas le era fiel a donSeotaciano. Siquiera, por lo menos. Aqul es tu amigo, que te quita de ruido!- buen

    dicho. Ese da, de domingo. Se almorz con hambre, a pesares de. La joven y el Joven,justo ante m, dichosos se contemplaban. Tanta cosa en este mundo, bien hecha. MisiaMara Andreza, mi conservada mujer, en cocinar se esmeraba. Noms me dije, ni pens:los enamoramientos son mis otras mocedades.

    La gente movindose, tranquila, el tiempo creciendo, parado. De ese modo, se pasel da, en oros y copas; mientras nada. La linda Joven, all dentro, en el oratorio rezaba.Misia Mara Andreza, mujer, sinceros carios le daba. Nosotros ac afuera. Don Fifino,mi hijo, de esta banda, el Bibiano en la parte del cerro, en el puente del arroyo elBaldualdo; con otros y otros hombres; pero a escondidas, tan sutilmente, que no sevean ni se notaban. Conmigo, juntos, Jos Satisfecho y el Joven novio, de pocas

    palabras: caminbamos de la zanja al vallado. Misia Mara Andreza, ma por m

    tambin rezaba? Yo -exagerado. Provea, no meditaba. Da y tanto, Dios loado.Entonces, vino el anochecer, las estrellas, a las esperas. Ah, uno en pos de otro,

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    llegaban, a los surtos, los de la Hacienda Congoa y los de la Laguna de los Caballos.sos no se rean, en armas. Ah, las buenas amistades.

    As, ms gente, otra vez, se despert antes de los gallos. All, para el incierto lunes-medio redondo. Da de las fuertes llegadas. Primero, dos hombres ms, que donSeotaciano enviaba. Jefe bravo. Despus, segn aviso dado, todava otros, un par de

    jinetes: el sacristn atrs del cura. Ave. El cura; joven, espingarda a la espalda?Armado con esmero; rifle corto. Se ape, bendijo todo, aprestado para el casorio que seiba a tener: bodas en la casa. Tuve que moverme para prepararme, vestir mejor ropa-para esos momentos. Misia Mara Andreza, mi mujer, con gusto dispuso el altar. ElJoven y la Joven se enaltecan. Amor es slo amor. Airosos. Iban los dos, el brazo en el

    brazo. Vean cmo son las pasiones! Todo bueno, bastante bueno, Misia Mara Andrezabien vestida, me parece que hasta con colores. Soy hombre para bandas de msica. Elcura dijo bellas palabras. A esa altura yo ya saba: la novia de cul familia. Hija delMayor Juan Dioclecio, duro y rico, de hecho, fuerte. Esas cosas y escalofros... Bueno.Me encog de hombros. Yo cerco un campo, y en l soplo: destorcidas claridades.Terminado el casorio se sali del altar a la mesa, se pas de sala a sala.

    Ah, en sencillo banquete, que con todo y lechn y pavo, rellenos como decostumbre; vinos. Comimos nosotros todos y el cura; yo sin hasto ni empacho. Losdulces. Se cant a coro. El novio de armas al cinto. La novia, una hermosura, como sedebe, con velo y azahares. La vejez de la lana es la suciedad... -yo pens, consonante,vindome. Esas delicias de amor! -Suspir apenas pensando. Yo bajaba de los valles alos cerros. Y, todava en la ceremonia, mi hermano Juan Norberto llega, de lejos, de suhacienda Las Arapongas. Sabida, all, la noticia, llegaba para ayudarme. Traa mayornovedad: -"Si el Mayor atacase con matones, don Seotaciano bajara a la escena -alfrente de cien de sus hombres: a proteger la retaguardia!" De glorias, silb, sentado.Aquel Joven novio, gentil, era pariente de don Seotaciano. Algunos de mis hombrestocaban guitarras. Se bailaba?

    Mir a mi saludable Misia Mara Andreza -contemplada.Y era noche de las mayores! Vinieron mis compadres Serejerio y Versimo, en

    persona.Buena gente para llevar a cabo empresas dificultosas. Hasta el cura dijo que se

    quedaba: para confesar a quin o quin en la hora. Slo que, sobre la mesa el breviario,pero al lado, la pistola. Buen cura, muy virtuoso, amigo de don Seotaciano. Ahora, seesperaba por el mayor Dioclecio y sus matones. -"Pero tan cierto!" - se deca- "Esascosas quiero verlas a la noche!" -otro. Otro: -"Y quin es el que apaga la vela?" Ah,

    por toda parte, se me dice no ms patrullas, trincheras, centinelas. Pasos callados,suaves, retintn de carabinas. Ah, esta vieja hacienda Santa Cruz de la Onza, con picas

    para cualquier hojalata. Punto era que, yo, el jefe. Yo estaba ya medio sanguinolento:medio aturdido. Yo, sencillamente. Yo -en nombre mo y de don Seotaciano.La gente deba quedarse en vela. En estos bancos y sillas. Aquellas lmparas y

    lamparillas. Todos, los del mando. En la sala. Yo, mi hermano Juan Norberto,compadres Versimo y Serejerio, y el Novio, ms don Fifino. Tambin la novia en suvestido blanco, y Misia Mara Andreza, mujer ma. Todos y todas. La rueda de hombres

    buenos. Cerca de m, mi Ze Sipo. Y la cena -las sobras del almuerzo- con alegra.Hombres comiendo parados, el plato en la mano; alerta el odo. La gente, risueos deguerra, para cualquier cosa. Aqu, que viniera el enemigo! -esos Dioclecios, demonios.La hora -de encerrar los huelgos. Y se esperaba -con luces para mil brujas. Y: mantan-tiru-liru-l... se dice -pique ser! No vena nadie? A lo que es que es, estbamos.

    La gente, a un paso de la muerte, valiente, juntos, tantos, bastantes. Nadie vena. LaNovia sonrea al Novio, levemente; esas nupcias. Y yo con la mente erradamente, de

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    quien se halla en estado armado. Lo que a otro mengua a m me sobra. Ma, Misa MaraAndreza, mujer, me sonrea. Lo que los viejos no pueden tener ms: secretitos,secreteados. Nadie vena. Madrugar y gallos cantaban. El cura rez, guerrero, endenodado placer de las armas. Primeramente, sent el merecer ms en ese venturoso da.Recib ms naturaleza -fuente seca que brota de nuevo- el rebrotar, rebrotado. Misia

    Mara mi Andreza me mir con un amor, estaba bella, rejuvenecida. En esa nochenadie vena? Mientras nada! Madrugada. El Novio se retir con la Novia; y unos ms,que con ms sueo ya estn a cierra ojos. Resolvimos turnar la vigilancia. Yo, feliz,mir para mi Misia Mara Andreza; fuego de amor, verbigracia. Mano en la mano,dicindole yo -en la otra empuando el rifle-: "Vamos a dormir abrazados..." Las cosasque estn para la aurora, son confiadas antes a la noche. Bueno. Nos adormecimos.

    Amanec a deshoras, naciendo de los acogimientos. Todos en sus puestos. Aquelda, el martes. Sera el da? Se esperaba, medio cuidadoso, medio alegres; serios, sinalgaraza. Con qu entonces? En esas calmas dilatadas. Y, pues.

    Y, justo, pues, surgi la novedad: un recado. El pen que lo traa era un empleadode los Dioclecios: que hoy, en esta fecha, solito, un patrn vendra a visitarme, de paso.

    Amistoso. Haba visto yo, sta?! -con qu? me reun con los jefes compaeros paracomparar ideas, consonante. Se lleg a la razn: que ellos, ms el grueso de los hombresy rifles, deberan salir, por un rato -esperar en el retiro del Medio, de aqu a media leguay casi nada. Mi hermano Juan, mis dos compadres, ms el sacristn atrs del cura.Dejar, provisionalmente, sin gente en armas, mi casa de hacienda. As, as, entonces.Bueno. Para no hacer desafueros, de lo que mucho me cuido. No vena solito,embajador, apenas para decirme a m pues y pues? Amenazar, quejarse, declararguerras? Sea lo que fuere. Mi puerta da al oriente. No veo otra banda. Soy un hombreleal. Soy lo que soy -yo- Joaqun Norberto. Soy el amigo de don Seotaciano.

    Aqu, recib al hombre en la puerta de lo que es mo. Y l era un hermano de lanovia. Mi conocido, cordial con buen apretn de manos. Entramos. Nos sentamos.Severo, sereno, yo estaba: sensato, l, desenvuelto. No vena a provocar escndalos, ni a

    producir confusiones; pareca portarse en trminos. Si de buena forma se condujese elnegocio? Mi deber y gusto era reconciliar, rescatar y componer, como hombre de bien y

    jefe en armas. Ahora era el desenrollar de all y de ac, de ambas partes. Me aclar.Invit al hombre a comer. Y, entonces me defin: con medios modos y trastejos no se

    pone ni se quita. Llam a los Novios, a la mesa!Gente tiesa -un par de todo valor. Vinieron. El hombre sonri, mi visitante. Dio la

    mano a ella, y a l dijo: -"Cmo le va?, cmo le va?" -en leal estima y franqueza.Bueno. Se comi y se platic de diversas materias. Bueno. Aquello, al escurrir delcaballo. Suavemente, con incompletos, l invit a los dos, a que se fuesen con l: para la

    bendicin de los paps y una fiesta de tornabodas. No estaba en lo justo y aprobado? lsaba lo del casamiento. A m me invit tambin, y ms a Misia Mara, queridaAndreza. Bueno, consonante. Yo, convenientemente, no poda, por los hechos... Peromand a mi hijo don Fifino, representante; l quiso, por amor a la fiesta, decidido.

    Porque los novios aceptaron ir, satisfechos, agradecindome se despidieron. Y yo,respondiendo por lo derecho: -"Slo enmiendo: abajo de Dios, slo don Seotaciano!"-dije. El hombre de pie para salir. Y, a l, directo, seguro, en la regla del bienvivir:-"Soy el padrino de ellos dos, en el casorio, y voy a ser padrino del primer hijo, si les

    place!" -grueso dije, fingiendo franca risa. Siempre sera bueno. Y l, no me iba aentender? Poquita duda. Esta vida tiene que ser declarada y firmada. Lo ms en lo ms,si no las carabinas!

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    De la terraza, Misia Mara Andreza, y yo, nosotros, contemplbamos a la gente: loscaballeros, en el congraciamiento, en buena ida. Todo tan terminado, de repente, se medice, todo quitado. Ni guerra, ni ms lunas de miel, regalo no regalado!

    Mir a Misia Mara Andreza, ma, que me miraba. Ay de. En cuanto nada.Se fueron el Baldualdo y el Bibiano, tambin consonantes. Don Seotaciano, estaba

    servido y mis deberes concordados. Mi capataz, el Jos Satisfecho, medio flojo, cerrabala tranquera. Aquella lunas de miel, tan pocas, as en soplo de gaita. Las pasajerasconsolaciones: haz de cuenta de amor, lo que era mi cestito de cargar agua. Nosotrosahora: salir de las desilusiones, el entrar en edad. Pero, don Fifino, mi hijo, un da habrade robarse a una joven as -en armas! Sonre, yo, Joaqun Norberto respetador. Abraca Misia Mara Andreza, ma, tenamos los ojos desanublados. Qu me dicen? Pues s.Aqu en esta hacienda Santa Cruz de la Onsa; aqu es un recato. Ah, bueno; y semejantehecho pas.

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    Un joven muy blanco

    "Um moo muito branco"

    En la noche del 11 de noviembre de 1872, en la comarca del Cerro Fro, en MinasGerais, pasaron hechos de pavoroso suceder, referidos en peridicos de la poca yregistrados en las Efemrides. Dicho que un fenmeno luminoso se proyect en elespacio, seguido de estruendos, y la tierra se abal, en un terremoto que sacudi losaltos, rompi y allan casas, revolvi valles, mat gente sin cuenta; cay otro saterrador temporal, con asombrosa y jams vista inundacin, subiendo las aguas de ro yriachos sesenta palmos del plan. Despus de los cataclismos se confirm que el terreno,en radio de una legua, haba cambiado de aspecto: slo escombros de cerros, grutas muyabiertas, riachos lejos transportados, matorrales volteados por las races, solevantados

    nuevos cerros y rocas, haciendas revueltas sin resto rodar de piedra y lodo, tapabanel estado del suelo. Aun lejano el astroso derredor, pereci la mucha criatura y cras,soterradas o ahogadas. Otros vagaban al abandono, siquiera conociendo ms, tan alrevs, los caminos de otrora.

    Por lo que, en el trmino de una semana, da de San Flix, confesor, el hecho devenir al patio de la Hacienda del Casco, de Hilario Cordeiro, con sede casi dentro de lacalle del Arraial del Oratorio, un cuitado de esos fugitivos, ciertamente llevado por elhambre: el joven, pasmo. Sucedi sbitamente, y era joven de distinguida presencia,

    pero en lastimeras condiciones, sin el total de harapos con qu componerse, por esoenvuelto en pao, especie de manta de cubrir caballos, hallada no se sabe dnde; y asen bochorno, fue visto, muy temprano, apareciendo y escondindose por detrs delcercado para las vacas. Tan blanco; pero no blancuzco, sino de un blanco leve,semidorado de luz: pareciendo tener debajo del cutis una segunda claridad. Mucho seasemejaba a esos extranjeros que uno no encuentra ni jams vio; constitua en s otraraza. As es el modo como todava hoy se cuenta, pero cambiado incierto, por el pasardel tiempo, pues narrado por hijos o nietos de los que eran muchachos, puede que nios,cuando en buena hora lo conocieron.

    Hilario Cordeiro, siendo hombre cordial para los pobres, temeroso y bueno, ytodava ms en ese postiempo de calamidad, en el cual sus mismos parientes habansufrido muertes y allanamientos totales, no dud en dispensarle alojamiento, cuidandoadecuarle ropa y botinas, y darle de comer. Lo que era menester de benemerencia, pues

    el joven, con los sustos y golpes, haba pasado por desgracia extraordinaria: perdida lacompleta memoria de s, su persona, adems del uso del habla. Ese joven, pues, para l,sera el futuro igual materia que el pasado? Nada oyendo, no responda ni que no, nique s; lo que era cosa de compadecer y lamentar. Tampoco poda entender, es decir,entenda a veces, al revs, los gestos. Puesto que una gracia deba tener, no se le podadar otro nombre, no adivinado; tampoco se saba de qu generacin fuese el hijo deningn hombre.

    Desde que all lleg, y diariamente, comparecan los varios moradores, por sucausa, a ver qu les pareca. Tonto, no lo era. Slo aquella intencin de sueos, el airede cierto cansancio. Sorprendente, sin embargo, lo que asaz observaba, resguardado,hasta, menudamente, acechaba las costumbres de las cosas y personas; lo que mejor se

    vio, an, en el despus. Le quisieron. Ms, quiz, el negro Jos Kakende, esclavo medioliberto de un msico desquiciado, y l mismo, de idea perturbada; por lo ltimamente,

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    entonces, delirante disparatado, a causa de haber sufrido los grandes pavores, en el lugardel Condado: giraba ahora por aqu y all, pronunciando advertencias y desorbitadassandeces queriendo dar por cierto y verdad la portentosa aparicin que haba visto enlas mrgenes del ro de Peixe, en la vspera de las catstrofes.

    Slo a uno no agrad el joven, o mejor, ya lo malquiso de ab initio tachndolo de

    vago y malhechor furtivo, digno, en otros tiempos, de degradacin en frica y de loshierros de El rey: el llamado Duarte Das, padre de la ms bella joven, de nombreViviana; y de quien se saba era hombre de carcter fuerte, adems de maligno injusto,sobre prepotencias: en aquel corazn no caa nunca una lluviecita. No se le dio atencin.

    Llevaron al joven a misa, y se comport, no mostr creer ni descreer. Cnticos ymsica del coro escuchaba serio, sentimental. Triste, que se diga, no; pero, como siconsiguiera en s ms nostalgias que las dems personas, nostalgia enterada, a salvo delentendimiento, y que por lo tanto se purificaba en mayor alegra corazn de perro condueo. Su sonrisa a veces se detena, referida a otro lugar, otro tiempo. Sonriendo mscon la cara, o con los ojos; puesto que nunca se le vieron los dientes. El padre Bayao,antes de conferir con l bondadosamente, de improviso se le enfrent con la seal de la

    cruz: y l no mostr desagrado por la materia. Estaba en las altas atmsferas, aumentabasu presencia. "Comparados con l, nosotros todos, comunes, tenemos los semblantesduros y el aspecto de mala y constante fatiga." Trazos estos consignados por el propiosacerdote, en carta de puo y firma para testimonio del hecho raro, al cannigo LessaCadaval, de la Catedral de Mariana. En la cual igualmente hace mencin al negro JosKakende, que en la misma ocasin se le acerc, con alto y disparatado hablar, paraimponer su visin de la orilla del ro: "...el arrastre del viento y grandeza de nube, enresplandor, y en ella, entre fuego, se mova una artimaa amarilla oscura, aparatovolante, chato y redondo, con redoma de vidrio sobrepuesta, azulada, y que, posado, deadentro descendieron los Arcngeles, mediante ruedas, llamaradas y rumores." Y, con elmismo risueo Jos Kakende, vino Hilario Cordeiro llevando al joven a la casa, en unexceso de desvelo, como si fuese su verdadero padre.

    Pero, a la puerta de la iglesia se encontraba un ciego, Nicolau, limosnero, el cual, envindolo el joven, lo mir sin medida y entregadamente cuentan que sus ojos tenancolor de rosa! y fue en direccin a l, dndole rpida partcula, sacada de lafaltriquera. Pues, estando el ciego bajo sol, y escurrido de sudor, a almas cristianasdebera causar meditacin el contraste de tanto padecer el calor del astro rey aquel queni de las bellezas de la luz poda gozar. El ciego, palpando la ddiva en la mano, a guisade averiguar en qu rara casta de moneda consista, y convencindose pronto queninguna, la llev presto a la boca; lo que le advirti su lazarillo: que no era cosa decomerse, sino especie de carozo de fruto de rbol. Entonces el ciego la guard con

    airados celos y por varios meses, aquella semilla, que slo fue plantada despus delremate de los hechos, todava por narrar aqu: y dio una azulada planta de flores,entremezcladas de modo imposible, en un primor confuso, y, los colores, nadie lleg aun acuerdo con respecto a ellos, por desconocidos en el siglo; con poco, desmerada yresequida, sin producir otras semillas o brotes; ni los insectos saban buscarla.

    Pero, terminada de pasar aquella escena, surga, en el atrio, Duarte Das con unoscompaeros y servidores, para imponer la sorpresa de una exigencia y crear problema:quera llevar consigo al joven, basndose en que: por la blancura del cutis y demsdelicadezas, debera ser uno de los Rezendes, parientes suyos, desaparecidos en elCondado, en el terremoto; y que, pues, hasta el reconocimiento de alguna noticia, lecompeta tenerlo en custodia, segn la costumbre. Siendo que Hilario Cordeiro pronto

    contest al postulado, y el argumento por casi nada terminara en seria desavenencia,

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    Duarte Das, porfiando y excedindose, de eso slo volvi en s ante el parecer deQuincas Mendaa, del Cerro, notable en la poltica y proveedor de la Hermandad.

    Y, ms adelante, todava, mejor razn iba a tener Hilario Cordeiro de su celo, puesque todo pas a serle dicha, sea en salud y paz, en la casa, sea en el asaz prosperar delos negocios, capital y bienes. Y no que el joven le proporcionase auxilio en la sujecin

    a servicios o, en el realizar, con vagar, algn oficio; en eso ni siquiera poda hacersecargo de s con las manos no callosas, albas y finas, de hombre de palacio. l andabamuy en la luna, paseaba por todo el lugar y ms all, practicando aquella libertadvaporosa y el espritu de soledad; pareca quebrantado por un hechizo, segn el decir dela gente. No obstante que tena grandes dotes, para lo que fuese funcionar ingenios,herramientas y mquinas, a que se prestaba haciendo muchos inventos y desbaratandocasos, vivo, cuidadoso y despierto. Slo de extraa memoria pues, el mirar para arriba,siempre, lo mismo de da como de noche acechador de estrellas. Muchas veces, sinembargo, le gustaba la diversin de prender fuegos, siendo de admirarse cunto seentusiasm, el da de San Juan, con las muchas fogatas de la fiesta.

    En eso sobrevino, justo, el caso de la joven Viviana, siempre mal contado. Eso fue

    cuando l all compareci, acompaado del negro Jos Kakende y vio a la joven muybonita, pero que no se diverta como las otras: y l se le acerc mucho, gentil yespantoso, le puso la palma en la mano, delicadamente. Pues, siendo as, la jovenViviana la ms hermosa, era de admirarse que la belleza de la figura no le sirviera paratransformar, en su interior, la propia y vagarosa tristeza. Pero Duarte Das, el padre, quea eso haba asistido, prorrumpi en pleiteantes gritos: "Tienen que casarse! Ahoratienen que casarse!" con instancia. Afirmaba que el joven era hombre, y uno, y ansoltero, y le haba infamado a la hija, debiendo tomarla por esposa y arrostrar el estadode casado. El joven oa, de buena concordia, sin hacerle caso. Mas la gritera de DuarteDas slo tuvo trmino cuando el padre Bayao y otro de los mayores le recusaron tandespropositadas furias e insensatez. Tambin la joven Viviana, con radiantes sonrisas, loserenaba. Ella, que, a partir de esa hora, despert en s un al fin de alegra, para todo elresto de su vida, de ah un don. Slo que, Duarte Das lo que no se entiende iba a

    producir, an, otros lances de estupefaccin, helos aqu.De tal modo que, para alboroto de todos, en el da de la misa de Dedicacin a la

    Virgen de las Nieves, y Vigilia de la Transformacin, 5 de agosto, l fue a la Haciendadel Casco, requiriendo hablar con Hilario Cordeiro. Tambin el joven all estaba. Sevea otro y nada desairoso uno lo miraba y pensaba en un repentino claro de luna.Entonces, Duarte Das declar: suplicaba que lo dejasen llevar al joven para su casa.Que as lo quera, y necesitaba, mucho, no por ambicioso o impostor, tampoco porintereses menores, sino por haberle cobrado, con contriciones de escrpulo, fuerte

    estima de afecto! Deca y desgobernaba las palabras, alterado, mientras de sus ojoscorran gruesas lgrimas. Ahora no se comprenda el desbarajuste de actitud tancontraria: la de un hombre que, para manifestar el amor, no dispona ms que de losarrebatados medios y modales de la violencia. Pero, el joven, claro como el ojo del sol,lo tom de la mano, y, con el negro Jos Kakende, lo fue conduciendo por el campo despus se supo que por tierras del propio Duarte, donde las ruinas de un ladrillar. Y ahindic que mandarse cavar: con eso se encontr, all, una vena de diamantes o una granolla de monedas, segn tradiciones distintas. Por arte de tal prodigio, Duarte Das pensque ira a volverse riqusimo, y cambiado estuvo de verdad, de la fecha en adelante, enhombre sucinto, virtuoso y bondadoso, admirablemente, consonante al aseverarsobremaravillado de los coevos.

    Pero, en contra, en el da de la veneranda Santa Brgida, de voz comn otra vez del se supo: el joven, plcido. Se dice que haba salido en la vspera, acampando por los

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    altos, en uno de sus desapareceres; era un tiempo de truenos secos. Jos Kakendecontaba, solamente, que le haba ayudado a prender, en secreto, con formacin, nuevefogatas; y ms, el Kakende slo saba repetir aquellas viejas y divagadas visiones denube, llamas, ruidos, redondos, ruedas, armatoste y entes. Con la primera luz del sol, sehaba ido el joven, tenidas alas.

    Todos singularmente deploraron, para nunca, inciertos. Dudaban de los aires ymontes; de la solidez de la tierra. Duarte Das vino a morir de pena; pero la hija, lajoven Viviana, conserv su alegra. Jos Kakende convers mucho con el ciego. HilarioCordeiro, y otros, decan experimentar saudade y media muerte, slo al pensar en l. lcintilaba ausente, aconteci. Pues. Y nada ms.