Henrique Zamu Nate Gui

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    CAMILO HENRÍQUEZ

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    I

    Import ancia do los servic ios prestados a Chile por Camilo Henrí-quoz.—Su nacimiento.—Descripción de la ciudad de Valdivia.—Es enviado a Lima.—Se educa en el convento de los padres

    de la Buena Muer to.—Erai Pedro de Cel is.—Camilo Henrí-quez recibe las lecciones de esto reli jioso.—Acepta su doctri-na.—Profes a en el convento mencionado.—Relacion es de Ca-milo Heni íquo z con lo s principales personajes de Lima .—E sencerrado en uno de los calabozos de la inquis ición.—Sji viajoa Qui to. —Su actitud en los primeros movimien tos revolucio-narios de esta ciudad.—Causa de su regreso a Chile.

    La República Chilena debe levantar una estatuaa Camilo Henr íquez por un doble motivo: él fue

    el primero que proclamó la necesidad de la inde- pendencia; i el primero que redactó un periódicoen el país.

    Dio, por consiguiente, la vida i la lengua a unanación.

    ¿Qué título mas preclaro? ¿Qué hazaña mas glo-riosa?

    No basta- que de cuando en cuando se echen flo-res sobre su tumba.

    No basta que se escriban o se pronuncien pane-

    gíricos en su loor.Es indispensable que el mármol i el bronce eter-nicen su recuerdo.

    Es preciso que la poesía i la historia cooperen almismo fin.

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    Su apoteosis es un deber nacional.La enmancipación abrió para Chile una era de

    autonomía, de bienestar, de prosperidad i de glo-ria.Había pasado la época de los indios i la barbarie;

    había sucedido la délos colonos i la esclavitud; albo-reaba ahora la de los ciudadanos i la libertad.

    Camilo Henríquez tenía sobrada razón para es-clamar con acento épico:

    Magnus ab integro scecloruin nascitur ordo.

    «Ya empieza de nuevo una serie de grandes si-glos.»El porvenir confirmó esta profesía del jenio.

    Camilo Henríquez nació en Valdivia el 20 de julio de 1769, siendo sus padres don Félix Henrí-quez i doña Rosa González, (l)

    (1) La siguiente es la fe de bautismo de Camilo Henríquez:«Yo, José María Ama gada , cura de la ciudad de Vald ivia , vi-

    cario foráneo de su provincia i canónico honorario de la santaiglesia catedral del obispado do Ancud, certifico i doi fe, en cuan-to puedo i haya lugar en derecho que , hab iendo rejistrado los li-bros parroquiales ele mi cargo en que se asientan las partidas debauti smo, en el libro primero que comienza desde el 12 de jul iodel año de 1760 , se encuentra a foja 31 la partida siguiente:

    — « E n la iglesia matriz de la ciudad do Vald ivia , en veint e iun días del año de 1769, bauticé, puse óleo i crisma a Camilo, deedad de un día, hijo lejít imo de don Fé li x Henríquez i de doñaRosa González. Fuer on padrinos el capitán comandante don Pe-dro Henríquez i doña ÍTarcisa Santillán, de que doi fe.

    «Doctor José Ljnacio de Rocha,

    «Va fiel i legalmente copiada de su orijinal a que en lo necesa-rio me remito.

    «Matriz de la ciudad do Valdivia, julio 12 de 1854.

    José M ar ía A iuu aga da , , Pablo Camón,

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    Tuvo dos hermanos i una hermana, los tres me-nores que él.

    Uno de ellos falleció en la infancia; i el otro,don José Manuel, pereció de un balazo que recibiódefendiendo una de las trincheras de la plaza deRancagua en octubre de 1814.

    La hermana, doña Melchora, se casó con donDiego Pérez de Arce, natural de Buenos Aires.

    Es te matrimonio fué el tronco de los Pérez deArce de Valdivia i ele los Torres de Santiago.

    En unos i otros, ha habido mas de un aficionadoal cultivo de las letras.

    En comprobación de este aserto, me es grato re-cordar aquí al malogrado lite rato don José Anto-nio Torres, arrebatado por la muerte, cuando prin-cipiaba apenas, puede decirse, su carrera de escri-tor , habiendo, sin embargo, alcanzado a dejar, co-mo muestras de su injenio, poesías, artículos dediario, bosquejos de costumbres nacionales, dramas-novelas, retratos par lamentarios i otras variadas producciones li terarias.

    Los duques, condes i marqueses acostumbran

    apuntar en pergaminos dorados la serie de sus deu-dos.La jenealojía mas ilustre es la que se halla con-

    signada con elojio en los anales de un pueblo.El procer de que trato, puede figurar con brillo,

    no solo entre los penates de una familia, sino en-tre los de la República, a cuya fundación contribu-yó como el que mas.

    Camilo Henríquez profesó siempre un grandeafecto a su tierra natal.

    En 3 de abril de 1817, hallándose en BuenosAires, trazó un croquis de la provincia de Valdivia,

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    que conviene conservar, como tocia producciónemanada de un varón tan eminente.

    La descripción no es poética ni pintoresca, sinoseca i descarnada; pero trae algunos datos que per-miten conocer el estado de la comarca en la fechaa que se refiere.

    «La provincia de Valdivia tomada, norte sur,desde el Toltén hasta el Maipuó, tiene cincuentaleguas de largo, i de veinte a veinticinco, este oes-te, del mar a la cordillera. La bondad de su puerto,que es uno de los mas capaces i mas seguros delPacífico, su situación jeográfica a la salida del ca- bo de Hornos, la ferti lidad prodijiosa de sus cam- pos, en que se crían trigos i toda clase de menes-tras, la riqueza de sus minerales de todos metales,la abundancia de maderas de toda especie, i parti-cularmente para la construcción de navios, los mu-chos ríos que la riegan, algunos de ellos navegables,aun de embarcaciones de mayor porte, tocio esto,unido a la benignidad del clima i aspecto agradabledel país, hace a esta provincia una ele las mas in-teresantes del reino de Chile. Así es que en la con-quista hizo rápidos progresos, i fue una de las colo-nias mas florecientes de América.

    «Las ciudades de Valdivia i Osomo, que com- prendía, i comprende hoi, dentro de sus límites,tenían ambas casa ele moneda, fueron de las mas populosas, i habrían siclo ele las mas felices, si, comoclice don Cosme Bueno, se hubiesen sabido soste-ner. Pe ro destruidas por la constancia i esfuerzosde los araucanos, no quedan hoi sino indicios de loque fueron.

    «Repoblada la ciudad de Valdivia sobre las rui-nas ele la antigua en la marjen meridional del ma-

    jestuoso río del mismo nombre, a tres leguas del puerto, i en 39°, 55' ele latitud austral, TÍO.IIO unestablecimiento puramente militar, para que los

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    estranjeros que lo intentaban no tomasen posesiónde ella, permaneció así basta el año de 1790, enque se repobló también Osorno.

    «Esta repoblación ha sido mui ventajosa paraValdivia, i la ha puesto en estado de recobrar su an-tiguo esplendor al menor amago de protección. H adilatado sus límites hasta el Maipuó, i le ha ase-gurado la comunicación por tierra con la provinciade Chiloé. La agr icultura se ha fomentado, i lacrianza de ganado de todas especies, de modo que,no solo tiene para proveer a sus necesidades, sinoque le sobra mucho para _ estraer. Sin embargo, su población no pasa de treinta i cinco mil habitantes,de los cuales, veinte i cinco mil son indios, que hanvivido independientes del Gobierno español, aun-que por la mayor parte cristianos i sujetos a misio-nes; i los restantes, españoles.

    «La provincia de Valdivia no tiene mas puertoque el mencionado. Está bien defendido por el ar-te i por la naturaleza. Rocas escarpadas que se pre-cipitan en el mar, i contra las cuales quiebran lasolas, i las defensas del arte en donde se pueden

    practicar con alguna facilidad, hacen imposible undesembarco en las costas. Por el oeste, defiendenla entrada, que una milla antes del ancladero llegaa estrecharse a setecientas varas, los castillos delCorral, Chorocamayo, Amargos, San Carlos, laAguada del Inglés i el Barro. Po r el leste, el dela isla Mancera; i al norte de éste, i en la costaoriental, el de Niebla, que tiene un mortero i vein-te i dos cañones de a veinte i cuatro, como los detodos los demás. De manera que las fortificacionesdel puerto de Valdivia forman una especie de se-

    micírculo, por cuyo centro han de pasar por nece-sidad las embarcaciones al ancladero, sufriendo losfuegos cruzados de casi todos los castillos a untiempo, que lo hacen o.on bala roja, a cuyo fin hai

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    hornillos i todo lo necesario en las baterías. Segúnesto, el puerto de Valdivia parece inespugnable.Así lo lian creído los españoles; pero calculando in-dispensables para una defensa regular mil quinien-tos hombres. Es de presumir que en el día no ten-gan allí ni doscientos, que es lo mismo que decirque está abandonado».

    El dedo certero del autor indicaba 011 su planoel punto vulnerable de la rejión en que había abier-to los ojos a la luz.

    Lord Cochrane demostró poco después que elestadista chileno había visto con atención i había previsto con sagacidad.

    A la edad de nueve años Camilo Henríquez fuetraído a Santiago para comenzar sus estudios.

    Por petición de un tío materno suyo, relijioso dela orden de San Camilo, llamada de la Buena Muer-te, el niño Henríquez pasó a Lima en 1784, a laedad de quince años.

    Contribuyó mucho a que se tomara esta resolu-

    ción don José María Verdugo, chileno, avecindadoen la capital del Perú , hermano natura l de la ma-dre de los Carreras, que en su juventud había sidomarino en la costa del Pacífico, i después, armadori dueño de varios buques. Verdugo, que había tra-tado a la familia de Henríquez en Valdivia, i teni-do por este motivo oportunidad de admirar el ta-lento precoz del niño Camilo, no solo tuvo fuerteempeño en que se le enviara a donde había mayoresrecursos para que continuara sus estudios con pro-

    vecho, sino que, obtenido el consentimiento de los padres, le condujo él mismo en uno de sus barcos.

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    Camilo Henríquez entró como alumno en las au-las del convento de los padres de la Buena Muerte

    en Lima.Era aquel un establecimiento bastante bien or-ganizado, si se atiende sobre todo a la época.

    Hacía poco tiempo que habían venido a incorpo-rarse en aquel convento varios relijiosos españoles,los cuales habían planteado con mas solidez que laacostumbrada la enseñanza de la buena latinidad,de una menos rancia filosofía i de las benéficas cien-cias matemáticas i físicas.

    Entre ellos, sobresalía el padre Isidoro de Celis,que fue maestro de don José Miguel Carvajal, con-de de Castillejo, posteriormente duque de San Car-los i ayo de Fernando VII.

    Frai Isidoro de Celis fue un profesor realmentedistinguido.

    Corre impresa una obra suya escrita en latín, idividida en tres volúmenes, que fue dada a luz enMadrid el año de 1787 con el tí tulo de ElementaPhilosophice quibus acceclunt principia mathematicaveros, phisicce prorsus necesaria.

    La obra mencionada contiene rudimentos de ló- jica, metafísica, ótica, ari tmética, áljebra, jeometría,física, cosmografía e historia natura l. Como se ve,es una especie de enciclopedia.

    El padre Celis, al comenzar su obra, dirije allector una exhortación, que es un himno magnífico ala razón i la ciencia.

    Se encuentran desenvueltos en ella pensamientoscomo los que siguen:

    La ignorancia es la mayor de todas las pestes.La razón es el principal de los dones que Diosha concedido al hombre.

    Para el alma, la ignorancia es la noche; la sabi-duría, el día,

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    El hombre dominado por el error camina atientas i tropezones, sin saber lo que puede i loque no puede, como el ciego en medio de las tinie- blas.

    La ciencia liberta a el alma ignorante de la os-cura cárcel cjonde yacía aherrojada i le descubrelos horizontes mas sublimes.

    Los hombres tienen el imperioso deber de servira sus semejantes; pero el mayor beneficio que pue-den hacerles es ilustrarlos.

    Estas ideas, salidas de la pluma de un fraile, sonmui notables en un tiempo en el cual había mu-chos que preconizaban la ignorancia como signo deinocencia o de pureza.

    Camilo Henríquez supo aprovechar como corres- pondía las lecciones de su maestro frai Isidoro deCelis.

    H e citado en otra parte a Henríquez como unejemplo de que la voluntad humana suele sobrepo-

    nerse a las tradiciones i preocupaciones sociales.Pudiera ser qué alguien sostuviera que Henrí-quez no tomó una determinación por sí mismo, sinoque cedió a la dirección que le dió el padre Celis.

    La libertad del hombre no consiste en obrar sincausa determinante, sino en dar a unos motivos la

    preferencia sobre otros por su solo arbitrio, sincoacción de ninguna especie.

    Este es un hecho que a cada momento nuestra propia conciencia nos atestigua con una claridad

    incontestable. Nunca nos decidimos sin motivo; pero cualquie-ra que sea la determinación que adoptemos, tene-mos el mas firme convencimiento de que habríamos podido preferir la contraria.

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    Camilo Henríquez tuvo en sus manos el decidir-se por las ideas dominantes, o por las mas adelan-tadas que profesaba frai Isidoro de Celis.

    En vez de imitar la conducta de la mayoría desus contemporáneos, i especialmente de los frai-les, reconoció la verdad de las nuevas doctrinas.

    Por lo tanto, suministra una prueba práctica deque el hombre puede escojer entre el atraso i el pro-greso.

    La teoría opuesta nos arrastrar ía lójicamente aatribuir a las ideas un impulso propio, i a los seres

    humanos una simple pasividad.La consecuencia precisa de tal antecedente seríaque el hombre no es responsable de sus acciones, ique es impotente para trabajar por el perfecciona-miento de su condición.

    Siendo así, deberíamos siempre cruzarnos de bra-zos, i dejar que las ideas siguieran su curso.

    Pero la voz íntima del alma nos dice una cosamui distinta: Ayúdate, i Dios te ayudará.

    Frai Isidoro de Celis diserta, como puede com- prenderse, sobre esta importantísima cuestión, sos-teniendo la realidad del libre arbitrio.

    Como tantos otros filósofos, invoca, en apoyo desu opinión, el irrecusable testimonio de la concien-cia.

    Con esta ocasión, discute la siguiente objeción:Si lo que se llama libre arbitrio se halla compro-

    bado por el testimonio de la conciencia, todo aquélque se consultase a sí mismo debería quedar con-

    vencido de su efectividad. ¿Cómo entonces hai teó-logos o filósofos que lo niegan?Éstos, contesta el Padre Celis, proceden a la ma-

    nera del individuo que, mirando el sol con los ojoscerrados o enfermos, neo-ara su existencia,' O

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    No hai verdad, por clara que se le suponga, quela mente humana, cegada por las tinieblas del error,no pueda desconocer.Por mi parte, me permitiré agregar una obser-vación.

    Los que, para rechazar el libre arbitrio, rehusanoír la voz de su conciencia, lo hacen así en los ra-ciocinios, pero no en las acciones. Sostienen en lasdisertaciones o en los escritos que el hombre no esarbitro de sus determinaciones; pero en la prácticade la vida se guardan mui bien de conformarse asu doctrina.

    La teoría de la omnipotencia irresistible de lascausas determinantes conduce a la teoría del pro-greso fatal de las naciones.

    Mientras tanto, la esperiencia histórica desmien-te esta segunda teoría tanto como la esperienciasicolójica desmiente la primera.

    Los pueblos permanecen estacionarios, avanzano retroceden, no en virtud de leyes inmutables, sinoa consecuencia de la conducta que observan.

    La prosperidad es el premio del trabajo.

    Las lecciones del padre Celis, enseñando a Ca-milo Henríquez el poder de la razón i del estudio,le prepararon para llegar a ser lo que fue mas tar-de; pero estuvieron mui distantes de hacerle desdeluego lo que en el lenguaje del siglo X V I I I se de-nominaba un filósofo.

    No es fácil empresa, el abandonar las creencias

    dominantes, por erróneas que sean, cuando todoel orden de la sociedad tiende a afianzarlas.Una variación de esta clase solo llega a efectuar-

    se después de muchas alternaciones i de una largalucha.

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    Había en el convento de la Buena Muer te deLima un relijioso valdiviano, llamado frai IgnacioPinuer, que naturalmente trabó estrecha amistadcon su joven paisano.

    Según se dice, fue éste quien indujo a Henríquez'a tomar el hábito.

    Lo cierto es que hai testimonio fidedigno de queCamilo Henríquez entró de novicio el 17 de enerode 1787, i profesó el 28 de enero de 1790.

    Una ráfaga de misticismo, la carencia de recur-sos i el espíritu de imitación le arrojaron en elclaustro.

    Él mismo ha dicho en un artículo escrito enBuenos Aires, intitulado Sobre la revolución eleSud-América:

    «Por falta de artes i de manufacturas, i por lacorta estensión de un comercio pasivo, los españo-les criollos no hallan en Lima en que ocuparse. Ya

    . había espuesto a Fernando VI don Bernardo Wardque: en las Américas, los hijos de los españoles, por

    falta de carrera, se meten clérigos i frailes hasta elinfinito. I, en efecto, en Lima se encuentran porlas calles a parvadas clérigos, frailes, abogados imódicos. Su excesivo número hace que casi todossean poco menos que pordioseros».

    En la tranquilidad del claustro, Camilo Henr í-quez siguió entregándose al estudio con el mayorempeño, i sin distracciones de ninguna especie.

    Lo que aprendía en los libros, lo profundizabaen el tr ato de varias personas ilustradas con quie-nes se había ligado.

    Entre otros, fue condiscípulo i amigo suyo donJosé Cavero i Salazar, perteneciente a la primera-nobleza de Lima, i mui distinguido por su talento

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    i buen gusto literario, que vino a Chile acreditadode ministro plenipotenciario por el primer gobier-no independiente que hubo en el Perú.

    Respetó mucho a dos caballeros llamados Gave iAcrove, a quienes debió los mas señalados servicios,i que, según parece, influyeron particularmente enla dirección ele sus ideas.

    Años mas tarde, quiso manifestarles su agrade-cimiento dedicándoles su drama Camila o la Pa-triota de Sud-América, que dio a luz en BuenosAires en 1817.

    A los señores Gave i Acrove.«El suceso mas feliz que deseo a esta débil pro-

    ducción de mi fantasía, es que en todos los teatrosdel mundo alcance a hacer resonar vuestros respe-tables nombres, i la dulce memoria de aquella amis-tad fraternal i oficiosa con que en Lima me favo-recisteis.— Camilo Henríquez».

    En una de las escenas de su drama, Henríquezhace hablar como sigue a dos de los personajes:

    Yari

    «Soi un indio de la tribu ele los omaguas. Me crióen Jeveros, serví allí al señor Salinas. Él me ense-ñó a leer i escribir; me trató con bondad paternal;me llenó de beneficios. Después, la Divina Provi-dencia me condujo a Lima, i logré hacer algunosestudios a la benéfica sombra ele los señores Gavei Acrove.

    Don José«Tengo larga noticia de esos caballeros. Son tan

    nobles, como jenerosos; oficiosos i fieles amigos.

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    Yari

    «¡Qué dulce es, sea en medio de las ciudades, seaen la soledad de las selvas, acordarse de sus fielesamigos i de sus bienhechores!

    «Florecían en Lima en aquella época hombreseminentes. Tuve la fortuna de oírlos, de admirar-los i de leer sus excelentes libros».

    No puede caber la menor duda de que era elmismo Camilo Henríquez quien hablaba por bocadel supuesto indio Yari, enviando desde las orillasdel Plata sus recuerdos i sus agradecimientos a suscamaradas i protectores de las orillas del Rímac.

    El joven Henríquez frecuentó la sociedad masselecta de la capital del Perú . Es él mismo quien,en El Censor de Buenos Aires, fecha 15 de setiem-

    bre de 1817, se alababa «de haber logrado la amis-tad de los principales litera tos de Lima, como era público en aquella ciudad».

    Encuentro ratificado esto mismo en una car taescrita con fecha 7 de abril de 1848 por el señordon Joaquín Campino para suministrar noticiasacerca de Henríquez, a quien había conocido mu-cho.

    «Sus relaciones, ya' sacerdote, dice, eran conlos primeros literatos de Lima, en la que gozó degran crédito, no solo por su habilidad, sino por la blandura i amabilidad de su carácter».

    Uno de ios escritores mas notables e instruidosque por entonces vivían en la capital del Perú, eradon José de Baquijano, conde de Vista Florida,que bajo el seudónimo de Cephalio fue redactor delafamado Mercurio Peruano.

    Camilo Henríquez tuvo con aquel encumbrado personaje relaciones muí amistosas, si hemos de

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    juzgar por la alusión que hace a él en el principiode la Exhortación al estudio de las ciencias, inser-tada en el tomo 1.°, número 18, fecha 11 de juniode 1812, de la Aurora de Chile.

    A la marjen del Rímac, tu luminoso jeniohacía amar las letras, i excitaba el injenio,Cephalio, caro amigo, amado de las Musas.¡Siguiese yo tus huellas a orillas del Mapocho!Los talentos de Chile yo te oí que aplaudías,Pero su sueño i ocio sempiterno sentías.

    Llevaba Henríquez la apacible existencia quequeda descrita, cuando el año de 1809, fue ence-rrado en uno de los calabozos de la inquisición.

    ¿Cuál era el crimen de que se le acusaba? Nunca he podido averiguarlo con detalles.Debe haber contribuido a este misterio la repug-

    nancia que el interesado esperimentó siempre parahablar de semejante aventura.

    «Camilo Henríquez, dice don Joaquín Campino

    en la carta antes citada, salió de la cárcel de lainquisición tan aterrado, que ni a sus mas íntimosamigos, con quienes he hablado muchas veces so- bre el particular, confió jamás nada acerca de loque allí le había sucedido; ni conmigo, a pesar desu grande intimidad .en tantos años, hizo jamás re-cuerdo ni alusión a este suceso».

    Sin embargo, la tradición jeneral, jamás desmen-tida, refiere que lo que se imputaba a Camilo Henríquez era la lectura de libros prohibidos.

    Es probable.

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    De todos modos, el motivó de esta acusación nodebía ser mui grave, puesto que salió en libertad.

    Además, ól mismo, en El Censor de Buenos Ai-res, fecha 15 de set iembre de 1817, escribía «queconservaba en su poder certificados acerca de surelijión i buena conducta con que le habían favore-cido el presidente de la casa de Lima en que se ha-

    bía educado, i muchos reverendos obispos i prela-dos eclesiásticos de Sud-América».

    Después de su vuelta a Chile, Henríquez se es- presaba como sigue en una carta que dirijió desdeSantiago a su cuñado don Diego Pérez de Arce:

    «Mi amado hermano: "Varios acasos i distanciasme pusieron en la imposibilidad de escribir a us-ted, i manifestarle siempre mi estimación. La mis-ma fortuna que me alejó de usted me ha acercado,i proporciona hablarle ahora de cosas que debí ha- blar en otro tiempo. Aquel suceso que alarmó austed se terminó felizmente sin desdoro de mi es-timación pública. Después he viajado por remotasrejiones, destinado por los señores virrei i arzobispoal establecimiento de una casa de mi instituto en

    Quito, a que no dieron lugar las actuales circuns-tancias de aquella ciudad».

    La carta de Henríquez que acaba de leerse, alu-de a una comisión que éste fue a desem- ~ñar enQuito, apenas libertado de la cárcel de la inquisi-ción de Lima.

    Yoi ahora a reproducir una relación insertada por Camilo Henríquez en El Censor de Buenos Ai-res, fecha 15 de set iembre de 1817, la cual contie-ne pormenores sobre aquel viaje i sucesos poste-riores.

    «Resti tuido a la libertad i al goce de mi reputa-

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    ción después de haber sufrido una prisión dilatadaen los calcóbozos inquisitoriales, hallé que la casa de

    los padres de la Buena Muerte de Lima estaba pa-ra ser arruinada por una cantidad injente que de- bía a Quito; i que, en virtud de una cédula del se-ñor Carlos IV, debían venderse sus posesiones paracubrir aquella deuda.

    «Aquellos venerables sacerdotes me habían col-mado de beneficios, me habían educado, me habíanamparado en mi pobreza, i en mi prisión habíandesplegado su conocida jenerosidad. Yo no dudóemprender un viaje a Quito para servirlos. Me die-ron honorables recomendaciones muchas personasrespetables de Lima. Recibí en Quito singularesfavores del señor obispo Cuero i Caicedo, i de otrosciudadanos. Manifestaré algún día que viven siem- pre en mi memoria.

    «La invasión de la España, las grandes turbacio-nes que previ habían ele seguirse, i la melancolíaque me habían dejado mis.pasados infortunios, meinspiraron el deseo de vivir en un oscuro retiro enlo interior del Alto Perú en un colejio de mi con -gregación. Con este designio, llegué a Valparaíso; idespués de tantos años, pisó el suelo patrio lió sinlágrimas.

    «Halló a mis paisanos comprometidos, i con dul-ces esperanzas de ser libres i dichosos. Ellos meabrieron los brazos, i me colmaron a porfía de bon-dades i honores.

    «Me hicieron después escribir una proclamaa los pueblos, que estaban para elejir representan-tes para su congreso nacional. Los enemigos secre-.tos remitieron aquella proclama i una acusaciónvehemente contra mí al virrei Abascal. En seguida,el señor Blanco insertó en su apreciable periódicode Londres la dicha proclama,

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    «Por todo esto, no me fue ya posible trasladar-me al Perú.

    «Ni era decente, ni era conforme a mis senti-mientos i principios que yo no ayudase a mis pai-sanos en la prosecución i defensa de la causa masilustre que lia visto el mundo.

    «Por la premura de las circunstancias, el Congre-so entró en el ejercicio de sus funciones poco tiem-

    po antes de celebrar en la catedral de Santiago suaper tura pública i solemne. Resolvió que en aquelgran día pronunciase yo una oración. Siendo yo unmiembro del Congreso, i debiendo ser el órgano de

    sus sentimientos, miras i opiniones, juzgué necesa-rio leerle el manuscrito de la oración, lo que se hi-zo en sesión secreta en la noche. Concluida su lec-tura , el señor I nf an te fue de opinión de que uncomité la revisase i examinase mas detenidamenteen el término de tres días. Se hizo, i la oración fueaprobada en todas sus partes».

    Voi a completar con algunas agregaciones lasnoticias contenidas en Ja suscinta autobiografía que precede.

    Henr íqu ez profesó siempre particular respetoal obispo de Quito don José Cuero i Caicedo, aquien califica en la Camila de «venerable preladoi gran pat riota», recordando que en 1810, lo quefue efectivo, salvó «con sus lágrimas» al vecindarioquiteño de ser esterminado por una soldadesca rea-lista.

    Todo persuade que Henríquez no tomó ¡Darte ac-tiva en los primeros movimientos revolucionariosde Quito; pero no debió ser tampoco un especta-dor indiferente.

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    El argumento de su drama la Camila está, rela-cionado con ellos.

    Nuestro compatriota tenía estrecha conexión conel obispo mencionado, a quien el historiador Res-trepo llama «mui patriota», i con don José Javie rAscásubi, uno de los caudillos de la revolución; ies difícil, por lo tanto, suponer que no hubiera te-nido alguna intervención en un asunto de tantatrascendencia.

    Henríquez conservó siempre grato recuerdo dela familia Ascásubi, cuyo apellido suena con elojioen sus escritos.

    «Cuando llegó a Quito la espedición memorabledest inada a medir el grado terres tre (dice) se ad-miraron aquellos grandes sabios al encontrar bajoel ecuador la reunión de li teratos conocida con el 'nombre de la Academia Pichinchense. Admiraronsus trabajos astronómicos, su sabiduría i la excelen-cia de sus libros. Uno de los académicos, el padreHospital, jesuíta, enseñó después de sus desgraciaslas matemáticas en Roma. Otro de los académicosocupó un asiento en la sociedad real de Londres.Aun se conservan, en un pequeño patio interioren la alta i magnífica biblioteca de los jesuí tas deQuito, la meridiana i el reloj de sol de la academia.Era su presidente entonces el matemático Ascásu- bi, en cuya esclarecida familia es hereditario elamor a las letras».

    Frai Melchor Mart ínez, en «eu. Memoria Históri-ca, enumera a Camilo Henríquez entre los que or-ganizaron en Santiago patrullas de ciudadanos parasofocar el motin que el 1.° de abril de 1811 promo-vió el coronel don Tomás Figueroa; i con este mo-tivo, le llama «apóstol i secuaz de la doctrina de laindependencia, que después de haberla propagadoi revolucionado en Quito, se hallaba fujitivo acti-vando la de Chile».

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    Sea de esto lo que se quiera, Camilo Henríquezvolvió de Quito al Perú,

    Don Joaquín Campino dice en la carta antes ci-tada: «En fines del año de 1810, que estuve yo enPaita i Piúra, Camilo Henríquez acababa de em-

    barcarse para Valparaíso desde aquel puerto, a don-de había regresado de Quito. Dejó en aquellas po-

    blaciones muchos recuerdos por los grandes sermo-nes que decían haber allí predicado».

    Camilo Henríquez declara en la relación que dioa luz en El Censor haber venido a Chile para des- pedirse de su patr ia, por decirlo así, porque habíaformado el propósito de irse a encerrar en un con-vento que su congregación poseía en el interior delAlto Perú.

    Sin embargo, don Joaquín Campino supone «queel motivo de la venida de Henríquez a Chile debióser la noticia de la revolución que se había hechoaquí en setiembre de 1810, su amor patrio i de lalibertad, i, lo que no debía ser poco para él, huirde la inquisición».

    Camilo Henríquez, en una carta dirijida a sucuñado don Diego Pérez de Arce, atribuye su vuel-ta a Chile a los motivos indicados por Campino.

    Sus palabras terminantes no dejan lugar a dudas:«Hablemos de mi venida a Santiago. Me halla-

    ba convaleciente en Piúra, cuando supe el granmovimiento que nuestra madre patria, Chile, toma- ba hacia su felicidad. Voló al instante a servirlahasta donde alcanzasen mis luces i conocimientos, ia sostener en cuanto pudiese las ideas de los bue-nos i el fuego patriótico.^ H e sido bien recibido, ivoi a ser destinado a trabajar en la grande obra dela ilustración pública».

    Creo fácil de esplicar la especie de contradicciónque aparece entre este aserto i la relación publica-da en El Censor.

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    Sin duda, Henr íquez "vino a Chile con el propo-sito de servir a la revolución, si esto era posible; pero determinado a ir a encerrarse en uno de losconventos del Alto Perú, si por desgracia no podíacooperar al triúufo de la buena causa. De otra mo-do,, se habría ido directamente al apartado asilo deque hablaba.

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    III

    Camilo Henríquez se relaciona con los innovadores en Santiago .—Estado de Chile en 1810.—Corrupción de la administracióncolonial,—Camilo Henríquez esparce una proclama manuscritaen que sostiene la idea de la independencia.—Motín encabeza-do por don Tomá3 de Eigueroa ,—Camilo Henr íquez presta aesto je fe los últimos msilios.

    Camilo Henríquez volvió a Cliile a fines de 1810,según se desprende de la carta de don JoaquínCampino copiada en el capítulo anterior.

    Apenas llegó a Santiago, procuró ponerse al ha- bla con los innovadores; i mui luego se intimó conellos, afiliándose bajo su enseña.

    El recién vellido tenía una gran ventaja sobre elmayor número de sus correlij ion arios políticos.

    Sabía a punto fijo lo que se proponía realizar.El nuevo adepto abrigaba el convencimiento pro-

    fundo de que la enmancipación de la América Es- pañola era un suceso inevitable en el trascurso deltiempo.

    Las premisas do su conclusión descansaban ensólido cimiento.

    Por una parte, ias colonias estaban hartas de seresplotadas como una mina o heredad.

    Po r otra, la España no depondría jamás su or-gullo i suspicacia de metrópoli, ni renunciaría vo-luntar iamente el monopolio de un mundo.

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    Debiendo ocurrir mas tarde o mas temprano unrompimiento ineludible entre aquellas fuerzas con-

    trarias, convenía aprovechar la coyuntura de la in-vasión de Napoleón en la Península Ibér ica paraconseguir el triunfo a menos costa.

    El ejemplo de los Estados Unidos estaba mani-festando que la empresa era ardua, pero no imposi- ble.

    El espectáculo de la gran república ajitaba comouna seducción permanente, i atraía como un imánirresistible.

    Chile debía tomar el mismo derrotero para lie

    gar a la riqueza, a la ilustración-, al poder. —Sigamos ese faro, sol de la América, decía Ca-milo Henríquez con su lenguaje pomposo.

    Debo prevenir que el diestro tentador raciocina- ba en esta forma a puerta cerrada i en voz baja.

    Los revolucionarios chilenos, escepto unos pocos,tenían instintos, tendencias, conatos, mas bien queun propósito firme i deliberado de chocar con lamadre patria.

    Todos aborrecían el réjimen colonial i deseabancon ansia su reforma; pero no se atrevían a negarla obediencia' a una autoridad acatada durante si-glos.

    El país yacía en una postración lamentada i la-mentable.

    Había penuria de dinero, de armas, de instruc-ción, etc.; había penuria de todo.

    Solo sobraban preocupaciones.

    Hó aquí la situación política de la atrasada co-lonia antes del 18 de setiembre de 1810, trazada por el mismo Camilo Henríquez en 1816;

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    «La población, de Chile se divide en dos clases:nobles i plebeyos. Aquéllos son, en jeneral, hacen-dados, i todos entre sí parientes. Los plebeyos, porvivir precisamente en las posesiones de los nobles0 por ser jornaleros i paniaguados suyos, estánsujetos a una total dependencia de aquéllos, la cualverdaderamente es servidumbre. Casi ninguno delos nobles tuvo educación: unos pocos recibieron enel seminario i conventos una instrucción monacal.Esceptuando como seis de ellos, nadie entiende loslibros franceses; ninguno, los ingleses. Así , pues,las obras filosóficas liberales les eran tan descono-cidas como la jeografía i las matemáticas. Ni sabíanqué era libertad, ni la deseaban. Mayor era aun laignorancia de la plebe; i como en ella ha permane-cido, fue indispensable sacarla de su letargo. Estoes obra de largo tiempo i de la política. La plebeadora el nombre del rei, sin saber qué es. Ella juz-ga que únicamente debe pelearse por la lei de Dios,sin observarla i sin saber qué es lei i qué es Dios».

    El 18 de setiembre de 1822, repetía:«¿Qué comparación cabe entre nuestro estado ac-

    tual i el del año de 1810? ¿Quién que hubiese co-nocido entonces el estado de nuestra pericia, denuestro poder i de nuestros medios, habría podido persuadirse de los obstáculos que íbamos a vencer,de los triúnfos que teníamos que conseguir, i queestaba reservado a nosotros llevar la libertad anuestros hermanos mas allá del mar, i derrocar pormar i tierra aquel coloso de tres centurias, que, conun pie en el Pe rú, i otro en el Pacífico, manteníala opresión i el terror en todos los puntos de estevasto continente?

    «Pasemos ahora al estado que tenían la opinión1 las ideas en nuestro país en 1810. Era tan triste ,que la revolución tuvo que hacerse, i continuar porcuatro años, fundada en nuestra fidelidad a Fernán-

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    do VI

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    «Dice el señor Pradt que el reproche de haceren los gobiernos de América una pronta fortuna,

    solo recae sobre los aj entes subalternos. Dice queel desinterés forma una gran parte del carácter es- pañol, mayormente entre la grandeza. Dice que losempleos de primer orden se distribuyen mui fre-cuentemente ent re los grandes con la mira de dis-minuir su fortuna

    «Los presidentes de Chile, Quito, etc., no eranaj entes subalternos; i sabemos que tales señores no.fueron siempre ánjeles tutelares, ni adquirieron unafama eminente ele desinterés. Podemos decir lomismo de los rejentes de las audiencias.

    «Estamos mui lejos de negar que haya entre losespañoles caracteres desinteresados i jenerosos; pe-ro tales caracteres ra ra vez logran empleos en lascortes corrompidas. Tocios los historiadores obser-van que el carácter español, nobilísimo en remotos.tiempos, i en ciertos individuos, sufrió una revolu-ción i lastimosa mudanza en dos épocas célebres,

    pero mui inmediatas: la una fue el establecimientode la inquisición; la otra, el descubrimiento de lostesoros americanos. Un espíritu de egoísmo, eledespotismo, de concusión, invaelió, como fiebre con-tajiosa, a toda la masa nacional. Por eso dijo mui

    bien nuestro paisano, el elocuente don Vicente Mo-rales en la tribuna ele las cortes:—¿Quién duda quelos siglos de los Felipes i los Carlos, marcados enel seno de la patr ia por los siglos del despotismo,fueron los de la subyugación de América, de sudominación i tropelías?—Andando los tiempos, lacorrupción superó todas las barreras, i se presentócon mas desenfreno.

    «Todos tienen noticia de la venalidad que preva-leció i ele las concusiones que se cometieron en losminister ios de Gálvez i de Godoi. No empleos su- balternos, sino mui de primer orden en el estado,

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    en el ejército, en la iglesia se adquirieron por me-dios indignos i se ejercieron vilmente. Los tribuna-

    les i los consejos resonaron con procesos escanda-losos.«I nosotros que alcanzamos vivir en una época

    mui interesante, pudiéramos citar muchos hechos imuchos ejemplos; pero sacrificamos la publicaciónde la verdad al respeto debido a cierta clase ilustrede personas. Por eso, no decimos quién fue el queen el obispado de Arequipa acopió en poco tiemposeiscientos mil pesos, i públicamente los remitió aEspaña, etc., etc. Por eso, no damos una amplia no-

    ticia de la causa de latrocinio i ocultación de cau-dales pertenecientes al finado señor don Blas So- brino i Millans, obispo de Trujil lo, seguida por elvenerable deán i cabildo de aquella iglesia contrael señor Sobrino, inquisidor fiscal de Lima. Poreso, no tratamos difusamente de la causa de igno-rancia e incapacidad seguida por los inquisidoresAbarca i Sobrino contra el inquisidor segundo donPedro Saldaregui, causa concluida en uno de losconsejos de Madrid, etc., etc

    «Insinúa el señor Pradt que los grandes empleosde América pudieron conferirse para disminuir lafortuna de los agraciados, en vez de aumentarla.En nuestros días, el señor Jil i Lemus rejistró en elCallao trescientos mil pesos, suma total de sussueldos en sus cinco años de virreinato a razón desesenta mil pesos anuales; i es sabido que de Euro- pa no trajo un peso. También don Fernando Abas-cal, en vez de minorar su fortuna en su gobierno,¡a aumentó prodijiosamente».

    Como se ve, el intrépido relijioso estaba en pose-sión de muchos datos ocultos que le habrían permi-tido redactar unas noticias secretas de América,como las pasadas a Fernando V I por don Jorj e

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    Juan i don Antonio de Ulloa; pero no tuvo tiemponi voluntad de trabajarlas.

    Conocía por esperiencia propia la podredumbrede los frutos producidos por ese continente muerto,llamado América Española, semejantes a los que sedan en la rejión ingrata bañada por ese mar muer-to, llamado Asfaltito.

    En sü opinión, urjía arrancar esa maleza; mastal operación no podía efectuarse sin separarse dela España, que se hallaba en la imposibilidad degobernar bien unos dominios tan vastos como dis-tantes.

    Las quejas de las colonias, cuando llegaban aella, iban a estrellarse ante el orgullo de una po-tencia que no las trataba de igual a iguales, sinode amo a siervos.

    El 6 de enero de 1811, Camilo Henríquez, bajoel seudónimo de Quivino Lemachez, dirijió a suscompatriotas la proclama a que alude en su rela-

    ción de El Censor, (l)Este es el primer escrito público suyo que se co-noce, el cual basta para asegurarle la inmortalidad.

    En la alocución de que se trata, Henríquez ha-ce solemnemente, respecto de su regreso al país,idéntica aseveración a la que se encuentra en la cartaa su cuñado:

    «Sea lícito al compatriota que os ama, i que vie-ne desde las rejiones vecinas al Ecuador con elrini-co deseo de serviros hasta donde alcancen sus

    (1) El editor ha tomado esta fecha do la Historia Jeneral deChile escrita por don Diego Barros Arana, tomo 8, capítulo 6, pa-

    jina 286, pi ra dar mayor precisión a la vaguedad del texto en es-te punto.

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    luces i sostener las ideas de los buenos i el fuego patriótico, hablaros del mayor de vuestros intere-ses».

    La lectura de aquella proclama sediciosa causóuna fortísima impresión en la capital; i por ciertoque tal alarma se concibe .perfectamente, aun cuan-do ningún historiador lo refiriese.

    Camilo Henríquez sostenía en ella sin rebozo la justicia i la ventaja de que Chile se emancipase pa-ra gobernarse a sí mismo.

    Ya era tiempo.La campana de la catedral, tocando a rebato, no

    habría producido una sensación mas profunda.Hasta la fecha, ninguna persona había osado ir

    tan lejos, escepto de palabra.Ese escrito subversivo era la revolución que sa-

    lía con la cara descubierta de la oscuridad del con-ciliábulo para recorrer las calles i entrar en las ca-sas.

    La gran cuestión había sido puesta en discusión jen eral.

    La bandera de la insurrección había sido desple-gada al viento, bien que por lo pronto se ignorasela mano que la había plantado en el torreón.

    El individuo que tal hizo, necesitaba un valormoral poco común, porque su nombre podía rastre-arse fácilmente por las indicaciones contenidas enel mismo papel.

    Debo advertir, no obstante, en honor de la ver-dad, que dicha pieza había sido acordada en confe-rencia secreta con los corifeos mas exaltados de larevolución. ,

    Aquel cohete incendiario atravesó la cordillera iel océano.El célebre literato don José María Blanco Whi-te, que a la sazón redactaba en Londres su perió-dico o revista El Español, insertó en el número

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    16, correspondiente al 30 de junio de 1811, la pro-clama de Quir ino Lemachez.

    Como se sabe, Blanco Whi te proponía en aquelentonces con ahínco que la metrópoli otorgara alas posesiones del nuevo mundo libertades i franqui-cias- pero, al propio tiempo, rechazaba con no me-nos ardor la idea de independencia.

    Así no es de estrañar que, en su concepto, segúncuidó de espresarlo, «esta proclama pecase de filo-sofía. aunque estuviese excelentemente escrita».

    Sin embargo, el resul tado final de la lucha vinoa probar que la proclama, no solo estaba excelen-temente escrita, sino que además abundaba de filo-sofía.

    Los sostenedores del pasado habían sido venci-dos en el terreno de las ideas i en el de los hechos.

    Exasperados por sus descalabros sucesivos, ape-laron a las armas, última razón de los reyes, de lasfacciones i de los pueblos.

    El 1.° de abril de 1811, día en que Santiago de- bía elejir diputados para el próximo congreso, elteniente coronel don Tomás de Eigueroa se suble-vó con una parte de la tropa para restaurar el an-tiguo rójimen; pero, después de un corto combatetrabado en la plaza principal, los amotinados sedispersaron i su caudillo fue capturado.

    Camilo Henríquez acudió uno de los primeros allugar de la refriega.

    Apenas hubo ausiliado a los moribundos, se pu-'so al frente de una de las patrullas que recorríanlas calles para perseguir a los fujitivos, evitar unasegunda intentona i mantener el orden en la pobla-ción.

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    H e hablado con un sujeto respetable que le vioentonces por primera vez.

    Henríquez era un hombre de cara pálida, de as- pecto grave, flaco de cuerpo, de talle poco airoso,mas bien bajo que alto.

    El sayal que le envolvía, no se asemejaba al deninguna de las órdenes relijiosas establecidas enChile.

    Componíase de una sotana negra decorada conuna cruz roja sobre el pecho al lado izquierdo.

    La novedad misma de su traje llamaba la aten-

    ción.Todos le señalaban con el dedo, i pronunciabansu nombre cuando pasaba.

    La junt a gubernativa instalada el 18 de setiem- bre de 1810, contra la cual se había promovido lasublevación, desplegó en aquella emerjencia unaenerjía formidable.

    Esa corporación tenía facultades omnímodasmientras se reunía el congreso.

    Era, rigorosamente hablando, un monarca abso-luto dividido en siete personas.

    Echando a la espalda fórmulas i prácticas, seconvirtió en un consejo de guerra para juzgar alculpable.

    Después de haberse sustanciado un proceso deunas cuantas fojas, el gobierno trasformado en tri-

    bunal declaró a don Tomás de Pigueroa traidor ala patria i le condenó a la pena capital.La ejecución debía tener lugar en la misma cár-

    cel para precaver el riesgo de una conmoción po- pular.

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    El reo tenía cuatro horas para hacer sus dispo-siciones cristianas; i podía escojer con este óbjetoal relijioso o sacerdote que fuese de su agrado.

    La sentencia debía cumplirse sin remisión, noobstante cualquier recurso que se interpusiera con-tra ella.

    Aquel tremendo fallo fue puesto en conocimien-to del procesado a las doce de la noche del mismodía en que había capitaneado la sublevación.

    Cerciorado de su próximo fin, el prisionero rogóque se le permitiera confesarse con el padre fran-

    ciscano frai Blas Alonso; pero se desatendió susúplica.Probablemente se temió que un eclesiástico de-

    signado por el preso pudiera trasmitir a los realis-tas confidencias o -instrucciones perjudiciales a lacausa nacional.

    El condenado protestó vanamente contra aque-lla violación flagrante de la sentencia.

    El secretario de la junta, don José Gregorio Ar-gomedo, se limitó a notificarle que el padre CamiloHenríquez debía prestarle los últimos ausilios; i seret iró del calabozo después de haberlo puesto pordilijencia.

    El reo i el sacerdote quedaron solos.Una vela de sebo encerrada dentro de un farol

    iluminaba con amarillenta luz el sombrío aposento.El prisionero, anciano de sesenta i cuatro años

    de edad, estaba inmóvil en un viejo sillón de asien-to i respaldo de cuero.

    Tenía esposas i grillos.Don Tomás de Pigueroa rehusó al principio elsocorro espiritual de un fraile ¡revolucionario cuyoministerio se le imponía; pero mudó pronto de dic-tamen.

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    El preso era católico sincero; i anhelaba óomotal recibir la bendición de un sacerdote antes deemprender el viaje eterno.

    Impulsado por ese sentimiento, ofreció su cóleraa Dios; i se confesó humildemente con su adversa-rio político,

    Camilo Henríquez le absolvió de sus pecados, ledirijió palabras de consuelo, le mostró el cielo enlontananza.

    En cuanto a penitencia, era inút il imponérsela.Estaba decretada una terrible bajo la forma mas

    bruta l.Ya venía.Se sentían pasos los pasos de la muerté7Doce soldados i un teniente entraron en el cala-

    bozo al mando de un capitán; i arcabucearon alinfortunado militar, amarrado en el mismo sillón decuero en que estaba sentado.

    Eran las cuatro de la mañana, según un certifi-cado puesto en el proceso; i las cuatro menos cincominutos, según el aserto de los reaccionarios, deseo-sos de encontrar mater ia de censura, no solo en lasentencia, sino en la ejecución de ella.¡Una cuestión de minutos en una cuestión de si-glos!

    El padre Camilo salió de la sala, oscurecida porel humo i empapada en sangre, con la cabeza tras-tornada i el corazón desgarrado.

    Desde aquella noche lúgubre, fue enemigo de-clarado de la pena capital.

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    III

    Camilo Henríquez es nombrado diputado suplente por el partidode Puchacai.—Sermón pronunciado en la catedral el día de lainstalación del congreso de 1811 .—J uici o que emite frai Mel-

    chor Martínez acerca del sermón referido.—Plan de estudiosformado por Camilo Henr íquez i presentado al congreso por elcabildo de Santiago.—Importancia que da Henríquez a losexámenes del Insti tuto Nacional.—Educación dada en la co-lonia.

    El autor de la proclama firmada Quirino Lema-chez perteneció al congreso de 1811.

    El departamento (o partido, como entonces sellamaba) de Puahacai , cuya capital es la Florida,elijió diputado propietario al canónigo don JuanPablo Fre tes , i suplente al padre Camilo Henrí -quez.

    Los amigos i parientes de éste trabajaron conempeño para que Valdivia le nombrase su repre-sentante en esa asamblea; pero tal proyecto fraca-só, i no podía menos de fracasar.

    La provincia mencionada no tomó par te algunaen las elecciones por hallarse casi enteramenteseparada de Santiago i en plena contrarrevolu-ción.

    La observación precedente suministra una claveinequívoca para entender bien una carta de CamiloHenríquez publicada por don Benjamín Vicuña

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    Mackenna en el apéndice de su libro titulado Elcoronel don Tomás de Figueroa.

    «A don Javier Castelblanco.«Santiago, mayo 4 de 1811.

    «Mi amado discípulo, primo Javier: siento mu-cho que te hayas incomodado por cosas que no me-recen tanto calor . Yo ni aun he preguntado aquílo que acerca de esa diputación se ha resuelto.Aquí parecen mui mal las desavenencias; i no sedesea mas que la paz, por lo que cortan i tran-sijen.

    «Me parece que tu representación bien pudieradejarse para después, porque el Gobierno está ocu- pado en cosas mui grandes i graves: hablo de tu petición de licencia, no de otra cosa, que fuera lo-cura. Yo soi ya diputado de la Florida, cargo hon-roso, pero sin provecho.

    «Te deseo toda felicidad en compañía de mi pri-mita, a quien darás mil espresiones. Te encargomucho la paz i sumisión al. gobierno, i que mandesa tu afectísimo i capellán.

    «CAMILO HENRÍQUEZ».

    Esta carta viene a corroborar que su firmanteno representó a la provincia de Valdivia en el cuer- po lejislativo convocado en ese año.

    Camilo Henríquez fue encargado de predicar en

    la catedral de Santiago un sermón referente a lascircunstancias en la misa de gracias celebrada el 4de julio de 1811 con ocasión de la solemne aper tu-ra del primer congreso nacional de Chile.

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    Era aquella una pieza oficial que, como Henrí-quez lo ha revelado en la relación de El Censor,fue sometida a la revisión previa del congreso, imui detenida i maduramente examinada.

    Por tanto, el orador no podía proceder con lamisma libertad que en la proclama de Quirino Le-machez.

    Sin embargo, en la sustancia desenvuelve doc-trinas idénticas, aunque empleando mayor disi-mulo.

    Para convencerse de ello, basta fijar la atenciónen el versículo del Libro de la Sabiduría, que tomó

    por tema, i sobre todo, en la manera mui oportuna,con que lo amplificó:«Las naciones tienen recursos en sí mismas: pue-

    den salvarse por la sabiduría i la-prudencia. Sana-biles fecit Deus nationes orbis terrarum. No hai enellas un principio necesario de disolución i de ester-minio. Non est in illis medicamentum exterminii. Ni es la voluntad de Dios que la imajen del infier-no: el despotismo, la violencia i el desorden seestablezcan sobre la tierra. Non est inferorum reg-

    num in térra. Existe una justic ia inmutable e in-mortal anterior a todos los imperios. Justitia per- petua est et inmortalis; i los oráculos de esta jus-ticia, promulgados por la razón i escritos en loscorazones humanos, revisten de derechos eter-nos».

    Como salta a la vista, es esta la esposición teo-lójica de la perfectibilidad humana alcanzada porlos esfuerzos de los individuos, que Henríquez sos-tuvo siempre con sus escritos i con sus actos.

    Sin embargo, el orador reconoció espresamentela soberanía de Fernando VI I o de su lejí timosucesor, aunque no como monarca absoluto, puesmanifiesta la confianza de que, si hubiera de volver

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    al trono, admitiría gustoso los pactos fundamenta-les de la constitución i la intervención de los ciu-dadanos en el gobierno, (l)

    Habiendo el jeneral San Martín leído este ser-món después de la batalla de Ckacabuco, lo remi-tió a Buenos Aires «con especial encargo de suimpresión».

    Efectivamente, se hizo una edición de él en 1817con una dedioatoria en verso al senado i pueblo bonaerense, compuesta por Henríquez, que a la sa-zón residía en aquella ciudad.

    La advertencia al lector que aparece a la cabezadel folleto, principia con esta frase: «Entre las rui-nas de la libertad chilena, se conservaba oculta lailustre producción que damos a luz en las siguien-tes pájinas».

    Los realistas no se dejaron engañar por uno queotro jirón rojo i amarillo zurcido, para deslumhrara los incautos, en el sermón mencionado.

    (1) El acta de la instalación del Congreso de 181 1 da cuentadel sermón de Camilo Henríquez en términos que revelan la cau-tela con que querían proceder los revolucionarios;

    «El día 4 del que rijo (jul io de 1811), se celebró la aperturadel congreso del modo mas magnífico i majestuoso. Precedidaslas rogaciones públicas, que se mandaron hacer por tres días, ten-dida la tropa veterana de guarnición, i formados varios cuerposde milicias, se personaron a las diez de la mañana en el palaciopresidencia l los señores vocales de la junta i diputados, el realtribunal de justic ia, e l ilustre ayuntamiento, real universidad,prelados i je fes de los cuerpos, de donde, partido el concurso a laiglesia catedral, llogados allí se invocó al padre de las luces, can-tando solemnemente el himno Venisanti Spiritu, i concluido , se

    celebró la misa que celebró el señor chant re i vicario capitulardoctor don Jos é Antonio de Errázuriz. Al evanjelio se siguió uusermón manifestando que el nuevo sistema de un gobierno justo iequitat ivo durante la ausencia del rei no era contrario, sino muiconformo a los adorables principios de la relijión».

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    Se conocía que el orador tenía el nombre de Fer-nando V I I en los labios; pero no en el corazón.

    Hó aquí el juicio que frai Melchor Martínez emi-te en su Memoria Histórica sobre la revolución deChile acerca de ese discurso tan alabado por el je-neral San Martín:

    «Dijo la oración el famoso padre Camilo Henrí-quez de la Buena Muer te, quien, después de daruna breve noticia del orijen, progreso i fin de todoslos principales imperios del mundo, esplicó que los pueblos, usando de sus derechos imprescriptibles,habían variado a su voluntad la forma de los go • biernos; i de esta doctrina intentó deducir i probarlos tres puntos en que dividió su arenga: 1.° que lamutación del gobierno de Chile era autorizada pornuestra santa relijión católica; 2.° que era confor-me i sostenida por la razón, en que se fundaban losderechos del hombre; i 3.° que, entre el gobierno iel pueblo, existía una recíproca obligación, en el pr imero de promover la felicidad del segundo, i enéste la de someterse con entera obediencia i con-fianza al gobierno.

    «Para probar dichas proposiciones, se valió e,n primer lugar de muchos lugares de sagradas letras,trastornando el sentido e intelijencia verdaderos; pero, donde mas lució su rara erudición, fue en ladoctrina escandalosa de Voltaire, Rousseau i susinfinitos secuaces, usando de sus literales i sedicio-sas autoridades, declamando contra la supuesta ti-ranía i despotismo de los gobiernos monárquicos,que con la fuerza tenían usurpados i oprimidos losderechos con que Dios crió al hombre libre paraelejir el gobierno que mas le acomodase, pues por principio natural inconcuso todos tenemos derechode proporcionarnos un estado que nos libre de losmales i nos atra iga la felicidad posible; que la es-clavitud en que nos tenían, debíamos repelerla con

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    el sacrificio de todos nuestros esfuerzos, i aun denuestra misma vida; i que, por dirijirse a este he-roico empeño la instalación del congreso, nos debíaser tan recomendable, como respetado i obedecidoeste cuerpo i su suprema autoridad; pues en' él de-

    positaba toda su confianza, sus innegables derechosi la esperanza de su libertad i felicidad todo el rei-no de Chile.

    «De este modo, eran profanados los santos tem- plos i casa del Señor, dedicados por nuestros pa-dres para asilos i depósitos de la verdad evanjólica.As í se prost ituía el sagrado ministerio apostólico,destinado por Cristo a repartir el pan cotidiano dela palabra divina, que nos alimenta para subir alsacro monte del cielo. Así se abusaba de la senci-llez de los fieles distribuyéndoles, en lugar de sanoalimento, un veneno mortífero. De este medio, enfin, se sirven los impíos para sembrar i propagar loserrores subversivos del trono, del orden i de la reli-

    jión; i lo mas doloroso para mí era el abrigo i aplausoque los oyentes tributaban en estas ocasiones».

    El odio del enemigo es un ins trumento seguro para medir la altura política i moral de un hombre,si es lícito hablar así.La importancia de Henr íquez puede calcularse por la saña de sus adversarios.

    Por lo demás, cuando se leen los despropósitosde frai Melchor' Martínez, uno lo supondría loco, sino supiera que ha habido época en que la mayoríade la humanidad ha pensado como él.

    El buen sentido i el tiempo han arrebatado esas preocupaciones, como el viento arrastra las hojassecas, esto es, las hojas muertas.

    En el día, nadie cree en la lejitimidad de los re-yes, ni pretende que la relijión esté interesada ensostenerla.

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    El diputado suplente por Puchacai no tomónunca la palabra en el congreso de 1811 por la ra-zón mui sencilla de que el propietario no le dejóentrar.

    El canónigo don Juan Pablo Pretes asistió con puntualidad ejemplar desde la primera sesión has-ta la última.

    Sin embargo, el nombre de Camilo Henríquezaparece mui honrosamente en el acta fecha 7 denoviembre de 1811.

    Lóese en ella:«El cabildo presentó un plan de estudios forma-

    do por el padre Camilo Henríquez, del orden deagonizantes; i se acordó devolverlo para que, uni-do al espediente seguido sobre reunión de escuelas,haga como propone el reglamento, para lo que sele franqueen todos los demás papeles i libros con-cernientes a una materia tan interesante».

    El plan de estudios escojitado por Camilo Hen-ríquez está lleno de vacíos i defectos, si se conside-ra el estado presente de la República; pero es muiadelantado, si se atiende al que tenía la coloniarecién emancipada.

    El reformador creaba clases de gramática caste-llana i de literatura.

    La primera no se había enseñado nunca en el país.

    Ella da corrección al lenguaje, decía Henríquez,i facilita la intelijencia de los otros idiomas.

    La segunda debía esplicarse por la obra de Hu-go Blair, que, en su concepto, era la mas profundai mejor que se conocía sobre.la materia.

    Establecía un curso de matemáticas.Organizaba otro de ciencia sociales, en que de-

    bían enseñarse a los alumnos el conocimiento de sus

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    derechos, ideas liberales, el sentimiento de su dig-nidad, i los principios fundamentales de las leyesciviles.

    Entre las ciencias sociales, incluía la economía política, cuyo estudio se ha aclimatado en nuestrosuelo antes que en otros países que se jactan desabios.

    Sin embargo, el nuevo proyecto, por deficienteque fuese, no era practicable en toda su estensión.

    ¡Tal era nuestro atraso!Chile se hallaba, puede decirse, en los arrabales

    del mundo civilizado, no tanto por su posición jeo-

    gráfica, cuanto por su miseria intelectual. No había en la capital ni utensilios escolares, nitextos adecuados, ni maestros competentes.

    ¿Qué sucedería en las ¡provincias?U n código penal permite colejir en sus disposi-

    ciones la moralidad o barbarie de la comarca sujetaa su imperio.

    De la misma manera, un plan de estudios deja percibir en las suyas el grado de cultura a que unasociedad ha llegado.

    Yaya un ejemplo.Se lee en el plan propuesto por el diputado su- plente por Puchacai:

    «Cuando se encuentre quien enseñe la ciencia particular de los cuerpos, será su cargo dar los prin-cipios elementales i prácticos de química i de laciencia de las minas».

    As í un país que ocultaba toda especie de meta-les en las rocas de sus cerros i encerraba oro en laarena de sus esteros i ríos, no contaba en su senoun profesor de mineralojía.El 18 de setiembre de 1810 había sido para Chi-le el día inicial de una vida nueva en todas las esfe-ras de su actividad.

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    Un pueblo emprendedor i brioso cuyo empare-damiento había cesado, debía ponerse en comuni-

    . cación directa e inmediata con las demás nacionesen cuya gran familia se había incorporado.Las relaciones políticas i comerciales lo exijían. Necesitaba también, como el pan de cada día,

    conocer las ideas i doctrinas consignadas en los li- bros de los filósofos, publicistas i sabios estranje-ros.

    No se divisaba para los colonos otro medio dedisipar la ignorancia en que yacían.

    Para lo uno i lo otro, era menester el conoci-

    miento de los idiomas modernos.Aguijoneados por ese doble acicate, algunos jó-venes se habían dedicado con empeño al estudiodel francés.

    «Por tanto, decía Henríquez, i en consideracióna la excelencia de las obras escritas en esta lengua,se enseñará a traducir la; i a hablarla, si es posi- ble».

    «El inglés, agregaba, es igualmente una lenguasabia, consagrada a la filosofía i a la profundidad

    del pensamiento. Se enseñará, pues, su traducción por principios».La adquisición del inglés ofrecía mas dificulta-

    des que la del francés.El mismo Henríquez escribía con fecha 19 de

    marzo de 1812 en el número 6 de la Aurora deChile:

    «Uno de los muchos modos con que el comercio promueve i favorece la literatura, es la introduc-ción de libros científicos i jeneralmente útiles. Ha-

    rán, pues, un gran servicio a la patria los comer-ciantes que hagan venir tantas obras preciosas quenos faltan. Por ahora, hai algunos jóvenes que de-sean aprender el inglés; pero no se encuentran dic-cionarios, ni gramáticas inglesas, que se dice haber

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    en Buenos Aires, i que se pueden encargar a Nor-te América».

    Henríquez prefería la enseñanza del inglés a ladel latín.¿No había (preguntaba) en todas las ciudades de

    América aulas de latinidad gratuitas? Pe ro ¿es ellatín de tanta utilidad como el inglés?

    A mas de las letras, de las ciencias i de los idio-mas, el autor del proyecto quería que los alumnosaprendiesen el manejo de las armas de fuego, lasevoluciones militares, el arte de construir fortifica-ciones, etc.

    La preparación para una lucha obstinada i mor-tífera era la pesadilla del momento.La atmósfera estaba impregnada de pólvora i

    cargada de electricidad.La guerra golpeaba a nuestra puerta i bullía en

    nuestro propio hogar.El padre de la Buena Muerte había visto sus

    estragos el 1.° de abril de aquel año en la plaza deSantiago.

    Camilo Henríquez tuvo la honra de bautizar conel nombre de Instituto Nacional el primer estable-cimiento científico i literario de la República cuyo

    plan de estudios había elaborado con pleno conoci-miento de las necesidades i recursos del país.

    Deseando rodear los exámenes de toda la pompa posible, disponía en su proyecto que éstos se cele- brasen «bajo.los auspicios i con asistencia del go- bierno, del cuerpo municipal, de los socios del Ins-tituto i de todos sus profesores».

    Se objetará talvez que la concurrencia de tantosfuncionarios era excesiva i perjudicial a los otrosramos del servicio público.

    No lo niego.

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    Pero ese concursó solemne i obligatorio de todaslas autoridades manifiesta la alta importancia queel reformador atribuía a la instrucción de la juven-tud.

    La indicación del eminente estadista no cayó entalega rota.

    Años después, el jeneral don Francisco AntonioPint o i el jeneral don Joaquín Prieto, durante susrespectivas presidencias, asistían a los exámenesdel Inst ituto Nacional para estimular con su presencia la aplicación de los alumnos.

    A juicio de Camilo Henríquez, el vicio mas re-saltante de la instrucción que se daba en la coloniaconsistía en su espíritu monacal.

    Las escuelas i casas de educación estaban llenasde ideas místicas i de prácticas devotas.

    Eran fábricas de vasallos leales i sumisos conuna fuerte dosis de monacillos o sacristanes.

    Él quería que la enseñanza estuviese exenta de

    cualquiera intención oculta que no fuese el conoci-miento cabal de ta ciencia o arte que se esplicaba.Así i con todo, opinaba que osa instrucción es-

    casa i bastardeada había socavado lentamente loscimientos de la dominación española en América.

    La luz que se coloca bajo el almud, acaba siem- pre por incendiarlo.

    Una intelijencia despierta descubre con mas omenos prontitud la falla de un raciocinio falso omal hilado.

    Coincidía en este punto con las ideas emitidas . posteriormente por el distinguido publicista norte-americano Enrique Brackenridge, de quien fuedespués amigo en Buenos Aires, en su carta diriji-da a Monroe.

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    Voi a copiar el pasaje siguiente traducido porHenríquez:

    «Aunque el gobierno español ponía el mayorcuidado en escluír de las colonias toda ilustración iconocimientos liberales, i prohibía todos los librosque pudieran descubrir a los sud-americanos el im - portante secreto de que eran hombres, le fue total-mente imposible escluír todo jónero de erudición.Algunos ramos fueron alentados para divertir laatención de los estudios mas peligrosos. Ellos te-nían sus colejios i seminarios de erudición en las principales ciudades i pueblos, como también es-

    cuelas para enseñar los primeros elementos, mien-tras que los hijos de los mas ricos estaban en elmismo caso que en nuestro país, que los enviabana viajar. Bajo un punto de vista filosófico, nada estan vano como la empresa de encerrar los pensa-mientos en un canal estrecho, como él agua en unaacequia. La lectura de algunos libros ¿puede dejarde poner en movimiento los ánimos? i luego queempezamos a pensar, ¿quién puede contener nues-tros pensamientos? La lectura del edicto de prohi-

    bición de un libro puede excitar pensamientos mas peligrosos que el mismo libro».1 Aun cuando pusiera mui por encima la enseñan-

    za del Inst ituto Nacional, Henríquez aceptaba lacooperación de todas las personas o corporacionesque ayudasen en la ímproba faena de espeler laignorancia de nuestro suelo.

    La instrucción, como la lanza de Aquiles, teníala rara virtud de curar las mismas heridas que cau-saba.

    Así escribía en 17 de diciembre de 1813:«No nos equivoquemos. Los relijiosos puedenser mui útiles a los estados; i en nada pueden ser-vir mejor que en la enseñanza pública. La esperien-cia confirma esta verdad; i para que no me acuses

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    de amigo de cosas ant iguas, oye lo que dice sobreesto un apreciable autor inglés:

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    IV

    Establecimiento de la imprenta en Chile.—Publicación de la Aurora de Chile.—Valentía de su redactar.—Odio de los rea-listas en contra suya.—Camilo Henríquez proclama en la Au- rora la independencia de Chile.—Aprende la lengua inglesa en

    un mes.—Sus esfuerzos por la difusión de las luces.

    En 1810, había en Chile solo una pequeña im- prenta, cuyo material no alcanzaba mas que para publicar una esquela de convite o de citación.

    Años atrás, el cabildo de Santiago había solici-tado permiso para establecer una de mas propor-ciones.

    El concejo de Indias había pedido informe a lareal audiencia.

    «La audiencia no quiso informar en mas de trein-ta años; probablemente recibió orden reservada pa-ra no hacerlo», dice don Juan Egaña en el párrafo3, sección 6 de El Chileno Consolado en los presi-dios.

    Todos los habitantes patr iotas i algo ilustradosestaban ansiosos de que hubiera en el país un esta-

    blecimiento tipográfico siquiera un tanto mas pro-

    visto.Don Juan Egaña, en una memoria sobre un plande gobierno, que pasó al presidente don Mateo deToro Zambrano en agosto de 1810, se espresa acerca

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    ele este asunto como sigue: «Convendrá en las crí-ticas circunstancias del día costear una imprenta,

    aunque sea del fondo mas sagrado, para uniformarla opinión pública a los principios del gobierno.A un pueblo sin mayores luces i sin arbitrios deimponerse en las razones de orden puede seducirloel que tenga mas verbosidad i arrojo».

    En noviembre de 1811, fondeó en el puerto deValparaíso la fragata Galloway, consignada a donMateo Arnaldo Hoevel, sueco de nación, primerestranjero que solicitó carta de naturaleza en Chile.Anteriormente había sido ciudadano de los Esta-

    dos Unidos.Aquel barco venía de Nueva York, trayendo asu bordo por dilijencias de Hoevel algunos materia-les de imprenta i algunos operarios norte-america-nos para manejarlos.

    Con fecha 27 de noviembre, el primer congresode Chile, que se hallaba a la sazón reunido, hizocomunicar a Hoevel «que iba a tratar de acelerarla conducción de la imprenta a Santiago».

    Efectivamente, al comenzar el año de 1812, aque-lla máquina de civilización estuvo instalada en unode los departamentos del antiguo edificio de la Uni-versidad de San Felipe, en cuyo terreno se levantahoi el Teatro Municipal.

    El nuevo establecimiento fue denominado Im- prenta de este- Superior Gobierno.

    Sus directoras i operarios fueron los señores Sa-muel Burr Johnston, Guillermo H. Burbidge i Si-món Garrison, de los Estados Unidos.

    Sin embargo, el nombre del segundo de estostres individuos aparece solo hasta el 2 de julio de1812, continuando desde entonces únicamente losotros dos.

    Según don Juan Egaña en sus Épocas i Hechosmemorables de Chile, Burbidge murió a conseeuen-

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    oia de un balazo recibido en una refriega trabadacon motivo de un sarao dado la noche del 4,de ju-lio de 1812 por el cónsul de los Estados Unidos para solemnizar el aniversario de la independenciade su nación.

    Desde abril de 1813 hasta octubre de 1814, elestablecimiento se denominó Imprenta de Gobierno,i algunas veces Imprenta del Estad,o.

    Durante este último período, el director fue casisiempre don José Camilo Gallardo, dueño de laimprentita que había en 1810.

    Solo una vez aparece la imprenta gobernada por

    Johnston i Garrison; i otra, por Garrison i Alon-so Benítez, etc.

    Luego que a principios de 1812 estuvo arregla-da la imprenta, se fundó el primer periódico queha habido en el país, al cual se dio por título Auro-ra de Chile, periódico ministerial i político.

    El redactor fue Camilo Henríquez.

    An te s de todo, se dio a luz un prospecto, a cuyacabeza se leía Viva la Unión, la Patria i el Rei,i en seguida, el primer número, que salió el 13 defebrero de 1812.

    Todos los contemporáneos están acordes en quela publicación de este periódico produjo en los chi-lenos el mayor entusiasmo.

    «No se puede encarecer con palabras (dice fraiMelchor Martínez en su Memoria Histórica sobrela revolución de Chile) el gozo que causó su esta-

    blecimiento. Corrían los hombres por las calles conuna Aurora en la mano; i deteniendo a' cuantosencontraban, leían i volvían a leer su contenido, dán-dose los parabienes de tanta felicidad, i prometién-dose que por este medio se desterrarían la ignoran-

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    cia i ceguedad en que hasta ahora habían vivido,sucediendo a éstas la ilustración i la cultura, que

    trastornarían a Chile en un reino de sabios».La Aurora aparecía solo los jueves.La suscripción importaba seis pesos por año en

    Santiago; nueve, en el resto de Chile; i doce, en elesterior.

    La Auroro, de Chile duró solo hasta el 1.° deabril de 1813, fecha de su último número.

    Si al presente consultarnos ese papel que ta nt aajitación causó en la sociedad, no hallamos en élnada de asombroso; pero los contemporáneos, alleerlo, debían esperimentar necesariamente una im- presión mui distinta de la nuestra.

    Era el primero que se publicaba en el país; i auncuando sus columnas contenían ideas que ahora re- piten los niños, ellas eran novedades para los sa- bios de entonces, i novedades que encerraban unarevolución.

    Sobrada razón tenían, pues, los realistas paradesazonarse con el nacimiento de semejante perió-dico; porque para ellos era mas dañoso que la fa-

    bricación de armas o el levantamiento de un ejér-cito.

    Su dominación se apoyaba, no tanto en la fuerza bruta, cuanto en las preocupaciones que el tiempohabía consagrado.

    ¿De dónde habrían sacado soldados para defendermilitarmente esa vasta rejión que se estiende desdela península de California hasta el cabo de Hornos?

    El hábito i la ignorancia eran los guardianes queles conservaban su bella conquista.

    Las cadenas aprisionaban las almas tanto comolos cuerpos.

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    Así destruir el prestijio de los peninsulares, re-futando los errores que lo sostenían; demostrar que

    la España era para la América, no lo que es unamadre para su hijo, sino lo que es un amo para suesclavo, valía mas para los innovadores que ganar batallas, puesto que la dominación de la metrópo-li era defendida, no por la fuerza material del cañón,'sino por la fuerza moral de falsas creencias.

    Mas, si los resultados merecían qué se empren-diera esa lucha contra el atraso, el hombre que latomaba a su cargo necesitaba de coraje.

    En aquella época, como en cualquiera otra, pero'mas entonces que ahora, el periodista se esponía alos odios declarados, a los rencores encubiertos, alas calumnias rastreras, a las rencillas, a las moles-tias de todo jenero.

    Camilo Henríquez desde el principio aprendió acosta suya que se compra demasiado caro, i a pre-cio de la tranquil idad, el honor de pensar en vozalta i de ser el maestro de un pu eblo.

    Sin embargo, nada le arredró.Miraba su consagración a la causa pública como

    un apostolado, que le imponía su calidad de ciuda-dano.

    Por cumplir ese deber, renunció en el presentea todo sosiego; i despreció para el porvenir la per-secución, el destierro, la cárcel, i talvez el patíbulo.

    No hai hipérbole ni exajeración en lo que acabode espresar.

    Para que se vea hasta qué punto llegaba el odioque los realistas profesaban al redactor de la Auro-ra de Chile (o editor como entonces se decía), voi acopiar lo que vociferaba en contra de éste frai Mel-chor Martínez en su Memoria Histórica ya citada:

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    «Para editor i maestro, que debía aumentar iformar la opinión del público, fue elejido por el go-

    bierno un fraile de la Buena Muerte, natural deValdivia, el cual por haber sido declaradamente se-cuaz de Voltaire, Rousseau i otros herejes de estaclase, había sido castigado por la in juisición de Li-ma; i después de haber tenido buena parte en larevolución de Quito, se hallaba fuj itivo en Chile,activando cuanto podía las llamas de su insurrec-ción. Estas cualidades i delincuente conducta, quedebían hacerle despreciable en cualquier país arre-glado, eran precisamente sus recomendaciones prin-cipales, sin las que sería inútil para el destino.

    «Efect ivamente, su periódico empezó a difundirmuchos errores políticos i morales, de los que handejado estampados los impíos filósofos Voltaire iRousseau; aunque en la doctrina del segundo esta- ba mas iniciado, pues traslada por lo común literal-mente los fragmentos de sus tratados. Todo el afánes probar que la soberanía reside en los pueblos;que los reyes reciben la autoridad de éstos, median-te el contrato social; i que son amovibles por la au-toridad del pueblo; que la filosofía ha sido desaten-dida por el espacio do diez i ocho siglos; pero que yaamanece la aurora de sus triunfos, i empieza a le-vantar su frente luminosa i triunfante, lo que esdecir que la impiedad i el error prevalecen sobre larelijión de Jesucristo.

    «En cuanto a publicar noticias, se observa, mas puntualmente que en los anteriores tiempos, aumen-ta r i finjir las que convencen la to tal ruina de laPenínsula, las ventajas de las provincias revolucio-nadas de América, i la ninguna esperanza ni pro- babilidad de recobrar su trono Fernando VII» .Después de este auto cabeza de proceso, escritocon una pluma mojada en humo de pez i azufre,¿cree alguno en conciencia que el padre de la Bue

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    na Muerte, acriminado con tanta saña, hubiera lo-grado escapar sano i s.alvo de los calabozos de la

    inquisición si hubiera caído por segunda vez en ma-nos de sus enemigos?

    Cuando el mayor número de los revolucionarioscontemporizaban o encubrían los proyectos deemancipación bajo el disfraz de una fidelidad hipó-crita, Camilo Henríquez no temió dar el primerode todos la publicidad compromitente para ól de la palabra impresa a esas ideas atrevidas sobre inde- pendencia que había procurado esparcir en la pro-clama manuscrita firmada Quirino Lemachez.

    Este hecho es sobrado importante en la vida delescritor cuya biografía estoi bosquejando i en lahistoria de la República Chilena para que no copietestualmente las palabras que lo comprueban.

    El 4 de julio de 1812, Camilo Henríquez inser-taba en la Aurora este trozo memorable:

    «Comencemos, pues, en Chile declarando nues-tr a independencia. Ella sola puede borrar el títulode rebeldes que nos da la tiranía. Ella sola puedeelevarnos a la dignidad que nos pertenece, darnosaliados entre las potencias, e imprimir respeto anuestros mismos enemigos; i si tratamos con ellos,será con la fuerza i majestad propia de una nación.Demos, en fin, este paso ĵ a indispensable. La incertidumbre causa nuestra debilidad, i nos esponea desórdenes i peligros».

    El 17 de agosto siguiente, el mismo individuorepetía en el mismo periódico:

    «¡Pueda el primer escritor de la revolución chi-lena ver el triúnfo de la libertad americana, e ins- pirado de Clio o de Melpòmene, ocupada la menteen la admiración de grandes hechos, pueda celebrar

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    a los héroes patrios! Pero, mientras permanezcáisen irresolución e incertidumbre, fluctuando entre

    temores i esperanzas, sois un asunto bien- pobre pa-ra las musas i aun para la historia. Al contrario,inflaman la fantasía, presentan escenas interesantes,son una materia espléndida, los héroes de la liber-tad. Han ocupado a grandes injenios los araucanosantiguos. Han aparecido estos hombres libres enlos teatros mas célebres; i los pueblos mas cultoshan admirado sus sentimientos i carácter, dando lá-grimas a sus infortunios. Desde entonces la histo-ria de la patria ofrece un paréntesis de silencio, iun vacío desanimado i melancólico. El amor de lalibertad ¿perece acaso con la cultura? ¿Se cansa elclima de influir en los hombres? ¿Hasta cuándo

    pensáis? Resolved Bastante se ha pensado.Pasad el Rubicón: sereis dueños de un mundo. Lafortuna os sonríe, i desdeñáis sus gracias. Sois pro-vincias pudiendo ser potencias i contraer alianzascon la dignidad i majestad que corresponde a unanación».

    Por fin, el 8 de octubre espresaba todavía en la Aurora:

    «Tiempo es ya de que cada una de las provinciasrevolucionadas de América establezca de una vezlo que ha de ser para siempre; que se declare inde- pendiente i libre; i que proclame la justa posesiónde sus eternos'derechos.—¡Amada patria mía! ya estiempo de que des el gran paso que te inspiran lanaturaleza i la fortuna, i que ha preparado tan deantemano i tan felizmente el orden de los sucesos.¡Proclámate independiente! La independencia telibrará del título de rebelde que t e dan tus opre-sores con insolencia. Entonces, entonces es cuandoserán cabecillas tus enemigos ocultos. Es to es loúnico que puede elevarte a la dignidad que te esdebida, adquirirte protectores, conciliarte respetos

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    i la inapreciable ventaja de tratar con las potenciasantiguas como con tus iguales. ¿Por qué estamos

    tan débiles? ¿Por qué no es una i universal la opi-nión? Sin duda porque hemos vacilado entre la li- bertad i la esclavitud, envueltos en eternas incerti-dumbres, recelando siempre los unos de los otros.Ya no es tiempo de pensar; demasiado hemos pen-sado. La for tuna nos condujo a la orilla de un ríoque es necesario o pasar o perecer; i nosotros damosel espectáculo ridículo de quedarnos a la orilla mi-rándonos las caras unos a otros, dando oídos aunos sofistas despreciables, que llaman prudencia elestremo de la imprudencia, de la cobardía i la locu-ra, sin advertir que en las grandes deliberacionesen que solo hai un partido que tomar, la demasiadacircunspección solo sirve para perderlo todo, i queen tales casos solo la audacia salva a los pueblos;ya a unos enemigos encubiertos, que solo puedendarnos consejos pérfidos».

    Los trozos que acaban de leerse, son los tres primeros impresos que han tomado la iniciativa pa-ra pedir la independencia de este país.

    ¡Que Chile no olvide nunca la memoria del hom- bre que antes que nadie se atrevió a aconsejar porla prensa que fuera una nación!

    El redactor de la Aurora se dedicó con laudableafán a desempeñar del mejor modo posible el cargode periodista.

    Desde luego se convenció de que le era indispen-sable el conocimiento del idioma inglés para tradu-cir noticias de los diarios de la Gran Bretaña - i delosaEstados Unidos, que por casualidad podía pro- porcionarse.

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    La empresa era mui ardua, pues faltaban, comolo he indicado anteriormente, no solo maestros que

    facilitasen el trabajo, sino también los elementos precisos, como gramáticas i diccionarios, para losque se propusiesen estudiar por sí solos.

    Nada puede agregarse en elojio de Camilo Hen-ríquez a lo que contiene el párrafo de la Aurora,que voi a copiar.

    En el número 9, fecha 9 de abril de 1812, se lee:«Animado el editor de un vivo deseo de complaceral público i de satisfacer la confianza de la patria,emprendió el estudio de la lengua inglesa; i en el

    espacio de menos de un mes, se ha puesto en esta-do de traducir por sí mismo los periódicos ingleses.Solo los que conocen esta lengua graduarán la gran-deza de este trabajo i el mérito de la fatiga».

    Debe advertirse que Henríquez hacía la declara-ción precedente, no por petulante vanagloria, sino por haber sabido que algunos suponían falsas lasnoticias publicadas en la Aurora, siendo así que lashabía sacado de los papeles impresos en Inglaterrao Norte América.

    Una vez que supo el ingle?, movido por el pro- pósito de exaltar el patriotismo de sus conciudada-nos, tradujo sucesivamente:

    Razonamiento de Santiago Madison, presidentede los Estados Unidos, dirijido al senado i cuerporepresentativo en 5 de noviembre de 1811.

    Oración inaugural de Tomás Jefferson, presiden-te de los Estados Unidos, al pueblo.

    Discurso de Jorje Washington al pueblo de losEstados Unidos anunciándole sus intenciones deretirarse del servicio público.

    Discurso sobre la traición, rebelión i revolución,inserto en el periódico Register of Baltimore de'28de marzo de 1812.

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    Esas piezas presentaban grandes ejemplos o sil-ministraban provechosa enseñanza en medio de la

    conflagración de la América Española.Ellas nos dejan columbrar las ideas políticas deltraductor i percibir el modelo que proponía a laimitación de sus compatriotas.

    Escusado es indicar que Henríquez sabía i ha- blaba el francés.

    En la Aurora, tradujo la carta de Guillermo To-más Raynal leída en la asamblea nacional el 31 demayo de 1791.

    Hizo preceder su trabajo de una corta adverten-cia, en la cual espresaba que esa carta conteníatitiles lecciones para los pueblos que habían rotosus cadenas i aspiraban a vivir bajo sus propiasleyes.

    Mas tarde aprendió el italiano.Leyó en el orijinal la Jerusalén Libertada del

    Tasso, a quien calificaba de divino i cuya dulzurale encantaba.

    Observaré de paso que el fraile de la BuenaMuer te fue en Chile el Pedro el H ermitaño de lacruzada de la independencia.

    Leyó también en italiano el Tratado de los deli-tos i de las penas de Beecaria, cuyas doctrinas fi-lantrópicas encontraron eco en su corazón jeneroso.

    Aunque se hubiera educado bajo el rójimen colo-nial, el primer periodista chileno no abrigaba pre-vención alguna contra los estranjeros a quienes re-chazaban las leyes i las costumbres en las posesioneshispano-americanas.

    Pensaba que los pueblos, como los individuos,estaban obligados a la hospitalidad; i que, al conce-

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