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Josef de Acosta Historia Natural y Moral de las Indias Edición crítica de Fermín del Pino-Díaz FUENTES ETNOGRáFICAS

Historia natural y moral de las Indias - Josef de Acosta.pdf

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  • Josef de Acosta

    Historia Naturaly Moral de las IndiasEdicin crtica de Fermn del Pino-Daz

    2

    Josef de Acosta

    Edicin crtica de Fermn del Pino-Daz

    Historia Naturaly Moral de las Indias

    EL P. Josef de Acosta (1540-1600) residi en el virreinato peruano una buena porcinde aos (1572-1586), destacndose entre los primeros jesuitas hispano-americanospor su dinamismo vital y profesional en sus aspectos misionales y teolgicos. Residinormalmente en Lima ligado al colegio jesuita y a la Universidad de S. Marcos, pero tuvo

    ocasin de visitar en tres ocasiones todo el sur del virreinato como para captar con una mirada

    curiosa las rarezas de la naturaleza peruana en representacin de la tierra equinoccial

    (Humboldt) y el ingenio de sus numerosos habitantes. Aparte de muchas obras de tipo

    prctico, elabor una historia indiana que recibira el favor reiterado del pblico europeo y criollo

    (destacando el inca Garcilaso y Huamn Poma), admirados todos de su excelente informacin

    de primera mano asesorado por testigos tempranos y autorizados pero sobre todo de su

    capacidad de percibir las claves explicativas de su novedad y excepcionalidad. De esta obra que

    aqu se presenta con todo cuidado han partido muchos lectores a navegar por el cosmos, gracias

    a su lectura. Tal vez se trate de la crnica de Indias ms editada nunca en Per y citada:

    sin embargo, hasta ahora no haba recibido esta joya libresca el cuidado ecdtico que merece.

    El investigador del CSIC Fermn del Pino-Daz, que lleva tiempo dedicndole su atencin como

    etngrafo e historiador de las ideas antropolgicas, ha reunido todos los elementos necesarios

    (manuscritos en que se basa, ediciones sucesivas, ilustraciones grficas...) para que el lector moder-

    no reconozca en su lectura lo que el autor quiso dejarnos ver, as como las varias interpretacio-

    nes que se han sucedido, sobre el autor y su magna obra.

    ISBN: 978-84-00-08677-0

    FUENTES ETNOGRFICASFUENTES ETNOGRFICAS

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  • HISTORIA NATURAL Y MORAL DE LAS INDIAS

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  • FUENTES ETNOGRFICAS

    DirectorLuis Daz Viana. CSIC

    SecretariaSusana Asensio Llamas. CSIC

    Comit EditorialMara Ctedra Toms. UCM

    Leoncio Lpez-Ocn Cabrera. CSICFermn del Pino Daz. CSICPedro Tom Martn. CSIC

    Honorio Velasco Mallo. UNEDJuan J. R. Villaras Robles. CSIC

    Consejo AsesorStanley Brandes. Universidad de California en Berkeley (EE.UU.)

    Luis Calvo Calvo. CSICJean-Pierre Chaumeil. CNRS (Francia)

    Joaqun Daz. Fundacin-Centro Etnogrfico de Documentacin de Uruea. ValladolidAndrs Fbregas Puig. Universidad Intercultural de Chiapas (Mxico)

    James W. Fernndez. Universidad de Chicago (EE.UU.)Francisco Ferrndiz Martn. CSICManuel Gutirrez Estvez. UCM

    Israel J. Katz. Universidad de California en Davis (EE.UU.)Jos-Carlos Mainer Baqu. Universidad de Zaragoza

    Edwin Seroussi. Universidad Hebrea de Jerusaln (Israel)

    N 2

    La coleccin DE AC Y DE ALL. Fuentes Etnogrficas pretende poner al alcance del lector aquellostextos de especial relevancia para un mejor conocimiento de la etnografa realizada en el mbitohispnico, y tambin en otros pueblos y culturas relacionados con l. As, tendrn cabida aqu lasobras "clsicas", de difcil adquisicin, y los documentos o compendios inditos, con una cuidadaedicin y la aspiracin de convertirse en referencia para el futuro. Esta vocacin de permanencia einternacionalidad se articula en torno a una doble mirada: la hispnica sobre lo no hispano y la forneasobre nosotros.

    La responsabilidad sobre la redaccin y contenidos de los textos y su documentacin grfica,corresponde a los autores que firman cada uno de los trabajos integrados en este volumen.

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  • HISTORIA NATURAL Y MORAL

    DE LAS INDIAS

    Josef de Acosta

    Edicin crtica de Fermn del Pino-Daz

    CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTFICASMadrid, 2008

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  • Reservados todos los derechos por la legislacin en materia de PropiedadIntelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseo de lacubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera algunapor medio ya sea electrnico, qumico, ptico, informtico, de grabacin ode fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial.

    Las noticias, asertos y opiniones contenidos en esta obra son de la exclusivaresponsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, slo se haceresponsable del inters cientfico de sus publicaciones.

    Catlogo general de publicaciones oficialeshttp://www.060.es

    CSIC Fermn del Pino-DazImagen de cubierta: El modo de bailar de los mexicanos (cdice Tovar)

    NIPO: 653-07-147-6ISBN: 978-84-00-08677-0Depsito Legal: Edicin a cargo de Cyan, Proyectos y Producciones Editoriales, S.A.Impreso en Espaa. Printed in Spain

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  • Estudio introductorio, Fermn del Pino-Daz XVII

    HIISTORIA NATURAL Y MORAL DE LAS INDIAS 1

    HISTORIA NATURAL DE LAS INDIAS 7

    Libro Primero 9

    Cap. 1. De la opinin que algunos autores tuvieron [de] que el cielo no se extenda al Nuevo Mundo 9

    Cap. 2. Que el cielo es redondo por todas partes, y se mueve en torno de s mismo 10

    Cap. 3. Que la sagrada escritura nos da a entender que la tierra est en medio del mundo 12

    Cap. 4. En que se responde a lo que se alega de la escritura, contra la redondez del cielo 14

    Cap. 5. De la hechura y gesto del cielo del Nuevo Mundo 15

    Cap. 6. Que el mundo hacia ambos Polos tiene tierra y mar 16

    Cap. 7. En que se reprueba la opinin de Lactancio, que dijo no haber antpodes 17

    Cap. 8. Del motivo que tuvo San Agustn para negar los antpodes 19

    Cap. 9. De la opinin que tuvo Aristteles cerca del Nuevo Mundo, y qu es lo que le enga para negarle 20

    Cap. 10. Que Plinio y los ms de los antiguos sintieron lo mismo que Aristteles 22

    Cap. 11. Que se halla en los antiguos alguna noticia deste Nuevo Mundo 23

    Cap. 12. Qu sinti Platn desta India Occidental 25

    ndice

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  • Cap. 13. Que algunos han credo que, en las divinas escrituras, Ophir signifique este nuestro Pir 26

    Cap. 14. Qu significan en la Escritura Tharsis y Ophir 27

    Cap. 15. De la profeca de Abdias, que algunos declaran destas Indias 29

    Cap. 16. De qu modo pudieron venir a Indias los primeros hombres, y que no navegaron de propsito a estas partes 30

    Cap. 17. De la propriedad y virtud admirable de la piedra imn para navegar. Y que los antiguos no la conocieron 32

    Cap. 18. En que se responde a los que sienten haberse navegado antiguamente el Ocano 34

    Cap. 19. Que se puede pensar que los primeros pobladores de Indias aportaron a ellas echadas de tormenta, y contra su voluntad 34

    Cap. 20. Que, con todo eso, es ms conforme a buena razn pensar que vinieron por tierra los primeros pobladores de Indias 35

    Cap. 21. En qu manera pasaron bestias y ganados a las tierras de Indias 37

    Cap. 22. Que no pas el linaje de indios por la isla Atlntida, como algunos imaginan 38

    Cap. 23. Que es falsa la opinin de muchos que afirman venir los indios del linaje de los judos 40

    Cap. 24. Por qu razn no se puede averiguar bien el origen de los indios 41

    Cap. 25. Qu es lo que los indios suelen contar de su origen 41

    Libro Segundo 45

    Cap. 1. Que se ha de tratar de la naturaleza de la Equinocial 45

    Cap. 2. Qu les movi a los antiguos a tener por cosa sin duda que la Trrida era inhabitable? 45

    Cap. 3. Que la Trrida Zona es humidsima, y que en esto se engaaron mucho los antiguos 46

    Cap. 4. Que fuera de los Trpicos es al revs que en la Trrida, y as hay ms aguas cuando el sol se aparta ms 47

    Cap. 5. Que dentro de los trpicos las aguas son en el esto, o tiempo de calor; y de la cuenta del verano e invierno 48

    Cap. 6. Que la Trrida tiene gran abundancia de aguas y pastos, por ms que Aristteles lo niegue 48

    Cap. 7. Trtase la razn por qu el sol, fuera de los Trpicos, cuando ms dista, levanta aguas; y dentro de ellos al revs, cuando est ms cerca 50

    Cap. 8. En qu manera se haya de entender lo que se dice de la Trrida Zona 51

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  • Cap. 9. Que la Trrida no es en exceso caliente, sino moderadamente caliente 52

    Cap. 10. Que el calor de la Trrida se templa con la muchedumbre de lluvias, y con la brevedad de los das 53

    Cap. 11. Que, fuera de las dichas, hay otras causas de ser la Trrida templada y especialmente la vecindad del mar Ocano 54

    Cap. 12. Que las tierras ms altas son ms fras, y qu sea la razn de esto 54

    Cap. 13. Que la principal causa de ser la Trrida templada son los vientos frescos 56

    Cap. 14. Que en la regin de la Equinocial se vive una vida apacible 57

    Advertencia al lector 57

    Libro Tercero 59

    Cap. 1. Que la historia natural de cosas de las Indias es apacible y deleitosa 59

    Cap. 2. De los vientos y sus diferencias, y propiedades y causas en general 60

    Cap. 3. De algunas propiedades de vientos que corren en el Nuevo Orbe 62

    Cap. 4. Que en la Trrida Zona corren siempre brisas, y fuera della vendavales y brisas 63

    Cap. 5. De las diferencias de brisas y vendavales, con los dems vientos 64

    Cap. 6. Qu sea la causa de hallarse siempre viento de Oriente en la Trrida, para navegar 66

    Cap. 7. Por qu causa se hallan ms ordinarios vendavales, saliendo de la Trrida a ms altura 68

    Cap. 8. De las excepciones que se hallan en la regla ya dicha, y de los vientos y calmas que hay en mar y tierra 68

    Cap. 9. De algunos efectos maravillosos de vientos, en partes de Indias 69

    Cap. 10. Del Ocano que rodea las Indias, y de la mar del norte y del sur 72

    Cap. 11. Del Estrecho de Magallanes, cmo se pas por la banda del Sur 73

    Cap. 12. Del estrecho que algunos afirman haber en la Florida 74

    Cap. 13. De las propiedades del Estrecho de Magallanes 75

    Cap. 14. Del flujo y reflujo del mar Ocano en Indias 77

    Cap. 15. De diversos pescados y modos de pescar de los indios 78

    Cap. 16. De las lagunas y lagos que se hallan en Indias 81

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  • Cap. 17. De diversas fuentes y manantiales 82

    Cap. 18. De ros 83

    Cap. 19. De la cualidad de la tierra de Indias, en general 85

    Cap. 20. De las propiedades de la tierra del Pir 87

    Cap. 21. De las causas que dan de no llover en los llanos 88

    Cap. 22. De la propiedad de Nueva Espaa e Islas, y las dems tierras 89

    Cap. 23. De la tierra que se ignora, y de la diversidad de un da entero entre [Indias] Orientales y Occidentales 90

    Cap. 24. De los volcanes, o bocas de fuego 91

    Cap. 25. Qu sea la causa de durar tanto tiempo el humo y fuego destos volcanes 92

    Cap. 26. De los temblores de tierra 93

    Cap. 27. Cmo se abrazan la tierra y la mar 94

    Libro Cuarto 97

    Cap. 1. De tres gneros de mixtos que se han de tratar en esta Historia 97

    Cap. 2. De la abundancia de metales que hay en las Indias Occidentales 98

    Cap. 3. De la cualidad de la tierra donde se hallan metales, y que no se labran todos en Indias; y de cmo usaban los indios de los metales 99

    Cap. 4. Del oro que se labra en Indias 100

    Cap. 5. De la plata de Indias 102

    Cap. 6. Del Cerro de Potos, y de su descubrimiento 103

    Cap. 7. De la riqueza que se ha sacado, y cada da se va sacando, del Cerro de Potos 105

    Cap. 8. Del modo de labrar las minas de Potos 106

    Cap. 9. Cmo se beneficia el metal de plata 109

    Cap. 10. De las propiedades maravillosas del azogue 110

    Cap. 11. Dnde se halla el azogue, y cmo se descubrieron sus minas riqusimas en Huancavilca 111

    Cap. 12. Del arte que se saca el azogue, y se beneficia con l la plata 112

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  • Cap. 13. De los ingenios para moler metales, y del ensaye de la plata 114

    Cap. 14. De las esmeraldas 115

    Cap. 15. De las perlas 116

    Cap. 16. Del pan de Indias, y del maz 117

    Cap. 17. De las yucas y cazabi, y papas y chuo, y arroz 119

    Cap. 18. De diversas races que se dan en Indias 120

    Cap. 19. De diversos gneros de verduras y legumbres; y de los que llaman pepinos y pias, y frutilla de Chile y ciruelas 121

    Cap. 20. Del aj, o pimienta de las Indias 122

    Cap. 21. Del pltano 123

    Cap. 22. Del cacao y de la coca 124

    Cap. 23. Del maguey y del tunal, y de la grana y del ail, y algodn 125

    Cap. 24. De los mameyes y guayabos y paltos 126

    Cap. 25. Del chicozapote y de las anonas, y de los capoles 127

    Cap. 26. De diversos gneros de frutales, y de los cocos y almendras de Andes, y almendras de Chachapoyas 128

    Cap. 27. De diversas flores y de algunos rboles que solamente dan flores, y cmo los indios las usan 129

    Cap. 28. Del blsamo 130

    Cap. 29. Del liquedmbar y otros aceites, y gomas y drogas que se traen de las Indias 131

    Cap. 30. De las grandes arboledas de Indias, y de los cedros y ceibas y otros rboles grandes 132

    Cap. 31. De las plantas y frutales que se han llevado de Espaa a las Indias 133

    Cap. 32. De uvas y vias, y olivas y moreras, y caas de azcar 134

    Cap. 33. De los ganados ovejuno y vacuno 135

    Cap. 34. De algunos animales de Europa que hallaron los espaoles en Indias, y cmo hayan pasado 136

    Cap. 35. De aves que hay de ac, y cmo pasaron all en Indias 137

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  • Cap. 36. Cmo sea posible haber en Indias animales que no hay en otra parte del mundo 138

    Cap. 37. De aves propias de Indias 139

    Cap. 38. De animales de monte 140

    Cap. 39. De los micos o monos de Indias 141

    Cap. 40. De las vicuas y tarugas del Pir 142

    Cap. 41. De los pacos y guanacos, y carneros del Pir 143

    Cap. 42. De las piedras bezaares 145

    HISTORIA MORAL DE LAS INDIAS 149

    Prlogo a los libros siguientes 151

    Libro Quinto 153

    Cap 1. Que la causa de la idolatra ha sido la soberbia y invidia del demonio1 153

    Cap. 2. De los gneros de idolatras que han usado los indios 154

    Cap. 3. Que en los indios hay algn conocimiento de Dios 155

    Cap. 4. Del primer gnero de idolatra, de cosas naturales y universales 156

    Cap. 5. De la idolatra que usaron los indios con cosas particulares 157

    Cap. 6. De otro gnero de idolatra, con los defuntos 159

    Cap. 7. De las supersticiones que usaban con los muertos 160

    Cap. 8. Del uso de mortuorios que tuvieron los mexicanos y otras naciones 161

    Cap. 9. Del cuarto y ltimo gnero de idolatra que usaron los indios, con imgines y estatuas, especialmente los mexicanos 163

    Cap. 10. De un extrao modo de idolatra que usaron los mexicanos 165

    Cap. 11. De cmo el demonio ha procurado asemejarse a Dios en el modo de sacrificios, y religin y sacramentos 167

    Cap. 12. De los templos que se han hallado en las Indias 167

    1 Resaltamos tipogrficamente ste y otros captulos de este libro, por creerlos interpolados por el propio autor, prevenido ante la posible intervencin inquisitorialpor tratar en lengua vernacular de temas idoltricos.

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  • Cap. 13. De los soberbios templos de Mxico 168

    Cap. 14. De los sacerdotes y oficios que hacan 169

    Cap. 15. De los monasterios de doncellas que invent el demonio para su servicio 170

    Cap. 16. De los monasterios de religiosos que tiene el demonio para su supersticin 171

    Cap. 17. De las penitencias y asperezas que han usado los indios, por persuasin del demonio 173

    Cap. 18. De los sacrificios que al demonio hacan los indios, y de qu cosas 175

    Cap. 19. De los sacrificios de hombres que hacan 176

    Cap. 20. De los sacrificios horribles de hombres que usaron los mexicanos 177

    Cap. 21. De otro gnero de sacrificios de hombres que usaban los mexicanos 181

    Cap. 22. Cmo ya los mismos indios estaban cansados y no podan sufrir las crueldades de sus dioses 182

    Cap. 23. Cmo el demonio ha procurado remedar los sacramentos de la santa Iglesia 183

    Cap. 24. De la manera con que el demonio procur, en Mxico, remedar la fiesta de Corpus Christi y comunin que usa la santa Iglesia 184

    Cap. 25. De la confesin y confesores que usaban los indios 185

    Cap. 26. De la uncin abominable que usaban los sacerdotes mexicanos y otras naciones, y de sus hechiceros 187

    Cap. 27. De otras ceremonias y ritos de los indios, a semejanza de los nuestros 190

    Cap. 28. De algunas fiestas que usaron los del Cuzco, y cmo el demonio quiso tambin imitar el misterio de la Santsima Trinidad 191

    Cap. 29. De la fiesta del jubileo que usaron los mexicanos 194

    Cap. 30. De la fiesta de los mercaderes que usaron los cholutecas 197

    Cap. 31. Qu provecho se ha de sacar de la relacin de las supersticiones de los indios 198

    Libro Sexto 203

    Cap. 1. Que es falsa la opinin de los que tienen a los indios por hombres faltos de entendimiento 203

    Cap. 2. Del modo de cmputo y calendario que usaban los mexicanos 204

    Cap. 3. Del modo de contar los aos y meses que usaron los ingas 205

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  • Cap. 4. Que ninguna nacin de indios se ha descubierto que use de letras 205

    Cap. 5. Del gnero de letras y libros que usan los chinos 206

    Cap. 6. De las universidades y estudios de la China 207

    Cap. 7. Del modo de letras y escritura que usaron los mexicanos 208

    Cap. 8. De los memoriales y cuentas que usaron los indios del Pir 209

    Cap. 9. Del orden que guardan en sus escrituras los indios 211

    Cap. 10. Cmo enviaban los indios sus mensajeros 211

    Cap. 11. Del gobierno y reyes que tuvieron 212

    Cap. 12. Del gobierno de los reyes ingas del Pir 212

    Cap. 13. De la distribucin que hacan los ingas de sus vasallos 213

    Cap. 14. De los edificios y orden de fbricas de los ingas 214

    Cap. 15. De la hacienda del Inga y orden de tributos que impuso a los indios 215

    Cap. 16. De los oficios que aprendan los indios 217

    Cap. 17. De las postas y chasquis que usaba el Inga 217

    Cap. 18. De las leyes y justicia y castigo que los ingas pusieron, y de sus matrimonios 218

    Cap. 19. Del origen de los ingas, seores del Pir, y de sus conquistas y victorias 219

    Cap. 20. Del primer Inga, y de sus sucesores 220

    Cap. 21. De Pachacuti Inga Yupangui, y lo que le sucedi hasta Guaynacpa 221

    Cap. 22. Del principal Inga llamado Guaynacpa 222

    Cap. 23. De los ltimos sucesores de los ingas 223

    Cap. 24. Del modo de repblica que tuvieron los mexicanos 223

    Cap. 25. De los diversos dictados y rdenes de los mexicanos 224

    Cap. 26. Del modo de pelear de los mexicanos, y de las rdenes militares que tenan 225

    Cap. 27. Del cuidado grande y polica que tenan los mexicanos en criar la juventud 226

    Cap. 28. De los bailes y fiestas de los indios 227

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  • Libro Sptimo 233

    Cap. 1. Que importa tener noticia de los hechos de los indios, mayormente de los mexicanos 233

    Cap. 2. De los antiguos moradores de la Nueva Espaa, y cmo vinieron a ella los nauatlcas 234

    Cap. 3. Cmo los seis linajes nauatlcas poblaron las tierras de Mxico 235

    Cap. 4. De la salida de los mexicanos, y camino y poblacin de Mechoacn 236

    Cap. 5. De lo que les sucedi en Malinalco, y en Tula y en Chapultepc 237

    Cap. 6. De la guerra que tuvieron con los de Culhuacn 238

    Cap. 7. De la fundacin de Mxico 239

    Cap. 8. Del motn de los de Tlatelllco, y del primer rey que eligieron los mexicanos 240

    Cap. 9. Del extrao tributo que pagaban los mexicanos a los de Azcapuzlco 243

    Cap. 10. Del segundo rey, y de lo que sucedi en su reinado. 244

    Cap. 11. Del tercero rey Chimalpopca, y de su cruel muerte y ocasin de la guerra que hicieron los mexicanos 245

    Cap. 12. Del cuarto rey Izcatl, y de la guerra contra los tepancas 246

    Cap. 13. De la batalla que dieron los mexicanos a los tepancas, y de la gran victoria que alcanzaron 248

    Cap. 14. De la guerra y victoria que tuvieron los mexicanos, de la ciudad de Cuyoacn 249

    Cap. 15. De la guerra y victoria que hubieron los mexicanos de los suchimilcos 251

    Cap. 16. Del quinto rey de Mxico, llamado Motezuma, primero deste nombre 252

    Cap. 17. Que Tlacaelll no quiso ser rey, y de la eleccin y sucesos de Tizocc 255

    Cap. 18. De la muerte de Tlacaelll y hazaas de Ajayaca, sptimo rey de Mxico 256

    Cap. 19. De los hechos de Autzol, octavo rey de Mxico 257

    Cap. 20. De la eleccin del gran Motezuma, ltimo rey de Mxico 258

    Cap. 21. Cmo orden Motezuma el servicio de su casa, y la guerra que hizo para coronarse 260

    Cap. 22. De las costumbres y grandeza de Motezuma 261

    Cap. 23. De los presagios y prodigios extraos que acaecieron en Mxico, antes de fenecerse su imperio 261

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  • Cap. 24. De la nueva que tuvo Motezuma de los espaoles que haban aportado a su tierra, y de la embajada que les envi 264

    Cap. 25. De la entrada de los espaoles en Mxico 266

    Cap. 26. De la muerte de Motezuma, y salida de los espaoles de Mxico 267

    Cap. 27. De algunos milagros que en las Indias ha obrado Dios en favor de la fe, sin mritos de los que los obraron 269

    Cap. 28 y ltimo. De la disposicin que la divina providencia orden en Indias para la entrada de la religin christiana en ellas 270

    Apndices 275

    Glosario de trminos usados por Acosta, y anotados a pie de pgina 277

    Diccionario de trminos no castellanos en Acosta (1590) 281

    Tabla de las cosas ms principales que se contienen en estos siete libros 295

    ndice de lminas 309

    Laminas a color 313

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  • XVII

    L A obra que se edita forma parte hace tiempo de mislibros de cabecera, al menos desde mis lecturasobligadas para la tesis doctoral (Madrid, 1975).Fue seleccionada como la ms adecuada para mi meditadaestrategia histrico-antropolgica de construir un pantenhispnico de hroes que amparase el nuevo desarrollo de ladisciplina en Espaa, al cual me haba asociado desde quetermin la licenciatura en Ciencias Polticas. Mi entoncesjoven director de tesis (1568-1573) D. Juan Prez de Tude-la, recientemente desaparecido de entre nosotros tras unalarga carrera de indagaciones textuales alrededor de diversasfiguras del americanismo temprano (Coln en primerlugar, Fernndez de Oviedo, Bartolom de las Casas, etc.),consider bueno complementar con un acercamiento esco-lar a la Antropologa mi temprano inters histrico-polticopor el venerado obispo de Chiapas hoy consagradocomo figura hispnica, pero por mucho tiempo tenido comopadre de la Leyenda negra. Me recomend matricularmeen el Centro Iberoamericano de Antropologa que dirigaClaudio Esteva, exilado espaol venido de Mxico con nue-vas ideas de la profesin y activo organizador institucional.ste me incorpor luego a su antiguo puesto de profesor deAntropologa Americana en la Complutense y a sus intere-ses histrico-antropolgicos, de modo que pronto elegcomo tema doctoral la presencia antropolgica en las cr-nicas tempranas de Indias.

    Tras un moroso repaso de las opiniones expresadas entodos los manuales e historias profesionales que pude hallar,constru un aparato argumental (todava en gran parte in-dito) para defender el valor antropolgico de esa literaturahispana, la crnica de Indias. sta se haba consagrado comofuente tradicional en la historiografa americanista, y luego

    tambin en el seno de la literatura de creacin como obrade amplia imaginacin y madre originaria de la posteriorgran literatura latino-americana. Tambin era tradicin dela comunidad antropolgica sobre todo de la norteame-ricana ubicar en algunas de estas obras el origen de laprofesin actual de la Antropologa, pero resultaba eviden-te que no era opinin dominante, ni tampoco se les habaaplicado en general a las crnicas de Indias una metodolo-ga rigurosa de anlisis histrico-antropolgico. Yo he con-tribuido, en la medida de mis fuerzas, a sustentar esta argu-mentacin historicista durante algunos aos (a travs decursos de doctorado y maestra, direccin de tesis doctora-les, conferencias y publicaciones varias), amparndome algoen el edificio institucional ofrecido por la Sociedad Espa-ola de Historia de las Ciencias, fundada poco despus determinar mi tesis doctoral, ya muy avanzados los aos 70.

    En esta empresa, la obra del P. Acosta se prestaba muybien para hacer de prueba slida, y casi cimiento, dada sufama de naturalista (daba nombre al instituto del CSICligado al Museo de Nacional de Ciencias Naturales). Anivel internacional incluso, su fama como recolector seriode noticias etnogrficas de Mxico y Per, as como deJapn y China, al mismo tiempo que su curiosidad por lasnovedades de la naturaleza del Nuevo Mundo frente alviejo mundo clsico, que conoca perfectamente desde sudominio temprano del latn, adecuado al programa jesui-ta, haba terminado produciendo una cita frecuente enalgunos manuales de historia de la antropologa, e inclusoen otros textos influyentes de historia del pensamiento his-pano-americano (Marcel Bataillon, Edmundo OGorman,John Elliott, Anthony Pagden, Rolena Adorno, etc.). Sinembargo, en este proceso de recuperacin intelectual y

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  • antropolgica, del que me aprovechaba para aplicarlo a miestrategia nacional, persista el defecto fundamental quedenunciaba ms insistentemente George W. Stocking, Jr.(devenido poco a poco el patrn de la historiografa antro-polgica profesional, primero norteamericana y luegomundial): el llamado por l presentismo historiogrfico.Yo tambin terminaba construyendo un personaje falso,ms a la medida de mis necesidades presentes que de las querealmente gobernaron la vida del autor: afortunadamente,mi afn de responder a la ms estricta correccin meto-dolgica, me fue haciendo cada vez ms incongruente miargumentacin. Tal vez fuera cierto, y de hecho fueronconmigo coincidiendo cada vez ms gente, que mi perso-naje haba destacado sobre otros en poner la primera pie-dra o una de ellas de la disciplina antropolgica; peroesa consagracin de precursor se lograba a costa de ofrecerun cuadro demasiado amaado del pasado, demasiadoparecido al presente.

    Efectivamente, las afirmaciones dignas de consenso queiban apareciendo en la comunidad cientfica respecto delautor se parecan cada vez menos a lo que ofreca el estudiodetallado de los textos, y del contexto real de ellos: unoshacan Acosta precursor de la teora evolucionista, touttourt, atribuyndole incluso un concepto de evolucin deespecies protodarwiniano (Emiliano Aguirre, Jos Alcina,Leandro Sequeiros); otros como Ronald Meek simplemen-te le acercaban a los orgenes de la teora de los cuatro esta-dios atravesados por la humanidad (recolectores, cazado-res, pastores y agricultores); algunos otros tambin lehacan patrono de la aviacin (sic, con dibujo de su figuraen aeropuertos) por su descripcin del soroche o mal demontaa; casi todos le atribuyen la autora de teoras yobservaciones modernas acerca del Nuevo Mundo, como lacorriente del Humboldt en la costa pacfica de hechoHumboldt se deshizo en elogios del autor por su concep-cin unificada de la fsica del globo, integrando plantas,animales y entorno fsico, e incluso hay un acuerdo casiabsoluto en que predijo el poblamiento originario de Am-rica por el estrecho de Behring (teora preferente de lacomunidad norteamericana que nos recobr Jos Alcina);algunos finalmente le atribuyen la elaboracin de la moder-na teologa de la liberacin (tesis doctoral de ErnestoCabassa, S. J.) o al contrario le hacen abanderado delgobierno imperial opuesto al P. las Casas (Vidal Abril,D. Brading, J. Lafaye, Gustavo Gutirrez).

    Todas estas aseveraciones se apoyan parcialmente enaspectos fiables y realmente presentes en el autor, pero prescin-diendo mucho del texto comentado o sacndolo casi total-mente de contexto, lo que me pareca un delito historiogrfico

    grave. Tal vez se piense que, teniendo en cuenta estas limita-ciones interpretativas, pueda yo conectar menos al autor conmi propio tiempo. Por el contrario, un estudio desapasiona-do de los textos descubre otro panorama, en parte ms humil-de y en parte ms impresionante, habida cuenta de las cir-cunstancias y dificultades diversas que debi superar elpersonaje real. Ms humilde, pero ms atenido a las coorde-nadas de su tiempo; y a la vez ms impresionante, porque esen esas circunstancias propias donde tiene sentido y verdade-ra trascendencia el mensaje textual. No tendra mrito algunoreal hacerle decir al autor otra cosa diferente de lo que dijo: ala larga, es un premio fugaz destinado al ridculo. En efecto,si sometemos el texto pasado a su contexto propio es comologramos valorar ms la originalidad de su respuesta y, ademstal vez, captar mejor nuestra evolucin respecto de ese prece-dente. En caso de que nuestro precursor predijera con preci-sin nuestros asertos actuales, aunque creyramos hallar unprecedente, simplemente ocurrira que no ha pasado el tiem-po suficiente entre nosotros; o peor an, que lo hemos con-vertido en un contemporneo falso. Como dira Herclito, nopasa por el ro la misma agua cada minuto: es decir, nuestrosprecursores no dijeron necesariamente las mismas cosas conlas mismas palabras, y nos conviene mucho descifrarlas bien siqueremos establecer un parentesco real con ellos.

    Esta sensibilidad textual y contextual es la que fui desa-rrollando, a medida que afirmaba mi actitud historicistahacia los textos antropolgicos del pasado, de la mano delmaestro Stocking. Hasta entonces no haba apreciado enmi dedicacin historiogrfica el mrito de las reediciones, ymucho menos de las ediciones crticas. Por ello no aprecia-ba la intermitente invitacin a la edicin de la obra deAcosta de parte de mi director Prez de Tudela, que nocomprenda bien que yo usase indiferentemente las versio-nes ajenas, del FCE (1940) o de la BAE (1954). Pero param solamente importaba el uso intelectual que pudiesehacer por m mismo de los textos en bruto, embebido comoestaba en usar al hroe Acosta en la tarea de construir unpasado antropolgico slido en Espaa (convirtindolo enevolucionista cultural temprano, funcionalista conscientede las interconexiones institucionales entre la economa y lareligin, comparatista perspicaz entre el pasado y el presen-te y entre varios modelos culturales presentes, etc.). A sa yotras metas presentistas sobre Acosta dediqu una doce-na larga de artculos a partir de 1978, y no alter mi pun-to de vista sobre el tema hasta que, a mediados de los 80,dirig tambin mi atencin a materiales antropolgicoshispanos posteriores, de los siglos XVIII, XIX y XX. Creaestar ofreciendo en cada caso cualquiera que fuese elsiglo o personaje estudiado un servicio valioso a mi

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  • comunidad gremial, para su identidad presente, sin darmecuenta que son las ediciones crticas y ubicadas en su tiem-po que enfatizan lo especfico de cada texto, excavando ensus secretos las que mejor construyen para sus herede-ros el verdadero control del pasado. Aunque sea paradjicoque esa inmersin progresiva en el pasado, que cada tiemporealiza, recurre cada vez a nuevos recursos. Lo mismo que losnovedosos programas informticos enriquecen sin cesar susversiones de uso (con nuevos recursos, textuales o visuales),el mundo de la lectura no deja de requerir tambin querenovemos nuestra trascripcin de textos con nuevos signosdiacrticos, nuevas precisiones lexicales y glosarios, nuevasnotas, etc., conduciendo todo ello a nuevas interpretacionesde los mismos textos pasados, que son las que permitenseguir considerando hoy con sentido ese pasado. Tradiciny Modernidad se daban la mano necesariamente.

    El escrpulo historicista que persisti en m, poralgn tiempo al respecto de que la modernizacin edito-rial conllevaba cierto presentismo historiogrfico, no desa-pareci del todo hasta tener un contacto directo con elmundo de los editores de textos del Siglo de Oro, en particu-lar con Ignacio Arellano. Ellos tenan claves que a m mefaltaban para resolver la distancia actual con esos textos.Cuando le las actas de los congresos por l convocados,1

    pude percibir que la modernizacin textual de los textospasados de su grafa, no de su fontica poda conlle-varse bien e incluso reforzarse mutuamente con lamejor comprensin hermenutica de los mismos, comen-zando yo as a resolver problemas insolubles hasta ahora enla edicin de Acosta.2 Es decir, que era posible obtener una

    buena certeza hermenutica en la lectura crtica de un autordel pasado, sin tener que conformarme con todas las defi-ciencias que tienen las ediciones anteriores, de las cuales hadependido muchas veces nuestra interpretacin presente.Hace falta simplemente una buena crtica textual y con-textual que nos permita trascender nuestras limitaciones,no conformndonos con proyectar nuestros esquemas alpasado, y para ello no hay otro camino que usar los recur-sos a disposicin de cualquier crtico: el minucioso cotejotextual entre diferentes versiones, la resolucin coherentede las contradicciones e incoherencias internas... Cuandologramos as establecer el texto actual que cabe atribuir aun autor del pasado no hay miedo a que las transformacio-nes formales requeridas falseen el resultado, por muchasmodificaciones que se introduzcan. En todo caso, si anquedan ocultos secretos hermenuticos que no percibimostodava, debemos sealarlos y dejarlos como tarea futura denuestros sucesores: solamente debemos resolver las anoma-las patentes a nuestra consciencia crtica alertada por la cr-tica normal, pero no podemos prever todo, debiendo entodo caso controlar que la impresin de cercana y contem-poraneidad no nos engae.

    As fue al cabo del tiempo, cuando tena casi aban-donada mi dedicacin al siglo de oro como la edicin dela obra de Acosta ha empezado a ocupar ya un espacio quenunca tuvo en mis proyectos de historiografa antropolgi-ca: justo cuando fue evidente que era imposible tomar deci-siones ciertas prescindiendo de la documentacin, aunquesta presentase incoherencias o precisamente por ello.He procurado proceder con toda la informacin de que dis-pona entonces a la mano para, al fin, confiar en compren-der todo sin dejar cabos sueltos, en lo que me parece seguirel consejo de Arellano (1991: 575):

    La ecdtica no puede separarse de la hermenutica, lo que

    significa que el editor est obligado a tomar, a veces incmo-

    damente, partido, y que una postura conservadora a ultranza

    en este terreno puede equivaler a veces a una inhibicin de

    poco valor crtico [...] toda enmienda de un texto exige com-

    prensin perfecta [...].

    Procederemos ahora, pues, a exponer una porcin sufi-ciente del contexto vital del autor para, a continuacin,detenernos en algunos pocos apartados de su obra querequieren alguna explicacin mayor. No es el momento dehacer una biografa independiente del autor editado, ni detratar por separado las diferentes facetas unidas en la obra:intentaremos solamente favorecer la lectura cmoda y con-trolada del texto editado haciendo ahora en la introduccin

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    Fermn del Pino-Daz ESTUDIO INTRODUCTORIO

    1 Ignacio ARELLANO y Jess CAEDO (Eds.), Crtica textual y anotacinfilolgica, Editorial Castalia (Madrid, 1991) en su Nueva Biblioteca deErudicin y Crtica, en especial su ensayo final Edicin crtica y anotacinfilolgica en textos del siglo de oro. Notas muy sueltas. Asist luego a doscongresos coordinados por l sobre textos latinoamericanos (Lima, 1997 yHarvard, 1999) e incluso coordin con l en Madrid un tercero sobreCrnicas de Indias, presenciando de cerca el proceso editorial en manos decrticos literarios, y de otros profesionales que editaban sus textos. Se publicen Iberoamericana, como los otros, bajo el ttulo de Lecturas y Ediciones deCrnicas de Indias, una propuesta interdisciplinaria. Madrid, 2004, 500 pp.,con una treintena de participaciones. En ellos haca mis propuestas paraeditar mejor al P. Acosta y otros autores andinos.

    2 Efectivamente, en este proceso de acomodacin presentista, se ha terminadopor imponer la opinin peregrina de que Acosta es, al mismo tiempo, unespritu moderno en lo que concierne a la historia natural y otro ms bienarcaico en su historia moral, especialmente en el apartado religioso; solucin deverdadero compromiso, aunque inestable, como si pudisemos conformarnoscon que fuese solamente tuerto de un ojo (tal vez los tuertos seamos nosotros).Todo esto ocurre por la importancia que se le concede al demonio en su libroreligioso (el n V), de lo cual hablaremos particularmente en este prlogo.Vase un ejemplo de ello en la obra de Fernando Cervantes, El diablo en elNuevo Mundo. El Impacto del diabolismo a travs de la colonizacin deHispanoamrica. Madrid, Ed. Herder, 1996 (original de 1994 en Yale Univ.Press).

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  • las mnimas advertencias necesarias, y contando para acla-raciones particulares con el amplio apartado de notas deque va acompaada esta edicin. Finalmente procederemosa exponer el criterio editorial seguido para facilitar el mane-jo general de la obra, que goza adems de ndices y glosa-rios oportunos. Hemos hecho, no obstante, un notableesfuerzo por no interrumpir al lector su lectura, llevando alfinal de cada libro nuestras observaciones slo pertinentesal contexto y dejando en la misma pgina las advertencias msimprescindibles, generalmente textuales, aparte las notasbibliogrficas del propio autor (que se marcan como notadel autor, para diferenciarlas de las mas).

    Biografa del autor3

    Nace en Medina del Campo (Valladolid) a comienzos deoctubre de 1540, hijo menor del comerciante AntonioAcosta y de Ana de Porres, de familia aparentemente acau-dalada y conversa, y muere en Salamanca el 15 febrero de1600, rector del colegio jesuita. En total, tiene tres herma-nas y cinco hermanos mayores, de los cuales cuatro ingresa-ron con l como jesuitas (Jernimo, Cristbal, Diego, Ber-nardino) y dos son religiosas (Mara y otra). Su hermanoDiego es uno de los jvenes brillantes enviados temprana-mente a Roma, Cristbal era el ms atrasado (muere pron-to, como hermano jesuita, no padre), Jernimo y Bernardi-no ocupan cargos de responsabilidad en Castilla y en NuevaEspaa respectivamente, y su hermana Mara es nombradaen 1592 abadesa perpetua del convento Jess Mara, deValladolid. Su propio padre fue un generoso patrn con losjesuitas, a quienes hace prstamos cuando ingresan sus hijosen la Compaa (1552-1556). El hermano que qued en lavida civil es militar de fama (en Italia, Pases Bajos y Ara-gn), a quien honra Felipe II a su muerte en 1595.

    Acosta ingres muy joven en la Compaa de Jess en1552 (10 septiembre) a la edad de 12 aos, junto con 2 her-manos mayores, pero enseguida hizo notar su progreso: suexcelente dominio del latn le permite a los 15 aos ser pro-fesor de latn de sus compaeros, redactar en esa lenguavarias de las cartas cuatrimestrales al P. General (San Igna-cio) desde su colegio de Medina del Campo, y componer

    varias comedias y autos bblicos en latn antes de los 17,para ser representados en das festivos por sus compaerosy alumnos (sobre la historia de Jos y la de Jeft). Antes depasar al grado siguiente de estudios (Filosofa), y de acuer-do al proceder jesuita, pasa de 1557 a 1559 por varios cole-gios de Castilla y Portugal enseando Humanidades y gra-mtica latina. Con ello tiene ocasin de conocer en Lisboay Coimbra a algunos misioneros que parten para la India,Japn o Brasil: nace entonces su proyecto personal de acti-vidad misional.

    De 1559 a 1567 residir largo tiempo en Alcal deHenares superando sin interrupcin los cursos de Filosofay de Teologa, con varios maestros de la Escuela de Sala-manca. Los catlogos jesuitas de Alcal hablan sistemtica-mente bien de sus estudios, pero advierten todava de susproblemas de salud (dolor de pecho). Sobre sus aficionespersonales de esta poca, declar en 1561 al P. JernimoNadal estar inclinado ms a Filosofa que a letras huma-nas, lo que puede ser significativo para entender sus inte-reses marcadamente tericos y generales dentro de la misio-nologa y de la etnografa americanas. Sacerdote en 1567,es destinado como profesor de teologa a los colegios jesui-tas de Ocaa y Plasencia: y todos hablan ya de sus mritossobresalientes en ensear, predicar y confesar. Por ello se lepropone en 1570 como profesor en el colegio jesuita roma-no, pero Acosta vuelve a pedir ser destinado a misionesamericanas (as lo dice en su Descargo o apologa al Papade 1593, como un rasgo digno de mrito).

    Tambin la nueva situacin jesuita en Per (enredadadesde los aos 40 en graves problemas morales, en relacincon las reformas pedidas por el P. Las Casas) demandabauna buena cabeza para afrontar difciles asuntos misionales.El nuevo virrey peruano Francisco de Toledo (antiguomiembro del squito imperial, como su amigo el generaljesuita) le solicita desde 1568 la activa colaboracin misio-nal de su orden, de ah que el P. Francisco de Borja digaque le enva con Acosta personas que tengan las cualidadesque para esa misin tan importante se requieren; y aunde los que ac nos hacen falta. Esta amplsima regin andi-na del Per era la provincia jesuita primeramente estableci-da en Amrica, desde 1568. A su llegada, haba ya cambia-do notablemente el panorama misional americano desde sudescubrimiento (1492 las Antillas, 1519 Nueva Espaa y1532 en Per), pues se haban acabado las conquistas y lasencomiendas perpetuas de indios tras varias crisis colonia-les que condujeron a las Leyes Nuevas de 1542 y a las gue-rras civiles del Per, nacidas contra su cumplimiento. Elrequerimiento nuevo de jesuitas (adems de los francisca-nos, dominicos, agustinos y mercedarios) formaba parte de

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    Fermn del Pino-Daz ESTUDIO INTRODUCTORIO

    3 Para una ampliacin biogrfica, debe verse la tesis doctoral del P. Lopetegui(1942), as como la del P. Burgaleta, la introduccin del P. Mateos a suedicin de Acosta y el artculo del autor, en el Diccionario biogrfico de laReal Academia de la Historia, 2007. An est por hacerse una biografaadecuada usando toda la correspondencia y documentacin conocida,aunque esta obra indiana est tambin llena de confidencias biogrficas, queprocuramos sealar en notas finales.

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  • este programa de reforma, que incluye en lugar preeminen-te nuevos colegios bajo el espritu de Trento (donde tam-bin hubo participacin notable de jesuitas, como Salme-rn y Lanez).

    Acosta llega a Lima el 28 de abril 1572 y permanecehasta mayo del 73 en la capital del virreinato (a pesar deresidir el virrey al sur del Per, visitando el interior del granpas) realizando su cometido previsto: predicando, dictan-do clases de teologa y realizando disputationes pblicasen el colegio jesuita, junto con sus dos compaeros de via-je. Los testimonios que nos quedan de estos primeros tiem-pos de Acosta son muy positivos, aunque escasos; al semes-tre de su llegada dice el P. Ziga, rector del colegio jesuitade Lima: aunque predicase tres veces al da, no se cansarande orle El los confiesa a todos y hace oficio de maestrode novicios.

    Finalmente viaja al sur andino de junio del 73 a octu-bre del 74, donde puede ver as de primera mano las ciuda-des indgenas de Cuzco (4 meses), Chuquisaca (Sucre, 2meses), y perodos menores en Chuquiabo (La Paz),Andahuaylas, etc., as como tambin las nuevas reduccionesde indios que est formando el virrey, y ya en funciona-miento progresivo las minas de Potos (que describir en sutratado misional de 1576)... En general, conocer por smismo en estos dos viajes primeros la complicada naturale-za peruana, que describe luego en sus obras: atraviesa lapuna andina a ms de 4.000 metros y sufre por ello elsoroche o mal de montaa, pero tambin debe salvar ahombros de indios o de bestias ros tumultuosos, como sonlos peruanos (que descienden en poco espacio de las altascumbres al mar), y puede conocer por s mismo antiguosmonumentos indianos (midiendo de largo el puente deDesaguadero y las ruinas de Tiahuanaco).

    En este viaje se encontrar sobre todo con el famosocorregidor de Sucre (Chuquisaca) Polo Ondegardo, paisa-no de Valladolid y su fuente principal para la etnografaperuano/boliviana, que morir poco despus (1575). Peroafortunadamente pueden ambos conversar abundantemen-te de su amplia experiencia en el gobierno de Cuzco y AltoPer, recibiendo copia de varios informes realizados (reli-giosos, socio-familiares y tributarios), que luego aprovecha-r. En realidad la obra de Polo se conocer durante muchotiempo a travs de las citas y resmenes de Acosta, directao indirectamente. En este primer viaje al interior conocertambin al virrey, que le acoge afectuosamente en Chuqui-saca e incluso le invita a acompaarle a su excursin al leja-no ro Pilcomayo, contra los temibles chiriguanos.

    Regresado a Lima, vuelve a sus ocupaciones de ctedray plpito, pero ahora adems es incorporado como asesor a

    la Inquisicin, desde septiembre del 75, en el juicio incoa-do al dominico Fr. Francisco de Cruz, que termina sus dasamericanos en la hoguera acusado de hereja y rebelinpoltica.4 En realidad su actuacin inquisitorial es mscomo telogo consultor que como juez inquisidor, pero susrelaciones familiares con la Inquisicin sern tiles a laCompaa, tanto en Per como luego en Espaa. En esetiempo el virrey persigue a varios jesuitas: Portillo, Fuentesy al propio visitador P. Plaza (que solamente en 1579 deja-r al propio Acosta libre de su vigilancia, al marchar aMxico). El virrey quiere ver a los jesuitas bien incorpora-dos en el sistema misional y colonial, lo que produce entreellos dos virrey y provincial jesuita una primera divi-sin de opiniones en 1576, que va a durar varios aos, coin-cidiendo casi exactamente con el provincialato de Acosta(1576-1581). ste coincide tambin totalmente con laausencia de superior eclesistico en el virreinato peruano(muerte del arzobispo Loaysa en 1576, y llegada deFr. Toribio de Mogrobejo en 1581), y mientras tanto esten manos del virrey todo el gobierno peruano, como auto-ridad omnmoda que quiere invadir ese mbito eclesial.

    En medio de todo ello tendr que desplegar Acosta unaenorme actuacin predicando, resolviendo casos de con-ciencia, dirigiendo el colegio jesuita de Lima (rector desdeel 1 sept. 75), y visitando cada ao (1576-7 y 1578-9) losdiversos enclaves, en su visita bianual de Provincial (msque cuatro hombres, dirn de su eficacia los informes de lacrnica jesuita annima del Per, en 1600).

    No deja por ello de producir material teolgico, espe-cialmente sobre cuestiones misionales: a este tema se dirigela primera congregacin provincial de 1576, convocada porAcosta y convertida en un pequeo congreso misional, basede su tratado misional de ese ao: la minuta de su libro,fruto en parte de estas reuniones (Lopetegui, 157). Las dis-cusiones y decisiones principales de esta congregacin pro-vincial convocada por Acosta preludian a su vez gran partedel prximo concilio limense de 1582/83. A nivel genrico,logra seleccionar para la Compaa un mtodo misionalpropio: no el comn de las doctrinas estables con un misio-nero aislado, sino otro de misiones peridicas, a combi-nar con el sistema de colegios y seminarios de indios nobles(Juli, Huarochiri o Cercado de Lima) o con el de Potos,que son residencias estacionales (ni parroquias ni colegios),donde asisten centenares de indgenas de comunidades

    XXI

    Fermn del Pino-Daz ESTUDIO INTRODUCTORIO

    4 Hay una edicin completa del proceso, con diversos estudios intro-ductorios de un equipo dirigido por Vidal Abril Castell (1992-1997),Francisco de la Cruz, Inquisicin, Actas I (1992), Actas II,1 (1996) y ActasII,2 (1997). Madrid, CSIC, Coleccin Corpus Hispanorum de Pace,vols. XXIX-XXXI.

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  • lejanas por una temporada de varios meses, y a quienes ellosatienden como lo hacen con la poblacin esclava, reclusa oen galeras, a quienes pueden atender desde sus colegios. Elnuevo centro estable de Juli (Chucuito, a orillas del lagoTiticaca), a que obliga el virrey, se acepta primeramenteslo a ttulo de ensayo provisional, para abrir camino luegoa otros sacerdotes; pero con condiciones especiales: aislan-do a la comunidad indgena de la repblica de los espao-les, y ensayando un gobierno autnomo que preludia elexperimento del Paraguay. La opinin posterior de Acostay de otros (Torres Rubio) es conservarlo ms tiempo comocampo de aprendizaje de lenguas y formacin de misione-ros que vayan a otras fronteras (Paraguay), abierta por algu-nos de sus discpulos directos o indirectos (Montoya,Torres Bollo, etc.). Hay un marcado inters en el indirectrule, o sea que los propios indgenas tomen el controlmisional: son muy interesantes a este respecto algunos cap-tulos de su HNMI, en especial su cap. 28 del libro VI.

    Para la fecha en que se envan las actas de la congrega-cin tiene listo tambin su tratado misional el P. Acosta, quededica al general P. Mercuriano (24 de febrero, 1577), don-de le explica lo que ha trabajado y aprendido sobre la salva-cin indiana, agradeciendo la ayuda externa de sus compa-eros de religin. Sin embargo (como argumenta Lopetegui,212) no se puede negar que, efectivamente, el autor convir-ti una informacin meramente local en algo ms valioso ygeneral. El proemio de su tratado misional de composi-cin tarda (1582), donde se expone la diversidad de mto-dos misionales en funcin de la diversidad cultural indge-na ha tenido mucha circulacin, incluso en los circuitosantropolgicos (traduccin especial de J. H. Rowe en 1964).

    De otra parte, la contribucin teolgico-pastoral deAcosta en Per no se agota en sus escritos, siendo obligadocompletarlos con su notable actuacin conciliar. El conci-lio III de Lima es famoso porque por excepcin susactas sern aprobadas civil y eclesisticamente con rapidezen menos de un decenio (1583-1591) y quedarnvigentes por ms de dos siglos, hasta casi la Independencia(segn Guillermo Durn, 1982 y Lopetegui, p. 503). Entodo ello puede considerarse clave la actuacin del P. Acos-ta, por todos reconocido como alma del III concilio, yaque no solamente fue el telogo ms activo en toda su dura-cin (15 agosto 1582-18 octubre 83) y predicador solemneen dos de las cinco sesiones pblicas, sino el redactor per-sonal de las actas (1583-4), el director de las publicacionesde los otros documentos conciliares publicados en Lima deinters misional en 1584-86 (doctrina cristiana, confesio-nario, catecismos, vocabulario y gramtica) y su defensorcontra los contrarios solicitantes en Madrid y Roma. E

    incluso tambin el coordinador de la edicin de las actascon aprobacin papal y real, solicitadas personalmente porl en Roma y Madrid (Madrid, 1590).

    En el concilio se debatieron muchas cuestiones urgentesque no hacen al caso (eclesiales, econmicas, sacramenta-les) pero nos importa decir que los principales instru-mentos oficiales de evangelizacin preparados se tradujeronal quechua y aymara, y que con ellos se publicaron exce-lentes documentos de inters etnogrfico (Polo de Onde-gardo, en particular). Creo que el prestigio misional querodeaba a los jesuitas cuando se celebra el III conciliolimense (recibiendo el encargo de imprimir los catecismosy doctrinas en su casa y eligiendo sus traductores, por exi-gencia de la Audiencia limea) tiene que ver con la expe-riencia exitosa de Juli: el propio Acosta sum un gran mri-to a su prestigio por apadrinar este ensayo misional en 1576presidiendo como provincial la 1 congregacin provincialjesuita, donde se ensayaron los mtodos de Juli (asumidospor el concilio) y se comenzaron a preparar los documentosmisionales luego aprobados por el concilio.

    Es verdad que los anteriores concilios limenses (1555 y1567) haban elaborado tambin sus catecismos, doctrinasy confesionarios, y fomentado la traduccin a las lenguaslocales; pero no se publicaron y, a veces, ni siquiera se con-servaron. Es decir, que la iniciativa jesuita tena especial ori-ginalidad por su empeo final en llevarlos a la prctica, bajola direccin de su provincial y telogo Acosta. Los trabajosde impresin durarn hasta el verano del 85, lo que impi-di al P. Acosta embarcar con la flota de regreso en marzodel 85, como se pensaba hacer. Por delegacin del arzobis-po, como portador de las actas, prepar Acosta la defensade los cnones aprobados por el concilio para responder alas reclamaciones del clero peruano en la corte de Madrid,y luego en Roma. stas son las palabras que deca Mogro-bejo de Acosta, en carta al papa:

    En cuanto al portador de las presentes [actas del concilio], hijo

    de V. S. y del mismo modo carsimo a Nosotros, el Padre Jos

    de Acosta, cuya doctrina e integridad tiene muy aprobada toda

    esta provincia nuestra, podr referir ms copiosamente a V.

    Beatitud tanto lo que toca al mencionado concilio como cua-

    lesquier otras cosas que sern oportunas a la salvacin de los

    nefitos, puesto que no solo asisti a todas las cosas sino que

    por experiencia y fe, digna de elogio en Cristo, produjo no poca

    utilidad a esta iglesia [Cajamarca, 1 enero 1586].

    Al trmino del concilio, se empea en crear un colegiodestinado a naturales y criollos (llamado San Martn enhonor del virrey Martn Enrquez, trasladado de Mxico a

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  • Per). Colegio que lograr en efecto aglutinar gran canti-dad de futuras personalidades, para el que luego va a lograren Madrid y Roma todo gnero de ayudas (becas, festividadlocal, etc.): esto coincide con su apoyo a la educacin de loshijos de caciques, ya defendida en Juli y en el conciliolimense.5 Acosta va a mostrar luego otra vez, annimamen-te, su apoyo personal al clero indiano ayudando a que serevoque en Madrid (verano del 88) la cdula real de 1578contra la ordenacin de mestizos: lo hace aprovechando susbuenas relaciones con el rey, y apoyando las tendenciasfavorables del papa (a quien lo haban rogado directamen-te en latn sus alumnos jesuitas de Cuzco, y tambin deotros lugares del Per unidos a los de Lima, que le entre-vistaron a l durante el concilio lmense).

    En cuanto al campo misional, el mrito principal deAcosta no fue como misionero de a pie (l mismo reconoceen cartas a sus compaeros su torpeza personal) sino comotelogo y teorizador, por lo que no tiene sentido tratar suregreso a Espaa a los 14 aos como una crisis de su voca-cin misional (como hacen algunos estudiosos jesuitas:Lopetegui, Mateos). Sus superiores le enviaron a Indias pararesolver conflictos morales y de jurisdiccin misional, y lue-go en los 80 le pidieron volver para librarles en Espaa de lapersecucin inquisitorial, y tambin para permitirle promo-ver en Roma y Madrid la aprobacin oficial de las actas con-ciliares. Sin contar por otro lado el agotamiento fsico de sucuerpo, de por s pesado, tras sus tres visitas de varios aos alos Andes (1573-1574, 1576-1577, 1578-1579): caso noinfrecuente para el corazn de otros ms fuertes, todava ennuestros das. Tambin se quejaba de la tensin espiritualdesarrollada en medio de una actividad imparable contra unvirrey tozudo y poderoso como Toledo por cerca de 6 aos,y una sociedad colonial llena de prejuicios e intereses.

    Pero, antes de llegar en Madrid para defender la obra delconcilio, Acosta residir casi un ao en Mxico donde tam-bin se haba celebrado en 1585 un tercer concilio mexicanocuyas actas consulta y compara con las limeas, y don-de reside su hermano Bernardino (rector del colegio deOaxaca, llegado en 1579). Como en Per, Acosta buscaentonces informarse de las novedades locales as como delas Indias Orientales, cuyas noticias venan a Espaa porMxico, y contina preparando sus obras a publicar enMadrid, en particular la Historia natural y moral de las Indias(Sevilla, 1590). En esta obra va a destacar especialmente

    aunque ya estaba sugerido en el proemio al tratadomisional de 1582 el doble modelo mexicano/peruanodonde aplicar mejor su mtodo misional apostlico, quesubstitua la fuerza por la conviccin y adaptacin (siendopara ello idneas las dos sociedades ms polticas o civili-zadas del Nuevo Mundo, como en Asia lo son China, laIndia y Japn).

    Mtodo jesuita basado en la tolerancia cultural respectode elementos laicos compatibles con la fe catlica, luegofamoso por sus radicales aplicaciones jesuitas en China (losritos chinos tolerados en la nueva fe por los jesuitasdurante todo el siglo XVII, e impugnados por franciscanos ydominicos). Puede seguirse su estancia en Mxico, enorme-mente fecunda, no solamente por la carta nua del 86y otras jesuitas conservadas, sino especialmente por susmuchas alusiones en la HNMI. Acosta toma noticias direc-tas de China a travs de su compaero de viaje a Espaa elP. Snchez y de los propios chinos tratados en Mxico; perosobre todo se relaciona localmente con otros jesuitas comoel P. Tovar su informante principal sobre Mxico,como lo fue Polo sobre Per para conocer las antigeda-des mexicanas de su boca, y a travs de un cdice nhuatlque llev consigo junto con un calendario indgena.6

    El enviado limeo lograr en Madrid el xito conciliarperseguido, y prosigue ms tarde su camino a Roma. Dehecho, se presenta en 1588 al Papa como enviado real parapresentar los papeles del concilio limeo: as lo confiesa orgu-llosamente ante el prepsito Acquaviva en 1592, en su segun-da visita (donde va de nuevo como enviado real, esta vez sinpermiso previo de su prepsito). Sospecha con razn Lope-tegui (505) que Acosta est detrs de la cdula real de2.XII.1587 al embajador espaol en Roma (conde Olivares)para favorecer el concilio, y de la carta al mismo embajador de28 de mayo 88 sobre que se aprueben los decretos del citadoconcilio, aun en la parte de que ha reclamado el clero delPer, por estar en conformidad con lo provedo (Arch. Emb.Esp. Roma, leg. 7, f. 270). Acosta logra ser escuchado enRoma con la misma eficacia que en Madrid, como se deducede su prlogo al tratado De Christo revelato, dedicado al secre-tario de estado pontificio Mor. Caraffa, y de la carta de Caraf-fa a Mogrobejo de octubre de 1588. La edicin de las actas delconcilio se hace inmediatamente en Madrid, en 1590.7

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    5 Porque ensendose llegarn no slo a ser buenos cristianos y ayudar alos suyos a que lo sean, sino tambin a ser aptos y suficientes para estudiosy para servir a la Iglesia, y aun a ser ministros de la palabra de Dios en sunacin. Cf. Lopetegui, 400.

    6 Cdice Tovar y calendario Tovar, ahora en la biblioteca norteamericana JohnCarter Brown, comprados de un archivo ingls en venta a fines del siglo XIX.

    7 Concilium Provinciale Limense celebratum in Civitate regum Typisexcusum atque ad Indos transmisum. Apud Petrum Madrigal, Anno MDXC(4, 88 hs + 13 sin numerar). La carta dedicatoria al presidente del Consejode Indias es de Acosta (S.I. theologus), y poco despus se emite la cdulareal de Felipe II de 18-IX-1591, ordenando su cumplimiento.

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  • A su nuevo regreso a Espaa va a desplegar Acosta otravez una actividad desbordante, de la cual nos vamos a ocu-par de pasada, centrndonos ms en sus obras de ciertointers etnogrfico. Aunque pertenece propiamente a otrolugar (un estudio global de su obra, dentro de su contextonacional e internacional propio), debe decirse brevementeque el P. Acosta logr la confianza amplia del rey, que lerecibi lo menos una docena de veces llamndole tambina la consulta de temas diferentes de gobierno peninsular(por ejemplo, para evangelizar a los moriscos del reino deValencia, Castelln y Alicante, ponindole a la cabeza deun gran equipo de 36 misioneros). El rey acepta en 1587 ladedicatoria directa de su tratado misional, as como la indi-recta de su obra histrica en 1588, a travs de su hija pre-dilecta Isabel Clara Eugenia futura gobernadora de losPases Bajos, propuesta como heredera del trono de Francia,y tierna corresponsal de su padre, como ahora se sabe.

    No merece la pena detenerse en un incidente poltico queamarg los das finales del autor, con relacin a su general elfamoso P. Claudio Acquaviva, separados ambos por unadiferente manera de proceder ante un conflicto interno de laorden (las protestas ante el rey contra el gobierno del nuevoprepsito, emitidas por un grupo de jesuitas espaoles des-contentos) que ambos queran resolver sin intromisin exter-na. Acosta logr que el rey delegase en la propia Compaasu solucin, y con el apoyo papal presion al prepsito a reu-nir la V Congregacin general de Roma (1593) donde final-mente se resolvi el problema autnomamente, como habaprevisto Acosta. Finalmente se retirara de la intensa vidapblica que le haba entretenido desde 1576 hasta entonces,centrando su atencin en la direccin de casa profesa enValladolid y del colegio de Salamanca, as como en los estu-dios escritursticos, hasta su muerte relativamente tempranaen febrero de 1600, antes de cumplir los 60.

    2. Bibliografa fundamental de Acosta

    Tal vez tenga ms inters ahora dedicar nuestra aten-cin al anlisis de su obra histrica aqu editada, aprove-chando su difusin inmediata en toda Europa (como vere-mos). El manifiesto xito nacional e internacional enversiones castellanas y europeas (en el siglo XX, particular-mente mexicanas) que se acercan al medio centenar de edi-ciones seguramente ms, si contamos los resmenes enlibros de viaje italianos, franceses, alemanes e ingleses legarantiza un puesto en cualquier biblioteca de importancia,antigua o moderna. No vamos a contar ahora la influenciaejercida sobre su tiempo y la posteridad (mucha de ella

    escondida en el anonimato de la imitacin de modas triun-fantes), pero las citas de su obra son frecuentes entre los his-toriadores de los siglos XVII y XVIII que se ocuparon de lasculturas americanas. Incluso en el siglo XIX alguno tanimportante como A. F. Bandelier asesor etnohistricodel famoso abogado de Rochester, L. H. Morgan, y profe-sor de lo mismo en el departamento de Antropologa crea-do por F. Boas en la Univ. de Columbia, a comienzos delsiglo XX aprendi castellano con su obra; y hoy mismosigue siendo un referente inexcusable en el ejrcito de cr-nicas de Indias, siendo en este momento posiblemente lams editada y conocida en castellano (BAE, FCE, Historia16, Fundacin Tavera, Virtual Cervantes, AECI, 3 facsmi-les 1590, 1792, 1894, etc.). Incluso en el gremio pro-fesional de la Etnohistoria, tanto andina como mexicana, suobra significa una variante digna de tenerse en cuenta, ade-ms de una obra bien escrita y llena de inteligencia.

    Acosta escribi otras obras pero quedaron inditas, hastamucho despus, o se perdieron: as ocurri con casi todas lasde inters humanstico como las comedias y autos bblicos,las poesas latinas y castellanas para sus alumnos, sus dilogosuniversitarios para disputationes, algunos informes oficia-les jesuitas y de la administracin espaola, algunos tomos desermones escritos a lo largo de su vida, la traduccin de laCiropedia de Jenofonte para el prncipe Felipe III o inclusouna Vida del hermano Lorenzo, recogida de viva voz enLima y publicada luego de su muerte. Se publicaron en vida,sin embargo, muchos de los sermones latinos preparadosy emitidos en Lima sobre el Apocalipsis y temas acerca delmensaje cristiano (De Cristo revelato y De temporibus novissi-mis, Roma, 1590), y otros preparados en Salamanca, al finalde su vida y ya retirado como director de la casa profesa jesui-ta (Conciones). Los dos ms importantes escritos suyos sonel tratado misional De procuranda Indorum salute (Salaman-ca, 1588/1589), y la Historia natural y moral de las Indias(Sevilla, 1590): ambos han tenido varias ediciones europeasprincipalmente francesas y alemanas y en ambos se sus-tentan ideas conexas acerca de las sociedades americanas suje-tas al proceso de evangelizacin cristiana.

    El tratado misional es resultado como se dijo de lacongregacin jesuita en Lima Cuzco de 1576, donde se abor-daron problemas derivados de la conquista espaola, de lacapacidad indgena para el evangelio, de la necesidad teolgi-ca de las misiones y de los sacramentos cristianos, y en gene-ral de los mtodos misionales a emplear por los catlicos enfuncin del nivel cultural de los evangelizados. Esta idea con-dicional, de sabor claramente antropolgico, se desarrollasobre todo en el proemio al lector, redactado poco despusy ms personalmente por el autor principal, el P. Acosta.

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  • Pero donde tal idea se defiende mejor, y est ms clara-mente relacionada con la mentalidad de su autor indivi-dual, es en la Historia. Se trata como se ver de unaobra formalmente bien escrita, en estilo claro y ameno, unade las pocas redactadas en castellano por su autor: mereciincluirse en el Diccionario de autoridades de la Real Acade-mia de la Lengua (Madrid, 1729a) y en uno de los prime-ros tomos de la nueva Biblioteca de Autores Espaoles,de Rivadeneyra (BAE, 73, 1954). No solamente es claro yaccesible su lenguaje, sino que el desarrollo de los temas seofrece con brevedad y orden interno, de modo que su lec-tura resulta agradable y siempre aleccionadora. Es proba-blemente la razn de su xito editorial permanente.

    Esta obra se divide en dos partes principales, como indi-ca el ttulo de historia natural y moral, cada una de ellascon varios libros: la llamada historia natural ocupa los 4primeros libros, de los cuales los dos primeros fueron pre-viamente publicados en latn junto con el tratado misional(De natura Novi Orbis libri duo). Esos dos primeros tratanen realidad de los fenmenos geogrficos ms llamativospara los europeos, en funcin de la ubicacin tropical de lamayor parte del Nuevo Mundo: que en el trpico llueve yhace fro, que ha sido poblada desde el exterior se debeconjeturar que por tierra y no por mar, que tanto elcielo como la tierra son diferentes en el hemisferio suraunque sometida a las mismas leyes generales, etc. En losotros dos libros de historia natural, se describen los fen-menos derivados de los llamados por Aristteles elementossimples (relacionados con aire, agua, tierra y fuego) ycompuestos (minerales, plantas y animales). En la prime-ra parte se ocupa de vientos, ros, lagunas y mares, orogra-fa y volcanes, y en la segunda de la historia natural ame-ricana, por orden de menor complejidad a mayor ydividiendo todas ellas en cosas viejas, nuevas e importadas.

    Propiamente a efectos etnogrficos, lo que importa deeste orden cuasi ecolgico es la justificacin naturalistaque ofrece para tratar las cosas propiamente humanas: dadoque el hombre est metido en la naturaleza y sta se puedesujetar a razn, tambin lo debe estar aqul, y de este mododeben explicarse razonablemente sus costumbres. Porotro lado, al igual que las cosas naturales proceden entre sen orden de complejidad y evolucin mayor, as puedenplantearse tambin las costumbres humanas y las institu-ciones sociales como adaptadas a diferentes niveles de com-plejidad cultural (Del Pino, 1978).

    Este orden temtico riguroso lleva a una continua com-paracin, que es el procedimiento empleado habitualmen-te en la historia moral, aunque se trate fundamentalmen-te de las culturas de Per y Mxico, muchas veces ofrecidas

    en forma paralela (Del Pino, 1979). De otra parte, al igualque en la historia natural importan todos los individuos dela cadena del ser metfora sumamente importante en lahistoria intelectual, como mostr Arthur Lovejoy, enla moral no le importan solo las cualidades de las socieda-des ms civilizadas sino como parte de un todo, como cul-minacin de la historia humana:

    [] como en las cosas naturales vemos que no slo de ani-

    males generosos, y de las plantas insignes y piedras preciosas,

    escriben los autores, sino tambin de animales bajos, y de yer-

    bas comunes, y de piedras y cosas muy ordinarias; porque all

    tambin hay propiedades dignas de consideracin (Libro VII,

    cap. 1, cursivas mas).

    Esto hace que su evolucionismo evidente no sea deltodo etnocntrico y prejuiciado contra los habitantes sinestado de Amrica, en lo cual preludia tanto el evolucio-nismo decimonnico o ilustrado como el comparatismofuncionalista (Del Pino, 1978). Lo que nos importa ms enesta obra de Acosta es la actitud propiamente antropolgi-ca del autor, al apostar por la defensa de la racionalidad ycreatividad cultural indgena, y en contra de los prejuicioseuropeos ante todo tipo de brbaros. Esta actitud es la quele lleva a comparar positivamente a los americanos con lospueblos clsicos del Mediterrneo, griegos y romanos, y deAsia (China y Japn) cuyas instituciones analiza compara-damente (Del Pino, 1982, 1985). A este respecto, es dignade mencin su sutil valoracin de las instituciones polticasy religiosas americanas, llegando incluso a tener en cuentala posibilidad de entender el canibalismo azteca como lacomunin eucarstica cristiana, en base a esta comparativi-dad de costumbres extraas de uno y otro lado de la huma-nidad (Del Pino, 1992). En base a ello, cabe excusar algu-nas de las insistencias en el papel negativo del demonio que,por necesidades inquisitoriales, se vio Acosta obligado aintroducir (Del Pino, 2002b).

    Esta visin de la obra, tal vez un poco comprimida yciertamente enftica en sus logros positivos, reclama algu-nas explicaciones de sus otros aspectos menos bien ilumi-nados, de lo que nos ocupamos a continuacin.

    3. Insistencias e incoherencias textuales en la obra

    Merece la pena sealar algunas cualidades de la obra, yde su contexto histrico, que ayuden a explicar las presenciasreiteradas de algunos elementos, en particular los nfasis delautor. Algunos de stos son voluntarios y otros forzados:

    XXV

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  • como se ver, tiene inters para m hacer esta distincinpara tratar de algunas cosas reiteradas por el autor, y sobrelas cuales se ha puesto mucha atencin, no siempre muyacertada. Prefiero abordar en mi anlisis las insistencias delautor, ms que las ausencias: no quiero profundizar comoalgn otro editor contemporneo de Acosta en las ausenciasde la obra,8 aprovechando nuestro nicho histrico posteriorcomo enanos que miramos por encima del hombro, delgigante que nos transporta para notar olvidos o defectos:porque adems de ser infantil, este procedimiento olvidaque las ausencias no son debidas generalmente al autor nison necesariamente su responsabilidad. Y, en todo caso, lasque lo son nunca son seguras de explicar: cmo podemossaber cules son silencios voluntarios y cules son olvi-dos insuperables? En la bsqueda nuestra de lo ausente yminusvalorado en las obras pasadas que editamos puedeocurrir luego, a cambio, que no veamos bien las presenciasy nfasis del autor, nico sentido que tiene editarlas; comodeca el poeta-filsofo indio Rabindranagh Tagore que lepasa al que llora porque el sol se pone, que no tiene la mejordisposicin para gozar del espectculo estelar y lunar.

    En este tratamiento nuestro preferente sobre los nfasisy presencias en la obra, seguramente, dejaremos algunascosas por tratar. Tampoco se nos puede pedir a nosotros loseditores que tratemos previamente de cada cosa contenidaen esta obra: ni sabemos nunca todo lo que contiene ni, delo que sabemos, podemos tratar cada cosa con la mismaautoridad. Por otro lado, una introduccin no debe aspirara ser una monografa independiente sino meramente unprlogo a su lectura, y un prlogo debe ser sincero y sobriosi se quiere dejar a solas al lector con el autor. La mejor edi-cin, a mi entender, es la que logra colocar al lector a solascon el autor, dejando que se entiendan entre ellos. Para locual debe el lector poder situarse en el mismo horizontedel autor, fundirse con l como nos invitaba Hans-George Gadamer en su famosa obra:9 es decir, ambos

    deben ver las cosas del mismo modo, como se hace nor-malmente entre dos seres contemporneos y de la mismacultura.

    Para que el lector hable directamente con el autor delpasado, esto es para acercar a nivel formal el pasado al pre-sente, eso puede requerir ciertas transformaciones del textooriginario. A nivel de contenido, tambin significa que ellector debe compartir algunas claves del autor, es decir,acercar el presente al pasado. Ojal pudiera yo dar con laclave general en que est escrita toda la obra (como se dirade una partitura musical, imprescindible para ajustarse altono de la obra, sintonizndolo), pero al menos me estpermitido conocer algunas de ellas: esas claves pasadas yconcretas, sin nimo de exhaustividad, son las que quierocomunicar en estas pginas iniciales al lector tras haberexpuesto someramente su biografa, prefiriendo las que elpropio autor nos indica con sus nfasis y reiteraciones.Estoy pensando en cosas como las siguientes:

    a) Su afn de novedad, a pesar de que se trata de unaobra ya antigua.

    b) Su afn de ser credo, aportando siempre que puedesu testimonio personal, el testimonio directo de unobservador, la prueba de su nombre genuino (si sonaborgenes), as como el texto cannico pasado (sacroo clsico) que revalida su interpretacin.

    c) Su sabor general de buena imagen incluso apolo-gtica respecto del Nuevo Mundo, sus produccio-nes y sobre todo sus sociedades.

    d) Su fe misionera y sus estrategias poltico-religiosas,campo donde creo tenemos ms dificultad de enten-derlo, porque todo indica que se vio obligado a disi-mular algunas de sus propuestas.

    a) Novedad, sencillez, orden y amenidad: sus marcas de autor

    Es un hecho que se trata de una crnica tarda, escrita afinales de siglo, cuya experiencia indiana corresponde clara-mente a una segunda o tercera generacin de indianos. Yase han escrito cuando l nace en 1540, y cuando iniciasus estudios en 1553 varias de las crnicas de Indiasimportantes, incluso peruanas (Jerez, Estete, Mena, Ovie-do, Zrate, Cieza, Gmara, etc.) y l se refiere incluso avarias de ellas (Zrate, Sarmiento, Corts, Cabeza de Vaca,Monardes..., sin contar infinidad de informes manuscri-tos). Su propia obra es respuesta a los intereses de una socie-dad europea ya asentada y acostumbrada a las novedades deIndias, que quiere ahora informes minuciosos y enva alterreno cuestionarios, e incluso visitantes expertos y bien

    XXVI

    Fermn del Pino-Daz ESTUDIO INTRODUCTORIO

    8 Cfr. la introduccin y largusimo comentario de W. Mignolo a Natural andMoral History of the Indies, by Jos de Acosta. Edited by Jane E. Mangan,Durham and London, Duke University Press, 2002. Mi resea, en ColonialLatin American Review, 2006, December. Mignolo sostiene hace tiempouna equvoca batalla contra el padre Acosta, y se ha lanzado al galopenumerosas veces contra los molinos de viento del Renacimiento y la letraescrita (como si fueran descomunales gigantes enemigos de la cultura oralamericana), pero tal vez debi evitar comportarse con un indefenso autor delpasado a quien se le encarg editar- como dice y sostiene se comportaronlos cronistas incluidos Acosta y Sahagn- con los indefensos indgenas,dejndolos nepantla, en el limbo cultural. La crtica post-colonial no debieraamparar el colonialismo hermenutico sobre el pasado: los delitos histricosajenos podemos denunciarlos, pero podemos quedar desautorizados sicometemos otros en nuestro trabajo literario.

    9 Verdad y Mtodo I. Fundamentos de una hermenutica filosfica, EdicionesSgueme, Salamanca, 1977.

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  • informados: Acosta cita admirado al mdico anciano Fran-cisco Hernndez que viaja a Mxico en el ao 1571, casi almismo tiempo que l, pero que regres antes de un decenioy muere al poco tiempo. Acosta alude igualmente a los tra-bajos peruanos de la generacin anterior de Polo y Sar-miento realizados a peticin del virrey Toledo, o a los delP. Tovar en N. Espaa, a peticin del virrey Enrquez: conambos tuvo que ver estrechamente Acosta en Per, y ter-minar beneficindose de sus indagaciones. Sin contar unabuena porcin de minuciosos informes nuticos, mineros,etc. que va sealando oportunamente.

    En cierto sentido, su obra se corresponde perfectamentecon el papel representado por su orden jesuita, que llega tar-de a la conquista espiritual del Vicariato hispano-americano,pero que no pierde el tiempo y en pocos aos tiene reunidauna amplia informacin de primera mano (en el campo lin-gstico, en el misional, en el de la etnografa, va cartasanuas...), de modo que pronto se convierte en protagonistade primera lnea. Es decir, a nivel misional los jesuitas llegantarde, pero introducen innovaciones considerables. Dadassus reglas institucionales, que vigilan mucho la solidaridadcorporativa interna, los jesuitas no quieren aceptar doctri-nas de indios que les aslen por largas temporadas de sucomunidad: como hemos explicado en la biografa de Acos-ta, prefieren tener doctrinas de indios cerca de sus colegiosdesde donde se desplazan intermitentemente.

    Por otro lado son religiosos especiales, dedicados enparticular a la enseanza, en cuyos colegios aspiran a entrarlos nios de todas las clases sociales, pero especialmente loshijos de la nobleza local (tanto espaola como indgena).Esta situacin les pone en contacto con el campo de losestudios, y da lugar a unos escritores de Indias muy bienformados: tienen fama sus informes de estar bien escritos yordenados, e incluso la llamada letra jesuita en la docu-mentacin administrativa es una letra clara y generalmentecursiva, como es el caso notable de Acosta [ver lmina 1 deletra de Tovar a Acosta, en pg. LVI].

    Por lo que respecta a su valoracin antropolgica comotal comunidad de estudios, al menos en la Amrica del Sur,ya lo declar oportunamente y con algn nfasis un granexperto mientras reuna los materiales para el famosoHandbook of South American Indians, de la SmithsonianInstitution:

    Solamente a fines del siglo XIX habr obras que puedan ser

    comparadas en valor con las descripciones de costumbres nati-

    vas e instituciones escritas por los jesuitas, durante los doscien-

    tos aos que dur su conquista espiritual del continente. De no

    haber sido por la inteligente curiosidad y el espritu cientfico

    de tantos misioneros jesuitas, nuestro conocimiento de los

    indios sudamericanos habra sido ms magro y superficial...

    Quienquiera que haya manejado las fuentes sobre Sudamrica

    de los siglos XVII y XVIII no puede evitar ser tocado por las cua-

    lidades literarias que caracterizan los documentos jesuitas. La

    mayora de ellos estn escritos en un lenguaje elegante y claro,

    y raramente sufren de las oscuridades de estilo que estropean

    tan frecuentemente otras fuentes. Tambin echaron los jesuitas

    los fundamentos de los estudios lingsticos en Amrica del

    Sur.10

    Lo que nos importa ahora es su lado discursivo, msque su lado literario, aunque reconocemos que este mritono puede despreciarse en algunos pasajes de la Historia, porejemplo los retomados de la historia de vida y milagrosdel Hermano Lorenzo (Ver libro IV, a partir del cap. 30).Es decir, que el autor (como letrado, con suficiente forma-cin latina y filosfica) pretende seducir al lector cultoeuropeo y al gran pblico, al mismo tiempo. Por eso pro-cura ofrecer una obra que pueda ser llamada nueva sino por su fecha por su contenido filosfico, cientfico,que incluye aspectos naturalistas como no poda pormenos en su tiempo, aunque se tratase del prlogo a sutratado misional. Aqu hay que citar sus propias palabras alcomienzo del libro (en el Proemio al lector), sealando suorgullo de autor novedoso:

    Del Nuevo Mundo e Indias Occidentales han escrito

    muchos autores diversos libros y relaciones en que dan noti-

    cia de las cosas nuevas y extraas que en aquellas partes se ha

    descubierto, y de los hechos y sucesos de los espaoles que las

    han conquistado y poblado. Mas hasta agora no he visto

    autor que trate de declarar las causas y razn de tales nove-

    dades y extraezas de naturaleza, ni que haga discurso e

    inquisicin en esta parte; ni tampoco he topado libro cuyo

    argumento sea los hechos e historia de los mismos indios,

    antiguos y naturales habitadores del nuevo orbe. [] Y los

    que han escrito de Indias Occidentales no han hecho profe-

    sin de tanta filosofa, ni an los ms dellos han hecho adver-

    tencia en tales cosas... Tratar los hechos e historia propia de

    los indios requera mucho trato y muy intrnseco con los

    mismos indios, del cual carecieron los ms que han escrito de

    Indias: o por no saber su lengua o por no curar de saber sus

    antigedades. As, se contentaron con relatar algunas de

    sus cosas superficiales.

    XXVII

    Fermn del Pino-Daz ESTUDIO INTRODUCTORIO

    10 Alfred Metraux The contribution of the Jesuits to the Exploration andAnthopology of South America, Mid-America. An Historical Review (LoyolaUniversity, Chicago), July, 1944, 183-191, passim, traduccin nuestra.

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  • Esta pretensin de novedad es comn en la literaturaindiana, pero cada uno la ofreca a su modo: como se ve, lanovedad que ofrece nuestro autor no reside tanto en lascosas mismas que ofrece como en la manera de ofrecerlas,mezclando lo natural y lo moral como materias de indaga-cin, y ofrecindolas con todo tipo de comprobaciones yrazonamientos de estilo filosfico (en sus propias pala-bras). Es evidente para cualquier lector su familiaridad conla historia natural clsica, que le permite comparar el Nue-vo con el Viejo Mundo, y darse cuenta de sus verdaderasnovedades. Tal vez por ello, llame menos la atencin sunovedad por lo que respecta a la etnografa sobre las cultu-ras americanas, lo que l define como historia moral:nombre original pero antiguo de origen aristotlicoporque stricto sensu no se trata para nada de historiografa,sino de historia de las costumbres americanas. En reali-dad su componente histrico es slo del lado indgena, nodel lado espaol, como precisa el autor varias veces (VI, 23,VII, 22 y 25). As, por ejemplo, cuando trata de la historiaantigua de Mxico y llega a tocar la conquista espaola, seinterrumpe al final para decir:

    No pretendo tratar los hechos de los espaoles que ganaron

    a la Nueva Espaa, ni los sucesos extraos que tuvieron [...].

    Slo, para cumplir con mi intento, resta decir lo que los

    indios refieren de este caso, que no anda en letras espaolas

    hasta el presente (libro VII, cap. 25, subrayados mos).

    No es una obra histrica, pues, sino naturalista y etno-grfica. O, si se quiere usar sus trminos, filosfica, comotambin lo reconocieron la mayor parte de sus seguidorescontemporneos, y despus los ilustrados. En su poca tam-bin Dvila Padilla la llam as, Filosofa natural y moral,por un lapsus de ttulo que creemos significativo, no meroerror .11 Y posteriormente el importante coleccionista Oba-diah Rich afirmar, Acosta is one of the earliest writers,who has treated philosophically of America and its produc-tions.12 Tal vez no merezca la pena profundizar ms ahoraen un tema que nos llevara demasiado lejos, por referirseno solamente a la organizacin de conocimientos del tiem-po de Acosta sino de la posteridad, pero no dejar de decirque justamente esa dosis filosfica es lo que creyeron las

    historias ilustradas aadir a las anteriores relaciones deIndias espaolas, llamndole nuevo arte de leer.13

    Lo curioso es que una obra que se quera selecta y filo-sfica lograse ser tambin una obra de gran xito, precisa-mente accesible al pblico medio (no al popular, segura-mente). Tal vez se deba tambin a otras cualidades de laobra, como su vocabulario sencillo e incluso ameno, su cla-ridad de expresin, y sobre todo su orden temtico y dis-cursivo. En general hay en todo lo que trata un gran orden,casi sistemtico, y este orden conlleva normalmente breve-dad y no muchas digresiones. Sin embargo de la brevedad,el orden temtico sostenido a la largo de la obra le produceal lector la impresin de exhaustividad y fiabilidad, lo cualpuede parecer una cosa paradjica: que sea tan breve en sudesarrollo particular de cada cosa y, sin embargo, d laimpresin de exhaustividad. Hay un juicio de su traductorfrancs, que creo ha tenido una cierta repercusin posterior,aunque slo fuera porque en francs es donde se hicieronms traducciones incluso ediciones durante los siglosXVI-XVII, llegando a repetirse dos en el siglo XX. Justamentela define as en la dedicatoria al rey Enrique IV:

    [traducimos] una joya tan rica y una historia tan agradable,

    que el autor ha compuesto mayormente sobre el terreno y a la

    luz de sus observaciones personales, con tal orden y brevedad

    que con buena razn puede llamrsele el Herdoto y el Plinio

    de este mundo nuevo descubierto.14

    Su positiva opinin fue recogida por el benedictino Fei-jo, comentarista tan atento a la literatura francesa, en sudiscurso XIV de las Glorias de Espaa: se le pudiera llamarcon propiedad el Plinio del Nuevo Mundo. En ciertomodo, ms hizo que Plinio [por su originalidad y] eltiento en creer, y circunspeccin en escribir, que falt alromano. Esta opinin de Regnault y Feijo es recogidaliteralmente tambin por el ilustrado prologuista annimode la edicin castellana de 1792, que la encomia en su esti-lo filosfico: explicndonos menudamente, con el ordenque peda la materia, con diccin pura y propia, estilo claro

    XXVIII

    Fermn del Pino-Daz ESTUDIO INTRODUCTORIO

    11 Historia de la Fundacin y discurso de la provincia de Santiago de Mxico,1596, p. 814. Es un prrafo que ha solido citarse varias veces para acusar aAcosta de usar los materiales ajenos del P. Durn, como seala el dominicosin percibir su novedad verdadera; o tal vez llevado de la rivalidad entrerdenes religiosas vecinas.

    12 La biblioteca John Carter Brown Library ha puesto esta calificacin de Richen la hoja enfrente de la portada, de su ejemplar de la prncipe castellana.

    13 Cf. Jorge CAIZARES-ESGUERRA: Spanish America in Eighteenth-Century European travel Compilations: A New Art of Reading and theTransition to Modernity. Journal of early modern History, 2 (4) 1998: 329-249.

    14 un si riche ioyau, et un si gentille histoire, que lAuteur a composee, la plusgrand parte, a veue doeil, et sur les mesmes lieux, dun tel ordre etbrievet, quavec bonne raison il peut estre appell lHerodote et le Pline dece monde nouvellement descouvert (Histoire naturelle et moralle de Indes,tant orientalles quOccidentalles... Compose en castillan...& traduite... parRobert Regnault... Derniere edition, reveu & corrige de nouveau. Paris:M. Orry, 1598). Las siguientes ediciones francesas son de 1600, 1606,1616, 1617; y en el siglo XX, 1979 y 1989.

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  • y elegante, y un candor y sencillez gustosa y dignamenteloable en el modo de narrar y discurrir (Prlogo del editor,s./p.). El propio Menndez Pelayo alrgico a los gustosilustrados destacaba estas cualidades en su informe a laAcademia, entre todas las crnicas de Indias, cuando reco-mendaba la edicin del siglo XIX:

    su libro, considerado como composicin literaria y como

    tipo muy original entre nuestras historias de Indias, a todas

    puede considerarse como necesario prembulo El libro del

    P. Acosta, que con sencilla ordenacin y mtodo lcido inclu-

    ye tantas curiosidades, ya del reino natural ya de la cultura

    americana que precedi al descubrimiento, puede considerar-

    se como un aparato preliminar a ella, y en tal concepto nin-

    guno de los publicados antes de fines del siglo XVI, y quizs

    ninguno de los que despus se imprimieron en nuestra lengua

    puede substituirle, as por el inters constante de la exposicin

    y elucidado de evitar cosas superfluas como por la castiza lim-

    pieza de estilo y la sencillez con que su autor narra las cosas

    ms extraordinarias.15

    b. La voluntad de ser credo. Entre la experiencia propia y la autoridad antigua

    Siempre que puede, el autor ofrece su testimonio perso-nal, el testimonio directo de un observador de primera lnea(compose la plus grand parte a veue doeil, como desta-caba el primer traductor francs), o da incluso la prueba deconocer su nombre genuino (averiguando si se