Immanuel Wallerstein, Universalismo Europeo El discurso del poder pdf

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Los encabezados de los periódicos en todo el mundo están plagados de términos familiares: al- Qaeda, Iraq, Kosovo, Ruanda, gulag, globalización y terrorismo, que evocan imágenes instantáneas en los lectores; a estas imágenes les han dado forma para nosotros nuestros líderes políticos y los comentadores de la escena mundial. Para muchos el mundo de hoy es una lucha entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal. Y todos deseamos estar en el lado del bien. Aunque no estemos de acuerdo con la conveniencia de ciertas políticas para combatir el mal, tendemos a aceptar sin dudarlo que es nuestro deber combatir el mal, y con frecuencia no tenemos muchas dudas respecto a quién o qué encarna el mal.El discurso de los líderes del mundo paneuro- peo —en especial, aunque no solamente, Estados Unidos y la Gran Bretaña— y de los principales medios y de los intelectuales del establishment está lleno de llamados al universalismo como justificación fundamental de sus políticas. Y sobre todo cuando hablan de sus políticas que se relacionan con los “otros”: los países del mundo no europeo, las poblaciones de las naciones más pobres y “menos desarrolladas”. El tono suele ser de superioridad, intimidatorio y arrogante, pero las políticas se presentan siempre como si reflejaran valores y verdades universales.

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  • I M M A N U E L W A L L E R S T E I N

    universalismoeuropeo

    EL D I S C U R S O DE L P O D E R

  • t r a d u c c i n d e JOSEFINA ANAYA

  • UNIVERSALISMO EUROPEO El discurso del poder

    porIMMANUEL WALLERSTEIN

    S I G L O

    3 a

  • i

  • sociologay

    poltica

  • SIGLO

    y% EspaaMxicoArgentina

    Todos los derechos reservados. Prohibida la reproduccin total o parcial de esta obra por cualquier procedimiento (ya sea grfico, electrnico, ptico, qumico, mecnico, fotocopia, etc.) y el almacenamiento o transmisin de sus contenidos en soportes magnticos, sonoros, visuales o de cualquier otro tipo sin permiso del editor.

    Esta edicin de Siglo XXI de Espaa Editores, S.A, ha sido realizada con la autorizacin de Siglo Veintiuno Editores S.A. de C.V.

    Primera edicin en Mxico, agosto de 2007 SIGLO XXI EDITORES, S.A.Avda. Cerro del Agua, 248. 04310 Mxico, D.F.

    Primera edicin en Espaa, septiembre de 2007 SIGLO XXI DE ESPAA EDITORES, S.A.Menndez Pidal, 3 bis. 28036 Madrid www.sigloxxieditores.comPrimera edicin en ingls, 2006 The New Press, Nueva CorkTtulo original: E urop ean U niversa lism . The R h e to r ic o f P ow e r

    DERECHOS RESERVADOS CONFORME A LA LEY Impreso y hecho en Espaa P r in ted a n d m a d e in Spain

    ISBN: 978-84-323-1299-1Depsito legal: SE-4534-2007 Unin Europea

    Impresin: Publidisa

  • P a ra A n o u a r A bdel-M a lek q u e s e h a p a s a d o la v id a

    t r a ta n d o d e p r o m o v e r u n u n i v e r s a l i s m o m s u n i v e r s a l

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  • AGRADECIMIENTOS

    En noviembre de 2004 recib una invitacin de St. Johns College, de la Universidad de Columbia Britnica, para ser su primer Ponente Distinguido en Perspectiva del Mundo. Me pidieron que diera una serie de tres conferencias. Este texto es la versin revisada de dichas conferencias, ms un cuarto captulo en el que saco las conclusiones generales de mi argumento. Estoy sumamente agradecido con el director de St. Johns, el profesor Timothy Brook, por haberme invitado a hablar en la escuela, as como por las reacciones sensibles y tiles de los asistentes a las conferencias.

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  • INTRODUCCINLA POLTICA DEL UNIVERSALISMO H O Y

    Los encabezados de los peridicos en todo el mundo estn plagados de trminos familiares: al- Qaeda, Iraq, Kosovo, Ruanda, gulag, globalizacin y terrorismo, que evocan imgenes instantneas en los lectores; a estas imgenes les han dado forma para nosotros nuestros lderes polticos y los comentadores de la escena mundial. Para muchos el mundo de hoy es una lucha entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal. Y todos deseamos estar en el lado del bien. Aunque no estemos de acuerdo con la conveniencia de ciertas polticas para combatir el mal, tendemos a aceptar sin dudarlo que es nuestro deber combatir el mal, y con frecuencia no tenemos muchas dudas respecto a quin o qu encarna el mal.

    El discurso de los lderes del mundo paneuro- peo en especial, aunque no solamente, Estados Unidos y la Gran Bretaa y de los principales medios y de los intelectuales del e s ta b l i s h m en t est lleno de llamados al universalismo como justificacin fundamental de sus polticas. Y sobre todo cuando hablan de sus polticas que se relacionan con los otros: los pases del mundo no europeo, las poblaciones de las naciones ms pobres y menos desarrolladas. El tono suele ser de superioridad, intimidatorio y arrogante, pero las polticas se presentan siempre como si reflejaran valores y verdades universales.

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    Existen tres principales modalidades de este llamado al universalismo. La primera es el argumento de que las polticas que practican los lderes del mundo paneuropeo son en defensa de los derechos humanos y para impulsar algo a lo que se da el nombre de democracia. La segunda forma parte de la jerga del choque de civilizaciones, donde se asume siempre que la civilizacin occidental es superior a otras civilizaciones porque es la nica que ha logrado basarse en esos valores y verdades universales. Y la tercera es la defensa de las verdades cientficas del mercado, el concepto de que no hay ms alternativa para los gobiernos que aceptar las leyes de la economa neoliberal y actuar con base en ellas.

    Basta leer cualquier declaracin de George W. Bush o de Tony Blair de los ltimos aos (y por cierto de cualquiera de sus predecesores), o de cualquiera de sus mltiples aclitos, para encontrar la constante reiteracin de estos tres elementos. Sin embargo, no se trata de temas nuevos. Como tratar de demostrar en este libro, son temas muy antiguos, que han constituido el discurso bsico de los poderosos a lo largo de la historia del moderno sistema-mundo, cuando menos desde el siglo xvi. Este discurso tiene su historia. Y la oposicin a este discurso tambin tiene su historia. En ltima instancia, el debate siempre ha girado en torno al significado de universalismo. Tratar de mostrar que el universalismo de los poderosos ha sido parcial y distorsionado, uno al que llamo aqu universalismo europeo porque ha sido propuesto por lderes e intelectuales pan- europeos en su prosecucin de los intereses de las capas dominantes del moderno sistema-mundo.

  • LA P O L T IC A D E L U N IV E R S A L IS M O H O Y 1 3

    Examinar, adems, cmo podramos avanzar hacia un genuino universalismo, al que he dado el nombre de universalismo universal.

    La lucha entre el universalismo europeo y el universalismo universal es la lucha ideolgica central del mundo contemporneo, y su desenlace ser un factor de primer orden en la determinacin de la forma en que se estructure el futuro sis- tema-mundo en el que estaremos entrando dentro de veinticinco a cincuenta aos. Es inevitable tomar partido. Y no podemos retirarnos a una postura superparticularista en la que invoquemos la misma validez de cada idea particularista que se proponga en el planeta. Porque el superparticula- rismo no es ms que una rendicin oculta a las fuerzas del universalismo europeo y de los poderosos del presente, que estn tratando de mantener su sistema-mundo an tiiguali tari o y antidemocrtico. Si hemos de construir una alternativa real para el sistema-mundo existente debemos encontrar el camino para enunciar e institucionalizar el universalismo universal un universalismo que es posible alcanzar pero que no adquirir realidad automtica ni inevitablemente.

    Los conceptos de derechos humanos y de democracia, la superioridad de la civilizacin occidental por estar fundada en valores y verdades universales y la irremediable sumisin al mercado se nos presentan todos como ideas incontrovertibles. Pero no lo son en absoluto. Son ideas complicadas que necesitan ser analizadas cuidadosamente y despojadas de sus parmetros perniciosos y no esenciales, para poder ser evaluadas con sensatez y puestas al servicio de todos y no de unos cuantos. Comprender cmo es que estas ideas se expresa

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    ron originalmente, por quin y con qu objeto, es una parte indispensable en esta tarea de evaluacin, tarea a la que este libro pretende contribuir.

  • 1. INJERENCIA EN LOS DERECHOS DE QUIN? VALORES UNIVERSALES VS. BARBARIE

    La historia del sistema-mundo moderno ha sido en gran medida una historia de la expansin de los estados y los pueblos europeos hacia el resto del mundo, y sta es una parte esencial de la construccin de una economa-mundo capitalista* En la mayora de las regiones del mundo esta expansin ha conllevado conquistas militares, explotacin econmica e injusticias en masa* Quienes han conducido y sacado el mayor provecho de esta expansin la han presentado, a sus propios ojos y los ojos del mundo, como justificable en virtud del bien mayor que ha representado para la poblacin mundial. El argumento suele ser que la expansin ha difundido algo a lo que se da diversos nombres: civilizacin, crecimiento econmico y desarrollo, y progreso. Y todos estos trminos han sido interpretados como expresiones de valores universales, incrustados en un supuesto derecho natural. En consecuencia, ha llegado a afirmarse que dicha expansin no es meramente benfica para la humanidad sino tambin histricamente inevitable. El lenguaje que se utiliza para describir esta actividad a veces ha sido teolgico y otras derivado de una visin filosfica y secular del mundo.

    Naturalmente, la realidad social de lo ocurrido es menos gloriosa que la imagen que nos ofrecen las justificaciones intelectuales. La desconexin

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    entre la realidad y las justificaciones la han experimentado agudamente, y expresado en muchas formas, los que han pagado el precio ms alto en su vida personal y colectiva. Pero la desconexin tambin ha sido observada por varios intelectuales cuyo origen social son las capas dominantes. As, pues, la historia del sistema-mundo moderno tambin ha implicado un debate intelectual continuo en torno a la moralidad del sistema mismo. Uno de los primeros y ms interesantes de estos debates tuvo lugar hace mucho, en el contexto de la conquista espaola de gran parte de Amrica en el siglo xvi.

    En 1492, Cristbal Coln, luego de un prolongado y arduo viaje a travs del ocano Atlntico con direccin a China, se top con varias islas del Caribe. No encontr la China, pero s algo inesperado que hoy llamamos Amrica. Otros espaoles pronto le siguieron los pasos. Al cabo de unos cuantos lustros los conquistadores espaoles ya haban destruido las estructuras polticas de dos de los ms grandes imperios de Amrica: el azteca y el inca. Inmediatamente, una variada banda de seguidores reclamaron la tierra y pretendieron utilizar la mano de obra de las poblaciones en estos imperios y en otros sitios de Amrica, para por la fuerza y despiadadamente sacar provecho de estas tierras que se apropiaron. Medio siglo despus, una gran parte de la poblacin indgena haba sido destruida por las armas o por la enfermedad. En qu proporcin es un asunto en disputa, tanto en el siglo xvi como en los aos posteriores a 1945. Pero la mayora de los estudiosos concuerdan hoy en que fue una parte extremadamente grande.*

    * Bartolom de Las Casas escribi la Brevssima relacin de la destruccin de las Indias (1994) en 1552, un relato devastador

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    Bartolom de Las Casas fue una figura cannica de aquella poca. Nacido en 1484, vino a Amrica en 1502 y fue el primer sacerdote ordenado aqu, en 1510. Al principio apoy y tom parte en el sistema de encomienda, que comprenda el repartimiento de los amerindios como mano de obra forzosa para los espaoles que administraban propiedades agrcolas, pastorales o mineras. Pero en 1514 sufri una conversin espiritual y renunci a su participacin en el sistema de encomienda, retornando a Espaa para dedicarse a denunciar las injusticias fraguadas por el sistema.

    Las Casas intent influir en las polticas tanto de los espaoles como de la iglesia participando en muchas comisiones y redactando memos y esr- cribiendo libros. Se movi en los altos crculos y fue recibido e incluso favorecido en ocasiones por el emperador Carlos V (Carlos I de Espaa). Hubo algunos logros iniciales para la causa que abraz. En 1537 el papa Paulo III emiti una bula, S u b lim is D eu sy en la que ordenaba que los amerindios no fueran esclavizados y que fueran evangelizados exclusivamente por medios pacficos. En 1543 Carlos V decret unas Leyes Nuevas, que ponan en ejecucin muchas de las propuestas de Las Casas para Amrica, incluyendo la terminacin de nuevas concesiones de encomiendas. Sin embargo, tanto la bula papal como el decreto real se toparon con considerable resistencia de los encomenderos y de

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    que alborot a la opinin pblica de Espaa en aquella poca. Despus de 1945, la discusin sobre la aguda disminucin de la poblacin es muy extensa. Una obra importante, que desencaden gran parte de la discusin reciente, es la de Sherburne F. Cook y Woodrow Borah (1971).

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    sus compinches y partidarios en Espaa y en la iglesia. Finalmente, tanto la bula papal como las Leyes Nuevas fueron suspendidas.

    En 1543 se le ofreci a Las Casas pl obispado de Cuzco, que rechaz, pero s acept el obispado menor de Chiapas en Guatemala (que hoy forma parte del sur de Mxico). Ya obispo, insisti en una estricta aplicacin de las Leyes Nuevas ordenando que los confesores exigieran de los encomenderos la penitencia de restitucin de los amerindios, incluyendo su liberacin de las obligaciones de la encomienda. Esta interpretacin ampliaba un tanto el decreto de Carlos V, cuya finalidad no era ser aplicado a las encomiendas concedidas con anterioridad, y en 1546 Las Casas abandon el obispado de Chiapas y volvi a Espaa.

    Para entonces Las Casas ya enfrentaba la tentativa sistemtica de sus oponentes de refutar teolgica e intelectualmente sus argumentos. Una figura clave en este esfuerzo fue Juan Gins de Seplveda, la publicacin de cuyo primer libro, D e- m c r a t e s p r im e r o , escrito en 1531, fue denegada. Pero Seplveda fue persistente. Y en 1550 Carlos V convoc a una comisin jurdica especial del Consejo de Indias a que se reuniera en Valladolid y lo instruyera sobre los mritos de la controversia Seplveda-Las Casas. La junta escuch a los dos hombres sucesivamente, pero al parecer nunca dio un veredicto definitivo. Cuando Carlos V fue sucedido en el trono por su hijo Felipe unos aos despus, la visin de Las Casas perdi todo inters dentro de la corte.

    Todo lo que tenemos hoy son los documentos que los dos contrincantes prepararon para este debate. En vista de que claramente plantean una

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    cuestin central que todava preocupa hoy al mundo quin tiene derecho de injerencia, y cundo y cmo , vale la pena revisar sus argumentos minuciosamente.

    Seplveda escribi un segundo libro especficamente para este debate, D em c r a t e s s e g u n d o ([1545?] 1984). Se subtitula D e la s j u s t a s c a u s a s d e la g u e r r a c o n t r a lo s i n d i o s . En l formula cuatro diferentes argumentos en defensa de las polticas del gobierno espaol, tal como las interpretaron y aplicaron los encomenderos. Adujo como evidencia una larga serie de referencias a las autoridades intelectuales establecidas de la poca, en especial Aristteles, san Agustn y santo Toms de Aquino.

    El primer argumento de Seplveda era que los amerindios son brbaros, simples, iletrados y sin educacin, bestias totalmente incapaces de aprender nada que no sean habilidades mecnicas, llenos de vicios, crueles y de tal calaa que es aconsejable que sean gobernados por otros. El segundo, que los indios deben aceptar el yugo espaol, aunque no lo deseen, como enmienda y castigo por sus crmenes en contra del derecho divino y natural que los mancilla, especialmente la idolatra y la horrenda costumbre del sacrificio humano.

    El tercero, que los espaoles estn obligados por ley divina y natural a prevenir el dao y las grandes calamidades con que [los indios] han cubierto y que los que todava no han sido sometidos al dominio espaol siguen cubriendo a un sinnmero de inocentes que cada ao se sacrifican a sus dolos. Y el cuarto era que el dominio espaol facilita la evangelizacin cristiana al permitir a los sacerdotes predicar sin peligro, y sin que los

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  • maten los gobernantes y los sacerdotes paganos, tal como ha ocurrido tres o cuatro veces.*

    Como vemos, stos son los cuatro argumentos bsicos que se han utilizado para justificar todas las intervenciones subsecuentes de los civilizados del mundo moderno en zonas no civilizadas la barbarie de los otros, poner fin a prcticas que violan los valores universales, la defensa de los inocentes mezclados con los crueles y posibilitar la difusin de los valores universales. Pero por supuesto estas intervenciones slo pueden instrumentarse si alguien posee el poder poltico/militar para hacerlo. Esto fue lo que ocurri con la conquista espaola de grandes porciones de Amrica en el siglo xvi. Por slidos que fuesen estos argumentos como incentivos morales para los que efectuaron la conquista, es claro que se vieron reforzados en gran medida por los beneficios materiales inmediatos que las conquistas brindaron a los conquistadores. E rgo , para cualquiera que estuviera ubicado dentro de la comunidad conquistadora y deseara refutar estos argumentos era una tarea cuesta arriba. La persona tendra que argumentar

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    * Estas citas estn tomadas del resumen que hace Las Casas ([1552] 2000: 6-8) de los argumentos de Seplveda. El resumen es del todo fidedigno, como se puede comprobar consultando a Seplveda ([1545?] 1984). El ndice compilado por ngel Losada para esta edicin de Seplveda contiene la siguiente entrada: Guerra contra los indios-Justificaciones: 1) esclavitud natural, 19-8-9; 2) erradicar la idolatra y los sacrificios humanos, 39-61; 3) libertar a inocentes del sacrificio, 61-63; 4) propagacin de la religin cristiana, 64 (t.:152). El ndice es ms corto que el resumen de Las Casas, pero en esencia son iguales. Leer el texto verboso de Seplveda, sobre todo el de los dos primeros argumentos, no agrega gran cosa al resumen como exposicin de sus puntos de vista.

  • simultneamente en contra de creencias e intereses. Esta fue la tarea que Las Casas se impuso.

    Al primer argumento de que hay personas que naturalmente viven en la barbarie Las Casas responde de varias formas. Una fue observar las mltiples y laxas maneras de utilizar el trmino barbarie. Las Casas dijo que si se define a alguien como brbaro porque presenta conductas brbaras entonces ese tipo de personas se encuentran en el mundo entero. Si se considera que alguien es brbaro porque su lengua no es escrita, dicha lengua podra escribirse, y al hacerlo descubriramos que es tan racional como cualquiera otra lengua. Si restringimos el trmino brbaro al significado de comportamiento verdaderamente monstruoso, sin embargo, entonces cabe decir que este tipo de comportamiento es un fenmeno bastante raro y en realidad se constrie socialmente ms o menos en la misma medida en todos los pueblos.

    Lo que Las Casas objetaba en el argumento de Seplveda era que haca extensiva a un pueblo entero o a una estructura poltica una conducta que cuanto ms era la de una minora, una minora cuya semejanza podramos encontrar sin dificultad en el grupo que se define como ms civilizado al igual que en el grupo considerado en la barbarie. Recuerda al lector que los romanos definieron a los antepasados de los espaoles como brbaros. Las Casas estaba presentando un argumento de la equivalencia moral general de todos los sistemas sociales, al punto que no existe una jerarqua natural entre ellos que justificara el rgimen colonial (Las Casas, [1552] 2000: 15-44).

    Si el argumento acerca de la barbarie natural era abstracto, el de que los indios haban cometido

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    crmenes y pecados que deban ser enmendados y castigados era mucho ms concreto. En este caso particular el reclamo se centraba en la idolatra y los sacrificios humanos. Aqu Las Casas se enfrentaba a cuestiones que de inmediato despertaron la repugnancia moral de los espaoles del siglo xvi, a los que no les caba que a alguien se le permitiera ser idlatra o cometer sacrificios humanos.

    El primer punto que Las Casas present fue la jurisdiccin. Seal, por ejemplo, que a los judos y los musulmanes que habitaban en pases cristianos se les poda exigir que obedecieran las leyes del estado, pero no se les poda castigar por seguir sus propios preceptos religiosos. Esto era cierto a f o r t i o r i si dichos judos y musulmanes habitaban en pases que no estuvieran gobernados por un gobernante cristiano. La jurisdiccin de este tipo slo poda extenderse segn l a un cristiano hereje, porque un hereje es una persona que ha violado el voto solemne de ser fiel a las doctrinas de la iglesia. Si la iglesia no tena jurisdiccin sobre los residentes no cristianos en pases cristianos, tanto ms irrazonable resultaba alegar que la iglesia tena jurisdiccin sobre quienes ni siquiera haban odo hablar de sus doctrinas. Por consiguiente, la idolatra poda ser juzgada por Dios, pero no estaba sujeta a la jurisdiccin de un grupo humano externo al grupo que la practicaba.

    Por supuesto, hoy podramos considerar que el argumento de Las Casas es una defensa del relativismo moral, o cuando menos legal. Entonces como ahora fue blanco del ataque de que esta perspectiva era prueba de indiferencia frente al sufrimiento de inocentes, las vctimas de estas prcticas contrarias a la ley natural. Este fue el tercer ar

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    gumento de Seplveda, el ms severo. Y Las Casas lo abord con prudencia. En primer lugar, insisti en que la obligacin de liberar a personas inocen* tes... no existe cuando hay alguien ms apto para liberarlas. En segundo lugar, dijo que si la iglesia haba confiado a un soberano cristiano la tarea de liberar a los inocentes, otros no deberan emprender acciones en este sentido, no fuera a ser que lo hicieran petulantemente. Pero, por ltimo, y ms importante, Las Casas present el argumento de que uno debe tener cuidado de actuar en concordancia con el principio del dao mnimo:

    Aunque reconocemos que la iglesia tiene la obligacin de impedir la injusta muerte de personas inocentes, es esencial que se haga con moderacin, teniendo mucho cuidado de no hacer un dao mayor a otras personas que constituyera un impedimento para su salvacin e hiciera infructfera e irrealizada la pasin de Cristo ( [ 1552] 2000: 183) .

    Este era un punto crucial para Las Casas, y lo ilustr con la difcil cuestin moral de los rituales en que se coma la carne de los nios sacrificados. Empez apuntando que no se trataba de una costumbre de todos los grupos indgenas, y que los grupos que la practicaban tampoco sacrificaban a muchos nios. Pero esto poda parecer una evasin de la cuestin, si Las Casas no hubiera tenido que hacer frente a la realidad de una eleccin. Y aqu present el principio del dao mnimo:

    Adems, es un mal incomparablemente menor que mueran unos pocos inocentes a que los infieles blasfemen contra el adorable nombre de Cristo, y a que la re

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    ligin cristiana sea difamada y odiada por estas personas y otras que se enteren de esto, cuando oyen que muchos nios, viejos y mujeres de su raza han sido asesinados por los cristianos sin un motivo, com o parte de lo que sucede en la furia de la guerra, tal com o ya ha ocurrido {ibid.: 187).

    Las Casas fue implacable contra lo que hoy llamaramos dao colateral: es un pecado que merece la condenacin eterna agraviar y matar a inocentes para castigar a los culpables, pues es contrario a la justicia {ibid .: 209).

    Y sac a relucir una razn final por la que no era lcito para los espaoles castigar a los indios por los pecados que los indios pudieran estar cometiendo contra personas inocentes. Es la gran esperanza y presuncin que dichos infieles se convertirn y corregirn sus errores... [puesto que] no cometen dichos pecados obstinadamente, sino seguramente... debido a su ignorancia de Dios {ibid .: 251). Y Las Casas termina su discusin con una peroracin:

    Los espaoles penetraron, ciertamente con gran audacia, esta nueva parte del mundo, de la que no haban sabido en siglos anteriores, y en el que, en contra de la voluntad de su soberano, cometieron crmenes monstruosos y extraordinarios. Mataron a miles de hombres, quemaron sus pueblos, tomaron sus rebaos, destruyeron sus ciudades y cometieron crmenes abominables sin una excusa demostrable ni especfica, y con monstruosa crueldad hacia estas pobres personas. Puede realmente decirse que esos hombres sanguinarios, rapaces, crueles y sediciosos conocen a Dios, de cuya adoracin quieren persuadir a los indios? {ibid.: 256).

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    La respuesta a esta pregunta conduca directamente a la que Las Casas dio al ltimo argumento de Seplveda: facilitar la evangelizacin. No se puede hacer que los hombres se acerquen a Dios ms que por su libre albedro, nunca por coercin. Las Casas reconoci que Seplveda haba hecho la misma afirmacin, pero se preguntaba si las polticas que Seplveda estaba justificando eran compatibles con el concepto de libre albedro:

    Qu mayor coercin puede haber que la producida por una fuerza armada que abre fuego con arcabuces y bombardeos, cuyo horrible ruido ensordecedor, por ms que no tenga ningn otro efecto, deja a todos sin aliento, por fuertes que sean, especialmente a los que no conocen esas armas y no saben cmo funcionan? Si las vasijas de barro estallan con los bombardeos, y la tierra se estremece, y el cielo se llena de nubarrones de espeso polvo, si viejos, nios y mujeres caen y las chozas se destruyen, y todo parece sacudido por la furia de Bellona, n o podramos decir con verdad que esa fuerza est siendo utilizada para forzarlos a aceptar la fe? ( ibid .: 296).

    Las Gasas estaba convencido de que la guerra no era la forma de preparar a las almas para poner fin a la idolatra. El evangelio no se difunde con lanzas sino con la palabra de Dios, con la vida cristiana y la accin de la razn** {ibid.: 300). La guerra engendra odio, no amor, por nuestra religin... Debe llevarse a los indios a la fe con humildad, caridad, una vida de santidad y la palabra de Dios {ibid.: 360).

    Si he pasado tanto tiempo presentando en detalle los argumentos de dos telogos del siglo xvi es porque nada de lo que se ha dicho desde entonces

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    ha aadido nada esencial al debate. En el siglo xix las potencias europeas proclamaron que tenan una misin civilizadora en el mundo colonial (Fis- cher-Tin y Mann, 2004). Lord Curzon, virrey de la India, expres bien esta perspectiva ideolgica en una arenga en el club Byculla en Bombay, el 16 de noviembre de 1905, dirigida a un grupo compuesto en su mayora por administradores coloniales britnicos:

    [El propsito del imperio] es pugnar por la rectitud, execrar la imperfeccin, la injusticia o la mezquindad, no desviarse ni hacia la derecha ni hacia la izquierda, hacer caso omiso de la adulacin y el aplauso o del odio y la deshonra... sino recordar que el Todopoderoso ha puesto vuestra mano en el ms grande de Sus arados... para guiar un poco la cuchilla hacia adelante en vuestra poca, para sentir que en algn lugar entre todos esos millones habis dejado un poco de justicia, de felicidad o de prosperidad, una sensacin de valenta o dignidad moral, un impulso de patriotismo, un chispazo de iluminacin intelectual o una incitacin al deber, ah donde antes no exista. Es suficiente. Es la justificacin de un ingls en la India (citado en Mann, 2004: 25).

    Sin duda esta justificacin no era tan convincente para los hindes como a Lord Curzon y a los administradores coloniales a los que se diriga les debe haber parecido, ya que los sucesores de Curzon se vieron obligados a salir de la India menos de medio siglo despus, en 1948. Quiz los ingleses de Curzon no dejaron suficiente justicia, felicidad ni prosperidad. O quizs estimularon demasiada valenta o dignidad moral, y patriotismo para con el pas incorrecto. O quiz la iluminacin in

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    telectual que los administradores coloniales britnicos promovieron permiti a algunos como Jawa- harlal Nehru sacar conclusiones diferentes respecto a los mritos del dominio britnico. O quiz, lo ms devastador de todo, los hindes estuvieron de acuerdo con la famosa pulla de Gandid cuando respondi a la pregunta de un periodista: Seor Gandhi, qu piensa de la civilizacin occidental? Pienso dijo Gandhi que sera una buena idea.

    La segunda mitad del siglo xx fue un periodo de descolonizacin en masa del mundo entero. La inmediata causa y consecuencia de esta descolonizacin fue un giro importante en la dinmica del poder en el sistema interestatal resultante del alto grado de organizacin de los movimientos de liberacin nacional. Una tras otra, en cascada, las que haban sido colonias se convirtieron en estados independientes, miembros de las Naciones Unidas, protegidos por la doctrina de no interferencia de los estados soberanos en los asuntos internos de los otros, una doctrina contenida tanto en el derecho internacional en evolucin como en la Carta de las Naciones Unidas.

    En teora, esto debi traducirse en el fin de la interferencia. Pero naturalmente no fue as. Es claro que ya no se poda echar mano de la justificacin de la evangelizacin cristiana para legitimar el control imperial, ni tampoco de la de la misin civilizadora de las potencias coloniales, concepto ms neutral desde el punto de vista religioso. El lenguaje retrico dio un vuelco hacia un concepto que adquiri nuevo significado y nuevo vigor en esta era poscolonial: los derechos humanos. En 1948 las Naciones Unidas erigieron en su centro

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    ideolgico la Declaracin Universal de los Derechos Humanos, ratificada por casi todos sus miembros. No constitua una ley internacional, ms bien encamaba una serie de ideales a los que las naciones miembros se comprometieron en principio.

    Ni que decir tiene que desde entonces han ocurrido actos repetidos, difundidos y notorios que constituyeron violaciones a la declaracin. Como la mayora de los gobiernos han basado su poltica exterior en una supuesta perspectiva realista de las relaciones entre estados, no se ha emprendido prcticamente ninguna accin gubernamental de la que se pudiera decir que refleja este inters en los derechos humanos, aunque la violacin de la declaracin suele invocarse continuamente como propaganda de un gobierno para incriminar a otro.

    La virtual inexistencia de inters intergubernamental en la cuestin de los derechos humanos propici la aparicin de muchas llamadas organizaciones no gubernamentales (o n g ) para llenar el vaco. Las o n g que asumieron las cargas de la accin directa para apoyar a los derechos humanos en el mundo fueron principalmente de dos clases. Por una parte, las representadas por Amnista Internacional, que se especializ en publicitar lo que consideraba encarcelamientos ilegtimos y abusivos de los individuos. Intent movilizar la presin de la opinin pblica, directamente o por intermediacin de otros gobiernos, para inducir cambios en las polticas de los gobiernos acusados. Por otra parte, estaba la clase de accin directa que representaba Mdicos Sin Fronteras, que intent introducir asistencia humanitaria directa en zonas de conflicto poltico, sin aceptar el manto de neu

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    tralidad que desde haca mucho constitua el principal escudo estratgico de la Cruz Roja Internacional.

    Esta actividad no gubernamental alcanz un grado limitado de xito y en consecuencia se propag, especialmente en los comienzos de los aos setenta. Adems, este impulso de los derechos humanos recibi el mpetu de algunas actividades nuevas en el plano intergubernamental. En 1975, Estados Unidos, la Unin Sovitica, Canad y la mayora de los pases de Europa coincidieron en la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperacin en Europa (c s c e ) y firmaron los Acuerdos de Helsinki, que obligaban a todos los estados signatarios a observar la Declaracin Universal de los Derechos Humanos. Como no haba ningn mecanismo para obligar a la aplicacin de este acuerdo, sin embargo, se cre una estructura no gubernamental occidental, Helsinki Watch, para que asumiera la tarea de presionar a los gobiernos del bloque sovitico a observar estos derechos.

    Cuando Jimmy Crter lleg a la presidencia de Estados Unidos, declar que la promocin de los derechos humanos sera un elemento fundamental de su poltica, y ampli el concepto, ms all de su aplicacin al bloque sovitico (donde polticamente Estados Unidos tena poco poder de maniobra) , a los regmenes autoritarios y represivos de Centroamrica (donde geopolticamente Estados Unidos tena considerable poder de maniobra). Sin embargo, la poltica de Crter no dur mucho. El poco impacto que haya podido tener en Centroamrica se vio revocado esencialmente durante la subsecuente presidencia de Ronald Reagan.

    En ese mismo periodo tuvieron lugar tres nter-

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  • venciones directas importantes en Africa y Asia, en las que un gobierno emprendi una accin en contra de otro con el argumento de que el pas atacado estaba violando valores humanitarios. La primera: en 1976 un grupo de guerrilleros palesdnos secuestr un avin de Air France con muchos israeles a bordo y se dirigi a Uganda, con la complicidad del gobierno ugands. Los secuestradores exigan la liberacin de ciertos palestinos en Israel a cambio de la liberacin de los rehenes israeles. El 14 de julio de ese ao comandos israeles volaron al aeropuerto de Entebbe, mataron a unos guardias ugandeses y rescataron a los israeles.-La segunda: el 25 de diciembre de 1978 tropas vietnamitas cruzaron la frontera de Camboya y derrocaron al rgimen del Jemer Rojo e instalaron un gobierno diferente. Y la tercera: en octubre de 1978 Idi Amin, de Uganda, atac a Tanzania, que a su vez contraatac, llegando sus tropas a la capital de Uganda, donde derrocaron a Idi Amin e instalaron a otro presidente.

    El comn denominador de estos tres ejemplos es que la justificacin de los interventores fueron los derechos humanos: defensa contra la toma de rehenes en el primer caso, y la disolucin de un rgimen en extremo corrupto y dictatorial en los otros dos casos. Naturalmente, podramos debatir la solidez y la veracidad de los cargos en cada caso y si no haba una opcin ms legtima o pacfica. Tambin podramos debatir sobre las consecuencias de cada una de estas acciones. Pero el punto es que los interventores alegaron que estaban actuando a manera de maximizar la justicia, y estaban convencidos de ello, y por lo tanto moralmente justificados por el derecho natural, aunque

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    no legalmente justificados por el derecho internacional. Lo que es ms, todos ios interventores buscaban y recibieron considerable aprobacin no slo de sus propias comunidades sino de otros lugares del sistema-mundo, alegando que solamente los medios violentos que se emplearon habran podido erradicar el mal patente que segn ellos prevaleca.

    Lo que presenciamos fue una inversin histrica de la teorizacin acerca de los cdigos morales y jurdicos del sistema-mundo. Durante un largo periodo, ms o menos desde el siglo xvi hasta la primera mitad del xx, predomin la doctrina Se- plveda la legitimidad de la violencia cometida contra los brbaros y la obligacin moral de evangelizar ; las objeciones de Las Casas representaban una postura netamente minoritaria. Luego, con las grandes revoluciones anticoloniales de mediados del siglo xx, especialmente del periodo 1945-1970, el derecho moral de los pueblos oprimidos a rechazar la supervisin paternal de los pueblos que se dicen civilizados lleg a tener mayor legitimidad en las estructuras polticas del orbe.

    Tal vez el momento culminante de la institucio- nalizacin colectiva de este nuevo principio fue la adopcin en la ONU, en 1960, de la Declaracin sobre la Concesin de la Independencia a los Pases y Pueblos Coloniales, asunto enteramente soslayado en la carta original de las Naciones Unidas, escrita apenas quince aos antes. Al parecer, finalmente las ideas de Las Casas estaban siendo adoptadas por la comunidad mundial. Pero en cuanto se oficializ la validacin de la perspectiva de Las Casas, el nuevo nfasis en los derechos humanos

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    de los individuos y los grupos se convirti en un tema prominente de la poltica mundial, y esto empez a socavar el derecho de rechazar la supervisin paternal. En esencia, la campana en pro de los derechos humanos restituy el nfasis de Sepl- veda en el deber de los civilizados de suprimir la barbarie.

    En este momento fue cuando el mundo vio el desplome de la Unin Sovitica y el destronamiento de los gobiernos comunistas de Europa central y del este. Podra pensarse aun que estos acontecimientos encajan en el espritu de la declaracin de Naciones Unidas sobre el derecho a la independencia. La subsecuente desintegracin de Yugoslavia en las repblicas que la constituan, empero, condujo a una serie de guerras o casi guerras, en las que la lucha por la independencia acab vinculndose a polticas de purificacin tnica. Todas las repblicas constitutivas de la antigua Repblica Federal Socialista de Yugoslavia haban tenido desde haca mucho un claro enfoque tnico, pero en cada una a su vez haba importantes minoras nacionales. As, cuando se dividieron en estados separados, proceso continuo que tom varios aos, se ejerci considerable presin poltica interna dentro de cada una de ellas para reducir o extirpar completamente a las minoras etnonacio- nales de los nuevos estados soberanos. Esto provoc conflictos y guerras en el seno de cuatro de las antiguas repblicas yugoslavas: Croacia, Bosnia, Serbia y Macedonia. La historia de cada una era bastante diferente, as como su desenlace, pero en todas la purificacin tnica se convirti en un asunto central.

    Debido al continuo alto nivel de violencia, in

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    cluyendo violaciones y asesinatos de civiles, se apel a la intervencin occidental, para pacificar la regin y garantizar un remedo de justicia poltica, o cuando menos eso fue lo que se dijo. Esas intervenciones tuvieron lugar ms notoriamente y en pardcular en Bosnia (con tres etnias ms o menos de la misma dimensin) y Kosovo (una regin de Serbia mayormente albanesa). Cuando los gobiernos occidentales vacilaron, los intelectuales y las On g en estos pases tenazmente presionaron a sus estados para que intervinieran, cosa que a la larga hicieron.

    Por varias razones, la presin no gubernamental ms fuerte fue en Francia, donde un grupo de intelectuales fund un diario llamado L e D ro it d 7n - g r e n c e [El Derecho de Injerencia]. Aunque estos intelectuales no citaron a Seplveda, recurrieron a argumentos seculares que empujaban en la misma direccin. Ellos tambin insistan en que el derecho natural' (aunque quiz no hayan utilizado esta locucin) requera cierta clase de conducta universal. Ellos tambin insistan en que si esta conducta no estaba presente o, peor, si conductas opuestas prevalecan en una zona dada, los defensores de la ley natural no solamente tenan el d e r e c h o moral (y por supuesto poltico) a intervenir, sino el d eb e r moral y poltico a intervenir.

    Al mismo tiempo, hubo un nmero de guerras civiles en Africa Liberia, Sierra Leona, Sudn y sobre todo Ruanda, en donde tuvo lugar una masacre de tutsis a manos de los hutus, sin la interven- cin significativa de tropas extranjeras. Ruanda, Kosovo y otras zonas donde se vivi un terrible drama humano se convirtieron en tema de un gran debate retrospectivo acerca de qu podra o no podra ha

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    berse hecho, o acerca de qu debi hacerse, para salvaguardar la vida humana y los derechos humanos en esas regiones. Finalmente, no necesito recordarle a nadie lo abundantemente que se justific la necesidad de la invasin norteamericana de Iraq en 2003 para liberar al mundo de Saddam Hussein, un dictador peligroso y corrupto.

    El 2 de marzo de 2004, Bernard Kouchner pronunci la 23a. conferencia Morgenthau Memorial, en el Carnegie Council on Ethics and International Affairs. Kouchner es hoy quizs el defensor de la intervencin humanitaria ms prominente del mundo. Es el fundador de Mdicos Sin Fronteras; fue l quien acu la frase le d r o i t d ' in g r e i i c ' ,\ fue ministro encargado de los derechos humanos en el gobierno francs; ms tarde representante especial del secretario general de la ONU en Kosovo; y, en sus propias palabras, alguien que posee la reputacin adicional de haber sido el nico defensor del seor Bush en Francia. Por ello resulta interesante escuchar cul considera Kouchner, reflexionando, que es el lugar de la injerencia humanitaria en el derecho internacional:

    Hay un aspecto de la injerencia humanitaria que ha resultado difcil implementar: me refiero a la tensin entre la soberana del estado y el derecho a interferir. La comunidad internacional est trabajando en un nuevo sistema de proteccin humanitaria a travs del Consejo de Seguridad de la onu; sin embargo, es claro que la globa- lizacin no anuncia el fin de la soberana del estado, que sigue siendo el bastin de un orden mundial estable. Para decirlo de otra forma: no podemos tener una administracin global ni un sistema de Naciones Unidas sin la soberana de los estados.

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    Siguiendo las pautas de ia Unin Europea, la comunidad internacional debe esforzarse por resolver esta contradiccin inherente: cm o podemos mantener la soberana del estado y a la vez encontrar la forma de tomar decisiones comunes sobre cuestiones y problemas comunes? Una manera de resolver el dilema es decir que la soberana de los estados puede respetarse solamente si emana de las personas que estn en el seno del estado. Si el estado es una dictadura, entonces no es en absoluto digno del respeto de la comunidad internacional (2004: 4).

    Lo que Kouchner nos estaba ofreciendo es el equivalente de una evangelizacin en el siglo xxi. En tanto que para Seplveda la consideracin ltima era si un pas o un pueblo eran cristianos o no, para Kouchner la consideracin ltima era si eran democrticos o no (esto es, que no vivan en un estado que sea una dictadura) . Seplveda no poda lidiar con el caso de pases y pueblos cristianos y que no obstante cometieran actos de barbarie, violando el derecho natural, como Espaa y la Inquisicin. Con lo que Kouchner no poda lidiar era con el caso de un pas o un pueblo con slido apoyo popular que no obstante cometiera actos de barbarie contra una minora, tal como ocurri en Ruanda, por lo tanto los ignor enteramente. En realidad, Kouchner se pronunci por supuesto en favor d la intervencin externa en Ruanda, no porque fuera una dictadura sino porque consideraba que se cometieron actos de barbarie. Hablar de una dictadura com o principio general era querer tapar el sol con un dedo en este respecto, aplicable en algunos casos (digamos Iraq) pero ciertar mente no en todos los casos en que Kouchner y

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  • otros consideraban moralmente imperativo intervenir.

    Supongamos que ante la contradiccin inherente mencionada por Kouchner entre la soberana de los estados y las decisiones comunes sobre derechos humanos aplicramos los principios de Las Casas sus cuatro respuestas a Seplveda a la situacin de Kosovo o de Iraq. La primera cuestin que abord Las Casas fue la presunta barbarie del otro contra el que se interviene. El primer problema dijo es que nunca queda del todo claro en estos debates quines son los brbaros. En Kosovo, eran los serbios, el gobierno de Yugoslavia o un grupo en particular encabezado por Slobodan Milosevic? En Iraq, eran los rabes sunes, el partido Baath o un grupo en particular encabezado por Saddam Hussein? Los interventores se movieron turbiamente entre todos estos objetivos, rara vez clarificando ni haciendo distinciones, argumentando siempre la urgencia de la intervencin y alegando que de alguna manera ms tarde haran la distribucin de la porcin de culpas. Pero es claro que el ms tarde nunca llega. Porque un oponente turbio le permite a uno conformar una coalicin turbia de interventores, que estrictamente pueden tener una definicin diferente de quines son los brbaros, y por ende objetivos polticos diferentes en el proceso de injerencia.

    Las Casas insisti en hacer una distincin desde el principio. Pues, segn expuso, la verdadera barbarie es un fenm eno poco comn, normalmente constreido por los procesos sociales de todo grupo social. Si tal es el caso, una de las preguntas que es necesario hacernos siempre, al vernos frente a una situacin que definimos como de bar

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    barie, es no slo por qu se desencaden el proceso sino tambin hasta qu punto. Iniciar este ejercicio analtico nos desacelera, por supuesto, y sta es la razn principal que se aduce para no iniciarlo. No hay tiempo, dicen los interventores. Cada momento que pasa la situacin se deteriora. Y tal vez sea cierto. Pero avanzar a paso ms lento puede evitarnos cometer errores dolorosos.

    El anlisis que se desprende de los principios de Las Casas nos empuja tambin a efectuar una comparacin. Los pases y los pueblos que emprenden intervenciones son tambin culpables de cometer actos de barbarie? Si lo son, son estos actos mucho menos graves que los que se cometen en los pases y pueblos en cuestin, al grado de justificar el sentido de superioridad moral en que se basa cualquier intervencin? Naturalmente, dado que el mal existe por doquier, esta clase de comparacin podra resultar paralizadora, principal argumento en su contra, pero tambin podra ser verdadera. Sin embargo, el intento de comparacin tambin puede servir de freno oportuno a la arrogancia.

    Luego est el segundo principio de Seplveda: la obligacin de castigar a los que cometen crmenes contra el derecho natural o, com o diramos hoy, crmenes contra la humanidad. Hay actos que violentan el sentido de la decencia de la gente honrada, organizada en ese nebuloso, casi ficticio personaje conocido como la comunidad internacional.* Y cuando eso ocurre, acaso no estamos

    * Vase el maravilloso y bastante acerbo comentario de Troui- llot (2004: 230) acerca de la comunidad internacional: Pienso en [la comunidad internacional] como una especie de coro griego de la poltica contempornea. Nunca nadie lo ha visto, pero corea en el fondo y todo el mundo se mueve a su ritmo.

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    obligados a castigar dichos crmenes? A este argumento Las Casas opuso tres preguntas: quin los defini como crmenes, y ya haban sido definidos como tales en el momento en que ^ e cometieron? Quin tiene jurisdiccin para castigar? Hay alguien ms capacitado que nosotros para aplicar el castigo, si ste es merecido?

    La cuestin de la definicin de los crmenes y de quin la hace es, claro est, un debate central, hoy como ayer. En los conflictos balcnicos de los aos noventa indudablemente se cometieron crmenes en la definicin de la mayora de las personas, incluyendo la definicin de los lderes polticos de la regin. Sabemos esto porque los lderes polticos contendientes de todas las facciones se acusaban mutuamente de crmenes, y por cierto de la misma clase de crmenes: limpieza tnica, violaciones y crueldad. El problema que encaraban los que eran ajenos a la regin fue qu crmenes castigar o, ms bien, de qu manera estimar la responsabilidad relativa de todas las partes.

    Los interventores forneos emprendieron dos tipos de acciones. Por un lado, emprendieron primero la accin diplomtica y luego la militar para detener la violencia, lo que en muchos casos se tradujo en tomar partido por una faccin u otra en situaciones particulares. En cierto sentido, esto implicaba en el mejor de los casos un juicio sobre la importancia relativa de los crmenes. Por otro lado, los interventores forneos establecieron tribunales judiciales internacionales especiales con el fin de castigar a ciertos individuos, as como seleccionar a esos individuos de entre todas las facciones.

    De resultas, en el ms espectacular proceso que haya tenido lugar despus de estos sucesos, el de

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  • Milosevic, el m eollo de su defensa no fue meramente que era inocente sino que la corte criminal internacional no haba presentado acusaciones contra diversas personas de las potencias interventoras que segn l tambin eran culpables. Milosevic declar que la corte era el tribunal de los poderosos que acusaba a los lderes de los ms dbiles militarmente, y no una corte de justicia.

    As, tenamos dos preguntas: los supuestos crmenes eran crmenes verdaderos o simplemente una conducta general aceptada? Y si eran crmenes verdaderos, se formularon acusaciones en contra de todos los criminales, o slo en contra de los nativos del pas objeto de la injerencia y no de los nativos del pas que inici la intervencin?

    La cuestin de la jurisdiccin fue por supuesto central para el debate. Por una parte, los que insistan en el derecho y el deber de intervenir afirmaban que la instalacin de tribunales internacionales era un avance para el derecho internacional. Pero jurdicamente estaba la cuestin no solamente del procedimiento con que se estableci dicha corte sino la reducida definicin geogrfica de su potencial jurisdiccin.

    Y, por ltimo, estaba la cuestin de si haba alternativas para el manejo de los crmenes o encargados alternativos. Efectivamente, a principios de los aos noventa Estados Unidos alegaba que los encargados adecuados eran los europeos es decir, los europeos occidentales debido a que los Balcanes estaban en Europa y eran posibles miembros de la Unin Europea. Pero, por razones polticas y militares, los europeos vacilaron en asumir esta carga sin el apoyo activo de Estados Unidos, y finalmente fue la Organizacin del Tratado del

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    Atlntico Norte (o t a n ) la que se asign la tarea. Pero fue la o tan y no Naciones Unidas sobre todo porque los pases occidentales teman, probablemente con razn, que Rusia vetara cualquier resolucin del Consejo de Seguridad que apuntara a una accin en contra de Serbia y dejara fuera a las otras partes del conflicto.

    Las mismas preguntas se hicieron, mucho ms ntidamente, en el m om ento de la intervencin norteamericana en Iraq, junto con una supuesta coalicin de voluntarios. Estados Unidos intent obtener la aprobacin del Consejo de Seguridad para la accin militar, pero cuando se hizo evidente que no obtendra ms que cuatro de los quince votos para una resolucin que se lo permitiera, retir su propuesta de resolucin y decidi actuar por s solo, sin la legitimacin de la o n u . La pregunta de Las Casas es aqu ms pertinente que nunca: Con qu derecho asumi Estados Unidos la jurisdiccin en este mbito, sobre todo en virtud de que un gran nmero de pases del mundo se opusieron abiertamente a sus acciones? La respuesta del gobierno norteamericano fue doble. En primer lugar aleg autodefensa, sobre la base de que el gobierno iraqu representaba una amenaza inminente para Estados Unidos y el m undo, debido a su presunto arsenal de armas de destruccin masiva y a que supuestamente estaba dispuesto a compartirlas con terroristas ajenos al gobierno. A la postre este argumento sera completamente desarmado, cuando, despus de la invasin, se supo que el gobierno iraqu no estaba en posesin de dichas armas y debido al desacuerdo general con la afirmacin de que si Sad- dam Hussein las hubiera posedo habra estado dis

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  • puesto a distribuirlas entre terroristas ajenos al gobierno.

    En vista de la debilidad del caso, el gobierno norteamericano ech mano del argumento de que Saddam Hussein era un hombre malvado que personalmente haba cometido crmenes contra la humanidad y que, por consiguiente, eliminarlo del poder constitua un bien moral. Y es en este punto donde viene a colacin la cuestin no solamente de la veracidad de estas afirmaciones sino, ms an, de la jurisdiccin, as como la cuestin de si los delitos morales de Saddam Hussein fueron el verdadero motivo de la intervencin, en vista del apoyo que antes le haban prestado el gobierno norteamericano y otros, en los momentos en que cometi precisamente los actos en que se basaba la acusacin.

    Una vez ms, en esta como en la mayora de las situaciones, el argumento ms slido en pro de la injerencia fue la defensa de los inocentes los inocentes musulmanes bosnios violados y masacrados, los inocentes kosovares arrojados de sus tierras y perseguidos tras fronteras y los inocentes kurdos y chii- tas oprimidos y asesinados por Saddam Hussein. Qu nos ensea la tercera respuesta de Las Casas a Seplveda? Las Casas insista en el principio del dao mnimo. Aun cuando los alegatos fueran absolutamente justos, el castigo sera ms perjudicial que lo que pretenda evitar? El principio del dao mnimo es la traduccin que hace Las Casas del fenmeno social colectivo de la antigua sentencia de Hipcrates a los mdicos: No hagas dao.

    En el caso del conflicto en los Balcanes, se podra decir que el dao ha sido mnimo. La violencia activa se redujo considerablemente. Por otro lado, no

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    se puso fin a la limpieza tnica, ni se redujo significativamente, ms bien sus resultados se institucionalizaron en mayor o menor medida. No se restituyeron ni la propiedad ni el derecho de residencia, o slo mnimamente. Y los serbios de Kosovo con toda seguridad pensaron que su situacin era peor que antes. Cabe preguntarse si la situacin habra terminado en el mismo punto aun sin la intervencin externa. Pero no se puede decir con justeza que la situacin empeor significativamente.

    Sin embargo, s se puede decir en el caso de Iraq. Naturalmente, ni Saddam Hussein ni el partido Baath estaban ya en el poder y no podan continuar cometiendo los mismos actos de opresin que antes. Si bien el pas padeca por un sinnmero de factores negativos que no existan antes de la intervencin externa. El bienestar econmico de los ciudadanos probablemente haba disminuido. La violencia cotidiana se haba incrementado masivamente. El pas se convirti en refugio precisamente de la clase de islamistas militantes contra los que supuestamente estuvo dirigida la accin y que antes de la intervencin no haban podido operar dentro del pas. Y la situacin civil de las mujeres iraques empeor considerablemente. Despus de la intervencin murieron cuando menos cien mil iraques y muchos ms fueron gravemente heridos. Sin duda aqu habra sido posible invocar el principio de dao mnimo.

    El argumento final de Seplveda fue el derecho y el deber de evangelizar, y los presuntos obstculos que oponan los amerindios. El equivalente en el siglo xxi es el derecho y el deber de difundir la democracia. Esta ha sido una de las principales argumentaciones de los gobiernos norteamericano

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    y britnico, especialmente invocada por los intelectuales neoconservadores estadunidenses y el primer ministro Tony Rlair. Las Casas insisti en que no tena sentido evangelizar a la fuerza, que la conversin al cristianismo tena que ser el resultado de la adhesin voluntaria que viniera del interior de la persona convertida y que la fuerza estaba contraindicada.

    Este mismo punto se defendi en las crticas que se formularon a la injerencia en los Balcanes e Iraq, que se justificaba sobre la base de que ambas intervenciones promovan la democracia. La pregunta era cmo se mide la conversin a los valores democrticos. Para los interventores, pareca significar esencialmente la voluntad de realizar elecciones en que pudieran participar muchos partidos polticos o facciones, con un mnimo de civilidad y la habilidad de realizar campaas pblicas. Una definicin muy limitada de democracia Ni siquiera en este nivel mnimo era seguro en absoluto que esto se hubiera alcanzado con algn grado de perdurabilidad en ninguna de las dos regiones.

    Sin embargo, si por democracia se entendiera algo ms amplio el control genuino de la toma de decisiones por la mayora de la poblacin en la estructura gubernamental, la capacidad real y constante de toda clase de minoras de expresarse poltica y culturalmente, y la aceptacin de la continua necesidad y legitimidad del debate poltico franco , es evidente que estas condiciones tienen que madurar internamente, en el seno de los pases y las regiones, y que la intervencin externa en general est contraindicada, ya que asocia el concepto a control externo y a los factores negativos que la intervencin conlleva.

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    La pregunta injerencia en los derechos de quin? est dirigida al m eollo de la estructura poltica y moral del m oderno sistema-mundo. La intervencin es, en la prctica, un derecho que se apropian los poderosos. Pero es un derecho difcil de legitimar y por ello est siempre sujeto a desafos polticos y morales. Los interventores, cuando se los desafa, recurren siempre a la justificacin moral: el derecho natural y el cristianismo en el siglo xvi, la misin civilizadora en el siglo xix y los derechos humanos y la democracia a fines del siglo xx y principios del xxi.

    La argumentacin en contra de la intervencin ha derivado siempre de dos fuentes: de los escpticos morales entre los pueblos poderosos (los que invocan el argumento de Las Casas) y los oponentes polticos entre aquellos contra los que la intervencin est dirigida. El argumento moral de los interventores se ve siempre mancillado porque la intervencin sirve a los intereses de stos.

    Por otra parte, los escpticos morales siempre parecen estar justificando acciones que, en trminos de sus propios valores, son ignominiosas. A la defensa de los lderes polticos de las gentes contra las que est dirigida la intervencin se opone el argumento de que refleja los estrechos intereses personales de stos y no los intereses del pueblo al que gobiernan.

    Pero toda esta ambigedad se da dentro del marco de la aceptacin de los valores de los interventores com o universales. Si uno observa que estos valores universales son de la creacin social de las capas dominantes de un sistema-mundo especfico, sin embargo, entonces la cuestin se abre ms significativamente. Lo que estamos emplean

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    do com o criterio no es un universalismo global sino un universalismo europeo, un conjunto de doctrinas y perspectivas ticas que se desprenden de un contexto europeo y aspiran a ser o a ser presentadas como valores universales globales, lo que muchos de sus defensores llaman derecho natural. Esto justifica simultneamente la defensa de los derechos humanos de los supuestos inocentes y la explotacin material perpetrada por los poderosos. Es una doctrina moralmente ambigua. Ataca los crmenes de algunos y pasa por alto los de otros, aun empleando los criterios de lo que afirma es ley natural.

    No es que no pueda haber valores universales globales. Es ms bien que estamos todava lejos de saber cules son estos valores. Los valores universales globales no nos son dados, somos nosotros los que los creamos. La empresa humana de crear dichos valores es la gran empresa moral de la humanidad. Pero slo tendr esperanza de realizarse cuando podamos salimos de la perspectiva ideolgica de los poderosos en direccin a una apreciacin en verdad comn (y por consiguiente ms global) del bien. Esta apreciacin global necesita una base concreta diferente, empero, una estructura mucho ms equitativa que cualquiera que hayamos construido hasta ahora.

    Tal vez algn da no muy lejano nos aproximemos a esta base comn. Esto depende de cmo salga el mundo de la actual transicin de nuestro sistema-mundo existente hacia uno diferente, que ser mejor o tal vez no. Sin embargo, hasta que no hayamos capeado esta transicin e ingresado en este mundo ms igualitario, las escpticas cortapisas a nuestra impulsiva arrogancia moral, promov-

    IN JE R E N C IA EN LOS D E R E C H O S D E Q U I N ?

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    das por Las Casas, probablemente nos sern de mayor utilidad que las certezas morales interesadas de los Seplvedas de este mundo. Construir a nivel mundial cortapisas legales a los crmenes contra la humanidad es poco virtuoso si no son igualmente aplicables a los poderosos y a los que conquistan.

    El Consejo de Indias que se reuni en Vallado- lid no report este veredicto. Seplveda gan. An no se ha reportado el veredicto y en esta medida Seplveda sigue ganando en el corto plazo. Los Las Casas de este mundo han sido acusados de ingenuos, de facilitadores del mal, de ineficientes. Pero no dejan de tener algo que ensearnos: un poco de humildad para nuestra superioridad moral, un poco de apoyo concreto a los oprimidos y ios perseguidos, un poco de bsqueda continua de un universalismo global que sea en verdad colectivo y por ende verdaderamente global.

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  • 2. SE PUEDE SER NO ORIENTALISTA?PARTICULARISMO ESENCIALISTA

    Ya para el siglo xvui las cuestiones que debatieron Seplveda y Las Casas haban dejado de ser motivo de rabiosas controversias. El mundo europeo se avino a la aceptacin general de la legitimidad de su dominio colonial en Amrica y otras partes del m undo. En la medida en que el debate pblico acerca de las regiones coloniales continu en cierto grado, se haba centrado en los derechos de autonoma de los colonos europeos en estas regiones, ms que en la forma en que los europeos deban relacionarse con los pueblos indgenas. No obstante, con sus expansiones, sus visyes y sus transacciones comerciales los europeos establecan cada vez ms contacto con las poblaciones especialmente en Asia , ubicadas en lo que en el siglo xix se llam zonas de civilizaciones avanzadas, concepto que inclua, entre otras, a China, la India, Persia y el Imperio otomano.

    Todas stas eran zonas en las que en algn momento se constuyeron grandes estructuras burocrticas, del tipo que solemos llamar imperios. Cada uno de estos imperios-mundo posea una l i n g u a f r a n c a con escritura y literatura. Cada uno estaba dominado por una religin principal que pareca prevalecer en la zona. Y cada uno gozaba de considerables riquezas. Debido a que en el siglo xvm la mayora de las potencias europeas todava no estaban en condiciones de imponerse militarmente en

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    das por Las Casas, probablemente nos sern de mayor utilidad que las certezas morales interesadas de los Seplvedas de este mundo. Construir a nivel mundial cortapisas legales a los crmenes contra la humanidad es poco virtuoso si no son igualmente aplicables a los poderosos y a los que conquistan.

    El Consejo de Indias que se reuni en Vallado- lid no report este veredicto. Seplveda gan. An no se ha reportado el veredicto y en esta medida Seplveda sigue ganando en el corto plazo. Los Las Casas de este mundo han sido acusados de ingenuos, de facilitadores del mal, de ineficientes. Pero no dejan de tener algo que ensearnos: un poco de humildad para nuestra superioridad moral, un poco de apoyo concreto a los oprimidos y ios perseguidos, un poco de bsqueda continua de un universalismo global que sea en verdad colectivo y por ende verdaderamente global.

    IN J E R E N C IA EN LO S D E R E C H O S D E Q U I N ?

  • 2. SE PUEDE SER NO ORIENTALISTA?PARTICULARISMO ESENCIALISTA

    Ya para el siglo xvui las cuestiones que debatieron Seplveda y Las Casas haban dejado de ser motivo de rabiosas controversias. El mundo europeo se avino a la aceptacin general de la legitimidad de su dominio colonial en Amrica y otras partes del m undo. En la medida en que el debate pblico acerca de las regiones coloniales continu en cierto grado, se haba centrado en los derechos de autonoma de los colonos europeos en estas regiones, ms que en la forma en que los europeos deban relacionarse con los pueblos indgenas. No obstante, con sus expansiones, sus visyes y sus transacciones comerciales los europeos establecan cada vez ms contacto con las poblaciones especialmente en Asia , ubicadas en lo que en el siglo xix se llam zonas de civilizaciones avanzadas, concepto que inclua, entre otras, a China, la India, Persia y el Imperio otomano.

    Todas stas eran zonas en las que en algn momento se constuyeron grandes estructuras burocrticas, del tipo que solemos llamar imperios. Cada uno de estos imperios-mundo posea una l i n g u a f r a n c a con escritura y literatura. Cada uno estaba dominado por una religin principal que pareca prevalecer en la zona. Y cada uno gozaba de considerables riquezas. Debido a que en el siglo xvm la mayora de las potencias europeas todava no estaban en condiciones de imponerse militarmente en

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  • esas zonas, no saban bien a bien qu pensar de ellas. Su posicin inicial sola ser de curiosidad y respeto dentro de ciertos lmites, como si tuvieran algo que aprender de ellas. Por eso entraron en la conciencia de los europeos como iguales relativos, posibles socios y enemigos en potencia (enemigos en el plano metafsico y en el militar). En este contexto, en 1721, el barn de Montesquieu produjo su libro C a rta s p e r s a s .

    C a rta s p e r s a s es un conjunto ficticio de cartas supuestamente escritas no por viajeros europeos que fueron a Persia sino por viajeros persas que fueron a Europa, en especial a Pars. En la carta 30, Rica escribe a casa que los parisienses estn fascinados con el traje extico que porta. Al sentirse molesto por este motivo, dice que adopt la vestimenta europea para poder mezclarse con la muchedumbre. Libre de adornos extraos, fui apreciado con mayor justeza. Pero cuenta que a veces haba alguno que lo reconoca y contaba a los dems que era persa. La reaccin inmediata era: O h, oh! El seor es persa? Qu cosa ms extraordinaria! Cmo puede alguien ser persa? (Montesquieu [1721], 1993: 83).

    Pregunta famosa que ha plagado la psique del mundo europeo desde entonces. Lo ms extraordinario del libro de Montesquieu es que no da una respuesta. Porque, supuestamente escribiendo sobre las costumbres persas, a Montesquieu le interesaba sobre todo discutir las costumbres europeas. Expres lo que pensaba por medio de comentadores persas ficticios, com o un artificio protector que le permitiera formular una crtica social de su propio mundo. Ciertamente fue lo bastante precavido como para publicar su libro en el

    48 SE P U E D E SER N O O R IE N T A L IS T A ?

  • anonimato, y adems en Holanda, que a la sazn era un centro de relativa libertad cultural.

    A pesar de la ignorancia social de los europeos en cuanto a las llamadas civilizaciones orientales avanzadas, la expansin de la economa-mundo capitalista fue inexorable. El sistema-mundo dom inado por Europa se extendi desde su base euro- americana abarcando cada vez ms partes del mundo, con el fin de incorporarlas a su divisin de la fuerza de trabajo. La dominacin, comparada con el mero contacto, no resiste el sentido de igualdad cultural. Los dominadores necesitan sentir que moral e histricamente se justifica que sean el grupo dominante y los principales receptores de los excedentes econmicos producidos dentro del sistema. La curiosidad y un vago sentido de la posibilidad de aprender algo del contacto con las llamadas civilizaciones avanzadas cedi a la necesidad de explicar por qu estas regiones habran de estar poltica y econmicamente subordinadas a Europa, pese a que se las consideraba civilizaciones avanzadas.

    El meollo de la explicacin que se arm fue notablemente sencillo. Unicamente la civilizacin europea, que tena sus races en el mundo grecorromano de la Antigedad (y para algunos en el mundo del Antiguo Testamento tam bin), pudo producir la m odernidad trmino com odn para un pegote de costumbres, normas y prcticas que florecieron en la economa-mundo capitalista. Y como se deca que por definicin la modernidad era la encarnacin de los verdaderos valores universales, del universalismo, la modernidad no era meramente un bien moral sino una necesidad histrica. Debe de haber algo, siempre debe de haber

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  • habido algo en las civilizaciones avanzadas no europeas incompatible con la marcha de la humanidad hacia la modernidad y el verdadero universalismo. Al contrario de la civilizacin europea, de la que se afirmaba que era inherentemente progresista, las otras civilizaciones avanzadas deben de haberse detenido por alguna razn en su trayectoria, quedando incapacitadas para transformarse en alguna versin de modernidad sin la intromisin de fuerzas externas (esto es, europeas).

    Esta fue la tesis postulada por los acadmicos europeos que estudiaron estas civilizaciones avanzadas, especialmente en el siglo xix. Estos acadmicos recibieron el nombre de orientalistas porque pertenecan al Occidente, el sitio por excelencia de la modernidad. Los orientalistas eran una banda pequea e intrpida. No era fcil ser orientalista. Como estos acadmicos estaban estudiando las civilizaciones avanzadas que posean tanto literatura escrita com o una religin diferente (una presunta religin de irradiacin mundial, pero diferente del cristianismo), un orientalista necesitaba aprender una lengua que resultaba difcil para un europeo, y adems pergear textos a su vez densos y culturalmente remotos, si quera entender hasta cierto punto cmo se vean a s mismos y cmo vean al mundo las gentes de esta civilizacin ajena. Hoy diramos que el orientalista tena que ser hermenuticamente emptico. Durante el siglo xix y la primera mitad del xx no hubo muchos acadmicos como stos, y prcticamente todos los que lo fueron eran europeos o estadunidenses.

    Hasta despus de 1945 los argumentos y las premisas culturales de este grupo de acadmicos no

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    fueron sometidos a una crtica escrupulosa. Por supuesto, es obvia la razn de que as fuera. Despus de 1945 la geopoltica del sistema-mundo haba cambiado considerablemente. La guerra contra el nazismo haba empaado el racismo esencialista del que los nazis haban sacado sus terribles conclusiones. Y, ms importante an, el mundo no europeo sobre el que los orientalistas haban estado escribiendo estaba en plena reben poltica contra el control occidental de sus pases. Surgieron revoluciones anticolonialistas por toda Asia y Africa, y en Latinoamrica tenan lugar transformaciones poltico-culturales internas.

    En 1963, Anouar Abdel-Malek public un artculo que reseaba el impacto de estos cambios polticos en el mundo acadmico. Se titulaba Orien- talism in crisis [El orientalismo en crisis]. Ah analizaba las dos premisas histricas principales de los orientalistas. En el plano de la problemtica afirmaba los orientalistas haban constituido como objeto de estudio una entidad abstracta, el Oriente. Y en el plano temtico haban adoptado una concepcin esencialista de este objeto. Su ataque a estas dos premisas se consider en la poca intelectualmente (y polticamente) radical, aun cuando ahora nos parezca casi lugar comn:

    Llegamos as a una tipologa basada en una especificidad real pero separada de la historia, y por ende concebida como intangible y esencial. Convierte al objeto estudiado en otro, en relacin con el cual el sujeto estudiante es trascendente; tendremos entonces un hom o S inicus, un homo A jricans, un hom o A rbicos (y por qu no tambin un hom o A egypticus? ), mientras que el hombre, el hombre normal, es el hombre europeo del periodo histrico

    SE P U E D E SER N O O R IE N T A L IS T A ?

  • 52 SE P U E D E SER N O O R IE N T A L IS T A ?que data de la Antigedad griega. Vemos, pues, claramente que entre los siglos xvm y xx el hegemonismo de las minoras poseedoras denunciado por Marx y Engels y el antropocentrismo desmantelado por Freud van de la mano del eurocentrismo en las ciencias humanas y las sociales, sobre todo en las que estn en relacin directa con los pueblos no europeos ([1972] 1981: 77-78).

    Con excepcin de un reducido grupo de especialistas, sin embargo, Abdel-Malek no fue muy ledo en el mundo paneuropeo. El libro publicado quince aos ms tarde por Edward W. Said, O rien - ta l i sm ([1978] 2003), fue el que estimul un amplio debate acerca del orientalismo como modo de saber e interpretacin de la realidad de las regiones no occidentales del mundo moderno.

    Este libro era un estudio del campo acadmico del orientalismo, especialmente la porcin en que trata sobre el mundo rabe islmico. Pero, ms importante, era tambin un estudio de lo que Said llam el significado ms general del orientalismo, un estilo de pensamiento basado en una distincin ontolgica y epistemolgica entre el Oriente y (casi siempre) el Occidente ([1978] 2003: 2). Aunque para l el orientalismo era algo ms que un estilo de pensamiento. Tambin era afirm una institucin corporativa para tratar con el Oriente, [...u na] disciplina enormemente sistemtica con la que la cultura europea pudo manejar e incluso producir el Oriente, poltica, sociolgica, militar, ideolgica, cientfica e imaginativamente durante el periodo posterior a la Ilustracin ( i b i d 3).

    Y luego agreg: Decir sencillamente que el orientalismo era una justificacin del dominio co

    o

  • lonial es ignorar hasta qu punto el orientalismo justificaba por anticipado el colonialismo, y no lo contrario ( ib id . : 39). Pues el orientalismo es fundamentalmente una doctrina poltica decretada para el Oriente porque el Oriente era ms dbil que el Occidente ( i b i d 204).

    Lo que es ms, para l el orientalismo como form a de pensar es independiente y no est abierto al cuestionamiento intelectual:

    El orientalista inspecciona al Oriente desde arriba, con la finalidad de vislumbrar el panorama completo que se extiende delante de sus ojos: cultura, religin, mentalidad, historia, sociedad. Para esto tiene que ver hasta el ms mnimo detalle a travs del artificio de un conjunto de categoras reductoras (los semitas, la mente musulmana, el Oriente, y as sucesivamente). Como estas categoras son sobre todo esquemticas y eficientes, y com o se asume en mayor o menor medida que ningn oriental puede conocerse del m odo en que un orientalista puede conocerlo, cualquier visin del Oriente acaba apoyndose, para su coherencia, en la persona, la institucin o el discurso cuya propiedad es. Cualquier visin global es fundamentalmente conservadora, y ya hemos observado que en la historia de las ideas acerca del Cercano Oriente en el Occidente estas ideas han prevalecido independientemente de cualquier evidencia que las impugne. (En realidad, podemos decir que estas ideas producen evidencia que demuestra su validez) {ibid.: 239).

    En el eplogo, escrito quince aos despus de la publicacin original, Said asegura que el enojo y la resistencia con que se top este libro y otros que proponen tesis sem ejantes fue precisam ente

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  • 54 se p u e d e ser n o o r ie n t a l is t a ?

    que parecen minar la creencia ingenua en una cierta positividad y una historicidad inmutable de una cultura, una persona, una idenddad nacional (;ib id .: 332).

    En cuanto a Said, termina su libro insistiendo en que la respuesta al orientalismo no es el occi- dentalismo ( i b i d 328). Y en su reflexin sobre su propio libro y en la recepcin que tuvo, insisti en una distincin entre el poscolonialismo, con el que se asociaba, y el posmodernismo, que critic por su nfasis en la desaparicin de las grandes narrativas. No as los artistas y acadmicos poscoloniales, para quienes, arguye Said:

    Las grandes narrativas persisten, aun cuando su aplicacin y realizacin estn actualmente suspendidas, hayan sido diferidas o se eviten. De esta diferencia decisiva entre los urgentes imperativos histricos y polticos del poscolonialismo y la relativa separacin del posmodernismo emanan enfoques y resultados completamente diferentes, aun cuando algunos se traslapan mutuamente (en la tcnica del realismo mgico, por ejemplo) ( ibid.: 349).

    Montesquieu haba hecho la pregunta: cmo puede alguien ser persa?, pero realmente no tena inters en contestarla. O ms bien, lo que realmente le interesaba era elaborar sobre formas opcionales de ser europeo. Esta preocupacin es perfectamente legtima. Pero indicaba una cierta indiferencia respecto al tema real: cmo alcanzar el equilibrio adecuado entre lo universal y lo particular. Montesquieu, claro, era europeo, escribi dentro de un contexto y un marco de pensamiento europeos, y no tena muchas dudas acerca de la rea-

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    lidad de los valores universales, aunque s acerca de la forma en que Europa presentaba el conjunto de los valores universales.

    En cambio, Said era un hbrido por excelencia, en los mrgenes de varias identidades. Era un acadmico humanista muy preparado, especialista en literatura inglesa y producto (y profesor dentro) del sistema universitario occidental. Pero tambin, por nacimiento y por lealtad (tanto emocional como poltica), palestino, al que ofendan profundamente las implicaciones intelectuales y polticas del orientalismo en lo que llamaba un estilo de pensamiento. Sostuvo que no haba forma de que alguien pudiera ser persa debido a que el concepto estilizado, el particular esencialista, era una invencin del arrogante observador occidental. Sin embargo, se rehus a sustituir el orientalismo por el occidentalismo, y se sinti consternado por el empleo que hicieron de sus anlisis algunas personas que lo utilizaban como referencia.

    El propio Said hizo un uso explcito del concepto de discurso de Foucault, y su conexin ntima con las estructuras de poder y su reflejo de ellas. Nos dijo que el discurso esencialista de los orientalistas estaba muy alejado de la realidad de las regiones acerca de las que escriban, especialmente de la forma en que esta realidad era vista y vivida por los subalternos estudiados y catalogados por los poderosos del mundo. Estaba dicindonos, efectivamente, que las palabras importan, que los conceptos y las conceptualizaciones importan, que nuestros marcos de saber son un factor causal en la construccin de las instituciones sociales y polcas desiguales un factor causal pero para nada el n i c o factor causal. Nos conmin a no rechazar las

  • grandes narrativas sino exactamente lo contrario, a volver a ellas, porque hoy estn suspendidas, han sido diferidas o se evitan.

    Me parece que cuando volvemos a las grandes narrativas estamos ante dos diferentes cuestiones. Una es evaluar el mundo, el sistema-mundo, dira yo, en que vivimos, y las pretensiones de los que estn en el poder de ser los propietarios y los apli- cadores de los valores universales. La otra es sopesar si los dichos valores universales existen, y si es as, cundo y en qu condiciones podemos llegar a conocerlos. Me gustara abordar estas dos cuestiones sucesivamente.

    Existe la sensacin de que todos los sistemas histricos conocidos han proclamado estar basados en los valores universales. El sistema ms introvertido, solipsstico, normalmente pretende estar haciendo las cosas de la nica forma posible, o de la nica forma aceptable para los dioses. O h, oh! El seor es persa? Qu cosa ms extraordinaria! Cmo puede alguien ser persa? Esto es, las personas en un sistema histrico dado se embarcan en prcticas y ofrecen explicaciones que justifican estas prcticas porque creen (se les ensea a hacerlo) que esas prcticas y explicaciones son la norma del comportamiento humano. Estas prcticas y creencias tienden a ser consideradas evidentes, y normalmente no son tema de reflexin ni de duda. O cuando menos se considera una hereja o una blasfemia dudar de ellas, o siquiera reflexionar en ellas. Las pocas personas que se atreven a cuestionar las prcticas y justificaciones del sistema social histrico en que viven no solamente son valientes sino tambin temerarias, dado que seguramente el grupo se volver contra ellas y con la mayor fre

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  • cuencia las castigar por descarriadas inadmisibles. Quiz podemos entonces comenzar con el argumento paradjico de que no hay nada ms etno- centrista, ms particularista que la pretensin de universalismo.

    Sin embargo, lo extrao del m oderno sistema- mundo lo caractersticamente verdadero de l es que esa duda es tericamente legtima. Digo tericamente porque, en la prctica, los poderosos del moderno sistema-mundo tienden a sacar las uas de la supresin ortodoxa siempre que la duda llega al punto de socavar eficazmente algunas de las premisas crticas del sistema.

    Vimos esta situacin en el debate Seplveda-Las Casas. Las Casas sembr dudas acerca de la presunta aplicacin de los valores universales tal como la pregonaba Seplveda y tal como la practicaban los conquistadores y ios encomenderos en Am rica. Sin duda, Las Casas tuvo cuidado de no desafiar la legitimidad de los actos de la corona espaola. En realidad, apel a la corona para que apoyara su lectura de los valores universales lectura que habra dado amplia cabida a las prcticas particularistas de los pueblos indgenas de Am rica. Empero, seguir por la lnea del argumento iniciado por Las Casas tarde o temprano necesariamente habra puesto en tela de juicio toda la estructura de poder del emperador. De ah las vacilaciones del emperador. De ah la indecisin de los jueces de la junta en Valladolid. De ah que las objeciones de Las Casas fueran sepultadas d e f a d o .

    Y cuando los amos europeos del sistema-mundo moderno se toparon con los persas primero reaccionaron con asombro Cmo puede alguien ser persa? y luego justificndose, al verse como

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  • los nicos poseedores de los valores universales. Esta es la historia del orientalismo que es Han estilo de pensamiento, que Abdel-Malek y ms tarde Said se esforzaron por examinar y,denunciar.

    Pero, qu haba cambiado en el sistema- mundo de fines del siglo xx para que Said pudiera hacer esto y para que encontrara una amplia audiencia para sus anlisis y sus denuncias? Abdel- Malek nos dio la respuesta. Al convocar a una revisin crtica del orientalismo dijo:

    Cualquier ciencia rigurosa que aspire al entendimiento debe someterse a dicha revisin. Sin embargo, el resurgimiento de las naciones y de los pueblos de Asia, Africa y Latinoamrica durante las dos ltimas generaciones es el que ha producido esta tarda y todava reticente crisis de conciencia. Una demanda escrupulosa se ha convertido en una inevitable necesidad prctica, el resultado de la influencia (decisiva) del factor poltico esto es, las victorias de los diversos movimientos de liberacin nacional en escala mundial.

    Por el momento, es el orientalismo el que ha experimentado el mayor impacto; desde 1945 no es slo el campo el que se le ha ido de las manos sino tambin los hombres, aquellos que ayer todava eran el objeto de estudio y que hoy son su sujeto soberano ([1972] 1981: 73).

    La revisin crtica que Abdel-Malek y otros pedan en 1963 tuvo sus primeros efectos en el dominio acadmico cerrado de los propios orientalistas profesionales. En 1973, apenas diez aos despus, el Congreso Internacional de Orientalistas se vio compelido a cambiar su nombre por el de Congreso Internacional de Ciencias Humanas de Asia

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  • y Africa del Norte, tras acalorado debate, sin duda. Y otros diez aos despus el grupo trat de reencontrar el equilibrio un poco volviendo a cambiar de nombre, a Congreso Internacional para los Estudios Asiticos y Norafricanos. Pero el trmino orientalista no fue resucitado.

    Lo que Said hizo fue salirse de este dom inio cerrado. Se movi en el dominio ms amplio del debate intelectual general. Said naveg con la ola de solevantamientos intelectuales generalizados que se reflejaron y se promovieron en la revolucin de 1968. De manera que no se diriga principalmente a los orientalistas. Se diriga ms bien a dos audiencias ms extensas. En primer lugar, se diriga a todos los que participaron central o aun perifricamente en los mltiples movimientos sociales que surgieron de 1968, y que ya en los aos setenta dirigan su atencin ms de cerca a cuestiones relativas a las estructuras del saber. Said estaba poniendo de realce para ellos los enormes peligros intelectuales, morales y polticos de las categoras binarias reificadas, profundamente insertas en la geocultura del moderno sistema-mundo. Les estaba diciendo que debemos gritar a los cuatro vientos que no existe el persa esencial, inmutable, que carece de entendimiento acerca de los nicos valores y prcticas pretendidamente universales.

    Pero Said se diriga tambin a una segunda audiencia: a todas las personas honestas y buenas en las instituciones del saber y a las instituciones sociales incluyentes que todos habitamos. Estaba di- cindoles: cuidado con los falsos dioses, o los presuntos universalismos que no solamente ocultan las estructuras de poder y sus desigualdades sino que son los promotores principales, o los conserva-

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    dores, de las inmorales polarizaciones existentes. En realidad Said estaba apelando a otra interpretar cin de los supuestos valores universales de estas personas honestas y buenas. En este sentido, estaba repitiendo la larga bsqueda de Las Casas. Y muri en medio de la misma sensacin de frustracin e incompletud que Las Casas en su empeo. Para apreciar la naturaleza de esta bsqueda para un verdadero equilibrio (intelectual, moral y poltico) entre lo universal y lo particular conviene examinar con quin se debata Said. En primer lugar, y con ms estrpito y pasin, con los poderosos del mundo y sus aclitos intelectuales, que no solamente justificaban las desigualdades bsicas del sis- tema-mundo que a Said le parecan tan patentemente injustas sino que tambin disfrutaban de los frutos de estas desigualdades.

    Por eso estaba listo no simplemente para embarcarse en una batalla intelectual sino tambin en una disputa poltica directa. Said fue miembro del Consejo Nacional Palestino y particip activamente en sus deliberaciones. Era una de las voces cantantes cuando ste convoc a la Organizacin de Liberacin Palestina (o l p ) a revisar sus viejos reclamos al anterior mandato britnico en su conjunto y a reconocer el derecho de Israel a existir dentro de los lmites establecidos en 1967 junto a un estado palestino independiente. Como sabemos, sta fue la postura que la olp acab adoptando dentro de los Acuerdos de Oslo en 1993. Pero cuando, dos aos ms tarde, Yaser Arafat firm el Oslo 2 con los israeles, alegando que estaba poniendo en marcha esta postura revisada de la o lp , Said sinti que Oslo estaba lejos de llegar a un arreglo equitativo. Said lo denunci como el

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  • 6iVersalles palestino. No temi defender posturas que lo ponan en entredicho frente a gran parte del mundo rabe. Por ejemplo, denunci el revisionismo del holocausto, el rgimen del partido Baath en un momento en que Washington todava lo apoyaba y la corrupcin en varios regmenes rabes. Pero, pese a todo, fue un defensor inquebrantable de un estado palestino.

    Said tuvo una tercera batalla, menos vocinglera pero igualmente sentida: su disputa con los posmodernistas, que, segn l, haban abandonado la bsqueda del anlisis intelectual y por ende la transformacin poltica. Para Said las tres cuestiones formaban parte de la misma bsqueda: sus ataques a los orientalistas acadmicos, la insistencia en una postura poltica moralmente congruente y firme respecto a Palestina, y su decisin de no abandonar las grandes narrativas en pro de lo que consideraba juegos intelectuales carentes de inters e insignificantes.

    Por consiguiente, debemos poner el libro de Said dentro del contexto de su poca: primero, la oleada de movimientos de liberacin nacional en el mundo entero en los aos posteriores a 1945 y, segundo, la revolucin mundial de 1968, expresin de las demandas de los pueblos olvidados del mundo para tener un lugar legtimo tanto en las estructuras de poder del sistema-mundo como en los exmenes intelectuales de las estructuras del conocimiento.

    Podemos resumir de la siguiente manera el resultado de cirfcuenta aos de debate: las transformaciones del equilibrio de poder en el sistema- mundo pusieron fin a las sencillas certezas acerca del universalismo que prevalecieron a lo largo de

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    casi toda la historia del moderno sistema-mundo, que afianzaron las oposiciones binarias profundamente arraigadas en todos