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Í NDICE DOSSIER • Repensar el Estado 9 Gerardo Ávalos Tenorio • Actualidad del concepto de Estado de Hegel 37 Sergio Ortiz Leroux • La crisis del Estado mexicano: una lectura desde el republicanismo de Maquiavelo 63 Jaime Osorio El hiato entre Estado y aparato: capital, poder y comunidad 89 Arturo Santillana Andraca • Apuntes para una genealogía del Estado 107 Donovan Adrián Hernández Castellanos • Idea del Estado en Carl Schmitt. Aportes para una genealogía de lo político 133 Rodrigo F. Pascual, Luciana Ghiotto • Reconceptualizando lo político: Estado, mercado mundial, globalización y neoliberalismo 155 José Luis Tejeda González • Entresijos del poder: facticidad y fisuras 175 Felipe Victoriano • Estado, golpes de Estado y militarización en América Latina: una reflexión histórico política DIVERSA 199 Bruno Lutz • La acción social en la teoría sociológica: una aproximación 221 Abigail Rodríguez Nava, Francisco Venegas Martínez • Posmodernismo, racionalidad económica y racionalidad ética

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Índice

Dossier • Repensar el Estado

9 Gerardo Ávalos Tenorio • Actualidad del concepto de Estado de Hegel

37 Sergio Ortiz Leroux • La crisis del Estado mexicano: una lectura desde el republicanismo de Maquiavelo

63 Jaime Osorio • El hiato entre Estado y aparato: capital, poder y comunidad

89 Arturo Santillana Andraca • Apuntes para una genealogía del Estado

107 Donovan Adrián Hernández Castellanos • Idea del Estado en Carl Schmitt. Aportes para una genealogía de lo político

133 Rodrigo F. Pascual, Luciana Ghiotto • Reconceptualizando lo político: Estado, mercado mundial,

globalización y neoliberalismo

155 José Luis Tejeda González • Entresijos del poder: facticidad y fisuras

175 Felipe Victoriano • Estado, golpes de Estado y militarización en América Latina: una reflexión histórico política

Diversa

199 Bruno Lutz • La acción social en la teoría sociológica: una aproximación

221 Abigail Rodríguez Nava, Francisco Venegas Martínez • Posmodernismo, racionalidad económica y

racionalidad ética

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245 Paula Lenguita • Las relaciones de teletrabajo: entre la protección y la reforma

267 Aura Elena Peña Gutiérrez • La mujer y los derechos humanos. Una perspectiva en la sociedad venezolana

crítica de libros

295 Job Hernández Rodríguez • El árbol de la vida renace y vuelve a florecer

303 Juan Pablo Gonnet • La política desde la teoría de sistemas sociales de Ni�las Luhmann

313 Juan Carlos Fitta Quirino • La jurisprudencia no es ciencia. A 125 años de la muerte de Julius Hermann von Kirchmann

327 Ana Drolas • Resistencias laborales en Argentina

331 los autores

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REPENSAR EL ESTADO DOSSIER

ARGUMENTOS • UAM-X • MÉXICO �

ActuAlIDAD DEl cOncEptO DE EStADO DE HEgEl

Gerardo Ávalos Tenorio

Este artículo realiza una revisión de la teoría hegeliana del Estado para evaluar su actualidad y vigencia. Procede desplazando el horizonte de interpretación habitual y hegemónico de los fenó-menos políticos, desde donde la teoría del Estado de Hegel apunta hacia conclusiones totalitarias o queda inscrita, desfigurada, en una filosofía finalista de la historia. Siguiendo a Hegel, el Estado es revelado como un proceso de relaciones intersubjetivas formado por momentos o estaciones que lo constituyen como una comunidad de vida racionalmente fundada. Desde esta perspectiva, se juzga, el concepto hegeliano del Estado es plenamente vigente.

Palabras clave: Estado, Hegel, filosofía política hegeliana.

AbSTRACT

This paper makes a revision of Hegel’s State theory to evaluate its currency and validity. The text proceeds taking away the habitual interpretative horizon of politic phenomena, according to which Hegel’s theory points to totalitarian conclusions or keeps inscribed, disfigured, in a finalist theory of history. According to Hegel, the State reveals as a process of intersubjective relations constituted of moments or stages that constitute itself as a life community rationally founded. From this perspective, we affirm, the hegelian concept of State is fully vigent.

Key Words: State, Hegel, Hegel’s Political Philosophy.

CONSIDERACIONES PREvIAS: EL retorno A HEGEL

Pretendo evaluar la vigencia del concepto de Estado de Hegel. Ello supone, en primer lugar, exponer con claridad la consistencia de este concepto; en segundo, señalar con pre-cisión la originalidad de la teoría hegeliana del Estado en contraste con otras tradiciones. La mayor dificultad de este intento radica no en la visión hegeliana del Estado sino en el diagnóstico de nuestra época y condición, pues es en relación con este diagnóstico que puede hablarse de la vigencia de un concepto. Si este diagnóstico se elabora desde un

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horizonte de comprensión tal que ya presuponga alguna noción de política y de Estado, ello se traducirá automáticamente en una evaluación restrictiva del concepto hegeliano de Estado. Por ejemplo, si el punto de partida es la típica visión de que existe una separación fija y permanente entre la sociedad civil y el Estado o bien entre la economía y la política, como si se tratara de diferenciaciones ontológicas, entonces el resultado no puede ser otro que la reiteración de la crítica liberal del concepto hegeliano de Estado, ya adelantada por Karl Popper.1 Es necesario retener esto porque la concepción liberal ha sido preservada, fomentada y difundida como discurso legitimador de la asimetría entre grupos sociales, y también entre naciones y pueblos; es hoy un modelo de pensamiento dominante, lo cual significa que ha logrado instalarse en los presupuestos del pensar los diversos fe-nómenos de la vida política. Ahora bien, no es desdeñable el cambio de posición que, en las últimas décadas, ha experimentado la recepción liberal de Hegel. De hecho, ha impuesto una especie de “retorno” al filósofo idealista por excelencia. Este sorprendente giro del pensamiento liberal, o por lo menos de una de sus múltiples expresiones, ha asumido el legado de Hegel y lo ha convertido en una plataforma de legitimidad de la forma social vigente. La tesis del fin de la historia y de la construcción de un Estado uni-versal homogéneo, son atribuidas a Hegel y recuperadas para aducir que habitamos en la última etapa de una temporalidad histórica cuya conflictividad ya no puede ir más allá de la lucha por el reconocimiento (otro tema de estirpe hegeliana) isothymocrático y ya no megalothymocrático.2 El mercado capitalista y la democracia liberal se configuran, así, como las grandes instancias organizativas a las que ha llegado el espíritu en su largo vía crucis histórico signado por la lucha y la búsqueda del poder, pero también por la razón y el cálculo: no existe un orden más elevado. Se trata, en realidad, de una tesis que no es de Hegel sino del soviético Alexandre Kojève cuya interpretación del filósofo de Stuttgart tuvo una gran influencia en los círculos intelectuales de la Francia del periodo de entreguerras.3 Así pues, se trata de un Hegel que es solamente un nombre que ampara

1 Karl Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, España, Paidós, 1�8�.2 “Al deseo de ser reconocido como superior a otros lo llamaremos con una nueva palabra de raíz griega,

megalothymia […] Es lo opuesto a la isothymia, el deseo de ser reconocido como igual a los demás. La megalothymia y la isothymia constituyen, juntas, las dos manifestaciones del deseo de reconocimiento que ayudan a comprender la transición histórica a la modernidad”. Francis Fukuyama, El fin de la historia y el último hombre, España, Planeta-Agostini, 1��4, p. 254.

3 Entre los oyentes de Kojève se encontraban Raymond Aron, Raymond Queneau, Merleau-Ponty, Eric Weil, Perre Klossoswsky, Alexandre Koyrè, George Bataille, André Breton y Jacques Lacan. En su ameno relato sobre la introducción del hegelianismo en Francia y la influencia que en ello tuvo la enseñanza de Kojève, Roudinesco señala: “Kojève traduce el apólogo de Hegel a la manera de una novela-folletín. Teatraliza entidades abstractas para transformarlas en personajes vivientes. Privilegia así una dialéctica de la praxis en detrimento de una dialéctica de las conciencias. De ahí la extensión extravagante que da al

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ideas adelantadas por un autor, defendidas y difundidas por otro más. Por cierto, Fuku-yama no oculta este juego de prestidigitación. Es Kojève y no Hegel, quien afirma que “hemos llegado al fin de la historia porque la vida en el Estado universal y homogéneo es completamente satisfactoria para sus ciudadanos. El mundo democrático liberal moderno, en otras palabras, está libre de contradicciones”.4 Así, “puede discutirse legítimamente si la interpretación de Hegel por Kojève que presentamos aquí es realmente Hegel, tal como él mismo se comprendía, o si contiene una mezcla de ideas que son propiamente ‘kojèvianas’. Kojève toma ciertos elementos de las enseñanzas de Hegel, como la lucha por el reconocimiento y el fin de la historia, y los convierte en el eje de esa enseñanza de una manera que Hegel pudo no haber hecho”.5 A confesión de parte, relevo de pruebas: las referencias al fin de la historia, a la lucha por el reconocimiento y al Estado universal y homogéneo toman palabras y términos aislados de la obra de Hegel, pero no su de-sarrollo conceptual. Sin embargo, este tipo de recuperación, más bien propagandística, sí ha tenido efectos desorientadores. Hasta autores serios como Agnes Heller y Ferenc Fehér han vinculado la tesis del fin de la historia con la posmodernidad y han visto en ello una “sorprendente reivindicación de la filosofía política de Hegel”.6

Con todo, la actualidad del pensamiento hegeliano no se ha mantenido tan sólo en este nivel de otorgar nomenclatura filosófica a las ideologías políticas. También se han reivindicado algunos de los temas hegelianos a la manera de iluminación de ciertos aspectos problemáticos de las sociedades actuales. Tal es el caso de la “política del reconocimiento” defendida inicial-mente por Charles Taylor, quien ya estaba acreditado como uno de los filósofos contem-

concepto de “Deseo”, Begierde, en alemán, que se define como la presencia manifiesta de la ausencia de una realidad […] Es fácil adivinar la importancia del kojevismo para la generación pensadora de los años 1�33-1�55. La problemática del terror sagrado es el motivo central por el que Bataille, Caillois y otros fundan el Colegio de Sociología. Los temas de la tiranía, la nada, el terrorismo, el humanismo ateo y el compromiso impregnan las posiciones filosóficas de Sartre y Merleau-Ponty”. Elisabeth Roudinesco, La batalla de los cien años. Historia del psicoanálisis en Francia, t. 2, España, Editorial Fundamentos,1��3, pp. 146-147. Posteriormente, Kojève se convirtió en un hombre de Estado, pero no abandonó su inspiración hegeliana. Así, “es difícil citar otro pensador europeo del último siglo que haya desempeñado un papel de tal relevancia en la conformación de la política europea, o en un hombre de Estado que tuviese similares ambiciones filosóficas”. Mark Lilla, Pensadores temerarios. Los intelectuales en la política, España, Debate, 2004, p. 107.

4 Francis Fukuyama, op. cit., p. 203.5 Ibid., p. 208.6 Citado en Joseph M. Esquirol, La frivolidad política del fin de la historia, España, Caparrós Editores,

1��8, p. �.

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poráneos que conocían y habían reinterpretado a Hegel.7 El tema del “reconocimiento” ha desempeñado un papel importante como base del multiculturalismo, pero también ha sido uno de los ejes articuladores del debate ético actual acerca de la justicia y la alteridad.8

Aquí sí, el discurso filosófico de Hegel es retomado y pretendidamente reinterpretado en forma creativa. El caso de Taylor es paradigmático porque el desarrollo de su pensa-miento multicultural depende de muchos giros que se encontrarían implícitos en Hegel. Tal es el caso del contraste entre una dialéctica histórica y una dialéctica ontológica, diferenciadas sobre la base de algo que siempre ha inquietado de la filosofía hegeliana: la relación entre el espíritu y las cosas finitas. Para Taylor, la dialéctica de Hegel fracasó en establecer los términos de esta relación,� pero aun así, la actualidad de Hegel radica en su intento de conciliar razón, libertad, individuo, comunidad, subjetividad y vida. Necesi-tamos a Hegel, en definitiva, por el esfuerzo de conciliación que realiza.

La cuestión del “reconocimiento” tiene un papel importante no sólo en la sustentación del multiculturalismo sino también en otros esfuerzos por argumentar en favor de una instauración de principios morales éticamente fundados para dar salida a los conflictos de la época actual. Destaca, en este sentido, la labor de Axel Honneth10 y de Paul Ri-coeur,11 ambos orientados hacia una actualización de los planteamientos hegelianos, con conclusiones diferentes.

A esta súbita puesta en escena de referentes hegelianos como inspiradores de des-pliegues argumentativos que proponen soluciones prácticas a los grandes problemas de nuestra época, se agrega una producción intelectual periódicamente renovada, propia de los especialistas que siempre han trabajado en el pensamiento hegeliano.12

Así las cosas, en seguida haré una relectura de la concepción del Estado de Hegel y, en segundo lugar, trataré de responder a la pregunta acerca de su actualidad o vigencia: ¿se puede pensar hoy al Estado de esta manera?, ¿cuáles son las ventajas de entender así al Estado?, ¿qué pasa si no se asume el concepto hegeliano del Estado?

7 Charles Taylor, Hegel y la sociedad moderna, México, Fondo de Cultura Económica, 1�83. Véase, ade-más, El multiculturalismo y la “política del reconocimiento”, México, Fondo de Cultura Económica, 1��3.

8 Véase Seyla Benhabib, Las reivindicaciones de la cultura. Igualdad y diversidad en la era global, Argen-tina, Katz, 2006, cap. 3.

� Charles Taylor, Hegel..., op. cit., p. 135.10 Axel Honneth, La lucha por el reconocimiento. Por una gramática moral de los conflictos sociales, Bar-

celona, Editorial Crítica, 1��7.11 Paul Ricoeur, Caminos del reconocimiento, España, Trotta, 2005.12 Véase Czeslaw Michalewsky, Hegel. La Phénoménologie de l’esprit à plusieurs voix, Francia, Ellipses,

2008. Bernard Bourgeois, Filosofía y derechos del hombre: desde Kant hasta Marx, Colombia, Siglo del Hombre Editores, 2003. Karl Löwith, “Aktualität und Inaktualität Hegels”, AA.VV. Hegel-Bilanz, Fankfurt en Main, Vittorio Klostermann, 1�71.

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REvISIóN DEL CONCEPTO DE ESTADO

El tema dominante de los escritos juveniles de Hegel es la religión. El horizonte desde el que aborda este tema es la filosofía kantiana, específicamente en lo concerniente a la moralidad. Instalado en Berna, una vez que ha egresado del seminario de Tübingen y se ha separado de sus amigos Hölderlin y Schelling, Hegel aborda el estudio de la positividad de la religión cristiana. La positividad consiste en la transformación de una doctrina moral en un conjunto de prácticas ritualizadas e instituciones patentes, con existencia positiva, cuya dinámica real y efectiva contraviene la esencia de la doctrina. El cristianismo se transformó, en este sentido, en una religión positiva, desvinculada de su sustancia moral, no tanto debido a una especie de degeneración progresiva del mensaje original de Jesús sino, antes bien, a la propia forma de la génesis de esta religión. En efecto, el hecho de que la enseñanza de Jesús de Nazareth estuviera basada en su propia persona, en su autoridad moral y en sus milagros, y no en el libre ejercicio de la razón por cada uno de sus oyentes, determinó que el soporte del devenir cristiano recayera en la fe en un hombre, más tarde sustituido por una secta, un conjunto de sectas y, final-mente, por un Estado eclesiástico. El razonamiento de Hegel apunta a descubrir la falta de sustancia moral en el Estado eclesiástico, pero sobre todo, al atentado contra la libertad individual que supone una situación en la que no se encuentran perfectamente deslindados los campos de la moralidad y los de la juridicidad. Hegel de inmediato da nota de la exclusión contra los que no quieren pertenecer a la religión institucionalizada positivamente en un Estado eclesiástico.

En este contexto, Hegel realiza una comparación entre Jesús y Sócrates como dos figuras paradigmáticas de la moralidad, y el resultado es marcadamente favorable al maestro ateniense, quien muestra su superioridad en su franca confianza en la libertad de pensamiento de aquellos que querían dialogar con él. La idea que aquí está defendiendo Hegel es, en realidad, el contraste entre dos procedimientos distintos por los que se genera la formación moral de los pueblos: el propio del adoctrinamiento y, en contraste, el de la convocatoria al libre ejercicio del pensar, al despliegue libre y autónomo de la razón. Este segundo procedimiento asociado con el nombre de Sócrates y, a partir de ahí, también vinculado a la filosofía (y no a la religión) es superior si se quiere perseverar en la libertad de los seres humanos. En cambio, en el cristianismo se produce una subordinación de principio a un poder exterior y superior, que hace irrelevante el ejercicio de la libertad:

El hombre que reconoce este poder superior de un ser, no sólo sobre los impulsos de su vida (puesto que esto tiene que ser reconocido por todo el mundo, ya sea bajo el nombre de naturaleza, destino o providencia), sino también sobre su espíritu, sobre toda la exten-sión de su ser, no puede sustraerse a la fe positiva. La disposición para tal fe presupone

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necesariamente la pérdida de la libertad de la razón, de la autonomía de la misma y, así, la incapacidad para oponerse a un poder ajeno.13

De manera oblicua, Hegel destaca la superioridad del Estado civil frente al Estado eclesiástico, marcando el hecho de que es un Estado donde la moralidad no sólo está a salvo sino que se preserva en su verdadero significado, pues no es con la obediencia ciega a preceptos, normas, reglas y disposiciones dictadas por la autoridad como se manifiesta consecuentemente la moralidad sino, por el contrario, en el libre ejercicio de la razón práctica que elige actuar moralmente. La separación entre derecho y moralidad es propia del Estado civil y, en consecuencia, es lo que más se ajusta a la libertad, a la razón y a la moralidad.

Como puede apreciarse, desde este juvenil escrito de 17�6, Hegel pone en el centro de sus consideraciones el tema de la libertad individual en el campo de la razón práctica, y sobre esta base compulsa dos modos de instauración de la moralidad. El modelo de la filosofía está asociado, como dije, con el nombre de Sócrates y con la bella totalidad armónica de la polis ateniense. Esta unidad es el noble resultado de la confianza en la libertad de pensamiento, lo que no sólo envuelve a un pequeño grupo de ilustrados sino que abarca al conjunto de los ciudadanos. Aquí, Hegel teje una curiosa trama de moralidad kantiana, método socrático y política ateniense, que desemboca en un ideal que armoniza la libertad individual y el principio de lo comunitario. Atenas y Roma representan la realidad histórica de comunidades políticas que realizaron la unión entre la libertad positiva y, a través de ella, lograron la fusión entre el individuo y la comunidad. De este modo, el Estado fue el producto de la propia actividad libre del ciudadano. La decadencia romana, asumida como producto de la crisis moral del pueblo, explica el recurso al cristianismo. Roma había devenido una aristocracia y el Estado redujo su di-mensión moral para orientarse sólo a la protección de la propiedad. En estas condiciones, el ciudadano romano fue invadido por la indolencia y la apatía hasta llegar al extremo de no identificarse más con su Estado. Y es que “arriesgar la vida por un Estado que sólo asegura la conservación de la propiedad no tiene sentido”.14

Hegel continuó tratando temas teológicos aunque en ellos subyacían preocupaciones filosóficas de carácter práctico. Así, la figura de Jesús es nuevamente abordada, pero ahora como un maestro (kantiano) de moralidad, y ya despojado de la aureola mística propia del hacedor de milagros. Con su enseñanza, Jesús funda un “reino de Dios” formado como síntesis de la soberanía de las leyes de la virtud entre los hombres.15 Se abría paso

13 G.W.F. Hegel, “La positividad de la religión cristiana”, en Id. Escritos de juventud, España, Fondo de Cultura Económica, 1�84, p. 136.

14 Ibid., p. 15�.15 G.W.F. Hegel, Historia de Jesús, España, Taurus, 1�81, p. 71.

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con ello el tema de la enseñanza de la moral y de la manera en que se transforman las costumbres de los pueblos. Esta cuestión adopta un tono muy agudo en “El espíritu del cristianismo y su destino”, escrito ya en Frankfurt hacia 17�8. En este texto Hegel contrasta al espíritu del judaísmo con el propio del cristianismo, acudiendo nuevamente a la figura de Jesús en tanto impulsor del imperativo del amor. El judaísmo impulsa un sentido de igualdad, pero en el sometimiento a un Dios externo y una ley obligatoria pero irreflexivamente asumida. “Los judíos son totalmente dependientes de Dios. Aquello de lo cual uno depende no puede tener la forma de la verdad, puesto que la verdad es la belleza intelectualmente representada; el carácter negativo de la verdad es la libertad”.16 Frente a este espíritu, Jesús invierte la relación con la ley y marca la superioridad del hombre respecto a mandatos externos. “A la costumbre de lavarse las manos antes de comer el pan Jesús opone toda la subjetividad del hombre y coloca la pureza o la im-pureza del corazón por encima de la servidumbre ante un mandamiento, ‘por’ pureza o impureza de un objeto. Convirtió la subjetividad indeterminada en carácter de una esfera totalmente diferente, que no tiene nada en común con el cumplimiento puntual de mandamientos objetivos”.17 El mandamiento del amor al prójimo como a uno mismo, en tanto que él, el prójimo, es tú, y la indicación de Jesús a sus discípulos según la cual, una vez que él haya muerto, estará con ellos cuando dos o más se reúnan en su nombre, son las palancas que impulsan la formación de la comunidad ética cristiana. “Jesús no opuso a la servidumbre total bajo la ley de un Señor ajeno una servidumbre parcial bajo una ley propia, la violencia contra sí mismo de la virtud kantiana, sino las virtudes sin dominación y sin sometimiento, modificaciones del amor”.18 El amor puede construir una unión del espíritu, un reino de Dios donde el espíritu viviente anima a los diferentes seres, “que entonces ya no son meramente iguales entre sí, sino concordantes; ya no for-man una asamblea, sino una comunidad, puesto que están unidos no por un universal, por un concepto, sino por la vida, por el amor […] ¿Existirá una idea más bella que la de un pueblo formado de hombres cuya relación mutua es el amor?”1� Con todo, esta comunidad de vida tiene límites porque se configura dentro de un Estado al que ni Jesús ni su comunidad espiritual pudieron anular, y cuya existencia representaba pérdida de libertad, restricción de vida y una pasividad bajo el dominio de un poder ajeno. Con esto queda planteado el gran problema que la filosofía hegeliana del Estado. En sus pasos ulteriores, intentará resolver: la forma en que la comunidad de vida mediada por el amor puede convertirse en un Estado sin que ello niegue la libertad individual y sin abogar

16 G.W.F. Hegel, “El espíritu del cristianismo y su destino”, en Id. Escritos de juventud, op. cit., p. 2�5.17 Ibid., p. 306.18 Ibid., p. 335.1� Ibid., p. 363.

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por un Estado eclesiástico. Este reto de conciliación será abordado de frente durante la estancia del filósofo en Jena, periodo de gran productividad intelectual, y especialmente interesante para el tema que nos ocupa.

En Jena, Hegel escribe una serie de trabajos fundamentales que culminarán con la célebre Fenomenología del espíritu. En este periodo, Hegel se desprende del formalismo kantiano y elabora su fundamental concepto de “eticidad” (Sittlichkeit) que se convertirá en el cimiento de la construcción de su teoría del Estado.

Gran parte de la obra de Hegel es una respuesta a la filosofía de Kant. Intenta ser, eso sí, una refutación que reconozca los indudables méritos y con ello le asigne un lugar en una nueva totalidad de pensamiento. En síntesis, el pensamiento de Hegel pretende erigirse como una auténtica “superación” (Aufhebung) de la filosofía kantiana. Puede afir-marse, inclusive, que esta confrontación forma un vértice a partir del cual se entiende el desarrollo del pensamiento ulterior acerca de los seres humanos en relación. No ha sido un juicio extendido el que Hegel haya verdaderamente superado a Kant,20 pero lo cierto es que la comprensión del legado del filósofo de Stuttgart depende de que se entienda el modo en que establece la unificación de las dicotomías kantianas.21

En primer término, Hegel critica la ética kantiana porque, a su juicio, su formalismo encerraba su propia negación no reconocida, es decir, que implicaba, de manera no explícita, el reconocimiento de contenidos materiales:

[…] el mismo Kant [...] ha reconocido exactamente que la razón práctica renuncia a toda materia de la ley y que sólo puede convertir en ley suprema la forma de la aptitud de la máxima del libre arbitrio. La máxima del libre arbitrio tiene un contenido e incluye en sí una determinación; en cambio, la voluntad pura está libre de determinaciones; la ley absoluta de la razón práctica consiste en elevar aquella determinación a la forma de la unidad pura, siendo la ley la expresión de esta determinación, asimilada a la forma. [...] Pero la materia de la máxima sigue siendo lo que es, una determinación o una singularidad; y la universalidad que le da acogida en la forma, constituye también una unidad analítica a secas; pero si se expresa en una proposición pura la unidad que se le confiere como lo que es, entonces la proposición o bien es analítica o constituye una tautología.22

20 Para un tratamiento bien sustentado y muy informado del fracaso de Hegel en su intento de superar la “mera moral” kantiana, véase Amelia Valcárcel, Hegel y la ética. Sobre la superación de la “mera moral” , España, Anthropos, 1�88.

21 Carlos Pérez Soto, Desde Hegel. Para una crítica radical de las ciencias sociales, México, Ítaca, 2008, pp. 33 y ss.

22 G.W.F. Hegel, Sobre las maneras de tratar científicamente el derecho natural. Su lugar en la filosofía práctica y su relación constitutiva con la ciencia positiva del derecho, España, Aguilar, 1�7�, p. 34.

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REPENSAR EL ESTADO DOSSIER

ARGUMENTOS • UAM-X • MÉXICO 17

La proposición formal del imperativo moral llama, pues, a una acción que necesa-riamente tiene contenidos, lo que significa que tiene una dimensión analítica y no sólo sintética a priori. Pero si es analítica, entonces, tendrá que pasar por la experiencia, lo que entraría en contradicción con los presupuestos del formalismo.

Como vemos, Hegel desarrolla un razonamiento crítico del formalismo del imperati-vo moral, apuntando al corazón de todo formalismo: su vinculación con los necesarios contenidos materiales. La verdad del conocimiento hace referencia necesaria a los conte-nidos de los enunciados. Por ende, sería imposible el conocimiento si no se atiende a los contenidos. Esto, llevado a la formulación kantiana de la razón práctica, perfila la crítica hegeliana al imperativo moral: cualquier contenido del imperativo moral implicaría “una heteronomía del libre arbitrio”, pues la acción moral necesariamente tiene contenidos, es una acción concreta y no abstracta, material y no sólo formal, singular y específica. En consecuencia, cualquier contenido de la acción moral se tendría que mantener separado de la forma del enunciado de la ley:

[…] para poder expresar este formalismo en una ley, se requiere que se ponga alguna mate-ria, alguna determinación que constituya el contenido de la ley, y la forma que le adviene a esta determinación es la unidad o la universalidad concreta: para que una máxima de tu voluntad haya de valer simultáneamente como principio de una legislación universal, esta ley fundamental de la razón pura práctica dice que se ponga alguna determinación que integre el contenido de la máxima de la voluntad particular como concepto, como universal concreto. Pero cada determinación posee aptitud para ser recibida en la forma del concepto y ser puesta como una cualidad y, de esta manera, no hay nada en absoluto que no pueda llegar a convertirse en una ley ética.23

Conviene destacar aquí que Hegel descubre la necesidad de plantear dialécticamente el formalismo universal en conciliación con la materia o contenido particulares, específicos y concretos. En suma, Hegel encuentra el espacio de un universal concreto, el cual se convierte en un elemento central no sólo de su dialéctica, sino también, y sobre todo, de su pensamiento superador de la moralidad kantiana. En esta tesitura, Hegel acusa a la ética kantiana de incongruencia lógica. Desde la perspectiva de la crítica de la razón práctica, lo real procede de la acción orientada por el imperativo categórico. En conse-cuencia, hay una identificación de lo ideal, es decir, del imperativo moral deducido de la razón, con lo real, es decir, el mundo de las cosas confeccionado o construido de acuerdo con el imperativo de la acción. Sin embargo, el mundo no se configura necesariamente desde el imperativo moral; puede perfectamente estar construido con base en acciones

23 Ibid., p. 36.

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y conductas no morales. De la posibilidad de actuar de un modo no moral, depende la libertad de la voluntad para actuar moralmente:

En lo que se llama la razón práctica, sólo hay que conocer, por tanto, la Idea formal de la identidad de lo ideal y lo real y, en estos sistemas, esta idea debería constituir el punto de la indiferencia absoluta; pero aquella Idea no procede de la diferencia ni lo ideal adviene a la realidad, pues, a pesar de que lo ideal y lo real cósico son idénticos en esta razón práctica, lo real, sin embargo, permanece opuesto sin más ni más. Esto real está, en lo esencial, puesto fuera de la razón, de modo que la razón práctica –cuya esencia se concibe como una relación de causalidad referente a lo múltiple– consiste sólo en la diferencia respecto a lo mismo, es decir, a lo real, como una identidad que ha sido absolutamente afectada por una diferencia, pero que no brota del fenómeno. Esta ciencia de lo ético, que habla de la identidad absoluta de lo ideal y lo real, no actúa, pues, de acuerdo con sus palabras, sino que su razón ética constituye, en verdad, y en su esencia, una no-identidad de lo ideal y lo real.24

Debemos notar, además de todo, que Hegel ya sugiere que el ascenso a la universalidad se desprende de la propia lógica de la existencia de los objetos del mundo, no porque éstos tengan un movimiento inmanente fuera del pensamiento del sujeto, sino porque al pensarlos en su existencia se desarrollan sus propias condiciones contradictorias que los harán ascender al plano de lo universal. En este sentido, afirma Hyppolite:

[…] el ser mismo que se pone y se dice a través del discurso, y las formas de este discurso han de ser consideradas de acuerdo al sentido de ellas y no aisladas como reglas formales exteriores al contenido de las mismas. El pensamiento del pensamiento es especulativa-mente pensamiento del ser, tanto como el pensamiento del ser es un pensamiento del pensamiento.25

En síntesis, dentro de las coordenadas hegelianas, el formalismo kantiano cree resolver la cuestión moral plantándose en un horizonte universal, y sin embargo, no consigue una conciliación con la acción singular concreta. Todo el conjunto de acciones concretas singulares queda, por decirlo así, desconectado de lo universal. Hegel no puede confor-marse con esto y orientará su esfuerzo a buscar el universal concreto en un nivel supe-rior que aquel de la moralidad kantiana. Y lo que encontrará serán tres formas sociales orgánicamente entrelazadas: la familia, la sociedad civil y el Estado. A este conjunto le llamará Hegel “eticidad”.26

24 Ibid., p. 30.25 Jean Hyppolite, Lógica y existencia. Ensayo sobre la lógica de Hegel, México, uap, 1�87, p. 65.26 En el idioma alemán existen dos palabras para decir lo que en español designamos como moralidad

y que aluden a las normas de conducta basadas en las costumbres: Moralität y Sittlichkeit. Hegel hará

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El planteamiento inicial del concepto de eticidad lo hace Hegel en Jena en un escrito que se mantuvo inédito en vida del autor.27 Con este concepto, nuestro filósofo integra en una unidad la multiplicidad existencial de individuos libres que se dedican a diversas actividades productivas pero que son capaces de sacrificar sus intereses particulares en aras de la totalidad. Es aconsejable tener cautela en el significado de este sacrificio por la totalidad, pues es inevitable en nuestra época percibir resonancias totalitarias. Hegel quiere preservar la libertad individual pero se percata de que la propia dinámica del interés privado tiene un efecto disolvente de las propias condiciones que permiten expresarse y actuar al individuo libre. Más bien, Hegel cae en la cuenta de que, independientemente de la voluntad individual, del arbitrio y los deseos de los particulares, se configura de todos modos un poder superior que adquiere vida propia y que se erige, con toda la coerción del caso, en una fuerza que manda, que impone, regula y castiga. Ese poder es la intersubjetividad que carece, en sí misma, de un centro de poder que la organice racionalmente. En su escrito de esta misma época sobre La constitución de Alemania,28 el autor no sólo muestra con claridad el alto valor que le concede a la libertad individual, amén de la ventaja y utilidad de la participación de los ciudadanos en la administración del Estado, sino que también expresa que Alemania ya no era un Estado porque cada una de sus partes buscaban solamente perseverar en su particularidad, aunque se trataba de una particularidad feudal vinculada con el reclamo de libertad pero sobre todo con el honor y la sangre. Otros Estados europeos, en cambio, habían logrado ya construir su estatalidad renovada respetando la libertad individual, sí, pero con el riesgo de que el nuevo interés particular asociado con la riqueza y la propiedad impusiera sus preceptos de manera irreflexiva y, en último termino, disolvente.2� Estos juicios deben ser situados en conexión con la forma lógica presupuesta en la propia existencia del interés particular: en su principio mismo se encuentra la implicación de lo universal, pero no se trata de un universal abstracto sino de un universal que vive en lo particular e inclusive en lo singular:

un uso técnico de esta diferenciación, y al primer término lo vinculará con la fundamentación kantiana de la moral, mientras que el segundo lo reservará para la intersubjetividad racional hecha costumbres y constituida históricamente.

27 G.W.F. Hegel, El sistema de la eticidad, España, Editora Nacional, 1�82.28 G.W.F. Hegel, La constitución de Alemania, España, Aguilar, 1�72.2� Esta advertencia de Hegel sobre la amenaza que representa para la unidad y la estabilidad sociales

la dinámica ilimitada del interés privado, ha sido vinculada con la ulterior postura de Carl Schmitt frente al liberalismo, en especial en su crítica al parlamentarismo y la democracia. Se trata de una identificación superficial porque la fundamentación del Estado en cada uno de estos autores es completamente distinta. Remito al bien argumentado estudio de Jean-François Kervégan, Hegel, Carl Schmitt. Lo político: entre especulación y positividad, España, Escolar y Mayo Editores, 2007.

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En tanto que el pueblo constituye la indiferencia viviente y está aniquilada toda diferencia natural, el individuo se contempla en cada uno como sí mismo, llegando a la más alta objetividad del sujeto; y precisamente por ello, esta identidad de todos no es una identidad abstracta, no es una igualdad propia de la burguesía, sino una igualdad absoluta, y una igualdad intuida, una igualdad que representa en la conciencia empírica, en la conciencia de la particularidad; lo universal, el espíritu, está en cada uno y para cada uno, incluso en tanto que se trata de algo singular o individual.30

Se impone insistir en que Hegel no buscaba instaurar un nuevo “deber ser” en la política, en cuyo caso no rebasaría por ningún lado a la filosofía de Kant; en cambio, sí intentó dar cuenta de que el pensamiento debe orientarse a comprender de qué están hechos los lazos que hacen a los seres humanos y cómo esos propios lazos adquieren auto-nomía respecto de los particulares y, de todos modos, mandan sobre los individuos.31 Esos lazos se configuran desde la familia, continúan en la sociedad civil y arriban al Estado. Por esto, la eticidad que se configura en contraste con la moralidad, abrirá el camino a la comprensión del Estado como proceso constituido por relaciones condensadas en momentos estacionales. Esta visión del Estado es un intento de racionalizar lo que no es otra cosa sino la sociedad (un poder abstracto) determinando al individuo libre.

Hasta aquí hemos recuperado el modo en el que Hegel va construyendo su concepto de Estado a partir de sus tratamientos sobre la religión, la moralidad kantiana y la in-

30 G.W.F. Hegel, El sistema de la eticidad, op. cit., p. 157.31 En este sentido, Hegel es indudablemente un heredero de Maquiavelo. Considérense las siguientes

afirmaciones del filósofo de Stuttgart: “Pues lo que nos arrebata y nos hace sufrir no es lo que es, sino lo que no es como debiera ser; pero si reconocemos que es como tiene que ser, es decir, no según la arbitrariedad y el acaso, entonces reconocemos también que debe ser así. Sin embargo, a los hombres les resulta difícil, generalmente, asumir el hábito de intentar reconocer la necesidad y pensarla. Pues entre los sucesos y la libre interpretación de los mismos ponen un montón de conceptos y de fines y exigen que lo que acon-tece esté de acuerdo con éstos; pero cuando pasa de otra manera, como, sin duda sucede casi siempre, se disculpan de sus conceptos, como si en éstos dominase la necesidad, en tanto que en los acontecimientos solamente dominase el azar; pero se debe a que sus conceptos son tan limitados como su punto de vista sobre las cosas, que sólo interpretan como acontecimientos singulares, no como un sistema de sucesos dirigido por un espíritu”. La constitución de Alemania, op. cit., p. 11. Esta posición del filósofo es esencial en su pensamiento, y tiene especial relevancia para la construcción de su concepto de Estado. Así, en la Filosofía del Derecho afirma: “Este tratado, pues, en cuanto contiene la ciencia del Estado, no debe ser otra cosa que el intento de concebir y exponer el Estado como algo en sí mismo racional. La enseñanza que puede radicar en él no consiste en enseñar al Estado cómo debe ser, sino en enseñar cómo él, el universo ético, debe ser conocido”. G.W.F. Hegel, Principios de la Filosofía del Derecho o Derecho natural y Ciencia Política, Argentina, Edhasa, 1�88, p. 52.

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vención de la eticidad. Aún no nos hemos adentrado en las verdaderas complicaciones de la especulación hegeliana propia de sus dos obras principales. Como esto rebasaría el propósito y la extensión de este ensayo, me atengo a algunos señalamientos básicos. El primero es que la Fenomenología del espíritu32 y la Ciencia de la lógica33 constituyen el andamiaje especulativo del pensamiento político definitivo de Hegel. No obstante, los resultados se hacen visibles y comprensibles en la Filosofía del Derecho. El riesgo de re-mitirse sólo a esta última obra para extraer de ella su visión de la política y su concepto de Estado, radica en que se la comprenda desde el entendimiento y no desde la razón especulativa que él está desarrollando. Por esta razón, conviene describir, aunque sea a grandes trazos, lo que se juega en estas grandes obras.

Hecha esta advertencia digamos que la Fenomenología consiste en seguir la experiencia de la conciencia en su devenir autoconciencia como un proceso a un tiempo conceptual e histórico. Desde el principio, Hegel expone su propósito: “Según mi modo de ver, que “Según mi modo de ver, que deberá justificarse solamente mediante la exposición del sistema mismo, todo depende de que lo verdadero no se aprehenda y se exprese como sustancia sino también y en la misma medida como sujeto”.34 Es aceptado, en general, que Hegel se propuso mostrar la relación entre distintos modos de conocimiento, enlazando cada uno de ellos en un proceso ascendente. Pero no se trata sólo del conocimiento sino también de que el mundo objetivo, exterior, real, existe a condición de que sea penetrado por el pensamiento. La separación sujeto cognoscente / objeto de conocimiento solamente será un punto de partida pero pronto se revelará como una separación que pone el propio pensamiento. La “realidad” que se le presenta al sujeto como exterior debe ser pensada para que se convierta en una realidad efectiva (Wirklichkeit). La realidad así estructurada será el resultado del concepto. Pero el concepto no es un producto de la mente del ser pensante aislado y genial, sino de todo el desarrollo histórico cuya dinámica ha hecho posible no únicamente la generación de los grandes sistemas filosóficos, sino también el propio movimiento histórico en tanto ordenado retroactivamente por el pensamiento. Esta obra presenta con el concepto de “espíritu” (Geist) la síntesis del movimiento de la humanidad contemplada desde el presente. Sus pretensiones de validez no apuntan hacia el futuro sino hacia la comprensión de lo que ha sido de la humanidad hasta hoy y hasta aquí: la historia es presente o, como ha dicho uno de los grandes intérpretes, es historia viviente.35

32 G.W.F. Hegel, Fenomenología del espíritu, México, Fondo de Cultura Económica, 17a. reimpr., 2007.

33 G.W.F. Hegel, Ciencia de la lógica, 2 t., Argentina, Ediciones Solar, 1��3. También me refiero a la “lógica menor” de la Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas, España, Alianza, 1��7.

34 G.W.F. Hegel, Fenomenología del espíritu, op. cit., p. 15.35 Jacques D’Hondt, Hegel, filósofo de la historia viviente, Argentina, Amorrortu, 1�71.

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De este modo, coinciden epistemología y ontología pues, en realidad, no es diferente saber del objeto que de la constitución del objeto. El realismo ingenuo confunde lo que perciben los sentidos con la realidad: no se percata de que es necesario un conjunto de nociones e ideas para ordenar las sensaciones, pero, además omite incluir el proceso del pensar, la operación del pensamiento, en lo que percibe como realidad. La certeza sensi-ble y la percepción adolecen de esta reflexión, lo que no ocurre con el entendimiento, el cual, no obstante haber planteado las condiciones trascendentales de posibilidad tanto de la experiencia sensible como del pensar categorial, se queda varado en la separación entre el ser y el pensar. El entendimiento, llevado por sus propios supuestos deriva en la autoconciencia, pero ésta implica todo un movimiento del pensar desde la razón hasta el saber absoluto pasando por la intersubjetividad espiritual y la religión. Así, la conciencia, la autoconciencia y la razón forman un primer círculo que no se cierra, sino que asciende en uno de sus extremos, el de la razón, entrelazándose con otro círculo superior que es el formado por la razón (nuevamente, situada ahora en el extremo inicial), el espíritu, la religión y el saber absoluto. La conciencia, entonces, deviene autoconciencia, y en ese proceso se encarna en un mundo en movimiento. La mera conciencia del mundo objetivo no es suficiente para alcanzar la verdad: es necesario incluir el modo de ser de la intersubjetividad entendida como espíritu.

En el proceso de despliegue de la experiencia de la conciencia el Estado aparece en dos grandes momentos. Ambos sustentan la visión del Estado como un proceso cuyas estaciones son momentos de su constitución esencial intersubjetiva. El movimiento de la conciencia produce al Estado como relacionalidad ética en primer lugar, y como formación (Bildung) de los sujetos, en segundo lugar.

La razón [explica Busse] se busca a sí misma en el objeto; primero como un ser inmediato (la razón observadora); después acomete al objeto en el goce y en la negación del objeto. En el objeto, la razón se crea como unidad de su ser para otro con él. Finalmente se ve a sí misma frente a la cosa misma, como esencia universal abstracta […] También en el desarrollo del espíritu inmediato son tres figuras diferenciadas de la conciencia, que expresan la relación de las diferentes determinaciones del objeto. El mundo del espíritu se expresa primero como un ser inmediato, como el ser en sí inmediato, igual a sí mismo, esto es, como la bella vida ética. Este mundo del espíritu, en un segundo momento, se expresa como ser para otro en la formación (Bildung) y la educación, y como riqueza y necesidad. Finalmente, se expresa como esencia o interioridad, donde se determina como autoconciencia moral.36

36 Martin Busse, Hegels Phänomenologie des Geistes un der Staat, Alemania, Junker und Dünnhaupt Verlag, 1�31, p. 55.

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En esta lógica, el Estado aparece en las figuras del mundo ético y del mundo de la formación. En el mundo ético el poder del Estado no es el de los gobernantes sobre el pueblo sino el de la comunidad del pueblo sobre sí mismo, como la realidad efectiva de la sustancia ética. El espíritu, entonces, es real en la conciencia del ciudadano del pueblo. Esto, sin embargo, es el resultado de una oposición conflictiva entre la ley de la familia y la ley de la comunidad, ilustrada con la trama trágica de Antígona: la ley de arriba (como ley de la comunidad) se enfrenta a la ley subterránea, los penates, la tradición, representada por el principio de lo femenino. Esta dinámica de oposiciones hace eclosión en la guerra. Dicho con otras palabras, el Estado no es ningún reino de los cielos en la tierra, sino un proceso de oposiciones contradictorias que constituyen el movimiento que lleva a una continua superación. El Estado es universal en tanto ley y costumbre, y su individualidad simple radica en el gobierno. La comunidad se articula en el sistema de la autonomía personal y de la propiedad, del derecho de las personas y las cosas, y en la familia. “En esta comprensión del Estado la conciencia está ligada a la persona en su formalidad legal y en la propiedad como realidad efectiva del espíritu”.37 Persona y propiedad son abstracciones sin contenido propio, que alcanzan su realidad efectiva y su contenido concreto en el “poder del Estado”, es decir, en la realidad efectiva de la acción de este ser espiritual. Como “espíritu” el Estado es objetivo, pero desde el horizonte de la retroactividad hegeliana, es in-formado en realidad desde el espíritu absoluto:

La dialéctica del espíritu absoluto, posterior a la del espíritu objetivo, es fundamental para entender el pensamiento de Hegel, sobre todo en lo referente al Estado. El Estado es la máxima expresión –el universal concreto– del espíritu objetivo, pero éste sólo es la matriz del espíritu absoluto. Lo que propiamente le comunica sentido al Estado es el espíritu absoluto, es decir, las máximas realizaciones del espíritu.38

Aún así, en la Fenomenología del espíritu también se sigue la huella al proceso de instauración del Estado moderno a partir de la Ilustración y la Revolución Francesa,3� todo esto adviniendo de la dinámica de la “monarquía ilimitada”. Este desarrollo es muy importante para nosotros porque muestra que para Hegel el Estado es un devenir, no una construcción fija como lo es para el entendimiento. Aquí, Hegel le sigue la pista a la “libertad absoluta” y a la manera contradictoria en que, para realizarse, esta libertad se niega; como no se resigna a esta auto-negación operada cuando se tiene que

37 Ibid., p. 56.38 Rubén Dri, Intersubjetividad y reino de la verdad. Aproximaciones a la nueva racionalidad, Argentina,

Biblos, 1��6, p. 1�.3� G.W.F. Hegel, Fenomenología…, op. cit., pp. 344-345.

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institucionalizar para ser gobierno, entonces pasa a una condición de “furia destructiva” que desde el gobierno del terror hace de la muerte algo tan cotidiano como “cortar una col”. El “terror”, sin embargo, es la mediación necesaria para que la libertad absoluta se convierta en la moralidad, la cual, desde luego, replanteará los términos de su devenir libertad concreta. Con esto, en realidad Hegel está dando cuenta de que el Estado no es algo inmutable sino un proceso en el que la negación de su ser puesto es la condición de su consistencia y vitalidad.

La otra gran obra de Hegel, la dedicada a examinar la forma en la que el pensamiento se piensa a sí mismo, aparentemente no trata el tema del Estado salvo de modo marginal, cuando ilustra la vinculación entre lo Uno y lo Múltiple, tal y como lo hace el entendi-miento y la manera en que se unifican superándose. “Los átomos, principio de la suma exterioridad y, por lo tanto, de la suma carencia de concepto, afectan (desfavorablemente) a la física en la teoría de las moléculas y partículas, tanto como a la ciencia política, que toma como punto de partida la voluntad particular de los individuos”.40 Esta simple mención es sintomática de la forma en que se ubica la teoría hegeliana del Estado frente a todas aquellas construcciones cuyo punto de partida es el individuo libre y cuya voluntad construye las instituciones sociales, el Estado de Derecho y las prácticas gubernativas. La gran fuerza de la teoría hegeliana del Estado es que está fundada lógicamente en la superación del entendimiento que está en la base de las teorías políticas más descollantes de la modernidad. El entendimiento separa, fija y abstrae los elementos que percibe como reales, y los relaciona externamente. Así, por ejemplo, considera que los individuos, concebidos como átomos, son libres y con una voluntad formada, quién sabe cómo, y desde dónde. Para Hegel esta libertad es abstracta, como lo es la individualidad, presu-puesta como dada por naturaleza. Él se entrega a la superación del entendimiento y no llega, por lo mismo, a ningún tipo de síntesis, como a menudo se le entiende. El tercer momento de la dialéctica es el de la unidad superada, que significa que los elementos opuestos y contradictorios, que se desprenden por sí mismos de los objetos que pensamos, si los pensamos bien, han entrado en una relación tal que el uno es el otro: una cosa es su contraria. Así, sustancia es sujeto, y en consecuencia, relación que se manifiesta exteriormente (si así es pensada, claro está).41 Por eso, la verdad de los objetos no viene desde fuera de ellos, sino que está en ellos mismos, no en tanto cosas sensibles (Dinge)

40 G.W.F. Hegel, Ciencia de la Lógica, t. I, op. cit., p. 213.41 “El sujeto-objeto es relación, no sustancia; mediación, no inmediación, sustancia que deviene sujeto,

inmediación que se media a sí misma, ‘relación esencial’ en la que ‘su exterioridad es la extrinsecación de lo que es en sí’. No hay ningún interior oscuro que no se exprese exteriormente. Interior y exterior constituyen momentos de la totalidad del sujeto-objeto”. Rubén Drí, Hegel y la lógica de la liberación. La dialéctica del sujeto-objeto, Argentina, Biblos, 2007, p. 11�.

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sino en tanto cosas o asuntos del pensamiento (Sachen). Pero el conocimiento tampoco consiste en pensamientos arbitrarios a los que se les adiciona, acomodaticiamente, “prue-bas” que resultan de la supuesta experiencia, agregados empíricos en cuya selección ya ha actuado, por supuesto, la batería de prejuicios selectivos. Así, aunque la Ciencia de la Lógica no sea un libro de teoría del Estado, sí informa sobre este objeto-asunto (Sache) llamado “Estado”, al menos en el sentido de cómo debiera ser pensado. Y en efecto, la Lógica de Hegel42 constituye el andamiaje que da soporte a la posterior Filosofía del De-recho. Esta conexión entre lógica y Estado fue el epicentro de todas las críticas a Hegel. Así por ejemplo, Adolf Trendelenburg atacó la lógica de Hegel porque, señala, de una verdadera contradicción no puede surgir un tercer elemento que sintetice los dos entes contradictorios a partir de la negación.

¿Cuál es la esencia de la negación dialéctica? Ella puede tener una naturaleza doble. O bien es comprendida de un modo puramente lógico, tal que se limite simplemente a negar lo que el primer concepto afirma, sin dar lugar a nada nuevo, o bien se la comprende de modo real, tal que el concepto afirmativo sea negado por un nuevo concepto afirmativo, en la medida en que ambos deben ser referidos uno a otro. Llamamos el primer caso, negación lógica, y el segundo, oposición real […] Ahora bien, ¿es posible que la negación lógica condicione un progreso del pensamiento tal, que podría nacer un nuevo concepto, el cual enlazaría en sí positivamente la afirmación que se excluye a sí misma de modo puro y la negación? Esto no es ni siquiera pensable. Ni entre ni por encima de ambos miembros de la oposición hay un tercero.43

Unas décadas antes de la aparición de las Investigaciones lógicas de Trendelenburg, Karl Marx había criticado precisamente la estructura lógica de la Filosofía del Derecho como la raíz de las extravagancias políticas del que se consideraría, años más tarde, su discípulo.44 Estas críticas han servido de modelos para refutar a Hegel y argumentar la

42 En realidad, Hegel redactó varias “Lógicas”. Desde Jena comenzó a redactar notas para sus cursos de Lógica y Metafísica. Después, ya en Nüremberg, redactó una pequeña Lógica, perteneciente a sus cursos. Véase Enciclopedia filosófica para el curso superior, edición bilingüe (trad. Max Maureira y Klaus Wrehde), Argentina, Biblos, 200�. La Ciencia de la Lógica la publicó en tres partes durante 1812, 1813 y 1816. La Lógica de la Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas compendia la gran lógica, pero no la sustituye.

43 Citado en Jorge Eugenio Dotti, Dialéctica y Derecho. El proyecto ético-político hegeliano, Argentina, Hachette, 1�83, pp. 86-87.

44 Karl Marx, Crítica de la filosofía del Estado de Hegel, México, Grijalbo, 1�70. La crítica de Marx a Hegel ha sido puesta en entredicho consistentemente por K-H. Ilting, “Hegel’s concept of the state and Marx’s early critique”, en Z.A. Pelczynsky (ed.), The State and civil society. Studies in Hegel’s Political Phi-losophy, Londres/eua, Cambridge University Press, 1�84.

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imposibilidad de que el Estado represente la conciliación entre el interés particular y el interés general.45

El problema con estas críticas a la lógica de Hegel es que se levantan sobre un ho-rizonte de comprensión que asume desde siempre como válido, irreflexivamente, el entendimiento. Basta remitirse a la primera dialéctica de la Ciencia de la Lógica, la del ser y la nada, para percatarse de que la negación hegeliana no la impone el pensamiento desde fuera sino que brota como lo que ya está implícito en la posición del ser. Hegel nos diría: ¡Piénselo bien y haga explícito lo implícito! El ser y la nada son lo mismo en cuanto indeterminados pero, simultáneamente, no son lo mismo en tanto opuestos y contradictorios: más allá de ellos está su relación, puesta como unidad de los opuestos pero por el pensamiento: el devenir funda al ser determinado o Dasein. Lo dice Jean-Luc Nancy de una forma exacta y elegante:

Penetrando en la cosa, y penetrado por la cosa, el pensamiento desaparece como pen-samiento separado. Su desaparición es con todo conservación, pues propiamente es la separación —y la relación. La separación es, entonces, la presencia puesta de la cosa: su alteridad. El pensamiento pone la alteridad en general: el punto, la piedra, la luz o la persona en cuanto otro —o sea también, y cada vez, este punto, esta piedra, esta luz, esta persona. No hay nada indistinto, y el pensamiento es la posición de la distinción absoluta. El mundo hegeliano es el mundo en donde ninguna generalidad subsiste, sino sólo singularidades, infinitamente.46

La filosofía del Estado de Hegel, entonces, se monta sobre su lógica, lo cual significa que su concepción madura del Estado, la que expone en la Filosofía del Derecho, conden-sa la totalidad de su sistema, pero puesto en el terreno de la comprensión dialéctica de la política y el Estado efectivamente reales. También significa que la problematización teológica de la vida estatal que elabora en su juventud, y que hemos revisado, está pre-sente en su concepción madura. De aquí se desprende que asistimos al espectáculo de la concreción institucional de la vida ética, concreción que, como era de esperarse, no puede sino estar en contradicción con su propia sustentación en la eticidad. Los objetos éticos son el Estado, el gobierno y la constitución. Esto quiere decir que son relaciones formadas históricamente, pero por lo tanto, formadas conceptualmente. En la Filosofía del Derecho el Estado queda conceptuado como algo en sí mismo racional, lo que no quiere decir que cualquier dominación pseudopolítica (es el caso de los despotismos, las tiranías

45 Esta posición fue sostenida por Galvano Della Volpe y su círculo. Véase Lucio Colleti, El marxismo y Hegel, México, Grijalbo, 1�77. El trabajo de Jorge Eugenio Dotti, ya citado, se inscribe también en esta corriente.

46 Jean-Luc Nancy, Hegel. La inquietud de lo negativo, España, Arena Libros, 2005, p. 28.

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o las oclocracias) sea racional o justificable; tan sólo significa que el Estado es entendido por el pensamiento pero conceptuado por la razón: alude a las relaciones que forman a los sujetos como auto-puestos, es decir, como libres comunitaria e individualmente. Esas relaciones poseen tres escenarios de realización: el Derecho abstracto, con la persona y la propiedad como referentes sustantivos; la Moralidad, como el ámbito referido a la formación de los imperativos de acción que ponen las condiciones para el actuar libre de los sujetos y, como culminación, la eticidad, la cual, retroactivamente, da materia, cuerpo, vida, a los dos ámbitos abstractos anteriores. ¿Por qué la eticidad supera a la moralidad?47 En realidad, lo que la eticidad niega, levanta y pone en un nivel superior, es tanto al Derecho abstracto como a la Moralidad, a ambos, y los comprende unificados: en la eticidad, el Derecho es Moralidad y la Moralidad es Derecho.48 El individuo libre (como Universal concreto) será, en esta lógica, el que con su acción se autodetermine como sujeto. Pero esto será, en concreto, un producto de las instituciones-procesos de la eticidad: familia, sociedad civil y Estado. Hegel propone una monarquía constitucional con un sistema bicameral como la forma de institucionalizar estatalmente a la sociedad civil; en la cúspide no está un monarca absoluto sino una “clase universal” que sabe pensar el todo como superación de las partes.4� Sin este proceso gubernativo, no hay Estado, sino solamente mercado, intercambio, proceso productivo, administración pública (po-licía), corporaciones; instancias todas de la sociedad civil, también denominada “Estado externo”. Pero tampoco esto sería concebible, a no ser que la comprensión no sobrepase la lógica del entendimiento. Dialécticamente, en la concepción hegeliana la sociedad civil deviene Estado: no se le niega crasamente, sino que es puesta desde el Estado, lo que, por otra parte, también significa que sin Estado no hay sociedad civil. La conclusión es lógica: sin Estado no hay libertad concreta. Esto le plantea al entendimiento un significativo problema de comprensión, que todas las formaciones que se presentan como Estados lo son en la realidad efectiva, cuando lo que debería ser objeto de reflexión –y para ello también sirve la teoría hegeliana del Estado– es si órdenes gubernativos donde impera

47 La relación entre Moralidad y Eticidad es uno de los temas clásicos de las investigaciones en torno a Kant y Hegel. Véase, por ejemplo, Joachim Ritter, “Moralidad y eticidad. Sobre la confrontación de Hegel con la ética kantiana”, en: Gabriel Amengual (ed.), Estudios sobre la Filosofía del Derecho de Hegel, España, Centro de Estudios Constitucionales, 1�8�, pp. 143-16�. Ludwig Siep, “Qué significa: ‘Supe-ración de la moralidad en eticidad’ en la ‘Filosofía del Derecho de Hegel’”, en: Gabriel Amengual (ed), op. cit., pp. 171-1�3.

48 Véase Gabriel Amengual Coll, La moral como derecho. Estudio sobra la moralidad en la Filosofía del Derecho de Hegel, España, Trotta, 2001.

4� Véase Gerardo Ávalos Tenorio, Leviatán y Behemoth. Figuras de la idea del Estado, México, uam-Xochimilco, 2a., 2001, cap. IV (“Hegel o el Estado como libertad”).

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el arbitrio y el capricho de la clase dirigente, y por medio de ella, se impone el mando despótico de la clase dominante en el sistema de necesidades, debe ser considerado como un Estado. Dicho esto, ahora estamos en condiciones de evaluar la vitalidad actual del concepto de Estado de Hegel.

LA ACTUALIDAD INDUDAbLE DEL CONCEPTO

Comencemos por una frase de Hegel que puede sonar a provocación: “Todo cuanto es el hombre, se lo debe al Estado: en él reside su ser. Todo su valor, toda su realidad espiritual, no los tiene sino por el Estado”.50 Se trata, en efecto, de una provocación, pues el sentido común dominante seguramente se alarma frente a tal prueba de “estatolatría” si no de “totalitarismo”. El sentido común tiende a identificar al Estado con el gobierno, y peor aún, con el grupo gobernante, con la “clase política” o, ya de plano, con el funcionario principal. Con lo que hemos avanzado hasta aquí podemos recordar que en Hegel el Estado es la intersubjetividad en proceso de autodeterminación, es decir, un sistema de derechos y deberes recíprocos de los individuos libres. Otra forma de decirlo consiste en apuntar que el Estado es una comunidad ética, un conjunto de seres humanos unidos por la razón y no por el capricho, el arbitrio, la sensibilidad o la voluntad particular, sino precisamente por la razón, y en donde no sólo no se niega sino que se realiza la libertad individual.

Después del predominio de la tradición liberal en política, aquello que denota el tér-mino “Estado” es, sencillamente, un conjunto de órganos de gobierno, simples medios de administración pública y con frecuencia, de opresión ciudadana. Cada uno admite entonces, sin dificultad, que asociar a esos mecanismos administrativos cualquier idea de libertad suena como un absurdo misterio. Ahora bien, Hegel utiliza el término “Estado” en una tradición muy diferente; para él, “Estado” es toda la organización social y política de una comunidad, el substrato elemental de toda vida en común, la realización tangible de la vida ética.51

Ahora es necesario aclarar cuáles son los derechos y deberes de los que está constituido el Estado, pues aquí también cabe el equívoco de que se trata simplemente del “Estado de derecho”, o del Estado entendido, a la Kelsen, como “orden jurídico”. De igual modo, la aclaración se impone porque hay que despejar el equívoco de considerar al Estado

50 G.W.F. Hegel, La razón en la historia, España, Seminarios y Ediciones, 1�72, p. 142.51 Sergio Pérez Cortés, La política del concepto, México, uam, 1�8�, p. 26.

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hegeliano como un ente moral cuyo gobierno impondría autoritariamente un deber ser a sus ciudadanos. El Estado de Hegel es, como dijimos, intersubjetividad concretada en derechos y deberes recíprocos de los individuos, pero no descansa ni en la arbitrariedad ni en la voluntad individual de los gobernantes. Hegel superó al iusnaturalismo, pero no para asumir de manera simple la racionalidad del derecho positivo sino haciéndolo depender de la moralidad y ésta, a su vez, de la eticidad. En consecuencia, la noción de derecho, en tanto derecho abstracto, es necesaria pero insuficiente para la formulación del concepto de Estado. Ocurre lo mismo con la moralidad kantiana, pues ella es necesaria como base de la obligación de tratar a los demás como personas y no como cosas, lo que constituye el punto de partida de la intersubjetividad estatal; sin embargo, la mo-ralidad kantiana cuando fue definitivamente expuesta como universal y abstracta en el imperativo categórico, como lo hemos revisado, se le revela a Hegel como insuficiente para fundar ahí el concepto de Estado.

Incansablemente enfatiza Hegel que la primera parte de su obra [La Filosofía del Derecho], consagrada al derecho sin eticidad y antes de llegar a la eticidad, tiene como objeto de estudio el derecho abstracto, el falso derecho. Los comentaristas burgueses no han querido hacerse cargo de esa insistente advertencia, porque ahí, en el falso derecho, es donde tiene lugar el derecho de propiedad. Y con la misma porfía inculca Hegel que la segunda parte de su obra, consagrada a la moralidad sin eticidad, tiene como objeto de estudio la morali-dad abstracta, la falsa moralidad. Sólo la tercera parte, la eticidad, en la cual se identifican la moral y el derecho, es verdadero derecho y verdadera moral. Es la misma estructura, que ya vimos de la Ciencia de la Lógica. Así como el concepto (= espíritu) es la verdad del ser y de la esencia, así la eticidad es la verdad del derecho y de la moralidad.52

De este modo debe quedar claro que los derechos y deberes de los que está hecho el Estado son jurídicos y también morales, sí, pero reelaborados retroactivamente desde la eticidad, es decir, desde los hábitos y las costumbres racionales, que se han institucio-nalizado y que, por lo mismo, permanecen en tensión, en oposición y aun en contra-dicción.

Abordemos ahora, a partir de las definiciones hegelianas del Estado, el nudo de la cuestión que nos hemos propuesto. Las siguientes son algunas de las definiciones del Estado que adelanta Hegel: “El Estado es la realidad efectiva (Wirklichkeit) de la idea ética”. El Estado es “el espíritu ético como voluntad sustancial revelada”; es “lo racional en sí y para sí”, “es la totalidad ética”, es “la realización de la libertad”, es “un organismo”, “el espíritu que está en el mundo”, la “voluntad divina en cuanto espíritu presente que

52 José Porfirio Miranda, Hegel tenía razón. El mito de la ciencia empírica, México, uam-Iztapalapa, 1�8�, p. 280.

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se despliega en una figura real y en la organización de un mundo”, “el mundo que se ha dado el espíritu”, “un gran edificio arquitectónico”, es un “jeroglífico de la razón”, es “Dios real” (wirklichen Gott).

Todas estas expresiones son desconcertantes cuando se les asume en frío y, sobre todo, cuando lo que se presupone es la concepción liberal del Estado. En cambio, tienen un sentido inteligible cuando se repara en que el espíritu y no la naturaleza es lo que hace al ser humano precisamente un ser humano, y también cuando se cae en la cuenta de que el hombre es intersubjetividad. Pero además, intersubjetividad no significa yuxtaposición de unos y otros, ni tampoco solamente alude al acto comunicativo o a la dimensión sim-bólica de la relación de uno a uno, sino al actuar con respecto al otro suponiendo que es una persona y no una cosa y que, por tanto, es un fin en sí mismo y no un medio para la obtención de algo más. Por eso, el Estado es una construcción ética.

Se impone ahora la pregunta central de nuestro tratamiento: ¿Todo Estado es ético? Este es el nudo a considerar cuando se aborda la concepción hegeliana del Estado. Para responderla, es necesario señalar que, para Hegel, hay una distinción entre lo meramente existente y lo real. La realidad —y este es el corazón del hegelianismo— no coincide con lo empírico porque éste depende del horizonte de sensibilidad. “Atingentemente observa Hegel: ‘Si lo especulativo, lo verdadero, se expone en figuras sensibles y a la manera de eventos, no puede faltar el que aparezcan rasgos incongruentes’. Eso le sucede incluso a Platón, cuando habla de las ideas mediante imágenes; no deja de aparecer alguna situa-ción inadecuada”.53 Pues bien, hay Estados que sólo existen pero carecen de racionalidad. Se trata de los típicos Estados exteriores que llevan al nivel comunitario estatal lo propio de la sociedad civil; es decir, las necesidades, el derecho de propiedad, la administración pública o la policía y la corporación; pero todo esto está subordinado al principio de la particularidad, y entonces quedan sometidos a un poder externo. Estos Estados no corresponden a su concepto, pues éste exige una moralidad altruista recíproca donde el otro no es medio, pero ello garantizado no por un poder moralizador sino concretado y revivificado cotidianamente en la familia, la sociedad civil y en la constitución estatal (que es la organización institucional del Estado, al que Hegel llama “Estado político”) y que está conformada por un poder legislativo, uno gubernativo y el poder del príncipe. El Estado es un reino espiritual, laico (el Estado hegeliano no es religioso) y se concreta en una monarquía constitucional.

¿Qué tipo de Estado prevalece en el mundo actualmente? La idea predominante, al respecto, afirma que la democracia se ha abierto paso frente a las tendencias autoritarias y fundamentalistas. Por tanto, el tipo de Estado que poco a poco se ha instaurado en el

53 Ibid., p. 250.

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mundo es el democrático. El desarrollo del lado negativo de esta noción es fundamental para ilustrar la visión hegeliana. En el mundo moderno prevalece una relación social utili-taria. Los últimos tiempos solamente han agudizado ese fundamento y las manifestaciones son tan variadas como complejas. En la vida cotidiana de nuestros días es dominante el principio de la utilidad recíproca. La esfera política institucionalizada ha quedado atrapada en la lógica del capital, es decir, del valor de cambio que se valoriza sobre la base de la explotación y la negación de la libertad. En estas condiciones la democracia instaurada sería el nombre de la forma mercantil capitalista, propia de la sociedad civil, haciendo las veces de figura estatal. Por esta razón, el camino de la racionalidad autoconsciente se halla bloqueado. También, por esta razón, no es extraña la tendencia hacia la conversión de la política en espectáculo a través de los medios de comunicación masiva, principalmente de la televisión. Pero el lazo social que hace esto posible es el propio de la sociedad civil, no propiamente el del Estado.

Si hoy en día la escena mundial está dominada por Estados mercantilizados, donde el poder monopólico del capital es lo que domina, y donde además prevalece una morali-dad narcisista como base del individualismo posesivo, cotidiano, que todos padecemos, lo que podemos concluir es que somos testigos del desvanecimiento del Estado y de la negación de la política. Pero en esto es urgente no desoír la siguiente frase de Hegel: “El mundo mira racionalmente a quien lo mira racionalmente; los dos se determinan de modo recíproco”. Mirar racionalmente el mundo de hoy quizá no consista solamente en percatarse de los desastres y violencias que nos agobian. Habría que entender éstas en función del Estado exterior que se ha impuesto, y precisamente en el seno de los Estados dominantes. Pero, de todos modos, el espíritu está ahí en la lucha civilizatoria por los de-rechos conculcados o en los nunca adquiridos, en el trabajo de los migrantes y en sus luchas por el reconocimiento de sus derechos, en las reclamaciones a las violaciones de los derechos humanos, en fin… Cuando las luchas sociales están animadas no por conseguir nuevos derechos sino por reclamar la conculcación de los ya adquiridos históricamente, en términos hegelianos nos hayamos en una clara situación de guerra civilizatoria. Es el momento de reivindicar la razón autoconsciente. Lo propio de una visión hegeliana del tiempo presente estaría en comprender el modo en que el desarrollo hegemónico de la lógica del valor de cambio tropieza con su propia esencia y, entonces, el espíritu pervive en todas las luchas que reivindican lo civilizado frente a la barbarie. Ahí encuentro la vigencia de la concepción del Estado de Hegel.

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La cRISIS DEL EStaDO mExIcanO: una LEctuRaDESDE EL REpubLIcanISmO DE maquIavELO

Sergio Ortiz Leroux

El Estado mexicano atraviesa una crisis política que está asociada a la erosión de sus funda-mentos republicanos. En este artículo se ofrece una clave de lectura de esa crisis a partir de la teoría republicana de Nicolás Maquiavelo, que supone que el Estado surge como un lugar para controlar los deseos de dominación de los poderosos (los “Grandes”) y representar los deseos de no dominación de los débiles (el pueblo). Lo hace de forma impersonal, mediante el recurso de la Ley, como enseña la Roma antigua. En el caso de México, la erosión de los fundamentos republicanos del Estado se observa mediante el predominio que han ejercido en la vida pública poderes fácticos como los medios de comunicación, la Iglesia católica y la delincuencia organizada ligada al narcotráfico.

Palabras clave: Estado, Republicanismo, Maquiavelo, Ley, Libertad.

AbSTRACT

Mexico is experiencing a political crisis, associated with the erosion of the republican founda-tions of its State. This article offers a key to understand this crisis from the republican theory of Machiavelli, which assumes that the State emerges in order to control the desires of domination of the powerful (the “Great”) as well as represent the will of the weak (the People) not to be dominated. The State accomplishes that purpose in an impersonal way, through the use of Law as is taught by ancient Rome. In the case of Mexico, the erosion of the republican foundations of the state is evidenced by the dominance of actors as the mass media, the Catholic Church and organized crime linked to drug trafficking.

Key words: State, Republicanism, Machiavelli, Law, Liberty.State, Republicanism, Machiavelli, Law, Liberty.Republicanism, Machiavelli, Law, Liberty., Machiavelli, Law, Liberty.Machiavelli, Law, Liberty., Law, Liberty.

INTRODUCCIóN

La trama de la historia puede ser leída a partir de la disputa que se presenta entre la memoria y el olvido. Como resultado de esa lucha, adquieren visibilidad una serie de personajes, fechas y acontecimientos que le ofrecen un horizonte de identidad y sentido

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S. ORtIZ LA CRISIS DEL ESTADO MEXICANO: UNA LECTURA DESDE EL REPUbLICANISMO DE MAQUIAVELO

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a los integrantes de una comunidad política, al tiempo que otros procesos y actores pasan prácticamente inadvertidos al mantenerse en la invisibilidad. El caso de la historia reciente de México no es la excepción. En efecto, uno de los olvidos más significativos en la re-ciente discusión sobre nuestra inacabada y contradictoria transición a la democracia fue el tema del Estado. Durante varios lustros, pensamos que arribaríamos a la modernidad de-mocrática en el momento en el que fuésemos capaces de organizar elecciones periódicas, libres, equitativas y competitivas. La teoría y la práctica de la transición democrática a la mexicana se concentraron –para bien y para mal– en la agenda electoral, especialmente en la promoción de distintas generaciones de reformas electorales: 1977, 1986, 1990, 1993, 1994 y 1996. Los resultados, ciertamente, no se hicieron esperar: pasamos de elecciones no competitivas y predecibles a elecciones competitivas e impredecibles; de un sistema de prácticamente un solo partido político a un sistema pluripartidista; de Congresos unificados a Congresos divididos; de Poderes Ejecutivos absolutos a Ejecutivos limitados. El régimen político mexicano de principios del siglo xxi poco se parece al régimen que dominó prácticamente todo el siglo xx.

Y sin embargo, la sensación que queda entre los actores políticos y, sobre todo, en el conjunto de la sociedad sobre los resultados que ofreció nuestra prolongada transición a la democracia es de frustración y desesperanza. Cada vez es más común escuchar expre-siones que reflejan ese estado de ánimo: “transición derrotada”, “transición traicionada”, “transición extraviada”, etcétera. ¿Qué sucedió?, ¿por qué la transición tiene actualmente, si se me permite la expresión, tan “mala prensa”? Sospecho que la transición democrática en México perdió el rumbo dado que visualizó la crisis política del México finisecular como una crisis de régimen político y no como un problema también, y sobre todo, de Estado. Nuestra transición a la democracia modificó, ciertamente, la fisonomía del régimen político, pero mantuvo intacto el rostro del Estado. El conjunto de reformas electorales no se vieron acompañadas –como sí sucedió en otras transiciones políticas– de una reforma del Estado que redefiniera las relaciones entre los distintos poderes y órdenes de gobierno, así como entre gobernantes y gobernados. Se pensó, erróneamente, que el problema básico era el definir las reglas de acceso al poder político, sin poner acento en el tipo, funciones y sentido del nuevo poder a construir. El resultado fue que el Estado mexicano no se reformó, sus bases de legitimidad se erosionaron, y, en el nuevo escenario de competencia política y alternancia, entró en una crisis profunda que ha puesto en tela de juicio su propia viabilidad histórica. El costo de nuestro olvido, como vemos y padecemos a diario, fue muy alto.

En el presente ensayo ofreceremos una clave de lectura de la crisis que atraviesa el Estado mexicano a partir de la llamada “lección de los clásicos”,1 especialmente de la

1 La expresión no es mía sino de Norberto Bobbio, quien destaca que el campo de estudio de la po-lítica puede ser abordado mediante los “temas clásicos”, es decir, aquellos temas que han sido discutidos

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teoría política republicana de Nicolás Maquiavelo. Desde el republicanismo maquia-veliano –que dista mucho, por cierto, del cinismo maquiavélico–,2 la crisis del Estado mexicano puede ser leída como un proceso singular que es resultado de la erosión de los fundamentos básicos que distinguen a una república de una monarquía o un des-potismo.

Para llevar a feliz término este diagnóstico esclarecedor, después de esta breve intro-ducción, presentaremos, en un segundo momento, los supuestos básicos de la teoría del Estado del pensador florentino a la luz de la oposición de humores entre los Grandes y el pueblo; en un tercer momento, señalaremos las ventajas que Maquiavelo encuentra en la República Romana: el principio de soberanía popular y el gobierno de la ley; en un cuarto momento, utilizaremos la teoría maquiaveliana del Estado, en general, y de la república, en particular, para ensayar una clave de lectura de la crisis que atraviesa actualmente el Estado mexicano, la cual está asociada a la erosión del poder del Estado como resultado de la soberanía que ejercen en el territorio nacional tres poderes fácticos: los medios de comunicación, la Iglesia católica y la delincuencia organizada ligada al narcotráfico. Fi-nalmente, ofreceremos, a manera de conclusión, una vía de salida republicana a la crisis que atraviesa el Estado mexicano.

por la mayoría de los grandes pensadores, a saber: “la definición del espacio de la política; la manera en que se organizan las relaciones de poder para así llegar a las decisiones que atañen a la colectividad: la distinción del poder político de otras formas de poder; la forma en que se justifica la obediencia o la desobediencia a la autoridad; la manera en que se alteran o modifican las instituciones; la distinción y la vinculación entre el Estado y la sociedad”. Cfr. José Fernández Santillán, “Estudio preliminar”, en José Fernández Santillán (comp.), Norberto Bobbio: el filósofo y la política (Antología), México, Fondo de Cultura Económica, 1996, p. 30.

2 Maquiavelo es uno de los autores de la teoría política moderna más citados pero quizá menos com-prendidos. El uso y, sobre todo, abuso del adjetivo “maquiavélico” en la práctica política y en el lenguaje cotidiano han provocado un velo de sospecha sobre la obra del político florentino. En efecto, la fuerza y riqueza del pensamiento maquiaveliano son asociadas casi en automático con el maquiavelismo, es decir, con una manera de actuar, tanto en política como en todos los sectores de la vida social, falsa y sin escrúpulos, que implica el uso, más que de la violencia, del fraude, el engaño y la traición. Gracias a esta identificación, el nombre de Maquiavelo y la palabra “maquiavelismo” aparecen como cuñas de la misma madera: aquella en la que el reino de los fines justifica el campo de los medios. Sin embargo, el realismo maquiaveliano no debe ser confundido necesariamente con el cinismo maquiavélico. Quien quiere profundizar en este asunto le recomiendo leer: Enrique Serrano, “Maquiavelo, más allá del maquiavelismo”, Metapolítica, vol. 6, núm. 23, 2002, pp. 62-73.

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S. ORtIZ LA CRISIS DEL ESTADO MEXICANO: UNA LECTURA DESDE EL REPUbLICANISMO DE MAQUIAVELO

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MAQUIAVELO: EL ESTADO y LOS hUMORES SOCIALES

Dentro de la tradición republicana, el republicanismo de Nicolás Maquiavelo (1469-1527) resulta una teoría muy singular a la hora de pensar el Estado.3 Su originalidad radica en el modo como plantea el origen y la finalidad de las sociedades humanas. Mien-tras algunos pensadores modernos, como Thomas Hobbes, John Locke o Jean Jacques Rousseau, han derivado el Estado moderno de una idea regulativa (o hipótesis de trabajo) como es el Estado de Naturaleza, Maquiavelo no se preocupa mayormente del problema del origen de lo social. Para el pensador renacentista nacido en Florencia, hay una suerte de evidencia no discutida ni discutible de que eso que nosotros llamamos “sociedad” está ya

3 El republicanismo es una teoría de la política que goza de una larga tradición que se remonta a la antigüedad grecolatina. Al respecto, pueden identificarse, por lo menos, cuatro grandes tradiciones en el pensamiento republicano: a) el nacimiento de la tradición republicana; b) la Roma republicana; c) las ciudades medievales y renacentistas italianas; y d) el republicanismo en la independencia de Estados Unidos y en la Revolución francesa. En sus orígenes, el republicanismo estuvo asociado a la defensa del gobierno mixto frente a las formas puras de gobierno. Un gobierno mixto basado en la ley, asegura Aristóteles en La Política, proporcionaría estabilidad, equilibrio, libertad y justicia al Estado. El modelo constitucional más notorio de esta modalidad de republicanismo fue el de la República Romana (segundo momento) con su sistema de cónsules, Senado y tribunos del pueblo. Sólo esta constitución permitió equilibrar los intereses de uno, de pocos y de muchos en un gobierno mixto en el cual concurrieron elementos demo-cráticos, aristocráticos y monárquicos. El tercer momento de la tradición republicana está representado por las ciudades medievales y renacentistas italianas, que adquirieron la condición de ciudades-estado independientes, dotadas de constituciones escritas que garantizaban su propio sistema de elección y de autogobierno. Su valor histórico radica en que desafiaron la idea dominante de que el poder adquiere su legitimidad de la gracia de Dios. De ahí que sirvieran de ejemplo para todos aquellos que luchaban en contra de la tiranía y las monarquías absolutas en distintos momentos de la historia moderna europea. Finalmente, se encuentra la tradición republicada ligada a la era de las revoluciones modernas. En la independencia de Estados Unidos, Los Federalistas rechazaron completamente los principios clásicos de libertad política, virtud cívica y participación política de los ciudadanos como fundamentos centrales de la república, sustituyéndolos por las “virtudes institucionales” que permiten crear un sistema de control y balance del gobierno. De ahí en adelante, el rasgo fundamental de toda república será la representación política a través de elecciones periódicas. Mención aparte merece el republicanismo democrático de Jeffer-son, quien proponía la organización de un modelo de república agraria, que fuera el caldo de cultivo para la obtención de buenos ciudadanos. En la Revolución francesa, por su parte, el republicanismo jacobino encabezado por Robespierre, recupera las fuentes antiguas de la república democrática a fin de construir un modelo de democracia directa que garantice el gobierno del pueblo y para el pueblo, eliminando con ello toda forma de divorcio entre representantes y representados. Cfr. Ángel Rivero, “El discurso republicano”, en Rafael del Águila, Fernando Vallespín et al., La democracia en sus textos, Madrid, Alianza Editorial, 1998, pp. 49-72.

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dado. Por esa razón, no le interesa explorar —más que de manera marginal— la bondad o la maldad, la solidaridad o el egoísmo de la naturaleza humana. Su interés se centra, más bien, en la división que se forma en el Estado social moderno. Para Maquiavelo, esa esfera de lo social no estuvo unida en su origen ni estará reconciliada plenamente consigo misma al final de la travesía humana. Las sociedades humanas, desde su punto de vista, no tienen un destino manifiesto ya que están sometidas a una división interna irreductible que pone en cuestión cualquier idea de solución última y definitiva del conflicto social. A diferencia de Karl Marx, quien supone una solución de la fractura social en la socie-dad comunista, Maquiavelo reconoce a la división social como constitutiva de la sociedad política y, por tanto, como algo que no se puede ni se debe superar (la Roma antigua es un buen ejemplo de ello). De suerte que ni el individualismo de corte iusnaturalista ni el determinismo de matriz marxista interpelan al político florentino. Frente a cualquier discurso trascendental que se ancle en la Naturaleza o en la Historia, Maquiavelo ante-pondrá la contingencia de los deseos humanos en la sociedad política. A partir de esta contingencia, el escritor florentino desarrollará una nueva teoría de lo político que tiene como punto de partida una elaboración singular de la división entre sociedad civil y Estado, esto es, del modo como se constituye la ciudad o sociedad política.

En efecto, el político y pensador florentino se interesa tanto en El Príncipe (1513) como en los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, escritos entre 1513 y 1520, por el problema de la fundación de la ciudad, es decir, por el modo de institución de las ciudades —asunto, por cierto, diferente al problema del origen de lo social. Toda ciudad se ordena, según Maquiavelo, en función de dos divisiones primordiales: a) la división entre la instancia del gobierno (Estado) y los gobernados (la sociedad civil); y b) la división entre la facción de los dominantes (los llamados “Grandes”) y la masa de los dominados (los “pequeños” o el pueblo).

Maquiavelo comienza su exploración sobre la dimensión política de lo social con un análisis sobre el poder. El escritor florentino concibe el poder en relación directa con la irreductible división social. En palabras del filósofo francés Claude Lefort: “La reflexión sobre el poder está en el centro de su obra, pero por esta razón, a sus ojos, la división social se juega en función del modo de división del poder y de la sociedad civil, ya que así se determinan las condiciones generales de los diversos tipos de sociedad”.4

El poder, según Maquiavelo, no es una entidad empírica que surge por generación espontánea o por voluntad divina sino es fruto de la lucha de clases. Sin embargo, la lucha de clases no está fundada, como presume Marx, sobre una oposición de orden económico. Maquiavelo conoce, ciertamente, la división entre ricos y pobres, pero no la

4 Claude Lefort, “Maquiavelo: la dimensión económica de lo político”, en Claude Lefort, Las formas de la historia. Ensayos de antropología política, México, Fondo de Cultura Económica, 1988, p. 111.

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considera primordial. El antagonismo entre las clases se despliega en otro lugar, al nivel de los deseos y los humores:

Porque en cualquier ciudad se encuentran estos dos tipos de humores: por un lado, el pueblo no desea ser dominado ni oprimido por los grandes, y, por otro, los grandes desean dominar y oprimir al pueblo; de estos dos contrapuestos apetitos nace en la ciudad uno de los tres efectos siguientes: o el principado, o la libertad, o el libertinaje.5

Desde la óptica de Maquiavelo, la lucha de clases nace de dos deseos antagónicos: el deseo de los Grandes de mandar y de oprimir; y el deseo del pueblo de no ser mandado ni ser oprimido. Como se puede ver, la división social a partir de la cual se ordena la sociedad desde esta perspectiva no es resultado de una división empírica de las clases, localizable en la división del trabajo. El antagonismo social, en consecuencia, se despliega en función del mando y de la resistencia al mando. En efecto, si la fórmula política clásica se visua-liza como una relación de poder en la que uno, algunos o muchos mandan y todos los demás obedecen,6 en Maquiavelo dicha fórmula política sufre una alteración no menor: en ésta los Grandes desean mandar y el pueblo desea desobedecer. Como resultado de la división del deseo se constituyen dos clases antagonistas.

Sin embargo, dichas clases no ocupan una posición simétrica, ya que el objeto de su deseo no es el mismo.7 El resorte que dirige el deseo de los Grandes es el de tener. Tener, ¿qué clase de cosas? Riqueza, rango, prestigio, poder. El resorte, por su parte, que dirige el deseo del pueblo es el de ser. Ser, ¿qué cosa? pueblo, nada más pero nada menos. El pueblo no puede desear la riqueza, el rango, el prestigio o el poder que desean los Gran-des, porque correría el riesgo de negarse a sí mismo, de buscar en el otro lo que no es él. Su identidad no es autónoma, positiva, pues depende directamente de la existencia de los Grandes. En el momento en el que algún integrante del pueblo desee riquezas,

5 Nicolás Maquiavelo, El Príncipe (prólogo, traducción y notas de Miguel Ángel Granada), Madrid, Alianza Editorial, 1981, p. 72. Cursivas mías.

6 La teoría clásica de las seis formas de gobierno (tres rectas: monarquía, aristocracia y politia; y tres desviaciones: tiranía, oligarquía y democracia) es la expuesta por Aristóteles en la Política. Para profundi-zar sobre el particular, consultar a Norberto Bobbio, La teoría de las formas de gobierno en la historia del pensamiento político, México, Fondo de Cultura Económica, 1987, pp. 33-43.

7 “El deseo de los Grandes apunta hacia un objeto: el otro, y él se encarna en los signos que le aseguran su posición: riqueza, rango, prestigio. El deseo del pueblo, por el contrario, hablando rigurosamente, no tiene objeto. Es la operación de la negatividad. El pueblo puede desearlos ampliamente, pero en tanto que pueblo, no podría apoderarse de los emblemas del dominante, sin perder su posición”. Claude Lefort, “Maquiavelo: la dimensión económica de lo político”, op. cit., p. 112. Cursivas en el original.

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rango, prestigio o poder, dejará de formar parte de su clase y pasará a formar parte de las filas opuestas.

Ahora bien, el apoyo de las clases al Príncipe no es gratuito. Los Grandes otorgan su apoyo al Príncipe para continuar ejerciendo la opresión sobre el pueblo: “porque los grandes, viendo que no pueden resistir al pueblo, comienzan a aumentar la reputación de uno de ellos y lo hacen príncipe para poder a su sombra desfogar su apetito”.8 El pueblo, por su parte, busca protegerse de un mal, la opresión de los Grandes en el seno de la sociedad civil, a través de algo que si bien en apariencia es un bien, se revela de inmediato como un mal menor, el dominio del Príncipe: “El pueblo […] viendo que no puede defenderse ante los grandes, aumenta la reputación de alguien y lo hace príncipe a fin de que su autoridad lo mantenga defendido”.9 El pueblo, podría afirmarse, cede a la dominación del Estado a favor de su defensa contra la opresión de los Grandes. Actúa bajo un esquema del daño menor. El Estado, en consecuencia, nunca es el objeto di-recto de deseo del pueblo. Es, simplemente, un muro de contención contra el deseo de opresión de los Grandes.

Por su parte, el Estado o, si se quiere, el Príncipe, puede decidir apoyar a los Grandes o al pueblo, pero no puede ignorar las consecuencias de su propia elección. Por ejemplo, si decide apoyar a los Grandes, corre el riesgo de confundirse con ellos y convertirse en enemigo del pueblo: “El que llega al principado con ayuda de los grandes se mantiene con más dificultad que el que lo hace con la ayuda del pueblo, porque se encuentra –aun siendo Príncipe– con muchas personas a su alrededor que se creen iguales que él y a las cuales no puede mandar ni manejar a su manera”.10 Por el contrario, si el Príncipe deci-de apoyar al pueblo, puede contar con éste si se gana su confianza, es decir, si es capaz de mantenerse dentro de los límites que le impone la oposición de esos dos deseos: “Quien alcanza el principado mediante el favor del pueblo debe, por tanto, conservarlo amigo, lo cual resulta fácil, pues aquél solamente pide no ser oprimido”.11 El apoyo del Estado hacia alguna de las dos clases nunca es absoluto, es decir, nunca llega al extremo de suprimir la división social. Ciertamente, en la institución del Estado se genera un distanciamiento de éste respecto de los agentes sociales que podría hacerle concebir la idea de la producción de una unidad de lo social mediante la anulación de la división. Pero esa unidad real de la sociedad es sólo una ilusión, pues desconoce que el poder político reproduce la división social que tiene por tarea superar en el nivel de lo simbólico.

8 Nicolás Maquiavelo, El Príncipe…, op. cit., p. 72.9 Idem.10 Idem.11 Ibid., p. 73.

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LA REPÚbLICA ROMANA y LA LIbERTAD POLíTICA

Para Maquiavelo, existen distintas sociedades políticas o Estados que se diferencian en función de la manera como se articulan el deseo de los Grandes, el deseo del pueblo y el poder.12 De hecho, si queremos saber cómo se determina el poder es conveniente exa-minar el carácter de la división social y cuál es la fuente del poder de la clase dominante. De suerte que Maquiavelo renuncia a la idea de una esencia atemporal de lo político, como presupone Aristóteles, pero no a la idea de que en cada momento histórico se dan las condiciones que apuntan hacia la realización de una política mejor que otra o de un régimen mejor que otro. Así, nuestro autor reconoce varios tipos de monarquías y varios tipos de repúblicas. En particular, analiza dos oposiciones fundamentales: la primera, que se observa en el cuadro de las monarquías; y la segunda, entre monarquía y república. La primera oposición, la analiza Maquiavelo en el cuarto capítulo de El Príncipe: “Los principados de los que tenemos memoria se encuentran gobernados de dos maneras distintas: o por un príncipe y algunos siervos que, convertidos en ministros por gracia y concesión suya, le ayudan en el gobierno del reino, o por un príncipe y por nobles, los cuales poseen dicho grado no por la gracia del señor, sino por herencia familiar”.13 En dicho capítulo, compara el Estado en el que el poder está concentrado en las manos del príncipe, y éste aparece como el único amo y todos los hombres —tanto los Grandes como el pueblo— son esclavos (antigua Persia), con aquel donde el Príncipe está limitado por los barones, que poseen territorios y súbditos (Francia moderna).

La segunda oposición, la estudia Maquiavelo en el primer libro (capítulo 55) de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio. El autor florentino establece un contraste entre, por un lado, las ciudades alemanas que a sus ojos ofrecen el modelo de los pueblos libres —al cual se emparentan las repúblicas de Florencia, Venecia, Siena y Luca, en las cuales se conserva la libertad—, y, por el otro, los reinos de Francia y de España y todos los principados de Italia. La oposición entre la república y la monarquía se presenta principalmente en términos de igualdad-desigualdad. Ahora bien, ¿qué tipo de igualdad plantea Maquiavelo? Al respecto, Lefort ofrece una posible respuesta:

De una manera general, la igualdad no se permite concebir en el registro de la realidad empírica. Sobre este registro no podemos leer sino señales de desigualdad. Es, diríamos, usando un lenguaje que evidentemente no era el de Maquiavelo, una información sim-bólica, en virtud de la cual se ha instaurado una experiencia singular de lo social, o para

12 “Todos los Estados, todos los dominios que han tenido y tienen soberanía sobre los hombres, han sido o son repúblicas o principados”. Ibid., p. 37.

13 Ibid., p. 49.

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hablar con mayor rigor, la experiencia social como tal, o bien, lo que equivale a lo mismo, la de la sociedad política.14

En la república, la igualdad entre los hombres no es real, en el sentido en el que la concibe la ciencia positiva, sino simbólica. A distancia de Marx, Maquiavelo no dice ni sugiere que es el modo de producción el que proporciona la definición de la formación social. Es, por el contrario, el fenómeno de la división, su carácter específico, lo que se revela decisivo, lo que permite descifrar la constitución simbólica de lo social.

A fin de descifrar el sentido original de la república, Maquiavelo dirige su mirada hacia la historia de Roma. En ella descubre todos los signos de la política. La Repú-blica Romana evidencia, según nuestro autor, que el destino del Estado se determina en consecuencia de la relación que se establece entre poder y división social. En el capítulo cuarto de los Discursos, expone en qué consiste la virtud del modelo romano: “Creo que los que condenan los tumultos entre los nobles y la plebe atacan lo que fue la causa principal de la libertad en Roma, se fijan más en los ruidos y gritos que nacían de esos tumultos que en los buenos efectos que produjeron”.15

En clave maquiaveliana, la virtud de la Republica Romana radica —aunque parez-ca paradójico a primera vista— en el conflicto que le era inherente. El conflicto en la Roma republicana entre la plebe y el Senado no era un factor de desintegración social sino un mecanismo de integración. Los deseos de las clases, según Maquiavelo, no son necesariamente malos, porque de ellos puede nacer una república fuerte. En contra de una opinión muy generalizada, nuestro autor afirma que el desorden no sólo no es en sí mismo malo, sino existe en él algo que puede engendrar un orden, pero ese mismo orden no lo suprime.16 Aquel que busque cancelar la división social y, por tanto, terminar para siempre el conflicto, acabará por desdibujar la principal virtud de la república. Como se observa, el escritor florentino pone de manifiesto la función del conflicto como factor del cambio histórico: la historia no es sólo degradación o conservación de una esencia originaria, sino posibilidad de creación política.

14 Claude Lefort, “Maquiavelo: la dimensión económica de lo político”, op. cit., p. 114. Cursivas en el original.

15 Nicolás Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio (traducción, introducción y notas de Ana Martínez Arancón), Madrid, Alianza Editorial, 1987, p. 41. Cursivas mías.

16 A propósito del papel civilizatorio del conflicto en el pensamiento de Maquiavelo, el filósofo mexicano Enrique Serrano afirma: “Aunque Maquiavelo advierte que el pluralismo de valores e intereses representa la fuente de los conflictos sociales, desde su punto de vista el conflicto no es, necesariamente, un factor de disolución social. Por el contrario, cuando el conflicto adquiere un carácter político, esto es, cuando se escenifica al interior de un orden civil, hace posible la estabilidad social”. Cfr. “Maquiavelo, más allá del maquiavelismo”, op. cit., p. 73.

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La grandeza de Roma, según Maquiavelo, descansa en su habilidad para interponer entre nobles y plebeyos la institución de la Ley. Entre ambos deseos no mediaba un Príncipe absoluto, como en el principado, sino la Ley. El poder y la Ley no son fieles a sí mismos, a su esencia, si no están expuestos a los efectos de los deseos del pueblo. De ahí que Maquiavelo descubra en el conflicto de clases el fundamento de la libertad política:

En toda república hay dos espíritus contrapuestos: el de los grandes y el del pueblo, y todas las leyes que se hacen en pro de la libertad nacen de la desunión entre ambos, como se puede ver fácilmente por lo ocurrido en Roma, pues de los Tarquinos a los Gracos transcurrieron más de trescientos años, y, en ese tiempo, las disensiones de Roma raras veces comportaron el exilio, y menos aún la pena capital.17

En la República Romana el hombre no obedece a otro hombre, sino obedece a la Ley. La institución de la Ley es la institución de una igualdad política entre los hombres que no se encuentra ni en la sociedad civil ni en la naturaleza.18 En suma, la división de la sociedad en dos apetitos, el de oprimir y el de no ser oprimido, es lo que da en Roma el fundamento a la república, el régimen de la libertad, aquel en el cual ningún hombre está sujeto a otro hombre, sino a la Ley.19 Por ello, el poder de la república no puede ser identificado con un individuo o un grupo de individuos; es la expresión de un poder anónimo: el gobierno de la Ley, o, como suele decirse, el Imperio de la Ley.20

17 N. Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, op. cit., p. 42.18 Para Félix Ovejero, el Maquiavelo de los Discursos permite una presentación de la tesis de la igualdad

política. Según Maquiavelo, sólo en la República libre se aseguraría la igual consideración de todos, porque en ella se dan las condiciones para evitar que los individuos ambiciosos (los Grandes) gobiernen conforme a sus deseos. Para evitarlo se necesita que todo el cuerpo de ciudadanos supervise y participe en el proceso político. La igualdad de poder cancela, por definición, la situación indeseada y asegura que los intereses de todos cuenten por igual. Cfr. Félix Ovejero, “Igualdad”, Incluso un pueblo de demonios: democracia, liberalismo, republicanismo, Madrid, Katz Editores, 2008, pp. 139-144.

19 Dicho en palabras de Esteban Molina: “Maquiavelo nos enseña que la libertad o es libertad polí-tica o no es libertad”. “Maquiavelo en la obra de Claude Lefort”, Metapolítica, México, vol. 4, núm. 13, enero-marzo de 2000, p. 75.

20 Para el republicanismo contemporáneo, representado por autores como Philip Pettit o Félix Ovejero, son las leyes y no los hombres en singular quienes expresan el consenso entre las distintas clases y grupos sociales que conforman el pueblo ciudadano y que conducen al bien común de toda la sociedad. Los ciu-dadanos se reconocen entre sí como iguales no porque tengan necesariamente una igualdad de bienes ma-teriales o espirituales sino porque son iguales frente a la ley. La asimetría social de las clases y de los grupos sociales se traduce, entonces, en simetría política ciudadana. El gobierno del y para el pueblo ciudadano es

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La fuerza del deseo del pueblo, según Maquiavelo, mantiene abierto el principio de la Ley y la unidad del Estado. La Ley, entonces, es fruto de una “desmesura”: el exceso del deseo de libertad de un pueblo. De ahí que el contenido de las leyes esté estrechamente ligado a la intensidad o no del deseo del pueblo. El Estado, por su parte, no es una sim-ple fachada que oculta la dominación de la clase dominante. El deseo del pueblo, en clave maquiaveliana, prohíbe rebajar lo Universal al registro del dominio de clase: “Los deseos de los pueblos libres raras veces son dañosos a la libertad, porque nacen, o de sentirse oprimidos, o de sospechar que pueden llegar a estarlo […] Por eso se debe criticar con mayor moderación al gobierno romano, considerando que tantos buenos efectos no se derivaron sino de óptimas causas”.21 Las instituciones de la república no se limitan a la protección de los intereses de la clase dominante sino al precio del poder y de la expansión del Estado. La ambición y rapacidad de los Grandes encuentran un freno en el derecho que se hace, en cierta forma, de acuerdo con los deseos del pueblo.

Sin embargo, surge inevitablemente la siguiente pregunta: ¿quién puede defender mejor la libertad, los Grandes o el pueblo? Para Maquiavelo, el deseo de los Grandes puede llevar a la ruina a la libertad. El miedo a la pérdida puede ser fuente de violencia: “Por encima de todas las cosas, [el Príncipe] debe abstenerse siempre de los bienes ajenos, porque los hombres olvidan con mayor rapidez la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio”.22 El apetito de riqueza, poder o fama nunca queda plenamente satisfecho ya que siempre queda un hueco que necesita ser llenado. La sed de poseer es insaciable:

Quién es más ambicioso, el que quiere mantener o el que quiere conquistar, pues fácil-mente ambos apetitos pueden ser causa de grandísimos tumultos. Éstos, sin embargo, son causados la mayoría de las veces por los que poseen, pues el miedo de perder genera en ellos las mismas ansias que agitan a los que desean adquirir, porque a los hombres no les parece que poseen con seguridad lo que tienen si no adquieren algo más.23

Por su parte, el deseo del pueblo es más compatible con la defensa de la libertad: “Creo que se debe poner como guardianes de una cosa a los que tienen menos deseos de usur-parla. Y sin duda, observando los propósitos de los nobles y de los plebeyos, veremos en aquéllos un gran deseo de dominar, y en éstos tan sólo el deseo de no ser dominados, y

sinónimo del gobierno de la ley basada en la búsqueda del bien común. Quien quiera profundizar sobre el particular puede consultar: Philip Pettit, “La condición del imperio de la ley”, Republicanismo. Una teoría sobre la libertad y el gobierno, Barcelona, Paidós, 1999, pp. 228-232.

21 N. Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, op. cit., p. 43.22 N. Maquiavelo, El Príncipe, op. cit., p. 101. Cursivas mías.23 N. Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, op. cit., p. 46.

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por consiguiente mayor voluntad de vivir libres, teniendo menos poder que los grandes para usurpar la libertad”.24

Sin embargo, Maquiavelo sostiene que las consecuencias de ambos deseos no son las mismas. Mientras que la especificidad del deseo de los Grandes es querer siempre más, la del pueblo es el no ser oprimido. Dicha negatividad coincide, según Lefort, con la libertad de la ciudad, con la Ley:

En un sentido, ni el deseo de los Grandes, ni el del pueblo, pueden cumplirse a perfec-ción. Bajo el signo de la positividad, o bajo el signo de la negatividad, nunca se apaga. Sin embargo, las posiciones de los antagonistas son diferentes. Los Grandes quieren tener siempre más aún; entre más poseen son más grandes. El pueblo, por el contrario, en su deseo de no ser dominado, oprimido, hace la prueba de una imposibilidad radical que lo hace desear esta metáfora del ser social: la Ley –y el Estado, en tanto que se instituye en su ámbito.25

A los ojos de Maquiavelo, la dinámica social depende del impulso de un poder que, por muy dividido que esté del pueblo, representa un más allá de la división de clases, la deja actuar, explota los efectos, y a la vez consigue el apoyo de aquellos que dominan en la sociedad y encarna para los dominados la trascendencia de la Ley y del Estado. En síntesis, Maquiavelo elabora la irreconciliable diferencia entre la esfera de lo político y lo social, de la sociedad civil y el Estado, de los poderosos (los Grandes) y los débiles (el pueblo). Con ello, abre una vía fructífera para repensar el Estado no solamente como una esfera de dominación y reproducción de los intereses hegemónicos de la sociedad, sino también, y sobre todo, como un lugar impersonal de mediación y control de los apetitos sociales insaciables de los poderosos. Y eso, para el caso de la historia reciente del Estado mexicano, no me parece un dato menor.

LA EROSIóN DE LOS fUNDAMENTOS REPUbLICANOS DEL ESTADO MEXICANO

Al igual que el cuerpo humano, el cuerpo político también puede enfermarse. En un principio, la enfermedad del cuerpo humano es fácil de curar y difícil de reconocer, pero al paso del tiempo, si no se le ha identificado en un comienzo ni aplicado la medicina o el tratamiento conveniente, pasa a ser fácil de reconocer pero difícil de curar. Lo mismo sucede en los asuntos del Estado. Los problemas o males que nacen en el cuerpo político, sugiere Maquiavelo en El Príncipe, se curan pronto si se les reconoce con antelación, pero

24 Ibid., p. 44.25 C. Lefort, “Maquiavelo: la dimensión económica de lo político”, op. cit., p. 116.

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si por soberbia, interés, ignorancia, o lo que es peor, un simple olvido, no se les reconoce a tiempo y se les deja crecer de forma tal que llegan a ser de dominio público, ya no hay remedio posible. La enfermedad se convierte en incurable y puede ser mortal.

México atraviesa una crisis de Estado que no fue diagnosticada a tiempo. Las princi-pales funciones políticas, económicas y sociales que puede y debe garantizar cualquier Estado en una república (seguridad pública, crecimiento económico, bienestar social, etcétera) se han puesto hoy en tela de juicio. En efecto, el Estado mexicano ha perdido la soberanía en amplias zonas del país —las famosas “zonas marrón” descritas por Gui-llermo O’Donnell—,26 que son controladas de facto por el crimen organizado ligado al narcotráfico. En entidades fronterizas como Tamaulipas, Nuevo León y Chihuahua, por ejemplo, se vive una suerte de guerra civil cotidiana que se traduce en decenas de muertos diarios entre delincuentes, militares y civiles; en la puesta en práctica de estados de sitio; en compras de pánico; en extorsiones en dinero y en especie a comerciantes y a pequeños, medianos y grandes empresarios por parte de los narcotraficantes; en fugas masivas de cárceles; y en asesinatos de periodistas y presidentes municipales.27 La economía del país, por su parte, se encuentra en una etapa de recesión a la que no se le ve pronta salida: en 2009 la economía mexicana tuvo un crecimiento negativo (contracción del 6.54% del Producto Interno Bruto) y en 2010 los mejores pronósticos auguran un crecimiento de sólo 3% del pib. La sociedad mexicana, al mismo tiempo, sobrevive entre el miedo y el desencanto vestidos de inseguridad, desempleo, falta de oportunidades educativas y de salud, deterioro de salarios y pensiones, epidemias, temblores e inundaciones. La sensación de desánimo y derrota es generalizada, sobre todo entre los jóvenes.28

26 El politólogo argentino Guillermo O’Donnell ha usado la metáfora de “las zonas marrones” para indicar regiones, pedazos de ciudades o zonas más extensas donde no llega la legalidad del Estado. Se trata de territorios donde prevalecen normas mafiosas, patrimonialistas, informales, que coexisten y a veces se sobreponen a la legalidad estatal. De ahí que la democracia, desde su punto de vista, no sólo implica un régimen, sino también un Estado, que es el ancla indispensable de los derechos de las ciudadanías. Cfr. Guillermo O’Donnell, “Acerca del Estado, la democratización y algunos problemas conceptuales”, Contrapuntos, Buenos Aires, Paidós, 1999, pp. 259-285.

27 El 18 de agosto de 2010 fue asesinado el alcalde de Santiago Nuevo León, Edelmiro Cavazos, y el 29 de agosto un comando dio muerte a balazos a Marco Antonio Leal García, presidente municipal de Hidalgo, Tamaulipas.

28 Según declaraciones de José Narro Robles, Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, casi 7 millones de jóvenes mexicanos (22% de los jóvenes de 12 a 29 años, según la Encuesta Nacional de la Juventud 2005) ni estudian ni trabajan. Se trata de los “ninis”, carne de cañón de la delincuencia organizada ligada al narcotráfico.

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No estamos, por tanto, ante una crisis menor que pueda solucionarse con una simple aspirina, sino estamos ante una crisis de grandes proporciones que ha revelado la fragili-dad del Estado mexicano. Si no nos hacemos cargo de la deteriorada salud del paciente, el tumor maligno acabará contaminando al conjunto del cuerpo político. Lo que está en juego es la propia viabilidad del Estado. Nuestra incierta transición a la democracia —como señalamos anteriormente— no se vio acompañada de la necesaria y urgente reforma del Estado, aquella que sentará las bases de una nueva relación entre poderes y órdenes de gobierno y entre gobernantes y gobernados, ya que se concentró exclusivamen-te en el expediente electoral. Contamos ahora, ciertamente, con un sistema de partidos competitivo y con elecciones libres y más o menos equitativas, pero los gobiernos que emanan de ellas —independientemente del partido de que provengan— gobiernan cada vez menos y sus decisiones y mandatos ya no son acatados de forma unánime. Nuestro Estado se parece cada vez menos a un Estado digno de ese nombre.29 Las consecuencias de este olvido las estamos padeciendo diariamente: muertos, secuestros, asesinatos, en-frentamientos, crispación social, parálisis política, desánimo colectivo.

El origen de la crisis política del Estado mexicano se encuentra asociado —como sostendremos en el presente trabajo— al proceso de erosión de sus fundamentos re-publicanos.30 Ciertamente, los momentos propiamente republicanos del Estado en la historia moderna de México son excepcionales: la República Restaurada (1867-1876);31 el periodo presidencial de Francisco I. Madero (noviembre de 1911-febrero de 1913); el sexenio de Lázaro Cárdenas (1934-1940). Sin embargo, el espíritu del republicanismo

29 Según Norberto Bobbio, la condición necesaria y suficiente para que exista un Estado, desde un punto de vista formal, es que: “en un territorio determinado haya un poder capaz de tomar decisiones y emitir los mandatos correspondientes, obligatorios para todos los que habitan en ese territorio, y obede-cidos efectivamente por la gran mayoría de los destinatarios en la mayor parte de los casos en los que se requiere obediencia”. En el caso mexicano, esas condiciones de posibilidad no se cumplen plenamente. Cfr. Norberto Bobbio, Estado, gobierno y sociedad. Por una teoría general de la política, México, Breviarios del Fondo de Cultura Económica, 2000, p. 129.

30 Según el Diccionario de la Real Academia Española, la palabra “erosión” remite al “desgaste o destruc-ción producidos en la superficie de un cuerpo por la fricción continua o violenta de otro” (cursivas mías). En el caso que nos ocupa —la crisis del Estado mexicano—, ese “otro” está representado por la violencia real y simbólica ejercida por los poderes fácticos. Cfr. Diccionario de la Lengua Española. Disponible en línea en: http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=cultura (consultado el 10 de septiembre de 2010).

31 La República Restaurada es el periodo de la historia de México comprendido entre la derrota del Segundo Imperio mexicano en 1867 —encabezado por Maximiliano de Habsburgo y apoyado por Francia— y el primer periodo presidencial de Porfirio Díaz iniciado en 1876. Durante esos nueve años se sucedieron los gobiernos de Benito Juárez (1867-1872) y de Sebastián Lerdo de Tejada (1872-1876).

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se mantuvo presente durante los sucesivos gobiernos priistas del siglo pasado como un referente normativo en el discurso político y en la pedagogía pública y como una práctica social contradictoria, ligada al proceso de conciliación de los intereses de las distintas clases sociales y a la defensa del interés común por sobre los intereses particulares. Proceso que, dicho sea de paso, no estuvo exento de críticas y cuestionamientos, dado el carácter corporativo y clientelar de la relación entre el Estado y la sociedad.32

En el presente mexicano, los poderes del orden republicano —el Ejecutivo, el Legisla-tivo y el Judicial— han renunciado, en alguna medida, a su función de contrapeso social33 y se encuentran actualmente en mayor o menor proporción subordinados y/o rebasados por los poderes fácticos. El interés común que presumiblemente defiende el Estado se encuentra amenazado por el empoderamiento de un conjunto de intereses privados que gozan de una amplia impunidad. Como advierte el republicanismo de Maquiavelo, los Grandes o poderosos de este país ya no encuentran en el Estado y en cada uno de sus poderes un límite a sus desenfrenadas ambiciones de riqueza, prestigio o poder; los pequeños o el pueblo, por su parte, tampoco reconocen a los poderes del Estado como un muro de contención contra el deseo de opresión y riqueza de los Grandes.34 La Ley,

32 Durante la época de oro del sistema político mexicano (1940-1968), nuestro país tuvo una relativa estabilidad política, un elevado crecimiento económico y una cierta equidad social sin recurrir al expediente de la dictadura —como sucedió en varios países de América Latina— ni al de la democracia —como sucedió en varios países de Europa. El autoritarismo a la mexicana descansó en dos grandes pilares: a) la Presidencia de la República; y b) el partido oficial. De ahí que la larga marcha de la democracia mexicana (1968-2000) se haya dirigido a desmantelar esos dos grandes pilares del autoritarismo mexicano. Cfr. Daniel Cosío Villegas, “II. Las dos piezas centrales”, en El sistema político mexicano, México, Editorial Joaquín Mortiz, 1974, pp. 22-52.

33 En una República, los poderes del Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) funcionan como con-trapeso a los intereses y deseos excluyentes e ilimitados de las clases, grupos y/o facciones poderosas de la sociedad. Lo hacen de forma impersonal mediante el recurso de la Ley, la cual expresa, según Jean Jacques Rousseau, la “voluntad general”.

34 Según la Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas (2008) de la Secretaría de Gobernación, los ciudadanos en México tienen poca confianza en las principales instituciones del Esta-do: Presidencia de la República, poder Judicial, Cámara de Diputados y Cámara de Senadores. Veamos. 1) A la pregunta: ¿qué tanta confianza le inspira el presidente de la República? El 23.4% respondió que mucha; 36.1% que algo; 26.6% que poca; y 11.4% que nada. 2) A la pregunta: ¿qué tanta confianza le inspiran los jueces y los juzgados? El 7.3% respondió que mucha; 26.9% que algo; 33.7% que poca; y 22.1% que nada. 3) A la pregunta: En general, ¿usted aprueba o desaprueba la forma en que realizan su trabajo los diputados federales? El 8% respondió que aprueba mucho; 34.9 que aprueba algo; 12.5% que ni aprueba, ni desaprueba; 20.8% que desaprueba mucho; y 14.1% que desaprueba algo. 4) A la pregun-ta: En general, ¿usted aprueba o desaprueba la forma en que realizan su trabajo los senadores? El 7.9%

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esa institución y poder anónimo que se coloca entre poderosos y débiles para garantizar el bien común y no el interés particular, goza de poca confianza entre los ciudadanos. Tres poderes fácticos han puesto en evidencia la des-republicanización de la política en el presente mexicano, vale decir, la erosión del poder republicano del Estado: a) los medios de comunicación; b) la Iglesia católica; y c) la delincuencia organizada ligada al narcotráfico. Pasemos a revisar cada uno de ellos.

A. Medios de comunicación. Si bien el llamado “cuarto poder” fue concebido como un contrapeso público ante los poderes del Estado, en nuestro país el poder de los medios sirve a los poderosos para maniatar a las instituciones del poder público. En materia de medios, las cosas han cambiado en poco tiempo. En el viejo régimen autoritario, los medios de comunicación, especialmente la televisión, fueron instrumentos de control y manipulación al servicio del Estado. El dueño de Televisa se veía a sí mismo como “sol-dado del Presidente”. Hoy las cosas, paradójicamente, son al revés. Los poderes del orden republicano (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) parecen “soldados de Televisa y Televisión Azteca”. En efecto, la televisión mexicana ejerce un claro dominio sobre las instituciones públicas y tiene sometida al conjunto de la clase política con la amenaza de vetarla en la pantalla chica si no cede a sus chantajes.35 El caso más reciente en los últimos años ha sido la llamada “Ley Televisa”.

Por lo que toca a la concentración de los medios de comunicación el asunto es grave. Una minoría rapaz y muy poderosa que manda en el país posee la mayoría de las televiso-ras, radios y periódicos. En el caso de las televisoras, dos empresas, Televisa y Televisión

respondió que aprueba mucho; 34.8 que aprueba algo; 12.3% que ni aprueba, ni desaprueba; 20.2% que desaprueba mucho; y 14.3% que desaprueba algo. Cfr. Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas (2008), Disponible en línea en: http://www.encup.gob.mx/cuartaENCUP/Anexo_2_Resulta-dos_ENCUP_2008_(Frecuencias).pdf (consultada el 10 de septiembre de 2010).

35 Según Fátima Fernández Christlieb, el poder fáctico de los medios de comunicación en México ha pasado de una resistencia a las imposiciones del poder político a la acción política tendiente a boicotear y crear leyes. Este es el caso del consorcio mexicano Televisa, cuya conformación no se puede comprender del todo “[…] si se prescinde de su origen, de su afinidad con el sistema político en el que nace y de las tácticas a las que ha recurrido para perpetuarse […] Lo que se presenció en 2006 con la llamada “Ley Televisa” no fue consecuencia de un sexenio permisivo, sino de un proceso complejo en que se amalgamaron factores de índole económica, privilegios concedidos por el poder político, eliminación de los competidores, au-sencia de una sociedad civil organizada, auge creciente de la tecnología audiovisual, temor de candidatos y funcionarios a perder imagen pública y falta de claridad gubernamental ante el potencial político de los medios”. Cfr. Fátima Fernández Christlieb, “La ‘Ley Televisa’: la culminación de un poder fáctico”, en Javier Esteinou y Alma Rosa Alva (comps.), La “Ley televisa” y la lucha por el poder en México, Colección Teoría y Análisis, México, uam-Xochimilco/Fundación Frederich Ebert, 2009, p. 227.

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Azteca, controlan 90% de las frecuencias de televisión.36 En el caso de la radio, nueve grupos controlan 80% de las estaciones concesionadas.37 Con ello, manipulan la información, distorsionan los procesos electorales, crean corrientes de opinión pública, e inventan y apuntalan partidos y candidatos.

Según diferentes informes sobre la situación de la libertad de expresión y sobre la relación entre democracia y medios de comunicación en México, la concentración de la propiedad de los medios es de tal dimensión que atenta contra la pluralidad y la repre-sentatividad de los diferentes grupos de la sociedad. Ejemplo de ello han sido los llama-mientos y recomendaciones que han hecho organizaciones nacionales e internacionales de derechos humanos. Para 2008, y al finalizar la visita a México, la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Louise Arbur, señaló que “la concen-tración de los poderes de los medios en pocas manos sugiere intensamente la necesidad de un mayor pluralismo y una mayor protección de la diversidad de opiniones, necesaria en una saludable sociedad democrática”.38 Asimismo, el “Informe de la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos” (2008) presentada en la Organización de Estados Americanos, señala que “en vista de la alta concentración de los medios de comunicación, recomendó al Estado mexicano que […] es importante desarrollar un marco jurídico que establezca claras directrices que planteen criterios de balance entre la eficiencia de los mercados de radiodifusión y la pluralidad de la información”.39

36 Televisa tiene 257 estaciones concesionadas y afiliadas; tres cadenas nacionales (Canal 2, Canal 5 y Canal 9) y una señal metropolitana (Canal 4). Esto representa 65% de las frecuencias de televisión abierta en el país. Televisa, además llega al 68% de los televidentes mexicanos; acapara 70% de la publicidad de todos los medios. También posee 95% del mercado de televisión vía satélite, a través de la empresa Sky. Domina 50% de la televisión por cable, ya que es propietaria o accionista de Cablevisión, Cablemás y tvi (Multimedios). Por su parte, Televisión Azteca tiene 180 frecuencias en todo el país que transmiten sus dos cadenas nacionales (Canal 7 y Canal 13), más la del Canal 40 (metropolitano). Esto representa 25% de los televidentes y 28% de la publicidad en medios electrónicos.

37 De las mil 576 estaciones de radio concesionadas en nuestro país, 80% son propiedad o están afi-liadas a uno de los nueve grupos empresariales que acaparan las señales. Los grupos más importantes son Radiorama y acir que poseen casi la tercera parte de las radiodifusoras comerciales en México. Les siguen, en orden de importancia, los grupos Radiocima, Sociedad Mexicana de Radio, Promosat de México, mvs Radio, Organización Radio Fórmula, Multimedios Estrella de Oro y Radio S.A.

38 Amerigo Incalcaterra, “Intervención del Señor Amerigo Incalcaterra, Representante en México de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, 2008”. Disponible en línea en:

http://www.hchr.org.mx/documentos/conferencias/Ponencialibertaddeexpresión.pdf (consultada el 8 de septiembre de 2010).

39 Organización de Estados Americanos, “Informe Anual de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos 2008. Vol. III, Informe de la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión”, en la Conferencia

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B. Iglesia católica. México es un país plural en formas de vida, en visiones de la morali-dad y en creencias religiosas.40 El Estado laico nació en la modernidad para convertir esta pluralidad en riqueza social y no en fragmentación y enfrentamientos. Podemos definir la laicidad, según Roberto Blancarte, como un “régimen social de convivencia, cuyas instituciones políticas están legitimadas por la soberanía popular y no por elementos religiosos”.41 El laicismo, por su parte, es una postura ideológica que reduce la compleja relación entre religión-sociedad-espacio público y poder político a la mera separación entre Estado e Iglesia. Sin embargo, el laicismo —a pesar de su espíritu reduccionista— es una solución positiva en las sociedades modernas ya que garantiza “la convivencia entre religiones mayoritarias y minoritarias, y [evita] que las creencias de unos cuantos se hagan dominantes a través de la fuerza del Estado y no de la del convencimiento y la persuasión legítimas”.42 Pero el laicismo no es, como sospechan algunos, un espacio sin valores propios. Por el contrario, tiene valores como la tolerancia, la libertad de credos, los derechos de la persona y la igualdad de todos ante la ley; valores sin los cuales el mundo democrático sería inexistente.

En nuestro país, los valores del Estado y la sociedad laicos, construidos a la largo de nuestra historia,43 han sido recientemente colocados en el banquillo de los acusados por una ofensiva conservadora encabezada por la Iglesia católica,44 el gobierno federal de Felipe Calderón y los dirigentes de los partidos Acción Nacional y Revolucionario Ins-

de Prensa sobre Libertad de Expresión, 2008. Disponible en línea en: http://www.hchr.org.mx/documentos/conferencias/Ponencialibertaddeexpresi%C3%B3n.pdf (consultado el 8 de septiembre de 2010).

40 En México existe una diversidad religiosa que va más allá de los católicos, protestantes o evangélicos. Según el Censo del año 2000, 87.99% de los casi 100 millones de mexicanos profesan el catolicismo, lo que quiere decir que el 12% restante profesa otra religión. Las Iglesias protestantes y evangélicas son las que le siguen en importancia, llegando a 5.2% de la población. Cfr. Roberto Blancarte, “Religion, Church, andCfr. Roberto Blancarte, “Religion, Church, and State in Contemporary Mexico”, en Laura Randall (ed.), Changing Structure of Mexico. Political, Social, and Economic Prospects, Nueva York, M.E. Sharpe, 2006, p. 431.

41 Roberto Blancarte, Laicidad y valores en un Estado democrático, México, El Colegio de México/Se-cretaría de Gobernación, 2000, p. 120.

42 Gilberto Rincón Gallardo, “El Estado de derecho sobre tolerancia religiosa en la sociedad mexicana”, Ponencia del Presidente del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación en el Primer Foro Nacional sobre Tolerancia Religiosa, Cámara de Diputados, México, D.F., 26 de marzo de 2004. Disponible en línea: http://centauro.cmq.edu.mx/dav/libela/pdfS/religios/08010606.pdf (consultada el 6 de septiembre de 2010).

43 El liberalismo mexicano del siglo xix puede contar entre sus logros, el haber logrado el desplazamien-to de una legitimidad de corte religioso en el que se sustentaba el Antiguo Régimen, a una legitimidad de carácter laico que sustenta al actual Estado mexicano.

44 Por ejemplo, el obispo de Ecatepec, Onésimo Cepeda, sostuvo que el Estado laico es “una jalada”. ¿A qué se habrá querido referir el ilustrísimo personaje?

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titucional. En efecto, la jerarquía católica y sus viejos y nuevos aliados han emprendido una campaña muy intensa para imponer, como sugiere Carlos Monsiváis, su idea del mal en torno al amor, el sexo y la familia.45 Los orígenes de esta cruzada de aires medievales se encuentran en las reformas aprobadas, en distintos momentos y circunstancias, por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, que por un lado despenalizan el aborto, y por el otro aprueban el matrimonio homosexual y la adopción de hijos por parejas del mismo sexo. Más temprano que tarde se empiezan a cosechar las primeras “victorias” de esta cruzada conservadora: en 18 estados de la República se ha modificado la Constitución local a fin de equiparar el aborto al homicidio. Con ello, se ha arrebatado a las mujeres el dominio sobre su cuerpo y se ha llevado a muchas de ellas, injustamente, a la cárcel.46

El problema, en todo caso, es que esta ofensiva conservadora posee un potencial destructivo que empuja al Estado mexicano a dejar de ser laico,47 es decir, a renunciar a su obligación constitucional de defender la libertad de credos y conciencia, los derechos de la persona y la igualdad de todos (ricos, pobres, negros, blancos, heterosexuales, ho-mosexuales, etcétera) ante la ley. Valores indispensablemente asociados a una sociedad secularizada y a la necesaria separación entre el Estado y la Iglesia.

C. Delincuencia organizada ligada al narcotráfico. Muchos teóricos del Estado señalan que la finalidad mínima que debe garantizar cualquier organización estatal es defender la soberanía hacia el exterior y garantizar la seguridad pública hacia el interior. Si el Estado no cumple sus funciones mínimas, o no es Estado, o es un ejemplar poco ejemplar. En México, el Estado ya no puede garantizar la seguridad pública de sus ciudadanos. Los principales cárteles de la droga (Los Zetas, el cártel de Sinaloa, el cártel del Golfo, el cártel de Juárez, el cártel de Tijuana, La Familia, etcétera) tienen secuestradas, literalmente, amplias regiones del país. Ejercen un control “de facto” sobre vastas zonas de la nación, particularmente en ciudades y pueblos de la frontera norte y en zonas rurales que han sido convertidos en verdaderos campos de batalla.48 Se estima que alrededor de 30 muertes

45 Carlos Monsiváis, “Homofobia. Crónica de una cruzada”, Nexos, núm. 387, México, marzo de 2010, pp. 40-49.

46 Al respecto, el 8 de septiembre de 2010 recuperaron su libertad siete presas del Centro de Readap-tación Social de Puentecillas, en Guanajuato capital. Las siete mujeres fueron encarceladas por el delito de homicidio en razón de parentesco. La liberación de estas mujeres obedece a la entrada en vigor de la reforma al Código Penal del estado, en el que se establece la reducción de la condena por este delito. Familiares y organizaciones de mujeres y feministas festejaron su salida.

47 Soledad Loaeza, “La sociedad laica y sus enemigos”, Nexos, núm. 387, México, marzo de 2010, pp. 56-58.

48 Según Eduardo Guerrero, para agosto de 2010 existían en todo México diez cárteles, de los cuales el de mayor peso es el de los llamados Zetas, que tiene presencia en 19 entidades de la República. Le sigue el cártel de Sinaloa, que tiene presencia en 16 entidades; el cártel del Golfo en 9, y con menor presencia, el de

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diarias están relacionadas con el narcotráfico,49 y que más de una tercera parte de las tierras cultivables están bajo su control.

Su poder de corrupción en las instituciones del Estado es enorme: policías federales, estatales y municipales; jueces y servidores públicos; legisladores federales y locales; go-bernadores y presidentes municipales; síndicos y regidores, entre otros, reciben sobornos y pagos regulares de parte de los cárteles de la droga. Ante el impacto del narcotráfico en las instancias del Estado, y en el conjunto del tejido social, una de las primeras medidas tomadas por el gobierno de Felipe Calderón fue recurrir a dos de las instituciones que se consideran menos penetradas por el tráfico de drogas: el Ejército y la Marina. Esto ha llevado al conflicto a una violenta guerra sin cuartel —de pronóstico reservado— entre el Estado mexicano y una suerte de “Estado paralelo” conformado por el conjunto de cárteles de la droga.50

LA SALIDA REPUbLICANA A LA CRISIS DEL ESTADO MEXICANO.A MANERA DE CONCLUSIóN

La fuerza de una república —suspira Maquiavelo—, radica en el apoyo que ésta reciba del pueblo. No se trata de que el Estado se convierta en un Estado popular (o populista) que anule el conflicto social y en consecuencia a las clases poderosas, sino de que el Es-tado se valga del vigor del pueblo para defender el bien común por encima de cualquier interés particular. No lo hace en primera persona, como sucede en la monarquía, sino

la Barbie (recientemente detenido), La familia, Milenio, Pacífico Sur, Juárez, Díaz Prada y Tijuana. Ac-tualmente todos los estados del país (salvo Tlaxcala), registran presencia establecida de al menos un cártel en al menos uno de sus municipios. En 2007, la presencia de las organizaciones criminales se registraba en aproximadamente 21 estados. Ahora los cárteles se encuentran en 10 estados más (o sea en 31 entidades del país). Cfr. Eduardo Guerrero, “Los hoyos negros de la estrategia contra el narco”, Nexos, núm. 392, agosto de 2010, pp. 27-35.

49 Las ejecuciones se han multiplicado de 2 119 en 2006 hasta 7 841 en 2009. La cifra hasta junio de 2010 (5 524) permite prever que este año, habrá aproximadamente 11 049 ejecuciones. Por lo que corresponde a los detenidos por supuestos vínculos con el narcotráfico, su número ha aumentado de forma espectacular a partir de 2004, pues se elevó muy por encima de la media nacional entre 1994 y 2003, pasó de un aproximado de 10 000 a casi 20 000 detenidos. Cfr. Ibid., pp. 32-33.

50 Al respecto, resultan reveladoras las recientes declaraciones de la secretaria de Estado estadouniden-se, Hillary Clinton. El 8 de septiembre de 2010 declaró, en un foro sobre política exterior realizado en Washington, que en México la amenaza del narcotráfico se está transformando en algo semejante a una “insurgencia”, en la cual los capos “controlan ciertas partes del país”, lo cual hace que éste se parezca cada vez más a la Colombia de hace 20 años.

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por medio del poder impersonal de la Ley y la fuerza de las Instituciones, que aparecen como un muro de contención de las ambiciones irrefrenables de riqueza y poder de los llamados “Grandes”.

El gobierno federal encabezado por Felipe Calderón atraviesa una crisis de legiti-midad de doble naturaleza: de origen y de ejercicio. De origen, porque existen serias sospechas de que el entonces candidato panista no obtuvo en las elecciones federales de 2006 la mayoría de votos que lo acreditasen legítimamente como presidente de la República; de ejercicio, porque el ahora presidente Calderón no ha podido ganar legi-timidad mediante el éxito de los programas, acciones y políticas de su gobierno (como en su momento sí lo hizo, por ejemplo, Carlos Salinas de Gortari, gracias al famoso programa de “Solidaridad”). Los malos resultados obtenidos por su partido —Acción Nacional— en las elecciones federales intermedias, de 2009, y en las elecciones locales ocurridas durante el presente sexenio son prueba de ello (la excepción que confirma la regla, fueron las gubernaturas que se ganaron en los estados de Oaxaca, Puebla y Sinaloa en las elecciones locales de 2010, las cuales, por cierto, se obtuvieron gracias a una am-plia coalición electoral encabezada por Acción Nacional y el Partido de la Revolución Democrática). Las consecuencias de esta crisis de doble entrada son reveladoras, pues la pérdida de legitimidad social de la administración calderonista ha querido ser revertida mediante el nuevo protagonismo del Ejército mexicano, que ocupa un lugar central en las prioridades del gobierno.

En este escenario de debilidad, el Estado mexicano se ha visto rebasado por los poderes fácticos (medios de comunicación, Iglesia católica, cárteles del narcotráfico). Incluso, algunos suspicaces han planteado que nuestro Estado es un “Estado fallido”.51 Lo cierto, más allá de que se coincida o no con este diagnóstico, es que el Estado mexicano muestra una fragilidad que no ha podido ser ocultada por la fuerza bruta de las armas. Es aquí donde adquieren sentido las palabras de Maquiavelo, cuando afirma que la fuerza de un Estado descansa tanto en sus buenas leyes, como en sus buenas armas: “Debéis, pues, saber que existen dos formas de combatir: la una con las leyes, la otra con la fuerza. La primera es propia del hombre; la segunda, de las bestias”.52 Todavía no sabemos si el uso de las armas sea correcto. Eso el tiempo lo dirá. Lo que sí sabemos, es que nuestras leyes, cuando existen y además son buenas, son comúnmente letra muerta, pues no gozan de la confianza de los ciudadanos. De ahí la importancia de re-publicanizar al Estado, es decir, volver a colocar al Estado como un lugar para amortiguar el conflicto social mediante

51 La expresión no es mía. En diciembre de 2008, la revista estadounidense Foreign Policy señaló que México estaba en vías de convertirse en un “Estado fallido”. Ese pronóstico desató tanto al interior como al exterior de nuestro país una intensa polémica que todavía no ha terminado.

52 N. Maquiavelo, El Príncipe, op. cit., p. 103.

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el control que aquél ejerza sobre el apetito de los poderosos. Todo ello, evidentemente, gracias al apoyo que pueda recibir de un pueblo libre que no está sometido a nadie en particular más a que a la Ley.

Si el Estado mexicano regresa a sus raíces republicanas, si recurre a los mejores mo-mentos de su historia pasada, tendrá la fuerza política y moral suficiente para mirar al bien público, sin el obstáculo de los intereses particulares que defienden actualmente los poderes fácticos. Se trataría, en pocas palabras, de democratizar los medios de comunicación mediante el combate a los monopolios a través de un régimen mixto de frecuencias de televisión y radio en el que participen, a partes iguales, la iniciativa privada, las entidades del Estado (organismos autónomos y poderes de la Unión), las instituciones públicas de educación superior y las organizaciones de la sociedad civil. Se trataría, al mismo tiempo, de fortalecer el carácter laico del Estado y la sociedad mexicanos mediante el respeto irrestric-to a la Constitución, la reprimenda pública y posible sanción a quienes se extralimiten desde los púlpitos en sus facultades legales, y el fortalecimiento de una cultura cívica basada en los derechos, las libertades y la tolerancia a la diferencia. Finalmente, pero no al último, se trataría de visualizar el problema del narcotráfico no solamente como un asun-to de seguridad, sino también como un problema de salud pública, ligado a la prevención del consumo, la despenalización del uso de ciertas drogas blandas (como la mariguana) y la rehabilitación de los adictos que ya no serán vistos como delincuentes sino como simples enfermos. Una república de tales características, sería la mejor respuesta y salida que podríamos ofrecer los ciudadanos ante la crisis que atraviesa actualmente el Estado mexicano, la cual es resultado, entre otras cosas, de nuestro olvido.

bIbLIOGRAfíA

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S. ORtIZ LA CRISIS DEL ESTADO MEXICANO: UNA LECTURA DESDE EL REPUbLICANISMO DE MAQUIAVELO

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Rincón Gallardo, Gilberto, “El Estado de derecho sobre tolerancia religiosa en la sociedad mexi-cana”, Ponencia del Presidente del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación en el Primer Foro Nacional sobre Tolerancia Religiosa, Cámara de Diputados, México, D.F., 26 de marzo de 2004. Disponible en línea en: http://centauro.cmq.edu.mx/dav/libela/pdfS/religios/08010606.pdf (consultada el 6 de septiembre de 2010).

Secretaría de Gobernación, Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas (2008), Disponible en línea en: http://www.encup.gob.mx/cuartaENCUP/Anexo_2_Resultados_EN-CUP_2008_(Frecuencias).pdf (consultada el 10 de septiembre de 2010).

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El hIatO EntRE EStaDO y apaRatO:CapItal, pODER y COmunIDaD

Jaime Osorio

En este trabajo se asume como un problema teórico la distinción entre Estado y aparato, lo que reclama dar cuenta de sus especificidades en el orden que construye el capital, en términos del dominio y de la potencialidad de construir comunidad, a pesar de sustentarse en la explotación. La reflexión busca dar cuenta del hiato, teórico y social, que prevalece entre Estado y aparato, las razones del mismo y las soluciones y nuevas contradicciones que aquella brecha genera. Se analiza la relación entre clases dominantes y clase reinante y las operaciones de aquéllas para impedir que el hiato social se convierta en hiato político, cuando fuerzas sociales ajenas a las clases dominantes buscan desde el aparato estatal limitar o poner fin a la dinámica del capital.

Palabras claves: Estado, aparato de Estado, hiato, gobiernos populares.

AbSTRACT

Throughout this document the distinction between State and Apparatus is assumed as a theoreti-cal problem, which demands to give evidence of its specificities within the Order that Capital builds, in terms of Domination, and the Potential to build Community despite being based on Exploitation. The analysis aims to account for the hiatus, both theoretical and social, that prevails between State and Apparatus; the causes to this situation, and the solutions and new contradic-tions that this gap generates. The relation between Dominant Classes and the Reigning Class is analyzed, as well as the operations of the former to avoid that the social hiatus may turn into a political hiatus when social forces, other than the dominant classes, aim to limit or put an end to Capital dynamic from within the State Apparatus.

Key words: State, Apparatus, Hiatus, Popular Governments.

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J. OSORIO EL HIATO ENTRE ESTADO Y APARATO: CAPITAL, PODER Y COMUNIDAD

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INTRODUCCIóN

En los estudios sobre el Estado, las referencias al aparato por lo general tienden a quedar como un apéndice sobre éste, del que se dice algo, porque está ahí, pero sin asumir esta relación como un problema teórico. No deja de ser curiosa esta situación a la luz de la significación que alcanza el hecho que dicho aparato, en la organización político-estatal del capital, tienda a quedar en manos de sujetos provenientes de clases sociales distintas a las dominantes, así como al carácter representativo de dicha organización.

En este trabajo se postula que entre Estado y aparato existe un hiato, teórico y social, de enorme significación para el ejercicio del poder y la construcción de comunidad por parte del capital, a pesar de sustentarse en procesos de explotación. Además de destacar los elementos definitorios del proceso entre el Estado y el aparato, se discute con algu-nas posiciones relevantes en torno a ellos, así como con corrientes que han formulado soluciones para la relación Estado-aparato y capital.

Hacia el final se destaca la relación clases dominantes-clase política, para hacer presen-tes algunas particularidades que en un nivel de mayor concreción del análisis, permiten visualizar problemas teóricos y políticos de relevancia, como la emergencia de gobiernos populares en el seno del aparato de Estado.

I. EL HIATO TEóRICO

Estado y aparato de Estado conforman una unidad diferenciada. Entre ellos existe un hiato teórico que remite a distintos niveles de análisis y concreción,1 y a que la forma Estado y la forma aparato dan cuenta, cada una, de aspectos específicos de las relaciones de dominio y de las bases para la construcción de comunidad por parte del capital. Comencemos esta exposición tomando como punto de partida el capital, relación social desde la cual, como veremos, se despliegan Estado y aparato y su particular brecha.2

1 En su análisis crítico de la economía política, Marx pone de manifiesto diversos casos de unidades, diferenciadas por su nivel de análisis y concreción, como la que se establece entre plusvalía y ganancia, valor y precio o entre valor de la fuerza de trabajo y salario; las que en ese movimiento terminan generando soluciones y nuevas contradicciones al capital.

2 Lo que sigue contiene reformulaciones a mis propuestas sobre el Estado, vertidas en escritos ante-riores. Para evitar discusiones innecesarias señalemos que sustentar el análisis del Estado desde el capital no implica ningún sesgo economicista. La relación social capital-trabajo es económica, pero también es política y jurídica. Es explotación, pero también es dominio, poder, leyes y contrato mercantil.

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1. Capital: unidad eConómiCa y polítiCa que se despliega Como ruptura

En su expresión más abstracta, el capital constituye un proceso de relaciones sociales de explotación y de poder: apropiación de trabajo ajeno, sometimiento y poder despótico.3 Es una unidad económica y política. Sin embargo, necesita desplegarse fracturando esa unidad, conformando lo económico y lo político como esferas independientes. Adentrémonos en este proceso desde el núcleo de lo que hace posible la explotación y el dominio.

En tanto valor que se valoriza, el capital establece las condiciones de su propia exis-tencia. De ello da cuenta el pauper, es decir, un hombre libre, despojado de los lazos de servidumbre, pero también de medios de vida y de producción, el cual en su doble desnudez se constituye en premisa y al mismo tiempo en un producto genuino de la producción capitalista.4

Ahí intervienen los masivos procesos políticos y económicos de despojo (realizados con violencia, y que conllevan acumulación) de medios de producción, particularmente de la tierra, pero también de herramientas. Al quedar estos medios monopolizados por los expropiadores, ello obliga a la clase de los expropiados a vender su capacidad de trabajo como condición para hacerse de un ingreso y, con ello, de medios de subsistencia.

Una vez establecido aquel despojo –premisa y resultado del capital–5 la presencia cotidiana del pauper en el mercado se lleva a cabo sin que la violencia política del capital se haga visible. Será simplemente la necesidad de aquél de alcanzar medios de vida, la que lo lanzará de manera cotidiana, un día con otro, hasta cubrir toda su existencia, a los brazos del capital.6 Economía y política quedan así escindidas en el mundo del capital.

3 “[…] por su forma, la dirección capitalista es una dirección despótica”, esto es, “el alto mando […] se convierte en atributo del capital…”. Karl Marx, El Capital, t. I, México, Fondo de Cultura Económica, 7a. reimpresión, 1973, pp. 267-268.

4 “En el concepto de trabajador libre está ya implícito que el mismo es pauper: pauper virtual. […] En cuanto obrero sólo puede vivir, en la medida en que intercambie su capacidad de trabajo por parte del capital, que constituye el fondo de trabajo. Tal intercambio está ligado a condiciones que para el obrero son fortuitas, indiferentes a su ser orgánico. Por tanto, virtualmente es un pauper”. Karl Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política. 1857-1858, Buenos Aires, Siglo xxi Editores, 1972, vol. 2, p. 110.

5 Premisa, porque el despojo hace posible la presencia de trabajadores desnudos de medios de pro-ducción y de subsistencia, lo que obliga a la venta de la capacidad de trabajo. Resultado, porque el salario sólo permite subsistir, no acumular, por lo que perpetúa la presencia en el mercado de los vendedores de fuerza de trabajo.

6 “Los sicofantes de la economía burguesa […] en lugar de asombrarse de que el obrero subsista, […] y en vez de considerar esto como un gran mérito del capital respecto al obrero, debieran centrar más bien su atención en el hecho de que el obrero, tras un trabajo siempre repetido, sólo tiene, para el intercambio,

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2. la negaCión y reCreaCión de hombres libres

En la venta de la fuerza de trabajo opera un poderoso mecanismo de coacción: sus pro-pietarios no pueden negarse a llevarla a cabo ya que en ese proceso es la propia vida la que se encuentra en juego, al constituir dicha venta el medio para poder adquirir medios de vida. Pero en el mercado las relaciones se presentan de otro modo. Ahí las encarnaciones del capital y del trabajo “contratan como hombres libres e iguales ante la ley”; ambos son “poseedores de mercancías” que intercambian por equivalentes; cada cual dispone libremente en términos de propiedad de lo suyo. Por ello el mercado puede presentarse como “el verdadero paraíso de los derechos de los hombres”, en donde “sólo reinan la libertad, la igualdad, la propiedad”.7

Despojado de medios de producción y de vida, el pauper “pertenece al capital antes de venderse al capitalista”;8 es objeto de una “esclavitud encubierta”,9 al encontrarse “sometido a la férula de su propietario por medio de hilos invisibles”10 que mantienen, sin embargo, la ficción jurídica del hombre libre y de los iguales que intercambian.

En el mercado opera un segundo mecanismo que refuerza el imaginario de libertad de los paupers. Los trabajadores pueden elegir a qué capital venden su mercancía, pueden optar y hacer valer su libertad como vendedores. A diferencia del esclavo, pueden de-cidir con quien trabajan. En realidad, y más allá de lo que señalen las leyes, los paupers pertenecen al capital, con independencia de la personificación que éste alcance. De ello da cuenta Marx cuando señala:

La reproducción de la fuerza de trabajo, obligada […] a someterse incesantemente al capital, […] que no puede desprenderse de él y cuyo esclavizamiento […] no desaparece más que en apariencia porque cambien los capitalistas individuales a quienes se vende, constituye en realidad uno de los factores de la reproducción del capital.11

La libertad del pauper de vender su capacidad de trabajo trastoca la noción univer-sal de libertad, en tanto aquella “es lo opuesto mismo de la libertad efectiva”, ya que

su trabajo vivo y directo. La propia repetición, en los hechos, es sólo aparente. Lo que intercambia con el capital es toda su capacidad de trabajo, que gasta, digamos, en 20 años”. Karl Marx, Elementos fundamen-tales para la crítica…, op. cit., vol. 1, p. 233.

7 Karl Marx, El Capital…, op. cit., pp. 128-129.8 Ibid., p. 4869 Ibid., p. 64610 Ibid., p. 482. Diferente al esclavo romano, “sujeto por cadenas a la voluntad de su señor”.11 Ibid., p. 518.

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“el contenido real de este acto libre de venta es la esclavitud del obrero al capital”.12 Tenemos entonces “una fisura, una asimetría, un cierto desequilibrio ‘patológico’”, –el síntoma– que funciona como elemento constitutivo del universalismo de los derechos y deberes burgueses, pero “que subvierte su propio fundamento universal”, haciendo presente “un caso específico que rompe su unidad [y] deja al descubierto su falsedad”.13 La moderna esclavitud se proyecta sin embargo como su reverso: el reino de la libertad. El capital pone de manifiesto su capacidad de suturar aquello que subvierte y –más importante– en el mismo proceso que subvierte. Aquí reposan fundamentos de la fuerza de su dominio.

Pero se produce un segundo velamiento con un peso significativo en el problema que nos ocupa. En el intercambio de equivalentes, en la relación mercantil, la realización de una jornada de trabajo a cambio del pago del valor de la fuerza de trabajo,14 el capital logra ocultar, como negación, la explotación, producto de la no-equivalencia entre el valor de la fuerza de trabajo y el valor producido en la jornada, y la capacidad del salario de presentarse como pago de todo el trabajo.15

Tenemos aquí, nuevamente, un síntoma, que muestra que el universal “del intercambio de equivalentes” presente en la compra-venta de fuerza de trabajo, con la producción de plusvalía “se convierte en su propia negación”.16 Pero también se hace presente de nuevo la capacidad del capital de suturar lo que violenta, recreando la ficción de un intercambio de equivalentes en el mismo proceso de llevar adelante la no-equivalencia.

En los dos casos señalados, hablar de sutura no supone ninguna situación “superadora” (o “cicatrización de la herida”) que borra toda huella de lo desgarrado. Opera más bien “la lógica de la ‘negación de la negación’” que “no implica ningún retorno a la identidad po-sitiva, ninguna abolición, cancelación de la fuerza desgarradora de la negatividad, reduc-ción a un momento pasajero en el proceso automediador de identidad”. Por el contrario,

12 Slavoj Zizek, El sublime objeto de la ideología, México, Siglo xxi Editores, 2a. ed., 2002, p. 48.13 S. Zizek, op. cit., p. 47.14 En este nivel lógico, donde lo que importa es explicar cómo es posible la explotación, es necesario

asumir que el capital paga el valor de la fuerza de trabajo, premisa que no se sostiene en niveles históricos más concretos y que conducen a una violación de aquel valor, la superexplotación o explotación redobla-da, que Marini define como la esencia de la dependencia. Véase su Dialéctica de la dependencia, México, Editorial Era, 1973.

15 De ahí el énfasis de Marx cuando señala: “Júzguese […] la importancia decisiva que tiene la trans-formación del valor y precio de la fuerza de trabajo en el salario, es decir, en el valor y precio del trabajo mismo”. Karl Marx, Elementos fundamentales para la crítica…, op. cit., p. 452 (subrayado del autor).

16 Sin embargo, “el punto crucial que no se ha de perder de vista es que esa negación es estrictamente interna al intercambio de equivalentes y no su simple violación: la fuerza de trabajo no es ‘explotada’ en el sentido de que su pleno valor no sea remunerado”. Slavoj Zizek, op. cit., p. 48.

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“en la ‘negación de la negación’, la negatividad conserva todo su potencial desgarrador; de lo que se trata es de que experimentamos que este poder negativo, desgarrador, que amenaza nuestra identidad es al mismo tiempo una condición positiva de ella”.17

3. los fundamentos del estado

Una nueva forma de esclavizar, una particular forma de explotación. Desde los niveles más abstractos donde nos hemos ubicado, se hace presente la unidad económico-política del capital y las relaciones de poder y explotación que lo constituyen, al tiempo que los procesos que desgarran aquella unidad. También las condiciones que –como negación de las relaciones anteriores– permiten al capital establecer las bases de su dominio y mando, al reforzar el imaginario de operar en un mundo de libres e iguales, lo que sienta las bases para la conformación de una comunidad. Tenemos así, en la propia dinámica del capital, y desde dichos niveles, los fundamentos de lo que denominamos Estado: relaciones de poder y dominio, relaciones de mando que alcanzan obediencia, capacidad de construir un imaginario de comunidad.

Explotar y dominar en un mundo de hombres libres y fetichizar ambos procesos,18 como negación, constituyen particularidades del orden social que construye el capital y de su dimensión político-estatal. Por ello no parece acertada la afirmación de que “el proceso Estado no es inmediatamente relación de dominación”.19 El proceso dominio de clases20 no constituye un componente exterior al Estado, un algo que se le agrega o que podría estar ausente. Es, por el contrario, una relacionalidad fundamento del Estado, a

17 Ibid., p. 229 (el subrayado es del autor).18 La fetichización da cuenta del proceso por el cual las relaciones sociales aparecen como relaciones

entre cosas, las cuales nos dominan y nos fascinan, en tanto reificación (cosificación de relaciones socia-les) internalizada. Véase las distinciones entre estas categorías en Carlos Pérez Soto, Proposiciones para un marxismo hegeliano, Santiago de Chile, Arcis/Lom, 2008, pp. 73-92.

19 Gerardo Ávalos, Leviatán y Behemoth. Figuras de la idea del Estado, México, uam-Xochimilco, 1996, p. 260 (subrayado del autor).

20 Las relaciones sociales de producción (en particular las de propiedad o no propiedad de medios de producción) y las de poder, constituyen agrupamientos humanos diferenciados, las clases sociales, con formas particulares de apropiación de la riqueza (plusvalía, renta, salario, etcétera), de control o no del proceso de producción y en tanto dominantes o dominados. Para una visión sociológica sobre el tema clases sociales véase de Jaime Osorio, Fundamentos del análisis social. La realidad social y su conocimiento, México, uam/Fondo de Cultura Económica, 2001, cap. VI: “Articulación de la totalidad social: las clases sociales”.

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partir de la cual se construye la vida en común.21 Desligar ambos procesos es ubicarse en la fetichización del Estado que realiza el capital.

4. el despliegue del estado

En sus determinaciones lógicas, los fundamentos del Estado, en tanto condensación de relaciones de poder y dominio, ya se hacen presentes en el capital mismo, en tanto éste no es sólo trabajo vivo impago, sino también poder despótico.22 A este nivel ya se vislumbran, a su vez, las condiciones para que se restituya el imaginario de comunidad, en tanto, como hemos visto, el capital no sólo niega la libertad y la igualdad, sino que también las recrea como ficción. Pero será en el despliegue del capital hacia formas más concretas en donde el Estado del capital alcanzará formas maduras (y donde también se expresará como aparato) y con ello las tareas de sutura y de recomposición del imaginario de la comunidad alcanzarán nuevas formas, lo que permitirá que el Estado se constituya en la única institución (lo que nos remite al aparato) con capacidad de lograr que inte-reses de unos pocos, los sectores dominantes, puedan presentarse y ser asumidos por los dominados como intereses de toda la sociedad.23

Si desde el nivel más abstracto del capital descubrimos los fundamentos del Estado, su despliegue alcanza forma plena cuando la unidad político-económica de aquél se fractura y sus relaciones se expresan como esferas independientes, a fin de que la presencia de los paupers en el mercado se manifieste como una simple operación económica, de sujetos libres, ajena a toda coacción política y de dominio.

El Estado es una forma de las relaciones sociales del capital en donde lo político emerge, entonces, como una esfera desligada de lo económico. La forma Estado termina por culminar lo que en la relación más abstracta del capital ya se manifiesta en ciernes: dominar y velar el dominio, ahora reforzado por la ruptura que el capital establece entre economía y política, desligando dominio y explotación.

21 En una obra posterior, Ávalos insiste en que los dos procesos van separados. De ahí que señale “que lo estatal es un proceso de unificación de los seres humanos bajo una autoridad común, en un territorio delimitado para la reproducción de la vida en común”, para agregar que “el sentido de tal unificación, […] si hay dominación, se dirige hacia la reproducción de la dominación misma”. Véase de Gerardo Ávalos y Joachim Hirsch, La política del capital, México, uam-Xochimilco, 2007, pp. 93-94 (subrayado del autor).

22 Asumimos que la esencia del concepto Estado refiere a la relación de dominio y de poder de agru-pamientos humanos, no a las labores de administración o de un monopolio de la violencia indeterminada en términos clasistas, como se desprende de la visión de Weber.

23 Jaime Osorio, El Estado en el centro de la mundialización. La sociedad civil y el asunto del poder, México, Fondo de Cultura Económica/uam-Xochimilco, 2a. reimpresión, 2009.

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Si consideramos tanto al capital como al trabajo en niveles de mayor concreción, como unidades de múltiples capitales y de múltiples fuerzas de trabajo,24 que se encuentran en relaciones de explotación y dominio y de encubrimiento-negación de aquellas relaciones, se requiere como paso lógico que el orden de dominio y mando político-estatal se haya consolidado y que opere como una esfera independiente. La violencia política inscrita en la separación de los productores de medios de producción y de vida y su sometimiento al poder despótico del capital que aquella desnudez conlleva, junto a la concentración social de esos medios, se constituyen así en premisa y resultado de las relacionalidades establecidas por el capital y su despliegue.

Como se ha indicado, el Estado es una forma que asumen las relaciones del capital en su despliegue. Parece, por tanto, un recurso inútil recurrir a las teorías contractualistas para constituir su concepto, y mucho más cuando ello conlleva separarse de una línea de reflexión que pretendió derivar lo político y al Estado “desde la lógica dialéctica”, desde la contradicción,25 y no desde la conflictividad sobre base individual del contractualismo. Instalado en esta última perspectiva, Ávalos señala que “el acuerdo fundador de lo esta-tal” se presenta como “la necesidad constitutiva del capital como sistema”, y se sigue de aquel acuerdo que “los individuos se someten a una gran autoridad central cuyo ámbito de acción deja de ser local, comarcal, regional o provinciano y llega a abarcar una gran extensión de territorio”.26 El equilibrio (imposible) entre una y otra perspectiva filosófica y teórica termina finalmente por romperse en el análisis.27

5. estado y poder

Desde un terreno donde lo que preocupa no es el Estado del capital, sino el Estado sin más, podemos decir que esta noción conjuga a lo menos tres procesos: las relaciones de

24 ParaGerardo Ávalos “este nivel –el segundo en su análisis– en el que el capital se despliega como heterogeneidad y pluralidad, corresponde en el terreno de la teoría política (clásica), con el estado de naturaleza del contractualismo”, situación previa a la creación del Estado: la de “guerra de todos contra todos” de Hobbes, o “de inseguridad en la propiedad” señalada por Locke. Será apoyándose en esa teoría clásica desde donde –este autor señala–, se podrá “proponer una forma de interpretación del proceso que lleva de la pluralidad de capitales hacia la constitución política [sic] del Estado”. Gerardo Ávalos y Joachim Hirsch, op. cit., p. 84.

25 “El aspecto fundamental del tránsito del capital desde una de sus determinaciones a otra es la con-tradicción, es decir, no sólo la diferencia y la contraposición de sus determinaciones formales, sino aquel movimiento en que los diferentes se oponen al grado de convertirse el uno en el otro”. Ibid., pp. 62-63.

26 Ibid., p. 93 (subrayados del autor).27 Lo que acontece particularmente a partir del punto “Breve fenomenología del capital”, en el capítulo

II de su libro con Joachim Hirsch, ya citado.

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poder y dominio donde intereses de agrupamientos humanos clasistas prevalecen sobre otros; las relaciones mando-obediencia que dan cuenta de las condiciones y modalidades que permiten que quien(es) ordena(n) encuentre(n) obediencia, porque quienes reciben órdenes reconocen en los primeros el derecho a mandar; y los referidos a la constitución de comunidad, que en condiciones de sociedades fracturadas, por la presencia de clases, no puede sino ser ilusoria.

Estos procesos no tienen la misma jerarquía en las relaciones estatales, siendo el pri-mero el definitorio, sin que esto implique la ausencia, en mayor o menor grado, de los otros dos, los cuales se constituyen marcados de manera indeleble por aquél. El Estado del capital es la relacionalidad en donde se condensa la capacidad relacional de ejercicio del poder político, la que requiere de una fuerte centralización.

Si entendemos por poder político la capacidad relacional que permite que determi-nados intereses y/o proyectos de clases prevalezcan y se impongan sobre –y en contra de– otros intereses y/o proyectos, no es difícil concluir que el proceso relacional Estado es la fundamental capacidad relacional de poder político. Que dicha relación de poder se aplique con mayor o menor consentimiento, o con ninguno, esto no pone en discusión la relación Estado, y nos remite al problema de las formas posibles que puede asumir ese Estado, esto es, a la clásica pregunta referida al cómo se ejerce el poder.

Lo antes señalado se contrapone de manera radical a la afirmación que indica que “sin el proceso estatal la dominación en el orden social sería mero despliegue de poder, de fuerza bruta, o, para decirlo con Hobbes, sería el estado de naturaleza de la guerra de todos contra todos”,28 en una abierta toma de partido por la visión contractualista y su asunción fetichista, que desdibuja el dominio de clases.

Remitámonos a un ejemplo cercano, en términos históricos y geográficos, y pre-guntémonos: “¿desapareció el Estado bajo las dictaduras militares en el cono sur lati-noamericano en los años 60 y 70 del siglo xx?” La pregunta es pertinente porque en el señalamiento que comentamos el estado de naturaleza refiere justamente al momento no-estatal y no-político. Lo que teníamos ahí, por el contrario, fue un Estado particular que hizo uso de la fuerza bruta y ello no implicó el regresó a la guerra de todos contra todos, sino más bien a un “despliegue de poder” necesario para que proyectos e intereses sociales específicos se impusieran sobre –y en contra de– otros. No fue entonces una guerra indeterminada entre proyectos y objetivos sociales, de “todos contra todos”, sino la de algunos contra otros muchos.

Si entendemos que el dominio es la relación en donde proyectos e intereses sociales se imponen sobre otros con consentimiento de los dominados, lo que tenemos es que el

28 Gerardo Ávalos, Leviatán y Behemoth…, op. cit., p. 260.

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dominio no es algo ajeno o contrario al poder político. La noción “dominio” constituye una modalidad de la noción “poder político”.29

Si el fundamento de lo estatal es una relación de violencia clasista,30 esto no niega que la lucha de clases puede asumir diversas modalidades estatales en función de la fuerza y el grado de los enfrentamientos, primero entre los agrupamientos humanos antagónicos, pero también en el seno de las clases dominantes, así como a las modalidades que asumirá la organización estatal, las relaciones entre sus instituciones, la capacidad del mando de ganar obediencia y las formas de construir comunidad. Los primeros asuntos nos remiten a los problemas de la hegemonía y del bloque en el poder; en definitiva, a la pregunta sobre quién(es) dominan en las relaciones de –o detenta(n) el– poder. Los segundos nos remiten a las formas del Estado (o formas de gobierno, según la terminología clásica); esto es, a la pregunta ya señalada en torno al cómo se ejerce el poder.

Importa destacar que el capital recrea, en su propia reproducción, las relaciones de dominio y explotación que lo constituyen, sin que sea necesaria violencia y coerción ajena a la relación misma capital-trabajo.31 La dinámica de la acumulación produce una y otra vez no solo plusvalía sino reproduce también la propia relación capital-trabajo: sectores sociales que monopolizan los medios de producción y de vida, por un lado, y trabajado-res desnudos y disponibles, por otro,32 y con ello el mando, el sometimiento y el poder, así como su negación fetichizada.

Esta inmanencia del capital para reproducir relaciones de dominio y explotación constituye una cualidad que explica su particular poderío y nos ofrece claves para com-

29 Asunto que, por ejemplo, Max Weber aborda desde los tipos de dominación y formas de legitimidad (p. 170) y desde la sociología de la dominación (p. 696), en Economía y sociedad, México, Fondo de Cul-tura Económica, 10a. reimpresión, 1996. Aquí señala que “la dominación es un caso especial de poder” (p. 695), en tanto “posibilidad de imponer la propia voluntad sobre la conducta ajena” (p. 696) y señala que “entendemos por ‘dominación’un estado de cosas por la cual una voluntad manifiesta (‘mandato’) del ‘dominador’ o de los ‘dominadores’ influye sobre los actos de otros” (del “dominado” o de los “dominados”), de tal suerte que en un grado socialmente relevante estos actos tienen lugar como si los dominados hubieran adoptado por sí mismos y como máxima de su obrar el contenido del mandato (“obediencia”), p. 699.

30 “Las clases dominantes llaman paz a los momentos en que van ganando la guerra, en que han logrado establecer su triunfo como orden de la dominación, y empiezan a hablar de violencia sólo cuando se sienten amenazadas”. Véase C. Pérez Soto, Proposición de un marxismo hegeliano…, op. cit., p. 184.

31 Las relaciones esclavistas y las serviles, por ejemplo, necesitan de un componente político o ideológico exterior a las mismas relaciones para su reproducción. En la relación esclavista, que el esclavo no pertenece a la condición humana del esclavista. En la relación servil, por lazos de sujeción establecidos sobre el siervo.

32 Al elevarse la composición orgánica, este proceso genera capitales más poderosos por la concentración y la centralización, y mayor número de brazos disponibles (subempleados o desempleados) por el exceso relativo de trabajadores frente al capital variable movilizado.

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prender los problemas a que se enfrentan las revoluciones contra el capital y nuevos elementos para volver a analizar las explicaciones sobre los reveses sufridos por muchas de esas experiencias.33

6. el Capital Como muChos Capitales

En su sentido más abstracto el Estado capitalista constituye un proceso relacional que expresa la fuerza del capital sobre el trabajo, por lo que a ese nivel están dadas las condi-ciones para que todo capital pueda reproducirse.

Pero en niveles de mayor concreción el capital se manifiesta como capitales diversos y en competencia, lo que implica una lucha encarnizada entre éstos por sobrevivir. Ello significa que no todos los capitales podrán hacer efectivas las relaciones estatales de ex-plotación y dominio. Por el contrario, muchos quedarán en el camino en aquella lucha, porque aquellas condiciones emanadas de la relación estatal son efectivas para el capital en tanto clase, no para capitales particulares. Los que sobrevivan, por otro lado, podrán impulsar y sacar adelante sus intereses en grados diferenciados, unos más plenamente, otros con resultados apenas necesarios para proseguir como capital.

Estamos en un nivel en donde se hace presente una heterogeneidad de intereses y proyectos en el seno de las clases dominantes, muchos de ellos discrepantes y con grados diversos de conflicto, lo que impide su realización conjunta. Estas discrepancias en el seno del capital se dirimen por la fuerza diferenciada producida en la disputa entre clases antagónicas, pero también por la fuerza y debilidades que provienen de la propia acumu-lación, al fortalecer a algunas fracciones, sectores y grupos y debilitar a otros.34 Hablar de la acumulación y de sus tendencias no significa instalarse en una esfera económica ajena a la política, sino, por el contrario, en expresiones de la lucha entre agrupamientos humanos antagónicos y de luchas en el seno del propio capital y sus tendencias.

En su despliegue, la relación Estado se complejiza como Estado-nación y como un sistema interestatal jerarquizado, con grados desiguales de fuerza y soberanía (expresión de la fuerza diferenciada a su vez entre capitales), más fuertes y plenas en el mundo

33 Para regresar a una explicación que redimensione las referidas a aciertos y errores, siempre cargadas a estos últimos, y vaya a asuntos más de fondo, como el mencionado, así como a los propiciados por el desfase entre revoluciones con asiento en Estados nacionales, frente a relaciones del capital calificadas de globales.

34 A la división entre fracciones (por el lugar que ocupan en la reproducción del capital: financiera, industrial, agraria, comercial) y sectores (por el monto de medios de producción: gran, mediano, pequeño capital), en el seno de la clase burguesa, agrego aquí la de “grupo”, para dar cuenta de agrupamientos al interior de fracciones y sectores de clase.

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imperial y menos fuerte y más acotadas –o subsoberanías– en el mundo dependiente.35 En estos movimientos se alcanzan nuevas soluciones, así como nuevas contradicciones en el dominio del capital.

sobre la forma estado

A fuerza de ser redundantes, –pero con el objetivo de sintetizar algunas ideas centrales en lo que aquí nos ocupa– señalemos que el tema de la forma que asumen las rela-ciones sociales en el capitalismo (por ejemplo, mercancía, dinero, capital, Estado) es fundamental en el análisis, en tanto nos lleva a preguntarnos sobre las razones por las que dichas relaciones reclaman tales formas, preñadas de su negación.36 Si el Estado es simultáneamente la negación del mundo de hombres libres e iguales que reclama el capital y el establecimiento de un proceso de relaciones de dominio, poder despótico y sometimiento, la forma Estado niega aquella negación y restablece las bases imaginarias de hombres libres y de no-explotación, sustento fundamental para la constitución de comunidad (ilusoria),37 en tanto explotadores y explotados, dominadores y dominados, quedan atrapados en la fetichización de ese proceso.

Pero también dicha forma logra que lo económico se presente como lo no-político para que lo político se presente a su vez como lo no-económico,38 a fin de negar la unidad

35 Proceso inherente al despliegue del capital como sistema mundial, lo que muestra que la llamada “pérdida de soberanía” de muchas naciones por la acción de organismos supranacionales como el Fondo Monetario Internacional (fmi), el Banco Mundial o transnacionales, en la mundialización, es un tema mal planteado. Sobre el ejercicio desigual de soberanía en el sistema mundial capitalista, véase de Jaime Osorio, El Estado en el centro de la…, op. cit.; en particular los capítulos V y VI.

36 Véase de Karl Marx, El Capital…, t. I, op. cit., p. 98, cita núm. 32. También de John Holloway, “Debates marxistas sobre el Estado en Alemania Occidental y en la Gran Bretaña”, en Crítica de la Econo-mía Política, 16/17, México, Ediciones El Caballito, julio-diciembre 1980, y del mismo autor, Cambiar el mundo sin tomar el poder. El significado de la revolución hoy, Buenos Aires, Herramienta-uap, 2002, en particular el capítulo 4, “Fetichismo: el dilema trágico”. Nuestras visiones del Estado y particularmente del poder van en una dirección radicalmente distinta a las sostenidas en este último libro y, como conse-cuencia, de sus derivaciones políticas.

37 Refiriéndose a la comunidad “ilusoria”, Gerardo Ávalos señala “que […] el juicio según el cual es ilusoria la comunidad político-estatal, se postula desde un horizonte ético trascendental que toma la igualdad entre seres humanos como un principio a priori. Sin embargo, [agrega nuestro autor] desde una perspectiva sociológica o politológica, la comunidad político-estatal es real, opera fácticamente y se traduce en la reproducción legitimada de un orden de dominación”. Leviatán y Behemoth…, op. cit., p. 265 (subrayados en original).

38 Gerardo Ávalos y Joachim Hirsch, La política del capital…, op. cit., p. 57.

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constitutiva del capital, construir una esfera política autónoma y que las manifestaciones veladas de la explotación aparezcan desligadas de las manifestaciones veladas del dominio y viceversa.39 Esto es lo que la forma Estado logra en el capitalismo. De ahí su importancia para las relaciones sociales constitutivas al mundo del capital.

aparato de estado

El aparato de Estado es la cosificación de las relaciones de dominio, de mando-obediencia y de construcción de comunidad cosificadas.40 Si a nivel Estado las relaciones de domi-nio se despliegan en la totalidad social, a nivel del aparato de Estado dichas relaciones se presentan condensadas y acotadas a instituciones (fundamentalmente aquellas que con-forman los clásicos tres poderes del Estado moderno: Ejecutivo, Legislativo y Judicial), personeros y en un cuerpo de leyes.

Esa condensación y acotamiento de las relaciones estatales permite que instituciones como el mercado, la familia, iglesias, escuelas, medios de comunicación y fábricas, entre las más relevantes, se presenten como exteriores al aparato y también al Estado, a lo menos en las formas democrático-liberales. Esto permite, en su fetichización, que la esfera de lo político se estreche aún más, ya no sólo separada de lo económico, sino también reducida al ámbito del aparato en sentido estricto. Esta es una las manifestaciones que propicia la forma aparato de Estado. Con ello se obscurece (como negación) que el poder (en tanto relación) atraviesa la totalidad de la vida societal. Más aún, el aparato de Estado tiende a ser percibido como “el Estado” y emerge como una institución por encima de la sociedad.41

En el aparato estatal el poder y el dominio se presentan institucionalmente jerarqui-zados y con una enorme capacidad de movilidad al interior del aparato, en función de las contradicciones antagónicas y de las necesidades económico-políticas del capital. Instituciones estatales que en algún momento expresan de manera concentrada la fuerza del capital, pueden pasar a planos secundarios en otros momentos. Por ejemplo, en la

39 Manifestaciones veladas, porque la forma Estado oculta (niega) la explotación y el dominio. 40 Proceso de reificación en definitiva: ya no sólo la cosificación de objetos, sino la cosificación de

relaciones sociales. Véase de Pérez Soto, op. cit., pp. 83-84.41 Lo anterior ofrece algunas respuestas a los interrogantes de Pashukanis: “¿Por qué la dominación de

clases no permanece como lo que es, es decir, la sujeción de una parte de la población a otra? ¿Por qué revis-te la forma de una dominación estatal oficial, o lo que equivale a lo mismo, por qué el aparato de coacción estatal no se constituye como el aparato privado de la clase dominante, por qué se separa de esta última y reviste la forma de un aparato de poder público impersonal, separado de la sociedad?” E.B. Pashukanis, La teoría general del derecho y el marxismo, México, Grijalbo, 1976, p. 142 (subrayado del autor).

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etapa contrainsurgente de la segunda mitad del siglo xx en América Latina, los institutos armados del Estado ganaron creciente relevancia, ubicándose en muchos casos incluso a la cabeza del propio aparato y del poder Ejecutivo, dando vida a dictaduras militares, lo que dejó en lugares secundarios a instituciones del poder Legislativo y del Judicial.

La significación del aparato de Estado y de la forma que asume en el orden del capital asume nuevas connotaciones desde el hiato social que alcanza con el Estado. Pasemos a su análisis.

II. EL HIATO SOCIAL

1. Clase reinante y Clases dominantes

Además de los niveles de análisis y las formas diferenciadas y de concreción que alcanzan Estado y aparato (hiato teórico), que permiten a las relaciones sociales del capital resol-ver problemas de poder y dominio específicos, existe entre ellos un hiato social. Éste es resultado de un asunto nada despreciable: la burguesía es la primera clase dominante que se separa de la administración y manejo del aparato estatal, tendiendo a dejar esas tareas en manos de sectores sociales provenientes de otras clases.

La procedencia clasista de aquel sector social que administra el aparato es diversa. Importa señalar, para los fines de este análisis, algunas cuestiones referidas a aquella franja que ocupa las altas esferas del aparato, a la que denominamos clase reinante. El término no es empleado en el sentido estricto de clase social (véase nota núm. 19), sino en tanto agrupamiento que, por “reinar” en un aparato estatal, con impronta de clases, desarrolla compromisos con –y expresa– los intereses del capital, lo que –junto a los privilegios de los cargos– propicia cohesión y un espíritu de cuerpo. Importa recalcar que la clase reinante en el capitalismo es tendencialmente distinta, en términos sociales, a las clases dominantes.42

¿Qué propicia que las clases dominantes en el capitalismo apunten a delegar el manejo del aparato estatal en sectores sociales provenientes de otras clases? Hemos señalado que en las sociedades que precedieron al mundo del capital las clases dominantes fundamenta-

42 Personeros de las clases dominantes, de manera excepcional, ocupan posiciones en el aparato estatal. Pero aun cuando ello acontece, por ejemplo, como presidentes del Ejecutivo o como primeros ministros, eso no significa que los miembros de esas clases copan el resto de altos cargos en el aparato, como mi-nistros de la Corte, las cúspides del aparato militar, en el Parlamento o las secretarías de Estado, lo que otorga sentido a la diferenciación entre clases dominantes y clases reinantes.

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ban y legitimaban su dominio bajo principios que no sólo requerían sino que reconocían la no-libertad y las distinciones clasistas.

Esto es radicalmente distinto en el mundo que construye el capital, donde debe dominar y explotar a hombres formalmente libres. Es desde aquí que alcanza significa-ción el hecho que el aparato de Estado tienda a quedar de manera regular en manos de agrupamientos sociales distintos a las clases dominantes. Este proceso que se refiere a la forma aparato en el capitalismo, permite a las clases dominantes reforzar como negación el carácter clasista del Estado y del aparato, lo que favorece su percepción como instancias que representan a la sociedad, en un proceso en que el aparato –hemos visto–, además termina constituyéndose en “el” Estado.

La distancia social entre quienes dominan y quienes manejan el aparato de Estado se tiende a reproducir en el conjunto del sistema de dominio que reclama el capital, en tanto éste se constituye sobre la base de un sistema representacional. La representación constituye fundamento de la organización política del capital, la que alcanza una de sus formas específicas justamente en la democracia representativa, la cual tiene como soporte fundamental a partidos políticos, los que compiten por el voto de la ciudadanía.43

Con la forma ciudadano el dominio del capital alcanza un estadio relevante, en tanto ella se sustenta en el individuo, lo que atomiza a las clases sociales y las diluye, y consagra la igualdad de los mismos en la esfera política, bajo la ecuación “un ciudadano es igual a un voto”, sin importar su procedencia clasista, remachando la ruptura de la política con la economía en el mundo del capital. A su vez fomenta el imaginario de que en las disputas electorales está en juego el curso de la vida en común y que el ciudadano tiene en sus manos el poder de decisión sobre esa vida en común, ocultando que el voto, en esas condiciones, opera sobre un campo de relaciones definido que establece lo posible y lo no posible, lo legal y lo ilegal, por las relaciones de poder y dominio imperantes.44

El hiato social entre Estado y aparato, que implica establecer una diferencia entre quienes dominan en las relaciones de poder político y quienes administran el aparato y en general las principales formas de representación, nos instala frente a una pregunta

43 El lugar central de los partidos políticos en el sistema político alcanza a cristalizar recién en la primera mitad del siglo xx, al igual que el sufragio universal, en largos procesos preñados de altibajos y luchas sociales. Con esto, el dominio del capital alcanza formas más complejas en su espiral. Sobre las tesis del surgimiento de los partidos políticos en la temprana modernidad que alienta el capital y diversas taxonomías para su análisis pueden consultarse tres textos clásicos: Maurice Duverger, Los partidos políticos, México, Fondo de Cultura Económica, 1987; Angelo Panebianco, Modelos de partido, Madrid, Alianza Universidad, 1990; y Giovanni Sartori, Partidos y sistemas de partidos, Madrid, Alianza Editorial, 1980.

44 Por ejemplo, que la propiedad privada no sea objeto de discusión y de decisión de los ciudadanos, ya que se la asume como un derecho “natural” (siguiendo a Locke).

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necesaria: ¿cómo logran las clases dominantes que un aparato de Estado que se encuentra tendencialmente administrado por otras clases lleve a adelante sus intereses?45

2. aparato de estado y Clases dominantes

En la respuesta a esta interrogación se pueden distinguir dos posiciones contrapuestas, las que reflejan en su interior corrientes diversas, que tienen en común la insuficiente problematización teórica de la distinción entre Estado y aparato, así como no ahondar en la especificidad del aparato de Estado capitalista y de su administración por personal proveniente de sectores sociales diferentes a las clases dominantes, y sobre el peso del elemento representacional de su organización política.

La primera posición señala que es el personal del Estado –en particular aquel que ocupa los cargos con mayor jerarquía— proveniente de las propias clases dominantes o de otras clases, pero con un compromiso político con aquellas, el que desempeña un papel clave en la capacidad de que el Estado realice los intereses de los sectores dominantes. El problema de esta corriente es que asume al Estado (y al aparato) como entidades exterio-res a las relaciones de clases y sus disputas,46 al tiempo que los concibe como entidades neutras, por lo que el aparato debe ser prácticamente copado por las clases dominantes y sus administradores para operar en determinada dirección clasista.

Las escuelas estructuralista y de la derivación lógica del capital reconocen que el Estado no es una entidad neutra, sino, por el contrario, estructuralmente de clases, para los primeros, o bien que deriva de las necesidades lógicas de la reproducción del capital, para los segundos, lo que explica el porqué opera realizando los intereses de quienes dominan.

El problema de estas respuestas es que termina por no problematizar Estado y aparato de Estado y su papel diferenciado en cuanto forma de las relaciones sociales de domi-

45 Es importante destacar que la pregunta se formula desde el análisis del aparato y no desde una suerte de indiferenciación entre Estado y aparato, como ocurre entre las principales corrientes que han participado en su respuesta. El problema no es menor, ya que aquí se asume como un problema teórico y político la existencia de un hiato entre Estado y aparato, y discute que es un error no prestar atención a su necesaria distinción teórica y en tanto formas diferenciadas, en su unidad, de las relaciones de dominio que establece el capital.

46 Ralph Miliband lo plantea así: “un modelo exacto y realista de la relación entre la clase dominante y el Estado […] es el de asociación entre dos fuerzas diferentes y separadas, unidas entre sí por muchos lazos, aunque cada una posea su propia esfera de acción”. Véase “Poder estatal e intereses de clases”, en Miliband, Poulantzas, Laclau, Debates sobre el Estado capitalista, Buenos Aires, Ediciones Imago Mundi, 1991, p. 198.

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nio en el capitalismo, ni sobre la particularidad de la clase reinante en el aparato y del proceso representacional. Por ello, sea por la lógica estructural del sistema, sea por la lógica del Estado derivado del capital, éste somete a la clase reinante a su dinámica, lo que termina convirtiéndola en “meros funcionarios y ejecutores de la política que les impone ‘el sistema’”,47 lo que reduce esta posición a una versión invertida de la corrien-te instrumentalista.48 El Estado-aparato somete a sus designios al personal y a la clase reinante, con lo cual deja de constituirse en un asunto problemático el hiato social, por lo que no amerita explicaciones.

El aparato de Estado no es una entidad neutra. Constituye la reificación de las relaciones de dominio y poder llamada Estado. Existen, por tanto, determinaciones relacionales en la connotación clasista del aparato de Estado. Pero en tanto reificación de relaciones so-ciales, el aparato es una entidad atravesada por luchas entre clases antagónica y por las luchas en el seno del propio capital, luchas que reclaman toma de posiciones de quienes lo administran, en un cuadro en donde existen —no una, sino— diversas alternativas en el seno de las relaciones e intereses de los dominantes que dicho aparato expresa.

En tanto condensación de relaciones y acotamiento de lo político-estatal, la forma aparato establece rigideces y a su vez mediaciones a las relaciones de dominio, por el manejo de aquél por sectores sociales distintos a las clases dominantes y por el papel de las instancias representacionales. Para los dominados, esto se traduce en la capacidad del aparato de velar el dominio y de proyectar al (aparato en tanto) Estado como entidad por sobre la sociedad. Para los dominantes, esa situación de rigidez y mediación del apa-rato provoca que se establezcan hiatos con y hacia las diversas fracciones y sectores del capital, lo que permite márgenes de acción a la clase reinante. De esta forma, el aparato de Estado no es ni un simple instrumento ni un simple receptor de las demandas del capital y sus agrupamientos sociales.

Esta situación obliga a todos los agrupamientos de los sectores dominantes a mantener políticas activas hacia el aparato, hacia la clase reinante y la clase política en general, a fin de impedir, en el escenario más serio y excepcional, que el hiato social se convierta en hiato político (esto es, que las políticas que se impulsen desde el aparato afecten los intereses del capital y en particular los de sus sectores hegemónicos), y en los casos más comunes, para lograr que las políticas definidas desde el aparato se orienten en deter-minada dirección dentro del mundo del capital, favoreciendo a unos agrupamientos y afectando a otros. Las tendencias de la acumulación juegan en tal sentido, pero dichas

47 Es parte de la crítica que Miliband realiza a la propuesta estructuralista representada por Poulantzas. Véase “Réplica a Nicos Poulantzas”, ibid., p. 99.

48 Ahora ya no el Estado, sino la clase reinante y la clase política como meros instrumentos de la lógica del capital, o del sistema.

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tendencias se verán favorecidas o perjudicadas de acuerdo con las políticas definidas desde el aparato y desde los márgenes de acción que éste ofrece y permite a la clase reinante y a la clase política, más en general.49

3. bienvenidos al desierto de lo real50

Analizado el problema del hiato social en un nivel de mayor concreción se nos revela que parte sustancial del quehacer político de las clases dominantes en el aparato y en el sistema representacional debe hacerse sobre la base de la clase política51 disponible, la realmente existente, aquella que administra el aparato estatal y que cumple con funcio-nes de representación en momentos históricos específicos. Esto implica para las clases

49 En México, en los dos últimos años, se asiste a un proceso que pone de manifiesto el proceso seña-lado. Carlos Slim, dueño de un poderoso emporio económico, desarrolla una intensa presión para que sus negocios puedan operar en la televisión abierta, en medio de grandes conflictos con altos personeros del aparato de Estado. Cabe destacar que el campo de las comunicaciones es quizá hoy uno de los más disputados en el seno de los grandes grupos económicos, en donde se enfrentan el ya mencionado Slim, Emilio Azcárraga Jean (propietario de Televisa), Ricardo Salinas Pliego (propietario de Televisión Azteca), y grandes capitales españoles (Telefónica), que desean ingresar a su vez a la telefonía fija, campo fuerte del consorcio de Slim, el que busca entorpecer medidas en tal dirección. Cabe recordar que la derogación por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en el 2007, de algunos artículos de la Ley Televisa (aprobada en marzo de 2006), que otorga canonjías a las dos principales cadenas de televisión, (sectores de clase reinante contra sectores de clases dominantes) desató una feroz embestida de las televisoras contra sus impugnadores, muchos de ellos parlamentarios del partido en el gobierno (pan), incluyendo al senador Santiago Creel, el cual fue objeto de programas de denostación e incluso “borrado” de imágenes televisivas. La relación capital-clase reinante no es tan directa ni tan sin mediaciones y conflictos como algunos creen.

50 Retomamos el título del ensayo de Slavoj Zizek incluido en su libro A propósito de Lenin, Política y subjetividad en el capitalismo tardío, Argentina, Atuel, 2004, cap. 12.

51 Entendemos por clase política al conjunto de personeros que cumplen funciones de representación política, por lo que además de la clase reinante contempla a los dirigentes de corporaciones empresariales (la mayoría, simples funcionarios del capital) y sindicales, los intelectuales orgánicos, como directores de periódicos y revistas y creadores de opinión pública en general (articulistas, comentaristas en radios y televisión, conductores de programas noticiosos en estos medios, etcétera), el alto clero que interviene en los debates políticos, entre otros. Para los fines de este trabajo la clase política se reduce a la clase reinante. Esta visión difiere de la formulada por Gaetano Mosca (La clase política, México, Fondo de Cultura Eco-nómica, 1984), referida a élites que se explican por su poderío económico, cultural, religioso o militar. Para una crítica a las teorías de las élites véase de Göran Therborn, Ciencia, clase y sociedad, España, Siglo XXI Editores, 1980, y ¿Cómo domina la clase dominante?, México, Siglo xxi Editores, p. 19.

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dominantes atravesar el desierto de lo real,52 esto es, ejercer el poder a nivel del aparato a través de instituciones y personeros específicos, partidos políticos y dirigentes, al igual que con presidentes o primeros ministros, secretarios de Estado y demás altos personeros del aparato estatal existentes.

Es con esos sujetos sociales con los cuales las clases dominantes deberán lidiar en si-tuaciones concretas en su tarea de lograr que desde el aparato estatal, y bajo prerrogativas jerarquizadas, se impongan determinados intereses del capital por sobre otros, se haga frente a la lucha de los sectores dominados y se camine en las tareas de construir comu-nidad, procesos que, hemos visto, arrancan desde las instancias más abstractas del capital. Con ello queremos destacar que la clase reinante y la clase política no parten de cero ya que la propia dinámica relacional del capital actúa para hacer efectiva la dominación en sus diversos aspectos, como poder, mando y construcción de comunidad.

Es posible que en situaciones determinadas emerjan en la clase reinante o en la clase política estadistas, grandes mandatarios y políticos de alto vuelo, lo que otorgará altura a la gestión política y facilitará las condiciones de legitimidad y la construcción de comuni-dad. Pero habrá situaciones, quizá las más recurrentes, en términos históricos, en donde serán personajes comunes y –en no pocos casos– opacos, en los que los intereses de las clases dominantes deberán encarnar para resolver los dilemas de la lucha de clases y de las disputas en el seno del propio capital.53

El poder político como proceso relacional se enfrenta, así, a los dilemas teológicos presentes en el relato del Dios que se hizo hombre para lograr la redención de la huma-nidad, debiendo asumir por ello todas las vicisitudes de la condición humana, cargada de apetencias, pasiones, necesidades, dolores y también de la muerte…, pero para resucitar. El ejercicio del poder político reclama encarnar también en las virtudes y limitaciones de los miembros de la clase política, al igual que en las instituciones y reglas de juego vigentes en circunstancias históricas específicas. No hay forma de eludir esta constricción en materia de poder.

52 Slavoj Zizek señala que la frase “Bienvenido al desierto de lo real” la formula el líder de la resistencia, Morpheus, en la película Matrix, cuando se dirige al héroe (Keanu Reeves), quien despierta a “la realidad real” tras romper con la realidad virtual generada y coordinada por una mega-computadora y “observa un paisaje desolado, alumbrado por el fuego de ruinas ardientes –lo que quedó de Chicago después de una guerra global”. Zizek, op. cit., p. 150. Algo de este regreso a “la realidad real” acontece en el paso del poder a su ejercicio específico, con personeros, partidos e instituciones realmente existentes.

53 Un dicho popular mexicano grafica bien este significativo problema: “con estos bueyes hay que arar”.

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4. frente de poder

Con el fin de morigerar el hiato entre Estado y aparato, las clases dominantes despliegan políticas específicas hacia la clase reinante y hacia la clase política en general, a fin de construir relaciones fluidas entre quienes detentan el poder y quienes lo administran.

Una de las políticas más relevantes en tal sentido pasa por la conformación de un frente de poder, la alianza entre las clases dominantes, o sus sectores más poderosos dentro del bloque en el poder, y la clase política (o sectores fundamentales de ésta).

Para las clases dominantes esta alianza busca impedir que el estilo personal de gobernar de la clase política y de la clase reinante, así como la distancia que establece el aparato y la clase reinante respecto a las clases dominantes en el capitalismo, se constituyan en una traba que impida la fluidez del aparato en la puesta en marcha de las políticas que reclaman los sectores hegemónicos en la lucha intercapitalista y contra los sectores domi-nados. Para la clase política y su franja reinante la alianza implica prerrogativas en materia de prestigio social y de retribuciones materiales, junto a ascensos sociales asociados a la convivencia con –e incorporación al mundo de– los sectores dominantes.

5. enClaves populares en el aparato de estado

Ubicar desde una teoría del Estado el ascenso de gobiernos populares54 en las últimas décadas en América Latina constituye una tarea prioritaria a fin de comprender su significación teórica y política. El asunto del hiato entre Estado y aparato de Estado desarrollado aquí puede ofrecernos una base para dicha tarea. La brecha establecida entre administración del aparato estatal y poder del Estado en el orden político del capital, y la rigidez y las mediaciones que el aparato establece a las relaciones de dominio, permite comprender que es factible que arriben a algunas instituciones del aparato, y en particular al Poder Ejecutivo (o al gobierno en un lenguaje común),55 fuerzas políticas y personeros contrarios a los intereses del capital.

Hasta un cierto punto es un tanto indiferente para las clases dominantes qué fuerzas políticas y personeros ocupan el aparato de Estado, en tanto el propio proceso institucional está estructurado para impedir que participen fuerzas que se constituyan en amenazas para el dominio, por lo que los dilemas se centrarán más bien en las representaciones más

54 La conceptuación es imprecisa ante la ausencia de una mejor caracterización, tarea que rebasa con mucho los objetivos de este escrito.

55 Como también al Legislativo y al Judicial. Pero nos interesa aquí el caso del Ejecutivo en tanto los regímenes presidenciales predominantes en América Latina le otorgan a ese poder un margen de opera-ciones particular.

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adecuadas, considerando los conflictos con las clases dominadas y los internos en el seno del propio capital. El juego institucional constituye un campo minado que limita las posibilidades de que aquel peligro (fuerzas ajenas y contrarias al capital) se pueda pre-sentar. No es casual en la historia del capital la excepcionalidad de gobiernos que puedan caracterizarse en tal sentido y que hayan arribado siguiendo aquellos procedimientos. Esto pone de manifiesto la eficacia del filtro que el aparato estatal establece en tal sentido, a pesar de los temores iniciales de los sectores dominantes en las discusiones sobre el sufragio universal y la posibilidad de que los paupers, siendo mayoría social, pusieran en entredicho la dominación.

Pero rebasado ese punto, sea por divisiones internas de las clases dominantes que rom-pen la unidad del mundo del capital en momentos de ascensos de sectores populares, el arribo de fuerzas y personeros que amenazan el dominio efectivamente se constituye en un problema político serio para el capital y sus sectores hegemónicos, máxime en condi-ciones de movilización y ascenso social en sus luchas y de radicalidad de sus proyectos en contra de los del capital.56 En términos estrictos, esos gobiernos constituyen verdaderos enclaves populares en el seno de aparatos de Estado burgueses.

Estos gobiernos no constituyen ninguna concesión de los dominadores y deben ser vistos más bien como verdaderas conquistas sociales y políticas de los dominados. Qué se hace con esas conquistas y por qué algunos gobiernos así entronizados no acrecientan su radicalización es un problema que escapa a los que aquí nos proponemos desarrollar.57

En tanto el Poder Ejecutivo constituye el más dinámico de los poderes en regímenes presidencialistas como los existentes en América Latina, su control en manos de fuerzas políticas ajenas y contrarias a los intereses del capital termina generando un conflicto de significativa importancia entre el aparato estatal y el Estado, ya que deja a las clases dominantes con serias dificultades para poner en marcha e impulsar sus proyectos. El hiato social entre Estado y aparato termina convirtiéndose en hiato político.

Esta inadecuación no es factible que permanezca sine die. Por el contrario, reclama una resolución en el corto y mediano plazo, sea por la vía de la integración y asimilación de las fuerzas y personeros reinantes a la relación social de dominio estatal, con lo cual el Estado logra que el hiato con el aparato no se ensanche y, por el contrario, regrese a los equilibrios que la dominación del capital reclama; sea porque aquella asimilación no se

56 Las reflexiones que siguen tienen presente a gobiernos populares, como el encabezado por Evo Mo-rales, en Bolivia, que se organizan en tal sentido, y no a los que de manera genérica la literatura imperante en la región ha calificado como progresistas o de izquierda, en donde se incluye a los de Ricardo Lagos, Michelle Bachelet, Luis Inácio Lula da Silva, Néstor Kirchner, Fernando Lugo, etcétera.

57 Sólo nos detendremos en aquellos aspectos que refieren a la naturaleza del aparato estatal y que inciden en entrabar una política de transformación del orden social imperante.

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produce y las fuerzas que han logrado incrustarse en el aparato estatal terminan generando desde esa posición condiciones para poner fin a la relación social de dominio existente.

Porque el aparato de Estado no es una entidad neutra, el ascenso de fuerzas populares al poder Ejecutivo de dicho aparato no puede entenderse como conquista del poder político y, por tanto, como ruptura de la relación social de dominio, esto es, como rup-tura del Estado del capital. Lo que deriva de esto es que el problema del poder sigue sin resolución y uno de los asuntos políticos clave y urgentes será cómo generar un proceso de acumulación de fuerzas que tenga como objetivo romper la columna vertebral del dominio del capital.

La presencia de enclaves populares tampoco implica suponer el establecimiento de un doble poder en el seno del aparato, porque dichos gobiernos están inscritos en un aparato de Estado clasista, que no está para reflejar o expresar la fuerza social de los dominados, ni mucho menos para alentarla en su interior. Por el contrario, alcanzar posiciones en el aparato de Estado constituye para las fuerzas populares introducirse en un territorio que buscará empantanar su accionar en todo lo que refiera a su perspectiva rupturista de la dominación imperante.

Por ello la acumulación de fuerza social en el sentido de generar un doble poder, necesariamente deberá realizarse en lo fundamental fuera del aparato estatal, apoyándose en lo que sea posible hacerlo en las posiciones que ofrece el aparato.

Para las clases dominantes el paso de núcleos dinámicos del aparato estatal a fuerzas antagónicas implica la cesión de espacios que reclaman un repliegue de posiciones a fin de reorganizar sus fuerzas. Dicho repliegue y reorganización tiene como objetivo recu-perar lo antes posible las pérdidas sufridas, y si la situación se agudiza, enfrentar en las mejores condiciones y en los momentos adecuados los avances de quienes ponen en entredicho su poder.

Su acumulación de fuerzas operará tanto en el seno del aparato estatal mismo, forti-ficando y estableciendo guerras de posiciones desde los espacios que ahí aún controlen (poder Legislativo, poder Judicial, al interior de los aparatos armados del Estado, etcé-tera), como desde fuera de dicho aparato, alentando la organización de movimientos de masas, bandas paramilitares, estableciendo nuevos asientos territoriales, desarticulando la economía, combinando acciones legales e ilegales; todo ello apertrechado por una pode-rosa operación a través de los medios de comunicación. Esta es la estrategia que tienden a aplicar las clases dominantes en condiciones de una pérdida del gobierno.58

58 Que recoge en lo fundamental la estrategia seguida por las clases dominantes y el imperio en Chile bajo el gobierno de Allende. Véase de R.M. Marini, El reformismo y la contrarrevolución…, op. cit., en particular el cap. 2 de la segunda sección.

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CONCLUSIONES

Estado y aparato de Estado constituyen una unidad diferenciada en tanto despliegue del capital y de las formas que requieren asumir las relaciones sociales del capital. Su distinción permite reflexionar sobre las particularidades de cada uno en resolver aspectos específicos del dominio y del poder, al igual que sobre nuevas fisuras que de manera simultánea ellos abren en tal dirección.

Entre Estado y aparato se establece un hiato teórico y social. En la base de esa dis-tancia se hacen presente problemas teóricos y políticos de gran significación, como su papel diferenciado dentro de la unidad en el dominio y el poder, la distinción entre clase reinante y clase dominante y la tendencia a que la administración del aparato quede en manos de sectores sociales diferenciados socialmente de las clases dominantes, lo que plantea la necesidad del capital a desarrollar políticas específicas hacia la clase reinante y la clase política, más en general.

El hiato mencionado también permite explicaciones sobre la potencial emergencia —como excepción— de gobiernos populares en el seno del aparato de Estado, así como precisar algunas coordenadas en torno a lo que estos gobiernos representan en términos del poder y del Estado capitalista, y de los problemas que aquellos gobiernos enfrentan en sus objetivos rupturistas.

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ARGUMENTOS • UAM-X • MÉXICO 89

ApuntES pARA unA gEnEAlOgíA DEl EStADO

Arturo Santillana Andraca

El Estado es, de hecho, una relación de guerra, de guerra permanente: el Estado no es otra cosa que la manera misma en que ésta continúa librándose, con formas aparentemente pacíficas.

Michel Foucault

En este artículo se propone una mirada desde la genealogía al estudio del Estado. Para ello recuperamos la obra de los pensadores Karl Marx, Sigmund Freud, Friedrich Nietzsche y Michel Foucault.

Palabras clave: Estado, genealogía, poder.

AbSTRACT

This article proposes a look from genealogy studying the State. To do this we retrieve the work of the philosophers Karl Marx, Sigmund Freud, Friedrich Nietzsche and Michel Foucault.

Keywords: State, Genealogy, Power.

En la historia de las ideas políticas ha habido una variedad de escuelas y tradiciones de pensamiento que han reflexionado el fenómeno del Estado ya sea para defenderlo y enaltecerlo, ya sea para criticarlo y propugnar por su disminución o desaparición. La primera tradición que podríamos enunciar como ético-política piensa al Estado como la culminación de una vida política autónoma, independiente, libre y soberana, fundada en el reconocimiento ético de los ciudadanos expresado en leyes capaces de regular legí-timamente su conducta y garantizar justicia. Algunos representantes importantes de esta tradición son, entre otros: Platón, Aristóteles, Rousseau, Kant, Hegel, Hannah Arendt.

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Los que defienden una idea de Estado inspirado en este paradigma son los actuales exponentes del republicanismo. Por su parte, existen otras tradiciones que vislumbran más al Estado con la zozobra de pensarlo como una amenaza a la libertad individual o como la cristalización de procesos de dominación que institucionalizan el despojo y el agravio de una clase social sobre otras o de unos actores sociales económicamente privilegiados sobre otros, revistiéndolos de una fuerza legal (fuerza de ley) que lejos de garantizar justicia, perpetúa la injusticia y la desigualdad.1 Me refiero al liberalismo y a la tradición marxista. No obstante, los motivos que les conducen a distanciarse de la apología estatal son distintos. Mientras el liberalismo percibe al Estado como un mal necesario que si bien amenaza lo que debiera ser la libre competencia económica de los individuos, al mismo tiempo garantiza seguridad y legalidad; la tradición marxista, por su parte, asume que la seguridad que garantiza el Estado redunda en una protección a los intereses económicos de quienes han adquirido sus riquezas y privilegios a costa del despojo. Y en este sentido las funciones hegemónicas del Estado se derivan de la tendencia del capital a reproducirse e incrementar sus ganancias apoyados en una administración legal-burocrática de la violencia. Para esta última tradición, solamente sería deseable un Estado socialista de transición en el que se reconoce el concurso de las clases sociales económicamente explotadas, para dar paso, con posterioridad, a una sociedad sin clases, e incluso sin la necesidad de Estado.

Existe al menos otra tradición, la anarquista, que considera, al igual que el liberalis-mo, que el Estado es una amenaza para la libertad del individuo, pero que a su vez se diferencia por negar su necesidad y pugna por su desaparición utilizando, entre otros argumentos, que el monopolio de la violencia estatal representada en el ejército y los cuerpos policiacos no es necesario para vivir en sociedad y para hacer valer una armonía que descanse en la autonomía, la solidaridad y la cooperación de los productores. Esta tradición también denuesta al Estado por considerarlo un instrumento de poder de la clase dominante, sea de los capitalistas o de los burócratas (en el caso de las experiencias del socialismo real) que utiliza los recursos de la ley y de la violencia institucionalizada para satisfacer sus intereses a costa y en detrimento de otros sectores de la sociedad mucho más vulnerables.

Cada una de estas tradiciones teóricas responden a un modelo de ser humano, históricamente determinado, construido idealmente desde ciertas pretensiones de uni-versalidad que, no obstante, la propia historia se ha encargado de redimensionar. Por ello, a estas plataformas teóricas de aproximación al fenómeno del Estado, habría que agregar aquellas experiencias históricas del siglo xx que, sea por la vía del socialismo real, o por la vía del nazismo y el fascismo, defendieron una construcción totalitaria del

1 Véase Jacques Derrida, Fuerza de ley, Madrid, Tecnos, 1997.

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Estado que dejó su impronta fatídica en la vida de la humanidad a partir de entonces. Son escuelas de pensamiento o experiencias que hoy simplemente resultan ineludibles al aproximarnos a pensar el fenómeno estatal. Me parece que de cada una de ellas se pueden extraer elementos que abonen a entender los fenómenos políticos. No se trata de una discusión ideológica sobre la cual haya que tomar partido, sino, mejor dicho, se trata de examinar al tenor de la reflexión de nuestro presente, qué se puede o se necesita recuperar de algunas de estas tradiciones. Por supuesto que esta es una esquematización un tanto grosera que pretende destacar en términos muy generales los aspectos más relevantes de su visión estatal. Sin embargo, al interior de cada una de estas escuelas de pensamiento hay cantidad de matices e incluso de diferencias sustanciales.

¿Qué es lo que se encuentra en juego en esta disputa de saberes? Por un lado, las con-diciones reales de existencia de los pensadores que en un momento histórico determinado respondieron a preocupaciones subjetivas, correlaciones de fuerza, toma de partido. Pero por otra parte, también subyace una concepción antropológica de la humanidad. ¿Somos buenos o malos por naturaleza? Esto es ¿existe una esencia inmutable y trascendental de los seres humanos o estamos más a expensas del acondicionamiento cultural, histórico y geográfico? O, pensándolo dialécticamente, compartimos una cierta naturaleza psíquica y mental que nos vuelve elementalmente semejantes como seres humanos, aunque a la vez distintos, según nuestra constitución cultural particular.

El presente ensayo tiene el propósito de mirar hacia estas preguntas a fin de intentar aclarar en qué se fundamenta la construcción estatal, así como las mutaciones que ésta puede sufrir a través del tiempo. Elaborar un diagnóstico del presente requiere una serie de recursos metodológicos para confundir lo menos posible la realidad con nuestro deseo. Algo que, por ejemplo, le sucedió al pensamiento filosófico político hegemónico del Occidente Europeo de los siglos xvii al xix, fue el yuxtaponer un ideal de individuo y ciudadano con un buen diagnóstico respecto a la necesidad del Estado para ordenar y regular la vida social desde la construcción simbólica del consenso como plataforma de legitimación del poder político. Es decir, se exageró, por un lado, con una idea de razón capaz de conjurar los peligros de la naturaleza humana perniciosa, al tiempo que supo leer su presente y comprender la necesidad política de legitimar el poder estatal desde un consenso normativo que dota de validez a la ley que lo sustenta.

Así, la explicación sobre el origen del Estado moderno, es uno entre tantos ejemplos, en el que se puede observar el abuso de una idea ilustrada de razón. La teoría contractua-lista del Estado, nutrida por pensadores de la talla de Hobbes, Locke, Spinoza, Rousseau o Kant, es la expresión histórica de una Razón que subsumió en su fundamentación ética la otrora explicación divina del poder estatal. Es decir, el mismo principio cristiano, medieval, de confiar en la existencia de un ser sobrenatural que grabó en el alma de los seres humanos criterios de bondad y justicia se extenderá a la fundamentación de

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los derechos naturales o iusnaturalismo, según la cual, todos los seres humanos somos libres, iguales y dotados de una razón universal desde donde se argumenta la posibilidad de actuar éticamente bien.

La explicación del nacimiento del Estado a partir de un pacto social acordado entre individuos provenientes de un estado de naturaleza, tiene un sustento racional, según el cual, los conflictos abiertos o potenciales de la lucha de intereses que genera la ambición humana, sólo son susceptibles de ser contenidos mediante unas leyes, un gobierno y unos jueces cuya razón sea la representante o la voz de súbditos y ciudadanos. Se trata de hacer descansar el origen y la fuerza del Estado en esta razón humana capaz de alcanzar paz y prosperidad.

¿Qué implicaciones genera el pensar al Estado desde un modelo teórico que supone individuos y ciudadanos idealizados, sea del orden de un sujeto revolucionario, de una raza superior, de un individuo racionalmente “bueno” o un ciudadano ejemplar? Es tan sencillo como aspirar a algo que no está a la altura de nuestra decisión o vo-luntad.

Dado que el Estado no es entonces ni mera abstracción ni mera idealidad, la construc-ción teorética que intente explicar su facticidad no puede ser del orden de la universali-dad, sino del orden de su historicidad. En este sentido, el Estado no podría comprenderse sin mirar el entorno cultural del que forma parte, las muy diversas relaciones de poder y dominación que lo sustentan, los escombros desde los que se erigió, las luchas y batallas conocidas y desconocidas, los saberes cotidianos y específicos, la religión, la educación, los valores. Si bien un Estado comprende tanto en su entramado institucional una serie de acuerdos, pactos, negociaciones, etcétera, éstos no son del mismo orden que el del pacto fundador propuesto por el contractualismo para explicar su origen. Pues por un lado son pactos, acuerdos y negociaciones que no se gestan de forma simétrica entre individuos libres e iguales; sino se generan entre individuos o grupos jerárquicamente desiguales, inmersos en correlaciones de fuerza y relaciones de dominación con diverso grado de compromiso, durabilidad, trascendencia. Por su parte, además de comprender acuerdos, alianzas, negociaciones, el Estado también se configura a partir de la guerra, las batallas, las represiones que van librando unos individuos con respecto a otros, a fin de mantener su dominio ya sea frente al exterior, ya sea en el interior de sus límites soberanos y con base en sus ordenamientos jurídicos. Por ello, lo que pretendo destacar es que, si bien existen características inherentes a la formación del Estado-nación moderno, como lo son el desarrollo de un aparato burocrático, el monopolio de la violencia física legítima, el desarrollo de un sistema jurídico normativo, la participación de los ciudadanos en la vida política, también es cierto que el Estado se explica por sus procesos históricos y particula-res. En otras palabras, resulta fundamental para explicar y entender el comportamiento de un Estado particular atender a su historia, a su genealogía, esto es, a los momentos de su

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emergencia, a la hegemonía de los poderes dominantes, sea la religión, sea el capitalismo y las expectativas de consumo que genera, sea la democracia o el autoritarismo militar. Más allá de modelos teóricos y de las posturas ideológicas que cada quien adopte, el Estado es el corolario de las luchas, las batallas, las negociaciones entre partes de la sociedad que no son en absoluto homogéneas: algunos se mueven por ambiciones personales, otros por intereses de clase, otros se niegan a renunciar a prebendas y privilegios, etcétera. Por la necesidad de gobernar a una población tan disímil nace el Estado, que no es otra cosa que una forma de organización y dominación entre seres humanos.

Ahora bien, este afán de pensar como universales preocupaciones subjetivas e his-tóricamente determinadas, no sólo lo encontramos en la escuela del contractualismo moderno, sino en otros tantos modelos teóricos como la república platónica, la politeia aristotélica, el espíritu objetivo hegeliano, la democracia liberal o la sociedad sin clases. Son, digamos, “buenos” deseos que difícilmente encontrarán su correlato en la compleja y accidentada realidad social. El liberalismo, por ejemplo, cuya idea de Estado mínimo, es quizás lo que más se aproxima en estos momentos a lo fácticamente existente, parte también de un cierto modelo de individuo responsable, dispuesto a reconocer la justicia y a competir con “lealtad” en un mercado autorregulado, que difícilmente va a predo-minar en la realidad. Pero lo mismo podemos decir respecto al anarquismo que confía en la existencia de sujetos autónomos, capaces de convivir pacíficamente sin la amenaza de coerción proveniente de las instituciones estatales. Con esto no pretendo afirmar que estas características atribuidas a los individuos o a las sociedades son una mera invención o una quimera. Al tratarse de modelos teóricos, evidentemente se exacerban rasgos o características que bien pueden existir en algunos individuos o en partes de la sociedad. Lo que pretendo, mejor dicho, es subrayar las tensiones entre la proyección idealizada de los modelos teóricos y el comportamiento real de individuos y actores sociales cuya actuación atiende a premisas distintas como anteponer la búsqueda del propio beneficio a la búsqueda del bien común. A excepción de Hobbes que explicaba desde la conve-niencia individual el respeto al poder soberano que redituaría en bien común, el resto de los contractualistas asumían que somos capaces de priorizar la búsqueda del bien común frente al propio beneficio, aunque finalmente este último constituya la fuente de la búsqueda de aquél.

Más que desarrollar un modelo teórico normativo del Estado, que dé cuenta de cómo nos debemos organizar y comportar para corregir la realidad existente —que es sin duda parte de la tarea que da sentido a la filosofía política— me interesa comprender los fac-tores reales de poder que históricamente han determinado esta forma de organización política. ¿Cuáles son las condiciones de emergencia del Estado?, ¿qué elementos de nuestra condición humana se han visto apostados en su formación?, ¿cuáles son los límites reales y los alcances de su poder?

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Tanto la obra de Marx, como la de Nietzsche y también la de Foucault, me parece que tienen mucho que decir respecto al diagnóstico de las condiciones históricas de posibili-dad del desarrollo del Estado desde un horizonte genealógico. Más que preguntarse por cuál es la mejor organización estatal, o la mejor forma de gobierno o de participación política, habría primero que comprender cómo se ha constituido esta forma de organi-zación y control de la vida humana llamada Estado.

LA GENEALOGÍA y LA DISPUTA POR LA hISTORIA

La genealogía es el método con el que Foucault construye la historia del presente. A dife-rencia de la historia tradicional, articulada desde la necesidad de hilvanar una identidad, una justificación del ejercicio de poder, una ideología o una revolución; la genealogía se pregunta por las batallas y las luchas, los saberes y contra-saberes, la construcción epistemológica de las identidades y los intereses enfrentados. La genealogía mira hacia los sucesos desde su advenimiento azaroso; no recurre al a priori trascendental, sino al a priori histórico. Este último atiende las condiciones de posibilidad de la historia misma. Es decir, la genealogía no se interesa por forzar los datos y los acontecimientos para explicar el progreso de una humanidad que, por decir lo menos, continúa siendo tan rupestre como antes; sino se entusiasma por el poner a prueba, por diferenciar el azar de la causalidad, por invertir la importancia de las fuerzas, por prestar oídos y ojos a las voces anónimas que soportan un acontecimiento. Al referirse a la genealogía como “historia efectiva”, Foucault explica así el suceso:

La historia “efectiva” hace resurgir el suceso en lo que puede tener de único, de cortante. Suceso –por esto es necesario entender, no una decisión, un tratado, un reino, o una batalla, sino una relación de fuerzas que se invierten, un poder confiscado, un vocabu-lario retomado y que se vuelve contra sus utilizadores, una dominación que se debilita, se distiende, se envenena a sí misma, algo distinto que aparece en escena, enmascarado. Las fuerzas presentes en la historia no obedecen ni a un destino ni a una mecánica, sino al azar de la lucha.2

Michel Foucault nos ofrece estas reflexiones a propósito de la presentación de un artículo sobre la noción de genealogía en la obra de Nietzsche, que aparece publicado en 1971 como homenaje a Jean Hypolitte, el filósofo francés que revivió la filosofía de

2 Michel Foucault, “Nietzsche, la généalogie, l�histoire”,Michel Foucault, “Nietzsche, la généalogie, l�histoire”, Dits et écrits, vol. i, París, Gallimard, 2001, p. 1016. (vers. cast. “Nietzsche, la genealogía, la historia”, Microfísica del poder, Madrid, La Piqueta, 1992, p. 20).

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Hegel con la traducción de la Fenomenología del espíritu. Nietzsche es, quizá, el filósofo que acuñó la utilización de la genealogía como método de aproximación para estudiar los fenómenos sociales como la religión. En su Genealogía de la moral, el filósofo germano, quien estudiara teología y filología, demostró mediante un estudio filológico e histórico que la moral occidental predominante, proveniente del judeo-cristianismo, terminó por eclipsar y hasta desterrar los valores más genuinos del ser humano cuya voluntad de poder ha quedado ensombrecida y hasta desterrada por valores tales como la culpa, el perdón, la resignación. Nietzsche hace de la crítica su punto de partida metodológico:

Necesitamos una crítica de los valores morales, hay que, como freno, como veneno, poner alguna vez en entredicho el valor mismo de esos valores —y para esto se necesita tener co-nocimiento de las condiciones y circunstancias de que aquéllos surgieron, en las que se desarrollaron y modificaron (la moral como consecuencia, como síntoma, como máscara, como tartufería, como enfermedad, como malentendido; pero también la moral como causa, como medicina, como estímulo, como freno, como veneno), un conocimiento que hasta ahora ni ha existido ni tampoco se lo ha deseado.3

La genealogía es, para Nietzsche, del orden del deseo. El conocimiento es una invención que no nos anunciará o develará por sí misma la verdad del ser. Al ser invención (Erfin-dung), el conocimiento lleva consigo e involucra cierta disputa de saberes, correlaciones de fuerza, disturbios, conflictos de la vida humana misma. Así, por ejemplo, comenta Foucault refiriéndose a la noción de conocimiento en Nietzsche: “El conocimiento sólo puede ser una violación de las cosas a conocer y no percepción, reconocimiento, identi-ficación de o con ellas”.4 La genealogía mira hacia los saberes descalificados, condenados al silencio, sometidos o subordinados que, no obstante, desde su negación constituyen siempre un peligro de emergencia, de inconformidad, esperando que su impronta de agravio, dolor o sufrimiento sea descubierta por algún historiador, algún curioso o algún inconforme con las verdades asumidas, institucionalizadas, ya sea en los circuitos de la educación estatal, ya sea en las órbitas académicas. Veamos cómo, para el propio Nie-tzsche, sus investigaciones responden, incluso, a preocupaciones netamente subjetivas. Veamos qué lo motiva a aventurarse en la incursión de la genealogía de la moral:

Un poco del aleccionamiento histórico y filológico, y además una innata capacidad se-lectiva en lo que respecta a las cuestiones psicológicas, en general, transformaron pronto mi problema en este otro: ¿en qué condiciones se inventó el hombre esos juicios de valor que son las palabras bueno y malvado?, ¿y qué valor tienen ellos mismos? ¿Han frenado o

3 Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral, Madrid, Alianza, 2009, p. 28.4 Michel Foucault,Michel Foucault, op. cit., p. 24 (vers. cast.).

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han estimulado hasta ahora el desarrollo humano? ¿Son un signo de indigencia, de em-pobrecimiento, de degeneración de la vida? ¿O, por el contrario, en ellos se manifiestan la plenitud, la fuerza, la voluntad de la vida, su valor, su confianza, su futuro?5

Detrás de una investigación, no sólo está presente una contemplación abstracta del sa-ber, sino, al mismo tiempo, un punto de anclaje vital, desde donde el investigador piensa inmerso, también en la desnudez de un mundo que lo rodea, le da cobijo o le es hostil. Considero que un reto para pensar al Estado contemporáneo es encontrar las interre-laciones entre las formas de parentesco, las diversas expresiones culturales de entender la autoridad, la legalidad, las relaciones sociales, la vecindad, las instituciones políticas.

La obra de Sigmund Freud y, principalmente, sus estudios más orientados al “psicoa-nálisis social” o a la psicología de las masas, nos permite comprender que las acciones y decisiones sociales y políticas de los individuos están determinadas por una historia de vida, por un contexto cultural, por un ethos, sin los cuales no se podría comprender la conducta humana. De esta forma, el psicoanálisis y la piscología, en general, nos permiten comprender tanto los fundamentos psicológicos del ejercicio del poder y de la resistencia al poder, como la lucha por el reconocimiento y la obediencia a la libertad, desde el andamiaje simbólico que afecta la satisfacción del “ideal del yo” de los individuos. Placer y displacer, pulsión y represión son términos que ocupan un papel fundamental en el desenvolvimiento de la vida política. En su obra Psicología de las masas y análisis del yo,6 Freud nos brinda cantidad de elementos para comprender las diversas formas de legitimación como el carisma, la tradición y la ley, trabajadas por el sociólogo alemán Max Weber. En este texto, Freud nos explica que la simpatía que nos despierta la perso-nalidad de un líder está emparentada con la búsqueda del ideal del yo y el papel que en ella desempeña la figura paterna. Asimismo, el debilitamiento de la responsabilidad, ahí donde las acciones individuales se confunden con la masa, son elementos cruciales para comprender las respuestas colectivas frente al agravio proveniente de las relaciones de dominación y subordinación. De alguna manera, la postura de Freud respecto a que el psicoanálisis se encuentra más allá del bien y del mal en el sentido, por ejemplo, de no poder juzgar la perversión como buena o mala por sí misma, cuando en realidad se trata de entenderla, de analizar sus orígenes, es compartida por Nietzsche en el sentido de asumir un cuestionamiento o una distancia crítica respecto a los valores hegemónicos de una sociedad, a partir de los cuales se juzga, se califica, se segrega.

Atender a una ruta genealógica para pensar al Estado tiene el propósito de mirar las relaciones sociales particulares, la subjetividad e intersubjetividad de los individuos

5 Nietzsche, op. cit., p. 24.6 Sigmund Freud, Psicología de las masas y análisis del yo, Madrid, Biblioteca Nueva, t. iii.

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cuyas expectativas de vida, de deber, de desarrollo, de libertad están ya ancladas en una cierta reproducción del orden, en una cierta obediencia a las instituciones estatales, aunque habrá también la posibilidad de resistencia y rebelión. Por ello, para Nietzsche y Foucault la genealogía es un juego de interpretaciones cuya “objetividad” será un reto demasiado elevado para un conocimiento o un saber que responde a determinada voluntad de poder.

Si interpretar fuese aclarar lentamente una significación oculta en el origen, sólo la me-tafísica podría interpretar el devenir de la humanidad. Pero interpretar es ampararse, por violencia o subrepticiamente, de un sistema de reglas que no tiene en sí mismo significa-ción esencial, e imponerle una dirección, plegarlo a una nueva voluntad, hacerlo entrar en otro juego, y someterlo a reglas segundas; entonces el devenir de la humanidad es una serie de interpretaciones.7

En una interpretación u otra se puede jugar una disputa de saber y, ¿por qué no?, a la postre, de poder. Interpretar, por ejemplo, el acontecimiento de 1492, año en que Colón llega a territorio mesoamericano. ¿Es una invención, un descubrimiento, un en-frentamiento, una estrategia geopolítica? Y así, podría haber otras tantas interpretaciones. ¿Cuál es la válida?, ¿cuál la verdadera?, ¿la que más se repita?, ¿la que cuenta el Estado desde la hegemonía de ciertos intelectuales?, ¿la que no se dice y se calla a la sombra del poderoso? La genealogía se encuentra en medio del juego entre las relaciones de poder y la producción del saber en una determinada época. Por ello, la genealogía cuestiona las pretensiones unificadoras y totalizadoras de la filosofía de la historia. No se puede juzgar a priori lo que es del orden del azar. No se deben manipular los acontecimientos para ordenar un rompecabezas ficticio. La genealogía irrumpe desde el acontecimiento aleatorio. Utiliza la intuición para cuestionar las explicaciones maniqueas y trata de mirar a todos los participantes de la batalla. “Si la genealogía plantea por su parte la cuestión del suelo que nos ha visto nacer, de la lengua que hablamos o de las leyes que nos gobiernan es para resaltar los sistemas heterogéneos, que, bajo la máscara de nuestro yo nos prohíben toda identidad”.8

Ahora bien, ¿qué le permite a la genealogía irrumpir contra el edificio histórico de las guerras y las batallas, los héroes y la nación?, ¿por qué se preocupa por los subterfugios, los intersticios, los secretos, la intimidad, lo cotidiano? La respuesta está en que intenta re-vivir antes de explicar. Y ello lo logra tras visualizar esa relación tan estrecha, en los fenómenos sociales, entre la producción de saber o prácticas discursivas y las relaciones

7 Michel Foucault, “Nietzsche, la généalogie�”,Michel Foucault, “Nietzsche, la généalogie�”, op. cit., p. 1014 (vers. cast., p. 20).8 Ibid., p. 1022 (vers. cast., p. 27).

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de poder. Para la genealogía, la producción de saber, en cierta época, no es ingenua o desinteresada. Siempre responde o va acompañada de luchas y batallas, ya sea en el orden de la familia, la sociedad o el Estado. Hacer historia desde los ideales del “orden y el progreso” sólo se explica por encargo político. Más allá de eso es una pérdida de tiempo. Quien se introduce a la historia para “demostrar” una tesis explicada a priori, la traiciona. “Cuando se ha estudiado la historia, uno se siente ‘feliz�, por oposición a los metafísicos, de abrigar en sí, no un alma inmortal, sino muchas almas mortales”.9

Aunque en cantidad de ocasiones, Foucault se deslinda del marxismo, me parece que le debe mucho al método histórico con el que Marx sustentaba sus investigaciones. Entre el capítulo de la “acumulación originaria de El Capital, y el acompañamiento his-tórico de las investigaciones de Foucault (Historia de la locura en la época clásica; Vigilar y castigar; Historia de la sexualidad) noto una observación similar respecto a la alteridad de las clases subalternas. Si bien, Marx nunca hizo explícita su inquietud por desarrollar una genealogía, me parece que El Capital apunta, justamente, hacia una genealogía de la civilización capitalista, en la que se denuncia y se documenta que se trata de un orden sustentado en el despojo que sufren los económicamente más débiles para nutrir la ga-nancia, la riqueza; en suma, el poder de quienes dominan a partir del dinero, las armas y, por supuesto, el control estatal.

Marx, Nietzsche, Freud, Foucault son pensadores que miran con zozobra, sospechan, cuestionan, son críticos. De tal manera que la explicación del Estado es más del orden de lo psicológico, del poder y la dominación, de las resistencias y las luchas, del conflicto y la disputa, que del orden y el arreglo aterciopelado. Son pensadores que parten del conflicto, aunque quizás con la salvedad de que Marx está más cerca del romanticismo y Nietzsche del nihilismo. Todos ellos se preocupan por el origen ya sea por la vía de la emergencia, de la procedencia, de la invención o el descubrimiento; recurren a la his-toria para reclamar, desde la insatisfacción, los cuestionamientos a los modelos teóricos dominantes. La genealogía desenmascara la plácida explicación de los fenómenos que mira hacia una evolución progresiva de la humanidad para recordarnos que a pesar de la tecnología, seguimos siendo tan elementales como siempre. Estamos condenados a las relaciones de poder y resistencia de unos seres humanos sobre otros, así como a la bús-queda incansable por la libertad.

ESTADO y GENEALOGÍA

Los seres humanos tenemos la facultad de ejercer poder gracias a que gozamos de vo-luntad. En este sentido, el ejercicio de poder es ejercicio de la voluntad. Pero el poder

9 Ibid., (vers. cast., p. 26).

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no se ejerce en abstracto. El poder es una acción sobre la acción. Esto es, una incidencia individual o colectiva sobre cualquier actividad humana. Así, el poder no es bueno ni malo; es el recurso a partir del cual cada quien busca el reconocimiento de los demás. La producción de saber de una cierta época nos puede permitir entender ciertas nociones, actitudes o conductas. Con la genealogía, primero se hurga, y hasta el final, si es posible, se ordena. No se parte, pues, de un ordenamiento a priori. Al igual que el contractualismo presumía de cierto modelo de individuo ideal, de la misma manera, el “marxismo-leninis-mo” partía de la idea de un sujeto revolucionario que, ante las condiciones de injusticia y explotación irracionales a las que se encontraban sometidos los obreros, conduciría, desde su conciencia de clase, a la emancipación, primero política, y después humana de la sociedad.10 Lo que fueron los indicios de una teoría política con un fuerte contenido ideológico, fue interpretado en los regímenes del socialismo real, religiosamente, y a conveniencia, por una especie de casta burocrática que reprodujo los privilegios del empresariado en el capitalismo. Esta lectura de la historia que tendría su origen en la filosofía de la historia de Hegel, construida desde una dialéctica de constante superación (Aufhebung), fue abordada en la noción de genealogía defendida por Foucault.

En el fondo, la dialéctica codifica la lucha, la guerra y los enfrentamientos en una lógica o una presunta lógica de la contradicción; los retoma en el proceso doble de totalización y puesta al día de una racionalidad que es a la vez final pero fundamental y, de todas maneras, irreversible. Por último, la dialéctica asegura la constitución, a través de la historia, de un sujeto universal, una verdad reconciliada, un derecho en que todas las particularidades tendrán por fin su lugar ordenado. [�] La dialéctica es la pacificación, por el orden filosófico y quizás por el orden político, de ese discurso amargo y partisano de la guerra fundamental.11

Justamente es la mirada histórica, la actitud genealógica frente al poder, así como el indisoluble binomio poder-resistencia, lo que permitió a Foucault explicarse el naci-miento del moderno Estado-nación occidental desde una nueva mirada: la biopolítica. Se trata de una noción que tiene el propósito de subrayar la gubernamentalidad o el ejercicio de la administración del gobierno sobre la vida de los sujetos, como el rasgo distintivo del moderno Estado-nación. El surgimiento del fenómeno de la población, a raíz de las concentraciones urbanas y la concomitante necesidad de reglamentar sus relaciones sociales y regular su vida económica, hizo necesario lo que Max Weber llamaría una profesionalización del aparato administrativo del Estado, que a su vez garantizara

10 Véase Karl Marx, Sobre la cuestión judía, en Karl Marx y Friedrich Engels, Escritos de juventud, México, Fondo de Cultura Económica, 1987, pp. 463-590.

11 Michel Foucault, Defender la sociedad, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000, p. 63.

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la seguridad y protegiera el territorio con un ejército también profesional y dirigido por un cuerpo diplomático-militar.12 Esta ruta de acercamiento al diseño institucional de los gobiernos estatales –que comprendía políticas sanitarias, judiciales, educativas, religiosas, sexuales, etcétera– y que podríamos ubicar en una dimensión macro del po-der; es acompañada por el estudio local, microfísico, regional, de relaciones de poder y producciones de saber que se suscitaron en cierta época, determinado lugar, etcétera. Ambas dimensiones, lejos de negarse se yuxtaponen y entrelazan. Pues, si bien Foucault hizo mucho énfasis al estudiar la psiquiatría, la vigilancia o el castigo desde la microfísica del poder, esto es, subrayando la importancia de la disciplina en el comportamiento cotidiano para explicar el sustento de las instituciones sociales; al reflexionar el tema del Estado consideró fundamental estudiar aspectos “macro” del poder como la seguridad, el territorio y la población. Se trata de tres coordenadas que, si bien están enunciadas en la mayoría de los tratados clásicos sobre teoría política en torno del Estado, Foucault los estudia desde su emergencia genealógica, ya sea a través de la guerra de razas o de religión, acompañadas por enfrentamientos culturales, disputa de saberes, memorias locales. El Estado surge de la necesidad de controlar, organizar y administrar las deman-das de una población que antes no existía y que hace su aparición con el crecimiento de los grandes centros urbanos y la actividad mercantil que habrá de dar vida al naciente capitalismo industrial.

No es por la vía de un acuerdo apacible entre individuos libres e iguales, reconocidos entre sí con los mismos derechos, como se origina el poder del Estado; sino, mejor di-cho, como el conjunto de poderes que después de las batallas se van institucionalizando para intentar perpetuar la correlación de fuerzas triunfante. El Estado moderno nace de manera concomitante a un nuevo arte de gobernar en una época en que van surgiendo los centros urbanos, en que los campesinos emigran a las ciudades, el artesano se trastoca en asalariado, las ciencias contribuyen al perfeccionamiento técnico de la producción; en un momento también, en el que se registra un cisma en la Iglesia católica a propósito de la Reforma Protestante y el derecho positivo nace como una contraconducta al derecho consuetudinario o despótico de los nobles. Y nace, no desde las cortes nobiliarias que ejercían el derecho divino de gobernar; sino desde abajo, desde la espontaneidad de la sociedad ya sea por las necesidades de los burgueses para protegerse de los pobres, ya sea por parte de los asalariados para generar paliativos al mando despótico del capital. El Estado surge, así, de la necesidad de dominar una población heterogénea, cuyos intereses y ambiciones serán una fuente constante de conflictos, una población en la que, a su vez, convergen múltiples racionalidades: de producción, de castigo, de curación; en suma, de conducción de la vida. Y en esa batalla por controlar lo diferente, de esa necesidad

12 Véase Max Weber, El político y el científico, Madrid, Alianza, 1967.

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de obedecer y ser libres al mismo tiempo, surgirá una política desacralizada, un rey que puede, como dice Maquiavelo, no ser bueno, siempre y cuando sea exitoso. A su vez, ser exitoso significa monopolizar y administrar eficientemente la violencia para defender la soberanía, esto es, el territorio, las leyes y el gobierno, tanto de intereses extranjeros como de sediciones intestinas.

Foucault, por ejemplo, presta más atención al fenómeno de la gubernamentalidad (gubernamentalité), esto es, a la técnica de la administración y la planeación, delineadas por la emergencia de la economía política, que a los soportes éticos o ideológicos del Estado. La gestación de esta racionalidad gubernamental tiene su origen en la forma que adquirió el poder en la pastoral cristiana durante el Medievo europeo. Pues así como el pastor tiene la responsabilidad de procurar a cada una de las ovejas de su rebaño, los gobiernos procurarán, mediante sus burocracias modernas, a cada uno de los individuos que integran el Estado. A este arte de gobernar, a esta técnica de procurar la vida a partir de su control, Foucault le denominó biopolítica. El advenimiento de esta forma admi-nistrativa del dominio estatal vino a desplazar esa otra forma unipersonal, jerárquica y abiertamente despótica de ejercer el poder del Estado por medio de la figura del Soberano. Se trata de un poder caracterizado por la posibilidad de hacer morir y dejar vivir; de cas-tigar o perdonar, según su criterio o capricho en un momento en que los derechos de ciudadanía eran prácticamente inexistentes. En cambio, con el arte de gobernar que fue menester desarrollar para atender los conflictos y las necesidades de una población cada vez más dinámica y compleja en el contexto de una competencia industrial y comercial que determinaría la fortaleza de los nacientes Estados-nación, el ejercicio del poder estatal tendría como prioridad hacer vivir y dejar morir. El desarrollo de un sistema de salud pública que regulara las epidemias, la profesionalización de cuadros administrativos que fomentaran la planeación económica regulando la producción, el comercio y la previsión frente a contingencias como sequías en tierras de cultivo y la consecuente escasez de gra-nos, el control de los índices de natalidad y mortandad, así como la profesionalización del ejército y la fuerza pública que garantice el orden y la seguridad, son algunas expresiones de dispositivos de poder que antes no existían o que no se habían generalizado y que irán fomentado formas de control social que ya no dependen de la sola investidura de quien encarnaba el poder soberano, sino de conductas disciplinarias al interior de los centros de trabajo, de la vida familiar y la vida pública.

La fábrica, la escuela, el hospicio, el hospital, la cárcel absorben ese tipo de racionalidad disciplinaria subyacente al ejército y a la institución monacal con la que los individuos se adaptan pero no deciden. Son súbditos de la medición del tiempo, de los ritmos de trabajo, del espacio urbano y su estructura, de la distribución de tareas y roles sociales. El individuo se atomiza en comportamientos que satisfacen criterios de comportamiento “normales”, esto es, aceptados por una mayoría funcional. El diferente, el distinto, el

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pobre, el loco, la mujer, el homosexual, el rebelde son excluidos por otra parte de la so-ciedad que responde a valores y criterios hegemónicos. En cambio, lo que no comparte con el marxismo es que la contradicción capital-trabajo sintetice o subsuma cantidad de conflictos y problemas que responden a otro tipo de relaciones de poder.

El poder que determina el comportamiento social no responde tan sólo a una raciona-lidad económica, hay que explicarlo desde la construcción epistemológica de un ser cuyo pensamiento atiende a determinaciones históricas, a relaciones de poder que se encuentran más allá de las estructuras políticas, económicas o militares, y se generan y matizan en la familia, la escuela, la pareja, el trabajo, la clínica, el asilo, etcétera. Los comportamientos de una sociedad responden a procesos de larga duración, y se reproducen hasta en una especie de estructura epistémica épocal. A ello se debe añadir que los individuos también generan en sus dinámicas sociales y en sus exámenes de conciencia distintos tipos de resistencias a relaciones de poder que no se pueden conjurar con una revolución. Los seres humanos no somos, necesariamente, lo que deseamos ser. En medio hay toda una red de relaciones de poder que nos atrapan, pero con las que al mismo tiempo libramos batallas. No se trata de ganar o perder de forma definitiva, sino de participar en un juego inevitable.

En la actualidad no me parece que el fenómeno del Estado se encuentre en crisis, en el sentido de que tienda a desaparecer. Tanto a nivel mundial como regional, la figura del Estado-nación continua siendo geopolíticamente preponderante. Aunque, si bien es cierto que hoy día hay gobiernos desentendidos de políticas sociales que durante algún tiempo fueron paliativos a la pobreza y a la miseria, la disputa por los recursos del planeta continúa siendo una disputa imperial entre Estados, por la vía del dominio financiero y militar. La civilización capitalista no es otra cosa que la manifestación histórica de seres humanos en los que continúa dominando una ambición insaciable. Nosotros, como individuos y colectividades podemos incidir mínimamente en los factores que regulan el poder estatal, porque de alguna manera los reproducimos y correspondemos en la microfísica de nuestros comportamientos. Hay factores estatales como su soporte económico, su maquinaria burocrática, su constitución cultural, que no está a nuestro alcance modificar a corto plazo o por decreto. Pero ello no supone renunciar a nuestro de-ber ciudadano de incidir en lo que esté a nuestro alcance para procurar una vida menos cosificada y más plena. Esto deberá ser parte de la tarea de una teoría normativa. Pero ello no alterará en lo inmediato el vertiginoso poder que la técnica ha adquirido en la reproducción del capital. Se pueden librar mil batallas y estar en uno u otro bando, mas ello no nos garantiza que todos los seres humanos logren contener o borrar de la faz de su antropología pasiones como la ambición, la envidia, la avaricia o el odio.

Necesitamos realizar o actualizar una cartografía de las actuales configuraciones es-tatales. En ellas habrá que tomar en cuenta la concentración y redistribución del poder

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del capital; el poder económico y el poder de publicidad de los medios, el poder de la imagen en la generación de una formación epistémica menos reflexiva; en el caso par-ticular de México, la respuesta o intervención del Estado en las disputas violentas por los mercados de las drogas y su ubicuidad frente a las relaciones bilaterales con Estados Unidos; estudiar la drogadicción como una expresión del poder disciplinario, funcional y sistémico del que habló Foucault; la disputa por los recursos de la tierra, entre ellos el agua; el entramado institucional a través del cual se toman y legitiman las decisiones políticas; la producción de bienes, el crédito y el consumo; la organización de la sociedad civil en la toma de decisiones y en el acotamiento al poder del Estado y del mercado.

Si el Estado no existiera la lucha por los bienes y los recursos de la tierra, sería quizás mucho más despiadada de lo que de por sí ya es. El Estado es concomitante a la existencia misma de la sociedad. No podría haber sociedad sin Estado y viceversa. Y cuando un Estado entra en crisis, por causas intestinas, se debe a que ya no logra pacificar legítima-mente a una sociedad, también en crisis. En este sentido, comulgo con Michel Foucault cuando propone que el Estado es una relación de guerra permanente que se libra bajo formas en apariencia pacíficas.13 Recordemos que para el filósofo francés, la política es la continuación de la guerra por otros medios; esto significa que el Estado como espacio perentorio de la vida política no está del todo asegurado; digamos que es el equilibrio temporal de fuerzas que, mediante dispositivos de gobierno, mantiene la calma, mas no conjura tempestades.

A manera de conclusión, puedo apuntar que entiendo por Estado la organización, el control y el ejercicio del poder de una sociedad soberana cuyos integrantes se relacionan en su mayoría pacíficamente, entre otras cosas porque comparten una historia y una cultura mínimas como el lenguaje o la religión y que asumen —por temor o convenci-miento— regir su conducta bajo los límites determinados por un sistema de leyes cuyo cumplimiento se garantiza por la administración de la violencia de esta misma sociedad que realizan los gobernantes. En otras palabras, el Estado es la pacificación temporal de las luchas y las batallas que, al menos potencialmente, pueden existir entre los miembros de una sociedad. Las relaciones de poder a las que hago referencia no son ni buenas ni malas, pueden adquirir formas democráticas o autocráticas, poco importa. Lo fundamental es que son la consecuencia inevitable de individuos que al perseguir su propio beneficio, chocan o se suman a los intereses de otros individuos, familias o clases de la sociedad.

13 Michel Foucault, Defender la�, op. cit., p. 86.

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bIbLIOGRAFÍA

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IDEa DEl EStaDO En CaRl SChmItt apORtESpaRa una gEnEalOgía DE lO pOlítICO1

Donovan Adrián Hernández Castellanos

El ensayo presenta distintos momentos de la teoría del Estado de Carl Schmitt, que resultan relevantes para una consideración genealógica de lo político en la modernidad; de tal forma que el abordaje del tema es, al mismo tiempo, sistemático e histórico. Partiendo de las tesis constitu-cionalistas del autor, se explica la implicación del Estado y de lo político, así como el concepto de “unidad determinante” y sus relaciones con la soberanía. Se afirma que el pensamiento de Carl Schmitt surge de la generalización de la guerra civil en Europa; cuyas consecuencias deben ser pensadas en la teoría política contemporánea. La última parte del ensayo presenta un enfoque crítico de la teoría de Schmitt sobre lo político.

Palabras clave: Estado, Constitución, unidad política, soberanía, lo político.

AbSTRACT

The paper presents various points of the theory of the State of Carl Schmitt that are relevant to a genealogical account of the political in modernity; so that addressing the issue is at the same time, systematic and historical. Based on the constitutional arguments of the author, explains the involvement of State and the political, as well as the concept of “unity factor” and its relationship to sovereignty. It is stated that the thought of Carl Schmitt emerges of widespread civil war in Europe, whose consequences must be thought in contemporary political theory. The last part presents a critical test of the theory of Schmitt on the political.

Keywords: State, Constitution, political unity, sovereignty, political.

Desde la extraterritorialidad, Siegfried Kracauer estudió el surgimiento de tendencias autoritarias con las que lentamente, al ritmo de los tiempos de la política, el pobre entu-siasmo democrático que reposaba en el espíritu de los alemanes por la joven República

1 Agradezco a la doctora Viridiana Platas Benítez por haberme facilitado algunos materiales de difícil acceso.

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de Weimar quedó reducido al silencio y fue cifrado por una recaída en la barbarie en tiempos de la fe en el progreso.2 El corazón de Europa central fue abrazado por trans-formaciones jurídico-políticas y jurídico-constitucionales absolutamente nuevas, las cuales culminaron con el ascenso de Hitler al poder del Reich, en 1933. Para algunos pensadores, tanto a la izquierda como a la derecha de la escena política, la crisis con la que el parlamentarismo liberal había sacudido la historia era una evidencia palpable y no un objeto de especulaciones.3 Carl Schmitt era uno de esos pensadores ubicados en la reacción, que escribió sobre estos problemas en un tiempo crítico.

2 Véase Siegfried Kracauer, De Caligari a Hitler. Una historia psicológica del cine alemán, Barcelona, Paidós, 1985.

3 Sin duda, la historia de la República de Weimar es una historia fracturada desde su comienzo. Franz Neumann fecha su nacimiento en 1919, entre el colapso del impulso expansionista de la Alemania moderna y los esfuerzos revolucionarios por modificar la estructura del aparato de Estado, con su burocracia y sus divisiones de clase; se diría que Weimar se ubica en pleno esfuerzo liberal por instaurar una democracia en lugar del absolutismo y el mecanismo burocrático; la democracia, en consecuencia, había de reconstruir un país empobrecido y exhausto en el que los antagonismos de clase habían llegado al extremo; y esta sobredeterminación produjo la quiebra de la colaboración voluntaria, la destrucción de las instituciones parlamentarias, la suspensión de las libertades políticas, y el renacimiento del ejército como factor decisivo, aliado con la presencia cada vez mayor del Estado de excepción, dictado por el carácter irreductible de la contingencia decisionista. Como escribe Neumann: “El mismo día en que estalló la revolución de 1918 comenzó a organizarse el partido contrarrevolucionario. Ensayó muchas formas y artificios, pero apren-dió pronto que sólo podía llegar al poder con ayuda de la maquinaria estatal y no contra ella. El Putsch de Kapp, de 1920, y el de Hitler, en 1923, lo habían demostrado.” Behemoth. Pensamiento y acción en el nacionalsocialismo, Fondo de Cultura Económica, México, 2005, pp. 37-38. A decir de Walter Benjamin, y, más recientemente, de Jean-Marie Vincent, la ceguera del partido socialdemócrata y su fe ortodoxa en la necesidad histórico-económica de la revolución del proletariado fue un factor determinante en la caída de la República de Weimar y en el ascenso de la extrema derecha alemana. Véase Jean-Marie Vincent, Pensar en tiempos de barbarie. La teoría crítica de la Escuela de Frankfurt, Chile, Universidad Arcis, 2002. En el contexto de estas transformaciones y crisis del parlamentarismo, surgieron los trabajos de nuestro autor. Al respecto, Antonella Attili ha hecho una de las mejores descripciones del trabajo de Schmitt, que recojo en esta cita: “La propuesta teórica de Schmitt es el intento de reivindicar la necesidad de la soberanía verticalista y total del Estado, que se desarrolla en un singular esfuerzo teórico, contrario a los efectos de la modernidad liberal e individualista, por restaurar a nivel de la ciencia jurídica una soberanía plena y monista, adecuada a la nueva época del Estado total y a lo político de su tiempo. La recuperación y restauración de la necesidad de decisión centralizada y autónoma, por encima de las partes y a salvo de las neutralizaciones antipolíticas, le permiten visualizar una vía para redefinir lo político (lo estatal) y el restablecimiento de un ejercicio unitario del poder de mando”. Antonella Attilli, “De la ciencia jurídica a la teoría política: la noción de soberanía en Carl Schmitt”, en Elisabetta Di Castro (coord.), Estudios filosóficos. Platón, Aristóteles, Carl Schmitt, México, unam, 2005, p. 63.

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Jurista de formación, planteó sus tesis desde la teoría de la Constitución, a la que daba un lugar muy singular dentro de la teoría del Estado. Pero a diferencia de contemporá-neos suyos como Walter Benjamin o el propio Kracauer, quienes criticaron activamente los fenómenos de barbarie protagonizados por las masas de Weimar, Carl Schmitt no fue ni un “anunciador del fuego” ni el teórico que pronosticó la creciente transforma-ción de la política en ornamento estetizante. Al igual que ellos, el alemán consideró el advenimiento del Estado total como una línea de ruptura con los principios políticos y constitucionales de la historia moderna, así como un afianzamiento del autoritarismo soberano. Esta ruptura, nos atrevemos a decir, no deja intactos ninguno de sus escritos de los años 20 y 30. Idiosincráticamente, para Schmitt estos años terminaron con la vieja crisis del parlamentarismo que él había diagnosticado tiempo atrás y cedieron paso a un Estado dictatorial hecho para la “decisión”, más no para discutir. Estos acontecimientos dejaron una fuerte huella en la cultura alemana, particularmente en la de los “jóvenes conservadores”, entre los que se cuenta el propio Schmitt.

El desarrollo de la maquinaria tecnológica y su intervención en los ambientes urbanos, así como en las demás áreas de la vida civil, no fueron indiferentes a la transformación de la guerra y de los conceptos que le son propios. Podríamos hablar, incluso, de una hipertrofia de la guerra en la cultura política alemana posterior a 1914.

En una guerra que estalló en el seno de semejante atmósfera, la relación de los diversos contendientes con el progreso tenía que desempeñar, por fuerza, un papel decisivo. Y, efectivamente, en esa relación es donde hay que buscar el auténtico factor moral de este tiempo, un factor provisto de irradiaciones tan sutiles e imponderables que con ellas no pueden competir ni siquiera los ejércitos más fuertes, pertrechados con las últimas armas de aniquilación de la edad de las máquinas; más aún, un factor capaz de reclutar sus propias tropas en los campamentos del adversario.4

Un portavoz reconocido de esta generación escribió aquellas líneas luego de ser testigo directo de sus efectos sobre el campo de batalla. El empobrecimiento de la experiencia, unido al incremento exponencial de las muertes entre los bandos beligerantes de la pri-mera Gran Guerra europea, dieron lugar a una movilización completa de la sociedad y del Estado, lo cual supuso una disolución de los antiguos dualismos que anteriormente mantenían estas esferas de la colectividad alejadas, una de la otra, a lo largo de la historia alemana: el Estado y la sociedad estaban unidos en el furor bélico. La movilización de hombres y mujeres fue, por ello, total, puesto que implicó el incremento de medidas

4 Ernst Jünger, Sobre el dolor, seguido de La movilización total y Fuego y movimiento, México, Conacul-ta/Tusquets, 2008, p. 93.

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de excepción en las zonas civiles y llevó a una indistinción del enemigo legítimo de los tratados de guerra, los cuales excluían anteriormente a las poblaciones ciudadanas.

Para 1938, esta hipertrofia de la guerra obligaba a interrogar la historia para reencon-trarse con lo político. En su estudio sobre la filosofía del siglo xvii, titulado El Leviatán en la doctrina de Thomas Hobbes, Schmitt sostiene que en el Estado lo que importa no es la representación de la totalidad por medio de una persona, sino el servicio factual y actual de la protección efectiva.5 Como en el caso del filósofo de Malmesbury, el Estado debía velar por la protección de sus súbditos, los cuales eran asediados por el inminente peligro de la guerra civil. A diferencia de los tiempos del filósofo inglés, la stásis comen-zaba a adquirir un papel absolutamente nuevo en la situación internacional europea: se trataba de un problema entre Estados y no sólo de una disfunción interna de las políticas nacionales particulares: “el concepto discriminador de guerra transforma la guerra estatal en una guerra civil internacional”.6 Si la nueva trascendencia jurídica instituida por el Estado moderno habría de valer de algo, era porque su función autoritaria y centralizada debía garantizar la vida del pueblo.

El Estado que surgió en el siglo xvii y se afirmó en el Continente Europeo es una obra humana y distinta de todas las anteriores formas de unidad política. Incluso podría ser in-dicado como el primer producto de la era técnica, el primer mecanismo moderno de gran estilo o, según una pertinente formulación de Hugo Fischer, machina maquinarum.7

El nuevo Dios, al que Hobbes le asignó la autoridad suficiente para crear la paz secular, era un mecanismo gigantesco al servicio de la existencia física terrenal de los hombres que él domina y protege. Su trascendencia es, ahora, solamente jurídica y no metafísica. Pero cuando el gran Leviatán se mostró insuficiente para asegurar la vida de los súbdi-tos, y para desaparecer el miedo a la muerte que instaura el pacto social a partir del cual nace el Estado, este último se presentó de manera muy distinta al ser alumbrado por la luz del desarrollo tecnológico. A los ojos de Schmitt, la machina machinarum, el Estado constituido como un aparato técnico-instrumental, significaba un olvido de lo político. Para él, el Leviatán “ha cumplido un proceso de neutralización, iniciado en el siglo xvii, que culmina consecuentemente en la tecnificación general”.8

5 Cfr. Carl Schmitt, El Leviatán en la doctrina de Thomas Hobbes, México, uam/Fontamara, 2008, p. 94.6 Ibid., p. 114. El historiador Enzo Traverso ha hecho una investigación muy profunda sobre este pe-

riodo. Véase Enzo Traverso, A feu et á sang. De la guerre civile européene 1914-1945, París, Stock, 2007.7 Ibid., p. 94.8 Ibid., p. 105.

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Ello obligaba a hacer una revisión de la tipología de las formas políticas, considerando las nuevas tareas administrativas que el Estado alemán se había atribuido entretanto. El parlamentarismo y el auge democrático que había sido la marca decisiva del proceso ci-vilizatorio europeo en el siglo xix, fueron concebidos por Schmitt como una progresiva neutralización de lo político, como se puede ver en su conferencia sobre “La era de las neu-tralizaciones y de las despolitizaciones”. De tal forma que el Estado moderno de Derecho fue considerado insuficiente para mantener a raya el peligro constante que trae consigo la posibilidad eventual del enemigo. Pero la crítica, sin duda muy aguda, de Carl Schmitt al liberalismo no era parte de ningún plan reformador de la democracia parlamentarista; ésta fue abandonada por Schmitt en su preferencia por el nacionalsocialismo.

En este ensayo no abordaré la anterior crítica, no porque carezca de relevancia para nuestro tema, sino porque es bastante conocida y considero oportuno detenerme en los conceptos de Estado, tal como fueron abordados por el polémico autor alemán a lo largo de su obra. La importancia de las tesis de Schmitt sobre la teoría del Estado, radica en el vínculo que establece entre el Estado y lo político; vínculo que es determinante para una genealogía de lo político.9

9 Para contextualizar al lector en el problema específico del liberalismo y la democracia en el pensa-miento de Schmitt, podemos resumir los puntos fundamentales de esta crítica de la siguiente manera: 1) es necesario distinguir y separar los conceptos y las realidades institucionales del liberalismo y la democracia, puesto que el liberalismo es, ante todo, una ideología propia de una clase específica, la burguesa, la cual pretende despolitizar explícitamente el carácter polémico de la democracia; 2) esto es así porque la democra-cia, a diferencia de su otro, el liberalismo, no es una ideología ni una forma de gobierno en sentido estricto, sino un fenómeno esencialmente político que da lugar a una Constitución, y que puede decidir, mediante plebiscito o semejantes, en los casos excepcionales donde es necesario distinguir entre amigos y enemigos de una forma de vida determinada, en este caso la del pueblo en tanto que unidad determinante. Así las cosas, Schmitt sugiere que sólo en la modernidad fue posible confundir ambas dimensiones esencialmente opuestas, hasta el grado de considerarlas inmediatamente asimilables la una a la otra. Para nuestro autor la tendencia despolitizadora inherente al liberalismo se realiza por medio de la economía y la tecnología, las cuales instauran un escenario donde las decisiones soberanas competen a criterios técnicos, no políticos, y donde los enemigos son reemplazados por los competidores en libertad de hacer frente al mercado. La desaparición del enemigo es un fenómeno fundamental de la despolitización y de la neutralización de lo político, según Schmitt. Como señala correctamente Karl Löwith en su ensayo de 1935 sobre el jurista alemán: “Su enemigo es el Estado liberal del siglo xix, cuyo carácter apolítico Schmitt comprende en relación con una tendencia general de la época moderna hacia la despolitización. En tanto esta tendencia hacia la despolitización del Estado busca, ante todo por medio de la economía y la tecnología, un terreno políticamente neutro, Schmitt caracteriza tal tendencia hacia la despolitización como una tendencia ha-cia la neutralización. Desde la emancipación burguesa del tercer estado y la formación de la democracia burguesa y su evolución hacia la democracia industrial de masas, esta neutralización de las diferencias políticas determinantes y la postergación de su decisión se han desarrollado hasta un punto decisivo en

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Estado es un determinado estatus de la unidad política. Con esta tendencia a la cir-cularidad autorreferencial, Schmitt define uno de los conceptos clave del pensamiento político moderno. Dejemos de lado, por lo pronto, el concepto de “unidad política”, ya tendremos ocasión de encontrárnoslo de nuevo a lo largo de este ensayo. Detengámo-nos, mientras tanto, en este enigmático sintagma. De nuevo, éste dice: el Estado es un determinado estatus de la unidad política. La definición interna de este concepto apa-rentemente encierra una petición de principio, lo cual, a los ojos de la lógica, la hace ya completamente sospechosa. Es cierto. Si lo propio del acto de definir consiste en subsumir un género a una especie poniendo de manifiesto su diferencia específica, entonces pode-mos estar seguros de que lo que tenemos ante nosotros no es una definición, y tenemos derecho a preguntarnos ¿por qué Schmitt insiste en respondernos con una noción que regresa eternamente a su comienzo? El jurista alemán fue aficionado al barroco, pero eso no explica la autorreferencialidad de su concepto de Estado, puesto que el concetto del siglo xvii consistía en unir dos representaciones que al menos en apariencia no tuvieran una conexión lógica, natural ni del orden de lo pensable, y en ese sentido constituían un acontecimiento de la lengua –una astucia (Gracián). Pero este acontecimiento no está consignado en el sintagma que nos ocupa. Estado y estatus poseen un importante pa-rentesco lingüístico, y entre ellos no parece haber ninguna heterogeneidad semántica. Luego, no se trata de dos representaciones distintas, ligadas por el mismo significante, sino del mismo sentido reproducido a la manera de un espejo. Es probable que seamos testigos de alguna aporía.

Cuando habitualmente la teoría política se interroga acerca del Estado, pregunta, o bien por la naturaleza de esta institución, o bien por los orígenes supuestos en el pac-to social. A esto corresponde una definición genética (el Estado es el desarrollo de la unidad básica de la familia, es un organismo complejo) o una definición moderna (el Estado es una maquinaria artificial conformada por el hombre), respectivamente. Estas dos respuestas, como es de suponer, no agotan el problema, pero sí dan un sentido ge-neral a la pregunta por el Estado, partiendo de una explicación no tautológica del tipo Estado = Estado. Entonces, cuando Schmitt afirma: Estado es el estatus de la unidad

el que se transforman en su opuesto: en una politización total de todas las áreas de la vida, incluso de las más neutrales”. Karl Löwith, “El decisionismo ocasional de Carl Schmitt”, en Heidegger, pensador de un tiempo indigente. Sobre la posición de la filosofía en el siglo xx, Argentina, Fondo de Cultura Económica, 2006, p. 44. Pero si Schmitt tiene razón, entonces el liberalismo no es necesariamente el destino final de las democracias modernas. El pensamiento de la izquierda contemporánea ha tomado buena nota de esta crítica schmittiana. Gran parte de ella, como veremos más adelante, se dirige originalmente contra de la concepción liberal de la Constitución como garante del Estado de derecho. Estos argumentos están siendo revisados en la actualidad.

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política, ¿nos encontramos con una tautología? Esto ya es muy significativo por cuanto no dice nada referente a su naturaleza (genética o artificial), sino que nombra una de-terminada situación y, sobre todo, una situación existencial. Es, justamente, la situación moderna la que atañe a nuestra cuestión. Dicho en otros términos: el Estado no supone una definición unívoca porque no se trata de un concepto, sino de una situación exis-tencial asediada por lo político. Sólo de esta manera podemos explicar el hecho de que en múltiples textos, de diversas formas, encontremos siempre, una y otra vez, la misma estrategia desorientadora y elusiva. Así, en El concepto de lo político, Schmitt se niega a dar una definición positiva del Estado, dejando en suspenso la cuestión, y sin que, por otra parte, ésta vuelva a ser retomada nuevamente en el texto; pero ahí se afirma de manera contundente: “El concepto del Estado supone el de lo político. De acuerdo con el uso actual del término, el Estado es el estatus político de un pueblo organizado en el interior de fronteras territoriales”.10 Con lo cual nada sabemos todavía del Estado, excepto que es una situación, un estatus concreto y factual. De nueva cuenta –pero esta vez en Teoría de la Constitución– leemos: “El Estado moderno es una unidad política cerrada y, por su esencia, el Estatus, es decir, un estatus total, que relativiza en su seno todos los otros estatus.”11 Solamente en un momento, a lo largo de toda su obra, Schmitt admite dar una definición positiva de Estado, pero es para rechazarla de inmediato como un factor de la creciente despolitización de la teoría política; y es, precisamente, cuando expone de manera detallada el esquema del Estado burgués de Derecho, del que fue un crítico inclemente. Pero, ¿qué significa esto para la teoría del Estado? O mejor aún, ¿qué hace Schmitt con la idea del Estado? Esta no es cualquier pregunta, en la medida en que se trata de una idea inaugural de la política moderna, a pesar de que hoy se crea que está en vías de desaparición.

Sólo una vez encontramos esta expresión clarificada en su pensamiento, y es al mo-mento de exponer la tradición germana del idealismo en su libro Romanticismo político, de 1924. Al describir el último posicionamiento de Schelling, Schmitt escribe: “El Estado es en la idea, es algo existente, no un ente moral o algo que aún tiene que ser producido, más bien es una obra de arte en la que ciencia, religión y arte se compenetran en un organismo espiritual unitario, un cuerpo universal y espiritual, cuyos atributos son las tres potencias nombradas y en el que filosofía e Iglesia se objetivan en una belleza viviente, rítmica y armónica, esto es, precisamente artística”.12 Esta idea, de inmediato rechazada por el romanticismo contemporáneo por ser pura “sabiduría carente de amor” (Schleiermacher), tampoco es refrendada por Schmitt, quien, antes bien, se muestra un poco receloso de

10 Carl Schmitt, El concepto de lo político, Madrid, Alianza, 2006, p. 49.11 Carl Schmitt, Teoría de la Constitución, Madrid, Alianza, 2008, p. 178.12 Carl Schmitt, Romanticismo político, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 2001, p. 179.

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sus antecedentes románticos. A pesar de ello, guarda ciertas similitudes con su propio pensamiento. En primer lugar, porque, como ocurre con Schelling, el Estado no designa una entidad justificada por una trascendencia moral: su esencia, diríamos, consiste en existir. El Estado es, en tanto idea, no porque reciba una fundamentación moral, legal, ni religiosa; el Estado es en tanto que subsista, y para subsistir, ninguna unidad política requiere de derecho, solamente su conato le es indispensable. Si se quiere, la finalidad del Estado radica únicamente en el hecho de que es, y mientras sea. Así, en distintos momentos de la Teoría de la Constitución, leemos: “Toda unidad política existente tiene su valor y su ‘razón de existencia’, no en la justicia o conveniencia de normas, sino en su existencia misma.”13 Y también: “La voluntad se da de un modo existencial: su fuerza o autoridad reside en su ser”.14

Podemos considerar esto como la expresión de una filosofía existencialista del Es-tado, y hay quien quiere ver en ello una suerte de isomorfismo entre las posiciones de Heidegger y de Schmitt al respecto. Para nuestras finalidades ello resulta irrelevante. Lo que debería llamar nuestra atención es que el concepto vacío de Estado, propuesto por Schmitt, permite cuestionar las operaciones introducidas por un cierto esencialismo, puesto que al no ser nada sino una situación, un determinado status como él afirma, el Estado no posee la solidez que cierta metafísica querría darle. Sin embargo, este momento interesante de la teoría schmittiana es inmediatamente obliterado, si no anulado, cuando entra a desempeñar su papel la “unidad política” de la que hablábamos antes. ¿Qué es esta unidad? Se trata de una de las cuestiones más difíciles de contestar dentro de los términos del propio autor. En ocasiones parece referirse a la homogeneidad sustancial de un pueblo compartida mediante una serie de características determinantes, tales como la lengua, la raza, la etnia, la nacionalidad y otras más en las que creemos que se resguarda cierta tendencia racista en la teoría de Schmitt. En otras ocasiones por unidad política parece significarse algo más que solamente el hecho de compartir un territorio. En ella, en la conformación de la unidad política, tiene que ver sobre todo la formación de una voluntad indivisible y expresada mediante de una Constitución propia (volveremos sobre esto). Finalmente, el sentido más estable que Schmitt asigna a la unidad política consiste en que ella, aunque todavía no sepamos cuál es su naturaleza o si es que la tiene, es la depositaria auténtica de la decisión.

Schmitt comenzó a trabajar sobre esta noción desde sus primeros textos como ju-rista, en Gesetz und urteil y en sus escritos sobre las tres formas de pensamiento en el derecho, todos ellos de los años 20. El núcleo de esta doctrina consiste en lo siguiente: a todo proceso jurídico que realiza subsunciones a un hecho concreto y que se enfrenta

13 Carl Schmitt, Teoría de la Constitución…, op. cit., p. 46.14 Ibid., p. 34.

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con conflictos de interpretación de la ley, le corresponde una decisión que no puede ser derivada del contenido de las normas; en ese respecto, podemos decir que la decisión es, como tal, el sentido y objeto de la sentencia, puesto que es la finalidad de todo proceso jurídico y, además, su valor no radica en una argumentación convincente, sino en la autoritaria eliminación de la duda que resulta de dos argumentos que se contraponen entre sí.15 De su aplicabilidad a los casos donde hay vacíos en el derecho o donde las antinomias hacen imposible la sentencia, Schmitt la exportó a la teoría política, dando forma, de este modo, al decisionismo político y no sólo jurídico.

En su famosa Teología política, libro en el que el decisionismo político encuentra su más clara expresión, Schmitt parece dar un indicio importante sobre el significado de lo que él entiende por unidad política. En el Prefacio de 1933, después de mencionar las tres formas de pensamiento jurídico (normativo, decisionista, institucional) Schmitt habla con toda naturalidad de las “tres esferas y elementos de la unidad política –Estado, movimiento y pueblo”.16 Al parecer tenemos una definición, pero de inmediato caemos en la cuenta de que se trata de una definición cuando menos problemática, puesto que, según Schmitt, aquello que constituye la unidad política no es una unidad considerada en sí misma, sino una triada de elementos conformadores que parecen determinar su cohesión.

Esto es un problema desde el momento en que lo político, en su especificidad autóno-ma, supone al mismo tiempo el concepto de la unidad política. ¿Qué hacemos en conse-cuencia con pasajes como el siguiente? “el concepto de lo político se sigue construyendo a partir de una oposición antagónica dentro del Estado, aunque eso sí, relativizada por la mera existencia de la unidad política del Estado que encierra en sí todas las demás oposiciones”.17 Por “las demás oposiciones” Schmitt entiende la lucha de clases. Pero, ¿cómo debemos entender entonces la correlación de estos conceptos?

Si el Estado supone el concepto de lo político, y lo político queda garantizado por la unidad determinante, ¿no quedamos encerrados de nueva cuenta en un círculo vicioso?, ¿debemos admitir que la idea del Estado en Schmitt comprende dentro de sí a la unidad política, en tanto elemento constituyente y constituido?, ¿no es eso una contradicción en términos? La unidad política no puede constituir al Estado, y ser al mismo tiempo constituida por él. Lo mismo pasa cuando nos preguntamos por la soberanía, pues ¿quién es el sujeto

15 Cfr. Carl Schmitt, “El defensor de la Constitución”, en Carl Schmitt y Hans Kelsen, La polémica Schmitt/Kelsen sobre la justicia constitucional: El defensor de la Constitución versus ¿Quién debe ser el defensor de la Constitución?, Madrid, Ed. Tecnos, 2009, p. 84.

16 Carl Schmitt, “Teología política I. Cuatro capítulos sobre la teoría de la soberanía”, en Héctor Orestes Aguilar, Carl Schmitt, teólogo de la política, México, Fondo de Cultura Económica, 2004, p. 22.

17 Carl Schmitt, El concepto de lo político…, op. cit., p. 60.

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de la soberanía del que hace mención Schmitt en sus escritos? Al parecer llegamos al mismo problema con el que nos encontramos en un comienzo, cuando señalamos que el Estado es para Schmitt la situación concreta –el estatus– de la unidad política.

Intentemos otro camino. Esta vez partamos de otro postulado: la Constitución es la situación total de la unidad y ordenación políticas.18 En este sentido, es una decisión to-talitaria que afecta, y supone, la unidad política que será determinante para la soberanía. Antes habíamos visto que el Ser político precede al momento constituyente, puesto que habíamos afirmado que el Estado existe mientras que es.19 En ese sentido, su existencia precede a su esencia. Schmitt se rehúsa a decirnos algo acerca de la naturaleza del Estado, pero invita a hacer una historia de las representaciones que se le han dado: Estado como cuerpo en Platón, Estado como máquina en Hobbes, Estado como la unión de Fortuna y virtú en Maquiavelo, a las que podríamos agregar el Estado como división política del proletariado y burocracia que ha sido trabajada por Cornelius Castoriadis y Claude Lefort. Creo que esta es una sugerencia a la que deberíamos atender actualmente, y en este rubro hay mucho trabajo por hacer. Pero como ocurre con toda conceptualización fuerte en Schmitt, esta es una división antagónica y en oposición a otra que mantiene como su correlato inmediato.

En la argumentación de Schmitt todo concepto específicamente político es un concepto polémico, como veremos detalladamente. Ahora, si recordamos los problemas sobre la “unidad política” con los que nos habíamos encontrado, podemos suponer una respuesta potencial a ellos en esta nueva proposición. ¿En qué consiste la alternativa? En que ahora es la Constitución la que determina y da forma a la “unidad política”, presumiblemente a la unidad de la Nación, en la medida en que el Estado y la unidad toman una decisión total sobre el ordenamiento que han de tener. Se trata de un proceso complejo, puesto que, en último análisis, el jurista alemán defiende con ello que entre el concepto de Estado y el concepto de Constitución se establece una identidad existencial y no sólo argumentativa. En el libro que hemos citado, podemos leer: “Constitución, en sentido absoluto puede significar, por lo pronto, la concreta manera de ser resultante de cualquier unidad política existente”.20 De lo que se infiere que el Estado no tiene una Constitución según la cual se forma y hace funcionar la voluntad estatal, sino que el Estado es Constitución, es decir, una situación presente del ser, un estatus de unidad y ordenación. ¿A qué se opone esta nueva definición?

18 Cfr. Carl Schmitt, Teoría de la Constitución…, op, cit., p. 29.19 Ibid., p. 71.20 Ibid., p. 30.

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Mientras que el concepto absoluto de Constitución, es decir, el concepto que hace alusión a la situación del Estado como un estatus total, y actualmente existente, no designa un conjunto de instituciones jurídicas del Derecho puro, es un hecho que contamos con una definición opuesta, propia de los juristas de la época, pero actualmente válida, según la cual la Constitución no nombra un modo de estar de los habitantes de un territorio políticamente organizado, sino que designa, por el contrario, un pacto social al que da lugar un conjunto de leyes y normas herméticamente cerradas. La Constitución, para esta concepción de la Ley y la política, es una “ley de leyes”, la cual garantiza las liberta-des individuales del ciudadano al interior de la formación política. El normativismo del Estado de derecho se coloca como el opuesto antagónico del decisionismo de Schmitt. La definición de ley, propia de este normativismo, consiste en afirmar, no la soberanía del pueblo ni la del Estado, sino la soberanía de la Constitución, como el dominio de la ley sobre los hombres. Para Schmitt éste es un concepto típicamente ideal de la Cons-titución, toda vez que aplaza el momento de la decisión soberana, y, en este sentido, despolitiza el Derecho al “desestatizar” el concepto fundamental de lo político, a saber: la posibilidad de distinguir entre el amigo y el enemigo, y de decidir sobre el “estado de excepción” dictando mandatos particulares para resolver la amenaza de disolución del Estado.21 Esta es la concepción autoritaria de la política de Carl Schmitt. Y a ella de-

21 Es bien sabido que en su escrito sobre la Dictadura, en el que Schmitt realiza una lectura histórica y sistemática de esta institución contingente como una estructura constante en la historia política de Europa, nuestro autor muestra su ligazón necesaria con los tres elementos constitutivos de lo político que hemos examinado hasta ahora, a saber: la soberanía, la unidad determinante y la Constitución; pero la mira desde donde todos ellos son examinados es distinta a la del constitucionalismo liberal. En sentido estricto, podríamos decir que Carl Schmitt desarrolla, incluso antes que Michel Foucault, una postura con respecto a la esencia de lo político que no es normativa, en el sentido en que no considera que lo propio de la soberanía sea el establecimiento de acuerdos y normas que rijan la convivencia al interior de un Estado, sino que, por el contrario, para Carl Schmitt la defensa de la Constitución pasa necesariamente por la defensa de un modo de vida más allá del derecho, en esta medida el “Estado de excepción” de la “dictadura comisarial” obedece a una lógica aporética de lo indescidible, en sentido derrideano, según la cual la decisión soberana por excelencia es la decisión que se hace sobre la suspensión de la Constitución en tanto que estructuradora del Estado, toda vez que el Estado corre el peligro excepcional, en condiciones impronosticables, de ser diluido y destruido por el enemigo. Por ello, como veremos líneas más abajo, es que consideramos que lo político por excelencia es para Carl Schmitt, y en última instancia, no sólo la posibilidad de la distinción amigo-enemigo sino la decisión sobre el “Estado de excepción” que tiene por condición contingente y emergente la posibilidad de la disolución del Estado a manos del enemigo político. Sobre las especificaciones y determinaciones de la “dictadura comisarial” remito al lector al estudio de Carl Schmitt, La dictadura. Desde los comienzos en el pensamiento moderno de la soberanía hasta la lucha de clases proletaria, Madrid, Alianza, 2007.

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berían responder las preocupaciones progresistas en nuestros días; pero lo cierto es que estos enunciados son determinantes para una genealogía de lo político como la que nos ocupa en este momento.

Sin duda podemos estar en desacuerdo con estos planteamientos y con la manera en que Schmitt reduce el pensamiento liberal junto con sus representantes, pero lo que nos interesa es comprender la idea del Estado que aparece en Schmitt unida al concepto de lo político. Podríamos leer en este conflicto particular a Schmitt como el representante de una vieja tradición, según la cual quienes dominan no son las leyes, ni el aparato neutral del Estado, sino los hombres, sus voluntades y apetitos desmesurados.22 No nos equivocaríamos, puesto que para el alemán lo determinante en la Constitución no es que las leyes rijan, pues una ley nunca puede valer por sí misma ni considerada en sí, sino que las leyes gobiernan debido a que reposan sobre una decisión fáctica, existencial y actualmente existente. Ley es lo que se ha decidido que sea ley, y mientras sea decidido como tal. La ley, para que tenga valor en los hechos, no debe carecer de fuerza de ley, de la posibilidad de coaccionar. En esto último, nos parece que Schmitt no se equivoca en absoluto. De hecho, es un viejo problema que Derrida ha resumido recientemente en sus trabajos sobre Walter Benjamin y Carl Schmitt.23 Pero nos hemos alejado de nuestro problema: tratábamos la cuestión de la unidad política y de cómo se articula con la

22 Sin duda Carl Schmitt es parte del realismo político, y en tanto que representante suyo sin duda forma parte de ese largo linaje. Pero esta tradición no corre sola en la historia del pensamiento político en Occidente. Probablemente el marco general del debate en el que se inserta la aportación de Carl Schmitt a la teoría del Estado sea la discusión cuya forma clásica gira en torno a la cuestión de si la política surge del derecho o si el derecho surge de la política. Este es un debate aún vigente, en el que se ha de decidir qué es lo que entendemos en cada caso por “lo político”. Los aportes de Schmitt a este respecto han abierto el panorama de la teoría política actual, de ahí la fecundidad de su lectura; puesto que, en oposición a las teorías iusnaturalistas, tanto del derecho como de la política, Schmitt no parte de ningún supuesto sobre la naturaleza humana, considerada como una entidad metafísica axiológicamente cargada, sino que su pensamiento rastrea en las experiencias históricas de lo político una determinabilidad específica de este fenómeno cuya contingencia es irreductible, como acertadamente han descrito algunos estudiosos atentos del pensamiento de Schmitt; quizá, dada esta contingencia constitutiva, y en modo alguno azarosa, esta sea la principal razón de que las derivas del pensamiento de Schmitt sobre lo político han generado desde su propia interioridad la posibilidad de organizar un nuevo pensamiento sobre lo político que rebasan el esfuerzo de Schmitt de clausurarlo en un decisionismo total. La izquierda, y Chantal Mouffe junto con Ernesto Laclau fundamentalmente, se ha dedicado a explorar esta posibilidad con un éxito notorio. Este puede ser un ejemplo de cómo ciertas expropiaciones de un pensamiento conservador pueden generar experiencias emancipatorias sobre lo político.

23 Remito al lector, en consecuencia, a la obra donde este tema ha sido tratado. Véase Jacques Derrida, Fuerza de ley. El “fundamento místico de la autoridad”, Madrid, Tecnos, 2008.

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Constitución y el Estado; los cuales, como veíamos, pueden ser equiparados e incluso considerados como sinónimos. El Estado es Constitución, y es el estatus de la unidad política; es una decisión total sobre ésta.

Lo que choca inmediatamente de esta definición es la presencia del sintagma situa-ción total, y similares como decisión total. Sería difícil saber si ambas nociones poseen el mismo estatus epistemológico. De hecho es muy probable que no. Cuando la palabra “total” o “totalitarismo” aparece en los textos de Schmitt lo hace refiriéndose a una de las siguientes instancias: total en el sentido de una situación que abarca a la “unidad política” completa o bien como el desarrollo histórico de los tipos de Estado, del monárquico, pasando por el Estado de derecho, al Estado total con funciones administrativas en el cual la Sociedad se autorganiza a sí misma. Schmitt cree que esta transformación del Estado moderno en un complejo sistema de control donde la economía es dirigida por el propio Estado administrativo es parte de una dialéctica determinada. En El giro hacia el Estado totalitario, de 1931, leemos: “la sociedad que se autorganiza en el Estado está en camino de transitar del Estado neutral del siglo xix liberal a un Estado potencialmente total. Este cambio puede representarse como parte de una evolución dialéctica realizada en tres fases: del Estado absoluto de los siglos xvii y xviii al Estado neutral del siglo xix liberal y de ahí al Estado total de la identidad entre éste y la sociedad”.24 Aquí podemos ver que Schmitt es un teórico del totalitarismo, al que describe como el último grado de un desarrollo continuista en la historia de las Constituciones europeas, mas no como el télos implícito en su filosofía de la historia.

Justamente por ello, las nociones de “totalitarismo” deben ser diferenciadas, porque de lo contrario plantearían nuevas antinomias al interior de la propia teoría de Schmitt; pues si lo total es el resultado de un proceso histórico de neutralizaciones constantes de lo político, ¿cómo puede ser parte de una historia que le antecede?, ¿diríamos que toda

24 Carl Schmitt, “El giro hacia el Estado totalitario”, en H. Orestes Aguilar, op. cit., p. 88. Sin duda es notoria la doble estrategia utilizada por Schmitt para explicar el devenir histórico de las formaciones estata-les europeas; ésta consiste en que, por una parte, se afirma que la noción del Estado no reposa sobre una fundamentación trascendente a su propia existencia, mientras que, por otra, se hace constar la evolución de estas formas estatales que se asigna a sí misma una determinada “unidad política” como si se tratase de un devenir dialécticamente dirigido hacia un télos determinado. Creo que esto es una paradoja sólo en apariencia. En primer lugar porque lo político en Schmitt no es una decisión esencialista que ontologice a la pareja de amigo-enemigo; por el contrario, esta es una distinción política, no ontológica; es un poder-ser, una posibilidad, no una entidad homogénea. En segundo lugar, porque el pensamiento de Carl Schmitt es un pensamiento montado sobre la contingencia de lo político, siempre y cuando entendamos esta contingencia en su valor de kairós griego, como coyuntura e instante decisorio, el momento de la decisión propicia y absolutamente indeterminable, por lo tanto ajeno a cualquier teleología continuista de la historia. Sin embargo, dejo el problema planteado para la reflexión del lector.

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“unidad política” es estructuralmente una unidad totalitaria? Si eso es así, ¿qué tiene de específico y de nuevo el Estado total? Cuando Schmitt habla de la Constitución como de un todo unitario, ello debe entenderse en el siguiente sentido: toda Constitución es resultado de un acto constituyente en el que se expresa la voluntad política de un pueblo organizado como Nación, esta voluntad política decide también sobre la forma-estatal (Staats-formen) que la unidad política habrá de darse; esta forma-estatal, que puede ser democrática, aristocrática o monárquica, incluye en el ordenamiento jurídico-político a la totalidad de los que conforman el poder constituyente, actualmente presentes. En palabras de Schmitt: “Una Constitución, en el sentido de un Estatus idéntico a la situación total del Estado, nace naturalmente con el Estado mismo. Ni es emitida ni convenida, sino que es igual al Estado concreto en su unidad política y ordenación social. Constitución, en sentido positivo, significa un acto consciente de configuración de esta unidad política, mediante el cual la unidad recibe su forma especial de existencia”.25 La unidad política es, en consecuencia, la unidad que, en cada momento y de manera determinante, es el Sujeto de la decisión, y ésta sólo puede ser una de dos opciones: La Constitución nace, o mediante la decisión política unilateral, y en consecuencia tenemos la Monarquía, o nace de una convención plurilateral de varios sujetos, ya sea encargada a una Asamblea Nacional y Constituyente, o por medio de la voluntad expresada directamente por el pueblo, en cuyo caso tenemos una Democracia como forma-política.26 Si agregamos a las anteriores la Aristocracia, tenemos todas las formas que la unidad política organizada en Estado puede obtener. Una vez conformado el Estado-Constitución, el Poder constitu-yente no desaparece: permanece sobreentendido en el ámbito político, puesto que no es otro que la unidad determinante sobre la cual reposa la decisión sobre el Estado mismo. Con ello hemos visto un problema que surge de la teoría constitucionalista del Estado en Schmitt, quedan por ver otros.

Al parecer, cuando Schmitt supone que la Constitución y el Estado son de idéntica naturaleza y provienen de las mismas fuentes que el decisionismo, esto va equiparado con

25 Carl Schmitt, Teoría de la Constitución…, op. cit., p. 66.26 Como veremos más adelante, Schmitt supone que la democracia, en tanto que forma política, tiene

precondiciones que la constituyen históricamente. La más fundamental de ellas es la homogeneidad. Sin embargo, aquí existe un problema fundamental que recupera del pensamiento identitario en Occidente: para Schmitt la democracia es una forma política en la que sólo los iguales pueden ser tratados como iguales, con lo cual se funda sobre una exclusión primera, anterior a la política, que posibilita su constitución como unidad determinante. Actualmente, diversos movimientos y posturas académicas ponen en cuestión este supuesto esencialista, como por ejemplo el feminismo, la teoría poscolonial, la deconstrucción, etcétera. Al respecto, cabe señalar que, a pesar de todo, es el propio Schmitt quien queda sujeto a ciertos supuestos esencialistas e identitarios que la teoría contemporánea critica activamente. Sin embargo, algunas facetas anti-identitarias de su obra son de gran utilidad para construir un pensamiento de lo político antimetafísico.

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dos tesis que son sus corolarios: en primer lugar, nada que sea político es ajeno al Estado y, en segundo, la decisión de qué es político, y qué no lo es, le corresponde únicamente al Estado. De nueva cuenta, en la Advertencia de la segunda edición de la Teología política, Schmitt escribe: “para el liberalismo político correspondiente, el Estado y la política son lo ‘totalmente otro’. Entretanto, hemos reconocido que lo político es lo total y, por ende, también sabemos que la decisión de si algo es apolítico siempre implica una decisión de carácter político, sin importar quién la toma ni con qué argumentos se reviste”.27 Si para Schmitt el liberalismo, al que debemos distinguir de la democracia, es sobre todo una doctrina despolitizadora del Estado, ello se debe a que posterga indefinidamente el momento de lo político. Pero, ¿cuál es éste? La respuesta clásica la encontramos en su famoso texto de 1932, El concepto de lo político, en el que, tras hacer una exposición de las categorías centrales de toda obra humana, Schmitt defiende que “la distinción política específica, aquella a la que pueden reconducirse todas las acciones y motivos políticos, es la distinción de amigo y enemigo”.28 ¿Cuál es el problema de éste criterio? Que no depende de normatividad alguna, sino, de nueva cuenta, de una decisión dependiente del momento y la coyuntura. Olivier Marchart consideró este instante fundacional de la genealogía de lo político como un momento disociativo; es importante señalar esto, pero no es determinante, sobre todo porque lo político no es un momento meramente disociativo, sino disolutivo del Estado: si es importante distinguir entre unidades políticas amigas y otras que sean enemigas, ello se debe a que, de no hacerlo, se corre el riesgo de perder el Estado y con él la propia vida. De lo que se sigue que la distinción del amigo y el enemigo públicos es, sobre todo, contemporánea de la soberanía: la ejecución de una implica la realización de la otra. En última instancia, aquel que puede distinguir entre los amigos y los enemigos del Estado no es un sujeto sin poder, sino aquel que puede decidir sobre el peligro real que amenaza el Estado, y, con él, a la Constitución; y éste es el soberano. No debe perderse de vista esta correlación en ningún momento.

El propio Schmitt refrenda lo anterior cuando sostiene que es política toda asociación que se orienta por referencia al caso “decisivo”; al momento en el que tiene que distinguir, dentro del pluriverso estatal, a las unidades políticas amigas de aquellas que buscan eliminar el modo de vida —el estatus y, por tanto, el Estado— de la propia; de ahí que “siempre que existe una unidad política, ella sea la decisiva, y sea ‘soberana’ en el sentido de que siempre, por necesidad conceptual, posea la competencia para decidir en el caso decisivo, aunque se trate de un caso excepcional”.29 Las categorías de “amigo” y “enemigo” no son, en consecuencia, alegóricas y, sin duda, el pluriverso europeo tuvo ocasión de hacerlas

27 Carl Schmitt, Teología política…, op. cit., p. 21.28 Carl Schmitt, El concepto de lo político…, op. cit., p. 56.29 Ibid., p. 68.

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efectivas mediante las guerras civiles internacionales que dieron lugar a la guerra y al Estado totales. De nueva cuenta, se tratan de categorías existenciales que atañen al Estado, entendido como el estatus de un pueblo, como el modo de vida propio. Una cosa intere-sante sería la de preguntarse si en Schmitt existe o si su pensamiento puede ser testimonio del surgimiento de la biopolítica moderna. Pero en lo que nos atañe, la unidad política decide sobre la enemistad, tomando medidas sobre el caso excepcional. Precisamente eso es la soberanía para Carl Schmitt y en ello consiste la decisión soberana.

El soberano es la unidad personal y el creador último,30 puesto que puede suspender in toto a la Constitución del Estado para la salvaguarda de la unidad política; pero también porque sobre el soberano pesa la responsabilidad de defender la Constitución del peligro existencial de su disolución. En última instancia, lo político no consiste de manera ex-clusiva en poder distinguir al amigo del enemigo, sino en poder conjurar el peligro de la guerra que es la amenaza última que pesa sobre el Estado mismo: la amenaza de muerte. Se entiende por qué Schmitt acota con tanta insistencia este problema en El concepto de lo político: “La guerra no es, pues, en modo alguno, objetivo o incluso contenido de la política, pero constituye el presupuesto que está siempre dado como posibilidad real, que determina de una manera peculiar la acción y el pensamiento humanos, y origina así una conducta específicamente política”.31 Dicha conducta pretende conservare lo stato.

30 Cfr. Carl Schmitt, Teología política…, op. cit., p. 46.31 Carl Schmitt, El concepto de lo político…, op. cit., p. 64. Que lo político no consista exclusivamente

en la distinción amigo-enemigo no significa que, para Schmitt, lo político no implique necesariamente dicha distinción, pero lo propio de esta decisión es su coyunturalidad, si así podemos llamarla para con-formarla teóricamente como una estructura fundamental del valor kairológico de la decisión. Señalo esto por cuanto los comentaristas de la obra de Schmitt se detienen en el momento más visible de su definición de lo político como distinción disociativa, creyendo haber descrito en profundidad la totalidad del fenómeno de lo político en este pensador fundamental, sin detenerse a examinar que la razón de fondo consiste en que lo político, como tal, es el esfuerzo de conservar el Estado frente al peligro que representa todo enemigo posible. En este sentido sostengo que lo político para Carl Schmitt consiste en conjurar el peligro de la guerra. De la opinión contraria son, entre otros, el propio Olivier Marchart, Franz Neumann, Mark Lilla y Karl Löwith, para quienes la esencia de lo político, según ha precisado Carl Schmitt, consiste en el preámbulo de la guerra, latente permanentemente por debajo del resto de las instituciones ciudadanas. Sin duda, todos ellos llevan razón cuando afirman que la política implica necesariamente la existencia de amenazas latentes y, en última instancia, la posibilidad de la guerra, pero es precisamente porque la guerra es en tanto que posibilidad real que Schmitt sostiene la necesidad de conjurarla, distinguiendo entre amigos y enemigos del Estado en tanto que modo de vida propio. Me pregunto si esta es una estructura similar al “Estado de resuelto” que Martin Heidegger desarrolla en su ontología fundamental consignada en Ser y tiempo. Justamente en un sentido opuesto, nihilista, es como Karl Löwith ha entendido el sentido

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El de soberanía no es un concepto como cualquier otro, Schmitt lo ha elaborado a partir de su visión de lo político, la cual es una visión específicamente teológica: soberanía es así un concepto de la teología política.32 En su argumento, todos los conceptos signifi-cativos de la teoría del Estado son conceptos teológicos secularizados. Lo importante de su tesis es que, según ella, los conceptos políticos no derivan su significado de un proceso meramente evolutivo o histórico, sino que sustancialmente, en su estructura sistemática, es imposible disociarlos de los postulados teológicos. En consecuencia, la teoría del Estado no incluye de manera única a la teoría de la Constitución, sino que es depositaria estruc-turalmente de la teología misma. Si en esto hay una oposición conceptual entre historia y estructura no nos compete decidirlo ahora mismo; sí nos compete señalar, en cambio, que la soberanía tiene en el pensamiento de Schmitt el mismo estatuto ontológico y epistemológico que el milagro en la teología, y que ambos se oponen a la estructura deísta del Estado de derecho. Esto se entiende, dentro del esquema conceptual schmittiano, cuando vemos que el liberalismo que impulsa este tipo estatal es una metafísica consi-derada en sí misma. En el fondo, según Schmitt, el parlamentarismo constitucional del liberalismo, con su exigencia de la división de poderes y de la legalización de la oposición, forma parte de una metafísica del equilibrio.33 En Teología política, escribe: “La idea del moderno Estado de derecho se impone con un deísmo, una teología y una metafísica que proscriben el milagro, rechazando la violación de las leyes naturales implícita en este concepto, misma que por su injerencia directa se establece como excepción, al igual que la intervención directa del soberano en el orden jurídico vigente”.34

de la decisión en Schmitt, como “la disposición a la nada que es la muerte entendida como sacrificio de la vida por un Estado”. Véase Karl Löwith, op. cit., p. 57. Sin embargo la decisión en Schmitt, a pesar de lo polémico del tema, no es una decisión por la pura decisividad, vacía de contenido, sino una decisión por la supervivencia de la propia forma política de vida. Si se quiere es un nihilismo activo. El problema es que en Schmitt, éste tiene como precondición la homogeneidad, y una homogeneidad anterior y constitutiva de la política misma. Lo veremos más adelante.

32 El lector puede encontrar una profusa exposición de las diversas maneras de entender esta noción en el escrito de Merio Scattola, Teología política. Léxico de política, Buenos Aires, Nueva Visión, 2008. El autor tiene la virtud de compendiar diversos significados de esta expresión, diferenciándolos de otros similares, como política teológica, teologías políticas, y desarrolla una historia sustanciosa de las diversas teologías políticas desde la Edad Media. Para una discusión sobre el problema teológico-político en el contexto de la filosofía del siglo xx, particularmente en Leo Strauss, véase Heinrich Meier, Leo Strauss y el problema teológico-político, Buenos Aires, Katz, 2006.

33 Cfr. Carl Schmitt, Los fundamentos histórico-espirituales del parlamentarismo en su situación actual, Madrid, Tecnos, 2008, p. 86.

34 Carl Schmitt, Teología política…, op. cit., p. 43.

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Soberano es, entonces, aquél que decide sobre el estado de excepción. Sin duda esta defi-nición abre nuevos problemas de gran importancia para la teoría del Estado, pero también abren la posibilidad de entender la última cuestión que abordaré en este ensayo: la tipo-logía del Estado en Carl Schmitt. Simplificando al extremo, podemos decir lo siguiente: Carl Schmitt evaluó la circunstancia del Estado moderno a partir de la crisis constitucional de la República de Weimar. Según este argumento histórico, las constituciones alemanas del siglo xix deben ubicarse en una época cuya estructura fundamental consiste en la oposición entre el Estado y la sociedad. Esta construcción “dualista” del Estado dirigido por la monarquía constitucional alemana genera una serie determinada de oposiciones políticas, entre ellas: la oposición entre el principado y el pueblo, la Corona y las cámaras, el gobierno y el Parlamento; sin embargo todas las anteriores se encuentran subsumidas a la oposición esencial entre el Estado y la sociedad. Para distinguir entre diversos tipos de Estado, Schmitt recurre a una tipología basada en los siguientes aspectos: en primer lugar, todos los Estados pueden clasificarse de acuerdo con la actividad estatal en la que se concentra su funcionamiento y, en segundo, en el Estado de excepción se revelan con mayor claridad los respectivos núcleos de la actividad desarrollada principalmente por un Estado. Una vez expuesto lo anterior, podemos establecer la tipología del Estado moderno tal como Schmitt la ha postulado en “Legalidad y legitimidad”, obra de 1932. Ésta distingue cuatro tipos:

1) Estado legislativo: se entiende por tal un determinado tipo de comunidad po-lítica, cuya peculiaridad radica en que ve la expresión suprema y decisiva de la voluntad común en la proclamación de normas que pretenden ser derecho, y a las que son reducibles todas las demás funciones, competencias y esferas de actividad del dominio público. Este Estado dominado por normas imperso-nales separa la ley de su aplicación al caso concreto, y aleja al legislador de los órganos de aplicación de la ley. En sus términos “el sentido último y propio del principio fundamental de ‘legalidad’ de toda la vida estatal radica en que, en definitiva, ya no se domina ni se manda, porque las normas vigentes sólo se hacen valer de una manera impersonal”.35 La justificación de este tipo ideal de Estado consiste en la legalidad general que subyace a todo ejercicio del poder estatal. En consecuencia el fundamento del deber de obediencia y la supresión de todo derecho de resistencia están en conformación con un sistema de legalidad cerrado: el derecho se manifiesta como ley y la justificación del poder coercitivo del Estado reside en la legalidad.

35 Carl Schmitt, “Legalidad y legitimidad”, en H. Orestes, op. cit., p. 260.

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2) Estado jurisdiccionales: en éstos la última palabra sobre un conflicto político es la que pronuncia un juez al dirimir un litigio, y no el legislador que crea las normas. A pesar de sus diferencias, el Estado jurisdiccional es el tipo ideal que se encuentra más cercano al Estado legislativo y al dominio del derecho; pues, como hemos visto, es el propio juez quien pronuncia el derecho inmediatamen-te, prevaleciendo incluso este derecho frente al legislador normativo y frente a sus leyes.

3) Estado gubernativo: situado en el polo opuesto de los dos tipos anteriormente mencionados, se encuentra el Estado gubernativo. Éste encuentra su expresión característica en la voluntad personal soberana y en el mando autoritario de un jefe de Estado que ejerce personalmente el gobierno.

4) Estado administrativo: finalmente, este cuarto tipo ideal no se caracteriza por el gobierno de los hombres ni por el imperio de las normas. Para este modelo de comunidad política “las cosas se administran por sí mismas”. Este tipo ideal mutó hasta convertirse en el Estado total del siglo xx.

En el argumento de Schmitt el Estado legislativo parlamentario es adecuado para si-tuaciones estables y de propiedad consolidada, mientras que en los momentos de transforma-ciones revolucionarias aparecen un Estado gubernativo o un Estado administrativo. Estos son los instrumentos adecuados para realizar cambios radicales, de signo revolucionario o reaccionario, y para configurar la vida colectiva con transformaciones profundas. “El Estado legislativo es el vehículo típico de una era reformista-revisionista-evolucionista, equipada con programas de partido, que trata de realizar el ‘progreso’ mediante leyes justas, de un modo legal-parlamentario”.36 A diferencia de éste, el Estado administra-tivo puede apelar a la necesidad objetiva, a la situación real, a la fuerza coercitiva de las relaciones de dominación que amenazan al exterior y al interior del territorio, en fin, a justificaciones que no están basadas en las normas, sino en situaciones fácticas. Esta es la teoría del Estado de Carl Schmitt.

Suele compararse el pensamiento de lo político de Schmitt a los trabajos de Maquia-velo, reconociéndolo con este gesto como uno de los pensadores del realismo moderno instaurado por el secretario florentino durante el siglo xv. Pero, vistos a fondo, sus con-cepciones de lo político son absolutamente irreductibles. Mientras que para el florentino lo político reposa en la división que tiene lugar entre los dos humores instituyentes del orden de la ciudad, para Schmitt éste consiste en la posibilidad real del peligro de diso-lución del Estado. Los Discorsi y De principatibus son testimonio fehaciente del descu-brimiento moderno de lo político; en este último podemos encontrar el siguiente pasaje:

36 Ibid., p. 263.

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“en cualquier ciudad se encuentran estos dos tipos de humores: por un lado, el pueblo no desea ser dominado ni oprimido por los grandes, y, por otro, los grandes desean dominar y oprimir al pueblo; de estos dos contrapuestos apetitos nace en la ciudad uno de los tres efectos siguientes: o el principado, o la libertad, o el libertinaje”.37 Más que de Maquiavelo, Schmitt parece encontrarse cercano a Donoso Cortés, el filósofo español contrarrevolucionario; quien gritaba en el Parlamento: “Cuando la legalidad basta para salvar a la sociedad, la legalidad; cuando no basta, la dictadura”.38 Difícil herencia.

El imperativo de “salvar a la sociedad”, bien estudiado por Michel Foucault en su curso de 1975, había dado lugar, entre los pensadores de las más diversas corrientes ideo-lógicas, a un extremismo que se encuentra en la genealogía de los racismos de Estado. Es probable que Donoso Cortés sea parte de esta tenebrosa genealogía, pero Carl Schmitt se encuentra sin lugar a duda en esta lista. ¿Cómo si no debemos leer su tesis acerca de que la unidad política de la democracia requiere de la homogeneidad de la Nación? En el segundo Prefacio de su texto sobre la crisis del parlamentarismo, que se ha hecho famoso por ello, se suele citar solamente un fragmento, pero se subordina la siguiente expresión: “Por tanto, forma parte, necesariamente, de la democracia, primero, la homogeneidad y, segundo –en caso necesario–, la separación o aniquilación de lo heterogéneo”.39 Que en este pasaje no se mencionan las cámaras de gas, cuya planeación todavía no estaba en marcha, de acuerdo, pero en esas líneas no encontramos tampoco la posibilidad de ad-ministrar la diferencia de manera política. Simple y sencillamente Carl Schmitt exige su supresión ¡Por el bien de la democracia! Este gesto que a nosotros nos parece inaudito era parte de un pensamiento que circulaba, y que todavía circula entre nosotros, y cons-tituye una suerte de imperativo identitario para el funcionamiento político. Creo que

37 Nicolás Maquiavelo, El Príncipe, España, Alianza, 2000, p. 72.38 Juan Donoso Cortés, “Discurso sobre la dictadura”, Discursos políticos, Madrid, Tecnos, 2002, p. 6.39 Carl Schmitt, Los fundamentos histórico-espirituales del parlamentarismo en su situación actual, Madrid,

Tecnos, 2008, pp. 22-23. El pasaje completo dice: “Toda auténtica democracia estriba no sólo en que lo igual sea tratado como igual, sino que, como una consecuencia inevitable suya, lo desigual no sea tratado de manera igual. Por tanto, forma parte, necesariamente, de la democracia, primero, la homogeneidad, y, segundo –en caso necesario– la separación o aniquilación de lo heterogéneo”. Chantal Mouffe matiza demasiado esta segunda parte del párrafo en su estudio sobre la crítica de Schmitt al liberalismo, el cual es muy atinado en sus observaciones puntuales de las consecuencias de sus postulados; pero considero que éste es un problema que trae consigo demasiadas consecuencias negativas, entre ellas que la tesis de Schmitt despolitiza la situación de otras tantas poblaciones que son víctimas de las biopolíticas contemporáneas, y que no son nuda vida como sugiere Agamben sin detenerse en las consecuencias de ello. Analizo estas consecuencias negativas en un ensayo que está por aparecer. Para el análisis de Chantal Mouffe, véase Chantal Mouffe, “Carl Schmitt y la paradoja de la democracia liberal”, en La paradoja democrática, Bar-celona, Gedisa, 2003, pp. 53-72.

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estas formas de argumentación, si no son fascistas, contienen fuertes elementos de esta orientación política. Ello debería preocuparnos.

Lo mismo ocurre cuando Schmitt afirma que la Nación a diferencia de conceptos más generales como pueblo, población y muchedumbre, hace referencia a un pueblo individualizado de los demás, que ha cobrado conciencia política de sí mismo. Hasta aquí no hay nada ajeno a la tradición occidental. Pero sí hay algo nuevo cuando se afirma que la nacionalidad se convierte en el principio y el supuesto de la paz, en el “fundamento del Derecho internacional”.40 ¿Qué pasa cuando en un mismo Estado tenemos distin-tas “nacionalidades” o minorías étnicas? Hay dos formas de “solucionar” esta situación “anormal”: una, pacífica, consiste en la asimilación —y nos resulta imposible no pensar en los judíos de Alemania después de la emancipación—; “el otro método es más rápido y violento: supresión del elemento extraño mediante opresión, expulsión de la población heterogénea, y medios radicales análogos”.41 Parece que estamos leyendo un informe militar de Israel. Lo más sintomático es que Schmitt no se oponga a ninguna de las dos medidas, y que las apruebe si “las circunstancias lo ameritan”. Creo que esto es algo que una democracia radical pondría en cuestión desde el comienzo. No puedo decidir en este momento si ello es estructural o aleatorio al pensamiento de lo político en Occidente, pero creo que un examen atento de la manera en que lo político se presenta en el pensamiento de Schmitt puede darnos algunas luces sobre esta espinosa cuestión; en este sentido, una genealogía de lo político serviría para aclarar estas cuestiones. Aquí hemos intentado hacer un ejercicio de este tipo.

Este ensayo es incompleto, pero al menos ha tratado de contribuir a una genealogía de lo político que se encuentra en marcha. Era importante recuperar este aspecto, en ocasio-nes descuidado, del pensamiento de Carl Schmitt en lo relativo a la teoría del Estado, para comprender un episodio fundamental, pero también alarmante, de la herencia cultural que nos ha aportado la filosofía política. Por ello, me pregunto si señalar estos aspectos completamente criticables, que considero que son sistémicos al pensamiento político de Schmitt y no efectos aislados de su contexto generativo, impide a la óptica metodológica que aquí se ha esbozado, desarrollar la posibilidad de superar la cercanía que Schmitt sos-tuvo con el nazismo, corriendo el riesgo de minimizar un pensamiento que hoy abre un camino fundamental a la teoría política al ofrecernos la posibilidad de repensar el Estado y la soberanía en el contexto de una creciente invisibilización de lo político a manos de la propia filosofía encargada de pensarlo. Algunos podrían considerarlo de esa forma. El problema es que fue el propio Carl Schmitt quien, al parecer, no pudo sobreponerse a los resabios del autoritarismo que parasitaron su deslumbrante y avasallador pensamiento

40 Carl Schmitt, Teoría de la Constitución…, op. cit., p. 228.41 Idem.

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sobre lo político, y precisamente por ello hoy necesitamos emprender su crítica, si es que queremos que la democracia sea en verdad radical y no regresiva.

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REcOncEptualIzanDO lO pOlítIcO: EStaDO, mERcaDO munDIal, glObalIzacIón y nEOlIbERalISmO1

Rodrigo F. PascualLuciana Ghiotto

El presente artículo intenta reconceptualizar lo político a partir de asumir críticamente el vo-cablo globalización. Esto es realizado desde el marxismo abierto. Entendemos que ello significa observar la singular relación que adoptan lo económico y lo político en el capitalismo en general y, particularmente, durante el periodo que se comprende como globalización (neoliberal). El argu-mento versa en que a pesar de que lo político, así como lo económico, necesitan territorializarse, ello no debe conducirnos a encerrar lo político en el Estado. Más aún, tanto lo político como lo económico se realizan globalmente. El objeto de lo político, el dominio de los trabajadores (en sentido amplio) no queda encerrado en el Estado sino que implica una dimensión global. Con el fin de ver esa forma de capitalismo neoliberal, nos concentramos en la Argentina, en el periodo abarcado entre 1989 y 2010. En este sentido, se revisitará y reconceptualizará la teoría del Estado en el mundo global.

Palabras clave: Capital, antagonismo social, lo político, territorialidad Estado.

AbSTRACT

This article aims at the reconceptualization of the political by holding a critical assumption of the term globalization. This is achieved from Open Marxism. In order to do this, we observe the

1 Agradecemos a quienes de una u otra forma han colaborado con el presente trabajo: a Matías Eskenazi y Alberto Bonnet por sus minuciosas lecturas y atinadas observaciones; a Adrián Piva por las conversaciones previas a la escritura, y a Julián Kan por aportar en la problematización histórica. También quisiéramos agradecerle a Sergio Tischler quien nos animara a realizar el escrito en una conversación virtual; a David Lecumberri por su (siempre presente) lectura incondicional y apoyo del mismo tenor. A los participantes del primer foro de debate del Programa Latinoamericano de Educación a Distancia (pled) animado por Atilio Boron, donde por primera vez expusimos algunas conclusiones de este trabajo. Finalmente, agradecemos las valiosas evaluaciones anónimas efectuadas por la revista Argumentos que han hecho que este trabajo se enriqueciera. Como suele decirse, todo lo aquí vertido corresponde a la responsabilidad de quienes firman el artículo.

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particular relationship between the economical and the political in capitalism in general and, in particular, in the so-called period of neoliberal globalization. The argument holds that, although the political needs to territorialize as the economical does, this must not lead us to delimit the political within the State form. Even more, both the political as well as the economical are real-ized globally. The object of the political, the dominium over workers (in a general sense) does not remain within the boundaries of the State, but implies, instead, a global dimension. In order to see that form of neoliberal capitalism, we concentrate on Argentina in the period between the years 1989 and 2010. That is why the State theory in the global world will be revisited and reconceptualized.

Key Words: Capital, Social Antagonism, The Political, Territoriality, State.

INTRODUCCIóN

En las últimas dos décadas el debate de la teoría del Estado ha quedado marcado por el proceso que, acorde con la denominación del mainstream de las ciencias sociales, puede llamarse globalización. En tal sentido, se ha girado alrededor del problema de la relación entre el mercado mundial y el Estado nacional. Las explicaciones de la globalización han partido desde dos posiciones opuestas, por un lado las que lo explican desde iniciativas de los Estados centrales; por el otro, las que ponen el énfasis en los actores económicos, es decir, el mercado. El problema común a ambos enfoques, sean realizados por autores del status quo o críticos, radica en la identificación del mercado y el Estado como dos for-mas constituidas separadas una de otra, relacionándose de modo externo. Asimismo, en ambas perspectivas se asume que el mundo es una sumatoria de Estados y de mercados nacionales que en un momento histórico específico (con posterioridad a la crisis de la década de 1970) uno de los dos polos produjo la unificación del globo: la globalización. Es así como al sistema internacional se lo comprende como una sumatoria de Estados-nacionales, y al mercado mundial como una sumatoria de mercados también nacionales. En definitiva, la unidad del mercado mundial y/o de los Estados nacionales se produce por yuxtaposición.

Retomando el debate sobre la globalización, pero enfocándonos en el problema de la teoría política, específicamente en la teoría del Estado, el presente artículo se pregunta por la relación entre el Estado (territorial) nacional y el mercado mundial. En este sentido, intentaremos mostrar que lo político (al momento estatal) se realiza en su sujeción al mercado mundial, mostrándose así la unidad en la separación entre Estado nacional y mercado mundial. Al mismo tiempo, se intentará mostrar que la separación del mercado mundial en espacios territoriales, siendo su manifestación política los Estados nacio-nales, es una contingencia histórica determinada por la lucha de clases. Alcanzaremos

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esta explicación si logramos comprender que el objeto del capital es la explotación del trabajo mundial.

Para poder observar la relación interna (unidad en la separación) entre el mercado mundial y el Estado nacional proponemos volver sobre el desplazamiento que genera la pregunta acerca de la determinación del carácter capitalista del Estado. Es decir, la pre-gunta no es cómo la estructura determina la superestructura, lo cual presupone una relación externa entre Estado y mercado, sino por qué el capital adopta formas diferenciadas de lo político y lo económico.2 Esta pregunta nos reposiciona en el punto de partida histórico y lógico para la crítica del Estado capitalista realizada por los autores vinculados a la escuela alemana de la derivación y a su variante inglesa, específicamente la congregada en el denominado marxismo abierto. Dicha reposición asume, en este artículo, un lugar central en la comprensión de lo político capitalista (el Estado nación) y su relación con el mercado mundial.

En definitiva, a la luz de la crítica del marxismo abierto, retomando los debates sobre la globalización y los nudos problemáticos expuestos por Hardt y Negri en Imperio (re-ferentes a la relación entre Estado y mercado mundial), el presente artículo se propone demostrar que si bien el capital adopta dos formas diferenciadas, lo político y lo económi-co, producto de la separación de los productores de los medios de producción, dicha separación no nos informa nada acerca del carácter estatal-nacional de lo político. En otras palabras, el concepto de capital nos informa de la emergencia de relaciones sociales globales. Como dijera Marx en el tercer libro de El Capital y en el Manifiesto Comunis-ta, el mercado mundial es condición y presupuesto del capital como relación social. En cuanto tal, la forma Estado-nación es contingente, un producto de la lucha de clases. El capital se produce y se realiza3 globalmente, de modo que el momento de mayor poder de las formas del capital, sean económicas o políticas, se producen en el momento en que se impone con mayor fuerza el mercado mundial (el valor). Entendemos que este es el momento que ha sido denominado como globalización. Sin embargo, y como intentaremos mostrar, ello no supuso, hasta hoy, la desaparición del Estado-nación. Más bien, el momento de mayor imposición del valor (el mercado mundial) se produjo conjuntamente con el momento de mayor capacidad del Estado-nación de imponerse sobre el conjunto social.

Para realizar este abordaje, el texto se propone el siguiente recorrido: primero, volve-remos sobre el punto de partida lógico e histórico para una comprensión adecuada de lo político y lo económico capitalista; segundo, se mostrará que la explotación económi-

2 John Holloway y Sol Picciotto, “Capital, Crisis and the State”, Capital & Class, Londres, 1977.3 El concepto de realización tiene aquí dos dimensiones, una de carácter dialéctico, la otra en el sentido

común del término (como “efectuar”).

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ca y el dominio político se producen de modo global: tercero, se indicará el objeto del dominio del capital y el modo en que se territorializa económica y políticamente; por último, ilustraremos el análisis teórico a partir del caso argentino de los últimos 20 años. Abordar el caso argentino nos permitirá observar que el dominio capitalista se desarrolla con mayor intensidad cuando lo político se realiza globalmente, es decir, hasta el mo-mento en que el Estado-nación se sujeta al dominio del mercado mundial logrando de ese modo dominio a su interior. Este caso es relevante, ya que muestra la relación interna entre Estado-nación y mercado mundial, así como el modo en que lo político se realiza globalmente a través de la sujeción al mercado mundial. Finalmente, el mismo caso argentino manifiesta que la realización de lo político global (al momento a través de la sujeción del Estado en el mercado mundial) es el producto del desarrollo del antagonismo de clase. Y por ello, puede retroceder; esa es nuestra perspectiva acerca de lo que sucedió en la Argentina de la poscrisis de 2001.

EL CONCEPTO DE CAPITAL, LA SEPARACIóN DE LO POLÍTICO y LO ECONóMICO

El punto de partida para comprender la existencia del Estado capitalista es la separación histórica de los productores de los medios de producción.4 Este proceso de escisión implica la diferenciación de la explotación económica respecto de la dominación política, y se expresa lógicamente como la separación de lo económico y lo político. Ambos momen-tos, lo político y lo económico, son constitutivos de la relación del capital. El concepto de capital, pues, nos informa que esta separación es su determinación. Y es aquí donde radica la importancia de la recuperación de Hegel en el debate de la derivación.

Hegel fue quien comprendió que el Estado era una forma separada de la sociedad civil (lo económico en nuestros términos), cuya separación es constitutiva tanto del Estado (lo político) y del mercado, y por ende de las relaciones sociales capitalistas. En otras palabras, el concepto de capital tiene la marca de origen de la separación de la so-ciedad (burguesa) respecto de una instancia política unificadora separada de ella. O en términos marxistas, la acumulación originaria supuso la separación de los productores de los medios de producción, y ello se expresó como la emergencia del dominio político

4 Joachim Hirsch, “The state apparatus and social reproduction: elements of a theory of the bourgeois state”, en John Holloway y Sol Picciotto (comps.), State and Capital. A Marxist Debate, Londres, E. Arnold, 1978; Holloway y Picciotto, “Capital, Crisis and…”, op. cit.

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indiferente de la explotación económica, siendo la imposición de la práctica del trabajo abstracto co-constitutiva de dicha relación.5

Este punto de partida (y particularmente su expresión lógica) nos abre las puertas para comprender las transformaciones políticas de los últimos años corriéndonos del debate sobre globalización e imperio/imperialismo. Repetimos que el punto de partida para la comprensión lógica y el desenvolvimiento histórico de lo político (global) es la separación de los productores de los medios de producción. Esto es fundante de las relaciones sociales capitalistas.

Explotación y dominio global

El concepto de capital nos informa de la separación del productor de los medios de producción, así como de lo político respecto de lo económico. Pero así como no hay nada en el concepto de capital que diga que el mercado está delimitado por un Estado, sino el mercado mundial, tampoco hay nada que nos diga que lo político está limitado a su forma estatal (nacional).

Del concepto de capital no hay información alguna acerca de su territorialización en sus dos dimensiones: política y económica. El concepto de capital tan sólo nos dice que es una forma que asume el antagonismo social históricamente, cuya especificidad es la separación de la explotación económica respecto del dominio político. El modo en que el antagonismo se desarrolla es determinante respecto de las formas que adoptan lo económico y lo político. La territorialización de ambas dimensiones depende del propio desarrollo del antagonismo. Es el resultado de la lucha de clases la que determina el modo de territorialización del dominio.6

Como indicara Marx en el célebre capítulo xxiv de El Capital sobre la acumulación originaria, el capital(ismo) es una forma de relación social determinada por la liberación de los productores de los medios de producción, dando lugar a la ruptura de sujeciones personales7 y por tanto al dominio impersonal (abstracto).8 Su fundamento no es el

5 Werner Bonefeld, “Social Constitution and the Form of the Capitalist State”, en Werner Bonefeld, Richard Gunn y Kosmas Psichopedis (comps.), Open Marxism, vol. 1, Londres, Pluto Press, 1992; Moishe Postone, Tiempo, trabajo y dominación social, Madrid, Marcial Pons, 2006.

6 Carlos Porto Gonçalves, Geo-grafías. Movimientos sociales, nuevas territorialidades y sustentabilidad, México, Siglo xxi Editores, 2001; Michael Hardt y Antonio Negri, Imperio, Argentina, Paidós, 2002.

7 Max Weber, Economía y sociedad, México, Fondo de Cultura Económica, 1998; Alexis de Toqueville, La democracia en América, México, Fondo de Cultura Económica, 1996.

8 H. Gerstenberger, “Class conflict, competition and state functions”, en J. Holloway y S. Picciotto, State and Capital…, op. cit.

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dominio territorial del señor, sino la libertad mercantil.9 Y sin embargo, el dominio se produce dentro de un territorio dado, dominio que es nombrado bajo el término de soberanía estatal. Pero no es la sujeción territorial, ni personal, la especificidad del capi-talismo, sino la separación (abstracción) de los productores de los medios de producción y subsistencia, siendo su especificidad la mediación de la libertad mercantil. En el ca-pitalismo, el dominio es un dominio abstracto, impersonal. Es decir, un dominio que, dada la falta de sujeciones directas, aparece inmediatamente como su opuesto: la libertad. Sin embargo, tan pronto como se revela la compulsión al mercado, producida por la separación del productor de los medios de producción y subsistencia, aquella libertad deviene necesidad, pues la compulsión abstracta al mercado es su relación determinante.10 En otras palabras, la especificidad de lo político no es el poder soberano estatal contra el mercado, sino, centralmente, el dominio sobre aquellos sujetos sobre los cuales se ejerce la violencia de la separación de los medios de producción. Sólo en este sentido es com-prensible la afirmación de que el Estado (nación), en tanto que forma política del capital, es el representante de las clases dominantes en su conjunto (nacionales y foráneas). Como señalara Hegel, el Estado se pone por sobre la sociedad en su conjunto, y sin embargo es la forma política del capital: el comité administrativo de la burguesía, al decir del Marx y el Engels del Manifiesto. Pero volvamos a indicar que la territorialización del dominio, es decir, la forma estatal nacional, es contingente respecto de la relación social del capital: la separación de los productores de los medios de producción.

Dentro del marxismo no parece difícil aceptar que el mercado se realiza mundial-mente. Más aún, como enunciara Marx, el mercado mundial es condición y presupuesto del capital. El capital es una relación fundamentalmente de abstracción. Una relación que tiene por objeto el mundo y que se produce en y a través de la explotación global del trabajo realizándose en el mercado mundial mediante mercados territorializados, en-cerrados en Estados. La oposición que plantea Holloway entre Estado territorial y capital a-territorial no es del todo evidente.11 Pues ni el Estado está estrictamente atado a un territorio, ya que desarrolla “funciones internacionales”, ni el capital es completamente a-territorial. No obstante, cabe la observación que el mercado mundial se manifiesta a

9 John Holloway, “La ciudadanía y la separación de lo económico y lo político”, en John Holloway, Marxismo, Estado y Capital, Buenos Aires, Tierra del Fuego, 1994.

10 Alberto Bonnet, “Estado y capital. Una revisión de la derivación del Estado”, ponencia presentada en el XIV Encontro Nacional de Economia Politica/IX Coloquio Latinoamericano de Economía Política (sep)/V Coloquio de la Sociedad Latinoamericana de Economía Política y Pensamiento Crítico, Depar-tamento de Economía da Pontifícia Universidade Católica de Sâo Paulo, Sâo Paulo, 2009.

11 John Holloway, “Global Capital, National State”, en Bonefeld y Holloway (comps.), Global Capital, National State and the Politics of Money, Londres, Macmillan Press, 1995.

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partir del sistema internacional de precios y de la operatoria de una moneda local que funciona como dinero global: el dólar. Es decir, el mercado mundial es condición y presu-puesto del capital, pero en tanto que lugar físico, el mercado mundial no existe sino a partir de sus manifestaciones globales: por ejemplo, el sistema de precios. Hecha esta mínima observación, volvamos sobre nuestro problema: lo político encuentra su realización en el mundo, y sin embargo ello no supone la emergencia de una especie de Estado global.

El capital, en tanto que relación global, no involucra sólo a su forma económica, el mercado, sino a la totalidad de la relación. En este sentido, lo político también debe comprenderse en su forma global. Este juicio no es el producto de una analogía.12 Es necesario que demostremos que el dominio se realiza global y, simultáneamente, en modo territorial, encerrado en Estados nacionales. Pero es en el momento en que se desarrolla con máxima intensidad el dominio global cuando el Estado nacional encuentra su mayor poderío para imponerse frente a su objeto, la sociedad, a pesar de su apariencia de pér-dida de poder. En otras palabras, el momento de la denominada globalización significa una “sujeción” del dominio estatal al dominio global, generando con ello una mayor eficacia del dominio político… ¡estatal-nacional! Y por lo tanto es, hasta el momento, la máxima realización de lo político. El problema aquí radica en comprender cuál es el objeto del dominio de lo político y, por extensión, sus manifestaciones estatales. El des-quiciamiento13 de la sociedad burguesa es el objeto del Estado-nación, que no es sino la sociedad de la que se ha separado. El problema aparece cuando la sociedad burguesa es identificada con mercado. Y es aquí que la mediación que hemos hecho con Marx y el debate de la derivación permite superar la dualidad entre mercado frente a Estado. Pero sobre eso volveremos luego.

Retomando, cabe advertir que el riesgo de querer evitar un juicio por analogía no debe hacernos caer en la búsqueda de un ente global existente, es decir, buscar en la realidad inmediata una cristalización política global: el imperio, por ejemplo. Sin embargo, es válido recordar que el trabajo de la crítica implica llevar a la realidad a su concepto,14 o lo que en un sentido diferente Negri denomina el método de la tendencia.15 Llevar la reali-

12 El juicio por analogía dictaría lo siguiente: si el mercado se realiza mundialmente, (por analogía) lo político también; pues ambos son modos de existencia de una misma relación.

13 El desquiciamiento de la sociedad burguesa, visto desde la perspectiva del capital no es sino la organización y lucha de la clase trabajadora. Desde el punto de vista de la clase trabajadora, no es sino una sociedad articulada en el dominio y la explotación del trabajo. El antagonismo social inherente a una sociedad articulada en clases sociales es el origen de dicho desquiciamiento.

14 Herbert Marcuse, Razón y Revolución, Barcelona, Altaya, 1997.15 Antonio Negri y Félix Guattari, Las verdades nómadas & General Intellect, poder constituyente, comu-

nismo, Madrid, Akal, 1999.

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dad a su concepto implica comprender las potencialidades de la realidad. Potencialidades, en este caso, afirmativas. Y si bien no existe una forma política global que reemplace a los Estados nacionales, el problema planteado por Hardt y Negri no puede dejarse a un lado. Sin embargo, poseemos indicadores de lo político global. Y en este punto, Hardt y Negri parecen darnos buenos indicadores. Vale, pues, mencionar la existencia de la Organización Internacional del Trabajo (oit), la Organización Mundial de Comercio (omc), el Banco Mundial (bm), el Fondo Monetario Internacional (fmi), así como otros elementos menos evidentes como son la “copia” de normativas legales, tales como las constituciones, la toma de jurisprudencias de resoluciones tomadas en otros Estados, etcétera. Sin embargo, ello no supone que todos los Estados participen del mismo modo en esas instituciones ni en el sistema internacional de Estados. Más bien, todos comparten un mismo objeto de dominio (el mercado mundial es premisa y condi-ción del capital), y esas instituciones no son sino expresión de la búsqueda de coordinar la manera en que se desenvuelve el comando de dicho dominio. Comando que supone la divergencia entre distintos proyectos de dominio, que expresan distintas formas de procesamiento del antagonismo de clase (glocalmente). Y a pesar de las manifestaciones contrarias que puedan expresar los gobernantes, todos los Estados (nacionales) comparten un mismo objeto de dominio. Pero dejemos eso a un lado por un momento y sigamos en el alto nivel de abstracción propuesto.

Al momento se puede decir que, conceptualmente, el capital (en cuanto relación social de abstracción del trabajo concreto) supone la continua transformación del trabajo con-creto en trabajo abstracto. En términos de la producción capitalista ello se expresa como la subordinación del espacio al tiempo. Lo central para el capital es el tiempo que lleva la producción-realización de las mercancías. Para el capital el territorio (la distancia) se mide en relación al tiempo que le lleva recorrerlo para realizar la mercancía. El territorio, el espacio, queda subsumido en el tiempo abstracto de la producción mercantil. Econó-micamente se manifiesta como la búsqueda continua de los capitalistas por disminuir el tiempo de producción y realización en el mercado (circulación). Ante esto, los geógrafos nos llaman la atención. Advierten que no es posible la lucha contra el dominio y la explo-tación sin el asentamiento en un territorio, y viceversa, que no es posible la explotación y el dominio sin territorialización.16 Ni la explotación, ni el dominio se realizan en el éter. Que el tiempo vacío del trabajo abstracto17 subordine al espacio, no significa su anula-ción: no obstante sí tiende hacia la misma.18 La subordinación del espacio a la lógica del

16 Porto Gonçalves, op. cit.17 Walter Benjamin, “Sobre el concepto de historia”, en Benjamin, La dialéctica en suspenso, Chile,

Universidad de arcis y lom, 2002.18 Hardt y Negri, op. cit.

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dominio capitalista en tanto lucha continua de los capitalistas por suprimir el tiempo de producción de la realización (circulación) se puede comprender como una tendencia hacia la eliminación del espacio. A esto, los geógrafos, como Porto Gonçalves, lo han llamado la hegemonía, en el pensamiento, del tiempo sobre el espacio. Sin embargo, esa hegemonía no debe rastrearse en el puro pensamiento sino en la propia existencia de la relación del capital. Empero, el capital requiere de territorialidad, depende del espacio para su producción. Es más, requiere de la disposición de un espacio para la explotación y el dominio. Y sin embargo, el espacio del capital es el mundo.

¿Lo dicho en el párrafo anterior no iría en contra de nuestro argumento? Es decir, ¿no atentaría contra nuestra afirmación de que del concepto de capital no emerge nada que diga Estado? Si el Estado es la forma política que adopta lo político territorial, hoy coexistiendo con formas regionales y globales, ¿acaso no estamos negando que lo político se realiza en el globo? Creemos que no. Atiéndase que no estamos diciendo que el Estado (nación) esté al borde de la muerte. No se puede borrar en teoría lo que existe en la realidad. El Estado (nación) existe. El problema radica en complejizar la supuesta relación dicotómica entre lo político (estatal-nacionalizado) y las relaciones globales. Esto supone repensar las teorías del imperialismo y sus continuaciones en las teorías de la dependencia. No obstante, esa tarea excede estas líneas. Lo que aquí queremos enfatizar es que la existencia del Estado nación, junto a emergentes regio-nales y globales, demandan una explicación que parta del antagonismo social. En tal sentido identificar su tendencia hacia su realización global es la tarea que se está emprendiendo aquí.

En lo que sigue avanzaremos sobre las siguientes dimensiones: a) mientras que por una parte la territorialidad es una necesidad para el dominio, así como el punto de partida de la lucha contra aquél, dicha territorialización del dominio y de la lucha no implican el límite estatal (nacional), es decir, que se debe explorar aquí la territorialización estatal; b) que diversos y simultáneos procesos de territorialización del dominio sean el resultado de luchas de clase y que al mismo tiempo no impliquen la constitución de un ente global político no refuta nuestro argumento a favor de que el dominio político encuentra su realización en el globo. De manera que el argumento demanda explorar la existencia del dominio global del capital en diversos modos de dominio territorial.

El objEto dEl dominio y su tErritorialización

Decíamos que no es difícil aceptar que el capital se realiza en el mercado mundial. Pero ello lo es sólo de modo acotado: se acepta la existencia del capital como forma global sólo económicamente. También es aceptado que el capital, en términos económicos, se territorializa. Pero entonces la visión que se tiene del capital queda restringida a lo

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económico. Más aún, es comprendido como una cosa. Claro que esto no sucede dentro de todo el marxismo.

La acumulación del capital es una relación global, los capitalistas explotan, como clase, globalmente, y sin embargo la explotación de los trabajadores requiere de cierta territo-rialización.19 Políticamente sucede lo mismo: la burguesía no domina directamente a los trabajadores sino por medio del Estado; lo hace a través de una forma territorial. La bur-guesía domina como burguesía en general. El Estado nacional, la universalidad de la ley, expresa una relación social, también global, determinada por la relación del capital. Así, pues, como económicamente el capital domina sancionando globalmente, por ejemplo a través de los indicadores de riesgo de inversión, lo mismo sucede en términos políticos. Veamos un simple pero paradigmático hecho histórico. Cuando los obreros parisinos en 1871 se levantaron contra el Estado francés, que en ese entonces se encontraba en guerra con el Estado prusiano, las milicias prusianas al igual que las francesas redireccionaron sus cañones contra los obreros reunidos en la Comuna; en otras palabras, la intervención militar de un Estado sobre otro es expresión del dominio producido de modo global.20 A esto se lo suele denominar imperialismo, lo cual limpia la sangre de las manos asesinas de los Estados “ocupados”. E insistamos, nada de esto sugiere que la lucha contra el capi-talismo conlleve a una fuga del Estado. El capitalismo no permite espacios positivos hacia los cuales dirigir el éxodo. Francisco de Asís y su estrategia de huir al monte quedaron lejos en el tiempo. El capitalismo no da lugar para una lucha bella.

El Estado (nacional) no es un mero instrumento de la burguesía, sino el modo polí-tico en que se ha cristalizado (continuamente) el antagonismo entre capital y trabajo. El Estado no es una cosa, aunque tenga una dimensión instrumental en tanto que conden-sación de relaciones sociales. Como dijimos, el Estado es una forma del dominio de ese antagonismo, cuyo contenido está determinado por la expropiación de los productores de los medios de producción y, por tanto, mediado por la libertad mercantil. En él se expresa dicha libertad (y compulsión abstracta). El Estado-nación, en cuanto condensa-ción del antagonismo de clase, ejerce su dominio territorialmente. No obstante, su objeto, el dominio político del trabajo, no queda encerrado en dicho espacio; no se manifiesta sólo ahí, sino en y a través del mundo;21 por ejemplo fetichistamente, por medio del dinero global: el dólar.

19 Simon Clarke, “The State Debate”, en Clarke, Simon (comp.), The State Debate, Londres, Macmi-llan, 1991; Peter Burnham, “El Estado y el mercado en la Economía Política Internacional: una crítica marxiana”, revista Doxa, núm. 16, Buenos Aires, 1996.

20 Karl Marx, Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, Buenos Aires, Ediciones Luxemburg, 2005.21 Sobre esto, véase Bonefeld, Werner y John Holloway (comps.), Global Capital, National State and

the Politics of Money, Londres, Macmillan Press, 1995.

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Asimismo, todos los Estados, en mayor o menor medida, desarrollan funciones internacionales, por ejemplo ocupando un espacio en organismos e instituciones mul-tilaterales. Esta participación informa que el Estado (nacional), en tanto cristalización de la relación del capital territorializado, media (en doble sentido, en tanto que se pone en el medio y en tanto modo de existencia) entre lo encerrado en su territorio y lo que está fuera de él, que a su vez lo constituye (cabe enfatizar que el capital tiene como pre-misa y condición al mercado mundial). Más aún, indica que el objeto del capital es el trabajo global, al cual el Estado (nacional) está mediando y encerrando. En definitiva, la realización del capital, la explotación económica y el dominio político, se producen en y a través de su territorialización, y en un simultáneo proceso de desterritorialización (el mercado mundial), siendo el dinero mundial su máxima expresión en lo económico, y la onu, el fmi, el Banco Mundial, la omc, la oit, etcétera, la expresión bajo diversas formas políticas.

Por otra parte, la territorialización-desterritorialización del dominio es un proceso determinado por el desarrollo del antagonismo social. Cada forma, sea el fmi, la omc, la onu, la oit, etcétera, no es sino el resultado del avance y retroceso de la lucha de clases; en ellos se cristalizan distintos aspectos del comando capitalista. Su mayor o menor pre-sencia expresa en cada territorio el modo en que se procesa la lucha local y global, tanto a nivel territorial, estatal, como a nivel del mercado mundial.

Ciertamente, el Estado nacional territorial, como hoy lo conocemos, es contingente y se erige sobre estructuras feudales, sean propias o más o menos exportadas. Si bien el proceso de territorialización es necesario a la relación del capital, no sucede lo mismo con la forma Estado-nación. El Estado nacional territorial no es el producto necesario y lógico de la relación del capital, sino más bien, como señala Simon Clarke, es el producto de una contingencia histórica: el resultado de la lucha de clases.22 El Estado nacional no es una forma necesaria del capital, aunque sí lo sea la separación de lo económico de lo po-lítico. Pero, insistamos, del concepto de capital nada se enuncia sobre el Estado nacional. En este sentido, el largo pasaje del feudalismo al capitalismo implicó la destrucción de formas de dominio y explotación unificadas en formas discretas diferenciadas.23 La destrucción de la unidad del dominio político y la explotación económica dieron lugar a la emergencia de esferas diferenciadas (lo económico y lo político) teniendo por objeto un mismo sujeto (los trabajadores) pero al cual se lo “trata” de modo diferenciado (como trabajador y como ciudadano) (Pascual y Armagno, 2009). En este sentido, Clarke indica que el Estado territorial preexiste, en cuanto forma, a las relaciones sociales capitalistas. Pero aquí no se está diciendo lo mismo que Engels en El origen de la familia, la propiedad

22 Clarke, op. cit.23 Holloway y Picciotto, op. cit.

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privada y el Estado. Engels desprende la forma Estado del contenido capitalista (el mo-vimiento que efectúa para dar cuenta de su interpretación de la dialéctica hegeliana). Ya Hegel había precisado que no hay forma sin contenido, la forma sino sería una forma de nada. El contenido y la forma del Estado absolutista (feudal) yacían en la unidad de las relaciones de explotación y dominio político. El dominio político y económico lo ejercían los señores feudales a través de sujeciones personales de vasallaje.24 El Estado (absolutista) y los señores feudales eran todo y uno mismo (“El Estado soy yo”, pudo enunciar Luis xiv). La explotación se producía por medio de la coerción política.

Las luchas campesinas y burguesas fueron socavando dicha forma de dominio y explo-tación dando lugar a un proceso de desujeción de las relaciones sociales. Dicho proceso resultó en la despersonalización del dominio.25 Al mismo tiempo, como mencionamos, la expropiación de los productores de los medios de producción transformó a los campe-sinos en trabajadores libres. Fue este cambio en el contenido del dominio lo que implicó una transformación de su forma. El Estado (absolutista) fue separado de la explotación, así como los señores feudales fueron expropiados de los medios de coacción.26 Basta esta mención para comprender que la separación de los productores de los medios de producción, y su expresión lógica –la separación de lo económico respecto de lo político– se erigió sobre estructuras preexistentes, pero modificándolas en su forma y contenido:27 el Estado (territorial) es una forma política que preexiste y al mismo tiempo se redimensiona con la emergencia de las relaciones sociales capitalistas.

La territorialización de lo político tomó la forma de Estado nacional, pero ésta no fue ni lógica, ni históricamente necesaria. Dicha territorialidad (nacionalizada y estatalizada) del dominio fue el producto del despliegue del antagonismo social. Se erigió sobre las estructuras feudales que estaban siendo socavadas en la lucha. En tal sentido, la univer-salidad de las relaciones capitalistas se expresó al interior de cada territorio a través del levantamiento de aduanas y en la unificación de los territorios en dominios mayores e impersonales. Asimismo, la nacionalización del Estado fue el modo en que se incorporó a la clase trabajadora políticamente, lo que puede denominarse como un proceso de ciudadanización-nacionalización. La nacionalización de las clases trabajadoras se produjo a lo largo del siglo xix, en Europa, y de modo más o menos acabado durante la segunda parte del siglo xx, en las periferias capitalistas.28

24 Perry Anderson, El Estado Absolutista, México, Siglo xxi Editores, 2002.25 Gerstenberger, op. cit.26 Weber, op. cit.27 Clarke, op. cit.; Burnham, op. cit.28 Porto Gonçalves, op. cit.

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No obstante, no se está diciendo que el capital no se territorializa, de hecho se ha mencionado que el capital depende de su efectiva territorialización para alcanzar la explo-tación y el dominio del trabajo. Lo que se desprende del argumento es que el capital no tiene como necesidad la existencia del Estado-nacional-territorial. O mejor, de la territo-rialización en la forma de Estado (nacional). Esta exposición aclara el argumento a favor de que: el sistema mundial capitalista no está conformado por un agregado de Estados (nacionales). Como muestra Holloway, el mundo está partido en un sistema de Estados y reunificado en el sistema de las relaciones internacionales.29 Eso es, entre otras cosas, lo que nos informa la participación de los Estados en organismos multilaterales. A pesar de la falta de un soberano global en el sistema internacional, las relaciones interestatales no están regidas por la ley de la naturaleza.

Es decir, así como los capitalistas se informan —es decir, se les impone— a partir del sistema de precios y de la moneda internacional que participan y dependen de la explo-tación del trabajo global, los Estados se (y nos) informan que participan del dominio global sobre el trabajo (mediando en el desarrollo del antagonismo local, regional y global) por medio de su participación en foros internacionales, organismos multilaterales, etcé-tera. Los Estados (nacionales) están sujetos abstractamente al dominio del trabajo glocal-mente.30 En este sentido, el Estado puede ser comprendido como el modo de existencia del dominio del capital global, mediando, a su vez, entre el antagonismo local-global y viceversa. En él se procesan ambos movimientos: el de la lucha entre capital y trabajo a nivel global y, simultáneamente, a nivel local mediando con el plano global.

Lo hasta aquí pronunciado es relevante por al menos dos motivos. El primero con-cierne a una necesidad teórica: reformular el debate, que parece no haber conducido a ningún puerto, entre aquellos que suponen una lógica de la globalización que dinamita la existencia del Estado y otros que defienden y asumen acríticamente la existencia del Estado. Entre ambos subyace un elemento común: el presupuesto de que Estado y mer-cado son dos formas constituidas (fijas) y opuestas. En el primero, el Estado está siendo abolido por el mercado; en el segundo, el Estado sigue siendo central para la imposición del mercado (mundial). Precisamente, el desplazamiento propuesto da un paso al costado e invita a comprender que la emergencia de formas políticas globales no necesariamente llevan a la desaparición del Estado y al relajamiento de su dominio: más bien, lo político global es la realización de lo político, y al momento se ha producido en simultáneo con y mediante de la existencia del Estado (nacional), ejercitando un reforzamiento de su dominio.

29 Holloway, 1995, op. cit.30 Glocal es el término que intenta expresar la doble dimensión de las relaciones sociales capturadas

en el Estado: global y local.

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En este sentido, el reforzamiento del Estado no se produce respecto del mercado, sino de su objeto: la clase trabajadora. Durante el neoliberalismo (o la globalización, aquí operan como equivalentes), el momento de mayor liberalización comercial e imposición del mercado mundial (que en Argentina tomara el nombre de “relaciones carnales” con los Estados Unidos según el propio Canciller), fue cuando los Estados (nacionales) pudieron avanzar en políticas contra los trabajadores que dieron a conocerse, entre otras, como la Reforma del Estado. Es decir, políticas de mercantilización de las relaciones sociales o, en otras palabras, de imposición del valor. Evidentemente, este es el núcleo del problema, pues en la superficie social se presenta como un avance del mercado sobre el Estado, pero paradójicamente sobre la base de una participación activa del Estado. Si Estado y mercado estuvieran enfrentados, entonces, tal subversión puede explicarse a partir de una hipótesis ad hoc: el Estado fue conquistado por las corporaciones del mercado.

En lo que sigue ilustraremos con el caso argentino lo que hemos desarrollado teórica-mente. Como dijimos, el caso argentino, dada su radicalidad durante la década de 1990 en su sujeción al mercado mundial (el denominado “mejor alumno” del fmi), nos da lugar a observar empíricamente lo que hemos intentado demostrar en la teoría, a saber: que la realización de lo político se efectúa en lo global, o dicho con otras palabras que el momento de mayor poder político estatal se produce en el momento en que el Estado nacional se sujeta al mercado mundial. Asimismo, esta realización de lo político es un producto de la lucha de clases, y como tal puede avanzar o retroceder acorde con esa misma lucha. En este sentido, la crisis argentina de 2001 enuncia este retroceso de la realización de lo político global impuesto en el campo de la lucha de clases. Vayamos, entonces, al caso argentino.

LUChA DE CLASES y LA DETERMINACIóN DE LOS DESPLAZAMIENTOS DEL DOMINIO POLÍTICO: ARGENTINA 1989-2010

Las transformaciones neoliberales en Argentina se consolidaron durante el periodo que se abre en 1989 y que es conocido como menemismo (por el presidente Carlos Menem, que gobernó el país entre 1989 y 1999). La extensión de esa especificidad de gobierno abarcó de 1989 a 2001, año en que la insurrección social de diciembre dio por tierra con el modo de gobernar inaugurado en aquel momento.

En otro trabajo, uno de nosotros afirmaba que: “[L]a estabilidad fue el modo en que se desenvolvió la lucha de clases en la Argentina durante el menemismo (1991-2001). El término [estabilidad] no sólo refería al control inflacionario, sino también a la con-formación de un imaginario social en el cual la estabilidad se constituía en un milagro en el cual se lograba poner bajo control a lo político (el conflicto social), a través de la estabilización del régimen político democrático en sentido estrictamente capitalista, y a lo

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económico (disputas salariales), bajo la modalidad de control inflacionario. La aparien-cia de la estabilidad dio lugar al imaginario del fin de la lucha de clases en Argentina”.31 La estabilidad implicó, entre sus características más importantes, un proceso de apertura arancelaria de la economía (aunque mediada por el proteccionismo que significó el Mer-cosur), y la incorporación al mercado mundial a través de la inmediata transformación monetaria de “un dólar = un peso”. Es decir, que los flujos de dinero quedaban aferrados a los flujos del dinero global. El Banco Central, autonomizado del Ejecutivo Nacional, perdía su potestad de emisión libre de circulante y de prestamista en última instancia, quedando sujeto a los flujos del dinero global. En definitiva, el poder del dinero global se instalaba en la Argentina. Al mismo tiempo, entre 1991 y 1994, se consolidó el proyecto de unión comercial entre Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay conocido como Mercado Común del Sur (Mercosur). Finalmente, en 1994 una reforma constitucional dio mayor jerarquía a la ley internacional, la cual pasaba a tener primacía sobre la ley local.

Aquí puede vislumbrarse que el eje que dominó el debate que recorrió la década de 1990 en Argentina, y que, con sus especificidades, retomaba el debate sobre globalización versus Estado-nación fue una discusión que giró en falso. Ciertamente, a primera vista el Estado parecía quedar sujeto a los dictámenes internacionales. Las visitas de funcionarios de organismos de crédito internacionales, con sus proyectos económicos y revisión de puesta en marcha de los mismos, hacían que pareciera que el Ejecutivo Nacional era un apéndice de aquéllos. Sin embargo, dicha sujeción, que se mostraba como la extinción del Estado y su cuasi reemplazo por agentes internacionales, parece socavarse si com-prendemos el objeto del Estado. Veamos muy ligeramente esto.

En 1989 y en los años subsiguientes se desató en Argentina un proceso hiperinfla-cionario. Éste supone la suspensión (aunque no su cuestionamiento) de las relaciones capitalistas. La moneda perdió sus funciones, el capital perdió las certezas de realización de la inversión, etcétera. La hiperinflación, según muestra extensamente Bonnet,32 fue el modo en que se manifestó la incapacidad del capital y su forma Estado de conducir el antagonismo. La inestabilidad económica durante los ochenta expresaba la imposibilidad de disciplinar a los trabajadores. Éstos echaban por tierra cada intento de disciplina a partit de una continua lucha sindical (puja salarial) que eliminaba los ajustes puestos en marcha durante el gobierno de Raúl Alfonsín en la década de 1980. Al mismo tiempo,

31 Rodrigo F. Pascual, “La forma de Estado en Argentina, post 2001 como expresión (de las transfor-maciones) del antagonismo social de los años noventa”, en Fernández y Senén González (comps.), Estado, instituciones laborales y acción sindical en países del Mercosur frente al contexto de la crisis mundial, Buenos Aires, Prometeo, 2010.

32 Alberto Bonnet, La hegemonía menemista. El neoconservadurismo en Argentina, 1989-2001, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2008.

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la hiperinflación era índice del fracaso de dicha lucha por imponer los términos de los trabajadores. Tras eso, la paridad cambiaria y su consecuente inserción global, lejos de debilitar el poder de mando del Estado, lo fortaleció. Ello quedó revelado en un largo ciclo de estabilidad monetaria (lo cual no era precisamente la característica histórica de la Argentina, tras la emergencia y consolidación de su clase obrera) y en una hegemonía también duradera y estable.33

En este sentido, puede decirse que el resultado de la lucha de clases en Argentina significó la exogenización del antagonismo.34 Es decir que el Estado, ante la imposibi-lidad de asegurar estabilidad monetaria, se sujeta al valor global a través de la Ley de Convertibilidad, cediendo de este modo (de hecho) una función soberana estatal: la regulación de la moneda. Visto desde la perspectiva estatal, lo que se produjo fue una exogenización del antagonismo, o dicho de otro modo, desde la perspectiva del mercado mundial (el capital), lo que se produjo fue una realización del dominio político global. En otras palabras, el poder político se desplazó fuera del Estado territorial y se impuso con mayor virulencia el poder del capital global. Dicho proceso se presentó como disolución del Estado cuando, precisamente, mostraba su mayor eficacia en la implementación de políticas. Y este proceso de desterritorialización del dominio se produjo en y a través de la sujeción monetaria en el mercado mundial, por medio de la cuasi dolarización de la economía permitida por la sanción del Plan de Convertibilidad.

Así, el momento de mayor estabilidad política y económica de la Argentina fue cuando el Estado parecía quedar debilitado frente al poder del dinero global. Esto puede ser inter-pretado, como venimos haciendo, de un modo muy distinto al que sostiene la hipótesis del fin de los Estados, o lo que es similar a la sujeción por servilismo imperial. Más bien, la realización del dominio político global supuso, al mismo tiempo, una mayor fortaleza y eficacia del Estado argentino. Pero insistamos con que esto se revela de este modo si se comprende que el objeto del Estado no es su capacidad de regular los mercados, o de producir pleno empleo, por ejemplo, sino el dominio del trabajo.

Con esto no estamos diciendo que la lucha y la resistencia hayan desaparecido, sino que cambió en su forma; o como suele decir Negri, pasó a un nuevo nivel. En tal senti-do, las luchas que se desarrollaron en la década de los 90, más específicamente el ciclo de luchas que se abrió con los cortes de ruta, en 1996, que culminaron con el estallido social de 2001 y la subsecuente caída de presidentes. Ahí se condensó el modo de desen-volvimiento de aquellas luchas, y la respuesta política fue la devaluación de la moneda, es decir, la derogación de la ley de convertibilidad. Esta medida fue restando autonomía al Banco Central y concentrando poder en los sectores políticos del Ejecutivo Nacio-

33 Bonnet,Bonnet, op. cit.; Pascual, op. cit.34 Pascual, op. cit.

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nal. La devaluación significó una “endogenización” del poder político, en tanto que el Estado retomó cierto papel en la regulación de las luchas locales a través de la moneda, expresándose como su capacidad de negociador entre las disputas entre capital y trabajo, así como entre distintos sectores capitalistas. En el sentido de nuestro argumento, las luchas de la década de 1990 fueron resignificadas a partir de lo político estatal reterrito-rializando la lucha, pero en un nuevo nivel. Es decir, las luchas corroyeron el poder global, al tiempo que debilitaron la capacidad del Estado de disciplinar a la clase trabajadora. De ahí la conjunción de la presencia de una nueva centralidad del Ejecutivo Nacional, más específicamente de los ministerios “políticos” (así como la combinación de apoyos en instancias supranacionales como por ejemplo el Mercosur y la Unasur). En este mismo sentido, la inestabilidad monetaria, la inflación, pueden entenderse como un indicador de este modo de comando capitalista endogenizado y debilitado… desrealizado en el campo de la lucha de clases.

Sin embargo, esta desrealización (endogenización) no se produjo sólo en Argentina, así como tampoco implicó una mera vuelta sobre la estructura estatal. Si se observa el desenvolvimiento de la lucha de clases en Sudamérica se puede notar que el proceso de endogenización fue una característica de varios de sus países. Pero al mismo tiempo supuso formas de coordinación de políticas de estabilización social a nivel regional. En este sentido pueden comprenderse las posiciones comunes de Argentina, Venezuela y Brasil frente al alca en 2005,35 así como el consenso de Buenos Aires, en 2003, entre Argentina y Brasil, o el relanzamiento del Mercosur con la incorporación de Venezuela, en 2005, y finalmente el proyecto de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), el cual fue central en la estabilización política de Bolivia, en 2008.

CONTENIDO y FORMA: EL DESENVOLVIMIENTO DEL ANTAGONISMO SOCIALENTRE CAPITAL y TRAbAjO

En síntesis, como se ve en este último punto, los desplazamientos en las formas del dominio deben verse en relación con las respuestas que el capital, en su forma política, da a las luchas sociales.36 Así, el movimiento hacia el mundo, por llamarlo así, o hacia

35 Julián Kan, “Coyuntura política reciente en América Latina. Análisis de algunos cambios en las estrategias de integración regional. De Cancún 2003 a Mar del Plata 2005”, ponencia presentada en las xi Jornadas Interescuelas, Tucumán, 2007.

36 Antonio Negri, “Interpretación de la situación de clase hoy: aspectos metodológicos”, en Antonio Negri, y Félix Guattari, Las verdades nómadas & General Intellect, poder constituyente, comunismo, Madrid, Akal, 1999.

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“unidades” superiores al Estado (pero no necesariamente supraestatales), no es sino un modo de respuesta del comando capitalista. La forma Estado, en tal sentido, se muestra contingente al mismo tiempo que muestra su presencia. Una presencia que se revela como central respecto de su objeto: el dominio de la clase trabajadora.

Lo dicho aquí conduce a afirmar que la realización de lo político en el plano mundial no ha llevado, hasta el momento, a la desaparición del Estado, sino a su fortalecimiento político (siempre medido respecto de su objeto). Por ello, lo que se comprende como postneoliberalismo tal vez tenga que ver con el modo en que se procesó políticamente el antagonismo social durante la década de 1990. Es decir, como una recapturación por parte de los Estados de ciertas funciones soberanas (comando del antagonismo). De este modo, lejos de implicar el fortalecimiento de los Estados, nos encontramos con una mayor debilidad relativa respecto de la década anterior en relación a su objeto. En otras palabras, contrariamente a lo que aparece en la superficie social, las concesiones a las clases subalternas son índice de debilidad estatal.

Asimismo, las mismas luchas recondujeron lo político hacia lo estatal. Esto es lo que hemos denominado como endogenización del antagonismo social, o mejor, como un pro-ceso de desrealización de lo político. Es a esto que se le llama recuperación de funciones soberanas del Estado. No obstante, esto no refuta nuestro argumento a favor de que no haya nada en el concepto de capital que nos informe acerca de la existencia del Estado, sino más bien que éste ha sido el resultado de la lucha. Lo que sí se puede decir es que la especificidad del capital, como forma histórica de dominio, es su desdoblamiento en un momento político y otro económico. El Estado, en tanto que forma-proceso del antago-nismo, sigue siendo una mediación en el desenvolvimiento de la lucha de clases global, regional y local. En tanto que forma, sus transmutaciones dependen del desenvolvimiento de su contenido, y eso es lo que intentamos mostrar en el apartado anterior.

En definitiva, las distintas manifestaciones de territorialización de la lucha de clases son la expresión del modo en que se desenvuelve el antagonismo entre capital y trabajo. La territorialización estatal, como se desprende de la exposición, no es sino el modo en que se cristalizó dicho antagonismo, una contingencia histórica pero no necesaria.

Finalmente, el recorrido que hemos propuesto intentó mostrar que el momento de mayor imposición de las relaciones sociales capitalistas, el momento en que el capital se presentó como infalible fue cuando parecía que el Estado era un apéndice de los orga-nismos internacionales. En tal sentido, lo político global parecía imponerse localmente. Pero como se dijo, tal imposición fue producto de la necesidad de autodisciplina del Estado, primero, para luego disciplinar a la clase trabajadora. En esta doble sujeción se muestra que la imposición de lo global es el momento de mayor realización del dominio político capitalista; en tal sentido, casi toda la literatura acuerda en que la década de 1990 fue la más regresiva para los sectores asalariados. Así, si el Estado por medio de sus

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gobernantes puede decir que tal o cual medida contra los intereses de los trabajadores la tiene que efectuar porque no hay otra alternativa (There is no alternative), sea impuesta por organismos internacionales de crédito o por los analistas de índices de riesgo país, o lo que fuere, entonces es cuando lo político encuentra su realización en lo global en-y-por-medio del Estado.

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EntRESIjOS DEl pODER: factIcIDaD y fISuRaS

José Luis Tejeda González

El artículo nos presenta una discusión sobre la evolución de los Estados unitarios y concentra-dos a poderes fisurados y fragmentados; analiza la división clásica de los poderes en Ejecutivo, Legislativo y Judicial, así como la división funcional en poder económico, político e ideológico. Se ve cómo se relaciona la legalidad con los poderes fácticos y cómo inciden en la proliferación de poderes difusos. Se hace una reflexión crítica de cómo el poder fisurado se relaciona con el pluralismo democrático. Asimismo, se considera que los poderes ciudadanos pueden actuar mejor a partir de las fisuras que deja el poder.

Palabras clave: Estado, poderes fácticos, división de poderes, pluralismo, poder fisurado.

AbSTRACT

The article presents us a discussion about the evolution of the States unitary and concentrates to a fissured and fragmented powers. Discusses the traditional division of powers among the executive, legislative and judicial as well as the functional division into economic, political and ideological power. One sees as the legality relates to the factitive powers and how they affect the proliferation of diffuse powers. There is done a critical reflection on how fissured power is related to democra-tic pluralism. It also believes that civil powers can act better from the fissures that the power leaves.

Key words: State, factitive powers, division of powers, Pluralism, fissured power.

DEL ESTADO A LOS PODERES DIfUMINADOS

En los estudios clásicos de filosofía y ciencia política, el estudio del Estado ha ocupado siempre un lugar relevante. Es la organización política y territorial que ejerce el poder y la dominación sobre los seres humanos. Los orígenes del Estado se rastrean hasta Me-sopotamia, donde se confunde con la formación de la monarquía.1 Aparece cuando un sector de la población se desprende del resto de la sociedad y asume atributos de mando

1 Susan Wise Bauer, Historia del mundo antiguo. Desde el origen de las civilizaciones hasta la caída de Roma, Barcelona, Paidós, 2008, pp. 25-27.

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j.l. tEjEDa ENTRESIJOS DEL PODER: fACTICIDAD Y fISURAS

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y autoridad. Se realiza por motivos administrativos, políticos, religiosos o bélicos y esta-blece un orden público donde unos cuantos mandan y la mayoría obedece y acata lo que le ordenan. Ese es el motivo por el que Sartori decía que en la comunidad democrática ateniense no existió el Estado.2 No hay pacto de dominación y es una forma de autogo-bierno en donde no se alcanza a diferenciar un grupo gobernante de la comunidad. Así que el concepto del Estado conlleva la existencia de un orden político y territorial que implica el uso de la fuerza y la coerción, así como las formas consensuales para que un sector de la población se imponga sobre los demás, que se vuelven súbditos o esclavos. El Estado es definido en términos generales como la organización política que cuenta con una autoridad gubernativa, posee una jurisdicción territorial, un componente adminis-trativo, un sistema de códigos y leyes y el aparato coercitivo y represivo.

En realidad, la discusión sobre la naturaleza, los fundamentos y el funcionamiento del Estado es tan antigua como la existencia del mismo. En un primer momento se le asocia con la figura de las ciudades-Estado donde Aristóteles expresa como nadie el modelo natural y familiar.3 En los tiempos medievales, la Iglesia católica no oculta su adhesión y satisfacción por la monarquía con fundamento divino.4 En los albores de la moderni-dad, en los autores contractualistas se reflejan las disparidades en la visión del Estado. Hobbes defiende un Estado absolutista, donde se le considera un ente artificial, necesario para contener las pasiones humanas e impone un orden público sobre la violencia y el temor ante los intereses particulares de gente egoísta, que sólo vive en el conflicto y la discordia.5 El Estado liberal, en cambio, es visto como una entidad mínima, reducida a funciones de gendarme, que no debe inmiscuirse más allá de lo indispensable en los asuntos de la libertad individual.6 Y los fundamentos del Estado democrático se encuen-tran en un poder constituyente, dados por el soberano popular que sustituye y ocupa el

2 Sartori afirma que el uso del concepto del Estado se da con cierta consistencia hasta los siglos xvi-xvii y antes se hablaba de ciudad, reino, soberanía, entre otros términos. Con menos razón se aplica el uso de la idea del Estado a la comunidad ateniense. Giovanni Sartori, Teoría de la democracia 2. Los problemas clásicos, Madrid, Alianza, pp. 344-345.

3 Si bien Aristóteles pretende cuestionar a quienes igualan al Estado con las familias y le ven como una gran familia, dice que el Estado es una asociación natural superior a la actividad individual y el hombre un ser sociable por naturaleza. Aristóteles, La Política, Madrid, Espasa-Calpe, 1980, pp. 21-24.

4 Tomás de Aquino, La monarquía, Madrid, Tecnos, 1995, pp. 39-40.5 Hobbes, Thomas, Leviatán o la materia, forma y poder de una república, eclesiástica y civil, México,

Fondo de Cultura Económica, 1980.6 La razón última de la sociedad civil o política en Locke es la protección de la sociedad y la defensa del

derecho de propiedad. John Locke, Ensayo sobre el gobierno civil, Madrid, Aguilar, 1979, pp. 62-65.

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lugar del monarca soberano a la larga decapitado y destronado.7 La imagen corporal que vinculaba al monarca con el Estado y con la autoridad va a rodar por los suelos a partir de las revoluciones políticas y sociales de los últimos tres siglos y medio. El poder se va secularizando y la imagen positiva del Estado se iría invirtiendo a la larga.

Sólo hay que considerar que Hegel hace una de las apologías más sublimes de la con-dición estatal. Eleva el Estado al momento supremo de la eticidad y de la universalidad.8 Le apuesta a la monarquía constitucional y los hegelianos de la derecha se apoyarían en esta imagen estática y conservadora, para defender el orden público por encima de todas las cosas. En Hegel, el culto a lo estatal alcanza su cénit y a la par de la conjunción del sistema hegeliano con el estatismo moderno, sobreviene la imagen inversa. Así como Marx invierte filosóficamente a Hegel, lo hace en lo relativo a lo estatal. El marxismo desacraliza la condición estatal y la reduce a un mundo que expresa los intereses de la clase dominante, en algo más bien parecido a lo que sería la sociedad civil, o el Estado incompleto hegeliano. El marxismo se atreve a concebir un mundo sin Estado y sin autoridad política. Lo hace avalando el socialismo saintsimoniano, de un mundo admi-nistrado libremente, apoyado en la ciencia y la tecnología sin necesidad de recurrir al orden coercitivo dominante que acompaña tradicionalmente a la imagen estatal y que los hegelianos habían cubierto bastante bien con su mitificación del ámbito estatal.9 El uso del concepto del Estado es propio de la filosofía y la teoría política europea. La desacralización de lo estatal, el auge de lo social y la diferenciación de la sociedad civil, hace que lo estatal vaya perdiendo la centralidad que tuvo en sus mejores momentos. Una sociedad sin Estado, ausente de dominación se vuelve una aspiración de las ideas socialistas y libertarias.10 Una sociedad con un Estado disminuido se convierte en una aspiración del liberalismo contractualista. La experiencia democrática evolucionaría a la larga, hacia un modelo de sociedad con poderes difuminados, distribuidos y contrape-sados entre sí, como veremos más adelante. El estatismo autoritario va a seguir dando de que hablar en sus versiones soviética, nazi, socialdemócrata, nacionalista y populista, sólo que ahora debe justificar su existencia y su razón de ser ante modelos alternativos

7 Es Rousseau quien sienta las bases conceptuales de la democracia moderna con la idea de la soberanía popular. Jean Jacques Rousseau, “Del contrato social”, en Del contrato social. Discurso sobre las ciencias y las artes. Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, Madrid, Alianza, 1980, pp. 24-26.

8 G.W.F. Hegel, Filosofía del derecho (Nuestros Clásicos), México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1985, pp. 142-144.

9 Henri de Saint-Simon, El sistema industrial, Madrid, Ediciones de la Revista de Trabajo, 1975, pp. 101-103.

10 Federico Engels, “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, en Carlos Marx y Federico Engels, Obras escogidas, t. III, Moscú, Progreso/Ediciones de Cultura Popular, 1980, pp. 347-348.

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que apelan al individuo y al ciudadano, al mercado y la sociedad civil, a los poderes in-termedios y los contrapesos sociales. Al perder la centralidad que antes poseía se iniciará el proceso de la demolición de lo estatal.

En términos conceptuales, la ciencia política norteamericana realiza un ajuste de cuen-tas con el Estado vetusto, considerado una reflexión con reminiscencias metafísicas. El behaviorismo social y el conductalismo norteamericano ansían desprenderse de los giros conceptuales y lingüísticos que le adjudican a la tradición teórica y especulativa europea. La teoría de los sistemas va a ser una de las vertientes académicas que desafía la tradición metafísica europea. El análisis sistémico, con influencias biológicas evidentes, quiere simplificar metodologías, conceptos y herramientas del pensamiento. La utilización del término “sistema político” se vuelve más abarcadora pues supera los marcos estrechos en que se ubicaba lo estatal-gubernamental.11 El sistema político engloba una serie de regularidades políticas que van más allá de lo estatal, incorpora aspectos de los partidos políticos, la opinión pública, las organizaciones sociales y cívicas, así como los procesos electorales entre otros puntos. La carga especulativa del antiguo concepto de lo estatal, se ve sustituida por el uso práctico y maleable del sistema político. Eso es propio de la disputa habitual de las ciencias sociales norteamericanas por alejarse de las teorías sobre-cargadas del pensamiento del viejo continente. La evolución del concepto del Estado se va a enfrentar a nuevos desafíos con la experiencia histórica y política del siglo xx. Resulta que del pensamiento de izquierda, marxista y crítico, se trabajó en aras de la superación de la política, del poder y del Estado. La extinción del Estado sería una de las promesas más incumplidas del ideario de las izquierdas. En todos los casos de las revoluciones triun-fantes se da lugar a Estados hipertrofiados, todopoderosos, que lejos de acercarse a su disminución y desaparición, cada vez se volvían más fuertes e incontrolables. El Estado devoraría individualidades, comunidades y colectividades, justificando su razón de ser y su comportamiento hasta el infinito.

La crisis del marxismo que llega hasta la caída del socialismo real y que abarca la década de 1980, se ve acompañada por el auge del posestructuralismo y la posmodernidad, en que se habla de la crisis de los proyectos, la ausencia de un futuro mejor y una extensión indefinida del presente. El redescubrimiento que se realiza de la obra de Nietzsche corre a cargo de una vertiente de la filosofía posmoderna, que nos retrae a la omnipresencia del poder. En la obra de Nietzsche, lo humano está atravesado por la voluntad del po-der.12 En vez del cristianismo que inhibe la voluntad humana por excelencia, porque

11 Uno de los autores sistémicos como Easton, vincula los avances de la investigación empírica, el conductalismo social y la teoría sistémica. David Easton, Esquema para el análisis político, Buenos Aires, Amorrortu, 1969, pp. 38-45.

12 Friedrich Nietzsche, El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo, México, Alianza, 1974, pp. 33-34.

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nos hace voltear hacia los débiles y exaltar la piedad, Nietzsche regresa a dioses vitalistas, que se afirman ante la vida y ante el mundo, lejos de negarla o darle la espalda. Este vitalismo nietzscheano es revisado por Foucault para encontrarse con la omnipotencia y la omnipresencia del poder.13 Lejos de la ingenuidad de las izquierdas que intentaron salirse del poder, superarlo y extinguirlo progresivamente, el posmodernismo político se ofrece más bien realista y pesimista. El poder es una relación humana de fuerzas, que lo mismo se da en los vínculos de pareja y en las relaciones sexuales, que en el ejercicio del mando y la autoridad en una sociedad. El marxismo instrumentalista había concebido que la dominación y la opresión respondían al carácter de clase del Estado, así que al suprimirse el mando de la clase opresora se iría volviendo innecesaria la existencia del Estado. Los resultados históricos demostraron que las clases oprimidas y subalternas, lejos de empujar hacia una sociedad sin clases y sin opresión, dieron lugar a nuevas formas de control, opresión y dominación que se reprodujeron y se validaron en sí mismas. La viabilidad y la existencia del poder revolucionario dependía de mantener formas opre-sivas en la relación política. El dilema de la extinción del Estado se iría metiendo en un callejón sin salida, al grado de que los socialismos triunfantes optaron por mantener viva la revolución, reproduciendo la violencia sobre la sociedad, antes que renunciar al cambio revolucionario. El poder se volvió una especie de monstruo con capacidad para generarse, validarse y reproducirse más allá de las formas históricas y los contenidos políticos que adquiriese.

De ahí viene la relevancia de la obra de Foucault. La estrategia revolucionaria de apoderarse del aparato de Estado, destruirlo y preparar las condiciones para la extinción progresiva, se vacía. El Estado se rehace, como relación social y política, lo cual debilita la identificación de la coacción y la coerción con el carácter de clase. En los socialismos reales se da una sobrepolitización de las relaciones sociales y un redimensionamiento del aparato estatal y gubernamental. Lleva a sus últimas consecuencias, las tendencias que se observan y experimentan en el mundo occidental, con una ampliación de los Estado obesos y autoritarios. El movimiento conceptual que realizan los posmodernos con Foucault por delante es que redescubren detrás de los discursos, las prácticas y las relacio-nes humanas, los hilos ocultos de un poder que se vuelve omnipresente. La discusión del Estado se va gastando y adquieren relevancia los estudios del poder, de la micropolítica y de las resistencias puntuales. El rol decisivo de los Estados en la vida económica, social y política se revierte en la década de 1980, en aras de una exaltación de la individualidad, el mercado y la sociedad civil. En lo conceptual y en los procesos históricos, lo estatal cede hacia el poder y la política fragmentaria.

13 Michel Foucault, Microfísica del poder, Madrid, Ediciones de la Piqueta, 1978, pp. 170-171.

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DIVISIóN Y DISTRIbUCIóN DEL PODER

La doctrina conservadora, que idealiza y sacraliza lo estatal y gubernamental, ve en ellos la expresión más acabada del orden público y la estabilidad social. El concepto del Estado se liga directamente con el status quo y el establishment, aquello que permite que la sociedad exista organizadamente a partir del poder político y de la autoridad pública. Lo estatal como condición civilizatoria y pacificadora. Es por eso que erróneamente se decía que la sociedad no se podía organizar por sí misma y de hecho ni siquiera existía una sociedad o comunidad antes de o al margen de lo estatal. La moderna sociedad civil iría revirtiendo la predominancia de lo estatal-gubernamental. Lo hacía, en primer término, desde los intereses estrechos de los privados, por lo que Hegel le considera un Estado inmaduro e incompleto.14 Más adelante sería portadora de intereses consensuales, alejados del mundo de la violencia organizada que el Estado expresa por origen y naturaleza. En los últimos dos siglos se ha dejado de considerar que lo estatal es superior a otras formas de organización social y política y se llega a desconfiar del poder gubernamental, se le limita y se le acota. Hay vertientes modernas del pensamiento político que ofrecen una imagen cautelosa, desconfiada y hasta negativa del Estado. El liberalismo político quiere limitar y contrapesar al poder concentrado. Los demócratas intentan distribuir el poder y promover más equidad política y jurídica. El marxismo y los anarquistas se propusieron simple y llanamente acabar con el Estado y reducir el poder a su mínima expresión. Así que la discusión acerca de la división y distribución de los poderes está lejos de ser reciente.

Ya desde la antigüedad, la democracia ateniense se opuso históricamente a los gobier-nos unipersonales y minoritarios. A pesar de ser una democracia excluyente, vista con la mirada de ahora, se daba una participación más amplia de la ciudadanía que en el resto de las comunidades políticas de la época. La tradición democrática va a chocar frontal-mente con el despotismo y el absolutismo en la era de las revoluciones fundadoras de la modernidad política. Sin embargo, en lo referente a la división de los poderes, van a ser los liberales, apoyándose en la experiencia inglesa, quienes empujan en la dirección de la limitación del poder, vía su partición. El liberalismo se deslinda de la monarquía absoluta y va diseñando mecanismos constitucionales y legales, instituciones y procedimientos, que limitan, obstruyen y bloquean el ejercicio de poderes concentrados y arbitrarios. La divisa es que el poder corrompe y el absoluto lo hace por completo. A mayor poder y autoridad, se va elevando el riesgo de que se cometan abusos y atropellos contra los súb-ditos o los ciudadanos. Un liberal clásico como Locke desconfía del poder y la autoridad y sustenta el contrato político en ciudadanos que preservan el derecho a la resistencia si

14 Más específicamente le llama Estado externo. G.W.F. Hegel,G.W.F. Hegel, op. cit., p. 192.

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el poder se volviese absoluto o arbitrario, si violentase el espíritu del contrato público.15 La protección de los derechos del individuo-ciudadano ante el poder se convierte en uno de los ingredientes centrales en la edificación del Estado liberal. Es bien sabido que la teoría constitucional de la división de poderes es modelada por Montesquieu quien se inspira en el republicanismo romano antiguo y más cercano a su época en el proceso político inglés.16 El Estado soberano queda dividido en tres poderes constitucionales y formales, que son el poder Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Mucha tinta ha corrido acerca de la relación entre los poderes, su composición y desdoblamiento, sus contrape-sos mutuos y otros aspectos que siguen dando de qué hablar. ¿Debe ser preeminente el Ejecutivo sobre el Legislativo?, ¿debe ser más importante el Parlamento?, ¿se debe dividir a su vez el poder Legislativo?, ¿cuáles son los atributos y límites del poder Judicial?, ¿quién y cómo se designan las autoridades judiciales? Son apenas algunas de las interrogantes que mantienen abierta la discusión y resolución acerca de los poderes formales y cons-tituidos. Aquí hablamos de los poderes explícitos, reconocidos y legitimados como tales en las sociedades modernas, que resultan ser sólo la variante formal en la configuración y la mutación del poder.

Las cosas adquieren otra dimensión cuando revisamos el funcionamiento real de los poderes, ¿Cómo ha quedado la división clásica de los poderes? ¿Está funcionando real-mente o se dan reconcentraciones subrepticias del poder? ¿Hasta dónde ha alcanzado su propósito de limitar el poder?, ¿es la única división posible y deseable, o se deben realizar nuevas acotaciones?, ¿en qué estado ha quedado la división clásica de los poderes? En primer instancia, hay tendencias fuertes que reclaman una reconcentración del poder, ya sea por la vía de la facticidad, de la ampliación de facultades de los poderes existentes y hasta por la generación de nuevos poderes emergentes que rehacen el entramado institucional. La postura de la que partimos es que el poder debe ser limitado, acotado y distribuido, a la vez que se dan las condiciones para el funcionamiento de un sistema político y social democrático. Las añoranzas por el monarquismo, el aristocratismo, los despotismos o las dictaduras son anacronismos que se montan sobre las debilidades de los regímenes democráticos.17 En aras de la eficacia y la funcionalidad se coquetea insistentemente con

15 John Locke, op. cit., pp. 161-186.16 Montesquieu liga la división de poderes con la tipología clásica de las formas de gobierno porque

dice que la constitución romana era monárquica, aristocrática y popular refiriéndose a los momentos en que dichos poderes se manifestaban. Charles-Louis de Secondat, Barón de Montesquieu, Del Espíritu de las leyes, Madrid, Tecnos, 1995, pp. 117-118.

17 En los teóricos de la excepcionalidad como Agamben se analiza cómo el poder monárquico divino era unitario y a los padres fundadores del monarquismo les preocupaba las implicaciones pluralistas y po-liteístas que tendría la trinidad religiosa. Giorgio Agamben, El Reino y la Gloria. Una genealogía teológica de la economía y del gobierno, Homo sacer II, 2, Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2008, pp. 99-100.

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el decisionismo económico y político, que es a todas luces antidemocrático.18 Como vere-mos más adelante, esas tendencias a la concentración del mando y la autoridad vienen con más fuerza de los poderes fácticos, en los márgenes de la institucionalidad y la legalidad y más allá de ellas, que proclaman la inutilidad de la división clásica de poderes. Se trata de sobrepoderes relacionales a los que les queda corta la legalidad republicana y que la amenazan desde flancos ideológicos y políticos diferentes. Uno de los ataques iniciales a la división clásica de los poderes proviene de quienes le consideran formal, insuficiente y que obstruyen procesos sociales y políticos dados. Es interesante observar que la iz-quierda emergente latinoamericana se ha hecho portadora de nuevas fuerzas sociales y políticas que reclaman la reconcentración de un poder social y popular. Vale preguntar si ante la desvencijada división de poderes tradicional, el poder constituyente emergente no encubre una tendencia a la reconcentración del poder que acabaría fatalmente en la implantación de nuevas modalidades de autoritarismo político. En aras de la eficacia y la funcionalidad o en razón de desatar procesos constituyentes se darían reelaboraciones hacia una centralización y concentración del mando de la que veníamos escapando.

Es un dilema importante, ya que por un lado hay una necesidad técnica e imperativos sistémicos que empujan hacia el autoritarismo y el decisionismo. En tanto, los recla-mos ciudadanos y sociales a una mayor participación en los asuntos públicos, conlleva más difuminación y dispersión de poderes, en la medida que entran más y más actores en el juego de la toma de las decisiones estratégicas. Cómo procesar esto último se vuelve una obsesión para quienes pretenden detener la división y distribución de los poderes. Así se buscan goznes, amarres, arreglos y obstrucciones que permiten más eficacia en la toma de las decisiones. Si lo que se intenta es más velocidad y efectividad en la política pública se insiste en los mecanismos centralizadores que vulneran y lesionan la vida de-mocrática. Los motivos por los que se dio la división de los poderes no han desaparecido y es de suponerse que no lo harán jamás. El poder debiera ser contenido y limitado para promover una equidad económica, política y social mayor. Los impulsos de los poderes fácticos y de los procesos constituyentes van a contrapelo de una expresión decisiva de la modernidad política como ha sido la secularización del poder, por lo que los motivos divinos, celestiales y trascendentales para justificar la autoridad concentrada han caído en desuso y son regresivos en sustancia. Los motivos técnicos a la reconcentración de la autoridad, se vuelven un subterfugio de las nuevas variantes del autoritarismo político.

Es importante lograr mecanismos que sin dañar lo neurálgico de la división de los poderes, permitan una comunicación y entrelazamiento entre los mismos, para elevar

18 Schmitt es uno de los autores más importantes del decisionismo. Lo que llama reagrupamiento humano decisivo bajo el parámetro del amigo-enemigo, facilita la toma de las decisiones por el grupo gobernante. Carl Schmitt, El concepto de lo político. Teoría del partisano. Notas complementarias al concepto de lo “político”, México, Folios Ediciones, 1985, p. 35.

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la calidad y la eficacia de la democracia. Es muy nociva la imagen que se extiende de asociar los procesos democráticos con debilidad, ineficacia y lentitud. No se debe forzar la deliberación y la discusión pública, en aras de alcanzar acuerdos y arreglos con más rapidez, aunque si es positivo que los regímenes democráticos den muestras de que se toman decisiones y que la ampliación de actores en juego no conduce a la parálisis y la inacción políticas. El propósito original de la división de poderes continúa siendo loable y sería conveniente actualizarlo con la irrupción de nuevos poderes sociales y ciudadanos. La difuminación y distribución de los poderes lleva a una equidad mayor en la sociedad, al establecimiento de contrapesos y equilibrios que ayudan a una acción política más prudente y reflexionada. La necesidad de una articulación y conjunción de los poderes debilitados es algo que deben atender cada vez más los regímenes demo-cráticos, sin recaer en las soluciones dadas en el pasado. La articulación de los poderes distribuidos es difícil e implica otra dimensión de la política democrática, en la cual se obtienen acuerdos y se toman decisiones sin contravenir el meollo de la división de los poderes, que es impedir que alguien o algo con un poder excesivo avasalle y atropelle los derechos de los demás.

Además de la división clásica de los poderes, que ahora resulta rebasada por varios flancos, se ha dado con naturalidad una división de orden analítico para entender los fenómenos del poder. Una división común ha sido aquella que nos habla de la existen-cia de un poder económico, otro político y uno más de orden ideológico y cultural.19 En esta versión arquitectónica de lo social, donde se aprecian los diferentes aspectos y modalidades del poder, se habían incorporado otras dimensiones como es lo económico y lo ideológico o cultural, al estudio del poder político por excelencia. Aunque ahora se ve lo anacrónico de la división funcional de los poderes, le da una importancia mayor a poderes más allá de lo político, al que se reducía en sentido estricto la división clásica de los poderes. La teoría constitucional reducía el poder a su expresión formal, institucio-nal y gubernamental. Se identificaba el poder con el monarca, el rey, el aristócrata, el representante y el tribuno del pueblo. Ahora sabemos que existen poderes no formales, extralegales o simplemente fácticos que adquieren tanta o más fuerza que los poderes reglamentarios. Un par de poderes, derivados de lo económico e ideológico, se han vuelto cruciales en la evolución de la sociedad política contemporánea. Tal es el caso del poder económico corporativo y el poder informativo comunicativo. De modo que las relaciones de poderes fácticos, o sea, que se dan al margen de la ley y de la formalidad institucional, o que están más allá del alcance del poder reglamentario nos hace replantear los temas habituales de la división clásica de los poderes.

19 Nicos Poulantzas, Poder político y clases sociales en el Estado capitalista, México, Siglo xxi Editores, 1979, pp. 7-10.

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EL PODER Y LA fACTICIDAD

A últimas fechas se oye hablar más de la facticidad en los estudios sociales y políticos.20 El régimen democrático expresaba insuficiencias y deficiencias que obligaban a mejorarlo y perfeccionarlo, no a ponerlo en entredicho. La superioridad que ofrecía ante otras formas de poder y gobierno residía en que era un gobierno de leyes e instituciones, más que de hombres. Se asumía como cosa dada que las normas, los valores y las institucio-nes funcionaban satisfactoriamente, por lo menos lo necesario para que se defendiese el régimen democrático, ante gobiernos unipersonales, arbitrarios y quizás tiránicos. Esta confluencia natural que se ha dado entre los regímenes democráticos y el republicanis-mo, como gobierno de la cosa pública y de la virtud pública, impedía atender las fallas y limitaciones de la vida democrática y más específicamente las distorsiones que se han venido sucediendo con el tiempo. Uno de estos asuntos que se vuelve decisivo con el paso de los años es la gestación, el crecimiento y la malformación de macropoderes fácticos, escasamente reglamentados, regulados, contenidos o francamente fuera de todo control social y político. La teoría clásica de la democracia y su complemento en la división de poderes nos enseña que el poder reside en el pueblo, que elige a los representantes y man-datarios, que son controlados por la voluntad popular y, la división de poderes impide la alta concentración del mando y la autoridad en una persona o en una institución. Hasta aquí todo suena muy bien. El asunto se pone complicado cuando resulta que se generan poderes y macropoderes en la sociedad, que influyen en los diferentes ámbitos del poder formal y establecido o que incluso dañan de origen la legitimidad de los Estados demo-cráticos, al convertirse en poderes que manejan, movilizan y utilizan a la opinión pública para intereses y propósitos privados y hasta inconfesables.21 Las vertientes de la teoría política democrática realista lo ven como un mal necesario y lo justifican afirmando que mientras esos poderes fácticos jueguen las reglas de la competencia política y electoral, respetando el marco legal, no habría ninguna dificultad.

Lo fáctico se ha vuelto tan decisivo cuando las estructuras institucionales, formales y legales quedan condicionadas de imponer su autoridad constitucional, emanada de un mandato popular sobre poderes que les desbordan y sobrepasan. Aún más, hay que

20 Habermas dice que la teoría de la política y del derecho cada vez están más escindidas entre la validez y la facticidad. Jürgen Habermas, Facticidad y validez. Sobre el derecho y el Estado democrático de derecho en términos de teoría del discurso, Madrid, Trotta, 2008, p. 68.

21 El debate acerca del poder es muy amplio y hay corrientes que le identifican con el consenso y la persuasión. El poder en términos coercitivos se entiende como imposición por el que una persona obliga a otra hacer algo en contra su voluntad. Steven Lukes, El poder. Un enfoque radical, Madrid, Siglo xxi Editores, 1985, pp. 41-42.

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ver si los poderes reales y verdaderos están más allá de todo control social y ciudadano. Este es el quid de la cuestión de la facticidad y del futuro de las sociedades democráticas. Al desarrollarse el mundo moderno se vino abriendo una contradicción creciente entre quienes pierden poder aun en posesión del trono y el cetro y quienes lo van adquirien-do sin títulos de nobleza o al margen de las casas reales. El proyecto de la modernidad política diseñó un Estado donde el poder de los reyes, la aristocracia y la Iglesia católica ceden ante el poder popular. La imagen gráfica de la Francia revolucionaria, en donde el Estado llano se erige en Estado nacional no podía ser más ilustrativa. Los representantes sociales y populares encarnan a la nación y no hay más poder que el de la ciudadanía organizada. A la par con eso, la evolución y el crecimiento de los poderes fácticos, del poder económico del capitalista, no sólo no se detiene, sino que se incrementa con el tiempo, agudizando la contradicción de los mismos, con los reductos del poder conservador y con los nacientes e inmaduros poderes sociales, populares y ciudadanos. De ahí que se diera el cuestionamiento a la democracia moderna, como puramente formal y abstracta, encubridora del dominio de una clase dominante. Cuestionamiento en que por cierto convergen inexplicablemente los grupos de los extremos políticos que ven a la democracia como una ficción.

El poder fáctico por excelencia en la sociedad capitalista es el económico. Quien cuenta con el capital, los recursos económicos y financieros se convierte en el poder determi-nante en una sociedad organizada y regulada por los incentivos materiales, el lucro y el progreso económico. Los estudios centrados en la matriz económica se dan lo mismo con trasfondo liberal que marxista. Los determinismos económicos responden a una realidad abrumadora en que las fuerzas económicas definen el funcionamiento y el rumbo de las sociedades restándoles autonomía y margen de acción al resto de las actividades y de las esferas sociales. Es un nuevo poder concentrador que lo mismo impone agendas na-cionales y sociales, que establece un poder de veto ante aquello que claramente le molesta, ofende y lesiona sus intereses. El poder de los corporativos globales es creciente y se vuelve una de las amenazas más persistentes a los sistemas democráticos. ¿Quién o quiénes, qué instancia o instituciones les ponen un alto, les fijan límites y hacen prevalecer el Estado de igualdad jurídica ante fuerzas inmensas, inconmensurables e incontrolables? Más bien, tiende a ocurrir lo contrario, cuando los poderes legales y constitucionales se van postrando y tienden a quedar bien ante el poder fáctico por excelencia, el poder tras el trono del capitalismo y la globalización en marcha.22 Se ha insistido una y otra vez que en un sistema de mercado, los criterios de libertad mercantil y de competencia, bastan para contrarrestar y neutralizar el potencial incontrolable de los consorcios económicos.

22 Noreena Hertz, El poder en la sombra. La globalización y la muerte de la democracia, México, Planeta, 2002, pp. 19-20.

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Es de temerse que eso queda en buenas intenciones y que todo lo que se ha hecho para contener y debilitar a los complejos monopólicos internacionales se queda corto. Si una de las amenazas más latentes a los regímenes democráticos proviene del poder económico global y regional, cabe esperar que la opción democrática avance en la vía de limitar y contener a grupos económicos superpoderosos que desean estar más allá de cualquier forma de escrutinio público.

Muy asociado al poder económico, incluso considerado como una variante del mismo, está el poder mediático, informativo y comunicativo, que es otro de los poderes fácticos más influyentes y decisivos. En la medida que la política democrática moderna depende cada vez más de los medios masivos de comunicación, éstos reclaman un protagonismo creciente, en el que la mediación comunicativa se va convirtiendo en un activismo inte-resado de los poderes informativo y comunicativo. Si en algún momento se quiso ligar a los medios de comunicación con el ágora moderna, eso se ha ido evaporando. El espacio público y la asamblea democrática no se reconstruyen en el ámbito mediático o virtual. Hay un mal de origen, dado por la propiedad de los medios y por el uso comercial de la información y la comunicación, lo que se traduce en la existencia de un macropoder interesado que es un mediador del conflicto y la disputa democrática, que está cargado de intenciones, que inclina la balanza en uno u otro sentido. Hasta se convierte o quiere hacerlo, en uno de los factores de poder en última instancia. Sólo hay que recordar que la política electoral y democrática se desenvuelve, en gran medida, en los medios y la ca-pacidad de incidencia y penetración de éstos sobre audiencias y electores, les hace activos mediáticos de la disputa política. Los actores y contendientes políticos se les conoce en gran medida a través de los mass media, por lo que éstos adquieren el poder para hacer y deshacer carreras políticas, servir de contrapeso a otros poderes, desnudar y evidenciar atrocidades que se cometen desde los poderes formales y establecidos o con otros poderes fácticos. El llamado cuarto poder ha ido incrementando su presencia en la vida pública y entrelazado las más de las veces con el poder económico –del que se sería una de las ramificaciones– es capaz de orientar, influir y dirigir los destinos de una nación, de la misma manera en que desinforman, confunden, manejan y hacen lo que les place con la cada vez más confundida y difusa opinión pública.

La noción de facticidad suele referirse a poderes que están poco o nada reglamentados y en ocasiones adquieren un poder desproporcionado, más allá de lo que les permite el marco legal. Así se puede usar el término para hablar de poderes que están en condiciones de influir decisivamente sobre las orientaciones de los poderes formales y establecidos. Un sindicato muy poderoso, más aún si está fuera de los controles de sus agremiados y del resto de la población, sería propicio para ser ubicado como un poder fáctico. Lo que ocurre con las expresiones sindicales, sociales y populares es que la elasticidad del término nos llevaría a pensar en las protestas sociales y en los movimientos sociales

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como otros factores que introducen presión, facticidad y relaciones de fuerza en la toma de las decisiones estratégicas y gubernamentales. De hecho, el movimiento social y la protesta social y política irrumpen más bien como una respuesta a lo que se considera una distorsión del juego institucional y una réplica desde la calle y de la presión social y popular a lo que se percibe como una presencia abrumadora de macropoderes que están más allá de controles sociales y populares. Vivimos en sociedades democráticas y no hay que perder de vista que los gobiernos se deben a los pueblos y a los ciudadanos y si éstos deciden protestar y reclamar sobre lo que se ve como decisiones ilegítimas y lesivas, no se les puede considerar al mismo nivel de lo que sería la facticidad de grupos poderosos más allá de los controles de la sociedad. Así que un sindicato mafioso o poco representivo sería sin duda alguna otro más de los poderes fácticos que obstruyen y obstaculizan la toma de las decisiones, mientras que el sindicalismo representativo y democrático no hace sino expresar los intereses de un sector de la sociedad y la población. Así que la idea de los poderes fácticos se vincula con un cierto grado de obstrucción de los intereses sociales y ciudadanos, con una distorsión del mandato democrático de las mayorías.

De hecho, uno de los poderes fácticos que se ha vuelto descomunal y amenazante es el poder mafioso. Aún más peligroso que el poder económico y corporativo, es un macropoder que no sólo escapa a todo control social y político, sino que empuja a la descomposición de las sociedades y establece un orden impuesto con sus códigos y conductas propias al margen de la ley y en contra de la misma.23 A los macropoderes económicos y corporativos resulta cada vez más difícil ganarles la partida, neutralizarles y hacer disminuir su influencia en la vida económica, social y política. Existen, como quiera que sea, una serie de mecanismos que advierten sobre los abusos y excesos de las empresas y compañías contra los trabajadores, los clientes y los competidores, difíciles de aplicar y más complicado de que se les doblegue, pero existe un espacio para la respuesta de los afectados. La aplicación de la ley falla con regularidad cuando se trata de castigar o penalizar a un grupo o persona con poder económico. Eso se agrava en el caso de las mafias, ya que viven de la transgresión de la ley, de la explotación abierta de lo ilícito y de la difusión de la criminalidad como las herramientas que les permite reproducir su poder al margen de la ley. Nos llevan a un mundo de facticidad pura y de relaciones de fuerza, lo cual significa poner en entredicho la formulación clásica del gobierno de las leyes. Nadie al margen de la ley y nadie por encima de la misma, nos repite la fórmula clásica de los Estados jurídicos. La facticidad de las mafias nos arroja a un mundo en el que nadie se somete a la ley, no sirve para nada y las relaciones humanas se dan bajo los

23 Sapelli liga la corrupción con el espíritu de facción que carcome el Estado de derecho. Giulio Sapelli, Cleptocracia. El “mecanismo único” de la corrupción entre economía y política, Buenos Aires, Losada, 1998, pp. 17-24.

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parámetros que las mafias establecen. Existe como pura y desnuda facticidad, por lo que es una de las amenazas más fuertes no sólo a los sistemas democráticos, sino a las formas de la convivencia civilizada.

Finalmente, cuando hablamos de la facticidad eludimos hacerlo en lo relativo a po-deres formales e institucionales sobredimensionados o descontrolados. De la entrañas del ejercicio del poder físico y violento, o sea, de los cuerpos represivos y de las áreas encargadas de la seguridad pública y nacional, es muy común encontrar tendencias a la invasión de ámbitos y por la secrecía de sus actividades escapan a todo control social y ciudadano. Desde las áreas de “inteligencia” hasta las que emplean el uso de la fuerza y la coerción contra la delincuencia y los enemigos del Estado, se extiende un manto de secrecía, impunidad y falta de transparencia que se presta por naturaleza para la reproducción de una facticidad política, en que las leyes les estorban, salen sobrando o se vuelven innecesarias. Es uno de los sectores que desde dentro del aparato de Estado empuja a éste a la ilegalidad, la excepcionalidad y la transgresión de la norma. Es otra variante de la facticidad, porque si bien actúan con nombramiento y placa y lo hacen al amparo del Estado y la legalidad, en ocasiones, por la lógica misma de sus acciones y comportamiento, acaban justificando y actuando en los márgenes de la ley y más allá de la misma. Estas áreas deben ceñirse más que nadie a lo que disponen las normas legales si no queremos que se conviertan en uno de los factores legales e institucionales que bordean los límites de la facticidad y la incorporan al centro de las actividades estatales y gubernamentales. Ya podemos imaginarnos lo que estas áreas gubernamentales que operan en los linderos de la facticidad arman con los poderes que actúan al margen de la ley o con bajo control reglamentario.

EL PODER fISURADO

La imagen más acabada y corpórea del poder la ofrecía el soberano monarca, con su trono, su cetro, su indumentaria, sus protocolos, sus atributos, sus títulos o medallas. En un solo cuerpo, en una sola persona se encarnaba el poder por excelencia.24 Los reyes que se confundían con los dioses en la mitología y en la historia, eran la expresión corporal del último y decisivo poder, por eso les llamaban soberanos, es decir, no había un poder más allá de ellos. Si acaso Dios les disputaba ese poder y lo resolvían al gobernar en su nombre o porque eran su representante en la tierra. Jamás se pensaría que el poder estu-viera quebrado o fracturado, o diese muestras de una debilidad corpórea o material. El

24 Ulrich Rödel, Günter Frankenberg y Helmut Dubiel, La cuestión democrática, Madrid, Huerga & Fierro Editores, 1997, pp. 79-80.

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poder era fuerza y ejercicio máximo y pleno de la misma. La historia plagada de violencia, pasiones, sangre, traiciones y conspiraciones iría domesticando al poder y nos enseñaría a las generaciones actuales que tales imágenes corpóreas del poder son proyecciones de la debilidad, la postración y la obediencia de miles y miles de súbditos y siervos ante hombres elevados a condiciones plenipotenciarias.

El poder ahora luce fisurado. En los Estados nacionales el poder último se ha diluido y es una suma y un juego de poderes complejo lo que lleva a la toma de las decisiones de las instancias Ejecutiva, Legislativa y Judicial. La añoranza por el poder compacto es común en los tiempos contemporáneos. Al igual que ocurre con poderes fácticos no reglamentados en que las relaciones de poder se imponen desde los más fuertes, se idea-liza al poder compacto, que desciende a los sectores sociales y populares como ocurría en los tiempos medievales y en muchas sociedades premodernas. Los factores de poder, arreglaban y negociaban con el factor último del poder, que era el soberano rey. Eso daba lugar a un poder vertical y descendente, desde el que emanaban las decisiones, el mando y las órdenes. La muerte física y sobre todo simbólica de la realeza tornaría imposible esos descensos verticales, en donde un poder compacto disciplina, arregla y negocia en las alturas sin la anuencia de los pueblos y las sociedades. Teóricamente, el poder demo-crático emana del pueblo, está desprovisto de trascendencia, está secularizado y por lo mismo al alcance de cualquiera.25 Es un poder móvil que lo ocupa sucesivamente quien cuenta con la anuencia mayoritaria de la población y los votantes. A nadie se le impide aspirar, en principio, a ocupar un cargo de representación popular y las alturas no pue-den estar reservadas para élites, grupos de iniciados o privilegiados. En realidad, tendencias del pasado, poderes fácticos, grupos de presión y hasta sectores sociales y populares vuelven más complejo el proceso de la toma de las decisiones. Los mecanismos verticales y horizontales intervienen por igual, se requiere aceptación social y popular y un cierto grado de entrelazamiento con los intereses de las élites y de la clase política para ascender en la escala del poder. Así que la imagen corpórea y compacta del poder se ha desvanecido a favor de poderes fisurados y difuminados que muchos ven como una desgracia, mientras que la teoría democrática ha evolucionado al ver en esa distribución de los poderes, una de las claves del pluralismo democrático actual.

A la división clásica de los poderes se suman la existencia y proliferación de poderes fácticos y de grupos de presión, poderes sociales y populares, que actúan por su cuenta, defendiendo intereses propios y específicos. Este cuadro da un mal aspecto a los regíme-nes pluralistas y democráticos, ya que quienes se han acostumbrado a poderes unitarios y concentrados no se hacen a la idea de que el poder sea difuminado y ofrezca fisuras. Se le adjudica de inmediato una debilidad e ineficacia inherentes, con la añoranza res-

25 Claude Lefort, La invención democrática, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 1990, pp. 41-43.

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pectiva de los tiempos idos. En los procesos constituyentes, en los regímenes de facto y en aquellas políticas asociadas con la excepcionalidad se dan nuevas concentraciones de poder en manos de jefes máximos y caudillos que contradicen y niegan el trasfondo demo-crático actual. Lo cierto es que la tendencia a la división y difuminación de los poderes es casi irreversible en las sociedades modernas, al reflejar el hecho de que no existen poderes últimos y definitivos que concentran el mando y la autoridad o que ofrecen una imagen única acerca de la verdad y la dirección de la sociedad. El poder se presenta fisurado porque expresa la diversidad y la complejidad del mundo moderno. La clave está en aprender a vivir, procesar y resolver la conflictividad inherente a las sociedades democráticas. El arte de la política se mueve de la habilidad para hacerse temer, respetar y obedecer a la de encausar procesos decisorios más complejos, que implican la articulación de intereses, la deliberación democrática y el involucramiento en la toma de las decisiones públicas.26 Una de las interpretaciones pluralistas más extendidas es la de Dahl, quien sugiere incluso nombrar a las democracias actuales como poliarquías, ya que si bien es cierto que en un sentido estricto no son democracias en cuanto gobiernos emanados y controlados por los pueblos, si estamos hablando de poderes no autárquicos, y por lo mismo el poder se reparte entre diferentes instancias, instituciones, actores y sujetos económicos, sociales, políticos y culturales.27 El modelo pluralista de Dahl se apoya en la experiencia del sistema político norteamericano y otras democracias maduras. A las divisiones clásicas y funcionales en la estructuración de los poderes, se agregan nuevas presencias y reclamos que amplían el abanico de los actores participantes en la toma de las decisiones relevantes y estratégicas. El poder cultural por ejemplo, puede disputar y contrarrestar malas influencias o efectos distorsionadores emanados del poder religioso o eclesiástico y sobre todo de los medios de comunicación masiva. Se antoja una empresa difícil y a contracorriente, pero es preferible que existan esas opciones de contrarrestar a los poderes existentes, a que se anularan otros poderes desafiantes y sólo quedara el mando de las verdades oficiales e institucionales.

Viene al caso con más razón si se trata de los poderes ciudadanos. Acostumbrados a observar pasivamente como descendían las órdenes y las decisiones para ser acatadas y obedecidas por el súbdito o el cliente, ahora el ciudadano está en condiciones de ma-durar un punto de vista propio, dialogarlo, confrontarlo y hacerlo coincidir con otras posiciones personales o grupales. Actuamos en las fisuras y aprendemos a vivir con las mismas. La ausencia de poderes absolutos y últimos, nos obliga a desarrollarnos y crecer personalmente. Las respuestas acabadas no existen y menos nos las van a dar desde arri-

26 Cuando se habla de la complejidad democrática es porque se ha superado el esquema unilineal y unidireccional. Danilo Zolo, La Democracia difícil, México, Alianza Editorial, 1994, p. 34.

27 Robert Dahl, La Poliarquía. Participación y oposición, Madrid, Tecnos, 1989, pp. 13-19.

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ba como ocurría antaño. Amplios sectores de las sociedades modernas y democráticas seguirán moviéndose y actuando como si las verdades absolutas y eternas existieran, acatando lo que dictan los poderes ya establecidos en el mundo.28 Ser una extensión de los intereses de los poderes constituidos es una vía para la ciudadanía más pasiva y obediente. Cabe esperar que la ciudadanía más activa y consciente, dispuesta a desarro-llar un punto de vista que vea más allá de los intereses dominantes y prevalecientes le ofrezca otra perspectiva a la vida pública. El poder fisurado está ahí, desdoblado y con intersticios, irreversible en la medida que la pluralidad y la diversidad prevalezcan. Se le podrá enmendar por momentos, lo coserán y llegarán a los arreglos institucionales y políticos. La reconstrucción de viejos poderes se vuelve imposible y ante los intentos por imponer poderes absolutos y altamente concentrados, la resistencia y el rechazo social, la emergencia e irrupción de actores y sujetos sociales y políticos nuevos, nos conduce a un poder fragmentado y fisurado, con el que debemos aprender a existir en vez de quejarnos lastimeramente. Estamos lejos, muy lejos ya de lo que en algún tiempo sería la imagen del Estado fuerte y unitario.

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28 Kelsen decía que la democratismo se identifica con el racionalismo, mientras que la autocracia se apoya en ideologías místicas y religiosas, que justifican el autoritarismo. Hans Kelsen, Esencia y valor de la democracia, México, 1992, Colofón, pp. 143-147.

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ESTADO, GOLPES DE ESTADO Y MILITARIZACIÓNEN AMÉRICA LATINA: UNA REFLEXIÓN

HISTÓRICO POLÍTICA

Felipe Victoriano Serrano

Las profundas transformaciones que ha vivido América Latina en los últimos 50 años, resultan indisociables del proceso de militarización que sufrió el continente entre las décadas de 1960 y 1970, y que tuvo como característica central la desagregación progresiva del papel que des-empeñaba el Estado como articulador de la vida pública y promotor del desarrollo económico. Las reflexiones que siguen intentan trazar una reflexión histórico-política en torno de estas transformaciones, revisando críticamente la literatura que se generó sobre el tema y establecien-do sus momentos explicativos más problemáticos. La intención, dar una visión alternativa a la lectura que este escenario de violencia tuvo en América Latina, incorporando como elementos determinantes la integración regional de intensos procesos represivos y su articulación global con la Guerra Fría.

Palabras Clave: El Estado latinoamericano, golpes de Estado, militarización, Guerra Fría, Fascismo.

AbSTRACT

The profound political and economical transformations that Latin America has lived in the last 50 years are the result of the military process that the Continent suffered along the 60’ and 70’, having as its main characteristic, the progressive degradation in the role of the State as the articulator of the public life and the economic development. The reflections that follow attempt to trace a historical and political reflection surrounding these transformations trough a critic revision of the literature generated on the subject. The intension is to give an alternative lecture to the scenario of violence lived in Latin America, taking in to account the intense repressive processes that were incorporated as determinant elements of regional integration in the context of the Cold War.

Keywords: Latin-American State, Coup d’état, Military’s Dictatorships, Cold War, Fascism.

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F. VICTORIANO ESTADO. GOLPES DE ESTADO Y MILITARIZACIÓN EN AMÉRICA LATINA

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INTRODUCCIÓN

Durante las décadas de 1960 y 1970 del siglo xx, América Latina vivió, de manera sis-temática y estratégica, un proceso de militarización, el cual utilizó como acto político de expresión, como puesta en escena, la forma del golpe de Estado. Si bien la literatura política acuñó este término para describir la irrupción de gobiernos de facto asociados a un tipo específico de autoritarismo, en el curso de este proceso el término golpe de Estado adquirió la particularidad de expresar la captura del Estado por instituciones militares a partir de un acto material y simbólico. Material, en la medida en que fueron golpes que utilizaron infraestructura propia de una situación de guerra, movilizando sofisticados recursos para la conquista efectiva de instituciones organizadas exclusivamente desde el poder civil. Simbó-lico, debido a que dichas instituciones no sólo representaban los puntos más significativos del campo político (llámese casa de gobierno, ministerios, medios de comunicación, uni-versidades), sino que, además, sobre ellas se desplegó un conjunto de códigos altamente jerarquizados destinados a inundar el ámbito público de un principio de excepcionalidad, hasta entonces, propio de situaciones catastróficas o de agresión externa.

La toma violenta del Estado, en cuyo seno descansaba el poder político mismo, se convirtió, desde la década de 1960 en una práctica recurrente de las instituciones de de-fensa nacional, constituyéndose no sólo en actores fundamentales del proceso de cambio que sufrió el continente, sino en garantes del curso irreversible que este proceso adoptó en los años siguientes. Se trata de un proceso de cambio que implicó diversos planos de la escena nacional, y que podrían ser resumidos en la abolición de la idea tradicional de Estado y de la centralidad de las instituciones públicas que le acompañaban en el ejercicio de articulación de la vida política en sociedad.

En este contexto de militarización, los golpes de Estado constituyen un acto fundacio-nal de lo que podríamos llamar un nuevo escenario estatal a través del cual comenzaría a expresarse una forma inédita de administración de la vida política y de los asuntos públi-cos: una entelequia administrativa excepcional que, con el tiempo, destruyó el horizonte de acción que el Estado nacional latinoamericano había históricamente trazado.

En este sentido, el Estado, cuya historia en América Latina es indisociable de una violencia política que atraviesa con sistematicidad el siglo xx, vive a raíz de este proceso de militarización una transformación paradigmática. No sólo se dará fin a la estructura tradicional de Estado, a partir del cual los proyectos modernizadores encontraban su realización programática (en el “Estado nacional desarrollista” o en el “Estado nacional populista”, por ejemplo); sino que, a su vez, toma lugar la “extinción” de la idea misma de Estado, de su protagonismo ideológico, digamos: de su condición de aparato. El Estado pierde así su centralidad en las decisiones políticas y económicas, relevando su lugar a la estructura supranacional del capitalismo mundial.

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Esta pérdida ocurre de modo consustancial al agotamiento sistemático (y sintomático) de la sociedad civil y de las prácticas públicas tradicionales, describiendo con ello un estado de época que fue denominado en la década de 1990 como neoliberalismo. Éste no sólo debe ser entendido aquí como un conjunto de axiomas económicos, concibiendo lo económico como una esfera particular de la cuestión nacional. Por el contrario, debe entenderse como un programa continental de articulación de la fuerza social, que fue producto de un proceso histórico de disciplinamiento riguroso de la sociedad civil y sus relaciones políticas. De este modo, la instalación regional del neoliberalismo1 describe un acontecimiento político más que económico, puesto que las llamadas políticas eco-nómicas puestas en práctica a lo largo de este proceso de militarización –privatización, desregulación, liberalización, descentralización, por nombrar algunos lugares comu-nes– constituyen, en rigor, una economía política que tuvo como principio el desman-telamiento del Estado nacional y su estructura ideológica como promotor exclusivo del desarrollo económico. No obstante, algunos de estos procesos –la descentralización o la modernización del Estado– pudieron ser vistos con cierto optimismo político al inicio de las transiciones a la democracia, lo cierto es que en términos efectivos, concretos, constituyen parte esencial de la despolitización del Estado en América Latina. Más allá de los eufemismos e ideologemas que nutren los discursos políticos contemporáneos en torno a la necesidad de “profundizar” reformas estructurales del Estado latinoamericano, habría que preguntarse con rigor si acaso estas reformas no fueron el salvoconducto que requirió el capital internacional para hacer más “competitiva” la Región respecto de los intereses transnacionales.2

1 Si bien habría que matizar esto último, de acuerdo con las intensidades locales con que se manifestó el neoliberalismo en la región, también habría que evaluar el curso general que adoptó este fenómeno en los últimos años. No tenemos tiempo ni espacio aquí para desarrollar este punto con mayor precisión. Sin embargo, a modo de excurso, valdría la pena señalar el carácter estratégico continental que adquirió en la década de 1990 y comienzos del 2000, el conjunto de transformaciones del Estado (cuyo emblema ideológico fueron las llamadas “reformas estructurales”, las “modernizaciones del Estado” o el “consenso de Washington”) necesarias para gestionar el ingreso de las economías nacionales a la plataforma estructural del capitalismo mundialmente integrado.

2 En el caso particular de la descentralización del Estado, cuyo emblema es la posibilidad de fortale-cimiento de la sociedad civil en la toma de decisiones políticas, habría que analizar de modo concreto si acaso no constituyó (o constituye) un discurso que se encuentra cruzado, precisamente, por la pérdida de centralidad de la política respecto del mercado. Es decir, si acaso la retórica descentralizadora no es constitutiva, en términos generales, de la pérdida de politicidad de la sociedad respecto de las decisiones económicas, argumento que viene a reafirmar la idea de que las transformaciones del Estado latinoame-ricano son consustanciales a los intereses del sistema económico mundial.

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Ahora bien, en este contexto específico de militarización, el golpe al Estado representa el último acto contra el Estado latinoamericano.3 Digamos que el Estado no sólo es tomado por fuerzas político-militares hasta entonces reincidentes en el ejercicio autoritario del poder, sino que, además, dichas fuerzas tienen por objeto destruirlo (el caso chileno es literal) al punto de diluir el contenido de las relaciones políticas entre Estado y sociedad civil. No se trata, esta vez, de que los golpes sean expresión de la precariedad estructural de las instituciones políticas latinoamericanas, es decir, de su “incapacidad de encauzar y absorber el conflicto político al interior de un marco de estabilidad”.4 Por el contrario, se trata de un fenómeno que rompe la estructura misma a través de la cual el campo político y el Estado regulaban el conflicto social, administrando el desarrollo económico en torno a proyectos políticos nacionales.

Desde esta perspectiva, la última gran transformación del campo político latinoame-ricano acontece cuando el Estado es despojado militarmente de su condición histórico-tradicional de administrador de la vida pública. Esto es, cuando los gobiernos militares pongan en funcionamiento una racionalidad represiva destinada a eliminar parte sustancial del campo político con el fin de despolitizar la esfera pública hasta entonces vigente. Una vez que el Estado sea brutalmente despolitizado, perderá centralidad como articulador de la vida pública, conduciendo un conjunto de reformas estructurales que lo llevarán hacia su minimización absoluta, tal vez su forma más acabada.

Los golpes militares al Estado que comienzan a registrarse desde 1964, en Brasil, extendiéndose por la década hasta mediados de la década de 1970, marcan un periodo de grandes transformaciones en la estructura política y económica de la región, teniendo como característica central tanto la puesta en marcha de severas reformas al Estado, como también el despliegue de una política represiva sobre amplios sectores de la sociedad civil. Desde el golpe de Castelo Branco, 1964, o el golpe del general Onganía en Argentina, 1966, comienza a gestarse un nuevo tipo de violencia político-militar que tiene como objeto intervenir el Estado y reorientar la sociedad civil en torno a un paradigma de dominación hasta entonces inédito. Se inaugura así “un proyecto de dominación conti-

3 Esto último no quiere decir que ya no sea posible un golpe de Estado en la región. El reciente caso hondureño, o los intentos de golpe en Bolivia y Venezuela a lo largo de la primera década del siglo xxi (o el autogolpe de Estado de Fujimori, en 1992) parecieran constituir sólidos argumentos para desmentir la forma general de esta proposición. Más bien lo que ocurre es que el último acto contra el Estado lati-noamericano coincide con un proceso radical de descentralización y despolitización del aparato estatal, teniendo como efecto la imposición de nuevas estructuras de control político. En efecto, el Fondo Mo-netario Internacional o el Banco Mundial parecieran hoy en día tener mayor injerencia en los proyectos políticos regionales que las decisiones promovidas por sus administraciones locales.

4 Jorge Larrain, Identity and Modernity in Latin America, Reino Unido, Polity Press, 2000, p. 134.

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nental, de naturaleza hegemónica”,5 que reescribe la relación histórica entre inestabilidad política e intervención militar, a partir de la cual, el fenómeno dictatorial encontraba su explicación más requerida.6

GOLPES DE ESTADO Y MILITARIZACIÓN

Este proceso de militarización que viven el Estado y la sociedad civil tuvo la particularidad de ser epocal, describiendo con ello no sólo un fenómeno de coincidencias geográficas, sino, sobre todo, un estado de época que encontró su originalidad en los golpes “cívico militares” que irrumpieron cronológica y sintomáticamente en la primera mitad de la década de 1970 —Bolivia, en 1971; Chile y Uruguay, en 1973; Argentina, en 1976. También habría que tomar en consideración el hecho de que las dictaduras de Paraguay (desde 1954) y Brasil (1964), conducen, en los comienzos de la década de 1970, un cambio doctrinal del perfil represivo que hasta entonces habían exhibido. El “golpe dentro del golpe”, en Brasil, 1968,7 y la promulgación, en 1969, de la Ley de Seguridad Nacional por el gobierno de Médici. El golpe de Estado al golpe de 1968, en el Perú, en 1975. En este contexto represivo no habría que olvidar, ciertamente, a México, allí donde la intervención policíaco-militar del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz cobró la vida de un número aún no precisado de estudiantes congregados en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, en 1968. Ocurriría lo mismo en 1971, cuando gobernaba Luis Echeverría, inaugurando con ello un periodo de intervención radical de la sociedad que tuvo como característica central el uso del ejército y sus tácticas de guerra en contra de su propia población civil.

Como vemos, se trata de un proceso que difícilmente puede ser analizado de manera particular, remitiéndolo a las especificidades nacionales en la que dichos golpes y procesos

5 Roberto Bergalli, “El vuelo del Cóndor sobre la cultura jurídica y el sistema político”, en Samuel Blixen (ed.), Operación Cóndor, Uruguay, virus Editorial, 1998, p. 12.

6 Como rasgo esencial de aquella historia política aparece la inestabilidad endémica de las instituciones democráticas, al punto de señalar una cierta especificidad del campo político latinoamericano. Por ejemplo, el hecho de que la figura del “dictador” –representado en las historias nacionales y la literatura latinoameri-cana como el “tirano ilustrado”, “el patriarca”– constituyera una experiencia política arquetípica de América Latina. Incluso describiría a un actor esencial en la historia del proceso de modernización de los Estados-nacionales. Desde esta perspectiva, fue posible leer esta historia latinoamericana de violencia militar como la continuidad de este rasgo identitario del Estado y el curso específico que adoptaron sus prácticas políticas locales. Cfr. Ángel Rama, Los dictadores latinoamericanos, México, Fondo de Cultura Económica, 1976.

7 Idelber Avelar, Alegorías de la derrota: la ficción postdictatorial y el trabajo del duelo, Santiago, Cuarto Propio, 2000, p. 58.

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militares tuvieron lugar. Argentina, al igual que Bolivia, poseía una historia de golpes de Estado anterior a la década de 1970 completamente distinta de la que, a simple vista, uno puede apreciar en las historias políticas nacionales de Uruguay y Chile. Entonces, lo que habría que resaltar en este periodo es el momento de su integración regional, el carácter expansivo e internacional de su política represiva, a partir de la cual se alinearon las dictaduras militares. Dicha integración, que posee como punto articulador la Doctrina de Seguridad Nacional promovida por Estados Unidos durante la Guerra Fría, alcanzó niveles que configuraron lo que Alain Rouquié denominó “Estados militares”, a la hora de describir la regularidad de la variable marcial en el autoritarismo latinoamericano de estas décadas.8

Así, los golpes abrieron una nueva época, a partir de la cual hizo entrada una estrategia de integración militar de carácter internacional (caracterizada ejemplarmente en el Cono Sur por la llamada Operación cóndor), que tuvo por objeto erradicar de la región no sólo el campo político y cultural de la izquierda (el comunismo, el utopismo revolucionario, la conciencia crítica, la atmósfera intelectual a través de la cual se nutrieron los partidos políticos de la revolución) sino, principalmente, a los sujetos portadores de dicha cultura: su militancia, el conjunto de hombres, mujeres y niños que se insertaban en el horizonte de sentido que dicha cultura había construido.

Desde la década de 1960 comienza a desplegarse un tipo nuevo de violencia en el continente, una violencia que escapó de las múltiples representaciones que, por entonces, la lucha política poseía. La radicalización de las vanguardias revolucionarias de izquierda, como la creciente movilización de amplios sectores sociales, contrastó con el final abrupto que estos proyectos sufrieron una vez que los golpes desdibujaran el imaginario sobre el cual se proyectaba la idea misma de revolución. Por primera vez en la historia política de América Latina, se pone en funcionamiento una máquina global de exterminio, cuya ca-racterística más significativa fue la coordinación supranacional, el esfuerzo de integración político-policial para destruir, torturar y “hacer desaparecer” al cuerpo mismo de la izquierda latinoamericana, en una guerra unilateral que no conoció fronteras nacionales ni límites ideológicos, y que excedió con creces el marco de representación a través del cual el campo cultural de izquierda articulaba sus relaciones con la escena política de aquellos años.

8 Probablemente Centro América constituyó el ejemplo más palpable de esta dinámica de militarización del Estado, bajo los signos del Estado militar pretoriano ejercido por la dinastía Somoza, hasta 1979, en Nicaragua; el Estado militar contrainsurgente de Guatemala, desplegado durante el gobierno de Jacobo Arbenz (1950-1954) y realizado brutalmente con la intervención militar estadounidense de 1954; en Honduras durante el mandato de Oswaldo López Arellano (1972-1975); en El Salvador, principalmente con el golpe de Estado del 15 de octubre de 1979, encabezado por el coronel Adolfo Majano. Cfr. Alain Rouquié, The Military and the State in Latin America, Berkeley, University of California Press, 1987.

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LA TEORíA DEL ESTADO AUTORITARIO Y EL PRObLEMA DEL FASCISMO

En ciencias sociales, y al interior de un campo particular de la reflexión de izquierda, este proceso de militarización del Estado se denominó autoritarismo.9 Encuentra su particula-ridad más visible en el carácter fundante, sui generis, de la irrupción autoritaria en busca del establecimiento, bajo la lógica de la guerra, de un nuevo orden social de disciplina-miento de la sociedad civil, descrito a partir de la necesidad histórica de encontrar una solución violenta a la estructura de contradicción entre política y desarrollo económico, entre democracia y modernización. Desplegada por cuerpos militares altamente buro-cratizados, esta violencia tuvo por objeto implementar una lógica particular de guerra contra la sociedad civil y sus estructuras tradicionales de organización, dando lugar a un proceso de reordenamiento social cuya conducción dependió casi exclusivamente del Estado. Esta vez, bajo la noción de “Estado-autoritario”.

Si bien el autoritarismo (visto como un sistema de enunciados en torno a un fenóme-no de época) concibió al Estado como “el eje aglutinador de la investigación social”,10 habría que agregar que fue, sin embargo, el primer esfuerzo por comprender este proceso de militarización de modo genérico, integrándolo al interior de una gran tendencia de cambio a escala continental. No se trató, esta vez, de proyectos específicos de dominación cuya naturaleza se hundía en las particularidades históricas de cada Estado nacional. Por el contrario, la emergencia del Estado autoritario mostraría un rasgo continuo, cierta regularidad en resolver, regionalmente, el desequilibrio estructural entre mercado y Estado, entre política y capitalismo. Así, la teoría del autoritarismo concibió al “gobierno auto-ritario” como conductor de un proceso de burocratización estatal, de re-ordenamiento institucional, tendiente a resolver la creciente contradicción entre una cultura política radicalizada en torno a la noción de cambio social, y la estructura económica internacio-nal del capitalismo. El autoritarismo resolvió un dilema histórico, pero a través de una violencia (material y simbólica) que se dejaba leer como la variable “costo” entre el capital internacional y las expectativas políticas de desarrollo de los Estados nacionales.

Sin embargo, el debate en torno al autoritarismo encontró su límite real y efectivo en la desimbricación de la acción política y el discurso teórico que marcaron la práctica revolucionaria de la década de 1970. La revolución, que alimentaba y se dejaba alimentar

9 El cuerpo de textos emblemáticos lo constituyen: Guillermo O’Donnell, “Reflexiones sobre la ten-dencia de cambio en el Estado Burocrático-Autoritario”, Buenos Aires, Documentos cedes, 1976; José Joaquín Brunner, La cultura autoritaria en Chile, Santiago, Flacso, 1981; Manuel A Garretón, Dictaduras y democratización, Santiago, Flacso, 1984.

10 Norbert Lechner, Los patios interiores de la democracia. Subjetividad y política, Santiago, Fondo de Cultura Económica, 1988, p. 21.

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por las ciencias sociales, pierde, en el curso de esta década, abruptamente, su centralidad temática. No sólo los centros de investigación fueron cerrados, al igual que las carreras universitarias vinculadas a la teoría social, sino que gran parte de los intelectuales del cam-po fueron severamente reprimidos, exiliados y censurados. Así, esta ruptura teórica que va de la revolución, “el tema central del debate político en América del Sur” en la década de 1960,11 a la comprensión de la naturaleza autoritaria del nuevo Estado, depende, más que de una crisis paradigmática, de la experiencia de violencia común que vivieron los intelectuales de izquierda una vez que tienen lugar los golpes militares al Estado. “De ahí —escribe Norbert Lechner— un primer rasgo de la discusión intelectual pos-73: la denuncia del autoritarismo en nombre de los derechos humanos. Los intelectuales no luchan en defensa de un proyecto, sino por el derecho a la vida de todos”.12

La discusión generada por el autoritarismo significaría, en este contexto, el reposiciona-miento del debate político en torno a una nueva figura del Estado pero, principalmente, respecto a una experiencia común que tiene a la vida misma como problema. De este modo, en el paso que va de la vida como problema (la lucha por el derecho a la vida) al autoritarismo como eje teórico a mediados de la década de 1970, se juega la recomposi-ción del campo y, simultáneamente, la reorientación teórica a partir de la cual el Estado ocupará de nuevo una centralidad reflexiva. El autoritarismo, doctrina que le regalará la base ideológica a la democracia neoliberal en las décadas de 1980 y 1990,13 inaugura con los golpes de Estado un cambio radical de tono al interior de las ciencias sociales, por medio del cual la ciencia misma de la revolución dejaría sin palabras al discurso político de izquierda, objeto central de la intervención militar que vive el continente.

Por ejemplo, al interior del campo de la sociología latinoamericana opera un desplaza-miento conceptual que tendrá una clara consecuencia en el discurso político de izquierda de aquellos años: la exclusión del fascismo como categoría descriptiva de los procesos de militarización en la Región. En este tránsito conceptual habría, también, que señalar como experiencia decisiva la “renovación socialista” que opera en el campo político tras la experiencia de derrota de los proyectos revolucionarios en América Latina, y la desin-tegración de la llamada “órbita socialista” europea a fines de la década de 1980.14

11 Ibid., p. 17.12 Ibid., p. 20.13 En el sentido de que las transiciones no constituyeron procesos efectivos de democratización. Más

bien constituyeron gobiernos destinados a administrar las expectativas democráticas de la sociedad. De ahí, por ejemplo, que parte importante del debate politológico se concentrara, por entonces, en dilucidar su fin: el paso real y definitivo a la vida en democracia.

14 No deja de ser curioso el hecho de que la “renovación” ocurriera, en principio, de modo teórico, es decir, de la evaluación de la teoría marxista clásica respecto de la experiencia política real. Digamos que la renovación acontece al revés de lo que ocurrió con el eurocomunismo después del Mayo francés de 1968.

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Se trata de una renovación conceptual que transita desde el fascismo, ilustrado por el célebre texto de Theotonio Dos Santos, Socialismo o Fascismo (1972),15 hacia la teoría del autoritarismo y la tesis de los “burocráticos autoritarios” de Guillermo O’Donnell (1976).16 Las consecuencias de este viraje conceptual, en el que un término que goza de popularidad teórica se desfundamenta radicalmente dando paso a otro, generó, sin embargo, un pequeño debate al interior de un campo mermado por la represión y la experiencia de la derrota. Destaca el texto de Atilio Borón, “El fascismo como categoría histórica: en torno al problema de las dictaduras en América Latina” (1977)17 y, cierta-mente, Fascismo y Dictadura de Nicos Poulanzas (editado en español el año 1971).18 En ambos textos, cuya recepción es clave para la adscripción a la teoría del autoritarismo, el fascismo será retratado, si bien como un acontecimiento histórico actual y recurrente, dotado de un conjunto de características que lo situaban como un fenómeno específico de reacción nacionalista del gran capital interno, en que el Estado, a diferencia del Estado autoritario latinoamericano, poseía un claro papel ideológico de intervención.

Operaría, así, una cierta tecnificación del discurso académico en ciencias sociales. Al adoptar la figura del autoritarismo como categoría que le da singularidad a las dictaduras del Cono Sur, la Sociología des-operacionaliza la función política que ocupaba el fascismo en el imaginario de izquierda, estableciendo una separación radical del discurso teórico respecto del lenguaje revolucionario, lenguaje a partir del cual se nutría la intelectualidad de los años 60. En efecto, “muy temprano queda claro que no se trata de un fascismo, noción relegada al trabajo partidista de agitación”,19 sino de una nueva composición del poder estatal cuya naturaleza viene definida como un proyecto global de transformación del Estado y sus instituciones. Por lo tanto, “esos regímenes, a diferencia del fascismo, no se basaban en la movilización popular, no hacían uso de una estructura partidaria y no necesitaban de expansión internacional”.20

Esto es: no es la práctica política la que vuelve insuficiente el “marco teórico” a través del cual dicha práctica encontraba fundamento y proyección en el campo de las luchas sociales. Es, por el contrario, la propia teoría social la que deshabilita la práctica política que con entusiasmo promovía, una vez la “gran enseñanza” de la que habla Lechner haya impactado vitalmente a la intelectualidad de la izquierda latinoamericana. Cfr. Tomás Moulian, Chile Actual: Anatomía de un Mito, Santiago, Arcis-Lom, 1997, p. 256.

15 Theotonio Dos Santos, Socialismo o fascismo. El nuevo carácter de la dependencia y el dilema latino-americano, Santiago, Ediciones Prensa Latinoamericana, 1972.

16 G. O’Donnell, “Reflexiones sobre la tendencia de cambio en el Estado…”, op. cit.17 Atilio Borón, “El fascismo como categoría histórica: en torno al problema de las dictaduras en

América Latina”, Revista Mexicana de Sociología, núm. 2, México, iis-unam, 1977.18 Nicos Poulantzas, Fascismo y dictadura, México, Siglo xxi Editores, 1998.19 Lechner, op. cit., p. 21.20 Idelber Avelar, op. cit., p. 82.

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Así, en esta sofisticación analítica del discurso de las ciencias sociales, la política de izquierda pierde el sustento teórico que hacía verosímil la acción en la lucha revolucio-naria, fundamentalmente en contra de un enemigo que pertenecía al imaginario político republicano (Salvador Allende llamó fascismo a lo que Fidel Castro llamó, y llama, im-perialismo). Pero también, habría que agregar, las ciencias sociales pierden su vocación política. Al quedar sin referente material que vuelva efectivo al discurso teórico, la Socio-logía, y en general las ciencias sociales, pierden su relación con la acción política; pérdida descrita ejemplarmente por Beatriz Sarlo en el tránsito que va del intelectual orgánico a la organicidad del experto, del revolucionario contra el Estado, al administrador de los intereses del Estado.21 Así, paradojalmente, la crítica al “Estado Autoritario desemboca en la crítica a la concepción estatista de la política”, vigente hasta la irrupción de los golpes de Estado en la década de 1970.22

Las consecuencias serán visibles en el campo de las ciencias sociales: adquiriendo mayor autonomía respecto de la práctica política, “la discusión intelectual (sobre todo en las izquierdas) logra desarrollar un enfoque más universalista (menos instrumental) de la política”,23 a través del cual cobraría forma el discurso de administración de las expectativas democráticas y políticas que se instala a mediados de la década de 1980 a partir del concepto de “transición a la democracia”.

Sin embargo, el imaginario político de izquierda entre 1960 y 1980, es decir: aquella generación que vivió a través de sus vanguardias (políticas, armadas, artísticas e intelec-tuales) una “sobredosis de sentido,” al punto de hospedar “todos los significados de una época”,24 se vio, de golpe, inscrita en una lógica de aniquilación que excedía hasta lo irrepresentable el propio “imaginario de muerte” que la lucha revolucionaria, y su cultura utópica, habían descrito en el ideario de la emancipación social. El fascismo, a partir del cual la intelectualidad latinoamericana heredó la forma más oscura del enemigo común, se transfiguró en una violencia político estatal que no conoció referente teórico, sino en la conducción efectiva de un proceso radical de eliminación del imaginario de izquierda y, esencialmente, del cuerpo social a través del cual dicho imaginario se sustentaba. Se trató de la instauración de un escenario biopolítico que, visible hasta nuestros días, desplazó al imaginario partisano de la lucha política por el cambio estructural de la sociedad. Dicho desplazamiento coincidió con el vaciamiento radical, no sólo del ámbito de las competencias públicas –donde cobra significación la acción política de vanguardia– sino

21 Cfr. Beatriz Sarlo, Escenas de la vida posmoderna: intelectuales, arte y videocultura en Argentina, Buenos Aires, Ariel, 1994.

22 Lechner, op. cit., p. 2123 Ibid., p. 24.24 Nicolás Casullo, Pensar entre épocas. Memoria, sujetos y crítica intelectual, Buenos Aires, Editorial

Norma, 2004, p. 9.

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de la comunidad política misma: la sustancia vital que hacía materialmente posible la existencia de un campo político en disputa.

MILITARIZACIÓN Y GUERRA FRíA

Tal vez el inicio del libro de Jean Franco dedicado a los años de la Guerra Fría librada en América Latina, The Decline & Fall of the Lettered City, nos dé una fecha insigne del inicio de este proceso de militarización del Estado: la invasión a Guatemala por bandas militares financiadas por Estados Unidos en 1954.25 En este libro –cuyo logro consiste en reelaborar la reciente historia cultural de la región poniendo como dato esencial la Guerra Fría– aparece, tal vez por primera vez, el intento por integrar la historia de esta militarización a una narrativa que lo vislumbre, ya no de manera regional (como ocurrió con la teoría del autoritarismo), sino de manera mundial, al interior de un espacio de militarización a escala planetaria.

La llamada Guerra Fría, cuya característica principal consiste en producir un espacio de integración militar hasta entonces sin precedentes, abre el Continente a una nueva relación de fuerzas en que el Estado y la sociedad civil pierden su centralidad en las decisiones políticas locales, dando origen, en el caso particular de América Latina, a una nueva forma de Estado o de relación estatal. Así, la invasión a Guatemala marcó el inicio de un conjunto de intervenciones que son cruciales para comprender el tránsito que va del viejo ideal republicano del Estado nacional latinoamericano al escenario neoliberal globalizado; tránsito que describe la desagregación paulatina del aparato estatal, pero al interior del programa militar desplegado por la Guerra Fría en el hemisferio.

Se trata de la lógica de la intervención militar, el despliegue continental de la forma golpe de Estado, pero esta vez bajo el contexto de la Guerra Fría, es decir, de la expansión de una forma particular de guerra al interior de un horizonte de intereses estratégicos supranacionales. Una guerra ideológica que se extendió y se libró a un nivel planetario, global si se quiere, pero esta vez, a diferencia de las guerras mundiales anteriores, Cold War fue la forma de la guerra como amenaza a la inmolación nuclear del mundo, a la inminente extinción de la idea misma de mundo. Esto último resulta crucial, en la medi-da que la globalización, entendida como el actual panorama de integración económico-política que viviría el planeta, sólo es posible allí donde la propia noción de mundo se encuentra bajo amenaza, ante la inminencia del cataclismo financiero o el ataque nuclear irreversible. Digamos que la Guerra Fría es, en este contexto agonal de baja intensidad, la propia amenaza de la guerra, la pre-guerra, lo que Paul Virilio llamó pure war: el instante

25 Jean Franco, The Decline & Fall of the Letterd City, Cambridge, Harvard University Press, 2002, p. 3.

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como emergencia total al acontecimiento guerra, pero ahí donde la guerra no es más su ejecución en el campo de batalla [Hot War], frente al despliegue geográfico del enemigo, sino su estado de “permanente preparación”.26

De este modo, se configura en América Latina un espacio de militarización que tiene por objeto resolver la posición estratégica que la región cumple en el horizonte de amenaza desplegado por la Guerra Fría en el mundo, pero a la luz de un proceso endocolonizante27 que tendrá como fin logístico depurar la población civil al punto de asegurar la constitución de un nuevo modo de administración de la guerra y sus efectos económicos en la sociedad. El Estado (el Estado de Bienestar, por ejemplo) sufrirá así un cambio esencial en América Latina: éste ya no disciplina al cuerpo social en busca de asegurar la fuerza productiva que requiere el capitalismo, sino que, de ahora en ade-lante, elimina parte sustancial de esa fuerza, desplegando un horizonte de intervención donde todo el Estado, en cuanto aparato de producción, se encuentra dirigido hacia la consecución de un mismo fin: destruir parte sustancial del cuerpo social a través del cual el viejo patrón de acumulación nacional se sostenía. Así, la administración del capital nacional pasa a depender directamente de una máquina global cuya función es reinscribir la relación entre política estatal y producción regional. El punto crucial aquí es establecer, a la luz de este contexto, el estrecho vínculo no sólo entre Guerra Fría y militarización, sino entre neoliberalismo y guerra.28

Si como apuntó Brett Levinson, “el neoliberalismo de las llamadas naciones en desarro-llo […] es el liberalismo tardío [usa] a otra velocidad”,29 dicha velocidad hace referencia al

26 Paul Virilio, Pure War, Nueva York, Semiotext(e), 1983, p. 92.27 Ibid., p. 95.28 En este punto valdría la pena señalar la distancia que nos separa de la interpretación que Ludolfo

Paramio hace sobre la militarización en el continente. Según sus palabras: “Es muy posible que la causa última de la cruel brutalidad de las dictaduras militares del Cono Sur fuera la ambición y la carencia de escrúpulos de sus protagonistas, y que las ideas sólo pesaran después, a la hora de justificar sus actuacio-nes…”. Este juicio, conclusivo por lo demás, descansa en la idea de que la militarización y su guerra, que el terrorismo de Estado desplegado de modo sistemático y programático, y que las profundas transfor-maciones al Estado latinoamericano tuvieron de fondo una dimensión subjetiva, psicológica, secreta (“es muy posible…”), reducible a las características de los actores en disputa. En cambio, lo que nos interesa resaltar aquí es justamente lo contrario: la idea de que hubo un proceso de articulación genocida de carácter continental, cuya explicación, cuyo sentido viene dado por un programa bélico diseñado por intereses estratégico-militares (lo que Paramio llama “la dimensión internacional” del golpismo) que, a su vez, se articularon en un programa de reforma estructural del patrón de acumulación del capital: el llamado capitalismo mundialmente integrado. Cfr. Ludolfo Paramio, “Tiempos del golpismo latinoamericano”, Revista Foro 42, 2001, pp. 82-96, esp. p. 94.

29 Brett Levinson, “Pos-transición y poética: el futuro de Chile actual”, en N. Richard y A. Moreiras (eds.), Pensar en la postdictadura, Santiago, Cuarto Propio, 2001, pp. 41-54, esp. p. 41.

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paso (veloz, en el curso de los últimos 30 años) entre dictadura y democracia, ahí donde la segunda queda materialmente determinada por la primera, en la medida que el terror cumple el primer paso que el Estado requería para despojarse de la estructura social a la que se encontraba determinado. En este sentido, la unidad histórica entre dictadura y capital mundial es esencial para comprender el comportamiento general del Estado latinoamericano actual, cuyo rasgo más visible es su invisibilidad total.30

Si bien el rótulo de fascismo que acuñó la izquierda para conceptualizar la violencia política de la que era objeto, fue tempranamente deshabilitado por la emergente teoría del autoritarismo, podría, sin embargo, permitirnos comprender un aspecto general de esta transformación del Estado. Por un lado, le es consustancial al autoritarismo, a la fase de burocratización de los regímenes militares, un momento fundacional, una fase “revo-lucionario-terrorista”.31 Dicha fase, cuya característica fue el terror elevado a su máximo exponente bajo la forma indeterminada del “enemigo interno”, coincidió con la afasia conceptual en ciencias sociales, con la crisis paradigmática que significó el estallido de los discursos emancipadores y revolucionarios de la izquierda. El fascismo, en este contexto de represión, fue más bien un recurso político destinado a movilizar un imaginario progre-sista severamente golpeado por la experiencia misma del fracaso político que significaban las dictaduras. Sin embargo, la cita política que se hizo del fascismo concentra, de modo retrospectivo, un conjunto de significantes que tendrán expresión en el actual Estado neoliberal, el “estado invisible”, cuya característica más abyecta es su continuidad lógica respecto de la fase terrorista con la que abren los golpes de Estado el hemisferio.

Visto bajo esta óptica, este espacio de militarización no sólo fue extensivo, en el sentido de transformarse en una “solución general” para asegurar los exiguos procesos de modernización que se vivían en América Latina, tal como lo describió la teoría del autoritarismo. Sino que, también, fue “intensivo”, puesto que derivaron en sangrientas dictaduras dirigidas a transformar la estructura política y la base social que sostenía el desarrollo económico en el continente, sobre la base de “colonizar” el cuerpo mismo de la nación. Los procesos de democratización que comienzan a gestarse a mediados de la década de 1980, y que marcan la conclusión del autoritarismo estatal, son, en esta línea, la extensión programática de estas dictaduras: una vez que parte esencial del campo político regional haya sido brutalmente removido, la democratización operará como un salvoconducto destinado a asegurar el ingreso irrestricto de la fuerza social a las dinámicas económicas y políticas del mercado globalizado.

30 Cfr. Jon Beasley-Murray, “La constitución de la sociedad”, en N. Richard, A. Moreiras (eds.), Pensar en/la Postdictadura…, op. cit., pp. 23-40.

31 Moulian, op. cit., p. 171.

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En términos de Deleuze y Guattari, en el paso que va del Estado de Bienestar al nuevo escenario neoliberal le acontece al Estado un “flujo intenso de destrucción y abolición pura”, que lo vuelve sobre sí bajo un acto de inmolación, en una suerte de “nihilismo realizado”.32 Se trata de una pulsión suicida que tiene por objeto la guerra total, entendi-da ésta no bajo el axioma clásico de la guerra subordinada a fines políticos, sino por su anverso, allí donde la guerra no sólo pasa a constituir los fines políticos del Estado, sino también a encarnarlo operativamente. El Estado no está en guerra sino que es la guerra, puesto que lo que sucumbe en este espacio agonal de apropiación es su propio principio de legitimidad: la comunidad política que internamente lo sustenta. En este sentido, cuando el Estado se ha apropiado de la guerra, es decir, cuando la guerra misma tiene por objeto al Estado, “el aparato del Estado se apropia de [una] máquina de guerra, la subordina a fines ‘políticos,’ le da por objeto directo la guerra”.33

Habría, entonces, una profunda relación entre endocolonización y el momento de apropiación de la máquina de guerra por parte del Estado latinoamericano. La guerra interna, desatada por ejércitos nacionales en contra de su propia población, coincide con esa pulsión suicida que cruza la trayectoria del Estado y que va invariablemente desde la dictadura a los nuevos regímenes democráticos, durante los cuales el Estado no sólo pierde centralidad teórica sino también presencia política e ideológica. La llamada desaparición del Estado se vuelve, así, indisociable del terror desplegado militar y estraté-gicamente sobre el cuerpo político de la nación: con él se realiza tanto la consumación de un nuevo programa de acumulación del capital internacional, globalizado, si se quiere, como también la reforma de ajuste y minimización que el Estado requería para poner en marcha su ingreso total al mercado mundial. “El genocidio [escribe Federico Galende] no es un accidente inherente al reordenamiento de la sociedad, sino la función a través de la cual la burguesía destraba la ‘lógica de acumulación’ de los obstáculos impuestos por el debate político de la sociedad”.34

Sin embargo, en términos simbólicos, coincide también con la idea de que el “golpe de Estado” acaba con la idea de Estado y, ciertamente, con la noción misma de “golpe de Estado”, en la medida que ya no queda Estado donde poder efectuar un golpe.35 Los

32 G. Deleuze y F. Guattari, Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Valencia, Pre-Textos, 1988, p. 233.33 Ibid., p. 420.34 Federico Galende, “La izquierda entre el duelo, la melancolía y el trauma”, Revista de Crítica Cultural

17, 1998, pp. 42-47, esp. p. 46.35 De nuevo, no se trata de que se haya vuelto imposible la figura de un golpe de Estado en la región,

como el hecho de que la rotundidad con que se manifestaron entre 1960 y 1980 sea una experiencia que culmine con el patrón tradicional de ejercicio del poder que ostentaba el aparato estatal. En esta línea, las figuras más recurrentes hoy en día no son los golpes de Estado sino, dentro de la retórica administrativa e institucional, lo que ha venido llamándose “crisis de gobernabilidad”.

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golpes no sólo dieron fin a una estadolatría36 incubada en los proyectos emancipadores del Continente, sino que, además, ponen fin a la forma misma de Estado, suprimiendo con ello el fundamento político-social de legitimación de su poder. El último acto de soberanía jurídico que ostentó el Estado latinoamericano fue aquel que tuvo por objeto purgar el cuerpo mismo de la nación, en cuya estructura se alojaba el principio de legi-timidad que lo volvía soberano. Un acto de inmolación, de sacrifico recursivo destinado a destruir, digamos, sus propias “condiciones de posibilidad”. De este modo, la desagre-gación actual del Estado sólo puede ser comprendida a cabalidad si se la contrasta con la aparición de este “flujo suicida” que lo atraviesa desde el momento irruptivo de los golpes, y que, de acuerdo con Deleuze y Guattari, comentando precisamente a Virilio, encuentra su primera expresión histórica con el fascismo:

Cuando Paul Virilio define el fascismo no por la noción de Estado totalitario [como lo haría una larga tradición, entre ellos Hannah Arendt o el propio Michel Foucault], sino por la de Estado suicida, su análisis nos parece profundamente justo: la dominada guerra total [Pure War, diría Virilio] aparece así no como una empresa de Estado, sino como la empresa de una máquina de guerra que se apropia del Estado y hace pasar a través de él un flujo de guerra absoluta que no tendrá otra salida que el suicidio del propio Estado.37

DOCTRINA DE SEGURIDAD NACIONAL, MILITARIZACIÓN Y bIOPOLíTICA

Entonces, habría que trazar un horizonte de reflexión que “lea” la militarización en la década de 1970 en América Latina a partir de un conjunto de procesos implicados internamente. En primer lugar, el viraje doctrinal que se disemina en la región bajo la lógica de Seguridad Nacional y su referencia global respecto del despliegue sistemático de posicionamientos agonales al interior del marco de la Guerra Fría.38 La militariza-ción del Continente constituye un foco particular en el desencadenamiento estratégico de Estados Unidos y el despliegue de su programa ideológico en el hemisferio sur de América. La doctrina de Seguridad Nacional, que tiene como momento de fundación la aprobación del memorándum NSC-68 por el Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos en 1950, constituye la base teórica con que los cuerpos militares latinoamerica-

36 Moulian, op. cit., p. 175.37 G. Deleuze y F. Guattari, op. cit., p. 234.38 Cfr. Stella Calloni, Los años del lobo, Buenos Aires, Ediciones Continente, 1999; Luis Maira, “El Estado

de Seguridad Nacional en América Latina”, en Pablo González Casanova (ed.), El Estado en América Latina: teoría y práctica, México, Siglo xxi Editores/Universidad de la Naciones Unidas, 1990, pp. 108-130.

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nos “comprendieron” su función beligerante en el contexto geopolítico diseñado por la guerra. Esto último, respecto del rol que jugaron el National War Collage y la conocida Escuela de las Américas en la formación de la oficialidad latinoamericana, como también la función desempeñada por los programas de cooperación militar con Estados Unidos que suscribieron casi todos los países entre 1950 y 1952. En este sentido, la Doctrina de Seguridad Nacional no sólo funcionó como el marco conceptual que dio nombre a la experiencia política de izquierda en el contexto de la Guerra Fría, sino que, a su vez, se constituyó para las cúpulas militares en “una teoría completa y comprensiva del Esta-do, así como del funcionamiento de la sociedad”39 en la trama general de inestabilidad estructural que las naciones internamente padecían.

En segundo lugar, la guerra contra el comunismo, contenida en el proyecto ideológico desplegado por la Doctrina de Seguridad Nacional, fue también una guerra que tuvo como característica esencial la aniquilación programada de una cultura específica del campo político, llegando incluso a exceder el propio horizonte semántico que el concepto “comunismo” trazaba al interior del espacio de acción política hasta entonces en disputa. Nadie, ni nada, estaba a salvo una vez que el terror impregnó a la sociedad de la lógica de la guerra interna, debido a que fue desarrollada desde y por la estructura misma del Estado, el cual, históricamente, se había encargado de construir el principio de legali-dad que regía el ingreso social al espacio público. Una guerra que no tuvo “afuera”, en el doble sentido del término: ya no era posible, para aquellos que habían sido signados como elementos de la subversión, ingresar al plano de las mediaciones políticas puesto que, de hecho y de derecho, estaban ya en el no-lugar inaugurado por la excepción; pero tampoco había “afuera” en el “afuera” mismo de las fronteras geográficas en las que se autorizaba el ejercicio monopólico de la violencia militar. El exilio, que durante decenios marcó los flujos de una intelectualidad integrada bajo el principio de la solidaridad lati-noamericana, se transformó, repentinamente, en una trampa mortal, debido no sólo al carácter continental de la militarización, sino de la integración profunda y extensiva que las dictaduras coordinaron una vez que el horizonte geopolítico del Hemisferio quedara atrapado en la dinámica genocida de una “máquina de guerra”.

De este modo, se pondrán en funcionamiento en el Continente un sistema integrado de procesos de refundaciones nacionales, de reordenamientos disciplinarios de la sociedad civil, por medio de la suspensión programada de la ley y de sus garantías constitucionales en un espacio amplio de integración represiva. En la medida en que el “cuerpo social” constituyó el principal objeto de intervención militar, se da lugar a lo que Giorgio Agamben caracterizó como el meollo bio-político del Estado moderno: la capacidad de producir, en el orden de la ley, un espacio jurídico ilocalizable de intervención social,

39 Maira, ibid., p. 117.

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destinado a regular el proceso de inscripción de la vida en la ciudad.40 El objetivo fue, en el caso de las dictaduras de las décadas de 1960 y 1970, erradicar cualquier proyecto político que poseyera al Estado como objeto, poniéndolo indefinidamente en excepción, digamos: en un “estado de sitio” permanente.

Agamben ha demostrado, con efectividad a nuestro parecer, como el “Estado de ex-cepción” que inaugura el fascismo en Europa (el “soporte legal” mismo de los campo de la muerte) proviene del propio sistema jurídico que protege el principio de soberanía del Estado. Así, le es consustancial al Estado moderno una suerte de vocación biopolítica, cuya característica más relevante será la formación y el cuidado del cuerpo de la nación. En palabras de Agamben: “la novedad de la biopolítica moderna es, en rigor, que el dato biológico es, como tal, inmediatamente político y viceversa”,41 dando origen a un con-junto de prácticas estatales en las que el dato natural de la vida comienza a presentarse como un objetivo político indispensable para mantener el principio de legitimidad del Estado soberano.

Así, un rasgo esencial que mostrarán invariablemente las dictaduras del Cono Sur y los procesos de militarización en el continente, será su obsesión por el cuerpo, por cierto cuerpo social, y por la estructura de sociabilidad que ese cuerpo (cultural, pero esencialmente humano) había adquirido con los años.

En primer lugar, el cuerpo como problema político, como el último plano de ope-ratividad de los organismos estatales de represión, marca un nuevo paradigma de inter-vención que tiene su correlato histórico en el imaginario concentracionario de la Europa fascista. Tanto para Agamben como para Virilio, la característica del Estado mínimo, neoliberal si se quiere, radica precisamente en este cambio paradigmático del poder del Estado, cuyo plano de efectividad no será más lo social como entidad abstracta, sino el cuerpo social mismo, en torno al cual se despliega la fuerza de una inscripción que tuvo su momento histórico de emergencia con el fascismo, la primera gran tendencia endocolonizante y, por ende, esencialmente biopolítica. Así, la teoría del autoritarismo, al perder referencialidad en el campo de la acción política, se salta el hecho fundamental a través del cual la militancia política de izquierda es despojada de su sociabilidad por vía de la reducción brutal de la vida a un conjunto de cuerpos intervenibles, y que sólo la abyección nominal del fascismo, esa guerra que tiene al Estado como objeto,42 podía modular.

40 Giorgio Agamben, Homo Sacer: El Poder Soberano y la Nuda Vida, Valencia, Pre-textos, 1998, pp. 222-224.

41 Ibid., p. 187.42 G. Deleuze y F. Guattari, op. cit., pp. 219-234.

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En segundo lugar, los cuerpos reales, la militancia viva como soporte de una guerra que inscribía en ella su propio lenguaje de muerte genocida, encontrará expresión en un Estado de excepcionalidad (político, moral) en el que la propia condición humana perdía su referencia real, mostrando al “nuevo orden” en un más allá del universo cultural que hasta entonces prevalecía. Digamos que el autoritarismo, como categoría explicativa, no alcanza a dar respuesta al hecho más fundamental que se inscribe con ferocidad en la historia de estas dictaduras: la muerte de la politicidad, del espacio público, por medio de la supresión de la vida misma. “Esa” cultura de izquierda, esa militancia que construyó un sentido político en torno a la idea de revolución desapareció en un acto político-militar sin precedentes, puesto que la violencia desatada contra esa cultura y esa militancia no buscaba suprimirla, censurarla, sino hacerla desaparecer, “borrarla del mapa” destruyendo maniáticamente al cuerpo mismo que la ponía en movimiento, encarnándola. Hombres, mujeres y niños serán objeto de un poder de inscripción masivo a la vida política, en el que no sólo la cultura les será sajada por medio de una escala de padecimientos técnica-mente inéditos, sino, sobre todo, les será apropiado el cuerpo y la vida misma adherida a él, la singularidad vital del nombre, para luego hundir por siempre los restos en las profundidades ajenas del mar.

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POSMODERNISMO, RACIONALIDAD ECONÓMICA Y RACIONALIDAD ÉTICA

AbigailRodríguezNava,FranciscoVenegasMartínez

En este documento se contrastan los conceptos de racionalidad económica y racionalidad ética con los que se intenta encauzar y proveer de sentido a las acciones individuales y colectivas de la época posmoderna. En la investigación se revisan los fundamentos de la ética desde la filosofía moral, principalmente en sus etapas moderna y posmoderna, y se analizan los procesos de cons-trucción y evolución de la ética, subrayando la participación de la ciencia y la sociedad. El trabajo culmina con la reflexión acerca del arquetipo ético que necesitamos ¿es suficiente orientar nuestras acciones bajo el consenso de la racionalidad económica, o requerimos una racionalidad ética?

Palabras clave: posmodernidad, racionalidad, ética, individualismo.

AbSTRACT

This paper contrasts the concepts of economic rationality and ethical rationality, which intend to provide direction and sense for the individual and collective actions in the postmodern period. This research examines the foundations of ethics from moral philosophy, mainly in their modern and postmodern stages; also, this paper analyzes the process of construction and evolution of ethics, emphasizing the participation of the science and the society. The investigation concludes with a reflection about the ethical archetype we need; is it sufficient to orient our actions by the economic rationality consensus? Or do we need an ethical rationality?

Key words: postmodernism, rationality, ethics, individualism.

INTRODUCCIÓN

El término posmodernismo reúne varias acepciones, se dice que implica discontinuidad, cambio y rompimiento, pero también que significa continuidad, prevalencia y exacerbación (de los rasgos que definieron al modernismo); incluso hay quienes señalan, también, que

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A. RODRÍGUEZ, F. VENEGASPOSMODERNISMO,RACIONALIDADECONÓMICAYRACIONALIDADÉTICA

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es la conjunción de ambos aspectos. Algunos autores prefieren distinguir entre “posmo-dernidad” como sinónimo de la época histórica que sigue del modernismo, y que puede ubicarse hacia la segunda mitad del siglo xx; “posmodernismo” en referencia a los productos meramente culturales de esta época contemporánea, y utilizar el concepto de “teoría social posmoderna” para identificar el pensamiento nuevo y contemporáneo.1 En este documento utilizaremos equivalentemente estos conceptos, porque en nuestra percepción el posmo-dernismo como tal sólo puede definirse reuniendo justamente su ubicación temporal, su propia ideología y su planteamiento cultural, así como su expresión en el arte.

En particular, exponemos el significado de la racionalidad posmodernista, a partir del examen de las principales críticas hechas a ésta. El pensamiento contemporáneo, asociado con la ética individualista y la racionalidad económica, ha conducido a la crisis de la posmodernidad. Ante esta situación, la pregunta obligada es si existen alternativas viables que permitan superar las debilidades del mundo actual; la respuesta la encontramos en el concepto de racionalidad ética.

El trabajo está organizado así: en la siguiente sección se expone el significado del posmodernismo a partir de la lectura que hacen sus principales críticos; a continua-ción, se muestran los fundamentos de la ética, cómo se ha concebido y su evolución; se presenta también una sección donde se aborda el contraste entre los fundamentos de la racionalidad económica y la racionalidad ética; enseguida se presenta un apartado con algunas reflexiones finales.

ELSIGNIFICADODELPOSMODERNISMO

Desde la perspectiva de Jürgen Habermas, el proyecto de modernidad propuesto por los filósofos de la Ilustración en el siglo xviii, y mantenido desde entonces, ha consistido en el desarrollo de una ciencia objetiva, en la universalidad de la moral y de las leyes, y en la autonomía del arte. Las cualidades del modernismo se hallan precisamente en sus ideales: el progreso continuo del conocimiento, el perfeccionamiento de la técnica, y el mejoramiento social y moral.2

Habermas reconoce que en el modernismo no están ausentes sus propias aporías; citando a Daniel Bell, Habermas revela que el principio de autorrealización ilimitada,

1 George Ritzer, Teoría sociológica moderna, 5a. edición, México, Mc Graw Hill, 2002, p. 579.2 Jürgen Habermas, “Modernity versus �ostmodernity”,Jürgen Habermas, “Modernity versus �ostmodernity”, New German Critique, núm. 22, Special Issue

on Modernism, 1981, p. 9.

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la búsqueda de experiencias auténticas, la exaltación de lo vanguardista y la sensibilidad hiperestimulada han llegado a ser características dominantes de la época; se ha creado un temperamento que promueve motivos hedonistas, incompatibles con los principios de disciplina de la vida profesional en sociedad, e incompatibles con las bases morales de la conducta racional de vida; de hecho, todas esos rasgos se exacerban en el posmodernismo, ahora la moda es lo posvanguardista.

�ero la principal debilidad del modernismo radica en la incomprensión contemporá-nea del proyecto original. En sus inicios, el modernismo pugnaba porque la acumulación del conocimiento y de la cultura especializada incidiera en el enriquecimiento de la vida diaria, porque permitiera crear una organización racional de la vida en sociedad. En cambio, se ha erigido la profesionalización e institucionalización de la cultura, haciendo que cada uno de sus campos: ciencia, moralidad y jurisprudencia, y arte, sean controlados por los especialistas expertos, y en consecuencia se distancie de la población mayoritaria y de la vida cotidiana.

Además de las prácticas excluyentes del modernismo, se ha creado la división de la racionalidad en las variantes: cognitiva-instrumental, moral-práctica, y estética expre-siva, en lugar de propagar una racionalidad comunicativa, entendida justamente como la posibilidad de una sociedad caracterizada por la comunicación libre y abierta, una sociedad en la que sea común el disfrute de los resultados de la racionalización y el en-riquecimiento de la vida.3

En su concepción del posmodernismo, Habermas distingue entre los jóvenes conserva-dores (antimodernistas), los viejos conservadores (premodernistas) y los neoconservadores (posmodernistas). Los primeros recuperan la experiencia de la modernidad estética, se liberan de los imperativos del trabajo y de la utilidad. Los pre-modernistas evitan la cultura de la modernidad; observan con tristeza la caída de la razón sustantiva, el predominio de la racionalidad procedimental (o formal), y la disgregación entre ciencia, moralidad y arte. En su opinión, una vertiente de este pensamiento son los neo-aristotelistas quienes recu-peran el problema ecológico y abogan por una ética cosmológica. Los neoconservadores dan la bienvenida a la ciencia moderna, al progreso tecnológico, a la expansión del capi-talismo y a la administración racional por lo que recomiendan políticas para desactivar el explosivo contenido de la modernidad cultural; entre sus principales principios destacan: la desvinculación entre ciencia y orientación de vida, la independencia entre política y justificación moral, y la pretensión de limitar la experiencia estética a la privacidad.

3 Como señala George Ritzer en su interpretación de Jürgen Habermas, la racionalidad (en sus varian-tes cognitiva-instrumental, moral-práctica, y estética expresiva) característica de los sistemas sociales, es diferente y entra en conflicto con la racionalidad del mundo de la vida. �arecería que el sistema social ha llegado a dominar y colonizar el mundo de la vida. George Ritzer, op. cit., pp. 506-507.

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Ante el panorama posmodernista, Habermas, delinea un proyecto que reivindique la propuesta original modernista de los filósofos de la Ilustración. En ésta, la “acción racional intencional”, entendida como la reunión de la acción instrumental y la acción estratégica, debe relegarse por la “acción comunicativa”, donde los agentes abandonen sus objetivos egocéntricos y opten por trabajar en acciones conjuntas, donde las metas individuales armonicen con las metas sociales; en su opinión esto es posible a partir de la comunica-ción no distorsionada, de las relaciones sociales basadas en la comprensión.4

Reconocido como un crítico radical del posmodernismo, pero sin afán de ser un portavoz premodernista, Jean Baudrillard ofrece una interpretación extrema de la vida en la sociedad contemporánea. Él introduce a la teoría social posmoderna varias categorías relevantes como simulación, hiperrealidad, implosión y seducción.

En su percepción, la ciencia, la técnica, la industria, la política, las artes y la cultura, han experimentado una profunda transformación; parecería que nos hemos trasladado a un mundo donde los objetivos, los medios y los fines son ilusoriamente reales. En referencia al pensamiento de Baudrillard, George Ritzer señala:

�odría decirse que nos hemos movido desde una sociedad dominada por el modo de produc-ción, a otra controlada por el código de la producción. El objetivo ha cambiado de la explo-tación y el beneficio a la dominación de los signos y los sistemas que los producen. Además, mientras hubo un tiempo en que los signos representaban algo real, ahora se referían a poco más que a sí mismos y a otros signos; los signos han pasado a ser auto-referenciales.5

Baudrillard afirma que vivimos en el mundo de la simulación, “simular es fingir te-ner lo que no se tiene”, a diferencia de la disimulación que es “fingir no tener lo que se tiene”.6 La simulación consiste en generar modelos sin algo real, sin una referencia, sin origen, sin realidad. Con ironía, subraya incluso el declive de la ciencia; ésta construye

4 En su crítica a los neoconservadores (o posmodernistas), Habermas recupera de Max Weber los conceptos de racionalidad formal y racionalidad sustantiva; señala como una de las equivocaciones de esta tendencia la pérdida de la racionalidad sustantiva. El término “acción racional intencional” de Jürgen Habermas puede simplificarse como “racionalidad intencional” y es semejante al concepto de racionalidad formal sugerido por Weber. De hecho, Habermas extiende la noción para distinguir en ésta la acción (o racionalidad) instrumental y la acción (o racionalidad) estratégica; la primera se refiere al cálculo indivi-dualista de los sujetos quienes sólo persiguen su propio beneficio, mientras que la racionalidad estratégica consiste en la coordinación de las acciones individuales para el logro de un objetivo. Ibid., p. 182.

5 Ibid., p. 589.6 Jean Baudrillard, Cultura y simulacro, España, Kairos, 1978, p. 8.

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combinaciones de modelos sin perspectiva de lo real, que crean la hiperrealidad, “de todos modos, la evolución lógica de la ciencia consiste en alejarse cada vez más de su objeto hasta llegar a prescindir de él”.7

De su postura se infiere que ahora, la racionalidad de la ciencia no es ya el progreso del conocimiento con la finalidad de mejorar la vida de la sociedad, sino, la “recreación” de la realidad que nos gustaría tener, con la finalidad de congratularnos del progreso de la civilización. Ha ocurrido así, por ejemplo, con los indios de la tribu Tasaday, para los que la antietnología ha creado un espacio natural en el que puedan vivir según sus costumbres tradicionales; o en el caso de los indios americanos, donde los estadounidenses se ufanan de haber restaurado a la cultura india:

Los americanos se vanaglorian de haber hecho posible que la población india vuelva a ser la misma que antes de la Conquista. Como si nada hubiera sucedido. Se borra todo y se vuelve a empezar. La restitución del original difumina la exterminación. Incluso llegan a presumir de mejoras, de sobrepasar la cifra original. He aquí la prueba de la superioridad de la civilización: llegará a producir más indios de los que éstos mismos eran capaces de producir.8

La hiperrealidad es el mundo simulado, de la imitación y de lo irreal. Se expresa con vehemencia en las construcciones artificiales, en los parques naturales que han sido construidos para que parezcan así, en los casinos-hoteles de las grandes ciudades, en los parques de juegos mecánicos y atracciones infantiles, e incluso en los museos donde se exhiben reproducciones imaginarias de un mundo real.

Lamentablemente, según Baudrillard, la desdicha (no consciente) de la sociedad no termina aquí; sufrimos además del efecto Beaubourg, que significa un conjunto de signos, flujos exagerados de información, relaciones personales subvaloradas, vaciado mental, y despojo de cultura. El Beaubourg (espacio-museo) es un simulacro de cultura, pero en realidad es “un monumento de disuasión cultural”, es un “escenario museístico que sólo sirve para salvar la ficción humanista de la cultura”. El Beauborg representa la transfor-mación infortunada de la cultura; si la intención era extender masivamente la cultura, lo único que se ha logrado es “crear masa”.9 Y el crear masa significa formar una sociedad

7 Ibid., p. 17.8 Ibid., pp. 23-24. Ejemplos de cómo la ciencia ha trasladado su objetivo al de recrear un mundo ideal,

y una evidente crítica a la sociedad norteamericana pueden encontrarse en Jean Baudrillard, “L’utopie réalisée”, The French Review, vol. 60, núm. 1, 1986, pp. 2-6.

9 Jean Baudrillard,Jean Baudrillard, op. cit., pp. 23-24.

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saturada, ávida por consumir no sólo los bienes físicos, sino incluso ávida de consumir el mundo artificial de la cultura creada.10

�ara Baudrillard los peligros de la cultura de la simulación son los caminos posibles que se siguen: la presencia de una sociedad conformista que absorbe como “deseables” todos los escenarios de la hiperrealidad, o bien, la aparición de la violencia implosiva, de la violencia que se vuelve contra los propios participantes que la impulsan, y que daña la hegemonía social. La rudeza de los actos criminales es mayor ahora que la prevaleciente en el modernismo, porque entonces se sabía quien era el enemigo; antes se asociaban las formas de intimidación a la opresión del capitalismo, al anarquismo, al nihilismo o a los fanatismos sociales; pero ahora no hay conciencia social respecto a quien es el enemigo, ni cómo actuar ante él. Si acaso, la única salida que se avizora es la seducción, o “el reen-cantamiento del mundo” orientado hacia la búsqueda del bien común; el peligro de la seducción es su utilización con fines de reproducir hiperrealidades consumistas.

Fredric Jameson es también un destacado crítico del posmodernismo. En su muy conocido ensayo de 1984: “�osmodernismo, o la lógica cultural del capitalismo tardío”, justamente señala que la propuesta neoconservadora es un resultado natural de la evolu-ción del capitalismo, es, de hecho, la forma más pura del capitalismo.11 Desde la esfera económica, Jameson suscribe la concepción de Ernst Mandel respecto a los tres periodos del despliegue capitalista: la producción a través de máquinas de vapor, la aparición de motores eléctricos y de combustión interna, y la utilización de la energía nuclear así como la organización electrónica de la producción. Si para Mandel estas etapas podrían llamarse de capitalismo de mercado, monopolista o imperialista y post-industrial, respectivamente, para Jameson, este último es, más bien, un capitalismo multinacional.

�ero el posmodernismo no es sólo el cambio tecnológico y económico; se caracte-riza por la superficialidad de la cultura que desemboca en el simulacro, por el debi-litamiento del reconocimiento histórico y por la transmutación de las emociones en intensidades. Coincidente con Baudrillard, Jameson nos refiere la “deconstrucción de la expresión”como imperante en el mundo: mientras en el modernismo se prioriza lo avant-

10 Baudrillard adopta el término Beaubourg en alusión al Centro Georges �ompidou de �arís, mejor conocido como Beaubourg. El edificio fue inaugurado el 31 de enero de 1977. Octavi Marti relata: “�or primera vez se podía ir a un museo y, sin entrar en ninguna de sus salas, comprar libros, objetos de diseño, participar en un debate y comer o cenar en un restaurante con la mejor vista sobre �arís. O, simplemente citarse en el Beaubourg con los amigos, aprovechar el espacio para niños para dejar ahí a los retoños jugando, y entrar en uno de sus cines, teatros o espacios de danza. El Beaubourg o �ompidou se convirtió en referen-cia obligada para todos los nuevos museos, que dejaron de ser templos para convertirse en hipermercados”. Octavi Martí, “El Beaubourg cumple treinta años”, diario El País, España, 29 de enero de 2007 (http://www.elpais.com/articulo/cultura/Beaubourg/cumple/treinta/anos/elpepucul/20070129el pepicul_6/Tes).

11 Fredric Jameson, Ensayos sobre el posmodernismo, Argentina, Imago Mundi, 1991, p. 18.

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garde, el posmodernismo ensalza el kitsch y el shlock; el ejemplo más visible de ello, en el arte, es el contraste entre la obra de Vincent van Gogh, Un par de botas, y la de Andy Warhol, Zapatos de polvo de diamante. �arecería que la tendencia actual es la creación impersonal y superficial, el desvanecimiento de las emociones y el tránsito de la aliena-ción del sujeto a su fragmentación.12 Incluso, puede referirse a un populismo estético, a la grandilocuencia del Learning from The Vegas, a la cultura de masas o comercial, a los “seriales culturales de la televisión” y a la “paraliteratura”.13

�ara Jameson, como ocurre con la ciencia para Baudrillard, la historia se ha trans-formado en un pastiche, en lugar de la historicidad, se ha optado por el historicismo, “por la canibalización al azar de todos los estilos del pasado”, por generar “copias idénticas de un original que nunca ha existido”, por crear una historia simulada construida a partir de remiendos de “seudo acontecimientos” y espectáculos, una historia “intertextual” donde lo imaginario desplaza a lo real.14

La fragmentación del sujeto, el populismo estético y la simulación se expresan también en la arquitectura contemporánea, se trata de una reunión de estilos dislocados, cuyos ejemplos claros se encuentran en la ciudad norteamericana de Los Ángeles. Jameson nos proporciona una descripción del Hotel Bonaventura:

[Está dotado] de un singular poder de desasociación con el vecindario que lo alberga: no llega a ser ni siquiera un exterior, dado que cuando se trata de contemplar las paredes exteriores del hotel, no es a éste a quien se ve, sino solamente las imágenes distorsionadas de lo que lo rodea […] dada la absoluta simetría de las cuatro torres resulta imposible orientarse en el vestíbulo; recientemente se han instalado señales de orientación de dis-tintos colores, en un intento lamentable y revelador, aunque desesperado, por restaurar las coordenadas de un espacio previo. Uno de los más dramáticos resultados prácticos de esta mutación espacial es el dilema que se les ha planteado a los tenderos de los diversos niveles de la zona comercial del hotel: desde que éste se abrió, en 1977, resulta obvio que la localización de estas tiendas es absolutamente imposible, y que incluso, si se encuentra la que se busca, resulta muy improbable tener la misma suerte una segunda vez […] esta última mutación del espacio —el hiperespacio moderno— al fin ha logrado trascender las capacidades del cuerpo humano individual para ubicarse, para organizar mediante la percepción sus alrededores inmediatos, y para encontrar su posición mediante la cognición en un mundo exterior del cual se pueda trazar un mapa.15

12 Lo avant-garde se identifica con el arte contestatario, dramatizado; mientras que el kitsch y el shlock se refiere a las creaciones dudosas, a las parodias y reproducciones inferiores.

13 Fredric Jameson,Fredric Jameson, op. cit., p. 17.14 Ibid., p. 37.15 Ibid., pp. 68 y ss.

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¿Qué puede esperarse del posmodernismo?, ¿se puede abrigar la idea de algún “mo-mento de verdad” en la cultura posmoderna?, o lo que nos resta es un “efecto paralizante”, la inacción resultante de la inevitabilidad histórica.16 La alternativa a ese dejarse llevar, es formar una “cultura política pedagógica” con la cual: “[…] podremos nuevamente comenzar a aprehender nuestra ubicación como sujetos individuales y colectivos, y a recobrar la capacidad para actuar y luchar que se encuentra neutralizada en la actualidad por nuestra confusión espacial y social”.17

FUNDAMENTOSDELAÉTICA,SUCONSTRUCCIÓNYEVOLUCIÓN

Los valores, los planes de acción y la conducta, evolucionan con el individuo y la socie-dad. Una propuesta que tipifica esta transformación puede considerar las siguientes fases: clasicismo, escolasticismo, modernismo y posmodernismo.18 Desde la antigüedad y hasta el premodernismo lo relevante era la ética individual; esta ética significaba enaltecer las virtudes inmanentes del ser humano, aunque también se reconocía la inherencia de sus debilidades. Al hombre se le calificaba como deinoterón que significa asombroso, mara-villoso; pero también se le adjudicaba la hybris, la insaciabilidad, el deseo desmedido y descontrolado, la furia, la soberbia, el exceso y la violencia.19

Ante la ambivalencia de la naturaleza humana, comportarse éticamente significaba subrayar el deinoterón, el actuar con buena voluntad, ser bondadoso, realizar actos piadosos, preocuparse por el prójimo, el ser caritativo. Seguramente entre quienes se comportaban así, estaban los individuos que realmente veían las cualidades de su pro-pia existencia humana reflejada en esos actos, pero también se hallaban los individuos que sólo deseaban ser reconocidos por los demás como “buenos”, o como los “mejores habitantes” de la sociedad.

La principal limitante de esta ética es la ausencia de verdadera interacción positiva con los demás, porque los resultados de las buenas acciones (ya sea el sentimiento per-sonal de bienestar o el reconocimiento social) sólo incidían en la propia persona que las ejecutaba, pero carecían de efectos sustantivos y permanentes en la comunidad. Incluso, las “buenas acciones” podrían reproducir las relaciones de sujeción que hoy en día nos parecen deplorables, pero que entonces se suponían “naturales”; había una inconsciencia

16 Ibid., p. 17.17 Ibid., p. 86.18 Richard, �. �ielsen, “Varieties of �ostmodernism as Moments in Ethics Action-Learning”,Richard, �. �ielsen, “Varieties of �ostmodernism as Moments in Ethics Action-Learning”, Business

Quaterly Ethics, vol. 3, núm. 3, 1993, pp. 3 y ss.19 Juliana González, El ethos, destino del hombre, México, unam/Fondo de Cultura Económica, 1996,

p. 17.

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generalizada de los atentados contra la libertad, el respeto y la dignidad humana. Así, por ejemplo, el pensamiento ético individual premodernista consideraba que el amo que mantenía cautivos a sus esclavos, siervos, vasallos y feudatarios, era como un “ser supremo” porque practicaba en ellos la caridad y la piedad, al proporcionarles los medios de subsistencia.

Entre los representantes del clasicismo destaca Aristóteles. De su vasta obra, sobre-salen los siguientes elementos que precisamente se asocian con esta primera etapa de la construcción ética: 1) la visión teleológica que subraya la identificación del bien, la per-fección y la armonía como propósitos de vida; 2) la existencia de la sociedad justa como condición de la felicidad humana (para Aristóteles la justicia nunca es individual, siempre implica la concurrencia de otra parte. La justicia significa dar a cada quien lo que le corres-ponde, no más ni menos, las leyes son justas cuando procuran el bienestar común);20 3) el diálogo como método de aprendizaje y de la vida virtuosa; 4) la imposibilidad de establecer reglas invariables de conducta y acción debido a la propia naturaleza humana que exhibe multiplicidad de perspectivas; 5) la incertidumbre asociada a la incapacidad para prever los resultados exactos de las acciones.21

La filosofía escolástica que caracteriza a la época medieval, recuperó el planteamiento teleológico del clasicismo, pero acentuó la posición antropocéntrica. Como antes, se con-sideró que la finalidad del ser humano es la felicidad, pero se incluyó como explicación el orden natural de las cosas, y el universo pre-diseñado según la voluntad divina.

Siguiendo a Barman Zygmunt, la ética sólo tiene sentido en la interacción efectiva entre los individuos, la ética puede ser inherente a la existencia humana, pero los precep-tos morales necesitan construirse por las sociedades.22 Con el arribo de la Ilustración y el modernismo, se devela una segunda etapa de la ética: ahora la ética es social. Si antes se ensalzaba al bien sobre el mal, ahora se enaltece la justicia sobre la injusticia. En la moderna cosmovisión, el hombre es el centro del universo, se reconoce que en él todas las cosas y todos los fenómenos tienen sentido, todo está hecho para él y por él. El nuevo humanismo conlleva la idea de la centralidad del hombre, significa que él está en todo el universo, que es capaz de exaltar sus virtudes y glorificarse, pero también es capaz de denigrarse a sí mismo.23

20 La explicación de estos dos primeros elementos se encuentran principalmente en los libros I y V de la obra de Aristóteles Ética a Nicómaco, y en el capítulo II, libro I de La Gran Moral.

21 Este último elemento que destaca Ronald Duska, se asocia con el principio de la “Ecología de la acción” de Edgar Morin. Véase Ronald Duska, “Aristotle: A �re-Modern �ost-Modern? Implications forVéase Ronald Duska, “Aristotle: A �re-Modern �ost-Modern? Implications for Ronald Duska, “Aristotle: A �re-Modern �ost-Modern? Implications for Business Ethics”, Business Ethics Quaterly, vol. 3, núm. 3, 1993, pp. 236 y ss.

22 Zygmunt Bauman, “Ethics of individuals”,Zygmunt Bauman, “Ethics of individuals”, Canadian Journal of Sociology, vol. 25, núm. 1, 2000, p. 84.

23 Juliana González, op. cit., p. 21.

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En este incipiente modernismo, la mayor parte de las prácticas morales que se aplau-den son construidas ex profeso; se trata de los preceptos universales que deben regir la vida en la sociedad, que son aplicables entre todos los individuos dadas su igualdad y semejan-za. El ejemplo más notorio es la proclamación de los Derechos Humanos. Se enarbolan ahora la búsqueda de la libertad, la tolerancia, justicia, respeto, equidad de género y respeto a las minorías. La concepción ética del modernismo está claramente representada por Immanuel Kant, en la Crítica a la Razón Práctica, subraya que las leyes morales deben ser universales y construidas en principios justificables y en la razón; de otra forma, si la moral estuviera sujeta a la voluntad y ésta en la condición de agrado o desagrado para el individuo, no habría posibilidad de obligar imperativamente a su cumplimiento.

Aunque pueda considerarse como loable la ética social del modernismo, poco a poco ha ido exhibiendo el desencanto al que nos ha conducido (junto con la posición central de hombre). Como afirma Zygmunt Bauman, ya Thomas Hobbes vaticinaba la necesidad de un Estado fuerte, capaz de protegernos contra la anti-naturaleza humana; un Estado capaz de obligar al cumplimiento de las leyes que regulan la moralidad, dado que ésta, de manera natural, es ajena al individuo.24

Muchas opiniones coinciden en que el declive de la ética social modernista ha sido el auge de la sociedad capitalista. Se ha subrayado en demasía la posición central y dominante del hombre en el universo, así como la confirmación de sus libertades; tanto que ahora sólo con base en una racionalidad instrumental, el individuo pretende alcanzar sus metas sin que le importen los medios, actúa como si sólo buscara en sus acciones la reafirmación de su propia “grandeza”, en la ceguera de creer que sus acciones son dignas de encomio, cuando en realidad muchas de ellas lo envilecen. Como ha señalado Juliana González:

Lo enajenante y deshumanizante es hacer de la producción tecnológica (y de los valores económicos, por básicos que sean y sea indiscutible su utilidad) la actividad prioritaria de la vida del hombre contemporáneo. Lo enajenante es el olvido del carácter meramente instrumental de la técnica y la tecnología; el mal es su totalización y la pérdida de las dimensiones propiamente humanas de la vida. El mal es el precio que el hombre ha tenido que pagar por el “progreso”, o sea, la “venta del alma” y, junto con ella, “la venta” de su propio hábitat: la destrucción del planeta. [Y también:] El desencanto afecta a esa excelencia humana puesta en lo que alguna vez fue la virtus del hombre, su capacidad de intervención verdadera dentro de la historia y su capacidad de hacer un “mundo” mediante su techné, un mundo que satisfaga necesidades y resuelva la vida, y que, particu-larmente, sea embellecido por el arte y dotado de sentido por el ethos.25

24 Zygmunt Bauman,Zygmunt Bauman, op. cit., p. 85.25 Juliana González, op. cit., p. 31.

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En nuestra opinión, el mayor problema de la ética social, ha sido la pretensión de construir la moralidad casi exclusivamente en el reconocimiento de los otros como iguales; es decir, el individuo sólo tiene “obligación moral” con sus semejantes (sólo con quienes puede considerar iguales). Esto explica prácticamente todos los anti-humanismos que presenciamos, entre los que destacan: 1) Las actitudes hostiles contra las comuni-dades culturales distintas a la propia, como las minorías étnicas, religiosas y sexuales, o los grupos vulnerables y marginados. Actitudes que han encontrado sus más lamentables expresiones en el nazismo, en el stalinismo, en las guerras y revoluciones armadas, en los chauvinismos y en los fanatismos sociales. 2) La explotación ilimitada de la naturaleza, bajo la creencia falsa de que el hombre, por su condición, tiene el dominio de los recursos naturales y el derecho a su degradación. 3) Las actitudes de indiferencia ante los proble-mas o conflictos de quienes cohabitan nuestro espacio; incluso, aunque pertenezcan al mismo grupo social, aunque convivan frecuentemente, y pese a que se comparta la misma profesión y el mismo trabajo, en la sociedad moderna existe el desapego hacia el otro, se percibe indolencia y dejadez respecto a los problemas de los otros. “Racionalmente”, un individuo sólo se interesaría verdaderamente en las necesidades de los demás, en la medida en que avizore que tales dificultades pueden afectarle a él mismo. En palabras de Bauman: “la sociedad moderna creó conformidad (adhesión, no conformismo) al estilo de vida capitalista, pero no creó solidaridad social, no desarrolló una conciencia colectiva de comunalidad. En todo caso, lo que hay es una colectividad disfrazada”.26

En el posmodernismo (situado temporalmente desde la segunda mitad del siglo xx), encontramos la exacerbación de las contradicciones del racionalismo instrumental. Se observan los siguientes ejemplos de crisis: 1) La ciencia se manifiesta independiente de cualquier control ético; 2) la desarticulación del vínculo entre individuo, especie y sociedad; 3) el deterioro acrecentado del tejido social; 4) la degradación de las solidari-dad tradicional; 5) el carácter cada vez más exterior y anónimo de la relaciones sociales; 6) el debilitamiento del imperativo comunitario; 7) el superdesarrollo del principio egocéntrico, en detrimento del principio altruista; 8) la pérdida de los fundamentos éticos; 9) la angustia y la desaparición del sentido de la vida;27 10) la insensibilidad y la indiferencia como actitudes de exclusión (que excluyen al otro); 11) la adiaphorizacion, o pérdida gradual de las obligaciones y responsabilidades morales frente a los otros;28 12) la relatividad de la moralidad expresada en la pasividad y resignación ante los actos inmorales, violentos y deshumanizantes, debido a una tolerancia mal entendida; 13) la apropiación capitalista de la naturaleza; 14) la irracional pretensión del proyecto social

26 Zygmunt Bauman, op. cit., p. 88.27 Edgar Morin, El método 6. Ética, España, Cátedra, 2006, p. 27.28 Zygmunt Bauman,Zygmunt Bauman, op. cit., p. 92.

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de aplicar (extender) la ciencia y la tecnología modernas en todas las comunidades, y 15) la irracionalidad del estilo de desarrollo “igualitario” que presiona agudamente la capacidad ecológica de sustentación y regeneración de recursos.29

RACIONALIDADÉTICAFRENTEARACIONALIDADECONÓMICA¿QUÉÉTICANECESITAMOS?

En las secciones anteriores se han señalado las implicaciones del posmodernismo sobre la vida presente y futura de las sociedades. Si en sus inicios, el modernismo se vio fortalecido por los principios de racionalidad instrumental que podemos equiparar a los de racionali-dad económica, porque se distinguía cierto espíritu empresarial de creación y de progreso; hoy parece que nos enfrentamos a la irracionalidad de la racionalidad instrumental.

¿�or qué se dice que la racionalidad económica es coautora de la crisis posmodernista? Con el advenimiento del capitalismo, se enfatizó la racionalidad instrumental entendida como la actuación racional motivada hacia el alcance de los fines perseguidos, que ge-neralmente se asociaban con la prosperidad material. Este concepto es semejante al de racionalidad formal que supone la posibilidad de orientar las acciones para la obtención de objetivos cuantificables.

En las distintas teorías económicas se encuentran formas alternativas de vincular los preceptos de moralidad, racionalidad, justicia y bienestar. De acuerdo con Hausman y Mc�herson, las teorías que abordan el bienestar pueden clasificarse en sustantivas y formales; las primeras indican qué bienes tangibles o intangibles son intrínsecamente buenos para el ser humano, mientras que las teorías formales no refieren cuáles son estos bienes, sino cómo identificarlos.

Entre los primeros autores que abordan la relación entre economía y moralidad se encuentra Adam Smith. En La teoría de los sentimientos morales, de 1759, se enfatiza el papel de la simpatía como base de la aprobación moral, la simpatía no es benevolencia, es el entendimiento del otro, es asumir las circunstancias que promueven las pasiones en otros. Smith defiende también dos virtudes fundamentales: la beneficencia y la justicia, mientras la primera es elegible, la segunda es forzosa. �uede existir una sociedad sin be-neficencia, pero no sin justicia. En la misma obra, Smith orienta sobre su concepción de justicia, ésta no significa inducir a respuestas iguales para los actos cometidos, sino más bien en la “correspondencia con las acciones”, se trata de una “justicia conmutativa”.30

29 Enrique Leff, Ecología y capital. Racionalidad ambiental, democracia participativa y desarrollo susten-table, 7a. ed., México, unam/Siglo xxi Editores, 2007, p. 322.

30 “La mera justicia es, en la mayoría de los casos, una virtud negativa y sólo nos impide lesionar a nuestro prójimo, […] A menudo podemos cumplir todas las normas de justicia simplemente si nos sen-

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En la Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, de 1776, se muestra también cierta noción de “justicia distributiva” en cuanto a la necesidad de la intervención estatal para apoyar el desarrollo económico.

Un debate también importante es la concepción de utilitarismo de Smith. La noción básica de utilitarismo, debida a Jeremy Bentham supone la necesidad de enfatizar la utilidad social y la búsqueda de políticas que beneficien al mayor número posibles de individuos. �ara Smith, es defendible el “amor propio” y la vigilancia del propio interés, porque esto conduce al respeto de los intereses ajenos; en la Teoría de los sentimientos morales, Smith dice: “[…] el individuo sabio y virtuoso está siempre dispuesto a que su propio interés particular sea sacrificado al interés general […] debe ponderar todos los infortunios que puedan sobrevenirle a él, a sus amigos, su grupo o su país, en tanto que necesarios para la prosperidad del universo”.31

En Smith, entonces, se reconoce el utilitarismo como principio para la construcción de instituciones sociales y como pauta para su evaluación, mientras que en otras concep-ciones se emplea como criterio para valorar medidas políticas particulares. También es cierto que los primeros utilitaristas como Jeremy Bentham y John Stuart Mill interpre-taban la utilidad como los actos y bienes que provocan los estados mentales de felicidad y placer; mientras que los contemporáneos asocian a la utilidad con la satisfacción de las preferencias individuales.32 En este último sentido, el utilitarismo está ampliamente asociado con la teoría económica neoclásica, para la cual el bienestar es precisamente la satisfacción de las preferencias.

En el Estado de bienestar de 1920, Arthur Cecil �igou revela preceptos utilitaristas al preocuparse de los casos en que la búsqueda del interés individual no redunda en el bienestar colectivo. Si los beneficios individuales son la motivación de las acciones, queda justificado en términos marginalistas como criterio para asegurar la máxima renta nacional, que los ingresos obtenidos en un proceso productivo deban igualar a los costos asumidos.33

tamos y no hacemos nada. Así como el hombre haga, se le hará y la correspondencia parece ser la gran ley que nos dictó la naturaleza”. Adam Smith, La teoría de los sentimientos morales, ed. en español, España, Alianza Editorial, 1997, p. 176.

31 Ibid., p. 410.32 Carlos Rodríguez, “Estudio preliminar”, en Adam Smith, op. cit., p. 32.33 La Escuela Marginalista se caracterizó por el estudio de la utilización de recursos materiales en la

satisfacción de necesidades, y del principio de los rendimientos decrecientes; este último indica que la producción obtenida es función positiva decreciente de los insumos empleados, incrementar los insu-mos aumenta la producción, pero en forma menos que proporcional y hasta un punto máximo. Entre los marginalistas conocidos se encuentran: William Stanley Jevons, Carl Menger y Alfred Marshall.

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La teoría económica ortodoxa avanzó a partir del marginalismo y principalmente gracias al concepto de equilibrio general competitivo sugerido por Léon Walras en Elements of Pure Economics; la percepción más aceptada subraya que en la Ley de Wal-ras se “corrige” y “extiende la denominada Ley de Say (debida a Jean Baptiste Say). Según esta última, en cada mercado de bienes existe igualdad entre la demanda y la oferta, y la demanda se ajusta siempre a la oferta previamente determinada; en la Ley de Walras, el equilibrio general competitivo significa que ahora no se consideran los mercados de bienes de forma aislada, sino en su conjunto, así esta ley enuncia que: “la suma de las demandas excedentes de todos los mercados en equilibrio y en desequilibrio es idénticamente igual a cero”, de modo que los excedentes en valor en un mercado se compensan con los excedentes (de signo contrario) en algún otro mercado; además la percepción de Walras parece dirigirse más bien a la simultaneidad de la oferta y la demanda.

El concepto de equilibrio general competitivo es muy relevante para la teoría eco-nómica neoclásica porque implica que la actuación racional individual de agentes egoístas supone no sólo los beneficios personales, de maximización de ganancias y satisfacción de preferencias, sino que implica además la posibilidad de converger en la armonía social. Bajo el axioma de racionalidad, la teoría económica supone que los individuos toman decisiones óptimas utilizando inmejorablemente toda la información de la que disponen, haciendo uso de sus mejores destrezas y habilidades, y empleando la mejor tecnología disponible.34

La construcción de la teoría económica ortodoxa, se basa, así, en el predominio de la acción individual, en el modelo de racionalidad que prioriza la obtención de los me-jores resultados cuantitativos; se asume que si cada individuo actúa así, se converge al equilibrio competitivo y eficiente, en el que las elecciones ya son inmejorables, porque

34 En 1954, los economistas Kenneth Arrow y Gerard Debreu demuestran formalmente la existencia del equilibrio general competitivo bajo condiciones de competencia perfecta (lo que incluye el supuesto de información perfecta: completa y simétrica; es decir, en condiciones plenamente deterministas). Si los consumidores maximizan sus utilidades o la satisfacción que obtienen al consumir, sujetos a la restricción de sus condiciones presupuestales, y los productores maximizan sus ganancias condicionados por la tecnología disponible, entonces es posible que ambos “tipos” de agentes encuentren las cantidades óptimas de los bienes que están dispuestos a intercambiar, y más aún, es posible que encuentren en el equilibrio general, o sea, el vector de precios relativos que haga compatibles sus decisiones. Al respecto, puede consultarse Arrow Kenneth y Gerard Debreu, “Existence of equilibrium for a competitive economy”, Econometrica, núm. 22, 1954, pp. 265-290, y también Arrow Kenneth y Frank Hahn, Análisis General Competitivo, México, Fondo de Cultura Económica, 1971.

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ya se han logrado las ideales; este paradigma es el que se identifica como “racionalidad económica”.35

Al equilibrio general se suma el concepto de eficiencia. Si bajo la teoría formal del bienestar, éste significa la satisfacción de las preferencias, la eficiencia se alcanza cuando las decisiones son colectivamente inmejorables. Al respecto, el economista y sociólogo más citado es Vilfrido �areto. En Los sistemas socialistas, de 1902, expone con detalle las dificultades de los gobiernos al legislar, juzgar, distribuir recursos y organizar a las sociedades; principalmente porque se desconoce con precisión los resultados positivos o negativos de éstas.36 Como puntualmente ha señalado John Broom, la eficiencia paretiana es un criterio de elección, según el cual: “si dos alternativas son igualmente buenas para todo el mundo, pero si alguna de ellas es mejor al menos para alguien y sigue siendo la mejor para todos los demás, entonces ésta es la mejor”; en otros términos, la eficiencia paretiana implica que la decisión óptima debe mejorar a alguien y no perjudicar a los demás. Hausman y Mc�erson proporcionan ejemplos muy ilustrativos del contraste entre el enfoque paretiano y el utilitarismo; mientras que en éste, para la sociedad siempre será preferible salvar la vida de dos personas desconocidas que la de una sola persona conocida (porque evidentemente se mejora el resultado promedio). �ara �areto, si una decisión puede triplicar la riqueza de casi todos los individuos, pero disminuye en una centésima la riqueza de una persona, entonces no es una solución eficiente.37

En resumen, la teoría formal del bienestar de la economía ortodoxa se basa en el pre-dominio de los criterios de racionalidad que orientan las decisiones de los individuos;

35 Entre los principales exponentes de la Teoría �eoclásica destaca �aul Samuelson, galardonado con el �remio �obel de Economía en 1970; entre las múltiples aportaciones a esta teoría, para nuestros pro-pósitos es relevante su percepción del bienestar. Enfatizando la conveniencia del bienestar social, y dado el supuesto de perfecta sustituibilidad de bienes y factores, el problema esencial es encontrar la solución óptima que determine la cantidad de bienes privados y bienes públicos (o proveídos por los gobiernos) que maximicen los beneficios agregados (la suma de los beneficios individuales).

36 En la obra señalada se dice: “�robar que una medida puede ser un remedio para ciertos males de la sociedad, no prueba en modo alguno que sea favorable al bienestar general, puesto que su adopción puede acarrear más males que los que evita […] �o nos cansaremos de repetir que para juzgar una organización es indispensable hacer una especie de balance: poner de un lado el bien, y del otro el mal, y ver de qué lado se inclina la balanza”, Vilfrido �areto, “Los sistemas socialistas” en Escritos Sociológicos, España, Alianza Editorial, 1902, pp. 134-135. Estas nociones son estudiadas por �areto con mayor rigor en la obra The Rise and Fall of Elites, donde asocia la élite política al poder y donde explica, además, que el surgimiento y decadencia de las élites se debe al surgimiento de individuos motivados por la ideas de cambio y progreso social contra quienes prefieren la estabilidad e inmovilidad.

37 Daniel M. Hausman, y Michael S. Mc�herson, El análisis económico y la filosofía moral, México, Centro de Investigación y Docencia Económicas/Fondo de Cultura Económica, 2007, pp. 139 y ss.

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éstos actúan con el propósito de obtener su máximo beneficio o la satisfacción de sus preferencias, dados los supuestos de sustitución perfecta entre los bienes y la existencia de agentes simétricos en sus decisiones (agentes representativos); el bienestar colectivo supone la agregación de cada uno de los resultados de bienestar individual.

En la teoría económica existen alternativas a la interpretación neoclásica del bienestar. John Rawls, en A theory of justice, de 1971, explica que aunque el bienestar significa la satis-facción de las preferencias racionales, la política social no debe encaminarse a incrementar esa satisfacción, sino en crear o favorecer los “bienes sociales primarios” (como la libertad, la oportunidad, el ingreso y el respeto), que son utilizados por los individuos para alcanzar sus fines; así, el bienestar se mide a partir de los bienes sociales primarios existentes.

Rawls examina también la “justicia como equidad” y la “justicia distributiva” en aso-ciación con el contrato social. Justicia y equidad no son sinónimos,38 la justicia es: “Un complejo de tres ideas: libertad, igualdad y recompensa por servicios que contribuyan al bien común”.39

La libertad se refiere a la ausencia de imposiciones que coarten el disfrute de los dere-chos del individuo; la desigualdad indica la diferencia en beneficios y cargas resultantes de la división de tareas en un grupo, sólo es permisible si conduce al provecho de todos los miembros. Asumiendo las sociedades constituidas por individuos racionales motivados por el interés propio, la coincidencia entre sus aptitudes y sus necesidades, y su interven-ción en prácticas comunes, el concepto de justicia se aplica precisamente al sistema de prácticas en el que participan. La idea del contrato social descansa en el hecho de que los individuos reconocen las relaciones en las que se encuentran y los motivos que les llevan a pertenecer a un grupo, y están dispuestos a asumir ciertos principios de valoración en sus prácticas, a asumir sus derechos y obligaciones y comprometerse con ello por las ventajas comunes que pueden derivar. La aceptación de este contrato descansa en el supuesto del “velo de ignorancia”, los agentes no pueden construir ni promover principios que sean favorables al beneficio propio, porque desconocen qué beneficios particulares podrían derivar, y desconocen también el campo de acción de otras propuestas o la importancia de otros grupos y cómo pueden aprovechar éstos para una ventaja particular.40

38 La equidad se considera el principio esencial de la justicia: “La cuestión de la equidad surge cuando personas libres que carecen de autoridad las unas sobre las otras, se embarcan en una actividad conjunta y establecen o reconocen entre ellas las reglas que definen esa actividad y que determinan las respectivas cuotas en los beneficios y cargas”. John Rawls, “Justicia como equidad” , trad. al español de la obra original de 1957, Revista Española de Control Externo, vol. 5, núm. 13, 2003, p. 143.

39 John Rawls, “Justicia como…”,John Rawls, “Justicia como…”, op. cit., p. 131.40 John Rawls, “Justicia distributiva” (trad. al español del texto original de 1976), Estudios públicos,

núm. 24, 1986, p. 55.

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En relación con la justicia distributiva, Rawls establece el “principio de diferencia” por el cual es justo fomentar los intereses de los grupos menos favorecidos. Contrario a los argumentos de �areto, aquí se presupone que los individuos aventajados se favore-cen cuando ceden posiciones al comprometerse en el contrato social por los beneficios mutuos:

El principio de diferencia dice que estas desigualdades son justas si forman parte de un sistema más amplio dentro del cual se beneficia al individuo representativo más desafor-tunado […] el principio de diferencia representa, efectivamente, un acuerdo original para compartir los beneficios de la distribución de talentos y capacidad naturales, cualquiera que sea esta distribución, con el fin de aliviar todo lo posible las desventajas arbitrarias que se derivan de nuestra posición inicial en la sociedad. Los favorecidos por la naturaleza, sean quienes fueren, pueden ganar con su buena fortuna únicamente en condiciones tales que mejoren el bienestar de los que han salido perdiendo. Llegamos al principio de diferencia, si deseamos ordenar la estructura social básica de modo que nadie gane (ni pierda) en razón de su suerte en el sorteo natural de talento y capacidad, o del lugar inicial que ocupa en la sociedad, sin dar (o recibir) en cambio, ventajas compensatorias.41

Robert �ozick, cuestiona las ideas de la “contractualidad” y del “principio de dife-rencia” de Rawls, porque afirma que cualquier redistribución sólo es posible cuando es autorizada por el individuo. �ara �ozick, la justicia es el respeto a la autonomía y se determina por la “titularidad”, no por las “normas sociales”. Sólo es justificable la pre-sencia de un “Estado mínimo” que garantice la libertad. La redistribución es sumamente discutible porque interfiere esencialmente en la vida de las personas.

Amartya Sen coincide con Rawls en que el bienestar no se aprecia en los bienes que el individuo pueda disfrutar; pero a diferencia de aquél, tampoco se observa en el conjunto de bienes sociales primarios, sino que se construye y se mide con base en las “capacidades” de los individuos o habilidades para ejecutar “funcionamientos” o “realizaciones”; su enfoque no escapa a la principal crítica sobre los criterios que deben emplearse en la selección de las capacidades y realizaciones a promover.42

¿Cuáles son las alternativas posibles a la crisis posmodernista? Sus críticos ya han esbozado algunas propuestas como la “acción comunicativa”, la “seducción” o el “reen-cantamiento del mundo”, o bien, la “cultura política pedagógica”. �o obstante, estas alternativas son, a su vez, fuertemente cuestionadas (con el conjunto de la teoría social posmoderna) porque de hecho, al no interesarse por el sujeto, ni por la subjetividad,

41 Ibid., pp. 62-63.42 Las diferencias entre el enfoque de Rawls y el de Sen se expone con detalle en Amartya Sen, “Justice:

Means versus Freedoms”, Philosophy and Public Affairs, vol. 19, núm. 2, 1990, pp. 111-121.

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se carece de una verdadera teoría de la acción.43 Sus autores no explican cómo lograr la acción comunicativa aunque se nos enuncie lo que se espera de ella, tampoco sabemos cómo crear la necesaria cultura política pedagógica.

Desde la teoría económica, las alternativas para escapar de la racionalidad económica e instrumental todavía no están plenamente definidas aunque existen esfuerzos impor-tantes basados en la recuperación de paradigmas éticos; uno de estos caminos orienta a la construcción del concepto de “racionalidad ética” con base en las aportaciones de importantes teóricos, y precisamente intentando revertir las expresiones de crisis del mundo contemporáneo.44

Entre las principales ideas, recuperamos algunas aportaciones del filósofo, sociólo-go y antropólogo francés Edgar Morin; según su investigación, la racionalidad ética requiere:

1) La “religación” antropológica del ser humano, con la cual se regenere el bucle recur-sivo entre el individuo, la especie humana y la sociedad. La “religación” se entiende como lo opuesto a “desligación”, implica la vinculación “religante” (participante y activa). El bucle recursivo implica un proceso de auto-organización y auto-producción, se trata de un circuito donde los elementos que pueden suponerse efectos, son también las causas (es decir, se supera la noción lineal de causalidad). Así, la religación antropológica del ser humano implica la regeneración de sí mismo, significa entenderse como individuo, como ser vivo-especie humana, y como miembro de una sociedad. El ser humano se define justamente en la interacción de estas esferas; no puede entenderse a la persona como sólo individuo, sólo especie o sólo un elemento de la sociedad.45

2) Como individuo, el ser humano necesita de la “auto-ética”. Se trata del pensamien-to, la reflexión y la decisión individuales que lo conducen a actuar moralmente bien. “La auto-ética es en primer lugar una ética de sí a sí, que desemboca naturalmente en una ética para el prójimo”.46

La auto-ética incluye entre otros aspectos: el “auto-examen”, que nos permita identifi-car los errores, los resentimientos, y las tendencias a la auto-justificación; la “auto-crítica”;

43 George Ritzer, op. cit., p. 597.44 �uestro concepto de “racionalidad ética” es claramente distinto a la idea de “ética racional”. La

“racionalidad ética” es una alternativa fuerte de salida a la crisis de la posmodernidad porque engloba conceptos tales como la racionalidad ecológica que han sugerido líneas concretas de acción y demostrado su viabilidad. El término “ética racional” hace referencia al hecho de que en el “ethos” de cada sociedad, es decir, en los rasgos que definen su cultura, está implícita una racionalidad porque en cada estadio de la evolución, los seres humanos han elegido lo que consideran la actitud racional del hombre de su época.

45 Edgar Morin, op. cit., pp. 35 y ss.46 Ibid., p. 101.

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la “resistencia a la moralina”, es decir, la tendencia a ver en los otros las causas de los errores y la tendencia a condenarles definitivamente por algún error del pasado; la ética de la responsabilidad: aunque no somos totalmente libres para actuar, tampoco estamos totalmente condenados por el imprinting;47 en suma, la auto-ética es la resistencia a la barbarie interior.48

3) Como miembro de una sociedad el ser humano requiere de una “socio-ética”, se trata de una ética dirigida hacia el grupo social. Morin define a la sociedad como la entidad en que existen interacciones amigables, pero también rivales y conflictivas, es la agru-pación en la que se requiere mantener el orden por la ley la fuerza. �ero la comunidad es la conjunción de individuos reunidos afectivamente por un sentido de hermandad y de pertenencia a un grupo, el mantenimiento de la comunidad sólo requiere de fe, respeto y tolerancia. �ara que la “socio-ética” sea viable necesita construirse en el mundo real, en la sociedad-comunidad.49

4) Como especie y ser vivo, el ser humano requiere de la “eco-ética”, que implica asumir la condición humana, reconocer nuestras debilidades y expandir las potenciali-dades humanas, civilizar las propias acciones. �ero, además, significa arribar a la ética planetaria. En palabras de Morin:

[El humanismo planetario] eleva al nivel ético la conciencia antropológica que reconoce la unidad de todo lo que es humano en su diversidad y la diversidad en todo lo que es unidad; de ahí la misión de salvaguardar por todas partes la unidad y la diversidad hu-manas”, […] [implica] la toma de conciencia de la finitud humana en el cosmos, que nos conduce a concebir que, por primera vez en su historia, la humanidad debe definir los límites de su expansión material y correlativamente emprender su desarrollo psíquico, moral, mental.50

REFLEXIONESFINALES

Si bien la actitud ética es inherente al ser humano, en cada estadio de su evolución se ha perfilado una variante acorde con las necesidades y la cultura de la sociedad. Esto no significa que haya existido o deba existir una ética para cada sociedad, sino simplemente

47 Edgar Morin define imprinting como una marca sin retorno impuesta por la cultura familiar y social, las cuales determinan (condicionan) el pensamiento y la acción humana. Edgar Morin, op. cit., p. 31.

48 Loc. cit.49 Ibid., p. 163.50 Ibid., pp. 175 y ss.

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que la concepción universal de la ética cambió conforme se desplegaron las actividades humanas.

En las secciones anteriores de este documento se identificó a la “ética individualista” que ensalzaba la figura del “santo” y las actitudes caritativas y piadosas (y que incons-cientemente quebrantaba la libertad, el respeto y la dignidad humana) como caracterís-tica del pre-modernismo. Con el advenimiento del capitalismo, del humanismo y del modernismo, lo sublime es ahora la “ética entre iguales”, esta representación se sustenta en la figuración del hombre poderoso y en el axioma de la racionalidad económica; bajo la falacia de que sólo se tiene obligación frente a quienes se considera “semejantes”, se han producido deplorables acontecimientos que en lugar de exhibir la grandeza del ser humano, sólo nos muestran su envilecimiento.

Las críticas al posmodernismo frecuentemente adolecen de una propuesta concreta de acción, con la cual superar sus aporías. Afortunadamente, en la “racionalidad ética”, encontramos un plan viable de acción. Se trata ahora de regenerar la percepción de noso-tros mismos; significa el reconocimiento del ser humano en sus dimensiones de individuo, especie o ser vivo, y miembro de una comunidad-sociedad. Justamente, en el presente, la obligación moral del ser humano es frente a sí mismo (auto-ética), con su comunidad (socio-ética), y ante la naturaleza (eco-ética).

La racionalidad ecológica (o la racionalidad ambiental) están incluidas en el concepto de “racionalidad ética”, preferimos este último concepto porque no es limitativo de la eco-ética.

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Las reLaciones de teLetrabajo:entre La protección y La reforma*

Paula Lenguita

en este artículo nos ocuparemos del teletrabajo, suponiéndolo como una manifestación renovada del trabajo a domicilio. En tal sentido, se revisan los principios normativos antecedentes de esta expresión productiva reciente para considerar su incidencia en el régimen de garantías con que cuenta el trabajo. Como se verá en el recorrido del artículo, es preciso considerar protecciones explícitas para combatir los efectos negativos que esta innovación acarrea, respecto del aislamiento profesional y de la atomización sindical, ya que es un modelo que podría llegar a extenderse, más allá de los límites geográficos y económicos que hoy tiene el tradicional trabajo a domicilio.

Palabras clave: teletrabajo, derecho, sindicato.

AbSTRACT

In this article we will address remote work (telework), assuming it as a renewed manifestation of work at home. In such sense, the antecedent normative principles of this recent expression of the external labor are reviewed, in order to affirm labor rights. As will be seen in the course of this text, is a necessity to consider explicit protections, to fight the negative effects that this innovation implies, refering to professional isolation and union atomization, since it is a model that could extend beyond the geographic and economic boundaries that today has the traditional work at home.

Key words: remote work, rights, union.

INTRODUCCIóN

El teletrabajo es un fenómeno escurridizo para las ciencias sociales. Después de cuatro décadas de desarrollo, las disciplinas interesadas en comprenderlo no han logrado esta-

* Los resultados parciales desarrollados en el presente artículo son producto de una investigación dirigi-da por la autora, bajo el título: “tics y relaciones laborales”, que cuenta con financiamiento del Programa Ubacyt (Programación 2008-2010, S607) y el Programa Foncyt (1682/07).

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blecer criterios afines de interpretación. Esa vaguedad terminológica está determinada, en parte, por la ligazón inicial que sufrió respecto del ritmo y la intensidad de la incor-poración productiva de la informática. Si bien dicha tecnología le ha servido de soporte, de infraestructura y de difusión, paralelamente, en los hechos, afectó la posibilidad de un reconocimiento histórico-social de sus antecedentes productivos.

En consecuencia, en el presente artículo se asume una perspectiva crítica respecto del teletrabajo, que orienta su interpretación en función de los desarrollos alcanzados por los estudios recientes sobre la modernización del trabajo a domicilio; básicamente, para considerar ambos esquemas organizacionales como manifestaciones divergentes del sistema de trabajo a distancia. Desde esa relación, es posible considerar los elementos perjudiciales para el trabajador como propios del aislamiento ocupacional.

En ese sentido, retomamos estudios realizados por la Organización Internacional del Trabajo (oit) que señalan las continuidades y rupturas entre las formas antiguas y modernas del trabajo a domicilio, al considerar la manifestación del teletrabajo como una extensión geográfica y económica del modelo restrictivo de trabajo a distancia des-empeñado en el hogar. Dicho esto, sabemos que en los nuevos hallazgos productivos de la economía informal existen principios contractuales propios de las estructuras clandes-tinas de contratación laboral, ligadas aquí a prácticas de imposición patronal tendientes a “individualizar” las relaciones laborales.

Por lo dicho, mirar el teletrabajo desde una perspectiva crítica supone considerarlo como una variante especial del trabajo a distancia que recupera en su desarrollo viejos flagelos sobre el trabajador, aun en actividades en las cuales el trabajo a domicilio no existía, es decir, el comercio y los servicios.

UNA RENOVACIóN DEL TRAbAJO A DISTANCIA

El trabajo a domicilio es una realidad antigua, anterior incluso a la emergencia de la organización fabril dentro del capitalismo. Pero su incidencia en las últimas tres dé-cadas muestra que es un escenario productivo renovado, que se reafirma en sectores productivos hasta hace años esquivos y, también, en áreas noveles para la economía internacionalizada. Como muestra de este desarrollo podemos aludir a los estudios com-parativos desarrollados por la oit durante la década pasada, que dieron como resultado el Convenio 177 Sobre Trabajo a Domicilio, en el año 1996. Según esa normativa, la persona denominada como trabajador a domicilio está en condiciones de designar un sitio productivo, que puede ser su domicilio u otros locales que escoja, siempre distin-tos a los lugares en donde se halla el empleador. Además, se admite que el propósito del vínculo laboral es la realización de un producto o, también, la prestación de un

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servicio; siempre conforme a las especificidades que imponga el empleador, pero con independencia de quien proporcione los equipos de trabajo. Con la única salvedad, si bien ambigua en su expresión, de serlo siempre y cuando la persona no sea autónoma ni independiente económicamente, según lo consideren la legislación nacional o las decisiones judiciales.

Por lo expuesto, las variantes asumidas a partir del convenio mencionado se establecen sobre el criterio aleatorio de externalidad del puesto de trabajo; es decir, la tarea puede desempeñarse en el hogar o en ámbitos escogidos por el propio trabajador que, necesa-riamente, por la aplicación de la denominación general del vínculo contractual, han de ser distintos al lugar de desempeño comercial del empleador. Al incluir los desarrollos modernos de esta modalidad de trabajo a distancia, se especifica que el producto puede llegar a ser un servicio que estará configurado por el interés del empleador, sin que ello afecte al hecho de quién es el propietario de los equipos que se utilizan en el desarrollo de la tarea. Este es un elemento de contundente ruptura con los regímenes de interpretación antecedentes, respecto de esta forma modernizada de trabajo a domicilio, ya que en ellos no se contemplaba la idea de un servicio como resultado de la tarea, y mucho menos que los medios dispuestos para su realización pudieran ser propiedad del trabajador. Ambas condiciones generalmente eran impuestas como elementos determinantes de la situación de autonomía, y no de dependencia, en el vínculo contractual.

Sin embargo, esas especificaciones integradas a la nueva normativa internacional también admiten entre sus límites el hecho de que tales manifestaciones puedan conside-rarse de un modo autónomo en el vínculo contractual, con la correspondiente pérdida de garantías protectorias de las relaciones de dependencia. La pregunta es, entonces, quién determina si existe una u otra situación contractual; la respuesta está en la propia normativa, según la cual se admite la predominancia de los regímenes nacionales que contemplen ese particular y, si no, en la propia jurisprudencia que atienda contiendas sobre uno u otra planteadas a partir de la relación de trabajo.

Lo único que queda claro en estas afirmaciones dispuestas por el organismo inter-nacional es que el trabajo a domicilio ha visto modificarse muchos de sus elementos específicos: lugar externo al empleador, producto del trabajo y propiedad de los medios de producción. Pero esas modificaciones parecen no alcanzar para alternar resuelta-mente la realidad del diseño organizativo, cuyo único soporte de continuidades parece ser el hecho de la falta de fiscalización patronal sobre las tareas concretas del trabaja-dor. Un elemento altamente polémico, para hablar del caso especial del teletrabajo, dado que en esta nueva realidad del trabajo a distancia, la fiscalización directa, pero no presencial, puede existir por medio de los recursos tecnológicos. Dicho en otros términos, el empleador puede saber qué hace el trabajador en la computadora, sin necesidad de disponer de una supervisión presencial: realiza el control por medio de

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elementos informáticos que, a distancia, pueden reproducir lo que el operador realiza sobre la máquina.

Con estas diferencias en la composición normativa de lo que es trabajar a distancia, se pueden clarificar las condiciones en las cuales se ha renovado la realidad de externalidad laboral. Llegando a dar cuenta del carácter moderno de la expresión reciente del trabajo a domicilio, es posible incluso advertir la posibilidad de hacer extensiva geográfica y económicamente una modalidad que estaba relegada al ámbito estrecho de producción y manufactura en el sector de prendas e indumentaria. Con ello sostenemos que la flexibilidad ofrecida por los recursos informáticos para otorgar variantes concretas a las viejas formas de distanciar el trabajo, hoy permiten hacer efectiva esa modalidad de segmentación productiva a actividades inéditas para el modelo de desarrollo económico, como son el comercio y los servicios.

Más aún, estos modelos de trabajo parecen extenderse significativamente a sectores innovadores de la economía internacional: los ligados a la industria informática, cultural y la administración creciente. En esas claves productivas la pregunta que nos resta por responder es si esa extensión económica y territorial, dado que se desarrolla en regiones diversas en el mundo, se amplifica por medio de lo que se supone la economía formal y registrada o lo hace en el marco de la economía sumergida y la informalidad lindante con la clandestinidad de la actividad laboral.

LA PRODUCCIóN DESCENTRADA

De manera llamativa, la historia especializada del teletrabajo muestra que éste es un fenómeno organizacional que surgió allá por la crisis energética de la década de los 70, y a cuento de convertirse en una salida estratégica para reducir los costos financieros y temporales de los trabajadores en sus lugares de trabajo. Sin embargo, en esa emergente un tanto épica, si reconocemos que todavía no había un desarrollo tecnológico suficiente como para efectivizar tal estilo de “deslocalización” productiva, llama la atención que, en esa reconstrucción, no existiesen alusiones a antecedentes históricos definitivos como son las experiencias periféricas del putting out system.

Desde sus orígenes, el teletrabajo se distanció de viejas expresiones del trabajo a distancia, bajo el argumento de que se caracterizaba por una complejidad técnica que poco tenía que ver con la fabricación textil, en la cual persiste el modelo hogareño de gestión productiva. Aún más, en la actualidad existen pocos analistas que liguen ambas experiencias, porque en general se sostiene que el recurso informático incorporado es un agente que modifica de manera drástica la matriz hogareña de prolongación de la unidad de trabajo.

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Contrariamente a estas posiciones, sostenemos que la ambigüedad terminológica del teletrabajo es consecuencia de esa falta de ligazón con experiencias productivas antece-dentes, y más todavía cuando vemos su emergencia tras una crisis energética sucedida hace cuatro décadas, que requirió, entre otros cambios, modificaciones en las estructuras de producción con el objetivo de abaratar los costos productivos, en dos sentidos. Por un lado, tal como sostienen los promotores del teletrabajo, porque reduce los tiempos y recursos financieros necesarios para trasladar a los trabajadores al lugar de trabajo. Por otro lado, un argumento que no se asocia con esta innovación es el hecho de que ha fomentado instancias de subcontratación laboral, con la amenaza que ello significa para las formas protegidas de contratación de trabajo.

No es por azar que esta innovación prosperase en el contexto de inestabilidad tras la crisis, momento en el que la inseguridad garantiza planteos pragmáticos para el desarrollo económico. Tras esa búsqueda, muchas veces, las salidas operan como cerrojo para pensar consecuencias negativas de esos nuevos lineamientos. En ese contexto, el teletrabajo surge y se refuerza como un esquema productivo tendiente a precarizar el trabajo, cuando en la práctica se establece en mecanismos inestables de acceso al empleo, lindantes incluso con el “fraude laboral” (algo que para algunos especialistas ha llevado también el nombre de autónomos-dependientes, es decir, cuando los trabajadores están en una situación de de-pendencia económica pero jurídicamente se hallan enmarcados en regímenes autónomos de contratación de servicios).

Pasadas cuatro décadas del fenómeno de teletrabajo, observamos que las nuevas tecno-logías informáticas han servido como entorno infraestructural y medio de comunicación al interior de estructuras tendientes a la subcontratación de trabajo. En un marco pro-ductivo dinámico y moderno, pero con aristas de debilitamiento en las protecciones al empleo. La segmentación del proceso productivo lidera esta variación que en sus extremos ratifica la práctica de atomización laboral, altamente perjudicial para las organizaciones sindicales. En suma, la falta de registros formales del desarrollo del teletrabajo no debe comprenderse como una deficiencia en la clasificación y, por ende, imposibilidad de registros de la innovación, sino, tal como aquí sostenemos, es consecuencia de su expan-sión en las sombras del trabajo no registrado, sin miras de realización significativa en la economía formal a nivel internacional.

El teletrabajo, como práctica organizativa, se adapta a las exigencias de la externalización productiva. Más aún, el teletrabajo transfronterizo forma parte de las redes descentraliza-das que organizan las empresas de distintos sectores de actividad, como por ejemplo las que se dedican a la producción de software.1

1 A. Belzunegui Eraso, Teletrabajo: estrategias de flexibilidad, Madrid, ces, 2002.

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En suma, las tecnologías informáticas han ofrecido una infraestructura de segmen-tación extensiva de los espacios de trabajo, hasta alcanzar sistemas altamente flexibles de atomización laboral con integración productiva. En ese contexto, el teletrabajo se ha expandido en las sombras del trabajo no registrado, sin alcanzar grandes logros en la economía formal. Es necesario reconocer cómo su método externo de empleo va en paralelo con estrategias patronales de ocultar al trabajador y forzar condiciones clandes-tinas de contratación laboral.

Con esa evidencia histórica, debemos todavía dar respuesta a cómo este método externo de trabajo ha ido en paralelo con las estrategias patronales de ocultamiento de los contratos laborales y cierto reforzamiento generalizado de una lógica hacia la “clan-destinidad” de sus empleados.

EL MUNDO, LA CRISIS Y LA SEGMENTACIóN PRODUCTIVA

Siguiendo a Harrison (1997), se puede analizar la estrecha relación existente entre los fenómenos de crisis capitalistas y las salidas productivas hacia la segmentación de los pro-cesos de producción. En el caso del teletrabajo, esa relación es por demás evidente. Más aún, en un contexto de crisis internacional como el presente, en el cual este vínculo puede llegar a afirmarse más, y propagar así la deficiencia de los sindicatos y el debilitamiento de los recursos que protegen a los trabajadores.

Por ende, veremos en qué medida los desequilibrios económicos que se pronostican en la actual crisis se vuelven fuentes inagotables en las cuales abrevan los pronósticos expansivos del teletrabajo cuando, además, la fase infraestructural en el rubro informá-tico ha mostrado ya todos sus beneficios: reducción de costos, ductilidad inédita de las comunicaciones a distancia, expansión creciente como medio de producción, circulación y consumo.

Sin embargo, la dilación en la introducción del teletrabajo se debe, en un primer momento, a que los recursos informáticos eran costosos para su adopción y, en la actua-lidad, a que los empresarios se resisten a adoptar un modelo que obstaculiza el control presencial sobre el trabajador. Como ya dijimos, este andamiaje organizativo permite el control permanente del trabajo a través de dispositivos electrónicos ideados para tal fin; sin embargo, la cultura patronal no acepta estas mediaciones técnicas, en su afán por controlar minuciosamente al trabajador.

Por ende, la crisis económica pasada constituyó un escenario próspero para dise-ñar originalmente las líneas generales de esta innovación del trabajo a distancia; sin embargo, en su curso se han debido superar fuertes costos infraestructurales, deri-vados de los incipientes recursos técnicos necesarios por aquellos años, que todavía

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no alcanzaban a suplir eficazmente la relación presencial para el control patronal sobre el trabajo.

La segmentación laboral bajo la matriz del teletrabajo debió esperar hasta la baja de los costos informáticos y su consolidación económica definitiva, avanzada la década pasada. Si bien entre las políticas empresariales ya existía una apuesta firme por la segmentación de la estructura de trabajo, todavía la deficiencia técnica impedía ver en esta matriz de fragmentación productiva una salida efectiva.

Una forma de organización y/o de realización de trabajo, utilizando las tecnologías de la información en el marco de un contrato o de una relación de trabajo, en la cual un trabajo que podría ser realizado igualmente en los locales de la empresa se efectúa fuera de estos locales de forma regular.2

Entre la crisis y la segmentación por esta vía laboral ha existido un ciclo de largo plazo, que en esta nueva realidad desequilibrante de la actividad económica mundial, suponemos, se estabilizará a favor de estas búsquedas de reducir los costos productivos por la vía de la fragmentación de las unidades de trabajo.

Como ya hemos anunciado, el límite real que hoy se le presenta a esta modalidad pro-ductiva está en la falta de interés que encuentra entre la cultura empresaria. De tal manera, los gobiernos norteamericano, primero, y los europeos después –como hoy lo están ha-ciendo las instituciones latinoamericanas especializadas– han establecido distintas políticas públicas para difundir la adopción formal de esta innovación. El límite de estas políticas de divulgación de “los beneficios del teletrabajo” está en que puede llegar a generar, por su tendencia a introducirse en los sectores desprotegidos de la economía, formas de dumping indeseados para los países centrales. Dicho de otro manera, en Europa se abandonaron las medidas de fomento al teletrabajo, en primer término, porque la fase de esa iniciativa inicial culminó a principios de esta década, pero se puede pensar, también, que los resultados de esos primeros análisis mostraron cómo se proyectó –desde las empresas multinacionales hacia mercados laborales periféricos– con trabas bajas o inexistentes hacia la protección de sus trabajadores.3 En ese sentido, se estaría fomentando desde el Estado un tipo de inter-vención política sobre el trabajo que desplazaría el interés empresario de los países centrales hacia un mercado extranjero, sin necesidad de trasladar a los trabajadores periféricos hacia esas regiones principales. La capacidad del teletrabajo para proyectarse en latitudes extrema-

2 Comisión Europea, Acuerdo Marco Europeo sobre Teletrabajo, 2001.3 Paula Lenguita, “Ideologías del teletrabajo. Norteamérica y Europa en la disputa por el sentido político

de la remotización laboral”, en Arturo Fernández (ed.), Estado y sindicatos en perspectiva latinoamericana, Buenos Aires, Prometeo, 2007, pp. 35-63.

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damente distantes en el mundo es permeable al debilitamiento del mercado laboral central y a la proliferación de contratos gravosos en las regiones periféricas del mundo.

Por ende, la fase infraestructural para el desarrollo del teletrabajo ya ha sido concluida; veremos cómo se desarrolla la fase protectoria, para avanzar sobre la potencial lógica de precarización de estos modelos invisibles de contratación internacional, que difícil-mente puedan controlarse por normativas nacionales, y que tanto pueden afectar a la lógica de debilitamiento de las protecciones laborales en general.

ATOMIzACIóN Y AISLAMIENTO LAbORAL

Según sostenemos en este artículo, la expresión desregulada del teletrabajo ha servido para introducir aquí una tendencia general del mundo laboral: la atomización y el aislamiento del colectivo de trabajo. Una tendencia que no es exclusiva de esta innovación organiza-cional pero que en ella se muestra en todo su esplendor. Como en otras experiencias, el teletrabajo afecta las relaciones laborales tradicionales con sus esquemas de protección y garantías normativas. Concretamente, la atomización de la cual queremos dar cuenta es una forma de sojuzgamiento laboral que profundiza la asimetría en la relación de trabajo. Aislar el desarrollo profesional es una forma de atomizar al colectivo de trabajo, en tanto imposibilita el ejercicio colectivo de sus sistemas de garantías, y, por supuesto, la puesta a disposición del conjunto laboral de sus medios sindicales para protegerse de los abusos patronales.

Si bien las preocupaciones gubernamentales en el mundo han dado cuenta ya de este flagelo para el trabajador, sus disposiciones normativas no pasan de constituir una serie de principios jurídicos o legales que no alcanzan a controlar esos abusos patronales porque, en los hechos, los abusos se recrean en un clima ideologizado a favor de una práctica “flexible” de trabajo. Como sostienen los informes de la oit, para el caso moderno del trabajo a domicilio, los empleados ven en la comodidad del trabajo hogareño ventajas suficientes como para aceptar condiciones laborales de extrema fragilidad protectoria y de completa inestabilidad contractual.

Las empresas optan por una estrategia consistente en emplear un número de trabajadores fijos y una periferia de trabajadores temporeros y ocasionales, de trabajadores externos o subcontratados.4

4 oit, Informe V (1), 1994, p. 9.

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Para contrabalancear esta situación, los gobiernos interesados han ideado normativas, ligadas al convenio internacional de la oit y sus estrategias de “trabajo decente”, según las cuales se pretende regular al teletrabajo desde dos perspectivas.

Por un lado está aquella que somete los parámetros normativos a cada legislación nacional dispuesta para el trabajo a domicilio; determinación que tiene la ventaja de amparar a los trabajadores bajo regímenes ya establecidos y, en alguna medida, de proteger sus condiciones actuales de exposición al abuso patronal. Sin embargo, como desventaja está el hecho de que la legislación respecto de este modelo productivo no es homogénea y, por lo tanto, muchos sistemas nacionales asumen la condición del ejercicio a distancia como un ejercicio autónomo de la práctica profesional, o ven en el hecho de la propiedad de los medios de producción una condición de independencia plena sobre la cual basar regímenes comerciales o civiles de contratos.

Por el otro lado, están los gobiernos que, si bien no avanzan en la constitución de le-gislación nueva para esta modalidad de trabajo a distancia, tal y como pretenden algunos promotores de esta innovación, sí han establecido criterios adicionales para determinar en qué condiciones esta práctica debería integrarse al esquema de subordinación laboral, y emplearse sobre él todo un arsenal jurídico que proteja a los trabajadores involucrados. En la Argentina se da esta segunda condición, según la cual hace algunos años se elaboró un proyecto de ley, que todavía no ha sido sancionado, en el que se contempla la similitud de la modalidad respecto de sus formas antecedentes, pero además se detallan ciertas particularidades de su ejercicio: sin la fijeza de un lugar determinado para el trabajador, las pautas sobre la propiedad de los medios de producción y el carácter dependiente del vínculo contractual aun en esta situación de falta de control presencial sobre el trabajo.

Sin embargo, en ese proyecto de ley existe una situación de extrema ambigüedad que puede surgir con su sanción como una problemática futura para el caso en ese país. A partir del criterio de igualación de condiciones de los regímenes presenciales y no presen-ciales en el ejercicio profesional, se sostiene la igualdad de derechos entre los trabajadores que trabajan junto al patrón y los que lo hacen a distancia de él. Además, en esa misma clave se habla del derecho a revertir la situación inicial de producción, cuando ambas partes se pongan de acuerdo sobre esta vuelta a la modalidad presencial.

El problema práctico que plantean estos criterios jurídicos –que, sabemos, se logrará revertir en la contienda jurisprudencial particular– está en que no atiende específicamente la situación de contratos nuevos en esta modalidad de trabajo, dado que sostiene sus normas fundamentalmente en los trabajadores ya inscritos a un régimen dependiente que, por acuerdo entre partes, pueden adoptar este esquema de producción. Por ende, la pregunta que surge es qué sucede cuando la persona, al inicio de su relación laboral, se ve forzada a adoptar esta modalidad; y seguramente la respuesta está en que se regulará por la vía del convenio 177, que en Argentina tiene una legislación asociada. Pero esa

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respuesta no atiende a las particularidades ya citadas respecto de la forma de operar del teletrabajo.

El otro inconveniente está en qué sucede si las partes, en un régimen dependiente y establecido previamente para este modelo de trabajo, no se ponen de acuerdo en la reversión del sistema; quién y cómo se interviene frente a una innovación si no hay acuerdo sobre su reversión.

Y por último, debemos mencionar el hecho no contemplado en el proyecto de regula-ción nacional –y que tampoco es debidamente atendido por los organismos internaciona-les y por los gobiernos en el resto del mundo– dado por las dificultades manifiestas que se les presentan a las organizaciones sindicales en estructuras de trabajo que atomizan a los trabajadores. Un problema que ya existió, según muestran los estudios sobre las formas antiguas de trabajo a domicilio que, en los hechos, no fue resuelto tampoco en ese mo-mento debido a que esa actividad muestra como prototipo un trabajador sin calificación, empobrecido. Generalmente mujeres con hijos, y sin organización gremial.

Uno de los problemas que habrá que estudiar con detenimiento es el de cómo afecta en general esta modalidad de trabajo al Estatuto de los Trabajadores, y en particular, en todos y cada uno de los Títulos del Texto Refundido de la Ley del Estatuto de los Trabajadores como son: el de la relación individual de trabajo, el de los derechos de representación colec-tiva y de reunión de los trabajadores de la empresa, el de la negociación y de los convenios colectivos y el de infracciones laborales.5

En este contexto, queda claro que la subcontratación que permea estas lógicas pro-ductivas afectará los parámetros tradicionales de concepción legal de la relación laboral e introducirá obstáculos permanentes para las organizaciones sindicales que pretendan representar los intereses de esos trabajadores aislados geográficamente. Sin responsabilidad tutelar por parte de los empleadores, y con debilidades protectorias, el teletrabajo puede volverse un flagelo moderno para los trabajadores.

ATRIbUTOS DE LA EXPLOTACIóN CONTEMPORáNEA

Para caracterizar los mecanismos de explotación imperantes en el teletrabajo, nos debe-mos preguntar por qué la segmentación productiva tiende a la degradación protectoria de los trabajadores y al debilitamiento de las organizaciones sindicales.

5 F. Aguado-Muñoz Prada, “Teletrabajo: ¿Posibilidad de aplicación en la Administración Pública?”, Tecnimap, Sevilla, mayo-junio de 2006, p. 9.

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Una respuesta parcial es que los “desplazamientos” de los productores laborales sin movilización de los trabajadores se introducen en estructuras “clandestinas” de contrata-ción, sin visibilidad estatal ni jurídica sobre los acuerdos laborales, incluso sobre la base de extender los contratos intercontinentales, en los cuales el único límite es el que pone el idioma. En esa clave se introduce el problema del dumping laboral como una forma de abuso patronal y deslealtad en las relaciones laborales. Arbitrariedades que se escudan en el principio de descentralización productiva para ejercer un poder disciplinario hacia el conjunto de los trabajadores, comparables a lo que fue en su momento el desempleo generalizado en países como el nuestro. La omisión normativa en esta materia es hoy un aporte más a la ya creciente incertidumbre laboral y a la encrucijada internacional que enfrentan las relaciones laborales. Tal como lo afirma uno de sus especialistas jurídicos:

El teletrabajo puede ser utilizado también como una fórmula encubierta de reducción de plantillas, de trabajo precario y mal pagado que propicie la explotación de minorías menos favorecidas, de rebaja de niveles de protección o de “dumping social” mediante el desplazamiento de trabajo a países con costos sociales más bajos.6

La capacidad productiva de los recursos informáticos permitió, de alguna manera, ampliar los límites físicos de las empresas. Los sectores patronales hoy cuentan con un personal que no les es propio en términos formales, pero que se integra perfectamente a la dinámica y al mecanismo de producción que demandan. Sin el lastre protectorio, la subcontratación avanza mundialmente de un modo inédito, ya que está ligada a los beneficios adicionales de la disposición ampliada de la fuerza de trabajo.

Las líneas de acción normativa que preservan a los trabajadores de los abusos patro-nales en la actualidad se hallan frente a la delimitación de los márgenes impuestos por la explotación en instancias de subcontratación laboral. Todavía no se ha encontrado ahí un camino definitivo respecto del tipo de innovación jurídica que demanda este nuevo esquema de relaciones laborales. El interrogante persiste: es necesario establecer modificaciones a la regulación vigente, que contengan los esquemas de estas estructuras triangulares de contratación (patrón, intermediario y trabajador), régimen del cual el teletrabajo es su expresión más reciente. Para sostener criterios eficientes, todavía resta por construirse mayor evidencia sociológica y jurídica que dé cuenta de los límites de estas expresiones recientes del trabajo a distancia. Así lo afirma un especialista:

Intentar un análisis de las repercusiones que la introducción del teletrabajo puede provocar en la relación de trabajo es, sin dudas, un ejercicio arriesgado y provisional. Lo primero,

6 J. Thibault Aranda, El teletrabajo. Análisis jurídico-laboral, Madrid, ces, 2000, p. 21.

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por su carácter proteiforme y por la ausencia de previsiones legales o convencionales y resoluciones jurisprudenciales al respecto; lo segundo, porque los rasgos sociológicos que se vislumbran, sobre los que se asientan el análisis jurídico, son, en efecto, inseguros, dado que estamos ante una transformación en ciernes. Pero al mismo tiempo, éste es un ejercicio necesario e irrenunciable si se quiere evitar que las sombras del ayer se proyecten sobre las más prometedoras formas de organización laborales del futuro.7

Según este autor, es imprescindible establecer acuerdos permanentes sobre los marcos de “triangulares” de la subcontratación que proliferan en el teletrabajo, en el camino de preservación de los trabajadores allí involucrados —si es que el objetivo es evitar una complicidad tácita sobre los actuales desequilibrios manifiestos en formas variadas de degradación laboral, sin las correctas garantías legales. En alguna medida, la disposición ampliada del trabajo ajeno, propia del teletrabajador subcontratado, es una condición con la cual no contaba la patronal hasta hace pocos años. Hacia ahí deben dirigirse las reglas de funcionamiento institucional que normalicen estos nuevos ciclos productivos y económicos, evitando una disposición “abusiva” sobre el trabajador, más allá de la sofisticación técnica, como se la suele caracterizar.

Lamentablemente, en un contexto complejo como el presente, las instituciones del trabajo parecen estar huyendo de su tutela, y no se ven responsables, por acción u omisión, de los riesgos que estas innovaciones pueden proyectar sobre los trabajadores presentes y futuros.

¿UNA “MODERNIzACIóN” DE LAS RELACIONES LAbORALES?

¿Qué mecanismo puede explicar ese “abandono” jurídico de la condición de laborali-dad? En principio, la subcontratación laboral es un terreno histórica y económicamente fértil en extremo para la unilateralidad de la iniciativa empresarial. Por lo cual, bajo esta reorganización laboral, la urgencia está en saber ¿quién protege al teletrabajador? La inquietud señala un tipo de deliberación que ya ha sido promovida por los especialistas en la materia.

La preocupación que despiertan las relaciones de teletrabajo se inserta en un debate académico más amplio: los encuadramientos de innovaciones en los regímenes de vin-culación laboral y la valoración positiva de las nuevas formulaciones provocan intensos debates acerca de los criterios y las claves de las transformaciones en curso. Se verán aquí dos expresiones distantes de esos debates por medio de las cuales se puede producir una

7 Ibid., p. 22.

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síntesis respecto de cómo pararse frente a esta flexibilidad laboral y al crecimiento de los empleos atípicos.

Entre los debates se hallan algunos “modernistas”, seguidores de Michael Piore8 y Charles Sabe, quienes valoran positivamente la flexibilidad laboral “de hecho”, por con-siderarla un incentivo al accionar jurídico consecuente, y la modernización de empresas subsidiarias, gracias a esta vía de “colaboración” con la empresa principal.9 Son partidarios de atacar “de frente” la actual tendencia a la proliferación de regímenes flexibles de contra-tación laboral, y de innovar jurídicamente en la dirección que los cambios van imponien-do, y así, según lo piensan, lograr el tan mentado objetivo de “modernizar” las relaciones laborales, que hoy no son el reflejo de lo que sucede al interior de las empresas.

En el otro extremo aparecen las posiciones críticas que atenúan los presupuestos mecanicistas sobre las reformulaciones de la normativa. Entre estas perspectivas, las más destacadas son las provenientes de Latinoamérica; en particular, los trabajos recientes de Enrique de la Garza Toledo (2006) y Graciela Bensusán (2007), que aportan sobradamen-te a la revisión de supuestos erróneos sobre la flexibilidad laboral, al poner en evidencia las consecuencias laborales negativas que resultaron de la implementación latinoameri-cana de los regímenes modernos de trabajo. Si bien se los considera aquí críticos, en un sentido literal, son más partidarios de “preservar” las actuales reglas de protección laboral vigente. Consecuentes con una reconsideración de la avaricia flexibilizadora de la última década, que hoy muestra sus “intenciones ocultas”, tras balancear hacia el poder patronal y provocar el acrecentamiento de una capacidad amplia de disposición de trabajo. Por ende, es una perspectiva más enfocada sobre los comportamientos huidizos de las insti-tuciones de protección laboral, y sus seguidores son fervientes críticos del debilitamiento de la capacidad de acción colectiva del trabajo.

La perspectiva modernista ha sido fuertemente cuestionada a la luz de los hallazgos, surgidos por las investigaciones recientes, sobre las cadenas de subcontratación laboral y externalidad de fuerza de trabajo (entre las cuales, obviamente, se halla el modelo de prestación laboral del teletrabajo). Concretamente, los estudios desarrollados por Consuelo Iranzo y Marcia de Paula Leite (2006) muestran que, en sus dos variantes, la

8 Actualmente, este autor ha avanzado sobre la profundización de una “flexibilidad” en las actuales instituciones del trabajo, y en ese recorrido identifica algunas innovaciones puntuales consecuentes con el modelo “ideal” de regulación alcanzado en Estados Unidos. Véase Michael Piore, “En busca de un sistema de regulación laboral flexible en Latinoamérica y Estados Unidos”, Revista del Trabajo, núm. 2, mtss, 2006, pp. 107-114.

9 Ambos autores, Michael Piore y Charles Sabe, reivindican la producción flexible en tanto la consideran una fuente de proliferación de innovaciones –que de otra manera no hubieran llegado– para resolver las degradaciones laborales del modelo fordista de producción. Véase, al respecto, Michael Piore y Charles Sabe, La segunda ruptura industrial, Madrid, Alianza, 1990.

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subcontratación no es clara sobre la tercerización en curso. En relación con la degra-dación protectoria, es indistinta la lógica de subcontratación interna10 (los que prestan servicios a una empresa pero dependen laboralmente de otra) o externa (los trabajadores a domicilio no autónomos).

Por ende, no se puede establecer, a partir de estos estudios, la relación directa entre subcontratación y lógica protectoria de la triangulación o tercerización (como la llaman los autores).11 Lo que sí se muestra, de forma recurrente, es la alta vulnerabilidad a la que está expuesto el trabajador que ocupa el último eslabón en la cadena de subcontra-tación (que en muchos casos se sitúa en los márgenes de la “clandestinidad” del trabajo no registrado).

La segmentación de la actividad de la empresa lleva a una mediatización entre el trabajo –esto es, la persona que lo ejecuta– y el beneficiario de su prestación, lo que en muchos casos se traduce en que a mayor distancia del núcleo empresario menor sea el grado de protección del trabajador. Esta externalización del trabajo puede obedecer a dos grandes grupos de razones que, según que se vinculen o no con exigencias operativas de la empresa, pueden ser calificadas como necesarias o ficticias.12

La posición crítica es la más consecuente con los recientes estudios sobre las secuelas de la flexibilidad laboral, en cuanto que señala el carácter “conservador” de tales inter-venciones modificatorias de los regímenes de regulación laboral tradicionales. Más aún, sus señalamientos respecto de la reformulación de instrumentos, sin objetar la necesidad de la reforma, han avanzado en una profundización del poder patronal (considerando el caso paradigmático de la Argentina en la década pasada).13 Según se pone en evidencia

10 Se hace referencia a situaciones en las cuales esa combinación entre independencia contractual y dependencia productiva se da en los casos de intermediación por empresas de trabajo temporal, coope-rativas o empresas asociadas.

11 Puede verse incluso que la descentralización de la firma no necesariamente afecta a la lógica de ter-cerización degradante desde el punto de vista del trabajador. Véase C. Iranzo, M. de Paula Leite, op. cit., p. 404.

12 M. Ackerman, “El trabajo, los trabajadores y el derecho al trabajo”, Revista de Trabajo, año 3, núm. 4, 2007, p. 64.

13 Se señalan como indicadores de este proceso regresivo de regulación laboral los siguientes momen-tos: el establecimiento del Decreto de Productividad y la Ley de Convertibilidad, que impusieron todo un abanico de instancias de flexibilización contractual y salarial del trabajo: con posiciones reaccionarias (por ejemplo, limitando las horas extras y especiales) e imponiendo parámetros de aumento salarial con beneficios unilaterales para el empleador; al ponerlo en relación con los márgenes de rentabilidad como único parámetro de regulación, después de la Ley de Convertibilidad.

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en las críticas reseñadas, la implementación flexible de la regulación regional ha afectado sustancialmente el régimen laboral hoy vigente. De modo que su reestructuración parcial privilegió las necesidades empresariales en detrimento del trabajador; e incluso amplió las libertades patronales tradicionales en lo que hace a la disponibilidad de éste. Si bien esta degradación laboral puede ser explicada a la luz del contexto histórico-económico de aplicación de tales reformas, ese ambiente de deterioro de los órganos protectorios se vuelve un factor determinante en la lógica de imposición de regímenes “degradatorios” de las relaciones formales de contratación. La caída de la actividad económica con desempleo abierto y las presiones de los organismos de crédito internacional fueron contundentes a la hora de apreciar a la distancia sus desaciertos.

La experiencia histórica en la Argentina debe servir como antecedente para evaluar los márgenes de reformulación exigidos, si no se quiere caer nuevamente en una instrumen-tación que ya afectó los criterios tradicionales de tutela laboral. Es preciso no establecer pautas “reactivas” en la reformulación normativa que, por la vía de la flexibilidad, am-plifiquen la degradación ocupacional configurada en las cadenas de subcontratación. La atención de las próximas reformas tiene que estar del lado de las garantías tradicionales del trabajo, para ubicar así la discusión en el carácter estable de los contratos ideados y para poner límites formales a la vulneración de los criterios protegidos por el trabajo ordinario.14 Las nuevas modificaciones tienen que ponderar los riesgos de los viejos anhelos de flexibilización laboral, para anular la degradación de la negociación colectiva y la imposición unilateral de decisiones empresarias en la reglamentación: proliferación de contratos no registrados y formas encubiertas de disposición del trabajador (pasantías, períodos de prueba y/o aprendizaje, contratos atípicos y temporales, subcontratación externa e interna, etcétera).

La fragmentación de la clase trabajadora en la empresa se está basando en la aniquilación de espacios comunes sobre los cuales poder articular estrategias colectivas. Así, las con-diciones de trabajo se diversifican al máximo para rentabilizar la estrategia de “divide y reinarás”. Por ejemplo, la heterogeneidad de los salarios sirve para impedir la confluencia de intereses comunes y de la formación de un sentimiento de pertenencia entre asalariados susceptibles de verse expuestos a la amenaza de la deslocalización del establecimiento.15

14 Entre las posiciones críticas que se han considerado existe una perspectiva sumamente atenta a la relación de las reformas pasadas y las herramientas presentes para hacer frente a las demandas modernistas de flexibilización laboral. Véase Graciela Bensusán, “La distancia entre normas y hechos: instituciones laborales en América Latina”, Revista del Trabajo, núm. 2, mtss, 2006, pp. 115-132.

15 A. Belzunegui Eraso, Teletrabajo: estrategias…, op. cit., p. 102.

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La degradación laboral descrita, fuertemente vinculada con la emergencia y prolife-ración de formas de contrato atípicas, es un recorte temático que interpela directamente la situación particular del teletrabajador. Sin embargo, su reconocimiento internacional todavía no alcanza una repercusión suficiente como para producir declaraciones re-glamentarias acordes con la realidad que padecen los que se someten a los parámetros modernos de trabajo flexible a distancia.

Desde hace años, Albert Recio viene considerando el fenómeno de la precariedad laboral en el marco de una combinación de efectos encontrados. En ese sentido, admite la combinación de una autonomización formal en los vínculos contractuales junto con una dependencia ampliada de la disposición laboral. Así, establece la necesidad de considerar cuáles son las pautas según las cuales emergen los recientes entramados del trabajo a distancia. Como especialista del derecho laboral comparado, permitió establecer interro-gantes efectivos respecto de cuáles son las formas de continuidades que tienen los “viejos” riesgos del empleo a distancia.16 El autor apunta a que, si bien la deslaboralidad es un fenómeno que supera la expresión particular del teletrabajo, cuando contiene otro tipo de manifestación de la reciente expresión del empleo atípico, la situación de contexto muestra cómo se materializa esa debilidad en la estructura informal del teletrabajo.

El teletrabajo estaría configurando un tipo de vínculo autónomo, desde el punto de vista contractual, y dependiente desde el punto de vista organizacional, más allá del ca-rácter fraudulento o formalmente constituido de la regulación, lo cual señala el problema jurídico de la comercialización del vínculo laboral. En consecuencia, está en marcha una forma de control empresarial por la vía de la individualización de las relaciones laborales, en la cual existen distintos esquemas para la asignación de trabajo, la determinación de funciones y jerarquías al interior de un establecimiento económico, que cristalizan el grado de determinación de la explotación de la fuerza de trabajo, su ritmo e intensidad.17 Pero esta expresión interna en la disputa trabajo-capital está también escenificándose en el escenario normativo. Por esa razón, los acuerdos contractuales se vuelven informales e, incluso, se expresan de un modo fraudulento en la venta de servicios, al negarse la asimetría de la relación laboral.

En la actualidad, la sujeción directa del trabajo al capital se enfrenta con una multi-plicación de formas contractuales, y alcanza incluso la expresión comercial de la venta de

16 Sus aciertos jurídicos deben ser traducidos a otros ámbitos de las disciplinas del trabajo, a fin de poner una atención común y plausible de comparar y delimitar el fenómeno en toda su extensión e implicaciones. Véase Albert Recio, “La segmentación del mercado de trabajo en España”, en Faustino Migueles y Carlos Prieto (coords.), El empleo en España, Madrid, Siglo XXI, 1999.

17 Paula Lenguita, “Teletrabajo: diez tesis sobre control laboral en la era de la globalización”, en R. Salazar y A. Chávez Ramírez (coords.), La globalización indolente en América Latina, Buenos Aires, elaleph.com, 2008.

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fuerza de trabajo. Tal corrimiento del derecho laboral al comercial responde, en principio, a una reducción de los costos laborales por la vía de la subcontratación, y objetiva una desintegración de los soportes colectivos de las relaciones de trabajo. Parafraseando a una especialista crítica, sabemos que “se abandona la dimensión colectivo del trabajo y su carácter tutelar del trabajador individual”;18 con lo cual se desconoce la base asimétrica sobre la que descansa la protección laboral cuando se coloca de un modo artificial la plataforma jurídica del vínculo capital-trabajo.

PALAbRAS FINALES

La crisis económica desatada en la década de 1970 significó un duro revés para la lógica de acumulación del capitalismo. Un deterioro económico que motivó distintos ensayos estratégicos sobre la dinámica productiva, tendientes a reducir los costos de manteni-miento empresarial. Concomitantemente, se amplificaron los usos y utilidades de las tecnologías de la comunicación y la información. Como se pretendió demostrar aquí, el teletrabajo es la unión de ambos procesos: la reestructuración productiva por la vía de la segmentación laboral y la utilidad creciente de las tecnologías informáticas para permitir intercambios a la distancia. Luego de dos décadas de consolidación, hoy, el tele-trabajo le plantea desafíos a la normativa laboral que tiene que regularlo. En parte como consecuencia de lógicas contractuales “triangulares” que modifican los parámetros en la relación capital-trabajo, pero también por la clandestinidad de los vínculos laborales de trabajadores que se hallan fuera de la unidad de producción.

En ese orden de argumentos exploramos la “ambigüedad” de las relaciones de teletra-bajo, y en particular en lo que hace a todas las formas nuevas de trabajo a distancia. Como hemos señalado, una vez superados los desacuerdos y el abandono de la dependencia tecnológica, las dudas que el teletrabajo plantea hoy radican en el carácter “clandestino” de los vínculos laborales que proyecta. Como otros modelos de trabajo a distancia, el teletrabajo muestra faltas en la estabilidad y la protección laboral, en parte como resultado de la negación de ámbitos formales y reales de configuración reivindicativa.

En conjunto, estos desafíos constituyen el síntoma de una nueva “disposición” de la fuerza de trabajo, que supone una doble sujeción: sobre la dirección empresaria en términos estrictamente productivos y sobre la subordinación contractual respecto de una empresa subcontratista.

18 Cecilia Montero, “La privatización de los sistemas de relaciones laborales”, III Congreso Latinoame-ricano de Sociología del Trabajo, Buenos Aires, 17-20 de mayo de 2000.

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De tal manera, se observan dos elementos problemáticos: por un lado, el riesgo em-presarial es trasladado al trabajador sin el beneficio económico derivado y, por otro, la proliferación de formas “vulnerables” de trabajo a distancia que presentan como antece-dente la precariedad de los trabajadores a domicilio.19 Lo formal no encuentra aquí un correlato con la situación real de trabajo. Si bien la individualización y deslaboralidad de las relaciones de trabajo constituyen un fenómeno que supera el caso del teletrabajo, en él encuentra una manifestación paradigmática de su forma y contenido. Por ende, es posible reconocer la necesidad de realizar modificaciones normativas que “modernicen” las relaciones de teletrabajo, pero sabiendo que no se puede caer en una reformulación mecánica y despreocupada sobre el contexto general de estas innovaciones.

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19 Existe un trabajo reciente que ofrece un recorrido general sobre la literatura académica especializada en el tema de la “precariedad laboral” de nuevo tipo, en el cual se incluyen estos dos factores mencionados. Véase Octavio Masa, “Trabajo precario: notas para una aproximación conceptual”, en Ana Drolas, Paula Lenguita, Juan Montes Cató (comps.), Relaciones de poder y trabajo. Las formas contemporáneas de explotación laboral, Buenos Aires, Poder y Trabajo, 2007, pp. 71-96.

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———, “Teletrabajo: diez tesis sobre el control laboral en la era de la globalización”, en R. Salazar y A. Chávez Ramírez (coords.), La globalización indolente en América Latina, Buenos Aires, elaleph.com, 2008

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LA MUJER Y LOS DERECHOS HUMANOSUNA pERSpECtIVA EN LA SOCIEDAD VENEzOLANA

Aura Elena Peña Gutiérrez

En los profundos cambios sociales, políticos, económicos y culturales observados en las últimas décadas, específicamente en los países latinoamericanos, se fundamenta el interés de abordar la evolución de los derechos humanos de la mujer en el contexto de la sociedad venezolana. El estudio es de tipo exploratorio y descriptivo y, se realiza tomando como base datos secundarios provenientes de una serie de textos y/o documentos, los cuales se someten a un minucioso análisis de contenido. Los resultados muestran una perspectiva general de los derechos humanos de la mujer en Venezuela, haciendo énfasis en su protagonismo, sintetizado en nueve aspectos relevan-tes: contribución ante la pobreza, respuesta ante los requerimientos educativos y de capacitación, preocupación por la salud, lucha contra la violencia física y el daño psicológico, participación en la economía, en el ejercicio del poder y en la toma de decisiones, interacción con los medios de difusión y, finalmente, el interés por la conservación del medio ambiente.

Palabras clave: mujer, evolución, derechos humanos, perspectiva, protagonismo.

ABSTRACT

In the profound social, political, economic and cultural changes observed in the last decades, specifically those that makes up in Latin American countries rests the interest of addressing the evolution of the human rights of women in the context of Venezuelan society. The study is exploratory and descriptive, and is done on the basis of secondary data from a series of texts and/or documents, which undergo a thorough analysis of content. The results show an overview of the human rights of women in Venezuela, emphasizing its role synthesized in nine relevant aspects: contribution to the poverty, response to educational requirements and training, concern for health, physical violence and psychological damage, participation in the economy, in the exercise of power and in decision making, interaction with the media and, finally, interest in the conservation of the environment.

Keywords: women, evolution, human rights, perspective, protagonism.

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INTRODUCCIÓN

La génesis de la raza humana está estrechamente ligada a la capacidad de dar vida, de crear otro ser y de influir de manera determinante en generaciones enteras y, por lo tanto, en la estructura del mundo. A través de los siglos se evidencia cómo la concepción patriarcal ha prevalecido, y es notoria su presencia en los distintos documentos jurídicos nacionales e internacionales en los que se considera al hombre como paradigma de la humanidad.

Por su parte, la mujer ha orientado una especial atención e interés hacia la maternidad que, a pesar de su evidente importancia, en muchas ocasiones se torna en una condi-ción que pasa inadvertida. No obstante, la maternidad no debe ser considerada como la función fundamental de la mujer aun cuando haya sido estipulada por la propia naturaleza.

Al analizar con detenimiento el protagonismo de la mujer en el transcurrir de los tiem-pos, se observa cómo éste ha sido truncado y amenazado desde la creación de la especie humana. Al hacer una retrospección histórica puede notarse que la mujer constituía una especie de objeto cuya única función consistía en la maternidad, la crianza de la prole y el servicio al hombre, sin derecho a opinar y a expresarse. Un ejemplo de ello, se reveló en Europa, específicamente en el siglo xiii y durante la época de la Inquisición, en la cual se llegó a la quema de las mujeres por oponerse a la voluntad de los jerarcas de la Iglesia, quienes fungían como jueces y verdugos.

En la Edad Media, en Oriente, dada su cultura particular, se sometía a la mujer a atropellos y se le etiquetaba como un ser sin derechos individuales y de participación en la sociedad. Particularmente, en Japón, las llamadas geishas no escaparon a este síndrome que consumía la dignidad de la mujer. Y si se menciona el Occidente, de igual forma, constituyó un escenario en el cual la mujer se mantenía bajo el poder y decisión de su padre o de su marido, sin poder actuar sin permiso o licencia del varón. Y en África re-sultaba exactamente igual que en otras culturas. Así, en todos los continentes, la mujer experimentaba humillación y escasa valoración.

Ahora bien, la poca valoración de la mujer pudiera significar un factor explicativo de su inercia o silencio frente a la afectación de su dignidad humana. Pero, fundamental-mente “el silencio secular de la mujer no quiere decir que ella haya estado ausente de la producción y la responsabilidad de la continuidad de la especie. Su silencio se explica por la falta de valoración de su trabajo, y no por su falta de participación”.1

A partir del siglo xv y bajo la perspectiva de una nueva valoración, algunas mujeres se involucraron en la reivindicación de sus derechos. Así, surge la denominada teoría de la

1 Ligia Galvis, “Comprensión de los derechos humanos: una visión para el siglo xxi”, 4a. ed., Bogotá, Ediciones Aurora, 2008, p. 167.

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igualdad o unidad de los sexos, con el humanismo, el cual representó el fundamento de la querella de las mujeres en el transcurso de los siglos sucesivos. Ésta constituyó una prác-tica de carácter político cuyo origen se dio en Europa a finales del siglo xiv y principios del siglo xv, extendiéndose hasta la Revolución Francesa. “En este contexto, Christine de Pizán, publicó el libro La Cité des Dames (La Ciudad de las Damas), que tuvo una gran influencia […] Fue la primera mujer que escribió un libro en defensa de las mujeres, la primera que alzó la voz en favor de la educación femenina, y la primera en ganarse la vida como escritora, decisión que adoptó al quedarse viuda con tres hijos.”2

A finales del siglo xviii, la mujer materializa de alguna manera su igualdad con el hom-bre, cuando en Francia se proclaman los derechos humanos (Declaración de los derechos del hombre, 1789) y, en 1791, partiendo de esta proclamación, se publica la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, redactada y presentada a la Asamblea Nacional Francesa, por la activista feminista Olimpia de Gouges, en la cual reivindicaba la igualdad de derechos de la mujer como respuesta a la negación por parte del movi-miento revolucionario de la época, aun cuando éste promovía la libertad, la igualdad y la fraternidad. Aunque Olimpia de Gouges fue acusada de toda intriga sediciosa, razón por la cual fue guillotinada, se reconoce su lucha por el trato igualitario con respecto al hombre en distintos escenarios de la vida. Promovió la igualdad en cuanto al derecho a voto, a ejercer cargos públicos, a hablar en público sobre aspectos políticos, al goce del derecho a la propiedad privada, además del derecho a acceder a la educación.

En el siglo xix se manifestaron grandes adelantos en cuanto a los derechos humanos de la mujer, gracias a sus luchas por la conquista de los mismos. Uno de ellos se muestra en el derecho al sufragio. Así, el primer sufragio femenino sin restricción, en lo que se refiere al ejercicio pleno del derecho a voto, se legitimó en Nueva Zelanda en el año 1893. Específicamente, en América Latina, el derecho al voto político por parte de la mujer se ejerció por primera vez en Ecuador, en 1924. Matilde Hidalgo de Procel, fue la primera y “única mujer que se acercó a las juntas para hacer uso del derecho que creía constitucionalmente suyo, como ciudadana comprendida dentro de los requisitos impuestos por la ley electoral”.3

Es evidente que el siglo xx significó un notorio cambio en las condiciones sociales y políticas de las mujeres. Ello se demuestra a partir de algunos acontecimientos, entre los cuales se destaca la celebración, por primera vez, en algunos países de Europa, como Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza, del Día Internacional de la Mujer (8 de marzo de 1911). Este acontecimiento pudiera tener sus orígenes en la propuesta realizada a las

2 Sara Beatriz Guardia, “La querella de las mujeres y discurso de Marcela en Don Quijote”, http://www. hispanista.com.br/revista/6.1, 2005, p. 3.

3 Efrén Avilés, “Matilde Hidalgo de Procel”, http://www.enciclopediadelecuador.com/, 2004, p. 1.

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mujeres por la comunista alemana Clara Zetkin (desde 1890), en la cual se les hacía un llamado a tomar su lugar en la lucha de clases y, concretamente, a participar en la revolución socialista. Ello, de alguna manera representaba la lucha por la igualdad, por la liberación de la mujer proletaria y, por el respeto al género. En 1921 se celebró en Mos-cú, la Conferencia de las Mujeres Comunistas que eligió el día 8 de Marzo para celebrar el Día Internacional de las Obreras. A partir de esta Conferencia, en la fecha indicada se conmemora la lucha y conquista de las mujeres en cuanto a derechos humanos bajo condiciones de igualdad, tales como el derecho al voto, a la ocupación de cargos públicos, a la formación profesional, al trabajo y a la no discriminación en materia de género.

Particularmente, en 1945 y en el preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas se concretan las reivindicaciones en torno a la igualdad en dignidad y derechos de la mujer, cuando se afirma: “Nosotros los pueblos de las Naciones Unidas, resueltos […] a afirmar la fe de los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas”.4

Otra demostración del avance derivado de las luchas de la mujer en el contexto de los derechos humanos se evidenció en 1948 con la Declaración Universal de los Derechos Humanos por parte de la Organización de las Naciones Unidas. Esta Declaración Univer-sal resume un ideal de carácter común, tanto para los hombres como para las mujeres. Orlando Taleva (2004) resalta de la misma, las expresiones siguientes:

Toda persona, como miembro de una sociedad, tiene derecho a la seguridad social y a obtener, mediante el esfuerzo nacional y la cooperación internacional, habida cuenta de la organización y los recursos de cada Estado, la satisfacción de los derechos económicos, so-ciales y culturales indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad.5

Todos estos documentos jurídicos sintetizan el resultado de las luchas de la mujer por la defensa de sus derechos civiles, políticos, sociales, culturales, educativos, económicos, en fin, hasta los denominados derechos emergentes.

De esta manera, los distintos documentos emitidos por las Naciones Unidas en rela-ción a la temática de las mujeres, constituyen un avance e innovación orientado al reco-nocimiento y protección jurídica de los derechos que se derivan de su dignidad humana, lo cual está relacionado con los significativos esfuerzos realizados por los movimientos y organizaciones de mujeres en todo el mundo. No obstante, dados los planteamientos que se vienen esgrimiendo desde el interior de los movimientos feministas, en cuanto a la

4 Ligia Galvis, “Comprensión de los derechos humanos…”, op. cit., p. 167.5 Orlando Taleva, “Derechos humanos”, 2a. ed., Buenos Aires, Valetta Ediciones, 2004, p. 12.

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necesidad de la ampliación, reformulación y sistematización de los derechos humanos en un nuevo documento internacional, sin desconocer los logros sintetizados en la Declara-ción de 1948; se reclama la integración de los avances obtenidos en materia de derechos de la mujer, considerando otros criterios en cuanto a género, además de la igualdad y la universalidad, tales como la diversidad, la pluralidad y la no discriminación.

Si bien es cierto que investigaciones recientes demuestran el avance significativo en la condición jurídica de las mujeres, a través de distintos documentos que han otorgado una mayor igualdad de derechos a las mismas, no es menos cierto, que a pesar de estos alcan-ces, se está lejos de plenas garantías en relación con el respeto y disfrute de estos derechos, pues muchos de los citados documentos sólo ofrecen respuestas parciales o simplemente no responden a la realidad social e institucional de cada país y, en consecuencia, su apli-cación y efectividad resulta limitada. Ahora bien, es preciso el reconocimiento expreso y la garantía plena de los derechos de la mujer, incluyendo los de naturaleza emergente, pues la misma cumple diversas funciones y responsabilidades que contribuyen significa-tivamente al desarrollo socioeconómico de cada país.

Hasta ahora se ha mostrado el avance de los derechos humanos reconocidos y protegi-dos en el ámbito internacional. En cuanto a los derechos humanos desde el contexto del Derecho interno, es decir, aquellos expresados en el ordenamiento constitucional, parten del reconocimiento de las libertades básicas del ser humano y del aseguramiento de su pleno disfrute. Específicamente, la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (1999) no escapa a estos fines. “Más bien es cabal expresión de la voluntad de asegurar los derechos humanos, entendidos en un sentido amplio, que abarca a los proclamados internacionalmente y a los consagrados en la Constitución”.6 De esta manera, la Carta Magna de 1999 confirma lo establecido en la Constitución de Venezuela de 1961, en relación con la garantía de todos los derechos humanos inherentes a la persona, sin distinción alguna relativa a raza, credo o sexo.

La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (1999),7 en su Artículo 19 establece la protección de los derechos humanos sin distinción alguna, bajo las ex-presiones siguientes:

El Estado garantizará a toda persona, conforme al principio de progresividad y sin dis-criminación alguna, el goce y ejercicio irrenunciable, indivisible e interdependiente de los derechos humanos. Su respeto y garantía son obligatorios para los órganos del Poder

6 Jesús Casal, “Los derechos humanos y su protección”, 2a. ed., Venezuela, Pub.“Los derechos humanos y su protección”, 2a. ed., Venezuela, Pub. ucab, 2008, p. 46.7 Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, 2009, Gaceta Oficial de La República Boliva-

riana de Venezuela, 5453, 24 de marzo de 2000. Enmienda en Gaceta Oficial de La República Bolivariana de Venezuela, 5908, 19 de febrero de 2009.

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Público, de conformidad con la Constitución, con los tratados sobre derechos humanos suscritos y ratificados por la República y con las leyes que los desarrollen.

Bajo ideas similares, y complementarias, la citada Constitución (1999),8 en su Artículo 21 expresa:

Todas las personas son iguales ante la ley; en consecuencia: 1. No se permitirán discri-minaciones fundadas en la raza, el sexo, el credo, la condición social o aquellas que, en general, tengan por objeto o por resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio en condiciones de igualdad, de los derechos y libertades de toda persona…

Los dispositivos jurídicos anteriores muestran claramente el tratamiento igualitario, al no permitir distinciones, exclusiones, restricciones o preferencias fundadas en el género o sexo. La discriminación tendría como efecto el menoscabo del reconocimiento, el goce o el ejercicio de los derechos humanos y de las libertades fundamentales.

En este sentido, se muestra que en el ámbito venezolano y, como consecuencia de la misma lucha titánica de la mujer en búsqueda de ese tratamiento igualitario y de la conquista y protección de sus derechos humanos; ha logrado insertarse en los distintos campos de desempeño.

La historia de Venezuela evidencia, en principio, muchos nombres de mujeres a las cuales se les brinda honores el Día Internacional de la Mujer. Entre muchas de ellas se destacan aquellas de la época de la independencia (siglo xviii), como es el caso de las negras Matea e Hipólita, que se dedicaron a la atención del Libertador Simón Bolívar; Josefa Joaquina Sánchez, quien fuera esposa de José María España; Luisa Cáceres de Arismendi, esposa del prócer Juan Bautista Arismendi, y Eulalia Buroz, luchadora en la Casa Fuerte de Barcelona-Venezuela.

Ya para el siglo xx, la mujer venezolana alcanzó algunas conquistas en el campo político, de las cuales se mencionan algunos casos excepcionales como los siguientes: algunos casos excepcionales como los siguientes: Ismenia de Villalba quien lanzó su candidatura a la Presidencia de la República en 1988, posteriormente lo hicieron Rhona Ottolina y Carmen de González en 1993 y finalmente, Irene Sáez en 1988. Asimismo, se destaca la jurista Cecilia Sosa Gómez en la presidencia de la antigua Corte Suprema de Justicia, durante el segundo período de gobierno del Doctor Rafael Caldera.

En el siglo xxi, las venezolanas han invadido las universidades y el mundo laboral en general, incluyendo el campo gerencial y el de la comunicación social, y han continua-do participando activamente en el campo político, a través de altos cargos de gobierno. Así, se tiene que de cinco poderes públicos, cuatro están dirigidos por mujeres: el Poder

8 Idem.

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Legislativo en manos de Cilia Flores desde 2006, como presidenta de la Asamblea Nacio-nal; el Poder Electoral, a cargo de Tibisay Lucena como presidenta del Consejo Nacional Electoral; el Poder Moral, encabezado por la fiscal general de la República Luisa Ortega y, el Judicial a cargo de Luisa Estela Morales, presidenta del Tribunal Supremo de Justicia, desde el año 2007. Es evidente, también, la actuación de la mujer en el campo deporti-vo, en el cual se puede mencionar a Flor Isava, quien representó a Venezuela en eventos internacionales obteniendo premiaciones doradas.

En el ámbito empresarial, específicamente a comienzos del siglo xxi, se destacó la doctora Albis Muñoz quien ejerció la Presidencia de la Federación Venezolana de Cámaras de Comercio e Industrias (Fedecamaras). En el escenario gremial actualmente resalta la profesora Lourdes Ramírez de Viloria, quien se desempeña como presidenta de la Fede-ración de Asociaciones de Profesores Universitarios de Venezuela (fapuv).

De lo anteriormente dicho, se advierte que la mujer venezolana ha tenido en el tiempo un protagonismo en el desempeño de funciones importantes, que van desde la presiden-cia de un país hasta aquellas referidas a la investigación y al arte. Tal desempeño se ha caracterizado por hacer gala de una organización y eficiencia destacadas, indistintamente del ámbito en el cual le corresponda actuar.

No obstante, la evolución de lo que se denomina “mundialización” ha venido transformando la sociedad; de igual forma las innumerables amenazas a la paz, a la seguridad y a los derechos humanos han significado variables fundamentales en cuanto a esta trasformación. Del escenario descrito no escapa la mujer venezolana, y aun cuando desde la misma antigüedad se ha visto asimismo afectada incluso en su condición humana.

La mujer venezolana, similar a las del resto del mundo ha tenido que enfrentar difíciles obstáculos para alcanzar condiciones de una vida digna, e inclusive integrar el aspecto personal con el profesional y el ciudadano. La integración de todos estos aspectos con-duce, sin lugar a dudas, a contar con un nuevo paradigma caracterizado por la libertad y la flexibilidad en las estructuras sociales, acompañadas por la voluntad de los gobiernos. De esta manera, la solicitud de las mujeres venezolanas se configura en la aplicación de políticas y dispositivos legales globales que fundamenten y promuevan su participación en el contexto cívico, corporativo y familiar.

Las situaciones descritas propician a la participación de las personas, las empresas y el Estado en búsqueda de una solución. Y es precisamente la mujer la que fundamental-mente debe convertirse en agente de cambio, respondiendo con gran sabiduría y sensibi-lización. Más aún en este escenario del siglo xxi caracterizado por tendencias relacionadas con la sobrepoblación, los problemas medioambientales, las exigencias de seguridad, el pluralismo cultural debido al avance tecnológico, además de la requerida renovación jurídica –de todo lo cual no escapa Venezuela–, surge la necesidad de profundizar en el

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protagonismo de la mujer. Existen múltiples procesos o perspectivas en los cuales subyace este protagonismo, que se constituye en retos y, en consecuencia, en desafíos.

En definitiva, ser mujer en el mundo de hoy, no resulta una tarea fácil; constituye un reto en cuanto a superar obstáculos que, en algunos casos, tienen que ver con la discri-minación. En estos términos, la lucha de la mujer en materia de derechos humanos está orientada a seguir materializando logros como ser social, cultural, político y productor de riqueza, con voz y voto; todo lo cual permitirá su intervención en la construcción de un nuevo mundo, más humanizado, más equitativo y más justo.

MÉTODO PARA EL ABORDAJE DEL OBJETO DE ESTUDIO

El estudio se realiza tomando como base datos secundarios provenientes de una serie de textos y/o discursos a partir de los cuales se intenta entender el interés investigativo. La revisión de los documentos lleva implícito el análisis de contenido bajo el cual “la elección de los términos que utiliza el locutor, su frecuencia y su modo de disposición, la estructuración del discurso y su desarrollo constituyen fuentes de información a partir de las cuales el investigador trata de elaborar su conocimiento”.9 En consecuencia, los resultados corresponden a un proceso de exploración y descripción del contenido de algunos documentos que conducen a captar una perspectiva general de los derechos humanos de la mujer, siguiendo su historia en Venezuela.

A este último aparte se le agrega el criterio de Ligia Galvis (2008), quien advierte que “la vinculación de la historia de los pueblos con la historia de los derechos nos permite comprender su relación con las sociedades y sus culturas, porque la percepción de los derechos humanos no es la misma en los diferentes horizontes del planeta”.10

EVOLUCIÓN DEL RECONOCIMIENTO DE LOS DERECHOS HUMANOS DE LA MUJEREN EL MARCO JURÍDICO VENEZOLANO

Siguiendo las ideas de la citada autora Ligia Galvis (2008), la historia de los derechos humanos se inicia con la misma proclamación de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, con la consecuente abolición de los privilegios feudales, en el año 1789. “El pasado remoto es el bagaje conceptual y político que se remonta a

9 Raymond Quivy y Luc Van Campenhoudt, “Manual de investigación en ciencias sociales”, 1a. ed., México, Limusa/Gpo. Noriega Ediciones, 1999, pp. 215-216.

10 Ligia Galvis, “Comprensión de los derechos humanos…”, op. cit., p. 17.

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la cultura greco-romana, pasa por el humanismo renacentista y llega a la modernidad para consolidar la visión del mundo fundada en el ser humano titular de derechos y responsabilidades”.11

En consecuencia, los derechos humanos vienen a ser las prerrogativas del individuo frente al Estado. La protección implícita en los derechos humanos parte de la concepción jurídica y ética que considera al individuo “como el sustrato filosófico del Estado, es decir la única razón de la existencia de éste”.12

En Venezuela, como ya se indicó, el marco constitucional incluye los derechos hu-manos inspirándose en los acuerdos internacionales. A tal efecto, la Carta Magna en su Título III (De los Derechos Humanos y Garantías, y de los Deberes), Capítulo I (Dis-posiciones Generales) y específicamente, en su Artículo 19, establece su aseguramiento, atendiendo a los principios de progresividad y no discriminación.

Jesús Casal (2008), de manera muy acertada destaca que “el Derecho internacional de los derechos humanos es, en principio, complementario del derecho interno. Aunque esta complementariedad ha de entenderse referida, fundamentalmente, a la protección internacional de estos derechos, que no pretende sustituir sino complementar la ofrecida por el orden interno”.13

En este sentido, resulta apropiado referir en primer lugar, los acuerdos internacionales que sobre los derechos humanos, además de la Carta de las Naciones Unidas, Venezuela ha ratificado y, por lo tanto, se consideran relevantes:

Declaración Universal De los Derechos hUmanos (1948)14

Establece los principios y derechos fundamentales que sirven de guía a todo el sistema y significan el punto de referencia obligado de todos los Estados en cuanto a legislar en materia de derechos humanos. En cuanto al principio de igualdad, como principio universal, se desprende de sus artículos 1 y 2 los cuales promulgan la igualdad de todos los seres humanos en dignidad y en derechos y la no discriminación motivada por raza, sexo, religión, etcétera.

11 Idem.12 Partido Federal Republicano, “Introducción a los Derechos Humanos y la Diversidad Sexual”,

http://www.pfr.org.ve, 2005, p. ¼.13 J. Casal, “Los derechos humanos y…”, op. cit., p. 9.14 Organización de las Naciones Unidas, “Declaración Universal de los derechos humanos”, http://www.

un.org/es/documents/udhr/, 1948.

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convenio relativo a la igUalDaD De remUneración entre la mano De obra mascUlina y la mano De obra femenina por Un trabajo De igUal valor (oit, núm. 100-1953)15

Establece en su Artículo 2 la esencia del avance en materia de los derechos de la mujer, en los términos siguientes:

1. Todo Miembro deberá, empleando medios adaptados a los métodos vigentes de fijación de tasas de remuneración, promover y, en la medida en que sea compatible con dichos métodos, garantizar la aplicación a todos los trabajadores del principio de igualdad de remuneración entre la mano de obra masculina y la mano de obra femenina por un trabajo de igual valor.

2. Este principio se deberá aplicar, sea por medio de: a) la legislación nacional; b) cual-quier sistema para la fijación de la remuneración, establecido o reconocido por la legis-lación; c) contratos colectivos celebrados entre empleadores y trabajadores, o d) la acción conjunta de estos diversos medios.

convención sobre los Derechos políticos De la mUjer (1954)16

Está dirigida primordialmente a poner en práctica el principio de igualdad de los derechos de hombres y mujeres enunciado en la Carta de Naciones Unidas. A tal efecto, las partes contratantes reconocen que toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de su país, directamente o por conducto de representantes libremente escogidos, y a iguales oportunidades de ingreso en el servicio público de su país, y desean igualar la condición del hombre y de la mujer en el disfrute y ejercicio de los derechos políticos, conforme a las disposiciones de la Carta de las Naciones Unidas y de la Declaración Universal de Derechos Humanos.

La Convención sobre los derechos políticos de la mujer representa el único instrumen-to de carácter internacional relacionado con el Pacto de los derechos civiles y políticos que establece la obligación que tienen los Estados partes de consagrar los derechos políticos de la mujer. Ligia Galvis (2008), resalta que el documento contiene tres importantes prerrogativas relacionadas con la participación política de las ciudadanas y que se expresan de la manera siguiente:

15 Conferencia General de la Organización Internacional del Trabajo, “Convenio 100 relativo a la igualdad de remuneración entre la mano de obra masculina y la mano de obra femenina por un trabajo de igual valor, http://www.derechos.org.ve/instrumentos/sisuniversal/convenio_100.pdf, 1953.

16 Organización de las Naciones Unidas, “Convención sobre los derechos políticos de la mujer”, http://www.acnur.org/biblioteca/pdf/0019.pdf, 1954.

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El derecho de voto en todas las elecciones que se organicen, en las mismas condiciones de igualdad que los hombres y sin ninguna discriminación; el derecho a ser elegidas a todos los organismos de representación popular, en las mismas condiciones que los hombres y sin ninguna discriminación, y el derecho a ocupar cargos públicos y a ejercer la función pública en las mismas condiciones de igualdad que los hombres y sin ninguna discrimi-nación.17

convenio relativo a la Discriminación en materia De empleo y ocUpación(oit, núm. 111-1960)18

A los efectos del documento, en su Artículo 1 establece que el término discriminación comprende cualquier distinción, exclusión o preferencia basada en motivos de raza, color, sexo, religión, opinión política, ascendencia nacional u origen social que tenga por efecto anular o alterar la igualdad de oportunidades e de trato en el empleo y la ocupación. Así mismo, el Convenio estipula que todo Miembro para el cual se encuentre en vigor se obliga a formular y llevar a cabo una política nacional que promueva, por métodos adecuados a las condiciones y a la práctica nacionales, la igualdad de oportunidades y de trato en materia de empleo y ocupación, con el objeto de eliminar cualquiera discri-minación a este respecto.

Declaración sobre la eliminación De la Discriminación contra la mUjer (1967)19

Su contenido se basa en los principios rectores de orientación a los Estados para que adopten las medidas adecuadas que permitan la erradicación de la discriminación contra las mujeres. “El punto de partida es la reafirmación de las discriminación como hecho fundamentalmente injusto que atenta contra la dignidad humana”.20

17 Ligia Galvis, “Comprensión de los derechos humanos…”, op. cit., p. 169.18 Conferencia General de la Organización Internacional del Trabajo, “Convenio 111 relativo a la

discriminación en materia de empleo y ocupación”, http://www.ilo.org, 1960.19 Organización de las Naciones Unidas, “Declaración sobre la eliminación de la discriminación contra

la mujer”, http://portal.unesco.org, 1967.20 Ligia Galvis, “Comprensión de los derechos humanos…”, op. cit., p. 169.

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convención sobre la eliminación De toDas las formas De Discriminacióncontra la mUjer (1979)21

Centra el interés en la urgencia de adelantar acciones legislativas y todas aquellas san-ciones, orientadas a prohibir la discriminación en relación con la mujer. “Solicita a los Estados crear un sistema de protección jurisdiccional de los derechos de las mujeres y garantizar, mediante la acción de los tribunales, la protección efectiva de la mujer contra todo acto discriminatorio […] y velar porque todas las autoridades cumplan con esta obligación”.22

conferencia mUnDial De Derechos hUmanos (1993)23

En su artículo 38, resalta la importancia de la gestión de los Estados en cuanto a eliminar la violencia contra la mujer en la vida pública y privada; asimismo, a eliminar las distintas maneras de acoso sexual y los prejuicios en relación con el sexo en la administración de la justicia.

Declaración sobre la eliminación De la violencia contra la mUjer (1993)24

Este documento jurídico reconoce que la violencia contra la mujer constituye una ma-nifestación de relaciones de poder históricamente desiguales entre el hombre y la mujer, que han conducido a la dominación de la mujer y a la discriminación en su contra por parte del hombre, e impedido el adelanto pleno de la mujer, y que la violencia contra la mujer es uno de los mecanismos sociales fundamentales por los que se fuerza a la mujer a una situación de subordinación respecto del hombre. Por estas motivaciones, en su Artículo 3 establece que la mujer tiene derecho, en condiciones de igualdad, al goce y la protección de todos los derechos humanos y libertades fundamentales en las esferas política, económica, social, cultural, civil y de cualquier otra índole. Entre estos

21 Organización de las Naciones Unidas, “Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer”, http://www.acnur.org/biblioteca/pdf/0031.pdf, 1979.

22 Ligia Galvis, “Comprensión de los derechos humanos…”, op. cit., p. 170.23 Organización de las Naciones Unidas, “Conferencia Mundial de Derechos Humanos”, http://www.

unhchr.ch/html/menu5/wchr.htm, 1993.24 Organización de las Naciones Unidas, “Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la

mujer”, http://docs.google.com, 1993.

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derechos figuran: el derecho a la vida, el derecho a la igualdad, el derecho a la libertad y a la seguridad de la persona, el derecho a igual protección ante la ley, el derecho a verse libre de todas las formas de discriminación, el derecho al mayor grado de salud física y mental que se pueda alcanzar, el derecho a condiciones de trabajo justas y favorables y el derecho a no ser sometida a tortura, ni a otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes.

conferencia internacional sobre población y Desarrollo (1994)25

Lo más importante de esta conferencia fue el acuerdo en relación con que la población y el desarrollo deben considerarse indisolublemente unidos y que, el dotar de mayor poder a la mujer y tomar en cuenta sus necesidades en lo relativo a educación y salud, incluyendo la salud reproductiva, son insoslayables para el desarrollo individual y equi-librado. El avance en relación con la equidad de género y la eliminación de la violencia contra las mujeres, constituyen los ejes fundamentales de las políticas de desarrollo de cualquiera de los Estados.

convención interamericana para prevenir, sancionar y erraDicar la violenciacontra la mUjer. convención De belem Do pará (1994)26

Ratifica que la violencia contra la mujer constituye una violación de los derechos hu-manos y las libertades fundamentales y, limita total o parcialmente a la mujer en el reconocimiento, goce y ejercicio de tales derechos y libertades. Específicamente, en su Artículo 3 establece que toda mujer tiene derecho a una vida libre de violencia, tanto en el ámbito público como en el privado, y complementa en su artículo 4 el hecho que toda mujer tiene derecho al reconocimiento, goce, ejercicio y protección de todos los derechos humanos y a las libertades consagradas por los documentos regionales e internacionales sobre derechos humanos.

25 Organización de las Naciones Unidas, “Conferencia internacional sobre población y desarrollo”, http://www.redtrasex.org.ar, 1994.

26 Organización de las Naciones Unidas, “Convención interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer. Convención de Belem Do Pará”, http://www.acnur.org/biblioteca/pdf/0029.pdf, 1994.

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iv conferencia regional sobre la integración De la mUjer en el Desarrolloeconómico y social De américa latina y el caribe (1995)27

En este encuentro se reafirma el hecho de la complementariedad de la mujer y del hombre; es decir, la igualdad en la diversidad; en otras palabras, el derecho de la mujer a estar presente en todos los ámbitos de la vida social, económica y política de todos los Estados.

iv conferencia mUnDial sobre la mUjer (1995)28

En este evento, los Estados participantes se comprometieron a aplicar la denominada “plataforma para la acción”, aprobada como consecuencia de largas negociaciones. El resultado de esta conferencia contiene un avance respecto a lo conseguido en conferencias anteriores, sobre la necesidad de considerar la perspectiva de género en todas las políticas, programas y proyectos. En definitiva, queda establecido que el objetivo de la igualdad entre mujeres y hombres es un asunto esencial para el logro del desarrollo, el avance social y la consolidación de la democracia en todas las sociedades, lo que se sintetiza en un conjunto de medidas y actuaciones perentorias que los Estados participantes deno-minaron áreas críticas.

viii conferencia regional sobre la mUjer De américa latina y Del caribe: el Desafío De la eqUiDaD De género y De los Derechos hUmanos en los albores Del siglo xxi(lima, perú, 8 al 10 De febrero De 2000) 29

En este documento se muestran la vinculación existente entre el avance de las mujeres y los cambios que éste produce en la sociedad, así como los efectos de los cambios glo-bales sobre la equidad social y de género. Se realiza, como consecuencia, un llamado a los gobiernos y sociedades de la región a hacer mucho más efectivos los compromisos

27 Organización de las Naciones Unidas, “IV Conferencia Regional sobre la Integración de la Mujer en el Desarrollo Económico y Social de América Latina y El Caribe”, http://www.mpps.gob.ve, 1995.

28 Organización de las Naciones Unidas, “IV Conferencia Mundial sobre la Mujer”, http://www.geocities.com/clinicagestalt/beijing01.htm, 1994.

29 Organización de las Naciones Unidas, “VIII Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y del Caribe: El desafío de la equidad de género y de los derechos humanos en los albores del siglo xxi”, http://www.eclac.org/publicaciones/xml/2/4322/indice.htm, 2000.

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adquiridos, en cuanto a la asignación de recursos y al establecimiento de mecanismos para el cumplimiento de los acuerdos internacionales en materia de derechos de la mujer.

Además de todas las prerrogativas anteriormente enunciadas e incorporadas en los acuerdos internacionales, se han incluido los derechos sexuales y reproductivos como parte de los derechos humanos de la mujer. Se refieren al conjunto de derechos humanos que tienen que ver con la salud reproductiva y, más ampliamente, con todos los dere-chos humanos que inciden en la reproducción humana. De esta forma, los derechos humanos también se constituyen en el paradigma conceptual sobre el que se construye el ordenamiento jurídico de los países en el mundo actual. El derecho penal y el derecho militar han sido impactados positivamente por la influencia de sus principios.

En relación con ese conjunto de derechos humanos referidos a la mujer, tal como lo enuncia Ligia Galvis (2008), “la legislación especial sobre los derechos de la mujer se justifica por la necesidad de consagrar esfuerzos especiales para la eliminación de la discriminación, y las violencias contra su dignidad, y estimular su acceso a las instancias de poder”.30

En Venezuela, estos derechos están garantizados en varios dispositivos legales:

a. Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (1999);31 en la cual se definen el rol del Estado como garante de los derechos humanos (civiles, políti-cos, sociales y de la familia, culturales y educativos, económicos, de los pueblos indígenas y ambientales).

b. Resolución 1762 del Ministerio de Educación (1996);32 mediante esta normativa legal las adolescentes embarazadas gozan del derecho de continuar sus estudios en cualquier plantel del país.

c. Ley Orgánica para la Protección de Niños, Niñas y Adolescentes (2008);33 significa uno de los grandes avances en materia de la garantía de los derechos sexuales y reproductivos, los cuales, conjuntamente con el derecho a la salud, a la educa-ción, a la información y a la protección de la maternidad, imponen la creación de nuevos programas y entidades especializadas que aseguran la aplicación de los mismos.

30 Ligia Galvis, “Comprensión de los derechos humanos…”, op. cit., p. 157.31 Constitución de la República Bolivariana…, op. cit.32 Ministerio de Educación, “Resolución 1762”, http://www.pasoapaso.com.ve/legal/legal_1762.

htm, 1996.33 Ley Orgánica para la Protección de Niños, Niñas y Adolescentes, Gaceta Oficial de La República

Bolivariana de Venezuela, 38.901, 2 de abril de 2008.

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d. Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia (2008);34 establece la definición de violencia en sus diferentes acepciones, y estatuye el papel del Estado y sus instituciones en la prevención y atención del problema de la violencia contra la mujer en todos sus tipos; así como las san-ciones.

e. Proyecto de Ley Orgánica para la Equidad e Igualdad de Mujeres y Hombres (2009);35 garantiza el ejercicio de los derechos humanos de mujeres y hombres, sobre la base de la justicia y no discriminación. Con este proyecto se reafirma el compromiso del país en cuanto a suscribir la Convención para la elimina-ción de todas las formas de discriminación hacia la mujer. En consecuencia, se pretende contar con un documento jurídico que permita mantenerse a la van-guardia con respecto a los derechos de paridad e igualdad de género de mujeres, hombres, niños, niñas y adolescentes. De aprobarse esta norma, se derogaría la vigente Ley de Igualdad de Oportunidades para la Mujer.

f. Anteproyecto de Ley Orgánica de Salud Sexual y Reproductiva y de la Interrupción Voluntaria del Embarazo (2009);36 considera a la sexualidad y la capacidad re-productiva como manifestaciones consustanciales a la naturaleza humana y a la expresión y reafirmación de la propia persona. El documento jurídico incorpora la protección en el ámbito de la autonomía personal con una singular significa-ción para las mujeres, para quienes el embarazo y la maternidad son eventos que las afectan de forma ineludible. Así, muestra una especial relación de los derechos de las mujeres con respecto a la protección de su salud sexual y reproductiva.

MECANISMOS DE LA SOCIEDAD CIVIL, EMPRESAS Y ESTADO, ORIENTADOSAL FORTALECIMIENTO DE LA PARTICIPACIÓN DE LA MUJER VENEZOLANA,COMO AGENTE DE CAMBIO EN LA SOCIEDAD DEL SIGLO XXI

En el ámbito de la conquista y protección de los derechos de la mujer es innegable la colaboración de diversas agrupaciones de la sociedad civil. Éstas se han constituido en los medios o entes de la articulación con los gobiernos, con las iniciativas empresariales y con las de otros sectores de la misma sociedad civil.

34 Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, Gaceta Oficial de La República Bolivariana de Venezuela, 38.927, 9 de mayo de 2008.

35 Proyecto de Ley Orgánica para la Equidad e Igualdad de Mujeres y Hombres, http://www.asamblea-nacional.gob.ve/, 2009.

36 Anteproyecto de Ley Orgánica de Salud Sexual y Reproductiva y de la Interrupción Voluntaria del Embarazo, http://www.iustel.com/, 2009.

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Las presiones que se han sentido desde distintos sectores sociales organizados, consti-tuyen una influencia decisiva en cuanto al establecimiento de garantías, específicamente en el caso de los derechos de la mujer. Esto pasa fundamentalmente por la participación como ejercicio político de los ciudadanos, en sus más diversas formas.

Por otra parte, la actuación en el campo de derechos humanos de algunos grupos feministas, tales como el actual “Frente Nacional de Mujeres”, el cual surge como con-secuencia de la protesta por la violencia ejercida en contra de la mujer, ante un evento particular como lo fue la violación y secuestro de la joven Linda Loaiza, y el “Frente Constitucional de la Mujer”, orientado a la educación y organización para promover la candidatura de las feministas a la Asamblea Constituyente; representa una lucha per-manente por el respeto y la protección de los derechos de la mujer y su progresividad. Incluso, se conoce de grupos feministas que lucharon por sus reivindicaciones sociales y políticas desde la misma época colonial, aunque sus luchas fueron tomando cuerpo a partir de 1870, cuando el entonces presidente, Antonio Guzmán Blanco, estableció por decreto la obligatoriedad de la educación primaria en Venezuela para todos los ciuda-danos del país, incluyendo a las mujeres, que antes no tenían derecho a la educación.

Entre los diversos grupos sociales feministas que siguieron luchando por sus derechos políticos, luego de conseguir el derecho a la educación, pueden mencionarse: Agrupación Cultural Femenina y Asociación Venezolana de Mujeres, en 1936; Acción Femenina, en 1945, dirigida por doña Lucila Pérez Díaz, quien logró celebrar por primera vez en Venezuela el Día Internacional de la Mujer, en 1944. Estas luchas sociales de las mujeres finalmente consiguieron su objetivo en el año 1946, cuando el presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno, Rómulo Betancourt, luego del derrocamiento del presidente Medina Angarita, en 1945, promulgó un Estatuto Electoral que consagró el voto directo, universal y secreto para todos los venezolanos mayores de 18 años en las elecciones del 27 de octubre de 1946.

La actividad investigadora de las universidades resulta, igualmente, un mecanismo de fortalecimiento de la participación de la mujer en la sociedad del siglo xxi, pues mediante el análisis de distintas necesidades, identifica los problemas que se enfrentan, desde la óptica del género.

Otro mecanismo encaminado al fortalecimiento de la participación de la mujer vene-zolana, se cristaliza en la acción de la Iglesia. Ésta se configura en un agente importante en el proceso de desarrollo integral sostenido y solidario que abarca aspectos culturales y religiosas del hombre, de la mujer y de la sociedad.

De igual manera, en Venezuela las empresas representadas por los medios de comu-nicación se constituyen en un espacio desde donde se pueden construir los debates en materia de derechos humanos, fundamentalmente los relativos a la mujer, a la familia, a la diversidad sexual y, en definitiva, a los de género. No obstante, es importante con-

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siderar, en materia de derechos humanos, que no sólo se trata del debate; también es importante considerar el enfoque y el tratamiento del tema. A veces, sobre todo en el abordaje de la violencia de género, se tiende al maltrato de las mujeres en los mismos medios de comunicación social.

Finalmente, el Estado se constituye en el garante de los derechos de la mujer y, en consecuencia, del mejoramiento de su rol en todos los ámbitos, pues tiene la responsa-bilidad y obligatoriedad de promover la justicia en cuanto a condiciones igualitarias y no discriminatorias.

ASPECTOS QUE CARACTERIZAN LA PARTICIPACIÓN DE LA MUJER VENEZOLANA,EN EL CONTEXTO DE LA SOCIEDAD ACTUAL

La mujer del siglo xxi sigue caracterizándose por su ímpetu para transformar la sociedad y producir el éxito en las empresas modernas. De ahí, algunas empresas y gobiernos han desarrollado una nueva percepción de la mujer incluida en el mundo laboral y en las universidades. Esto, porque en la lucha por sus derechos, la mujer ha escalado puestos en la academia, en la política y en el ámbito profesional.

Uno de los acontecimientos que ha comenzado a caracterizar este siglo, es la trans-formación del mundo de la mujer. En la actualidad, un mayor número de mujeres vive en mejores condiciones que sus progenitoras, en cuanto a su situación socioeconómica y a su capacidad para ejercer libremente su voluntad.

El progreso en los derechos de la mujer es alentador, no obstante, como se ha adver-tido, no se ha alcanzado la plena y auténtica igualdad, e incluso, en algunos países, se evidencia cómo han sido revocadas algunas de las conquistas logradas.

En el contexto actual subsiste una considerable disparidad entre distintas regiones y países, en lo que a derechos humanos de la mujer se refiere. Un ejemplo palpable de ello es el asunto relativo a las responsabilidades familiares, las cuales no se comparten de manera equitativa ni en lo económico, ni en lo social. Otro ejemplo, se evidencia en la violencia contra las mujeres, debido a las numerosas quejas que en este sentido se han presentado. Por esta razón, “Amnistía Internacional inició una campaña encaminada a la erradicación de la violencia contra la mujer en Venezuela […] insta a las autoridades vene-zolanas a demostrar su voluntad y a proporcionar los recursos necesarios para garantizar que la nueva ley sobre la violencia contra la mujer no exista solamente en papel”.37

37 Adital, “La violencia contra las mujeres es el tema de la nueva campaña de Amnistía Internacional”, http://www.adital.com.br, 2010, p. 1.

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Unido a lo anterior, resulta preocupante constatar que en aquellos países en donde los logros de la mujer han sido incorporados en documentos legislativos para promover la igualdad, se mantiene la contradicción entre la igualdad de jure de las personas, y la desigualdad de facto entre mujeres y hombres. Por lo que es un imperativo vencer estas limitaciones.

En Venezuela, resulta alentador el proceso de inclusión de la mujer en el disfrute y logro de garantías constitucionales, atendiendo inclusive a normativas derivadas de convenios internacionales sobre derechos humanos de tercera generación.

Sin embargo, la mujer venezolana se enfrenta a condiciones sociales que desdicen de estos derechos, por cuanto se desenvuelve en un escenario contrario y que compromete los ideales expresados en los distintos documentos jurídicos. Tal como lo advierte Magaly Altuve (2005), desde la última década del siglo xx se vive en una economía global, que se sintetiza, para el caso venezolano, en las expresiones siguientes:

El alarmante incremento de la pobreza ha sido producto, entre otros factores, del deterioro experimentado en los ingresos económicos de las familias, determinando la casi o total desaparición de la clase media. De esta última, muchos de sus integrantes, así mismo, han ido a integrar ese vasto contingente de venezolanos en situación de pobreza extrema, cuya característica principal es disponer de precarios ingresos, insuficiente alimentación, limitado acceso a los servicios de educación, salud y vivienda, estar excluidos de los pro-cesos culturales y de la toma de decisiones, así como del trabajo.38

Por lo antes expuesto se vislumbra el compromiso que tiene la mujer venezolana en el siglo xxi en cuanto a su participación, tomando en consideración un contexto caracteri-zado por la limitada accesibilidad a sus primordiales derechos y garantías. No obstante, en Venezuela, desde 1999, se han establecido garantías jurídicas e institucionales de los derechos de la mujer, las cuales se resumen en los principales logros de las luchas de los mo-vimientos feministas venezolanos. Estos logros se demuestran mediante las posiciones de liderazgo de la mujer en los denominados consejos comunales, los cuales tienen como principal objetivo, canalizar la participación popular de los ciudadanos en la vida política local y nacional. Además de los progresos en cuanto a la participación en la política local y nacional, se han creado instituciones de apoyo a la participación plena de la mujer en la economía, entre las que destaca el Banco de la Mujer, cuyos objetivos esenciales se concretan en la generación de empleo femenino y en el fomento a la participación de la mujer en las transformaciones económicas y sociales.

38 Magaly Altuve, “El primer trienio del siglo xxi y las condiciones bajo las cuales se educa”, http://www2.bvs.org.ve/scielo.php, 2005, p. 2.

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PERSPECTIVAS EN CUANTO AL PROTAGONISMO DE LA MUJER VENEZOLANAEN LA SOCIEDAD DEL SIGLO XXI

En la sección anterior se muestra la tarea titánica de las mujeres para enfrentar los difíci-les obstáculos para alcanzar una vida digna en la cual se integre el aspecto personal con el profesional y el de ciudadanía. Se advierte, nuevamente, que el desafío se resume en conseguir una plena integración de los aspectos anteriormente mencionados, sintetizada en la adopción de un nuevo paradigma para el desarrollo y fortalecimiento de nuevas estructuras sociales, en las cuales se promueva la participación de las mujeres en distintos ámbitos, sin discriminación alguna.

En este sentido, “la participación de la mujer en la toma de decisiones es una exigen-cia democrática y de justicia social que debe catalogarse como prioritaria si se quieren alcanzar los objetivos: de igualdad, desarrollo y paz”.39

Por lo antes expuesto, la mujer debe buscar desenvolverse en una sociedad en la que pueda vivir y desarrollarse libremente. Esta búsqueda le exige tres procesos educativos esenciales:

El desarrollo educativo caracterizado por la autoestima, para eliminar el concepto de mujer “objeto”.

La concienciación de los problemas cuya solución reclama: las luchas de las mujeres en ma-teria de política social, acceso al empleo, educación desigual y discriminatoria, entre otras.

El último proceso refiere a la necesidad de revisar la educación basada en la discrimi-nación con motivo del género. De esta forma, “la igualdad” se constituye en un instru-mento para luchar en el orden de las necesidades, de la justicia social, de los derechos y de las oportunidades políticas.

Así, el marco teórico diseñado por organizaciones de mujeres, debe ir encaminado en función de este reto epistemológico y, estar acompañado de la cooperación de los gobiernos y partidos en relación con la promulgación de políticas de igualdad y paridad, en las cuales se introduzcan perspectivas de género, tomando en cuenta este concepto fundamentado en que a cada género se le atribuyen virtudes propias, evitando de esta manera posibles contradicciones en lo que a derechos humanos se refiere.

CONCLUSIONES

A la luz de las ideas precedentes y en relación con los dos grandes constructos de la pre-sente reflexión (la mujer y los derechos humanos), se presentan las perspectivas con base en nueve dimensiones, a las que consideramos las más relevantes:

39 María Scheffler, “La mujer ante los desafíos del siglo xxi”, http://www.issste.gob.mx/website/comuni-cados.html, 2000, p. 1.

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a) La mujer y la pobreza: en este ámbito urge la revisión y la adopción de políticas macroeconómicas y estrategias de desarrollo que prevean las necesidades de las mujeres y apoyen sus esfuerzos por superar la pobreza. Igualmente, es necesaria la revisión de las leyes para garantizar a la mujer la igualdad de los derechos, tomando en cuenta la diferenciación en cuanto a las virtudes que le son atribuidas.

b) La educación y la capacitación de la mujer: es perentorio asegurar la igualdad de acceso a la educación, en lo que se refiere al derecho de las mujeres a la formación pro-fesional, la ciencia y la tecnología. En este ámbito, “los mecanismos se están poniendo en marcha para promover la igualdad de género y la eliminación de la discriminación en todas sus formas. El Ministerio de Educación, Cultura y Deportes ha llevado a cabo una revisión curricular para integrar el género en los contenidos curriculares”.40 El regreso al modelo de gobierno de izquierda, en Venezuela, trae consigo el cuestionamiento de los modelos de desarrollo y de democracia de tipo capitalista. En este escenario, la educación popular orientada a los derechos humanos ha redimensionado tanto las estrategias como los documentos de carácter jurídico. Así, la metodología de la educación popular se basa en una nueva filosofía, la cual consiste en la interacción sobre la construcción colectiva del conocimiento, en la que cada quien tiene algo que enseñar y algo que aprender.

c) La mujer y la salud: al respecto se deben fortalecer los programas de prevención que promuevan la salud de la mujer, motivando la investigación para hacer frente a los proble-mas de salud sexual y reproductiva. La violencia sexual contra la mujer se ha convertido en un problema de salud pública y una violación de los derechos humanos. Es notorio cómo diariamente la vida de las mujeres venezolanas es afectada por la posibilidad de la violencia. Esto se comprueba mediante la revisión de las denuncias que diariamente se realizan ante el Ministerio Público, y mediante los ingresos a los centros hospitalarios como consecuencia de maltratos y violación sexual. Además, “según los estudios realizados por el Centro de Estudios del Desarrollo de la Universidad Central de Venezuela (Cendes), la violencia contra las mujeres está creciendo a un ritmo rápido”.41

d) La violencia contra la mujer: en este aspecto es necesaria la adopción de medidas para prevenir y eliminar la violencia contra la mujer e instalar mecanismos reales para su erradicación. Al respecto, “Raquel Barrios, una joven feminista identifica tres campos fundamentales para las estrategias de participación de todos los sectores de la sociedad en la emancipación femenina, las cuales se relacionan con la violencia contra la mujer, la discriminación en el trabajo y un profundo cuestionamiento moral”.42 Uno de los

40 Instituto Nacional de la Mujer, “Políticas para la promoción de la mujer. Logros y deficiencias”, http://www.un.org/womenwatch/, 2004, p. 7.

41 Aidos, “Venezuela: los derechos y salud sexual reproductiva”, http://www.aidos.it/, 2007, p. 1.42 George Gabriel, “Antes de género en Venezuela: asunto de dos frentes”, http://www.opendemocracy.

net, 2009, p. 1.

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mecanismos para erradicar la violencia contra la mujer en Venezuela está representado en la Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia (2008); no obstante, su aplicación demanda tribunales especiales y capacitación para enfrentar los delitos relacionados con esta materia.

e) La mujer y la economía: la promoción de la independencia y de los derechos eco-nómicos de la mujer, incluyendo el acceso a empleos en condiciones apropiadas, deben ser asuntos prioritarios del gobierno. Igualmente, fomentar la armonización de las res-ponsabilidades de las mujeres y los hombres en lo que respecta al trabajo y la familia, se sintetiza en el reclamo inmediato de la mujer venezolana.

f) La mujer en el ejercicio del poder y la toma de decisiones: aun cuando en Venezuela se han abierto los espacios en cuanto a la ocupación de cargos públicos por parte de las mujeres, es importante adoptar medidas para garantizar y mantener la mayor participa-ción de la mujer en este contexto.

g) La mujer y los derechos humanos: urge proteger los derechos humanos de la mujer mediante la aplicación de todos los documentos jurídicos relativos a los derechos hu-manos y en especial, los derivados de la Convención sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer.

h) La mujer y los medios de difusión: al respecto, se evidencia la urgencia de fomentar una imagen equilibrada de la mujer en los medios de difusión y aumentar su participación en la expresión de ideas.

i) La mujer y el medio ambiente: en este contexto la exigencia es la integración de las preocupaciones y perspectivas de género en las políticas y programas a favor de la con-servación del ambiente y del desarrollo sostenible. En este aspecto, la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (1999), dedica todo un Capítulo (IX) a los derechos ambientales, lo cual representa para la mujer otra de las razones que fundamentan las luchas de género, orientadas a la consecución de garantías relativas al disfrute de una vida y un ambiente seguro, sano y ecológicamente equilibrado.

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EL áRBOL DE LA vIDA REnACE y vuELvE A fLORECER

JobHernándezRodríguez

explotación redoblada y actualidad de la revolución,1 el libro más reciente de Jaime Osorio, es un texto de alta densidad teóri-ca, de un complejo entramado histórico, categorial y conceptual. Hilos provenientes de distintos campos del saber se cruzan aquí en una urdimbre poco común en los productos académicos de nuestra época, demasiado respetuosos de las fronteras disciplinarias y de los objetos de estudio claramente “delimitados”, por no decir reducidos. La obra abreva de distintas fuentes para forjarse un potente caudal explicativo. Se trata, en sentido estricto, de un libro formado por muchos libros. Así, aborda temas propios de la epistemología, la sociología del conocimiento, la econo-mía política y la sociología política, además de incursionar en terrenos harto conocidos por el autor, que forman parte de la histo-ria intelectual de América Latina, como las teorías del imperialismo, el subdesarrollo

y la dependencia. En cuanto a temas o nudos problemáticos, se plantea desbrozar los criterios que orientan la construcción de América Latina como objeto teórico, narrar los avatares que dieron vida a la teoría marxista de la dependencia, dotar de mayor precisión conceptual a la noción de explotación redoblada o superexplotación, explicar los motivos que están en el fondo del olvido de las teorías del subdesarrollo y la dependencia, analizar el acontecer político, social y económico más reciente de América Latina marcado por el resurgi-miento de la iniciativa popular, polemizar sobre el carácter de los nuevos gobiernos de la región y tomar nota de los efectos de la actual crisis mundial sobre “nuestras repúblicas dolorosas de América”.

Muy a pesar de quienes piensan que una estrategia de este tipo es imprecisa, vaga o diluyente, el libro mantiene una fuerte consistencia, una unidad articulada por la voluntad de captar el movimiento de lo real y hacerse del carácter específico de América Latina. Si bien es cierto que el texto pole-miza con un conjunto nada despreciable de corrientes del pensamiento social con-temporáneo, el verdadero vértice articula-

1 Osorio, Jaime, Explotación redoblada y actua­lidad de la revolución. Refundación societal, rearti­culación popular y nuevo autoritarismo, México, uam-Xochimilco/Ítaca, 2009, 307 p.

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dor es el deseo de encontrar “las razones del permanente rebrote de la rebelión y de la revolución en América Latina”, algo que, junto con la dependencia, constituirían parte esencial de nuestra forma de “estar en el mundo”. De esta manera, el autor se inscribe en el descomunal esfuerzo orienta-do a “dar cuenta de las formas particulares en que América Latina se constituye y se organiza”, una tarea de larga data que tiene en el década de 1970 su punto más alto al mismo tiempo que su interrupción. A contribuir en esto se destina todo el tra-bajo que, como tarea intermedia, clarifica los términos de las discusiones, al mismo tiempo que precisa, aclara y extiende las herramientas conceptuales de la teoría marxista de la dependencia en un diálogo profundo y polémico con sus antagonistas vivos o muertos, todavía famosos o ahora desconocidos, desarrollistas o endogenis-tas, positivistas o posmodernos.

Más allá de que cada lector se haga un juicio sobre lo logrado o fallido de la respuesta de Jaime Osorio, o pueda estar en acuerdo o desacuerdo con su hipótesis de investigación de raigambre leninista y dependentista, la verdad es que desde ya el libro se puede evaluar por la valía de la pregunta que se propone responder, expre-samente destinada a explicar y no sólo a describir la dinámica latinoamericana. Esta interrogante es formulada de la siguiente manera en la introducción de la obra: “¿qué hay en el modo de ser de América Latina que hace posible que de manera recurrente en su historia emerjan movimientos socia-les y procesos que ponen en entredicho las

formas establecidas por el capital?”. Lo que se quiere demostrar es la particular posición de América Latina como eslabón más débil de la cadena imperialista, la siempre renovada tensión revolucionaria que se deriva de la forma específica de reproducción del capital en los países dependientes, fundada en la explotación redoblada del trabajo.

Insistimos que este es el tema que ar-ticula el conjunto del texto, aunque una lectura fácil podría circunscribirlo sólo al primero y último capítulos donde explí-citamente se trata, que son una conden-sación tanto del libro como de la carrera intelectual del autor. Si esto no se com-prende, la obra aparece como un conjunto de temas meramente acomodados uno al lado de los otros, desarticulados, o puede parecer mera repetición de lo escrito por el autor en anteriores obras y no como un nuevo ordenamiento, una nueva síntesis, original y creativa, de lo logrado en años de ardua labor intelectual ahora puesta al servicio de la pregunta clave sobre la recurrencia y actualidad de la revolución en América Latina.

De manera explícita la obra se dirige, entre otros, a lectores “que no se detienen en la fecha de edición de un libro y una teoría para establecer un juicio sobre su valor y su pertinencia”. Esto puede ser chocante para quienes efectivamente piensan que los productos del pensamiento tienen fe-cha de caducidad, personajes demasiados deslumbrados por la interminable zaga de modas intelectuales y demasiado absortos en la idea de que no se puede combatir

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teóricamente con “las armas del pasado”. Desafiando la censura impuesta a los inte-lectuales por el rasero del mercado, Jaime Osorio recupera no sólo a Marx, sino a Lenin y a Ruy Mauro Marini. Habla de “viejos” temas y con “malas” palabras: explotación, imperialismo, dependencia, revolución, clases y lucha de clases. Por cierto, revisando la historia intelectual y política de América Latina en las últimas tres décadas, Osorio propone que estas temáticas fueron exorcizadas del arsenal teórico de la región no por tener menos capacidad explicativa que sus relevos (de-mocracia, ciudadanía, sociedad civil, entre otros), sino como resultado de la estrate-gia contrainsurgente articulada en torno de los golpes militares que persiguieron, asesinaron o exiliaron a la intelectualidad marxista y dependentista latinoamericana, en lo que podemos llamar una “crítica de las armas” derechista que barrió con las “armas de la crítica”. No se perdió el debate intelectual, sino la batalla política una vez que ésta se militarizó. Incluso, ma-yoritariamente, las reemplazantes fueron las melladas herramientas del liberalismo, el irracionalismo, el empirismo, el positi-vismo y el desarrollismo.

La potencia explicativa de Explotación redoblada y actualidad de la revolución se puede apreciar mejor en su sexta y última parte, donde se retoman la pregunta y la hipótesis centrales ahora en un alto nivel de concreción, como caracterización de la situación latinoamericana de nuestros días. Ahí se ponen a prueba todos los recursos teóricos pacientemente desarrollados por

Jaime Osorio. Sobre todo en el Capítulo xiii, que da cuenta del “nuevo giro en la historia política regional” ocurrido a mediados de la década de 1990. Según nuestro autor, el tiempo político que nos tocó vivir estaría marcado por dos procesos principales. En primer lugar, la recomposi-ción y reorganización de las fuerzas popu-lares que han mostrado capacidad de pasar de la fase defensiva a la ofensiva, protago-nizando grandes movilizaciones que ponen en cuestión el orden neoliberal en varios puntos del Continente. En segundo lugar, “el fracaso del proyecto democratizador hegemonizado por el capital y la emergen-cia de nuevos proyectos de organización de la comunidad política que cuestionan la dominación imperante”, cuyos casos avanzados serían Bolivia, Venezuela y, en menor medida, Ecuador.

Dentro de esta dinámica general, los distintos países latinoamericanos presentan particularidades plagadas de enseñanzas. Por ejemplo, México, de acuerdo con Osorio, vive una larga crisis política que se condensó en el año electoral de 2006, que es también el año de la appo. La solu-ción dada a este punto de saturación deja lecciones a tomar en cuenta: la imposición de Felipe Calderón mediante el fraude re-presenta “la primera respuesta autoritaria exitosa del capital en su intento por conte-ner el ascenso de los movimientos sociales y políticos”, sin importar los costos como la falta de legitimidad y la descomposición generalizada. Una antecedente peligroso de autoritarismo redivivo, lo que habla de la radicalización de los antagonismos en el

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continente. Como sea, la actual situación mexicana no fue completamente encau-zada a favor de la reacción. Se trata, más bien, de un empate catastrófico de fuerzas: ni los de arriba logran mandar como an-tes ni los de abajo pueden consolidar un nuevo proyecto.

Por otra parte, los lugares donde la dialéctica revolución/contrarrevolución alcanza los niveles más altos de conflicti-vidad, Bolivia y Venezuela, hacen visible la necesidad de eludir las explicaciones fáciles y lo inevitable que es discutir a dos manos como lo propone Osorio: “con aquellas posiciones que consideran que los dominados han resuelto los proble-mas centrales en materia de poder, y que convocan a concentrar fuerzas para iniciar desde ya la construcción del socialismo”, al mismo tiempo que “con las posturas que menosprecian los logros alcanzados en tan-to se expresan en el aparato de estado bur-gués”. La gravedad de lo que está en juego demanda precisión en la caracterización de la fase por la que atraviesa el conflicto de clase en ambos países. Por eso, para Jaime Osorio, la tarea no es aún la construcción del socialismo sino la resolución del “viejo pero siempre renovado e ineludible pro-blema del poder”.

Dirimir el conflicto de poder es la tarea del momento y seguirá siendo así mientras las clases dominantes, aunque estén en situación de repliegue, “no hayan perdido la capacidad de mantener y reproducir la relación social de dominio” y las clases dominadas no sean capaces de “imponer una nueva relación de poder”. Por eso, de

acuerdo con la lógica implacable de nues-tro autor, lo urgente en Bolivia y Venezuela es “desorganizar a las fuerzas dominantes y aprovechar la coyuntura para impulsar la iniciativa de los dominados, acumular fuerzas fuera del aparato y fortalecer los gérmenes de un nuevo poder”. En todo esto, la experiencia chilena del gobierno de la Unidad Popular, que se liquidó con el golpe de Estado contra Salvador Allende, presta valiosos servicios que no es bueno olvidar y que Osorio siempre tiene pre-sente.

El libro de Jaime Osorio nos muestra la actualidad del marxismo y la teoría de la dependencia, ganada sin títulos a priori, demostrando paso a paso que pue-de explicar la realidad contemporánea de nuestra América. Se trata de una creativa forma de retomar la senda perdida del pensamiento crítico latinoamericano en el punto más alto de su desarrollo, el de la teoría marxista de la dependencia, cuyas formulaciones centrales realizó Ruy Mauro Marini, de quien nuestro autor es uno de los herederos intelectuales más destacados. El procedimiento es similar al utilizado por el mismo Osorio en las artes plásticas, otra de las áreas que cultiva y de la que, por cierto, proviene la portada del libro que ahora tratamos. A decir de un crítico de arte, Osorio entiende bien el mecanismo de la creación, donde “aquello que parecía condenado a las desmemorias y al olvido, en manos de un creador se convierte en el inicio de una transformación para luego convertirse en obra…”. Pero este recurso al pasado, esta reivindicación de los orígenes

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y esta clara adscripción teórico-política, no implican desconocer o hacer tabla rasa de la producción intelectual reciente o proveniente de campos contrarios a los del autor. Aquí también se muestra la comple-jidad del texto. Se elude el eclecticismo, se soluciona de manera adecuada la relación de lo viejo y lo nuevo, así como la rela-ción del marxismo con la teoría burguesa. Explotación redoblada y actualidad de la re­volución tiene la virtud de reabsorber cuer-pos extraños que habían sido incorporados al marxismo limándole su originalidad y radicalidad. Nociones como “biopoder”, “estado de excepción” y otras por el estilo, provenientes del posmarxismo, del pos-estructuralismo o del posmodernismo,

son discutidas y tomadas en cuenta, pero remitiéndolas a una arquitectura de con-junto que es plenamente marxista, es decir, construida desde un ángulo especial de la mirada que es el de las clases explotadas y, por tanto, el de la “crítica de todo lo exis-tente”, de “todas las relaciones en que el ser humano es un ser despojado y humillado”. Esto no es gratuito, no se trata de un rayo en cielo sereno. En América Latina “el árbol de la vida renace y vuelve a florecer”: las clases populares retoman la ofensiva y la teoría crítica por todas partes vuelve a alzar cabeza. Dentro de esta intensa dinámica, el libro que motivó nuestra re-seña es un acontecimiento editorial digno de celebrarse.

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LA pOLÍTICA DESDE LA TEORÍA DE SISTEmASSOCIALES DE nIkLAS LuhmAnn1

JuanPabloGonnet

En este texto Luhmann analiza los pro-cesos políticos vinculados a la crisis del Estado Benefactor (eb). Propone, a par-tir del marco teórico de la teoría de los sistemas sociales, realizar un abordaje de las dinámicas críticas del sistema político contemporáneo. De este modo, la crisis del eb permite poner a prueba el instrumental teórico desarrollado por Luhmann para la comprensión de la sociedad y sus déficit. El sociólogo alemán, aplica todo su arsenal conceptual para la interpretación de la cri-sis que afronta el sistema político en la actualidad bajo la dinámica benefactora.

A partir de la teoría de los sistemas so-ciales, Luhmann reconoce que el eb es una forma del sistema político, se podría decir una programación del sistema que pretende reducir la complejidad del entorno. Si hay una crisis de este modo de programación, ésta se debe entender como una distorsión en las relaciones sistema/entorno, es decir, como la incapacidad del sistema político para reducir la complejidad del entorno.

Aquí se desliza la necesidad de considerar a la crisis del modelo benefactor como una crisis propia del sistema político (autopro-ducida). Esto diferencia a este planteo de otras propuestas que ponen el acento en factores económicos o culturales de la crisis del eb (Habermas, Hobsbawm, Harvey, entre otros). Si el eb es una distinción del sistema político, los fundamentos de su crisis deben buscarse al interior del sistema y no en el entorno. Así, Luhmann desarro-lla a lo largo de todo el texto un análisis de las lógicas críticas del sistema político que minan constantemente sus condiciones de operación y reproducción.

Para Luhmann, el eb es la consecuencia de la evolución del sistema político en la modernidad. Cuando se da el paso de una sociedad estamental a una sociedad funcio-nalmente diferenciada, el sistema político emerge como un sistema que pretende la inclusión de amplios segmentos de la población a su lógica funcional (esto es común a todos los sistemas funcionales: economía, educación, arte, ciencia, etcéte-ra). En este proceso evolutivo se destacan las ideas de representación, democracia y participación popular. Bajo este desarrollo,

1 Niklas Luhmann, Teoría Política en el Estado de Bienestar, Alianza Universidad, 2002.

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Luhmann observa que “El Estado de Bien-estar es la realización de la inclusión políti-ca [en la actualidad]” (p. 49). El eb implica la inclusión mediante la compensación política por las desventajas que caen sobre cada cual como consecuencia de un deter-minado sistema de vida. En este sentido, Luhmann entiendo al modelo benefactor como consecuencia y último eslabón de una tendencia hacia la universalización de la compensación política.

La mencionada extensión del actuar político emerge como consecuencia de tres procesos sociales conjugados: 1) el rápido crecimiento de las transformaciones en el entorno provocadas por la sociedad industrial y que sólo es posible regular recurriendo a medios políticos; 2) los costes crecientes del eb, que no sólo hacen referencia a los costes de financiamiento, sino que hacen referencia a los presupues-tos estatales cada vez más reducidos en relación con otros sistemas; 3) el hecho de que la sociedad moderna transforma –mediante la industria, las garantías polí-ticas del bienestar, la educación escolar, los medios masivos y la industria cultural– la situación motivacional de las personas. Esto lleva a una creciente complejidad so-cial que acarrea consecuencias para la idea de bienestar (inclusión) con la que opera el sistema político. Frente a los procesos sociales actuales, la semántica benefactora se vuelve cada vez más imprecisa y menos delimitada. La compensación se reproduce y cada vez se extiende a más condiciones sociales que merecen atención política. Aquí aparece una primera consecuencia

crítica del modelo, en el sentido de que la competencia para compensar comienza a ser cada vez más limitada.

La sociedad moderna implica, para Luhmann, un proceso creciente de dife-renciación funcional, es decir, una dinámi-ca de formación de distintos ámbitos funcionales, entre los cuales se encuentra el sistema político. Este proceso tiene como consecuencia la individualización y auto-nomización de cada uno de los sistemas de la sociedad. Esto significa que cada sistema desarrolla sus propias estructuras y elemen-tos para reproducirse y mantener así la identidad del sistema (diferencia sistema/entorno). Dos consecuencias se despren-den de esto. En primer lugar, el hecho de que coexisten distintos subsistemas en la sociedad como son la religión, la economía, la educación, la ciencia, etcétera, siendo cada uno entorno de los demás; por ejem-plo, el sistema científico y el político son entornos del sistema económico, el sistema político es, a su vez, entorno del sistema económico y del sistema educativo, etc. En segundo lugar, tenemos la consecuencia de que la sociedad moderna es una sociedad carente de centro, es decir, ningún sistema puede representar el todo de la sociedad. En esta dirección, el proyecto benefactor se entiende como una semántica del sis-tema político que pretende mantener la operación del sistema (identidad). Cuando la semántica benefactora se vuelve omni-comprensiva, o sea pretende hacerse cargo de toda la sociedad y de sus problemas, la identidad del sistema político empieza a peligrar. Su diferencia con el entorno es

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poco clara y dificulta su reproducción. El sistema político pretende adquirir una primacía funcional que no es acorde con el grado de evolución social. El eb construye una realidad en la que el sistema político se desdiferencia con respecto al todo de la sociedad, volviendo al sistema político ineficaz en la delimitación del sistema frente a su entorno y haciendo peligrar su reproducción.

En este contexto, Luhmann se pregunta por las condiciones del sistema político que llevan a que el proyecto benefactor sea incapaz de reducir la complejidad del entorno. El eb es, para el autor, la con-cretización institucional de la inclusión en el sistema político. Como vimos ante-riormente, la historia del sistema político da cuenta de la creciente pretensión de incorporar a segmentos de población cada vez más amplios. Así, en dicho sistema hay una creciente inclusión de temáticas que son claramente politizables. No obstante, Luhmann se pregunta por qué el eb no ha podido lograr la semántica de la inclusión, o sea, porque no ha podido responder a los intereses de los ciudadanos y sus de-mandas. Nuevamente, Luhmann vuelve a su teoría de sistemas. Dice el autor, la inclusión es un principio abierto, en tanto que manifiesta la voluntad de integración pero no define el cómo de esta indicación. De acuerdo con la teoría de los sistemas autorreferenciales y autopoiéticos, el cómo sólo es definible por los procesos internos del sistema político. Esto implica que la inclusión sólo se puede desarrollar bajo aspectos autoregulados por el mismo siste-

ma. La capacidad de atender a un entorno complejo sólo es posible a partir de las operaciones sistémicas propias.

De acuerdo con lo anterior, la meta po-lítica del bienestar es sólo definible desde las operaciones autorreferenciales del sistema político. Una de las principales di-ficultades que observa Luhmann es que el esquema benefactor ha sido orientado por operaciones y relaciones autorreferenciales poco eficientes, limitando la capacidad del sistema en la reducción de la complejidad del entorno. En este sentido, lo novedoso y lo escandaloso del planteo de Luhmann es que no remite a otros sistemas funcio-nales para explicar la crisis política del eb, sino que acude al análisis de los propios procesos y mecanismos del sistema político para comprender su crisis. A continuación haremos referencia a estos mecanismos autorreferenciales ineficaces que identifica Luhmann en el sistema político contem-poráneo.

1) Una primera característica del sis-tema político es su propia diferenciación. Luhmann considera que se ha pasado desde una diferenciación bidimensional y jerárquica (dominados y dominantes) a una diferenciación tridimensional y funcional. Esta transformación se pro-dujo en el sistema político a través de la constitución de tres subsistemas, estos son: Administración, Público y Política. La administración es el subsistema que se encuentra vinculado al aparato estatal, de gobierno y legislativo; el Público hace re-ferencia a aquellas organizaciones, actores y/u opinión pública que influyen en los

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desarrollos del sistema político; la Política es un subsistema que se configura entre el Estado y el Público, como por ejemplo, los partidos políticos. Esta configuración del sistema político lleva a que el sistema político se oriente crecientemente hacia los entornos creados en su interior, dejando de lado aquellos problemas que afectan a la sociedad como un todo. Así, el subsistema administrativo debe estar más atento al Pú­blico que al sistema educativo o científico, el subsistema Público está más orientado al subsistema de la Política, etc. En palabras de Luhmann, “…se crea un sistema sin centro, un sistema con elevada auto-orientación, pero sin una orientación central” (p. 64). Tenemos así un sistema que se vincula demasiado hacia sus subsistemas y esca-samente a su entorno. Esta circularidad es potencialmente entrópica. El proyecto benefactor ha actuado bajo estas auto-orientaciones que no han sido observadas por el mismo sistema, reduciendo la capa-cidad de observación del entorno.

2) Otro modo de observación ineficien-te que detecta Luhmann son los procesos de “externalización”. Esto tiene que ver con las formas específicas con las cuales los sistemas observan a sus entornos. Con res-pecto al sistema político Luhmann destaca fundamentalmente tres. La opinión pública que se presenta por los medios de comuni-cación de masas, las personas que ocupan cargos públicos o que podrían ocuparlos y el derecho. Estas formas de externalización son estructuras a partir de las cuales el sistema político busca conocer el entorno a partir de la reducción de su complejidad.

Se presta atención a los acontecimientos que se presentan en los medios, se decide con base en personas y se regula el entorno a partir del derecho. Estas estructuras le permiten al sistema seleccionar la infor-mación “relevante” del entorno. “Lo que no se someta a estas condiciones tiene pocas posibilidades de encontrar entrada. Faltará, por así decirlo, el signo de recono-cimiento de relevancia política…” (p. 80). Estos mecanismos son, para Luhmann, demasiado acotados y restringidos para la observación del entorno. Si bien estas formas de externalización son fundamen-tales para orientar la acción en condiciones complejas, Luhmann considera que sería necesario pensar en otros esquemas que permitan responder, percibir y recoger de modo más eficiente los problemas de otros subsistemas de la sociedad.

3) Una tercera característica del sistema político contemporáneo es su “codifica-ción”. El código es, en la terminología luhmanianna, la semántica binaria con la cual el sistema procesa sus operaciones. Específicamente, en el sistema político, el código que opera y que ha trascendido es el binomio progresista/conservador. Este código representa la oposición entre cam-bio y mantenimiento de las estructuras del sistema social. Así, el sistema político orienta sus operaciones por este esquema-tismo claramente flexible y por eso útil, para la observación del entorno. Aunque es verdad, dice Luhmann, que este código ha permitido mantener la autorreferencialidad del sistema y, por lo tanto, su identidad, es claro que en una sociedad compleja este

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código es insuficiente para asir la dinámica de la sociedad. Una sociedad en constante mutación puede llevar a la reduplicación del código, o sea, para ser conservador puede ser necesario que algunas cosas cambien y para ser progresista puede ser pertinente mantener algunas estructuras. Este modo de observación es deficitario porque sólo permite evaluar a la política en meros términos de oposición o gobierno. Cuando este código intenta representar a toda la sociedad es claro que fracasa. Las ideas de “crisis de representación” o “despolitización” son representativas para Luhmann de este fenómeno.

4) Una cuarta dimensión que trata Luhmann es la de la función del sistema político. Todo subsistema funcional de la sociedad desempeña un papel en el marco del sistema de la sociedad del cual es parte, es la función a partir de la cual el subsiste-ma se ha diferenciado de la sociedad. “La función que ha provocado la diferenciación del sistema político puede caracterizarse como la capacidad de imponer decisiones vinculantes” (p. 94). Es decir, decisiones que afectan tanto a quienes las toman como a los destinatarios. Ahora bien, Luhmann plantea la necesidad de distin-guir claramente entre “función” y “presta-ción”. Las prestaciones son las relaciones input/output que tiene el sistema político con los demás sistemas funcionales. Las prestaciones políticas ocurren cuando otros sistemas funcionales de la sociedad requie-ren decisiones vinculantes. Esta distinción es importante porque es en el ámbito de las prestaciones en donde se ha expandido

el eb y es aquí donde ha encontrado sus problemas. De hecho, el sistema político tuvo que asumir la responsabilidad por los procesos económicos, responsabilidad política por los contenidos educativos y garantías políticas para el funcionamiento de la economía. Hoy en día, la crisis debe analizarse en el marco de esta expansión. Luhmann plantea las siguientes preguntas: ¿cuáles son los factores generadores de este impulso?, ¿dónde aparecen consecuencias preocupantes?, ¿cuáles son los límites de lo políticamente posible, para que la actuación política –funciones y presta-ciones– sea eficiente? El sistema político sólo puede brindar prestaciones a aquellos sistemas que puedan tomar decisiones vinculantes (es decir, que dispongan de mecanismos efectivos para el desempeño de sus operaciones), esto es fundamen-tal, de lo contrario las prestaciones polí-ticas tenderán a crear burocracias en los límites del sistema que demandan mayores decisiones y por lo tanto, sobrecargan al sistema político. No significa esto que los sistemas no necesiten de las prestaciones del sistema político, lo que quiere decir es que el sistema político sólo puede operar eficientemente reconociendo la importan-cia de la autonomía de las operaciones de los demás subsistemas. “La burocratización constituye así la consecuencia directa de las crecientes prestaciones políticas en ámbitos en los que no se puede obtener resultados recurriendo exclusivamente, o al menos en modo primario, a la producción de decisiones vinculantes” (p. 96). Luh-mann considera que el eb ha sido respon-

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sable de esta tendencia al aumento de las prestaciones. No obstante, para el autor, no son las prestaciones el problema sino las condiciones que contribuyen al aumento de las prestaciones. Así, es importante la diferenciación entre función/prestación; es necesario comprender que la función no es un principio que deba regir el de-sarrollo de prestaciones, sino más bien el desarrollo de las prestaciones debe permitir un adecuado cumplimiento de la función del sistema político, para que éste pueda mantener su identidad específica dentro del sistema social.

5) Un quinto punto que trata Luhmann son los medios de actuación del sistema político. Aquí, el autor propone que el sistema político se sirve de dos “medios de comunicación simbólicamente generaliza-dos”, es decir, dos medios que favorecen la aceptación de las comunicaciones más allá de sus límites, estos son: el derecho y el di-nero. Estos medios le permiten al sistema político influenciar y organizar distintas situaciones a partir de una disposición generalizada. “Mediante la legislación y la disposición del dinero se pueden alcanzar resultados políticos desde una instancia central, y ello con independencia de los re-sultados fácticos de tales medidas” (p. 104). En definitiva, estos medios le permiten al sistema influir en situaciones que no son directamente asequibles al sistema políti-co. Sin embargo, Luhmann plantea que es necesario reconocer algunas desventajas de estos medios. En primer lugar, estos medios no determinan situaciones, tan sólo ejercen influencias en una dirección,

por lo que es posible que estos medios también produzcan efectos inesperados. Una nueva legislación puede demandar más legislación, una prestación en dinero a un grupo puede activar demandas en otros sectores de la sociedad. En segundo lugar, la sobreutilización de éstos genera también complicaciones. Para el caso del derecho se produce una “juridificación” de la vida que perjudica y complejiza la aplicación de normativas, y para el caso del dinero se produce inflación y déficit (que no es absoluto, sino relativo a otros gastos: ¿por qué gastar en esto y no en aquello?) El sistema político ha dispuesto de estos medios exclusivamente para actuar y esto ha limitado su eficacia y eficiencia. No significa esto que el dinero y el derecho sean medios inadecuados, sino que para muchas situaciones son ineficientes y su sobreutilización contribuye más a esa limitación.

6) Una sexta dimensión crítica que destaca Luhmann es la cuestión de la racionalización del sistema político. Aquí Luhmann hace referencia a los procesos de burocratización. El autor considera que la burocracia, es decir, los sistemas orga-nizativos que se configuran en el sistema político y en las mediaciones con otros sis-temas funcionales no son procesos críticos en sí mismos. El problema de la burocracia es que se ha desarrollado dentro de otros sistemas funcionales que han adoptado estas estructuras, pero que no han dado cuenta de la particularidad y la autono-mía de estas formaciones en la sociedad. Luhmann dice: “...un orden social que se

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limita a incorporar las organizaciones en sistemas funcionales, pero que renuncia a comprender su unidad o la de la sociedad misma según el modelo de unidades de decisión y acción organizativa, no está tampoco libre de problemas” (p. 114). Es decir, el problema no es la sobrecarga buro-crática, sino que la crisis se produce por el hecho de que el sistema remita sólamente a estos sistemas organizativos para resolver sus problemas (y además, considere que estos son los medios más eficientes para la realización de sus funciones). En el eb hay una tendencia a hacer depender al sistema político del sistema organizativo, vale decir, remitir al subsistema “administración”, esto lleva a una sobrecarga de exigencias a la burocracia, más allá de sus posibilidades de decisión. Luhmann menciona:

[…] sólo si el sistema político de la sociedad no es comprendido como unidad de organización, no restringido por adelantado a lo que es posible or-ganizativamente, sino que se comunica en la interrelación de público, política y administración, será posible esperar entonces que surja una sobrecarga organizativa sobre la que poder des-ahogar deseos y promesas, problemas irresueltos y la compensación por las desventajas [p. 114].

Este análisis sobre la burocracia con-duce a la pregunta sobre cuáles son las posibilidades de racionalización del siste-ma político y del eb, y cuáles son las posi-bilidades de racionalización administrativa dentro del Estado. Luhmann piensa que,

en primera instancia, hay que reconocer al subsistema administración como un sis-tema autorreferencial, es decir, como un sistema que acude a sus propias operacio-nes para reproducirse. Sin embargo, esto no es suficiente, dado que la autorreferencia es un principio de conservación y no de racionalidad. La racionalidad para Luh-mann depende fundamentalmente de la planificación político-administrativa. Ésta no debe tener como meta una prestación política, sino que debe tener justamente como meta la misma racionalidad del proceso administrativo.

7) Por último, Luhmann destaca que el sistema político se mueve en el marco de una opción expansiva y restrictiva de la po-lítica. La estrategia expansiva supone que el sistema tiene una alta capacidad de res-puesta y una alta eficiencia en la utilización de sus medios. Esta concepción supone que la política debe y puede intervenir en la mayor parte de aspectos de la sociedad. La política es en este caso el destinatario último de todos los problemas de la socie-dad y asume la responsabilidad de todos los problemas de la misma. A esta estra-tegia expansiva se le opone una estrategia restrictiva de la política que concibe a la misma como un sistema social más, que cumple determinadas funciones y que no se puede hacer cargo de toda la sociedad. Bajo esta estrategia, el sistema político ten-dería a empujar a los problemas hacia otros contextos sociales o a recogerlos allí donde estén al alcance de los medios disponibles del propio sistema. Todo el texto de Luh-mann parece apuntar a la necesidad de

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adoptar esta concepción restrictiva de la política. No obstante, Luhmann plantea que la decisión por alguna de estas alter-nativas sólo se debe desarrollar según un adecuado análisis del sistema político que observe las posibilidades de una expansión o restricción.

A partir de estos puntos, Luhmann argumenta que el eb es un proyecto que entra en crisis por un déficit de auto-re-flexión del sistema político. Déficit que tiene que ver con una inadecuada com-prensión del sistema político al interior de la sociedad moderna y con una inadecuada reflexión del sistema acerca de sus modos de observación y operación. El primero de los déficits es consecuencia de una concep-ción centralista de la política. Esto quiere decir, pensar a la política y al Estado como lugares privilegiados de acción y obser-vación de la sociedad. Ello implica no reconocer la complejidad de la sociedad y la existencia de una pluralidad de sistemas

sociales. El segundo déficit responde a una ausencia de reflexividad acerca de las posi-bilidades y limitaciones de las estructuras y los medios que dispone el sistema político para el desarrollo de sus acciones.

Frente a este diagnóstico Luhmann pro-pone un esbozo de “Una teoría política en (para) el Estado de Bienestar”. Apoyado en las interdependencias que ha tenido la teoría política y el sistema político desde los orígenes de la modernidad (Locke, Rousseau, Hobbes), Luhmann pretende restaurar esa tradición definiendo un mar-co teórico acorde a la sociedad contem-poránea y al lugar del sistema político en ella. El proyecto político benefactor entró en crisis porque no estuvo acompañado de una reflexión teórica adecuada que acom-pañara a sus operaciones y observaciones. La teoría de los sistemas sociales es, para Luhmann, una alternativa privilegiada para cubrir esta ausencia.

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LA JURISPRUDENCIA NO ES CIENCIA. A 125 AÑOS DE LA muERTE DE JuLIuS hERmAnn vOn kIRChmAnn1

JuanCarlosFittaQuirino

El 20 de octubre de 2009 se cumplieron 125 años de la muerte de Julius Hermann von Kirchmann, filósofo, jurista y político alemán nacido en 1802 en Schafstädt, Alemania. Cursó los estudios secundarios en Merserburgo y Leipzig y los de jurispru-dencia en Halle. Incursionó en la carrera judicial en 1846 como procurador oficial del Tribunal Penal de Berlín, posterior-mente se desempeñó como magistrado y vicepresidente del Tribunal de Apelación de Ratibor (Silesia). Entre 1848 y 1849 fue integrante de la Dieta Prusiana de Berlín, fue diputado en 1863 y de 1871 a 1876.2 En esta etapa se caracterizó por calificar el sistema de la Dieta Imperial y prusiana como “Constitucionalismo aparente” que había reducido al parlamento a un mero

instrumento al servicio de la Corona, por lo cual fue suspendido de sus funciones.3

Respecto de sus inclinaciones intelec-tuales Kirchmann rechazó la dialéctica de Hegel, aceptó parcialmente la crítica de la razón pura de Kant, pero básicamente se inclinó hacia el iusnaturalismo raciona-lista. Sus influencias se pueden constatar en las obras que publicó como: Bacon’s Leben und Shriften (Berlín, 1870). Ade-más, se encargó de la edición de obras de Spinoza, Descartes y Kant, así como de la traducción del Curso de filosofía positiva de A. Comte (Heidelberg, 1883-1884), entre otras.

La conferencia Die Wertlosigkeit der Jurisprudenz als Wissenschaft (La jurispru­dencia no es ciencia),4 dictada en Berlín en 1847, es la obra por la cual es reconocido en la literatura jurídica, sin embargo su producción literaria es numerosa especial-mente en el ámbito de la filosofía.

1 J. H. von Kirchmann, La jurisprudencia no es ciencia, Madrid, Colección Civitas, 1949, 83 pp.

2 Véase Carlos Vidal Prado, “Julius Hermann von Kirchmann”, en Juristas Universales, t. III, Madrid, Marcial Pons, 2004, p. 169.

3 Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo Ame­ricana, Madrid, Espasa Calpe, 1990, t. XXVIII, 2a. parte.

4 Madrid, Colección Civitas, 1949.

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LA JURISPRUDENCIA NO ES CIENCIA.A125AÑOSDELAMUERTEDEJULIUSHERMANNVONKIRCHMANN

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Llama la atención el hecho de que una persona estudie y practique profesional-mente una disciplina, en este caso derecho, y que sus apreciaciones aparenten ir en perjuicio de su profesión. No obstante, con-sideramos que ante los resultados confusos de las recopilaciones de los glosadores y posglosadores en la práctica alemana, el iusnaturalismo racional, el incipiente ro-manticismo, la intuición sobre la ciencia y sus infinitos avances, la nueva escuela histórica y su falta de vinculación con la realidad, el nacimiento del sistema anglosajón, el avance de los franceses en el estudio del derecho, y quizá la posición política del autor, lo llevan a precipitarse respecto a la ciencia de la jurisprudencia.

La tesis principal de Kirchmann es que la jurisprudencia5 no es una ciencia, tema que él mismo reconoce como ambiguo, dado que: primero, la jurisprudencia aún siendo ciencia, carece de influencia sobre la realidad y la vida de los pueblos; segundo, no es una ciencia porque ella misma se opone al desarrollo del derecho, y tercero, porque no ha creado nada para el conoci-miento del objeto de estudio (el derecho), por ello, la jurisprudencia teóricamente carece de valor científico.

Los tres puntos aludidos con anteriori-dad, guiarán el desarrollo de este trabajo. En ese sentido, es importante señalar que el siglo en el que Kirchmann hace su pro-nunciamiento es de especial importancia para la humanidad. A inicios del siglo xix Europa central se encontraba al inicio de “algo” que maravillaba a todos, que de

alguna manera se presentía, pero la falta de métodos, y el poco desarrollo de la filoso-fía de la ciencia redundaron en costosos aprendizajes para la humanidad en todas las áreas del saber, que de cualquier forma resultaron necesarias para el desenvolvi-miento actual de ese algo: la ciencia en todas sus ramas.

Kirchmann comienza señalando que el derecho existe en el pueblo, quien lo debe conocer; la jurisprudencia, como ciencia jurídica, y cuyo objeto de estudio es el derecho, existe independientemente del mismo derecho, por lo que este último puede existir sin la necesidad del primero y, en su momento, podrá florecer la juris-prudencia en cuanto alcance un grado de desarrollo suficiente.

De tal suerte que para este autor, el pueblo no requiere de la ciencia jurídica, pero sí necesita conocer su derecho, saber de él, y se pregunta: ¿cómo ha aprehendi-do la jurisprudencia su objeto? En aquel entonces, Alemania estilaba el estudio del Usus Modernus Pandenctarum, esto es, el uso moderno del Pandectas, es decir, del Digesto de Justiniano, pero los alemanes lo adaptaban a casos prácticos, aunque siempre resultaba complicado adecuar la jurisprudencia romana a los casos concre-tos. Ahora sobre el estudio del objeto de la jurisprudencia, entre el pueblo alemán y el romano consideramos que los romanos sí aventajaron sobre el tema, copiando el método aristotélico desarrollaron la juris-prudencia romana,6 pero el autor no con-

5 Entendida como ciencia jurídica.

6 Cfr. Rolando Tamayo y Salmorán, Razona­miento y Argumentación Jurídica. El paradigma

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cuerda con las ideas de la escuela histórica porque considera al estudio del derecho romano una pérdida de tiempo por la falta de estudio del derecho vigente, de suerte que el pueblo no tiene conocimiento de su derecho.

Así, vemos una influencia de Bacon en este momento, quien señala “que el cono-cimiento científico no solo conduce a la sabiduría, sino también al poder y la mejor ciencia es la que se institucionaliza y se lleva a cabo por grupos de investigadores, en contraste con la que permanece privada y el resultado del trabajo de individuos ais-lados”.7 Esta postura concuerda con Kirch-mann sobre el hecho de su destitución en funciones, pero no dejamos de considerar alguna probable posición política.8

Los romanos sentaron las bases para el estudio de la jurisprudencia, en aquel entonces, la escuela histórica no estudiaba la jurisprudencia romana sino las interpre-taciones de los posglosadores del derecho

romano (tomado del Corpus Iuris Civilis) y además con una nueva metodología que consiste en el uso de la razón para encon-trar verdades universales y absolutas. En este sentido, consideramos que lo impor-tante no radica en la aplicabilidad de los preceptos o aforismos como regla general, dado que éstos son determinados por las circunstancias, tiempo y espacio. En cam-bio lo que es relevante y lo que le da un toque científico a la jurisprudencia es el hecho de que constantemente crea nuevas pautas de conducta individual y social en beneficio de la humanidad. Independien-temente de que los preceptos del derecho sean científicos o no, siempre se está en la búsqueda de una mejor convivencia social, de mejorar las instituciones. Es decir, una aplicabilidad de la jurisprudencia sobre la realidad, más no un uso constante de de-terminados preceptos. No perdamos de vista que Savigny pretendía descubrir el método adecuado para interpretar la jurisprudencia romana y mejorar las instituciones alema-nas y superar el derecho francés.9

Lo anterior es semejante al caso de la ciencia política, en donde indepen-dientemente de sus categorías, sean o no científicas, pueden o no ser usadas, pero el objetivo último de la política como ciencia es influir en la realidad buscando un bienes-tar para las comunidades en general.

Según Kirchmann, la jurisprudencia, en tanto ciencia, tiene que aprehender su objeto, descubrir sus leyes, crear concep-

de la racionalidad y la ciencia del derecho, México, unam-Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2004, pp. 98-99.

7 Ruy Pérez Tamayo, ¿Existe el método científico?, México, El Colegio Nacional/Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 80.

8 Blaise Pascal, matemático, físico, filosofo y teó-logo en un momento de su vida abandona las ciencias formales y dedica sus estudios a la Filosofía y Teología, así manifestó en su obra “Pensamientos” sus criterios acordes con la corriente jansenista, en donde señalaba “…que la jurisprudencia cambiaba de opinión de un meridiano a otro…”. Esta postura influye en Kirch-mann quien también es jansenista, lo que le impide una mejor visión sobre la ciencia jurídica.

9 Manuel Atienza, Introducción al derecho, México, Fontamara, 2005, p. 175.

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tos nuevos, darse cuenta de las distintas formas y estructuras, para finalmente en-samblar su saber en un sistema sencillo. Y precisamente dedica su esfuerzo a indagar ¿cómo ha cumplido la jurisprudencia este cometido? Y el autor comenta que se ha rezagado la ciencia jurídica.

Pero, ubiquemos la época: mediados del siglo xix, ¿bajo qué parámetros Kir-chmann considera que otras ciencias se hallan más adelantadas? Exagera el autor al afirmar esta postura pues, un ejemplo del avance y retroceso del conocimiento de la ciencia ocurría en el mismo año que dictó su célebre conferencia (1847), con el descubrimiento de la antisepsia por Sam-muel Semmelweis, el cual no es tomado en cuenta por la sociedad científica en medicina, ya por juicios sociales sobre su creador (Semmelweis era judío) o ya por el reto que proponía, pues aseguraba que la fiebre puerperal o fiebre posparto que acabó con la vida de miles de personas, se debía a que los médicos de aquel entonces, después de sus prácticas con cadáveres, transportaban “material cadavérico” en sus manos a los hospitales, de esa forma se contagiaban los enfermos con heridas, provocando su muerte. A pesar de esto, la comunidad médica rechazaba que los propios médicos fueran quienes asesinaran a sus pacientes, y se continuó creyendo que esta fiebre se debía a los cambios de presión en el medio ambiente.

Fue hasta finales del siglo xix que Louis Pasteur y Joseph Lister presentaron la Teoría del germen cuando se empezaron a tomar medidas en toda Europa. Tenemos

en cuenta que este ejemplo no es análogo a la búsqueda del objeto de estudio de una ciencia, como la jurisprudencia, pero sí muestra que los avances en una época determinada pueden mermar o ayudar al conocimiento a salir a flote, y este avance y retroceso ocurría precisamente en el siglo xix, por ello lo consideramos como un siglo de luz y sombras.10 Entonces, el aparente retroceso que presentaba la ciencia jurídica no era exclusivo de ésta; se daba en otras ciencias por las características especiales de la época.

Kirchmann compara el objeto de la jurisprudencia, el derecho, con el objeto de otras ciencias. Inicia con la enumeración de las características diferenciales que, sien-do propias del derecho, no se encuentran en los objetos de otras ciencias. Pero el au-tor en comento, pese a que se da cuenta de que hace falta un método para la búsqueda del objeto de la jurisprudencia, no lo busca y desvía el camino. La primera caracterís-tica es la mutabilidad del derecho natural como objeto de la jurisprudencia. En otras palabras, se ha manifestado una evolución progresiva de las distintas instituciones jurídicas, ya sea que se presenten como una ventaja o como un defecto. Pero, según Kirchmann, la cuestión es ¿qué consecuen-cias tiene sobre la ciencia esta movilidad del objeto? En efecto, es necesariamente muy desfavorable. El autor se pregunta, ¿por qué no recibir esas instituciones más

10 Cfr. José Antonio López Cerezo, El triunfo de la antisepsia, México, Fondo de Cultura Eco-nómica, 2008.

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en consonancia con la propia cultura? Observamos aquí la influencia de Voltaire y de Rousseau, mismos que proponen que si el pueblo quiere sus propias leyes, pues que haga sus propias leyes.

Kirchmann sentencia: “Cuando la ciencia jurídica, tras largos años de es-fuerzos, ha logrado encontrar el concepto verdadero, la ley de una institución, hace tiempo que el objeto se ha transformado. La ciencia siempre llega tarde en relación con la evolución progresiva: no puede nunca alcanzar la actualidad”.11

No obstante lo anterior, desde la pers-pectiva de Kelsen,12 el derecho tiene una característica de importancia suprema para la vida social y su estudio científi-co, es su función de todo orden social, provocar cierta conducta recíproca de los seres humanos: hacer que se abstengan de determinados actos que por alguna razón se considera que perjudican a la sociedad, y que realicen otros que resultasen útiles a la misma. Bajo esta óptica la mutabilidad del derecho es inherente a los cambios sociales, pero ello no le quita el carácter científico a la ciencia jurídica. Al contrario, la mutabilidad le permite estar en cons-tante actividad, dado que no hay una sola realidad social. Donde hay sociedad hay derecho, por ello la necesidad imperiosa de analizar las distintas realidades sociales bajo una óptica científica y, a diferencia, como lo supone Kirchmann, tener una

realidad absoluta aplicable en todos los momentos y en todas las circunstancias es simplemente imposible.

Según Kirchmann, la ciencia jurídica se opone gustosa al progreso del derecho, ello como consecuencia de la mutabilidad, y de hecho es una crítica reiterada de los estudiosos de la teoría del derecho como es el caso de Manuel Atienza y Rodolfo Vázquez, que señalan esta ambigüedad en la escuela histórica, pues “por un lado es la negación del derecho natural y la afirma-ción del positivismo jurídico al entender al derecho como un producto histórico y social”.13 Y va más lejos la escuela histórica al considerar que el derecho positivo con-tenía en sí mismo su propia justificación inmanente y absoluta, lo que resulta en una exclusión de la ética y de la realidad histórica social. Esto dará pauta a la juris-prudencia de conceptos.

El carácter científico de la jurispruden-cia, en tanto ciencia, no radica en que su objeto cambie constantemente de institu-ciones sino en otros elementos como “un conocimiento racional, sistemático, exac-to, verificable y por consiguiente fiable”.14 Kirchmann no se equivoca al criticar lo que será la teoría de la jurisprudencia de conceptos, en la cual en un momento dado se puede alejar de toda realidad vinculante, es decir, que se encuentre justificado por una realidad social.

11 J. H. von Kirchmann, op. cit., pp. 40-41.12 H. Kelsen, Teoría general del derecho y del

Estado, México, unam, 1988.

13 Rodolfo Vázquez, Teoría del derecho, México, Oxford University Press, 2007, p. 136.

14 Mario Bunge, La ciencia, su método y su filo­sofía, México, Nueva Imagen, 1990. p. 23.

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La ciencia jurídica se auxilia de otras disciplinas como cualquier otra; en este caso, echa mano de la historia para com-prender mejor su presente. Es una herra-mienta útil, más no un lastre como lo afirma Kirchmann. Esta idea contra la escuela histórica de Savigny es uno de los graves errores de Kirchmann, pues si bien es cierto que el estudio de las instituciones romanas de hace siglos no ayuda a resolver los problemas de la actualidad, la escuela histórica lo que buscaba era la creación de un método que ayude a la comprensión del derecho.

Siguiendo la comparación, encontra-mos varias peculiaridades sobre el objeto de la jurisprudencia: la ciencia jurídica se opone al desarrollo del derecho, no estudia al derecho vigente, el derecho no se halla sólo en el saber sino también en el sentimiento y la ley positiva desconoce al derecho natural, que su objeto no reside únicamente en la cabeza, sino también en el corazón del hombre. Lo cual, según Kirchmann, perjudica las investigaciones de la ciencia.

Lo anterior se presenta también en la Ciencia Política, donde actúan sentimien-tos, pasiones y vicios, pero independien-temente del objeto existe una disciplina objetiva que se encarga de estudiar los fenómenos políticos. Así, de igual forma existe el derecho donde el sentimiento y otros elementos como la virtud actúan, pero de la misma manera existe una dis-ciplina objetiva e independientemente de cómo sea la realidad del derecho. Así, no es casual que la ciencia jurídica pretenda

estudiar el ¿qué? ¿dónde? y ¿cuándo? sobre las distintas circunstancias del derecho.

Es pertinente hacer un paréntesis para hacer notar que el iusnaturalismo raciona-lista, en boga en la época de Kirchmann, influyó en su escrito. “¡Cuán lejos de las ciencias naturales se halla en este punto la ciencia jurídica!”.15 Con esta frase compara dos tipos de ciencias diversas, las naturales y las sociales con parámetros, métodos y leyes distintas.

Si tenemos en cuenta que el positivismo tenía el objetivo de asistirse de un sistema de ciencias en donde ya contaban con “la física celeste, la física terrestre mecánica o química, la física orgánica, vegetal o animal, fáltale completar el sistema de ciencias de la observación fundado en la física social. Ésta es la más grande y la más acuciante necesidad de nuestra inteligen-cia...”.16

De este modo se pretendía analizar los fenómenos sociales desde la perspec-tiva de las ciencias naturales, lo cual, en nuestra consideración es un análisis poco acertado a la realidad. Por ello vemos que Kirchmann recurre a varias comparaciones de las ciencias naturales con la ciencia jurídica. Quizá es por esto que llegue a la conclusión de que la jurisprudencia pretendía utilizar los parámetros de las ciencias naturales para analizar la realidad jurídica, pero no logre su cometido. Pero es importante mencionar que Savigny

15 J. H. von Kirchmann, op. cit., p. 48.16 Augusto Comte, Curso de filosofía positiva,

España, Folio, 1999, p. 35.

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usó también el método de la geometría de su tiempo para sustentar su sistema de derecho romano actual y sin duda alguna aplicó con rigor un método pragmático para el estudio del derecho.

Siguiendo el orden de ideas del autor, presenta a la censura como ejemplo de la existencia del sentimiento en el derecho, cosa perjudicial a la jurisprudencia. In-sistimos, él utiliza elementos secundarios e inadecuados para afirmar que la juris-prudencia no es una ciencia; es decir, no se niega que en el derecho como en otras ciencias fácticas esa influencia sentimental humana, (por ejemplo la última reforma a la legislación electoral federal que obliga a las televisoras y radiodifusoras a difundir la propaganda electoral de los partidos de manera gratuita, éstos se ven afectados en sus sentimientos –o mejor dicho, en sus in-tereses– o cuando se legisla sobre el aborto, la sociedad ve encontrados sentimientos e intereses en sus individuos), ahora, lo que de alguna manera ayuda a filtrar estos sentimientos son los procedimientos de creación de ley, las formas de aplicación de ésta, con la finalidad de obtener los mejores argumentos, razonamientos de conformidad con el sistema jurídico que se trate. Es cierto que en las ciencias formales no se involucran los sentimientos, por ejemplo en la ley de la gravedad, cualquier objeto caerá al suelo inexorablemente, pero en las ciencias sociales o fácticas la variable humana, hace más complicado obtener premisas generales de los casos particula-res, lo que las hace difíciles e interesantes en su estudio y se está en la constante

búsqueda de esas verdades, aun con todos las variables que ello implique.

Otra peculiaridad del derecho, según Kirchmann, es la figura de “la ley positiva, de aquella figura híbrida compuesta de ser y saber, que se desliza entre el derecho y la ciencia, alcanzando a ambos con sus funestas consecuencias”.17

Tal y como afirma el autor, la ley posi-tiva está compuesta de ser y saber. El ser, ente o institución que crea leyes y el saber, el conocimiento que posea la persona o institución en el proceso de creación de leyes. Es como la construcción de una casa, un ingeniero puede construir una casa al igual que una persona con sentido común, la diferencia es el conocimiento adquirido previamente para la construcción de dicha casa. Pero el hecho de que una persona común la construya no significa que no exista una disciplina científica encargada de la construcción. Es totalmente indepen-diente que los que influyen en la realidad tengan o no conocimiento acerca de deter-minada ciencia, al hecho de que exista una ciencia encargada del estudio de la realidad en busca de la verdad.

Citando a Kirchmann, “La ley posi-tiva es el arma sin voluntad, igualmente sumisa a la sabiduría del legislador y a la pasión del déspota”.18 El hecho de que una persona sea legislador o gobernante no significa que sea un hombre de ciencia, ya sea especialista en ciencia política o en la ciencia jurídica, ni tampoco significa que

17 Kirchmann, op. cit., p. 49.18 Ibid., p. 51.

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tiene todas las respuestas, o que sea justo, pero la ley positiva, la ley de los códigos, sí otorgan al ciudadano una certeza jurí-dica, que ningún derecho natural puede garantizar. Esa seguridad jurídica, no es ab-soluta, pues en un momento dado puede ser interpretada de forma que afecte a los intereses de quien la impugna o la invoca, y es ahí donde entra la interpretación, así como sus diferentes métodos o técnicas, y precisamente la jurisprudencia es eso, la interpretación de la ley.

Presenta el esquematismo como una amargura más de la ciencia jurídica. El esquematismo como forma rígida de la ley positiva, la cual tiene que despreciar la riqueza de la individualidad. ¿Por qué Kirchmann no acepta un principio míni-mo de orden? Y es que el derecho natural desde la perspectiva de Kirchmann resulta ambiguo y peligroso.

De igual forma, según Kirchmann, la arbitrariedad de las instituciones en orden a las formas, plazos o instrucciones es una fuente inagotable de dudas.

Hemos llegado a la segunda parte de la argumentación a favor de la tesis de Kirchmann, quien afirma que la ciencia misma, al recibir el objeto en sus formas, ejerce sobre él un efecto destructor, como si quisiera castigar la resistencia que le opuso, destruyéndolo en su esencia.

Lo anterior, porque el derecho no puede existir sin el elemento del saber y del sentimiento; claro, esto es opinión de Kirchmann. Un pueblo debe saber lo que el derecho exige y debe entregarse a su derecho con amor. Si le quitan al derecho

estos dos elementos seguirá siendo una gran obra de arte, pero será un derecho muerto. Al acercarse a la ciencia, al dere-cho como objeto suyo, la destrucción de estos elementos resulta inevitable: el pue-blo pierde el conocimiento de su derecho y su apego a él, convirtiéndose el derecho en patrimonio exclusivo de una clase.

“Las disciplinas tienen una razón de ser intrínseca. Si queremos saber cómo está hecha una realidad, es porque nos urge obrar sobre esta realidad. Vale decir que el conocimiento empírico es conocimiento para aplicar”.20 De tal suerte que la ciencia jurídica pretende cambiar su realidad para tener mejores reglas de convivencia social. En tanto, la ciencia cumple con conoci-mientos especializados que llevan todo un proceso para ser adquiridos. De este modo se crea una clase social especializada en conocimientos científicos jurídicos, y no por ello el resto de la sociedad carece del conocimiento de las reglas establecidas.

Todo lo anterior con el objeto de afir-mar que la sociedad puede conocer su derecho, independientemente del conoci-miento especializado de la ciencia jurídica. Pero este argumento, el de Kirchmann, no guarda ninguna relación con el carácter científico de la ciencia. Una cosa es el ob-jeto cognoscible, el derecho, y otra son los sujetos cognoscientes, los cuales pueden ser especialistas o no.

“La ciencia incurre, de esta suerte, en contradicción consigo misma: quiere limi-

19 Giovanni Sartori, La política. Lógica y método en las ciencias sociales. México, fce, 2002, p. 45.

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tarse a aprehender su objeto, y lo tritura”, según el autor, porque el pueblo pierde conocimiento de su derecho y su apego a él. Pero desde el hecho de que un hombre vive inserto en una sociedad tiene conoci-miento común de las capacidades y limita-ciones sociales a las cuales tienes derecho. Cosa que no le resta méritos al carácter científico de la jurisprudencia, dado que el objeto de la jurisprudencia al modificar la ley es mejorar la convivencia social.

Con la argumentación a favor de que la jurisprudencia no es una ciencia, el autor afirma que la ciencia discurre fácil-mente por los senderos de la sofística, de las disquisiciones sin valor práctico. A lo cual consideramos que la ciencia tiende a ser un saber de aplicación, operativo: un instrumento para intervenir en la realidad que trata. Por ello estudia los problemas en razón de su aplicación, esto según el crite-rio programático de verdad: es verdadera la solución que funciona, es exacto el proyec-to que alcanza éxito en su aplicación.

Los titubeos de la legislación, según Kirchmann, son consecuencia de que la jurisprudencia no cuenta con carácter científico. Pero un legislador, el cual tiene como función primordial legislar, siendo especialista o no, crea leyes, independien-temente de que para su creación se haya o no auxiliado de la ciencia jurídica, pero el resultado son leyes reales, derecho como objeto cognoscible.

De esta forma, menciona irónicamente el triunfo de la ciencia jurídica: un dere-cho que el pueblo ya no conoce, que ya no vive en su alma, y que equipara a las

fuerzas ciegas de la naturaleza. Pero como ya vimos, estos argumentos son falaces a la hora de utilizarlos para descalificar una disciplina científica.

Consideramos que al afirmar que el “país está harto de juristas científicos”20 cae en lo que él criticaba antes con la tem-poralidad de los preceptos (mutabilidad) del derecho. Desde luego su contexto lo de-termina en gran medida, de ahí que no ha podido percatarse sólo de la universalidad de la jurisprudencia, sino también de su carácter científico. Los juristas científicos existen porque hay una necesidad de in-terpretación; no existen las leyes perfectas y eternas, esta interpretación se da según la escuela, métodos o técnicas que se apli-quen, he ahí la mutabilidad que critica Kirchmann; ésta se da porque el derecho cambia, en virtud de que la sociedad también cambia; es por ello que en la interpretación se busca lo más adecuado para cada comunidad.

Al igual que en la política –en la que hay un sector social encargado de ella, la clase política, ya sea especializada en cuestiones científicas o no–, en la juris-prudencia existe un sector social que por lo general sí está especializado en la ciencia jurídica. De ahí que al percatarnos de las palabras de Kirchmann: “Se le devolve-rá al pueblo la jurisdicción, no sólo en cuestión de hecho, sino también en la de derecho, no sólo en asuntos criminales, sino también en los civiles”, se le considere

20 Kirchmann, op. cit., p. 47.

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simplemente como un catálogo de buenas intenciones y no más.

El autor se pregunta por los resultados de la ciencia jurídica, por las instituciones que ha creado para hacer más asequible a los hombres su objeto. ¿Qué beneficios ha tenido la humanidad con la ciencia jurídica? A lo cual él responde: nos he-mos acercado a la ciencia en busca de soluciones a sus dudas y de una dirección que la guíe por el obscuro sendero de la evolución en cuestión. Mas la ciencia se ha revelado siempre impotente para tal fin; nunca, hasta la fecha, comprendió la actualidad.

La ciencia jurídica estudia, analiza la realidad actual, se auxilia en el estudio de la historia y hasta se atreve a proponer es-cenarios futuros, soluciones viables, apoya-da en las teorías, métodos y técnicas que se propongan. Como ejemplo, veamos el caso de una Constitución, en la cual se encuen-tran plasmadas las instituciones que rigen la vida de determinado país. Constitución que fue creada en determinado tiempo y lugar bajo circunstancias específicas. Con el transcurrir del tiempo las condiciones cambian, entonces en algunos casos es ne-cesario cambiar completamente de Cons-titución y en otros simplemente se reforma para una adecuación a la realidad concreta. Lo anterior tomando en cuenta la realidad jurídica actual. A todo esto la ciencia jurídi-ca aporta mucho, dado que es con ella que se analiza el contexto; la interpretación es la verdadera ciencia del derecho.

Por último, mencionamos que el autor confunde considerablemente elementos

del análisis científico, con cuestiones filosóficas e ideológicas. Veamos un ejem-plo: cuando afirma que se le devolverá al pueblo la jurisdicción en asuntos crimi-nales y penales, estamos en el terreno de la Filosofía la cual se refería a un estado social deseable.

En este punto nos preguntamos, en-tonces, si realmente Kirchmann era un iusnaturalista racional, porque efectiva-mente busca anteponer las leyes naturales para el pueblo y que nacen de él; critica el trabajo legislativo, es decir, no acepta la codificación tan en boga en ese momento; no acepta el derecho romano que estudia Savigny y señala que el pueblo debe tener su propio derecho, lo que nos lleva consi-derar que Kirchmann fue de los primeros germanistas.

Pero ¿qué pretendía Kirchmann con este manifiesto?, ¿en verdad buscaba el ob-jeto de la jurisprudencia? o ¿era una forma de enfrentar a la Corona, para buscar un Estado donde el pueblo fuese el adminis-trador del derecho? Su crítica despectiva hacia Savigny nos da una pauta que fue así, pues en ese momento el representante más importante de la escuela histórica había dado la espalda a varios de sus compañe-ros juristas de antaño para enconar con la monarquía de aquel entonces.21

¿Qué logró Kirchmann con su mani-fiesto? No se equivoca cuando dice que el pueblo no sabe sobre su derecho, tam-

21 Cfr. Guillermo Floris Margadant, Panorama de la historia universal del derecho, 7a. ed., México, Miguel Ángel Porrúa, 2007, p. 319.

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poco aun hoy en día hemos identificado por consenso el objeto del derecho, o el método o métodos adecuados para nues-tra ciencia, pero sí podemos indicar que hemos avanzado en el campo de la teoría jurídica, en los métodos de estudio, en las técnicas de investigación, y continuamos en la búsqueda del objeto de estudio del derecho, con el fin de ayudar a mejorar nuestro entorno social de convivencia.

Concluimos respecto al primer postula-do de Kirchmann: que “la jurisprudencia aún siendo ciencia, carece de influencia sobre la realidad y la vida de los pueblos”. Así, podemos afirmar que Kirchmann erró, pues la jurisprudencia sí produce influencia en los pueblos, y quien más los ha vivido en carne propia es la misma Ale-mania: el Iusnaturalismo y Romanticismo de ese siglo xix, golpeará de forma con-tundente al pueblo alemán bajo el yugo de las dos guerras mundiales.

Respecto a que la jurisprudencia, no es una ciencia porque ella misma se opone al desarrollo del derecho, ya que estudia instituciones muertas, es un error, puesto que es necesario el estudio de la Historia del derecho para entender, comprender y mejorar nuestras instituciones. Ahora, en el mundo ideal de Kirchmann la nor-ma fundamental del Iusnaturalismo no siempre otorga las respuestas correctas, ya que puede ser cualquiera, y como prueba tenemos las atrocidades ocurridas en la Segunda Guerra Mundial.

Y finalmente que “no [se] ha creado nada para el conocimiento del objeto de estudio, es decir el derecho; por ello, la

jurisprudencia, puede carecer teóricamente de valor científico”. También se equivo-ca Kirchmann, pero quizá su situación particular no le dará la suficiente visión para comprehender la magnificencia de las diversas teorías jurídicas que debatirán en el futuro de su época. Sin embargo, vale la pena mencionar que “el carácter abierto e incluso insólitamente complejo de la pregunta ¿qué es el derecho? Es un tópico que aparece en casi todos los libros que tratan del derecho desde un punto de vista general”22 por lo que la obra de Julius Hermann von Kirchmann, a pesar de ser pensada para desprestigiar a la jurispruden-cia, como hemos visto, resulta una lectura que nos permite confirmar la cientificidad de la jurisprudencia.

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Kelsen, H., Teoría general del derecho y del Estado, México, unam, 1988.

22 Manuel Atienza, Introducción al Derecho, México, Fontamara, 2005, p. 9.

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RESISTEnCIAS LABORALES En ARgEnTInA1

AnaDrolas

Resistencias laborales. Experiencias de re­politización del trabajo en la Argentina editado por Robinson Salazar y Melisa Salazar y coordinado por Paula Lenguita y Juan Montes Cató es un libro más de la Red de Insumisos Latinoamericanos y un motivo de celebración. No sólo porque en él escriben amigos y colegas y porque todos sabemos lo trabajoso y complicado que resulta publicar, sino también porque aborda cuestiones estratégicas para los estudios del mundo del trabajo como es la capacidad de conflicto de los diversos emergentes de la militancia social y política y su posibilidad de resistir las embestidas protegiendo a aquellos con los que se dan formas organizativas.

Así, democracia, política y politicidad, hegemonía, autonomización, experiencia de clase, militancia barrial y sindical, constituyen las marcas que hilvanan cada

capítulo del libro y el camino de las resis-tencias del trabajo. Resistencia al Estado (en tanto empleador y como dinamizador de políticas públicas sostenedoras de un cierto modelo de acumulación); resistencia a las patronales y sus intentos flexibiliza-dores, precarizadores e individualizantes; resistencia a las propias organizaciones gremiales y a sus encuadramientos y ver-ticalismos jerarquizantes; resistencia a las condiciones de subordinación propias del trabajo asalariado. En suma, resistencias a una cierta noción de explotación social, a lo injusto, a lo inequitativo plasmadas en múltiples experiencias con sentidos y significados propios y que dejan sus marcas en el relato de cada uno de los artículos que desdicen, se oponen y echan por tierra aquella ilusión noventista de pacificar los espacios de trabajo y a la sociedad como un todo orgánico. En este sentido, este libro tiene la virtud de poner en relieve diversas y heterogéneas experiencias sociales de militancia que nos brindan herramientas para hablar de aquello que durante años fue mejor callar: la vida política de los tra-bajadores con y sin trabajo, la politicidad de los sectores subalternos.

1 Salazar, Robinson y Melissa Salazar (ed); Lenguita, Paula y Juan Montes Cató (coord.), Resistencias laborales. Experiencias de repolitización del trabajo en la Argentina (1a. ed., Ediciones In-sumisos Latinoamericanos), Buenos Aires, Elaleph, octubre de 2009.

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RESISTENCIASLABORALESENARGENTINA

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Junto a la resistencia, el conflicto y sus diversas manifestaciones. Conflictos externos con las patronales y el gobierno; y conflictos internos con las formas sindicales anquilosadas; con las formas de organiza-ción y supervivencia de los movimientos sociales, incluso conflicto con las propias experiencias militantes. Conflictos emer-gentes y resultado de las resistencias.

Más allá de los diferentes abordajes y objetos de acercamiento empírico, existe un hilo conductor que une al menos cinco de los ocho artículos que componen el libro y que, si bien aparece como colateral, creo, resulta insoslayable: la democracia y la democratización de las formas populares de organización, especialmente del sindi-cato. Es aquí en donde voy a detenerme muy brevemente por varias razones que tienen que ver con la generalidad del tema más que con la particularidad de los casos estudiados en los artículos del libro. La primera, porque es un tema que personalmente me preocupa e interpela como observadora de las formas sindicales; en este sentido constituye un problema de reflexión permanente; segundo, porque a lo largo de las páginas que componen el libro, aparece como una idea recurrente pero poco especificada y, tercero, porque muchas veces la pregunta, que desde los ámbitos académicos, nos hacemos por la democracia sindical, se me revela tramposa.

No existen dudas (y creo que en esto estaremos todos de acuerdo) que los sindicatos deberían ser democráticos. Es algo deseable y necesario. Existe también acuerdo de que muchos sindicatos están

lejos de serlo y esto termina constituyendo un freno a su dinámica interna. Tampoco hay dudas de su limitada capacidad para producir, provocar y acompañar acciones emancipatorias. Pero también es cierto que las prácticas sindicales cotidianas y las experiencias de sus militantes no pueden ser iguales al análisis que nosotros hace-mos sobre ellas. Y no pueden ser iguales, porque de lo contrario nuestro trabajo no tendría valor alguno.

¿Por qué digo esto? El sentido común, tanto de derechas como de izquierdas, afirma, con contundencia y sin ponerse colorado, que los sindicatos no son demo-cráticos y que constituyen organizaciones capaces de unificar todos los males de este mundo a través de sus ostensibles intentos de ir en contra de los intereses de los trabajadores. A veces pareciera que tenemos la fantasía de haber sido capaces de construir una sociedad profundamente democrática y que los sindicatos constitu-yen excepciones a la regla general. Como si los sindicatos estuvieran compuestos por individualidades militantes y democráticas que, juntos, y vaya a saber uno por qué artilugio de la convivencia, se transforman el la quintaesencia del antidemocratismo. A veces actuamos, decimos y escribimos como si los sindicatos hubieran caído del espacio extraterrestre para enquistarse para vulnerar nuestros principios igualitarios. La pregunta es, ¿por qué ponderamos en los sindicatos una característica que rara y escasamente encontramos en otros ámbitos de las relaciones humanas?, ¿por qué para el análisis de las organizaciones de los

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trabajadores se las descontextualiza de la sociedad que las contiene? Los sindicatos no son experimentos de probeta, consti-tuyen reflejos más o menos fieles de las características generales de la sociedad que los contiene y, al mismo tiempo, los con-forma. En este sentido, llevan enquistadas las prácticas jerárquicas y autoritarias que se reproducen en la familia, en la escuela, en los lugares de trabajo, en los sistemas de producción y circulación de conocimiento, en las burocracias estatales e incluso en las relaciones entre pares.

Todas y cada una de las instituciones y organizaciones sociales que hacen a la convivencia cotidiana, están atravesadas por prácticas autoritarias que vuelven a la democracia y a la democratización un deseo generalizado pero, y esto es central, escasamente militado. Hemos pasado por la escuela, por la universidad, por la orga-nización familiar; muchos hemos militado en partidos políticos o en movimientos de base territorial y sabemos de qué se trata la disciplina necesaria para construir ese en-tramado reproductor fuertemente naturali-zado, ¿por qué le pedimos al sindicato que sea diferente a la sociedad que lo contiene e, insisto, compone? ¿por qué le pedimos a los sectores populares organizados que paguen las cuentas pendientes que todos deberíamos estar dispuestos a pagar?

Es en este sentido que hablar de demo-cracia sindical en términos absolutos es una trampa que termina convirtiéndola en una suerte de entelequia ¿Qué es la democracia sindical?, ¿de qué está he-cha?, ¿de elecciones?, ¿de deliberación?,

¿de capacidad y posibilidad de oposición interna?, ¿de alternancia en los puestos dirigentes?, ¿de militancia? Es la respuesta a estas preguntas lo que ayudará a cons-truir, en última instancia, las condiciones de su posibilidad. Y lo más importante, ¿qué condiciones sociales y situacionales la harían realizable? Si bien es cierto que las cúpulas dirigenciales han alimentado y sostenido durante años una estructura sindical beneficiosa para ciertos objetivos, no debemos olvidar que el sindicato es mucho más que esas estructuras y que está compuesto por múltiples instancias insoslayables a la hora de analizarlos. Por otra parte, y aquí Weber reclama lo que es suyo, las instituciones tienden a la monu-mentalización de sus formas y engranajes y a la burocratización de sus mecanismos internos de funcionamiento si es que no se chocan con alguna fuerza que se oponga a este proceso. El sindicato no tiene por qué ser una excepción a esto, aunque sea desea-ble y necesario. Es a partir de esto, a partir de su situacionalidad social, que debemos analizar la democracia sindical para poder ser más lúcidos en el acompañamiento de un proceso de ruptura ya abierto.

¿Quiere decir todo esto que hay que tomar el estado de cosas dadas como nues-tro universo final de validez? Por supuesto que no, como tampoco implica tener una mirada ingenua de los sindicatos o que los consideremos actores políticos inocentes. ¿Invalida lo dicho la fortaleza de las expe-riencias relatadas en el libro; experiencias que en tanto tales son profundamente ver-daderas? Definitivamente no, al contrario.

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RESISTENCIASLABORALESENARGENTINA

330 NUEVAÉPOCA•AÑO23•NÚM.64•SEPTIEMBRE-DICIEMBRE2010

Las revaloriza en la medida en que dan cuenta de acontecimientos que se plantan frente a lo dado, que discuten lo estatuido y pretenden instituir desde una estrategia democratizante. Lo que quiero decir, lo que me gustaría resaltar es que, insisto, las prácticas y experiencias militantes propias e innegables no pueden ser lo mismo que el análisis que de ellas podamos hacer, por-que las cosas no solo son lo que parecen. Y ahí nuestra tarea: hacer el ejercicio socio-lógico de construir un todo a partir de las experiencias fragmentadas y poder, desde las diversas formas del ser, explorar esto que nos pasa. No alcanza con decir qué es bueno y qué es malo; no alcanza con decir, como el niño del cuento de Andersen, que el rey está desnudo; no alcanza con descri-bir un fenómeno si no hacemos lo mismo con sus condicionamientos y los entra-mados sociales que los delimitan porque se corre el riesgo de caer en la repetición de lo considerado políticamente correcto que es, justamente, de lo que debemos escapar para poder aportar herramientas de análisis; para no perder de vista el bosque. Y debemos escapar de esta trampa en la medida en que aquello que se espera de nosotros, aquello considerado correcto, es lo que termina cerrando los universos discursivos y políticos en los que enjau-

lamos nuestra capacidad crítica. Crítica en un sentido frankfurtiano: ser capaces de ver y analizar lo que es, con todas sus determinaciones, para proponer, militar y provocar saltos emancipatorios.

Esto que planteo y que me tomo la libertad de hacer aquí, forma parte de las inquietudes que la lectura de este libro ha ayudado a despertar, lo cual constituye más una virtud del libro que mía propia. Inquietudes que me llevan a preguntarme, y a pensar, de qué está hecho aquello que deseamos, nosotros, como sociólogos; y a pensar si muchas veces la realidad no se empeña en ser diferente a como la pen-samos.

Para terminar, y volviendo a lo que nos convoca, este libro y cada uno de sus ca-pítulos me gusta. Me gusta en un sentido fuerte, en un sentido estimulante; en un sentido amplio y en un sentido estricto. Primero, porque cada artículo, en su estilo, hace alarde de una escritura que invita a la lectura, algo que no es fácil de encontrar. Y en un sentido estricto porque, en lo que a mi respecta, aborda un tema relevante y necesitado de nuevos marcos interpretati-vos y porque tiene la virtud de abrir cami-nos a la reflexión y a la repregunta, y esto, en una época de facilismo y miserabilidad intelectuales, se agradece.

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LOS AuTORES

ARGUMENTOS•UAM-X•MÉXICO 331

LOS AuTORES

GerardoÁvalosTenorio. Doctor en Ciencia Política por la unam. Profesor-investigador titular adscrito al Departamento de Relaciones Sociales de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Autor de varios libros y artículos sobre filosofía política y teoría del Estado.

SergioOrtizLeroux. Doctor en Ciencias Sociales por Flacso-México. Profesor-investigador de tiempo completo de la Academia de Ciencia Política y Administración Urbana de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (uacm) y profesor de asignatura de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la unam. Director de la revista Andamios. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores.

JaimeOsorioUrbina. Doctor en Sociología. Profesor-investigador adscrito al Departa-Doctor en Sociología. Profesor-investigador adscrito al Departa-mento de Relaciones Sociales de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco. Autor, entre otros, de El Estado en el centro de la mundialización. La sociedad civil y el asunto del poder, México, fce, 2004. Especialista en América Latina y autor de múlti-ples artículos en revistas especializada. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores [[email protected]].

ArturoSantillanaAndraca. Doctor en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la unam. Profesor investigador de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Además es profesor de asignatura de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la unam. Cuenta con diversas publicaciones en filosofía política en revistas especializadas y libros colectivos [[email protected]].

DonovanAdriánHernándezCastellanos. Maestro en Filosofía por la unam. Integrante de los proyectos papiit “Alteridad y exclusiones: diccionario para el debate” y “Reflexiones marginales”. En 2009 coordinó el Segundo Coloquio Michel Foucault, en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam. Ha participado en congresos sobre cuestiones de género y análisis del discurso. Es autor de diversos artículos. Su libro, La crisis en la cabeza, Michel Foucault, se publicará este año por la misma institución.

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LOSAUTORES

332 NUEVAÉPOCA•AÑO22•NÚM.60•MAYO-AGOSTO2009

RodrigoF.Pascual. Licenciado en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires. Docente de la Universidad de El Salvador y de la Universidad de Buenos Aires. Becario doctoral de conicet-Argentina. Coautor del libro El libre comercio en lucha. Más allá de la forma alca, Buenos Aires, Ediciones Centro Cultural de la Cooperación, 2007. Forma parte del Comité Editorial de la revista Herramienta [[email protected]].

LucianaGhiotto. Magister en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Docente de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad de El Salvador. Becaria doctoral de conicet-Argentina. Coautora del libro El libre comercio en lucha. Más allá de la forma alca, Buenos Aires, Ediciones Centro Cultural de la Cooperación, 2007. Forma parte del Comité Editorial de la revista Herramienta [[email protected]].

JoséLuisTejedaGonzález. Doctor en Ciencia Política por la unam. Profesor-investigador titular adscrito al Departamento de Política y Cultura de la Universidad Autónoma Me-tropolitana-Xochimilco. Autor de los libros Las Encrucijadas de la democracia moderna; La Transición y el pantano. Poder, política y elecciones en el México actual, 1997­2003, La Ruta de la ciudadanía, y Latinoamérica fracturada. Identidad, integración y política en América Latina. Es Miembro del Sistema Nacional de Investigadores [[email protected]].

FelipeVictorianoSerrano. Doctor en Filosofía. Posee estudios en teoría política y Socio-logía. Profesor-investigador del área de comunicación política en el Departamento de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana-Cuajimalpa. Es autor, junto con Alejandra Osorio Olave, del libro Postales del Centenario. Imágenes para pensar el Porfiriato (México, uam, 2009) [[email protected]].

BrunoLutz. Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco. Profesor-investigador del Departamento de Relaciones Sociales de la misma institución. Es autor del libro Las relaciones de dominación en las organizaciones campesi­nas. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores [[email protected]].

AbigailRodríguezNava. Doctora en Ciencias Económicas por la Universidad Autónoma Metropolitana y doctora en ciencias financieras por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey. Profesora-investigadora titular de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Entre los reconocimientos recibidos se encuentran la Medalla al Mérito Universitario (que le otorgó la uam en dos ocasiones); y el Premio a la Mejor Tesis de Doctorado en Ciencias Sociales, 2005 (otorgado por la Academia Mexicana de Ciencias) [[email protected]].

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LOS AuTORES

ARGUMENTOS•UAM-X•MÉXICO 333

FranciscoVenegasMartínez. Doctor en Matemáticas y doctor en Economía por la Was-hington State University. Profesor titular de la Escuela Superior de Economía del Ins-tituto Politécnico Nacional. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Además es miembro de la Academia Mexicana de Ciencias. Entre los reconocimientos recibidos se encuentran el Premio de Investigación Económica Mtro. Jesús Silva Herzog, edición 2003, otorgado por el Instituto de Investigaciones Económicas de la unam, así como el Premio Nacional de Derivados, otorgado por la Bolsa Mexicana de Derivados (Mexder), en dos ocasiones [[email protected]].

PaulaLenguita. Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Profe-sora de Posgrado de la Facultad de Ciencias Sociales de la uba y Clacso. Además es in-vestigadora del conicet. Editora y autora de más de veinte libros y artículos académicos. Miembro del Área de Relaciones del Trabajo del ceil-piette y del Consejo Académico de la Maestría en Ciencias Sociales del Trabajo [plenguita@ceil­piette.gov.ar].

AuraElenaPeñaGutiérrez. Doctora en Educación. Profesora Titular de Dedicación Ex-clusiva de la Universidad de Los Andes-Mérida-Venezuela. Tutora de trabajos de investi-gación en las áreas de: Finanzas, Pequeña y Mediana Empresa, Sistemas de Información Contable, Educación, Derecho y Sociedad [[email protected]].

JobHernándezRodríguez. Doctorante en el Posgrado en Estudios Latinoamericanos, unam.

JuanPabloGonnet. uba-cea-conicet.

JuanCarlosFittaQuirino. Licenciado en Derecho por la unam. Fue jefe de Sección Escolar y jefe de Asuntos Estudiantiles en la Facultad de Derecho de la Universidad Abierta. Colaboró con el Bufete Olvera & Monroy Abogados y con el Bufete Carreño Excorcia. Además es asesor de Educación a Distancia de Derecho Romano I en el Sistema de Universidad Abierta.

AnaDrolas. Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Becaria del ceil-piette del conicet-Argentina