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https://TheVirtualLibrary.org La educación sentimental Gustave Flaubert Traducción: Hermenegildo Giner de los Ríos Librería de José Jorro, Madrid, 1891

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LaeducaciónsentimentalGustaveFlaubert

Traducción:HermenegildoGinerdelosRíos

LibreríadeJoséJorro,Madrid,1891

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PRIMERAPARTE

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CAPÍTULOI

El15deseptiembrede1840,aesodelas6delamañana,elVilledeMontereau,apuntodezarpar,echabagrandesbocanadasdehumodelantedelmuelleSanBernardo.

Lagentellegabasinaliento;barricas,cables,cestasderopadificultabanlacirculación;losmarineros no hacían caso a nadie; la gente se atropellaba; los paquetes eran izadosentre losdos tambores,yelbullicioseahogabaenel ruidodelvapor,que,escapándoseporentrelasplanchasmetálicas,envolvíatodoenunanubeblanquecina,mientrasquelacampana,enlaproa,tocabasincesar.

Porfin,elnavíolevóanclas;ylasdosorillas,pobladasdetiendas,deconstruccionesydefábricas,fuerondesfilandocomodosanchascintasquesedesenrollan.

Unjovendedieciochoaños,depelolargo,conunacarpetabajoelbrazo,permanecíainmóvilalpiedeltimón.Atravésdelaniebla,contemplabacampanarios,edificioscuyosnombresignoraba;después,abarcóenunaúltimamiradalaislaSaint-Louis,laCité,NotreDâme,ypronto,aldesaparecerParís,lanzóungransuspiro.

El señorFrédéricMoreau, recién terminado el bachillerato, regresaba aNogent-sur-Seine,dondehabíadeaburrirsedurantedosmeses,antesdeira«estudiarDerecho».Sumadre le había enviado al Havre, con el dinero contado, a ver a su tío, a quien ellaesperabaquesuhijoheredase;eljovenhabíaregresadojustolavíspera;ysedesquitabadenopoderpasarmás tiempoen lacapital, tomandoelcaminomás largoparavolverasupueblo.

Eljaleoseibaapagando;todoshabíanocupadosusitio;algunos,depie,secalentabanalrededordelamáquina,ylachimenealanzabaconunestertorlentoyrítmicosupenachodehumonegro;sobre loscobressedeslizabangotitasderocío;elpuente temblababajounapequeñavibracióninterior,ylasdosruedas,girandorápidamente,batíanelagua.

Elríoteníaplayasdearenaaambasorillas.Seencontrabanalmadíasdemaderaquecomenzaban a ondular por el movimiento de las olas, o bien a un hombre pescando,sentadoenunabarcaderemos;despuéslasbrumaserrantesdesaparecieron,salióelsol,lacolinaqueseelevabaalolargodelaorilladerechadelSenafuebajandopocoapocoysurgióotra,máscercana,enlamargenopuesta.

Estabacoronadaporárbolesenmediodecasasbajascubiertasdetejadosalaitaliana.

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Tenían huertos inclinados, separados por paredes nuevas, verjas de hierro, césped,invernaderos y jarrones de geranios, espaciados regularmente sobre terrazas donde unopodíaasomarse.Másdeunpasajero,alverestascoquetasresidencias,sentíadeseosdesersupropietarioparavivirallíhastaelfindesusdías,conunbuenbillar,unachalupa,unamujer o algún otro sueño. El placer totalmente nuevo de una excursión en barcopredisponíaalossueños.Losbromistasempezabanyaconsuschistes.Muchoscantaban.Habíaalegría.Lagentebebía.

Frédéric pensaba en la habitación que ocuparía allá en el plan de un drama, enmotivosparacuadros,enpasionesfuturas.Creíaquelafelicidadmerecidaporsusdotesespiritualestardabaenllegar.Recitóversosmelancólicos;caminabaconpasorápidosobreel puente; llegó hasta el extremo, al lado de la campana; y, en un corro de pasajeros ymarineros,vioaunseñorpiropeandoaunaaldeana,altiempoquejugabaconlacruzqueellallevabasobreelpecho.Eraunbuenmozodeunoscuarentaaños,depelorizado.Sutalle robusto locubríaunachaquetade terciopelonegro,dosesmeraldasbrillabanensucamisadebatista,ysuanchopantalónblancocaíasobreunasrarasbotasrojas,decuerodeRusia,realzadascondibujosazules.

LapresenciadeFrédéricnolemolestó.Sevolvióhaciaélvariasveces,interpelándoloconguiños de ojo; luego invitó a fumar a todos los que le rodeaban.Pero, aburrido deaquellacompañía,sefuemáslejos.Frédériclesiguió.

La conversación versó al principio sobre las diferentes clases de tabacos, después,naturalmente, sobre lasmujeres. El señor de botas rojas dio consejos al joven; exponíateorías,contabaanécdotas,seponíaasímismodeejemplo,hablandodetodoestoenuntonopaternal,conunaingenuidaddecorrupcióndivertida.

Erarepublicano,habíaviajado,conocíapordentrolosteatros,restaurantes,periódicos,yatodoslosartistascélebres,aquienesllamabafamiliarmenteporsusnombres;Frédéricleexpusosusproyectos;éllosaprobó.

Peroseparóaobservareltubodelachimenea,luegohizorápidamenteentredientesun largo cálculo, para saber «cuánto debía cada golpe de pistón, a tantas veces porminuto…etc.».Y,unavezhalladoelresultado,sepusoaadmirarelpaisaje.Decíaqueseencontrabafelizdehaberescapadodesusocupaciones.

Frédéricsentíaciertorespetoporél,ynoresistióaldeseodesabercómosellamaba.Eldesconocidorespondiósintitubear:

—JacquesArnoux,propetariodeElArteIndustrial,bulevarMontmartre.

Uncriadocongalonesdoradosenlagorraseacercóadecirle:

—¿Sielseñorquisierabajar?Laseñoritaestállorando.

Arnouxdesapareció.

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El Arte Industrial era un establecimiento híbrido, que comprendía una revista depintura y una tienda de cuadros. Frédéric había visto aquel letrero varias veces, en elescaparate del librero de su pueblo, en muchos prospectos, en los que el nombre deArnouxaparecíaescritomagistralmente.

Elsolcaíaaplomo,haciendorelucirlosbordesdehierrodelosmástiles,lasplacasdelabordaylasuperficiedelagua;éstasecortabaenlaproaendossurcos,queseextendíanhasta laorilladelaspraderas.Encadarecododelríoseencontrabalamismacortinadechopos blancos. El campo estaba completamente solitario. En el cielo había pequeñasnubesblancasinmóviles,yelaburrimiento,vagamentedifuso,parecíaretardarlamarchadelbarcoyhacermásinsignificantetodavíaelaspectodelosviajeros.

ApartedealgunosburguesesenPrimeraClase,lospasajeroseranobreros,empleadosdecomercioconsusmujeresysushijos.Comoentonceseracostumbrevestirseconropaviejaparaelviaje,casitodosllevabanviejosgorrosgriegos,sombrerosdesteñidos,pobrestrajesnegrosraídosporelrocedelaoficina,olevitasqueteníanlosojalesdeshechosporel uso continuo en la tienda; de vez en cuando un chaleco con solapa dejaba ver unacamisadepercal,conmanchasdecafé;alfileresqueimitabaneloroprendíancorbatasenjirones;trabillascosidassujetabanzapatillasdeorillo,dosotrespillosqueteníanbambúesconempuñaduradecuerolanzabanmiradasoblicuas,ypadresdefamiliaabríangrandesojos, haciendo preguntas. Charlaban de pie o acurrucados sobre sus equipajes; otrosdormían en los rincones; varios comían. El puente estaba lleno de cáscaras de nuez,colillas de cigarros, mondas de peras, restos de embutidos envueltos en papel; tresebanistas, de guardapolvos, estaban de pie ante la cantina, un arpista harapientodescansaba,conelcodoapoyadoensuinstrumento;seoíaaintervaloselruidodelcarbóndepiedraenelquemador,elestallidodeunavoz,unarisa;yelcapitán,sobrelapasarela,iba de un tambor al otro, sin parar. Frédéric, para volver a su sitio, empujó la verja dePrimeraClase,molestóadoscazadoresconsusperros.

Fuecomounaaparición:

Estaba sentada en el centro del banco, completamente sola; o almenos él no vio anadie, con el deslumbramiento que le produjeron sus ojos. Al mismo tiempo que élpasaba,ella levantó lacabeza;élhizouna inclinación instintiva;yalejándosemásen lamismadirección,separóacontemplarla.

Llevabaunsombrerodepaja,dealaancha,concintasrosaquepalpitabanalviento,detrásdeella.Susbandosnegros,querodeabanlapuntadesusgrandescejas,descendíanmuy abajo y parecían ceñir amorosamente el óvalo de su cara. Su vestido demuselinaclara,depequeños lunares, se abría ennumerosospliegues.Estababordandoalgo;y sunarizrecta,subarbilla,todasupersonadestacabasobreelfondodelcieloazul.

Como ella seguía en la misma actitud, Frédéric dio varias vueltas a derecha y aizquierdaparadisimularsumaniobra;despuésseparómuycercadesusombrilla,apoyada

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enelbanco,yfingíaobservarunachalupaenelrío.

Jamás había visto aquel esplendor de su piel morena, la seducción de su talle, niaquellafinuradededosbañadosporlaluz.Contemplabasucestodecostura,embelesado,como una cosa extraordinaria. ¿Cuáles eran su nombre, su casa, su vida, su pasado?Deseaba conocer losmuebles de su habitación, todos los vestidos quehabía llevado, lagentequefrecuentaba;yeldeseodelaposesiónfísicadesaparecíainclusobajootromásprofundo,enunaansiedaddolorosaquenoteníalímites.

Una negra, tocada con un pañuelo, apareció llevando de la mano una niña yamayorcita. La niña, con los ojos envueltos en lágrimas, acabada de despertarse. Ella lasentóensusrodillas:«Laseñoritanoeraformal,aunqueprontoibaacumplirsieteaños;sumadreno laquería; le consentíandemasiadoscaprichos».YFrédéricgozabaoyendoestascosas,comosihubiesehechoundescubrimiento,unaadquisición.

Éllasuponíadeorigenandaluz,criollaacaso;sehabíallevadoconsigoaquellanegritadelasislas.

Entretantohabíaunlargochaldefranjasvioletacolocadoasuespalda,sobrelabordade cobre. Quién sabe cuántas veces, en alta mar en las noches húmedas, ella habíaabrigado su cintura, tapado los pies, dormido envuelta en él. Pero, arrastrado por losflecos, iba resbalandopocoapoco,y estaba apuntode caerse al agua;Frédéricdiounsaltoylocogió.Ellaledijo:

—Muchasgracias,señor.

Susmiradassecruzaron.

—Mujer,¿estásdispuesta?—dijoelseñorArnoux,queaparecióen lacubiertade laescalera.

La señoritaMarthecorrió a su encuentro,y, colgándoseledel cuello le tirabade losbigotes.Seoyeronlossonidosdeunarpa,ellaquisoverlamúsica;yprontoelquetocabaelinstrumento,guiadoporlanegra,entróenPrimeraClase.Arnouxloreconociócomounantiguomodelo; lo tuteó, locualsorprendióa losasistentes.Por fin,elarpistaechósuslargoscabellossobreloshombros,extendióelbrazoysepusoatocar.

Eraunaromanzaoriental,enlaquesehablabadepuñales,defloresydeestrellas.Elhombre harapiento cantaba aquello con una voz penetrante, los golpes del motorinterrumpían la melodía en forma desacompasada, él pulsaba más fuerte: las cuerdasvibraban y sus sonidos metálicos parecían exhalar sollozos como la queja de un amororgulloso y vencido.De ambas orillas del río se inclinaban bosques hasta el borde delagua;pasabaunacorrientedeairefresco;Mme.Arnouxmirabaalolejosdeunamaneravaga.Cuandocesólamúsica,moviólosojosvariasvecescomosidespertaradeunsueño.

El arpista se acercóa elloshumildemente.MientrasArnouxbuscabaunasmonedas,Frédéricalargóhacialagorrasumanocerraday,abriéndola,conpudor,depositóenella

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unluisdeoro.Noeralavanidadlaquelemovióadarestalimosnadelantedeella,sinounpensamientodebendiciónalqueasociabaunimpulsocasireligiosodesucorazón.

Arnoux, mostrándole el camino, le invitó cordialmente a bajar. Frédéric dijo queacababadecomer,laverdadesquesemoríadehambre;yyanolequedabauncéntimoenelfondodesubolsa.

Despuéspensóqueteníaderecho,comocualquierotro,acontinuarenlasala.

Alrededordemesasredondashabíaburguesescomiendo,uncamareroibayvenía.ElseñorylaseñoraArnouxestabanalfondoaladerecha;élsesentóenlalargabanquetadeterciopeloycogióunperiódicoquehabíaallí.

TeníanquetomarenMontereauladiligenciadeChâlons.SuviajeaSuizaduraríaunmes.Mme.Arnouxcensurólablanduradesumaridoconsuhija.Éllecontóaloídoalgogracioso, sin duda, pues ella sonrió. Después él se molestó en cerrar la cortina de laventanaqueteníaasuespalda.

El techo, bajo y totalmente blanco, proyectaba una luz cruda. Frédéric, enfrente,distinguíalasombradesuspestañas.Ellamojabaloslabiosensuvaso,partíaunpocodepanconlosdedos;elmedallóndelapislázulisujetoporunacadenitaasumuñecarozabaconsuplato.Losqueestabanallí,sinembargo,noparecíanfijarseenella.

Aveces,porlosojosdebuey,veíandeslizarseelcostadodeunabarcaqueseacercabaal navio para tomar o dejar pasajeros. La gente sentada a la mesa se asomaba a lasventanasynombrabalastierrasribereñas.

Arnouxsequejabadelacocina;protestóconsiderablementeporlacuentayconsiguióquese larebajaran.Después llevóal jovenaproapara tomarunosgrogs.PeroFrédéricvolviópronto,bajoeltoldo,adondehabíaregresadoMme.Arnoux.Ellaleíaunpequeñolibro de tapas grises. Las dos comisuras de su boca se levantaban pormomentos, y undestello de placer iluminaba su frente. Él sintió celos del que había inventado aquellascosasenlasqueellaparecíaestarentretenida.Cuantomáslacontemplaba,mássentíaqueentreellayélseahondabangrandesabismos.Pensabaquetendríaquedejarlamuypronto,irrevocablemente,sinhaberlearrancadounapalabra,sindejarlenisiquieraunrecuerdo.

Aladerechaseextendíaunallanura,alaizquierdaunpastizalibasuavementeaunirseconuna colina, donde se veían viñedos, nogales, unmolino entre la hierba y pequeñoscaminosmásalláhaciendozigzagsobrelarocablancaquelimitabaconelhorizonte.¡Quédichasubirjuntos,abrazándolelacintura,mientrasquesuvestidoiríabarriendolashojasamarillentas, escuchando su voz, bajo el brillo de sus ojos! El barco podía pararse, noteníanmásquebajar;yestacosatansencillaera,sinembargo,másdifícilqueremoverelsol.

Unpocomáslejosaparecióuncastillo,detejadopuntiagudo,contorretascuadradas.Unmacizodefloresseextendíadelantedesufachada;bajolosaltostilosseprolongaban

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avenidascomobóvedasnegras.Él se la imaginópasandoa laorillade lasglorietas.Enestemomento,unaseñorayunhombre,jóveneslosdos,aparecieronenlaescalinata,entrelosmaceterosdenaranjos.Después,tododesapareció.

Laniña jugabaalrededordeél.Frédéricquisobesarla.Ellaseescondiódetrásdesumuchacha;sumadrelaregañópornoseramableconelseñorquelehabíasalvadosuchal.¿Eraunapreguntaindirecta?

«¿Mevaahablarporfin?»,sepreguntabaél.

El tiempo apremiaba. ¿Cómo obtener una invitación a casa de Arnoux? Y él noimaginónadamejorquehacerleobservarelcolordelotoño,añadiendo:

—Prontollegaelinvierno,latemporadadelosbailesylascenas.

PeroArnouxestabatodoocupadoconsuequipaje.ApareciólacuestadeSurville,losdos puentes se acercaban, pasaron a lo largo de una cordelería, luego de una hilera decasas bajas; debajo había calderas de alquitrán, astillas de madera; y unos chiquilloscorríanporlaarenajugandoalarueda.Frédéricreconocióaunhombreconunchalecodemangas;legritó:

—Dateprisa.

Estaban llegando. Le fue difícil encontrar a Arnoux entre la muchedumbre depasajeros,yelotrorespondióestrechándolelamano:

—Muchogusto,señor.

Una vez en elmuelle, Frédéric se volvió.Ella estaba cerca del timón, de pie.Él ledirigióunamiradaenlaquehabíaintentadoponertodasualma;comosinohubiesehechonada,ellapermanecióinmóvil.Después,sinprestaratenciónalossaludosdesucriado:

—¿Porquénohasacercadoelcochehastaaquí?

Elpobrehombresedisculpaba.

—¡Quétorpe!Damedinero.

Ysefueacomeraunafonda.

Un cuarto de hora después sintió deseos de entrar como al azar en el patio de lasdiligencias.¿Podríaacasoverlatodavía?

«¿Paraqué?»,sedijo.

Y se marchó en su coche. Los dos caballos no eran de su madre. Había pedidoprestadoeldel señorChambrion, el recaudador,para engancharlo conel suyo. (Isidoro,quehabíasalidolavíspera,habíadescansadoenBrayhastalanocheyhabíadormidoenMontereau, tan bien que los animales, descansados, trotaban ligeros). A lo largo delcamino se extendían interminables campos regados.Dos líneas de árboles bordeaban lacarretera,montonesdegravasesucedían;ypocoapocoVilleneuve-Saint-Georges,Ablon,

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Châtillon,Corbeil,ylosdemáspueblos,todosuviajelevinoalamemoria,deunamaneratanclaraqueahoradistinguíadetallesnuevos,particularidadesmásíntimas;bajoelúltimovolantedesuvestidoasomabasupieenunafinabotinadeseda,decolormarrón;latiendadecutilformabaunampliodoselsobresucabeza,ylaspequeñasborlasrojasdelrebordetemblabansincesarbajolabrisa.

Se parecía a las mujeres de los libros románticos. El no hubiera querido añadir niquitarnadaasupersona.Eluniverso,depronto,acababadeensancharse.Ellaeraelpuntoluminosodondeconvergía todo;y,mecidoporelmovimientodelcoche, losojosmediocerrados,lamiradaenlasnubes,seentregabaaungozodesueñosinfinitos.

EnBray,noesperóaquediesendecomeraloscaballos,sefuecaminandosoloalolargodelacarretera.Arnouxlehabíallamado«Marie».Élgritómuyalto«Marie».Suvozseperdióenelaire.

Una amplia franja de púrpura inflamaba el cielo en occidente.Grandes almiares detrigo,quesealzabanenmediodecamposregados,proyectabansombrasgigantescas.Unperro empezó a ladrar en una granja, a lo lejos. Él tembló, preso de una preocupaciónimaginaria.

CuandoIsidoroloalcanzó,élsecolocóenelpescanteparaconducir.Habíarecobradosuserenidad.EstababienresueltoaintroducirseencasadelosArnoux,comofuera,yaestrechar relaciones íntimas con ellos. Su casa debía de ser agradable. Por otra parte,Arnouxlecaíabien;después,¿quiénsabe?Entonces,unaoladesangrelesubióalacara;lezumbabanlassienes;hizorestallarsulátigo,sacudiólasriendasyllevabaloscaballoscontalbríoqueelviejococherorepetía:

—¡Despacio!¡despacio!,¡sevanasofocar!

Pocoapoco,Frédéricsecalmóehizocasoasucriado.

Esperabanalseñorcongranimpaciencia.LaseñoritaLouisehabíalloradoparaqueladejasenvenirenelcoche.

—¿QuiéneslaseñoritaLouise?

—LaniñadelseñorRoque,¿sabe?

—¡Ah!,¡meolvidaba!—replicóFrédéricdescuidadamente.

Entretanto,losdoscaballosnopodíanmás.Cojeabanunoyotro;ydabanlasnueveenSaint-LaurentcuandollegóalaplazadeArmas,delantedelacasadesumadre.Estacasa,espaciosa, con un huerto que daba al campo, hacía subir la consideración de la señoraMoreau,queeralapersonamásrespetadadellugar.

Descendíadeunaviejafamiliadehidalgosvenidaamenos.Sumarido,unplebeyo,aquien sus padres habían obligado a casarse, habíamuerto de una estocada, cuando ellaestaba encinta, dejándole una fortuna comprometida. Recibía en su casa tres veces por

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semana y de vez en cuando ofrecía una buena cena. Pero el número de velas estabacalculadopreviamente,yellaesperabaimpacienteacobrarsusrentas.Estapreocupación,disimuladacomounvicio,laponíaseria.Sinembargo,suvirtudseejercíasinostentaciónde gazmoñería, sin acritud. Sus pequeñas caridades parecían grandes limosnas. Laconsultaban sobre la elección de criados, la educación de las jóvenes, el arte de lasconfituras,yelseñorobisposealojabaensucasacuandoibadevisitapastoral.

LaseñoraMoreaualimentabaunaaltaambiciónparasuhijo.Nolegustabaoírhablarcontra el gobierno, por una especie de prudencia anticipada. Frédéric necesitaríaprotecciónalprincipio;después,porsuspropiosmedios, llegaríaaconsejerodeEstado,embajador,ministro.Sus triunfos en elColegiodeSens legitimaban este orgullo; habíallevadoelpremiodehonor.

Cuandoentróenelsalón,todosselevantaroncongranestruendoparaabrazarle;yconlas butacas y las sillas se hizo un amplio semicírculo frente a la chimenea. El señorGamblin le preguntó inmediatamente su opinión sobre la señoraLafarge. Este proceso,que apasionaba tanto entonces, no dejó de suscitar una discusión violenta; la señoraMoreaulacortó,locualdisgustóalseñorGamblin;éllaconsiderabaútilparaeljoven,ensucalidaddefuturojurisconsulto,ysaliódelsalón,disgustado.

Nadadebía sorprender enun amigodel señorRoque.Apropósito del señorRoque,hablaron del señorDambreuse, que acababa de comprar la finca de la Fortelle. Pero elrecaudadorhabíahechounaparteconFrédéricparasaberloquepensabadelaúltimaobradelseñorHuizot.Todosdeseabansaberquéhacía;ylaseñoraBenoitselasarreglómuybien: comenzópor informarsedirectamentede su tío. ¿Cómoestaba supariente?Yanodabaseñalesdevida.¿NoteníaunprimosegundoenAmérica?

La cocinera avisó que la sopa del señor estaba servida. Se retiraron discretamente.Después,cuandosequedaronsolos,sumadrelepreguntó,envozbaja:

—¿Yqué?

Elviejolehabíarecibidomuycordialmente,perosinmostrarsusintenciones.

LaseñoraMoreaususpiró.

«¿Dóndeestáellaahora?»,pensabaél.

La diligencia rodaba, y ella, envuelta sin duda en su chal, dormía apoyando suhermosacabezaenelforrodelcupé.

Subíanasushabitacionescuandosepresentóunmozodel«CygnedelaCroix»conunatarjeta.

—¿Quées?

—EsDeslauriers,quequiereverme—dijoél.

—¡Ah!,tucamarada—dijolaseñoraMoreauconunarisaburlona—.Deverdadque

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nopodíasermásoportuno.

Frédéricvacilaba.Perolaamistadfuemásfuerte.Tomóelsombrero.

—Almenos,notardesmucho—ledijosumadre.

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CAPÍTULOII

ElpadredeCharlesDeslauriers,antiguocapitándeinfantería,dimisionarioen1818,habíavuelto a Nogent para casarse y, con el dinero de la dote, había comprado un cargo deagentejudicialqueapenasledabaparavivir.Amargadoporlargasinjusticias,aquejadodeviejasheridasyechandosiempredemenosalemperador,descargabasobresusíntimoslascólerascontenidasqueleahogaban.Pocosniñosrecibierontantaspalizascomosuhijo.Elniño no obedecía a pesar de los golpes. Cuando su madre trataba de interponerse eramaltratadacomoél.Porfin,elcapitánlocolocóenundespachoyafuerzadeestartodoeldía inclinado sobre un pupitre copiando actas, el hombro derecho se le desarrollónotablementemásqueelotro.

En1833,porconsejodel señorPresidente, el capitánvendió sudespacho.Sumujermuriódeuncáncer.ElsefueaviviraDijon;luegosededicóareclutarsustitutosparalaslevas de Troyes; y habiendo obtenido para Charles media beca, lo puso interno en elcolegio de Sens, donde Frédéric lo conoció. Pero uno tenía doce años, el otro quince;ademáslesseparabanmildiferenciasdecarácterydeorigen.

Frédéric tenía de todo en su cómoda, cosas rebuscadas, un neceser de tocador, porejemplo.Legustabaquedarseencamaporlasmañanas,mirandolasgolondrinas,leyendoobras de teatro, y, como allí no tenía los mimos de casa, encontraba dura la vida decolegio.

El hijo del agente judicial la encontraba buena. Trabajaba tan bien que al final delsegundoañodecolegiopasóacuartocurso.Sinembargo,acausadesupobrezaodesutemperamento pendenciero, se había concitado una sorda malevolencia a su alrededor.Unavezuncriadolellamóhijodepordioseroenplenopatiodelosmedianos,éllesaltóalcuelloylohubieramatadodenoserportresvigilantesqueintervinieron.Frédéric,llenodeadmiración,leestrechóensusbrazos.Apartirdeaqueldía,laintimidadfuetotal.Elafectodeun«mayor»halagólavanidaddelpequeño,yelotroaceptócomounadichaestaamistadqueleofrecían.

Supadre,durante lasvacaciones, lodejabaenel colegio.Una traduccióndePlatón,abiertaal azar, leentusiasmó.Entonces seapasionópor losestudiosmetafísicos; ehizorápidosprogresos,pueslosabordabaconbríojuvenilyconelorgullodeunainteligenciaqueseindependiza;Jouffroy,Cousin,Laromiguière,Melebranche,losescoceses,todolo

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que había en la biblioteca se lo tragó, había tenido que robar la llave para procurarselibros.

LasdistraccionesdeFrédériceranmenosserias.DibujóenlacalledelosTresReyeslagenealogíadeCristo,esculpidasobreunposte,luegoelpórticodelacatedral.Despuésde los dramasde laEdadMedia semetió con losmemorialistas:Froissart,Commynes,Pierredel’Estoile,Brantôme.

Lasimágenesqueestaslecturasllevabanasumenteleobsesionabandetalmodoquesentía la necesidad de reproducirlas. Ambicionaba ser un día el Walter Scott francés.Deslauriers meditaba un vasto sistema de filosofía que tendría las más remotasaplicaciones.

Hablaban de todo esto, en los recreos, en el patio, frente a la Inscripción moral,grabadabajoelreloj;deestocuchicheabanenlacapilla,enlasbarbasdeSanLuis,conestosoñabaneneldormitorio,desdedondesedominabauncementerio.Losdíasdepaseoseponíanlosúltimosdelafilayhablabansinparar.

Charlaban de lo que harían más tarde, cuando salieran del colegio. PrimeroemprenderíanungranviajeconeldineroqueFrédéricsacasedesufortuna,alllegarasumayoríadeedad.DespuésvolveríanaParís,trabajaríanjuntos,nosesepararían;y,comodescansodesustrabajos,tendríanamoresdeprincesasensaloncitosderaso,ofulgurantesorgías con cortesanas ilustres. Surgían dudas a sus arrebatos de esperanza. Después decrisisdegozosaexaltaciónverbalsesumíanenprofundossilencios.

Enlastardesdeverano,despuésdelargascaminatasporloscaminospedregososalaorilla de las viñas, o por la carretera general en pleno campo, mientras los trigales semecíanalsolyelairesellenabadeperfumesdeangélica,experimentabanunasensacióndeahogoyse tumbabandeespaldas,aturdidos,embriagados.Losdemás,enmangasdecamisa,jugabanalmarrooempinabanlascometas.Elvigilantelosllamaba.Regresabansiguiendo los huertos atravesados por pequeños arroyos, luego los bulevares a los queviejas paredes daban sombra; las calles desiertas resonaban bajo sus pasos; la verja seabría,subíanlaescalera;yseguíantristescomodespuésdelasgrandesjuergas.

ElseñorCensordecíaqueseexaltabanmutuamente.Sinembargo,siFrédérictrabajóen lasclasessuperiores fuepor losánimosque lediosuamigo;y,en lasvacacionesde1837,lollevóacasadesumadre.

El joven no le gustó a la señoraMoreau.Comíamucho, no iba los domingos a losoficios,pronunciabadiscursosrepublicanos;enfin,ellasospechóquehabíallevadoasuhijo a lugares deshonestos. Vigilaron sus relaciones. Todo esto contribuyó a que suamistadseestrecharacadadíamás;yhubounasdespedidastristescuandoDeslauriers,elañosiguiente,marchódelcolegioparairaestudiarDerechoaParís.

Frédéric contaba con reencontrarse allí.No se habían visto desde hacía dos años, ydespuésdelargosabrazossefueronalospuentesparacharlarmásasusanchas.

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Elcapitán,queahoraregentabaunbillarenVillenauxe,sehabíapuestofuriosocuandosuhijolehabíaexigidolarendicióndecuentasdesututelaeinclusolehabíacortadoderaízlapensiónalimenticia.Pero,comoelmuchachoqueríaconcursarmásadelanteaunacátedra en laEscuela y no tenía dinero, aceptó enTroyes una plaza de pasante con unabogado.A fuerzadeprivacioneseconomizaríacuatromil francos,y sinodebíacobrarnada de la herencia materna, trabajaría libremente durante tres años, esperando unacolocación.Habíaqueabandonar,portanto,suviejoproyectodevivirjuntosenlacapitalalmenosporelmomento.

Frédéricbajólacabeza.Eraelprimerodesussueñosquesehundía.

—Consuélate—dijo el hijo del capitán—, el camino es largo; somos jóvenes. Nosjuntaremos.Nopiensesmásenello.

Locogíaporlasmanosy,paradistraerlo,lehizopreguntassobresuviaje.

Frédéric no tuvo gran cosa que contar. Pero el recuerdo de Mme. Arnoux hizodesaparecer su tristeza.Nohablóde ellaporpudor.Se extendió,por el contrario, sobreArnoux, contando sus discursos, sus gestos, sus relaciones; y Deslauriers le animó acultivarestaamistad.

En estos últimos tiempos, Frédéric no había escrito nada; sus opiniones habíancambiado: por encima de todo estimaba la pasión;Werther, René, Frank, Lara, Lélia yotrosmásmediocresleentusiasmabanigualmente.Aveceslamúsicaleparecíaloúnicocapaz de expresar sus turbaciones interiores; entonces, soñaba sinfonías; o bien lasuperficie de las cosas le absorbía y quería pintar. Había escrito versos, sin embargo;Deslaurierslosencontrómuybellos,peronoleanimóaseguirhaciéndolo.

Encuantoaél,yanosededicabaalametafísica.LepreocupabanlaEconomíaPolíticaylaRevoluciónfrancesa.Ahoraeraunpobrediablodeveintidósaños,delgado,conunabocagrande,deaspectoresuelto.Aquellatardellevabaunachaquetaligeraysuszapatosestaban llenosdepolvo,pueshabía idoapiedesdeVillenauxeexpresamenteparaveraFrédéric.

Isidore los abordó. La señora rogaba al señor que volviera a casa, y, temiendo quetuviesefrío,lemandósuabrigo.

—Quédate—dijoDeslauriers.

Ysiguieronpaseandodeunextremoalotrodelosdospuentesqueseapoyansobrelaislaestrechaformadaporelcanalyelrío.

Cuando iban hacia Nogent veían enfrente un grupo de casas que se inclinaban unpoco;aladerechaaparecíalaiglesiadetrásdelosmolinosdemaderacuyascompuertasestaban cerradas; y, a la izquierda, los setos de arbustos, a lo largo del río, cercabanhuertos,queapenassedistinguían.Pero,delladodeParís,lacarreteraprincipalbajabaenlínearecta,yalolejosseperdíanpraderasentrelosvaporesdelanoche.Lanocheestaba

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silenciosaydeunaclaridadblanquecina.Hastaellosllegabanoloresdefollajehúmedo;lacaídadelatomadeagua,cienpasosmáslejos,murmurabaesegranruidosuavequehacenlasolasenlastinieblas.

Deslaurierssedetuvoydijo:

—Esasbuenasgentesqueduermentranquilas,escurioso.¡Paciencia!,¡sepreparaunnuevoochentaynueve! ¡Estamoscansadosdeconstituciones,decartas,desutilezas,dementiras!,¡debuenaganaecharíatodoestoporlaborda!Pero,paraemprendercualquiercosa hace falta dinero. ¡Qué desgracia ser hijo de un tabernero y perder la juventudganandoelpan!

Bajólacabeza,semordióloslabiosytemblabadefríoenvueltoensutrajedelgado.

Frédéricleechólamitaddesuabrigosobreloshombros.Losdosseenvolvieronenél,ycogidosdelacinturacaminabantapadosjuntos.

—¿Cómoquieresquevivaallí sin ti?—decíaFrédéric (la amargurade suamigo lohabía entristecido)—. Habría hecho cualquier cosa con una mujer que me hubieseamado…¿Porquéríes?Elamoresparaelgeniosualimentoycomoelairequerespira.Lasemocionesextraordinariasproducenlasobrassublimes.Encuantoabuscarlaquemeconvendría,renuncioaello.Además,sialgunavezlaencontrara,merechazaría.Soydelaviejarazadelosdesheredados,ymeextinguirécomountesoroquefuesedecristalodediamante,nolosé.

La sombra de alguien se alargó sobre el pavimento, al tiempo que oyeron estaspalabras:

—Asudisposición,señores.

El que las pronunciaba era un hombrecillo, vestido con una amplia levita oscura ycubiertoconunagorraquedejabaasomarbajolaviseraunanarizpuntiaguda.

—ElseñorRoque—dijoFrédéric.

—Elmismo—replicólavoz.

EldeNogentjustificósupresenciacontandoquevolvíadeinspeccionarsustrampasparaelloboenunhuertoalaorilladelagua.

—Yaestádevueltaennuestratierra.¡Muybien!,meheenteradopormichiquilla.¿Lasaludsiguebien,espero?¿Nosemarchatodavía?

Ysefue,desechado,sinduda,porlaacogidadeFrédéric.

Enefecto,laseñoraMoreaunolotratabamucho;elseñorRoquevivíaenconcubinatocon su criada y no estaba bien considerado, aunque era el muñidor electoral, eladministradordelseñorDambreuse.

—¿Elbanqueroquevive en la calledeAnjou?—dijoDeslauriers—.¿Sabes loque

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deberíashacer,miqueridoamigo?

Isidorelosinterrumpiódenuevo.TeníaordendellevarseaFrédéricdefinitivamente.Laseñoraestabapreocupadaporsuausencia.

—Bueno,bueno.Yavamos—dijoDeslauriers—,nodormiráfueradecasa.

Ycuandomarchóelcriado:

—DeberíaspediraeseviejoquetepresentealosDambreuse,nadahaymásútilquefrecuentar una casa rica. Ya que tienes un traje negro y guantes blancos, aprovéchate.Tienesqueentrarenesemundo.Despuésmellevarásamí.Unhombremillonario,fíjate.Hazporagradarle,yasumujertambién.Haztesuamante.

Frédéricprotestaba.

—Peroteestoydiciendoverdades,meparece.AcuérdatedeRastignacenlaComediahumana.Tendráséxito,¡estoyseguro!

Frédéric confiaba tanto en Deslauriers que se sintió trastornado, y, olvidando a laseñoraArnouxoincluyéndolaenlapredicciónhechaporelotro,nopudopormenosdesonreír.

Elpasanteañadió:

—Ultimo consejo: Examínate. Un título siempre es bueno; y déjate de esos poetascatólicosysatánicos,tanavanzadosenfilosofíacomoloestabanenelsiglodiecisiete.Tudesesperación es una tontería. Muy grandes personalidades tuvieron comienzos másdifíciles, comenzando por Mirabeau. Además nuestra separación no será larga. Harévomitar al tramposodemipadre.Eshoradeque regrese, ¡adiós! ¿Llevasdinero sueltoparapagarmicena?

Frédériclediodiezfrancos,loquelequedabadelacantidadrecibidadeIsidoreporlamañana.

Entretantoaveinte toesasde lospuentes,a laorilla izquierda,brillabauna luzen labuhardilladeunacasabaja.

Deslaurierslapercibió.Entoncesdijoenfáticamentequitándoseelsombrero:

—Venus,reinadeloscielos,soytusiervo.Perolapenuriaeslamadredelasabiduría.¡Cuántonoshancalumniadoporesto,misericordia!

Estaalusiónaunaaventuracomúnlosalegró.Reíanfuertementeporlascalles.

Luegodehaberpagadoelgastoenlafonda,DeslauriersacompañóaFrédérichastaelcrucedelhospital;y,despuésdeunlargoabrazo,losdosamigossesepararon.

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CAPÍTULOIII

Dos meses después Frédéric, pasando una mañana por la calle Coq-Héron, pensó deprontoenhacersugranvisita.

Elazar lehabía favorecido.ElseñorRoquehabía idoa llevarleunrollodepapeles,rogándole que los entregara en persona en casa del señor Dambreuse; y el envío ibaacompañadodeunatarjetaabiertaenlaquepresentabaasujovenpaisano.

LaseñoraMoreausemostrósorprendidadeestagestión.Frédéricdisimulóelplacerquelecausaba.

El señor Dambreuse era en realidad el conde de Ambreuse; pero desde 1825,abandonandopocoapocosunoblezaysupartido,sehabíadedicadoalaindustria;y,conlaorejaen todos losdespachos, lamanoen todas lasempresas,alacechode lasbuenasocasiones,sutilcomoungriegoylaboriosocomounauvernés,habíareunidounafortunaque se tenía por considerable; además era oficial de la Legión deHonor,miembro delConsejoGeneraldel’Aube,diputado,pardeFranciaunodeaquellosdías;servicial,porlodemás,cansabaalministroconsuscontinuaspeticionesdeayudas,cruces,estancos;y,ensus roces con el poder, se inclinaba al centro-izquierda. Su mujer, la guapa señoraDambreuse,aquiencitabanlosperiódicosdemodas,presidíalasreunionesdecaridad.

Camelandoalasduquesas,apaciguabalosrencoresdelnoble faubourgyhaciacreerqueelseñorDambreusetodavíapodíaarrepentirseyprestarservicios.

EljovenestabapreocupadoporestavisitaalosDambreuse.

«Hubiese hechomejor poniéndome el traje. Seguro queme invitarían al baile de lasemanapróxima.¿Quévanadecirdemí?».

RecobróelaplomoalpensarqueelseñorDambreusenoeramásqueunburgués.YsaltóprestodesucabrioléalaaceradelacalledeAnjou.

Franqueadaunadelaspuertascocheras,atravesóelpatio,subiólaescalinatayentróenunvestíbulopavimentadodemármoldecolor.

Unadoble escalera recta, conunaalfombra roja sujetadaporunabarrade cobre, seapoyaba en las altas paredes de estuco brillante.Al pie de la escalera había un plátanocuyasanchashojascaíansobreel terciopelodelpasamanos.Doscandelabrosdebronce

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sostenían globos de porcelana colgados de cadenitas; los respiraderos abiertos de lasestufas hacían una atmósfera cargada; y no se oía más que el tic tac de un gran relojinstaladoenelotroextremodelvestíbulobajounapanoplia.

Sonó un timbre; apareció un criado e hizo pasar a Frédéric a una salita, donde sedistinguíanlascajasdecaudales,concompartimientosllenosdecajasdecartón.ElseñorDambreuseescribíaenelcentrodelasalitasobreunescritoriodecorredera.

Leyó atentamente la carta del señor Roque, abrió con su cortaplumas la tela queenvolvíalospapelesylosexaminó.

Delejos,porsutalledelgado,podíaparecertodavíajoven.Perosuescasopeloblanco,sus miembros débiles y sobre todo la extraordinaria palidez de su cara acusaban untemperamentodeteriorado.Unaenergía firmereposabaensusojosverdemar,másfríosquesifuerandevidrio.Teníalospómulossalientesyunasmanossarmentosas.

Porfin,yadepie,hizoaljovenalgunaspreguntassobrepersonajesconocidossuyos,sobreNogent,sobresusestudios;despuéslodespidióconunainclinación,Frédéricsalióporotrocorredoryseencontróenlapartebajadelpatio,cercadelascocheras.

Uncupéazul,tiradoporuncaballonegro,aguardabadelantedelaescalinata.Seabriólaportezuela, subióunadama,yel coche, conun ruido sordo, empezóa rodar sobre laarena.

Frédéric,almismotiempoqueella,llegódelotrolado,bajolapuertacochera.Comoelespacionoerabastanteancho,tuvoqueesperar.Lajovendamaasomadaalaventanillahablabaenvozbajaconelconserje.Frédéricnoveíamásquelaespalda,cubiertaporunacapa violeta. Entretanto escudriñaba dentro del coche, tapizado de reps azul, conpasamanería de seda. El vestido de la dama lo llenaba; de aquella cajita acolchada sedesprendíaunperfumedelirioyunvagoolordeeleganciasfemeninas.Elcocheroaflojólasriendas,elcaballorozóelguardacantónbruscamenteytododesapareció.

Frédéricregresóapieporlosbulevares.

SentíanohaberpodidodistinguiralaseñoraDambreuse.

Un pocomás arriba de la calleMontmartre, un atasco de coches le hizo volver lacabeza;ydelotrolado,enfrente,leyósobreunaplacademármol:

JACQUESARNOUX

¿Cómonohabíapensadoenellaantes?LaculpaeradeDeslauriers,yseacercóalatienda;sinembargo,noentró,esperóaqueaparecieraella.

Las altas lunas transparentes ofrecían a las miradas en una hábil disposición,estatuillas,dibujos,grabados,catálogos,númerosdeElArte Industrial;y lospreciosdesuscripciónserepetíanenlapuerta,decoradaenelcentroconlasinicialesdeleditor.Seveíanenlasparedesgrandescuadrosbrillantesdebarniz;luego,enelfondo,dosgrandes

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arconesllenosdeporcelanas,debronces,decuriosidadestentadoras;unapequeñaescaleralos separaba, cerrada en lo altopor unaportezuelademoqueta; yuna lámparadeviejaporcelana de Sajonia, una alfombra verde sobre el suelo, con unamesa demarqueteríadabanaesteinteriormáslaaparienciadeunsalónquedeunatienda.

Frédéricaparentabaexaminarlosdibujos.Despuésdemuchostitubeosentró.

Unempleadolevantólaportezuelaycontestóqueelseñornoestaríaenlatiendaantesdelascinco.Perosiélpodíadarleelrecado…

—¡No!,¡volveré!—replicóenvozbajaFrédéric.

Los días siguientes los empleó en buscarse un alojamiento; y se decidió por unahabitaciónenelsegundopiso,enunhotelamueblado,enlacalleSaint-Hyacinthe.

Conuncartapaciocompletamentenuevobajoelbrazo,sefuealaaperturadecurso.Trescientos jóvenes,con lacabezadescubierta, llenabanunanfiteatrodondeunviejoentoga roja disertaba con vozmonótona; se oía el rasgueo de las plumas sobre el papel.Volvía a encontrar en aquella sala el olor a polvo de las clases, una cátedra de formaparecida,elmismoaburrimiento.Durantequincedíassiguióacudiendoaclase.Peroaúnnohabíanllegadoalartículo3,cuandodejóelCódigoCivilyabandonólasInstitucionesenlaSummadivisiopersonarum.

Losgozosquesehabíaimaginadonollegaban;yhabiendoagotadoloslibrosdeunasala de lectura, recorrido las colecciones del Louvre y visto varias veces seguidas elespectáculo,sesumióenunociomejor.

Milcosasnuevasaumentabansutristeza.Teníaquecontarsuropainteriorysoportaral conserje, un patán con aire de enfermero, que iba por lamañana a hacerle la cama,oliendoavinoyrefunfuñando.Suapartamento,adornadoconunrelojdealabastro,nolegustaba.Lostabiqueserandelgados;oíaalosestudianteshacerponche,reír,cantar.

Cansado de aquella soledad, buscó a uno de sus antiguos compañeros, llamadoBautista Martinon, y lo encontró en una pensión burguesa de la calle Saint-JacquesempollandoelProcesal,delantedeunaestufadecarbónmineral.

Frenteaél,unamujerconunvestidodealgodónzurcíaunoscalcetines.

Martinon era lo que se llama un hombremuy guapo; alto,mofletudo, las faccionesregularesyojosazulessaltones;supadre,ricolabrador,ledestinabaalamagistratura,y,queriendoyaparecerserio,llevababarbacorta.

Como los aburrimientos de Frédéric no tenían causa razonable y no podía argüirninguna desgracia, Martinon no comprendió ninguna de sus lamentaciones sobre laexistencia. En cuanto a él, iba todas las mañanas a clase, se paseaba luego por elLuxemburgo,tomabaporlatardesumediatazaenelcafé,y,conmilquinientosfrancosalañoyelamordeaquellatrabajadorasesentíaplenamentefeliz.

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«¡Quédicha!»,exclamóFrédéricparasusadentros.

EnlaEscuelahabíahechootrosconocimientos,eldelseñordeCisy,hijodeunagranfamiliayqueparecíaunaseñoritaporlaamabilidaddesusmaneras.

ElseñordeCisysededicabaaldibujo,legustabamuchoelgótico.VariasvecesfueronjuntosaadmirarlaSantaCapillayNuestraSeñora.Peroladistincióndeljovenaristócrataocultaba una inteligencia de lomás pobre. Todo le sorprendía; reía mucho a la menorbromaymostrabaunaingenuidadtancompletaqueFrédériclotomóalprincipioporunbromista,yfinalmenteloconsiderócomountonto.

NoteníaconquienexpansionarseyseguíaesperandolainvitacióndelosDambreuse.

EldíadeAñoNuevolesenvíotarjetasdevisita,peroélnorecibióninguna.

HabíavueltoaElArteIndustrial.

Volvióporterceravez,y,porfin,vioaArnoux,quediscutíaenmediodecincooseispersonasyqueapenascontestabaasusaludo;Frédéricsesintiómolesto.Nodejóporesodepensarenlamaneradellegarhastaella.

Primeroseleocurriólaideadepresentarsedeprontoparainformarsedelpreciodeloscuadros. Después pensó en «dejar» en el buzón del periódico algunos artículos «muyfuertes»,locualiniciaríarelaciones.Quizáseramejorirdirectamentealgrano,¿declararleel amor? Así que escribió una carta de doce páginas, llena de efusiones líricas y deapostrofes;perolarompióynohizonada,nointentónada,inmovilizadoporelmiedoalfracaso.

EncimadelatiendadeArnouxhabíaenelprimerpisotresventanas,conluz,todaslastardes.Pordetráscirculabansombras,unasobretodoeralasuya;yélseesforzabadesdemuylejosparamirarhaciaaquellasventanasycontemplaraquellasombra.

Unanegraconlaquesecruzóundíaen lasTullerías,conunaniñitade lamano, lerecordóa lanegradeMme.Arnoux.Elladebíade irallícomolasdemás;cadavezqueatravesabalasTulleríassucorazónlatíaconlaesperanzadeencontrarla.LosdíasdesolcontinuabasupaseohastaelfinaldelosCamposElíseos.

Mujeres indolentemente sentadas en calesas y cuyos velos flotaban al vientodesfilabancercadeél,alpasofirmedesuscaballos,conunbalanceoinsensiblequehacíacrujir loscueroscharolados.Aumentabanloscoches,y,acortandolamarchaapartirdelRond-Point, ocupaban toda la calzada. Las crines estaban al lado de las crines, laslinternas cerca de las linternas; los estribos de acero, las barbadas de plata eran otrostantosfocosquebrillabanaquíyallíentreloscalzonescortos, losguantesblancosylaspielesquecolgabansobreelblasónde lasportezuelas.Élsesentíacomoperdidoenunmundo lejano. Sus ojos vagaban sobre las cabezas femeninas; y remotos parecidos lerecordaban a Mme. Arnoux. Se la imaginaba en medio de las demás, en uno de esospequeñoscupés,parecidoalde laseñoraDambreuse.Peroelsolseocultabayelviento

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frío levantaba remolinosdepolvo.Loscocheroshundían labarbillaensuscorbatas, lasruedasempezabanagirarmásdeprisa,elmacadáncrujíaytodosloscarruajesbajabanalgrantrotedelalargaavenida,rozándose,adelantándose,apartándoselosunosdelosotros:después,en laplazade laConcordia, sedispersaban.Detrásde lasTullerías,elcielosevolvía a poner de color pizarra. Los árboles del jardín formaban dos masas enormes,violáceasenlacopa.Lasfarolasdegasseencendían;ytodalasuperficieverdosadelSenaserasgabaenreflejosdeplatacontralospilaresdelospuentes.

IbaacenarporcuarentaytressueldosaunrestauranteenlacalledelaHarpe.

Miraba con desdén el viejomostrador de caoba, las servilletas sucias, la cuberteríagrasienta y los sombreros colgados en la pared. Los que estaban a su alrededor eranestudiantescomoél.Hablabandesusprofesores,desusamigas.¡Muchosepreocupabaéldesusprofesores!¡Acasoteníaunaamiga!Paraevitarsusexpansionesdealegría,llegabalo más tarde posible. Había restos de comida en todas las mesas. Los dos camareros,cansados,dormíanen rincones,yunoloracocina,aquinquéya tabaco llenaba la salavacía.

Después volvía a subir lentamente las calles. Las farolas se balanceaban haciendotemblar sobreelbarro largos reflejos amarillentos.Rozando la acera sedeslizabanunassombrasconparaguas.Elpavimentoestabagrasiento,labrumacaía,yleparecíaquelastinieblashúmedas,envolviéndole,resbalabanindefinidamenteensucorazón.

Leentróunremordimiento.Volvióaclase.Perocomohabíaperdidoelhilodeloquellevabanexplicado,nocomprendíalascosasmássencillas.

EmpezóaescribirunanovelatituladaSilvio,elhijodelpescador.LaacciónsucedíaenVenecia.Elhéroeeraélmismo;laheroína,Mme.Arnoux.SellamabaAntonia;y,paraconseguirla, asesinaba a varios hidalgos, caballeros, quemaba una parte de la ciudad ycantaba bajo su balcón, donde la brisa hacía palpitar las cortinas de damasco rojo delbulevarMontmartre.Lasreminiscenciasdemasiadonumerosasdelasquesediocuentaledesanimaron;nosiguióadelante,ysuocioseredobló.

Entonces suplicó a Deslauriers que fuese a compartir con él su habitación. SearreglaríanparavivirconlosdosmilfrancosdepensióndeFrédéric,todoeramejorqueaquellaexistenciainsoportable.DeslauriersnopodíadejartodavíaTroyes.LeanimabaadistraerseyafrecuentaraSenecal.

Senecal era un profesor particular de Matemáticas, hombre de gran cabeza y deconvicciones republicanas, un futuro Saint-Just, decía el pasante de abogado. Frédérichabíasubidotresvecesloscincopisosdesucasasinrecibiracambioningunavisitadeél.Novolviómás.

Quisodistraerse.FuealosbailesdelaÓpera.Aquellasalegríastumultuosaslehelabanantesdeentrar.Además,lereteníaeltemordeverseenunapuroalahoradepagarunacenaconunadisfrazadaqueleobligabaagastosconsiderables;eraunagranaventura.

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Leparecía,sinembargo,quemerecíaque lequisieran.Avecessedespertabaconelcorazón llenodeesperanza, sevestía elegantemente comoparaunacitaynoparabadehacercomprasenParís,Acadamujerquecaminabadelantedeéloconlaquesecruzabase decía «¡Ahí está!». Era cada vez una nueva decepción. La idea de Mme. Arnouxredoblaba estas ansias. La encontraría tal vez en su camino; y se imaginaba, paraabordarla,peligrosextraordinariosdelosqueéllasalvaría.

Asípasabanlosdías,repitiéndoselosmismosaburrimientosyloshábitoscontraídos.HojeabafolletosbajolasarcadasdelOdeón,ibaaleerlaRevuedesdeuxMondesalcafé,entraba enuna sala delColegiodeFrancia, escuchabadurante unahorauna leccióndechinoodeEconomíaPolítica.Todas las semanasescribíauna largacartaaDeslauriers,cenabadevezencuandoconMartinon,veíaalgunavezalseñorDeCisy.

Alquilóunpianoycompusovalsesalemanes.

Unanoche, en el teatrodelPalaisRoyal, vio enunpalcodeproscenio aArnouxallado de su mujer. ¿Era ella? La pantalla de tafetán verde estirada, al borde del palco,ocultabasucara.Por finse levantó;cayóel telón.Eraunapersonaalta,deunos treintaaños,ajadaycuyosgruesoslabiosdescubríanalreírunosdientesespléndidos.HablabaentonofamiliarconArnouxyledabagolpesenlosdedosconelabanico.Despuésunachicarubia, con los ojos un poco rojos como de haber llorado, se sentó entre ellos. Arnouxpermaneciódesdeentoncesmedioinclinadosobresushombros,hablándolemientrasellaescuchabaensilencio.Frédéricseentreteníaendescubrirlacondicióndeaquellasmujeresmodestamentevestidasconropaoscura,concuellosvueltos.

Al final del espectáculo se precipitó a los pasillos. La muchedumbre los llenaba.Arnoux,delantedeél,bajabaunoaunolosescalones,dandoelbrazoalasdosmujeres.

Deprontoseencendióunafaroladegas.Élllevabauncrespónnegroensusombrero.¿Acaso había muerto ella? Esta idea atormentó a Frédéric tan fuertemente que al díasiguiente corrió a El Arte Industrial, y, pagando rápidamente uno de los grabadosexpuestos delante del reloj, preguntó al dependiente de la tienda cómo seguía el señorArnoux.

Elmozorespondió:

—Pues,muybien.

YFrédéricañadió,palideciendo:

—¿Ylaseñora?

—Laseñoratambién.

Frédéricseolvidódellevarseelgrabado.

Terminóelinvierno.Estuvomenostristeenprimavera,empezóaprepararsuexamen,yhabiendoaprobadoconunanotamediocremarchóluegoparaNogent.

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NofueaTroyesaverasuamigoparaevitarloscomentariosdesumadre.Luego,alcomienzodelcurso,dejósuapartamentoytomóenlaavenidaNapoleóndoshabitaciones.NoteníalaesperanzadeserinvitadoacasadelosDambreuse;sugranpasiónporMme.Arnouxempezabaaapagarse.

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CAPÍTULOIV

Unamañanadelmesdediciembre,cuandoibaaclasedeProcesal,creyónotarenlacalleSaint-Jacquesmásanimaciónquedecostumbre.Losestudiantessalíanprecipitadamentedeloscafés,o,porlasventanasabiertas,sellamabandeunacasaaotra;lostenderos,enmediodelaacera,mirabanconaireprocupado;lascontraventanassecerraban;yalllegaralacalleSoufflotseencontróconunagranconcentraciónalrededordelPanteón.

Jóvenes en grupos desiguales de cinco a doce se paseaban, cogidos del brazo, yabordabanalosgruposmásnumerososqueestabanparadosaquíyallí;enelfondodelaplaza, juntoa lasverjas,unoshombresenguardapolvosperoraban,mientrasque,coneltricornioladeadoylasmanosalaespalda,guardiasmunicipaleshacíanlarondaalolargodelasparedes,haciendoresonarelpavimentobajosusfuertesbotas.Todosteníanunairemisterioso, pasmado; se esperaba algo evidente; cada cual tenía su pregunta a flor delabios.

Frédéric se encontraba al lado de un joven rubio, de rostro agradable, con bigote yperilla,comounrefinadodeltiempodeLuisXIII.Lepreguntóporlacausadeldesorden.

—Nosénada—replicóelotro—niellostampoco.Eslamodaahora.¡Quégranfarsa!

Ysoltóunacarcajada.

Las peticiones de Reforma, que hacían firmar en la guardia nacional, unidas alempadronamientodeHumann,ademásdeotrosacontecimientos,ocasionabandesdehacíaseis meses, en París, inexplicables aglomeraciones; e incluso se renovaban con tantafrecuenciaquelosperiódicosyanohablabandeellas.

—Estonotienegracianicolor—continuóelvecinodeFrédéric—.Yocreo,señor,quehemos degenerado. En los buenos tiempos de Luis XI, incluso de Benjamín Constant,habíamásmotinesdeestudiantes.Yolosencuentromansoscomocorderos,tontoscomopepinillos,eidóneosparahorteras.¡Yalocreo!¡YaestollamanlaJuventudestudiantil!

Yabriólosbrazos(deparenpar),comoFrédéricLemaîtreenRobertMacaire.

—¡JuventuddelasEscuelas,yotebendigo!

Después, apostrofando a un trapero, que removía conchas de ostras contra elguardacantóndeuntabernero:

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—¿TúformaspartedelaJuventudestudiantil?

Elviejolevantóunacarahorribleenlaquesedistinguían,enmediodeunabarbagris,unanarizrojaydosojosdeborrachoestúpido.

—¡No!,meparecesmásbienunodeesoshombresderostropatibularioqueseven,endiversosgrupos,sembrandoeloroamanosllenas.¡Oh!,siembra,patriarcamío,siembra!¡CorrómpemeconlostesorosdeAlbión!«AreyouEnglish?».YonorechazolostesorosdeArtajerjes.Hablemosunpocodelauniónaduanera.

Frédéric sintió que alguien le tocaba en el hombro; se volvió. Era Martinon,prodigiosamentepálido.

—¡Vaya!—dijolanzandoungransuspiro—,¡otromotín!

Temíaverse comprometido, se lamentaba.Hombresdeguardapolvos, sobre todo, loasediabancomosifueranmiembrosdesociedadessecretas.

Martinonlepidióquehablaramásbajo,pormiedoalapolicía.

—¿Pero todavía cree usted en la policía?En realidad, ¿qué sabe usted, señor, si yomismonosoyunconfidente?

YlomiródetalmaneraqueMartinon,muyemocionado,alprincipionocomprendióenabsolutolabroma.Lamuchedumbrelosempujaba,ylostreshabíantenidoquesubirsealapequeñaescaleraquellevabaporunpasilloalnuevoanfiteatro.

Pronto la muchedumbre se abrió paso de manera espontánea; varias cabezas sedescubrieron;saludabanal ilustreprofesorSamuelRondelot,que,envueltoensugruesalevita,levantandoenaltosuslentesdeplatayconrespiracióndificultosaacausadelasma,sedirigía tranquilamenteadarsuclase.Estehombreeraunadelasglorias juridicasdelsigloXIX,elrivaldelosZachariae,delosRuhdorff.SunuevadignidaddepardeFrancianohabíamodificadonadasushábitos.Sabíanqueerapobreyleteníanungranrespeto.

Entretanto,desdeelfondodelaplazaalgunosgritaron:

—¡AbajoGuizot!

—¡AbajoPritchard!

—¡Abajolostraidores!

—¡AbajoLuisFelipe!

Lamuchedumbreoscilóy,apretándosecontra lapuertadelpatioqueestabacerrada,impedíaalprofesorseguiradelante.Élsedetuvodelantedelaescalera.Prontolevieronenelúltimodelostresescalones.Habló;unmurmulloimpidióoírsuvoz.Aunquehacíaun momento le manifestaban su afecto, ahora lo odiaban, porque representaba a laautoridad. Cada vez que intentaba hacerse oír, se reanudaban los gritos. Hizo un grangestopara intentarque losestudiantes lesiguieran.Ungriterío total fue larespuesta.Se

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encogiódehombrosydesaparecióenelpasillo.Martinonsehabíaaprovechadodellugarenqueestabaparadesapareceralmismotiempo.

—¡Quécobarde!—dijoFrédéric.

—¡Esprudente!—replicóelotro.

Lamultitud estalló en aplausos. Aquella retirada del profesor era una victoria paraellos.En todas lasventanashabíacuriososmirando.AlgunosentonabanLaMarsellesa;otrosproponíaniracasadeBéranger.

—¡AcasadeLaffitte!

—¡AcasadeChateaubriand!.

—¡AcasadeVoltaire!

—¡AcasadeVoltaire!—aullóeljovendebigoterubio.

Losagentesdelapolicíaurbanatratabandecirculardiciendolomásamablementequepodían:

—¡Retírense,señores,retírense!

Alguiengritó:

—¡Abajolosmatones!

Erauninsultocorrientedesdelosalborotosdelmesdeseptiembre.Todoslocorearon.Abucheaban,silbabanalosguardiasdelordenpúblico;éstosempezabanapalidecer;unodeellosnoaguantómásy,viendoaunjovenzueloqueseleacercabademasiado,riéndoseensucara, loempujócontal fuerzaque lehizocaerdeespaldascincopasosmáslejos,delantedelatiendadeltabernero.Todosseapartaron;perocasiuninstantedespuésrodóélmismo por el suelo, derribado por una especie deHércules cuya cabellera, como unpaquetedeestopa,lesalíapordebajodeunagorradeviseradehule.

Parado desde hacía algunos minutos en la esquina de la calle Saint-Jacques, habíasoltado al instante una gran caja de cartón que llevaba para saltar sobre el guardia y,manteniéndoloenelsuelodebajodeél,ledabafuertespuñetazosenlacara.Acudieronlosotrosguardias.Elterriblemozoeratanfuertequehicieronfaltaporlomenoscuatroparareducirlo, dos lo sacudíanpor el cuello, otrosdos le tirabande losbrazos, unquinto ledabarodillazosen los riñonesy todos le llamabanbandido,asesino,alborotador.Conelpecho descubierto y la ropa en jirones, protestaba de su inocencia; no había podido, asangrefría,verpegaraunniño.

—¡Me llamo Dussardier!, casa de los señores Valingart hermanos, encajes ynovedades, calle de Cléry. ¿Dónde está mi caja? ¡Quiero mi caja! —repetía—:¡Dussardier!…calledeCléry.¡Micaja!

No obstante se fue apaciguando y, con gesto estoico, se dejó conducir al puesto de

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policíadelacalleDescartes.Unamuchedumbredegentelesiguió.Frédéricyeljovendebigote caminaban inmediatamente detrás, llenos de admiración por el dependiente y deindignacióncontralaviolenciadelpoder.

Amedidaqueavanzabanlagentedisminuía.

Losagentesdepolicía,devezencuando,sevolvíanconaireferoz;ylosrevoltosossin tener nada que hacer ni los curiosos nada que ver, todos se iban poco a poco. LostranseúntesquesecruzabanobservabanaDussardieryhacíancomentariosultrajantesenvoz alta. Una vieja señora, en su puerta, llegó a gritar que había robado un pan; estainjusticiaaumentóla irritacióndelosdosamigos.Porfin llegaronalcuerpodeguardia.No quedaban más que unas veinte personas. La presencia de los soldados bastó paradispersarlas.

Frédéric y su compañero reclamaron valientemente la libertad del que acababan deencarcelar. El centinela los amenazó, si insistían, con encerrarlos también a ellos.PreguntaronporeljefedelpuestoyfuerondandocadacualsunombreconsucondicióndealumnosdeDerecho,afirmandoqueeldetenidoerasucondiscípulo.

Leshicieronentrarenunahabitacióntotalmentedesnuda,dondehabíacuatrobancosalo largo de las paredes de yeso, ahumadas.Al fondo se abrió una ventanilla. Entoncesaparecióel rostrovigorosodeDussardier, que, con sucabello alborotado, suspequeñosojos francos y su nariz de punta cuadrada, recordaba confusamente la fisonomía de unbuenperro.

—¿Nonosreconoces?—dijoHussonnet.

Asísellamabaeljovendebigote.

—Pero…—balbucióDussardier.

—Notehagaseltonto—añadióelotro—;sabemosqueeres,comonosotros,alumnodeDerecho.

Apesar de los guiños de ojos que le hacían,Dussardier no adivinaba nada. Parecióconcentrarseydepronto:

—¿Hanencontradomicaja?

Frédériclevantólavistadesanimado.Hussonnetreplicó:

—¡Ah!,tucaja,¿dondeguardastusapuntesdeclase?¡Sí,sí!;¡tranquilízate!

Losestudiantesredoblabansuspantomimas.Dussardiercomprendióporfinqueibanaayudarle; y se calló, por temor a comprometerlos. Además, sentía una especie devergüenzaviéndoseelevadoal rangosocialdeestudiantee igualaaquellos jóvenesqueteníanmanostanblancas.

—¿Quieresquedigamosalgoaalguien?—preguntóFrédéric.

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—No,gracias,anadie.

—¿Perotufamilia?

Bajó la cabeza sin contestar; el pobre chico era hospiciano. Los dos amigos seextrañarondesusilencio.

—¿Tienestabaco?—replicóFrédéric.

Elsepalpólosbolsillos;despuéssacódelfondodeunodeelloslosrestosdeunapipa,unahermosapipacachimbadeespumademar,conundepósitodemaderanegro,unatapadeplatayunaboquilladeámbar.

Desde hacía tres años trabajaba para hacer de ella una obra maestra. Se habíaesmerado en mantener la cazoleta siempre cerrada, en una funda de mármol, y, cadanoche,lacolgabaenlacabeceradesucama.Ahorasacudíasusrestosenlamano,cuyasuñas sangraban; y, con la cabeza baja, las pupilas fijas, la boca abierta, contemplabaaquellasruinasdesufelicidadconunamiradadeinefabletristeza.

—Silediéramosunoscigarrillos,¿eh?—dijoenvozbajaHussonnethaciendoelgestodealcanzarlos.

Frédérichabíapuestoya,enlaorilladelataquilla,unapetacallena.

—¡Toma!¡Adiós!¡Ánimo!

Dussardierselanzósobrelasdosmanosqueletendían.Lasestrechabafrenéticamente,conlavozentrecortadaporsollozos.

—¿Como?…¡amí!…¡amí…!

Losdosamigossedieronaconocer,salieronyfueronacomerjuntosalcaféTaboureydelantedelLuxemburgo.

Mientras partía el bistec, Hussonnet le dijo a su compañero que trabajaba enperiódicosdemodasyhacíapublicidadde«ElArteIndustrial».

—CasaJacquesArnoux—dijoFrédéric.

—¿Loconoce?

—¡Sí!¡No!…Esdecirlohevisto,loheconocido.

—PreguntódescuidadamenteaHussonnetsiveíaalgoalamujerdeArnoux.

—Devezencuando—replicóelbohemio.

Frédéricnoseatrevióahacerlemáspreguntas;aquelhombreacababadealcanzarunpuestoinconmensurableensuvida;pagólacuentadelacomidasinqueelotroprotestaselomásmínimo.

Lasimpatíaeramutua;intercambiaronsusseñas,yHussonnetleinvitócordialmentea

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acompañarlehastalacalledeFleurus.

Estaban en medio del jardín cuando el empleado de Arnoux, conteniendo larespiración, haciendo con la cara una mueca abominable, se puso a imitar el gallo.Entonces todos los gallos que había en el contorno le contestaron con quiquiriquíesprolongados.

—Esunaseñal—dijoHussonnet.

SedetuvieroncercadelteatroBobino,delantedeunacasaenlaqueseentrabaporunaalameda.Enlabuhardilladeundesván,entrecapuchinasyguisantesdeolor,aparecióunajovendestocada,encorsé,yapoyandosusdosbrazosenelbordedelcanalón.

—Buenosdías,ángelmío,buenosdías,cariño—dijoHussonnet,enviándolebesos.

Abriólabarreradeunpuntapiéydesapareció.

Frédéric lo esperó toda la semana. No se atrevía a ir a su casa para no parecerimpacientarseporque le invitaranacomer;pero lebuscópor todoelBarrioLatino.LoencontróunatardeylollevóasuhabitaciónenelmuelleNapoleón.

Laconversación fue larga; se expansionaron.Hussonnet ambicionaba lagloriay lasganancias del teatro. Colaboraba en vodeviles sin éxito, tenía montones de planes,componíacuplés;cantóalgunos.Después,viendoenelestanteuntomodeVictorHugoyotrodeLamartine,seextendióensarcasmoscontralaescuelaromántica.Aquellospoetasnoteníannibuensentidonicorrección,y,sobretodo,noeranfranceses.Élpresumíadeconocerlalenguayexaminabalasfrasesmásbellasconesaseveridadhuraña,esegustoacadémicoquedistinguealaspersonasdehumorjuguetóncuandoabordanelarteserio.

Frédéric se sintió herido en sus predilecciones; tenía ganas de romper. ¿Por qué noatreverse a pronunciar inmediatamente la palabra de la que dependía su felicidad?PreguntóaljovenliteratosipodíapresentarleencasadeArnoux.

Lacosaerafácil,ysepusierondeacuerdoparaeldíasiguiente.

Hussonnetfaltóalacita,faltóaotrastres.Unsábado,hacialascuatro,apareció.Pero,aprovechando el coche, se paró primero en el teatro Francés para retirar un billete depalco; mandó que le llevaran a casa del sastre, de una costurera; dejaba recado en lasconserjerías.Porfin,llegaronalbulevarMontmartre,Frédéricatravesólatienda,subiólaescalera.Arnoux lo reconocióen la lunasituadadelantedesudespacho;y, sindejardeescribir,letendiólamanoporencimadelhombro.

Cincooseispersonas,depie,llenabanlahabitaciónestrechailuminadaporunasolaventanaquedabaalpatio;unsofádedamascode lanamarrónocupabaelfondodeunaalcoba,entredoscortinasdelamismatela.SobrelachimeneallenadepapeloteshabíaunaVenusdebronce,flanqueadapordoscandelabrosparalelosconvelasrosa.Aladerecha,cercadeunfichero,unhombresentadoenunabutaca leíaelperiódicoconelsombrero

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puesto;lasparedesestabancubiertasdeláminas,grabadosvaliososobocetosdemaestroscontemporáneos con dedicatorias, que para Jacques Arnoux eran testimonio del mássinceroafecto.

—¿Todosiguebien?—dijovolviéndosehaciaFrédéric.

Ysinesperarrespuesta,preguntóenvozbajaaHussonnet:

—¿Cómollamaustedasuamigo?

Después,envozalta:

—Cojanuncigarrodelacajaqueestáencimadelfichero.

El Arte Industrial, situado en el centro mismo de París, era un lugar de reunióncómodo,unterrenoneutraldondelasrivalidadessecodeabanfamiliarmente.AqueldíaseencontrabanallíAnténorBraive,elretratistadelosreyes;JulesBurrieu,queempezabaahacerse popular con sus dibujos de la guerra de Argelia; el caricaturista Sombaz, elescultorVourdat,entreotros,yningunorespondíaalaimagenquedeellossehabíahechoelestudiante.Susmodaleseransencillos, susconversaciones libres.ElmísticoLovariascontóuncuentoobsceno;yelinventordelpaisajeoriental,elfamosoDittmer,llevabaunacamisoladepuntobajosuchaleco,ytomóelómnibuspararegresar.

PrimerohablarondeunatalApolonia,antiguamodelo,aquienBurrieuafirmabahaberreconocidoenelbulevarenunalujosacarroza.

Hussonnetexplicóestametamorfosisporlaseriedeamigosquelasostenían.

—¡CómoconoceestegranujaalaschicasdeParís!—dijoArnoux.

—¡Detrás de usted, si queda alguna, señor! —replicó el bohemio, con un saludomilitarimitandoalgranaderoqueleofrecelabotaaNapoleón.

Después discutieron sobre algunos cuadros para los cuales la cabeza de Apoloniahabíaservidodemodelo.Criticaronaloscolegasausentes.Seasombrarondelpreciodesusobras;ytodossequejabandenoganarbastante,cuandoentróunhombredemedianaestatura,lalevitaabrochadaconunsolobotón,losojosvivos,elaireunpocoloco.

—¡Quépandilladeburguesessois!—dijo—.¿Quéimportatodoeso,porfavor?Losantiguosquehacíanobrasmaestrasnosepreocupabandeldinero,Correggio,Murillo…

—IncluyetambiénaPellerin—dijoSombaz.

PerosinhacercasodelafrasecontinuódisertandocontantavehemenciaqueArnouxtuvoquerepetirledosveces:

—Mimujerlenecesitaeljueves.Noseolvide.

EstaspalabrashicieronqueFrédéricvolvieraapensarenMme.Arnoux.Sindudaseentrabaen sushabitacionespor la salita cercadel sofá.Arnoux,paracogerunpañuelo,acababa de abrirla; Frédéric había visto al fondo un lavabo. Pero se oyó refunfuñar a

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alguien en el rincón de la chimenea; era el personaje que leía el periódico en el sillón.Medíacincopiesnuevepulgadas,teníalospárpadosunpococaídos,elpelogris,elportemajestuosoysellamabaRegimbart.

—¿Quépasa,ciudadano?—dijoArnoux.

—¡Otracanalladadelgobierno!

Se trataba de la destitución de unmaestro de escuela; Pellerin volvió a su paraleloentreMiguelÁngelyShakespeare.Dittmersemarchaba.Arnouxlocogióparameterleenlamanodosbilletesdebanco.EntoncesHussonnet,aprovechandolaocasión:

—¿Nopodríaustedadelantarme,miqueridopatrón?…

Pero Arnoux se había vuelto a sentar y no le quitaba ojo a un viejo de aspectodescuidadoconanteojosazules.

—¡Ah!,muybonito,señorIsaac.Aquítienetresobrasdespreciadas,perdidas.Todoelmundoseburlademí.Ahoralasconocen.¿Quéquiereustedquehagaconellas?TendréqueenviarlasaCalifornia…¡aldiablo!¡Cállese!

Laespecialidaddeaquelbuenhombreconsistíaenponeralpiedeaquelloscuadrosfirmas de maestros antiguos. Arnoux se resistía a pagarle; le despidió brutalmente.Después,cambiandodemodales,saludóaunseñorcondecorado,estirado,conpatillasycorbatablanca.

Conelcodoapoyadoenlafallebalehablólargoratoentonomeloso.Porfin,estalló.

—¡Eh!,¡nomemolestatenercorredores,señorconde!

Comoelaristócratasehabíaresignado,Arnouxleliquidóveinticincoluises,y,cuandosaliódelatienda:

—¡Quépesadossonesosgrandesseñores!

—¡Todosunosmiserables!—murmuróRegimbart.

Amedidaqueavanzaba lahora,aumentaban lasocupacionesdeArnoux;clasificabaartículos, abría cartas, ajustabacuentas al ruidodemartillazosenel almacén, salíaparavigilar losembalajes, luegovolvíaasutarea;y,sindejardedeslizarsuplumadehierrosobreelpapel,replicabaalasbromas.Teníaquecenaraquellanocheconunabogado,yaldíasiguientesalíaparaBélgica.

Los otros comentaban las noticias del día: el retrato de Chérubini, el hemiciclo deBellas Artes, la siguiente exposición. Pellerin despotricaba contra el Instituto. Lasmaldiciones y las diatribas se entrecruzaban. La estancia, de techo bajo, estaba tanabarrotadadecosasqueeraimposiblemoverseylaluzrosadelasvelaspasabaentreelhumodeloscigarroscomorayosdesolentrelabruma.

Lapuertaalladodelsofáseabrióyentróunamujeraltaydelgada,conunosgestos

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bruscosquehacían resonar sobre suvestidode tafetánnegro todos loscolgarejosde sureloj.

Era la mujer que había entrevisto el verano pasado en el Palais-Royal. Algunos,llamándolaporsunombre,intercambiaronconellaapretonesdemanos.Hussonnethabíaarrancadopor finunacincuentenade francos;el relojdepéndulodio las siete; todosseretiraron.

ArnouxdijoaPellerinquesequedase,yacompañóalaseñoritaVatnazalsaloncito.

Frédéricnooíaloquedecían;hablabanenvozbaja.Perolavozfemeninasealzó:

—Haceseismesesqueeltratoestáhechoysigoesperando.

Hubounlargosilencio,laseñoritaVatnazreapareció.Arnouxlehabíaprometidoalgo.

—¡Oh!¡oh!,mástarde,veremos.

—Adiós,hombrefeliz—dijoellaalsalir.

Arnouxvolvióyentrórápidoalsaloncito,sepusocosméticoenlosbigotes,seajustólostirantesparaestirarlastrabillas,y,mientrasselavabalasmanos:

—Necesitaríadosdintelesdepuerta,tipoBoucher,¿deacuerdo?

—Esoestáhecho—dijoelartista,quesehabíapuestocolorado.

—¡Bueno!,ynoseolvidedemimujer.

Frédéric acompañó a Pellerin hasta lo alto del faubourg Poissonniére, y le pidiópermisoparairaverlealgunavez,favorquelefueconcedidograciosamente.

PellerinleíatodaslasobrasdeestéticaparadescubrirlaverdaderateoríadeloBello,convencido de que, cuando la hubiese encontrado, haría obrasmaestras. Se rodeaba detodos los medios imaginables, dibujos, yesos, modelos, grabados; e investigaba, seatormentaba; echaba la culpa al tiempo, a sus nervios, a su taller, salía a la calle paraencontrar inspiración, seestremecíadehaberlaencontrado, luegoabandonaba suobraysoñabaconotraque teníaquesermásbella.Atormentadoasíporsusansiasdegloriayperdiendo el tiempo en discusiones, creyendo en mil tonterías, en los sistemas, en lascríticas, en la importancia deun reglamentoodeuna reforma enmateria de arte, a loscincuentaañosnohabíaproducidomásqueesbozos.Sufuerteorgullonotolerabaningúndesánimo,perosiempreestabairritadoyenesaexaltaciónalavezficticiaynaturalqueespropiadelasgentesdeteatro.

Al entrar en su estudio se veían dos grandes cuadros, donde los primeros tonosdispuestosaquíyallíformabansobrelatelablancamanchasdemarrón,derojoydeazul.Porencimaseextendíaunareddelíneasdetizacomolasmallasveintevecesrecosidasdeuna red; incluso era imposible entender nada de aquello. Pellerin explicó el tema deaquellas dos composiciones indicando con el pulgar las partes que faltaban.Una debía

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representar «La locura de Nabucodonosor», otra «El incendio de Roma por Nerón».Frédériclasadmiró.

Admiródesnudosdemujeresdesgreñadas,depaisajesdondeabundabanlostroncosdeárbolesretorcidosporlatormenta,ysobretodocaprichosalapluma,recuerdosdeCallot,deRembrandtodeGoya, cuyosmodelosdesconocía.Pellerinno apreciabaya aquellostrabajosdesujuventud;ahoraestabaporelgranestilo;dogmatizóelocuentementesobreFidiasyWinckelmann.Lascosasqueteníaalrededorreforzabanelpoderdesupalabra:seveíaunacalaverasobreunreclinatorio,yataganes,unhábitodefraile;Frédéricselopuso.

Cuando llegaba temprano, le sorprendía en sumal catre, que estaba tapado por untapiz hecho jirones, pues asiduo frecuentador de los teatros, Pellerin se acostaba tarde.Teníacomosirvientaaunamujervieja,cubiertadeharapos,cenabaenlatascayvivíasinamante. Sus conocimientos, acumulados de manera confusa, hacían divertidas susparadojas. Su odio al vulgo y al burgués se desbordaba en sarcasmos de un lirismograndiosoy tenía taldevociónpor losmaestrosque lehacíaelevarsecasia laalturadeellos.

Pero¿porquénohablabanuncadeMme.Arnoux?Encuantoasumarido,unasveceslellamababuenchico,otrasuncharlatán.Frédéricesperabasusconfidencias.

Undía,hojeandounadesuscarpetas,encontróelretratodeunagitanaalgoparecidaalaVatnaz,y,comoestapersonaleinteresaba,quisosaberenquéseocupaba.

Ellahabíasido,creíaPellerin,primeromaestraenprovincias;ahoradabaleccionesytratabadeescribirenlosperiodicuchos.

PorlamaneradecomportarseconArnoux,sepodía,segúnFrédéric,suponerqueerasuamante.

—¡Ah,bah!,tieneotras.

Entonces,eljoven,volviendolacaraqueenrojecíadevergüenzaporlainfamiadesupensamiento,añadióconuntonocínico:

—¡Nadadeeso.Eshonrada!

AFrédéricleentróremordimientoyaparecióconmásasiduidadporelperiódico.

LosgrandescaracteresquecomponíanelnombredeArnouxsobrelaplacademármol,enloaltodela tienda, leparecíanmuyparticularesycargadosdesignificaciones,comounaescriturasagrada.Laanchaacera,quebajaba,facilitabasucaminar,lapuertagirabacasisola,ylamanecilla,lisaaltacto,teníalasuavidadycasilainteligenciadeunamanoqueapretabalasuya.Insensiblemente,sevolviótanpuntualcomoRegimbart.

TodoslosdíasRegimbartsesentabaalladodelfuego,ensusillón,seapoderabadelNational, no lo soltaba, y expresaba su pensamiento por medio de exclamaciones osimplemente encogiéndose de hombros. De vez en cuando se secaba la frente con su

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pañuelo de bolsillo enrollado como unamorcilla que guardaba entre los botones de sulevita verde. Llevaba un pantalón de pliegues, zapatos altos, una corbata larga; y susombrero de alas remangadas hacía que le reconociesen desde lejos entre lamuchedumbre.

AlasochodelamañanabajabadeloaltodeMontmartreatomarelvinoblancoenlacalleNotre-Dame-desVictoires.Sucomida,a laqueseguíanvariaspartidasdebillar, leocupaba hasta las tres. Entonces se encaminaba hacia el pasaje de los Panoramas paratomarelajenjo.DespuésdelasesiónencasadeArnouxentrabaenelcafetínBordelaisatomarelvermout;luego,envezdereunirseconsumujer,amenudopreferíacenarsolo,enunpequeñocafédelaplazaGaillon,dondepedíaquelesirviesen«platoscaseros,cosasnaturales».Porfinsetrasladabaaotrobillar,yallípermanecíahastamedianoche,hastalaunadelamañana,hastaelmomentoenque,apagadoelgasycerradaslascontraventanas,eldueñodelestablecimiento,extenuado,lepedíaquesaliese.

Ynoera laaficióna labebida loqueatraíaaestos lugaresalciudadanoRegimbart,sinolacostumbreinveteradadehablarallídepolítica;conlaedad,suardorhabíadecaído,nolequedabamásqueunamelancolíasilenciosa.Viéndoloconcaratanseriaparecíaquedabavueltasalmundoensucabeza.Nadasalíadeella;ynadie,nisiquierasusamigos,leconocíaocupación,aunquepresumíadetenerunaagenciadenegocios.

Arnouxparecíaestimarlomuchísimo.UndíadijoaFrédéric:

—Esesabeunratolargo.¡Vamos!Esunhombreenterado.

Otravez,RegimbartextendiósobresumesapapelesrelativosalasminasdecaolínenBretaña;Arnouxconfiabaensuexperiencia.

FrédéricsemostrómásceremoniosoconRegimbart,hastallegarainvitarloaajenjodevez en cuando, y, aunque lo tenía por estúpido, permanecía amenudo en su compañíaduranteunahoralarga,sóloporqueeraamigodeJacquesArnoux.

Después de haber estimulado en sus comienzos a maestros contemporáneos, elvendedordecuadros,hombreprogresista,habíaprocurado,sinperdersusairesartísticos,ampliar sus beneficios económicos.Buscaba la emancipación de las artes, lo sublime abajo precio. Todas las industrias del lujo parisino recibieron su influencia, que fuebeneficiosaparalaspequeñascosasyfunestaparalasgrandes.Ensuafándehalagaralaopinión,apartódesuvocaciónalosartistashábiles,corrompióalosfuertes,agotóalosdébiles e ilustró a los mediocres; los manejaba valiéndose de sus relaciones y de surevista.Lospintoresnovelesambicionabanexponerensuvitrinaylostapicerostomabanen su casamodelos de decoración, Frédéric lo tenía por unmillonario, un diletante, unhombre de acción. Muchas cosas, sin embargo, le extrañaban, pues el tal Arnoux eraastutocomobuencomerciante.

Recibíade lomás remotodeAlemaniaode ItaliauncuadrocompradoenParíspormilquinientosfrancos,y,exhibiendounafacturaquelohacíasubiracuatromil,lovolvía

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a vender en tresmil quinientos, como un favor.Una de sus jugadas habituales con lospintores era exigirles como propina una copia a tamaño reducido de su cuadro con elpretexto de publicar un grabado del mismo; vendía siempre la reproducción y nuncaaparecía el grabado. A los que se quejaban de ser explotados les contestaba con unapalmadita en el vientre. Gran hombre por lo demás, invitaba a fumar, tuteaba a losdesconocidos,seentusiasmabaporunaobraoporunhombre,y,cuandoseapasionada,noreparabaennada,multiplicabalasvisitas,lacorrespondencia,losanuncios.Sesentíamuyhonrado,y,necesitandoexpansionarse,contabaingenuamentesusfaltasdedelicadeza.

Una vez, para fastidiar a un colega que inauguraba otra revista de pintura, rogó aFrédéricqueescribiesedelantedeél,unpocoantesdelahorafijada,unastarjetasenlasquesecancelabanlasinvitaciones.

—Estonovacontraelhonor,¿comprende?

Yeljovennoseatrevióanegarleesteservicio.

Aldíasiguiente,alentrarconHussonnetensudespacho,Frédéricvioa travésdelapuerta(laquedabaalaescalera)desaparecerlosbajosdeunvestido.

—¡Milperdones!—dijoHussonnet—.¡Sihubierasabidoquehabíamujeres!

—¡Oh!,aquellaeslamía—replicóArnoux—.Subíaahacermeunapequeñavisitaalpasar.

—¿Cómo?—dijoFrédéric.

—¡Puessí!,sevuelveasushabitaciones.

El encanto de las cosas que le rodeaban desapareció de repente. Lo que él sentíapresentedeunamaneraconfusaacababadedesvanecerse,omásbiennuncahabíaestadoallí.Sentíaunasorpresainfinitaycomoeldolordeunatraición.

Arnoux, revolviendo en su cajón, sonreía. ¿Se burlaba de él? El dependiente pusosobrelamesaunfajodepapeleshúmedos.

—¡Ah!,¡loscarteles!—exclamóelcomerciante—.¡Noséaquéhoravoyacenarestatarde!

Regimbartrecogíasusombrero.

—¿Cómo,medejausted?

—¡Lassiete!—dijoRegimbart.

Frédériclesiguió.

En la esquina de la calleMontmartre se volvió, echó una ojeada a las ventanas delprimerpiso,yrióinteriormentecompadeciéndosedesímismoalrecordarconquéamorlas había contemplado tantas veces. ¿Dónde vivía ella? ¿Cómo encontrarla ahora? Lasoledadseabríadenuevoentornoasudeseo,másinmensaquenunca.

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—¿Vieneatomarlo?—dijoRegimbart.

—¿Tomar,aquién?

—Elajenjo.

Ycediendoasusobsesiones,FrédéricsedejóllevaralcafetínBordelais.Mientrassucompañero,apoyadoenuncodo,contemplabalabotella,él lanzabamiradasaderechaeizquierda.PeroviolasiluetadePellerinenlaacera;golpeóvivamentecontraelcristal,ynosehabíasentadoelpintorcuandoRegimbartlepreguntóporquéyanoseleveíaen«ElArteIndustrial».

—¡Qué reviente antes de volver a poner allí los pies! ¡Es un bruto, un burgués, unmiserable,untiporaro!

EstasinjuriashalagabanlacóleradeFrédéric.Sinembargo,ledolían,puesleparecíaquealcanzabanunpocoaMme.Arnoux.

—Pues¿quélehahecho?—dijoRegimbart.

Pellerin dio una patada en el suelo y resopló en lugar de contestar. Se dedicaba atrabajos clandestinos, tales como retratos a dos colores o imitaciones de los grandesmaestros para los aficionados poco entendidos; y, como estos trabajos le rebajaban,prefería generalmente callarse. Pero «la tacañería de Arnoux» le sacaba de quicio. Setranquilizó.

Porunencargo,delqueFrédérichabíasido testigo, lehabía llevadodoscuadros.Elmarchanteentoncessehabíapermitidohacerlecríticas.Habíacensuradolacomposición,el color y el dibujo, sobre todo el dibujo, en resumen, no los había aceptado a ningúnprecio.Peroapremiadoporelvencimientodeunpagaré,PellerinloshabíacedidoaljudíoIsaac; y, quince días después, el mismo Arnoux los vendía a un español por dos milfrancos.

—¡Niuncéntimomenos!¡Quépillería!,yhacemuchasmás,¡puesclaro!UndíadeéstosloveremosenlosTribunales.

—¡Quéexagerado!—dijoFrédéricconvoztímida.

—¡Bueno!¡Cómoqueexagerado!—exclamóelartista,dandounfuertepuñetazoenlamesa.

Estegestodeviolenciadevolvióaljoventodosuaplomo.Sinduda,sepodíatenerunmejorcomportamiento,pero,porotraparte,siArnouxencontrabaaquellosdoscuadros…

—¡Malos! ¡Suelte lapalabra!¿Losconoceusted?¿Esusteddeloficioacaso?Ahorabien,¿sabeloqueledigo,amigo?,¡yonoadmitoesoalosaficionados!

—¡Eh!eso,noesasuntomío—dijoFrédéric.

—¿Quéinteréstieneustedendefenderle?—replicófríamentePellerin.

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Eljovenbalbuceó:

—Pues…porquesoysuamigo.

—¡Déleunabrazodemiparte!¡Buenastardes!

Yelpintorsaliófurioso,sinhablar,porsupuesto,desuconsumición.

Frédéric se había convencido a símismo defendiendo aArnoux. En el calor de sudefensa,seenternecióporaquelhombreinteligenteybueno,calumniadoporsusamigosyque ahora trabajaba completamente solo, abandonado. No resistió el singular deseo devolveraverleinmediatamente.Diezminutosdespuésempujabalapuertadelatienda.

Arnoux estaba preparando, con su dependiente, unos carteles monstruo para unaexposicióndepintura.

—¡Anda!,¿quiénletrae?

Esta pregunta, muy simple, desconcertó a Frédéric; y, no sabiendo qué responder,preguntósiporcasualidadnohabríanencontradosucuaderno,unpequeñocuaderno,contapasdecueroazul.

—¿Elcuadernoenelqueguardasuscartasdemujeres?—dijoArnoux.

Frédéric,ruborizadocomounadoncella,sedefendiódetalsuposición.

—¿Suspoesías,entonces?—replicóelmarchante.

Manejaba las muestras extendidas, discutía sobre su forma, su color, su marco; yFrédéric se sentía cada vezmás irritado por su aspecto reflexivo, y sobre todo por susmanos, que se paseaban por los carteles, unasmanos gordas, un poco blandas, de uñasplanas.Porfin,Arnouxselevantó;y,diciendo:«¡Yaestá!»,lepasólamanoporlabarbillaconairefamiliar.EsteexcesodefamiliaridadnolegustóaFrédéric,seechóhaciaatrás;después franqueó el umbral del despacho, por última vez en su vida, creía. MadameArnouxenpersonasehallabadisminuidaporlavulgaridaddesumarido.

En lamisma semana recibióuna carta en la queDeslauriers anunciaba su llegada aParís el jueves siguiente. Entonces recurrió de nuevo a este afecto más sólido y másfuerte…Unhombrecomoélvalíatantocomotodaslasmujeresjuntas.YanonecesitaríaaRegimbart,niaPellerin,niaHussonnet,¡nianadie!Paraalojarmejorasuamigo,compróunaliteradehierro,unasegundabutaca,duplicósuropadecamay,juevesporlamañana,seestabavistiendopara ira recibiraDeslaurierscuandosonóun timbrazoen lapuerta.Arnouxentró.

—¡Solamente una palabra! Ayer me enviaron de Ginebra una hermosa trucha;contamosconustedestatardealasieteenpunto.EsenlacalledeChoiseul,24bis.¡Noseolvide!

Frédéric tuvoque sentarse.Le temblaban las rodillas. Se repetía: ¡Por fin! ¡Por fin!

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Despuésescribióasusastre,asusombrerero,asuzapatero;ymandóestosrecadoscontres recaderosdistintos.La llavegiróen lacerradurayaparecióelconserjeconunbaúlsobreelhombro.

Frédéric,alveraDeslauriers,sepusoatemblarcomounamujeradúlterasorprendidaporsumarido.

—¿De qué te sorprendes?—dijoDeslauriers—, tienes que haber recibido una cartamía.

Frédéricnotuvoelcorajedementir.

Abriólosbrazosyseechósobresupecho.

Después,elpasantecontósuhistoria.Supadrenohabíaqueridorendirlecuentasporeltiempodesututela,imaginándosequedichascuentasprescribíanalosdiezaños.Pero,fuerteenProcesal,Deslaurierslehabíaarrancadotodalaherenciadesumadre,sietemilfrancosnetos,quellevabaencima,enunaviejacartera.

—Es una reserva en caso de desgracia. Tengo que pensar en colocarlos y enconseguirmeunempleomañanaporlamañana.Porhoy,vacacióncompleta,yatuenteradisposición,miviejoamigo.

—¡Oh!, no te molestes —dijo Frédéric—. Si tuvieras algo importante para estanoche…

—¡Vamos!;seríaungranmiserable…

Este epíteto, pronunciado al azar, llegó al fondo del corazón de Frédéric como unaofensa.

El conserje había dispuesto sobre lamesa, cerca del fuego, chuletas, galantina, unalangosta, un postre y dos botellas de Burdeos. Un recibimiento tan bueno emocionó aDeslauriers.

—Metratascomoaunrey,palabra.

Hablaron de su pasado, del porvenir; y, de vez en cuando, se cogían lasmanos porencimade lamesa,mirándose con ternura unmomento. Pero llegó un recadero conunsombreronuevo.Deslaurierscomentóenvozaltasubrillo.

Luegoelsastreenpersonafueaentregareltrajequeacababadeplanchar.

—Parecequetevasacasar—dijoDeslauriers.

Unahoradespuésaparecióuntercerindividuoysacódeunagranbolsanegraunparde botas relucientes, espléndidas. Mientras que Frédéric se las probaba, el zapateroobservabasocarronamenteelcalzadodelprovinciano.

—¿Elseñornonecesitanada?

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—Gracias —replicó el pasante, escondiendo bajo la silla sus viejos zapatos decordones.

Esta humillación molestó a Frédéric. No se decidía a revelarle su secreto. Por fin,exclamó,comoasaltadoporunaidea:

—¡Ah!,¡caramba!,meolvidaba.

—¿Qué?

—Estanochecenofuera.

—¿ConlosDambreuse?¿Porquénomehablabasnuncadeellosentuscartas?

NoeraencasadelosDambreuse,sinoenladeArnoux.

—Deberíashabermeavisado—dijoDeslauriers—.Habríavenidoundíadespués.

—¡Imposible!—replicóbruscamenteFrédéric—.Mehaninvitadojustoestamañana,haceunmomento.

Yparadisculparseydistraerasuamigo,desatólascuerdasenmarañadasdesubaúl,colocóenlacómodatodassuscosas,queríacederlesupropiacama,acostarseenlaleñera.Después,alascuatro,comenzóaarreglarse.

—Tienestiempo—ledijoelotro.

Finalmente,sevistió,salió.

«¡Estosricos!»,pensóDeslauriers.

YsefueacenaraunpequeñorestaurantequeconocíaenlacalleSaint-Jacques.

Frédéricsedetuvovariasvecesenlaescalera,sucorazónlatíaconfuerza.Unodesusguantes, demasiado apretado, reventó; ymientras ocultaba la rotura bajo el puño de lacamisa,Arnoux,quesubíadetrás,letomóporelbrazoylehizoentrar.

Laantesala,decoradaalestilochino,teníaunalinternapintadaeneltecho,ybambúesen las esquinas.Atravesando el salón, Frédéric tropezó en una piel de tigre.Nohabíanencendidolaslámparas,perolucíandosallíenelfondodelgabinete.

LaseñoritaMartafueadecirquemamáseestabavistiendo.Arnouxlaalzóalaalturadesubocaparabesarla;después,queriendoescogerélmismoenlabodegaunasbotellasdevino,dejóaFrédéricconlaniña.

HabíacrecidomuchodesdeelviajedeMontereau.Supelonegrocaíaenlargosrizossobresusbrazosdesnudos.Suvestido,másahuecadoquelafaldadeunabailarina,dejabaversupantorrilla rosay todasuamablepersonaexhalaba la frescuradeunramilletederosas. Recibió los cumplidos del caballero con aire de coqueta, le clavó una miradaprofunda,luego,colándoseentrelosmuebles,desapareciócomoungato.

Frédéricyanosentíaconfusiónalguna.Losglobosdelaslámparas,cubiertosporun

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encaje de papel, proyectaban una luz lechosa que atenuaba el color de las paredestapizadas de raso malva. A través de las planchas de la pantalla, parecidas a un granabanico,seveíanloscarbonesdelachimenea;habíajuntoalrelojuncofrecitoconcierresdeplata.Por todaspartesaparecíancosas íntimas:unamuñecaenmediodelcanapé,unpañuelo en el respaldo de una silla, un jersey de lana del que colgaban dos agujas demarfil,conlapuntaparaabajo.Eraunlugarapacible,decenteyfamiliarauntiempo.

Arnouxentró,y,porlaotraportezuela,aparecióMadameArnoux.Comoestabaentresombras,alprincipionodistinguiómásquesucabeza.Llevabaunvestidodeterciopelonegro,unaampliaredecilladesedaroja,que,enredándoseenlapeineta,lecaíasobreelhombroizquierdo.

ArnouxlepresentóaFrédéric.

—¡Oh!,recuerdoperfectamentealseñor—respondióella.

Después llegaron los invitados, casi todos al mismo tiempo: Dittmer, Lovarias,Burrieu,elcompositorRosenwald,elpoetaTeófiloLorris,doscríticosdeartecolegasdeHussonnet,unfabricantedepapelyfinalmenteelilustrePedroPabloMeinsius,elúltimorepresentante de la gran pintura, que llevaba gallardamente, con su gloria, sus ochentaañosysugranpanza.

Cuandopasóalcomedor,Mme.Arnouxlecogiódelbrazo.HabíaquedadounasillalibreparaPellerin.Arnoux lequeríabienaunque loexplotaba.Porotraparte, teníaunalenguaterrible,detalmodoque,paraablandarle,habíapublicadoenElArteIndustrialsurelato, acompañado de elogios hiperbólicos; y Pellerin, más sensible a la gloria que aldinero, apareció hacia las ocho, todo sofocado. Frédéric se imaginó que estabanreconciliadosdesdehacíatiempo.

Lacompañía, losplatos, todo legustaba.La sala, parecida aun locutoriomedieval,estaba tapizada de cuero batido; una estantería holandesa se levantaba delante de unaperchadechibuquí;y,alrededordelamesa,lascopasdecristaldeBohemia,dediversoscolores,enmediodelasfloresydelasfrutas,producíanelefectodeunjardíniluminado.

Hubodiezclasesdemostazaparaelegir.Él tomógazpacho,cari, jenjibre,mirlosdeCórcega,lasañasromanas,bebióvinosexóticos,lip-fraoliytokai.Arnouxsepreciaba,enefecto,deserunbuenanfitriónytratabaatodoslosconductoresdeloscochesdecorreos,que le traían comestibles, y se relacionaba con cocineros de grandes casas, que lecomunicabanrecetasdelassalsas.

PerosobretodoeralaconversaciónloquedivertíaaFrédéric.SuaficiónalosviajesfueensalzadaporDittmer,quehablódelOrienteysatisfizosucuriosidadporlascosasdeteatroescuchandoaRosenwaldhablardelaÓpera;ylavidaatrozdelabohemia,contadaconalegríaporHussonnet,quelerelatódeunamanerapintorescacómohabíapasadotodouninviernosincomermásquequesodeHolanda.Después,unadiscusiónentreLovariasyBurrieu, sobre la escuela florentina, le reveló la existencia de obras maestras, le abrió

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horizontes,ylecostótrabajocontenersuentusiasmocuandoPellerinexclamó:

—¡Déjemeenpazconsuhorriblerealidad!¿Quéquieredecireso,larealidad?Unosvennegro,otrosazul,lamayoríavetonterías.NadamásnaturalqueMiguelÁngel,nadamásfuerte.Lapreocupaciónporlaverdadexteriordenotalavulgaridadcontemporánea;sicontinuamosporestecaminoelarteseconvertiráenalgopordebajodelareligióncomopoesíaydelapolíticacomointerés.Ustedesnoalcanzaránsuobjetivo—¡sí,suobjetivo!—,queescausarnosunaemociónimpersonal,conpequeñasobras,apesarde todassussutilezas de ejecución. Ahí están los cuadros de Bassolier, por ejemplo: es bonito,coquetón, aseadito, y no pesado. Se puede meter en el bolsillo, llevarlo de viaje; losnotariospaganporesoveintemilfrancos;laideanovaletrescuartos;perosinidea,nadahaygrande;singrandeza,nohaybelleza;elOlimpoesunamontaña.Elmonumentomásgrandioso será siempre las pirámides.Valemás la exuberancia que el gusto, el desiertoqueunaacera,yunsalvajequeunpeluquero.

Frédéric,escuchandoestascosas,mirabaaMme.Arnoux.Aquellaspalabrascaíanensuánimocomometalesenunahoguera,aumentabansupasiónydespertabanamor.

Estabasentadotrespuestosmásabajoqueellaenelmismolado.Devezencuando,ellaseinclinabaunpoco,volviendolacabezaasuhijitay,comoentoncessonreía,seleformabaunhoyitoenlamejilla,locualdabaasucaraunairedebondadmásdelicada.

Enelmomentodelos licores,ellaseausentó.Laconversaciónsehizomuylibre;elseñorArnouxbrillóenellayFrédéricquedóasombradodelcinismodeaquelloshombres.Sinembargo,elhechodequesepreocupasentantoporlasmujeresestablecíaentreellosyélunaespeciedeigualdadquelehacíaelevarseensupropiaestimación.

Denuevoenel salón,cogióalazarunode losálbumesqueandabansobre lamesa.Losgrandes artistasde la época lohabían ilustrado condibujos, habíanpuesto en ellosprosa, versos o simplemente sus firmas; entre los nombres famosos se encontrabanmuchosdesconocidosparaél,ylospensamientoscuriososnoaparecíanmásqueinmersosen un mar de tonterías. Todos contenían un homenaje más o menos directo a Mme.Arnoux.Frédéricnosehabríaatrevidoaescribirunasolalíneaallado.

Ellafueabuscarasugabineteelcofrecitoconcierresdeplataqueélhabíavistosobrela chimenea. Era un regalo de su marido, una obra del Renacimiento. Los amigos deArnouxloelogiaron,sumujer loagradecía;movidoporunsentimientode ternura,él lediounbesodelantedetodoelmundo.

Después,sepusieronahablarunosconotros,porgrupos;elbuenodeMeinsiusestabaconMme.Arnouxenunabutacaalladodelfuego;ellaseacercabaasuoído,suscabezasse tocaban; y Frédéric habría aceptado ser sordo, impedido y feo por tener un nombreilustreyelpeloblanco,enfin,porteneralgoqueleentronizaseensemejanteintimidad.Seconsumíaderabiacontrasupropiajuventud.

Peroellafuealrincóndelsalóndondeestabaélylepreguntósiconocíaaalgunosde

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losinvitados,silegustabalapintura,cuántotiempollevabadeestudianteenParís.Cadapalabra que salía de su boca le parecía a Frédéric una cosa nueva, algo que dependíaexclusivamentedesupersona.Élcontemplabalosflecosdesupeinado,queacariciabanelhombrodesnudo;ynolequitabaojo,hundíasualmacontemplandolablancuradeaquellacarne femenina; sin embargo, no se atrevía a levantar sus párpados para verla más defrente,caraacara.

Rosenwald los interrumpió, rogando a Mme. Arnoux que cantase algo. Él hizo elpreludio, ella esperaba; sus labios se entreabrieron y un sonido puro, largo, prolongadocomounhiloseelevóalaire.

Frédéricnoentendiónadadelaletra,queestabaenitaliano.

Aquello comenzaba sobre un ritmo grave, como un canto litúrgico después,animándoseenelcrescendo,semultiplicabanlosefectossonoros,secalmabadepronto;ylamelodíareaparecíaamorosamente,conunaoscilaciónampliaeindolente.

Ella seguía de pie, cerca del teclado, los brazos caídos, lamirada perdida.Aveces,para leer la partitura, entornaba sus párpados adelantando la frente un instante. En lasnotasbajassuvozdecontraltotomabaunaentonaciónlúgubrequehelaba,yentoncessuhermosacabeza,degrandescejas,seinclinabasobresuhombro;supechoseensanchaba,susbrazosseabrían,sucuellodedondesalíantrinosseinclinabasuavementehaciaatráscomosirecibierabesosdelaire;emitiótresnotasagudas,volvióabajar,diounamásaltatodavía,y,despuésdeunsilencio,terminóconuncalderón.

Rosenwaldsiguióalpiano.Continuótocandoparaél.Devezencuandodesaparecíaalgunodelosinvitados.Alasonceyaseibanlosúltimos.ArnouxsalióconPellerin,conel pretexto de acompañarle. Era de esas personas que se encuentran mal si no dan supaseítodespuésdecenar.

Mme.Arnouxsehabíaacercadoalaantesala;DittmeryHussonnetlasaludaban,ellales tendió la mano; se la dio igualmente a Frédéric y él sintió como una especie depenetraciónentodoslosátomosdesupiel.

Dejóasusamigos;necesitabaestarsolo.Sucorazónselesalíadelpecho.¿Porquélehabíadadolamano?¿Eraungestoirreflexivoounestímulo?«¡Vaya!,¡estoyloco!»¿Quéimportaba por otra parte, ya que ahora podía frecuentarla sin dificultad, vivía en suambiente?

Las calles estaban desiertas. A veces pasaba una carreta pesada sacudiendo elpavimento. Las casas se sucedían con fachadas grises, ventanas cerradas, y pensabadesdeñosamenteentodosesoshombresacostadosdetrásdeaquellasparedes,quevivíansinverlayningunodeloscualespensabasiquieraqueexistiese.Yanoteníaconcienciadeloque le rodeaba,delespacio,denada,y,pisando fuerte,pegandoconelbastónen loscierresdelastiendas,seguíacaminando,sinrumbo,locodealegría,entusiasmado.Unairehúmedoloenvolvió;sediocuentadequeestabaalaorilladelosmuelles.

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Lasfarolasbrillabanendoslíneasrectasinterminablesylargasllamasrojastemblabanen la profundidad del agua.Esta era de color pizarra,mientras que el cielo,más claro,parecía sostenidopor lasgrandesmasasde sombraquesealzabandecada ladodel río.Edificiosqueeraimposibledistinguirhacíanredoblarlaoscuridad.Unanieblaluminosaflotaba más allá sobre los tejados; todos los ruidos se fundían en un solo murmullo;soplabaunvientoligero.

Él se había detenido en medio del Pont-Neuf y, con la cabeza descubierta,ensanchando el pecho, aspiraba el aire. Entretanto, sentía subir del fondo de sí mismocomounflujodeternuraqueleponíanervioso,semejantealmovimientoquehacíanlasolasbajosuvista.Elrelojdeunaiglesiadiolauna,lentamente,comosifueraunavozquelehubiesellamado.

Entonces fue presa de uno de esos estremecimientos del alma que parecentransportarnosaunmundosuperior.Sesentíadotadodeunafacultadextraordinariacuyoobjeto ignoraba. Se preguntó seriamente si sería un gran pintor o un gran poeta; y sedecidió por la pintura, pues las exigencias de este oficio le acercarían aMme.Arnoux.¡Porfinhabíaencontradosuvocación!Larazóndesuexistenciaestabaahoraclarayelporvenirseguro.

Cuando cerró la puerta oyó roncar a alguien en el cuartillo oscuro, al lado de suhabitación.Eraelotro.Yanopensabaenél.

En el espejo se reflejaba su propia cara. Se encontró hermoso, y quedócontemplándoseporespaciodeunminuto.

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CAPÍTULOV

Aldíasiguiente,antesdemediodía,sehabíacompradounacajadecolores,pinceles,uncaballete.PellerinseprestóadarleleccionesyFrédériclellevóasupisoparaqueviesesinofaltabanadaentresusútilesdepintura.

Deslauriers había regresado. Un joven ocupaba la segunda butaca. El pasante dijoseñalándole:

—¡Esél!¡Aquíestá!¡Sénécal!

EstechiconolegustóaFrédéric.Sufrenteestabamásdespejadaporelcortedepeloalcepillo.Algoduroyfríosetraslucíaensusojosgrises;ysulargalevitanegra,todasuindumentariaolíaapedagogoyaeclesiástico.

Primeramente hablaron de los acontecimientos del día, entre otros del Stabat deRossini;Sénécal,preguntadoalrespecto,declaróquenoibanuncaalteatro.Pellerinabriólacajadecolores.

—¿Esparatitodoesto?

—Puessí.

—¡Vaya,hombre!¡Quéocurrencia!

YseinclinósobrelamesadondeelprofesordeMatemáticashojeabaunvolumendeLouis Blanc. Lo había llevado élmismo, y leía en voz baja algunos párrafosmientrasPellerinyFrédéricseentreteníanenexaminarlaespátula,elcuchillo,lasvejigas;despuéssepusieronahablardelacenaencasadelosArnoux.

—¿Elmarchantedecuadros?—preguntóSénécal—.Buenpájaroporcierto.

—¿Porqué?—dijoPellerin.

Sénécalreplicó:

—Unhombrequeacuñamonedacontorpesmanejospolíticos.

Y empezó a hablar de una litografía célebre que representaba a toda la familia realentregadaaocupacionesedificantes:LuisFelipeteníauncódigoenlamano,lareinaundevocionario, las princesas bordaban, el duque deNemours ceñía su sable, el señor deJoinvillemostrabaunmapaasushermanospequeños;enelfondosepercibíaunacamade

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doscompartimientos.Estaimagen,tituladaUnabuenafamilia,habíahecholasdeliciasdelosburgueses,perohabíairritadoalospatriotas.Pellerin,entonodeenfado,comosifueraélsuautor,respondióquetodaslasopinioneseranválidas;Sénécalprotestó.Elartedebíatenercomoúnicoobjetolamoralizacióndelasmasas.Nohabíaquereproducirmásquetemasquemoviesenaaccionesvirtuosas;losdemáserannocivos.

—Perodependedelaejecución—exclamóPellerin—.Puedollegaraproducirobrasmaestras.

—Peorparausted,entonces.Nohayderechoa…

—¿Cómo?

—No,señor,ustednotienederechoahacerquemeintereseporcosasquerepruebo.¿Quénecesidadtenemosdelaboriosasbagatelasquenosirvenparanada,deesasVenus,por ejemplo, y de todos esos paisajes suyos? ¡No veo en eso enseñanza alguna para elpueblo!Muéstrenossusmiserias,másbien,entusiásmenosconsussacrificios.¡Ah!,Diossanto,temasnofaltan:lagranja,eltaller…

Pellerinbalbuceabadeindignación;y,creyendohaberencontradounargumento:

—Molière,¿loaceptausted?

—¿Por qué no? —dijo Senecal—. Lo admiro como precursor de la Revoluciónfrancesa.

—¡Ah!,¡larevolución!¡QuéArte!¡Nuncahuboépocamáslamentable!

—¡Nimásgrande,señor!

Pellerinsecruzódebrazos,y,mirándoledefrente:

—Ustedmepareceunperfectoguardianacional!

Suantagonista,acostumbradoalasdiscusiones,respondió:

—¡Nolosoyyladetestotantocomousted!

—Pero, con semejantes principios, se corrompe a las muchedumbres. Además, esofavorecealGobierno;noseríatanfuertesinlacomplicidaddeunapiladefarsantescomoaquél.

Elpintorasumióladefensadelmarchante,pueslasopinionesdeSénécallesacabandequicio.Seatrevió inclusoadecirqueJacquesArnouxeraunverdaderocorazóndeoro,entregadoasusamigos,amantedesuesposa.

—¡Oh!¡Oh!,sileofrecieranunabuenasuma,noseopondríaaqueellaposasecomomodelo.

Frédéricsepusopálido.

—Entonces,¿lehahechomuchodaño,señor?

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—¿Amí?No.Lehevistounavezenelcafé,conunamigo.Esoestodo.

Senecaldecía laverdad.Perosesentía irritadotodos losdíaspor losanunciosdeElArte Industrial. Para él Arnoux era el representante de un mundo funesto para lademocracia.Republicanoaustero,sospechabadecorrupcióntodaslaselegancias,puesélnoteníanecesidadalgunayeradeunaprobidadinflexible.

Fue difícil reanudar la conversación. El pintor se acordó enseguida de su cita, elprofesordesusalumnos;ycuandosalieron,despuésdeunlargosilencio,DeslauriershizodiversaspreguntassobreArnoux.

—Mepresentaráaéldespués,¿verdad?

—Desdeluego—dijoFrédéric.

Despuéspensaronen instalarse.Deslauriershabíaobtenido, sindificultad,unpuestodesegundopasanteconunprocurador judicial,sehabíamatriculadoen loscursosde laEscuela deDerecho, y comprado los libros indispensables; y dio comienzo la vida quetantohabíasoñado.

Fue encantadora, gracias a la belleza de su juventud. Como Deslauriers no habíahabladodeningúnacuerdo financiero,Frédéricnodijopalabra.Era élquien corría contodoslosgastos,ordenabaelarmario,seocupabadelcuidadodelacasa;perosihabíaqueleerlelacartillaalconserje,elpasanteseencargabadeello,continuandoconsupapeldeprotectorydehermanomayorqueyahabíadesempeñadoenelcolegio.

Separadosdurante todoeldía, se reencontrabanpor lanoche.Cadacualocupabasusitio junto al fuego y ponían manos a la obra. No tardaban en interrumpirse. Eranconfidenciasinterminables,alegríasinexplicablesy,aveces,discusionesapropósitodelalámpara que echaba humo o de un libro extraviado, cóleras de un minuto, que seapaciguabanconrisas.

Como lapuertade la alcobaquedabaabierta, charlabande lejos, cadaunodesde sucama.

Por lamañanasepaseabanenmangasdecamisapor la terraza;salíaelsol,pasabanbrumasligerassobreelrío,seoíaunbulliciodegenteenelmercadodefloresdeallado;ylos humos de sus pipas hacían volutas en el aire puro que refrescaba sus ojos todavíahinchados;sentían,alaspirarlo,unavastaesperanzadifusa.

Cuando no llovía, los domingos salían juntos; y cogidos del brazo, se iban por lascalles.Casisiempreselesocurríalamismareflexiónalavez,obienhablabansindarsecuentadeloqueteníanasualrededor.Deslauriersambicionabalariquezacomomediodedominiosobreloshombres.Habríaqueridomovergenteentornoaél,hacermuchoruido,tenertressecretariosasusórdenesyunagrancenapolíticaunavezporsemana.Frédéricseinstalabaenungranpalaciomorunodondeviviríarecostadosobredivanesdecachemir,oyendo el murmullo de un surtidor, y con pajes negros a su servicio; estos sueños se

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volvíanrealidadestanprecisasqueleafligíancomosilashubieseperdido.

—¿Paraquéhablardetodoesto—decía—,puestoquenolotendremosnunca?

—¡Quiénsabe!—respondíaDeslauriers.

Apesardesusopinionesdemocráticas,leanimóarelacionarseconlosDambreuse.Elotroalegabasusintentosfallidos.

—¡Bah!,vuelveallí.Teinvitarán.

Haciamediadosdelmesdemarzo recibieron, entreotras facturasbastanteelevadas,lasdel restauranteque lesservía lacena.Comono tenía lacantidadsuficiente,Frédéricpidió cien escudos a Deslauriers; quince días después reiteró la misma petición, y elpasanteleregañóporlosgastosquehacíaconlosArnoux.

En efecto, gastaba sin tasa.Una vista deVenecia, otra deNápoles y una tercera deConstantinopla que ocupaban el centro de las paredes,motivos ecuestres deAlfredo deDreux aquí y allí, un grupo de Pradier encima de la chimenea, números de El ArteIndustrialsobreelpianoycartonescongrabadosporelsuelo,enlosrincones,atestabanlacasadetalmaneraqueeradifícilcolocarunlibro,moverloscodos.Frédéricalegabaquetodoestolehacíafaltaparapintar.

TrabajabaencasadePellerin.PeroamenudoPellerinestabafuera,puessolíaasistiratodos los entierros y acontecimientos de que iban a hablar los periódicos; y Frédéricpasabahorascompletamentesoloeneltaller.Lacalmadeaquellagranhabitacióndondenoseoíamásqueeltrotecillodelosratones,laluzquecaíadeltecho,yhastaelronquidodelaestufa,todolesumíaalprincipioenunaespeciedeplacidezintelectual.Luego,paradistraerse,susmiradassepaseabanporlosdesconchadosdelasparedes,entrelasfiguritasdelestante,alolargodelostorsosdondeelpolvoacumuladohacíaunaespeciedejironesdeterciopelo;ycomosifueraunviajeroperdidoenmediodeunbosqueaquientodosloscaminos llevan continuamente al mismo sitio, encontraba en el fondo de cada idea elrecuerdodeMme.Arnoux.

Se fijaba fechas para ir a visitarla a su casa; cuandohabía llegado al segundopiso,delantede supuerta,noseatrevíaa tocar.Seacercabanpasos;abrían,yestaspalabras:«Laseñorahasalido»eranunaliberaciónycomounpesomenossobresucorazón.

Sin embargo, la encontró. La primera vez había tres señoras con ella; otra tardeapareció el profesor de caligrafía de la señoritaMarta. Por otra parte, los hombres queMme.Arnouxinvitabaasusrecepcionesnolavisitabannunca.Frédéricnovolvióallápordiscreción.

Pero, para que le invitasen a las cenas de los jueves, no dejaba de aparecerregularmente por «ElArte Industrial» todos losmiércoles; y se quedaba allí cuandoyatodos se habían ido, más tiempo que Regimbart, hasta el último minuto, fingiendocontemplarungrabado,echarunaojeadaaunperiódico.PorfinArnouxledecía:¿Está

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libre mañana por la tarde? Él aceptaba antes de que acabara la frase. Arnoux parecíatomarleafecto.Leenseñóelartedeconocerlosvinos,ahacerelponche,aguisarbecadas;Frédéricseguíadócilmentesusconsejos,ylegustabatodoloqueserelacionabaconMme.Arnoux,susmuebles,suscriados,sucasa,sucalle.

Apenas hablaba durante estas cenas; la contemplaba. Ella tenía un lunar en la sienderecha;susbandoseranmásnegrosqueel restodesupeloysiempreestabanunpocohúmedosenlosbordes;ellalosatusabadevezencuando,sólocondosdedos.Élconocíalaformadecadaunadesusuñas,sedeleitabaescuchandoelsuaverocedesusvestidosdesedacuandopasabacercadelaspuertas,aspirabaaescondidaselperfumedesupañuelo;supeine,susguantes,sussortijaseranparaélcosasparticulares,importantescomoobrasde arte, animadas como personas; todas ellas le llegaban al corazón y acrecentaban supasión.

No había sido capaz de ocultársela a Deslauriers. Cuando volvía de casa deMme.Arnoux,lodespertabacomopordescuido,parapoderhablarledeella.

Deslauriers,quedormíaenlaalcobacercadelapiladelagua,bostezabalargamente.Frédéric se sentaba al pie de su cama. Primero hablaba de la cena, después contabadetalles insignificantes, en los que veía señales de desprecio o de afecto.Una vez, porejemplo, ella había rechazado su brazo para tomar el de Dittmer, y Frédéric sedesconsolaba.

—¡Bah!¡Quétontería!

Obienlehabíallamadosu«amigo».

—Ve,pues,sinmiedo…

—Peronomeatrevo—decíaFrédéric.

—Bueno,puesnopiensesmásenella.Buenasnoches.

Deslauriers dabamedia vuelta y se quedaba dormido.No comprendía nada de esteamor, que consideraba como una debilidad de adolescente, y como no le bastaba suintimidad,sindudapensóenreunirasusamigoscomunesunavezporsemana.

Llegaban el sábado, hacia las nueve. Las tres cortinas de tela a rayas de coloresestabancuidadosamenteestiradas;lalámparaycuatrovelasestabanencendidas,enmediodelamesa,latabaquera,todallenadepipas,estabaentrelasbotellasdecerveza,latetera,unfrascoderonypastas.Discutíansobrelainmortalidaddelalma,hacíancomparacionesentrelosprofesores.

Unatarde,Hussonnetllevóaunjovenalto,quevestíaunalevitademasiadocortaenlas mangas y con aspecto azorado. Era el chico cuya libertad habían reclamado en elpuestodepolicíaelañoanterior.

Comonohabíapodidodevolverasupatrónlacajadebordadosperdidaenlarefriega,

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éste le había acusado de robo y amenazado con llevarlo a los tribunales; ahora estabaempleadoenunaagenciadetransportes.Hussonetlohabíaencontradoporlamañanaenlaesquinadeunacalle;ylohabíallevado,puesDussardier,porreconocimiento,queríaver«alotro».

Ofreció a Frédéric la cigarrera completamente llena de cigarros que había guardadoconlaesperanzadedevolvérselos.Losjóvenesleinvitaronaquevolviese.Élnodejódeacudir.

Todos simpatizaban.Primero, el odioquemostraban al gobierno sehabía elevadoadogma indiscutible. Sólo Martinon intentaba defender a Luis Felipe. Lo llenaban deinjuriasconlostópicosqueandabanporlosperiódicos;lafortificacióndeParís,lasleyesde septiembre, Pritchard, lord Guisoz, de tal modo queMartinon se callaba, temiendoofender a alguien. En siete años de colegio no habíamerecido ningún castigo y, en laEscuela de Derecho, sabía agradar a los profesores. Llevaba ordinariamente una levitacolorpastelychanclosdecaucho,perouna tardeaparecióvestidodenovio:chalecodeterciopeloconsolapas,corbatablanca,cadenadeoro.

ElasombroaumentócuandosesupoquellegabadecasadelaseñoraDambreuse.Enefecto, el banquero Dambreuse acababa de comprar al señor Martinon una partida demaderaconsiderable;comoelbuenseñorlehabíapresentadoasuhijo,leshabíainvitadoacomeralosdos.

—¿Había muchas trufas? —preguntó Deslauriers—, y ¿le cojiste la cintura a suesposa,entrelasdospuertassicutdecet?

Entonces la conversación versó sobre las mujeres. Pellerin no admitía que hubiesemujeres hermosas, prefería a los tigres; además, la hembra del hombre era una criaturainferiorenlajerarquíaestética.

—Loqueosseduceesprecisamenteloquedegradaunaidea:quierodecir,lossenos,loscabellos…

—Sinembargo—objetóFrédéric—,unpelonegroconunosgrandesojosnegros…

—¡Oh!, lode siempre—exclamóHussonnet—.Bastadeandaluzas sobreel césped,¿antiguallas? ¡Para serviros! Porque, en fin, vamos, fuera broma, una cortesana esmásdivertidaquelaVenusdeMilo.Seamosgalos,¡demonio!,yestiloRegencia,siesposible.

—¡Corred,buenosvinos;damas,dígnensesonreír!

—Hayquepasardelamorenaalarubia¿Piensaustedasí,señorDussardier?

Dussardiernocontestó.Todosleinsistieronparaconocersusgustos.

—Bueno,puesbien—dijoponiéndosecolorado—,amímegustaríaamarsiemprealamisma.

Dijoestode talmaneraquehubounmomentodesilencioyquedaronsorprendidos,

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unosdeestecandor,yotrosdescubriendotalvezenelloelsecretodeseodesualma.

Sénécalpusosobreelantepechode laventanasu jarradecervezaydeclaróen tonodogmático que, siendo la prostitución una tiranía y elmatrimonio una inmoralidad, eramejorabstenerse.Deslauriersconsiderabaalasmujerescomoobjetodedistracción,nadamás.ElseñordeCisyteníaalrespectotodaclasedetemores.

Criado bajo la tutela de una abuela devota, encontraba la compañía de aquellosjóvenes tentadora como un lugar de perdición e instructiva como una Sorbona. No leescatimaban las lecciones; y su curiosidad llegaba hasta a querer fumar, a pesar de losmareosque leatormentabancadavezque lo intentaba.Frédéric lerodeabadecuidados.Admirabaeltonodesuscorbatas,lapieldesupaletoysobretodosusbotas,finascomoguantesyqueparecíandesafiarporsulimpiezaysudelicadobrillo;abajoenlacalle,leesperabasucoche.

Unanochequeacababadesaliryestabanevando,Sénécalempezóacompadecerasucocinero.Despuésdeclamócontralosguantesamarillos,elJockeyClub.Hacíamáscasodeunobreroquedeaquellosseñores.

—Almenos,yotrabajo.Soypobre.

—Yaseve—dijoalfinalFrédéric,impaciente.

Elprofesorleguardórencorporestaspalabras.

Pero,comoRegimbarthabíadichoqueconocíaunpocoaSénécal,Frédéric,queriendohacer un cumplido al amigo de Arnoux, le pidió que acudiese a las reuniones de lossábados,yelencuentroagradóalosdospatriotas.

Sinembargo,erandiferentes.

Sénécal, que tenía una mente estrecha, no consideraba más que los sistemas.Regimbart, al contrario, no veía en los hechos más que los hechos. Su principalpreocupacióneralafronteradelRhin.SecreíaentendidoenartilleríaylehacíasustrajeselsastredelaEscuelaPolitécnica.

Elprimerdía,cuandoleofrecieronpasteles,seencogiódehombrosdesdeñosamente,diciendoqueaquelloerabuenoparalasmujeres;yapenassemostrómáscomplacientelasveces siguientes. En elmomento en que las ideas alcanzaban cierta altura,murmuraba:«¡Oh! ¡Nadadeutopías! ¡Nadadesueños!».Enmateriadearte,aunque frecuentaba losestudios,dondeavecesdabaamablementeunaleccióndeesgrima,susopinionesnoerantrascendentes.ComparabaelestilodeM.MarrastaldeVoltaireyalaseñoritaVatnazconMme.deStäel,porunaodasobrePolonia«dondehabíamuchosentimiento».Finalmente,RegimbartatacabaatodoelmundoyenespecialaDeslauriers,pueselCiudadanoeraunfamiliar deArnoux.Ahora bien, el pasante ambicionaba frecuentar aquella casa, dondeesperaba hacer amistades provechosas, «¿Cuándo me llevarás?», decía. Arnoux estabasobrecargadode trabajo,obien ibadeviaje;después,novalía lapena, lascenas ibana

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terminarse.

Sihubiera tenidoquearriesgar lavidapor suamigo,Frédéric lohabríahecho.Perocomoseempeñabaenmostrarselomásventajosamenteposible,ycuidabasulenguaje,susmodalesysuatuendohastaelextremodeiraldespachodeElArteIndustrialsiempreconguantes impecables, temíaqueDeslauriers,consuviejo trajenegro,suportedefiscalysus discursos petulantes, desagradara a Mme. Arnoux, lo cual podía comprometerle yrebajarleanteella.Podíanofijarsemuchoenlosotros,peroaquelprecisamentelehabríamolestado mil veces más. El pasante se daba cuenta de que no quería mantener supromesa,yelsilenciodeFrédéricleparecíaunainjuriamásgrave.

Habríaqueridoguiarle totalmente,verledesarrollarsesegúnel idealque teníande lajuventud;ysuholgazaneríalesublevabacomounadesobedienciayunatraición.Además,Frédéric,obsesionadoporlaideadeMme.Arnoux,hablabadesumaridoconfrecuencia;yDeslaurierscomenzóadarle la latarepitiendosunombrecienvecesaldía,al finaldecada frase, como un tic de idiota. Cuando llamaban a su puerta, respondía: «¡Pase,Arnoux!».EnelrestaurantepedíaunquesodeBrie«tipoArnoux»;y,denoche,fingiendotenerunapesadilla,despertabaa sucompañerogritando:«¡Arnoux! ¡Arnoux!».Por fin,Frédéric,harto,ledijoentonodequeja:

—¡DéjameyaenpazconeseArnoux!

—Jamás!—respondióelpasante.

¡Siempreél!,¡élportodaspartes!,ardienteohelada,laimagendeArnoux…

—¡Cállateya!—exclamóFrédériclevantandoelpuño.Continuóentonosuave.

—Yasabesqueesunacosaquememolesta.

—¡Oh!, perdón, hombre —replicó Deslauriers con una profunda inclinación—,respetaremosenlosucesivolosnerviosdelaseñorita.Otravezperdón.¡Mildisculpas!

Asíterminólabroma.

Pero,tressemanasdespués,unatarde,ledijo:

—Bueno,lahevistohaceunmomento,aMme.Arnoux!

—¿Dónde?

En el palacio, conBalandard, procurador judicial; unamujermorena, ¿verdad?, ¿demedianaestatura?

Frédérichizoungestodeasentimiento.EsperabaqueDeslauriershablase.Alamenorpalabradeadmiración,élsehabríaexpansionadoampliamente,estabadispuestoaquererletiernamente; el otro seguía callado; por fin, no aguantando más, le preguntó con aireindiferentequépensabadeella.

Deslaurierslaencontraba«bastantebien,aunquesintenernadadeextraordinario».

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—¡Ah!¡Túcrees!—dijoFrédéric.

Llegó el mes de agosto, época de su segundo examen. Según opinión corriente,bastaban quince días para preparar las materias. Frédéric, confiando en sus fuerzas, seempollódegolpe los cuatroprimeros libros de laLeydeEnjuiciamientoCivil, los tresprimeros del Código Penal, varios trozos de Procedimiento Criminal y una parte delCódigoCivil,conlasnotasdelseñorPoncelet.Lavíspera,Deslauriersleobligóadarunrepaso que se prolongó hasta la mañana; y para aprovechar el último cuarto de horacontinuóhaciéndolepreguntasporlaaceramientrascaminaban.

Comosecelebrabanvariosexámenesalmismotiempo,habíamuchagenteenelpatio,entre otros Hussonnet y Cisy; no faltaban a estas pruebas cuando se trataba decompañeros.Frédéricsepusolatoganegratradicional;despuésentróseguidodelpúblico,conotrostresestudiantes,enunagransala,iluminadaporventanassincortinasyprovistadebanquetasalolargodelasparedes.Enelcentrohabíaunassillasdecueroentornoauna mesa, adornada con un tapete verde. Servía para separar a los candidatos de losseñoresexaminadores,quevestíantogaroja,llevabanbandasdearmiñosobreelhombroysecubríanconbirretesdegalonesdorados.

Frédériceraelpenúltimode la lista,unpuestomalo.Alaprimerapreguntasobre ladiferenciaentreunconvenioyuncontrato,definióelunoporelotro;yelprofesor,unabuenapersona,ledijo:

—Noseponganervioso,señor,serénese.

Después de dos preguntas fáciles, seguidas de respuestasmediocres, pasó al cuarto.Frédéricsedesmoralizóporestepobrecomienzo.Deslauriers,enfrente,entreelpúblico,le hacía señas de que todo no estaba todavía perdido; y a la segunda pregunta sobreDerecho Penal estuvo bastante bien. Pero, después de la tercera, relativa al testamentomístico,comoelexaminadorpermanecióimpasibletodoeltiempo,suangustiaseredobló;puesHussonnetjuntabalasmanoscomoparaaplaudir,mientrasqueDeslauriersnocesabade encogerse de hombros. Por fin, llegó el momento en que hubo que contestar a laspreguntasdeProcesal.Setratabadelaoposicióndetercergrado.Elprofesor,sorprendidodehaberoídoteoríascontrariasalassuyas,lepreguntóentonobrutal:

—¿Yusted,señor,opinaasí?¿Cómoconciliaustedelprincipiodelartículo1351delCódigoCivilconestavíaderecursoextraordinaria?

Frédéric,quehabíapasadolanocheenblanco,sentíaungrandolordecabeza.Unrayodesol,queentrabaporlarejadeunacelosía,ledabaenlacara.Depie,detrásdelasilla,secontoneabayseestirabaelbigote.

—Sigoesperandosurespuesta—replicóelhombredelbirretedorado.

YcomoelgestodeFrédéricleirritabasinduda:

—Noesensubarbadondelaencontrará.

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Estesarcasmocausórisaenelauditorio;elprofesor,halagado,seablandó.Lehizodospreguntasmás sobre la citación y el procedimiento sumario, después bajó la cabeza enseñaldeaprobación;elactopúblicohabíaterminado.Frédéricvolvióalvestíbulo.

Mientraselbedellequitabalatogaparaponérselainmediatamenteaotro,losamigosrodearon a Frédéric, acabando de atontarlo con sus opiniones contradictorias sobre elresultadodelexamen.

Muypronto,conunavozsonora, loproclamarona laentradade lasala:«El terceroestaba…suspenso».

Irritado,dijoHussonnet:«¡Vámonos!».

DelantedelaconserjeríaencontraronaMartinon,rojo,emocionado,conunasonrisaenlosojosylaaureoladeltriunfoenlafrente.Acababadepasarsindificultadsuúltimoexamen.Sólolefaltabalatesis.Antesdequincedíasseríalicenciado.Sufamiliaconocíaaunministro,teníapordelante«unabuenacarrera».

—Ésetehundeapesardetodo—dijoDeslauriers.Nadahaytanhumillantecomoveralostontostriunfarenlasempresasenquefracasamos.Frédéric,molesto,respondióqueno le importaba. Sus aspiraciones eranmás elevadas; y, comoHussonnet se disponía airse,lotomóaparteparadecirle:

—Porsupuesto,aellos,niunapalabradetodoesto.

Elsecretoerafácil,puestoqueArnoux,aldíasiguiente,salíadeviajeparaAlemania.

Porlatarde,alvolveracasa,elpasanteencontróasuamigoextrañamentecambiado:hacíapiruetas,silbaba;ycomoelotrosesorprendiesedetalhumor,Frédéricdijoquenoiríaaverasumadre;pasaríasusvacacionesestudiando.

AlconocerlamarchadeArnoux,leentróunagranalegría.Podíapresentarse,aparecerallíasuantojosintemoraqueinterrumpieransusvisitas.Laconviccióndeunaseguridadabsoluta ledaríaánimos.¡Porfin,nolealejarían,noestaríaseparadodeella!AlgomásfuertequeunacadenadehierroleatabaaParís,unavozinteriorlegritabaquesequedase.

Algunos obstáculos se oponían. Él los salvó escribiendo a su madre; empezabaprimeroconfesandosususpenso,queachacabaaloscambiosefectuadosenelprograma¡unazar,unainjusticia!Además,todoslosgrandesabogados(citabasusnombres)habíansido suspendidos en los exámenes. Pero contaba presentarse de nuevo en el mes denoviembre.Ahorabien,no teniendotiempoqueperder,no iríaacasaesteaño;ypedía,ademásdeldinerodeuntrimestre,doscientoscincuentafrancosparaclasesparticularesdeDerecho, que le serían muy útiles; todo ello adornado con expresiones de pesar, decondolencias,mimosyprotestasdeamorfilial.

Mme.Moreau,queleesperabaaldíasiguiente,tuvodoblepena.Ocultóladesgraciadesuhijoylecontestó«quefuese,apesardetodo».Frédéricnocedió.Siguióunenfado.

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Al final de la semana, sin embargo, recibió el dinero del trimestre con la cantidaddestinada a las clases, y que sirvió para pagar un pantalón gris perla, un sombrero defieltroblancoyunjunquilloconempuñaduradorada.

Cuandotuvotodoestoensupoder:

«¿Quizásesunaideadebarberolaquehetenido?»,pensó.

Yfuepresadeunagranvacilación.

Para saber si iría a casa deArnoux, echó al aire tres veces unasmonedas. Las tresveceselpresagiofuefeliz.Asíquelafatalidadloordenaba.TomóunsimónparairalacalledeChoiseul.

Subiórápidamente laescalera, tiródelcordónde lacampanilla;nosonó;sesentíaapuntodedesfallecer.

Despuésagitó,conungolpefurioso,lapesadaborladesedaroja.Sonóuncarillón,sefueapaciguandopocoapoco,yyanoseoíanada.Frédérictuvomiedo.

Pegó su oreja a la puerta, ¡ni una respiración!Miró por el ojo de la cerradura y nopercibíaenlaantesalamásquedospuntasdecaña,enlapared,entrelasfloresdepapel.Por fin, ya se iba amarchar cuandomudódeopinión.Estavezdioungolpe suave.Seabrió lapuerta;yenelumbral, conelpeloalborotado, la caraenrojecidayconairedemalhumor,aparecióArnouxenpersona.

—¡Anda!,¿quévientosletraen?Pase.

Lehizopasarnoalgabineteniasuhabitación,sinoalcomedor,dondeseveíasobrelamesaunabotelladevinodeChampañacondosvasos;y,entonobrusco:

—¿Vieneapedirmealgo,queridoamigo?

—¡No!¡Nada!¡Nada!—balbuceóeljovenbuscandounpretextoasuvisita.

Porfin,dijoquehabíaidoasaberdeél,pueslocreíaenAlemania,segúnlosinformesdeHussonnet.

—¡Nadadeeso!—replicóArnoux—.¡Quécabezadechorlitoesechico,quetodoloentiendealrevés!

Para disimular su confusión, Frédéric caminaba a derecha e izquierda por la sala.Tropezandoconelpiedeunasilla,hizocaerunasombrillaqueestabaencima;elmangodemarfilserompió.

—¡Diosmío!—exclamó—,¡cuántosientohaberrotolasombrilladeMme.Arnoux!

Aestaspalabras,elcomerciantelevantólacabezaysonriódeunamaneraextraña.

Frédéric, aprovechando la ocasión que se le presentaba de hablar de ella, añadiótímidamente:

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—¿Nopodréverla?

Ellaestabaensupueblocuidandoasumadreenferma.

Noseatrevióahacerlepreguntassobreladuracióndeestaausencia.SólolepreguntócuáleraelpueblodeMme.Arnoux.

—¡Chartres!¿Leextraña?

—¡Amí!,¡no!,¿porqué?,¡nilomásmínimo!

Despuésnoencontraronabsolutamentenadaquedecirse.Arnoux,quesehabíahechouncigarrillo,dabavueltasalrededordelamesaresoplando.Frédéric,depie,alladodelaestufa,contemplabalasparedes,elaparador,elsuelo;eimágenesencantadorasdesfilabanporsumemoria,delantedesusojosmásbien.Porfinseretiró.Porelsuelodelaantesalarodabauntrozodeperiódicoapelotonado.Arnouxlocogió;ylevantándoseenlapuntadelospies,lometióeneltimbreparacontinuarsusiestainterrumpida.Después,dándoleunapretóndemanos:

—Por favor, diga al conserje que no estoy —y cerró la puerta detrás de élviolentamente.

Frédéric bajó las escaleras de una en una. El fracaso de esta primera tentativa ledesanimaba para emprender otras. Entonces comenzaron tres meses de aburrimiento.Comonoteníanadaquehacer,ladesocupaciónaumentabasutristeza.

Pasaba horas mirando desde su balcón correr el río entre los muelles grisáceos,ennegrecidosdetrechoentrechoporlosdesagüesdelasalcantarillas,conunpontóndelavanderasamarradoalaorilla,dondeavecesseentreteníanloschiquillosenbañarenelfangouncaniche.Susojos,dejandoalaizquierdaelpuentedepiedradeNotreDâme,ytrespuentescolgantes,seguíandirigiéndosehaciaelmuelleAux-Ormes,aunmacizodeviejosárboles,semejantesalostilosdelpuentedeMontereau.LatorreSaint-Jacques,elAyuntamiento,Saint-Germain,Saint-Louis,Saint-Pauldestacabanenmediodelostejadosconfusos;yelGenioquecoronalacolumnadeJulioresplandecíaalestecomounaestrelladorada, mientras que en el otro extremo la cúpula de las Tullerías elevaba al cielo supesadamasaazul redonda.Erapordetrásdeallídonde teníaqueestar lacasadeMme.Arnoux.

Volvíaa suhabitación;después, tendidoen sudiván, seentregabaaunameditacióndesordenada: planes de trabajo, proyectos de comportamiento, aspiraciones para elporvenir.Porfin,paraliberarsedesímismo,salíaalacalle.

Subía,alazar,porelBarrioLatino,tanbulliciosohabitualmente,perodesiertoenestaépoca,pueslosestudiantessehabíanidoasuscasas.Losgrandesmurosdeloscolegios,comoalargadosporelsilencio,teníanunaspectomásaburridotodavía;seoíantodaclasederuidosapacibles,elbatirdealasenlasjaulas,elzumbidodeuntorno,elmartillodeunzapatero;ylosvendedoresderopaenmediodelacalledirigían,inútilmente,unamirada

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escrutadora a las ventanas. En el fondo de los cafés solitarios, la señora delmostradorbostezabaenmediodesusbotellitasllenas;ylosperiódicospermanecíanordenadosenlassalas de lectura; en el taller de las planchadoras la ropa se movía suavemente por lasbocanadasdelairetibio.DevezencuandoFrédéricsedeteníaenunalibreríadeviejo;unómnibus que bajaba rozando la acera le hacía volverse y, una vez que había llegado alLuxemburgo,noseguíaadelante.

Aveces,laesperanzadeunadistracciónleatraíaalosbulevares.Despuésdeatravesarcallejuelasoscurasqueexhalabanfrescoreshúmedos, llegabaagrandesplazasdesiertas,resplandecientesdeluz,ycuyosmonumentosdibujabanalbordedelpavimentoencajesdesombranegra.Perolascarretas,lastiendasreaparecían,ylamuchedumbreleaturdía,losdomingos sobre todo, cuandodesde laBastillahasta laMagdalena erauna inmensaolaondulantesobreelasfalto,enmediodelpolvoenunrumorcontinuo;sesentíatotalmentedescorazonado por la vulgaridad de las caras, la tontería de las conversaciones, lasatisfacciónimbécilquetranspirabadesusfrentessudorosas.Sinembargo,laconcienciadequeélvalíamásqueaquelloshombresatenuabalafatigaqueleproducíamirarlos.

Todos los días se pasaban por «ElArte Industrial», y, para saber cuándo regresaríaMme. Arnoux, se informaba con detalle acerca de su madre. La respuesta del señorArnoux era siempre lamisma: «continúa lamejoría», sumujer, con la niña, estaría devueltalasemanasiguiente.Cuantomástardabaenvolver,mayorpreocupaciónmostrabaFrédéric,detalmodoqueArnoux,enternecidoportantoafecto,loinvitóacenarcincooseisvecesalrestaurante.

Frédéric, en estas prolongadas conversaciones a solas conArnoux, se dio cuenta deque el marchante de pintura no era muy ingenioso. Arnoux podía apreciar esteenfrentamiento;yentonceseralaocasióndedevolverleunpocosuscortesías.

Deseando,pues,hacerlascosasmuybien,vendióaunchamarilerotodasuropanuevapor ochenta francos, y, sumándole otros cien que le quedaban, fue a casa deArnoux ainvitarle a cenar. Allí estaba Regimbart. Los tres se fueron a «Les Trois FrèresProvengaux».

ElCiudadanoempezóporquitarselalevita,y,segurodeladeferenciadelosotrosdos,escribióelmenú.Pero,apesardequefuealacocinaparahablarélmismoconelchef,dequebajó a labodega,de laqueconocía todos los rincones,ydequehizo ir al jefedelestablecimiento,alque«diojabón»,noquedócontentonidelosplatos,nidelosvinos,nidel servicio. A cada plato nuevo, a cada botella diferente, desde el primer bocado, elprimertrago,dejabacaereltenedororetirabalejoselvaso;después,apoyandoloscodossobreelmanteltodoloquealcanzabansusbrazos,exclamabaqueya¡nosepodíacenarenParís!Por fin,nosabiendoqué imaginarparasuboca,Regimbartpidió judíasalaceite,simplemente, que, aunque estaban pasables, le apaciguaron un poco. Despuésmantuvoconelcamareroundiálogoacercadelosantiguoscamarerosdelos«Provenzales»:¿QuéeradeAntonio?¿YdeuntalEugenio?¿YTeodoro,elpequeño,queservíasiempreabajo?

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Enaquellaépocahabíaunacocinamuchomásdistinguida,yunosseñoresborgoñas,comoyanoseverán.

Después hablaron del valor de los terrenos en el extrarradio, una especulación deArnoux que no podía fallar. Entretanto, él perdía sus intereses, puesto que no queríavender a ningún precio. Regimbart le encontraría a alguien; y estos dos señores sepusieronahacercálculoshastaqueterminaronelpostre.

Fuerona tomarcaféal«PasajedeSaumon»,auncafetín, enel entresuelo.Frédéricasistiódepieainnumerablespartidasdebillar,regadasconmuchosbocksdecerveza;ysequedó allí hasta medianoche, sin saber por qué, por cobardía, por tontería, esperandovagamentecualquieracontecimientofavorableasuamor.

¿Cuándo volvería a verla? Frédéric se desesperaba. Pero, una tarde, a fines denoviembre,Arnouxledijo:

—Mimujerregresóayer,¿sabe?

Aldíasiguiente,alascinco,Frédéricsepresentabaencasadeella.

Empezóporfelicitarla,apropósitodesumadre,quehabíaestadotangrave.

—Puesno.¿Quiénselohadicho?

—Arnoux.

Ellalanzóun¡ah!ligero,despuésañadióquealprincipiohabíatenidoseriostemores,ahoradesaparecidos.

Ellapermanecíaal ladodelfuego,enlabutacatapizada.Élestabaenelsofá,conelsombrero entre las rodillas; y la conversación fue aburrida, ella la abandonaba a cadaminuto; él no encontraba oportunidad para expresar sus sentimientos. Pero, como sequejaba del trabajo que le daban los pleitos, ella replicó: «Sí…, comprendo…, ¡losasuntos…!»,bajandolacara,absortadeprontoenreflexiones.

Él ardía en deseos de conocerlas, e incluso no pensaba en otra cosa. El crepúsculoacumulabasombraentornoaellos.

Ella se levantó, pues tenía que hacer una compra, luego volvió con un gorro deterciopeloyunacapanegra,ribeteadadepetit-gris.Élseatrevióaofrecerlesucompañía.

Yanoseveía;eltiempoestabafrío,yunanieblapesada,difuminandolasfachadasdelascasas,apestabaenelaire.Frédéric laaspirabacondeleite;puessentíaa travésde laguatadelvestidolaformadesubrazo;ysumano,enfundadaenunguantedegamuzadedosbotones,sumanecitaqueélhabríaqueridocubrirdebesos,seapoyabaensumanga.Acausadelpavimentoresbaladizo,patinabanunpoco;aélleparecíaquelosdosibancomomecidosporelvientoenmediodeunanube.

Elbrillodelasluces,enelbulevar,ledevolvióalarealidad.Laocasiónerabuena,el

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tiempoapremiaba.SefijócomolímitelacalledeRichelieuparadeclararlesuamor.Pero,casi inmediatamente, delante de una tienda de porcelanas, ella se detuvo en seco,diciéndole:

—Yahemosllegado,muchasgracias.Hastaeljueves,¿verdad?,comodecostumbre.

Reanudaronlascenas;ycuantomástratabaaMme.Arnoux,másabatidoestaba.

Lacontemplacióndeaquellamujer lehacíalanguidecer,comoelusodeunperfumedemasiado fuerte. Descendió hasta las profundidades de su carácter, y casi llegaba aconvertirseenunamanerageneraldesentir,unmodonuevodeexistir.

Lasprostitutasqueencontrababajolasfarolasdegas,lascantantesquelanzabansusgorgoritos,lasamazonassobresuscaballosalgalope,lasburguesasapie,lasmodistillasensuventana,todaslasmujereslerecordabanaaquélla,porsemejanzasoporcontrastesviolentos. Miraba, al pasar delante de las tiendas, los cachemires, los encajes y loscolgantes de pedrería, imaginándose que los llevaba puestos alrededor de la cintura,cosidosasucorpiñoobrillandoensucabelleranegra.Enelescaparatedelasfloristas,lasflores se abrían para que ella las escogiese al pasar; en la vitrina de los zapateros, laspequeñas pantuflas de raso con orillo de cisne parecían esperar su pie; todas las callesconducíanhaciasucasa;loscochesestabanestacionadosenlasplazassóloparallevarlomás rápido junto a ella. París se reducía a su persona, y la gran ciudad, con todas susvoces,sonabacomounainmensaorquesta,alrededordeella.

CuandoibaalJardínBotánico,lavistadeunapalmeraletransportabaapaíseslejanos.Viajabanjuntos,endromedarios,bajoeltoldillodeloselefantes,enlacabinadeunyateentre archipiélagos azules, uno al lado del otro en dos mulos con campanillas, quetemblabanentrelashierbascontracolumnasrotas.Aveces,élsedeteníaenelLouvreacontemplarviejoscuadros;yenvolviéndolaenelmásremotopasado,laponíaenellugardelospersonajesdelaspinturas.Tocadaconuncapirote,rezabaarrodilladadetrásdeunavidriera de plomo. Señora de las Castillas o de Flandes, permanecía sentada con unagorguera almidonaday un corsé de ballenas congrandes fruncidos ahuecados.Despuésbajabaunagranescaleradepórfido,enmediodelossenadores,bajounpaliodeplumasde avestruz, con un vestido de brocado. Otras veces se la imaginaba vestida con unpantalóndesedaamarilla,sobreloscojinesdeunharén;ytodoloqueerabello,elfulgorde las estre-llas, algunasmelodías demúsica, el giro de una frase, un perfil, le hacíanpensarenelladeunamanerabruscaeinsensible.

Encuantoaintentarhacerdeellasuamante,estabasegurodequetodatentativaseríavana.

Unatarde,Dittmer,alllegar,labesóenlafrente;Lovariashizolomismo,diciendo:

—¿Mepermite,verdad,usandoelprivilegiodelosamigos?

Frédéricbalbuceó:

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—Meparecequetodossomosamigos.

—Notodosviejosamigos—replicóella.

Eraelrechazoindirectoanticipado.

¿Quéhacerporotraparte?¿Decirleque laquería?Ella lo rechazaría sinduda;o talvez, indignada, loecharíadesucasa.Ahorabien,élprefería todos lossufrimientosa lahorriblesituacióndenovolveraverla.

Envidiaba el talento de los pianistas, las cuchilladas en la cara de los soldados.Deseabaunaenfermedadpeligrosa,esperandoasíinteresarla.

Unacosa leextrañaba,queno teníacelosdeArnoux;ynopodía figurárseladeotromodomásquevestida,tannaturalleparecíasupudor,yocultandosusexoenunasombramisteriosa.

Sin embargo, soñaba con la felicidad de vivir con ella, tutearla, acariciarle losbandos… o permanecer de rodillas con los brazos rodeándole la cintura, bebiéndole elalma en sus ojos. Para ello, habría que cambiar el destino; e, incapaz de actuar,maldiciendoaDiosyacusándosedesucobardía,serevolvíaensudeseocomounpresoensucelda.Unaangustiapermanenteleahogaba.Sequedabahorasenterasinmóvilobienrompíaallorar;yundía,sinpodercontenerse,Deslauriersledijo:

—Pero,¿quéesloquetepasa?

Frédéricpadecíadelosnervios.Deslauriersnocreíanada.Antesemejantedolor,habíasentido despertarse su ternura, y le reconfortó.Un hombre como él dejarse abatir, ¡quétontería!Paseaúncuandoseesjoven,perodespuésesperdereltiempo.

—Me estás echando a perder ami Frédéric.Yo quiero al antiguomozo, a pesar detodo.Megustaba.Vamos,fumaunapipa,¡animal!Reaccionaunpoco;¡medisgustas!

—Esverdad—dijoFrédéric—,estoyloco.

Elpasantereplicó:

—¡Ah, viejo trovador, ya sé lo que te aflige! ¡El corazoncito! ¡Confiésalo! Por unamujerquesepierdecuatroqueseencuentran.Unoseconsuelade lasmujeresvirtuosasconlasotras.¿Quieresconocermujeres?Notienesmásqueiral«Alhambra»—(eraunbailepúblicorecientementeabiertoalfondodelosCamposElíseos,quesearruinóensusegundatemporadaacausadeunlujoprematuroenestetipodeestablecimientos).

—Esdivertido,segúndicen.¡Vamos!Puedesllevarteatusamigos,siquieres—ledijo—,inclusoaRegimbart.

Frédéric no invitó alCiudadano.Deslauriers prescindió deSenecal.Llevaron sólo aHussonnetyaCisyconDussardier;yelmismocochelosdejóalascincoalapuertadel«Alhambra».

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Aderechae izquierda seextendíandosgaleríasmorunasparalelas.Lapareddeunacasadeenfrenteocupabatodoelfondo,yenelcuartolado(eldelrestaurante)figurabaunclaustro gótico con vidrieras de colores. Una especie de marquesina china cubría elestradodondetocabanlosmúsicos;lapistaestabacubiertadeasfaltoy,vistosdelejos,losfarolillosalavenecianacolgadosdelospostesformabansobrelascuadrillascoronasdelucesmulticolores.Detrechoentrechounapiladepiedrasobreunpedestalhacíabrotarunchorrodelgadodeagua.Entreelfollajesepercibíanestatuasdeyeso,HebesoCupidosconlapinturaalóleotodavíafresca;ylosnumerosospaseos,cubiertosdeunaarenamuyamarillacuidadosamenterastrillada,hacíanparecereljardínmuchomásampliodeloqueera.

Estudiantespaseabanasusamigas;dependientesdecomerciosepavoneabanconunjunquillo entre los dedos; colegiales fumaban grandes cigarros caros; viejos solteronesatusabanconunpeine subarba teñida;había ingleses, rusos,gentedeAméricadelSur,tresorientalescontarbouch.Mujeresgalantes,modistillasyprostitutashabíanacudidoallíesperando encontrar un protector, un enamorado, una moneda de oro, o por el simpleplacer de bailar, y sus vestidos de túnica verde agua, azul-cereza o violeta pasaban, semovían entre los ébanos y las lilas. Casi todos los hombres llevaban trajes a cuadros,algunos,pantalonesblancosapesarde lofrescode la tarde.Seencendían lasfarolasdegas.

Hussonnet, por sus relaciones con los periódicos demodas y los pequeños teatros,conocía a muchas mujeres; les enviaba besos con la punta de los dedos y, de vez encuando,dejandoasusamigos,seibaahablarconellas.

Deslaurierssecelódeestasactitudes.Abordóúnicamenteaunarubiaalta,vestidadenankin. Después de haberlo mirado con aire de mal humor, ella le dijo: «No, menosconfianzas,¡amigomío!»,ylediolaespalda.

Reanudóconunamorenagorda,queestaba loca sinduda,pues saltóa lasprimeraspalabras, amenazándole con llamar a la policía; después, descubriendo a unamujercitasentadaescondidabajounafarola,lainvitóabailarunacontradanza.

Losmúsicos,encaramadosenelestradocomosifueranmonos,rascabanysoplabanconímpetu.Eldirectordeorquesta,depie,llevabaelcompásdeunamaneraautomática.La gente se amontonaba, se divertía; los barboquejos de los sombreros rozaban lascorbatas, las botas se hundían en las faldas; todo aquello saltaba cadenciosamente;Deslauriersapretabacontraélalamujercitay,dejándosellevarporeldeliriodelcancán,semovíaentrelascuadrillascomounagranmarioneta.CisyyDussardiercontinuabansupaseo; el joven aristócratamiraba a las chicas, y, a pesar de los ánimos que le daba elempleado, no se atrevía a hablarles, imaginándose que aquellas mujeres tenían en suscasassiempreaunhombreescondidoenunarmarioconunapistolayquesaledeélparahacerfirmarletrasdecambio.

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VolvieronalladodeFrédéric.Deslauriersyanobailaba;ytodossepreguntabancómoterminarlaveladacuandoHussonnetesclamó:

—¡Fíjate,lamarquesadeAmaegui!

Era una mujer pálida, de nariz respingona, con mitones hasta los codos y grandesbucles negros que le colgaban a lo largo de las mejillas, como dos orejas de perro.Hussonnetledijo:

—Tendríamosqueorganizarunafiestecitaentucasa,unsaraooriental.Tratadereuniraalgunasdetusamigasparaestoscaballerosfranceses.Bueno,¿quéesloquetemolesta?¿Estaríasesperandoatuhidalgo?

Laandaluzabajabalacabeza;conociendoloshábitospocolujososdesuamigo,temíaque se enfriasen sus relaciones. Por fin, como ella habló de dinero, Cisy ofreció cinconapoleones,todoloquetenía;lacosaquedódefinida.PeroFrédéricyanoestabaallí.

HabíacreídoreconocerlavozdeArnoux,habíavistounsombrerodemujer,yhabíadesaparecidomuyprontoenelbosquecitodeallado.

LaseñoritaVatnazestabasolaconArnoux.

—¡Perdón!¿Lesmolesto?

—¡Enabsoluto!—repusoelcomerciante.

Frédéric, al oír las últimas palabras de la conversación, comprendió que él habíaacudidoalAlhambraparahablarconlaseñoritaVatnazdeunasuntourgente;ysindudaArnouxnoestabacompletamentetranquilo,puesledijoconairepreocupado:

—¿Estáustedmuysegura?

—¡Muysegura!¡Austedlequieren!¡Ah!¡Quéhombre!

Yleponíamalacara,adelantandosusgruesoslabios,casisanguinolentosderojosqueestaban. Pero tenía unos ojos admirables, leonados, con puntos dorados en las pupilas,todosllenosdeinteligencia,deamorydesensualidad.Iluminabancomolámparaselcutisunpocoamarillodesucaradelgada.Arnouxparecíagozarconsusrechazos.Seinclinóhaciaelladiciéndole:

—¡Quéamableesusted!,¡béseme!

Ellalecogióporlasorejasylebesóenlafrente.

Enesemomentocesóelbaile;y,enelsitiodeldirectordeorquestaaparecióunjovenguapo, demasiado gordo y de una blancura de cera. Tenía largos cabellos negros,dispuestos a la manera de Cristo, un chaleco de terciopelo azul con grandes palmasdoradas,unaireorgullosocomounpavoreal,tontocomounganso;ydespuésdesaludaralpúblico,empezóaentonarunacancioncilla.Se tratabadeunaldeanoquecontaba suviajealacapital;elartistahablabaeldialectodelaBajaNormandía,sehacíaelborracho;

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elestribillo

¡Ah,loquemereí,mereí

EnaquelpicaroParís!

levantabapataleosdeentusiasmo.Delmas,«cantanteexpresivo»,erademasiadolistoparadejarlo enfriar. Le pasaron rápidamente una guitarra y recitó una romanza titulada ElHermanodelaAlbanesa.

La letra hacía recordar a Frédéric la que cantaba el hombre harapiento entre lostambores del barco. Sus ojos se clavaban sin querer en los bajos del vestido que sedesplegaba delante de él.Después de cada estrofa había una larga pausa y el ruido delvientoenlosárbolessemejabaelruidodelasolas.

LaseñoritaVatnaz,apartandoconunamanolasramasdeunaalheñaquelequitabalavista del estrado, contemplaba al cantante fijamente, con las aletas de la nariz abiertas,frunciendoelentrecejoycomoabsortaenungoceprofundo.

—¡Muy bien!—dijo Arnoux—. Comprendo por qué estaba usted esta tarde en el«Alhambra».¿LegustaDelmas,queridaamiga?

Ellanoquisoconfesarnada.

¡Ah!,¡quépudor!

Y,señalandoaFrédéric:

—¿Esporél?Seequivocaríausted.Nohaychicomásdiscreto.

Losotros,quebuscabanasuamigo,entraronenlasaladecoradadeverde.Hussonnetlospresentó.Arnouxhizocircularlapetacaeinvitóasorbetesatodoelmundo.

LaseñoritaVatnaz sehabía ruborizadoalveraDussardier.Se levantóenseguida,y,tendiéndolelamano:

—¿Noseacuerdausteddemí,señorAugusto?

—¿Cómo,laconoceusted?—preguntóFrédéric.

—Fuimosvecinos—replicóél.

Cisyletirabadelamanga,salieron;y,apenasdesapareció,laseñoritaVatnazcomenzóaelogiarsucarácter.Inclusoañadióquetenía«elgeniodelcorazón».

Después hablaron de Delmas, que podría, haciendo mimo, triunfar en el teatro; ysiguióunadiscusión,enlaquesemezclóaShakespeare, lacensura,elestilo,elpueblo,lasrecaudacionesde laPuertaSanMartín,AlejandroDumas,VíctorHugoyDumersan.Arnoux había conocido a varias actrices célebres; los jóvenes se acercaban paraescucharle.Perosuspalabrassesumíanenelruidodelamúsica;ytanprontoterminaronlacuadrillaylapolka,todosseprecipitabanalasmesas,llamabanalcamarero,reían;las

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botellasdecervezaydegaseosaestallabanentrelosfollajes,unasmujeresgritabancomogallinas;aveces,dosseñoressedesafiabanaduelo;unladrónfuedetenido.

Al«galope»losbailarines invadieron lospaseos.Jadeantes,sonriendo,ycon lacaracolorada,desfilaronentorbellinoquelevantabalosfaldonesdelaslevitas;lostrombonesrugían con más fuerza; el ritmo se aceleraba; detrás del claustro medieval se oyeroncrepitaciones; estallaron petardos; empezaron a girar ruedas de fuegos artificiales; elresplandordelasbengalascoloresmeraldailuminóduranteunminutotodoeljardín;y,alúltimocohete,lamuchedumbreexhalóungransuspiro.

Después, lentamente, la gente se fue dispersando. Una nube de pólvora de cañónflotabaenelaire.FrédéricyDeslaurierscaminabanenmediodelamuchedumbre,pasoapaso,cuandotuvieronquedetenerseanteunaescena:Martinonexigíalediesenelvueltoen el depósito de paraguas; y acompañaba a una mujer de unos cincuenta años, fea,magníficamentevestida,ydeunaclasesocialproblemática.

—Aquel mocetón —dijo Deslauriers— es menos ingenuo de lo que parece. Pero¿dóndeestáCisy?

Dussardierlesmostróelcafetíndondevieronalhijodelosmendigos,anteunatazadeponche,encompañíadeunsombrerorosa.

Hussonnet,quesehabíaausentadohacíaunosminutos,reaparecióalinstante.

Unajovenseapoyabaensubrazo,llamándoleenvozalta«pichoncitomío».

—¡Qué no! —protestaba él—. ¡No!, no a la vista de la gente. Mejor, llámamevizconde. Es de un tono caballeresco, Luis XIII y botas flexibles, ¡que me gusta! Sí,amigosmíos,unacomolasdeantes.¿Verdadqueesamable?

Lacogíaporlabarbilla.

—Saluda a estos señores. Son hijos de pares de Francia. Los trato para que menombrenembajador.

—¡Quélocoestáusted!—suspirólaseñoritaVatnaz.

EllapidióaDussardierquelaacompañarahastalapuerta.

Arnouxlosvioalejarse,luego,volviéndoseaFrédéric:

—¿Legustaría laVatnaz?Aunque,enverdad,ustednoesdemasiado francoenesteasunto.Creoqueguardamuyensecretosusamores.

Frédéric,muypálido,juróquenoocultabanada.

—Esquenoseleconoceamiga—repusoArnoux.

Frédérictuvoganasdedarunnombre,alazar.Peropodíanirleconelcuento.Contestóque,efectivamente,teníaamiga.

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—Estanocheerabuenaocasión.¿Porquénohahechocomolosotros,quesevancadaunoconunamujer?

—¡Bueno!,¿yusted?—dijoFrédérichartodetantainsistencia.

—¡Ah!,¡yo!,amiguito,esdiferente.Mevuelvojuntoalamía.

Llamóauncabrioléydesapareció.

Losdosamigossefueronapie.Soplabaunvientodeleste.Nohablabaningunodelosdos.Deslauriers sentía no haber estado brillante delante del director de un periódico, yFrédéricsesumíaensu tristeza.Porfin,dijoqueelbailedecharangalehabíaparecidoestúpido.

—¿Dequiéneslaculpa?¡SinonoshubierasdejadoportuArnoux!

—¡Bah!,todoloquehubierapodidohacerhabríasidocompletamenteinútil.

Pero el pasante tenía sus teorías. Para obtener las cosas bastaba con desearlasfuertemente.

—Sinembargo,túmismo,haceunmomento…

—Meimportabamucho—dijoDeslauriers,parandoensecolaalusión—.Voyaliarmeconmujeres.

Ydeclamócontrasusremilgos,sustonterías;ensuma,nolegustaban.

—¡Nopreguntes!—dijoFrédéric.

Deslaurierssecalló.Depronto:

—¿Quieresapostartecienfrancosaqueligoconlaprimeraquepase?

—¡Sí!,deacuerdo.

La primera que pasó era una mendiga espantosa; y ya desesperaban de la suertecuando, enmedio de la calleRivoli, vieron una chica alta que llevaba en lamano unacajita.

Deslauriers laabordóbajolossoportales.Ellagiróbruscamentehacia lasTulleríasytomó enseguida por la plaza del Carroussel. Corrió detrás de un simón; Deslauriers laalcanzó.Caminaba a su lado, hablándole con gestos expresivos. Por fin, ella aceptó subrazo, y siguieron a lo largo de losmuelles. Después, a la altura del Chátelet, duranteveinteminutosalmenos,sepasearonporlaacera,comodosmarinosquehacensuturnodeguardia.Pero,depronto,atravesaronelpuentedelCambio,elmercadodelasflores,elmuelleNapoleón.Frédériclessiguió.Deslauriersledioaentenderquepodríamolestarlosyquenoteníamásqueseguirsuejemplo.

—¿Cuántodinerotequeda?

—Dosmonedasdecien.

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—Essuficiente.Buenasnoches.

Frédéricquedóestupefactoalcomprobarloquesesienteviendocómounabromasalebien. «Se está burlando», pensaba. «¿Si yo fuera detrás de ella?». Deslauriers creería,quizás,queleenvidiabaaquelamor.«Comosiyonotuvieraunoycienvecesmásraro,másnoble,¡másfuerte!».Unaespeciedecóleraleempujaba.LlegóalapuertadeMme.Arnoux.

Ningunadesushabitacionesteníaventanasalacalle.Sinembargo,élpermanecíaconlosojos fijosen la fachada, comosi estuvieseconvencidodequecon la contemplaciónllegaríaaatravesarlasparedes.Ahora,sinduda,elladescansabatranquilacomounaflordormida, con sushermosos cabellosnegros entre los encajesde la almohada, los labiosentreabiertos,lacabezasobreunbrazo.FuelaimagendelacabezadeArnouxlaqueseleapareció.Élsealejóhuyendodeaquellavisión.

Le vino a la memoria el consejo de Deslauriers; le dio horror. Entonces, anduvoerrandoporlascallescomounvagabundo.

Cuandoseleacercabaunpeatóntratabadedistinguirsucara.Devezencuando,unrayodeluzlepasabaentrelaspiernas,describiendoarasdelsuelosobreelpavimentouninmensocuartodecírculo;ysurgíaunhombreenlasombra,consucuévanoysulinterna.En algunos sitios, el viento sacudía el tubo de chapa de una chimenea; surgían unossonidoslejanosqueveníanamezclarsealzumbidodesucabeza,ycreíaoír,enlosaires,elviejoritornelodelascontradanzas.Laligerezadesucaminarmanteníaestearrebato;seencontróenelpuentedelaConcorde.

Entoncesvolvióaacordarsedeaquellatardedelotroinviernoenque,saliendodesucasaporprimeravez,habíatenidoquedetenerse,hastatalpuntosucorazónlatíabajolaopresióndesusesperanzas.¡Ahoratodashabíanmuerto!

Unas nubes oscuras corrían sobre la cara de la luna. La contempló, pensando en lainmensidaddelosespacios,enlamiseriadelavida,enlanadaabsoluta.Rompióeldía;susdientescastañeteaban,y,mediodormido,mojadoporlanieblaybañadoenlágrimas,sepreguntóporquénoacabar.¡Noteníaquehacerunmovimiento!Elpesodesufrenteloarrastraba, veía su cadáver flotando en el agua; Frédéric se inclinó. El parapeto era unpocoanchoyfuelacobardíaloqueleimpidiódarelsalto.

Unasensacióndeterrorseapoderódeél.Volvióaalcanzarlosbulevaresysedejócaeren un banco. Agentes de policía le despertaron, convencidos de que había pasado unanochedejuerga.

Sepusoacaminar.Pero,comoteníamuchahambrey todos los restaurantesestabancerrados,fueadesayunaraunatabernaenDesHalles.Despuésdelocual,creyendoqueera todavíamuy temprano, vagabundeópor los alrededores delAyuntamiento, hasta lasochoycuarto.

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Deslauriershabíadespedidohacíatiempoasudamisela;yescribíasobrelamesa,enmediodelahabitación.Hacialascuatro,entróelseñordeCisy.

GraciasaDussardier,lanocheanteriorsehabíapuestoenrelaciónconunaseñora;einclusolahabíaacompañadoencoche,consumarido,hastalapuertadesucasa,dondelehabíadadocita.Salíadeallí.Aquelnombreeradesconocido.

—¿Quéquiereustedquehaga?—dijoFrédéric.

EntonceselhidalgosefueporloscerrosdeÚbeda;hablódelaseñoritaVatnaz,delaandaluza, y de todas las demás. Por fin, conmuchas perífrasis, expuso el objeto de suvisita; fiándose de la discreción de su amigo, iba para que le ayudase en una gestión,despuésdelacualseconsideraríaunhombre;yFrédéricnolorechazó.ContólahistoriaaDeslauriers,sindecirlaverdadsobreloqueleconcerníapersonalmente.

Elpasanteencontróque«ahoraibamuybien».Estaatenciónasusconsejosaumentósubuenhumor.

Eraporellaporquienélhabíaseducido,desdeelprimerdía,alaseñoritaClémenceDavion,bordadoradeoropara equiposmilitares, lamásagradablepersonaquepudiesehaber, y esbelta como una caña, con grandes ojos azules, continuamente llenos deasombro.El pasante abusabade su candor, hasta hacerle creer que estaba condecorado;lucíaenelojaldesulevitaunacintarojaensusentrevistasasolas,peroselaquitabaenpúblico, para no humillar a su patrón, decía. Por lo demás, lamantenía a distancia, sedejaba acariciar comoun pachá y la llamaba «hija del pueblo» por reír. Ella le llevabacadavezunramilletedevioletas.Frédéricnohubieraqueridounamorsemejante.

Pero,cuandosalían,cogidosdelbrazo,parairdevisita,acasadePinsonodeBarillot,él sentíauna singular tristeza.Frédéricno sabíacuántohabíahechosufrir aDeslauriersdesdehacíaunaño,todoslosjueves,cuandosecepillabalasuñasantesdeiracenaralacalledeChoiseul.

Una tardeenque,desde loaltode subalcón,acababadeverlos salir,viode lejosaHussonnetsobreelpuentedeArcole.Elbohemiosepusoallamarloporseñas,yFrédéric,despuésdehaberbajadosuscincopisos:

—Setratadeesto:elpróximosábado,24,eslafiestadeMme.Arnoux.

—¿Cómo,sisellamaMaría?

—TambiénAngela, ¡no importa! Se festejará en su casa de campo, enSaint-Cloud;estoyencargadodeavisarle.Tendráuncocheasudisposiciónalastres,enelperiódico.Asíque,¡deacuerdo!Perdónporlamolestia.Perotengotantascosasquehacer.

AúnnohabíavueltolaespaldaFrédériccuandosuconserjeleentregóunacarta:«ElseñorylaseñoraDambreuserueganalsefíorF.Moreauleshagaelhonordeiracenarasucasaelsábado24delcorriente.R.S.V.P.».

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—Demasiadotarde—pensó.

Sinembargo,enseñólacartaaDeslauriers,elcualexclamó:

—¡Ah!¡porfin!Peronoparecescontento,¿porqué?

Frédéricdespuésdevacilarunpoco,dijoqueteníaparaelmismodíaotrainvitación.

—¡HágameelfavordemandarapaseolacalledeChoiseul!Déjatedetonterías.Voyacontestarporti,sinotemolesta.

Yelpasanteescribióunaaceptaciónentercerapersona.

Como no había visto el mundo más que a través de la fiebre de sus ansias, se loimaginabacomounacreaciónartificial,que funcionabaenvirtudde leyesmatemáticas.Una cena fuera, el encuentro con un hombre situado, la sonrisa de unamujer hermosapodían, por una serie de acciones deducidas las unas de las otras, tener resultadosgigantescos.Algunossalonesparisinoserancomoesasmáquinasquetomanlamateriaenestadobrutoyladevuelvencentuplicadadevalor.Creíaenlascortesanasqueaconsejanalosdiplomáticos,enlosmatrimoniosricosqueseconsiguenporintrigas,enelgeniodelospresidiarios, en ladocilidadde la suertemanipuladapor los fuertes.En fin, estimabaeltratodelosDambreusetanútil,yhablótanbienqueFrédéricnosabíaaquéatenerse.

Como era la fiesta de Mme. Arnoux, no podía dejar de hacerle un regalo; pensó,naturalmente,enunasombrilla,afinderepararlatorpezaquehabíatenido.Ahorabien,encontróunadesedatornasolada,conunpequeñomangodemarfilcinceladoqueveníadeChina.Perocostabacientocincofrancosyélno teníauncéntimo,puesvivíaacréditosconuntrimestreadelantado.Sinabrigo,éllaquería,estabaempeñadoencomprarla,y,apesardequeelgestolerepugnaba,recurrióaDeslauriers.

Deslaurierslecontestóquenoteníadinero.

—Mehacefalta—dijoFrédéric—,muchafalta.

—Podríasaveces…

—¿Qué?

—¡Nada!

Elpasantehabíacomprendido.Sacódesusfondoslacantidadencuestióny,despuésdeentregárselamonedaamoneda:

—¡Notereclamoreciboporqueestoyviviendoatusexpensas!

Frédéric le saltó al cuello, con mil pruebas de afecto. Deslauriers permaneció frío.Después,aldíasiguiente,viendolasombrillasobreelpiano:

—¡Ah!,¡eraparaeso!

—Talvezladevuelva—dijocobardementeFrédéric.

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La suerte le ayudó, pues recibió por la tarde una esquela orlada de negro en la queMme.Dambreuse, anunciándole la pérdida de un tío, se disculpaba por tener que dejarparamásadelanteelplacerdeconocerle.

Llegó a las dos a la oficina del periódico. En vez de esperarlo para llevarlo en sucoche,Arnouxhabíasalidolavíspera,noaguantandomássunecesidaddeairelibre.

Todoslosaños,albrotarlasprimerashojas,durantevariosdíasseguidossalíaporlamañana,dabalargascaminatasporelcampo,tomabalecheenlasgranjas,sedivertíaconlascampesinas,seinformabadelascosechasyllevabasemillasdelechugaensupañuelo.Porfin,haciendorealidadunviejosueño,sehabíacompradounacasadecampo.

MientrasFrédérichablabaaldependiente,apareciólaseñoritaVatnazysedisgustóalno ver aArnoux. Permanecería allí dos díasmás tal vez. El empleado le aconsejó que«fueseallá»;ellanopodíair;queescribieseunacarta;temíaqueseperdiese;Frédéricseofreció a llevarla en persona. Ella escribió una rápidamente y le hizo jurar que se laentregaríasinquenadieloviera.

CuarentaminutosdespuésélllegabaaSaint-Cloud.

Lacasa,cienpasosmásalládelpuente, seencontrabaen lamitadde lacolina.Losmurosdeljardínestabanocultospordosfilasdetilos,yunampliopradoseextendíahastalaorilladelrío.Comolacancilladelaverjaestabaabierta,Frédéricentró.

Arnoux, tendidosobre lahierba, jugabaconunacamadadegatitos.Estadistracciónparecíaabsorberletotalmente.LacartadelaseñoritaVatnazlesacódesutorpor.

—¡Diablos!¡Diablos!¡Quéfastidio!Tengoquemarchar.

Luego,despuésdehaberguardadolacartaensubolsillo,seentretuvoenenseñarlesufinca.Lemostrótodo,lacaballeriza,lacochera,lacocina.Elsalónestabaaladerechay,delladodeParís,dabaaunmiradorcargadoconunaclemátide.Pero,porencimadesuscabezas,resonaronunosgorgoritos.Mme.Arnoux,creyéndosesola,sedivertíacantando.Hacía gamas, tríos, arpegios. Había notas largas que parecíanmantenerse en suspenso:otrascaíanprecipitadas,comolasgotitasdeunacascada;ysuvoz,atravesandolacelosía,cortabaelgransilencioysubíahaciaelcieloazul.

Cesódeprontocuandosepresentarondosvecinos,elseñorylaseñoraOudry.

Luegoellamismaaparecióenloaltodelaescalinata;y,segúnbajabalosescalones,élentreviosupie.Llevabaunoszapatitosescotados,depielmarrónconreflejosdorados,contrespresillastransversalesquedibujabansobresusmediasunaespeciederejilladorada.

Llegaronlosinvitados.ExceptoelabogadoLefaucheur, losdemáseranlosinvitadosdelosjueves.Cadaunollevabasuregalo:Dittmer,unecharpesirio;Rosenwald,unálbumderomanzas;Burrieu,unaacuarela;Sombaz,supropiacaricatura,yPellerin,undibujoacarboncillo que representaba una danza macabra, espantosa fantasía de mediocre

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ejecución;Hussonnetfueelúnicoquenollevóregalo.

Frédéricesperóaquetodosofreciesenelsuyo.

Ellaseloagradeciómucho.Entonceséldijo:

—¡Pero…siescasiunadeuda!¡Medisgustétanto!

—¿Porqué?¡Nocomprendo!

—Lacena está servida—dijoArnoux, cogiéndole por el brazo; después, al oído—:¡Pocolistoqueesusted!

Nadaeramásagradablequeelcomedor,pintadodeuncolorverdeagua.Enunodelosextremos, una ninfa demármolmojaba la punta de su pie en un estanque en forma deconcha.Porlasventanasabiertasseveíatodoeljardínconellargocéspedflanqueadoporun viejo pino de Escocia casi sin hojas; macizos de flores la combaban de maneradesigual;y,másalládel río,seextendían,enampliosemicírculo,elbosquedeBolonia,Neuilly,Sèvres,Meudon.Delantedelaverjanavegabaenzigzagunalanchadevela.

Primeramente hablaron del panorama que tenían delante, después del paisaje engeneral;ylaconversaciónseanimabacuandoArnouxordenóasucriadoqueengancharaelcoche,hacialasnueveymedia.Unacartadesucontablelereclamabaenlaciudad.

—¿Quieresquevuelvacontigo?—dijoMme.Arnoux.

—¡Claro que sí!—y haciéndole una graciosa inclinación—: Usted sabe muy bien,señora,¡quenosepuedevivirsinusted!

Todoslafelicitaronportenertanbuenmarido.

—¡Ah!,peroesquenoestoysola—replicósuavemente,mostrandoasuhijita.

Después, reanudando la conversación, hablaron de pintura, de un tal Ruysdael, dequienArnouxesperabagananciasconsiderables,yPellerinlepreguntósieraciertoqueelfamosoSaúlMatíasdeLondreshabíaidoaofrecerleveintitrésmilfrancos.

—Nadamáscierto—y,volviéndoseaFrédéric:

—¡Es precisamente el señor con quien paseaba el otro día en el Alhambra, muy adisgusto,seloaseguro,puesesosinglesesnosondivertidos!

Frédéric, sospechando en la carta de la señorita Vatnaz algunas historias de mujer,había admirado la facilidad del señor Arnoux para encontrar un pretexto honrado paralargarse;perosunuevamentira,totalmenteinútil,ledejóconlabocaabierta.

Elcomercianteañadióentonosencillo:

—¿Cómollamaustedaesejovenaltoamigosuyo?

—Deslauriers—dijoenseguidaFrédéric.

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Ypararepararlasfaltasquehabíacometidoconél,loensalzócomounainteligenciasuperior.

—¡Ah!,¿deverdad?Puesnoparece tanbuenchicocomoelotro,elempleadode laagenciadetransportes.

Frédéric maldijo a Dussardier. Ella iba a pensar que él se relacionaba con genteordinaria.

Despuéshablarondecómosehermoseabalacapital,delosbarriosnuevos,yelbuenodeOudryllegóacitarentrelosespeculadoresalseñorDambreuse.

Frédéric,aprovechandolaocasióndehacersevaler,dijoqueloconocía.PeroPellerinlanzó una catilinaria contra los tenderos; vendedores de velas o usureros, para él todoseraniguales.Después,RosenwaldyBurrieucharlarondeporcelanas;Arnouxhablabadejardinería con la señora Oudry; Sombaz, gracioso de la vieja escuela, se entretenía enhacerbromasasumarido;lellamabaOdry,comoelactor;declaróquedebíadedescenderdeOudry,elpintordeperros,pueslajorobadelosanimalesseveíaensufrente.Quisoinclusopalparlelacabeza,elotrosedefendíaacausadesupeluca;yelpostreterminóencarcajada.

Despuésdequetomaroncafébajolostilosyfumaron,dieronvariasvueltasaljardín,yluegosefueronapasearalolargodelrío.

Elgruposedetuvodelantedeunpescadorquelimpiabaanguilasenunapescadería.LaseñoritaMarthequisoverlas.Elvaciólacajasobrelahierba;ylaniñaseechóderodillasparacogerlas,reíadeplacer,gritabademiedo.Todasseperdieron.Arnouxlaspagó.

Luegoselesocurriódarunpaseoencanoa.

Unladodelhorizonteempezabaapalidecermientrasqueporelotroseextendíaenelcielo una ancha faja de color púrpura en la cima de las colinas, que estabancompletamentenegras.Mme.Arnouxpermanecía sentadaenunagranpiedra conaquelgran resplandor de incendio a su espalda. Las otras personas andaban de acá para alla;Hussonnet,albordedelrío,hacíarebotarpiedrassobreelagua.

Arnouxregresóllevandounaviejachalupaenlaque,apesardelasrecomendacionesmásprudentes,apilóasusinvitados.Labarcasehundía;huboquedesembarcar.

Yahabíavelasencendidasenelsalón,todotapizadodeteladePersia,concandelabrosdecristalenlasparedes.LaseñoraOudrydormíaplácidamenteenunabutaca,ylosdemásescuchabanaM.Lefaucheur,quedisertabasobrelasgloriasdelaabogacía.Mme.Arnouxestabasolaenelhuecodelaventana.Frédéricseacercóaella.

Hablarondeloquesecomentaba.Ellaadmirabaalosoradores;élpreferíalagloriadelosescritores.Peroseteníaquesentir,replicóella,unamayorsatisfacciónenmoveralasmasasdirectamenteunomismoqueenverquesetransmitenalalmadelosdemástodos

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los sentimientos de la propia. Estos triunfos apenas tentaban a Frédéric, que no teníaningunaambición.

—¡Ah!¿porqué?—dijoella—.Hayqueserunpocoambicioso.

Estabanelunocercadelotro,depie,enelhuecodelaventana.Lanocheseextendíadelantedeellos,comouninmensovelooscuropunteadodeplata.Eralaprimeravezqueno hablaban de cosas insignificantes. Él llegó incluso a conocer sus antipatías y susgustos:algunosperfumeslehacíandaño,loslibrosleinteresaban,ellacreíaenlossueños.

Elabordóelcapítulodelasaventurassentimentales.Ellasequejabadelosdesastresde lapasión,perosesublevabacontra impurezashipócritas;yesta rectitudde intenciónarmonizabatanbienconlabellezaclásicadesurostroqueparecíadependerdeella.

Aveces ella sonreía, posando sobre él sumiradaunminuto.Entonces él sentía queaquellasmiradaspenetrabanensualmacomoesosgrandesrayosdesolquedesciendenhastaelfondodelagua.Éllaqueríasinreservas,sinesperanzadesercorrespondido,deuna manera absoluta; y en estos mudos transportes, semejantes a impulsos dereconocimiento,hubieraqueridocubrirsufrenteconunalluviadebesos.Sinembargo,unimpulsointeriorlesacabacomofueradesí;eraundeseodesacrificarse,unanecesidaddeentregainmediata,ytantomásfuertecuantoquenopodíasaciarla.

Élnomarchóconlosotros,Hussonnettampoco.Teníanqueregresarenelcoche;ylaamericanaesperabadelantedelaescalinatacuandoArnouxbajóaljardínparacogerrosas.Luego, habiendo atado el ramillete con un hilo, como los tallos sobresalían desiguales,buscóenelbolsillo, llenodepapeles,cogióunoalazar, lasenvolvió, rematósu trabajoconunfuertealfileryseloofrecióasumujerconunaciertaemoción.

—Toma,querida,perdónameporhaberteolvidado.

Peroellalanzóunpequeñogrito;elalfiler,torpementepuesto,lahabíaherido,ysubióasuhabitación.Laesperaroncercadeuncuartodehora.Porfin,reapareció,secogióaMartaysemetióenelcoche.

—¿Yturamillete?—dijoArnoux.

—¡No,no!novalelapena.

Frédériccorríaparairacogerlo;ellalegritó:

—¡Noquiero!

Prontovolvióconél,diciendoqueacababadeenvolverlo,pueshabíaencontradolasfloresenelsuelo.Ellalasmetióenelbolsodecuerodelasientoypartieron.

Frédéric,sentadoal ladodeella,notóque temblabahorriblemente.Después,cuandopasaronelpuente,comoArnouxgirabaalaizquierda:

—¡Queno!¡Teequivocas!,porallá,¡aladerecha!

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Parecía irritada; todo lemolestaba. Por fin, comoMarta se había quedado dormida,sacó el ramillete y lo echó por la portezuela, después cogió por el brazo a Frédérichaciéndoleseñas,conlaotramano,dequenohablasemásdelasunto.

Después,ellaaplicóelpañueloasuslabiosynosemovió.

Los otros dos, en el asiento, hablaban de imprenta, de suscriptores. Arnoux, queconducíadistraído,seperdióenelbosquedeBolonia.Entoncessemetieronporpequeñoscaminos estrechos. El caballo iba al paso; las ramas de los árboles rozaban la capota.FrédéricnopercibíadeMme.Arnouxmásquesusdosojos,enlasombra;Martasehabíaacostadoenelregazodesumadreyéllesosteníalacabeza.

—¿Lecansa?—dijosumadre.

Élrespondió:

—¡No!¡Oh!,¡no!

Selevantabanlentosremolinosdepolvo;atravesabanAuteuil;todaslascasasestabancerradas, de vez en cuando una farola alumbraba la esquina de una pared, despuésvolvieronaentrarenlaoscuridad,lastinieblas;unavezlaviollorar.

¿Era un remordimiento?, ¿un deseo?, ¿qué era? Esta pena, que él no conocía, lepreocupaba como cosa personal; ahora había entre ellos un nuevo lazo, una especie decomplicidad;yledijoconlavozmáscariñosaquepudo:

—¿Sufreusted?

—Sí, un poco —replicó ella. El coche seguía su marcha y las madreselvas y lasjeringuillas desbordaban los cierres de los jardines, echaban en la noche bocanadas deoloresenervantes.Losnumerososplieguesdesuvestidocubríansuspies.Élcreíaestarcomunicando con toda su persona pormedio de aquel cuerpo de niña, extendido entreellos.Seinclinóhacialaniñay,apartandosushermososcabelloscastaños,labesóenlafrente.

—Ustedesbueno—dijoMme.Arnoux.

—¿Porqué?

—Porquelegustanlosniños.

—Notodos.

Nodijonadamás,peroextendiólamanoizquierdadesuladoyladejócompletamenteabierta, imaginándose que ella iba a hacer, quizás como él y que encontraría la suya.Despuéstuvovergüenzaylaretiró.

Pronto llegaron al adoquinado. El coche iba más de prisa, las luces de gas semultiplicaron:eraParís.Hussonnet,delantedelGuardaMuebles,saltódelasiento.

Frédéric esperó para bajar a que llegasen al patio; después se puso al acecho en la

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esquinadelacalledeChoiseuilyvioaArnouxquesubíadespaciohacialosbulevares.

Desdeeldíasiguientesepusoaestudiarcontodassusfuerzas.

Seveíaenlaaudiencia,enunatardedeinvierno,alfinaldelasactuaciones,cuandolos jurados están pálidos y el público expectante hace reventar las vallas de la sala;después de haber hablado durante cuatro horas, resumiendo todas sus pruebas,descubriendootrasnuevasysintiendoacadafrase,acadapalabra,acadagestoalzarselacuchilla de la guillotina, suspendida detrás de él; después, en la tribuna de la Cámara,oradorquellevaensuslabioslasalvacióndetodounpueblo,ahogandoasusadversariosconsusprosopopeyas,aplástandolosconunaréplica,conrayosyentonacionesmusicalesenlavozirónica,patética,arrebatada,sublime.Ellaestaríaallí,enalgúnlugar,enmediodelosdemás,ocultandobajoelvelosuslágrimasdeentusiasmo;sevolveríanaencontrarenseguida;y losdesánimos, lascalumniasno lealcanzaríansiella ledijese«¡Ah!, ¡quéhermosoeseso!»mientraslepasabaporlafrentesusmanossuaves.

Estasimágenesbrillaban,comofaros,enelhorizontedesuvida.Suánimo,excitado,se hizomás ligero ymás fuerte. Se encerró hasta elmes de agosto y aprobó su últimoexamen.

Deslauriers,quetantolehabíainsistidoenquevolvieraapresentarélsegundoexamenal final de diciembre, y el tercero en febrero, se asombraba de su ardor. Entoncesrenacieron las viejas esperanzas. Dentro de diez años Frédéric tenía que ser diputado;dentrodequince,ministro;¿porquéno?Consuherencia,queprontoibaacobrar,podía,primeramente, fundarunperiódico; éste sería el comienzo;después, ya severía.Por suparte, él ambicionaba una cátedra en la Escuela de Derecho; y defendió su tesis tanbrillantementequemereciólafelicitacióndelosprofesores.

Frédéric pasó la suya tres días después. Antes de irse de vacaciones se le ocurrióorganizarunagiracampestreparaclausurarlasreunionesdelossábados.

Semostró contento.Mme.Arnoux estaba ahora con sumadre en Chartres. Pero élvolveríaaverlapronto,yacabaríasiendosuamante.

Deslauriers, admitido el mismo día en la academia de prácticas de los jóvenesabogadosdeOrsay,habíapronunciadoundiscursomuyaplaudido.Aunqueerasobrio,seemborrachó,yalospostresdijoaDussardier:

—¡Túsiqueereshonrado!Cuandosearico,tenombrarémiadministrador.

Todoelmundoestabacontento;Cisyno terminariasucarreradeDerecho,Martinoniba a continuar sus prácticas en provincias, donde sería sustituto; Pellerin se disponía apintarungrancuadroque figuraba«ElGeniode laRevolución»;Hussonnet, la semanasiguiente,debíaleeraldirectordeDélassementselplandeunaobradeteatro,ynodudabadeléxito.

—Pueslaestructuradeldramamelaadmiten.Laspasiones,hecorridobastantepara

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conocerbienelpaño;encuantoalosrasgosdeingenio,¡esmioficio!

EstachiquilladanohizograciaaSénécal.Acababadeserexpulsadodelcolegiodondeenseñaba por haber pegado al hijo de un aristócrata. Sumiseria aumentaba, atacaba elordensocial,maldecíaalosricos;ysedesahogóconRegimbart,elcualestabacadavezmás desilusionado, entristecido, asqueado. El Ciudadano se interesaba ahora por lascuestionespresupuestariasyacusabaalaCamarilladeperdermillonesenArgelia.

Como no podía dormir sin hacer un alto en el cafetínAlexandre, desapareció a lasonce.Losotrosseretirarondespués;yFrédéric,aldespedirsedeHussonnet,seenteródequeMme.Arnouxdebíahaberllegadolavíspera.

Asíquefuealdespachodebilletesacambiarsuplazaparaeldíasiguiente,y,hacialasseis de la tarde, se presentó en su casa. El conserje le dijo que ella había aplazado suregresounasemana.Frédériccenósolo,despuésvagabundeóporlosbulevares.

Unasnubesdecolorrosaenformadechalessealargabanporencimadelostejados;empezabanalevantarlostoldosdelastiendas;cochesderiegoderramabanunalluviafinasobreelpolvo,yun frescor inesperadosemezclabaa lasemanacionesde loscafésquedejabanverporsuspuertasabiertas,entrecubiertosdeplataydorados, ramosde floresque se reflejaban en los altos espejos. La gente caminaba despacio. Había grupos dehombreshablandoenmediodelaacera;ypasabanmujeresconunosojoslánguidosyesetonodecameliaquedaalascarnesfemeninaselcansanciodelosgrandescalores.Algoenorme se extendía, envolvía las casas.NuncaParís le había parecido tanhermoso.Noveíaensuporvenirmásqueunainterminableseriedeañostodosllenosdeamor.

PasópordelantedelteatrodelaPorte-Saint-Martinamirarlacartelera;y,paramatarsuocio,compróunaentrada.

Representabanunaviejacomediademagia,habíapocopúblico;y,en los tragalucesdelgallinero, la luzserecortabaencuadraditosazules,mientrasquelosquinquésdelascandilejasformabanunasolalíneadelucesamarillas.Laescenarepresentabaunmercadode esclavos en Pekín, con campanillas, tantanes, sultanes, gorros puntiagudos yretruécanos.Después,eneldescansodelafunción,anduvoporelsaloncillo,solitario,yadmiróenelbulevaralpiedelaescalinataungranlandoverde,conloscaballosblancoscuyasbridassosteníauncocherodecalzóncorto.

Volvíaasu localidadcuando,enelbalcón,enelprimerpalcodeproscenioentraronunaseñorayunseñor.Elmaridoteníaunacarapálida,cercadaporunhilitodebarbagris,lainsigniadelaLegióndeHonor,yeseaspectoglacialqueseatribuyealosdiplomáticos.

Sumujer,veinteañosporlomenosmásjovenqueél,nialtanibaja,nifeaniguapa,llevabasupelorubioentirabuzonesalainglesa,unvestidodecorpiñolisoyunamplioabanicodeencajenegro.Paraquegentedesemejanteclasehubiesevenidoalespectáculoenaquella temporada,habíaque suponerunacasualidadoel aburrimientodepasarunaveladasolosfrenteafrente.Ladamamordisqueabasuabanicoyelcaballerobostezaba.

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Frédéricnopodíarecordardóndehabíavistoaquellacara.

Enelentreactosiguiente,atravesandounpasillo,losencontróalosdos;alesbozodesaludo que hizo el señor Dambreuse, al reconocerlo, le abordó y se disculpóinmediatamentededescuidosimperdonables.Eraunaalusiónalasnumerosastarjetasdevisita que Frédéric le había enviado a casa, siguiendo los consejos del pasante. Sinembargo,confundíalasépocas,creyendoqueFrédéricestabaensegundoañodeDerecho.Despuésledijoqueleenvidiabaporirsedevacacionesalcampo.Éltambiénnecesitaríadescansar,perolosnegocioslereteníanenParís.

La señora Dambreuse, apoyada en su brazo, inclinaba ligeramente la cabeza; y suexpresiónvivayalegrecontrastabaconlacaradepenadehacíauninstante.

—Sinembargo,aquí,haybuenasdistracciones—añadióellaalasúltimaspalabrasdesumarido—.¡Quéespectáculomástonto!¿verdad,señor?—ylostressequedarondepie,charlandodeteatroydeestrenos.

Frédéric,acostumbradoalasmuecasdelasburguesasdeprovincia,nohabíavistoenningunamujersemejantedesenvolturademaneras,esasencillez,queesunrefinamiento,yenlaquelosingenuoscreenverlaexpresióndeunasimpatíainstantánea.

Contabanconélparacuandovolviera;elseñorDambreuselediorecuerdosparaeltíoRoque.Alvolveracasa,FrédéricnodejódecontarestaacogidaaDeslauriers.

—¡Estupendo!—replicó el pasante, y— ¡no te dejes enredar por tumadre! ¡Vuelvepronto!

Aldíasiguientedesullegada,despuésdelacomida,Mme.Moreausefueconsuhijoaljardín.

Se consideró feliz al verle con la carrera terminada, pues no eran tan ricos comocreían;latierradabapoco;loscaserospagabanmal;ellainclusosehabíavistoobligadaavenderelcoche.Enfin,leexpusolasituación.

Enlosprimerosapurosdespuésdelamuertedesumarido,unhombreastuto,elseñorRoque, le había hecho préstamos de dinero, que fueron renovados en contra de suvoluntad. Él había ido a reclamarlos de pronto y ella había tenido que aceptar suscondiciones, cediéndole a un precio irrisorio la finca de Presles.Diez años después, sucapitaldesaparecíaenlaquiebradeunbanquero,enMelun.Porhorroralashipotecasyparaconservaraparienciasútilesalporvenirdesuhijo,comoeltíoRoquesepresentabade nuevo, ella lo había escuchado otra vez. Pero ahora no debía nada.En resumen, lesquedaban aproximadamente unos diez mil francos de renta, de los cuales dos miltrescientoseranparaél,¡todosupatrimonio!

—¡Noesposible!—exclamóFrédéric.

Ellahizounmovimientodecabeza,significandoqueaquelloeramuyposible.

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¿Perosutíoledejaríaalgo?

¡Nadahabíamenosseguro!

Ydieronunavueltaporeljardín,sinhablar.Porfin,ellaloestrechócontrasupechoy,conlavozahogadaenlágrimas:

—¡Ah,pobrehijomío!¡Nosabesacuántossueñoshetenidoquerenunciar!

Frédéricsesentóenelbancoalasombradelagranacacia.

Lo que ella le aconsejaba era que se emplease de pasante del señor Prouharam,procurador judicial, el cual,más adelante, le cedería su bufete; si lo prestigiaba, podríavenderloyencontrarunbuenpartido.

Frédéric ya no oía. Miraba maquinalmente por encima del seto al otro huerto, enfrente.Unaniñadeunosdoceaños,depelorojo,estabaallí,completamentesola.Sehabíahecho unos pendientes con sorbas; su corpiño de tela gris dejaba al descubierto sushombros,unpocodoradosporelsol;sobresufaldablancahabíamanchasdemermelada;yhabíacomounagraciadejovensalvajeentodasupersona,alaveznerviosaydelicada.Lapresenciadeldesconocidoleextrañaba,sinduda,puessehabíadetenidobruscamente,consuregaderaenlamanoclavándolesuspupilasdeunverdeazullímpido.

—EslahijadelseñorRoque—dijoMme.Moreau.

¡Elacababadecasarseconsucriadaydelegitimarasuhija!

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CAPÍTULOVI

¡Arruinado,despojado,perdido!

Se había quedado en el banco como atolondrado por una conmoción.Maldecía susuerte, habría querido pegar a alguien; y, para colmo de su desesperación, sentía pesarsobre él una especie de ultraje, un deshonor; pues Frédéric había imaginado que suherenciapaternaalcanzaríaundíaquincemil librasde rentayse lohabíadichodeunamanera indirecta a los Arnoux. Iba, pues, a pasar por un fanfarrón y un bromista, ¡unoscuropicaroque se leshabíametidoencasaesperandoalgúnprovecho!Yella,Mme.Arnoux,¿cómovolveraverlaahora?

Porotraparte,estoeracompletamenteimposible,noteniendomásquetresmilfrancosde renta. No podía seguir viviendo en un cuarto piso, tener por criado al portero ypresentarse conpobres guantes negros azulados por la punta, un sombrero grasiento, lamisma levita todo el año. ¡No!, ¡no!, ¡nunca! Sin embargo, la vida sin ella le erainsoportable.Muchosvivíanbiensintenerfortuna,Deslauriersentreotros;yseacobardóde conceder tanta importancia a cosas mediocres. Tal vez la miseria centuplicase susfacultades.Seanimópensandoenlosgrandeshombresquetrabajabanenlasbuhardillas.Un alma como la deMme. Arnoux tenía que emocionarse ante este espectáculo, y seenternecería. Así que esta catástrofe era una felicidad, después de todo; como esosterremotosquedejan tesorosaldescubierto, lehabía revelado las riquezasocultasdesunaturaleza.Peronoexistíaenelmundomásqueunsolo lugarparaexplotarlas: ¡París!,puesensumente,elarte,lacienciayelamor(esastrescarasdeDios,comohabríadichoPellerin)dependíanexclusivamentedelacapital.

Porlanochedeclaróasumadrequevolveríaallí.Mme.Moreausemostrósorprendidae indignada. Era una locura, un absurdo. Mejor le sería seguir sus consejos, es decir,quedarse a su lado, en un bufete. Frédéric se encogió de hombros: «¡Vamos!»,considerandoestaproposicióncomouninsulto.

Entonces la buena señora empleó otro método. Con una voz tierna y con sollozosentrecortados,empezóahablarledesusoledad,desuvejez,delossacrificiosquehabíahecho.Ahoraquesesentíamásdesgraciada,él laabandonaba.Después,aludiendoasupróximofin:

—¡Unpocodepaciencia,porDios!¡Prontoestaráslibre!

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Estaslamentacionesserepitieronveintevecesaldíadurantetresmeses;y,almismotiempo,losmimosdelhogarlecorrompían;gozabateniendounacamamásblanda,toallassin remendar, demanera que, vencido por la terrible fuerza de la suavidad, Frédéric sedejóllevaracasadelabogadoProuharam.

Eneldespachonodiomuestrasnideciencianideaptitudes.Lehabíanconsideradocomo un joven de grandes facultades, que iba a ser la gloria de la provincia. Fue unadecepciónpública.

Primerosehabíadicho:«HayqueavisaraMme.Arnoux»yduranteunasemanahabíameditadocartasditirámbicasycortasesquelasenestilo lapidarioysublime.Elmiedoaconfesarsusituaciónledetenía.Despuéspensóqueeramejorescribiralmarido.Arnouxtenía experiencia de la vida y sabría comprenderlo. Por fin, después de quince días detitubeos:

«¡Bah!, ¡no he de volver a verlos!, ¡que me olviden! Al menos no habré caídodemasiadobajoensurecuerdo.Mecreeránmuerto,ymeecharándemenos…talvez».

Como las resoluciones extremas no le costaban mucho, se había jurado no volvernuncaaParíseinclusonosaberdeMme.Arnoux.

Sinembargo,echabademenoshastaelolordelgasyeljaleodelosómnibus.Soñabacontodas laspalabrasque lehabíandicho,conel timbredesuvoz,conelbrillodesusojos,y,considerándosecomounhombremuerto,yanohacíaabsolutamentenada.

Selevantabamuytardeymirabaporlaventanalostirosdeloscochesquepasaban.Losseisprimerosmesesfueronabominables.

Algunosdías, sinembargo, sesentíamuy indignadoconsigomismo.Entoncessalía.Se iba por los prados, medio cubiertos en invierno por los desbordamientos del Sena.Hilerasdechoposlosseparan.Devezencuandoselevantaunpequeñopuente.Andabaerrante,vagabundohasta lanochepisandohojas secas,aspirando labruma, saltando laszanjas; amedidaque susarterias latíanconmás fuerza, sedejabavencerpordeseosdeacción furiosa; quería hacerse trampero en América, servir a un pachá en Oriente,embarcarsecomomarinero;yexpresabasumelancolíaenlargascartasaDeslauriers.

Este se esforzaba por abrirse paso. La conducta cobarde de su amigo y sus eternaslamentaciones leparecían estúpidas.Prontodejaronde escribirse.FrédérichabíadejadotodossusmueblesaDeslauriers,queconservabasuapartamento.Sumadrelehablabadeestodevezencuando;porfin,undía,éldeclaróqueseloshabíaregalado,yellaleestabariñendocuandoélrecibióunacarta.

—¿Quétepasa?—ledijoella—,¡estástemblando!

—Notengonada—respondióFrédéric.

Deslauriers le informaba que había recogido a Sénécal; y desde hacía quince días

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vivíanjuntos.¡AsíqueSénécalahoragozabadetodaslascosasqueprocedíandecasadeArnoux!Podíavenderlas,hacercomentariossobreellas,bromas.Frédéricsesentíaheridohastaelfondodesualma.Subióasuhabitación.Teníaganasdemorir.

Sumadrelellamó.Eraparaconsultarlesobreunaplantaciónenelhuerto.

Estehuerto,enformadeparqueinglés,estabadivididoenelmedioporuncierredemadera,ylamitadpertenecíaalseñorRoque,queteníaotroparalasverdurasaorilladelrío.Losdosvecinos,enfadados,seabsteníandeaparecerporallíalasmismashoras.Pero,desdequeFrédérichabíavuelto,elbuenseñorsepaseabaporélconmásfrecuenciaynoescatimaba los cumplidos alhijode la señoraMoreau.Locompadecíaporvivir enunaciudadpequeña.UndíacontóquelaseñoraDambreusehabíapreguntadoporél.Otravez,él se extendió sobre la costumbre de Champaña, de heredar título de nobleza desde elvientredelamadre.

—En aquella época usted habría sido un señor, pues su madre se apellidaba DeFouvens. Y pormucho que se diga, ¡vamos! ¡un nombre es algo!Después de todo—añadió,mirándoloconairetravieso—esodependedelministrodeJusticia.

Esta pretensión de aristocracia no iba bien a su persona. Como era de pequeñaestatura, su gran levitamarrón exageraba la longitud de su tórax.Cuando se quitaba lagorra,seveíaunacaracasifemeninaconunanarizexageradamentepuntiaguda;supelo,decoloramarillo,parecíaunapeluca;saludabaa lagenteenvozmuybaja, rozando lasparedes.

Hasta los cincuenta años se había contentado con los servicios de Catherine, unalorenesadelamismaedadqueél,marcadadeviruela.Pero,hacia1834,llevódeParísaunaguaparubiaconcaradecorderoy«portedereina».Prontolavieronpavonearsecongrandespendientes,ytodoseexplicóporelnacimientodeunaniña,quefueinscritaconlosnombresdeElisabeth-Olympe-LouiseRoque.

Catherine,celosa, esperabaodiaraestaniña.Porel contrario, laquiso.La rodeódeatenciones y de mimos, para suplantar a su madre y conseguir que la niña la odiase,empresafácil,pueslaseñoraEléonoredescuidabaporcompletoalapequeña,prefiriendopararseacharlarconlosproveedores.Aldíasiguientedesuboda,fueahacerunavisitaalasubprefectura,dejódetutearalascriadas,ycreyóquedebía,porbuentono,mostrarsesevera con su hija. Ella asistía a sus lecciones; el profesor, un viejo funcionario delayuntamiento,no sabíacómoarreglárselas.Laalumnase sublevaba, recibíabofetadaseibaaconsolarsealregazodeCatherine,queinvariablementeledabalarazón.Entonceslasdosmujeresdiscutían,elseñorRoquelashacíacallar.Sehabíacasadoporamorasuhijaynoqueríaquelahiciesensufrir.

Amenudolaniña llevabaunvestidoblancotodorotoyunpantalónconadornosdeencaje;yenlasgrandesfiestassalíavestidacomounaprincesaparamortificarunpocoalosburgueses,queimpedíanasushijostratarlaacausadesunacimientoilegítimo.

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Ellavivíasola,ensuhuerta,semecíaenelcolumpio,corríadetrásdelasmariposas;después,depronto, separabaacontemplar las cetoniasquecaían sobre las cañas.Eranesos hábitos, sin duda, los que daban a su cara una expresión a la vez de audacia y deensueño.Tenía la estaturadeMarta, porotraparte, demodoqueFrédéric le dijo en susegundaentrevista:

—¿Mepermitequelabese,señorita?

Laniñalevantólacabezayrespondió:

—Conmuchogusto.

Perolesseparabalavallademadera.

—Hayquesubirporencima—dijoFrédéric.

—No,¡ráptame!

Seinclinóporencimadelsetoycogiéndolaporelextremodesusbrazoslabesóenlasdosmejillas;despuéslavolvióaponerensuhuerta,porelmismoprocedimiento,queserenovólasvecessiguientes.

Sinmásreservaqueunaniñadecuatroaños,cadavezqueoíavenirasuamigo,corríaasuencuentro,obien,escondiéndosedetrásdeunárbol,lanzabaunladridodeperroparaasustarlo.

Un día que Mme. Moreau había salido, él la hizo subir a su habitación. La niñadestapólosfrascosdeperfumeyseperfumóelpeloabundantemente;luego,sinelmenorreparo,seacostóenlacamadondepermaneciótendidaatodololargo,despierta.

—Meimaginoquesoytumujer—decía.

Aldíasiguientelaviotodallorosa.Leconfesóque«llorabasuspecados»y,comoélintentaseconocerlos,ellalecontestóbajandolosojos:

—Nomepreguntesmás.

Seacercabalaprimeracomunión;lahabíanllevadoporlamañanaaconfesarse.

El sacramento apenas la hizo más formal. A veces le entraban verdaderas cóleras;recurríanalseñorFrédéricparacalmarla.

Amenudoéllallevabaconsigoensuspaseos.

Mientras que él soñaba caminando, ella cogía amapolas a orilla de los trigales, y,cuando lo veía más triste que de costumbre, ella trataba de consolarle con palabrasamables.Sucorazón,sinamor,serefugióenestaamistaddeniña,élledibujabamuñecos,lecontabacuentosyempezóahacerlelecturas.

ComenzóporlaAnalesrománticos,unaantologíadeversoyprosaentoncescélebre.Luego, sin tener en cuenta su edad, tanto le encantaba su inteligencia, le leyó

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sucesivamenteAtala,Cinq-Mars,Lesfeuillesd’automne.Perounanoche(ellahabíaoídoMacbethenlasencillatraduccióndeLetourneur)sedespertógritando:«¡Lamancha!,¡lamancha!». Sus dientes castañeteaban, temblaba, y, fijando unos ojos de espanto en sumano derecha, la frotaba diciendo: «¡Sigue habiendo una mancha!». Por fin, llegó elmédico,queordenóleevitasenlasemociones.

Los burgueses no vieron en esto más que un pronóstico desfavorable para suscostumbres.Sedecíaque«elhijodeMoreau»queríahacerdeellamásadelanteunaactriz.

Pronto se trató de otro acontecimiento, a saber, la llegada del tío Barthélemy. LaseñoraMoreau le cedió sudormitorioy llevó sucondescendenciahastaponer carne losdíasdeabstinencia.

Elviejoestuvomedianamenteamable.HacíaperpetuascomparacionesentreElHavreyNogent,cuyaatmósferaencontrabapesada,elpanmalo,lascallesmalpavimentadas,lacomidamediocreyloshabitantesunosperezosos:«¡Quécomerciomáspobrehayaquí!».Censuró las extravagancias de su difunto hermano, mientras que él había reunidoveintisietemillibrasderenta.Porfin,alfinaldelasemana,yenelestribodelcoche,soltóestaspalabrastranquilizadoras:

—Estoymuycontentodesaberqueestáisenbuenaposición.

—Noheredarásnada—dijolaseñoraMoreaualvolveralasala.

Élhabíaidosóloporquelehabíaninsistido;yduranteochodías,ellahabíahecholoposibleparaquesefranquease,demaneramuyclaratalvez.Estabaarrepentidadehaberactuadoypermanecíaensusillón,lacabezabaja,loslabiosapretados.Frédéric,enfrentede ella, la observaba y los dos seguían callados, como hacía cinco años, al regreso deMontereau.Estacoincidenciaalpresentarseasupensamiento,lerecordóaMme.Arnoux.

En este momento estallaron bajo la ventana unos latigazos, al mismo tiempo quealguienlosllamaba.

Era el tío Roque, solo en su coche. Iba a pasar todo el día a la Fortelle e invitabacordialmenteaFrédéricaqueloacompañara.

—Nonecesitainvitaciónconmigo,nosepreocupe.

Frédéric tuvo ganas de aceptar. Pero ¿cómo explicaría su presencia enNogent?Noteníatrajedeveranodecente;enfin,¿quédiríasumadre?

Desde entonces, el vecino se mostró menos amistoso. Louise crecía. MadameEléonorecayóenfermadecuidado;yeltratoseenfrió,congransatisfaccióndelaseñoraMoreau,temerosadequetalamistadperjudicaselasituacióndesuhijo.

Ella soñaba con comprarle el cargo de escribano del tribunal; Frédéric no hacíademasiados ascos a esta idea.Ahora, él la acompañaba amisa, jugaba por la noche supartida de imperial y se acostumbraba a la vidade pueblo, semetía en él; e incluso su

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amorhabíaadquiridounaciertatranquilidadfúnebre,unacalmademodorra.Afuerzadehaberderramadosudolorensuscartas,dehaberlomezcladoasuslecturas,paseadoporelcampo, esparcido por todas partes, casi lo había agotado, secado de modo que Mme.Arnoux era para él comounadifunta cuya tumba se extrañabade no conocer, hasta talpuntoesteafectosehabíavueltotranquiloyresignado.

Undía,el12dediciembrede1845,hacialasnuevedelamañana, lacocinerasubióuna carta a la habitación. La dirección, en grandes caracteres, era de una letradesconocida;yFrédéric,mediodormido,noseapuróaabrirla.Porfin,leyó:

JuzgadodePazdeElHavre,3.erdistrito.

Señor:

Habiendofallecido«abintestato»sutío,elseñorMoreau…

Élheredaba.

Comosihubieraestalladounincendiodetrásdelapared,saltódelacama,descalzo,en camisa; se pasó lamano por la cara, dudando de lo que veía, creyendo que seguíasoñando,yparareafirmarseenlarealidad,abriólaventanadeparenpar.

Habíanevado;lostejadosestabanblancos;einclusoreconocióenelpatiounatinaderopaquelehabíahechotropezarlavísperaporlanoche.

Releyólacartatresvecesseguidas;nadamáscierto,todalafortunadeltío.Veintemillibras de renta. Y un gozo frenético le conmovió ante la idea de volver a ver aMme.Arnoux.Conlaclaridaddeunaalucinación,sevioalladodeella,ensucasa,llevándolealgúnregaloenpapeldeseda,mientrasquesutílburyestacionabaalapuerta,no,uncupémás bien, con su criado de librea oscura; oía piafar el caballo y el ruido de la barbadaconfundiéndose con el susurro de sus besos. Esto se renovaría todos los días,indefinidamente.Losrecibiríaensucasa;elcomedorseríadecuerorojo,elsaloncitodeseda amarilla, divanes por todas partes, ¡y qué estanterías, qué jarrones deChina! ¡quéalfombras! Estas imágenes se agolpaban de manera tan tumultuosa que sentía que lacabeza ledabavueltas.Entoncesseacordódesumadre;ybajósinsoltar lacartadesumano.

LaseñoraMoreautratódecontenersuemociónytuvoundesmayo.Frédériclacogióenbrazosylabesóenlafrente.

—¡Madrebuena,puedesrescatarahoratucoche;ríe,nollores,séfeliz!

Diez minutos después la noticia circulaba hasta los barrios extremos. Entonces,Benoist, el señor Chamblin, el señor Chambion, todos los amigos acudieron. Frédéricdesapareció unminuto para escribir aDeslauriers.Aparecieron otras visitas. Pasaron latarde recibiendo felicitaciones.Olvidaban a lamujer deRoque, que ahora estaba «muyabajo».

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De noche, cuando los dos estuvieron solos, la señoraMoreau dijo a su hijo que leaconsejabaseestableciesedeabogadoenTroyes.Siendomásconocidoensutierraqueenotrositio,podríaencontrarfácilmentepartidosmuyventajosos.

—¡Ah!,esoesdemasiadofuerte—exclamóFrédéric.

Apenasteníalafelicidadensusmanos,queríanarrebatársela.ManifestósuresoluciónformaldevivirenParís.

—¿Quévasahacerallí?

—¡Nada!

LaseñoraMoreau,sorprendidadesusmaneras,lepreguntóquéqueríaser.

—Ministro—replicóFrédéric.

Yafirmóquenobromeabaenabsoluto,quepretendíadedicarsealadiplomacia,quesusestudiosysuvocaciónleempujabanaello.EntraríaenelConsejodeEstado,conlaproteccióndelseñorDambreuse.

—¿Loconoces,pues?

—¡Claroquesí!,poreltíoRoque.

—¡Quéraroesesto!—dijolaseñoraMoreau.

Habíadespertado en el corazónde sumadre susviejos sueñosde ambición.Ella sedejóllevarynovolvióahablardelosotros.

Sihubierahechocasodesu impaciencia,Frédérichabríamarchado inmediatamente.Al día siguiente, todas las plazas de la diligencia estaban comprometidas. Tuvo queaguantarsehastaelotrodía,alassietedelatarde.

Se disponía a cenar, cuando sonaron en la iglesia tres campanadas, y la criada, alentrar,anuncióquelaseñoraEléonoracababadefallecer.

Estamuerte,despuésdetodo,noeraunadesgraciaparanadie,nisiquieraparasuhija.Lachicanodejaríadeencontrarsemejor,másadelante.

Como las dos casas estaban pegadas, se oía un gran movimiento, un ruido deconversaciones;yelpensarquehabíauncadáveralladodecasaponíauntintefúnebreasuseparación.LaseñoraMoreau,pordosotresveces,seenjugólaslágrimas.AFrédéricseleencogíaelcorazón.

Terminada la cena,Catherine lodetuvoen lapuerta.La señoritaqueríaverlea todacosta.Leesperabaenlahuerta.Salió.Saltóelseto,y,tropezandounpococonlosárboles,se dirigió a casa del tíoRoque. En una ventana del segundo piso brillaban unas luces;despuésaparecióunaformaenlastinieblasyunavozsusurró:

—¡Soyyo!

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Le pareció más alta que de ordinario, a causa de su vestido negro, sin duda. Nosabiendocómoabordarla,quédecirle,secontentóconcogerlelasmanos,suspirando:

—¡Ah!,mipobreLouise.

Ella no respondió. Lo miró profundamente durante mucho tiempo. Frédéric temíaperderelcoche;creíaoírunruidoderuedasallálejos,yparaterminar:

—Catherinemehadichoquequeríasalgo…

—Sí,esciertoqueríadecirle…

—Bueno,¿qué?

—Yanosé.Meheolvidado.¿Esciertoquesemarcha?

—Sí,ahoramismo,enseguida.

Ellarepitió:

—¡Ah!¿enseguida…,parasiempre…,nonosvolveremosaver?

Lossollozoslaahogaban.

—¡Adiós!¡Adiós!¡Abrázame,pues!

Yloestrechóentresusbrazosconarrebato.

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SEGUNDAPARTE

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CAPÍTULOI

Cuando se vio instalado en su asiento, en el cupé, al fondo de su compartimiento, y ladiligenciasepusoenmarcha,arrastradapor loscincocaballosquesalieronpitandoa lavez, sintióqueunaespeciedeembriaguez le inundaba.Comounarquitectoquehaceelplanodeunpalacio,programósuvida.La llenódeexquisitecesydeesplendores,subíahastaelcielo;allíaparecíaunaprodigalidaddecosas,ysucontemplacióneratanprofundaquelosobjetosexterioreshabíandesaparecido.

AlpiedelacuestadeSourdunsediocuentadedóndeestaban.Nohabíanhechomásque cinco kilómetros a lo sumo, Frédéric se indignó. Bajó la ventanilla para ver lacarretera.Preguntóvariasvecesalcocherocuántotiempofaltabaexactamenteparallegar.Entretantosecalmó,yseguíaensurincónconlosojosabiertos.

Lalinternacolgadaenelasientodelpostillónalumbrabalasgrupasdeloscaballosdevaras.Másallánoveíanadamásquelascrinesdelosotroscaballosqueondulabancomoolasblancas; sus resoplidos formabanunaneblinaacada ladodel tiro; lascadenetasdehierrosonaban,loscristalestemblabanensusbastidores;yelpesadococherodabasobreel pavimento a una marcha uniforme. De vez en cuando se distinguía la pared de ungranero, o bien una posada completamente sola. A veces, pasando por los pueblos, elhorno de un panadero proyectaba fulgores de incendio, y la silueta monstruosa de loscaballoscorríasobrelacasadeenfrente.Enlosrelevos,despuésdedesenganchar,sehacíaungransilencioduranteunminuto.Alguienpateabaarriba,enlabaca,mientrasqueenelumbral de una puerta una mujer, de pie, protegía una vela con su mano. Después elcocherosaltabaalestriboyladiligenciareanudabalamarcha.

EnMormansseoyeronlascampanadasdelaunaycuarto.

—Yaeshoy—pensó—,hoymismo,dentrodepoco.

Pero,pocoapoco,susesperanzasysusrecuerdos,Nogent,lacalledeChoiseul,Mme.Arnoux,sumadre,todoseconfundía.

Unsordo ruidode tablas ledespertó, atravesabanelpuentedeCharenton,eraParís.Entonces,susdoscompañeros,quitándoseunolagorra,elotroelpañuelo,sepusieronelsombreroyempezaronahablar.Elprimero,unhombregordoycolorado,con levitadeterciopelo, era un negociante; el segundo iba a la capital a consultar a un médico, y,

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temiendo haberle molestado durante la noche, Frédéric le pidió espontáneamentedisculpas,hastatalpuntolafelicidadhabíaenternecidosucorazón.

Como el andén de la estación estaba anegado, sin duda, continuaron recto y seencontraron de nuevo en el campo. A lo lejos humeaban altas chimeneas de fábricas.DespuésgiraronenIvry.Subieronunacalle;deprontopercibiólacúpuladelPanteón.

La llanura, revuelta, parecía un campode ruinas.El recinto de las fortificaciones lehacíaunsalientehorizontal;ysobrelosarcenesdetierraquebordeabanlacarreterahabíapequeñosárboles sin ramasprotegidospor listoneserizadosdeclavos.Establecimientosdeproductosquímicosalternabanconalmacenesde tratantesdemaderas.Altaspuertas,comolasquehayenlasgranjas,dejabanver,porsusbatientesentreabiertos,elinteriordeinnobles patios llenos de inmundicias, con charcos de agua sucia en el medio. Largastabernascolorsangredebueyostentabanenelprimerpiso,entrelasventanas,dostacosdebillaren formadeaspaenunacoronade florespintadas;aquíyallí,unacasuchadeyeso a medio hacer estaba abandonada. Después la doble fila de casas ya no seinterrumpía; y sobre la desnudez de sus fachadas, se destacaba, de tarde en tarde, ungigantescocigarrodelatón,paraindicarunestanco.Placasdecomadronasrepresentabana una matrona, de cofia, meciendo un rorro en una colcha guateada, con adornos deencaje.Lasesquinasde lasparedesestabancubiertasdecartelescasi todos rotosqueseagitaban al viento como harapos. Pasaban obreros en guardapolvos, carromatos decerveceros,furgonesdelavanderasycarretasdecarniceros;caíaunalluviafina,hacíafrío,el cielo estaba pálido, pero dos ojos, que para él eran dos soles, resplandecían entre labruma.

Estuvieronmuchotiempoparadosenelfielato,pueshueveros,carreterosyunrebañodecorderosproducíanunatasco.Elcentinela,conlacapuchahaciaadelante,sepaseabaantesugaritaparacalentarse.Elconsumerosubióalaimperialyseoyeronlossonesdeuna banda de cornetas. Bajaron el bulevar a trote ligero, sacudiendo los balancines yondulando lascorreasdel tiro.La tralladel largo látigorestallabaenelairehúmedo.Elcocherolanzabaungritosonoro:«¡Fuego,fuego!,¡arre!»,ylosbarrenderosseapartaban,lospeatonesdabanunsaltoatrás,elbarrosalpicabacontralasventanillas,secruzabanconvolquetes,cabriolés,ómnibus.Porfin,apareciólaverjadelJardínBotánico.

El Sena, amarillento, llegaba casi al tablero de los puentes. Una fresca brisa sedesprendía de él. Frédéric la aspiró con todas sus fuerzas saboreando ese buen aire deParís, que parece contener efluvios amorosos y emanaciones intelectuales; sintióenternecerse al ver el primer simón.Y legustabahasta el umbral de losvendedoresdebotellas de vino envueltas en paja, hasta los limpiabotas con sus cajas, hasta losdependientesdeultramarinosquedabanvueltasaltostadordecafé.Pasabanmujeresconpasomenudoy ligero tapadas con susparaguas, él se inclinabaparaverles la cara; porcasualidadpodíaocurrirqueMme.Arnouxfueseunadeellas.

Desfilabanlastiendas,aumentabalagente,elruidosehacíamásfuerte.Despuésdel

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muelleSanBernardo,elmuelledelaTournelleyelmuelleMontebello,tomaronelmuelleNapoleón;quisover lasventanas,estaban lejos.LuegovolvióaatravesarelSenaporelPont-Neuf, bajaron hasta el Louvre, y, por las calles Saint-Honoré, Croix-des-Petits-ChampsydelBoulois,llegaronalacalleCoq-Héron,yentraronenelpatiodelhotel.

Para prolongar su placer, Frédéric se vistió con toda la parsimonia, e incluso setrasladóapiealbulevarMontmartre;sonreíaalaideadevolveraverenseguida,sobrelaplacademármol,elnombrequerido,levantólosojos.Yanohabíanivitrinas,nicuadros,¡ninada!

Corrió a la calle de Choiseul. Los señores Arnoux no vivían allí, y una vecinaguardabalaportería;Frédériclaesperó;porfin,aparecióelportero,yanoeraelmismo.NosabíalasseñasdelosArnoux.

Frédéric entró en un café, y, mientras desayunaba, consultó el Almanaque delComerciante.Había trescientosArnoux, ¡pero ningún JacquesArnoux! ¿Dónde vivían?Pellerinteníaquesaberlo.

SetrasladóhastalacabeceradelfaubourgPoissonnière,asutaller.

Como lapuertano teníacampanillanimartillo,diograndespuñetazos, llamó,gritó.Notuvomásrespuestaqueelvacío.

Pensó después enHussonnet. Pero ¿dónde descubrir a tal hombre?Una vez, él loshabíaacompañadohastalacasadesuamante,calledeFleurus.CuandollegóalacalledeFleurus,Frédéricsediocuentadequenosabíaelnombredelaseñorita.

Recurrió a la Prefectura de Policía. Subió y bajó escaleras, anduvo de despacho endespacho.Eldeinformaciónestabacerrando.Ledijeronquevolviesealdíasiguiente.

Después entró en todas las tiendas de cuadros que pudo descubrir, para saber siconocíanaArnoux.ElseñorArnouxnosededicabayaalcomercio.

Porfin,desanimado,agotado,enfermo,regresóasuhotelyseacostó.Enelmomentoenquesemetíaentrelassábanasunaidealehizosaltardegozo:

—¡Regimbart!,¡quéimbécilsoypornohaberpensadoenél!

Aldía siguiente,a las siete, llegóa lacalleNotre-Dame-des-Victoires,delantede latiendadeunaguardenterodondeRegimbartacostumbrabaatomarelvinoblanco.Aúnnoestabaabierto;diounavueltaporlasproximidades,y,alcabodemediahora,sepresentódenuevo.Regimbartacababadesalir,Frédéricselanzóalacalle.Creyóinclusopercibiralo lejos su sombrero; un coche fúnebre y coches de acompañamiento se interpusieron.Pasadoelatasco,lavisiónhabíadesaparecido.

Afortunadamente,recordóqueelCiudadanoalmorzabatodoslosdíasalasonceenunpequeñorestaurantedelaplazaGaillon.Erasólocuestióndepaciencia;ydespuésdeuninterminable vagabundear de laBolsa a laMagdalena, y de laMagdalena alGimnasio,

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FrédéricalasonceenpuntoentróenelrestaurantedelaplazaGaillonsegurodeencontrarallíasuRegimbart.

—Noleconozco—dijoelfogoneroenuntonoarrogante.

Frédéricinsistía;elotrorepuso:

—Yano le conozco, señor—arqueando las cejasmajestuosamente y haciendounosmovimientosdecabezaquerevelabanunmisterio.

Pero, la última vez que se habían visto, el Ciudadano había hablado del cafetínAlexandre. Frédéric tragó un bollo y, saltando a un cabriolé, preguntó al cochero si nohabía en alguna parte, en lo alto de SantaGenoveva, un cafetín llamadoAlexandre. ElcocherolellevóalacalledeFrancsBourgeois-Saint-Michelaunestablecimientodeaquelnombre,ya supregunta:«¿el señorRegimbart,por favor?»elcafetero lecontestó, conunasonrisasupergraciosa:

—Todavía no lo hemos visto, señor—mientras echaba a su esposa, sentada en elmostrador,unamiradadeinteligencia.

Einmediatamente,mirandoelreloj:

—Pero lo tendremos, espero, dentro de unos diez minutos, un cuarto de hora a losumo.¡Celestina,pronto!,¡losperiódicos!

—¿Quédeseatomarelseñor?

Aunquenoteníaganasdenada,Frédérictomóunacopaderon,despuésunacopadekirsch, luegounade curaçao, despuésdiferentesgrogs tanto fríos comocalientes.Leyótodo elSiècle del día y lo releyó; examinó hasta los granos del papel, la caricatura delCharivari;alfinalsesabíadememorialosanuncios.Devezencuandoresonabanpisadasen la acera, ¡era él! y la siluetade alguien seperfilaba sobre lasbaldosas;pero aquelloseguíasucamino.

Para distraerse, Frédéric cambiaba de sitio; se fue a poner al fondo, después a laderecha,luegoalaizquierda;yseguíaenmediodelabanqueta,conlosbrazosextendidos.Peroungato,pisandodelicadamenteelterciopelodelrespaldo,ledabasustossaltandodepronto para lamer las manchas de jarabe de la bandeja; y el niño de la casa, uninsoportablecríodecuatroaños, jugabaconunacarracaenlosescalonesdelmostrador.Su mamá, una pobre mujer de dentadura estropeada, sonreía con aire estúpido. ¿QuéestaríahaciendoRegimbart?Frédéricloesperabasumidoenunadesesperaciónsinlímites.

Lalluviasonabacomogranizosobrelacapotadelcabriolé.Porlarendijadelacortinademuselinaveíaenlacalleelpobrecaballo,másinmóvilqueuncaballodemadera.Elarroyo, que se había hecho enorme, corría entre dos radios de las ruedas, y el cochero,tapándoseconlamanta,dormitaba;pero,temiendoquesuclienteleesquivara,devezencuandoentreabríalapuerta,chorreandocomounrío;ysilasmiradaspudierangastarlas

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cosas,Frédérichabríaderretidoel reloja fuerzadenoquitarleelojodeencima.Seguíafuncionando, sin embargo. El Señor Alexandre se paseaba a lo largo y a lo ancho,repitiendo:«Vaavenir,¡vamos!¡vaavenir!»y,paradistraerle,lepronunciabadiscursos,hablabadepolítica.Llegabainclusosuamabilidadaproponerleunapartidadedominó.

Porfin,alascuatroymedia,Frédéric,quellevabaallídesdeelmediodía,selevantódeunsaltodeclarandoquenoesperabamás.

—No entiendo nada yo mismo —respondió el cafetero con aire cándido—, es laprimeravezquefaltaelseñorLedoux.

—¿CómoelseñorLedoux?

—Puessí,señor.

—HedichoseñorRegimbart—replicóFrédéricdesesperado.

—¡Ah,mildisculpas!,éstaustedequivocado.¿Verdad,señoraAlexandre,queelseñorhadichoseñorLedoux?

Ydirigiéndosealcamarero:

—¿Ustedmismolohaoídocomoyo?

Paravengarsedesuamo,sinduda,elcamarerosecontentóconsonreír.

Frédéric hizo que le llevaran por los bulevares, indignado por el tiempo perdido,furiosocontraelCiudadano,implorandosupresenciacomoladeundios,ymuyresueltoasacarlodelfondodelasbodegasmáslejanas.Sucocheleponíanervioso,lodespidió;susideasse leconfundíanen lacabeza;después todos losnombresdecafésquehabíaoídopronunciaraaquelimbécillbrotaronauntiempodesumemoria,comolasmilpiezasdeun fuego de artificio: café Gaspard, café Grimbert, café Halbout, cafetín Bordelais,Havanais,Havrais,Boeuf-à-la-mode,CerveceríaAlemana,MèreMorel,ysetrasladóunodetrásdeotro,atodosellos.PeroenunoRegimbartacababadesalir;enotro,quizásiría;enuntercero,nolohabíanvistodesdehacíaseismeses;enotro,habíaencargadoayerunapierna de cordero para el sábado. Por fin, en casa de Vautier, vendedor de refrescos,Frédéric,tropezandoconelcamarero:

—¿ConoceustedalseñorRegimbart?

—¿Cómo que si le conozco, señor? Soy yo quien tiene el honor de servirle. ¡Estáarriba;acabadecenar!

Yconlaservilletabajoelbrazo,eldueñodelestablecimientoenpersonaleabordó:

—¿PreguntaustedporelseñorRegimbart,señor?Estabaaquíhaceunmomento.

Frédériclanzóunjuramento,peroelheladerodijoqueloencontraríaconseguridadencasadelseñorBouttevilain.

—¡Ledoymipalabradehonor!,salióunpocoantesquedecostumbre,puestieneuna

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reunión de negocios con unos señores. Pero lo encontrará, le repito, en casa deBouttevilain, calle Saint-Martin, 92, segunda escalera, a izquierda, al fondo del patio,entresuelo,puertaderecha.

Por fin, lo percibió a través del humo de la pipa, solo, al fondo de la trastienda,despuésdelbillar,conunbockdecervezadelante,lacabezabajayenactitudmeditativa.

—¡Ah!,hacemuchotiempoquelebuscabaausted.

Sinalterarse,Regimbartletendiódosdedossolamente,ycomosilohubieravistolavíspera,pronuncióvariasfrasesinsulsassobrelaaperturadelatemporada.

Frédéricleinterrumpió,diciéndole,eneltonomásnaturalquepudo:

—¿Arnouxestábien?

Larespuestatardóenllegar.Regimbarthacíagárgarasconellíquido:

—Sí,bastantebien.

—¿Dondeviveahora?

—Pues…enlacalleParadis-Poissonniére—contestóelCiudadanoextrañado.

—¿Quénúmero?

—Treintaysiete,¡demonio!,¡quéraroesusted!

Frédéricselevantó.

—¡Cómo!¿Semarcha?

—Sí,sí,tengoquehacerunrecadoquesemeolvidaba.¡Adiós!

FrédéricsefuedelcafetínacasadeArnouxcomotransportadoporunvientotibioyconlamovilidadextraordinariaqueseexperimentaenlossueños.

Prontoseencontróenunsegundopiso,delantedeunapuertacuyacampanillasonaba;aparecióunasirvienta;seabrióunasegundapuerta;Mme.Arnouxestabasentadaalladodelfuego.Arnouxdiounsaltoyloabrazó.Ellateníasobresusrodillasaunniñodetresañosmás omenos; su hija, ahora tan alta como ella, estaba de pie, al otro lado de lachimenea.

—Permítameque lepresenteaeste señor—dijoArnoux, tomandoa suhijopor lossobacos.

Yseentretuvounosminutosenhacerlesaltaralaire,muyalto,para recogerloen lapuntadesusbrazos.

—¡Lovasamatar!¡Ah!¡Diosmío!,¡acabaya!—exclamabaMme.Arnoux.

PeroArnoux, jurandoquenohabíapeligro, continuabae incluso ledecíamimosendialectomarsellés,suhablanatal:«¡Ah!,bravepichoun,monpoulitrossignolet».Después

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preguntóaFrédéricporquéhabíaestadotantotiemposinescribirles,quéhabíahechoallá,quéesloquelellevaba.

—Yoahora,miqueridoamigo,mededicoalcomerciodelacerámica.Perohablemosdeusted.

Frédéricalegóunlargoproceso,lasaluddesumadre;insistiómuchoenello,afindehacerseinteresante.Enresumen,seestablecíaenParís,estavezdefinitivamente;ynodijonadadelaherencia,pormiedoaperjudicarsupasado.

Lascortinas,comolosmuebles,erandedamascodelanamarrón,juntoalaalmohadahabíados cojines juntos; sobre lasbrasas se calentabaun recipiente; y lapantallade lalámparapuestaenelbordedelacómodaoscurecíalahabitación.Mme.Arnouxvestíaunabatadecasademerinoazulfuerte.Conlamiradavueltahacialasbrasasyunamanoenelhombrodel niño, con la otra deshacía el lazode la camisitamientras el crío en camisallorabasindejarderascarselacabezacomoelhijodelseñorAlexandre.

Frédéric esperaba encontrar expresiones de gozo; pero, las pasiones se marchitancuando se alejan, y, al no encontrar a Mme. Arnoux en el ambiente en que la habíaconocido, le parecía que ella había perdido algo, que había sufrido una especie dedegradación,enfin,quenoeralamisma.Lacalmadesucorazónlodejabaestupefacto.Preguntóporantiguosamigos,porPellerinentreotros.

—Noloveomucho—dijoArnoux.

Ellaañadió:

—Norecibimoscomoantes.

¿Era para darle a entender que no le harían ninguna invitación? Pero Arnoux,prosiguiendoentonocordial,lereprochóquenohubieseidoacenarconellos,sinavisar;yexplicóporquéhabíacambiadodeactividad.

—¿Quéquierequehagaenunaépocadedecadenciacomolanuestra?Lagranpinturahapasadodemoda.Además,sepuedeponerartepor todaspartes.Mireusted,amímegustaloBello;tendréquellevarleundíadeéstosamifábrica.

Yquisoenseñarleinmediatamentealgunosdelosproductosqueteníaensualmacén,enelentresuelo.

Lasfuentes,lassoperas,losplatosylaspalanganasatestabanelsuelo.Alladodelasparedesselevantabananchasbaldosasdepavimentoparacuartosdebañoylavabos,contemasmitológicosestiloRenacimiento,mientrasqueunadobleestanteríaque llegabaaltecho contenía recipientes para el hielo, macetas, candelabros, pequeños maceteros ygrandes figuras polícromas que representaban a un negro o a una pastora estiloPompadour.LasexplicacionesdeArnouxaburríanaFrédéric,queteníafríoyhambre.

CorrióalCaféInglés,dondecenóespléndidamente,y,mientrascomía,sedecía:

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—Québienestabaalláconmispenas.Apenasmehareconocido,¡quéaburguesada!

Yenunarepentinaexplosióndesalud,tomóresolucionesheroicas.Sentíaelcorazóndurocomolamesaenqueapoyabasuscodos.Asíque,ahora,podíalanzarseenmediodelmundo,sinmiedo.SeleocurriólaideadelosDambreuse,seserviríadeellos.DespuésseacordódeDeslauriers.«Ah,afemía,malasuerte».Entretantolemandóunanotaconunrecadero,enlaquelecitabaaldíasiguienteenelPalaisRoyalparacenarjuntos.

ADeslaurierslasuertenolehabíasidotanfavorable.

Se había presentado a la oposición de cátedra con una tesis «Sobre el derecho detestar»enlaquesosteníaquesedebíarestringirtodoloposible;y,comosuoponenteleincitaseadecir tonterías,habíadichomuchas, sinqueel tribunal rechistase.Después lacasualidad había querido que sacase en suerte, como tema de lección, la Prescripción.Entonces,Deslaurierssehabíaexplayadoenteoríasdeplorables:lasviejasdisputasdebíanpresentarselomismoquelasnuevas;¿porquéelpropietarioseveríaprivadodesusbienespornopoderpresentarsus títulossinodespuésdepasados treintayunaños?Eradar laseguridaddelhombrehonradoalherederodelladrónenriquecido.Todaslasinjusticiasseconsagrabanporunaextensióndeestederecho,queera la tiranía,elabusodelafuerza.Inclusollegóaexclamar:

—¡Abolirlo!;ylosfrancosyanopesaránsobrelosgalos,losinglesessobrelosnegros,Polonia…

ElPresidentelehabíainterrumpido:

—¡Bien!, ¡bien!, ¡señor!, no tenemosque ver con sus opiniones políticas, volverá apresentarseenlapróximaconvocatoria.

Deslauriersnohabíaqueridopresentarsedenuevo.Peroesedesgraciadotítuloxxdellibro III del Código Civil se había convertido para él en una montaña de obstáculos.Elaborabaunagranobrasobre«Laprescripción,consideradacomobasedelderechocivily del derecho natural de los pueblos» y se había perdido enDunod, Rogerius, Balbus,Merlin, Vazeille, Savigny, Troplong y otras muchas lecturas importantes. Para poderhacerloconmáscomodidad,habíadejadoelcargodeprimeroficialdenotario.Vivíadeclases, fabricando tesis; y en las reuniones de los jóvenes abogados asustaba por suvirulenciacontraelPartidoConservadora todos los jóvenesdoctrinarios,discípulosdelseñorGuizot,detalmodoquetenía,enciertosambientes,unaespeciedecelebridadconalgunamezcladedesconfianza.

Llegóa lacita,vestidoconungranpaletoforradodefranelarojacomoelque teníaantesSenecal.

El respeto humano, a causa del público que pasaba, les impidió darse un abrazoprolongado,yfueronhastacasadeVéfour,cogidosdelbrazo,riéndoseagusto,conunalágrimaenelfondodelosojos.Luego,cuandoestuvieronsolos,Deslauriersexclamó:

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—¡Ah!,¡caramba!,ahorasíquevamosapasárnoslobien.

A Frédéric no le gustó esta manera de asociarse inmediatamente a su fortuna. Suamigodabamuestrasdedemasiadaalegríaparalosdosjuntosynobastanteparaélsolo.

Luego, Deslauriers contó su fracaso, y poco a poco sus trabajos, su existencia,hablandodesímismoestoicamenteydelosotrosconacritud.Todoledisgustaba.Niunhombresituadoquenofueseuncretinoouncanalla.Porunvasomal lavadoseenfadóconelcamarero,y,alreprocheanodinodeFrédéric:

—Comosifueraamolestarmeporsemejantesindividuos,quegananhastaunosseisuochomilfrancosalaño,quesonelectores,elegiblestalvez.¡Ah!,¡no,no!

Después,entonofestivo:

—Peromeolvidodequeestoyhablandoauncapitalista,aunMondor,¡puestúahoraeresunMondor!

Yvolviendosobre laherencia,expusoesta idea:que lassucesionescolaterales,cosainjustaensímisma,aunquesealegrasedeésta,seríanabolidas,unodeaquellosdías,enlapróximarevolución.

—¿Túcrees?—dijoFrédéric.

—Cuenta con ello —le respondió—. ¡Esto no puede durar!, ¡se sufre demasiado!CuandoveoenlamiseriaagentecomoSenecal…

¡SiempreSenecal!,pensóFrédéric.

—¿Quéhaydenuevo,porlodemás?¿SiguesenamoradodeMme.Arnoux?¿Setehapasado,eh?

Frédéric,sinsaberquécontestar,cerrólosojosbajandolacabeza.

A propósito deArnoux, le contó que su periódico pertenecía ahora aHussonnet, elcuallohabíatransformado.Sellamaba«ElArte,institutoliterario,sociedadporaccionesdecienfrancoscadauna,capitalsocial:cuarentamil francos»con la facultadparacadaaccionistadetirarallísuoriginal;pues«lasociedadtienecomoobjetivopublicarlasobrasde los debutantes, ahorrar el talento, el genio tal vez, las crisis dolorosas que aplastan,etc.»…,«¡yavesquébroma!».Sinembargo,habíaquehaceralgo,yeraelevareltonodedichahoja;luego,depronto,conservandolosmismosredactoresyprometiendocontinuarelfolletín,ofreceralossuscriptoresunperiódicopolítico;lasinversionesnoseríanmuygrandes.

—¿Quépiensasdeello,vamos?,¿quieresponerteatrabajar?

Frédéricnorechazólaoferta.Perohabíaqueesperaraqueresolvierasusproblemas.

—Entonces,sinecesitasalgo…

—¡Gracias,chico!—dijoDeslauriers.

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Despuésfumaronunospuros,conloscodosapoyadosenel terciopelodelantepechodelaventana.Lucíaelsol,latemperaturaerasuave,bandadasdepájarosrevoloteaban,seabatíanenel jardín; lasestatuasdebronceydemármol, lavadaspor la lluvia, relucían;criadas de delantal charlaban sentadas en sillas; y se oían las risas de los niños, que seconfundíanconelmurmullocontinuoquehacíaelchorrodelsurtidor.

Frédéric estaba preocupadopor el desánimodeDeslauriers; pero, bajo el efecto delvinoquecirculabaporsusvenas,mediodormido,amodorradoyrecibiendolaluzenplenacara, no sentía sino un inmenso bienestar, voluptuosamente estúpido, como una plantasaturadadecalorydehumedad.Deslauriers,conlospárpadosmediocerrados,mirabaalolejosvagamente.Seleensanchabaelpechoyempezóadecir:

—¡Ah!,eramáshermosocuandoCamilleDesmoulins,subidoaunamesa,animabaalpuebloairalaBastilla.Aquelloeravivir,unopodíaprobarsufuerza.Simplesabogadosmandabanagenerales,descamisadospegabanalosreyes,mientrasqueahora…

Calló,luegodepronto:

—¡Bah!,elfuturonoestáclaro.

Yredoblandoconlosdedossobreloscristales,declamóestosversosdeBarthélémy:

VolverálaterribleAsamblea.

Quecuarentaañosdespuéssigueinquietándonos.

Colosoquecaminasinmiedoconpasopoderoso.

—Yanosécómosigue.Peroestarde.¿Sinosfuéramos?

Ycontinuó,enlacalle,exponiendosusteorías.

Frédéric, sin hacerle caso, observaba en el escaparate de las tiendas las telas y losmueblesqueibanbienparasuapartamento;yfuequizápensarenMme.Arnouxloquelehizo pararse en el escaparate de un chamarilero ante tres platos de porcelana. Estabandecorados con arabescos amarillos, con reflejos metálicos, y valían a cien escudos lapieza.Mandóqueselosreservaran.

—Yo, en tu lugar—dijoDeslauriers—,mecompraríamásbienplata—desvelando,poresaaficiónalofastuoso,lahumildaddesuspropiosorígenes.

Cuando se encontró solo, Frédéric se fue a casa del célebre Pomadère, donde seencargótrespantalones,dosfracs,unapellizadeforroyunoschalecos;despuéssefueaver a un zapatero, a un camisero y a un sombrerero, ordenando en cada tienda que sediesenlamayorprisaposible.

Tres días después, por la tarde, a su regreso de El Havre, encontró en casa unguardarropacompleto;eimpacienteporusarlodecidióhacerunavisitaalosDambreuse.Peroerademasiadopronto,apenaslasocho.

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Arnoux,solo,estabaafeitándoseanteunespejo.Lepropusollevarloaunsitiodondesedivertiría,y,aloírelnombredeDambreuse:

—¡Ah!,esoestábien.Allíveráaamigossuyos,venga,quenosdivertiremos.

Frédéricseexcusaba;Mme.Arnouxreconociósuvozylesaludóatravésdeltabique,puessuhijaestabaindispuesta,yellatampocoseencontrababien;yseoíaelruidodeunacucharacontraunvaso,ytodoesemovimientodecosasquesehaceenlahabitacióndeunenfermo.DespuésArnoux desapareció para decir adiós a sumujer. Le fue acumulandorazones:

—Biensabesqueestoesserio.Esprecisoquevaya,necesitoir,meesperan.

—¡Vete,amigomío!¡Diviértete!

Arnouxllamóuncoche.

—PalaisRoyal,galeríaMontpensier,7.

Y,dejándosecaersobreloscojines:

—¡Ah!, qué cansado estoy, querido, ya no puedomás. Por otra parte, a usted se lopuedodecir.

Seacercóasuoídomisteriosamente.

—Intentodescubrirelsecretodelrojodecobredeloschinos.

Yexplicóenquéconsistíaelesmalteyelbarnizafuegolento.

Ya en casa de Chevet, le entregaron una gran cesta, quemandó llevar a su coche.Despuéscogiópara«supobremujer»uvas,piña,diversasespecialidadesgastronómicasyrecomendóqueselasenviasenaldíasiguiente,temprano.

Fueronacasadeunguardarropa;setratabadeunbaile.Arnouxllevóuncalzóncortodeterciopeloazul,unachaquetaajuego;unapelucaroja;Frédéricundominó;ybajaronporlacalleLaval,delantedeunacasailuminadaenelsegundopisoporlinternasdecolor.

Desdeelpiedelaescaleraseoíaelruidodelosviolines.

—¿Adóndediablosmellevan?—dijoFrédéric.

—Acasadeunabuenachica,notengamiedo.

Unbotones lesabrió lapuertaypasarona laantesala,dondehabíapaletosychalesapilados sobre sillas. Una joven, vestida de dragón Luis XV, la atravesaba en aquelmomento.EralaseñoritaRose-AnnetteBron,elamadecasa.

—¿Yqué?—dijoArnoux.

—Estáhecho—respondióella.

—¡Ah!,gracias,ángelmío.

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Yquisobesarla.

—Tencuidado,imbécil,mevasaestropearelmaquillaje.

ArnouxpresentóaFrédéric.

—Llamealládentro,señor,yseabienvenido.

Descorrióunacortinaquehabíaasuespaldaysepusoagritarconénfasis:

—ElseñorArnoux,pinchedecocinayunodesusprincipalesamigos.

Frédéricquedódeslumbradoporlasluces,noviomásqueseda, terciopelo,hombrosdescubiertos,unamasadecoloresquesebalanceabanalossonesdeunaorquestaoculta,entreelverde,entreparedesrevestidasdesedaamarilla,conretratosalpastel,aquíyallí,ylámparasdecristalestiloLuisXVI.Lámparasaltascuyosglobossinpulirparecíanbolasde nieve se alzaban sobre cestos de flores, colocadas encima de las consolas en losrincones; y, enfrente, después de una segunda habitaciónmás pequeña, se veía en unaterceraunacamadecolumnasretorcidas,queteníaunespejodeVeneciaensucabecera.

Paró el baile y hubo aplausos, una explosión de alegría al ver al señor Arnouxacercarseconsucestoenlacabeza;lasvituallassobresalíanenelcentro.«¡Cuidadoconlalámpara!». Frédéric levantó los ojos: era la vieja lámpara de porcelana de Sajonia queadornaba la tienda deEl Arte Industrial; el recuerdo de antiguos tiempos pasó por sumemoria;perounsoldadode infanteríade líneaenpañosmenores,conelaireestúpidopropiodelosreclutas,seplantódelantedeél,abriendolosbrazosydenotandoextrañeza;y Frédéric reconoció, a pesar de los espantosos bigotes negros afiladísimos que ledesfiguraban,asuantiguoamigoHussonnet.Enunajergamedioalsaciana,medionegra,elbohemiolecolmabadefelicitacionesylollamabasucoronel.Frédéric,abrumadoportodasestaspersonas,nosabíaqueresponder.Elgolpedeunarcosobreelatrilfuelaseñalparaquebailarinesybailarinassecolocasen.

Eran unos sesenta aproximadamente, las mujeres vestidas de campesinas o demarquesas,y loshombres,ensumayorparte,con trajesdecochero,dedescargadordelmuelleodemarinero.

Frédéric,situadocontralapared,mirólacuadrilladelantedeél.

Unviejobienparecido,vestidocomounduxveneciano,conunaespeciedesotanadeseda púrpura, bailaba con Rosanette, que llevaba un blusón verde, un calzón corto depuntoyunasbotasflexiblesconespuelasdeoro.LaparejadeenfrentelacomponíanunArnauta cargado de sables y una suiza de ojos azules, blanca como la leche, regordetacomounacodorniz, enmangasdecamisaycorpino rojo.Para lucir sucabelleraque lellegaba a las corvas, una rubia alta, figurante de la Ópera, se había vestido de mujersalvaje;y,porencimadesuvestidodepuntocolormarrón,noteníamásqueuntaparrabode cuero, unas pulseras de abalorios, y una diadema de oropel de la que salía un altopenacho de plumas de pavo real.Delante de ella, unPritchard[5], ridiculamentevestido

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conuntrajenegrogrotescamenteancho,marcabaelcompásconelcodoensutabaquera.UnpastorcilloaloWatteau,azulyplatacomounclarodeluna,golpeabaconsucayadocontraeltirsodeunaBacantecoronadaderacimos,unapieldeleopardosobreelcostadoy coturnos con cordones dorados. Al otro lado, una polaca en dolmán de terciopelonacarado, hacía ondular su falda de gasa sobre sus medias gris perla, dentro de unosbotinesrosaconadornosdepielblanca.Sonreíaauncuarentónbarrigudo,disfrazadodeniñodecoro,quedabagrandesbrincos,ylevantabaconunamanolasobrepellizyteníaenlaotraelsolideorojo.Perolareina,laestrella,eraMlle.Loulou,célebrebailarinadelosbailespúblicos.Comoahoraerarica,llevabaunampliocuellodeencajesobresublusónde terciopelo negro liso: y su amplio pantalón de seda punzó ajustado a las caderas yceñido en la cintura por un echarpe de cachemir, tenía, a todo lo largo de la costura,pequeñas camelias blancas naturales. Su cara pálida, un poco abotagada y de narizrespingona,parecíamás insolente todavíapor lodesgreñadode supeluca, sobre la cualllevaba un sombrero de hombre, de fieltro gris, arrugado en el lado derecho por unpuñetazo;y,enlossaltosquedaba,susescarpinesconhebillasdediamantesllegabancasia la nariz de su vecino, un gran Barónmedieval totalmente preso en una armadura dehierro.HabíatambiénunÁngel,conunaespadadeoroenlamano,dosalasdecisneenlaespalda,yque,yendo,viniendo,perdiendoacadaminutoasucaballero,unLuisXIV,nocomprendíanadayestorbabalacontradanza.

Frédéric, mirando a estas personas, experimentaba un sentimiento de abandono, unmalestardedesasosiego.PensabatodavíaenMme.Arnouxyenparticiparenalgoquesetramabacontraella.

Cuandoterminólacontradanza,Rosanetteseacercóaél.Jadeabaunpoco,ysugola,brillantecomounespejo,selevantabasuavementebajosubarbilla.

—Yusted,señor—dijoella—,¿nobaila?

Frédéricseexcusó,nosabíabailar.

—¿Deveras?Peroconmigo,porsupuesto.

Y,apoyadaenunasolapierna, laotrarodillaunpocohaciaatrás,acariciandoconlamanoizquierdalaempuñaduradenácardesuespada,loestuvomirandoporespaciodeunminutoconairesuplicante,medioguasón.Porfin,dijo«Buenastardes»,hizounapiruetaydesapareció.

Frédéric,descontentodesímismo,ysinsaberquéhacer,sepusoadarvueltasporelbaile.

Entróenelsaloncitoacolchado,desedaazulpálidoconramilletesdefloressilvestres,mientras que en el techo, dentro de un círculo dorado, unos amorcillos emergiendo delcielo azul jugueteaban sobre nubes en forma de edredón. Estos lujos, que hoy seríanmiserias para gentes comoRosanette, le deslumbraron; lo admiró todo: las enredaderasartificialesqueadornabanelmarcodelespejo,lascortinasdelachimenea,eldivánturco,

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y,enunhuecodelapared,unaespeciedehornacinatapizadadesedarosa,conmuselinablanca por encima. Muebles negros con marquetería de cobre llenaban el dormitorio,dondeseerguía,sobreunestradocubiertodepieldecisne,lagrancamaconbaldaquinoyplumas de avestruz. Alfileres con cabeza de pedrería clavados en ovillos, sortijasabandonadas sobre bandejas, medallones con marco dorado y cofres de plata sedistinguían en la sombra, bajo la claridad que esparcía un jarrón de cristal deBohemiacolgadodetrescadenitas.Porunapequeñapuertaentreabiertasepercibíauninvernaderoque ocupaba todo lo ancho de una terraza y que terminaba en una pajarera en el otroextremo.

Aquéleraciertamenteunambientehechoparaagradarle.Enunbruscomovimientoderebeldíadesujuventud,jurógozardeél,seenvalentonó;después,volviendoalaentradadelsalón,dondeahorahabíamásgente,todoseagitabaenunaespeciedenubedepolvoluminosa,sequedódepiecontemplandolascuadrillas,aguzandolavistaparavermejoryaspirandolossuavesoloresfemeninos,quecirculabancomouninmensobesodifuso.

Perocercadeél,alotroladodelapuerta,estabaPellerin,entrajedegala,conelbrazoizquierdo en el pecho, sosteniendo con la derecha, junto con su sombrero, un guanteblancoroto.

—¡Anda!,hacemucho tiempoquenonoshemosvisto.¿Dóndediablosestaba?,¿deviaje, en Italia?Superficial, eh, Italia, esa Italia, no tan rígida comodicen.No importa,tráigamesusbocetosundíadeéstos.

Ysinaguardarrespuesta,elartistasepusoahablardesímismo.

HabíahechomuchosprogresosdesdequereconocieradefinitivamentelatonteríadelaLínea.NohabíaquepreocuparsetantodelaBellezaydelaUnidad,enunaobra,comodelcarácterydeladiversidaddelascosas.

—Porque todo está en la naturaleza, por tanto todo es legítimo, todo se puederepresentar.Setratasolamentedeencontrareltonojusto,esoes.Hedescubiertoelsecreto—ydándoleuncodazo,repitióvariasveces—:hedescubiertoelsecreto,¿love?Así,porejemplo, fíjeseenesamujercitaconpeinadodeesfingequebailaconunpostillón ruso,estáclaro,rotundo,decidido,todoenclaroscurosyentonoscrudos:violetabajolosojos,unacapadecinabrioenlamejilla,morenoenlassienes;¡pif!¡paf!—yconelpulgardabacomo pinceladas en el aire—.Mientras que aquella gorda—continuó señalando a unapescadera,vestidadecolorcerezaconunacruzdeoroalcuelloyunatoquilladebatistafinaanudadaalaespalda—,nadamásquecurvas;lasaletasdelanarizseaplastanconlasalasde sucofia, lascomisurasde suboca sealzan, labarbilla se rebaja, todoesgordo,fundido, copioso, tranquilo y solar, un auténtico Rubens. Sin embargo, una, y otra sonperfectas.Entonces,¿dóndeestáeltipo?

Pellerinseexaltaba:

—¿Quéesunamujerhermosa?¿Quéeslobello?¡Ah!,¡lobello!,mediráusted…—

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FrédéricleinterrumpióparapreguntarlequiéneraunPierrotconsiluetademachocabríoquebendecíaatodoslosbailarinesenmediodeunadanzapastoril.

—¡Nadadeeso!,unviudo,padredetreshijos.Losdejasincalzones,sepasalavidaenelClubyduermeconelaya.

—¿Y aquel, vestido de magistrado, que habla en el hueco de la ventana con unamarquesaPompadour?

—LamarquesaesMme.Vandael,laantiguaactrizdelGimnasio,laamantedelDogo,el conde de Palazot. Hace veinte años que están juntos, no se sabe por qué. Teníahermosos ojos aquella mujer. En cuanto al ciudadano que está a su lado, le llaman elcapitán d’Herbigny, un veterano que por toda fortuna sólo tiene su cruz de honor y supensión, hacede tíode lasmodistillas en las solemnidades, concierta losduelosy cenafueradecasa.

—¿Uncanalla?—dijoFrédéric.

—No,unhombrehonrado.

—¡Ah!

El artista le nombró otros más, cuando, viendo a un señor que llevaba, como losmédicosdeMoliere,unaampliatogadesarganegraperomuyabiertadearribaabajoparalucirtodosloscolgajos:

—ÉserepresentaaldoctorDesRogis,furiosopornohaberalcanzadolacelebridadhaescritounlibrodepornografíamédica,serozaconlaaltasociedad,esdiscreto;aquellasseñorasloadoran.Élysuesposa,esaflacacastellanadevestidogris,aparecenjuntosentodosloslugarespúblicosyenotros.Apesardelosproblemasdelmatrimonio,tienen«undía»tésartísticosenlosqueserecitanversos.¡Atención!

Enefecto,eldoctorlesabordó,yprontoformaronlostres,alaentradadelsalón,ungrupo de conversadores, al que fue a unirseHussonnet, después el amante de laMujerSalvaje, un joven poeta que exhibía, bajo su corto abrigo estilo Francisco I, la másescuálidadelasanatomías,yfinalmenteungraciosochicodisfrazadodeforzudodecirco.Perosuchaquetadegalonesamarilloshabíaviajadotantoalaespaldadelossacamuelasambulantes, su amplio pantalón de pliegues era de un rojo tan descolorido, su turbanteenrolladocomounaanguilaalatártaradeunaspectotanpobre,todosuatuendoenfintandeplorable y conjuntado que lasmujeres no disimulaban su asco. El doctor le consolóhaciendo grandes elogios a la Descargadora, su amante. Este turco era hijo de unbanquero.

Entredoscuadrillas,Rosanettesedirigióalachimeneadondeestabainstaladoenunsillónunviejecitorechoncho,detrajemarrónconbotonesdorados.Apesardesusmejillasmarchitas que le caían sobre su alta corbata blanca, sus cabellos todavía rubios y conrizadonaturalcomolospelosdeuncanicheledabanunaireunpocojuguetón.

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Ellaleescuchóinclinándosehaciasucara.Después,lesirvióunvasodejarabe;ynadatangraciosocomosusmanosbajosusmangasdeencajequesobresalíandelospuñosdeltrajeverde.Cuandoelbuenseñorterminódebeber,lasbesó.

—¡PerosieselseñorOudry,elvecinodeArnoux!

—Ellohaechadoaperder—dijoriéndosePellerin.

—¿Cómo?

Un postillón de Longjumeau la cogió por la cintura, comenzaba un vals. Entoncestodas lasmujeres sentadasalrededordel salónenbanquetas se levantaronunadetrásdeotra;ysusfaldas,susecharpes,sustocadosempezaronadarvueltas.

Giraban tancercadeélqueFrédéricdistinguía lasgotitasdesudorensus frentes;yaquelmovimientogiratoriocadavezmásvivoyregular,vertiginoso,quecomunicabaasupensamiento una especie de arrebato, hacía surgir otras imágenes, mientras que todaspasabanenelmismodeslumbramiento,ycadaunaconunaexcitaciónparticular,segúneltipo de belleza. La Polaca, que se dejaba llevar de una forma lánguida, le inspiraba eldeseodeestrecharlacontrasucorazón,deslizándoselosdosenuntrineosobreunallanuracubiertadenieve.Horizontesdevoluptuosidadtranquila,aorillasdeunlago,enunchalet,sedesenvolvíanbajolospasosdelaSuiza,quevalseabaconeltorsorectoylospárpadosentornados.Después,depronto, laBacante, inclinandohaciaatrássucabezamorena, lehacíasoñarconcariciasdevoradoras,conbosquesdeadelfas,enmomentodetormenta,alruido confuso de los tamboriles. La Poissarde, a quien sofocaba el ritmo demasiadorápido,estallabaenrisas;yFrédérichabríaqueridoestarconellaenlatabernabebiendojuntosydeshacerleamanosllenassutoquillacomoenlosbuenosviejostiempos.PerolaDescargadora,queapenasrozabaelsueloconlosdedosdelospies,parecíaencerrarenlaagilidad de sus miembros y la seriedad de su cara todos los refinamientos del amormoderno,quetienelaprecisióndeunacienciaylamovilidaddeunpájaro.Rosanettedabavueltas,conelpuñosobresucadera;supelucatrenzadasaltandosobresunucadesprendíapolvodeirisasualrededor;y,acadavuelta,conlapuntadesusespuelasdoradasestabaapuntodealcanzaraFrédéric.

AlúltimoacordedelvalsapareciólaseñoritaVatnaz.Llevabaunpañueloargelinoenlacabeza,unagrancantidaddepiastrassobrelafrente,antimonioalrededordelosojosyunaespeciedepaletodecachemirnegroquelecaíasobreunjubónclarodelamédeplata.Teníaunapanderetaenlamano.

Detrásdeellacaminabaunchicoalto,coneltrajeclásicodelDanteyqueahoraellaya no lo ocultaba, el antiguo cantante del «Alhambra», quien, llamándose AugustoDelamare,habíaadoptadoinicialmenteelnombredeAntenorDelamareysucesivamentelos de Delmas, Belmar y finalmente Delmar, modificando y perfeccionando así sunombre,segúnsugloriacreciente;perohabíadejadolosbailesdecharangaporelteatro,einclusoacababadedebutarruidosamenteenelAmbiguconGasparelPescador

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Hussonnet, al verlo, se enfurruñó.Desde que le habían rechazado su obra de teatroexecrabaaloscomediantes.Noseimaginabalavanidaddeestosseñores,deaquélsobretodo.

—Quépresumido,fíjense.

DespuésdeunligerosaludoaRosanette,Delmarsehabíaacercadoalachimenea,ypermaneció inmóvil, conunamano sobreel corazón, elpie izquierdoadelante, losojosvueltosalcielo,consucoronadelaureldoradoporencimadesucapuchón,sindejardeponer en sumiradamucha poesía para fascinar a las señoras.De lejos, hacían un grancírculoalrededordeél.

Pero la señorita Vatnaz, después de abrazar largamente a Rosanette, fue a pedir aHussonnetquerevisase,desdeelpuntodevistadelestilo,untratadodeeducaciónqueellaquería publicar: «La Guirnalda de las jóvenes», antología de literatura y de moral. Elhombredeletrasprometiósuayuda.Entoncesellalepreguntósinopodríaenunadelaspublicacionesalasqueteníaaccesohacerrabiarunpocoasuamigo,einclusoconfiarlemásadelanteunpapel.Hussonnetseolvidódetomarunponche.

EraArnouxquien lohabíapreparado;y seguidodelbotonesdel conde,que llevabaunabandejavacía,loofrecíaconsatisfacciónatodoslosqueestabanalrededor.

CuandopasódelantedelseñorOudry,Rosanetteloparó.

—Bueno,¿yeseasunto?

Sepusounpococolorado;porfin,dirigiéndosealbuenseñor:

—Puescómo,amigomío,estoyasuenteradisposición.

Y sonó el nombre de Dambreuse; como hablaban a media voz, Frédéric los oíaconfusamente;sefuealotrorincóndelachimenea,dondeRosanetteyDelmarcharlaban.

El comediante tenía una cara vulgar, hecha como los decorados de teatro paracontemplarlaadistancia,manosgruesas,grandespies,unamandíbulapesadaydenigrabaa losactoresmás ilustres, tratabacondesdéna lospoetas,decía:mivoz,mi físico,mismedios, esmaltando su discurso con palabras poco inteligibles para él mismo y que legustaban,talescomo:«morbidezza,análogoyhomogeneidad».

Rosanetteloescuchabahaciendoconlacabezapequeñossignosdeaprobación.Bajoelmaquillajedesusmejillasselaveíallenadeadmiración,yalgohúmedo,comounvelo,pasabasobresusojosclaros,deuncolor indefinido.¿Cómoeraposiblequeunhombresemejantelaencantase?Frédéricseesforzabainteriormentepordespreciarlomástodavía,paradesterrar,talvez,laespeciedeenvidiaqueletenía.

LaseñoritaVatnazestabaahoraconArnoux;y,sindejardereírmuyfuerte,devezencuandoechabaunaojeadaasuamiga,aquienelseñorOudrynoperdíadevista.

DespuésArnouxylaVatnazdesaparecieron;elbuenseñorfueahablarenvozbajaa

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Rosanette.

—Bueno,sí,deacuerdo.Déjemetranquila.

YpidióaFrédéricquefueseaversielseñorArnouxestabaenlacocina.

Un batallón de vasos amedio llenar cubría el suelo; y las cacerolas, las ollas, y labesuguera saltabanpor el aire.Arnouxdabaórdenes a los criados, tuteándolos, batía lamahonesa,probabalassalsas,bromeabaconlamuchacha.

—Bien—dijo—,avisadallá.—Mandóservir.

Ya se había interrumpido el baile, las mujeres acababan de sentarse de nuevo, loshombres paseaban.Enmedio del salón, una de las cortinas estiradas de una ventana sehinchabaalviento;ylaEsfinge,apesardelasobservacionesdetodoelmundo,exponíaalacorrientedeaire susbrazossudorosos.¿YdóndeestabaRosanette?Frédéric labuscómás lejos, incluso en el saloncito y en la habitación. Algunos, para estar solos, o porparejas,sehabíanrefugiadoallí.Lasombrayloscuchicheossemezclaban.Habíarisitasahogadasbajopañuelosyseentreveíanenelribetedeloscorpiñostembloresdeabanicos,lentosysuavescomoaleteosdepájaroherido.

Entrandoenelinvernadero,vio,bajolasanchashojasdeuntegue,cercadelsurtidor,aDelmar tendido boca arriba sobre el sofá;Rosanette, sentada a su lado, le acariciaba elpelo;ysemiraban.EnelmismomomentoentróArnouxporelotrolado,eldelapajarera.Delmarselevantódeunsalto,saliótranquilamentesinvolverse;einclusosedetuvocercade la puerta para coger una flor demajagua, que se puso en el ojal. Rosanette bajó lacabeza;Frédéric,quelaveíadeperfil,sediocuentadequeestaballorando.

—¡Vamos!¿Quétienes?—dijoArnoux.

Ellaseencogiódehombrossinresponder.

—¿Esporculpadeél?—replicó.

Ellaextendiólosbrazosalrededordesucuello,y,besándolaenlafrente,lentamente:

—Túsabesbienquetequerrésiempre.Nopensemosmásenello.Vamosacenar.

Unalámparadecobredecuarentavelasiluminabalasala,cuyasparedesdesaparecíanbajo viejas porcelanas colgadas; y esta luz cruda, que caía a plomo, hacíamás blancotodavía,entrelosentremesesylafruta,ungigantescorodaballoqueocupabaelcentrodelmantelrodeadodeplatosllenosdesopa.Conunfrufrúdetelas,recogiendosusfaldas,susmangasysusecharpes,lasmujeressesentaronunasalladodeotras;loshombres,depie,sesituaronenlasesquinas.APellerinyalseñorOudryloscolocaroncercadeRosanette;Arnouxestabaenfrente;Palazotysuamigaacababandemarchar.

—¡Buenviaje!—dijoella—.¡Ataquemos!

Lasseñorasseescandalizaron,yprincipalmentelaPoissarde,madredeunahijadela

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quequeríahacerunamujerhonrada.AArnouxtampocolegustabaaquello,considerandoquesedebíarespetarlareligión.

Unrelojalemán,conungallodandolasdosensucarillón,provocómuchasbromassobre el cucú. Siguieron toda clase de comentarios: juegos de palabras, anécdotas,bravatas, apuestas, mentiras tomadas como verdades, afirmaciones improbables, untumulto de palabras que pronto se fue esparciendo en conversaciones particulares. Losvinoscirculaban,losplatossesucedian,eldoctortrinchaba.Selanzabandesdelejosunanaranja,uncorcho;dejabansuspuestosparairahablarconalguien.AmenudoRosanettesevolvíahaciaDelmar,inmóvildetrásdeella;Pellerincharlaba,elseñorOudrysonreía.LaseñoritaVatnazcomióellasolaelplatodecangrejos,ylascarcajadasyloscaparazonesestallabanbajosuslargosdientes.ElÁngel,sentadoeneltaburetedelpiano(únicositiodondesusalaslepermitíansentarse)masticabaplácidamentesinparar.

—¡Quétenedor!—repetíaelNiñodeCoroestupefacto—,¡quétenedor!

YlaEsfinge,quebebíaaguardienteaplenopulmón,seagitabacomoundemonio.Depronto,susmejillassehincharon,y,noaguantandomáslasangrequelaahogaba,sellevólaservilletaaloslabios,luegolatiródebajodelamesa.

Frédériclahabíavisto.

—Noesnada.

Yasuspeticionesdequesemarchaseysecuidase,ellarespondiódespacio:

—¡Bah!,¿paraqué?,¡lavidanoestandivertida!

Frédéric entonces se estremeció lleno de una tristeza glacial, como si hubiera vistomundosenterosdemiseriaydesesperación,unaestufadecarbónalladodeuncatre,yloscadáveresdeldepósitoendelantaldecuero,conelgrifodeaguafríaquecorríasobresuscabellos.

Entretanto,Hussonnet, acurrucado a los pies de laMujer Salvaje, berreaba con vozenronquecidaparaimitaralactorGrasset.

—¡No seas cruel, ohCeluta!, esta fiestecita de familia es encantadora,mis amores,embriagadmedevoluptuosidades,¡loqueemos!¡loqueemos!

Yempezóabesaralasmujeresenelhombro.Ellasseestremecíanalcontactoconsusbigotes;despuésseleocurrióromperunplatoensupropiacabeza,dándoleungolpecito.Otros le imitaron; los trozos de porcelana volaban como losas levantadas por un fuerteviento,ylaDescargadoraexclamó:

—Nosepreocupen,nocuestannada.Elburguésquelosfabricanoslosregala.

TodaslasmiradassevolvieronhaciaArnoux.Estereplicó:

—¡Ah!,pagándolos,permítanme—empeñado,sinduda,endaraentenderquenoera

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oquehabíadejadodeserelamantedeRosanette.

Perosealzarondosvocesfuriosas:

—¡Imbécil!

—¡Picaro!

—Asusórdenes.

—Alasdeusted.

EraelcaballeromedievalyelPostillónrusoquediscutían;comoéstehabíasostenidoqueestandoarmadonohacíafaltaservaliente,elotrolohabíatomadocomounainjuria.Queríabatirse,todosseinterponíanyelCapitán,enmediodeltumulto,intentabahacerseoír.

—¡Señores,escúchenme,unapalabra!Señores,tengoexperienciaenestascosas.

Rosanette, haciendo resonar un vaso con el cuchillo, acabó poniendo silencio; y,dirigiéndose al Caballero que conservaba su casco, después al Postillón tocado con ungorrodepelolargo:

—Retireprimerosucacerola,meestácalentando,aquelotro,usted,sucabezadelobo,¿quieren hacer el favor de obedecerme, caramba? Fíjense en mis hombreras. Soy suMaríscala.

—¡VivalaMaríscala!,¡vivalaMaríscala!

Entoncescogiódeencimadelaestufaunabotelladechampánylasirvió,levantándolaenalto fue llenando lascopasque lealargaban.Como lamesaerademasiado larga, losinvitados,sobretodoseñoras,sepusieronasuladoempinándoseenlapuntadelospies,sobrelosbarrotesdelassillas,locualformóenunminutoungrupopiramidaldetocados,hombros desnudos, brazos extendidos, cuerpos inclinados; y largos chorros de vinosaltabanenmediodetodoesto,pueselPierrotyArnoux,enlasdosesquinasdelasala,descorchandocadaunosubotella,salpicabanlascaras.Lospajaritosdelapajarera,cuyapuertahabíaquedadoabierta,invadieronlasala,todosasustados,revoloteandoalrededordelalámpara,chocandoconventanasymuebles;yalgunos,posándosesobrelascabezas,semejabangrandesflores.

Losmúsicossehabíanmarchado.Sacaronalsalónelpianoquehabíaenlaantesala.LaVatnazsesentóy,acompañadadelNiñodeCoroquetocabalapandereta, inicióunacontradanza,golpeandolasteclascomouncaballoquepiafaycontoneandolacinturaparamejormarcar el compás.LaMaríscala arrastró aFrédéric,Hussonnet se pavoneaba.LaDescargadora se contorsionaba como un payaso, el Pierrot adoptaba modales deorangután,laSalvajeconlosbrazosabiertosimitabalasoscilacionesdeunachalupa.Porfin,yaagotados,separaron;seabrióunaventana.

Laluzdeldíaentróconelfrescordelamañana.Hubounaexclamacióndeasombro,

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luegounsilencio.Lasllamasamarillastemblaban,haciendodevezencuandoestallarsusarandelas; cintas, flores y perlas alfombraban el suelo;manchas de ponche y de jarabeembadurnabanlasconsolas;lascolgadurasestabanmanchadas,lostrajesarrugados,llenosdepolvo;lastrenzasdepelocolgabandeloshombrosyelmaquillaje,quesederretíaconelsudor,dejabaaldescubiertocarasdescoloridas,cuyospárpadosrojosseagitaban.

LaMaríscala, frescacomoreciénsalidadelbaño, tenía lasmejillasrosadas, losojosbrillantes.Tirólejossupeluca;ysuscabelloscayeronalrededordeella,lacubrieroncomounapielnodejandoverdesuvestidomásquesupantalón,locualprodujounefectoalavezcómicoysimpático.

LaEsfinge,cuyosdientescastañeteabandefiebre,tuvonecesidaddeunchal.

Rosanettecorrióabuscarloasuhabitación,y,comolaotralaseguía,ellaledioconlapuertaenlasnarices.

ElTurcohizonotar envozmuyaltaquenohabíavisto salir al señorOudry.Nadiereparóenestapicardía,decansadosqueestaban.

Después,esperandoloscoches,searrebujaronensuscapellinasysusabrigos.Dieronlas siete. El Ángel seguía en la sala, sentado frente a una compota de mantequilla ysardinas;alladodeellalaPoissardefumabauncigarrillodetrásdeotromientrasledabaconsejossobrelavida.

Porfin,cuandollegaronloscoches,losinvitadossefueron.Hussonnet,empleadoenuna corresponsalía de provincias, tenía que leer antes de desayunar cincuenta y tresperiódicos; laSalvaje teníaunensayoenel teatro,Pellerinunmodelo,elNiñodeCorotres citas. Pero el Ángel, sintiendo los primeros síntomas de una indigestión, no pudolevantarse.ElBarónmedievallallevóhastaelcoche.

—¡Cuidadoconlasalas!—gritóporlaventanaladescargadora.

EstabanenelrellanodelaescaleracuandolaseñoritaVatnazdijoaRosanette:

—Adiós,querida,estuvomuybientufiesta.

Despuésledijoaloído:

—¡Cuídalo!

—Hastaquevengan tiemposmejores—replicó laMaríscalavolviéndose lentamentedeespaldas.

ArnouxyFrédéricregresaronjuntos,comohabíanido.Elcomerciantedelozaparecíatantaciturnoquesucompañerocreyóqueestabaindispuesto.

—¿Yo?Enabsoluto.

Semordíaelbigote,fruncíaelentrecejoyFrédériclepreguntósinoeransusnegocioslosqueleatormentaban.

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—Deningunamanera.

Después,depronto:

—Ustedloconoce,¿verdad?,altíoOudry—yconunaexpresiónderencor:

—Esrico,elviejotunante.

Luego,Arnouxhablódeunacochuraimportantequeteníaqueterminaresemismodíaensufábrica.Queríaverla.Eltrensalíadentrodeunahora.

—Perotengoqueiradespedirmedemimujer.

«¡Ah!¡Sumujer!»,pensóFrédéric.

Despuésseacostóconun insoportabledolordecabeza;ybebióunabotelladeaguaparacalmarlased.

Otras ansias le habían entrado, la de las mujeres, del lujo y de todo lo que llevaconsigo la vida parisina. Se sentía un poco aturdido, como un hombre que baja de unbarco;y,enlaalucinacióndelprimersueño,veíapasaryvolverapasarcontinuamenteloshombrosdelaPoissarde,lascaderasdelaDescargadora,laspantorrillasdelaPolaca,lacabelleradelaSalvaje.Luegodosgrandesojosnegros,quenoestabanenelbaile,seleaparecieron;yligeroscomomariposas,ardientescomoantorchas,iban,venían,vibraban,subíana la cornisa, bajabanhasta suboca.Frédéric se empeñabaen reconocer aquellosojos sin conseguirlo. Pero ya el sueño se había apoderado de él; le parecía que estabauncidoalladodeArnoux,altimóndeuncoche,yquelaMaríscala,acaballosobreél,lepicabaenelvientreconsusespuelasdeoro.

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CAPÍTULOII

FrédéricencontróenlaesquinadelacalleRumfortunhotelitoysecompró,deunavez,elcupé,elcaballo,losmueblesy,encasadeArnoux,dosmaceterosparaponerenelsalónalosdos ladosde lapuerta.Detrásde estahabitaciónhabíaun cuartoyuna salita.Se leocurriólaideadealojarallíaDeslauriers.Pero,¿cómolovería«ella»,sufuturaamante?La presencia de un amigo sería un estorbo. Tiró el tabique para ampliar el salón yconvirtiólasalitaenfumadero.

Compró los libros de sus poetas preferidos, deviajes, atlas, diccionarios, pues teníainnumerables planes de trabajo; daba prisa a los obreros, corría a las tiendas y, en suimpacienciadegozardelascosas,sellevabatodosindiscutirelprecio.

Según las facturas de los proveedores, Frédéric se dio cuenta de que tendría quedesembolsarencortoplazounoscuarentamilfrancos,sincontarlosderechosdesucesión,quepasaríandetreintaysietemil;comosupatrimonioeraenfincasrústicas,escribióalnotario de El Havre para que vendiese una parte, a fin de pagar sus deudas y poderdisponerdealgúndineroenefectivo.Después,deseandoconocerpor finesacosavaga,deslumbrante e indefinible que llaman «elmundo»,mandó un billete a losDambreusepidiendoserrecibido.Laseñoracontestóqueesperabasuvisitaeldíasiguiente.

Era día de recepción. Había coches estacionados en el patio. Dos criados seprecipitaronbajolamarquesinayuntercero,enloaltodelaescalera,empezóacaminardelantedeél.

Atravesó una antesala, una segunda habitación, después un gran salón de altasventanas,cuyachimeneamonumentalsoportabaunrelojdepénduloenformadeesfera,condos jarronesdeporcelanamonstruososdedondesalían,comozarzalesdorados,doshaces de palmatorias. En la pared había colgados cuadros al estilo del Españoleto; laspesadas cortinas de las puertas caíanmajestuosamente; y los sillones, las consolas, lasmesas, todo el mobiliario, que era de estilo Imperio, tenía algo de imponente y dediplomático.Frédéric,apesarsuyo,sonreíadeplacer.

Por fin llegó a una habitación oval, revestida de palo rosa, atiborrada de mueblesgraciosos,iluminadaporunasolaventanaquedabaaljardín.LaseñoraDambreuseestabaalladodelfuego,yunadocenadepersonaslehacíancorro.Conunapalabraamable,leindicóquesesentara,perosinmostrarsorpresapornohaberlevistohacíamuchotiempo.

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Cuandoentró,estabanelogiandolaelocuenciadelpadreCoeur.Despuésdeploraronlainmoralidadde loscriados,apropósitodeunrobocometidoporunayudadecámara;ysiguieron los cotilleos. La vieja señora de Sommery estaba acatarrada, la señorita deTurvisotsecasaba, losMontcharronnoregresaríanhastafinesdeenero, losBretancourttampoco, ahora la gente se quedaba en el campo mucho tiempo; y la pobreza de lasconversaciones se encontraba compensada por el lujo de las cosas que había alrededor;pero los temas de conversación eran menos estúpidos que la manera de tratarlos, sinobjeto, sin coherencia y sin animación.Había, sin embargo, hombres demundo, un exministro,elcuradeunagranparroquia,dosotresaltosfuncionariosdelgobierno;tambiénellosselimitabanalostemasmáscomunes.Algunosparecíanherederascansadas,otrosteníanmodales de chalanes y había viejos de cuyas mujeres habrían podidomuy bienpasarporabuelos.

La señora Dambreuse los recibía a todos con gracia. Cuando se hablaba de unenfermo,fruncíaelceñoconungestodedolor,yponíacaraalegresisehablabadebailesodefiestas.Prontoseveríaobligadaaprescindirdeellas,puesibaasacardelinternadoauna sobrina de su marido, huérfana. Su abnegación fue muy alabada; éste era uncomportamientodeverdaderamadredefamilia.

Frédériclaobservaba.Lapielmatedesucaraparecíatersaydeunafrescurasinbrillo,comoladeunafrutaenconserva.Perosuscabellos,entirabuzonesalainglesa,eranmásfinosquelaseda,susojosdeunazulbrillante,todossusgestosdelicados.Sentadaenelfondo,sobreelcanapé,acariciabalosflecosrojosdeunapantallajaponesa,paralucirsusmanos,sinduda,unaslargasmanosestrechas,algodelgadas,conlaspuntasdelosdedosligeramentevueltashaciaatrás.Llevabaunvestidodemoirégrisconcorpiñosubidocomounapuritana.

Frédéric le preguntó si no iría ese año a la Fortelle.La señoraDambreuse no sabíanada. El comprendía esto, por lo demás; en Nogent debía de aburrirse. Las visitasaumentaban. Era un continuo murmullo de faldas sobre las alfombras; las señoras,apoyadasenlasorillasdelassillas,dejabanescaparrisitasburlonas,articulandodosotrespalabras, y, al cabo de cinco minutos, se marchaban con sus hijas. Pronto se hizoimposible seguir la conversación, yFrédéric se retiraba cuando la señoraDambreuse ledijo:

—Todoslosmiércoles,¿verdadseñorMoreau?—compensandoconestasolafraselaindiferenciaquelehabíamostradohastaentonces.

Frédéricestabasatisfecho.Sinembargo,yaen lacalle,aspiróunagranbocanadadeaire;ysintiendonecesidaddeunambientemenosartificialrecordóquedebíaunavisitaalaMariscala.

La puerta de la antesala estaba abierta. Dos perritos de pelo blanco largo y sedosoacudieronarecibirle.Unavozgritó:

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—¡Delphine!¡Delphine!¿Esusted,Félix?

Élpermanecíaquieto; losdosperritos seguían ladrando.Por fin, aparecióRosanetteenvueltaenunaespeciedepeinadordemuselinablancaadornadadeencajes,sinmedias,enbabuchas.

—¡Ah!,¡perdón,señor!Creíqueeraelpeluquero.Unminuto.¡Estoyconusted!

Ysequedósoloenelcomedor.

Laspersianasestabancerradas.Frédéricechóunaojeadaalasala,recordandoelruidodelaotranoche,cuandoobservóenelcentro,sobrelamesa,unsombrerodehombre,unviejofieltroabollado,grasiento,asqueroso.¿Dequiéneraaquelsombrero?Mostrandosinpudorelforrodescosido,parecíadecir:«Despuésdetodo,medaigual.Soyelamo».

LaMariscalareapareció.Cogióelsombrero,abriólaestufa,loechódentro,volvióacerrar la puerta (al mismo tiempo otras puertas se abrían y se volvían a cerrar), y,atravesandolacocina,introdujoaFrédéricensutocador.

Se veía enseguida que aquél era el lugar más frecuentado de la casa, y como suverdaderocentromoral.Unamismatelapersadegrandesfollajestapizabalasparedes,lasbutacas y un amplio diván elástico; sobre unamesa demármol blanco, separadas, dosampliaspalanganasde lozaazul;por encimahabíaunaestanteríadecristal, atestadadefrascos, cepillos, peines, barras de cosmética, cajas de polvos; la luz se reflejaba en ungran espejo movible; de la orilla de una bañera colgaba una sábana y de allí sedesprendíanoloresapastadealmendrayabenjuí.

—Disculpeeldesorden.Estanochecenofuera.

Y,girandosobresustalones,estuvoapuntodeaplastaraunodesusperritos.Frédéricdijoque eran encantadores.Ella los tomóenbrazos a losdosy, acercandohasta él susmorrosnegros:

—Vamos,hacedleunarisita,dadleunbesoalseñor.

Bruscamenteentróunhombre,vestidoconunasucialevitadecuellodepiel.

—Félix,mibuenamigo—dijoella—,aquellolotendráeldomingopróximosinfalta.

El hombre empezó a peinarla. Le habló de su amiga: la señora de Rochegune, laseñora de Saint-Florentin, la señora Lombard, todas eras nobles, como en casa de losDambreuse. Después hablaron de teatros; aquella noche en el Ambigú había unarepresentaciónextraordinaria.

—¿Iráusted?

—Afemía,¡no!¡Mequedoencasa!

AparecióDelfina.Ellaleriñóporhabersalidosinpermiso.Laotrajuróque«volvíadelmercado».

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—Bueno,tráigameellibrodecuentas.Ustedmepermite,¿verdad?

Yleyendomedioenaltoelcuaderno,Rosanettehizoobservacionesacadaartículo.Lasumaestabamal.

—Devuélvamecuatrosueldos.

Delphinelosdevolvió,y,despuésdehaberlemandadoretirarse:

—¡Ah!¡Virgensanta!,¡notendremosbastantedesgraciaconestagente!

AFrédériclechocóestarecriminación.Lerecordabademasiadolasotras,yestablecíaentrelasdoscasasunaespeciedeigualdadfastidiosa.

CuandovolvióDelphine,seacercóalaMariscalaparadecirleunacosaaloído.

—Puesno,noquiero.

Delphinevolvióaentrar.

—Señora,ellainsiste.

—¡Ah!,¡quéfastidio!¡Echalafuera!

En aquel preciso momento, una vieja señora vestida de negro empujó la puerta,Frédéricnooyónada,novionada;Rosanette sehabía adelantadoen lahabitacióna suencuentro.

Cuando reapareció, tenía los pómulos rojos y se sentó en uno de los sillones, sinhablar. Una lágrima resbaló sobre su mejilla; después, volviéndose hacia el joven,suavemente.

—¿Cómosellama?

—Frédéric.

—¡Ah!,Frédéric.¿Nolemolestaquelellameasí?

Y lemiraba de unamaneramimosa, casi enamorada. De pronto, lanzó un grito dealegríaalveralaseñoritaVatnaz.

Aquellamujerartistano tenía tiempoqueperder,puesa las seis enpunto teníaquepresidirunacenadebeneficencia;yestabajadeante,nopodíamás.Primeramenteretiródesucapachounacadenaderelojenvueltaenunpapel,luegodiferentesobjetos,compras.

—Sabrás que en la calle Joubert hay guantes de Sueciamagníficos a treinta y seissueldos.Tu tintoreropideochodíasmás.Paraelguipurhedichoquevolveríanapasar.Bugneaux ha recibido el anticipo. Eso es todo,me parece. Son ciento ochenta y cincofrancosloquemedebes.

Rosanettefueauncajónacogerdieznapoleones.Ningunadelasdosteníaparadarlavuelta.Frédéricseofrecióparacambiar.

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—Selosdevolveré—dijolaVatnaz,guardandolosquincefrancosensubolso—.Peroesustedunvillano.Yanolequiero,elotrodíanomesacóabailarunasolavez.¡Ah!,querida amiga, descubrí, en una tienda del muelle Voltaire unos colibríes que son unencanto.Entulugar,meloscompraría.¡Mira!¿Quétepareceesto?

YleenseñóunviejocortedesedarosaquehabíacompradoenelTempleparahacerunjubónmedievalaDelmar.

—Havenidohoy,¿verdad?

—No.

—¡Esextraño!

Yunminutodespués:

—¿Adóndevasestanoche?

—AcasadeAlfonsina—dijoRosanette.Locualeralaterceraversióndecómoibaapasarlavelada.

LaseñoritaVatnazreplicó:

—YelViejodelaMontaña,¿quéhaydenuevo?

Pero, con un brusco guiño de ojo, la Maríscala la mandó callarse; y acompañó aFrédérichastalaantesala,parasabersiveríaprontoaArnoux.

—Dígalequevenga;nodelantedesuesposa,¡porsupuesto!

Enloaltodelasescalerashabíaunparaguasapoyadoenlapared,alladodeunpardechanclos.

—LoschanclosdegomadelaVatnaz—dijoRosanette—.¡Quépie,eh!Esfuertemiamiguita.

Yentonomelodramático,recalcandomuchola«r»:

—Nofíarrrse.

Frédéric, envalentonado por esta especie de confidencia, quiso besarla en el cuello.Elladijofríamente:

—¡Oh!¡besa!,nocuestanada.

Sesentía ligeroalsalirdeallí,nodudandoque laMaríscalaseríaprontosuamante.Estedeseodespertóotro;y,apesardelrencorqueleguardaba,quisoveraMme.Arnoux.

Además,teníaquedarleunrecadodeRosanette.

«Pero, ahora —pensó (estaban dando las seis)— Arnoux está en casa, sin duda».Aplazósuvisitaparaeldíasiguiente.

Ellasemanteníaenlamismaactitudqueelprimerdíayestabacosiendounacamisita

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deniño.Elchiquito,asuspies,jugabaconunzoodeanimalesdemadera;Marta,unpocomáslejos,escribía.

Frédéricempezófelicitándolaporsushijos.Ellarespondiósinningunaexageracióndetonteríamaternal.

Lahabitación tenía aspecto tranquilo.Un sol espléndidoatravesaba los cristales, lasesquinasdelosmueblesrelucían,y,comoMme.Arnouxestabaalladodelaventana,ungranrayoquecaíasobrelosrizosdesunuca,penetrabaconunfluidodoradosupieldeámbar.Entonceséldijo:

—¡Lo que ha crecido esta criatura desde hace tres años!; ¿se acuerda, señorita, decuando dormía sobre mis rodillas, en el coche?—Marthe no recordaba—. Una tarde,volviendodeSaint-Cloud.

Mme.Arnoux le dirigió unamirada extraordinariamente triste. ¿Era para prohibirletodaalusiónasurecuerdocomún?

Susbellosojosnegros,cuyoblancobrillaba,semovíansuavementebajosuspárpadosalgopesados,yenlaprofundidaddesuspupilashabíaunabondadinfinita.Yunamormásfuertequenunca,inmenso,seapoderódenuevodeFrédéric;eraunacontemplaciónquelodejabaabotargado;sinembargo,selasacudió.¿Cómohacersevaler?¿Porquémedios?Ydespués de mucho buscar, Frédéric no encontró nada mejor que el dinero. Empezó ahablardeltiempo,queeramenosfríoqueenElHavre.

—¿Haestadoustedallí?

—Sí,porunasunto…defamilia…unaherencia.

—¡Ah!,mealegromucho—replicóellaconunairedesatisfaccióntanauténticoqueélsesintióagradecidocomosilehubierahechoungranfavor.

Despuésella lepreguntóporsusproyectos,unhombredebíadedicarseaalgo.Elseacordódequehabíamentidoydijoqueesperaba llegaralConsejodeEstadograciasalseñorDambreuse,eldiputado.

—¿Loconoce,acaso?

—Denombresolamente.

Después,envozbaja:

—Éllellevóalbaileelotrodía,¿verdad?

Frédériccallaba.

—Esloquequeríasaber,¡gracias!

Luegolehizodosotrespreguntasdiscretasacercadesufamiliaydesuprovincia.Eramuyamablehabiendopermanecidoallítantotiemposinolvidarlos.

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—Pero…¿esquepodía?—replicóél—.¿Loponíaustedenduda?

MadameArnouxselevantó.

—Creoqueustedsientepornosotrosunsinceroysólidoafecto.Adiós…Hastaluego—yletendiólamanoconungestofrancoyviril.

¿No era un compromiso, una promesa? Frédéric se sentía encantado de la vida,aguantaba los deseos de cantar, necesitaba expansionarse, hacer generosidades, darlimosnas.Miró a su alrededor si no había alguien a quien socorrer. No pasaba ningúnnecesitado; y su veleidad altruista se desvaneció, pues no era hombre que buscase lasocasioneslejanas.

Despuéssevolvióaacordardesusamigos.ElprimeroenquienpensófueHussonnet,el segundo Pellerin. La posición ínfima de Dussardier exigía, naturalmente, muchadelicadeza;encuantoaCisy,élsealegrabadehacerleverunpocosufortuna.Asípues,escribióaloscuatroparaquefuesenainaugurarlacasaeldomingosiguiente,alasonceenpunto,yencargóaDeslauriersquellevaseaSénécal.

ElprofesordeMatemáticashabíasidodespedidodesutercerinternadopornohaberqueridodarpremios,costumbrequeélveíacomofunestaalaigualdad.AhoraestabaconunconstructordemáquinasyyanovivíaconDeslauriersdesdehacíaseismeses.

Suseparaciónnohabíatenidonadadepenoso.Sénécal,enlosúltimostiempos,recibíaahombresdeguardapolvos, todospatriotas, todos trabajadores, todosbuenagente,perocuya compañía parecía fastidiosa al abogado. Además, ciertas ideas de su amigo,excelentes armas de guerra, le disgustaban. Se callaba por ambición, empeñándose entratarlo con cuidado, paraguiarle, pues esperaba con impacienciaungran cambio en elquecontabasupuesto.

LasconviccionesdeSenecaleranmásdesinteresadas.Cadatarde,terminadasutarea,volvía a su buhardilla y buscaba en los libros unmedio de justificar sus sueños.Habíaanotado el Contrato social. Se tragaba la Revista Independiente. Conocía a Mably,Morelly,Fournier,Saint-Simon,Comte,Cabet,LouisBlanc, toda lapesadacargade losescritoressocialistas,aquellosquereclamanpara lahumanidadelnivelde loscuarteles,losquequisierandivertirlaenburdelesodoblegarlasobreunmostrador;y,delamezcladetodoesto,sehabíahechounidealdedemocraciavirtuosa,queteníaeldobleaspectodeunagranjaenaparceríayunafábricadehilados,unaespeciedeLacedemoniaamericanadonde el individuo no existiría más que para servir a la sociedad, más omnipotente,absoluta,infalibleydivinaquelosGrandesLamasylosNabucodonosores.Noteníadudaalguna sobre la eventualidad próxima de esta concepción, todo lo que le parecía unobstáculo Sénécal lo perseguía con la lógica de un geómetra y la buena fe de uninquisidor. Los títulos nobiliarios, las cruces, los penachos, las libreas, sobre todo, einclusolasreputacionesquesonabandemasiadoleescandalizaban,yaquesusestudios,lomismoquesussufrimientos,avivabancadadíasuodioesencialhaciacualquierformade

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distinciónodesuperioridad.

—¿Quéledeboaeseseñorparahacerlecortesías?Siquisieraalgodemí,¡podíaveniraverme!

Deslaurierslollevóconsigo.

Encontraron a su amigo en el dormitorio. Persianas y dobles cortinas, espejo deVenecia, allí nada faltaba; Frédéric, en chaqueta de terciopelo, estaba recostado en unabutacafumandocigarrillosturcos.

Sénécal se entristeció como losmojigatos a quienes llevan a los lugares de placer.Deslauriersloviotododeunasolaojeada;después,inclinándosemuyprofundamente:

—Monseñor,lepresentomisrespetos.

Dussardierlesaltóalcuello.

—¿Asíqueesustedrico?¡Tantomejor,caray,tantomejor!

Apareció Cisy, con crespón negro en su sombrero. Desde la muerte de su abuelagozaba de una fortuna considerable y ponía menos empeño en divertirse que endistinguirsedelosdemás,ennosercomotodoelmundo,enfin,en«darsetono».Erasuexpresión.

Entretanto era ya mediodía, y todos bostezaban; Frédéric esperaba a alguien. AlnombredeArnoux,Pellerinpusomalacara.Loconsiderabacomounrenegadodesdequehabíaabandonadolasartes.

—¿Siprescindiéramosdeél?

Todosaprobaron.

Uncriadodelargaspolainasabriólapuerta,yvieronelcomedorconsualtozócaloderoble,realzadodefranjasdoradasysusdosaparadorescargadosdevajilla.Habíanpuestobotellasdevinoacalentarsobrelaestufa;lashojasdeloscuchillosnuevosespejeabanallado de las ostras; había en el tono lechoso de los vasos de cristal fino una especie deatrayentesuavidad,ylamesaseocultababajolacaza,fruta,cosasextraordinarias.Sénécalnodioaprecioaestosdetalles.

Comenzópidiendopancasero lomásduroposible,y, a estepropósito,hablóde losasesinatosdeBuzançaisydelacrisisdelassubsistencias.

Nadadetodoestohabríaocurridosiseprotegiesemásalaagricultura,sinosehubieradejadotodoalalibrecompetencia,alaanarquía,aladeplorablemáximadellaissezfaire,laissezpasser.Asíescomoseconstituíaelfeudalismodeldinero,¡peorqueelotro!¡Peroque se anden con cuidado! El pueblo, al final, se cansará, y podría hacer pagar sussufrimientosalosdetentadoresdelcapital,yaconcruentasproscripciones,yasaqueandosuspalacios.

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FrédéricvislumbróenunrelámpagounaoleadadehombresremangadosinvadiendoelgransalóndelaseñoraDambreuse,rompiendolosespejosagolpesdepica.

Sénécal continuaba: el obrero, a causa de la insuficiencia de los salarios, era másdesgraciadoqueelilota,elnegroyelparia,sobretodositeníahijos.

—¿Acaso debe deshacerse de ellos asfixiándolos, como aconseja no sé que doctoringlés,discípulodeMalthus?

YsevolvióaCisy:

—¿NotendremosmásremedioqueseguirlosconsejosdelinfameMalthus?

Cisy, que ignoraba la infamia e incluso la existencia deMalthus, respondió que, apesardetodo,sesocorríanbastantesmiserias,yquelasclaseselevadas…

—¡Ah!, ¡las clases elevadas! —dijo con risa burlona, el socialista—, la únicaelevaciónquecuentaesladelespíritu.Noqueremoslimosnas,entiende,sinolaigualdad,eljustorepartodelosproductos.

Loquepedíaeraqueelobreropudiesellegaracapitalista,comoelsoldadoacoronel.Losgremios,almenos,limitandoelnúmerodelosaprendices,impedíanlainflacióndelaofertadetrabajadores,yelsentimientodelafraternidadsemanteníapormediodefiestas,losestandartes.

Hussonnet, como poeta, echaba demenos los estandartes; Pellerin también; era unapredilección que le había nacido en el caféDagneaux, escuchando los discursos de losfalansterianos.DeclaróqueFouriereraungranhombre.

—¡Vaya!—dijo Deslauriers—. Un animal de toda la vida que ve en las caídas deimperiosefectosdelavenganzadivina.EscomoelseñorSaint-Simonysuspartidarios,consuodioa laRevolución francesa:unapilade farsantesquequerrían restaurarnoselcatolicismo.

ElseñordeCisy,sindudaparaaclararseoparadarbuenaimpresión,empezóareírenvozbaja.

—¿Esosdossabiosnoson,pues,delaopinióndeVoltaire?

—Aéseseloregalo—replicóSénécal.

—¿Cómo?,yocreía…

—¡Puesno!,¡noamabaalpueblo!

Después,laconversacióndescendióalosacontecimientoscontemporáneos:lasbodasespañolas,lasdilapidacionesdeRochefort,lareformadelcabildodeSaint-Denis,todolocualacarrearíaunaumentodelosimpuestos.SegúnSénécal,yasepagabanbastantes.

—¿Y para qué, Dios santo?, ¡para levantar palacios a losmonos delMuseo, hacerdesfilar por nuestras plazas brillantes estados mayores, o permitir que los lacayos del

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Castillomantenganunaetiquetagótica!

—HeleídoenLaModa—dijoCisy—,queeldíadeSanFernando,enelbailedelasTullerías, todo el mundo llevaba disfraces de carnaval con botas, calzón y cascos deplumas.

—Sí,¿noesalgolamentable?—dijoelsocialistaencogiendoloshombrosdeasco.

—Y el museo de Versalles —exclamó Pellerin—. Hablemos de esto. AquellosimbécileshanquitadocuadrosdeDelacroixparadejarmásespacioalosdeuntalGros.EnelLouvre,hanrestaurado,rascadoymanoseadoloscuadrosdetalmaneraque,dentrodeseisaños,quizásnoquedarániuno.Encuantoaloserroresdelcatálogo,unalemánhaescritotodounlibrosobreesto.Losextranjeros,afemía,seburlandenosotros.

—Sí,somoslarisadeEuropa—dijoSénécal.

—EsporqueelArteestáenfeudadoalaCorona.

—Mientrasnotengáiselsufragiouniversal…

—¡Permitidme!, pues el artista, rechazado durante veinte años en todos los salones,estabafuriosocontraelPoder.Eh,quenosdejentranquilos.¡Yonopidonada!,sóloalascámaras compete legislar sobre los intereses delArte.Habría que crear una cátedra deestética, cuyo profesor, a la vez práctico y teórico, llegaría, espero, a agrupar a lamuchedumbre.Usted,Hussonnet,haríabienescribiendoalgosobreestoensuperiódico.

—¿Es que los periódicos son libres?, ¿lo somos nosotros? —dijo Deslauriers conarrebato—. Cuando pienso que pueden hacer falta hasta veintiocho formalidades paratener derecho a botar un barquito en el río, me dan ganas de ir a vivir con losantropófagos.Elgobiernonoscomevivos.Todoessuyo,lafilosofía,elderecho,lasartes,elairequerespiramos;yFranciabajolabotadelgendarmeyeldisfrazdeloscómicos.

ElfuturoMirabeaudescargabaasísubilis,asusanchas.Finalmente,tomósucopa,selevantóy,conelpuñoenlacaderaylosojosencendidos:

—Brindoporladestruccióncompletadelordenactual,esdecir,detodoloquellamanPrivilegio,Monopolio,Dirección,Jerarquía,Autoridad,Estado—y,levantómáslavoz—:¡queyoquisierarompercomoesto!—lanzandosobrelamesalabellacopadepie,quesedeshizoenmilpedazos.

TodosaplaudieronyespecialmenteDussardier.

El espectáculo de las injusticias le hacía saltar el corazón. Estaba preoupado porBarbes;eradeesosqueseechandebajodeloscochesparasocorreraloscaballoscaídos.Suerudiciónselimitabaadosobras,unatituladaCrímenesdelosreyes,laotraMisteriosdel Vaticano. Había estado escuchando al abogado con la boca abierta, con verdaderadelicia.Porfin,noaguantandomás:

—YoloquelereprochoaLuisFelipeesqueabandonealospolacos.

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—¡Unmomento!—dijoHussonnet—.Primero,Polonianoexiste;esunainvencióndeLafayette. Los polacos, en general, son todos del faubourg Saint-Marceau, pues losverdaderosseahogaronconPoniatowski.

Enresumen,nodabaenelclavo,estabadevueltadetodo.Eracomolaserpientedemar,larevocacióndelEdictodeNantes,yesaviejabromadelanochedeSanBarthélemy.

Sénécal,sindefendera lospolacos,subrayó lasúltimaspalabrasdel letrado.Habíancalumniadoalospapas,que,despuésdetodo,defendíanalpueblo,yllamabaalaLiga«laauroradelaDemocracia,ungranmovimientoigualitariocontraelindividualismodelosprotestantes».

Frédéricestabaunpocosorprendidoporestas ideas.ProbablementeaburríanaCisy,puesllevólaconversaciónaloscuadrosvivosdelGimnasio,queentoncesatraíanamuchagente.

Sénécalseafligióporesto.Talesespectáculoscorrompíanalashijasdelproletariado;además, se las veía hacer ostentación de un lujo insolente. Por eso aprobaba a losestudiantesbávarosquehabíaninsultadoaLolaMontes.AsemejanzadeRousseau,hacíamáscasoalamujerdeuncarboneroquealaamantedeunrey.

—¿Usted se ríe de las trufas?—replicó majestuosamente Hussonnet. Y asumió ladefensadeestasseñoras,enfavordeRosanette.

Después,hablandodesubaileydeltrajedeArnoux:

—¿Dicenqueestáconunpieenelaire?—dijoPellerin.

Elmarchantedecuadrosacababade tenerunpleitoporsus terrenosdeBelleville,yactualmente era socio conotros truhanes de su calaña enuna compañía de caolín de laBajaBretaña.

Dussardier sabíamás; pues el patrón que tenía, el señorMoussinot, había recabadoinformes sobre Arnoux al banquero Oscar Lefebvre, quien le había respondido que lojuzgabacomopocosólido,puesestabaalcorrientedesusprórrogas.

Ya habían tomado el postre; pasaron al salón, tapizado como el de laMaríscala, dedamascoamarillo,ydeestiloLuisXVI.

Pellerin reprochó a Frédéric no haber escogido con preferencia el estilo neogriego.Sénécalfrotócerillascontralascolgaduras;Deslauriersnohizoningunaobservación.

Las hizo en la biblioteca, que calificó de biblioteca de niña. Lamayor parte de losescritorescontemporáneosestabanallírepresentados.Nofueposiblehablardesusobras,puesHussonnet, enseguida, empezaba a contar anécdotas sobre suspersonas, criticandosus caras, sus hábitos, sus costumbres, su forma de vestir, exaltando los talentos dedecimoquinta categoría, denigrando los de primera, y deplorando, por supuesto, ladecadenciamoderna.Talcancioncillaaldeanacontenía,ellasola,máspoesíaquetodoslos

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líricosdelsigloXIX;Balzacestabasobrestimado,Byronporlossuelos,Hugonoentendíanadadeteatro,etc.

—¿Porqué—dijoSénécal—notieneustedlosvolúmenesdenuestrospoetasobreros?

YelseñordeCisy,queseocupabadeliteratura,seextrañódenoversobrelamesadeFrédéricfisiologíasnuevas,fisiologíadelfumador,delpescadordecaña,delconsumero.

Llegarona irritarle tantoque le entraronganasde echarlos a empujones:«¡Peromeestoyvolviendotonto!».

YtomandoaparteaDussardier,lepreguntósipodíaservirleenalgo.Elbuenchicoseconmovió.Consupuestodecajerononecesitabanada.

Luego,FrédéricllevóasuhabitaciónaDeslauriers,y,sacandodesusecreterdosmilfrancos:

—Toma,amigomío,guárdalos.Eselrestodemisviejasdeudas.

—Pero…¿Yelperiódico?—dijoelabogado—.HehabladodeélaHussonnet,yalosabes.

YalarespuestadeFrédéricqueseencontraba«unpocoapurado»enestemomento,elotrosonriómaliciosamente.

Después de los licores bebieron cerveza; después de la cerveza tomaron grogs;volvieronafumarunaspipas.Porfin,alascincodelatarde,todossefueron;ycaminabanunosdetrásdeotros,sinhablar,cuandoDussardierempezóadecirqueFrédérichabíasidounperfectoanfitrión.Todosestuvierondeacuerdo.

Hussonnetdeclaróque lacomidahabía sidounpocopesada.Sénécalcriticóel tonofrívolodesuapartamento.

Cisyopinabalomismo.Aquellocarecíatotalmentede«gusto».

—Creo—dijoPellerin—quehabríapodidoencargarseuncuadro.

Deslauriersestabacallado,consusbilletesdebancoenelbolsillodelpantalón.

Frédéricsehabíaquedadosolo.Pensabaensusamigosysentíaqueentreellosyélsehabíaabiertounfosollenodesombra.Leshabíatendidolamano,sinembargonohabíancorrespondidoalafranquezadesucorazón.

RecordólaspalabrasdePellerinydeDussardiersobreArnoux.¿Eranunainvención,unacalumniatalvez?Pero¿porqué?YleparecióveraMme.Arnouxarruinada,llorando,teniendoquevendersusmuebles.Estaidealeatormentótodalanoche;aldíasiguientesepresentóensucasa.

No sabiendo cómo empezar para decirle lo que sabía, le preguntó a modo deconversación,siArnouxseguíateniendoaquellosterrenosdeBelleville.

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—Sí,continúa.

—¿EstáahorametidoenunasociedadparalaexplotacióndecaolíndeBretaña,segúncreo?

—Escierto.

—Sufábricamarchamuybien,¿verdad?

—Pues…losupongo.

Y,observandoquevacilaba:

—¿Quépasa,pues?,medaustedmiedo.

Lecomunicólahistoriadelasrenovacionesdecrédito.Ellabajólacabezaydijo:

—Melotemía.

Enefecto,Arnoux,esperandohacerunabuenaespeculación,nohabíaqueridovendersus terrenos, había pedido prestado sobre ellos una gran cantidad, había pensadorecuperarseestableciendounafábrica.Losgastoshabíansuperadolasprevisiones.Ellanosabíamás; eludía toda pregunta y afirmaba continuamente que «la cosamarchabamuybien».

Frédéric trató de tranquilizarla. Eran tal vez dificultades pasajeras. En todo caso, sisupieraalgomás,selocomunicaría.

—¡Oh,sí!,¿verdad?—dijoellaconlasmanosjuntasenactituddesúplica.Élpodía,pues,serleútil.Entrabaasíensuvida,ensucorazón.

LlegóArnoux.

—¡Ah!,quéamablevenirabuscarmeparacenar.

Frédéricnosabíaquédecir.

Arnoux habló de cosas sin importancia, después advirtió a sumujer que regresaríamuytarde,puesteníaunacitaconelseñorOudry.

—¿Ensucasa?

Puesclaro,ensucasa.

Bajandolosescalonesconfesóque,comolaMariscalaestabalibre,ibaadivertirseconellaal«MoulinRouge»;ycomosiemprenecesitabaalguienconquiendesahogarse,pidióaFrédéricqueleacompañasehastalapuerta.

Envez de entrar, se puso a pasear por la acera, observando la ventana del segundopiso.Deprontosedescorrieronlascortinas.

—¡Ah!,¡bravo!EltíoOudryyanoestá.¡Buenasnoches!

¿Era,pues,eltíoOudryquienlasostenía?Frédéricnosabíayaquépensar.

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Desdeaqueldía,Arnouxestuvoaúnmáscordialqueantes;leinvitabaacenarencasadesuamante,yprontoFrédéricfrecuentóalavezlasdoscasas.

La de Rosanette le divertía. Iban allí de noche, al salir del club o del espectáculo;tomaban una taza de té, jugaban una partida de lotería; los domingos, jugaban a lasadivinanzas; Rosanette, más revoltosa que las demás, se distinguía por sus ocurrenciasgraciosas,comocorreracuatropatasoponerseungorrodealgodón.Paraasomarsealaventanaaveralosquepasabanporlacalle,teníaunsombrerodecuerolavable,fumabachibuquis,cantabatirolesas.Porlatarde,comoestabadesocupada,recortabafloresenuntrozodetelapersaylaspegabaellamismaenloscristales,embadurnabadepinturaasusdos perritos o se echaba a sí misma la buenaventura. Incapaz de resistir un deseo, seencaprichabaporunmuñecoquehabíavisto,nodormía,corríaacomprarlo,locambiabaporotro,yestropeabalastelas,perdíasusjoyas,derrochabaeldinero,habríavendidolacamisaporunpalcodeproscenio.AmenudopreguntabaaFrédériclasignificacióndeunapalabraquehabíaleído,peronoescuchabasurespuesta,puessaltabarápidamenteaotraidea,multiplicandolaspreguntas.Aexcesosdealegríasucedíancólerasinfantiles;obiensoñaba sentada en el suelo, delantedel fuego, cabezabajay la rodilla entre susmanos,másinertequeunaculebraaletargada.Singuardarrecatoalguno,sevestíadelantedeél,se quitaba despacio lasmedias de seda, después se lavaba a fondo la cara, echando lacinturahaciaatráscomounanáyadetemblorosa;ylarisadesusdientesblancos,elbrillode sus ojos, su belleza, su alegría hacían perder la cabeza a Frédéric y excitaban susnervios.

FrédériccasisiempreencontrabaaMme.Arnouxenseñandoaleerasuniño,odetrásde la silla deMarthe, que hacía gamas en el piano; cuando trabajaba en una labor decostura, era para él un gran honor recogerle a veces las tijeras.Todos susmovimientoserandeunamajestadtranquila;susmanecitasparecíanhechaspararepartirlimosnas,paraenjugarlágrimas,ysuvoz,unpocoapagadapornaturaleza,alcanzabatonosacariciadoresycomoligerezasdebrisa.

La literatura no la entusiasmaba, pero su ingenio cautivaba con palabras sencillas ypenetrantes.Legustabanlosviajes,elrumordelvientoentrelosárboles,pasearseconlacabeza descubierta bajo la lluvia. Frédéric escuchaba estas cosas con verdadera delicia,creyendoverelcomienzodeunabandonodesímisma.

El trato de estas dos mujeres ponía en su vida como dos músicas: una juguetona,arrebatada,divertida,laotragraveycasireligiosa;yvibrabanjuntas,seguíancreciendoypocoapocosemezclaban.Pues,siMme.Arnouxllegabaatocarlesolamenteconeldedo,laimagendelaotrainmediatamentesurgíaensudeseo,porque,porestelado,teníaunaposibilidadmáslejana;yestandoconRosanette,cuandollegabaaemocionarse,recordabainmediatamenteasugranamor.

Esta confusión era provocada por semejanzas entre las dos casas. Uno de los dosarcones que antaño se veían en el bulevar Montmartre adornaba ahora el comedor de

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Rosanette;elotro,elsalóndeMme.Arnoux.Enlasdoscasas,losserviciosdemesaeransemejantes, y se encontraba incluso el mismo tapete de terciopelo sobre las butacas;además, una cantidad de pequeños regalos, pantallas, cajas, abanicos, iban y venían decasa de la amante a la de la esposa, pues sin elmenormiramientoArnoux, amenudo,volvíaaquitaraunaloquelehabíadadoalaotra.

LaMariscalase reíaconFrédéricapropósitodeestosmalosmodales.Undomingo,despuésdecenar,ellalollevódetrásdelapuertayleenseñóenelpaletodeArnouxunabolsa de pasteles que acababa de escamotear en la mesa, para invitar, sin duda, a supequeña familia. El señor Arnoux se dedicaba a hacer travesuras que rayaban en ladesvergüenza.Paraélconstituíaundebernopagarlosarbitriosmunicipales;secolabaenelespectáculosinpagar,conunaentradadesegundapasabaaprimera,ycontabacomounagraciaextraordinariaqueacostumbraba,enlosbañosfríos,aponerenelcepillodelencargado un botón de calzoncillo por una moneda de diez sueldos; todo lo cual noimpedíaquelaMariscalaleamara.

Sinembargo,elladijoundía,hablandodeél:

—¡Ah!,yaempiezaaaburrirme.Yaestoyharta.Afemía,malasuerte,yaencontraréotro.

Frédériccreíaque«elotro»yalohabíaencontradoyquesellamabaseñorOudry.

—¡Bueno!—dijoRosanette—,¿quémásda?

Después,entonolloroso.

—Le pidomuy poca cosa, pero él no quiere, el bobo. No quiere. En cuanto a suspromesas,¡oh!,esdiferente.

Lehabíaprometidouncuartodesusbeneficiosenlasfamosasminasdecaolín;nuncasehabíavistonada,comotampocoelcachemirconelqueveníaengañándoladesdehacíaseismeses.

Sinembargo,esunbuenhombre,supropiamujerlodecía.Pero¡tanloco!Envezdellevartodoslosdíasgenteacenarasucasa,ahorainvitabaasusconocidosalrestaurante.Comprabacosascompletamenteinútiles,talescomocadenasdeoro,relojesdechimenea,artículos, cosas para la casa.Mme.Arnoux enseñó incluso a Frédéric, en el pasillo, unenormesurtidodecacerolas,cazos,estufillasysamovares.Porfin,undíaellaleconfesósuspreocupaciones:Arnouxlehabíahechofirmarunpagaré,suscritoalaordendelseñorAmbreuse.

Entretanto, Frédéric no abandonaba sus proyectos literarios, por una especie depundonor consigo mismo. Quería escribir una historia de la estética, fruto de susconversaciones con Pellerin, después escenificar diferentes épocas de la Revoluciónfrancesa y escribir una gran comedia, bajo la influencia indirecta de Deslauriers y deHussonnet.Amenudo,enmediodesu trabajose leaparecía lacarade launao laotra;

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luchaba contra los deseos de verla, no tardaba en ceder a ellos; y estaba más triste alvolverdecasadeMme.Arnoux.

Unamañanaenqueestabarumiandosumelancolíajuntoalfuego,entróDeslauriers.LosdiscursosincendiariosdeSénécalhabíanpreocupadoasupatrón,y,unavezmás,seencontrabasinrecursos.

—¿Quéquieresquehaga?—dijoFrédéric.

—¡Nada!No tienes dinero, lo sé. Pero no te sería difícil encontrarle un puesto pormediodelseñorDambreuseobiendeArnoux.

Arnouxdebíadenecesitar ingenieros en su establecimiento.Frédéric tuvouna idea:Sénécal podría informarle de las ausencias del marido, llevar cartas, ayudarle en milocasionesquepodríanpresentarse.Dehombreahombre,siempresehacenestosservicios.Además, encontraría medio de servirse de él sin que lo sospechase. La casualidad leofrecíaunaayuda,eradebuenaugurio,habíaqueaprovecharlay,afectandoindiferencia,contestóqueerafactibleyqueélseencargaríadeello.

E inmediatamente puso manos a la obra. Arnoux se afanaba mucho en su fábrica.Buscabaelrojode loschinos,perosuscoloressevolatilizabanpor lacochura.Afindeevitarlasgrietasdesuscerámicas,mezclabacalconarcilla;perolaspiezasserompíanlamayor parte, el esmalte de sus pinturas en frío hacía burbujas, sus grandes placas sealabeaban;y,atribuyendoestoserroresalmalutillajedesufábrica,queríaquelehicieranotrosmolinospara triturar,otrossecaderos.Frédéricrecordóalgunasdeestascosasy loabordóparadecirlequehabíaencontradoaunhombremuycompetente,capazdedarconsu famoso rojo. Arnoux dio un salto, luego, después de escucharle, contestó que nonecesitabaanadie.

Frédéric ensalzó los conocimientos prodigiosos de Sénécal, ingeniero, químico ycontableenunapieza,ademásdeserunmatemáticodestacado.

Elfabricantedelozaquisoverlo.

Losdosdiscutieronacercade losemolumentos.Frédéric intervinoy,alcabodeunasemana,consiguióquellegasenaunacuerdo.

Pero, como la fábrica estaba en Greil, Sénécal no podía ayudarle en nada. Estareflexión,muysencilla,leabatióelánimocomosifueraunadesgracia.

PensóquecuantomásalejadoestuvieseArnouxdesumujer,másocasionestendríaéldeestarconella.EntoncescomenzóahacerlaapologíadeRosanette,entodomomento;le hizo ver todas las equivocaciones que había cometido con ella, contó las vagasamenazasdelotrodía,e inclusohablódelcachemir,sinocultarlequeella leacusabadeavaricia.

Arnoux, disgustado por lo que le habían dicho, y, por otra parte, empezando a

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preocuparse, llevóelcachemiraRosanette,pero leriñóporhabersequejadoaFrédéric;comoellaledecíaquelehabíarecordadocienvecessupromesa,élquisojustificarquenosehabíaacordadoporqueteníademasiadasocupaciones.

Al día siguiente, Frédéric se presentó en casa de ella.Aunque eran las diez, estabatodavía acostada.Y, a su cabecera,Delmar, sentado ante un velador, estaba terminandounarebanadadepanconfoie-grass.Ellagritódelejos:

—¡Lotengo!,¡lotengo!

Luego,cogiéndoloporlasorejas,lobesóenlafrente,lediolasgraciasvariasveces,letuteó,quisoinclusoquesesentaraensucama.Sushermososojostiernoschispeaban,subocahúmedasonreía,susbrazosregordetessalíandesucamisónsinmangas;ydevezencuando, adivinaba, a través de la batista, los firmes contornos de su cuerpo. Delmarmientrastantohacíajuegosdeojos.

—Peroverdaderamente,amiga,miqueridaamiga…

Lomismoocurriólasvecessiguientes.TanprontoentrabaFrédéric,ellasesubíaenuncojínparaquelaabrazasemejor,lellamabamonin,querido,leponíaunaflorenelojal,learreglabalacorbata;estasatencionesseredoblabancuandoestabaallíDelmar.

¿Eraninsinuaciones?Frédériclocreyó.Encuantoaengañaraunamigo,Arnoux,ensulugar,nosehabríapreocupadoporellolomásmínimoyélteníaperfectoderechoanoser virtuoso con su amante, habiéndolo sido siempre con su mujer; pues creía haberlooído,omásbienhubieraqueridohacérselocreerparajustificarsuprodigiosacobardía.Elsesentía,sinembargo,unestúpido,yresolviódecidirseresueltamenteporlaMariscala.

Asíqueunatarde,cuandoellaseagachabadelantedeunacómoda,élseleacercóehizoungestodeelocuenciatanpocoambiguaqueellaselevantótodacolorada.Élrepitióinmediatamente;entoncesella seechóa llorar,diciendoqueeramuydesgraciadayqueésanoeraunarazónparaqueladespreciasen.

Él reiteró sus tentativas.Ella tomóotra actitud,que fue lade reír siempre.Él juzgóinteligente replicarle en el mismo tono, y exagerándolo. Pero se mostraba demasiadoalegre para que ella lo creyese sincero; y su camaradería era un obstáculo a lamanifestacióndetodaemociónseria.Porfin,undía,lecontestóqueellanoaceptabalosrestosdeotra.

—¿Quéotra?

—Pues,sí,veteaveraMme.Arnoux.

PuesFrédéric hablaba frecuentemente de ella;Arnoux, por su parte, tenía lamismamanía; al final, ella se impacientabaescuchando siempreensalzar a aquellamujer;y suacusacióneraunaespeciedevenganza.

Frédéricleguardórencorporesto.

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Por lo demás, ella comenzaba a irritarle fuertemente.Aveces, haciendo el papel deexperimentada,hablabamaldelamorconunarisaescéptica,queentrabanganasdedarleunasbofetadas.Uncuartodehoradespués,era laúnicacosaquehabíaenelmundo,y,cruzandolosbrazossobreelpecho,comoparaabrazaraalguien,murmuraba:«¡Oh!,¡sí!,¡esbueno!,¡estanbueno!»conlosojosentreabiertosymediopasmadadearrebato.Eraimposible conocerla, saber, por ejemplo, si amaba a Arnoux, pues se burlaba de él yparecía tenerle celos. Lomismo con laVatnaz, a quien llamaba unamiserable, y otrasvecessumejoramiga.Tenía,enfin,entodasupersona,yhastaenlamaneradecolocarseelmoño,algode indeciblequeparecíaundesafío;yél ladeseaba,másquenadaporelplacerdevencerlaydominarla.

¿Cómohacer?,puesamenudoellaledespedíasinningunaceremonia,apareciendounminuto entre dos puertas para cuchichear: «Estoy ocupada; ¡hasta la noche!»; o bien laencontrabaenmediodeunadocenadepersonas:ycuandoestabansolos,sejuraríaqueerauna apuesta por los impedimentos que se sucedían. El la invitaba a cenar, pero ellarechazabasiempre;unavezqueaceptó,nosepresentó.

AFrédéricseleocurrióunaideamaquiavélica.

Conociendo por Dussadier las recriminaciones de Pellerin a este propósito, se leocurrió encargarle el retrato de laMaríscala, un retrato de tamaño natural que exigiesemuchassesionesdepose;élno faltaríaaninguna; la faltadepuntualidadhabitualenelartistafacilitaríalosencuentrosasolas.Comprometió,pues,aRosanetteaquesedejasepintarparaofrecersuretratoasuqueridoArnoux.Ellaaceptó,puesseveíaenmediodelgranSalón,enelpuestodehonor,conunamuchedumbredelantedeella,ylosperiódicoshablaríandeesto,locualseríaparaellaun«lanzamiento»inmediato.

EncuantoaPellerin,aceptósinvacilarlaproposición.Esteretratodebíasituarloentrelosgrandes,seríaunaobramaestra.

Pasó revista en su memoria a todos los retratos que conocía hechos por grandespintores,y sedecidió finalmenteporunTiciano,el cualpensaba realzarconadornosalestilo del Veronés. Así que ejecutaría su proyecto sin artificios de sombras en una luzfrancaqueiluminaselascarnesconunsolotonoyhaciendochispearlasdecoraciones.

—¿Silepusiera—pensaba—unvestidodesedarosa,conunalbornozoriental?¡Oh!,¡no!,¡vulgarelalbornoz!¿Otalvezmejorsilavistieradeterciopeloazul,sobreunfondogris,muybrillante?¿Se lepodríaponerunagorgueradeguipurblanco,conunabaniconegroyunacortinaescarlatapordetrás?

En semejantes investigaciones cada día ampliaba concepciones del cuadro y semaravillabadeello.

LediounvuelcoelcorazóncuandoRosanette,acompañadadeFrédéric,sepresentóensuestudioparalaprimerasesión.Lacolocódepie,sobreunaespeciedetarima,enelcentrode lahabitación;yquejándosedeldíayechandodemenossuantiguoestudio, le

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hizoprimeroapoyarsedecodosenunpedestal,despuéssentarseenunsillón,yaratossealejabade ella y se acercabapara corregir de unpapirotazo los pliegues del vestido, lamirabaconlosojosentreabiertos,ypedíasuopiniónaFrédéric.

—¡Bueno, no! —exclamaba—. Vuelvo a mi primera idea. La voy a vestir deveneciana.

Llevaríaunvestidodeterciopeloamapolaconuncinturóndeorfebrería,ysuampliamanga forrada de armiño dejaría ver su brazo desnudo tocando la balaustrada de unaescaleraquesubíadetrásdeella.Asuizquierda,unagrancolumnahastalapartealtadellienzo iba a juntarse con arquitecturas describiendo un arco. Por debajo se veríanvagamentemacizosdenaranjoscasinegros,enlosquesedestacaríauncieloazullistadodenubesblancas.Sobreelbalaustrecubiertodeuntapizhabría,enunabandejadeplata,unramilletedeflores,unrosariodeámbar,unpuñalyuncofrecitodeviejomarfilunpocoamarillorebosandocequíesdeoro;algunosincluso,desparramadosporelsuelo,formaríanunaseriedesalpicadurasbrillantes,demaneraqueatrajesenlamiradahacialapuntadesupie,puesellaestaríacolocadasobreelpenúltimoescalón,enunmovimientonaturalyenplenaluz.

Fueabuscarunacajade embalar cuadrosy lapuso sobre el estradopara figurar laescalera;despuésdispusocomoaccesorios sobreun taburete, aguisadebalaustrada, suchaquetón,unescudo,unacajadesardinas,unpaquetedeplumas,uncuchillo,y,despuésdehaberesparcidodelantedeRosanetteunadocenadegrandesmonedas,lehizoponerseenpose.

—Imagínesequeesascosassonriquezas,presentesespléndidos.¡Lacabezaunpocohacialaderecha!¡Perfecto!,¡ynosemueva!Estaactitudmajestuosavabienconsutipodebelleza.

Ellateníaunvestidoescocésconungranmanguitoyhacíaesfuerzosparaaguantarselarisa.

—En cuanto al peinado, le ensartaremos algunas perlas; eso produce siempre buenefectoenloscabellosrojos.

LaMaríscalaprotestódiciendoquenoteníaelpelorojo.

—Déjemeamí.Elrojodelospintoresnoeseldelagentecomún.

Comenzóaesbozarlaposicióndelasmasas;yestabatanobsesionadoconlosgrandesartistas delRenacimiento que hablaba de ellos.Durante una hora soñó en voz alta conaquellas existencias magníficas, llenas de genio, de gloria y de suntuosidades, conentradas triunfales en las ciudades y festines a la luz de los candelabros, enmedio demujeresmediodesnudas,bellascomodiosas.

—Ustedestáhechaparavivirenaquellaépoca.Unacriaturadesucalidadhabríasidodignadeunmonseñor.

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Rosanette encontraba muy amables estos cumplidos. Fijaron el día de la siguientesesión;Frédéricseencargódellevarlosaccesorios.

Comoelcalordelaestufalahabríamareadounpoco,regresaronapieporlacalledelBacyllegaronalpuenteRoyal.

Hacíauntiempobueno,rudoyespléndido.Elsolseponía,algunoscristalesdecasasenlaCitébrillabanalolejoscomoláminasdeoro,mientrasque,pordetrás,aladerecha,lastorresdeNotre-Dâmealzabansuperfilnegrosobreelcieloazul,suavementeteñidoenelhorizontedevaporesgrises.Soplóelviento:ycomoRosanettedijoqueteníaapetito,entraronenlaPasteleríaInglesa.

Mamásjóvenes,consusniños,comíandepiepegadasalmostradordemármol,dondeseapiñabanlosplatosdepastelitosbajocampanasdecristal.Rosanettetomódospastelesdenata.Elazúcarenpolvolehacíabigotesenlascomisurasdelaboca.Devezencuando,para limpiarse, sacabaelpañuelodesumanguito;ysucaraparecía,bajo lacapuchadeseda,unarosaabierta.

Siguieroncaminando;en lacallede laPaixsedetuvoante la tiendadeunorfebreamirarunapulsera;Frédéricquisoregalársela.

—No—dijoella—.Guardaeldinero.

Estaspalabrasleofendieron.

—¿Quétienemicariño?¿Estátriste?

Y,reanudandolaconversación,pasó,comodecostumbre,asusprotestasdeamor.

—Yasabesqueesimposible.

—¿Porqué?

—¡Ah!,porque…

Iban juntos, ella apoyada en el brazo de él, y los volantes de su vestido chocabancontra sus piernas. Entonces se acordó de un atardecer de invierno, en aquella mismaaceraMme.Arnouxcaminabatambiénasulado;yesterecuerdoleabsorbiódetalmodoqueyanosedabacuentadeRosanettenipensabaenella.

Ellamirabahaciaadelante, al azar,mientras sedejabaunpoco llevarcomounniñoperezoso.Eralahoraenquelagentevolvíadelpaseo,yloscochesdelujodesfilabanaltroteligerosobreelpavimentoseco.Recordando,sinduda,loshalagosdePellerin,lanzóunsuspiro.

—Lashayquesonfelices.Decididamente,yoestoyhechaparaunhombrerico.

Élreplicóentonobrutal:

—Peroustedtieneuno—pueselseñorOudrypasabaporsertresvecesmillonario.

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Ellanodeseabamásquedeshacersedeél.

—¿Quiénseloimpide?

Ysedesfogóensarcasmoscontraaquelviejoburguésdepeluca,tratandodemostrarlequesemejanterelacióneraindignayquedebíaromperla.

—Sí—respondió laMaríscala, como hablándose a sí misma—. Es lo que acabaréhaciendo,sinduda.

Frédéric quedó encantado de tanto desinterés. Ella acortaba el paso, él creyó queestaba cansada. Pero se obstinó en no querer coche y delante de su puerta le despidióenviándoleunbesoconlapuntadelosdedos.

«¡Ah,quélástima!,¡ypensarqueunosimbécilesmetienenporrico!».

Llegótristeacasa.

HussonnetyDeslauriersleestabanesperando.

Elbohemio, sentadoante sumesa,dibujabacabezasde turco,yel abogado,con lasbotasllenasdebarro,dormitabasobreeldiván.

—¡Ah!,porfin—exclamó—.¡Peroquéhuraño!¿Puedesescucharme?

Sureputacióncomoprofesordisminuía,puesatiborrabaasusalumnosdeteoríasquelesperjudicabanenlosexámenes.Habíadefendidodosotrespleitoseneljuzgadoyhabíaperdido,ycadanuevadecepciónlehacíavolverasuantiguosueño:unperiódicodondepudieseexplayarse,vengarse, escupir subilisy sus ideas.Por lodemás,el resultadodeello serían fortuna y fama. Con esta esperanza había embaucado al bohemio, puesHussonnetdisponíadeunahoja.

Ahora la tiraban en papel rosa; inventaba bulos, componía jeroglíficos, intentabaentablarpolémicaseincluso,apesardelafaltadeespacio,¡queríaorganizarconciertos!LasuscripciónporunañodabaderechoaunalocalidaddepatiodebutacasenunodelosprincipalesteatrosdeParís;además,laadministraciónseencargabadeproporcionaralosseñoresextranjerostodaslasinformacionesquedesearan,artísticasydeotraíndole.Peroelimpresoramenazaba,ledebíantresmesesdealquileralpropietario,surgíandificultadesdetodasclases;yHussonnethabríadejadoperecerElArtesinofueraporlosánimosdelabogado,quelelevantabalamoraldiariamente.Lohabíallevadoconsigoparadarmayorpesoasuiniciativa.

—Estamosaquíporelperiódico—dijo.

—¡Vaya!Siguespensandoenél—respondióFrédéric,entonodistraído.

—Porsupuestoquepiensoenél.

Yexpusodenuevosuplan.ParalasinformacionesdeBolsa,sepondríanenrelaciónconfinancieros,ydeestemodoobtendríanloscienmilfrancosdefianzaindispensables.

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Pero,paraque lahojapudiese transformarseenperiódicopolítico,habíaqueasegurarseuna amplia clientela, y, para esto, decidirse a hacer alguna inversión, un tanto para losgastosdepapelería,deimprenta,deoficina,entotalunacantidaddequincemilfrancos.

—Notengofondos—dijoFrédéric.

—¡Puesandaquenosotros!—dijoDeslaurierscruzándosedebrazos.

Frédéric,ofendidoporelgesto,replicó:

—¿Tengoyolaculpa?

—¡Ah!, ¡muybien!Ellos tienen leña en su chimenea, trufas en sumesa, unabuenacama, una biblioteca, un coche, ¡todas las satisfacciones! Pero que otro tirite en lasbuhardillas,ceneporveintesueldos,trabajecomounforzadoysehundaenlamiseria¿esculpadeellos?

Y repetía: «¿Es culpa de ellos?» con una ironía ciceroniana que olía a Palacio deJusticia.Frédéricqueríahablar.

—Además, comprendo, hay necesidades… aristocráticas: pues sin duda… algunamujer…

—Bueno,y¿silashubiera?¿Nosoylibre?

Ydespuésdeunminutodesilencio.

—¡Estanfácilhacerpromesas!

—¡Diosmío,nolasniego!—dijoFrédéric.

—Elabogadocontinuaba:

—En el colegio, se hacen juramentos, se constituirá una falange, se imitarán «losTrece» de Balzac. Después, cuando volvemos a encontrarnos: Buenas noches, amigo,¡veteapaseo!Pueselquepodríaayudaralotroseloguardatodoparasí.

—¿Cómo?

—Sí,¡nisiquieranoshaspresentadoalosDambreuse!

Frédéric se quedómirándolo; con su pobre levita, sus lentes translúcidos y su carapálida, el abogado le pareció tan pedante que no pudo evitar un gesto de sonrisa dedesprecioensuslabios.Deslaurierssediocuentaysepusocolorado.

Tenía ya el sombrero en lamano paramarcharse.Hussonnet, lleno de impaciencia,tratabadeaplacarleconmiradassuplicantes,ycomoFrédériclevolvíalaespalda:

—¡Vamos,hombre!¡SeamiMecenas!¡ProtejalasArtes!

Frédéric, en un arranquede resignación, tomóunpapel, y, después de escribir unaslíneas en él, se lo alargó. La cara del bohemio se iluminó. Luego, pasando la carta a

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Deslauriers:

—Disculpe,señor.

Suamigoapremiabaa sunotarioaque leenviase lomásprontoposiblequincemilfrancos.

—¡Ah!,Teloagradezco—dijoDeslauriers.

—¡Palabradecaballero!—añadióelbohemio—,esustedunbuenhombre,lepondránenlagaleríadeloshombresbenefactores.

Elabogadoreplicó:

—Noperderásnadaenesto,laespeculaciónesexcelente.

—¡Yalocreo!—exclamóHussonnet—,apostaríamicabeza.

Ycontótantastonteríasyprometiótantasmaravillas(enlascualestalvezcreía)queFrédéricnosabíasilodecíaparaburlarsedelosotrosodesímismo.

Aquellatarderecibióunacartadesumadre.

Seextrañabadenoverletodavíaministroyaprovechabaparatomarleunpocoelpelo.Después hablaba de su saludy le decía que el señorRoque iba a visitarla. «Desdequequedóviudo,noheencontradoinconvenienteenrecibirle.Louisehacambiadomuchoyestámuyguapa».Yenpostdata:«NomedicesnadadetusbuenasrelacionesconelseñorDambreuse;entulugar,yolasaprovecharía.»¿Porquéno?Susambicionesintelectualesle habíandejadoy su fortuna (él era consciente de ello) era insuficiente; pues, unavezpagadas sus deudas, y devuelta a los otros la cantidad convenida, su renta quedaríadisminuida en cuatromil francos, ¡por lomenos!Además, sentía necesidad de salir deaquella vida, de aferrarse a algo. Por eso, al día siguiente, cenando en casa de Mme.Arnoux,dijoquesumadreleatormentabaparaqueabrazaseunaprofesión.

—Pero yo creía—repuso ella—que el señorDambreuse iba a hacerle entrar en elConsejodeEstado.Esoleiríamuybien.

Ellaloquería,pues.Élobedeció.

Elbanquero,igualquelaprimeravez,estabasentadoantesumesadedespacho,yconun gesto le rogó que esperase unosminutos, pues un señor, de espaldas a la puerta, lehablabadecosasserias.SetratabadecarbónmineralydeunaÓperacióndefusiónentrediversascompañías.

LosretratosdelgeneralFoyydeLuisFelipeseemparejabanacadaladodelespejo;contraelzócalodemaderade laparedhastael techoseapilabanclasificadores,yhabíaseissillasdepaja,pueselseñorDambreusenonecesitabaparasusnegociosundespachomásfastuoso;eracomoesasoscurascocinasdondesepreparangrandesfestines.Frédéricobservó sobre todo dos enormes cajas fuertes que se alzaban en los rincones. Se

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preguntabacuántosmillonespodíanguardar.Elbanqueroabrióunaylaplanchadehierrogiró,sindejarverdentromásquecuadernosdepapelazul.

Por fin, el individuo pasó delante de Frédéric. Era el señor Oudry. Ambos sesaludaron, sonrojándose, lo cual pareció extrañar al señorDambreuse.Por lo demás, semostrómuyamable.NadaeramásfácilquerecomendarasujovenamigoalministrodeJusticia.Sealegraríamuchodetenerloconsigo;yterminósuscortesíasinvitándoleaunafiestaquedabadentrodeunosdías.

Frédéricsubíaalcupépararegresar,cuandollegóunatarjetadelaMaríscala.Alaluzdelaslinternasleyó:

«¡Querido, he seguido sus consejos! Acabo de deshacerme de mi Osage. Desdemañanaporlanoche,libertad.¡Digaquenosoyvaliente!».

Nadamás,peroestoerainvitarleaocuparelpuestovacante.Lanzóunaexclamación,guardólatarjetaenelbolsilloymarchó.

Dosmunicipalesacaballoestabanestacionadosenlacalle.Unafiladefarolilloslucíasobre lasdospuertas cocheras;unos criadosgritabanenelpatioparahacer avanzar loscocheshastaelpiedelaescalinatabajolamarquesina.Luego,depronto,cesabaelruidoenelvestíbulo.

Grandesárbolesocupabanelhuecodelaescalera;losglobosdeporcelanadespedíanuna luz ondulante como reflejos de raso blanco sobre las paredes. Frédéric subióalegrementelosescalones.Unujieranunciósunombre;elseñorDambreuselealargólamano;casialmismotiempoapareciólaseñoraDambreuse.

Teníaunvestidomalvaconadornosdeencaje,elpelomásrizadoquedecostumbreyniunasolajoya.

Se quejó de las pocas visitas de Frédéric, encontró un pretexto para decir algo.Llegabanlosinvitados;amododesaludo,seinclinabanaloslados,hacíanunainclinaciónprofundaounsimplegestoconlacabeza;despuéspasabaunmatrimonio,unafamilia,ytodossedispersabanporelsalónyalleno.

Enelcentro,bajolalámpara,unenormetaburetesoportabaunmacetero,cuyasflores,inclinándosecomopenachos,caíansobrelacabezadelasmujeressentadasencorrotodoalrededor, mientras que otras ocupaban los sillones que formaban dos líneas rectasinterrumpidas simétricamente por las grandes cortinas de las ventanas de terciopelonacaradoylosaltosvanosdelaspuertascondinteldorado.

Lamuchedumbre de los hombres que estaban de pie, con el sombrero en lamano,formaba,vistadelejos,unasolamasanegrasalpicadadepuntosrojosporlascintasdelascondecoraciones y que se hacía todavía más oscura por la monótona blancura de lascorbatas.Salvoalgunos jóvenesbarbilampiños, todosparecíanaburrirse; algunosdandisde aspecto huraño se columpiaban sobre sus talones. Las cabezas grises, las pelucas

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abundaban;seveíanbrillaralgunascalvas;ylascaras,omuyencendidasomuypálidas,presentabanunaspectoajado,lashuellasdeinmensasfatigas,eragenterelacionadaconlapolíticaoconlosnegocios.ElseñorDambreusehabíainvitadotambiénavariossabios,amagistrados,adosotresmédicosilustres,ydeclinabaenactitudhumildeloselogiosquelehacíandelaveladaylasalusionesasuriqueza.

Portodaspartescirculabagentedelibreacongalonesdorados.Losgrandeshachonescomocastillos de fuegos artificiales se abrían sobre las colgaduras; se reflejaban en losespejos; y en el fondo del comedor, tapizado por jazmines entrelazados, el aparadorsemejabaelaltarmayordeunacatedralounaexposicióndeorfebrería,porlacantidaddeplatos, de campanas, de cubiertos y cucharas de plata y plata dorada, enmedio de loscristalestalladosqueentrecruzaban,porencimadelasviandas,brillosirisados.Losotrostressalonesrebosabandeobjetosdearte:paisajesdemaestrosenlasparedes,marfiles,yporcelanasenelbordedelasmesas,objetosdeChinasobrelasconsolas;biombosdelacaseabríandelantedelasventanas,matasdecameliaselevantabanenlaschimeneas;yunamúsicaligeraseoíaalolejos,comounzumbidodeabejas.

No habíamuchas cuadrillas, los bailarines, por lamanera indolente de arrastrar susescarpines,parecíancumplirconundeber.Frédéricoíafrasescomoéstas:

—¿EstuvoustedenlaúltimafiestadecaridaddecasaLambert,señorita?

—No,señor.

—¡Vaahaceruncalordentrodepoco!

—Oh,sí,sofocante.

—¿Dequiénesestapolca?

—¡Santocielo,señora!Noselosédecir.

Y, detrás de él, tres viejosverdes, depie en el huecodeunaventana, cuchicheabancomentarios obscenos; otros hablaban de ferrocarriles, de libre cambio; un deportistacontabaunahistoriadecaza;unlegitimistayunorleanistadiscutían.

Yendodegrupoengrupo, llegóalsalónde los jugadores,donde,enmediodegenteseria,reconocióaMartinon,«ahoradestinadoeneltribunaldelacapital».

Sugruesacaracolordecera llenabadecorosamente sucollar,queeraunamaravillaporloigualadosqueestabantodoslospelosnegros;y,guardandounjustoequilibrioentrelaeleganciadebidaasuedady ladignidadquereclamabasuprofesión,poníaelpulgarbajolaaxilaalestilodelospetimetres,despuésmetíaelbrazobajoelchalecocomolosdoctrinarios.Aunquellevababotassuperbrillantessehabíaafeitadolassienesparatenerlaaparienciadeunpensador.

Despuésdealgunaspalabraspronunciadasfríamente,sevolvióasuconciliábulo.Unpropietariodecía:

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—Esunaclasedehombresquesueñanconcambiarlasociedaddearribaabajo.

—Piden laorganizacióndel trabajo—repusootro—.¿Cómosepuedeconcebircosasemejante?

—¿Quéquiereusted?—dijountercero—,cuandovemosalseñordeGenoudedarlamanoalSiècle.

—Y a conservadores, incluso, que se titulan progresistas. ¿Para traernos qué?, ¿laRepública?,¡comosilaRepúblicafueraposibleenFrancia!

TodosdeclararonquelaRepúblicaeraimposibleenFrancia.

—Noimporta—dijoenvozaltaunseñor—.SeocupanmuchodelaRevolución;sepublicansobreellamuchashistorias…

—Sincontar—dijoMartinon—,quehayquizátemasdeestudiomásserios.

UnodelMinisterioatacólosescándalosteatrales:

—Así,porejemplo,¡esenuevodramaLaReinaMargotsobrepasaverdaderamenteloslímites!¿QuénecesidadhabíadequenoshablasendelosValois?Todoestocontribuyeacrear una imagen desfavorable de la realeza. Es como vuestra prensa. Las Leyes deSeptiembre,pormuchoquesediga,soninfinitamentemássuaves.Yoquisieratribunalesmilitares para amordazar a los periodistasA lamenor insolencia, a comparecer ante unconsejodeguerra.¡Yadelante!

—¡Oh!, ¡tenga cuidado, señor, tenga cuidado! —dijo un profesor—, ¡no ataquenuestraspreciosasconquistasde1830!,¡respetemosnuestraslibertades!

—Más bien, lo que habría que hacer es descentralizar, distribuir por el campo lapoblaciónquesobraenlasciudades.

—¡Perosiestángangrenados!—exclamóuncatólico—.HacedalgoporfortalecerlaReligión.

Martinonseapresuróadecir:

—Enefecto,esunfreno.

Todo el problema estaba en ese afánmoderno de elevarse por encima de la propiaclase,degozardellujo.

—Sin embargo—objetó un industrial—, el lujo favorece el comercio. Por eso veobienqueelduquedeNemoursexijaelcalzóncortoensusfiestas.

—ElseñorThiersfueaellaenpantalón.¿Conoceustedsuspalabras?

—Sí,encantadoras.Peroseinclinaalademagogiaysudiscursosobrelacuestióndelasincompatibilidadesnohadejadodeinfluirenelatentadodel12demayo.

—¡Bah!¡Eso!

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—¡Ya!¡Ya!

Elcorro tuvoqueabrirseparadejarpasoauncriadoque llevabaunabandejayquetratabadeentrarenelsalóndelosjugadores.

Bajolapantallaverdedelasvelas,hilerasdecartasydemonedasdeorocubríanlasmesas.Frédéricsedetuvoanteunadeellas,perdiólosquincenapoleonesqueteníaensubolsillo,hizounapiruetayseencontróenelumbraldelsaloncitodondeestabalaseñoraDambreuse.

Estaba lleno demujeres, pegadas las unas a las otras, en asientos sin respaldo. Suslargas faldas ahuecándose a su alrededor, parecían olas de donde emergía su talle y lossenosseofrecíanalasmiradasenelescotedeloscorpiños.Casitodasellasllevabanunramilletedevioletas en lamano.El tonomatede susguanteshacía resaltar lablancurahumana de sus brazos; flecos, adornos, les colgaban sobre los hombros, y a veces, porciertosmovimientos,secreeríaqueelvestidoseibaacaer.Peroladecenciadelascarasatenuaba las provocaciones del traje; varias, incluso, tenían una placidez casi bestial, yaquellaconcentracióndemujeressemidesnudashacíapensarenelinteriordeunharén;aljovenseleocurrióunacomparaciónmásgrosera.Enefecto,seencontrabanallíbellezasdetodotipo:inglesasconperfildeálbum,unaitalianacuyosojosnegrosfulgurabancomounVesubio, tres hermanas vestidas de azul, tres normandas, frescas comomanzanas deabril, una alta pelirroja con un aderezo de amatistas; y los blancos centelleos de losdiamantesquetemblabancomopenachosenlospeinados, lasmanchasluminosasdelaspedreríasqueselucíansobrelospechosyelbrillosuavedelasperlasqueenmarcabanlascarassemezclabanalreflejodelosanillosdeoro,alosencajes,alospolvos,alasplumas,al bermellónde lasboquitas, al nácarde losdientes.El techo, redondeadoen formadecúpula, daba al saloncito la forma de una canastilla; y el batir de los abanicos hacíacircularunacorrientedeaireperfumado.

Frédéric, situado detrás de ellas, con su monóculo puesto, no juzgaba todos loshombros irreprochables; pensaba en laMaríscala, lo cual reprimía sus tentaciones o loconsolabadeellas.

Sinembargo,mirabaalaseñoraDambreuseylaencontrabaencantadora,apesardesuboca un poco grande y las aletas de su nariz demasiado abiertas. Pero su gracia eraparticular. Los rizos de su cabellera tenían como una apasionada languidez y su frentecolordeágataparecíaguardarmuchascosasydenotabauncarácter.

Habíapuestoasuladoalasobrinadesumarido,jovenbastantefea.Devezencuandoselevantabapararecibiralosqueentraban,yelmurmullodelasvocesfemeninas,queibaaumentando,eracomounparloteodeaves.

Hablabandelosembajadorestunecinosydesustrajes.Unaseñorahabíaasistidoalaúltima recepción de la Academia; otra habló del Don Juan de Molière, nuevamenteofrecido a los franceses. Pero la señora Dambreuse, designando a su sobrina con una

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mirada,sepusoundedoenloslabiosmientrasseleescapabaunasonrisaquedesmentíalaausteridaddelgesto.

DeprontoaparecióMartinon,enfrente,porlaotrapuerta.Ellaselevantó.Élleofreciósubrazo;Frédéric,paraverlecontinuarsusgalanterías,atravesólasmesasdejuegoysejuntóconlosdosenelsalón;laseñoraDambreusedejóenseguidaasucaballeroysepusoaconversarconélentonofamiliar.

Ellacomprendíaqueélnojugase,nobailase.

—Enlajuventudseestriste.

Después,abarcandoelbaile,conunasolamirada:

—Además,¡noesrarotodoesto!,paraciertasnaturalezasalmenos.

Yseparabadelantedelashilerasdesillonesrepartiendoaunladoyaotropalabrasamables,mientrasqueunosviejosqueteníanbinóculoscondospatillasibanahacerlelacorte. Frédéric fue presentado a algunos de ellos. El señorDambreuse le dio un ligerocodazoylollevóconsigoalaterraza.

Habíavisto alministro.Lacosaera fácil.Antesde serpropuestoparaauditor enelConsejo de Estado tenía que pasar un examen; Frédéric, lleno de una inexplicableconfianzaensímismo,contestóquesesabíalostemas.

El financierono se sorprendíadeesto,dados loselogiosquedeél lehacíael señorRoque.

Aloírestenombre,FrédéricvolvióaveralapequeñaLouise,sucasa,suhabitación;yrecordónochesparecidas,enlasquesequedabaenlaventanaescuchandolascarretasquepasaban. Este recuerdo de sus tristezas le hizo pensar en Mme. Arnoux; y se callabamientras seguíapaseandopor la terraza.Lasventanasalzabanenmediode las tinieblaslargasplacasrojas;elruidodelbaileseatenuaba;loscochesempezabanairse.

—¿Por qué —repuso el señor Dambreuse— tiene tanto interés en el Consejo deEstado?

Yafirmó,enuntonoliberal,quelasfuncionespúblicasnoconducíananada,élsabíaalgodeesto;losnegociosvalíanmás.Federicoobjetóladificultaddeponersealcorriente.

—¡Bah!,enpocotiempoyolepondría.

¿Quería asociarle a sus empresas? El joven vio como un relámpago una inmensafortunaenperspectiva.

—Volvamosdentro—dijoelbanquero—.¿Cenaconnosotros,verdad?

Eranlastres,lagentesemarchaba.Enelcomedor,unamesaservidaaguardabaalosíntimos.ElseñorDambreusevioaMartinon,y,acercándoseasumujer,envozbaja:

—¿Esustedquienlohainvitado?

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—Puessí.

La sobrina no estaba allí. Bebieron mucho, rieron estrepitosamente; y las bromasatrevidas no chocaron, pues todos sentían ese alivio que sigue a las tensiones un pocolargas. SolamenteMartinon semantuvo serio; no quiso beber vino deChampagne paradarsetono,porlodemásmuydesenvueltoycortés,puescomoelseñorDambreuse,queeraestrechodepecho,sequejabadeopresión,preguntóporsusaludvariasveces;despuésdirigíasusojosazuladoshaciadondeestabalaseñoraDambreuse.

EllasedirigióaFrédéricparapreguntarlequéchicaslehabíangustado.Elnosehabíafijadoenningunayprefería,porotraparte,alasmujeresdetreintaaños.

—¡Quizánoesunatontería!—respondióella.

Después,mientrasseponíanlaspellizasylosabrigos,elseñorDambreuseledijo:

—Vengaavermeunamañanadeéstas,hablaremos.

Martinon, al pie de la escalera, encendió un cigarro; y, al chuparlo, presentaba unperfiltanfeoquesucompañerosoltóestafrase:

—Tienesunabuenacabeza,palabra.

—Ha hecho girar amás de una—replicó el jovenmagistrado, en un tono a la vezconvencidoymolesto.

Al acostarse, Frédéric hizo un resumen de la velada. Primero, su atuendo (se habíamiradoenlosespejosvariasveces),desdeelcortedeltrajehastaellazodelosescarpines,no dejaba nada sin tocar; había hablado a hombres importantes, había visto de cerca amujeres ricas. El señor Dambreuse se había mostrado inmejorablemente y la señoraDambreusecasiinsinuante.Pesóunaaunasusmenorespalabras,milcosasinanalizablesy,sinembargo,expresivas.¡Quéhermosavalentíaseríatenerdeamanteaunamujercomoaquélla!¿Porquéno,despuésde todo?Élvalía tantocomootros.Quizáellanoera tandifícil.Martinonvolvió enseguida a sumemoria; y, adormeciéndose, sonreíade lástimaporaquelpobrechico.

LaideadelaMaríscalaledespertó;aquellaspalabrasdesutarjeta:

«Desdemañanaporlanoche»eraenefectounacitaparaeldíapreciso.Esperóhastalasnueve,ycorrióasucasa.

Alguien, que subía la escalera delante de él, cerró la puerta. Tiró de la campanilla;Delfinaacudióaabrirydijoquelaseñoranoestaba.

Frédéric insistió, rogó. Tenía que comunicarle algo muy grave, una sola palabra.Finalmenteelargumentodelamonedadecienresultóeficaz,ylacriadaledejósoloenlaantesala.

AparecióRosanette. Estaba en camisa, tenía el pelo suelto; y sin dejar demover la

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cabeza,hizodelejosconlosbrazosungrangestoparaindicarlequenopodíarecibirle.

Frédéricbajó laescalera lentamente.Aquelcaprichosobrepasaba todos losotros.Élnocomprendíanada.

DelantedelaconserjeríalaseñoritaVatnazledetuvo.

—¿Leharecibido?

—No.

—¿Lehanpuestoenlapuerta?

—¿Cómolosabe?

—Esoseveenseguida.Perovenga,salgamos,meahogo.

Ella lo llevó a la calle. Jadeaba. Él sentía cómo el delgado brazo de ella temblabasobresupropiobrazo.Deprontoellasaltó:

—¡Ah!,¡elmiserable!

—¿Quién?

—¡Perosiesél!,¡él!,¡Delmar!

EstarevelaciónhumillóaFrédéric;élreplicó:

—¿Estáustedbienseguradeeso?

—¡Pero si le digo que lo he seguido!—exclamó la Vatnaz—. ¡Lo he visto entrar!Debíaesperármelo,porotraparte;soyyo,tontademí,quienlollevéacasadeella.Ysiustedsupiera,¡Diosmío!Yoloherecogido,alimentado,vestido;¡ytodasmisgestionesenlosperiódicos!¡Loqueríacomounamadre!

Después,conunarisaburlona:

—¡Ah!,¡esqueelseñornecesitatrajesdeterciopelo!,unaespeculaciónporsuparte,¡ustedseimagina!¡Yella!,¡decirquelaconocícosiendoropafemenina!Sinmí,másdeveinteveceshabría caídoenel fango. ¡Peroyo lahundiré enél! ¡Oh!, ¡sí! ¡Quieroquerevienteenelhospital!¡Sesabrátodo!

Ycomoun torrentedeaguadefregarquearrastra inmundicias,sucólerahizopasartumultuosamentebajoFrédériclasignominiasdesurival.

—SeacostóconJumillac,conFlacourt,conelpequeñoAllard,conBerti,conSaint-Valéry,elcanijo. ¡No!, ¡elotro!Sondoshermanos,es igual,ycuandoseencontrabaenapuros,yoarreglabatodo.¿Quéganabayoconeso?¡Estanavara!Yademás,convendráustedconmigo,dabagustoverla,pues,enfin,nosomosdelamismaclase.¿Soyyoacasouna de ésas? ¿Es que yome vendo? ¡Sin contar que ella es tonta de capirote! Escribecatégorie con th. Por lo demás, tal para cual; ¡él hace pareja con ella, aunque se tituleartista y se crea un genio! Pero, ¡Dios mío!, si fuera un poco inteligente, ¡no habría

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cometido semejante infamia! No se deja unamujer superior por unamujer de la vida.Después de todo, me trae sin cuidado. ¡Él se está poniendo feo! Lo detesto. Si loencontrara, ¡fíjese!, le escupiría en la cara—escupió—. ¡Sí, mire el caso que le hagoahora!YArnoux. ¿Eh?¿Noes abominable? ¡Lahaperdonado tantasveces! ¡Nopuedeimaginarsetantossacrificios!¡Elladeberíabesarlelospies!¡Estangeneroso,tanbueno!

Frédéric gozaba escuchando denigrar aDelmar.Había admitido lo deArnoux. EstaperfidiadeRosanetteleparecíaunacosaanormal,injusta;y,ganadoporlaemocióndelasolterona,llegóasentirporélunaespeciedeternura.Depronto,seencontródelantedesupuerta; la señoritaVatnaz, sin que él se diera cuenta, le había hecho bajar al faubourgPoissonniére.

—Yaestamos—dijoella—.Yonopuedosubir.Perousted,nadaseloimpide.

—¿Paraqué?

—¡Puesparacontárselotodo,demonios!

Frédéric, como si despertara sobresaltado, comprendió la infamia a la que leempujaban.

—¿Yqué?—dijoella.

El levantó la vista hacia el segundo piso. La lámpara de Mme. Arnoux estabaencendida.Nadaefectivamenteleimpedíasubir.

—Leesperoaquí.¡Vaya!

Estaordenacabódeenfriarleydijo:

—Estaréarribamuchotiempo.Máslevalemarcharse.Irémañanaaverlaasucasa.

—¡No, no! —replicó la Vatnaz pateando. ¡Cójalo! ¡Tráigalo!, consiga que él lessorprenda.

—PeroDelmaryanoestaráallí.

Ellabajólacabeza.

—Sí,¿quizásescierto?

Ypermaneciómudaenmediodelacalle,entreloscoches;después,fijandoenélsusojosdegatosalvaje:

—Puedo contar con usted, ¿verdad? Entre nosotros dos, ahora, esto es sagrado.¡Manosalaobra!¡Hastamañana!

Frédéric,cuandoatravesabaelpasillo,oyódosvocesquesecontestaban.LadeMme.Arnouxdecía:

—¡Nomientas!¡Peronomemientas!

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Élentró.Ellossecallaron.

Arnouxibadeunladoparaotro,yMadameestabasentadaenlasillitacercadelfuego,extremadamente pálida, con lamirada fija. Frédéric hizo unmovimiento para retirarse.Arnouxlecogiólamano,felizporelsocorroquelellegaba.

—Perotemo…—dijoFrédéric.

—Quédese—ledijoArnouxaloído.

Madamereplicó:

—Hay que ser indulgente, señor Moreau. Son cosas que ocurren a veces en losmatrimonios.

—Es que las ponen allí—dijo alegremente Arnoux—. Las mujeres tienen a vecesunos caprichos.Así ésta, por ejemplo, no esmala.No, al contrario.Bueno, pues desdehaceunahorasedivierteenhacermerabiarconunmontóndecuentos.

—Son ciertos —replicó Mme. Arnoux impaciente—. Porque, finalmente, lo hascomprado.

—¿Yo?

—Sí,túmismo,alpersa.

—Elcachemir—pensóFrédéric.

Sesentíaculpableyteníamiedo.

Ellaañadió,enseguida:

—Fueelotromes,unsábado,elmesonce,día14.

—¡Ah!,aqueldíaprecisamenteestabaenGreil.Asíqueyaves.

—Nadadeeso.PuescenamosencasadelosBerttin,elcatorce.

—¿El14?…—dijoArnoux,levantandolosojoscomoparabuscarunafecha.

—Eincluso,elempleadoquetelovendióeraunrubio.

—¿Cómomevoyaacordardelempleado?

—Sinembargo,escribió,atusinstancias,ladirección:calledeLaval,18.

—¿Cómolosabes?—dijoArnouxestupefacto.

Ellaseencogiódehombros.

—¡Oh!,muy sencillo: estuve allí para queme arreglaranmi cachemir, y un jefe desecciónmedijoqueacababandeenviarotroigualacasadeMme.Arnoux.

—¿TengoyolaculpadequehayaenlamismacalleunaseñoraArnoux?

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—Sí,peronoJacquesArnoux—replicó.

Entoncesempezóadivagar,protestandodesuinocencia.Eraunerror,unacasualidad,unadeesascosasinexplicablesqueocurren.Nosedebíacondenaralagenteporsimplessospechas,vagosindicios;ycitóelejemplodelinfortunadoLesurques.

—Enfin,tedigoqueteequivocas.¿Quieresquetelojure?

—Novalelapena.

—¿Porqué?

Ella lomiróde frente, sindecirnada;despuésalargó lamano,cogióelcofrecitodeplatasobrelachimeneayleofrecióunafacturatotalmenteabierta.

Arnouxsepusocoloradohastalasorejasysusfaccionesdescompuestassehincharon.

—¿Yqué?Pero…—respondiólentamente—,¿quédemuestraeso?

—¡Ah!—dijoella,conuntonodevozsingular,enelquesemezclabaneldolorylaironía.

Arnouxteníalafacturaensusmanos,yledabavueltas,sindejardemirarlacomosihubiesetenidoqueencontrarallílasolucióndeungranproblema.

—¡Oh!, sí, sí, ya recuerdo—dijo por fin—. Es un encargo.Usted debe saber esto,Frédéric —Frédéric estaba callado—. Un encargo que me había hecho… el… el tíoOudry.

—¿Yparaquién?

—Parasuamante.

—¡Paralatuya!—exclamóMme.Arnouxlevantándosecongestoenérgico.

—Tejuroque…

—Noempiecesdenuevo.Losétodo.

—¡Ah!,muybien.Asíquemeespían.

Ellareplicófríamente:

—¿Quizásesohieratudelicadeza?

—Puestoquenos acaloramos—replicóArnoux,buscando su sombrero—,yquenohaymaneraderazonar…

Entonces,dandoungransuspiro:—¡Nosecase,amigomío,no,créame!

Yselargó,puesnecesitabatomarelaire.

Luego hubo un gran silencio; y todo en la casa pareció más inmóvil. Un círculoluminoso,porencimadela«cárcel»,blanqueabaeltechomientrasque,enlasesquinas,se

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extendía la sombra como gasas negras superpuestas; se oía el tic-tac del reloj con elcrepitardelfuego.

Mme.Arnouxacababadesentarsedenuevo,enelrincóndelachimenea,enelsillón;mordíasuslabiostiritandodefrío;susdosmanosselevantaron,seleescapóunsollozo,estaballorando.

Élsesentóenlasillita;yconvozmimosacomosehaceconunapersonaenferma:

—Ustednodudaqueyocomparta…

Ellanocontestónada.Perocontinuabasusreflexionesenvozalta:

—Yolodejobienlibre.Noteníanecesidaddementir.

—Ciertamente—dijoFrédéric.

Eraconsecuenciadesushábitos,sinduda,nohabíapensadoenello,niquizásencosasmásgraves.

—¿Puesquécosaveustedmásgrave?

—¡Oh,nada!

Frédéricseinclinóconunasonrisadeobediencia.Arnoux,sinembargo,poseíaciertascualidades;queríaasushijos.

—¡Ah!Yhacecuantopuedeparaarruinarlos.

Esosedebíaasutalantedemasiadocómodo;pues,finalmente,eraunbuenchico.

Ellaexclamó:

—Pero,¿quéquieredecireso,unbuenchico?

Él le defendía así, de la manera más vaga que podía encontrar, y, sin dejar decompadecerle,sealegraba,sedeleitabaenelfondodesualma.Porvenganzaonecesidadde afecto, ella se refugiaría en él. Su esperanza se acrecentaba desmesuradamente,reforzabasuamor.

Nuncalehabíaparecidotancautivadora,tanprofundamentebella.Devezencuando,un suspiro le ensanchaba el pecho, sus dos ojos fijos parecían dilatados por una visióninterior,ysubocapermanecíamedioentreabiertacomoparadarsualma.Avecesponíaencimaapretándolofuertementesupañuelo;élhubieraqueridoseresepequeñotrozodebatistatodollenodelágrimas.Sinquererlo,élmirabaeltálamoenelfondodelaalcoba,imaginando su cabeza sobre la almohada; y veía aquello tan claro que tenía que haceresfuerzos para no estrecharla entre sus brazos.Ella cerró los párpados sosegada, inerte.Entoncesélseacercómás,e,inclinándosesobreella,examinabaávidamentesucara.Unruidodebotasresonóenelpasillo,eraelotro.Oyeroncerrarlapuertadesuhabitación.Frédéricpreguntó,porseñas,aMme.Arnouxsidebíairallí.

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Ellarespondió«Sí»conotrogesto;yestemudointercambiodesuspensamientoseracomounconsentimiento,unprincipiodeadulterio.

Arnoux,disponiéndoseaacostarse,sedesabrochabalalevita.

—Yqué,¿cómoestáella?

—¡Oh!,¡mejor!—dijoFrédéric—.Esoselepasará.

PeroArnouxestabaapenado.

—Ustednolaconoce.¡Ahoratieneunosnervios!¡Quéimbécilelempleado!Miredequésirveserdemasiadobueno.¡SinohubieraregaladoesemalditochalaRosanette!

—Nolamentenada.Ellanopuedeestarlemásagradecida.

—¿Ustedcree?

Frédéricnolodudaba.LapruebaesqueellaacababadedespediralseñorOudry.

—¡Ah!,¡pobrequerida!

Yenelexcesodesuemoción,Arnouxqueríacorrerasucasaaverla.

—Novalelapena,vengodeallí.Estáenferma.

—Razóndemás.

Volvió a ponerse la levita y había cogido la palmatoria. Frédéric semaldijo por supropiodisparateyloconvenciódeque,pordecencia,debíaquedarseaquellanochealladodesumujer.Nopodíaabandonarla,esoestaríamuymal.

—Francamente,cometeríaustedunerror.Noesurgente.¡Vamos!,hágalopormí.

Arnouxposósupalmatoriayledijo,abrazándole:

—¡Ustedsíqueesbueno!

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CAPÍTULOIII

EntoncescomenzóparaFrédéricunaexistenciamiserable.Fueelparásitodelacasa.

Si alguien se sentía indispuesto, iba tres veces al día para saber cómo estaba, iba abuscaralafinadordepiano,seadelantabaamildeseos;ysoportabaconairesatisfecholosenfadosdelaseñoritaMartaylascariciasdeljovenEugène,quecontinuamentelepasabasusmanos sucias por la cara. Asistía a las cenas en las que el señor y la señora, unoenfrentedelotro,nointercambiabanniunapalabra:obienArnouxirritabaasumujerconcomentarios absurdos. Terminada la comida, jugaba en la habitación con su hijo, seescondíadetrásdelosmueblesolollevabaalcaballitocaminandoacuatropatas,comoelBearnés.Porfin,seiba;yellaabordabainmediatamenteeleternotemadequeja:Arnoux.

Noerasumalaconducta loque la indignaba.Peroparecíasufrirensuorgulloynoocultabasurepugnanciaporaquelhombresindelicadeza,sindignidad,sinhonor.

—¡Omásbienestáloco!—decía.

Frédéricsolicitabahábilmentesusconfidencias.Prontoconociótodasuvida.

SuspadreseranpequeñosburguesesdeChartres.Undía,Arnoux,quedibujabaa laorilladelrío(entoncessecreíapintor),lahabíavistosalirdelaiglesiayhabíapedidosumano;dadasubuenasituacióneconómica,nohabíanvacilado.Porotraparte,éllaqueríaconlocura.Ellaañadió:

—¡Diosmío,mesiguequeriendo!,¡asumanera!

LosprimerosmeseshabíanviajadoporItalia.

Arnoux, a pesar de su entusiasmo ante los paisajes y las obras maestras, no habíahecho más que quejarse del vino, y organizaba comidas de campo con ingleses paradistraerse.Algunos cuadrosbien revendidos le habían lanzado al comerciode las artes.Después se había entusiasmado con una manufactura de loza. Ahora le tentaban otrasespeculaciones; y volviéndose cada vez más vulgar, adquiría hábitos groseros ydispendiosos. Ella tenía que reprocharle menos sus vicios que todas sus acciones. Noesperabaqueocurrieseningúncambioyconsiderabasudesgraciairremediable.

Frédéricafirmabaquesuexistencia,igualmente,seencontrabafrustrada.

Sin embargo, eramuy joven. ¿Por qué desesperar?Y ella le daba buenos consejos:

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«¡Trabaje! ¡Cásese!». El contestaba con sonrisas amargas; pues, en vez de expresar laverdadera causa de sus penas, fingía otra, sublime, haciendo un poco el Antony, elmaldito,lenguajeque,porlodemás,notraicionabadeltodosupensamiento.

Paraalgunoshombres,laacciónestantomásdifícilcuantomásfuerteeseldeseo.Ladesconfianza en sí mismos les frena; el miedo a desagradar les espanta; además, losafectosprofundosseparecenalasmujereshonradas:temenserdescubiertasysepasanlavidaconlosojosbajos.

Aunque conocía mejor a Mme. Arnoux, quizá por esta razón se había vuelto máscobarde que antes. Cada mañana juraba ser más atrevido. Un invencible pudor se loimpedía;ynopodíaguiarseporningúnmodelopuestoqueellaeradiferentedelasotras.Asulado,élsesentíamenosimportantequelosrecortesdesedaqueseescapabandesustijeras.

Además pensaba en cosas monstruosas, absurdas, tales como sorpresas de noche,narcóticosyfalsasllaves,pareciéndoletodomásfácilqueafrontarsudesdén.

Porotraparte, losniños, lasdosmuchachas, ladisposiciónde lashabitacionesse lehacíanobstáculosinsuperables.Portanto,resolvióposeerlaélsoloeiravivirjuntosmuylejos,alfondodeunasoledad;buscabainclusoenquélagobastanteazul,aorillasdequéplayabastantesuave,siseríaenEspaña,SuizaoelOriente;yeligiendoexpresamentelosdías en que ella parecíamás irritada, le decía que habría que salir de allí, imaginar unmodo,ynoveíaotromásqueunaseparación.Pero,porelamorasushijos,ellanuncallegaríaatalextremo.Tantavirtudaumentóelrespetoqueletenía.

Las tardes se le pasaban recordando la visita de la víspera, deseando la siguiente.Cuandonocenabaconellos,seapostabaen laesquinade lacalle;y,enelmomentoenque Arnoux había tirado de la puerta grande, Frédéric subía ligero los dos pisos ypreguntabaalamuchachaconaireingenuo:

—¿Estáelseñor?

Despuésfingíaextrañezadequenoestuviera.

Confrecuencia,Arnouxsepresentabadeimproviso.EntonceshabíaqueacompañarleaunpequeñocafédelacalleSainte-Anne,frecuentadoahoraporRegimbart.

El Ciudadano comenzaba formulando alguna nueva queja contra la Constitución.Después hablaban intercambiándose injurias amistosas; pues el fabricante tenía aRegimbart por un pensador de alto rango y, apenado de ver tantas facultadesdesaprovechadas,leechabaencarasupereza.ElCiudadanoencontrabaaArnouxllenodecorazónydeimaginación,perodecididamentedemasiadoinmoral;porestolotratabasinlamenorindulgenciayrehusabalasinvitacionesacenarensucasa,porque«laceremonialeaburría».

Aveces,enelmomentode lasdespedidas,Arnouxsentíamuchahambre.Teníaque

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comerse una tortilla o patatas cocidas; y, como nunca había comestibles en elestablecimiento, mandaba buscarlos. Esperaban, Regimbart no se iba, y terminaba,gruñendo,poraceptaralgo.

Sinembargo,estabacallado,puespermanecíahorasfrentealmismovasomediolleno.ComolaProvidencianogobernabalascosassegúnsusideas,sevolvíahipocondriaco,nisiquiera quería ya leer los periódicos y lanzaba rugidos con sólo oír el nombre deInglaterra.Unavez,apropósitodeuncamareroqueleservíamal,gritó:

—¿Notenemosbastantesafrentasdelextranjero?

Fuera de estas crisis, seguía callado,meditando un golpe infalible para hacer saltartodalatienda.

Mientras estaba perdido en estas reflexiones,Arnoux, conuna vozmonótona y unamirada un poco achispada, contaba anécdotas inverosímiles, en lo que siempre habíabrilladograciasasuaplomo;yFrédéric(estosedebía,sinduda,aprofundassemejanzas)sentíaunciertoatractivoporsupersona.Sereprochabaestadebilidadconvencidodeque,porelcontrario,deberíaodiarle.

Arnoux se lamentaba delante de él del humor de su mujer, su terquedad, susprevencionesinjustas.Yanoeracomoantes.

—Ensulugar—decíaFrédéric—,yolepasaríaunapensiónymepondríaavivirsolo.

Arnoux no decía nada; y, un momento después, empezaba a elogiarla. Era buena,entregada, inteligente, virtuosa; y, pasando a sus cualidades corporales, prodigaba lasrevelacionesconlanaturalidaddeaquellasgentesquehacenalardedesustesorosenlasposadas.

Unacatástrofevinoaturbarsuequilibrio.

HabíaentradocomomiembrodelConsejodecontrolenunacompañíadecaolín.Pero,fiándose de todo lo que le decían, había firmado informes inexactos y aprobado, sincomprobarlos,losinventariosanualesfraudulentamentehechosporelgerente.Ahorabien,la compañía se había hundido, y Arnoux, civilmente responsable, acababa de sercondenado, con los demás, al pagodedaños o intereses legales, lo cual le suponía unapérdidadeunostreintamilfrancos,ademásdelosgastosdeljuicio.

Frédéricseenteródeestoenunperiódico,yseprecipitóhacialacalledelParadis.

Lerecibieronen lahabitaciónde laseñora.Era lahoradeldesayuno.Unas tazasdecaféconlecheocupabanunveladorcercadelfuego.Habíachancletasesparcidassobrelaalfombra,vestidossobrelossillones.Arnoux,encalzoncillosychaquetadepunto, teníalos ojos rojos y el pelo alborotado; el pequeñoEugène, a causa de sus paperas, llorabamientras mordisqueaba su rebanada de pan con mantequilla; su hermana comíatranquilamente;Mme.Arnoux,unpocomáspálidaquedecostumbre,servíaalostres.

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—Bueno—dijoArnoux,dandoungransuspiro—,¡yasabeusted!

Y,algestodecompasiónquehizoFrédéric:

—Yave.Hesidovíctimademiconfianza.

Después se calló; y su abatimiento era tan fuerte que no quiso desayunar. Mme.Arnouxlevantólosojosencogiéndosedehombros.Sepasólasmanosporlafrente.

—Después de todo, no soy culpable. No tengo nada que reprocharme. Es unadesgracia.Saldremosdeella.¡Ah!,¡paciencia!

Yentoncesempezóacomerunbollo,obedeciendo,porlodemás,alasinstanciasdesumujer.

Por la noche quiso cenar solo, con ella, en un reservado de laMaison d’Or.Mme.Arnouxnocomprendiónadadeesteimpulsodelcorazón,ofendiéndoseinclusodequelatratasecomounamujerligera;locual,porpartedeArnoux,era,alcontrario,unapruebadeafecto.Después,comoseaburría,fueadistraerseacasadelaMariscala.

Hastaelmomentolehabíanconsentidomuchascosas,graciasasucarácterbonachón.

Aquelprocesolesituóentrelagenteconmancha.Entornoasucasasehizoelvacío.

Frédéric,porpundonor,creyóquedebíafrecuentarlamásquenunca.Alquilóunpalcode platea en los Italianos y los invitaba allí todas las semanas. Estaban ahora en eseperiodo en que, en las uniones poco logradas, las mutuas concesiones provocan uninvenciblecansanciohaciendolaexistenciainsoportable.Mme.Arnouxseaguantabaparano estallar, Arnoux se entristecía; y el espectáculo de estos dos seres desgraciadosentristecíaaFrédéric.

Ellalehabíaencargado,puesconfiabaenél,queseinformasedelosnegociosdesumarido.Peroélsentíavergüenza,sufríaaceptando las invitacionesparacenarcuando loque ambicionaba era a sumujer. Sin embargo, seguía acudiendo con la excusa de quedebíadefenderlaypodíapresentárselelaocasióndeserleútil.

Ocho días después del baile había hecho una visita a la señora Dambreuse. Elfinancierolehabíaofrecidounaveintenadeaccionesensuempresadehullas;Frédéricnohabíavueltoallí.Deslaurierslehabíaescritocartas;éllasdejabasinrespuesta.Pellerinlohabíacomprometidoairaverelretrato;élsedisculpabasiempre.Cedió,sinembargo,aCisy,queleimportunabaparaquelepresentaseaRosanette.

Lorecibiómuyamablemente,perosinsaltarlealcuellocomoantes.Sucompañerosealegródeseradmitidoencasadeunaimpura,ysobretododehablarconunactor.Delmarseencontrabaallí.

Undrama,enelquehabíarepresentadoelpapeldeunvillanoquedaleccionesaLuisXIVyprofetizael89,lehabíadestacadotantoquecontinuabanfabricándolealamedidaelmismopapel;ysufunción,ahora,consistíaenridiculizaralosmonarcasdetodoslos

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países. Cervecero inglés, lanzaba invectivas contra Carlos I; estudiante de Salamanca,maldecíaaFelipeII;opadresensible,seindignabacontralaPompadour,ésteeraelmásbello.Loschiquillos,paraverle,loesperabanalapuertadelosbastidores,ysubiografía,que se vendía en los entreactos, lo pintaba como un hombre que cuidaba a su ancianamadre,leíaelEvangelio,asistíaalospobres,enfin,comounSanVicentedePaúlconunamezcla de Bruto y de Mirabeau. Decían: «Nuestro Delmar». Tenía una misión, seconvertíaenCristo.

Todoesto tenía fascinadaaRosanetteyella sehabíadeshechodel señorOudry, sinpreocuparsedenada,puesnoeracodiciosa.

Arnoux, que la conocía, se había aprovechado de esto durante mucho tiempo parasostenerla gastando poco; el buen señor había ido y los tres se habían cuidado de noexplicarseconfranqueza.Después,imaginándosequeellahabíadespedidoalotrosóloporél, Arnoux le había aumentado su pensión. Pero sus peticiones se renovaban con unafrecuenciainexplicable,puesllevabauntrendevidamásmodesto;inclusohabíavendidoelcachemir,parapagarsusviejasdeudas,decíaella;yélseguíadando,ellaloempujaba,abusaba de él sin piedad. Por eso las facturas, los papeles timbrados llovían en casa.Frédéricpresentíaunacrisispróxima.

UndíasepresentóparaveraMme.Arnoux.Ellahabíasalido.Elseñortrabajabaabajoenlatienda.

En efecto, Arnoux, en medio de sus jarrones de porcelana, trataba de convencer aparejas de recién casados burgueses de provincia. Les hablaba de diversos tipos detorneado,delasgrietasydelosescarchados;losotros,pornoaparentarquenoentendíannada,hacíansignosdeaprobaciónycompraban.

Cuando salieron los clientes, contó que, por la mañana, había tenido un pequeñoaltercadoconsumujer.Paraanticiparsealascríticassobreelgasto,habíaafirmadoquelaMariscalayanoerasuamante.

—Inclusolehedichoqueloeradeusted.

Frédéricseindignó;perosiselohubierareprochado,podríadescubrirse;balbuceó:

—¡Ah!,haobradoustedmal,muymal.

—¿Qué importancia tiene? —dijo Arnoux—. ¿Qué deshonor hay en pasar por suamante?Yolosoy.¿Nosesentiráustedhalagadodeserlo?

¿Habríahabladoella?¿Eraunaalusión?Frédéricseapresuróaresponder:

—No,enabsoluto,alcontrario.

—Bueno.¿Yentonces?

—Sí,escierto.Esonotieneimportancia.

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Arnouxreplicó:

—¿Porquéyanovaporallí?

Frédéricprometióvolver.

—¡Ah!,meolvidaba,usteddebería…,hablandodeRosanette…,daraentenderamimujer algo… no sé qué, pero usted verá… algo que la convenza de que usted es suamante.Selopidocomofavor,¿eh?

Eljoven,portodarespuesta,hizounamuecaambigua.

Aquellacalumniaerasuruina.AquellamismanochesepresentóensucasayjuróquelaafirmacióndeArnouxerafalsa.

Parecíasincero;ydespuésdehaberrespiradoprofundamenteledijo:«Lecreo»,conunahermosasonrisa;luegobajólacabeza,y,sinmirarle:

—Además,nadiemandaenusted.

Ella no adivinaba nada, y le menospreciaba, pues no creía que él pudiese amarlabastanteparaserle fiel.Frédéric,olvidando las tentativashechascon laotra,encontrabaofensivatantatolerancia.

Despuéslerogóquefuesealgunavez«acasadeaquellamujer»paraverunpocoloquepasaba.

AparecióArnoux,y,cincominutosdespués,quisollevarloacasadeRosanette.

Lasituaciónsehacíainsoportable.

Llegóadistraerledeellaunacartadelnotarioqueanunciabaelenvíodequincemilfrancos para el día siguiente; y, para reparar su negligencia con Deslauriers, fue acomunicarleinmediatamenteestabuenanoticia.

ElabogadovivíaenlacalledelasTrois-Maries,enelquintopiso,quedabaalpatio.Su despacho, pequeña pieza, con baldosas, fría y tapizada de un papel grisáceo, teníacomo principal decoración unamedalla de oro, su título de doctorado en unmarco deébanocontraelespejo.Unalibreríadecaobaguardabaensusvidrierasalrededordecienvolúmenes.Lamesa de despacho, cubierta de badana, estaba situada en el centro de lapieza. Cuatro viejos sillones de terciopelo verde ocupaban las esquinas; y unas virutasardíanen lachimenea,dondesiemprehabíaunhazde leñaparaencenderlaalgolpedecampanilla.Eralahoradelasconsultas,elabogadollevabaunacorbatablanca.

Elanunciodelosquincemilfrancos(estabaclaroquenoteníamás)lecausóunarisitadeplacer.

—¡Estábien,amigomío,estábien,estámuybien!

Echó leña al fuego, se volvió a sentar, y se puso a hablar inmediatamente delperiódico.LaprimeracosaquehabíaquehacereraecharfueraaHussonnet.

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—¡Esecretinomeestáhartando!Encuantoaponersealserviciodeunaidea,lomásequitativo,amijuicio,ylomásimportante,esnoserviraninguna.

Frédéricsemostróextrañado.

—Perosindudaseríaéstalaocasióndetratardepolíticadeunamaneracientífica.Losviejosdel sigloXVIII empezabancuandoRousseau, los literatos introdujeronen ella lafilantropía,lapoesíayotrasbromasparaelmayorgozodeloscatólicos:alianzanatural,porlodemás,puestoquelosreformadoresmodernos,puedodemostrarlo,creentodosenla Revolución. Pero si ustedes celebranmisas por Polonia, si en lugar del Dios de losdominicos, que era un verdugo, toman el Dios de los románticos, que era un tapicero,ustedesno tienenacercade loAbsolutounaconcepciónmásampliaquesusabuelos, lamonarquíaseabrirácaminobajosusformasrepublicanasyelboneterojonoseránuncamásqueunsolideodesacerdote.Sóloqueelrégimendeprisiónhabráreemplazadoalatortura;elultrajealareligión,alsacrilegio;elequilibrioeuropeo,alaSantaAlianza;yenestebelloordenqueadmiramos,hechoderestosdeLuisXIV,deruinasdeVoltaireconunenlucidoimperialyfragmentosdeconstitucióninglesa,veremosalosconcejalestratandode molestar al alcalde, los diputados provinciales a su prefecto, las cámaras al rey, laprensaalpoder,laadministraciónatodoelmundo.Perolasalmasbuenasseextasíanconel Código Civil, obra edificada, a pesar de lo que digan, con un espíritu mezquino,tiránico; pues el legislador, en vez de hacer su oficio que es el de reglamentar lacostumbre, pretendió modelar la sociedad como un Licurgo. ¿Por qué la ley poneimpedimentos al padre de familia enmateria de testamento? ¿Por qué pone trabas a laventa forzosa de los inmuebles? ¿Por qué castiga como delito el vagabundeo, que nisiquieradeberíaserunafalta?Yhayotrosmás.Losconozco,poresovoyaescribirunapequeñanovelatituladaHistoriadela ideadela justicia,queserádivertida.Perotengounasedabominable,¿ytú?

Seasomóalaventanaygritóalporteroquefueseabuscarunosgrogsalataberna.

—Enresumen,veotrespartidos…,¡no!, tresgruposyningunodeellosmeinteresa:losquetienen,losqueyanotienenylosquetratandetener.Perotodoscoincidenenlaidolatría imbécil de la Autoridad. Ejemplo: Mably recomienda que se impida a losfilósofos publicar sus doctrinas; el señorWronski, agrimensor, llama en su lengua a lacensura«represióncríticadelaespontaneidadespeculativa»;elpadreEnfantinbendicealosHabsburgo«porhaberpasadoporencimadelosAlpesunamanopesadaparaaplastaraItalia»;PierreLerouxquierequeosobliguenaescucharaunorador,yLouisBlancseinclinaaunareligióndeEstado,hastatalpuntoestepueblodevasallostienepasiónporelgobierno. Sin embargo, no hay ni uno legítimo, a pesar de sus sempiternos principios.Pero,como«principio»significaorigen,hayquereferirsesiempreaunarevolución,aunacto de violencia, a un hecho transitorio. Así, el principio del nuestro es la soberaníanacional, comprendida en la forma parlamentaria, aunque el parlamento no esté deacuerdo. Pero ¿en qué sentido es más sagrada la soberanía del pueblo que el derecho

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divino?Elunoylaotrasondosficciones.Bastademetafísica,nomásfantasmas.Nosenecesitan dogmas para hacer barrer las calles. Se dirá que quiero dar un vuelco a lasociedad.Bueno,¿yqué?,¿quémalhayenello?¡Buenaestátusociedad!

Frédéric habría tenido muchas cosas que responderle. Pero, viéndolo lejos de lasteoríasdeSénécal,sesentíallenodeindulgencia.Secontentóconobjetarqueunsistemasemejantelesatraeríalosodiosdetodoelmundo.

—Alcontrario,comohabremosdadoacadapartidolaocasióndeodiarasuvecino,todoscontaránconnosotros.Tútemeterástambién,ynosharáscríticatrascendente.

Había que atacar los tópicos, laAcademia, la EscuelaNormal, el Conservatorio, laComediaFrancesa,todoloqueseparecieraaunainstitución.Esporahípordondedaríanunnúcleoideológicoasurevista.Después,cuandoestuviesebienafianzada,elperiódico,depronto,seharíadiario:entoncesatacaríanalaspersonas.

—Ynosrespetarán,tenloporseguro.

Deslauriersveía suviejo sueñoal alcancede lamano:una jefaturade redacción, esdecir,ladichainexplicablededirigiralosdemás,decortarlesporelmediosusartículos,demandar,derechazar.Susojoschispeabanbajosuslentes,seexaltabaybebíaunacopadetrásdeotramaquinalmente.

—Tendrásquedarunacenaunavezporsemana.Esindispensable,aunquetegasteslamitaddelsueldo.Querránacudir,seráuncentrodeatracciónparalosdemás,unapalancapara ti:y,manejando laopiniónpor losdosextremos, literaturaypolítica,antesdeseismeses,yaloverás,mantendremosenaltoelpabellóndeParís.

Frédéric, escuchándolo, sentía una sensación de rejuvenecimiento, como un hombreque,despuésdeunalargaestanciaenunahabitación,estransportadoalairelibre.

Aquelentusiasmoleestabaganando.

—Sí;hesidounperezoso,unimbécil,tienesrazón.

—¡Enhorabuena!—exclamóDeslauriers—:vuelvoaencontraramiFrédéric.

Y,poniéndoleelpuñobajolamandíbula:

—¡Ah!,loquemehashechosufrir.¡Noimporta!¡Tequiero,apesardetodo!

Estabandepieysemirabantiernamenteelunoalotrocasiapuntodeabrazarse.

Ungorrodeseñoraaparecióenelumbraldelaantesala.

—¿Quiéntetrae?—dijoDeslauriers.

EralaseñoritaClémence,suamante.

Ellacontestóque,pasandodelantedesucasaporcasualidad,nohabíapodidoresistireldeseodeverle;y,paratomaralgojuntos,letraíaunospasteles,quepusosobrelamesa.

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—¡Cuidadoconmispapeles!—replicósecamenteelabogado—.Además,eslaterceravezqueteprohíbovenirdurantemiconsulta.

Ellaquisoabrazarlo.

—¡Bueno!,¡vete!

Alverserechazada,ellanopudoconteneruneransollozo.

—¡Ah!,alfinyalcabo,meestásaburriendo!

—Esquetequiero.

—¡Yonopidoquemequieran,sinoquemeesténagradecidos!

Estaspalabras, tanduras, secaron las lágrimasdeClémence.Seplantódelantede laventanaypermanecióallíinmóvil,conlafrenteapoyadaenelcristal.

SuactitudysumutismoirritabanaDeslauriers.

Ellasevolvió,sobresaltada.

—¡Medespides!

—¡Desdeluego!

Ella fijó sobre él sus grandes ojos azules, para una última petición, sin duda, puescruzólasdospuntasdesutartán,esperóunminutomásysefue.

—Deberíasllamarla—dijoFrédéric.

—¡Anda!

Y como tenía necesidad de salir,Deslauriers pasó a la cocina, que era su cuarto deaseo.

Sobreelfregaderohabíaalladodeunpardebotas,losrestosdeunapobrecomida,enelsuelo,enunrincón,uncolchónenrolladoenunamanta.

—Estotedemuestra—dijo—querecibopocasmarquesas.Nosarreglamosfácilmentesin ella y sin las otras también.Las que no cuestan nada ocupan el tiempo; siempre esdinero,enotraforma;ahorabien,nosoyrico.Yademássontodastantontas.¿Esquetúpuedeshablarconunamujer?

SesepararonenlaesquinadelPont-Neuf.

—Entonces,quedamosdeacuerdo;metraeráslacosamañana,tanprontolatengas.

—Conforme—dijoFrédéric.

Al día siguiente, al despertarse, recibió por correo un cheque bancario por valor dequincemilfrancos.

Aquelpedazodepapel le representóquincegrandes talegosdedinero;ysedijoque

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con semejante suma podría: primero, seguir con su coche durante tres años, en vez devenderlo como tendría que hacer próximamente, o comprarse dos bellas armadurasdamasquinadasquehabíavistoenelmuelleVoltaire,ademásdecantidaddeotrascosasmás, pinturas, libros y ¡cuantos ramos de flores, de regalos paraMme. Arnoux! Todo,finalmente,habría sidomejorquearriesgar tantodineroeneseperiódico.Deslauriers leparecía presuntuoso, su insensibilidad de la víspera enfriaba sus relaciones con él, yFrédéricsesumíaenestosremordimientoscuandosesintiótotalmentesorprendidoalverentraraArnoux,elcualsesentóalbordedelacama,dejándosecaerpesadamentecomounhombrerendido.

—¿Quépasa?

—Estoyperdido.

Teníaquepagaraquelmismodía,eneldespachodeBeauminet,notario,calleSainte-Anne,dieciochomilfrancosquelehabíaprestadountalVanneroy.

—¡Es un desastre inexplicable! Lo había garantizado con una hipoteca que debíatranquilizarle, sin embargo. Perome amenaza con un requerimiento si no se paga estatarde,dentrodepoco.

—¿Yentonces?

—Pues muy sencillo. ¡Va a ordenar la expropiación de mi inmueble! El primeranuncio me arruina, eso es todo. ¡Ah!, si encontrara a alguien que me adelantara esamalditacantidad,élreemplazaríaaVanneroy,¡yoestaríasalvado!¿Ustednolatendríaporcasualidad?

La orden de pago había quedado sobre la mesilla de noche, al lado de un libro.Frédériclevantóelvolumenylocolocóencima,respondiendo:

—¡Diosmío,no,queridoamigo!

PerolecostabanegárseloaArnoux.

—¿Cómo,noencuentraustedanadiequeestédispuesto…?

—¡Anadie! ¡Ypensarque,deaquíaochodías, tendré ingresos!Medebenquizá…cincuentamilfrancosparafindemes.

—¿Nopodríaustedpedirunanticipoalosqueledeben?

—¡Ah!¡Bueno,sí!

—¿Peroustedtienealgunosvalores,pagarés?

—¡Nada!

—¿Quéhacer?—dijoaArnoux.

—Esloqueyomepregunto—replicóArnoux.

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Secalló,ycaminabaporlahabitacióndeunladoparaotro.

—¡Noespormí,Diosmío!,¡sinopormishijos,pormipobremujer!

Luego,separandocadapalabra:

En fin…, seré fuerte…, embalaré todo aquello…, e iré a buscar fortuna… no séadonde.

—Nopuedeser—exclamóFrédéric.

Arnouxreplicóentonotranquilo:

—¿CómoquiereustedquesigaviviendoenParís?

Hubounlargosilencio.

AFrédéricseleocurriódecir:

—¿Cuándodevolveríaesedinero?

Noesque lo tuviese;alcontrario.No tenía inconvenienteenvisitaraamigos,hacergestiones.Yllamóasucriadoparavestirse.Arnouxledabalasgracias.

—¿Sondieciochomilfrancosloquenecesita,verdad?

—¡Oh,mecontentaríacondieciséismil!Puesyoharíafácilmentedosmilquinientos,tres mil francos con mi plata (vajillas, cubertería de plata), siempre que Vanneroy meconcedahastamañana;y,selorepito,puedeusteddecir,juraralquelospresteque,dentrodeochodías,quizás inclusodentrodecincoodeseis, eldineroserádevuelto.Porotraparte,hayunahipotecapararesponder.Asíque,ningúnpeligro,¿comprende?

Frédéricaseguróquecomprendíayqueibaasalirinmediatamente.

PermanecióencasamaldiciendoaDeslauriers,puesqueríamantenersupalabra,yalmismotiempocomplaceraArnoux.

«¿YsimedirigieraalseñorDambreuse?Pero,¿conquépretextopedirledinero?Soyyo, por el contrario, quien tiene que llevárselo a su casa para sus acciones de la hulla.¡Ah!,¡quesevayaapaseoconsusacciones!Notengoobligaciónningunaconél».

YFrédéricsefelicitabadesuindependenciacomosihubiesenegadounfavoralseñorDambreuse.

«Bueno—sedijodespués—,esverdadquepierdoporeste lado,yaqueconquincemil francospodríaganarcienmil.En laBolsa,esoseveaveces…Por tanto,si faltoauno,¿nosoylibrede…?Además,auncuandoDeslauriersesperase.No,no,esoestámal,vamosallá».

Mirósureloj.

«Notengoningunaprisa;elBanconocierrahastalascinco».

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Y,alascuatroymedia,despuésdehaberretiradoeldinero:

«Es inútil ahora. No le encontraría; iré esta noche», dándose así la posibilidad devolversobresudecisión,puessiemprequedaenlaconcienciaalgodelossofismasquesehanvertidoenella:unaespeciederegustocomodeunlicormalo.

Sepaseóporlosbulevaresycenósoloenelrestaurante.DespuésescuchóunactoenelVaudeville,paradistraerse.Perosusbilletesdebancolemolestabancomosiloshubieserobado.Nohabríasentidopenadeperderlos.

Devueltaensucasa,encontróunacartaconestaspalabras:

—«¿Quéhaydenuevo?

Mimujerseuneamí,queridoamigo,enlaesperanza,etc.

Deusted».

Yunpárrafo.

«¡Sumujer!,¡ymeruega!».

EnelmismomomentoaparecióArnouxparasabersihabíaencontradolacantidadqueurgía.

—Tenga,aquíestá—dijoFrédéric.

Y,veinticuatrohorasdespués,respondióaDeslauriers:

—¡Noherecibidonada!

El abogado volvió tres días seguidos. Le apremiaba para que escribiese al notario,inclusollegóaofrecerseparahacerelviajeaElHavre.

—No.Esinútil,voyairyo.

Pasadalasemana,FrédéricpidiótímidamentealseñorArnouxlosquincemilfrancos.

Arnouxloaplazóparaeldíasiguiente,despuésalotro,Frédéricsearriesgabaasalirsólodenochecerrada,temiendosersorprendidoporDeslauriers.

UnanochetropezóconalguienenlaesquinadelaMagdalena.Eraél.

—Voyabuscarlos—ledijo.

YDeslauriersleacompañóhastalapuertadeunacasaenelfaubourgPoissonniére.

—Espérame.

Esperó.Por fin, al cabodecuarentay tresminutos,Frédéric salió conArnoux,y lehizoseñasdequeesperase.Elcomerciantedelozasysucompañerosubieron,cogidosdelbrazo,lacalleHauteville,tomarondespuéslacalledeChabrol.

Lanocheestabaoscura, con ráfagasdeviento tibio.Arnouxcaminabadespacio, sin

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dejardehablarde lasGaleríasdelComercio:unaseriedepasajescubiertosquehabríanenlazadoelbulevarSaint-DenisconelChátelet,especulaciónmaravillosaenlaqueteníamuchasganasdeentrar;yseparabadevezencuandoaverdetrásdeloscristalesdelastiendasalasmodistillasyluegocontinuabasusdiscursos.

FrédéricoíalospasosdeDeslauriersdetrásdeél,comoreprochesquegolpeabansobresu conciencia.Perono se atrevía ahacer su reclamaciónporunmal entendidopudorytemiendoquefueseinútil.Elotroseloreprochaba.Sedecidió.

Arnoux, con mucha desenvoltura, dijo que, como no había cobrado, no podíadevolverleahoralosquincemilfrancos.

—¿Nolosnecesita,meimagino?

Enestemomento,DeslauriersseacercóaFrédéric,y,llevándoleaparte:

—Dimelaverdad,¿lostienesono?

—Puesno—dijoFrédéric—,losheperdido.

—¡Ah!,¿yenqué?,¿cómo?

—Eneljuego.

Deslauriers no contestó palabra, saludó muy despacio y se marchó. Arnoux habíaaprovechadolaocasiónparaencenderuncigarroenunestanco.Volviópreguntandoquiéneraaqueljoven.

—Nada.Unamigo.

Luego,tresminutosdespués,delantedelapuertadeRosanette.

—¡Suba!—dijoArnoux—,sealegrarádeverle.¡Quéhurañoseestáhaciendo!

Unfarol lo iluminabadefrente;yconuncigarroentresusdientesblancosyunairefeliz,teníaalgodeinsoportable.

—¡Ah!, a propósito, mi notario ha estado esta mañana en casa del suyo, para esainscripcióndehipoteca.Esmimujerquienmeloharecordado.

—Unamujerconcabeza—replicómaquinalmenteFrédéric.

—¡Yalocreo!

YArnoux comenzó a elogiarla.No había nadie como ella en inteligencia, corazón,economía,yañadióenvozbaja,haciendojuegosdeojos:

—Ycomocuerpodemujer.

—Adiós—dijoFrédéric.

Arnouxhizoungesto.

—¡Anda!,¿porqué?

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Y, tendiéndole a medias la mano, lo observaba, todo desconcertado por la cólerareflejadaensurostro.

Frédéricreplicósecamente:

—Adiós.

BajólacalledeBredacomounapiedraquerueda,furiosocontraArnoux,jurandonovolveraverloniaellatampoco,afligido,desolado.Envezdelarupturaqueesperaba,seencuentra con que el otro, por el contrario, la quería tiernamente y de la manera máscompleta, desde la raízde los cabelloshasta el fondodel alma.Lavulgaridadde aquelhombreexasperabaaFrédéric.Todolepertenecía,pues,aaquél.Lovolvióaencontrarenla puerta de la chica; y la mortificación de una ruptura se sumaba a la rabia de suimpotencia.Porotraparte,lahonradezdeArnoux,queofrecíagarantíasparasudinero,lehumillaba; hubiera querido estrangularlo; y por encima de su pena planeaba en suconciencia,comounaniebla,elsentimientodelacobardíaconsuamigo.Seahogabaenlágrimas.

DeslauriersbajabaporlacalledelosMartyrs,despotricandodeindignación;puessuproyecto, comoun obelisco derribado, le parecía ahora de una altura extraordinaria. Secreía robado como si hubiera sufrido una gran pérdida. Su amistad con Frédéric habíamuerto,y sealegrabadeello; eraunacompensación.Sintióodioa los ricos.Se inclinóhacialasopinionesdeSenecalyseprometiódefenderlas.

Arnoux,entretanto,cómodamentesentadoenunapoltrona,alladodelfuego,aspirabaelaromadesutazadeté,teniendoalaMariscalaensusrodillas.

Frédéricnovolvióavisitarlos;y,paradistraersedesupasióncalamitosa,adoptandoelprimer tema que le vino a lamente, resolvió componer unaHistoriadelRenacimiento.Amontonórevueltosensumesaaloshumanistas,losfilósofosylospoetas;ibaalaSalade Grabados a ver los grabados deMarcoAntonio; trataba de entender aMaquiavelo.Pocoapoco,laserenidaddeltrabajoleapaciguó.Profundizandoenlapersonalidaddelosotros,olvidólasuya,locualeslaúnicamaneraquizádenosufrir.

Un día en que estaba tomando notas tranquilamente, se abrió la puerta y el criadoanuncióaMme.Arnoux.

¡Eraellaenpersona!,¿sola?¡Puesno!,llevabadelamanoalpequeñoEugène,seguidodesumuchachadedelantalblanco.Ellasesentó;y,despuésdehabertosido:

—Hacemuchotiempoquenovieneustedporcasa.

ComoFrédéricnoencontrabaexcusa,ellaañadió:

—Esunadelicadezaporsuparte.

Élreplicó:

—¿Quédelicadeza?

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—LoquehahechoporArnoux—dijoella.

Frédérichizoungestosignificativo:«Metraesincuidado,eraporusted».

Ella mandó al niño a jugar con la muchacha al salón. Intercambiaron dos o trespalabrassobresusalud,despuéslaconversacióndecayó.

EllallevabaunvestidodesedamarróndeuncolordevinodeEspaña,conabrigodeterciopelo,ribeteadodemarta;estapieldabaganasdepasarlelasmanosporencima,ysuslargosbandos,bienalisados,atraíanloslabios.Perounaemociónlaturbaba,y,volviendolosojoshacialapuerta:

—Haceunpocodecaloraquí.

Frédéricadivinólaintenciónprudentedesumirada.

—¡Perdón!,losbatientessóloestánentornados.

—¡Ah!,escierto.

Ysonrió,comoparadecir:«Notemonada».

Éllepreguntóinmediatamentecuáleraelmotivodesuvisita.

—Mimarido repuso aquello con esfuerzo,me aconsejó queviniese a verle, pues élmismonoseatrevíaahacerestagestión.

—¿Yporqué?

—UstedconocealseñorDambreuse,¿verdad?

—Sí,unpoco.

—¡Ah,unpoco!

Ellapermanecíacallada.

—Noimporta,¡termine!

EntoncescontóquelaantevísperaArnouxnohabíapodidoabonarcuatropagarésdemilfrancossuscritosalaordendelbanquero,ysobreloscualeséllehabíahechoponersufirma. Ella se arrepentía de haber comprometido la fortuna de sus hijos. Pero todo erapreferible al deshonor; y, si el señorDambreuse hacía pasar las diligencias, le pagaríanpronto,ciertamente;puesellaibaavender,enChartres,unacasitaquetenía.

—¡Pobremujer!—murmuróFrédéric—.Iréaverle,cuenteconmigo.

—Gracias.

Yselevantóparamarchar.

—¡Oh!,¿quéprisatiene?

Ella siguió de pie, observando el trofeo de flechas mongoles colgado del techo, la

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biblioteca, lasencuadernaciones, todoslosutensiliosdeescribir; levantóelrecipientedebronce que contenía las plumas: sus talones se posaron sobre la alfombra en sitiosdiferentes.Había ido varias veces a casa deFrédéric, pero siempre conArnoux.Ahoraestabansolos—solosensupropiacasa—;eraunacontecimientoextraordinario,casiunabuenasuerte.

Ellaquisoversujardincillo;élleofrecióelbrazoparaenseñarlesusdominios,treintapiesdeterreno,cercadodecasas,adornadoconarbustosenlasesquinas,yconunarriateenelcentro.

Eranlosprimerosdíasdeabril.Lashojasdelaslilasempezabanareverdecer,unairecirculabaenelambiente,piabanlospajaritos,alternandosucantoconelruidolejanodelaforjadeuncarrocero.

Frédéric fue a buscar una badila; y, mientras se paseaban juntos, el niño levantabamontonesdearenaenelpaseodeljardincillo.

Mme.Arnouxnocreíaqueelniñofueseatenerdemayorunagranimaginación,peroeradecaráctercariñoso,afectuoso.Suhermana,alcontrario, teníaunasequedadnaturalque,aveces,lahería.

—Esocambiará—dijoFrédéric—.Nuncahayquedesesperar.

Ellareplicó:

—Nuncahayquedesesperar.

Esta repeticiónmecánica de su frase le pareció una especie de ánimo; él cogió unarosa,laúnicadeljardín.

—¿Seacuerdausted…deunramoderosas,unatarde,encoche?

Ellasesonrojóunpoco;y,conairedecomparaciónirónica:

—¡Ah!,erayobienjoven.

—Yésta—replicóenvozbajaFrédéric—,¿correrálamismasuerte?

Ellarespondió,mientrashacíagirareltalloentresusdedos,comosifueraelhilodeunhuso:

—¡No!,¡éstalaconservaré!

Llamóconungestoalamuchacha,quecogióalniñoenbrazos:luego,enelumbraldelapuerta,enlacalle,Mme.Arnouxaspiróelaromadelaflor,inclinandolacabezasobresuhombro,yconunamiradatandulcecomounbeso.

Denuevo en su estudio, Frédéric contempló el sillón donde ella se había sentadoytodoslosobjetosquehabíatocado.Algodeellacirculabaalrededordeél.Lacariciadesupresenciadurabatodavía.

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Yunaoleadadeinfinitaternuralesumergía.

Aldíasiguiente,alasonce,sepresentóencasadelseñorDambreuse.Lerecibieronenelcomedor.Elbanqueroestabacomiendosentadoenfrentedesumujer.Susobrinaestabacerca de ella; al otro lado, la institutriz, una inglesa muy picada de viruela. El señorDambreuseinvitóasujovenamigoasentarseenmediodeellosy,antesurechazo:

—¿Enquépuedoservirle?Dígame.

Frédéricconfesó,fingiendoindiferencia,queibaapediralgoparauntalArnoux.

—¡Ah!,¡ah!,elantiguocomerciantedecuadros—dijoelbanqueroconunarisamudaquedejabaaldescubiertosusencías—.Oudryerasufiador,antes;sehanenfadado.

Ysepusoaojearelcorreoylosperiódicosqueestabancercadesuplato.

Doscriados leservían,sinhacerruidoalgunoenelsuelo;y laalturade lasala,queteníatrespuertastapizadasydosfuentesdemármolblanco,elbrillodelosinfiernillos,ladisposición de los entremeses y hasta los pliegues rígidos de las servilletas, todo estebienestardelujoestablecíaenelpensamientodeFrédéricuncontrasteconotracomidaencasadeArnoux.ÉlnoseatrevíaainterrumpiralseñorDambreuse.

Laseñoranotóqueestabamolesto.

—¿VeustedalgunavezanuestroamigoMartinon?

—Vendráestatarde—dijovivamentelachica.

—¡Ah!,¿túlosabes?—replicólatíamirándolafríamente.

Después, uno de los servidores acercándose al oído:—Tu modista, hija mía, missJohn.

ElseñorDambreuse,molestoporeldesordendelassillas,preguntóloquepasaba.

—EslaseñoraRegimbart.

—¡Hombre!,¡Regimbart!Esenombremesuena.Hevistosufirmaenalgúnlado.

Frédéricabordó,porfin,lacuestión;Arnouxmerecíainterés;incluso,conelúnicofindecumplirsuscompromisos,ibaavenderunacasadesumujer.

—Dicenqueesmuyguapa—dijolaseñoraDambreuse.

Elbanqueroañadióconairebonachón:

—¿Esustedamigoíntimodelafamilia?

Frédéric, sin responder claramente, dijo que le agradecía mucho tomase enconsideración…

—¡Bueno, ya que tiene tanto interés, sea! Aún tengo tiempo, si bajáramos a midespacho,¿quéleparece?

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Elalmuerzohabíaterminado;laseñoraDambreuseseinclinóligeramentesindejardesonreír deunmodo singular, cargado a la vezde cortesía y de ironía.Frédéric no tuvotiempodepensarenello;pueselseñorDambreuse,cuandosequedaronsolos:

—¿Ustednohavenidoabuscarsusacciones?

Y,sindarletiempoadisculparse:

—¡Bien!,¡bien!,justoesqueconozcaunpocomejorelnegocio.

Leofrecióuncigarrilloycomenzó.

LaUniónGeneral de lasHullasFrancesas estaba constituida; no faltabamásque elreglamento.El solohechode la fusióndisminuía losgastosdevigilanciaydemanodeobra,aumentabalosbeneficios.Además,laSociedadteníaenestudiounacosanueva,queerainteresaralosobrerosenlaempresa.Éstalesconstruiríacasas,viviendassalubres:porfin,ellaseconstituíaenproveedoradesusempleados,dándolestodoapreciodecoste.

—Y ellos saldrán ganando, señor; he ahí el verdadero progreso; es respondervictoriosamenteaciertoscriteriosrepublicanos.Tenemosennuestroconsejo—leenseñóun prospecto— a un par de Francia, un sabio del Instituto, un oficial superior deingenieros retirado, nombres conocidos. Semejantes elementos ofrecen garantía a loscapitalestímidosyatraenaloscapitalesinteligentes.LaCompañíaatenderíalospedidosdelEstado,luegolosferrocarriles,lamarinadevapor,losestablecimientosmetalúrgicos,el gas, las cocinas de las ciudades.Así, calentamos, alumbramos, penetramos hasta loshogaresdelasfamiliasmásmodestas.Pero¿cómo,mediráusted,podremosasegurar laventa?Graciasamedidasproteccionistas,queridoseñor,ylasconseguiremos;estoescosanuestra.Porlodemás,yosoyfrancamenteprohibicionista¡Elpaísantetodo!

LehabíannombradoDirector;perolefaltabatiempoparaocuparsedeciertosdetalles,delaredacciónentreotros.

—Estoyunpocoenfadadoconmisclásicos,meheolvidadodelgriego.Necesitaríaaalguien que tradujesemis ideas—yde pronto—: ¿Quiere usted ser ese hombre, con elpuestodesecretariogeneral?

Frédéricnosupoquéresponder.

—¡Bueno!,¿quiénseloimpide?

Susfuncionessereduciríanaredactar,todoslosaños,uninformeparalosaccionistas.MantendríarelacióndiariaconloshombresmásimportantesdeParís.Comorepresentantede la Compañía ante los obreros, conseguiría sin enfuerzo que le adorasen, lo cual lepermitiría,másadelante,llegaralConsejoGeneraloadiputado.

AFrédéric lezumbaban losoídos. ¿Dedóndesalía tantaamabilidad?Sedeshizoenexpresionesdeagradecimiento.

Peronoerapreciso,dijoelbanquero,dependerdenadie.Yelmejormedioeraadquirir

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unas acciones, «inversión soberbia, por otra parte, pues el capital que usted inviertegarantizasuposicióncomosuposicióngarantizasucapital».

—¿Acuantoascendería,másomenos?—dijoFrédéric.

—¡Diosmío!Loqueleapetezca;decuarentaasesentamilfrancos,meimagino.

EstacantidaderataninsignificanteparaelseñorDambreuseytangrandelaautoridaddeéste,queel joven sedecidió inmediatamenteavenderuna finca.Aceptaba.El señorDambreuseseñalaríaunodeaquellosdíaspararematarelnegocio.

—¿AsíquepuedodeciraJacquesArnoux…?

—Todoloqueustedquiera,¡pobrehombre!Todoloqueustedquiera.

—Muybien.

FrédéricescribióalosArnouxparatranquilizarlos,ylesmandólacartaconsucriado,alcualrespondieron:

—Muybien.

Sugestión,sinembargo,merecíamás.Esperabaunavisita,unacartapor losmenos.Norecibióningunavisita.Nollegóningunacarta.

¿Eraolvidodepartedeellosoalgointencionado?YaqueMme.Arnouxhabíavenidounavez,¿nopodíavolver?¿Laespeciedesobreentendido,deconfesiónqueellalehabíahechonoeramásqueunamaniobraejecutadaporinterés?«¿Sehanburladodemí?»,«¿esellacómplice?».Unaespeciedepudor,apesardelasganasquetenía,leimpedíavolveravisitarles.

Unamañana,tressemanasdespuésdesuentrevista,elseñorDambreuselemandóunacartadondeledecíaqueleesperabadentrodeunahora.

Por el camino le asaltó de nuevo la idea de losArnoux; y, no encontrandoningunarazónparasuconducta,fuepresadeunaespeciedeangustia,depresentimientofúnebre.Paraliberarsedeél,llamóuncabrioléymandóquelellevaraalacalleParadis.

Arnouxestabadeviaje.

—¿Ylaseñora?

—Enelcampo,enlafábrica.

—¿Cuándovuelveelseñor?

—Mañana,sinfalta.

La encontraría sola; éste era elmomento.Algo imperioso gritaba en su conciencia:«Veteallí,pues».

«¿Pero el señor Dambreuse?». «¡Bueno, mala suerte!». Diré que estaba enfermo.

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Corrióalaestación;luego,enelvagón:«¿Talvezmeheequivocado?».«¡Ah!,¡bah!¿Quéimporta?».

Aderechaeizquierdaseextendíanllanurasverdes;elconvoyrodaba,lascasitasdelasestacionessedeslizabancomolosdecoradosdeunescenario,yelhumodelalocomotoradejabacaersiemprealmismoladosusgruesoscoposquebailabansobrelahierbaalgúntiempoyluegosedispersaban.

Frédéric,soloensuasiento,mirabaaquelloconairedeaburrimiento,sumidoenesalanguidez que es producto del exceso mismo de impaciencia. Pero aparecieron grúas,almacenes.EraCreil.

Laciudad,construidaenlavertientededoscolinasbajas(laprimeradelascualesestádesnudaylasegundacoronadadebosque),conlatorredelaiglesia,suscasasdesigualesysupuentedepiedra,leparecíateneralgoalegre,discretoybueno.Ungranbarcochatochapoteabaazotadoporelviento;alpiedelcrucerounasgallinaspicoteabanen lapaja;pasóunamujerconropamojadaenlacabeza.

Despuésdelpuenteseencontróenunaisla,encuyoladoderechosevenlasruinasdeunaabadía.UnmolinodabavueltascerrandoatodoloanchoelsegundobrazodelOisesobreelcualdanlasparedesdelafábrica.Laimportanciadeestaconstrucciónasombrógrandemente aFrédéric.Lehizo concebirmayor respetohaciaArnoux.Tres pasosmásadelantetomóunacallejuela,rematadaalfondoporunaverja.

Habíaentrado.Laconserjelellamólaatencióngritándole:

—¿Tieneustedpermiso?

—¿Paraqué?

—Paravisitarelestablecimiento.

FrédériccontestóbruscamentequeibaaveralseñorArnoux.

—¿QuéesesodeseñorArnoux?

—Pueseljefe,elamo,elpropietario,enfin.

—No,señor,éstaeslafábricadelosseñoresLeboeufyMillet.

Labuenamujerbromeabasinduda.Llegabanobreros;abordóadosotres;larespuestafuelamisma.

Frédéric saliódelpatio tambaleándosecomounborracho;yparecía tanatolondradoque,enelpuentedelaBoucherie,unburguésqueestabafumandosupipalepreguntósibuscabaalgo.ÉlconocíalafábricadeArnoux.

EstabasituadaenMontataire.

Frédéric buscó un coche. Sólo los había en la estación. Volvió allí. Delante deldespachodeequipajes,solitaria,estabaestacionadaunacalesaalaqueestabaenganchado

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unviejocaballonegrocuyosarnesesdescosidoscolgabandelosvarales.

Unchicoseofrecióabuscaral«tíoPilón».Volvióalcabodediezminutos;eltíoPilónestabacomiendo.Frédéric,noaguantandomás, semarchó.Peroelpasoestabacortado.Huboqueesperaraquepasarandostrenes.Porfin,seprecipitóalcampo.

Elverdemonótonoloasemejabaauntapetedebillar.Aambosladosdelacarreterasealineaban escorias de hierro, como si fueran metros de grava. Un poco más lejoshumeaban chimeneas de fábricas, unas al lado de otras. Frente a él, sobre una colinaredonda,seerguíaunpequeñocastillodetorretas,juntoconelcampanariocuadrangulardeunaiglesia.Pordebajo,largasparedesformabanlíneasirregularesentrelosárboles;yabajodeltodoseextendíanlascasasdelpueblo.

Son casitas de un solo piso, con escaleras de tres escalones, hechas de bloques sincemento. Se oía, a intervalos, la campanilla de una tienda de ultramarinos.Unos pasospesadossehundíanenelbarronegro,ycaíaunalluviafinaquecortabaenmiltrozoselcielopálido.

Frédéricsiguióporelcentrodelacalle;despuésencontróasuizquierda,enelcruce,un camino, un gran arco de madera sobre el cual había un letrero en letras doradas:CERÁMICAS.

Jacques Arnoux buscaba una finalidad al escoger la proximidad de Creil;estableciendo su fábrica lomás cerca posible de la otra (acreditada desde hacíamuchotiempo)provocabaenelpúblicounaconfusiónfavorableasusintereses.

Elprincipalcuerpodeledificioseapoyabaenlaorillamismadeunríoqueatravesabala pradera. La casa del patrón, rodeada de un jardín, se distinguía por su escalinata,adornadaconcuatrojarronesdecactuserizados.

Montonesdetierrablancaestabanasecarbajocobertizos;habíaotrosalairelibre;yenmediodeljardínestabaSénécalconsueternoabrigoazulforradoderojo.

Elexprofesoralargósumanofría.

—¿Vieneporelpatrón?Noestáaquí.

Frédéric,desconcertado,respondiósecamente:

—Lo sabía—pero, recobrándose inmediatamente—: Es para un asunto relacionadoconMme.Arnoux.¿Puederecibirmeella?

—¡Ah!,nolahevistodesdehacetresdías—dijoSénécal.

Y comenzó una retahila de quejas. Al aceptar las condiciones del fabricante, habíaentendidoqueviviríaenParís,noqueiríaaenterrarseenelcampo,lejosdelosamigos,sinperiódicos.Noimportaba.¡Habríapasadoporencimadeesto!PeroArnouxnoparecíaprestar ninguna atención a su valía. Y además era un hombre limitado y retrógrado,ignorantecomonadie.Envezdebuscarperfeccionamientoartístico,hubiera sidomejor

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introducirhornosdegasydecarbón.Elburguéssearruinaba.Sénécalsubrayólapalabra.En resumen, su trabajo no le gustaba; y mandó a Frédéric que influyese para que leaumentasenelsueldo.

—Estétranquilo—dijoelotro.

Noencontróanadieenlaescalera.Enelprimerpisoasomólacabezaaunahabitaciónvacía;eraelsalón.Llamóenvozalta.Norespondieron;sindudalacocinerahabíasalido,también lamuchacha;por fin,yaenelsegundopiso,empujóunapuerta.Mme.Arnouxestabasola,delantedeunarmariodeluna.Elcinturóndesubatadecasaentreabiertalecolgabaalolargodelascaderas.Unamatadepelocomounaolanegralebajabaporelhombroderecho;y tenía losdosbrazos levantados, sosteniendoconunamanoelmoñomientrasqueconlaotraintroducíaenélunahorquilla.Lanzóungritoydesapareció.

Despuésvolviócorrectamentevestida.Sutalle,susojos,elruidodesuropa, todoleencantó.Frédéricseconteníaparanocubrirladebesos.

—Perdóneme—dijoella—,peronopodía…

Eltuvoelatrevimientodeinterrumpirla:

—Pero…estabaustedmuybien…haceunmomento.

Aellaleparecióuncumplidounpocogrosero,puessuspómulosseenrojecieron.Eltemíahaberlaofendido.Ellareplicó:

—¿Aquésedebeelplacerdeverle?

Elnosupoquéresponder;y,despuésdeunarisitaquelediotiempoareflexionar.

—Siselodijera,¿mecreería?

—¿Porquéno?

Frédériccontóquehabíatenidolaotranocheunsueñoespantoso.

—Soñéqueustedestabagravementeenferma,próximaamorir.

—¡Oh!,niyonimimaridoestamosnuncaenfermos.

—Yonosoñémásqueconusted—dijoél.

Ellalemiróconairetranquilo.

—Lossueñosnoserealizannunca.

Frédéricbalbuceó,buscó laspalabrasyse lanzóporfinaun largodiscursosobre laafinidaddelasalmas.Existíaunafuerzaque,atravésdelosespacios,eracapazdeponerenrelaciónadospersonas,informarlasdeloquesientenyhacerlesjuntarse.

Ellaescuchabaconlacabezabaja,altiempoquesonreíaconsumásbellasonrisa.Éllaobservabaconelrabillodelojo,gozoso,dabariendasueltaasuamormáslibremente

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conlafacilidadqueproporcionanlostópicos.Ellapropusoenseñarlelafábrica;yantesuinsistencia,élaceptó.

Paradistraerle,enprimerlugar,conalgodivertido,lemostrólaespeciedemuseoquedecoraba la escalera. Lasmuestras colgadas en las paredes o colocadas en repisas eranpruebas de los esfuerzos y los entusiasmos sucesivos de Arnoux. Después de haberbuscadoelrojodeloscoloresdeloschinos,habíaqueridohacermayólicas,azulejosestiloetrusco, oriental, ensayando por fin algunos de los perfeccionamientos realizadosporteriormente.Poresodestacabanenlaseriegrandesjarronescubiertosdemandarines,escudillasdeundorado tornasolado,vasosdecoradosconsignosárabes, jarrosdegustorenacentista, y anchos platos con dos personajes, que estaban como dibujados a lasanguinadeunamaneraafectadayvaporosa.Ahorafabricabaletraspararótulos,etiquetasdevino;perosuinteligencianoerasuficientementeelevadacomoparaalcanzarelarte,nitampocobastanteburguesaparabuscarsóloelprovecho,detalmodoque,sincontentaranadie, se estaba arruinando. Los dos consideraban estas cosas cuando pasó la señoritaMarthe.

—¿Nolereconoces?—ledijosumadre.

—Claro que sí —respondió ella saludándole, mientras que su mirada límpida ysospechosa,sumiradavirginalparecíamurmurar:«¿quévienesahacertúaquí?»,ysubíalasescalerasconlacabezaunpocovueltasobreelhombro.

Mme. Arnoux llevó a Frédéric al patio, después le explicó en tono serio cómo semuelenlastierras,selimpianysetamizan.

—Loimportanteeslapreparacióndelaspastas.

Ylollevóaunasalallenadecubasdondeunejeverticaldotadodebrazoshorizontalesgiraba sobre sí mismo. Frédéric se arrepentía de no haber rechazado claramente suproposiciónenelmomento.

—Estossonlosmalaxadores—dijoella.

Élencontrógrotescalapalabra,ycomoinconvenienteenbocadeella.

Anchascorreas sedeslizabanagranvelocidaddeunextremoalotrodel techoparaenrollarse en tambores, y todo semovía de unamanera continua,matemática, irritante.Salieron de allí y pasaron al lado de una cabaña en ruinas, que había servido en otrotiempoparaguardarinstrumentosdejardinería.

—Yanosirve—dijoMmeArnoux.

Élreplicóconvoztemblorosa:

—Enellapodríaalbergarselafelicidad.

El estruendo de la bomba de vapor cubrió su palabras y entraron en el taller deesbozos.

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Sentadosanteunamesaestrecha,unoshombrescolocabandelantedeellos,sobreundisco giratorio, unamasa de pasta, con lamano izquierda rascaban el interior y con laderechaacariciabanlasuperficie,yseveíansubirvasijascomofloresqueseabren.

Mme.Arnouxmandóqueleenseñaranlosmoldesparalostrabajosmásdifíciles.

En otro local se hacían las molduras, las aberturas, las líneas salientes. En el pisosuperior quitaban soldaduras y se tapaban con yeso los pequeños agujeros que habíanquedadoenlasÓperacionesprecedentes.

Encimadelasclaraboyas,enlasesquinas,enmediodelospasillos,portodaspartes,sealineabanpiezasdealfarería.

Frédéricempezabaaaburrirse.

—¿Quizálecanseesto?—dijoella.

Temiendo que tuviese que terminar allí su visita, fingió, por el contrario, muchoentusiasmo.Inclusolamentabanohabersededicadoaaquellaindustria.

Ellaparecíasorprendida.

—Escierto.Habríapodidovivircercadeusted.

Y, como él escrutaba sumirada,Mme.Arnoux, para evitarla, tomó de una consolabolitasdepastaprocedentesderemiendos,lasaplastóenunaespeciedetortaeimprimióenellasumano.

—¿Puedollevarmeeso?—dijoFrédéric.

—¡Diosmío,quéniñoesusted!

IbaarespondercuandoentróSénécal.

Elseñorsubdirector,desdelapuerta,sediocuentadeunainfraccióndelreglamento.Lostalleresdebíanbarrersetodaslassemanas;erasábado,y,comolosobrerosnohabíanhecho nada, Sénécal les dijo que tenían que quedarse una hora más. «Lo siento porustedes».

Se inclinaronsobre laspiezassinmurmurar;peroseadivinabasucóleraenelsoploronco de su pecho. Eran, por lo demás, poco fáciles de llevar, pues todos habían sidodespedidosdelafábricagrande.Elrepublicanismolosgobernabaduramente.Hombredeteorías,noconsiderabamásquelasmasasysemostrabadespiadadoconlosindividuos.

Frédéric,molestoporsupresencia,preguntóenvozbajaaMme.Arnouxsinohabíaposibilidaddever loshornos.Bajaron,yestabaellaexplicándoleelusode lascassettescuandoSénécal,queleshabíaseguido,seinterpusoentreellos.

Él mismo continuó la demostración extendiéndose sobre las diferentes clases decombustibles,sobrelapuestaenelhorno,lospiróscopos[5],lascámaras,losengobes,las

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arañas y los metales, prodigando los términos de química cloruro, sulfuro, bórax,carbonato.FrédéricnoentendíanadayacadaminutosevolvíahaciaMme.Arnoux.

—Usted no escucha —dijo ella—. Sin embargo, el señor Sénécal es muy claro.Conocetodasesascosasmejorqueyo.

El matemático, halagado por este elogio, propuso enseñarle la manera de fijar loscolores. Frédéric interrogó con mirada ansiosa a Mme. Arnoux. Ella permanecióimpasible, no queriendo sin duda ni estar sola con él, ni tampoco abandonarle. El leofrecióelbrazo.

—No,gracias,laescaleraesdemasiadoestrecha.

Ycuandollegaronarriba,Sénécalabriólapuertadeunahabitaciónllenademujeres.

Manejabanpinceles,frascos,conchas,placasdevidrio.Alolargodelacornisa,contralapared,sealineabanláminasgrabadas;recortesdepapelfinorevoloteaban;yunaestufadehierrocoladodesprendíauncalorempalagosoalquesemezclabaeloloratrementinayaguarrás.

Casitodaslasobrerasteníanvestidossucios.Seveíauna,sinembargo,quellevabaunmadrásylargospendientes.Alavezfinayrellenita,teniagrandesojosnegrosyloslabioscarnososdeunanegra.Supechoabundantedestacababajosublusa,sostenidaalrededordelacinturaporelcordóndesufalda;yconuncodosobrelamesadetrabajomientrasqueelotrobrazocolgabalibre,mirabavagamentealolejosenelcampo.Asuladohabíaunabotelladevinoyembutido.

Elreglamentoprohibíacomerenlostallerescomomedidadelimpiezaparaeltrabajoydehigieneparalostrabajadores.

Sénécal,porsentidodeldeberonecesidaddedespotismo,gritódelejos,indicandouncartelenuncuadro:

—¡Eh!,¡esadeallá!,¡labordelesa!,léamebienaltoelartículo9.

—¡Bien!,¿quémás?

—¿Quémás,señorita?Sontresfrancosdemultaquehadepagar.

Ellalemiróalacara,condesvergüenza.

—¿Quémeimporta?¡Cuandovuelvaelpatrón,mequitarálamulta!¡Meríodeusted,señormío!

Sénécal,quesepaseabacon lasmanosa laespalda,comounvigilanteen lasaladeestudios,secontentóconsonreír.

—Artículo13,insubordinación,¡diezfrancos!

Labordelesavolvióasufaena.Mme.Arnoux,pordecoro,nodecíanada,perofruncióelentrecejo.Frédéricmurmuró:

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—¡Ah!,paraserdemócrata,esustedmuyduro.

Elotrorespondióentonomagistral:

—Lademocracianoesladesvergüenzadelindividualismo.¡Eslaigualdadantelaley,ladistribucióndeltrabajo,elorden!

—Ustedolvidalahumanidad—dijoFrédéric.

Mme. Arnoux le cogió el brazo; Sénécal, tal vez ofendido por esta aprobaciónsilenciosa,sefue.

Frédéricsintióungranalivio.Desdelamañanabuscabalaocasióndedeclararse;erael momento. Por otra parte, el movimiento espontáneo de Mme. Arnoux le parecíaencerrar promesas; y pidió, como para calentarse los pies, subir a su habitación. Pero,cuandoseencontró sentadoal ladodeella, comenzaronsusapuros;no sabíapordóndeempezar.FelizmenteseacordódeSénécal.

—Nadamástonto—dijo—queesecastigo.

Mme.Arnouxreplicó:

—Hayseveridadesindispensables.

—¡Cómousted,queestanbuena!¡Oh!,meequivoco,puesustedsecomplaceavecesenhacersufrir.

—Nocomprendolosenigmas,amigomío.

Y sumirada austera, más aún que la palabra, le detuvo. Frédéric estaba resuelto aproseguir. Por casualidad había sobre la cómoda un volumen de Musset. Pasó variaspáginas,despuéssepusoahablardelamor,desusdesesperacionesydesusarrebatos.

Todoeso,segúnMmeArnoux,eracriminaloficticio.

El jovensesintióheridoporestanegación;y,paracombatirla,citócomopruebalossuicidios que se ven en los periódicos, exaltó los grandes tipos literarios, Fedra, Dido,Romeo,Desgrieux.Seenredaba.

El fuego ya no ardía en la chimenea, la lluvia golpeaba contra los cristales.Mme.Arnouxsinmoverse,permanecíaconlasdosmanosapoyadasenlosbrazosdelsillón;laspatillasdesugorrocaíancomolastirasdeunaesfinge,superfilpuroserecortabaensupalidezenmediodelasombra.

Él tenía ganas de echarse a sus rodillas. Se oyó un crujido en el pasillo, él no seatrevió. Se lo impedía, por otra parte, una especie de temor religioso. Aquel vestido,confundiéndoseconlastinieblas,leparecíadesmesurado,infinito,imposibledelevantar;yprecisamenteporestoredoblabasudeseo.Peroelmiedodepropasarseydenollegarlequitabatododiscernimiento.

«Sinolegusto—pensaba—,quemeeche;simequiere,quemeanime».

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Éldijosuspirando:

—¿Asíqueustednoadmitequesepuedaamar…aunamujer?

Mme.Arnouxreplicó:

—Cuandoescasaderaselatomapormujer;siperteneceaotro,debealejarsedeella.

—Asílafelicidadesimposible.

—No.Peronoseencuentraenlamentira,lasinquietudesylosremordimientos.

—¿Quéimporta,siesrecompensadacongocessublimes?

—Laexperienciaesdemasiadocara.

Élquisoatacarlaporlaironía.

—¿Lavirtudnoseríaunacobardía?

—Digamásbienclarividencia.Inclusoparaaquellaspersonasqueolvidaneldeberola religión, el simple buen sentido puede bastar. El egoísmo es una base sólida para laprudencia.

—¡Ah!,¡quémáximasburguesastieneusted!

—Peroyopresumodeserunagranseñora.

Enestemomentollegócorriendoelniño:

—Mamá,¿vienesacenar?

Frédéricselevantó;almismotiempoaparecióMarta.

Élnopodíadecidirmarcharse;y,conunamiradatodallenadesúplica:

—Esasmujeresdequeustedhablason,pues,muyinsensibles.

—No,sonsordascuandoespreciso.

Ysemanteníadepiealapuertadesuhabitación,consusdosniñosasulado.Élseinclinósindecirunapalabra.Ellarespondiósilenciosamenteasusaludo.

Lo que él sintió al principio fue una estupefacción infinita. Estamanera de hacerlecomprenderlainutilidaddesuesperanzaloaplastaba.Sesentíaperdidocomounhombrecaídoenelfondodeunabismo,quesabequenolesocorrerányquetienequemorir.

Entretantocaminaba,perosinvernada,alazar,tropezabaconlaspiedras,seequivocóde camino. Un ruido de zuecos resonó en su oído; eran los obreros que salían de lafundición.Entoncesseorientó.

Enelhorizontelaslinternasdeltrentrazabanunalíneadeluces,llegócuandosalíauntren,sedejómeterenunvagónysequedódormido.

Unahoradespués,en losbulevares,elbulliciodelParísnocturnoalejódeprontosu

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viajeaunpasadoyamuylejano.Quisohacerseelfuerte,yaliviósucorazóndenigrandoaMme.Arnouxconepítetosinjuriosos:

«¡Esunaimbécil,unapava,unatonta,unabruta,nopensemosmásenella!».

Devuelta a casa, encontró en su despachouna carta de ochopáginas enpapel azulsatinadoconlasinicialesR.A.

Comenzabaconreprochesamistosos:«¿Quéesdeusted,querido?,¡meaburro!».

LaletraeratanabominablequeFrédéricibaatirartodoelpaquete,cuandovioenlapostdata:«Cuentoconustedmañanaparaquemellevealascarreras».

¿Quésignificabaestainvitación?¿EraotrajugadadelaMariscala?Peronoesposibleburlarsedosvecesdelmismohombresinningúnmotivo;yllenodecuriosidad,releyólacartaatentamente.

Frédéric distinguió: «Malentendido… haberse equivocado… desilusiones… Somosunospobresniños…Semejantesadosríosqueconfluyen»,etc.

Esteestilocontrastabaconellenguajeordinariodelamujergalante.¿QuécambiosehabíaÓperado?

Durantemuchotiempomantuvolashojasentresusdedos.Olíanairis;yenlaformadeloscaracteresylaseparaciónirregulardelaslíneashabíacomoundesordendetocadorqueleimpresionó.

«¿Porquénoir?—sedijoporfin—.Pero,¿sillegaraasaberloMme.Arnoux?¡Ah!,quelosepa.¡Mejor!,¡yquetengacelos!,¡asíquedarévengado!».

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CAPÍTULOIV

LaMariscala,yapreparada,leestabaesperando.

—¡Quéamable!—ledijoellaclavándolesushermososojos,alaveztiernosyalegres.Despuésdehacerelnudodesucapucha,sesentóeneldiványpermanecióensilencio.

—¿Nosvamos?—dijoFrédéric.

Ellamiróelrelojdelachimenea.

—¡Oh!,¡no!,noantesdelaunaymedia—comosiellasehubieraseñaladoasímismaestelímiteasuincertidumbre.

Porfin,cuandodiolahora:

—¡Bueno,andiamo,caromió!

Ydiounúltimotoqueasusbandos,hizoalgunasrecomendacionesaDelphine.

—¿Laseñoravuelveparalacena?

—¿Porqué?Cenaremosjuntosenalgúnlugar,enelCaféInglés,dondeustedquiera.

—¡Bueno!

Susperritosladrabanalrededordeella.

—Podemosllevarlos,¿verdad?

Frédéric los llevó, él mismo, hasta el coche. Era una berlina de alquiler con doscaballos y un cochero; sobre el asiento de atrás Frédéric había puesto a su criado. LaMariscala pareció satisfecha de aquellas atenciones; después, cuando ya estuvoacomodada,lepreguntósihabíaestadoencasadeArnouxrecientemente.

—Haceyaunmes—dijoFrédéric.

Yo lo encontré anteayer, incluso habría venido hoy. Pero tuvo toda una serie deproblemas,ademásdeunproceso,noséqué.¡Quéhombremásraro!

—Sí,muyraro.

Frédéricañadióconaireindiferente:

—Apropósito:¿sigueustedviendo…cómolellamausted…aeseantiguocantante…

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Delmar?

Ellareplicósecamente:

—No.Hemos…terminado.

Portanto,larupturaeracierta.Frédéricempezóaconcebiresperanzas.

BajaronalpasoporelbarrioBreda;comoeradomingo,lascallesestabandesiertas,yaparecíancarasdeburguesesdetrásdelasventanas.Elcocheaceleróunpocolamarcha;elruidodelasruedashacíavolverlacaraalostranseúntes,elcuerodelacapotabajadabrillaba, el criado se repantigaba y los dos perritos, uno al lado del otro, parecían dosmanguitosdearmiñocolocadossobreloscojines.Frédéricseabandonabaalbalanceodelassopandas.LaMariscalavolvíalacabeza,aderechaeizquierda,sonriendo.

Su sombrero de paja nacarada tenía un adorno de encaje negro, la capucha de suabrigoflotabaalviento;yseprotegíadelsolconunaespeciedesombrilladerasolila,queterminabaenpuntacomounapagoda.

—¡Quéencantodededitos!—dijoFrédérictomándolesuavementelamanoizquierda,adornadaconunapulseradeoroenformadeesclava—.¡Mira!,¡québonito!,¿dedóndevieneesto?

—¡Oh!,hacetiempoquelatengo—dijolaMariscala.

El joven no objetó nada a esta respuesta hipócrita. Prefirió «aprovecharse de laocasión».Y,sinsoltarleelpuño,depositóenélunbeso,entreelguanteylabocamanga.

—¡Deje!,nosvanaver.

—¡Bah!,¿quéimporta?

Después de la plaza de la Concordia tomaron por el muelle de la Conférence y elmuelledeBilly,dondeseveuncedroenunjardín.RosanettecreíaqueelLíbanoestabasituadoenChina;inclusoseriódesuignoranciaypidióaFrédéricqueledieseleccionesdegeografía.Después,dejandoaladerechaelTrocadero,atravesaronelpuentedeJenaypor fin se detuvieron en medio del Champ de Mars, al lado de los otros coches, yaalineadosenelhipódromo.

Losmacizos de hierba estaban llenos de gente del pueblo. Se veían curiosos en elbalcón de la Escuela Militar, y los dos pabellones fuera del pesaje, las dos tribunascomprendidas en su recinto, y una tercera delante de la del rey estaban repletas de unamuchedumbrebienvestida,quetestimoniaba,porsuporte,unciertorespetoporaquelladiversióntodavíanueva.Elpúblicodelascarreras,másselectoenaquellaépoca,teníaunaspectomenosvulgar;eraeltiempodelastrabillas,deloscuellosdeterciopeloydelosguantesblancos.Lasmujeres,vestidasdecoloresbrillantes,llevabanvestidosdetallebajoy, sentadasen lasgradasde losestrados,hacíanelefectodegrandesmacizosde flores,moteados de negro, aquí y allí, por los trajes oscuros de los hombres. Pero todas las

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miradas se volvían hacia Bou-Maza, que permanecía impasible, entre dos oficiales deEstado Mayor, en una de las tribunas reservadas. La del Jockey-Club estaba ocupadaexclusivamenteporseñoresdeaspectograve.

Losmásentusiastassehabíancolocadoabajo,juntoalapista,protegidapordosfilasdepalosquesoportabancuerdas;enelóvalodescritoporestacalle,vendedoresdecocoagitaban sus carracas, otros vendían el programa de las carreras, otros pregonabancigarros, un granmurmullo salía de allí; los guardiasmunicipales pasaban y volvían apasar;sonóunacampanacolgadadeunpostellenodecifras.Aparecieroncincocaballos,ylagentevolvióaocuparsuspuestosenlastribunas.

Entretanto,gruesosnubarronesrozabanconsusvolutaslacopadelosolmos,enfrente.Rosanetteteníamiedoalalluvia.

—Tengo paraguas —dijo Frédéric—, y todo lo necesario para distraerse —añadióabriendoelmaletero,dondehabíauncestoconcomida.

—¡Bravo!,¡nosentendemos!

—Ynosentenderemosmejor,¿verdad?

—Puedequesí—dijoellatodacolorada.

Losjockeys,concasacadeseda,tratabandealinearsuscaballosylossujetabanconlasdosmanos.Alguienbajóunabanderaroja.Entonces,loscinco,inclinándosehacialascrines, salieron.Al principio permanecieron apretados en una solamasa; pronto ésta sealargó,secortó;elquellevabalacasacaamarilla,enlamitaddelaprimeravuelta,estuvoapuntodecaer,durantemuchotiempolacarreraestuvoindecisaentreFillyyTibi;luegoTomPoucesepusoencabeza;peroClubstick,queibadetrásdesdelasalida,losalcanzóyllegóelprimero,batiendoaSirCharlespordoscuerpos;fueunagransorpresa;elpúblicogritaba,lastablasdelasandanadasvibrabanconlospataleos.

—Nosestamosdivirtiendo—dijolaMariscala—.Teamo,querido.

Frédéricyanodudódesufelicidad;estaúltimapalabradeRosanetteloconfirmaba.Acienpasosdeél,enuncabriolémilord,aparecióunadama.Seasomabaporlaportezuela,luegoseocultabarápidamente;estoserepitióvariasveces.Frédéricnopodíadistinguirsucara.Tuvounasospecha,leparecióqueeraMme.Arnoux.Perono,eraimposible.¿Porquéhabríaido?Conelpretextodeacercarsealpesaje,seapeódelcoche.

—Esustedpocogalante—dijoRosanette.

Élnohizocasoycontinuó.Elmilord,depescantemásalto,volviendogrupas,sepusoaltrote.

Enelmismomomento,FrédéricfueagarradobruscamenteporCisy.

—Buenosdías,querido,¿cómoestá?AllíestaHussonnet.¡Escuche!

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Frédéric tratabade librarseparaalcanzarelcabriolé.LaMariscala lehacía señasdequevolvieseasulado.Cisylavioyqueríasaludarlaatodacosta.

Desdequesehabíaquitadoel lutode suabuela, realizabasu ideal, tenerdistinción.Chaleco escocés, levita corta, anchos lazos sobre el zapato y billete de entrada en latrencilladelsombrero,nadafaltaba,enefecto,a loqueélmismollamabasu«chic»,unchic anglómano ymosquetero. Comenzó por quejarse del Champ deMars, hipódromoexecrable,hablódespuésdelascarrerasdeChantillyydelasbromasqueallísegastaban,juróqueeracapazdebeberdocecopasdeChampagnedurante lasdocecampanadasdemedianoche,propusoalaMariscalaunaapuesta,acariciósuavementesusdosperritos;y,apoyándose con el otro codo en la portezuela, continuó diciendo tonterías, con laempuñadura de su bastoncillo en la boca, las piernas separadas, el cuerpo estirado.Frédéric,asulado,fumabasindejardeaveriguarquéhabíasidodelmilord.

Volvióasonar lacampanayCisysemarchó,congranalegríadeRosanette,aquienaburríamucho,decíaella.

Lasegundapruebanotuvonadadeparticularlaterceratampoco,salvounhombrealquellevaronenunacamilla.Lacuarta,enlaqueochocaballossedisputaronelpremiodelaCiudad,fuemásinteresante.

Los espectadores de las tribunas se subieron a los bancos.Los otros, de pie, en loscoches, seguían con gemelos en lamano la evolución de los jockeys; se les veía pasarvolando como manchas rojas, amarillas, blancas y azules a todo lo largo de lamuchedumbrequebordeabaelperímetrodelhipódromo.Delejos,suvelocidadnoparecíaexcesiva; al otro extremodelChampdeMars parecían incluso aminorar la velocidadycasinoadelantarmásqueporunaespeciededeslizamiento,enelqueLaspanzasdeloscaballosrozabanlatierrasinquesuspiernasextendidassedoblasen.Pero,volviendomuyrápidamente,crecían;supasocortabaelaire,elsuelotemblaba,losguijarrosvolabanporelaire,metiéndoseenlascasacasdelosjockeys,lashacíanpalpitarcomovelas;excitabanalosanimalescongrandesgolpesdefustaparaalcanzarelposte,eralameta.Seborrabanlascifrasdelmarcador,subíanotras;yenmediodegrandesaplausoselcaballovictoriosose arrastraba hasta el pesaje, todo cubierto de sudor, las rodillas rígidas, el cuello bajo,mientrasquesujinete,comoagonizandosobresusilla,seapretabalascostillas.

Unadiscusión retrasó laúltimasalida.Lamuchedumbre,queseaburría,prorrumpióeninjurias.Gruposdehombresconversabanalpiedelastribunas.Lostemaseranlibres;mujeres de la buena sociedad marcharon escandalizadas por estar mezcladas con lasdamasgalantes.LaviejaGeorginaAubert,aquienunautordeteatrodebulevarllamaba«elLuisXIde laprostitución»,horriblementemaquilladayhaciendodevezencuandouna risita semejante a ungruñido, permaneció toda estirada en su larga calesa, cubiertaconunabrigodecuellodepieldemartacomoenpleno invierno.Mme.deRemoussot,queeranoticiaacausadesupleito,sepavoneabaenelasientodeuncoche,encompañíade americanos; y Teresa Bachelu, con su aire de virgen gótica, llenaba con sus doce

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faralaes el interior de un cabriolé bajo que tenía en el salpicadero unamaceta llena derosas.LaMariscalasintiócelosdeestasglorias;parallamarlaatención,sepusoahacergrandesgestosyahablarenvozalta.

Unosgentlemenlareconocieronyleenviaronsaludos.Ellalesrespondía,diciendosusnombres a Frédéric. Todos eran condes, vizcondes, duques y marqueses; y él sepavoneaba,puestodoslosojosexpresabanunciertorespetoporsubuenasuerte.

Cisy no parecía menos feliz en el círculo de hombres maduros que le rodeaba.Sonreíandesdeloaltodesuscorbatas,comoburlándosedeél;porfin,diounapalmadaenlamanodelmásviejoyseacercóalaMariscala.

Ellacomíaconunaglotoneríaafectadauntrozodefoie-gras;Frédéric,porobediencia,laimitaba,sosteniendounabotelladevinosobresusrodillas.

Reaparecióelmilord,eraMme.Arnoux.Palideciódeformaextraordinaria.

—¡Damechampán!—dijoRosanette.

Y,levantandotodoloquepudosucopallena,exclamó:

—¡Eh!,¡aquéllasdeallá!,¡lasmujereshonradas,laesposademiprotector,eh!

Estallaronrisasasualrededor,elmilorddesapareció.Frédéricletirabadelvestido,ibaaencolerizarse.PeroCisyestabaallí,enlamismaactituddehacíapoco;y,reforzandosuaplomo,invitóaRosanetteacenaraquellamismanoche.

—¡Imposible!—respondióella—.VamosjuntosalCaféInglés.

Frédéric, como si no hubiera oído nada, permaneció mudo; y Cisy abandonó a laMariscalaconairecontrariado.

Mientras él le hablaba, de pie al lado de la portezuela derecha, Hussonnet habíallegadodeimprovisoalladoizquierdo,y,recordandoestapalabradeCaféInglés:

—Esunbonitoestablecimiento,¿sitomáramosalgoallí?,¡eh!

—Cómo queráis —dijo Frédéric, que, hundido en el rincón de la berlina, veíadesaparecerelmilord del horizonte, sintiendoque acababadeocurrir algo irreparable yquehabíaperdidosugranamor.Yelotroestabaallí,cercadeél,¡elamoralegreyfácil!Perollenodedeseoscontradictoriosysinsiquierasaberloquequería,sentíaunatristezadesmesurada,ganasdemorir.

Ungranruidodepasosydevoceslehizolevantarlacabeza;loschiquillos,saltandolascuerdasdelapista,invadíanlastribunas;lagenteseiba.Cayeronunasgotasdelluvia.Elatascodeloscochesaumentó.Hussonnetestabaperdido.

—¡Bueno,mejor!—dijoFrédéric.

—Preferimos estar solos —dijo la Mariscala, poniendo su mano encima de la deFrédéric.

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Entonces pasó delante de ellos, con reflejos de cobre y acero, un espléndido landotirado por cuatro caballos, conducidos a la Daumont por dos jockeys con casaca deterciopeloafranjasdoradas.LaseñoraDambreuseibaalladodesumarido,Martinonenelasientodeenfrente;lostresteníancarasextrañas.

—¡Mehanreconocido!—dijoFrédéric.

Rosanette quiso que se pararan, para ver mejor el desfile. Mme. Arnoux podíareaparecer.Élgritóalpostillón:

—¡Sigue!¡Sigue!¡Adelante!

YlaberlinaselanzóhacialosCamposElíseosenmediodelosotroscoches,calesas,birlochos,wurts, tándems, tílburis, dog-carts, jardineras con cortinas de cuero, dondecantaban obreros achispados, calesas de cuatro ruedas tiradas por un solo caballo,conducidas prudentemente por padres de familia.En victorias atestadas de gente, algúnchico,sentadosobrelospiesdelosotros,dejabacolgandofuerasusdospiernas.Grandescupés con asiento de tela paseaban a viudas nobles que dormitaban; o bien pasaba unmagníficostopperconunasillasencillaycoquetacomoeltrajedeundandy.Entretantoarreciaba el chaparrón. Sacaban los paraguas, las sombrillas, las trincheras; gritaban delejos:«¿Buenosdías?¿Estábien?—¡Sí!,¡no!,¡hastaluego!»,ylascarassesucedíanconunavelocidaddesombraschinescas.FrédéricyRosanettenosehablaban,sintiendounaespeciedeembotamientoalvergirarcontinuamentetodasaquellasruedasalladodeellos.

Pormomentos,lasfilasdecoches,demasiadoapretadas,separabantodasauntiempoenvariaslíneas.Entoncesquedabanlosunoscercadelosotros,yseobservaban.Desdeelbordede lospanelesconescudoscaíanmiradas indiferentessobre lamultitud;brillabanojosllenosdeenvidiaenelfondodelossimones;sonrisasdedenigraciónrespondíanalasactitudes orgullosas; bocas abiertas expresaban admiraciones imbéciles; y aquí y allí,algúnpaseante,enmediodelcamino, seechabahaciaatrásdeunsaltoparaevitaraunjinete que galopaba entre los coches y conseguía salir de allí. Después, todo volvía aponerseenmovimiento;loscocherosaflojabanlasriendas,sacudíansuslargoslátigos;loscaballos, animados, sacudiendo sus barbadas, lanzaban espuma a su alrededor; y lasgrupas y los arneses húmedos humeaban en el vapor de agua atravesado por el solponiente.PasandobajoelArcodelTriunfoproyectabaa laalturadeunhombreunaluzrojiza quehacía centellear los cubosde las ruedas, lasmanecillas de las portezuelas, lapunta de los pértigos, las anillas de los sillines; y a ambos lados de la gran avenidasemejanteaunríodondeondulabancrines,vestidos,cabezashumanas,losárbolestodosrelucientes de lluvia, se erguían, como dosmurallas de verdor. Por encima, el azul delcielo,quereaparecíaenciertossitios,teníasuavidadesderaso.

Entonces, Frédéric se acordó de los días ya lejanos en que ambicionaba la inefabledichadeencontrarseenunodeaquelloscoches,alladodeunadeaquellasmujeres.Yalaposeíaynosesentíafelizconella.

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Había cesado de llover. Los transeúntes refugiados entre las columnas del GuardaMueblessemarchaban.EnlacalleRoyaleunospaseantessubíanelbulevar.AntelasededelMinisterio de Asuntos Exteriores una fila de curiosos estaba estacionada sobre lasescaleras.

AlaalturadelosBañosChinos,comohabíabachesenelpavimento,laberlinaacortólamarcha. Un hombre con gabán color avellana caminaba a la orilla de la acera. Unasalpicadura que salió de debajo de las ballestas le cubrió la espalda. Se puso furioso.Frédéricempalideció;habíareconocidoaDeslauriers.

AlapuertadelCaféInglésdespidióelcoche.Rosanettehabíasubidodelantemientrasélpagabaalcochero.

Laencontróenlaescalera,hablandoconunseñor.Frédériclatomóporelbrazo.Peroenmediodelpasillo,unsegundoseñorladetuvo.

—¡Sigue!—ledijo—,¡soytuya!

Y entró él solo en el gabinete. Por las dos ventanas, abiertas de par en par, se veíagente asomada a las ventanas de las otras casas, frente por frente. Amplios reflejostemblaban sobre el asfalto que secaba y unamagnolia colocada en el borde del balcónperfumabalahabitación.Esteperfumeyestefrescorcalmaronsusnervios;sedejócaereneldivánrojodebajodelespejo.

LaMariscalaregresó;y,besándoleenlafrente:

—¿Tienespenas,cariño?

—Talvez—replicóél.

—Noerestúsolo,vamos—locualqueríadecir:«Olvidemoscadacuallasnuestrasenunafelicidadcomún».

Después, ella colocóunpétalode flor entre sus labios,y se loalargóparapicotear.Estemovimiento,deunagraciaycasideunamansedumbrelasciva,enternecióaFrédéric.

—¿Porquémedaspena?—dijoél,pensandoenMme.Arnoux.

—¡Yo,pena!

Y, de pie, delante de él, ella le miraba, las cejas juntas y las dos manos sobre loshombros.

Todasuvirtud,todosurencorsevinoabajoenunacobardíainfinita.

Élreplicó:

—Comonoquieresamarme—atrayéndolasobresusrodillas.

Ella se dejaba hacer; él le estrechaba la cintura con los dos brazos; el brillo de suvestidoleinflamaba.

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—¿Dóndeestán?—dijolavozdeHussonnetenelpasillo.

LaMariscalaselevantóbruscamente,yfueasituarsealotroextremodelahabitación,volviendolaespaldaalapuerta.

Pidióostras;ysesentaronalamesa.

Hussonnetnoestuvogracioso.Afuerzadeescribircotidianamentesobretodaclasedetemas, de leermuchos periódicos, de oírmuchas discusiones y de decir paradojas paradeslumbrar, había terminado por perder la noción exacta de las cosas, cegándose a símismo con sus débiles petardos. Los problemas de una vida antes ligera, pero ahoradifícil,lemanteníanenunaagitaciónperpetua;ysuimpotencia,queélnoqueríaconfesar,le volvía huraño, sarcástico. A propósito de «Ozai», un ballet nuevo, armó una grandecontra laÓpera;después,apropósitode laÓpera,contra los italianos, sustituidosahorapor una compañía de actores españoles, «¡como si no estuviéramos ya hartos de lasCastillas!». Frédéric se sintió herido en su amor romántico a España; y, para cortar laconversación,seinformódelColegiodeFrancia,delcualacababandeexpulsaraEdgardQuinetyaMickiewicz.PeroHussonnet,queadmirabaalseñorDeMaistre,sedeclaróafavor de la autoridad y del esplritualismo. Dudaba, sin embargo, de los hechos mejorprobados, negaba la historia y discutía las cosasmás positivas, hasta exclamar al oír lapalabra«geometría»:«¡Québromalageometría!».Todoellointercaladoconimitacionesdeactores.Bainvilleparticularmenteerasumodelo.

EstasextravaganciasreventabanaFrédéric.Enunarrebatodeimpacienciaatrapóconsubotaaunodelosperritosdebajodelamesa.

Losdossepusieronaladrardeunamaneraodiosa.

—Deberíamandarqueselosllevasen—dijoélbruscamente.

Rosanettenosefiabadenadie.

Entonces,sevolvióhaciaelbohemio.

—¡Vamos,Hussonnet,sacrifiqúese!

—¡Oh!,¡sí,hijo!,seríamuyamable.

Hussonnetsemarchósinhacerserogar.

¿De qué manera pagaban su complacencia? Frédéric no pensó en ello. Inclusoempezabaaalegrarsedelaentrevista,cuandoentróunchico.

—Señora,alguienlellama.

—¿Cómo,todavía?

—¡Perotengoqueverle!—dijoRosanette.

Él tenía sed, necesitaba de ella.Esta desaparición le parecía una prevaricación, casiuna grosería. ¿Qué quería ella entonces? ¿No era bastante haber ultrajado a Mme.

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Arnoux?Además,peorparaella.Ahoraodiabaalasmujeres;yseahogabaenllanto,puessuamoreramalcomprendidoysuconcupiscenciaburlada.

LaMariscalavolvióy,presentándoleaCisy:

—Heinvitadoalseñor.Hehechobien,¿verdad?

—¡Cómo no!, ¡desde luego!—dijo Frédéric, y con una sonrisa de condenado, hizoseñasalhidalgodequesesentara.

LaMariscalasepusoaojearlacarta,parándoseenlosnombresraros.

—¿Si comiésemos, por ejemplo, un paté de conejo a la Richelieu y un pudin a laOrléans?

—¡Oh!,¡nadadeOrléans!—exclamóCisy,queeralegitimistaycreyóhacerunchiste.

—¿PrefiereunrodaballoalaChambord?—replicóella.

EstacortesíachocóaFrédéric.

LaMariscalasedecidióporunsimplefilete,cangrejos,trufas,unaensaladadepiña,heladosdevainilla.

—Veremosdespués.Siga.¡Ah!,¡meolvidaba!¡Tráigameunsalchichón!,¡quenoseaalajo!

Yllamabaalcamarero«joven»,golpeabasuvasoconelcuchillo,lanzabaaltecholamigadesupan.QuisobeberenseguidavinodeBorgoña.

—Nosetomadeesevinoalcomienzodelacomida—dijoFrédéric.

Esosehacíaaveces,segúnelvizconde.

—¡Ah!,¡no!,¡nunca!

—Claroquesí,seloaseguro.

—¡Ah!,yaves.

Lamirada que acompañaba esta frase significaba: «Es un hombre rico, éste, ¡hazlecaso!».

Entretanto, lapuertaseabríaacadaminuto, loscamareroschillaban,y,enunpianoinfernal, en el cuarto de al lado, alguien aporreaba un vals. Después de las carreraspasaron a hablar de equitación y de los dos sistemas rivales. Cisy defendía aBaucher;Frédéric,alcondedeAure,mientrasqueRosanetteseencogíadehombros.

—¡Bastaya,Diosmío!,élentiendedeestomásquetú,¡vamos!

Ellamordíaunagranada,conelcodoapoyadoenlamesa;lasvelasdelcandelabroqueteníadelantetemblabanalviento;aquellaluzblancapenetrabasupieldetonosnacarados,poníarosaensuspárpados,hacíabrillarlosglobosdesusojos;elcolorrojodelafrutase

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confundíaconlapúrpuradesuslabios,lasfinasaletasdesunarizlatían;ytodasupersonateníaalgodeinsolente,deebrioydeaturdidoqueexasperabaaFrédéric,y,sinembargo,leinfundíaenelcorazónunosdeseoslocos.

Después preguntó, con voz tranquila, de quién era aquel gran lando con una libreamarrón.

—DelacondesadeDambreuse—replicóCisy.

—Sonmuyricos,¿verdad?

—¡Oh!,¡muyricos!,aunquelaseñoraDambreuse,quees,simplemente,unaseñoritaBoutrondesoltera,hijadeunprefecto,tengaunafortunamediana.

Sumarido,porelcontrario,debía recogervariasherencias;Cisy lasenumeró;comofrecuentabaalosDambreuse,conocíasuhistoria.

Frédéric, para molestarlo, se empeñó en contradecirle. Alegaba que la señoraDambreusesellamabaDeBoutron,certificabasunobleza.

—¡Noimporta!,¡yamegustaríatenersucarroza!—recostándoseensubutaca.

Ylamangadesuvestido,resbalandounpoco,descubrió,ensumuñecaizquierda,unapulseracontresópalos.

Frédéricsediocuenta.

—¡Vaya!Pero…

Lostressemiraronyseruborizaron.

Lapuertaseentreabriódiscretamente,aparecióelaladeunsombrero,luegoelperfildeHussonnet.

—Perdonensilesmolesto,enamorados.

Perosedetuvo,extrañadodeveraCisyydequeCisyhubieseocupadosupuesto.

Pusieronotrocubierto;ycomoteníamuchahambre,tomabaalazar,entrelosrestosdelacena,carnedeunafuente,unafrutadeunacestilla,bebíaconunamano,seservíaconlaotra,altiempoquecontabasurecado.Losdosperritosestabanencasa.Nadadenuevoeneldomicilio.Habíaencontradoalacocineraconunsoldado,eramentira,locontabaparaproducirefecto.

LaMariscaladescolgódelaperchasuabrigo.Frédéricseprecipitósobrelacampanillallamandodelejosalcamarero.

—¡Uncoche!

—Tengoelmío—dijoelvizconde.

—¡Pero,señor!

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Ysemirabanalosojos,losdospálidosyconlasmanostemblando.

Porfin,laMariscalaseapoyóenelbrazodeCisy,y,señalandoalbohemiosentadoalamesa:

—¡Cuídele!, se atraganta.Noquisiera que su desvelo pormis perritos le causase lamuerte.

Lapuertavolvióacerrarse.

—¿Quéhay?—dijoHussonnet.

—¿Cómoquéhay?

—Yocreía…

—¿Quéesloqueustedcreía?

—¿Esqueustedno…?

Completósufraseconungesto.

—¡Puesno!,¡nuncajamás!

Hussonnetnoinsistiómás.

Había tenidounobjetivo invitándoseacenar.Superiódico,queyanose llamabaElArte,sinoLeFlambard,conesteepígrafe:«¡Artilleros,avuestraspiezas!»,noprosperabadeningunamanera,teníaganasdetransformarloenunarevistasemanal,solo,sinlaayudadeDeslauriers.Volvióahablardelantiguoproyectoyexpusosunuevoplan.

Frédéric, no comprendiendo sin duda, respondió con vaguedades. Hussonnet cogióvarioscigarrosdelamesa,dijo:«¡Adiós,amigo!»ydesapareció.

Frédéric pidió la cuenta. Era larga; y el camarero, con la servilleta bajo el brazo,esperaba que le pagaran cuando otro, un tipo pálido que se parecía aMartinon, fue adecirle:

—Perdón,sehanolvidadoenelmostradordeincluirelcoche.

—¿Quécoche?

—Élquetomóesteseñorhaceunratoparalosperritos.

Ylacaradelcamarerosealargó,comosihubiesecompadecidoaljoven.Frédérictuvoganasdedarleunabofetada.Diodepropinalosveintefrancosdevuelta.

—¡Gracias,señor!—dijoelhombredelaservilletaconungransaludo.

Frédéricpasóeldíasiguienterumiandosucóleraysuhumillación.SereprochabanohaberabofeteadoaCisy.EncuantoalaMariscala,jurónovolveraverla;nofaltabanotrasigualmentehermosas;y,comosenecesitabadineroparaposeeraesasmujeres,jugaríaalaBolsa el precio de su finca, sería rico, aplastaría con su lujo a laMariscala y a todo el

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mundo.Llegadalanoche,seextrañódenohaberpensadoenMme.Arnoux.

—¡Mejor!,¿paraqué?

Dosdíasdespués,alasocho,fueavisitarlePellerin.Comenzóelogiandolosmuebles,haciéndolezalamerías.Luego,bruscamente:

—¿Ustedestabaenlascarreraseldomingo?

—¡Sí,pordesgracia!

Entonces,elpintoratacólaanatomíadeloscaballosingleses,ensalzóloscaballosdeGéricault,loscaballosdelPartenón.

—¿Rosanetteestabaconusted?

Ycomenzóaelogiarla,ingeniosamente.

LafrialdaddeFrédéricledesconcertó.Nosabíacómoacabaríaporhacerelretrato.

Su primera intención había sido hacer unTiziano. Pero, poco a poco, la coloraciónvariadadesumodelolohabíaseducido;yhabíatrabajadosinvacilaracumulandocoloressobre colores y luz sobre luz. Al principio Rosanette quedó encantada; sus citas conDelmar habían interrumpido las sesiones y dado tiempo a Pellerin para deslumbrarse.Después, fue decayendo su admiración y se preguntaba si su pintura no carecería degrandeza. Había ido de nuevo a ver los Tizianos, había comprendido la distancia,reconocido su error y se había puesto sencillamente a repasar los contornos. Después,habíaintentado,rascándolos,difuminarlos,mezclandolostonosdelacabezaconlosdelfondo; y la cara había adquirido consistencia, las sombrasmás vigor; todo parecíamásfirme.Porfin,elretratoseparecíaalmodelo.Ellamismasehabíapermitidoobjeciones;el artista, naturalmente, había perseverado. Después de grandes arrebatos contra sutontería,sehabíadichoquequizáellateníarazón.Entonceshabíacomenzadolaeradelasdudas,delascontradiccionesdelpensamientoqueprovocanlosdoloresdeestómago,losinsomnios,lafiebre,elhastíodesímismo;habíatenidolavalentíadehacerretoques,perosinaudacia,ysintiendoquesutrabajoeramalo.

PerosólosequejódehabersidorechazadoenelSalón,despuésreprochóaFrédéricquenohubieseidoaverelretratodelaMariscala.

—YomeríodelaMariscala.

Taldeclaraciónleanimó.

—¿Creeríaustedqueaquellatontaestáahoraarrepentida?

Loqueélnodecíaeraquelehabíareclamadomilescudos.Ahorabien,laMariscalasehabíapreocupadopocodesaberquiénpagaría,y,preferiendosacarleaArnouxcosasmásurgentes,nisiquieralehabíahabladodeello.

—¡Bueno!,¿yArnoux?—dijoFrédéric.

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Ella le había vuelto a hablar de él.El antiguo comerciante de cuadros no sabía quéhacerconelretrato.

—ÉlafirmaqueperteneceaRosanette.

—Enefecto,esdeella.

—¡Cómo!,¡esellaquienmeenvíaausted!—replicóPellerin.

Si él hubiera creído en la excelencia de su obra, ¿no habría pensado quizá enexplotarla?Perounacantidad (yunacantidadconsiderable) seríaunmentísa lacrítica,unaseguridadparaélmismo.Frédéric,para librarsedeesto, se informócortésmentedesuscondiciones.

Loexageradodelacifralesublevó,yrespondió:

—¡No!,¡Ah,no!

—Sinembargo,ustedessuamante,esustedquienmehahechoelencargo.

—Permítame:¡yohesidointermediario!

—¡Peronopuedoquedarmecargandoconél!

Elartistaseencolerizaba.

—¡Ah!,nocreíquefueratancodicioso.

—¡Niustedtanavaro!¡Servidor!

AcababademarcharcuandosepresentóSénécal.

Frédéric,confuso,tuvounarrebatodepreocupación.

—¿Quépasa?

Sénécallecontólahistoria.

—Elsábado,hacialasnueve,Mme.ArnouxrecibióunacartaquelallamabaaParís;comoporcasualidadnohabíaallínadieparairaCreilabuscaruncoche,ellaqueríaquefuese yo. Yo no acepté, pues eso no entra enmis funciones. Ellamarchó y regresó eldomingoporlatarde.AyerporlamañanaArnouxsepresentóenlafábrica.Labordelesasequejó.Yonoséloquepasaentreellos,peroelhechoesquelelevantólamultadelantedetodoelmundo.Intercambiamospalabrasfuertes.Enresumen,mehadespedido,yaquíestoy.

Después,recalcandosuspalabras:

—Porlodemás,nomearrepiento,hecumplidomideber.Noimporta,todohasidoporculpadeusted.

—¿Cómo?—exclamóFrédéric,temiendoqueSénécallohubieseadivinado.

Sénécalnohabíaadivinadonada,puescontinuó:

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—Esdecir,quesinustedquizáhubieraencontradoalgomejor.

AFrédéricleentróunaespeciederemordimiento.

—¿Enquépuedoservirleahora?

Senecalbuscabaunempleocualquiera,unacolocación.

—Esoaustedleesfácil.Conoceatantagente,alseñorDambreuse,entreotros,segúnmehadichoDeslauriers.

EsterecuerdodeDeslauriersnolegustóasuamigo.ApenassepreocupabadevolveracasadelosDambreusedesdeelencuentrodelChampdeMars.

—Notengobastanteintimidadenlacasapararecomendaranadie.

El demócrata recibió esta negativa estoicamente, y, después de un momento desilencio:

—Todoesto,estoyseguro,vienedelabordelesaytambiéndesuMme.Arnoux.

Aquél«su»quitódelcorazóndeFrédéric lapocabuenavoluntadqueguardaba.Pordelicadeza,sinembargo,alcanzólallavedesusecreter.

Sénécalleavisó.

—¡Gracias!

Después,olvidandosusmiserias,hablódelascosasdelapatria, lascrucesdehonorprodigadasen lafiestadelRey,uncambiodegabinete, losasuntosDrouillardyBénier,escándalosdelaépoca,hablócontralosburguesesyprofetizóunarevolución.

Unpuñal japonés colgado en la pared atrajo sumirada.Lo cogió, probó sumango,luegoloechósobreelsofáconairededesagrado.

—Bueno,adiós.TengoqueiraNuestraSeñoradeLoreto.

—¡Anda!,¿porqué?

—HoyeslafuncióndeaniversariodeGodefroyCavaignac.Élmurióeneltajo.Peronotodoestáterminado…¿Quiénsabe?

YSénécallealargólamanoconfranqueza.

—Novolveremosavernosquizánuncamás.¡Adiós!

Esteadiósrepetidodosveces,suceñofruncidocontemplandoelpuñal,suresignaciónysuairesolemnesobretododieronquepensaraFrédéric,quienprontoseolvidódeello.

En lamisma semana, su notario de ElHavre le envió el dinero de su finca, cientosetenta y cuatro mil francos. Frédéric lo dividió en dos partes, colocó la primera enobligacionesdelEstado,yfueallevarlasegundaaunagentedecambioparajugaralaBolsa.

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Comía en los restaurantes de moda, frecuentaba los teatros y trataba de distraersecuandoHussonnet le envió una carta, en la que contaba alegremente que laMariscala,desdeeldíasiguientealdelascarreras,habíadespedidoaCisy.Frédéricsealegródeellosinpensarporquéelbohemiolecontabaestaaventura.

El azar quiso que encontrase aCisy, tres días después.El hidalgomostró aplomo einclusoleinvitóacenarelmiércolessiguiente.

Justoaquelmiércolesporlamañanarecibióunanotificacióndelalguacilenlaqueelseñor Jean-Baptiste Oudry le informaba que, según sentencia del tribunal, se habíaconvertido en comprador de una propiedad sita en Belleville, perteneciente al señorJacques Arnoux, y que estaba dispuesto a pagar los doscientos veintitrés mil francos,importe del precio de venta. Pero, como resultaba del mismo acto que la suma de lashipotecasconqueelinmuebleestabagravadosobrepasabaelpreciodelacompra,lafincadeFrédéricestabacompletamenteperdida.

Todoelmalveníadenohaberrenovadoentiempohábilunainscripciónhipotecaria.Arnoux se había encargado de esta gestión, y después se había olvidado. Frédéric seenfurecióconél,y,cuandoselepasólacólera:

—¡Bueno!,despuésdetodo…¿qué?,¡siestopuedeservirparasalvarle,mejor!,nomemoriréporello.Nopensemosmásenesto.

Pero,revolviendosuspapelessobrelamesa,encontrólacartadeHussonnetyviolapostdataen laquenohabía reparado laprimeravez.Elbohemiopedíacienmil francosexactamenteparaponerenmarchaelnegociodelperiódico.

—¡Ah!,ésemeestádandolalata.

Yselosnegóenunanotalacónica.DespuésdelocualsearreglóparairalaMaisond’Or.

Cisypresentóasus invitados,comenzandoporelmásrespetable,unseñorgordodepeloblanco.

—ElmarquésGilbertdesAulnays,mipadrino;elseñorAnselmedeForchambeaux—dijoacontinuación (eraun joven rubioydelicado,yacalvo);después,designandoauncuarentóndeaspectosencillo:

—JosephBoffreu,miprimo;yaquímiantiguoprofesor,elseñorVezou—personajemedio carretero, medio seminarista, con grandes patillas y una larga levita abrochadaabajoconunsolobotón,demaneraqueleservíadebufandasobreelpecho.

Cisy esperaba todavía a alguien, al barón de Comaing, «que quizás vendría, no esseguro». Salía a cadaminuto, parecía nervioso; por fin, a las ocho, pasaron a una salamagníficamente iluminada ymuy espaciosa para el número de invitados.Cisy la habíaescogidoapropósitoporsupomposidad.

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Uncentrodeplatadorada, llenodefloresydefrutas,ocupabaelmediode lamesa,cubiertadebandejasdeplata,segúnlaviejacostumbrefrancesa;todoalrededor,formandoarco, platillos llenos de salazones y de especias; de trecho en trecho estaban dispuestasjarrasdevinorosadorefrescadoconhielo;cincocopasdediferentetamañosealineabandelantedecadaplatoconcosascuyousodesconocían,milingeniososutensiliosdebocayhabía,sólodeprimerplato,unacabezadeesturiónmojadaenchampán,unjamóndeYorkal tokai, tordos gratinados, codornices asadas, un volován Bechamel, un salteado deperdicesrojas,y,enlosdosextremosdetodoesto,patatascortadasmuyfinasmezcladascontrufas.Unaarañaycandelabrosalumbrabanlapiezatapizadaendamascorojo.Cuatrocriados en traje negro estaban situados detrás de los sillones de tafilete. Ante esteespectáculo,losinvitadosexclamaron,sobretodoelpreceptor.

—Nuestro anfitrión, palabra de honor, ha hecho verdaderas locuras. Es demasiadobello.

—¿Esto?—dijoelvizcondedeCisy—,¡vamos!

Ydesdelaprimeracucharada:

—Bueno,miviejoDesAulnays,¿haestadoenelPalaisRoyalaverPèreetPortier?.

—Sabesbienquenotengotiempo—replicóelmarqués.

Las mañanas las tenía ocupadas con un curso de arboricultora, sus noches por elCírculoAgrícolay todas sus tardespor estudios en las fábricasdemaquinaria agrícola.ViviendoenlaSaintongelastrescuartaspartesdelaño,aprovechabasusviajesalacapitalpara instruirse;ysusombrerodealaancha,colocadosobreunaconsola,estaballenodefolletos.

PeroCisy,obervandoqueelseñordeForchambeauxnotomabavino:

—¡Beba,caramba!Noestáustedenformaparasersuúltimacomidadesoltero.

Aloíresto,todosseinclinaronfelicitándolo.

—Ylachica—dijoelpreceptor—,estoysegurodequeseráencantadora.

—¡Pues claro! —exclamó Cisy—. No importa. Se equivoca; ¡es tan tonto elmatrimonio!

—Hablasconligereza,amigomío—replicóelseñorDesAulnays,mientrassalíandesusojosunaslágrimasenmemoriadesudifunta.

YForchambeauxrepitióvariasvecesseguidasconrisaburlona:

—Ustedtambiéncaerá,tambiéncaerá.

Cisyprotestó.Preferíadivertirse, llevarunavidaestiloRegencia.Queríaaprender lasavate para visitar las tascas de la Cité, como el príncipe Rodolfo de losMisterios deParís, sacó de su bolsillo una pipa demarinero, trataba duramente a los criados, bebía

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muchísimo; y, para dar una buena imagen de sí, daba los nombres de todos los platos.Rechazóinclusolastrufas,yelpreceptor,aquienlegustabanmucho,dijoenvozbaja:

—Estonoestátanbuenocomoloshuevosapuntodenievedesuseñoraabuela.

Después volvió a hablar con su vecino el agrónomo, el cual veía muchas ventajasviviendoenelcampo,aunquesólofueraladepodereducarasushijasengustossencillos.El preceptor aplaudía sus ideas y lo adulaba servilmente, suponiéndole influencia sobresusalumnos,dequiendeseabasecretamentesereladministrador.

Frédéric había ido, estabamuy enfadado con Cisy; su tontería le había desarmado.Pero sus gestos, su cara, toda su persona, que le recordaba la cena del Café Inglés, leirritabancadavezmás;yescuchabaloscomentariosdesagradablesquehacíaamediavozelprimoJosé,unbuenchicosinfortuna,amantedelacazayespeculadordeBolsa.Cisy,parareírse,lellamó«ladrón»variasveces;después,depronto:

—¡Ah!,¡elbarón!

Entoncesentróunmocetóndetreintaaños,queteníaalgoderudoenlafisonomía,deflexibleensusmiembros,elsombrerodemediolado,yunaflorenelojal.Eraelidealdelvizconde.Estuvoencantadode tenerloallí;y,animadopor supresencia, llegó inclusoaintentarunjuegodepalabras,puesdijo,cuandopasabaunurogallo:

—AhívaelmejordeloscaracteresdeLaBruyère.DespuéshizoalseñordeComainguna serie de preguntas sobre personas desconocidas en la reunión; luego, comoobsesionadoporunaidea:

—¡Dígame!,¿sehaacordadodemí?

Elotroseencogiódehombros.

—Usted no tiene la edad, mi chiquitín. ¡Imposible! Cisy le había rogado que leadmitieranensuclub.Peroelbarón,compadecidoylastimadotalvezensuamorpropio:

—¡Ah!,¡meolvidaba!,¡enhorabuenaporsuapuesta,querido!

—¿Quéapuesta?

—Laquehizoenlascarreras,deirlamismatardeacasadeaquellaseñora.

Frédérictuvolasensacióndeunlatigazo.InmediatamentesetranquilizóviendolacaradesustodeCisy.

Enefecto,laMariscala,alamañanasiguiente,estabayaarrepentida,cuandoArnoux,suprimeramante,suhombre,sehabíapresentadoaquelmismodía.Losdoshabíanhechocomprenderalvizcondeque«molestaba»,ylehabíanechadofuera,conpocaceremonia.

Élpareciónoentender.Elbarónañadió:

—¿Qué es de mi buena amiga Rosa?… ¿sigue teniendo tan bonitas piernas? —probandoconestaspalabrasquelaconocíaíntimamente.

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AFrédériclecontrarióeldescubrimiento.

—Nohayqueavergonzarse—repusoelbarón;esbuenamercancía.

Cisychascólalengua.

—¡Bah!,notanbuena.

—¡Ah!

—¡Diosmío,sí!Enprimerlugarnoleencuentronadaextraordinario,yademáscomoellaencuentrastodaslasquequieras,puesenfin…sevende.

—Noatodoelmundo—replicóagriamenteFrédéric.

—Secreediferentedelosotros—replicóCisy—,¡quéfarsa!,¡québroma!

Yunarisaseextendióportodalamesa.

Frédéricsentíaqueloslatidosdesucorazónleahogaban.Bebiódosvasosdeaguaunotrasotro.

PeroelbarónhabíaconservadobuenrecuerdodeRosanette.

—¿SigueconuntalArnoux?

—Nosénada—dijoCisy—.Noconozcoaeseseñor.

Adelantó,sinembargo,queeraunaespeciedeestafador.

—¡Unmomento!—exclamóFrédéric.

—Sinembargo,lacosaescierta.Inclusohatenidounpleito.

—¡Noescierto!

FrédéricsepusoadefenderaArnoux.Garantizabasuprobidad,acababaporcreerenella,inventabacifras,pruebas.Elvizconde,llenoderencor,yademásbebido,seobstinóensusafirmaciones,demodoqueFrédéricledijoseriamente:

—¿Esparaofenderme,señor?

Ylomirabaconojosardientescomosucigarro.

—¡Oh!,¡enabsoluto!Leconcedoinclusoquetienealgomuybueno:¡sumujer!

—¿Laconoceusted?

—¡Puesclaro!,SofíaArnoux,todoelmundolaconoce.

—¡Cállese!Nosonésaslasqueustedfrecuenta.

—Yopresumodeeso.

Frédériclelanzóunplatoalacara.

Pasó como un relámpago por encima de la mesa, volcó dos botellas, deshizo un

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frutero,y,rompiéndosecontraelcentrodemesaentrespedazos,fueapararalvientredelvizconde.

Todosse levantaronparacontenerle.Él sedebatíagritando,presadeunaespeciedefrenesí;elseñorDesAulnaysrepetía:

—¡Cálmese!,¡vamos!,¡hijo!

—¡Pero es espantoso! —vociferaba el preceptor. Forchambeaux, lívido como lasciruelas, temblaba; José reía a carcajadas; los camareros secaban el vino, recogían losrestos que quedaban en el suelo; y el barón fue a cerrar la ventana, pues el alboroto, apesardelruidoquehacíanloscolches,habríapodidooírsedesdeelbulevar.

Como,enelmomentoenquearrojaronelplato,todoelmundohablabaalavez,fueimposibledescubrirlarazóndeestaofensa,sieraacausadeArnoux,deMmeArnoux,deRosanetteodeotros.LoquehabíadeciertoeralabrutalidadincalificabledeFrédéric;élseresistió,dehecho,amostrarelmínimoarrepentimiento.

ElseñorDesAulnaystratódecalmarle,lomismoqueelprimoJosé,elpreceptor,elmismoForchambeaux.Elbarón,duranteestetiempo,reconfortabaaCisy,quien,cediendoaunadebilidadnerviosa,derramabalágrimas.Frédéric,porelcontrario,se irritabacadavezmás;yhabríaseguidoasíhastaeldíasielbarónnohubieradichoparaterminar:

—Elvizconde,señor,leenviarámañanaacasasuspadrinos.

—¿Suhora?

—Amediodía,porfavor.

—Perfectamente,señor.

Unavezque estuvieron fuera,Frédéric respiró aplenopulmón.Desdehacíamuchotiempo contenía sus impulsos.Por fin, acababade satisfacerlos; sentía comounorgulloviril, una superabundancia de fuerzas íntimas que le embriagaban. Necesitaba dospadrinos. El primero en quien pensó fue Regimbart; y se dirigió inmediatamente a uncafetíndelacalleSaint-Denis.Elescaparateestabacerrado.Perobrillabaluzenuncristal,porencimadelapuerta.Abrieronyentróagachandolacabezabajoelcierre.

Una vela, colocada en la orilla delmostrador, alumbraba la sala desierta. Todos lostaburetes, con las patas al aire, estaban colocados encima de lasmesas. El dueño y ladueña con el camarero cenaban en un rincón cerca de la cocina; y Regimbart, con elsombreroenlacabeza,compartía lacenaeinclusomolestabaalcamareroobligándoleacada bocado a volverse un poco de lado. Frédéric, después de contarle brevemente loocurrido,reclamósuasistencia.ElCiudadano,alprincipio,nocontestónada;dabavueltasalosojos,parecíareflexionar,diovariasvueltasporlasalayporfindijo:

—Sí,conmuchogusto.

Yunasonrisahomicidalealegrólacaraalsaberqueeladversarioeraunnoble.

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—Leharemoscaminaralredobledeltambor,estétranquilo.Primeroconlaespada.

—Peroquizánotengayoderecho…

—¡Ledigoquehayquetomarlaespada!—replicóbrutalmenteelCiudadano.

—¿Sabetirar?

—Unpoco.

—¡Ah!, ¡unpoco!¡todosson iguales!Yseempeñanendesafiarseaunduelo.¿Paraquésirvelasaladearmas?Escúcheme:mantengabienladistanciaencerrándosesiempreen círculos y ¡ataque!, ¡ataque! Está permitido. ¡Cánselo! Después, ¡tírese a fondo! ¡Ysobre todo, nada de golpes a la Fougére!, ¡no!, simplemente uno-dos, despejos. ¡Mire!,¿ve?—ygirabalamuñecacomoparaabrirunacerradura.

—¡TíoVauthier,démesubastón!¡Ah!,¡bastaconesto!

Empuñó la vara que servía para encender el gas, curvó el brazo izquierdo, plegó elderecho, y empezó a dar estocadas contra el tabique.Golpeaba con el pie, se animaba,fingía incluso encontrar dificultades, al tiempoquegritaba: «¿Estás ahí?, ¿estás?», y susiluetaseproyectabaenlaparedconsusombreroqueparecíatocareltecho.Elcafeterodecíadevezencuando:«¡Bravo!,¡muybien!».Suesposatambiénloadmiraba,aunqueemocionada; y Teodoro, un antiguo soldado, permanecía totalmente embobado, siendo,porotraparte,granadmiradordelseñorRegimbart.

Aldíasiguiente,temprano,FrédériccorrióalatiendadeDussardier.Despuésdepasarporunaseriedepiezas,todasllenasdetelasqueocupabanlasestanterías,oseextendíanatravesadassobremesas,mientrasqueportodaspartesseveíanmaniquíesdemaderadelos que colgaban chales, lo encontró en una especie de jaula enrejada, enmedio de losregistros, y escribiendo de pie sobre un pupitre. El buen chico dejó inmediatamente sutarea.

Antesdemediodíallegaronlospadrinos.Frédéric,pordelicadeza,juzgóoportunonoasistiralaconversación.

El barón y don José declararon que se contentarían con las disculpasmás sencillas.PeroRegimbart,teniendoporprincipionocedernunca,yempeñadoendefenderelhonordeArnoux(Frédéricnolehabíahabladodeotracosa),pidióqueelvizcondepresentaseexcusas. El señor de Comaing se indignó de la desfachatez. El Ciudadano no quisovolverseatrás.Siendoimposibletodaconciliación,sebatiríanenduelo.

Surgieronotrasdificultades;pueslaeleccióndelasarmas,legalmente,correspondíaaCisy,elofendido.PeroRegimbartdeclaróque,porhaberenviadoelcarteldedesafío,seconstituíaenofensor.Suspadrinosdeclararonqueunabofetada,entodocaso,eralamáscrueldelasofensas.ElCiudadanohizocomentariossobrelaspalabras,queungolpenoera una bofetada. Por fin, se decidió a consultar a los militares; y los cuatro padrinos

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salieronparairaasesorarseconoficialesenelprimercuartel.

Llegaron al muelle d’Orsay. El señor de Comaing, abordando a dos capitanes, lesexpusoelproblema.

Los capitanes no comprendían nada, pues el Ciudadano se perdía en explicacionesincidentales. En resumen, aconsejaron a estos señores que hiciesen una declaraciónescrita;despuésdelocualdecidirían.Entonces,setrasladaronauncafé;e incluso,parahacerlascosasmásdiscretamente,designaronaCisyconunaHyaFrédéricconunaK.

Despuésvolvieronalcuartel.Losoficialeshabíansalido.Reaparecieronydeclararonque,evidentemente,laeleccióndelasarmascorrespondíaalseñorH.TodosregresaronacasadeCisy.RegimbartyDussardiersequedaronenlaacera.

Elvizconde,alconocerelresultadodelaconsulta,fuepresadetaldesconciertoquehuboquerepetírselovariasveces;ycuandoelseñorComaingllegóalaspretensionesdeRegimbart, murmuró «sin embargo», pues en el fondo no estaba lejos de aceptarlas.Despuéssedejócaerenunsillónydeclaróquenosebatiría.

—¡Eh!¡Cómo!—dijoelbarón.

EntoncesCisysedejóllevardeunaverborreadesordenada.Queríabatirsecontrabuconaranjero,aquemarropa,conunasolapistola.

—Osino,arsénicoenunvaso,queseríasorteado.¡Esosehaceaveces;loheleído!

Elbarón,pocopacientepornaturaleza,letratóduramente.

—Estos señores esperan que usted les dé la respuesta. ¡Es una descortesía! ¿Quéelige?,¡veamos!¿Laespada?—elvizcondereplicó«sí»conunaseñaldecabeza;ylacitasefijóparaeldíasiguiente,enlapuertaMaillot,alassieteenpunto.

ComoDussardierteníaquevolverasunegocio,RegimbartfueaavisaraFrédéric.

Lehabíatenidotodoeldíasinnoticias;suimpacienciasehabíahechointolerable.

—¡Mejor!—exclamó.

ElCiudadanosealegródeverlotansereno.

—Nos exigían disculpas. ¿Será posible?No era nada, una simple palabra. Pero losmandéapaseo.Hiceloquedebía,¿verdad?

—Nimás nimenos—dijoFrédéric, pensando que hubiera hechomejor eligiendo aotropadrino.

Luego,cuandosequedósolo,serepitióenvozalta,variasveces:

«¡Mevoyabatir,fíjate!¡Mevoyabatir!¡Tienegracia!».

Ypaseandoporsuhabitación,alpasardelantedelespejo,sediocuentadequeestabapálido.

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¿Tendríamiedo?

Unaangustiaabominableseapoderódeélantelaideadetenermiedosobreelterreno.

—Pero,¿ysimemataran?Mipadremuriódelamismamanera.Sí,mematarán.

Ydeprontovioasumadreenlutada;imágenesincoherentescomenzaronapasarporsucabeza.Supropiacobardíaleexasperó.Experimentóunparoxismodevalentía,unasedcarnicera. Un batallón no le haría retroceder. Calmada esta fiebre, sintió una alegríainquebrantable. Para distraerse, se fue a laÓpera, donde actuaba un ballet. Escuchó lamúsica,observó,miróconlosgemelosalasbailarinasybebióunacopadeponcheenelentreacto.Pero,alvolveracasa,viendosuhabitación,susmuebles,dondeseencontrabaquizáporúltimavez,sesintiódesmayar.

Bajó a su jardín. Brillaban las estrellas; las contempló. La idea de batirse por unamujerleengrandecíaasusojos,leennoblecía.Despuésfueaacostarsetranquilamente.

No ocurrió lo mismo con Cisy. Después de que se marchó el barón, José trató delevantarlelamoral,y,comoelvizcondepermanecíafrío:

—Sinembargo,amigomío,siprefieresnoseguiradelante,iréadecirlo.

Cisynoseatrevióaresponderporsupuesto.Peroestuvoresentidoconsuprimopornohaberlehechoesteserviciosindecírselo.

DeseóqueFrédéric,porlanoche,muriesedeunataquedeapoplejíaoquesurgieseunmotín y hubiese bastantes barricadas al día siguiente para cerrar todos los accesos albosquedeBolonia,oqueunacontecimientoimpidieseaunodelospadrinosacudirallí;pueselduelosinpadrinosnosecelebraría.Teníaganasdeescaparseenuntrenexpresoacualquier sitio. Sintió no saber de medicina para tomar algo que, sin exponer la vida,hiciese creer que habíamuerto. Llegó incluso a desear estar gravemente enfermo. Parapedirunconsejo,unaayuda,mandóabuscaralseñorDesAulnays.EstehombreexcelentehabíaregresadoaSaintonge,porunanoticiaquelecomunicabalaindisposicióndeunadesushijas.AquellopareciódemalaugurioaCisy.Felizmente,elseñorVezou,supreceptor,fueaverle.Entoncessefranqueó:

—¿Cómohacer,Diosmío?¿Cómohacer?

—Yo,ensulugar,señorconde,pagaríaaunforzadodelmercadoparaadministrarleunapaliza.

—Élsabríasiempredequiénviene—replicóCisy.

Ydevezencuandodejabaescaparungemido;después:

—Pero¿esquehayderechoabatirseenduelo?

—Esunrestodebarbarie.¿Quéquiereusted?

Porcomplacerle,elpedagogoseinvitóasímismoacenar.Sualumnonocomiónada

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y,despuésdelacena,sintiónecesidaddedarunavuelta.

Dijopasandopordelantedeunaiglesia:

—Sientráramosunpoco…paraver.

ElseñorVezounoqueríaoírmejorcosa,einclusoleofrecióaguabendita.

Era elmes deMaría, el altar estaba cubierto de flores, cantaban voces, resonaba elórgano. Pero le fue imposible rezar, las pompas de la religión le inspiraban ideas defunerales;oíacomozumbidosdeDeprofundis.

—¡Vámonos!¡Nomeencuentrobien!

Pasaron toda la noche jugando a las cartas. El vizconde hizo por perder, a fin deconjurarlamalasuerte,delocualseaprovechóelseñorVezou.Porfin,alamanecer,Cisy,queyanopodíamás, sedejócaer sobreel tapeteverdey tuvounsueño llenodecosasdesagradables.

Sielvalor,sinembargo,consisteenquererdominar lapropiadebilidad,elvizcondefuevalientepues, a lavistade suspadrinosque ibanabuscarlo, semantuvo firmecontodassusfuerzas,haciéndolecomprendersuvanidadqueunamarchaatrásleperdería.ElseñordeComaiglehizocumplidossobresubuenaspecto.

Pero en el camino, el balanceo del simón y el calor del sol matinal le pusieronnervioso.Suenergíahabíavueltoabajar.Yanodistinguíanisiquieradóndeestaban.

Elbarónseentretuvoenaumentarsumiedohablandodel«cadáver»ydelamaneradeintroducirloenlaciudadclandestinamente.Josélereplicaba;losdos,juzgandoridículoelasunto,estabanpersuadidosdequesearreglaría.

Cisyseguíaconlacabezabaja,lalevantósuavementeehizoobservarquenohabíanpensadoenelmédico.

—Esinútil—dijoelbarón.

—¿Nohaypeligro,entonces?

Joséreplicóentonograve:

—Esperémoslo.

Yyanadiemáshablóenelcoche.

AlassietedelamañanallegaronalapuertaMaillot,Frédéricysuspadrinosestabanallí,vestidosdenegrolostres.Regimbart,envezdecorbata,teníauncuellorígidocomounsoldadodetropa;yllevabaunaespeciedelargacajadeviolín,especialparaestaclasedeaventuras.Intercambiaronunsaludofrío.Después,todosseinternaronenelbosquedeBolonia,porlacarreteradeMadrid,afindeencontrarunsitioadecuado.

RegimbartdijoaFrédéric,quecaminabaentreélyDussardier:

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—Bueno,yesamieditis,¿quéhacemosconella?Sinecesitaalgo,nosepreocupe,séloqueeseso.Elmiedoesnaturalalhombre.

Luego,envozbaja:

—Nofumemás,esodebilita.

Frédéric tiró su cigarro, que le molestaba, continuó su paso firme. El vizconde leseguía,apoyadoenelbrazodesusdospadrinos.

Se cruzaron con pocos transeúntes. El cielo estaba azul, y, por momentos, se oíansaltar conejos. En el recodo de un sendero, unamujer con un vestido de colores vivoshablabaconunhombredeguardapolvos,y,enlagranavenida,bajocastaños,unoscriadosenchaquetadepañopaseabansuscaballos.Cisyrecordólosdíasfelicesenquemontadoen su alazán y mirando por los gemelos cabalgaba a la puerta de las calesas; estosrecuerdos aumentaban su angustia; una sed insoportable le quemaba; el zumbidode lasmoscas se confundía con el latido de sus arterias; sus pies se hundían en la arena; leparecíaqueestabacaminandodesdeuntiempoinfinito.

Lostestigos,sindetenerse,inspeccionabanconlavistalasdosorillasdelacarretera.Deliberaronacercadesi iríana lacruzCatelanobajo lasparedesdeBagatelle.Porfin,tomaronaladerecha;ysedetuvieronenunaespeciedeplantacióndepinosaltresbolillo.

Él lugar se eligió demodo que se repartiesen demanera igual el nivel del terreno.Marcaronlosdossitiosenquedebíansituarselosadversarios.Después,Regimbartabriósucaja.Contenía,sobreunacolchadodebadanaroja,cuatroespadaspreciosas,huecasenel centro, con empuñaduras guarnecidas de filigranas. Un rayo de luz, atravesando lashojas,cayóencima;yaCisyleparecióquebrillabancomovíborasdeplataenuncharcodesangre.

ElCiudadanomostróqueerandelamismalongitud;cogiólaterceraparasímismo,afindesepararaloscombatientesencasodenecesidad.ElseñordeComaingsosteníaunbastón.Hubounsilencio.Semiraron.Todaslascarasteníanalgodesustoodecrueldad.

Frédéricsehabíapuestolalevitayelchaleco.JoséayudóaCisyahacerlomismo;alaflojarlacorbata,selevioenelcuellounamedallabendita.EstohizosonreírdelástimaaRegimbart.

Entonces,elseñordeComaing,paradejaraFrédéricunmomentodereflexión,tratóde suscitar algunos problemas. Reclamó el derecho de poner un guante, el de coger laespadadesuadversarioconlamanoizquierda;Regimbart,queteníaprisa,noseopuso.Porfin,elbarón,dirigiéndoseaFrédéric:

—Tododependedeusted,señor.Nuncahaydeshonorenreconocerlaspropiasfaltas.

Dussardieraprobóconelgesto.ElCiudadanoseindignó.

—¿Creeustedqueestamosaquíparadesplumarpatos,caramba?…¡Enguardia!

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Losadversariosestabanunoenfrentedelotro,sustestigosacadalado.Éldiolaseñal:

—¡Vamos!

Cisysepusoespantosamentepálido.Suespadatemblabaporlapunta,comounlátigo.Echandoatráslacabeza,cayósobrelaespaldadesmayado.Josélolevantó;y,mientrasleacercabaunfrascoalanariz,losacudíafuertemente.Elvizcondevolvióaabrirlosojos;después,depronto,saltófuriosamentesobresuespada.Frédérichabíaconservadolasuya;yloesperaba,conlavistafijaylamanoenalto.

—¡Paren!,¡paren!—gritóunavozqueveníadelacarretera,almismotiempoqueelruido de un caballo al galope y la capota de un cabriolé rompía las ramas.Un hombreinclinadoporfueraagitabaunpañuelo,yseguíagritando—:¡Párense!,¡párense!

ElseñordeComaing,creyendoenunaintervencióndelapolicía,levantósubastón.

—¡Terminen!¡Elvizcondesangra!

Enefecto,ensucaída,sehabíarozadoelpulgardesumanoizquierda.

—Perofuealcaer—añadióelCiudadano.

Elbarónfingiónooír.

Arnouxhabíasaltadodelcabriolé.

—¡Llegodemasiadotarde!¡AlabadoseaDios!

SosteníaaFrédériccontodassusfuerzas,lopalpaba,lecubríalacaradebesos.

—Séelmotivo;ustedhaqueridodefenderasuviejoamigo.Estábien,esoestábien.Nuncaloolvidaré.¡Québuenoesusted!¡Ah!,¡queridoamigo!

Lo contemplaba y derramaba lágrimas sin dejar de reír burlonamente de gozo. ElbarónsevolvióaJosé.

—Creoque estamosdemás en esta fiestecita de familia. Se ha terminado, ¿verdad,señores?

—Vizconde, ponga su brazo en cabestrillo; tenga, tomemi pañuelo—después, congestoimperioso—:¡Vamos!,¡nadaderencor!¡Comoesdeley!

Los dos combatientes se estrecharon lamano suavemente. El vizconde, el señor deComaingyJosédesaparecieronporunlado,yFrédéricsefueporelotroconsusamigos.

Como el restaurante deMadrid no estaba lejos,Arnoux propuso ir allí a tomar unacerveza.

—Hastapodríamoscomer—dijoRegimbart.

Pero,comoDussardiernoteníatiempo,selimitaronatomarunrefrescoeneljardín.Todos sentían esa felicidad que sigue a los desenlaces dichosos. El Ciudadano, sin

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embargo, estaba enfadado porque se hubiese interrumpido el duelo en el momentooportuno.

ArnouxsehabíaenteradoporuntalCompain,amigodeRegimbart;yenunimpulsodelcorazón,habíaacudidoparaimpedirlo,creyendo,porlodemás,seréllacausa.RogóaFrédéricquelediesealgunosdetallesdeaquello.Frédéric,emocionadoporlaspruebasdeternuraqueledaba,sintióescrúpulosdeaumentarlesuilusión.

—¡Porfavor,nohablemosmásdeeso!

Esta reserva le pareció a Arnoux muy delicada. Luego, con su ligereza ordinaria,pasandoaotracosa:

—¿Quéhaydenuevo,Ciudadano?

Empezaron a hablar de letras, vencimientos. Para estar más cómodos, se fueroninclusoahablarasolasaotramesa.

Frédéricoyóestaspalabras:«Ustedmevaafirmar.—Sí,perousted,porsupuesto…Loheconseguidoporfinportrescientos.—¡Bonitacomisión,enverdad!».Enresumen,estabaclaroqueArnouxtrapicheaba…conelCiudadanomuchascosas.

Frédéric pensó en recordarle sus quince mil francos. Pero su actitud reciente nopermitíalosreproches,nisiquieralosmássuaves.Porotraparte,sesentíacansado.Noeralugaradecuado.Loaplazóparaotrodía.

Arnoux,sentadoalasombradeunaalheña,fumabaconairerisueño.Levantólavistahacialapuertadelosgabinetes,todosloscualesdabanaljardín,ydijoquehabíaidoallíantesmuyamenudo.

—¿Nosolo,sinduda?

—Puesclaro.

—¡Quégranujaestáhecho!,¡unhombrecasado!

—¡Bueno!,¿yusted?—replicóArnoux;yconunasonrisaindulgente—:¡hastaestoysegurodequeesepilloposeeenalgúnsitiounahabitaciónenlaquerecibeachicas!

ElCiudadanoconfesóqueeraverdad,porunsimplearqueodecejas.Entoncesestosdos señores expusieron sus gustos: Arnoux prefería ahora la juventud de las obreras;Regimbart detestaba a las remilgadas y apreciaba sobre todo lo positivo.La conclusiónexpuesta por el comerciante de cerámica fue que no había que tomar en serio a lasmujeres.

—Sinembargo,élamaalasuya—pensóFrédéric,volviéndose;yloconsiderabaunindecente. Lo aborrecía a causa de aquel duelo, como si hubiese sido por él por quienhacíapocohabíaarriesgadolavida.

Pero estaba agradecido a Dussardier por su entrega; el empleado, a sus instancias,

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llegóprontoahacerleunavisitadiaria.

Frédéricleprestabalibros:Thiers,Dulaure,Barante,LosgirondinosdeLamartine.Elbuenchicoleescuchabaconatenciónyaceptabasusopinionescomolasdeunmaestro.

Unatardellegótodoasustado.

Porlamañana,enelbulevar,unhombrequecorríasinalientohabíachocadoconél;y,reconociéndolecomoamigodeSenecal,lehabíadicho:

—Acabandecogerlo,yomeescapo.

Nada más cierto. Dussardier había pasado la jornada recogiendo informaciones.Senecalestabadetenido,comosospechosodeunatentadopolítico.

Hijodeuncontramaestrecapataz,nacidoenLyonyhabiendotenidocomoprofesoraun antiguo discípulo de Charlier, desde su llegada a París se había introducido en laSociedaddelasFamilias;suscostumbreseranconocidas;lapolicíalovigilaba.Sehabíabatido en los acontecimientos de mayo de 1839 y desde entonces se mantenía en lasombra,peroexaltándosecadavezmás,fanáticodeAlibaud,mezclandosusacusacionescontralasociedadalasdelpueblocontralamonarquía,ydespertándosecadamañanaconlaesperanzadeunarevoluciónque,enquincedíasounmes,cambiaríaelmundo.Porfin,desalentadopor lablanduradesushermanos, furiosopor losretrasosqueoponíanasussueñosydesesperandodelapatria,habíaentradodequímicoenelcomplotdelasbombasincendiarias;y lohabíansorprendido llevandopólvoraque ibaaprobarenMontmartre,comointentosupremoparaestablecerlaRepública.

Dussardier no la quería menos, pues para él significaba liberación y felicidaduniversal.Undía,cuandoteníaquinceaños,enlacalleTransnonain,delantedeunatiendadecomestibles,habíavistosoldadosconlabayonetarojadesangre,concabellospegadosa la culata de su fusil; desde entonces, el gobierno le exasperaba como si fuera laencarnaciónmismade la injusticia.Confundíaunpoco losasesinoscon losgendarmes;paraél,unpolicíadelatoreracomounparricida.TodoelmalextendidosobrelatierraloatribuíaingenuamentealPoder,yloodiabaconunodiotanesencial,permanente,queleposeía totalmenteelcorazónyafinabasusensibilidad.LasdeclamacionesdeSénécal lehabíandeslumbrado.Fueseculpableono,ysu tentativaodiosa,no importaba.DesdeelmomentoenqueeravíctimadelaAutoridad,habíaqueayudarle.

—Los Pares le condenarán, ciertamente. Después lo llevarán en un coche celular,comouncondenadoagaleras,y loencerraránenMontSaint-Michel,dondeelgobiernolos deja morir. Austen se volvió loco. Steuben se mató. Para meter a Barbes en uncalabozo,loarrastraronporlaspiernas,porlospelos.Lepisoteabanelcuerpoysucabezarebotabaencadaescalónatodololargodelaescalera.¡Quéabominación!¡Miserables!

Seahogabaensollozosdecólera,ydabavueltasporlahabitacióncomopresodeunagranangustia.

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—Sinembargo,habríaquehaceralgo.¡Veamos!Yonosé.Sitratáramosdeliberarle,¿eh?MientraslollevanalLuxemburgo,podemosecharnossobrelaescoltaenelpasillo.Unadocenadehombresdecididosvaatodaspartes.

TeníatantofuegoenlosojosqueFrédéricseechóatemblar.

Senecal le pareció más grande de lo que creía. Recordó sus sufrimientos, su vidaaustera;sintenerporélelentusiasmodeDussardier,sentía,noobstante,esaadmiraciónque inspira todo hombre que se sacrifica por una idea. Él se decía que, si le hubieseayudado,Sénécalnoestaríaallí.

Lesfueimposiblellegarhastaél.

Frédéricseinformabadesusuerteporlosperiódicos,ydurantetressemanasfrecuentólassalasdelectura.

Un día cayeron en sus manos varios números del Flambard. El artículo de fondoestaba invariablemente dedicado a demoler a un hombre ilustre. Después venían lasnoticiasdesociedad,loschismes.LuegosehacíanbromassobreelOdeón,Carpentras,lapiscicultura, y los condenados a muerte, cuando los había. La desaparición de unpaquebote proporcionó temas para chistes durante un año. En la tercera columna, uncorreodelasartes,bajoformadeanécdotaodeconsejo,hacíapropagandadesastres,concrónicasdeveladas,anunciosdeventas,análisisdeobras,tratandodelamismamaneraunlibro de versos que un par de botas.La única parte seria era la crítica de los pequeñosteatros,dondesemetíancondosotresdirectoresyseinvocabanlosinteresesdelArteapropósitodelosdecoradosdel«Funambules»odeunaprimeraactrizdel«Délassements».

Frédéric iba a dejar todo esto cuando sus ojos tropezaron con un artículo titulado:«Unapollitaentretrestipos».Eralahistoriadeunduelo,contadaenestilovivo,picante.Sereconociósindificultad,pueseradesignadoconestabromaqueserepetíaamenudo:«UnjovendelColegiodeSensyquenotienesentido».Lepresentabaninclusocomounpobrediabloprovinciano,unoscuroboboquetratabadealternarconlosgrandesseñores.Encuantoalvizconde,ledabanelpapeldebueno,primeroenlacena,dondelometíanalafuerza,despuésenlaapuesta,yaquellevabaalaseñorita,yfinalmente,enelterreno,dondesecomportabacomounseñor.LabravuradeFrédéricnosenegaba,precisamente,perosedejabaentenderqueunintermediario,el«protector»enpersona,habíallegadoenelprecisomomento.Todoterminabaconestafrase,talvezcargadadeperfidias:

—¿Dedóndevienesu ternura?¡Problema!,y,comodiceBasile,¿aquiéndiablosseengañaaquí?

Era sin la menor duda una venganza de Hussonnet contra Frédéric, porque éste lehabíanegadocincomilfrancos.

¿Quéhacer?Si lepreguntaranlarazón,elbohemioprotestaríadesuinocencia,ynoganaríanadaconeso.Lomejoreratragarlacosaensilencio.Despuésdetodo,nadieleía

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elFlambard.

Al salir de la sala de lectura, vio gente delante de la tienda de un comerciante decuadros. Estabanmirando un retrato de mujer, que tenía al pie esta leyenda escrita enletras negras: Señorita Rose-Annette Bron, propiedad del señor Frédéric Moreau, deNogent.

Setrataba,enefecto,deella,másomenos;selaveíadefrente,lossenosdescubiertos,elpelosueltoysosteniendoensusmanosunbolsodeterciopelorojo,mientras,pordetrás,unpavorealasomabaelpicosobresuhombro,cubriendolaparedconsusgrandesplumasenabanico.

PellerinhabíahechoexponerelcuadroparaobligaraFrédéricapagar,persuadidodeque era célebre y de que todo París, poniéndose a su lado, iba a ocuparse de aquellamiseria.

¿Era una conjura? ¿El pintor y el periodista se habían puesto de acuerdo parapegársela?

Suduelonohabíaevitadonada.Sehabíapuestoenridículo,todoelmundoseburlabadeél.

Tresdíasdespués,afinalesdejunio,habiendosubidoquincefrancoslasaccionesdelNorte,comoélhabíacompradodosmilelmesanterior,seencontróconunagananciadetreintamil francos. Esta caricia de la fortuna le volvió a dar confianza. Se dijo que nonecesitaba a nadie, que todos sus problemas venían de su timidez, de sus vacilaciones.Habría debido comenzar con la Mariscala brutalmente, rechazar a Hussonnet desde elprimerdía,nocomprometerseconPellerin;y,parademostrarquenada lemolestaba, sepresentóencasadelaseñoraDambreuseenunadesusrecepcionesordinarias.

Enmediodelaantesala,Martinon,quellegabaalmismotiempoqueél,sevolvió:

—¡Cómo!¿Túaquí?

—¿Porquéno?

Ymientrasbuscabalacausadetalacogida,Frédéricfuehaciaelsalón.

La luz era débil, a pesar de las lámparas colocadas en las esquinas; pues las tresventanas,abiertasdeparenpar,alzaban tresamplioscuadradosdesombranegra.Unosmaceteros bajo los cuadros ocupaban hasta la altura de un hombre los intervalos de lapared; y, al fondo, en un espejo, se reflejaba una tetera de plata con un samovar. Unmurmullo de voces discretas se dejaba oír. Se oía el crujido de los escarpines sobre laalfombra.

Distinguiótrajesnegros,despuésunamesaredondailuminadaporunagranpantalla,sieteuochomujeresentrajesdeveranoy,unpocomáslejos,alaseñoraDambreuseenunamecedora.Suvestidodetafetánlilateníamangasacuchilladasdedondeseescapaban

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bullonesdemuselina,eltonosuavedelatelahaciendojuegoconeltonodesupelo;ysemanteníaunpocoechadahaciaatrás,conlapuntadelpiesobreuncojín,tranquilacomounaobradeartellenadedelicadeza,unaflordealtacultura.

ElseñorDambreuseyunviejodepeloblancosepaseabanatodololargodelsalón.Algunosconversabanapoyadosenelbordedepequeñosdivanes,aquíyallí;losotros,depie,formabanuncorroenelmedio.

Hablabandevotos,enmiendas,modificacionesdeenmiendas,deldiscursodel señorGrandin,de la réplicadel señorBenoist.El tercerpartidodecididamente ibademasiadolejos. El centro izquierda habría tenido que acordarse un pocomás de sus orígenes. Elministeriohabíarecibidodurosgolpes.Loquedebíatranquilizar,sinembargo,eraquenoleveíansucesor.Enresumen,lasituacióneracompletamenteanálogaalade1834.

ComoestascosasaburríanaFrédéric,seacercóalasmujeres.Martinonestabacercade ellas, de pie, el sombrero bajo el brazo, la cara vuelta de tres cuartos, y tan bienplantado que parecía una porcelana de Sévres. Cogió unaRevue des deuxMondes queestaba sobre la mesa, entre una Imitación de Cristo y un Anuario de Gotha, y juzgófavorablemente a un ilustre poeta, dijo que iba a las conferencias de San Francisco, sequejó de su laringe, se tragaba de vez en cuando una pastilla de goma; y entretantohablabademúsica,sehacíaelfrívolo.LaseñoritaCécile,lasobrinadelseñorDambreuse,queestababordándoseunpardepuños,lemiraba,porlobajo,consuspupilasdeunazulpálido,ymiss Johnson, la institutrizdenariz respingona,habíadejadosu labor; lasdosparecíandecirparasusadentros:

—¡Quéguapoes!

LaseñoraDambreusesevolvióhaciaél:

—Démeelabanicoqueestásobreaquellaconsola.Seequivoca;elotro.

Ellaselevantó;ycuandoélvolvía,seencontraronenmediodelsalón,frenteafrente;ledirigióalgunaspalabras,vivamente,sindudahaciéndolealgúnreproche,ajuzgarporlaexpresiónaltaneradesucara;Martinonintentabasonreír;despuésfueamezclarseenelconciliábulodeloshombresserios.LaseñoraDambresevolvióasusitio,y,apoyándoseenelbrazodesusillón,dijoaFrédéric:

—Anteayer vi a alguien queme habló de usted, el señor deCisy; usted lo conoce,¿verdad?

—Sí…unpoco.

Depronto,laseñoraDambreuseexclamó:

—¡Duquesa!,¡ah,quéalegría!

Ysefuehastalapuertapordelantedeunaseñoraviejecitaquellevabaunvestidodetafetánmarrón claro y un gorro de guipur de largas patillas.Hija de un compañero de

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exiliodelcondedeArtoisyviudadeunmariscaldelImperio,nombradopardeFranciaen1830,estabarelacionadaconlaantiguacortecomoconlanuevaypodíaobtenermuchascosas.Losqueestabandepiecharlandosesepararon,despuésreanudaronsudiscusión.

Ahorahablabandepauperismo,cuyasdescripciones,segúnaquellosseñores,estabanmuyexageradas.

—Sin embargo —objetó Martinon—, la miseria existe, ¡confesémoslo! Pero elremedionodependenidelaCiencianidelPoder.Esunacuestiónpuramenteindividual.Cuandolasclasesbajasquieranabandonarsusvicios,seliberarándesusnecesidades.Queelpuebloseamásmoralyserámenospobre.

SegúnelseñorDambreuse,nosellegaríaanadabuenosinundesarrollodelcapital.Por tanto, el único medio posible era confiar «como lo querían, por lo demás, lossansimonianos(Diosmío,algunarazóntenían,seamosjustoscontodoelmundo),confiar,digo, la causa del Progreso a los que pueden acrecentar el caudal público».Insensiblemente pasaron a hablar de las grandes explotaciones industriales, losferrocarriles,lahulla.YelseñorDambreuse,dirigiéndoseaFrédéric,ledijomuybajito:

—Ustednohavenidoparatratardenuestronegocio.

Frédéricalegóunaenfermedad;pero,sintiendoquelaexcusaerademasiadotonta:

—Además,hetenidonecesidaddemisfondos.

—¿Paracompraruncoche?—replicólaseñoraDambreuse,quepasabaasulado,conunatazadetéenlamano;yloobservóduranteunminutoconlacabezaunpocovueltasobresuhombro.

EllacreíaqueeraelamantedeRosanette;laalusiónestabaclara.AFrédéricleparecióinclusoque todasaquellas señoras lemirabande lejos,cuchicheando.Paravermejor loquepensabanseacercóaellasunavezmás.

Al otro lado de lamesa,Martinon, junto con la señoritaCécile, hojeaba un álbum.Eranlitografíasquerepresentabantrajesespañoles.Leíaenvozalta los letreros:«MujerdeSevilla.—HuertanodeValencia.—Picadorandaluz»,yllegandounavezhastaelfinaldelapágina,continuódeuntirón:

—JacquesArnoux,editor.Unodetusamigos,¿eh?

—Esverdad—dijoFrédéric,molestoporsutono.LaseñoraDambreusecontinuó:

—En efecto, usted vino una mañana…, por… una casa, creo. Sí, una casa quepertenecíaasumujer.

Estosignificaba:«Essuamante».

Sepusorojohasta lasorejas;yelseñorDambreuse,que llegabaenaquelmomento,añadió:

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—Ustedparecíamuyinteresadoporellos.

Estas últimas palabras acabaron de desconcertar a Frédéric. Su confusión, que senotaba, pensaba él, iba a confirmar las sospechas, cuando el señor Dambreuse le dijodesdemáscerca,conuntonograve:

—¿Nohacenustedesnegociosjuntos,supongo?

Protestó con múltiples movimientos de cabeza, sin comprender la intención delcapitalista,quequeríadarleunconsejo.

Teníaganasdemarchar.Elmiedodeparecercobardeleretuvo.Uncriadoretirabalastazas de té; la señoraDambreuse charlaba con un diplomático de traje azul; dos chicasacercando sus frentes se mostraban una sortija; las otras, sentadas en semicírculo ensillones,movíansuavementesusblancascarasenmarcadasporcabellerasnegrasorubias;nadiefinalmentelehacíacaso.Frédéricdiomediavueltay,porunaseriedelargoszigzag,casihabíallegadoalapuertacuando,alpasarcercadeunaconsola,observóencima,entreunjarróndeChinayelentarimado,unperiódicodobladoporlamitad.Loacercóunpocoy leyó estas palabras: Le Flambard. ¿Quién lo había llevado?, ¿Cisy? Ningún otro,evidentemente.Además,¡quéimportanciatenía!Ibanacreer,talveztodoscreíanyaenelartículo.Pero,¿porquétantoensañamiento?Unaironíasilenciosaloenvolvía.Sesentíacomoperdidoenundesierto.PerosealzólavozdeMartinon:

—ApropósitodeArnoux,entrelosacusadosporlasbombasincendiariashevistoelnombredeunodesusempleados,Sénécal.¿Eselnuestro?

—¡Elmismo!—dijoFrédéric.

Martinonrepitió,gritandomuyfuerte:

—¡Cómo!,¿nuestroSénécal?

Entonces le preguntaron sobre el complot; su puesto de funcionario del ministeriofiscaldebíadeproporcionarleinformaciones.

El confesóno tenerlas.Por lodemás, conocíamuypocoalpersonaje,pues lehabíavistodosotresvecessolamente, loteníaendefinitivaporbastantemalsujeto.Frédéric,indignado,exclamó:

—¡Enabsoluto!,¡esunchicomuyhonrado!

—Sinembargo,señor—dijounpropietario—,noseeshonradocuandoseconspira.

Lamayor parte de los hombres que estaban allí habían servido, almenos, a cuatrogobiernos; y habrían vendido a Francia o al género humano para salvaguardar supatrimonio, no pasar estrecheces, penurias, o incluso por simple bajeza, por instintivaadoraciónalpoder.Todosdeclararoninjustificablesloscrímenespolíticos.Másbienhabíaque perdonar aquellos que provenían de la necesidad. Y no se olvidaron de poner pordelanteelclásicoejemplodelpadredefamiliaquerobaelclásicotrozodepanalclásico

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panadero.

Unadministradorllegóadecir:

—Yo,señor,sisupieraquemihermanoconspira,lodenunciaría.

Frédéric invocó el derechode resistencia; y, recordando algunas frases que le habíadichoDeslauriers,citóaDesolmes,aBlackstone,ladeclaracióndederechosenInglaterra,y el artículo 2 de la Constitución del 91. Era precisamente en virtud de aquel derechocomohabíasidodepuestoNapoleón;talartículohabíasidoreconocidoen1830,eincluidoalprincipiodelaConstitución.

—Por otra parte, cuando el soberano falta al contrato, la Justicia exige que loderroquen.

—¡Peroesabominable!—exclamólamujerdeunprefecto.

Todaslasdemássecallaban,vagamenteasustadas,comosihubieranoídoelruidodelas balas. La señora Dambreuse se balanceaba en su mecedora, y la escuchaba hablarsonriendo.

Un industrial, antiguocarbonario, intentódemostrarque losOrléanseranunabuenafamilia;sinduda,habíaabusos…

—¡Bueno,entonces!…

—Peronohayquedecirlos,queridoseñor.¡Siustedsupieraeldañoquehacenalosnegociostodasesashabladuríasdelaoposición!

—Yomeríodelosnegocios—dijoFrédéric.

Lacorrupccióndeaquellosviejosleexasperaba;yanimadodeesecorajequeavecesseapoderadelostímidos,atacóalosfinancieros,alosdiputados,alGobierno,alRey,seerigió en defensor de los árabes, decía muchas tonterías. Algunos le animabanirónicamente: ¡Vamos! ¡Venga!, ¡continúe!,mientras queotrosmurmuraban: ¡Demonio!¡Quémanera de exaltarse! Por fin, creyó conveniente retirarse; y, cuando ya se iba, elseñorDambreuseledijo,aludiendoalaplazadesecretario:

—Nohaynadadecididotodavía.Perodéseprisa.

YlaseñoraDambreuse:

—Hastaluego.¿No?

Frédérictomóaqueladióscomounaúltimaburla.Estabadecididoanovolvermásaaquellacasa,anofrecuentarmásaaquellagente.Creíahaberlosofendido,ignorandolasampliasreservasdeindiferenciadequedisponelagente.Aquellasmujeres,sobretodo,leindignaban.Niunaquelehubieseapoyadonitansiquieraconlamirada.Estabaresentidoconellaspornohaberconseguidoconmoverlas.Encuantoa laseñoraDambreuse,él leencontraba algo lánguido y seco a la vez. ¿Tenía un amante? ¿Quién era? ¿Era el

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diplomáticouotro?¿Martinon,acaso?Imposible.Sinembargo,sentíacomocelosdeél,yunamalevolenciainexplicablehaciaella.

Dussardier, que había ido aquella tarde como de costumbre, le esperaba. Frédéricestabahechopolvo,ysusagravios,aunquevagosydifícilesdecomprender,entristecieronalbuendependiente;sequejabainclusodesuaislamiento.Dussardier,vacilandounpoco,propusoiracasadeDeslauriers.

Frédéric,aloírelnombredelabogado,sintióundeseoextremodevolveraverlo.Susoledad intelectual era profunda, y la compañía deDussardier insuficiente. Le contestóquearreglaríalascosascomoquisiera.

También Deslauriers sentía después de su enfado un vacío en su vida. No opusoresistenciaaaquellasinsinuacionescordiales.

Losdosseabrazaron,luegosepusieronahablardecosasindiferentes.

La reserva de Deslauriers enterneció a Frédéric; y, para hacerle una especie dereparación,lecontóaldíasiguientequehabíaperdidoquincemilfrancos,sindecirlequeaquellos quince mil francos los tenía destinados para él. El abogado no sospechó, sinembargo. Este contratiempo, que confirmaba sus prejuicios contra Arnoux, acabódesmontandotodosurencorynohablónadadesuantiguapromesa.

Frédéric,engañadoporsusilencio,creyóquelahabíaolvidado.Algunosdíasdespuéslepreguntósinohabíamedioderecuperarsudinero.

Podía discutir las hipotecas precedentes, atacar a Arnoux como culpable deestelionato,ejecutarembargosadomiciliocontralamujer.

—¡No, no!, ¡contra ella no!—exclamó Frédéric—; y, cediendo a las preguntas delantiguopasante,confesólaverdad.Deslauriersseconvenciódequenoladecíacompleta,sindudapordelicadeza.Estafaltadeconfianzalemolestó.

Seguían, sin embargo, tan unidos como antes e incluso se encontraban tan a gustojuntosque lapresenciadeDussardier lesmolestaba.Pocoapoco,conpretextodecitas,llegaronadeshacersedeél.Hayhombrescuyaúnicamisiónrespectoalosdemásesladeservirdeintermediarios;sepasasobreelloscomoporunpuenteysecontinúamáslejos.

Frédéricnoocultabanadaasuantiguoamigo.Lehablódelnegociodelahulla,conlapropuestadelseñorDambreuse.Elabogadosevolviópensativo.

—¡Tienegracia!,paraestepuestosenecesitaríaaalguienbienpreparadoenDerecho.

—Perotúpodríasayudarme—replicóFrédéric.

—¡Sí…hombre!…¡puesclaro!,¡porsupuesto!

Aquellamismasemanaleenseñóunacartadesumadre.

LaseñoraMoreauseacusabadehaberjuzgadomalal tíoRoque,elcualhabíadado

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explicaciones satisfactorias de su conducta. Después hablaba de su fortuna y de laposibilidad,paramásadelante,deunabodaconLouise.

—Quizánofueseunatontería—dijoDeslauriers.

Frédéricnoqueríasabernadadeeso;además,eltíoRoqueeraunviejotramposo.Paraelabogado,esonoteníaimportancia.

Afinalesdejulio,unabajainexplicablehizocaerlasaccionesdelNorte.Frédéricnohabíavendidolassuyas;perdiódeunasolavezsesentamilfrancos.Susrentassehallabansensiblementedisminuidas.Teníaquereducirgastos,oejercerunaprofesión,ohacerunbuenmatrimonio.Entonces,DeslaurierslehablódelaseñoritaRoque.Nadaleimpedíairaverunpocolascosaspersonalmente.Frédéricestabaunpococansado;laprovinciaylacasamaternaleserviríandedescanso.Marchó.

El aspectode las calles deNogent, que recorrió a la luzde la luna, le evocóviejosrecuerdos;ysintióunaespeciedeangustia,comolosqueregresandelargosviajes.

En casa de su madre estaban todos los habitantes de antaño; los señores Gamblin,Heudras, y Chambrionin, la familia Lebrun, «aquellas señoritasAuger»; además, el tíoRoque, y, frente a la señoraMoreau, delante de unamesa de juego, la señoritaLouise.Estaba hecha una mujer. Se levantó dando un grito. Todos se movieron. Ella se habíaquedado inmóvil, de pie; y los cuatro candelabros de plata puestos sobre la mesaaumentaban su palidez. Cuando reanudó el juego, la mano le temblaba. Esta emociónhalagódesmesuradamenteaFrédéric,queestabaenfermodeorgullo;sedijo:«Túmehasdequerer»y,desquitándosedelossinsaboresquehabíasoportadoallá,empezóahacerseelparisino,elleón,hablódelosestrenosteatrales,contóanécdotasdelagentemundana,tomadasdelosperiódicos,enfin,deslumbróasuspaisanos.

Al día siguiente la señoraMoreau habló extensamente de las cualidades deLouise;despuésenumerólasfincasqueposeía.LafortunadeltíoRoqueeraconsiderable.

La había adquirido haciendo inversiones para el señor Dambreuse; pero prestaba apersonasquepodíanofrecerbuenasgarantíashipotecarias,locuallepermitíapedirprimasocomisiones.Elcapital,graciasaunavigilanciaactiva,nocorríaningúnriesgo.Además,eltíoRoquenovacilabanuncaanteunembargo;despuésvolvíaacomprarabajopreciolos bienes hipotecados, y la señoraDambreuse, viendo que así iba recuperando dinero,encontrabaqueestosnegociosestabanmuybienhechos.

Peroestamanipulaciónextralegallocomprometíafrenteasuadministrador.Nopodíanegarlenada.EraporagradarleporloquehabíarecibidotanbienaFrédéric.

Enefecto,eltíoRoqueabrigabaenelfondodesualmaunaambición.Queríaquesuhija fuera condesa; y, para conseguirlo, sin poner en juego la felicidad de su hija, noconocíaaotrojovenmásqueaquél.

ConlaproteccióndelseñorDambreuse,leharíanconseguireltítulodesuabuelo,pues

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laseñoraMoreauerahijadeuncondedeFouvens,emparentado,porotraparte,conlasmásviejasfamiliasdeChampaña,losLavernade,losdeÊtrigny.EncuantoalosMoreau,una inscripcióngótica,cercade losmolinosdeVilleneuve-l’Archevêque,hablabadeunJacobMoreauque loshabía reedificadoen1596;y la tumbadesuhijo,PierreMoreau,primerescuderodelreybajoLuisXIV,podíaverseenlacapilladeSanNicolás.

Tanta honorabilidad fascinaba al tíoRoque, hijo de un antiguo criado. Si la coronacondalnosealcanzaba,seconsolaríaconotracosa;puesFrédéricpodíallegaradiputadocuando el señorDambreuse fuese elevado a la dignidad de par de Francia, y entoncesayudarle en sus negocios, consiguiéndolemateriales, concesiones. Finalmente lo queríapor yerno, porque, desde hacíamucho tiempo, estaba apasionado por esta idea que nohacíamásqueacrecentarse.

Ahorafrecuentabalaiglesia;yhabíaseducidoalaseñoraMoreauconlaesperanzadeltítulosobretodo.Ella,sinembargo,sehabíaguardadodedarunarespuestadecisiva.

Así que, ocho días después, sin que hubiera habido ningún compromiso, Frédéricpasabapor«elfuturo»delaseñoritaLouise;yeltíoRoque,pocoescrupuloso,losdejabasolosaveces.

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CAPÍTULOV

Deslauriers había llevado de casa de Frédéric la copia del acta de subrogación con undocumento en regla que le confería plenos poderes; pero, después de haber subido suscincopisosyyasoloensutristeestudio,sentadoensubutacadebadana,lavistadelpapeltimbradolerepugnó.

Estabahartodeesascosas,ydelosrestaurantesatreintaydossueldos,delosviajesen ómnibus, de sumiseria, de sus esfuerzos. Volvió a coger los papeles; al lado habíaotros;eranlosprospectosdelacompañíahulleraconlalistadelasminasyeldetalledesuriqueza,queFrédériclehabíadejadoparaquelediesesuopiniónalrespecto.

Seleocurrióunaidea:ladepresentarseencasadelseñorDambreuseypedirlaplazadesecretario.Estepuestollevabaconsigo,desdeluego,lacompradeunciertonúmerodeacciones.Reconociólalocuradesuproyectoysedijo:

«¡Oh!¡No!,estaríamal».

Entonces discurrió la manera de recuperar los quince mil francos. Una cantidadsemejantenoeranadaparaFrédéric.Pero,silahubieratenido,¡quéalivio!Yelantiguopasanteseindignódequeelotroposeyeseunagranfortuna.

—Hacedeellaunusolastimoso.Esunegoísta.¡Eh!,¡meríobiendesusquincemilfrancos!

¿Por qué los había prestado? Por los bellos ojos deMme.Arnoux, ¡era su amante!Deslauriers no lo ponía en duda.He aquí una cosamás para la que sirve el dinero.Levinieronalamentepensamientosdeodio.

DespuéspensóenlapersonamismadeFrédéric.Siemprehabíaejercidosobreélunaespecie de fascinación femenina y pronto llegó a admirarle por un éxito del que él sereconocíaincapaz.

Sinembargo,¿noeralavoluntadelelementocapitaldelasempresas?y,yaqueconellasetriunfaentodo…

«¡Ah!,¡tendríagracia!».

Perotuvomiedodeestaperfidia,yunminutodespués:

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«¡Bah!,¿esquetengomiedo?».

Mme.Arnoux, a fuerza de haber oído hablar de él, había terminado por imaginarsealgo extraordinario. La constancia de aquel amor le exasperaba como un problema. Suausteridad un poco teatral le aburría ahora. Además, la mujer de mundo, o lo que éljuzgabapor tal,deslumbrabaal abogadocomoel símboloyel resumendemilplaceresdesconocidos.Porserpobre,élcodiciabaellujoensuformamásostentosa.

«Despuésde todo,siseenfadara,peorparaél.Sehaportadobastantemalconmigo,paraqueyomemoleste.Nadameaseguraqueellaessuamante.Élmelohanegado.¡Asíquesoylibre!».

El deseo de llevar adelante su proyecto ya no le abandonó. Era una prueba de susfuerzasloquequeríahacer;demodoque,undía,depronto,lustróélmismosusbotas,secompró unos guantes blancos y se puso en camino, sustituyendo a Frédéric eimaginándosesercasicomoél,porunasingularevoluciónintelectualdondehabíaalavezvenganzaysimpatía,imitaciónyaudacia.

Sehizoanunciar:«eldoctorDeslauriers».

Mme.Arnouxsesorprendió,puesnohabíallamadoaningúnmédico.

—¡Ah!, ¡mil excusas!, soy doctor en Derecho. Vengo por los intereses del señorMoreau.

Estenombreparecióimpresionarla.

—¡Mejor!—pensóelantiguopasante—;yaqueellalohaaceptadoaél,meaceptaráamí—animándoseconeltópicodequeesmásfácilsuplantaraunamantequeaunmarido.

HabíatenidoelplacerdeencontrarlaunavezenelPalais;inclusocitólafecha.TantamemoriaasombróaMme.Arnoux.Elreplicóentonodulzón:

—Ustedteníaya…algunosproblemas…consusnegocios.

Ellanocontestónada;portanto,eraverdad.

Él sepusoahablardeunascosasyotras,desualojamiento,de la fábrica;después,viendounosmedallonesenelbordedelespejo:

—¡Ah!,¿retratosdefamilia,sinduda?

Lellamólaatencióneldeunaviejaseñora,lamadredeMme.Arnoux.

Pareceunaexcelentepersona,untipomeridional.

Y,alarespuestadequeeradeChartres:

—¡Chartres!¡bonitaciudad!

Ensalzósucatedralysuspatés;luego,volviendoalretrato,leencontróparecidoconMme.Arnouxyleechabapiroposindirectos.Ellanosealteró.Éltomóconfianzaydijo

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queconocíaaArnouxdesdehacíamuchotiempo.

—Esunbuenchico,pero, ¡quién se compromete!Por esahipoteca,por ejemplo, esinimaginableunadistracción…

—Sí,yasé—dijoellaencogiéndosedehombros.

EstetestimonioinvoluntariodedesprecioanimóaDeslauriersaproseguir.

—Sunegociodecaolín,quizáustednolosabe,haestadoapuntodetomarmuymalcariz,einclusosureputación…

ElceñofruncidodeMme.Arnouxlecortólapalabra.

Entonces,volviendoa lasgeneralidades,secompadeciódelaspobresmujerescuyosmaridosmalgastanlafortuna…

—Perolafortunaesdeél,señor;yonotengonada.

—Noimporta.Nosabíamos…Unapersonadeexperienciapodíaserútil—sepusoasudisposiciónexaltandosuspropiosméritos;ylamirabadefrenteatravésdesusgafasquebrillaban.

Unaespeciedetorporseapoderabadeella;perodepronto:

—¡Vamosalgrano,porfavor!

Élpresentóelexpediente.

—Éste es el poder de Frédéric. Con semejante título en las manos de un agentejudicial,queharáunrequerimiento, lacosaesmuyfácil:enveinticuatrohoras…—ellapermanecía impasible,élcambiódemaniobra—.Por lodemás,nocomprendoquées loquelemueveareclamaresacantidad;puestoque,finalmente,nolanecesitaparanada.

—¡Cómo!ElseñorMoreausehaportadobastantebien.

—¡Oh!,estoydeacuerdo.

YDeslauriersempezóprimeroaelogiarlo,luegopocoapocoarebajarlocalificándolodeolvidadizo,egoísta,avaro.

—Yocreíqueeraamigosuyo,señor.

—Eso no me impide ver sus defectos. Por ejemplo, reconoce muy poco… ¿cómodiría?,lasimpatía…

Mme.Arnoux,quepasaba lashojasdelgruesocuaderno, le interrumpióparaque leexplicaseunapalabra.

Él se inclinó sobre su hombro, y tan cerca de ella, que le rozó la mejilla. Ella seruborizó;esteruborinflamóaDeslauriers,quelebesóvorazmentelamano.

—¿Quéhaceusted,señor?

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Y,depiecontralapared,ellalomanteníainmóvilconlamiradairritadadesusgrandesojosnegros.

—¡Escúcheme!¡Laquiero!

Ellasalió riendoacarcajadas,conuna risaaguda,desesperada,atroz.Deslauriersseencolerizódetalmodoqueledabanganasdeestrangularla.Secontuvo;yconlacaradeunvencidoquepideclemencia:

—¡Ah!,¡seequivocausted!Yonoiríacomoél…

—¿Dequiénhablausted?

—DeFrédéric.

—¡Ah!YalehedichoqueelseñorMoreaumepreocupapoco.

—¡Oh!,perdón…,perdón.

Después,entonomordaz,yrecalcandolasfrases:

—Yocreíainclusoqueustedseinteresabasuficientementeporsupersonacomoparasaberconagrado…

Sepusotodapálida.Elantiguopasanteañadió:—Sevaacasar.

—¡Él!

—Dentrodeunmes,lomástarde,conlaseñoritaRoque,lahijadeladministradordelseñorDambreuse.YasalióparaNogentsóloconestefin.

Ellasellevólamanoalcorazóncomosirecibieraungolpe;peroinmediatamentetiródelacampanilla.Deslauriersnoesperóaqueleecharan.Cuandoellavolvió,élyahabíadesaparecido.

AMme.Arnouxlefaltabaelaliento.Seacércóalaventanapararespirar.

Alotroladodelacalle,enlaacera,unembalador,enmangasdecamisa,clavabaunacaja. Pasaban coches. Ella cerró la ventana y fue a sentarse. Las altas casas vecinasocultabanelsol,unambientefríollenabalacasa.Sushijoshabíansalido,nadasemovíaalrededordeella.Eracomounainmensadeserción.

«¡Sevaacasar!,¿esposible?».

Ylediocomounataquedenervios.

«¿Porquéesto?,¿esquelequiero?».

Luego,depronto:

«¡Puessí,lequiero!…¡lequiero!».

Leparecíaestarbajandoaunaprofundidadquenoacababanunca.Elrelojdiolastres.Ellaescuchólasvibracionesdeltimbrequeibanapagándose.Ypermanecióenlaorillade

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su sillón, los ojos fijos y sin dejar de sonreír. Aquella misma tarde, a la misma hora,Frédéric y la señoritaLouise se paseaban en la huerta que el señorRoqueposeía en elextremodelaisla.

LaviejaCatalinalesvigilaba,delejos;caminabanjuntos,yFrédéricdecía:

—¿Seacuerdacuandolallevabaalcampo?

—¡Qué bueno era conmigo!—respondió ella—.Me ayudaba a hacer flanes con laarena,allenarmelaregadera,acolumpiarme.

—Todassusmuñecas,queteníannombresdereinasodemarquesas,¿quéhasidodeellas?

—Enverdadquenosénadadeellas.

—¿YsuperritoMoricaud?

—Seahogó,elpobre.

—¿YelDonQuijote,cuyosgrabadoscoloreábamosjuntos?

—Todavíaloconservo.

Él recordóeldíade suprimeracomunión,de loguapaqueestaba lavísperaconsuveloblancoysugrancirio,cuandodesfilabantodasalrededordelcoro,mientrastocabalacampana.

Estos recuerdos, sin duda, tenían poco encanto para la señoritaRoque; no encontrónadaqueresponder;yunminutodespués:

—¡Quémalo,quenuncamehadadonoticiassuyas!

Frédéricsedisculpóconsusmuchostrabajos.

—¿Puesquéhacía?

Seviocogidoporlapregunta,luegodijoquesededicabaaestudiosdepolítica.

—¡Ah!

Y,sinpreguntarmás:

—Ustedtieneunaocupación,peroyo…

Entonces lecontó laaridezdesuvida,sinpoderveranadie,sinelmenorplacer, lamenordistracción.Aellalegustaríamontaracaballo.

—El vicario dice que es un inconveniente para una chica; ¡qué tontería eso de lasconveniencias!Antesmedejabanhacertodoloquequería;ahora,nada.

—Sinembargo,supadrelaquierebien.

—Sí;pero…

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Lanzóunsuspiroquesignificaba:«Estonomebastaparaserfeliz».

Despuéshubounsilencio.Nooíanmásqueelcrujidodelaarenabajosuspisadasconelmurmullodelacascada;pueselSena,antesdeNogent,secortaendosbrazos.Elquehacemoverlosmolinosvierteenestelugarelaguasobrante,parareunirsemásabajoconelcursonaturaldelrío;y,viniendodelospuentes,seve,aladerechaenlaotraorilla,untaluddecéspeddominadoporunacasablanca.Alaizquierda,enlapradera,seextiendenunoschopos,yelhorizonte,enfrente,estálimitadoporunacurvadelrío;estabalisocomounespejo;grandesinsectospatinabansobreelaguatranquila.Matasdecañasydejuncoslo bordeaban desigualmente; todas las clases de plantas que crecían allí se abrían enbotones dorados, dejaban colgando ramilletes amarillos, levantaban copos de floresamaranto,formabancaprichososcohetesverdes.Enunapequeñacurvaturadelariberasemostrabannenúfares;yunafiladeviejossaucesqueescondíantrampasparael loboeraporaquelladotodaladefensadelahuerta.

Delladodeacá,dentro,cuatroparedesconalbardilladepizarrascercabanelhuerto,donde losbancalesde tierra, recientemente trabajados, formabanmanchaspardas…Lascampanas de vidrio que protegían los melones brillaban en fila sobre su estrechosemillero;despuésalternabanlasalcachofas,lasjudías,lasespinacas,laszanahoriasylostomateshastaunplanteldeespárragos,queparecíaunpequeñobosquedeplumas.

Todo este terreno había sido, bajo el Directorio, lo que se llamaba «una casa derecreo». Los árboles, desde entonces, habían crecido de forma desmesurada. Lasclemátideshabíaninvadidolasglorietas,lospaseosestabancubiertosdemusgo,portodaspartesabundabanlaszarzas.Elyesodelasestatuassedeshacíaentrocitosbajolahierba.Al caminar se corría el riesgo de tropezar en restos de construcción de alambre. Delpabellón sólo quedaban dos habitaciones en la planta baja con jirones de papel azul.Delantedelafachadaseextendíaunaparraalaitaliana,donde,sobrepilaresdeladrillo,unenrejadodepalossoportabaunaviña.

Entraronallídebajolosdos,y,comolaluzsefiltrabademaneradesigualatravésdelverdor,Frédéric,quehablabaalladodeLouise,observabalasombradelashojassobresucara.

Ellasehabíapuestoentresupelorojo,enelmoño,unaagujaterminadaenunaboladecristalqueimitabaunaesmeralda;yllevabaapesardelluto(taningenuoerasumalgusto)unaspantuflasdepajaconadornosderasocolorrosa,rarezavulgar,compradassindudaenalgunaferia.

Élsediocuentadeesto,yselaselogióconironía.

—Noseburledemí—ledijoella.

Después, observándolo de pies a cabeza, desde el sombrero de fieltro gris a loscalcetinesdeseda:

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—¡Quécoquetoesusted!

Después,lepidióqueleindicaraobrasparaleer.Éllecitóvarias;yelladijo:

—¡Oh!,¡quésabioesusted!

Siendo todavíaunaniña, sehabíaprendadodeél conunodeesosamores infantilesquetienenalmismotiempolapurezadeunareligiónylaviolenciadeunanecesidad.Élhabíasidosucompañero,suhermano,sumaestro,habíaentretenidosumente,hecholatirsucorazónyderramado sinquerer enel fondodeellamismaunaembriaguez latente einextinguible.Después, lahabíadejadoenplenacrisis trágica,apenasmuerta sumadre,confundiéndose lasdosdesesperaciones.Laausencia lohabía idealizadoenel recuerdo;volvíaconunaespeciedeaureola,yellaseentregabaingenuamentealgozodeverlo.

Por primera vez en su vida, Frédéric se sintió amado; y este placer nuevo, que nopasabadeunsentimientoagradable,lecausabacomounasatisfaccióníntima;detalmodoqueabriólosbrazosechandolacabezahaciaatrás.

Unagrannubepasabaentoncesporelcielo.

—VaaParís—dijoLouise—;ustedquerríaseguirla,¿verdad?

—¿Yo?¿Porqué?

—¿Quiénsabe?

Y,observándoloconmiradapenetrante:

—Quizátieneustedallá…(anduvobuscandolapalabra)algúncariño.

—¡Ah!,yonotengoamor.

—¿Deveras?

—¡Puessí,señorita,deveras!

Enmenosdeunaño,sehabíaoperadoenlajovenunatransformaciónextraordinariaqueasombrabaaFrédéric.Despuésdeunminutodesilencio,élañadió:

—Deberíamostutearnos,comoantes;¿quieres?

—No.

—¿Porqué?

Élinsistió.Ellarespondió,bajandolacabeza:

—Nomeatrevo.

HabíanllegadoalfinaldeljardínalarenaldelLivon.Frédéric,paradivertirse,sepusoahacercabrillas.Ellalemandósentarse.Élobedeció;ydespués,mirandoelsaltodeagua:

—EscomoelNiágara.

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Empezó a hablar de países lejanos y de grandes viajes. La idea de realizarlos leencantaba.Ellanohabríatenidomiedoanada,nialastempestades,nialosleones.

Sentados,unoalladodelotro,recogíandelantedeellospuñadosdearena,despuéslosdejabandeslizarsedelasmanossindejardeconversar;yelvientocálidoquellegabadelas llanuras les traía abocanadasoloresde lavandaconelperfumedel alquitránque seescapaba de una barca detrás de la esclusa. El sol caía de lleno sobre la cascada; losbloquesverdososdelapequeñaparedalolargodelacualcorríaelaguaaparecíancomocubiertosdeunagasaplateadaqueseguíadeslizándose.Alpie,unalargabarradeespumarebotabacadenciosamente.Despuésformababurbujas,remolinos,milcorrientesopuestas,queacababanconfundiéndoseenunasolacapalímpida.

Louisemurmuróqueenvidiabalavidadelospeces.

—Debedeser tanagradabledarvueltasahídentro,asuaire,sentirseacariciadoportodaspartes.

Yseestremecíaconmovimientosdemimosensual.

Peroseoyóunavoz:

—¿Dóndeestás?

—Sucriadalallama—dijoFrédéric.

—¡Bien!,¡Bien!

Louisenosemovía.

—¡Sevaaenfadar!—replicóél.

—¡Medaigual!,yademás…—laseñoritaRoquedabaaentenderconungestoquelateníaenunpuño.

Sinembargo,selevantó,despuéssequejódedolordecabeza.Yalpasardelantedeunampliocobertizodondehabíahacesdeleñasecapicada:

—¿Sinosmetiéramosahídebajoalabrigo?

Él fingió no entender la expresión dialectal e incluso se burló de su acento. Poco apoco las comisuras de su boca se apretaron, ella se mordía los labios; se apartó de élenfurruñada.

Frédériclaalcanzó,juróquenohabíaqueridomolestarlayquelaqueríamucho.

—¿Esverdad?—dijoella,mirándoloconunasonrisaqueiluminabatodosurostro,unpocopecoso.

Élnoresistióatantaaudaciadesentimientos,alfrescordesujuventud,yreplicó:

—¿Por qué iba a mentirte?… ¿Nome crees? ¿Eh?—pasándole el brazo izquierdoalrededordelacintura.

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Ungritosuavecomounarrullosaliódesugarganta;sucabezasecayóhaciaatrás,sedesmayó,éllasostuvo.Ylosescrúpulosdesuhonestidadfueroninútiles;anteestavirgenqueseofrecíatuvomiedo.Luegoleayudóadaralgunospasos,despacio.Yanoledecíapalabras dulces y, no queriendo decir más que cosas insignificantes, le hablaba de lospersonajesdelasociedaddeNogent.

Deprontoellalorechazó,y,entonoamargo:

—Notendríasvalorparallevarme.

Élpermanecióinmóvilconunacarallenadeestupefacción.

Ellaestallóensollozosybajandoprofundamentelacabeza:

—¡Cómosiyopudiesevivirsinti!

Éltratabadecalmarla.Ellalepusolasdosmanossobreloshombrosparaverlomejordefrente,y,clavándolesusojosverdes,deunahumedadcasiferoz:

—¿Quieressermimarido?

—Pero…—replicó Frédéric, buscando una respuesta—, sin duda…No deseo otracosa.

EnaquelmomentolagorradelseñorRoqueapareciódetrásdeunalila.

Llevóasujovenamigodurantedosdíasadarunavueltaporlosalrededores,porsuspropiedades;yFrédéric,alregreso,encontrótrescartasencasadesumadre.

La primera era un billete del señor Dambreuse que le invitaba a cenar el martessiguiente.¿Aquéveníaaquellacortesía?¿Lehabíanperdonadosuextravagancia?

LasegundaeradeRosanette.Leagradecíaquehubiesearriesgadosuvidaporella.Alprincipio Frédéric no comprendió lo que le quería decir; por fin, después de muchosrodeos,leimploraba,invocandosuamistad,confiandoensudelicadeza,derodillas,decía,envistadelanecesidadapremiante,ycomosepidepan,unapequeñaayudadequinientosfrancos.Élsedecidióinmediatamenteamandárselos.

La tercera carta, que venía de Deslauriers, hablaba de la subrogación y era larga,oscura.Elabogadoaúnnohabíatomadoningúnpartido.Leanimabaanomolestarse:«Esinútilquevengas»,inclusosubrayandoestodeunamanerarara.

Frédéric seperdióen todaclasedeconjeturas, leentraronganasdevolverallá; estapretensióndegobernarlelesublevaba.

Por otra parte, la nostalgia del bulevar empezaba a vencerle; y además sumadre leempujabadetalmanera,elseñorRoquelehacíatanbienlaroscaylaseñoritaLouiselequeríacontalfuerzaquenopodíapasarmástiemposindeclararse.Necesitabareflexionar,juzgaríamejorlascosasestandolejos.

Para justificar su viaje, Frédéric inventó un cuento; y marchó, diciendo a todo el

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mundo,ycreyéndoloélmismo,quevolveríapronto.

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CAPÍTULOVI

SuvueltaaParísno lecausóningúnplacer;erauna tarde,afinesdelmesdeagosto;elbulevarparecíadesierto,lostranseúntespasabanconaspectoceñudo;acáyalláhumeabaunacalderadeasfalto,muchascasasteníanlaspersianascompletamentecerradas.Llegóasucasa:elempapeladodelasparedesestabacubiertodepolvo;y,cenandocompletamentesolo, Frédéric experimentó un extraño sentimiento de abandono; entonces pensó en laseñoritaRoque.

Laideadecasarseyanoleparecíadescabellada.Viajarían,iríanaItalia,aOriente.Yéllaveíadepiesobreunmontículocontemplandounpaisaje,obienapoyadaensubrazoen una galería florentina, parándose ante los cuadros. ¡Qué gozo sería ver a esta buenacriaturita abrirse a los esplendores del Arte y de la Naturaleza! Una vez sacada de suambiente,enpocotiempoharíadeellaunacompañeraencantadora.LafortunadelseñorRoque le tentaba, por otra parte. Sin embargo, semejante determinación le repugnabacomounadebilidad,unenvilecimiento.

Peroestabamuyresuelto,decualquiermodo,acambiardevida,esdecir,anoecharaperdersucorazónenpasionesinfructuosas,einclusovacilabaenhacerelencargoquelehabíahechoLouise.EraeldecomprarleencasadeJacquesArnouxdosgrandesestatuaspolícromas con figura de negros, como las que había en la prefectura de Troyes. Ellaconocía lamarcadelfabricanteynoqueríadeotro.Frédéric temía,volviendoacasade«ellos»,caerdenuevoenlasredesdesuviejoamor.

Estasreflexionesleocuparontodalavelada;yseibaaacostarcuandoentróunamujer.

—¡Soyyo!—dijoriendolaseñoritaVatnaz—.VengodepartedeRosanette.

Entonces¿sehabíanreconciliado?

—¡Diosmío, sí!No soymala, usted lo sabe.Además, la pobre chica…Seriamuylargodecontar.

Enresumen,laMariscaladeseabaverlo,esperabaunarespuesta,puessucartasehabíapaseadodeParísaNogent;laseñoritaVatnazdesconocíasucontenido.Entonces,FrédériclepreguntóporlaMariscala.

Ahoraestabaconunhombremuyrico,unruso,elpríncipeTzernoukoff,quelahabía

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vistoenlascarrerasdelChampdeMars,elveranoanterior.

—Tenemostrescoches,caballodesilla,criadoestiloinglés,casadecampo,palcoenlosItalianos,yunmontóndecosasmás.¡Yaves,querido!

YlaVatnaz,comosisehubieseaprovechadodeestecambiodefortuna,parecíamásalegre, más feliz. Se quitó los guantes y examinó los muebles y las figuritas de lahabitación. Las tasaba en su precio justo, como un chamarilero. Tendría que haberleconsultadoparaobtenerlasmásbaratas.

—¡Ah!,¡quégracioso,estámuybien!Sóloaustedseleocurrenestasideas.

Después,viendoenlacabeceradelaalcobaunapuerta:

—¿Esporahípordondehacensaliralasmujercitas,eh?

Ylecogióamistosamentelabarbilla.Élseestremecióalcontactodesuslargasmanos,delgadas y suaves a la vez. Tenía un ribete de encaje alrededor de los puños y, en elcorpiñodesuvestidoverde,pasamaneríascomounhúsar.Susombrerodetulnegro,dealacaída,leocultabaunpocolafrente;debajobrillabansusojos;unperfumedepachulise desprendía de sus bandos; la lámpara carcel puesta sobre un velador, iluminándolacomo las candilejas deun teatro, hacía resaltar sumandíbula; y depronto, ante aquellamujer fea que tenía en la cintura ondulaciones de pantera, Frédéric sintió una enormeconcupiscencia,undeseobestialdevoluptuosidad.

Ellaledijoconvozmelosa,sacandodesuportamonedastrescuadradosdepapel:

—Mevaustedatomaresto.

ErantresentradasparaunarepresentaciónabeneficiodeDelmar.

—¡Cómo!,¿él?

—¡Ciertamente!

LaseñoritaVatnaz, sinmásexplicaciones,añadióque leadorabamásquenunca.Elcomediante,paraella, figurabadefinitivamenteentre lasgloriasdelsiglo.Ynoera talocualpersonajeloquerepresentaba,sinoalgeniomismodeFrancia,alPueblo.Tenía«elalma humanitaria», comprendía «el sacerdocio del Arte». Frédéric, para verse libre deestoselogios,ledioelimportedelastreslocalidades.

—¡Inútilhablardeesto!¡Diosmío,quétardees!Tengoquedejarle.¡Ah!Meolvidabadelasseñas:soncalleGrange-Batelière,14.

Y,enlapuerta:

—¡Adiós,hombreamado!

—¿Amadodequién?

Y volvió a reconocer lo que Dussardier le había dicho un día a propósito de ella:

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«¡Oh!,noesgrancosa»,comohaciendoalusiónahistoriaspocohonorables.

AldíasiguientefueacasadelaMariscala.Vivíaenunacasanueva,cuyaspersianasasomaban a la calle. En cada descanso de escalera había un espejo en la pared, unamaceterarústicadelantedelasventanas,atodololargodelosescalones,unaalfombradetela;y,cuandosellegabadefuera,elfrescodelaescaleraeraundescanso.

Fueuncriadovarónquienacudióaabrir,unayudadecámaraconchalecorojo.Enlaantesala, en una banqueta, unamujer y dos hombres, sin duda proveedores, esperabancomoenelvestíbulodeunministro.Ala izquierda, lapuertadelcomedor,entreabierta,dejabaentreverbotellasvacíassobrelosaparadores,servilletasenelrespaldodelassillas;y paralelamente se extendía unagalería dondeunos palos de color dorado sosteníanunespalierderosas.Abajo,enelpatio,doschicos,remangados,sacabanbrilloaunlando.Suvoz subía hasta allí, con el ruido intermitente de una rascadera que tropezaba con unapiedra.

El criadovolvió:«La señoravaa recibir al señor»;y lehizoatravesaruna segundaantesala,luegoungransalón,tapizadodebrocatelamarillo,confranjasdecadenetaque,partiendodelasesquinas,ibanajuntarseeneltechoyparecíanprolongarseporlosbrazosdelaaraña,esculpidosenformadecables.Sinduda,habíahabidofiestalanocheanterior.Sobrelasconsolashabíaquedadocenizadecigarro.

Porfin,entróenunaespeciedesaloncitovagamenteiluminadoporvidrierasdecolor.Adornostrilobuladosdemaderarecortadadecorabanlapartesuperiordelaspuertas;trescolchonesdepúrpura,apoyadosenunabalaustrada, formabanundivánsobreelcualsehabíandejadounnarguiledeplatino.Lachimenea,envezdeespejo,teníaunaestanteríapiramidal, que presentaba sobre sus gradas toda una colección de curiosidades: viejosrelojesdeplatadorada,cucuruchosdecristaldeBohemia,brochesdepedrería,botonesdejade,esmaltes,figurasdeporcelana,unavirgencitabizantinaconcapadeplatadorada,ytodoestosefundíaenuncrepúsculodorado,conelcolorazuladodelaalfombra,elreflejonacaradodelostaburetes,eltonoleonadodelasparedescubiertasdecueromarrón.Enlasesquinas,jarronesdebroncesobrepedestalesconteníanramosdefloresquerecargabanelambiente.

Apareció Rosanette, vestida con una chaqueta de raso color rosa, un pantalón decachemirblanco,uncollardepiastrasyungorrorojorodeadodeunaramadejazmín.

Frédérichizounmovimientodesorpresa;después,dijoquellevaba«lacosadequesetrataba»,presentándoleelbilletedeBanco.

Ella lemirómuysorprendida;y,comoélseguíaconelbilleteen lamano,sinsaberdóndeponerlo:

—¡Cójalo!

Ellalocogió;después,lotiróeneldiván.

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—¡Esustedmuyamable!

Era para pagar la cuota anual de un terreno que había comprado en Bellevue. TaldescaroofendióaFrédéric.Porlodemás,¡mejor!,lovengabadelpasado.

—Siéntese—dijoella—aquí,máscerca—yenuntonomásgrave:

—Enprimerlugar,tengoqueagradecerle,queridoamigo,quehayaarriesgadosuvida.

—¡Oh!,notieneimportancia.

—¡Cómo,peroesmuyhermoso!

Y laMariscala exageró las pruebas de agradecimiento; pues debía pensar que él sehabía batido exclusivamente por Arnoux, ya que éste, que se lo imaginaba, no habíaaguantadosindecirlo.

«Quizáseestáriendodemí»,pensabaFrédéric.

Elyahabíaterminado,y,alegandounacita,selevantó.

—¡Ah!,¡no!,¡quédese!

Sevolvióasentaryleelogióelvestido.

Ellacontestóconunairedeabatimiento:

—Esalpríncipeaquienlegustoasí.Yhayquefumarsemejantesartefactos—añadióRosanettemostrándoleelnarguile—.¿Siprobáramos?¿Quiereusted?

Llevaron fuego; la tumbaga tardaba en encenderse, ella se puso a patear deimpaciencia.Despuéssesintiódecaer;ypermanecióinmóvilsobreeldiván,conuncojínbajoelbrazo,elcuerpounpocotorcido,unarodilladoblada,laotrapiernacompletamenterecta.Lalargaserpientedetafileterojoqueformabaanillosenelsueloseleenroscabaenel brazo. Ella mantenía la boquilla de ámbar de la pipa junto a sus labios y miraba aFrédéric haciéndole guiños de ojos, a través del humo, cuyas volutas le envolvían.Aspirandoprofundamentehacíagorgotearelagua,ydevezencuandomurmuraba:

—¡Estepobrechiquillo!,¡estepobrequerido!

Eltratabadeencontraruntemadeconversaciónagradable;levinoalamentelaideadelaVatnaz.

Dijoquelehabíaparecidomuyelegante.

—¡Yalocreo!—replicólaMariscala—.Puedeconsiderarsedichosadetenerme—sinañadirnadamás,tanparcaeraenelhablar.

Los dos sentían un fastidio, un obstáculo. En efecto, el duelo del queRosanette secreíalacausahabíahalagadosuamorpropio.Despuéssehabíaextrañadomuchodequeél nohubiese acudido a invocar su gesto; y, para obligarle a volver, había inventado lanecesidaddelosquinientosfrancos.¿CómoeraqueFrédéricnopedíaenpagounpocode

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ternura?Eraunrefinamientoquelamaravillaba,y,enunimpulsodelcorazón,ledijo:

—¿Quierevenirconnosotrosalosbañosdemar?

—¿Quéesesodenosotros?

—Yoymipájaro;leharépasarporprimomío,comoenlasviejascomedias.

—¡Milgracias!

—Bueno,entonces,tomaráunalojamientocercadelnuestro.

Laideadepasarporunhombrericolehumillaba.

—¡No!,esoesimposible.

—¡Comoquiera!

Rosanettesealejóconlágrimasenlosojos.Frédéricsediocuenta;y,parademostrarlesuinterés,ledijoquesealegrabadeverla,porfin,enbuenaposición.

Ellaseencogiódehombros.¿Quiénlaafligía?¿Acasonolaquerían?

—¡Oh!,amísiempremequieren.

Yañadió.

—Faltasaberdequémanera.

Quejándose de «asfixiarse de calor», la Mariscala se quitó la chaqueta; y, sin otraprendaquecubriesesucuerpomásqueunacamisadeseda,inclinabalacabezasobreelhombro,conunairedeesclavallenadeprovocaciones.

Un hombre de un egoísmo menos reflexivo no se habría parado a pensar que elvizconde señor de Comaing u otro pudiese aparecer. Pero Frédéric había sido muchasvecesvíctimadeesasmismasmiradasparacomprometerseaunanuevahumillación.

Ellaquisoconocer sus relaciones, susdiversiones; llegó inclusoa informarsedesusnegociosy aofrecerse aprestarledinero si lonecesitaba.Frédéric, no aguantandomás,tomóelsombrero.

—¡Bueno,querida,diviértetemuchoallá;hastalavista!

Ellaabriólosojosdemaneradesorbitada,luego,entonoseco:

—¡Hastaluego!

Él volvió a cruzar el salón amarillo y la segunda antesala. Sobre lamesa, entre unjarrónllenodetarjetasdevisitayunrecadodeescribir,habíauncofredeplatacincelado.EraeldeMme.Arnoux.Entoncessintióunagran ternura,y,almismo tiempo,comoelescándalo de una profanación. Tenía ganas de tomarlo con lasmanos, de abrirlo. Tuvomiedodeservistoysefue.

Mandó a su criado a comprar los dos negros, después de hacerle todas las

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recomendaciones indispensables; y la caja salió, la misma tarde, para Nogent. Al díasiguiente, cuando iba a casa de Deslauriers, en el recodo de la calle Vivienne con elbulevar,seencontródefrenteconMme.Arnoux.

El primer impulso de ambos fue el de retroceder; después, una misma sonrisa lesafloróaloslabiosyseacercaron.Duranteunminuto,ningunodelosdosdijopalabra.

Elsollailuminabaporcompleto;ysurostrooval,suslargascejas,suchaldeencajenegro,quemoldeabalaformadesushombros,suvestidodesedatornasolado,elramilletedevioletasprendidoensusombrero,todolepareciódeunesplendorextraordinario.Unadulzurainfinitafluíadesusbellosojos;ybalbuceando,alazar,lasprimeraspalabrasqueseleocurrieron:

—¿CómosigueArnoux?—dijoFrédéric.

—Bien,muchasgracias.

—¿Ysushijos?

—Estánmuybien.

—¡Ah!,¡ah!…Québuentiempotenemos,¿verdad?

—Realmente,magnífico.

—¿Vadecompras?

—Sí.

Einclinandolentamentelacabeza:

—Adiós.

Ellalehabíatendidolamano,nohabíadichounasolapalabraafectuosa,nisiquieralohabíainvitadoairasucasa,¡noimporta!,élnohabríacambiadoesteencuentroporlamásbelladesusaventuras;yrumiabasudulzuramientrasproseguíasucamino.

Deslauriers, sorprendido de verle, disimuló su despecho pues conservabaobstinadamentealgunaesperanzadepartedeMme.Arnoux;yhabíaescritoaFrédéricquesequedaseallá,paratenermáslibertaddemovimientos.

Dijo,sinembargo,quehabíaidoavisitarlaasucasaparasabersienlascapitulacionesmatrimonialesseestipulabalacomunidaddebienes.

—En ese caso, se habría podido recurrir contra lamujer; y ella puso una cara raracuandoleinformédetumatrimonio.

—¡Vaya!,¡quéocurrencia!

—Eraprecisoparademostrarquenecesitabastusfondos.Unapersonaindiferentenohabríasufridolaespeciedesíncopequeledio.

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—¿Deveras?—exclamóFrédéric.

—¡Ah,chico,setenota!¡Vamos,séfranco!

UnainmensacobardíaseapoderódelenamoradodeMme.Arnoux.

—¡Puesno!…¡teaseguro!…¡Mipalabradehonor!

EstasflojasnegacionesacabarondeconvenceraDeslauriers.Lediolaenhorabuena.Lepreguntó«detalles».Frédéricnoselosdioeinclusoresistióaldeseodeinventarlos.

Encuantoalahipoteca,ledijoquenohiciesenada,queesperase.Deslauriersvioqueestabaequivocadoeinclusoestuvobrutalensusreprimendas.

Porotraparte,estabamástaciturno,malintencionadoeirasciblequenunca.Dentrodeunaño,silafortunanocambiaba,seembarcaríaparaAméricaoseharíasaltarlatapadelos sesos. En fin, parecía tan furioso contra todo y de un radicalismo tan absoluto queFrédéricnopudopasarsindecirle:

—EstáscomoSénécal.

Deslauriers le contestó a este propósito que el ex profesor había salido de SantaPelagia,porquelainstrucciónnohabíaproporcionadopruebassuficientes,sinduda,paraencausarlo.

Parafestejarestaliberación,Dussardierquiso«invitaraunponche»,ypidióaFrédéric«queacudiese», advirtiéndole, sin embargo,que se encontraría conHussonnet, quien sehabíaportadomuybienconSenecal.

Enefecto,elFlambardacababadeincorporarseaunagestoría,queanunciabaensusprospectos: «Administración de viñedos.—Servicio de Publicidad.—Oficina derecaudacioneseinformaciones,etc.».Peroelbohemiotemíaquesuindustriaperjudicasesureputaciónliteraria,yhabíatomadoalmatemáticoparallevarlacontabilidad.

Aunquelaplazaeramediocre,Sénécalsinellasehabríamuertodehambre.Frédéric,noqueriendoafligiralbravoempleado,aceptósuinvitación.

Tres días antes, Dussardier había encerado él mismo las baldosas rojas de subuhardilla,sacudidoelsillónylimpiadolachimenea,donde,bajounglobodecristal,seveíaunrelojdealabastro,entreunaestalactitayuncoco.Comosusdoscandelabrosysupalmatorianoeransuficientes,habíapedidoprestadosalconserjedoshachones;yestascinco luminarias brillaban sobre la cómoda, cubierta por tres servilletas para ofrecer unsoportemásdecentea losmostachones,bizcochos,unbollode lecheydocebotellasdecerveza.Enfrente,contralapared,tapizadadeunpapelamarillo,unapequeñalibreríadecaobacontenía lasFábulasdeLaChambeaudie, losMisteriosdeParís, elNapoleóndeNorvins. En el centro de la alcoba, en un marco de palisandro, sonreía el rostro deBéranger.

Losinvitadoseran,ademásdeDeslauriersySénécal,unfarmacéuticoreciéntitulado

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quenoteníaeldineronecesarioparaestablecerse;unjovende«su»casa,unrepresentantedevinos,unarquitectoyunseñorempleadodeseguros.Regimbartnohabíapodidoir.Leecharondemenos.

Acogieron a Frédéric con grandes muestras de simpatía, pues todos conocían porDussardierloquehablabaencasadelseñorDambreuse.Senecalsecontentócondarlelamanoconairedigno.

Semanteníadepie,contralachimenea.Losotros,sentados,conlapipaenlaboca,leescuchaban discurrir sobre el sufragio universal, del que tenía que salir el triunfo de lademocracia, la aplicación de los principios delEvangelio. Por lo demás, se acercaba elmomento;losbanquetesreformistassemultiplicabanenprovincias;elPiamonte,Nápoles,laToscana…

—Esverdad—dijoDeslauriers,cortándoleensecolapalabra—,estonopuededuraryamuchotiempo.

Ysepusoahaceruncuadrodelasituación.

HabíamossacrificadoaHolandaparaobtenerdeInglaterraelreconocimientodeLuis-Felipe;yestafamosaalianzainglesahabíafracasadograciasalosmatrimoniosespañoles.EnSuiza,elseñorGuizot,aremolquedelaustríaco,manteníalostratadosde1815.PrusiaconsuZollvereinnoscreabadificultades.LacuestióndeOrienteseguíasinresolverse.

Que el gran duque Constantino envíe regalos al señor d’Aumale no es razón parafiarsedeRusia.Encuantoal interior,nuncasehavisto tantaceguera, tanta tontería.Lamayoríaquetienennosesostieneya.Portodaspartes,enfin,segúntodoelmundo,nosevemásque¡nada!,¡nada!,¡nada!Yantetantavergüenza,prosiguióelabogadoponiendolospuñossobrelascaderas«sedeclararánsatisfechos».

Estaalusiónaunafamosavotaciónprovocóaplausos.Dussardierdestapóunabotellade cerveza; la espuma salpicó las cortinas, no puso cuidado; cargaba pipas, partía elbizcocho,servía,habíabajadovariasvecesparaversillevabanelponche;ynotardaronenexaltarse,puestodoscoincidíanenlamismaexasperacióncontraelPoder.Ellaestabaviolenta,sinotracausaqueelodioalainjusticia;yalasacusacioneslegítimasmezclabanlosreprochesmástontos.

Elfarmacéuticoselamentódelestadolastimosodenuestraflota.Elagentedesegurosnopodíavera losdoscentinelasdelmariscalSoult.Deslauriersdenuncióa los jesuítas,queacababandeinstalarseenLille,públicamente.SenecalexecrabamuchomásalseñorCousin; pues el eclecticismo, enseñando a obtener la certeza del razonamiento,desarrollaba el egoísmo, destruía la solidaridad; el representante de vinos, que entendíapocodeestostemas,hizonotarenvozaltaqueélolvidabamuchasinfamias.

—ElvagónrealdelalíneadelNortedebedecostarunosochentamilfrancos.¿Quiénlosvaapagar?

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—Sí,¿quién losvaapagar?—replicóel empleadodecomercio, furiosocomosi lehubieransacadoesedinerodesubolsillo.

Siguieron recriminaciones contra los linces de la Bolsa y la corrupción de losfuncionarios.Habíaqueremontarsemásatrás,segúnSénécal,yacusar,enprimerlugar,alospríncipes,queresucitabanlascostumbresdelaRegencia.

—¿No se ha visto recientemente a los amigos del duque deMontpensier volver deVincennes, sin duda alguna borrachos, provocando con sus canciones a los obreros delfaubourgSaint-Antoine?

—Inclusogritamos:¡Abajolosladrones!—dijoelfarmacéutico—.Yoestabaallí,yogrité.

—¡Mejor!,elPueblo,porfin,despiertadesdeelprocesoTeste-Cubières.

—Amíaquelprocesomediopena—dijoDussardier—,porquedeshonraaunviejosoldado.

—¿Sabeusted—continuóSenecal—quésehadescubiertoencasadeladuquesadePraslin?

Perolapuertaseabriódeunapatada.EntróHussonnet.

—¡Hola,señores!—dijosentándoseenlacama.

Nohicieronningunaalusiónasuartículo,delcualporlodemás,élselamentaba,pueslaMariscalalohabíareprendidoseveramente.

Acababadeverenel teatrodeDumasElcaballerodecasacarojay lo«encontrabamuyaburrido».

Semejante juicio extrañó a los demócratas, pues ese drama, por sus tendencias, susdecorados, más bien les halagaba las pasiones. Protestaron. Sénécal, para terminar,preguntósilaobraservíaalademocracia.

—Sí…,quizá;peroesdeunestilo…

—¡Bueno!,entoncesesbuena;¿quéeselestilo?,eslaidea.

Y,sindejarhablaraFrédéric:

—YodecíaqueenelcasoPraslin…—Hussonnetleinterrumpió.

—¡Ah!,ésaesotracantinelamás.Yameestácansando.

—Yaotrosqueno sonusted—replicóDeslauriers—.Haocasionado la retiradadenadamenosquecincoperiódicos.Escucheestanota:

Ysacandosucuadernillodenotas,leyó:

—«Hemos sufrido, desde el establecimiento de la mejor de las repúblicas, mil

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doscientosveintinueveprocesosdeprensa,de losqueresultaronpara losescritores: tresmilcientocuarentayunañosdecárcel,conlalevesumadesietemillonescientodiezmilquinientosfrancosdemulta.»Estábonito,¿eh?

Todosserieronamargamente.Frédéric,animadocomolosotros,añadió:

Lademocraciapacificatieneunprocesoporsufolletín,unanovelatituladaLapartedelasmujeres.

—¡Vaya!,bueno—dijoHussonnet—.¡Sinosprohíbennuestrapartedemujeres!

—Pero, ¿qué es loqueno estáprohibido?—exclamóDeslauriers—.Estáprohibidofumarenel«Luxemburgo»,prohibidocantarelhimnoaPíoIX.

—¡Yprohíbenelbanquetedelostipógrafos!—articulóunavozsorda.

Eraladelarquitecto,ocultoporlasombradelaalcoba,yquehabíapermanecidoensilenciohastaentonces.Añadióque,lasemanaanterior,habíancondenado,porultrajesalRey,auntalRouget.

—Rougetestáfrito—dijoHussonnet.

EstabromapareciótaninoportunaaSénécalquelereprochóquedefendieseal«juglardelAyuntamiento,alamigodeltraidorDumouriez».

—¿Yo?,¡alcontrario!

EncontrabaaLuisFelipevulgar,guardianacionaldelomáshortera,tristeydelomásaburrido. Y poniendo la mano sobre el pecho, el bohemio pronunció las frasessacramentales:«Essiempreconplacer renovado…—Lanaciónpolacanoperecerá.—Proseguiremosnuestrosgrandestrabajos…—Dadmedineroparamipequeñafamilia…».Todos reían mucho, lo proclamaban un tipo encantador, lleno de ingenio; la alegríaredoblóalavistadelcafeteroquellevabauntazóndeponche.

Lasllamasdelalcoholylasdelasbujíascalentaronprontolahabitación;ylaluzdelabuhardilla,atravesandoelpatio,iluminabadefrenteelbordedeuntejado,coneltubodeunachimeneaquealzabasusombranegraenlanoche.Hablabanmuyalto,todosalavez;sehabíanquitadolaslevitas;tropezabanconlosmuebles,entrechocabanlosvasos.

Hussonnetdijo:

—¡Mandadsubirgrandesseñoras,paraqueestoseamásTourdeNesle,colorlocalyestiloRembrandt,pardiez!

Yelfarmacéutico,queseguíaremoviendoelponche,entonóaplenopulmón:

Tengodosgrandesbueyesenmiestablo

Dosgrandesbueyesblancos…

Sénécalletapólaboca,nolegustabaeldesorden;ylosinquilinosseasomabanalas

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ventanas,sorprendidosdelruidoinsólitoquehacíanencasadeDussardier.

Elbuenchicoestaba feliz,ydijoqueaquello le recordabasuspequeñassesionesdeantaño,enelmuelleNapoleón;faltabanvarios,sinembargo,porejemploPellerin.

—Podemosprescindirdeél—replicóFrédéric.

YDeslaurierspreguntóporMartinon.

—¿Quéesdeeseseñortaninteresante?

EnseguidaFrédéric,dandoriendasueltaalamalevolenciaqueleprofesaba,atacósuingenio, su carácter, falsa elegancia, al hombre entero.Era justo elmodeloperfectodelnuevo rico. La nueva aristocracia, la burguesía, no podía compararse con la antigua, lanobleza.Estodecía;ylosdemócratasaprobaban,comosihubieranpertenecidoalaunayfrecuentadolaotra.Estabanencantadosconél.ElfarmacéuticolocomparóconelseñorD’Altonshée,que,aunqueerapardeFrancia,defendíalacausadelpueblo.

Llegó la hora de marchar. Todos se separaron con grandes apretones de manos;Dussardier,porafecto,acompañóaFrédéricyaDeslauriers.Cuandoseencontraronenlacalle,elabogadoparecióreflexionar,y,despuésdeunmomentodesilencio:

—TúquieresmuymalaPellerin.

Frédéricnoocultósurencor.

Sinembargo,elpintorhabía retiradodelescaparateel famosocuadro.Nohabíaqueenfadarseporesasbagatelas.¿Paraquéhacerseunenemigo?

—Ha cedido a un impulso demalhumor, excusable en un hombre que no tiene uncéntimo.Túnopuedescomprendereso.

Y, cuando Deslauriers subió a su casa, el empleado no soltó a Frédéric; lecomprometió incluso a comprar el retrato. En efecto, Pellerin, desesperando deintimidarle,loshabíaembaucadoparaqueanimasenaFrédéricaaceptarlacosa.

Deslauriers volvió a hablar del asunto, insistió, las pretensiones del artista eranrazonables.

—Yoestoysegurodeque,quizá,porquinientosfrancos…

—¡Ah!,¡dáselos!,toma,aquílostienes—dijoFrédéric.

Lamismatardelellevaronelcuadro.Lepareciómásabominableaúnquelaprimeravez. Las medias tintas y las sombras habían tomado color plomizo por los excesivosretoques, y parecían todavía más oscurecidas en relación con las luces, que,permaneciendobrillantesaquíyallí,desentonabanenelconjunto.

Frédéricsevengódehaberlopagadodenigrándoloamargamente.Deslaurierslecreyóbajopalabrayaprobósuconducta,puesseguíaambicionandoconstituirunafalangedelacualél sería jefe;algunoshombresgozanobligandoahacera susamigoscosasque les

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desagradan.

Entretanto, Frédéric no había vuelto a casa de losDambreuse. Le faltaba el dinero.Tendríaquedarmuchasexplicaciones,nollegabaadecidirse.¿Talvezteníarazón?Nadaestabaseguroenaquelmomento,elnegociodelashullasnomásqueningúnotro;habíaqueabandonarsemejantemundo;porfin,Deslaurierslodesligódelaempresa.Afuerzadeodiosevolvíavirtuoso;yademáspreferíaqueFrédéricsiguieseenlamediocridad.Deestamaneracontinuabasiendosuigual,yenrelaciónmásíntimaconél.

El encargo de la señorita Roque había sido mal ejecutado. Su padre le escribió,dándolelasexplicacionesmásprecisas,yterminabasucartaconestabroma:«aunquelesupongauntrabajodenegros».

FrédéricnoteníamásremedioquevolveracasadeArnoux.Subióalatiendaynovioa nadie. Como el negocio se estaba hundiendo, los empleados imitaban la incuria delpatrón. Recorrió la larga estantería, llena de lozas que ocupaba de una punta a otra elcentrodelpiso;después,unavezquellegóalfondo,delantedelmostrador,caminómásfuerteparaqueleoyeran.

Levantadalacortinadelapuerta,aparecióMme.Arnoux.

—¡Cómo,ustedaquí!—dijoella.

Viosupañuelocercadelescritorio,yadivinóqueellahabíabajadoaverasumarido,aenterarsedealgo,aaclarar,sinduda,algúnproblemaquelepreocupaba.

—Pero…¿quizánecesitaustedalgo?—dijoella.

—Unacosadenada,señora.

—¡Estosempleadossoninsoportables!Nuncaestánensusitio.

Nohabíaquecensurarlos.Alcontrario,élsefelicitabadelacircunstancia.

Ellalomiróconironía.

—Bueno,¿yesaboda?

—¿Québoda?

—¡Lasuya!

—¿Yo?,¡nisoñarlo!

Ellahizoungestonegativo.

—¿Si ocurriera eso, después de todo? Nos refugiamos en la mediocridad cuandodesesperamosdealcanzarlobelloquehemossoñado.

—Sinembargo,todossussueñosnoerantancándidos.

—¿Quéquiereusteddecir?

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—Cuandosepaseabaenlascarreras,conpersonas…

ÉlmaldijoalaMariscala.Levinoalamenteunrecuerdo:

—Perosifueustedmismaquienmepidióquelaviera,enbeneficiodeArnoux.

Ellareplicómoviendolacabeza.

—Yustedaprovechóparadivertirse.

—¡Diosmió,dejemostodasesastonterías!

—Esnatural,yaquevaustedacasarse.

Ysemordíaloslabiosconteniendolarespiración.Entonces,éldijo:

—¡Lerepitoqueno!,¿puedeustedcreerqueyo,conmisexigenciasintelectuales,mishábitos,vayaaenterrarmeenprovinciaspara jugara lascartas,vigilara losalbañilesypasearme en zuecos? ¿Con qué finalidad, entonces? Le han contado que era rica,¿verdad?,¡Ah!,yomeríodeldinero.Esquedespuésdehaberdeseadotodoloquehaydemásbello,demástierno,demásencantador,unaespeciedeparaísobajoformahumana,ycuandoporfinloheencontrado,eseideal,cuandoesavisiónmeocultatodaslasdemás…

Y, tomándole la cabeza con las dos manos, se puso a besarla en los párpados,repitiendo:

—¡No!¡No!,¡no!,¡nuncamecasaré!,¡jamás!,¡jamás!

Ellaaceptabaestascaricias,paralizadaporlasorpresayporelarrebato.

La puerta de la tienda sobre la escalera volvió a cerrarse. Ella dio un salto; ypermanecíaconlamanoextendida,comoparapedirlesilencio.Seacercaronunospasos.Luegoalguiendijofuera:

—¿Estálaseñora?

—¡Pase!

Mme. Arnoux apoyaba el codo en el mostrador y hacía girar una pluma entre susdedos,tranquilamente,cuandoeltenedordelibrosdescorriólacortina:

Frédéricselevantó.

—Señora,tengoelhonordesaludarla.Elservicioestarápreparado,¿verdad?¿Puedocontarconeso?

Ellanocontestónada.Peroestacomplicidadsilenciosaencendiósucaracontodoslosruboresdeladulterio.

Al día siguiente, Frédéric volvió a su casa, le recibieron; y, a fin de consolidar lasventajas adquiridas, inmediatamente, sin preámbulos, comenzó por justificarse delencuentro en el Champ deMars. Sólo por casualidad se había encontrado con aquella

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mujer. Admitiendo que fuese guapa (lo cual no era cierto), ¿cómo podría ocuparle supensamiento,nisiquieraunminuto,siendoasíqueélamabaaotra?

—¡Ustedbienlosabe,selohedicho!

Mme.Arnouxbajólacabeza.

—¡Sientomuchoquemelohayadicho!

—¿Porqué?

—Eldecoromáselementalexigeahoraquenovuelvaaverlemás.

El protestó de la inocencia de su amor.El pasado debía garantizarle el porvenir; sehabíajuradoasímismonoperturbarsuexistencia,noimportunarleconsuslamentos.

—Peroayermicorazónsedesbordaba.

—Nodebemospensarmásenaquelmomento,amigomío.

Sin embargo, ¿qué mal habría en que dos pobres criaturas compartiesen juntos sutristeza?

—Porquetampocoustedesfeliz.¡Oh!,laconozco,ustednotieneanadiequesatisfagasus necesidades de afecto, de entrega; yo la obedeceré en todo.No la ofenderé…se lojuro.

Ysedejócaerderodillas,apesarsuyo,abatidoporungranpesointerior.

—¡Levántese!—dijoella—.Seloordeno.

Yledeclaróimperiosamenteque,sinoobedecía,nolavolveríaavermás.

—¡Ah!,leapuestoaquenolohace—replicóFrédéric—.¿Quétengoquehacerenelmundo?Losdemásseafananporlariqueza,lafama,elpoder.Yonotengoposición,ustedesmiocupaciónexclusiva,miúnicobien,elcentrodemiexistencia,demispensamientos.Lanecesitoparavivirtantocomoelairequerespiro.¿Nosientelaaspiracióndemialmasubirhacialasuya,yqueambasdebenconfundirse,yquememueroporello?

Mme.Arnouxseechóatemblarcontodossusmiembros.

—¡Oh!,¡márchese!,¡seloruego!

La expresión descompuesta de su cara le detuvo. Después dio un paso. Pero ellaretrocedíaconlasmanosjuntas:

—¡PorDios,déjeme!,¡porfavor!

Frédériclaqueríatantoquesalió.

Pronto se encolerizó consigo mismo, se declaró un imbécil, y veinticuatro horasdespuésvolvió.

Laseñoranoestaba.Élsequedóenel rellanode laescalera,aturdidodefuroryde

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indignación.AparecióArnouxyleinformódequesumujer,aquellamismamañana,habíaidoainstalarseenunacasitadecampoquealquilabanenAuteuil,puesyanoposeíanladeSaint-Cloud.

—¡Esotrodesuscaprichos!¡Enfin,yaquelegusta!,yamítambién,porlodemás;tantomejor.¿Cenamosjuntosestanoche?

Frédéricalegóunasuntourgente,luegocorrióaAuteuil.

Mme.Arnouxdejóescaparungritodealegría.EntoncestodoelrencordeFrédéricsedesvaneció.

Élnolehablódesuamor.Parainspirarlemásconfianza,semostróinclusoreservado;ycuandolepreguntósipodíavolver,ellarespondió:«Puesclaro»,alargándolelamano,queretirócasiinmediatamente.

Desdeentonces,Frédéricmultiplicósusvisitas.Prometíaalcocherograndespropinas.Peroamenudolalentituddelcaballoleimpacientaba,seapeabadelcoche;después,sinaliento,sesubíaaunómnibus;¡yconquédesdénobservabalascarasdelagentesentadaenfrentedeél,yquenoibanacasadeella!

Reconocíadelejossucasaporunamadreselvaenormequecubríaporunsololadolasmaderasdeltejado;eraunaespeciedechaletsuizopintadoderojo,conunbalcónexterior.Eneljardínhabíatresviejoscastaños,yenelcentro,sobreunmontículo,unquitasoldepajasostenidoporuntroncodeárbol.Bajolapizarradelasparedes,unagrancepamalatadacolgabadetrechoentrecho,comouncablepodrido.Lacampanilladelaverja,unpocoduradetirar,prolongabasucarillón,ytardabanmuchotiempoenacudir.Cadavezexperimentabaunaangustia,unmiedoindefinido.

Despuésoyócrujirsobrelaarenalaspantuflasdelacriada;obieneraMme.Arnouxlaquesepresentabaenpersona.Undía lasorprendiódeespaldascuandoestabaagachadaanteelcéspedbuscandovioletas.

Elmalcarácterdesuhija lahabíaobligadoainternarlaenuncolegiodemonjas.Elchiquillopasabalatardeenunaescuela.ArnouxhacíaprolongadascomidasenelPalaisRoyal,conRegimbartyelamigoCompain.Ningúnlatosopodíasorprenderlos.

Sedabapordescontadoquenodebíanentregarseelunoalotro.Esteacuerdo,quelesprotegíadelpeligro,facilitabasusexpansionesafectivas.

Ella le contó su vida anterior, en Chartres, en casa de su madre; su inclinaciónreligiosahacialosdoceaños;despuéssupasiónporlamúsica,cuandoensuhabitación,desdedondesedescubríanlasmurallas,sequedabacantandohastalanoche.Éllecontósusmomentosdemelancolía en el colegio, y cómoen su cielo poético resplandecía unrostrodemujer,detalmodoque,alverlaporprimeravez,lahabíareconocido.

Estosdiscursosnoabarcaban,habitualmente,másque losañosdurante loscualesse

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habíanfrecuentado.Él le recordabadetalles insignificantes,elcolordesuvestidoen talépoca,quépersonahabíaidoaqueldíaasucasa,loqueellahabíadichoenotraocasión;yrespondíatodamaravillada:

—¡Sí,meacuerdo!

Sus gustos, sus juicios, eran los mismos. Con frecuencia aquel de los dos queescuchabaalotroexclamaba:

—¡Yotambién!

Después,eranlasinterminablesquejasalaProvidencia:

—¿Porquéelcielonolohaquerido?¡Sinoshubiéramosconocido!…

—¡No!,younpocomásviejo.

Y se imaginaban una vida toda de amor, tan fecunda para llenar las más grandessoledades, que sobrepasara todas las alegrías, quedesafiara todas lasmiserias, donde eltiemposehabríadisueltoenunacontinuaexpansióndesímismo,yquetendríaalgotanresplandecienteyelevadocomoelpalpitardelasestrellas.

Casisiempreestabanalairelibreenloaltodelaescalera;lascopasdelosárbolesqueamarilleabanporelotoñoadquiríanlaformadepezóndelantedeellos,demododesigual,hastalapálidaextremidaddelcielo;obienibanhastaelfinaldelaavenida,aunpabellónqueteníaportodomobiliariouncanapédetelagris.Manchasnegrasensuciabanelespejo;lasparedesexhalabanunoloramoho;peroellossequedabanallí,encantadoshablandodesímismos, de los demás, de cualquier cosa. A veces, los rayos del sol, atravesando lacelosía,tendíandesdeeltechohastaencimadelasbaldosascomolascuerdasdeunalira,ylaspartículasdepolvosearremolinabanenaquellasfranjasluminosas.Ellaseentreteníaenpartirlasconlamano;Frédéricselacogíasuavemente;ycontemplabaeltrazodesusvenas, losgranosdesupiel, laformadesusdedos.Cadaunodesusdedosera,paraél,másqueunacosa,casiunapersona.

Ella ledio susguantes, la semana siguiente supañuelo, le llamaba«Frédéric», él lellamaba«Marie»,puesadorabaaquelnombrehechoapropósito,decía,parasersuspiradoeneléxtasis,yqueparecíacontenernubesdeincienso,alfombrasderosas.

Llegaronafijarporanticipadoeldíadesusvisitas;y,caminandocomoalazar,ellalesalíaalencuentroporlacarretera.

Ellanohacíanadaporexcitarsuamor,perdidacomoestabaenesadespreocupaciónquecaracterizalasgrandesfelicidades.Durantetodalatemporadallevóunabatadecasadesedaoscura,ribeteadadeterciopelodelmismocolor,amplia,queibaconlalanguidezdesusactitudesysufisonomíaseria.Porotraparte,seacercabaasuplenoapogeocomomujer,épocaalavezdereflexiónydeternura,enlaquelamadurezquecomienzaponeen la mirada una llama más profunda, cuando la fuerza del corazón se funde con la

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experiencia de la vida, y cuando al final de su desarrollo el ser completo desborda deriquezasenlaarmoníadesubelleza.Nuncasehabíamostradomásdulce,másindulgente.Seguradenocaerenfalta,seentregabaaunsentimientoqueleparecíacomounderechoadquirido a fuerza de pesadumbres. Por lo demás, ¡todo aquello era tan bueno y tannuevo!,¡quéabismoentrelatosquedaddeArnouxylosapasionamientosdeFrédéric!

Él temía perder con una palabra todo lo que creía haber ganado, diciéndose que sepuedeencontrarotraocasión,peroquenuncasereparaunaimprudencia.

Élqueríaqueellaseentregaraynoconquistarla.Laseguridaddesuamorledeleitabacomo un anticipo de la posesión, y además el encanto de su persona le trastornaba elcorazón más que los sentidos. Era una placidez indefinida, una embriaguez tal queolvidabahastalaposibilidaddeunafelicidadabsoluta.Lejosdeella,unasansiasfuriosasledevoraban.

Prontohuboen susdiálogosgrandes intervalosde silencio.Aveces,unaespeciedepudorsexualleshacíaenrojecerunodelantedelotro.Todaslasprecaucionesparaocultarsu amor lo revelaban; cuanto más fuerte se hacía, más se contenía en sus maneras. Afuerza de practicar talmentira su sensibilidad se exasperó.Gozaban deliciosamente delolorde lashojashúmedas, sufríanpor elvientodel este, se irritaban sinmotivo, teníanpresagios fúnebres; un ruido de pasos, el estallido de un revestimiento de madera lescausabanunosespantoscomosielloshubierantenidolaculpa;sesentíanempujadoshaciaunabismo,unambiente tempestuoso los envolvía; y cuandoaFrédéric se le escapabanquejas,ellaseacusabaasímisma.

—¡Sí!,obromal,parezcounacoqueta,novengamás.

Élrepetíalosmismosjuramentos,queellaescuchabasiempreconplacer.

ElregresodeFrédéricaParísylosproblemasdeldíadeAñoNuevosuspendieronunpocosusentrevistas.Cuandovolvió,mostróunasactitudesmásatrevidas.Ellasalíacadaminutoadarórdenes,yrecibía,apesardelosruegosdeél,atodoslospaisanosqueibanaverla.HablabandeLeótade,delseñorGuizot,delPapa,delainsurreccióndePalermoydel banquete de la XII Circunscripción, el cual despertaba preocupaciones. Frédéric sedesahogaba despotricando contra el poder; pues deseaba, comoDeslauriers, un cambiototal,de tanamargadoqueestabaahora.Mme.Arnoux,porsuparte,seponía taciturna,melancólica.

Sumarido,prodigandolasextravagancias,sosteníaaunaobreradelafábrica,alaquellamaban«laBordelesa».Mme.ArnouxenpersonaselodijoaFrédéric.Élqueríasacardeaquíunargumento«Yaquelaengañaban».

—¡Oh!,esometraesincuidado—dijoella.

Esta declaración le pareció consolidar completamente la intimidad entre ellos.¿Arnouxdesconfiaba?

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—No,ahorano.

Ella lecontóqueuna tardeél loshabíadejadoasolasfrenteafrente,despuéshabíavuelto, había escuchado detrás de la puerta, y, como los dos hablaban de cosasindiferentes,desdeentonces,élvivíaenunaseguridadplena.

—Conrazón,¿verdad?—dijoamargamenteFrédéric.

—Sí,sinduda.

Ellahubierahechomejornopronunciandosemejantepalabra.

Undíanoestabaencasaalahoraenqueélacostumbrabaair.Paraél,estofuecomounatraición.

Seenfadóenseguidaalverquelasfloresquelellevabaseguíanpuestasenunvasodeagua.

—¿Dóndequierequeestén?

—¡Oh,ahí,no!Además,ahíestánmenosfrescasquesobresucorazón.

Algún tiempo después, él le reprochó haber estado en los Italianos la víspera sinavisarle. Otros la habían visto, admirado, amado tal vez; Frédéric se aferraba a sussospechasúnicamentepararegañarla,atormentarla;puescomenzabaaodiarla,ylomenosquepodíapretendererahacerlecargarconunapartedesussufrimientos.

Una tarde amediados de febrero la sorprendiómuy agitada. Eugène se quejaba dedolordegarganta.Eldoctorhabíadicho,sinembargo,quenoeranada,unfuertecatarro,la gripe. Frédéric se extrañó del aspecto excitado del niño.Tranquilizó a sumadre, sinembargo;citócomoejemploavariosniñosdesuedadqueacababandepasarafeccionessemejantesysehabíancuradoenseguida.

—¿Deveras?

—Puessí,desdeluego.

—¡Québuenoesusted!

Yellalecogiólamano.Éllaestrechóconlasuya.

—¡Oh,suéltela!

—¿Quéimporta,puestoqueesalconsoladoraquienselaofrece?Ustedconfíaenmíparaestascosas,ydudademícuandolehablodeamor.

—Yonodudo,mipobreamigo.

—¿Porquéesadesconfianza,comosifueraunmiserablecapazdeengañar…?¡Sialmenostuvieraunaprueba!…

—¿Quéprueba?

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—Laquesedaríaalprimeroenllegar,laqueustedmeconcedióamímismo.

Y le recordó que una vez habían salido juntos en un atardecer de invierno, con untiempodeniebla.Aquelloquedabaahoramuylejos.¿Quiénleimpedíapresentarsedesubrazodelantedetodoelmundo,sintemorporsuparte,sinsegundaintenciónporpartedeél,nohabiendoasualrededornadiequelosimportunase?

—¡Está bien!—dijo ella con una valentía de decisión que al primer instante dejóestupefactoaFrédéric.

Peroéstereplicóvivamente:

—¿QuiereustedquelaespereenlaesquinadelascallesTrochetylaFerme?

—¡Pero,porDios,amigomío!—balcuceabaMme.Arnoux.

Sindarletiempoareflexionar,élañadió:

—Elmartespróximo,porejemplo.

—Elmartes.

—Sí,entrelasdosylastres.

—Allíestaré.

Y volvió la cara, la cabeza, haciendo un gesto de vergüenza. Frédéric la besósuavementeenlanuca.

—¡Oh!,esonoestábien—dijoella—.Ustedmeharíaarrepentirme.

Él se apartó, temiendo las mudanzas del carácter femenino. Después, en la puerta,murmurósuavemente,comocosabienconvenida:

—Hastaelmartes.

Ellabajósusbellosojosdeunamaneradiscretayresignada.

Frédéricteníaunplan.

Esperabaque,graciasalalluviaoalsol,pudierandetenerseenunapuertay,unavezallí,conseguirqueentraseenlacasa.Lodifícileraencontrarunaadecuada.

Se puso a buscar, y, hacia la mitad de la calle Trochet, leyó de lejos: «Pisosamueblados». El encargado, comprendiendo la intención, le enseñó enseguida, en elentresuelo,unahabitaciónyunsaloncitocondossalidas.Frédéricloalquilóporunmes,ypagóporadelantado.

Despuésfueatrestiendasacomprarlosperfumesmásraros;seprocuróuntrozodeimitacióndeguipurparasustituirelespantosocubrepiésdealgodónrojo,escogióunpardepantuflasderasoazul;sóloel temordeparecerordinario lemoderóensuscompras;volvió con ellas; y con más devoción que los que levantan altares al Santísimo

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Sacramento,cambiólosmueblesdesitio,colocóélmismolascortinas,pusobrezosenlachimenea, violetas sobre la cómoda; habría preferido cubrir de oro la habitación. «Esmanaña»,sedecía,«símañana,noestoysoñando».Ysentíalatirfuertementesucorazónbajoeldeliriodelaesperanza;después,cuandotodoestuvoapunto,seguardólallaveenelbolsillocomosilafelicidadquedormíaalláhubiesepodidoescaparse.

Encasa,leesperabaunacartadesumadre.

«¿Porquéunaausenciatanlarga?Tuconductaempiezaaparecerridicula.Comprendoque,enunaciertamedida,hayasvaciladoanteestaunión;sinembargo,reflexiona».

Y le precisaba las cosas: cuarenta y cinco mil libras de renta. Por lo demás, «sehablaba de ello». Y el señor Roque esperaba una respuesta definitiva. En cuanto a lajoven,suposturaeraverdaderamenteembarazosa.«Ellatequieremucho».

Frédéricarrojólacartasinterminarla,yabriólaotra,unbilletedeDeslauriers.

Queridoamigo,

La pera está madura. Según tu promesa, contamos contigo. Nos reuniremosmañana temprano en la Plaza del Panteón.Entra en el café Soufflot. Tengo quehablarteantesdelamanifestación.

—¡Oh!, las conozco, sus manifestaciones. ¡Muchas gracias! Tengo una cita másagradable.

Y,aldíasiguiente,alasonce,Frédéricyahabíasalido.Queríaecharunúltimovistazoalospreparativos;pues,quiénsabe,porcasualidad,ellapodíaanticiparse.AlsalirdelacalleTronchet,oyódetrásdelaMagdalenaungranclamor;seadelantóyvioenelfondodelaplaza,alaizquierda,gentedeguardapolvosyburgueses.

Enefecto,unmanifiestopublicadoenlosperiódicoshabíaconvocadoenaquellugaratodos los firmantes del banquete reformista. El Ministerio, casi inmediatamente, habíafijadounaproclamaciónprohibiéndola.Lavísperaporlatarde,laoposiciónparlamentariahabía renunciado a ella; pero los patriotas, que ignoraban esta resolución de los jefes,habíanacudidoalacita,seguidosporungrannúmerodecuriosos.Unadelegacióndelasescuelas se había dirigido inmediatamente a ver a Odilon Barrot. Se encontraba enAsuntosExteriores;ynosesabíasisecelebraríaelbanquete,sielGobiernoejecutaríasuamenaza, si la guardia nacional haría acto de presencia. Estaban resentidos con losdiputadostantocomoconelpoder.Lamuchedumbreibaaumentando,cuandodeprontovibraronenelairelossonesdelestribillodeLaMarsellesa.

Era la columna de los estudiantes que llegaba. Caminaban al paso en dos filas,ordenadamente,conaspectoirritado,lasmanoslibresygritandoaintervalos:

«¡VivalaReforma!¡AbajoGuizot!».

LosamigosdeFrédéricestabanallí,por supuesto. Ibanaavisarleya llevárselecon

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ellos.Élserefugiórápidamenteenlacalledel’Arcade.

Después de dar dos vueltas a laMagdalena, bajaron hacia la Plaza de laConcorde.Estaballenadegente;ylamuchedumbreapretadaparecíadelejosuncampodeespigasnegrasquesemovíanaunladoyaotro.

Enelmismomomento,soldadosdeinfanteríasedispusieronenordendecombate,alaizquierdadelaiglesia.

Losgrupos,entretanto,estabanestacionados.Paraacabarconellos,agentesdepolicía,depaisano,deteníanalosmásrevoltososylosllevabanbrutalmentealpuestodepolicía.Frédéric, a pesar de su indignación, no abrió la boca; habrían podido detenerle con losotrosyhabríafaltadoalacitaconMme.Arnoux.

Poco tiempo después aparecieron cascos de los municipales. Se abrían paso dandogolpesdesableasualrededor.Uncaballosedesplomó;corrieronasocorrerlo,y,cuandoeljineteestuvodenuevoenlasilla,todoshuyeron.

Entonces hubo un gran silencio. La lluvia fina que había mojado el asfalto habíacesado.Lasnubesibandesapareciendo,barridassuavementeporelvientodeloeste.

FrédéricempezóarecorrerlacalleTronchot,mirandodelanteydetrásdeél.

Porfindieronlasdos.

«¡Ah!,¡esahora!—sedijo—,estásaliendodecasa,seacerca—yunminutodespués—: Habría tenido tiempo de llegar». Hasta las tres trató de calmarse. «No, no estáretrasada;unpocodepaciencia».

Y, como estaba desocupado, examinaba las escasas tiendas: un librero, unguarnicionero,una tiendaderopade luto.Prontoconoció todos los títulosde los libros,todos los arneses, todas las telas. Los comerciantes, a fuerza de verlo pasar y volver apasar,seextrañaronalprincipio,despuésseasustaronycerraronsusescaparates.

Sinduda, ella teníaalgún impedimento,y también sufríaporesto.Pero,quéalegríapocodespués.Porque iba a ir pordescontado. «¡Me lohaprometido!».Entretanto, unaangustiainsoportableseapoderabadeél.

Porunareacciónabsurda,volvióalhotel,comosihubierapodidoencontrarlaallí.Enel mismo instante, quizá llegaba ella a la calle. Se echó fuera. ¡Nadie! Y comenzó denuevoapasearseporlaacera.

Se fijaba en las grietas de los adoquines, las bocas de los canalones, los númerosencima de las puertas. Los objetos más insignificantes se convertían para él encompañeros, omás bien espectadores irónicos; y las fachadas regulares de las casas leparecían despiadadas. Tenía frío en los pies. El ruido de sus pasos le resonaba en elcerebro.

Cuandovioqueeranlascuatroensurelojsintiócomounvértigo,unespanto.Tratóde

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repetirseversos,calcularcualquiercosa, inventarunahistoria.¡Imposible!, laimagendeMme.Arnoux leobsesionaba.Teníaganasde correr a su encuentro.Pero, ¿quécaminotomarparanocruzarse?

Abordóaunrecadero,lemetióenlamanocincofrancos,yleencargóquefuesealacalle Paradis, a casa de JacquesArnoux, a preguntar al portero «si la señora estaba encasa».Después se plantó en la esquina de la calle deLaFermey la calleTronchet, demaneraqueveía simultáneamente en lasdos.Al fondode laperspectiva, en elbulevar,pasabanunasmasasconfusas.Distinguíaaveceslasplumasdeundragón,unsombrerodemujer;yponíaentensiónsuspupilasparareconocerla.Unniñoharapientoqueenseñabaunamarmotaenunacajalepidiólimosnasonriendo.

El hombre de la chaqueta de pana reapareció. «El portero no la había visto salir.»¿Quiénlaretenía?¡Siestuvieraenferma,lohabríandicho!¿Eraunavisita?Nadamásfácilquenorecibir.Sediounapalmadaenlafrente.

«¡Ah!, ¡qué tonto soy! ¡Es elmotín!».Esta expresión natural le alivió.Después, depronto:«Perosubarrioestátranquilo».Yunadudaespantosaleasaltó.«¿Sinollegaraavenir,sisupromesanofueramásqueunapalabraparaeliminarme?»¡No!¡no!Loqueleimpedía,sinduda,eraunazarextraordinario,unodeesosacontecimientosquedesbaratantodaprevisión.Enestecaso,habríaescrito.Yenvióalmozodehotelasudomicilio,calleRumfort,parasabersihabíaalgunacarta.

Nohabíanllevadoningunacarta.Estafaltadenoticiasletranquilizó.

Del número de monedas tomadas al azar en la mano, de la fisonomía de lostranseúntes,delcolordeloscaballos,sacabapresagios;y,cuandoelaugurioeracontrario,seesforzabapornocreerenél.EnsusaccesosdefurorcontraMme.Arnoux,lainjuriabaa media voz. Después, debilidades como para desmayarse alternaban con renuevos deesperanza. Estaba por llegar. Estaba allí, a su espalda. Él se volvía, ¡nada! Una vezpercibió, a unadistancia de treinta pasos, a unamujer de lamisma talla, con elmismovestido. La alcanzó; ¡no era ella!, ¡Llegaron las cinco!, ¡las cinco y media!, ¡las seis!Encendíanlasfarolasdegas.Mme.Arnouxnohabíaido.

Lanocheanterior,ellahabíasoñadoqueestabaenlaaceradelacalleTronchethacíamuchotiempo.Esperabaallíalgoindeterminado,importante,sinembargo,y,sinsaberporqué,teníamiedodeservista.Perounmalditoperrito,quelaperseguíainsistentemente,lemordisqueabalosbajosdelvestido.Seobstinabaenvolver,ladrandocadavezmásfuerte.Mme.Arnouxsedespertó.Elladridodelperrocontinuaba.Aguzóeloído.Procedíadelahabitacióndesuhijo.Seprecipitóenelladescalza.Eraprecisamenteelniño,quepadecíaunataquedetos.Teníalasmanosardiendo,lacararojaylavozextrañamenteronca.Ladificultadderespiraciónseacrecentabaporminutos.Ellasequedóhastaquesehizodedía,acostadaasulado,observándolo.

A las ocho, el tambor de la guardia nacional fue a avisar al señorArnoux que sus

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camaradas lo esperaban. Se vistió rápidamente y se fue, prometiendo pasarinmediatamente a avisar al médico, el señor Colot. A las diez el señor Colot no habíallegado.Mme.Arnouxmandóasudoncella.Eldoctorestabadeviajeenelcampo,yeljovenquelesustituíagirabavisitaasusenfermos.

Eugène reposaba su cabeza de lado sobre la almohada frunciendo continuamente elentrecejo y dilatando las aletas de la nariz; su pobre carita estaba más blanca que lassábanas;ydesularingeseescapabaunsilbidoproducidoporcadainspiración,cadavezmáscorta,secaycomometálica.Sutosseparecíaalruidodeesosmecanismosbárbarosquehacenladraralosperrosdecartón.

AMme.Arnouxleentróunmiedoespantoso.Seechósobrelascampanillaspidiendosocorroagritos:

—¡Unmédico!,¡unmédico!

Diez minutos después llegó un viejo señor de corbata blanca y patillas grises bienrecortadas. Hizo muchas preguntas sobre las costumbres, edad y temperamento delpequeñoenfermo,luegoexaminósugarganta,leauscultólaespaldayescribióunareceta.El aspecto tranquilo de aquel buen hombre se le hacía insoportable. Olía aembalsamamiento.Dabanganasdepegarle.Dijoquevolveríaporlatarde.

Prontovolvieronloshorriblesaccesosdetos.Pormomentoselniñoseincorporabadepronto.Unosmovimientosconvulsivoslesacudíanlosmúsculosdelpecho,y,alinspirar,elvientreselehundíacomosiestuviesesofocadodespuésdeunacarrera.Despuésvolvíaa caer con la cabeza hacia atrás y la boca completamente abierta. Con infinitasprecaucionesMme.Arnouxintentabahacerletragarelcontenidodelosfrascosdejarabedeipecacuana,unapociónexpectorante.Peroelniñorechazabalacucharagimiendoconunavozdébil,conpalabrasqueerancomoalientos.

Devezencuando,ellareleíalareceta.Lasobservacionesdelformulariolaasustaban;y quizá el farmacéutico se había equivocado. Su impotencia la desesperaba. Llegó eldiscípulodelseñorColot.

Eraunjovendeaspectomodesto,nuevoeneloficio,yquenoocultósuimpresión.Alprincipio se quedó indeciso, por miedo a comprometerse, y, por fin, prescribió laaplicacióndetrocitosdehielo.Tardaronmuchoenencontrarlo.Lavejigaquelosconteníase rompió.Huboque cambiarle la camisa al enfermito.Todo este trastorno provocó unnuevoaccesodetosmásterribletodavía.

Elniñoempezóaarrancar las ropasde sucuello, comosihubieraquerido retirar elobstáculoqueleahogaba,yrascabalapared,agarrabalascortinasdesucamita,buscandoun punto de apoyo para respirar. Su cara estaba ahora azulada, y todo su cuerpo,empapadodesudorfrío,parecíaadelgazar.Sumiradaextraviadaseclavabaaterrorizadaen sumadre. Le echaba los brazos alrededor del cuello, se colgaba de ella demaneradesesperada;y,ahogandosussollozos,ellabalbuceabapalabrastiernas:

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—¡Sí,amormío,ángelmío,tesoromío!

Despuésveníanmomentosdecalma.

Fueabuscarlejuguetes,unpolichinela,unacoleccióndecromos,ylospusosobrelacamaparádistraerle.Inclusointentócantar.

Comenzóunacanciónque lecantabaantaño,cuando lomecíamientras leponía lospañales sobre aquella misma silla tapizada. Pero todo su cuerpo tembló como una olamovidaporelviento;losglobosdesusojosselesalíandelasórbitas;ellacreyóqueibaamorir,yvolviólacabezaparanoverlo.

Uninstantedespuéstuvoelvalordemirarlo.Seguíaconvida.Lashorassesucedieronpesadas, tristes, interminables, desesperantes; y ellayano contaba losminutosmásquependientedelaevolucióndeaquellaagonía.Lassacudidasdesupecholeechabanhaciaadelante como para romperlo en pedazos; por fin, vomitó algo que parecía un rollo depergamino. ¿Qué era aquello? Ella se imaginaba que había devuelto un pedazo de susentrañas.Perorespirabaholgadamente,normal.Estaaparienciademejoríaleasustómásquetodoelresto;seguíapetrificada,losbrazoscolgando,losojosfijos,cuandoaparecióelseñorColot.Segúnél,elniñoestabasalvado.

Ellanocomprendióalprincipio,ypidióquelerepitieselafrase.¿Noeraunodelosconsuelos que losmédicos acostumbran a dar? El doctor semarchó con aire tranquilo.Estofueparaellacomosilascuerdasqueleapretabanelcorazónsehubiesendesatado.

—¡Salvado!¿Esposible?

Depronto,laideadeFrédériclevinoalamentedeunamaneraclaraeinexorable.EraunavisodelaProvidencia.Peroelseñor,ensumisericordia,nohabíaqueridocastigarlaporcompleto.¡Cuántohabríatenidoqueexpiarmástardesihubieraperseveradoenaquelamor!Sindudacargaríanasuhijoconlasculpasdeella;yMme.Arnouxlovio joven,heridoenunarefriega, transportadoenunacamilla,moribundo.Deunsaltoseprecipitóde rodillas sobre la sillita y con todas sus fuerzas, elevando el alma al cielo, ofreció aDios,comounholocausto,elsacrificiodesuprimerapasión,desuúnicadebilidad.

Frédérichabíavueltoacasa.Permanecíaensusillón, sin tenersiquiera la fuerzademaldecirla.Leentróunaespeciedesueño;enmediodesupesadilla,oíacaerlalluviaycontinuabacreyendoqueestabaallíenlaacera.

Aldíasiguiente,porunaúltimabajeza,envióotrorecaderoacasadeMme.Arnoux.

Yaporqueelsaboyanonohiciesebienelrecado,yaporqueellatuviesemuchascosasquedecirparaexplicarseconunapalabra,sellevólamismarespuesta.Lainsolenciaerademasiadofuerte.Unacóleradeorgulloseapoderódeél.Jurónoteneryamásnisiquieraundeseo;ysuamordesapareciócomohojarascaarrastradaporunhuracán.Experimentóun alivio, una alegría estoica, luego una necesidad de acciones violentas; y se fue sinrumboporlascalles.

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Pasaban hombres de los suburbios, armados de fusiles, de viejos sables, algunos deellos iban tocados con gorros rojos, y todos cantabanLaMarsellesa oLos girondinos.Aquíyallí,unguardianacionalsedabaprisaparaalcan2arsuayuntamiento.A lo lejosresonaban los tambores.Luchabanen lapuertaSaint-Martin.Habíaenelambientealgojovial, belicoso. Frédéric seguía caminando. La agitación de la gran ciudad le infundíaalegría.

AlaalturadeFrascativiolasventanasdelaMariscala;seleocurrióunalocura,unareaccióndejuventud.Atravesóelbulevar.

Estabancerrandolapuertadeloscoches;yDelphine,ladoncella,queescribíasobrelapuertaconuncarbón:«Armasentregadas»,ledijovivamente:

—¡Ah!,laseñoraestáhechaunalástima.Estamañanahadespedidoasubotones,quelainsultaba.Creoquevanapillarportodaspartes.Revientademiedo,tantomáscuantoqueelseñorhasalido.

—¿Quéseñor?

—ElPríncipe.

Frédéric entró en el saloncito. La Mariscala se presentó en refajo, el pelo suelto,descompuesto.

—¡Ah!,¡gracias!,vienesasalvarme,eslasegundavez,túnuncapidesrecompensas.

—¡Milperdones!—dijoFrédéricestrechándolelacinturaconlasdosmanos.

—¡Cómo!,¿quéhaces?—balbuceólaMariscala,sorprendidayalavezcontentaporestasmaneras.

Élcontestó:

—Soylamoda,mepongoaldía.

Ellasedejócaerdeespaldaseneldiványnocesabadereírconsusbesos.

Pasaronlatardemirandodesdelaventanaalpuebloenlacalle.Después,éllallevóacenaralosTrois-Fréres-Provengaux.Lacenafuelarga,delicada.Comonohabíacoches,regresaronapie.

Alanoticiadeuncambiodegobierno,Paríshabíacambiado.Todoelmundosaltabadejúbilo;lagentepaseabaporlascalles;entodaslascasashabíafarolillosencendidosquealumbraban como en pleno día. Los soldados volvían tranquilamente a sus cuarteles,agotados,conairetriste.Lossaludabangritando:«¡Vivalainfantería!».Ellosseguíansucamino sin responder. En la guardia nacional, al contrario, los oficiales, rojos deentusiasmo,blandíansussablesvociferando:«¡Viva la reforma!»,yesta frase,cadavezquelaoíanhacíareíralosdosamantes.Frédéricbromeaba,estabamuyalegre.

Por la calleDuphot llegaron a los bulevares. Farolillos venecianos, colgados en las

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casas, formaban guirnaldas de fuego.Un hormigueo confuso se agitaba por debajo, enmediodeaquellasombra;enalgunossitios,brillabanblancurasdebayonetas.Habíaunagran algarabía. La muchedumbre estaba demasiado compacta, el regreso directo eraimposible,yentrabanenlacalleCaumartincuando,depronto,estallódetrásdeellosunruidosemejantealcrujidodeunainmensapiezadesedaqueserasga.EraladescargadefusileríadelbulevardelasCapucines.

—¡Ah!,estánmatandoaalgunosburgueses—dijoFrédérictranquilamente,pueshaysituacionesenlasqueelhombremenoscruelestátandespegadodelosdemásqueveríapereceralgénerohumanosinalterarselomásmínimo.

LaMariscala, colgada de su brazo, castañeteaba los dientes. Se declaró incapaz decaminar veinte pasosmás.Entonces, enun extremo refinamientodel odio, para ultrajarmás en su alma a Mme. Arnoux, llevó a Rosanette al hotel de la calle Tronchet, alalojamientopreparadoparalaotra.

Las flores estaban marchitas. El guipur estaba extendido sobre la cama. Sacó delarmariolaspequeñaspantuflas.Rosanetteencontrómuydelicadastantasatenciones.

Hacia la una, la despertaron lejanos redobles; y ella lo vio sollozar con la cabezahundidaenlaalmohada.

—¿Quétienes,amormío?

—Esunexcesodefelicidad—dijoFrédéric—.Hacíamuchotiempoquetedeseaba.

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TERCERAPARTE

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CAPÍTULOI

El ruidodeunadescargade fusil lo arrancóbruscamentede su sueño, y a pesar de losinsistentesruegosdeRosanette,Frédéricquisoatodacostairaverloquepasaba.BajabalosCamposElíseos,dedondehabíansalidolosdisparos.EnlaesquinadelacalleSaint-Honoré,hombresdeguardapolvossecruzaronconélgritando:

—¡No!,¡porahíno!,¡alPalacioReal!

Frédéric los siguió. Habían arrancado las verjas de laAsunción.Más lejos vio tresadoquinesenmediodelacalle,elcomienzodeunabarricada,sinduda,despuéscascosdebotellasygrancantidaddealambreparaimpedirelpasoalacaballería;cuando,depronto,salió disparado de una callejuela un joven alto, pálido, de pelo negro que le cubría loshombros y una especie de camiseta de lunares de color. Empuñaba un largo fusil desoldadoycorríasobrelapuntadesuspantuflas,conairedesonámbuloyligerocomountigre.Devezencuandoseoíandisparos.

Latardeanterior,elespectáculodelacarretaconcincocadáveresrecogidosentrelosdel bulevar desCapucines había excitado al pueblo; ymientras que en las Tullerías sepresentabanunotrasotrolosayudantesdecampo,yelseñorMolé,encargadodeformarunnuevogobierno,noacababaderegresar,yelseñorThierstratabadecomponerotro,yelReydabapena,vacilaba, luegoconfiaba aBugeaudelmandogeneralpara impedirleque se sirviese de él, la insurrección, como si estuviera dirigida por un solo brazo, seorganizaba formidablemente. Hombres de una elocuencia frenética arengaban a lamuchedumbre en las esquinas de las calles; otros en las iglesias tocaban a rebato lascampanasalvuelo; fundíanplomo;cargabancartuchos; losárbolesde losbulevares, losurinariospúblicos, losbancos, lasverjas, lasfarolas, todofuearrasado,derribado;París,porlamañana,estabacubiertodebarricadas.Nohubomucharesistencia;portodasparteslaguardianacionalseinterponía;demodoque,alasocho,elpueblo,debuengradooalafuerza,eradueñodecincocuarteles,decasitodaslasalcaldías,delospuntosestratégicosclaves.Porsupropiopeso,sinsacudidas,lamonarquíasedisolvíarápidamente;yahoraatacabanelpuestodeCháteaud’Eau,paraliberaracincuentapresos,queenrealidadnoestabanallí.

Frédéric tuvo que pararse a la entrada de la plaza. Grupos armados la llenaban.Compañías de infantería ocupaban las calles Saint-Thomas y Fromanteau. Una enorme

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barricadatapabalacalledeValois.Lacolumnadehumoquesebalanceabaensucrestaseentreabrió y dejó ver a unos hombres que corrían por encima haciendo grandes gestos,luegodesaparecieron,despuésserepitieronlasdescargas.Elpuestodeguardiarespondiósin que se viese a nadie dentro; sus ventanas, protegidas por contraventanas de roble,estabanhoradadasportroneras;yeledificioconsusdospisos,susdosalas,sufuenteenelprimeroysupequeñapuertaenelcentro,empezabaacubrirsedelasmanchasblancasdelosdisparos.Suescalinatadetresescalonesseguíavacía.

Al lado de Frédéric, un hombre de gorro griego, que llevaba una cartuchera porencimadesuchaquetadepunto,discutíaconunamujertocadaconunpañuelodecolores.Ellaledecía:

—¡Perovuélvete!,¡vuélvete!

—¡Déjame tranquilo! —contestaba el marido—. Bien puedes vigilar la portería túsola.Ciudadano, ¿qué le parece?, ¿es justo?He cumplidomi deber en todas partes, en1830,enel32,enel34,enel39.Hoytocaluchar.¡Tengoquepelear!¡Vete!

Ylaporteraacabóporcederasusrazonesyalasdeunguardianacional,queestabacercadeellos,cuarentón,decarabonachona,adornadaporunasotabarbarubia.Cargabasuarmay tiraba, sindejarde conversar conFrédéric, tan tranquilo enmediodelmotíncomounhorticultorensuhuerta.Unjovenendelantalbastoleengatusabaparaconseguircartuchos, a fin de utilizar un fusil, una bella carabina de caza que la había dado «unseñor».

—Pontedetrásdemí—ledijoelburgués—;yapártate.Tevanamatar.

Lostamboresanunciabanlacarga.Subíanalairegritosagudos,hurrasdetriunfo.Unalboroto continuo hacía mover a la multitud. Frédéric, aprisionado entre dos masasprofundas, no podía moverse; por otra parte, estaba fascinado y se divertía de modoextraordinario. Los heridos que caían, los muertos tendidos, no parecían auténticosheridos,auténticosmuertos.Leparecíaestarasistiendoaunespectáculo.

Enmediodelamarejadaporencimadelascabezassevioaunanciano,detrajenegrosobreuncaballoblanco,consillade terciopelo.Conunamanososteníaun ramoverde,conlaotraunpapel,ylosagitabaconempeño.Porfin,desesperandodeconseguirqueleescucharan,seretiró.

La infantería había desaparecido y quedaban solos losmunicipales para defender elpuesto. Una oleada de intrépidos se precipitó sobre la escalinata; cayeron abatidos,acudieron otros; y la puerta, sacudida por golpes de barra de hierro, resonaba; losmunicipales no cedían. Pero una calesa cargada de heno, que ardía como una antorchagigante, fue arrastrada hasta las paredes. Rápidamente llevaron haces de leña, paja, unbarrildealcohol.Elfuegosepropagóalolargodelaspiedras;eledificioempezóaecharhumo por todas partes como una solfatara y de entre los balaústres de la terraza, en lacima,salíangrandesllamasconunruidoestridente.ElprimerpisodelPalacioRealestaba

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llenodeguardiasnacionales.Detodaslasventanasdelaplazasalíandisparos; lasbalassilbaban; el agua de la fuente que había reventado se mezclaba con la sangre, hacíacharcosenelsuelo;seresbalabaenelbarrosobreropas,charcos,armas.Frédéricsintióbajosupiealgoblando;eralamanodeunsargentoconcapotegris,caído,conlacaraenel arroyo.Seguían llegandonuevos refuerzosdegentedelpueblo,queempujabana loscombatienteshaciaelpuesto.Ladescargasehacíamásdeprisa.Losvendedoresdevinoteníanabierto;allíacudíandevezencuandoa fumarunapipa,abeberuna jarra, luegovolvíanalalucha.Unperroperdidoaullaba.Estohacíareír.

Frédéricsetambaleóalchocarconunhombreque,heridoporunabalaenlosriñones,lecayósobresuhombroconlosestertoresdelamuerte.Estegolpe,quetalvezibaparaél,lepusofuriosoyavanzabaresueltocuandounguardianacionalloparó.

—¡Esinútil!,elReyacabademarchar.¡Ah!,sinomecree,vayaaver.

AquellanoticiacalmóaFrédéric.LaplazadelCarrousselteníaunaspectotranquilo.El hotel de Nantes seguía en pie, solitario; y las casas que había detrás, la cúpula delLouvre enfrente, la larga galería de madera a la derecha y el solar que seguía enondulacioneshasta lospuestosdevendedores ambulantes estaban comoahogados en elcolor gris del aire, en el que lejanos murmullos parecían confundirse con la bruma,mientrasque,enelotroextremodelaplaza,unaluzcrudaqueentrabaporunclarodelasnubes, iluminando la fachada de las Tullerías, destacaba el perfil blanco de todas susventanas.CercadelArcodelTriunfohabíauncaballomuertotendidoenelsuelo.Detrásde lasverjascharlabangruposdecincooseispersonas.Laspuertasdelcastilloestabanabiertas,loscriadosquehabíaalapuertadejabanentrar.

Enunasalitadelaplantabajahabíaservidastazasdecaféconleche.Algunoscuriososse sentaron a lamesa, de broma; otros permanecían de pie, entre ellos, un cochero desimón. Cogió con las dos manos un tarro lleno de azúcar en polvo, echó una miradaimpacienteaderechae izquierdaysepusoacomervorazmentemetiendo lanarizenelfrasco.Alpiedelagranescalinata,unhombreescribíasunombreenunregistro.Frédéricloreconociópordetrás.

—¡Hombre,Hussonnet!

—¡Puessí!—respondióelbohemio—.MeintroduzcoenlaCorte.Unabellacomedia.¿Eh?

—¿Sisubiéramos?

Y llegaron a la sala de losMariscales. Los retratos de aquellos ilustres personajes,salvo el de Bugeaud, que tenía una puñalada en el vientre, estaban todos intactos. Seapoyabanensusable,unacureñadetrásdeellos,yenactitudestemiblesquenoibanconlacircunstancia.Ungranrelojdepéndulomarcabalaunayveinte.

DeprontoresonaronlasnotasdeLaMarsellesa.HussonnetyFrédéricseasomarona

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la rampa. Era el pueblo. Se precipitó por la escalera agitando en oleadas de vértigocabezasdescubiertas,cascos,gorros rojos,bayonetasyhombreras,con tal fuerzaque lagente desaparecía en aquella masa hormigueante que seguía subiendo como un ríocontenido por una marea de equinoccio, con un mugido prolongado, bajo un impulsoirresistible.Enloaltodelaescalerasedispersóyelcantodecayó.

Yanoseoíanmásquelospisoteosdetodosloszapatosconelchapoteodelasvoces,lamuchedumbre inofensiva se contentaba conmirar. Pero, de vez en cuando, un cododemasiado apretado echaba abajoun cristal, o bienun jarrón, una estatuilla saltabandeuna consola al suelo. El revestimiento demadera, prensado, reventaba. Todas las carasestabanrojas,chorreandodesudor;Hussonnethizoestaobservación:

—¡Loshéroesnohuelenbien!

—¡Ah!,estáustedprovocador—replicóFrédéric.

Yempujados,asupesar,entraronenunahabitaciónconundoselde terciopelorojoquellegabaaltecho.Eneltrono,pordebajo,estabasentadounproletariodebarbanegra,lacamisaentreabierta,elaspectorisueñoyestúpidocomounmonigote.Otrossubíanalestradoparasentarseensusitio.

—¡Quémito!—dijoHussonnet—.Ahítenemosalpueblosoberano.

El sillón fue levantado sobre la punta de los dedos y atravesó toda la salabalanceándose.

—¡Caramba!, ¡cómo se balancea! La nave del Estado se bambolea sobre un martempestuoso.¡Baila,baila,elcancán!

Lohabíanacercadoaunaventanay,enmediodesilbidos,lolanzaron.

—¡Pobre viejo! —dijo Hussonnet al verlo caer en el jardín; allí lo recogieronrápidamenteparapasearlohastalaBastilla,dondeloquemaron.

Entonces estalló una alegría frenética como si, en el trono vacío, hubiese aparecidounapromesadefelicidadilimitada;yelpueblo,menosporvenganzaqueporafirmarsuposesión,rompióespejosycortinas,arañas,candelabros,mesas,sillas,taburetes,todoslosmuebles, incluso álbumes de dibujo y hasta canastillas bordadas. Ya que habían salidovictoriosos, había que divertirse. La chusma se disfrazó bufonamente con encajes ycachemires. Franjas doradas se envolvieron en las bocamangas de los guardapolvos,sombreros de plumas de avestruz adornaban las cabezas de los herreros, cintas de laLegión de Honor servían de cinturones a las prostitutas. Cada cual satisfacía suscaprichos; unos bailaban, otros bebían. En la cámara de la reina, una mujer poníabrillantina en sus bandos; detrás de un biombo dos aficionados jugaban a las cartas;HussonnetmostróaFrédéricunindividuoquefumabasupipaconloscodosapoyadosenunbalcón;yeldelirioredoblabasuestruendocontinuadodeporcelanasrotasytrozosdecristalquesonaban,alrebotar,comolengüetasdearmónica.

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Después, el furor se fue apagando.Una curiosidad obscena hizo registrar todos losgabinetes, todos los recovecos, abrir todos los cajones. Unos presidiarios metieron susbrazosen los lechosde lasprincesasy se revolcabanencimaconsolándosedenopoderviolarlas.Otros,decarasmás siniestras, ibandeun ladoparaotroen silenciobuscandoalgoquerobar;perohabíademasiadagente.Porloshuecosdelasparedesnoseveíaenlahileradelossalonesmásquelaoscuramasadelpuebloentrelosdorados,bajounanubedepolvo.Todos lospechos jadeaban; el calor sehacía cadavezmás sofocante; losdosamigos,pormiedoaasfixiarse,salieron.

Enlaantesala,depiesobreunmontóndevestidos,estabaunamujerpúblicaenactituddeestatuadelaLibertad,inmóvil,losojosdesorbitados,queproducíaespanto.

Habíandadotrespasosfueracuandoselesacercóunpelotóndeguardiasmunicipalesconcapote,quienes,quitándosesusgorrasdepolicíaydescubriendoalavezsuscabezasunpococalvas,saludaronalpuebloenvozmuybaja.Anteestetestimonioderespeto,losvencedores andrajosos se pavonearon. Hussonnet y Frédéric tampoco dejaron deexperimentarunciertoplacer.

Unardor les animaba.SevolvieronalPalacioReal.Delantede la calleFromanteauhabíacadáveresdesoldadosamontonadosencimadepaja.Pasaronimpasiblesasulado,inclusoorgullososdemostrardominiodesímismos.

Elpalaciorebosabadegente.Enelpatiointeriorardíansietehogueras.Tirabanporlasventanaspianos,cómodasyrelojesdepéndulo.Bombasdeincendioescupíanaguahastalostejados.Algunosgolfostratabandecortartubosconsussables.Frédéricaconsejóaunalumnode laEscuelaPolitécnicaque interviniese.Elestudiantenocomprendió,parecíaimbécilademás.Todoalrededor,enlasdosgalerías,elpopulacho,dueñodelasbodegas,seentregabaaunahorribleorgía.Elvinocorríaaraudales,mojabalospies,losgamberrosbebíanenculosdebotellasyvociferabanalgoininteligible.

—¡Vámonosdeaquí!—dijoHussonnet—,estepueblomedaasco.

A todo lo largo de la galería de Orleans había heridos tendidos en el suelo sobrecolchones, cubiertos con cortinaspúrpura; ypequeñasburguesasdel barrio les llevabancaldos,ropas.

—¡Noimporta!—dijoFrédéric—,yoencuentroalpueblosublime.

El gran vestíbulo estaba lleno de un torbellino de gente furiosa, algunos hombresqueríansubiralospisossuperioresparaacabardedestruirlotodo;guardiasnacionalesenlasescalerasseesforzabanencontenerlos.Elmásintrépidoerauncazador,conlacabezadescubierta,elpelorevuelto,elcorreajeapedazos.Lacamisalehacíaunrodeteentreelpantalónylacazadora,ysedebatíaentrelosotrosconempeño.Hussonnet,queteníalavistaaguda,reconociódelejosaArnoux.

DespuésalcanzaroneljardíndelasTulleríaspararespirarmásagusto.Sesentaronen

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unbanco;ypermanecieronduranteunosminutosconlosojoscerrados,tanatolondradosque ni tenían fuerzas para hablar. Los que pasaban a su alrededor se les acercaban. LaduquesadeOrléanshabía sidonombrada regente; todohabía terminado;y se sentía esaespecie de bienestar que sigue a los desenlaces rápidos, cuando en cada una de lasbuhardillasdelpalacioaparecieroncriadosrasgándoselostrajesdelibrea.Lostirabaneneljardínenseñaldeabjuración.Elpueblolosabucheó.Ellosseretiraron.

LaatencióndeFrédéricydeHussonnetvinoadistraerlaunmocetónquecaminabadeprisa entre los árboles, con un fusil al hombro.Una cartuchera le ceñía a la cintura suguerreraroja,pordebajodelagorraenvolvíasufrenteunpañuelo.Volviólacabeza.EraDussardier;yechándoseenbrazosdesusamigos:

—¡Ah,quéalegría,amigos!—sinpoderdecirnadamás,jadeantecomoestabadegozoydefatiga.

Desdehacíacuarentayochohorasestabadepie.HabíatrabajadoenlasbarricadasdelbarrioLatino,sehabíapresentadodespuésenlaCámara,luegoenelAyuntamiento.

—¡Vengodeallí!,¡todomarchabien!,¡elpueblotriunfa!,¡losobrerosylosburguesesseabrazan!¡Ah,sisupieraisloquehevisto!,¡québuenagente!,¡quéhermosoesesto!

Ysindarsecuentadequenoteníaarmas:

—Estabamuysegurodeencontrarosaquí.Hahabidounmomentoduro,noimporta—unagotadesangreleresbalabaporlamejillay,alaspreguntasdelosotrosdos:

—¡Oh!,¡noesnada!,elrasguñodelabayoneta.

—Habráquecurarlo,noobstante.

—¡Bah!, ¡soy fuerte!, ¿qué importa eso? Se ha proclamado la República, ahoraseremos felices.UnosperiodistasquecharlabanhaceunmomentodelantedemídecíanquevanaliberaraPoloniayaItalia.Nomásreyes,¿comprenden?¡TodalaTierralibre!,¡todalaTierralibre!

Y abrazando el horizonte con una sola mirada, abrió los brazos en una actitud detriunfo.Perounalargafiladehombrescorríasobrelaterraza,aorillasdelagua.

—¡Ah!,¡caramba!,meolvidaba.Losfuertesestánocupados.Tengoqueirallí.¡Adiós!Sevolvióparagritarlesaltiempoqueblandíasufusil:

—¡VivalaRepública!

Delaschimeneasdelpalaciosalíanenormestorbellinosdehumonegroquellevabanchispas.Elrepiquedelascampanasalolejossemejababalidosdeespanto.Aderechaeizquierda,portodaspartes,losvencedoresdescargabansusarmas.Frédéric,aunquenoeraguerrero,sintióhervirsusangregala.Elmagnetismodelasmuchedumbresentusiastaslehabíaganado.Aspirabavoluptuosamenteelairedetempestad,llenodeolorapólvora;yentretantoseestremecíabajolosefluviosdeuninmensoamor,deunaternurasupremay

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universal,comosielcorazóndelahumanidadenterahubiesegolpeadoensupecho.

Hussonnetdijobostezando:

—Seríaelmomento,quizá,deiracomunicárseloalpueblo.

Frédéric le siguió a suoficinade corresponsal, en laplazade laBolsa; y empezó acomponerparaeldiariodeTroyesunreportajedelosacontecimientosenestilolírico,unaauténtica pieza, que firmó. Después cenaron juntos en una taberna. Hussonnet estabapensativo;lasexcentricidadesdelarevoluciónsobrepasabanlassuyas.

Después del café, cuando fueron al Ayuntamiento para saber noticias, su naturaltravieso se había destapado. Escalaba las barricadas como un gamo y respondía a loscentinelasconchistespatrióticos.

AlaluzdelasantorchasoyeronlaproclamacióndelGobiernoProvisional.Porfin,amedianoche,Frédéric,deshechodecansancio,regresóacasa.

—Bueno—dijoasucriadoqueleestabaayudandoadesvestirse—:¿estáscontento?

—Sí,sinduda,señor.Peroloquenomegustaesesepuebloquecaminaacompás.

Aldíasiguiente,cuandosedespertó,FrédéricpensóenDeslauriers.Corrióasucasa.Elabogadoacababadesalir,pueslohabíannombradocomisarioenprovincias.LavísperaporlatardehabíallegadohastaLedru-Rolline,insistiéndoleennombredelasEscuelas,lehabía arrancadounpuesto,unamisión.Por lodemás,decía elportero,debía escribir lasemanasiguienteparadarsusseñas.

Despuésdelocual,FrédéricsefueaveralaMariscala.Lorecibióagriamente,pueslereprochaba su abandono. Su rencor se desvaneció con las reiteradas promesas de paz.Ahora todo estaba tranquilo, ninguna razón para tenermiedo. Él la abrazaba; y ella sedeclaró a favorde laRepública, comoya lohabíahechoel señor arzobispodeParís, ycomosedisponíanahacerloconprestezadecelomaravillosolaMagistratura,elConsejodeEstado,elInstituto,losmariscalesdeFrancia,Changarnier,elseñordeFalloux,todoslosbonapartistas,todosloslegitimistasyunnúmeroconsiderabledeorleanistas.

La caída de lamonarquía había sido tan brusca que, pasado el primermomento deestupefacción,losburguesescasiseasombrabandeseguirviviendo.Laejecuciónsumariadealgunosladrones,fusiladossinjuicio,parecióunacosamuyjusta.SerepitióduranteunmeslafrasedeLamartinesobrelabanderaroja,quenohabíadadomásquelavueltaalChamp deMars,mientras que la bandera tricolor, etc., etc.; y todos se ampararon a susombra, no viendo cada partido de los tres coloresmás que el suyo, y prometiéndose,cuandofueraelmásfuerte,desplazaralosotrosdos.

Como las actividades públicas estaban suspendidas, la inquietud y la curiosidadsacaban a todo el mundo de casa. El descuido del atuendo atenuaba las diferenciassociales,elodioseocultaba,lasesperanzassemanifestaban,lamuchedumbreestaballena

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deamabilidad.Elorgullodeunderechoconquistadobrillabaenlosrostros.Circulabaunaalegría de carnaval, aires de vivaque; nada tan divertido como el aspecto de París losprimerosdías.

FrédéricllevabadelbrazoalaMariscala;ysepaseabanjuntosporlascalles.Ellasereíadelasescarapelasquedecorabantodoslosojales,delosestandartescolgadosentodaslasventanas,deloscartelesdetodosloscoloresfijadosenlasparedesyechabaaquíyallíalgunasmonedas en las cajas para los heridos, puestas sobre una silla, enmedio de lacalle.DespuésseparabadelantedelascaricaturasquerepresentabanaLuisFelipecomopastelero,saltimbanqui,perro,sanguijuela.PeroloshombresdeCaussidière,consusabley su bandolera, le asustaban un poco. Otras veces era un árbol de la Libertad queplantaban. Los señores eclesiásticos participaban en la ceremonia, bendición de laRepública,escoltadosporservidorescongalonesdorados;y lamultitudencontrabaestomuybien.Elespectáculomásfrecuenteeraeldelasdelegacionesdecualquiercosa,queiban a reclamar algo al Ayuntamiento, pues cada oficio, cada industria esperaba delgobiernolasoluciónradicalasumiseria.Algunos,escierto,ibanaverleparaaconsejarleo felicitarle, o simplemente para hacerle una pequeña visita y ver cómo funcionaba lamáquina.

Haciamediadosdemarzo,undíaqueatravesabaelpuentedeArcóle,yendoahacerunrecado a Rosanette en el barrio Latino, Frédéric vio adelantarse una columna deindividuosconsombrerosraros,largasbarbas.Alacabeza,tocandoeltambor,marchabaunnegro,unantiguomodelodetaller,yelhombrequellevabaelestandartesobreelcualflotabaalvientoestainscripción:«ArtistasPintores»,noeraotroquePellerin.

Hizo señas a Frédéric de que le esperase, luego reapareció cincominutos después,puesteníamuchotiempopordelante,yaqueelgobiernorecibíaenaquelmomentoaloscanteros.ÉlibaconsuscolegasareclamarlacreacióndeunForodelArte,unaespeciedeBolsaen laquesedebatirían los interesesde laEstética; seproduciríanobrassublimes,pueslostrabajadorespondríanencolaboraciónsugenio.Parísseveríaprontocubiertodemonumentos gigantescos; él los decoraría; incluso había comenzado una figura de laRepública.Unodesuscamaradasfuearecogerle,puesdetrásdeellosibaladelegacióndecomerciantesdeaves.

—¡Quétontería!—refunfuñóunavozentre lamuchedumbre—.¡Siempredebroma!¡Nadaenserio!

EraRegimbart.NosaludóaFrédéric,peroaprovechóparadesahogarsuamargura.

El Ciudadano se pasaba el día vagabundeando por las calles, estirándose el bigote,mirandoatodaspartes,recibiendoypropagandonoticiaslúgubres;ynoteníamásquedosfrases: «Tened cuidado, nos van a desbordar», o bien, «¡Pero rediez, nos estánescamoteando la República!». Estaba descontento de todo y particularmente de que nohubiéramos reconquistadonuestras fronteras naturales.Sólooír nombrar aLamartine le

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hacía encogerse de hombros. Le parecía que Ledru-Rollin no estaba a la altura de lascircunstancias, trató aDupont (del Eure) de viejo zopenco, aAlbert de idiota, a LouisBlanc de utópico, a Blanqui de hombre sumamente peligroso; y cuando Frédéric lepreguntó lo que habría habido que hacer, le contestó apretándole el brazo como paratriturarlo:

—¡TomarelRin,ledigo,tomarelRin!,¡caramba!

Despuésacusóalareacción.

Estaseestabadesenmascarando.ElsaqueodelospalaciosdeNeuillyydeSuresnes,elincendio deBatignolles, los disturbios deLyon, todos los excesos, todas las quejas, lasexagerabanahora,añadiéndoleslacirculardeLedru-Rollin,elcursoforzosodelosbilletesdebanco, la rentaquehabíabajadoasesenta francos,por fin,comoiniquidadsuprema,comogolpedegracia,paracolmodehorror,elimpuestodeloscuarentaycincocéntimos.Yporencimadetodoestoestabaelsocialismo.Aunqueestasteorías,tannuevascomoeljuegode la oca, habían sido desde hacía cuarenta años suficientemente debatidas comopara llenar bibliotecas, espantaron a los burgueses como una lluvia de aerolitos; y seindignaron en virtud de ese odio que provoca el advenimiento de toda idea como tal,execracióndelaquesacadespuéssugloria,yquehacequesusenemigosesténsiemprepordebajodeella,pormediocrequepuedaser.

Entonces la Propiedad creció en estima al nivel de la Religión y se confundió conDios.Losataquesqueledirigíanparecieronsacrilegios,casiantropofagia.Aunquenuncahubolegislaciónmáshumana,elespectrodel93reapareció,ylacuchilladelaguillotinavibróentodaslassílabasdelapalabraRepública;locualnoimpedíaquealainstituciónla despreciaran por su debilidad. Francia, sintiéndose ya sin dueño, se puso a gritar deespanto,comounciegosinbastón,comouncríoquehaperdidoasuniñera.

DetodoslosfranceseselquemástemblabaeraelseñorDambreuse.Elnuevoestadodecosasamenazabasu fortuna,perosobre todoeraundurogolpeasuexperiencia.Unsistematanbueno,unreytanprudente.¿Cómoeraposible?Seibaahundir latierra.Aldíasiguientedespidióatrescriados,vendiósuscaballos,secompróparasaliralacalleunsombreroflexible,pensóinclusoendejarsecrecerlabarba;ypermanecíaencasa,abatido,alimentándose amargamente con losperiódicosmáshostiles a sus ideas, y tan taciturnoque las bromas sobre la pipa de Flocon ni siquiera tenían la fuerza de arrancarle unasonrisa.

Como había apoyado el régimen anterior, temía las venganzas del pueblo en suspropiedades de la Champaña, cuando las teorías de Frédéric cayeron en sus manos.Entoncesseimaginóquesujovenamigoeraunpersonajemuyinfluyenteyquepodíasino servirle, al menos defenderle; de modo que una mañana el señor Dambreuse sepresentóensucasaacompañadodeMartinon.

Estavisitanoteníaotrofin,dijo,queverleunpocoyconversar.Porencimadetodo,

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sealegrabadelosacontecimientosyadoptabacontodaelalma«nuestrasublimedivisa»:Libertad,Igualdad,Fraternidad,puesenelfondosiemprehabíasidorepublicano.SienelotrorégimenvotabaconelMinisterio,erasimplementeparaacelerarunacaídainevitable.InclusoseencolerizócontraelseñorGuizot,«quenoshametidoenunbuenfregado,hayquereconocerlo».Porelcontrario,admirabamuchoaLamartine,quesehabíamostradomagnífico,«palabradehonor,cuandoapropósitodelabanderaroja…».

—Sí,yalosé—dijoFrédéric.

Despuésdelocualdeclarósusimpatíaporlosobreros.

—Pues,enfin,másomenos,todossomosobreros—yllevabasuimparcialidadhastaelextremodereconocerqueProudhonteníalógica—.¡Oh!,¡muchalógica!,¡demonios!—después, con la desenvoltura de una inteligencia superior, habló de la exposición depinturadondehabíavistoelcuadrodePellerin.Loencontrabaoriginal,muyacabado.

Martinonacogíatodasestaspalabrasconsignodeaprobación;tambiénélpensabaquehabía que unirse francamente a la República, y habló de su padre, labrador; tomabaactitudesdecampesino,dehombredelpueblo.ProntollegaronahablardeeleccionesalaAsambleaNacionalydeloscandidatoseneldistritodelaFortelle.Eldelaoposiciónnoteníaposibilidades.

—Usteddeberíaocuparsupuesto—dijoelseñorDambreuse.

Frédéricexclamó:

—Pero, ¿porqué?—puestoque él obtendría losvotosde losultras, envistade susopiniones,eldelosconservadores,porsufamilia.

—Y quizá también —añadió el banquero sonriendo—, gracias un poco a miinfluencia.

Frédéric objetó que no sabría cómo desenvolverse.Nadamás fácil, bastaba hacerserecomendaralospatriotasdelAubeporunclubdelacapital.Setratabadeleer,nounaprofesióndefecomotodoslosdías,sinounaexposiciónseria.

—Hablemosdeesto;séloqueconvieneenlalocalidad.

Y usted podría, le repito, prestar grandes servicios al país, a todos nosotros, a mímismo.

En los tiemposquecorrendebíamosayudarnosmutuamentey,siFrédéricnecesitaraalgunacosa,élosusamigos…

—¡Oh!,milgracias,queridoseñor.

—Acambiodealgo,porsupuesto.

El banquero era un buen hombre, decididamente. Frédéric no pudo por menos dereflexionarsobresuconsejo;yprontoledeslumbróunaespeciedevértigo.

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Lasgrandes figurasde laConvencióndesfilaronante susojos.Leparecióque ibaanacer una nueva aurora. Roma, Viena, Berlín estaban amotinadas, los austríacosexpulsadosdeVenecia;todaEuropaseagitaba.Eralaocasióndelanzarsealmovimiento,deacelerarloquizás;yademásélestabaseducidoporeltrajequesedecíaibanallevarlosdiputados.Seveíayaconchalecodesolapas,conuncinturóntricolor;yesteprurito,estaalucinaciónsehizotanfuertequeseconfióaDussardier.

Elentusiasmodelbravomozonoeramenor.

—¡Desdeluego,preséntese!

Frédéric,sinembargo,consultóaDeslauriers.Laoposiciónidiota,queponíatrabasalcomisario en su provincia, habia hecho subir su liberalismo. Inmediatamente le envióexhortacionesviolentas.

Sin embargo, Frédéric necesitaba contar con unmayor apoyo; y encargó la cosa aRosanetteundíaqueseencontrabaallílaseñoritaVatnaz.

Eraunadeesassolterasparisinasque,cadatarde,despuésdehaberdadosuslecciones,ointentadovenderpequeñosdibujos,colocarpobresmanuscritos,vuelvenasuscasasconbarroen sus faldas,preparan la cena, cenancompletamente solas,después, con lospiessobreuna estufilla, a la luzdeuna sucia lámpara, sueñan conun amor, una familia, unhogar,lafortuna,todoloquelesfalta.Poreso,comomuchasotras,ellahabíasaludadoenlaRevolucióneladvenimientodelavenganza;yseentregabaaunapropagandasocialistadesenfranada.

Laliberacióndelproletario,segúnlaVatnaz,noeraposiblemásqueporlaliberaciónde lamujer. Ella quería que la admitiesen en todos los empleos, la investigación de lapaternidad,otrocódigo,laaboliciónoalmenos«unareglamentacióndelmatrimoniomásinteligente».Entoncescadafrancesaestaríaobligadaacasarseconunfrancésoaadoptaraunviejo.Lasamasdecríaylascomadronashabíaquehacerlasfuncionaríasconsueldodel Estado; tenía que haber un jurado para examinar las obras de lasmujeres, editoresespecialesparalasmujeres,unaescuelapolitécnicaparalasmujeres,unaguardianacionalparalasmujeres,¡todoparalasmujeres!Y,yaqueelgobiernonoreconocíasusderechos,ellas debían vencer la fuerza con la fuerza. Diez mil ciudadanas, con buenos fusiles,podíanhacertemblarelAyuntamiento.

LacandidaturadeFrédériclepareciófavorableasusideas.Ellaleanimó,mostrándoleunhorizontedegloria.RosanettesealegródetenerunhombrequehablaseenlaCámara.

—Ydespuéstedarán,quizás,unbuenpuesto.

Frédéric, hombre de todas las flaquezas, se dejó conquistar por la locura universal.EscribióundiscursoyfueamostrárseloalseñorDambreuse.

Alruidodelagranpuertaquevolvíaacerrarse,seentreabrióunacortinadetrásdeunaventana;aparecióunamujer.Notuvotiempodereconocerla;pero,enlaantesala,lellamó

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la atención un cuadro, el cuadro de Pellerin, colocado sobre una silla, sin dudaprovisionalmente.

RepresentabalaRepública,oelProgresoolacivilizaciónbajolafiguradeJesucristoconduciendo una locomotora que atravesaba una selva virgen. Frédéric, después decontemplarloduranteunminuto,exclamó:

—¡Quéinfamia!

—¿No es cierto; eh? —dijo el señor Dambreuse, que había aparecido al oír estaspalabraseimaginándosequeserefería,noalapintura,sinoaladoctrinaglorificadaporelcuadro.Martinon llegó en el mismomomento. Pasaron al salón; y Frédéric sacaba unpapeldelbolsillocuandolaseñoritaCécile,queentródepronto,articulóconaireingenuo:

—¿Estáaquímitía?

—Ya sabes que no—replicó el banquero—. ¡No importa!, haga como si estuvieraustedensucasa,señorita.

—¡Oh!,gracias,mevoy.

Apenassalió,Martinonfingióbuscarsupañuelo.

—Loheolvidadoenmipaleto,discúlpeme.

—Bien—dijoelseñorDambreuse.

Evidentemente, no se dejó engañar por estamaniobra e incluso parecía favorecerla.¿Por qué? Pero pronto reaparecióMartinon, y Frédéric comenzó su discurso. Desde lasegunda página, que señalaba como una vergüenza la preponderancia de los interesespecuniarios,elbanquerohizounamueca.Después,abordandolasreformas,Frédéricpedíalalibertaddecomercio.

—¿Cómo?…,peropermítame.

Elotronoescuchaba,ycontinuó.Reclamabael impuestosobrelarenta,el impuestoprogresivo, una federación europea, y la instrucción del pueblo, mayores ayudas a lasBellasArtes.

—AunqueelpaísproporcionaraahombrescomoDelacroixoHugocienmilfrancosderenta,¿quémalhabríaenello?

Todoterminabaconconsejosalasclasessuperiores:«¡Noahorréisnada,ricos!,¡dad!,¡dad!».

Sepusodepie.Susdosoyentessentadosnohablaban;Martinontenialosojosfueradelasórbitas.ElseñorDambreuseestabatodopálido.Porfin,disimulandosuemoción,bajounaamargasonrisa:

—Esperfectosudiscurso—yalabómucholaforma,paranotenerquepronunciarsesobreelfondo.

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Estavirulenciadepartedeunjoveninofensivoleasustaba,sobretodocomosíntoma.Martinon trató de tranquilizarle. El PartidoConservador, dentro de poco, se desquitaríaciertamente;envariasciudadeshabíanechadoaloscomisariosdelgobiernoprovisional:las elecciones no estaban fijadas hasta el 23 de abril, había tiempo; en resumen, eraprecisoqueelseñorDambreuseenpersonasepresentasecandidatoenelAube;ydesdeentoncesMartinon ya no le dejó, se convirtió en su secretario y le rodeó de cuidadosfiliales.

FrédéricllegómuycontentodesímismoacasadeRosanette.Delmarestabaallíyledijoque«definitivamente»sepresentabacomocandidatoalaseleccionesporelSena.Enuncarteldirigido«alPueblo»,enelque lo tuteaba,el actorpresumíadecomprenderlo,«él»,ydehabersehechocrucificarporelArtesóloporsalvarlo,demodoqueélera laencarnacióndelidealdelpueblo;creyendo,enefecto,tenerunainfluenciaenormesobrelas masas hasta proponer más adelante reducir él solo un motín desde un despachoministerial;y,encuantoalosmediosqueemplearía,dioestarespuesta:

—Noosasustéis.Bastaráconquememirendefrentealacara.

Frédéric, para mortificarlo, le notificó que él mismo se presentaba candidato. Elcomediante,desdeelmomentoenquesufuturocolegaaspirabaalaprovincia,sedeclarósuservidorysebrindóaintroducirleenlosclubes.

Visitarontodosocasitodos,losrojosylosazules,losfuribundosylostranquilos,lospuritanos,losdesaliñados,losmísticosylosborrachos,aquellosenlosquesedecretabalamuertedelosreyes,aquellosotrosenlosquesedenunciabanlosfraudesdelastiendasdeultramarinos; y, en todas partes, los inquilinos maldecían a los propietarios, elguardapolvos la tomaba con la levita y los ricos conspiraban contra los pobres. Variosquerían indemnizaciones como antiguosmártires de la política, otros solicitaban dineroparaponerenprácticainventos,obiensetratabadeplanesdefalansterios,proyectosdebazares cantonales, sistemas de felicidad pública; después, aquí y allí, una chispa deingenio entre nubes de majaderías, apostrofes súbitos como salpicaduras, el derechoformuladoporunjuramentoyfloresdeelocuenciaenloslabiosdeunpatán,quellevabaapelolafundadeunsablesobresupechodescamisado.Avecestambiénfigurabaunseñor,aristócrata de aspecto humilde, diciendo cosas plebeyas, y que no se había lavado lasmanos para que pareciesenmás callosas.Unpatriota lo reconocía, losmás virtuosos leregañaban;ydesahogabalarabiaqueteníaenelalma.Paraaparentarsensatez,habíaqueseguir denigrando a los abogados, y emplear el mayor número de veces posible estaslocuciones:«aportarsupiedraaledificio»,«problemasocial»,«taller».

Delmarnodesperdiciabalasocasionesdetomarlapalabra;y,cuandoyanoteníamásquedecir,surecursoeraplantarseconelpuñoenlacadera,elotrobrazoenelchaleco,yvolviéndose de perfil, bruscamente, para hacer resaltar su cabeza. Entonces estallabanaplausos,losdelaseñoritaVatnaz,enelfondodelasala.

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Frédéric, a pesar de que los oradores eran flojos, no se atrevía a arriesgarse. Todaaquellagenteleparecíademasiadoincultaodemasiadohostil.

PeroDussardiersepusoabuscaryleanuncióqueenlacalleSaint-Jacqueshabíaunclub titulado «El Club de la Inteligencia». Semejante nombre infundía esperanzas.Ademásllevaríaaalgunosamigos.

Llevóa losquehabía invitadoasuponche:al tenedorde libros,al representantedevinos, al arquitecto; el propio Pellerin había ido, quizá fueseHussonnet, y en la acera,delantedelapuerta,seencontrabaRegimbartcondosindividuos,elprimerodeloscualesera su fielCompain, un hombre algo rechoncho, picado de viruela, los ojos rojos, y elsegundounaespeciedemononegro,muypeludo,alqueconocíasólocomo«unpatriotadeBarcelona».

Pasaron por una especie de avenida, luego entraron en una gran pieza, utilizada sinduda por un carpintero, y cuyas paredes todavía nuevas olían a cal. Cuatro quinquéscolgadosparalelamentedabanunaluzdesagradable.Sobreunestrado,alfondo,habíaunamesaconunacampanilla,pordebajounamesafigurandolatribunayacadaladootrasdosmásbajasparalossecretarios.Elauditorioquellenabalosbancosestabacompuestoporviejospintorzuelos,vigilantesdeinternados,hombresdeletrasinéditos.Sobreaquellafilade paletos con cuellos grasientos se veía de vez en cuando un gorro de mujer o elguardapolvosdeunobrero.Porelcontrario,el fondode lasalaestaba llenodeobreros,quehabíanacudidoporestardesocupadosoporqueloshabíanllevadolosoradoresparaquelesaplaudiesen.

FrédérictuvolaprecaucióndesituarseentreDussardieryRegimbart,quien,apenassehubosentado,apoyólasdosmanosenelbastón, labarbillasobresusmanosycerrólosojos,mientrasqueenelotroextremodelasala,Delmar,depie,dominabalaAsamblea.

EnlamesadelpresidenteaparecióSénécal.

ElbuendependientepensabaqueestasorpresaagradaríaaFrédéric.Porelcontrario,ledisgustó.

Lamuchedumbredabapruebasdeunagrandeferenciaasupresidente.Eradeaquellosque,el25defebrero,habíanpedidolaorganizacióninmediatadeltrabajo,aldíasiguiente,en el Prado, se había pronunciado para que atacase al Ayuntamiento y, como cadapersonajeseregíaentoncesporunmodelo,unoimitabaaSaint-Just,otroaDantón,otroaMarat,éltratabadeparecerseaBlanqui,elcualimitabaaRobespierre.Susguantesnegrosysupeloalcepilloledabanunaspectorígidomuyapropiado.

AbriólasesiónconladeclaracióndelosDerechosdelHombreydelCiudadano,actodefehabitual.DespuésunavozvigorosaentonóLosrecuerdosdelpueblodeBéranger.Sealzaronotrasvoces:

—¡No!,¡no!,¡esono!

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—¡Lacasquette!—sepusieronavociferarenelfondolospatriotas.Ycantaronacorolacancióndemoda:

¡Fuerasombrerosantemigorra

derodillasanteelobrero!

Aunapalabradelpresidente,elauditoriosecalló.Unodelossecretariosprocedióaabrirlacorrespondencia.

—Unosjóvenesescribenquetodaslastardes,anteelPanteón,quemanunnúmerodelaAsambleaNacionalyanimanatodoslospatriotasaseguirsuejemplo.

—¡Bravo!,¡aprobado!—respondiólamuchedumbre.

—ElciudadanoJean-JacquesLangreneux, tipógrafo,calleDauphine,quisieraqueselevantaseunmonumentoalamemoriadelosmártiresdeTermidor.

—Miguel-Evariste-Népomucène Vincent, ex profesor, vota por que la democraciaeuropea adopte la unidad de lenguaje. Se podria utilizar una lenguamuerta, como, porejemplo,latínmodernizado.

—¡No!,¡nadadelatín!—exclamóelarquitecto.

—¿Porqué?—replicóunvigilantedecolegio.

Yaquellosdosseñoresseenzarzaronenunadiscusiónenlaquesemezclaronotros,echandocadacualsupalabraparadeslumbraryquenotardóenhacerse tanpesadaquemuchossemarchaban.

Perounviejecito,quellevabaenlapartebajadesufrenteprodigiosamentealtaunoslentesverdes,pidiólapalabraparaunacomunicaciónurgente.

Eraunamemoriasobreelrepartodelosimpuestos.Lascifraschorreaban,aquellonotenía trazasdeacabar.La impacienciaestallóprimeroenmurmullos,enconversaciones;nada le alteraba.Después empezaron a silbar, llamaban a «Azor»; Sénécal reprendió alpúblico; el orador continuaba como unamáquina.Hubo que agarrarle por el codo parapararle.Elbuenhombrepareciósalirdeunsueño,y,levantandotranquilamentesuslentes:

—¡Perdón,ciudadanos!,¡perdón!,¡meretiro!¡Milperdones!

ElfracasodeestalecturadesconcertóaFrédéric.Teníasudiscursoenelbolsillo,perohabríasidomejorunaimprovisación.

Por fin, el presidente anunció que iban a pasar al asunto importante, la cuestiónelectoral. No se discutían las grandes listas republicanas. Sin embargo, «El Club de laInteligencia»tenialuegoelderecho,comootros,apresentaruna,«malquelespesealosseñorespachásdelAyuntamiento»,y losciudadanosquepretendíanelmandatopopularpodíanexponersustítulos.

—¡Venga,pues!—dijoDussardier.

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Unhombredesotana,depelorizado,ydefisonomíapetulante,yahabíalevantadolamano.DeclaróatropelladamentellamarseDucretot,sersacerdoteyagrónomo,autordeunlibrotituladoAbonos.Lemandaronauncírculohortícola.

Después, un patriota de guardapolvos subió a la tribuna. Era un plebeyo, ancho deespalda,caragruesamuypacíficaylargoscabellosnegros.Recorriólaasambleaconunamiradacasivoluptuosa,echólacabezaatrásy,porfin,abriendolosbrazos:

—HabéisrechazadoaDucretot,hermanosmíos,yhabéishechobien,peronoesporirreligión,puestodossomosreligiosos.

Variosescuchabanconlabocaabierta,conairedecatecúmenosyactitudesdeéxtasis.

—Noestampocoporqueseasacerdote,puestambiénnosotroslosomos.Elobreroessacerdote,comoloeraelfundadordelsocialismo,elmaestrodetodos,Jesucristo.

Había llegado el momento de instaurar el reino de Dios. El Evangelio conducíaderechito al 89.Después de la abolición de la esclavitud, la abolición del proletariado.Habíapasadolaeradelodio,ibaacomenzarladelamor.

—Elcristianismoeslaclavedelabóveda,loscimientosdelnuevoedificio.

—¿Seestáburlandodenosotros?—exclamóelrepresentantedealcoholes—.¿Quéesloquemehadadosemejantebeato?

Esta interrupciónprovocóungranescándalo.Casi todos se subierona losbancosy,conelpuñocerrado,vociferaban:«¡Ateo!,¡aristócrata!,¡canalla!»,mientraslacampanilladel presidente sonaba sin cesar y los gritos de: «¡Orden!, ¡orden!», se repetían. Pero,intrépido y excitado, además, por tres cafés que había tomado antes de ir al club, sedebatíaenmediodelosotros.

—¿Cómo?,¿yo?,¿younaristócrata?,¡nomehaganreír!

Porfin,calmadosydispuestosaescucharle,declaróquenuncaestaríantranquilosconlossacerdotes,y,yaquehacíapocosehabíahabladodeeconomía,seríaunamuysonadaladesuprimirlasiglesias,loscoponesyfinalmentetodosloscultos.

Alguienleobjetóqueibalejos.

—¡Sí,voylejos!Perocuandounbarcoessorprendidoporlatempestad…

Sinesperarelfinaldelacomparación,otrolerespondió:

—¡De acuerdo!, pero demoler todo de un solo golpe, como los albañiles,indiscriminadamente.

—¡Ustedestáinsultandoalosalbañiles!—vociferóunciudadanocubiertodeyeso;y,empeñadoencreerquelehabíanprovocado,vomitóinjurias,queríapelearse,seagarrabaasubanco.Treshombresnofueroncapacesdeecharlofuera.

Entretanto,elobrerocontinuabaenlatribuna.Losdossecretariosleadvirtieronquese

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bajara.Protestócontraelatropelloqueselehacía.

—Ustednomeimpedirágritar:«¡amoreternoanuestraqueridaFrancia,amoreternotambiénalaRepública!».

—¡Ciudadanos!—dijoentoncesCompain—,¡ciudadanos!

Afuerzaderepetir«ciudadanos»,unavezconseguidounmomentodesilencio,apoyósobre la tribuna sus dos manos rojas, semejantes a muñones, echó el cuerpo haciaadelante,yguiñandolosojos:—Creoquehabríaqueextendersemásampliamentesobrelacabezadeternera.

Todospermanecieronensilencio,creyendoquehabíanoídomal.

—¡Sí!,lacabezadeternera.

Trescientas risas estallaron a un tiempo.El techo tembló.Delante de todas aquellascarasrebosantesdegozo,Compainseechabahaciaatrás.Continuóentonofurioso.

—¡Cómo!,¿noconocenlacabezadeternera?

Hubounparoxismo,undelirio.Seapretabanlascostillas.Hastaalgunosrodabanporelsuelo,bajolosbancos.

Compain, no aguantando más, se refugió al lado de Regimbart y quería llevárseloconsigo.

—¡No!,yomequedohastaelfinal—dijoelCiudadano.

EstarespuestadecidióaFrédéric;ycomobuscabaaderechaeizquierdaasusamigos,para que le apoyasen, vio delante de él a Pellerin en la tribuna. El artista adoptó unaactitudmásbienaltiva.

—Quisiera saber dónde está el candidato del arte en todo esto. Yo he hecho uncuadro…

—¡Nonecesitamoscuadrosparanada!—dijobrutalmenteunhombreflaco,queteníamanchasrojasenlospómulos.

Pellerinprotestódequeleinterrumpiesen.

Peroelotro,enuntonotrágico:

—¿Es que el gobierno no hubiera debido ya abolir por decreto la prostitución y lamiseria?

Ycomoestafraselehubieseganadoinmediatamenteelfurordelpueblo,tronócontralacorrupcióndelasgrandesciudades.

—¡Vergüenzaeinfamia!¡DeberíanatraparalosburguesesalsalirdelaMaisond’Oryescupirlesenlacara!¡Almenos,sielgobiernonofavorecieraellibertinaje!¡Perosihastalos empleados de consumo se comportan indecentemente con nuestras hijas y nuestras

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hermanas!

Unavozprofiriódelejos:

—¡Tienegracia!

—¡Fuera!

—¡Nosponenimpuestosparasaldarellibertinaje!Así,losgrandessueldosdeactor…

—¿Vapormí?—gritóDelmar.

Saltó a la tribuna, apartó a todo el mundo, adoptó su pose; y, declarando quedespreciaba tan insulsas acusaciones, se extendió sobre lamisión civilizadora del acto.Puestoqueel teatroeraelhogardela instrucciónnacional,élvotabapor lareformadelteatro;y,enprimerlugar,¡nidireccionesniprivilegios!

—¡Sí,deningunaclase!

Eltrabajodelactoranimabaalamultitudysecruzabanmocionessubversivas.

—¡NomásAcademias!¡BastadeInstituto!

—¡FueraelBachillerato!¡Abajolasmisiones!

—¡Abajolosgradosuniversitarios!

—¡Conservémoslos! —dijo Sénécal—, ¡pero que sean conferidos por sufragiouniversal,porelpueblo,únicojuezverdadero!

Lomás útil, por otra parte, no era eso. Primero había que pasar el rasero sobre lacabeza de los ricos. Y los presentó hartándose de crímenes bajo sus techos dorados,mientrasquelospobres,retorciéndosedehambreensusbuhardillas,practicabantodaslasvirtudes.Los aplausos fueron tan fuertesque tuvoque interrumpir sudiscurso.Duranteunos minutos se quedó con los ojos cerrados, la cabeza echada hacia atrás y comomeciéndoseporencimadeaquellacóleraqueélprovocaba.

Luego volvió a hablar de forma dogmática, con frases imperiosas como leyes. ElEstadodebíaapoderarsede laBancayde losSeguros, lasherencias seríanabolidas.Seestableceríaunfondosocialparalostrabajadores.Muchasotrasmedidashabríaquetomarenelfuturo.Porelmomento,bastabanaquéllas;yvolviendoalaselecciones:

—Necesitamosciudadanospuros,hombresenteramentenuevos.¿Quiénsepresenta?

Frédéricselevantó.Hubounmurmullodeaprobaciónporpartedesusamigos.PeroSénécal, poniendo una cara a lo Fouquier-Tinville, empezó a preguntarle acerca de susapellidos,nombre,antecedentes,vidaycostumbres.

Frédériclecontestababrevementeysemordíaloslabios.Sénécalpreguntósialguienveíainconvenientesaestacandidatura.

—¡No!,¡no!

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Peroéllosveía.Todosseinclinaronhaciaadelanteyacercaroneloído.ElCiudadanocandidato no había entregado una cierta cantidad prometida para una fundacióndemocrática, un periódico. Además, el 22 de febrero, a pesar de haber sidosuficientementeavisado,habíafaltadoalacitaenlaplazadelPanteón.

—JuroqueestabaenlasTullerías!—exclamóDussardier.

—¿PuedeustedjurarhaberlovistoenelPanteón?

Dussardier bajó la cabeza. Frédéric callaba; sus amigos, escandalizados, lomirabanconinquietud.

—Almenos—replicóSénécal—,¿conoceustedaunpatriotaquenosrespondadesusprincipios?

—¡Yo!—dijoDussardier.

—¡Oh!,¡estonobasta!¡Otro!

Frédéric sevolvióhaciaPellerin.Elartista le respondióconunaseriedegestosquesignificaban:

«¡Ah!,querido,mehanrechazado.¡Diablos!,¿quéquiereusted?».

EntoncesFrédéricempujóconelcodoaRegimbart.

—¡Sí!¡Esverdad!¡Eselmomento!,¡allávoy!

Regimbartsubióalestrado;después,señalandoalespañolquelehabíaseguido:

—¡Permítanme,ciudadanos,quelespresenteaunpatriotadeBarcelona!

Elpatriotahizoungransaludo,girócomounautómatasusojosdeplatayconlamanoenelcorazón:

—Ciudadanos, mucho aprecio el honor que me dispensáis, y si grande es vuestrabondad,mayoresvuestraatención.

—¡Pidolapalabra!—exclamóFrédéric.

—Desde que se proclamó la Constitución de Cádiz, ese pacto fundamental de laslibertades españolas, hasta la última revolución, nuestra patria cuenta con muchos yheroicosmártires.

Frédéricquisodenuevohacerseoír:

—Pero,ciudadanos…

Elespañolseguía.

—ElmartespróximotendrálugarenlaiglesiadelaMagdalenaunserviciofúnebre.

—¡Esabsurdo,alfinyalcabonadieloentiende!

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Estaobservaciónexasperóalamultitud.

—¡Fuera!,¡fuera!

—¿Quién?,¿yo?—preguntóFrédéric.

—¡Ustedmismo!—dijomajestuosamenteSénécal—.¡Salga!

Selevantóparasalir;ylavozdelibéricoleperseguía:

«Ytodoslosespañolesdesearíanverallíreunidaslasdiputacionesdelosclubesydelamilicia nacional.Unaoración fúnebre, enhonor de la libertad española y delmundoentero, serápronunciadaporunmiembrodel clerodeParís en la salaBonne-Nouvelle.Honor al pueblo francés, que llamaría yo el primer pueblo del mundo, si no fueseciudadanodeotranación».

—¡Aristo! —chilló un gamberro, mostrando el puño a Frédéric, que se lanzabaprecipitadamenteenelpatio,indignado.

Sereprochóasímismosuentrega,sinpensarquelasacusacionesquelehabíanhechoeran justas, después de todo. ¡Qué fatal idea esta candidatura! Pero ¡qué burros, quécretinos!Secomparabaconaquelloshombresyseconsolabaconsusandezdelaheridadesuorgullo.

EntoncessintiónecesidaddeveraRosanette.Despuésdetantasfealdadesydetantaretórica,sugentilpersonaseríaunalivio.Ellasabíaqueélhabíatenidoquepresentarseenunclub.Sinembargo,cuandoélentró,nolehizoniunasolapregunta.

Permanecíaalladodelfuego,descosiendoelforrodeunvestido.Semejantetrabajolesorprendió.

—¡Vaya!¿Quéestáshaciendo?

—Yaloves—dijoellasecamente—.Arreglandomistrapos.¡EstuRepública!

—¿CómomiRepública?

—¿Eslamíaacaso?

Y empezó a reprocharle todo lo que pasaba en Francia desde hacía dos meses,acusándoledehaberhecho la revolución,de ser causadequeestuviesenarruinados, dequelosricosabandonasenParís,ydequeellatuviesequeiramoriraunhospital.

—Atiestotetraesincuidado,contusrentas.Peroalpasoaquevaesto,notevanadurarmuchotiempotusrentas.

—Esposible—dijoFrédéric—,losmássacrificadossonsiemprelosmásignorados;ysiunono tuviese supropiaconciencia, losanimalesconquienesuno secompromete lequitaríanlasganasdetodosacrificio.

Rosanettelomiróconlaspestañasjuntas.

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—¿Eh?, ¿cómo?, ¿qué abnegación? ¿El señor no ha tenido éxito, por lo que veo?¡Mejor!, eso te enseñará a hacer regalos patrióticos. ¡Oh!, ¡nomientas! Sé que les hasdadotrescientosfrancos,puesatuRepúblicahayquesostenerla.Puesbien,diviérteteconella,amigomío.

Bajo esta avalancha de tonterías, Frédéric pasaba de su anterior desencanto a unadecepciónmáspesada.

Sehabíaalejadohastaelfondodelahabitación.Ellaseleacercó.

—¡Vamosaver!,¡razonaunpoco!Enunpaíscomoenunacasa,hacefaltaunamo;deotromodo,cadaunosisaloquepuede.Enprimerlugar,todoelmundosabequeLedru-Rollin está cubierto de deudas. En cuanto a Lamartine, ¿cómo quieres que un poetaentiendadepolítica?¡Ah!,pormásquemuevaslacabezaytecreasconmásinteligenciaquelosdemás,sinembargoescierto.Perotúsiguessiendoquisquilloso;nodejashablaranadie. Ahí tienes, por ejemplo, a Fournier-Fontaine, de los almacenes de San Roque;¿sabesacuántoasciendesudéficit?¡Aochocientosmilfrancos!YGomer,elembaladordeenfrente,otrorepublicanotambién,querompíaelatizafuegosenlacabezadesumujeryhabebidotantoajenjoquevanainternarleenunsanatoriopsiquiátrico.Todossonporelestilo, tus republicanos. Una República al veinticinco por ciento. ¡Ah! ¡Sí! ¡Ya puedespresumir!

Frédéric se fue. La necedad de aquella chica, que de pronto se destapó con aquellenguajeplebeyo,leasqueaba.Inclusosevolvióasentirunpocopatriota.

ElmalhumordeRosanettenohizomásquecrecer.LaseñoritaVatnazlairritabaporsu entusiasmo. Creyéndose investida de una misión, tenía la manía de perorar, decatequizar y, más preparada que su amiga en estas cuestiones, la abrumaba conargumentos.

UndíallegótodaindignadacontraRosanette,queacababadepermitirseindecenciasen el club de las mujeres. Rosanette aprobó esta conducta, llegando a decirles que sevestiría de hombre para ir a «decirles cuatro verdades a todas y zurrarlas». En aquelmomentoentrabaFrédéric.

—Túmeacompañarás,¿verdad?

Y,apesardesupresencia,siguieronriñendo,launahaciéndoselaburguesa,laotralafilósofa.

SegúnRosanette,lasmujereshabíannacidoexclusivamenteparaelamoroparacriarniños,parallevarunacasa.

SegúnlaseñoritaVatnaz,lamujerdebíatenersupuestoenelEstado.Antiguamente,las mujeres galas hacían leyes, las anglosajonas también, las esposas de los huronesformaban parte del Consejo. La obra civilizadora era común. Era preciso que todascolaboraran y sustituir por fin el egoísmo por la fraternidad, el individualismo por la

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asociación,laespecializaciónporlaculturageneral.

—¡Bueno,vaya!,quetúentiendesdeculturaahora.

—¿Porquéno?Además,setratadelahumanidad,desuporvenir.

—¡Méteteenlotuyo!

—¡Esoeslomío!

Seenfadaban.Frédéricseinterpuso.LaVatnazseacalorabaeinclusollegóadefenderelcomunismo.

—¡Quétontería!—dijoRosanette—.¿Esquealgúndíapodrállevarseacaboeso?

La otra citó como ejemplos a los esenios, los hermanos Moravos, los jesuítas delParaguay, la familia de los Pingons, cerca de Thiers enAuvergne; y, como gesticulabamucho,lacadenadelrelojseleenredóensupaquetedecolgarejosauncorderitodeoro.

DeprontoRosanettepalideciódemodoextraordinario.

LaseñoritaVatnazcontinuabadesenredandosubibelot.

—Notemolestestanto—dijoRosanette—;ahoraconozcotusopinionespolíticas.

—¿Cómo?—replicólaVatnaz,quesehabíapuestocoloradacomounadoncella.

—¡Oh!,¡Oh!,túmecomprendes.

Frédéricnocomprendía.Entreellas,evidentemente,habíasurgidoalgomáscapitalymásíntimoqueelsocialismo.

—Y aunque fuera eso —replicó la Vatnaz levantándose rápidamente—, es unpréstamo,querida,deudapordeuda.

—¡Caramba, yo no niego lasmías! ¡Por unosmil francos, bonita historia!Yo pidoprestadoporlomenos;noroboanadie.

LaseñoritaVatnazhizounesfuerzoporreír.

—¡Oh!,¡pondríamimanoenelfuego!

—¡Tencuidado!¡Estálobastantesecaparaarder!

Lavieja le presentó lamanoderechay,manteniéndola levantada, justo en frentedeella:

—¡Perohayamigostuyosquelaencuentranasugusto!

—¿Andalucesacaso?,¡comocastañuelas!

—¡Bribona!

LaMariscalahizoungransaludo.

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—Esdelomásencantadora.

LaseñoritaVatnaznocontestónada.Ensussienesaparecíangotasdesudor.Susojosse fijabanen laalfombra.Estaba jadeante.Por fin,alcanzó lapuertayhaciéndolacrujirconfuerza:

—¡Buenastardes!¡Tendránnoticiasmías!

—¡Hastalavista!—dijoRosanette.

La tensión la había destrozado. Se dejó caer sobre el diván toda temblorosa,balbuceandoinjurias,derramandolágrimas.

¿EraestaamenazadelaVatnazloquelaatormentaba?Puesno,latraíasincuidado.Enfindecuentas,¿laotraledebíadinero,talvez?¿Eraelcorderodeorounregalo?;enmediodesus lloros,se leescapóelnombredeDelmar.Por tanto,estabaenamoradadelcomediante.

«Entonces,¿porquémehaacogido?—sepreguntóFrédéric—.¿Porquéhavueltoél?¿Quiénlafuerzaaretenerme?¿Quésentidotienetodoesto?».

Los sollozos deRosanette no cesaban. Permanecía en la orilla del diván, lamejilladerechasobresusmanos,yparecíaunsertandelicado,inconscienteydoloridoqueélseleacercóylabesóenlafrente,suavemente.

Entonces ella le hizo promesas de ternura; el príncipe acababa demarchar, estaríanlibres.Peroellaseencontrabaporelmomentoenapuros.«Túmismolovisteelotrodíacuandoestabadescosiendomisviejosforros».Ahoraseacabóelcoche.Ynoeraesosólo;eltapiceroamenazabaconllevarselosmueblesdelahabitaciónydelgransalón.Ellanosabíaquéhacer.

Frédéric tuvo ganas de responder: «¡No te preocupes, yo pagaré!». Pero la señorapodíamentir.Laexperiencialehabíaenseñado.Selimitósimplementeaconsolarla.

LostemoresdeRosanettenoeranenvano;huboquedevolverlosmueblesydejarelbelloapartamentodelacalleDrouot.TomóotroenelbulevarPoissonniére,enelcuarto.Lasantigüedadesdesuantiguosaloncitofueronsuficientesparadaralastreshabitacionesun tono coqueto. Tuvieron persianas chinas, un toldo en la terraza, en el salón unaalfombradeocasión,todavíacompletamentenueva,conpufsdesedarosa.Frédérichabíacontribuidoampliamenteaestasadquisiciones;sentíaelgozodeunreciéncasadoque,porfin,tienecasapropia,unamujerparaél;yencontrándoseallítanagusto,ibaadormircasitodaslasnoches.

Unamañana,cuandosalíadelaantesala,vioeneltercerpiso,enlaescalera,elchacóde un guardia nacional que subía. ¿A dónde iba? Frédéric esperó. El hombre seguíasubiendo,conlacabezaunpocobaja;levantólavista.EraelseñorArnoux.Lasituaciónestabaclara.Sesonrojaronalmismotiempo,atrapadosenlamismaembarazosasituación.

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ElprimeroenencontrarunasalidadelapurofueArnoux.

—Ya está mejor, ¿verdad? —como si, enterado de la enfermedad de Rosanette,hubieseidoapreguntarporsusalud.

Frédéricaprovechólaocasión.

—Sí,ciertamente.Sumuchachamelohadicho,almenos—queriendodaraentenderquenolehabíanrecibido.

Despuéssequedaronfrenteafrente,indecisosunoyotro,yobservándose.Setratabadeverquiéndelosdoseraelquenoiba.Arnoux,unavezmás,resolviolacuestión.

—¡Ah!,¡bah!,¡volverédespués!¿Adóndevausted?Leacompaño.

Yyaen lacalle,élconversócon lamismanaturalidaddesiempre.Sinduda,noeranadaceloso,obienerademasiadobuenoparaenfadarse.

Además,lapatrialepreocupaba.Ahorayanosequejabadeluniforme.El29demarzohabíadefendidolasoficinasdeLaPresse.CuandoinvadieronlaCámara,sedistinguióporsucoraje,yestuvoenelbanqueteofrecidoalaguardianacionaldeAmiens.

Hussonnet,siempredeservicioconél,seaprovechabamásquenadiedesubotaydesus cigarros, pero, irrespetuoso por naturaleza, le gustaba contradecirle, denigrando elestilopococorrectodelosdecretos,lasconferenciasdeLuxemburgo,lasvesuvianas,lostiroleses, todo,hasta el carrode la agricultura, tiradopor caballos en lugardebueyesyescoltadoporjóvenesfeas.Arnoux,alcontrario,defendíaelpoderysoñabaconlafusióndelospartidos.Sinembargo,susasuntostomabanungiromalo.Nolesprestabamásquemedianaatención.

Las relaciones de Frédéric con la Mariscala no le habían entristecido; pues estedescubrimientoleautorizó(enconciencia)parasuprimirlapensiónquelepasabadesdelamarcha del príncipe. Alegó la dificultad de las circunstancias, se quejó mucho, yRosanette fue generosa. Entonces el señor Arnoux se consideró como el amante decorazón, lo cual le realzaba en su estimay lo rejuveneció.NodudandoqueFrédéric lepagaría a la Mariscala, se imaginaba estar haciendo una buena farsa, llegó incluso aesconderseyledejabaelcampolibrecuandoseencontraban.

Este repartomolestaba a Frédéric; y las cortesías de su rival le parecían una burlademasiado prolongada. Pero enfadándose se habría privado de toda posibilidad dereconciliación con el otro, y además era el único medio de oír hablar de ella. Elcomerciantedeloza,porcostumbreytalvezpormalicia,larecordabadebuenaganaensuconversaciónylepreguntabainclusoporquéyanoibaaverla.

Frédéric,habiendoagotado todos lospretextos,aseguróquehabíaestadoencasadeMme. Arnoux varias veces, pero que nunca la había encontrado. Arnoux quedóconvencidodeello,puesfrecuentementeseextrañabadelantedeelladelaausenciadesu

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amigo;y ella siempre respondíaqueechabaen falta susvisitas;demodoqueestasdosmentiras,enlugardecontradecirse,secorroboraban.

Lasuavidaddel jovenyelgozode tenerloengañadohacíanqueArnoux lequisieramás.Lafamiliaridadllegabahastasusúltimoslímites,nopordesdén,sinoporconfianza.Undíaleescribióqueunasuntourgentelereclamabaenprovinciasveinticuatrohoras;lepedíaquemontaselaguardiaensulugar.Frédéricnoseatrevióanegárselo,ysesituóensupuestodelCarroussel.

Tuvo que soportar la compañía de los guardias nacionales, y, salvo un depurador,hombrebromista,quebebíadeunamaneraexorbitante,todosleparecieronmástontosquelas cartucheras que llevaban. El tema capital de conversación fue la sustitución de lasbandolerasporelcinturón.Otrosseencolerizabancontralostalleresnacionales.Decían:«¿A dónde vamos?». El que había recibido la reprimenda respondía abriendo los ojoscomosiestuvieraalbordedeunabismo.«¿Adóndevamos?».Entoncesunomásatrevidoexclamaba:«Estonopuededurar.Hayque terminar».Y,como losmismosdiscursosserepetíanhastalanoche,Frédéricseaburrióamorir.

Su sorpresa fue grande cuando, a las once, vio aparecer a Arnoux, el cual dijoenseguidaqueacudíaparaliberarlo,yaquehabíaarregladosuasunto.

Enrealidad,nohabíahabidoningúnasunto.Eraunainvenciónparapasarveinticuatrohoras a solas con Rosanette. Pero el buen Arnoux había presumido demasiado de símismo,demodoquehabiéndosecansado, lehabíaentradoremordimiento. Ibaadar lasgraciasaFrédéricyainvitarleacenar.

—Muchasgracias.Notengoganas,sóloquierodormir.

—Razóndemásparaquealmorcemosjuntosdentrodepoco.

—¡Québlandengueesusted!Aestashorasnosevuelveacasa.Esdemasiadotarde.Seríapeligroso.

Frédéric cedió una vezmás.Arnoux, a quien no esperaba ver, fuemimado por suscompañerosdearmas,principalmenteporeldepurador.Todoslequerían;yeratanbuenchicoqueechódemenosaHussonnet.Peronecesitabacerrarlosojosunminuto,nomás.

—Póngaseamilado—dijoaFrédéric,echándosesobreelcatredetijeras,sinquitarseel correaje. Por temor a una alerta, a pesar del reglamento, conservó incluso el fusil;despuésbalbuceóunaspalabras—:¡Queridamía!,¡ángelmío!—ynotardóenquedarsedormido.

Los que hablaban se callaron; y poco a poco hubo un gran silencio en el puesto.Frédéric,atormentadoporlaspulgas,mirabaasualrededor.Lapared,pintadadeamarillo,tenía a la mitad de su altura una larga tabla donde los sacos formaban una serie depequeñasjorobas,mientrasquepordebajolosfusilescolordeplomoestabandispuestosunos al lado de los otros; y surgían ronquidos, producidos por los guardias nacionales,

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cuyosvientressedibujabandeunamaneraconfusaenlasombra.Unabotellavacíayunosplatoscubríanlaestufa.Tressillasdepajarodeabanlamesa,sobrelacualseextendíaunjuegodecartas.Untambor,enmediodelbanco,dejabacolgarsucorreaje.Elairecálidoque llegaba por la puerta hacía humear el quinqué. Arnoux dormía con los dos brazosabiertos;ycomosufusilestabapuestoconlaculataabajounpocooblicuamente,labocadelcañónlellegabaalaaxila.Frédéricsediocuentaytuvomiedo.

«¡Perono!,¡notengorazón!,¡nohaynadaquetemer!¡Sinembargo,sisemuriera!».

E inmediatamente empezaron a desfilar escenas interminables. Se vio con ella, denoche,enunasilladeposta;después,alaorilladeunríoenunatardedeverano,ybajoelreflejodeunalámpara,encasadeellos.Sedeteníainclusoencálculosdegobiernodelacasa, en disposiciones domésticas, contemplando, palpando ya su felicidad; y para quefueserealidad,habríabastadoconqueelgatillodelfusilselevantase.Sepodíamoverconlapuntadeldedodelpie;eldisparoseescaparía,seríaunacasualidadnadamás.

Frédéric se extendió en esta idea como un dramaturgo que compone. De pronto leparecióquenoestabalejosdeconvertirseenactoyqueélibaacontribuiraello,queteníaganas de hacerlo; entonces le entró un gran miedo. En medio de esta angustia, sentíaplacer,ysehundíacadavezmás,sintiendoconterrordesaparecersusescrúpulos;y,enelfurordesuensueño,elrestodelmundoseborraba;ynoteníaconcienciadesímismomásqueporunainsoportableopresiónenelpecho.

—¿Tomamoselvinoblanco?—dijoeldepurador,quesedespertaba.

Arnouxseechóalsuelo;ydespuésdehaber tomadoelvinoblancoquisomontar laguardiadeFrédéric.

DespuéslollevóaalmorzaralacalledeChartres,acasadeParly;ycomonecesitabareponer fuerzas, se encargó dos platos de carne, un bogavante, una tortilla al ron, unaensalada,etc.,todoelloregadoconunSauternes1819,conunRomanéee42sincontarelchampánenelpostreylicores.

Frédéricno locontrarióenabsoluto.Estabamolestocomosi elotrohubierapodidodescubrirensurostrolashuellasdesupensamiento.

Conlosdoscodosenelbordedelamesaymuyinclinado,Arnoux,cansándoloconsumirada,leconfiabasusproyectos.

Tenía ganas de tomar en arriendo todos los terraplenes de la línea del Norte paraplantarpatatasenellos,obienorganizar en losbulevaresunacabalgatamonstruoen laque figurarían las «celebridades de la época». Alquilaría todas las ventanas, lo cual, arazóndetresfrancosdemedia,produciríaunabonitaganancia.Enresumen,soñabaconun gran golpe de fortuna por un acaparamiento. Eramoral, sin embargo; censuraba losexcesos,lamalaconducta,hablabadesu«pobrepadre»,y,todaslasnoches,decía,hacíaexamendeconcienciaantesdeofrecersualmaaDios.

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—¿Unpocodecuraçao,eh?

—Comoustedquiera.

Encuantoa laRepública, lascosas searreglarían,por fin seconsiderabaelhombremás feliz de laTierra; y, descarándose, ponderó las cualidades deRosanette, incluso lacomparóasumujer.¡Eramuydistinta!Nosepodíaimaginarunosmuslostanbellos.

—¡Asusalud!

Frédéricbrindó.Porcomplacerlehabíabebidounpocodemás;porotraparte,laplenaluz del sol le deslumbraba; y cuando subieron de nuevo juntos la calle Vivienne, sushombrerasserozabanfraternalmente.

Devueltayaensucasa,Frédéricdurmióhastalassiete.DespuéssefueacasadelaMariscala.Habíasalidoconalguien.¿ConArnoux,talvez?Sinsaberquéhacercontinuósupaseoporelbulevar,peronopudopasardelapuertaSaint-Martin,detantagentequehabía.

Lamiseria dejaba abandonados a su suerte a un número considerable de obreros; yacudíanallítodaslastardesapasarrevistasinduda,yaesperarunaseñal.Apesardelaley contra las reuniones, estos «clubes de la desesperación» aumentaban de un modopavoroso;ymuchosburguesesibanallídiariamenteporbravata,pormoda.

Depronto,Frédéricvio,atrespasosdedistancia,alseñorDambreuseconMartinon;volviólacara,puesle’guardabarencoralseñorDambreuse,quesehabíahechonombrarrepresentante.

Peroelcapitalistalodetuvo.

—¡Unapalabra,queridoseñor!Tengoquedarleexplicaciones.

—Noselaspido.

—Porfavor,escúcheme.

Noeraenabsolutoculpasuya.Lehabíanrogado,obligadoenciertomodo.Martinon,inmediatamente, apoyaba sus palabras: una representación de ciudadanos deNogent sehabíapresentadoensucasa.

—Además,creíestarlibre,desdeelmomento…

Unaoleada de gente en la acera obligó al señorDambreuse a apartarse.Unminutodespuésreapareció,diciendoaMartinon:

—Esoesunbuenservicio.Nosearrepentirádeello…

Lostressearrimaronaunatiendaparahablarmásagusto.

De vez en cuando gritaban: «¡Viva Napoleón! ¡Viva Barbès! ¡Abajo Marie!». Lamuchedumbreinnumerablehablabamuyalto;y todasestasvoces,retransmitidaspor las

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casas,hacíancomoelruidoininterrumpidodelasolasenunpuerto.Enciertosmomentos,se callaban; entonces, surgía La Marsellesa. Bajo las puertas cocheras, hombres deaspectomisteriosoofrecíanbastones con flechas.Aveces, dos individuos, pasandounodelantedelotro,guiñabanelojo,ysealejabanrápidamente.Gruposdemironesocupabanlasaceras;unamultitudcompactaseagitabaenlacalle.Seccionescompletasdepolicías,quesalíandelascallejuelas,desaparecíanunavezquehabíanentrado.Pequeñasbanderasrojas,aquíyallí,parecíanllamas;loscocherosdesdeloaltodelpescantehacíangrandesgestos,luegosevolvían.Eraunmovimiento,unespectáculodelomásdivertido.

—¡CómosehabríadivertidolaseñoritaCécileviendotodoesto!—dijoMartinon.

—Mimujer,ustedlosabebien,noquierequemisobrinavengaconnosotros—repusosonriendoelseñorDambreuse.

No lo habrían reconocido.Desde hacía tresmeses gritaba: «¡Viva laRepública!», einclusohabíavotadoeldestierrodelosOrléans.Perolasconcesionesdebíanterminar.Seponíafuriosohastallevarunamazaenelbolsillo.

Martinon también llevabauna.Como lamagistraturayanoera inamovible, sehabíaretiradodesucargo,detalmodoqueaventajabaenviolenciasalseñorDambreuse.

ElbanqueroodiabaparticularmenteaLamartineporhaberapoyadoaLedru-Rollin,yélaPierreLeroux,Proudhon,Considérant,Lamennais,atodaslascabezaslocas,atodoslossocialistas.

—Pues,finalmente,¿quéquieren?,hansuprimidoelarbitriosobrelacarneylaprisiónpordeudas;ahoraseestudiaelproyectodeunbancohipotecario;elotrodíaeraunbanconacional; y ahí están cinco millones en el presupuesto para los obreros. Peroafortunadamentesehaterminado,graciasalseñordeFalloux.¡Buenviaje!,¡quesevayan!

Enefecto,nosabiendocómoalimentaraloscientotreintamilhombresdelostalleresnacionales,elministrodeObrasPúblicashabíafirmadoaquelmismodíaundecretoqueinvitabaa todos losciudadanosentredieciochoyveinteañosa servircomosoldados,obienasalirparalasprovinciasatrabajarlatierra.

Estaalternativalesindignó,convencidosdequesepretendíadestruirlaRepública.Lavidalejosdelacapitallesafligíacomounexilio;seveíanmuriendoacausadelasfiebresenregionessalvajes.Paramuchos,porotraparte,acostumbradosatrabajosdelicados,laagricultura significaba un envilecimiento; en fin, era una añagaza, una burla, ladenegaciónformalde todas laspromesas.Sioponíanresistencia,seemplearía lafuerza;ellosnoloponíanendudaysedisponíanaanticiparse.

Hacialasnueve,losgruposformadosenlaBastillayenelCháteletrefluyeronhaciaelbulevar. De la puerta Saint-Denis a la puerta Saint-Martin no era más que un enormehormiguero,unasolamasadeunazuloscuro,casinegro.Loshombresqueseentreveíantenían todos las pupilas ardientes, la tez pálida, caras enflaquecidas por el hambre,

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exaltadas por la injusticia. Entretanto, se amontonaban nubes; el cielo de tormenta,aumentando la carga eléctricade lamuchedumbre, la hacíadar vueltas sobre símisma,indecisa,conunampliobalanceodemarejada;ysesentíaensusprofundidadesunafuerzaincalculable, y como la energía de un elemento. Luego todos se pusieron a cantar:«¡Farolillos!, ¡farolillos!». Varias ventanas no se alumbraban; lanzaron piedras a suscristales.ElseñorDambreusejuzgóprudenteretirarse.Losdosjóvenesleacompañaron.

Preveíagrandesdesastres.Elpueblo,unavezmás,podíainvadirlaCámara,y,aestepropósito, contó cómo habría muerto el 15 de mayo de no haber intervenidoabnegadamenteunguardianacional.

—¡Perosiessuamigo!,meolvidaba,¡suamigoelfabricantedeloza,JacquesArnoux!

Lagentedelmotínloahogaba;aquelbravociudadanolohabíatomadoensusbrazosylohabíapuestoenunlugarapartado.Poreso,desdeentonces,sehabíacreadounaespeciedelazoentrelosdos.

—Tendremos que cenar juntos un día de estos, y, comousted lo ve con frecuencia,dígalequelequieromucho.Esunhombreexcelente,calumniado,amientender;ytienecarácter,¡elbribón!¡Lefelicitódenuevo!Muybuenasnoches.

Frédéric,despuésdehaberdejadoalseñorDambreuse,volvióacasadelaMariscala;y,enun tonomuytrágico, ledijoque teníaqueoptarentreélyArnoux.Ellarespondiósuavementequenocomprendíanadade«semejantescotilleos»,noqueríaaArnoux,notenía ningún interés por él. Frédéric ansiaba abandonar París. Ella no se opuso a estecapricho,ysalieronparaFontainebleaualdíasiguiente.

El hotel donde se alojaron se distinguía de los otros por un surtidor de agua quechapoteabaenmediodelpatio.Laspuertasde lashabitaciones se abríanauncorredor,como en los monasterios. La que les dieron era grande, bien amueblada, tapizada deindiana, y silenciosa, teniendo en cuenta los pocos huéspedes. A lo largo de las casaspasabanburguesesdesocupados;luego,debajodesusventanas,alcaerlatarde,unosenlacalle jugaronunpartidodemarro;yesta tranquilidad,queparaelloscontrastabaconeltumultoquehabíandejadoenParís,lescausabaunasorpresa,unsosiego.

Porlamañana,temprano,fueronavisitarelcastillo.Alentrarporlaverjavierontodala fachada, con los cinco pabellones de tejados puntiagudos y la escalera de herraduramostrándose al fondo del patio, bordeado a derecha e izquierda por dos cuerpos deconstrucciones más bajas. Sobre los adoquines se mezclaban de lejos líquenes al tonorojizodelosladrillos;yelconjuntodelpalacio,colordeoríncomounaviejaarmadura,teníaalgoderealmenteimpasible,unaespeciedegrandezamilitarytriste.

Por fin, apareció un criado que llevaba unmanojo de llaves. Les enseñó en primerlugarlashabitacionesdelasreinas,eloratoriodelPapa,lagaleríadeFranciscoI,lamesitade caoba sobre la cual el Emperador firmó su abdicación, y, en una de las piezas quedividían la antigua galería de los Ciervos, el sitio donde Cristina hizo asesinar a

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Monaldeschi.Rosanetteescuchóestahistoriaatentamente;luego,volviéndoseaFrédéric:

—Fueporcelos,sinduda.¡Andaconcuidado!

DespuésatravesaronlasaladelConsejo,lasaladelasGuardias,lasaladelTrono,elsalóndeLuisXIII.Lasaltasventanas,sincortinas,esparcíanuna luzblanca;una ligeracapa de polvo empañaba las manillas de las fallebas, el pie de cobre de las consolas;cubiertasdegruesastelastapabansillonesportodaspartes;porencimadelaspuertasseveíanescenasdecazadeLuisXV,y,aquíyallítapicesquerepresentabanlosdiosesdelOlimpo,PsychéolasbatallasdeAlejandro.

Cuandopasabadelantedelosespejos,Rosanetteseparabaunminutoparaalisarsusbandos.

Despuésdelpatio,delaTorredelHomenajeydelacapilladeSanSaturnino,llegaronalasaladefiestas.

Quedarondeslumbradosporelesplendordeltecho,divididoencasetonesoctogonales,realzadodeoroyplata,máscinceladoqueuna joya,ypor laprofusióndepinturasquecubríanlasparedes,desdelagigantescachimeneadondemediaslunasyaljabasrodeanlasarmasdeFrancia,hastaelpalcodelosmúsicos,construidoenelotroextremo,aloanchodelasala.Lasdiezventanasenarcadasestabanabiertasdeparenpar;elsolhacíabrillarlaspinturas,elcieloazulprolongabaindefinidamenteelazulultramardelasarcadas;ydelfondodelosbosques,cuyascimasvaporosasllenabanelhorizonte,parecíallegarunecode los toques de acoso lanzados por las trompas de marfil, y ballets mitológicos, quereuníanbajoelfollajeaprincesasyaseñoresdisfrazadosdeninfasydesilvanos,épocadeciencia ingenua, de pasiones violentas y de arte suntuoso, cuando el ideal era llevar elmundo a un sueñode lasHespérides, y las amantes de los reyes se confundían con losastros.Lamásbelladeestasfamosassehabíahechopintaraladerecha,bajolafiguradeDianacazadora,e inclusodeDiana infernal, sindudaparadejarconstanciadesupoderhastamás allá de la tumba.Todos estos símbolos confirman sugloria; y queda algodeella,unavozconfusa,unresplandorqueseprolonga.

A Frédéric le asaltó una concupiscencia retrospectiva inexplicable. Para distraer sudeseo,sepusoacontemplartiernamenteaRosanetteylepreguntósinohabríaqueridoseraquellamujer.

—¿Quémujer?

—DianadePoitiers.

Repitió:

—DianadePoitiers,laamantedeEnriqueII.

Ellahizounpequeño¡Ah!Ynadamás.

Sumutismoprobabaclaramentequenosabíanada,nocomprendíanada,demodoque,

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porcomplacencia,élledijo:

—¿Acasoteaburres?

—No,no,alcontrario.

Y, levantando la cabeza, al tiempoquedirigíaunamiradamuyvagaa sualrededor,Rosanettesoltóestaspalabras:

—Esotraerecuerdos.

Entretanto,sepercibíaensucaraunesfuerzo,unaintenciónderespeto;y,comoesteairedeseriedadlahacíamásbonita,Frédéricladisculpó.

Elestanquedelascarpasladivirtió.Duranteuncuartodehoraseentretuvoenechartrozosdepanalaguaparaversaltarlospeces.

Frédéricsehabíasentadoasulado,bajolostilos.Pensabaentodoslospersonajesquehabíanalbergadoaquellosaposentos,CarlosV, losValois,Enrique IV,PedroelGrande,Jean-JacquesRousseauy«lasbellaslloronasdelosprimerospalcos»,Voltaire,Napoleón,PíoVII,LuisFelipe;sesentíarodeado,codoconcodo,deaquellosmuertostumultuosos;tal confusión de imágenes lo aturdía, aunque encontrase en ella un encanto, a pesar detodo.

Porfin,bajaronalparterre.

Esunvastorectángulo,quedejaverenunasolamiradasusanchospaseosamarillos,suscuadradosdecésped,suscintasdeboj,sustejosrecortadosenformadepirámide,sushortalizasbajasysusestrechasplatabandasenlasquelasescasasfloreshacenmanchasdecoloressobrelatierragris.Alfondodeljardínseextiendeunparque,atravesadotodoélporunlargocanal.

Lasresidenciasrealestienenensíunamelancolíaparticular,quedependesindudadesusdimensionesdemasiadoconsiderablesparaelpequeñonúmerodesushuéspedes,delsilencio que sorprende encontrar en ellas después de tantas bandasmilitares, de su lujoinmóvilquepruebaporsuvejezlafugacidaddelasdinastías,laeternamiseriadetodo;yesta exhalación de los siglos, adormecedora y fúnebre como un perfume demomia, sehace sentir incluso en las cabezas ingenuas. Rosanette bostezaba de una maneradesmesurada.Regresaronalhotel.

Después del almuerzo les llevaron un coche descubierto. Salieron de Fontainebleauporunaampliaglorieta,luegosubieronalpasoporunacarreteraarenosaenunbosquedepinosbajos;yelcochero,devezencuando,decía:«AquítienenaloshermanosSiameses,el Pharamond, el Ramillete del Rey…», sin olvidar ninguno de los parajes célebres,parándoseavecesparaquelosadmiraran.

EntraroneneloquedaldeFranchard.Elcochesedeslizabacomoun trineosobreelcésped;seoíaelarrullodepalomasquenoseveían;deprontoaparecióuncamarerode

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café,ybajarondelantedelabarreradeunjardíndondehabíamesasredondas.Después,dejandoalaizquierdalasparedesdeunaabadíaenruinas,caminaronsobregrandesrocas,yprontollegaronalfondodelagarganta.

Estácubierta,porunlado,porunamezcladeareniscayenebros,mientrasque,porelotro, el terreno casi desnudo se inclina hacia la depresión de un pequeño valle, donde,entreelcolordelosbrezos,unsenderotrazaunalíneaparda;ysepercibemuyalolejosunacimaenformadeconoachatado,conlatorredeuntelégrafopordetrás.

MediahoradespuéspusieronpieatierradenuevoparasubiraloaltodelAspremont.

Elcaminohacezigzagsentrelospinosachaparrados,rechonchosbajorocasdeperfilesangulosos; todo este rincón del bosque tiene algo de asfixiante, de salvaje y recogido.Hacepensarenlosermitaños,compañerosdelosgrandesciervos,quellevabanunacruzdefuegoentresuscuernos,yquerecibíanconpaternalessonrisasalosreyesdeFrancia,arrodilladosdelantedesucueva.Unoloraresinallenabaelairecálido,unasraícesarasdel suelo se entrecruzaban como venas. Rosanette tropezaba con ellas, se desesperaba,teníaganasdellorar.

Pero, en todo lo alto, volvió a alegrarse, al encontrar bajo un techo de ramaje unaespeciedetiendadondevendenfigurastalladasenmadera.Bebióunabotelladelimonadaysecompróunavaradeacebo;y,sinecharunaojeadaalpaisajequesedescubredesdelaplanicie,entróenlacuevadelosbandoleros,precedidadeunmuchachoquellevabaunaantorcha.

SucochelesesperabaenelBas-Bréau.

Unpintorenbataazultrabajabaalpiedeunaencina,consucajadecoloressobrelasrodillas.Levantólacabezaylosviopasar.

EnmediodelacuestadeChailly,unanube,quereventódepronto,lesobligóabajarlacapota.Casi inmediatamentecesóla lluvia;ylosadoquinesdelascallesbrillabanalsolcuandoentraronenlaciudad.

Unos viajeros recién llegados les informaron de que una batalla espantosaensangrentabaParís.Rosanetteysuamantenosesorprendieron.Luegotodoelmundosefue,elhotelrecobrólapaz,elgasseapagóyellossedurmieronalmurmullodelsurtidordeaguadelpatio.

Aldíasiguientefueronaver laGargantadelLobo,elCharcode lasHadas,elLongRocher, laMarlotte;alotrodíavolvieronaempezaralazar,avoluntaddelcochero,sinpreguntardóndeestaban,yfrecuentementeinclusodejandoaunladolosparajesfamosos.

¡Seencontrabantanbienensuviejolandó,bajocomounsofáycubiertodeunatelade rayas desteñidas! Las cunetas llenas de maleza desfilaban ante sus ojos, con unmovimiento suave y continuo. Unos rayos blancos atravesaban como flechas los altoshelechos; a veces, un camino, queyano seutilizaba, aparecíadelantede ellos en línea

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recta;yaquíyallí,suavemente,aparecíanhierbas.Enelcentrodeloscrucesdecaminosse levantaba una cruz con sus cuatro brazos, en otros sitios se inclinaban postes comoárbolesmuertos,ypequeñossenderoscurvos,perdiéndosebajolashojas,dabanganasdeseguirlos;enelmismomomento,elcaballogiraba,entraban,sehundíanenelbarro;máslejoshabíacrecidomusgoalaorilladelasrodadasprofundas.

Secreíanlejosdelosdemás,muysolos.Pero,depronto,pasabaunguardaforestalconsuescopeta,oungrupodemujeresharapientas,cargadasconlargoshacesdeleñaseca.

Cuando separaba el cochehabíaun silencio total; sólo seoía el alientodel caballoentrelasvaras,conungritodepájarosmuydébil,repetido.

Laluz,queiluminabaenciertoslugaresellinderodelbosque,dejabalosfondosenlasombra;obien,atenuadaenlosprimerosplanosporunaespeciedecrepúsculo,mostrabaen las lejanías unos vapores violeta, una claridad blanca.Amediodía, el sol que caía aplomosobrelosampliosverdes,lossalpicaba,colgabagotasplateadasenlapuntadelasramas,dejabaenelcéspedreguerosdeesmeralda,echabamanchasdeorosobrelascapasde hojas caídas; levantando la cabeza, se veía el cielo entre las copas de los árboles.Algunos, de una altura desmesurada, tenían aires de patriarcas y de emperadores, otocándose por la cima, formaban con sus largos troncos como arcos de triunfo; otros,empujadosdesdeabajooblicuamente,parecíancolumnasapuntodecaer.

Estamultituddegruesaslíneasverticalesseentreabría.Entoncesenormesolasverdesseextendíanenrelievesdesigualeshastalasuperficiedelosvallesdondeseadelantabalagrupa de otras colinas dominando llanuras rubias que acababan perdiéndose en unapalidezindecisa.

De pie, el uno al lado de la otra, sobre cualquier eminencia del terreno, sentían,aspirandoelaire,quelesentrabaenelalmacomolasatisfaccióndeunavidamáslibre,conunasuperabundanciadefuerzas,unaalegríainexplicable.

La variedad de los árboles ofrecía un espectáculo cambiante. Las hayas, de cortezablanca y lisa, entremezclaban sus coronas; los fresnos curvaban tranquilamente susglaucos ramajes; en los vástagos de ojaranzos se erizaban acebos semejantes a bronce;despuésveníaunafiladedelgadosabedules,inclinadosenactitudeselegiacas;ylospinossimétricos como tubos de órgano, balanceándose continuamente, parecían cantar.Habíaencinasrugosas,enormes,queseconvulsionaban,sedesperezabandelsuelo,seceñíanlasunas a las otras, y firmes, sobre sus troncos, semejantes a torsos, se lanzaban con susbrazos desnudos llamadas de desesperación, amenazas furibundas, como un grupo detitanes inmovilizado en su cólera. Algomás pesado, una languidez febril planeaba porencima de los charcos, recortando la capa de sus aguas entre zarzales de espinas; loslíquenesdelaorillaadondeibanabeberloslobossondecolorazufrequemadocomoporel paso de las brujas, y el croar ininterrumpido de las ranas responde al grito de lascornejas que se arremolinan. Luego atravesaban claros monótonos, plantados de un

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resalvoaquíyallí.Seoíaunruidodehierro,resonabangolpesreciosycontinuos;eraungrupo de canteros que trabajaban la piedra en el flanco de una colina. Las piedras semultiplicaban cada vezmás y acababan por llenar todo el paisaje, cúbicas como casas,llanascomolosas,apoyándose,suspendiéndose,comosi fueranruinas irreconciliablesymonstruosasdealgunaciudaddesaparecida.Perolamismafuriadesucaoshacemásbienpensarenvolcanes,endiluvios,enlosgrandescataclismosdesconocidos.Frédéricdecíaque estaban allí desde el principio del mundo y permanecerían hasta el fin; Rosanettevolvía lacabeza,afirmandoque«aquello lavolvía loca»,yse ibaarecogerbrezos.Suspequeñas florecillas violeta amontonadas unas al lado de las otras formaban capasdesiguales,ylatierraquesedesprendíadedebajoponíacomofranjasnegrasalaorilladelasarenassalpicadasdemica.

Undíallegaronamediaalturadeunacolinatodadearena.Susuperficie,jamáspisadaporelhombre,estabarayadaenondulacionessimétricas;aquíyallí,comopromontoriossobre el lecho desecado de un océano, se alzaban rocas que tenían vagas formas deanimales, tortugas estirando la cabeza, focas que reptan, hipopótamos y osos. Nadie,ningún ruido. Las arenas, golpeadas por el sol, deslumbraban; y de pronto, en estavibración de la luz, los animales parecían moverse. Regresaron pronto, huyendo delvértigo,casiasustados.

Laseriedaddelbosquelesganaba;yteníanhorasdesilencioenque,dejándosellevarporelbalanceodelosmuelles,sequedabancomoaletargadosenunembriagueztranquila.Ciñéndolelacintura, laescuchabahablarmientrasquelospájarosgorjeaban,observaba,casiconunasolamirada,losracimosnegrosdesucapuchaylasbayasdelosenebros,losplieguesdesuvelo,lasvolutasdelasnubes;y,cuandoseinclinabahaciaella,lafrescurade su piel se mezclaba con el gran perfume de las maderas. Todo les divertía; semostraban,comounacuriosidad,hilosdearañacolgadosdeloszarzales,agujerosllenosdeaguaenmediode laspiedras,unaardillasobre las ramas,elvuelodedosmariposasquelesseguían;obien,aveintepasosdeellos,bajolosárboles,unaciervacaminabaconairenobley suaveal ladode sucervatillo.Rosanettehubieraqueridocorrerdetrásparaabrazarlo.

Tuvomuchomiedocuandounhombre,queapareciódepronto,lemostróenunacajatresvíboras.SeechórápidamentecontraFrédéric;élsesintiófelizdequeellafuesedébilydeconsiderarsebastantefuerteparadefenderla.

Aquella tarde cenaron en unmesón a orillas del Sena. Lamesa estaba cerca de laventana. Rosanette frente a él; y él contemplaba su naricita fina y blanca, sus labiossalientes,susojosclaros,susbandoscastañosqueseahuecaban,subonitacaraoval.Suvestidodefularcrudoseajustabaasushombrosunpococaídos;y,saliendodesuspuñostotalmente lisos, sus dos manos trinchaban, servían de beber, se deslizaban sobre elmantel. Les sirvieron un pollo con los cuatro miembros extendidos, una caldereta deanguilasenunacompoteradebarrodepipa,vinoáspero,pandemasiadoduro,cuchillos

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mellados.Todoestoaumentabaelplacer,lailusión.SecreíancasienunviajeporItalia,ensulunademiel.

Antesdemarcharsefueronapasearalolargodelaorilla.

Elcielo,deunazulsuave,redondeadocomounacúpula,seapoyabaenelhorizontesobreelfestóndelosbosques.Enfrente,enelextremodelapradera,habíauncampanarioenunpueblo; ymás lejos, a la izquierda, el tejadode una casa ponía unamancha rojasobre el río, que parecía inmóvil a todo lo largo de su curso sinuoso. Sin embargo, seinclinabanunosjuncos,yelaguasacudíaligeramenteunasvaraspuestasenlaorillaparasostenerlasredes;habíaunanasademimbre,dosotresviejaschalupas.Cercadelmesón,unachicaconsombrerodepajasacabacubosdeaguadeunpozo;cadavezquesubían,Frédéricescuchabaconungozoinexplicableelchirridodelacadena.

Élestabasegurodequeaquellafelicidadduraríatodalavida,tannaturalleparecíasudicha,inherenteasuvidayalapersonadeaquellamujer.Unanecesidadleempujabaadecirle ternuras. Ella le respondía con palabras amables, golpecitos en el hombro,requiebros que le encantaban por lo inesperados. Él llegó a descubrirle una bellezatotalmente nueva que quizá no era más que el reflejo de las cosas que la rodeaban, amenosquesusvirtualidadessecretasnolahubieranhechoresplandecer.

Cuando descansaban en medio del campo, él recostaba la cabeza en su regazo, alabrigode su sombrilla;obien, acostadosdebruces sobre lahierba, sequedabanelunofrentealotro,mirándose,hundiéndoseensuspupilas,sedientosdesímismos,saciándosesiempre,ydespués,conlosojosentornados,sinhablar.

Avecesoíanmuyalolejoselredobledeltambor.EralageneralaquetocabanenlospueblosparairadefenderParís.

—¡Ah!, ¡mira!, ¡el motín! —decía Frédéric con una compasión desdeñosa,pareciéndole despreciable toda aquella agitación al lado de su amor y de la naturalezaeterna.

Ycharlabandecualquiercosa,decosasquesabíanperfectamente,depersonasquenolesinteresaban,demiltonterías.Ellalehablabadesudoncellaydesupeluquero.Undíaseleescapóconfesarsuedad:veintinueveaños:seestabahaciendovieja.

Envariasocasiones,sinquererlo,lediodetallessobresímisma.Habíasido«señoritaenunatienda»,habíahechounviajeaInglaterra,comenzadoestudiosdeactriz;todoestosintransiciones,yélnopodíareconstruirunasecuencialógica.Lediomásdetallesundíaque estaban sentados bajo un plátano a la orilla de un prado. Abajo, al borde de lacarretera, unaniñita descalza en el polvo apacentabaunavaca.En cuanto los vio fue apedirles limosna;ysujetandoconunamanosu refajohecho jirones, rascabacon laotrasuscabellosnegrosquerodeabancomounapelucaestiloLuisXIVtodasucabezamorenailuminadaporunosojosespléndidos.

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—Vaasermuyguapa.

—¡Quésuerteparaellasinotienemadre!—dijoRosanette.

—¿Eh?,¿cómo?

—Puessí;yo,sinofueraporlamía…

Suspiróysepusoahablardesuinfancia.SuspadreserantejedoresdesedadelaCroixRousse. Ella ayudaba a su padre como aprendiz. Por más que el pobre hombre seextenuaba, su mujer lo denostaba y vendía todo para ir a beber. Rosanette veía lahabitación de sus padres, con los telares colocados a lo largo contra las ventanas, elpucherosobrelaestufa,lacamabarnizadadecaoba,unarmarioenfrenteyelsobradillooscuro donde había dormido hasta los quince años. Por fin, había llegado un hombregordo, de cara color de boj, modales de devoto, vestido de negro. Su madre y élmantuvieron juntos una conversación de modo que, tres días después… Rosanette sedetuvo,y,conunamiradallenadeimpudorydeamargura:

—¡Estabahecho!

Luego,respondiendoalgestodeFrédéric:

—Comoestabacasado (habría temidocompremeterse en sucasa),me llevaronaunsaloncitodeun restauranteymehabíandichoque sería feliz, que recibiríaunhermosoregalo.

»Alentrar,laprimeracosaquemellamólaatenciónfueuncandelabrodeplatadoradasobre una mesa donde había dos cubiertos. Un espejo en el fondo los reflejaba, y eltapizadodelasparedes,desedaazul,hacíaqueelapartamentosemejaseunaalcoba.Measaltóunasorpresa.Túcomprendes,unpobreserquenuncahavistonada.Apesardequequedédeslumbrada,teníamiedo.Deseabamarcharme.Sinembargo,mequedé.

»Elúnicoasientoquehabíaeraundivánalladodelamesa.Cediósuavementeconmipeso.Labocadelaestufaenlaalfombrameenviabaunairecálidoypermanecíaallísintomar nada. El muchacho que seguía de pie se empeñó en que comiera. Me sirvióinmediatamenteungranvasodevino;lacabezamedabavueltas,quiseabrirlaventana,élmedijo:“No,señorita,estáprohibido”.Ymedejó.Lamesaestaballenadeunmontóndecosas que yo no conocía.Nadame pareció bueno. Entoncesme eché sobre un bote deconfiturasyseguíaesperando.Noséquéleimpedíair.Eramuytarde,medianocheporlomenos,yonopodíamásdecansancio;alapartarunodeloscojinesparatendermemejor,encuentro bajo una especie de álbumun cuaderno; eran imágenes obscenas.Yo dormíaencimacuandoélentró.

Bajólacabezaysequedópensativa.

Lashojassusurrabanalrededordeellos,enunrevoltijodehierbassebalanceabaunagrandigital,laluzsedeslizabacomounaolasobreelcésped;yelsilencioeracortadoa

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intervalosrápidosporelrumiardelavacaquenoseveía.

Rosanettemirabaaunpuntoenelsuelo,atrespasosdeella,fijamente,moviendolasaletasdelanariz,absorta.Frédéricletomólamano.

—¡Cuántohassufrido,pobrequerida!

—¡Sí!—dijoella—.¡Másde loquecrees!Hastaquereracabardeunavez;mehansacadodeunmalpaso.

—¿Cómo?

—¡Ah!,¡nopensemoseneso!…Tequiero,soyfeliz,¡bésame!—ylevantóunaaunalasramitasdecardosprendidasenelbajodesuvestido.

Frédéric pensaba sobre todo en lo que ella no había dicho. ¿Por qué grados habíapodidosalirdelamiseria?¿Aquéamantedebíasueducación?¿Quéhabríapasadoensuvidahastaeldíaenqueélhabía idoasucasaporprimeravez?Suúltimaconfesiónnopermitíalaspreguntas.SolamentelepreguntócómohabíaconocidoaArnoux.

—PorlaVatnaz.

—¿Noerastúlaquevi,unavez,enelPalaisRoyal,conellosdos?

Citólafechaprecisa.Rosanettehizounesfuerzo:

—¡Sí,esverdad!…Noerafelizenaquellaépoca.

Pero Arnoux se había mostrado extraordinario. Frédéric no lo ponía en duda; sinembargo,suamigoeraunhombreraro,llenodedefectos;sepreocupóderecordarlos.Ellacoincidíaconél.

—¡Noimporta!…Apesardetodo,loqueremosaesemalbicho.

—¿Aúnahora?—dijoFrédéric.

Ellaempezóasonrojarse,medioriendo,medioenfadada.

—¡Pues no! Es una historia pasada. No te oculto nada. Aunque eso fuera, él esdiferente.Además,noteencuentroamablecontuvíctima.

—¿Mivíctima?

Rosanettelecogiólabarbilla.

—¡Sinduda!

Yceceandocomolasnodrizas:

—Nohemossidosiemprebuenos.Hemosdormidoconsumujer.

—¡Yo!¡Jamásenlavida!

Rosanettesonrió.Élsemolestóconsusonrisa,pruebadeindiferencia,creyóél.Pero

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ellareplicósuavemente,yconunadeesasmiradasqueimploranlamentira:

—¿Escierto?

—¡Desdeluego!

FrédéricdiosupalabradehonordequenuncahabíapensadoenMmeArnoux,puestoqueestabademasiadoenamoradodeotra.

—¿Dequién?

—Puesdeusted,¡hermosamía!

—¡Ah!,noteburlesdemí.Meponesnerviosa.

Él juzgó prudente inventar una historia, una pasión. Encontró detallescircunstanciados.Estapersona,además,lohabíahechomuydesgraciado.

—Decididamente,notienesmuchasuerte—dijoRosanette.

—¡Oh!¡Oh!,¡quizás!—queriendoaludirconestoavariasocasionesbuenas,afindedarunamejoropinióndesímismo,igualqueRosanettenoconfesabatodossusamantesparaqueél laquisiesemás,puesenmediodelasconfidenciasmásíntimashaysiemprerestriccionesporfalsavergüenza,delicadeza,compasión.Sedescubrenenelotrooenunomismoabismosoabyeccionesqueimpidencontinuar;sesiente,además,quenoseseríacomprendido; es difícil explicar exactamente en qué consiste; por eso las unionescompletassonraras.

LapobreMariscalanohabíaconocidocosamejor.Amenudo,cuandocontemplabaaFrédéric,acudíanlaslágrimasasusojos,despuéslevantabalavista,olaproyectabahaciaelhorizonte,comosihubierapercibidoalgunagranaurora,perspectivasdefelicidadsinlímites.Porfin,undíaconfesóquedeseabaencargarunamisa«paraquedébuenasuerteanuestroamor».

¿Aquésedebíaqueellalehubieraresistidodurantetantotiempo?Ellamismanosabíanada.Repitióvariasveceslapregunta;ycontestabaestrechándoleentresusbrazos.

—Esqueteníamiedodeamartedemasiado,querido.

Eldomingoporlamañana,Frédéricleyóenunperiódico,enunalistadeheridos,elnombredeDussardier.Lanzóungrito,y,enseñandoelpapelaRosanette,declaróqueibaasalirinmediatamente.

—¿Paraqué?

—Pues,paraverle,cuidarlo.

—Novasadejarmesola,meimagino.

—Venconmigo.

—¡Ah!,¡quevayaametermeensemejantetrifulca!¡Muchasgracias!

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—Sinembargo,nopuedo…

—¡Ta, ta, ta!—comosinohubieraenfermerosen loshospitales.Yademás,¿qué leimportabaaél?¡Cadaunoasucasa!

Él se indignó de este egoísmo; y se reprochó no estar allí con los demás. Tantaindiferenciaenlasdesgraciasdesupatriateníaalgodemezquinoydeburgués.Suamorlepesódeprontocomouncrimen.Estuvierondemorrosunahora.

Después,ellasuplicóqueesperase,quenoseexpusiera.

—¡Siporcasualidadtematan!

—¡Eh!,nohabríahechomásquecumplirconmideber.

Rosanettediounsalto.Primero,sudebereraamarla.¿Esqueélnoqueríayanadadeella?Estonoteníasentidocomún.¡Quéidea,Diosmío!

Frédéric llamó para pedir la cuenta. Pero no era fácil regresar a París. El coche detransportes Leloir acababa de salir, las berlinas Lecomte no saldrían, la diligencia delBourbonnaisnopasaríahastamuyentradalanocheyquizásestuviesellena;nosesabíanada.Después de haber perdidomucho tiempo en estas informaciones, se le ocurrió laidea de tomar la posta. El dueño de la posta no quiso proporcionarle caballos, ya queFrédéricnoteníapasaporte.Porfin,alquilóunacalesa(lamismaqueleshabíapaseado)yllegaronantedelhoteldelComercio,enMelun,hacialascinco.

La plaza del Mercado estaba cubierta de pabellones de armas. El prefecto habíaprohibidoalosguardiasnacionalesirseaParís.Losquenopertenecíanasudepartamentoqueríancontinuarelcamino.Gritaban.Elmesónestabamuyagitado.

Rosanette,llenademiedo,declaróquenoiríamáslejos,ylesuplicódenuevoquesequedase. El mesonero y su mujer la apoyaron. Un buen hombre que estaba cenandointervino afirmando que la batalla terminaría dentro de poco; por otra parte, había quecumplir con el deber. Entonces, la Mariscala redobló sus sollozos. Frédéric estabaexasperado.Lediosubolsa,laabrazórápidamenteydesapareció.

Al llegar aCorbeil, en la estación, le dijeron que los insurrectos habían cortado detrechoentrecholosraíles,yelcocherosenegóallevarlosmáslejos;suscaballos,decía,estabanrendidos.

Graciasaél, sinembargo,Frédéricobtuvounmalcabrioléque,porsesenta francos,sincontarlapropina,aceptóllevarloshastalafronteraconItalia.Pero,acienpasosdelabarrera,suconductorlehizobajarysevolvió.Frédériccaminabaporlacarreteracuandodeprontouncentinelacruzólabayoneta.Cuatrohombreslaempuñaronvociferando:

—¡Esunodeellos!¡Cuidado!¡Cacheadlo!¡Bandido!¡Canalla!

Ysuestupefacciónfuetanprofundaquesedejóconduciralpuestodelafrontera,enelcruce mismo donde convergen los bulevares de Gobelins y del Hospital y las Calles

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GodefroyyMouffetard.

Cuatro barricadas formaban, al final de las cuatro vías, enormes montones deadoquines; aquí y allí chisporroteaban antorchas; a pesar del polvo que se levantaba,distinguió soldados de infantería y guardias nacionales, todos con la cara negra,despechugados, despavoridos. Acababan de tomar la plaza, habían fusilado a varioshombres; la cólera les duraba todavía. Frédéric dijo que llegaba de Fontainebleau paraayudar a un camarada herido que vivía en la calle Bellefond; al principio nadie quisocreerle;leexaminaronlasmanos,inclusoleolieronlaorejaparaasegurarsedequenoolíaapólvora.

Entretanto,afuerzaderepetirlomismo,acabóconvenciendoauncapitán,queordenóadosfusilerosquelecondujeranalpuestodelJardínBotánico.

BajaronelbulevardelHospital.Soplabaunafuertebrisa.Estolereanimó.

Volvieron después por la calle de la Feria de Caballos. El Jardín Botánico, a laderecha,hacíaunagranmasanegra,mientrasquea la izquierda la fachadaenterade laPitié, con todas las ventanas iluminadas, llameaba como un incendio, y unas sombraspasabanrápidamentesobreloscristales.

LosdoshombresdeFrédéricsefueron.OtroleacompañóhastalaEscuelaPolitécnica.

LacalleSanVíctorestabatotalmenteaoscuras,sinunafarolaniunaluzenlascasas.Cadadiezminutosseoía:

—¡Centinelas: Firmes!—y este grito, lanzado enmedio del silencio, se prolongabacomolapercusióndeunapiedraquecaeenunabismo.

A veces se acercaba un ruido de pasos lentos. Era una patrulla de cien hombres almenos; murmullos, vagos choques de armas se escapaban de aquella masa confusa; y,alejándoseenunbalanceorítmico,desaparecíaenlaoscuridad.

En el centro de los cruces había un dragón a caballo, inmóvil. De vez en cuandopasaba un correo a galope tendido, luego se reanudaba el silencio. Cañones que sedesplazabanhacíanaloslejossobreelpavimentounruidosordoyformidable;elcorazónse encogía ante estos ruidos distintos de todos los ruidos habituales. Parecían inclusoampliarelsilencio,queeraprofundo,absoluto,unsilencionegro.Hombresenbatablancaseacercabanalossoldadosdiciéndolesunapalabraydesapareciendocomofantasmas.

ElpuestodelaEscuelaPolitécnicaestabaabarrotadodegente.Lapuertaestaballenade mujeres que deseaban ver a su hijo o a su marido. Las enviaron al Panteón,tranformadoendepósitodecadáveres,ynoescuchabanaFrédéric.Élseobstinó,jurandoquesuamigoDussardierleesperaba,ibaamorir.Ledesignaron,porfin,uncaboparaqueleacompañaraaloaltodelacalleSaint-Jacques,alaalcaldíadeldistritoXII.

La plaza del Panteón estaba llena de soldados acostados sobre paja.Amanecía.Los

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fuegosdelvivaqueseapagaban.

Lainsurrecciónhabíadejadoenaquelbarriohuellasformidables.Elpavimentodelascallesseencontrabadeunextremoalotrolevantadodemaneradesigual.Sobrelasruinasdelasbarricadasquedabanómnibus,tubosdegas,ruedasdecarreteras,enalgunossitiospequeños charcos negros, debía de ser sangre. Las casas estaban acribilladas deproyectilesysuarmazónasomababajolosdesconchadosdelyeso.Unascelosías,sujetasporunclavo,colgabancomoharapos.Escalerasderribadasdejabanverpuertasabiertasalvacío. Se veía el interior de las habitaciones con sus papeles hechos trizas; a veces sehabíanconservadointactascosasdelicadas.Frédéricobservóunrelojdepéndulo,unpalodeloro,grabados.

Cuando entró en la alcaldía, los guardias nacionales no cesaban de hablar de losmuertosDeBréayDeNégrier,delrepresentanteCharbonnelydelarzobispodeParís.SedecíaqueelduquedeAumalehabíadesembarcadoenBoulogne,BarbèshabíahuidodeVincennes,quelaartilleríallegabadeBourgesyqueafluíanlasayudasdelasprovincias.Hacia las tres alguien llevó buenas noticias; parlamentarios del motín estaban con elpresidentedelaAsamblea.

Entonces se alegraron;y, como todavía teníadoce francos,Frédéricmandócomprardocebotellasdevino,esperandoconestoacelerarsuliberación.Deprontocreyeronverunfusilamiento.Laslibacionessepararon;miraronaldesconocidoconojosdesconfiados;podríaserEnriqueV.

Como no tenía ninguna responsabilidad, le llevaron a la alcaldía del distritoXI, dedondenoledejaronsalirantesdelasnuevedelamañana.

SefuecorriendoalmuelleVoltaire.Enunaventanaabierta,unancianoenmangasdecamisa llorabacon lamiradahaciaarriba.ElSenacorríaapaciblemente.Elcieloestabacompletamenteazul;enlosárbolesdelasTulleríascantabanunospájaros.

Frédéric atravesaba el Carroussel cuando acertó a pasar una camilla. El puesto deguardia inmediatamente presentó armas, y el oficial dijo, llevando lamano a su chacó:«Honor al valiente desgraciado». Esta frase se había hecho casi obligatoria; el que lapronunciaba parecía seguir solemnemente emocionado. Un grupo de personas furiosasescoltabalacamillagritando:

—¡Nosvengaremos!¡Nosvengaremos!

Los coches circulaban por el bulevar, y unasmujeres delante de las puertas hacíanhilas. Entretanto, el motín estaba casi vencido; una proclamación de Cavaignac, fijadahacíapoco,loanunciaba.EnloaltodelacalleVivienneaparecióunpelotóndeguardiasmóviles.Entonceslosburgueseslanzabangritosdeentusiasmo;levantabanlossombreros,aplaudían,bailaban,queríanabrazarlos,darlesdebeber,ydelosbalconescaíanfloresqueechabanlasseñoras.

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Porfin,alasdiez,enelmomentoenqueelcañónrugíaparatomarelfaubourgSaint-Antoine,Frédéric llegóadondeestabaDussardier.Loencontróensubuhardilla tendidoboca arriba, durmiendo. De la habitación contigua salió silenciosamente una mujer, laseñoritaVatnaz.

LlevóaparteaFrédéricyleinformódecómoDussardierhabíasidoherido.

Elsábado,enloaltodeunabarricada,enlacalleLafayette,unmuchachoenvueltoenuna bandera tricolor, gritaba a los guardias nacionales: «¡Vais a tirar contra vuestroshermanos!». Como avanzaban, Dussardier había tirado su fusil, apartado a los otros,saltado la barricada y de un puntapié abatió al insurrecto arrancándole la bandera. Lohabíasacadodedebajodelosescombros,conelmusloperforadoporunabaladecobre.Habíahabidoqueabrirlaherida,extraerelproyectil.LaseñoritaVatnazhabíallegadolamismanoche,ydesdeentoncesnoloabandonaba.

Preparaba con inteligencia todo el material de cura, le ayudaba a beber, estabapendientedesusmenoresdeseos,ibayveníamásligeraqueunamoscaylocontemplabaconojostiernos.

Durante dos semanas, Frédéric no dejó de visitarlo todas las mañanas; un día quehablabadelaabnegacióndelaVatnaz,Dussardierseencogiódehombros.

—Puesno.Esporinterés.

—¿Túcrees?

Élreplicó:

—¡Estoyseguro!—sinquererañadirnadamás.

Ella le colmabade cuidadoshasta llevarle losperiódicosdonde se exaltaba subellaacción. Estos homenajes parecían importunarle. Llegó a confesar a Frédéric lapreocupacióndesuconciencia.

Quizáshabríadebidoponerseenelotrolado,conlagentedeguardapolvos;pues,enfin, les habíanprometidounmontónde cosasquenohabían cumplido.Susvencedoresdetestaban la República; y además, se habían mostrado duros en la confrontación. Sinduda,estabanequivocados,peronodeltodo;yelbravochicoestabatorturadoporlaideadequepodíahabercombatidolajusticia.

Sénécal,encerradoenlasTullerías,pordebajodelniveldelaorilladelrío,nosentíaestaclasedeangustias.

Allí estaban novecientos hombres, amontonados en la suciedad, todos revueltos,negros de pólvora y de sangre cuajada, temblando de fiebre, gritando de rabia; y nisiquieraretirabanalosqueestabanmuriéndoseenmediodelosdemás.Aveces,alruidosúbito de una detonación, creían que iban a fusilarlos a todos; entonces se precipitabancontra las paredes, después volvían a caer en su sitio, tan alelados por el dolor que les

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parecía estarviviendounapesadilla,unaalucinación fúnebre.La lámparacolgadade labóvedaparecíaunamanchadesangre;yrevoloteabanpequeñasllamasverdesyamarillas,producidasporlasemanacionesdelsubterráneo.Temiendoqueseprodujeranepidemias,senombróunacomisión.Desdelosprimerosescalones,elpresidenteseechóhaciaatrás,espantadopor elolorde los excrementosyde los cadáveres.Cuando losprisioneros seacercaban a un tragaluz, los guardias nacionales, que estaban allí para impedir quesacudiesenlasrejas,clavabanlasbayonetasenelmontón,alazar.

Se comportaron generalmente como despiadados. Los que no habían combatidoquerían señalarse. Era un desbordamiento de miedo. Se vengaban a la vez de losperiódicos,delosclubes,delaformacióndegrupos,delasdoctrinas,detodoloquelesexasperabadesdehacíatresmeses;yapesardelavictoria,laigualdad(comoparacastigodesusdefensoresyburladesusenemigos)semanifestabatriunfalmente,unaigualdaddeanimalesbrutos;unmismoniveldetorpezassangrantes;pueselfanatismodelosinteresesequilibró losdeliriosde lanecesidad, la aristocracia tuvo los furoresde la crápula,y elgorro de algodón no se mostró menos repelente que el gorro rojo. La razón estabaperturbadacomodespuésdelasgrandesconmocionesdelanaturaleza.Gentesdetalentosevolvieronidiotasparatodasuvida.

EltíoRoquesehabíavueltomuyvaliente,casi temerario.LlegadoaParísel26consusconvecinosdeNogent,envezdevolverseconellos,sehabíaincorporadoalaguardianacionalqueacampabaenlasTullerías;ysealegrómuchodequelopusiesendecentineladelante de la terraza al lado del río. Al menos allí los tenía debajo de él, a aquellosbandoleros. Gozaba con su derrota, con su abyección y no podía aguantarse sininsolentarsecontraellos.

Uno de ellos, un adolescente de larga cabellera rubia, acercó su cara a las rejaspidiendopan.EltíoRoquelemandócallar.Peroeljovenrepetíaconunavozlastimera:

—¡Pan!

—¿Lotengoyoacaso?

Aparecieron otros prisioneros en el tragaluz, con sus barbas hirsutas, sus pupilasencendidas,empujándoseunosaotrosyaullando:

—¡Pan!

EltíoRoqueseindignóalverquenosereconocíasuautoridad.Paraponerlesmiedo,los encañonó; y no pudiendo aguantar más la marea que le ahogaba, el joven, con lacabezahaciaatrásgritóunavezmás:

—¡Pan!

—¡Toma!,¡ahitienes!—dijoeltíoRoquehaciendoundisparodefusil.

Se produjo un alarido enorme, después nada. Junto a la reja había quedado algo

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blanco.

Despuésdelocual,eltíoRoqueregresóasucasa,puesposeíaenlacalleSaint-Martinunacasadonde sehabía reservadounahabitacióndepaso;y losdañoscausadospor elmotínenelescaparatedesuinmueblehabíancontribuidoennopequeñamedidaaponerlefurioso.Suaccióndehacíaunmomentoletranquilizabacomounaindemnización.

Fuesupropiahijaquienleabriólapuerta.Ledijoinmediatamentequesuausenciatanprolongadalahabíapreocupado;temíaunadesgracia,unaherida.

EstapruebadeamorfilialenternecióaltíoRoque.SeextrañódequeellasehubiesepuestoencaminosinCatherine.

—Laheenviadoahacerunrecado—contestóLouise.

Y le informó de su salud, de unas cosas y otras; luego, con un aire indiferente, lepreguntósiporcasualidadnosehabíaencontradoconFrédéric.

—¡No!,¡niporasomo!

Eraúnicamenteporélporquienhabíahechoelviaje.Alguienpasóporelpasillo.

—¡Ah!,¡perdón!

Yelladesapareció.

CatherinesehabíaencontradoconFrédéric.Estabaausentedesdehacíavariosdías,ysuamigoíntimo,elseñorDeslauriers,vivíaahoraenprovincias.

Louisereapareciótodatemblorosa,sinpoderhablar.Seapoyabacontralosmuebles.

—¿Quétienes?,¿quétienes?

Ellahizoseñasdequenoeranada,yconungranesfuerzodevoluntadserepuso.

Delacasadecomidasdeenfrentellevaronlasopa.PeroeltíoRoquehabíasufridounaemocióndemasiadoviolenta.«Aquellonopodíapasar»,yenelpostretuvounaespeciededesmayo.Rápidamentefueronabuscaraunmédico,queprescribióunapoción.Después,yaencama,eltíoRoqueexigióelmayornúmerodemantasposibleparaentrarencalor.Suspiraba,gemía.

—¡Gracias,mibuenaCatherine! ¡Besaa tupobrepadre,mipichoncita! ¡Ah!, ¡estasemociones!

Ycomosuhijaleriñeseporhabersepuestoenfermoafuerzadeatormentarseporella,élreplicó:

—¡Sí!,¡tienesrazón!Peroesmásfuertequeyo.Soydemasiadosensible.

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CAPÍTULOII

La señora Dambreuse, en su saloncito, entre su sobrina y miss John, escuchaba al tíoRoque,queestabacontandosusproezasmilitares.

Ellasemordíaloslabios,parecíasufrir.

—¡Oh!,noesnada,estopasará.

Yconairegracioso:

—Tendremosacenaraunodesusconocidos,elseñorMoreau.

Louiseseestremecía.

Yalabósusmaneras,sucara,yprincipalmentesuscostumbres.

La señora Dambreuse mentía menos de lo que creía; el vizconde soñaba con elmatrimonio.Se lohabíadichoaMartinon,añadiendoqueestabasegurodeagradara laseñoritaCécileyquesuspadresloaceptarían.

Para arriesgarse a tal confidencia, debía de tener informes ventajosos sobre la dote.Ahora bien, Martinon sospechaba que Cécile era hija natural del señor Dambreuse; yhubierasido,probablemente,muyfuertepedirsumanoporsiacaso.Estaaudaciaofrecíapeligros; por eso,Martinon, hasta elmomento, se había conducido demodo que no secomprometía;además,nosabíacómodeshacersedelatía.LapalabradeCisyledecidió;yhabía hecho su petición al banquero, el cual, no viendo obstáculo en ello, acababa deinformaralaseñoraDambreuse.

AparecióCisy.Ellaselevantó,dijo:

—Ustednosolvida…Cécile,chocaesamano.

EnelmismomomentoentrabaFrédéric.

—¡Ah!,porfin,volvemosaverle—exclamóeltíoRoque—.Estuvetresvecesensucasa,conLouise,estasemana.

Frédéric había evitado cuidadosamente encontrarse con ellos. Alegó que pasabajornadasenterasalacabeceradeuncamaradaherido.Desdehacíamuchotiempo,además,había tenidounmontóndeocupaciones; e inventabadisculpas.Felizmente, llegaron losinvitados;primeramente,elseñorPauldeGrémonville,eldiplomáticoquehabíavistoen

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elbaile,despuésFumichon,elindustrialquelehabíaescandalizadounatardeconsucelodeconservador;laviejaduquesadeMontreuil-Nantuallegópocodespués.

Entretantoseoyerondosvocesenlaantesala.

—Estoysegura—decíauna.

—Mi querida señora, mi querida y bella señora —respondía la otra—, por favor,cálmese.

Era el señor de Nonancourt, un viejo coquetón, que parecía momificado con cold-cream, y la señora de Larsillois, esposa de un prefecto de Luis Felipe. Estaba todatemblorosa, porque acababa de oír tocar al órgano una polka que servía de señal a losinsurrectos. Muchos burgueses se imaginaban algo parecido; creían que, en lascatacumbas, había hombres dispuestos a hacer saltar el faubourg Saint-Germain; de lastabernassalíanrumoresconfusos;cosassospechosassetransmitíanalasventanas.

Todoelmundo,sinembargo,hizoportranquilizaralaseñoradeLarsillois.Elordenestaba restablecido.Yanadahabíaque temer.«Cavaignacnosha salvado».Comosinohubieranbastadoloshorroresdelainsurección,todavíalosexageraban.Porelladodelossocialistashabíahabidoveintitrésmilcondenadosatrabajosforzados,niunomenos.

No había ninguna duda acerca del envenenamiento de los víveres, de los guardiasmóviles que habían sido serrados entres dos tablas, y de que en las banderas de losinsurrectoshabíainscripcionesqueincitabanalpillaje,alincendio.

—Yalgopeor—añadiólamujerdelexprefecto.

—¡Ah,querida!—interrumpiópúblicamente la señoraDambreuse, señalandocon lamiradaalastresjóvenes.

LaseñoraDambreusesaliódesugabineteconMartinon.Volviólacabezaycontestóalos saludos de Pellerin que se adelantaba. El artista observaba las paredes con airepreocupado.Elbanquerolollevóaparteyledioaentenderquehabíatenidoqueesconder,porelmomento,sucuadrorevolucionario.

—¡Claro!—DijoPellerin,quiendespuésdesufracasoenel«ClubdelaInteligencia»habíacambiadodeopinión.

ElseñorDambreuseinsinuómuycortésmentequeleencargaríaotrostrabajos.

—Pero,perdón…¡Ah,queridoamigo,quéplacer!

ArnouxyMme.ArnouxestabandelantedeFrédéric.

Lediounaespeciedevértigo.Rosanettelehabíamolestadotodalatardeexpresandosuadmiraciónporlosmilitares;yelviejoamorvolvióadespertar.

Elmaitre d’hôtel anunció que la cena estaba servida. Con una mirada ordenó alvizcondequetomasedelbrazoaCécile,ysusurróaMartinon:«¡Miserable!»ypasaronal

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comedor.

Bajo las hojasverdesdeunapiña, enmediodelmantel, se extendíaunbesugoquedabalacaraauncuartodecorzoytocabaconlacolaunplatodecangrejosdispuestosenpirámide. Higos, enormes cerezas, peras y uvas (frutas tempranas de cultivadoresparisinos)formabanagudaspirámidesenfruterosdeviejaporcelanadeSajonia;manojosdefloresalternabanconrelucientesvajillasdeplata;laspersianasdesedablancabajadasdelante de las ventanas filtraban en la habitación una luz suave; dos recipientes dondehabíatrocitosdehielomanteníanunambientefrescoenlasala;lamesaestabaservidaporcriados de gran estatura que vestían calzón corto. Todo esto resultaba todavía másagradabledespuésdelasemocionesdelosdíaspasados.Sevolvíaagozardelascosasquesetemíanperder;yNonancourtexpresóelsentirgeneraldiciendo:

—¡Ah!,esperemosquelosseñoresrepublicanosnospermitancenar.

—Apesardesufraternidad—añadióingeniosamenteeltíoRoque.

Estos dos honorables estaban sentados respectivamente a derecha e izquierda de laseñoraDambreuse, quien tenía enfrente a sumarido, entre la señoraDeLarsillois, queteníaasu ladoaldiplomático,y laviejaduquesaal ladodeFumichon.Luegoveníanelpintor,elcomerciantedecerámica,laseñoritaLouisey,graciasaMartinon,quelehabíaquitadoel puestoparaponerse al ladodeCécile,Frédéric se encontró al ladodeMme.Arnoux.

Llevaba un vestido de barés negro, una pulsera de oro en la muñeca, y, como laprimeravezque lehabía invitadoacenarensucasa,algorojoensupelo,unaramadefucsiaentrelazadaenelmoño.Frédéricnopudomenosdedecirle:

—¡Cuántotiempohacequenonosvemos!

—¡Ah!—replicóellafríamente.

Élcontinuóenuntonosuavequeatenuabalaimpertinenciadelapregunta:

—¿Hapensadoalgunavezenmí?

—¿Porquéibaapensar?

AFrédériclemolestaronaquellaspalabras.

—Quizástieneustedrazón,despuésdetodo.

Pero, arrepintiéndose rápidamente, juró que no había vivido un sólo día sin que surecuerdodejasedeatormentarle.

—Nolecreoabsolutamentenada,señor.

—Sinembargo,ustedsabequelaquiero.

Mme.Arnouxnocontestó.

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—Ustedsabequelaquiero.

Ellaseguíacallada.

«Bueno,veteapaseo»,dijoparasíFrédéric.

Y,alzandolavista,vioenelotroextremodelamesaalaseñoritaRoque.

Habíacreídoestarmáscoquetavistiéndosedeverde, colorquechocabaconel tonorojode supelo.Lahebilla de su cinturón estabademasiado alta, su cuellode encaje lehundíalacabezaentreloshombros,estafaltadeeleganciahabíainfluidosindudaenlafríaactituddeFrédéric.Ellaloobservabadesdelejos,curiosamente;yArnoux,queestabaal lado de ella, pormás piropos que le echaba, no lograba arrancarle tres palabras, demodo que, renunciando a hacerse grato, se puso a escuchar la conversación. AhoradiscurríasobrelospurésdepiñadelLuxemburgo.

Según Fumichon, Louis Blanc poseía un palacio en la calle Saint-Dominique y seresistíaaalquilarloalosobreros.

—Yoloqueencuentroraro—dijoHussonnet—esqueLedru-RollinvayaacazaralasfincasdelaCorona.

—Debeveintemilfrancosaunorfebre,añadióCisy;einclusosedice…

LaseñoraDambreuseleinterrumpió.

—¡Ah!,quéfeoesacalorarseporlapolítica.Unjoven,pase.Ocúpesemásbiendesuvecina.

Luegolagenteserialaemprendióconlosperiódicos.

Arnoux salió en su defensa; Frédéric intervino afirmando que eran empresascomercialessemejantesa lasotras.Losqueescribíanenelloseran,por logeneral,unoscretinosounosbromistas;sehizopasarportalparaconocerlos,ycombatíaconsarcasmoslossentimientosgenerososdesuamigo.MmeArnouxnosedabacuentadequelohacíaparavengarsedeella.

Entretanto,elvizcondese torturabalamenteparaconquistara laseñoritaCécile.Alprincipioalardeódesusaficionesartísticas,criticandolaformadelaspequeñasgarrafasyelgrabadodeloscuchillos.Despuéshablódesucuadra,desusastreydesucamisero;porfin,abordóelcapítulodelareligiónyencontróunmediodedaraentenderqueélcumplíaconsusdeberesreligiosos.

Martinonlohacíamejor.Deunamanerapausadaymirándolacontinuamente,elogiabasuperfildepájaro,sudescoloridopelorubio,susmanosdemasiadocortas.Lafeajovengozababajoaquelchaparróndepiropos.

Comotodoshablabanenvozalta,nosepodíaoírnada.ElseñorRoqueabogabaporuna mano de hierro para gobernar Francia. Nonancourt llegó a echar de menos la

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guillotinapara loscrímenespolíticos.Habíaqueexterminardeunaveza todosaquellosbandidos.

—Si hasta son unos cobardes —dijo Fumichon—. Yo no veo valentía alguna enponersedetrásdelasbarricadas.

—A propósito, hablemos de Dussardier —dijo el señor Dambreuse volviéndose aFrédéric.

El bravo empleado se había convertido en un héroe, como Sallesse, los hermanosJeanson,LaPéquillet,etc.

Frédéric,sinhacerserogar,contólahistoriadesuamigo;locualleprocuróaélunaespeciedeaureola.

Llegaron, con toda naturalidad, a relatar diferentes rasgos de valor. Según eldiplomático,noeradifícilafrontarlamuerte,pruebadeello:losquesebatíanenduelo.

—Podemosremitirnosalvizconde—dijoMartinon.

Elvizcondesepusotodorojo.

Losinvitadoslemiraban;yLouise,másasombradaquelosdemás,murmuró:

—¿Dequésetrata?

—SerajóanteFrédéric—replicóArnouxenvozbaja.

—¿Ustedsabealgo,señorita?—preguntóenseguidaNonancourt.

Y dio su respuesta a la señora Dambreuse, quien, inclinándose un poco, se puso aobservaraFrédéric.

MartinonnoaguardólaspreguntasdeCécile.Ledijoqueesteasuntoteníaqueverconunapersonaincalificable.Lajovenserecostóligeramenteensusilla,comoparaevitarelcontactoconsemejantelibertino.

La conversación, entretanto, se había reanudado. Circulaban los grandes vinos deBurdeos, la gente se animaba; Pellerin estaba resentido con la Revolución a causa delmuseo español, definitivamente perdido.Era lo quemás le afligía comopintor.En estepunto,eltíoRoqueleinterpeló.

—¿Noseríaustedelautordeuncuadromuynotable?

—¡Quizás!¿Cuál?

—Esequerepresentaaunaseñoraenunvestido…¿cómodiría,conpropiedad…unpoco…ligero,conunabolsayunpavorealdetrás?

Frédéricasuvezsepusocolorado.Pellerinparecíanodarseporenterado.

—Sinembargo, esunaobraciertamente suya.Puesalpiedel cuadroestáescrito su

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nombreyunatarjetaencimaatestiguaquesupropietarioeselseñorMoreau.

Undía,mientrasesperabanaFrédéric,eltíoRoqueysuhijahabíanvistoensucasaelretratodelaMariscala.Elbuenhombreinclusolohabíatomadopor«unatablagótica».

—¡No!—dijobruscamentePellerin—;esunretratodemujer.

Martinonañadió:

—Deunamujerqueestábienviva.¿Verdad,Cisy?

—¡Ah!,nosénada.

—Creíquelaconocía.Perocomoveoquelemolesta,lepidomilperdones.

Cisy bajó la vista, demostrando con su turbación que había tenido una intervenciónlamentableenaquelretrato.EncuantoaFrédéric,estabaclaroquelamodelodelcuadroera su amante. Fue una de esas convicciones a las que se llega inmediatamente y lasexpresionesdeloscircunstanteslomanifestabansinlugaradudas.

—¡Cómomementía!—sedijoMme.Arnoux.

«Es,pues,poresoporloquemehadejado»,pensóLouise.

Frédéric se imaginaba que estas dos historias podían comprometerle; cuando seencontraroneneljardínseloreprochóaMartinon.

ElgalándelaseñoritaCécileselerióenlasnarices.

—¡Eh!,nadadeeso,alcontrario,esopuedeayudarte.Sigueadelante.

¿Qué quería decir? Además, ¿qué significaba esa benevolencia tan contraria a sushábitos?Sindar ninguna explicación, se fuehacia el fondo, donde estaban sentadas lasmujeres. Los hombres semantenían de pie, y Pellerin, enmedio de ellos, exponía susideas. El régimenmás favorable para las artes era una monarquía bien entendida. Lostiemposmodernos le asqueaban, aunque sólo fuese por laGuardiaNacional; echaba demenoslaEdadMedia,aLuisXIV;eltíoRoquelefelicitóporsusopiniones,confesandoincluso que echabanpor tierra todos sus prejuicios sobre los artistas. Pero se alejó casiinmediatamente, atraído por la voz deFumichon.Arnoux trataba de demostrar que haydossocialismos,uno’buenoyotromalo.Elindustrialnoveíalasdiferencias,puessólooírlapalabra«propiedad»leencolerizabaylehacíadarvueltasalacabeza.

—Es un derecho que está escrito en la naturaleza. Los niños tienen apego a susjuguetes, todos los pueblos son de mi parecer, todos los animales; el mismo león, sipudierahablar,sedeclararíapropietario.Asíyo,señores,comencéconquincemilfrancosdecapital.Durantetreintaaños,fíjensebien,melevantabaregularmentealascuatrodelamañana.Mehacostadountrabajodemildiablosllegaraloquetengo.Yseatreveránadecirmequenosoyelamo,quemidineronoesmío,enfin,quelapropiedadesunrobo.

—PeroProudhon…

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—DéjemeenpazconsuProudhon.Siestuvieraaquí,creoqueloestrangularía.

Lohabríaestrangulado.Sobretodo,despuésdeloslicores,Fumichoneraotrapersona;ysucaradeapopléjicoestabaapuntodeestallarcomounobús.

—Buenosdías,Arnoux—dijoHussonnet,quepasórozandoelcésped.

LlevabaalseñorDambreuselaprimerahojadeunfolletotituladoLaHidra,enlaqueel bohemio defendía los intereses de un círculo reaccionario, y el banquero lo presentócomotalasusinvitados.

Hussonnet los divirtió primero contando que los comerciantes de sebo pagaban atrescientosnoventaydosmuchachosparaquecadanochegritasen:«Farolillos»;después,tomando a broma los principios del 89, la liberación de los negros, los oradores de laizquierda; llegó incluso a declamar «Prudhomme sobre una barricada», tal vez por unaingenuaenvidiacontraaquellosburguesesquehabíancenadobien.Labromaagradóhastaciertopunto.Hubocaraslargas.

No era momento de bromear, por lo demás; Nonancourt lo advirtió, recordando lamuerte demonseñorAffre y la del generalDeBréa. Seguían recordándolos; y sacabanconsecuencias de ellas. El tío Roque declaró que la muerte del arzobispo era lo mássublime que podía darse; Fumichon daba la palma al militar; y, en vez de limitarse adeplorarestosdosasesinatos, sepusieronadiscutir sobrecuálde losdosdebía suscitarmayorindignación.Siguióunsegundoparalelo,estavezentreLamoriciéreyCavaignac.DambreuseexaltabaaCavaignac,yNonancourtaLamoricière.SalvoArnoux,ningunodelos que estaban allí había podido verlos en acción. Nadie dejó de formular juiciosirrevocables sobre sus operaciones.Frédéric se había declarado incompetente y confesóqueélnohabíatomadolasarmas.EldiplomáticoyelseñorDambreuselehicieronconlacabezaun signode aprobación.Enefecto, haber combatidoelmotínqueríadecirhaberdefendido laRepública. El resultado, aunque favorable, la consolidaba; y, ahora que sehabíandeshechodelosvencidos,deseabanserlosvencedores.

Apenaseneljardín,laseñoraDambreuse,tomandoaparteaCisy,loreprendióporsutorpeza;alveraMartinon,ella lodespidió,despuésquisosaberpormediodesu futurosobrinolacausaporlacualhabíanhechobromasacuentadelvizconde.

—Nohayninguna.

—YtodoestoparecíahechoapropósitoparaensalzaralseñorMoreau.¿Conquéfin?

—Conninguno.Frédéricesunchicoencantador.Yoloquieromucho.

—Yyotambién.Quevenga.Vayanabuscarlo.

Despuésdedosotresfrasesbanales,laseñorasepusoahablarconligerodespreciodesushuéspedes, lo cual equivalía a colocarle a élpor encimade todosellos.Frédéricnodejó de denigrar moderadamente a las otras mujeres, lo cual era una manera hábil de

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hacerlecumplidos.Peroellaledejabadevezencuando,eratardederecepción,llegabanseñoras; luegovolvíaasupuesto,yladisposicióntotalmentefortuitadelosasientoslespermitíahablarsinseroídos.

Ella semostró jovial, seria,melancólica y razonable. Las preocupaciones del día leinteresabanmedianamente; había toda una serie de sentimientosmenos transitorios. Sequejabandelospoetasquedesvirtúanlaverdad,después,levantandolosojosalcielo,lepreguntóelnombredeunaestrella.

Habíanpuestoenlosárbolesdosotresfaroleschinos;elvientolosmovía,suslucesdecolor temblaban sobre su vestido blanco. Estaba, según su costumbre, un poco echadahaciaatrásensusillón,ydelanteteníaunpequeñotabureteparalospies;seveíaapenaslapunta de un zapato de raso negro; y a la señora Dambreuse se le escapaba de vez encuandounapalabraunpocomásalta,inclusoavecesunarisa.

EstascoqueteríasnollegabanaMartinon,entretenidoconCécile;peroibanallamarlaatención de la joven señorita Roque, que conversaba conMme. Arnoux. Era la única,entreaquellasmujeres,cuyosmodalesnoleparecíandesdeñosos.Habíaidoasentarseasuladodespués,cediendoaldeseodeexpansionarse:

—¿VerdadquehablabienFrédéricMoreau?

—¿Loconoceusted?

—¡Oh!,mucho.Somosvecinos,jugabaconmigosiendoyoniña.

Mme.Arnouxleechóunalargamiradaquesignificaba:«¿Noestaráenamoradadeél,meimagino?».

Ladelachicareplicósinalterarse:«¡Sí!».

—Entonces,¿loveconfrecuencia?

—¡Oh,no!,sólocuandovaaverasumadre.Hacediezmesesquenovaporallí.Sinembargo,habíaprometidosermásasiduo.

—Nohayquefiarsemuchodelaspromesasdeloshombres,hijamía.

—Peroamínomehaengañado.

—Comoaotras.

Louise se estremeció: «¿Acaso le había prometido algo también a ella?», y su caraestabacrispadadedesconfianzaydeodio.

Mme.Arnouxcasiletuvomiedo;hubieraqueridoretiraraquellaspalabras.Luego,lasdospermanecieronensilencio.

Como Frédéric estaba en frente, en una silla de tijera, ellas lo miraban, la unadecentementeconelrabillodelojo,laotradescaradamente,conlabocaabierta,demodoquelaseñoraDambreuseledijo:

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—Vuélvaseparaquelavea.

—¿Aquién?

—PuesalahijadelseñorRoque.

Yletomóelpelodiciéndolequeestabaenamoradodeaquellajovenprovinciana.Élsedefendíaintentandoreírse.

—Pero¿esposible?,dígame,¡semejantepetardo!

Sin embargo, su vanidad se sentía inmensamente halagada. Recordaba la nochepasada,enlaquehabíasalidoconelcorazónllenodehumillaciones;yrespirabaaplenopulmón;sesentíaensuverdaderoambiente,casiensupropiedad,comositodoaquello,incluidoelpalaciodelosDambreuse,fuerasuyo.Lasseñoritasformabanunsemicírculoparaescucharle;y,paralucirse,sepronuncióafavordelrestablecimientodeldivorcio,quehabía que facilitar hasta poder dejarse y reunirse indefinidamente tantas veces como sequisiera.Ellasprotestaron;otrascuchicheaban; surgíanpequeñasvocesen la sombra, alpie de la pared cubierta de aristoloquias. Era como un alegre cacareo de gallinas; yFrédéric desarrollaba su teoría con ese aplomo que da el saberse escuchado.Un criadollevóalcenadorunabandejallenadehelados.Loscaballerosseacercaron.Hablabandedetenciones.

Entonces,Frédéricsevengódelvizcondehaciéndolecreerquepodíanperseguirleporlegitimista. El otro objetaba que no se había movido de su habitación; su adversarioacentuólastintasnegras;losseñoresDambreuseydeGrémonvilletambiénsedivertíanasucosta.DespuéscumplimentaronaFrédéric,nosinlamentarquenoempleasesusdotesenladefensadelorden;yhubounapretóndemanoscordial;enadelantepodíacontarconellos.Enfin,cuandotodoelmundoseiba,elvizcondehizounaprofundainclinaciónanteCécile:

—Señorita,tengoelgranhonordedesearlebuenasnoches.

Ellacontestóentonoseco:

—Buenasnoches.

YsonrióaMartinon.

ElseñorRoque,paracontinuarsudiscusiónconArnoux,lepropusoacompañarle«asícomo a la señora», ya que llevaban el mismo camino. Louise y Frédéric caminabandelante.Ellalehabíacogidodelbrazo;ycuandoestuvieronbastantelejosdelosotros:

—¡Ah!, por fin, por fin. He sufrido bastante toda la velada. ¡Qué malas son esasmujeres!¡Quéairedesuperioridad!

Élquisodefenderlas.

—Enprimer lugar,bienpodíashabermedichoalgoalentrar,haceunañoqueno te

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dejasver.

—Nohaceunaño—dijoFrédéric,contentodecorregirleeste falloparaevitarse losotros.

—Bueno.Eltiempomehaparecidolargo,esoestodo.Peroduranteestaabominablecenaeraparacreerqueteavergonzabasdemí.¡Ah!comprendoquenotengoloquehacefaltaparaagradar,comoellas.

—Teequivocas—dijoFrédéric.

—¡Deveras!¡Júramequenoquieresaninguna!

Frédéricjuró.

—Yesamísolaaquienquieres.

—Puesclaro.

Esta seguridad la alegró. Habría querido perderse con él por las calles para pasearjuntostodalanoche.

—Hesufridotantoallí.Nohablabanmásquedebarricadas.Teveíacaerdeespaldas,cubierto de sangre. Tu madre estaba en casa con su reúma. No sabía nada. Tenía quecallarme.Nopodíaaguantarmemás.EntoncestoméaCatherine.

Ylecontósusalida,todosucamino,ylamentiracontadaasupadre.

—Viene a recogerme dentro de dos días. Ven mañana por la tarde, como porcasualidad,yaprovechaparapedirmeenmatrimonio.

JamásFrédérichabíaestadomáslejosdelmatrimonio.Además,laseñoritaRoqueleparecíaunainsignificantepersonabastanteridicula.¡Quédiferenciaconunamujercomola señora Dambreuse! Era muy distinto el porvenir que le esperaba. Hoy estaba muysegurodeello;poresonoeraelmomentodecomprometerse,porunacorazonada,enunadecisióndetantaimportancia.Ahorahabíaqueserrealista;yademás,habíavueltoaveraMmeArnoux.Sinembargo,lafranquezadeLouiseleponíaenunapuro.Replicó:

—¿Hasreflexionadobiensobreelpasoquevasadar?

—¡Cómo!—exclamóella,heladadesorpresaydeindignación.

Éldijoquecasarseahoraseríaunalocura.

—¿Asíquetúnoquieresnadaconmigo?

—Esquetúnomecomprendes.

Ycomenzóconunapalabreríamuyembrolladaparadarleaentenderqueteníarazonesde peso, que incluso su patrimonio estaba comprometido (Louise zanjaba todo con unapalabra clara). En fin, que las circunstancias políticas eran desfavorables. Las cosas searreglarían sin duda; al menos, él lo esperaba; y como ya no encontrabamás razones,

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fingiórecordarbruscamentequehacíayadoshorasquehabríatenidoqueestarencasadeDussardier.

Después,luegodehabersedespedidodelosotros,semetióporlacalleHauteville,diolavueltaalGimnasio,volvióalbulevar,ysubiócorriendoloscuatropisosdeRosanette.

Elseñory laseñoraArnouxdejaronal tíoRoqueyasuhijaa laentradadelacalleSaint-Denis.Volvieronallísindecirnada;élextenuadodetantacharla,yellarendidadecansancio; teniendo inclusoqueapoyarseensuhombro.Eraelúnicohombrequehabíadado muestras aquella noche de sentimientos honrados. La mujer se sintió llena deindulgenciaconél.Sinembargo,porsuparte,ArnouxguardabaalgúnrencoraFrédéric.

—¿Vistelacaraquepusocuandosehablódelretrato?¿Recuerdascuandoyotedecíaqueerasuamanteytúnoqueríascreerme?

—¡Oh!,sí,meequivocaba.

Arnoux,satisfechodesutriunfo,insistió.

—Teapuestoinclusoquenoshadejadohaceunmomentoparairareunirseconella.Estoysegurodequeestáahoraensucasa,¡vaya!,ydequepasaallílanoche.

MmeArnouxhabíabajadosucapucha.

—Pero¡estástemblando!

—Esquetengofrío—dijoella.

Apenas su padre se quedó dormido, Louise entró en la habitación de Catherine, y,sacudiéndolaporelhombro:

—¡Levántate!…¡Pronto!,¡máspronto!,yveteabuscarunsimón.

Catherinelerespondióqueaaquellahorayanohabía.

—Entoncestúmismavasaacompañarme.

—¿Adónde?

—AcasadeFrédéric.

—Imposible.¿Paraqué?

Eraparahablarconél.Nopodíaesperar.Queríaverloinmediatamente.

—Nihablar.Presentarse así enuna casa amedianoche.Además, a estashoras estádurmiendo.

—Lodespertaré.

—Peroesonoesdecenteparaunaseñorita.

—Yonosoyunaseñorita.Soysumujer.Lequiero.Vamos,ponteelchal.

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Catherine,depiealladodesucama,reflexionaba.Acabópordecir:

—No,noquiero.

—Bueno,puesquédate.Yovoyallá.

Louisesedeslizócomounaculebraporlaescalera.Catherineselanzódetrásdeella,laalcanzóenlaacera.Susprotestasfueroninútiles;ylaseguíaaltiempoqueterminabadeanudarsucamisola.Elcaminolepareciólarguísimo.Sequejabadesusviejaspiernas.

—Despuésdetodo,yonotengoningúnmotivoparacorrer,vamos.

Luegoseablandaba.

—¡Corazónmío!YanotequedamásquetuCatau,¿ves?

Devezencuandoleentrabanescrúpulos.

—¡Ah!,¡quécosasmehacenhacer!¡Sisedespertarasupadre!¡Ojalánoocurra!

DelantedelteatrodeVariedades,unapatrulladelaguardianacionallasparó.Louisedijoenseguidaqueibaconsumuchachaabuscarunmédico.Lasdejaronpasar.

EnlaesquinadelaMagdalenaencontraronunasegundapatrulla,y,comoLouiseleshubiesedadolamismacontestación,unodelosciudadanosexclamó:

—¿Noseráparaunaenfermedaddenuevemeses,querida?

—¡Gougibaud!—exclamóelcapitán—,¡nadade indecenciasen lasfilas!; ¡circulen,señoras!

Apesardelaordenterminante,continuaronlosrasgosdeingenio.

—Quesedivierta.

—Misrespetosaldoctor.

—Cuidadoconellobo.

—Lesgustareír—dijoenvozaltaCatherine—.Sonjóvenes.

Por fin, llegaron a casa de Frédéric. Louise tiró de la campanilla con fuerza variasveces.Lapuertaseentrabrióyelconserjerespondióasupregunta:

—No.

—¿Peroestaráacostado?

—Ledigoqueno.Hacetresmesesquenoduermeencasa.

Yelpequeñocristaldelaporteríavolvióabajarclaramentecomounaguillotina.Lasdosmujeressequedaronaoscuras,bajolabóveda.Unavozfuriosalesgritó:

—¡Salgan!

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Lapuertasevolvióaabrir;salieron.

Louisetuvoquesentarseenunguardacantón;ycogiéndoselacabezaentrelasmanosllorócontodaelalma.Estabaamaneciendo,pasabancarretas.

Catherine la llevó a casa, sosteniéndola, besándola, prodigándole toda clase deconsuelosqueledictabasuexperiencia.Nohabíaquesufrirtantoporloshombres.Siéstelefallaba,yaencontraríaotros.

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CAPÍTULOIII

Cuando se le pasó el entusiasmo por los guardias móviles, Rosanette se volvió másencantadoraquenunca,yFrédéric,sindarsecuenta,tomólacostumbredevivirencasadeella.

Lo mejor de la jornada era la mañana, en la terraza. En chambra de batista y enpantuflas, sin medias, iba y venía alrededor de él, limpiaba la jaula de los canarios,cambiabaelaguaalospecesrojosyseentreteníaentrabajosdejardineríaconunabadilaenlacajallenadetierra,dedondesalíaunemparradodecapuchinasquecubríalapared.Después, de codos en el balcón, miraban juntos los coches, los transeúntes; y secalentabanalsol,hacíanproyectospara lavelada.Élseausentabadoshorasa losumo;luegoibanaunteatrocualquieraalproscenio;yRosanette,conungranramodefloresenmano, escuchaba la orquesta,mientras que Frédéric le contaba al oído cosas joviales ogalantes. Otras veces tomaban una calesa que los llevaba al bosque de Bolonia; sepaseabanhastatarde,hastamedianoche.Porfin,regresabanporelArcodelTriunfoylagranavenida,aspirandoelaire,conlasestrellassobresuscabezas,ytodoslosfarolesdegasencendidosalineadoshastaelfondoofreciendounaperspectivacomoundoblecordóndeperlasluminosas.

Frédériclaesperabasiemprequeibanasalir;ellatardabamuchoenenlazaralrededorde su barbilla las dos cintas de su capucha; y se sonreía a símisma ante el espejo delarmario.Despuéslocogíadelbrazoyforzándoleacontemplarsejuntoaella:

—¡Québuenaparejahacemos!¡Ah!¡pobreamor,tecomería!

Ahoraélsehabíaconvertidoencosasuya,enunapropiedadsuya.Ellateníaensucaracomouncontinuoreflejodeél,almismotiempoquesusmanerassehabíanvueltomáslánguidas,susformasmásredondas;Frédéric laencontrabacambiada,aunquenohabríasabidodecirdequémanera.

Undíalecontó,comonoticiaimportante,queelseñorArnouxacababademontarunatienda de ropa blanca a una antigua obrera de su fábrica; él iba allí todas las tardes,«gastabamucho;sinirmáslejos, laotrasemanalehabíaregaladotodoslosmueblesdepalisandro».

—¿Cómolosabes?—dijoFrédéric.

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—Losédebuenatinta.

Delphine, ejecutando susórdenes, había ido a informarse.DebíadequerermuchoaArnouxparaocuparsetantodeél.Frédéricselimitóacontestarle:

—¿Quéteimportaeso?

Rosanettesesorprendióaloírlapregunta.

—Esque ese canallamedebedinero. ¿Noes abominablever cómo sostiene aunasbribonas?

Después,conunaexpresióndeodiosatisfecho:

—Hayquedecirqueellaseburlabiendeél.Tieneotrostresamigos.¡Mejor!,¡yquelecomahastaelúltimocéntimo,mealegraré!

Arnoux,enefecto,sedejabaexplotarporlaBordelesa,contodalaindulgenciadelosamoresseniles.

La fábrica ya no marchaba; el conjunto de sus negocios estaba en una situaciónlastimosa; de modo que, para ponerlos a flote, pensó primeramente en abrir un cafécantante en el que sólo se cantarían canciones patrióticas; con una subvención delMinisterio,elnegociosehabríaconvertidoa lavezenunfocodepropagandayenunafuente de ingresos. Como la dirección del poder había cambiado, esto era una cosaimposible.Ahora soñaba con una gran sombrereríamilitar. Le faltaban los fondos paraempezar.

Noeramásfelizsuvidafamiliar.Mme.Arnouxsemostrabamenoscariñosaconél,avecesinclusounpocoáspera.Bertaseponíasiempredepartedesupadre.Estoaumentabalasdesavenencias,yelambientedelacasasehacíainsoportable.Amenudosalíaporlamañana,pasabaeldíadandomuchasvueltas,paraaturdirse,despuéscenabaencualquiertabernadepueblo,dondeseentregabaasusreflexiones.

LaausenciaprolongadadeFrédéricalterabasushábitos.Poreso,unatardesepresentóensucasa,lesuplicóquefueseaverlacomoantesyobtuvosupromesa.

FrédéricnoseatrevíaavolveracasadeMme.Arnoux.Creíahaberlatraicionado.Peroésteerauncomportamientomuycobarde.Cadavez teníamenosdisculpas. ¡Habríaqueacabarconesto!Yunatardesepusoencamino.

Comollovía,apenashabíaentradoenelpasajeJouffroy,alaluzdelosescaparatessele acercó unhombre bajo y gordo congorra de visera. Frédéric reconoció fácilmente aCompain,eloradorquehabíaprovocadotantasrisasenelclubconsumoción.Seapoyabaen el brazo de un individuo tocado con un gorro rojo de zuavo, el labio superiormuygrueso,elcoloramarillocomounanaranja,lamandíbulacubiertaconunabarbacorta,yquelecontemplabaconunosgrandesojosbrillandodeadmiración.

Compain,sinduda,estabaorgullosodeél,puesdijo:

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—Lepresentoaestebuenmozo.Esunamigomío,zapatero,unpatriota.¿Tomamosalgo?

Frédéric,despuésdehaberledadolasgracias,empezóinmediatamenteatronarcontralapropuestaRateau,unamaniobrade losaristócratas.Para terminarconella,habíaquevolveraempezarcomoenel93.Después,preguntóporRegimbartyporalgunosotros,también famosos, comoun talDeslauriers, comprometido en el asunto de las carabinasinterceptadas últimamente en Troyes. Todo esto era nuevo para Frédéric. Compain nosabíanadamásdelasunto.Lodejódiciendo:

—Hastapronto,¿verdad?,puestambiénustedformaparte.

—¿Dequé?

—Delacabezadeternera.

—¿Quécabezadeternera?

—¡Ah!,¡farsante!—replicóCompain,dándoleunapalmaditaenelvientre.

Ylosdosterroristassemetieronenuncafé.

Diezminutos después, Frédéric no pensaba ya en Deslauriers. Estaba parado en laaceradelacalleParadis,delantedeunacasa;ymirabaenelsegundopiso,detrásdelascortinas,elresplandordeunalámpara.

Porfin,subiólaescalera.

—¿EstáArnoux?

Ladoncellarespondió:

—No.Peronoimporta,pase.

Yabriendobruscamenteunapuerta:

—Señora,eselseñorMoreau.

Selevantómáspálidaqueelcuellodesuvestido.Temblaba.

—¿Aquésedebeelhonor…deunavisita…tanimprevista?

—Anada.Alplacerdevolveraveralosantiguosamigos.

Y,altiempo,sesentaba:

—¿CómovaelbuenamigoArnoux?

—Perfectamente.Hasalido.

—¡Ah!, comprendo, sigue con sus viejas costumbres de la noche; un poco dedistracción.

—¿Porquéno?Despuésdeunajornadadecuentas,lacabezanecesitadescanso.

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Elogióasumaridocomograntrabajador.EsteelogioirritóaFrédéric;y,señalandountrozodetelanegracontrencillasazulesqueellateníasobresusrodillas:

—¿Quéestáhaciendoahí?

—Arreglandounachaquetaparamihija.

—Apropósito,nolaveo,¿dóndeestá?

—Enuninternado—replicóMme.Arnoux.

Las lágrimas le vinieron a los ojos; las aguantaba pasando rápidamente la aguja.ÉlhabíacogidoparadisimularunnúmerodeL’Ilustration,queestabasobrelamesa,cercadeella.

—EstascaricaturasdeChamsonmuyraras,¿verdad?

—Sí.

Despuésvolvieronaquedarsecallados.

Unarachadevientosacudiódeprontoloscristales.

—¡Quétiempo!—dijoFrédéric.

—Enefecto,esmuyamableporsupartehabervenidoconestahorriblelluvia.

—¡Oh!Nomepreocupa lomásmínimo.No soyde esas personas a quienes elmaltiempolessirvedepretextoparanoacudirasuscitas.

—¿Quécitas?—preguntóellaingenuamente.

—¿Noseacuerda?

Presadeuntemblor,bajólacabeza.

Frédériclepusosuavementelamanosobreelbrazo.

—Leaseguroquemehahechosufrirmucho.

Ycontinuóconunaespeciedelamentoenlavoz:

—Perotemíapormihijo.

YlecontólaenfermedaddelpequeñoEugèneytodaslasangustiasdeaquellajornada.

—Gracias,gracias.Ahorayanodudo.Laamocomosiempre.

—No,noescierto.

—¿Porqué?

Lomirófijamente.

—Seolvidadelaotra.Aquellaqueacompañabaenlascarreras.Lamujerdelretratoqueustedtiene,suamante.

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—Bueno,sí—exclamóFrédéric—.Noniegonada.Soyunmiserable.Escúcheme.

Si había tomado a Rosanette, era por desesperación, como quien se suicida. Por lodemás,éllahabíahechomuydesgraciadaparavengarseconelladesupropiavergüenza.

—¡Quésuplicio!¿Ustednoentiende?

Mme. Arnoux volvió su hermosa cara tendiéndole la mano; y cerraron los ojos,absortosenunaembriaguezqueeracomounarrullosuaveeinfinito.Despuésquedaroncontemplándose,frenteafrente,unocercadelaotra.

—¿Podríaustedcreerqueyanolaamaba?

Ellarespondióenvozbaja,llenadecaricias:

—No.Apesardetodo,sentíaenelfondodemicorazónqueeraimposibleyqueundíaelobstáculoquenosseparabasedesvanecería.

—Yotambién,ymemoríadedeseosdevolveraverla.

—Unavez—replicóella—enelPalaisRoyalpaséasulado.

—¿Deveras?

YéllecontólofelizquehabíasidoalencontrarladenuevoencasadelosDambreuse.

—Perocómoladetestabaaquellanoche,alsalirdeallí.

—¡Pobrechico!

—Mividaestantriste.

—Ylamía…Sisólofueranlaspenas,laspreocupaciones,lashumillaciones,todoloquepasocomoesposaycomomadre,puestoquehayquemorir,nomequejaría;lomásespantosoesmisoledad,sinnadie…

—Peroestoyaquí,yo.

—¡Oh!,sí.

Unsollozodeternuralahabíasacudido.Susbrazosseabrieron;yseestrecharon,depie,enunprolongadobeso.

Se oyó crujir el piso. Cerca de ellos había una mujer, Rosanette.Mme. Arnoux lahabía reconocido; y la miraba con sus dos ojos desmesuradamente abiertos, llenos desorpresaydeindignación.Porfin,Rosanettedijo:

—VengoahablardenegociosconelseñorArnoux.

—Noestá,yaloveusted.

—¡Ah!¡esverdad!—replicólaMariscala—.Teníarazónlamuchacha.Milperdones.

Y,volviéndoseaFrédéric:—¡Ah!,¿estástúaquí?

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EstetuteodelantedeellahizoenrojeceraMme.Arnoux,comounabofetadaenplenacara.

—Lerepitoquenoestáaquí.

EntonceslaMariscala,quemirabaaunladoyaotro,dijotranquilamente:

—¿Regresamosacasa?Tengouncocheabajo.

Frédéricfingiónooír.

—¡Vamos,ven!

—¡Ah!¡sí!,esunabuenaocasión.¡Váyase!,¡váyase!—dijoMme.Arnoux.

Salieron.La señora seasomóalpasamanospara seguirloscon lamirada;yuna risaaguda desgarrada cayó sobre ellos desde lo alto de la escalera. Frédéric empujó aRosanetteparaentrarenelcoche,sesentóenfrentedeella,ydurantetodoelcaminonodijopalabra.

Aquellainfamiaquelealcanzabadereboteélmismolahabíaprovocado.Sentía,alavez, lavergüenzadeunahumillaciónaplastantey lapenadeuna felicidadquesehabíahecho irrevocablemente imposible cuando, por fin, estaba a puntode alcanzarla, y todopor culpa de aquella mujerzuela, de aquella ramera. La habría estrangulado; él sentíaahogarse.Yaencasa,tiróelsombrerosobreunmueble,searrancólacorbata.

—¡Vaya!¡Muybonitoloqueacabasdehacer,confiésalo!

Rosanetteseplantóorgullosamentedelantedeél.

—Bueno,despuésdetodo,¿dóndeestáelmal?

—¡Perocómo!¿Meestásespiando?

—¿Tengoyolaculpa?¿Porquévasadivertirteacasademujereshonestas?

—¡Notieneimportancia!¡Noquieroquelasinsultes!

—¿Enquélaheinsultado?

Noencontrónadaqueresponder;yentonomásrencoroso:

—Pero,laotravez,enelChampdeMars…

—¡Nosestásaburriendocontusantiguosamores!

—¡Miserable!

Levantóelpuño.

—¡Nomemates!¡Estoyencinta!

Frédéricretrocedió.

—¡Mientes!

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—¡Puesmírame!

Tomóuncandelerayacercándoselallamaalacara:

—¿Entiendesdeesto?

Habíamanchitasamarillassobresupiel,queestabaextrañamentehinchada.Frédéricno negó la evidencia. Fue a abrir la ventana, dio unos pasos a lo largo y a lo ancho,despuéssedejócaerenunsillón.

Esteacontecimientoeraunacalamidad,queenprimerlugaraplazabalarupturaentreellos,yademástranstornabatodossusproyectos.Laideadeserpadre,porotraparte,leparecíagrotesca,inadmisible.Pero,¿porqué?¡SienlugardelaMariscala…!Ysesumióen un sueño tan profundo que tuvo una especie de alucinación. Veía allí, sobre laalfombra, delante de la chimenea, a una niña. Se parecía a Mme. Arnoux y un pocotambién a él;morenayblanca, deojos negros, cejas grandes, un lacito rosa en supeloensortijado.¡Oh!,¡cuántolahabríaquerido!Yleparecíaoírsuvoz:«¡Papá!¡Papá!».

Rosanette,queacababadedesnudarse,seacercóaél,viounalágrimaensusojos,ylebesóenlafrente,gravemente.Élselevantódiciendo:

—¡Puesclaroquenomataremosaestecrío!

Entonces ella estuvo muy charlatana. Sería un chico, desde luego. Se llamaríaFrédéric.Habíaqueempezarahacerleelequipo;y,alverlatanfeliz,lediolástima.Comoahoranosentíaningunacólera,quisosaberporqué,hacíapoco,habíaactuadodeaquellamanera.

EsquelaseñoritaVatnazlehabíaenviadoaquelmismodíaunpagarévencidohacíamuchotiempo;yhabíacorridoacasadeArnouxabuscardinero.

—Telohubieradadoyo—dijoFrédéric.

—Eramássencillocogerallíloquemepertenece,ydevolveralotrosusmilfrancos.

—Almenos,¿esesotodoloquedebes?

Ellarespondió:

—Deverdad.

Aldíasiguiente,alasnuevedelanoche(horaindicadaporelportero),FrédéricfueacasadelaseñoritaVatnaz.

Enlaantesalatropezóconlosmueblesamontonados.Peroleguiabaunruidodevocesydemúsica.Abrióunapuertay seencontróenmediodeun sarao.Depie,delantedelpiano,tocadoporunaseñoritadelentes,Delmar,seriocomounpontífice,declamabaunapoesíahumanitariasobre laprostitución;ysuvozresonaba,cubiertapor losacordesdelpiano.Unafilademujeresalolargodelapared,casitodasvestidasdeoscuro,sincuellosni puños. Cinco o seis hombres, todos ellos pensativos, estaban esparcidos por la sala

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sentadosensillas.Sentadoenunsillónestabaunantiguofabulista,unaauténticaruina;yeloloracrede lasdos lámparassemezclabaconelaromadelchocolatequellenabalastazasamontonadassobrelamesadejuego.

LaseñoritaVatnaz,conunecharpeorientalalrededordelacintura,estabaenunrincóndelachimenea.Dussardiersehallabaenelotroextremo,enfrente;parecíaestarunpocoviolentoporsupostura.Porotraparte,aquelambienteartísticoleasustaba.

¿LaVatnaz había terminado conDelmar?, quizás no. De cualquiermanera, parecíacelosadelbravodependiente;ycomoFrédériclehubiesedichoquequeríahablarconellaunmomento,lehizoseñasdequepasaraconellaasuhabitación.Pagadoslosmilfrancosbilleteabillete,ellapidió,además,losintereses.

—Esonovalelapena—dijoDussardier.

—¡Túcállate!

EstacobardíadeunhombretanvalienteagradóaFrédériccomounajustificacióndelasuya.RecuperóelpagaréynovolvióahablarnuncamásdelescándaloencasadeMme.Arnoux.Pero,desdeentonces,todoslosdefectosdelaMariscalalesaltaronalavista.

Tenía un mal gusto irremediable, una pereza incomprensible, una ignorancia desalvaje,alextremodellegaraconsiderarcomomuycélebrealdoctorDesrogis;yestabaorgullosa de recibirlo, a él y a su esposa, porque eran «personas casadas». Instruíapedantementesobre lascosasde lavidaa laseñorita Irma,unapobrecriaturaque teníauna vocecita fina y como protector a un señormuy bien, que había sido empleado deaduanas y era un habilísimo jugador de cartas; Rosanette le llamaba «mi gran lulú».Frédéric tampocopodía soportar la repeticiónde sus frases tontas tales como:«¡Esunabroma!»,«¡Veteapaseo!»,«nuncasehapodidosaber»,etc.;yseempeñabaenquitarelpolvoporlamañanaasusfiguritasconunpardeviejosguantesblancos.Peroloquemáslerebelabaeralamaneradetratarasumuchacha,aquienlepagabasiempreconretrasoyque incluso le prestaba dinero. Los días que arreglaban cuentas reñían como dosverduleras, después se reconciliaban con grandes abrazos. La convivencia de los dos asolassehacíatriste.FueunalivioparaélcuandosereanudaronlasveladasdelaseñoraDambreuse. Ella, almenos, le divertía. Conocía las intrigasmundanas, los cambios deembajadores,elpersonaldelasmodistas;ysiseleescapabanalgunostópicoseraenunafórmulatanaceptada,quesufrasepodíapasarporunacondescendenciaoporunaironía.Había que verla en medio de veinte personas que conversaban, sin olvidar a ninguna,sugiriendolasrespuestasqueellaquería,evitandolaspeligrosas.Lascosasmássencillas,contadasporella,seconvertíanenconfidencias;lamenordesussonrisashacíasoñar;ensuma,suencantoeracomoelperfumeexquisitoqueseponíahabitualmente,complejoeindefinible. Frédéric, en su compañía, experimentaba cada vez el placer de undescubrimiento;y,sinembargo,laencontrabasiempreconlamismaserenidad,semejanteal resplandor de las aguas limpias. Pero ¿por qué tenía unosmodales tan fríos con su

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sobrina?Incluso,pormomentos,ledirigíaunasmiradasextrañas.

Cuando se habló dematrimonio, había objetado al señorDambreuse la salud de la«queridahija»,ylahabíallevadoenseguidaalosbañosdeBalaruc.Asuregresohabíansurgidonuevospretextos:eljovennoteníaposición,sugranamornoparecíaserio,nosearriesgaba nada con esperar.Martinon había respondido que esperaría. Su conducta fuesublime.EnsalzóaFrédéric.Hizomás:leinformósobrelamaneradeagradaralaseñoraDambreuse,dejandoinclusoentreverqueconocía,atravésdelasobrina,lossentimientosdelatía.

En cuanto al señor Dambreuse, lejos de mostrar celos, rodeaba de atenciones a sujovenamigo,leconsultabasobrediversosasuntos,sepreocupabainclusodesuporvenir,hasta el punto que un día, cuando hablaban del tío Roque, le dijo al oído con airecomprensivo:

—Hahechoustedbien.

Y Cécile, miss Johnson, los criados, el portero no había nadie que no se mostraseencantadorconélenaquellacasa.Todaslasnochesibaallí,dejandosolaaRosanette.Sufutura maternidad la volvía más seria, incluso un poco triste, como si estuvieseatormentadaporpreocupaciones.Atodaslaspreguntascontestaba:

—Teequivocas.Meencuentrobien.

Eran cinco los pagarés que había firmado en su momento; y, como no se habíaatrevidoadecírseloaFrédéric,despuésdelpagodelprimero,volvióacasadeArnoux,elcuallehabíaprometido,porescrito,unterciodesusgananciasenelalumbradodegasdelasciudadesdelLanguedoc,unmagníficonegocio,recomendándolequenosesirviesedeestacartaantesdelaasambleadelosaccionistas;asambleaqueveníasiendoaplazadadeunasemanaparaotra.

Entretanto, la Mariscala necesitaba dinero. Se habría muerto antes que pedírselo aFrédéric. No quería nada con él. Esto habría deteriorado sus relaciones amorosas. Noregateaba nada en los gastos de casa; pero el alquilermensual de un cochecito y otrossacrificiosindispensablesdesdequefrecuentabanalosDambreusenolepermitíanhacermásporsuamante.Dosotresveces,alvolveracasaenhorasdesacostumbradas,creyóver espaldasmasculinas desaparecer entre las puertas; y ella salía amenudo sin quererdecirleadóndeiba.Frédéricnoquisoprofundizarmásenelasunto.Unodeaquellosdíastomaría una decisión definitiva. Soñaba con otra vida, que sería más noble y másdivertida. Semejante ideal le hacía ser indulgente con las reuniones del palacioDambreuse.

EraunasucursalíntimadelacalledePoitiers.AllíencontróalgranM.A.,alilustreB,alprofundoC.,alelocuenteZ.,alinmensoY,alosgrandeslíderesdelcentroizquierda,alos paladines de la derecha, a los burgraves del justo medio, a los eternos tipos de lacomedia.Sequedóestupefactoconsuexecrablelenguaje,susmezquindades,susrencores,

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sumalafe; todasaquellasgentesquehabíanvotadolaConstituciónahoraseesforzabanpor demolerla; y se agitaban mucho, lanzaban manifiestos, panfletos, biografías; la deFumichon,escritaporHussonnet,resultóunaobramaestra.Nonancourtseocupabadelapropaganda en el campo, el señor de Grémonville trabajaba el clero, Martinon teníacontactos con jóvenes burgueses. Cada cual, inclusoCisy en persona, ayudó según susmedios.Pensandoahoraenlascosasserias,elvizcondesepasabatodoeldíadeunladoparaotro,ensucabriolé,trabajandoparaelpartido.

El señor Dambreuse, como un barómetro, expresaba constantemente su últimavariación.NosehablabadeLamartinesinquecitaseestafrasedeunhombredelpueblo:¡Bastadelira!.Cavaignac,asusojos,yanoeramásqueuntraidor.Elpresidente,aquienhabía admirado durante tres meses, comenzaba a perder su estima y ya no le veía laenergía necesaria; y, como le seguía haciendo falta un salvador, desde el asunto delConservatorio,suagradecimientoeraparaChangarnier:«GraciasaDios,Changarnier…Esperemos que Changarnier… ¡Oh! No hay que tener miedo mientras queChangarnier…».

PorencimadetodoexaltabanalseñorThiersporsulibrocontraelsocialismo,enelquesehabíamostradotangranpensadorcomoescritor.SereíanenormementedePierreLeroux,quecitabaenlaCámarapasajesdelosfilósofos.Sehacíanbromassobrelacolafalansteriana. Iban a aplaudir la Feria de las ideas; y comparaban a los autores conAristófanes.Frédéricfueallí,comolosdemás.

Lapalabreríapolíticaylabuenamesaembotabansumoralidad.Pormediocresqueleparecieranaquellospersonajes,estabaorgullosodeconocerloseinteriormentedeseabaserconsideradoporlosburgueses.UnaamantecomolaseñoraDambreuseledaríacategoría.

Sepusoahacertodolonecesario.

Setropezabaconellaenelpaseo,enelteatronoseolvidabanuncadeirasaludarlaasupalco;y, sabiendo lashorasenque ibaa la iglesia, secolocabadetrásdeunpilarenactitudmelancólica. Para noticias sobre curiosidades, informaciones sobre un concierto,préstamos de libros o de revistas había un continuo intercambio de pequeños billetes.Ademásdesuvisitadelanoche,aveceslehacíaotraalcaerlatarde;yparaéleraunagradación de goces pasar sucesivamente por la puerta principal, por el patio, por laantesala,porlosdossalones;porfin,llegabaasugabinete,discretocomounatumba,tibiocomounaalcoba,dondetropezabaconelacolchadodelosmueblesentretantavariedaddeobjetos esparcidos por todas partes: costureros, pantallas, copas y platos de laca, deconcha,demarfil, demalaquita, bagatelas, que se renovaban frecuentemente.Lashabíasencillas: tres cantos rodadosdeEtretarque servíandepisapapeles,ungorrode frisonacolgado de un biombo chino; todas estas cosas se armonizaban sin embargo; inclusosorprendía la nobleza del conjunto, que tal vez dependía de la altura del techo, de lariqueza de las cortinas y de las grandes cenefas de seda que flotaban sobre los piesdoradosdelostaburetes.

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Ella estaba sentada casi siempre en un pequeño canapé cerca del macetero queadornabaelhuecodelaventana.Sentadoenelbordedeungranpufderuedecitas,lehacíalos cumplidos que encontrabamás apropiados; y ella lemiraba con la cabeza un pocoinclinadayunasonrisaenloslabios.

Él le leíapáginasdepoesía,poniendoenello todasualma,paraemocionarlayparahacerse admirar. Ella lo interrumpía para un comentario denigrante o una observaciónpráctica; y la conversación venía a recaer invariablemente sobre la eterna cuestión delAmor.Sepreguntabansobresusorígenes,silasmujereslosentíandeformamásprofundaque los hombres, cuáles eran sus diferencias al respecto. Frédéric trataba de dar suopinión,evitandoalavezlagroseríaylainsulsez.Aquelloseconvertíaenunaespeciedelucha,agradableenalgunosmomentos,pesadaenotros.

Cuandoestabaasulado,élnosentíaaquelarrebatodetodosuserquelellevabahaciaMme.Arnoux,nielalegredesordenenquelehabíapuestoalprincipioRosanette.Peroladeseabacomounacosaanormalydifícil, porqueeranoble,porqueera rica,porqueeradevota, figurándose que tenía delicadezas de sentimiento, raras como sus encajes, conamuletossobrelapielypudoresenladepravación.

Élsesirviódesuviejoamor.Lecontó,comosiestuvieseinspiradoporella, todoloqueMme.Arnouxlehabíahechosentirenotrotiempo,susmomentosdelanguidez,susaprensiones, sus sueños. Ella acogía todo esto como una persona acostumbrada a estascosas;sinrechazarloformalmente,nocedíanada;ynollegabaaseducirlacomotampocoMartinonacasarse.Paraterminarconelpretendientedesusobrina,ellallegóaacusarlede que sólo buscaba el dinero y pidió a su marido que lo pusiese a prueba. El señorDambreuse hizo saber al joven queCécile, huérfana de padres pobres, no tenía dote ni«expectativas».

Martinon, o porque creyese que no era cierto o porque estuviese ya muycomprometidoparavolverseatrás,oporunadeesasterquedadesdeidiotaquesonactosdegenio,respondióqueelpatrimonioqueéltenía,quincemillibrasderenta,lesbastaría.Este desinterés imprevisto impresionó al banquero. Le prometió ponerle una fianza derecaudador, comprometiéndose a conseguir la plaza; y, en el mes de mayo de 1850,Martinon se casó con la señoritaCécile.No hubo baile. Los recién casados salieron lamisma tarde para Italia. Al día siguiente, Frédéric fue a hacer una visita a la señoraDambreuse. La encontrómás pálida que de costumbre. Ella le contradijo en dos o trestemassinimportancia.Porlodemás,loshombreserantodosunosegoístas.

Loshabía,sinembargo,sacrificados,aunquesólofueraél.

—¡Ah,bah!,¡comolosdemás!

Suspárpadosestabanrojos;estaballorando.Después,esforzándoseensonreír:

—Dispénseme.Estoyequivocada.Esunaideatristequesemehaocurrido.

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Frédéricnocomprendíanada.

«Notieneimportancia.Esmenosfuertedeloqueyocreía»,pensóél.

Laseñoratocóparaquelellevaranunvasodeagua,bebióunsorbo,despuéssequejóde lomalservidaqueestaba.Paradistraerla,él seofreciócomocriado,asegurandoqueeracapazdeservir lamesa,dequitarelpolvoa losmuebles,deanunciar lasvisitas,deservirle,enfin,deayudadecámaraomásbiendebotones,aunqueestuviesenyapasadosdemoda.Lehabríagustadoirdepieenlapartedeatrásdesucarrozaconunsombrerodeplumadegallo.

—¡Yconquémajestadlaseguiríaapie,llevandounperritoenelbrazo!

—Loveoaustedanimado—dijolaseñoraDambreuse.

«Pero ¿no era una locura—replicó él— tomarlo todo en serio?Ya había bastantesmiserias sin andar buscandomás.No había nada por lo que valiese la pena sufrir». LaseñoraDambreusearqueólascejasenungestodevagaaprobación.

Esta coincidencia de sentimientos empujó a Frédéric a una audacia mayor. Losdesengaños sufridos anteriormente le hacían, después de todo, ver ahora más claro.Continuó:

—Nuestrosabuelosvivíanmejor.¿Porquénoobedeceranuestrosimpulsos?Elamor,despuésdetodo,noeraensíunacosatanimportante.

—Peroloqueustedestádiciendoesinmoral.

Sehabíavueltoasentarenelsofá.Élsesentóalborde,rozándolecasilospies.

—¿No comprende que hablo en broma? Pues, para agradar a las mujeres, hay quealardeardeunaindiferenciadebufónodelosarrebatosdelatragedia.Ellasseburlandenosotros cuando les decimos sencillamente que las queremos. Yo encuentro que lashipérbolesquelasdiviertensonunaprofanacióndelamorverdadero;demodoqueunonosabeyacómoexpresarlo,sobretodoantéaquellas…quetienen…muchotalento.

Ellaloobservabaconlosojosmediocerrados.Frédéricbajabalavozyacercándoseasucara:

—Sí,ustedmedamiedo.¿Otalvezlaofendo?…¡Perdón!Retiromispalabras.Noesculpamía.¡Esustedtanhermosa!

LaseñoraDambreusecerrólosojos,yélsesorprendiódeunavictoriatanfácil.Losgrandesárbolesdeljardínquetemblabansuavementesequedaroninmóviles.Unasnubesquietassurcabanelcieloconlargasfranjasrojas,yhubocomounparogeneraldetodoeluniverso. Entonces confusamente volvieron a su mente tardes como aquélla, silenciosparecidos.¿Dóndeeraesto?…

Sepusoderodillas, lecogiólamanoylejuróamoreterno.Después,cuandoseiba,

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ellaloreclamóconunaseñayledijomuybajito:

—Vuelvaparalacena.Estaremossolos.

Bajandolaescalera,Frédéricsesentíaotrohombre,leparecíasentirasualrededorlatemperaturaperfumadayartificialdelosinvernaderosyqueentrabadefinitivamenteenelmundosuperiordelosadulteriosaristocráticosydelasaltasintrigas.Paraocuparenélelprimerpuestobastabaunamujercomoaquélla.Ávida,sinduda,depoderydeacción,ycasada con un hombre mediocre a quien había sido prodigiosamente útil, deseaba aalguien fuerte que dominase. Ahora nada era imposible para él. Era capaz de hacerdoscientas leguas a caballo, de trabajar durante varias noches seguidas, sin cansarse; elcorazónledesbordabadeorgullo.

Porlaacera,delantedeél,cubiertoconunviejoabrigo,caminabaunhombreconlacabeza baja, y con tal aire de abatimiento, que Frédéric se volvió para verlo. El otrolevantólacabeza.EraDeslauriers.Dudaba.Frédériclesaltóalcuello.

—¡Perocómo!¿Erestú,miviejoamigo?

Ylollevóasucasa,haciéndolemuchaspreguntasalavez.

El ex delegado de Ledru-Rollin empezó por contarle las fatigas que había pasado.Comopredicabalafraternidadalosconservadoresyelrespetoalasleyesalossocialistas,los unos le habían disparado con fusilmientras los otros le habían preparado la cuerdaparacolgarlo.Despuésdejuniolohabíandestituidobrutalmente.Sehabíametidoenuncomplot, el de las armas capturadas enTroyes.Lo habían soltado por falta de pruebas.DespuéselcomitédeacciónlohabíaenviadoaLondres,donde,enunbanquete,sehabíaliadoabofetadasconsuscorreligionarios.DevueltaaParís…

—¿Porquénohasvenidoamicasa?

—Nuncaestabas.Tuguardateníaunairemisterioso,yonosabíaquépensar;yademásnoqueríavolverapresentarmecomounvencido.

Había llamadoa laspuertasde laDemocracia,ofreciéndoseaservirlacon lapluma,conlapalabra,conlaacción;entodoslossitioslohabíanrechazado;desconfiabandeél;yhabíavendidosureloj,subiblioteca,suropa.

—¡MejorhubierasidoreventarsobrelospontonesdeBelleÎsleconSénécal!

Frédéric, que se estaba arreglando la corbata, no pareció muy conmovido por lanoticia.

—¡Ah!,¿estádeportadoelamigoSénécal?

Deslauriers,echandounaojeadallenadeenvidiaalasparedes:

—Notodoelmundotienetusuerte.

—Discúlpame—dijoFrédéric, sin fijarseen laalusión—,perocenofuera.Tevana

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preparardecomer;pideloquequieras.Puedesinclusoacostarteenmicama.

Anteunacordialidadtancompleta,laamarguradeDeslauriersdesapareció.

—¿Tucama?Pero…seríamuchoabusar.

—Puesno;tengootras.

—¡Ah!,¡muybien!—replicóelabogadoriendo—.¿Dóndevasacenar?

—EncasadelaseñoraDambreuse.

—¿Esque…porcasualidad…sería…?

—Eres demasiado curioso—dijo Frédéric con una sonrisa que confirmaba aquellasuposición.

Después,consultandoelreloj,sevolvióasentar.

—Esasí,ynohayquedesesperar,viejodefensordelpueblo.

—¡PorDios!Queotrosseocupendeeso.

El abogado detestaba a los obreros, porque le habían planteado problemas en suprovincia, un distrito minero. Cada pozo de extracción había nombrado un gobiernoprovisionalqueleintimabaconórdenes.

—Porlodemás,hayquedecirquesecomportaronmuybienentodaspartes:enLyon,enLille,enElHavre,enParís.Pues,aejemplodelosfabricantesquequerríanexcluirlosproductos extranjeros, estos señores reclaman la expulsión de los trabajadores ingleses,alemanes,belgasysaboyanos.Encuantoasu inteligencia,¿dequéhanservido,bajo laRestauración, sus famosos gremios?En 1830 entraron en la guardia nacional, sin tenersiquiera el buen sentido de controlarla. ¿No han vuelto a aparecer, inmediatamentedespués del 48, los gremios con sus propios estandartes? Llegaron incluso a pedirrepresentantesdelpuebloparaellos,quehablasensóloporellos.Igualquelosdiputadosde la remolachaque sólo sepreocupabande la remolacha. ¡Ah!,yaestoyhartodeesostipos,quesearrodillanporturnoanteelpatíbulodeRobespierre,lasbotasdelEmperador,elparaguasdeLuisFelipe,gentuza,eternamenteadictaaquienleechaunpedazodepanen la boca. Se sigue gritando contra la venalidad deTalleyrand y deMirabeau; pero elmozo de cuerda vendería la patria por cincuenta céntimos, si le permitieran subir suservicioa tres francos. ¡Ah! ¡Quéequivocación!Hubiéramosdebidoponer fuegoen lascuatroesquinasdeEuropa.

Federicolerespondió:

—¡Faltabalachispa!Eraistodosunospequeñosburguesesyenelmejordeloscasosunospedantes.Encuantoalosobreros,tienenrazonesparaquejarse;puessiexceptuamosun millón de la lista civil, concesión que habéis hecho con la más servil de lasadulaciones,no leshabéisdadomásquebellaspalabras.Lacartilladeahorrossigueen

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poderdelpatrón,yelasalariado,inclusoantelajusticia,siguesiendoinferiorasuamo,puestoquesupalabranocuentanada.Enfin,laRepúblicameparecevieja.¿Quiénsabe?Talvez,elprocesonoesrealizablemásqueporunaaristocraciaoporunsólohombre.Lainiciativavienesiempredearriba.Elpuebloesmenor,diganloquedigan.

—Quizásesverdad—dijoDeslauriers.

SegúnFrédéric, lagranmasadelosciudadanosnoaspirabamásquealdescanso(élhabíaaprendidomuchoenlasveladasdelosDambreuse)ytodaslasposibilidadesestabanafavordelosconservadores.Aquelpartido,sinembargo,necesitabahombresnuevos.

—Sitútepresentaras,estoyseguro…

Noterminólafrase.Deslaurierscomprendió,sepasólasmanossobrelafrente;luego,depronto:

—¡Perotú!Nadateloimpide.¿Porquénopodíasserdiputado?

Aconsecuenciadeunadobleelección,enelAubehabíaunacandidaturavacante.ElseñorDambreuse,reelegidoparalalegislativa,pertenecíaaotrodistrito.«¿Quieresqueyomeocupedeello?».Conocíaamuchostaberneros,maestros,médicos,oficialesdenotaríayasuspatronos.

—Además,alospaisanosseleshacecreerloquesequiere.

Frédéricsentíaavivarsesuambición.

Deslauriersañadió:

—LoquedeberíashaceresencontrarmeunpuestoenParís.

—¡Oh!,esonoserádifícilpormediodelseñorDambreuse.

—Hablando de hullas —replicó el abogado—, ¿qué es de su gran sociedad? Unempleodeestaclaseesloquemeconvendría,ylesseríaútil,sinperdermiindependencia.

Frédéricprometióacompañarleacasadelbanqueroantesdetresdías.

LacenaasolasconlaseñoraDambreusefueunacosaexquisita.

Ella sonreía en frente de él, en la otra cabecera de la mesa, por encima de unacanastillade flores, a la luzde la lámparacolgadadel techo;y, como laventanaestabaabierta, se veían las estrellas.Hablaronmuypoco, desconfiando, tal vez, de símismos,perocuandoloscriadosvolvíanlaespaldaseenviabanunbesoaflordelabios.Éllehablódelproyectodesucandidatura.AellaleparecióbieneinclusosecomprometióaobtenerelapoyodelseñorDambreuse.

De noche se presentaron algunos amigos para felicitarla y al mismo tiempocompadecerla: ¡debíadeestar tan tristesin tenerya lacompañíadesusobrina!Porotraparte, los recién casados hacían muy bien en salir de viaje; después venían losimpedimentos,losniños.PeroItalianorespondíaalaideaqueseteníadeella.Además,

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ellos estabanen la edadde las ilusiones;y luego la lunademiel lo embellece todo.AlfinalsóloquedaronelseñordeGrémonvilleyFrédéric.Eldiplomáticonoqueríairse.Porfin,amedianocheselevantó.LaseñoraDambreusehizoseñasaFrédéricdequesalieseconély leagradecióestaobedienciaconunapretóndemanosmássuavequetodos losdemás.

LaMariscala, al verlo, lanzó un grito de alegría. Llevaba cinco horas esperándolo.Frédéric se disculpó diciéndole que había tenido que hacer una gestión indispensable afavor de Deslauriers. Su cara reflejaba un aire de triunfo, una aureola, que dejódeslumbradaaRosanette.

—Esquizásportutrajenegro,quetesientatanbien;peronuncateheencontradotanguapo.¡Quéguapoeres!

En un arrebato de ternura, se juró a símisma nuncamás pertenecer a otro, aunquetuvieraquemorirdehambre.

SusbellosojoshúmedoschispeabancontalpasiónqueFrédériclahizosentarsesobresusrodillasysedijo:«¡Quécanallasoy!»,congratulándosedesuperversidad.

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CAPÍTULOIV

Cuando Deslauriers se presentó en su casa, el señor Dambreuse estaba pensando enreanimarsugranexplotaciónhullera.Pero la fusiónde todas lascompañíasenunasolaestaba mal vista: clamaban contra el monopolio como si, para tales explotaciones, nohiciesenfaltainmensoscapitales.

Deslauriers, que precisamente acababa de leer la obra deGuizot y los artículos delseñorChappeenelJournaldesMines,conocíaperfectamentelacuestiónDemostróquelaleyde1810establecíaafavordelconcesionariounderechoinalienable.Porotraparte,sepodíadaralaoperaciónuntintedemocrático:impedirlasunionesmineraseraunatentadocontraelprincipiomismodeasociación.

ElseñorDambreuseleentregóunasnotasparaqueredactaseunamemoria.Encuantoa la forma de recompensarle su trabajo, las promesas fueron tan grandes como pocoprecisas.

DeslauriersvolvióacasadeFrédéricy le informódelaentrevista.Además,alsubirhabíavistoalaseñoraDambreusealpiedelaescalera,cuandoélsalía.

—¡Caramba!,tefelicito.

Luegohablarondelaelección.Habíaqueinventaralgo.

Tres días después, Deslauriers apareció con un folio escrito: era una carta familiar,dirigida a los periódicos, en la que el señor Dambreuse aprobaba la candidatura deDeslauriers. Sostenida por un conservador y promovida por un rojo, tenía que triunfar.Pero¿cómoelcapitalistahabíafirmadosemejanteelucubración?Elabogado,sinelmenorapuro, había ido por propia iniciativa a enseñársela a la señora Dambreuse, quien,encontrándolaperfecta,sehabíaencargadodelodemás.

EstaactitudsorprendióaFrédéric.Sinembargo,laaprobó;después,comoDeslauriersse entrevistaba con el señorRoque, le contó en qué situación se encontraba respecto aLouise.

—Dilestodoloquequieras,quemisnegociosandanmal,quelosarreglaré;queellaesbastantejovenparaesperar.

Deslauriersmarchó; yFrédéric se consideró un hombre de carácter.Experimentaba,

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porotraparte,unasatisfacción,unadichaprofunda.Sugozodeposeerunamujerricanohabíanadaqueloempañase;elsentimientoestabaenarmoníaconelambiente.Ahora,suvidaeraplenamentetranquila,entodoslosórdenes.

El gozomayor, sin duda, era contemplar a la señoraDambreuse, en su salón, entrevariaspersonas.Ladecenciadesusmodales lehacíapensarenotrasactitudes;mientrasquehablabaenuntonofrío,élrecordabasusbalbuceosamorosos;todoslosrespetosasuvirtudledeleitabancomounhomenajequesevolvíahaciaél;y,aveces,teníaganasdegritar:«¡Perosiyolaconozcomejorquevosotros!¡Esmía!».

Sus relaciones no tardaron en ser una cosa convenida, aceptada. Durante todo elinviernosehizoacompañardeFrédéricentodaslasreunionesdesociedad.

El llegaba casi siempre antes que ella; y la veía entrar con los brazos desnudos, elabanicoenlamano,perlasenelpelo.Separabaenlapuerta,queleservíacomodemarco,yteníaunlevemovimientodeindecisiónentornandolosojosparaversiélhabíallegado.Ellalollevabaensucoche;lalluviadabacontralasventanillas;lostranseúntessemovíancomo sombras en el barro; y, apretados el uno contra el otro, veían todo esto de unamaneraconfusa,conunaespeciedetranquilodesdén.Conpretextosdiferentes,élquedabatodavíaunahoralargaensuhabitación.

Era,más que nada, por aburrimiento por lo que la señoraDambreuse había cedido.Peroestaúltimapruebanopodíaperderse.Queríaungranamor,yempezóacolmarlodeadulacionesydecaricias.

Lemandaba flores; le hizo un bordadopara una silla; le regaló una petaca para lospuros,unaescribanía,milpequeñascosasdeusocotidianoparaquenopudiesehacernadasin recordarla. Estas atenciones le encantaron al principio, pero pronto le parecierontotalmentenormales.

Ellasubíaaunsimón,lodespedíaalaentradadeunpasaje,salíaporelotroextremo;después, deslizándose a lo largo de las paredes, con la cara tapada con un doble velo,llegaba a la calle en dondeFrédéric, que la estaba esperando, la cogía rápidamente delbrazoylaacompañabaasucasa.Susdoscriadosestabandepaseo,elporterohabíasalidoahacerunrecado;ellaechabaunojeadatodoalrededor;nadaquetemer,ysuspirabadesatisfaccióncomounexiliadoquevuelveasupatria.Lasuertelesdabaánimos.Lascitassemultiplicaron.Unatarde,incluso,sepresentódeprontoconunvestidodebaile.Estassorpresaspodíanserpeligrosas;Frédériclareprendióporsuimprudencia;además,nolegustócomoiba.Elescotedesucorpiñoponíaderelievesuexiguopecho.

Entoncesreconocióloqueélmismosehabíaocultado,ladesilusióndesussentidos.Nodejabaporesodefingirgrandesardores;pero,paravolverasentirlos,teníaqueevocarlaimagendeRosanetteodeMme.Arnoux.

Esta atrofia sentimental le dejaba la cabeza enteramente libre, y más que nuncaambicionabaunaaltaposiciónsocial.Puestoqueteníaunbuenapoyo,lomenosquepodía

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hacereraaprovecharlo.

Amediados de enero, unamañana, Sénécal entró en el estudio de Frédéric, y a suexclamacióndeasombrocontestóqueerasecretariodeDeslauriers.Inclusolellevabaunacarta.Eranbuenasnoticias,peroleechabaencarasunegligencia;habíaqueirallí.

Elfuturodiputadodijoquesepondríaencaminodentrodedosdías.

Sénécalnoexpresóopinionessobreaquellacandidatura.Hablódesímismoydelosasuntosdelpaís.

Porlamentablesquefuesen,lealegraban;puesseibahaciaelcomunismo.Enprimerlugar,lapropiaadministracióncaminabaenestadirección,puescadadíahabíamáscosascontroladasporelgobierno.Encuantoalapropiedad,laConstitucióndel48,apesardesusdebilidades,nosehabíasalvado;ennombredelautilidadpública,elEstadopodía,enlosucesivo,apoderarsedeloquejuzgaseconveniente.SénécalsedeclarabaafavordelaautoridadyFrédéricreconocióensusdiscursoslaexageracióndeloqueélmismohabíadichoaDeslauriers.Elrepublicanotronóinclusocontralainfluenciadelasmasas.

—Robespierre, defendiendo el derecho de las minorías, llevó a Luis XVI ante laConvenciónNacional,ysalvóalpueblo.Elfinjustificalosmedios.Avecesladictaduraesindispensable.¡Vivalatiranía,contaldequeeltiranolohagabien!

Ladiscusióndurómuchotiempo,y,cuandoseiba,Sénécalconfesó(talvezésteeraelobjetodesuvisita)lapreocupacióndeDeslauriersporelsilenciodelseñorDambreuse.

Pero el señor Dambreuse estaba enfermo. Frédéric lo veía todos los días, pues eraadmitidoasucabeceraensucalidaddeamigoíntimo.

La destitución del general Changarnier había trastornado extremadamente alcapitalista.Aquellamismanochesintióungrancalorenelpecho,conunaopresiónqueleimpedíapermaneceracostado.Unassanguijuelaslealiviaroninmediatamente.Latossecadesapareció, la respiración se hizo más sosegada; y, ocho días después, dijo, mientrastomabauncaldo:

—¡Ah!,estovamejor.Peroestuveapuntodehacerelgranviaje.

—Nosolo—dijolaseñoraDambreuse,dandoaentenderconestaspalabrasqueellanohabríapodidosobrevivirle.

Enlugarderesponder,tuvoparaellayparasuamanteunasonrisasingularenlaquesemezclaban resignación, indulgencia, ironía e incluso una pizca de segunda intencióncasialegre.

FrédéricquisosalirparaNogent.LaseñoraDambreuseseopuso;yélhacíaydeshacíasuequipajesegúnlasalternativasdelaenfermedad.

De pronto, el señor Dambreuse tuvo un gran vómito de sangre. Consultados «lospríncipesdelaciencia»,noencontraronnadaimportante.Selehinchabanlaspiernasyla

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debilidad aumentaba.Había expresadovarias veces su deseode ver aCécile, quevivíaconsumarido,nombradorecaudadorhacíaunmes,enlaotrapuntadeFrancia.Ordenóexpresamentequelahiciesenir.LaseñoraDambreuseescribiótrescartasyselasenseñó.

Sinconfiarnisiquieraenlareligiosa,nolodejabaunsegundo,yanoseacostaba.Laspersonas que pasaban por la conserjería preguntaban por ella con admiración; y lostranseúntessellenabanderespetoantelacantidaddepajaquehabíaenlacallebajolasventanas.

El 12 de febrero, a las cinco, se declaró una hemoptisis espantosa. El médico deguardiaavisódelpeligro.Corrieronprontoabuscaraunsacerdote.

Durante la confesión del señor Dambreuse, la señora lo miraba de lejos, concuriosidad.Despuésdelocual,eljovendoctoraplicóunvesicatorioyesperó.

Laluzdelaslámparas,tapadaporlosmuebles,alumbrabalahabitacióndeunamaneradesigual.FedericoylaseñoraDambreuse,alpiedelacama,observabanalmoribundo.Enelhuecodeunaventanaelcurayelmédicoconversabanamediavoz; lahermanita,derodillas,musitabaoraciones.

Por fin seoyóunestertor.Lasmanos se enfriaban, la cara empezabaapalidecer.Aveces arrancaba una respiración enorme; se fueron haciendo cada vezmás raras; se leescaparon dos o tres palabras confusas; exhaló un ligero suspiro al mismo tiempo quegirabasusojos,ylacabezacaíahaciaunladodelcojín.

Duranteunminuto,todossequedaroninmóviles.

LaseñoraDambreuseseacercó;ysinesfuerzo,conlasencillezdelquecumpleconsudeber,lecerrólosojos.

Despuésabriólosbrazos,retorciéndoselacinturaenelespasmodeunadesesperacióncontenida,ysaliódelahabitación,apoyadaenelmédicoyenlareligiosa.Uncuartodehoradespués,Frédéricsubióasuhabitación.

Senotabaallíunolorindefinido,emanacióndelascosasdelicadasquelallenaban.Enmediodelacamaseextendíaunvestidonegroquecontrastabaconelcubrepiésrosa.

LaseñoraDambreuseestabaenelrincóndelachimenea,depie.

Sinsuponerquetuviesegranpena,lacreíaunpocotriste;y,conunavozdoliente:

—¿Sufres?

—¿Yo?No,enabsoluto.

Aldarlavuelta,vioelvestido,loexaminó;despuésledijoquenosemolestara.

—Fumasiquieres.Estásenmicasa.

Y,dandoungransuspiro:

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—¡Ah!,¡Virgensanta!,¡quéalivio!

Frédéricseextrañódelaexclamación.Replicóbesándolelamano:

—Sinembargo,¡éramoslibres!

EstaalusiónalafacilidaddesusamorespareciómolestaralaseñoraDambreuse.

—¡Ah!,perotúnosabeslosserviciosqueyolehacía,nienquéestadodeangustiahetenidoquevivir.

—¿Cómo?

—¡Puessí!¿Sepodíaestartranquilateniendosiemprealladoaaquellabastarda,unaniñaqueentróencasaalcabodecincoañosdematrimonioyque,sinofuerayo,lehabríahechocometercualquiertontería?

Entonces ella le informó de todos sus negocios. Estaban casados en régimen deseparaciónde bienes. Su patrimonio era de tresmil francos.ElSr.Dambreuse le habíaasegurado, por contrato, en caso de sobrevivir, una renta de quince mil libras y lapropiedaddelpalacio.Pero,poco tiempodespués,habíahecho testamentoporelque lelegaba toda su fortuna; y ella la valoraba, según posibles estimaciones, enmás de tresmillones.

Frédéricabrióunosojosdeasombro.

—Valía la pena, ¿verdad? Por lo demás, yo también he contribuido a ello. Era micapitalloquedefendía;Cécilemehabríadespojadoinjustamente.

—¿Porquénohavenidoaverasupadre?—dijoFrédéric.

Anteestapregunta,laseñoraDambreuselomirófijamente;después,entonoseco:

—¡Quéséyo!Lehafaltadovalor,sinduda.¡Oh!,laconozco.Poreso,demínotendrániuncéntimo.

Noledabamuchofastidio,almenosdespuésdesumatrimonio.

—¡Ah!,sumatrimonio—dijoconrisaburlonalaseñoraDambreuse.

Y sentía haber tratado demasiado bien a aquella pécora, que era celosa, interesada,hipócrita.Todoslosdefectosdesupadre.(Manifestabaporelmaridoundespreciocadavezmásviolento).Unhombretanprofundamentefalso,sinpiedad,durocomounapiedra,«unmalhombre,unmalhombre».

—Hastalaspersonasmásformales,aveces,tienenfaltas.

La señora Dambreuse acababa de cometer una con aquel desbordamiento de odioincontrolado.Frédéric,sentadofrenteaella,enunsillón,reflexionaba,escandalizado.

Ellaselevantóysefueasentarsuavementesobresusrodillas.

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—Túereslaúnicapersonabuena.Noamoanadiemásqueati.

Mirándolo, se le enterneció el corazón, una reacción nerviosa le hizo asomar laslagrimasalosojos,ymurmuró:

—¿Quierescasarteconmigo?

Alprincipio creyónohaber comprendido.Tanta riqueza lo aturdía.Ella repitiómásfuerte:

—¿Quierescasarteconmigo?

Porfin,élcontestósonriendo:

—¿Loponesenduda?

Después,leentróunpudory,parahacerunaespeciedereparaciónaldifunto,seprestóa velarlo él mismo. Pero avergonzado de tan piadoso sentimiento, añadió con airedesenvuelto:

—Talvezfuesemásdecente.

—Quizássí—dijoella,porloscriados.

Habíasacadolacamacompletamentefueradelaalcoba.Lareligiosaestabaalpie;yen la cabecera había un sacerdote, no el de antes, otro, un hombre alto y delgado, deaspectoespañolyfanático.Sobrelamesilladenoche,cubiertadeunpañoblanco,ardíantreshachas.

Frédérictomóunasillaymiróaldifunto.

Sucaraestabaamarilla como lapaja;unpocodeespumasanguinolenta le asomabapor lascomisurasde los labios.Teníaunpañueloalrededorde lacabeza,unchalecodepunto,yuncrucifijodeplatasobreelpechoentresusbrazoscruzados.

Había terminado, pues, aquella vida llena de preocupaciones. ¡Cuántas visitas nohabría hecho a los despachos!, ¡cuántas cuentas ajustadas!, ¡cuántos trapícheos habríahecho!, ¡qué cantidad de informes escuchados! ¡Qué cantidad de cuentos, sonrisas,reverencias!PueshabíaaclamadoaNapoleón,alosCosacos,aLuisXVIII,al1830,alosobreros,a todos losregímenes,adorandoelPodercon tal fervorquehabríadadodineroporpodersevender.

PerodejabalafincadelaFortelle,tresfábricasenPicardía,elbosquedeCrancéenelYonne,unagranjacercadeOrléans,unosvaloresmobiliariosconsiderables.

Así Frédéric hizo el cálculo de su fortuna; y todo esto iba a pertenecerle. Primeropensóen«elquédirían»,enunregaloparasumadre,ensusfuturostroncosdecaballos,enelviejococherodesufamilia,aquienlegustaríacolocardeconserje.Porsupuesto,lalibrea no sería la misma. En el gran salón pondría su gabinete de trabajo. Nada leimpediría,tirandotrestabiques,instalarenelsegundopisounagaleríadecuadros.Quizás

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había posibilidad de preparar en la planta baja una sala de baños turcos. En cuanto aldespacho del señor Dambreuse, una habitación bastante desagradable, ¿para qué podíaservir? El sacerdote que se sonaba o la hermanita que atizaba el fuego interrumpíanbrutalmenteestas imaginaciones.Pero la realidad lasconfirmaba;elcadáver seguíaallí.Los párpados se habían vuelto a abrir; y la pupilas, aunque anegadas en unas tinieblasviscosas, tenían una expresión enigmática, insoportable. Frédéric creía ver en ellas unjuicio que le hacían, y sentía una especie de remordimiento, pues nunca había tenidoquejas de aquel hombre, quien, por el contrario…Vamos ya, un viejo miserable, y loobservabamáscerca,parareafirmarse,diciéndolementalmente:

—Bueno,¿yqué?¿Tehematadoyo?

Entretanto, el sacerdote rezaba su breviario; la religiosa dormitaba, inmóvil; lospabilosdelastreshachassealargaban.

Durantedoshorasseoyóelrodarsordode lascarretasqueseencaminabanhaciaelMercado Central. Los cristales iban clareando, pasó un simón, después una recua deborriquillas que iban a paso cortito sobre el pavimento, y se oíanmartillazos, gritos devendedoresambulantes,clamoresdetrompetas;todoseconfundíaenlagranvozdeParísquesedespertaba.

Frédéric se puso a hacer gestiones. Primero fue al Ayuntamiento para hacer ladeclaración, después, cuando el médico encargado del servicio le dio el certificado dedefunción, volvió al Ayuntamiento a decir qué cementerio escogía la familia, y paraponersedeacuerdoconlaempresadepompasfúnebres.

Elempleadolepresentóundibujoyunprograma,unoindicandolasdiversasclasesdeentierro,yelotroeldetallecompletodelboatoexterior.¿Queríanunacarrozadedospisoso un coche con penachos, caballos con gualdrapas, lacayos con plumas, iniciales o unblasón, lámparas fúnebres, un hombre para llevar las distinciones? y ¿cuántos coches?Frédéricfueespléndido;laseñoraDambreusequeríaquenoseescatimasenada.

Despuéssetrasladóalaiglesia.

Elvicariodelosfuneralescomenzóporcensurarlamaneradeexplotarlosexcesosdelas pompas fúnebres; por ejemplo, el oficial para portar las condecoraciones eracompletamenteinútil;eramásimportantelacantidaddecirios.Seacordóunamisarezadaacompañadaconmúsica.

Frédéric firmó todo lo que se había convenido, comprometiéndose solidariamente apagartodoslosgastos.

DespuésfuealAyuntamientoparalacompradelterreno.Unaconcesióndedosmetrosde largo por uno de ancho costaba quinientos francos. ¿Era una concesión paramediosiglooperpetua?

—¡Oh!,perpetua—dijoFrédéric.

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Tomabalacosaenserio,sedesvivía.Enelpatiodelpalacioleesperabaunmarmolistaparapresupuestosyplanosdesepulturasgriegas,egipcias,árabes;peroelarquitectodelacasayahabíahabladodeestoconlaseñora;ysobrelamesa,enelvestíbulo,habíatodaclase de proyectos relativos a la limpieza de los colchones, a la desinfección de lashabitaciones,adiversosprocedimientosdeembalsamamiento.

Despuésdecenarvolvióa la sastreríapara tratardel lutode loscriados;y tuvoquehacersuúltimacompra,pueshabíaencargadoguantesdecastor,yeranguantesdefiladizlosapropiados.

Eldíasiguiente,aladiez,elgransalónsellenabadegente,ycasitodos,acercándoseentonomelancólico,decían:

—Yyoquetodavíahaceunmesquelovi.¡Diosmío!,esloquenosesperaatodos.

—Sí;perotratemosdequesealomástardeposible.

Entoncesseesbozabaunapequeñarisadesatifacción,einclusoseentablabandiálogostotalmenteextrañosalacircunstancia.Porfin,elmaestrodeceremonias,entrajenegroalafrancesa,ycalzóncorto,conabrigo,plañideras,espadaceñida,ytricorniobajoelbrazo,articuló,saludando,laspalabrasderitual:

—Señores,cuandogusten.

Sepusieronenmarcha.

Eradíademercadode flores en laplazade laMagdalena.Hacíaun tiempoclaroysuave;ylabrisa,quesacudíaunpocolostoldosdelasbarracas,hinchabaporlosbordeselinmensopañonegrocolgadoenelpórtico.ElescudodelseñorDambreuse,queocupabaun cuadrado de terciopelo, se repetía tres veces en él. Era sobre un fondo de sable, unbrazosiniestrodeoroconpuñocerrado,guanteletedeplata,yestadivisa:«Portodosloscaminos».

Losporteadoressubieronhastaloaltodelaescaleraelpesadoféretroyentraron.

Lasseiscapillas,elhemicicloylassillasestabancubiertasdenegro.Elcatafalcoenlapartebajadelcoro,formaba,consusgrandescirios,unsolofocodelucesamarillas.Enlasdosesquinas,sobrecandelabros,ardíanllamasdeespíritudevino.

Los personajes más importantes tomaron asiento en el presbiterio, los demás en lanave;ycomenzóeloficio.

Salvo algunas excepciones, la ignorancia religiosa de los asistentes era tal que elmaestrodeceremonias,devezencuando,leshacíaseñaldelevantarse,dearrodillarse,devolverasentarse.Elórganoydoscontrabajosalternabanconlasvoces;enlosintervalosdesilencioseoíaelmurmullodelsacerdoteenelaltar;despuésvolvíanlamúsicayloscantos.

Delastrescúpulascaíaunaluzmate;perolapuertaabiertaenviabahorizontalmente

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comounríodeclaridadblancaquedabadeplanoentodaslascabezasdescubiertas;yenelaire,amediaalturadelanave,flotabaunasombra,penetradaporelreflejodelosorosquedecorabanlanervaduradelaspechinasyelfollajedeloscapiteles.

El coche fúnebre, adornadoconpañosquecolgabanyaltospenachosdeplumas, seencaminóhacia el padreLachaise, tiradopor cuatro caballos negros, con trenzas en lascrines,penachosenlacabezaycubiertoshastaloscascosdeampliasgualdrapasbordadasdeplata.Elcochero,conbotasaltasdevuelta,llevabaunsombrerodetrespicosdelquependía un largo crespón. Portaban las cintas cuatro personajes: un administrador de laCámaradelosdiputados,unmiembrodelConsejoGeneraldelAube,unrepresentantedelas minas de carbón, y Fumichon, en calidad de amigo. Detrás seguían la calesa deldifunto y doce coches de duelo. Los invitados seguían detrás, llenando el centro delbulevar.

Los transeúntes se paraban a ver todo aquello;mujeres, con sus crios en brazos, sesubíanasillas,ygentesqueestabantomandounascervezasenloscafésseasomabanalasventanasconuntacodebillarenlamano.

Elcaminoeralargo;y,comoenlascomidasdeetiqueta,dondesecomienzahablandopocoparahacersedespuésmásexpansivos,eltonogeneralsehizoprontorelajado.Nosehablaba más que de los créditos denegados por la Cámara al Presidente. El señorPiscatory se había mostrado demasiado duro, Montalembert «magnífico como decostumbre», y los señores Chambolle, Pidoux, Creton, en fin toda la comisión habríadebido, tal vez, aceptar la opinión de los señores Quentin-Beauchard y Dufour. EstasconversacionescontinuaronenlacalledelaRoquette,bordeadadetiendas,enlasquenosevenmásquecadenasdecristaldecolorydiscosnegroscondibujosyletrasdoradas,quelashacesemejarseagrutasdeestalactitasyatiendasdeloza.Pero,antelaverjadelcementerio,todoelmundo,alinstante,secalló.

Enmedio de los árboles surgían las tumbas: columnas partidas, pirámides, templos,dólmenes, obeliscos, panteones etruscos con puertas de bronce. En algunas de ellas seveíancomosaloncitosfúnebres,conasientosrústicosysillasdetijera.Delascadenitasdelasurnascolgabantelasdearañacomoharapos;yelpolvocubríalosramilletesdefloresatadosconcintasderasoyloscrucifijos.Portodaspartes,entrelosbalaústres,sobrelastumbas, coronasde siemprevivasy candeleras, jarrones, flores, discosnegros con letrasgrabadasenoro,estatuitasdeyeso:niñitosymuchachitasoangelitossostenidosenelairepor un hilito de latón: varios incluso tienen un techo de zinc sobre la cabeza.Enormescordonesdecristalnegro,blancoyazulbajandeloaltodelasestelashastaelpiedelaslosas, con largos repliegues, comoboas.El sol,quepegabaencima, leshacíacentellearentrelascrucesdemaderanegra;ylacarrozafúnebreseacercabaporlosgrandespaseos,queestánpavimentadoscomolascallesdeunaciudad.Devezencuandocrujíanlosejes.Mujeresarrodilladas,arrastrandoelvestidosobrelahierba,hablabanenvozbajaconlosmuertos. De las ramas verdes de los tejos salían humos blanquecinos. Eran ofrendas

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abandonadas,restosquesequemaban.

LasepulturadelseñorDambreuseestabacercadeladeManuelyBenjaminConstant.Enestelugar,elterrenodesciendedeunamanerabrusca.Anuestrospiestenemoscopasdeverdesárboles;máslejos,chimeneasdebombasdevapor,despuéstodalagranciudad.

Frédéricpudoadmirarelpaisajemientraspronunciabanlosdiscursos.

El primero fue en nombre de la Cámara de Diputados; el segundo, en nombre delConsejo General del Aube; el tercero, en nombre de la Sociedad Hullera de Saóne-et-Loire;elcuarto,ennombredelaSociedaddeAgriculturadelYonne;yaúnhubootroennombredeunasociedadfilantrópica.Porfin,yaseibancuandoundesconocidosepusoaleerundiscurso,ennombredelaSociedaddeAnticuariosdeAmiens.

Y todos aprovecharon la ocasión para tronar contra el socialismo, víctima del cualhabíamuertoelseñorDambreuse.Eraelespectáculode laanarquíaysudesveloporelorden lo que había acortado sus días. Exaltaron su inteligencia, su probidad, sugenerosidad e incluso su mutismo como representante del pueblo, pues, si no era unorador,poseía,porelcontrario,esascualidadessólidas,milvecespreferibles,etc…,contodaslaspalabrasquesonderigor:«Finprematuro,eternopesar,laotrapatria—adiós,omásbien,hastaluego».

Latierramezcladaconguijarrosvolvióacaersobrelatumba;yyanodebíahablarsemásdeestoenelmundo.

Todavíavolvieronahablardeélbajandodelcementerio;ynosepropasaronmuchoenlos elogios al difunto. Hussonnet, que tenía que hacer la reseña del entierro para losperiódicos,repitió,incluso,entonodebroma,todoslosdiscursos;pues,enfin,elbuenodeDambreusehabía sidounode los sobornadoresmásdistinguidosdel último reinado.Después, los coches del duelo recondujeron a los burgueses a sus ocupaciones, laceremonianohabíaduradomucho;sefelicitabandeello.

Frédéric,cansado,volvióasucasa.

Cuando al día siguiente se presentó en el palacioDambreuse, le advirtieron que laseñora estaba trabajando abajo, en el despacho. Los cartapacios, los cajones estabanabiertosendesorden,loslibrosdecuentasesparcidosporelsueloaderechaeizquierda;unrollodepapelotestitulado«Pendientesdecobro»rodabaporelsuelo,estuvoapuntode caer encima y lo recogió.La señoraDambreuse casi no se veía, hundida en el gransillón.

—¡Bueno!¿Dóndeestáusted?¿Quépasa?

Selevantóasustada.

—¿Cómoquépasa?Queestoyarruinada,arruinada.¿Comprendes?

ElseñorAdolfoLanglois,elnotario,lahabíaconvocadoasudespachoylehabíadado

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aconoceruntestamentoescritoporsumaridoantesdesuboda.LegabatodoaCecile;yelotro testamento había desaparecido. Frédéric se puso muy pálido. Tal vez no habíabuscadobien.

—¡Peromira!—dijolaseñoraDambreuse,mostrándolelahabitación.

Las dos cajas fuertes estaban entreabiertas, desfondadas a golpes demaza, y ella lehabíadadolavueltaalescritorio,registradolosarmarios,sacudidolosfelpudos,cuandodepronto,dandoungritoagudo,seprecipitóaunrincóndondeacababadedescubrirunacajitaconcerraduradecobre;laabrió,nada.

—¡Ah!,¡miserable!Yoquelehecuidadocontantaentrega.

Despuésreventóensollozos.

—Quizásestáenotrositio—dijoFrédéric.

—¡Pues no!, ¡estaba allí!, en aquella caja fuerte. Lo he visto ahí hace poco. Estáquemado,estoysegura.

Undía, al principiode su enfermedad, el señorDambreusehabíabajadopara echarunasfirmas.

—Fueentoncescuandodebiódehaberhecholajugada.

Ydeshecha,sedejócaerenunasilla.Unamadredelutoalladodeunacunavacíanoes más digna de lástima de lo que lo era la señora Dambreuse ante las cajas fuertesabiertas. En fin, su dolor, a pesar de la bajeza del motivo, parecía tan profundo queFrédéricsepusoaconsolarla,diciéndoleque,despuésdetodo,ellanoquedabareducidaalamiseria.

—Eslamiseria,puestoquenopuedoofrecerteunagranfortuna.

Nolequedabanmásquetreintamillibrasderenta,sincontarelpalacio,quevalíadedieciochoaveinte,quizás.

Aunqueesto,paraFrédéric,eralaopulencia,nodejódesentirunadecepción.Adiósasussueñosytodalagranvidaquesehabíaimaginado.ElhonorleobligabaacasarseconlaseñoraDambreuse.Reflexionóunminuto;luego,conairedeternura:

—Seguiréteniéndoteati.

Ellaseechóensusbrazos;yél laapretócontrasupechoconuna ternuraen laquehabíaunpocodeadmiraciónporsímismo.LaseñoraDambreuse,queyahabíadejadodellorar,levantólacara,todaradiantedefelicidad,y,cogiéndoledelamano:

—¡Ah!,nuncahedudadodeti.Estabasegura.

Aquellacertezaanticipadadeloqueélconsiderabacomounabellaacciónnolegustóaljoven.

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Despuéslollevóasuhabitación,ehicieronproyectos.Frédéricteníaquepensarahoraenabrirsecamino.Ellainclusoledioadmirablesconsejossobresucandidatura.

Loprimeroqueteníaquehacereraaprendersedosotresfrasesdeeconomíapolítica.Habíaqueelegirunaespecialidad,porejemplolaremonta,escribirvariasmemoriassobreunacuestióndeinteréslocal,tenersiempreasudisposiciónoficinasdecorreosoestancos,hacer una multitud de favores. El señor Dambreuse, en este aspecto, había sido unverdaderomodelo.Así, una vez, en el campo, habíamandadoparar su faetón, lleno deamigos,delantedelatiendadeunzapatero,habíacompradodoceparesdebotasparasusinvitados,yparaélunasbotasespantosasquetuvoinclusoelheroísmodellevardurantequince días.Esta anécdota les alegrómucho.Contó otras conun renuevode gracia, dejuventud,deingenio.

LeparecióbienlaideadeunviajeinmediatoaNogent.Losadiosesfuerontiernos;yaenlapuerta,ellamurmuróunavezmás:

—¿Mequieres,verdad?

—¡Parasiempre!—contestóél.

Ensucasaleesperabaunrecaderoconunaspalabrasescritasalápiz,queloavisabandequeRosanetteibaadaraluz.Élhabíaestadotanocupadodesdehacíaunosdías,queyanopensabaenello.Rosanettehabíaidoaunaclínicaespecializada,enChaillot.

Frédérictomóunsimónypartió.

EnlaesquinadelacalleMarbeufleyósobreunaplacaengrandescaracteres:«Casadesaludydematernidad, regentadaporMadameAlessandri, comadronadeprimera clase,ex-alumnadelaMaternidad,autoradediversasobras»,etc.Después,enmediodelacalle,sobrelapuerta,unapuertecitafalsa,serepetíaelletrero(sinlapalabramaternidad):«CasadesaluddeMme.Alessandri»,contodossustítulos.

Frédéricdioungolpedemartillo.

Unadoncella, conaspectodeconfidente, lehizopasar al salón, amuebladoconunamesa de caoba, sillones de terciopelo granate y un reloj de péndulo sin la campana decristal.

CasialinstanteaparecióMadame.Eraunamorenaaltadecuarentaaños,talledelgado,bellosojos,conmundología.InformóaFrédéricdelfelizalumbramientodelamadre,yleacompañóasuhabitación.

Rosanetteempezóasonreír inefablemente;y,comosumergidabajo lasolasdeamorquelaahogaban,dijoenvozbaja:

—¡Esunniño,allí,allí!—señalandocercadesucamaunacunacolgante.

Frédéricapartólascortinas,yvio,entrelaropa,algodeuncolorrojoamarillento,muyarrugado,queolíamalydabavagidos.

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—Bésalo.

Élrespondióparaocultarsurepugnancia:

—Tengomiedodehacerledaño.

—No,no.

Entoncesdiounbesoasuhijoconlapuntadeloslabios.

—¡Cómoseteparece!

Y,consusbrazosdébiles,selecolgóalcuello,conunaefusióndesentimientoqueéljamáshabíavisto.

El recuerdo de la señora Dambreuse le vino a la mente. Se reprochó como unamonstruosidadtraicionaraaquelpobreser,queamabaysufríacontodalafranquezadesunaturaleza.Durantevariosdíaslehizocompañíadesdelamañanahastalanoche.

Ellasesentíafelizenaquellacasadiscreta;lospostigosquedabanalacalle(inclusolos postigos de la fachada) permanecían constantemente cerrados; la habitación,empapeladadepersiaclaro,dabaaungranjardín.Mme.Alessandri,cuyoúnicodefectoeracitarcomoíntimosamigosalosmédicosmásfamosos,larodeabadeatenciones;suscompañeras,casi todasseñoritasdeprovincias,seaburríanmucho,sinteneranadiequelas visitara; Rosanette se dio cuenta de que la envidiaban, y se lo dijo a Frédéric conorgullo.Habíaquehablarenvozbaja,sinembargo;lostabiqueserandelgadosytodoelmundoestabaalaescucha,apesardelcontinuoruidodelospianos.

Frédéric,porfin,ibaasalirparaNogent,cuandorecibióunacartadeDeslauriers.

Se presentaban dos candidatos nuevos, uno conservador, el otro rojo; un tercero,cualquieraquefuese,noteníaposibilidades.LaculpaeradeFrédéric;habíadejadopasarla oportunidad, habría tenido que ir antes, moverse. «Ni siquiera se te ha visto en loscomicios agrícolas». El abogado le censuraba no tener ninguna relación con losperiódicos. «¡Ah!, si hubieras seguido antesmis consejos. ¡Si tuviéramos un periódicoparanosotros!». Insistía en esto.Por lodemás,muchaspersonasque lehabríanvotado,porconsideraciónalseñorDambreuse,ahoraleabandonarían,entreellosDeslauriers.Noteniendoyanadaqueesperardelcapital,dejabaasuprotegido.

FrédéricenseñólacartaalaseñoraDambreuse.

—¿NohasestadoenNogent?—dijoella.

—¿Porqué?

—EsqueviaDeslauriershacetresdías.

Enteradodelamuertedesumarido,elabogadohabíaidoallevarunasnotassobrelashullas y a ofrecerle sus servicios como hombre de negocios. Esto le pareció extraño aFrédéric;y¿quéhacíasuamigoallá?

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LaseñoraDambreusequisosaberenquéseocupabadesdequesehabíanseparado.

—Estuveenfermo—respondióél.

—Habríasdebidoavisarme,almenos.

—¡Oh!,novalíalapena.

Además,habíatenidounaseriedeproblemas,decitas,visitas.

Desde entonces llevó una doble vida, durmiendo religiosamente en casa de laMariscala,ypasandolatardeencasadelaSra.Dambreuse,demodoquelequedabaenmitaddelajornadaunahoradelibertad.

Elniñoestabaenelcampo,enAndilly.Ibanaverlotodaslassemanas.

Lacasadelanodrizaseencontrabaenlapartealtadelpueblo,alfondodeunpequeñopatio,oscurocomounpozo,conpajaporel suelo,gallinasaquíyallí,unacarretaparaverduras en el cobertizo. Rosanette comenzaba por besar frenéticamente a su bebé; y,presa de una especie de delirio, iba y venía, probaba a ordeñar la cabra, comía pan depueblo,aspirabaelolordelestiércol,queríaponerunpocoensupañuelo.

Después daban largos paseos; entraba en casa de los encargados de los viveros,arrancaba las ramas de las lilas que colgaban fuera de las paredes, gritaba: «¡Arre,borriquillo!»alosburrosquearrastrabanunacarreta,separabaacontemplaratravésdelaverja el interior de los bellos jardines; o bien la nodriza tomaba al niño, lo ponían a lasombra,bajounnogal;olasdosmujerescharlaban,durantehoras,deaburridostemas.

Frédéric, cerca de ellas, contemplaba los bancales de viñas en las pendientes delterreno o algún bosquecillo de trecho en trecho, los senderos polvorientos parecidos acintasgrisáceas, lascasasqueponíanmanchasblancasy rojasenmediodelverdor;yaveceselhumodeunalocomotorasealargabahorizontalalpiedelascolinascubiertasdefollajes,comounagigantescaplumadeavestruzcuyapuntaligeralevantabaelvuelo.

Después,susojosvolvíanafijarseensuhijo.Selofigurabaunjoven,haríadeélsucompañero;perotalvezseríauntonto,undesgraciadosindudaalguna.Lailegitimidaddesu nacimiento le seguiría oprimiendo; habría sido mejor para él no nacer, y Frédéricmurmuraba:«¡Pobrechico!»,conelcorazónllenodeunaincomprensibletristeza.

Amenudoperdíanelúltimo tren.Entonces laseñoraDambreuse le reprendíaporsufaltadepuntualidad.Éllecontabauncuento.

También había que inventarlos para Rosanette. No comprendía en qué empleaba éltodas las tardes. Y cuando preguntaban en su casa, nunca estaba. Un día que estabaaparecieronlasdoscasialmismotiempo.FrédérichizosaliralaMariscala,yescondióalaSra.Dambreuse,diciéndolequeibaallegarsumadre.

Prontoestasmentirasledivirtieron:repetíaaunaeljuramentoqueacababadehaceralaotra, lesmandabados ramosde flores iguales, les escribíaalmismo tiempo,después

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hacíacomparacionesentreellas;habíaunatercerasiemprepresenteensupensamiento.Laimposibilidaddetenerlalejustificabadesusperfidias,queavivabanelplacerconelgustodelcambio;ycuantomásengañabaacualquierade lasdos,más laquería, comosi susamoressehubieseninflamadorecíprocamentey,enunaespeciedeemulación,cadaunadeellashubiesequeridohacerleolvidaralaotra.

—Mirasitengoconfianzaenti—ledijoundíalaseñoraDambreuse,desdoblandounpapelenqueleinformabandequeelseñorMoreauhacíavidaconyugalconunatalRosaBron.¿Noseráporcasualidadaquellaseñoritadelascarreras?

—¡Quécosamásabsurda!—replicóél—.¡Déjamever!

Lacartaestabaescritaencaracteresromanos,nollevabafirma.LaseñoraDambreuse,alprincipio,habíatoleradoaestaamante,queencubríasuadulterio.Perocomosupasiónse había hecho más fuerte, había exigido una ruptura, lo cual había ocurrido ya hacíatiempo, según Frédéric; y, cuando él terminó sus protestas, ella replicó, al tiempo queentornaba sus ojos, en los que brillaba unamirada parecida a la punta de un estilete atravésdeunvelodemuselina:

—¡Bueno!¿Ylaotra?

—¿Quéotra?

—Lamujerdelcomerciantedecerámica.

Hizoungestodesdeñosoencogiéndosedehombros.Ellanoinsistió.

Pero,unmesdespués,hablandodehonorydelealtad,cuandoélalababalasuya(depaso,cautelosamente),ellaledijo:

—Esverdad,ereshonrado,yanovuelvesallí.

Frédéric,quepensabaenlaMariscala,balbuceó:

—¿Adónde?

—AcasadeMme.Arnoux.

Éllesuplicóleconfesaradóndehabíaobtenidoaquellainformación.Eraatravésdelaprimeraoficialadesumodista,laseñoraRegimbart.

Así,ellaconocíasuvida,yélnosabíanadadeladeella.

Entretanto, él había descubierto en su tocador la miniatura de un señor de largosbigotes. ¿Era la misma persona de quien le habían contado, hacía tiempo, una vagahistoriade suicidio?Peronohabíamanerade sabermásacercade esto.Además, ¿paraqué? Los corazones de lasmujeres son como pequeñosmuebles de secretos, llenos decajonesmetidosunosdentrodeotros;unoseesfuerza,separtelasuñas,yseencuentraenelfondoalgunaflorseca,restosdepolvooelvacío.(Yademás,temíatalvezenterarsededemasiadascosas).

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Ellaleobligabaarechazarlasinvitacionesalasquenopodíairconél,loreteníaasulado, tenía miedo de perderlo; y, a pesar de esta unión cada vez mayor, de pronto sedescubríanentreellosverdaderosabismos,apropósitodecosas insignificantes,el juiciosobreunapersona,unaobradearte.

LaseñoraDambreusetocabaelpianodeunamaneracorrectaydura.Suespiritualismo(creíaen la transmigraciónde lasalmasa lasestrellas)no le impedía llevar suscuentasadmirablemente.Tratabaasugenteconaltivez;susojospermanecíansecosalavistadelosharaposdelospobres.Ensusexpresioneshabitualessetraslucíaunegoísmoingenuo:«¿Quémeimporta?,¡seríamuybuena!,¡quénecesidadtengo!»,ymilpequeñasaccionestanodiosascomodifícilesdeanalizar.Habríasidocapazdeponerseaescuchardetrásdelas puertas; probablementementía a su confesor.Por espíritu dedominación, quisoqueFrédériclaacompañaselosdomingosalaiglesia.Obedecióylellevóellibrodemisa.

La pérdida de su herencia la había cambiado considerablemente. Los signos de undolorquelagenteatribuíaalamuertedelseñorDambreuselahacíaninteresante.DesdeelfracasoelectoraldeFrédéric,ambicionabaparaellosdosunalegaciónenAlemania;poreso,laprimeracosaquehabíaquehacererasometersealasideasquetriunfaban.

Unosdeseaban el Imperio, otros querían la vuelta de losOrléans, otros al condedeChambord; pero todos coincidían en la urgencia de la descentralización. Y se habíanpropuestovariosmedios,talescomo:cortarParísconunamultituddegrandescallesafindequesurgiesenallípueblos,trasladaraVersalleslasededelgobierno,ponerlasescuelasenBourges,suprimirlasbibliotecas,confiartodoalosgeneralesdedivisión;yseexaltabael medio rural, pues los analfabetos tienen por naturaleza más sentido común que losdemás. Cundían los odios: odio contra los maestros primarios y contra los vinateros,contralasclasesdefilosofía,contraloscursosdehistoria,contralasnovelas,loschalecosrojos, las barbas largas, contra toda independencia, todamanifestación individual; pueshabía que restablecer el principio de autoridad; no importaba en nombre de quién seejerciese ni cuál fuese su origen, con tal de que fuese la Fuerza, la Autoridad. Losconservadores,ahora,hablabancomoSénécal.Frédéricyanoentendíanada;yencasadesuamantevolvíaaescucharlosmismosdiscursos,pronunciadosporlasmismaspersonas.

Lossalonesdelascortesanas(esdeaquellaépocadecuandodatasuimportancia)eranunterrenoneutral,enelquecoincidíanreaccionariosdedistintastendencias.Hussonnet,quesededicabaadenigrargloriascontemporáneas(cosamuyútilparalarestauracióndelOrden), inspiró a Rosanette el deseo de tener, como cualquier otra, sus veladas; él seencargaría de hacer las reseñas; y comenzó llevando a un hombre serio, Fumichon;después aparecieron Nonancourt, el señor de Grémonville, el señor de Larsillois, exprefecto,yCisy,queahoraeraagrónomo,bajobretónymáscatólicoquenunca.

Acudían,además,antiguosamantesdelaMariscala,talescomoelbaróndeComaing,elcondedeJumillacyalgunosotros;elairedesenvueltodeestospersonajesmolestabaaFrédéric.

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Para dárselas de amo, aumentó el tren de vida de la casa. Tomaron un botones,cambiaronelpisoyloamueblarondenuevo.Erangastosútilesparadarlasensacióndeunmatrimonio menos desproporcionado con su fortuna. La cual, entretanto, disminuíaespantosamente,sinqueRosanetteacertaseacomprendernada.

Burguesavenidaamenos,adorabalavidafamiliar,unpequeñoambienteapacible.Sinembargo, se contentaba con tener«undía»; decía: «esasmujeres», hablandode las queeran como ella; quería ser «unamujer demundo», creía serlo.Rogó a Frédéric que nosiguiesefumandoenelsalón,tratódehacerleguardarlavigilia,paradarsetono.

Enfin,noestabaensupapel,puessevolvíaseria,einclusoantesdeacostarseseguíamostrandounpocodemelancolía,comosipusierancipresesalapuertadeunataberna.

Éldescubriólacausadetodoesto:soñabaconelmatrimoniotambiénella.Frédéricseexasperó.Por otra parte, recordaba su aparición en casa deMme.Arnoux, y además leguardabarencorporhaberleresistidotantotiempo.

El no dejaba de averiguar quiénes habían sido sus amantes. Ella los negaba todos.Entonces, él sintió como celos. Se irritó por los regalos que ella había recibido, y queseguía recibiendo y, cuanto más le exasperaba el fondo mismo de su persona, másarrastrado se sentía hacia ella por un placer sensual, áspero y brutal, ilusiones de unminutoqueseresolvíanenodio.

Sus palabras, su voz, su sonrisa, todo llegó a desagradarle, sobre todo susmiradas,aquelojodemujereternamentelímpidoytonto.Avecesseencontrabatanharto,quelahabría vistomorir sin alterarse lomásmínimo. Pero ¿cómo enfadarse?Ella era de unadulzuradesesperante.

Deslauriersreapareció,yexplicósuestanciaenNogentdiciendoqueestabaentratosparacomprarundespachodeabogado.Frédéricsealegródevolveraverle;eraalguien.Loasociócomounterceroalapareja.

El abogado iba a cenar con ellos de vez en cuando, y, cuando surgían pequeñasdisputas,seponíasiemprealladodeRosanette,detalmodoqueunavezFrédéricledijo:

—¡Ah! Acuéstate con ella si te divierte—tanto deseaba encontrar una ocasión dedeshacersedeella.

Haciamediadosdelmesde junio, ella recibióun requerimientoenelqueel letradoAtanasioGautherot,oficialdejusticia,leordenabaabonarcuatromilfrancosquedebíaalaseñoritaClemenceVatnaz;delocontrario,iríaaldíasiguienteaembargarla.

Enefecto,de loscuatropagarés firmadosensudíaunosóloestabapagado;pueseldinero que había pasado por sus manos, desde entonces, lo había destinado a otrasnecesidades.

CorrióacasadeArnoux.VivíaenelfaubourgSaint-Germain,yelporteronosabíala

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calle.Fueacasadevariosamigos,noencontróanadie,yregresódesesperada.Noqueríadecir nada a Frédéric, ante el temor de que esta nueva historia fuese a perjudicar sumatrimonio.

A lamañana siguiente, el letradoAtanasioGautherot sepresentó flanqueadodedosayudantes,unodescolorido,concaradezorro,aspectodeconsumidodeenvidia,elotroconcuellopostizo, trabillasmuy tirantes,dedilde tafetánnegroenel índice;y losdos,innoblementesucios,concuellosgrasientosylasmangasdelalevitademasiadocortas.

Supatrón,unbuenmozo,porelcontrario,comenzópidiendodisculpasporsupenosamisión,mientras echaba una ojeada al apartamento, «lleno de cosas bonitas, a femía».Añadió:«ademásdeotrasquenosepuedenembargar».Aungestosuyo,losdostestigosdesaparecieron.

Entonces, sus cumplidos se redoblaron. Se podía creer que una persona tan…encantadoranotuvieraamigoserio.Unaventajudicialeraunaverdaderadesgracia.Noselevanta uno jamás. Trató de asustarla; después, viéndola impresionada, adoptósúbitamenteuntonopaternal.Conocíaelmundo,habíatenidoquevercontodasaquellasseñoras;y,nombrándolas,examinabalosmarcosenlasparedes.Eranantiguoscuadrosdelbueno de Arnoux, bocetos de Sombaz, acuarelas de Burrieu, tres paisajes de Dittmer.Rosanettedesconocíaevidentementesuprecio.ElabogadoGautherotsevolvióhaciaella:

—¡Fíjese!Parademostrarlequesoyunbuenchico,hagamosunacosa:cédameesosDittmer,ymeencargoyodepagartodo.¿Deacuerdo?

Enestemomento,Frédéric, aquienDelphinehabía informadoen la antesala, yqueacababadeveralosdosoficiales,entróconelsombreropuesto,conairebrutal.ElletradoGautherotrecobrósudignidad;y,comolapuertahabíaquedadoabierta:

—Vamos,señores,escriban.Enlasegundapieza,decimos:unamesaderoble,consusdoslargueros,dosaparadores…

Frédéricleparóparapreguntarlesinohabíamediodeimpedirelembargo.

—¡Oh!,perfectamente.¿Quiénhapagadolosmuebles?

—Yo.

—Puesbien,formuleunareivindicación;siempreestiempoquesegana.

ElletradoGautherotacabórápidamentesusasientos,y,enelacta,emplazóenrecursodeurgenciaalaseñoritaBron,luegoseretiró.

Frédéricnohizoningúnreproche.Contemplabalashuellasdebarroquehabíadejadoelcalzadodelosalguacilessobrelaalfombra,y,hablándoseasímismo:

—Habráquebuscardinero.

—¡Ah!,¡Diosmío!,¡quétontasoy!—dijolaMariscala.

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Buscóenuncajón,cogióunacarta,ysefuerápidamentealaSociedaddeAlumbradodelLanguedoc,afindeobtenerlatransferenciadesusacciones.

Volvió una hora después.Los títulos estaban vendidos a otro.El empleado le habíacontestadoexaminandosupapel,elcompromisoescritoporArnoux:«Estedocumentonolaconstituyedeningúnmodoenpropietaria.LaCompañíanoreconoceesto».

En resumen, la había mandado a paseo, ella estaba sofocada; Frédéric tenía que irinmediatamenteacasadeArnouxparaaclararlacosa.

Pero Arnoux creería, tal vez, que iba para recuperar indirectamente los quince milfrancosdesuhipotecaperdida;yademás,estareclamaciónaunhombrequehabíasidoelamantede suquerida leparecíaunabajeza.Eligiendounasolución intermedia, fuea laresidenciadelaseñoraDambreuseabuscarladireccióndelaseñoraRegimbart,envióunrecaderoasucasa,yasísupoelcaféqueahorafrecuentabaelCiudadano.

EraunpequeñocaféenlaplazadelaBastilla,dondepasabatodoeldía,enlaesquinadeladerecha,alfondo,sinmoverse,comosiformarapartedelinmueble.

Despuésdehaberpasadosucesivamenteporlamediataza,elgrog,elbischof,elvinocaliente e incluso el agua con un poco de vino tinto, había vuelto a la cerveza; y cadamedia hora dejaba caer esta palabra: «Bock», habiendo reducido su lenguaje a loindispensable.FrédériclepreguntósiveíaalgoaArnoux.

—No.

—¡Anda!¿porqué?

—¡Unimbécil!

Quizáseralapolíticaloquelesseparaba,yFrédériccreyóquehacíabienpreguntandoporCompain.

—¡Quéanimal!—dijoRegimbart.

—¿Cómoeseso?

—Sucabezadeternera.

—¡Ah!,¡dígamequéesesodelacabezadeternera!

Regimbartesbozóunasonrisadecompasión.

—¡Tonterías!

Frédéric,despuésdeunlargosilencio,replicó:

—Entonces,¿sehamudadodecasa?

—¿Quién?

—¡Arnoux!

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—Sí;calledeFleurus.

—¿Quénúmero?

—¿Frecuentoyo,acaso,alosjesuítas?

—¿Cómo,jesuítas?

ElCiudadanocontestófurioso:

—Coneldinerodeunpatriotaqueyolepresentéaquelcerdohaabiertounatiendaderosarios.

—¡Noesposible!

—¡Vayaaverlo!

Nadamáscierto;Arnoux,debilitadoporunataque,habíavueltoalareligión;porotraparte,«siemprehabíatenidounfondoreligioso»y,conlamezclademercantilismoydeingenuidad que le era natural, para salvar su alma y su fortuna, se habíametido en elcomerciodeobjetosreligiosos.

Frédéric no tuvo dificultad en descubrir su establecimiento, en cuyo rótulo se leía:«Artesgóticas.—Restauracióndelculto.—Ornamentosde iglesia.—Esculturapolícroma.—InciensodelosReyesMagos»,etc.

En lasdos esquinasde lavitrina se levantabandos imágenesdemadera, de coloresabigarrados;pintarrajeadasdeoro,cinabrioyazul;yunSanJuanBautistaconsupieldecordero, y una Santa Genoveva, con rosas en su delantal y una rueca bajo el brazo;despuésgruposenyeso;unahermanitainstruyendoaunaniña,unamadrederodillasalladodeunacamita,trescolegialesantelasagradamesa.Lomásbonitoeraunaespeciedechaletquefigurabaelinteriordelpesebreconelburro,elbueyyelNiñoJesúsrecostadosobre paja, paja auténtica. De arriba abajo de las estanterías se veían medallas pordocenas,rosariosdetodasclases,pilasdeaguabenditaenformadeconchaylosretratosde las glorias eclesiásticas, entre los cuales destacabanmonseñorAffre y nuestroSantoPadre,losdossonriendo.

Arnoux, en su mostrador, dormitaba con la cabeza baja. Estaba envejecido, teníaincluso alrededor de las sienes como una corona de granitos rosa sobre la cual seapreciabanlosreflejosdelascrucesdeoroiluminadasporelsol.

Frédéric,anteesteespectáculodedecadencia,seentristeció.Sinembargo,seresignó,por afecto a la Mariscala y siguió adelante; en el fondo de la tienda apareció Mme.Arnoux;entonces,éldiomediavuelta.

—Noloheencontrado—dijoalvolveracasa.

Ypormásquerepitióqueibaaescribir,inmediatamente,asunotariodeElHavreparaque le mandara dinero, Rosanette se puso furiosa. Nunca había visto a un hombre tan

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débil,tanblandengue;mientrasqueellapasabamilprivaciones,losdemáslopasabanengrande.

Frédéric pensaba en la pobre Mme Arnoux, figurándose la mediocridaddesconsoladoradesucasa.Sehabíametidoenelescritorio;y,comoRosanettecontinuabaconsuvozchillona:

—¡Ah!¡PoramordeDios!,¡cállate!

—¿Vasadefenderlos,acaso?

—¡Puessí!—exclamóél—,pues¿dedóndevieneesteensañamiento?

—Y tú, ¿por qué no quieres que paguen? ¡Es por miedo a afligir a tu antigua!,¡confiésalo!

Ledieronganasde tirarleel relojde lachimenea; le faltaron laspalabras.Sequedómudo.Rosanette,caminandoporlahabitación,añadió:

—Voy a plantear una denuncia a tuArnoux. ¡Oh!No te necesito—yapretando loslabios—:¡Iréaconsultar!

Tresdíasdespués,Delphineentróbruscamente.

—Señora,señora,hayunhombreconunbotedecolaquemedamiedo.

Rosanettepasóalacocina,yviounaespeciedegalopin,conlacarapicadadeviruela,paralíticodeunbrazo,casiborrachodeltodoyhablandoatropelladamente.

EraelencargadodepegarloscartelesdelletradoGautherot.Habiendosidorechazadoelrecursocontraelembargo,laexpropiaciónseguíasucursonormal.

Porsutrabajodehabersubidolaescalera,reclamóenprimerlugarunacopita;despuésimploróotrofavor,asaber,unasentradasparaelespectáculo,creyendoquelaseñoraeraunaactriz.Luegosepasóunosminutoshaciendoguiñosdeojosincomprensibles;porfin,declaróque,porcuarentasueldos,rasgaríalasesquinasdelosanuncioscolocadosabajo,contralapuerta.Rosanettefigurabaenellosconsuapellido,medidadeexcepcionalrigorquedemostrabatodoelodiodelaVatnaz.

En otro tiempo, la señorita Vatnaz había sido unamujer sensible, e incluso, en unproblemasentimental,habíaescritoaBérangerpidiéndoleconsejo.Peroloscontratiemposde la vida le habían agriado el carácter. Había sido sucesivamente profesora de piano,patrona de una pensión, colaboradora de revistas de moda, había realquiladoapartamentos, traficado en encajes en el mundo de las mujeres ligeras, donde susrelaciones le sirvieron para hacer favores a muchas personas, entre otras a Arnoux.Anteriormentehabíatrabajadoenunacasacomercial.

Allípagabaa lasobreras;paracadaunadeellashabíados libros,unode loscualesquedabasiempreensupoder.Dussardier,quellevabaporcortesíaeldeunatalHortensia

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Baslin,sepresentóundíaencajaenelmomentoenquelaseñoritaVatnaztraíalacuentadeaquellachica,1682francos,queelcajerolepagó.Ahorabien,como,justolavíspera,Dussardiernohabíaregistradomásque1082enellibrodelaBaslin,selovolvióapedirconunpretexto;después,queriendopasarunvelosobreaquellahistoriaderobo,lecontóquelohabíaperdido.LaobrerarepitiósumentiraalaseñoritaVatnaz;ésta,parasaberaqué atenerse, con aire indiferente, fue a hablar al bueno del dependiente, el cual secontentóconresponder:«Lohequemado».Esofuetodo.Pocotiempodespués,elladejólacasa,sincreerenladestruccióndellibroeimaginándosequeDussardierloconservaba.

Al saber que estaba herido, había acudido a su casa con intención de recuperarlo.Luego,nohabiendodescubiertonada,apesardepesquisasmásminuciosas,habíasentidorespeto, y enseguida amor, por aquel chico tan leal, tan dulce, tan heroico y tan fuerte.Tanta buena suerte, a su edad, era algo inesperado. Se echó sobre él con un apetito deogresa;y,porél,habíaabandonadolaliteratura,elsocialismo,«lasdoctrinasconsoladorasylasutopíasgenerosas»,elcursoqueprofesabasobrelaemancipacióndelamujer,todo,inclusoalpropioDelmar;enfin,propusoaDussardierunirseenmatrimonio.

Aunquefuesesuamante,élnoestabaenabsolutoenamoradodeella.Porotraparte,nohabíaolvidadosurobo.Además,erademasiadorica.Larechazó.Entonces,ellaledijo,con lágrimas, las ilusiones que se había hecho: abrir entre los dos una tienda deconfección. Ella disponía de los fondos indispensables para comenzar, que se veríanaumentados en cuatro mil francos la semana siguiente; y le contó las diligenciasemprendidascontralaMariscala.

Dussardier tuvopenaporsuamigo.Seacordóde lapetacaregaladaenelcuerpodeguardia, las noches del muelle Napoleón, tantas agradables conversaciones, librosprestados,lasmilamabilidadesdeFrédéric.PidióalaVatnazquedesistiese.

Ella se burló de su ingenuidad, manifestando contra Rosanette una execraciónincomprensible;sideseabalafortuna,erasóloparapoderaplastarlaundíaconsucarroza.

EstosabismosdeperfidiaasustaronaDussardier;y,cuandosuposeguroeldíadelaventa, salió.Al día siguiente, por lamañana, se presentaba en casa de Frédéric en unaactitudembarazosa.

—Tengoquedarleexplicaciones.

—¿Dequé?

—Usteddebetomarmeporundesagradecido,amí,dequienellaes…—balbuceaba—.¡Oh!Novolveréaverla,noserésucómplice.

Yelotro,mirándolotodosorprendido:

—¿Noesciertoquevanavenderlosmueblesdesuamante,dentrodetresdías?

—¿Quiénlehadichoeso?

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—Ellamisma,laVatnaz.Perotemoofenderleausted.

—Imposible,queridoamigo.

—¡Ah!,¡esverdad!,esustedtanbueno.

Yletendió,conmanodiscreta,unapequeñacarteradebadana.

Erancuatromilfrancos,todossusahorros.

—¡Cómo!¡Ah!,no,no…

—Yasabíaquelemolestaría—replicóDussardierconlágrimasenlosojos.

Frédéricleestrechólamano;yelbuenchicoreplicóconvozviolenta:

—¡Acéptelos!¡Hágameesefavor!Estoytandesesperado.Además,¿nohaterminadoya todo?Cuando llegó la revolucióncreíque íbamosaser felices.¿Recuerdaustedquéhermosoera,québienserespiraba?¡Perohemosvueltoacaerymásbajoquenunca!

Y,conlosojosfijosenelsuelo:

—Ahora están matando nuestra República, como mataron la otra, la romana, y lapobreVenecia,lapobrePolonia,lapobreHungría.¡Quéabominaciones!Enprimerlugar,hanabatidolosárbolesdelalibertad,después,restringidoelderechodevoto,cerradolosclubes, restablecido la censura y entregado la enseñanza a los curas, en espera de laInquisición. ¿Por qué no? Los cosacos nos prefieren conservadores. Condenan a losperiódicosquehablan contra la penademuerte.París está llenadebayonetas, dieciséisdepartamentosestánenestadodesitio;ylaamnistíaunavezmásesrechazada.

Secogió la cabezaentre lasmanos;después, abriendo losbrazoscomoenunagranangustia:

—Si,almenos,lointentaran.Sifuesendebuenafe,podríamosentendernos.¡Perono!Los obreros no son mejores que los burgueses, ya lo ve. En Elbeuf, recientemente,negaron su ayuda en un incendio.Unosmiserables tratan a Barbes de aristócrata. Paraburlarsedelpueblo,quierennombraraNadaudparalapresidencia,unalbañil,yamediráusted.Ynohaymanera,nohayremedio.Todoelmundoestácontranosotros.Yonohehechodañoanadie;sinembargo,tengocomounpesoenelestómago.Mevoyavolverloco, si esto continúa. Tengo ganas de que me maten. Le aseguro que no necesito midinero.Yamelodevolverá,¡caramba!,selopresto.

Frédéric, a quien apremiaba la necesidad, acabó por aceptar los cuatromil francos.Así,porpartedelaVatnaz,yanoteníapreocupación.

PeroRosanetteperdiórápidamenteelpleitocontraArnoux,y,porcabezonada,estabaempeñadaenapelar.

Deslauriers se afanaba en hacerle comprender que el compromiso de Arnoux noconstituíaniunadonaciónniunacesiónenregla;ellanisiquieraleescuchaba,encontraba

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laleyinjusta;comoellaeraunamujer,loshombresseapoyabanentresí.Finalmente,sinembargo, siguió susconsejos.Deslauriers seconsideraba tandecasa,que,variasveces,llevóaSénécalconsigoacenar.TaldescarodesagradóaFrédéric,quelehabíaanticipadodinero,lehabíainclusorecomendadoasusastre;yelabogadoregalabasusviejaslevitasalsocialista,cuyosmediosdevidaerandesconocidos.

Hubiera querido servir aRosanette, sin embargo.Un día que ella le enseñaba doceaccionesdelacompañíadecaolín(aquellafamosaempresaquehabíahechocondenaraArnouxalpagodetreintamilfrancos),élledijo:

—Peroesoessospechoso,essoberbio.

Ellapodíaemplazarloparaquelepagaseloqueledebía.Enprimerlugar,probaríaqueélestabaobligadosolidariamenteapagartodoelpasivodelacompañía,puestoquehabíadeclarado como deudas colectivas sus deudas personales y, además, había malversadovariosefectosdelaSociedad.

—Todoestolohaceculpabledequiebrafraudulenta,artículos586y587delCódigodeComercio;ylometeremosenlacárcel,nolodudes,monina.

Rosanette le saltó al cuello. Al día siguiente la recomendó a su antiguo patrón nopudiendoélmismoocuparsedelasunto,puesteníacosasquehacerenNogent;encasodeurgencia,Sénécalleescribiría.

Susgestionespara la compradeundespachoeranunpretexto.Pasabael tiempoencasadel tíoRoque,dondehabía comenzadono sólopor elogiar al amigode la familia,sinoporimitarlolomásposibleensusmanerasysulenguaje;locuallehabíaganadolaconfianzadeLouise,mientrasqueélseganabaladesupadre,desatándosecontraLedru-Rollin.

SiFrédéricnovolvía,esquefrecuentabaelgranmundo;y,pocoapoco,Deslaurierslesdijoqueteníaamores,queteníaunhijo,quesosteníaaunamujer.

La desesperación de Louise fue inmensa, la indignación de la señora Moreau nomenosfuerte.Veíayaasuhijoprecipitándosehaciaelfondodeunabismovago,sesentíaheridaensucultoalasconvenienciassocialesysentíaunaespeciededeshonrapersonal,cuando de pronto cambió su fisonomía. A las preguntas que le hacían sobre Frédériccontestabaentonosocarrón:

—Estábien,muybien.

SabíadesumatrimonioconlaseñoraDambreuse.

La fecha estaba fijada; e incluso él estaba pensando cómo hacer digerir la cosa aRosanette.

Haciamediados de otoño, laMariscala ganó su pleito relativo a las acciones de laminadecaolín;FrédéricseenteróalencontrarenlapuertadesucasaaSénécal,quesalía

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delaAudiencia.

Arnouxhabíasidodeclaradocómplicede todos losfraudes;yelexprofesorparecíaalegrarse de talmanera queFrédéric no le dejó seguir adelante, asegurándole que él seencargaríadedarelrecadoaRosanette.Entróensucasaconaireirritado.

—Bueno,yaestaráscontenta.

Pero,sinponeratenciónaestaspalabras:

—¡Mira!

Ylemostróasuhijo,acostadoenunacuna,cercadelfuego.Aquellamañanalohabíaencontradotanmalencasadelanodriza,queselohabíallevadoaParís.

Todos sus miembros habían adelgazado extraordinariamente y sus labios estabancubiertos de puntos blancos, que en el interior de la boca formaban como coágulos deleche.

—¿Quéhadichoelmédico?

—¡Ah!, elmédico.Dice que el viaje ha aumentado su…no sémás, un nombre enitis…enfin,quetienedifteria.¿Sabesquéeseso?

Frédéricnovacilóenresponder:«Ciertamente»,añadiendoquenoeranada.

Pero, por la noche, le asustó el aspecto débil del niño y el aumento de aquellasmanchas azuladas, parecidas amoho; parecía que la vida, abandonando ya aquel pobrecuerpecito,nohubiesedejadomásqueunamateriadondecrecíalavegetación.Susmanosestabanfrías,yanopodíabeber,ylanodriza,unanuevaqueelporterohabíaidoabuscaralazarenunaagencia,repetía:

—Meparecemuybajo,muybajo.

Rosanettenoseacostóentodalanoche.

PorlamañanafueabuscaraFrédéric.

—Venaver.Yanosemueve.

Enefecto,estabamuerto.Ella locogió, losacudió, loestrechaballamándoleconlosnombresmás dulces, lo cubría de besos y de sollozos, daba vueltas alrededor, loca, setirabadelpelo,dabagritos;ysedejócaersobrelaorilladeldiván,dondepermanecióconlabocaabierta,derramandounmardelágrimasdesusojosinmóviles.Despuésseapoderódeellauntorpor;ytodorecobrólatranquilidadenelapartamento.Losmueblesestabanfueradesusitio.Dosotresservilletasestabanporelsuelo.Dieronlasseis.Lalamparilladenocheseapagó.

A la vista de todo esto, Frédéric creía estar soñando. Su corazón se encogía deangustia. Le parecía que esta suerte no eramás que un comienzo, y que detrás de ellaestabaapuntodesobrevenirleunadesgraciamásconsiderable.

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Ellaqueríaqueloembalsamaran.Habíamuchasrazonesencontra.Lamásimportante,segúnFrédéric,eralaimposibilidaddehacerloenniñostanpequeños.Eramejorhacerleunretrato.ARosanetteleparecióbienlaidea.EscribióunaslíneasaPellerin,yDelphinecorrióallevárselas.

Pellerin llegó rápidamente, queriendo borrar con este celo el recuerdo de sucomportamientoanterior.Alprincipiodijo:

—¡Pobreangelito!,¡Ah!¡Diosmío!,¡quédesgracia!

Pero, poco a poco, pudo más el artista, declaró que no se podía hacer nada conaquellosojosennegrecidos,aquellacaralívida,queeraunaverdaderanaturalezamuerta;quehacíafaltamuchotalento;ymurmuraba:

—¡Oh!,noestanfácil,noestanfácil.

—Contaldequeseleparezca—objetóRosanette.

—Me río yo de la semejanza. Abajo el realismo. Es el espíritu lo que se pinta.¡Déjenme!Voyatratardefigurarmecómodebíadeser.

Estuvo reflexionando, con la frente apoyada en la mano izquierda y el codo en laderecha;después,depronto:

—¡Tengounaidea!,¡undibujoalpastel!Conmediastintascoloreadas, trazadascasilisas,sepuedeobtenerunbellomodelo,sóloalgoqueseleacerque.

Mandóa ladoncellaabuscarsucaja;después,con lospiesapoyadosenunasillayteniendootraallado,empezóahacergrandestrazos,tantranquilocomosituviesedelanteunmodelodeyeso.EnsalzabalospequeñoscuadrosdeSanJuandeCorreggio,lainfantaRosadeVelázquez, lascarnes lechosasdeReynolds, ladistincióndeLawrence,ysobretodoelniñodelargoscabellosqueestásobrelasrodillasdeladyGlower.

—Además, ¿hay algo más encantador que aquellos monigotes? El prototipo de losublime(Rafaellohademostradoconsusmadonas)esquizásunamadreconsuniño.

Rosanette, que sentía que se ahogaba, salió; y Pellerin cambió al instante deconversación:

—Bueno,yArnoux,¿sabeloquepasa?

—No.¿Qué?

—Aquelloteníaqueteminarasí,porlodemás.

—Pero,¿cómo?

—Quizásestéahora…Perdón.

Elartistaselevantóparaelevarunpocolacabezadelpequeñocadáver.

—Decíausted…—replicóFrédéric.

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YPellerin,altiempoqueguiñabaelojoparatomarmejorlasmedidas:

—DecíaquenuestroamigoArnouxprobablementeestéaestashorasenchirona.

Después,conairedesatisfacción:

—Mireaquíunpoco.¿Esesto?

—Sí,muybien.¿PeroArnoux?

Pellerindejósulápiz.

—Segúnhecreídoentender,estádenunciadoporun talMignot,unamigoíntimodeRegimbart,unabuenacabeza,ése,¿eh?¡Quéidiota!Figúresequeundía…

—NosetratadeRegimbart,¡eh!

—Enefecto.Arnoux,ayerporlatarde,teníaquereunirdocemilfrancos;sino,estabaperdido.

—¡Oh!,quizásestáexagerando—dijoFrédéric.

—¡Enabsoluto!Lacosameparecíagrave,muygrave.

EnaquelmomentoaparecióRosanetteconmanchasrojasbajolospárpados,ardientescomocapasdemaquillaje.Seacercóaldibujoysequedómirando.Pellerinhizoseñasdequecallaseporculpadeella.Frédéric,sindarsecuenta:

—Sinembargo,nopuedocreer…

—Lerepitoqueloencontréayer—dijoelartista—alassietedelatarde,enlacalleJacob.Teníainclusosupasaporte,porsiacaso;yhablabadeembarcarseenElHavre,élytodasufamilia.

—¡Cómo!¿Consumujer?

—¡Sinduda!Esmuybuenpadredefamiliaparavivircompletamentesolo.

—¿Estáustedsegurodeesto?

—¡Puesclaro!¿Dóndequiereustedquehayaencontradodocemilfrancos?

Frédéricdiodosotresvueltasporlahabitación.Estabajadeante,semordíaloslabios,despuéscogióelsombrero.

—¿Adóndevas?—dijoRosanette.

Élnorespondió,ydesapareció.

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CAPÍTULOV

Necesitaba doce mil francos, o no volvería a ver más a Mme. Arnoux; y, hasta elmomento, había mantenido una esperanza invencible. ¿No era ella la sustancia de sucorazón,elfondomismodesuvida?Duranteunosminutosestuvo,enlaacera,indeciso,consumiéndosedeangustia,perofelizdenoestarmásconlaotra.

¿Dónde conseguir dinero? Frédéric sabía por propia experiencia qué difícil esobtenerloinmediatamenteacualquierprecio.Sólounapersonapodíaayudarle,laseñoraDambreuse.Seguíaguardandoensusecretervariosbilletesdebanco.Fueasucasa;y,conaireresuelto:

—¿Tienesdocemilfrancosparaprestarme?

—¿Paraqué?

Era un secreto de otra persona. Ella quería conocerlo. Él no cedió. Los dos seobstinaban.Porfin,ellasenegóadarnadasinsaberparaqué.Frédéricsepusotodorojo.Unodesuscamaradashabíacometidounrobo.Lasumateníaquedevolverseesemismodía.

—¿Cómosellama?¿Sunombre?¡Vamos!,¡dimesunombre!

—¡Dussardier!

Yseechóasusrodillas,suplicándolequenodijesenada.

—¿Por quién me tomas?—replicó la señora Dambreuse—. Creerán que tú eres elculpable.Dejayatusairestrágicos.Toma,ahílostienes,yqueleaprovechen.

CorrióacasadeArnoux.Elcomerciantenoestabaenlatienda.PerovivíaenlacalleParadis,puesteníadosdomicilios.

EnlacalleParadis,elporterojuróqueelseñorArnouxsehabíaausentadolavíspera;encuantoa laseñora,noseatrevióadecirnada;yFrédéricsubió laescaleracomounaflecha, pegó su oído a la cerradura. Por fin, le abrieron. La señora había salido con elseñor.Lamuchachanosabíacuándovolverían;lehabíanhecholacuenta;tambiénellasemarchaba.

Depronto,seoyócrujirunapuerta.

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—¿Perohayalguien?

—¡Oh!,no,señor.Eselviento.

Entonces, se retiró. Sin embargo, una desaparición tan rápida se debía a algoinexplicable. Regimbart, que era íntimo amigo de Mignot, ¿podía quizás aclararlo? YFrédéricsedirigióasucasa,enMontmartre,calledelEmperador.

La casa deRegimbart estaba rodeada por un pequeño jardín, cerrado por una verjacubierta de planchas de hierro. Una escalinata de tres escalones realzaba la fachadablanca; alpasarpor la acera seveían lasdospiezasde laplantabaja, laprimerade lascualeseraunsalónconropaencimade todos losmuebles,y lasegunda,el tallerdondeestabanlasobrerasdelaseñoraRegimbart.

Todas estaban convencidas de que el señor tenía muchas ocupaciones, muchasrelaciones,queeraunhombretotalmentefueradeserie.Cuandoatravesabaelpasillo,consusombrerodealavuelta,sulargacaraseriaysulevitaverde,ellasinterrumpíansutarea.Porotraparte,nuncadejabadedirigirlesunapalabradeánimo,unacortesíaenformadesentencia;ydespués,ensufamilia,ellassesentíaninfelices,porquelohabíantomadoaélcomoideal.

Ninguna,sinembargo,lequeríatantocomolaseñoraRegimbart,mujercitainteligentequelomanteníaconsutrabajo.

Tan pronto anunciaron al señor Moreau, ella acudió inmediatamente a recibirle,sabiendoporloscriadosloquesignificabaparalaseñoraDambreuse.Sumarido«llegabaenelprecisomomento»;yFrédéric,siempredetrásdeella,admiróelcuidadodelacasayla cantidad de hule que había en ella.Después esperó unosminutos, en una especie dedespacho,dondeelCiudadanoseretirabaapensar.

Suacogidafuemenoshoscaquedecostumbre.

Le contó la historia de Arnoux. El ex fabricante de cerámica había echado unrapapolvos aMignot, un patriota, que poseía cien acciones deEl Siglo, demostrándoleque, por el bien de la democracia, había que cambiar la gerencia y la redacción delperiódico;y,bajopretextodehacertriunfarsuopiniónenlasiguientejuntadeaccionistas,lehabíapedidocincuentaacciones,diciendoque lasdistribuiríaentreamigos fieles, loscualesapoyaríansuvoto;Mignotnotendríaningunaresponsabilidad,noseenfadaríaconnadie; después, una vez obtenido el triunfo, le proporcionaría un buen puesto en laadministración, de cinco a seis mil francos por lo menos, las acciones habían sidoentregadas. PeroArnoux, inmediatamente, las había vendido; y, con el dinero, se habíaasociado a un comerciante de objetos religiosos. Sobre esto, reclamaciones deMignot,aplazamientosdeArnoux;finalmenteelpatriotalehabíaamenazadoconunademandaporestafa,sinodevolvíasustítulosolasumaequivalenteacincuentamilfrancos.

Frédéricpareciódesesperarse.

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—Esonoestodo—dijoelCiudadano—.Mignot,queesunbuenchico,seconformóconlacuartaparte.Nuevaspromesasdelotro,nuevasbromasnaturalmente.Enresumen,anteayerpor lamañana,Mignot le exigióque ledevolviera, en el plazodeveinticuatrohoras,sinperjuiciodelresto,docemilfrancos.

—Perolostengo—dijoFrédéric.

ElCiudadanosevolviódespacio:

—Bromeas.

—¡Perdón!Estánenmibosillo.Aquílostraigo.

—¡Quésorpresa!¡Carambaconelniño!Pero,además,lademandayaestápresentadayArnouxsehamarchado.

—¿Sólo?

—No,consumujer.LoshanencontradoenlaestacióndeElHavre.

Frédéric palideció extraordinariamente. Regimbart creyó que iba a desmayarse. Secontuvo e incluso tuvo la fuerza de hacer dos o tres preguntas sobre la aventura.Regimbart se entristecía, pues finalmente todo esto dañaba a la Democracia. Arnouxsiemprehabíasidounhombresinconductayundesordenado.

—Unverdaderocabezade chorlito.Tiraba la casapor laventana.Las faldas lehanperdido. No es a él a quien compadezco, sino a su pobre mujer—pues el Ciudadanoadmirabaalasmujeresvirtuosas,yteníaengranestimaaMme.Arnoux.

—Hadebidodepasarlassuyas.

Frédéricleagradecióaquellamuestradesimpatía;y,comosihubierarecibidoungranfavordeél,leestrechólamanoefusivamente.

—¿Hashechotodoslosencargos?—dijoRosanettealverloregresar.

Nohabíatenidolavalentíadehacerlos,respondió,ysehabíaidocaminandoalazar,porlascalles,paraaturdirse.

Alasocho,pasaronalcomedor;peropermanecieronsilenciosos,elunofrentealotro,echabanaintervalosunlargosuspiroydevolvíansuplato.Frédéricbebíaaguardiente.Sesentía deshecho, aplastado, aniquilado, sin tener ya conciencia de nadamás que de unenormecansancio.

Ellahabíaidoabuscarelretrato.Elrojo,elamarillo,elverdeyelañilchocabanenviolentoscontrastes,convirtiéndoloenalgorepelente,casiunobjetodeburla.

Porotraparte,elpequeñodifuntoyanoerareconocible.Eltonovioláceodesuslabiosaumentabalapalidezdesupiel;lasaletasdelanarizsehabíanvueltomásfinas,losojosmáshundidos;ylacabezadescansabasobreunaalmohadadetafetánverde,entrepétalosde camelias, rosas de otoño y violetas; era una idea de la doncella; ellas dos lo habían

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preparadoasí;piadosamente.Sobrelachimenea,cubiertaconunafundadeguipur,habíacandelabrosdeplatadoradarodeadosdemirtobendito;enlasesquinas,endosjarrones,sequemabanpastillasolorosas;todoestoformabaconlacunaunaespeciedemonumento;yFrédéricrecordósuvelatorioalladodelseñorDambreuse.

Cada cuarto de hora, aproximadamente, Rosanette descorría las cortinas paracontemplarasuhijo.Loveía,alcabodeunosmeses,dandolosprimerospasos,despuésenel colegio, jugandoalmarroenelpatio; luego, a losveinteaños,hechounmozo;ytodasestasimágenesqueellasecreabaeranotrostantoshijosqueellahabríaperdido,enunamultiplicacióndolorosadesumaternidad.

Frédéric,inmóvilenelotrosillón,pensabaenMme.Arnoux.

Ellaestabaeneltren,sinduda,lacarapegadaalaventanilladeunvagón,yviendodesaparecerelcampodetrásdeella,delladodeParís,obiensobreelpuentedeunbarcode vapor, como la primera vez que la había encontrado; sólo que aquel barco se ibadefinitivamente hacia países de donde ella ya no regresaríamás.Después la veía en lahabitacióndeunaposada,conbaúlesenelsuelo,unpapelpintadohechotrizas,laspuertasacudida por el viento. ¿Y después? ¿Qué sería de ella? ¿Maestra, dama de compañía,doncella,quizás?Estabaamerceddetodoslosazaresdelamiseria.Ignorarlasuertequecorreríaeraparaéluna tortura.Habríadebidooponerseasuhuidao irsedetrásdeella.¿Noeraélsuverdaderoesposo?Y,pensandoquenuncavolveríaaencontrarla,quetodohabía terminado definitivamente, que estaba irrevocablemente perdida, sentía como undesgarramiento de todo su ser; las lágrimas que había acumulado desde la mañana sedesbordaron.

Rosanettesediocuentadeesto.

—¡Ah!,llorascomoyo.Tienespena.

—Sí.Sítengo.

Laestrechócontrasucorazónylosdossollozabanmanteniéndoseabrazados.

LaseñoraDambreusellorabatambién,echadaensucama,bocaarriba,lacabezaentrelasmanos.

OlimpiaRegimbart,quehabíaidoporlatardeaprobarlesuprimervestidodecolor,había contado la visita de Frédéric, e incluso había dicho que tenía doce mil francosdestinadosalseñorArnoux.

Asíqueestedinero,eldinerodeella,eraparaimpedirlamarchadelaotra,paraseguirconservandounaamante.

Al principio tuvo un acceso de rabia y resolvió echarlo como un lacayo. Luego secalmóderramandoabundanteslágrimas.Eramejorocultarlotodo,nodecirnada.

Aldíasiguiente,Frédéricllevólosdocemilfrancos.

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Ella le rogó que los guardara, por si los necesitaba su amigo, y le hizo muchaspreguntas sobre este señor. ¿Quien le había empujado a tal abuso de confianza? Unamujer,sinduda.«Lasmujeresosarrastranatodosloscrímenes».

Esta especie de guasa desconcertó a Frédéric. Sentía un gran remordimiento por sucalumnia. Lo que le tranquilizaba era que la señora Dambreuse no podía conocer laverdad.

Sinembargo,ellapusotodosuempeñoensaberla;yaque,dosdíasdespués,sevolvióainformaracercadesupequeñocamarada,despuésdeotro,deDeslauriers.

—¿Esunhombrequemerececonfianza?,¿esinteligente?

Frédéricloensalzó.

—Dígalequepaseporcasaunamañanadeéstas;desearíaconsultarleunasunto.

HabíaencontradounrollodepapelesqueconteníanlospagarésdeArnouxlegalmenteprotestadosyavaladoscon la firmadeMme.Arnoux.Eraporellospor loqueFrédérichabía ido una vez a casa de la señora Dambreuse a la hora de comer; y aunque elcapitalistanohabíaqueridollevaradelantelaejecución,habíaconseguidoqueelTribunaldeComercio decretase no sólo la condenación deArnoux, sino la de sumujer, que nosabíanada,puessumaridonohabíajuzgadoconvenientedecírselo.

Aquello era un arma. La señora Dambreuse no lo ponía en duda. Pero tal vez sunotario le habría aconsejado que se abstuviera; ella hubiera preferido a alguiendesconocido;ysehabíaacordadodelgrandiablo,deaspectodesvergonzado,quelehabíaofrecidosusservicios.

Frédériccumplióingenuamenteelencargo.

Alabogadoleencantóquelepusiesenencontactoconunagranseñora.

Yacudió.

Ellaleprevinoquelaherenciapertenecíaasusobrina,motivodemásparaliquidarloscréditosasufavor,queellareembolsaría,empeñadacomoestabaencomportarseconelmatrimonioMartinonlomejorposible.

Deslaurierscomprendióquedebajodetodoestoseescondíaunmisterio;yseechabaasoñarexaminandolospagarés.ElnombredeMme.Arnoux,desupuñoyletra,levolvióaponerdelantedelosojostodasupersonayelultrajequedeellahabíarecibido.Yaquesepresentabalaocasióndevengarse,¿porquénoaprovecharla?

Así que aconsejó a la señoraDambreuse que hiciese vender en pública subasta loscréditos impagados a cuenta de la herencia. Un testaferro los compraría y haría lasdiligencias.Élseencargaríadebuscarlapersona.

Haciafinesdenoviembre,Frédéric,pasandoporlacalledeMme.Arnoux,levantóla

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vistahaciasusventanasyviounanunciofijadoenlapuerta,enelqueseleíaengrandescaracteres:

«Venta de un rico mobiliario, consistente en batería de cocina, ropa interior ymantelerías, encajes, faldas, pantalones, cachemires franceses y de la India, piano deErard, dos arcones de robleRenacimiento, espejos deVenecia, jarrones deChina y delJapón».

«Eselmobiliariodeellos»,sedijoFrédéric,yelporteroconfirmósussospechas.

En cuanto a la persona que hacia ejecutar la venta, él lo ignoraba. Pero el perito-tasador,elletradoBerthelomt,talvezpudieradarleexplicaciones.

El funcionario ministerial, al principio, no quiso decir el nombre del acreedor queinstalabalaventa,Frédéricinsistió.EraunseñorllamadoSénécal,agentedenegocios;yelseñorBerthelmotllegóconsucortesíaaprestarlesudiariode«AnunciosBreves».

AlllegaracasadeRosanette,Frédériclotiróabiertodeltodosobrelamesa.

—Lee.

—¿Yqué?—dijoellaconunaireimpertubablequeaéllosublevó.

—¡Ah!,diquenosabesnada.

—Nocomprendo.

—¿ErestúlaqueobligaaMme.Arnouxavender?

Rosanettevolvióaleerelanuncio.

—¿Dóndeestásunombre?

—¡Ah!,essumobiliario.Losabesmejorqueyo.

—¿Amíquémeimporta?—dijoRosanetteencogiéndosedehombros.

—¿Cómoquéteimporta?Teestásvengando,esoestodo.Sontuspersecucionesquecontinúan.¿Acasonotuvisteelatrevimientodeiraultrajarlaensupropiacasa?Tú,unamujerzuela.Aella,queeslamujermássanta,másencantadoraylamejordelasmujeres.¿Porquéteempeñasenarruinarla?

—Teequivocas,teloaseguro.

—¡Vamosya!¡ComosinohubierasenviadoaSénécalpordelante!

—¡Quétontería!

EntoncesFrédéricsepusofurioso.

—¡Mientes!¡Mientes!,¡miserable!Tienescelosdeella.Tienesunadenunciacontrasumarido.Sénécalsehametidoyaentusasuntos.DetestaaArnoux,vuestrosdosodiosseentienden.Hevistocómogozabacuandoganasteelpleitodelcaolín.¿Tendráselvalorde

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negarlo?

—Tedoymipalabra…

—¡Oh!,conozcotupalabra.

Y Frédéric le recordó los nombres de sus amantes, con detalles muy precisos.Rosanette,queseestabaponiendotodapálida,retrocedía.

—¡Teextrañaeso!Mecreíasciegoporquecerrabalosojos.Mebastaconlodehoy.No se muere uno por las traiciones de una mujer de tu especie. Cuando se vuelvendemasiadomonstruosas,sedejandelado;castigarlasseríadegradarse.

Ellaseretorcíalosbrazos.

—¡Diosmío!,¿quéesloquetehacambiado?

—Nadamásquetúmisma.

—YtodoestoporMme.Arnoux—exclamóRosanettellorando.

Élreplicófríamente:

—Nuncahequeridomásqueaella.

Anteesteinsultodejódellorar.

—Estodemuestra tubuengusto.Unapersonadeedadmadura,conelcutiscolorderegaliz,eltallegrueso,ojosgrandesyvacíoscomotragalucesdesótano.Yaquetegusta,veteconella.

—Esjustoloqueesperaba.Gracias.

Rosanette quedó inmóvil, estupefacta por estas maneras desacostumbradas. Inclusodejó que la puerta se volviese a cerrar; luego, de un salto, lo alcanzó en la antesala, y,rodeándoloconsusbrazos:

—Peroestásloco,estásloco,esabsurdo,tequiero.

Ellalesuplicaba:

—¡PorDios!,¡ennombredenuestrohijito!

—Confiesaqueerestúlacausantedetodo.

Ellaprotestódesuinocencia.

—¿Noquieresconfesar?

—No.

—Bueno,pues,adiós,yparasiempre.

—Escúchame.

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Frédéricsevolvió.

—Simeconocierasmejor,sabríasquemidecisiónesirrevocable.

—¡Oh!¡Oh!,túvolverásamí.

—Nuncajamás.

Ydiounfuerteportazo.

RosanetteescribióaDeslauriersparadecirlequenecesitabaverleinmediatamente.

Llegócincodíasdespués,unatarde;ycuandoellalecontólaruptura:

—Noesmásqueeso.¡Menudadesgracia!

Ella había creído al principio que Deslauriers podría hacer volver a Frédéric; peroahora todoestabaperdido.Sehabíaenterado,porelportero,desupróximabodacon laseñoraDambreuse.

Deslauriers le dio una lección de moral, incluso se mostró especialmente alegre,bromista,y,comosehabíahechotarde,lepidiópermisoparapasarlanocheenunsillón.AldíasiguientesalióparaNogent,advirtiéndolequenosabíacuándovolveríanaverse;dentrodepoco,talvez,habríaungrancambioensuvida.

Doshorasdespuésdesuregreso,todoelpuebloestabarevuelto.DecíanqueelseñorFrédéric iba a casarse con la señora Dambreuse. Por fin, las tres señoritas Auger, noaguantando más, fueron a casa de Mme. Moreau, quien les confirmó la noticia conorgullo.ElseñorRoqueenfermóalsaberla.Louiseseencerróencasa.Corrióelrumordequeestabaloca.

Entretanto,Frédéricnopodíaocultarsutristeza.LaseñoraDambreuse,sindudaparadistraerle, redoblabasusatenciones.Todas las tardes lepaseabaensucoche;y,unavezquepasabanporlaplazadelaBolsa,tuvolaideadeentrar,porcuriosidad,enlasaladesubastas.

Eraelprimerodediciembre, justoeldíafijadopara laventade losbienesdeMme.Arnoux. Se acordó de la fecha, y manisfestó su repugnancia, declarando aquel lugarinsoportableporlagenteyelruido.Ellasólodeseabaecharunaojeada.Elcocheseparó.Habíaqueacompañarla.

En el patio se veían lavabos, palanganas, maderas de sillones, cestos viejos,fragmentosdeporcelana,botellasvacías,colchones;yhombresconguardapolvosoconlevitasucia,todoscubiertosdepolvogris,deaspectorepulsivo,algunosconsacosdetelaalhombro,charlandoengruposdiferentesollamándoseagritos.

Frédéricobjetólosinconvenientesdeirmásadelante.

—¡Ah!,¡bah!

Ysubieronlasescaleras.

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En la primera sala, a la derecha, unos señores, con un catálogo en la mano,examinaban unos cuadros; en otra, vendían una colección de armas chinas; la señoraDambreuse quiso bajar.Miraba los números encima de las puertas, y lo llevó hasta elextremodelcorredor,haciaunahabitaciónllenadegente.

InmediatamentereconociólasdosestanteríasdeElArteIndustrial,sumesadetrabajo,todossusmuebles.Amontonadosalfondo,portamaños,formabanunanchotaluddesdeelsuelohastalasventanas;y,enlosotrosladosdelahabitación,lasalfombrasylascortinascolgabanrectasalolargodelasparedes.Debajohabíaunosescalonesocupadosporviejostipos que dormitaban. A la izquierda se levantaba una especie de mostrador, donde elsubastador, de corbata blanca, blandía ligeramente un pequeño martillo. A su lado, unjovenescribía;ymásabajo,depie,unrobustomozoconaspectodeviajantedecomercioy de vendedor de contraseñas anunciaba losmuebles en venta. Tresmozos los poníansobreunamesa,entornoalacualestabansentadosenfilachamarilerosyrevendedoras.Lagentecirculabapordetrásdeellos.

CuandoentróFrédéric,lasenaguas,lospañuelosdecuello,lospañuelosdemanosyhastalascamisashabíanpasadodemanoenmanoexaminándolasporelderechoyporelrevés;aveces,lastirabandesdelejosyderepenteatravesabanelaireunascosasblancas.Luegovendieronsusvestidos,despuésunodesussombrerosconlaplumarotacayendo,acontinuaciónsuspieles,seguidamentetresparesdebotines;yelrepartodeestasreliquias,en las que él reconocía confusamente las formas de sus miembros, le parecía unaatrocidad, como si hubiese visto cuervos despedazando su cadáver. La atmósfera de lasala,cargadaderespiraciones,ledabanáuseas.LaseñoraDambreuseleofrecióunfrascodesales,decíaquesedivertíamucho.

Mostraronlosmueblesdeldormitorio.

El comisarioBerthelmotdiounprecio.El subastador, inmediatamente, lo repetía envoz alta; y los tres mozos esperaban tranquilamente el martillazo, después llevaban elobjetoaunahabitacióncontigua.Asífuerondesapareciendo,unosdetrásdeotros,lagranalfombra azul sembrada de camelias que sus graciosos pies rozaban cuando se dirigíahaciaél,labutacatapizadadondeélsesentabasiemprefrenteaellacuandoestabansolos;lasdoscortinasdelaschimeneas,cuyomarfilsehabíaidosuavizandoalcontactoconsusmanos;unacericodeterciopelotodavíaerizadodealfileres.Conaquellascosaseracomosisellevasenpedazosdesucorazón;ylamonotoníadelasmismasvoces,delosmismosgestos le adormecía de cansancio, le causaba un torpor fúnebre, una sensación deaniquilamiento.

Asusoídosllegóuncrujirdeseda.EraRosanettequeestabaallado.

SehabíaenteradodelasubastaporelpropioFrédéric.Aliviadadesupena,selehabíaocurridolaideadeaprovecharsedelaventa.Llegabaparaverla,enchalecoderosablancoconbotonesdeperlas,conunvestidodevolantes,estrictamenteenguantada,conairede

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vencedora.

Elpalideciódecólera.Ellamiróalamujerqueloacompañaba.

La señora Dambreuse la había reconocido; y, durante unminuto, se observaron dearribaabajoescrupulosamente, a findedescubrir eldefecto, la tara,unaenvidiando, talvez, la juventud de la otra, y ésta, despechada por la extremada distinción, la sencillezaristocráticadesurival.

Por fin, la señora Dambreuse volvió la cabeza, con una sonrisa de una insolenciainefable.

Elsubastadorhabíaabiertounpiano,supiano.Permaneciendodepie,hizounagamaconlamanoderecha,yanuncióelinstrumentopormildoscientosfrancos,despuésrebajóamil,aochocientos,asetecientos.

LaseñoraDambreuse,entonojuguetón,sereíadeltrasto.

Pusierondelantedeloschamarilerosuncofrecitoconmedallones,cantosycierresdeplata, el mismo que había visto la primera vez que había ido a cenar en la calle deChoiseul, que después había estado en casa deRosanette, y que había vuelto a casa deMme.Arnoux;frecuentemente,durantesusconversacionessusojosseposabansobreél;estabaunidoasusmáspreciadosrecuerdos,ysualmasedeshacíade ternuracuando laseñoraDambreusedijodepronto:

—Mira:voyacomprarlo.

—Peronoesnadaespecial—repusoél.

Ella,porelcontrario,loencontrabamuybonito;yelsubastadorensalzabasufinura:

—UnajoyadelRenacimiento.Ochocientosfrancos,señores.Casitododeplata.ConunpocodeblancoEspaña,estoresplandecerá.

Ycomoellatratabadeabrirsecaminoentrelagente:

—¡Quéextrañaidea!—dijoFrédéric.

—¿Ledisgusta?

—¡No!Pero,¿paraquésirveesabaratija?

—¡Quiénsabe!,paraguardarcartasdeamor.

Ysumiradadenotabaunaalusiónmuyclara.

—Razóndemásparanodespojaralosmuertosdesussecretos.

—Yonolacreíatanmuerta—yconunavozbieninteligibleañadió:

—Ochocientosnoventafrancos.

—Loquehaceustednoestábien—murmuróFrédéric.

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Ellasereía.

—Pero,queridaamiga,eslaprimeragraciaquelepido.

—Perosabequenoseráustedunmaridoamable.

Alguienacababadesubirlapuja;ellalevantólamano:

—Novecientosfrancos.

—Novecientosfrancos—repitióelletradoBerthelmot.

—Novecientos diez… quince… veinte… treinta—chillaba el subastador, al tiempoquedirigíalamiradaalpúblicodelasalaconcabeceosentrecortados.

—Pruébemequemimujeresrazonable—dijoFrédéric.

Lafuellevandosuavementehacialapuerta.

Elsubastadorcontinuaba:

—Vamos,vamos,señores,novecientostreinta.¿Hayquiendémás?

LaseñoraDambreuse,quehabíallegadoalapuerta,separó;y,conunavozfuerte:

—Milfrancos.

Hubounestremecimientoenelpúblico,seguidodeunsilencio.

—Milfrancos,señores,milfrancos.¿Hayquiendémás?Adelante.Adjudicado.

Elmartillodemarfilgolpeó.

Ellapasóunatarjeta,leenviaronelcofrecito.

Lometióensumanguito.

Frédéricsintióqueungranfríoleatravesabaelcorazón.

LaseñoraDambreuseseguíadelbrazodeFrédéric;ynoseatrevióamirarledefrentehastalacalle,dondeestabasucocheesperándola.

Se metió en él como ladrón que huye y cuando estuvo ya acomodada se volvió aFrédéric.Élteníaelsombreroenlamano.

—¿Ustednosube?

—No,señora.

Y,saludándolafríamente,cerrólaportezuelaydioalcocherolaseñaldepartir.

Alprincipioexperimentóun sentimientodegozoyde independencia reconquistada.EstabaorgullosodehabervengadoaMme.Arnouxsacrificándoleunafortuna;despuésseextrañódesudecisión,ysesintiórendidodecansancio.

Al día siguiente por lamañana, su criado le dio las noticias. Se había decretado el

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estadodesitio,sehabíadisueltolaAsamblea,yunapartedelosrepresentantesdelpuebloestabanenMazas.Losasuntospúblicosledejaronindiferente,teníabastanteconlossuyospropios.

Escribióaproveedoresparaanularvariascomprasrelacionadasconsuboda,queahoracomenzabaaconsiderarcomounaespeculaciónuntantoinnoble;yexecrabaalaseñoraDambreuse porque, por culpa de ella, había estado a punto de cometer una bajeza.OlvidabaalaMariscala,nisiquierasepreocupabadeMme.Arnoux,puesnopensabamásque en sí mismo, perdido en las ruinas de sus sueños, enfermo, lleno de dolor y dedesánimo;yodiando el ambiente en el que tantohabía sufrido, ansiaba el frescor de lahierba,latranquilidaddelaprovincia,unavidamuellequetranscurriesealasombradeltechonatalencompañíadecorazonesingenuos.Miércolesporlatarde,porfin,salió.

Numerososgruposdepersonasestabanestacionadosenelbulevar.Devezencuando,una patrulla los dispersaba; pero no tardaban en rehacerse. Hablaban libremente,vociferabancontralatropabromeandoeinsultandoalosmilitares,peronadamás.

—¡Perocómo!,¿esquenovamosapelear?—dijoFrédéricaunobrero.

Elhombredeguardapolvoslerespondió:

—Nosomostantontoscomoparadejarnosmatarporlacausadelosburgueses.Quesearreglenellos.

Yunseñorrefunfuñó,mientrasmirabaconmalacaraalpopulachobarriobajero:

—Canallasdesocialistas.Sipudiéramosacabarconellosenestaocasión.

Frédéricnoentendíanadadetantorencorytantatontería.EstoleaumentóelascoqueleteníaaParís;y,dosdíasdespués,tomóelprimertrenquesalíaparaNogent.

Prontodesaparecieronlascasas,seensanchóelcampo.Soloenelvagónconlospiessobrelabanqueta,rumiabalosacontecimientosdelosúltimosdías,todosupasado.SelerenovóelrecuerdodeLouise.

«Aquélla sí queme quería.Me he equivocado desaprovechando aquella felicidad…¡Bah!,nopensemosmásenello».

Luego,cincominutosdespués:

«¿Quiénsabe?,¿sinembargo?…después,¿porquéno?».Susueño,comosusojos,sehundíaenvagoshorizontes.

«Eraingenua,unaaldeana,casiunasalvaje,¡perotanbuena!».

Amedida que se acercaba a Nogent, ella se acercaba a él. Cuando atravesaron laspraderasdeSourdun,éllaviobajolosálamoscomoantaño,cortandojuncosalaorilladeloscharcos;estaballegando;élbajó.

Despuésseapoyódecodossobreelpuente,paraverdenuevolaislayelhuertodonde

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habían pasado un día de sol; y, como el aturdimiento del viaje y del aire libre y ladebilidad que conservaba de sus emociones recientes le causaban una especie deexaltación,sedijo:

«Quizáshasalido;¡sifueraabuscarla!».

SonabalacampanadeSanLorenzo;yenlaplaza,delantedelaiglesia,lospobresseaglomeraban en torno a una calesa, la única del pueblo (la que servía para las bodas),cuando bajo el pórtico, de pronto, entre una muchedumbre de burgueses, de corbatablanca,aparecierondosreciéncasados.

Frédériccreyóvervisiones.Perono.Desdeluego,eraella,Louise,tocadadeunveloblancoquelecaíadesupelorojohastalostalonesy,porsupuesto,éleraDeslauriers,quelucíauntrajeazulbordadodeplata,ununiformedeprefecto.¿Porqué?

Frédéric seescondióen laesquinadeunacasaparadejarpasoalcortejo.Pero¿porqué?

Avergonzado, vencido, aplastado, volvió a la estación a tomar el tren de regreso aParís.

El cochero del simón le aseguró que habían levantado barricadas desde elCháteau-d’EauhastaelGimnasio,ytomóporelfaubourgSaint-Martin.EnlaesquinadelacalledeProvenceseapeóparaalcanzarlosbulevares.

Eranlascinco,caíaunalluviafina.LaaceradelladodelaÓperaestabaocupadaporburgueses.Lascasasdeenfrenteestabancerradas.Nohabíanadieenlasventanas.Atodolo anchodel bulevar galopabandragones, a todamarcha, inclinados sobre sus caballos,conelsabledesenvainado;ylospenachosdesuscascos,ysusgrandescapasblancasqueseagitabandetrásdeellospasabansobrelasfarolasdegas,queseretorcíanalvientoenlabruma.Lagentelosmiraba,muda,aterrorizada.

Entre las cargas de caballería aparecían de improviso escuadras de guardiasmunicipalesparaconteneralagenteenlascalles.

PeroenlasescalerasdeTortoni,unhombre,Dussardier,quedestacabadelejosporsuelevadaestatura,permanecíamásinmóvilqueunacariátide.

Unosdelosguardiasqueibaencabeza,coneltricorniosobrelosojos,loamenazóconsuespada.

Elotro,entonces,dandounpasoadelante,empezóagritar:

—¡VivalaRepública!

Cayódeespaldasconlosbrazosencruz.

Unalaridodedolorsealzódelamuchedumbre.Elagentediounavueltamirandoasualrededor;yFrédéric,llenodeasombro,reconocióaSénécal.

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CAPÍTULOVI

Viajó.

Conoció la melancolía de los paquebotes, los fríos amaneceres bajo la tienda, losmareosdelospaisajesydelasruinas,laamarguradelasamistadestruncadas.

Regresó.

Tratógente,ytuvootrosamorestodavía.Peroelrecuerdocontinuodelprimeroseloshacíainsípidos;yademáslavehemenciadeldeseo,laflormismadelasensaciónsehabíaperdido.Susambicionesintelectualestambiénhabíandisminuido.Pasaronaños;yseguíasoportandolaociosidaddesuinteligenciaylainerciadesucorazón.

Hacia fines de marzo de 1867, a la caída de la tarde, cuando estaba solo en sugabinete,entróunamujer.

—¡MadameArnoux!

—¡Frédéric!

Ella lo tomóde lasmanos, lo llevósuavementehacia laventana,y loobservabasindejarderepetir:

—¡Esél!¡Puesesél!

En la penumbra del crepúsculo, él no veíamás que sus ojos bajo el velo de encajenegroquecubríasucara.

Después de haber depositado en la orilla de la chimenea una pequeña cartera deterciopelogranate,sesentó.Losdospermanecieronsinpoderhablar,sonriéndoseelunoalotro.

Porfin,éllehizounaseriedepreguntassobreellaysumarido.

VivíanenlomásapartadodelaBretaña,paragastarmenosypoderpagarsusdeudas.Arnoux,casisiempreenfermo,ahoraparecíaunviejo.SuhijaestabacasadaenBurdeos,ysuhijo,enundestacamentomilitarenMostaganem.Despuésellaalzólamirada:

—Perovuelvoaverte.Soyfeliz.

Élnoseolvidódedecirleque,cuandosupodesucatástrofe,habíaacudidoasucasa.

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—Losabía.

—¿Cómo?

Ellalohabíavistoenelpatioysehabíaescondido.

—¿Porqué?

Entonces,convoztemblorosa,yentrecortada(conlargaspausasdesilencioentresuspalabras):

—Teníamiedo.Sí…miedodeusted…demí.

Ante esta revelación sintió como un estremecimiento de voluptuosidad. Su corazónlatíaconfuerza.Ellacontinuó:

—Perdóneme por no haber venido antes—y señalando la pequeña cartera granatecubierta de palmas de oro—: La he bordado para usted, expresamente. Contiene lacantidaddelaquedebíanresponderlosterrenosdeBelleville.

1Mostaganem:PuertodeArgelia.En1830losfrancesescomenzaronlaconquistadeArgelia.

Frédéric le dio las gracias por su regalo, al tiempo que le reprochaba el habersetomadoaquellamolestia.

—No.Noesporestoporloquehevenido.Teníainterésenhacerestavisita,despuésregresaréallá…allá.

Ylehablódellugardondevivía.

Eraunacasabaja,deunsolopiso,conunhuertollenodebojesenormesyunadobleavenidadecastañosquesubíanhastaloaltodelacolinadesdedondeseveelmar.

—Mevoyasentarallí,enunbanco,alquehebautizado:elbancoFrédéric.

Despuéssepusoaexaminarlosmuebles,lasfiguritas,loscuadros,ávidamente,parallevarlos a sumemoria.El retratode laMariscala estabamedio tapadoporuna cortina.Perolosorosylosblancos,quesedestacabanenmediodelaoscuridad,leatrajeron.

—Meparecequeconozcoaesamujer.

—¡Imposible!—dijoFrédéric—.Esunaviejapinturaitaliana.

Ellaconfesóquedeseabadarunavueltaporlascallescogidadesubrazo.

Salieron.

Elresplandordelastiendasiluminaba,aintervalos,superfilpálido;luegolasombravolvíaaenvolverlo;yenmediodeloscoches,delagenteyelruido,caminabansinpensarmásqueensímismos,sinoírnada,comolosquecaminanjuntosporelcamposobreunlechodehojascaídas.

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Recordaronsusdíaspasados,lascenasdelaépocadeElArteIndustrial,lasmaníasdeArnoux, su manera de estirar las puntas de su cuello postizo, de embadurnarse decosméticolosbigotes,deotrascosasmásíntimasymásprofundas.¡Quéencantosintiólaprimeravezquelaoyócantar!¡Quéhermosaestabaeldíadesufiesta,enSaint-Cloud!LerecordóelpequeñojardíndeAuteuil,lasnochesenelteatro,unencuentroenelbulevar,antiguoscriados,susirvientenegra.

Ellaseasombrabadesumemoria.Entretantoledijo:

—A veces, sus palabras me llegan como un eco lejano, como el sonido de unacampana,traídoporelviento;ymeparecequeustedestáallí,cuandoleopasajesdeamorenloslibros.

—Todo lo que en ellos se tacha de exagerado, usted me lo ha hecho sentir—dijoFrédéric—. Comprendo a Werther a quien no desagradaban las rebanadas de pan conmantequilladeCharlotte.

—Mipobreamigoquerido.

Lanzóunsuspiro;y,despuésdeunlargosilencio:

—Noimporta,podremosdecirquenoshemosqueridomucho.

—Sinposeernos,sinembargo.

—Quizasesmejor—replicóella.

—No,no.¡Quéfeliceshabríamossido!

—¡Oh!,yalocreo,conunamorcomoelsuyo.

Yteníaquesermuyfuerteparadurardespuésdeunaseparacióntanlarga.

Frédériclepreguntócómolohabíadescubierto.

—Fueunatardequeustedmebesólamuñecaentreelguanteyelpuño.Yomedije:«Perosiesquemequiere…mequiere».Sinembargo,teníamiedodesaberloconcerteza.Su reserva era tan encantadora que gozaba con ella como si fuese un homenajeinvoluntarioycontinuado.

Élnoechónadademenos.Sussufrimientosdeantañoestabanbienpagados.

Cuando regresaron,Mme.Arnouxsequitóel sombrero.La lámpara,colocadasobreunaconsola,iluminósupeloblanco.Fuecomoungolpeentodoelpecho.

Paraocultar estadecepción, se arrodillódelantedeella,y, cogiéndole lasmanos, sepusoadecirleternuras.

—Su persona, sus menores movimientos me parecían tener en el mundo unaimportanciaextrahumana.Micorazón,comopolvo,selevantaba,seguíasuspasos.Ustedmehacíaelefectodeunclarodelunaenunanochedeverano,cuandotodoesperfume,

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sombrassuaves,blancuras,infinito;ylasdeliciasdelacarneydelalmacontenidasensunombre,quemerepetía,tratandodebesarloconmislabios.Noimaginabanadamásallá.EraMme.Arnoux tal comoustedera, conmuchosniños, tierna, seria,deslumbrantedehermosura,ytanbuena.Aquellaimagenborrabatodaslasdemás.Peroesquenisiquierapensabaenotras.¿Peroesquepodíapensarenotracosateniendosiempreenelfondodemímismolamúsicadesuvozyelbrillodesusojos?

Ellaaceptabaextasiadaestasconfesionesapasionadasdedicadasalamujerqueyanoera. Frédéric, embriagándose con estas palabras, llegaba a veces a creer lo que decía.Mme.Arnoux,deespaldasalaluz,seinclinabahaciaél.Sentíaensufrentelacariciadesualiento,atravésdesusropaselcontactoindecisodetodosucuerpo.Seestrecharonlasmanos; la punta de su botín le salía un poco debajo del vestido, y él le dijo casidesfallecido:

—Versupiemetrastorna.

Unmovimiento de pudor la hizo levantarse.Después, inmóvil, y con la entonaciónsingulardelossonámbulos:

—Amiedad,él,Frédéric…Nadiehasidoamadacomoyo.No.No.¿Dequésirveserjoven?Yomeríodetodoeso,lasdesprecioatodaslasquevienenaquí.

—¡Oh!,apenasvienen—replicóélconcomplacencia.

LacaradeMme.Arnouxdesbordódealegría,yquisosabersiFrédéricsecasaría.

Éllejuróqueno.

—¿Deveras?¿Porqué?

—Porusted—dijoFrédéricestrechándolaensusbrazos.

Ellaseguíaallí,eltallehaciaatrás,labocaentreabierta,losojosmirandohaciaarriba.De pronto, lo rechazó con un gesto de desesperación; y, como él le suplicara unarespuesta,ellaledijoenvozbaja:

—Hubieraqueridohacerlefeliz.

FrédéricsospechóqueMme.Arnouxhabíavenidoaofrecerse;yélsesentíadenuevopreso de un deseomás fuerte que nunca, furioso, implacable. Sin embargo, sentía algoinefable, una repulsa y como el terror de un incesto.Otro temor le detuvo, el de sentirhastíodespués.Además,quéproblemasseleplantearían,yalavezporprudenciayparanodegradarsuideal,diomediavueltaysepusoahaceruncigarrillo.

Ellalocontemplaba,todaasombrada.

—¡Quédelicadoesusted!Nohevistootroigual.

Dieronlasonce.

—¡Ya!—dijoella—;alcuartomevoy.

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Sevolvióasentar;peroobservabaelpéndulo,yélcontinuabacaminandoyfumando.No encontraban qué decirse. Hay unmomento, en las separaciones, en que la personaamadayanoestáconnosotros.Porfin,laagujadelrelojhabíamarcadoyalosveinticincominutos,ylaseñora,lentamente,cogiósusombreroporlascintas.

—Adiós, amigo mío, mi querido amigo. Ya no volveremos a vernos. Éste era miúltimogestodemujer.Mialmanoleabandonarájamás.Queelcielolebendiga.

Ylobesóenlafrentecomounamadre.

Peroparecíabuscaralgo,ylepidióunastijeras.

Soltósupelo;todossuscabellosquedaronsueltossobresushombros.

Secortó,brutalmente,porlaraíz,unlargomechón.

—¡Consérvelos!,adiós.

Cuandosalió,Frédéricabrió laventana.Mme.Arnoux, en la acera,hizo señasauncochequepasaba.Semetiódentro.Elcochedesapareció.

Ynohubomás.

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CAPÍTULOVII

Acomienzos de aquel invierno,Frédéric yDeslauriers charlaban al amor de la lumbre,unavezmás reconciliados, por la fatalidadde sunaturalezaque lesobligaba siempre areencontrarseyaquerersebien.

ElunoexplicósomeramentesurupturaconlaseñoraDambreuse,lacualhabíavueltoacasarse,estavezconuninglés.

Elotro,sindecircómosehabíacasadoconlaseñoritaRoque,contóque,unbuendía,su mujer se había fugado con un cantante. Para liberarse un poco del ridículo, habíaactuadoenelcargodeprefectoconexcesodecelogubernamental.Lohabíandestituido.Después,habíasidojefedecolonizaciónenArgelia,secretariodeunbajá,gerentedeunperiódico, agente de publicidad, y por fin se había empleado en lo contencioso en unacompañíaindustrial.

Porsuparte,Frédéricsehabíacomidolosdosterciosdesufortunayvivíacomounpequeñoburgués.

Luegoseinformaronmutuamentedesusamigos.

Martinoneraactualmentesenador.

Hussonnetocupabaunpuestoimportante,desdeelcualcontrolabatodoslosteatrosytodalaprensa.

Cisy,metidoenreligiónypadredeochohijos,vivíaenelcastillodesusabuelos.

Pellerin,despuésdehaberseentregadoalfourierismo,alahomeopatía,alespiritismo,alartegóticoyalapinturahumanitaria,sehabíahechofotógrafo;yentodaslasparedesde París se le veía representado en traje negro con un cuerpominúsculo y un enormecabezón.

—¿YtuíntimoSénécal?

—Lehe perdido la pista.No sé nada de él.Y tú, ¿qué es de tu gran pasión,Mme.Arnoux?

—DebedeestarenRomaconsuhijo,tenientedecazadores.

—¿Ysumarido?

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—Murióelañopasado.

—¡Vaya!—dijoelabogado.

Luego,dándoseungolpeenlafrente:

—A propósito, el otro día, en una tienda, encontré a aquella bravaMariscala, quellevabadelamanoaunniñoquehaadoptado.EstáviudadeuntalOudry,yahoramuygruesa,enorme.¡Quédecadencia!Ella,queteníauntalletandelgado.

Deslauriersnoocultóquesehabíaaprovechadodesudesesperaciónparacomprobarlopersonalmente.

—Como,porotraparte,túmehabíasautorizado.

Estaconfesióneraunacompensaciónalsilencioqueélseguíaguardandoenrelacióncon su tentativa conMmeArnoux.Frédéric la hubiese perdonado, puesto quenohabíatenidoéxito.

Aunqueunpocomolestoporeldescubrimiento,aparentóreírsedeély la ideade laMariscalalellevóaladelaVatnaz.

Deslauriersnolahabíavistomás,comotampocoamuchasotrasqueibanporcasadeArnoux;peroseacordabaperfectamentedeRegimbart.

—¿Vivetodavía?

—Apenas. Todas las noches, regularmente, desde la calle Grammont hasta la calleMontmartre, se arrastra, pasea, pasa delante de los cafés, debilitado, doblado en dos,acabado,unespectro.

—Bueno.¿YCompain?

Frédéricdioungritodealegría,ypidióalexdelegadodelGobiernoProvisionalqueleexplicaraelmisteriodelacabezadeternera.

Esunaimportacióninglesa.Paraparodiarlaceremoniaquelosrealistascelebrabanel30deenero,unosindependientesfundaronunbanqueteanualenelquesecomíancabezasdeternera,ysebebíavinotintoencráneosdeternera,brindandoporelexterminiodelosEstuardo.DespuésdeTermidor,unosterroristasorganizaronunacofradíamuysemejante,locualdemuestraquelatonteríaesfecunda.

—Meparecesmuycalmadodelapolítica.

—Eslaedad—dijoelabogado.

Ehicieronunresumendesusvidas.

Amboshabíanfracasado,elquehabíasoñadoconelamor,yelquehabíasoñadoconelpoder.¿Cuáleralarazóndeestefracaso?

—Quizáselnohabersetrazadounalínearecta—dijoFrédéric.

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—Esopuedevalerpara ti.Yo,porelcontrario,hepecadodeexcesode rectitud, sintenerencuentamilcosassecundariasmásimportantesquetodo.Yohetenidodemasiadalógicaytúdemasiadosentimiento.

Después echaron la culpa a la suerte, a las circunstancias, a la época enquehabíannacido.

Frédéricreplicó:

—Noes esto loquepensábamos ser antañoenSens, cuando túquerías escribirunahistoria crítica de la filosofía, y yo una gran novelamedieval sobreNogent, cuyo temahabíaencontradoenFroissart:CómomicerBrokarsdeFénestrangesyelobispodeTroyesatacaronamicerEustaquiodeAmbrecicourt.¿Teacuerdas?

Y,resucitandosusrespectivosañosjóvenes,acadafrasesedecían:

—¿Teacuerdas?

Volvíanaverelpatiodelcolegio,lacapilla,lasaladevisitas,lasaladearmasenlaplantabaja,figurasdevigilantesydealumnos,unollamadoAngelmarre,deVersalles,quesehacíatrabillasdeviejasbotas;elseñorMirbalysusbigotesrojos;losdosprofesoresdedibujo linealydedibujoartístico,VaraudySuriret,siemprediscutiendo,yalPolaco,elcompatriotadeCopérnico,consusistemaplanetariodecartón,astrónomoambulantecuyademostraciónpagabanconunacomidaenelrefectorio;despuésunatremendajuergaenelpaseo, las primeras pipas que fumaron, los repartos de premios, la alegría de lasvacaciones.

Fuedurantelasde1837cuandohabíanestadoencasadelaTurca.

Llamaban así a una mujer cuyo verdadero nombre era Zoraida Turc; y muchaspersonas creían que era musulmana, una turca, lo cual aumentaba el encanto de suestablecimiento,situadoa laorilladel río,detrásde lamuralla; inclusoenplenoveranohabíasombraentornoa lacasa,quesereconocíaporunapeceradepecesrojos juntoaunamacetaderesedasobreunaventana.Unasseñoritas,enblusablanca,concoloreteenlasmejillasylargospendientes,golpeabanenloscristalescuandosepasabadelante,yporlanoche,enelumbraldelapuertacanturreabansuavementeconunavozronca.

Aquel lugar de perdición proyectaba un destello fantástico en todo el distrito. Lodesignabanconperífrasis:«El lugarque sabéis—cierta calle—debajode lospuentes».Lascampesinasdelosalrededoresletemblabanporsusmaridos,lasburguesasletemíanpor sus criadas, porque habían sorprendido allí a la cocinera del señor subprefecto; y,desdeluego,eralaobsesióndetodoslosadolescentes.

Puesbien,undomingo,mientraslagenteestabaenlosoficiosdevísperas,FrédéricyDeslauriers,despuésdehabersearregladoelpelo,cogieronfloreseneljardíndelaseñoraMoreau, luegosalieronpor lapuertaquedabaalcampo,y,dandoungranrodeopor lasviñas,volvieronporlaPêcherieysecolaronencasadelaTurca,sinsoltardelamanosus

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ramosdeflores.

Frédéricpresentóelsuyo,comounenamoradoasunovia.Peroelcalorquehacía,eltemoralodesconocido,unaespeciederemordimiento,hastaelplacerdevertodasjuntasatantasmujeresasudisposición,loemocionarondetalmaneraquesequedómuypálido,sinmoverseysindecirpalabra.Todassereían,disfrutandoalverleenaquellasituaciónembarazosa;creyendoqueseburlabandeél,seescapó;y,comoFrédériceraelqueteníaeldinero,Deslaurierssevioobligadoaseguirle.

Los vieron salir. Esto originó un escándalo que se seguía comentando tres añosdespués.

Selocontaronelunoalotroconpelosyseñales,cadaunocompletandolosrecuerdosdelotro.

—Aquellafuelamejoraventuraquecorrimos—dijoFrédéric.

—Sí,quizásí,aquellafuelamejoraventuraquecorrimos—dijoDeslauriers.