La PEste 3 Melancolia

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  • .......La historia de John WesLey hardin.......Sebastin Ocampo

    ................................atrabiLis.............................Sergio Astorga

    ............................CaptuLo 25............................Brenda Lozano

    .......................Contra natura..........................Rodrigo Snchez

    ................................naupLio................................Fernando Sanabris

    ...............................La Cama............................... Marbrisa Ter-Veen

    .......meLanCoLa a travs de La Literatura.......Julio Fernndez Meza

    ................................................................................Roxana Elvridge-Thomas

    ndice

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    Iniciamos nuestro primer semestre de vida con varios cambios, por un lado intercambiamos la seccin destinada a las reseas por un espacio dedicado al poderoso gnero de la minificcin, y por otro distribuimos la revista en otros pases.

    Un demonio es el que acecha cuando el estado de nimo ha decado y las respuestas escasean en tierra f irme. Por siglos la melancola ha sido objeto de estudio y anlisis, antes quiz era ms misteriosa y temida. Pero el cambio no es sustancial, acaso ahora nos tranquiliza el poder de los medicamentos, que alegran hasta los ms psimos ratos de nuestra vida; pero este humor negro, este temible temperamento, sigue siendo ese demonio que asiste a la inspiracin, a la genialidad o en otros casos, al suicidio. El deseo de un objeto perdido que en realidad nunca tuvimos, el anhelo excesivo de su posesin o la simple tristeza interminable. Por todo esto es a los hijos de Saturno a los que queremos dedicar este nmero.

    Daniel Snchez Poitevin

    editor Daniel Snchez [email protected]

    Coor dina dor Fernn A. Osorno [email protected]

    redaCCinHumberto Lpez Portillo [email protected]

    arte y diseoAdriana Bravo [email protected]

    direCCin de fotoRodrigo Snchez [email protected]

    asesora de seCCin poesaMichelle [email protected]

    Editorial

    Est permitido reproducir total o parcialmente el contenido tanto en texto como imagen de este nmero con el fin de lograr la circulacin libre de informa-cin. Siempre deber estar el nombre del autor en dicha reproduccin y esta misma leyenda. En caso de que el o la colaboradora no acepte estos trminos, se indicar en el texto o imagen que corresponde.

    La Peste es una publicacin bimestral. Editor responsable: Daniel Snchez Poitevin. Este nmero se termin de imprimir en abril de 2012 con un tiraje de 2 000 ejemplares. Nmero de certificado de reserva del instituto de derecho de autor: 04-2011-081614485300-12. Certificado de licitud y contenido: En trmite. Impreso en Offset Rebosan, Av. Acueducto No.115, colonia Huipulco, Tlalpan, Mxico D.F., C.P. 14370. Los artculos firmados son responsabilidad de sus autores y no ref lejan necesariamente el punto de vista de La Peste.

    c o p y l e f t

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    GLosario

    portada: samueL Castao mesaIlustracin (pg. 4-5) por: Mariana Magdaleno

    [email protected]@lapeste.com.mx twitter:@lapeste_www.facebook.com/revista.lapeste

    La aparicin de este smbolo indica que la colaboracin est sujeta a derechos de autor.

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    La verdad es que a m no se me poda ayudar en la Tierra.

    heinriCh von KLeist

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    y despiadado, otros lo retratan como un hom-bre amistado con caballos, mendigos y que sacuda las cabelleras de los nios. Se cas con su nico amor, Jane Bowen, una bella y agraciada mujer que le dio cuatro hijos.

    IIISe dice que nunca tuvo un rival a su altura en el manejo y rapidez de la Colt y que ad-miraba el valor y el arrojo. En 1871 llen de plomo a cinco cuatreros enfilados frente a l, en un duelo asimtrico, que sin embargo aba-ti al quinteto en el intercambio y ofrecieron una fortuna de 4 000 dlares por su cabeza. Vivo o muerto. Una fortuna. Su mala fama lo llev a aguardar en el cobijo del bosque y en la mudez del desierto, como un coyote que abri la yugular de un nio y que ahora est condenado al acecho de los hombres. El asesinato de un sheriff provoc el linchamiento de su hermano y otros familiares, y el forajido fue finalmente atrapado por ms de 20 ofi-ciales. Fue condenado a 25 aos de prisin, y sali por libertad condicional despus de 17. Entre los relatos de su vida en prisin dice que mucha gente acuda para verlo, desde la ms vetusta dama hasta la seorita que estaba en la adolescencia.

    IVComo la emergencia de lo sagrado de lo pro-fano, el recluso Wesley abandon las leyes de la naturaleza y aprendi las del hombre en

    f

    IDespus de la guerra civil norteamericana, en el sur dominaba la ley sangrienta de la supervivencia, el resultado azaroso del juego era equivalente al del presente en cada lugar. Nada era cierto, y la vida bulla en las intole-rantes tabernas y las pendencieras jornadas las habitaban indios, putas, gambusinos, rancheros y vaqueros. Tambin en aquellos ocenicos desiertos sureos el sol sombreaba las figu-ras ermitaas e indiferentes de hombres que no eran gobernados por la ley. Estas tierras furiosas parieron a John Wesley Hardin, en 1853, y al cual los bigrafos le atribuyen 44

    muertes; la primera fue a los 15 aos, le quit la vida a Mage Holzshauzen, un esclavo con el que sostuvo un pleito.

    IIBob Dylan lo llama, como si fuera otro fol-clrico Robin de Loxley, amigo de los pobres en su cancin John Wesley Hardin. Los testimonios de su vida relatan hechos con-tradictorios, como sucede con su coetneo Jesse James. Mientras unos lo llaman impo

    Sebastin Ocampo

    La historiade John Wesley

    hardin

    el permetro de la celda hasta convertirse en abogado. Nunca olvid a Jane. Escribi: Do you think that it would be impossible for me to forget you. (...) One who you well know I love and adore above all others...?1. Afuera la humanidad ya rodaba con neumticos y se iluminaban las calles con luz elctrica; Dvorak entonaba La sinfona del nuevo mundo, Vctor Hugo redactaba La leyenda de los siglos y el tiempo se congelaba en los negativos Kodak.

    VCuando Wesley Hardin sali libre bajo pala-bra llevaba ms de un ao viudo y comenz a redactar su propia biografa: Yo tena la conciencia feliz, de saber que he hecho todo lo que el coraje y la fuerza pueden hacer. Los bigrafos dicen que el abogado y escritor buscaba cambiar de vida, mas la rama estaba torcida desde la raz, el veneno inundaba las venas, y como si estos azotes tuvieran por fuerza que ser traicionados para quitarles la vida, el sheriff John Selman dispar por la espalda a Wesley Hardin cuando tiraba los dados en el saloon Las Cumbres, mientras las hirvientes arenas de la calzada de El Paso, en Texas, retozaban con el viento hasta volverse tornados. Despus todo se calm, como si la existencia fuera una enfermedad y la muerte de John Wesley Hardin sosegara su fiebre, un momento.

    En cambio, si es abundante y caliente [la bilis negra], los amenaza la locura. En el ltimo caso se trata de seres dotados, propensos al amor, que se dejan llevar

    fcilmente por sus impulsos y deseos.aristteLes

    (balazo)

    Orin

    1 Jesse Wolf Hardin, John Wesley Hardin &The Shootist Archetype, 2006.

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    n

    Sergio Astorga

    Como saliendo de un pozo todos tus cuerpos. Tus vestiduras se derraman en una transcripcin nocturna que

    ya no es azul. Tu cuerpo desentume a esa hormiga que se comprometa a estar inm-vil en tu cintura y en tu pecho, en tu mente. Tus cabellos que tanto cuidabas ahora se han quedado en tu escritorio, en el ring ring de tu oficina. A partir de entonces te recluyes en tus imgenes, en tus grafitis interiores. Los gritos de nia de tus juegos aparecen. Entran por tu odo y no te reconoces. Nada es vano. El umbral siempre queda como ltimo re-curso para quemar esa obstinada pgina en blanco que es tu presente. Te sabes muchas. Tus vocaciones mltiples, tus grutas de vida, tu exploracin sin brjula. Por eso hoy eres el mosaico y ya no puedes ser ausencia. Tus recuerdos son las membranas que te nacen como races. Exploras la mentira y tus manos te dan las verdades que necesitas. No seas co-rrosiva. A la luz de tu lmpara no duermes y tus manos estn abiertas como para aferrarte a lo que viene. Tus ojos se cierran sin rumbo. Te entregas a tu sombra. Pero tambin tienes

    un rastro y ese golpe de amor que llevas en tu frente, en tu desnudez que olvidas y eliges levantarte y abrirte a las muchas formas que te miran. Y vuelves a balancearte, a enlazarte al brindis de tu da a da. Se estira la lengua de la ciudad que te invita a salir de tus lmites. Y abres de nuevo los ojos.

    Te acuerdas? Han pasado aos y el pozo si-gue ah, slo que ahora entras y sales cuando quieres. No te vences, sigues firme, encendi-da. Descifras tus aguas. Hay algo ciego, lo sabes, como un animal terco que da una y otra vuelta dentro de su jaula.

    Sabes? Siempre hay prdidas. Frases que se trafican, horas que no se recobran. Los sollozos se impregnan de musgo. Lo sabas? El aliento es as, vago, nadie sabe de dnde llega. No es un morir, es un hechizo. Un hueso de fruto dulce. Es una respiracin con un resorte de bruma. Por eso salen como de un pozo todos tus cuerpos.

    atrabiLis

    Ilustracin por: Sergio Astorga

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    Casiopea

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    Brenda Lozano

    Me gusta comer en un restaurante japons que est cerca de aqu. Es barato, variado el men y buena la

    comida. Vuelvo al inicio: un hombre de pie. El gerente del restaurante, siempre all, siempre de pie. El dueo es un japons que a veces trabaja, sentado, al otro lado de la caja. El gerente es mexicano igual que los meseros. Un hombre de sesenta aos, calculo. No s cmo se llama, creo que no importa saberlo. Usa anteojos. No s cuntas dioptras. Sera importante calcu-larlo ahora: ocho y medio del lado izquierdo y seis del lado derecho. Y tiene una cicatriz honda en el prpado izquierdo, visible de lejos. Siempre viste de traje y siempre el traje le queda

    una, dos tallas ms grande. Las costuras de las mangas del saco le quedan a unos centmetros del hombro, los pantalones siempre holgados. Trajes de colores oscuros y sus corbatas siem-pre lisas. Vuelvo a lo importante: en la solapa lleva prendido, siempre del mismo lado, un pin metlico con el nombre del restaurante. Los zapatos boleados, las agujetas tensas, un nudo bien hecho. Siempre est de pie cerca de la puerta. Su estar de pie pareciera otro modo de estar sentado.

    Es delgado, de mediana estatura. Tiene una postura recurrente. Algo jorobado, las manos atrs, los dedos entrelazados. Tiene otra. Las manos adelante, una sobre la otra, unidas por los pulgares entrelazados. Es raro que cruce los brazos. En cualquier caso, siempre adopta una

    e

    Ilustracin por: Ludwig Camarillo

    CaptuLo25

    Un captulo de Parque hundido, la prxima novela de la autora.

    Canis Maior

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    postura cmoda para observar las mesas. Los cinco, seis meseros del restaurante son jvenes. De camisa blanca, chaleco negro, pantaln ne-gro y un medio delantal de lona negra. Entran y salen de la cocina, anotan las rdenes en una libreta, cargan, en sus charolas redondas, las rdenes. l se acerca cuando un cliente le hace una sea, cuando nota que algn me-sero puede ser asistido. Cuando se acerca a la mesa huele a una mezcla de jabn y agua de colonia. Habla bajo, tiene un tono sereno. Cuando habla alarga las ltimas vocales de su frase. Una curva leve. Abre la boca menos de lo comn al hablar. Trabaja: lleva servilletas de papel, lleva un popote, quita los hielos a un vaso, camina con un platito con wasabe en la mano o entrega un frasco de soya con

    limn. A veces lleva el cambio adentro de una carpetita de tela de patrn japons, forrada con plstico. Ofrece mentas a la salida, en un plato hondo que sostiene con las dos ma-nos. Es su modo de despedirse de los clientes.

    Tiene el pelo negro, ondulado. Las canas se concentran en los costados, otras, pocas, espar-cidas. Una raya siempre de lado. Tres ondas de pelo le cubren el borde de la frente. Un peinado de otra poca, quiz como el de un cantante de boleros. Sus labios son delgados como las dos agujetas de sus zapatos. Cuando

    Si voy seguido a ese lugar, en buena parte, es por ese hombre. Su aspecto, su forma de ser, su forma de actuar dicen algo que slo puedo decir a travs de l.

    sonre, a veces, el labio inferior le cubre por completo el labio superior. Tiene la nariz recta, larga, de acuerdo con su cara alargada y su mentn afilado. Los ojos negros, hundidos y una cicatriz en la ceja izquierda. Profunda. Parece que no es una cicatriz reciente. Quiz se cay cuando nio contra el filo de una mesa de vidrio, pero parece ms acorde que sea el resumen del accidente donde perdi a su mujer. O una tragedia. Estuvo cerca de la muerte? Eso parece decir esa cicatriz. Eso parecen decir las cicatrices como esa. Parpadea lento, apa-cible. Su prpado izquierdo no se abre igual, queda a medias. Quiz no vea igual del lado izquierdo. El prpado a medio camino, la ci-catriz con la forma de una coma, que empieza en la frente y se encaja en la ceja, le dan un halo de tristeza. Fue amarga la cada, parece. Esa leve deformidad que parece tenerlo sin cuidado y, sin embargo, parece recordar todo el tiempo la cada. A la vez da la impresin de que su ritmo cardiaco es siempre el mismo. Un ritmo tranquilo, una forma tranquila de hablar, de respirar, de trabajar. Ese trabajo diario que se toma con seriedad.

    Lleva aos trabajando en ese restaurante. Veinticinco aos, una vez me dijo, desde que abri. Si cerrara el restaurante le demoleran la vida, una vez pens. Pero eso, segn veo, no pasar. Su lealtad es visible. Los meseros han cambiado cada tanto, pero l sigue. l. Ese hombre. Cmo es su da antes del trabajo, su rutina de desayuno? Cuando llega por la noche, qu correspondencia le espera bajo su puerta? Publicidad? Fotocopias de los negocios a la redonda? Tarjetas de repara-dores de estufas y refrigeradores? Recibe, de cuando en cuando, alguna carta? De qu estado del pas? Cuando duerme, su pijama

    es de algodn, coordinada, de color pardo? Duerme solo en una cama matrimonial, todas las noches del mismo lado?

    No es un restaurante de moda. Cerca hay oficinas, siempre hay gente. Por lo regular dos o tres mesas estn ocupadas por japoneses. Las paredes del restaurante estn cubiertas por bambes secos. El bajo techo hace que el olor a comida se concentre; que la camisa, al salir de all, huela a arroz frito. Un hombre de bigote, con una red en el cabello y un quimono simple, prepara los rollos de sushi detrs de una barra al fondo. Hay una televisin al lado de la barra, en el extremo superior derecho, generalmente apagada. Encima, un control remoto forrado con plstico. Hay cuatro boci-nas en cada esquina sujetas al techo por unas pequeas bases metlicas negras. Msica de los setenta y ochenta, casi siempre, de fondo. Y la luz artificial. Blanca. Hay tres pequeas ventanas que dan a la calle, pero unas hojas de bamb las cubren, obstruyen la luz natural. Afuera del restaurante hay una maceta larga con los bambes. Y un perro callejero que pasa el tiempo echado, con las patas delanteras estiradas, al lado de la maceta.

    Un perro pequeo, flaco, de pelo corto. Blanco con manchas negras. Tiene una oreja negra y la otra blanca. Lleg este ao, a principios, calculo. El primer da que lo vi al lado de la maceta, traa una pata delantera vendada con dos tablas. Lo atropellaron afuera del restaurante. El gerente se hizo cargo. Lo llev al veterinario, le puso un plato al lado de la maceta. Le llenaba el plato con las sobras de la cocina, combinadas con unas croquetas que, imagino, compr l. Vi su recuperacin durante las primeras semanas cuando iba a comer o cuando caminaba por

    all. Una vez lo vi darle de comer. l lo cogi con los brazos, le frot una oreja. El perro mova la cola y, sin que su pata vendada to-cara el piso, devoraba del plato. Entonces ya no llevaba el vendaje. Ahora el perro tiene un collar azul con una placa en forma de hueso que lleva grabado el nombre del restaurante. Y camina con dificultad.

    He pasado de noche, cuando el restaurante tiene corrida la cortina metlica, cuando el nombre de nen ilumina una parte de la ban-queta. El perro est all, echado igual que de da. Dos veces me ha tocado observar que el perro intenta, con una pata doblada, sin to-car el suelo, entrar al restaurante. Basta una mirada del gerente, una sea con la mano, para que el perro ladee la cabeza y regrese al lado de la maceta. Y una vez, cuando abra la menta que acababa de entregarme, el gerente y yo salimos al mismo tiempo. Flexion las rodillas para darle unas palmadas al perro echado. El perro mene la cola, se levant, lo mir y se arrim, con dificultades, a su pierna. El hombre se llev los lentes al puente de la nariz, se inclin para acariciarle las orejas al tiempo que le dijo: a todos nos cuesta trabajo caminar. Como si le hablara, solemne, con el prpado izquierdo a medio cerrar, a otro hombre y no a un perro. Ahora que el agua se junta, la ola crece. Crece, crece ms alto. Rompe la ola, estruendosa, aqu, en el vaso de agua que tomo. Si voy seguido a ese lugar, en buena parte, es por ese hombre. Su aspecto, su forma de ser, su forma de actuar dicen algo que slo puedo decir a travs de l. Ese hombre, con esa cicatriz, con ese trabajo minsculo que para l es maysculo. Tal vez ese hombre soy yo.

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    Rodrigo Snchez Poitevin

    Contra natura

    i

    Vivimos en constante pugna con nuestro entorno, con el contexto, y ms que una batalla se trata de una oposicin:

    la naturaleza se nos opone y nos oponemos a ella, una vida tratando de conciliar con las cosas. Intento de un modo determinado co-municar esto, y uso la tcnica del fotgrafo David Hamilton y el lomo.

    Eridanus

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    No sera un parto sencillo, existan altas pro-babilidades de que alguno de los dos, incluso ambos, no lo lograran. Sin embargo, ella de-ba parir, convencerse de que, cualquiera que fuese el aspecto de la criatura, era parte de s. Habituada, como estaba, a considerar desper-dicio todas aquellas emisiones arrojadas por los diversos agujeros del organismo, entonces por qu recibir de manera tan distinta jbi-lo u orgullo algo de tal procedencia. Ya en el quirfano, fastidiada de solicitar anestesia o cualquier otra sustancia que le ayudara a no percibir el estropicio provocado por aquel cabrn que estaba a punto de ser expulsado, miraba su pubis. El barullo alrededor, lo que alcanzaba a percibir desde esa incmoda posi-cin. Otrora, haba tenido un cuerpo hermoso. Qu haba ocurrido? Ahora era el recept-culo y conducto del parsito. Tal vez slo sea este momento, el dolor, lo que estaba causan-do tales pensamientos. Haba que esperar.

    La decadencia, nulidad, del que acaba de nacer se reitera. Su simpleza se enfatiza, sin embargo, bastante pronto. Apenas es expulsado del vientre, la posibilidad de su ausencia se presenta como una imagen cada vez ms ntida en la mente de su madre. El producto es entonces retirado, extirpado del cuerpo de su progenitora, que simult-neamente se vomita encima. Los mdicos optan por acercrselo al rostro; es parte del sistema, una jodida tradicin. Lo repudia.

    Es indiscutible: el procedimiento, por antonomasia, ms eficaz, al intentar arruinar a alguien consiste principal-

    mente en criarlo. As procede el primer aten-tado, el error original. Pero, acaso exista otra opcin? Prolongar la frgil vida de un pequeo Sin embargo, ella deba parir,

    convencerse de que, cualquiera que fuese el aspecto de la criatura, era parte de s.

    parsito; encontrar razones para hacerlo parte de nuestras vidas, proporcionarle amor y pro-teccin. Uno siempre acaba teniendo razones para apegarse a las cosas ms inusuales. Somos una especie simple.

    naupLioFernando Sanabris

    f

    S, denostado, degradado el hombre sobrevive! El hombre es un ser que se acostumbra a todo; esa es, pienso, su mejor definicin.

    dostoyevsKi

    Ilustracin por: Mariana Magdaleno

    Incapaz de hablar, slo seala hacia un bote de basura que est a un costado de la puerta. Entonces interviene el padre que, en un afn de rectificar lo indiscutible, seala la salida, y sugiere que lo saquen de la habitacin.

    Despus de algunas horas, despierta. No se siente mejor. Una pequea y agradable enfer-mera intenta persuadirla de que es una madre bastante especial, afortunada.

    Y qu carajos me hace tan afortunada? le pregunta la atribulada madre.

    Est sano, su beb est sano. Ya puede verlo. Pero lo ltimo que quera era tener cerca a ese cuerpo que le haba causado tantos pa-decimientos. As que, con cortesa, le indic a la enfermera que lo mantuviera lejos, que estaba demasiado agotada. Ella fingi com-prender y se march.

    Algunos das despus, mientras el recin na-cido dorma, su madre se aproxim para observarlo con detenimiento. Apestoso, pe-queo y peludo. Su rostro no era similar a ninguno de los dos progenitores, no hasta ahora. Tal vez as sean todos los recin na-cidos. Como los renacuajos o los crustceos; el tiempo se encargar de convertirlo en un hombre. Pero el tiempo elige formas extraas de manifestarse, y es probable que su rostro termine parecindose ms al de su padre. Y entonces, slo por ese detalle, le esperara al pequeo una vida de repudio y rencor. Eso sera lamentable. Ya se acostumbrar. Pero as estaban las cosas, y su madre slo pudo desearle buena suerte antes de ingerir tres de sus habituales pldoras para dormir.

    Botes

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    Cm

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    or: C

    ecili

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    uiz m

    Necesitaba una taza de caf, nunca lo tomaba, pero cada maana pensaba que aquella podra ser la primera so-

    lucin; que alguien le vertiera en la cara una tacita de exprs doble hirviendo, o un lquido ms corrosivo, que dejara la marca de que al-guna vez haba rozado lo trascendente.

    Anhelaba una cicatriz que cargar, sentir cualquier estmulo que la sobresaltara. Pero el caf le daba agruras, taquicardia, nusea, hasta dolor de cabeza; la pona nerviosa y, si hubiera podido ser honesta, tibia entre sus sbanas, prefera, cada da, entreabrir un poco los ojos, imaginar el da, repudiarlo y regre-sar a soar sucesos extraordinarios. Llorar el tedio de lo cotidiano.

    La camaMarbrisa Ter-Veen

    Ilustracin por: Adriana Bravo

    Piscis Austrinus

    1960

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    cantidad de elementos exgenos, mayor riqueza en el relato. Claro, leer a Burton demanda una atencin mucho ms enfocada que, por ejemplo, pasar el rato en el metro protegi-do por una novela o que esperar en un con-sultorio de un determinado estudio crtico. No. Este scholar supo cul sera su pblico. Despreocupmonos por este engrosamiento (aqu solemos utilizar el adjetivo barroco cuando algo nos parece recargado y excesivo. En ingls, por fortuna, posee otras acepciones). Adems de la incidencia por la cita, otra dificultad es que casi todas estn en latn. La razn estriba en que en el siglo xviicuando fue escrito el libro, no era para nada extraa esta lengua. Es ms, era la norma culta y su influencia no haba declinado en lo ms mnimo. Burton es fiel heredero de tal tradicin. Para un lector actual, esto puede ser un impedimento. Pero, vamos, hay ediciones crticas y especializa-das que las traducen y con pericia, como uno no la tiene.

    Arriba estn enunciados los elementos formales y estructurales de The Anatomy of Melancholy. Esto, empero, es la punta del iceberg. La intencin del libro consiste en realizar una anatoma de la melancola. Burton parte de las definiciones ms renombradas al respecto. Es famosa la acepcin de la melancola como humor. Debemos dicha significacin a Hipcrates, quien dividi los humores en cuatro: sanguneo, f lemtico y biliar (dividido, a su vez, en amarillo y ne-

    Las siguientes lneas las escribo para quienes padecemos anglofilia literaria (que, como se sabe, es crnica e incu-

    rable). En nuestro caso, siempre se recomien-da acercarse, y por supuesto adentrarse, a los grandes referentes. No descarto a quienes no sufren la enfermedad despus de todo, cada quien posee diagnstico propio, la vida mis-ma, siempre ms interesante para el afectado que para los otros; y por ello, estas lneas tambin van para ustedes. Padezcamos o no la mentada anglofilia, este espacio es para The Anatomy of Melancholy, de Robert Burton.

    Textos como La biblioteca de Babel, de Borges, y La guerra de los mundos, de Wells, parecen tan diferentes entre s que nada los une. Hay una muy sutil coyuntura entre ellos: los epgrafes.

    El argentino abre uno de sus cuentos ms re-nombrados con una frase de una belleza ex-traordinaria, la cual traducida deficientemente dice: a travs de este arte puedes contemplar la variacin de 23 letras. En cuanto a Wells, el epgrafe nos muestra ciertas preguntas. Las traduzco tambin: si hay vida en otros mundos, cmo son sus habitantes? Es la humanidad duea de aquellos otros planetas o no? Por lo tanto, cmo estn hechas las cosas para el hombre? Ambas inscripciones provienen del texto de Robert Burton. Naturalmente uno siente curiosidad y busca entonces, tal como lo diagnostica la anglofilia tener siempre presente a los clsicos, dicho libro. Figuras como Samuel Johnson y John Keats tenan en muy alta estima a Burton y a su escrito (se dice que Johnson no sola dormirse sin antes

    leerlo y Keats lo consider el tomo de cabecera). Cuntas premisas valiosas para un solo libro!Nacido el 8 de febrero de 1577, en Leicestershire, Inglaterra, Robert Burton pas la mayor parte de su vida en Oxford, donde se educ y cul-tiv. Fue ordenado vicario de la iglesia de St. Thomas en 1616. Public The Anatomy of Melancholy (cuyo ttulo completo es muy lar-go como para enunciarlo aqu) cinco aos despus y en 1630 fue nombrado rector de Seagrave, en Leicester. sa sera la biografa.

    Examinar este volumen es una ardua tarea por dos motivos: su extensin y su referen-cialidad. El libro casi tiene mil pginas. La amplitud podra parecer un detrimento y no un logro. Pero basta leer unas cuantas lneas para sumergirnos a fondo, pues a pesar de su extensin, es un deleite. Hay placer por la lectura. Imposible no conmoverse por el poema al inicio de The Anatomy, en donde la voz lrica le habla al libro, como si fuera un hijo, y lo exhorta a volar lo ms lejos posible. Imposible no sentir empata por Burton al nombrarse Demcrito Junior, ya que consideraba que su autora era tan dudosa que ms convena darse a conocer como un discpulo, como el pupilo de Demcrito. Difcil no consentir con su imaginacin portentosa, que le deja ver al lector cmo se podra gobernar el mundo de acuerdo a un sistema lo ms equitativamente justo para todas las criaturas habidas y por haber (Burton, como Lennon, fue un soador).

    La referencialidad es otro aparente obstculo en torno a este libro. Prcticamente en cada rengln hay una cita. En el texto conviven cientos de personalidades, desde filsofos y literatos hasta mdicos. Aunque las citas no entorpecen la lectura; al contrario, a mayor

    e

    Julio Fernndez Meza

    meLanCoLa a travs de La

    literaturaUna nota sobre The Anatomy of Melancholy

    La melancola puede originarse a causa de Dios, por sus nge-les, por brujas, hechiceros, por

    las estrellas, la vejez.

    Corvus

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    gro, precisamente la etimologa de la melan-cola es bilis negra). Cada humor se aloja en una parte especfica del cuerpo, a cada uno le corresponde una estacin del ao y uno de los cuatro elementos. Los humores describen a las personas, en especfico sus dolencias y malestares. Y por ende haba mtodos para curarlos. La melancola as examinada es el eje de Burton. Podramos preguntar cmo es que un texto de carcter cientfico y mdico en apariencia, es considerado un clsico de las letras inglesas. Esta incgnita se explica debido a que este estudio no es meramente acadmico sino que posee un valor literario evidente. La intencin de Burton es sencilla, aunque no el tratamiento del tema. El autor se propone un enorme reto: describir, con el mayor detalle posible, cada uno de los aspectos de la melancola. Y por ello no huelga en utili-zar a autoridades mdicas para consolidar sus planteamientos, como tampoco se preocupa por embellecer su discurso con frases de literatos.

    Pero qu es lo que causa la melancola? Es simplemente un humor que describe a indi-viduos tristes y nostlgicos? Aunque las causas de su manifestacin son numerosas, pode-mos decir que principalmente se origina a causa de una prdida. Quien la padece ha sufrido un detrimento de ndole muy varia-da. Se siente melancola al perder a un ser querido, por ejemplo. Se siente melancola por un amor no correspondido, por el amor imposible. Burton enlista muchas otras causas. Qu deleite el ndice del libro que seala las grandes ambiciones del scholar, pues afirma que la melancola puede originarse a causa de Dios, por sus ngeles, por brujas,

    hechiceros, por las estrellas, la vejez, por una mala alimentacin, vicios, emociones negati-vas como el enojo o la ira, por un exceso en la imaginacin (no es conmovedora esta causa?) e incluso por enamorarse al aprender. Y desde luego Burton indica los mtodos para curar la melancola. Intereses de todo tipo, pues, hay en este libro, que bien cabe calificar como una novela, ya que la protagonista la melanco-la no slo se muestra en cada lnea sino se transforma a lo largo del volumen. Adems este texto es en esencia una radiografa de la sociedad del siglo xvii. Tal vez por eso y por la hipnosis que genera en los lectores, es considerado un clsico.

    Robert Burton busc analizarse l mismo con este libro. l nos lo confa: escribo sobre la melancola para no poder sentirla. Nada como la ociosidad para generala y nada como ocuparse para curarla. Es un ejemplo de aquellos hombres y mujeres que recorda-mos por una obra definitiva, como Tolkien, Whitman, Proust (e incluso ahora J.K. Rowling). Intent curarse la melancola por medio de un estudio sui generis, que no es un tratado mdico, lejano (por fortuna!) de un manual de autoayuda, distante del discurso filosfico o la mera ancdota literaria. The Anatomy of Melancholy es esa mezcla. Leerlo acaso nos permita respondernos esa duda eterna: qu es lo que nos af lige? Y con el perdn de ustedes, menciono de nuevo a Borges (el causante de la anglofilia): en un clsico siempre hay algo de divino, de sagrado, y en l encontramos estemos de acuerdo o no con las ideas del mismo un poco de felicidad.

    A ti, enamorada de saudadeIlustracin por: A.R. Buitrn

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    Un gato luminoso desliz sus huellas por mi sueo,rond el espacio en el que habito,encendi con rumores las bujasque pensaba fundidas para siempre.

    Trajo en las pupilas el remedioque ayuda a atravesar todo abismo.

    Entre el pelo de su lomoviva una legin de seres asombrosossiempre listos para el tsigo, las alasy el balance sempiterno de las lunas.

    Su luz aliment los pliegues de estos muros,hizo cncava la almendra en que reposo,

    bord mil manantiales al contacto de sus patas.Ahora, que emprendo nuevamente la marcha,

    vuelvo el rostro hacia el lugar donde sola morary veo al gato iluminando la ventana.

    Cierra los ojos.Comprendo que se ha ido.

    Roxana Elvridge-Thomas

    Ilustracin por: Juan Pablo Palomino

    p

    Lyra