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1 JESÚS EGUÍA ARMENTEROS Los cánticos del gusano Primer Premio de Creación Literaria «Miguel de Cervantes» para Jóvenes FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS UNIVERSIDAD DE ALCALÁ

LOS CANTICOS DEL GUSANO de JESUS EGUIA ARMENTEROS

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The first poems book of the spanish writer Jesús Eguía Armenteros. This book of sonnets was awarded with the Premio Miguel de Cervantes para jóvenes escritores de la Universidad de Alcalá de Henares 2006.

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JESÚS EGUÍA ARMENTEROS

Los cánticos del gusano

Primer Premio de Creación Literaria

«Miguel de Cervantes»

para Jóvenes

FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS

UNIVERSIDAD DE ALCALÁ

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Primer Premio de Creación Literaria

«Miguel de Cervantes»

para Jóvenes

23 de abril del 2007

Facultad de Filosofía y Letras

Universidad de Alcalá

El Jurado de la edición de 2006

del Premio de Creación Literaria

«Miguel de Cervantes» para Jóvenes

estuvo compuesto por:

María Ángeles Álvarez Martínez

Ana Labra Cenitagoya

José Manuel Pedrosa Bartolomé

Pedro Sánchez-Prieto Borja

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JESÚS EGUÍA ARMENTEROS

Los cánticos del gusano

Primer Premio de Creación Literaria

«Miguel de Cervantes»

para Jóvenes

FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS

UNIVERSIDAD DE ALCALÁ

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©Universidad de Alcalá. Facultad de Filosofía y Letras

© Jesús Eguía Armenteros

Depósito legal: M-16945-2007

Impreso por Nuevo Siglo (Madrid).

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Los sonetos del gusano

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I

El Mar combate su reflejo enfermo

de recuerdos, de viajes, de huracanes:

de labios esparcidos por esferas

que explotan en las olas y le abrasan.

El Cielo se columpia en el poniente,

disecando gaviotas, senos, nubes,

esparciendo el sudor de tu cadera

que cae sobre botellas y las rompe.

Un accidente, un aluvión de azufre

en tormentas de tiempo y de distancia

descompuso el timón de nuestro barco.

Se quedaron las velas en ceniza

y del resto emergieron los despojos

sobre los que te escribo a la deriva.

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II

El verano pasó de largo, niña,

la estación de los versos y los mares,

el fundido de risas y de olas

y el llanto evaporado en las orillas.

Las huellas de los cuerpos en la arena,

ese fósforo rojo que se enciende

cuando pasan las voces empapadas,

al mes de noviembre se han tendido.

Ya las aceras rotas ronronean

hojas tristes que crujen en tus cánticos:

los túneles oscuros del letargo.

Ya tienes la factura caducada

y tus fotos de amarras y de puertos

han resultado cera derretida.

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III

Cual nuevo Segismundo encadenado

a robadas metopas londinenses,

vivo contando meses en los trenes

y paraguas perdidos como años.

Barrotes se me incrustan en las manos,

y mis ojos de ausencia se oscurecen

entre tanta neblina en los ingleses

y tanto recurrir al diccionario.

Mi abrigo se me moja de recuerdos

tuyos que hasta me calan por los bares

donde bebo cerveza, rancio y negro.

Dicen que aquí el que viene, viene huyendo:

quizás yo huí para evitar quemarme

y ahora intento fugarme de este invierno.

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IV

Con sola una palabra musitada

cual crepitar minúsculo en el viento,

levísimo suspiro mensajero

enterrado en agendas olvidadas.

Con una sola letra en la pantalla,

temblor en el teclado de tu cuerpo

que sin querer, pero a la vez queriendo,

por una telaraña me enviaras,

me exprimiría en zumo por la línea

de boca ancha y corazón cerrado

al que me has desterrado las misivas.

Y esta velocidad, este tornado

que no despertó al filo de tus días,

pide insomne otra letra de tu mano.

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V

Las calles van manchándose de abrazos,

de puntiagudos besos que me acosan,

de manos enredadas que arrinconan

mi pecho contra muros congelados.

Me hiciste un caminante desahuciado,

testigo de caricias como rocas,

condenado al vacío de tu sombra

que apedrea mis ojos ya de anciano.

En este asfalto lleno de cristales,

descalzo y sin más manto que cartones,

tan cerca estoy de mí que hasta me duele.

Y soy lo que no fui y que te llevaste,

un perro abandonado por la noche

atrapado en la vía de los trenes.

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VI

Corrompiste el frescor pisando vides

con la sutilidad de las escamas,

desnudando pupilas cual manzanas

para después, grisácea, arrepentirte.

Bastó una simple luz para el despiste

de tu lengua manchada por palabras

solemnes como chistes en el agua

que se marchan cual pedos invisibles.

Y así ciego, en tu charca detenido,

cayendo muerto como un sapo en celo,

me creo que mi móvil es un grillo.

Con que será mejor buscar consuelo

en algo no de Shakespeare ni de Esquilo,

y marcharme a llorar con un tebeo.

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VII

Solías preguntar si te quería

como pluma caída sobre el río,

como brisa dudando entre los pinos

la entrega sin reparo de las piñas.

Tu mirada felina por mi orilla,

esperando en las piedras un chasquido

con el musgo expectante por testigo,

no fue sino caricia contenida.

Y no lo supe tanto como ahora

que mis endémicas palabras oyes

-un simple SÍ, nacido de la boca-.

Tiempo va siendo de admitir errores:

temprano me escapé sin darte horas

y te sequé los pétalos sin noches.

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VIII

Desde la sepultura del cerebro

excavas en las sienes junto al vino,

empujando tu cuerpo blanquecino,

gusano repugnante del recuerdo.

Me horadas, me socavas con tus hierros

cada tarde golpeándome en el nicho,

sacando a pico y pala, pala y pico,

la idea sigilosa de su espejo.

Mis neuronas se han vuelto horriblemente

insoportables, cápsulas mortíferas

para quien me soporte: soy mis heces.

Tanto me martilleas que mi lira

anda buscando enchufes en paredes

para electrocutarse de la risa.

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IX

Tuvimos un billete entre las manos,

interrail de noches y de planes

con nubes que llamabas estaciones

y lechos de estudiante clandestino.

Tomamos, casi al filo de la almohada,

en un somier alado y sin seguro,

ni máscaras de aire, ni chaleco,

una instantánea al Sol de borrachera.

Y tras tanto ascender sin pasaporte,

a Faetón le robamos su mochila

desafiando fronteras y alambradas.

Pero Zeus, en lluvia de cuchillas,

nos desgajó el colchón, sesgó sus alas,

y nos precipitamos a Septiembre.

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X

Ya tu voz se me va haciendo extranjera,

confusa entre las olas de autopistas,

perdida en los atascos y la lluvia:

alguna vez te anduve, compañera.

Te anduve alguna vez y no recuerdo

si estaban tus caminos asfaltados,

si respeté las normas de tu aldea

o si sencillamente me equivoco.

Que te hallé en primavera, eso está claro,

que me estudié tus mapas es seguro,

y que perdí las fotos, todo un hecho.

No puedo presentar ninguna prueba.

Lo más que tengo son, en el espejo,

cuatro canas de más que antes no estaban.

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XI

En un instante fuimos luz radiante,

cabellos inflamados en deseo

sin tregua, ni estación, ni ceniceros:

bocas alucinadas en el aire.

Al despertar siguiente... seco estanque

agrietado, con hielo y esquelético,

de un orfanato abandonado y negro

al que han roto con piedras los cristales.

¿Es la vida un cadáver que respira,

una simple cerilla que se apaga,

un Sol que desde el cielo se suicida?

Nacer, llorar, andar, correr, saltar,

tropezar, caer, ir a la deriva

para al llegar a tierra, naufragar.

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XII

Amputados mis brazos por el metro,

desangrándome en lágrimas sonoras,

me visto con espinas de las rosas,

enfermo en cada parte de mi cuerpo.

De tanto ver, tengo los ojos ciegos

con vidrios esparciéndose en mis córneas,

reflejando tus huellas en mis botas

por las que me estrangulo y me despeño.

Mis pies andan ahogados en el lodo,

con las plantas abiertas y roídas,

escupiendo latidos por los rotos.

Ya sin respuesta, luz o medicina,

a ver no alcanzo la salida al pozo,

y por tu sombra se me va la vida.

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XIII

Mis miembros están hechos de nostalgia,

plagadas las arterias de recuerdos:

como cuando violaste el cerrajero

aquella noche última de Francia.

Ansiosa abriste el cerco de mis sábanas

reclamando lo tuyo por entero,

y con la travesura de un mechero

me encendiste con piernas enredadas.

Vertiendo tu susurro entre mis poros

-la confesión más fértil de la tierra-

despertaste semillas en mi abono.

Pero el alba de alarmas y de siegas

nos despertó a campanas de abandono

y tras mi marcha todo fue condena.

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XIV

Podrás besar un néctar cristalino,

fruto de la nevada más inmácula,

mientras tu piel de lírica amapola

es mecida en los brazos de las nubes.

Podrá tu carne palpitar los bosques

con gemidos de lava estremecida,

y en abandono de los ojos vueltos

caer en el desmayo de los mares.

Pero esto nada importa, compañera,

porque tu barco confundió su rumbo

y andará mascaradas de timones.

Y mi mayor venganza es esta piedra,

que a la vez porta mi mayor derrota:

nunca tendrás timón tan verdadero.

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XV

Mi testamento cierro en esta noche

con ojos de universo a las espaldas:

voy a donar mi angustia tan salada

a jardines cansados de adopciones.

Mil extranjeros vientos escondidos

guardan ausencia en sus silbidos fieros,

mientras tu pubis, mi postrer deseo,

solicito a la sombra de este vino.

Sobre el último filo del Atlántico,

con la botella de recuerdos mudos

y sin tener sentencia a tus abrazos,

tu nombre invoco a oficio de verdugo,

única maldición aquí olvidado,

como salvación única del mundo.

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XVI

A esta luz de farolas temblorosas,

a esta tierra de lágrimas portátiles,

de apasionados besos desechables,

reto con la firmeza de la roca.

Contra cuerpos que abrazan como olas

e instantáneas palabras sin mensaje,

contra vistas no vistas de los viajes

y atardeceres de papel por horas,

me enfrento cual Cyrano evangelista

de tu presencia mágica y tu verbo

al que venero y llamo como abrigo.

En la plaza de siempre tomo asiento

con el Sol y la fuente como guía,

eternamente tuyo hasta mi tuétano.

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El olvido

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XVII

Hoy te nombro con verbos en pasado,

tiempos, quizá, como los ecos

en que nos encontramos

e irremediablemente nos perdimos.

Puede que en otro tiempo me disolviese en río

y tú te me apoyases

como hoja de otoño despeñada.

Puede incluso que yo fuese ventana

y que tú viento...

y un día en el invierno me rompieses.

Las mariposas mueren en 24 horas.

Y desde aquí te nombro en el pretérito:

tú cada vez más lejos de mis días,

yo cada tarde más oscuro.

Fuiste mi soledad a la deriva

al regresar y al irte,

al regresar y al irte, pero ahora

sólo resta combatir el abandono,

levantarse de frente cada día

y alzar la vista con orgullo de pionero,

porque no somos más que dos manos heridas

y hace falta partir para nacer de nuevo.

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XVIII

No todas las hojas

del árbol han caído.

Intentaste arrancarlas

como quien el otoño

clava fiero en el tronco:

algunas resistieron.

No todas las hojas

del árbol han caído.

Impusiste la lluvia,

el frío y la aspereza:

debajo de la almohada

escondiste las alas.

No todas han caído.

Un álamo sereno

enfrente a mi ventana,

con despertar de escarcha,

dice adiós a la risa.

Adentro de tu vientre

sepultaste mis besos.

No todas las hojas

del árbol han caído.

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XIX

En la nevera tengo

ensalada de col.

Quizá venga la niña

cuando despierte el Sol.

En la nevera queda

ensalada de col.

La lluvia de la tarde

su cuerpo dibujó.

En la nevera triste

ensalada de col.

La niña se ha olvidado

y el Sol ya se apagó.

Por siempre en mi nevera

ensalada de col.

Tus besos son recuerdos

con los que duermo yo.

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Les adieux

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(A Sergio)

XX

Por ver el agua de color oscura

y no el bote de sueños medio lleno,

por no querer al fuego echar el freno,

te abrazaste a la piedra fría y dura.

Por dibujar con líneas la locura

olvidando tu vida en el ropero,

por un dolor oculto y casi ajeno

de púrpura teñiste nuestra Luna.

Marchando ya va el pie de mis vecinos,

pisando aceras rotas como dientes,

desparramando lágrimas de vino.

¡Qué aquí dejaste solas tus simientes,

tiradas al antojo del camino

sobre la losa que te dio la muerte!

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(A Rafael González “Falín”)

XXI

Asentado cual árbol milenario,

amigo de la miel y de la vida,

te apagaste donando la sonrisa

de tu grandeza tierna de oso pardo.

Hoy las montañas lloran a un hermano

de corazón cosido a margaritas,

mientras te aguarda, en luto de lubinas,

la Mar, con quien tú tanto has conversado.

La Luna, sin pareja para el baile,

llora tu adiós de eterno compañero,

como lloran guitarras y cantares.

Pero te fuiste dándonos dos besos

con la tranquilidad de los arcángeles

de haber dejado aquí ya todo hecho.

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(Al Maestro Miguel Medina Vicario)

XXII

Ay, Miguel, que te fuiste en los albores

de este siglo tremendo que comienza

a fieras dentelladas en los hombres.

Todos los sacrificios, las herencias,

todo súbitamente desplomado

por esta oscura bestia de tormentas

que devora sedienta a sus hermanos.

Aves ciegas que muerden y mutilan,

domesticadas, sesgan los abrazos

escupiendo pedazos de las víctimas.

Hasta el Mar pide ser nuestro enemigo

digiriendo sus aguas de la orilla

para lanzar un vómito asesino.

Cuerpos, cuerpos cayéndose, explotando,

desparramados cuerpos de los hombres:

ya van por dos millones de callados.

Todos los mapas son cipreses negros

y ataúdes colapsan telediarios.

Desde este show terrible de los tiempos

no puedo sino leer en tus palabras

la resonancia astral del universo.

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Tendremos en un mapa las galaxias

y el corazón profundo de los átomos,

pero en el fondo no tenemos nada.

Maestro juguetón de los teatros,

Sócrates esculpido en un Medina,

sencillamente, simplemente sabio.

Tras todas las angustias de la vida,

¿dónde está Dios en los cristales rotos?

-Poco importa- sereno, nos decías.-

Polvo somos, no más, polvo de estrellas.

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(A la Tata)

XXIII

Caramelos violetas

para endulzar dolores!

Un dulce abrigo negro

en el que vive un mago

con nieve en el cabello

y besos colorados.

Caramelos violetas

para endulzar azotes!

Su bolso era almacén,

zoológico y museo,

refinería, orquesta

y parque de recreo.

Caramelos violetas

para endulzar amores!

Decían que su casa

era la de Espinete

y que era íntima amiga

del Ratoncito Pérez.

Caramelos violetas

para endulzar rencores!

Con la cara bien alta

cortaba, si hacía frío,

hipotecas y troncos

para sus cien mil niños.

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Caramelos violetas

que la dejasteis sola.

Una noche de invierno

de una fecha sin número

de un calendario roto...

se acabaron las rimas.

La mirada de escarcha

y totalmente a oscuras:

perdida la palabra.

Un momento cualquiera.

------------------------------------

Y mientras la ventana

era un sol de recuerdos,

con la mano vacía

se nos marchó en silencio.

Caramelos violetas

que la dejaron sola.

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(A mi perro Jazz)

XXIV

Mi casa ha quedado triste.

Mi puerta siempre cerrada.

Está seco el cuenco rojo

que fue boca desatada.

Una mañana te fuiste

para ya no decir nada.

Agitando fiero látigo,

caudillo de las estatuas,

a la playa iban tus pasos

pero a morir te llevaban.

Mi casa ha quedado triste,

mi puerta siempre cerrada,

mi corazón va contigo

y tu recuerdo en el alba.

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El nacimiento

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XXV

Llega

mi padre

al medio de sus años,

al equinoccio de su eclíptica

probablemente.

Y yo, su hijo mayor, le veo

desde hace la mitad de la mitad

-o un poco más y no me acuerdo.-

Mi padre

cruza de primavera hacia el otoño

o de su otoño hacia su primavera,

según se mire.

Yo,

en mi mañana de las 8 en punto,

retrocedo entre números de calles y ciudades,

de portales caídos y otoños superados,

para traer del fondo de los ríos

aquellas hojas secas, esas flores

caídas al baúl de los recuerdos

de las estaciones.

Encuentro

una presencia joven, de irradiante alegría,

con Madrid a su espalda

y la mirada puesta en Roma.

Nosotros, sin pensarlo,

haciéndonos mayores.

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Mi padre

ha cruzado por fin la carretera

con el odioso claxon de los coches

y se dispone ya,

bajo sapiencia de sus botas,

a escalar la montaña verde y fresca.

¡Es hora de mi padre,

de recoger los frutos!

Y yo, su primer hijo,

sobre las 8 en punto de la vida,

oigo sonar el timbre de mi turno,

impaciente, nervioso,

con todo un almacén de dudas.

Y a mi padre,

en su nuevo camino le pregunto

cómo se ven los pasos ya pisados

y con qué ojos

las huellas a lo lejos.

Y le pregunto

sobre el asfalto y mi batalla,

sobre sus ilusiones y las botellas rotas

y como no dejar pegada

la suela del zapato al alquitrán.

Y le pregunto,

con un pie en el sendero junto al río,

¿cómo se ve el pasado

y con qué ojos, con qué ojos?

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Mi padre ya ha cubierto su tierra de manzanos

y es hora hoy de recoger los frutos.

En la montaña fresca, junto al río

bañado de este azul que se ha ganado,

le veo como antaño

cuando andábamos juntos de la mano:

Yo a mi aire, seguro, despistado,

pensando en cualquier cosa, como ahora

-en todo menos en lo que hago-,

y de repente, un viento helado

atrapando mi vientre -un negro escalofrío-

y alrededor las calles y la nada.

Pero al instante encuentro

aquella sombra cálida

aquel abrazo tierno y fuerte

que me agarra y me dice –Estoy contigo, hijo,

estoy contigo-.

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(Para Alejandro Arribas Sáez, recién llegado.)

XXVI

Entras saliendo, compañero, al mundo,

compañero de sangres y de océanos,

de todos los que aquí ya horadábamos

nuestra columna al fondo de la tierra.

Desde mi voz te doy la bienvenida

solar, la entrada rutilante y grácil

de tus minúsculos deditos rosas

que todo lo querrán, al desconsuelo.

Sales de donde fuiste más pequeño,

un simple pétalo de estrellas, única

botella en el silencio de la nada.

Único tú, llenándote de fuego.

Vienes del suelo, aunque lo llames madre,

y te alzarás del suelo con orgullo,

y haciendo fuerza con tus piernas fieras

te elevarás al cielo perforando

bajo tus pies para caer de nuevo.

Naces de robustísimas raíces:

huesos forjados bajo la obstinada

fragua de martillazos amorosos.

Surges de los leones indomables.

Emerges de los lirios temblorosos.

Todo tú, un afluente de elefantes.

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Proyectarás miradas como rayos,

con el espíritu extendido al mar:

pura visión lejana de Alexandro.

Y subiéndote a un bote de madera

casi quebrada, sobre dulces aguas

casi tranquilas, tu límpida piel,

virginal piel de Adonis intocado,

probará los infatigables besos

solares que tostando irán tu frente

mientras el viento, todavía cálido,

mandará suspender tu cabellera.

-¡Adentro!- Gritarás. Ansia total

de amor vibrante, plenitud de sal

descubierta, lamiendo tu desnudo

torso, completamente erguido, loco.

Y todos esos soles, esos mares,

todas las pulsaciones de los céfiros

tornarán espantosas y carnívoras:

torvo mundo gritándote con ascuas,

sobre ti gravitando tiburones.

Cederá, ya en el último suspiro,

manteniéndote a astillas esqueléticas,

tu barca de lamentos calcinados.

Y te hundirás cayendo en el naufragio,

escuchando los lirios a lo lejos

sin querer invocar a los leones.

Pero estarán allí, con tu deriva,

batiendo entre tu sangre, entre tus venas.

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Y volverás, sin darte casi cuenta,

otra vez a la orilla transparente:

las manos enredadas en tu barba,

empapado y cubriéndote de arena

finísima tu cuerpo endurecido.

Y con tus rudos músculos creados

doblegarás los troncos de raíz,

empujando tus córneas aun más lejos.

Tu corazón, de nuevo detonado,

atómico, bestial, irrefrenable,

ensamblará otra barca, blandirá

otros remos al son de lunas llenas:

búsqueda de otros puertos que gaviotas

anuncian en sus cantos alocados.

¡Hijo de la mar, hijo de la tierra,

hijo de las espigas de tus padres

que igual a ti se hicieron de sudor!

Volverás al mar, cada vez más fuerte,

a la búsqueda vívida, caliente,

fría del puerto tuyo, de los ángeles

pobladores de luz, tu sementera.

Sólo después leerás en la marea

que el suelo que buscabas es tu barco,

y que no hallarás lejos más firmeza.

Para entonces sabrás ir sobre escombros,

danzar sobre tormentas, sobre espadas,

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y allí habrás construido continentes.

Porque el único puerto es tu caída,

el único es tu muerte, compañero

de esta vida azotada de alegría.