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RegionEs Revista de: Centro de Estudios Regionales, Cafeteros y Empresariales -Crece-, Instituto de Estudios Regionales de la Universidad de Antioquia -Iner- Observatorio del Caribe Colombiano 2/Primer semestre/ 2004

Los estudios socioespaciales

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Page 1: Los estudios socioespaciales

RegionEs

Revista de:Centro de EstudiosRegionales, Cafeteros yEmpresariales -Crece-,

Instituto de EstudiosRegionales de la Universidadde Antioquia -Iner-

Observatorio del CaribeColombiano

2/Primer semestre/ 2004

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Los artículos pueden ser reproducidoscon fines estrictamente académicos o

divulgativos, citando la fuente

RegionEsEditada por:

Centro de Estudios Regionales, Cafeteros yEmpresariales –CRECE–;

Instituto de Estudios Regionales –Iner–Universidad de Antioquia;

Observatorio del Caribe ColombianoDirectores

Mauricio Perfetti del CorralDiego Herrera Gómez

Weildler Antonio Guerra CurveloComité Editorial

Alberto Abello VivesJesús María Álvarez Gaviria

Clara Inés García de BoteroJorge García Usta

Carmenza Saldías BarrenecheMiguel Silva Pinzón

Liliana Velásquez MartínezComité Científico

Gabriel Cadena Gómez, Ph.D.,Cenicafe

Alejandro Grimson,Ph.D., Universidad de Buenos Aires

Christopher London,Ph.D., Cornell University, Ithaca, NY.

Daniel Mato,Ph.D., Universidad Central de Venezuela

Adolfo Meisel Roca,Ph.D., Banco de la República-Cartagena

EditorJesús María Álvarez Gaviria

Instituto de Estudios Regionales –Iner–Universidad de Antioquia, Medellín - Colombia

e-mail: [email protected]

PeriodicidadSemestral

Diagramación e impresiónL. Vieco e Hijas Ltda., tel. (4) 2559610

Asesoría en diseño e imagenVerónica Salazar Uribe

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Contenido

Revista RegionEsMedellín2/Primer Semestre/2004pp. 232ISSN 1692-939X

Editorial 5Artículos de investigaciónLos condicionantes del espacio/tiempoen la orientación de las respuestas civilesa la guerra en Colombia

Clara Inés García 10

Identidades nacionales y regionalesen contextos migratorios diferentesInmigrantes bolivianos en dosciudades argentinas

Sergio Caggiano 35

Una visión regional de la competitividadcolombiana

Oscar Alberto Ortiz Gonálezy Bernardo Andrés Taborda Figueroa 71

Transferencias intersectoriales de capitalen las regiones colombianas, 1980-1996

Aarón Eduardo Espinosa y Ericka María Duncan 95

Conflicto y territorio: visos de un caleidoscopioElsa Blair 115

EnsayosSostenibilidad y capital social:una visión de largo plazo

César Vallejo Mejía 139

Los estudios socioespaciales: hacia unaagenda de investigación transdisciplinaria

Carlo Emilio Piazzini Suárez 151

DebatesCulturas, territorios y Mercosur

Alejandro Grimson 175

Seguridad democrática versusplanes de desarrollo

Pablo Emilio Angarita Cañas 180

Información institucionalCentro de Estudios Regionales Cafeterosy Empresariales –Crece– 197Instituto de Estudios Regionales –Iner– 205Observatorio del Caribe Colombiano 222

Información para los colaboradores 228

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ResumenEn este ensayo se plantea la pertinencia y potencial que tiene un acercamiento renovado al espa-cio y las espacialidades para el desarrollo del pensamiento transdisciplinario en las ciencias socia-les. Se expone en primer lugar lo que serían las condiciones filosóficas y epistemológicas de emer-gencia de una apuesta por el conocimiento de lo espacial, al mismo nivel de lo social y lo tempo-ral, como dimensiones fundamentales de la existencia humana. En segunda instancia se planteanuna serie de temas centrales para el desarrollo de una agenda de estudios socioespaciales con eldoble propósito de indicar algunas de las principales problemáticas a las que éstos se ven aboca-dos a la vez que hacer visible la intensidad de los procesos contemporáneos de re-conceptualiza-ción de las categorías de análisis socioespacial. Por último, se enuncian una serie de retos queharían parte de la agenda latinoamericana de estudios socioespaciales.

Carlo Emilio Piazzini Suárez*Los estudios socioespaciales:hacia una agenda de

investigación transdisciplinaria1

El contexto teórico de emergencia de lasinvestigaciones y elaboraciones expresa-mente dirigidas a explorar la naturaleza delas relaciones entre lo social y lo espacial,es el de una transformación en el esquemade precedencia epistemológica entre tiem-po, espacio y ser como categorías funda-mentales de la existencia humana. De la“época de la historia”, signada por el tiem-po como tema central para las filosofías ylas ciencias de lo social, se habría transita-do, durante la segunda mitad del siglo XX,hacia la “época del espacio” (Foucault 1967)Así se dio comienzo a un replanteamientodel lugar periférico que hasta entonces ocu-paba la cuestión espacial frente a la hege-monía del tiempo en el pensamiento so-cial. Este cambio también habría encontra-

do entre sus condiciones de posibilidad unaadvertencia, cada vez más generalizada,acerca de las repercusiones sociales de todaíndole debidas a la recomposición de lasespacialidades durante la modernidad y úl-timamente como condición inherente a losprocesos de globalización y eclosión denarrativas y movimientos locales.

Puede compararse la inflexión que repre-senta la toma de conciencia sobre la rele-vancia de la cuestión espacial en la maneraen que se comportan las sociedades y aunen la forma en que se puede conocer elmundo, en cuanto a sus efectos revolucio-narios, con las transformaciones que en sumomento produjeron los giros histórico, lin-güístico y cultural en el pensamiento occi-dental. Así, a partir del llamado “giro espa-

1 Este texto se basa en los planteamientos académicos del proyecto de creación de la Maestría en EstudiosSocioespaciales del Instituto de Estudios Regionales de la Universidad de Antioquia.

* El autor es investigador del Instituto de Estudios regionales, Iner de la Universidad de Antioquia., Ciudad Univer-sitaria. Oficina 243. Dirección electrónica: [email protected]

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cial” (sensu Jameson, 1991: 154) han emer-gido múltiples agendas y programas de in-vestigación que convocan diversos sabereshacia la constitución de lo que podría de-nominarse las teorías socioespaciales, unproceso que se encuentra en plena marcha.

Una tarea fundamental en esta dirección esconstruir una ontología del espacio que,partiendo de situar lo que históricamenteha sido su tratamiento en la filosofía y lasciencias, trate de suministrar argumentos afavor de una recomposición del lugar delespacio frente a otras categorías fundamen-tales como tiempo y sociedad, y con ello,logre sustentar y delimitar epistemológica-mente lo que sería el ámbito temático deuna teoría socioespacial.

Espacio y sociedadDado que el “giro espacial” se ha operadoen el contexto de intensos debates sobrela validez e incluso sobre las finalidadespolíticas de los sistemas de pensamientoque aspiran a la universalidad es difícil cuan-do no imposible hallar consenso acerca deuna ontología del espacio que pudiera ope-rar a la manera de un paradigma (sensu Kuhn,1992).

No obstante, por principio se ha privilegiadoel tratamiento del tiempo respecto del espa-cio en el pensamiento occidental, por lo me-nos desde Kant hasta Heidegger (Foucault,1967; Soja, 1994; Harvey, 1989; Pardo, 1992).Esta percepción habría determinado la dis-tribución epistemológica de lo espacial en lasciencias modernas, al igual que el tipo de tra-tamiento que el espacio y las espacialidadeshan recibido específicamente por parte de

las ciencias sociales. Ello desde luego noquiere decir que con anterioridad al giro es-pacial, el espacio haya ocupado un lugar se-cundario en la vida social, sino que la supe-ditación a la historia y al tiempo, como re-cursos fundamentales de ordenamiento yexplicación de los fenómenos sociales y hu-manos, opacó y acaso enmascaró ideológi-camente la importancia que el control políti-co del espacio podía tener para el estableci-miento de las formas de poder que han pre-dominado en la modernidad.

De hecho, la primacía del tiempo sobre elespacio fue decisiva para la constitución deun modelo geopolítico y de una política dela interpretación (White, 1992: 75) de lossaberes de la modernidad. Y yendo haciaatrás puede decirse que el concepto, talcomo se configuró desde el siglo XVIII, seirguió, no sin cambios, sobre la herencia deantiguas oposiciones entre alma y cuerpo,espíritu y materia propias del pensamientogriego clásico y judeocristiano. Así, en lossistemas filosóficos modernos, y notable-mente a partir de Hegel (1837/1985), la al-teridad relativa a la simultaneidad espacialde los lugares geográficos fue domesticadarecurriendo a un modelo de tiempo históri-co de carácter evolutivo, conforme al cuallas sociedades occidentales ocupan el lu-gar del presente y el futuro, mientras quelas sociedades no occidentales se han ubi-cado en un pasado protohistórico o pre-histórico. Esta lógica, subyacente a los es-quemas de progreso y luego de desarrolloy modernización, erigió como modelo lascaracterísticas económicas, políticas y cul-turales de los centros metropolitanos,mientras que paralelamente exigía a los lu-

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gares periféricos que transformaran susgeografías, sus paisajes, sus arquitecturasy sus tecnologías –en suma sus espaciali-dades–, como condición para ingresar a la“punta de lanza” de la evolución.

A esta geopolítica corresponde una carto-grafía del pensamiento. Mientras el tiempoy las temporalidades gozaron de una relati-va unidad y autonomía ontológicas, la con-ceptualización del espacio y las espaciali-dades se fisionó entre un espacio matemá-tico-físico, objetivo y verdadero –conside-rado una exterioridad del ser–, y un espa-cio sensible, aparente y subjetivo –interioral ser y supeditado a la conciencia que estepudiese desarrollar del tiempo–. Ello con-llevó a que fueran las ciencias físicas y na-turales las autorizadas para tratar el espa-cio, desplegando para el efecto procedi-mientos de medición y cuantificación de suscontenidos y relaciones. Además, el espa-cio sensible (en tanto subjetivo, aparente,accesorio y ontológicamente reductible ala cuestión temporal) no podía constituirseen objeto lícito de estudio de las cienciassociales, pues éstas, aparte de algunos re-clamos en torno de su especificidad paratratar los aspectos particulares y contingen-tes del ser humano (p.e. el historicismo. Cf.Aron, 1996: 31), tenían como paradigma elmodelo con aspiraciones de universalidadde las ciencias naturales. En consecuencia,el tratamiento de lo espacial en las cien-cias sociales no sólo ha estado relegado aun papel subordinado, sino que ademásimplica una situación esquizofrénica pues:

en los intentos de constituir una cienciadel hombre, un saber acerca del sujeto(esto es, de ese entorno psíquico que es

lo único que la ciencia físico-matemáti-ca ha excluido de su imperio), del ‘alma’o del ‘espíritu’, esta pretendida ciencia –para serlo – se moldea sobre el espaciogeométrico-mecánico de la ciencia na-tural, emprendiendo un camino verdade-ramente intransitable (dar cuenta de lasubjetividad excluyendo previamente ala subjetividad misma) (Pardo, 1992: 251).

Tal precariedad ontológica ha implicado quela incorporación del espacio a los principa-les sistemas del pensamiento social moder-no, especialmente a aquellos con aspira-ciones cosmopolitas, haya sido un hecho“profundamente desgarrador de sus posi-ciones centrales y derivaciones” (Harvey2000: 539). Lo mismo conllevó por ejem-plo, en el caso de la teoría marxista clásica,a calificar el espacio como un “asunto in-necesario”, e incluso a que en la geografíadurante bastante tiempo la cuestión espa-cial no fuera considerada más allá de unparámetro meramente heurístico (Delgado2003:20).

Es así como la conceptualización del espa-cio que ha predominado en las ciencias na-turales y sociales, se refiere a:

un espacio neutro, isomorfo, isótropo,infinito, uniforme. Se trata de un espa-cio material, de naturaleza geométrica,entendido como extensión. El espaciocomo una superficie objetiva, en la quese sitúan y ubican tanto los fenómenosfísicos como los sociales o políticos. Elespacio escenario es, en lo conceptual,un espacio vacío, un espacio continenteo contenedor, que tanto puede represen-tarse lleno de objetos y actores comodesprovisto de ellos (Ortega, 2000: 342).

Como se mencionó, en las ciencias socia-les el espacio quedó reducido a una cues-

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tión heurística de manejo de las escalasdentro de un sistema taxonómico de dife-renciación territorial, o a una figura retóri-ca que aprovecha metáforas con referen-tes espaciales para dar forma a narrativasgeográficas, históricas, políticas, antropo-lógicas y sociológicas (Agnew, 1994:261).

De forma paralela y, en cierto modo, subsi-diaria de la fractura entre espacio objetivoy subjetivo, el tratamiento de los conteni-dos sociales tangibles en el espacio; es de-cir, de las materialidades, ha sido bien el deuna mirada mecánica, interesada por lassustancias, las mercancías y las funcioneso el de una mirada espiritual interesada porla manera en que lo social se derrama so-bre los cuerpos, los objetos, las cosas y susrelaciones, como soportes y acaso expre-siones de la cultura (Cf. Debray, 1997: 159,Dagognet, 2000: 14). La escisión entre loanimado y lo inanimado, entre lo humanoy lo no humano ha dificultado el pensa-miento sobre el lugar que ocupan las ma-terialidades en las relaciones sociales (La-tour, 1992). Y pese a que las materialidadespueden ser consideradas, aún desde unaontología mecánica del espacio, como par-te constituyente del mismo, los estudios dela cultura material y de la técnica, han sidoescasamente integrados a los estudios delespacio y la geografía (Santos, 2000: 27).

De cara a estas dificultades, se ha plantea-do la necesidad de constituir un “pensa-miento del afuera” (Deleuze y Guattari,1994: 381), de las “formas de la exteriori-dad” (Pardo, 1992), que parta de conside-rar que nuestra existencia es forzosamenteespacial, que somos cuerpos que ocupa-

mos un espacio, que pensamos en el espa-cio y a los cuales el espacio pre-ocupa.Entre la creciente “muchedumbre de co-sas”: objetos, útiles, máquinas y construc-tos estéticos, las prácticas sociales y lastécnicas de espacialización producen nue-vas espacialidades; es decir, determinadasformas de disposición, distribución, distan-ciamiento y relación entre los entes en elespacio (paisajes, territorios, lugares, cuer-pos y artefactos).

Tal definición, que hemos adaptado de Par-do (1992: 16), parte necesariamente de tras-cender la oposición ya mencionada entreespacio objetivo y subjetivo. No hay lugarpara un subjetivismo o idealismo en la me-dida en que se reconoce que el espacio,como exterioridad, como extrañamiento,afecta la existencia, incluyendo el pensa-miento, y no hay lugar para un objetivismoen la medida en que el espacio no es deninguna manera un receptáculo que puedeser vaciado de sus contenidos sin que pier-da su condición de existencia: el espacio esen la medida en que se habita, usa y signi-fica.

La idea del espacio como producto y a suvez productor de lo social ha sido desarro-llada en extenso por Henri Lefebvre (1991),quien ha señalado la existencia de una re-lación trialéctica en el proceso de produc-ción del espacio: entre prácticas espacia-les, espacios representados y espacios derepresentación. Su planteamiento fue reto-mado posteriormente por Soja para referir-se al espacio percibido (físico), el espacioconcebido (pensado) y el espacio vivido (re-presentado) (Soja, 1996: 76). Estas teorías

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han significado un avance importante en laconstitución de una teoría de lo socioes-pacial.

En esta medida, se prefigura una transfor-mación de las relaciones entre espacio ysociedad, superando la forma tradicional deconsiderar el espacio como un contenedorfísico sobre el que se derraman las actua-ciones sociales y de ver las espacialidadescomo simples expresiones, epifenómenoso revestimientos de algo más esencial,como sería lo económico, lo político o locultural. A su vez, se previene el retornohacia determinismos ambientales, geográ-ficos y tecnológicos que podrían conllevara un “espacialismo” al considerar de formamecánica el espacio como determinante delo social.

Relaciones entreespacio y tiempo

Pero queda pendiente avanzar en la mismadirección respecto de las relaciones entrelo espacial y lo temporal. La crítica al pri-mado del tiempo sobre el espacio en elpensamiento occidental no debe conllevaruna inversión de las jerarquías e incluso elsincronismo y el anacronismo de las mira-das sobre el espacio (Soja, 1994). Espacioy tiempo sólo pueden separarse para pro-pósitos de análisis; son dimensiones a lasque en determinadas condiciones se lesconcede la bondad de servir como ángulode observación de lo social. Desde estaperspectiva quizá sea apropiado emplear elconcepto de “TiempoEspacio” (Wallerstein,1997; May y Thrift, 2001) para designar unarelación equilibrada entre una y otra dimen-

sión, señalando igualmente la naturaleza desu indivisibilidad al interior de las prácticasy procesos sociales.

En la misma medida en que los teóricos dela geografía histórica han planteado el es-pacio como una entidad sujeta a transfor-maciones diacrónicas, es necesario plantearuna geografía del tiempo que parta de con-siderar la “multiplicidad de historias que sonel espacio” (Massey citado por Amin, 2002:391). En otras palabras, y sin desconocer losaportes que hayan podido realizar las geo-grafías históricas a partir de una diferencia-ción de los espacios en virtud del tiempo: esnecesario “abrir y recomponer el territoriode la imaginación histórica a través de unaespacialización crítica” (Soja, 1994).

En esta dirección se hace necesario eva-luar los postulados sobre la pluralidad deltiempo como producto histórico y social(véase Braudel, 1974: 60; Le Goff, 1991; Ko-selleck, 2001; Ricoeur, 1998) a la luz de con-sideraciones recientes sobre la manera enque la pluralidad del espacio social puedeestar relacionada con la simultaneidad dediferentes ritmos históricos (Santos, 2000:134). Esto puede ser útil para comprenderformas de configuración del TiempoEspa-cio en contextos geográficos e históricosespecíficos. Además, esta tarea se ofrececomo una posibilidad de evaluar crítica-mente planteamientos recientes acerca delsurgimiento de cambios más o menos ge-neralizados en la experiencia del TiempoEs-pacio en la era global (May y Thrift, 2001).

Pero, “¿Cómo ir más allá del discurso quepredica la necesidad de tratar paralela-

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mente el tiempo y el espacio [...] Cómo tra-ducir en categorías analíticas esa mezclaque hace que el espacio sea también eltiempo y viceversa?” (Santos, 2000: 44). Unaposibilidad está en tratar las categorías deespacio y tiempo según parámetros com-parables, lo cual puede lograrse medianteuna “empirización” del segundo, cuyo arrai-go en el principio de sucesión y no de si-multaneidad (como ocurre con el espacio)lo hace sin lugar a dudas más abstracto. Talempirización del tiempo sería posible alaproximarse a la materialidad de las técni-cas como “dato constitutivo del espacio yel tiempo operacional y del espacio y eltiempo percibidos” (Santos, 2000: 48).

Es precisamente el estudio de las técnicasel que permite efectuar una evaluación crí-tica de postulados recientes acerca de unasupuesta compresión del tiempo y el espa-cio en la globalización (Harvey, 1989; Cas-tells, 1999), en la medida en que develacómo, a la par que se han desarrollado tec-nologías que reducen las diferencias espa-ciales y temporales (p.e. transportes y re-des de información), dichas diferencias co-existen con tecnologías que introducennuevas espaciotemporalidades, no necesa-riamente reductoras de las diferencias (p.e.tecnologías de la luz eléctrica y el cinema)(May y Thrift, 2001).

Ahora bien, una aproximación crítica ten-diente a la reubicación de lo espacial res-pecto de lo social y lo temporal, cuyas lí-neas generales hemos expuesto hasta aquí,repercute en la reelaboración de nocionesy conceptos sensibles a la concepción delespacio, tales como lugar, territorio, cultu-

ra material, paisaje y cartografía. Dicho pro-ceso de reelaboración se hace visible a pro-pósito de debates contemporáneos queson centrales al desarrollo y la aplicaciónde las teorías socioespaciales, algunos delos cuales serán abordados a continuación.

(Des)territorialidades y(No)lugares

Recientemente, conceptos como territorioy lugar han sido puestos en duda en cuan-to se les ha asociado a concepciones de-masiado estáticas y excluyentes como paraavanzar en la comprensión de las espacia-lidades porosas, yuxtapuestas y móviles quese le endosan a los procesos de globaliza-ción. En su lugar se han implementado con-ceptos abiertamente críticos como “no-lu-gar” y “desterritorialización”.

El primero de ellos señala la emergencia derealidades espaciales que no correspondenal “lugar antropológico” en donde “la iden-tidad, las relaciones y la historia de los quelo habitan se inscriben en el espacio”, sinoa “espacios de la circulación, de la distri-bución y de la comunicación, donde ni laidentidad, ni la relación, ni la historia sedejan captar” (Augé, 1996: 98).

Por su parte con el concepto de desterrito-rialidad señala que: “Las relaciones ‘globa-les’ son conexiones sociales en las cualesla localización territorial, las distancias te-rritoriales y las fronteras territoriales no tie-nen una influencia determinante. En el es-pacio global ‘el lugar’ no está territorialmen-te fijado, la distancia territorial es cubiertaen un no-tiempo efectivo y las fronterasterritoriales no presentan un impedimento

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particular” (Scholte citado en Amin, 2002:386).

Estas ideas –que no dejan de tener un cier-to tono apocalíptico en la medida en queanticipan la muerte de la geografía, las dis-tancias y los límites espaciales por efectode los flujos y las velocidades de circula-ción de las transacciones económicas, tec-nológicas e informáticas– han desatado unintenso proceso de debate y reconceptua-lización. Así por ejemplo, se ha planteadoque el lugar, cualquiera que sea su tempo-ralidad, sería “un lugar abierto, poroso, hí-brido cuya especificidad se deriva, no dealgunas raíces míticas internas, ni de unahistoria de relativo aislamiento – que aho-ra sería interrumpida por la globalización–,sino precisamente de la absoluta particu-laridad de las mixturas e influencias que seencuentran allí (Massey citado por Amin2002: 392). Se trata de un lugar en el queconfluyen y se yuxtaponen de manera par-ticular nuevas y viejas espaciotemporalida-des, redes de prácticas espaciales y memo-rializaciones diferentes, lo cual no sería pri-vativo de la era global (Amin, 2002: 392).

Así mismo Tuathail (1998) ha planteado que,

Territorio y territorialidad no son onto-logías discretas, son construcciones so-ciales entretejidas con capacidades tec-nológicas, máquinas de transporte, logís-ticas militares, instituciones sociales,autoridades políticas y redes económi-cas. Las sociedades humanas producen,reproducen y también destruyen territo-rios y territorialidades. Nuestra tarea esteorizar críticamente las territorialidadespolimorfas producidas por lo social, loeconómico, lo político y la maquinariatecnológica de nuestra condición pos-

moderna, más que rechazar esta comple-jidad, reduciéndola a dramas singularesde una resistencia de lo territorial o deuna desterritorialización imparable.

Aquí es importante anotar que las nocio-nes fundadoras del territorio se relacionancon la idea de un espacio geográfico referi-do al dominio y la soberanía del Estado (talcomo lo planteó Friederich Ratzel a propó-sito de la geografía política). De su enun-ciado clásico, el concepto de territorio si-gue guardando una dimensión política: “elterritorio es fundamentalmente un espaciodefinido y delimitado por y a partir de rela-ciones de poder” (Souza, 1995), dado que“las practicas territoriales [...] forman partede la propia naturaleza del poder. Son unsigno de éste [...] No hay poder sin territo-rio” (Ortega, 2000: 530). No obstante, atono con la reelaboración conceptual queen los últimos años se ha hecho de las ca-tegorías analíticas con las cuales se piensala dimensión socioespacial, el concepto deterritorio ha trascendido: 1) las escalas es-paciales del Estado-nación, 2) el ejerciciode la territorialidad como función exclusivade éste, 3) la cuestión de lo espacial referi-da exclusivamente al soporte físico de la so-beranía del Estado y 4) el poder como elcontrol efectuado por las instituciones delEstado.

Las territorialidades, esto es, las formas ygrados de apropiación, dominio y controldel espacio, sea este vivido, percibido oconcebido, se despliegan también en elámbito de lo internacional y lo infraesta-tal, siendo ejercidas tanto por agentes in-dividuales como colectivos, por organiza-ciones transnacionales, empresas, esta-

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dos, regiones o comunidades locales(Montañez, 2000: 20; Correa, 1994: 252).De otra parte, lo que se territorializa no essólo el espacio físico o geográfico en sen-tido tradicional, sino también los objetos,los cuerpos, las técnicas, las mercancías,las redes de intercambio económico e in-formación. Por último, las formas de ejer-cicio de poder que se relacionan con losprocesos de territorialización, trasciendenla consideración tradicional del podercomo dependiente de la esfera de las de-cisiones estatales, reconociéndose el pa-pel activo de la dinámica política intraes-tatal (p.e. regiones y localidades) al igualque últimamente, los movimientos socia-les y las ONG que trascienden las fronte-ras estatales poniendo en contacto reali-dades locales con causas globales.

A su vez, la conceptualización del lugar hatransitado desde una idea del mismo comoespacio dado, escenario autocontenido yen cierta medida aislado, hacia la de un lo-cus que se constituye mediante prácticaslocalizadas que ponen en contacto, de for-ma singular, redes de relaciones sociales deamplitud local y extra-local. No obstante,sigue guardando la idea del espacio singu-lar por excelencia, en donde buena partede las relaciones se construyen cara a carade manera cotidiana.

Estas reconceptualizaciones indican que lasconsideraciones sobre procesos de “des-territorialización” y emergencia de los “no-lugares”, se han hecho sobre la base de unacrítica a conceptos estáticos, esencialistasy autocontenidos de lugar y territorio, lo-grando con ello señalar más la urgencia de

repensar estas categorías, que una consta-tación de que las realidades espaciales alas cuales se quiere aludir con estos con-ceptos hayan poseído históricamente oposean actualmente esas mismas caracte-rísticas. En otras palabras, a la par que seha venido observando el intenso procesode cambio de las geografías del mundo du-rante las últimas décadas, nos hemos per-catado que la forma en que se venían pen-sando las territorialidades y los lugares erademasiado estática y aislada como paracomprender los procesos espaciales con-temporáneos, y aun aquellos que antece-dieron la época actual.

Procesos de re-escalamientoEl problema de un conocimiento geográfi-co y en general espacial, cuyas categoríasde análisis tradicionalmente han dado másimportancia a sus características intrínse-cas que a las relaciones entre categorías,se pone de manifiesto en reflexiones críti-cas acerca del manejo de las escalas espa-ciales. Tradicionalmente, el territorio ha sidodividido de acuerdo con una serie de uni-dades de adscripción espacial, configuran-do jerarquías concéntricas o verticales, cuyaexpresión más conocida es la de entidadesterritoriales con valor geopolítico que vande lo global, pasando por lo internacional,lo nacional y lo regional, para llegar a lo lo-cal, y que se han considerado durante bas-tante tiempo las unidades de existenciasocial e integración territorial por naturale-za (Brenner, 2001; Swyngedouw, 2004: 15).

La cuestión escalar ha sido manejada de for-ma implícita y confusa en las ciencias so-

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ciales (Agnew, 1994; Brenner, 2001; Amin,2002; Howitt, 2003), predominando el usoheurístico de los principios de medida y ni-vel, pero sin mayor atención al principiorelacional que les es inherente. Sin embar-go, éste tiene la suficiente importancia, tan-to a nivel teórico como político para plan-tear que:

no hay solo entidades de amplia escala(globales o nacionales) que contienenentidades de escala más reducida, sinoque las entidades de amplia escala sonal mismo tiempo contenidas al interiorde las entidades de escala reducida. Sise piensa la escala como medida, estaobservación puede ser cuando menosparadójica, aún [sic] sin sentido. Pero esclaro que hay un nexo dialéctico ineludi-ble, por ejemplo entre la cultura nacio-nal y los valores individuales. Estos últi-mos claramente contienen, responden,encierran y son construidos por la pri-mera. De forma similar si se piensa laescala como nivel, la mutua incorpora-ción que caracteriza lo que Swyngedouw(1992, 1997) ha denominado ‘glocaliza-ción’ es completamente incomprensible.Cualquier localidad (espacio a escala lo-cal) está constituida no solo por cosasque están directamente manifestadas alinterior de la localidad, sino además porrelaciones transescalares (Howitt, 2003).

En esta perspectiva se plantea la idea delas configuraciones escalares (scalar confi-gurations) como “el resultado de procesossocio-espaciales que regulan y ordenan re-laciones sociales de poder. Como cons-trucción geográfica, las escalas llegan a serescenarios en torno de los cuales las co-reografías de poder socio-espacial sonejercidas y representadas” (Swyngedouw,2004: 4).

La relevancia política del tema se deriva delhecho de que la redefinición de la jerarquíade las relaciones entre entidades territoria-les (reescalamiento/rescaling), incluso de lacreación o supresión de entidades (saltoescalar/scalar jump), se relaciona con cam-bios en la geometría del poder mediante laextensión de los espacios de dominio ycontrol por parte de algunos, a costa de ladisminución de los espacios correspondien-tes a otros (Swyngedouw, 2004: 19).

En este sentido, es probable que más queun debilitamiento de los territorios y los lu-gares, de lo que se trata en la época con-temporánea es de una recomposición delas estructuras jerárquicas conforme a lascuales son definidas las relaciones y ten-siones entre los diferentes espacios de po-der. Tal posibilidad requiere el desarrollo deinvestigaciones expresamente dirigidas acomprender la forma en que se han estruc-turado históricamente dichas jerarquías, locual pasa necesariamente por estudiar lamanera en que unidades territoriales tradi-cionalmente consideradas como fijas y pi-ramidalmente dispuestas (Estado, región,localidad), fueron construidas y desplega-das para ordenar los espacios coloniales,estatales y nacionales, que de alguna ma-nera prefiguraron las tendencias de la pro-blemática geopolítica actual (p.e. Mac Leody Goodwin, 1999; Agnew, 1994).

Esta tarea requiere preguntarse por la inte-racción entre lo político y lo cultural enmedio del debate sobre el espacio (Mars-ton, 2004), para estudiar la forma en que elEstado es entendido como una realidadconcreta, espacialmente abarcable, por

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medio de imágenes, metáforas y prácticasrepresentacionales; es decir, ¿cómo se es-pacializa el estado y en general las diferen-tes instancias de gobernabilidad y ejerciciode la política (Fergusson y Gupta 2002,Abélès 1997), incluyendo aquellas nuevasformas políticas desplegadas local y global-mente por diferentes ONG y movimientossociales?

En esta perspectiva, quizá sea en la diná-mica de cambio y constitución de las fron-teras en donde se puedan hacer visibles conmayor nitidez los procesos de escalamien-to, re-escalamiento y salto escalar, lo quese constituye en una posibilidad para tras-cender los enunciados fáciles acerca de ladesaparición de los límites en la era global(Paasi, 1998).

MaterialidadesComo ya se ha anotado, el primado deltiempo sobre el espacio en el pensamientooccidental se articula estrechamente conel tratamiento dado a las materialidades, losobjetos, los cuerpos; en suma, las cosas quehacen parte de las espacialidades: simplesformas y sustancias que las tecnologías pro-cesan, mercancías que se intercambian obien vehículos que expresan materialmen-te las estructuras, patrones o ideas socia-les y culturales.

Si el espacio y las espacialidades han ocu-pado un lugar periférico frente a la hege-monía del tiempo, las materialidades hansido periféricas incluso en los discursos so-bre el espacio. Ello tiene que ver con la es-cisión entre la materialidad como exteriori-dad y la conciencia como interioridad en el

pensamiento moderno. En el sistema he-geliano, al espíritu pensante, auto conteni-do, libre, unificado y centrado se opone lamateria inconsciente, fuera de sí, grávida,plural y descentrada. La naturaleza, tambiénopuesta al espíritu, es el ámbito de lo exte-rior, de las sensaciones y los impulsos, asícomo de los objetos, la técnica y la prácti-ca (Hegel, 1837/1985: 63). En esta oposi-ción, la conciencia de sí, el espíritu de unpueblo es constituido en relación con lamemoria que la sociedad posee de su his-toria, memoria que es institucionalizada conel advenimiento del Estado y consagradamediante el ejercicio del lenguaje verbal ysobre todo del lenguaje escrito en cuantosoporte y medio por excelencia para fun-damentar el conocimiento histórico y de lassociedades contemporáneas.

Por contraposición, los objetos y los cuer-pos en su condición de exterioridad sonrecipientes pasivos sobre los que se derra-ma la espiritualidad. Como consecuencia deello, las arqueologías, las historias del artey los estudios sociales de la técnica y la tec-nología tradicionalmente han constituidodiscursos dispersos y sin mucha conexióncon los “núcleos duros” del pensamientosocial, como son la historia, la sociología,la psicología y la antropología.

Desde algunos planteamientos relativamen-te recientes se ha emprendido una revisióncrítica de esta situación, resaltando el rolactivo de las materialidades en la configu-ración de las prácticas sociales, económi-cas y políticas. Así, desde la arqueología ladenominada “cultura material” ha sido abor-dada como simbólicamente constituida, so-

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cialmente activa e ideológicamente media-da (Hodder, 1995: 12,;Shanks y Tilley, 1994:130), desde la economía política se ha pues-to de manifiesto que las mercancías gene-ran comportamientos sociales que van másallá de la mecánica del intercambio, queexiste una “vida social de las cosas” (Bau-drillard, 1969, Appadurai, 1986), y aun losestudios históricos sobre la lectura han re-definido los textos como parte de la cultu-ra material y, en tal sentido, han planteadoque las características del soporte físico dellenguaje escrito no son un aspecto secun-dario en la conformación histórica de loshábitos de lectura y escritura (Chartier,2000).

Finalmente, la denominada teoría de redesy actores (Actor-network Theory) ha conside-rado que el espacio se constituye por re-des entre “actantes”, categoría que incluyetanto a entes humanos como no-humanoscon lo cual desdibuja la línea de rupturaentre lo orgánico y lo inorgánico, lo espiri-tual y lo material. En esta perspectiva:

tener un cuerpo es aprender a ser afec-tado, esto es efectuado, movido, pues-to en movimiento por otras entidadeshumanas o no humanas [...] El cuerpo noes entonces una residencia provisionalde algo superior –un alma inmortal, louniversal o el pensamiento–, sino lo quepermite una trayectoria dinámica en lacual aprendemos a registrar y a volver-nos sensitivos acerca de lo que el mun-do está hecho. (Latour, 2000).

Narrativas del espacioOtro debate que compromete la reelabo-ración conceptual de las categorías analíti-cas de la espacialidad tiene que ver con la

forma en que se quiere transmitir el cono-cimiento del espacio, lo cual suele hacersefundamentalmente mediante el lenguajeescrito y gráfico (mapas e imágenes). Amenos que se considere que el lenguaje esuna suerte de espejo sobre el cual se pro-yecta de manera directa el mundo, el pro-blema que surge es que los discursos em-pleados para expresar el conocimiento delespacio están sujetos no sólo a la cargateórica con la cual los marcos de referenciadisciplinar o filosófica ordenan los proce-dimientos de investigación, sino ademáspor factores ideológicos imperantes en elcontexto sociocultural y político de los in-vestigadores (Duncan y Ley, 1994).

Diferentes críticas y soluciones han sidoplanteadas a este problema, que en princi-pio excede el dominio de las representa-ciones sociales del espacio, abarcando elámbito del conocimiento en general (cf.Rorty, 1995). No obstante, en el caso de lasdescripciones, explicaciones e interpreta-ciones que buscan producir conocimientosobre lo espacial, es fundamental tener encuenta que las espacialidades mismas afec-tan la forma en que podemos conocer, con-trariando la idea de un conocimiento devalor universal basado en un lenguaje neu-tral, pues existe una estrecha relación en-tre los lugares de enunciación y los lugaresrepresentados (Duncan, 1994).

Ello se puede hacer visible a propósito dela manera en que han sido representadoslos paisajes (landscapes/landschaft). El paisa-je nace fundamentalmente como una no-ción ligada a la representación visual de lanaturaleza: “El paisaje pictórico constituye

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la prehistoria del concepto geográfico” quedeviene en una narrativa de la “apariencia”como expresión de la singularidad geográ-fica (Ortega, 2000: 349). Como forma de re-presentación pictórica, el paisaje emerge enel contexto de invención de la perspectiva,lo que supone la invención de un ángulode apreciación, fuera de la imagen misma,desde el cual se puede observar cómoda-mente el cuadro de una naturaleza espa-cialmente organizada en tres dimensiones(Cosgrove citado en Thomas, 2001: 168;Duncan, 1994: 41). Estas mismas caracte-rísticas imperaron en la conceptualizacióndel paisaje, cuando en el curso de los si-glos XIX y XX se constituyó en objeto cen-tral de la geografía. El paisaje, en tanto queapariencia, expresa una síntesis de aspec-tos naturales y sociales, históricos y cultu-rales que hacen un determinado espacio di-ferente de los demás y, en consecuencia,se ofrece como una narrativa sumamenteeficiente para soportar la idea del espíritude los pueblos y las naciones.

Críticas recientes han planteado que el pai-saje “como un registro acumulado de conti-nuidad y tradición, que nos permite el acce-so a un pasado auténtico, es fundamental-mente ideológico” (Thomas, 2001: 166). Elpaisaje es un artefacto y una condición deposibilidad; es a la vez espacio representa-do y reproducción de sentidos y normas cul-turalmente estructurados: “El paisaje no tie-ne ninguna relación con lo puro, con unanaturaleza naturalizada, sino que está com-puesto de infinidad de pliegues que se hanido construyendo y se siguen construyendoy que han realizado la infinidad de variacio-nes paisajísticas” (Castrillón, 2000: xiv).

El paisaje es el producto de una forma mo-derna de mirar, que es también una rela-ción de poder; se trata de una mirada des-ligada de la imagen, de un alma y un pensa-miento desplegados desde fuera del espa-cio, que adoptan un ángulo único y privile-giado desde el cual se controla las relacio-nes entre los contenidos de la naturaleza yla sociedad; una mirada que es, por exce-lencia, la del ciudadano o propietario de tie-rra masculino, que aprecia la naturaleza conromanticismo o mide la extensión y el con-tenido de sus dominios. En estos términos,la invención del paisaje corresponde conel surgimiento de una forma de mirar la na-turaleza como extensión susceptible deposesión, una naturaleza que es tambiénfemenina y en tal sentido objeto pasivo delplacer visual androcéntrico.

Como una manera de trascender esta ten-sión entre el lugar de la representación y ellugar que se representa, se ha propuestoun concepto del paisaje que involucra alobservador mismo, de tal manera que nosea un paisaje representado desde afuera,sino un “paisaje social” vivido por sus ha-bitantes:

Una red de lugares relacionados que semanifiesta gradualmente a través deprácticas habituales e interacciones, através del acercamiento y afinidad quela gente ha establecido con algunos si-tios, y a través de eventos importantes,fiestas, calamidades y sorpresas que hanatraído su atención hacia ciertos puntos,ocasionando que sean recordados e in-corporados en relatos (Thomas, 2001:173).

La aprehensión de tal “paisaje social” exigeel despliegue de una mirada situada al in-

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terior del paisaje mismo. Pero además, enel caso de un observador proveniente deotro contexto sociocultural u otra tempo-ralidad, supone un ejercicio de acercamien-to a la alteridad, lo cual constituye un pro-blema más amplio que involucra todo es-fuerzo por imaginar las narrativas del “Otro”reconociendo la distancia espacio-tempo-ral del observador. Así como el antropólo-go trata de conciliar las perspectivas etic o“experiencia distante” (el punto de vista delcientífico) y emic o “experiencia próxima” (elpunto de vista del nativo) (Geertz ,1994: 74),o el historiador se debate entre “explicar” y“comprender” las acciones de los sujetosen el tiempo (Ricoeur, 1998: 220), el pensa-dor de las espacialidades sociales trata detrascender la oposición entre concepcio-nes del espacio alternas y propias.

La tentativa por acceder a las representa-ciones que del espacio posee “el Otro” (si-tuado en temporalidades y espacialidadesdiferentes al ángulo de visión de la propiacultura y la propia sociedad) ha sido em-prendida a menudo adoptando el concep-to de mapa mental o cognitivo, lo que hadado pie al desarrollo de las denominadascartografías sociales (Paulston y Liebman,1994). En estricto sentido es preciso dife-renciar entre las cartografías como “repre-sentaciones gráficas que facilitan un enten-dimiento espacial de las cosas, conceptos,condiciones, procesos o eventos en el mun-do humano” (Harley citado en Woodward yLewis, 1998) y corresponden fundamental-mente a los mapas como artefactos quehacen parte de la cultura material del mun-do occidental y a una serie más amplia deotros artefactos, imágenes mentales e in-

cluso de prácticas sociales (rituales, gestos,relatos orales, pinturas corporales) que endiferentes contextos históricos y cultura-les pueden corresponder a esquemas deordenamiento espacial de la vida social(Woodward y Lewis, 1998).

No obstante esta diferencia, es posible con-siderar, desde los planteamientos de unacartografía crítica, que el mapa (como re-presentación mental, artefacto o actuaciónque ordena el espacio), tampoco es una re-presentación directa del espacio como ex-terioridad. Los mapas deben ser abordadoscomo una construcción social del mundo,como artefactos que son a la vez estructu-rados y estructurantes de las realidadesespaciales, incluyendo notablemente lasintencionalidades políticas (Woodward yLewis, 1998, Harley citado por Capdevila,2002). Así por ejemplo, un análisis críticode la cartografía debería tomar en conside-ración tres aspectos: “(1) el contexto delcartógrafo, donde cabe tener en cuentatoda la cadena de producción del mapa consus diferentes actores, técnicas y herra-mientas, la intención del autor y la maneracómo la desarrolla, la intención del promo-tor y su influencia sobre el mapa, el efectodel mercado al cual va dirigido, etc.; (2) elcontexto de otros mapas, considerando elestudio comparativo de características to-pográficas lineales, de la toponimia y de lacartobibliografía relacionada, y (3) el con-texto social, dado que el mapa es una ma-nifestación cultural producida en un lugar yun periodo concretos, donde se da un or-den social determinado” (Capdevila, 2002).

En lo que se refiere estrictamente a la car-tografía occidental, es bien sabido que el

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ejercicio cartográfico ha incorporado susdesarrollos técnicos más importantes de lamano de proyectos políticos, económicosy militares que buscan anexar o defenderdeterminados territorios y sus recursos,desde las primitivas cartas de navegaciónhasta las sofisticadas imágenes satelitalesy coberturas georreferenciadas que alimen-tan los Sistemas de Información Geográfi-ca –SIG–. También es claro que los mapasconstituyen un instrumento sumamente útilpara la constitución de relatos de sobera-nía o propiedad, en los cuales resulta es-tratégico hacer visible, enfatizar u ocultarciertos contenidos, relaciones o delimita-ciones espaciales, conformando así unagramática de poder. De acuerdo con Harley(citado en Albet, 2003), el agente humanoque ocupa el lugar central del mapa, esaquel que orquesta el diseño gráfico delmismo y es quien ejerce el poder.

Pero a la par que se desarrolla un pensa-miento crítico de las narrativas del espacioy específicamente de la cartografía se asis-te en realidad a un despliegue tecnológicoimpresionante en la materia, que se sopor-ta en planteamientos más o menos radica-les del mapa como representación miméti-ca del espacio. Así en los Sistemas de In-formación Geográfica –SIG– impera la con-sideración de que las representaciones ge-neradas mediante la manipulación digital deaerofotografías, imágenes de satélite y co-berturas georreferenciadas reflejan un vín-culo directo entre los espacios físicos y losprocesos geográficos, a tal punto que se as-pira a predecir escenarios futuros median-te modelos de simulación (Schurmann,2002: 74).

Ello ha generado una tensión con repercu-siones importantes entre los críticos de lanarrativa espacial como mimesis y los exper-tos en SIG. Y ha llevado por ejemplo a quelos primeros se desentiendan del manejotécnico de las herramientas y los segundosprescindan de una interlocución absoluta-mente necesaria para calcular las repercu-siones sociales de su aplicación. No obstan-te, es preciso reconocer que los SIG repre-sentan una tecnología social que puede es-tar influenciada por las políticas institucio-nales y al mismo tiempo influir en su redi-reccionamiento, e igualmente que el empleode estos sistemas de información a menudoconlleva a la producción de entidades abs-tractas (p.e. ecosistemas, zonas de riesgo)que no obstante adquieren materialidad porintermedio de las acciones institucionales,científicas y sociales (Schurmann, 2002: 79).En este sentido se plantea la necesidad deabordar de manera integrada las reflexionesacerca de cómo es posible y qué repercu-siones de toda índole puede tener el ejerci-cio de representar espacialidades y el trata-miento técnico del tema.

Como ha sido señalado anteriormente, losretos que las narrativas del espacio plan-tean respecto a la superación de la repre-sentación del mundo como mimesis no sonexclusivos del tema espacial (Cf. Rorty,1995). No obstante, la afectación que lasespacialidades mismas producen en nues-tras representaciones del espacio consti-tuye un problema central para el desarrollode los estudios socioespaciales.

Partiendo de la certeza de la identificaciónde las representaciones de espacio y tiem-po como dispositivos políticos; es decir, del

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advertimiento del conocimiento del espa-cio y el tiempo como elementos estrecha-mente articulados con la estructuración deestrategias geopolíticas y cronopolíticas(Fabian, 1983), es necesario examinar for-mas nuevas o alternativas de conexión en-tre los lugares de enunciación y los lugaresde los que se deriva o a los que es aplicadoel conocimiento sobre el espacio.

Si bien es cierto que en las ciencias socia-les el tratamiento de lo espacial ha estadoen buena parte reducido al empleo de me-táforas (Soja, 1994; Agnew, 1994: 261), y queen tal sentido es deseable que lo espacialocupe un lugar más explícito y equilibradoen relación con lo social y lo temporal, esnecesario conceder que dicha recurrenciaa la terminología espacial es un indicio acer-ca de la existencia de estrechas relacionesentre los lugares de enunciación y lo queha sido llamado, sin mucho rigor “cartogra-fías del pensamiento”.

Quizá la referencia a “territorios”, “campos”y “fronteras” disciplinares sea una metáfo-ra que vale la pena tomar en serio en cuan-to existe una geopolítica del conocimientoconforme a la cual determinadas discipli-nas deben aplicarse al conocimiento de rea-lidades situadas en las cercanías (historia,sociología y psicología) y en las periferias(antropología, arqueología) de los contex-tos espaciotemporales desde donde seobserva y se dice acerca de lo social (lasuniversidades, institutos de investigación yentidades oficiales). Así mismo, la autori-dad académica de lo que se dice dependea menudo de su lugar de enunciación (cen-tros metropolitanos de producción de co-

nocimiento) o del lugar que se representa(p.e., los espacios de la alteridad en la an-tropología, y el “campo” en la arqueologíay la geografía), lo cual reproduce y agenciaproyectos políticos hegemónicos de “do-mesticación” de la alteridad.

Por ello, al plantear un pensamiento socialdel espacio, que reconozca su propia situa-ción respecto de las cartografías del pen-samiento y las geopolíticas del conocimien-to, también se está efectuando una apues-ta por la reconfiguración de las fronterasdisciplinarias, por la emergencia de un pen-samiento transdiciplinario en donde diver-sos saberes sean convocados a propósitode problemas de investigación específicos.Igualmente, se trata de avanzar hacia la pro-ducción de “conocimiento situado” (Mig-nolo, 1996: 119); es decir, hacia interpreta-ciones y producciones del espacio que seanpertinentes para construir autonomía en elcontexto de la globalización.

Retos en la agendalatinoamericana

Al desarrollo de una agenda de estudiossocioespaciales, se ofrece el abordaje deaspectos sensibles de la vida cotidiana delos actores sociales, como son por ejem-plo las adscripciones territoriales, los sen-tidos de lugar, las formas de habitar, las ten-siones por la ocupación del espacio y el usode los recursos naturales, las relaciones conlos objetos, los cuerpos y las tecnologías,pero igualmente el tratamiento de asuntosmás abstractos, como los procesos de es-pacialización del poder, las relaciones en-tre memoria y territorio, el ordenamiento

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institucional de las prácticas espaciales, lastensiones entre dinámicas globales y loca-les, la emergencia de los espacios virtua-les, la recomposición actual de las relacio-nes entre las diferentes entidades político-administrativas, entre otros tópicos.

En el contexto latinoamericano y colombia-no en especial, la agenda de desarrollo yaplicación de los estudios socioespacialesestá cargada de retos y posibilidades. Lascartografías latinoamericanas pueden serconsideradas como:

un palimpsesto en el que perduran tan-to la memoria de un pasado colonialcomo las desigualdades socio-económi-cas y las diferencias culturales que ca-racterizan la sociedad contemporánea.Un palimpsesto en el que la relación en-tre trauma y memoria o entre memoriatraumática y elaboración o duelo puedey muchas veces se concreta o terminaconfigurando espacios y temporalidadesespecíficos. Un palimpsesto en constanteproceso de reescritura, de diseño, deconfiguración en el que lo nacional y lono nacional coexisten y en el que lasfronteras no sólo son porosas, erosio-nadas y erosionables sino que ademásestán en constante movimiento (Achu-gar 2002: 90).

En medio de advertencias generalizadasacerca del debilitamiento del Estado-nacióny de iniciativas en pro de la integración debloques regionales de carácter transnacio-nal (ALCA, Mercosur, NAFTA), en AméricaLatina

las fronteras, como invento cultural ypolítico, parecen prepararse para subsis-tir al fin de la era de las economías na-cionales cerradas. […] Esa persistenciano implica una continuidad lineal, una

“conservación” de un conjunto de ras-gos preexistentes. Por el contrario, a tra-vés de una serie de reconfiguraciones, laNación se constituye como tal en un pro-ceso relacional con los fenómenos glo-bales y regionales (Grimson 2002: 188).

Al interior de los países, en las ciudades,las localidades y las entidades regionales(estados, provincias o departamentos) seconstituyen de hecho, o por medio de pla-nes y proyectos, tendencias de interrelaciónlocal y global que descomponen o recom-ponen las jerarquías tradicionales de esca-lamiento territorial y establecen nuevasgeografías que adicionan el principio de dis-continuidad espacial. São Paulo, México,Buenos Aires, Caracas y Santiago de Chile,consideradas “ciudades-mundo” (world ci-ties), son nodos de un archipiélago globalde puntos de operación de corporacionesmultinacionales y de centros de servicioavanzado, producción y procesamiento deinformación (Tylor, 2000).

Pero esta dinámica que en apariencia debi-lita las fronteras y prescinde de los esta-dos, depende en buena medida de lo queha sido la configuración histórica de loscentros y las periferias nacionales, al igualque de la diferenciación geográfica y la es-pecialización local. Así mismo genera, alinterior de estas urbes, y de otras que seprefiguran como tales (Lima, Bogotá, Río deJaneiro y Montevideo, entre otras) una seg-mentación espacial marcada por extremosde pobreza y riqueza, al igual que una pro-funda afectación de la dinámica de las re-giones adyacentes, enmarcada dentro deprocesos históricos de larga duración (Sco-tt, 2001).

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Comprender mejor cómo se han estructu-rado históricamente las espacialidades so-ciales, al igual que los imaginarios sobre elterritorio y la naturaleza en los países y re-giones de Latinoamérica (p.e. Herrera, 2002;Castrillón, 2000) se ofrece pues como con-dición para comprender las tendencias con-temporáneas de reescalamiento, ordena-miento territorial y prácticas de aprovecha-miento de los recursos naturales.

Tanto en las ciudades como en áreas rela-tivamente apartadas de los contextos me-tropolitanos, en donde es frecuente queprocesos tradicionales de espacializacióndel Estado aún se encuentren en marcha(colonización, explotación de recursos fo-restales e “integración” de territorios étni-cos), emergen movimientos sociales que re-claman o defienden derechos ancestralesde ocupación, reivindican formas alternasde espacialización e interacción con el me-dio ambiente o propenden por sistemasdemocráticos y de equidad de género, apo-yándose para el efecto en una suerte de“activismo a distancia” que los conecta conotros movimientos y organizaciones geo-gráficamente discontinuos (Escobar, 1999:355). En medio del discurso generalizadosobre medio ambiente, biodiversidad y de-sarrollo sostenible, se erigen formas espe-cíficas de apropiación del territorio, de usoy conocimiento de la naturaleza, que lejosde ser una supervivencia de las culturas tra-dicionales, muestran dinamismo, desplie-gue de prácticas espaciales que subvierten,modelan o enfrentan activamente los dis-cursos y las estrategias globales (Oslender,2000: 198).

A estas nuevas formas de interconexiónespacial se suman otras, como la crea-ción de comunidades virtuales (en las queno siempre es posible abstraer los luga-res de enunciación), la emergencia de lo-calismos y regionalismos como “métodocomparativo” para articularse a lo inter-nacional, y la re-territorialización queefectúan los migrantes de los países delsur, mediante el emplazamiento de “de-corados rurales” en las urbes posmoder-nas (Monsiváis, 2002: 44).

Estos palimpsestos no pueden opacar otrasimágenes que en apariencia serían más tra-dicionales, como por ejemplo el mapa dedistribución territorial de los Estados, quepareciera ser la más fija y “natural” de lascartografías latinoamericanas. No obstan-te, se trata de un mapa en permanente re-configuración, como se desprende de lasnumerosas disputas limítrofes que no lle-gan a resolverse por la vía diplomática yderivan en presiones y/o conflictos milita-res. Periódicamente se destacan batalloneshacia las fronteras, tratando de persuadir,tanto a nacionales como extranjeros, acer-ca de la extensión de los espacios de sobe-ranía, ya sea para avanzar en procesos in-ternos de espacialización del poder, tratan-do de prevenir flujos ilegales de personas,información y mercancías, o en pro del con-trol de determinadas zonas limítrofes quedevienen en áreas económica y militarmen-te geoestratégicas (p.e. Ecuador-Perú, Bra-sil-Colombia, Colombia-Venezuela y Bolivia-Chile, en los últimos años).

Pese a la densidad de estas cartografías,atributo que no necesariamente se remite

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al comportamiento espacial de épocas re-cientes, con frecuencia la intervención delos Estados en el ordenamiento de las dife-rentes formas de producción social del es-pacio (mediante planes de desarrollo, es-quemas de ordenamiento territorial y ges-tión ambiental, soluciones de vivienda, hi-gienización de los cuerpos, entre otros) hahecho tabula rasa de las experiencias his-tóricas y las especificidades espaciales, gra-cias a un modernismo entendido como“rompimiento con el pasado tradicional”(Ortiz, 2002: 57). Ello ha conllevado a unaparadoja en términos de que los intentosde implantación de modelos de organiza-ción espacial, muchas veces copiados decartografías europeas y norteamericanas,no pueden ser réplicas miméticas, pero encambio generan efectos imprevistos y mu-chas veces adversos en la dinámica espa-cial de las sociedades latinoamericanas.

Rompiendo con el estrecho margen tem-poral que suponen los enunciados acercadel advenimiento de tendencias que mini-mizan el protagonismo territorial del Esta-do, en el ámbito latinoamericano –y colom-biano en especial– la viabilidad del Estadose ha debatido entre diferentes lógicas es-paciales que se encuentran ligadas a pro-cesos de larga, mediana o corta duración, yque han llevado, en no pocas ocasiones, aponer en jaque sus aspiraciones de conso-lidación. “Los conflictos por la ocupaciónhumana del espacio en Colombia han sidoy son ingredientes directos de la violenciamúltiple” (Fals, 1996: 1); las rivalidades po-líticas y militares se han establecido entrefacciones tradicionalmente adscritas a te-rritorios locales y regionales (González,

1994), mientras que los desplazamientos ymigraciones suelen ser concomitantes aprocesos de colonización dirigida o espon-tánea, así como a las estrategias territoria-les de los actores armados (Reyes, 1994;García, 2002).

El ordenamiento del territorio, entendidocomo “reformismo institucional” (Borja,2000: 19), se ve abocado, cada vez más, acomprender de manera crítica e integral lasdimensiones histórica, cultural y social quelo configuran, así como a reconsiderar ellugar que en este entramado ocupan las di-mensiones económica y política, las cualeshan primado en el ejercicio tradicional deplanear, gestionar y proyectar los territorios.Así se dará paso a un ordenamiento espa-cial como “redefinición de las relacionesentre el espacio socialmente construido yla geografía política del Estado”. A su vez,esto “rebasa los asuntos de la administra-ción y planificación estatal, y se proyectahasta la construcción de nuevos modelosde sociedad y de formas políticas”, en loscuales los procesos y movimientos socia-les juegan un papel central (Borja, 2000: 24).

El desarrollo económico, el fortalecimien-to de las instituciones democráticas, elmejoramiento de la calidad de vida, la res-tauración del tejido social, el respeto por lapluralidad cultural y la sustentabilidad eco-lógica, entre otros paradigmas, suelen es-tructurar “in abstracto” las propuestas de fu-turo de los actores sociales e instituciona-les en Colombia y Latinoamérica. Sin em-bargo, dependen para su concreción de lacomprensión y eventual ajuste a las dife-rentes lógicas que configuran las espaciali-dades y que subyacen a los proyectos polí-

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ticos, sean estos planteados por el Estado,los movimientos sociales, los grupos étni-cos o los sujetos.

No menos importante es la pertinencia quetiene un análisis espacial de la vida cotidia-na, en donde los cuerpos, los objetos y elhábitat son un medio para la objetivaciónde estrategias políticas, pero a su vez, parala construcción de subjetividades. El cono-cimiento de estas espacialidades se ofrececomo una manera de enriquecer el pensa-miento sobre las ciudades, los espaciospúblicos, los comportamientos del consu-mo cultural y las relaciones de género, en-tre otros.

Finalmente, respecto de una cartografía delpensamiento social contemporáneo, elabordaje de lo espacial se ofrece como unlugar adecuado para fortalecer o efectuarconexiones inéditas entre diferentes sabe-res. El potencial inter-disciplinario y trans-disciplinario de la cuestión socioespacial seconstituye en una oportunidad para con-vocar pensamientos de variada proceden-cia, a propósito del abordaje de objetos deestudio y la formulación y resolución deproblemas de conocimiento, que no se aco-modan bien dentro de los campos discipli-narios tradicionales. Pese a la designacióntradicional del espacio como objeto de es-tudio de la física y la geografía, el debateque se introduce con la propuesta de unpensamiento del afuera, hace que la espa-cialidad no sea territorio exclusivo de nin-gún campo de pensamiento y más bien seplantee como horizonte para la construc-ción de discursos situados en espacios in-

ter-disciplinario y trans-disciplinarios: etno-grafías y arqueologías del espacio, historiasgeográficas y geografías del tiempo, socio-logías de las cosas y los cuerpos, econo-mías políticas de los territorios...

En síntesis, se puede decir que una agendade estudios socioespaciales se articula di-rectamente con problemas de orden filo-sófico y epistemológico; requiere del ejer-cicio de un pensamiento transdisciplinario;despliega múltiples posibilidades de inves-tigación, y ofrece relevancia para la aplica-ción del saber a las realidades del mundocontemporáneo.

AgradecimientosEste ensayo es el resultado de un procesode intenso debate con investigadores delIner de la Universidad de Antioquia y deotras instituciones universitarias de Colom-bia, a propósito de la creación de un pro-grama de Maestría en Estudios Socioespa-ciales. Los planteamientos que finalmentehan quedado expresados en este texto sonde mi absoluta responsabilidad, pero hansido vitales las críticas y sugerencias efec-tuadas por el profesor Diego Herrera y lasprofesoras Elsa Blair y Clara Inés García, delIner, a quienes expreso mi agradecimiento.Hago extensivo este reconocimiento a lasprofesoras Martha Herrera, de la Universi-dad Nacional, y Beatriz Nates, de la Univer-sidad de Caldas, al igual que a los profeso-res Ovidio Delgado, de la Universidad Na-cional, y Santiago Castro, de la UniversidadJaveriana, quienes participaron como eva-luadores de la propuesta.

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