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Los Hermanos Negros Hannes Binder/ Lisa Tetzner Novela gráfica Lóguez

Los hermanos negros

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Todavía a mediados del siglo XIX, niños de doce, trece años eran vendidos en Tesino (Suiza) para trabajar como deshollinadores en Milán, donde eran mantenidos casi como esclavos y donde sólo unos pocos sobrevivían al peligroso trabajo. Sin embargo, Giorgio, un chico de trece años procedente del valle del Verzasca, conocerá también la amistad y la solidaridad de Los Hermanos Negros, una asociación secreta de chicos deshollinadores. Cien años más tarde, Lisa Tetzner escribió sobre la suerte de Giorgio y su peligrosa huida. Lo hace conjuntamente con su marido, Kurt Held. Como a él no le está permitido publicar, la novela juvenil será editada en dos tomos, únicamente bajo el nombre de Lisa Tetzner en 1941. Más de cincuenta años después, Hannes Binder estudia el lugar de los hechos narrados e ilustraciones antiguas y no se limita a simples ilustraciones sobre un clásico de la literatura juvenil alemana: Narra la novela en imágenes.

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Los Hermanos NegrosHannes Binder / Lisa Tetzner

Novela gráfica

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Lóguez

Todavía a mediados del siglo XIX, niños de doce, trece años eran vendidos en Tesino(Suiza) para trabajar como deshollinadores en Milán, donde eran mantenidos casi comoesclavos y donde sólo unos pocos sobrevivían al peligroso trabajo. Sin embargo, Giorgio,un chico de trece años procedente del Valle del Verzasca, conocerá también la amistad y lasolidaridad de Los Hermanos Negros, una asociación secreta de chicos deshollinadores.

Cien años más tarde, Lisa Tetzner escribió sobre la suerte de Giorgio y su peligrosahuida. Lo hace conjuntamente con su marido, Kurt Held. Como a él no le está permitidopublicar, la novela juvenil será editada, en dos tomos, únicamente bajo el nombre de LisaTetzner en 1941.

Más de cincuenta años después, Hannes Binder estudia el lugar de los hechos narrados eilustraciones antiguas y no se limita a simples ilustraciones sobre un clásico de la literaturajuvenil alemana: Narra la novela en imágenes.

“Una emocionante novela gráfica que revive la saga juvenil de 1941”. DIE ZEIT

Premios obtenidos:

– Lista de los Siete (mejores) Libros para jóvenes lectores (Deutschlandfunk y Focus).– Lista de Honor del Premio Católico al Libro Juvenil (Conferencia Episcopal Alemana).– Luchs des Monats (Lince del mes) del Semanario “Die Zeit” y “Radio Bremen”.– Troisdorfer Bilderbuchpreis (Premio de la ciudad de Troisdorf al Libro Ilustrado,

(Alemania).– Lista escolar “Pilla un libro” de los cursos de 4º, 5º y 7º (Alemania).– Lista de Honor de la Obra Social Evangélica de Publicaciones (Alemania).– Lista de Honor del Premio Heinrich-Wolgast, Literatura Juvenil sobre el mundo laboral

(Alemania).

ISBN: 978-84-96646-16-2

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Esta obra ha sido publicada con una subvención de la

Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura,

para su préstamo público en Bibliotecas Públicas, de acuerdo con lo previsto en el artículo 37.2

de la Ley de Propiedad Intelectual.

Título del original alemán: Die Schwarzen Brüder

Tradución de Eduardo Martínez

1ª edición: septiembre de 2007

© 2002, Patmos Verlag GmbH & Co. KG

Sauerländer Verlag, Düsseldorf

© para España y el español: Lóguez Ediciones 2007

Ctra. de Madrid, 90. Apdo. 1. Teléf. 923 13 85 41

37900 Santa Marta de Tormes (Salamanca)

ISBN: 978-84-96646-16-2

Depósito Legal: S. 1.285-2007

Printed in Spain

Gráficas Varona, S. A. (Salamanca)

www.loguezediciones.com

Todos los derechos reservados.

Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por,

un sistema de recuperación de información, en ninguna forma, ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico,

magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

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Una mañana, a finales de verano del año 1838, un hombre desciende por el Valle

del Verzasca. Camina deprisa y no mira ni hacia las rocas ni hacia las truchas que

saltan en el río. Tiene la mirada fija hacia delante, furioso de no ver todavía

Sognono.

Por fin, divisa las primeras casas. Al saberse cerca de la aldea, se sienta a un lado

del camino. Su mirada recorre las escarpadas laderas. Aquí no hay salida, piensa.

Los chicos tendrán que marcharse.

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Giorgio está trabajando junto a su madre

desde hace horas. Son pobres y recogen

hierba y heno en las laderas más escarpadas.

El ascenso resulta fatigoso y, una vez arriba,

tienen que asegurarse sujetándose con sogas.

La mitad de la reducida pradera se encuentra ya segada. Giorgio empuja la hierba

cortada hacia arriba. ¿Cómo avanza la madre?

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Giorgio y su madre no le dan importancia: Aquí, las víboras están por todas partes.

Únicamente, hay que ser más rápido que ellas.

Madre e hijo siegan todavía una hora más, después amontonan la hierba,

la reparten en ambos cestones y descienden; despacio, como ascendieron.

También el hombre llega a la aldea.

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Al anochecer, cuando el padre entra en la cocina, pregunta por las fresas. Giorgio ha

olvidado recoger las fresas silvestres.

“¿Doce años?”, gruñe el padre. “¡Doce años y no sirve para nada!”.

En silencio, comen la sémola a cucharadas. La madre y la abuela ayudan a los

gemelos. El padre es el único en recibir un trozo de queso al final de la cena.

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De pronto, alguien llama desde la cuadra: “¿Roberto? Disculpen…”.

Entra la criada de la taberna: “Hay uno que pregunta por usted”.

“¿Quién?”. “Tiene que comprobarlo usted mismo. Tiene una cicatriz en la cara”.

El padre se levanta y echa mano de su capa. “Bueno, entonces iré”.

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Roberto se acerca. “¿Quiere usted hablarme?”.

El hombre empuja una silla y un vaso de vino hacia él. “Primero bebe”.

Ambos beben y se miran en silencio. Al padre de Giorgio no le gusta el hombre. Mira

duro y atravesado. Y, además, esa cicatriz.

Quiere preguntarle de qué la tiene, pero el Cicatriz se adelanta: “¿Vosotros tenéis un

hijo?”.

“Sí”, el padre de Giorgio bebe un trago.

“¿Tiene trece años?”.

“Cumplirá trece”.

“Busco ese tipo de muchachos”.

“Ya”. Roberto bebe otro trago.

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“Me los llevo por medio año a Milán”, continúa el hombre.

“Allí les encuentro trabajo. El padre recibe treinta francos por el hijo”.

“Yo no vendería a mi hijo ni por mil francos”.

“¡Ah!”, indica solamente el hombre.

“No”, dice Roberto más alto, “mientras tengamos para comer y beber, antes prefiero

vender mi última camisa que a mis hijos”.

El hombre de la cicatriz levanta la mirada. “Eso me lo ha dicho ya más de uno y, de

pronto, se encontraron con que el último pan y el último vino había desaparecido de

su mesa”.

“Todavía tenemos suficiente de ambas cosas”, contesta rudo Roberto.

“Lo creo”, quita importancia el hombre. “Volveré el próximo año”.

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Roberto se levanta. “Bien”, dice y mira fugazmente al hombre, “entonces,

podremos hablar de nuevo”.

“Estad seguro”. La cara del hombre se contrae extrañamente. “Volveré y,

probablemente, entonces me entregaréis con alegría a vuestro muchacho para

llevarlo a Milán”.

“Nunca con alegría”, contesta Roberto. Retira hacia un lado el vaso vacío y se marcha.

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Cuando el padre regresa, la familia continúa sentada alrededor de la chimenea.

“¿Qué fue?”, pregunta la madre.

“Era cierto. Un hombre con una cicatriz quería hablarme”.

“¿Y qué quería?”.

“Compra niños”.

“¿Niños?”, la madre y la abuela exclaman a la vez. También Giorgio, que ha entrado

con el padre, mira asustado hacia él.

“El hombre quiere darme treinta francos”. El padre señala hacia Giorgio. “Por ése,

si lo dejo ir con él a Milán por un invierno”.

“¿Treinta francos?”, repite la madre. “¿Y qué tiene que hacer allí?”.

“Trabajar”, indica el padre.

“¿Y qué le has dicho tú?”, la madre lo mira interrogante.

El padre aprieta los ojos. “Treinta francos son demasiado poco para mí por un chico

tan mayor. ¡Vale ya sesenta!”.

“¡Oh, mal padre!”, grita la abuela y arroja un trozo de leña delante de los pies del padre.

“¿Es también poco?”. El padre la mira conteniendo la risa. “Ha dicho que el próximo

año volverá por aquí”.

“¿Por qué?”.

“Dice que entonces le entregaré a mi hijo incluso con alegría por treinta francos”.

“¡Ese diablo!”, exclama la madre.

El padre se ríe de nuevo. “Sí, eso parecía”.

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A la mañana siguiente, Giorgio se levanta temprano. Acecha al hombre de

la cicatriz a la salida de la aldea. Pero lo piensa y deja que se aleje.

Giorgio está lleno de preguntas. Sin embargo, la madre no

quiere hablar de ello.

Y mucho menos la abuela.

También el padre quiere olvidar lo que ha dicho el hombre.

“Volveré el próximo año”.

En la cabeza del padre, la frase es como una amenaza.

Todos piensan en esas palabras cuando sucede algo malo.

Y en ese año, las malas noticias se suceden.

Al helado invierno, le sigue una primavera seca y el verano trae sequía. Cada vez

escasea más el verde para el ganado. Hace tiempo que los animales tienen que

alimentarse de forraje.

Por la tarde, la madre ha subido a una escarpada pendiente a cortar ramas.

Al anochecer, aún no ha regresado a casa y Giorgio va en su búsqueda.

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La encuentra inconsciente en el suelo. Parece tener un pie roto. ¿Y ahora? ¿Cómo van

a pagar a un médico?

El hombre de la cicatriz ya está informado de lo sucedido cuando, dos días más

tarde, se encuentra sentado en la taberna.

“Terminó el plazo. Este año, sois vosotros los que me necesitáis. Veinte francos”.

“¡Maldito usurero!…”.

“Cinco francos menos por cada maldición”.

“Roberto”, advierte el tabernero, “piensa en tu mujer”.

El padre da un paso hacia la puerta: “¿Cuándo tiene que irse?”.

“Tiene que estar pasado mañana en Locarno. Ha de presentarse en “Pan Perdu”,

la taberna junto al lago. Desde allí, vamos directamente en barca hasta Milán. Y tened

en cuenta algo: El dinero os lo pagará el tabernero. Pero sólo cuando él tenga

noticias de que vuestro hijo ha llegado a Locarno”.

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Todavía es de noche y está lloviendo. Giorgio es despertado por la abuela y mira

hacia fuera. Cientos de pequeños regatos fluyen desde las laderas. Escucha el

bramido del Verzasca precipitándose desde lo alto de la quebrada.

La madre se encuentra en la cama con fiebre y se queja con cada movimiento que

hace.

“El tiempo, ¿no irás a Locarno?”.

“Claro que sí”, contesta Giorgio, consciente de que precisamente esa noche es

esperado por el hombre de la cicatriz en la taberna “Pan Perdu”.

“Adiós, madre, y no se mueva. Seguro que mañana viene el médico y se le pasarán

todos los dolores”.

La abuela ha metido en un saco tortas de polenta, un trozo de queso de cabra, algo

de pan y unas cuantas uvas.

“Cuídate”, dice y le besa en la frente.

“Adiós”. Le da la mano, coge su saco y va hacia la cuadra.

El padre se encuentra en medio de la lluvia y se ríe. Giorgio puede ver perfectamente

cómo sus hombros suben y bajan y su cabeza se agita con las carcajadas.

“Me voy, padre”.

De pronto, la cara del padre se desfigura y su risa desaparece. Debido a la alegría

por la lluvia, Roberto casi había olvidado que su hijo tiene que marcharse hoy.

“¿Estás enfadado conmigo, Giorgio?”.

“No, padre. Siempre y cuando recibáis el dinero para madre. De todas formas, el año

que viene tendría que entrar a trabajar en alguna parte”.

“Ya lo sabía, Giorgio, trece años y valiente. Es sólo por unos meses”.

Giorgio se siente muy mal. ¿Debe decirle al padre lo que cuenta Anita? Ella ha oído

que muchos chicos deshollinadores mueren en el trabajo.

“Por lo demás, ¿has dejado todo ordenado?”, pregunta todavía el padre.

“Anita vendrá por la tarde a buscar mi picapinos, los carboneros y el mochuelo. Los

conejos son para los gemelos”.

“Adiós”. Se dan la mano. “Adiós”.

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Giorgio entra por última vez en la iglesia. Quiere, como todos los días, tocar las

campanas anunciando la llegada del día. Un par de mujeres están ya arrodilladas en

los primeros bancos. Rezan dando las gracias por la lluvia.

Giorgio toca las campanas, saluda a los mochuelos y abandona la iglesia por la

puerta de atrás. En realidad, ahora debería silbar delante de la casa de Anita, como

siempre hace, pero la evita rodeándola. No tardando mucho, ella averiguará que se

ha ido a Milán.

De pronto, la descubre. Se encuentra exactamente en el lugar donde él, hace un año,

había acechado al hombre de la cicatriz. Viene hacia él.

“¿Así que te vas? Me habías prometido quedarte”.

Él niega con la cabeza. “Yo no te he prometido nada”.

“Claro que sí”.

“Y aunque así fuera… El padre necesita el dinero para madre. Y yo tengo que avisar al

médico en Locarno”.

“Ah”, dice Anita y se acerca un paso más, “tengo tanto miedo por ti”.

Él intenta reírse. “Solamente me quedo medio año. El próximo año, por esta época,

estaré de nuevo aquí, contigo”.

“Si fuera verdad”.

Giorgio camina rápido, a pesar de que sigue lloviendo y el agua le resbala, en finos

hilos, desde su cabeza hasta el cuello y por todo el cuerpo. A veces, tiene que pisar

en medio de los torrentosos regatos, con el agua que le llega hasta las rodillas.

Hombres y mujeres de los valles se encuentran de camino. Es día de mercado en

Locarno.

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A los campesinos que adelanta, Giorgio les cuenta que va al médico por lo de su

madre. “Ah, entonces tú eres el hijo de Roberto. No tan deprisa, no tan deprisa. Es

bueno si se tiene compañía. Puedes quedarte junto al animal, eso lo tranquiliza si

tenemos que atravesar arroyos”.

El mayor de los hombres guía a un asno, cargado de fardos con telas de lino blanco

y oscuro y también de otros colores. El segundo hombre lleva un serón de piel,

en el que se encuentran huevos y trozos de mantequilla.

Sale el sol, aunque las nubes siguen pendiendo sobre los valles y, desde sus

laderas, retumba el ruido de los crecidos arroyos.

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