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Núm. 48 Junio 2015 Fotógrafo del mes de mayo: David Roldán El muro de Berlín Menorca y el lazareto de Mahón Ansel Adams

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Luz y Tinta es la revista de la red social de fotografía Moldeando la luz

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Núm. 48Junio 2015

Fotógrafo del mes de mayo: David RoldánEl muro de Berlín

Menorca y el lazareto de MahónAnsel Adams

2 - Luz y Tinta

PROMOTORJosé Luis Cuendia, “Guendy”

DIRECTORFrancisco Trinidad

COLABORADORESEugenio R. Meco, Pepe Haro Castaño,

Ma Bernarda Ballesteros, Carlos Flaqué Monllonch, Glyn Griffits, Ricardo Gon-

zález “Completu”, Salvatore Grillo, Javier Madroñero, Narciso del Río, Juanjo Ga-llardo, Monchu Calvo, Antonio Ramón Ferrera, Cristina Capracci, Gustavo Ve-

lázquez, Cora Coronel, Justín del Barrio, Arturo de las Liras, Juan José Alonso,

Ilona Gogh, Jan Puerta, Albino Suárez, Gloria Soriano, Ildefonso Robledo,

José Manuel Gonzalo, José Mª Ruilópez, Juan Depunto, Juan José Pascual, Vivia-

na Genta, Nadima.

DIRECTOR DE FOTOGRAFÍAJosé Luis Cuendia

DIRECTORA DE COMUNICACIÓNLola González

DISEÑO y MAQUETACIÓNFrancisco Trinidad

www.moldeandolaluz.com

Reservados todos los derechos de repro-ducción total o parcial tanto del texto

como de las imágenes. Las imágenes es-tán protegidas por las leyes de copyright

internacionales.Para cualquier consulta o sugerencia con-

tacte con nuestro correo electrónico

[email protected]

Moldeando la Luz es miembro de la Royal Photographic Society

Año V.- Núm. 46- Abril 2015

Fotógrafo del mes de Mayo: David Roldán...................................4Francisco Trinidad

El muro de Berlín ...........................................................................8José Luis Cuendia, “Guendy”

Eva ............................................................................................18Eugenio R. Meco

Mina .........................................................................................29Gloria Soriano

La señora del máster ...............................................................31F. T.

Flores de papel .........................................................................35Viviana Genta

¡Óleo o quizás ole oh¡ ..............................................................39Ricardo González “Completu”

La casa de Domingo.................................................................45Monchu Calvo

Menorca y el Lazareto de Mahón ...........................................49Juan Depunto

II Concentración de coches clásicos en Candás ......................61Juan José Pascual

Ansel Adams ............................................................................65Las fotos de Nadima ................................................................70

Nuestras fotos de portada:

Albert Navas y Roberto Jorge Escudero

Contenido

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Presentación

Abuelo, ¿para votar hay que pagar?

En primer lugar, quiero dar las gracias a todos aquellos que han contribuido el pasado mes al hacer que el número 47 de vuestra/nuestra revista, haya batido el record de los cuatro años que lleva editándose en dos plataformas, y pasando de las 7.000 visitas y cerca de las 4.000 descargas. Sinceramente es para sentirse orgullosos, así pues, aprovecho para felicitar a todos nuestros lectores y de forma especial a los autores de los diferentes trabajos que han ido dando cuerpo a las 48 revistas (4 años) incluyendo ésta última. Es de justicia reconocer la impagada labor de nuestro director, el escritor Francisco Trinidad, pues sin su compromiso y responsabilidad nada de esto hubiera sido posible.

Hace unos días, una persona me preguntaba si Luz y Tinta seguirá por mucho tiempo siendo gratis, ya que hoy nada es gratuito. Contesté, lo mismo que pasó por mi cabeza en aquel momento, que mientras haya personas como Paco y su equipo de colaboradores diría que sí. En ese momento me pasó por la mente una anécdota que viví el día de las pasadas elecciones cuando hacia cola para votar. Oí como un niño de unos diez años que acompañaba a su abuelo a votar le decía: Abuelo, ¿para votar hay que pagar? Y no pude por menos que reírme al oír la res-puesta del abuelo: No, hijo, pero como sigan gobernando los mismos será cuestión de tiempo. La presidenta de mesa recogía mi DNI para comprobar que mi nombre estaba en la lista de su mesa electoral, y supongo que pensaría que le hará gracia a este tipo, pues el derecho a votar no es para tomárselo a risa. Traigo a esta página esta reflexión, porque estoy seguro que mientras la dirección de Luz y Tinta siga siendo la misma, salvo catástrofe, la gratuidad está garantizada. Lo de pagar por votar…, en fin, tengo que reconocer que el abuelo me hizo mucha gracia.

Y como de lo que aquí se trata es de la fotografía, diré que ésta, en Luz y Tin-ta seguirá siendo vital para sus páginas, al igual que sus textos escritos segui-rán siendo informativos y atractivos, y para ello sigue contando con un excelente plantel de personas. Este mes se une a este ejercicio la gran fotógrafa rusa Shibina Nadezhda, conocida entre todos nosotros como Nadima, que seguro que, al igual que ocurre en Moldeando la Luz, no dejará indiferente a nadie.

Es evidente que una fotografía puede delimitar un escenario, el lugar de ac-ción, las personas y sus emociones y mostrar la acción de los acontecimientos: lágrimas, risa, tedio, triunfo y tragedia pueden contarse con palabras que leemos en dos minutos. Una fotografía consigue el mismo efecto en segundos, y con un impacto que dura toda la vida. Por ello, en Luz y Tinta, una buena fotografía bien merece la pena un impacto/palabra.

Algunas de las más emotivas fotografías han sido tomadas por un tándem fo-tógrafo/periodista, luz y tinta. La mente de un buen periodista-escritor, es como una cámara, en cuanto que no piensa solo en ideas abstractas y hechos, sino tam-bién en imágenes, y puede sugerir situaciones al fotógrafo que él ya ha “fotografia-do” mentalmente, se puede ver en muchas de las colaboraciones entre fotógrafo y escritor en nuestra revista. También ocurre que un buen fotógrafo ve a través de su objetivo imágenes que es mejor describir con palabras, y se las pasa al escritor. Lo dicho, algunas de las mejores fotografías y relatos son fruto de esta infrecuente conjunción de talentos.

La historia fotográfica constituye un encargo estimulante y válido para el fo-tógrafo, que le ofrece la oportunidad de observar a fondo la condición humana, seguimos brindando a todos la oportunidad de hacerlo a través de nuestra revista, con la luz y la tinta, y si verdaderamente merece la pena.

Hoy quiero terminar con una canción de Bob Dylan que para mi vuelve por segunda vez a cobrar mucho significado “The times they are a-changing”, y os invitamos a que con vuestras cámaras captéis la luz de estos tiempos que están cambiando.

José Luis Cuendia, “Guendy”

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David RoldánDavid Roldán es uno de los fotógrafos más activos de Moldeando la luz. Desde

que publicara su primera foto a finales de mayo de 2014 hasta el día de la fecha (escribo el 25 de mayo de 2015) ha publicado más de 630 fotos, es decir, casi dos fotos al día durante este año de actividad diaria envidiable, que nos habla de de-dicación y constancia y que nos pone en contacto con un fotógrafo vocacional que difícilmente se separa de su cámara. Incluso en ocasiones sube a Moldeando fotos realizadas con su iPhone, lo que demuestra su atención fotográfica permanente en una suerte de incontinencia que le hace fijar su mirada en todo lo que a su paso puede ser objeto fotográfico.

Nos cuenta que por motivos laborales pasó tres años en el Perú, país que le debió llegar muy hondo al corazón porque en su galería alterna los rincones del Perú con los de Cataluña, España, aunque en este segundo caso los denomina con su palabra catalana, “racons”: y así, titula la mayoría de sus fotos como “Rincones del Perú” o “Racons de Cataluña”, añadiendo a continuación normalmente la ubi-cación exacta de la toma que, en el caso del Perú, abarca la mayor parte de su geo-grafía: Machu Picchu, Cañón del Colca, Cuzco, Arequipa, Miraflores, Lurbamba… Es de destacar la información detallada que, vía Wikipedia, acompaña como pie de foto a la mayor parte de las entregas peruanas.

Fotógrafo del mes de Mayo

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A veces, además, se acerca a Cuba, y especialmente a La Habana, donde da rienda suelta a su pasión por los viejos coches, que en las calles de La Habana circulan aún no tanto por nostalgia cuanto por necesidad, convirtiéndose en una especie de seña de identidad de las calles y rincones habaneros.

El título de sus fotos, “Rincones”, se traduce precisamente en eso, detalles; detalles de paisajes abiertos que llenan la pantalla de la luz y el color de encua-dres muy estudiados, muy personales en los que se busca la vibración personal ante la naturaleza; y detalles, a veces, a modo de bodegones lumínicos en los que predomina el color sobre la forma o, por decirlo de otra manera, en los que los objetos cotidianos pierden su relevancia frente al color y las sombras; detalles, en fin, que a veces son macros, acercamientos, especialmente a las se-tas, que parece conocer incluso con sus nombres científicos en afición y pasión catalana que comparte.

Dentro de estos ‘detalles’ quisiera destacar las fotos en que recoge distintos momentos de atardeceres y amaneceres, buscando el juego de luces que pro-porciona el sol en su orto y en su ocaso, en esos instantes mágicos en los que las sombras se alargan y se abrazan a todas las posibilidades de una luz que suele tentar los motivos más cálidos del arcoíris.

“Antes de apretar el obturador, dispara con el corazón”, nos recuerda David Roldán como motor de su propia filosofía fotográfica. Y efectivamente a sus fotos no les falta corazón, antes al contrario, nacen de pasiones distintas, como venimos viendo, que se incardinan en una vocación fotográfica sin fisuras. De ahí su constancia diaria y su presencia permanente en Moldeando la luz duran-te este último año y de ahí también el que sus fotos se nos presenten con una edición apenas perceptible, dando a la imagen todo el protagonismo y aleján-dose de afeites y retoques en los que se adentra en muy pocas ocasiones, como en muy pocas ocasiones recurre al blanco y negro, siempre para subrayar una imagen que de otro modo sería, si no anodina, cuando menos bastante plana.

Francisco Trinidad

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El muro de BerlínDespués de la segunda guerra mundial, Berlín quedó dividida en dos par-

tes, la oriental y la occidental, a consecuencia de la unión de las tres partes occidentales.

Al haberse formado dos estados, hubo disputas entre los líderes de ambas partes, y eso hizo que el líder de la zona oriental planificara en secreto la crea-ción de un muro que mantuviera separadas las dos partes.

El muro fue levantado y durante 30 años aproximadamente desunió la ciu-dad y Alemania en su totalidad.

Muchas personas murieron en el intento de cruzarlo, puesto que familias enteras fueron separadas y querían reunirse.

Cuando la misma gente de la zona oriental quiso unificarse de nuevo cogie-ron todo lo que encontraron y empezaron a destruir el muro.

Desde entonces y hasta ahora las dos partes están unidas y el muro de Ber-lín ha quedado sólo como un recuerdo de lo que fue y de lugar turístico.

El muro de Berlín fue la división física que existía entre el Este y el Oeste de Berlín. El Oeste fue denominado República Federal Alemana (RFA) y estuvo ocupado por las fuerzas de Gran Bretaña, Francia y EE.UU. y el Este fue nom-brado República Democrática Alemana (RDA) y estuvo ocupado por las fuerzas de la Unión Soviética. Es decir, que con la construcción del Muro de Berlín, surgieron dos países, el del oeste (RFA) y el del este (RDA).

El Muro de Berlín, denominado “Muro de Protección Antifascista” por la RDA y a veces apodado "Muro de la vergüenza" por parte del clan occidental (RFA), fue parte de las fronteras inter-alemanas desde el 13 de agosto de 1961 hasta el 9 de noviembre de 1989.

El muro se extendía por 45 km que dividían la ciudad de Berlín y 115 ki-lómetros que separaban a la parte occidental de la ciudad (RFA) del territorio de la RDA. Fue uno de los símbolos más conocidos de la Guerra Fría y de la separación de Alemania.

Muchas personas fenecieron en el intento de superar la dura vigilancia de los guardias fronterizos de la RDA cuando se dirigían al sector occidental. El número exacto de víctimas es desconocido pero está sujeto a controversias. La Fiscalía de Berlín considera que el total de fallecidos es de 270 personas, incluyendo 33 que fallecieron a causa de la detonación de minas. Por su parte el Centro de Estudios Históricos de Potsdam estima en 125 la cifra total de muertos en la zona del muro.

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El plan de la construcción del Muro de Berlín fue un secreto de estado de la administración de la RDA. La RDA denominaba al Muro, así como a las fron-teras que la separaban de la RFA, "Muros de protección antifascista" que pro-tegían a la RDA contra "la inmigración, la infiltración, el espionaje, el sabotaje, el contrabando, las ventas y la agresión de los occidentales", argumentando que la construcción del muro era consecuencia obligada de la política de Ale-mania Federal y sus socios de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Adicionalmente, se decía desde la Alemania Oriental (RDA) que nin-gún muro hubiera sido necesario si Berlín Occidental no fuera una “espina en el costado de la RDA”.

La versión de las autoridades de la RFA y la visión generalizada en el mundo capitalista u Occidente fue que esta justificación no servía más que para mati-zar el que era, según ellos, el único propósito: impedir que los ciudadanos de la RDA entraran en Berlín Occidental y, por lo tanto, en Alemania Federal.

Desde el 1 de junio de 1962 no se pudo entrar a la RDA desde Berlín Oeste. Tras largas negociaciones, un acuerdo de 1963 permitió que más de cien mil berlineses del oeste visitaran a sus parientes del lado este por fin de año.

El Muro de Berlín cayó en la noche del jueves 9 de noviembre de 1989 al viernes (día 10), 28 años más tarde de su construcción a consecuencia de la revolución pacífica de la RDA. La apertura del muro fue conocida en Alemania con el nombre de “die Wende” (El Cambio).

Lo que empezó como una simple resquebrajadura en el mal llamado –como luego se vería– “telón de acero” acabó en un estrepitoso derrumbe que tomó por sorpresa a propios y extraños. Los acontecimientos que a lo largo de 1989 fueron teniendo lugar en las democracias populares parecían inevitables des-de que, a principios de año, las elecciones al Congreso de los Diputados en la Unión Soviética demostraron la seriedad e irreversibilidad del proceso libera-lizador. La República Democrática Alemana, sin embargo, siendo comparati-vamente el país más desarrollado del Este y teniendo además como dificultad añadida el problema de la peliaguda reunificación, parecía destinada a quedar como último bastión del comunismo puro y duro. Pero no fue así y las fugas de germano orientales por los poros abiertos en las fronteras húngara y checoslo-vaca, lejos de aliviar la presión, la elevó a cotas irresistibles. Y de la noche a la mañana, el muro de Berlín saltó en pedazos ante el júbilo de los berlineses de uno y otro lado. Era el albor de una nueva era.

Fue el día más importante en Berlín, la gente pasó de un lado del muro a otro y se recibían con los brazos abiertos amigos y familiares. Pero no solo sig-nificó mucho en Berlín sino también en el mundo entero puesto que significó el final de la Guerra fría.

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Aunque ya hace mucho tiempo que el Muro de Berlín desapareció de la ciu-dad reunificada, su recuerdo se mantiene vivo. Muchos de los visitantes que llegan de todas partes del mundo se sorprenden de que sean tan pocos los restos que quedan de la “obra más famosa de Berlín”. Realmente, las dos partes de la ciudad, que quedaron separadas durante decenios de años, se han unido de manera visible.

El año pasado se cumplieron 25 años, la gente mira atrás y piensa, “¡Ya 25 años!”. Y lo celebran con todo tipo de eventos, fuegos artificiales, dominós urbanos, fiestas, etc; aunque no todos están de acuerdo sobre la unificación de Berlín. Durante los días que pasé en Berlín tuve la oportunidad de hablar con personas que están muy involucradas en la vida berlinesa, y me comentaban que no todos lo ven de la misma manera, querían libertad de movimiento, en definitiva ser libres, pero muchos trabajadores de la antigua RDA, hoy se en-cuentran desencantados con el proceso de unificación alemana, pues la falta de trabajo en la zona destruyó la cohesión social en algunos pueblos y los jóvenes más preparados hubieron de marcharse al oeste.

La falta de autoestima, el resentimiento y la inseguridad que hoy dominan a la sociedad alemana oriental tiene sin duda muchos motivos, pero entre ellos está con seguridad la incapacidad de atribuirse a sí misma los avances que se están produciendo.

La unificación de las dos Alemanias es vista como un éxito en muchos senti-dos, pero las diferencias entre este y oeste aún son muy patentes. La situación económica después de la caída del muro en la RDA era catastrófica: los planes de producción habían destruido recursos, el medio ambiente, la productividad era pésima, el sistema industrial ineficiente y anticuado.

Las compañías del este fueron compradas, por así decirlo, por las del oeste y estas llevaron a sus trabajadores allí donde se instalaron. Las habilidades de los del este eran despreciadas. La alternativa para estos alemanes era emigrar al oeste. Con la desindustrialización después de la caída de la RDA se calcula que emigraron unos dos millones de alemanes de los 16 que vivían en la RDA.

Actualmente los länder de la antigua República Democrática Alemania con-centran las tasas de paro más altas de la Bundesrepublik. Mecklemburgo-Po-merania (11,3%), Sajonia-Anhalt (11,2%), Sajonia (10,3%) y Turingia (8,4%), pero sobretodo Berlín (13,3%) y Brandemburgo (10,3%) son los länder más pobres, que viven de las subvenciones y no acaban de levantar cabeza.

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La situación es tan grave que hasta existe un programa del gobierno llama-do Stadtumbau Ost que promueve la demolición de edificios que han quedado vacíos y asegurar, al menos, que el solar quedará con césped.

Se calcula que limar las diferencias y nivelar el este con el oeste suma de momento una factura de 1,6 billones.

La libertad ya no es una asignatura pendiente, ahora hay que saber conser-varla, eso es evidente, en Alemania al igual que en España, pero para que no todo sea un espejismo, necesitamos economías que funcionen para todos los ciudadanos, no solo para la elite de los que siempre han estado situados en lo más alto.

La caída del muro es un ejemplo para todo el mundo de lo que un pueblo unido puede lograr. Pero es evidente que aún quedan más conquistas, funda-mentalmente las económicas, que deben llevar en el mismo plano las del esta-do del bienestar social de todos los ciudadanos.

José Luis Cuendia, “Guendy”

Algunas informaciones que sirven para la base de este trabajo fue-ron obtenidas en:

http://www.berlin.de/mauer/index.es.html http://es.wikipedia.org/wiki/Muro_de_Berlín http://www.monografias.com/trabajos/muroberlin/muroberlin.

shtml

Asimismo puede recomendarse el libro Un cuento largo, de Günter Grass. Personalmente creo que es lo más importante que se se ha escri-to sobre la reunificación alemana.

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EvaHubo un momento en que uno de los aspectos casi obligados de las tomas

con glamour era mostrar un aire de pasividad, pero hoy en día, las mujeres tienden a ser fotografiadas de un modo menos altivo y despreciativo; al menos en el mundo de la fotografía artística y comercial. En suma, el mercado exige un enfoque más sofisticado y moderno, y las modelos de estas tomas ocupan una posición activa en lugar de ser tratadas como meros objetos pasivos.

Es evidente de que el glamour es un tema muy ligado a las tendencias cam-biantes de la moda. El gusto por los ideales de belleza, los attrezzos, los esce-narios fantásticos, la expresión y las tendencias han variado enormemente con el cambio del tiempo. Lo que resulta atractivo, sofisticado o escandaloso en un momento determinado puede parecer ridículo y anticuado e insípido y tosco al verlo desde una perspectiva futura. De este modo, parte del cometido del fo-tógrafo consistirá en captar los estilos que están en boga en cada época y crear una imagen fantasiosa que, o bien armonice íntegramente con la imaginación popular del momento, o bien, cree un fuerte impacto en el público, yendo un paso más allá y, por supuesto, captando la atención: la razón del ser de gran parte de la obra dotada de glamour.

Mis armas son mis sencillas, ya lo he comentado en ocasiones anteriores, mi luz es la de mi tierra y mis bellezas son las que ha parido mi bendita tie-rra, aunque a veces como dice Ruben Blades en su Pedro Navaja, “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida¡ ¡ay, Dios¡ Pues la belleza que os presento hoy, se llama Eva, la conocí en una sesión fotográfica que estaba realizando un compañero, para más detalle con el attrezzo del Real Madrid, casi nada, para mi cuerpo…dos bellezas en una, mis colores deportivos, y una belleza andaluza de pura cepa. Su cara me sonaba de otros escenarios, y entonces recordé que la había fotografiado siendo dama de honor de la salinera mayor de San Fernan-do, me puse en contacto con ella, es más, recuerdo que le envié la foto que en aquella ocasión le realicé. Le pedí una sesión e inmediatamente acepto. Tenía de nuevo ante mi una mujer que marcaba a la perfección los cánones de la belleza de la mujer andaluza, su pelo negro, sus grandes ojos y esa mirada que enamora. La sorpresa. La sorpresa fue que cuando ya nos hicimos amigos, que lo seguimos siendo y mucho, me confesó que era vallisoletana, vamos, castella-

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na de pura cepa. En la época andalusí, a Valladolid se le llamó Balad al-Walid, y alguna reminiscencia del pasado le ha quedado a la niña, que se vino a vivir con sus padres aquí, y hoy su corazón se siente más “cañailla” que nada, que así es como se conoce a las personas que han nacido en San Fernando, o en la Isla de León, que es la misma ciudad. Los que nacen en la isla o se sienten como tal, a pesar de su lugar de nacimiento, se denominan y se hace uso del gentilicio como “Cañailla”. Y Eva no cabe duda de que los es hasta lo más profundo de la concha del molusco de nuestra tierra.

No es esta la primera sesión que hago con Eva, y estoy seguro que no será la última, pues son muchas las sesiones que hemos hecho juntos desde entonces, en Moldeando la Luz he subido fotos suyas en varias ocasiones de sesiones anteriores. Eva está ahí, nunca te falla, y es algo de agradecer. Es una niña que se hace querer, y el cariño es recíproco. Como bien digo y reitero, es muy buena amiga, además de excelente modelo, pero eso ya deberá de ser juzgado por quienes se paren contemplar nuestro trabajo, mis fotos y su belleza. En honor a la verdad, también tengo que decir que Eva es una enamorada del baile andaluz, y participa en la mesa de la federación andaluza de baloncesto. Lo siento por el Valladolid que la vio nacer, pues siempre me digo que Eva es más del sur que yo.

Eugenio R. Meco

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MinaDespués de quince minutos sujetando de la correa a Maximina Augusta

de Todos los Santos, regresaron sin que el cachorro hubiera mojado ni una sola vez el suelo. El sitio preferido de la perrita estaba en la casa, y dentro de la casa la cocina. Mina, que no siempre atendía por su nombre abreviado, formaba parte de una famosa estirpe de sabuesos. Con tan solo cuatro meses, tenía poca experiencia pero mucho pedigrí. Padres y abuelos sobresalieron en concursos de trabajo y belleza, y un bisabuelo fue célebre por su gran afición al campo y a todo tipo de caza. Todo esto y mucho más, se detallaba en los certi-ficados de identidad de Mina.

Tenía grandes orejas, cuerpo largo y patas cortas. Sus ojos negros apenas se entreveían entre el pelaje oscuro, que en la cabeza parecía más denso. Por el resto del cuerpo le crecía ralo y como alambres. A primera vista, a pesar de las esbeltas líneas alemanas de su padre, ella tenía algo de rata. Si te fijabas con atención, era fácil encontrarle rasgos de la familia Vom Der Dacchsschlucht. Estos, allá por el XVIII, tenían decorado el Salón de Cacerías del Palacio, con un lienzo que hoy se exhibe en el Museo Nacional, y muestra un perro vigilando a un tejón. Aunque Mina es mucho más joven, el hocico y las orejas del cuadro son las suyas. En realidad, el del retrato es una de las ramas troncales en su árbol genealógico. De otros antecesores del siglo XVII, incluso del XV, existen grabados y esculturas, pero falta documentación escrita, y por eso no figuran en su historial.

Mina, que salta y juega como cualquier cachorro, destella en su mirada algo feroz, imperativo. Ha heredado carácter y tenacidad para acosar a zorros y te-jones, y valor para enfrentarse a un jabalí. Con esa seguridad de los que saben que forman parte de la clase elegida, se envalentona con los perros que se cru-zan en su camino, sin importarle tamaño, e inconsciente en su juventud. María Teresa Federica Constanza, cada vez que la saca a pasear, vuelve con el hombro a punto de dislocarse. Ya en casa, mientras pasa la fregona por el charquito de la loseta (no falla, mea en cuanto cruza el umbral), le habla de su próxima es-tancia en un colegio. No hay reproche en su voz, pero sí un gran alivio. Le pre-ocupa esta mala costumbre que aprendió durante los dos meses que vivió con

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su madre, como le preocuparía que perdiera vista u olfato. Si para una mascota ejemplar, otra de sus grandes virtudes, esa resistencia a orinar en el campo es una mancha en el expediente, para un perro cazador, eso de perseguir piezas sin poder aliviarse hasta llegar a casa, es aún peor.

Ya estaba decidido que después del colegio la matricularían en la Universi-dad Privada. Los blasones de su linaje son los doctorados en Pruebas de Aptitu-des para el Rastro, Pruebas de Firmeza Ante los Disparos, y otros que acreditan la destreza para sacar del agua al pato abatido, o para el desalojo del conejo salvaje de las madrigueras (los otros hace siglos que están dominados). El títu-lo estrella del que tan orgullosa se siente la casta, es el denominado Rastro de Sangre. Mina tendría que seguir las gotas esparcidas el día anterior a lo largo de un kilómetro de monte, distinguirlas entre la mezcla de olores de otros ani-males, y dar con el refugio de la presa herida. Solo entonces estaría entre los aptos para procrear con abolengo.

Esta vez Teresa, con la mirada perdida en la mancha de humedad, sintió miedo, cada vez más, de que esos orines lo fueran a estropear todo. Sus temo-res derivaron en una fijación estresante que causó un gran desasosiego a la perrita. Relajarse les vendría bien, pensó, y antes de que empezara el colegio se fueron unos días a la playa. Mina correteaba en libertad por la arena, cuando un palo que arrastraba el mar llamó su atención. Su instinto ancestral se fun-dió con su imaginación de cachorro, y la perrita vio un pato en un estanque. Se lanzó a su captura, y una ola que puso fin a la angustia amarilla.

Gloria Soriano

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La señora del másterTengo algunos amigos, la mayoría, para qué engañarse, que me llaman

maniático porque soy consecuente —ellos dicen esclavo— con mis rutinas y porque adapto mi vida a un patrón que yo mismo me he marcado y del que no estoy dispuesto a salirme, ya que no hay causa que justifique el que alguien abandone su forma de vivir, sobre todo cuando se la ha ido imponiendo con el curso de los días, muchos de ellos felices, como es mi caso.

Dentro de mis acostumbrados hábitos está el de alojarme siempre en el mismo hotel cuando viajo a Madrid, sea por mis investigaciones en el Archivo Histórico Nacional o en la Biblioteca Nacional, por asistencia a congresos o por cualquier otro viaje, como el que me lleva desde hace meses a la Biblioteca del Palacio Real de Madrid, donde estudio desde entonces la correspondencia de una escritora asturiana con distintos corresponsales durante la guerra de Cuba. Desde el pasado marzo viajo a Madrid todos los lunes en el primer vuelo de la mañana y lógicamente me alojo en el hotel de costumbre sin que nada altere mi rutina durante los dos días que permanezco en la capital. Y eso que hubo un momento, allá por el mes de mayo, quizás por los efluvios de la prima-vera o el sinsentido del sexo arrebatado, en que estuve a punto a echar por la borda muchas de mis convenciones.

En el mes de abril coincidí en el avión con una mujer de muy buen ver, más o menos de mi edad, con la que, sentada en el asiento de al lado, intercambié un par de sonrisas de cortesía, una al llegar y otra, de despedida, cuando ya nos levantábamos camino del autobús que nos llevaría a la terminal.

No soy consciente de haberla visto en los momentos de esperar la maleta, apurar el paso y hacer cola para tomar un taxi. Pero, cuando llegué al hotel, en el mismo momento de recoger mi tarjeta y enfilar camino del ascensor, volví a verla, para mi sorpresa, en el recibidor del hotel. Nos sonreímos y, como yo me detuve para atender una llamada en mi móvil, volvimos a coincidir en el as-censor: nueva sonrisa cuando comprobamos que ambos íbamos al mismo piso. Menos mal que teníamos las habitaciones en pasillos diferentes.

Deshice mi maleta, salí en poco más de un cuarto de hora y me perdí en las calles de Madrid, rumbo al Palacio Real y su biblioteca, envuelto en mis propias reflexiones que no cesarían hasta mi regreso al hotel a última hora de la tarde. Caminando de vuelta, dudé si quedarme en alguna de las cervecerías de la zona de Atocha o acercarme al hotel, en cuyo restaurante solía cenar cualquier cosa

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en soledad mientras repasaba las notas y fotocopias que hubiera acumulado durante el día. Aunque esa noche no pude hacerlo: la mujer con la que había coincidido en el avión estaba esperando su cena sola en una de las mesas del fondo del comedor.

Su sonrisa se abrió de par en par en cuanto me vio y yo me acerqué a su mesa, también sonriente, y sonriendo me senté frente a ella y, sonriendo am-bos, nos vimos envueltos en una conversación distendida. Claro que, cuando estábamos terminando la cena, mi sonrisa se había congelado y en su rostro se adivinaba la tensión de una pesadumbre que parecía dominarla más allá de la tristeza imaginable

Yo le conté, tímidamente, mis aburridas pesquisas en archivos y bibliotecas y ella me correspondió con una dolorosa historia familiar. Me contó que era de Oviedo y que estaba yendo a Madrid desde hacía unas semanas porque su marido estaba ingresado en estado casi terminal en el hospital de La Paz do-minado por un cáncer que iba poco a poco minándole y al que, con ayuda de la medicina, aunque con pocas esperanzas, combatía con las últimas fuerzas que le quedaban. Sus ojos, olvidada ya toda sonrisa, estaban al borde las de lágrimas cuando me habló de las pocas esperanzas que le quedaban en la recu-peración de su marido.

Alargamos la sobremesa con una conversación más intrascendente, apoya-dos en la vaguedad de los desconocidos, y nos despedimos ante la puerta de su habitación al filo de la media noche. No sé si en sus ojos o en sus labios adiviné un titubeo, como si quisiera decir algo más o tal vez, tal vez alargar la conver-sación unos minutos más. Nos despedimos empero hasta el día siguiente y, mientras me dormía, recordé el perfil de su rostro y la suavidad de su sonrisa, aunque lo que realmente me volvía una y otra vez a la memoria era la profundi-dad de su dolor cuando me hablaba de la enfermedad de su marido.

Al día siguiente, sin que en ningún momento del día hubiera podido alejarla totalmente de mi mente, volvimos a coincidir en la cena. Llegué yo primero, tras haber abandonado la biblioteca del Palacio Real antes de tiempo, nervioso por el previsible encuentro, y en cuanto llegó ella, como si nos hubiéramos ci-tado previamente, pedimos la cena y nos sumergimos en una conversación que comenzó, como era lógico, con la información del estado de su marido al que dijo haber encontrado muy animado tras una conversación con su oncólogo, y prosiguió luego por otros derroteros menos dolorosos. Me habló de su juven-tud, de sus estudios en la Universidad de Oviedo, donde no habíamos coinci-dido por muy poco, de sus amigas, de los hijos que hubiera querido tener… y yo le hablé de todas mis rutinas y manías y sobre todo del aburrimiento de un solterón con mala suerte que se centraba en estudios e investigaciones que lo alejaban del tedio para sumergirle directamente en el hastío.

Habíamos pedido una copa para alargar la charla y, cuando la terminamos, iniciamos la subida a nuestras habitaciones, pero en aquella ocasión, el titubeo de sus labios de la noche anterior se trocó en una pregunta, adelantándose a lo que yo mismo pensaba decirle.

—¿Quieres pasar un rato? —me dijo franqueándome la puerta con una sonrisa grácil, que borraba de su rostro cualquier recuerdo de tristeza, y tras compartir una de las bebidas del mini bar, nos besamos brevemente en los labios, como saboreando una posibilidad, y nos adentramos después en todas sus dimensiones, para, mientras nos desnudábamos y dejábamos la luz en pe-numbra, dejarnos arrastrar por la inercia del sexo hasta adentrarnos en un orgasmo largo y cálido que combinaba suspiros y sudoraciones con temblores y jadeos en los que se refugiaba la complicidad de unos cuerpos movidos por pensamientos diferentes. Los míos tenían mucho de culpa y de rabia mal con-tenida porque, más de una vez, mientras mis dedos y mis labios la recorrían pensé en la soledad de su marido en una cama de hospital que quizás dentro de poco lo vería morir.

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Quise quedar con ella en Oviedo, donde ella vivía y de cuya Universidad yo era un modesto profesor, pero ella se negó. Creo que de manera brusca y acaso dema-siado rotunda. Luego suavizó su negativa diciéndome que pasaba la mayor parte del tiempo en Madrid pendiente del hospital. Lógicamente.

Y en Madrid y en el mismo hotel volví a verla a la semana siguiente y a la otra; y en ambas ocasiones nos sometimos al mismo ritual: compartir la cena y la cama, perdernos en conversaciones intrascendentes y dejar que nuestros cuerpos se bus-caran sin alivio, señalando las lindes del placer con señuelos que por momentos me hacían olvidar al marido que apuraba su vida en una cama bien diferente.

La primera semana de mayo sin embargo no la encontré en el hotel a la hora de la cena como esperaba. Tomé mi cena en solitario, pedí una copa, haciendo tiem-po, esperando que ella llegara en cualquier momento y deseando fervientemente que su marido no hubiera muerto y hubieran terminado sus viajes a Madrid. Antes de subir a mi habitación, armándome de un valor desalentado, pregunté por ella en la recepción, donde todas mis esperanzas se esfumaron sin consuelo y todos mis temores anteriores se tornaron ridículos y trasnochados.

La chica que me atendió dudó un poco al principio, pero inmediatamente, ante mis explicaciones, cayó rápidamente en la cuenta. “Ah, sí, la señora del máster”, dijo, y me contó que efectivamente había pasado en el hotel casi tres meses, sema-na a semana, de lunes a viernes, mientras realizaba un máster, la chica no estaba muy segura, en la Universidad Complutense o en la Autónoma. Se había despedido la semana anterior, la última que había coincidido conmigo y, eso sí que lo recorda-ba muy bien la recepcionista, les había dejado una generosa propina.

Aquella noche cabalgaron mis sueños pensamientos encontrados que enfria-ban todos mis sentimientos de culpa y me llevaban sin embargo a una rabia sorda, como producida por una frustración. Dormí mal aquella noche y mal anduve los días siguientes, a vueltas con mi desilusión y como flotando en la nube del ridículo. Hasta que una buena tarde, casi dos meses más tarde, me la encontré de frente en el centro de Oviedo.

Venía del brazo de un hombre más o menos de su edad, bien vestido y muy repeinado, al que me presentó como su marido para decirle a continuación:

—Este es el profesor Domínguez, con el que coincidí en Madrid en un par de ocasiones cuando realizaba el máster. ¿Recuerdas que te lo conté?

Nos saludamos brevemente y nos despedimos con una cordialidad fría, de pura fórmula. Y entonces comprendí que mis amigos me llamen maniático y en ocasio-nes raro, porque en vez de retorcerle el cuello, que era lo que me pedía el cuerpo, sonreí educadamente, seguí mi camino calle Argüelles adelante y pensé quizás es-túpidamente en aquella reflexión de Ortega y Gasset según la cual el porvenir es siempre el horizonte de las incertidumbres.

F. T.

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Flores de papel Nunca comprendí la seguridad que sentí en aquel momento. Ahora, cuando la tarde no es más que un lienzo azul extendido al descuido

sobre los vidrios sucios de la ventana, me invade un torrente de preguntas encadenadas a la angustia que siento. Es entonces cuando comienzan a flotar airadas y prepotentes a ras de mi cuerpo, de mi piel, de mis manos que intentan apartarlas como si tan solo fueran insolentes insectos que auguran la proximidad de la tormenta.

…Y así, de una manera ilógica, ilógica por el mismo sentido de contra-riedad que en otro instante fue reflejo de una situación previsible, esperada, construida a través de todos los momentos imaginados, vividos en la flor la-beríntica de la mente, un encuentro al que siempre había apostado, hoy éstas preguntas se remueven inquietas, ciegas en un dolor sin respuestas certeras que me confirmen la veracidad de lo sucedido.

No entender por qué aquellas horas ingenuas que transcurrieron con una alegría callada casi al borde de la felicidad, se habían transformado en minutos, ruinas de un tiempo sin sosiego ahora que sólo me restaba tomar una decisión.

…El por qué…otra pregunta más en el caudal histérico que moja mis ojos cada vez que rompe en uno de los muros del miedo, de sus manos dibujando una flor que terminó desmigajándose en la humedad insomne del bar, no que-da más que el recuerdo. Como un humo invisible que se escapa sin poder recu-perar los contornos, el aura de aquella mano describiendo formas, pincelando el aire con gestos más reveladores que las palabras.

¡Si pudiera tan sólo aislarme del pasado…!, del presente que nunca sé muy bien cual es; el minuto que estoy viviendo se pierde en segundos que han pa-sado… ¡es tan efímero el presente…tan ingenuo y sentimental!, que cuando se hace palpable se torna en memoria. Imposible detenerse en el filo de la más pequeña cuota de la existencia y asomarse de puntillas para observar lo que está por debajo del abismo, el futuro, que no es una prolongación hacia adelan-te como intentan hacer creer, sino una continua caída fragmentada a lo largo de los años.

Como una sombra desdibujada, una sombra incorpórea tejida con los hilos del recuerdo, vuelvo a ver su sonrisa de boca ancha escaparse de la profundidad de mi miedo, abrirse y resonar como grillos borrachos de noche en la luminosidad de esos dientes blanquísimos. Esa risa que siempre había

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esperado, que supe reconocer entre todas las risas oídas y entre todas las que podrían venir.

De pronto se me hizo consciente su figura, no en la compleja totalidad de su cuerpo, sino como partes entrelazadas por sonidos, colores, luz. Ya eran sus brazos morenos y enérgicos o sus ojos como perdidos en los despojos del abandono, pero igualmente blandos, igualmente tiernos… o la perfecta enmarañez de su cabeza lo que me lleva de la certeza a la desolación.

La tarde parecía inmóvil, asegurada a un límite preciso, al igual que el cristal que se funde en el marco. La lámpara oscila movida por una corriente que no sé de dónde proviene. Está todo cerrado, pero siento las uñas del aire describir círculos sobre mi cara, en tanto sombrea la pared con la proyección del cable, deformado, como un brazo extraño que barre las telarañas del techo. Un aire cargado con el perfume amargo de las cinias que ayer florecieron en un rincón del patio como un presagio descontrolado, entre los pastos altos, devoradores, que intentaron en vano ahogarlas.

La espera se torna inútil y eterna encerrada entre las cuatro paredes de la oficina, donde el tiempo se ha convertido en una bocha de plomo sujeta a mis piernas que amenaza con hundirme en un fango de inseguridades, en la lucha ancestral contra el miedo.

No tenía sentido seguir allí sentada, con el alma dormida en una realidad que se extenuaba en sí misma, en una rutina agotadora de mañanas interminables frente a las siempre iguales pilas de papeles que había que archivar, corregir o verificar. Al bullicio ensordecedor que no me concernía, al tecleo incógnito de las máquinas que se multiplicaban a mi izquierda, en el café amargo y helado que servían a las 10:30 en punto. A la desoladora ambigüedad que nos unía.

Recuerdo el frío que sentí aquella mañana rumbo al trabajo, tan sólo tres días atrás; un frío salvaje que se expandió entre mis entrañas como una gelatina de viento, mientras el sol rabioso desangraba la brea en el asfalto. Fue ese mismo frío inesperado y ridículo en uno de los días más calurosos de

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marzo, el que me llevó a penetrar en el bar solitario y oscuro frente al que me había detenido.

—Vos sos la que pasa todas las mañanas por esta misma vereda y nunca, nunca miraste hacia adentro.

La voz provenía del rincón más sombrío del lugar. Una voz amable y un poco burlona, que luego se había acercado para sentarse a mi lado, sin permi-so, pero sin la insolencia de otras veces. Unos hombros que se adelantaron y una cabeza que se ladeó en busca de mis ojos, como si fuera lo más normal del mundo…, como si hubiera esperado que hiciera exactamente eso.

— Jamás te vi volver, y eso que a veces me quedo hasta muy tarde— sus ojos tristes me miraban desde un fondo de rasgos solo definidos por el contras-te de luz y sombra del que parecía estar hecho el bar.

—Vuelvo siempre por Indarte— le dije.No necesité el café. El frío se había evaporado tan pronto como llegó. No

hablamos mucho tampoco, solo algunas cosas que quizás en ese momento con-sideramos importantes, pero ya no podía recordar qué eran. Únicamente una imagen vuelve con insistencia; la de un retazo de luz que iluminaba la mesa y su mano dibujando sobre la servilleta una flor.

Aunque no había sido como en mi sueño, ya que en aquel en ningún mo-mento hablábamos, nos conformábamos con mirarnos y entender que no ha-cía falta siquiera una palabra para saber que éramos nosotros, los que siempre nos habíamos buscado. Igual tuve la seguridad, esa misma seguridad que ahora se me escapa de las manos, que era él.

Porque los sueños tienden a engañarnos, nos colocan trampas para que no los reconozcamos, para conservar su identidad de sueños, su sinsabor de no ser concretados.

Su mano tibia que depositaba sobre la mía la servilleta húmeda con esa flor grotesca, como hecha por un niño y que terminó deshojándose entre mis dedos ante su mirada mezcla de resignación y angustia.

—No importa, mañana a esta misma hora te hago otra. Todos los días que resten de mi vida te dibujaré una.

Tres días me había llevado comprender que no perdí la única oportunidad, cuando por sobre las hilachas de papel se irguió su cuerpo, velando la poca luz que se licuaba desde la calle y volvía, en silencio, a sumergirse nuevamente en la oscuridad del bar.

No me había abandonado. Tuvo la capacidad para entender que la insegu-ridad que desplomaba mis sentidos no podía esfumarse en un instante. Supo que necesitaba recorrer muchas veces más esa misma vereda, junto a ese mis-mo bar, para que tal vez, un día cualquiera, sin excusas, volviera a entrar.

 Viviana Genta

Está todo cerrado, pero siento las uñas del aire describir círculos sobre mi cara, en tanto sombrea la pared con la proyección del cable, deformado, como un brazo extraño que barre las telarañas del techo. Un aire cargado con el perfume amargo de las cinias que ayer florecieron en un rincón del patio como un presagio descontrolado

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Foto: Completu

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¡Óleo o quizás ole oh¡En algunas ediciones pasadas de esta revista ya había comentado que explicar

con Tinta lo que quiero decir con Luz es realmente difícil si no es en vídeo.Cuando vemos esos videos tutoriales de cómo un autor consigue llegar a ense-

ñarnos ciertos tipos de trabajo digital y nos lo muestra a través de nuestra panta-lla, vamos parando la película según asimilamos los conceptos que nos muestran. Y con todo y con eso, todavía lo tenemos que repetir varias veces para entenderlo.

Cuando lo que vamos a trabajar es una foto de estudio, nos encontramos, como la comodidad de la disposición de luces, posiblemente menos ruido que en exterio-res y un guión que nos marca lo que pretendemos.

Si por el contrario, si lo que vamos a trabajar es una tirada de exteriores, nos encontraremos que aún teniendo los mismos datos exif e incluso con la misma distancia focal hay diferencias entre dos fotos seguidas y si lo que se pretende es que se sigan unos parámetros fijos de edición, nos encontraremos con que los resultados son variables, aún llevándose menos de un segundo entre las dos fotos.

No cabe duda que debemos conocer un mínimo de los programas que estamos usando y para que nos sirven.

Si lo que queremos hacer es un tipo de plastificado porque da forma redon-deada a nuestros modelos, yo uso el Corel PHOTO-PAINT 12 porque el resultado es total y en PhotoShop me deja errores de parciales con defecto al centro de la imagen.

Para quitar grano o ruido en mis fotos, aconsejo Lightroom y si no disponemos de ello entonces el Luminance HDR, que es gratis.

Podemos conseguir buenos resultados de una variación de temperatura con Picassa y lo suelo usar muchos en Retoques de Luz y Color/ Temperatura de color. Se consigue dar más fuerza a la foto.

No he visto ningún tutorial que nos llegue a comentar el resultado que quiero explicar en este momento. Si nadie lo ha hecho, no tiene denominación todavía; y si no la tiene, podemos ponerle el nombre que queramos, ya que cumple con un status y parámetros muy particulares.

La mayor parte de las fotos que se colocan en Moldeando la luz, las saco a mi monitor y las desmenuzo, fijándome en luces, sombras, y por supuesto los da-tos exif, para llegar a comprender qué era lo que quería su autor comunicarnos. Bueno, mejor decir, “que algunos quieren comunicarnos,…”, porque hay otros que simplemente ponen fotos.

De la mezcla de valores de unos y de otros salió una forma diferente de acaba-dos, que a mi particularmente me gusta en unas y no tanto en otras.

Algunos de mis conocidos, han contactado conmigo preguntándome el modo con que hago unas fotos que ellos denominan como “caricaturas con algo de 3D” y les respondo que con PhotoShop CS6 y con filtro camera raw y filtro óleo.

La verdad es que así a golpe de martillo es muy difícil, por lo que lo mejor es hacerlo por este medio y de paso que se lea, si se puede, un poco más esta revista.

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Si la fotografía que vamos a trabajar, lleva más ruido, menos resolución, tiene manchas o similares, los detalles de construcción serán más acentuados y nos lo estropearán, o tendremos que manipular los parámetros a más o menos.

La mayor parte de las fotos que resaltan los blancos o los llamativos flash, las paso por Picassa 3 en Retoques de Luz y Color/ Temperatura de color (tiene un símbolo en forma de Sol) . Esto aplica unas texturas más tostadas y ayudan a la siguiente composición.

Hasta la fecha, todos los trabajos que se hacían en esta sección se podían hacer con cualquier programa de PhotoShop; pero llegó el momento de reno-varse o morir “, así que quien no lo tenga se tendrá que hacerse con la edición Photshop CC o Cs6, que es la que usaremos, porque utilizan filtros que no es-tán en los más antiguos.

El programa Paint.net –también gratis– tiene a su vez un efecto óleo, pero tras aplicarlo habría que pasar la foto a Lightroom y posiblemente otra vez al Paint para conseguir lo deseado.

La imaginación será lo que prevalezca, ya que mientras componemos, po-dremos variar a un antes de, o un después de; o simplemente quedarse en el punto de agrado.

El efecto fotográfico que vamos a conseguir, criticado por algunos como “no me gusta” y por otros deseado, es el intentar llegar a ver las exposiciones a modo de cuadro sobre lienzo, con unos rasgos “apastelados”, sacrificando de paso lo que alguno llama “purismo”.

Me pareció que los mejores ejemplos deberían de ser de los mismos mol-deadores y elegí algunos al azar que me parecían más interesantes, como estas fotos de Jelvin Bornes y David Roldán que pongo aquí como ejemplo.

Vayamos paso a paso. Pasamos nuestra foto al programa.Se duplica la capa y se aplica Filtro/ filtro Camera Raw / Claridad 100% y

Filtro/ Pintura al óleo/ Brillo 0 – Estilización 10 y Limpieza 10 (va a depender y mucho, lo que comentaba del ruido, resolución, etc ). Puede que se necesiten

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menos parámetros, menos estilización o menos limpieza. Hay que acomodar a los perfiles deseados, pero eso lo vemos mientras movemos los mandos.

A continuación, Filtro/ Camera Raw / contraste -80.Si es retrato, Goma de borrar/ con opacidad al 50% (varía, según los gustos

de acabados) y borrar en una forma muy suave parte de manos, caras, pies y otras partes que queramos más detalles. Se trata de borrar un poco las pincela-das abusivas que hace el programa.

Con la herramienta de Subexponer (tiene forma de mano) a un 40 %, (o menos según foto) marcamos sombras en manos, parte de las sombras de la cara, piel, resaltes de colores llamativos ( rojos, verdes, etc).

Depende de gustos, ya que se podría dejar así, y también podríamos dejar más nitidez en cara, borrando con Goma a baja opacidad por encima de cara o dejar más realismo en Capas/ multiplicar/ bajar opacidad (la que se quiera). Más Goma de borrar con una opacidad de 25% por cara, manos, pies, piel, etc: Combinar visibles y bajaríamos algo de opacidad de capa

Bueno, pues hasta aquí la teoría principal.Ahora no cuesta imaginar que cada foto tiene cientos de diferentes posi-

bilidades, solo con estos apartados y que además, o al menos en mi caso, los pasamos por otros programas como Picassa por temperaturas, por Corel Pho-to-Paint, o por otros filtros compatibles con PhotoShop como son Color Efex- Dfine – Shapener Pro – etc, etc.

Los resultados lógicamente pueden ser de destaque o de tirar a la papelera.

Ricardo González “Completu”

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La casa de DomingoTenía ganas de volver. Cada vez que pasaba por la vieja casa de Domingo

Calvo escapaba mi mirada hacia aquellas abiertas ventanas, que los días de viento y lluvia se zarandeaban como un juego. A través de ellas se adivinaba un armario con chaquetas colgadas, como esperando a su dueño para vestirle, y cambiar las humildes prendas que usaba en sus quehaceres de diario por aque-llas un poco más elegantes, que seguro que pocas veces vistió. Pero allí estaban, en una espera infinita, quizás eterna, porque hace muchos años que por allí solo corre el aire del olvido.

El viejo cazador hace años que partió para siempre. Atrás quedaron sus lo-bos, gatos monteses y ginetas. También azores y milanos. El humilde zoológico que formó en las cercanías de su casa, mantiene todavía las jaulas oxidadas que poco a poco la maleza va devorando, como reclamando su propiedad. Allí está la vieja cadena que sujetaba al lobo que durante muchos años fue su animal de compañía. Valdroguin, se llamaba. Y como animal salvaje que era, un día sacó la fiera que permanecía aletargada en su interior. Y fue una pelea épica donde el hombre y la fiera lucharon hasta la muerte. El hombre y el lobo. Cuando el animal lo tenía casi derrotado, y la boca estaba cerca de su garganta, casi sin fuerzas, llamó a su mujer, que acudió con una hoz, y de un certero golpe de-cantó la lucha a favor del hombre. Es una historia épica, que se mantiene en la memoria de los habitantes del concejo de Caso y que resume otra forma de entender la vida en el medio rural. Cuando los hombres y mujeres lo eran en el sentido grandioso. Supervivientes, capaces de vivir en un mundo a veces hostil, pero que trataban a la naturaleza de tú a tú, respetando sus reglas o, en algunas ocasiones, enfrentándose a ellas. Todo estaba escrito en normas refrendadas por siglos de historia. La caza de alimañas, los cortes de madera en los bosques, atendiendo a las fases de la luna, los animales domésticos, con re-glas fijas para subir a los pastos de montaña, los concejos abiertos convocados a toques de campana, donde se dirimían las cuestiones que afectaban a la vida de aquellas comunidades. Allí no existía la política ni los organismos ligados a ella. Eran ellos mismos los que regían sus vidas y la gobernanza en los espacios donde ésta transcurría.

Hoy, de aquel mundo solo queda la vieja casa de La Puentepiedra donde vivió nuestro hombre. Derrumbándose como la arena que nos empeñamos en coger en la playa y se nos escapa de los dedos. Nadie hay ya que se ocupe de ella. Y antes de que desaparezca quería volver a entrar en ella. Yo tuve a Domingo

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como un ser mítico. Cuando subía a ver a mis abuelos en una quintana próxi-ma, paraba algunas veces para que me enseñara el lobo, y me contara aventuras y cacerías por aquellos montes. Son recuerdos que te quedan grabados para siempre. Ya no quedan esos personajes, o si quedan son de otra manera.

En la destartalada cocina con el escaño carcomido por la polilla yace un ar-mario de formica con las puertas rotas. En otro que todavía resiste se ven algu-nos platos y tazas, quizás testigos de algún guiso de rebeco, contando historias a los que compartían el tiempo con él. Un viejo candil de carburo alumbraría aquellas tertulias, y sería testigo de un tiempo que ya no volverá nunca.

Lo que me arrugó un poco el alma fue ver una cafetera, ya de las de alumi-nio, todavía encima de la chapa de aquellas cocinas de hierro negro tan habi-tuales en las casa de nuestras aldeas. Quizás fue el último café que sirvió, y allí pervive sola como esperando sentir otra vez el calor del fuego para derramar el espeso café que acompañaba a las sobremesas de las cocinas de antaño. No pude por menos que tocarla, siquiera para que sintiera el calor de unas manos humanas, y hacerla ver que la vida existe, mientras exista la memoria.

Estuve un buen rato recorriendo las estancias, de forma peligrosa, a veces, porque en el piso superior las tablas del suelo mostraban boquetes de luz don-de indicaban el peligro de pisar en ellas. Sosteniéndose de mala manera estaba el armario con aquellas ropas que yo veía desde la carretera. Chaquetas enmo-hecidas por el paso de los años. Pantalones y sábanas, testigos de otros años, se desparramaban en desorden por las estanterías. Anaqueles donde frascos de extrañas substancias mostraban las señales de la herrumbre. Una ventana pequeña alumbraba lo que fue su lecho, y por un instante me pareció ver la fi-gura recia y fuerte de Domingo Calvo, el viejo cazador de alimañas, que todavía sin amanecer, se levantaba de aquella cama, cogia su escopeta y despacio, para no despertar a nadie, bajaba los estrechos escalones, hasta la cocina, donde el fuego que todavía se mantenía encendido, calentaba la cafetera de aluminio que preparaba aquel café espeso y fuerte. Esa, que todavía contemplo mientras por la negrura del bosque en que desaparece un hombretón con una escopeta al hombro. Buscando al lobo.

Monchu Calvo

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Capilla del Lazareto

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Menorca y el Lazareto de Mahón

Me llamo Cuthbert Collingwood*, Almirante Cuthbert Collingwood, pero voso-tros los de Moldeando me podéis llamar Colling, que es como lo hacían mis compa-ñeros grumetes de la fragata Shannon cuando me enrolé en ella con tan solo once años, uno menos de los que tenía Nelson cuando hizo lo mismo en otro buque. Llegamos a lo más alto de la Royal Navy, repercutiendo ello en la sociedad de la época, en la que incluso mis opiniones políticas eran bien consideradas, como la de oponerme al servicio naval obligatorio así como a la flagelación de los marinos, por lo que éstos llegaron a llamarme “padre”.

Conocí a Juan Depunto a principios de vuestro siglo actual, cuando éste fre-cuentaba Menorca todos los años por razones profesionales. En cuanto descubrió la que fue mi casa en Mahón (hoy convertida en hotel, el “Hotel del Almirante”, bien cuidado y mantenido como cuando yo lo usaba en otra época) y supo de la existencia de mi dormitorio con su cama original, inmediatamente pidió esta re-servada habitación y quiso dormir en ella. Le advirtieron los actuales moradores de que mi presencia permanecía, pero para él solo fue un aliciente más. Hasta que de madrugada, a los de mi estado y condición no nos queda más remedio que absorber energía de los mortales para poder seguir manteniéndonos con la dig-nidad de un espectro que se precie. Entonces sintió unos escalofríos de muerte, como los más intensos que en unas fiebres pestilentes pueda sentir un ser vivo. Ahí se despertó, encendió la estufa y tuvimos una charlilla en la que le conté cosas de mi tiempo, especialmente las relacionadas con las fiebres que creyó sentir, es decir, con el Lazareto. No fue éste su único sobresalto, como más adelante podréis comprobar.

Comencé contándole mi historia, tan unida a la del también Almirante Nelson, mi admirado compañero y amigo. Luchamos juntos contra Napoleón, del lado de los españoles y otros pueblos de Europa (¡cuánto nos equivocamos!), aunque lue-go, en esa alternancia que vivieron nuestros dos grandes imperios, combatimos contra ellos y los franceses en San Vicente, en Cádiz (donde salimos escaldados) y finalmente en Trafalgar en 1805 (la victoria definitiva); allá sustituí a mi amigo

* El nombre y casi todos los hechos son reales. Juan Depunto ha invitado al fantasma del Almirante a narrar este reportaje del que él solo es su transcriptor y fotógrafo.

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Horacio tras ser alcanzado por la buena puntería de un mosquetero francés, unida a su empeño de figurar en cubierta con todas sus brillantes condecora-ciones que hicieron de él un blanco perfecto. Pero era su manera de estimular a la marinería y ganar batallas… Yo opté por evitar los azotes.

Durante otra época Horacio ostentó el mando supremo de la Royal Navy en el Mediterráneo y yo el de Menorca y su puerto, a cuya entrada construí mi casa, para controlar mejor las idas y venidas de los navíos. El puerto era y es el mejor del mundo, pues a su profundidad se unía su extensión, adentrándose kilómetros en tierra firme a manera de gran ría a la que nunca afectaban los temporales y en el que cabía y podía maniobrar ampliamente toda una escua-dra. Éste, junto con su situación estratégica, fue uno de los motivos por los que a mi país le interesó tanto tomar partido por los Austrias frente a los Borbones y luego, de acuerdo con el tratado de Utrecht de 1713, disponer de Menorca y Gibraltar.

Tras enfrentamiento con los franceses en 1756 perdimos la isla, para recu-perarla poco después por la Paz de París de 1763 y perderla ante una escuadra franco-española en 1782. Luego, acabada la alianza de España con Francia en 1798 volvimos a Menorca, en donde estuvimos hasta 1802 por el tratado de Amiens y sobre todo… ¡por la falta de móviles!, esos aparatitos tan útiles a la par que incordiantes que usáis en vuestra época actual: no llegó a tiempo un despacho urgente de Londres que ordenaba al gobernador británico no entre-gar la isla a pesar de lo acordado en el tratado...

Así de lastimosamente perdí mis funciones de gobernante naval de la isla, aunque mantuve mi casa. Me dolió y mucho, aunque me consoló que seguía siendo muy estratégico controlar el Mediterráneo desde la entonces su única entrada y salida que estaba y sigue en nuestro poder.

Enfrente de mi casa, al otro lado del puerto, y con el mismo estilo y rojos colores, los Hamilton edificaron la suya. Solíamos saludarnos con ayuda de los catalejos. En casa de los Hamilton pasaba jornadas de descanso Horacio que, como sabéis era amante de Emma, la mujer de Williams Hamilton, con quien hasta tuvo hijos. La relación, por supuesto, era consentida formalmente por su marido, embajador del Reino Unido en Nápoles; formaban un trío perfecto: ella, con su belleza y su voz (fue cantante profesional de joven) procuraba agra-dar a ambos. Hoy un hotel de Mahón utiliza su apellido, el Hamilton.

A la izquierda, entrada al Lazareto de Mahón.Bajo estas líneas, Hotel del Almirante Collingwood.En la dople página siguiente, Puerto d Es Castell.

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Pero iba a contar la historia del Lazareto de Mahón y en ello me pongo. Los lazaretos eran establecimientos sanitarios cerrados y aislados donde se recluían enfermos infectocontagiosos. Empezaron en la antigüedad con las leproserías y terminaron con los antituberculosos en el siglo XX. Tras los avances de la medicina y los descubrimientos asociados, fundamentalmente los antibióti-cos, dejaron de tener utilidad. Los lazaretos marítimos estaban destinados a cumplir una función semejante en relación con los grandes desplazamientos humanos que se dieron con el desarrollo de la navegación. El primero fue el de Venecia, fundado allá por el año 1423. Nosotros, los ingleses, construimos uno pequeño en nuestra época de Menorca, en el islote llamado de la Cuarentena, a la entrada del puerto de Mahón, frente a mi casa.

En España se empezó a pensar en ellos 300 años más tarde, con motivo de la peste de Marsella. Como esta epidemia, aún letal, se autoextinguió pronto, con la misma velocidad se apagó el interés de los gobernantes en el tema, más interesados en sufragar guerras borbónicas y de toda índole que en proteger a la población a la que deberían deberse. España, por otro lado, tenía el grueso de sus viajes en el Atlántico y la larga travesía hacía de filtro para posibles epi-demias importadas que se extinguían… en la mar océana.

En tiempos de Carlos III se firmó la paz con los países del norte de África, estableciéndose desde ese momento un nuevo e importante flujo de viajeros con esas tierras en las que la peste y otras epidemias eran endémicas, lo que hizo retomar el proyecto de los lazaretos. El elemento desencadenante fue la necesidad de alojar en cuarentena a los 268 esclavos españoles liberados de Argelia en 1785. El sitio elegido fue la isla de Cuarentena aludida antes, pero estas instalaciones demostraron ser demasiado pequeñas y obsoletas y al final se desplazaron al islote de Colom, mayor, algo más hacia el norte de Menorca. Esto dio lugar a que se construyera a la entrada del puerto de Mahón, que era el sitio estratégico para ello, el actual Lazareto en lo que era entonces penín-sula de Felipet, junto a la isleta de Cuarentena pero mucho más grande; más adelante fue reconvertida en isla por razones militares de acceso al castillo de la Mola, que queda justo a su lado noreste. Pero la construcción efectiva no se inició hasta 1793, tras nueva epidemia de peste en Argelia, ¡como siempre!

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El Lazareto está rodeado por una doble muralla de algo más de 1200 me-tros de longitud por 7 metros de alto, separadas las dos partes entre sí por 12 metros. No se supo hasta finales del siglo XIX que buena parte de las epidemias se trasmitían a través de un mosquito para el que los altos muros no suponían ningún problema para este volátil. A su vez, a mitad de la península (hoy isla) la doble muralla penetra en sentido norte sur para separar las dos grandes zonas en las que se dividía. La del oeste para las llamadas “patentes sospechosas” y la del este para las “patentes sucias” en mayor o menor grado, a su vez dividida en otras dos partes, la más oriental para enfermos declarados (la “apestada” o “infectada”) y la intermedia para barcos en cuyo pasaje se hubiera declarado al-gún caso, aunque ya se hubiera superado (“contaminada”). En el extremo más oriental, el claramente infeccioso, se situaban al norte dos cementerios con acceso directo: uno católico y otro para las demás religiones.

Los tres recintos se dividían a su vez en dos zonas separadas por los servi-cios de enfermería y huertas: una para las mercancías de los navíos y otra para los pasajeros. En los extremos había sendas torres de vigilancia y en el medio una gran torre central para controlarlo todo y una capilla circular a la que te-nían acceso dos de las partes del lazareto, pero por separado: la sospechosa y la contaminada, no la infectada.

Una “patente” era el certificado sanitario que tenían que llevar los barcos de la época: la “sospechosa” era aquella que venía de una zona endémica de peste, aunque no hubiese en ese momento epidemia ni hubiese tenido en su pasaje

A la izquierda, Monasterio del Carmen.Abajo, Puerto de Mahón.

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a ningún enfermo. La “contaminada” era la que sí tuvo declarado algún caso durante la travesía o la zona de origen tuviera epidemia. La “infectada” era la que tenía enfermos. Curiosamente esta nomenclatura permanece vigente en vuestros días para la clasificación de las heridas y otras afecciones.

El Lazareto estaba perfectamente organizado, con un alcaide a su mando y el personal necesario, incluidos guardias de sanidad, sacerdote y sacristán. La atención sanitaria estaba a cargo de un médico y un cirujano que tenían que vivir permanentemente en el Lazareto. Era considerado un establecimiento de lujo, con toda clase de adelantos para la época. La hospedería se clasificaba en tres categorías, primera, segunda y tercera, como los barcos y hoteles.

La zona del Lazareto destinada a los pasajeros de “patente sospechosa” es la que actualmente se dedica a aulas para los distintos cursos sanitarios que se imparten en la actualidad, en que está convertido en una Universidad de Verano, administrada parcialmente por el Ministerio de Sanidad y el Gobierno Insular, hasta los primeros días del pasado mes de abril de 2015 en que se han realizando las transferencias para pasar la titularidad de la edificación íntegra-mente al gobierno de las Islas Baleares. El Lazareto recibió a su último barco en 1919, funcionando desde entonces como residencia de verano para niños, hasta que en 1967 pasó a serlo de los funcionarios del Ministerio de Sanidad (hasta hace muy poco), y como sede de los cursos de verano que continúan. En 1993 fue declarado bien de interés cultural.

Al Lazareto se accede desde el vecino pueblo de Es Castell (antes San Car-los) por medio de un pequeño barco de pasajeros, también propiedad del Mi-nisterio de Sanidad, que fondea en el puerto de Es Castell. También dispone de una pequeña barquita, fondeada en el puerto del Lazareto, que permanecía disponible para el personal que la pudiera necesitar durante la noche, o el guar-da que queda solo en la época invernal en que todo el mundo se va. El guarda, recientemente jubilado, se llama “Poli” y de haber vivido en mi época sin duda le habría aceptado enrolarse en mi buque insignia.

En sus 100 años de servicio, el Lazareto atendió cerca de 14.000 barcos.Fotografiando las distintas zonas del Lazareto, JuanDepunto tuvo una ex-

periencia difícilmente explicable y muy impactante: en la zona más oriental, la que fue la destinada a las “patentes apestadas”, observó una pareja de ancianos tras la valla que le separaba de los edificios que estuvieron destinados a enfer-mería. Estaban sentados en sendas sillas de enea, tomando el sol. Disparó la foto y siguió haciendo otras muchas más, algunas de las cuales figuran en este reportaje. La sorpresa vino cuando acabada la sesión quiso ver los resultados de sus tomas: al llegar a la de los ancianos sentados se encontró las dos sillas de enea, pero ¡sin los ancianos! Comentó el caso con las personas que lo acompa-

A la izquierda, torre principal de vigilancia.Abajo, tras la muralla del Lazareto.

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ñaban en la vuelta fotográfica y nadie encontró explicación razonable al hecho. Hubo quien dijo que podría tratarse de los espectros de antiguos pasajeros en cuarentena los cuales, como todo el mundo sabe, no salen en las fotografías, ni en las antiguas de papel ni en las modernas digitales…

Y ya que conocéis el Lazareto, no debéis dejar Menorca sin ver sus princi-pales atractivos. La isla se extiende del este (Mahón) al oeste (Ciudadela) a lo largo de unos 45 km. En el centro están los pueblos más importantes, Mercadal y Alaior, así como el monte del Toro, que con sus cerca de mil metros de altura es un baluarte perfecto para ver desde arriba toda la isla, sus calas y puertos pesqueros. En cualquier guía turística os informarán al detalle de sus asuntos más interesantes, entre los que se encuentran los restos de las edificaciones prehistóricas, los “talaiots”, el magnífico queso de Mahón (con tres niveles de curación, recomendable especialmente el más curado) y los “talleres literarios islados”, en los que se convive durante una semana con un escritor famoso (en la isla viven permanentemente varios, como Cees Noteboom) mientras se asis-te a un curso impartido por el mismo sobre escritura creativa.

Todo esto me dijo Collingwood, de lo que yo doy fe

Juan Depunto

Referencias:1.http://www.menorca.org/es/historia-de-menorca, 2.http://es.wikipedia.org/wiki/Cuthbert_Collingwood, 3. Id. /Nelson, 4. Id. /Hamilton. 5. El Lazareto de Mahón, JM Vidal Hdez, 2ª Ed. IME, Menorca 2004, 6. https://www.facebook.com/lazaretodemahon, 7. Menorca monumen-tal, ed. Consell Insular de Menorca 2006.

Arriba, torre principal de vigilancia.A la izquierda, rampa de acceso al Lazareto

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II Concentración de coches clásicos en Candás

El día 8 de Marzo tuvo lugar en Candás la II concentración de coches clásicos, organizada por un grupo de jóvenes candasines con la colaboración del Ayunta-miento y patrocinio de una gran cantidad de comerciales y hosteleros de Carreño, concejo asturiano del cual Candás es la capital. Casi 150 vehículos tomaron parte en la misma.

Los coches se expusieronn en el parque de “Les Conserveres”. Los participan-tes, como preámbulo a la comida, realizaron un paseo por las calles y posterior-mente, hacia las cinco y media, los que quisieron tuvieron la oportunidad de rodar por las pistas del circuito de Asturias ubicado cerca de Noreña.

Fue un día muy soleado, casi veraniego, pero la temperatura a primeras horas y después al atardecer era la correspondiente al invierno en que todavía se estaba.

Mi buen amigo Chus, de la joyería La Fundición me avisó de cuándo era, y como ese fin de semana ya tenía pensado ir a Candás, puse a punto el equipo foto-gráfico para llevarlo. La organización me facilitó una acreditación para que me pu-diese mover libremente. Después de terminar la jornada revisé las fotos y les envié una buena cantidad para que las tuviesen de recuerdo, como aportación personal a este grupo de jóvenes que pusieron en marcha la idea.

A las diez de la mañana, al llegar al parque, mi amigo Chus me presentó a Ru-bén, de la Cervecería La Figar. Ya nos conocíamos de vista pero descubrió en ese momento mi pasión por la fotografía y me puso al tanto de los detalles y horarios de todo lo que tenían planificado.

Ya con la cámara en mano, comencé a fotografiar a los primeros participantes que estaban ocupando sus puestos. Al principio fueron llegando poco a poco, se-gún avanzaba la mañana se empezaban a oír con más y más frecuencia los cantares de esos motores envejecidos por el paso del tiempo, pero que se resisten a decir adiós, gracias a los cuidados de sus dueños que tanto cariño y mimo depositan sobre ellos.

Si nos parásemos a hablar detenidamente con cada uno de sus propietarios nos deleitarían con historias y aventuras vividas con y a bordo de estos entrañables vehículos.

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Se vieron entre otros los míticos Seat 600, Simca 1200, Renault 8, Ford Fiesta, Renault 5 copa, el Ci-troën “Tiburón”, Pontiac, Mustang, Porche, Lancia y muchos más modelos.

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Se vieron entre otros los míticos Seat 600, Simca 1200, Re-nault 8, Ford Fiesta, Renault 5 copa, el Citroën “Tiburón”, Pontiac, Mustang, Porche, Lancia y muchos más modelos.

Según avanzaba la mañana iban llegando las visitas, los curio-sos, los amigos, vecinos y aquellas personas a las que les cautivaba el mundo del automóvil y tenían una oportunidad única de ver algún modelo en especial. Seguro que muchos de los visitantes aprovecharían para pasar en día en esta villa marinera en la cual tuve el orgullo de nacer.

Por la tarde, después de comer, puse rumbo a Noreña para presenciar la pericia de los conductores que daban unas vueltas por el circuito con sus vehículos. Todos los asistentes disfrutamos viendo a estos clásicos en acción. Incluso uno de los participantes añadió un matiz cómico, al ir el copiloto con una máscara de una cabeza de caballo.

Según fue atardeciendo, las condiciones de luz para la foto-grafía fueron cayendo drásticamente, pero se había cumplido el objetivo y ya solo quedaba seleccionar las mejores fotos para en-viárselas y que las tuviesen de recuerdo.

En la página web de la Cervecería La Figar ‒https://www.face-book.com/clasicoslafigar‒ se pueden ver muchas más fotografías de ese día, así como del recorrido de los participantes en el Circui-to de Asturias, junto con algunos videos.

Juan José Pascual

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Ansel Adams

Cuando iniciamos este apartado de grandes fotógrafos, nuestra intención era, y es, la de mostrar en Luz y Tinta los mejores fotógrafos de la historia, los que han formado parte de ella y los que aún están presentes en la misma. No era nuestra intención, ni lo es, el marcar ningún tipo de lista con orden de prioridades. Vaya por delante también que nuestra intención no es definir quién es el mejor, pues cada cual ha destacado por múltiples y diferentes disci-plinas, tendencias y formas diferentes de captar la luz. También hubiera sido muy arriesgado y atrevido comenzar diciendo que iniciamos este espacio por el mejor, ello dejaría intuir que los que se van sucediendo mes a mes son infe-riores al anterior, y ello nunca más lejos de la objetividad, pues evidentemente cada uno de los que traemos a nuestras páginas, ha escrito la suya en la historia de la fotografía. De la misma manera, si hubiéramos comenzado esta sección con el fotógrafo que hoy ocupa nuestro espacio, muchos podrían pensar que comenzábamos con el maestro de los maestros, y evidentemente no sería nada desacertado, pues para muchos, entre los que nos incluimos, Ansel Adams es el padre de la fotografía tal y como la podemos entender hoy. Su trilogía, La Cámara, El Negativo y la Copia, son la biblia, el nuevo testamento de la fotogra-fía. Todo aquel que quiera entender lo que significa “escribir con la luz”, tiene que leer sus tratados y contemplar sus fotografías, y sobre todo situarse en la época en que fueron tomadas sus fotos. Nos encontramos sin duda ante el im-pulsor de la fotografía pura con todas sus consecuencias, él trabajó como nadie la búsqueda del enfoque, la profundidad de campo, la composición cuidada y el control de las zonas, que entra en contradicción con muchos de los hoy llamados puristas. Ansel Adams, trabajó incansablemente en la búsqueda de la perfección en la técnica fotográfica; se trataba pues, de conseguir transmitir la verdad, la realidad.

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Fue creador del grupo conocido bajo el nombre f/64, precisamente por-que era el diafragma más cerrado que utilizaban los objetivos de las cámaras de gran formato. Es evidente que este grupo de fotógrafos que trabajaban en esta corriente innovaron mucho los medios técnicos. Pero sería precisamen-te Adams el principal motor de este movimiento, pues él fue el inventor del llamado “sistema de zonas”, que nada tiene que ver con la forma en que en-tienden la fotografía los que hoy se denominan a si mismos como “puristas”. Es evidente que este revolucionario sistema, sin el cual hoy no entenderíamos la fotografía tal como plasmamos en la actualidad, en aquel entonces no tuvo el calado necesario, es evidente que se trataba de una técnica muy difícil de poner en práctica, y para ello, había que contar también con buenas cámaras profesionales.

Ansel Adams nació el 20 de febrero de 1902, en San Francisco, California. En su biografía, en los libros que sobre él se han escrito, todos coinciden en que comenzó a tomar fotografías a los 14 años. Se dice que visitó el Parque de Yosemite en 1916 y sería tal hechizo el que produjo en él, que terminó vi-viendo gran parte de su vida en el citado Parque Nacional. Hoy en día, no es raro encontrarse con fotógrafos profesionales y novatos por igual intentando desandar su camino por Yosemite. Todos esperan el perfecto instante de la salida de la luna sobre la media bóveda o una sombra de un árbol caído. Pues todos tenemos en la mente algunas de sus fotos sobre Yosemite. Jamás un Parque Nacional pudo conseguir la mejor publicidad sin pagar por ello, y evi-dentemente Yosemite se lo debe a Ansel Adams. También, no es menos cierto que él saltó a la fama como fotógrafo del oeste americano, y en especial por sus trabajos sobre Yosemite. Su trabajo contribuyó de forma radical en la puesta en marcha de todas las medidas posteriores para promover la conservación de los espacios naturales. Sus icónicas imágenes en blanco y negro ayudaron sin duda a que se estableciera la fotografía entre las bellas artes.

Fue aquel primer viaje al Parque Nacional de Yosemite en 1916 el que se apoderó del corazón de Adams, que en uno de sus apuntes cuenta:

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“En la mañana brillante [tomamos] el gran, polvoriento, paseo con sacudi-das en un bus de motor abierto hasta la profundización, la ecologización de la garganta a Yosemite. Esa primera impresión del valle ... fue una culminación de la experiencia de modo intensa como para ser casi doloroso. A partir de ese día, en 1916, mi vida ha sido coloreada y modulada por el gran gesto de la tierra de la Sierra “.

Adams dijo que siempre se sentía “más sensible a los ambientes salvajes que a los urbanos”. Habiendo crecido en San Francisco y educado en casa du-rante la mayor parte de su vida, Adams desarrolló un amor por la naturaleza rápida. “El oleaje y las dunas, las tormentas y nieblas de la Puerta de Oro, los matorrales de Lobos Creek y los promontorios sombríos de final... Estas imá-genes tempranas de la tierra son a menudo tan clara y convincente en la me-moria como las perspectivas reales de hoy en día”, dijo.

Queriendo o sin querer, Adams se convirtió en el portavoz oficial del pai-saje americano. Sus fotografías mostraron a los estadounidenses, y al resto del mundo, una gran variedad de paisajes íntimos que muchos nunca habían visto antes. Si bien Adams, a través de sus manifestaciones, nunca tuvo la intención de ser sólo un “fotógrafo de paisajes”.

Sin lugar a ninguna duda, Ansel Adams produjo algunas de las imágenes fotográficas más memorables del siglo pasado, y con sus obras ayudó al reco-nocimiento del arte de la fotografía, gracias tanto a sus innovaciones creativas como a su exquisito dominio de la técnica. Sus estudios, sus libros, han ense-ñado a varias generaciones de fotógrafos de todo el mundo a explorar las posi-bilidades artísticas del positivado fotográfico. Ahora, sus libros siguen siendo tan necesarios e imprescindibles como cuando se publicaron por primera vez. Sin duda deberían de ocupar un lugar privilegiado en la biblioteca de todos los fotógrafos aficionados y profesionales.

Pues sus trabajos están repletos de técnicas y consejos imprescindibles sobre el cuarto oscuro, a la vez que su autor demuestra cómo el positivado de negativos —la creación del proceso creativo fotográfico— puede usarse decididamente para mejorar una imagen. Asimismo, en ellos se encuentran

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sugerencias sobre el diseño e instalación del cuarto oscuro, y sobre el proceso de positivado para dominar las técnicas más avanzadas del laboratorio, desde la modificación de reveladores, al virado, blanqueo, quemados, reservas, etc. Todo lo que se quiera saber de la mano de uno de los más grandes maestros de la fotografía. Es evidente que, abstraídos por la era digital y los programas de edición digital como el Lightroom o Photoshop, todo esto puede parecernos una antigualla. Pero nada más lejos de la verdad, pues todos estos modernos programas que nos facilitan las tareas de edición y creatividad están basados en el origen de las verdaderas fuentes de la fotografía, y qué mejor que acudir a ellas para comprenderlas en toda su extensión.

En 1928, Ansel Adams se casó con Virginia Best, la hija del propietario del mejor estudio de la ciudad. Virginia heredó el estudio de su padre en 1935, y los Adams continuaron operando en el estudio hasta 1971. Ahora la empresa es conocida como la Galería Ansel Adams y permanece en la familia.

A partir de la década de 1960, la apreciación de la fotografía como una forma de arte se había expandido hasta el punto de que las imágenes de Adams se muestran en las grandes galerías y museos. En 1974, el Metropolitan Mu-seum of Art de Nueva York organizó una exposición retrospectiva. Adams pasó gran parte de los aspectos negativos de impresión de 1970 con el fin de satisfa-cer la demanda de sus obras emblemáticas. 

Adams tuvo un ataque al corazón y murió el 22 de abril de 1984, en el Hospital Comunitario de la Península de Monterey en Monterey, California, a la edad de 82 años.

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Las fotos de NadimaSe incorpora a Luz y Tinta un peso pesado de la fotografía rusa; se trata

de Shibina Nadezhda, a la que cariñosamente conocemos en Moldeando la luz como Nadima.

Nadezhda nació en Moscú, Rusia. Reside en la actualidad en la misma ciu-dad, se graduó en la Academia de Finanzas (FA) de la Federación Rusa. Licen-ciada por la Facultad de Administración y Marketing de la Universidad: MSU, también por la Facultad de Artes de la misma Universidad: Fine Art Вконтакте Читать далее.

Si se busca en Internet no se encuentra nada sobre su vida, solo que tiene su estudio en Moscú, es una prestigiosa profesora de fotografía que imparte seminarios por diferentes ciudades del país, y que trabaja en conjunto con el fotógrafo Alexander Vishnyakov. Muchos de los alumnos que han pasado por sus clases exponen hoy en Moldeando la luz. Por ello, es un lujo para Luz y Tinta contar con sus trabajos a partir de este mes.

La fotografía de Nadima está repleta de bellas modelos, como Zlata Popova, Maria Berseneva, Julia, entre otras muchas, los niños y niñas rusos comunes y corrientes que llegan a su estudio para tomas hermosas que causan verda-dera admiración. En su amplio equipo de trabajo se encuentras maquilladoras famosas como Elena Osetrava y peluqueras como Anna Shlepnena, o estilistas como Marina Zakharova, fotógrafos-diseñadores como Nadia Sibina, especia-listas en atrezzo, de la que ella también es una gran experta.

Todo este gran equipo profesional hace desde Moscú, bajo la batuta de Na-dima, unas fotografías dignas de admirar. Su fotografía de glamour se parece más a obras de arte, pinturas sobre lienzos. Con su fotografía crea historias

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Su fotografía de glamour se parece más a obras de arte, pinturas sobre lienzos. Con su fotografía crea histo-rias de cuentos de hadas, imágenes de fantasía. Sus modelos, desde los niños a las personas de más edad for-man parte de sus creaciones, y nadie queda decepcionado con su trabajo, retratos increíbles de mujeres, apa-cibles, inspiradores, vestidos mag-níficos y un ambiente fabuloso. Sin duda estamos ante una artista que a través de sus trabajos y motivos va-riados nos tocan el alma.

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de cuentos de hadas, imágenes de fantasía. Sus modelos, desde los niños a las personas de más edad forman parte de sus creaciones, y nadie queda decep-cionado con su trabajo, retratos increíbles de mujeres, apacibles, inspiradores, vestidos magníficos y un ambiente fabuloso. Sin duda estamos ante una artista que a través de sus trabajos y motivos variados nos tocan el alma. Consigue detener el tiempo y convertir la realidad en un cuento de hadas. Al contemplar sus fotos toda persona sensible a las emociones del arte comprueba como su corazón aletea al ver su composiciones fotográficas, sus sombreros de copa, an-tiguos candelabros de plata, trajes, libros, escenas victorianas, plumas de pavo real, máscaras, medias, burlesque, feminismo, retro pin-ups, kitsch, fantasía, ciencia-ficción, y todo tipo de inadaptados y rarezas…

Así pues, no deja de ser orgullo el saber que a partir de este mes contaremos con la colaboración de esta gran artista, de la que podemos ver sus trabajos en la mejores revistas de Rusia.

En esta ocasión nos ofrece los trabajos en el bosque de una mujer pelirroja con vestido rojo, donde podemos ver como a Nadima no se le pone nada por delante que no intente superar, como sumergirse en el agua de una ciénaga del bosque, con el objeto de tomar la mejor foto de su composición.

Con todos y para todos los lectores de Luz y Tinta: Shibina Nadezhda – Nadima-.

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También pudieron ser portadaComo viene siendo habitual en las semanas temáticas convocadas por Moldeando la luz, ésta del color ROJO vol-

vió a romper moldes y reunió más de trescientas fotos. Las más votadas por los moldeadores, de Albert Navas y Ro-berto Jorge Escudero, han pasado a nuestra portada. Las cuatro siguientes que las acompañan en el Cuadro de Honor

–Juanjo, Eleonor, José M. Gonzalo y Kezzin– podrían haber sido portada con el mismo derecho.

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Como viene siendo habitual en las semanas temáticas convocadas por Moldeando la luz, ésta del color ROJO vol-vió a romper moldes y reunió más de trescientas fotos. Las más votadas por los moldeadores, de Albert Navas y Ro-

berto Jorge Escudero, han pasado a nuestra portada. Las cuatro siguientes que las acompañan en el Cuadro de Honor –Juanjo, Eleonor, José M. Gonzalo y Kezzin– podrían haber sido portada con el mismo derecho.

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