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Memoria de la II República

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MEMORIADE LA SEGUNDA REPÚBLICA

Mito y realidad

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COLECCIÓN HISTORIA BIBLIOTECA NUEVA

Dirigida porJuan Pablo Fusi

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Ángeles Egido León (Ed.)Julio Aróstegui, Gabriel Cardona, Giuliana Di Febo, JoséAntonio Ferrer Benimeli, Pere Gabriel, José Luis De La Granja,Carsten Humlebæk, Gabriel Jackson, Jacques Maurice, ManuelMuela, Xosé Manoel Núñez Seixas, Paul Preston, Hilari

Raguer, Alberto Reig Tapia y Gonzalo Santonja

MEMORIADE LA SEGUNDA REPÚBLICA

Mito y realidad

BIBLIOTECA NUEVACIERE

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.

Cubierta: A. Imbert

© Los autores, 2006© Para esta edición, CIERE, Centro de Investigación y Estudios Republicanos,

Madrid, 2006© Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid, 2006

Almagro, 3828010 Madridwww.bibliotecanueva.es

ISBN: 84-9742-552-9Depósito Legal: M-22.958-2006

Impreso en Rógar, S. A.Impreso en España - Printed in Spain

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma dereproducción, distribución, comunicación pública y transformación de estaobra sin contar con la autorización de los titulares de propiedad intelec-tual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva dedelito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y siguientes, Código Pe-nal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) velapor el respeto de los citados derechos.

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ÍNDICE

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PRESENTACIÓN, Manuel Muela .............................................................. 11

INTRODUCCIÓN: HISTORIA DE UNA DESMEMORIA, Ángeles Egido León ... 13

I. EL PUNTO DE PARTIDA: MITOS Y REALIDADES

CAPÍTULO 1. FASCISMO Y COMUNISMO EN LA HISTORIA DE LA REPÚBLICA

ESPAÑOLA, Gabriel Jackson ............................................................. 35

CAPÍTULO 2. LA CONSPIRACIÓN JUDEOMASÓNICA, José Antonio FerrerBenimeli .......................................................................................... 63

CAPÍTULO 3. EL TRAIDOR: FRANCO Y LA SEGUNDA REPÚBLICA, DE GENE-RAL MIMADO A GOLPISTA, Paul Preston ........................................... 85

II. REPÚBLICA, HISTORIA Y MEMORIA

CAPÍTULO 4. LA CANCELACIÓN DE LA REPÚBLICA DURANTE EL FRAN-QUISMO, Giuliana Di Febo .............................................................. 117

CAPÍTULO 5. LA PROCLAMACIÓN DE LA REPÚBLICA EN LA MEMORIA LI-TERARIA Y CINEMATOGRÁFICA, Alberto Reig Tapia ........................ 135

CAPÍTULO 6. LA MEMORIA DE LA SEGUNDA REPÚBLICA DURANTE LA

TRANSICIÓN A LA DEMOCRACIA, Carsten Humlebæk ...................... 159

III. OBSTÁCULOS Y REALIZACIONES:LA HERENCIA ASIMILADA

CAPÍTULO 7. LA «CUESTIÓN RELIGIOSA» EN LA SEGUNDA REPÚBLICA,Hilari Raguer .................................................................................. 177

CAPÍTULO 8. EL PROBLEMA MILITAR, Gabriel Cardona ......................... 197

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CAPÍTULO 9. EL AFÁN DE LEER Y LA CONQUISTA DE LA CULTURA, Gon-zalo Santonja Gómez-Agero .......................................................... 215

CAPÍTULO 10. REFORMA AGRARIA Y REVOLUCIÓN SOCIAL, Jacques Mau-rice ................................................................................................... 231

CAPÍTULO 11. PACIFISMO Y EUROPEÍSMO, Ángeles Egido León ............ 245

IV. OBSTÁCULOS Y REALIZACIONES: EL CAMINOPOR RECORRER

CAPÍTULO 12. CATALUÑA Y LA SEGUNDA REPÚBLICA: ENCUENTROS Y

DESENCUENTROS, Pere Gabriel ........................................................ 273

CAPÍTULO 13. EL PROBLEMA VASCO ENTRE LOS PACTOS DE SAN SEBAS-TIÁN Y SANTOÑA (1930-1937), José Luis de la Granja Sainz ....... 307

CAPÍTULO 14. LAS PARADOJAS DE LA CUESTIÓN GALLEGA DURANTE LA

SEGUNDA REPÚBLICA, Xosé Manoel Núñez Seixas ....................... 333

EPÍLOGO: MEMORIA DE LA REPÚBLICA EN TIEMPOS DE TRANSICIÓN, JulioAróstegui ......................................................................................... 363

BIBLIOGRAFÍA ......................................................................................... 375

10 ÍNDICE

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Presentación

El Centro de Investigación y Estudios Republicanos patrocina unnuevo libro colectivo titulado Memoria de la Segunda República.Mito y realidad, que sigue la línea marcada por los anteriores, Azañay los otros y Los grandes olvidados: enriquecer el conocimiento delo que fue el proyecto de la Segunda República española1, con el finde ayudar a las nuevas generaciones de españoles en la recuperaciónde la memoria como medio para avanzar en el camino hacia la pleni-tud democrática de España.

Este libro, en el que colaboran desinteresadamente historiadoresy especialistas en la materia, no es solo una aportación histórica. Esademás un ejercicio de reflexión sobre una época decisiva de nuestrahistoria contemporánea, como lo demuestra el hecho de que todos losprocesos políticos y sociales de España vividos desde entonces si-guen condicionados, y a menudo lastrados, por lo sucedido hace 75años. La Segunda República, en palabras del presidente de honor delCIERE Emilio Torres, fue un proyecto político modernizador quemereció mejor suerte, porque, en nuestra opinión, contenía la mayo-ría de los componentes para implantar en España un sistema demo-crático. Aquello no fue posible, pero el legado republicano, incuestio-nable, ha permitido que los españoles se hayan aproximado a lademocracia en el seno del actual orden constitucional.

La sociedad española de principios del siglo XXI, una vez purga-dos los tiempos de la dictadura, el dolor y la desmemoria, tiene dere-cho a plantearse un futuro de plenitud democrática para incorporarse,

——————1 Ángeles Egido León (ed.), Azaña y los otros, Madrid, Biblioteca Nueva, 2001

y Ángeles Egido León y Matilde Eiroa San Francisco (eds.), Los grandes olvidados.Los republicanos de izquierda en el exilio, Madrid, CIERE, 2004.

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esta vez de verdad, a las mejores tradiciones políticas europeas. Y enese horizonte la República debe ser un referente legítimo e integra-dor. Sería la conclusión natural de la larga y agitada evolución políti-ca de España en los casi dos siglos de constitucionalismo, iniciadocon la Constitución de Cádiz de 1812. Y es oportuno que recordemosque el republicanismo español fue siempre la versión más avanzadadel liberalismo de Cádiz, con su visión de la nación y el Estado comolos dos puntales de España para convertirse en un pueblo libre.

Ahora que tanto se habla de patriotismo constitucional, por cau-sa del proceso político insolidario impulsado por las minorías nacio-nalistas, parece justificado subrayar que el republicanismo siempreha permanecido leal a la nación y a la democracia, ya que sin ambosno es posible hablar del ejercicio de la libertad y de la consecución dela igualdad. Por eso resulta chocante que se pretenda incardinar al re-publicanismo en el archivo de la memoria, sin reconocer su valorcomo instrumento eficaz para enfrentar la revisión de la Constituciónde 1978, que figura entre los propósitos del gobierno y de los diferen-tes partidos políticos.

El Centro de Investigación y Estudios Republicanos no tiene obe-diencia ni compromiso partidario alguno. Su objetivo es la transmi-sión, adecuación y actualización del conocimiento de los principiosen que se fundó el proyecto de la Segunda República. Por eso cree-mos que el reconocimiento del legado republicano es el paso previonecesario para que las nuevas generaciones de españoles encuentrenel referente doctrinal y esperanzado de un sistema político, la Repú-blica, que conserva la vigencia y frescura de la autenticidad democrá-tica.

El CIERE considera muy digno de agradecimiento el esfuerzo dela editora, la profesora Ángeles Egido, y de todos los colaboradoresdel libro al aportar un documento importante y valioso para que el 75aniversario de la Segunda República española no sea un simple ejer-cicio de memoria. Los lectores dirán, y espero que así sea, si se haconseguido el objetivo.

MANUEL MUELA

Presidente del CIERE

12 MANUEL MUELA

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Introducción: Historia de una desmemoria

ÁNGELES EGIDO LEÓN

En el año 2006 se cumplen dos aniversarios emblemáticos y alta-mente significativos para la historia contemporánea de España: lossetenta años del comienzo de la Guerra Civil y los setenta y cinco dela proclamación de la II República. Dos acontecimientos unidos nosólo por la mera sucesión de sus efemérides, sino intrínsecamente li-gados en el subconsciente colectivo pese a sus propósitos —obvia-mente contrapuestos—, a sus consecuencias —no menos antagóni-cas— y a su memoria, igualmente contradictoria.

Veinte años atrás, cuando se conmemoraba, por primera vez endemocracia, el 50 aniversario del inicio de la Guerra Civil, el diariode mayor tirada de nuestro país dedicó al acontecimiento una serie deartículos monográficos en su suplemento semanal que verían la luzen forma de libro diez años después. En la presentación de esa obracolectiva, avalada por el rigor y la calidad de sus autores, el responsa-ble de la edición, Edward Malefakis, reflexionaba sobre la causas ycaracterísticas de la guerra civil española, ciertamente peculiar encomparación con otras que ha habido en la historia, y no sólo de Eu-ropa. Desde una amplia perspectiva de conjunto, llegaba a la conclu-sión de que una de las características más inusuales de la Repúblicafue su ambicioso idealismo. Reconocía que en España, por una tra-yectoria histórica que resumía con notoria precisión, existían gravesproblemas estructurales que había que resolver. El error de la Repú-blica no fue afrontar de cara la resolución de esos problemas, sino ha-cerlo con demasiada premura y simultáneamente.

Una vez admitido esto, que vendría a ratificar implícitamente lastesis revisionistas de última hornada, concluía, a mi juicio, poniendo

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el dedo en la llaga, porque aunque sea cierto lo anterior (que remiteesencialmente al «gran error» de la coalición republicano-socialistaencabezada por Manuel Azaña), no lo es menos que, como el autorsubrayaba: «mayor culpa aún radica[ba] en las condiciones históricasy en los líderes del pasado por permitir que se acumularan tantos pro-blemas. Fue la existencia de estos problemas no resueltos la que pri-mero provocó la enérgica respuesta de los republicanos y despuésproporcionó la yesca de la que se alimentaría el fratricidio de los años1936 a 1939»1. Y es sabido que para prender la yesca es necesaria lallama, la llama que pusieron los militares golpistas. Puede admitirseque no querían desencadenar un incendio, pero si la yesca está muyseca y es abundante ¿qué otra cosa cabía esperar que ocurriera? Elautor llegaba, en fin, a la conclusión de que la Guerra Civil no fueinevitable y, si esto es así, cabe pensar que el proyecto republicanopodría haberse desarrollado, no sin quebrantos ni sobresaltos, en paz,ahorrándonos los horrores de una cruenta contienda fratricida, cuyamemoria, no en vano, resulta difícil obviar.

LA MEMORIA NEGATIVA: REPÚBLICA Y GUERRA CIVIL

La inevitabilidad de la Guerra Civil no es más que uno de los mu-chos mitos que alimentaron y justificaron primero la trama golpista ydespués la memoria negativa de la República, que se apoyaba ademásen otros dos grandes axiomas de la mitología franquista: el supuestopeligro comunista y la manida conspiración judeomasónica, ambospresentes hasta el final de su vida en el régimen franquista y en la men-te del propio Franco, que han contaminado durante casi medio siglo lamemoria de la República y que han resucitado alevosamente en los úl-timos años de la mano del llamado revisionismo. A ellos habría queañadir la desvirtuación del verdadero propósito del régimen republica-no, aunque luego se viera desbordado por los extremos, que no era otroque instaurar, por primera vez en España, un sistema verdaderamentedemocrático, y la oclusión de todos sus logros bajo el epitafio final: elfracaso definitivo que supuso el enfrentamiento civil.

No es nuestro propósito entrar en el debate sobre las causas de laGuerra Civil sino en la «revisión» del período que le precedió: la IIRepública, pero somos conscientes de que uno y otro caminan indi-solublemente unidos y es esa relación la que explica las líneas queanteceden y, en no poca medida, el propósito de este libro. El hechode que la imagen de la República haya ido indisolublemente unida a

14 ÁNGELES EGIDO LEÓN

——————1 Edward Malefakis (ed.), La guerra de España, 1936-1939, Madrid, Taurus,

1996, pág. 46.

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la de su desenlace final: la Guerra Civil explica, a mi juicio, el quehaya ido unida también a la de fracaso. Es decir, la República fraca-só porque concluyó en una guerra civil. Y es en gran medida esaidentificación República-fracaso, o lo que es lo mismo, Repúblicaigual a Guerra Civil, la que ha prevalecido en la memoria colectiva yla que explica —si bien, no justifica— el cierre en falso de su memo-ria durante la transición.

El temor a que volviera a repetirse el enfrentamiento civil —lamemoria que podemos considerar negativa de la República— estuvoimplícitamente presente en todos los protagonistas que lograron con-sumar con éxito la transición a la democracia después de la muerte deFranco. Es preciso reconocer que esa memoria negativa se apoyabaen algunos pilares significativos. En primer lugar, evocar la Repúbli-ca significaba evocar el conflicto, resucitar el miedo, revivir los fan-tasmas que llevaron a los españoles a luchar entre sí. Pero no cabe dudade que también el recuerdo de aquel desenlace actuó como freno yatemperante de las posibles discordancias y permitió llegar al ansiadoconsenso que en 1936 no se pudo lograr. Y esta sería, no cabe duda, laherencia positiva de la República. A esta consideración hay que unir, ami juicio, otra de mayor peso, el hecho de que, ante el nuevo reto quela historia planteaba a España y a los españoles: construir un sistema deconvivencia plenamente democrático, el referente histórico no podía sermás que el único antecedente inmediato de tal circunstancia, es decir,la II República que, sin embargo, explícitamente se obvió. Había,pues, una doble memoria y un doble mito.

La percepción de esa dualidad es la que sugirió el título de este li-bro, que nos obliga a exponer algunas reflexiones, sin ánimo de ex-haustividad, a propósito de ambos conceptos. Es evidente que la me-moria sirve para todo y para todos: para los que perdieron la guerra ypara los que la ganaron, para reivindicar el franquismo o la Restaura-ción, para alabar la República o para denostarla. Es un concepto am-bivalente que, además, se gestiona o se gestionaba desde el poder.Aunque no podemos analizar lo que podríamos llamar metodologíade la memoria, es obvio que la memoria es una cosa y la historia esotra. Pero la memoria también forma, y es, parte de la historia. Sinentrar de lleno en la casuística de la memoria, compleja y aunque yabien estudiada todavía controvertida2, queremos llamar la atención

INTRODUCCIÓN: HISTORIA DE UNA DESMEMORIA 15

——————2 Véase Josefina Cuesta, «Memoria e historia. Un estado de la cuestión», Memo-

ria e Historia, Ayer, Madrid, 32 (1998), págs. 203-246 y de la misma autora Historiadel presente, Madrid, Eudema, 1993. También Jacques Maurice «Reavivar las me-morias, fortalecer la historia», en Marie-Claude Chaput et Thomas Gomez (dirs.),Histoire et Mémoire de la Seconde République espagnole, París, Université Paris X-Nanterre, 2002, págs. 475-486 y Julio Aróstegui y François Godicheau (eds.), GuerraCivil: mito y memoria, Madrid, Marcial Pons, 2006.

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aquí sobre dos planos diferentes: el plano de la memoria colectiva: laque pervive en grupos (colectividades) más o menos grandes y no ne-cesariamente afines, y el plano que podemos llamar institucional, esdecir, la gestión de esa memoria desde el poder, desde las institucio-nes oficiales. En el primer sentido, aunque es indiscutible que coexis-ten varias memorias colectivas de la República, no lo es menos quetal memoria pervive todavía o al menos lo ha hecho durante muchotiempo. Es decir, aunque sea controvertidamente, la República no seha olvidado. En el segundo, es no menos obvio que no se ha recorda-do lo suficiente.

Desde que murió Franco, el 20 de noviembre de 1975, se han suce-dido tres aniversarios, correspondientes a las respectivas décadas: el 50(1981), el 60 (1991) y el 70 (2001), de la proclamación de la Repúbli-ca, que se han celebrado desde el punto de vista historiográfico con dis-par, y en general escasa, intensidad, oscurecidos casi siempre por otrasconmemoraciones: la muerte de Franco, la instauración de la monar-quía, el aniversario de la Constitución o la propia Guerra Civil, y queno han merecido, en todo caso, ninguna iniciativa institucional3. Pero apesar de este olvido —nunca se dedicó, por ejemplo, una gran exposi-ción como las que se celebraron sobre la Guerra Civil o, más reciente-mente, sobre el exilio español de 1939, a la República—, su memoriapervive en el subconsciente colectivo que ha sido, por el contrario, mu-cho más generoso para con ella, sin duda porque en ese imaginario co-lectivo la República siempre conservó la categoría de mito. Un mitonegativo, para unos, y positivo para otros. Pero mito al fin en ambos ca-sos. En este segundo plano, obligadamente genérico, un primer colec-tivo de recuerdos de la República se apoya en los memorialistas, consus correspondiente carga autobiográfica, ciertamente numerosos y úl-timamente recuperados como fuente valorada y valorable para la histo-ria4, en la que cabe distinguir al menos tres líneas: la de los que se opu-sieron claramente a ella (golpistas, falangistas y monárquicos); la delos republicanos propiamente dichos, tachados de «burgueses» por lossectores de uno y otro extremo; y la de los republicanos «revoluciona-rios» (comunistas, anarquistas y federalistas)5.

16 ÁNGELES EGIDO LEÓN

——————3 Cfr. Jacques Maurice, «L’Histoire et ses Mémoires», en Histoire et Mémoire ...,

ob. cit., págs. 9-15.4 J. Tusell, «Memorialismo español: la visión de un historiador», en AA.VV., Li-

teratura y Memoria. Un recuento de la literatura memorialística española en el últi-mo siglo, Jérez de la Frontera, Fundación Caballero Bonald, 2001, págs. 159-178.

5 Cfr. Blanca Bravo, «La guerra textual. Perspectivas de la Guerra Civil en la es-critura autobiográfica española», en Cuadernos Hispanoamericanos, 623 (mayo2002), págs. 27-35 y de la misma autora «El mito de la II República en el recuerdo.El gobierno republicano en las autobiografías españolas (1939-2000)», en Historiadel Presente, 2 (2003), págs. 25-40.

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Otra fuente de la que se alimentó el recuerdo de la República esla del exilio: los que la recordaron desde fuera (desde Max Aub aAdolfo Sánchez Vázquez) y los que la añoraron desde dentro (Eduar-do Haro Tecglen, Fernando Fernán Gómez, por sólo citar los más co-nocidos). Entre los primeros, habría que distinguir a su vez entre losque se quedaron en Francia, donde se mantuvo una memoria dividi-da, plural, fragmentada además por las diversa peripecias del exilio ylas distintas estrategias adoptadas en la lucha contra el franquismo,fuertemente politizada y que ha evolucionado con el tiempo, aunqueaún sigue presente en los descendientes de aquellos republicanos quenunca renunciaron del todo al régimen por el que lucharon6. Y losque la mantuvieron en México. El exilio en México, como sabemos,fue especial y la relación que se estableció con la memoria de la Re-pública, a través de los republicanos que allí se exiliaron, tambiénpasó por altibajos: desde el desprecio a los gachupines, término des-pectivo aplicado a los españoles y relacionado con el pasado coloni-zador, hasta la admiración y reconocimiento a los intelectuales, pro-fesionales y hombres valiosos que acudieron a México en grannúmero7 y de los que se nutrió, por ejemplo, la Universidad mexica-na que no duda en reconocérselo con una placa conmemorativa ins-talada en la UNAM.

En cuanto al difícil diálogo entre los exiliados y el exilio interior,como se ha subrayado recientemente, la asfixiante identificación delrégimen con la memoria de la guerra hizo que las jóvenes generacio-nes se alejaran del régimen franquista, pero también que «superaran»la memoria republicana, independientemente de sus simpatías por lapropia República: «la permanente y opresiva identificación del régi-men con la memoria del la guerra, aunque fuera de una manera abso-lutamente parcial, hizo que el rechazo del primero implicara la supe-ración de la segunda en la mentalidad de las generaciones de laposguerra, que de esta manera se alejaban al mismo tiempo del fran-quismo y del exilio, más allá de las simpatías por la causa republica-na»8. De lo que no cabe duda, sin embargo, es de que estos intelec-tuales del exilio interior apostaron por el diálogo. No había nostalgiade la República en la generación del 56-68 porque la mayoría de ellospertenecían a familias vencedoras de la Guerra Civil. Lo que había

INTRODUCCIÓN: HISTORIA DE UNA DESMEMORIA 17

——————6 Cfr. Alicia Alted y Lucienne Domergue (coords.), El exilio republicano espa-

ñol en Toulouse, 1939-1999, Madrid, UNED-Press Universitaires du Mirail, 2003. 7 Inmaculada Cordero, «El exilio español y la imagen de España en México», en

Historia del Presente, 2 (2003), págs. 51-68.8 Javier Muñoz Soro, «Entre la memoria y la reconciliación. El recuerdo de la

República y la guerra en la generación de 1968», en Historia del Presente, 2 (2003),pág. 86. Véase también Elías Díaz, Pensamiento español en le era de Franco (1939-1975), Madrid, Tecnos, 1992.

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era rechazo del enfrentamiento de 1936. Esta es la base sobre la quese fraguó la transición.

Y esta es, a mi juicio, una de las causas que explican la actual rea-pertura de la memoria, porque durante la transición la memoria se ce-rró en falso: no se reconoció la culpabilidad de los vencedores y, enconsecuencia, no se restauró el honor de los vencidos. En aquel con-texto era lo más razonable y, sin duda —dado el éxito de la empre-sa— lo más adecuado. Esta correlación entre la supuesta memorianegativa de la II República y el carácter pactista de la transición hasido convenientemente subrayada y también evaluada con espíritucrítico9. Pero una vez superados los temores y consolidado el sistemademocrático, cabe pensar que ha llegado la hora de recuperar la me-moria positiva de la República. No sólo para hacer frente a la resu-rrección de las tesis de los vencedores de la mano de los revisionis-tas, sino para saldar una deuda que la sociedad y la política españolassiguen teniendo pendiente con aquella etapa histórica y con algunosde sus protagonistas que todavía viven, mientras quede aún tiempopara hacerlo.

LA MEMORIA POSITIVA: REPÚBLICA Y DEMOCRACIA

Por otra parte, no cabe duda de que desde la perspectiva de la his-toria más reciente, la memoria de la República no sólo está ligada ala de la Guerra Civil, sino también a la de la transición a la democra-cia. Es más, se observa en los últimos años el resurgimiento de los va-lores del republicanismo —renovados con el relevo generacional delPSOE—, en un sentido más amplio, como apoyatura teórica del sis-tema democrático mientras se desecha, en cambio, cualquier debatesobre la forma de gobierno10. La culminación de esta tesis apunta—como se ha hecho implícitamente en los últimos tiempos— a asu-mir que es en la monarquía de Juan Carlos I —salvando la obligada

18 ÁNGELES EGIDO LEÓN

——————9 Cfr. Paloma Aguilar, Memoria y olvido de la guerra civil española, Madrid,

Alianza, 1996 y Jacques Maurice, «Reavivar las memorias, fortalecer la historia», ob.cit. supra.

10 Véase, por ejemplo, un reciente artículo de Santiago Carrillo: «¿Qué hace elRey», El País, 5 de abril de 2003, en el que afirmaba: «La cuestión de la forma de Es-tado no constituye un problema actual, sobre todo mientras haya un Rey que, juntocon los méritos personales históricos, respeta la Constitución [....]. Federico de Pru-sia, en sus comentarios sobre El Príncipe, de Maquiavelo, escribía que «el Rey es elprimer funcionario de la República». «¡Pues eso!». Javier Cercas, «Virgencita, vir-gencita», El País semanal, 27 de junio de 2004, iba aún más lejos: «..es evidente queel republicanismo forma ya parte de nuestra cultura política, independientemente dela circunstancia de que vivimos en una monarquía [...] en España, aquí y ahora, sólohay algo más necio y anacrónico que ser monárquico, y es ser antimonárquico».

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distancia y sin ánimo de polémica—, en la que habrían logrado fruc-tificar, desde este plano generalista, las principales aspiraciones delproyecto republicano. En este sentido, el recuerdo positivo de la Re-pública habría beneficiado a la monarquía, en tanto implícita y explíci-tamente la imagen de la monarquía parlamentaria que ha prevalecido yque últimamente parece imponerse es la de que esa monarquía ha con-seguido cumplir los objetivos de la República, obviando —como algoobsoleto— la mera nomenclatura del Estado, es decir, la forma, y apos-tando por el fondo, es decir, por los principios: la democracia. Desdeesta perspectiva, no parece arriesgado plantearse no sólo ¿cuáles fue-ron aquellos objetivos?, sino ¿qué queda hoy de ellos?

No se trata de cultivar la nostalgia, y aún menos de caer en el«presentismo», «esa manera hipócrita —como nos advierte el maes-tro Jacques Maurice en su capítulo— de enfocar el pasado a través delos supuestos logros de nuestro presente». Es obvio que aquella pri-mavera republicana no volverá a repetirse. Tampoco sería posible. LaEspaña de hoy es radicalmente distinta (y mejor) que la de entonces.Se trata de revisar el periodo a la luz de las últimas investigaciones,de poner al día a las nuevas generaciones sobre los logros y decepcio-nes de aquel proyecto político, de subrayar aquellos aspectos que sehan incorporado de manera implícita a la sociedad española e inclu-so de llamar la atención sobre otros, todavía pendientes de una solu-ción consensuada, que tuvieron, al menos sobre el papel, una resolu-ción explícita entonces. Es decir, de actualizar el legado histórico dela II República y reconstruir, lo más objetivamente posible, apoyán-donos en nuestro bagaje de profesionales de la historia (ahora quenos vemos superados por éxitos editoriales ajenos al campo académi-co), su memoria. Se trata, en fin, de secundar lo que recientementeexpuso Juan Luis Cebrián en El País que, analizando el papel delRey en el comienzo de la transición y valorando su decidida contri-bución al asentamiento de la democracia, remitía a «la amplitud delsentimiento republicano de este país» para subrayar «que aquí lademocracia ni vino por casualidad ni fue fruto improvisado de lascircunstancias», y concluir que: «El Rey tuvo, y tiene, el apoyo demillones de republicanos, porque simboliza el triunfo de la libertadrecuperada»11.

Partiendo de estas premisas, y al hilo de la obligada conmemora-ción del 75 aniversario de la proclamación de la II República que elCentro de Investigación de Estudios Republicanos, dados sus propó-sitos: «el estudio, la investigación y actualización de los ideales repu-blicanos, humanistas y democráticos que constituyeron en su día el

INTRODUCCIÓN: HISTORIA DE UNA DESMEMORIA 19

——————11 «Palabra de Rey», El País, 22 de noviembre de 2005.

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inmenso movimiento de opinión, cuya consecuencia fue la instaura-ción de la II República Española», no podía pasar por alto, surgió laidea de este libro. De la mano de un grupo de especialistas, a los queagradezco sinceramente el esfuerzo de síntesis, actualización y refle-xión que han realizado en sus respectivos capítulos, se ha construidoesta obra que, siguiendo el planteamiento hasta aquí expuesto, hemosestructurado en cuatro apartados. El primero se dedica a desmontaralgunos de los mitos en que se apoyaron los sublevados, primero, y elrégimen franquista después, para justificar el golpe de Estado y la re-presión posterior. El segundo, a analizar la memoria positiva de laRepública y su influencia implícita, ya que no su presencia explícita,en la reconstrucción democrática de nuestro inmediato pasado. Eltercero, aborda los principales escollos con los que chocó el régimenrepublicano que fueron, sin embargo, razonablemente resueltos en latransición. El cuarto plantea la situación inversa, abordando un temacandente en la sociedad actual, objeto de permanente controversia ycreciente crispación que, paradójicamente, en los años de la Repúbli-ca se resolvió con mayor agilidad.

MITOS Y REALIDADES

Uno de los argumentos más utilizados para explicar, si no justifi-car, el golpe de Estado fue remitir a la situación de caos que había enEspaña. A la República, la democracia se le había ido de las manos.España estaba desbordada por los extremos y no había más alternati-va que poner orden, que frenar el desenfreno y eso sólo podían hacer-lo, según la tradición española de mayor raigambre, los militares, uti-lizando el viejo y específico sistema español del pronunciamiento.Esto supone legitimar el alzamiento apoyándose, entre otras cosas, envarios mitos: la supuesta radicalidad del proyecto republicano (lo queimplica su desvirtuación como régimen democrático), el peligro co-munista y la conspiración judeomasónica.

Un veterano historiador norteamericano, pionero en los estudiossobre la República y la Guerra Civil, Gabriel Jackson, se ocupa dedesmontar el primero de estos mitos: el peligro comunista, exponien-do una brillante síntesis del panorama nacional e internacional en losaños de la República que nos introduce en el contexto de los movi-mientos políticos e ideológicos, analizados comparativamente, queconformaron el periodo de entreguerras y que desembocan en la po-lítica de frentes populares, tan crucial —y referente para los golpis-tas— en España. Reconoce la importancia de la revolución de Astu-rias, con mucho la crisis más importante de la época republicana, quedesembocó precisamente en la táctica frentepopulista y que se vivió

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más que como una auténtica revolución, como una muestra de launión antifascista, porque el verdadero peligro, no ya en España sinoen la Europa de los años treinta, no era el comunismo sino la Alema-nia nazi, como la Segunda Guerra Mundial vendría, tristemente, aconfirmar. El autor demuestra que el dilema capitalismo-comunis-mo, USA-URSS, en los términos en que se planteó en la Guerra Fría,no estaba presente en la Europa de entreguerras ni específicamenteen el periodo 1933-1945. En ese periodo la gran amenaza era Hitler,mucho más que Stalin: «Sencillamente —concluye— carece de sen-tido histórico hablar del comunismo como si hubiera sido la granamenaza de la década de los 30.» Aquilata, en fin, el papel de los co-munistas y de la Unión Soviética en la Guerra Civil, subrayando, enrelación con un reciente libro titulado significativamente Españatraicionada (por Stalin), que en todo caso debería aceptarse «traicio-nada por segunda vez»12. La primera fue el Acuerdo de No Interven-ción suscrito por las potencias occidentales que actuó en claro detri-mento de la República y contribuyó a la postre la victoria de lossublevados, como ha demostrado hasta la saciedad la investigaciónmás reciente.

Otro referente mítico y recurrente es el de la llamada conspira-ción judeomasónica. José Antonio Ferrer Benimeli, reconocido ex-perto en la materia y avalado por una extensa obra investigadora, nosadentra en la esencia de ambos términos que, paradójicamente, nosólo no pueden equipararse sino que son casi antagónicos. No obs-tante, todavía hay quien se pregunta si la masonería es judía, mientrasotros identifican sin más a los masones con los judíos y a éstos con elodio a la Iglesia. Estas equiparaciones aleatorias estuvieron especial-mente presentes en los años de la República y se hicieron públicas ypatentes en tres sectores de opinión: el católico, el falangista y laprensa conservadora. Al margen de las exageraciones políticas y lassimplificaciones teóricas, el mito judeomasónico —como el autor su-braya— se instrumentalizó no sólo contra la masonería, sino funda-mentalmente contra la República, y sirvió durante la Guerra Civil yhasta el final del franquismo como elemento globalizador de todoslos peligros asociados a la República: desde el separatismo al marxis-mo, pasando por el ateísmo, el socialismo, el comunismo, el interna-cionalismo, el gran capitalismo y la mera democratización y liberali-zación de la vida y de la política. Acabó siendo, en definitiva, elarquetipo de la Anti-España que los sublevados se apresuraron a erra-

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——————12 Ronald Radosh, Mary R. Habeck y Grigory Sevostianov (eds.), Spain Betra-

yed. Stalin and the civil war. Edición española: La España traicionada. Stalin y laguerra civil, Barcelona, Planeta, 2001.

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dicar. Benimeli demuestra que hubo toda una campaña de prensa des-tinada a preparar a la opinión pública a favor de la sublevación.

De ambos argumentos, en fin, se nutrirá Franco, cuya evoluciónexplica Paul Preston, su más documentado biógrafo, que repasa sutransición «de general mimado a golpista», explicando su trayectoriadesde la sublevación de Jaca hasta que tomó la decisión de participaren el golpe. Confirma su indudable mentalidad militar, alimentadapor la prensa más reaccionaria y cimentada en los mitos que le lleva-rían posteriormente a justificar el alzamiento. Su evolución revela lacautela y el afán de protagonismo, poniendo de manifiesto una ambi-güedad que le habría permitido salvaguardar su posición personal silas cosas se hubieran desarrollado de otro modo. No fue así, y Fran-co no sólo supo rentabilizar los mitos que alimentaron la trama gol-pista y que se asentaron, una vez en el poder, como verdades axiomá-ticas del régimen, sino todo el sedimento antirrepublicano anterior,porque la base ideológica del franquismo se nutrió de la oposiciónmonárquica, del tradicionalismo y del falangismo, presentes ya en lospropios años de la República, que Franco no dudaría en utilizar pos-teriormente en su propio beneficio.

¿QUIÉN SE ACUERDA YA DE LA REPÚBLICA?

Partiendo de las consideraciones sobre la relación historia-me-moria que planteábamos al principio, el segundo apartado se dedica ala memoria de la República y su relación cronológica con la historia.No cabe duda de que, a pesar de la intensa y continuada labor de ol-vido y tergiversación llevada a cabo sistemáticamente por el franquis-mo no sólo en los años de la inmediata posguerra sino hasta el mis-mo final del régimen, la memoria de la República ha pervivido. Y noes extraño que así fuera. Los españoles pagaron un precio muy altopor haberla proclamado. Y digo pagaron porque mi generación nosólo no vivió los horrores de la Guerra Civil, sino que apenas rozó lasrestricciones de un régimen dictatorial. Nos educamos en él, peroapenas lo percibimos. En los años 60 éramos todavía niños. En los70, solo vivimos los últimos —aunque todavía intensos— coletazosde la protesta universitaria. Cuando quisimos darnos cuenta de lo queestaba pasando, Franco se murió y vivimos, básicamente, el triunfodel PSOE. Tras el esporádico paso de Adolfo Suárez por la política yel fracaso del 23-F, llegaron los mejores años del socialismo: la incor-poración a Europa, la Exposición Universal de Sevilla, la reconcilia-ción nacional, el consenso político, y el despegue definitivo hacia lamodernización. España ya no era diferente, España era europea contodas sus consecuencias. España es el problema y Europa la solución

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había dicho Ortega en los albores del siglo XX. Se había cerrado, sinduda, un ciclo en la historia reciente de nuestro país.

Pero ¿cuál era el antecedente inmediato de ese ciclo? En buenalógica cabría pensar que no podía ser otro que el régimen democráti-co cronológicamente anterior, es decir, la II República. Sin embargo,los últimos acontecimientos vividos, desde el brutal ataque del terro-rismo internacional hasta la presencia cada vez más evidente de la in-migración, remiten a unas preocupaciones muy alejadas de las refe-rencias históricas, ¿quién se acuerda ya de la República?

Pues bien, algo tendrá la República cuando su memoria se resis-te a desaparecer. A pesar del calculado proceso de «cancelación» alque fue sometida su memoria, y su legislación, desde la victoria deFranco en la Guerra Civil y que se mantuvo en sus principales aspec-tos hasta bien avanzado el régimen. A pesar del adoctrinamiento aque fueron sometidos los españoles, desde el catecismo hasta los ma-nuales escolares. A pesar de la propaganda, instrumentalizada a tra-vés de la Sección Femenina, dirigida a las mujeres, obligadas a abdi-car de su ciudadanía y destinadas oficialmente a desempeñarprioritariamente el papel de esposas y madres, como subraya Giulia-na Di Febo en su capítulo, la imagen de la República y de sus indu-dables logros legislativos perdura en el recuerdo como lo que fue: ungran paso adelante en la liberación de la política y de la sociedad, queresultó especialmente patente en lo relativo a la mujer.

Desde una perspectiva más amplia, el cierre en falso de la transi-ción explica la reapertura de la memoria, pero no basta para entenderla pervivencia de su recuerdo en el subconsciente colectivo. Un re-cuerdo que va unido, claro está, a la Guerra Civil —y tantas muertesde españoles no pueden quedar en el olvido—, pero también a impor-tantes logros sociales como la Ley del divorcio, el sufragio femenino,o los derechos de las mujeres, elevadas a la categoría de ciudadanas,con posibilidad de integrarse plenamente en los ámbitos laborales,políticos o sociales hasta entonces reservados al género masculino.La República fue, desde luego, mucho más que el régimen que pre-cedió al estallido de la Guerra Civil. Fue una ilusión, una gran espe-ranza. Fue un revulsivo. Fue también, y sobre todo, la primera expe-riencia democrática de largo alcance en la historia contemporánea deEspaña, aunque esa democracia se desbordara por los extremos.

¿Qué tendrá la República que no se olvida? La República encar-nó el sueño de la libertad, de la igualdad, de la justicia, tan antiguo enla historia de la humanidad como la misma lucha bíblica entre Caín yAbel. A todas estas imágenes remite el capítulo que Alberto Reig Ta-pia dedica a la reconstrucción de aquel 14 de abril, de la primaverarepublicana, de «la niña bonita», a través de la memoria literaria y ci-nematográfica. Lo primero que subraya el autor es la identificación

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república-democracia, remitiendo para ello a los clásicos: Platón,Aristóteles, Cicerón, al concepto de res publica, que es tanto comoremitir a la esencia de la civilización occidental. Continúa su repasopor la Edad Moderna, pasando por Maquiavelo, hasta llegar a la Con-temporánea, es decir, a Tocqueville. No está de más este recordatoriopara valorar, y sopesar, lo que tenemos. Subraya el contraste conaquella explosión pacífica popular del 14 de abril y la asociación pe-yorativa, hija inevitable del franquismo, de la República con el caos yel desorden más absolutos, cuya lógica consecuencia no podía serotra que la Guerra Civil. Se detiene finalmente en la época actual, in-cidiendo en la dialéctica monarquía-democracia-república, en la líneaque venimos sosteniendo y en la que no vamos a insistir más.

Conviene hacerlo, no obstante —como lo hace el autor—, en elimaginario colectivo que alimentó tales visiones contrapuestas: des-de Josep Pla o Rafael Alberti, hasta Carlos Castilla del Pino, pasan-do por Constancia de la Mora, Josefina Aldecoa, Eduardo HaroTecglen o Fernando Fernán-Gómez, por sólo citar nombres muy co-nocidos. La profusión de testimonios literarios contrasta, sin em-bargo, con la escasez de testimonios visuales. El cine ha sido parcocon la República y es explicable, aunque no comprensible, porquela Guerra Civil lo inundó todo y la República, una vez más, quedórelegada a mero telón de fondo13. El autor advierte, en fin, sobre elriesgo inherente a una mera extrapolación de esa doble imagen repú-blica-democracia (en sentido positivo); democracia-caos (en sentidonegativo), sobre la que pendería la espada de Damocles de una nuevainvolución.

No fue así, afortunadamente, en la transición —período queaborda en su capítulo Carsten Humlebaek—, donde la imagen dualde la República que venimos perfilando estuvo implícitamente pre-sente bajo la mayor parte de las decisiones más importantes de aquelproceso: para no caer en los mismos errores. Se evitó, eso sí, cuida-dosamente hablar de república, porque ahora la monarquía era la ga-rante de la democracia. Por otra parte, el azar, o quien sabe si lapremeditación, jugaron en contra de la República, porque su 50 ani-versario, en 1981, que podría haber sido la gran ocasión para reivin-dicar su memoria, llegó precedido por el 23-F, que fue en la prácticael gran y definitivo empujón que necesitaba la monarquía y que elRey, con su inequívoca alocución televisiva a favor de la legalidad de-mocrática, supo consolidar de manera incuestionable.

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——————13 Cfr. Antonio Elorza, «La niña olvidada», en Histoire et Mémoire de la Secon-

de République espagnole..., ob. cit., págs. 419-434 y Alberto Reig Tapia, Memoria dela Guerra Civil. Los mitos de la tribu, Madrid, Alianza Editorial, 1999, especialmen-te capítulo 1.

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Asistimos, no obstante, en los últimos años a un fenómeno inver-so: si en la transición el recuerdo de la República (asociado a la Gue-rra Civil) actuó como una especie de bálsamo equitativo para conjurarlos fantasmas de un nuevo enfrentamiento, ahora ocurre precisamentelo contrario: la República o, cuando menos, los valores republicanos—apenas identificados con un republicanismo difuso muy lejano yade la vieja contraposición monarquía-república—, vuelven a asomarasociados ahora inherentemente al liberalismo y la democracia14.Queda, sin embargo, el referente histórico de aquel primer régimendemocrático, de aquel proyecto ambicioso que se planteó una reformaa fondo de los grandes problemas que arrastraba la España de la Res-tauración, y que la monarquía alfonsina no había logrado resolver.

Desde esta perspectiva, la tercera parte del libro se dedica a ana-lizar las principales cuestiones a las que hubo de enfrentarse el nuevorégimen, hoy afortunadamente superadas, especialmente en lo relati-vo a los dos grandes escollos con lo que tropezó la democracia repu-blicana y en los que se apoyó posteriormente el franquismo: la Igle-sia y el Ejército. Dos fantasmas han hostigado persistentemente a laRepública, y a Azaña como su figura más representativa, la persecu-ción de la Iglesia y la «trituración del Ejército». Dos especialistas re-conocidos, historiadores además y vinculados directamente a ambasinstituciones15, analizan el alcance de esos mitos. Hilari Raguer ex-plica la famosa frase de Azaña «España ha dejado de ser católica» enel contexto en que se produjo. Explica también la posición de la Igle-sia y, sobre todo, la de los sectores católicos más reaccionarios quefueron, como Raguer demuestra, más radicales que la propia institu-ción. Gabriel Cardona, por su parte, traza una panorámica de la situa-ción del Ejército durante la República, subrayando que si bien un sec-tor era indudablemente golpista; otro era, sin embargo, republicano,cosa que no siempre se ha aireado, a mi juicio, lo suficiente. Habíamilitares que creían en la República y había militares masones, es de-cir, comprometidos con los ideales de justicia y libertad característi-cos de esta corriente de pensamiento.

Nadie discute, en cambio, lo que la República supuso en el ámbi-to de la cultura. Durante aquellos años, como describe Gonzalo San-

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——————14 Cfr. Philip Pettit, Republicanismo. Una teoría sobre la libertad y el gobierno,

Barcelona, Paidós, 1999; Félix Ovejero, José Luis Martí y Roberto Gargarella(comps.), Nuevas ideas republicanas: autogobierno y libertad, Barcelona, Paidós,2004. La perspectiva histórica española en Manuel Suárez Cortina, El gorro frigio.Liberalismo, democracia y republicanismo en la Restauración, Madrid, BibliotecaNueva, 2001.

15 Gabriel Cardona fue militar de carrera hasta el 23-F, en que abandonó el Ejér-cito, y uno de los fundadores de la Unión Militar Democrática. Hilari Raguer es mon-je de Montserrat.

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tonja, fraguó una trayectoria emprendida en etapas anteriores, auspi-ciada por la ignorante política del dictador, Miguel Primo de Rivera,que permitía a los libros burlar la censura, en la creencia de que suextensión (más de doscientas páginas) y su precio (a partir de diezcéntimos) los haría inalcanzables para las economías más modestas.Las casas del pueblo, los ateneos y las bibliotecas populares daríanbuena cuenta de ellos, burlando cultural, social y económicamente aldictador. No bastó, sin embargo, para acortar la enorme distanciaexistente entre terratenientes y campesinos, especialmente en el cam-po andaluz que sería, sin duda, una de las causas subyacentes de ladegeneración revolucionaria del régimen republicano.

El gran tema pendiente en España, uno de esos problemas de fon-do a los que nos referíamos al principio, era en efecto el problema dela tierra, que aborda el profesor Jacques Maurice con agudeza y exac-titud. La función social de la tierra era algo implícito en el programarepublicano. Era necesario fomentar un modelo de agricultura alter-nativo que atajara el persistente latifundismo especialmente presenteen el campo andaluz y extremeño, que respondiera además de al im-perativo de eficacia económica al de mera justicia social. A lograrlodestinó la República la Ley de Bases, el Instituto de Reformas Socia-les, el Inventario de fincas expropiables o la Ley de Términos muni-cipales. A pesar de la labor de Fernando de los Ríos desde el Minis-terio de Justicia durante el primer bienio o la de Mariano Ruiz-Funes,eficaz ministro de Agricultura en el Frente Popular, y de la legisla-ción laboral impulsada por Largo Caballero, destinada a equiparar alobrero agrícola con el obrero industrial, la reforma se aplicó con len-titud y topó con la resistencia de las clases altas directamente afecta-das. Pero el autor demuestra que sin ella, el camino habría podido re-correrse y concluye comparando el supuesto «fracaso» republicanocon los no menos supuestos «logros» del régimen franquista, queabocaron, por ejemplo, a los agricultores andaluces al éxodo masivoen busca de trabajo en la Europa desarrollada.

Cerramos el apartado de herencia asimilada con un aspecto pococonocido, que nos hemos empeñado en subrayar: la vocación pacifis-ta y europeísta de la República. Las valoraciones de la II Repúblicasiempre han partido de un hecho irrefutable: los republicanos perdie-ron la guerra y, en consecuencia, tanto ellos mismos como la historio-grafía posterior intentaron explicar o entender las causas de esa de-rrota. Una de ellas se encontró en la supuesta falta de interés de losdirigentes republicanos por la política exterior. Sin embargo, la cues-tión, obviamente, no fue tan sencilla. En primer lugar, es preciso admi-tir que si el golpe militar —una sublevación contra el poder legítimo es-tablecido— no se hubiera producido, la Guerra Civil simplemente nohabría estallado. En segundo, hoy está claramente demostrado por la

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historiografía solvente que sin la ayuda militar que recibieron los su-blevados desde Italia y Alemania y, sobre todo, sin la falta de ayudade Gran Bretaña y Francia al gobierno republicano, la victoria deFranco se hubiera visto bastante más dificultada16. No vamos a entraren la discusión, remitimos a autores especializados, aunque sí en su-brayar que la República no sólo tuvo una política exterior —adecua-da a sus necesidades, acorde con sus medios e inserta en las circuns-tancias de la época— sino que esa política, claramente comprometidacon Europa y con la paz, supone un inexcusable precedente y trans-mite, desde la perspectiva actual, una inevitable referencia de moder-nidad.

REPUBLICANISMO, AUTONOMISMO, NACIONALISMO

Dedicamos, en fin, la última parte del libro a una cuestión hoy to-davía candente, los nacionalismos, que en los años republicanos seresolvió con aparente mayor facilidad al amparo de la fórmula del Es-tado integral, que aunaba sin anular, «compatible —tal como lo defi-nió la Constitución de 1931 en su artículo primero— con la autono-mía de los Municipios y las Regiones», eludiendo conscientemente elmodelo federal, de tan ingrato recuerdo tras la experiencia fallida dela Primera República.

Pere Gabriel nos introduce en el camino que culminaría en el Es-tatuto catalán de 1932, deteniéndose en el contenido del Estatuto deNúria, cuyo texto se logró con bastante agilidad. Pronto se inició elproceso que culminaría con la aprobación por las Cortes del texto de-finitivo que, a pesar de partir de la convicción de que había que rec-tificar profundamente lo redactado en Núria, no sobrepasó la defini-ción, taxativa en la Constitución republicana de 1931, de Españacomo un Estado integral, lo que no sólo alejaba cualquier tentaciónde caminar hacia un Estado de corte federal, sino que corroboraba latradición unitaria de la monarquía, aunque con una clara vocación dereforma y modernidad. Así lo ratifica el articulado del propio Estatu-to, que dibujaba claramente las competencias cedidas, cuyo alcancefue limitado y plagado de «obsesivas cautelas». El texto aprobadoconsideraba en su primer artículo que «Cataluña se constituye en re-gión autónoma, dentro del Estado español, de acuerdo con la Consti-

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——————16 Cfr. Julio Aróstegui, La guerra civil, Madrid, Historia 16, 1996 y Por qué el

18 de julio... y después, Barcelona, Flor de Viento, 2006 y Enrique Moradiellos,1936. Los mitos de la guerra civil, Barcelona, Península, 2004, especialmente págs.87-100. También Manuel Tuñón de Lara y otros, La Guerra Civil española. 50 añosdespués, Barcelona, Labor, 1985.

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tución de la República y bajo el presente Estatuto», mientras en el ar-tículo 2 se reconocía que «El idioma catalán es, como el castellano,lengua oficial en Cataluña». Otra cosa fue, como el autor subraya, laevolución de la Generalidad y su identificación simbólica, especial-mente de la mano de Macià, como instrumento de poder y deposita-ria del imaginario soberanista catalán, volcado en un ilusionante ydecidido proyecto de futuro.

José Luis de la Granja explica, por su parte, convincente y rotun-damente, el proceso de invención del nacionalismo vasco a partir delPNV de Sabino Arana, ciertamente muy distinto del actual, a la vezque pone de manifiesto las diferencias internas en el seno de las pro-pias provincias vascas. Aunque el nacionalismo vasco nunca fue unproblema grave para la República y durante aquellos años siemprefue a remolque del catalanismo, su evolución posterior ha sido, sinembargo, no sólo diferente sino mucho más radical. El nacionalismovasco nunca asumió la autonomía como meta, porque nunca renun-ció expresamente a la independencia de Euskadi. A este problema ex-terno añade un problema interno: la dificultad de convivencia pacífi-ca entre los propios vascos. Hay, sin embargo, un elemento comúnentre la República y la actualidad: la gran conflictividad existente enEuskadi en ambos periodos, si bien, como desgraciadamente hemoscomprobado a menudo, ahora esa conflictividad se extendió, de lamano de su brazo armado, a todo el territorio español.

El Estatuto vasco se aprobó en 1936, mucho más tarde que elcatalán, porque ni siquiera era prioritario para los propios vascos,pero sobre todo por la división existente entre ellos: mientras paralas derechas era un arma arrojadiza contra la República, para elPNV solo representaba un primer paso hacia la definitiva recupera-ción de la soberanía. Ni siquiera las izquierdas, que lo considerabanen función de su capacidad de consolidar la República, lo apoyabancon demasiado entusiasmo, conscientes como eran, y no sin razón,de que acabaría beneficiando al PNV. El Estatuto se aprobó por laevolución democrática del PNV, de la mano de su nueva genera-ción, por el liderazgo y el carisma entre las izquierdas vascas delsocialista Indalecio Prieto y porque a la postre la línea divisoria en-tre los partidos vascos dejó de ser la cuestión religiosa en aras de lacuestión autonómica que acabó decantando decididamente al PNVy a Euskadi hacia la República. El franquismo pretendió acabar contodo, aunque solo logró reavivar el fuego. En 1979, el nacionalismohabía aprendido bien la lección: no se repitió el error de 1930 (noparticipar en el Pacto de San Sebastián), lográndose un nuevo Esta-tuto, mucho más avanzado que el de 1936 y anterior al de la propiaCataluña. Pero en 1998 el PNV, por mor de su desmemoria republi-cana —como subraya el autor—, volvió a cometer un nuevo error

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de Estella. La memoria de la historia y la historia de la memoria tie-nen todavía mucho que enseñarse recíprocamente, mucho queaprender la una de la otra.

En esa misma línea, Xosé Manoel Núñez Seixas nos adentra enel caso gallego, ciertamente a gran distancia del catalán o del vasco,en su nacimiento, en su desarrollo e incluso en su evolución posterior,cosa por otra parte intrínsecamente relacionada con la propia razónde ser de los nacionalismos periféricos, hijos al fin de las propias yespeciales circunstancias de cada provincia, región o autonomía,aunque compartan también elementos comunes. La cuestión auto-nómica sólo interesaba en 1931 a un sector minoritario de la pobla-ción gallega, sin embargo pronto se convirtió en una de las bande-ras emblemáticas de la Galicia republicana. La FRG-ORGA, adiferencia del PNV, participó y suscribió el Pacto de San Sebastiány poco después se comprometió internamente a erradicar el caci-quismo, combatir el centralismo y reafirmar su deseo de plena au-tonomía. No lo lograrían los gallegos en los años republicanos,cuyo Estatuto —aprobado por referéndum tres semanas antes delgolpe de Estado— no llegaría a ser refrendado por el Parlamento acausa de la sublevación. El plebiscito del pueblo gallego sirvió, noobstante, para esgrimir su derecho de nacionalidad histórica duran-te la transición, constituyendo ésta —como el autor subraya— unade las paradojas de la cuestión gallega.

La sensación que se desprende de este conjunto de trabajos esambivalente: por una parte parecen indicar, sobre todo en el casogallego, que el problema autonómico no existía antes de la Repúbli-ca y que la República lo agrandó artificialmente. Por otra, no cabeduda de que sí existía un sentimiento nacionalista, al que la Repú-blica dio salida airosamente, es decir, que la República supo en-cauzar por la vía del autonomismo sin caer en la temida desverte-bración del Estado. Una vez más aparece la dualidad: aspecto«negativo» el primero, en tanto la República actuaría como excusaad hoc para crear un problema inexistente; aspecto «positivo» elsegundo, porque sabría encauzar adecuadamente un sentimientodiferenciador indudablemente presente en la periferia respecto delcentro, imbuido de problemas políticos, sociales, económicos e his-tóricos que iban mucho más allá de ese mero hecho diferenciador yevidentemente mucho más complejos. Como bien apunta José Luisde la Granja, no en vano veterano en estas lides, «la experiencia re-publicana permite establecer algunas consideraciones significati-vas: entre autonomía y nacionalismo, entre antirrepublicanismo yantiautonomismo, entre republicanismo y autonomismo», aunque,al margen de sus elemento diferenciadores —inherentes a su propiacondición—, los nacionalismos comparten una característica co-

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mún: fueron exacerbados por el franquismo que, al intentar erradi-carlos, los reavivó.

* * *

Para acercarse a algunas de las claves, ciertamente complejas ydifíciles de desentrañar —como la realidad que nos circunda nosobliga a comprobar cada día— que rodean todavía hoy estas cuestio-nes, remitimos al lector a los capítulos correspondientes en los queencontrará, sin duda, elementos suficientes —y no siempre coinci-dentes— para juzgar por sí mismo. No obstante, no nos resistimos aapuntar que del conjunto de este libro se desprenden algunas ideasfundamentales que nos atrevemos, brevemente, a señalar. En primerlugar, creemos que ha llegado el momento de abolir definitivamente—como recuerda Julio Aróstegui en el epílogo— la tesis del fracasorepublicano (que ya desmontaron Santos Juliá y Manuel Ramírez afinales de los 70) o, cuando menos, de abundar en que las causas quelo provocaron no pueden achacarse, en todo caso, solo al régimen re-publicano en cuanto tal. Con la misma argumentación se podría decirque la República vino porque fracasó la monarquía. De hecho, lostestimonios que han quedado de muchos de sus protagonistas, de unoy otro signo, coinciden en su mayoría unánimemente en una cosa: lainevitabilidad del cambio que se produjo pacíficamente el 14 deabril17.

Ha llegado también el momento de reivindicar, o cuando menosreconocer, la herencia positiva de la República, que se obvió en latransición, es decir, de revisar esa imagen negativa de la República,inevitablemente ligada a su conclusión: la Guerra Civil, y de admitirsin temores retrospectivos ni rencores reavivados, lo que la actual de-mocracia, simplemente, le debe. Lo que vendría a significar restituiral régimen republicano su verdadera y originaria condición, que du-rante tanto tiempo se le negó. Es decir, a admitir sin reservas que laRepública fue el primer intento serio de establecer en España un sis-tema verdaderamente democrático. Paradójicamente la esencia de-mocrática del proyecto republicano es la que le valió, en su momen-to, mayores críticas. Desde «la bella utopía republicana», como ladefinió con amarga ironía Araquistáin en los años 30, hasta la acusa-ción de «burguesa» que se hizo fuerte especialmente durante la Gue-rra Civil, pasando por los innumerables «errores» que habrían hechoinviable el régimen del 14 de abril. Hubo errores, claro está, entre

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——————17 José Luis Casas Sánchez, Olvido y recuerdo de la II República española, Se-

villa, Fundación Genesian, 2002.

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ellos: el sistema electoral mayoritario, que favorecía a las grandescoaliciones; la polarización, que provocó un exceso de partidos mi-noritarios; la fragmentación de la clase política, la inestabilidad gu-bernamental18. Pero a ellos habría que oponer no sólo el hecho ele-mental de que todo régimen nuevo necesita un tiempo mínimo paraasentarse —y la República no lo tuvo— sino el casi inmediato proce-so de involución que se inició en su propio seno tras el cambio de sig-no electoral en 1933.

Cabría preguntarse, en fin, ¿habría podido desarrollarse plena-mente el proyecto democrático republicano?, ¿habría concluido laRepública en una democracia constitucional —lo que era cuando seinició— o en un régimen de otro signo, sin pronunciamientos milita-res de por medio? A mi juicio, quien mejor respondió a esta pregun-ta fue Josep Fontana, que no sólo desmontó los argumentos funda-mentales en que se apoyaron los golpistas (y que ahora hanresucitado los llamados revisionistas) para justificar la sublevación,sino que reivindicó «la necesidad de recuperar una visión positiva dela segunda república española y de los hombres que (...) pagaron conel exilio y el olvido, cuando no con la cárcel y la muerte: el delito dehaber querido construir una sociedad donde las graves desigualdadesque la afectaban pudieran remediarse en un clima de libertad», paraacabar concluyendo que «el espíritu de democracia y convivenciaque las inspiró sigue siendo plenamente válido»19.

No cabe duda, sin embargo, de que la España de hoy es muy dis-tinta de la de entonces y si nos preguntamos, para terminar, por lapervivencia de los valores republicanos en el régimen democráticoactual, es obligado reconocer esa evidente diferencia. Quedan, obvia-mente, los activos de la democracia, a saber: consenso, reformismosocial, pluralismo político, descentralización del Estado y promociónde la educación y la cultura. Pero esto hoy tiene más que ver con lademocracia que con la forma de gobierno: república entonces, mo-narquía parlamentaria ahora. Ambas, no obstante, comparten ele-mentos comunes: tanto la República de 1931 como la actual monar-quía llegaron en medio de una coyuntura económica difícil; ambasfueron precedidas de regímenes dictatoriales (Primo de Rivera en el

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——————18 Véase Manuel Ramírez, La Segunda República setenta años después, Madrid,

Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2002, y Manuel Morales Muñoz(ed.), La Segunda República. Historia y memoria de una experiencia democrática,Málaga, Servicio de Publicaciones CEDMA, 2004.

19 Josep Fontana, «La Segunda República: un proyecto reformista para España»,en Gregorio Cámara Villar (ed.), Fernando de los Ríos y su tiempo, Granada, Univer-sidad de Granada, 2000, pág. 282. Ver también, del mismo autor, «La Segunda Re-pública: una esperanza frustrada», en AA. VV., ibíd., Valencia, Edicions Alfons el Mag-nànim, 1987.

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primer caso, Franco en el segundo); ambas declararon su intención deconstituirse como regímenes democráticos (obvio en el caso de latransición y no siempre reconocido en el de la República). Ambas, enfin, se fraguaron tras un previo procedimiento consensuado (Pacto deSan Sebastián y Pactos de la Moncloa). Pero también les separaronprofundas diferencias: la atribución de los poderes del Estado, elenunciado de los derechos, la manera de ponerlos en práctica y los lí-mites del consenso20.

Queda, no obstante, y a ello hemos pretendido contribuir con estelibro, el precedente de lo que la República quiso, y pudo, ser: el pri-mer régimen verdaderamente democrático de la España contemporá-nea. Porque para los republicanos de estirpe democracia y Repúblicaeran la misma cosa: «Todos cabemos en la República, a nadie seproscribe por sus ideas [...] [porque] todos admiten la doctrina quefunda el Estado en la libertad de conciencia, en la igualdad ante la ley,en la discusión libre, en el predominio de la voluntad de la mayoría,libremente expresada. La República —concluía premonitoriamenteManuel Azaña en 1930— será democrática, o no será»21.

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——————20 Véase Glicerio Sánchez Recio, «El reformismo republicano y la moderniza-

ción democrática», en Pasado y Memoria. Revista de Historia Contemporánea. Mo-nográfico: La II República Española, núm. 2 (2003), págs. 17-32.

21 «La revolución en marcha». Alocución en el mitin republicano de la plaza detoros de Madrid, 29 de septiembre de 1930, en Obras Completas, México, Oasis,1966-1968. Edición y prólogos de Juan Marichal, II, pág. 16. Reedición Madrid, Gi-ner, 1990. Analizamos esta identificación en una ponencia presentada en el ColoquioInternacional: Monarquía y República en la España Contemporánea, UNED-CentroEstudios Constitucionales, Madrid, mayo 2006: «Democracia y República en el pen-samiento de Manuel Azaña», que está previsto incluir en un libro colectivo de próxi-ma publicación.

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I. EL PUNTO DE PARTIDA:MITOS Y REALIDADES

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CAPÍTULO 1

Fascismo y Comunismo en la historiade la República española

GABRIEL JACKSON

Historiador

En primer lugar, permítanme que exponga mi tesis respecto altema de este capítulo de la forma más breve y clara posible. A conti-nuación hablaré de la influencia de la doctrina y las actividades de laEuropa fascista en las fuerzas políticas de la derecha española, y dela del comunismo en las fuerzas políticas de la izquierda española.En abril de 1931, una monarquía desacreditada dio paso pacífica-mente a una república democrática capitaneada por intelectuales yprofesionales de buena voluntad y de inteligencia, pero con muypoca experiencia en la práctica política. Con mayor o menor éxito,trataron de celebrar elecciones sin trampas, crear una república parla-mentaria y poner en marcha una serie de reformas sociales que no ha-brían sido radicales para Francia o para el norte de Europa, pero quesí lo eran en el caso de España.

Dentro de un abanico muy amplio, estas reformas incluían medi-das sociales en beneficio de los trabajadores agrícolas e industriales;un sistema de escuela primaria pública y no religiosa; reforma agra-ria en las zonas donde había fincas inmensas cultivadas sólo parcial-mente; reducción de la influencia de los militares en la política y unservicio rudimentario de salud pública. También, la separación entreIglesia y Estado, con la intención de sustituir el monopolio de siglosde la Iglesia católica por la plena libertad religiosa. Además estable-

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cieron la primera ley de divorcio en España, y con el Estatuto de Au-tonomía de Cataluña empezaron la descentralización del gobierno yel reconocimiento oficial de las diferentes entidades culturales dentrode la República considerada como un todo. Un programa muy ambi-cioso para un país relativamente poco desarrollado y con ciertos ras-gos que inevitablemente levantaron la resistencia de aquellas clases einstituciones cuyo poder tradicional se vería reducido si el programarepublicano tenía éxito.

De hecho, la Iglesia, muchos terratenientes y un número conside-rable de militares y de guardias civiles se opusieron. Además, ni lasclases trabajadoras industriales ni los campesinos temporeros de lamitad sur de España se identificaban con el liderazgo de la clase me-dia secular que formaba parte de varios pequeños partidos republica-nos. Sin duda, a los obreros les complacía la legislación social, conderechos de organización, libertad de expresión y de prensa, y una re-lación mucho más próxima que la tradicional entre los votos reales yel recuento oficial en las elecciones. Pero durante el medio siglo queprecedió a la República, miles de trabajadores se habían vuelto anar-quistas o socialistas, y se inclinaban a pensar que la República erauna parada relativamente breve en el camino hacia una sociedad co-lectivista internacional.

Los líderes republicanos sabían que para llevar a la práctica elprograma expuesto más arriba, se necesitarían mucho más de dosaños. Cuando perdieron las elecciones en noviembre de 1933, su pri-mera reacción fue negar la validez de las mismas. Para ellos, una re-pública significaba, por definición, una sociedad en la que Iglesia yEstado estaban separados, y con una legislación social avanzada in-cluida en la Constitución; no un conjunto de leyes que podían ser re-chazadas, o descuidadas deliberadamente, cuando la mayoría en lasCortes cambiaba de color. Por otra parte, había muchos profesionalesy hombres de negocios, católicos devotos, que no aceptaban la ideade que un período de dos años con normas anticlericales de tenden-cia laica pudiera privarles permanentemente de su tradicional «guar-da y custodia» de la sociedad española.

Desde otoño de 1931, cuando se votó la Constitución laica y de-mocrática, hasta julio de 1936, cuando el alzamiento militar no tuvoéxito como pronunciamiento y se convirtió inmediatamente en unaguerra civil, todos los españoles con conciencia política siguieron lalucha dramática entre la derecha y la izquierda en Europa. Los ejem-plos de la Italia fascista, de la Alemania nazi y de muchos gobiernosautoritarios del centro y del sur de Europa proporcionaban a la dere-cha modelos posibles si, llegado el caso y según su punto de vista, ungobierno parlamentario resultaba totalmente inviable. El éxito apa-rente de la distante Unión Soviética en lo social y en lo económico,

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alimentaba las esperanzas revolucionarias de toda la izquierda. Porotra parte, la opinión que prevalecía entre los socialistas, los diversospartidos marxistas, pequeños pero militantes, y los anarquistas era dedesconfianza hacia el régimen de Stalin y hacia el Partido Comunis-ta local.

Desde el 25 de julio de 1936, cuando Hitler y Mussolini decidie-ron, cada uno por su lado pero de manera similar, prestar a la juntamilitar toda la ayuda militar que necesitara, hasta el 1 de abril de1939, cuando terminó la Guerra Civil con la victoria total de Franco,no fueron las fuerzas internacionales del fascismo y del comunismolas que determinaron la estructura interna del gobierno militar de losNacionales ni tampoco la del gobierno del Frente Popular republica-no. Pero los pasos que dieron, combinados con el conjunto de losacontecimientos diplomáticos, determinaron sin lugar a dudas el re-sultado de la guerra. Es decir: Italia, Alemania y Portugal, con la ayu-da diplomática de un gobierno británico plenamente consciente y lade los bancos y compañías petroleras del mundo capitalista, propor-cionaron a Franco una ayuda económica y militar abrumadora si lacomparamos con la que la Unión Soviética suministró a la República,desde principios de octubre de 1936 hasta el final de la guerra. Asípues, la diferencia en la ayuda que prestaron los fascistas y los comu-nistas a los combatientes tuvo unas consecuencias prácticas determi-nantes para el resultado final de la guerra. Los ejemplos y actividadespolíticas del Eje fascista y del movimiento comunista internacionalejercieron una influencia considerable tanto en los campamentos na-cionales como en los republicanos. Pero, en mi opinión, el gobiernode Franco nunca mereció el calificativo de fascista, por razones queexpondré más adelante, ni tampoco la Unión Soviética ni el PartidoComunista de España dominaron el gobierno republicano de la gue-rra tal como lo han defendido, durante los últimos cincuenta años, loshistoriadores franquistas y los de la Guerra Fría.

MUSSOLINI: EL FASCISMO

Hasta aquí mi tesis general. Pasando ahora al papel del fascismo:Benito Mussolini creó el movimiento fascista y la propia palabra fas-cismo en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial. Italia sehabía mantenido neutral al principio de la guerra, pero luego se unióa los poderes aliados de Inglaterra y Francia cuando ésta le ofreció re-compensar la participación italiana con la anexión de la zona delAdriático que pertenecía al imperio de los Habsburgo. Sin embargo,el acuerdo al que se llegó después de la guerra dejaba muy mermadaslas expectativas de Italia. Por otra parte, la actuación militar de los ita-

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lianos no había sido especialmente gloriosa. Los austriacos, cuyoejército era claramente inferior al del imperio germánico, derrotaronvarias veces a los italianos. Además, entre 1919 y 1920 Italia sufrióuna oleada de huelgas en la industria, y la mayoría de los obreros,animados por la instauración del comunismo en los territorios quehabían formado el imperio de los zares, reclamaban una revoluciónbolchevique en Italia. Mussolini, que había sido socialista, y era pe-riodista además de un hábil orador, presentó su movimiento comorespuesta tanto al bolchevismo como a la debilidad de los militares.Salvaría a las clases terratenientes de las expropiaciones socialistas ydesarrollaría las virtudes militares que habían sido características delas legiones romanas y de los ejércitos privados de la nobleza rena-centista.

Según palabras del propio Mussolini, el fascismo era un movi-miento pragmático más que uno basado en una teoría totalmente de-sarrollada como lo era el marxismo. A continuación señalo los rasgosrelevantes del fascismo tal como lo creó Mussolini entre 1922 y1939. Llegó al poder legalmente, aunque no sin cierta coacción enforma de altercados callejeros, destrucción de sedes y prensa del Par-tido Socialista, lemas amenazadores, alguna que otra paliza y asesina-tos dispersos: una especie de «kale borroka» durante unos dos años.Con todo, fue nombrado por el rey y confirmado por una mayoría par-lamentaria. Afirmó una y otra vez que su gobierno restauraría el ordeny protegería el derecho a la propiedad, y lo hizo. Al mismo tiempo, elfascismo era teóricamente anticapitalista y rendía tributo involuntario ala Revolución Rusa al afirmar que establecería una organización«corporativa» en la vida económica nacional, con control vertical encada área de las empresas industriales y comerciales a fin de que elgobierno central pudiera asegurar la coordinación más productiva, ysocialmente justa, de la economía. Probablemente nunca tuvo inten-ción de establecer desde el gobierno una verdadera coordinación dela economía. Pero construyó carreteras y mejoró el servicio ferrovia-rio, y con ello sus admiradores conservadores británicos y america-nos afirmaban complacidos que Mussolini había «logrado que lostrenes fueran puntuales.»

Mussolini cultivaba, además, las virtudes militares. Los mítinespolíticos locales eran presididos por miembros del Partido Fascistavestidos de uniforme y eran ellos quienes dirigían las salutaciones,los cantos y la oratoria que comportaban estos encuentros. La mayo-ría de muchachos en edad escolar pertenecían a una organización pa-ramilitar llamada balilla, en la que se vestía de uniforme y cuyas ac-tividades combinaban los deportes al aire libre, las excursiones y lainiciación en el manejo de las armas de fuego. Y para dar ejemplo deservicio público y saludable masculinidad, Mussolini se hizo sacar

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una foto a pecho descubierto, empuñando un zapapico, junto a lossoldados italianos que estaban drenando las marismas del Pontino, unproyecto cuyo objetivo era ganar terreno para la agricultura a la vezque eliminar el mosquito del paludismo. La parte más importante delpresupuesto nacional se destinaba al rearme. Mussolini pretendía queItalia controlara el mar Mediterráneo, el «mare nostrum» de los ro-manos, que durante los últimos cuatro siglos había estado bajo con-trol de la flota española, turca, francesa o inglesa. Un imperialismocauto era parte esencial de sus planes. Utilizo el calificativo delibera-damente porque mientras Mussolini fue dueño de sí mismo, es decirhasta 1937-38 cuando quedó prácticamente bajo control de Hitler,tuvo mucho cuidado en no desafiar abiertamente a la armada británi-ca. Sí tomó las medidas oportunas para que el rey de Yugoslavia fue-ra asesinado en territorio francés, pero acertó al suponer que este he-cho, aunque causaría indignación, no provocaría la guerra. En lo queatañe a las islas Dodecanesos, arrebatadas a Grecia en 1924, a la con-quista de Etiopía en 1935-6, y a la guerra civil española, Mussolini li-mitó sus ambiciones a los objetivos que pudieran ser aceptables a losojos del gobierno británico, aun cuando estos objetivos no desperta-ran el entusiasmo de los gobiernos de Baldwin y Chamberlain.

El mayor éxito de Mussolini, tanto en el escenario mundial comoen el gobierno de Italia, fue probablemente la solución al enfrenta-miento enconado Iglesia-Estado que se arrastraba desde la época dela unificación de Italia en 1870. El nuevo reino se había anexionadolos territorios pontificios del centro de Italia, una anexión que la Igle-sia católica nunca había aceptado. Entre 1925 y 1929, Mussolini y elpapa Pío XI, dos caballeros en absoluto dispuestos a que les dieranprisa, negociaron el tratado de Letrán. Italia reconocía a Ciudad delVaticano como estado soberano —con libertad para recibir embaja-dores y, por tanto, para comunicarse con otros estados soberanos ensecreto diplomático— y le concedía una amplia dotación en compen-sación por las tierras y los inmuebles urbanos que le había arrebata-do. Abolieron el matrimonio civil y, al mismo tiempo que protegíanlos derechos individuales de los no católicos, reconocieron el catoli-cismo como la religión del Estado y de las fuerzas armadas. Además,concedieron a la Iglesia el control de las asignaturas y de la prepara-ción de maestros para las escuelas de primaria y secundaria.

Mussolini también complació a la Iglesia al oponerse al controlde natalidad. No lo hizo por razones religiosas sino porque deseabaun aumento de población en Italia con la mira puesta en objetivos mi-litares. Así pues, a menudo concedía premios a las madres de familiacon muchos hijos. Al mismo tiempo, los grupos juveniles de balillacompetían en cierto modo con los profesores ratificados por la Igle-sia para ejercer influencia en las generaciones más jóvenes. Muchos

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fascistas en activo eran anticlericales y el dictador no interfería con suinfluencia espiritual sobre los balilla. En suma, la política religiosa yla de educación de Mussolini crearon un equilibrio inestable entre elcontrol de la Iglesia en las escuelas y la influencia de los fascistas enlas actividades extraescolares deportivas y de entrenamiento militar.

No obstante, el rasgo más importante del fascismo no era ningu-no de los que he mencionado hasta ahora. Lo más importante era elliderazgo masculino y carismático. El programa podía ser impreciso,pero no había ninguna duda en cuanto a quién estaba al mando. Uni-formes militares, una apariencia de plena unidad patriótica y una ora-toria agresiva, reflejados en una prensa y una radio totalmente contro-ladas, eran los sine qua non del fascismo tal como lo desarrollóBenito Mussolini. Su discípulo más aventajado, Adolf Hitler, fue unmaestro aún mayor del espectáculo militar, de la aparente unidad na-cional, la oratoria agresiva y el control absoluto de la prensa y la ra-dio. La mayoría de escritores al referirse al régimen de Hitler, lo lla-man nazi en vez de fascista; de este modo, reconocen verbalmenteque el discípulo superó al maestro. Personalmente, diría que el régi-men nazi fue tantísimo más monstruosamente cruel e irracional queel fascismo italiano, que la diferencia cuantitativa se convierte en di-ferencia cualitativa cuando comparamos los dos sistemas. A los lec-tores cuyos padres o abuelos sufrieron en Barcelona los bombardeositalianos de 1938, mi afirmación puede parecerles cuestionable. Escierto que el hijo aviador de Mussolini había escrito artículos acercadel placer de bombardear pueblos etíopes, y el propio Mussolini que-ría demostrar que era tan completamente capaz de «Schrecklichkeit»(terror deliberado) como lo era Hitler. Pero si comparamos toda la ca-rrera de los dos principales dictadores fascistas, Mussolini es bastan-te racional y moderado en la mayoría de sus decisiones mientras queHitler era un gangster, con una imaginación apocalíptica, que final-mente desembocó en un literal «Götterdämmerung» (Crepúsculo delos Dioses) del país más «avanzado» en la Europa del siglo XX.

El fundador del fascismo tuvo algunos imitadores menos cruelesque Hitler. Entre los conservadores europeos y americanos, gozabadel prestigio de haber creado una respuesta autoritaria, pero no com-pletamente totalitaria, a lo que se percibía, con mucha exageración,como la amenaza bolchevique en expansión por Europa Occidentalen la década de los 20 y de los 30. Cuando el rey Alfonso XIII vi-sitó Italia en 1924, le dijo al monarca Víctor Manuel III «Yo tambiéntengo mi propio Mussolini», refiriéndose al general Primo de Rivera.En 1926 la caótica República de Portugal se convirtió en una dictadu-ra bajo Antonio Salazar, un catedrático de economía a quien le gusta-ba el poder y la utilización de la policía secreta. Durante casi todo elperíodo entre las dos guerras mundiales, Hungría estuvo gobernada

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por el almirante Horthy, dictador y regente (regente porque, a pesarde que en 1919 los Aliados habían insistido en la abdicación defini-tiva de la dinastía de los Habsburgo, los conservadores húngaros seaferraron a la esperanza de una posible restauración posterior). Du-rante estos mismos veinte años, en Rumania y en Yugoslavia, lo quese suponía eran monarquías constitucionales se convirtieron en dicta-duras de la monarquía con algunos toques fascistas. Las nuevas repú-blicas de Polonia y de los estados del Báltico se convirtieron en dic-taduras presidenciales o militares a finales de la década de los 20.Todos estos gobiernos adoptaron algunos rasgos de las técnicas deMussolini para desenvolverse con las cuestiones de religión, educa-ción, prensa y radio, y los problemas de oposición política. Peroninguno se embarcó en exhibiciones militares agresivas, uniformesvistosos o la oratoria propios del fascismo. Y aunque todo el mun-do sabía, casi siempre, quién mandaba en estas dictaduras de dere-chas, ninguna tenía líderes carismáticos comparables a Mussolini oa Hitler.

Las razones que anteceden son las que me llevan a definir el fas-cismo únicamente como el régimen creado por Mussolini en los años20, y su monstruoso Gran Hermano Nazi de los años 30. Para mí, elfascismo incluye el partido único y uniforme, el militarismo cons-ciente, el liderazgo carismático y la oratoria agresiva, los media uni-formemente vociferantes, y la plena intención de ir a la guerra. Du-rante el período de entreguerras, las otras dictaduras de derechas erandictaduras conservadoras y anticomunistas, crueles cuando se sentíanamenazadas, que protegían todos los derechos tradicionales de lasclases dominantes pero que no trataban de dominar y remodelar el es-tilo de vida de sus súbditos.

FRANQUISMO Y FALANGISMO

¿Qué relación hay, entonces, entre el fascismo y la España de losaños 30? Sabemos que José Antonio Primo de Rivera, hijo atractivoy sincero admirador de su padre, el general Miguel Primo de Riverafallecido en 1930, fundó la Falange Española en 1933. José Antonioera abogado, con buenas relaciones sociales, y admiraba a personajesdestacados de la cultura española como José Ortega y Gasset y el Dr.Gregorio Marañón; además, le habían impresionado mucho las ideaseconómicas del eminente líder socialista Indalecio Prieto. La prime-ra Falange estuvo dirigida por un triunvirato informal constituido porel propio José Antonio, Julio Ruiz de Alda y Alfonso García Valde-casas, los dos últimos también de familias de relevancia social. A sumovimiento no le llamaron fascista, y José Antonio siempre afirmó

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que estaba en contra de la violencia política, aunque no hay dudade que durante los años 1933-36 los movimientos juveniles tantode la izquierda como de la derecha formaron milicias y cometieronfrecuentes actos violentos. Con independencia de lo que José An-tonio dijera o deseara, era inevitable una cierta participación en laviolencia.

A principios de 1934, José Antonio colaboró con Ramiro Ledes-ma Ramos y Onésimo Redondo, dos castellanos admiradores deMussolini, mucho más militantes que José Antonio y abiertamentepartidarios de la violencia contra el enemigo marxista. También en1934, José Antonio firmó acuerdos semiprivados con varios líderesmonárquicos y recibió ayudas monetarias de Mussolini. Pero ningu-na de estas relaciones incluía programas claros u obligaciones mu-tuas concretas. Las relaciones personales con Lerroux, jefe del Parti-do Radical, y con José M.ª Gil Robles, líder de la CEDA, eran muyfrías. La Falange Española nunca tuvo más de 10.000 afiliados antesde la Guerra Civil, y el liderazgo de José Antonio no podía compa-rarse ni remotamente en cuanto a fuerza y carisma con los de Musso-lini y Hitler. Cabe imaginar que entre octubre de 1934 y julio de 1936,en medio de circunstancias políticas tan tensas y tan cambiantes, unGil Robles, o un José Calvo Sotelo, pudieran haberse convertido endictadores al estilo de Antonio Salazar o de Engelbert Dollfuss de Aus-tria. Pero, sencillamente, no había ningún fascista carismático ni tampo-co un partido fascista organizado que de hecho hubiera podido tomarel poder en aquellos meses. Por otra parte, como bien sabemos, ladictadura anticomunista y antidemocrática surgió del levantamientomilitar.

La verdadera importancia de José Antonio reside en la idolatríapóstuma de su persona, lo que permitió a Franco evitar cualquier dis-cusión a fondo acerca de su propia relación con la Falange de antesde la guerra y con su fundador convertido luego en mártir. En prima-vera de 1936, el gobierno de la República arrestó al jefe de la Falan-ge junto con varios líderes de milicias de derechas, y al iniciarse laGuerra Civil fue trasladado a una prisión de Alicante. El 13 de no-viembre fue juzgado por «traición», y en el ejercicio de su propia de-fensa leyó los editoriales del periódico de su partido, Arriba, quemarcaban claramente su posición política frente a la de los monárqui-cos alfonsinos, la de los carlistas y la de los generales sublevados. Laprensa republicana local ensalzó la dignidad de su comportamientodurante el juicio, pero fue condenado a muerte el 17 de noviembre.La legalidad republicana exigía que el gobierno confirmara cual-quier sentencia de muerte, pero el gobernador provincial lo hizo fusi-lar el 20 de noviembre antes de que el gobierno de Francisco LargoCaballero pudiera revisar la sentencia. Durante las semanas anterio-

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res al juicio corrieron toda clase de rumores acerca de planes parasalvar a José Antonio, planes que según se decía involucraban a la de-recha local de Alicante, a la armada alemana y al cuartel general deSalamanca. El enfado del gobierno republicano, el torbellino de ru-mores en cuanto a si había sido realmente ejecutado, los informes noconfirmados de que Franco deliberadamente no había tratado de sal-varlo, y la imagen que en general se tenía de José Antonio como unhombre de buenas intenciones, todo ello entremezclado con la su-perstición popular llevó a difundir la idea de que de hecho no habíamuerto.

En los muros de las iglesias y de otros edificios de la España na-cionalista empezaron a aparecer carteles con la frase «José Antonio,Presente». Oficialmente, el gobierno de Franco no confirmó sumuerte hasta noviembre de 1938 y para entonces ya se había conver-tido en el santo patrón del «Movimiento». Su imagen, cultivada porel régimen de Franco, era un símbolo emocional muy potente paralos vencedores de la Guerra Civil y proporcionó a la dictadura una es-pecie de halo místico que ni la carrera del Generalísimo ni la de suscolegas de gobierno habrían podido inspirar jamás. José Antonio eraun atractivo «señorito» que había sido asesinado ilegalmente por lospeores elementos de la zona republicana, pero ni su vida ni su consi-deración póstuma como héroe en la España de Franco tenían muchoque ver con el fascismo como movimiento político específico.

En cuanto al fascismo italiano y al nazismo alemán, en abril de1937 Franco adoptó el sistema de partido único fusionando, bajo suliderazgo personal, la Falange, las milicias carlistas y las JONS (Jun-tas de Ofensiva Nacional Sindicalista, fundadas por Ledesma Ramosy Onésimo Redondo en 1934). La Falange consolidada vestía unifor-me, predicaba el gobierno autoritario y jerárquico, era firmementeanticomunista, antimasónica y promilitarista. Exaltaba el liderazgoférreo del Generalísimo, pero Francisco Franco no era un buen ora-dor, tampoco un propagandista a conciencia como lo eran Mussoliniy Hitler, ni tampoco era un líder carismático para la mayoría de sussúbditos, para aquellos que habían luchado durante treinta meses enun esfuerzo desesperado por evitar que se convirtiera en su sobera-no. Lo que Franco recibió del fascismo fueron 70.000 soldados ita-lianos, 19.000 alemanes, centenares de aviones, tanques, equiposde radiocomunicación y artillería, y todo esto es lo que le permitióganar la Guerra Civil. No necesitaba que la doctrina fascista le con-virtiera en anticomunista y antidemocrático. La historia de España,desde la Contrarreforma hasta la dictablanda de Primo de Rivera lesuministraba todas las ideas y los modelos institucionales que nece-sitaba para establecer un estado policial, conservador, autoritario ymilitarista.

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Por último, aunque no considero la dictadura de Franco suficien-temente similar a la de Mussolini o a la de Hitler para llamarla fascis-ta, me gustaría apuntar sus características en relación con las muchasdictaduras de derechas contemporáneas suyas. Para adular a los quele habían financiado la Guerra Civil, creó un partido único con uni-formes, retórica y aspectos paramilitares similares a los de Mussoliniy Hitler. Desde el principio hasta el fin de su largo gobierno, 1936-1975, fue el dirigente europeo más consecuente con su anticomunis-mo: ningún tratado de no agresión como los firmados entre la Ale-mania nazi y la Rusia soviética en agosto de 1939, y ningunacolaboración durante la Segunda Guerra Mundial con la gran coali-ción de Churchill, Roosevelt y Stalin. Como proclama con orgulloRicardo de la Cierva, su biógrafo e historiador, Franco fue siempre«el Centinela de Occidente» frente al comunismo sin Dios.

Pero en sus preferencias personales era un conservador tradicio-nal, no un fascista. Ramón Serrano Súñer, cuñado del Caudillo, des-cribe la primera reunión del gobierno recién nombrado, en parte civi-les, en parte militares, celebrado el 3 de enero de 19381. De los diezministros, sólo dos eran «Camisas Viejas» de la Falange; los demásrepresentaban diversos intereses monárquicos, financieros y católico-culturales. Juraron su cargo en el monasterio de las Huelgas, un mo-nasterio con siglos de historia, cerca de Burgos, en una ceremoniaque Serrano Súñer describe como «íntima, fervorosa y devota, comouna vigilia de armas», después de la cual pasaron al claustro dondelas monjas les sirvieron un jerez acompañado de bizcochos tradicio-nales hechos con yema de huevo. Esta fue la elección de Franco enunos momentos en que dependía en gran medida de Mussolini y deHitler. El simbolismo de la ceremonia dejaba perfectamente claroslos gustos personales del dirigente.

Por otra parte, la crueldad inflexible de Franco, los encarcelamien-tos y ejecuciones masivos, se parecen más a los de Hitler y Stalin quea los de los dictadores conservadores de Portugal y de la Europa Cen-tral y del Este. Hay como mínimo dos razones. Una es que Franco te-nía que establecer su poder en una guerra civil, que duró treinta meses,contra la mayoría de sus propios compatriotas. La otra es que estabaabsolutamente decidido a aniquilar toda la herencia político-cultural dela Ilustración del siglo XVIII y de todos los «ismos» democráticos, secu-lares e internacionalistas desde mediados del siglo XVIII hasta la déca-da de los 30. Y tenía que hacer todo esto en un país con un desarrollosólo semi «moderno», pero cuya población era muy despierta y activa,una cuestión cuya importancia trataré más adelante.

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——————1 Ramón Serrano Súñer, Entre Hendaya y Gibraltar, Madrid 1947, págs. 64-65.

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MARXISMO Y COMUNISMO

Pasando del papel del fascismo al del comunismo, la primeragran diferencia que hay que subrayar es que el marxismo, a diferen-cia del fascismo, era una doctrina totalmente desarrollada que teníaal menos tres versiones en la década de los 30: el socialismo parla-mentario de la Segunda Internacional, el comunismo revolucionariode la Unión Soviética y la Tercera Internacional, y la «revolución per-manente» de la Cuarta Internacional, capitaneada por León Trotsky.La atracción básica del marxismo era su aparente habilidad para ofre-cer una explicación amplia y general, científica y no religiosa, de laevolución de la sociedad de los seres humanos. Según Marx y segúnlos numerosos y sobresalientes discípulos que desarrollaron su doc-trina y organizaron los sindicatos y los partidos políticos entre 1870y 1914, cualquier sociedad estaba dividida en clases económico-so-ciales diferenciadas, y la lucha entre estas clases era la fuerza motrizde la historia. En el caso de la Europa posterior al Imperio Romano,había tres clases que componían básicamente la sociedad medieval:una aristocracia guerrera que gobernaba, una clase media urbanacomparativamente reducida y una extenso campesinado sometido. Laaristocracia tenía en propiedad la mayor parte de la tierra, controlabalas condiciones de trabajo y la remuneración económica del campe-sinado. La clase media urbana, o burguesía, controlaba el comercio,la banca y las manufacturas artesanas. En el transcurso de los siglos,la burguesía pasó a ser bastante más numerosa y adinerada que laaristocracia terrateniente. La lucha económica entre las dos clasesprodujo lo que se llamó la revolución burguesa, cuando la clase me-dia urbana adinerada sustituyó a la de los terratenientes en calidad degobernantes. En líneas generales, esta revolución tuvo lugar en Ho-landa y en Inglaterra durante el siglo XVII, en Francia durante el XVIII,y en la mayoría de la Europa del norte y central, así como en Escan-dinavia, durante el XIX. Sin embargo en España, la sustitución delos terratenientes como clase dominante a duras penas se había ini-ciado en el XIX, y sin duda la consciencia de este hecho convertía lapredicción marxista en un atractivo tanto para los campesinos po-bres como para los intelectuales y profesionales urbanos.

La revolución industrial, que era una consecuencia económicadel dominio burgués, produjo un gran incremento de la importanciay las dimensiones de la nueva clase obrera industrial. De acuerdo conel esquema marxista de evolución social, la clase obrera desafiabaahora a la burguesía exactamente del mismo modo que la burguesíahabía desafiado a la aristocracia terrateniente. El proletariado llevaríaa cabo una nueva revolución que transferiría a los trabajadores el con-

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trol de la economía y de los recursos naturales. La cuestión a resol-ver, tanto en la teoría como en la práctica, era hasta qué punto la re-volución se produciría de manera «natural», como resultado de loscambios en «el modo de producción», y hasta que punto exigiría a loscampesinos sin tierra y a los obreros industriales el ejercicio de laviolencia. Como siempre, uno de los rasgos fascinantes del marxis-mo era la aparente combinación de la predestinación histórica con lainiciativa y la lucha consciente del proletariado emergente.

Durante los sesenta años anteriores a la República y a la GuerraCivil, España era un país semi-desarrollado bajo el punto de vista delos aspectos principales de la revolución burguesa: el desarrollo delcapitalismo industrial y de la democracia parlamentaria occidental. Aexcepción, en parte, de Cataluña y del País Vasco, los «modos de pro-ducción» dependían casi totalmente del capital y la tecnología extran-jeros. La educación y la cultura seguían los modelos de Francia, In-glaterra y la Europa del norte, pero los resultados eran inferiores quelos de estos países. El tipo de gobierno era una especie de monarquíaparlamentaria cuidadosamente controlada, con una considerable li-bertad de expresión y de prensa, pero con elecciones falsificadas ex-cepto en algunas ciudades grandes, y una dura represión de las huel-gas. La clase capitalista hizo muchísimo dinero en el comercio conambos bandos durante la Primera Guerra Mundial, pero desaprove-chó la ocasión de invertir los beneficios de manera inteligente en lamodernización de la economía española. Entre 1917 y 1923 el parla-mentarismo artificial fue un rotundo fracaso, y los últimos años pre-vios a la República fueron los de la dictablanda del general MiguelPrimo de Rivera.

Por razones que todavía no se han tratado a fondo, la vida cultu-ral e intelectual en la España semi-desarrollada, política y económi-camente, desde 1870 hasta 1930, era tan fructífera como lo era en losprincipales países europeos. La calidad del arte, la literatura, la músi-ca, la danza y la reflexión filosófica estaba prácticamente al mismonivel que la del mundo europeo en general. Los krausistas y sus estu-diosos trajeron a España las grandes ideas filosóficas que se habíandebatido en Alemania a lo largo del siglo XIX. Los fundadores de laInstitución Libre de Enseñanza en Madrid y de las escuelas Montes-sori en Barcelona, incorporaron los sistemas de educación más avan-zados de Europa y América. Los nombres de Picasso, Dalí, Miró yJulio González aparecen en cualquier debate acerca de los mayorescreadores en pintura y escultura durante la primera mitad del siglo XX.Lo mismo ocurre en filosofía con Ortega y Gasset y Unamuno; enpoesía con García Lorca, Antonio Machado y Miguel Hernández; enmúsica con Manuel de Falla, Albéniz y Roberto Gerhard; en cine,con Buñuel.

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Y esta actividad artística e intelectual, de gran energía y origina-lidad, no se limitaba a las capas altas y medias de la sociedad. Tantolos socialistas como los anarquistas publicaban sus propios periódi-cos, con secciones dedicadas a la cultura y la política. Los partidos ysindicatos obreros establecieron Casas del Pueblo, con bibliotecas,agrupaciones corales, producciones de teatro y conferencias imparti-das por profesores universitarios de diversas especialidades y con di-ferentes puntos de vista. Julián Besteiro, el principal mentor intelec-tual del PSOE durante los años anteriores a la República, considerabaque la verdadera tarea del partido era educar a la clase obrera para lasresponsabilidades políticas que tendría en una sociedad socialista, yque la revolución republicana había llegado demasiado pronto paraque los socialista pudieran desempeñar plenamente estas responsabi-lidades. En cuanto a los anarquistas, en Cataluña, durante la décadade los 20, habían organizado clases de esperanto con la esperanza deprepararse para cuando la sociedad colectiva internacional sucedieraa la era capitalista. Había debates sobre las virtudes del feminismo,los nuevos métodos de educar a los niños, y se experimentaba condietas vegetarianas y con medicina no occidental. No el tipo de deba-tes entre doctores académicos, sino la demostración de un espíritu deindependencia y de democracia social; y tan valioso, en todos y cadauno de sus detalles, para el espíritu humano como lo eran las ideas dela izquierda con estudios universitarios. El punto realmente significa-tivo para el tema que nos ocupa es que hacia 1930 todas las clases so-ciales de España prestaban verdadera atención a los cambios políti-cos y culturales de su entorno, y probablemente mucho más que lagente de países más estables y prósperos como Francia e Inglaterra.

Pasando ahora al Partido Comunista de España: la revoluciónbolchevique de noviembre de 1917 produjo una división en todos lospartidos socialistas de entonces, entre los que estaban a favor de lanueva «dictadura del proletariado» y los que creían que, en los paísescon un capitalismo avanzado, la revolución socialista podría llegarprincipalmente, si no totalmente, por medio de la vía parlamentariano violenta. Las facciones pro-bolchevique de los partidos socialistaspasaron a formar los diversos partidos comunistas que se integraronen la Tercera Internacional bajo la tutela de Lenin. Los partidarios delparlamentarismo continuaron dentro de la Segunda Internacional re-visada, comprometida con una política gradual y no violenta.

Durante los años 20, el PSOE con su federación sindicalista UGTy los anarco-sindicalistas con su federación sindicalista CNT, domi-naron por completo el pensamiento y la actividad política de izquier-das. Casi lo mismo podría decirse de los dos primeros años de la Re-pública, cuando el PSOE compartía el poder político parlamentariocon diversos partidos republicanos pequeños y la CNT, empujada

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desde la izquierda por la FAI (Federación Anarquista Ibérica, funda-da en 1927), dirigió numerosas huelgas en la construcción, la indus-tria y la agricultura. Pero hacia finales de 1933 muchos afiliados deaños al PSOE y a la UGT se sentían decepcionados y amargados por-que les parecía que el progreso social bajo el gobierno de coaliciónrepublicano-socialista era relativamente insignificante; y la represiónde las numerosas huelgas y de los pocos intentos colectivistas hacíanpensar a los anarquistas que la República no era mucho mejor, sinomás bien prácticamente idéntica, a la monarquía que habían rechaza-do no hacía mucho. Por otra parte, José Díaz y Dolores Ibárruri pasa-ron a dirigir el PCE en 1932, dos personas más al gusto del Komintern.Para la izquierda en su conjunto, tuvo mucha más trascendencia el he-cho de que Hitler tomara el poder legalmente en Alemania y que des-truyera el Partido Comunista y el Social-demócrata, sin mucha oposi-ción en el interior ni tampoco ningún tipo de protesta internacional.

Entre enero de 1933 y verano de 1934, el gobierno soviético, elKomintern, y los partidos comunistas occidentales se fueron dandocuenta de que durante los últimos años había sido un error estratégi-co considerar a los partidos de la Segunda Internacional como «laca-yos de la burguesía» y clasificar, en momentos de fervor dogmático,a los social-demócratas de Alemania como «social-fascistas». Por suparte, Stalin, al alcanzar el mando supremo a finales de los años 20,había pasado de abogar por la revolución mundial a la idea del «so-cialismo en un solo país»; y ese país ocupaba nada menos que la sép-tima parte de la superficie terrestre del planeta y contaba con la bue-na suerte de un suelo fértil, clima variado y abundancia de recursosminerales. En 1927 Stalin ya había respaldado a Chiang Kai Shekfrente al Partido Comunista de China, de modo que con ello habíainiciado de hecho su disposición a colaborar con gobiernos capitalis-tas. Y había enviado al exilio a León Trotsky, su rival derrotado,quien pasó a fundar la Cuarta Internacional y a desarrollar la teoría dela «Revolución Permanente».

Mientras, en España, tanto los trabajadores socialistas como losanarco-sindicalistas evolucionaban hacia la izquierda. Otra caracte-rística de estos dos importantes grupos de la clase trabajadora era susimpatía general hacia la Unión Soviética y el convencimiento de queellos eran totalmente capaces de llevar a cabo una revolución colecti-vista que sería menos dogmática y menos burocrática que el sistemade Stalin. A partir de 1933, Francisco Largo Caballero, decepciona-do por su experiencia como ministro de Trabajo en el gobierno deAzaña, también se fue decantando hacia un pensamiento de izquier-das. El pensamiento comunista de aquellos momentos incluía dosideas en parte contradictorias: el «frente único», que significaba unpleno acuerdo entre el PSOE y el PCE en su relación con todos los

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partidos no marxistas; y el «frente popular», la nueva idea de un fren-te en el que se unieran todas las fuerzas antifascistas, incluidas las nomarxistas y los numerosos grupos antifascistas que había en la «bur-guesía». El «frente único» permitiría que el PCE, al negociar con elPSOE, compensara su menor número de miembros con su mayor dis-ciplina interna. El «frente popular» ampliaría en mucho los contactosdel partido con todas las variantes del antifascismo, y aumentaría elpapel de líder del PC debido a su mayor disciplina interna frente a ladel PSOE y a la de los partidos republicanos poco organizados. Lapersona que mejor se manejó con estos dos conceptos fue SantiagoCarrillo, jefe de la Federación de Juventudes Socialistas. Logró quelas organizaciones juveniles socialistas y comunistas colaboraran en1933 para apoyar el Frente Único y se fusionaran en 1936, época delFrente Popular.

HACIA EL FRENTE POPULAR

La crisis más importante, con diferencia, de la época republicanafue la insurrección revolucionaria de Asturias en octubre de 1934,que duró dos semanas. Para los idealistas revolucionarios este acon-tecimiento destacó como el único, no sólo en España sino en todaEuropa, en el que socialistas, comunistas, anarquistas, anarco-sindi-calistas y trotskistas se habían unido bajo un mismo proyecto revolu-cionario. El hecho de que terminara de manera trágica y de que la iz-quierda hubiera cometido algunos crímenes no redujo el sentimientode la importancia simbólica que tuvo como movimiento de la izquier-da revolucionaria unida. Con todo, los mineros socialistas, capitanea-dos por Ramón González Peña, aprendieron la amarga lección de laincompetencia, la falta de preparación y los penosos crímenes in-dignos de la causa socialista. Durante la Guerra Civil, Peña y la ma-yoría de sus seguidores apoyaron a Prieto y más tarde a Negrín, am-bos socialistas no dogmáticos, en cuestiones de política interna delpartido. Los dos políticos se dieron cuenta anticipadamente de quela insurrección era una quimera que acabaría fracasando, pero sesintieron con la obligación de solidarizarse con los mineros por ser laclase obrera socialista con más años de militancia y la que más habíasufrido.

En verano de 1934 se establecieron los contactos personales y seprodujeron los cambios de actitud, tanto de socialistas como de co-munistas, que llevarían a la formación del Frente Popular. Cuandoempezó la insurrección, la prensa de Moscú interpretó el hecho comouna muestra de la unión antifascista, no como una revolución colec-tivista. Los partidos comunistas concentraban todos sus esfuerzos en

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presentarse como antifascistas más que como revolucionarios, y encualquier caso no se habrían mostrado entusiastas acerca una acciónconjunta de los mineros con los trotskistas. Pero un mes más tarde,cuando la inmensa mayoría de socialistas y anarquistas se sentíanfrustrados por el trágico fracaso, los comunistas empezaron a ponerde relieve la «comuna» revolucionaria y a atribuirse más mérito delque en realidad les correspondía por los sacrificios memorables quehabían tenido lugar en Asturias. Se estableció una importante cone-xión política y humana cuando varios centeneras de veteranos fueronevacuados a la Unión Soviética. Allí recibieron tratamiento médico yfueron adiestrados para el partido. En verano de 1936 regresaron paratrabajar con el Frente Popular en la defensa militar de la República.

Durante gran parte de 1935, Largo Caballero y las organizacio-nes juveniles socialistas se manifestaron cada vez más a favor de unarevolución que iría mucho más lejos que el programa del primer go-bierno de coalición de Azaña. El propio Azaña e Indalecio Prieto es-taban trabajando para reconstruir la coalición republicano-socialista.Los gobiernos de coalición de centro-derecha pusieron freno a la le-gislación social y, de hecho, dieron marcha atrás en la legislación quelimitaba el poder de la Iglesia en el ámbito de la educación y de lavida pública en España. Salvo en dos casos, se condonó la pena demuerte impuesta en juicio a los prisioneros de Asturias, y, en térmi-nos generales, el primer ministro, Lerroux, trató de moderar la repre-sión y de rebajar la tensión política. Pero las presiones de los monár-quicos y de la CEDA, junto con las tendencias de muchos jueces ymilitares, hicieron que miles de detenidos continuaran en las cárce-les, y con ello, si bien sin ninguna intención, convirtieron la «amnis-tía» en el punto principal de las elecciones convocadas para febrerode 1936.

1935 fue también el año en que coincidieron diversas corrientespolíticas concretas en la creación del Frente Popular. En la Unión So-viética, y dentro del Komintern, decenas de líderes debatían cómo su-perar el aislamiento que había caracterizado a los partidos comunis-tas desde 1917 hasta 1933. En aquellos años habían predicado que larevolución mundial era inevitable y los países capitalistas se habíantomado la amenaza en serio, a pesar de que en 1928, como ya se hadicho, Stalin empezó a hablar de «construir el socialismo en un solopaís». Los comunistas confiaban en que, tras de los debates acercadel «frente único» y del «frente popular», encontrarían en los socia-listas parlamentarios, los sindicatos, la comunidad artística e intelec-tual y los grupos más «progresistas» de los partidos de clase media ylas asociaciones profesionales un interés común contra Hitler.. Almismo tiempo, dentro de las democracias capitalistas, la quema de li-bros, la rotura de cristales de los comercios judíos, la destrucción fí-

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sica de los partidos políticos de izquierdas, la instauración de camposde concentración, las amenazas abiertas para destruir e invadir a laRusia atea y a sus bolcheviques judíos, etc. —todo ello iba conven-ciendo a la mayoría de partidos de centro-izquierda, así como a mu-chos conservadores, de que el nazismo racista era considerablementepeor que el comunismo soviético.

En España, los socialistas parlamentarios y los partidos republi-canos de centro-izquierda buscaban una vía para reconstruir la coali-ción republicano-socialista de 1931-33. En verano de 1935, el Ko-mintern puso fin al debate interno decantándose a favor de la idea delFrente Popular de crear una alianza antifascista entre socialistas, co-munistas y partidos burgueses progresistas con el fin de detener elavance de los dos grandes poderes fascistas, Italia y Alemania, amboscon intenciones agresoras y de guerra y en rápido proceso de rearme.El ala del PSOE encabezada por Largo Caballero insistía en que losprogramas de Azaña-Prieto no eran adecuados, pero estaba dispuestaa respaldar el Frente Popular con la idea de que, tras la victoria elec-toral, el programa reformista, útil pero demasiado limitado, podríacompletarse y a continuación le seguiría una revolución colectivista«voluntaria» bajo el liderazgo de Largo Caballero. Los comunistastrabajaban para convencer a los caballeristas de que todavía no habíallegado el momento para una revolución colectivista, y al mismotiempo garantizaban al grupo Azaña-Prieto que los comunistas de-fenderían los derechos y propiedades de la burguesía «progresista»en la lucha para derrotar el fascismo. Algunas personas políticamen-te incorrectas colgaron pancartas en las que se leía «vota comunistapara salvar a España del marxismo»; pero la gran mayoría de republi-canos y socialistas se sentían felices de que los comunistas se com-prometieran en alta voz, una y otra vez, con la defensa de la democra-cia burguesa. Todos los grupos que he mencionado reclamabanamnistía total para los presos de Asturias, y muchos anarquistas vota-ron en las elecciones del Frente Popular por esa razón única y exclu-sivamente. De hecho, cabe la hipótesis razonable de que los radicalesy la CEDA hubieran podido ganar las elecciones si hubieran acepta-do la amnistía durante la campaña electoral.

En diciembre de 1935, cuando las izquierdas negociaron la listade candidatos y el futuro programa, concedieron deliberadamente alos partidos republicanos muchos más candidatos de los que les po-dían corresponder si se atendía a la predicción de voto, y decidieronno sólo rescatar el programa reformista de 1931 sino también nom-brar un gabinete totalmente republicano. En parte, estas medidas setomaron para asegurar a los centristas y a los indecisos de que se tra-taba de un programa en extremo moderado; pero también porque conla división entre los partidarios de Prieto y los de Caballero dentro del

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PSOE, era imposible que este partido asumiera responsabilidades es-pecíficas. Tras la victoria, Manuel Azaña fue nombrado primer mi-nistro, y anunció que se retomaban los puntos principales del progra-ma de la coalición 1931-33. Pero también siguieron semanas demanifestaciones revolucionarias descontroladas y rumores bien fun-dados de que los líderes de los monárquicos civiles y de los militaresprofesionales estaban tramando un complot para derrocar al gobier-no electo. Las personas con convicciones políticas, fueran las quefueran, empezaron vislumbrar que lo que se avecinaba era una guerracivil.

No voy a tratar de desentrañar aquí las divergencias entre las es-tadísticas de los estudiosos en cuanto al número de huelgas, asesina-tos políticos e intentos de asesinato, desfiles provocativos y asaltos aiglesias, casas del pueblo y librerías izquierdistas desde el 16 de fe-brero hasta el 18 de julio. Baste con decir: demasiadas para el funcio-namiento de un gobierno civil y pacífico. Por si fuera poco, una espe-cie de locura política se apoderó de algunos diputados del FrentePopular. Decidieron destituir al presidente Alcalá-Zamora, un presi-dente excesivamente remilgado pero honesto y verdaderamente cen-trista, que había hecho posible la victoria del Frente Popular y que enesos días trataba de que se mantuviera el gobierno civil y constitucio-nal. Le destituyeron por el «delito» de haber disuelto «ilegalmente»las Cortes de centro-derecha, pero no tenían a nadie para reemplazar-le salvo a Azaña, el indispensable primer ministro de la coalición pro-gresista pero no revolucionaria. Azaña, una vez elegido presidente,esperaba poder nombrar a Indalecio Prieto, el más hábil de los socia-listas parlamentarios, como primer ministro. Pero el ala caballeristadel partido se negó a aprobar el nombramiento y Prieto, por lealtad alpartido, se negó a aceptar el cargo si era en contra de la voluntad deuna mayoría de los miembros de su partido.

La izquierda moderada parecía estar decidida a suicidarse. Aza-ña, desesperado, nombró a Santiago Casares Quiroga, amigo perso-nal y anterior ministro de Interior, para que presidiera otro gobiernototalmente republicano. A medida que crecían los rumores de uncomplot militar, Casares alternaba entre decir en público que no exis-tían tales rumores y decir en privado que vería con buenos ojos unpronunciamiento, aunque casi seguro que no prosperaría como habíaocurrido en agosto de 1932. Debido a una tuberculosis crónica, Ca-sares estaba demasiado débil para poder atender debidamente losasuntos normales de gobierno y cuando se produjo el pronuncia-miento, dimitió inmediatamente. Durante las primeras horas y losprimeros días cruciales, los gobernadores civiles no recibieron ins-trucciones claras de Madrid y el régimen republicano se hizo literal-mente añicos. El heroísmo de los oficiales y de las tropas leales, y el

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de las milicias de trabajadores y de estudiantes en las ciudades impor-tantes hizo que el pronunciamiento fracasara en Madrid, Barcelona,Bilbao y Valencia. El pronunciamiento fallido se convirtió en la gue-rra civil que millones de españoles, tanto de derechas como de iz-quierdas, habían vaticinado durante la primavera de 1936.

EL PCE Y LA GUERRA CIVIL

¿Cuál fue el papel de los comunistas durante estos meses decaos? Se dedicaron a entrenar a las milicias de izquierdas y continua-ron insistiendo en que lo que exigía el momento era la defensa de lademocracia capitalista frente a la amenaza del fascismo. Hicieroncuanto pudieron para convencer a caballeristas y anarquistas de queEspaña todavía no estaba preparada para la utopía de la colectiviza-ción ni para una dictadura del proletariado. Dado que sólo contabancon 16 diputados en las Cortes, su responsabilidad fue mínima en ladestitución de Alcalá-Zamora y, por supuesto, nula en la parálisis queacometió al PSOE o en el miedo cerval de muchos políticos republi-canos. Si uno quiere saber por qué el Partido Comunista adquirió tan-to prestigio, tantas responsabilidades en la defensa de la República,por qué aumentó tanto el número de afiliados, lo primero que tieneque comprender es que los comunistas no fueron los responsables delas políticas suicidas mencionadas en los párrafos anteriores. Cuandomiles y miles de españoles decidieron entrar en el PC durante el pri-mer año de la Guerra Civil, no lo hicieron como consecuencia del es-tudio del materialismo dialéctico sino por la admiración ante la ener-gía y la eficacia de las milicias organizadas por los comunistas en laSierra al norte de Madrid y en la defensa de la ciudad a partir de no-viembre de 1936.

Para bien o para mal, el papel del PC y de los soviéticos, desdeseptiembre de 1936 hasta el final de la guerra, fue crucial para la Re-pública. Había algunos centenares de consejeros militares, aviadoresy policía secreta activos en España al mismo tiempo. Sin duda, el ma-yor dilema político para el gobierno de Largo Caballero (septiembre1936-junio 1937) y el de Juan Negrín (junio 1937-marzo 1939) era elhecho de que la Guerra Civil coincidió casi exactamente con las pur-gas paranoicas llevadas a cabo por Josef Stalin tanto en la Unión So-viética como en la zona republicana de España. El primero de losgrandes juicios-espectáculo, en agosto de 1936, sentó en el banquilloa Zinoviev y a Kamenev, miembros del Politburo de Lenin y alcaldesrevolucionarios de Leningrado y Moscú respectivamente. Entre otrascosas, confesaron que habían conspirado para asesinar al Gran Padredel Pueblo Soviético y fueron ejecutados por este infame intento. En

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febrero de 1937, ingenieros y administradores de relieve fueron juz-gados y ejecutados bajo la acusación de sabotaje industrial, una for-ma de explicar problemas que de otro modo tal vez se habrían acha-cado a incompetencia. A mediados de 1937 hubo una decapitaciónmasiva del Ejército Rojo sin que mediara ningún juicio público. Qui-zá Stalin pensó que si los generales, coroneles y comandantes podíanderrocar el gobierno en España, tal vez podrían tratar de hacer losmismo en Rusia. En marzo de 1938, en el tercer y último juicio-es-pectáculo, Nicolai Bukharin y varios supuestos saboteadores de dere-chas confesaron que a veces habían simpatizado con los kulaks (loscampesinos prósperos que habían sido deportados de Ucrania a Sibe-ria en 1930), y por supuesto que habían conspirado con los alemanesy los japoneses para derrocar a Stalin.

La situación de Cataluña durante los primeros meses de la Gue-rra Civil atrajo especialmente la atención de Stalin porque AndreuNin era el líder más importante y único del pequeño partido marxis-ta antiestalinista, el POUM (Partido Obrero Unificado Marxista). Aprincipios de los años 20 Nin había sido secretario de Leon Trotskydurante un tiempo breve, y continuaba manteniendo una relaciónamistosa con el revolucionario exiliado, si bien tanto Nin comoTrotsky estaban de acuerdo en que la política de Nin en 1936 no eratrotskista. Pero para Stalin, cualquier antecedente de colaboraciónamistosa con su archienemigo significaba la pena de muerte. A me-diados de junio de 1937, Nin fue arrestado por la policía de la Gene-ralitat que, bajo la presión de los representantes soviéticos, aplicó me-didas contundentes contra los anarquistas y el POUM. Pocos díasdespués Nin fue secuestrado por los comunistas y nunca más se levolvió a ver. Al cabo de pocas semanas casi todos los políticos repu-blicanos sabían que había sido torturado y asesinado, aunque no pu-dieran decir exactamente dónde, cuándo y por quién. El gobierno deNegrín, que tanto dependía del armamento soviético, no pudo llevara cabo la investigación que había prometido acerca de la desapariciónde Nin.

Nin fue la víctima más famosa entre las víctimas trotskistas ypersonales de Stalin. No es posible dar una cifra exacta, si las vícti-mas fueron decenas o cientos; pero Stalin dirigió la puesta en marchade prisiones secretas manejadas por una mezcla de comunistas espa-ñoles y extranjeros bajo la supervisión de una serie de oficiales de laKGB, muchos de los cuales sufrieron purgas al ser llamados de vuel-ta a Moscú. Es muy probable que nunca lleguen a conocerse las acti-tudes y las actuaciones de muchos españoles implicados involuntaria-mente en estas actividades. No hay documentos que prueben que talpersona traicionó a tal otra, o que tal persona salvó a tal otra. Sabe-mos por las memorias de socialistas de relevancia, como Julián Zu-

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gazagoitia, Indalecio Prieto y Juan Simeón Vidarte, hasta qué puntoles enfadaban y asqueaban los encarcelamientos y asesinatos perpe-trados por los estalinistas. Pero también sabemos que las circunstan-cias les tenían literalmente atados de pies y manos. La actitud hostildel gobierno británico y la farsa del Comité de No-Intervención, quenunca encontraba pruebas «fiables» de que Franco recibía armamen-to y efectivos de Italia y Alemania, había dejado a la República total-mente dependiente de la buena disposición y las acciones de los so-viéticos. En las investigaciones que he llevado a cabo recientemente,he leído varias cartas de Negrín a Stalin y a Voroshilov, hacia finalesde 1938, pidiéndoles más armas. Se dirige a ellos en términos respe-tuosos, habla de problemas concretos sin recurrir a la jerga marxista,y no alude en absoluto a la política soviética, menos aún a la desapa-rición en España de personas de izquierdas no-estalinistas. Las cartasno corresponden a las de un compañero de viaje o una marioneta,sino que son obra de un digno jefe de un gobierno amigo.

A lo largo de toda la Guerra Civil, el PCE y los asesores soviéti-cos colaboraron unos con otros continuamente. Pero dado que eltema que trato es el papel del comunismo en la Guerra Civil, me pa-rece importante matizar las diferencias y su relativa importancia endiversos aspectos de la guerra. El propio PCE, las organizaciones ju-veniles asociadas y el PSUC, el Partido Socialista-Comunista Unifi-cado de Cataluña (una unificación que, por decisión de Negrín y suspartidarios en la ejecutiva del PSOE, nunca se produjo en el resto deEspaña), desplegaron una gran actividad en el entrenamiento de losvoluntarios que se presentaron durante los primeros días de la guerra.El PCE, mucho más que cualquiera de las organizaciones que apoya-ban la República, reconocía que solamente un ejército disciplinado ybien adiestrado podía ofrecer verdadera resistencia a las tropas disci-plinadas de los generales sublevados, ya fueran tropas españolas, ma-rroquíes, italianas o alemanas. Por la misma razón, fueron los que li-deraron la organización de la defensa de Madrid, la formación delQuinto Regimiento y la integración de las Brigadas Internacionalesen la defensa de Madrid en noviembre de 1936 y más tarde en las ba-tallas del Jarama, Guadalajara y Brunete.

El PCE y el PSUC también estuvieron al frente de la defensa dela pequeña burguesía contra los anarquistas, pseudo-socialistas ypseudo-anarquistas que les confiscaban pequeñas propiedades. Nohay que olvidar que en esta guerra, como en todas las guerras, surgie-ron numerosos oportunistas y gangsters dispuestos a explotar la si-tuación en beneficio propio, un beneficio que nada tenía que ver nicon el colectivismo ni con la democracia. En Aragón, Cataluña y Va-lencia, tanto el PCE como el PSUC se opusieron a que los anarquis-tas tomaran el mando de gran parte de la industria y la agricultura.

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El papel de los anarquistas y el de los anarco-sindicalistas es otroaspecto complejo de la Guerra Civil, que merece tratamiento especí-fico fuera de los límites de este ensayo. En el este de España, la cul-tura política anarquista era tradicionalmente mucho más fuerte que lade los socialistas. Era además una aliada de circunstancias del nacio-nalismo catalán. La situación se complicaba al haber un ala del nacio-nalismo catalán que quería defender la República pero como un alia-do con autogobierno, y otra ala del nacionalismo que pensaba que laGuerra Civil era significativa para Cataluña sólo de manera tangen-cial y en varios momentos durante 1937 y 1938 se había esforzadopara encontrar apoyo en Europa Occidental y en Gran Bretaña a finde que una Cataluña y un País Vasco independientes, si llegaban a es-tablecerse, pudieran defender a sus nacionalidades respectivas de ladictadura franquista. Había también algunos partidos marxistas pe-queños pero militantes que eran a la vez antiestalinistas y anticentra-listas y que nunca aceptaron la tesis del Frente Popular, la de que pri-mero había que ganar la guerra antes de que la revolución social sepudiera llevar a cabo.

Para complicar aún más las cosas, el PCE, siguiendo una tra-dición que se remontaba a los primeros años de la RevoluciónRusa cuando Stalin era Comisario de Nacionalidades en el nuevoestado bolchevique multinacional, siempre habló con respeto devascos y catalanes como nacionalidades con derecho a la autono-mía dentro de la República española. A grandes trazos, el PSUCsituaba a los comunistas catalanes en una posición en la que porun lado abrazaban la autonomía de Cataluña y por otro se oponíana los experimentos colectivistas de los anarquistas alegando queeran un obstáculo para el esfuerzo conjunto de todos los españolesen defensa de la República. En Valencia y en la zona sureste delterritorio republicano, los comunistas y los socialistas se enfrenta-ron discretamente, y a veces no tan discretamente, a lo largo detoda la guerra, pues en estas zonas los caballeristas y los socialis-tas anti-comunistas ocupaban puestos importantes en el Ejército yel gobierno civil.

En la fase actual de las investigaciones, es difícil saber el gradode importancia del personal soviético y de los españoles en cuanto alnombramiento, y a la verdadera efectividad, de los comisarios políti-cos, los agentes del SIM y otros cuerpos policiales. Es un milagroque algunos archivos soviéticos se hayan puesto parcialmente a dis-posición de los historiadores, pero no tenemos manera de saber hastaqué punto pueden haber sido manipulados y qué documentos se hanretirado o destruido. Tengo un gran respeto por los escritos de Bur-nett Bolloten, Juan Linz, Stanley Payne y sus colegas más jóvenes,escritos en los que me he basado en gran medida al preparar este ar-

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tículo2. Pero creo que están tan obsesionados con el comunismo esta-linista que nunca buscan, o perciben, los matices ni los meros obstá-culos que afrontaron los comunistas y que ellos no detectan, a menosque no sean pecados de los que puedan culpar a los trotskistas.

EL SÍNDROME DE LA GUERRA FRÍA

Personalmente, creo que la Guerra Fría ha condicionado práctica-mente todos los libros de historia durante el último medio siglo. Elmodelo estándar para el período 1917-1989 interpreta prácticamentetodos los conflictos internacionales dentro del espacio euro-asiáticocomo fases de la lucha titánica entre el capitalismo (en sus dos for-mas, democrática y autoritaria) y el ogro del comunismo soviético.Pero en los años 1933-1945, periodo que incluye la Guerra Civil ysus ramificaciones internacionales, la mayoría en Europa Occidentaly en las dos Américas veían en la Alemania nazi una amenaza para lacivilización muy superior a la de la Unión Soviética. Esta última erauna dictadura despiadada, pero era también una sociedad multinacio-nal que ofrecía educación y oportunidades para una carrera profesio-nal a personas que habían formado parte de tribus semianalfabetas en1917. Gestionaba una revolución industrial básica, aunque tambiéndevastadora, creaba diccionarios, además de manuales técnicos y re-copilaciones de música y poesía popular, para más de un centenar depequeñas nacionalidades. Y hasta mediados de los años 30 —de nue-vo una fecha crucial— impulsaba todo tipo de experimentos en lasmás diversas ramas del arte, la arquitectura, teatro, danza y música.Durante esos mismos años Hitler destruía públicamente lo mejor dela cultura alemana y reorientaba la nación europea más avanzadacientíficamente hacia objetivos de guerra y limpieza racial clara-mente manifestados. Sencillamente, carece de sentido históricohablar del comunismo como si hubiera sido la gran amenaza de ladécada de los 30.

Volviendo al papel de los soviéticos en la República, su actividadmenos politizada era el entrenamiento de aviadores y tripulación detanques realizado por militares especializados, y la participación dealgunos de estos oficiales en la primera defensa de Madrid antes deque el ejército republicano contara con sus propios aviadores y con-ductores de tanques. Los soviéticos también tuvieron un papel impor-

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——————2 Bolloten, Burnett, La guerra civil española. Revolución y contrarrevolución,

Madrid, Alianza, 1989; Payne, Stanley, Unión Soviética, comunismo y revolución enEspaña (1931-1939), Barcelona, Plaza y Janés, 2003; Linz, Juan José, El sistema departidos en España, Madrid, Narcea, 1974.

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tante en la preparación y entrenamiento de las Brigadas Internaciona-les; la gran mayoría carecía de temperamento militar, y había que en-señarle disciplina, cargar, apuntar, disparar y limpiar las armas, y pro-tegerse de las enfermedades venéreas; lo mismo que había queenseñar a los muchachos campesinos anarquistas y socialistas en elrudimentario ejército republicano.

Había, por lo general, dos tipos de consejero soviético. Habíaidealistas generosos que creían sinceramente en la revolución sovié-tica y en la defensa de España contra el fascismo sin tratar de impo-ner un programa para el futuro. A estas personas les gustaba respirarel ambiente relativamente más libre de un país que los soviéticos pa-triotas consideraban un aliado, pero que no estaba gobernado por ladictadura de un partido único. En mis primeros viajes a España du-rante los años 50, conocí personas que recordaban con afecto los con-tactos que habían tenido con asesores soviéticos de esta clase. El otrotipo eran cínicos revolucionarios, que se llenaban la boca con las con-signas y la retórica de la línea estalinista que triunfaba entonces, peroque sabían por experiencia propia con los campesinos de su país quea veces hay que forzar a las personas para que se den cuenta de su de-ber revolucionario. Este segundo tipo se inclinaba hacia puestos bu-rocráticos en el Ejército y en la Policía y, por supuesto, eran los másútiles en las cárceles paralelas y en los interrogatorios/tortura de lossospechosos de disidencia. Muchos asesores de ambos tipos fueronasesinados o bien desaparecieron en el gulag después de varios me-ses en España.

Una parte del síndrome de la Guerra Fría, que resulta evidenteprincipalmente en las obras de los historiadores anticomunistas, es lade dar por supuesto que cuando se designaba a un comunista paraocupar un cargo militar o burocrático, esa persona, inevitablemente,dominaba las actividades de sus colegas. Considero que escritorescomo Bolloten o Payne son muy importantes para la cuestión de laorganización y la nomenclatura de los diversos cuerpos; pero estoyconvencido de que para comprender la complejidad de las interiori-dades de la política en la zona republicana hay que leer con muchaatención obras como Chantaje a un pueblo, de J. Martínez Amutio;Política de ayer y política de mañana, de Gabriel Morón y Todos fui-mos culpables, de Juan Simeón Vidarte3. Los dos primeros fuerongobernadores civiles bajo Largo Caballero, y el tercero fue fiscal delTribunal de Cuentas y mensajero de confianza en varias ocasiones,tanto para Prieto como para Negrín. Los tres hacen juicios categóri-

58 GABRIEL JACKSON

——————3 Chantaje a un pueblo, de Justo Martínez Amutio, Madrid, G. del Toro, 1974;

Política de ayer y política de mañana, de Gabriel Morón, México D.F., 1942; y To-dos fuimos culpables, de Juan Simeón Vidarte, México, Tezontle, 1973.

Page 58: Memoria de la II República

cos y exponen con detalles significativos las complejas relaciones depoder entre socialistas y comunistas durante la guerra.

Otra suposición muy extendida de la historiografía anticomunis-ta es que Juan Negrín como primer ministro actuó como un «dicta-dor». Y, por supuesto, que todas las decisiones políticas las tomabanlos comunistas. Por lo que se refiere a la «dictadura», recomiendo lalectura de la prensa de la zona republicana correspondiente al segun-do semestre de 1938; es el período en que Negrín, prácticamente elúnico en la jefatura de gobierno, insistía en la política de «resisten-cia» hasta que se pudiera lograr que Franco garantizara la indepen-dencia de España de la ocupación extranjera y la vida de los que ha-bían sido sus adversarios. Estos periódicos están repletos de durascríticas al gobierno de Negrín por parte de conocidos anarquistas ysocialistas anti-Negrín, que firman con su propio nombre y, obvia-mente, no temen que puedan fusilarles por expresar sus propias opi-niones. En caso de un profundo interés, también pueden leerse las ac-tas de las sesiones semestrales de las Cortes. En ellas se criticaabiertamente al gobierno pero, finalmente se aprueban las propues-tas de Negrín porque no había alternativas realistas salvo rendirse.Además, cabe recordar que Negrín se opuso con firmeza a la pro-puesta de fusionar el PSOE y el PCE; que cuando los dirigentes delPOUM fueron juzgados hacia finales de 1938, no se buscaron penasde muerte bajo acusación de trotskismo, sino que se celebraron jui-cios normales, con penas leves, bajo acusación de oposición armada,la que de hecho habían llevado a cabo en los sucesos de mayo de1937 en Barcelona.

Por último, recomiendo muy mucho dos libros de Helen Graham:Socialism and War y The Spanish Republica at War4. Estas dos obras,que rebuscan pruebas en las actas de las reuniones de los partidos,discursos públicos, memorias personales y prensa diversa que de al-guna forma se escapó de las manos «dictatoriales» de los sucesivosprimeros ministros socialistas, Largo Caballero y Negrín, exponen ala vista de cualquier lector dispuesto a ver la verdadera diversidad delos debates políticos y que las condiciones bajo los gobiernos de laRepública durante la guerra no eran comparables ni remotamente conlas que se daban bajo las dictaduras de Hitler, Stalin y de Franco enBurgos. El comunismo tuvo una influencia tremenda entre mediadosde 1936 y mediados de 1938, y muchas de sus propuestas y esperan-zas eran también las de las fuerzas democráticas de la España de en-tonces. Pero el comunismo nunca dominó la República. Si los histo-

FASCISMO Y COMUNISMO EN LA HISTORIA DE LA REPÚBLICA ESPAÑOLA 59

——————4 Helen Graham, Socialism and War, Cambridge University Press, 1991, y The

Spanish Republica at War, Cambridge University Press, 2002.

Page 59: Memoria de la II República

riadores leyeran todos estos libros no sólo en busca de pruebas delpoder comunista sino también en busca de pruebas de la continua re-sistencia al poder comunista, los libros de historia sobre la Guerra Ci-vil serían mucho más precisos.

El síndrome de la Guerra Fría ha deformado además el tratamientode los aspectos internacionales de la participación soviética. La Univer-sidad de Yale ha sido una de las que han capitaneado la publicación dedocumentos soviéticos desde que los archivos de Moscú se abrieron par-cialmente en los años 90. En 2001 publicaron una colección de docu-mentos titulada Spain Betrayed, con el subtítulo (por si acaso no enten-díamos la alusión) «Stalin y la Guerra Civil»5. La introducción y loscomentarios a los documentos subrayan el intento incuestionable de lossoviéticos (como cualquier Gran Poder) de hacerse con una influenciapredominante en la vida política de la República. Para ello utilizarontanto los métodos policiales de Stalin como su control absoluto sobre el80% de las reservas de oro de España exportadas a iniciativa de JuanNegrín, ministro de Hacienda en el gobierno de Largo Caballero.

La traducción y publicación de los documentos ha prestado ungran servicio a los historiadores. Pero se omite la mayor parte delcontexto. Desde mediados de 1934 hasta abril de 1939 (justo despuésde que Hitler ocupara Praga, rompiendo con ello el pacto firmadoseis meses antes con Inglaterra y Francia en Munich) el gobierno so-viético advirtió una y otra vez a Occidente que las ambiciones de Hit-ler eran ilimitadas y asimismo les propuso una «seguridad colectiva»—una alianza defensiva y militar que nada tenía que ver con el en-frentamiento entre comunismo y capitalismo— a fin de que Hitlersupiera que si avanzaba hacia el este para apoderarse del granero deUcrania con el que a menudo deliraba, o si marchaba hacia el oestecontra Francia para destruir una democracia decadente y no-aria, severía confrontado desde el principio con una guerra de dos frentes.Stalin esperaba que si Inglaterra y Francia veían que un gobierno mo-derado y no-revolucionario resistía con éxito a Franco, entonces lospoderes occidentales tal vez renunciarían a la farsa política de No-In-tervención y aceptarían una política de seguridad colectiva a nivel in-ternacional que podría controlar la tendencia nazi-fascista hacia unaguerra de conquista tanto contra el Este como contra el Oeste.

Las dos potencias occidentales (Inglaterra con mucho más entu-siasmo que Francia) rechazaron estos ofrecimientos, apaciguaron aHitler sistemáticamente durante esos mismos años, 1934-1939, y Hit-ler las humilló cuando tomó Praga en abril de 1939. Para entonces, laguerra ya había terminado en España. Pero la vergüenza por la políti-

60 GABRIEL JACKSON

——————5 Edición española: Radosh, Ronald, Habeck, Mary R. y Sevostianov, Grigory

(eds.), La España traicionada. Stalin y la guerra civil, Barcelona, Planeta, 2001.

Page 60: Memoria de la II República

ca de apaciguamiento hizo necesario sostener que la seguridad colec-tiva nunca fue el «verdadero» objetivo de Stalin. Cuando éste firmó supacto con Hitler, en agosto de 1939, para salvar a la Unión Soviéticade ser la primera víctima, todos afirmaron que Stalin siempre habíasuspirado en secreto por llegar a ese acuerdo. Como prueba de ello,los historiadores apuntan al hecho de que en 1935, durante las conver-saciones diplomáticas para un posible acuerdo comercial con Alema-nia, los soviéticos habían insinuado la conveniencia de un pacto de no-agresión, una insinuación que los alemanes no tuvieron en cuenta6.

En primer lugar, ¿acaso no es obligación de cualquier gobierno elbuscar unas relaciones pacíficas con sus vecinos, incluso si no sonamistosos? Pero en cualquier caso, este tanteo diplomático no puedecompararse con la intensidad de la política de apaciguamiento de losbritánicos, y hay que considerarla dentro del contexto de los repetidosofrecimientos que hicieron los soviéticos para un acuerdo de seguri-dad colectiva. En cuanto a la Guerra Civil, el intento de desacreditartotalmente los motivos de los soviéticos consiste en subrayar que aprincipios de 1938 estaban pensando en retirarse de España. Pero dehecho respondieron a una petición detallada de Negrín a finales de 1938,después del pacto de Munich, para que le enviaran nuevo armamen-to. Esta vez las armas se enviaron a crédito y el cargamento quedóabandonado en el sur de Francia por la negativa de Francia a quelos embarques cruzaran la frontera española.

Volviendo a la colección de documentos de la Universidad deYale. No tengo nada que objetar al contenido del libro titulado SpainBetrayed; lo único es que el título sería más acertado si dijera The Se-cond Betrayal of Spain. La primera fue la de Inglaterra y Francia conla política de No-Intervención, lo que permitió que el Eje fascista ar-mara fácilmente a Franco. Esta política, encabezada por los británi-cos, forzó a la República o bien a depender de los soviéticos o bien arendirse. La segunda traición fue la de Josef Stalin al exportar a Es-paña su paranoia antitrotskista, en contraste chocante con la defensade la democracia burguesa y la de todo el espectro de fuerzas españo-las antifascistas. Hay un trabajo excelente de Antonio Elorza y Mar-ta Bizcarrondo: Queridos Camaradas7, que reúne amplias pruebas dela política cambiante de los soviéticos con respecto a la República ydemuestra que no había unanimidad en la forma de pensar entre losmiembros del Komintern y del PCE, ni tampoco en sus opiniones conrespecto a la política de Juan Negrín.

FASCISMO Y COMUNISMO EN LA HISTORIA DE LA REPÚBLICA ESPAÑOLA 61

——————6 Véase Adam B. Ulam, Expansion and Co-existence. Soviet Foreign Policy

from 1917 to 1967, Londres, Secker & Warburg, 1968, págs. 226-7. 7 Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo, Queridos Camaradas, Barcelona, Plane-

ta, 1999.

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CAPÍTULO 2

La conspiración judeomasónica

JOSÉ A. FERRER BENIMELI

Universidad de Zaragoza

Entre los tópicos desarrollados con éxito por una cierta clase deliteratura y publicaciones con finalidad exclusiva o primordialmenteantihebráicas y antimasónicas, se encuentra el que identifica a la Ma-sonería con el Judaísmo internacional, del que sería una de sus armasde influjo y expansión1.

Sin querer dar más importancia a un hecho que, tal vez, no supe-re la categoría de lo anecdótico, pero que no fue único ni en el tiem-po ni en su localización, podemos citar el libro publicado en Barcelo-na en 1932 por el masón y ex-sacerdote Pey Ordeix, con el títuloJesuitas y Judíos ante la República. Patología Nacional, donde, estavez, el peligro judeomasónico es sustituido —precisamente por unneoconverso masón— por el peligro judeojesuítico a través de unaserie de largos capítulos donde se habla de los «jesuitas transjudíos»,y de la «sangre judaica del jesuitismo», del «catolicismo judaico» ydel «judaísmo católico»2.

Entre ambos extremos se podría citar una serie de asuntos, o «es-cándalos», hábilmente utilizados por la prensa, como el caso Drey-

——————1 Sobre esta cuestión cfr. J. A. Ferrer Benimeli, El contubernio judeo-masónico-

comunista, Madrid, Istmo, 1982.2 Pey Ordeix, Jesuitas y Judíos ante la República. Patología Nacional, Barcelo-

na, Ed. Maucci, 1932.

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fus, el de Stavinsky, etc.3 que contribuyeron desde finales del sigloXIX a la identificación de dos instituciones que muy poco tienen quever como tales, aunque a nivel personal haya habido y siga habiendolas interrelaciones propias de una sociedad, como la masónica, quequiere hacer de la tolerancia y fraternidad sus más firmes caracterís-ticas.

En cualquier caso, la bibliografía relacionada con la Masonería yel Judaísmo es tan copiosa como —en muchos casos— carente devalor, y abarca toda una gama de literatura que va desde los libros yrevistas especializadas a los simples artículos de prensa, folletos, ho-jas y panfletos4.

Hay quienes se preguntan si la Francmasonería es judía; otrosidentifican sin más a los masones con los judíos, o a éstos con la to-lerancia moderna, o con el odio a la Iglesia. Estas característicasdel peligro judeomasónico contra la Iglesia católica y contra algu-nos países en concreto, como, por ejemplo, España, fueron ya co-piosamente cultivadas en el último tercio del siglo XIX entre otrospor Vicente de la Fuente en su Historia de las Sociedades Secretasantiguas y modernas, y especialmente de la Francmasonería (Ma-drid, 1874); Tirado y Rojas, La Masonería en España (Madrid,1893) y Las Tras-logias (Madrid, 1895), y poco después por Nico-lás Serra y Causa, El Judaísmo y la Masonería (Barcelona, 1907),en los que domina la idea fija de que el Judaísmo es el padre y ori-gen de la Masonería y de cuanto de malo y revolucionario ocurre enel mundo.

El odio hacia el judío —identificado sin más con el sionista—fue alimentado por publicaciones que, en muchos casos, tenían suorigen en los célebre Protocolos de los Sabios de Sión5, y sirvieronno sólo para mentalizar a ingenuos y fanáticos, sino para predicar,justificar y practicar todo tipo de violencias contra los israelitas, eindirectamente contra los masones, presentados ambos como abo-minables conspiradores. Y se hizo especialmente sensible durantela II República en tres sectores de la opinión pública: el católico, el

64 JOSÉ ANTONIO FERRER BENIMELI

——————3 J. Jareño López, El affaire Dreyfus en España (1894-1906), Murcia, Ed. Go-

doy, 1981. Cfr. en especial La Lectura Dominical [Madrid] del 27 de febrero 1898; J.A. Ferrer Benimeli, «El affaire Dreyfus. Ecos en la prensa española», Historia 16[Madrid], XIX, 222 (octubre 1994), págs. 82-86.

4 Una selección en J. A. Ferrer Benimeli y Cuartero Escobes, S., Bibliografía dela Masonería, Madrid, FUE, 2004, 3 vols.

5 J. A. Ferrer Benimeli, «Los Protocolos de los Sabios de Sión», en Los judíos enla Historia de España [J. Tusell, coord.], Calatayud, UNED, 2003, págs. 59-87;Idem, «Judaïsme et Franc-Maçonnerie. Du péril jacobin de Barruel au complot sio-niste des “Protocoles des Sages de Sion”», en L’Affaire Dreyfus. Juifs en France, Be-sançon, Cêtre, 1994, págs. 105-131.

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falangista6 y la prensa conservadora, coincidentes no solo en su acti-tud antimasónica y antijudía, sino incluso en su formulación.

IGLESIA Y MASONERÍA

Por lo que respecta al primer apartado Teodoro Ruiz publicabasus Infiltraciones judeomasónicas en la Educación Católica (Madrid,1932); J. Bahamonde, El nuevo régimen desenmascarado (París,1932); Antonio Suárez Guillén, Los Masones en España (Madrid,1932) y se reeditaba la obra del obispo Torras i Bagés ¿Qué es la Ma-sonería? (Barcelona, 1932).

Ese mismo año el sacerdote catalán Juan Tusquets presentaba sulibro Orígenes de la revolución española (Barcelona, 1932), e inicia-ba una colección antisectaria y más concretamente antimasónica,bajo el título de «Las Sectas», con títulos como Los poderes ocultosde España. Infiltraciones masónicas en el catalanismo (Barcelona,1932), José Ortega y Gasset, propulsor del sectarismo intelectual(Barcelona, 1932), Lista de talleres masónicos españoles en 1932(Barcelona, 1932), La Masonería descrita por un grado 33 (Barce-lona, 1933), Vida y propaganda sectarias (Barcelona, 1933), ElMasonismo de Maciá (Barcelona, 1933), Masonería, Judaísmo yFascismo (Barcelona, 1933), La dictadura masónica en España yen el mundo (Barcelona, 1934), Los secretos de la política españo-la (Barcelona, 1934), El espiritismo y sus relaciones con la maso-nería (Barcelona, 1934), La Iglesia y la Masonería. Documentospontificios (Barcelona, 1934), El Judaísmo (Barcelona, 1935)... Li-bros que por parte masónica tuvieron su respuesta en Ramón Díaz,La Verdad de la Francmasonería. Réplica al libro del presbítero Tus-quets (Barcelona, 1932) y Matías Usero, Mi respuesta al P. Tusquets(La Coruña, 1933).

La colección dirigida por Tusquets se destacó por su agresividad,virulencia y reaccionarismo, más o menos comprensible dentro delcontexto histórico de lucha política e ideológica en que tuvieron lu-gar. Y contribuyeron a crear en ciertos ambientes, católicos especial-mente, un estado de ánimo y posturas antimasónicas en las que nosiempre primaron ni la objetividad, ni la serena información, ya queen muchos casos los ataques contra la masonería, o si se prefiere elbinomio masonería-judaísmo, están basados en el falseamiento y de-formación sistemática.

LA CONSPIRACIÓN JUDEOMASÓNICA 65

——————6 Se entiende aquí por Falange, la de la II República tanto en su versión JONS de

Valladolid, como Falange Española de Madrid. Cfr. J. L. Rodríguez Jiménez, Histo-ria de la Falange Española de las JONS, Madrid, Alianza Ed., 2000.

Page 64: Memoria de la II República

En esta campaña de prensa y mentalización contra la masone-ría, por parte de elementos clericales y de las derechas de la época,hay que citar también algunas revistas como Los Cruzados, Cuader-nos de Información antimasónica, editados en Barcelona; Atenas,revista de Información y Orientación pedagógicas, que se dedicódesde su aparición a la actuación de la Masonería en el Ministeriode Instrucción Pública; al igual que el semanario Los Hijos del Pue-blo, u otras revistas católicas como El Mensajero del Corazón de Je-sús, Estrella del Mar, Sal Terrae, etc., que se ocuparon con frecuen-cia de la masonería.

Otro tanto habría que decir de ciertos periódicos como El Deba-te, obsesionado especialmente por el tema masónico, al que dedicóabundantes trabajos, como el de Luis Getino, La Masonería contraEspaña, en su número extraordinario de febrero de 1934, o los titula-dos Los archivos de la masonería francesa (1 de abril 1934), La Ma-sonería y el affaire Stavisky (enero 1934), etc.

Si todavía añadimos los opúsculos y hojas de propaganda anti-masónica editados por el Apostolado de la Prensa, la F.A.E., de Bro-ma y de Veras, etc., nos encontramos con títulos tan curiosos comoFrailes, curas y masones y Los secretos de la Francmasonería (opús-culos núms. 114 y 69 del Apostolado de la Prensa). Manual de laLiga Antimasónica (Barcelona, 1933), Máximas políticas (extractode un papel de 1823 cogido a los masones del G. O. español) publi-cadas en la revista De Broma y de Veras (mayo 1933), La Masonería(n.º 94 de «Rayos de Sol», editados por El Mensajero del Corazón deJesús). La serie antimasónica de propaganda de la F.A.E., publicó,entre otras hojas, las tituladas: Masonería, Los hermanos Tres Pun-tos, Masonería y Comunismo, Odio masónico, Táctica masónica, etc.

Publicaciones que en muchos casos corresponden a una de las fa-ses de la II República española como reacción de las derechas y delclero ante la actitud adoptada por las Cortes Constituyentes y por elpropio gobierno republicano en relación con la cuestión religiosa.

Posteriormente, en 1937, el reverendo Tusquets fue nuevamenteencargado de otra colección, que esta vez recibió el título de «Edicio-nes Antisectarias», publicada en el Burgos «Nacional» y en la que élmismo fue autor de La Francmasonería, crimen de lesa patria, Ma-sonería y separatismo y Masones y pacifistas (Burgos, 1937 y1939)7. Como dice Jordi Canal, entre los personajes destacados en lacreación del juego contubernista sobresale el eclesiástico Juan Tus-quets, que proporcionó muchos de los argumentos —o más precisa-

66 JOSÉ ANTONIO FERRER BENIMELI

——————7 Otras obras de la misma colección fueron J. M. Ojeda, Vida política de un gra-

do 33, Burgos, 1937; J. A. Navarro, Historia de la Masonería Española, Burgos,1938; Ibáñez, P., La Masonería y la pérdida de las colonias, Burgos, 1938.

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mente ideas— utilizadas por las derechas españolas durante la II Re-pública y la Guerra Civil de 1936-39 y, a la postre, por el franquis-mo8.

Paralelamente las obras de León de Poncins fueron profusa-mente traducidas en España siendo una de las más reproducidasLas fuerzas secretas de la Revolución. Francmasonería y Judaísmo(Madrid, 1936).

El tema judeomasónico tuvo por esas fechas un especial arraigoy vinculación en España. En este sentido resultan característicos tan-to el libro de V. Justel Santamaría, Bajo el yugo de la Masonería ju-daica (Sevilla, 1937), como el de Pío Baroja, Comunistas, judíos ydemás ralea (Valladolid, 1938) en el que no solamente son importan-tes la fecha y lugar de edición, sino el que en él se diga que en todoslos movimientos sociales subversivos hay siempre un fermento judai-co, y se afirme textualmente que «en la protesta rencorosa contra lacivilización aparece el Judaísmo en forma de Masonería, comunismoo anarquismo9. En la misma línea están las obras de Ferrari Billoch,Así es la secta. Las logias de Palma e Ibiza (Palma de Mallorca,1937), La Masonería al desnudo (Madrid, 1939) y Entre Masones yMarxistas (Madrid, 1939).

MASONERÍA Y FALANGISMO

En un segundo apartado la «conspiración judeomasónica» tuvomayor incidencia durante la II República entre los ideólogos y me-dios de comunicación falangistas, y en menor medida en el tradicio-nalismo sevillano de Fal Conde10.

En este sentido resulta significativo que el mismo año que Alfon-so Jaraix y Juan Tusquets se ocupaban de los Protocolos y su aplica-ción en España11, Onésimo Redondo traducía y publicaba en Valla-

LA CONSPIRACIÓN JUDEOMASÓNICA 67

——————8 J. Canal, «Las campañas antisectarias de Juan Tusquets (1927-1939): Una

aproximación a los orígenes del contubernio judeo-masónico-comunista», en J. A.Ferrer Benimeli (coord.), La Masonería en la España del siglo XX, Toledo, Univer-sidad de Castilla La Mancha, 1996, t. II, págs. 1193-1214.

9 J. González Martín, «La crítica contubernista. Mito y antropología en el pen-samiento barojiano (1911-1936)», en ob. cit., La Masonería en la España del sigloXX, t. II, págs. 789-814, y «La masonería en Pío Baroja. Un estudio de Con la plumay el sable», en J. A. Ferrer Benimeli (coord.), La Masonería española entre Europa yAmérica, Zaragoza, Gobierno de Aragón, 1994, t. II, págs. 641-658.

10 A. Braojos Garrido, «Tradicionalismo y antimasonería en la Sevilla de la IIRepública. El semanario “El Observador”», en J. A. Ferrer Benimeli, (coord.), Ma-sonería, política y sociedad, Zaragoza, CEHME, 1989, t. I, págs. 381-402.

11 A. Jaraix y J. Tusquets, Los poderes ocultos de España. Los Protocolos y suaplicación en España, Barcelona, E. Vilamala, 1932.

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dolid los Protocolos de los Sabios de Sión. Para ello se sirvió del ór-gano de expresión de las J.O.N.S., Libertad, fundado el 13 de junio de1931, y que acabaría siendo reemplazado por Igualdad, a raíz de cier-tas suspensiones gubernamentales. Los temas más queridos del fun-dador de estos semanarios fueron la simpatía por el nazismo y fascis-mo y el antisemitismo a ultranza. Onésimo Redondo, a partir de unaestancia en Alemania que le marcó profundamente, empezó a publi-car en el semanario Libertad una traducción de Los Protocolos, si-guiendo la versión francesa de Roger de Lambelin del año 1931, he-cha exprofeso para Libertad12. Fueron un total de veintiún capítulosrepartidos entre los meses de febrero y julio de 1932.

Onésimo Redondo volvería a ocuparse del tema en sendos artícu-los publicados el 27 de junio y el 11 de julio del mismo año, bajo eltítulo de Los manejos de Judea: El autor y el precursor de los «Pro-tocolos» y «El Precursor de los Protocolos».

Llama la atención la importancia dada en este semanario falan-gista al tema de los judíos con artículos como El peligro judío (n.º 3,27 de junio 1932), tomado de El Judío Internacional de Henry Ford;El Comunismo y los judíos. Intervención de los hebreos americanosen la revolución rusa (n.º 16, 28 de septiembre 1931) también toma-do del libro de Henry Ford; Las garras del judaísmo (n.º 28, 21 de di-ciembre 1931); Stawisky el judío (n.º 70, 15 enero 1934)13.

Paralelamente, en el mismo semanario Libertad, la masoneríaprotagonizó no pocos artículos ya desde 1931. Algunos títulos pue-den ser significativos: Un sucio negocio masónico (n.º 10, 17 deagosto 1931); Fuerzas secretas: La Masonería como hecho actual(n.º 11, 31 de agosto 1931); La Masonería y la enseñanza (n.º 27, 14de diciembre 1931); La Masonería y la prostitución (en el mismo nú-mero); Lerroux y la Masonería (n.º 48, 9 de mayo 1932); ... La Ma-sonería triunfa (n.º 76, 26 de febrero 1934); La Masonería y los Ca-barets (n.º 86, 4 de junio 1934); La Masonería es la que manda (n.º115, 31 de diciembre 1934); La Francmasonería y la verdad (n.º 127,128 y 130 del 25 de marzo, 1 y 5 de abril 1935)14.

Por su parte Ramiro Ledesma Ramos fundó en 1931 el «semana-rio de lucha e información política» La Conquista del Estado donde

68 JOSÉ ANTONIO FERRER BENIMELI

——————12 Lo curioso es que los Protocolos ya habían sido traducidos y publicados en Es-

paña, cinco años antes, esta vez en la versión de Monseñor Jouin, Los peligros judío-masónicos. Los Protocolos de los Sabios de Sión (Edición completa con estudios ycomentarios críticos de Mons. ***), Madrid-Burgos, Aldecoa, 1927.

13 Este periódico duró hasta mayo de 1935, en que Primo de Rivera decidió inte-rrumpir su publicación a causa de los artículos demasiado favorables a Ledesma, en-tonces separado de la Falange.

14 Otro tanto habría que decir de los artículos dedicados a la exaltación de Hitlery Mussolini.

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la masonería es implicada especialmente en la crisis política, social yeconómica de España siendo identificada con el Estado liberal-bur-gués. En un artículo de octubre de 1931 Ledesma Ramos dirá que lasJ.O.N.S. tienen dos fines prioritarios: «Subvertir el actual régimenmasónico anti-español, e imponer por la violencia la más rigurosa fi-delidad al espíritu de la Patria».

La progresiva radicalización ideológica de Ramiro Ledesma Ra-mos —que le llevará incluso a la ruptura con el cuerpo falangista dePrimo de Rivera y Onésimo Redondo— derivó hacia un extremismoverbal en el que identificó sin más el antimarxismo con la lucha radi-cal contra la burguesía, el antiparlamentarismo y el ataque frontal a lamasonería. Especialmente significativas son las siguientes palabrasde Ledesma15, aparecidas en La Patria Libre16 en las que ya se confi-gura el modelo de contubernio masónico:

La masonería, en su doble aspecto de secreta y exótica, es per-judicial para los intereses nacionales y para la seguridad de la pazy el orden público (...) En la pérdida de nuestras colonias, en todaslas revoluciones y cambios de régimen, en las diversas campañasde propaganda antiespañola en el extranjero, se ha visto clara lamano de la masonería (...) Estamos alerta. La masonería tiene es-tudiados planes de gran envergadura, cuya realización es indispen-sable paralizar. Pero a la masonería solamente se la puede aniqui-lar desde el Poder, y utilizando todos los resortes poderosos delEstado (...) Procuremos defendernos contra ella como podamos.Este periódico intenta ser uno de los más firmes baluartes antima-sónicos17.

A las figuras de Onésimo Redondo y Ramiro Ledesma Ramoshay que añadir lógicamente la de José Antonio Primo de Rivera, lastres analizadas con el rigor que le caracteriza por Ricardo ManuelMartín de la Guardia en su brillante trabajo dedicado a Falange y ma-sonería durante la II República18. Efectivamente, José Antonio Primode Rivera también se ocupó de la masonería en sus discursos y desde

LA CONSPIRACIÓN JUDEOMASÓNICA 69

——————15 Que unos años después retomaría Franco con ligeras variantes en el prólogo a

la ley de 1.º de marzo de 1940. J. J. Morales Ruiz, La publicación de la ley de repre-sión de la masonería en la España de postguerra, Zaragoza, Institución Fernando elCatólico, 1992.

16 La revista JONS sustituyó a La Conquista del Estado entre mayo de 1933 yagosto de 1934. Aparecieron once números. Tras la ruptura de Ledesma con la Falan-ge fundó La Patria Libre el 16 de febrero de 1935, que tan solo tuvo siete númeroshasta el 30 de marzo de 1935.

17 La Patria Libre, n.º 2, 23 de febrero 1935: «La masonería tiene en nosotros unpeligro.»

18 Martín de la Guardia, R. M., «Falange y Masonería durante la II República:Hacia la configuración del modelo de Contubernio», en J. A. Ferrer Benimeli

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publicaciones como F. E. y Arriba. Sobre todo centró su atención enla idea de dependencia que España mantenía respecto a poderes inter-nacionales al servicio de las logias. En un discurso pronunciado enCádiz el 12 de noviembre de 1933 llegó a decir que «España no es in-dependiente. Los hombres que han regido España reciben sus consig-nas o de la logia de París o de la Internacional de Amsterdam»19. ParaJosé Antonio el llamado bienio progresista sirvió para que Españafuera colonizada por tres poderes extranjeros: la Internacional Socia-lista, la masonería y el Quai d”Orsay. Y para remediarlo abogará porel uso de la violencia20.

Primo de Rivera estaba convencido de quienes eran los culpablesdel caos político, social y económico por el que atravesaba la Españade la II República, y en consecuencia defendió la instauración de unnuevo orden como vía única para acabar con la lucha de clases, la in-solidaridad, el separatismo, el marxismo desintegrador, la masone-ría...21

Tras la fundación de Falange Española, el 29 de octubre de1933, salió a la calle una nueva revista F. E.22 en la que la mayoríade los artículos relacionados con la masonería están firmados porJosé Antonio Primo de Rivera. Ian Gibson comentando algunos deellos dice que F. E. odiaba a los masones tanto o más que a los ju-díos, viendo por doquier «la sombra de un triángulo que ya se hahecho tristemente célebre en España». Otra de las ideas coinciden-tes con sus camaradas de ideología es que los masones estaban or-ganizando una vasta conspiración internacional para hundir a Espa-ña...; y en esta lucha de destrucción eran cómplices comunistas,socialistas, masones, judíos, pacifistas y demás enemigos interna-cionales del país23.

70 JOSÉ ANTONIO FERRER BENIMELI

——————(coord.), Masonería, revolución y reacción, Alicante, Instituto de Cultura “Juan GilAlbert”, 1990, t. I, págs. 497-511. Como complemento cfr. también el fundamentalestudio de J. L. Rodríguez Jiménez, «El discurso antisemita en el fascismo español»en ob. cit. Los Judíos en la Historia de España, págs. 89-129.

19 J. A. Primo de Rivera, Obras completas, Madrid, 1971, pág. 75. También Fran-cisco Franco se apropió de esta idea que protagonizará no pocos de sus discursos.

20 J. A. Primo de Rivera, «La violencia y la Justicia (carta al camarada Julián Pe-martín)» en Obras completas, ob. cit., pág. 49.

21 A este propósito Ricardo de la Guardia trae una cita de A. Muñoz Alonso, enUn pensador para un pueblo, Madrid, 1974, pág. 128: «La fraternidad proclamadapor el Estado liberal no es una palabra vana, es una contradicción sangrienta. El sis-tema, el instrumento y el órgano del Estado liberal se basan y funcionan alimentandoodios y agudizando divisiones.»

22 De la que tan solo vieron la luz catorce números hasta el 19 de julio de 1934en que desaparece.

23 Ian Gibson, En busca de José Antonio, Barcelona, Planeta, 1980, pág. 87.

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El semanario Arriba, que sustituyó a F. E. continuó en su luchacontra el capitalismo judío e internacional y «la democracia masóni-ca envilecedora del ser español»24. Pero la redacción de Arriba noconsideró necesario dedicar ni un solo editorial a la masonería. Eltema masónico aparece en sus páginas diluido en el discurso general,sin ocupar un lugar central. Más que la influencia directa de José An-tonio, encontramos la de otros líderes falangistas como FernándezCuesta que no duda en afirmar que «la Falange quiere transformar Es-paña de arriba a abajo, acabar como sea con el separatismo, la masone-ría y el marxismo»25, o de Emilio Alvargonzález: «Hay que arrojar deEspaña esas intrusas influencias. Tenemos que ahogar la calculada e in-teresada actuación de sus medios: el capitalismo, la masonería, el so-cialismo y el comunismo»26.

Sin formar parte del eje central y esencial de la Falange, sin em-bargo la masonería, a través del Arriba de la primera época, formaráparte del discurso general del fascismo español, especialmente en latipificación de la Anti-España: «Los enemigos de España son tres: elcomunismo, el gran capitalismo internacionalista y las pandillas po-líticas»; «los antiespañoles son los masones, separatistas, comunistasy socialistas», «hay que acabar como sea con el separatismo, la maso-nería y el marxismo», «con los judíos que entran, los masones quebrotan, y los separatistas que se afianzan», siendo uno de los esló-ganes favoritos: «Jamás las fuerzas antinacionales: ni el marxismo, nila masonería, ni el separatismo»27.

Aunque los dos grandes enemigos de la «España moral» en eldiscurso falangista son el marxismo y el capitalismo, sus compañerosde viaje son siempre la masonería y el judaísmo, sin olvidar a socia-listas, comunistas y separatistas. Por otra parte hay que destacar enprimer lugar la supuesta obediencia de la masonería a poderes extran-jeros, especialmente el judaísmo —influjo tal vez del fascismo ale-mán— y en segundo lugar el hecho de que la masonería aparecesiempre rodeada del resto de «enemigos»: marxismo, separatismo,capitalismo, comunismo, etc.

LA CONSPIRACIÓN JUDEOMASÓNICA 71

——————24 Arriba, n.º 9, 16 de mayo 1935.25 Arriba, n.º 25, 26 de diciembre 1935.26 Arriba, n.º 24, 19 de diciembre 1935.27 A. Barragán Morales y A. R. del Valle Calzada, «El semanario Arriba: La ma-

sonería en el discurso falangista, 1935-1936», en ob. cit. La Masonería en la Españadel siglo XX, t. II, págs. 671-684. Cfr. también J. A. Ferrer Benimeli, «La prensa fas-cista y el contubernio judeo-masónico-comunista», en J. A. Ferrer Benimeli (coord.),Masonería y periodismo en la España contemporánea, Zaragoza, Prensas Universi-tarias, 1993, págs. 209-227.

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LA MASONERÍA EN LA PRENSA CONSERVADORA

Coincidente en el tiempo, pero desde otra óptica, nos adentra-mos en el tercer apartado de la mano de Isabel M.ª Martín Sánchezy su extraordinaria tesis doctoral El mito masónico en la prensaconservadora durante la Segunda República28, donde demuestracómo la propaganda antimasónica y antijudía fue utilizada tambiénpor sectores de la derecha católica española, a través de la prensa,como arma ideológica para combatir al régimen republicano. Y enella —al igual que en la literatura y prensa falangista— encontra-mos también las bases del discurso franquista posterior, caracteriza-do por su repulsa visceral hacia aquellos grupos —masonería, co-munismo, judaísmo— que la propaganda católica y derechista dela II República pintó unidos, en confabulación contra la patria. Es-tamos una vez más en el origen del que luego se hará popular «con-tubernio judeo-masónico-comunista», tan utilizado para sostener ladictadura, bajo la idea de la necesidad de proteger a España de esaamenaza. Tesis que viene a confirmar y completar lo ya avanzadopor la misma autora y otros miembros del Centro de Estudios His-tóricos de la Masonería Española [CEHME] en varios de sus traba-jos 29.

Isabel M.ª Martín, al igual que Agustín Martínez de las Heras,demuestran con claridad como la difusión del mito masónico-judai-co, a través de la prensa católica y de derechas madrileña, se instru-mentalizó no sólo contra la masonería, sino fundamentalmente con-tra la República. Los periódicos de Madrid analizados son ABC, ElDebate —también estudiado por Francisco Javier Alonso Vázquez 30,El Siglo Futuro, La Nación, Informaciones y Ya, dejando fuera otroscomo Gracia y Justicia que ya fue estudiado por Fernando Montero

72 JOSÉ ANTONIO FERRER BENIMELI

——————28 I. M.ª Martín Sánchez, El mito masónico en la prensa conservadora durante

la II República [Tesis doctoral inédita], Madrid, Universidad Complutense. Facultadde Ciencias de la Información, 2001. Véase un breve adelanto en «El mito masónicoen la prensa católica de la II República. Aspectos generales», en J. A. Ferrer Benime-li (coord.), La Masonería española en el 2000. Una revisión histórica, Zaragoza, Go-bierno de Aragón, 2001, t. II, págs. 737-756.

29 Martínez de las Heras, A., «La imagen “antimasónica” en la prensa de la II Re-pública», en ob. cit. Masonería y periodismo en la España contemporánea, págs. 97-132; I. M.ª Martín Sánchez, «La visión de la Masonería desde ABC durante el primerbienio de la II República española», en ob. cit., La Masonería en la España del sigloXX, t. II, págs. 655-670; A. Martínez de las Heras, «El discurso antimasónico de LosHijos del Pueblo», ibídem, págs. 713-750.

30 F. J. Alonso Vázquez, «Las alusiones de El Debate a la institución de la maso-nería durante la II República», ibídem, págs. 701-712.

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Pérez Hinojosa31 y que es coincidente en su doble carácter antirrepu-blicano y antimasónico, al identificar República con masonería. Ra-zón por la que el descrédito de la República pasaba por el ataque y laburla contra la masonería. Burla caricaturesca que se extiende a losprincipales republicanos acusados de masones. Por otra parte la ma-sonería es considerada culpable de todos los males que sufría el país,estando subordinadas a ella las demás fuerzas políticas y sociales. Asu vez las logias son presentadas como los antros desde los cuales sedirigía la política española, conduciéndola hacia el caos. Labor en laque colaboraban, entre otros, el marxismo y el judaísmo, sin olvidarel separatismo.

La novedad y coincidencia de los periódicos en cuestión, a losque se podrían añadir otros de «provincias», como La Verdad y ElTriunfo, de Granada de los que se ocupa Eduardo Enríquez del Ar-bol32, y prácticamente todos los castellano-leoneses desde los Diariosde Ávila, Burgos y Palencia, al Adelantado de Segovia, El Norte deCastilla, Diario Regional de Valladolid, Heraldo y Correo de Zamo-ra, etc. estudiados por Galo Hernández Sánchez33 y Pablo Pérez Ló-pez34, radica en que el «mensaje» antimasónico y antijudío se en-cuentra no solo en los editoriales, noticias, comentarios, notas, avisosy colaboraciones, sino sobre todo en el discurso iconográfico, emi-nentemente «visual» y «humorístico» que resulta fundamental por surápida aceptación y repercusión popular y su fácil incitación al este-reotipo a través de chistes, viñetas, recuadros, etc.

El consabido mito de la relación entre masones, judíos y comu-nistas, que luego quedará configurado como «contubernio judeo-ma-sónico-comunista» llega a tener una sección, por ejemplo, en Los Hi-jos del Pueblo, titulada «Judíos y masones», siendo uno de los temas

LA CONSPIRACIÓN JUDEOMASÓNICA 73

——————31 Montero Pérez Hinojosa, F., «Gracia y Justicia: Un semanario antimasónico

en la lucha contra la II República española», J. A. Ferrer Benimeli (coord.), La Ma-sonería en la Historia de España, Zaragoza, Gobierno de Aragón, 1985, págs. 385-408. Es solo una muy breve síntesis de la tesis [todavía inédita] que lleva el mismo tí-tulo y que se defendió en la Universidad de Zaragoza el curso 1979-80.

32 E. Enriquez del Árbol, «La Masonería en la prensa carlista y católica», en ob.cit., Masonería y periodismo en la España contemporánea, págs. 31-48.

33 G. Hernández Sánchez, «La utilización del tema masónico como recurso pro-pagandístico en la prensa diaria castellano-leonesa durante el bienio azañista (1931-1933)», en ob. cit. La Masonería en la España del siglo XX, págs. 599-628; «Maso-nería y prensa católica durante el bienio azañista (1931-1933). El “Diario de Avila”.Un precedente más del contubernio judeo-masónico», en ob. cit. La Masonería espa-ñola entre Europa y América, t. II, págs. 671-694.

34 P. Pérez López, «La Masonería en la prensa confesional en Castilla durante laII República y la guerra civil», en ob. cit. Masonería, revolución y reacción, t. II,págs. 391-410.

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recurrentes del semanario35, al igual que el marxismo vinculado enparticular con judíos y masones. Sobre este particular resulta sinto-mático el siguiente párrafo: «Para imponer su dominio a los pueblos,los judíos disponen de su Alta Banca, de la Prensa, que está casi todaentre sus manos, y de tres importantes organizaciones: la masonería,el socialismo y el comunismo»36. Por su parte en Gracia y Justiciadel 4 de enero 1936 se preguntaban:

Marxismo internacional,Masonismo extranjeroJudaísmo sin patria¿Qué tiene que soportarlos España?

Y poco después (25 de enero), como complemento de los «ver-sos» anteriores, volvía Gracia y Justicia con sus ripios acostumbra-dos:

Contra los judíos, la raza españolaContra los marxistas, los patriotasContra los masones, España cara a caraContra la Masonería, el judaísmo y el marxismoy sus cómplicesContra los rusos, que son de abrigo, aunque el pobre comunismo va a cuerpo.

El humor gráfico que destacan y recogen tanto Martínez de lasHeras, como Isabel Martín Sánchez constituye una parte esencial eneste tipo de prensa. Humor en el que la configuración del contuber-nio judeo masónico comunista cuenta con una rica e importante co-lección de chistes, viñetas, dibujos, etc. Esta iconografía se hizoigualmente profusa en carteles electorales y eslóganes, sobre todo araíz de las elecciones de 1933 y 1936, y en las portadas de libros y fo-lletos de la época. Así son representativos, entre otros, el cartel deAcción Popular de 1933 en el que están figurados cuatro fantasmasque llevan los símbolos del comunismo, masonería, separatismo y ju-daísmo; y al pie se puede leer: «Marxistas, masones, separatistas, ju-díos quieren aniquilar España. Votad a las derechas. Votad contra elmarxismo». O el de la Derecha Regional de Valencia, de 1936, en elque el mapa de España se ve atravesado por tres lanzas esgrimidas

74 JOSÉ ANTONIO FERRER BENIMELI

——————35 Con este motivo la figura de Fernando de los Ríos —simpatizante de la causa

hebrea— será destacada profusamente en viñetas, chistes, etc.36 Los Hijos del Pueblo, n.º 28, 31 de marzo 1932.

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por tres brazos en los que se lee: Masonería, Separatismo, Comunis-mo. Más conocido es el de la Guerra Civil, en color, en el que sobreel fondo de una bandera española, un soldado con una escoba está ba-rriendo a dos personajes que simbolizan los «politicastros» y la «in-justicias social», así como al bolchevismo, masones, FAI y separatis-mo representados por sus correspondientes símbolos.

Paralelamente las portadas de algunas publicaciones de la épocason suficientemente expresivas de la configuración visual del «contu-bernio» o conspiración en su triple versión judeo-masónico-comunis-ta, que con algunas variantes (introducción del anarquismo, socialismoy separatismo) a partir de 1936 formará también parte fundamental dela ideología de Franco y su sistema. Así son de destacar las tres versio-nes de la portada del libro de Mauricio Karl (Carlavilla), Asesinos deEspaña: Marxismo, anarquismo, masonería (Madrid, 1935)37 en laque el escudo de España aparece roto y a su lado tres puños sangrien-tos levantados en alto, en cuyos antebrazos aparece la escuadra y elcompás, la hoz y el martillo y la sigla FAI. Por su parte las Publicacio-nes de Propaganda Social editaron un folleto titulado Los HermanosTres Puntos, con tres recuadros característicos: en el primero la escua-dra y el compás rodeados de la hoja de acacia, en el segundo la hoz yel martillo, y en el tercero la caricatura de un judío38.

En vísperas de las elecciones del 36 que darían la victoria al Fren-te Popular hay dos viñetas tituladas «16 de febrero» muy parecidas ensu intencionalidad. La primera pertenece a Informaciones del 11 deenero de 1936. Sobre el mapa de España se ve un zapato que de unapatada echa del mapa el triángulo y el compás entrelazos con la hozy el martillo, y el símbolo del separatismo representado con la barre-tina y la estrella de cinco puntas.

FRANCO Y EL «CONTUBERNIO»

Y así llegamos al epílogo o lo que podríamos denominar el toda-vía republicano primer franquismo en el que ya adquirirá carta deciudadanía el famoso «contubernio» que acompañará a Franco hastasu último mensaje público en el balcón del palacio de Oriente, el 1.ºde octubre de 1975 —pocas semanas antes de morir— cuando afir-mó que contra España existía «una conspiración masónico-izquier-dista en la clase política, en contubernio con la subversión comunis-ta-terrorista en lo social».

LA CONSPIRACIÓN JUDEOMASÓNICA 75

——————37 En 1945 volvió a reeditarlo.38 Aunque el folleto en cuestión, de la «serie antimasónica» no lleva fecha de edi-

ción, todo parece indicar que debió de salir a finales de 1932 o principios de 1933.

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En este sentido conviene recordar que la cruzada antimasónica deFranco se remonta a los meses de mayo y agosto de 1935 cuando fue-ron cesados seis generales incluidos en la relación de militares maso-nes presentada al Congreso de los Diputados el 15 de febrero de 1935por el señor Cano López 39. Los cesados fueron:

José Riquelme y López Bago, jefe de la 8.ª División Orgánica(24-V-1935)

Eduardo López Ochoa, jefe de la 3.ª Inspección del Ejército (10-VI-1935)

Toribio Martínez Cabrera, Director de la Escuela Superior deGuerra (13-VI-1935)

Manuel Romerales Quintero, jefe de la Circunscripción 0. DeMarruecos (1-VIII-1935)

Rafael López Gómez, jefe de la 1.ª Brigada de Artillería (1-VIII-1935)

Juan Urbano Palma, jefe de la 8.ª Brigada de Infantería (8-VIII-1935)40.

Siete días antes del cese del primer general masón, y a pro-puesta del ministro de la Guerra, Gil Robles 41 era nombrado jefede Estado Mayor General del Ejército el general de división Fran-cisco Franco Bahamonde, entonces jefe superior de las fuerzas mi-litares de Marruecos42. Una semana antes de este nombramientohabía tenido lugar el del general Fanjul para la Subsecretaría deGuerra. Pocos días después el general Mola era designado jefe su-perior de las fuerzas militares de Marruecos y el general Goded di-rector general de Aeronáutica, conservando en comisión de funcio-nes de la Tercera Inspección del Ejército. El 13 de junio de 1935 el

76 JOSÉ ANTONIO FERRER BENIMELI

——————39 Sobre esta cuestión cfr. J. A. Ferrer Benimeli, Masonería española contem-

poránea, Madrid, Siglo XXI Ed., 1980, vol. II, págs. 231-237; V. M. Arbeloa, «LaMasonería y la legislación de la II República», Revista Española de Derecho Ca-nónico [Madrid], 108 (septiembre-diciembre 1981), pág. 386. Gil Robles ya se ha-bía manifestado claramente cuando intervino en el Congreso, a raíz de la propues-ta de Cano López, de que ningún miembro de las fuerzas armadas pudierapertenecer a la Masonería. J. M.ª Gil Robles, Discursos parlamentarios, Madrid,Taurus, 1981, pág. 415.

40 Cfr. la biográfica masónica de estos generales en M. de Paz Sánchez, Milita-res masones de España. Diccionario biográfico del siglo XX, Valencia, Biblioteca deHistoria Social, 2004.

41 G. Cabanellas, La guerra de los mil días, Buenos Aires, Heliasta, 1975, vol. I,pág. 274.

42 El decreto que lleva las firmas del presidente de la República, Niceto AlcaláZamora, y del ministro de la Guerra, José M.ª Gil Robles, está fechado el 17 de mayode 1935. Gaceta de Madrid, n.º 139, 19 de mayo 1935.

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general Espinosa de los Monteros ascendía a General Superior deGuerra43.

Curiosamente todos estos generales serían protagonistas de la su-blevación militar del 18 y 19 de julio de 1936, así como de la subsi-guiente guerra civil. Por su parte de los seis generales masones cesa-dos por el equipo Gil Robles-Franco Bahamonde, cinco tambiénfueron protagonistas de la guerra, pero en el lado republicano44.

Con la sublevación militar del 18 de julio de 193645 la historia dela conspiración judeomasónica pasa de una fase teórica a otra de per-secución y sistemática destrucción. El primer decreto contra la maso-nería data ya del 15 de septiembre de 1936 y está dado en Santa Cruzde Tenerife por el entonces comandante en jefe de las Islas Canarias,general Ángel Dolla46.

En el primer artículo —de los cinco de que constaba— se decíaque «la Francmasonería y otras asociaciones clandestinas eran decla-radas contrarias a la ley. Todo activista que permaneciera en ellas trasla publicación del presente edicto sería considerado como crimen derebelión47. Como consecuencia del decreto los inmuebles pertene-cientes a la masonería fueron confiscados. El templo masónico deSanta Cruz de Tenerife fue cedido a Falange Española, que distribu-yó y colocó el anuncio siguiente: «Secretariado de la Falange Espa-ñola. Visita de la Sala de Reflexiones de la Logia Masónica de SantaCruz: mañana domingo día 30, de 10 a 1 horas, y de 3 a 6 horas. En-trada 0,50 ptas.»

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——————43 Bravo Morata, F., La República y el ejército, Madrid, Fenicia, 1978, págs.

102-103.44 J. A. Ferrer Benimeli, ob. cit., Masonería española contemporánea, vol. II,

págs. 137-138. En algunos casos, como en Zaragoza, el capitán general, Cabanellasque era masón, se puso, sin embargo al lado de Franco, y no dudó en ordenar fusilar—vía Mola— al enviado especial del gobierno republicano, el general de aviaciónNúñez de Prado, que también era masón.

45 V. Moga Romero, Al Oriente de Africa. Masonería, guerra civil y represión enMelilla (1894-1936), Melilla, UNED, 2005. J. A. Ferrer Benimeli, «La Francmaso-nería y la Guerra Civil, en Los nuevos historiadores ante la Guerra Civil española,Granada, Diputación Provincial, 1990, vol. I, págs. 233-273.

46 J. A. Ferrer Benimeli, «Militares masones en Canarias», en VI Coloquio deHistoria Canario-Americana (1984) (segunda parte), Las Palmas, Ed. Cabildo Insu-lar de Gran Canaria, 1987, t. I, págs. 1001-1035.

47 En el artículo 2.º se decía: «El cobro y pago de cotizaciones en favor de dichasasociaciones serán considerados crimen de rebelión, sin perjuicio de la multa de5.000 ptas. que puede ser además impuesta por la Junta de Defensa Nacional». Sobreesta cuestión cfr. el novedoso libro de F. Sanllorente, La persecución económica delos derrotados. El Tribunal de responsabilidades políticas de Baleares (1939-1942),Palma, Font, 2005. Cfr. también Almuiña Fernández, C., «Masonería y guerra civil.Propaganda antimasónica: “La Francmasonería, crimen de lesa patria”», en ob. cit.Masonería y periodismo en la España Contemporánea, págs. 155-174.

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El 21 de diciembre de 1938, Franco decretaba que todas las ins-cripciones o símbolos de carácter masónico o que pudieran ser juzga-dos ofensivos para la Iglesia católica fueran destruidos y quitados detodos los cementerios de la zona nacional en un plazo de dos meses.

Esta última medida contra la masonería fue justificada por unode los personajes más próximos al régimen de Franco con las si-guientes palabras:

Nuestro programa según el cual el catolicismo debe reinar so-bre toda España, exige la lucha contra las sectas anticatólicas, laMasonería y el Judaísmo... Masonería y Judaísmo, insistimos, sonlos dos grandes y poderosos enemigos del movimiento fascistapara la regeneración de Europa y especialmente de España... Hit-ler tiene toda la razón en combatir a los judíos. Mussolini ha hechoquizás más por la grandeza de Italia con la disolución de la Franc-masonería que con ninguna otra medida48.

A este propósito, Mauricio Karl [pseudónimo del policía Carlavi-lla, «especialista» en temas masónicos en la época de Franco] llegó aescribir estas palabras:

Dichoso Hitler que puede asignar y negar nacionalidadesguiado por el índice de una nariz ganchuda o por un rito talmúdi-co. Más desafortunados nosotros, tenemos que guiarnos para ne-gar la nacionalidad por signos menos acusados: una confesionali-dad masónica, no confesada jamás49.

Acerca de la psicosis antimasónica que desde las esferas oficia-les se creó nada más empezar la Guerra Civil resulta sintomáticoseguir día a día lo que los periódicos de Falange publicaban sobre lamasonería. A título de ejemplo y siguiendo Amanecer, de Zarago-za, encontramos todos los tópicos tradicionales de las dictaduras dela época50, a saber, la identificación de los masones con los judíos51,

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——————48 La Chaîne d’Union [París], IV (abril de 1939), págs. 354-355.49 M. Karl, Asesinos de España: marxismo, anarquismo, Masonería, Madrid,

1935.50 J. A. Ferrer Benimeli, «La Franc-Maçonnerie face aux dictatures», Rev. La

Pensée et les Hommes [Bruxelles], vol. 27, 1 (juin-juillet 1983), págs. 5-18.51 Véanse, entre otros, los artículos siguientes: La Masonería al servicio del Ju-

daísmo (23 de marzo 1937), La gran prensa de información internacional está liga-da al servicio de la Judeo-masonería (27 enero 1938). La España roja sede del ju-daísmo internacional (26 de marzo 1938), Táctica masónico-judía: los infiltrados (13de mayo 1938), La acción del judaísmo en España, visto por la prensa alemana (6 deseptiembre 1938)...

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con los marxistas52, anarquistas53, y Frente Popular54, al hacerloscausantes de todos los males del país55, así como de haber organi-zado una campaña internacional de difamación del movimiento na-cional56.

De hecho —como hemos visto— la campaña falangista contra lamasonería se había adelantado, siguiendo el ejemplo de Italia y Alema-nia, al propio Franco. Campaña que se arreció con el inicio de la GuerraCivil. Así, una proclama falangista de agosto de 1936 decía lo siguiente:

¡Camarada! Tienes obligación de perseguir al judaísmo, a lamasonería, al marxismo y al separatismo. Destruye y quema susperiódicos, sus libros, sus revistas, sus propagandas. ¡Camarada!Por Dios y por la Patria.

Pocos meses antes, en la campaña electoral de 1936 que la CEDAhabía llevado a cabo contra el Frente Popular, los partidarios de AcciónPopular utilizaron también proclamas muy parecidas, como la que decía:

¡No pasarán! No pasará el marxismo. No pasará la masonería.No pasará el separatismo. España cierra sus puertas para impedir-lo. Gil Robles pide al pueblo TODO EL PODER. ¡Votad a Espa-ña! ¡Contra la Revolución y sus cómplices!

Javier Tusell dirá a este propósito que, según la propaganda tradi-cionalista, «los grandes enemigos de España eran el comunismo, eljudaísmo y la masonería» siendo esta propaganda monárquica y tra-dicionalista «la más extremista en el campo de la derecha», aunqueAcción Popular también tenía buenos ejemplos57.

LA CONSPIRACIÓN JUDEOMASÓNICA 79

——————52 Especialmente en los artículos: Garrote vil - El masón (21 de enero 1937),

Charla del general Queipo de Llano (31 de agosto 1937), El enemigo número 1 (24de octubre 1937)...

53 La situación de Gerona y la obra destructora de la Masonería (14 de enero1937).

54 La Masonería contra España (14 de noviembre 1936), El Frente Popular y laMasonería de común acuerdo (31 de diciembre 1936), Consignas internacionales-LaMasonería quiere impedir por todos los medios nuestro triunfo (20 de octubre1937)...

55 Este es un tópico que se remonta a la antimasonería decimonónica, como pue-de verse, por ejemplo, en La Lectura Dominical del 9 de mayo 1897: Lo que Españadebe a la Masonería. En este caso Amanecer (21 de enero 1937) acusa a la Masone-ría de ser la causante de la revolución de Asturias, del levantamiento separatista enCataluña, del triunfo del Frente Popular, del asesinato de Calvo Sotelo, de la victoriadel comunismo... Ya en 1935, Francisco de Luis había publicado La Masonería con-tra España (Burgos, 1935).

56 La campaña de difamación del Movimiento Nacional (24 de noviembre 1936).57 J. Tusell, Las elecciones del Frente Popular, Madrid, Cuadernos para el Diá-

logo, 1971, vol. I, págs. 239 y 319; vol. II, págs. 373-374.

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En la prensa de la Falange, como el diario Arriba, de Madrid, yaen su número del 27 de agosto 1936 se incitaba a la «cruzada de Es-paña contra la Política, el Marxismo, la Masonería». Por su parte elperiódico falangista de Zaragoza, Amanecer, en su número del 9 deseptiembre de 1936, en un trabajo titulado «La Masonería y la Socie-dad de Naciones», se decía, entre otras cosas, lo siguiente:

... las naciones que, como Italia y Alemania, han reaccionado atiempo contra la ola marxista que, apoyada en los firmes pilares dela Masonería y el Judaísmo, amenaza destrozar la civilización cris-tiana, y con ella las esencias espirituales de los pueblos, tienen queluchar en Ginebra contra un ambiente adverso, creado por la So-ciedad de Naciones y la Asociación Masónica Internacional, quese dan cuenta del alcance que tiene el doble gesto de estos dos paí-ses que se disponen a defender a Europa de la barbarie roja.

Y no digamos nada de la desdichada decisión de la Unión Pos-tal tomada a instancias del Gobierno marxista de Madrid, de cortarlas comunicaciones al territorio español que se halla en poder delas gloriosas fuerzas del Ejército español, decisión que obedece,sin duda alguna, a que esos tenebrosos poderes que se llaman Ma-sonería, Judaísmo y Marxismo ven cómo España, país que creíanabonado para sus criminales experimentos, se sacude de sus garrasopresoras, alzándose victoriosa y dispuesta a unirse a las nacionesque defienden la cultura y la civilización.

Resulta verdaderamente desconcertante esta insistencia en iden-tificar a masones, judíos y marxistas, que daría lugar al famoso «con-tubernio judeo-masónico-comunista», que como explicación simplis-ta se esgrimirá durante más de cuarenta años para justificar todos losmales pasados, presentes y futuros de España, siendo así que la ma-sonería no tiene nada que ver con el judaísmo y que para entonces yaexistía en la Unión Soviética una implacable persecución contra losmasones, desde 1917, así como la prohibición o incompatibilidad,desde 1921, en todos los partidos comunistas del mundo de pertene-cer al mismo tiempo a la masonería y al Partido58.

De esta obsesión o psicosis judeo-masónica, que de forma tan lla-mativa se aprecia en la prensa de Falange de la época, participabanigualmente los diversos servicios de Información de la llamada «Secre-taría personal del Generalísimo». En este sentido es elocuente el quebajo el título de Aktivmitglieder des Obersten Rats von Spanien [Miem-bros activos del Supremo Consejo de España]59 decía lo siguiente:

80 JOSÉ ANTONIO FERRER BENIMELI

——————58 J. A. Ferrer Benimeli, «La masonería española y la cuestión social», Estudios

de Historia Social [Madrid], 40-41 (enero-junio 1987), págs. 7-47.59 Todo el informe está en alemán.

Page 79: Memoria de la II República

1. Augusto Barcia. Soberano Gran Comendador. Presidente delConsejo Español Bancario, una de las instituciones más im-portantes del Ministerio de Finanzas Judío.

2. M. H. Barroso. Gran Secretario General del Supremo Conse-jo. Judío.

3. Diego Martínez Barrio. Gran Maestre del Gran Oriente. Va-rias veces Ministro. Judío (?)

4. Marcelino Domingo. Gran Maestre Delegado del GranOriente. Varias veces Ministro de Instrucción. Judío (?)

5. Alejandro Lerroux. Siempre Presidente del Consejo o Minis-tro de Estado.

6. Fernando de los Ríos. Siempre Ministro. Primer Ministro deJusticia de la República desde 1931. Judío.

7. Emilio Palomo. Gobernador Civil de Madrid. Judío.8. Francisco Esteva Bertran. Gran Maestre de la Gran Logia Es-

pañola. Judío.9. Escolano Zulueta. Ha sido Ministro de Estado. En su tiempo

estuvo destinado como embajador en el Vaticano, pero el se-cretario de Estado del Vaticano, cardenal Pacelli, lo rechazópor masón. Judío (?)

10. Louis Gersch. Gran Secretario de la Gran Logia Española. Esde origen alemán60.

Pero así como los Servicios de Inteligencia informaban (?) condiscreción, aunque no con objetividad, la prensa de Falange en losprimeros meses de la guerra se dedicó a publicar listados de presun-tos masones con un fin claramente de desprestigio y aniquilación deladversario llegando incluso a señalar —con una intencionalidad deincitación a la delación— aquellos que «todavía» no habían sido de-tenidos o localizados. En realidad esta maniobra de intoxicación ymanipulación destructora había sido ya utilizada en enero de 1936 enperiódicos anti-republicanos como El Siglo Futuro, ABC y La Época.Así, el 10 y 11 de enero El Siglo Futuro hacía público un listado demilitares republicanos, con nombre y graduación, acusados de perte-necer a la masonería con una doble intencionalidad: la de corroborarla tesis del peligro masónico, infiltrado incluso en el Ejército, y, en se-gundo lugar, la de intimidar a ciertos militares, que, pertenecieran ono a la masonería, eran leales a la República, con lo que de esta for-ma eran puestos en entredicho ante un sector de la opinión pública yante sus propios compañeros. Abundando en lo mismo, en sendoseditoriales del mismo periódico se puede leer: «Peligro de los milita-

LA CONSPIRACIÓN JUDEOMASÓNICA 81

——————60 Archivo General de la Guerra Civil. Salamanca, Masonería, Leg. 380-A-1.

Page 80: Memoria de la II República

res masones. Son reos de alta traición», o «Incompatibilidad del ho-nor militar con la inscripción de una logia». Por su parte el periódicoABC, comentaba la famosa lista de militares masones en un artículosin firma, «El peligro masónico» en el que dice que la masonería esmás perniciosa que el comunismo, porque, por su peculiar ideario yorganización, es más versátil e influyente. Y su postura ante la pene-tración de la masonería en el Ejército español es muy clara: «Palabrasson que rabian de verse juntas, militar y masón, por incompatibles».

Como señala el profesor Juan Francisco Fuentes61 hay que reco-nocer la habilidad y la eficacia de esta fórmula mixta empleada porla prensa conservadora durante la II República y, en particular, en losprimeros meses de 1936 y así crear un estado de opinión contrario ala República utilizando contra ella el viejo mito masónico, actualiza-do con la incorporación del comunismo al famoso contubernio.

La sublevación militar de Franco puso de manifiesto la importan-cia de esta campaña de prensa en la preparación de la opinión públi-ca en favor de un golpe de Estado. El general Mola, el «Director» dela conspiración, en su primera «instrucción reservada», de abril de1936, ordenaba que el alzamiento se apoyase «en sociedades e indi-viduos aislados que no pertenecieran a partidos, sectas y sindicatosque reciben inspiraciones del extranjero: socialistas, masones, anar-quistas, comunistas, etc.».

Además, el triunfo de la sublevación supondrá la elevación delmito masónico a la categoría de axioma: el discurso histórico delfranquismo, y en primer lugar del propio Franco, se basará en la apli-cación mecánica de la teoría conspirativa a la moderna historia de Es-paña.

El mito judeo-masónico-comunista alcanzó así su esplendor eneste período y alimentó hasta la indigestión el discurso oficial. En losprimeros años del franquismo —y en especial durante la Guerra Ci-vil— la prensa, dócil transmisora de las consignas del poder, cumpliócon entusiasmo su misión propagandística y mantuvo a la poblaciónalerta frente al enemigo exterior, motor de la famosa conjuración ju-deo-masónica.

Discurso que ha sido exhaustivamente estudiado por Juan JoséMorales Ruiz62 que lo analiza fundamentalmente en la primera pren-sa franquista, siguiendo el diario Amanecer de Zaragoza durante los

82 JOSÉ ANTONIO FERRER BENIMELI

——————61 J. F. Fuentes, «La masonería en la prensa sensacionalista: fuentes de informa-

ción», en ob. cit. Masonería y periodismo en la España contemporánea, págs. 49-66.62 J. J. Morales Ruiz, El discurso antimasónico en la guerra civil española

(1936-1939), Zaragoza, Gobierno de Aragón, 2001, y «La obsesión antimasónica deFranco. Masones y Judíos en el discurso represivo del franquismo», en ob. cit. Los ju-díos en la Historia de España, págs. 131-160.

Page 81: Memoria de la II República

años 1936-1939. Otro tanto hace Juan Ortiz Villalba con la prensa deSevilla63, en especial con La Unión, así como con El Correo de An-dalucía y ABC de Sevilla. Si bien de este último se ocupa en particu-lar Concha Langa Nuño64 para quien la presencia del contubernio esmuy clara en ABC que presenta a la masonería especialmente vincu-lada con el judaísmo. En esta campaña difamatoria sigue los prototi-pos ya creados durante el período republicano haciendo a la masone-ría la responsable de la «funesta política republicana» que habíallevado a la guerra.

Por su parte Pedro Víctor Fernández Fernández, en su análisis delBoletín de Información Antimarxista65, reservado en exclusiva a losmiembros del Cuerpo General de Policía, señala que su objetivo erala lucha contra el comunismo y las sectas secretas. Seguros de queexistían conexiones entre judaísmo y masonería el Boletín66 insisteque la filosofía francmasónica se inspira en principios kabalísticos,protestantes y sectarios, por lo que la masonería había sido presa fá-cil de la «incrustación judía» que había manipulado a su antojo los ri-tos. El «contubernio» aparece descrito desde la primera página decada ejemplar.

En esta línea es igualmente interesante el análisis que Javier Do-minguez Arribas67 hace de las Ediciones Toledo, pero aunque corres-ponde también al primer franquismo, sin embargo es igualmente pos-terior a la II República, nuestro objetivo.

Más interés podría tener seguir la trayectoria de personajes quedesde el principio fueron especiales protagonistas en la difusión ymantenimiento del «contubernio», como Joaquín Pérez Madrigal, alque, José Luis Rodríguez Jiménez68, en un sugestivo trabajo sobre la

LA CONSPIRACIÓN JUDEOMASÓNICA 83

——————63 Juan Ortíz Villalba, «Prensa “Nacional” y discurso antimasónico durante la

guerra civil (el diario La Unión de Sevilla entre julio y diciembre de 1936)», en ob.cit. Masonería, revolución y reacción, t. I, págs. 411-439.

64 C. Langa Nuño, «La cruzada antimasónica en el diario ABC de Sevilla duran-te la guerra civil», en ob. cit. La Masonería española en el 2000. Una revisión histó-rica, t. II, págs. 833-850.

65 P. V. Fernández Fernández, «El Boletín de Información Antimarxista: unejemplo de espíritu antimasónico del franquismo», en ob. cit. Masonería, revolucióny reacción, t. I, págs. 441-452.

66 El Boletín de Información Antimarxista [Madrid] se publicó del 1 de julio de1941 a septiembre-octubre de 1945.

67 J. Domínguez Arribas, «La propaganda anti-judeo-masónica durante el primerfranquismo: el caso de Ediciones Toledo (1941-1943)», en J. A. Ferrer Benimeli(coord.), La Masonería en Madrid y en España del siglo XVIII al XXI, Zaragoza, Go-bierno de Aragón, 2005, t. II, págs. 1165-1194.

68 J. L. Rodríguez Jiménez, «Las mentiras de un converso y falso masón: la apor-tación de Joaquín Pérez Madrigal a la teoría de la conspiración antiespañola», en ob.cit. La Masonería en Madrid y en España del siglo XVIII al XXI, t. II, págs. 1303-1322.

Page 82: Memoria de la II República

utilidad de los conversos, califica de «jabalí a cavernícola». Igual-mente revelador es el caso de Eduardo Comín Colomer69 y su paso deaprendiz de periodista y redactor de El Noticiero, de Zaragoza y LaVoz de Aragón, entre otros, a policía, cuando el 19 de julio de 1936 seintegró primero en las Milicias de Acción ciudadana, para luego, alos pocos días prestar servicios como auxiliar de policía, inscrito enel Centro de Investigación y vigilancia, de donde pasaría rápidamen-te a la Secretaría de la Brigada Político Social.

A raíz de la Guerra Civil el complot judeo masónico —como he-mos visto70— dejó de ser teórico para dar paso a la más dura y ferozrepresión que llevaría a la desaparición total de la masonería y a laeliminación física de gran parte de sus miembros, pero es ya otro ca-pítulo, igualmente rico en bibliografía, pero que va más allá de la IIRepública.

El 1 de marzo de 1939, los escasos supervivientes masones queatravesaban la frontera lo hacían portadores del siguiente salvocon-ducto masónico dirigido a todas las logias y masones «esparcidos porla superficie de la tierra»:

SABED: Que en el día de la fecha y en atención a las causasque justifican el estado presente de la España liberal, perseguidapor el triunfo de las fuerzas enemigas, la Francmasonería Españo-la se ve obligada a abandonar su país, y espera de todos prestéis laayuda moral y material a vuestros Hermanos que, en el exilio for-zoso, no dudan recibir de vosotros71.

84 JOSÉ ANTONIO FERRER BENIMELI

——————69 J. L. Rodríguez Jiménez, «Funcionarios de la policía franquista al servicio de

la teoría de la conspiración: el caso de Comín Colomer», en ob. cit. La Masonería es-pañola en el 2000. Una revisión histórica, t. II, págs. 921-936. Cfr. igualmente J. Pra-da Rodríguez, «Militares, falangistas y masones. Vigilancia y control del hiramismoen Galicia (1934-1939)», Ibídem, págs. 901-920.

70 Cfr. nota 45.71 Esta «plancha de viaje», como se lee en el documento en cuestión está firma-

da por las dos obediencias existentes entonces en España: el Gran Oriente Español yla Gran Logia Española.

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CAPÍTULO 3

El traidor: Franco y la Segunda República,de general mimado a golpista

PAUL PRESTON

London School of Economics and Political Science

A finales de diciembre de 1930, el general Franco, a la sazón di-rector de la Academia General Militar de Zaragoza, escribió a suamigo y compañero africanista, el coronel José Varela Iglesias, unacarta en la que le expresaba su indignación por la rebelión de la guar-nición de la diminuta ciudad pirenaica de Jaca en la provincia deHuesca. Adelantándose a lo que supuestamente tenía que ser una ac-ción coordinada de carácter nacional, la rebelión de Jaca tuvo lugar el12 de diciembre. Sin embargo, lo que enfureció a Franco no fue queel Ejército interviniese en política, sino el hecho de que los políticosrepublicanos intentasen involucrar a algunos mandos progresistas enun complot para realizar un pronunciamiento contra la monarquía.Imbuido de un nuevo carácter cosmopolita tras un período de estudioen la Escuela Militar francesa de Saint Cyr, Franco comentaría que enEuropa no «conciben estos pronunciamientos que tantas desdichascausan al país. Parece mentira también que los hombres públicos quese dicen amantes de la libertad y demócratas fomenten en el Ejércitolos pronunciamientos. Lo de Jaca es un asco. El Ejército está lleno decucos y de cobardes... ¡Qué limpia necesita nuestro Ejército!». Ob-viamente los cucos y cobardes a los que se refería Franco no eran losafricanistas, sino los elementos más republicanos que había dentro delos cuerpos de Artillería e Ingenieros. Como se pudo ver a través desu comportamiento a lo largo de los siguientes cinco años y medio, a

Page 84: Memoria de la II República

Franco no le suponía ningún problema moral la intervención de losmilitares en política, siempre y cuando tal intervención fuese contrala izquierda1.

EL VALOR DE LA DISCIPLINA

Cuando empezaron a conocerse los resultados de las eleccionesmunicipales del 12 de abril de 1931, Franco sintió una honda preocu-pación por la situación. Especial indignación le causó el regocijo porel triunfo republicano de los artilleros que formaban parte del perso-nal en la Academia2. Llegó a considerar por un momento marchar so-bre Madrid con los cadetes de la Academia, pero desistió de ello des-pués de una conversación telefónica con su amigo y antiguo jefe dela Legión, el general José Millán Astray3. Éste le preguntó si en suopinión el rey debía luchar para defender su trono. Franco contestóque todo dependía de la postura que adoptase la Guardia Civil. Du-rante los siguientes cinco años y medio, la postura de la Guardia Ci-vil sería siempre la principal consideración de Franco al contemplarcualquier tipo de intervención militar en política. El Ejército español,a excepción de las fuerzas coloniales en Marruecos, estaba formado ensu mayoría por reclutas sin experiencia. Franco siempre tuvo muy pre-sente los problemas que acarrearía utilizarlos para hacer frente a losaguerridos profesionales de la Guardia Civil. En esta ocasión, MillánAstray le comunicó a Franco que el general Sanjurjo le había confiadoque no se podía contar con la Guardia Civil y que Alfonso XIII no te-nía más opción que abandonar España. Franco respondió que, en vis-ta de lo que había dicho Sanjurjo, estaba de acuerdo con que el reydebía marcharse4.

Durante la primera semana de la República, Franco utilizó distin-tos medios para expresar de forma inequívoca, aunque cautelosa, suaversión al nuevo régimen y persistente lealtad al viejo. Era ambicio-so, pero se tomaba la disciplina y la jerarquía muy en serio. El 15 deabril dictó una orden a los cadetes en la que anunciaba la proclama-

86 PAUL PRESTON

——————1 Franco a Varela, 27 de diciembre de 1930, Jesús Palacios, Las cartas de Fran-

co. La correspondencia desconocida que marcó el destino de España, Madrid, La Es-fera de Los Libros, 2005, págs. 44-45.

2 Francisco Franco Salgado-Araujo, Mi vida junto a Franco, Barcelona, Planeta,1977, págs. 96-97.

3 Ramón Serrano Súñer, Entre el silencio y la propaganda, la historia como fue.Memorias, Barcelona, Planeta, 1977, pág. 20.

4 F. Franco Salgado-Araujo, Mi vida..., ob. cit., págs. 96-97; Francisco FrancoSalgado-Araujo, Mis conversaciones privadas con Franco, Barcelona, Planeta, 1976,págs. 450-452.

Page 85: Memoria de la II República

ción de la República y exigía una disciplina estricta: «Si en todos losmomentos han reinado en este centro la disciplina y exacto cumpli-miento del servicio, son aún más necesarios hoy, en que el Ejércitonecesita, sereno y unido, sacrificar todo pensamiento e ideología albien de la nación y a la tranquilidad de la Patria»5. No era difícil de-sentrañar el sentido oculto de estas palabras: Aunque les rechinasenlos dientes, los oficiales del Ejército debían superar su natural aver-sión al nuevo régimen. Según la hermana de Franco, éste no sentíamás que aborrecimiento por la República6.

Durante una semana, la bandera roja y gualda de la monarquíacontinuó ondeando en la Academia. Cuando el gobernador militar,Agustín Gómez Morato, telefoneó a Franco y le ordenó izar la ban-dera de la República, éste le contestó que los cambios de insignia sólopodían decretarse por escrito. Franco no mandó arriar la bandera mo-nárquica hasta después del 20 de abril, cuando Leopoldo Ruiz Trillo,el nuevo capitán general de la región, firmó la orden para que se iza-ra la enseña republicana7.

En 1962, Franco escribió en el borrador de sus memorias una in-terpretación parcial y confusa de la caída de la monarquía, en la queculpaba a los guardianes de la fortaleza monárquica de abrir las puer-tas al enemigo. El enemigo al que se refería estaba formado por una«conjura de republicanos históricos, masones, separatistas y socialis-tas... ateos, traidores en el exilio, delincuentes, defraudadores, infie-les en el matrimonio»8. Además, el incidente de la bandera revela quela caída de la monarquía afectó tanto a Franco como para querer es-tablecer cierta distancia entre su persona y la República. No se trata-ba de un caso de indisciplina manifiesta ni tampoco puede pensarseque Franco estuviese intentando hacer méritos por adelantado entrecírculos políticos conservadores. Más bien, al mantener enhiesta labandera de la monarquía, Franco quería dejar claro que su reputaciónestaba limpia de toda mancha de deslealtad al rey, a diferencia de loque ocurría con ciertos oficiales que habían formado parte de la opo-sición republicana, o al menos habían tenido contacto con ella. Qui-zá, Franco no se estuviese limitando a marcar distancias con los ofi-ciales pro-republicanos a los que tanto despreciaba, sino también, eincluso más todavía, con su hermano Ramón, cuya traición al rey ha-bía sido una de las más notorias de los militares. Franco claramente

EL TRAIDOR: FRANCO Y LA SEGUNDA REPÚBLICA, DE GENERAL MIMADO... 87

——————5 Joaquín Arrarás, Franco, 7.ª edición, Valladolid, Librería Santarén, 1939,

págs. 159-160.6 Pilar Franco, Nosotros, los Franco, Barcelona, Planeta, 1980, pág. 90.7 F. Franco Salgado-Araujo, Mi vida..., págs. 98-100.8 Francisco Franco Bahamonde, «Apuntes» personales sobre la República y la

guerra civil, Madrid, Fundación Francisco Franco, 1987, págs. 7-9.

Page 86: Memoria de la II República

consideraba que su propia postura era mucho más encomiable que ladel general Sanjurjo a quien no tardaría en culpar, al igual que a Be-renguer, de la caída de la monarquía9. Sin embargo, Franco no permi-tiría que su nostalgia por la monarquía fuese un obstáculo en su ca-rrera militar, pese a sentir un gran desprecio por aquellos oficialesque se habían opuesto a ésta y habían sido recompensados con pues-tos importantes bajo la República.

La hostilidad inicial de Franco hacia la República, aunque subya-cente, no tardaría en recrudecerse. El nuevo ministro de la Guerra,Manuel Azaña, quería reducir el tamaño del Ejército de acuerdo conel potencial económico de la nación para así incrementar su eficaciay erradicar la amenaza del militarismo de la política española. Estoimplicaba acabar con las irregularidades vinculadas a la dictadura dePrimo de Rivera. Franco admiraba la dictadura, había ascendido bajosu abrazo y le indignaba cualquier ataque a su legado. Le molestaba,además, que Azaña se dejase influir y tendiese a recompensar los es-fuerzos de aquellos sectores del Ejército más leales a la República,entre los que se encontraban inevitablemente los militares opuestos ala dictadura y afiliados a las Juntas Militares de Defensa, en su ma-yoría artilleros, a los que Franco había acusado de ser «cucos y cobar-des» en su carta a Valera10.

En un intento generoso y costoso de reducir su número, el 25 deabril se anunció un decreto, conocido con el tiempo como la ‘LeyAzaña’, en el que se ofrecía el retiro voluntario con la paga íntegra atodos los cuerpos de oficiales. Tan pronto como el decreto se hizo pú-blico, comenzaron a correr rumores alarmistas acerca del despido, eincluso exilio, que esperaba a aquellos oficiales no adictos a la Repú-blica11. Un alto número se acogió al retiro voluntario: más de un ter-cio del total, y dos tercios entre aquellos coroneles que no tenían op-ción alguna de ascender a general12. Obviamente, Franco no fue unode ellos. Un grupo de oficiales de la Academia le visitó para pedirleconsejo sobre cómo reaccionar ante la nueva ley. Su respuesta revelael concepto que tenía del Ejército como árbitro final del destino

88 PAUL PRESTON

——————9 F. Franco Salgado-Araujo, Mis conversaciones..., pág. 88.

10 Ramón Salas Larrazábal, Historia del Ejército popular de la República, 4vols., Madrid, 1973, I, págs. 7, 14, 22-23; Santos Juliá, Manuel Azaña: una biografíapolítica, del Ateneo al Palacio Nacional, Madrid, Alianza, 1990, págs. 98-106.

11 E. Mola, Obras Completas, Valladolid, Santarén, 1940, págs. 1.056-1.058; M.Alpert, La reforma militar de Azaña (1931-1933), Madrid, Siglo XXI, 1982, págs.133-150; M. Aguilar Olivencia, El Ejército española durante la II República: clavesde su actuación posterior, Madrid, Econorte, 1986, págs. 65-75.

12 M. Alpert, La reforma militar, págs. 150-174. Existe un debate considerablesobre estas figuras, véase R. Salas Larrazábal, Historia del Ejército popular, I, págs.8-13.

Page 87: Memoria de la II República

político de España. Franco les dijo que como soldados ellos servíana España y no a un régimen en particular y que, ahora más que nun-ca, España necesitaba que el Ejército tuviera oficiales que fuesen au-ténticos patriotas13. Como mínimo se puede decir que Franco no que-ría cerrarse ninguna puerta.

La hostilidad latente de Franco hacía la República casi aflora conlas reformas militares de Azaña. Le indignó, especialmente, la aboli-ción de las ocho regiones militares históricas, que pasaron de llamar-se Capitanías Generales a convertirse en «Divisiones Orgánicas» almando de un General de División sin ningún poder legal sobre los ci-viles. También se eliminaron los poderes jurisdiccionales de caráctervirreinal de las antiguos capitanes generales, y desapareció el gradode Teniente General, considerado como innecesario14. Estas medidasrompieron con la tradición histórica poniendo fin a la jurisdicción delEjército sobre el orden público. Asimismo, dieron al traste con cual-quier posibilidad de que Franco alcanzase el tope del escalafón delrango de Teniente General y el puesto de Capitán General. En 1939,Franco aboliría ambas medidas. La misma sorpresa le produjo el de-creto de Azaña del 3 de junio de 1931 que determinaba la revisión delos ascensos por méritos de guerra en Marruecos. El decreto refleja-ba la intención del gobierno de acabar con el legado de la dictadura,revocando en este caso algunos ascensos arbitrarios concedidos porPrimo de Rivera. La publicación de la medida hizo temer que todoslos ascensos de la dictadura se viesen afectados, en cuyo caso Goded,Orgaz y Franco volverían a ser coroneles y otros oficiales africanis-tas de alto rango serían degradados. La comisión de revisión tardómás de año y medio en emitir sus conclusiones, una demora que enel mejor de los casos llenó de inquietud a los afectados y en el peorlos atormentó. Cerca de mil oficiales esperaban verse afectados, aun-que la comisión sólo había examinado la mitad de estos casos cuan-do un cambio de gobierno puso fin a sus actividades15.

La aversión de Franco a la política cotidiana era de todos conoci-da. La rutina diaria de la Academia Militar consumía todo su tiempoy dedicación. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que ledistrajesen los cambios que estaban teniendo lugar. Los periódicosconservadores que leía, ABC, La Época, La Correspondencia Militar,presentaban a la República como responsable de los problemas eco-nómicos de España, la violencia callejera, el anticlericalismo y la fal-ta de respeto al Ejército. La prensa, y el material que recibía y devo-

EL TRAIDOR: FRANCO Y LA SEGUNDA REPÚBLICA, DE GENERAL MIMADO... 89

——————13 F. Franco Salgado-Araujo, Mi vida..., págs. 101-102.14 E. Mola, Obras, págs. 1.062-1.063; Aguilar Olivencia, El Ejército, págs. 147-157.15 M. Alpert, La reforma militar, págs. 216-28; Azaña, anotación del 20 de julio

de 1931, Obras, IV, pág. 35.

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raba de la Entente Internationale contre la Troisième Internationale,retrataban al régimen como el Caballo de Troya de los comunistas ymasones, decididos a desencadenar las hordas impías de Moscú con-tra España y todas sus grandes tradiciones16. Sin duda, el desafío a lasprácticas del Ejército que suponían las reformas militares de Azaña,provocó, cuando menos, nostalgia de la monarquía. Tampoco le fueindiferente la noticia del 11 de mayo de la oleada de quemas de igle-sias en Madrid, Málaga, Sevilla, Cádiz y Alicante. Los ataques ha-bían sido llevados a cabo principalmente por anarquistas, convencidosde que la Iglesia estaba detrás de las actividades más reaccionarias deEspaña. Probablemente, Franco no se enterará de las acusaciones deque la gasolina de aviación que se había utilizado para los primerosincendios la había sacado su hermano Ramón del aeródromo de Cua-tro Vientos. De lo que no cabe duda, sin embargo, es de que estabainformado sobre la declaración publicada por su hermano en la quedecía: «Contemplo con gozo aquellas llamas magníficas como la ex-presión de un pueblo que quiere liberarse del oscurantismo cleri-cal»17. Treinta años después, Franco describiría en apuntes tomadospara sus futuras memorias, que los incendios de iglesias fueron el he-cho que definió a la República18. Esto refleja su catolicismo subya-cente, y también hasta que punto la Iglesia y el Ejército se veían cadavez más como las principales víctimas de la persecución de la Repú-blica.

Sin embargo, ningún otro suceso ocurrido a raíz del 14 de abrilcimentó más el rencor de Franco hacía Azaña que la clausura de laAcademia General Militar de Zaragoza, ordenada el 30 de junio de1931. La noticia le llegó estando de maniobras en los Pirineos. En unprimer momento reaccionó con incredulidad, quedando desolado unavez se hizo a la idea. Le apasionaba su trabajo en la institución cas-trense y nunca perdonaría a Azaña y al llamado «gabinete negro» ha-bérselo arrebatado. Al igual que otros africanistas, Franco creía quese había condenado a muerte a la Academia por el mero hecho de seruno de los logros de Primo de Rivera. Asimismo, estaba convencidode que su espectacular carrera militar había levantado la envidia del«gabinete negro», que ahora quería hundirle. En realidad, la decisiónde Azaña se había basado en sus dudas sobre la eficacia de la instruc-

90 PAUL PRESTON

——————16 B. Crozier, Franco, historia y biografía, 2 vols., Madrid, Magisterio Español,

1984, pág. 92.17 C. Díaz, Mi vida con Ramón Franco, Barcelona, 1981, pág. 159; Arxiu Vidal

i Barraquer, Esglesia i Estat durant la segona República espanyola 1931-1936, 8vols., Montserrat, 1971-1990, I, pág. 85; R. Garriga, Ramón Franco, el hermano mal-dito, Barcelona, Planeta, 1978, pág. 232.

18 F. Franco, Apuntes personales..., pág. 4.

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ción impartida en la Academia y también en la certeza de que su cos-te era desproporcionado en un momento en el que se trataban de re-ducir los gastos militares. A Franco le costó contener su disgusto19.Escribió a Sanjurjo con la esperanza de que pudiese interceder anteAzaña, pero éste le contestó que tenía que resignarse a la clausura dela Academia. Unas pocas semanas más tarde, Sanjurjo diría a Azañaque Franco había reaccionado como «un niño al que le han quitadoun juguete»20.

La ira de Franco se pudo percibir a través de la retórica formal desu discurso de despedida en la Plaza de Armas de la Academia el 14de julio de 1931. Comenzó lamentando que no se fuese a celebrar lajura de bandera debido a que la República laica había suprimido el ju-ramento. Asimismo, destacó la importancia de la lealtad y cumpli-miento del servicio de los cadetes para con la Patria y el Ejército, yañadió que la disciplina «reviste su verdadero valor cuando el pensa-miento aconseja lo contrario de lo que se nos manda, cuando el cora-zón pugna por levantarse en íntima rebeldía o cuando la arbitrariedado el error van unidos a la acción del mando». Finalmente, aludió conevidente amargura a aquellos que la República había premiado por sudeslealtad con la monarquía y que ocupaban ahora los puestos másimportantes del Ministerio de la Guerra, «ejemplo pernicioso de in-moralidad e injusticia». Franco finalizó su discurso con el grito de¡Viva España!21. Treinta años más tarde comentaría orgulloso: «Yojamás di un viva a la República»22.

AZAÑA Y FRANCO

El discurso le supuso a Franco una amonestación en su hoja deservicios23. Dada la importancia que otorgaba a su intachable histo-rial militar, es fácil imaginar el resentimiento que sintió al ser infor-mado al respecto ese 23 de julio. No obstante, temeroso por el futuro

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——————19 R. Salas Larrazábal, Historia del Ejército popular, I, pág. 19; A. Cordón, Tra-

yectoria (recuerdos de un artillero), París, 1971, págs. 192-193; J. Arrarás, Franco,págs. 166-167; E. Mola, Obras, pág. 1.027; F. Franco Salgado-Araujo, Mi vida, págs.104-106; P. Franco, Nosotros..., págs. 90-92.

20 M. Azaña, anotación del 20 de julio de 1931, Obras, IV, pág. 35.21 «Discurso de despedida en el cierre de la Academia General Militar», Revista

de Historia Militar, Año XX, núm. 40 (1976), págs. 335-337.22 F. Franco Salgado-Araujo, 25 Mayo 1964, Mis conversaciones, pág. 425;

Franco Salgado-Araujo, Mi vida, pág. 122.23 M. Azaña, diario del 16 al 22 de julio de 1931, Obras, IV, págs. 33, 39. Véase

también el del 9 de diciembre de 1932; J. Arrarás, Memorias íntimas de Azaña, Ma-drid, 1939, págs. 307-308. Los servicios de Franco están recogidos en Hoja de servi-cios, págs. 82-83.

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de su carrera, Franco se tragó su orgullo y escribió al día siguienteuna ardiente, aunque poco convincente, carta de autodefensa al jefedel Estado Mayor de la V División, bajo cuya jurisdicción se encon-traba la Academia. En ella le pedía que trasmitiese al ministro de laGuerra su «respetuosa queja y sentimiento, por la errónea interpreta-ción dada a los conceptos contenidos en la alocución que, con moti-vo de la despedida de este centro, dediqué a los cadetes y que procu-ré sujetar a los más puros principios y esencias militares que fueronnorma de toda mi vida militar»24.

Parece que Azaña llegó entonces a la conclusión de que habíaque bajar los humos al soldado antaño favorito de la monarquía. Suscontactos con Franco, a través de la carta y de una reunión en el mesde agosto, le convencieron de que éste era suficientemente ambicio-so y oportunista como para ser sometido a sus propósitos con relati-va facilidad. En su valoración básica Azaña probablemente estuvieseen lo cierto, pero calibró mal lo fácil que sería obrar en consecuencia.Si le hubiera otorgado la misma facilidad para ascender de la que ha-bía gozado bajo la monarquía, es muy posible que Franco se hubieseconvertido en el niño mimado de la República. En realidad, la actitudde Azaña con Franco fue mucho más comedida, aunque el ministrode la Guerra pensase que era generosa. Después de perder la Acade-mia, Franco permaneció a la expectativa de destino, cobrando tansólo el 80 por ciento de su sueldo, durante casi ocho meses, tiempoque aprovechó para dedicarse a sus lecturas anticomunistas y antima-sónicas. Sin fortuna personal, con su carrera aparentemente truncada,viviendo en la casa de su esposa, Franco acumuló contra el régimenrepublicano un considerable rencor que también se ocupó de azuzardoña Carmen25.

Durante el verano de 1931, los oficiales del Ejército estaban queechaban humo por causa de las reformas militares y del espectáculode anarquía y desorden que trajeron consigo en Sevilla y Barcelonalas huelgas del sindicato anarquista CNT (Confederación Nacionaldel Trabajo)26. Dado el descontento ocasionado por las reformas deAzaña y la búsqueda por parte de los monárquicos de paladines pre-torianos que derrocasen la República, no eran infundados los rumo-res sobre una posible conspiración militar. Se barajaban con insisten-cia los nombres de los generales Emilio Barrera y Luis Orgaz y

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——————24 Franco al General Gómez Morato, V.ª División, 24 de julio, Gómez Morato al

ministro de la Guerra, 28 de julio, Archivo Azaña, Ministerio de Asuntos Exteriores,RE.131-1.

25 Testimonio de Ramón Serrano Súñer al autor; R. Garriga, La señora de ElPardo, Barcelona, Planeta, 1979, pág. 70.

26 M. Azaña, anotación del 22 de julio de 1931, Obras, IV, págs. 40-42; JoaquínArrarás, Historia de la segunda República, 4 vols., Madrid, 1956-1968, I, págs. 153-158.

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ambos fueron puestos brevemente bajo arresto domiciliario a media-dos de junio. Finalmente, en septiembre, tras la constatación de nue-vas conspiraciones monárquicas, Azaña desterró a Orgaz a las IslasCanarias. Los informes que llegaron al Ministerio le habían conven-cido de que Orgaz y Franco conspiraban juntos, y el ministro consi-deraba que el primero era «el más temible» de los dos. Sin embargo,a parte de los diarios de Azaña, hay pocas pruebas de que Franco es-tuviese envuelto en alguna actividad subversiva durante esta época27.A medida que pasaba el verano, las sospechas de que Franco estabaenvuelto de alguna forma en una conspiración continuaron acechan-do a Azaña. En los informes sobre los contactos entre el coronel JoséEnrique Varela, activista derechista y amigo de Franco, y Ramón deCarranza, poderoso y extremista jefe monárquico, salían menciona-dos los nombres de Franco y Orgaz. El ministro ordenó que se vigi-lasen todos los movimientos de Franco28.

Cuando la Comisión de Responsabilidades empezó a recabarpruebas para el inminente juicio de los implicados en las ejecucionesque tuvieron lugar tras la sublevación de Jaca, Franco apareció comotestigo. En el curso de su interrogatorio, el 17 de diciembre de 1931,Franco recordó al tribunal que el código de justicia militar permitíaejecuciones sumarias sin la aprobación previa de las autoridades civi-les. Cuando se le preguntó si deseaba añadir algo a su declaración,prosiguió defendiendo, de manera reveladora, la justicia militar«como una necesidad jurídica y una necesidad militar de que los de-litos militares, de esencia puramente militar y cometidos por milita-res, fuesen juzgados por personal preparado militarmente para estamisión». Por consiguiente, declaró Franco, los miembros de la Comi-sión, carentes de experiencia militar, no estaban capacitados para juz-gar lo que había sucedido en el consejo de guerra de Jaca.

Cuando se reanudó el proceso al día siguiente, Franco básica-mente puso en cuestión uno de los mitos más queridos de la Repúbli-ca, al declarar que Galán y García Hernández habían cometido un de-lito militar, desechando así la premisa principal de la Comisión queconsideraba la sublevación como una rebelión política contra un régi-men ilegítimo29. Aunque se protegió incluyendo en su discurso decla-raciones de respeto a la soberanía parlamentaria, implícita estaba laobservación de que la defensa de la monarquía por parte del Ejército

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——————27 Véase M. Azaña, anotaciones del 25 de julio, 15, 16 de septiembre de 1931,

Obras, IV, págs. 46, 129, 131; Joaquín Arrarás, Historia de la segunda República es-pañola..., I, pág. 470.

28 M. Azaña, 12, 13, 14 agosto de 1931, Obras, IV, págs. 79-80, 83.29 L. Suárez Fernández, Franco: la historia y sus documentos, 20 vols., Madrid,

1986, I, págs. 232-237.

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en diciembre de 1930 había sido legítima, contrario a lo sostenido porla mayoría de las autoridades de la República. Su declaración tam-bién dejó en evidencia su punto de vista acerca de la canonización delos rebeldes de Jaca. No obstante, en cuanto a la aceptación discipli-nada de la República, su declaración encajaba con la orden que habíaemitido el día 15 de abril y con su discurso de despedida de la Aca-demia. Por tanto, una vez más se puede observar que Franco, a dife-rencia de exaltados como Orgaz, estaba aún muy lejos de trocar sudescontento en rebelión activa.

Las oscuras declaraciones de lealtad disciplinada que había he-cho Franco distaban mucho de ser el compromiso entusiasta que lehubiera granjeado el favor oficial. Después de la pérdida de la Aca-demia, la puesta en cuestión de su historial de ascensos y el descon-tento de la clase obrera acentuado por la prensa de derechas, la acti-tud de Franco hacia la República no podía estar más cargada dedesconfianza y hostilidad. No es de extrañar que tuviera que esperarbastante tiempo antes de obtener destino, aunque es muestra tanto desus méritos profesionales como del reconocimiento de éstos por par-te de Azaña que el 5 de febrero de 1932 fuese nombrado Jefe de laXV Brigada de Infantería de Galicia, con sede en La Coruña, a don-de llegaría a final de mes30.

Franco no quería poner en peligro su nuevo puesto. Cuando llegóel momento, se distanció precavidamente del intento de golpe del ge-neral Sanjurjo del 10 de agosto de 1932. Como era de esperar, sinembargo, dado el pasado común de ambos en África, Franco habíaestado al tanto de los preparativos. Sanjurjo visitó La Coruña el 13 dejulio para inspeccionar el cuerpo local de Carabineros, cenó conFranco y habló con él acerca del inminente levantamiento. De acuer-do con la versión de su primo, Franco le dijo a Sanjurjo que no esta-ba dispuesto a participar en un golpe31. El conspirador monárquico,Pedro Sainz Rodríguez, organizó una nueva reunión, cuidando mu-cho su carácter clandestino, en un restaurante de las afueras de Ma-drid. Durante el encuentro Franco expresó sus dudas sobre el resulta-do del golpe y dijo no haber decidido aún cual sería su posturacuando éste se produjera. Prometió a Sanjurjo, sin embargo, que de-cidiera lo que decidiese nunca tomaría parte en una acción del go-bierno contra él32. Sin duda, la vacilación y vaguedad de Franco

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——————30 La Voz de Galicia, 5, 28 de febrero de 1932. Franco Salgado-Araujo, Mi

vida..., pág. 107.31 Franco, Apuntes personales..., pág. 9; Franco Salgado-Araujo, Mi vida..., pág.

108; L. Suárez Fernández, Franco..., I, págs. 246-247.32 P. Sainz Rodríguez, Testimonio y recuerdos, Barcelona, Planeta, 1978, págs. 325-

326; J. Lago, Las contra-memorias de Franco, Barcelona, Zeta, 1976, págs. 137-138.

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mientras esperaba a que se aclarase el resultado dieron esperanzas aSanjurjo y a sus compañeros golpistas de que acabaría participan-do. Cierto es que Franco no informó a sus superiores de lo que seestaba fraguando. A pesar de todo, sintiéndose abandonado por sucompañero, Sanjurjo diría en el verano de 1933 durante su encarce-lamiento tras el fracaso del golpe: «Franquito es un cuquito que va alo suyito»33.

La derecha conspiradora, civil y militar, concluyó entonces lomismo que Franco había concluido en un primer momento: no se po-día volver a caer en el error de un golpe mal preparado. Miembros delgrupo de extrema derecha Acción Española y el capitán Jorge Vigóndel Estado Mayor, crearon a finales del mes de septiembre de 1932un comité de conspiración monárquico para poner en marcha los pre-parativos de un futuro levantamiento militar. Acción Española, la re-vista del grupo a la que Franco estuvo subscrito desde la publicaciónde su primer número en diciembre de 1931, defendía en sus páginasla legitimidad teológica, moral y política de una sublevación contra laRepública34.

En esta ocasión, Franco mostró cierto interés pero se mantuvomuy cauteloso. Cuando Sanjurjo le pidió que le defendiera en su jui-cio, se negó a hacerlo35. Tampoco se unió a la actividad conspiradoraque llevó a la creación de la Unión Militar Española, organizaciónclandestina de oficiales monárquicos36.

El 28 de enero de 1933 se anunciaron los resultados de la revisiónde ascensos. El ascenso de Franco a coronel fue impugnado, el de ge-neral validado. Mas que degradarle se le congeló en la escala de an-tigüedad hasta que una combinación de vacantes y antigüedad le per-mitió alcanzar la posición a la que había llegado por méritos deguerra. Franco mantuvo su rango con efectos de la fecha de su pro-moción en 1926. Sin embargo, bajó del número uno en el escalafónde generales de brigadas al 26, de un total de 34. Al igual que la ma-yoría de sus camaradas, el resultado de la revisión le llenó de rencorante lo que percibía como cerca de dos años de ansiedad innecesaria

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——————33 E. Vegas Latapie, Memorias política, Barcelona, Planeta, 1983, pág.184.34 Acción Española, tomo XVIII (Burgos), marzo de 1937, págs. 17-19; E. Ve-

gas Latapie, Los caminos del desengaño: memorias políticas, Madrid, Tebas, 1987,pág. 79.

35 R. Baón, La cara humana de un caudillo, Madrid, San Martín, 1975, pág. 110.36 J. A. Ansaldo, ¿Para qué...? Memoires d’un monarchiste espagnol, 1931-

1952, Mónaco, Editions du Rocher, 1953, pág. 51; Antonio Cacho Zabalza, La UniónMilitar Española, Alicante, 1940, pág. 14; Vicente Guarner, Cataluña en la guerrade España, Madrid, 1975, págs. 64-66; Julio Busquets, «La Unión Militar Española,1933-1936», Historia 16, «La guerra civil», 24 vols., Madrid, 1986, III, págs. 86-99.

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y una humillación gratuita37. Años más tarde, Franco seguiría escri-biendo sobre «el despojo de ascensos» y la injusticia de todo el pro-ceso38.

En febrero de 1933 Azaña le otorgó la comandancia militar de lasIslas Baleares, «donde estaría alejado de cualquier tentación»39. Estedestino normalmente hubiese correspondido a un general de divisióny pudo bien haber formado parte de los esfuerzos de Azaña paraatraer a Franco a la órbita de la República, en recompensa por su pa-sividad durante la Sanjurjada. Sin embargo, su rápido ascenso en elescalafón militar facilitado por el rey y Primo de Rivera, hizo queFranco no percibiese el mando de Baleares como un premio. En elborrador de sus memorias lo calificaba como una postergación, lejosde lo que merecía por su antigüedad40. A continuación, en un acto declara irreverencia cuidadosamente calculado, Franco retrasó más dedos semanas tras su nombramiento, la visita reglamentaria al minis-tro de la Guerra para darle cuenta de su nuevo destino41.

Como simpatizante de la CEDA, a Franco le agradó la victoria dela coalición de ésta y los radicales de noviembre de 1933, que le acer-caría considerablemente al centro de influencia política. Después delas vejaciones de los dos años precedentes, el período de gobierno delcentro-derecha volvió a poner a Franco en medio de la acción. Detrásquedaba la cruel persecución de Franco y otros oficiales de ideas afi-nes por parte de Azaña; a los cuarenta y dos años de edad, Franco seencontró con que los políticos volvían a agasajarle tanto como duran-te la dictadura. El motivo era obvio: Franco era el general joven deideas derechistas más famoso del Ejército, y nadie podía acusarlede haber colaborado con la República. La nueva fama y aceptación deFranco coincidió con la mordaz polarización de la política españoladurante ese período, y se alimentó de ésta. La derecha consideró suéxito en las elecciones de noviembre de 1933 como una oportunidadpara dar marcha atrás a las reformas iniciadas durante los 19 mesesprecedentes por el gobierno de coalición republicano-socialista. Enun contexto de aguda crisis económica, con uno de cada ocho obre-ros sin empleo en el ámbito nacional y uno de cada cinco en el sur delpaís, una sucesión de gobiernos empeñados en desmontar el procesode reforma sólo conseguiría causar desesperación y violencia entrelas clases trabajadoras rurales y urbanas. Los dirigentes del movi-

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——————37 M. Azaña, anotación del 8 de febrero de 1933, Memorias íntimas, pág. 310; M.

Alpert, La reforma militar, págs. 223-228.38 F. Franco, Apuntes personales, pág. 9.39 M. Azaña, anotación del 8 de febrero de 1933, Memorias íntimas, pág. 310.40 F. Franco, Apuntes personales, pág. 9.41 M. Azaña, anotación del 1 de marzo de 1933, Obras, IV, pág. 447.

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miento socialista, ante la amargura de las bases por la derrota en laselecciones y la indignación por la despiadada ofensiva de los empre-sarios, adoptaron una táctica de retórica revolucionaria con la vanaesperanza de amedrentar a la derecha para que contuviese su agresi-vidad, y de forzar al presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamo-ra, a convocar nuevas elecciones. A largo plazo, esta táctica reafirmóla opinión de la derecha, y especialmente de los altos mandos delEjército, de que para hacer frente a la amenaza de la izquierda era ne-cesario el uso de medidas autoritarias radicales.

El ministro de la Guerra, Diego Hidalgo, diputado conservadorradical por Badajoz, sabía más sobre el problema agrario que sobrecuestiones militares. Pese a todo, con encomiable humildad, admitiósu falta de conocimientos militares y su necesidad de asesoramientoprofesional42. Asimismo, se propuso cultivar las simpatías de los mi-litares hacia su partido suavizando algunas de las medidas adoptadaspor Azaña y revocando otras43. Franco conoció al nuevo ministro dela Guerra cuando éste llevaba en el cargo escasamente una semana, aprincipios de febrero. Hidalgo, claramente impresionado con el jovengeneral, logró a finales de marzo de 1934 la aprobación por parte delConsejo de Ministros de su promoción a general de división, rangoen el que volvió a ser el más joven de España44. Su relación con Hi-dalgo se consolidó en junio durante una visita de cuatro días realiza-da por el ministro a las Islas Baleares donde Franco era comandantegeneral. Al ministro le causó especial admiración su capacidad detrabajo, su meticulosidad y su frialdad para encarar y resolver proble-mas. Era tal su admiración por el general que, antes de marcharse dePalma de Mallorca y rompiendo con el protocolo militar, le propusoasistir como su asesor a unas maniobras militares en los montes deLeón ese septiembre45.

Conforme avanzaba 1934, Franco se convirtió en el general favo-rito de los radicales, y cuando el clima político se volvió más hostil

EL TRAIDOR: FRANCO Y LA SEGUNDA REPÚBLICA, DE GENERAL MIMADO... 97

——————42 Diego Hidalgo Durán, Un notario español en Rusia, Madrid, 1929; Diego Hi-

dalgo, ¿Por qué fui lanzado del Ministerio de la Guerra? Diez meses de actuaciónministerial, Madrid, 1934, págs. 38, 103-104; Concha Muñoz Tinoco, Diego Hidal-go, un notario republicano, Badajoz, 1986, págs. 19, 87-89.

43 D. Hidalgo, ¿Por qué fui lanzado?, págs. 105-112; C. Muñoz Tinoco, DiegoHidalgo, págs. 89-92; Elsa López, José Álvarez Junco, Manuel Espadas Burgos yConcha Muñoz Tinoco, Diego Hidalgo: memoria de un tiempo difícil, Madrid, Alian-za, 1986, págs. 153-162; G. Cardona, El poder militar en la España contemporáneahasta la guerra civil, Madrid, Siglo XXI, 1983, págs. 197-198; Carlos Seco Serrano,Militarismo y civilismo en la España contemporánea, Madrid, Instituto de EstudiosEconómicos, 1984, pág. 408.

44 ABC, 28, 30 de marzo de 1934; Franco Salgado, Mi vida, pág. 114.45 D. Hidalgo, ¿Por qué fui lanzado?, págs. 77-79; entrevista con Hidalgo en The

Sunday Express, 15 de mayo de 1938; Franco Salgado, Mi vida, pág. 114.

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después de octubre, pasó a ser el general de la CEDA, cuya políticade derechas era más agresiva. El favoritismo que le mostraba Hidal-go contrastaba fuertemente con el trato que Franco creía haber reci-bido de Azaña. Además, el gobierno radical, respaldado en las Cor-tes por la CEDA, seguía una política social conservadora y estabaminando poco a poco el poder de los sindicatos, por lo que la Repú-blica comenzó a parecerle a Franco mucho más aceptable. Aunqueprocuró distanciarse de los generales que formaban parte de las cons-piraciones monárquicas, compartía indudablemente algunas de suspreocupaciones.

En asuntos sociales, políticos y económicos, Franco se dejaba in-fluir por los boletines de la Entente Internacional contra la TerceraInternacional con sede en Ginebra, que recibía con regularidad des-de 1928. En la primavera de 1934, adquirió una nueva suscripcióncon dinero de sus propio bolsillo y mandó una carta a Ginebra el 16de mayo expresando su admiración por el trabajo que llevaban acabo46. La Entente era una organización ultraderechista que por en-tonces ya tenía contacto con la Antikomintern del doctor Goebbels, yque buscaba y contactaba a personas influyentes convencidas de lanecesidad de prepararse para la lucha contra el comunismo. Asimis-mo, proporcionaba a sus subscriptores informes que pretendían des-velar inminentes ofensivas comunistas. Vistas desde el prisma de laspublicaciones de la Entente, las numerosas huelgas de 1934 ayudarona convencer a Franco de que en España se avecinaba un asalto comu-nista de importancia47.

La política vengativa de los gobiernos radicales, jaleada por laCEDA, dividió a España. La izquierda veía el fascismo detrás decada acción de la derecha; la derecha y muchos oficiales del Ejérci-to, presentían una revolución de inspiración comunista en cada mani-festación y huelga. En septiembre, Franco abandonó las Baleares yviajó a la Península para aceptar la invitación de Diego Hidalgo. Éstele había ofrecido ser su asesor técnico personal durante las maniobrasmilitares que iban a tener lugar en León a finales de mes bajo el man-do del general Eduardo López Ochoa. No está claro por qué el minis-tro necesitaba un «consejero técnico personal» cuando López Ochoay otros oficiales de más alta graduación, incluyendo el jefe del Esta-do Mayor, estaban a sus órdenes. Por otro lado, si lo que le preocupa-

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——————46 Franco al secretario de la Entente, 16 de mayo de 1934, reproducido en Bureau

Permanent de l’Entente Internationale Anticomuniste, Dix-sept ans de lutte contre le bol-chévisme 1924-1940, Ginebra, 1940, pág. 35; correspondencia adicional en Documentosinéditos para la historia del Generalísimo Franco, I , Madrid, 1992, págs. 11-12.

47 H. Southworth, manuscrito sobre la Entente; L. Suárez Fernández, Franco, I,págs. 268-269; G. Hills, Franco: The Man and His Nation, Nueva York, 1967, pág. 207.

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ba en realidad era la habilidad del Ejército para aplastar una acción deizquierdas, Franco sería un consejero más firme que López Ochoa oel general Carlos Masquelet, jefe del Estado Mayor. De esta forma,cuando estalló la revolución de Asturias, Franco estaba aún en Ma-drid. Diego Hidalgo decidió que permaneciera en el Ministerio comosu asesor personal48.

LA REVOLUCIÓN DE ASTURIAS

Aunque Alcalá-Zamora rechazó la propuesta de conceder for-malmente a Franco el mando de las tropas en Asturias, Diego Hidal-go le colocó, de forma oficiosa, al frente de todas las operaciones.Así, Franco probaría por primera vez las mieles embriagadoras de unpoder político-militar sin precedentes. El ministro utilizó a ‘su conse-jero’ como jefe oficioso del Estado Mayor Central, marginando a supropio personal y firmando servilmente las órdenes que Franco re-dactaba49. De hecho, los poderes que Franco ejercía oficiosamentefueron más allá de lo que se pudo pensar entonces: la declaración delestado de guerra transfirió al Ministerio de la Guerra la responsabili-dad del orden público que en principio correspondían al Ministeriode la Gobernación. En la práctica, la total dependencia de Hidalgorespecto de Franco le dio a éste el control de las funciones de ambosministerios50. Debido a la especial dureza con que Franco dirigió larepresión desde Madrid, los acontecimientos de Asturias adquirieronun cariz que posiblemente no hubiesen tomado si el personal perma-nente del Ministerio hubiese tenido el control de la situación.

Franco asumió con naturalidad la idea de que un soldado tuviesetanto poder. En lo fundamental encajaba con la visión del papel de losmilitares en política que le habían inculcado en sus años como cade-te en la Academia de Toledo. Era como dar marcha atrás hacia losaños dorados de la dictadura de Primo de Rivera. Franco daba por he-cho el reconocimiento implícito de su posición y capacidad personal.En general, Asturias fue una experiencia intensamente formativa quereforzó su convencimiento mesiánico de que había nacido para go-bernar. Intentaría repetirla sin éxito tras la victoria del Frente Popularen febrero de 1936, antes de conseguirlo de forma definitiva en el

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——————48 D. Hidalgo, ¿Por qué fui lanzado?, págs. 79-81; C. Muñoz Tinoco, Hidalgo,

pág. 93; López et al., Hidalgo, págs. 171-172.49 N. Alcalá-Zamora, Memorias, Barcelona, Planeta, 1977, pág. 296; J. S. Vidar-

te, El bienio negro y la insurrección de Asturias, Barcelona. Grijalbo, 1978, págs.290-291.

50 M. Ballbé, Orden público y militarismo en la España constitucional (1812-1983), Madrid, Alianza, 1983, págs. 371-372.

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curso de la Guerra Civil. Franco, influido por el material que recibíade la Entente Anticomuniste de Ginebra, opinaba que la sublevaciónde los obreros había sido planeada por agentes del Komintern. Esterazonamiento le hacía más fácil utilizar tropas contra civiles españo-les como si fuesen el enemigo extranjero.

En la sala de telégrafos del Ministerio de la Guerra, Franco esta-bleció un pequeño cuartel general que, junto a él, integraban su pri-mo Pacón y dos oficiales de la Armada, el capitán Francisco MorenoFernández y el teniente coronel Pablo Ruiz Marset. Como no teníannombramiento oficial, trabajaban vestidos de civil y durante dos se-manas controlaron los movimientos de las tropas, los barcos y los tre-nes que se iban a emplear para aplastar la revolución. Franco inclusodirigió los bombardeos de la costa por parte de artillería naval, utili-zando su teléfono de Madrid como enlace entre el crucero Libertad ylas fuerzas de tierra en Gijón51. Mientras que algunos de los oficialesde alto rango de tendencias más liberales no se decidían a utilizartodo el peso de las fuerzas armadas debido a consideraciones huma-nitarias, Franco encaraba el problema que tenía ante sí con gélidacrueldad.

Los valores derechistas a los que era fiel tenían como símbolocentral la reconquista de España con la expulsión de los «moros». Sinembargo, ante la posibilidad de que los reclutas obreros se negasen adisparar contra civiles españoles de su misma clase, y queriendo evi-tar la extensión del movimiento revolucionario debilitando otrasguarniciones de la Península, Franco no tuvo escrúpulos en embarcarmercenarios marroquíes para luchar en Asturias, única zona de Espa-ña en la que no hubo dominación musulmana. La presencia de estosmercenarios no implicaba ninguna contradicción por la sencilla ra-zón de que Franco sentía por los obreros de izquierdas el mismo des-precio racista que habían despertado en él las tribus del Rif. «Estaguerra es una guerra de fronteras», le diría Franco a un periodista, «ylos frentes son el socialismo, el comunismo y todas cuantas formasatacan a la civilización para reemplazarla por la barbarie»52. Con inu-sitada velocidad y eficacia, se enviaron a Asturias dos banderas de laLegión y dos tabores de Regulares. Fue decisión de Franco utilizar aldespiadado teniente coronel Juan Yagüe; también por consejo suyoHidalgo encargó las operaciones policiales posteriores al comandan-te de la Guardia Civil Lisardo Doval, con fama de violento. Franco yDoval habían coincidido en El Ferrol de niños, en la Academia de In-fantería de Toledo y en Asturias en 1917.

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——————51 F. Franco Salgado-Araujo, Mi vida..., págs. 114-116; J. Arrarás, Franco, pág. 189.52 Claude Martin, Franco, soldado y estadista, Madrid, 1965, págs. 129-130.

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La prensa de derechas presentó a Franco, más que a LópezOchoa, como el auténtico vencedor contra los revolucionarios ycomo el cerebro que había detrás de la fulminante victoria en Astu-rias. Diego Hidalgo se deshizo en halagos al valor de Franco, su ex-periencia militar y su lealtad a la República, y la prensa de derechasempezó a describirle como el «Salvador de la República»53. En reali-dad, Franco había manejado la crisis con firmeza y eficacia, pero conescasa brillantez. Sus tácticas, no obstante, resultan interesantescomo anticipo de los métodos que utilizaría durante la Guerra Civil.Básicamente, la idea era sofocar al enemigo obteniendo superioridadlocal y sembrando el terror en sus filas, tal y como indicaba la selec-ción de Yagüe y Doval54.

En 1934, Franco seguía siendo contrario a cualquier intervenciónmilitar en política: su participación en la represión de la insurrecciónde Asturias le había dado la seguridad de que una República conser-vadora, dispuesta a utilizar sus servicios, podía mantener a raya a laizquierda. Pero no todos sus compañeros de armas compartían su op-timismo. Fanjul y Goded estaban hablando con personajes importan-tes de la CEDA sobre la posibilidad de un golpe militar para impedirla conmutación de las sentencias de muerte por los sucesos de Astu-rias. Gil Robles les informó a través de un intermediario que laCEDA no se opondría al golpe. Se acordó consultar a otros generalesy a los comandantes de las guarniciones más importantes. Tras son-dear a Franco y a otros, llegaron a la conclusión de que no contabancon apoyo suficiente para el golpe55. Franco, recientemente nombra-do comandante en jefe del Ejército de Marruecos, no tenía motivospara arriesgar su carrera en un golpe mal preparado. A raíz de la pu-blicidad que recibió su actuación en la represión militar de la revolu-ción de Asturias, la derecha empezó a considerarle como un salvadorpotencial y la izquierda como un enemigo .

En mayo de 1935, cinco cedistas, entre ellos Gil Robles como mi-nistro de la Guerra, entraron en el nuevo gobierno de Lerroux. GilRobles colocó en altos cargos a conocidos adversarios del régimen,haciendo regresar a Franco de Marruecos para nombrarlo jefe del Es-tado Mayor. A mediados de 1935, a Franco aún le quedaba caminopor recorrer para empezar a contemplar una intervención militar con-

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——————53 Diario de las sesiones de Cortes, 6 de noviembre de 1934; ABC, 6, 7, 10, 13,

12, 16 de octubre de 1934.54 Para las atrocidades cometidas por la Legión y los hombres de Doval, véase J.

S. Vidarte, El bienio negro..., págs. 359-362.55 Joaquín Arrarás, Historia de la Cruzada española, 8 vols., 36 tomos, Madrid,

1939-1943, II, pág. 277; J. M. Gil Robles, No fue posible la paz, Barcelona, Ariel,1968, págs. 141-148.

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tra la República. Siempre que Franco tuviese un cargo que considera-se acorde con sus méritos, estaría en principio contento de desempe-ñar su trabajo con profesionalidad. En cualquier caso, tampoco olvi-daba el fracaso del golpe de Sanjurjo del 10 de agosto de 1932.Además, dada su buena relación con Gil Robles, su trabajo cotidianole producía una enorme satisfacción56.

Como jefe del Estado Mayor, Franco pasó muchas horas dedica-do a la que consideraba su principal tarea: corregir las reformas deAzaña57. Interrumpió la revisión de promociones que había iniciadoAzaña y llevó a cabo una purga entre los oficiales leales a la Repúbli-ca, que fueron relevados de sus cargos por su «indeseable ideología».A cambio, rehabilitó y ascendió a otros que eran conocidos por suhostilidad hacia la República. Emilio Mola fue nombrado comandan-te militar de Melilla y poco después jefe de las fuerzas militares deMarruecos. José Enrique Varela fue ascendido a general y se distri-buyeron medallas y promociones entre aquellos que habían desta-cado en la represión de Asturias58. Gil Robles y Franco trajeron aMola a Madrid en secreto con el objeto de preparar planes detalla-dos para el uso del ejército colonial en la España peninsular en casode que se produjesen nuevos disturbios59. Franco recordaría su etapacomo jefe del Estado Mayor con gran satisfacción, pues sus logrosdurante este periodo facilitarían el posterior esfuerzo de guerra de losnacionales60.

Cuando Alcalá-Zamora convocó nuevas elecciones a finales de1935, Gil Robles se planteó la posibilidad de preparar otro golpe deEstado. El general Fanjul le dijo que el general Varela y él estabandispuestos a utilizar las tropas de Madrid para impedir que el presi-dente llevara a cabo sus planes de disolver las Cortes. A Gil Robles lepreocupaba que la iniciativa de Fanjul pudiera fracasar y por ello lesugirió que tanteara a Franco y a otros generales antes de tomar unadecisión definitiva. La noche en que Fanjul, Varela, Goded y Francosopesaban las posibilidades de éxito, Gil Robles no pegó ojo. Todoseran conscientes del problema que presentaba el hecho de que, casi

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——————56 F. Franco, Apuntes personales..., págs. 13-14; F. Franco Salgado-Araujo, Mi

vida..., págs. 122-124. En Sevilla, en las primeras semanas de la guerra, Franco estu-vo hablando todavía sobre la descuidada preparación de la Sanjurjada, J. M. Pemán,Mis encuentros con Franco, Barcelona, Dopesa, 1976, pág. 56.

57 F. Franco Salgado-Araujo, Mi vida..., pág. 122; R. Garriga, La señora..., pág. 83.58 J. M. Gil Robles, No fue posible..., págs. 234-243; Antonio López Fernández,

Defensa de Madrid, México D.F., 1945, págs. 40-43.59 J. M. Iribarren, Con el general Mola: escenas y aspectos inéditos de la guerra

civil, Zaragoza, 1937, pág. 44; R. De la Cierva, Francisco Franco: biografía históri-ca, 6 vols., Barcelona, 1982, II, pág. 162.

60 F. Franco, Apuntes personales..., págs. 14-15.

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con toda seguridad, la Guardia Civil y la policía se opondrían al gol-pe61. José Calvo Sotelo también envió a Juan Antonio Ansaldo a quepresionara a Franco, Goded y Fanjul, para que dieran un golpe queacabase con los planes de Alcalá-Zamora. Pero Franco les convencióde que, a la luz de la fuerza de la resistencia obrera durante los suce-sos de Asturias, el Ejército todavía no estaba preparado para la ac-ción62. El plan mucho más irresponsable de enviar a varios cientos defalangistas a unirse a los cadetes en el Alcázar de Toledo para iniciarun golpe, también se abandonó cuando Franco le dijo al coronel JoséMoscardó, comandante militar de Toledo, que estaba condenado alfracaso63.

Las elecciones se fijaron para el 16 de febrero de 1936. Durantetodo el mes, la intensidad de los rumores sobre un golpe militar en elque participaría Franco hicieron que el presidente interino, ManuelPortela Valladares, enviara un día de madrugada al director generalde Seguridad, Vicente Santiago, al Ministerio de la Guerra para ver aFranco y clarificar la situación. El jefe del Estado Mayor actuó con lamisma cautela que había mostrado ante el general Moscardó pocosdías antes. No obstante, sus palabras tenían un doble sentido: «Sonnoticias completamente falsas; yo no conspiro ni conspiraré mientrasno exista el peligro comunista en España»64.

La victoria obtenida por el Frente Popular el 16 de febrero sem-bró el pánico entre los círculos de derechas. Franco y Gil Robles, deforma coordinada, trabajaron sin respiro para que no se divulgara elresultado de las urnas, y su objetivo principal fue el presidente delgobierno, Portela Valladares, que también era ministro de la Gober-nación. Gil Robles le dijo a Portela que el éxito del Frente Populartraería violencia y anarquía, y le pidió que decretara la ley marcial.Franco, por su parte, estaba convencido de que los resultados de laselecciones eran el primer paso en el plan de la Komintern de conquis-tar España. Por consiguiente, envió a Carrasco a que advirtiese al co-ronel Valentín Galarza, de la conspiradora Unión Militar Española,

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——————61 J. M. Gil Robles, No fue posible..., págs. 358-367; Boaventura, Madrid-Mos-

covo..., pág. 192.62 Franco a Gil Robles, abril de 1937, citado por Jaime del Burgo, Conspiración

y guerra civil, Madrid, 1970, págs. 228-229; Documentos inéditos, pág. 28.63 Maximiano García Venero, Falange en la guerra de España: la Unificación y

Hedilla, París, 1967, pág. 66; Benito Gómez Oliveros, General Moscardó, Barcelo-na, AHR, 1956, pág. 104; carta de Fernández Cuesta a Felipe Ximénez de Sándoval,9 de febrero de 1942, reproducida en Gil Robles, No fue posible..., pág. 367, y Rai-mundo Fernández Cuesta, Testimonio, recuerdos y reflexiones, Madrid, 1985, págs.52-53; Herbert R. Southworth, Antifalange; estudio crítico de «Falange en la guerrade España» de Maximiano García Venero, París, 1963, págs. 91-94.

64 Manuel Portela Valladares, Memorias: dentro del drama español, Madrid,Alianza, 1988, págs. 168-169.

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para que pudiese alertar a los oficiales clave en las guarniciones pro-vinciales. A continuación, Franco telefoneó al general Pozas, directorgeneral de la Guardia Civil, un viejo africanista que pese a todo eraleal a la República, y le dijo que los resultados suponían desorden yrevolución. Franco propuso, en un lenguaje tan cauteloso que era casiincompresible, que Pozas se uniera a una acción para imponer el or-den. Pozas descartó sus temores y le explicó con calma que la presen-cia de muchedumbres en las calles era únicamente la legítima expre-sión de alegría republicana.

Franco decidió presionar al ministro de la Guerra, el general Ni-colás Molero. Le visitó en sus habitaciones e intentó en vano que to-mara la iniciativa y declarase un estado de guerra. Finalmente, con-vencido por los argumentos de Franco acerca del peligro comunista,Molero instó a Portela a que convocase un consejo de ministros paradiscutir la proclamación del estado de guerra65. Franco decidió queera esencial que Portela hiciese uso de su autoridad y ordenase al ge-neral Pozas el uso de la Guardia Civil contra la población. Antes deque pudiera hablar con Portela, el Consejo se reunió y aprobó, con lafirma del presidente, un decreto que declaraba el estado de guerra yque se mantendría en reserva hasta y cuando Portela lo juzgase nece-sario66. Franco marchó a su despacho y con la llegada de informes so-bre pequeños incidentes en el transcurso de la mañana su inquietudno hizo más que aumentar. Decidió enviar entonces un emisario algeneral Pozas para pedirle, de forma más directa que horas antes, queusara a sus hombres para «reprimir a las fuerzas de la revolución».Pozas se volvió a negar. El general Molero se había mostrado total-mente incompetente y en la práctica Franco era el que gobernaba elMinisterio. Habló a continuación con los generales Goded y Rodríguezdel Barrio para averiguar si en caso necesario se podía contar con lasunidades que tenían bajo su mando. Poco después de que acabase elConsejo de Ministros, Franco se propuso lograr que entrase en vigor eldecreto que declaraba el estado de guerra, que Portela había obtenidodel gabinete y cuya existencia conocía a través de Molero67.

Minutos después de ser telefoneado por Molero, Franco utilizó laexistencia del decreto como tenue velo de legalidad bajo el que con-vencer a los jefes militares locales para que declarasen el estado deguerra. Franco estaba intentando recuperar el papel que había desem-

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——————65 J. M. Gil Robles, No fue posible..., págs. 492-493; Franco, Apuntes persona-

les..., págs. 25-28; J. Arrarás, Historia de la Cruzada, II, pág. 439.66 M. Portela, Memorias..., págs. 183-184; N. Alcalá-Zamora, Memorias..., pág.

347; F. Franco, Apuntes personales..., págs. 28-30.67 F. Franco, Apuntes personales..., pág. 30; R. de la Cierva, Historia del fran-

quismo: I orígenes y configuración (1939-1945), Barcelona, 1975, pág. 640.

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peñado durante la revolución de Asturias, asumiendo los poderes defacto del Ministerio de la Guerra y del Ministerio de la Gobernación.Pero el jefe del Estado Mayor no tenía autoridad para usurpar el pues-to del director de la Guardia Civil. Sin embargo, Franco hizo caso asu instinto y en respuesta a las órdenes procedentes de su despacho enel Ministerio de la Guerra, se declaró el estado de guerra en Zarago-za, Valencia, Oviedo y Alicante. Lo mismo estuvo a punto de ocurriren Huesca, Córdoba y Granada68. Sin embargo, no respondió el sufi-ciente número de comandantes de provincia; la mayoría contestó di-ciendo que sus oficiales no secundarían un movimiento que tuvieraen contra a la Guardia Civil y a la Guardia de Asalto. Cuando los je-fes locales de la Guardia Civil telefonearon a Madrid para averiguarsi se había declarado el estado de guerra, Pozas les aseguró que no eraasí69. La iniciativa de Franco había fracasado.

Por eso, cuando Franco vio al jefe del gobierno por la tarde, tuvocuidado de no desvelar todas sus cartas. En términos muy corteses ledijo a Portela que, en vista del peligro que constituía un gobierno delFrente Popular, le ofrecía su apoyo y el del Ejército si decidía mante-nerse en el poder, lo que suponía de hecho una invitación para que au-torizase un golpe militar con el fin de anular el resultado de las elec-ciones. Franco dejó claro que necesitaba el acuerdo de Portela paraeliminar el principal obstáculo a su propuesta, la oposición de laGuardia Civil y de la policía70.

Pese a que Portela se negó en rotundo a acceder a las pretensio-nes ilegales e inconstitucionales de Franco y Gil Robles, no cesaronlos esfuerzos para organizar la intervención militar. La clave conti-nuaba siendo la actitud de la Guardia Civil. Al anochecer del 17 de fe-brero, el general Goded intentó sacar a sus tropas del cuartel de laMontaña en Madrid en un intento de complementar los esfuerzos deFranco unas horas antes. Sin embargo, los oficiales de éste y otroscuarteles se negaron a rebelarse si no existían garantías de que laGuardia Civil no se opondría. En círculos gubernamentales se dabapor hecho la total implicación de Franco en la iniciativa de Goded.

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——————68 F. Franco, Apuntes personales..., pág. 30; J. Arrarás, Historia de la Cruzada...,

II, pág. 440; J. M. Gil Robles, No fue posible..., págs. 494-495; M. Portela, Memo-rias..., pág. 184; Juan-Simeón Vidarte, Todos fuimos culpables: testimonio de un so-cialista español, México D.F., Tezontle, 1973, pág. 49.

69 F. Franco, Apuntes personales..., págs. 28-30; Servicio Histórico Militar, His-toria de la guerra de liberación, Madrid, 1945, I, pág. 421; J. S. Vidarte, Todos fui-mos culpables..., pág. 48.

70 El Sol, 19 de febrero de 1936; M. Portela, Memorias..., págs. 184-185, 190; J.Arrarás, Historia de la Cruzada..., II, pág. 441; entrevista de Franco con ArmandoBoaventura, Madrid-Moscovo, págs. 207-208; B. Félix Maíz, Alzamiento en España:de un diario de la conspiración, 2.ª ed., Pamplona, 1952, pág. 37.

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Tal era la opinión de Pozas y del general Miguel Núñez del Prado,jefe de la policía, que, pese a todo, le asegurarían a Portela el 18 defebrero que la Guardia Civil se opondría a cualquier militarada. Asi-mismo, Pozas rodeó todos los cuarteles sospechosos con destaca-mentos de la Guardia Civil71. El día 18, a punto de dar la medianoche,José Calvo Sotelo y el militante carlista Joaquín Bau fueron a ver aPortela al Hotel Palace y le instaron a que apelará a Franco, a los je-fes de los cuarteles militares de Madrid y a la Guardia Civil para im-poner el orden72. Toda esta actividad en torno a Portela y el fracaso deGoded, confirmaban las sospechas de Franco de que el Ejército noestaba preparado para dar un golpe.

Los esfuerzos de Gil Robles, Calvo Sotelo y Franco no disuadie-ron a Portela y al resto del gabinete de su decisión de dimitir, y esmás, lo más probable es que al asustarlos sólo consiguieran hacerlestomar la decisión con mayor celeridad. A las diez y media de la ma-ñana del 19 de febrero acordaron entregar el poder a Azaña con efec-to inmediato, sin esperar a la apertura de las Cortes. Antes de quePortela pudiese informar a Alcalá-Zamora de su decisión fue infor-mado de que el general Franco le había estado esperando durante unahora, desde la dos y media del mediodía, en el Ministerio de la Go-bernación. Durante la espera, Franco le había comentado al secreta-rio de Portela, José Martí de Veses, que las amenazas al orden públi-co hacían necesario que entrase en vigor el decreto de declaración delestado de guerra que Portela tenía en el bolsillo. Martí dijo que esodividiría al Ejército. Franco contestó con seguridad que el uso de laLegión y de los Regulares mantendría unido al Ejército, lo que con-firma una vez más que no tenía reparos en utilizar el ejército colonialen la España peninsular y que estaba convencido de que era esencialhacerlo si se quería lograr la derrota definitiva de la izquierda. Al pa-sar al despacho del presidente del gobierno, Franco volvió a intentarconvencerle sin éxito de que no dimitiera73.

En la tarde del 19 de febrero, Azaña se vio forzado a tomar el po-der prematuramente para disgusto de la derecha y, de hecho, para supropia irritación. No cabe duda de que Franco, pese a cubrirse bienlas espaldas, nunca había estado tan cerca de unirse a un golpe mili-tar como durante la crisis del 17-19 de febrero. En última instancia,

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——————71 El Socialista, 19 de febrero de 1936; Manuel Goded, Un «faccioso» cien por

cien, Zaragoza, 1939, págs. 26-27; M. Azaña, anotación del 19 de febrero de 1936,Obras, IV, pág. 563; Diego Martínez Barrio, Memorias, Barcelona, Planeta, 1983,págs. 303-304; J.M. Gil Robles, No fue posible..., págs. 497-498; J. S. Vidarte, Todosfuimos culpables..., págs. 40-42, 48-49.

72 J. Arrarás, Historia de la Cruzada..., II, pág. 443.73 M. Portela, Memorias..., págs. 192-193; J. M. Gil Robles, No fue posible...,

págs. 499-500.

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sólo le impidió hacerlo la actitud firme del general Pozas y Núñez delPrado. No es de sorprender, por tanto, que cuando Azaña volvió aocupar la presidencia del gobierno, Franco fue reemplazado comojefe del Estado Mayor. Este hecho sería un paso fundamental paraque el resentimiento latente de Franco se convirtiese en agresiónabierta hacía la República.

El 21 de febrero, el nuevo ministro de la Guerra, el general Car-los Masquelet, propuso al ejecutivo una serie de nombramientos: en-tre ellos estaba Franco como Comandante General de Canarias, Go-ded como Comandante General de las Islas Baleares y Emilio Molacomo Gobernador Militar de Pamplona. Franco no estaba de ningunaforma contento con el que, en términos absolutos, era un destino im-portante. Pensaba sinceramente que como jefe del Estado Mayor po-día desempeñar un papel fundamental para frenar la amenaza de laizquierda. Como demostraron sus actividades tras las elecciones, suexperiencia de octubre de 1934 había desarrollado en Franco el gus-to por el poder, razón de más para que el nuevo gobierno le quisiesemantener lejos de la capital.

La comandancia militar de las Islas Canarias estaba bajo el man-do de un general de división y era sólo ligeramente menor en impor-tancia a la de las ocho regiones militares de la Península. Al fin y alcabo, Franco era sólo el número 23 en la lista de 24 generales de di-visión en activo74. Pese a que tuvo suerte de que el nuevo ministro dela Guerra le otorgase un puesto tan importante, Franco lo percibiócomo una degradación y como un nuevo desaire por parte de Azaña.Años más tarde calificó ese destino de destierro. Por encima de todo,le preocupaba que se rehabilitase a los oficiales liberales que él habíarelevado de sus cargos75.

DE GENERAL MIMADO A GOLPISTA

Apartado otra vez de un trabajo que le apasionaba, Franco se vol-vió más peligroso de lo que nunca había sido. Mientras aguardaba supartida a las Islas Canarias, Franco se dedicó a hablar sobre la situa-ción con el general José Enrique Varela, el coronel Antonio Aranda yotros oficiales de ideas afines76. El ocho de marzo, antes de salir para

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——————74 Ministerio de la Guerra Estado Mayor Central, Anuario Militar de España año

1936 (Madrid, 1936), pág. 150.75 F. Franco, Apuntes personales, pág. 23; F. Franco Salgado-Araujo, Mi vida,

pág. 131.76 José María Iribarren, Con el general Mola: escenas y aspectos inéditos de la

guerra civil, Zaragoza, 1937, pág. 14; F. Franco Salgado-Araujo, Mi vida, pág. 132.

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Cádiz, primera escala de su viaje, Franco se reunió con numerososoficiales disidentes en la casa de José Delgado, importante corredorde bolsa y compinche de Gil Robles. Entre los presentes estabanMola, Varela, Fanjul y Orgaz, así como el coronel Valentín Galarza.Debatieron la necesidad de un golpe y acordaron entre todos que elgeneral Sanjurjo, en el exilio, debía encabezarlo.

Franco se limitó a sugerir astutamente que el levantamiento notuviese una etiqueta específica. No asumió ningún compromiso sóli-do. Al finalizar la reunión se había acordado iniciar los preparativosdel golpe con Mola como director absoluto y Galarza como enlaceprincipal77. Cuando Franco llegó a Las Palmas, le recibió una multi-tud de seguidores del Frente Popular. La izquierda local había decre-tado un día de huelga para que los trabajadores pudieran ir al puertoa abuchear al hombre que había sofocado el levantamiento de los mi-neros de Asturias78. Franco se puso enseguida a trabajar en un plan dedefensa de las Islas y sobre todo en las medidas a adoptar en caso dedisturbios políticos. También aprovechó las oportunidades que leofrecía su nuevo destino y empezó a aprender golf e inglés79. Duran-te este tiempo, no colaboraría activamente en los planes del golpe mi-litar. Sí se presentó, sin embargo, como candidato al Parlamento en larepetición de las elecciones que tuvieron lugar en Cuenca80. Sus ad-miradores han sugerido que Franco decidió participar en el sistemaelectoral de la República para hacer efectivo su traslado a la Españapeninsular, donde podría jugar un papel clave en la conspiración, opor razones más egoístas. Sin embargo, Gil Robles sugiere que el de-seo de Franco de incorporarse a la política era prueba de sus dudas so-bre el éxito de un levantamiento militar. No habiendo declarado aún supostura respecto a la conspiración, Franco quería tener una posición se-gura en la vida civil desde donde aguardar los acontecimientos81. Fan-

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——————77 Existen confusiones sobre los participantes en el encuentro en la casa de Del-

gado, J. M. Gil Robles, No fue posible, págs. 719-720; J. Arrarás, Historia de la Cru-zada, II, pág.467; F. Franco, Apuntes personales, pág. 33; B. Félix Maíz, Alzamientoen España: de un diario de la conspiración, 2.ª edición, Pamplona, 1952, págs. 50-51; J. M. Iribarren, Mola. Datos para una biografía y para la historia del Alzamien-to Nacional, Zaragoza, Heraldo de Aragón, 1938, págs. 45-46; J. M. Iribarren, Con elgeneral Mola, págs. 14-15; Felipe Bertrán Güell, Preparación y desarrollo del alza-miento nacional, Valladolid, 1939, pág. 116; A. Kindelán, Mis cuadernos de guerra,Barcelona, Planeta, 1982, pág. 81; Kindelán, «La aviación en nuestra guerra», en Laguerra de liberación nacional, Zaragoza, 1961, págs. 354-355.

78 F. Franco Salgado-Araujo, Mi vida, págs. 136-137; G. Hills, Franco, pág. 220.79 The Morning Post, 20 de julio de 1937; J. Arrarás, Historia de la Cruzada, III,

pág. 56; F. Franco Salgado-Araujo, Mi vida, pág. 142.80 J. M. Gil Robles, No fue posible, págs. 561-562; M. García Venero, El gene-

ral Fanjul: Madrid en el Alzamiento Nacional, Madrid, Cid, 1967, págs. 208-212.81 J. M. Gil Robles, No fue posible..., págs. 563-564.

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jul confiaría una opinión similar a Basilio Álvarez, diputado radicalpor Orense en 1931 y 1933: «Quizá Franco quiera ponerse, si piensaactuar en política, a recaudo de molestias gubernativas o disciplina-rias, con la inmunidad de un acta»82. Llegado el momento, fue irrele-vante pues no pudieron presentarse más que los candidatos que ha-bían estado incluidos en las listas de las elecciones originales.

Franco se mantuvo al corriente del progreso de la conspiración através de Galarza. Como parte de la campaña propagandística poste-rior a 1939, cuyo fin era limpiar cualquier recuerdo sobre la escasaparticipación de Franco en las preparativos, se afirmó que dos vecesa la semana mantenía correspondencia con Galarza, escribiendo untotal de treinta cartas en clave, que nunca se han encontrado83. De he-cho, Franco no era nada entusiasta y comentó a Orgaz, eterno opti-mista desterrado a Canarias a principio de la primavera, que el levan-tamiento sería «sumamente difícil y muy sangriento»84. A finales demayo, Gil Robles se quejó al periodista americano H. Edward Kno-blaugh de que Franco había rehusado encabezar el golpe, diciendosupuestamente que «ni toda el agua del Manzanares borraría la man-cha de semejante movimiento». Esta y otras observaciones indicanque Franco seguía teniendo muy presente la experiencia de la Sanjur-jada de 193285.

El rápido avance de los planes de la conspiración hizo que la cau-tela de Franco mermase la paciencia de sus amigos africanistas. Esevidente que su colaboración les hubiese supuesto una enorme venta-ja. El 30 de mayo, Goded envió al capitán Bartolomé Barba a Cana-rias para comunicar a Franco que había llegado el momento de aban-donar la prudencia y tomar una decisión. El coronel Yagüe comentóa Serrano Súñer que le resultaba desesperante la mezquina prudenciade Franco y su negativa a asumir riesgos86. El propio Serrano Súñerquedó desconcertado cuando Franco le dijo que lo que de verdad lehubiese gustado habría sido fijar su residencia en el sur de Francia ydirigir la conspiración desde allí. Dada la posición de Mola, era deltodo imposible que Franco organizara el levantamiento. Su actitud

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——————82 Basilio Álvarez, España en crisol, Buenos Aires, Editorial Claridad, 1937,

pág. 69.83 J. Arrarás, Historia de la Cruzada..., III, pág. 61. G. Cabanellas, Cuatro genera-

les 1) preludio a la guerra civil, Barcelona, Planeta, 1977, pág. 445, afirma que Francoescribió solo tres cartas relacionadas con el levantamiento que parecen idénticas.

84 F. Franco Salgado Araujo, Mi vida..., págs. 139, 145; Ramón Soriano, Lamano izquierda de Franco, Barcelona, 1981, pág. 145.

85 H. Edward Knoblaugh, Correspondent in Spain, Nueva York, 1937, pág. 21;J. M. Pemán, Mis encuentros, pág. 56.

86 R. Serrano Súñer, Memorias..., pág. 52; cfr. J. M. Gil Robles, No fue posible...,pág. 782.

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dejaba ver claramente que su principal preocupación era cubrir supropia retirada en caso de que el golpe fallase87. Asimismo, se puedededucir que la motivación principal de la candidatura electoral deFranco en Cuenca no había sido su abnegada dedicación al golpe.

Los estériles esfuerzos de las autoridades republicanas para identi-ficar y acabar con los conspiradores nos desvela uno de los misteriosde la época: una curiosa advertencia a Casares Quiroga de la pluma deFranco. El 23 de junio de 1936, Franco escribió una carta al presidentedel gobierno llena de ambigüedades, en la que insinuaba al mismotiempo que el Ejército era hostil a la República y que sería leal si se lotrataba adecuadamente. Según el esquema de valores de Franco, el mo-vimiento organizado por Mola, sobre el que estaba plenamente infor-mado, reflejaba meramente las legítimas precauciones defensivas deunos soldados con pleno derecho a proteger su idea de la nación por en-cima de cualquier régimen político. Franco, preocupado junto a otrosde sus compañeros oficiales por los problemas de orden público, instóa Casares a buscar el consejo «de aquellos generales y jefes de Cuerpoque, exentos de pasiones políticas, vivan en contacto y se preocupen delos problemas y del sentir de sus subordinados». Franco no mencionósu nombre, pero su inclusión en este grupo estaba implícita88.

La carta era una obra maestra de ambigüedad. En ella Franco in-sinuaba que Casares sólo tenía que ponerle a cargo para que se pusie-se fin a las conspiraciones. A estas alturas, Franco hubiese preferidorestaurar el orden, como a él le pareciese y con el respaldo legal delgobierno, que arriesgarlo todo en un golpe. La carta tenía el mismoobjetivo que sus apelaciones a Portela a mediados de febrero. Francoestaba listo para lidiar con el desorden revolucionario como lo habíahecho en Asturias en 1934, y ofrecía sus servicios con discreción. SiCasares hubiese aceptado su oferta, no habría habido necesidad de unlevantamiento. Esa fue la visión retrospectiva de Franco89. Sin duda,la falta de respuesta por parte de Casares tuvo que ayudarle a optar fi-nalmente por la rebelión. La carta de Franco representaba un ejemplotípico de su inefable amor propio, la convicción de que tenía derechoa hablar en nombre de todo el Ejército.

Franco seguía manteniendo la distancia con los conspiradores. Alempeñarse en estar siempre en el lado ganador sin asumir riesgos ex-

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——————87 R. Serrano Súñer, Memorias..., pág. 53.88 La primera referencia publicada en las cartas fue en The Times, 7 de septiem-

bre de 1936. Un texto completo fue publicado en Arrarás, Franco..., págs. 233-237.Curiosamente, existen algunas diferencias con el texto impreso en Galinsoga & Fran-co Salgado, Centinela, págs. 203-206.

89 Franco a Gil Robles, 12 de abril de 1937, J. del Burgo, Conspiración y guerracivil, Madrid, Alfaguara, 1970, págs. 228-229; J. M. Iribarren, Con el general Mola,págs. 16-17.

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cesivos, le fue muy difícil sobresalir como líder carismático. Unosdías después de que escribiese a Casares, se hizo el reparto de funcio-nes entre los conspiradores. Franco debía estar al mando del levanta-miento en Marruecos90. Por diversas razones, Mola y los demás cons-piradores eran reacios a actuar sin Franco. Al haber sido tantodirector de la Academia de Zaragoza como jefe del Estado Mayor, suinfluencia entre los cuerpos de oficiales era enorme. También conta-ba con la lealtad del ejército español de Marruecos, necesaria para eléxito del golpe. Franco era pues el hombre idóneo para desempeñarla posición que le habían asignado. Pese a todo, a comienzos del ve-rano de 1936, Franco seguía esperando entre bastidores. A menudo,Calvo Sotelo abordaba a Serrano Súñer en los pasillos de las Cortespara preguntarle con impaciencia: «¿Qué le pasa a tu cuñado? ¿Quéhace? ¿No se da cuenta de lo que se está tramando?»91.

Su elusivas vacilaciones llevaron a sus frustrados camaradas a apo-darle «Miss Islas Canarias 1936». Sanjurjo, que aún no había perdo-nado a Franco que no le hubiese apoyado en 1932, comentó: «Fran-co no hará nada que le comprometa; estará siempre en la sombraporque es un cuco». También se dijo que había afirmado que el le-vantamiento iría adelante «con o sin Franquito»92. Las dudas de Fran-co indignaban a Mola o Sanjurjo, no sólo por el peligro e inconve-niente de tener que hacer sus planes en torno a un factor dudoso, sinotambién porque se daban cuenta, con mucho acierto, de que su deci-sión influiría en muchos indecisos.

Los preparativos para la participación de Franco en el golpe setrataron por primera vez en la instrucción de Mola sobre Marruecos.El coronel Yagüe dirigiría a las fuerzas rebeldes de Marruecos hastala llegada de «un general de prestigio». Para asegurarse de que fueraFranco, Yagüe le escribió instándole a que se uniese al levantamien-to. También había planeado con Francisco Herrera, diputado de laCEDA, presentar a Franco un fait accompli enviándole un avión quele trasladase desde Canarias a Marruecos, 1.200 kilómetros de viaje.Francisco Herrera, amigo íntimo de Gil Robles, era el enlace entre losconspiradores de España y los de Marruecos. Yagüe, por su parte, eraun incondicional de Franco. Como consecuencia de sus discrepanciascon el general López Ochoa durante la campaña de Asturias, Yagüefue trasferido al primer regimiento de Infantería de Madrid, pero unaintervención personal de Franco le devolvió a Ceuta93. Tras recibir a

EL TRAIDOR: FRANCO Y LA SEGUNDA REPÚBLICA, DE GENERAL MIMADO... 111

——————90 J. M. Iribarren, Con el general Mola..., pág. 17; Mola, pág. 65.91 Testimonio de Ramón Serrano Súñer al autor.92 P. Sainz Rodríguez, Testimonio..., pág. 247; J. A. Ansaldo, ¿Para qué...?,

pág. 121.93 J. M. Gil Robles, No fue posible..., pág. 780; Ramón Garriga, El general Ya-

güe, Barcelona, Planeta, 1985, págs. 61-68.

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Yagüe en Ceuta el 29 de julio, Herrera emprendió el largo viaje haciaPamplona, a donde llegó agotado el 1 de julio para arreglar los prepa-rativos del avión que llevaría a Franco. Aparte de las dificultades fi-nancieras y técnicas que implicaba conseguir un avión en tan cortoplazo, Mola seguía teniendo serias dudas sobre si Franco acabaríauniéndose al levantamiento.

Sin embargo, después de consultarlo con Kindelán, el día 3 de ju-lio dio luz verde al plan. Herrera propuso ir a Biarritz para ver si losexiliados monárquicos que estaban descansando allí podían resolverel problema financiero. Así, el 4 de julio, se entrevistó con JuanMarch, un hombre de negocios multimillonario que había conocido aFranco en las Islas Baleares en 1933. March prometió poner el dine-ro. Herrera también tanteó al marqués de Luca de Tena, propietariodel periódico ABC, para conseguir su ayuda. March le dio a Luca deTena un cheque en blanco y éste se marchó a París para iniciar lospreparativos94. Una vez allí, el 5 de julio, Luca de Tena telefoneó aLuis Bolín, corresponsal de ABC en Inglaterra, y le dio instruccionespara que alquilara un hidroavión capaz de volar directamente de lasIslas Canarias a Marruecos y, si no podía ser, entonces el mejor aviónconvencional que encontrase. Bolín, a su vez, telefoneó al inventoraeronáutico español, el derechista Juan de la Cierva, que vivía enLondres. De la Cierva voló a París y le dijo a Luca de Tena que no ha-bía ningún hidroavión adecuado y le recomendó a cambio un Havi-lland Dragon Rapide. Como buen conocedor de la aviación privadainglesa, De la Cierva era partidario de utilizar el Olley Air Servicesde Croydon. Bolín fue a Croydon el 6 de julio y alquiló un DragonRapide95.

El avión despegó de Croydon a primera hora de la mañana del día11 de julio y llegó a Casablanca al día siguiente vía Espinho, en elnorte de Portugal, y Lisboa96. Aunque la fecha de su viaje a Marrue-cos era inminente, Franco se debatía casi con más fuerza que antessobre su postura, acechado por la experiencia del 10 de agosto de1932. Alfredo Kindelán logró mantener una breve conversación tele-

112 PAUL PRESTON

——————94 Los fondos necesarios para alquilar el Dragon Rapid G-ACYR por importe de

2.000 libras esterlinas fueron aportados por Juan March a través de la sucursal deFenchurch Street del Kleinwort’s Bank.

95 B. Félix Maíz, Mola..., págs. 217, 238, 260; José Ignacio Luca de Tena, Misamigos muertos, Barcelona, 1971, pág. 162; Torcuato Luca de Tena, Papeles para lapequeña y la gran historia: memorias de mi padre y mías, Barcelona, 1991, págs.204-210; Antonio González Betes, Franco y el Dragon Rapide, Madrid, 1987, págs.83-94; Luis Bolín, Spain: the Vital Years, Philadelphia, 1967, págs. 10-15.

96 Douglas Jerrold, Georgian Adventure, Londres, 1937, págs. 367-373; L. Bo-lín, Spain, págs. 16-30; J. Arrarás, Historia de la Cruzada, pág. 98; A. González Be-tes, Franco y el Dragon Rapide..., págs. 96-121.

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fónica con Franco el 8 de julio, y se quedo horrorizado al enterarse deque seguía sin haber tomado una decisión sobre el golpe. Mola fueinformado al respecto dos días más tarde97. El mismo día en que elDragon Rapide llegó a Casablanca, Franco envió un mensaje en cla-ve a Kindelán en Madrid para que a su vez éste se lo transmitiese aMola. Decía «geografía poco extensa» y significaba que se negaba aunirse al levantamiento alegando que las circunstancias, en su opi-nión, no eran lo suficientemente favorables. Kindelán recibió el men-saje el 13 de julio y Mola un día después en Pamplona. Encolerizado,Mola mandó que se localizase al piloto Juan Antonio Ansaldo y quese le ordenase llevar a Sanjurjo a Marruecos para hacer el trabajo deFranco. También informó a los conspiradores de Madrid de que nocontaban con su apoyo98. Sin embargo, dos días mas tarde, llegó otromensaje que decía que Franco estaba con ellos. El asesinato de Cal-vo Sotelo el 13 de julio le había hecho volver a cambiar de postura.

El asesinato ayudó a muchos indecisos a adoptar una posición,entre ellos a Franco. Cuando conoció la noticia a última hora de lamañana del día 13 de julio, exclamó ante el mensajero, el coronelGonzález Peral, «la Patria ya cuenta con otro mártir. No se puede es-perar más. ¡Es la señal!»99. Poco después envió un telegrama a Mola.A última hora de la tarde, Franco encargó a Pacón que comprara dospasajes para su esposa y su hija en el barco alemán Waldi, que zarpa-ría de Las Palmas el 19 de julio en dirección a El Havre y Hambur-go100. La profesora de inglés de Franco escribiría más adelante:

La mañana después de que nos llegase la noticia sobre CalvoSotelo, le encontré totalmente cambiado cuando vino a dar sus cla-ses. Parecía diez años más viejo y era obvio que no había dormidoen toda la noche. Por primera vez, parecía estar a punto de perdersu firme dominio de sí mismo y su serenidad inalterable... Se no-taba que estaba haciendo un gran esfuerzo para seguir la lec-ción101.

La embriagadora contundencia con la que Franco respondió a lasnoticias no es incompatible con el comentario de Dora Lennard sobre

EL TRAIDOR: FRANCO Y LA SEGUNDA REPÚBLICA, DE GENERAL MIMADO... 113

——————97 A. Kindelán, «Prólogo», Mis cuadernos, 2.ª ed., pág. 42. 98 Alfredo Kindelán, La verdad de mis relaciones con Franco, Barcelona, Pla-

neta, 1981, págs. 173-174; H. Saña, El franquismo sin mitos: conversaciones con Ra-món Serrano Súñer, Barcelona, Grijalbo, 1982, págs. 48-49; E. Vegas Latapie, Me-morias..., pág. 276; R. Serrano Súñer, Memorias..., págs. 120-121.

99 J. Arrarás, Historia de la Cruzada, III, pág. 61.100 Franco Salgado-Araujo, Mi vida, pág. 150; R. Serrano Súñer, Memorias, pág.

120; H. Saña, El franquismo..., pág. 49; A. González Betes, Dragon Rapide,págs. 122-123.

101 The Morning Post, 20 de julio 1937.

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la noche en vela del general102. La decisión era lo suficientementetrascendental como para provocar en él dudas agonizantes, comopuede verse en las precauciones que tomó para la seguridad de sumujer y de su hija. Sin embargo, Franco había tomado una decisión,el Dragon Rapide estaba de camino y él era ahora un golpista.

114 PAUL PRESTON

——————102 Franco volvería a mostrar en más ocasiones una determinación similar para

seguir adelante, indiferente aparentemente a la tragedia de la que acababa de ser in-formado. La caída de Alfonso XIII en 1931, la muerte de Mola en abril de 1937 y lacaída de Mussolini en 1943 produjeron en él respuestas idénticas.

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II. REPÚBLICA, HISTORIA Y MEMORIA

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CAPÍTULO 4

La cancelación de la Repúblicadurante el Franquismo

GIULIANA DI FEBO

Università degli Studi Roma Tre

EL TIEMPO DE LA VICTORIA

La entrada de las tropas franquistas en Madrid el 28 de marzo de1939 no representó sólo la capitulación de la ciudad, que había resis-tido durante tres años. Ni el parte de guerra del primero de abril, ensu contundente laconismo, indicaba exclusivamente la derrota delEjército republicano y el consiguiente final de la Guerra Civil. Enrealidad, se anunciaba un cambio radical en la vida y las formas depensar y de actuar de los españoles. Para alcanzar este objetivo habíaque cancelar cada vestigio de la República y, al mismo tiempo, hacerde la «victoria» un instrumento de autolegitimación del «Nuevo Es-tado», constantemente presente en el ideario y en el imaginario de losespañoles. Como aclara Franco en su alocución a los españoles del 20de mayo: «Terminó el frente de la guerra; pero sigue la guerra enotros campos»1.

Había que hacer perdurar el tiempo de la victoria y transformarlaen memoria agresiva y amonestadora. Entre las primeras medidasque se toman al respecto destaca la orden, que firma Serrano Súñerel 2 de abril de 1939, en la que dispone que en los documentos ofi-

——————1 El Alcázar, 20 de mayo de 1939.

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ciales de las corporaciones locales, imitando la mussoliniana men-ción a la «era fascista» en los documentos administrativos italianos,la fecha vaya seguida de la expresión «Año de la Victoria», en susti-tución de la de «Año Triunfal», hasta entonces utilizada. La denomi-nación en realidad aparecerá también en la portada de muchos libros,en los manuales de historia y hasta en algunos boletines episcopales2.

La «victoria» se convierte en una cesura entre pasado y presente,en paradigma divisorio que indica un nuevo orden, una nueva mane-ra de vivir que se sobrepone a la época precedente reorientando elmismo sentido del tiempo.

La entrada del Ejército «nacional» en Madrid ha sido narrada poralgunos de los que participaron en el acontecimiento. Un relato sig-nificativo es el de José María Pemán, escritor, conocido orador, direc-tor de la Real Academia Española, que fue uno de los primeros en en-trar en la capital con las tropas franquistas y en hablar desde la UniónRadio recién ocupada3. Su crónica de aquellos días4 ofrece, entreotros detalles, una muestra emblemática de lo que será la representa-ción de la República dibujada por los vencedores. El escritor descri-be un Madrid rendido que acoge con júbilo a los vencedores y dondeempiezan a aparecer los retratos del caudillo y de José Antonio Pri-mo de Rivera, se cantan el «Oria Mendi», que habla de Dios y de laPatria, y el himno de la Falange, mientras la radio repite obsesiva-mente «Madrid es de España y de Franco ... ¡Arriba España!».

Para exaltar el valor de la «reconquista» maneja una fraseologíafundada en la purificación de la ciudad profanada, adelantando unamodalidad que será habitual entre los «vencedores»: «unos discos delos himnos nacionales desinfectan el aire», mientras que Madrid «tie-ne sobre sí la huella de un regodeo sádico, desorganizado, individua-lista». Algunas expresiones —«los versos obscenos de Alberti»—anuncian lo que será la demonización de los intelectuales y de los es-critores republicanos, pero también la campaña de mentiras contrala República. Entre ellas: «el expolio metódico y sabio» del Museodel Prado. Pemán describe también los símbolos que van a suplan-tar a los de los republicanos. El saludo romano es remodelado en«la mano abierta en señal de acogimiento» contra el puño cerrado

118 GIULIANA DI FEBO

——————2 Véase por ejemplo el Boletín Oficial del Obispado de Barcelona, núm. 7, 31-

VII-1939. La nueva denominación sustituye la precedente de «Año Triunfal».3 Una completa reconstrucción del itinerario político y cultural de Pemán en G.

Álvarez Chillida, José María Pemán. Pensamiento y trayectoria de un monárquico(1897-1941), Cádiz, Universidad de Cádiz, 1996.

4 J. M.ª Pemán, «Historia de tres días», en Obras Completas, t. V, Madrid, Bue-nos Aires-Cádiz, 1953, págs. 502-520. Según informa el autor se trata de tres artícu-los publicados en diarios de España y América, luego reunidos en folleto.

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«señal de lucha»; la reinstalación de la bandera roja y gualda setransformará en un hito del pensamiento mítico-patriótico nacio-nalcatólico.

Con la entrada de las tropas franquistas empieza además el des-mantelamiento, a través de decretos leyes, de la II Republica, y sereescribe su historia. La aversión contra la laicidad y la democracia setraducen en la difusión de una mentalidad antirrepublicana que acep-tará como normal la supresión del derecho a la crítica respecto a laautoridad preconstituida y, en consecuencia, la negación del conflic-to y de la pluralidad de opiniones. Las Cortes no eran expresión dela voluntad popular, ya que la «suprema potestad de dictar normasjurídicas de carácter general» (según establecía el preámbulo de laLey Constitutiva de Cortes de 17 de julio de 1942) pertenecía aFranco. En realidad se convirtieron en una «representación de todoel aparato estatal» e incluyeron también algunos obispos como tes-timonio de la compenetración entre Estado e Iglesia5. Durante déca-das a los españoles se les impidió conocer el funcionamiento de la de-mocracia y de la representación política. Esta ocultación se apoyó enmuchas teorías que subrayaban su incapacidad para el debate y parala democracia.

De esta manera se anula todo lo que constituye el fundamento delderecho a la ciudadanía. La desmovilización política, la construccióndel conformismo y de la homologación, más que el consenso basadoen la pacificación de los españoles, era lo que realmente interesaba alrégimen. Cualquier posibilidad de conflicto podía evocar el fantasmadel retorno a la Guerra Civil. Las celebraciones de la victoria setransforman en escenificaciones simbólico-políticas portadoras demúltiples mensajes. En primer lugar, el «escarmiento» hacia el «ene-migo», interno y externo. Al mismo tiempo, el triunfo del nacional-catolicismo, visible en muchos «ritos de victoria»6, se convierte en lailustración en clave antilaica y antimoderna del «Nuevo Estado». Esdecir, en un mensaje destinado a hacer patente el cambio en las mo-dalidades mismas de representación del poder y de su manera de di-rigirse a los españoles, siempre más súbditos que ciudadanos, a me-dida que los decretos-leyes van cambiando la fisonomía del país.

Para ello era indispensable silenciar a los intelectuales, conside-rados los principales cauces de la difusión del liberalismo7, concen-

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——————5 S. Juliá, «El proceso de institucionalización del régimen», en G. Di Febo y S.

Juliá, El franquismo, Barcelona, Paidós, 2005, pág. 51. 6 Cfr. G. Di Febo, Ritos de guerra y de victoria en la España franquista, Bilbao,

Desclée de Brouwer, 2003. 7 Sobre las teorizaciones de los ideólogos del régimen contra el liberalismo cfr.

S. Juliá, Historias de las dos Españas, Madrid, Taurus, 2004, págs. 324-333.

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tración de todos los «males modernos». La denigración del intelec-tual en tanto que sinónimo de pensamiento laico y, por ende, factor dedisgregación de la unidad nacional, ya se había iniciado durante laguerra. Una detallada denuncia de su papel negativo aparece en el lar-go artículo publicado en 1937 por C. Eguía en la revista Civiltà cat-tolica. En el escrito se demonizan los medios de difusión del pensa-miento utilizando el lenguaje de la patología: «la pestilencia de laprensa fue la pútrida fuente que envenenó la cultura popular»8. Apo-yándose en citas de Veuillot, Menéndez Pelayo y Pemán, retoma te-mas y prejuicios del catolicismo intransigente. El racionalismo, losenciclopedistas y los filósofos, son considerados el origen del comu-nismo. Sin embargo, el ataque más duro se dirige contra el liberalis-mo y el republicanismo, en particular contra los intelectuales españo-les europeizantes a partir de Ortega y Gasset y Costa, y sobre todo,Giner de los Ríos y Gumersindo de Azcárate los fundadores de laInstitución Libre de Enseñanza, «diabólicamente organizada paradestruir en el pueblo el sentimiento cristiano y nacional ». La denun-cia se extiende también a la Junta de Ampliación de Estudios, al Mu-seo Pedagógico Nacional y a la Residencia de Estudiantes, «con sec-ciones masculinas y femeninas». El Ateneo, a su vez, presidido porAzaña fue «centro de conspiración republicana y antiespañola». Seculpabiliza la actuación débil de los gobiernos liberales, que no inter-vinieron contra los «profesores masones y judíos ni siquiera cuandoactuaban como comunistas»9, relanzando de esta manera la teoría delcomplot judeomasónico, un estereotipo de la propaganda franquista.

Un año después, el anti-intelectualismo es reformulado por Pla yDeniel en Los delitos del pensamiento y los falsos ídolos intelectuales(1938). La carta pastoral denuncia los «pecados del entendimiento» nosometido al magisterio de la Iglesia e invoca una expurgación de las bi-bliotecas populares y escolares. Ésta fue sistemática y se extendió a lasescuelas, las universidades y a todo el personal docente. De hecho, seg-mentos enteros del pensamiento político y filosófico fueron cancelados.

La representación de la República, como última y nefasta conse-cuencia de una cadena de catástrofes, es una tarea emprendida pormuchos escritores e ideólogos del régimen. El mismo Pemán, desde1933 protagonista de ataques contra la «traición» de los intelectualesresponsables del advenimiento de la República10, se dedica a este ob-

120 GIULIANA DI FEBO

——————8 C. S. I. Eguia, «Dall’intellettualismo al comunismo nella Spagna», en Civiltà

cattolica, 6.VII.1937, vol. III, págs. 97-110 y 323-334. La cita está en la pág. 103. (Latraducción es mía).

9 Ibídem, pág. 329.10 Se trata de la conferencia «La traición de los intelectuales» pronunciada en

1933. En Álvarez Chillida, ob. cit., pág. 61.

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jetivo. En uno de sus libros de divulgación más conocido, La Histo-ria de España contada con sencillez, relata el cuento de la Repúblicay de sus antecedentes. Es decir presenta una síntesis que comienzapor los «males» del liberalismo, desde las «herejías» de las Cortes deCádiz, definidas como «un conjunto variado y caprichoso de perso-najes y personajillos»11, que hasta tuvieron la osadía de proclamar lalibertad de imprenta, «o sea el derecho de decir cada uno lo que qui-siese sin censura ni cortapisas». La República, llegada al poder ilegal-mente, recoge el legado del liberalismo y es una concentración yalianza de todos los enemigos permanentes de España. Entre ellosNapoleón, que entró en España «detrás de la masonería»; Lutero, quelo hizo «detrás de los intelectuales anticatólicos e impíos», y hasta«los turcos detrás de los bolcheviques, asiáticos y destructores»12. LaRepública era anticatólica, antimilitar y separatista, y representaba eltriunfo de la Anti-España. Sus crímenes: el incendio de iglesias yconventos y la destrucción de joyas y obras de arte, bibliotecas y ar-chivos. El gobierno se dedicó a la «trituración de los cuerpos arma-dos», expresión ésta que se repite en numerosos textos. El desenlace:agentes del gobierno asesinaron a Calvo Sotelo, mientras se prepara-ba el golpe «para establecer en España plenamente el régimen comu-nista».

Esta reconstrucción se encuentra, con pocas modificaciones, enuna variada producción que va desde artículos de periódicos, cate-cismos, biografías, y sobre todo, manuales escolares. A los estu-diantes se les enseña una concepción nacionalcatólica de la historiasegún el esquema que reproduce el ideario del catolicismo intransi-gente del siglo XIX. Corrientes de pensamiento y acontecimientos«modernos» son presentados como desviaciones políticas genera-das por los «errores» teológicas y doctrinales; el pensamiento ra-cional y laico se convierte en manifestación de «herejía» o «impie-dad». En un manual de historia de 1954 se puede encontrar estadefinición del hombre liberal: «El hombre del siglo XIX imbuido deideas racionales .. se emancipa de toda autoridad divina y humana,todo lo somete al juicio de su razón y surge el Liberalismo». Si-guiendo el esquema de los catecismos13, el libro examina las dife-rentes facetas del liberalismo. Así, en el orden moral y religioso:«pretende la justificación de todos los extravíos de la razón y de las

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——————11 J. M.ª Pemán, La historia de España contada con sencillez, Madrid-Buenos

Aires-Cádiz, 1950 (4.ª ed.), pág. 320. 12 Ibídem, pág. 380. 13 En particular el manual repite el esquema del catecismo Nuevo Ripalda en la

Nueva España, 1951, reproducido en E. Magdalena Miret y J. Sádaba, El Catecismode nuestros padres, Barcelona, Plaza § Janés, págs. 213-223.

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pasiones desenfrenadas». Entre sus abusos: «la inhibición de losgobiernos en los litigios entre los patronos y los obreros»14. ElSyllabus y la encíclica Quanta Cura figuran como lecturas aconse-jadas para la comprensión de los principales errores de los tiemposmodernos: el naturalismo, el regalismo, el comunismo, el socialis-mo, el liberalismo.

Más articulada es la desacreditación de la República con ocasiónde acontecimientos políticos destinados a legitimar interna y externa-mente el régimen. En el referéndum de 1947 sobre la Ley de Suce-sión, debido a la apremiante necesidad de responder al aislamientodecretado por la ONU, se publica el libro El Refrendo Popular de laLey Española de Sucesión, donde se propaga lo «inorgánicas» queeran las democracias europeas y se hace un recorrido de todos los fa-llos del sistema electoral y de representación. La deslegitimación delsistema parlamentario encuentra su banco de pruebas en la Repúbli-ca de 1931, que habría resultado elegida con el 20% de los sufragiosy proclamada «por una auténtica y sorprendente carambola políti-ca»15. No se hace referencia al abandono del país por parte de Alfon-so XIII ni al consiguiente vacío de poder. A la vez, se asegura que laselecciones de 1936 se habían desarrollado en un clima de guerra ci-vil. Todo ello para destacar que el referéndum de 1947 expresaba lavoluntad popular encarnada por el régimen de Franco, legitimado asípor la «adhesión indiscutible y clamorosa de la inmensa mayoría delos españoles»16. El mismo Franco en sus declaraciones al diarioArriba (18 de julio de 1947) lo definió como «un acto de democraciadirecta... sin mixtificación de ninguna clase de oligarquías políti-cas»17.

El año siguiente se publica el libro La legalidad en la RepúblicaEspañola, dirigido a demostrar detalladamente el «truco electoral» yla falsa democracia de la República, generadora de un clima de cen-suras, quema de conventos, deportaciones, y gobernada por «mario-netas manejadas por la Tercera Internacional»18.

Cuanto más apremiante resulta la necesidad de acreditar y mitifi-car la «nueva era» y a su jefe, tanto más tremendista y hasta grosera

122 GIULIANA DI FEBO

——————14 Historia Moderna y contemporánea por Edelvives, Cuarto año de bachillera-

to, Zaragoza, ed. Luis Vives, 1954, pág. 190. Una visión más problemática, aunquecrítica, de la República, en el manual AGORA Historia universal de España por J. Vi-cens Vives y S. Sobrequés Vidal, Barcelona, Teide, 1955, págs. 185-186.

15 El Refrendo Popular de la Ley Española de Sucesión, Oficina Informativa Es-pañola, Madrid, 1948, pág. 128.

16 Ibídem, pág. 67.17 Ibídem, pág. 150.18 La legalidad en la República española, Oficina Informativa Española, Madrid,

1948, pág. 142.

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se hace la terminología antirrepublicana, mientras que la demoniza-ción de Azaña llega a niveles de paroxismo. La biografía-hagiografíade Franco escrita por Luis de Galinsoga (1956) describe en estos tér-minos el clima del 9 marzo de 1936, día en que Franco dejó Madridcon destino a Canarias:

Todo el haz de la nación española era una pululación siniestrade aventureros y de patibularios precursores de la revolución rojaque ululaba ya con inequívocos ruidos de tragedia, impaciente porquemar etapas y llegar a su meta última: el comunismo. En el Go-bierno, Azaña capitaneaba una gavilla de sátrapas y malhechores,aventureros de la política empujados como peleles hacia el mismofin siniestro de servidumbre a Rusia19.

Al discurso crítico le sustituye el insulto y la demonización, diri-gidos a crear un imaginario y un ideario fundados en el miedo y en laconsigna, que perdurarán hasta finales de los años cincuenta.

El ingreso de las tropas franquistas en Madrid representó la cul-minación del ataque político y moral a la República comenzado en lazona «nacional» durante la guerra. La legislación se ocupó de abolirlos Estatutos autonómicos de Cataluña y del País Vasco, gran partede la reforma agraria y la libertad de prensa y de asociación; el esta-do de guerra permaneció hasta 1948. Se prohibió el culto público dereligiones que no fueran la católica y se derogó la Ley del divorcio.La enseñanza perseguía una formación «eminentemente católica ypatriótica», la universidad había de tener como guía «el dogma y lamoral cristiana» y «los puntos programáticos del Movimiento»; seinstauró la doble censura. Es decir, se anuló la ciudadanía como de-recho de los españoles y se les impidió el conocimiento de su funcio-namiento.

En las cartas pastorales y en otros escritos de la Iglesia vuelve aaparecer el término súbdito. Cuando se utiliza la denominación deciudadano es en el sentido de acatamiento al Estado confesional, don-de religión y política están perfectamente integradas.

Para las mujeres la cancelación de la República significó una es-pecífica marginación y una discriminación aplicada mediante unapolítica de género que abarcó todos los momentos de su existencia,producto y esencia, al mismo tiempo, de la configuración del «Nue-vo Estado».

LA CANCELACIÓN DE LA REPÚBLICA DURANTE EL FRANQUISMO 123

——————19 L. de Galinsoga, con la colaboración del teniente general F. Franco Salgado,

Centinela de occidente (Semblanza biográfica de Francisco Franco), Barcelona,AHR, 1956, pág. 188.

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«HACERSE MILICIANA»VERSUS «LA MILICIA DE LA VIDA ÍNTIMA»

La anulación y la estigmatización de la República por parte delfranquismo tuvieron múltiples consecuencias para las mujeres. Susefectos negativos sólo se pueden medir teniendo en cuenta la signifi-cación que la experiencia republicana había supuesto para la redefi-nición de la ciudadanía femenina.

La II República favoreció el protagonismo de las mujeres encampos generalmente reservados a los hombres: desde la dedicacióna profesiones jurídicas y al periodismo, hasta su participación en lasCortes y la actuación como dirigentes políticas e intelectuales com-prometidas en el debate cultural. Cabe recordar a periodistas comoCarmen de Burgos, Josefina Carabias, Magda Donato; escritorascomo María Teresa León o María Martínez Sierra; conocidas intelec-tuales, como María Zambrano y Margarita Nelken; juristas comoClara Campoamor y Victoria Kent (que fue directora general de pri-siones) y diplomáticas como Isabel Oyarzábal de Palencia, embaja-dora en Suecia. La propia Campoamor, además de haber participadoen la comisión redactora de la Constitución, fue representante de laRepública, al igual que Isabel de Palencia, ante la Sociedad de lasNaciones. Este protagonismo en puestos de dirección política alcan-zó el nivel más alto con Federica Montseny y Dolores Ibárruri. Se tra-ta de mujeres que contribuyeron a delinear una identidad ciudadana,en un momento de cambio y de apertura a Europa y a la moderniza-ción.

Indudablemente el hecho más destacado es la apropiación de lapalabra pública en formas y modalidades nuevas. Las mujeres parti-ciparon activamente en mítines y en charlas públicas, dieron confe-rencias y colaboraron en experiencias innovadoras como las Misio-nes Pedagógicas. Es decir, comenzaron a tener papeles activos eincluso de dirección en la esfera pública. Durante el «bienio reforma-dor» se puso en marcha, también para las mujeres, una concepción dela ciudadanía que, superando la formulación liberal —es decir comoestatus individual— incluía también la idea de «práctica» ciudadana.Lo cual supone la adquisición de derechos junto a la asunción de res-ponsabilidades en interacción con la colectividad20. Durante la Repú-blica y la Guerra Civil las mujeres españolas se encontraron precisa-mente en esta encrucijada: la posibilidad de alcanzar una ciudadanía

124 GIULIANA DI FEBO

——————20 Para esta formulación de ciudadanía cfr. A. Oldfield, «La cittadinanza: una

pratica innaturale?», en Problemi del socialismo, núm. 5, 1990, págs. 123-124.

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completa pero definida por «los deberes ciudadanos», según recita elmanifiesto de la Unión Republicana Femenina, de noviembre de1932. Todo ello ponía los cimientos para un cambio de mentalidad yel cuestionamiento de la construcción simbólica y cultural que habíaacompañado la discriminación de género durante siglos. Un cambioque desde luego dio lugar a conflictos.

La aprobación, con muchas dificultades, del sufragio activo y pa-sivo femenino por parte de las Cortes, el 31 de octubre de 1931, re-presentó la superación del contraste entre la igualdad formalmentecodificada y la exclusión de las mujeres de la plena ciudadanía. Uncontraste que se remonta a la Revolución Francesa21, y que había de-terminado significativas contradicciones en la tradición liberal, inclu-so en España. En efecto la formulación de los derechos del ciudada-no como miembro de pleno derecho de la comunidad había sidoincorporada en algunas constituciones del siglo XIX, reproduciendo laformulación de la declaración de 1789: «Todos los españoles son ad-misibles a los empleos y cargos públicos, según su mérito y capaci-dad». Se sobreentiende que la expresión, aparentemente neutral, «to-dos los españoles» se refiere en realidad a un sujeto concreto ydominante, es decir a los varones. Lo mismo vale para la expresión«sufragio universal».

La República había puesto en discusión, y no sólo a través de laconcesión del voto, la unicidad del modelo femenino tradicional, elde mujer y madre destinada por «naturaleza» a la esfera privada. Laderrota militar y la implantación del «Nuevo Estado» supusieron laliquidación de la experiencia republicana, incluyendo el protagonis-mo en la guerra, a través de distintas modalidades. El desmantela-miento del Estado laico determinó la supresión de la ciudadanía paratodos. Sin embargo, para las mujeres, la redefinición de su identidaden cuanto sujeto integrante de la colectividad «nacionalcatólica», seprodujo mediante un entramado de prohibiciones caracterizado por larecuperación de modelos de larga tradición. Todo ello fue reforzadoademás por la ocultación de la propia memoria de vivencias femeni-nas emancipadoras, debida también a la permanencia en el exilio denumerosas republicanas. Al mismo tiempo, la supresión de filonesenteros del pensamiento liberal, socialista y anarquista impidió el co-nocimiento de aquellas fisuras y contradicciones que, respecto a lacondición femenina, existían en su interior.

La visión del mundo, nacionalcatólica y dicotómica, inspirada enMenéndez Pelayo, y la estigmatización de los «heterodoxos» krausistas

LA CANCELACIÓN DE LA REPÚBLICA DURANTE EL FRANQUISMO 125

——————21 Cfr. A. Groppi, «Le radici di un problema», en G. Bonacchi y A. Groppi (eds.),

Il Dilemma della cittadinanza, Bari, Laterza, 1993, págs. 2-15.

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y de la Institución Libre de Enseñanza, comportaron durante años eldesconocimiento de un paradigma de referencias y de experiencias quehubiera permitido revelar la superación del monolitismo cultural hacialas mujeres por parte de sectores liberales. Se condenan al olvido inte-lectuales como José María de Labra, un institucionista que, haciéndoseintérprete del planteamiento de Stuart Mill, apoyó el reconocimientopleno de la personalidad jurídica de la mujer, incluido el derecho alvoto, en contraste con la tutela marital prevista por el código napoleó-nico. Lo mismo sucedió con el libro Feminismo (1899) de Adolfo Gon-zález Posada, otro intelectual de la ILE, que captó la asimetría de géne-ro y desmontó numerosas identificaciones biológicas concernientes ala mujer. De igual modo, el término «feminismo»22 fue casi desconoci-do hasta los años sesenta, salvo cuando se utilizaba seguido del adjeti-vo «cristiano», a menudo relacionado con aquella inagotable fuente denormas y ejemplaridades que le tocó encarnar a Teresa de Jesús. Femi-nistas pioneras como Concepción Arenal y Emilia Pardo Bazán fueronpresentadas como intérpretes de una actuación promocional de las mu-jeres muy moderada y en línea con la tradición católica.

El derrumbe de todo aspecto de la laicidad y la modernidad repu-blicanas trajo consigo la supresión del complejo itinerario hacia la su-peración de las discriminaciones de género, silenciando etapas im-portantes de la emancipación de la mujer. La condena del sufragio, encuanto «inorgánico» al ser español y causa de desórdenes y alteracio-nes, según el ideario que acompañó la defensa de la «democracia or-gánica», determinó reducir al silencio la obtención del voto femeni-no. Esta importante conquista fue ignorada por los textos de historiay ni siquiera aparece en la lista de las «funestas» reformas republica-nas. Entre todas éstas es quizás la que sufrió mayor ocultación. Cuan-do se la menciona es para convertirla en una representación grotescay deformadora del ser femenino. En los años cuarenta Pilar Primo deRivera se refería al sufragio femenino y a la mujer parlamentaria«desgañitándose en los escenarios para conseguir votos».

Al divorcio se hacen más alusiones, en cuanto sinónimo de rup-tura del orden familiar, social y religioso. En septiembre de 1939 sederogó el divorcio, aprobado por las Cortes republicanas en marzo de1932. Esta ley había significado un importante paso adelante en lalaicización del país y en la introducción del principio de libre elec-

126 GIULIANA DI FEBO

——————22 Sobre la recuperación en los años sesenta por parte de las revistas El Ciervo,

Cuadernos para el diálogo de mujeres católicas (María de Campo Alange, Lili Álva-rez) y de algunas problemáticas «feministas» cfr. G. Nielfa Cristóbal, «El debate fe-minista durante el franquismo», en G. Nielfa Cristóbal (ed.), Mujeres y hombres en laEspaña franquista: sociedad, economía, cultura, Madrid, Universidad Complutense,2003, págs. 269-297.

Page 125: Memoria de la II República

ción de la pareja, a través de la separación por »mutuo acuerdo». Paralas mujeres era un avance significativo hacia la construcción y la re-definición de sí mismas como sujetos autónomos.

Al divorcio se le denomina «ley votada por la Republica atea»23,según la percepción de la Iglesia del momento, para la cual cualquierforma de modernización y de secularización representaba la línea di-visoria entre creyentes y no creyentes. El sello confesional que moti-va la derogación de la ley se contrapone rotundamente al espíritu lai-co e igualitario presente en el texto republicano. Como establece elpreámbulo, el « Nuevo Estado» actúa en coherencia con la anuncia-da derogación de la legislación laica a los efectos de devolver «anuestras leyes el sentido tradicional, que es el católico». Desprecian-do los principios jurídicos, la ley tiene efectos retroactivos. Las dis-posiciones transitorias establecen que: «las uniones civiles celebradasdurante la vigencia de la ley ... se entenderán disueltas para todos losefectos civiles que procedan, mediante declaración judicial, solicita-da a instancia de cualquiera de los interesados». También determinanque el derecho sea sustituido por la moral, el criterio personal y la fe:«serán causas bastantes para fundamentar las peticiones... el deseo decualquiera de los interesados de reconstituir su legítimo hogar o sim-plemente el de tranquilizar su conciencia de creyentes».

Igualmente, todo lo que se refiere a la participación de la mujeren la vida asociativa y cultural autónoma es objeto de desvalorizacióno de escarnio. El Lyceum Club y la Residencia de Señoritas son pre-sentados como instituciones modernas, europeizantes y, por ende,«extranjerizantes», donde se realiza un estilo de vida destructivo de laesencia y la tradición españolas.

El escritor falangista Ernesto Giménez Caballero es uno de losprimeros en señalar la relación entre la europeización de la Repúbli-ca y la pérdida de la identidad nacional, subrayando su efecto dañinosobre las mujeres y transformando la promoción de la mujer en ulte-rior ejemplo de la actuación antipatriótica de la República. En Los se-cretos de la Falange condena precisamente la entrada de la mujer enespacios públicos y la asunción de prácticas modernas ilícitas, encuanto ruptura del modelo tradicional —«la milicia de la vida ínti-ma»— primer paso hacia la opción de hacerse miliciana:

De ahí que aquellas instituciones republicanas del LyceumClub, y de las niñas universitarias, deportivas y poetisas, se esfor-

LA CANCELACIÓN DE LA REPÚBLICA DURANTE EL FRANQUISMO 127

——————23 Entre muchos ejemplos cfr. Carta de D. Valentín Comellas Santamaría, Obis-

po de Solsona, al card. Gomá sobre una petición de divorcio. 31.X11.1936, en J. An-drés-Gallego y A. M. Pazos, Documentos de la Guerra Civil, t. I, Madrid, CSIC,2001, pág. 499.

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zasen por hacer a la mujer española olvidar la milicia de la vida ín-tima, instigándola a fumar, a desnudarse y a jugar a la pelotita porla playa. Empujándola a hacerse miliciana24.

Giménez Caballero se convierte en portavoz de un ideario quecircula ya durante la Guerra Civil, tanto en los discursos de Francocomo en las cartas pastorales, en los escritos de falangistas y de car-listas y que continuará prácticamente sin fisuras hasta los años sesen-ta. Es decir, la estigmatización como antipatrióticos y antirreligiososde todos los comportamientos que mermen la cohesión ideológicadel Estado dictatorial y confesional; por lo tanto, cualquier desvia-ción respecto de la norma establecida se considera como un intentode trastocar el equilibrio político, social y moral. La recuperación deuna idea de «nación» que tiene como punto de referencia el pasadotradicional y católico hace que la vocación europea y laica de la Re-pública sea presentada como un ataque a la unidad del país. La mo-dernización de las costumbres es consecuencia y reflejo de una elec-ción disgregadora. Ya durante la guerra en los periódicos nacionalesaparecen mujeres con la mantilla como símbolo de la recuperaciónde la tradición.

Indudablemente la Guerra Civil significó una aceleración de lasinstancias emancipadoras puestas en marcha durante la República yla adopción de oficios y actitudes normalmente considerados mascu-linos. La misma posibilidad de ejercer la palabra pública en terrenostradicionalmente masculinos permite a las mujeres, por primera vezen la historia de España, comprometerse en una oratoria política des-tinada a la movilización y a la participación en la lucha. Durante tresaños, muchas mujeres —y no sólo Dolores Ibárruri y Federica Mont-seny con sus míticos discursos— hablaron en mítines y en reunionespolíticas y sindicales, hicieron propaganda a través de la radio y losaltavoces.

La participación de las mujeres republicanas en la lucha armada25

fue en realidad escasa y duró poco, aunque inspiró una parte signifi-cativa de la producción iconográfica de la Guerra Civil. Y si los re-publicanos presentan a la miliciana combatiente como un símbolo dela emancipación femenina, para los «nacionales» la mujer «disfraza-da de hombre» es la manifestación más irreverente de la destrucciónde los papeles tradicionales. Ese mono azul la convierte en una espe-cie de híbrido que la sitúa fuera del mundo civilizado y la transforma

128 GIULIANA DI FEBO

——————24 E. Jiménez Caballero, Los secretos de la Falange, Barcelona, Yunque, 1939,

pág. 105. (La cursiva es del autor.)25 Sobre el papel de la mujer en la guerra civil cfr. M. Nash, Rojas. Las mujeres

republicanas en la Guerra Civil, Madrid, Taurus, 1999.

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al mismo tiempo en portadora de violencia y de desorden. «Se vistióde hombre y actuó como el más salvaje de las hordas desencadena-das»26, es el comentario que aparece al pie de una foto que represen-ta una miliciana vestida con un mono azul y armada con un fusil.

La propaganda se encargaba también, a través de novelas y cuen-tos de alcance popular, de desacreditar a las mujeres combatientespresentándolas con caracteres feroces y como símbolo de degenera-ción moral27. Estos excesos en la representación deshumanizada ydeformada de la miliciana, como parte de una lucha entre imágenes,se mantendrán por mucho tiempo.

En lo que atañe al protagonismo femenino falangista, ya durantela guerra los discursos de Franco y la propaganda «nacional», sobretodo en la literatura religiosa, insisten en el llamamiento a la vuelta alhogar como recuperación de la misión natural de la mujer. El trabajoen la retaguardia y el apoyo a los combatientes se enmarca dentro dela excepcionalidad del contexto bélico. Existe el temor de que, en lasituación límite de la guerra, la transferencia de las actitudes «domés-ticas» hacia espacios y funciones extradomésticos (evacuación, ali-mentación, asistencia a los heridos, recaudación de dinero) pudieracontribuir a difuminar la relación jerárquica entre la esfera pública yla privada. Muchos son los instrumentos utilizados para mitigar unarepresentación que pudiese significar una cierta superación de la «di-ferencia» femenina y cuestionar la discriminación y el entramadosimbólico-cultural que la sostenía. El protagonismo femenino es pre-sentado como excepcional y vinculado a la dimensión católica. Lostalleres son bautizados con los nombres de Santa Teresa y de Isabelde Castilla, indicando la correspondencia con los modelos de la san-ta y la reina que empiezan a propagarse durante la guerra, de acuer-do con la reformulación de la identidad nacionalcatólica impuestapor el Estado confesional.

Consiguientemente, el alejamiento de la mujer de la política serápreocupación constante no sólo de Pilar Primo de Rivera sino tam-bién de los jefes del Movimiento. Lo reafirma, en 1954, RaimundoFernández Cuesta, secretario de Falange, en su discurso en el XVIIConsejo Nacional de la Sección Femenina: «La Sección Femenina noha venido al Movimiento para hacer política reclamando votos o en-venenando al pueblo...»28.

LA CANCELACIÓN DE LA REPÚBLICA DURANTE EL FRANQUISMO 129

——————26 En R. García González, «El taller del soldado en Valladolid», en Mujeres en la

guerra civil española, Madrid, Ministerio de Cultura, 1991, pág. 183.27 Cfr. L. Casali, «Il romanzo «rosa» e la diffusione dell’ ideologia fascista nella

Spagna di Franco», en G. Di Febo y C. Natoli (eds.), Spagna anni Trenta, Milano,FrancoAngeli, 1992, págs. 407-418.

28 R. Fernández Cuesta, Continuidad falangista al servicio de España, Madrid,Ediciones del Movimiento, 1955, pág. 61.

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UN SIMULACRO DE CIUDADANÍA

La madre disimula todo lo defectuoso y cree todo lo bueno. Lamadre todo lo sufre y todo lo espera. La madre nunca se agota.

«Que tengamos madres de familia santas»29.

La cancelación de un horizonte laico, y hasta de su memoria, sig-nifica la recuperación de la preeminencia de la Iglesia y de su ordensimbólico en la conformación de la sumisión femenina, preeminen-cia que se presenta como un eje referencial incuestionable y perma-nente tan sólo interrumpido por la breve experiencia republicana. Yaa partir de la acreditación de la guerra como «Cruzada», acompaña-da por la interpretación de la misma como «penitencia de España» yconsiguiente denuncia de la «mala prensa y las costumbres corrom-pidas», hace que las mujeres se conviertan en principal cauce de «en-mienda» y de instrumento para la «recatolización» de España30. ElEstado confía a la Iglesia el papel de pedagogo y de guardián de la«moral pública». Para las mujeres significa la cancelación de todatraza emancipadora y su adecuación a los modelos de comportamien-to codificados por el Libro de los Proverbios, los tratados de los si-glos XVI y XVII (Luis Vives, Fray Luis de León en particular).

Lo femenino predomina, en cuanto esencia innata sobre el esta-tus de ciudadana, y da lugar a un sentido de la existencia en funcióndel otro, del marido, del hijo, del padre. De esta manera el confina-miento en el espacio doméstico puede contar con la amalgama entrela sacralización de la madre —«la madre santa» según se afirma— ylas corrientes biologistas y positivistas. «La aguja es la gloria de lamujer. Así lo ha dicho Gina Lombroso», se escribe todavía en 195831.

Este planteamiento determina que lo público sea completamenteabsorbido por lo privado, lo cual significa el alejamiento del mundodel trabajo, en un contexto general, sobre todo en los años cuarenta ycincuenta, caracterizado por la ausencia de todo poder de contrata-ción y por la «armonía» entre empresarios y trabajadores, los deno-minados «productores». El disciplinamiento de éstos también requi-rió una patente y repetitiva demostración pública. Así que, suprimidoel primero de mayo, la fiesta de la Exaltación del Trabajo, patrocina-

130 GIULIANA DI FEBO

——————29 El mensajero del Corazón de Jesús, núm. 643 (1940), pág. 461. 30 I. Gomá, El sentido Cristiano español de la guerra. Carta pastoral del Emm.

Cardenal Gomá, Primado de España (30-1-1937), en A. Moreno Montero, Historiade la persecución religiosa en España 1936-1939, Madrid, BAE, 2000, (1.ª ed.1961), págs. 708-741.

31 J. Clavería Arangua, La armonía del vivir, Madrid, 1958, pág. 115.

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da por la Falange y convertida en representación de colaboración en-tre las clases que «desfilan en diciplinada unidad ante el Caudillo»32,se celebrará el 18 de julio; en 1956, siguiendo las indicaciones dePio XII, se restablece el primero de mayo transformado en la Fiestade San José artesano. El Pueblo anuncia que «en toda España se ce-lebró fervorosamente la Fiesta católica del trabajo»33.

El encuadramiento de los trabajadores en los sindicatos verticalescontrolado por la Falange, la imposibilidad de ejercer presiones y lainexistencia de conflictos laborales (la huelga era «delito de lesapatria») tuvieron fuertes repercusiones sobre las mujeres. En los sec-tores de trabajo a los que tenían acceso (tabacaleras, textil, servicios,telefónica, trabajo domiciliario) quedaron expuestas a las discrimina-ciones. Se llegó a establecer, en algunos casos, la disparidad salarialpor ley34, mientras que, por ejemplo, el trabajo a destajo no tenía nin-gún tipo de control. Aunque la República no consiguió eliminar ladisparidad laboral, abrió a las mujeres la posibilidad de denunciar elincumplimiento de la legislación haciendo presión sobre los sindica-tos y los jurados mixtos, hasta a veces experimentando formas deasociacionismo dirigido a la defensa de sus derechos o a la conquistade mejores condiciones laborales35.

Todo ello fue cancelado por la legislación franquista que proce-dió a la reformulación en clave gratificante del alejamiento del mun-do del trabajo. Diversas leyes «protectoras», «mitigadoras» y hasta«liberadoras», según se las define, establecen la marginación, la dis-criminación salarial, la licencia marital y otras medidas que codificanla asimetría de género. En esta línea, la reproposición del código na-poleónico —en el que aparece la «naturaleza» como factor determi-nante de una diferencia marginadora— sirve para recuperar todos lostópicos sobre la incapacidad femenina y la necesidad de que sea tute-lada.

Con este fin se produce una re-semantización de los valores quepretende propagar un imaginario ennoblecido y sublimado del papelde esposa y madre, trasladando a la esfera doméstica códigos y signi-ficados propios del ámbito religioso y público. La familia se descri-

LA CANCELACIÓN DE LA REPÚBLICA DURANTE EL FRANQUISMO 131

——————32 Pueblo, 18-7-1940.33 Pueblo, 1-5-1956. Sobre la reconversión de la fiesta cfr. M.ª D. de la Calle Ve-

lasco, «El Primero de Mayo y su transformación en San José Artesano», en Ayer,núm. 51, 2003, págs. 87-113.

34 Sobre la legislación respecto al trabajo femenino cfr. C. Valiente Fernández,«Las políticas para las mujeres trabajadoras durante el franquismo», en Mujeres yhombres en la España franquista, cit., págs. 145-178.

35 Sobre las condiciones de trabajo de las mujeres en la República cfr. M. G. Nú-ñez Pérez, Madrid 1931, Mujeres entre la permanencia y el cambio, Madrid, Horas yHoras, 1993, págs. 55-98.

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be como lugar sagrado que, según Gomá, las mujeres deben transfor-mar en «santuario»36; así que hasta los años sesenta se asiste a unamitificación del trabajo doméstico al que se le asigna la dignificaciónsocial y cultural femeninas. El hogar es el microcosmos en el que tie-ne lugar la simulación de cometidos organizativos, decisionales y ad-ministrativos propios del espacio público. Las labores del ama decasa se transforman en «ciencia doméstica»37, la mujer «es el Minis-tro de Hacienda»38 y el hogar «escuela doméstica de diplomacia»39.

Por otro lado, la maternidad se convierte en un carácter identifi-cador de la mujer, que la acompaña también en sus eventuales actua-ciones públicas. Lo declara el propio Pemán en el manual, compen-dio de todos los estereotipos de género, que titula De doce cualidadesde la mujer: «La mujer sale cada vez más a la vida pública, pero salecon su intacto sentido maternal»40.

La cancelación de la República se realiza no sólo mediante lapromulgación de leyes discriminatorias sino también difundiendouna concepción de la mujer compacta y monocorde. En este ámbitose sitúa también el protagonismo promovido por la Sección Femeni-na. En particular Pilar Primo de Rivera, exhorta a que el papel bioló-gico —la reproducción, las madres sanas— y los deberes domésticosreflejen la tarea patriótico-religiosa confiada a las mujeres. La acen-tuada valoración otorgada a esta «misión» busca en realidad compen-sar la fuerte limitación de sus derechos. En cambio, a las afiliadas seles presenta el trabajo asistencial y de formación de la mujer comouna participación dinámica y promocional en la escena pública, unaespecie de simulacro de ‘ciudadanía’.

Pero ¿cuál es la actitud de la Sección Femenina frente a la Repú-blica y a los derechos conquistados por las mujeres? El análisis de al-gunos de los principales instrumentos dirigidos a la formación de lasmaestras o de los manuales de Formación política, permite concluirque a finales de los años cincuenta el planteamiento y el ideario pro-puestos no han cambiado respecto a los años cuarenta. Por ejemplo,no se hace ninguna referencia al sufragio femenino ni al divorcio, nimucho menos a otras conquistas femeninas de la República. Tambiénlos manuales femeninos falangistas son unánimes en la condena del

132 GIULIANA DI FEBO

——————36 I. Gomá y Tomás, La familia, Barcelona, Rafael Casulleras, 1952, pág. 199

(1.ª ed. 1926).37 M.ª P. Morales, Mujeres (Orientaciones femeninas), Madrid, Editora Nacio-

nal, 1954, pág. 50.38 J. Clavería Arangua, La armonía del vivir, Madrid, 1958, pág. 104.39 Dr. Maldonado, El libro de la recién casada, Barcelona, Rodegar, 1963,

pág. 79.40 J. M.ª Pemán, Narraciones y ensayos, en Obras completas, t. III, 1947, cit.,

pág. 827.

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liberalismo, presentado como una desviación religiosa y política, unhito nefasto causante de todos los futuros males de España, conden-sados en la República, último eslabón de una cadena de «fracasos».En el Texto de Nacional Sindicalismo para el bachillerato, rico en re-ferencias a Donoso Cortés, Menéndez Pelayo y Vázquez Mella, losorígenes del liberalismo se definen así:

Nace de la negación del pecado original y de la primacía de lavoluntad sobre la razón. Al no creer en el pecado original, puedecreer que el hombre es naturalmente bueno y que en manos de lasociedad se corrompe: por consiguiente, interesa dejarle en plenalibertad41.

Todavía en 1959, en la Enciclopedia Elemental42, utilizando lafórmula de preguntas y respuestas típica del catecismo, a las maestrasse les enseña el «fracaso» de la República como un gobierno que,arrastrado por «los marxistas», se caracterizó por el «desorden y elcaos», se dedicó a «herir sentimientos» y a hacer «escarnio de la re-ligión». No hay referencias al papel de las mujeres en los años repu-blicanos, en cambio se alude al protagonismo de las «camaradas» enla Guerra Civil. Se dibuja un modelo de heroísmo centrado en la ope-ratividad, en la asistencia y en la entrega. Se exalta el papel extraordi-nario, aunque muy femenino, de las falangistas durante el conflicto,subrayando su alejamiento del heroísmo masculino. La muerte heroi-ca resulta ser una pertenencia de género, pues «por su temperamen-to» la mujer soporta mejor «la constante abnegación de todos los díasque el hecho extraordinario». Como ejemplo se remite a las «cama-radas» María Paz Unciti, las hermanas Chablás, Sagrario del Amo yMaría Luisa Terry, «asesinadas por lo rojos» por asistir a los soldadosy a los heridos del frente. El relato del protagonismo de las falangis-tas en la guerra parece obedecer a la consigna, ya anunciada en el Es-tatuto de 1937, de un papel unilateral «de perfecto complemento» delhombre y que evita cualquier aspiración a ponerse en plano de igual-dad respecto de los «camaradas» falangistas, según insistía Pilar Pri-mo de Rivera en sus discursos.

El manual Formación Política43 (conocido como «el libro ver-de») utilizado a finales de los años cincuenta repropone el relato dela Enciclopedia. En el Prólogo se aclara que las clases teóricas, diri-

LA CANCELACIÓN DE LA REPÚBLICA DURANTE EL FRANQUISMO 133

——————41 Falange Española Tradicionalista y de las J.O.N.S. Sección Femenina, Texto

de Nacional Sindicalismo, 4.º Año Bachillerato, pág. 36.42 Enciclopedia Elemental, Madrid, Sección Femenina de F.E.T. y de Las

J.O.N.S., 1959 (5.ª ed.).43 Formación política. Lecciones para las Flechas, Madrid, Sección Femenina

de F.E.T y de las J.O.N.S., 7.ª ed., s.f. (se supone que es de finales de los cincuenta).

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gidas a las Flechas, están redactadas en forma de preguntas y res-puestas «para que las aprendan sin errores», según un modelo deadoctrinamiento fundado en la reiteración y que no prevé ni deja es-pacio a la reflexión crítica ni a la discrepancia o al desacuerdo.

La República, cuya primera culpa sería la eliminación de la ban-dera nacional, es caracterizada a través de las mismas frases. Sólo seacentúa la descripción del escenario de violencias y represión dirigi-das, sobre todo, contra los militantes falangistas y el «mártir» JoséAntonio. Ante este «desbarajuste», el Ejército y Franco no tuvieronotra alternativa que intervenir. A su vez, el liberalismo y la democra-cia, causantes de la «descomposición histórica de España», de los se-paratismos regionales y de las divisiones en partidos políticos, sondefinidos como «sistemas políticos que están deshaciendo al mun-do»44. Frente a la Guerra Civil se reitera el modelo del «verdadero he-roísmo» femenino.

Esta representación, que repite de forma simplificada un ideariorecurrente y una concepción de la historia como fábrica de pensa-miento mítico, y caracterizada por la división entre lo bueno y lomalo, perduró hasta los años sesenta. Habrá que esperar los años se-tenta, cuando la movilización contra la dictadura fue acompañada porla creación de espacios culturales autónomos por parte de las muje-res. Fue entonces cuando los testimonios de la ex-presas políticas(comunistas, socialistas, anarquistas que habían pasado numerososaños de cárcel por haber defendido la República o por haber militadoen organizaciones clandestinas), el retorno de las exiliadas y la publi-cación de sus autobiografías, y los primeros trabajos sobre el prota-gonismo femenino durante la República y en la Guerra Civil45, plan-tearon la necesidad de hacer visible la historia y la memoria delcomplejo itinerario de las mujeres hacia la ciudadanía.

134 GIULIANA DI FEBO

——————44 Ibídem, pág. 59.45 Sobre el sufragio femenino el fundamental libro de R. M.ª Capel Martínez, El

sufragio femenino en la Segunda República Española, Granada, Universidad de Gra-nada, 1975; sobre la Guerra Civil recordamos libros pioneros como los de M. Nash,Mujeres libres: España 1936-1939, Barcelona, Tusquets, 1976; C. Alcalde, La mujeren la guerra civil española, Madrid, Cambio 16, 1976. Sobre la experiencia de lasmujeres en las cárceles el libro de Juana Doña en forma de «novela-testimonio», Des-de la noche y la niebla, Madrid, 1978; G. Di Febo, Resistencia y movimiento de mu-jeres en España 1936-1976, Barcelona, Icaria, 1979; entre los escritos autobiográfi-cos: T. Pàmies, Cuando éramos capitanes, Barcelona, Dopesa, 1974 y Quan èremrefugiats, Barcelona, Dopesa, 1975; F. Montseny, Cent díes de la vida d’una dona(1939-1940), Barcelona, Galba, 1977.

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CAPÍTULO 5

La proclamación de la República en la memoria literaria y cinematográfica

ALBERTO REIG TAPIA

Universitat Rovira i Virgili (Tarragona)

Pienso en la zona templada del espíritu,donde no se aclimatan la mística ni el fanatismopolíticos, de donde está excluida toda aspiracióna lo absoluto. En esta zona, donde la razón y laexperiencia incuban la sabiduría, había yo asen-tado para mí la República.

MANUEL AZAÑA

No, no, a mí España no me parece románti-ca. Y menos la República: un régimen de terrorque degeneró en un proceso revolucionario nomerece el romanticismo con que lo juzgan miscolegas de profesión.

STANLEY G. PAYNE

¿Cuál es la memoria colectiva de la República que puede des-prenderse de la literatura y del cine que haya quedado fijada en nues-tra cultura política a la altura de 2006? ¿Qué se ajusta más a la reali-dad, el sueño roto de Azaña o la desmesurada conceptualización delprofesor Payne? O ninguna de las dos, porque evidentemente el de-seo de Azaña fue un noble sueño insatisfecho y decir que la II Repú-blica fue un régimen de terror es no sólo un error de concepto sino un

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exceso verbal impropio de un académico. No obstante, aunque seconsidere que no hay más memoria histórica que la historia misma,aquella no es únicamente el reflejo de la historiografía más rigurosasino también el resultado de todo lo que se desprende de determina-dos recuerdos, evocaciones, emociones, sentimientos, imágenes, mi-tos que, para la mayor parte de las personas, se construyen o se tomana partir del cine o de la literatura que se ha visto o se ha leído y que,muchas veces, captan o reflejan mejor que la historia misma el com-plejo e intransferible mundo de lo subjetivo que, paradójicamente, esla quinta esencia de lo verdaderamente vivido.

Como nos recuerda el profesor José María Ruiz-Vargas, la me-moria no es únicamente una mercancía que se va almacenando a cos-ta de lo que experimentamos, sentimos e imaginamos. La memoria estambién un poderoso sistema de conocimiento gracias al cual apren-demos y transmitimos lo que sabemos. La memoria nos permite revi-vir el pasado, interpretar el presente y planificar nuestro futuro1.

Sobre la base de estos presupuestos cabe preguntarse: ¿Cómo hafijado la memoria literaria y la cinematográfica dicha memoria, siaceptamos que el recuerdo y el olvido son las materias primas indiso-ciables con que aquella elabora su discurso y fija la memoria colecti-va de los pueblos? ¿Verdaderamente desempeñan la literatura y elcine un papel primordial en el proceso de formación de la memoriahistórica o éste es completamente irrelevante?

Se cumple ahora el 75 aniversario de la proclamación de la II Re-pública española (1931-1939), que es tanto como decir, pese a su fra-caso, de la primera democracia española. Ahora que tan exaltado sis-tema político se ha convertido en el gran mito mundial por todosreivindicado y soñado, hasta el punto de pretender que la historia esun sistema acabado o que hemos llegado al final de la misma (Hegelo Fukuyama)2, partiendo del liberalismo y habiendo alcanzado elconsenso universal en torno a la democracia liberal, el recuerdo denuestra primera experiencia democrática debería ser más un punto deencuentro que de desencuentro. Deberíamos intentar que fuera un es-pacio público donde la inmensa mayoría razonadora, moderadora eintegradora pudiera reflexionar, analizar y aprender del pasado. De-beríamos impedir que fuera apenas una nueva ocasión para que laeterna minoría sectaria, radical y excluyente avivase la confrontacióny la demagogia sin la cual parece no poder vivir, crispando el presen-te y entorpeciendo la construcción del futuro.

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——————1 J. M. Ruiz-Vargas (comp.), Claves de la memoria, Madrid, Trotta, 1997, pág. 10.2 G.W.F. Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia universal. Prólogo de

José Ortega y Gasset. Traducción de José Gaos, Madrid, Alianza, 1994 y F. Fukuya-ma, El fin de la historia y el último hombre, Barcelona, Planeta, 1992.

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¿Es la República (Guerra Civil, y dictadura franquista mediante)más digna de olvido que de recuerdo dadas sus dramáticas conse-cuencias o, precisamente por ello, su evocación y reivindicación esmás bien nostálgica y se ha idealizado su memoria y sobredimensio-nado sus logros y sus fracasos? ¿Qué queda o qué debería permane-cer de todo ello cara al futuro en nuestra memoria colectiva? No po-demos responder obviamente a todo ello por evidentes razones deespacio, pero la evocación literaria y cinematográfica de su pacíficaproclamación, de su gozosa implantación, la efemérides que suponeese 14 de abril de 1931 transformado en una verdadera fiesta popularque ha sido plasmada en centenares de libros a través de una pléyadede escritos, de infinidad de memorias, de bien fijados recuerdos, perode muy pocas películas, puede ayudarnos a aclarar algo la paradojaexistente entre el entusiasmo desbordante que provocó su adveni-miento y la decepción o lacerante frustración que, por su fracaso, aúnperdura en la memoria de los demócratas y la izquierda española.

LA «RES PUBLICA»

Pero, empezando por el principio, no resultará baladí preguntarse¿qué es y qué significa República? La República es un concepto fun-damentalmente romano con el que estos pasaron a referirse, tras laexpulsión de los reyes antiguos, a la nueva organización política esta-blecida, si bien la idea le corresponde a Platón cuya obra homónimaha servido de modelo de referencia aunque es más bien un tratado nosistemático sobre la justicia que un tratado sobre la República3. Elconcepto deriva de res publica, una palabra nueva para expresar unconcepto, una situación, una realidad política nueva, revolucionaria:la «cosa pública», es decir, los asuntos del pueblo, los intereses co-munes de todos tal y como los afrontaban los polites griegos, los ciu-dadanos de Aristóteles4. La política dejaba de ser particular y perso-nal para empezar a ser colectiva y despersonalizada y plasmarse enun ámbito bastante más extenso y complejo que la pólis ateniense amedida que se extendía la civilización romana.

La política dejó de ser ya cosa sólo de reyes o de una minoría ciu-dadana muy restringida. El ejercicio del poder no era ya un legadogratuito, una simple herencia del padre al hijo primogénito para sercada vez más cosa de todo el pueblo que elegía libremente a su máxi-

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——————3 Platón, La República (Introducción de Manuel Fernández Galiano. Traducción

de José Manuel Pabón y Manuel Fernández Galiano), Madrid, Alianza, 2002. 4 Aristóteles, Política (Introducción, traducción y notas de Carlos García Gual y

Aurelio Pérez Jiménez), Madrid, Alianza, 2003.

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mo magistrado. El poder no venía de lo Alto, de Dios, sino de abajo,del mismo Pueblo: toda una revolución política. Cicerón no sólo des-tacaba los intereses comunes que hay que preservar, sino la necesidadde que las leyes se aprueben por consenso y que esa y no otra sea lafuente legítima del Derecho. En su obra sobre la República reflexionaa través del diálogo entre varios personajes a la manera platónica so-bre los problemas propios de la organización del Estado, de la Repú-blica, y de cómo poder mejorar los intereses y la convivencia de losciudadanos5. Por tanto el concepto nace, y de ahí su éxito, como laasociación de ciudadanos para administrar sus intereses comunes dehombres libres apenas sometidos al imperio de la Ley y el Derecho.

La República, en consecuencia, es mucho más que un concepto ouna simple forma de gobierno en contraposición a la monarquía, estodo un movimiento político. El republicanismo marcha indisoluble-mente unido al renacimiento de la teoría democrática moderna a lolargo del siglo XVIII y también, como pone de manifiesto la experien-cia norteamericana, supone la cerrada defensa de las libertades fren-te a algunos excesos de las democracias. La tradición republicana,tanto la clásica como la actual, ponen el énfasis en la participacióndel pueblo en el gobierno como garantía de los abusos inherentes a lademocracia misma y su irrefrenable tendencia —tal y como aventu-raba Tocqueville— a imponer la tiranía de la mayoría por una parte y,por la otra, a profundizar en la representación popular como freno alas tendencias oligárquicas propias de la democracia liberal6. Sobreeste particular el Maquiavelo de los discursos7 y la monumental obrade Pocock8 resultan especialmente clarividentes para rescatar lo ver-daderamente valioso de la tradición republicana.

En el caso de la II República española se percibía ésta como sinó-nimo de modernización y democracia frente a la manifiesta incapaci-dad de la monarquía liberal para adaptarse al nuevo signo de los tiem-pos y abrirse a todo el conjunto de las fuerzas políticas y sociales quepujaban por hacerse un hueco bajo el sol en la España de la Restaura-ción. La II República fue recibida con gran entusiasmo popular y conla firme convicción de que era posible regenerar políticamente las ins-tituciones y transformar la sociedad. Fue un efímero sueño, quizás,pero, sobre todo, una esperanza frustrada. Y las imágenes filmadas de

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——————5 Cicerón, Sobre la República (Introducción, traducción, apéndice y notas de

Álvaro D’Ors), Madrid, Gredos, 2002. 6 A. de Tocqueville, La Democracia en América, Madrid, Alianza, 2002.7 N. Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Madrid,

Alianza, 1987.8 J. G. A. Pocock, El momento maquiavélico: el pensamiento político florentino

y la tradición republicana atlántica. Estudio preliminar y notas de Eloy García, Ma-drid, Tecnos, 2002.

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su proclamación en la capital de España son testimonio indubitable deello. La plaza de la Cibeles de Madrid y la calle de Alcalá estuvieron li-teralmente colapsadas y nunca volvieron a estar tan plenamente rebo-santes de ciudadanos hasta muchos años después tras la restauración delas libertades con motivo de las manifestaciones multitudinarias convo-cadas tras el intento de golpe de Estado del 23-F, el entierro del alcaldede Madrid Enrique Tierno Galván, los asesinatos a manos etarras delconcejal Miguel Ángel Blanco Garrido y el del profesor Francisco To-más y Valiente, o tras la traumática masacre del 11-M.

Hasta tal punto resultan expresivas tales imágenes que su utiliza-ción como soporte visual para una serie histórica de televisión espa-ñola durante la dictadura franquista hicieron de todo punto imposiblesu difusión. El general Franco a la vista de las mismas mandó abor-tar dicha serie con independencia de lo que el forzado y forzoso tex-to del guión pudiera decir sobre ellas. La propaganda franquista sededicó sistemáticamente a denigrar la memoria de la República y nopodía admitir de ninguna manera —nunca puede resultar más ciertoel viejo aserto de que «vale más una imagen que mil palabras»—, laevidencia indubitable de que en su mismo origen la República hubie-ra sido un régimen tan popular, tan pacíficamente proclamado, enmedio de la esperanza, el entusiasmo y la alegría del pueblo español,una vez más perfectamente representado por su capital, «el rompeo-las de todas las Españas» que proclamara Antonio Machado. La me-moria histórica de semejante fiesta popular debía de ser erradicadapor completo del imaginario colectivo del pueblo español.

LA IMAGEN NEGATIVA DE LA REPÚBLICA

Esa degradación sistemática firmemente sostenida a lo largo dela dictadura explica que tan noble concepto, tan atractiva idea, quenunca puede limitarse a una simple abstracción, tenga en general tanmala prensa o sea tan controvertido. ¿Por qué las referencias más co-munes a la República suelen hacerse en sentido peyorativo? «Esto esuna República» suele decirse airadamente o, en el mejor de los casos,«esto parece una República» para ejemplificar gráficamente el caosy el desorden más absolutos. En pura lógica la monarquía habría deser, por contraposición, la representación de la quintaesencia del or-den natural de las cosas, tal y como sostenía Bodino9.

Tan negativa imagen, que es una evidente consecuencia de la propa-ganda negativa que el franquismo, heredero del pensamiento reacciona-

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——————9 J. Bodino, Los seis libros de la República, 2 vols. (Edición y estudio preliminar

por José Luis Bermejo Cabrero), Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1992.

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rio y muñidor del fascismo español, alimentó siempre con fervor hasubsistido hasta nuestros días a pesar de la recuperación de las liberta-des. Esa imagen degradada alimentó incansablemente el imaginario co-lectivo del pueblo durante toda la prolongada existencia del franquismocuyas últimas secuelas propagandistas aún se empecinan en mostrarnosuna imagen totalmente degradada de la II República que habría sido laprincipal responsable de la tragedia que ha significado la Guerra Civil.Efectivamente, el régimen franquista se dedicó con fervor a borrar de lamemoria colectiva cualquier rastro republicano que pudiera siquieraevocar el sistema político anterior. Los nombres de los próceres republi-canos, sus calles, monumentos, referencias políticas o simplemente cul-turales fueron literalmente erradicadas del mapa, arrancadas de las pá-ginas de la historia. Y, ahora, reinstaurada la monarquía, no cabepresumir que el espacio público vaya a ser invadido por la imaginería re-publicana o algunos de sus hombres y mujeres públicos más relevantes.La República había sido la fuente de todo mal de cuyo seno surgieronlas más terribles aberraciones que llevaron a España al caos e hicieron«inevitable» la Guerra Civil que propició el Movimiento Nacional sal-vador del caudillo Franco. Por consiguiente había y, al parecer, hay quecubrirla con el más espeso manto de los olvidos.

Cuando se evoca «la República» se está aludiendo implícitamen-te a la Segunda, pues «la República» por antonomasia, en su plasma-ción histórica, es la que se proclama el 14 de abril de 1931 y sucum-be por las armas ocho años después, el 1 de abril de 1939, tras tresaños de heroica resistencia a lo largo de la Guerra Civil que daríapaso a la prolongada dictadura del general Franco. La primera denuestras repúblicas queda ya muy alejada de la memoria colectiva delos españoles. Fue apenas el sueño de una noche de verano, pues sóloestuvo vigente los once meses que median entre el 11 de febrero de1873 y el 3 de enero de 1874. Por consiguiente la memoria republi-cana es fundamentalmente la de la II República.

En consecuencia, esa memoria, pues hay muchas memorias, esevocada tanto por parte de los sectores más extremosos de la derechaespañola, que lo hacen para quejarse y lamentarse de aquella expe-riencia política, generalmente considerada extremadamente negativay del todo contraria a sus intereses, como por parte sustantiva de la iz-quierda más o menos radical y de la nacionalista, cuyo nombre invo-can para exaltarla como alternativa política frente al pretendido yugoque supondría la actual monarquía parlamentaria que, como tal, aco-ge y garantiza sus manifestaciones políticas anti-sistema.

Los sectores pro-republicanos y los nacionalistas-independentis-tas son plenamente conscientes de que para la plena consecución desus ideales políticos, es decir, para conseguir la proclamación de la IIIRepública que anhelan, habría que impulsar y favorecer su imagen

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para lograr sus objetivos políticos tales como alcanzar su plena segre-gación del actual Estado español y constituir el suyo propio. La actualmonarquía constituiría así el más relevante obstáculo para superar laactual situación y poder hacer valer sus intereses políticos partidistasde independencia nacional, porque el indiscutible papel democratiza-dor e integrador desempeñado hasta ahora por la actual monarquía,la ha llevado, en un país de sentimientos monárquicos más bien esca-sos, a ser la institución política más valorada por el conjunto del pue-blo español como ponen de manifiesto reiteradamente las encuestasdel Centro de Investigaciones Sociológicas.

Como en pura teoría democrática: Vox populi, vox Dei, los defen-sores de la causa republicana tendrían de momento el terreno muypoco abonado para hacer fructificar sus sueños e ideales, incluidaslas comunidades autónomas del País Vasco y de Cataluña, pero expli-carían los desaires antimonárquicos provenientes de dichos sectoresnacionalistas que confunden sus legítimas aspiraciones políticas conla debida cortesía que imponen las relaciones institucionales. El le-hendakari vasco, Juan José Ibarretxe, no debería olvidar la represen-tación colectiva que ostenta de todo el pueblo vasco desairando la fi-gura del Jefe del Estado que, le guste o no, representa a todos losespañoles, incluido el conjunto de los ciudadanos vascos que, lo quie-ran o no sus propios partidarios nacionalistas, forman parte indisocia-ble de la Comunidad Autónoma del País Vasco y del Estado españolmismo, es decir, de España, algo, que el actual presidente de la Gene-ralitat catalana, Pasqual Maragall, sin embargo, tiene siempre muypresente atendiendo con respeto a las responsabilidades que se deri-van de su cargo en sus relaciones con la jefatura del Estado. Estadodel que forma parte toda la ciudadanía catalana, nacionalista o no, ala que representa, con independencia de que al frente de dicha jefatu-ra esté un rey o un presidente de república.

En cualquier caso la tradicional evocación de la República nosuele hacerse precisamente con nostalgia, salvo desde determinadasposiciones de izquierda, para ensalzarla como un supremo bien en símismo, como una noble y eficaz forma de organización política quese hubiera perdido y que habría que recuperar en nombre de la ley,del derecho, de la libertad, de la justicia o de la democracia felizmen-te establecida en su día, sino que se hace más bien desde la derecha yel centro-derecha, como rememoración en todo caso de la feliz extir-pación de ella como el más infausto de los sistemas políticos. Mode-lo que, al parecer, supone la encarnación del mal absoluto, ya que ha-bría alimentado la violencia, generó todo tipo de injusticias, fomentóla persecución religiosa, estableció el desorden y el caos que, en de-finitiva, suscitó el ineludible enfrentamiento social que nos precipitóa la Guerra Civil. Así, la mayor desgarradura moral de nuestra histo-

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ria, cuya inevitable consecuencia habría sido la dictadura franquista,no habría sido hija de una sublevación militar ilegal e ilegítima par-cialmente fracasada sino inevitable consecuencia de un régimen polí-tico nefasto que obligó a los militares honorables a acabar con ellapara la regeneración de la patria en trance de perecer.

Y, a la inversa, determinados sectores de izquierda consideran laRepública como el arquetipo de régimen democrático que abordó en sudía con decisión y eficacia los gravísimos problemas seculares que Es-paña tenía pendientes si quería iniciar el camino de la modernizaciónpolítica, económica y social del país, y que sólo el egoísmo y la violen-cia del bloque de poder oligárquico en connivencia con el fascismo in-ternacional fueron capaces de abortar aún a costa de provocar por la víade la violencia una guerra civil y la implacable dictadura que la siguióque, en su conjunto, resultó absolutamente negativa para el país. Paradichos sectores no sólo es un ideal político al que ajustarse, sino unaforma de Estado que por sí misma habría de producir efectos tan bené-ficos para el país como maléficos para sus detractores.

En el primer caso, nos encontramos ante el paradigma políticomás negativo que imaginarse quepa, del anarquismo más pedestrecomo símbolo absoluto de la negación misma del orden político de-mocrático. Esta perspectiva, por lo que respecta a la visión más negrade la República por parte de sus opositores más firmes, podemos ver-la ejemplificada no sólo en los sectores más ultramontanos de la de-recha española, como es lógico, y en el revisionismo neofranquistapor ella alimentado sino también en hispanistas reconocidos, como elcitado profesor Stanley G. Payne, que se empecina en tratar de san-cionar con su autoridad historiográfica una pretendida literatura his-toriográfica completamente banal. En el caso más benévolo la idea yel concepto de República, la institucionalización de la libertad, nosremitiría indefectiblemente a la discrepancia permanente, al griteríoo a la algarabía más insoportables, a la incapacidad innata del espa-ñol para organizar políticamente la convivencia al amparo de institu-ciones democráticas. Consecuentemente tan perversa forma de Esta-do debería de ser erradicada definitivamente de la memoria colectivay descartada como ideal político ya que, en su seno, anida «el huevode la serpiente» de un régimen político que iría simplemente contranatura no aspirando sino a la implantación del caos.

LA EVOCACIÓN LITERARIA DEL FELIZ ALUMBRAMIENTO

Y sin embargo, en 1931, la República, era considerada como lapócima mágica que habría de sanar todos los seculares males de lapatria. La II República española, en el momento de su proclamación,despertó las más fervientes esperanzas de numerosos sectores de la

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ciudadanía. Por fin los españoles mismos estaban dispuestos a cons-truir su propio futuro sin intermediarios ni mediadores que interfirie-ran sus libres designios. Han quedado plasmados en miles de páginascentenares de brillantes testimonios de ello, pero no nos referiremosaquí a los historiográficos sino a algunos de los literarios más signi-ficativos entre los que resulta muy difícil seleccionar los más ilustra-tivos. La monarquía había quemado definitivamente sus últimos car-tuchos y algunos de sus más destacados prohombres se habían pasado ose pasaban al campo republicano. Se abrían ante los españoles unconsiderable buen número de expectativas. Parecía que, por fin, unpasado sombrío de secular abandono, de miseria general, de injusti-cia y de incultura, podía quedar atrás ante el empuje renovado y en-tusiasta de la voluntad popular.

La República vivió una auténtica explosión de buen periodismodispuesto a dar testimonio fiel de los nuevos tiempos y proliferaronen consecuencia excelentes reportajes de escritores ya consumados yde muchos otros que rápidamente alcanzarían gran notoriedad. Algu-nos eran bien conocidos, como Julio Camba, Agustí Calvet «Gaziel»,Josep Pla o Manuel Chaves Nogales, cuyos escritos han superado labarrera del tiempo10. Cada uno dio su particular testimonio, Camba,un clásico del periodismo derrochando siempre su irónica claridad;Gaziel con su lúcida perplejidad; Pla con su veracidad, escepticismo,sabia y cachazuda ironía, como no podía ser de otro modo, y ChavesNogales, con la singularidad de sus escritos especialmente interesan-tes por tratarse de artículos de opinión.

Es decir, la República se benefició de la confluencia en el perio-dismo de tres grandísimas generaciones de creadores literarios: la del98, la del 14 y la del 27. Hoy disponemos de una bibliografía inabar-cable sobre lo que justamente se ha llamado la «Edad de plata» de lacultura española. En lo que aquí respecta, es decir, en la visión que dela política manifestaron en la prensa los más destacados representan-tes de las generaciones literarias mencionadas, resulta obligado remi-tir a la espléndida obra de Javier Gutiérrez Palacio que nos ofrece unainformación al respecto verdaderamente exhaustiva11.

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——————10 Véase, J. Camba, Gaziel, J. Pla y M. Chaves Nogales, Cuatro historias de la

República. Edición a cargo de Xavier Pericay. Prólogos de Arcadi Espada, Xavier Pe-ricay, Xavier Pla y Andrés Trapiello, Barcelona, Destino, 2003.

11 Véase, República, periodismo y literatura. La cuestión política en el periodis-mo literario durante la Segunda república. Antología (1931-1936). Estudio prelimi-nar, introducciones a cada autor y selección fotográfica a cargo de Javier GutiérrezPalacio, Madrid, Tecnos, APM (Asociación de la Prensa de Madrid y Centro Univer-sitario Villanueva), Madrid, 2005. Desgraciadamente esta obra, destinada a convertir-se en referencia bibliográfica ineludible sobre el período, nos ha llegado cuando ya re-sultaba imposible beneficiarnos de su contenido.

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Se dijo, y con no poca razón, que la República fue sobre todo unrégimen de intelectuales, escritores, profesores y maestros. Y, cier-tamente, abundan los testimonios de ellos, como es natural, dado elconsiderable esfuerzo que hizo la República por dignificar la ense-ñanza. Muchas cosas nacieron con el feliz alumbramiento del 14 deabril de 1931 que despejó el camino soñado hacia la modernizaciónpolítica, económica, social y cultural del país. Sobre todo las espe-ranzas.

De entre la infinidad de testimonios de reporteros españoles y ex-tranjeros, convertidos a su vez en escritores, y que glosaron el cam-bio de régimen y escribieron al respecto, merecen ser destacados en-tre tantos posibles dos. Uno extranjero, y otro español. Los delbritánico Henry Buckley y el catalán Josep Pla pensamos que, a faltade mayor espacio, pueden ser suficientemente ilustrativos.

Henry Buckley era un destacado periodista que se encontraba enEspaña desde 1929 y permaneció en ella hasta el final de la guerracomo corresponsal de The Daily Telegraph. Trabajó para la agenciade noticias Reuters durante la II Guerra Mundial. Casado con una es-pañola, catalana, regresó a España donde vivió hasta su muerte. Nosdejó un libro sobre aquellos años cruciales que apenas podía consul-tarse en algunas bibliotecas especializadas y que ha sido reciente-mente reeditado por su hijo, el profesor Ramón Buckley, que se haocupado personalmente de ajustar adecuadamente el original de supadre12. El interés de su testimonio se acrecienta por varias razones:ser testigo principal de los hechos que relata, la claridad de su escri-tura y su condición de católico, pero inequívocamente republicano,doble circunstancia que dota a su testimonio de un particular interés.

La noche del 13 de abril se encontraba en las puertas del PalacioReal, apenas acompañado de otro periodista español. «La noticia allíaquella noche no era lo que pasaba, sino justamente lo que no pasa-ba». El rey y compañía veían tranquilamente una película en la reciéninaugurada sala de proyección. El bullicio general del pueblo contras-taba con el silencio y la soledad del rey al que en aquella gélida no-che apenas acompañaban en las puertas de palacio «un periodista es-pañol y un despistado periodista británico.» La falta de apoyo a lamonarquía resultaba abrumadora. A juicio de Buckley fue precisa-mente el efecto sorpresa que produjo el resultado de las eleccionesMunicipales del 12 de abril lo que facilitó el cambio pacífico de régi-men. Cambio que no se había producido tras unas elecciones legisla-tivas que hubieran tenido que ajustarse a los plazos legales con lo quehabrían «dado tiempo a que las fuerzas de la reacción y el feudalismo

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——————12 H. Buckley, Vida y muerte de la República española. Prólogo de Paul Preston.

Traducción de Ramón Buckley, Madrid, Espasa, 2004.

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se prepararan y organizaran». En contra de la serenidad del monarcaque jalearon en su momento periódicos como ABC a juicio de Buck-ley era «pura inconsciencia». «El rey era totalmente ajeno a la reali-dad de su país», no obstante entendió que era el quien catalizaba elrechazo popular y se quitó de en medio con rapidez y discreción. Alas cuatro de la tarde del 14 de abril Niceto Alcalá-Zamora al frentedel Gobierno provisional se plantó antes las puertas del Ministerio dela Gobernación y clamó para la historia: «¡Abran en nombre de laRepública!» Los guardias obedecieron y Alcalá-Zamora subió hastala planta principal en volandas mientras los madrileños cantaban enla calle: «No se han marchado, ¡les hemos echado!» Pero, como elmismo Buckley observa era más apariencia que otra cosa. Se celebra-ba el fin del feudalismo, pero «el feudalismo, que había dejado caera don Alfonso porque ya no era útil, seguía tan fuerte como antes...»,testimonio que por venir precisamente de un observador británico,católico, casado con una española y afincado en España adquiere unasingular relevancia.

Aquella mañana del 14 de abril amaneció tranquila en la capitalde España. Madrid se fue animando a lo largo del día, como noscuenta otro testigo de excepción, no precisamente revolucionario, elescritor y periodista Josep Pla, que se había trasladado a la capitalpara narrar para su periódico, La Veu de Catalunya, el órgano de laLliga de Cambó, un periódico conservador pero de signo inequívoca-mente catalanista, cómo un país deja de ser monárquico y empieza ahacerse republicano. Toda una revolución. Había llegado esa mismamañana y nos dejó un dietario del primer año del nuevo régimen13.Algo verdaderamente importante estaba ocurriendo —nos dice—pues nada garantiza, sino todo o contrario, que vayan a caer las gran-des columnas de ese templo inmóvil (la monarquía), pues tiene el so-porte del Ejército, de la Marina, de los grandes propietarios, de laIglesia, del capital, de las clases medias, del pueblo... y, sin embargo,a primera hora de la tarde se izaba la bandera republicana en el Pala-cio de Comunicaciones enfrente del Banco de España. Empezó afluir gente hasta saturarse el cruce de la calle de Alcalá con el paseode la Castellana. Se oyen las notas de La Marsellesa y algunos can-tan el Himno de Riego. Una monarquía —que según había oído deciren el café, escribe Pla—, duraba quince siglos, «ha caído como unpeso muerto, que se desploma, minada por todas partes, por la alturay por la base. Nada ha resistido, y en ese sentido es algo sensacional».Ciertamente la República había venido y, como la célebre primaverade los versos de Antonio Machado, nadie sabía cómo había sido.

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——————13 J. Pla, Madrid. El advenimiento de la República, Madrid, EL PAÍS, 2003.

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El poeta Rafael Alberti nos ha legado una preciosa narración au-tobiográfica en la que nos cuenta cómo recibieron él y su recién ama-da el advenimiento de la II República14. El poeta no era precisamen-te un conservador. Se encontraba en aquel mismo Cádiz de 1812,«cuya inalcanzable estampa azul, se hallaba ahora estremecido depunta a punta por un viento de republicanismo». «Republicana es laluna, / republicano es el sol, / republicano es el aire, / republicanosoy yo», cantaba el poeta henchido de juvenil entusiasmo. Por en-tonces escribe: «Cuando tú apareciste, / penaba yo en la entraña másprofunda / de una cueva sin aire y sin salida.(...) Porque habías al finaparecido».

Pero esos versos no se refieren a la República recién aparecidasino a su amada María Teresa León de la que acababa de enamorarsefervientemente, como ella de él, lo que hacía de cualquier aconteci-miento extraordinario, como la proclamación de un nuevo régimenpolítico, todo un suceso dotándolo de una luminosidad fuera de lo ha-bitual. Coincide esta circunstancia personal con el alborear del nuevorégimen lo que confiere a tal alumbramiento una luz ciertamente des-lumbrante.

Pero de pronto cambió todo. Alguien, desde Madrid, nos lla-mó por teléfono, gritándonos:

—¡Viva la República! Era un mediodía rutilante de sol. Sobre la página del mar, una

fecha de primavera: 14 de abril. Sorprendidos y emocionados, nos arrojamos a la calle, viendo

con asombro que ya en la torrecilla del Ayuntamiento de Rota unavieja bandera de la República del 73 ondeaba sus tres colores con-tra el cielo andaluz. Grupos de campesinos y otras gentes pacíficasla comentaban desde las esquinas, atronados por una rayada «Mar-sellesa» que algún republicano impaciente hacía sonar en su gra-mófono. (...)

La República acababa de ser proclamada entre cohetes y cla-ras palmas de júbilo. El pueblo, olvidado de sus penas y hambresantiguas, se lanzaba, regocijado, en corros y carreras infantiles,atacando como en un juego a los reyes de bronce y de granito, im-pasibles bajo la sombra de los árboles.

El poeta vuela a Madrid y le propone a Margarita Xirgu conver-tir sus romances de Fermín Galán en una obra de teatro sencilla y po-pular. Quería conseguir «un romance de ciego, un gran chafarrinónde colores subidos como los que en las ferias pueblerinas explicabanel crimen del día». El estreno fue un auténtico escándalo. Aparecíauna virgen con fusil y bayoneta calada pidiendo a gritos la cabeza del

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——————14 R. Alberti, La arboleda perdida, Barcelona, Bruguera, 1980.

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rey y del general Berenguer, así como el cardenal Segura, borracho,soltando latinajos. Hubo garrotazos y gritos, entusiastas defensores yaguerridos detractores que anunciaban la profunda quiebra social quese haría explícita apenas cinco años después...

Nuestro centenario Francisco Ayala, recién casado entonces y lle-gado de Berlín, se lanzó a la calle en cuanto se produjo el 14 de abrilpara dirigirse a La Granja El Henar donde hacían tertulia él y susamigos. La excitación de la gente era muy grande, proliferaban enlas solapas las cintas con los colores de la tricolor republicana quese izaba en edificios públicos y en algunos balcones. «La banderaque bordara Mariana Pineda salió a ondear por todas partes, y seimpuso —digámoslo así— por sí misma. ¡Cuánto habría de pelear-se en lo sucesivo alrededor de esa bandera!» Constataba igualmenteAyala el entusiasmo desbordante que produjo la proclamación de laRepública, así como la movilización de voluntades y de ambicionesque con ella se suscitaron entre los intelectuales15.

La escritora Josefina Aldecoa nos ha dejado un vivido y hermo-so testimonio novelado de la alegría con que los maestros recibie-ron al nuevo régimen16. Simbólicamente la protagonista, GabrielaLópez Pardo, maestra de profesión, se pone de parto en el pueblo «alas cinco de la tarde y las campanas empezaron a sonar a las ocho».¿Por qué sonaban las campanas? «En esto entró Ezequiel y se mevino a la cama y me cogió la mano entre las suyas, que temblabany me dijo: “Ha llegado, Gabriela, ya está aquí”». Y mientras se re-torcía de dolor sin saber de qué se le estaba hablando... «Viva la Re-pública», se oyó gritar fuera. Y en seguida: «Viva, viva... » «Mi hijase abría camino en este mundo, se instalaba llorando en nuestras vi-das. Faltaba poco para las doce de la noche de aquel día que nuncaolvidaré».

La autora asocia así el nacimiento de una nueva vida, llena de es-peranzas, la de su hija, al de la República, un régimen que iba a em-pezar por dignificar la vida del maestro y que a pesar de todos susavatares necesariamente habría de permanecer muy firmementearraigado en sus corazones.

El testimonio de Constancia de la Mora (Connie para la familia)tiene un particular interés por lo que significa de ruptura con el viejoorden del que provenía por sus apellidos y que se plasma en las pro-pias discusiones y enfrentamientos familiares que relata. Es un testi-monio relevante y singular a través del cual se aprecia, más allá decierto sectarismo propagandístico de la nueva fe política asumida,

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——————15 F. Ayala, Recuerdos y olvidos, Madrid, Alianza, 2001.16 J. Aldecoa, Historia de una maestra, Barcelona, Anagrama, 1990.

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una verdadera pasión por la justicia, un ansia de libertad que contri-buye poderosamente a ennoblecer todo el relato17.

El 14 de abril de 1931, a las tres de la tarde, en un taxi camino desu casa, al pasar por la plaza de la Cibeles pueden contemplar ella yel conductor como en el balcón central del edificio de Correos y Te-légrafos de Madrid se colocaba una tricolor, «la bandera amarilla,roja y morada de la República». Abandonan el taxi los dos para fun-dirse con las multitudes que van incrementándose como por encanto.Su tío Miguel es nombrado ministro de la Gobernación. «Sin desór-denes y sin sangre España se había transformado en República.» Lanieta de Antonio Maura vivió aquellas momentos con ingenuo entu-siasmo. Su testimonio es un excelente reflejo de la ruptura política ypersonal que vive el país y de una mujer de la alta sociedad que asu-me unos nuevos valores de los que hasta entonces, como ella mismaconfiesa, había estado completamente alejada. Rompe con su primermatrimonio de conveniencia y se casa con Hidalgo de Cisneros, queserá jefe de la Aviación republicana, aportando así un doble testimo-nio de aquella experiencia revolucionaria mutuamente compartida yde indudable interés memorialístico.

El recuerdo permanente de la II República del que el escritorEduardo Haro Tecglen hacía gala continuamente resulta especial-mente significativo, pues es una de las pocas excepciones que puedenesgrimirse de reivindicación permanente de aquel régimen. Gustabade usar el ordinal pues así alimentaba la esperanza de que llegara unaIII aunque él, escéptico siempre y ya entrado en años, fuera conscien-te de que moriría sin poder ver hecho realidad semejante sueño. Elmismo título de su narración resulta ilustrativo18.

El sentimiento de lo republicano (y la noción dentro de ese con-junto) es el de una aspiración de libertades (no hay libertades: hayaspiración a ellas, como sucede con la democracia, con la felicidado con otros elementos equívocos de nuestras vidas contemporáneas;me temo que de las futuras de los otros. Pero es importante que as-piremos a) y el de un conocimiento respetuoso del mundo y de losdemás. Es también una estética: algo más que una política19.

En su particular evocación del feliz acontecimiento en el queconcentra toda humana posibilidad de felicidad personal, Haro Tec-glen, cita a Antonio Machado: «Con las primeras hojas de los choposy las últimas flores de los almendros, la primavera traía a nuestra Re-pública de la mano». Hay que decir que fue profesor suyo en el Insti-

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——————17 C. de la Mora, Doble esplendor. Prólogo de Jorge Semprún, Madrid, Gadir,

2004.18 E. Haro Tecglen, El niño republicano, Madrid, Alfaguara, 1996. 19 Ibíd., pág. 12.

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tuto madrileño «Calderón de la Barca». A la rememoración nostálgi-ca de la infancia perdida añade unos versos de Luis de Tapia que ex-plicitan sus nunca disimuladas posiciones políticas antimonárquicas:«¡Ya es triste cruzar España / cuando es flor todo el país! / ¡Cuandoen fecundos olores / florecen todas las flores / menos las flores delis!»20. Aquel 14 de abril, cual Mariana Pineda en su corazón, su ma-dre sacó de debajo del colchón la bandera republicana que había co-sido. Una bandera que alimentó y congregó tantos espíritus por loque resulta...

extraño, ligeramente cómico, que se quiera prohibir el pasado: unaparanoia que movilizó grandes esfuerzos de censura y represiónpara conseguirlo. (...) Sentir pudor y miedo ante la rememoraciónde esos colores es un síntoma grave de su estado de conciencia —mala: incluso por el partido que ayudó a alzarla el catorce deabril21.

Nunca se curó el niño republicano de aquella herida de la in-fancia que, de tan profunda, mantuvo abierta hasta su mismísimamuerte.

Resulta de particular interés la evocación familiar y personal queel conocido psiquiatra Carlos Castilla del Pino realizó en la primeraentrega de su biografía que mereció el IX Premio Comillas de biogra-fía, autobiografía y memorias22. Entre otras poderosas razones por-que mantiene muy vivo su recuerdo y por la potente inteligencia ysensibilidad con que nos transmite aquellos acontecimientos tan in-tensamente vividos y que habrían de suponer un auténtico revulsivoen su familia pues, su padre, era monárquico y justo aquel 14 deabril había adelantado su regreso del casino antes de lo habitual«ante la alarma que habían producido los resultados conocidos amedia tarde». «La vida social se enrareció y para nosotros comen-zó una etapa de tensión» pues, al fin y al cabo, la República «iba li-gada, desde la perspectiva de la familia Castilla, a una cierta falta declase, a una tendencia a la populachería». Aquella experiencia his-tórica golpeó especialmente a su familia pues unos sufrieron prime-ro la represión de los «rojos» y otros, sufrieron después la de los lla-mados «nacionales», como el mejor paradigma del horror de unaguerra civil que tan fielmente queda plasmado en las sabias pala-bras de Manuel Azaña en su discurso en el Ayuntamiento de Valen-cia el 21 de enero de 1937, en el sentido de que en una guerra civil

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——————20 Ibíd, pág. 20. 21 Ibíd, págs. 27-28.22 C. Castilla del Pino, Pretérito imperfecto, Barcelona, Tusquets, 1997.

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«no se triunfa personalmente sobre compatriotas», pues todos pier-den algo, incluso los vencedores.

Efectivamente, la instauración de la República no fue recibidacon el mismo entusiasmo en todas partes. A la desconfianza y natu-ral prevención con que se recibió la noticia en una familia más o me-nos monárquica como la de Castilla del Pino hay que sumar el recha-zo manifiesto que se produjo en otros sectores sociales.

Dentro de los testimonios negativos, que no fueron pocos, sobrela proclamación de la República antes de que empezaran a aflorar y amanifestarse tantos problemas y conflictos, más o menos latentes,como los que se habían venido incubando, el de Rafael Salazar Soto,«reportero político» de la Editorial Católica que fuera subdirector deYa resulta igualmente ilustrativo. No se anduvo por las ramas y desdeel primer momento se dedicó a «hundir el bisturí en el tumor nacio-nal que fue la Segunda República española», según la acertada des-cripción del autor del epílogo, Pedro Gómez Aparicio, que le escribióa Salazar sobre sus recuerdos republicanos23. Efectivamente el incisi-vo reportero evoca así el acontecimiento.

Un acontecimiento que el pueblo quiso festejar jubilosamente,como merecía su significado y trascendencia. ¿No habían usurpa-do los reyes la Casa de Campo? Pues vamos a la Casa de Campo,sin pérdida de tiempo, a tomar posesión de lo que fue siemprenuestro. Y hacia allí marcharon miles de hombres y mujeres entrecánticos y gritos soeces, sin gracia y sin ingenio. Aquella «toma deposesión» resultó algo inenarrable. Se talaron árboles, se pisotea-ron setos, se destrozaron plantas, se volcaron automóviles y las cu-biertas de otros vehículos fueron acuchilladas. ¡Reinaba la alegríapor doquier! Acababa de proclamarse la República, y el pueblo so-berano podía hacer lo que le diese la republicana gana24.

Los sepultureros de la República se aprestaron desde el primermomento a socavar sus débiles cimientos sin la menor contemplaciónal amparo de las libertades democráticas recién instauradas. No die-ron el menor cuartel. La «real» gana de las poderosas fuerzas de latradición era vilmente usurpada por la «republicana» gana del pueblosoberano al que se le venía hurtando secularmente una mínima ins-trucción en los valores cívicos propios del ciudadano ansioso de ser-vir a su República.

Fue una época en la que nadie provisto de una pluma dejó de dartestimonio de su experiencia. Muchos intelectuales así lo hicieron y

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——————23 R. Salazar, La Segunda República Española. Personajes y anécdotas. Prólogo

de Lucio del Álamo y Epílogo de Pedro Gómez Aparicio, Madrid, La Editorial Cató-lica, 1975.

24 Ibíd., págs. 23-24.

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gracias a ello disponemos de sus interesantes opiniones para hacer-nos una idea cabal de la intensidad con la que se vivieron sobre todolos primeros momentos del régimen. Fueron muchos los intelectualesque plasmaron en artículos, reportajes y libros los sucesos y cuestio-nes más candentes de los primeros años republicanos. Pío Baroja, Ja-cinto Benavente, Julián Besteiro, Concha Espina, Blas Infante, LuisJiménez de Asúa, Salvador de Madariaga, Gregorio Marañón, Ra-món Menéndez Pidal, José Ortega y Gasset, Ramón Pérez de Ayala,Ramón J. Sender, Miguel de Unamuno, Ramón María del Valle In-clán, etc, etc., nos dejaron sus reflexiones sobre el compromiso inte-lectual, la cuestión regional, la reforma agraria, el papel del socialis-mo democrático, el de los intelectuales mismos, etc., etc., en aquellosesperanzados años en que aún era todo posible y nada estaba prede-terminado25.

Efectivamente, se han hecho infinidad de análisis retrospectivos in-sistiendo sin el menor fundamento en que la Guerra Civil fue inevita-ble. Salvo la muerte, no creemos que nada más esté previamente deter-minado. Si fue inevitable es que en el período inmediatamente anterior,los años republicanos, se produjeron las causas «determinantes» queinevitablemente habrían de generar el conflicto civil. ¿Cuáles? Creera estas alturas en semejante género de determinismos es cuestión másmetafísica que materialista aunque, paradójicamente, abunden en ellano precisamente historiadores «marxistas» entusiastas del materialis-mo histórico como metodología más adecuada al análisis de los pro-cesos sociales. Tal es una falacia en la que aún se insiste pero sufi-cientemente tratada por la historiografía contemporaneísta que haarrojado una numerosa bibliografía al respecto lo suficientementeconcluyente y convincente como para negar semejante predetermina-ción. Por otra parte, puesto que se escribe desde el presente y sabe-mos lo que ocurrió, aunque resulte una simpleza, es relativamentefrecuente por facilón deducir de ello que necesariamente tuvo queocurrir lo que ocurrió. Sobre la misma base pudo perfectamente ha-ber ocurrido lo contrario y así poder decir que también ocurrió inevi-tablemente.

Pensar que pudiera producirse una guerra civil en España, aúnen vísperas de desencadenarse ésta, resultaba una idea ciertamenteincongruente. Dicha idea queda perfectamente reflejada en la con-versación que establecen dos adolescentes amigos, Luis y Pablo,en la obra de Fernando Fernán-Gómez, por la que obtuvo con todomerecimiento el premio Lope de Vega del Ayuntamiento de Ma-

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——————25 Véase al respecto la interesante compilación, Intelectuales ante la Segunda

República española. (Selección, Introducción, y notas de Víctor Manuel Arbeloa yMiguel de Santiago), Salamanca, Almar, 1981.

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drid en 1978. Nos referimos, obviamente, a Las bicicletas son parael verano (1984). Arranca significativamente la pieza precisamen-te en la ciudad universitaria, que en breve será uno de los lugaresdonde habrán de entablarse algunos de los más feroces combatesde la Guerra Civil. Luis le dice a su amigo Pablo: «¿Te imaginasque aquí hubiera una guerra de verdad?» Y Pablo le responde:«Pero ¿dónde te crees que estás? ¿En Abisinia? ¡Aquí qué va a ha-ber una guerra!» Luis, apostilla: «Bueno, pero se puede pensar.»A continuación Pablo le expone sus razones de porque tal no es po-sible en España26. La incongruencia es aún mayor en tanto queLuis será del bando de los vencidos y Pablo de los vencedores. Laguerra no sólo divide lo que antes estaba unido quebrando una in-cipiente amistad sino que tal circunstancia, la victoria o la derrota,tener o no tener avales, esa sí, habrá de ser absolutamente determi-nante para ambos.

Si traemos aquí a colación Las bicicletas... siendo como es unaobra centrada en la guerra es porque, como bien recoge Haro Tecglenen su introducción, en ella «se recoge continuamente el sentido delas aspiraciones del grupo de personajes que pierden esta ocasiónhistórica: cambiar de vida y cambiar la vida». Y que toda esa pre-sencia queda perfectamente resumida en la frase final de la piezacuando don Luis le dice a su hijo Luis: «Sabe Dios cuándo habráotro verano»27.

EL MANIFIESTO OLVIDO DEL CINE

El cine ha sido muy olvidadizo a la hora de evocar o rememorarla II República. Son muy escasas las películas que se ocupan de sumemoria, no existe filmografía que evoque la vida cotidiana de losaños republicanos antes de la guerra o que sitúen en aquel contextohistórico determinadas historias. Incluso aquellas que lo hacen nocontienen una defensa o reivindicación explícita del régimen y suscircunstancias políticas que apenas aparecen en un segundo cuandono tercer plano de la trama. Las consecuencias terribles que devinie-ron tras su violento asalto por los militares sublevados, es decir, lapropia Guerra Civil, y las trágicas circunstancias que de ello se deri-varon, han empequeñecido cuando no prácticamente disipado su me-moria. Por otra parte, la bibliografía específica sobre el asunto tam-

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——————26 F. Fernán-Gómez, Las bicicletas son para el verano. Introducción de Eduardo

Haro Tecglen . Apéndice de Luis Fernández Fernández, Madrid, Espasa Calpe. Aus-tral, 1984, págs. 48-49.

27 Ibíd., pág. 14.

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poco es excesiva con la excepción de los libros de José Maria Capa-rrós 28 y muy poco más29.

La producción cinematográfica de la época era muy escasa dadala débil estructura industrial de España. Por otra parte la proclama-ción de la República coincide con el tránsito del cine mudo al sonoroy la filmación de películas no empieza a remontar hasta 1932 alcan-zando su momento culminante en 1935 en que se realizan apenas 37.Las películas de más éxito del momento fueron La verbena de la pa-loma (1935) de Benito Perojo y Nobleza baturra (1935) y MorenaClara (1936) de Florián Rey, pero ninguna de ellas, ni otras, reflejanel espíritu de los nuevos tiempos ni muestra explícitamente la nuevasituación política que inauguraba la proclamación de la República.Apenas se explotan los valores castizos y populares (toros, zarzuela,sainetes, etc.). La película más audaz entonces fue Nuestra Natacha(1936) basada en la obra homónima de Alejandro Casona del liberalBenito Perojo cuya producción no desentonaba del cine que se haciaentonces fuera de España.

La película más significativa de los nuevos tiempos de libertadesque la II República inauguraba fue un documental. Nos referimos aLas Hurdes (1933) del genial Luis Buñuel en la que mostraba descar-nadamente una de las zonas más subdesarrolladas de España. El pro-yecto lo impulsó el mismo Buñuel de la mano de unos cuantos ami-gos anarquistas y comunistas. Se trata de un auténtico documentodesde el punto de vista antropológico, sociológico, cultural e históri-co, que resultó molesto hasta para el mismo régimen que prohibió suexhibición aunque la rescató el gobierno del Frente Popular y que seha convertido en un clásico del cine documental.

La Guerra Civil, como es lógico, determinó una fractura de la ci-nematografía y cada bando se centró en transmitir sus propios valo-res a través del cine de propaganda. Valores liberales o tradicionales,progresistas o conservadores, revolucionarios o contrarrevoluciona-rios, defendiendo posiciones defensivas, constitucionales, popularesen un caso, y militaristas, tradicionales, franquistas o nacionalistas en

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——————28 J. M. Caparrós Lera, El cine republicano español (1931-1939). Prólogo de

Jaume Miravitlle, Barcelona, Dopesa, 1977 y J. M. Caparros Lera, Arte y política enel cine de la República (1931-1939). Prólogo de Miguel Porter Moix, Barcelona, Uni-versidad de Barcelona, 1981.

29 M. Rotellar, Cine español de la República. San Sebastián. Festival Internacio-nal de Cine, 1977; R. Gubern, El cine sonoro de la II República, 1929-1936, Barce-lona, Lumen, 1977 y A. Martínez Bretón, Libertad de expresión cinematográfica du-rante la II República Española (1931-1936), Madrid. Fragua, 2000 y A. Elorza, «Laniña olvidada» en, Chaput, Marie-Claude y Gomez, Thomas (dirs.), Histoire et Mé-moire de la Seconde République espagnole. Hommage à Jacques Maurice, París,Université Paris X-Nanterre, 2002, págs. 419-434.

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el otro. Como es natural, habida cuenta del resultado de la guerra, latemática republicana y la mera posibilidad de arrancarla de la demo-nización a que el régimen franquista sometió a la República, tuvieronque esperar a la recuperación de las libertades tras la muerte de Fran-co para poder ofrecer una visión que no fuera el mero trasunto de unenfoque puramente simplista y maniqueo de los años republicanos.

Se pudo así producir un discurso alternativo al hasta entonces es-tablecido sobre la propia Guerra Civil o el franquismo o determina-dos temas considerados tabú por el franquismo pudieron salir al fin ala luz. Se produjo un inevitable proceso de recuperación de la memo-ria que ya resultaba imparable y se filtraba por cualquier resquicio enuna sociedad abierta ansiosa de tener acceso a otras visiones de supropio pasado. Tales testimonios, paradójicamente, no lo eran de laRepública misma, un régimen que en definitiva apenas duró cincoaños (1931-1936), como en una especie de acuerdo tácito de que me-jor sería olvidarse de aquellos años que «inevitablemente» desembo-caron en la Guerra Civil (1936-1939). Pero, ¿quiénes se ocuparonprincipalmente de semejante fracaso? Ciertamente se ha ido produ-ciendo una cinematografía sobre estas cuestiones que dista de ser ex-haustiva aunque ha generado un sinfín de películas ambientadas en laguerra o en la posguerra que han contribuido a la formación del ima-ginario colectivo sobre el período 1936-1975 pero, como decimos,apenas nada sobre los años única y exclusivamente republicanos(1931-1936). Incluso las películas que pudieran mostrar un trasfondomás genuinamente referido a los años de la República apenas lo ha-cen incidentalmente para enlazar retrospectivamente con la GuerraCivil, que es el tema estrella, a pesar de que como hemos venido in-sistiendo, no sea en absoluto exhaustiva la filmografía que aborda se-mejante temática.

Ni la versión cinematográfica de Las bicicletas son para el vera-no (1984) de Jaime Chávarri (fiel adaptación de la obra teatral de Fer-nando Fernán-Gómez), ni Belle Époque (1992) de Fernando Trueba,ni siquiera la Lengua de las mariposas (1999) de José Luis Cuerda,pueden considerarse en sentido estricto películas sobre la Repúblicay apenas apuntan a los años de esperanza que supuso su instauración.Son siempre la antesala de lo que viene a continuación y verdadera-mente importa: la guerra, pero nunca independientemente o al mar-gen de ella. No obstante lo cual la película de Cuerda, basada en unode los relatos (A lingua das bolboretas en el original gallego) del li-bro de Manuel Rivas ¿Qué me quieres amor? por el que obtuvo elPremio Nacional de Narrativa en 1996, consiguió un extraordinarioéxito de público, tanto por la eficaz labor de su director como por elguión adaptado de Rafael Azcona por el que obtuvo un merecido pre-mio Goya.

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La película puede considerarse en cierto modo emblemática de lomejor del espíritu que alimentó la proclamación de la República alhacer del maestro, don Gregorio (un extraordinario Fernando Fernán-Gómez) del niño protagonista, Moncho («gorrión», un también estu-pendo Manuel Lozano), todo un símbolo, todo un referente del mejorsueño republicano brutalmente tronchado por la guerra con el méritoañadido de que su protagonista no es consciente de lo que se está «co-ciendo» a su alrededor: la conspiración que llevó a la sublevación mi-litar y a la Guerra Civil.

Don Gregorio resulta en cierto modo arquetípico del maestro hijode la Institución Libre de Enseñanza que quiso dignificar la Repúbli-ca: culto honesto, sensible, curioso, abierto y entregado a los niños,plenamente consciente de su importante responsabilidad social edu-cadora sin darse cuenta al mismo tiempo —¿cómo habría de dárse-la?— de que tan noble labor despertara recelos insospechados quealimentaban el resentimiento de las poderosas fuerzas de la reacción.El niño es una víctima inocente de unas dolorosas circunstancias quedotan aún de un mayor dramatismo a las desgarradoras imágenes conque concluye la película. Don Gregorio es un hombre ingenuo aun-que coherente con las ideas liberales que profesa y sin embargo unser frágil ante la tosquedad pueblerina que le rodea. Un hombre yamaduro, próximo a la jubilación, al que apenas le ha sido dada laoportunidad de alimentar la esperanza de sus sueños más deseados yque, en su discurso de despedida de la docencia, hace finalmente ex-plícitos cuando lúcidamente dice:

El lobo nunca dormirá en la misma cama con el cordero. Perode algo estoy seguro, si conseguimos que una generación, una solageneración crezca libre en España, ya nadie les podrá arrancarnunca la libertad. Nadie les podrá robar ese tesoro.

En ese momento ya empiezan a deslindarse claramente dos cam-pos y sectores cada vez más enfrentados: republicanos y anti-republi-canos. No porque no lo estuvieran ya de antes, sino porque las cir-cunstancias internas (pérdida de las elecciones) y externas (auge delos fascismos) empezaban a hacer más verosímil el enfrentamiento.Pero los sectores más radicales de ambos «bandos» ya habían fra-casado en 1932 y en 1934. Nada estaba escrito en julio de 1936.Cuando se llevan a don Gregorio para ser fusilado en una camione-ta con otras víctimas propiciatorias no se trata de un lamentableerror. Las pedradas del niño son irresponsables e inocentes pero susasesinos sabían muy bien a quien fusilaban y porqué lo fusilaban.Fusilaban a un maestro como símbolo de tantos otros. «Ajustician»a un «envenenador del alma popular» (José María Pemán, dixit), es

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decir, a un profesional de la enseñanza de la nefasta idea de pensarcon libertad.

CONCLUSIONES

Tal pretendió, efectivamente, la República: instaurar la liber-tad..., y consolidarla, después de lo cual ya sería muy difícil podercercenarla. Pero la libertad de unos (de todos) resultó insufriblepara otros sólo dispuestos a defender su propia libertad. Muchosproblemas hasta entonces no resueltos y otros que se mantenían so-terrados surgieron a la superficie con el establecimiento de las li-bertades y no hubo tiempo suficiente para enseñarlas y encauzarlasadecuadamente.

Si algún recuerdo queda de la República en nuestra memoria co-lectiva es el de su tópica simplificación: sobrevalorada por unos, de-monizada por otros, y simplemente ignorada por los más. Lo que esevidente es que su proclamación despertó un gran fervor colectivo yalimentó las legítimas esperanzas de buena parte de la sociedad espa-ñola de la época. Suscitó también una considerable prevención enotros importantes sectores del país profundamente arraigados en losvalores más tradicionales que representaba la monarquía que, agota-da y desgastada por su propia impericia, había tenido que arrojar latoalla al rincón de la historia. La República no dejó indiferente pro-bablemente a casi nadie, al menos en 1936 cuando llegó el momentode la verdad: defenderla hasta la muerte o erradicarla para siempre dela historia.

La literatura y el cine desempeñan un papel clave a la hora de fi-jar el imaginario colectivo de un pueblo. El hecho de que la reivindi-cación de la memoria democrática, y por tanto de la republicana, des-pués de treinta años de la muerte de quien asumió la responsabilidadde borrarla de la historia, y con un gobierno de mayoría socialista, nosea más intensa y cueste tanto encauzar su justa reivindicación, sedebe en parte, a nuestro juicio, precisamente a esa debilidad memo-rialista pues la numerosa bibliografía al respecto, propia de especia-listas, no puede colmar el evidente hueco que la literatura, y especial-mente el cine, distan de colmar.

La leyenda negra de la República se corresponde con la visiónnegativa que los enemigos de la misma, de la democracia, han tenidosiempre del libre ejercicio de las libertades por parte del pueblo sobe-rano. Así ha ocurrido desde la más antigua de las repúblicas que seconocen. En Roma, como nos recordaba Maquiavelo en sus discur-sos, se pretendió dar la imagen de una república de continuos «tumul-tos», «alborotadora» y «llena de confusión»:

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Creo que los que condenan los tumultos entre los nobles y laplebe atacan lo que fue la causa principal de la libertad de Roma,se fijan más en los ruidos y gritos que nacían de esos tumultos queen los buenos efectos que produjeron (...)30.

El ejercicio continuado y persistente de la demagogia deforman-do, ampliando, exagerando o incluso inventando hechos que jamás seprodujeron, y sacando de su contexto, extrapolando y elevando a ca-tegoría los que sí tuvieron lugar, generando con ellos desconcierto,inseguridad y crispación en la ciudadanía, buscando por todos losmedios posibles la caída del gobierno correspondiente o la desestabi-lización del sistema político, no supone ninguna novedad política. Dehecho tenemos ejemplos tan evidentes que de tan próximos nos im-piden ver más allá. Las que son radicalmente distintas son, como di-ría un buen marxista, «las condiciones objetivas», es decir, la estruc-tura real de la sociedad. El ruido empieza a ser ensordecedor perotratar de comparar la coyuntura republicana de 1936 con la actual deEspaña de 2006, como se empeñan en hacer algunos periodistas, re-visionistas y sus voceros mediáticos, es una auténtica tergiversaciónde los hechos que los historiadores no deben dejar de denunciar contoda firmeza. Semejante práctica, que reiterada o persistentementecuestiona los poderosos intereses establecidos, apunta en última ins-tancia a implantar un gobierno fuerte o autoritario que imponga elorden y restrinja las libertades conquistadas. Se trata de una técnicapolítica tan vieja como el mundo desde que el hombre empezó a or-ganizarse políticamente.

Nihil novum sub sole, dijo el sabio Salomón con la suficienteperspicacia y lucidez como para prevenirnos de ciertas recurrenciasy, al mismo tiempo, poder actuar en consecuencia para defendernosno menos sabiamente de ellas con los medios políticos más adecua-dos y eficaces. Medios que el Estado de Derecho y la Constitucióngarantizan sobradamente sin necesidad de tener que apelar de nuevoa «salvadores de la patria», es decir, a vendepatrias. Por ello, la me-moria republicana, resulta especialmente ilustrativa y digna de per-manente rememoración porque el sueño de la libertad no desaparecejamás de los espíritus verdaderamente libres.

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——————30 N. Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Madrid,

Alianza, 1987, I, 4, pág. 39.

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CAPÍTULO 6

La memoria de la Segunda República durante la transición a la democracia

CARSTEN HUMLEBÆK

Copenhagen Business School

La memoria histórica de la Segunda República tuvo una impor-tancia fundamental para la transición a la democracia aunque fuerade manera contradictoria. Por un lado, era el antecedente históricomás próximo de un régimen democrático constitucional y la similitudentre las dos situaciones históricas activó la memoria colectiva delperíodo republicano. Por otro, no se pudo instrumentalizar comoejemplo porque la mayoría de la gente asociaba la memoria del fraca-so de la República con el trauma de la Guerra Civil. La clave aquí noestá en si la Segunda República fue o no la causa directa de la Gue-rra Civil, sino simplemente en establecer que después de tres décadasy media de socialización franquista la mayoría de los españoles, in-cluidos los políticos de la transición, la percibían como la causa prin-cipal.

El texto que sigue explora la interpretación de la Segunda Repú-blica y el uso de su memoria por los políticos y la prensa escrita du-rante los años de la transición. El eje del estudio ha sido una investi-gación del 14 de abril, el aniversario de la proclamación de laRepública, como lugar de memoria. El enfoque: la celebración delaniversario de la Segunda República y su memoria o ausencia de ellay, por tanto, de su conmemoración, en la prensa escrita.

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EL CAMBIO DE RÉGIMEN Y LA MEMORIA HISTÓRICA

Al morir Franco, la sociedad española se caracterizaba por una vo-luntad abrumadora de lograr lo que Franco no pudo o no quiso nunca:la reconciliación de las dos antiguas partes del conflicto civil y la cons-trucción de algún tipo de sistema democrático o semidemocrático en elque pudieran convivir en paz. Por esta razón se hizo imperativo buscaruna solución consensuada a la transición hacia el nuevo sistema, fuerael que fuere. Aunque las referencias directas a la Segunda Repúblicageneralmente se evitaban en el discurso público, precisamente la nece-sidad de diferenciar el cambio de régimen post-franquista de la formaen que llegó la República en 1931 jugó un papel importante en la bús-queda de un consenso amplio. La toma del poder en 1931 era conside-rada ahora demasiado revolucionaria por la gran mayoría de los actorespolíticos y se convirtió en el principal modelo a evitar.

Mientras había un consenso relativamente amplio entre las elitespolíticas sobre la memoria de la Guerra Civil y ciertos aspectos de laSegunda República, no puede decirse los mismo en cuanto a la me-moria de la dictadura que, por razones obvias, estaba dividida y eramuy difícil de abordar. De esa ausencia de una memoria común so-bre el franquismo emergió el acuerdo mutuo de no mencionar la dic-tadura y dedicar los esfuerzos, en cambio, a la tarea de construir unfuturo democrático. Un profundo debate político y público sobre ladictadura y un futuro democrático para España fueron percibidoscomo metas antagónicas por el temor a la revancha y a una repeticióndel conflicto civil. Se optó, entre las dos, por lograr y consolidar lademocracia, que era en definitiva lo más importante. Este acuerdo tá-cito fue tachado más tarde de «pacto del olvido». Supuestamente enconsonancia con él, las elites de la transición acordaron no mencio-nar el pasado en los acuerdos políticos, para evitar repetirlo. Para Pa-loma Aguilar Fernández, sin embargo, es necesario clarificar el al-cance del pacto mencionado. Primero, el pacto no tuvo la mismafuerza en el ámbito político, social y cultural y, segundo, como yamencionamos arriba, la memoria de la Guerra Civil y la del régimende Franco generaron niveles de consenso muy diferentes. El pasado,sobre todo la Guerra Civil, estuvo muy presente, de hecho, en las es-feras cultural y social, y el alcance del «pacto del silencio», por lotanto, se limitó a la esfera política. Aguilar Fernández sugiere que elpacto debe definirse como «un pacto para no instrumentalizar el pa-sado políticamente», definición que subscribo1.

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——————1 P. Aguilar Fernández, «Presencia y ausencia de la Guerra Civil y del franquis-

mo en la democracia española. Reflexiones en torno a la articulación y ruptura del

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El aprendizaje histórico que se extrajo de la experiencia de la Re-pública y la Guerra Civil, fue, por tanto, un importante factor deter-minante del uso de la memoria histórica de la Segunda República ensentido disuasorio durante la transición, y contribuyó igualmente alentendimiento tácito entre las elites políticas para hacer hincapié enla necesidad de consolidar la democracia, más que en un debate polí-tico y público sobre el pasado. Esto hizo que, aunque fuera el antece-dente democrático más próximo, la Segunda República se incluyeraen ese pasado, junto con la Guerra Civil y el régimen de Franco, so-bre el que había que hablar lo menos posible. Por estas razones, laselites políticas de la transición tuvieron especial cuidado en evitarcualquier tipo de conexión entre la legitimidad del nuevo régimen de-mocrático y la del régimen republicano. El resultado fue que se mar-ginó la memoria histórica de la Segunda República, en tanto su re-cuerdo resultaba potencialmente peligroso para el nuevo régimen.

Las elites políticas de la transición estaban tan obsesionadas conevitar los problemas de la España democrática anterior a la Guerra Ci-vil, que el andamiaje institucional de la democracia post-franquista fueconstruido como una verdadera antítesis de la Segunda República. Almargen de la evidencia de que la democracia se fue instalando poco apoco, cambiando el sistema franquista desde dentro, todo lo que puedeconsiderarse opcional en una democracia fue modificado con respectoal diseño de las instituciones democráticas de los años 19302.

En primer lugar, el nuevo régimen era una monarquía en vez deuna república, porque se consideró que la ausencia de la monarquíacomo poder moderador contribuyó decisivamente a la caída de la Re-pública. Además, para una parte considerable de la oposición que anteshabía sido republicana, la cuestión más importante ya no era monar-quía versus república, sino dictadura versus democracia, y la mayoríaestaba dispuesta a aceptar la monarquía si eso facilitaba la consolida-ción de la democracia. En segundo lugar, el nuevo Parlamento iba a te-ner dos cámaras en vez de solo una, porque se pensó que la segunda cá-mara, el Senado, tendría una influencia estabilizadora e incrementaríala moderación en los procesos legislativos. El Parlamento unicameralde la Segunda República fue esgrimido como una de las causas para

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——————“pacto de silencio”», en J. Aróstegui, y F. Godicheau (eds.) Guerra Civil: mito ymemoria, Madrid, Marcial Pons, 2006.

2 Varios de estos asuntos fueron intensamente debatidos y las soluciones respec-tivas encontradas en el parlamento franquista durante la discusión de la Ley para laReforma Política en el otoño del 1976, otros durante los debates parlamentarios sobrela Constitución. Para un estudio detallado de estas discusiones y los argumentos usa-dos a favor y en contra de cada solución, ver P. Aguilar Fernández, Memoria y olvi-do de la Guerra Civil española, Madrid, Alianza, 1996, págs. 231-261.

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explicar la falta de reflexión que caracterizó muchos de los procesos le-gislativos del régimen republicano. Este asunto ya se discutió en tiem-pos de la República y contribuyó, a mediados de los 1970, a la percep-ción de que el unicameralismo era un problema. En tercer lugar, elrégimen electoral elegido estaba basado en el sistema proporcional envez de en el sistema mayoritario como en la República. Esta cuestiónfue muy polémica y se debatió largamente, pero al final la mayoría delos parlamentarios identificó el sistema electoral republicano como unade las causas de los desequilibrios entre las fuerzas políticas del perío-do republicano. La proporcionalidad adoptada, sin embargo, se limitóconsiderablemente con el fin de evitar «la atomización» y favorecer laconstitución de unos pocos partidos políticos grandes y sólidos. Por úl-timo, pero no por ello menos importante, el territorio nacional fue divi-dido en 17 Comunidades Autónomas relativamente uniformes en vezde copiar la división asimétrica de la República.

Uno de los problemas más difíciles a los que hubo de enfrentarsela transición fue el de las autonomías regionales. No es extraño, portanto, que fuera el más polémico de todos. De nuevo, la percepción ge-neral de los problemas de la Segunda República en este campo fue de-cisiva para determinar el marco institucional a elegir para el nuevo ré-gimen democrático. Se pensó que la división asimétrica de la Españarepublicana que significó que solo ciertas regiones —en la prácticaúnicamente Cataluña y el País Vasco— pudieron acceder a la autono-mía regional contribuyó a la escalada conflictiva en los años treinta. Amediados de los setenta el conflicto había cambiado. Ahora se enfren-taron, por un lado, los nacionalistas catalanes y vascos que defendían elderecho a la autonomía sólo para las regiones con una identidad histó-ricamente diferenciada y, por el otro, la práctica totalidad de los parti-dos de ámbito nacional que se negaron a incluir discriminaciones en laConstitución. Esta tensión entre el principio de igualdad en el ámbitoindividual y los derechos colectivos que quebrantarían el principio deigualdad tendría que hallar una salida en la Constitución. Al final, seadoptó la solución de implementar una estructura territorial homogé-nea de regiones autónomas en todo el país. La principal concesión a losnacionalistas de Cataluña y el País Vasco fue “inventar” el término «na-cionalidades», como algo intermedio entre la nación, España, y las re-giones. Estas semi-naciones no tendrían ningunos derechos colectivosespecíficos en el sentido de derechos particulares de autonomía, perose les dieron ciertas facilidades para ayudarles a adquirir un nivel de au-tonomía de manera más rápida que las regiones.

De lo arriba expuesto se desprende que la memoria histórica dela Segunda República estaba muy presente en las mentes de los polí-ticos de la transición y que jugó un papel fundamental en las decisio-nes que tomaron para construir el nuevo marco institucional de la de-

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mocracia constitucional. Este hecho también explica por qué cual-quier partido que aludiera en su nombre a la República o al republi-canismo no fuera legalizado a tiempo para poder participar en las pri-meras elecciones en junio de 1977, incluso aunque se tratara de unpartido moderado como Acción Republicana Democrática Española(ARDE)3. Vindicar explícitamente la memoria de la República o uti-lizar los símbolos republicanos era considerado peligroso4. Este mie-do se percibe, por ejemplo, en el hecho de que durante los primerosaños posteriores a la muerte de Franco, el sólo hecho de ondear labandera republicana se consideraba un delito. Por estas mismas razo-nes las esporádicas conmemoraciones organizadas en el aniversariode la Segunda República fueron reprimidas violentamente por lasfuerzas de policía. Y a ellas remite también el alto contenido simbó-lico que tuvo la decisión del Partido Comunista de España (PCE) deabandonar oficialmente la bandera republicana y aceptar la banderaespañola rojigualda. Se consideró el “precio” pagado por su legaliza-ción en abril de 1977.

A pesar de representar una minoría, los que defendían el legadode la República no dejaron de resultar incómodos para la transición.Durante los años iniciales, muchos afiliados a los partidos comunis-ta y socialista cuestionaron la legitimidad del rey Juan Carlos y de lamonarquía, pero no tuvieron éxito en sus demandas para un referén-dum sobre la forma de Estado. Juan Carlos muy hábilmente se posi-cionó como «el Rey de todos los españoles», es decir, tanto de losvencedores como de los vencidos, y aspiró a promover activamente lareconciliación entre los antiguos adversarios. La legitimidad de lamonarquía se dio por sentada en el discurso oficial precisamente por-que representaba una conexión con la historia española pre-republi-cana. Pero la vehemencia con la que se suprimió a los republicanosdemuestra que incluso el nuevo régimen democrático temía que tu-vieran todavía demasiado éxito popular.

EL ANIVERSARIO DE LA PROCLAMACIÓN DE LA SEGUNDA REPÚBLICA

El régimen de Franco suprimió el día festivo republicano del 14de abril inmediatamente después de tomar el poder, y durante la dic-tadura el aniversario fue silenciado o recordado sólo con connotacio-

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——————3 ARDE era el resultado de la unión en el exilio de dos partidos republicanos que

habían obtenido representación parlamentaria en la Segunda República: IzquierdaRepublicana y Partido de Unión Republicana.

4 P. Aguilar Fernández, «Presencia y ausencia de la Guerra Civil...», ob. cit.

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nes negativas. El discurso oficial del régimen insistía ad nauseam enla idea de que los españoles, a pesar de todas sus innumerables vir-tudes heroicas, eran intrínsecamente incapaces de vivir bajo un ré-gimen democrático sin recurrir a la violencia. El pueblo español secaracterizaba por poseer defectos incorregibles —que Franco deno-minó demonios familiares— como, por ejemplo, la pasión incontro-lable a la hora de hacer política, la crítica destructiva, una tendencia ala fragmentación política o el serio riesgo de dejarse influir por dema-gogos, por sólo mencionar algunos. La cultura política de los españo-les era, en otras palabras, no apta para la democracia. Para ilustraresta predisposición casi racial, el discurso franquista usaba una varie-dad de ejemplos tomados de la historia de la inestabilidad política delos 150 años precedentes. Pero el ejemplo favorito era la Segunda Re-pública, que encarnaba, a los ojos de los franquistas, todo lo peor quepodía sucederle a España, incluida la Guerra Civil, si alguna vez losespañoles osaran establecer nuevamente un régimen democrático. Laconclusión lógica de este razonamiento era que los españoles necesi-taban a Franco y a su régimen para asegurar el progreso y la prospe-ridad. Este discurso legitimador lo he llamado «el mito del carácteringobernable de los españoles» por el aprendizaje que los españolessupuestamente debían sacar de su experiencia histórica5.

En perfecta consonancia con el mito del carácter ingobernable delos españoles, en un editorial del periódico monárquico ABC en elaniversario de la Segunda República de 1955, ésta se describió comoun «paréntesis», «un paso atrás en la marcha del país», y como lacausa directa de la Guerra Civil6. Curiosamente, no se mencionabaprácticamente a la monarquía. La legitimidad de la monarquía, en-tonces, era menos importante que la falta completa de legitimidad dela República, lo que se instrumentalizó para legitimar la dictadura. Lahistoria como magistra vitae era usada para refrescar la memoria yasí evitar su repetición.

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——————5 C. Humlebæk, «La construcción de continuidad y la representación de la histo-

ria nacional en el discurso de la prensa en el aniversario de la muerte de Franco en1976», en A. Álvarez, et al. (eds.), El siglo XX: balance y perspectivas. V congreso deLa Asociación de Historia Contemporánea, Valencia Fundación Cañada Blanch,2000, págs. 379-388. Ver también P. Aguilar Fernández, y C. Humlebæk, «Collecti-ve Memory and National Identity in the Spanish Democracy: The Legacies of Fran-coism and the Civil War», en History and Memory, vol. 14, núms. 1/2, 2002, págs.121-165; y C. Humlebæk, «Remembering the Dictatorship. Commemorative Acti-vity in the Spanish Press on the Anniversaries of the Civil War and the Death of Fran-co», en J. Borejsza y K. Ziemer (eds.), Totalitarian and Authoritarian Regimes in Eu-rope. Legacies and Lessons from the Twentieth Century, Berghahn, Oxford/NuevaYork, 2005 (en prensa), págs. 490-515.

6 «La II República Española», en ABC, 14-IV-1955, pág. 3.

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Veinte años después, en 1975, sin embargo, la reflexión históricaen el aniversario había cambiado y ahora el autor del artículo de opi-nión se interesaba mucho más por las causas de la proclamación de laRepública7. Al rey Alfonso XIII se le acusó de haber perdido variasocasiones para salvar la monarquía y por lo tanto «estaba perdidoante la Historia, meses antes de que ésta desplomase sobre él su fallodefinitivo». A pesar de esta crítica a Alfonso XIII, el autor manteníauna opinión positiva del príncipe Juan Carlos y sobre sus posibilida-des para «resucitar» la monarquía. Hacia el fin del régimen de Fran-co, la monarquía había reaparecido como objeto del debate político yse había puesto de manifiesto la necesidad de preocuparse por restau-rar su legitimidad histórica.

Por todas estas razones, a partir de la muerte de Franco, el 14 deabril tampoco se conmemoró nunca oficialmente. Paradójicamente,la no-celebración del 14 de abril después de 1975 constituía unacontinuidad en la práctica conmemorativa respecto al régimen deFranco. Además de no celebrarlo oficialmente en 1976 y 1977, seprohibió toda «reunión [de tipo] político» en el 14 y el 15 de abril,para —según la explicación oficial— evitar «alteraciones del ordenpúblico»8. En realidad, se prohibía cualquier clase de conmemora-ción pública de la República. De hecho, varios intentos de conme-morar la República en distintos lugares de España fueron severa-mente reprimidos por las fuerzas de policía, se confiscaron lasbanderas republicanas y mucha gente fue detenida9. En 1978 se sua-vizó algo la represión, ciertas manifestaciones fueron autorizadas,pero otras no. Estas medidas represivas demuestran el temor latenteque existía sobre la posibilidad de que los republicanos reabriesen lacuestión de monarquía versus república causando, en última instan-cia, una nueva guerra civil.

Durante los primeros años posteriores a la muerte de Franco, lareflexión sobre la República en los periódicos españoles se caracteri-zó por evaluaciones críticas del régimen republicano que se asimila-ban a la retórica legitimadora del franquismo. Pronto, sin embargo,apareció una versión más atemperada en la que se daba por sentadola existencia de una idea pura o de un proyecto de República que sóloen un segundo momento se corrompió. Generalmente, se culpó de la

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——————7 J. Calvo Sotelo, «En torno al 14 de abril», en ABC, 15-IV-1975, págs. IX-X.8 «Prohibidos para hoy los actos políticos», en El País, 15-IV-1977, pág. 13.9 Ver, por ejemplo, «Disturbios en toda España», en El Alcázar, 15-IV-1976,

pág. 16; «Numerosos detenidos en el aniversario de la República», en El País, 15-IV-1977, pág. 13; «Manifestaciones violentas en varias ciudades españolas», en El País,15-IV-1978, pág. 13. También el editorial «El aniversario de la República», en ElPaís, 15-IV-1978, pág. 8, discutió la represión de los participantes en las conmemo-raciones.

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caída de la República a las insuficiencias de la clase política y a laestructura social de España, fomentando también las comparacio-nes entre la situación del país en tiempos de la República y el pre-sente de los años 1970, que inevitablemente desembocaban a favorde la España de la transición. En esta versión seguía insistiéndoseen un componente del carácter de los españoles de los años 1930que les incapacitó para la democracia republicana; una interpreta-ción que seguía prestando argumentos al mito franquista sobre elcarácter ingobernable de los españoles. La vindicación de la Repú-blica seguía siendo considerado, por tanto, como un posible factorde desestabilización que estuvo muy presente en los primeros añosde la transición10.

ABC no publicó ningún editorial relacionado con el aniversariode la República durante los primeros años de la transición. La refle-xión histórica sobre la República se limitaba a los artículos de opi-nión. Como periódico profundamente monárquico, las evaluacionesexpresadas en las columnas de ABC fueron inicialmente muy críticaspara con el régimen republicano, utilizando un lenguaje que teníamucho en común con la propaganda franquista. En 1976, por ejem-plo, describían el periodo como «las páginas más negras (...) de laHistoria de España», equiparándolo con el comunismo11. Sin embar-go, pronto se matizaron tales críticas, haciendo hincapié en que unade las razones principales para explicar la proclamación de la Repú-blica fue la debilidad del régimen monárquico precedente. El histo-riador Ricardo de la Cierva, un par de años después, llegó a describirla República como «una gran ilusión nacional», lo que venía a admi-tir que las intenciones iniciales eran positivas y que sólo después elrégimen degeneró12. No obstante, prevaleció la interpretación de laRepública como algo que era preciso recordar sólo para evitar su re-petición, como subrayó José María Ruíz Gallardón al escribir: «quienno tiene presente su pasado está irremisiblemente condenado a repe-tir los mismos yerros»13.

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——————10 El análisis que sigue se basa en un proyecto de investigación que incluyó artí-

culos de los periódicos ABC, Ya, El Alcázar, y El País en torno al aniversario de laSegunda República de una selección de años. Los años que se han incluido para losfines de este capítulo son 1976, 1977, 1978, 1981, 1982. Los años 1979 y 1980, porlo tanto, no se han podido incluir porque no formaban parte del proyecto original.

11 Argos, «Una realidad histórica evidente», en ABC, 15-IV-1976, pág. 4.12 R. de la Cierva, «La República: Frustración y experiencia», en ABC, 14-IV-

1978, pág. 3.13 J. M. Ruiz Gallardón, «Español, recuerda», en ABC, 14-IV-1977, pág. 10.

Otros artículos sobre la República eran J. M. Ruiz Gallardón, «Catorce de abril», enABC, 15-IV-1976, pág. 4; C. Seco Serrano, «La monarquía, la república y la reconci-liación nacional», en ABC, 14-IV-1977, pág. III.

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En Ya el primer editorial dedicado al aniversario apareció en197614. El editor criticaba la conmemoración de la República aunqueexpresaba su desinterés por la cuestión de la forma de Estado. El edi-torialista argumentaba pragmáticamente que los dos intentos de esta-blecer una república en España habían fracasado, mientras que la mo-narquía recientemente restaurada era un éxito. Consideraba que losregímenes republicanos en general degeneraban hacia la dictadura,mientras las monarquías, por el contrario, permiten un nivel muchomás alto de cohabitación democrática; una argumentación muy esen-cialista que era similar a la interpretación histórica. La caída de la Re-pública se debió al régimen republicano mismo, a sus deficiencias in-natas. Por el simple hecho de que «ninguna de las dos Repúblicas fuecapaz de asegurar las mínimas condiciones de convivencia de una so-ciedad civilizada», el editorialista abogaba convincentemente a favorde la monarquía española.

El periódico de los franquistas convencidos, El Alcázar, única-mente dedicó un editorial al aniversario, en 197815, en el que defen-día la opción republicana como forma de Estado. Esta posición debía,sin duda, mucho a la decepción de los franquistas con el rey JuanCarlos. El editorialista, sin embargo, reconocía que la Segunda Repú-blica rápidamente degeneró hacia el desastre. La responsabilidadpara aquel desvío caía en la «partitocracia» y en el «servilismo inter-nacionalista» de la clase política republicana y no en la repúblicacomo forma de Estado. Al ser franquista, el autor del editorial hacíauna interpretación histórica diferente a la predominante en los otrosperiódicos, evaluando positivamente el destino final de la República:el régimen de Franco. Al mismo tiempo, criticaba a la monarquía dela Restauración, que precedió a la República, considerándola carentede legitimidad.

Pero el mayor número de editoriales y de otros artículos dedica-dos al aniversario apareció en El País. Como El País comenzó a pu-blicarse en mayo de 1976, es decir, después del aniversario de aquelaño, el primer editorial dedicado al aniversario apareció en 1977. Ensu mayor parte, el editorial se dedicaba a la reciente legalización delPCE y a la crisis que había provocado16. En él, no se discutía explíci-

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——————14 «Contenidos de la monarquía y de la república», en Ya, 14-IV-1976, pág. 7.

Otro artículo del mismo día hace una interpretación histórica similar: «Ni libertad nidemocracia con los dos ensayos de República», en Ya, 14-IV-1976, pág. 12.

15 «Aniversario de la república», en El Alcázar, 14-IV-1978, pág. 1. El mismodía, el editor del periódico, Antonio Izquierdo, escribió también un artículo en el quedefendió puntos de vista similares: A. Izquierdo, «La España insólita», en El Alcázar,14-IV-1978, pág. 3.

16 «Nada es casual», en El País, 14.IV.1977, págs. 1 y 6.

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tamente la República, ni su naturaleza o consecuencias, pero el edito-rialista era contrario a las divisiones entre españoles y les instigaba atomar conciencia de que todos formaban parte de una sola nación. Enaquel momento eso significaba aceptar la monarquía. El autor admi-tía que en la situación presente no era viable una república, «sólo unaMonarquía constitucional y democrática, como la que está en trancede consolidarse, que reconozca los derechos de todos los españoles—los republicanos incluidos— puede razonablemente superar estaetapa de transición». Sólo se dedicaba un artículo más al aniversario,que se hacía eco de las confrontaciones entre la policía y los que in-tentaron conmemorar la República17.

Un año más tarde, los incidentes en torno a las esporádicas con-memoraciones de la República y la represión violenta de éstas por lapolicía dio motivo a otro comentario editorial, que no se publicó, portanto, hasta el día después del aniversario18. En el editorial se distin-guía entre dos maneras diferentes de conmemorarlo: bien como unproyecto o deseo para el futuro, bien como una mera conmemoracióne identificación histórica, y el comentarista abogaba por la segunda.Puesto que la monarquía había sido muy eficaz para lograr la transi-ción hacia la democracia, era inútil reabrir la cuestión de la forma deEstado. Hacerlo, por tanto, sería «un error o una provocación». Laconmemoración histórica de la proclamación de la República, sinembargo, era perfectamente compatible con la aceptación política dela monarquía y el editorialista criticaba duramente las medidas repre-sivas: «La Monarquía no será del todo sólida mientras los republica-nos no puedan manifestarse libremente.» Aquí el autor estaba tratan-do de hacer un difícil ejercicio de equilibrio al condenar, por un lado,ciertos tipos de conmemoración como innecesariamente provocado-res y criticando, por otro, la represión violenta como una prueba deltemor indocumentado de los republicanos. Continuaba diciendo que«la República fue una época bastante más contradictoria y complejade lo que piensan muchos de los que no llegaron a vivirla» y critica-ba el hecho de que, generalmente, se relacionaba la República muchomás con lo que vino después que con lo que le antecedió. Esta últimacrítica lamentaba el resultado del discurso legitimador franquista o,en otras palabras, que la mayoría de los españoles habían sido socia-lizados en las interpretaciones históricas erróneas de la dictadura quedurante 40 años relacionó la República con la Guerra Civil.

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——————17 «Numerosos detenidos en el aniversario de la República», en El País, 15-IV-

1977, pág. 13.18 «El aniversario de la República», en El País, 15-IV-1978, pág. 8. Otro artícu-

lo detallaba los incidentes: «Manifestaciones violentas en varias ciudades españolas»,en El País, 15-IV-1978, pág. 13.

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Con el tiempo, como se desprende de lo arriba indicado, se con-solidaba la legitimidad de la monarquía, lo que contribuyó a mitigarla actitud antirrepublicana de las autoridades, que, después de 1978,levantaron la prohibición de las conmemoraciones minoritarias de losrepublicanos. Sin embargo, lo que pudo haber sido la conmemora-ción más grande de la Segunda República, el 50 aniversario de suproclamación en el 14 de abril de 1981, fue precedido por el golpedel 23-F, menos de dos meses antes, lo que solidificó enormementela legitimidad del rey. La conmemoración no pudo ser utilizada comouna vindicación de la causa republicana y las críticas residuales de lalegitimidad de la monarquía se desvanecieron. Después del 23-F eraprácticamente imposible no ser «juancarlista». Entonces aparecióotro tipo de comparación: ahora el proyecto “puro” de la República olas buenas intenciones que hubo detrás de ella se comparaban con loslogros de la monarquía, que aparecían como una especie de continui-dad. La monarquía, en esta versión idéntica a la transición, por lo tan-to vino a ser la realización de todas las aspiraciones del régimen re-publicano y, de este modo, se construía una curiosa continuidad entrecierto imagen de la República y el presente. Implícitamente, estacomparación, sin embargo, demostraba que lo que no funcionaba enEspaña dentro de un marco republicano, a pesar de las laudables in-tenciones iniciales, funcionaba bien dentro de uno monárquico, másprecisamente dentro de la monarquía de Juan Carlos. Esta nueva con-cepción que incluía a la comunidad nacional, identificada como lacohabitación pacífica de todos los españoles, seguía siendo méritoprincipalmente de la monarquía y del rey Juan Carlos. En gran medi-da estaba basada en el silenciamiento del legado republicano y con-cebida como incompatible con la forma de Estado republicana.

En general, los periódicos dedicaron mucho más espacio al ani-versario de República antes de 1981 que después. El año 1981 repre-sentó la culminación absoluta, pero después el número de artículosanuales relacionados con el aniversario de un modo u otro, si compa-ramos los publicados entre 1976-1980 con los aparecidos en el perío-do 1981-199619, fue decreciendo en los periódicos de mayor tirada enun 63 por ciento. Este hecho refleja claramente que durante los pri-meros años de la transición la cuestión de república versus monarquíaseguía siendo un asunto emocionalmente cargado, y causa recurrente

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——————19 La disminución se encuentra en todos los periódicos. Hasta en El País que ha

mantenido siempre una actitud más pro-republicana que los otros periódicos naciona-les, el número de artículos disminuyó en un 30 por ciento. Es especialmente notable,sin embargo, en ABC que durante el período de 1976 hasta 1980 fue el periódico conel número más alto de artículos, con una media de 3,3 artículos por año. Después de1981, desciende a 0,3 artículos por año.

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—a pesar de los intentos de silenciarlo— de discusiones frecuentes.Después de haber votado la nueva Constitución, sin embargo, y sobretodo después de la acción decidida del rey en favor de la democraciadurante la noche entre el 23 y 24 de febrero de 1981, dejó lentamen-te de interesar a la gente. Paradójicamente, el hecho de que la cues-tión ya no estuviera tan cargada emocionalmente logró silenciar lamemoria de la Segunda República con mucha mayor efectividad quelas medias represivas aplicadas anteriormente.

Precisamente en 1981 ABC publicó su único editorial dedicado alaniversario20. Según el editorialista, la República se proclamó sóloporque la monarquía había decidido retirarse temporalmente del po-der y, por lo tanto, el advenimiento de la República no se debió a supropio poder inherente. Además vinculaba directamente la Repúbli-ca y la pobre gestión de la situación del país con la dictadura que vinodespués, lo que era otra razón para no conmemorar el aniversario. Lanaturaleza histórica de España, según el autor, era la monarquía, queera además la verdadera defensora de la democracia en la España dehoy. Esa interpretación esencialista encontró apoyo en la intentona re-ciente del golpe fallido. Las dos repúblicas, por el contrario, habíansido rotundos fracasos. En consecuencia, concluía: «La II Repúblicapertenece ya al patrimonio de la Historia de España» y, por tanto, yano había riego de que produjese ninguna convulsión en España el ani-versario de su proclamación. El hecho de que la República pertene-ciese ya a la historia, como pertenecía el régimen de Franco, era po-sitivo, puesto que «ante la Historia no cabe otra postura que la delespectador.» Esta visión fue apoyada también por los artículos deopinión que aparecieron igualmente con motivo del aniversario, porejemplo en el de Antonio Garrigues que afirmaba: «Es el 14 de Abriluna fecha que ha sido importante en la Historia contemporánea y queva perdiendo día a día su significación»21. A partir de 1981, habien-do relegado de este modo a la II República al interior de los libros dehistoria, ABC prácticamente ya no volvió a mencionar el aniversariode su proclamación.

El Ya, por su parte, no publicó ningún editorial en el aniversariodurante los años 1980, pero en los artículos de opinión que aparecie-ron en el periódico en estos años se observa un cambio paulatino enla interpretación de la República. De la carga inicial contra el régi-men republicano como causa del caos político y de la Guerra Civil,los escritores del periódico católico evolucionaron hacia un enfoquemás enraizado en los antecedentes de la República y en las condicio-

170 CARSTEN HUMLEBAEK

——————20 «Cincuenta aniversario de la República», en ABC, 14-IV-1981, pág. 2.21 A. Garrigues, «El 14 de abril», en ABC, 14-IV-1981, pág. III; J. M. Martínez

Bande, «La Tercera República», en ABC, 14-IV-1981, pág. IX.

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nes bajo las cuales tuvo que desarrollarse22. La clase política y la es-tructura social de la España de entonces fueron vistas como no aptospara la democracia republicana. Desde esta perspectiva, España yaestaba profundamente dividida cuando se produjo el advenimiento dela República, lo que determinó una actitud defensiva por parte de losrepublicanos en vez de una posición conciliadora.

El Alcázar tampoco publicó ningún editorial sobre el aniversarioen 1981, pero en los artículos de opinión, los colaboradores del perió-dico siguieron defendiendo la opción republicana como forma de Es-tado23. Consideraban más culpable de la Guerra Civil a la monarquíade Alfonso XIII, que a la República como régimen. En varios casos,se establecía una especie de división entre la república como idea(que tendía a recibir una evaluación positiva) y la república comopráctica. El ex-actor, Marcelo Arriota-Jáuregui, por ejemplo, se de-finió como «intelectualmente republicano», mostrando una visiónbastante matizada de la República, muy lejana de la mera repeticiónde la retórica legitimadora del régimen franquista que habría cabidoesperar.

En el 50 aniversario, El País publicó su último editorial dedicadoa la República24. El editorialista intentaba hacer compatible la con-memoración del 14 de abril con la celebración contemporánea de lamonarquía de Juan Carlos, que se había convertido casi en obligato-ria después del reciente golpe frustrado del 23-F. Tres años antes, elperiódico ya se había ocupado de las distintas razones por las queconmemorar la República. Ahora se argumentaba que la conmemo-ración de la Segunda República antes de todo debía servir para eva-luar la situación presente en España. La situación era, por supuesto,infinitamente mejor que la de los años 1930 en prácticamente todoslos campos, lo que legitimaba la monarquía de Juan Carlos. La Se-gunda República, sin embargo, mantenía todavía la legitimidad deri-vada de las nobles intenciones que hubo tras ella, mientras se obvia-ban sus debilidades y las razones por las que tales intenciones secorrompieron. Para el autor del editorial, el régimen monárquico ac-tual representaba la realización de las aspiraciones de la República,

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——————22 J. A. González Muñiz, «A la República la hicieron fracasar los propios repu-

blicanos», en Ya, 12-IV-1981, págs. 4-7; V. Palacio Atard, «14 de abril de 1931», enYa, 14-IV-1981, pág. 5; R. de la Cierva, «República y leyenda», en Ya, 15-IV-1982,pág. 5.

23 W. de Mier, «Al Rey Alfonso XIII no le cogió de sorpresa la necesidad deabandonar España el 14 de abril de 1931», en El Alcázar, 14-IV-1981, pág. 2; M.Arroita-Jáuregui, «La República», en El Alcázar, 14-IV-1981, pág. 2; R. García-Se-rrano, «Se acabaron las tranvías», en El Alcázar, 14-IV-1981, pág. 5; I. Medina, «Losrepublicanos y su gusto por la farsa», en El Alcázar, 15-IV-1981, pág. 8.

24 «50 años después», en El País, 14-IV-1981, pág. 10.

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presentando, por tanto, a los dos regímenes íntimamente relaciona-dos.

A partir de 1981, El País no dedicó ningún editorial al aniversa-rio, pero siguió publicando una serie de artículos de opinión y de fon-do que, por lo general, eran muy pro-republicanos. Estos artículos es-taban escritos por republicanos declarados como, por ejemplo,miembros de ARDE25, y generalmente demostraban una actitud apo-logética hacia el régimen republicano. Igual que en el editorial de1981, muchos escritores argumentaban que la República y la demo-cracia constitucional post-1978 estaban relacionadas, en el sentido deque la monarquía representaba la realización de las aspiraciones delrégimen republicano. Detrás de estas representaciones persistía laidea de la existencia de un proyecto republicano puro, aunque quizáutópico, en otros lugares se llamaba buenas intenciones, que sólo enun segundo momento se corrompió.

LA GESTIÓN DE LA MEMORIA HISTÓRICA

DE LA SEGUNDA REPÚBLICA DURANTE LA TRANSICIÓN

Después de la muerte de Franco, la forma de Estado no fue nuncaobjeto de una discusión política real. La legitimidad básica de la mo-narquía se dio por sentada por prácticamente todos los actores políticosde la transición y la cuestión de la elección entre un modelo republica-no y otro monárquico no fue nunca relevante. Esto no se debía a que losantiguos republicanos de repente se hubieran hecho monárquicos y de-dicaran loas a la monarquía recién instaurada (por Franco), sino sim-plemente a que la aceptaron como un ineludible punto de partida parael proceso político de establecer una democracia basada en la reconci-liación de los antiguos adversarios. A pesar de las demandas para un re-feréndum sobre la cuestión nadie, en realidad, cuestionó seriamente lalegitimidad de la monarquía. Precisamente el hecho de que fuera lamonarquía parlamentaria la que estaba logrando la transición pacíficano hizo sino cimentar la percepción de que el modelo republicano ha-bía sido parte del problema en los años 1930.

Este razonamiento se basó, de hecho, en el aprendizaje extraídopor el discurso legitimador franquista de la experiencia de la Segun-da República y de la Guerra Civil. Del mismo modo que la memoriaparticular de ambos episodios históricos sirvió para legitimar la dic-

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——————25 E. Prada Manso, «La influencia del 14 de abril de 1931 en la política actual»,

en El País, 14-IV-1981, pág. 16; M. Riera, «Extraño y latente republicanismo», en ElPaís, 14-IV-1981, pág. 16; E. Torres Gallego, «Elogio y nostalgia de la República»,en El País, 14-IV-1982, pág. 14.

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tadura, el mito franquista del carácter ingobernable de los españolesse mostró eficaz como contra-narrativa para el nuevo régimen demo-crático. El discurso generalmente aceptado que negaba la posibilidadde una transición pacífica a la democracia, y el hecho de que tal tipode transición se estuviera produciendo contribuyó a aumentar su va-lor. Aunque el nuevo discurso se apoyaba en la negación del mitofranquista y el éxito de la transición se basó, entre otras cosas, en de-mostrar que Franco se había equivocado, no se alteró sustancialmen-te la interpretación histórica de la República en la que él había basa-do su discurso legitimador. La Segunda República permaneció ligadaa la Guerra Civil y por eso su memoria no podía rescatarse del silen-cio parcial en el que había caído. Igual que había ocurrido durante ladictadura, el recuerdo de la República debía permanecer ahora vincu-lado a un juicio negativo, en el sentido de que sólo debía mantenersepara evitar que volviera a repetirse. Sin embargo, mientras para Fran-co el énfasis residía en evitar la repetición de la experiencia democrá-tica, para las elites políticas de la democracia recién creada, lo quehabía que evitar era la repetición de las características del marco ins-titucional del régimen republicano que, según ellos, habían hecho in-viable entonces la democracia.

A pesar de que la mayoría de los españoles y de los actores polí-ticos del proceso de la transición optaron claramente por la monar-quía, la cuestión república versus monarquía seguía en el ambiente, ytan emocionalmente cargada, que no se pudo hacer nunca un análisisdesapasionado de las ventajas y desventajas de cada tipo de régimen.En su lugar, el debate estuvo dominado por argumentaciones esencia-listas del tipo «la monarquía es mejor para la cohabitación pacífica detodos los españoles» o bien «la naturaleza de España es la de ser unamonarquía». No estaba permitido plantearse la existencia de cual-quier tipo de proyecto político republicano. Por eso, los republicanosaunque claramente minoritarios, hubieron de enfrentarse a una repre-sión violenta primero, y, al suavizarse las medidas represivas, con ad-vertencias sobre la oportunidad de sus conmemoraciones republica-nas o, peor, de su proyecto político republicano, después. Sólo eraaceptable la conmemoración de la Segunda República si se hacíacompatible con una celebración de la monarquía contemporánea deJuan Carlos. Es decir, sólo podía admitirse una imagen positiva de laRepública si se demostraba o se presentaba como una especie de con-tinuidad con la monarquía actual. Uno de los argumentos que se uti-lizaron al respecto fue la construcción de un discurso que presentabaa la monarquía constitucional del rey Juan Carlos como el continua-dor, y a la postre realizador, de los buenos propósitos e intencionesque sustentaron el proyecto republicano. En cierto modo, la monar-quía representaba la plasmación de aquel proyecto en la actualidad.

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III. OBSTÁCULOS Y REALIZACIONES:LA HERENCIA ASIMILADA

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CAPÍTULO 7

La «cuestión religiosa»en la Segunda República

HILARI RAGUER

Historiador

UNA BOMBA DE EFECTO RETARDADO

El problema religioso no fue un invento caprichoso de la Repú-blica, sino que le estalló entre las manos un conflicto que se arrastra-ba de muy lejos y que los demás países europeos habían dejado re-suelto o al menos encauzado un siglo antes, en la época de lasrevoluciones burguesas. En España explotó en pleno siglo xx, en laEuropa del comunismo y los fascismos.

En la Iglesia contemporánea ha habido dos grandes proyectospara afrontar la sociedad nacida de la Revolución Francesa y de las re-voluciones que la siguieron. El primero fue el de León XIII, que consus encíclicas y su acción diplomática, rompiendo con una tradiciónmultisecular, reconoció que la religión católica no está vinculada a lamonarquía sagrada, y que por tanto puede admitir una república de-mocrática. A la vez, admitió la tolerancia de otras religiones. Peroaunque esto fue ya un gran progreso, no se trataba de una aceptacióncordial de la democracia y la laicidad. Se estableció la distinción en-tre la tesis, que seguía siendo la del Estado confesional, y que se man-tenía siempre que las circunstancias políticas permitían exigirlo, y lahipótesis que aceptaba, como mal menor, que donde la tesis no se po-día imponer se tolerara el Estado laico y la libertad religiosa. El se-gundo proyecto es el de Juan XXIII y «su» Concilio, con la plena

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aceptación, sincera y como un bien positivo, de la libertad religiosa yde todos aquellos valores de la sociedad contemporánea que el Sylla-bus de Pío IX había condenado: libertad, democracia, igualdad, tole-rancia, etc. El catolicismo español de 1931 estaba muy lejos de estavisión abierta.

Los ejércitos napoleónicos habían sido derrotados en España aprincipios del siglo XIX pero, por un fenómeno no raro en la historiauniversal (Grecia frente a Roma, Roma ante los bárbaros), los mili-tarmente vencidos habían resultado ideológicamente vencedores. Asífue como las patrioteras Cortes de Cádiz estaban empapadas del pen-samiento revolucionario francés. Con todo, los españoles reacciona-rios, los «filósofos rancios», se empeñaron en mantener intacto, a lolargo de todo el siglo XIX y aun en el primer tercio del XX, el sistemade la unión entre el trono y el altar, entre la monarquía absoluta y lareligión católica. El resultado fue aquel péndulo político que con vio-lentos bandazos oscilaba del clericalismo al anticlericalismo, con lastres guerras civiles del siglo pasado hasta llegar a la más terrible detodas, la de 1936-1939. En las tres primeras las derechas fueron ven-cidas, pero las izquierdas las trataron con gran generosidad, hasta conla convalidación de los grados militares; pero cuando en 1939 gana-ron las derechas, la represión fue larga e implacable.

Recordemos que, en las negociaciones para el concordato de1851, la Santa Sede se mostró dispuesta a convalidar las desamorti-zaciones con tal de que se mantuviera la confesionalidad del reino.En 1931 la doctrina oficial de la Iglesia continuaba propugnando,casi como dogma de fe, el principio del Estado confesional. Todavíatreinta años más tarde, en los debates del Concilio Vaticano II, el sec-tor más franquista del episcopado español quiso mantener la confesio-nalidad del Estado y se opuso obstinadamente a la proclamación dela libertad religiosa. Hubieran transigido con una declaración en tér-minos de mero oportunismo, es decir, que en los países de mayoríacatólica se toleraría a los no católicos a fin de que en los de mayoríano católica se tolerara a los católicos. Pero el texto propuesto afirma-ba que la libertad religiosa no era un mal menor, sino algo necesario,porque el genuino acto de fe sólo puede emanar de una voluntad li-bre, y por tanto la conciencia ha de ser respetada. Hasta monseñorPildain, obispo de Canarias, vasco, antifranquista, socialmente muyavanzado pero dogmáticamente reaccionario, que se había hechoaplaudir entusiásticamente por toda la asamblea conciliar al exigir lasupresión de las clases en los servicios eclesiásticos, pero que por susraíces tradicionalistas se oponía al liberalismo religioso, llegó a decirpatéticamente en el aula vaticana: «¡Que se desplome esta cúpula deSan Pedro sobre nosotros (utinam ruat cupula sancti Petri supernos...) antes de que aprobemos semejante documento!».

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Cuando aquellos obispos españoles vieron que el documento ibaa ser aprobado por una aplastante mayoría de los Padres conciliares,dirigieron al papa Pablo VI un durísimo escrito en el que pedían quesustrajera aquel tema a la deliberación de la asamblea conciliar. Mo-tivaban esta demanda alegando que si ellos, hasta el último momentoy en contra de la opinión dominante en el Concilio, se habían mante-nido fieles a la tesis católica tradicional era porque la Santa Sedesiempre les había ordenado defenderla: «Si éste [el decreto sobre lalibertad religiosa] prospera en el sentido en que ha sido hasta ahoraorientado, al terminar las tareas conciliares los obispos españoles vol-veremos a nuestras sedes como desautorizados por el concilio y conla autoridad mermada ante los fieles.» Añadían con todo: «Pero nonos arrepentimos de haber seguido ese camino. Preferimos habernosequivocado siguiendo los senderos que nos señalaban los Papas quehaber acertado por otros derroteros.» Pero incluso después de que eldecreto Dignitatis humanae fuera solemnemente promulgado por Pa-blo VI el 8 de diciembre de 1965, monseñor Guerra Campos, secre-tario de la recién constituida Conferencia Episcopal española, publi-có, en nombre de la Comisión Permanente, un extenso documento enel que sostenía que aquella doctrina conciliar no era aplicable al casode España. Si esto ocurría después del Vaticano II, en 1966, no ha desorprendernos que un amplio sector del catolicismo español no acep-tara en 1931 una república laica. Incluso los escasos católicos másabiertos no podían adoptar públicamente una posición tolerante, con-denada por al magisterio oficial.

Hay que tener en cuenta, además, que el integrismo había gana-do posiciones entre el episcopado español en tiempo de la dictadurade Primo de Rivera. Durante la Restauración, el real patronato sobreel nombramiento de obispos, al margen de sus innegables inconve-nientes, había tenido al menos la ventaja de que se designaran prela-dos ciertamente monárquicos, pero isabelinos o alfonsinos. Por esoGomá, en un escrito al principio de la guerra, se muestra contrarioa que Franco tenga derecho de presentación, porque dice que noquiere «obispos Romanones». Algunos prelados eran integristas deformación y de corazón, pero tenían que moderarse. En cambio ladictadura, ya desde sus comienzos, estableció una Junta de obispospara la provisión de obispados y otras dignidades eclesiásticas denombramiento real que equivalía a una cooptación y permitió queuna serie de integristas accedieran al episcopado, o pasaran de se-des insignificantes a otras preeminentes (como Irurita, que de Léri-da pasó a Barcelona). La consecuencia fue que la República topócon un episcopado en el que había bastantes integristas, algunos deellos (Segura y Gomá sobre todo) muy enérgicos en la defensa desus creencias.

LA «CUESTIÓN RELIGIOSA» EN LA SEGUNDA REPÚBLICA 179

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En la mayoría de los estados modernos, ya fueran monarquíasconstitucionales o repúblicas democráticas, se había llegado a un ra-zonable equilibrio, pero la peleona España era una galaxia distinta.Con humor británico ha escrito Frances Lannon que si en el siglo XVI

los teólogos discutían si la salvación se alcanzaba por la fe o por lasobras, en la España contemporánea la cuestión parece haber sido siera posible la salvación fuera de un Estado católico confesional1.

LA SANTA SEDE Y LA REPÚBLICA ESPAÑOLA

Al caer la monarquía, el Vaticano se limitó a aplicar la doctrinapolítica común establecida desde las encíclicas de León XIII, sobre laindiferencia ante los diversos sistemas políticos y el deber de obe-diencia a las autoridades legítimas. Según esta doctrina, si las nuevasautoridades conculcan los derechos y libertades de la Iglesia (lo cual,a lo largo de la historia, hicieron muchos muchos reyes católicos sinque por eso fueran deslegitimados), los católicos deben unirse paraactuar por los caminos constitucionales o legales vigentes. La SantaSede, en 1931, no sólo no puso en duda la legitimidad del nuevo sis-tema político, sino que aunque abrigara algún temor por el tono anti-clerical que no tardó en tomar, sino que aprovechó la ocasión para darpor decaído el derecho de presentación regio y, por primera vez des-de los Reyes Católicos, pudo proceder libremente a la designación deobispos. Por eso el astuto monseñor Tardini (tan odiado por los re-presentantes de Franco en el Vaticano durante la Guerra Civil), decíay repetía, refiriéndose a la caída de la monarquía: benedetta rivolu-zione!2

Aplicando a España esta doctrina, diez días después de la procla-mación de la República el Nuncio, Federico Tedeschini, transmitió acada uno de los obispos españoles, de parte del cardenal Pacelli, Se-cretario de Estado, la consigna de «ser deseo de la Santa Sede que V.E. recomiende a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles de sudiócesis que respeten los poderes constituidos y obedezcan a ellospara el mantenimiento del orden y para el bien común». Todos losobispos, dóciles a esta cosigna, publicaron cartas o exhortacionespastorales, aunque no todos lo hicieron en tono de verdadero acata-

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——————1 «La Iglesia española de fines del silgo XIX y del siglo xx parece haber confiado

la justificación a la política», F. Lannon, Privilege, Persecution, Prophecy. The Cat-holic Church in Spain 1875-1975, Oxford, Clarendon Press, 1987, pág. 146 (traduc-ción española Privilegio, persecución y profecía, Madrid, Alianza Editorial, 1990).

2 Cfr. C. F. Casula, Domenico Tardini (1888-1961). L’azione della Santa Sedenella crisi fra le due guerre, Roma, Studium, 1988.

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miento. Múgica, obispo de Vitoria, comentaría años después: «Yo eramuy amigo del Rey. Quiso llevarme de obispo a Madrid. Claro queme disgustó cuando el Nuncio nos pidió que escribiéramos una pas-toral acatando la República, pero la escribí»3.. El de Barcelona, Iruri-ta, publicó una carta pastoral de tono apocalíptico, como si la caídade la monarquía fuera casi anuncio del fin del mundo; nada de com-partir el optimismo con que grandes masas españolas, y más aún ensu diócesis4, habían recibido el cambio, sino que todo eran conside-raciones sobre la gravedad del momento y exhortaciones a no desfa-llecer en la prueba, siempre confiando en el Sagrado Corazón. Entérminos del más puro integrismo, como un eco del «Viva CristoRey» de Ramón Nocedal, decía a los sacerdotes:

Recordad que sois ministros de un Rey que no puede abdicar,porque su realeza le es substancial y si abdicara se destruiría a símismo, siendo inmortal; sois ministros de un Rey que no puede serdestronado, porque no subió al trono por votos de los hombres,sino por derecho propio, por título de herencia y de conquista. Nilos hombres le pusieron la corona, ni los hombres se la quitarán.

La más dura de todas las pastorales fue la de Gomá, entoncesobispo de Tarazona5, si bien pasó bastante desapercibida por el tonoteológico del documento y por la insignificancia de aquella diócesis.En cambio tuvo graves consecuencias la del cardenal primado de To-ledo, Pedro Segura, del 1 de mayo, dirigida no sólo a sus diocesanos,sino a todos los obispos y fieles de España entera, arrogándose unajurisdicción que excedía las atribuciones de su condición de primado.En ella invitaba a las movilizaciones masivas, promulgaba una cruza-da de preces y sacrificios y pedía «no sólo oraciones privadas por lasnecesidades de la Patria, sino actos solemnes de culto, preces, pere-grinaciones de penitencia y utilizando los medios tradicionalmenteusados en la Iglesia para impetrar la divina misericordia». Al mismotiempo, con una imprudencia provocativa en aquellos días de entu-siasmo popular por la República, hacía el elogio de la monarquía y dela persona de Alfonso XIII (que lo había encumbrado hasta la másalta dignidad eclesiástica de España):

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——————3 V. M. Arbeloa, La Iglesia en España hoy y mañana. De la II República al fu-

turo, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 1968, pág. 285.4 Si El Debate al proclamarse la República se mostró accidentalista o indiferen-

te, el diario católico de Barcelona El Matí empezaba su editorial del 15 de abril conestas palabras: «Respirem amb satisfacció.»

5 I. Gomá, Carta pastoral sobre los deberes de la hora presente, de 10 de mayode 1931, en B.O.E. de las diócesis de Tarazona y Tudela, 1931.

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La historia de España no comienza en este año. No podemosrenunciar a un rico patrimonio de sacrificios y de glorias acumula-do por la larga serie de generaciones. Los católicos, particular-mente, no podemos olvidar que, por espacio de muchos siglos, laIglesia e instituciones hoy desaparecidas convivieron juntas, aun-que sin confundirse y absorberse, y que de su acción coordinadanacieron beneficios inmensos que la historia imparcial tiene escri-tos en sus páginas con letras de oro.

Para Segura, el momento cumbre del reinado de Alfonso XIII ha-bría sido la consagración de España al Sagrado Corazón, ante el mo-numento del Cerro de los Ángeles. Después de haber recordado connostalgia los favores de la monarquía a la Iglesia, parece dar ya porhecho que la República la perseguirá, y proclama el derecho a defen-derse. Exhorta vehementemente a los católicos a unirse y a actuardisciplinadamente en el campo político, sobre todo de cara a las in-minentes elecciones a diputados para las Cortes Constituyentes.Como de paso, da por sentado que aquellas Cortes han de decidir laforma de gobierno, con lo que en vez de cumplir la consigna de laSanta Sede de acatar y hacer que sacerdotes y fieles acaten los pode-res constituidos, les replantea la cuestión del régimen.

Su inoportuna pastoral contra la República, desobediente a lasórdenes de Secretaría de Estado, causó tal indignación en el Go-bierno provisional que inmediatamente exigió del Vaticano su re-moción. Antes de que pudiera contestar, el propio primado se mar-chó a Roma, espontáneamente, según la versión dada por una notaoficial del gobierno o, según fuentes eclesiásticas, presionado porlas autoridades civiles, que la habían hecho saber que no respondí-an de su integridad física. El ministro de la Gobernación, el católi-co Miguel Maura, cuenta en sus memorias que se sentía como en-tre dos frentes, y que se le quitó un peso de encima cuando elsecretario del Nuncio y don Ángel Herrera aparecieron en su des-pacho y le pidieron un pasaporte para Segura, que había decididosalir de España. Al día siguiente salía por Irún hacia Roma6. Peropoco después, el 11 de junio, la policía de fronteras comunicaba aMaura que el primado, que tenía su pasaporte en toda regla, habíaentrado en España por Roncesvalles. Tres días anduvo loca la poli-cía tratando de localizarlo. Maura esperaba inquieto por dónde ycómo reaparecería el conflictivo prelado, hasta que supo que se ha-llaba en la casa cural de Pastrana (Guadalajara), desde la que habíaconvocado una reunión de párrocos en Guadalajara. Maura, sinconsultar al gobierno, asumió la responsabilidad de expulsarlo. La

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——————6 M. Maura, Así cayó Alfonso XIII, Barcelona, Ariel, 1966, págs. 299-300.

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foto del cardenal primado saliendo del convento de los Paúles deGuadalajara rodeado de policías y guardias civiles no ha dejadodesde entonces de exhibirse como prueba de la persecución de laRepública contra la Iglesia.

Por si fuera poco, a Maura le tocó también expulsar al obispoMúgica, de la diócesis de Vitoria, que entonces abarcaba las tres pro-vincias vascongadas. El gobierno supo que el prelado se disponía acursar una «visita pastoral» a Bilbao, donde carlistas y nacionalistas(éstos entonces formaban frente común con los demás católicos y lasderechas, al contrario de lo que harían en 1936) habían organizadouna manifestación con banderas y emblemas, mientras que algunoselementos obreros y republicanos se organizaban para impedir laconcentración católica. Maura pidió al obispo que desconvocara laasamblea, Múgica se negó y entonces el ministro ordenó su expul-sión. El obispo Múgica, expulsado durante la República por un mi-nistro católico, a principios de la cruzada fue de nuevo expulsado porel presidente de la Junta de Defensa, el general Cabanellas, masón detiempo completo.

Tuvo asimismo gran repercusión en la opinión católica (y en lahistoriografía derechista posterior) la quema de conventos del 11 demayo. Según confesión del propio ministro de la Gobernación,Maura, el gobierno pecó de falta de energía, pero no puede decirseque hubiera sido instigador, ni mucho menos autor7. Con todo, conestos sucesos los enemigos de la República ya tenían argumentospara proclamar que la República estaba persiguiendo a la Iglesia.La situación empeoró al aprobarse el artículo 26 de la Constitución,de tenor algo sectario, y, por si fuera poco, algunas leyes posterio-res que agravaron aún más la situación, porque tocaban puntos a losque la jerarquía o aun los simples fieles eran muy sensibles: decre-to de disolución de la Compañía de Jesús y de incautación de susbienes, aplicando aquel precepto constitucional (23 de enero de1932), Ley de cementerios (30 de enero), Leyes de divorcio y dematrimonio civil (2 de marzo y 28 de junio) y, la más polémicade todas, la Ley de Confesiones y congregaciones religiosas de 17 demarzo de 1933.

Pero más repercusión que estos incidentes ha tenido, en la histo-riografía ulterior, una frase de Azaña.

LA «CUESTIÓN RELIGIOSA» EN LA SEGUNDA REPÚBLICA 183

——————7 M. Maura, ob. cit., págs. 249-264. Al no permitirle el Consejo de Ministros sa-

car la Guardia Civil para impedir los incendios, Maura presentó su dimisión irrevo-cable, de la que sólo desistió por los vehementes ruegos del Nuncio, que le decía queharía un gran daño a la Iglesia si abandonaba el gobierno en aquellos momentos cru-ciales.

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«ESPAÑA HA DEJADO DE SER CATÓLICA»

Los que acusan a la República de haber perseguido sistemática-mente a la Iglesia han esgrimido siempre como supremo argumentola famosa frase de Azaña «España ha dejado de ser católica». Pero nose pueden interpretar debidamente aquellas palabras sin tener encuenta el contexto político y parlamentario en que fueron pronuncia-das y, desde luego, el texto entero del discurso en el que se insertaban.Se han querido presentar como si fueran un programa político contrala religión católica, o como si Azaña se jactara de que la República,con su proceder en materia religiosa, había logrado o lograría extirpardel país el catolicismo. De este modo las palabras del político másemblemático de la Segunda República se convirtieron en una legiti-mación de la cruzada de 1936, y ésta, a su vez, se presentaba a Espa-ña y al mundo como un mentís a aquella frase. No sin retintín polé-mico declaraba el artículo I del concordato de 1953 que «la religiónCatólica, Apostólica, Romana sigue siendo la única de la nación es-pañola». Pero veamos el texto y el contexto.

El momento culminante del debate de la cuestión religiosa en lasConstituyentes, dentro de lo que Arbeloa llamó la semana trágica dela Iglesia en España8, lo constituyó la noche del 13 al 14 de octubre,la noche triste de Alcalá-Zamora9. Los elementos más moderadostanto de la República como de la Iglesia habían tratado desde la caí-da de la monarquía de evitar un conflicto, que a ninguna de las dospartes convenía. El 20 de agosto había tenido lugar una reunión delConsejo de Ministros en la que, con un solo voto en contra (el dePrieto), se acordó «buscar una fórmula de conciliación para resolverel problema religioso en el proyecto constitucional, y confió su estu-dio y negociación al presidente, al ministro de Justicia y al de Estado,en particular en lo concerniente a las conversaciones con el nun-cio»10. Un mes exactamente antes de la noche triste, el 14 de sep-tiembre, se reunieron privadamente, en el domicilio de Alcalá-Zamo-ra, éste y Fernando de los Ríos, de parte del gobierno, y el nuncioTedeschini y el cardenal Vidal i Barraquer de parte de la Iglesia, yconvinieron unos Puntos de conciliación que, de haberse respetado

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——————8 V. M. Arbeloa, La Semana Trágica de la Iglesia en España. Octubre de 1931,

Barcelona, Galba, 1976.9 «Aquella sesión desde el atardecer del 13 hasta la madrugada del 14 de octu-

bre de 1931, fue la noche triste de mi vida», N. Alcalá-Zamora, Los defectos de laConstitución de 1931, Madrid, Imp. R. Espinosa, 1936, págs. 87-97.

10 Así lo refería Vidal i Barraquer a Pacelli, Arxiu Vidal i Barraquer, I, pág. 318.Cfr. M. Azaña, Obras completas. Edición y prólogos de Juan Marichal, México, Oa-sis, 1966-1968, IV, págs. 105-106.

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en las Cortes Constituyentes, hubieran dado un cauce pacífico al vi-drioso problema religioso. Pero cuando tocó discutir en las Cortes losartículos de la Constitución referentes a la Iglesia, las posiciones delos extremistas de uno y otro lado se habían endurecido.

Hay que dejar bien sentado que las famosas palabras de Azaña nofueron dichas para oponerse a las enmiendas de los diputados católi-cos. Éstos, por razón de su obediencia en conciencia al magisterioeclesiástico, se veían obligados a defender la tesis católica del Estadoconfesional, pero esta actitud no era más que una obstrucción de an-temano condenada al fracaso, pues de los 468 diputados apenas unossesenta estaban firmemente dispuestos a apoyar aquella tesis. LosPuntos de conciliación convenidos reservadamente eran mucho másrealistas, y a ellos se había ajustado, en principio, la posición del go-bierno. Pero socialistas y radicales presentaron una enmienda muchomás dura, y todavía había otra propuesta, sostenida por Ramón Fran-co Bahamonde y otros seis diputados, que entre otros disparates que-ría privar de la nacionalidad española a los que prestaran voto de obe-diencia religiosa. Azaña intervino precisamente para impedir queprosperaran estos extremismos y, con su prestigio personal, atraer a lamayoría republicana para que votara la ponencia relativamente mo-derada que presentaba el gobierno, aunque para ello tuvo que hacervarias concesiones verbales e incluso alguna de contenido. La másgrave de estas últimas fue la inclusión en el texto constitucional dela disolución de la Compañía de Jesús, mencionada con la perífra-sis de «Quedan disueltas aquellas órdenes religiosas que estatuta-riamente impongan, además de los tres votos canónicos, otro espe-cial de obediencia a autoridad distinta de la legítima del Estado».Vidal i Barraquer, informando al Secretario de Estado, reconocíaque la intervención de Azaña había sido «el lazo de unión de lospartidos republicanos hacia una fórmula no tan radical como el dic-tamen primitivo»11.

El discurso que pronunció Azaña aquella noche es una obra ma-estra de la oratoria parlamentaria. Fue tal vez el más importante polí-ticamente de todos los que pronunció. En sus notas personales diceque tuvo que intervenir improvisando, para evitar que la ponencia delgobierno fuera derrotada, pero en todo caso el discurso respondía aideas muy pensadas y arraigadas, aunque en la exposición concretase fiara de su facilidad de palabra. Tanto en relación con la Iglesiacomo en el problema de la reforma militar, la noción clave del pensa-miento de Azaña era la de peligrosidad. Su proyecto político de unEstado liberal y burgués topaba con dos poderosas instituciones de

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——————11 Arxiu Vidal i Barraquer I, núms. 166 y 168.

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fuerte arraigo en España: la Iglesia y el Ejército. Azaña no era ene-migo por principio de éste o de aquélla, sino que sólo tenía por ene-migas a ambas instituciones en la medida en que fueran un obstáculopara su república democrática, con plena sujeción del Ejército a la au-toridad civil, y laica, o sea aconfesional, que él quería forjar, y paraello estaba firmemente dispuesto a eliminar todo el poder de obs-trucción que una y otro pudieran entrañar. Así es como hay que en-tender dos frases que siempre más le reprocharían las derechas: laque ahora comentamos de que España ya no era católica y la de tri-turar el Ejército. En la campaña electoral para las Cortes Constitu-yentes, hablando el 10 de junio de 1931 en Valencia de las oligarquí-as que se oponían al pleno establecimiento de la democracia, dijo:«Esto hay que triturarlo, y hay que deshacerlo desde el Gobierno, yyo os aseguro que si alguna vez tengo participación en él, pondré entriturarlo la misma energía y resolución que he puesto en triturar otrascosas no menos amenazadoras para la República»12.

Azaña, como ministro de la Guerra, se esforzó por aplicar unasideas que de tiempo atrás tenía bien precisadas para crear un Ejércitomoderno, competente y, eso sí, disciplinado o civilizado, es decir, ple-namente sometido al poder civil. Pero en adelante se le acusó de ha-ber dicho que quería triturar el Ejército. Un malentendido análogo seprodujo con su frase «España ha dejado de ser católica». En el dis-curso de la noche triste sobre la cuestión religiosa distinguía entre lasinofensivas monjas de clausura que confeccionaban repostería y ace-ricos, y los jesuitas y demás religiosos que se dedicaban a la ense-ñanza y de este modo atentaban contra su proyecto, muy francés, deuna educación nacional única para la República laica: esto era para élcuestión de salud pública, y por tanto no se podía permitir que aque-llas fuerzas reaccionarias pusieran palos en las ruedas de la Repúbli-ca. Azaña dejó suficientemente claro para quien quisiera escucharleque no se trataba de procurar que España dejara de ser católica sinode constatar el hecho de que, sociológicamente, el catolicismo espa-ñol había perdido el influjo que en otro tiempo tuvo, y que por tantoprocedía reajustar a esta realidad el nuevo orden constitucional:

La premisa de este problema, hoy religioso, la formulo yo deesta manera: España ha dejado de ser católica. El problema polí-tico consiguiente es organizar el Estado en forma tal que quedeadecuado a esta fase nueva e histórica del pueblo español [...].

Para afirmar que España ha dejado de ser católica tenemos lasmismas razones, quiero decir de la misma índole, que para afirmarque España era católica en los siglos XVI y XVII [...]. España, en el

186 HILARI RAGUER

——————12 Citado y comentado por Gabriel Cardona, El poder militar en la España con-

temporánea hasta la guerra civil, Madrid, Siglo XXI, 1983, pág. 121.

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momento del auge de su genio, cuando España era un pueblo cre-ador e inventor, creó un catolicismo a su imagen y semejanza, enel cual, sobre todo, resplandecen los rasgos de su carácter, biendistinto, por cierto, del catolicismo de otros países, del de otrasgrandes potencias; bien distinto, por ejemplo, del catolicismo fran-cés, y entonces hubo un catolicismo español, por las mismas razo-nes de índole psicológica que crearon una novela y una pintura yuna moral españolas, en las cuales también se palpa la impregna-ción de la fe religiosa [...]. Pero ahora, señores diputados, la situa-ción es exactamente la inversa. Durante muchos siglos, la activi-dad especulativa del pensamiento europeo se hizo dentro delcristianismo [...], pero también desde hace siglos el pensamiento yla actividad especulativa de Europa han dejado, por lo menos, deser católicos; todo el movimiento superior de la civilización sehace en contra suya, y, en España, a pesar de nuestra menguada ac-tividad mental, desde el siglo pasado el catolicismo ha dejado deser la expresión y el guía del pensamiento español. Que haya enEspaña millones de creyentes, yo no os lo discuto; pero lo que dael ser religioso del país, de un pueblo o de una sociedad no es lasuma numérica de creencias o de creyentes, sino el esfuerzo crea-dor de su mente, el rumbo que rige su cultura»13.

Curiosamente, la frase de Azaña, entendida en el sentido socioló-gico y cultural que el propio orador explicitó a continuación, expre-saba una realidad indiscutible, que muchos hombres de Iglesia, aun-que lo lamentaran, también reconocían. Un lúcido informe de doscolaboradores de Vidal i Barraquer, fechado en Roma dos semanasdespués de la noche triste y destinado a la Secretaría de Estado, hacíael siguiente balance:

El oficialismo católico de España, durante la monarquía, acambio de innegables ventajas para la Iglesia, impedía ver la reali-dad religiosa del país y daba a los dirigentes de la vida social cató-lica, y a los católicos en general, la sensación de hallarse en plenaposesión de la mayoría efectiva, y convertía casi la misión y el de-ber del apostolado de conquista constante para el Reino de Dios,para muchos, en una sinecura, generalmente en un usufructo deuna administración tranquila e indefectible. El esplendor de lasgrandes procesiones tradicionales, la participación externa de losrepresentantes del Estado en los actos extraordinarios del culto, laseguridad de la protección legal para la Iglesia en la vida pública,el reconocimiento oficial de la jerarquía, etc., producían una sen-sación espectacular tan deslumbrante que hasta en los extranjerosoriginaba la ilusión de que España era el país más católico delmundo, y a todos, nacionales y extranjeros, les hacía creer que

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——————13 Azaña, M., ob. cit., II, págs. 51-52.

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continuaba aún vigente la tradición de la incomparable grandezaespiritual, teológica y ascética de los siglos de oro.

No obstante, aquellos que, con juicio más clarividente y ob-servación profunda, conocían la realidad, no temían confesar que,bajo aquella grandeza aparente, España se empobrecía religiosa-mente, y que había que considerarla no tanto como una posesiónsegura y consciente de la fe como más bien tierra de reconquista yrestauración social cristiana. La falta de religiosidad ilustrada en-tre las élites, el alejamiento de las multitudes, la ausencia de unaverdadera estructura de instituciones militantes, la escasa influen-cia de la mentalidad cristiana en la vida pública, eran signos que nopermitían abrigar una confianza firme14.

El mismísimo cardenal Gomá dijo lo mismo, y con palabras casiidénticas a las de Azaña. En la pastoral antes citada que publicó alcaer la monarquía, escribía Gomá:

Hemos trabajado poco, tarde y mal, mientras pudimos hacer-lo mucho y bien, en horas de sosiego y bajo un cielo apacible yprotector [...]. Hay convicción personal cristiana en muchos; con-vicción «católica», es decir, este arraigo profundo de la idea reli-giosa que lleva con fuerza a la expansión social del pensamiento yde la vida cristiana, con espíritu de solidaridad y de conquista [...],esto, bien sabéis, amados hijos, que no abunda15.

En su primera pastoral tras el encumbramiento a la sede pri-mada de Toledo aludió a aquella frase de Azaña, y le daba la razón.Refiriéndose a las causas de la ruina de la Iglesia española distin-guía entre las causas externas y las internas, y sobre estas últimasdecía:

Nos atrevemos a señalar como primera de ellas la falta de con-vicciones religiosas de la gran masa del pueblo cristiano [...]. Des-de un alto sitial se ha dicho que España ya no es católica. Sí lo es,pero lo es poco; y lo es poco por la escasa densidad del pensa-miento católico y por su poca atención en millones de ciudadanos.A la roca viva de nuestra vieja fe ha sustituido la arena móvil deuna religión de credulidad, de sentimiento, de ruina e inconsisten-cia16.

188 HILARI RAGUER

——————14 Informe de los sacerdotes Lluís Carreras y Antoni Vilaplana, 1 de noviembre

de 1931, Arxiu Vidal i Barraquer II, 1.ª y 2.ª parte, Publicacions de l’Abadia de Mont-serrat, 1975, págs. 72-83.

15 B.O.E. de las diócesis de Tarazona y Tudela, 1931, págs. 345-380.16 Véase el texto íntegro de esta pastoral en A. Granados, El cardenal Gomá, pri-

mado de España, Madrid, Espasa Calpe, 1969.

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De nuevo lo decía en la segunda de sus pastorales de guerra, LaCuaresma de España, en cuya segunda parte, bajo el epígrafe «Laconfesión de España», puede leerse:

Tal vez no haya pueblo en la historia moderna en el que el sen-tido moral haya sufrido un descenso tan brusco —tan vertical,como se dice ahora— en los últimos años [...]. Pueblo profunda-mente religioso el español, pero más por sentimiento atávico quepor la convicción que da una fe ilustrada y viva, la declaración ofi-cial del laicismo, la eliminación de Dios de la vida pública, ha sidopara muchos, ignorantes o tibios, como la liberación de un yugosecular que les oprimía [...]. ¡España ha dejado de ser católica!Esta otra [frase], que pronunciaba solemnemente un gobernante dela nación, da la medida de la desvinculación de los espíritus [...].No florecía entre nosotros ya, como en otros días, esta flor de lapiedad filial para con Dios que llamamos religión, que era de po-cos, de rutina, sin influencia mayor en nuestra vida [...]17.

Finalmente, en la pastoral Lecciones de la guerra y deberes de lapaz publicada al término de la guerra (y prohibida por el gobierno,con estupefacción y gran disgusto del cardenal), escribía: «Es un he-cho innegable que en España, en los últimos tiempos, la cátedra y ellibro han sido indiferentes u hostiles al pensamiento cristiano». Peroa pesar de haberse emprendido una sangrienta cruzada para que Es-paña volviera a ser católica, tenía que denunciar una grave relajaciónmoral y religiosa: «Y, ¿Por qué no indicar aquí que en la España na-cional no se ha visto la reacción moral y religiosa que era de esperarde la naturaleza del Movimiento y de la prueba tremenda a que nosha sometido la justicia de Dios? Sin duda, ha habido una reacción delo divino, más de sentimiento que de convicción, más de carácter so-cial que de reforma interior de vida». El cardenal de Toledo aplicabaa la guerra civil española lo que alguien había dicho de la primeraguerra mundial, del 1914-1918: «Los dos grandes mutilados de lagran guerra europea fueron el sexto y el séptimo mandamiento de laley de Dios». Evocaba nostálgicamente los tiempos en que «Dios es-taba en el vértice de todo —legislación, ciencia, poesía, cultura na-cional y costumbres populares— y desde su vértice divino bajaba alllano de las cosas humanas para saturarlas de su divina esencia y en-volverlas en un totalitarismo divino» [sic!]. Reclamando la libertadpara la Iglesia, afirmaba: «Se desconoce a la Iglesia [...]. Se la desco-noce y se la teme a la Iglesia, o a lo menos se la mira con recelo».

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——————17 Pastoral de 30 de enero de 1937. Texto íntegro en I. Gomá, Por Dios y por Es-

paña. Pastorales, instrucciones, etc., Barcelona, Casulleras, 1940. Fragmentos cita-dos en págs. 99, 106 y 122.

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Y lamentaba la «absurda ignorancia religiosa», que es la causa deque, aunque todos se bauticen, entre la cruz sobre la frente del reciénbautizado y la de la sepultura «apenas si dan muchos una palpitaciónde vida cristiana»18.

Tanto Azaña como Gomá admitían el hecho de que España ya noera católica (o que no era plenamente católica), pero sacaban conse-cuencias muy distintas: para el político, la nueva Constitución tendríaque ser laica para acomodarse a la realidad social; para el prelado, ha-bía que recristianizar a España, aunque fuera al precio de una guerracivil.

CATÓLICOS CONTRA LA REPÚBLICA

Un sector de los católicos, inspirado por don Ángel Herrera y di-rigido por José M. Gil Robles, pareció seguir la vía pacífica y legalindicada por las consignas de la Santa Sede, pero como no alcanza-ban los resultados políticos perseguidos hicieron como quien rompela baraja porque pierde. Después de la victoria del Frente Popular enfebrero del 36, Gil Robles, que desde el Ministerio de la Guerra habíadeshecho la reforma militar de Azaña y había colocado a militares desu confianza en los puestos clave (sobre todo, nombrando a Francojefe del Estado Mayor Central), antes de ceder su puesto a los que lehabían vencido en las urnas trató de convencer a ciertos generales deque dieran el golpe, pero el ambiente militar se mostró frío. Franco,siempre cauto, no lo veía claro. Algunas semanas antes del alzamien-to le llegaron a Gil Robles noticias confidenciales de que Mola nece-sitaba urgentemente dinero para los preparativos de la insurrección y,por persona de confianza, le hizo entregar un millón de pesetas, to-madas del remanente del fondo electoral del febrero anterior19, «cre-yendo que interpretaba el pensamiento de los donantes de esta sumasi la destinaba al movimiento salvador de España»20.

Algunos eclesiásticos inculcaron a los católicos, y en particular alas monjas, una mentalidad de Iglesia perseguida. El grito de «¡VivaCristo Rey!», nacido del integrismo español y renacido en los criste-ros mexicanos, cobró nueva actualidad en aquel contexto. En unabiografía de las tres carmelitas descalzas de Guadalajara, que fueron

190 HILARI RAGUER

——————18 Texto íntegro de esta pastoral, de 8 de agosto de 1939, en A. Granados , ob.

cit., apéndice VII, págs. 387-429.19 Insólito caso de superávit de una campaña electoral, y por un importe elevadí-

simo para el valor que entonces tenía la peseta. Significativo indicio del entusiasmocon que la gente de derechas se había lanzado a la campaña.

20 J. M. Gil Robles, No fue posible la paz, Barcelona, Ariel, 1968.

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los primeros mártires de la Guerra Civil beatificados, se refiere queen el convento las monjas realizaban representaciones dramáticas delas carmelitas guillotinadas por el Terror de la Revolución Francesa yde los mártires de México, y así se preparaban para el martirio21. Eldecreto de Juan Pablo II de 22 de marzo de 1986, que reconocía ofi-cialmente el martirio de las tres carmelitas (primer caso de beatifica-ción de la Guerra Civil), aducía como prueba una anécdota que, enrealidad, tiene un sentido opuesto al pretendido. Se dice que la Hna.Teresa del Niño Jesús recibió de algún pariente una carta encabezadacon un «¡Viva la República!». Estas palabras, escritas desde luegocon toda naturalidad y sin la menor intención provocativa, reflejan laamplia popularidad que la República tenía al proclamarse. Pero lamonja le respondió: «A tu ¡Viva la República! contesto con un ¡VivaCristo Rey! y ojalá pueda un día repetir este viva en la guillotina»22.Lo que en este caso, y en el de tantos otros que en los procesos de be-atificación se alegan, significaba el «¡Viva Cristo Rey!» era, en reali-dad, «¡Muera la República!».

Los católicos de extrema derecha no aceptaron la República ni si-quiera después del triunfo de Gil Robles en las elecciones del 19 denoviembre de 1933. Al contrario: no querían que el nuevo gobier-no enmendara el rumbo anticlerical del primer bienio y soluciona-ra razonablemente el problema religioso. Dos semanas después deaquellos comicios, el 6 de diciembre, Vidal i Barraquer denuncia-ba a Pacelli el clima imperante y exponía su criterio de que el forta-lecimiento de la fe cristiana en España no había de venir a través dela conquista del Estado o de medios violentos, sino por la predicacióndel evangelio y el trabajo pastoral:

Los extremistas de la derecha, unos por temperamento, otroscon finalidades políticas que anteponen a todo, y algunos por faltade visión, creen que, contando con un buen número de diputados,pueden enseguida ser abolidas, por una especie de golpe de estadoo apelando a la violencia, todas las leyes que les contrarían, y aunla misma Constitución. Así lo predican y o hacen creer al pueblosencillo, y para conseguirlo parece que intentan dificultar la for-mación de los gobiernos posibles, atendida la composición delParlamento, siguiendo la política du pire, que tan fatales resultadosprodujo en Francia, sin tener en cuenta que una reacción violenta,aunque tuviese un momentáneo éxito, conduciría a no tardar a unarevolución más desastrosa y de más tristes consecuencias que la

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——————21 Cristina de la Cruz Arteaga Falguera, El Carmelo de San José de Guadalaja-

ra y sus tres azucenas, Madrid, 1985.22 Acta Apostolicae Sedis LXXVIII (1986), págs. 936-940. Cfr. H. Raguer, «Los

mártires de la guerra civil», en Razón y Fe, septiembre-octubre de 1987.

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sufrida hasta el presente. La verdadera victoria debe consistir ensaber consolidar el triunfo alcanzado, actuando paciente, celosa yconstantemente sobe las masas, instruyendo y formando la con-ciencia de los fieles por los medios que Dios ha puesto en nuestrasmanos, en especial por la Acción Católica.

En este mismo informe al cardenal Secretario de Estado, Vidal iBarraquer se ocupaba del libro que el canónigo magistral de Sala-manca y rector del Seminario de Comillas, Aniceto Castro Albarrán,acababa de publicar, y que, como expresaba su título, El derecho a larebeldía23, era una justificación teológica y una incitación a la rebe-lión contra el régimen legítimo. La editorial Cultura Española, que lohabía publicado, era también la de la revista Acción Española, en laque a lo largo de los años 1931-1932 había aparecido una serie deseis artículos de Eugenio Vegas Latapie con el título de Historia deun fracaso: el ralliement de los católicos franceses a la República. Latesis de estos artículos era que la política conciliatoria de la SantaSede con la República francesa había sido un error, y que aunque hu-biera sido un éxito, no era aplicable a España, que es diferente. Ape-nas desencadenada la Guerra Civil, Castro Albarrán fue uno de losprimeros en exponer de modo sistemático y con supuesto rigor esco-lástico la teología de la «cruzada». En 1938 publicó, en el mismo sen-tido, el libro Guerra santa24¸ con un prólogo del cardenal Gomá fe-chado el 12 de diciembre de 1937, alabando al autor,

... el Magistral de Salamanca, a quien quisiéramos quitar con unasamables frases el amargor que pudo producirle la publicación deotro libro, publicado en fechas no lejanas aún. Libro de una tesisque, sin disquisiciones previas de derecho público o ética social, elbuen español, con un puñado de bravos militares, se ha encargadode demostrar con el argumento inapelable de las armas.

El libro de 1934 era contrario a la doctrina política de la Iglesia ya las consignas concretas que Secretaría de Estado había impartido alepiscopado español, por lo que tanto el nuncio Tedeschini como elcardenal Vidal i Barraquer pedían que fuera condenado públicamen-te por Roma. No lo lograron, pero Castro Albarrán hubo de dimitirdel rectorado de Comillas. En la misma revista, Jorge Vigón elogiabaa Hitler por la independencia que mostraba frente a la Santa Sede:

192 HILARI RAGUER

——————23 A. de Castro Albarrán, El derecho a la rebeldía, Madrid, Fax, 1934. Prólogo de

Pedro Sáinz Rodríguez. No he podido comprobar si es el mismo libro que en 1941 sepublicó en Madrid cambiándole el título por el de El derecho al alzamiento.

24 A. de Castro Albarrán, Guerra santa. El sentido católico del Movimiento Na-cional español, Burgos, Editorial Española, 1938.

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«En Alemania no habrá política vaticanista, sino alemana. Hitler ha-brá recordado quizá más de una vez la frase de O’Connell: Our faithfrom Rome, our policy from home»25.

Una de las expresiones más contundentes de este nacionalcatoli-cismo eran las que Eugenio Montes dirigió a Gil Robles, cuando aca-baba de ganar las elecciones de noviembre del 33, sin citarlo por sunombre pero intimándole inequívoca y amenazadoramente a aprove-char el poder ganado para emplear lo que Gomá llamaría «el argu-mento inapelable de las armas»:

No están hoy los tiempos en el mundo, y sobre todo en Espa-ña, para hacer el cuco. No; hay que dar la hora y dar el pecho; haynada menos que coger, al vuelo, una coyuntura que no volverá apresentarse: la de restaurar la gran España de los Reyes Católicosy los Austrias. Por primera vez desde hace trescientos años, ahorapodemos volver a ser protagonistas de la Historia Universal. Sieste gran destino no se cumple, todos sabemos a quiénes tendre-mos que acusar. Yo, por mi parte, no estoy dispuesto a ningunacomplicidad, ni, por tanto, a un silencio cómplice y delictivo. Nohay consideraciones, ni hay respetos, ni hay gratitud que valga.El dolor, la angustia indecible de que todo pueda quedarse enagua de borrajas, en medias tintas, en popularismos mediocres,en una especie de lerrouxismo con Lliga catalanista y Concorda-to, nos dará, aun a los menos aptos, voz airada para el anatema yhasta la injuria.

Yo, si lo que no quiero fuese, ya sé a dónde he de ir. Ya sé aqué puerta llamar y a quién —sacando de amores, rabias— he degritarle: ¡En nombre del Dios de mi casta; en nombre del Dios deIsabel y Felipe II, maldito seas!26.

Pero el personaje más característico en esta línea es Eugenio Ve-gas Latapie27, a quien acabamos de mencionar. Era un hombre que sedesengañó sucesivamente de Alfonso XIII, de Juan de Borbón y delpríncipe Juan Carlos (de quien fue preceptor) porque no le parecían

LA «CUESTIÓN RELIGIOSA» EN LA SEGUNDA REPÚBLICA 193

——————25 J. Vigón, «Hitler, el Centro y el Concordato», en Acción Española VI (1933),

págs. 299-302.26 E. Montes, «Rehaciendo España», en Acción Española VIII (1933), págs. 681-

686. J. Cortés Cavanillas puso este texto como prólogo a su libro ¿Gil Robles mo-nárquico? Misterios de una política, Madrid, Librería San Martín, 1935.

27 Cfr., además de los citados artículos en Acción Española, E. Vegas Latapie,Escritos políticos, Madrid, Cultura Española, 1940; ídem., Romanticismo y democra-cia, Santander, Cultura Española, 1938. Véanse también los artículos publicados «Enel aniversario del fallecimiento de Eugenio Vegas Latapie», Juan Vallet de Goytisolo,«Eugenio Vegas y las derechas españolas», en Verbo-Speiro, núms. 247-248, agosto-septiembre de 1986, y J. Fernández de la Cigoña, «¿Cruzada o guerra civil? La pers-pectiva de Eugenio Vegas», ibíd., págs. 869-889.

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suficientemente monárquicos, y de los últimos Papas porque no leparecían lo bastante católicos. Fue el fundador y gran animador delmovimiento Acción Española y de la revista del mismo nombre. En elnúmero del 1.º de marzo de esta revista empezó a publicar una seriede artículos con el título de «Historia de un fracaso. El ralliement delos católicos franceses a la República». Aquel mismo año los recopi-ló en un libro, Catolicismo y República. Un episodio de la historia deFrancia, añadiéndoles tres apéndices (Madrid, Gráfica Universal,1932). Ralliement (adhesión) es el nombre que se dio al giro de la po-lítica vaticana cuando bajo León XIII decidió aceptar la legitimidadde la República francesa. La tesis de Vegas Latapie era que esta polí-tica fracasó, pero que aunque en Francia hubiera tenido éxito, en lacatólica España era inaceptable.

Pero el compromiso de Vegas Latapie no era sólo intelectual, sinopráctico. Planeó seriamente un atentado contra Azaña y otro contra elpleno de las Cortes. Después del asesinato de Calvo Sotelo, su her-mano Paco, militar, fue a verle para comunicarle que los jefes y ofi-ciales del regimiento de El Pardo habían decidido, como represalia,liquidar al presidente de la República, «pero necesitan una ametralla-dora y un coronel o general, a ser posible de Ingenieros, que se pon-ga al frente de nosotros. Así que vengo a que me facilites el generaly la ametralladora». A Vegas la propuesta no le sorprendió y la hizoplenamente suya. Lo del general o coronel era porque el jefe del re-gimiento de El Pardo, coronel Carrascosa, aunque comulgaba con lasideas de los golpistas, andaba muy preocupado por el futuro de susseis hijas solteras, hasta el punto de que alguno de aquellos oficialesrevoltosos decía que sólo podrían contar con el coronel Carrascosa sipreviamente seis oficiales le pedían la mano de sus seis hijas. Euge-nio Vegas pidió urgentemente una entrevista al coronel Ortiz de Zá-rate, entonces disponible en Madrid. Fueron los dos hermanos Vegasa su domicilio y lo encontraron reunido con un grupo de militares quetomaban las últimas disposiciones para el alzamiento. Salió Ortiz deZárate de la sala donde estaban reunidos, Eugenio Vegas le planteó ladoble petición, Ortiz de Zárate fue a consultar con los conspiradoresreunidos y al poco rato volvió a donde esperaban ansiosos los her-manos Vegas Latapie y les dijo: «Prohibido terminantemente. Todoestá preparado en Madrid y eso podría echarlo a perder...». Así fuecomo Eugenio Vegas Latapie no mató a Azaña28.

Pero todavía tuvo aquella misma tarde otra idea salvadora máspatriótica y «católica». Un Hermano de San Juan de Dios exclaustra-do, conocido suyo, que había trabajado en el sanatorio mental de

194 HILARI RAGUER

——————28 E. Vegas Latapie, Memorias políticas. El suicidio de la Monarquía y la Se-

gunda República, Barcelona, Planeta, 1983, págs. 310-311.

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Ciempozuelos, fue al local de Acción Española y le explicó que suexperiencia con locos le había hecho conocer que hay una especie dealienados que se enardecen hasta extremos inconcebibles con los dis-paros de armas de fuego. Se comprometía a reclutar un grupo de ta-les infelices, armarlos con fusiles y bombas de mano, entrar con ellosen el Congreso de los Diputados y acabar con todos los padres de lapatria, lo que sin duda desencadenaría un movimiento nacional. No lepareció a don Eugenio viable el proyecto, pero le quedó en la mente.Aquella misma tarde fue con su hermano Pepe a comunicar a los je-fes y oficiales del Pardo que por orden de los conjurados desistierande asesinar a Azaña. Pero al día siguiente, después del entierro deCalvo Sotelo, que resultó bastante agitado, dando vueltas a la idea delloquero de Ciempozuelos y creyéndola mejorable, dice que «penséen la posibilidad de entrar en el Congreso con un grupo de amigospertrechados de gases asfixiantes para acabar allí con los diputados.Por supuesto que no íbamos a jugarnos la vida, sino a perderla. Seríaalgo semejante a lo que hizo Sansón cuando derribó las columnas deltemplo». En la guerra de Marruecos el glorioso Ejército español ha-bía empleado contra los moros un gas asfixiante, llamado iperita(porque se estrenó en 1915 en la batalla de Ypres), y a partir de en-tonces funcionaba una fábrica de aquel gas, que en 1936 dirigía ungeneral de artillería retirado, Fernando Sanz, a quien Vegas había co-nocido en 1926 en Melilla. Vegas visitaba con frecuencia aquella fá-brica, donde era también amigo de otros de los jefes, entre ellos Plá-cido Álvarez Buylla, casado con una prima de doña Carmen Polo deFranco. Fue, pues, Eugenio Vegas a ver al general Sanz para que lerevelara en qué fábrica se elaboraba la iperita del Ejército. FernandoSanz comprendió perfectamente el alcance de la pregunta y, despuésde reflexionar un momento, le dijo: «En ninguna fábrica militar. Seproduce sólo en la factoría en la que tu hermano Florentino es jefe desección. En la Cros, de Badalona.» Ante esta implicación familiar, ysólo por ella, desistió aquel gran católico de su criminal intento: «Misplanes habían sufrido una grave contrariedad». Seguramente nadiedaría crédito a este rocambolesco relato si no nos lo hubiera referidoel propio Vegas Latapie en sus memorias29.

LA «CUESTIÓN RELIGIOSA» EN LA SEGUNDA REPÚBLICA 195

——————29 Ibíd., pág. 315.

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CAPÍTULO 8

El problema militar

GABRIEL CARDONA

Universidad de Barcelona

EL REFORMISMO MILITAR

Cuando se proclamó la II República, España llevaba largos añosdesprovista de política exterior y de política militar. El Ejército erauna enorme burocracia armada, destinada a sostener la estabilidad in-terna del Estado e inadecuada para la guerra moderna. Desconocía loesencial de los avances armamentísticos y organizativos producidospor la Gran Guerra y, en algunos aspectos, parecía vivir en la épocade Napoleón III. Contaba con un número desmesurado de oficiales,un material obsoleto y una organización anticuada. Hasta el extremode conservar 24 regimientos de caballería a caballo, 8 de los cualeseran de lanceros y, en cambio, carecer de defensa antiaérea y de uni-dades acorazadas.

Los análisis más duros sobre el Ejército durante los últimos tiem-pos de la monarquía fueron obra de dos militares antirrepublicanos:Emilio Mola1 y Nazario Cebreiros2. Ambos eran furibundos enemi-gos de Azaña, sin embargo, reconocieron la necesidad de la reforma,aunque discreparon de cómo se llevó a cabo.

——————1 Emilio Mola, «El pasado, Azaña y el porvenir», en Obras Completas, Vallado-

lid, Santarén, 1940.2 Nazario Cebreiros, Las reformas militares de Azaña, Santander, 1941.

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La necesidad de una modernización militar se había evidenciadodurante la Gran Guerra. Una de las razones de descontento de los ar-tilleros españoles era la ignorancia que parecía existir hacia el incre-mento que había experimentado la artillería europea y, en cambio, lacaballería fuera el arma privilegiada, cuando había disminuido tre-mendamente en los ejércitos modernos. Sin embargo, ningún gobier-no fue capaz de acometer la reforma y cuando Primo de Rivera lo in-tentó con bastante desmaña, obtuvo gravísimos enfrentamientos conalgunos generales importantes, la artillería, el estado mayor y bastan-tes aviadores.

Aparecieron entonces las discrepancias en el seno del Ejército.Hasta el extremo de que la dictadura y los últimos tiempos de la mo-narquía, fueron agitadas por el renacer de los pronunciamientos, estavez, de carácter republicano, aunque la mayor parte de los militareseran monárquicos.

Sin embargo, aceptaron la República sin hostilidad. Como hicie-ron otros muchos funcionarios conservadores, que no eran partida-rios del nuevo régimen, aunque no desearon involucrarse en aventu-ras políticas. Sobre todo, porque la gran derecha, aún no se habíarepuesto del abandono de Alfonso XIII y no se mostraba dispuesta aacompañarles. Únicamente eran decididos partidarios de «hacer polí-tica» dos grupos de militares: uno minoritario de izquierda y otro másnumeroso formado por antiguos primorriveristas y algunos monár-quicos, tanto alfonsinos como tradicionalistas.

Los partidos republicanos habían permanecido alejados del po-der durante casi sesenta años y carecían de experiencia en las institu-ciones armadas. Sólo Alcalá-Zamora había sido fugazmente ministrode la Guerra de la monarquía, pero ni el cargo caló en él, ni él en elcargo. Los socialistas tampoco estaban interesados en la cuestión, elPSOE carecía de doctrina al respecto y su interés se centraba en losproblemas sociales, no en los aparatos del Estado, que habían sidoinstrumentos de presión contra la clase obrera. Históricamente, supreocupación por las cuestiones militares se había reducido a defen-der el pacifismo, como principio socialista, y a oponerse a las guerrasde Cuba y de Marruecos.

En abril de 1931, cuando se constituyó el Gobierno provisionalde la República, los socialistas se desinteresaron de los asuntos mi-litares y de orden público, de modo que republicanos de diferentespartidos aceptaron la responsabilidad de dirigir las fuerzas armadasy de seguridad. En consecuencia, Miguel Maura asumió la carterade Gobernación; Manuel Azaña, la de Guerra y Santiago CasaresQuiroga, la de Marina. Los tres eran republicanos liberales, anti-guos enemigos de la dictadura y sin vinculación con las reivindica-ciones obreras.

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Manuel Azaña era el único miembro del Comité RevolucionarioRepublicano con ideas claras sobre la cuestión militar. Defendía lanecesidad de apartar a los oficiales de la política y para concentrar suactividad en la instrucción de los ciudadanos para la guerra, la movi-lización si esta se producía y garantizar la seguridad exterior de Es-paña, cuya forma de gobierno era una república civilista y pacífica,inspirada en la cultura política de la democracia liberal. Por estas ra-zones y de acuerdo con la tradición liberal, el ministro defendía laidea del soldado ciudadano y abominaba del mercenario y del solda-do de oficio.

Su interés por las cuestiones militares databa de la Gran Guerra,cuando le impresionó la comparación entre Francia, donde el Ejérci-to era «el gran mudo de la política», y España, donde las Juntas deDefensa tenían en jaque a los gobiernos y, durante los dos últimos si-glos, los habitantes habían sido martirizados por los pronunciamien-tos, en cuya estela situaba a la dictadura de Primo de Rivera. Aunquesin considerarla fruto exclusivo de los militares, sino también de la«falta de densidad de la sociedad civil». En cambio, los generalesfranceses dirigían eficazmente una guerra moderna e industrializada,mientras acataban el poder del gobierno.

La visita a los frentes de guerra y el estudio de la literatura mi-litar francesa, consolidaron sus ideas, que explicitó en 1918, en do-cumentos al servicio del Partido Reformista, donde expresó suproyecto para un ejército apartidista, técnicamente eficaz y no exce-sivamente costoso. Cuando se proclamó la República ya habían pasa-do trece años y el proyecto de 1918 había envejecido, sin embargo,los hombres del Gobierno provisional eran conscientes de que debí-an resolver el problema militarista y lo dejaron en manos de ManuelAzaña.

La III República francesa era una de las inspiradoras políticas delnuevo ministro de la Guerra. Una extendida línea del pensamiento li-beral consideraba ilegítimo iniciar una guerra, aunque reconocía quetodo estado podía lícitamente defenderse con las armas. Esta convic-ción estaba muy extendida entre la izquierda francesa y el Ejércitogalo ofrecía un buen referente. Su doctrina estratégica era defensiva,coincidiendo con el temor popular ante la posibilidad de una nuevahecatombe como la sufrida en la Gran Guerra. Los altos mandos mi-litares franceses eran los generales victoriosos en 1918, cuando lo-graron la victoria gracias a una estrategia defensiva, que desgastó alos alemanes.

Por eso, la organización militar gala se basaba en la idea de con-tener la próxima ofensiva alemana mediante una gran batalla defen-siva en la frontera fortificada, mientras la nación se movilizaba a susespaldas.

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La Constitución de la II República española, en sus artículos 6,76 y 77, recogió algunos principios de esta doctrina sobre la guerradefensiva, que también inspiraron la política militar de Azaña, conmás razón cuando el Ejército español, durante los siglos XVIII, XIX yprincipios del XX, había imitado la organización francesa, con algu-nas referencias a Inglaterra y Prusia. El Ejército francés había venci-do en la Gran Guerra, era considerado el más importante del mundoy todos los estados mayores, excepto el alemán, el británico y el ita-liano, consideraban dogmas de fe los postulados de la Escuela deGuerra de París.

Ya antes del 14 de abril, Azaña tenía redactados los decretos bá-sicos de su reforma. En los cinco primeros días de la II República, elGobierno provisional disolvió el somatén, milicia armada de la dic-tadura; cesó a cinco capitanes generales, al presidente del ConsejoSupremo de Guerra y Marina y a los principales mandos de aviación;repuso a los generales postergados por la dictadura; proclamó un in-dulto general; rehabilitó a los capitanes Galán y García Hernándezque, en diciembre de 1930, se habían sublevado en Jaca por la Repú-blica y fueron fusilados; prohibió los símbolos monárquicos de losuniformes y cuarteles y la asistencia de las autoridades militares,como tales, a las ceremonias religiosas.

Sólo fueron expedientados los generales que desempeñarnos car-gos políticos bajo la dictadura y todos los demás militares conservaronsu grado, siempre que firmaran la promesa de acatar a la República ydefenderla con las armas. Muy pocos se negaron y la mayoría sólo re-cibió al nuevo régimen con expectación. Sin embargo, cuando Azañaofreció el sueldo íntegro a quienes se retirasen voluntariamente, unos10.000 miembros del cuerpo de oficiales abandonaron el servicio.

Deseaba enterrar definitivamente el viejo militarismo. Pretendíaque el Ejército dejara de ser el árbitro de la política y actuara comouna institución del Estado, destinada a la guerra defensiva y sin so-brecargar las obligaciones de la Hacienda. Un Ejército apartidista yrespetuoso con la legalidad, dotado de un núcleo armado eficaz y noexcesivamente costoso, cuyas misiones serían instruir militarmente alos ciudadanos, organizar su movilización y garantizar la seguridadexterior de la República. Cualquier intervención en el orden públicodebía alejarse de las preocupaciones militares, porque únicamente lapolicía y la Guardia Civil debían intervenir en los asuntos internosdel país.

Para la reorganización de las fuerzas, se inspiró en las plantillasfrancesas, adaptándolas a la general escasez española de recursos ysobre todo de artillería. La situación económica de la República eraangustiosa y las muchas necesidades sociales, aconsejaban atemperarlas urgencias militares,

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... antes de fomentar los gastos atinentes a la defensa nacional,la República debería aumentar los gastos en instrucción pública,en obras públicas, en los demás servicios de este carácter queatienden a la vida personal de los ciudadanos o a la explotaciónpráctica del suelo y de la riqueza del país. (...) la defensa nacional,nunca podrá ser una operación barata y, es necesario ponerlo en ar-monía con los recursos de la nación; pero ya se sabe que defen-derse cuesta caro3.

El ministro definió personalmente las líneas generales y hechospuntuales de la reforma, como la desaparición las Capitanías Genera-les, o el Consejo Supremo de Guerra y Marina. Sin embargo, resultódifícil tratar con algunos militares republicanos, como Queipo deLlano, el general republicano de mayor renombre, que era un impru-dente lenguaraz, y sobre todo los aviadores encabezados por RamónFranco, que eran un conjunto de revoltosos, empeñados en hacer unarevolución a su manera. Azaña debió apoyarse en militares republi-canos moderados y en algunos demócratas tibios, pero disconformescon Berenguer o Primo de Rivera.

Confió el desarrollo de los aspectos técnicos a un Gabinete Mili-tar, formado por profesionales dirigidos por el comandante de artille-ría Juan Hernández Saravia, sobre los cuales volcó la derecha una ca-tarata de insultos gratuitos, omitiendo que Hernández Saravia era uncatólico ferviente y que otro de los principales colaboradores de Aza-ña era el general Manuel Goded, jefe del Estado Mayor Central du-rante más de un año. Hasta que se enemistó con el ministro y entró encontacto con los conspiradores monárquicos.

Los mayores logros de la reforma fueron políticos. Quedaron de-rogadas las leyes de Secuestros de 1877 y de Jurisdicciones de 1906.Los capitanes generales perdieron su condición de autoridad judicialy la justicia castrense pasó a depender del Ministerio de Justicia, conlos fiscales militares sometidos al fiscal general de la República. Sedesvinculó la dependencia militar del Comité Nacional de EducaciónFísica, la Cruz Roja, la Cría Caballar, el Servicio Meteorológico yotros organismos que nada tenían que ver con el Ejército.

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——————3 El análisis de los presupuestos de defensa y seguridad, durante su mandato

plasma, sin lugar a dudas, esta realidad. Los gastos militares fueron reducidos en losaños 1931, 1932 y 1933, aunque parte del ahorro fue compensado por el incrementode las pensiones militares, ocasionadas por los retiros voluntarios. Las mayores re-ducciones se produjeron en Marruecos, marina y aviación. Estos dos últimos cuerpossufrieron, en consecuencia, dificultades de material. La reducción de los gastos deMarruecos se debió a la disminución de fuerzas. El ministro reconocía, sin embargo,que su proyecto de economías militares era relativo y no era posible contar con un sis-tema defensivo sin invertir en él.

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En sus aspectos técnicos, Azaña dotó al Ejército de un buen or-ganigrama, redujo la hipertrofia del cuerpo de oficiales, dignificó alos suboficiales y redujo a la mitad la duración del servicio obligato-rio de la tropa. Simplificó también las estructuras, puso las bases paracrear los dos primeros regimientos de carros de combate, la artilleríaantiaérea y una moderna aviación, aunque las penurias presupuesta-rias dejaron en suspenso estos proyectos. Sin embargo, la reforma norepublicanizó al cuerpo de oficiales ni hizo un Ejército mejor ni peor.Faltaron tiempo y dinero para consolidar lo reorganizado, simplifica-do y saneado.

Era muy difícil, casi imposible, combinar la modernización repu-blicana con la dura praxis de los cuarteles, que habían apoyado a ladictadura. El ministro de la Guerra fue entorpecido por obstruccionesprosaicas, cuya existencia ni había imaginado. Convencido del poderde la palabra, aprovechó todas las ocasiones propicias, para explicarel sentido de sus reformas. Sin embargo, esta fue un arma de doblefilo: lo hizo popular entre los republicanos, mientras sus enemigosesgrimieron sus frases sacadas de contexto, como armas arrojadizas.Quizá fue excesivamente explícito para dirigir una reforma, que eramal vista por la mayoría de los oficiales y odiada por la derecha, te-merosa del saneamiento del Ejército politizado, que históricamentehabía defendido sus intereses.

Percibió la incomunicación con muchos militares y como, enocasiones, sus explicaciones públicas encrespaban a los hombresbajo su mando. Confiaba en que, en el futuro, una nueva procedenciasocial de la oficialidad y el fomento de su formación cultural confi-gurarían nuevos mandos, cuya principal cualidad debía residir en lacapacidad intelectual4. Este argumento fue interpretado por sus ene-migos como el insulto de un «ateneísta contra los profesionales delvalor».

Intelectual poderoso y escritor contundente, no pudo vencer la in-comunicación del grupo de militares más derechistas, que no acepta-ban los principios morales y políticos en que se fundamenta la demo-cracia. Sus convicciones y su fe en el razonamiento y la palabrajugaron contra el ministro, que no articuló los suficientes mecanis-mos para combatir la subversión en el Ejército, sin crear algo tan ob-vio como un servicio de inteligencia y seguridad interior, carenciaque los republicanos pagaron duramente.

Sólo tomó alguna medida ante el peligro de una sublevación bol-chevique en los cuarteles, que no era un auténtico problema en la Es-

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——————4 «La mente, el estudio, la disciplina, la integridad moral, el conocimiento y las

dotes de mando (...) donde radican las cualidades propias y excelentes de la oficiali-dad.»

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paña de entonces. Al amparo de la moda europea, se habían creadoalgunos sistemas de vigilancia antibolchevique durante la dictaduray, en el verano de 1931, Azaña creó una Oficina de Investigación Co-munista. Los comunistas sólo lograrían un escaño en las eleccionesde 1933, sin embargo, eran tan intensas la propaganda y las habladu-rías contra ellos, que las memorias de Azaña están salpicadas de in-formaciones sobre movimientos bolcheviques en los cuarteles, quesiempre eran falsos o exagerados5.

LAS RÉPLICAS CONSERVADORAS

El proyecto de un Ejército dedicado exclusivamente a la guerra ysu preparación, era asumido en España con mucho retraso. El repu-blicanismo había llegado al poder, cuando muchos ejércitos europeosya habían cedido a tentaciones intervencionistas. Desde perspectivasdistintas, en Italia, Alemania, la URSS, Portugal, Turquía o Yugosla-via, las bayonetas intervenían en la política. Despolitizarlas en Espa-ña era particularmente difícil.

Durante los primeros tiempos, el desorden y fraccionamiento dela derecha concedió libertad al reformismo republicano. Hasta que,en 1932, la discusión del Estatuto de Cataluña y la Ley de ReformaAgraria, exasperaron a los terratenientes y antiguos primorriveristas.El general Sanjurjo, que fue jefe de la Guardia Civil entre 1928 y1932, había sido un hombre de confianza del gobierno republicanohasta que se enfrentó con Azaña. Desde entonces, centró las esperan-zas golpistas de un grupo de conspiradores, donde figuraban los ge-nerales Villegas, González Carrasco y Fernández Pérez.

La conjura, mal preparada y sin apoyos sólidos, condujo al pro-nunciamiento del 10 de agosto de 1932. Sanjurjo se sublevó en Sevi-lla, mientras la policía derrotaba a un grupo de militares y civiles ar-mados cuando intentaron ocupar el Palacio de Comunicaciones deMadrid. Fueron detenidos los generales Sanjurjo, Cavalcanti, Goded,

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——————5 Con una supuesta organización de soldados «de tipo soviético» que apareció en

Málaga, los cabos de Madrid que pretendieron iniciar una reivindicación profesionalo los soldados borrachos vitorearon «al Ejército Rojo». Su inquietud se exacerbó antelos informes sobre un «inminente golpe comunista» en el mismo regimiento de Jacadonde se había sublevado Galán en 1930, señalándose como cabecilla al aviador An-tonio Rexach, que fue detenido el 5 de septiembre de 1931. La información posterioraclaró que Rexach nunca había sido comunista y que todo era una falsa alarma. Pocodespués, fue detenido el capitán Gallego cuado su compañía custodiaba un polvoríncercano a Madrid, porque se dijo que preparaba un movimiento comunista. Azaña seenteró por la prensa y supo que era una añagaza del monárquico general Villegas,pero no hizo nada para evitar la repetición del hecho.

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Fernández Pérez, los coroneles Varela, y Sanz de Larín, varios jefes,oficiales y civiles. El fracaso demostró que la mayoría del Ejército noestaba dispuesta a sublevarse sin un amplio apoyo civil e instruyó alos conspiradores sobre la necesidad de organizarse adecuadamente.Desde entonces, comenzaron los contactos entre algunos militaresimplicados en la sanjurjada con los principales conspiradores carlis-tas, falangistas y alfonsinos.

La reforma de Azaña careció de tiempo para transformar el inte-rior del Ejército, aunque limitó momentáneamente la fuerza de las in-trigas de los altos mandos. Existía un sólido grupo de militares repu-blicanos o respetuosos con el poder constituido; pero también, unimportante grupo de generales y oficiales que no aceptaban la demo-cracia.

El fracaso de Sanjurjo demostró que muchos militares sólo se su-blevarían si contaban con amplias garantías de triunfo. Por ello, Ro-dríguez Tarduchy, un teniente coronel retirado y antiguo primorrive-rista, creó una sociedad secreta, la Unión Militar Española (UME)que, más tarde, fue presidida por el comandante de Estado MayorBarba Hernández, que la extendió a los miembros de su cuerpo.

La acción de Azaña había constituido el intento reformista másserio hecho en más de un siglo y puesto las bases para modernizar elEjército. Sin embargo, era preciso mantener una política reformistadurante muchos años para llegar hasta los últimos objetivos. Porqueun importante grupo de militares antirrepublicanos recibía el apoyode las corrientes más duras de la derecha.

La voluntad de avanzar hacia ese Ejército apartidista, tecnificadoy profesional desapareció cuando Azaña perdió el poder en septiem-bre de 1933. La difícil andadura de la II República consolidó a losmilitares conspiradores y la inacabada reforma militar fue desvirtua-da por los gobiernos posteriores.

Se sucedieron varios ministros de la Guerra sin acciones de relie-ve hasta que, el 23 de enero de 1934, ocupó la cartera el lerrouxistaDiego Hidalgo, notario especialista en cuestiones agrarias, pertene-ciente a una familia de antigua tradición liberal. Su política militarfue una mezcla de buena fe, desconocimiento y demagogia, porquesu partido no era popular en el Ejército y él buscó ganarse las simpa-tías de los oficiales. Para ello desvirtuó muchas disposiciones azañis-tas y liberalizó de nuevo la política de ascensos.

En 1934, se temía una sublevación en Asturias y Diego Hidalgopreparó unas maniobras militares en las montañas de León, dirigidaspor el general López de Ochoa, republicano enemistado con Azaña.El ministro había conocido anteriormente al general Francisco Fran-co, comandante general de Baleares, lo invitó como observador y lue-go le rogó que permaneciera en Madrid, por si estallaba la revolución.

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Cuando estalló el 6 de octubre, el general Domingo Batet, con-troló rápidamente la situación en Barcelona, sin embargo, en Asturiasse desencadenó una revolución obrera, que desbordó a Diego Hidal-go. El general López de Ochoa marchó a Galicia para formar una co-lumna con la que dirigirse a Asturias, e Hidalgo llamó a Franco y, sincargo alguno, le entregó la dirección de las operaciones.

El gobierno decretó el estado de guerra, de modo que el minis-tro Hidalgo asumió todos los poderes, aunque fue Franco quién di-rigió las operaciones, alteró los planes del Estado Mayor y enviótropas de Marruecos a Cataluña y Asturias. Mientras López deOchoa avanzaba hacia Oviedo con su columna, en el puerto de Gi-jón, el teniente coronel Yagüe, amigo de Franco, organizó las fuer-zas africanas, que López de Ochoa apenas pudo controlar. La pre-sencia y actuación de los legionarios y regulares y la represión quesiguió al final de la revuelta provocaron numerosos odios entre lapoblación civil asturiana.

Esta intervención radicalizó políticamente a muchos oficiales delas tropas de Marruecos y Franco se presentó como el hombre provi-dencial, capaz de dominar la revolución, a pesar de que varios milita-res republicanos, entre ellos López de Ochoa, habían combatido di-rectamente la revuelta y, en Cataluña, la había dominado el generalBatet, que era un republicano conservador y católico.

El crecimiento de la derecha y la revolución de octubre de 1934empujaron a muchos militares al campo antirrepublicano. Una am-nistía liberó a los sublevados de agosto de 1932 y Sanjurjo se refugióen Portugal, convertido en la principal referencia del golpismo. En lasCortes, José Calvo Sotelo, portavoz de la extrema derecha, culpó aDiego Hidalgo de lo sucedido en Asturias, logró su dimisión e incitómachaconamente al Ejército, considerándolo la institución funda-mental del Estado.

El 6 de mayo de 1935, se formó un gobierno presidido por Ale-jandro Lerroux, cuya estabilidad parlamentaria dependía del apoyoque la CEDA quisiera otorgarle6. José M.ª Gil Robles exigió ser nom-brado ministro de la Guerra.

Su referencia fundamental sería el antiazañismo. No se atrevió amodificar las leyes militares establecidas en el primer bienio republi-cano, pero vició las aplicaciones de la reforma o las vació de conte-nido. Nombró subsecretario al general Joaquín Fanjul, que, desde1919, había sido parlamentario de las formaciones más conservado-ras, combatido con dureza la política militar de Azaña y tenido rela-ción con todos los conspiradores. Franco ocupó la jefatura del Estado

EL PROBLEMA MILITAR 205

——————6 Formaban el gobierno 3 lerrouxistas, 2 independientes, 1 agrario, 1 liberal-de-

mócrata y 6 cedistas.

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Mayor del Ejército. Manuel Goded, antiguo colaborador de Azaña yluego conspirador, fue nombrado jefe de la aeronáutica militar.

Fanjul y Goded eran dos militares ilustrados del cuerpo de Esta-do Mayor y, el primero de ellos, además era abogado. Franco carecíade formación académica, en cambio contaba con sólidos apoyos po-líticos, gracias a su hermano Nicolás, secretario del Partido Agrario,y a su cuñado Ramón Serrano Súñer, dirigente de las Juventudes deAcción Popular.

Militares próximos o implicados en el golpe de Sanjurjo ocupa-ron los puestos de ayudantes del ministro o se integraron en su equi-po de gobierno, mientras los generales republicanos eran desplazadosde sus destinos. El general Martínez Anido fue reingresado. Varela,ascendido a general aunque colaboraba con la organización armadadel carlismo. Mola se convirtió en jefe de las tropas de Marruecos yGoded, sin abandonar su puesto de jefe de la aeronáutica, sustituyó aLópez de Ochoa como jefe de la 3.ª Inspección.

El mensaje azañista de un Ejército leal a la República y apartadode las luchas entre partidos, había sido desvirtuado. Gil Robles anun-ció su propia reforma militar, aunque sólo referida a la dotación demayores medios materiales. Fueron elaboradas nuevas plantillas y sepensó en motorizar parcialmente dos divisiones, así como reorgani-zar algunas unidades, proyectos que tampoco pasaron de la categoríade intenciones. El ministro impulsó un plan de tres años para fabricarartillería y aviones, porque los cazas españoles tenían menos veloci-dad que los aviones comerciales, los obuses de 155 mm carecían detractores, faltaba munición para muchas piezas. Tampoco había ca-rros de combate, caretas antigás, cañones contracarro, vestuario dereserva, la defensa química era imaginaria y la munición no podíaabastecer dos días de combate.

A pesar de haberlas enumerado, no se subsanaron estas deficien-cias y nunca contó Gil Robles con un proyecto definido ni con unplan global referido a la defensa. Su intervención fue más políticaque técnica, aunque no con la intención de proporcionar poder alEjército sino de robustecerlo como instrumento de la CEDA. Segúnsus propias palabras, creía en un Ejército «instrumento adecuadopara una vigorosa política nacional» y encargado de «defender a laPatria de enemigos exteriores e interiores, incluso de quienes se ha-llan separados de nosotros por discrepancias de política partidista».Sin embargo, no incitaba al pronunciamiento, como hacían los falan-gistas o Calvo Sotelo, que concebían al Ejército como único instru-mento capaz de salvar a la Patria y columna vertebral de ella.

La politización militar era ya un hecho inevitable. Como respues-ta a la UME, apareció la Unión Militar Republicana Antifascista(UMRA) que, en los primeros momentos, contó con oficiales de la

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escolta presidencial, guardia de asalto, aviación y también mecánicosy suboficiales de ésta.

Gil Robles tampoco duró mucho en el ministerio y, cuando su ca-ída pareció inminente, el general Fanjul se ofreció para desencadenarun golpe, pero el ministro le pidió que sondeara a «los generales demás confianza». No le hizo caso Fanjul, que, en cambio, se reuniócon Calvo Sotelo, Ansaldo, Galarza, Vigón y Yagüe. Como no le ga-rantizaron el triunfo, Gil Robles decidió abandonar el ministerio.

ENTRE LA CAZA DE BRUJAS Y EL PRONUNCIAMIENTO

Desde la Guerra de la Independencia contra Napoleón, habíanexistido masones en el Ejército, aunque su número se había reduci-do sensiblemente durante la Restauración. El número de afiliados ala Hermandad creció significativamente desde 1925, cuando algu-nos militares se alejaron del régimen de Primo de Rivera y busca-ron amparo en las logias. Estas vivieron en semiclandestinidad has-ta la proclamación de la República, cuando la libertad permitiópertenecer a ellas sin temores y se afiliaron numerosos militares re-publicanos7.

Desde los inicios de la República, la prensa católica y la de dere-chas desarrollaron una gran campaña contra la masonería, que salíade la semiclandestinidad en que se había mantenido durante la dicta-dura. Esta campaña conservadora buscó provocar una alarma socialafirmando que España estaba amenazada por los masones, infiltra-dos en todos los organismos públicos. Desde hacía un siglo, la su-puesta amenaza masónica formaba parte del discurso reaccionarioespañol y ahora sirvió para coaccionar a los militares republicanos,acusándolos de pertenecer a la Hermanad aunque no fuera cierto.Como no era posible desprestigiarlos tachándolos de anarquistas ocomunistas, la masonería proporcionó un argumento adecuado.

A comienzos de 1935, los disputados de derechas Sainz Rodrí-guez, Vallellano, Rodezno, Fuentes Pila, Calvo Sotelo, Maeztu, Fer-nández Ladreda y Cano López prepararon una aparatosa intervenciónde este último, que figuraba como independiente. En la sesión deCortes del 15 de febrero, leyó una lista de generales supuestamentemasones. Desde aquel momento, la relación fue tenida como cierta yquienes figuraban en ella estigmatizados. Su nombre y la condiciónde masón, fueron enarbolados como una afrentosa bandera.

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——————7 M.ª Dolores Gómez Molleda, La Masonería en la crisis española del siglo XX,

Madrid, Taurus, 1986.

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Basta consultar la documentación del Archivo General de la Gue-rra Civil conservada en Salamanca para comprobar la falacia8, con-tando con la garantía de que tal documentación fue elaborada duran-te el franquismo, con destino al Tribunal Especial para la Represiónde la Masonería y el Comunismo, cuyos trabajos demuestran la gro-sera manipulación urdida por Cano López y sus compañeros. La re-ciente sistematización hecha por Manuel de Paz, ha puesto tales fala-cias desenmascaradas, a disposición de quién desee comprobarlas9.

Desde entones ya no cedió la caza de brujas contra los militaresrepublicanos. El 14 de noviembre de 1935 Manuel Portela Valladaresformó un gobierno de centro-derecha sin la CEDA ni los lerrouxistas,confiando la cartera de Guerra al general Nicolás Molero Lobo. Elnuevo gabinete recibió inmediatamente las andanadas de Gil Robles,que provocó su crisis y la formación de un nuevo gobierno, encarga-do de preparar las elecciones. Continuó en el Ministerio de la Guerrael general Molero, que nunca había pertenecido a la Hermandad y eraun republicano moderado10, sin embargo, la propaganda tronó porhaber puesto al frente del Ejército a un «peligroso masón». A pesarde todo, el general Molero continuó en su puesto hasta mediados defebrero de 1936.

Al final de 1935, la UME ya se había convertido en un grupo depresión importante. No incluía generales, porque no deseaban formarparte de una sociedad dirigida con comandantes, sin embargo, habíacaptado a numerosos jefes de estado mayor, que formaban un entra-mado subversivo bajo los pies de los mandos superiores.

Los militares se implicaban cada vez más en la lucha política.Los falangistas y los tradicionalistas intensificaron la captación deoficiales que, desde siempre, habían figurado en sus órganos di-rectivos y aumentaron sensiblemente durante los ministerios Hi-dalgo y Gil Robles. La escuadras de pistoleros de Falange estuvie-ron dirigidas por los aviadores Juan Antonio Ansaldo y Julio Ruizde Alda, mientras que los Requetés o milicia tradicionalista, con-taban con el general Varela y numerosos militares como Redondo,Utrilla, Baselga y Fidel de la Cuesta. Por su parte, las milicias so-

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——————8 He comprobado los expedientes de los militares citados por Cano López, com-

probando que muchas de sus acusaciones no eran ciertas.9 Manuel de Paz, Militares masones de España, Valencia, Biblioteca Historia

Social, 2004.10 El 18 de julio de 1936 mandaba la División Orgánica de Valladolid, de donde

fue depuesto a punta de pistola, en su propio despacho, los asaltantes mataron allímismo a los dos ayudantes del general, los comandantes Liberal y Rioboo. Molerofue condenado a muerte, sin embargo, Franco le conmutó la pena y fue liberado traspasar algún tiempo en la cárcel, falleciendo luego de muerte natural. El hecho de noser ejecutado demuestra que, incluso los sublevados, reconocían su moderación.

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cialistas tuvieron entre sus instructores al capitán Faraudo y el te-niente Castillo.

La propaganda antimasónica en el Ejército se intensificó durantela campaña electoral de 1936. Fue iniciada el 10 de febrero por el dia-rio tradicionalista El Siglo Futuro, con el artículo de Marcos de Isaba«Incompatibilidad del honor militar con la inscripción en una logia».El autor argumentaba que un militar no podía obedecer a una sectainternacional condenada por la Iglesia y cuya finalidad era destruirEspaña. La campaña fue secundada por el teniente coronel retiradoNazario Cebreiros, furibundo antiazañista e impenitente conspirador,y continuó hasta el mismo día de las elecciones. Se publicaron losnombres de numerosos militares acusados de masones, a quienes seinvitaba a escribir cartas a la prensa negando su pertenencia a la sec-ta. Esta vergonzosa maniobra provocó una verdadera oleada de terroren los cuarteles y fueron tantos los generales, jefes y oficiales que en-viaron escritos que el ABC abrió una sección especial titulada «LaMasonería y el Ejército», donde se publicaban las cartas recibidas,seguidas por un comentario de la redacción11.

Los generales de derechas no esperaron pasivamente el resultadode los comicios. Fanjul y Goded, que estaban destinados fuera de Ma-drid, se desplazaron a la capital, en espera de que ganara Gil Robles.Cuando Franco, todavía jefe del Estado Mayor del Ejército, compro-bó la victoria del Frente Popular, presionó al presidente Portela Va-lladares para que proclamara el estado de guerra y Gil Robles, CalvoSotelo, Goded y Fanjul tantearon la posibilidad de un golpe militarque evitara la formación de un gobierno de izquierdas.

El fracaso electoral de Gil Robles arruinó las tendencias parla-mentaristas de la derecha y potenció a quienes defendían que la úni-ca forma de llegar al poder era conquistarlo con las armas. Despuésde las elecciones, el golpe militar contó con las simpatías mayorita-rias de la derecha.

Como presidente del primer gobierno del Frente Popular, ManuelAzaña formó un gabinete sólo con republicanos y situó al generalCarlos Masquelet en la cartera de Guerra. Era éste un militar ferrola-no soltero, estudioso, desvinculado de cualquier partido político, quetampoco era masón, pero inmediatamente fue acusado de serlo.

Como removió de sus destinos a los generales que Diego Hidal-go y Gil Robles habían situado en puestos claves, Villegas, Saliquet,Losada, González Carrasco, Fanjul y Orgaz quedaran disponibles en

EL PROBLEMA MILITAR 209

——————11 Isabel Martín Sánchez, «Masonería y ejército durante la II República: la pro-

paganda “antimasónica” aplicada al ámbito castrense», en J. A. Ferrer Benimeli (co-ord.), La masonería en Madrid y en España del siglo XVIII al XXI, Universidad deZaragoza, 2004, I, págs. 365-381.

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Madrid y Varela en Cádiz. En cambio, conservaron el mando Rodrí-guez del Barrio, Goded, Franco y Mola, aunque los dos últimos pa-saron a destinos de menor importancia. Franco permutó la jefaturadel Estado Mayor Central por la comandancia militar de Canarias.Mola perdió la jefatura de tropas de Marruecos para marchar a la co-mandancia militar de Pamplona. Antes de abandonar su destino, en-tregó la dirección de los militares que conspiraban en África al coro-nel Sáenz de Buruaga y los tenientes coroneles Tella, Beigbeder yYagüe.

La conspiración contó ahora con la adhesión de los generales re-sentidos, que decidieron provocar un golpe estrictamente militar,aunque contando con una trama de apoyos civiles, donde figurabanMarch, Gil Robles, Luca de Tena y miembros importantes de Reno-vación Española y de Acción Popular.

El Ejército no era monolítico. La mayoría de los militares eranconservadores acostumbrados a obedecer las órdenes. Sin embargo,existían dos grupos muy politizados: un mayoritario de derechas, queera predominante en Marruecos, y otro de republicanos, menos nu-meroso, que contaba con amplia implantación entre los artilleros yaviadores y era mayoritario entre los suboficiales y los técnicos deaviación y marina.

Los generales estaban divididos entre quienes habían seguido aunos u otros equipos ministeriales. La victoria del Frente Popular lle-vó al poder un gobierno presidido por Azaña, con los ministerios enmanos de personas más moderadas que las del primer bienio, porqueni siquiera había ministros socialistas. Para la cúpula militar, el nue-vo gobierno nombró a generales republicanos o respetuosos con laRepública.

El ministro Carlos Masquelet, el subsecretario Julio Mena y eljefe del Estado Mayor del Ejército José Sánchez Ocaña eran republi-canos sin partido. En cambio, uno de los inspectores del Ejército,Ángel Rodríguez del Barrio, dirigía la junta de conspiradores mien-tras el otro, Juan García Gómez-Caminero, era leal al gobierno12.Los jefes superiores de la Guardia Civil, Sebastián Pozas, de carabi-neros, Gonzalo Queipo de Llano, y de aeronáutica, Miguel Núñez dePrado, eran republicanos más comprometidos13; en cambio, los diezaltos mandos de las tropas de la Península y Marruecos eran hombres

210 GABRIEL CARDONA

——————12 Existía otra inspección vacante. Rodríguez del Barrio estaba enfermo de cán-

cer y falleció antes del 18 de julio; Gómez-Caminero fue leal al gobierno y murió enel exilio.

13 Pozas y Núñez de Pardo eran masones y Queipo de Llano no, sin embargo eraun republicano exaltado, aunque fue el único de los tres que se sublevó. Pozas murióen el exilio y Núñez de Prado fue asesinado en Zaragoza por los sublevados.

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moderados14 y estaban contra el gobierno los comandantes milita-res de Baleares y Canarias15. A pesar de las afirmaciones de la pro-paganda, de estos 20 generales, ninguno era marxista; tres, antigu-bernamentales notorios y otros tres, masones. Uno de estos, MiguelCabanellas, se sublevó contra la República y luego presidió la Jun-ta de Defensa Nacional durante los dos primeros meses y medio dela guerra.

Fue imposible hacer la misma selección entre los generales debrigada, coroneles y tenientes coroneles porque el alineamiento polí-tico variaba en los distintos grados del escalafón. Así, un personajetan peligroso con el teniente coronel José Ungría Jiménez continuócomo jefe de negociado en el Ministerio de la Guerra y, al ascender acoronel, fue nombrado jefe del estado mayor de la División de Caba-llería.

Aunque nada era determinante, cada cuerpo tenía una sensibili-dad distinta. La caballería era generalmente monárquica, había mu-chos republicanos en la aviación y la artillería, la mayor parte de losoficiales del cuerpo de seguridad y asalto eran republicanos y grannúmero de los mandos de la Guardia Civil, sentían lo contrario.

El propósito de organizar un Ejército apartado de la política ha-bía fracasado. La gran masa de los militares no conspiraba, sin em-bargo, escuchaba con simpatía los argumentos de los conspiradores,que se crecían en la impunidad.

La situación era muy complicada y los conspiradores provocarondiversos disturbios durante el desfile militar del 14 de abril de 1935.En Alcalá de Henares la actitud de la caballería obligó a trasladar atoda la brigada a Palencia y Salamanca y procesar a un coronel y va-rios oficiales.

En el desfile de Madrid se desencadenó un tiroteo donde murióun alférez de la Guardia Civil, que asistía como espectador. Al día si-guiente, algunos militares intentaron convertir el entierro en una ma-nifestación contra el gobierno. El general Sebastián Pozas Perea pre-sidió el acto como inspector general de la Guardia Civil y allí mismofue desobedecido públicamente por el ultraderechista teniente coro-nel Florentino González Valdés16 y un oficial se encaró insultándolo:«Es usted un general mandil».

EL PROBLEMA MILITAR 211

——————14 Eran Virgilio Cabanellas (Madrid), Fernández de Villabrile (Sevilla), Martínez

Monje (Valencia), Llano (Barcelona), Miguel Cabanellas (Zaragoza), De la Cerda(Burgos), Molero (Valladolid), Salcedo (La Coruña), Gómez Morata (Marruecos) yPeña Abuin (División de Caballería).

15 Goded (Baleares) y Franco (Canarias).16 González Valdés fue trasladado a La Coruña, donde dirigió una sangrienta re-

presión durante la guerra.

Page 210: Memoria de la II República

El general Pedro de la Cerda comunicó al gobierno que era im-prescindible trasladar a Mola y el general Juan García Gómez-Cami-nero, jefe de la III Inspección del Ejército, se trasladó a Pamplonapara comprobar si la situación era tan peligrosa como le habían di-cho. No era ni había sido masón, sin embargo, los oficiales del Regi-miento de Infantería América núm. 14, lo recibieron con un mandilmasónico colocado sobre la estatua de Sancho el Fuerte y después in-terrumpieron su discurso con toses y ruidos de sables.

A consecuencia del nombramiento de Azaña, como presidente dela República, el 19 de mayo de 1936 se formó un nuevo gobierno pre-sidido por Santiago Casares Quiroga, que también asumió la carterade Guerra.

Mola no sólo continuó en su puesto sino que captó para la subleva-ción a los generales Miguel Cabanellas, Queipo de Llano y al coronelAranda17, que ocupaban importantes destinos18 y eran republicanosdescontentos con el gobierno. Un buen grupo de generales, oficiales yla mayor parte de suboficiales mantenían su lealtad al poder constitui-do, sin embargo, la mayor parte de la oficialidad contemplaba la cons-piración con simpatía cuando no colaboraba con ella.

La situación se había complicado. La Junta Política de Falangeacordó participar en la insurrección y los tradicionalistas estaba dis-puestos para una nueva guerra carlista. El teniente coronel RicardoRada dirigía su entrenamiento militar y la policía portuguesa inter-ceptó un barco que trasportaba una partida de material militar adqui-rido por José Luis Oriol para armar a los requetés: 6.000 fusiles, 450ametralladoras, 10.000 granadas y 5 millones de cartuchos. En cam-bio, lograron pasar la frontera francesa 1.000 pistolas Máuser con cu-lateen compradas por Antonio Lizarza.

El 23 de junio, los generales Ponte, Saliquet, Fanjul, Villegas yGonzález Carrasco se reunieron en Madrid para reorganizar los pla-nes de sublevación. El gobierno conocía gran parte de la conjura pordenuncias de los oficiales de la UMRA. En Barcelona, la policía ha-bía intervenido todos los planes para sublevar la ciudad y fueron de-tenidos un capitán y tres tenientes de la Guardia de Asalto. A pesar detodo, Casares Quiroga no quiso profundizar en el asunto para no pro-vocar un escándalo.

212 GABRIEL CARDONA

——————17 Antonio Aranda no era miembro de la Masonería. En 1933 pretendió ingresar

en la logia Concordia de Madrid, pero no fue admitido. Durante la Segunda GuerraMundial, como conspiraba con los ingleses en favor de Juan de Borbón, se le montóuna falacia para acusarlo de masón y expulsarlo del Ejército, como sucedió. Su docu-mentación puede consultarse en el Archivo General de la Guerra Civil

18 Miguel Cabanellas era jefe de la División de Zaragoza; Gonzalo Queipo deLlano del cuerpo de Carabineros y Antonio Aranda de la Brigada de Asturias.

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Insistieron en la gravedad de la conspiración militar IndalecioPrieto, Dolores Ibárruri y Monzón, delegado del Frente Popular enNavarra, sin embargo, optó por ignorar sus avisos y también despre-ció las advertencias del general Núñez de Prado y el comandante Hi-dalgo de Cisneros.

Sólo se articularon algunas medidas, como cesar en el mando deBurgos al general De la Cerda y sustituirlo por Domingo Batet. En elúltimo momento, se le ordenó detener a cuatro conspiradores desta-cados: el general de brigada Gonzalo González de Lara, un coman-dante y dos capitanes y se envió para sustituir a González de Lara algeneral Julio Mena, que había cesado como subsecretario19.

El 17 de julio de 1936, algunos oficiales republicanos denuncia-ron que se escondían armas en el edificio de la Comisión de Límitesde Melilla donde el teniente coronel Darío Gazapo se reunía con losconspiradores locales. Ante la evidencia, las autoridades enviaron undestacamento de policía al edificio, donde sorprendieron reunidos alos conjurados. La sublevación debía comenzar el 19, sin embargo, alverse descubiertos, arremetieron contra la policía y se sublevaron an-tes de la fecha prevista.

Las guarniciones se unieron gradualmente al pronunciamiento,que se desordenó por el cambio de fecha, el mal funcionamiento delos enlaces y los titubeos de algunos implicados. El último factor deconfusión fue la naturaleza jerárquica del golpe, porque los coman-dantes y capitanes de la UME, que lo habían preparado, cedieron lainiciativa a mandos de mayor graduación.

En aquel momento, formaban la cúpula del Ejército 18 genera-les de los que sólo se sublevaron 420. De los 33 generales con man-do de brigada se pronunciaron 22 y de las 51 guarniciones con efec-tivos superiores o iguales a un regimiento, 44. Aunque no todostuvieron éxito.

El proyecto republicano de un Ejército apolítico había sido arrui-nado.

EL PROBLEMA MILITAR 213

——————19 El general Mena llegó a Pamplona cuando estallaba el pronunciamiento y fue

detenido. Los rebeldes acusaron a Batet y Mena de «rebelión militar», fusilaron al pri-mero y encarcelaron al segundo, expulsándolo del Ejército.

20 Queipo de Llano, Cabanellas, Goded y Franco.

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CAPÍTULO 9

El afán de leery la conquista de la cultura

GONZALO SANTONJA GÓMEZ-AGERO

UCM-Instituto Castellano y Leonés de la Lengua

HORA ES YA DE QUE LEAN LOS MODESTOS

Como nadie habrá dejado de recordar en el año recién vencido,conmemorativo del IV Centenario de la publicación de la primeraparte del Quijote, Cervantes pone en boca de su y nuestro gran per-sonaje una certera definición del inalienable derecho a ver las cosasde muy distinta manera: «... y eso que a ti te parece bacía de barbero,me parece a mí el yelmo de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa»(I, 25). Y saco a colación esta cita para no enredarme en el análisis dela frase que encabeza estas reflexiones recordatorias, entresacada deltexto de presentación de El Libro Popular, titulado «Nuestra razón deser», una de las más ambiciosas —en cuanto a difusión se refiere—iniciativas de la Compañía Iberoamericana de Publicaciones, aquelpotente consorcio que, aspirando al monopolio, durante varios añosmarcó la pauta del mundo editorial y librero español1. La frase admi-te toda suerte de interpretaciones, bien que se trata de un mero recla-

——————1 Al respecto traza un panorama bien elocuente el canto del cisne de tan ambi-

ciosa Compañía, alegato anónimo posiblemente redactado por su gerente, ManuelOrtega, Cómo se ha hecho una gran empresa editorial y cómo pretenden deshacerla,Madrid, 1931.

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mo publicitario, bien que responde a sinceros propósitos de extensióncultural, cuestiones tantas veces solapadas.

Sin embargo, lo verdaderamente importante es que la frase refle-ja y responde a una situación obvia y resplandeciente, la de que a co-mienzos de los años 20 había sonado, en cuanto a la lectura se refie-re, la hora de las mayorías, ya superado el marco social restrictivo,limitado a las clases altas y medias, en que se venía moviendo. Y esasituación, que las empresas editoras reconocían e intentaban aprove-char, no había sido precisamente creada al amparo de la enseñanzapública ni por impulso estatal; y tampoco, claro está, era fruto de nin-gún milagro, obra de encantamiento o singular resultado de un re-pentino afán de saber. Entonces, ¿a qué obedecía?

Aunque parezca extraño, para responder a esta pregunta... co-menzaré por el final, dado que muchas acciones se explican me-jor —sobre todo cuando se impone hacerlo con brevedad— por eldesenlace que por el principio, en tantas ocasiones vacilante, o porlos medios, con falta de perspectiva. O sea, debemos situarnos en elardiente, desolador y cainita verano de 1936, cuando la II Repúblicaempieza a asumir que el conflicto no se solucionará en el plazo deunas semanas, grave espejismo de los primeros días, y en consecuen-cia, planteada una nueva realidad, se imponía adoptar de urgencia unrosario de normas, disposiciones y leyes que salieran al paso de losacontecimientos.

Así las cosas, esto es, bastante revueltas y muy peliagudas, losgobernantes republicanos, tan pusilánimes a la hora, por ejemplo, dearmar a la población, dudan poco, más bien nada, ante el reto de laprotección del Patrimonio histórico-artístico y bibliográfico, marcan-do un punto y aparte, que nunca se ha subrayado como es debido, enla historia de los países agraviados por la guerra, cual meridianamen-te demuestra el caso reciente de Iraq, con sus museos impunementeasaltados y criminalmente desprotegidos. En Madrid sucedió lo con-trario, en Madrid y en el conjunto del territorio leal, al menos en teo-ría y en la medida de lo posible, porque el mundo canalla de los in-controlados no es, creo yo, imputable a un régimen que, contra suvoluntad, enseguida empezó a conocer y sufrir episodios bien desdi-chados, de singular relieve y especial quebranto en Barcelona, porcompleto superada la Generalitat y reducido a pasto del fuego su pa-trimonio2.

216 GONZALO SANTONJA GÓMEZ-AGERO

——————2 Remito al testimonio de Federico Marés, creador del Museo barcelonés que lle-

va su nombre: El mundo fascinante del coleccionismo y las antigüedades. Memoriasde la vida de un coleccionista, Barcelona, Ayuntamiento, 2000. Por cuanto se refierea la dejación de funciones y el abandono del patrimonio histórico-artístico de Catalu-ña, en esas páginas describe Marés escenas tumbativas.

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En Madrid, y hasta donde se extendían los dominios del gobier-no republicano de España, la situación discurrió por derroteros muydiferentes. Y eso fue así gracias a las ejemplares medidas de inme-diato adoptadas. Sobre el eco de los primeros combates, sin tiempopara reponerse de tantísimo sobresalto, el 23 de julio de 1936, cuan-do apenas se cumplía una semana de la sublevación, el gobierno dela República promulgó un decreto, tan breve como contundente, quesin paliativos demuestra el verdadero sentir de sus más hondas preo-cupaciones. Ningún otro gobierno, en ningún lugar del mundo, ha re-accionado al respecto con similares reflejos, no obstante lo cual estamedida, a mi entender con valor de histórico paradigma, apenas es re-cordado al trazar la crónica de aquellos días de sangre, movilizacióny resistencia.

Como punto de partida, la realidad: «habiendo sido ocupados di-versos palacios que encierran riquezas históricas y artísticas de extra-ordinario valor», resultaba de suma urgencia proceder a su salvaguar-dia, «transportándolas, cuando sea necesario, a los lugares dondepuedan ser protegidas de forma adecuada», fueran estos los sótanosde la Biblioteca Nacional o las cámaras acorazadas del Banco de Es-paña, refugios al margen de cualquier contingencia.

Para ello, según disponía el artículo 1, quedaba al instante cons-tituida una Junta de Conservación y Protección del Tesoro Artístico,bajo la supervisión directa del director general de Bellas Artes, in-vestida de los más amplios poderes, a tenor de lo establecido en el ar-tículo 2: «adoptando las medidas que juzgue necesarias», sin limita-ciones, «para la mejor conservación e instalación» de tales obras enpeligro. Por encima de tantas tareas inaplazables, se impusieron lostemblores por la suerte del Patrimonio.

Y a tono con esta disposición, pocos días después, el dos deagosto, fue promulgado un segundo decreto intensificador: facul-tada la recién creada Junta para intervenir sobre «las obras de arteque se encontrasen en los palacios que han sido ocupados», el go-bierno reconocía que la espiral de aquellos momentos, que ya empe-zaba a descontrolarse, «no ha tardado en demostrar que las reglas es-tablecidas» se habían revelado de todo punto «insuficientes», porquetanta precisión («los palacios ocupados») dejaba al margen «losobjetos de valor que se encuentran en las iglesias, conventos yotros edificios», a partir de aquel momento materia también de laJunta.

El arquitecto José Lino Vaamonde, que cumplió al respecto im-portantes funciones, cifró en más de dieciocho mil los cuadros re-cogidos (51 goyas, 16 grecos...), en cerca de cien mil los objetos va-rios (marfiles, porcelana, mobiliario), en veinte mil los tapices(nueve kilómetros medían los evacuados a Valencia) y en varias de-

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Page 216: Memoria de la II República

cenas de miles los libros más los fondos completos de cuarenta ar-chivos3.

Sentado este final, vayamos a los principios. Porque la preguntaes esta: ¿cómo se llegó a esa situación? Entiéndase la pregunta: ¿dón-de forjaron sus ideas y en dónde accedieron a la cultura esos miles ymiles de milicianos anónimos que, en tan grave coyuntura, estuvierondispuestos a jugarse la vida por salvar, por alto ejemplo, los cuadrosdel Museo del Prado o la biblioteca del Monasterio de El Escorial?No, desde luego, en la enseñanza pública, repleta de inmensas lagu-nas la red heredada por la República e insuficientes sus pocos años devida para que esta cobrase cabal desarrollo, ni en las aulas de las uni-versidades, bastión de las elites ¿Entonces?

LA ESCUELA MODERNA

Los comienzos del siglo XX conocieron una gavilla de iniciativasculturales, de apariencia modesta y en no pocas ocasiones cerrada so-bre el fracaso, que sin embargo sentó las bases, afirmándola por lasraíces, de una transformación tan paulatina y callada como decisiva yprofunda.

Modestas y fracasadas, acabo de escribir. Pues mal, este juicio sequeda bastante corto, al menos en ciertos casos. Verbi(des)gracia enel de Francisco Ferrer Guardia (Alella, 1859-Barcelona, 1909) y suEscuela Moderna, clausurada no ya de mala manera sino a tiros, conFerrer ejecutado (esto es, asesinado desde la impunidad de los lega-lismos) y su Escuela, por descontado, condenada a la extinción y elolvido a pesar de los posteriores esfuerzos de Anselmo Lorenzo, «elhombre que tanta influencia ejerció sobre el proletariado catalán»,como escribió Federica Montseny4, toledano de pura cepa que «mar-có con su sello inconfundible treinta años de movimiento obrero yanarquista catalán», de acentuado «carácter ibérico», juicios que aquítraigo a colación para recordatorio de algunos ideólogos de la confu-sión.

Profesor de español durante varios años del Círculo Popular deEnseñanza de París, donde trabó amistad con Anselmo Lorenzo, Fe-rrer estaba unido a una joven colega, Leopoldina Bonnard, que tam-

218 GONZALO SANTONJA GÓMEZ-AGERO

——————3 Salvamento y protección del tesoro artístico español, Caracas, 1973, pág. 25.4 Federica Montseny, Anselmo Lorenzo. El hombre y la obra. S.L., Ediciones Es-

pañolas, 1938. Semblanza de guerra, Montseny la fecha en Barcelona, a 10 de sep-tiembre de 1938, esto es, fuera ya del gobierno de la República, destituida como mi-nistra de Sanidad, cargo para el que fue nombrada por Largo Caballero el 5 denoviembre de 1936, en cuanto Juan Negrín asumió el poder, reducida al ostracismopolítico tras los sucesos de mayo del treinta y siete en Barcelona.

Page 217: Memoria de la II República

bién se desempeñaba como señorita de compañía de una dama solte-rona, librepensadora acérrima, quien les hizo herederos de su fortunapara que fundasen la Escuela Moderna, entidad regida por una peda-gogía laica y de alumnado mixto, prohibidos los castigos y radical-mente rechazado cualquier sistema que no se basara en la discusión.Complementaba su tarea en las aulas una editorial del mismo nom-bre, dirigida por Lorenzo, pronto en posesión de un catálogo verda-deramente novedoso y modernizador, salpicado de títulos fundamen-tales —El hombre y la tierra de Eliseo Reclus, La Gran Revoluciónde Kropotkin— para la consolidación en España del pensamiento yla mística del anarcosindicalismo.

Combatida la iniciativa desde los sectores tradicionales, sus activi-dades no cesaban de crecer hasta que la terrible espiral de acción-repre-sión golpeó sus cimientos, lo cual sucedió a raíz del atentado de 1906,en la calle Mayor de Madrid, contra el rey, protagonizado por MateoMorral, profesor, precisamente, de la Escuela, hecho aprovechado paradictar su cierre y la incoación de un proceso contra Ferrer. Tras variosmeses de encarcelamiento, aquello se resolvió con una declaración deinocencia que las autoridades gubernativas darían en desconocer, demodo que nuestro personaje se vio abocado al exilio, en París, fundan-do allí la Liga Internacional para la Educación Racionalista.

De nuevo en España, en 1909 fue detenido bajo la acusación dehaber instigado las manifestaciones y revueltas de la Semana Trági-ca, desencadenada del 25 de julio al 1 de agosto en protesta contra lasmovilizaciones de la Guerra de Marruecos. Dramáticos los aconteci-mientos e implacable el sistema, Ferrer encaró el paredón de los fusi-lamientos de los fosos del castillo de Montjuïc el 13 de octubre de esemismo año, mientras sus más estrechos colaboradores de La EscuelaModerna (Anselmo Lorenzo, José Casesola, Mariano Bitiori) y aunsus familiares (su nueva compañera, Soledad Villafranca, José Ferrery su esposa, María Foncuberta) resultaban deportados primero en Al-cañiz y después a Teruel, de muy mala gana y con peores modos re-cibidos por los sectores acomodados de ambas ciudades, como de-muestra el editorial, inequívocamente titulado «Malos huéspedes»,que el 26 de agosto estampó en su portada El Noticiero de Zaragoza.

En manos de un viejo camarada de los tiempos de París, EmilioPortet, La Escuela Moderna conoció una segunda etapa, breve y pocodocumentada, que concluyó en sordina: falleció Portet, envejeció Lo-renzo y un editor que se había levantado desde la nada, ManuelMaucci, adquirió los derechos editoriales. Al menos sobre el papel,con aquello acababa todo.

Acababa, conste, sobre el papel. Porque lo cierto es que el traba-jo de Ferrer y Lorenzo, aunque parcialmente malbaratado por Mauc-ci, negociante enriquecido a costa de imponer miserables salarios y

EL AFÁN DE LEER Y LA CONQUISTA DE LA CULTURA 219

Page 218: Memoria de la II República

entrar a destajo en las traducciones5, había introducido en Españaunas obras y unos autores, unas corrientes de pensamiento y unastendencias pedagógicamente renovadoras, que durante las dos déca-das siguientes formaron la base de una vibrante red de ateneos y bi-bliotecas extendida por barriadas, pequeñas ciudades, pueblos y alde-as, impregnada por el ideario de La Escuela. En ella aprendieron aleer y forjarían su conciencia las multitudes que abrazaron el amplioabanico de las opciones anarcosindicalistas. En esos ateneos y enesas bibliotecas, que no en la enseñanza oficial.

Y así se explica, gracias a ese fermento, que andados los añosfuese posible el nacimiento y la consolidación de una de las seriesmás duraderas de lo que ha dado en llamarse el fenómeno de la no-vela corta, fórmula editorial ideada por Eduardo Zamacois hacia fi-nales de 1905 que, en síntesis, consistía en publicaciones de pequeñoformato y veinticuatro páginas ilustradas, con obras inéditas de auto-res españoles del momento que se vendían a módico precio y, funda-mentalmente, a través de los quioscos de prensa, desbordando el mar-co minoritario de las librerías. La iniciativa de Zamacois, al principioceñida, digámoslo así, al circuito de la literatura burguesa, no tardan-do mucho fue asumida desde los sectores revolucionarios6.

Me refiero, básicamente, pero no en exclusiva, a La Novela Idealde la familia Montseny-Urales, lanzada en 1925, en plena dictadura dePrimo de Rivera, sujeta a numerosas contradicciones para lograr sorte-ar semanalmente el delicado escollo de la censura previa pero que en sírepresenta una verdadera epopeya de la astucia, discutible adaptaciónen ocasiones del folletín lacrimógeno a la literatura revolucionaria,cuya desaparición se produjo en 1938. Y esto supone, con leves in-cumplimientos, que se mantuvo en el mercado, sostenida por los lecto-res, cerca de catorce años para renacer después, penosamente, en el exi-lio, en Toulouse, capital del anarquista de la diáspora, con el nombre deLecturas ideales, episodio que en alguna ocasión sería preciso tratar.

LECTURAS PARA OBREROS

Cualquiera que se aproxime a los archivos de la incautación lle-vada a cabo por los funcionarios del aparato creado a tales efectos porel franquismo en armas, enseguida reparará, en cuanto se refiere al

220 GONZALO SANTONJA GÓMEZ-AGERO

——————5 Cfr. «Notes sobre l’editorial Maucci i les seves traduccions» de Manuel Llanas,

en Quaderns. Revista de traducció, 2002, núm. 8.6 Para una introducción de conjunto a tan apasionante cuestión, permítaseme re-

mitir a mi libro La insurrección literaria. La novela revolucionaria de quiosco. Pró-logo de Alfonso Sastre, Madrid, Sial, 2000, al pie de cuya letra, por cierto, me ceñiréen el apartado siguiente, consagrado al eslabón perdido de la literatura socialista.

Page 219: Memoria de la II República

vaciado de los locales del PSOE y la UGT, casinos obreros y casasdel pueblo, en la existencia de nutridas bibliotecas y también adverti-rá las huellas de numerosas empresas fundamentalmente orientadasal fomento del hábito de la lectura, nutridos esos fondos, en lo esen-cial, por obras de divulgación científica, textos de pensamiento polí-tico y libros de historia, con una presencia menor de la literatura,comprendiendo este apartado una curiosa miscelánea que abarcabadesde los enciclopedistas hasta los narradores del noventa y ocho ylos autores rusos más Víctor Hugo, D’Amicis y Volney.

El año 1926 marca un hito en la historia de las publicaciones delPSOE: tras diversos conatos, Felipe Peña Cruz, militante del fecundogremio de los tipógrafos, consiguió comprar una imprenta en Madrid,la de Dolores Buisen, viuda de López de Horno, de inmediato con-vertida en Gráfica Socialista7, de modo que a partir de ese momentoel Partido Socialista estuvo en condiciones de multiplicar las tiradasde sus publicaciones y afrontar nuevas empresas con entera libertad.Según Francisco de Luis Martín, estudioso exigente del tema8, estaindependencia hizo viable, por ejemplo, una recopilación de PabloIglesias (Páginas escogidas) situada, para empezar, en una tirada decien mil ejemplares y la impresión de suplementos ilustrados de ElSocialista, con frecuencia a cargo de Julián Zugazagoitia, periódicoque además organizó un eficaz y masivo servicio de préstamo de li-bros, muy por encima, tanto en alcance geográfico como en variedadde títulos, al de cualquier organismo oficial, porque sumaron cadaaño decenas de miles los servicios rendidos. Material costoso para laeconomía de los trabajadores, este servicio, que hoy puede pasarinadvertido, llenó entonces una laguna demasiado profunda, abrien-do un amplio horizonte de lecturas a un segmento numeroso de la po-blación tradicionalmente privado de recursos en ese sentido.

Añádase a esto, que ya de por sí pesa mucho, el esfuerzo desa-rrollado por un grupo de intelectuales orgánicos que la desmemoriainteresada de nuestro tiempo (de nuestro tiempo y, a veces, de sus ca-maradas) ha sepultado en el más negro de los olvidos, con pequeñasexcepciones, entre los que me parece de justicia destacar siquiera dosnombres, los de Juan Almela Meliá, hijastro de Pablo Iglesias, y

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——————7 No resisto la tentación de anotar que Gráfica Socialista trasladó su sede en 1936

al domicilio de la Fundación Pablo Iglesias, Madrid, calle Trafalgar, núm. 31, local ymaquinaria luego intervenido por el franquismo para ponerlo a disposición del Bole-tín Oficial del Estado.

8 Cfr. Francisco de Luis Martín, La cultura socialista en España, 1923-1930.Propósitos y realidad de un proyecto educativo, Salamanca, Universidad, 1993, y encolaboración con Luis Arias González, La narrativa breve socialista en España, Ma-drid, UGT, 1998. También debe consultarse Literatura e ideología en la prensa so-cialista (18854-1917) de Pilar Bellido Navarro, Sevilla, Alfar, 1993.

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Eduardo Torralva Beci, personaje, como suele decirse, que estuvoen todas, cofundador del PSOE que años después se contó entre lospromotores de la escisión saldada con la creación del Partido Co-munista.

Juan Almela Meliá, hijo de Amparo Meliá, tras su separaciónconvertida en compañera de Pablo Iglesias, y Vicente Almela Santa-fe, tipógrafo socialista, a su vez padre de Juan Almela Castell (Ma-drid, 1934), que bajo el seudónimo de Gerardo Deniz se ha converti-do en uno de los poetas más reconocidos del México actual9, empezóal lado de García Quejido en su Biblioteca de Ciencias Sociales,adaptación al pensamiento marxista de la fórmula ideada por Zama-cois (cuadernos mensuales de treinta y dos páginas, vendidos a trein-ta y cinco céntimos), y desde muy joven se forjó un hueco en la pren-sa del PSOE, afrontando enseguida la tarea de poner en marcha unaBiblioteca de «educación proletaria», sacada al amparo de La Revis-ta Socialista (1903-1906), folletos de veinte céntimos en los queMarx y Kautsky alternaron, entre otros, con Rafael Altamira, uno delos puentes de enlace del regeneracionismo y la Institución Libre deEnseñanza con el obrerismo de clase.

A partir de estos ensayos, Juan A. Melia (solía firmar de estemodo) se embarcó en Lecturas para obreros, colección de mayorita-ria orientación literaria, algo bastante inusual en el panorama del so-cialismo español, en la que hicieron la mayor parte del gasto, tanto enverso como en prosa, así en los relatos como en el teatro, en progra-mas y manifiestos, él y Torralva Beci, años de fructífero laborar encomún que las diferencias políticas acabarían anulando. Obritas sen-cillas, de contenido elemental y mensaje directo, estas Lecturas, quecontaba con una subserie dedicada a los discursos de los principalesdirigentes del PSOE (con especial atención a Pablo Iglesias), com-prenden un ramillete de cuentos infantiles del propio Almela, ganadoen este campo por los recursos sensibleros y la acentuación hasta elextremo de los contrastes sociales. En otro lugar he escrito, y aquísostengo, que nuestro autor «se improvisó cuentista infantil no por-

222 GONZALO SANTONJA GÓMEZ-AGERO

——————9 Publicado su primer libro, Adrede (1970), que suscitó el entusiasmo de Octavio

Paz, por la «entonces canónica y hoy mítica», según José María Espinosa, «colecciónLas dos Orillas, de Joaquín Mortiz» una de las muchas realizaciones editoriales delexilio español en México, Deniz sacó a continuación tres libros con el Fondo de Cul-tura Económica (Gatuperio, Enroque y Grosso modo), traductor allí junto a su padre,optando a continuación por pequeñas editoriales (El Tucán de Virginia, Ediciones SinNombre), siempre al margen de las imposiciones y los cánones. Cfr. El monográficode La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, núm. 416, agosto de 2005: «Gerar-do Deniz en estado puro», con motivo de la recopilación por esta misma editorial desus libros de poesía, con artículos, entre otros, David Huerta, Josué Ramírez, AntonioCarreira, José María Espinosa y Pablo Mora.

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que le interesase el género», sino porque «le interesaba sembrar suconcepción de la vida en un campo que, por virgen, consideraba pro-picio», especialmente receptivo e influenciable.

¿Y qué concepción era esa? En pocas palabras, la de la morallaica y el método de la razón, previo bautismo de militancia marxis-ta. Se difundieron mucho sus cuentos entre los hijos de los camara-das y se representaron hasta la saciedad sus cuadros teatrales, presi-didos por idénticos parámetros, en las Casas del Pueblo (los suyos y,una vez más, los de Torralva), pero puestos a señalar su gran obra, en-tiéndase, la de mayor influencia, se impone ponderar el peso de sustres Cartillas para Enseñanza Racionalista, en cierta manera precur-soras de las Cartillas Antifascistas tan en boga durante la Guerra(in)Civil, manual de la Sociedad Obrera de Escuelas Laicas, merceda las cuales (vuelvo a repetir palabras mías de hace ya algunos años,pero es que, en lo sustancial, mantengo ese juicio) «miles de trabaja-dores adquirieron esa cultura que el Estado, sencillamente, les nega-ba» de plano. Y no tiene sentido que, andados los años, haya quienponga el dedo en el sectarismo y las limitaciones de tales enseñanzas,marcadas —qué duda cabe— por una intención adoctrinadora, por-que lo único verdaderamente escandaloso —escandaloso e hiriente—es la abdicación de los gobernantes de sus más indeclinables obliga-ciones. Indiferentes a esa carencia, convencidos de que el manteni-miento de esa situación de atraso les beneficiaba, la alternativa naciócontra ellos.

Torralva, como ya he señalado, se movía en idéntica dirección, ycon frecuencia él y Almela se repartían el esfuerzo, en franca aptitudde colaboración y armonía, suma y sigue de trabajos complementa-rios. Así fue hasta que en la vida de ambos se cruzó la crisis de la IIIInternacional, esto es, las urgencias de Lenín y los bolcheviques de laURSS, nada dispuestos a la admisión de parches.

El 15 de abril de 1920 se formó el Partido Comunista Español,creado desde las Juventudes Socialistas, fruto de los dos bloques enque se dividió el PSOE en el congreso extraordinario de diciembre de1919 (los debates, ciertamente acalorados, concluyeron en una vota-ción que estableció una correlación de fuerzas bien apretada: 14.000votos a favor de la II Internacional, 12.500 por la III), al instante re-conocido como sección española de la Internacional Comunista. Estedesgarramiento interno no fue suficiente, y la crispación siguió acen-tuándose de puertas adentro, de modo que terció un segundo congre-so extraordinario, saldado con el envió a Moscú de dos delegados(Daniel Anguiano y Fernando de los Ríos) que, supeditando el arre-glo a la aceptación de tres condiciones, se encontraron con que se lesexigían veintiuna, dilema saludado con la convocatoria de otro con-greso en España, el tercero extraordinario, en cuyas sesiones se diri-

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mió la batalla definitiva, resuelta con una escisión dolorosa e irrever-sible, de la que se erigió en portavoz, para acentuar el drama, Anto-nio García Quejido, maestro y mentor de Almela en sus comienzos,cofundador del PSOE y de la Unión General de Trabajadores (UGT).

La declaración de los escisionistas, que constituyeron el PartidoComunista Obrero Español, está fechada el 13 de abril de 1921, ava-lada por un número significativo de militantes acreditados. Entre losfirmantes figuran Isidoro Acevedo, uno de los primeros novelistassociales españoles [Ciencia y corazón, de 1925; Los topos o la nove-la de la mina, de 1930], del grupo íntimo de Pablo Iglesias, en reali-dad uno de sus mejores amigos10, Eduardo Torralva Beci, represen-tante de la organización de Buñol, y un peculiar poeta revolucionariode El Burgo de Osma, Gonzalo Morenas de Tejada11, más tres inte-grantes de la Escuela Nueva (Antonio Fernández de Velasco, CarlosCarbonell y Marcelino Pascua), hasta ese momento muy vinculadosa Almela.

Poco tiempo después, el Partido Comunista Español y el PartidoComunista Obrero Español se fusionaban en una conferencia cele-brada en Madrid del 7 al 14 de noviembre de 1921, con un órganocentral (La Antorcha) y diversas cabeceras regionales (Aurora Rojaen Asturias, Bandera Roja en el País Vasco, etcétera, etcétera). Elnombre de Torralva Beci, volcado en esa nueva causa, se convirtióentonces en impronunciable en las Casas del Pueblo.

Ahora bien, a pesar de tales y tan hondas conmociones, las tare-as de divulgación cultural, de préstamo bibliotecario y aun de intro-ducción a la lectura, nunca dejarían de crecer. Y al igual que en elcaso de la CNT y el amplio círculo del movimiento anarquista, en es-tos ambientes forjarían su conciencia miles y miles de trabajadores.La historia de la lectura en España tendrá que reconocer, antes o des-pués, tales hechos y dejar constancia de dichos anhelos.

Y, apuntado sea de pasada, tampoco estaría mal que nuestras his-torias más o menos oficiosas del exilio reparasen el olvido que, porlo general, sigue envolviendo la obra de Almela, primer editor de Pa-blo Iglesias, tarea que empezó en 1935 con Reformismo social y lu-cha de clases (incluye el informe de Iglesias ante la Comisión de Re-formas Sociales, de 1884, y los artículos de los dos años iniciales de

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——————10 Cfr., en calidad de muestra, Cien cartas inéditas de Pablo Iglesias a Isidoro

Acevedo. Prólogo de Isidro R. Mendieta. Remito a la reedición de Madrid, Hispa-merca, 1976.

11 Cfr. Leopoldo de Luis, Gonzalo Morenas de Tejada. Un modernista olvidado(1880-1928), Madrid, Asociación de Escritores y Artistas Españoles, 1986. En 1978se publicó en Madrid, con prólogo de su hija, una cumplida Antología del poeta, com-pletada por una selección de juicios críticos.

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El Socialista, 1886-1887)12. Almela, al parecer bastante decepciona-do, logró salir de Europa con su familia por el puerto de Marsella ha-cia México a bordo del Nyassa, en la penúltima travesía que se les es-capó a los nazis, en 1942, tras haber ocupado durante la guerra ladelegación de la República ante la Oficina Internacional del Trabajo,en Ginebra.

Él y su mujer, Emilia Castell Núñez, mucho más joven (tenían,respectivamente, cincuenta y siete y veintisiete años), instalaron en laazotea del Museo Nacional de Antropología el primer taller mexicanode restauración de libros y documentos, impartiendo numerosos ci-clos de conferencias y cursos de aprendizaje. Suyos son, además, losdos tratados de estas materias en que se han formado, a lo largo devarias décadas, diversas promociones de estudiantes de bibliotecono-mía y archivística: Higiene y terapeútica del libro (México, Fondo deCultura Económica, 1956 y 1976) y Manual de reparación y conser-vación de libros, estampas y manuscritos (México, Instituto Paname-ricano de Geografía e Historia, 1949). Cometerá una flagrante injus-ticia quien deje de anotar la extensión de estos conocimientos en elbagaje conjunto de los republicanos de la diáspora.

REVISTAS Y EDITORIALES «COMPROMETIDAS»

Mientras los sectores obreros protagonizaban esos movimientos,los jóvenes universitarios empezaron a caminar en la misma dirección.Para mí tengo que el proceso comenzó a fraguar en Salamanca, a lasombra de Unamuno y con el apoyo de otros profesores de esa Univer-sidad. Y es que el germen soterrado de las rebeldías sembradas por elmítico rector se concretó en una animosa revista, El Estudiante, condos etapas, la primera desarrollada en la ciudad del Tormes desde el 1.ºde Mayo a julio de 1925 (12 números), mientras la segunda discurrióen Madrid, entre 6 de diciembre de 1925 y el 1.º de Mayo de 1926 (14números), fechas de partida y de cierre de manifiesta intención13.

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——————12 Al cabo de los años, la actual Fundación Pablo Iglesias ha retomado la empre-

sa de publicar esas Obras Completas, hasta este momento concretadas en seis volú-menes (I. Escritos y Discursos, 1870-1887; II-IV. Textos parlamentarios, 1910-19;V-VI, Correspondencia).

13 Para los distintos personajes y episodios citados en este apartado, véanse misobras Del lápiz rojo al lápiz libre. La censura previa de publicaciones periódicas ysus consecuencias editoriales durante los últimos años del reinado de Alfonso XIII,Barcelona, Anthropos, 1986; La república de los libros. El nuevo libro popular de laII República, Barcelona, Anthropos, 1989; y Los signos de la noche. De la guerra alexilio. Historia peregrina del libro republicano entre España y México, Madrid, Cas-talia, 2003.

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El núcleo de El Estudiante estuvo formado por Wenceslao Roces,futuro traductor de El capital, nombre señero en el panorama del pen-samiento marxista en español; José María Quiroga Plá, yerno del pro-pio Unamuno, sonetista consumado y trascendental conservador desu obra poética; Salvador M. Vilá, andados los años fusilado por lashuestes de Franco cuando era rector de la Universidad de Granada;José Antonio Balbontín, editor y novelista, y Rafael Giménez Siles, fi-gura decisiva en el mundo editorial español de finales de los años 20 yla década de los treinta, durante los años de paz y a través del terribleperíodo de la guerra, destinado a ocupar un nuevo papel de protagonis-ta en el mundo del libro en México, proyectado a toda Hispanoaméri-ca. Su rara y precoz capacidad de convocatoria les permitió reunir enlas páginas de su revista artículos, entre otros muchos, de AméricoCastro, Menéndez Pidal o Negrín, nómina enriquecida con importan-tes primicias de Valle Inclán, nada menos que varios anticipos de Ti-rano Banderas, y el apoyo entusiasta de Bagaría.

La desaparición de El Estudiante no significó el final de nada,sino un suma y sigue cuya inmediata continuación se escribió desdeotra revista: Post-Guerra, al frente de la cual se mantuvo el tándemGiménez Siles-Balbontín para la ocasión reforzado por José Venegasy José Lorenzo, personajes de marcada vocación editorial, y tres jó-venes intelectuales llamados a desempeñar funciones nada menoresen los años inmediatos: José Díaz Fernández, acuñador de el nuevoromanticismo, Joaquín Arderíus, novelista social que para sí recla-maría el puesto de pionero entre los escritores adscritos al comunis-mo, y Juan Andrade, troskista de la primera hora, con amplios e in-fluyentes contactos internacionales, militante más tarde del POUM,partido —de sobra se sabe— desdichada y cainitamente perseguidopor orden de Stalin, implacables sus agentes en España, durante laguerra.

Post-Guerra, brillante en su breve ejecutoria (Madrid, 1927-1928, 13 entregas), tuvo el raro privilegio de escoger el cómo, elcuándo, el porqué y hasta el para qué de su desaparición, medidaadoptada sobre la lucidez de un análisis impecable: sometida a la pre-via censura del régimen primorriverista, férrea con las publicacionesperiódicas, no servía para nada, escritas sus páginas bajo el engañode la autocensura o, de lo contrario, abocadas a la seguridad de la mu-tilación. Partidarios del pacifismo anti-imperialista y de la esperanzaroja de oriente frente al capitalismo de occidente, ¿qué podían espe-rar de unos funcionarios del lápiz rojo al servicio de un general? Era,sencillamente, como si un boletín anticlerical estuviese a merced dela censura eclesiástica. Mejor, sin duda, echar el cerrojo.

Cerrar, sí, pero haciéndolo sin claudicaciones, esto es, canalizan-do sus energías a través de un cauce con mínimas ataduras ¿Cuál?

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Entonces fue cuando aquellos jóvenes cayeron en la cuenta de que elsistema de la dictadura ofrecía un resquicio franco: el de los libros,asunto en el que la censura no se inmiscuía, admitiéndolo todo, contal de que las obras puestas en el mercado cumpliesen dos requisitospor el poder entendidos como socialmente restrictivos: que tuviesenmás de doscientas páginas y que su precio de venta al público reba-sase el de las colecciones de folletos de agitación y las populares se-ries de novelas cortas, pasando de unos pocos céntimos (diez, quince,veinticinco, treinta...) a tres o cinco pesetas, barrera infranqueableaquella, al entender de Primo de Rivera, para el meollo de los obre-ros y cantidad inasumible esta para sus modestas economías.

Además, esa permisividad respondía a otra ventaja en la peculiaróptica de tan jacarandoso general, persuadido, y persuadido sin sombrade duda, de que universitarios e intelectuales ya le habían dado la es-palda y eran absolutamente irrecuperables para su causa. A partir de talcerteza, ¿qué medidas adoptar? ¿Encarcelarlos a todos? Eso no resul-taba posible; de vez en cuando detenían a Valle Inclán, «eximio escri-tor y extravagante ciudadano», y la peripecia siempre terminaba mal,con Valle Inclán de nuevo en la calle pero golpeado el régimen por elescándalo. En una ocasión, audacia sobre audacia, entre unos (Gimé-nez Siles, Sender, Arderíus) y otro (el propio Valle, secundado por sufamilia) hasta supieron ingeniárselas para tramar un montaje fotográfi-co que, bien divulgado, llenó de zozobras los despachos oficiales.

En consecuencia, puesto en la disyuntiva de optar por lo menosmalo, Primo de Rivera llegó a la conclusión de que convenía dejarleslas manos libres... siempre y cuando se conformasen con fabricar li-bros de aquellos que, en su opinión, las clases populares jamás iban acomprar ni a leer. Entretenidos en esos menesteres, pensaba él, notendrían tiempo para conspirar ni para urdir otros planes, potencial-mente mucho más peligrosos. Así pues, campo libre para las edito-riales cuyos productos rebasen la frontera de doscientas páginas y, encuanto al precio, rondasen la barrera de las cinco pesetas.

Además, el grupo de Post-Guerra se inclinó por esa reconversióna partir de la experiencia de su Biblioteca Post-Guerra, servicio deventa de obras de diversas editoriales de matiz político renovador, ensu mayor parte entresacados de los catálogos de las marcas, más omenos subrepticias, del Partido Comunista (Antorcha o EdicionesEuropa-América, precursora de la Colección Ebro en París) y de Bi-blos, empresa independiente, regida por Ángel Pumarega, de su edady con iguales inquietudes. Al darse cuenta de que aquella llamaprendía, la Biblioteca decidió ofrecer a precios muy bajos (noventacéntimos) volúmenes que por el cauce normal de distribución nun-ca costaban menos de cuatro pesetas. Obras modernas, con temasvibrantes, de autores contemporáneos.

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He aquí algunos exponentes: Los de abajo de Mariano Azuela, laepopeya de los revolucionarios mexicanos según el relato de un testi-go de primera mano, de primera mano y hasta las cejas comprometi-do con la causa de Pancho Villa; La caballería Roja de Isaac Babel,la apoteosis de los cosacos bolcheviques; novelas de Dostoiewsky,los viajes del pintor Maroto, cuya mirada registraba esos paisajes dela miseria que tantos pintores de cámara preferían desconocer; ensa-yos breves de Marx, Zinoviev, Trosky, Sorel y Lenín; la memoria deIsidoro Acevedo de su viaje por Rusia... El aparato de censura debiómovilizarse. Esa campaña de la Biblioteca infringía de largo los lími-tes de lo permisible. Entonces apretarían el cerco y, por la lógica delproceso, se produjo la reconversión: clausurada Post-Guerra, sin tre-gua ni descanso apareció el primer título de Ediciones Oriente, Chi-na contra el imperialismo de Juan Andrade. Y luego, una tras otra,obras de Máximo Gorki (Lenin y el mujik), Trosky (Nuvo rumbo ¿Adónde va Rusia) o Ilia Ehremburg (Julio Jurenito y sus discípulos).También de Alejandra Kolontay (La bolchevique enamorada), tam-bién André Malraux (Los conquistadores) y también, rompiendo untabú sacrosanto para la moral ortodoxa, el célebre alegato de AndréGide en pro de la homosexualidad: Corydon, «la novela del amor queno puede decir su nombre», vertida al castellano por Julio Gómez dela Serna, el curioso hermano —traductor y futbolista— del genialRamón, prologada por el doctor Marañón con «un diálogo antisocrá-tico» y enriquecida por diversos apéndices, cuya primera edición, de1929, fue de inmediato agotada, al igual que la segunda y lo mismoque la tercera (1931).

En paralelo a Oriente, César Falcón ponía en marcha Historia Nue-va, cuyo balance final, amén de otros aciertos, registra tres esenciales: elprimero fue una colección, La Novela Social, definitiva para el lanza-miento de esa modalidad narrativa, que en apenas dos años, entre 1928y 1929 colocó en la calle relatos del propio Falcón, Díaz Fernández,Balbontín, Joaquín Arderíus y Julián Zugazagoitia, puente de enlace(como antes lo fuese Rafael Altamira) entre esos grupos de jóvenes y elPartido Socialista; en segundo lugar, el de una serie, Ediciones Avance,en su integridad consagrada a la literatura feminista, dirigida por IreneFalcón, la histórica secretaria de Dolores Ibárruri, inaugurada por DoraRussell, la esposa de Bertrand Russell, con Hypatía, nombre de «unaprofesora universitaria, denunciada por los dignatarios de la Iglesia ydestrozada por los cristianos», réplica militante a la literatura blanca,adormecedora y ñoña, que ciertos sectores querían para las mujeres y,en concreto, respuesta a Lysístrata, emblema al respecto de las edicionesde Revista de Occidente, traducida por un hermano del mismo Ortega yGasset (Colección «Hoy y mañana», 1926); por último, la acuñación deun concepto de la hispanidad radicalmente distinto al de la retórica al

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uso, la de los juegos florales y las fiestas de la raza, basado en el an-tiimperialismo y sostenido por la comunidad de la lengua.

Estas marcas, pronto multiplicadas, dieron origen a un movi-miento editorial de sesgo renovador, en la más amplia acepción deltérmino, entre finales de los años 20 y el comienzo de la década delos 30. En cuanto a traducciones e introducción de corrientes de pen-samiento, la vida intelectual española se impregnó de un ritmo verti-ginoso. Poca relación guardaba la modernidad de aquel panoramacon la atmósfera de casino provinciano imperante hasta entonces.

EPÍLOGO

Pues bien, cuanto antecede, guste o moleste, fija el proceso deacumulación de fuerzas legítimamente representado por la II Repú-blica, régimen, por encima de sus inevitables contradicciones, quenunca dejó de reconocer entre sus designios irrenunciables la promo-ción del libro, la extensión de la lectura y el cuidado del Patrimoniohistórico-artístico y bibliográfico.

Sólo desde semejante perspectiva se explica y cobra cabal alcan-ce ese decreto, a mi entender absolutamente ejemplar, del 23 de juliode 1936. Antes que el reparto de armas, la protección de la cultura yel arte, prioridad corroborada por la intensa campaña desarrolladapor el Ministerio de Instrucción Pública, el Ejército Popular con lasMilicias de la Cultura (particularmente las del Ejército del Centro),oficialmente creadas en enero del 37 (en realidad nació con la guerra,gracias a los militantes de la Federación de Enseñanza de la UGT)partidos y organizaciones políticas (como el Socorro Rojo Interna-cional y su «Biblioteca del Combatiente»), sindicatos de clase, aso-ciaciones, instituciones y grupos culturales (la Unión Federal de Es-tudiantes Hispanos o el teatro de La Barraca, la mítica aventura deFederico García Lorca, que conoció una segunda etapa) para exten-der el mundo de las ideas y erradicar el analfabetismo, esfuerzo que,con mejor o peor intención, suele ilustrarse con la Cartilla EscolarAntifascista, manual ciertamente presidido por una manifiesta inten-ción adoctrinadora (lo cual, en aquella situación, no dejaba de resul-tar lógico), sin tomar en consideración otros materiales, como el po-pular Silabario para niños o Cartilla rápida de lectura de la editorialDalmau Carles, Pla, E. C., con sede social en Gerona y Madrid, lan-zado en 1937, absolutamente aséptico, en exclusiva guiado por «elprocedimiento racional de no amontonar dificultades»14, muy difun-

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——————14 Cartilla rápida de lectura de la editorial Dalmau Carles, Pla, E.C., «Observa-

ciones», pág. 2.

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dido y utilizado, aunque en este sentido aún resulta menos explicablela falta de atención prestada a la espléndida Biblioteca Popular deCultura y Técnica de Editorial Nuestro Pueblo, una especie de edito-ra nacional bajo la dirección experta del ya citado Giménez Siles, li-britos de formato adaptado a los bolsillos del uniforme de los com-batientes, con unas ochenta páginas de extensión y otros tantoscéntimos de precio, que cubrieron un amplio abanico de conocimien-tos, con textos mucho más que aceptables.

Si de ejemplo vale una muestra, sirva el del Resumen práctico deGramática española, obra de Samuel Gili Gaya (1937), profesor delInstituto Escuela de Madrid y del Instituto Obrero de Valencia, de ti-rada masiva (los títulos de la Biblioteca partían de un mínimo deveinticinco mil ejemplares) y amplio, amplísimo, nivel de utilización,al margen y por encima de cualquier tentación sectaria. Textos den-sos y sin concesiones a los espacios en blanco, estaban pensados parasatisfacer las ansias de formación en los ratos de ocio, «sin necesidadde preparación escolar», y como «colección de trozos escogidos delos mejores prosistas españoles e hispanoamericanos» (desde Cer-vantes hasta Clarín, Guiraldes y Ramón Gómez de la Serna, pasandopor Azorín, Valle Inclán los hermanos Álvarez Quintero, Pío Barojao Jacinto Benavente), unida la ciencia de la gramática al placer de lalectura para explicar de ese modo «el papel que desempeña cada pa-labra dentro de la frase». En cuantos a técnicas de aprendizaje y cri-terios de enseñanza, estos volúmenes abrigaron novedades de consi-derable incidencia para la causa de la educación popular.

Decía Linneo que «la naturaleza no procede por saltos». Pues adicho tenor la II República supuso la culminación de muchos desve-los, primero casi solitarios, abnegados y heroicos, pero poco a pocode mayorías, realizaciones forjadas desde abajo con santa (sin per-dón) tenacidad. Y es que, como decía Mateo Alemán, «de pequeñosprincipios resultan grandes fines».

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CAPÍTULO 10

Reforma agraria y revolución social

JACQUES MAURICE

Université París X

Quien haya nacido en la España democrática y europea de fina-les del pasado siglo tendrá que hacer un esfuerzo intelectual para en-tender las pasiones encontradas que despertó en su tiempo la reformaagraria de la Segunda República. De hecho, tal reforma ya no está ala orden del día en la sociedad postindustrial que ha llegado a ser Es-paña, ni siquiera en Andalucía, la única Comunidad Autónoma que,al iniciarse la transición, promulgó una ley de reforma agraria en cla-ra continuidad con la de 19321. Conforme se desvanecieron entonceslas ilusiones mantenidas por una fracción apreciable de la opinión pú-blica sobre la posibilidad de fomentar un modelo de agricultura alter-nativa al vigente reformando la estructura de la propiedad, la investi-gación académica desatendía, salvo pocas y valiosas excepciones, eltema, volcándose en el estudio de los diversos componentes del cam-pesinado, especialmente los más bajos, sin evitar juicios perentorios,generalmente negativos y faltos de suficiente apoyatura empírica, so-bre la reforma republicana. Ya es hora, pues, de enfocar el tema si-guiendo el ejemplo que nos dio Pierre Vilar en sus trabajos sobre laGuerra Civil, o sea tratando de «pensar históricamente», única mane-ra, a nuestro entender, de evitar los inconvenientes, manifiestos en lahistoriografía española reciente, del «presentismo», esa manera hi-

——————1 Véase la Ley 8/1984, de 3 de julio, de Reforma Agraria, especialmente su ex-

tensa exposición de motivos.

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percrítica de enfocar el pasado a partir de los supuestos logros denuestro presente.

LA FUNCIÓN SOCIAL DE LA TIERRA

El primer punto a aclarar, si se admite el escaso protagonismo delcampesinado en el cambio político de abril de 19312, es el por qué dela opción prioritaria de la República, apenas proclamada, por una re-forma agraria claramente antilatifundista con aplicación inmediata alcampo andaluz y extremeño. El reconocimiento por parte del Go-bierno provisional, reiterado ante las Cortes Constituyentes por el pri-mer ministro de Agricultura de la República, Marcelino Domingo, de«la función social de la tierra» no era sólo la noción consensual, pro-cedente del catolicismo social, que garantizaba la propiedad privadade la tierra: era importante dejar sentado que se supeditaba su uso alinterés general, respondiendo de esta manera a otro imperativo que elde la mera eficiencia económica, es decir el de la justicia social. Aeste respecto, la agricultura extensiva de secano que predominaba alsur del Tajo distaba mucho de responder a estos dos criterios. Aque-llos que, en nombre de «la ciencia agronómica» de hoy, cuestionan el«diagnóstico» establecido en los años 1930 por autorizados portavo-ces del pensamiento progresista (Fernando de los Ríos, Pascual Ca-rrión) sobre los efectos negativos de la concentración de la propiedad,reconocen, sin embargo, el carácter limitado o relativo de la moder-nización de la agricultura andaluza3. Era insuficiente la diversifica-ción de cultivos para paliar los rendimientos irregulares o aleatoriosdel trigo y del olivo, la mecanización era lenta y desigual, la irriga-ción casi inexistente incluso en comarcas donde el Estado había rea-lizado obras hidráulicas. Por lo demás, al extenderse durante el pri-mer tercio del siglo XX, la gran propiedad resultó incapaz de dartrabajo a una población en creciente aumento durante el mismo perí-odo, especialmente en la cuenca del Guadalquivir4: el paro estacio-nal, inherente a una economía agraria poco diversificada, se revelócomo un fenómeno crónico, cuya gravedad se puso de manifiesto

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——————2 A. M. Bernal, «Reforma agraria, República y Nacionalismo en Andalucía», en

M. C. Chaput y T. Gómez (eds.), Histoire et mémoire de la Seconde République es-pagnole, Nanterre, Université Paris X, 2002, págs. 81-104.

3 M. Gómez Oliver y M. González de Molina, «Fernando de los Ríos y la «cues-tión agraria» en Andalucía», en M. Morales Muñoz, (ed.), Fernando de los Ríos y elsocialismo andaluz, Málaga, Diputación provincial, 2001, págs. 75-108.

4 A. M. Bernal, Economía e historia de los latifundios, Madrid, Instituto de Es-paña-Espasa Calpe, 1988. El último capítulo es un buen estado de la cuestión: «Lati-fundio, jornaleros y paro agrícola», págs. 197-227.

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con la pésima recogida de aceitunas del otoño de 1930 que dejó sinpeonadas a las cuadrillas de jornaleros en los extensos olivares deJaén, Córdoba y demás, originando manifestaciones populares, a ve-ces tumultuosas e insuficientemente valoradas por los estudiosos a lahora de enjuiciar la actuación del Gobierno provisional5.

El caso es que la necesidad de medidas urgentes dictó al ministrode Justicia, Fernando de los Ríos, a las cinco semanas de entrar enfunciones, la creación de una Comisión Técnica encargada de propo-ner una solución al problema de los latifundios. Elaborada en mes ymedio por un grupo reducido de expertos, ésta consistía en asentarcada año en 12 provincias meridionales un elevado número de fa-milias campesinas (entre 60.000 y 75.000) en aquellas fincas queexcedieran de cierta superficie o de cierta renta, organizando en éstascomunidades de campesinos y posponiendo la indemnización pre-ceptiva de los propietarios mediante el procedimiento de la «ocupa-ción temporal por causa de utilidad social»6. Se integró la orientaciónde este proyecto en el programa de la candidatura «republicano-revo-lucionaria» que se presentó en Sevilla para la elección a Cortes Cons-tituyentes, candidatura que asociaba a Pascual Carrión —coautor delproyecto— con Blas Infante, adalid del nacionalismo andaluz, y elcomandante Ramón Franco y el apoyo de Pedro Vallina, ex revolu-cionario profesional convertido en médico de los pobres7. Con la ex-cepción de Ramón Franco —el único que salió elegido—, no prospe-ró esta candidatura mientras que en las ocho provincias andaluzashabía empate entre diputados de centro y centroizquierda y diputadossocialistas —40 escaños para unos y otros—, correlación de fuerzaspoco propicia para la «liquidación», anhelada por Carrión, de una si-tuación injusta. Desde entonces la reforma agraria tomó otros derro-teros.

La Ley de Bases aprobada el 10 de septiembre de 1932 en elCongreso por 318 diputados (19 se pronunciaron en contra) era elfruto de una transacción entre las tres principales fuerzas parlamenta-rias: el PSOE, el Partido Radical de Lerroux, el Partido Radical-Socia-lista de Domingo por un lado y, por otro, los amigos del recién elegidopresidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, entre los cuales secontaba a Cirilo del Río, diputado por Ciudad Real —provincia en la

REFORMA AGRARIA Y REVOLUCIÓN SOCIAL 233

——————5 J. Maurice, La Reforma agraria en España en el siglo XX (1900-1936), Madrid,

Siglo XXI, 1975, págs. 21-24.6 P. Carrión, Los latifundios en España. Prólogo de Gonzalo Anes, Barcelona,

Ariel, 1975 (1.ª ed., 1932), págs. 383-393.7 J. Maurice, «Le nationalisme andalou», en F. Campuzano Carvajal, (ed.), Les

nationalismes en Espagne. De l’Etat libéral à l’Etat des autonomies (1876-1978),Montpellier, Université de Montpellier III, 2001, Collection Espagne Contemporainenúm. 2, págs. 367-390.

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que la reforma había de ser de aplicación inmediata—, quien será mi-nistro de Agricultura durante un año tras el cambio de mayoría en laselecciones de noviembre de 1933. Cada fuerza dejó su impronta en laley, dándole esa complejidad señalada por todos, censurada por mu-chos8. El que la ley se aplicara desde el día de la proclamación de laRepública (retroactividad) y en toda la extensión del país se debía ala insistencia de los socialistas. Era en cierto modo una compensa-ción al trato privilegiado que Alcalá-Zamora había conseguido desdeel principio a favor del «cultivador directo», definido como el que«llevaba el principal cultivo de una finca»: así se preservaban los in-tereses de la burguesía agraria con la cual Alcalá-Zamora, oriundodel pueblo cordobés de Priego, estaba emparentado. La renuncia a uncupo anual de asentamientos como a un impuesto sobre la renta rús-tica satisfacía a los conservadores, así como la administración centra-lizada de la redistribución de tierras por un organismo independiente,el Instituto de Reforma Agraria (IRA) y sus Juntas Provinciales: lasupresión de las juntas municipales, creadas por la Comisión Técni-ca, reducía los riesgos de iniciativas locales más o menos espontáne-as. En cambio, la negativa de Domingo a convertir en propietario alcampesino asentado en fincas expropiadas esbozaba una política másactiva por parte del Estado como si siguiera válida la experimenta-ción llevada a cabo en tiempos de Carlos III.

En cualquier caso, el toque final que dio un significado distinto auna reforma pensada para la larga duración se debió a Acción Repu-blicana, partido minoritario pero influyente del presidente del gobier-no, Manuel Azaña cuando, tras el golpe fracasado del general San-jurjo, propuso que se expropiasen todas las fincas que poseyeran «enel territorio nacional» los miembros de «la extinguida Grandeza deEspaña», o sea las grandes casas señoriales. Era el «pequeño correc-tivo», declaró Azaña, al criterio que había prevalecido durante el lar-go debate parlamentario, el de la «unidad-finca», cuando el de la«unidad-propietario» no hubiera limitado la posibilidad de la expro-piación al latifundista a nivel local sino que hubiera afectado al «mul-tifundista», es decir al rentista de la tierra por antonomasia. Apenasvotada, la Ley de Bases se convertía en una reforma-sanción contra lanobleza más por motivos políticos que por razones económicas y so-ciales. Así fue en la práctica: en octubre de 1934, a los dos años deaprobarse la ley, las 89.133 hectáreas expropiadas lo habían sido ex-clusivamente en fincas de los ex Grandes, a lo cual se añadían 10.158hectáreas objeto de ocupación temporal, o sea más de la tercera par-

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——————8 «Texto muy madurado. Quizá demasiado», según el juicio más bien ponderado

de P.Vilar, La guerre d’Espagne (1936-1939), París, Presses Universitaires de Fran-ce, 1986, Collection Que Sais-Je núm. 2.338.

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te de las tierras utilizadas por este concepto para los asentamientos,cuyo número total se elevaba a 12.260.

Otro error «grave» o «serio» hubiera sido el de incluir entre las13 categorías de fincas expropiables «las explotadas sistemáticamen-te en régimen de arrendamiento... durante doce o más años». Desdela primera obra de referencia sobre el tema9 se viene repitiendo, a ve-ces en tono categórico, que esta cláusula «arrojó en manos de la pa-tronal agraria y de la derecha agrarista y católica a una gran cantidadde pequeños arrendatarios integrantes del campesinado modesto»10.Sin embargo, se echan de menos datos concretos sin los cuales pare-ce arriesgado generalizar situaciones particulares como las de la AltaAndalucía, atestiguadas a veces por fuentes hemerográficas unilate-rales, y resulta imposible averiguar el fundamento de temores difun-didos de manera interesada por los adversarios de la reforma en losmedios rurales. En realidad, nada en la ley amenazaba a la susodichacategoría de pequeños campesinos —que, dicho sea de paso, podíabeneficiarse de los asentamientos en fincas expropiadas (base 11/d).Por lo demás, la ley preveía recursos, no era de aplicación inmediataa la totalidad del país y, sobre todo, lo módico de la financiación ha-cía poco verosímil el pretendido riesgo de desalojo. De todas formas,no confirma la interpretación comentada el estudio de la reforma enla provincia de Córdoba, uno de los pocos «estudios de caso» reali-zados hasta la actualidad en base a fuentes de primera mano comoson los fondos provinciales del IRA11. Caso tanto más interesantecuanto que fue un diputado por Córdoba, conocido como el primerhistoriador de los movimientos campesinos, Juan Díaz del Moral12

quien, en la discusión parlamentaria, abogó por la inclusión de las tie-rras arrendadas sistemáticamente. Seguramente tendría sus razones sinos fijamos en el caso de Montilla: en este municipio, declararon fin-cas por el apartado 12 (arrendamiento) o 10 (tierras de ruedo13 arren-dadas) 19 pequeños o medianos propietarios locales (detentaban me-

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——————9 E. Malefakis, Reforma agraria y revolución campesina en la España del siglo

XX, Barcelona, Ariel, 1971.10 F. Cobo Romero, «Por la senda de la radicalización. Tensiones sociales y agu-

dización de la conflictividad campesina en Andalucía durante la Segunda República(1931-1936)», en M. Morales Muñoz, La Segunda República. Historia y memoria deune experiencia democrática, Málaga, Diputación provincial, 2004, pág. 83.

11 A. López Ontiveros, y R. Mata Olmo, Propiedad de la tierra y reforma agra-ria en Córdoba (1932-1936), Córdoba, 1993, Servicio de Publicaciones de la Uni-versidad de Córdoba, Estudios de Geografía n° 6.

12 Para un enfoque crítico de esta personalidad y de su obra remito a mi libro Elanarquismo andaluz. Campesinos y sindicalistas (1868-1936), prólogo de Antonio-Miguel Bernal, Barcelona, Crítica, 1990, págs. 5-19.

13 Los ruedos son las tierras situadas a menos de 2 kilómetros del casco del pue-blo. Muchas veces regadas o regables, era las de mayor renta diferencial.

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nos de 100 hectáreas); sin embargo, como subrayan los autores delestudio,

no responden, en la mayoría de los casos, al perfil del campesino-labrador o del minifundista-jornalero; se trata, más bien, de pro-pietarios acomodados —en algunos casos de auténticos terrate-nientes— con poca tierra en su municipio de origen, bastanteparcelado y con 2.000 hectáreas ducales (las de Medinaceli) fuerade circulación, pero poseedores de cortijos en otros términos lati-fundistas próximos14.

Los datos que se acaban de mencionar sugieren el interés excep-cional del Inventario de fincas expropiables que realizó el IRA du-rante el primer año de su existencia con arreglo a lo estipulado de ma-nera pormenorizada en la base 7.ª de la ley. De hecho, este Inventariohacía posible un conocimiento de la propiedad de la tierra en Españamás exacto que la fotografía que se podía sacar de un catastro a me-dio hacer: a la altura de 1932, indicaba Pascual Carrión, había «sólo11 provincias terminadas y 2 casi terminadas, si bien se encuentranen ellas las mayores de España; 9 bastante avanzadas y 5 en sus co-mienzos»15. El Inventario hecho en Córdoba ponía de manifiesto al-gunos rasgos significativos como eran la extensión de la superficieexpropiable —la tercera parte de la superficie útil, o sea más de40.0000 hectáreas—; la cifra exigüa de propietarios declarantes —unos 800— de los cuales era reducidísimo el número de grandes pro-pietarios (menos de 100 propietarios de 1.000 hectáreas acumulabanmás de la mitad de la superficie registrada) y de muy grandes pro-pietarios (los veinte primeros terratenientes, propietarios de más de2.500 hectáreas cada uno, controlaban casi la cuarta parte de la su-perficie registrada); por último, el rasgo más sobresaliente: mientras13 miembros de la nobleza poseían sólo el 14% de la gran propiedadexpropiable, 50 propietarios no nobles controlaban el 75% de la su-perficie de propiedades de más de 1.000 hectáreas16. Para Andalucíaen conjunto, el resumen de una investigación realizada por un colec-tivo17 sobre la información proporcionada por el Inventario llega aconclusiones parecidas. Si bien la superficie expropiable era propor-cionalmente algo menor —el 28,5% del total, o sea 2 millones y me-dio de hectáreas—, se caracterizaba por un elevado grado de concen-tración: 555 propietarios de más de 1.000 hectáreas poseían el 57%

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——————14 A. López Ontiveros, y R. Mata Olmo, ob. cit., pág. 51. El subrayado es mío.15 P. Carrión, ob. cit., pág. 78.16 A. López Ontiveros, y R. Mata Olmo, ob. cit., passim.17 A. López Muñoz, «Cincuentenario de la ley de reforma agraria republicana. La

tierra prometida», El País, 15 de mayo de 1982.

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de la superficie registrada; de ellos, 100 nobles poseían con un 27%,casi 390.000 hectáreas, una proporción superior a la de Córdoba,pero el peso de la burguesía agraria con sus 878.335 hectáreas alcan-zaba cuotas elevadas —el 61% de la gran propiedad— a lo cual seañadían el 12% correspondiente a sociedades anónimas.

El mayor mérito del Inventario era, sin lugar a dudas, el de mos-trar que la nobleza ocupaba ya una posición secundaria que, por cier-to, no era desdeñable por la calidad de sus fincas como las situadasen los ruedos. Pero, obviamente, no era suficiente la propiedad nobi-liaria para asentar, a razón de 10 hectáreas por cada familia —ciframás bien modesta—, a los 200.000 campesinos elegibles, sólo en lasprovincias de Cádiz, Córdoba, Jaén y Sevilla —las más conflicti-vas—, según el Censo formado con arreglo a la base 11.ª de la ley18.En este sentido, el Inventario era un instrumento potencialmente re-volucionario si existía la voluntad política de emplearlo: tan así eraque, vueltas al poder tras octubre de 1934, las derechas prefirieronanularlo en la Ley «de reforma de la reforma agraria» auspiciada porel agrario Nicasio Velayos, ministro de Agricultura de mayo a sep-tiembre de 1935. Afortunadamente para los investigadores se hanconservado los 254 volúmenes del Registro de la propiedad expro-piable...

REFORMADORES EN LA PICOTA

Todos coinciden, en cualquier caso, en señalar, y deplorar, la len-titud con la que se puso en obra la reforma, atribuyéndolo no pocasveces a la pretendida «incompetencia» de los republicanos de iz-quierda19. Se ha convertido en tópico reprochar al ministro de Agri-cultura, Marcelino Domingo, las importaciones de trigo que en 1932hubieran depreciado el precio de este cereal a expensas de los peque-ños y medianos productores de Castilla. Bien mirado, el ministro tra-taba, al autorizar importaciones limitadas, de desvelar y combatirla estrategia de ocultación de existencias de los grandes producto-res y negociantes, quienes, al empujar los precios al alza, encarecían elproducto de gran consumo que era el pan20. En una coyuntura interna-cional de baja de los productos agrarios, ¿debía un gobierno de iz-

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——————18 J. Maurice, El anarquismo andaluz.., ob. cit., págs. 86-91.19 E. Malefakis, «El problema agrario y la República», en La II República. Una

esperanza frustrada, Actas del congreso Valencia Capital de la República (abril de1986), Valencia, Ed. Alfons el Magnànim, 1987, págs. 37-48.

20 E. Dillge Mischung, «La Política Agraria de los Gobiernos Republicanos delPrimer Bienio», en Historia Contemporánea, 3 (1990), págs. 239-255.

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quierda proteger sólo los intereses del productor haciendo casoomiso del poder adquisitivo del consumidor? Domingo era perfec-tamente consciente de ello como lo muestra el discurso que pro-nunció en las Cortes el 15 de junio de 1932, en el cual hacía hincapiéen los riesgos que entrañaría «una furia cerealista»: «Significaría queEspaña produciría más cereal que el que consumiera y que el preciode él estaría fijado por el valor en el exterior, muy diferente del quemantiene el Arancel y ruinoso para sus cultivadores»21. De hecho, elrendimiento de trigo en el antiguo «granero» de las dos Castillas os-cilaba entre 9 y 11 quintales por hectárea mientras en Sevilla, Córdo-ba y Navarra superaba los 15 quintales. Por eso, le parecía impres-cindible a Domingo «racionalizar el cultivo» como tercera finalidadde la reforma. En cuanto a la abundante información técnica que ela-boró el IRA, resulta poco lógico criticar su exceso cuando en la mis-ma frase se reconoce «que debía haberse recogido mucho antes»22.En realidad, el trabajo de los técnicos del IRA (confección del Censo,preparación de los planes de asentamiento) fue de suma utilidad in-cluso en períodos políticamente desfavorables, como lo señalan unay otra vez los estudiosos de la reforma en Córdoba: tras la Contrarre-forma de agosto de 1935, «el trabajo de los técnicos, siguiendo líne-as ya trazadas, fue por delante de las directrices políticas vigentes,llegando incluso a cuestionarlas ímplicitamente»23. En cambio, nopudieron evitar que, en el consejo ejecutivo del IRA, la representa-ción patronal consiguiera, en enero de 1933, aplazar la expropiacióny ocupación de las fincas situadas en zonas regables so pretexto deque «ni para el propietario, ni para el Instituto es útil la conversión delsecano en regadío», decisión que iba en contra de la idea defendidapor un director del IRA, Vázquez Humasqué, de que «el regadío esparcelador por excelencia»24.

El legalismo del gobierno Azaña, así como su heterogeneidad po-lítica, bastan para explicar su falta de determinación en la aplicaciónde una reforma tan ambiciosa como compleja. Tampoco se dio entrelos jornaleros y sus organizaciones representativas una movilizacióncapaz de conseguir una distribución rápida y amplia de tierras a favorde éstos. Una cosa era tomar posiciones maximalistas como las delanarcosindicalismo andaluz que, en sucesivos congresos y plenos,afirmó su rotunda oposición a los proyectos gubernamentales propo-niendo a sus seguidores ir a la conquista de los municipios y conce-der en este ámbito la explotación de las fincas confiscadas a los sin-

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——————21 J. Maurice, La Reforma agraria ..., ob. cit., pág. 122.22 E. Malefakis, ob. cit., pág. 40.23 A. López Ontiveros, y R. Mata Olmo, ob. cit., pág. 104.24 J. Maurice, La Reforma agraria..., ob. cit., págs. 21 y 46.

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dicatos de campesinos. Sólo que el único medio de alcanzar estameta consistía en la huelga revolucionaria, ese viejo mito del movi-miento obrero español que de tan repetido ya sonaba a hueco. Cuan-do la asociación de trabajadores agrícolas de Jerez de la Fronteraamenazó con ocupar las grandes propiedades para cultivarlas fue enfecha tan tardía como abril de 1933 y, encima, nadie les hizo caso enla Regional andaluza cuyos dirigentes, a menudo faístas, considera-ban las huelgas agrícolas como meros ejercicios de «gimnasia revo-lucionaria», línea insurreccional que no fue del todo ajena a los trági-cos sucesos de Casas Viejas25. El único movimiento de ocupación defincas digno de ser mencionado para el bienio 1931-1933 fue el quellevaron a cabo, en el otoño de 1932, los yunteros26 extremeños antela negativa de los grandes ganaderos a renovar sus contratos. Enton-ces el gobierno les dio por decreto la posibilidad de ocupar porcio-nes de fincas incultivadas durante un período de dos años. Fue uno delos pocos éxitos del sindicalismo reformista de los socialistas cuyapolítica no estaba exenta de contradicciones: por una parte, apenasproclamada la República, sus líderes, tanto Julián Besteiro comoFrancisco Largo Caballero, declaraban en el periódico de referen-cia, El Sol, su poca fe en la potencialidad de una reforma agraria ydel reparto como método; por otra parte, sus representantes en la Co-misión Técnica exigían el asentamiento anual de 150.000 campesi-nos, o sea el doble del cupo previsto inicialmente...

De entrada, el socialismo español había escogido otra vía que laredistribución de la tierra para resolver el problema del empleo en laagricultura extensiva, la de una modificación en profundidad del sis-tema de relaciones laborales que diera una salida positiva a las luchasque llevaba el proletariado agrícola desde principios de siglo. En estaperspectiva no tiene sentido tachar de «obrerista» la legislación pro-mulgada por Largo Caballero desde el Ministerio de Trabajo27. Des-de sus orígenes el movimiento obrero se enfrentó, en muchos paíseseuropeos, con el difícil reto de elaborar una plataforma que unificaralas reivindicaciones de los asalariados agrícolas y las aspiraciones delos campesinos parcelarios y que hiciera posibles formas de organi-zación y medios de acción comunes y conjuntos. En España no fal-taron tentativas en este sentido como la temprana Unión de los Tra-bajadores del Campo de los años 188028. Sin embargo, en los años

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——————25 J. Maurice, El anarquismo andaluz..., ob. cit. Se encontrará un análisis porme-

norizado del sindicalismo campesino en la CNT (1931-1936) en las páginas 278-309.26 Eran dueños de una yunta de mulas esos campesinos pobres o sin tierra.27 M. Gómez Oliver, y M. González De Molina, «Fernando de los Ríos y la

«cuestión agraria», en Andalucía», en M. Morales Muñoz, (ed.), Fernando de losRíos y el socialismo andaluz, Málaga, Diputación provincial, 2001, pág. 105.

28 J. Maurice, El anarquismo andaluz.., ob. cit., págs. 238-257.

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1930, la agricultura andaluza había alcanzado una etapa de desarro-llo capitalista tan específico que no había problema más urgente queel de sus jornaleros quienes, por falta de trabajo, constituían un pesomuerto para la economía y un peligro para la paz social: ¿no es aca-so razón de ser del sindicalismo defender los intereses materiales ymorales de los trabajadores que pretende representar? La Unión Gene-ral de Trabajadores había logrado, en abril de 1930, siguiendo quizá elejemplo francés29, dotarse de una federación de trabajadores de la tie-rra, o sea del instrumento idóneo para impulsar y coordinar las accio-nes de sus sindicatos locales. Mientras tanto, el anarcosindicalismo semostraba incapaz de construir la federación anhelada por sus afiliadoscampesinos30 a causa de la oposición cerrada de las directivas de laConfederación Nacional del Trabajo a las federaciones de industria, te-miendo aquéllas, no sin razón, que, gozando ya de autonomía organi-zativa, una federación campesina cediera al «reformismo» de las me-joras inmediatas postergando los sacrosantos «principios».

Las medidas decretadas desde la primavera de 1931 por LargoCaballero y refrendadas por las Cortes Constituyentes31 iban encami-nadas a establecer un dispositivo de negociación colectiva entre par-tes iguales, lo que implicaba el reconocimiento de la personalidad ju-rídica de las sociedades obreras. Tal era la función asignada a losjurados mixtos del trabajo rural encargados de determinar las «bases»(jornal y jornada) para cada temporada o cada año agrícola. Si bienesta entidad existió bajo diversas formas en regímenes anteriores, lanovedad de los jurados republicanos radicaba en su extensión a laagricultura y «allí estaba la esencial piedra de toque para la oposi-ción»32, tanto más cuanto que sus facultades de arbitraje quedabansupervisadas por el Ministerio de Trabajo a través del secretario queéste designaba previo concurso. Caso de que surgiera un conflicto entorno a las condiciones de trabajo vigentes, era misión de delegadosregionales o especiales de Trabajo proponer a representantes patrona-les y obreros procedimientos de conciliación. Em suma, el ministro

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——————29 El congreso constituyente de la Fédération Nationale des Travailleurs de l’A-

griculture de la CGT se celebró en Limoges en abril de 1920. Véase P. Gratton, Lesluttes de classe dans les campagnes, prefacio de Pierre Vilar, París, Anthropos, 1971.

30 J. Maurice, «Une miraculée: la Fédération Nationale de Paysans anarcho-syn-dicalistes (Federación Nacional de Campesinos)», en S. Salaün, y C. Serrano (eds.),Autour de la guerre d’Espagne, París, Publications de la Sorbonne Nouvelle, 1989,págs. 47-56.

31 J. Maurice, La Reforma agraria..., ob. cit., págs. 109-110.32 J. Aróstegui, «Largo Caballero, ministro de Trabajo», en J. L. García Delga-

do (ed.), La II República española. El primer bienio (III Coloquio de Segovia sobreHistoria Contemporánea de España, dirigido por M. Tuñón de Lara), Madrid, SigloXXI, 1987, pág. 72.

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aprovechaba su larga experiencia de sindicalista ofreciendo a un pro-letariado hasta entonces indefenso el aval de los poderes públicos quese hacían garantes del cumplimiento de los acuerdos concluídos. Laparadoja fue que la CNT rechazó cualquier mediación del Estadocuando, en las luchas del «trienio bolchevista» (1918-1920), sus sin-dicatos agrícolas habían aceptado, y a veces exigido, los buenos ofi-cios de un alcalde y hasta de un cura...

EL EMPLEO, CUESTIÓN BATALLONA

Así y todo, constituyó el principal caballo de batalla la primeramedida tomada por Largo Caballero a los quince días de su nombra-miento, la relativa a la colocación en el campo que obligaba a los pa-tronos «a emplear preferentemente a los braceros... vecinos del mu-nicipio» en que habían de realizarse los trabajos agrícolas. Con estedecreto llamado de «términos municipales» se trataba de poner cotoa la libertad omnímoda de contratación de los patronos que, aprove-chando el sobrante de brazos, empleaban tanto para la siega comopara la recogida de aceitunas, a forasteros contratados y pagados adestajo, o sea a bajo precio: se evalúa en un 25% la reducción de cos-tes salariales que este modo de remuneración representaba para elempresario33, el cual podía, además, presionar a la baja la tarifa deljornal en el momento de concertar las bases con las organizacionesobreras. La necesidad de una estricta regulación del destajo habíasido una cuestión batallona durante el «trienio bolchevista» al plante-arse abiertamente el problema del paro. La preferencia a la mano deobra local era, pues, un casus belli para la burguesía agraria que nocejó hasta conseguir de un gobierno Lerroux, en mayo de 1934, la de-rogación de la ley que, por lo tanto, estuvo vigente sólo tres años. Encuanto a la oposición de la CNT o, al menos, la de sus directivas,no era, en un principio, totalmente ilógica si bien, durante el «trienio»,varios sindicatos suyos, en Andalucía, pretendían imponer multas a lospatronos que recurriesen al trabajo a destajo. La delimitación inicial delos términos municipales fue demasiado rígida sobre todo para los jor-naleros de los municipios pequeños o de las comarcas pobres de la se-rranía y fue objeto de numerosos reajustes hasta confundirse una pro-vincia entera, la de Jaén por ejemplo, con un solo término34.

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——————33 L. Garrido González, «La configuración de una clase obrera agrícola en la An-

dalucía contemporánea: los jornaleros», en Historia Social, 28 (1997), pág. 54.34 L. Garrido González, «Legislación agraria y conflictos laborales en la provin-

cia de Jaén (1931-1933), en J. L. García Delgado, (ed.), La II República española. Elprimer bienio, ob. cit., págs. 95-115.

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La equiparación del obrero agrícola con el obrero industrial, alextenderse a su favor la legislación sobre accidentes de trabajo (1900)y jornada de 8 horas (1919), completaba el marco general en el cualiba a desenvolverse año tras año la determinación de las condicionesde trabajo en los jurados mixtos. Las monografías realizadas hasta lafecha muestran cómo la negociación se desplazó a nuevos terrenos aconsecuencia de las imposiciones y prohibiciones del gobierno. Enun principio el destajo se prohibió para la siega, a veces con la intro-ducción de normas de rendimiento a la que tuvieron que acceder encontrapartida las sociedades obreras. Se consiguió también salariomínimo para las tareas de otoño, menos pagadas que las de verano:era una reivindicación antigua. Surgió pronto y cada año con másfuerza una cuestión nueva, la de la limitación del empleo de las má-quinas, especialmente las segadoras, reservándose un porcentaje dela mies a la siega a mano. Ante el encarecimiento del factor trabajohabía propietarios, especialmente en la campiña sevillana, que por finse resolvían a mecanizar su explotación, señal de que la depreciaciónde sus productos no había llegado a tanto que les impedía invertir. Encualquier caso, era una actitud más cívica que la de reducir la super-ficie cultivada como hicieron otros.

La derrota de las izquierdas en las elecciones legislativas de no-viembre de 1933 y la formación subsiguiente de gobiernos cada vezmás derechistas coincidieron con el aumento del paro: el número detrabajadores agrícolas en paro completo en toda España no dejó de cre-cer hasta superar más de 250.000 individuos en 1935. Ya antes delcambio de mayoría los sindicatos agrícolas habían defendido la necesi-dad del «turno riguroso» en la colocación de los jornaleros a través delas oficinas municipales creadas a este efecto y generalmente recusa-das por los patronos. A principios de 1934, la federación agrícola de laUGT hizo suya esta exigencia lanzando un ultimátum al gobierno:el 5 de junio, apenas derogada la Ley de «términos municipales», em-pezaba una huelga nacional de campesinos, la primera de este tipo enla historia contemporánea de España, huelga que fue diversamenteseguida y se tradujo en actos violentos como destrucción de máqui-nas allí donde era más agudo el paro forzoso, caso de la provincia deJaén. La dura represión del gobierno provocó el debilitamiento delsindicalismo campesino y el cuestionamiento por las patronales delas mejoras trabajasomente conseguidas, especialmente en materiasalarial. En vísperas de una nueva consulta electoral, la lucha por elreparto del trabajo en un sector económico estancado como era laagricultura española desembocaba en un callejón sin salida.

Con la victoria del Frente Popular en febrero de 1936 se abrió unanueva etapa. Meses antes, en el último de sus discursos «en campoabierto», el de Comillas (20 de octubre de 1935), Manuel Azaña ha-

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bía expresado con tino la estrecha vinculación entre República y so-lución del problema de la tierra al declarar que «la reforma agraria (yno el Ejército como profesaba Calvo Sotelo) era la columna vertebraldel régimen republicano». La verdad es que esta fórmula no recibióla concreción adecuada en el pacto de Frente Popular, más explícitosobre la legislación social que sobre la política de asentamientos35.Más determinante que este prudente programa fue la movilizaciónpopular que favoreció el éxito electoral de las izquierdas y el nuevoimpulso que dio a la política agraria de los gobiernos Azaña y Casa-res Quiroga, Mariano Ruiz-Funes, de Izquierda Republicana, minis-tro de Agricultura de manera ininterrumpida. Su determinación semanifestó pronto cuando utilizó el principio de «utilidad social» in-troducido en la ley por las derechas para legalizar las ocupaciones defincas efectuadas en Extremadura y Sierra Morena por yunteros de-sahuciados. Ya había revitalizado al IRA, afectado por las restriccio-nes presupuestarias de las derechas, otorgando atribuciones ejecuti-vas al director, cargo que se devolvió al experimentado VazquezHumasqué. A fines de junio, con medio millón de hectáreas, la su-perficie distribuida había quintuplicado respecto de 1934 y los cam-pesinos asentados con sus familias pasaban de 100.000 personas.Sólo en la provincia de Córdoba, el Servicio agronómico preveíaocupar más de 175.000 hectáreas en 461 fincas de la campiña dondeasentar cerca de 15.000 familias36, confirmándose en este caso la vo-luntad ministerial de reconcentrar la aplicación de la ley sobre «unadistribución más justa de la tierra»37. Ruiz-Funes no se olvidaba delpequeño y medio arrendatario para el cual presentó un proyecto deley que le garantizaba la estabilidad en la finca que cultivaba y le fa-cilitaba su adquisición; a lo cual cabe añadir el tan esperado proyectosobre rescate y readquisición de los bienes comunales38. En materialaboral, el gobierno restableció los jurados mixtos (habían sido sus-pendidos) para hacer efectivo el compromiso de «rectificar el proce-so de derrumbamiento de los salarios del campo». Las bases fijadaspara el nuevo año agrícola no sólo revalorizaban los salarios al nivelde 1932 sino que subordinaban totalmente la contratación y la orga-

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——————35 J. Maurice, La Reforma agraria..., ob. cit., págs. 59-61.36 A. López Ontiveros y R. Mata Olmo, ob. cit., págs. 105-111.37 Una modalidad poco conocida de resistencia patonal a la constitución de co-

munidades de campesinos regidas por el IRA es la señalada por López Ontiveros-Mata Olmo, ob. cit., pág. 151: «Parte de los problemas surgidos en los trabajos de co-secha se vieron favorecidos por el boicot que las grandes fincas no ocupadas por laReforma llevaron a cabo contra los asentados y sus familias, al no admitirlos comojornaleros.»

38 J. Maurice, La Reforma agraria..., ob. cit., págs. 62-66.

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nización del trabajo a la necesidad de asegurar el pleno empleo a ni-vel local39.

Así es cómo a comienzos del verano de 1936 se estaban conec-tando dos líneas de actuación, una encauzada desde arriba hacia el re-parto de la tierra, otra impulsada desde abajo por el reparto del traba-jo. Entonces se confabularon militares, terratenientes, falangistas,requetés y demás para desencadenar su contrarrevolución preventivay sangrienta. Por eso, son efectivamente «especulaciones vanas»40 in-ferir de las colectivizaciones agrarias de la Guerra Civil —experi-mentos más o menos improvisados hechos en circunstancias excep-cionales— que el campo español hubiera sido presa del «caos» de noproducirse la sublevación militar41. Aquéllos que, setenta años des-pués, concluyen sentenciosamente sobre el «fracaso» de la SegundaRepública y el de su obra reformadora podrían, de vez en cuando, in-terrogarse sobre los «logros» de los vencedores en la agricultura lati-fundista durante los años de hambre del primer franquismo o duran-te el decenio ulterior de desarrollo tecnocrático hecho posible por elmasivo éxodo de los trabajadores andaluces a la Europa del norte.Quizá fuera demasiado tardía en la evolución de la sociedad españo-la la reforma agraria de la República, sin duda fueron insuficienteslos recursos que se le asignaron: no es menos cierto que ha sido unaobra sin acabar, una obra truncada por quienes tenían interés en ha-cerla fracasar y que dejan ahora al Estado democrático el cuidado depagar prestaciones de desempleo a los jornaleros mientras encuen-tran la mano de obra barata que necesitan entre los desheredados denuestra época, magrebíes y subsaharianos. Ésta es la ironía de la his-toria con la cual deben encararse los estudiosos si les anima la volun-tad de comprender e interpretar con ecuanimidad el pasado.

244 JACQUES MAURICE

——————39 J. Maurice, El anarquismo andaluz..., ob. cit., pág. 358.40 E. Malefakis, «El problema agrario y la República», en La II República. Una

esperanza frustrada, Actas del congreso Valencia Capital de la República (abril de1986), Valencia, Ed. Alfons el Magnànim, 1987, pág. 47.

41 Viene aquí al caso este dato de A. López Ontiveros y R. Mata Olmo, ob. cit.,pág. 155: «los informes del Servicio de la primavera de 1936 rezuman optimismo yconfianza en el cambio».

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CAPÍTULO 11

Pacifismo y europeísmo

ÁNGELES EGIDO LEÓN

UNED

España es el problema. Europa la solución. Así formuló Ortegauna aspiración y un sentimiento ampliamente compartidos por su ge-neración, la de 1914, que se había definido en función de su posiciónante la Primera Guerra Mundial y la gran polémica que suscitó enEspaña. Todos aquellos intelectuales, políticos y profesionales queapostaron entonces por la victoria de las democracias occidentales yque lo harían también por las ideas del presidente norteamericano W.Wilson, creían firmemente que la solución al «problema español»pasaba por la incorporación de España al sistema político, al acervocultural y al conjunto de valores y virtudes de la civilización europeay occidental1. Europa significaba, ya entonces, y por encima de otrascosas, democracia. Significaba, en consecuencia, libertades: de ex-presión, de asociación, de prensa; sufragio universal y parlamenta-rismo; laicismo, que no anticlericalismo y voluntad, en fin, de mo-dernización, innovación y transformación. Pero Europa significaba

——————1 La evolución de esos conceptos en el pensamiento de algunos de los intelec-

tuales españoles más representativos ha sido analizada por José María Vidal Beney-to, Tragedia y razón. Europa en el pensamiento español del siglo XX, Madrid, Taurus,1999. Una síntesis del período que abordamos en Á. Egido león, «España ante la Eu-ropa de la Paz y de la Guerra», en Hipólito de la Torre (coord.), Portugal, España yEuropa. Cien años de desafío (1890-1990), III Jornadas de Estudios Luso-Españoles,Mérida, UNED, 1991, págs. 33-49.

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también, en el difícil contexto del periodo de entreguerras, una apues-ta decidida por la paz mundial.

El desastre de 1898, la quiebra del sistema de la Restauración yespecialmente el desenlace final: la dictadura de Primo de Rivera,acabaron deslegitimando a la monarquía y haciendo inevitable el ad-venimiento de la República. Los hombres que accedieron al poder en1931 eran, en buena medida, miembros de esa generación que habíacifrado la regeneración de España en la incorporación a Europa. LaRepública, que nacía con vocación profundamente reformista, apos-tó desde el primer momento por la Europa de las democracias que ha-bía resultado vencedora tras la Primera Guerra Mundial. Esa Europa,todavía ajena a la bipolarización de la Guerra Fría, era esencialmenteuna Europa democrática, que aspiraba a mantener el statu quo resul-tante de la guerra a través de un nuevo organismo nacido en los trata-dos de paz: la Sociedad de Naciones (SDN), concebido como una es-pecie de república universal, y del Pacto de Ginebra, que definía lasaspiraciones y los compromisos de los países que lo firmaron, dis-puestos a resolver sus conflictos por vía pacífica y a garantizar la co-operación y la armonía entre las naciones.

La Sociedad de Naciones y el Pacto de Ginebra representaban, endefinitiva, una gran apuesta por la paz mundial. Una apuesta induda-blemente novedosa en cuanto a la forma de llevarse a la práctica: unorganismo internacional que actuaría como árbitro en los conflictosentre las naciones, en el que estaban representados todos los paísescon voluntad de mantener la paz y que contaba, por primera vez en lahistoria, con unos órganos comunes (el Consejo, la Asamblea) queaseguraban la representatividad de todos los países implicados, latoma de decisiones de forma democrática y consensuada, la publici-dad y universalidad de las mismas, y que preveía unos mecanismoscolectivos (el arbitraje y las sanciones) de freno a la guerra. Pero lagarantía llevaba implícita el compromiso. Así, mientras el artículo 10del Pacto societario, el Covenant, obligaba «a respetar y a mantenercontra toda agresión exterior la integridad territorial y la independen-cia política presente de todos los Miembros de la Sociedad», el artí-culo 16 afirmaba explícitamente que «si un Miembro de la Sociedadrecurriere a la guerra (...), se le considerará ipso facto como si hubie-se cometido un acto de guerra contra todos los demás Miembros dela Sociedad».

En esta páginas nos proponemos ilustrar la vocación europeístade la República y su compromiso pacifista, su plasmación práctica enla integración de España en la SDN y en la adhesión al Pacto gine-brino, cuyos principios quedaron específicamente recogidos en laConstitución republicana de 1931, pero también la existencia de unpensamiento consecuente que ha quedado reflejado en los escritos y

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discursos de algunos de los hombres más representativos del periodoque, además, tuvieron responsabilidades directas en relación con laacción exterior de la República. Tal es el caso, sobradamente conoci-do, de Salvador de Madariaga, representante de España en la Socie-dad de Naciones durante todo el periodo republicano, pero tambiénde Manuel Azaña, presidente de todos los gobiernos del primer bie-nio y al frente del que recibió la visita del jefe del gobierno francés,Edouard Herriot, a España en noviembre de 1932, uno de los mo-mentos álgidos de la República en relación con el exterior; de Fer-nando de los Ríos y de Luis de Zulueta, ministros de Estado (Asun-tos Exteriores), ambos más que diligentes, en el primer bieniorepublicano; del propio Niceto Alcalá-Zamora, en fin, jefe del Esta-do durante todo el periodo de la República en paz.

Nos proponemos también llamar la atención sobre la dicotomíagarantía-compromiso, que explica inevitablemente no ya la evolu-ción de la trayectoria internacional de la República en relación conGinebra, sino la propia sucesión de los acontecimientos que abocarona Europa y al mundo a una nueva conflagración mundial. En su for-mulación inicial, el europeísmo y el pacifismo explícitos en los pri-meros momentos del régimen, respondían, además de a una claraidentificación ideológica y política con los principios de los vence-dores, a un conjunto de intereses de orden más pragmático, porque elPacto de la SDN, a la vez que un compromiso, proporcionaba una ga-rantía a aquellas pequeñas potencias, como España, que en caso deamenaza no podían garantizar su propia defensa nacional por sí solas.Pero cuando las aguas de Ginebra se volvieron tormentosas, cuandoHitler abandonó la SDN, cuando Mussolini invadió Etiopía, agre-diendo a un Estado Miembro de la Sociedad, la garantía dejó paso alcompromiso. En medio de la escalada que desembocaría en una nue-va guerra mundial, esa dicotomía conformaría y explicaría toda latrayectoria exterior del nuevo régimen que evolucionaría, paralela-mente a la situación internacional, desde el compromiso firmementeasumido en los momentos iniciales hasta el repliegue final, pasandopor etapas de gran popularidad, iniciativas de no poca originalidad,distanciamiento y pasividad, hasta llegar al doble desenlace fatal, fa-tal para España: la Guerra Civil, y fatal para Europa: la Segunda Gue-rra Mundial.

«A LA REPÚBLICA NO LE INTERESÓ LA POLÍTICA EXTERIOR»

Pero antes de dibujar esta trayectoria, sinuosa, apasionante y sinduda coherente, es necesario afirmar, una vez más, lo que todavía hoyse cuestiona: su propia existencia. Cuando se cumple el setenta y cin-

PACIFISMO Y EUROPEÍSMO 247

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co aniversario de la proclamación de la II República se observa, a mijuicio, un doble fenómeno. Por una parte, su memoria se resiste a ex-tinguirse. Por otra, a pesar del interés que sin duda el periodo todavíadespierta y de la ingente bibliografía que ha producido a lo largo dedécadas, persisten parcelas poco conocidas, aunque suficientementeinvestigadas, e incluso tópicos firmemente asentados que, obviandolas conclusiones de esas investigaciones, se resisten a caer. Este no esun fenómeno ni mucho menos exclusivo de la República. La investi-gación histórica camina despacio, o al menos no tan deprisa como ladivulgación o los medios de comunicación, y suele ser necesario untiempo más que prudencial para que sus resultados se afiancen no yaen la memoria colectiva sino en las publicaciones específicas desti-nadas a un público teóricamente avisado. Por otra parte, la obligada,e inevitable, especialización de los estudios históricos se torna peli-grosa para los propios historiadores en cuanto impide a veces mante-ner la necesaria perspectiva de conjunto.

Hay en todo caso un aspecto relacionado con la II República queha adolecido especialmente de la pertinencia del tópico. Me refiero ala política exterior. No cabe duda de que la Segunda República hasido uno de los períodos de la historia contemporánea de España másexhaustivamente estudiados. Tampoco la hay de que se vio amplia-mente superado por su desgraciada conclusión: la Guerra Civil, cuyabibliografía es más extensa que la relativa a acontecimientos más im-portantes para el destino de la humanidad como la revolución rusa de1917 o la china2. A pesar de ello, hay un aspecto del periodo que fuesingularmente obviado, con excepciones, claro está, cuando no ma-linterpretado, a pesar de que historiográficamente puede considerar-se casi agotado. Y esta afirmación no es, en ningún modo, exagera-da. Hace ya más de dos décadas, cuando comenzaba el proceso deincorporación de España a las instituciones de la Europa democráti-ca, cuando hacía poco tiempo que había muerto Franco, se inició enla Universidad Complutense de Madrid, impulsado por el profesorJosé María Jover, una línea de investigación volcada en la política ex-terior de España y de manera destacada en la II República3.

La voluntad de la España inmediatamente posterior a la dictadu-ra de aprobar su asignatura pendiente: Europa, destapó una laguna en

248 ÁNGELES EGIDO LEÓN

——————2 Malefakis, Edward (ed.), La guerra de España, 1936-1939, Madrid, Taurus,

1996, pág. 637.3 También, de forma casi paralela, en la Universidad de Valencia y en la UNED.

Para la evolución de los estudios sobre la política exterior en la España contemporá-nea véase Francisco Quintana, «La historia de las relaciones internacionales en Espa-ña: apuntes para un balance historiográfico», en La historia de las relaciones inter-nacionales: una visión desde España, Madrid, CEHRI, 1996, págs. 9-65.

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el conocimiento español sobre esos temas. El régimen franquista ha-bía vivido oficialmente de espaldas a la democracia e, ideológicaaunque no económicamente, de espaldas a Europa4. La vocaciónatlantista, representada en el amigo americano, había eclipsado cual-quier otra opción. Estados Unidos era la primera potencia económicamundial, el exponente máximo del triunfo de la economía de libremercado, de la iniciativa privada, del bienestar general. Un apoyofundamental al que el régimen franquista no podía, ni quería, renun-ciar. No podemos entrar en las complejas relaciones del régimen deFranco con los Estados Unidos, ni en la paradójica relación que se es-tableció entre el vencedor «fascista» de la Guerra Civil y el vencedor«demócrata» de la Segunda Guerra Mundial5. En el escenario de laGuerra Fría esa relación era políticamente conveniente y así quedó6.

La muerte del dictador y las nuevas circunstancias internaciona-les resucitaron, y aconsejaron retomar, las viejas aspiraciones de in-corporación de España a la Europa democrática. Después del largoparéntesis de más de treinta años (1939-1975) de dictadura, Españase disponía a reanudar su historia donde la dejó, lo que inevitable-mente obligó a volver la mirada hacia la experiencia democrática in-mediatamente precedente, es decir, hacia la II República. Se restaura-ron las libertades, se inició el proceso constitucional y se abrierontambién las puertas al mundo. África ya no empezaba en los Pirine-os. Y era necesario replantearse la posición internacional de la nuevaEspaña constitucional. Fue entonces cuando se advirtió la existenciade esa laguna hasta cierto punto inexplicable, cuando los historiado-res comenzaron a preguntarse: ¿Cuál había sido la orientación tradi-cional de la España republicana en el exterior? ¿Cuáles habían sido

PACIFISMO Y EUROPEÍSMO 249

——————4 Desde la firma del Tratado de Roma en 1958, España se había preocupado por

Europa por cuestiones de tipo económico. No estaba en ningún bloque y Franco te-mía quedar aislado económicamente hablando. De hecho el plan de estabilización de1959 se plantea remodelar la economía para poder competir con las nuevas comuni-dades europeas. Algunos años después envían una propuesta de integración que no esatendida, pero a partir de 1971 España firma un tratado preferencial con las comuni-dades. Cfr. A. Moreno Juste, Franquismo y construcción europea, Madrid, Tecnos,1998; J. Crespo, España en Europa 1945-2000. Del ostracismo en la modernidad,Madrid, Marcial Pons, 2004. También, «La política exterior del franquismo», dossierHistoria del Presente, 6 (2005).

5 Para acercarse a ella pueden verse, entre otras, las obras de Manuel Espadas,Franquismo y política exterior, Madrid, Rialp, 1988; Antonio Marquina, España enla política de seguridad occidental, 1939-1986, Madrid, Servicio de Publicacionesdel EME, 1986 y Florentino Portero, Franco aislado: la cuestión española (1945-1950), Madrid, Aguilar, 1989. También Ayer, dossier: «La política exterior de Espa-ña en el siglo XX», 49 (2003).

6 Véase Á. Viñas, En las garras del águila. Los pactos con Estados Unidos, deFrancisco Franco a Felipe González (1945-1995), Barcelona, Crítica, 2003.

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las líneas básicas de su política? ¿Cuáles sus intereses prioritarios?¿Tuvo la República política exterior?

Hay que observar que ya entonces se advertía lo que siempre seráuna rémora para este tema. Las escasas aproximaciones existentes ala política exterior republicana siempre se habían hecho como meroreferente de la participación extranjera en la Guerra Civil. Ángel Vi-ñas había publicado su espléndido libro sobre La Alemania nazi y el18 de julio y John F. Coverdale su estudio sobre La intervención fas-cista en la Guerra Civil española. Había un epígrafe dedicado a lapolítica exterior de la República en el libro de Ramón Tamames de laHistoria de España Alfaguara, otro de Tuñón de Lara en su SegundaRepública, algún artículo y poco más7. Era bien conocida, claro está,la obra de Madariaga, pero se trataba de un testimonio parcial, comoparte implicada y sobre un aspecto concreto: la SDN. Y lo que Aza-ña escribió al respecto, aunque nunca se analizó en profundidad ycasi siempre se consideró mediatizado por la opinión del propio Ma-dariaga8.

Fue en este marco en el que los estudios sobre la política exteriorde España en general, y de la II República en particular, experimen-taron un considerable impulso, de la mano, en mi caso, del profesorJover, que me propuso en 1980 el tema para mi tesis doctoral: «Lasideas sobre política exterior en la España de la II República.» Parale-lamente se trabajaba sobre las relaciones bilaterales de la Repúblicacon Gran Bretaña, que algo más tarde culminaría con los estudios de

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——————7 Ángel Viñas, La Alemania nazi y el 18 de julio, Madrid, Alianza Editorial,

1977; John F. Coverdale, La intervención fascista en la Guerra Civil española, Ma-drid, Alianza Editorial, 1975; Ramón Tamames, La República. La era de Franco,Historia de España Alfaguara VII, Madrid, Alianza, 1973; Manuel Tuñón de Lara, LaII República, Madrid, Siglo XXI, 1976; y Juan José Carreras Ares, «El marco inter-nacional de la II República», Arbor, 426-427 (junio-julio de 1981), págs. 37-50.

8 Especialmente Salvador de Madariaga, Memorias (1921-1936). Amanecer sinmediodía, Madrid, Espasa-Calpe, 1974; pero también Españoles de mi tiempo, Bar-celona, Planeta, 1974. Lo relativo a política exterior en págs. 237-242; y España. En-sayo de historia contemporánea, Madrid, Espasa-Calpe, 1978, págs. 395-396. Encuanto a Azaña, son especialmente significativos: «Los motivos de la germanofilia»(1917), «Prólogo a los estudios de política militar francesa» (1918), «En la muerte deWilson» (1924), «Discurso en Santander» (30-IX-1932), «Discurso en Valladolid»(14-XI-1932), «La defensa nacional, la política militar y el presupuesto del Ministe-rio de la Guerra» (Sesión de Cortes, 18-XII-1932), «Discurso en la plaza de toros deBilbao» (9-V-1933), «El drama del pueblo español» (1935), «Discurso en el campode Comillas» (20-X-1935), «Discurso en el Ayuntamiento de Valencia» (21-I-1937),«Discurso en el Ayuntamiento de Barcelona» (18-VII-1938), «La República españo-la y la Sociedad de Naciones» y «La neutralidad de España» (Artículos sobre la gue-rra de España, 1939-1940). Todos en Obras Completas, México, Oasis, 1966-68.Edición y prólogos de Juan Marichal (Reedición Madrid, Giner, 1990), además de lasreferencias en sus Memorias.

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Enrique Moradiellos sobre su actitud ante la Guerra Civil; sobre lapolítica bilateral con Francia o con Italia, y sobre España en la SDN.En poco tiempo saldrían varios libros importantes: el de Ismael Saz,sobre Mussolini y la II República; el de Hipólito de la Torre, sobre laSegunda República y Portugal; los de Víctor Morales sobre Marrue-cos; mi propia reflexión sobre la concepción de la política exterior re-publicana; el de Francisco Quintana sobre la política europea y el deNuria Tabanera para las relaciones con Hispanoamérica. Más tardetambién el de José Luis Neila y algunos más9. De ahí, que no parez-ca arriesgado afirmar que es un tema casi historiográficamente ago-tado.

Pues bien, todavía en 2002 (en un libro conmemorativo del 70aniversario de su proclamación), hay quien se pregunta ¿Cómo fue lapolítica exterior de la República? Obviamente, no se trata de poner enevidencia a nadie. Este desconocimiento no viene sino a comprobarlo que afirmábamos más arriba: que los historiadores trabajamos ex-cesivamente aislados y que, a menudo, los árboles —en este caso delos problemas internos— impiden ver el bosque —de la política ex-terior10. No obstante, el caso de la República es obstinadamente pe-culiar y creemos que, al margen del aislamiento profesional, hayotras razones de más peso que ayudan a explicarlo. Por una parte, larepercusión, indudablemente mayor, de la política interna. Por otra, elhaberse acercado a él exclusivamente en clave de Guerra Civil.

Es obvio que la imagen de la República que ha prevalecido en eltiempo se identifica más con el enorme esfuerzo de transformaciónde España que supuso el régimen republicano que con su vocacióneuropeísta, sus iniciativas ginebrinas o su preocupación mediterrá-

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——————9 Ismael Saz, Mussolini contra la República, Valencia, Edicións Alfons el

Magnànim, 1986; Hipólito de la Torre, La relación peninsular en la antecámara dela guerra civil de España (1931-1936), Mérida, UNED, 1988; Víctor Morales Lez-cano, España y el Norte de Africa: el Protectorado en Marruecos (1912-1956), Ma-drid, UNED (Aula Abierta), 1986; Ángeles Egido, La concepción de la política exte-rior española durante la II República, Madrid, UNED, 1987; Francisco Quintana,España en Europa, 1931-1936. Del compromiso por la paz a la huida de la guerra,Madrid, Nerea, 1993; Nuria Tabanera García, Ilusiones y desencuentros: la accióndiplomática republicana en Hispanoamérica (1931-1939), Madrid, CEDEAL, 1996.También la tesis doctoral (inédita) de Feliciano Páez-Camino Arias, La significaciónde Francia en el contexto internacional de la Segunda República española (1931-1936), presentada en la Universidad Complutense de Madrid en 1989, 4 vols. Y la deJosé Luis Neila, España república mediterránea. Seguridad colectiva y defensa na-cional (1931-1936), leída en la Universidad Complutense de Madrid en 1994. SobreGran Bretaña, Enrique Moradiellos, La perfidia de Albión. El Gobierno británico y laguerra civil española. Madrid, Siglo XXI, 1996, especialmente págs. 10-32.

10 Véase Manuel Ramírez, La Segunda República setenta años después, Madrid,Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2002, pág. 12.

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nea. El interés por analizar aquel gran intento de implantar en Espa-ña un régimen verdaderamente democrático, marcado por hitos comola Constitución de 1931, una de las más avanzadas de su tiempo, laregularización del sistema de partidos, las reformas militares, la re-forma agraria, la reforma educativa, los estatutos de autonomía...., hadesviado la atención de los aspectos, también novedosos pero muchomenos subrayados, relativos a la proyección y acción exterior delnuevo régimen, que también existió. Por otra parte, el desgraciadoepílogo en que concluyó a la postre la experiencia republicana, es de-cir, la Guerra Civil, y el hecho de que el bando republicano la perdie-se, contribuyeron a desestimarlos. Como la República se vio desasis-tida en medio de la «farsa» de la No Intervención, la conclusión fuefácil: a la República y a sus principales representantes no les interesóla política exterior. Y todavía hay más, especialmente en relación conAzaña, al que se acusó de poner en peligro la neutralidad de España,atribuyéndole un supuesto pacto militar con Francia —cuando He-rriot visitó España— y culpándole después por no haberlo hecho: siAzaña hubiera aceptado entonces la supuesta petición de Francia,Francia no habría abandonado a España, a la España republicana, aliniciarse la Guerra Civil.

IDEALES Y REALIDADES

Ambos extremos han sido claramente desmentidos por investiga-ciones específicas. Sin embargo, se resisten a desaparecer. Entrare-mos, pues, una vez más, en materia. Lo relativo al régimen, como talrégimen, es fácil de desmontar. Basta revisar la propia Constituciónde 1931, que además de ser muy avanzada para la época, contenía unauténtico programa de política exterior. En cuanto al pensamiento po-lítico internacional de algunos de los principales líderes republicanos,son sobradamente conocidos, aunque quizá no suficientemente ai-reados, los razonamientos de Azaña, especialmente puestos en evi-dencia tras la aparición de los Cuadernos Robados, en los que entra-ba de lleno, a propósito de la visita de Herriot a España, a valorar laposición, las aspiraciones y los objetivos de la República en política ex-terior11. Más conocidos aún son los de Madariaga, en no poca medi-

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——————11 Véanse especialmente anotaciones de Azaña al respecto en Manuel Azaña.

Diarios, 1932-1933. «Los cuadernos robados», introducción de Santos Juliá, Barce-lona, Crítica, 1997. Un análisis pormenorizado del asunto en Ángeles Egido León,Manuel Azaña. Entre el mito y la leyenda, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1998,págs. 235-268. Una valoración, anterior a la aparición de los Cuadernos Robados, en«La proyección exterior de España en el pensamiento de Manuel Azaña», en Alicia

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da culpable del estigma que asignaron a Azaña en relación con esteasunto desde muy pronto12. Pero es que además: desde el primer pre-sidente de la República, Alcalá-Zamora, hasta los sucesivos ministrosde Estado (Zulueta, Lerroux, Fernando de los Ríos, Augusto Barcia),o los líderes de la oposición (Chapaprieta, Gil Robles..), han dejadotestimonios que indican una preocupación y un conocimiento de losasuntos exteriores cuando menos no menor que en otras etapas y pe-ríodos de la historia de España13.

Destaca, en cualquier caso, lo recogido sobre esta materia en lacarta de presentación del nuevo régimen, es decir, en la Constituciónde 1931. En el texto constitucional aparecen las dos premisas funda-mentales que iban a caracterizar y definir la posición de la Repúblicaen el exterior: el pacifismo a ultranza y su consecuencia lógica enaquel contexto: la adhesión incondicional a la SDN. Pero tambiénhay artículos específicos dedicados a los ámbitos tradicionales de laacción exterior de España: Hispanoamérica, Portugal, e incluso unaatención especial a los núcleos residuales de la influencia española,como las minorías sefarditas. Inspirada en la alemana de Weimar y enla mexicana de 1919, la Constitución republicana armonizaba las re-glas de Derecho Internacional con las de Derecho interno, y recogíaexpresamente, por primera vez en un texto de esta naturaleza, losprincipios del Pacto de la SDN y del Pacto Briand-Kellogg de renun-cia a la guerra. El artículo 6, a menudo mal citado y peor entendido,decía textualmente: «España renuncia a la guerra como instrumentode política nacional.» La política de guerra era una consecuencia dela política de paz y, en consecuencia, la política internacional emana-ba de la política nacional. De ahí la redacción de este artículo, querespondía además al nuevo espíritu de la época, volcado en el arbi-traje internacional como medio de resolver los conflictos por vía pa-cífica14.

Al lado de la Constitución, resulta obligado citar el testimonio deSalvador de Madariaga, representante por excelencia de la diploma-cia republicana, a la que sirvió en Ginebra como delegado de factoprácticamente sin interrupción entre 1931 y 1936. Madariaga, reunióel programa exterior del nuevo régimen en varios puntos. Por unaparte, recogiendo la tradición jurídica española del siglo XVI, ejem-

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——————Alted, Ángeles Egido y María Fernada Mancebo (eds.), Manuel Azaña. Pensamientoy acción, Madrid, Alianza, 1996, págs. 75-100.

12 Madariaga, Salvador de, Memorias.., especialmente capítulo XX.13 Egido León, Ángeles, La concepción..., passim.14 Sobre esta nueva manera de entender las relaciones internacionales, especial-

mente presente en el pensamiento de Manuel Azaña, llamó la atención Manuel Espa-das, «Un político intelectual, ministro de la Guerra», en Manuel Azaña. Pensamientoy acción, ob. cit., págs. 117-135.

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plarizada en la figura de Francisco de Vitoria (padre reconocido delDerecho Internacional y como tal inmortalizado en un monumentoen Ginebra), insistía en el concepto de guerra justa y en el arbitrajeinternacional, ambos implícitos en el Pacto de la SDN15. Por otra, re-mitía a la orientación tradicional, y más conveniente para los intere-ses de España, es decir a la política de colaboración con los paísesneutrales y a un estrecho contacto con Francia y Gran Bretaña, sin re-nunciar por ello a sus legítimas aspiraciones y sin caer en la depen-dencia. Reflejaba, en fin, atención preferente hacia las áreas tradicio-nales de influencia española: las dos Américas y Portugal. España,solía decir Madariaga, era una forjadora de imperios retirada del ne-gocio. Ello le daba legitimidad histórica para trabajar ahora, que yano era una gran potencia pero guardaba el prestigio y la experienciade haberlo sido, desinteresada y eficazmente en favor de la paz mun-dial16.

En la misma línea, aunque más apegado a la realidad, se movíaAzaña. No deja de ser paradójico que sus ideas sobre estos temas,cuando sobre otros aún sigue siendo una referencia inexcusable, ha-yan sido sistemáticamente ignoradas o al menos infravaloradas. Pre-valeció la interpretación de Madariaga, la versión de sus correligio-narios, imbuidos ya en el exilio de esa constante pregunta sobre porqué perdieron la guerra, y también el hecho de que una parte impor-tante de lo que pensaba se encontrara precisamente en esos cuader-nos robados, hasta hace muy poco tiempo ocultos para los investiga-dores. No se trata ahora de magnificarlas, pero sí de considerarlas ensu contexto y con el rigor que merecen. No disponemos del espaciopara entrar en ello en profundidad, como ya hicimos extensamente enotro lugar17, pero es necesario mencionar aquí al menos las líneasfundamentales del pensamiento azañista en relación con la proyec-ción internacional de España. La primera es, sin duda, el europeísmo.Para Azaña era una simple cuestión de sentido común: España es Eu-ropa, su historia y su cultura no pueden entenderse sin relacionarla eimbricarla en el contexto europeo en el que se desarrolla y por el quese explica. Esto, que ahora nos puede parecer evidente, no lo era tan-to en la España de los treinta, donde todavía estaban candentes las

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——————15 Véase Egido León, Ángeles, «Madariaga reivindicador de la figura de Vitoria

como fundador del Derecho Internacional», en AA.VV. Salvador de Madariaga,1886-1986. Libro-Homenaje con motivo de su centenario, La Coruña, Ayuntamientode La Coruña, 1986, págs. 106-113.

16 Salvador de Madariaga, España..., págs. 386-388.17 «A propósito de los nuevos cuadernos. Algunas reflexiones sobre el pensa-

miento político internacional de Manuel Azaña», Bulletin d’ Histoire Contemporainede l´Espagne, Centre National de la Recherche Scientifique, Université de Provence,28-29 (décembre de 1998-junio de 1999), págs. 303-324.

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«historias de las dos Españas» y donde todavía se discutía sobre siEuropa, y España, se definían por la tradición católica, representadapor la Contrarreforma, o por la herencia humanística y librepensante,simbolizada en la Reforma18. Azaña apostaba, obvia decirlo, por lasegunda.

Ahora bien, la apuesta decidida por la Europa liberal y, encuanto tal, democrática, con todas sus consecuencias, no le impe-día (y esto es lo que le diferenció de Madariaga) advertir la distan-cia entre lo ideal y lo real. Ideal era defender los grandes principiosque el Pacto representaba. Real, asumir que una pequeña potenciacomo España no disponía de medios materiales para afrontarlos decara. Azaña era consciente de la indefensión militar, de la faltade preparación técnica, de la falta de recursos económicos, queademás prefería dedicar a necesidades más acuciantes que la de-fensa nacional (la instrucción pública, por ejemplo). Ideal era su-marse a la política de pan para todos. Real, ser consciente de queEspaña ni estaba en condiciones de alterar el statu quo vigente des-de los Acuerdos de Cartagena, que remitía a una equidistancia deLondres y París en función de una clave estratégica: el Mediterráneo,ni le convenía hacerlo. Ahora bien, adscripción al bloque franco-bri-tánico no quería decir dependencia, ni colaboración, subordinación.Por eso la España republicana aunque mantuvo implícitamente esaorientación no la ratificó expresamente como lo había hecho la mo-narquía.

Su europeísmo y su pragmatismo confluyen en un concepto tam-bién muy moderno: la neutralidad positiva. Este concepto se defineen el pensamiento de Azaña por oposición a la neutralidad negativa,por simple impotencia, de la monarquía, en la línea que expuso en sutemprana conferencia sobre «Los motivos de la germanofilia». Perose define también como afirmación práctica en el contexto europeode la época: la España republicana no hizo sino sumarse a la políticade las pequeñas potencias neutrales, para las que el Pacto representa-ba una verdadera garantía colectiva para su defensa nacional. Las pe-queñas potencias, con voluntad neutralista, sin apetencias de expan-sión, no tenían medios para defenderse por sí mismas en caso deagresión. El Pacto les proporcionaba una garantía que por sí solas noestaban en condiciones de procurarse. La garantía funcionó mientrasse mantuvo la paz. Cuando se inició la escalada hacia la guerra, estas

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——————18 Cfr. Juliá, Santos, Historias de las dos Españas, Madrid, Taurus, 2004. La dis-

cusión en la Europa de entreguerras en Á. Egido León, La concepción..., ob. cit.,págs. 23-50. Su relación con la posición internacional de España en «El pensamientopolítico internacional republicano (1931-1936). Reflexiones a posteriori», Revista deEstudios Internacionales, 7-4 (octubre-diciembre de 1986), págs. 1.107-1.131.

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pequeñas potencias no dudaron en volver a resguardarse «bajo el pa-raguas de la neutralidad»19.

En cuanto a la polémica levantada por la visita de Herriot, que yahemos analizado extensamente con anterioridad20, baste subrayaraquí que más que estudiarla en sí misma, los historiadores se habíanacercado a ella para intentar comprender la participación extranjeraen la Guerra Civil al lado del bando insurreccional, mientras el guber-namental quedaba desasistido en medio de la parodia de la no inter-vención. De ahí que se desarrollase una tendencia a culpar a los diri-gentes republicanos de inhibición en los asuntos internacionales parajustificar el abandono que sufrieron, especialmente por parte de las de-mocracias occidentales, al estallar el enfrentamiento civil. Esta culpa-bilidad se atribuyó especialmente a Azaña, y en gran medida por la ver-sión, hasta hace poco la única conocida, de Madariaga. Madariagainsistió en la inhibición de Azaña, que no consintió en entrevistarse asolas con el premier francés, dejándole marchar un poco desconcerta-do. Azaña tenía razones de peso para actuar así: no podía correr el ries-go, dada la falta de preparación española, de asumir el más mínimocompromiso militar. Nada hacía prever entonces, por otra parte, que laRepública pudiese concluir con una guerra civil. Tampoco se preparódiplomáticamente el viaje con la necesaria dedicación ni antelación yHerriot, en fin, nunca llegó a plantear ni el más mínimo atisbo de pac-to militar. Lo único que Francia buscaba —y que Azaña tampoco qui-so, o supo, ver— fue un mayor compromiso español en las iniciativasginebrinas francesas en materia de desarme destinadas a contrarrestarel avance alemán21. Aunque la versión de Madariaga ya ha sido conve-nientemente aquilatada, comprobándose que él mismo se dejó arrastrarpor esa especie de complejo de culpa que aunó a los republicanosen el exilio tras la derrota, este viaje ha sido motivo recurrente, entreotros muchos más naturalmente, sobre todo en el exilio, para culpar aAzaña del desenlace final de la Guerra Civil22.

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——————19 Cfr. Quintana Navarro, Francisco, ob. cit. passim.20 Véase «Azaña y Herriot», en Ángeles Egido, León (ed.), Azaña y los otros,

Madrid, Biblioteca Nueva, 2001, págs. 103-126. También «Los antecedentes de la in-tervención extranjera: la República y Francia», en AA.VV., Los nuevos historiadoresante la guerra civil española, Diputación Provincial de Granada, 1990, págs. 125-134y La concepción.., págs. 133-155. La perspectiva francesa en Feliciano Páez-Camino,ob. cit., cap. VI, vol. III, págs. 687-770; la italiana en Ismael Saz, ob. cit., pág. 43; laginebrina en Francisco Quintana, ob. cit., págs. 133-143.

21 Cfr. Salvador de Madariaga, Memorias..., pág. 364, y Manuel Azaña, Dia-rios..., págs. 59-61, anotación 8-IX-1932, Primer Cuaderno Robado.

22 Esta tesis sigue manteniéndose, por ejemplo, en las «memorias» de Giral, re-cientemente publicadas en México: Francisco Giral González, Vida y obra de JoséGiral Pereira, México, UNAM, 2004, págs. 145-146. La actitud de Madariaga enQuintana, F., ob. cit., pág. 134.

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INICIATIVAS ORIGINALES:COLABORACIÓN CON LOS NEUTRALES Y LOCARNO MEDITERRÁNEO

Más importantes, y menos subrayadas, a pesar de que hoy dispo-nemos de una excelente monografía que las dibuja, sin duda, de ma-nera definitiva, fueron las líneas fundamentales de actuación de laRepública en Ginebra. Estas líneas fundamentales se manifestaron,amén de en una presencia real en las actuaciones y decisiones delnuevo organismo internacional, en cuyos pormenores no vamos a en-trar porque ya están magníficamente estudiados23, en una nueva tác-tica: la colaboración con las pequeñas potencias neutrales en Ginebray en algunas iniciativas originales, ligadas a los ámbitos esenciales dela presencia de España en el mundo y de manera especial, a tenor dela coyuntura internacional del momento, a uno de ellos: el Medite-rráneo. Coincidieron, además, con la presencia en la cartera de Esta-do de dos de los ministros mejor preparados para ejercerla: Luis deZulueta y Fernando de los Ríos y se impulsaron durante el primerbienio republicano, es decir, durante los años en que la República ma-nifestó, y desarrolló, claramente su vocación reformista.

Hemos optado por detenernos en ambos aspectos, no sólo por ha-llarse entre los más representativos, y novedosos, de la actuación in-ternacional de la República en los foros europeos, sino también porser todavía hoy poco conocidos, como lo es en general la acción ex-terior del nuevo régimen en los ámbitos tradicionales para los intere-ses internacionales de España y que debe ser tenida igualmente encuenta a la hora de evaluar en su conjunto el periodo, con la vana es-peranza, una vez más, de fijarlo en la memoria del haber de la Repú-blica en un plano similar al de otros logros unánimemente reconoci-dos por la historiografía especializada.

No cabe duda de que en el periodo de entreguerras y en el marcode la SDN, el papel de las pequeñas potencias, y en consecuencia deEspaña con una posición más que firme entre ellas, experimentó uncambio cualitativo. El amplio tablero de la seguridad colectiva lesofrecía no sólo voz sino también voto, es decir, la posibilidad de ren-tabilizar sus intereses y necesidades comunes y de actuar en conse-cuencia para defenderlos. Esta posibilidad cuajó, al hilo de la Confe-

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——————23 F. Quintana, ob. cit. También José Luis Neila Hernández, «España y el mode-

lo de integración de la Sociedad de las Naciones (1919-1939): una aproximación his-toriográfica», en Hispania, vol. L/3 núm. 176, 1990, págs. 1.373-1.391. Una síntesisen F. Quintana, «La política exterior española en la Europa de entreguerras: cuatromomentos, dos concepciones y una constante impotencia», en Hipólito de la Torre(coord.), ob. cit., págs. 51-74.

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rencia del Desarme inaugurada en Ginebra en febrero de 1932, en laconstitución del llamado Grupo de los Ocho (una iniciativa del mi-nistro de Estado, Luis de Zulueta (que ocupó el cargo durante el se-gundo gobierno Azaña, entre diciembre de 1931 y junio de 1933), se-cundada eficazmente por Madariaga, integrado por Bélgica,Holanda, Suiza, los tres países nórdicos (Suecia, Noruega y Dina-marca), Checoslovaquia y España. Todos ellos compartían la militan-cia democrática y liberal, la vocación de neutralidad y la necesidad deafirmar sus intereses, en tanto pequeñas potencias, frente a las gran-des. Todos asumían la «garantía», cuando aún era posible confiar enque no sería necesario afrontar el «compromiso». Les convenía, pues,caminar unidos y así lo hicieron mientras la coyuntura internacionallo permitió.

Otra iniciativa no menos original y no menos importante se desa-rrolló en el ámbito mediterráneo y tuvo como protagonista al segun-do de los ministros de Estado mejor preparados y mejor valorados dela República: Fernando de los Ríos24, que sucedió en el cargo a Zu-lueta y lo ocupó durante el tercer gobierno Azaña. Con clara voca-ción europeísta y amplio bagaje como jurista, De los Ríos supo com-binar el conocimiento teórico con la decisión pragmática. Aunqueapenas estuvo tres meses al frente del Ministerio (del 12 de junio al12 de septiembre de 1933), que habrían sido más si no se hubiera pro-ducido la victoria electoral de las derechas en noviembre de 1933, nosólo tuvo tiempo de darse cuenta del peligro alemán que se cernía so-bre Europa «como en 1913», sino de asumir importantes iniciativasque de no mediar el cambio de gobierno en España y el cambio de lascircunstancias internacionales, habrían sido tal vez decisivas25.

La gestión de ambos (los últimos meses en el caso de Zulueta ytoda en el caso de De los Ríos) hubo de desarrollarse en un año cla-ve para el futuro de Europa: 1933. El año en que Hitler accedió al po-der, el año en que fracasó definitivamente la Conferencia de Desar-me, el año, en fin, en que se inició el declive de la SDN hacia lapendiente que desembocaría en una nueva guerra. España, alertadapor el Pacto de los Cuatro (un intento de Mussolini de resucitar de

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——————24 En esta opinión coinciden Salvador de Madariaga, Españoles de mi tiempo...,

ob. cit., págs. 192 y 219; Niceto Alcalá-Zamora, Memorias, Barcelona, Planeta, 1977,pág. 319; y Manuel Azaña, Manuel Azaña. Diarios, 1932-1933. «Los cuadernos ro-bados»..., pág. 389. En la Residencia de Estudiantes de Madrid existe, además, un Ar-chivo de Fernando de los Ríos que recoge abundante documentación sobre los añosque ocupó la cartera de Exteriores ya en el gobierno de la República en el exilio.

25 De la gestión de De los Ríos en estos años nos ocupamos en «Fernando de losRíos y las relaciones exteriores de la República», en Gregorio Cámara Villar (ed.),Fernando de los Ríos y su tiempo, Granada, Universidad de Granada, 2000, págs.401-415.

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nuevo el concierto europeo mediante un acuerdo entre Francia, GranBretaña, Italia y Alemania por el que se comprometerían a resolverconjuntamente los principales asuntos europeos) e impulsada por elgiro de la política ginebrina —que pasó de seguir a París a mirar ha-cia Londres, que tomó ahora la iniciativa en materia de desarme—,comenzaría a desmarcarse progresivamente de las actitudes filofran-cesas de Bélgica y Checoslovaquia y a identificarse más claramentecon una política de neutralidad.

La idea de resucitar el directorio de las cuatro grandes potenciasno podía caer bien entre las pequeñas potencias ginebrinas, que laacogieron como un verdadero retroceso. El desacuerdo quedó clara-mente explícito en Ginebra, donde se paralizaron inmediatamente lasdiscusiones de la Conferencia de Desarme, que quedó aplazada has-ta finales de abril. Este receso fue aprovechado por la diplomacia es-pañola para hacer gestiones en París y Londres. Madariaga informóal Consejo de Ministros en Madrid. Zulueta, Alcalá-Zamora y el pro-pio Madariaga, ante Azaña que no lo veía tan grave26, expusieron suconvencimiento de que el pacto no favorecía a España, porque signi-ficaría en la práctica distanciarse de la política ginebrina y de la pre-sión que ejercían las pequeñas potencias, especialmente Checoslova-quia, Yugoslavia y Rumania, más cercenas a Francia, para alejarla delos acuerdos exclusivos entre las grandes. Zulueta consideraba ade-más que era más peligroso hacer concesiones a la Alemania de Hi-tler, que a la anterior República de Weimar. Londres, por su parte,tomó las riendas del desarme, presentando en Ginebra el Plan Mac-Donald, ante la evidencia de que Francia miraba en exceso por suspropios intereses, máxime ahora con Hitler al frente de los destinosde Alemania.

En abril, sobre la base del plan MacDonald considerado en gene-ral bastante realista, se reanudaron las sesiones de la Conferencia deDesarme. Fue entonces cuando el presidente norteamericano decidióasumir un compromiso mayor en la política europea y lanzó un lla-mamiento a los países negociadores para que llegaran a un acuerdo.Mientras Roosevelt se significaba, Hitler anunció públicamente queestaba dispuesto a negociar sobre la base del plan británico. La de-legación española formuló varias enmiendas al plan británico en eltema del desarme naval, velando por la posición de las pequeñaspotencias marítimas y también por lo relativo al desarme aéreo in-sistiendo en la necesidad de la internacionalización de la aviacióncivil27.

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——————26 Memorias políticas y de guerra, Barcelona, Crítica, 1978, I, págs. 579-580,

anotación 23 de marzo de 1933.27 Francisco Quintana, ob. cit., págs. 163-169.

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Cuando las negociaciones de desarme parecían bien encamina-das, la preparación de la Conferencia Económica Mundial que iba ainaugurarse en Londres a comienzos de junio desvió la atención in-ternacional. Para entonces, el Pacto de los Cuatro que, tras delicadasnegociaciones, se había firmado el 8 de junio de 1933, había perdidogran parte de su peso. Las pretensiones de Mussolini quedaron muyrecortadas y a la larga benefició a Francia. En la práctica, para lasgrandes potencias no fue más que un acuerdo de buena voluntad quevenía a limar asperezas en la política ginebrina. Pero para las peque-ñas —entre las que se encontraba España— no dejó de representar unelemento de contradicción y de inquietud.

En este contexto: estancamiento de la Conferencia de Desarme,falta de entendimiento entre Francia y Gran Bretaña, cierto resurgi-miento del protagonismo norteamericano, hay que enmarcar dos ini-ciativas que se fraguarían durante el período en que Fernando de losRíos ocupó la máxima responsabilidad en la política exterior españo-la. Una, de carácter general, apuntaba hacia una entente democráticaque confiriese ciertas garantías colectivas ante las apetencias de lospaíses revisionistas, es decir, Italia y Alemania; otra, de interés másparticular, resucitaba la idea de una especie de «Locarno mediterrá-neo», es decir de un acuerdo que garantizase el statu quo en el Medi-terráneo occidental, ámbito primordial para España dada su situacióngeoestratégica en el mapa mundial. En el primer sentido, Fernandode los Ríos hizo suya la idea ya lanzada por su antecesor en el cargo,Luis de Zulueta, de formalizar un acuerdo entre las potencias demo-cráticas, encabezadas por Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos,frente a la potencial amenaza de los regímenes fascistas. Era un pro-yecto de afirmación democrática, no muy bien definido, pero claroexponente de una tendencia, de un talante que quería ser firmementeenunciado. La idea, en un momento de claro distanciamiento entreLondres y París en sus posiciones ginebrinas, no cuajó. El proyectoreavivado del llamado «Locarno mediterráneo», en cambio, estuvo apunto de hacerlo.

El Mediterráneo siempre había estado en el punto de mira de lossucesivos gobiernos españoles, independientemente del régimen quelos representase. Lo nuevo era que la iniciativa partiese de España,como ocurrió y muy firmemente de la mano de Fernando de los Ríosdurante el verano de 1933. La amenaza alemana y el aparente acer-camiento franco-italiano después del Pacto de los Cuatro, decidieronal ministro a impulsar un proyecto destinado a garantizar la estabili-dad en un ámbito primordial para España: el Mediterráneo occiden-tal, contando para ello con las principales naciones con intereses enla zona, es decir, con Francia, con Gran Bretaña y con Italia. El pro-yecto se apoyaba en tres presupuestos básicos: la iniciativa debía par-

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tir de España; el acuerdo debía implicar directamente a los cuatro pa-íses con presencia en la zona —aunque no se excluía la posibilidad deampliarlo al Mediterráneo oriental— y el eje central sería un pacto deno agresión, sobre la base de los artículos 10 y 16 del Pacto de la So-ciedad de Naciones.

La iniciativa, diluida la consistencia del Pacto de los Cuatro y antela afirmación de la amenaza alemana (desde el 14 de julio el partidonazi se había convertido en el único partido legal en Alemania) fue to-mando cuerpo, avalada especialmente por Francia que ya la había plan-teado ella misma con anterioridad. Fernando de los Ríos actuó en es-pecial connivencia con el embajador francés, Herbette28, para asociarinmediatamente después a Gran Bretaña y poniendo especial énfasis enque se debía contar también con Italia, haciendo hincapié en que refor-zaría el compromiso español derivado del artículo 16 del Pacto de laSociedad de Naciones, en caso de que Francia fuera agredida29. Se con-sideraba que habría dificultades para obtener la adhesión de Gran Bre-taña, pero Fernando de los Ríos, todavía a título personal, seguía cre-yendo no sólo en su viabilidad sino en la conveniencia de hacerloextensible al Mediterráneo oriental. No parece haber duda de que Delos Ríos contó de manera especial con Francia ni de que Francia seconvirtió inmediatamente en la más firme valedora del acuerdo.

La idea se trató en el Consejo de Ministros, en agosto, y salióadelante, aunque Azaña, siempre cauto y realista, la anota con escep-ticismo:

Fernando nos ha hablado de una gran fantasía que ha concebi-do, ignoro por sugestión de quién. Pretende tomar la iniciativa deunas conversaciones diplomáticas, para llegar a un «pacto medite-rráneo». Le hemos autorizado para que haga sondeos oficiosos enLondres; del embajador francés sabemos —por Fernando— que loencuentra bien. ¿Y los italianos? Punto difícil.... Fernando se forjamuchas ilusiones sobre tan glorioso empeño. Pero se me antojaque antes de poner en pie tan bonito juguete, ya se nos habrá lle-vado la corriente30.

Azaña desconfiaba esencialmente del acuerdo con los italianos:«punto difícil». Pero Fernando de los Ríos, más consciente de la si-

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——————28 AMAE, R 957/ 3, despacho 1207. José María Aguinaga, encargado de nego-

cios de la Embajada española en París, al ministro de Estado, 20 de junio de 1933.DDF, serie 1, IV, núm. 62. El ministro de Exteriores francés, Joseph Paul-Boncour,al embajador francés en España, Jean Herbette, 31 de julio de 1933; DDF, serie 1, IV,núm. 109. Fernando de los Ríos a Herbette, 12 de agosto de 1933.

29 DDF, serie 1, IV, núm. 32. Herbette a Paul-Boncour, 22 de julio de 1933.30 Diarios, 1932-1933. «Los cuadernos robados»..., pág. 417. Anotación de 18

de agosto de 1933. Tercer Cuaderno Robado.

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tuación internacional: el nuevo clima de acercamiento franco-italianotras la firma del Pacto de los Cuatro; la nueva actitud del gobiernoitaliano que en esas mismas fechas (disipados los recelos levantadospor la visita de Herriot) impulsaba las negociaciones para la renova-ción del tratado hispano italiano de amistad y arbitraje de 1926, aun-que no expiraba hasta 1936, mientras el embajador español en Romaabundaba en sus informes en la idea de la «fraternidad latina» y lle-gaba a considerar la posibilidad de proponer la firma de un pacto deno agresión entre Italia y España31, se mostró decidido a seguir ade-lante. El ministro y el embajador francés, más duchos en las lides dela diplomacia multilateral, temían que las mayores dificultades paralograr el acuerdo no vendrían de Italia sino de Gran Bretaña, remisaa introducir en medio de las difíciles negociaciones sobre desarme,nuevos factores de complicación internacional, adónde se encamina-ron los esfuerzos de la diplomacia española32.

Cuando todo parecía ir inmejorablemente encaminado, cambió lasituación política interna en España. El 12 de septiembre de 1933 seformó el primer gobierno Lerroux. Azaña fue desplazado del go-bierno y con él Fernando de los Ríos del Ministerio de Estado. Elgobierno italiano consideró que España entraba en un nuevo perío-do de inestabilidad y se retrajo33. Cambió también la situación in-ternacional: el 14 de octubre, Alemania se retira de la Sociedad deNaciones y sin ella se hace evidente a corto plazo el fracaso defini-tivo de la Conferencia de Desarme. Quedó definitivamente frustra-do uno de los intentos de verdadera altura de la política internacionalrepublicana34.

Fernando de los Ríos tampoco abandonó la política ginebrina enel marco del Grupo de los Ocho, consciente, como su antecesor en elcargo, Luis de Zulueta, de que el peligro alemán se incrementaba yde que había que apostar por una política común que garantizase laseguridad, en caso de guerra, de las pequeñas potencias con vocaciónde neutralidad. No fue en ningún caso una iniciativa vana. A lo largodel año siguiente se hizo patente la afirmación de las posiciones revi-

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——————31 AMAE, R332-4, despacho 334, 4 de agosto de 1933; y AGA, Leg. 3492, des-

pacho 368, 24 de agosto de 1933. Azaña había anotado el 19 de junio de 1933: «Gua-riglia soltó un discurso manejando el Impero, la cultura romana y otras entidades, enel modo fascista. Le contesté sorteando la dificultad de no aceptar lo fascista y seramable con la “fraterna” Italia», Manuel Azaña. Diarios, 1932-1933. «Los cuadernosrobados»..., pág. 373.

32 Francisco Quintana, ob. cit., pág. 173.33 Ismael Saz, Mussolini contra la República..., pág. 44. 34 Cfr. Ismael Saz, «La política exterior de la Segunda República en el primer

bienio (1931-1933): una valoración», en Revista de Estudios Internacionales, 4 (oc-tubre-diciembre de 1985), vol. 6, pág. 858.

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sionistas en las potencias descontentas con los tratados de paz. Eltriunfo de Hitler en Alemania inaugura la escalada hacia lo que notardaría en ser una nueva amenaza para la paz mundial. Consumadaesta percepción, el Grupo de los Ocho quedó reducido a Seis, a par-tir de la XIV Asamblea de la Sociedad de Naciones, celebrada en sep-tiembre y octubre de 1933, al desmarcarse Bélgica y Checoslovaquia,aliados expresos de Francia y, por tanto, comprometidos de antema-no con una de las partes en caso de guerra. Este nuevo Grupo de losSeis, llamado ya específicamente Grupo de los Neutrales, en cuyaformulación jugó un destacado papel el subsecretario del Ministeriode Estado José María Doussinague, tuvo ocasión de hacer valer suposición en 1935, cuando la crisis de Abisinia, es decir, la invasiónitaliana de Etiopía, puso sobre el tapete la eficacia real de los meca-nismos previstos en el Pacto de Ginebra.

EL REPLIEGUE FINAL: LA REFORMA DEL PACTO DE GINEBRA

La trayectoria europea de la República, ligada de manera desta-cada, aunque no exclusiva, a la Sociedad de Naciones, no quedaríacompleta sin hacer referencia al desenlace final. A medida que fuecomplicándose la situación internacional, se hizo evidente que losmecanismo previstos en el Pacto dela Sociedad de Naciones para im-pedir una nueva guerra no eran tan efectivos como en sus albores sehabía previsto con tanta «esperanza». El fracaso de la Conferenciadel Desarme, la retirada de Alemania de la SDN (octubre de 1933), yla crisis etíope: la agresión de un Estado Miembro (Italia) contra otroEstado Miembro (Abisinia), que se saldó con la aplicación, clara-mente descafeinada, de sanciones contra el agresor pero dejando enclaro detrimento al agredido, sirvieron no sólo para poner en eviden-cia la eficacia del Pacto, sino para alertar de los peligros de la seguri-dad colectiva a los países con clara voluntad de neutralidad. Tal era elcaso del Grupo de los Seis y, en consecuencia, de España. La dialéc-tica garantía-compromiso que en los años de bonanza se inclinaba asu favor amenazaba, cada vez con más fuerza, con decantarse en sen-tido contrario y eso era algo que por vocación, imposibilidad materialy mero sentido común, ni podían ni querían asumir. La amenaza,cada vez más evidente, de una nueva guerra aconsejó a las pequeñaspotencias replegarse de nuevo hacia el seguro refugio de la vieja neu-tralidad.

Pero ese sentimiento de fracaso colectivo lejos de ser exclusivode ellas, se desarrolló de manera unánime en todos los países y obli-gó a la propia Sociedad a replantearse su formulación cuando no supropia existencia. El debate oficial se inició en la Asamblea de julio

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de 1936 y paradójicamente, como bien se ha subrayado35, fueron lasnaciones que más se habían significado en la defensa del Pacto, esdecir, las pequeñas potencias neutrales, las primeras en iniciar el de-bate sobre su reforma. Obviamente, porque eran las que menos te-nían que ganar y más que perder en medio de una situación interna-cional que se deslizaba claramente hacia la pendiente de la guerramundial. En este marco se gestó una iniciativa conjunta del Grupo delos Neutrales que abogaba por una revisión del Pacto de Ginebra,cuya primera reunión se celebró a principios de mayo de 1936 y queconcluyó delegando en el representante español, Salvador de Mada-riaga, la redacción de un memorándum, una especie de borrador de lareforma, sobre el que pudieran discutir los respectivos gobiernos yque sirviera de base para la futura negociación.

Madariaga, que ya mereció el calificativo de «Don Quijote de laManchuria», por el excesivo ardor con el defendió los legítimos de-rechos de China cuando la agresión de Japón en las asambleas de Gi-nebra, volvió a cometer el mismo error. Aceptó un encargo suma-mente comprometido, porque ni había unanimidad entre las pequeñaspotencias —más interesadas en eludir el compromiso de guerra que enarticular una alternativa viable para mantener la paz—, ni las grandes,especialmente Francia, estaban dispuestas a asumir cualquier inicia-tiva, por mínima que fuera, que pudiera debilitar el escudo (ya másque endeble) de la seguridad colectiva. En España, para mayor com-plicación, todo se leyó en clave de política interna. La «Nota» que re-dactó Madariaga se envió a todos los países miembros del Grupo delos Neutrales, a todos aquellos que la solicitaron y también, obvia-mente, al gobierno de Madrid. Pero mientras en otras capitales se es-tudió la propuesta con la atención que merecía, en España nadie pa-reció interesado en hacerlo, al menos hasta que su contenido se filtróa la prensa y estalló el escándalo.

Los pormenores de este asunto dejan un poso de amargura y re-velan el descuido con que se afrontaban temas de tan alto calado. Laburocracia ministerial «despreció» la iniciativa o, cuando menos, lainfravaloró, y cuando la prensa aireó el despropósito: «¿Por qué Es-paña que tanto había defendido el Pacto de Ginebra, se permitía aho-ra cuestionarlo?», todas las miradas acusaron al delegado español:Madariaga, que, una vez más, se había extralimitado. El gobierno,con Azaña al frente, no le defendió y cuando el ministro de Estado,Barcia, rectificó y explicó el asunto en sus verdaderos términos, yaera tarde. Hay que entender, no obstante, que Madariga había come-tido algunos errores, el más sonado: aceptar un ministerio en el go-

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——————35 Francisco Quintana, ob. cit., pág. 346.

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bierno de Lerroux (lo que le atrajo la inquina inmediata de la iz-quierda, y especialmente de los socialistas); que efectivamente se ha-bía extralimitado en Ginebra, sobre todo cuando el viaje de Herriot.Pero a la postre lo que queda es que, una vez más, los árboles de lasrencillas políticas internas impidieron ver el bosque de la alta políti-ca exterior. Porque lo que verdaderamente estaba en juego ahora erahallar el mecanismo que permitiera a los pequeños estados quedar almargen de una guerra internacional. Lo paradójico del caso es queMadariaga no había hecho sino expresar por escrito en su proyecto,las dudas y contradicciones que Azaña y otros miembros del gobier-no habían manifestado repetidamente en conversaciones privadas yen reuniones del Consejo de Ministros.

A la postre, la posición de los neutrales y del propio gobiernode la República, que expresó Barcia en su discurso del 3 de julio de1936 ante la Asamblea de Ginebra, tras una declaración conjuntaque firmaron el 1 de julio los ministros de Asuntos Exteriores deNoruega, Dinamarca, Suecia, Finlandia, Suiza, Países Bajos y Es-paña, recogía la esencia misma del memorándum de Madariaga.A saber: prevención sobre disuasión, realismo frente a idealismo.La misma actitud que se había consolidado entre los neutrales traslos sucesivos fracasos de la SDN: en la Conferencia del Desarme,en la violación por parte de Alemania del Tratado de Versalles y enla remilitarización de Renania, e incluso la declaración de Barcia—nueva paradoja— fue más allá, porque al condenar expresamen-te la formalización de acuerdos regionales (que siempre defendióFrancia) no hacía sino condenar la propia iniciativa española deacuerdo regional en lo relativo al mantenimiento del statu quo en elMediterráneo. La República del Frente Popular se sumó, pues, alahora llamado Grupo de Oslo y reafirmó así su voluntad de perte-necer al club de los neutrales. Poco después, esa «neutralidad» seaplicaría, sin ningún escrúpulo, en su propio detrimento. Madaria-ga presentó su renuncia al cargo, un cargo que siempre ostentó defacto, no de jure, porque nunca llegó a crearse —aunque Barcia pa-reció dispuesto a hacerlo en 1936— la delegación permanente deEspaña en Ginebra.

UN BALANCE AMBIVALENTE

No hace mucho tiempo Javier Tusell, recientemente malogrado,escribía a propósito de la acción exterior de la República que éste,como otros aspectos del periodo, dejaban la sensación de proceso as-cendente interrumpido, mientras poco después José Luis Neila hacíahincapié en lo que define como ruptura no consensuada para abun-

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dar en la misma conclusión36. Realmente esa conclusión resulta ob-via, sin embargo no puede entenderse sin llamar la atención sobre loque a mi juicio fue el gran problema, sin menoscabo de otros que es-tán en la mente de todos, de la República: la falta de tiempo, de tiem-po material, para llevar a cabo un proyecto reformista de alta enver-gadura y amplia perspectiva, y la disimilitud entre las sucesivaslegislaturas republicanas. El gran impulso de transformación de Es-paña que se inició en abril de 1931 y se materializó oficialmente enla Constitución, apenas pudo aplicarse en la práctica. La victoriaelectoral de las derechas en 1933 y la entrada de los miembros de laCEDA en el gobierno, no sólo frenaron sino que iniciaron un proce-so de franca involución en la aplicación de la legislación derivada delo pactado en la Constitución. La revolución de 1934 generó una in-dudable tensión, pero ya antes, en agosto de 1932, se habían subleva-do los militares. Ambas revoluciones, por otra parte, fracasaron. Portanto, si no se hubiera producido un nuevo levantamiento militar en ju-lio de 1936 (que esta vez no pudo abortarse) lo lógico y natural es queel proceso de legitimación y desarrollo de la experiencia republicanase hubiera consolidado. No habría sido, claro está, un proceso fácil,pero el camino institucional ya estaba trazado y, con mayor o menordificultad, cabe pensar que habría sido posible recorrerlo en paz.

Lo que es válido para el proyecto democrático republicano en ge-neral, lo es también para lo relativo a la proyección internacional delnuevo régimen. La República concibió su presencia en el exteriorcomo la culminación del pensamiento liberal español, asumiendo deforma positiva la herencia regeneracionista, y traduciéndola en unaapuesta decidida por Europa y el europeísmo, que en aquel momen-to quería decir Ginebra. En el plano ideológico, Europa significabaesencialmente democracia, con lo que el plano exterior y el plano in-terior corrían paralelos. Quería decir, en consecuencia, asumir losprincipios de las potencias vencedoras en la Primera Guerra Mundialy quería decir, en fin, en aquel contexto y en aquellas circunstancias,ginebrismo, Sociedad de Naciones, Covenant. Pero quería decir tam-bién realismo, en clave de puro pragmatismo. Es decir, el pacifismo,en pleno concierto con el espíritu de Ginebra, se vería aquilatado enfunción de los propios intereses nacionales y de la propia posición deEspaña en medio de una difícil coyuntura internacional. En el primersentido, la República apostó por la reformulación de la vieja neutra-

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——————36 Véase Javier Tusell, Juan Avilés y Rosa Pardo (eds.), La política exterior de

España en el siglo XX, Madrid, Biblioteca Nueva, 2000, págs. 18-19; y José Luis Nei-la Hernández, «El proyecto internacional de la República: democracia, paz y neutra-lidad (1931-1936)», en Juan Carlos Pereira (coord.), La política exterior de España(1800-2003), Madrid, Ariel-Historia, 2003, págs. 453-474.

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lidad, convertida ahora en lo que Azaña definió como neutralidad po-sitiva, por oposición a la actitud del régimen anterior. En el segundo,la República se unió en Ginebra al resto de pequeñas potencias neu-trales con las que por vocación y conveniencia se identificaba.

Europeísmo y pacifismo se tradujeron, pues, en pragmatismo,porque el Pacto representaba en aquellos primeros momentos de es-peranza colectiva en la paz una garantía recíproca. Cuando la garan-tía dejó paso al compromiso, se inició el repliegue y se consumó ladecepción, lo que no hizo sino poner en evidencia, una vez más, el di-lema nunca unánimemente resuelto entre la exigencia de integracióny la permanente tentación de aislamiento. La trayectoria de la Repú-blica y la trayectoria de la Sociedad, explican el desenlace: del idea-lismo al compromiso; del compromiso a la huida; del societarismo aultranza, en fin, a la estricta neutralidad. La evolución de la Repúbli-ca, y del resto de las pequeñas potencias neutrales, corrió parejo a lapropia evolución de la Sociedad: de la ilusión inicial y la fe compar-tida en la posibilidad de mantener la paz, a la evidencia de que se des-cendía peldaño a peldaño— conforme iba haciéndose patente el fra-caso de los mecanismos de seguridad colectiva previstos en elPacto— hacia el descalabro final: la imposibilidad de impedir que es-tallase una nueva guerra mundial.

Ahora bien, mientras la esperanza se mantuvo, la República de-sarrolló una política exterior coherente y, en la medida de lo posible,innovadora. Coherente, porque respondía a la posición geoestratégi-ca de España, a sus intereses nacionales, a sus medios materialesreales. No en vano Manuel Azaña, con la lucidez que le caracteriza,había dicho que la política exterior se hereda de régimen a régimen.Coherente en la línea de las alianzas: Francia y Gran Bretaña, perosin firmar acuerdos específicos con ambas, como había hecho el ré-gimen anterior. Incluso se permitió iniciativas originales y manifestó,especialmente en Ginebra, una cierta rebeldía y desde luego no pocaindependencia respecto a las decisiones de las grandes potencias enla SDN. En esa línea iba su colaboración con el grupo de países neu-trales, a los que en cierta medida lideró. Coherente, en fin, en tantoidentificaba los principios de la política nacional con los de la inter-nacional, que la Constitución hizo suya adhiriéndose generosamenteal Pacto de la SDN y al Pacto Briand-Kellogg de renuncia a la gue-rra, que incorporó expresamente en su articulado.

Innovadora también en cuanto a la táctica y en cuanto a la actitud.En la táctica, se desmarcó de anteriores regímenes con su voluntad decooperación efectiva —en la línea de la neutralidad activa—, que fueposible mientras la situación internacional lo permitió. En la unióncon el grupo de países que tenían sus mismas aspiraciones. En los in-tentos de superar la dependencia de las grandes potencias. Innovado-

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ra, en fin, en la actitud, porque —como bien se ha subrayado37—mientras para la monarquía, Europa, o sea Ginebra, había sido unmedio para conseguir un fin (las reclamaciones españolas sobre Tán-ger, en el caso de la dictadura de Primo de Rivera); para la Repúblicasería un fin en sí mismo, desde una doble perspectiva: la perspectivainterna: identificación con lo que ideológica, política y culturalmen-te Ginebra, o sea Europa, significaba; y la perspectiva externa: el Co-venant representaba la mejor garantía para un país como España, sinapetencias de expansión ni medios para afrontar una agresión. Lamejor cobertura, en un marco colectivo y compartido por un grupode países de similares características, para la defensa nacional. No lofue tanto, desde la perspectiva del contexto internacional, con lo quese desmonta la tesis de la excepcionalidad de España en el contextode la historia universal, en tanto no hizo a la postre sino sumarse a lapolítica de las pequeñas potencias que habían sido neutrales en laGran Guerra y querían seguir siéndolo ante la amenaza de una nuevaconflagración mundial. En definitiva, la República tuvo la políticaexterior que podía y le correspondía tener: la de una pequeña poten-cia demoliberal y neutral en medio de la crisis internacional de losaños 30.

Aunque en estas páginas nos hemos centrado en destacar la vo-luntad europeísta, y pacifista de la República, no podemos terminarsin hacer referencia a otros ámbitos de su acción exterior, que no de-satendió las áreas tradicionales de atención de España ni sus interesesinternacionales prioritarios: Hispanoamérica, Norte de África (Ma-rruecos-Mediterráneo) y Portugal38. En Hispanoamérica, el nuevo ré-gimen, con voluntad de superar los resabios de una vieja metrópoli,impulsó una política cultural de mayor alcance y logró cuajar acuer-dos económicos destinados a asegurar una cooperación más efectiva.En Marruecos trabajó decididamente para racionalizar la administra-ción del Protectorado y solucionar las cuestiones pendientes conFrancia: delimitación de ambas Zonas, ocupación de Ifni, revisión delEstatuto internacional de la ciudad de Tánger. El Mediterráneo estu-vo siempre presente en sus decisiones internacionales, máxime cuan-do la atención de las grandes potencias obligó a considerarlo de ma-nera preferente (Stresa, conversaciones Laval-Mussolini, Abisinia..).En cuanto a Portugal, aunque los deseos de Azaña de una mayor co-operación en clave democrática, chocaron con el régimen dictatorialde Salazar y con el sempiterno temor al peligro español, hubo una

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——————37 José Luis Neila Hernández, ob. cit., supra.38 Una síntesis de sus principales realizaciones en «La dimensión internacional

de la Segunda República: un proyecto en el crisol», en La política exterior de Espa-ña en el siglo XX, ob. cit., págs. 189-220.

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aproximación más fructífera durante el segundo bienio, más afínideológicamente, de claras consecuencias, por otra parte, en la Gue-rra Civil.

Es imposible entrar con detalle en todas estas cuestiones, queenumeramos como representativas del alcance y la visión internacio-nal del nuevo régimen, pero era necesario mencionarlas, aunque aquí,obviamente, nos hemos centrado en la política europea que en aquelcontexto quería decir política de paz. Es importante subrayar, paraterminar, ambas cosas: política de paz (presencia en un nuevo orga-nismo internacional concebido para mantener la paz mediante el ar-bitraje colectivo) y política europea. No debe olvidarse que la SDNera un organismo esencialmente europeo y esencialmente democráti-co, en tanto los Estados Unidos, que lo impulsaron a través de su pre-sidente W. Wilson, no llegaron a incorporarse, mientras la URSS lohizo muy tardíamente (no entró hasta septiembre de 1934). Esa inte-gración europea y esa voluntad de cooperación efectiva en misionesde paz que hoy, cuando se han cumplido ya los treinta años de lamuerte del dictador y los setenta y cinco de la proclamación de la Se-gunda República, vivimos como parte cotidiana de una normalidaddemocrática unánimemente aceptada y que fueron formuladas, yaentonces, como parte integrante, e inherente, a un proyecto no menosdemocrático que tardaría aún mucho tiempo en fraguar en España yque sin duda lo habría hecho antes si la dictadura, en forma de golpemilitar seguido de una cruenta guerra civil, no lo hubiera impune-mente impedido.

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IV. OBSTÁCULOS Y REALIZACIONES:EL CAMINO POR RECORRER

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CAPÍTULO 12

Cataluña y la Segunda República:encuentros y desencuentros

PERE GABRIEL

Universidad de Barcelona

UNA TRADICIÓN Y UN IMAGINARIO REPUBLICANOS

No hemos de recordar aquí la importancia del republicanismoideológico y político en Cataluña. ¿En qué medida incluía esta cultu-ra republicana y su imaginario el hecho nacional catalán o, al menos,una afirmación identitaria cultural? A principios del siglo XX, la he-gemonía política de la Lliga Regionalista sobre el catalanismo habíapuesto difícil las cosas a la izquierda y había arrebatado una de susprincipales banderas —la catalanista— a la cultura republicana federaldel pasado. Ahora bien, ésta continuaba existiendo y desde muchas ins-tancias jóvenes se buscaban alternativas a los conservadores. Además,fuera de este esfuerzo y, si se quiere, en los márgenes, no había formu-lación de izquierdas que pudiera ignorar la cuestión del desencaje de larealidad catalana dentro del Estado y la realidad española.

CONTRA EL ESPAÑOLISMO CUARTELARIO.EL TRIUNFO DE MACIÀ

Fueron, quizás más que en otros lugares de España, muy sorpren-dentes los resultados de las elecciones del 12 de abril de 1931 en Ca-taluña, que ganó una neófita Esquerra Republicana de Catalunya (ERC)

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y, con ella, el movimiento republicano de izquierdas catalanista, fren-te tanto a la Lliga, como a la Acción Catalana Republicana. Respec-to de la cuestión catalana, el primer acuerdo de referencia había sidoel del Pacto de San Sebastián. La representación catalana publicó, deforma muy inmediata, una crónica del encuentro en el que se decía(traduzco del catalán):

(...) Su participación [la de los delegados catalanes] en los im-portantes acuerdos tomados en dicha reunión estuvo precedida delunánime y explícito reconocimiento, por parte de las fuerzas repu-blicanas españolas, de la realidad viva del problema de Cataluña ydel compromiso formal contraído por todos los presentes respectode la solución de la cuestión catalana a base del principio de auto-determinación concretado en el proyecto de estatuto o constituciónautónoma propuesta libremente del pueblo de Cataluña y aceptadapor la voluntad de la mayoría de los catalanes expresada en refe-réndum votado por sufragio universal1.

Más en concreto, lo acordado fue —siguiendo la interpretaciónde Miguel Maura— que los republicanos, caso de llegar la proclama-ción de la República, se comprometían a llevar a las nuevas CortesConstituyente una propuesta de Estatuto de Autonomía, si el pueblocatalán, consultado mediante elecciones libres, declaraba que desea-ba esa autonomía. El problema de fondo retomaba una cuestión tra-dicional en el discurso nacionalista de una y otra parte. Mientras elnacionalismo catalán apelaba a la soberanía del pueblo catalán (y enconsecuencia pretendía de algún modo hablar de igual a igual con elresto de las soberanías de los pueblos de España), el nacionalismo es-pañol subsumía ésta dentro de la soberanía española y no estaba enningún caso dispuesto a ceder en este punto.

Como es conocido, el 14 de abril Companys se adelantó y procla-mó la República desde el balcón del Ayuntamiento de Barcelona, yjunto a Eibar, inició un proceso que iba a ser imparable. La compleji-dad de la situación provino sin embargo de la determinación de Ma-cià. Éste penetró en el edificio de la Diputación, proclamó la Repú-blica Catalana e inició una serie de notas que introducían variantes enla formulación dada, al compás de las conversaciones telefónicas conMadrid y el nuevo poder provisional republicano. En la madrugadadel 14 al 15 de abril de 1931, ERC era omnipresente: controlaba laRepública Catalana, con Macià y un gobierno provisional de unidad

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——————1 Cfr. La Publicitat, Barcelona, 19 agosto 1930. Texto citado por Josep M. Roig

i Rosich, L’Estatut de Catalunya a les Corts Constituents (1932), Barcelona, Curial,1978, págs. 17-18.

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republicana-socialista y catalanista; Companys ostentaba el GobiernoCivil; Jaume Aiguader era el nuevo alcalde de Barcelona, y muchosotros alcaldes de las principales ciudades eran también de la ERC.Además, Macià había logrado que en la Capitanía fuera situado el ge-neral López Ochoa, con el que mantenía una buena amistad, y en laAudiencia Territorial de Barcelona nombró a Oriol Anguera de Soja.Al final, la visita de tres ministros del Gobierno provisional de la Re-pública el día 17 forzó un compromiso, que significó la conversiónde aquella fugaz ‘República Catalana’ en una ‘Generalitat de Cata-lunya’ y la aceptación de

la conveniencia de avanzar la elaboración del Estatuto de Catalun-ya, el cual una vez aprobado por la Asamblea de Ayuntamientoscatalanes será presentado como ponencia del Gobierno Provisio-nal de la República y como solemne manifestación de la voluntadde Cataluña, a resolución de las Cortes Constituyentes.

¿QUÉ REPÚBLICA? ¿AUTONOMÍA O SOBERANÍA CONFEDERAL?

El establecimiento de la Generalidad de Cataluña fue decretadapor el gobierno republicano de Madrid el 21 de abril. Tras la consti-tución solemne de la Diputación Provisional (9 de junio de 1931),con representantes de los ayuntamientos y bajo el dominio aplastan-te de ERC, ACR y USC, el día 11 se designó la prevista comisión re-dactora del nuevo Estatuto, en la que estaban Jaume Carner (que pre-sidió), Rafael Campalans, Pere Coromines, Josep Dencàs, MartíEsteve y Antoni Xirau2. Se reunieron en Núria y, a los diez días, el 20de junio, ya contaron con un ante-proyecto. El pleno de la Diputaciónlo aprobó el 14 de julio —en una fecha llena de simbolismos. La ra-tificación por los ayuntamientos también fue ágil. El 4 de agosto sólofaltaban las actas de cinco ayuntamientos3, pero los 1.063 restanteshabían aprobado el texto; votaron a favor 8.349 concejales y sólo 4 lohicieron en contra (hubo eso sí 402 concejales ausentes por diversosmotivos). El 2 de agosto se había celebrado el plebiscito popular. Elresultado fue también contundente. En el censo electoral figuraban

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——————2 Por su lado, la Ponencia la constituían los presidentes de la Generalidad —Ma-

cià— y de la Asamblea —es decir Jaume Carner—, el gobierno en pleno (Casanovas,Gassol, Hurtado, Serra Moret, Carrasco i Formiguera, Comas, Vidal Rosell, Noguésy Santaló) y doce diputados (de ERC, USC, PCR/AC, Inteligencia Republicana yPRRadical). Cfr. La Vanguardia, Barcelona, 12 junio 1931, pág. 7.

3 Se trataba de Gausac, la Pedra y la Coma, de la provincia de Lleida, y Barberày Reus de la de Tarragona. Sólo, en el caso de Reus, se trataba de una población im-portante.

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792.574 personas: 595.205 votaron a favor y sólo 3.286 en contra.Las mujeres, sin derecho a voto, reunieron en Barcelona 146.644 fir-mas favorables y 235. 467 en el resto de Cataluña. Finalmente, un de-creto de la Generalidad del 11 de agosto concedió carácter oficial alproyecto.

¿Cuál era el contenido de aquel texto? Constaba de un preámbu-lo y 52 artículos distribuidos en VIII títulos. En el preámbulo y en al-gunos de los primeros artículos se encontraban las definiciones iden-titarias y las aspiraciones democráticas más genéricas. El punto departida se situaba en el derecho que tenía Cataluña, como pueblo, a laautodeterminación y en el ‘estado de derecho’ surgido de los decre-tos del 21 de abril y 9 de mayo. Los redactores habían evitado el usodel término ‘nación’ y ‘personalidad nacional’, de uso corriente enlas proclamas y discursos del catalanismo del momento, y aceptaronel de ‘pueblo’. La referencia a los decretos de abril y mayo implica-ba, al mismo tiempo, tanto un diálogo de poderes entre la Repúblicay la Generalidad como la aceptación de la ‘soberanía española’. Noha de extrañar por tanto que algunos sectores nacionalistas catalanes,los más radicales y puristas, consideraran este Estatuto de Núriacomo una dejación, quizás una traición, tal y como habían cualifica-do en su momento la retirada de la ‘república catalana’ por Macià el18 de abril. Como aspiraciones generales, que se proponían al podercentral, estaban la reforma de la escuela primaria, la supresión delservicio militar obligatorio y la prohibición de las guerras ofensivas,y que el Estado español se estructurase de manera que hiciera posiblela federación entre todos los pueblos hispánicos. En el articulado seafirmaba que «Cataluña es un Estado autónomo dentro de la Repú-blica española» (artículo 1) y , además, que «el Poder de Cataluñaemana del pueblo y lo representa la Generalidad» (artículo 2). Laafirmación identitaria se completaba con la consideración de la len-gua catalana como la única oficial en Cataluña, aunque se considera-ba que en las relaciones con el gobierno de la República la lenguaoficial era la castellana, y se garantizaba el derecho de los ciudadanosde habla materna castellana a usarla ante los tribunales de justicia yla administración, del mismo modo que los catalanohablantes po-drían usarla ante los organismos oficiales de la República en Catalu-ña (artículo 5). Se abría, por otro lado, la puerta a la posibilidad deque otros territorios pudieran, si así lo querían, agregarse a Cataluña(artículo 4). En fin, las principales instituciones de la Generalidaderan el Parlamento, la presidencia de la Generalidad y el ConsejoEjecutivo y el Tribunal Superior de Justicia (artículo 14).

En el momento de fijar las competencias, el Estatuto de Núria re-servaba a la República la legislación exclusiva y la ejecución directade las relaciones internacionales, con la Iglesia, las aduanas, la defen-

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sa y la declaración de guerra, la fijación de los derechos constitucio-nales, el sistema monetario, la regulación de la comunicación (co-rreos, telégrafos y teléfonos, Radio), las colonias y los protectorados,la inmigración y emigración y algún otro de menor potencia (artícu-lo 10). Distinguía entre aquellas competencias que, siendo de la Re-pública, su ejecución correspondía al poder autónomo y aquellasotras de responsabilidad legislativa y ejecución exclusiva de la Gene-ralidad. En el primer caso, se encontraban la legislación penal, civil ymercantil, los ferrocarriles, canales y otras obras públicas de interésgeneral, el aprovechamiento hidráulico, las líneas de electricidad, losseguros generales y sociales, la recaudación de tributos, las minas, lacaza y la pesca, la propiedad literaria e intelectual, el régimen deprensa, asociaciones y espectáculos, el régimen de pesas y medidas yalgún otro (artículo 11). Como competencias y ejecución exclusivasde la Generalidad se fijaban la enseñanza, el régimen municipal y ladivisión territorial de Cataluña, el derecho civil e hipotecario, la orga-nización de los tribunales de justicia y el registro de la propiedad, losferrocarriles y canales de Cataluña, beneficencia, sanidad, policía yorden interno (artículo 13). Se hacía constar que la enseñanza prima-ria sería obligatoria y gratuita (artículo 31). Uno de los capítulos mássignificativos era el de las finanzas (título IV). Para los gastos de laRepública se reservaban los impuestos indirectos y los beneficios delos monopolios (artículo 19), mientras que las finanzas catalanas secubrirían a través de las contribuciones directas: la territorial, la rús-tica y la urbana, la industrial y de comercio, la contribución de utili-dades de la riqueza mobiliaria y los impuestos de derechos reales ytransmisión de bienes (artículo 20). Otro de los títulos importantes (elV) se refería a los conflictos de jurisdicción, que debía ser resueltospor el Tribunal Supremo de la Justicia (artículo 27).

Para mejor comprender los debates de fondo que acompañaron latramitación de aquel proyecto en las Cortes, hay que tener en cuentaque el catalanismo liberal y democrático había puesto en un primerplano, desde hacía décadas y partiendo de las lecturas más catalanis-tas del federalismo, la idea de una Cataluña, soberana y nacional,que, en uso de esta soberanía, pactaba y negociaba la construcción deun estado común, el español. Era esta tradición la que de alguna for-ma recogía ahora el conglomerado republicano de la ERC y algunoshombres procedentes de AC. Por su lado, desde la centralidad del Es-tado y el nacionalismo liberal español, el reformismo republicano noiba más allá de considerar que una mejor y más renovada nación es-pañola debía resolver las peculiaridades de algunas de las regiones, alas que el Estado podía reconocer instituciones autonómicas, con de-terminadas atribuciones y competencias. Obligados a esperar la apro-bación de la Constitución de la propia República, las definiciones

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desarrolladas en ésta iban a contradecir reiteradamente las formula-ciones y argumentaciones de los políticos catalanes. Para empezar, laconsideración de la República Española como un ‘Estado integral’,dejando de lado la ambigüedad de la definición, alejaba cualquier in-tento de ir hacia un Estado de corte federal. Por otro lado, al llegar alos artículos más directamente relacionados con la problemática re-gional, los artículos 11-20, quedó claro que el Estatuto no sólo debíaser aprobado por las Cortes de Madrid (tal y como ya se había acor-dado en el Pacto de San Sebastián), sino que el texto de Núria debíaser ‘rectificado’ profundamente. Sin entrar en el detalle de los impor-tantes debates que se desarrollaron en aquellas cortes constituyentes4,retengamos que, fuera de la lucidez de algunos y muy especialmentede Manuel Azaña, la Segunda República no escapó de la tradiciónunitaria de la monarquía. Se conjugaban en esta dirección, tanto elpeso de una clase política y funcionarial ya implantada y con expe-riencia institucional, que se mantuvo, como la voluntad del reformis-mo republicano de ir a la construcción de un verdadero Estado espa-ñol, ‘nacional’, moderno y abierto a la reforma, pero por esto mismomuy temeroso ante las autonomías.

El proceso de discusión del Estatuto catalán se inició, primero,dentro de una Comisión dictaminadora, presidida por Luis Bello, queelaboró un nuevo texto5. Después, una Comisión parlamentaria pre-sentó su dictamen el 9 de abril de 1932. El debate sobre la totalidadtranscurrió entre el 6 de mayo y el 3 de junio de 1932, no sin venceren todo esta discusión la obstrucción de Royo Villanova, Gil Robles(Acción Popular) y Martínez de Velasco (Partido Agrario) y siendonecesaria la implicación a fondo de Manuel Azaña. El 9 de junio seinició la discusión del articulado, que no terminaría, con la aproba-ción definitiva, hasta el 9 de septiembre de 1932, vencida la «sanjur-jada» de agosto y dispuesta, finalmente, la coalición gubernamentalde izquierdas a resolver cuanto antes la cuestión. El 15 de septiembre,en San Sebastián, el presidente de la República firmó con solemni-dad el texto.

El Estatuto aprobado consideraba en su primer artículo que «Ca-taluña se constituye en región autónoma, dentro del Estado español,

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——————4 Es especialmente indicado el testimonio de uno de los principales actores de la

Ponencia constitucional: Luis Jiménez de Asúa, Proceso histórico de la Constituciónde la República Española, Madrid, Reus, 1932. Por otro lado, una buena síntesis delos mismos en relación con la problemática catalana, en J. A. González Casanova, Fe-deralisme i autonomia a Catalunya (1868-1938), Barcelona, Curial, 1974, pág. 320 yss. También, Josep M. Roig i Rosich , L’Estatut de Catalunya a..., ob. cit.

5 Hubo también una comisión técnica más específica para la discusión de los te-mas económicos, con Coromines, Campalans y Rovira i Virgili, al lado de Viñuelas,Lora y Cárdenas.

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de acuerdo con la Constitución de la República y bajo el presente Es-tatuto (...)». Evidentemente, se estaba algo lejos de la definición ini-cial del Estatuto de Núria y no hablemos ya de la primera definiciónque se encontraba en el fondo de una de las primeras notas de Maciàel 14 de abril de 1931. Al lado de este recorte de fondo, fueron tam-bién importantes las rectificaciones impuestas en relación con la po-sibilidad de ir a la federación de regiones autónomas, que taxativa-mente la Constitución prohibía y en relación con la consideración dela lengua catalana. En este punto se imponía la co-oficialidad y el ar-tículo 2 del Estatuto usaba una fórmula de futuro: «El idioma catalánes, como el castellano, lengua oficial en Cataluña». También, para elcaso de las competencias, la Constitución había dejado ya muy mar-cado el terreno. El Estatuto de 1932 —según su artículo 5— asumíala ejecución de la práctica totalidad de las competencias que figura-ban como delegables en su administración en el artículo 15 de laConstitución, aunque, en algún caso (seguros y radiodifusión porejemplo), la Generalidad se hallaba sujeta a la inspección del podercentral, o en otros (minas, ferrocarriles, agricultura y ganadería, etc.)debía aceptar la intervención de éste para su coordinación global den-tro de todo el territorio español o, en fin, el mismo Estado se reserva-ba el derecho de mantener de forma paralela sus propias redes de ser-vicios. Sin tantas salvedades, había otros servicios encargados a laGeneralidad (pesos y medidas, carreteras, canales y puertos, sanidad,caza y pesca fluvial, prensa, asociaciones, reuniones y espectáculos,derecho de expropiación, etc.).

Unos casos recogidos de forma especial fueron los de la legisla-ción social, cuya aplicación correspondía a la Generalidad, pero suje-ta a la inspección del gobierno central (artículo 6), toda la problemá-tica de la enseñanza (artículo 7) y el orden público (artículo 8). Eldebate sobre la enseñanza y las instituciones de cultura había sidomuy duro en las Cortes y al final la solución adoptada fue bastanteecléctica. La Generalidad podía crear sus propios centros —artículo50 de la Constitución— al margen de los que mantenía el Estado ysiempre contando sólo con sus propios recursos. La Generalidad, esosí, se encargaría de las instituciones de Bellas Artes, Museos, Biblio-tecas, conservación de Monumentos y Archivos —la excepción erael de la Corona de Aragón. Por lo demás, a propuesta de la Generali-dad, la Universidad de Barcelona podía acceder a un régimen de au-tonomía, sin ninguna doble línea —estatal y autonómica. La Univer-sidad sería única, regida por un patronato mixto (con representaciónestatal y de la Generalidad). En cuanto al orden público, el Estado sehabía reservado todos los servicios extra o supra regionales, políticade fronteras, inmigración y emigración, extranjería, extradición y ex-pulsiones. Para coordinar una y otra administración se creaba una

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Junta de Seguridad mixta. Según el artículo 9 del Estatuto, el gobier-no central podía asumir en cualquier momento la dirección de todo elorden público, si así lo demandaba la Generalidad o si creía que sehallaban comprometidos los intereses generales. Por otro lado, la Ge-neralidad tenía plena capacidad respecto del régimen local y podía fi-jar las demarcaciones territoriales que considerara oportunas. Otroaspecto importante, especialmente regulado, era el del derecho y lajusticia (artículo 12 del Estatuto). La Generalidad tenía competenciasplenas en la legislación civil y de la administración. Se ocupaba ade-más de la organización de la administración de justicia en todas lasjurisdicciones (excepto la militar y de la armada) y nombraba a todoslos jueces y magistrados en Cataluña (aunque estaba sujeta a celebrarlos correspondientes concursos entre los candidatos del escalafón ge-neral). En todos los concursos abiertos era una condición precisa elconocimiento suficiente de la lengua y el derecho catalanes.

LA GENERALIDAD DEL SÍMBOLO

Y LA ILUSIÓN DEL PODER

El alcance real de las atribuciones finalmente cedidas a la Gene-ralidad fue limitado y lleno de obsesivas cautelas. Ahora bien, Fran-cesc Macià supo situar la nueva institución en el centro del imagina-rio soberanista catalán y permitió que la clase política contara con uninstrumento de poder, que se afirmaba autónomo e independiente deMadrid. En la etapa de autonomía pre-estatutaria, su impacto popularfue muy acusado, en un momento de negociación dulce con las auto-ridades republicanas de Madrid, con algunos caminos abiertos y, aún,muy pocos cerrados. Después, la concreción estatutaria impuso a to-dos —en especial a los hombres de la ERC hegemónica y emergen-te— muchas renuncias y sentimientos de fracaso y derrota. Lo sor-prendente es que, a pesar de todo, se mantuvieron vivos el empuje yel entusiasmo de la agitación autonomista, y la confianza —abusiva,sin duda— en la propia capacidad para avanzar en la catalanizacióncultural y política de la sociedad catalana. Una afirmación catalani-zadora que entremezclaba, de forma confusa pero eficaz, imágenesde modernidad, civilización y progreso, democracia avanzada concontenido social, populista si se quiere, pero al mismo tiempo res-ponsable. El orgullo de formar parte de una sociedad dinámica y en-vidiable, cuyo paso venía marcado por los intelectuales, los profesio-nales y lo técnicos, había sin duda calado y, si quedaban sectores aúnajenos, en los márgenes —notoriamente, grupos y áreas de poblaciónproletaria inestable—, incluso en este caso pocos de sus portavocesponían en cuestión el modelo; simplemente dejaban constancia de su

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existencia y reclamaban su papel. Es por todo ello que, pasada ya laprimavera republicana de 1931 y cerrado el Estatuto posible en sep-tiembre de 1932, continuó —con más fuerza si cabe— la Generali-dad del símbolo y la ilusión del ejercicio del poder, que Francesc Ma-cià había sabido situar en una atmósfera de protocolo y retórica deEstado, con muchas promesas de futuro.

La cronología política, sin embargo, fue dura y nada favorable6.Hubo elecciones al Parlamento de Cataluña (20 de noviembre de1932), ganadas ampliamente por ERC7, elección de Lluís Companyscomo presidente del mismo (6 de diciembre) y posterior votación deFrancesc Macià como presidente de la Generalidad (14 de diciem-bre). El edificio constitucional de la nueva autonomía se completó el25 de mayo de 1933, con la aprobación de un Estatuto Interior de Ca-taluña. En este camino, se presentó una primera crisis política impor-tante. El primer gobierno de la Cataluña estatutaria (constituido el 3de octubre de 1932 y ratificado el 19 de diciembre) era de la mayo-ría, con ERC, personalidades afines y la USC. El conflicto se produ-jo al intentar Joan Lluhí i Vallescà, Consejero de Obras Públicas y lí-der de la izquierda del partido, que había obtenido la delegación dealgunas funciones de la presidencia, imponerse como ‘cap del consellexecutiu’ (jefe del gobierno), relegando a Macià a funciones repre-sentativas8. Maciá tuvo que plantear la crisis y nombrar un nuevo eje-cutivo —el 24 de enero de 1933— que se situó más a la derecha. Lagestión efectiva del gobierno pasó a manos de Carles Pi i Sunyercomo nuevo consejero delegado, que conservó Finanzas. La defenes-

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——————6 Un buen relato institucional de la Generalitat de Catalunya a partir de 1931, en

AA.VV, Història de la Generalitat de Catalunya i dels seus presidents, Barcelona,Generalitat de Catalunya y Enciplopèdia Catalana, vol. III., 2003, bajo la dirección deJosep M. Solé i Sabaté y con textos de Francesc Bonamusa, Just Casas, Jordi Casas-sas, Agustí Colomines, Pere Gabriel, Josep M. Roig, Josep Termes, el mismo JosepM. Solé y Joan Villarroya.

7 En el nuevo Parlament ERC obtuvo 56 diputados, a los que podían sumarseotras fuerzas más o menos próximas: los 5 de la USC y 1 de UC; habían formado par-te de las candidaturas de ERC también 1 del PRDF en Barcelona-provincia y 4 delPRA en Tarragona. El total por tanto ascendía a 67 diputados. En la oposición esta-ban 16 de la LC y 1 de UD, incluido en su candidatura. El PCR —la antigua ACR—con dirigentes que aún no habían ingresado en ERC, obtuvo sólo 1 diputado por Ta-rragona. El detalle más preciso de estos resultados se encuentran en Isidre Molas, Elsistema de partits polítics a Catalunya (1931-1936), Barcelona, Edicions 62, 1972.

8 Había también otros elementos de discordia: la pretensión de generar unas ju-ventudes de ERC al margen de las de Estat Català que consideraban de un nacionalis-mo extremo e incluso parafascista, o el enfrentamiento concreto derivado de la preten-sión de Tarradellas —en aquellos momentos un ‘lluhí’—, de acumular el GobiernoCivil y la Consejería de Gobernación, que Macià no aceptó, optando por situar a unex miembro de ACR, Claudi Ametlla, más conservador, o, en fin, con mayor calado,su intento de generar una política notoriamente obrerista

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tración de los ‘lluhins’ —además de Lluhí, Pere Comas y Josep Ta-rradellas— del gobierno iba a significar al cabo de unos meses su ex-clusión del partido (27 de septiembre de 1933) y la posterior creaciónde una nueva organización (Partit Nacionalista Republicà d’Esquerr-ra, PNRE) el 15 de octubre de 1933. El último gobierno de Macià seconstituyó el 4 de octubre de 1933, a las puertas, por un lado, del con-greso extraordinario de ERC, que iba a sancionar la expulsión de loslluhins y configurar una nueva mayoría interna; por el otro, de laselecciones de noviembre de 1933, que significarían, también en Ca-taluña, el retroceso electoral de los republicanos, aunque en ningúncaso equiparable a lo sucedido en el resto de España.

Por sus repercusiones directas en la problemática de la autonomíay la puesta en marcha de las previsiones del Estatuto, lo importantefue el cambio de signo del gobierno de Madrid. En Cataluña, la situa-ción política, y la Generalidad, también se vieron profundamente al-teradas. Macià murió el 25 de diciembre de 1933 y ello cambió mu-chas cosas. Companys le sucedió en la presidencia de la Generalitaty se vio forzado a retomar de algún modo los gobiernos de coalición.Trató de contrarrestar el peso de Estat Català (EC), con la incorpora-ción tanto de ACR como de los escindidos del PNRE y Lluhí i Va-llescà, manteniendo la alianza también con la USC. La nueva anda-dura pareció retomar pronto la fuerza de 1931-1932 y obtuvo unnotable éxito en las elecciones municipales, que se celebraron, sóloen Cataluña, el 14 de enero de 1934. ERC retomó el pulso anterior ydejó atrás la crisis de noviembre de 1933, con gran desencanto de laLliga, que había creído en un cambio de tendencia de fondo del elec-torado. Fue en este contexto que la Cataluña de la izquierda, considera-da el baluarte y bastión de la República, no supo evitar ni la ruptura to-tal e institucional con la Lliga —que se retiró del Parlament— ni lamovilización revolucionaria que llevaría al gesto del 6 de octubre. Latensión política se agravó al seguir su curso una de las leyes de ambi-ción reformista de la ERC, la denominada de ‘contractes de conreu’,que abría las puertas a la reforma agraria en Cataluña. La ley fue apro-bada por el Parlament y promulgada el 12 de abril de 1934, pero, a ins-tancias de la Lliga, portavoz de los intereses de los grandes propieta-rios, y del gobierno del radical Samper, el Tribunal de GarantíasConstitucionales, por trece votos contra diez, la anuló y declaró el Par-lamento catalán incompetente en materia social agraria. Con ello, elconflicto se situaba en el terreno de la minimización de la autonomía,y, ahora, fueron los diputados de ERC que se retiraron de las Cortesespañolas y les siguieron solidariamente los del PNB. El Parlamentode Cataluña, desafiante, volvió entonces a votar íntegramente la ley.

Al lado de este conflicto y otros, la creación en Cataluña de laAlianza Obrera, sin el concurso de la CNT, pero sí de las otras fuer-

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zas obreras, presionaría para la preparación de una insurrección, sientraban en el gobierno de la República ministros de la CEDA. Es loque ocurrió al fin el 6 de octubre de 1934. Companys proclamó el«Estat Català dins la República Federal Espanyola» y se ofreció algobierno republicano insurrecto, que se acababa de formar en Ma-drid. Alejado de cualquier veleidad separatista, a la sumo Companysentrevió la posibilidad de abrir con su gesto no sólo la salvación de laRepública sino la implantación de una República Federal, cosa queno había sucedido en 1931. En todo caso, mal preparada, la revuelta,como es sabido, fracasó. Sólo duró en Cataluña diez horas y Com-panys y su gobierno se libraron al general Batet, con la excepción deDencàs que huyó a Francia, así como Miquel Badía, el jefe del soma-tén nacionalista. También se rindieron los concejales de izquierdasdel Ayuntamiento de Barcelona y el mismo alcalde Carles Pi i Sun-yer9. La autoridad militar nombró al coronel Francisco Jiménez Are-nas gobernador general de Cataluña y presidente accidental de la Ge-neralidad, mientras el coronel José Martínez Herrera pasaba a seralcalde accidental de Barcelona. El día 2 de enero de 1935, una leyvotada en las Cortes suspendía indefinidamente el Estatuto de Auto-nomía y, aunque de forma bastante híbrida mantenía en pie la Gene-ralidad —Manuel Portela Valladares, un independiente de centro, fuedesignado nuevo presidente de la misma—, cerraba el Parlament yanulaba la vida regular de las instituciones catalanas, incluida la au-tonomía de la Universidad. Los posteriores gobernadores generalescon funciones de presidentes de la Generalidad, no alteraron esta rea-lidad, incluso cuando llegó el turno de Joan Maluquer y Fèlix Esca-las, de la Lliga.

Aquellos hechos abrieron un duro paréntesis en la problemáticade la autonomía y las relaciones entre Cataluña y la Segunda Repú-blica. En conjunto hubo unos tres mil detenciones y numerosas con-denas, aunque algunos fueron puestos en libertad a lo largo de 1935.Cuando el hundimiento de los radicales obligó a Alcalá-Zamora a fir-mar la convocatoria de nuevas elecciones generales, mientras en Es-paña se firmaba el Frente Popular, que giró alrededor del pacto, cen-tral, entre los republicanos de Azaña y los socialistas, en Cataluña suparalelo fue el Front d’Esquerres (‘Frente de Izquierdas’, no ‘FrentePopular’), basado en la coalición de izquierdas reconstruida ya a me-diados de 1935 por ERC y en la que el dominio de ésta era aplastan-te. En Cataluña en las elecciones del 16 de febrero de 1936 su victo-

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——————9 La revuelta tuvo también repercusiones directas en bastantes poblaciones fuera

de la capital: en Badalona, Sabadell, Granollers, Vilanova i La Geltrú, Vilafranca delPenedès, Palafrugell, Girona, Sant Vicenç de Castellet, el Morell, Navàs, Sant Jaumede Domenys, Lleida, etc.

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ria fue clara: logró un 59 % de los votos y cuarenta y un diputados,frente al 40,8 % de la Lliga y su Frente de Orden, que obtuvo trece di-putados. La victoria de las izquierdas fue mucho más clara en Cata-luña que en el resto del Estado. La victoria permitió el restableci-miento de la autonomía catalana y sus instituciones. El 1 de marzosalieron del Penal de Santa María Companys y los consejeros. El re-cibimiento fue apoteósico. Al llegar a Barcelona, Companys introdu-jo en su discurso unas palabras que iban a ser muy recordadas y re-producidas: «Venim per servir els ideals. Portem l’ànima amarada desentiment; res de venjances, però sí un nou esperit de justícia i repa-ració. Recollim les lliçons de l’experiència. Tornarem a sofrir, torna-rem a lluitar, tornarem a vèncer»10. Companys volvió a nombrar elgabinete del 6 de octubre, pero excluyó a Dencàs. La exclusión delnacionalismo radical y separatista y el reingreso del grupo de L’Opinióy Lluhí i Vallescà permitió a ERC aparecer con un perfil político máscoherente, con un contenido social reformista más acusado y una ma-yor moderación nacionalista. Esta reubicación se completó con la re-modelación del gobierno de Companys llevada a cabo el 25 de mayode 1936, que significó la salida de Comorera, secretario general de laUSC, empeñado en el proceso de creación del PSUC y la adhesión delos partidos marxistas a la Internacional Comunista.

La propaganda oficial del momento intentó fijar la imagen del‘oasis catalán’ en aquellos meses convulsos de febrero-julio de 1936,en la medida que se registró una menor conflictividad social que enel resto de España y, sobre todo, que el enfrentamiento político con laderecha apareció atenuado. La Lliga, tras los resultados de febrero,pretendió recuperar su independencia y no siguió la deriva más ultra-derechista de los cedistas, ni, a lo que parece, las conspiraciones delos militares. Sus compromisarios votaron Azaña como presidente dela República y en Cataluña sus diputados volvieron al Parlament paraactuar, según dijeron, como oposición leal. Otra cosa es la actitud quetomaron Cambó y la plana mayor del partido, después del 19 de ju-lio, en el exilio, de claro apoyo a Franco. Más confusa es la argumen-tación alrededor de la conflictividad social, aunque en este punto laactitud del gobierno Companys, empeñado en la readmisión de losrepresaliados y antiguos huelguistas, la recuperación de la Ley deContratos de Cultivo y el restablecimiento de los aparceros y rabas-saires desahuciados facilitó un tanto las cosas.

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——————10 «Venimos para servir los ideales. Llevamos el alma empapada de sentimiento;

nada de venganzas, pero sí un nuevo espíritu de justicia y reparación. Recogemos laslecciones de la experiencia. Volveremos a sufrir, volveremos a luchar, volveremos avencer».

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Traspasos de servicios y de hacienda

Esta cronología política no facilitó en absoluto la rapidez y solidezde los traspasos de servicios y la buena marcha de la hacienda autonó-mica, que exigía el desarrollo de los traspasos y de su valoración paraque la Generalidad contara con los recursos económicos correspondien-tes11. De ahí la importancia fundamental de la Comisión Mixta de Tras-pasos, que apareció regulada por un decreto de 21 de noviembre de1932 y se constituyó con solemnidad el 1 de diciembre de 1932 en laPresidencia del Consejo de Ministros, con anécdota incluida, en una es-tancia en la que colgaba el retrato de Felipe V12. Se acordó ir cediendolas contribuciones, impuestos y otros recursos en la medida que fueranconcretándose el traspaso de los servicios, pero el problema, grave, fueque el alcance concreto de los servicios traspasados se difirió a acuerdosposteriores sobre la valoración de los mismos, con lo cual la efectividadera muy precaria y, sobre todo, se generaban múltiples dificultades a latesorería de la Generalidad, al aumentar ésta sus funciones sin contra-partidas económicas y por tanto tener que recurrir al crédito. La nego-ciación quedó, además, atascada en relación con el criterio a aplicar enla valoración de la contribución territorial (la previsión sobre la recauda-ción de 1933, mayor, o la ya realizada de 1932, menor), que era el prin-cipal impuesto cedido. En este punto central, el posible desbloqueo pac-tado entre Macià y Azaña fue frenado por el nuevo ministro deHacienda, Agustín Viñuales, sustituto de un dimitido Jaume Carner enmayo de 1933, aunque finalmente también él hubiera de dimitir. Al fi-nal, se impuso el traspaso de la contribución territorial conforme a surendimiento líquido en Cataluña en 1933 y su cesión se difería al trimes-tre siguiente a aquel en que las valoraciones de los servicios traspasadossobrepasasen el rendimiento líquido calculado de la contribución (de-creto de 27 de julio de 1933). La situación se paralizó a finales de 1933,al abrirse el proceso electoral de noviembre de 1933 y producirse la vic-

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——————11 Un libro fundamental en este aspecto es el de José Arias Velasco, La Hacien-

da de la Generalidad 1931-1938, Barcelona, Ariel, 1977.12 Según relata Pere Coromines, Diaris i Records. Vol. III. La República i la

Guerra, Barcelona, Curial, 1975, pág. 100: «Al salir me llama Azaña y me dice:“Tengo que comunicarle un secreto. ¿Sabe quién es el que les ha presidido?”, y meseñala un retrato al óleo de gran elegancia. «No sé. Tal vez el rey Luis». «Pues es Fe-lipe V. Ya ve, una travesura mía.» Y yo digo a los que me acompañan: «Debe haberpasado un mal rato, porque presidía, pero sin voz ni voto». Los vocales nombradospor el Estado central fueron Carlos Esplá, Fábregas del Pilar, Barnés, Castillo, Relin-que y Fernández Clérigo. Por la Generalidad, Moragas i Barret, Antoni M. Sbert, Tu-rell, Ventosa i Roig, Coromines y Josep M. Pi i Sunyer. Esplá fue elegido presidentey como secretario se designó a Rafael Closas, catalán.

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toria de la derecha. De poco servían los múltiples viajes a Madrid deCompanys y su Consejero de Finanzas, Martí Esteve. El traspaso no lle-gó sino el 13 de julio de 1934, con efectos del 1 de abril, pero la admi-nistración del impuesto continuaba de manera indefinida en manos delas delegaciones del Ministerio de Hacienda. Y la Generalidad, comoafirmó Martí Esteve, no podía ni mejorar su eficiencia ni la equidad delimpuesto a través de la revisión del catastro sobre la riqueza rústica.

El segundo gran impuesto a ceder era el de los derechos reales, queimplicaba la valoración de las carreteras y otras obras públicas. Huboun acuerdo, transaccional, de la Comisión Mixta el 16 de agosto de1934, y en este caso el conflicto se situó en la cesión —como pedía laparte catalana—, o no, del llamado ‘impuesto del caudal relicto’ (quegravaba el conjunto de la herencia en el momento de hacerse efectiva).El decreto de 22 de septiembre de 1934 excluyó efectivamente esta fi-gura impositiva, pero, a diferencia de lo que había ocurrido con la con-tribución territorial, se dio al traspaso del impuesto de derechos realesun carácter definitivo, a contar a partir del 1 de octubre.

Un cuadro resumen, con cifras redondeadas, de las valoraciones (deservicios e impuestos traspasados) aprobadas hasta aquel principio deoctubre de 1934 era, según los datos aportados por Martí Esteve13:

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——————13 Cfr. José Arias Velasco, La hacienda de la Generalidad 1931-1938, Barcelo-

na, Ariel, 1977, pág. 171.14 La diferencia de cerca de diez millones de pesetas anuales debería ser abona-

da por el Estado a la Generalidad en tanto no se aprobasen nuevas valoraciones de re-cursos.

Recursos: Millones de ptas.

Contribución Territorial 43,186Derechos Reales 29,865

Total 73,052

Servicios:

Vigilancia y seguridad 20,248Guardia Civil 17,892Justicia 2,422Beneficencia 1,070Servicios de Industria 0,706Administración Contribución Territorial 0,660Administración Local 0,642Aviación Civil 0,477Carreteras 32,648Subvenciones y Participaciones 6,282

Total 83,04714

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Tras el 6 de octubre de 1934, se suspendieron los traspasos efectua-dos, retornó al Ministerio de Hacienda la administración de los im-puestos y se creó una ‘comisión revisora’, dependiente de la Subsecre-taria de la Presidencia (21 de febrero de 1935), para proponer lasustitución, rectificación o derogación de los traspasos efectuados. Unacierta rectificación de esta política restrictiva se inició a finales de abrilprincipios de mayo de 1935 y, aunque el proceso de restitución fue muylento, y en cualquier caso excluyó el orden público, poco a poco se tra-bajó para el traspaso de obras públicas y los derechos reales (diciembrede 1935). Un problema de fondo, y grave, era el de la deuda acumula-da de la Generalidad que el 21 de mayo de 1935 ascendía a unos 188,5millones de pesetas (unos 58 millones más que en 1931).

Después de la victoria del Frente Popular en 1936, con Gabriel Fran-co en Hacienda, rápidamente se pusieron en marcha, al fin, los traspasosy los impuestos cedidos. El 1 de abril fueron restituidos a la Generalidadlos servicios de recaudación de las contribuciones y por decreto del día30 se aceptó como definitiva la valoración hecha en su momento de lacontribución territorial. Finalmente, el 5 de junio llegó la aprobación porla Comisión Mixta de la valoración de los servicios de la Sanidad y unassemanas después, según decreto de 19 de junio de 1936, se reincorpora-ba a la Generalidad, con efectos del 1 de julio, el impuesto de derechosreales. Al final, según acuerdo de la Comisión Mixta de 19 de junio de1936 (aprobado por Decreto de 26 de junio de 1936), la situación resul-tante de los traspasos fue, con datos y cifras redondeados:

CATALUÑA Y LA SEGUNDA REPÚBLICA: ENCUENTROS Y DESENCUENTROS 287

Valoración de los impuestos cedidos: Millones de ptas.

Contribución territorial rústica y urbana 43,19Derechos reales, personas jurídicas y transmisión de bienes 29,76

Total 72,95

Valoración servicios transferidos:

Policía 17,722Policía (valoración complementaria) 2,525Guardia Civil 17,028Guardia Civil (valoración Complementaria) 0,864

Orden público 38,139

Justicia 2,422Trabajo 2,748Sanidad 2,336Beneficencia 0,277Beneficencia (complementaria) 0,794

Total 8,577

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Como vemos, el exceso de las valoraciones de servicios sobre elimporte de las contribuciones cedidas representaba 15,18 millones depesetas, lo cual ponía en marcha la previsión de participar en el 20%de la suma de las contribuciones industrial y de utilidades para cubrirel déficit. El mismo acuerdo establecía también los recursos com-prendidos en el apartado III del artículo 16 del Estatuto, a traspasar apartir del tercer trimestre:

Como punto de comparación de todas estas cifras, puede tenerseen cuenta que el presupuesto de la Generalidad para el segundo se-mestre de 1936, presentado el 17 de junio, ascendía a un total de71,75 millones de pesetas (incluyendo gastos ordinarios y extraordi-narios y contando con un crédito de 7,5 millones de pesetas en el pre-supuesto de ingresos)15. A pesar de sus limitaciones y provisionali-dad, aquel presupuesto era en cualquier caso indicativo del juego depreferencias y del alcance de la autonomía. Los capítulos de gastoseran (siempre en millones de pesetas):

288 PERE GABRIEL

——————15 Como aún no se había formalizado el traspaso de los Derechos Reales ni su

contrapartida, la valoración de los servicios de Orden Público, que serían de todas for-mas dos días más tarde, no se incluían todavía en el presupuesto ni los unos ni losotros.

Millones de ptas.

Carreteras, caminos, otras obras públicas... 38,930

Pesas y medidas 0,706Administración Contribución territorial 0,660Administración local 0,642Aviación 0,477

Administraciones impuestos 2,485

Total General 88.132

Millones de ptas.

20% de propios 0,08910% pesas y medidas 0,04810% aprovechamientos forestales 0,065Minas (canon de superficie) 0,611Minas (explotaciones) 0,436

Total 1,250

Page 287: Memoria de la II República

Hay que tener en cuenta la provisionalidad de las cifras en rela-ción con la Consejería de Gobernación dada la pendiente valoraciónde orden público que iba a producirse de todas formas unos días des-pués. Cuando llegó, el presupuesto del Departamento de Goberna-ción se incrementó en 15,892 millones de pesetas (8,437 correspon-diente a los Cuerpos de Vigilancia y Seguridad y 7,455 a la GuardiaCivil, contabilizadas como las 5/12 partes de su valoración anual).La importante cifra en Obras Públicas evidentemente correspondíaa los traspasos efectuados desde el Estado central. Eran, por otrolado, especialmente significativas las cantidades asignadas al Pre-supuesto de Cultura, así como al de Trabajo —que incluía la valo-ración de los servicios de legislación social— y el de Asistencia so-cial. Estaríamos hablando por tanto de un presupuesto anual de laGeneralidad de alrededor de unos ciento setenta y ocho millones depesetas. En 1935 el Presupuesto General del Estado, realizado, habíaascendido a 4.690,0 millones de pesetas. Es decir, los gastos presu-puestados de la Generalidad representaban, en unos cálculos muypoco precisos y de forma muy aproximada, sólo un 3,8 % del totaldel presupuesto estatal.

Realizaciones y política imaginada.Los ejemplos de la cultura y del despliegue urbanístico

Es clara la importancia que para los hombres de la República, laespañola y la catalana, tenían la enseñanza y la cultura. Era sin dudaun elemento emblemático, que se insertaba en cuestiones de gran al-cance como el de la modernización social y económica del país y la

CATALUÑA Y LA SEGUNDA REPÚBLICA: ENCUENTROS Y DESENCUENTROS 289

Millones de ptas.

I. Presidencia 1,079II. Parlamento de Cataluña 1,040III. Justicia y Derecho 2,114IV. Gobernación 1,739V. Finanzas 3,468VI. Cultura 5,786VII. Trabajo 1,883VIII. Obras Públicas 23,832IX. Economía y agricultura 3,198X. Sanidad 2,352XI. Asistencia Social 10,447XII. Obligaciones generales 7,646XIII. Obligaciones de empréstito 7,166

Total 71,750

Page 288: Memoria de la II República

regeneración ciudadana y democrática de la política. Ante ello, el de-sarrollo de la situación en Cataluña fue paradójica. En su primera eta-pa, la de la autonomía provisional, el margen de maniobra concedidopor el gobierno central fue superior al que posteriormente fijaría elEstatuto aprobado. Fueron decisivas las buenas relaciones que se es-tablecieron entre el gobierno de la Generalidad y el Ministerio de Ins-trucción Pública, cuando estuvo en manos de Marcelino Domingo(entre el 15 de abril y el 16 de diciembre de 1931), aunque tambiénsus sucesores mantuvieron una actitud comprensiva y abierta (espe-cialmente Fernando de los Ríos). Domingo decretó el reconocimien-to del catalán en la enseñanza primaria (decreto de 29 de abril de1931) y en la Universidad y, además, permitió y apoyó la labor delConsejo de Cultura creado por la Generalidad.

La formulación constitucional y estatutaria, en la que se impuso,como ya ha sido visto, el control del poder central sobre el sistema,con la salvedad de la Universidad y la posibilidad de mantener una lí-nea paralela en los otros grados, significó una primera gran decep-ción, quizás porque abusivamente la izquierda catalana había confia-do en un reconocimiento sino absoluto, sí muy amplio, de la potestadde la Generalidad en el caso de la lengua, la enseñanza y el impulsode la cultura. Ahora bien, la Generalidad fue capaz de sacar adelantealgunas realizaciones, más bien experiencias piloto, que permitieronla creación de un imaginario muy potente —y perdurable— sobre sucapacidad de renovación pedagógica y una obra importante de cata-lanización y culturalización democrática de la enseñanza. Hubo unacontinuidad, que nadie discutió, con la obra de la Mancomunidad de1913-1925 y, además, sin excesivos conflictos, la Consejería de Ins-trucción Pública de la Generalidad, en manos de forma bastante con-tinuada de Ventura Gassol, supo ceder el protagonismo a un Consejode Cultura (creado por decreto del 9 de junio de 1931, y reforzadopor ley a finales de 1933), del que formaban parte personalidadesprofesionales y culturales, bajo la presidencia del rector de la Univer-sidad de Barcelona; Pompeu Fabra era el vicepresidente y AlexandreGalí el secretario16.

Hubo algunas instituciones, creadas ya en los tiempos del Go-bierno provisional, importantes17. Una fue la Escuela Normal (l’Es-

290 PERE GABRIEL

——————16 En junio de 1931 se estructuraba en cinco ponencias: Enseñanza Superior (Jo-

sep Xirau, Serra Húnter, Nicolau d’Olwer, etc.), Secundaria (Josep Estalella, JoaquimBalcells, etc.), Técnica (Rafael Campalans, Carles Pi i Sunyer, Manuel Ainaud, JoanPuig i Ferrater y Pompeu Fabra), Primaria (Manuel Ainaud, Miquel Santaló, etc.) yde Archivos, Bibliotecas y Bellas Artes (Agustí Duran i Sanpere, Francesc Martorell,Pau Font de Rubinat, Joan Puig i Ferrater, etc.).

17 Cfr. Ramón Navarro, L’educació a Catalunya durant la Generalitat 1931-1939, Barcelona, Edicions 62, 1979.

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cola Normal de la Generalitat, distinta de la del Estado), creada pordecreto del 22 de agosto de 1931 firmado por Marcelino Domingo,que adoptó y difundió los principios de la ‘escuela activa’ (Decroly,Freinet o Piaget) e introdujo estudios de ‘formación permanente’. Laotra fue el Institut-Escola, creado por decreto del 9 de octubre de1931 bajo la dirección de Josep Estalella, según el modelo del Insti-tuto Escuela de Madrid de 1918. En 1936 impulsó la existencia dedos sucursales: el Institut Pi i Margall y el Institut Ausiàs March. Erael embrión de un sistema renovado de la enseñanza secundaria cata-lana. La política de catalanización se desplegó centrada en la difusióny visibilidad de la lengua y, en el ámbito de la enseñanza, se creó, yaen mayo de 1931, un ‘Comitè de la Llengua’ para la organización decursos de correspondencia, formación de los maestros, difusión po-pular, etc.

La experiencia de la Universidad Autónoma de Barcelona fuetambién de gran impacto18. De nuevo, fue Marcelino Domingo quien,tras favorecer la remoción de la dirección de las facultades y del rec-torado —Jaume Serra i Húnter fue elegido en mayo—, dotó de auto-nomía a las facultades de Filosofía y Letras, de Madrid y de Barcelo-na (15 septiembre 1931). En la facultad barcelonesa, los cambiosfueron impulsados por Pere Bosch Gimpera (1891-1974), JoaquimBalcells y Joaquim Xirau, quienes renovaron los planes de estudio yusaron de la posibilidad de contratar encargados de curso para remozarlas enseñanzas. Situaron los seminarios y la investigación en el eje dela actividad universitaria, frente a la memorística de manual anterior. El1 de junio de 1933 llegó el decreto de la República que extendía a todala Universidad la experiencia de la autonomía y algo después, el 18 dejulio de 1933, se constituyó el correspondiente Patronato mixto de di-rección19. Pompeu Fabra fue elegido presidente y Joaquim Balcells se-cretario. Existía entre las dos representaciones una coincidencia debase en relación con los métodos de la enseñanza y muy en especial laconcepción y el ordenamiento de la vida cultural universitaria. No asíen cuanto a la catalanidad de la institución, aunque, dada en este pun-to la concreción de la normativa constitucional y estatutaria, las reti-cencias no frenaron su puesta en marcha. Eso sí, Américo Castro, qui-

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——————18 Cfr. Pere Bosch-Gimpera, Memòries, Barcelona, Edicions 62, 1980 y Albert

Ribas i Masana, La Universitat Autónoma de Barcelona (1933-1939), Barcelona,Edicions 62, 1976.

19 En el Patronato los representantes de la República fueron: Gregorio Marañón,Américo Castro, Antonio García Banús, Cándido Bolívar y Antoni Trías Pujol; por laGeneralidad: Pompeu Fabra, Doménech Barnés, August Pi i Sunyer, Joaquim Bal-cells y Josep Xirau. También formaba parte del mismo, vocal nato, el rector de laUniversidad, que primero fue Serra Húnter, a finales de año sustituido por Bosch iGimpera.

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zás el más temeroso y obsesionado, dimitió el 31 de mayo de 1934. Elnuevo estatuto universitario fue redactado y aprobado sin demoras(septiembre de 1933). En su artículo 3 se decía:

La Universitat Autònoma de Barcelona (....) acollirà en recí-proca convivència les llengües i cultures castellana i catalana enigualtat de drets per a professors i alumnes, sobre la base del res-pecte a la llibertat dels uns i dels altres per a expressar-se en cadacas en la llengua que prefereixin.

La labor de aquel Patronato fue eficaz y los nuevos dirigentes de laUniversidad, y muy en especial el rector, Pere Bosch Gimpera, la dota-ron en muy poco tiempo de un gran prestigio e imagen de europeísmoy renovación, estableciéndose una importante complicidad entre buenaparte del profesorado y el alumnado. Uno de los debates del momentofue el de la acción social de la Universidad. Algunas instituciones po-pulares de cultura y enseñanza defendían la creación de estudios noc-turnos para los obreros y la entrada en cualquier nivel y grado de aque-llas personas que lo desearan, pero Bosch Gimpera y su equipo exigíanuna dedicación total del alumno al trabajo universitario (eliminaron lallamada enseñanza ‘libre’, por ejemplo) y, por tanto, según ellos, laigualdad de oportunidades sólo podía proceder de una adecuada políti-ca de becas. Ahora bien, esta concepción de la Universidad como uncentro de alta cultura, no impedía, sino todo lo contrario, una clara vo-luntad de divulgación y apertura. Se generó una sección específica, lade los ‘Estudis Universitaris Obrers’, puesta bajo la dirección del dra-maturgo Ambrosi Carrión, que libraba no títulos sino certificados deestudios. El mismo julio de 1933 la Generalidad había fundado el Ins-titut d’Acció Social Universitaria i Escolar de Catalunya, con el objeti-vo explícito de ir hacia la ‘democratización’ de la enseñanza.

Repercutieron los hechos de octubre de 1934, cuando se nombróen Cataluña un Comisario General de la Enseñanza, bajo la depen-dencia directa del Ministerio, el equipo de dirección catalán fue en-carcelado y el Patronato fue suspendido (1 de noviembre de 1934).Antes de octubre, por otro lado, había continuado y con fuerte im-pulso, la obra de la enseñanza más profesional, técnica y artística(Universidad Industrial, Escuela del Trabajo, de Agricultura, de laAdministración Pública, Altos Estudios Comerciales, Biblioteca-rias, Enfermeras, Profesional de la Mujer, Bellas Artes, Instituto delTeatro, etc.), que arrancaban de situaciones y experiencias del sigloXIX y que habían sido en gran parte mantenidas por la DiputaciónProvincial de Barcelona y la Mancomunidad. Posteriormente, la au-tonomía de hecho que se impuso en Cataluña, a partir de julio de1936 y al menos hasta mayo de 1937, posibilitó el que la catalaniza-

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ción fuera más activa, aunque distó de ser total. La coordinación de laenseñanza pasó a depender de un nuevo organismo, el CENU (Con-sejo de la Escuela Nueva Unificada), creado el 27 de julio de 1936,con representantes de las organizaciones sindicales, el Consejo deCultura y de las universidades (la Autónoma, la Industrial y la de Be-llas Artes). Al redactar su Plan General de la Enseñanza, triunfó, aho-ra, el discurso más populista: cualquier persona podía incorporarse acualquiera de los ciclos o estudios desarrollados. El objetivo era la es-colarización total y la incorporación de la enseñanza profesional alplan general. Aprovechó a fondo la puerta abierta por el Estatuto deAutonomía y creó por tanto su propia línea de enseñanza, al margende la estatal, basándose en los principios de la catalanidad, el laicis-mo, la coeducación y una pedagogía del trabajo, la libertad y la soli-daridad humana, según que rezaba el decreto constitutivo. Siguiendoen la misma línea más popularizadora y menos elitista, por otra par-te, el Instituto de Acción Social iba a sustituir las becas por subsidios.

Otro de los grandes ámbitos incorporados al imaginario de la ca-pacidad modernizadora y promesa de futuro de la autonomía catala-na de la República fue el de la política urbanística20. Desde el empu-je de la izquierda política e intelectual de 1931 nació una nuevasociología urbana, que pretendía sustentar el despliegue de un urba-nismo funcional y adaptado al vanguardismo europeo del momento.Se trataba, en sus versiones más radicales, de intentar una alternativapopular al lucro y la explotación capitalista del suelo. El motor detodo el nuevo proyecto fue el GATCPAC (Grup d’Arquitectes i Tèc-nics Catalans per al Progrés de l’Arquitectura Contemporània) funda-do en noviembre de 1930. El grupo promotor, muy destacadamente,Josep Lluís Sert, Josep Torres i Clavé y Francesc Fàbregas i Vehils,con actuaciones y relaciones estrechas en el ámbito español y euro-peo, querían mantenerse próximos a Walter Gropius y el grupo deBauhaus. Trajo a Barcelona nombres importantes del vanguardismoarquitectónico europeo, por ejemplo en 1932, a Bourgeois, Le Cor-busier, el mismo Gropius, Giedion, Van Esteren, etc.. Publicó una re-vista de referencia y culto, AC (Documents d’Activitat Contemporà-nia) entre 1931-1937. Compartían ideas e influencia con el Sindicatd’Arquitectes de Catalunya y afirmaban la necesidad de controlar lascasas constructoras, la municipalización de la vivienda y la colectivi-zación sindicalizadora del sector de la construcción.

Su principal proyecto fue el del denominado Plan Macià (presenta-do en julio de 1934), que quiso ser un gran proyecto global para Barce-

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——————20 De entre la abundante bibliografía especializada existente, destaquemos aquí

simplemente Francesc Roca, Política económica i territori a Catalunya 1901-1939,Barcelona, Ketres ed., 1979.

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lona y alrededores, sólo comparable por su ambición con el Plan de Il-defons Cerdà de mediados del siglo XIX, y contó con la colaboración deLe Corbusier. El plan contemplaba una remodelación de las manzanasde los extremos del Ensanche, y, sobre todo, una zonificación funcio-nal de la ciudad, que debía permitir la integración de los diversos ba-rrios industriales y de recepción de la población inmigrada, en una nue-va Gran Barcelona, fijando áreas de la producción, un centro cívico,zonas de residencia y zonas de reposo; se introducía, asimismo, la con-sideración detallada del tráfico, el transporte y la circulación. Comorealizaciones concretas, inevitablemente limitadas y todas ellas con uncarácter experimental, destacaron: la ‘Ciutat de Repòs i de Vacances’,destinada al ocio de la clase obrera, a levantar en la costa al sur de Bar-celona (Viladecans, Gavá, Castelldefels) y que, con apoyó de la Gene-ralitat se empezó efectivamente a construir, a partir de 1933 con la co-laboración de unas seiscientas asociaciones obreras y populares detodo el Principado; la Casa Bloc en el barrio de Santa Andreu de Palo-mar (un primer encargo del Comissariat de la Casa Obrera y el Institutcontra l’Atur Forçós, a desplegar en un programa continuado de cons-trucción de vivienda obrera); el Dispensario Central Antituberculoso; oel proyecto de un hospital en el Valle Hebrón, presentado en junio de1936. Todo ello, aparte de diversos edificios sociales —cooperativas ocentros de cultura popular— en algunas comarcas. La guerra trastocóobviamente su labor, y radicalizó sus planteamientos. Fábregas y JoanGrijalbo publicaron Municipalització de la propietat urbana. Comorealización más emblemática, Sert y Lacasa realizaron el Pabellón Es-pañol de la Exposición Universal de París de 1937.

Sin una relación directa con el empuje del GATCPAC, otra piezaimportante de referencia iba a ser el Regional Planning, auspiciadodirectamente por un decreto del gobierno catalán del 31 de octubre de1931. El estudio y realización lo desarrolló Nicolau M. Rubió i Tudu-rí (1891-1881), con la colaboración de su hermano Santiago, que eraingeniero, bajo la influencia directa, de las versiones alemanas del‘Regional-Planning’ de origen anglosajón, y se publicó en 1932. Pre-tendía una planificación general ‘regionalizada’ del territorio catalán,para el equilibrio y ordenación de las diversas actividades y los recur-sos naturales, incluidos los paisajísticos.

EN TIEMPOS DE GUERRA:DE LA GENERALIDAD AUTODETERMINADA AL REPLIEGUE

Como es bien conocido, el estallido de la Guerra Civil a partir dela sublevación militar del 18 de julio de 1936 ha planteado el tema desi en España se abrió o no una situación revolucionaria y, en su caso,

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cuales fueron sus límites. Ahora bien, es evidente que al margen deeste debate, las instituciones y el Estado republicanos quebraron. Esen este marco en el que debemos situar la real ruptura del Estado cen-tral en Cataluña, y, también, la asunción por la Generalidad de res-ponsabilidades y poderes por encima de las previsiones estatutarias.Hubo algunos elementos visibles y espectaculares de aquella ‘supe-ración’ del techo fijado por el Estatuto de 1932, que generarían polé-mica y tensiones. Aparte de cuestiones reveladoras, pero menores(concesión de indultos, cuestiones de protocolo, etc.), un contenciosoimportante fue el de la creación de la Consejería de Defensa y las di-versas disposiciones que prefiguraban la constitución de un Ejércitode Cataluña. Por su lado, la puesta en marcha de una creciente e im-portante industria de guerra, sin someterse a la autoridad directa delgobierno central iba a terminar por focalizar muchas tensiones. Otroámbito fue el de la justicia, a través de la creación de una Oficina Ju-rídica autónoma, en el contexto del establecimiento de los tribunalespopulares.

De todas formas, el tema inicialmente más acuciante fue el de lasfinanzas, que, al aparecer enlazado con las disputas acerca de la apli-cación y desarrollo de las previsiones estatutarias, no tenía parangóncon las otras situaciones provinciales y regionales del resto de Espa-ña. A mediados de agosto de 1936 la Generalidad se vio precisada apedir a Madrid dos créditos —de cincuenta y treinta millones de pe-setas— para poder mantener los salarios, la actividad económica y laindustria de guerra y la compra de materias primas, dado que los in-gresos regulares fijados por los acuerdos de los traspasos (cédulaspersonales, derechos reales y contribución territorial) se encontrabanparalizados. No obtuvieron ninguna respuesta, a pesar de su insisten-cia. Al final, el 27 de agosto, la Generalidad dictó el control de la De-legación del Banco de España en Barcelona —obviamente al margende cualquier previsión del Estatuto— y a continuación su interven-ción, con lo cual forzó la obtención de diversos créditos. El gobiernoLargo Caballero, en sus primeros días de actuación en Madrid, nopudo sino ratificar aquella situación de hecho.

Cataluña efectuó en un tiempo record la adaptación de la prácti-ca totalidad de su industria metalúrgica a las nuevas necesidades deguerra, las trabas y cortapisas del gobierno central fueron constantes,especialmente en relación con la obtención de divisas y las comprasde material y equipamiento al extranjero, sin olvidar la negativa rei-terada a trasladar fábricas de armamento amenazadas por Franco(como en el caso de Toledo). El problema de fondo, claro está, no eraotro que el del control y capacidad de decisión sobre el armamento.Todo el debate se produjo en una situación muy confusa, al tiempoque la ayuda soviética favorecía el papel y la presión del PCE. El go-

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bierno Negrín creó el 23 de septiembre de 1937 la Comisaría de In-dustrias de Guerra —con cinco representantes de Defensa y tres de laGeneralidad—, el cual, de todas formas, iba a disolverse poco des-pués, el 23 de enero de 1938, tras la instalación gubernamental enBarcelona, que significó la presencia directa del Ministerio de Defen-sa en la capital catalana. Por aquel entonces, ya se habían producidoimportantes intervenciones por la Subsecretaría de Armamento (enespecial, las importantes fábricas de la Siemens, Altos Hornos de Ca-taluña, Maquinista Terrestre y Marítima, etc.) y, además, estaba enpleno auge la ‘caza del técnico’, en competencia las industrias de laGeneralidad y el Ministerio de Defensa. El problema venía de lejos,pero no hizo sino incrementarse dramáticamente con Negrín. En lasindustrias intervenidas por la Subsecretaría de Armamento, la Gene-ralidad dejó de abonar los jornales. La política negrinista iba a teneruna repercusión especialmente sonada con la incautación por el go-bierno central del Parque de Artillería de Barcelona en agosto de1937. La situación creada tuvo, quizás inevitablemente, repercusio-nes negativas en la productividad y alimentó sabotajes e indisciplinas.Toda la tensión alcanzó su cenit en los famosos decretos de agosto de1938 que reportaron la dimisión del ministro de ERC y la solidaridadde Irujo, del PNV, en una crisis que implicó la sustitución de la repre-sentación catalana por el PSUC, el partido de los comunistas catala-nes. El 11 de agosto el gobierno Negrín había decretado la expropia-ción total de cualquier fábrica del metal, para su dedicación a laproducción bélica y su gestión por la Subsecretaría de Armamento.

Toda esta serie de conflictos concretos impusieron unas relacio-nes llenas de malentendidos y temores mutuos. Frente al creciente yrotundo discurso centralista de Negrín, hubo manifestaciones de in-dependentismo y soberanismo, con actuaciones confusas de separa-ción de la suerte de la República y sueños imposibles de gestionar al-guna intervención internacional que impusiera la paz por separado.De todas maneras, con ciertas dosis de ingenuidad, pero al mismotiempo de voluntad política positiva, el gobierno de la Generalidad,reconstruido a finales de junio de 1937 sin los anarquistas, pretendióiniciar con buen pie las relaciones con el nuevo gobierno de la Repú-blica en Valencia, que ahora presidía Negrín. Se multiplicaron las vi-sitas a Valencia de Pi i Sunyer, Bosch Gimpera y, con menor regula-ridad, Comorera, que sirvieron de bien poco. El diálogo, cuando sedaba (más con Azaña que con Negrín), era de sordos. En la entrevis-ta de Pi i Sunyer y Azaña, el 18 de septiembre de 1937, el memorialde agravios catalanes fue muy explícito. El Estado central debía másde sesenta millones de pesetas a la Generalidad por servicios de gue-rra. Prohibía que los trenes catalanes que trasladaban material de gue-rra al frente de Aragón, pudieran luego regresar llenos, con carga-

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mentos de trigo a Barcelona. La Hacienda central había sellado cajasen los bancos con papel moneda de circulación local, a espaldas delMinisterio de Justicia y a espaldas de las correspondientes conseje-rías responsables de la Generalidad. Todos los mandos que habíanservido a la anterior Consejería de Defensa de la Generalidad, y tam-bién todos los jefes y oficiales de orden público, habían sido releva-dos y nadie contaba con ellos a pesar de su experiencia y en generalsu buen comportamiento y eficacia. La censura que se había implan-tado era ‘despótica’, ya que prohibía en Barcelona lo que se permitíaen Valencia y otras ciudades. En este punto había sido especialmentelamentable que se prohibiera la difusión del desmentido que habíalanzado la Generalidad contra los rumores que afirmaban negocia-ciones de paz entre emisarios de ésta y los rebeldes. La tensión con elministro de Gobernación, Zugazagoitia, y con el delegado de OrdenPúblico en Cataluña, Paulino Gómez, era especialmente alta21. ERCpodía entender que, dadas las circunstancias excepcionales del mo-mento, fuera necesario limitar las atribuciones y el alcance del régi-men autonómico fijado por el Estatuto, pero pedían, al menos, la pro-mesa de su restablecimiento futuro. La respuesta de Azaña volvió ala argumentación conocida y clásica sobre las extralimitaciones de laautonomía catalana.

Ante el traslado del gobierno central a Barcelona, y la consi-guiente visita de Companys, Pi i Sunyer y Sbert, Negrín hizo comoacostumbraba: aceptó la práctica totalidad de las propuestas genera-les que le hacían los políticos catalanes, para dar una imagen públicade unidad, pero no impedir ni corregir, sino todo lo contrario, una ac-tuación contundente en lo concreto al margen de cualquier negocia-ción. Al formalizarse, el 31 de octubre de 1937, el traslado del go-bierno, los problemas de las relaciones entre unos y otros seagravaron. Los altos cargos y funcionarios recién llegados actuaron,según los políticos de la Generalidad, como virreyes y jefes de unfuerza de ocupación. El problema no era, sin embargo, sólo de in-comprensiones y de recelos derivados de la contraposición de imáge-nes estereotipadas. La instalación de Negrín en Barcelona abrió unanueva fase de la política de la República: la de la prácticamente totalgubernamentalización y militarización de la vida política y social, in-mersa en una situación de guerra que se estaba perdiendo. En estas

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——————21 Un episodio especialmente crítico se produjo al aceptar Gómez la petición de

Vidiella, consejero de Trabajo del PSUC, de publicar una nota en La Vanguardia el8 de septiembre de 1937, desautorizando a Bosch Gimpera y Sbert, quienes, desdeJusticia y desde Gobernación, estaban impulsando el procesamiento de las actuacio-nes violentas del verano de 1936. Los consejeros republicanos apelaron a Zugazagoi-tia y Prieto, sin ningún éxito.

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circunstancias, era inevitable el choque con la autonomía catalana,que, sin lugar a dudas, Negrín sólo entendía como un estorbo y unainconveniencia.

Los enfrentamientos también se produjeron en el ámbito del or-den público y el control del quintacolumnismo. El SIM (Servicio deInteligencia Militar), creado por Prieto en agosto de 1937, pronto en-tró en colisión con los esfuerzos que se estaban haciendo desde losresponsables de la justicia (el nacionalista vasco Irujo en el Ministe-rio y el catalanista moderado Bosch Gimpera en la Consejería) paragarantizar la libertad de conciencia. La creación de unos ‘Tribunalesde Guardia’, a modo de tribunales de urgencia, bajo el control delSIM y los delegados del orden público y el ascenso al Ministerio deJusticia de Mariano Ansó, de IR, muy cercano sin embargo a Negrín,iban a partir de diciembre de 1937 a aislar aún más a Bosch Gimpe-ra y los esfuerzos de ERC, enfrentados ahora también al Ministeriode Justicia. Las autoridades catalanas se sintieron cada vez más incó-modas ante lo que consideraban abusos del SIM, practicados, ade-más, totalmente al margen de las instituciones de la Generalidad22.Ésta protestaba también porque la constitución de los ‘Tribunales deGuardia’ —que sólo en la última semana de abril habían dictado enBarcelona un centenar de penas de muerte—, no había respetado lasprevisiones estatutarias (que atribuía a la Generalidad el nombra-miento de los jueces en Cataluña). En cualquier caso, Negrín, y la di-námica militarista abierta, se impusieron. En los famosos decretosdel 11 de agosto de 1938, al lado de la nacionalización de las indus-trias de guerra, también se dictó la militarización de la justicia.

Un aspecto que también iba a incidir en la mutua desconfianzafue el de los rumores —y realidades— de intentos de negociacióncon las potencias aliadas con vistas a obtener algún tipo de reconoci-miento de paz separada, aunque es importante, también aquí, no olvi-dar que el tema se inscribe en el contexto más amplio y general de laapuesta de algunos sectores republicanos por encontrar una alternati-va a la política resistente de Negrín, alternativa que se revelará difícilsi no imposible23. En relación con Cataluña, una primera crisis fue laprotagonizada por Joan Casanovas, de ERC, jefe del gobierno de laGeneralidad entre el 1 de agosto y el 26 de septiembre de 1936, queen aquel convulso verano de 1936 quiso la vertebración de una op-

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——————22 Un caso concreto fue el de la llamada ‘matanza de Garraf’, en abril de 1938.

Agentes del SIM habían sacado de un barco-prisión, atracado en el puerto de Barce-lona, a diecinueve presos que luego aparecieron muertos en los parajes del macizo delGarraf. Una vez más, de poco sirvieron las protestas de Companys, aunque en estaocasión Bosch Gimpera logró que fueran procesados algunos de los agentes del SIM.

23 Cfr. Ángel Bahamonde y Javier Cervera, Así terminó la guerra de España,Madrid, Marcial Pons, 1999.

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ción nacionalista catalana que frenase la revolución anarquista yhubo de dimitir. Se le implicó, a continuación, a finales de noviem-bre, en un confuso complot para la obtención de la presidencia y laabertura de un cierto camino de paz separada de Cataluña24.

Mayor importancia general y repercusión tuvieron los rumoreslanzados al año siguiente, cuando Lluís Companys, recién confirma-do presidente de la Generalidad por el Parlamento catalán el 9 de no-viembre de 1937, marchó a Bélgica para visitar a su hijo, Luis, enfer-mo mental. Se habló de iniciativas promovidas por los republicanos,al margen de Negrín y los socialistas, para lograr algún canal para lanegociación de la paz, contando con la presión de Francia e Inglate-rra. Se trataría de unas actuaciones paralelas a las que hipotéticamen-te efectuaba el embajador en Londres Pablo de Azcárate, quizás conuna relación directa con Azaña. Se decía, además, que Companysproponía una federación de dos Españas, gobernadas por personali-dades ajenas a la lucha, como Salvador de Madariaga y Miguel Mau-ra. Los rumores derivaron hacia la afirmación de que los catalanespretendían una paz separada —no estaba lejos el ‘pacto’ de Santoña.Al final, tanto Companys como el propio Negrín iban a desmentir to-dos estos comentarios, usando La Vanguardia, de Barcelona.

Otro episodio importante llegó en otoño de 1938, tras toda lacuestión de la ‘charca’ denunciada por Negrín y la crisis de agosto.La Generalidad, aislada y ninguneada, parece que se implicó, ahorasí, en un intento de negociación internacional. En octubre de 1938,Carles Pi i Sunyer marchó a París y se entrevistó con el ministro deAsuntos Exteriores francés, Yvon Delbos, quien fue simplementeamable, y el de Hacienda, Paul Reynaud, que fue más claro. No esta-ban en aquella coyuntura dispuestos a una ayuda explícita y concretaa la República y menos aún a cualquier sugerencia de ayuda particu-lar a Cataluña.

Por otro lado, en el exilio, algunos republicanos catalanes conti-nuaban con intrigas y sueños imposibles de una negociación catalanaseparada. En esta dirección el 16 de noviembre de 1938 se hicieronpúblicas unas declaraciones de Joan Casanovas (instalado ya en Fran-cia en el que sería su segundo y definitivo exilio), en las que afirma-ba que Cataluña quería la paz y el ejercicio de la autodeterminacióny que una Cataluña reconocida podía ser un elemento de equilibrioentre la Europa del norte del Pirineo y el Mediterráneo. La respuestadel gobierno fue contundente y al día siguiente una editorial de LaVanguardia («Resistencia o capitulación») amenazaba a Casanovas y

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——————24 Cfr. Joan Casanovas i Cuberta, Joan Casanovas i Maristany, president del

Parlament de Catalunya, Barcelona, PAM, 1996.

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los derrotistas con el piquete de ejecución, tras ser juzgados por altatraición. Ahora bien, una vez más, debemos tener en cuenta que esteepisodio se produjo paralelamente a la crisis derivada de los muchosrumores que acompañaron la visita de Besteiro a Barcelona, dondellegó justamente el 17 de noviembre. Besteiro se entrevistó con Llo-pis y Prieto, también con Companys, y se movió en los diversos con-tactos de los dirigentes socialistas no negrinistas, incluido destacada-mente Prieto, para la puesta en marcha de una política y un gobiernoalternativo al de Negrín. También destacados anarcosindicalistas pre-sionaban en esta dirección a Azaña y éste parecía no ver con malosojos la posibilidad de librarse de Negrín y los comunistas. Para termi-nar de enrarecer el ambiente político de Barcelona y de la Repúbli-ca en aquellas últimas semanas de 1938, todo este clima coincidíacon la celebración de los juicios —de alto voltaje político— pen-dientes contra los dirigentes el POUM (11-12 de octubre de 1938)y los altos jefes militares juzgados por su actuación en la derrota ypérdida de Málaga. Se estaba, no hace falta advertirlo, a las puertasde la derrota de enero-febrero de 1939 ante el ejército de Franco enCataluña, y el inicio de un dramático exilio y una represión de efec-tos devastadores.

EPÍLOGO EXILIADO

¿Cómo respondieron los grupos políticos catalanes ante la derro-ta? ¿Cuándo la Segunda República —y la Constitución de diciembrede 1931— dejó de aparecer como un referente concreto del combatepolítico de oposición al régimen de Franco? Hay que recordar que, enla última reunión de las Cortes republicanas celebrada en la Penínsu-la, el 1 de febrero de 1939, en el castillo de Figueres, se aprobaronpor aclamación las conocidas tres ‘condiciones para la paz’ fijadaspor Negrín: garantías de independencia frente al extranjero; que fue-ra el pueblo, en condiciones de libertad, quien determinase el régi-men; que se renunciara a las persecuciones y las represalias. En aque-llas condiciones dramáticas, por tanto, se aceptaba poner el régimenrepublicano a discusión, si se cumplían unas mínimas condiciones.Esta ambigüedad —hasta qué punto se debía estar dispuesto a la re-nuncia de la legitimidad republicana para lograr la caída de la dicta-dura de Franco y el restablecimiento de la democracia en España—acompañará inevitablemente el debate político del exilio.

Los políticos catalanes participaron en la reconstrucción de lasinstituciones republicanas españolas en el exilio, al tiempo que pre-tendían conservar sus propias instancias nacionales autónomas. Estu-vieron presentes en la Diputación Permanente de las Cortes (recons-

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tituida en París en 1939), en la JARE (a partir de julio de 1939) y, des-pués, ya en el exilio americano, en la JEL (noviembre de 1943-agos-to de 1945), a través de dirigentes importantes como Miquel Santaló,Josep Maria Andreu i Abelló y Antoni M. Sbert (todos ellos de ERC)y de Lluís Nicolau d’Olwer y Pere Bosch Gimpera (del ámbito deACR). Ante el final de la guerra mundial, siguieron asimismo losavatares de la reconstrucción de las instituciones republicanas espa-ñolas, participando en la sesión de Cortes reunida en México el 17 deagosto de 1945, ante la que se produjo la proclamación formal deDiego Martínez Barrio como presidente de la República. A continua-ción, Santaló y Nicolau d’Olwer formaron parte del gobierno Giral(1945-1947) y Santaló lo hizo en el que presidió Rodolfo Llopis(1947). Cuando Giral se presentó a las Cortes (el 7 de noviembre de1945) su discurso programático incluía una referencia explícita alrespeto a las autonomías («Dejar que las regiones peninsulares pue-dan constituirse en régimen de autonomía. Nuestra Constituciónabrió los cauces a estos deseos de los pueblos españoles...») y, aun-que se admitía que el pueblo español debía elegir su propia forma degobierno, advertía: «Sólo queremos la salvación de España por me-dio de la República»25. En cualquier caso, el tiempo de la presión di-plomática y la imposición de un cambio de régimen en España desdela sanción de las potencias aliadas y la ONU, si es que realmente exis-tió, terminó en 1948-1949 con el fracaso de la operación prietista,que intentó un pacto con los monárquicos.

La actuación catalana y las diferencias internas sólo en parte fue-ron coincidentes con los ámbitos generales del exilio español. Existíatambién la discusión acerca de las posibilidades derivadas de losacontecimientos internacionales y, por tanto, el debate entre el aten-tismo pasivo o el activismo voluntarioso en el interior. Así mismo, lamayor o menor disposición a confiar en la legitimidad de las institu-ciones republicanas y el acatamiento de su autoridad. Pero había tam-bién la vieja y siempre recurrente cuestión sobre la necesidad o no desometerse al marco fijado por las estrategias de la oposición españo-la. Y, más aún, había también, como otro eje de tensiones y disputasinternas, la mayor o menor voluntad de una afirmación catalanistasoberanista y radical, que negase o no tanto la realidad española.

Los ‘legalistas’ parecen haber sido minoritarios tanto dentro de laERC en el exilio como dentro del conjunto de las fuerzas políticas ca-

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——————25 Algunos políticos catalanes también intervinieron, inicialmente, en la opción

negrinista del exilio —recordemos que Josep Moix, del PSUC, formaba parte del go-bierno Negrín, como ministro de Trabajo. Sin embargo, el PSUC iba a seguir prontolos diversos caminos de la vacilante política comunista de aquellos años, especial-mente alrededor de la llamada Unión Nacional Española.

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talanas, al menos entre los elementos más activos y militantes. Signi-ficativamente, sólo pusieron en pie un gobierno —el Consejo Ejecu-tivo de la Generalidad, en 1945—, en la coyuntura del gobierno Giraly sólo reunieron una sesión del Parlament en el exilio, en 1954, enocasión de la elección de Josep Tarradellas como nuevo presidente.El gobierno26 no mantuvo una actividad regular. Su primera reuniónno se celebró sino el 13 de enero de 1946, a los cuatro meses delnombramiento. En su declaración inicial, de septiembre de 1945, po-nía de manifiesto implícitamente las contradicciones y la ambigüe-dad forzosa de la política catalana del momento y en especial del pro-pio Josep Irla, que había asumido la presidencia de la Generalidad:

Sempre hem cregut que la lleialtat a la República no prejutjani pot limitar els drets del nostre poble que deriven de la seva per-sonalitat nacional. Per això, tot i complint lliurement i amb ple sen-tit de la responsabilitat les exigencies que l’hora imposa, no dei-xem de reivindicar pel nostre poble el pret de regir-se segons laseva voluntat democrática27.

Posteriormente, tras la primera reunión gubernamental, en enerode 1946, una nueva declaración concretaba aún más: ante las pers-pectivas de la caída del régimen de Franco, se decía que sólo un go-bierno catalán de amplia ‘unión nacional’ debía encargarse de pro-mover en su día la consulta de la voluntad popular en Cataluña y quela opción no sería en ningún caso entre república o monarquía «sinouna alternativa a la vida closa i indefensa de Catalunya, situació queimplica, per conseqüència, la independencia de tota la democraciaespanyola. Aquesta nova possibilitat és la d’un ordre peninsular mul-tinacional»28.

El gobierno catalán tuvo su última reunión el 22 de enero de1948. Había durado unos dos años y superó en este punto la continui-dad de los gobiernos españoles de Giral y Llopis. A partir de enton-ces, Irla —y Tarradellas— pretendieron mantener la Generalidadcomo símbolo y asegurar su presencia y su papel de referencia, a tra-vés de algunos nombramientos específicos de delegados en determi-nados países (las ‘delegaciones catalanas’, decretadas efectivamentepara América el 1 de febrero de 1950). Las tensiones internas del exi-

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——————26 Lo constituían personalidades intelectuales representativas de diversas corrien-

tes y partidos, con dominio de ERC, y con la presencia asimismo del PSUC; sería am-pliado con Unió de Rabassaires, Estat Català y, no sin problemas, con el recién crea-do MSC, que había surgido de la reconstitución del socialismo moderado catalanista,desgajado del PSUC.

27 La Humanitat, Montpellier, núm. 24, septiembre de 1945.28 La Humanitat, Montpellier, núm. 34, 19 de enero de 1946.

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lio y en especial dentro de ERC, llevarían finalmente, en un comple-jo y polémico proceso29 a la dimisión en mayo de 1954 de Irla comopresidente de la Generalidad y su substitución por Josep Tarradellasel 5 de agosto del mismo año. A partir de entonces se impuso en laactuación oficial de las instituciones de la Generalidad en el exilio lapolítica de Tarradellas, que no iba a querer en ningún caso la creaciónde un gobierno autónomo ni la actuación del Parlament, asumiendo,muy personalmente, el mantenimiento y la presencia simbólica y re-presentativa de la Generalidad. Terradellas no tuvo tampoco demasia-do interés en mantener un apoyo explícito y regular a los gobiernosrepublicanos en el exilio, que, cada vez más, le parecían ineficaces ypolíticamente poco representativos.

Esta posición legalista republicana, incluso con sus ambigüeda-des y afirmaciones revisionistas, no fue la única del exilio y de laoposición política catalana antifranquista. Ya Companys (en circuns-tancias ciertamente muy difíciles y quizás de coyuntura) había abier-to la puerta a una ‘superación’ de las instituciones republicanas alcrear en 1939 un Consejo Nacional de Cataluña, con personalidades,sin contar con su propio gobierno. Posteriormente, se constituiría enLondres, en 1940 y animado por Carles Pi i Sunyer y Josep M. Batis-ta i Roca, un nuevo el Consell Nacional de Catalunya. Aquel CNCencabezó las argumentaciones acerca de la ‘superación’ de la Segun-da República y el Estatuto de Autonomía, aunque Pi i Sunyer nuncadejó de reconocer la legitimidad de las instituciones de la Generali-dad. En una declaración política, el 24 de agosto de 1944, el Consellpropugnaba la federación de los países catalanes dentro de una futu-ra Confederación Ibérica. En 1945, aceptando la autoridad de Irla ysu gobierno, se autodisolvió.

Las relaciones del exterior con el interior fueron difíciles y gene-ralmente conflictivas, tanto en España como en Cataluña. Una prime-ra expresión de voluntad de combate y lucha forzosamente resistentey armada fue el Front Nacional de Catalunya (FNC) que reunió diver-sos sectores nacionalistas en 1940. También podrían contemplarse enesta dirección las actuaciones de diversos grupos del PSUC, implica-dos en las estrategias de la Unión Nacional —y su política de alian-zas con las fuerzas catalanistas— y la lucha guerrillera. Ahora bien,con mayores repercusiones políticas, en el interior, hubo una línea deactuación autónoma, con una significación parecida a la del ConsellNacional de Catalunya de Londres. La situación cambiante de 1944-

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——————29 El proceso se vio mediatizado sobre todo por la pretensión de Serra Moret, lí-

der del MSC, de sustituir a Rovira Virgili, muerto en diciembre de 1949, como presi-dente en funciones del Parlamento catalán, dado que era el vicepresidente 2.º del mis-mo, a lo que se opusieron Tarradellas y la mayoría de ERC.

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1945 estaba generando algunas iniciativas contradictorias. Así, si el 6de enero de 1945 en París, UDC, ACR, ERC y EC habían firmado unmanifiesto de Solidaritat Catalana, que defendía la restauración de laRepública de 1931 y el Estatuto de Autonomía de 1932, en mayo delmismo año, los mismos grupos en el interior, junto a otras organiza-ciones sindicales y políticas obreras (Unió de Rabassaires, CNT-ML,POUM, PSOE, JJSS, UGT ) se adhirieron a la ANFD de Madrid, queno hablaba sino de ‘restablecer el orden republicano’, sin ninguna re-ferencia a la autonomía catalana. Frente a esta situación, Josep Pous iPagès, inicialmente con el beneplácito de la dirección de ERC y Ta-rradellas, logró a finales de julio de 1945 la creación de una Aliançade Partits Republicans Catalans (APRC). Ahora bien, ante la consti-tución del gobierno Giral, Pous i Pages se apresuró a criticar el fácilapoyo dado por ERC del exilio al mismo y pidió una solución defini-tiva a la cuestión de las autonomías a través de una política de enten-dimiento con los partidos nacionalistas de Galicia y Euskadi y unaestructuración federal del Estado.

El enfrentamiento se agudizó al formarse el gobierno Irla en no-viembre. Ante la vuelta al legalismo constitucionalista de Pi i Sunyery la inevitable disolución del Consell Nacional de Catalunya de Lon-dres, Pous se lanzó a la ampliación de su alianza y, pese a las presio-nes y reticencias del exilio oficial, creó en Barcelona el Consell Na-cional de la Democràcia Catalana (CN de la DC) a principios dediciembre de 1945. Lo constituían los partidos de la APRC más la or-ganización activista Front Nacional de Catalunya —y el Front Uni-versitari de Catalunya— y Moviment Socialista de Catalunya (MSC),así como el denominado Front de la Llibertat —que reunía gente delPOUM. La intención era incorporar también las grandes centralessindicales —tanto la CNT como la UGT— y el mismo PSUC, siem-pre que no pusiera condiciones de exclusión. El CN de la DC se man-tuvo hasta 1952, cuando murió Pous i Pagès. No ponía en cuestión lafigura representativa de Irla como presidente de la Generalidad, perose atribuía toda la autoridad en la dirección de la oposición y luchaantifranquista en el interior, y defendía la futura constitución de ungobierno provisional catalán, tras el derrocamiento de Franco, quedebería surgir de las fuerzas del propio CN de la DC. Así mismo, senegaba la simple restauración del Parlamento catalán, y apostaba poruna nueva asamblea consultiva, que ayudase a aquel gobierno catalánen una etapa constituyente para la proclamación de una III Repúblicaespañola, que fuera claramente federal.

Sin duda, esta nítida oposición del interior al gobierno Irla, deja-ba a éste en un papel delicado, con el único apoyo de la ERC, gruposde Lliga Catalana y el PSUC, dado que el MSC aparecía por aqueltiempo totalmente abocado a las tesis de la CP de la DC. De todas

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formas, el cambio de coyuntura y el fracaso de la operación monár-quica (Ley de sucesión votada el julio de 1947, entrevista Franco-Don Juan), impuso también en Cataluña un fuerte retroceso del am-biente y la dinámica política de la oposición, a la espera de larenovación, con otros parámetros, de los años cincuenta y, muchomás aún, los sesenta, cuando, cada vez más, el referente republicanode 1931 parecía lejano y, a menudo, sólo retórico.

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CAPÍTULO 13

El problema vasco entre los pactosde San Sebastián y Santoña (1930-1937)

JOSÉ LUIS DE LA GRANJA SAINZ

Universidad del País Vasco

El denominado problema vasco es una de las principales mani-festaciones de la cuestión nacional en la España contemporánea. Sien los tres últimos decenios se ha convertido en el problema territo-rial más grave, no lo fue así históricamente pues durante la monar-quía de Alfonso XIII y la II República la cuestión catalana fue muchomás importante que la vasca, que marchaba a remolque de aquélla.Así lo prueba el hecho de que el primer Estatuto de Autonomía deCataluña fuese aprobado en 1932, cuatro años antes que el de Euska-di, el cual no entró en vigor hasta la Guerra Civil.

El problema vasco no es un problema metafísico sino histórico yno tiene su origen en la noche de los tiempos, como pretendió Sabi-no Arana y en la actualidad sostiene el nacionalismo radical, sino enel siglo XIX. Entonces se llamó la cuestión vascongada, que consistióen la dificultad de compaginar los Fueros con la Constitución, deacoplar el viejo régimen foral vasco al nuevo régimen liberal español,tal como requería la ley de 1839 tras el final de la primera guerra car-lista. Esta integración se produjo en Navarra con la mal llamada leypaccionada de 1841, que suprimió el Viejo Reino y dio lugar a unanueva foralidad; de ahí que no hubiese un problema navarro en el si-glo XIX. En cambio, las Provincias Vascongadas no llegaron a unacuerdo definitivo con la monarquía liberal y esto se agravó por la in-terferencia de la causa foral con la última guerra carlista de 1872-

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1876. Ésta trajo como consecuencia la ley de Cánovas del Castilloque puso fin a los Fueros en 1876-1877. Pero al año siguiente Cáno-vas compensó al País Vasco con la aprobación del Concierto econó-mico, que suponía una generosa autonomía fiscal y administrativa ycontribuyó a su inserción en la Restauración (1875-1923).

Durante este régimen monárquico, en la última década del sigloXIX, como reacción a las consecuencias de la abolición foral y de laintensa revolución industrial vizcaína, surgió el nacionalismo vascopor obra de Sabino Arana (1865-1903). Su ideología radical e inde-pendentista le enfrentaba a España por considerarla el Estado que ha-bía conquistado Euskadi en el siglo XIX. Aunque el fundador delPNV (1895) moderó sus planteamientos políticos al final de su viday desde principios del siglo XX el PNV optó por seguir una vía auto-nómica, el nacionalismo vasco nunca asumió ésta como su meta nirenunció expresamente a la independencia de Euskadi, si bien la so-lía camuflar bajo la ambigua fórmula de la restauración foral, su metaoficial desde su manifiesto tradicional de 1906, que estuvo vigentehasta la transición. Por ello, a lo largo del siglo XX el problema vas-co consistió en la dificultad de integrar a su movimiento nacionalistaen el Estado español, incluso en períodos democráticos como la IIRepública y la monarquía actual, al no conformarse con los Estatutosde Autonomía y aspirar a la soberanía plena de Euskadi.

Ahora bien, el problema vasco tiene no sólo esta vertiente exter-na, que afecta a las relaciones entre Euskadi y el conjunto de España,sino también una vertiente interna, que se concreta en la falta de con-vivencia pacífica entre los propios vascos, cuya máxima expresiónhan sido las guerras civiles de los siglos XIX y XX y el terrorismo deETA. Ambas facetas de dicho problema se perciben durante la II Re-pública, que intentó solucionarlo por medio de la autonomía, trunca-da por el resultado de la Guerra Civil.

EL PROBLEMA VASCO EN LA REPÚBLICA:CONFLICTIVIDAD Y PLURALISMO

La II República española nació en el País Vasco, no sólo porquefue proclamada en Eibar (Guipúzcoa) en la mañana del 14 de abril de1931, horas antes que en Barcelona y Madrid, sino sobre todo porquese gestó en el famoso Pacto de San Sebastián el 17 de agosto de 1930.Sin embargo, aun siendo recibida entre manifestaciones de júbilo enlas ciudades vascas, Euskadi fue un importante foco de conflicto parael nuevo régimen, en especial hasta la revolución de octubre de 1934,debido a que la mayoría de la sociedad vasca no era republicana. Asíse demostró en las elecciones a Cortes Constituyentes de 1931, en las

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cuales la coalición de derechas (PNV, carlistas y católicos indepen-dientes) venció al Bloque republicano-socialista, siendo la única re-gión de España donde fueron derrotadas las fuerzas que habían traí-do la República.

A su advenimiento habían contribuido los catalanistas, pero nolos nacionalistas vascos, que estuvieron ausentes del Pacto de SanSebastián. Y, aunque el mismo 14 de abril el PNV manifestó su aca-tamiento a la República, queriendo que fuese federal o mejor confe-deral, en seguida se enfrentó a ella por la cuestión religiosa y se aliócon su mayor enemigo, el carlismo, en defensa de un Estatuto cleri-cal y antirrepublicano como fue el aprobado en la Asamblea de Este-lla (Navarra) en junio de 1931. Durante este año el PNV actuó comoun partido antisistema, según prueban sus continuos choques con elGobierno provisional, su retirada de las Cortes con otros diputadoscatólicos en protesta por el texto constitucional en materia religiosa ysu rechazo de la Constitución republicana.

La gran conflictividad existente en Euskadi en los primeros añosde la República se debió a la confluencia de diversas causas políticas,religiosas y socioeconómicas, que incidían en las principales líneasde ruptura que dividían a las fuerzas políticas vascas. Dichos cleava-ges fueron cuatro: la forma de gobierno (monarquía o república), lacuestión social (reacción, reforma o revolución), el problema religio-so (clericalismo o laicismo) y la cuestión regional (centralismo o au-tonomía). En todos ellos divergían absolutamente las derechas católi-cas de las izquierdas republicanas, mientras que el PNV evolucionódesde su alianza con las derechas por la religión en 1931 hasta suaproximación a las izquierdas por el Estatuto en 1936, ubicándose enel centro del espectro político vasco desde las elecciones de 1933.Las dos cuestiones claves de Euskadi en la República fueron la reli-giosa y la autonómica, unidas estrechamente en 1931 y separadasdespués. La primera fue decisiva en la bipolarización que se dio en1931; la segunda fue el factor fundamental del posicionamiento prorepublicano del PNV en la Guerra Civil, cuando pactó con el FrentePopular para lograr el Estatuto.

Así pues, la conflictividad vasca fue mucho más de índole políti-co-religiosa que socioeconómica. Ésta última estuvo motivada por ladepresión económica mundial, que afectó sobre todo a la industriavizcaína (la siderometalurgia y la minería) y provocó un considerableaumento del paro obrero. Pese a ello, durante el primer bienio repu-blicano, con el PSOE en el gobierno y siendo ministro IndalecioPrieto, el líder del socialismo vasco, la conflictividad obrera fue de-creciente en Vizcaya por el predominio de los sindicatos reformistas,la socialista UGT y la nacionalista Solidaridad de Trabajadores Vas-cos (STV), que se disputaban la hegemonía, y por la debilidad de los

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sindicatos revolucionarios, la anarquista CNT y la central comunista,cuyas huelgas no tuvieron éxito. Si la conflictividad aumentó en1934, no fue por factores económicos (la crisis y el paro disminuye-ron), sino por motivos políticos: la radicalización del socialismo es-pañol por su salida del gobierno y su derrota electoral (19-XI-1933),que culminó en la revolución de octubre de 1934. Ésta tuvo su tercerfoco en importancia, tras Asturias y Cataluña, en Vizcaya y Guipúz-coa, donde hubo cuarenta y dos muertos y más de mil quinientos pre-sos. En cambio, apenas afectó a Álava y Navarra, donde tuvo más re-percusión la conflictividad agraria: así, la huelga general decampesinos de junio de 1934 fue secundada en el campo navarro, so-bre todo en muchos pueblos de la Ribera del Ebro, de implantaciónugetista.

La especificidad vasco-navarra tenía que ver sobre todo con latrascendencia de las cuestiones autonómica y religiosa. Ésta últimaobedecía al carácter católico de los dos principales partidos de masas,cuya implantación territorial era complementaria: el PNV se convirtióen la primera fuerza política de Vizcaya y Guipúzcoa, mientras que laComunión Tradicionalista era mayoritaria en Álava y hegemónica enNavarra. Su alianza en la coalición pro Estatuto de Estella constituíaun poderoso bloque católico y antirrepublicano, que aspiraba a unConcordato con la Santa Sede para impedir la aplicación de la legisla-ción anticlerical de la República y convertir así a Euskadi y Navarra enuna especie de oasis católico dentro de una España laica. Fue el inten-to de crear un Gibraltar vaticanista, en expresión atribuida a Prieto, sumayor enemigo y el que más contribuyó al fracaso del Estatuto de Es-tella, que naufragó en las Cortes Constituyentes a finales de 1931.Pero su desaparición no terminó con la conflictividad religiosa, quecontinuó siendo grave durante todo el bienio azañista (1931-1933).

En una sociedad tan católica como la vasco-navarra, en la cualera enorme el peso de la Iglesia, la cuestión religiosa fue el principalcimiento que sustentó una mayoría política contraria a la Repúblicaen sus primeros años por la gran repercusión popular que tuvieronhechos como la quema de conventos en Madrid y otras ciudades, laexpulsión de España del obispo de Vitoria (Mateo Múgica) y del car-denal-primado de Toledo (Pedro Segura), la detención del vicario deVitoria (Justo Echeguren), la disolución de la Compañía de Jesús conla clausura de su Universidad de Deusto, la prohibición de la ense-ñanza de la religión en las escuelas, la Ley de congregaciones religio-sas y el intento de la mayoría izquierdista del Ayuntamiento de Bil-bao de demoler el gran monumento al Sagrado Corazón de Jesúserigido durante la dictadura de Primo de Rivera.

Todo esto provocó un ambiente de agitación y efervescencia po-lítico-religiosa, del cual da idea el amplio eco alcanzado por las pre-

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suntas apariciones de la Virgen a unos niños de la aldea guipuzcoanade Ezquioga en el verano de 1931. Este suceso congregó a una mu-chedumbre de católicos, tanto vascos como de otras partes de Espa-ña, se denominó la Virgen del Estatuto de Estella y fue denunciadoen las Cortes como una conspiración monárquica contra la Repúbli-ca. A pesar de que la Iglesia consideró apócrifas tales visiones, lasperegrinaciones a Ezquioga continuaron en menor medida hasta laGuerra Civil, cuando paradójicamente los franquistas acabaron conellas1.

El factor religioso fue el que más acercó al PNV a las derechas yel que más le alejó de las izquierdas en los dos primeros años del ré-gimen republicano, que resultó desacreditado por sus medidas anti-clericales ante la mayoría católica vasca. El propio Manuel Azaña,presidente del gobierno, reconoció la fuerte incidencia de dicho fac-tor en la debacle de las izquierdas en las elecciones de noviembre de1933. Esta debacle fue aún mayor en Euskadi y Navarra, donde per-dieron siete escaños y sólo consiguieron dos diputados: el mismoAzaña y Prieto, elegidos por las minorías en la circunscripción deBilbao.

La pérdida del poder llevó a las izquierdas a mitigar su anticleri-calismo, lo cual facilitó la aproximación del PNV a ellas a partir de1934 por la cuestión autonómica. Ésta fue la causa principal de laruptura del PNV con las derechas, que bloquearon ese año el Estatu-to vasco en las Cortes. Ambas fuerzas católicas rivalizaban entre sípor atraerse al numeroso electorado católico independiente, que enVizcaya y Guipúzcoa era proclive al PNV, mientras que en Álava yNavarra se decantaba más por el Bloque derechista encabezado por elcarlismo. Así pues, la unión de los católicos vasco-navarros sólo sedio en 1931 y fue imposible en los comicios de 1933 y 1936 a pesarde las presiones de la Iglesia vasca y del Vaticano. A finales de la Re-pública el enfrentamiento entre el PNV y las derechas era general.Éstas le acusaban de ser cómplice de la revolución de octubre y has-ta de concomitancias con la masonería, pero lo que más enconaba elespañolismo de las derechas era el separatismo del PNV; de ahí suoposición frontal al Estatuto, tal y como manifestaron en las Cortesdel bienio radical-cedista (1933-1935) los diputados de RenovaciónEspañola Ramiro de Maeztu y José Calvo Sotelo, quien declaró diri-giéndose a los diputados del PNV: «Entregaros el Estatuto (...) seríaun verdadero crimen de lesa patria.» En noviembre de 1935, dicho lí-der monárquico había pronunciado en un mitin en San Sebastián su

——————1 Véase el filme Visionarios de Manuel Gutiérrez Aragón, 2001, y el libro de W.

A. Christian, Las visiones de Ezkioga. La Segunda República y el Reino de Cristo,Barcelona, Ariel, 1997.

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famosa frase: «antes una España roja que una España rota». Y su úl-tima actuación parlamentaria, poco antes de su asesinato en Madriden julio de 1936, fue obstruir la aprobación del Estatuto contrapo-niéndole el Concierto económico como si fuesen incompatibles.

Precisamente, la cuestión autonómica incidió sobremanera en laintensa conflictividad política existente en Euskadi, pues fue el ejecentral de la vida política vasca durante la República al no entrar envigor el Estatuto hasta la Guerra Civil. Pero las vicisitudes por las queatravesó el lento y complejo proceso autonómico hicieron que losprotagonistas de los conflictos fuesen cambiando a lo largo del quin-quenio republicano. Así, en 1931 la línea divisoria principal enfrentóa derechas (incluido el PNV) e izquierdas según fuesen partidarias oenemigas del Estatuto de Estella. Tras su naufragio parlamentario, laelaboración de un Estatuto ajustado a la Constitución distanció alPNV del carlismo, rompiéndose su coalición por haber contribuidoéste a su fracaso en Navarra en 1932. Pero ello no trajo aparejada unaaproximación del PNV a las izquierdas, continuando su duro enfren-tamiento en 1933 no sólo por los motivos religiosos citados sino tam-bién por el retraso del proceso autonómico.

Esta situación cambió en 1934 cuando el PNV giró a la izquierdaal constatar en las Cortes la imposibilidad de sacar adelante el Esta-tuto con una mayoría derechista, que, además, atacaba la autonomíacatalana al impugnar su Ley de contratos de cultivos, declarada in-constitucional. En el tenso verano de 1934, el PNV se retiró de lasCortes en solidaridad con la Generalitat, gobernada por la EsquerraRepublicana, y se unió a las izquierdas vascas en defensa del Con-cierto económico y en contra del gobierno de Samper (Partido Radi-cal). En ese momento, la división en dos bloques enfrentados militar-mente en la Guerra Civil ya existía políticamente en el País Vasco.Pero el acercamiento del PNV a las izquierdas quedó truncado por elinmediato estallido revolucionario en octubre de 1934, ante el cual elPNV optó por permanecer neutral, pues en Euskadi no tuvo ningúncomponente de reivindicación nacional, a diferencia de Cataluña,donde el presidente Companys proclamó «el Estado Catalán de laRepública Federal Española». A lo largo de 1935 el PNV permane-ció aislado políticamente, distanciado de las izquierdas revoluciona-rias y atacado por las derechas antinacionalistas. De dicho aislamien-to salió en la primavera de 1936, tras el triunfo electoral del FrentePopular, cuando llegó a un acuerdo con éste para aprobar el Estatutovasco en las Cortes superando el obstruccionismo de las derechas.

Por tanto, la cuestión autonómica coadyuvó también a alimentarla fractura derechas/izquierdas tanto al inicio como al final de la Re-pública, pero con una diferencia sustancial: en 1931 el PNV se halla-ba situado en el campo de las derechas católicas, mientras que en

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1936 se encontraba más próximo de las izquierdas republicanas gra-cias a la evolución democrática protagonizada por la generación deJosé Antonio Aguirre y Manuel Irujo.

La suma de estos factores de conflicto y otros de menor entidad(caso de la rivalidad entre los ayuntamientos elegidos por el pueblo ylas diputaciones designadas gubernativamente) provocó una notableviolencia política en Euskadi, ejercida por los diversos grupos para-militares que tenían bastantes fuerzas políticas: así, los requetés car-listas, los mendigoizales (montañeros) nacionalistas, las milicias so-cialistas y comunistas. Los frecuentes choques armados entre ellosdejaron un reguero de muertos y heridos a lo largo de la República,sobre todo en la circunscripción de Bilbao, donde la lucha política eramás exacerbada, y en los fines de semana, cuando los partidos cele-braban sus mítines y concentraciones. De dichos grupos procedíanmuchos jóvenes voluntarios que se alistaron en los bandos beligeran-tes en 1936, tanto requetés como milicianos y gudaris (soldados na-cionalistas).

Los momentos de mayor violencia política fueron: el verano de1931, cuando se hablaba de la existencia de un clima de guerra civilen el País Vasco; la primavera de 1933, con ocasión de una visita delpresidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, a Bilbao, que fuemuy protestada por los nacionalistas; y el verano de 1934, con la re-belión de la mayoría de los ayuntamientos vascos contra las medidasfiscales del gobierno de Samper que afectaban al Concierto: el lla-mado Estatuto del vino. Dicha violencia llegó al máximo con lacruenta revolución socialista de octubre de 1934 y la dura represióngubernamental. A partir de entonces descendió de forma considera-ble hasta el estallido bélico de julio de 1936.

En los meses previos a la Guerra Civil y a diferencia de otras par-tes de España, la situación política fue bastante tranquila en Vizcayay Guipúzcoa, donde la clara mayoría nacionalista y de izquierdasbuscaba el entendimiento necesario para la aprobación del Estatuto.En cambio, la conflictividad se había trasladado a Álava y, sobretodo, Navarra, la única provincia española controlada por completopor las derechas contrarrevolucionarias. Allí el carlismo del conde deRodezno preparaba activamente el golpe militar con un sector delEjército al mando del general Mola, jefe de la Comandancia de Pam-plona y el Director de la conspiración en marcha contra la República.El fracaso de su pronunciamiento provocó la Guerra Civil.

La gran conflictividad y la violencia política existente en el PaísVasco durante los años republicanos eran manifestaciones del pluralis-mo polarizado que caracterizó su sistema de partidos. El pluralismovasco, seña de identidad de la Euskadi contemporánea, surgió en el Bil-bao de la revolución industrial a finales del siglo XIX con el triángulo

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político formado por la Unión Liberal de Víctor Chávarri, el PNV deSabino Arana y el PSOE de Facundo Perezagua, y se propagó a todaVizcaya en la crisis de la Restauración (1917-1923) cambiando susprotagonistas: el liberal Gregorio Balparda, el nacionalista Ramón dela Sota y el socialista Indalecio Prieto. Dicho triángulo se extendió alconjunto de Euskadi en la II República, cuando fue encarnado por elcarlista José Luis Oriol, diputado por Álava, el nacionalista José Anto-nio Aguirre, diputado por Vizcaya-provincia, y de nuevo el socialistaPrieto, diputado por Bilbao. Oriol y Aguirre fueron aliados en 1931 yenemigos en la guerra; todo lo contrario que Aguirre y Prieto, que mu-rieron en el exilio durante la dictadura de Franco.

Esta triangulación de la vida política vasca se consolidó en las elec-ciones de 1936 por la concurrencia de tres candidaturas: el Bloque con-trarrevolucionario (ocho diputados), el Frente Popular (siete) y, entreambos ocupando el centro político, el PNV (nueve). Tuvo un preceden-te en los comicios de 1933 en Vizcaya, la única provincia en la que elPSOE de Prieto mantuvo su alianza con los republicanos de izquierdade Azaña. En cambio, las elecciones constituyentes de 1931 no fuerontriangulares sino bipolares debido a la candente cuestión religiosa, quedividió a las fuerzas vascas en dos grandes coaliciones antagónicas: elBloque católico de Estella (quince diputados) versus el Bloque republi-cano-socialista (nueve). Así pues, la evolución política de Euskadi fuedivergente de la predominante en el resto de España durante la Repú-blica, al pasar de la bipolarización de 1931 a la triangulación de 1936gracias a la ocupación del centro por el PNV, mientras que la debacleelectoral del Partido Radical de Lerroux supuso la práctica desapari-ción del centro en las Cortes de 1936.

El carácter extremo del pluralismo vasco se constata también enla falta de consenso interno sobre las cosas más elementales que re-flejan la existencia de un país: el nombre, la bandera, el himno, lasfestividades y el territorio. El nombre de Euzkadi2, neologismo inven-tado en 1896 por Sabino Arana para definir la nación vasca basada enla raza y la religión, sólo era asumido por los nacionalistas. Las iz-quierdas republicanas, socialistas y comunistas lo empezaron a utili-zar en los años 30, sobre todo en la Guerra Civil cuando participaronen el primer gobierno vasco, conocido como el Gobierno de Euzka-di, aunque este término no figuraba en el Estatuto de 1936 (sí en elproyecto plebiscitado en 1933). Por su parte, para las derechas Euz-

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——————2 Sabino Arana y sus seguidores escribían Euzkadi (con zeta), y así dio nombre a

su revista Euzkadi (Bilbao, 1901 y 1905-1915) y al diario oficial del PNV (Bilbao,1913-1937). Pero la grafía que ha prevalecido en lengua vasca ha sido Euskadi (conese). Ésta es la que empleo en el presente artículo, salvo al citar textos de la épocaaquí estudiada.

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kadi era una entelequia de los nacionalistas, según sostuvo el escritorvitoriano Ramiro de Maeztu en las Cortes en 1934: «nosotros los ala-veses no nos hemos criado en la idea de la existencia de Euzkadi; nosabemos lo que esto significa». Además, había otros nombres muchomás antiguos y menos controvertidos que Euskadi: País Vasco o Vas-co-Navarro, Provincias Vascongadas, Vasconia y Euskalerria (hoy seescribe Euskal Herria, esto es, el país donde se habla euskera).

En cuanto a la bandera, la bicrucífera o ikurriña, diseñada por Sa-bino y Luis Arana en 1894, era la bandera del PNV. Incluso Acción Na-cionalista Vasca (ANV), escisión por la izquierda del PNV en 1930,creó su propia bandera: roja con una estrella en el centro y dentro ellauburu (símbolo vasco). Los republicanos enarbolaban la bandera es-pañola tricolor; los monárquicos y carlistas, la rojigualda; los socialis-tas y comunistas, sus banderas rojas. En 1933 el PNV acordó que laikurriña fuese «la bandera nacional de Euzkadi», en contra del parecerde su propio presidente, Luis Arana, para quien «sería crimen de lesapatria la imposición de la bicrucífera para todo Euzkadi», pues él y suhermano Sabino la habían confeccionado sólo para Vizcaya, inventán-dose Luis Arana otras enseñas para los restantes territorios vascos, quenunca cuajaron. En octubre de 1936, uno de los primeros decretos delgobierno vasco de Aguirre adoptó la ikurriña como la bandera de Euz-kadi por encarnar «la unidad vasca», dándose la paradoja de que seaprobó por iniciativa no de un consejero nacionalista sino socialista(Santiago Aznar), con el fin de identificar la marina vasca en la GuerraCivil. En el transcurso de ésta fue utilizada por los batallones del ejér-cito vasco. Proscrita por el franquismo y legalizada en la transición,hoy en día la ikurriña es el único de los símbolos inventados por Sabi-no Arana que goza de total aceptación en la sociedad vasca.

El primer gobierno vasco no asumió, en cambio, el himno de Sa-bino Arana (Euzko Abendearen Ereserkija), que sólo cantaban losmilitantes del PNV. Los demás partidos tenían sus propios himnos: elde Riego y la Marsellesa los republicanos, la Internacional los socia-listas y comunistas, el Oriamendi los carlistas... Pero el más popularde todos era el Gernikako Arbola, himno fuerista del bardo José Ma-ría Iparraguirre compuesto a mediados del siglo XIX, aunque nuncaha sido el himno oficial del País Vasco. (Actualmente lo es el de Ara-na, pero no su letra, de carácter clerical, sino tan sólo su música).

Lo mismo sucedió con las festividades: Euskadi careció (y care-ce) de una fiesta oficial. Las principales fuerzas políticas tenían suspropias conmemoraciones, a saber: el movimiento obrero se manifes-taba el Primero de Mayo desde 1890, el carlismo organizaba cada 10de marzo la fiesta de los Mártires de la Tradición desde 1896, el re-publicanismo celebraba los aniversarios del 11 de febrero y del 14 deabril, fechas de la proclamación de las dos Repúblicas españolas, y el

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nacionalismo empezó a festejar el Día de la Patria (Aberri Eguna) laPascua de Resurrección de 1932, con motivo de las bodas de oro dela revelación nacionalista de Sabino Arana en una conversación man-tenida con su hermano Luis una mañana de 1882. El PNV, presididoentonces por Luis Arana, la situó el domingo de Resurrección, dán-dole así un carácter no sólo político sino también religioso, y demos-tró su pujanza con multitudinarias concentraciones en las capitales:Bilbao en 1932, San Sebastián en 1933, Vitoria en 1934 y Pamplonaen 1935. Hoy el Aberri Eguna es la fiesta de todos los nacionalistasvascos, no compartida por los no nacionalistas.

Pero el problema más grave en la definición de Euskadi a efectosdel proceso autonómico fue la territorialidad. A diferencia de Cataluñay de Galicia, no había unanimidad a la hora de fijar el territorio de lafutura región autónoma vasca, por lo que hubo que decidir entre Esta-tutos provinciales (se elaboraron proyectos de Navarra, Álava, Guipúz-coa y la comarca vizcaína de las Encartaciones), Estatuto de las Vas-congadas o Estatuto Vasco-Navarro. En 1931-1932 se optó por esteúltimo, pero la defección de la derecha carlista y navarrista, desintere-sada de la autonomía tras la desaparición del Estatuto de Estella, hizofracasar el proyecto de las Comisiones Gestoras en Navarra. Y el nue-vo proyecto de 1933, reducido a las tres provincias vascas, fue rechaza-do por el carlismo alavés de Oriol y paralizado por las derechas en lasCortes del segundo bienio republicano esgrimiendo la cuestión deÁlava: su elevada abstención en el referéndum autonómico de 1933.Resuelta esta cuestión en 1936, el Estatuto sólo tuvo vigencia nuevemeses en Vizcaya pues, cuando por fin se aprobó en plena guerra, casitoda Álava y Guipúzcoa se encontraban ya en poder de los militares su-blevados. (Navarra tampoco entró en el Estatuto de Guernica de 1979).

Todos estos factores de división demuestran que el problema vas-co en la II República era en gran medida un problema interno debidoal desacuerdo existente entre sus fuerzas políticas sobre temas funda-mentales. De ahí que se trate de un país invertebrado y quepa hablar,parafraseando a José Ortega y Gasset, de la Euskadi invertebrada delos años 30.

UN INTENTO DE SOLUCIÓN: LA VÍA AUTONÓMICA3

La II República española fue el primer intento de dar una salida alas reivindicaciones de los nacionalismos periféricos surgidos duran-te la Restauración. Por ello, el régimen republicano no pudo ser uni-

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——————3 Entre la bibliografía básica sobre la II República en Euskadi, cabe destacar la

síntesis de J. P. Fusi, El problema vasco en la II República, Madrid, Turner, 1979

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tario, como la monarquía, pero no quiso ser federal, dada la mala ex-periencia de la I República de 1873, y optó por una tercera vía, a laque denominó en la Constitución de 1931 Estado integral, «compati-ble con la autonomía de los Municipios y las Regiones». Dicho Esta-do permitía la autonomía territorial, pero no como regla general sinocomo excepción; por eso, no fue un Estado regional sino tan sólo re-gionalizable.

En realidad, la solución republicana pretendía sobre todo resolverla cuestión catalana, candente desde principios del siglo XX y muchomás relevante entonces que el problema vasco. Además, existía elcompromiso previo, contraído por los dirigentes republicanos espa-ñoles con los catalanistas de centro-izquierda en el Pacto de San Se-bastián (17-VIII-1930), de que la instauración de la República traeríaaparejada la autonomía para Cataluña. Aun con dificultad por la obs-trucción parlamentaria de algunos grupos (los agrarios, los radicalesy destacados intelectuales como Ortega y Unamuno), el Estatuto ca-talán fue aprobado por las Cortes en septiembre de 1932 porque con-tó con bastantes factores favorables: la existencia de un gobiernopreautonómico (la Generalitat provisional de Macià), el acuerdo delas fuerzas catalanas sobre el Estatuto de Núria, su abrumador refren-do popular en 1931, la concordancia política entre la mayoría en Bar-celona (la Esquerra Republicana) y la mayoría en Madrid (las iz-quierdas republicano-socialistas), la participación de un ministrocatalanista en los gobiernos del primer bienio, la importancia de lanumerosa minoría de la Esquerra en las Cortes Constituyentes y eldecidido apoyo del presidente Manuel Azaña, quien hizo de la apro-bación del Estatuto cuestión de confianza de su gobierno en 1932.

Ni uno solo de todos estos factores se dio en el caso vasco duranteel primer bienio republicano, porque no había analogía entre Cataluña yEuskadi pese al intento de los nacionalistas vascos de imitar el ejemplocatalanista. Si Euskadi no logró su Estatuto durante los cinco años de laRepública en paz, ello obedeció a la confluencia de bastantes causas,unas externas y otras internas. Veamos de forma somera las principales.

Entre las causas externas cabe mencionar la escasa voluntad au-tonomista de los constituyentes de 1931, que no contemplaban las au-

——————(reedición ampliada: El País Vasco 1931-1937, Madrid, Biblioteca Nueva, 2002), yestas monografías: I. Estornés, La construcción de una nacionalidad vasca. El auto-nomismo de Eusko Ikaskuntza (1918-1931), San Sebastián, Eusko Ikaskuntza, 1990;J. L. de la Granja, Nacionalismo y II República en el País Vasco, Madrid, CIS/SigloXXI, 1986; R. Miralles, El socialismo vasco durante la II República, Bilbao, Univer-sidad del País Vasco, 1988; S. de Pablo, Álava y la autonomía vasca durante la Se-gunda República, Vitoria, Diputación Foral de Álava, 1985; G. Plata, La derechavasca y la crisis de la democracia española (1931-1936), Bilbao, Diputación Foral deBizkaia, 1991.

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tonomías regionales con carácter general sino como un hecho excep-cional. Así lo prueba la regulación del título I (Organización nacio-nal) de la Constitución, que establecía duros requisitos para aprobarlos Estatutos, en especial que los aceptasen en referéndum «por lomenos las dos terceras partes de los electores inscritos en el Censo dela región» (artículo 12). Teniendo en cuenta la abstención habitual enla República, tan elevado quórum era prácticamente imposible deconseguir si no se recurría a métodos fraudulentos. De hecho, graciasal uso de éstos se superó en los plebiscitos vasco de 1933 y gallegode 1936, que alcanzaron unas cifras de participación y de apoyo a susEstatutos tan elevadas que resultan increíbles (con la sola excepciónde Álava).

La aprobación de la Constitución republicana en diciembre de1931 convirtió en inconstitucionales todos los proyectos de Estatutovasco elaborados en dicho año, porque partían de una República fede-ral (o incluso confederal) que no existió. Tal era también el caso del Es-tatuto de Núria, pero los factores antes citados permitieron su reformapor las Cortes hasta hacerlo constitucional. Por el contrario, los proyec-tos vascos carecieron de todo impulso del poder central, porque nohubo ningún ministro nacionalista vasco y los pocos diputados delPNV (seis en las Cortes de 1931-1933) no tenían capacidad de coali-ción o de chantaje, pues ningún gobierno republicano dependió de susvotos para su estabilidad parlamentaria, ni tampoco en el segundo bie-nio cuando el PNV contaba con doce escaños, su máximo histórico.

Basta leer los Diarios de Manuel Azaña en la República para verel contraste entre la enorme trascendencia otorgada a la cuestión ca-talana, que requería una solución perentoria, y su nulo interés por elproblema vasco, ignorando o menospreciando a los nacionalistas: eldiputado «Leizaola es un pobre diablo, fanático y entontecido», ano-tó el 13 de octubre de 19314. Sin embargo, Azaña fue diputado en lasCortes de 1933-1935 gracias a que su amigo Prieto le incluyó en sucandidatura por Bilbao. El líder socialista Prieto fue el único ministrovasco en los gobiernos del primer bienio, pero, tras hacer fracasar elEstatuto de Estella, no impulsó el de las Comisiones Gestoras porqueno se tuvo en cuenta su recomendación: brevedad y semejanza con elde Cataluña. Cuando así se hizo en 1936, Prieto se convirtió en elprincipal artífice del Estatuto aprobado en la Guerra Civil. Con ante-rioridad, durante las Cortes del segundo bienio, contrarias a las auto-nomías, las derechas, encabezadas por la CEDA de Gil Robles, impi-dieron la aprobación del Estatuto plebiscitado con el pretexto de laescasa votación de Álava.

318 JOSÉ LUIS DE LA GRANJA SAINZ

——————4 M. Azaña, Memorias políticas y de guerra, Barcelona, Crítica, 1978, tomo I,

pág. 225.

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En ninguno de los dos bienios republicanos existió concordanciapolítica entre las mayorías vasca y española. En las elecciones de1931 Vasconia fue la única comunidad donde triunfó una coaliciónantirrepublicana como la clerical de Estella, mientras que en las de1933 los partidos mayoritarios en las Cortes, la CEDA y el PartidoRadical, no obtuvieron un solo diputado en las Vascongadas, dondeel gran vencedor fue el PNV. Tal y como se desarrolló la cuestión re-gional en la República, dicha concordancia entre el centro y la peri-feria era fundamental no sólo para aprobar el Estatuto sino tambiénpara su funcionamiento. Así lo corroboró el caso de Cataluña, cuyaautonomía tuvo graves dificultades en 1934 (conflicto por la Ley decontratos de cultivos) y fue suspendida por las Cortes radical-cedis-tas en castigo por la rebelión de la Generalitat de Companys con mo-tivo de la revolución de octubre.

Las causas internas del retraso del Estatuto vasco fueron más im-portantes que las externas. En primer lugar, el PNV, el partido más in-teresado (y en la práctica más beneficiado) por la autonomía, come-tió crasos errores en 1930 y 1931: no asistió al Pacto de SanSebastián, al desentenderse por completo de la trascendental coyun-tura de transición y cambio que vivía España durante la dictablandadel general Berenguer, y no hizo nada por instaurar la República, a laque veía con prevención por las cuestiones religiosa y social. Peromás grave aún fue su error de Estella: su alianza con una fuerza an-tirrepublicana y antidemocrática como el carlismo.

A diferencia de Cataluña, en Euskadi no hubo acuerdo sobre lainiciativa autonómica en 1931. Las derechas, que controlaban la ma-yoría de los ayuntamientos, patrocinaron el movimiento de los alcal-des, liderado por José Antonio Aguirre, alcalde de Guecho (Vizcaya),cuya culminación fue la Asamblea de municipios celebrada en Este-lla (14-VI-1931), donde se aprobó el polémico Estatuto como progra-ma electoral de la coalición entre el PNV y la Comunión Tradiciona-lista. Por su parte, las izquierdas, que ostentaban el poder en lasdiputaciones provinciales al ser de designación gubernativa, intenta-ron vehicular el proceso autonómico a través de sus Comisiones Ges-toras, cosa que no consiguieron en 1931, pero sí en 1932-1933 gra-cias a un decreto del gobierno de Azaña (8-XII-1931).

Este decreto supuso volver a empezar de nuevo el proceso estatu-tario de acuerdo con la Constitución, aprobada al día siguiente; perose tardó dos años en elaborar el proyecto de las Gestoras, aprobarlopor la mayoría de los ayuntamientos y refrendarlo por el pueblo vas-co en el plebiscito del 5 de noviembre de 1933. Dicha tardanza se de-bió a los motivos ya mencionados: los continuos y a menudo violen-tos enfrentamientos, sobre todo por la cuestión religiosa, entre lospartidos vascos y el rechazo de la mayoría de los municipios navarros

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en la Asamblea de Pamplona (19-VI-1932), que obligó a redactar unnuevo texto sin Navarra. El siguiente escollo fue la cuestión de Álavapor la oposición de su principal partido, el carlismo de Oriol, quienintentó su retirada del Estatuto para que éste fracasase definitivamen-te, estando a punto de conseguirlo en las Cortes en 1934.

En definitiva, las causas más determinantes de que no hubieseEstatuto antes de la Guerra Civil fueron la extrema división entre lasfuerzas vascas y la instrumentalización que todas ellas hicieron de laautonomía, que no era un fin sino un medio para alcanzar metas an-tagónicas. Así, para las derechas el Estatuto de Estella fue un armapara atacar a la República, desentendiéndose después u oponiéndosein crescendo a la autonomía al ser constitucional. El PNV la subordi-nó en 1931 a la defensa de la religión católica y, aun siendo su obje-tivo prioritario, la consideró siempre su programa mínimo o «un es-calón de libertad» en su larga marcha hacia la restauración foral,entendiendo por ésta la recuperación de la soberanía perdida en el si-glo XIX, conforme a la visión historicista de Sabino Arana. Las iz-quierdas apoyaban la autonomía si contribuía a consolidar la Repú-blica en Euskadi, pero no tenían entusiasmo por ella pues creían, conrazón, que beneficiaría a su gran rival, el PNV.

Los cambios acaecidos en la política vasca durante la Repúblicapermitieron por fin la aprobación del Estatuto en 1936 gracias a va-rios factores que la propiciaron. El PNV evolucionó desde sus posi-ciones integristas de 1931 hacia planteamientos demócrata-cristianosde sus diputados en las Cortes del segundo bienio. Los principales hi-tos de esta evolución fueron: la ruptura de su coalición con el carlis-mo en 1932, su ubicación en el centro político en los comicios de1933, su enfrentamiento con la derecha católica (la CEDA) y con elgobierno del Partido Radical en 1934, su primera aproximación a lasizquierdas ese mismo año y su entendimiento con el Frente Popularen la primavera de 1936, cuando su minoría parlamentaria votó aAzaña primero como jefe del gobierno y después como presidentede la República. Dicha evolución en sentido democrático fue obra dela nueva generación nacionalista liderada por los jóvenes diputadosAguirre e Irujo, que se hicieron con el control del partido en 1933 alarrumbar a la vieja guardia del integrista Luis Arana, quien dimitióese año de la presidencia del PNV. La estéril experiencia del bienionegro (1933-1935) convenció al PNV de que gobernando las dere-chas nunca conseguiría el Estatuto, el cual sólo era factible de lamano de las izquierdas, que acabó estrechando en 1936. Unos mesesantes, en el tenso debate parlamentario con Calvo Sotelo (5-XII-1935), Manuel Irujo afirmó: «Nosotros pedimos lo nuestro, lo quenos pertenece. ¿Que las derechas españolas nos lo niegan? Nosotros,con la confianza en Dios y en nuestro esfuerzo, bendeciremos la

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mano por medio de la cual nos llegue el Estatuto». Esa mano fue ladel socialista Indalecio Prieto.

Este máximo dirigente de las izquierdas vascas contribuyó deforma decisiva a que éstas asumiesen plenamente la autonomía, quefiguró en el programa electoral del Frente Popular de Euskadi, cuyoeslogan era: «¡Amnistía, Estatuto, ni un desahucio más!» Por ello seintegró en esta coalición Acción Nacionalista Vasca, el partido másestatutista en la Euskadi de la República. Tras la victoria del FrentePopular, Prieto declaró con rotundidad: «La autonomía del País Vas-co, reflejada en su Estatuto, ha de ser obra de las fuerzas de izquier-da que constituyen el Frente Popular» (28-II-1936). Su liderazgo lellevó a arrastrar detrás de sí al PSOE, que había sido más reticentecon la autonomía que los republicanos vascos. Prieto, convertido en«el hombre del Estatuto» según Irujo, también convenció al PNV dela necesidad de seguir sus criterios para facilitar su aprobación parla-mentaria: hacer un texto breve, casi reducido a la enumeración de lasfacultades autonómicas, y lo más parecido al Estatuto catalán. Así sellevó a cabo en la Comisión de Estatutos de las Cortes, presidida porel mismo Prieto y con Aguirre de secretario, lo que posibilitó su rápi-da discusión durante la primavera de 1936. En ella se dio una enten-te cordial entre ambos líderes, que habían sido duros rivales con an-terioridad, teniendo como mínimo común denominador el Estatuto,que acabó siendo en gran medida el Estatuto de Prieto y del FrentePopular.

Esta convergencia de intereses entre el PNV y las izquierdascoadyuvó a la consolidación de la República en Euskadi al integrar alprincipal partido vasco en el régimen republicano gracias a la autono-mía en ciernes. Ésta contribuyó a la tranquilidad con que se vivió enVizcaya y Guipúzcoa la primavera trágica de 1936, en flagrante con-traste con lo sucedido en los años anteriores y con la situación de Na-varra, desgajada del proceso autonómico y volcada en la estrategiainsurreccional del carlismo contra la República.

Todo esto fue posible porque la línea divisoria fundamental delsistema vasco de partidos pasó de ser la cuestión religiosa en 1931 aser la cuestión autonómica en 1936. Si aquélla fue el mayor factor dedeslegitimación de la República en Euskadi, ésta vino a legitimarlaante el nacionalismo. De esta forma el PNV pudo invertir su políticade alianzas en apenas cinco años y con ello trastocó por completo elmapa político vasco: la mayoría clerical y antirrepublicana de 1931fue sustituida por la mayoría autonomista y republicana de 1936, quesuponía dos tercios del electorado. El pluralismo vasco continuósiendo polarizado, pero la bipolarización de 1931 no tenía nada quever con la del verano de 1936; del mismo modo que el oasis católicodel Estatuto de Estella fue muy distinto del oasis vasco en la Guerra

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Civil, consecuencia de la hegemonía nacionalista en el primer gobier-no de Euskadi.

En suma, la historia de la II República demostró que la autono-mía vasca no podía hacerse en contra de las izquierdas republicano-socialistas, pero que tampoco era viable sin contar con el PNV. Portanto, era imprescindible el entendimiento entre ambas fuerzas, asícomo el predominio de las izquierdas en el poder central. La con-fluencia de ambos factores en 1936 permitió que el Estatuto vascofuese una realidad tras un dilatado y tortuoso proceso. No en vano losEstatutos aprobados necesitaron un doble consenso, tanto interno a lacomunidad que quería convertirse en región autónoma como externo:el acuerdo entre las fuerzas mayoritarias en ella y las que gobernabanen Madrid. Sin ese doble consenso era imposible la entrada en vigordel Estatuto (caso del vasco hasta 1936) y difícil su buen funciona-miento (caso del catalán en 1934).

La experiencia republicana permite establecer algunas correlacio-nes significativas: entre autonomía y nacionalismo, entre antirrepubli-canismo y antiautonomismo, entre republicanismo y autonomismo. Enla República hubo Estatutos únicamente en las dos comunidades don-de existían potentes movimientos nacionalistas: Cataluña y Euskadi,que disponían de sistemas de partidos propios, muy diferentes del es-pañol, por la hegemonía de los partidos catalanistas (la Esquerra deMacià y Companys y la Lliga de Cambó) y por el fuerte arraigo delPNV. El galleguismo, debido a su debilidad política, no logró aprobarel Estatuto gallego, que sólo fue plebiscitado en vísperas de la guerragracias al apoyo del Frente Popular. Casi todas las fuerzas nacionalis-tas catalanas y vascas promovieron sus respectivos Estatutos, aunqueno fuesen su meta, hasta el punto de que sin su constante impulso nohubiese habido ninguna autonomía y la II República hubiese sido unEstado unitario.

Asimismo, resulta evidente que las autonomías eran capitalizadaspor los nacionalismos. He aquí un buen ejemplo: el PNV consiguióel mayor número de diputados en toda su historia en las eleccionesdel 19 de noviembre de 1933 (doce escaños), celebradas justo dos se-manas después del referéndum autonómico, en el cual volcó el censoen Guipúzcoa y Vizcaya para superar con creces el exorbitante quó-rum constitucional de los dos tercios: los votos favorables alcanzaronel ochenta y cuatro por ciento de los electores vascos a pesar de laelevada abstención de los alaveses, propugnada por el carlismo deOriol, y de las reticencias de las izquierdas de Prieto, que intentaronsin éxito posponer el referéndum a después de los comicios. Este fac-tor autonómico posibilitó al PNV derrotar por primera y única vez aPrieto en su feudo de Bilbao, y eso que el dirigente del PSOE mantu-vo la coalición con los republicanos y llevó en su lista al ex presiden-

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te Azaña, al ex ministro radical-socialista Marcelino Domingo y al exdiputado socialista Julián Zugazagoitia, quienes encarnaban la obragubernamental del primer bienio republicano.

En el caso de las derechas, tras su adhesión instrumental al Es-tatuto de Estella, desde 1932 su antirrepublicanismo y su antiauto-nomismo marcharon juntos al ser enemigas no sólo de la Repúblicasino también de las autonomías, porque emanaban de la Constitu-ción de 1931 y las identificaban con el gobierno de Azaña, el artí-fice del Estatuto de Cataluña. Contra todo ello combatieron prime-ro por medios políticos en las urnas y las Cortes y después con lasarmas en la guerra.

La relación entre republicanismo y autonomismo se dio de formamenos tajante en las izquierdas vascas, mucho más republicanas queautonomistas. En general, su apoyo al Estatuto no tuvo el entusiasmode los nacionalistas, salvo algunos republicanos vasquistas que eranfervientes partidarios del mismo. Pero otros republicanos y socialis-tas fueron contrarios a él y contribuyeron a su fracaso en Navarra en1932.

La correlación positiva entre República y autonomía fue patenteen 1936, cuando convergieron los mayores defensores de la Repúbli-ca (las izquierdas) con los mayores promotores del Estatuto (los na-cionalistas). Entonces la consolidación del régimen republicano y laaprobación del Estatuto ya no eran objetivos incompatibles sino com-plementarios. Esto permitió el pacto entre el Frente Popular de Prie-to y el PNV de Aguirre, que culminó en los inicios de la Guerra Ci-vil. En el transcurso de ésta, la República española y la autonomíavasca se unieron inexorablemente, porque los generales sublevadosatacaban ambas y su victoria militar implicaba la desaparición tantodel régimen republicano como de las autonomías regionales al ser in-compatibles con su concepción centralista de España. Por eso, el Es-tatuto nació y pereció en la Euskadi republicana y nacionalista (1936-1937).

UNA AUTONOMÍA IN EXTREMIS:EL ESTATUTO VASCO EN LA GUERRA CIVIL5

No se puede entender la Guerra Civil en Euskadi sin tener encuenta lo que he denominado la clave autonómica. Ésta fue decisivaen el posicionamiento pro republicano del PNV ante el golpe militar

——————5 Entre la bibliografía básica sobre la Guerra Civil en Euskadi, cabe mencionar

estos libros: C. Garitaonandia y J. L. de la Granja (eds.), La Guerra Civil en el País -

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del 18 de julio y en la naturaleza de la contienda en Euskadi, que fuemuy diferente antes y después de la aprobación del Estatuto el 1 de oc-tubre de 1936, hasta el punto de distinguirse claramente dos fases: lapreautonómica del verano de 1936 y la autonómica, que transcurre des-de la formación del gobierno de Aguirre el 7 de octubre del mismo añohasta la toma de Bilbao por el ejército de Franco el 19 de junio de 1937.

Al producirse la sublevación, el PNV hubiese preferido mante-nerse neutral, como había hecho en abril de 1931 y en octubre de1934, pero la neutralidad era imposible en julio de 1936, cuando elfallido pronunciamiento se transformó en seguida en una guerra civil,que se desarrollaba en el territorio vasco-navarro pues el generalMola y los requetés controlaban Navarra y casi toda Álava desde el19 de julio. Esa misma mañana, tras largas deliberaciones en una ten-sa noche en blanco, los dirigentes del PNV tomaron la decisión mástrascendental de su historia, que publicó su diario oficial Euzkadi deBilbao: «el Partido Nacionalista Vasco declara (...) que, planteada lalucha entre la ciudadanía y el fascismo, entre la República y la Mo-narquía, sus principios le llevan indeclinablemente a caer del lado dela ciudadanía y la República». Este acuerdo fue adoptado sin muchoentusiasmo, según reconoció el presidente del partido en Vizcaya,Juan Ajuriaguerra, quien explicó los motivos fundamentales de su«apoyo al gobierno republicano»6:

A medida que avanzaba la noche, algo iba quedando bien cla-ro: el alzamiento militar lo había organizado la oligarquía dere-chista cuyo eslogan era la unidad, una agresiva unidad españolaapuntada hacia nosotros. La derecha se oponía ferozmente a cual-quier estatuto de autonomía para el País Vasco. Por otro lado, elgobierno legal nos lo había prometido y sabíamos que acabaría-mos consiguiéndolo.

Así pues, en 1936, al contrario de 1931, la cuestión autonómicaprevaleció sobre la religiosa en la dirección del PNV, que antepusosus sentimientos nacionales a sus convicciones religiosas, el principalpunto en común que tenía con las fuerzas sublevadas. Pero no todoslos nacionalistas aceptaron su decisión de apoyar a la República, quefue la prueba de fuego de la evolución democrática del PNV, y algu-

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——————Vasco cincuenta años después, Bilbao, Universidad del País Vasco, 1987; J. M. Goñi,La Guerra Civil en el País Vasco: una guerra entre católicos, Vitoria, ESET, 1989;J. L. de la Granja, El Estatuto vasco de 1936, Oñati, IVAP, 1988, y República y Gue-rra Civil en Euskadi, Oñati, IVAP, 1990; F. Meer, El Partido Nacionalista Vascoante la Guerra de España (1936-1937), Pamplona, EUNSA, 1992; J. Ugarte, La nue-va Covadonga insurgente. Orígenes sociales y culturales de la sublevación de 1936en Navarra y el País Vasco, Madrid, Biblioteca Nueva, 1998.

6 Testimonio publicado por R. Fraser, Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Histo-ria oral de la guerra civil española, Barcelona, Crítica, 1979, tomo I, pág. 66.

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nos contemporizaron con los alzados o incluso se alistaron con los re-quetés, sobre todo en Álava y Navarra, pero también en Guipúzcoa.

La falta de entusiasmo del PNV en el verano de 1936 obedecía amotivos políticos: el Estatuto no había sido aún aprobado por las Cor-tes, en Vizcaya y Guipúzcoa el poder se hallaba en manos de las iz-quierdas, que dominaron las Juntas de Defensa y protagonizaron unproceso revolucionario, siendo asesinados centenares de presos dere-chistas ante la impotencia del PNV. También había motivos de índo-le religiosa: en la zona republicana se desencadenó una cruenta per-secución a la Iglesia y los obispos de Vitoria (Mateo Múgica) yPamplona (Marcelino Olaechea) tacharon de ilícita y monstruosa launión de los nacionalistas vascos católicos con las izquierdas contralos carlistas y demás católicos españoles en su pastoral Non licet del6 de agosto. Tras consultar a varios sacerdotes vascos, el PNV man-tuvo su postura pro republicana. Pero esos factores hicieron que no seinvolucrase de lleno en los dos primeros meses de la Guerra Civil, enlos cuales la actuación del PNV se caracterizó por su marginalidadpolítica en las Juntas de Defensa y su pasividad militar en la campa-ña de Guipúzcoa, provincia conquistada por el ejército de Mola enseptiembre de 1936.

Entonces, al ofrecerle el jefe del gobierno, el socialista LargoCaballero, un ministerio, el PNV consumó su pacto político y militarcon el Frente Popular mediante tres acontecimientos históricos quecambiaron de forma sustancial el curso de la contienda en Euskadi: elingreso de Manuel Irujo como ministro sin cartera en el gabinete re-publicano, la inmediata aprobación del Estatuto por las Cortes y laformación del primer gobierno vasco, de coalición PNV/Frente Po-pular, bajo la presidencia de José Antonio Aguirre. Si esto último fuela principal consecuencia de la entrada en vigor del Estatuto, a su vezésta fue la condición sine qua non puesta por el PNV para permitirque su diputado Irujo fuese ministro de un gobierno español, hechoexcepcional en toda su historia al ser el único ministro del PNV (vol-vió a serlo en el exilio). Tan extraordinario era que su diario Euzkadini dio la noticia, ni publicó las importantes declaraciones de Irujo ensu toma de posesión, resaltadas por la prensa de Madrid (25 y 26-IX-1936). Tal ocultación podía deberse en parte al temor de la direccióndel PNV a posibles defecciones en sus filas. La única significativaque se produjo fue la baja de Luis Arana en protesta por que Irujofuese «ministro a cambio de la triste concesión en momentos críticospara el gobierno hispano, de un mísero Estatuto». El hermano delfundador del nacionalismo vasco opinaba que la Guerra Civil era «unproblema netamente hispano» y que la única obligación del PNV eramantener el orden en Euskadi sin inmiscuirse en un conflicto entreespañoles. Pero su marginación política hizo que no tuviese seguido-

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res y hasta los nacionalistas más radicales e independentistas del gru-po Jagi-Jagi, escindido del PNV en 1934, combatieron en la guerra.

La importancia del Estatuto de 1936 fue enorme, no tanto por suletra, pues fue un Estatuto de mínimos (el País Vasco se constituía en«región autónoma dentro del Estado español»), cuanto por su aplica-ción práctica por el gobierno de Aguirre, que lo transformó en unaautonomía de máximos y convirtió de hecho a Euskadi en un Estadovasco semi-independiente por la coyuntura bélica (el aislamiento delFrente Norte) y por el deseo del PNV de construir un Estado con to-dos sus atributos y numerosos organismos pese a su corta vida, segúnse constata en el voluminoso Diario Oficial del País Vasco (1936-1937).

Sin embargo, la trascendencia histórica de dicho Estatuto fue aúnmayor: su aprobación representó el nacimiento de Euskadi como en-tidad jurídico-política, pues con anterioridad nunca había existidoinstitucionalmente. En efecto, hasta la República Euskadi había sidoun proyecto político del nacionalismo vasco. Para hacerse realidadprecisaba del Estatuto de Autonomía, porque, como señaló el propioIrujo ya en 1931, «la existencia del Estatuto es tanto como la existen-cia de Euzkadi» al suponer «el reconocimiento de nuestra personali-dad ante España y ante el mundo».

Por tanto, en octubre de 1936 Euskadi nació como consecuenciade la alianza entre el PNV y el Frente Popular, quedando excluidaslas derechas, que se habían opuesto al Estatuto y se habían sumado alalzamiento militar contra la República. Así lo admitió uno de sus di-rigentes, José María de Areilza, alcalde franquista de Bilbao en plenaguerra, para quien «esa horrible pesadilla siniestra y atroz que se lla-maba Euzkadi (...) era una resultante del socialismo prietista, de unlado, y de la imbecilidad vizcaitarra, por otro». Dejando aparte los in-sultos, era cierto que Euskadi fue fruto del pacto entre el PSOE dePrieto y el PNV de Irujo y Aguirre, los partidos mayoritarios en Viz-caya, la única provincia vasca donde tuvo vigencia la autonomía du-rante apenas nueve meses. Dichos líderes políticos fueron los padresde la efímera Euskadi de 1936-1937: Prieto fue el artífice del Estatu-to; Irujo, el ministro del Estatuto, y Aguirre, el primer lehendakari.Su gobierno provisional fue fiel reflejo de ese pacto al contar concuatro consejeros nacionalistas y tres socialistas, además de dos repu-blicanos, un comunista y uno de ANV.

La mayoría de carteras del Frente Popular no impidió que el pri-mer gobierno vasco fuese de hegemonía del PNV, porque este par-tido desempeñó las principales Consejerías (Defensa, Justicia yCultura, Gobernación y Hacienda) y porque fue un ejecutivo presi-dencialista debido al carisma de Aguirre y a la concentración de po-deres en su persona al ser también el consejero de Defensa: como tal

326 JOSÉ LUIS DE LA GRANJA SAINZ

Page 324: Memoria de la II República

asumió el mando político e incluso militar del ejército vasco. Ya ladeclaración gubernamental, leída por Aguirre en Guernica el 7 de oc-tubre de 1936, dejó patente que la hegemonía había pasado de las iz-quierdas al PNV al hacer hincapié en la libertad religiosa, el mante-nimiento inexorable del orden público, la creación de la Policía Foraly la salvaguarda de «las características nacionales del pueblo vasco»,fomentando el uso del euskera en la enseñanza. Se trataba de un pro-grama moderado, nada revolucionario.

Por todo ello, la etapa del gobierno vasco fue francamente distin-ta de la etapa anterior de las Juntas de Defensa, pues acentuó la natu-raleza singular de la contienda en Euskadi, la única comunidad don-de se trató de una guerra civil entre católicos al enfrentar a losnacionalistas con los carlistas, los antiguos aliados de la coalición deEstella. Desde octubre de 1936, frente a la nueva Covadonga insur-gente encarnada por la Navarra de los requetés, cabe hablar del oasisde la pequeña Euskadi autónoma, circunscrita a Vizcaya, por la con-currencia de hechos diferenciales tan significativos, con respecto alresto de la España republicana, como los siguientes: el respeto a laIglesia, colaborando el clero afín al nacionalismo con el gobierno deAguirre; la ausencia de revolución social al no haber colectivizacio-nes agrarias ni industriales, manteniéndose la propiedad privada delas grandes empresas y los bancos, si bien bajo control gubernamen-tal; la pervivencia del pluralismo, limitado por la proscripción de lasderechas, pero mayor que en las dos zonas beligerantes al abarcardesde los nacionalistas católicos del PNV y STV hasta los anarquis-tas de la CNT, pasando por los cinco partidos integrantes del FrentePopular de Euskadi, según corrobora la copiosa y plural prensa deBilbao; y la actuación mesurada de la justicia, aun siendo el TribunalPopular de Euskadi un tribunal de excepción, unida a la humaniza-ción de la guerra por parte del gobierno vasco.

De todos modos, al resaltar la existencia de este pequeño oasisvasco no hay que incurrir en el error de su idealización, tal y comohizo el corresponsal de guerra de The Times, George Steer, en su li-bro The tree of Gernika (1938)7. Así, bajo la jurisdicción del go-bierno autónomo se produjo un hecho tan grave como el asalto a lascárceles de Bilbao por la muchedumbre enfervorizada por un bom-bardeo aéreo, con el trágico desenlace de 224 presos derechistas ase-sinados (4-I-1937). Entre ellos había trece sacerdotes, mucho menosrecordados por la historiografía que los dieciséis clérigos fusiladospor los militares franquistas en el País Vasco por considerarlos nacio-nalistas.

——————7 G. L. Steer, El árbol de Guernica, Madrid, Felmar, 1978.

EL PROBLEMA VASCO ENTRE LOS PACTOS DE SAN SEBASTIÁN Y SANTOÑA 327

Page 325: Memoria de la II República

Por otro lado, la producción de la importante industria vizcaínacayó en picado durante el primer año de guerra. Todo lo contrario su-cedió a partir del verano de 1937, cuando pasó intacta a manos de laEspaña de Franco, porque el gobierno vasco se negó a destruir los al-tos hornos desobedeciendo la orden de volarlos dada por Prieto, mi-nistro de Defensa Nacional del gobierno de Negrín.

El ejecutivo de Aguirre actuó bien cohesionado, a pesar de su he-terogeneidad ideológica, y no padeció ninguna crisis durante su eta-pa de Vizcaya. Pero no contó entre sus miembros con ningún dirigen-te de la CNT, a diferencia de los gobiernos de Largo Caballero y deCompanys, porque el PNV se negó a ello por el mal recuerdo queguardaba de los desmanes cometidos por los anarquistas en Guipúz-coa en el proceso revolucionario del verano de 1936. Por ello, la dé-bil CNT vasca constituyó la única oposición al gobierno de Aguirre,cuya censura de prensa afectó sobre todo a las críticas de la prensaanarquista a su gestión.

Este efímero oasis desapareció con la ofensiva del ejército deMola sobre Vizcaya en la primavera de 1937. Sus hitos principalesfueron la destrucción de Guernica por el bombardeo de la LegiónCóndor, que proporcionó amplia repercusión internacional al contro-vertido caso de los católicos vascos, y la conquista de Bilbao por lasBrigadas de Navarra, que acabó con el Estatuto y el Estado vasco.Perdido éste, algunos batallones nacionalistas se entregaron en Bil-bao y Baracaldo a finales de junio de 1937 y los demás se rindierondos meses después a las tropas italianas al servicio de Franco en el fa-llido Pacto de Santoña (Cantabria), que fue una capitulación militar,negociado por el canónigo Onaindía y Ajuriaguerra, el hombre fuer-te del PNV.

Esto suponía una traición a la República, pero encajaba en la es-trategia del PNV durante la guerra, en la cual sólo se volcó política ymilitarmente desde que logró el Estatuto. Sin éste y sin territorio pro-pio por el que luchar, la Guerra Civil carecía de sentido para la mayo-ría del PNV, que optó por el desistimiento. Así lo vaticinó el presiden-te Azaña cuando escribió en su Diario el 31 de mayo de 19378:

Caído Bilbao es verosímil que los nacionalistas arrojen las ar-mas, cuando no se pasen al enemigo. Los nacionalistas no se batenpor la causa de la República ni por la causa de España, a la queaborrecen, sino por su autonomía y semiindependencia.

No todos los nacionalistas vascos se rindieron en Santoña. Otroscontinuaron la lucha en Cataluña al lado de la Generalitat de Com-

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——————8 M. Azaña, Memorias políticas y de guerra, ob. cit., tomo II, pág. 62.

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panys, en especial el lehendakari Aguirre e Irujo, ministro de Negríndesde mayo de 1937 hasta agosto de 1938. Pero, recién terminada laGuerra Civil el 1 de abril de 1939, ambos líderes del PNV, aun sien-do los más pro republicanos, se desmarcaron de la República españo-la en el exilio y adoptaron una estrategia independentista durante losaños de la II Guerra Mundial.

MEMORIA Y DESMEMORIA DE LA REPÚBLICA EN EUSKADI

El problema vasco no fue resuelto por la II República, pero éstalo había encauzado, con más dificultad que la cuestión catalana, porla vía autonómica, asumida por el PNV y las izquierdas y rechazadapor las derechas. La victoria militar de éstas truncó dicho intento desolución de un problema complejo. Con la conquista de Bilbao, la ca-pital del pequeño Estado vasco, murieron el Estatuto de 1936 y elConcierto económico de Vizcaya y Guipúzcoa (decreto-ley de Fran-co, 23-VI-1937). Y también se extinguió el pluralismo político, so-cial y cultural que se había desarrollado en el País Vasco a lo largo deseis decenios (1876-1936).

La dictadura franquista persiguió con dureza a las izquierdas y alnacionalismo, pero no acabó con el problema vasco, sino todo lo con-trario: su represión contribuyó a agravarlo enormemente, pues creó elcaldo de cultivo en el que surgió ETA en 1959. Esta organización noenlazó con el nacionalismo democrático sino con el más radical e in-dependentista de la preguerra, pero con una diferencia sustancial:este último no había ejercido la violencia contra la dictadura de Pri-mo de Rivera.

Pese a su breve existencia, la Euskadi autónoma de 1936-1937fue un hito histórico de gran valor simbólico para la posteridad, puestuvo continuidad con el gobierno vasco en el largo exilio, presididopor José Antonio Aguirre (1936-1960) y Jesús María Leizaola (1960-1979), que no desapareció hasta la aprobación del Estatuto de Guer-nica.

Durante la transición democrática, la memoria de la Repúblicafue tenida en cuenta por los dirigentes del PNV, tanto los viejos su-pervivientes de la generación de 1936 (Irujo, Ajuriaguerra, Leizao-la...) como los jóvenes de la generación de 1977, encabezada por Ar-zalluz y Garaikoetxea. Entonces Irujo reconoció que cometieron «elerror de no participar en el Pacto de San Sebastián», lo cual retrasó laaprobación del Estatuto vasco. Este precedente histórico influyó paraque el PNV no repitiese sus errores de 1930-1931 y lograse pronto,en 1979, el nuevo Estatuto, muy superior al de 1936, hasta el puntode que por primera vez Euskadi fue por delante de Cataluña. Como

EL PROBLEMA VASCO ENTRE LOS PACTOS DE SAN SEBASTIÁN Y SANTOÑA 329

Page 327: Memoria de la II República

sucedió en la República, la autonomía benefició al PNV, que llegó aser el partido hegemónico en la Comunidad Autónoma Vasca y tuvomás poder político que nunca en su historia.

Al cabo de dos décadas de vigencia del Estatuto de Guernica, fa-llecidos ya todos los dirigentes de los años 30, accedió al poder unanueva generación nacionalista, la de 1998 liderada por el lehendaka-ri Ibarretxe, que ha pretendido realizar una segunda transición me-diante la superación de dicho Estatuto. Su desmemoria de la épocarepublicana le ha llevado a cometer un nuevo error de Estella: si elprimero fue la alianza del PNV con el carlismo por el Estatuto de Es-tella en 1931, el segundo ha sido su Pacto de Estella con el naciona-lismo radical vinculado a ETA en 1998. Ambos errores provocaron ladivisión de la sociedad vasca en dos bloques políticos antagónicos yse saldaron con sendos fracasos del PNV9.

En la República Aguirre e Irujo supieron corregir pronto su equi-vocada estrategia y rectificar el rumbo del partido con una evolucióndemocrática que culminó en la crucial decisión de 1936 y el naci-miento de Euskadi con el Estatuto y el primer gobierno vasco. En laGuerra Civil el lehendakari Aguirre y el ministro Irujo se convirtie-ron en los políticos más relevantes del nacionalismo vasco en el sigloXX. Los actuales dirigentes del PNV deben de tener en cuenta la me-moria histórica para no volver a repetir los errores de sus predeceso-res al inicio de la II República española.

APÉNDICE

330 JOSÉ LUIS DE LA GRANJA SAINZ

——————9 J. L. de la Granja, «El error de Estella del PNV en perspectiva histórica», en mi

libro El siglo de Euskadi. El nacionalismo vasco en la España del siglo XX, Madrid,Tecnos, 2003, págs. 331-340.

CUADRO 1.—LÍNEAS DE RUPTURA DEL SISTEMA VASCO DE PARTIDOS EN LA

II REPÚBLICA

Tendencias Forma Cuestión Cuestión Cuestión Políticas de Gobierno regional religiosa social

Derechas Antirrepublicanismo Antiautonomismo Catolicismo Antirreformismoclerical

PNV Accidentalismo Autonomismo Catolicismo Reformismo (centro desde 1933) clerical socialcristiano

Izquierdas Republicanismo Autonomismo Laicismo Reformismo sin entusiasmo anticlerical social

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CUADRO 2.—RESULTADO DEL REFERÉNDUM DEL ESTATUTO VASCO (5 DE NO-VIEMBRE DE 1933)

Vizcaya (%) Guipúzcoa (%) Álava (%) Total (%)

Censo electoral 267.456 (100) 166.635 (100) 56.056 (100) 490.147 (100)Votantes 241.629 (90,3) 151.861 (91,1) 32.819 (58,5) 426.309 (87,0)

Votos a favor 236.564 (88,4) 149.177 (89,5) 26.015 (46,4) 411.756 (84,0)Votos en contra 5.065 (1,9) 2.436 (1,5) 6.695 (11,9) 14.196 (2,9)Nulos y blancos 248 (0,1) 109 (0,2) 357 (0,1)

Abstenciones 25.827 (9,7) 14.774 (8,9) 23.237 (41,5) 63.838 (13,0)

CUADRO 3.—DIPUTADOS A CORTES EN LA II REPÚBLICA POR FUERZAS POLÍTI-CAS (1931-1936)

Fuerzas Vizcaya Vizcaya Guipúzcoa Álava Navarra TotalPolíticas Capital Provincia

Monárquicos 0 0 1 0 0 1Tradicionalistas 0 2 1 3 10 16

CEDA 0 0 0 0 3 3Católicos Indep. 0 0 2 0 5 7

Nacionalistas 8 7 10 1 1 27Republicanos 4 0 2 2 2 10

Socialistas 5 0 2 0 0 7Comunistas 1 0 0 0 0 1

Total 18 9 18 6 21 72

EL PROBLEMA VASCO ENTRE LOS PACTOS DE SAN SEBASTIÁN Y SANTOÑA 331

Page 329: Memoria de la II República

CAPÍTULO 14

Las paradojas de la cuestión gallegadurante la Segunda República

XOSÉ MANOEL NÚÑEZ SEIXAS

Universidade de Santiago de Compostela

Cuando a mediados de julio de 1936, el embajador británico enEspaña informó brevemente a Londres desde San Sebastián de los re-cientes acontecimientos políticos en Galicia, despachaba escueta-mente el referéndum pro-autonómico celebrado el 28 de junio de1936 con lacónica indiferencia, arguyendo que existía poco interéspor la autonomía entre la población («nobody appeared to know whythe business had been started») y que, además, tratándose de unasprovincias pobres y atrasadas, «hardly seem, indeed, to deserve thisspecial status», según le había informado a su vez el cónsul de SuMajestad en Vigo1. El reducido interés del embajador parecía anun-ciar lo que sería la tónica en los años sucesivos: el aún más escasoprotagonismo de la cuestión autonómica gallega durante los largosaños del exilio republicano. El Estatuto gallego no tomó estado par-lamentario hasta las Cortes celebradas en Montserrat en febrero de1938, y aún en la reunión celebrada en México en 1945 buena partede los políticos republicanos se negaban a que se constituyese la co-misión para dictaminar el Estatuto gallego. Perdido su territorio, dis-persos los gallegos leales en la España republicana y después en el

——————1 Embajada británica a Eden, San Sebastián, 16.7.1936, en National Archives

(Londres), FO 371/20523.

Page 330: Memoria de la II República

exilio, carentes los nacionalistas gallegos de la fuerza y el prestigioadquirido por el PNV, el gobierno vasco y una figura como Aguirre,no sólo se trataba de que la cuestión autonómica galaica ya no intere-saba a casi ningún partido republicano (ni a sus secciones gallegas).Se trataba, simplemente, de que, al igual que cuarenta años después,la actitud a adoptar respecto al Estatuto gallego se convertía en la pie-dra de toque que decidiría qué tratamiento dar al resto de las regionesy territorios del Estado. Pues según su resultado, España evoluciona-ría hacia un régimen descentralizado o federal, hacia una simetría ouna asimetría en esa misma descentralización.

Ese fenómeno tenía además una traducción en la esfera públi-ca gallega durante la II República. La cuestión autonómica sólointeresaba, en 1931, a un sector minoritario de la población. Y aun segmento igualmente minoritario, aunque significativo, de laselites políticas republicanas y de los partidos de izquierda en laGalicia republicana. Es dudoso que la causa del Estatuto levanta-se entusiasmos entre la población. Y, de hecho, es igualmentecuestionable que la realidad sociopolítica de Galicia durante losaños republicanos estuviese determinada por los vaivenes del pro-ceso estatutario.

Sin embargo, el Estatuto se convirtió quizás en una de las estre-llas relativas de la agenda política de la Galicia republicana. Pues enGalicia la cuestión agraria no revestía la misma conflictividad queen el Sur peninsular, pese a que la falta de adaptación de la Ley deReforma Agraria a las especificidades de la distribución de la pro-piedad agraria en el país, la pervivencia de varios flecos de la cues-tión foral (tras la Ley de abolición de 1926) y la crisis del sectorcárnico debido a la competencia de las importaciones del Uruguayfueron motivo de notables movilizaciones. La cuestión religiosa yel anticlericalismo no ocuparon el espacio predominante que sí tu-vieron en otros territorios. Y la cuestión obrera no determinaba elritmo de la política gallega ante la reducida dimensión de sus áreasindustriales tradicionales, con influjo sobre todo en Vigo y su peri-feria (industria naval y conservera), así como en diversos enclavesmineros y fabriles y villas marineras (Lousame, Viveiro, Vilaodriz,áreas de las Rías Baixas). Ello pese a la incidencia de las huelgasdel sector conservero en Vigo (1932) y del impacto de las huelgasgenerales de 1934 y 1935. Galicia, pues, podía a simple vista serconsiderada una suerte de oasis en el que, continuando con el tópi-co tradicional, nada había cambiado. Y donde sólo la lucha por elEstatuto añadía algún color.

La dinámica sociopolítica gallega durante la II República presen-taba, sin embargo, un carácter mucho más ambivalente de lo que su-giere una primera lectura. Había varios factores que influían en esa

334 XOSÉ MANOEL NÚÑEZ SEIXAS

Page 331: Memoria de la II República

dinámica2. De entrada, la expansión de los centros urbanos del país,pues de un 9 por 100 de población urbana en 1900 se pasó a un 16 por100 en 1930, con un crecimiento especialmente acusado de Vigo y ACoruña. Un campesinado que había accedido recientemente, o estabaen vías de acceder, a la plena propiedad de la tierra y que había gene-rado un potente movimiento social —el agrarismo— desprovisto esosí de cabeza política visible y disgregado en diversas iniciativas y, so-bre todo, en cientos de sociedades agrarias parroquiales o municipa-les que articulaban la sociedad civil en el rural3. Una penetración pro-gresiva del sindicalismo ugetista y cenetista en amplias capas depoblación trabajadora encuadrable en la categoría del campesinadopluriactivo u obreros mixtos, trabajadores artesanales y semicualifi-cados, marineros y pescadores, pero también en zonas rurales. Uncreciente dinamismo de notables segmentos de las elites urbanas, al-gunas de ellas hondamente identificadas con el nuevo régimen del 14de abril, que se reflejaba en el campo económico, pero también cul-tural y social4. Un movimiento galleguista que resurgía de las cata-cumbas con nuevos bríos, nuevos líderes al frente y una más decidi-da voluntad de intervención en la arena política. Y, finalmente, laculminación del papel dinamizador que, a distancia, venían jugandodesde la primera década del siglo XX las comunidades de emigrantesgallegos en América, muy especialmente desde Buenos Aires —don-de vivían en 1931 al menos 150.000 gallegos de primera generación,lo que convertía a la capital argentina en la ciudad más grande de Ga-licia5.

Los elementos de modernización se extendían también a otroscampos. Eran patentes, por ejemplo, en el terreno de la creatividad li-teraria, artística y de las artes plásticas, o en el de la modernizaciónde la arquitectura urbana6. Y también en la propia consolidación de la

LAS PARADOJAS DE LA CUESTIÓN GALLEGA... 335

——————2 Para una descripción sintética de la dinámica sociopolítica gallega durante el

período republicano, cfr. C. Velasco Souto, Galiza na II República, Vigo, A Nosa Te-rra, 2000, así como J. Prada Rodríguez, «La República y la sublevación militar», enJ. de Juana y J. Prada (coords.), Historia contemporánea de Galicia, Barcelona, Ariel,2005, págs. 230-258.

3 M. Cabo Villaverde, O agrarismo, Vigo, A Nosa Terra, 1998.4 Cfr. M. Valcárcel, «Ourense, 1931-1936: Estructura económica e comporta-

mentos político», Tesis doctoral, Universidade de Santiago de Compostela, 1993, yM. Fernández González, «La dinámica sociopolítica de Vigo durante la Segunda Re-pública», Tesis doctoral, Universidade de Santiago de Compostela, 2005.

5 Cfr. X. M. Núñez Seixas, Emigrantes, caciques e indianos. O influxo sociopo-lítico da emigración transocéanica en Galicia, 1900-1930, Vigo, Eds. Xerais, 1998.

6 Véase I. Méndez Lojo (coord.), A Galicia moderna, 1916-1936, Santiago deCompostela, Centro Galego de Arte Contemporánea, 2005; igualmente, X. Pardo deNeyra, Lugo, cultura e República. As manifestacións intelectuais dunha cidade gale-ga entre 1931-1936, Sada, Eds. do Castro, 2001.

Page 332: Memoria de la II República

oferta cultural en idioma gallego, que avanzaba paulatinamente haciauna diversificación de géneros y la plena incorporación del ensayo yla narrativa a la producción en la lengua de Galicia, disminuyendo elpeso de la poesía y el teatro7.

Naturalmente, todo depende de si queremos ver la botella mediollena o medio vacía. Pues, como veremos a continuación, también escierto que la modernización política y la generalización de una cultu-ra política plenamente democrática, empezando por la práctica sinmediaciones del derecho al sufragio, no fue capaz de penetrar en to-dos los poros de la sociedad gallega. Por ello las elecciones en am-plias zonas de Galicia durante la II República, sobre todo en las zo-nas rurales, constituyen un indicador sólo aproximado de lasdimensiones del cambio social y de mentalidad del país.

LA PROCLAMACIÓN DE LA REPÚBLICA Y LA MODERADA

FIEBRE ESTATUTISTA

La dictadura de Primo de Rivera representó el primer acto del fra-caso relativo de los intentos de renacionalización española en clavetradicionalista con ingredientes autoritarios8. Por el contrario, la dic-tadura también provocó en Cataluña, País Vasco y hasta en Galiciauna suerte de efecto incubación en la base, que llevó a la identifica-ción entre reivindicación nacional y democracia. Ello se puso de ma-nifiesto en 1929-1930 en la rápida salida a la superficie de los nacio-nalistas subestatales, aprovechando las más benévolas condiciones detolerancia política imperantes durante la dictablanda del general Be-renguer. La expansión organizativa del Partido Nazonalista Repubri-cán Ourensán (PNRO) en la provincia de Ourense en 1930-1931 y lasalida a la palestra de una nueva generación de líderes que habían he-cho sus primeras armas durante los años de la dictadura constituyenbuenas muestras de ese proceso.

Sin embargo, el nacionalismo gallego fracasó inicialmente en susintentos de llegar a una reunificación político-organizativa entre 1927y 1930, por lo que surgieron grupos nacionalistas de diferente orien-tación en las provincias de Pontevedra (el Grupo Autonomista Vi-gués, Labor Galega y el Partido Galeguista de Pontevedra) y Ouren-

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——————7 Véanse los datos de H. Monteagudo, Historia social da lingua galega, Vigo,

Galaxia, 1999, pág. 505.8 Se trataría según Alejandro Quiroga de un ejemplo de «nacionalización negati-

va»: cfr. A. Quiroga, «Making Spaniards: The Origins of National Catholicism andthe Nationalisation of the Mases during the Dictatorship of Primo de Rivera (1923-1930)», Tesis doctoral, London School of Economics and Political Science, 2004.

Page 333: Memoria de la II República

se (el PNRO, liderado por Ramón Otero Pedrayo). En A Coruña yLugo los nacionalistas se coligaron con los sectores republicanos lo-cales, a los que se unió buena parte del antiguo aparato caciquil delPartido Liberal, para integrarse en septiembre de 1929 en una nuevaorganización política de corte republicano y autonomista, la Organi-zación Republicana Gallega Autónoma (ORGA), que fijaba comoobjetivo la consecución de una amplia autonomía política para Gali-cia dentro de una futura República española. En marzo de 1930 laORGA y la Alianza Republicana (que reunía al Partido Radical, alPartido Republicano Radical Socialista y algunos grupos de orien-tación federalista, todos ellos de implantación casi exclusivamenteurbana) constituyeron la Federación Republicana Gallega (FRG),con el objetivo de luchar por una República en la que Galicia goza-se de un Estatuto de Autonomía. Pese al fracaso en la unificación delnacionalismo, la dinámica de crecimiento acelerado que los diver-sos grupos nacionalistas experimentaron en 1930-1931 prefigurabaclaramente la expansión posterior del galleguismo durante la II Re-pública.

La FRG-ORGA suscribió el Pacto de San Sebastián con otrosgrupos catalanistas y republicanos, y en octubre de 1930 representan-tes de los grupos nacionalistas, republicanos y agraristas gallegos fir-maron el llamado Pacto de Barrantes. En virtud de este último, lospartidos firmantes fijaban una serie de objetivos comunes, como laerradicación del caciquismo, del centralismo y de todo régimen polí-tico opuesto a la soberanía popular, se reafirmaban en el deseo de au-tonomía plena, demandaban la cooficialidad de los idiomas gallego ycastellano, así como una efectiva galleguización de la enseñanza, yuna inconcreta «dignificación social» del campesinado.

Aunque seguimos sin conocer de modo definitivo quién ganó laselecciones municipales de 1931 en Galicia, dadas las disparidades delas cifras ofrecidas por los diversos autores, parece indudable que enellas se afirmó de entrada una clara dicotomía ente campo y ciudad.En buena parte de las zonas rurales de Galicia, el triunfo en laselecciones del 12 de abril de 1931 correspondió a los concejalesmonárquicos, seguidos de los de filiación desconocida y de los re-publicanos. En seis de las siete ciudades galaicas (sólo Lugo fue laexcepción), los republicanos y la izquierda obrera sí batieron a lascandidaturas monárquicas, en varias de ellas de manera contundente.Pero también lo hicieron en muchas vilas o núcleos intermedios, delinterior y costeras. En esas poblaciones, como dos meses después enla representación gallega en las Cortes de la República, llegó a la ac-tividad pública un nuevo personal político, forjado en casinos y ate-neos, en la emigración o en la actividad profesional independiente yen la enseñanza, muchos de los cuales fueron catapultados a la polí-

LAS PARADOJAS DE LA CUESTIÓN GALLEGA... 337

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tica de Estado a través de la ORGA-FRG y otros partidos, como par-te del amplio proceso de renovación de elites políticas que trajo con-sigo la II República9.

Lo más llamativo de esas elecciones fue quizás la gran cantidadde concejales electos con la etiqueta de agrarios (alrededor de un 10por 100 del total), denominación que adquirió una polivalencia sinigual en los años 30 y que será adoptada por los más diversos actorespolíticos. Pues el agrarismo estaba fenecido como proyecto de parti-do político, pese a que todavía hubo intentos en los años 30 por cons-tituirlo10. Pero seguía vivo como movimiento social, es decir, comosocietarismo campesino. Y a la captación de esa base social se lanza-ron los nuevos partidos políticos de base predominantemente urbanay semiurbana, necesitados de una estructuración nueva como parti-dos de masas y de captar los sufragios de ese 60 por 100 de poblacióncampesina que era determinante en lo que por fin prometía ser un ré-gimen de sufragio universal no falseado por el caciquismo. El aboga-do galleguista Valentín Paz-Andrade lo reflejaba crudamente en unacarta al también galleguista Xosé Núñez Búa en marzo de 1930: «EnGalicia non se pode facer nada politicamente sen conquerir o agroporque no agro están os votos. Eses votos que son toda a forza dosvellos oligarcas». Razón por la que era necesario ganarse la confian-za de las sociedades agrarias y asumir su liderazgo con una retóricamás o menos anticaciquil: «están dispostas a aceptar as ideas políti-cas de calquera, sen máis esixencia que a de que sexan contrarias ós“caciques” [...]. Por iso temos d-ir alí onde podamos estabelecer unhaconexión antre a masa campesiña e nós, que habemos ser os seusmáis auténticos voceiros”»11. Naturalmente, qué era un cacique erauna cuestión muy debatible, ya que en el vocabulario político de laRestauración y de la política local gallega de bandos desde comien-

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——————9 Cfr. R. Villares, «La niña bonita. Galicia en tiempos de la II República, 1931-

1936», en ídem (dir.), Galicia siglo XX, A Coruña, La Voz de Galicia, 2005, págs.121-132.

10 Hubo durante la República dos intentos por crear un Partido Agrario gallego.El primero, promovido por Amador Rodríguez Guerra, fue el Partido Agrario Radi-cal Gallego, que sólo consiguió alguna implantación en el Norte de la provincia coru-ñesa y en el Sureste de la lucense. El segundo tenía como núcleo la Federación Pro-vincial Agraria de Pontevedra, constituida por las sociedades comarcales agrarias deLavadores, Ponteareas, Vigo y Tomiño, cuyo máximo líder fue el enviado de las so-ciedades de emigrantes de Buenos Aires Antón Alonso Ríos. Esta última federaciónalcanzó una implantación considerable (14.000 asociados en 1935), y su orientaciónfirmemente autonomista la aproximó crecientemente a los postulados del nacionalis-mo gallego.

11 Carta de Valentín Paz-Andrade a Xosé Núñez Búa, 20.3.1930, en V. Paz-An-drade, Epistolario, edición de Ch. Portela e I. Díaz Pardo, Sada, Eds. do Castro, 1997,págs. 72-73.

Page 335: Memoria de la II República

zos del siglo XX, tal adjetivo era utilizado de manera ubicua para de-signar a los oponentes políticos.

Galicia experimentó en las elecciones constituyentes de junio de1931 una clara victoria de las candidaturas republicanas. Particular-mente, de la ORGA-FRG, que obtuvo quince diputados, frente a losnueve del Partido Radical, ocho del PSOE, nueve independientes(tres de ellos de derechas) y cuatro nacionalistas (dos de ellos, AntónVillar Ponte y Ramón Suárez Picallo, electos dentro de las listas de laORGA). Orguistas, nacionalistas y algunos independientes confor-marán una minoría gallega en las Cortes constituyentes que contabadiecinueve diputados, lo que se suponía habría de servir para lograrlas mayores cotas de autogobierno posible para Galicia dentro de lafutura Constitución republicana. Sin embargo, la trayectoria de San-tiago Casares Quiroga, nombrado ministro de la Gobernación, de-mostró bien pronto que el veterano republicano coruñés, que ante-riormente había hecho de la política municipal su feudo político, sóloveía el autonomismo como una estrategia útil para favorecer su carre-ra política en Madrid y llegar a un entendimiento con el republicanis-mo azañista12. El ministro coruñés llenó toda España de gobernado-res civiles afines a la ORGA —los «gallegos de Casares Quiroga»,como reflejó irónicamente Azaña.

Con todo, en los primeros meses la ORGA mantuvo viva la lla-ma del compromiso autonomista de su partido. Promovió la celebra-ción de una asamblea pro-Estatuto gallego en A Coruña el 4 de juniode 1931, en un momento en el que aún se pensaba que la naciente Re-pública podría ser federal. En ella, el partido de Casares impuso supropio anteproyecto de cariz autonomista, pero con concesiones al fe-deralismo y al nacionalismo, pues concebía a Galicia en su artículo1.º como «Estado autónomo dentro de la República Federal Españo-la» y admitía la plena cooficialidad del gallego y el castellano (artí-culo 4.º). Además de él, se presentaron en ella anteproyectos de Esta-tuto alternativos presentados respectivamente por la institucióncultural próxima a los nacionalistas (el Seminario de Estudos Gale-gos, que concebía indirectamente a Galicia como nación en su artícu-lo 3.º, y como «Estado libre dentro da Repúbrica Federal Española»

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——————12 Carecemos todavía de una biografía digna de Casares Quiroga, aunque no fal-

tan aproximaciones muy influidas por la recuperación de su memoria impulsada porel localismo coruñesista del alcalde Francisco Vázquez desde mediados de los noven-ta. Véase por ejemplo O. Ares Botana, Casares Quiroga, A Coruña, Vía Lác-tea/Ayuntamiento de La Coruña [sic], 1996, y C. Fernández Santander, Casares Qui-roga, una pasión republicana, Sada, Eds. do Castro, 2000. Una útil aproximación ala tradición republicana de A Coruña en L. Giadás Álvarez, «Del Casino a las defini-tivas elecciones de 1931», en VV.AA., El republicanismo coruñés en la historia, ACoruña, Concello de A Coruña, 1999, págs. 81-128.

Page 336: Memoria de la II República

en su artículo 1.º), del Secretariado de Galicia en Madrid y del Institu-to de Estudios Gallegos de A Coruña. Los dos últimos propugnaban enlo sustancial una mera descentralización meramente administrativa, conresabios corporativistas y opuestos a la plena cooficialidad de gallego ycastellano.

Sin embargo, la Carta Magna finalmente aprobada por las Cor-tes Constituyentes en septiembre de 1931 definió a la Repúblicacomo un «Estado integral», que reconocía regiones autónomas en suseno. Para ello, definió de modo ciertamente restrictivo los criteriospor los que las regiones que lo deseasen podrían acceder a la auto-nomía política. Básicamente, ésta debía ser solicitada y refrendadapor la mayoría de sus ayuntamientos, debía después ser aprobada enreferéndum por una mayoría superior a los dos tercios del censoelectoral, y finalmente pasar por un proceso de tramitación y ratifi-cación en las Cortes. La ORGA encargó entonces a sus diputados laelaboración de un nuevo proyecto estatutario que encajase en losmoldes constitucionales, patentes ya en su artículo 1.º («Galicia esuna región autónoma dentro de la República española»). Proyectoque la Minoría Gallega de las Cortes entregó a las cuatro diputacio-nes provinciales gallegas a principios de 1932. A partir de ahí, sinembargo, el proceso estatutario galaico entró en una fase de fuertedesaceleración, a la que no fue ajena precisamente la falta de interésen el asunto de la ORGA, devenida una plataforma de reciclaje ypromoción de elites políticas en el aparato del Estado republicano, yparticularmente de su jefe de filas.

ECLOSIÓN DE UN SUBSISTEMA DE PARTIDOS

En el transcurso de la II República los partidos políticos galle-gos se organizan a partir de cuadros y notables de extracción urba-na y semiurbana, y extienden su influencia a las zonas rurales me-diante la captación de dirigentes de sociedades agrarias, maestros,farmacéuticos o miembros de las clases medias vilegas, es decir, delos núcleos de población intermedios. Pero también, en el caso delos partidos de izquierda obrera (PSOE, PCE, la efímera Unión So-cialista Gallega o el minoritario POUM) aquellos intentaron, y lo-graron en buena medida, apoyarse en el tejido de sociedades de ofi-cios varios y en las agrupaciones obreras, muchas de ellasoperantes a caballo del medio urbano y del medio rural o periurba-no. En este medio social se verificaba a menudo una acelerada sim-biosis de culturas políticas y mentalidades. Como tres etnógrafosgalleguistas dejaron escrito, con fina ironía, en una monografíaacerca de las parroquias rurales del entorno de Ourense publicada

340 XOSÉ MANOEL NÚÑEZ SEIXAS

Page 337: Memoria de la II República

en 1936, pese a que muchos campesinos de esas parroquias milita-ban en sociedades obreras, leían periódicos de izquierda, hablabande «igoaldade económica, de reivindicacións clasistas e aínda decomunismo», y presumían de laicismo, cuando se profundizaba enlas encuestas la realidad era más ambigua:

O comunismo de moitos redúcese a certos postulados sobre afunción social da riqueza, que subscribiría calquer sindicalista ca-tólico, e resulta asimesmo que o sindicalismo doutros non lles im-pide pagar a cota da irmandade parroquial encargada de ter sufra-xios pol-as almas dos asociados defuntos, e que a irrelixiosidadedalgúns non é obstáculo pra que fagan romaxens piadosos se osataca algunha doenza13.

El PSOE gallego, que se apoyó en la expansión organizativa delsindicato UGT, sumaba en 1932 con 78 secciones y unos 3.573 mi-litantes, con especial peso en las Rías Baixas, la comarca ferrolanay los alrededores de la ciudad de Ourense. La UGT contaba en1933 con 275 sociedades obreras adheridas y unos 27.491 miem-bros. Por su lado, la Confederación Regional Galaica de la CNT,con mayor peso en la ciudad de A Coruña, comarcas colindantescon Santiago de Compostela y en sectores de actividad específicoscomo el marítimo-pesquero, sumaba unos 33.000 afiliados y 133sociedades adheridas en 1936. En el medio agrario, la FederaciónNacional de Trabajadores de la Tierra (FNTT) federada a la UGTcontaba con 61 secciones gallegas en 1932. Y la CNT llegó a in-cluir 87 sociedades agrarias y de oficios varios en el medio rural envísperas de la Guerra Civil. Finalmente, el Partido Comunista(PCE) conoce una expansión relativamente importante durante losaños republicanos. Partiendo de efectivos muy reducidos, que ac-tuaron en el seno de sociedades agrarias y sindicatos obreros, su nú-mero de afiliados galaicos se duplicó entre 1931 y 1936. El éxitofue mayor en la provincia de Ourense, que se convirtió en 1936 enla quinta provincia de España en número de militantes del PCE, lo-calizados en buena medida a lo largo de las obras del ferrocarril,pero también en otras zonas rurales de la provincia, como muestrael nacimiento en 1936 de la Federación Campesina Provincial, deinflujo comunista14.

LAS PARADOJAS DE LA CUESTIÓN GALLEGA... 341

——————13 F. López Cuevillas, V. Fernández Hermida y X. Lorenzo Fernández, Parroquia

de Velle, Santiago de Compostela, Seminario de Estudos Galegos, 1936, pág. 40.14 M. González Probados, O socialismo na II República (1931-1936), Sada, Eds.

do Castro, 1992; D. Pereira, A CNT na Galicia, 1922-1936, Santiago de Compostela,Laiovento, 1994, y V. Santidrián Arias, Historia do PCE en Galicia (1920-1968), ACoruña, Eds. do Castro, 2002.

Page 338: Memoria de la II República

Entre los partidos republicanos, la ORGA logró extender unabuena base de apoyo en el campo merced a sus pactos con muchoscaciques tradicionales, pero también gracias al control de los go-biernos civiles nada más instaurada la República, lo que le permitíadestinar los miembros de las gestoras de los ayuntamientos, destitu-yendo las corporaciones monárquicas ya en abril de 1931. El parti-do de Casares Quiroga también atrajo a sus filas varias federacionesagrarias comarcales y municipales, con mayor incidencia en lasprovincias coruñesa y lucense. En la primera, la ORGA controlabael 70 por 100 de las corporaciones municipales y más de la mitadde los concejales a fines de 1931, además de la Diputación provin-cial15. Incluso a lo largo del segundo bienio republicano, desposeí-dos de la participación en el poder en Madrid, los seguidores de Ca-sares Quiroga, cuyo partido se transforma en 1932 en PartidoRepublicano Gallego y más tarde, en 1934, se integraron —juntocon la Acción Republicana liderada en Galicia por el alcalde dePontevedra en el primer bienio Bibiano Fernández Osorio-Tafall—en la Izquierda Republicana de Azaña, mantuvieron una influenciaapreciable en los ayuntamientos coruñeses y lucenses. El PartidoRadical de Lerroux, que contaba con figuras de influencia en A Co-ruña, como Gerardo Abad Conde, y en Pontevedra como AmadoGarra o Emiliano Iglesias, rentabilizó en parte la red del societaris-mo campesino ourensano y pontevedrés, atrayendo hacia él a vete-ranos dirigentes del mismo como el carismático cura Basilio Álva-rez16. Otros partidos republicanos, como el Partido RepublicanoRadical Socialista, tuvieron implantación fundamentalmente urba-na (en este caso, en A Coruña) y en algunas áreas rurales gracias alapoyo de maestros y profesionales liberales.

Pero también los partidos de derecha antirrepublicana consiguie-ron una considerable afiliación popular. Fue el caso de la derecha ac-cidentalista, que a partir de varias agrupaciones locales constituye laUnión Regional de Derechas (URD) en junio de 1931, integrada en1933 en la CEDA. Su vehículo de penetración social no fue otro queel tejido, aunque ya muy debilitado, de los sindicatos católicos agra-rios, así como las agrupaciones católicas y el apoyo del clero parro-quial, además de algunas figuras influyentes. Aunque el catolicismopopular nunca tuvo en Galicia la capacidad movilizadora que pudotener en zonas como Navarra, por ejemplo, y algún testimonio de via-

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——————15 E. Grandío Seoane, Política e provincia. A Deputación da Coruña na II Repú-

blica, Santiago de Compostela, Tórculo, 2002.16 Cfr. M. Valcárcel (ed.), Dos años de agitación política (Basilio Álvarez no

Parlamento), Sada, Eds. do Castro, 1991.

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jeros foráneos se sorprendía del peculiar anticlericalismo de los cam-pesinos galaicos en 193217, la fuerza de aquél tampoco era desdeña-ble. En 1932, por ejemplo, podían convocar ochocientas personas enla localidad ourensana de Baños de Molgas en una manifestación afavor de la reposición del crucifijo y de la enseñanza del catecismoen las escuelas. En el segundo bienio republicano, el hecho de com-partir el poder en Madrid y que sus hombres accediesen a los gobier-nos civiles significó un claro aumento del control de la URD-CEDAen las corporaciones municipales18.

Caso aparte fue el del calvosotelismo encarnado primero en laUnión Monárquica Nacional y más tarde en el partido RenovaciónEspañola, que fundamentó sus buenos resultados en la provincia deOurense y, en menor medida, en Pontevedra gracias a la red cliente-lar forjada por el antiguo ministro de la dictadura, el tudense JoséCalvo Sotelo, a partir de la Administración pública. Su red reclutó nomás de unas decenas de notables y comerciantes urbanos y vilegos:una «peña vergonzante y exigua [...] que sólo se reunían para ganarlas elecciones», según describía el falangista ourensano FernandoMeleiro19. Pero le fue suficiente al calvosotelismo gallego para obte-ner siete actas de diputado en las elecciones de 1933 y cuatro en lasde 1936 (frente a las ocho obtenidas en el resto de España). Otrospartidos de derecha antirrepublicana tuvieron una base social muy re-ducida en la Galicia de los años 30. He ahí el caso del tradicionalis-mo carlista, una caricatura en relación a lo que era su peso en otraszonas. O de la Falange Española, que sólo en algunas áreas muy con-cretas superó su carácter de partido urbano, minoritario y violentoque encuadraba con preferencia a estudiantes y clases medias, con al-guna incursión en zonas rurales gracias, una vez más, al apoyo de cu-ras y caciques rurales, como mostraba el curioso ejemplo de Castre-lo de Miño (Ourense)20.

LAS PARADOJAS DE LA CUESTIÓN GALLEGA... 343

——————17 Véase el testimonio —no exento de sarcasmo— del médico argentino G. del

Río, Un argentino en Galicia. Crónicas de la aldea, Buenos Aires, Editorial Tor, s. f.[1933], págs. 27-29.

18 E. Grandío Seoane, La CEDA en Galicia, 1931-1936, Sada, Eds. do Castro,1998.

19 F. Meleiro, Anecdotario de la Falange de Orense, Madrid, Eds. del Movi-miento, 1957, pág. 16. Un análisis en X. M. Núñez Seixas y Emilio Grandío Seoane,«Clientelismo político y derecha autoritaria en la Galicia de la II República: Unaaproximación a través de la correspondencia de Calvo Sotelo», Spagna Contempora-nea, 12 (1997), págs. 67-88.

20 Cfr. X. M. Núñez Seixas, «El fascismo en Galicia. El caso de Ourense (1931-1936)», Historia y Fuente Oral, 10 (1993), págs. 143-74; J. Prada Rodríguez, A de-reita política ourensá: Monárquicos, católicos e fascistas (1934-1937), Vigo, Uni-versidade de Vigo, 2005; Fernández González, «La dinámica», págs. 251-252 y268-277.

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LA CONSOLIDACIÓN POLÍTICO-ORGANIZATIVA

DEL NACIONALISMO GALLEGO

El nacionalismo gallego alcanzó una expresión política estable,tras la confluencia de los diversos grupos galleguistas locales y pro-vinciales, en el Partido Galeguista (PG) fundado en diciembre de1931. El PG fue un partido tendencialmente de orientación republica-no-izquierdista y partidario de la autodeterminación de Galicia den-tro de una República federal y plurinacional, pero que se orientópragmáticamente hacia la obtención de un Estatuto de Autonomíadentro de los límites establecidos por la Constitución de 193121.

En poco tiempo, el PG se estructuró organizativamente como unpartido moderno, unificando y coordinando la actuación de los diver-

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——————21 Cfr. X. Castro, O galeguismo na encrucillada republicana, Ourense, Deputa-

ción Provincial, 1985, 2 vols.; J. G. Beramendi y X. M. Núñez Seixas, O nacionalis-mo galego, Vigo, A Nosa Terra, 1996 [2.ª ed.], págs. 143-164, y X. R. Quintana Ga-rrido, «Da cantiga á arenga. Xénese e desenvolvemento do nacionalismo galego(1916-1936): As Irmandades da Fala e o Partido Galeguista», en G. Constenla Ber-gueiro y L. Domínguez Castro (eds.), Tempos de sermos Galicia nos séculos contem-poráneos, Vigo, Universidade de Vigo, 2002, págs. 175-226.

28.6.1931 19.11.1933 16.2.1936

Partidos AC LU OU PO GZ AC LU OU PO GZ AC LU OU PO GZ

FRG/PRG/IR 8 1 4 13 6 6 6 2 3 11PSOE 3 1 4 8 3 3 6Independientes 3 3 6 2 3 1 1 7 1 1P.R. Radical 4 3 1 8 2 3 4 6 15 1 1DLR 2 1 3Agrarios 1 1 1 1 2Acción Rep. 1 1PRRS 2 2Monárquicos 1 1Conservadores 1 1Nacionalistas 1 1 1 3 2 1 3URD/CEDA 4 1 1 3 9 3 1 3 1 8RE 2 1 3 1 7 3 1 4UR 2 1 1 4PCE 1 1Centro Portela 4 2 1 7Otros 1 2 2 5

Total 16 10 9 12 47 17 10 9 13 49 17 10 9 13 49

CUADRO 1.—RESULTADOS DE LAS ELECCIONES A CORTES EN GALICIA DU-RANTE LA II REPÚBLICA

Fuente: Prada (2005), pág. 257.

Page 341: Memoria de la II República

sos grupos nacionalistas existentes en toda Galicia. Con todo, dentrodel PG siguieron conviviendo la tendencia republicano-progresista(Alfonso R. Castelao, Ramón Suárez Picallo, Alexandre Bóveda yotros), mayoritaria en la configuración de la línea estratégica y polí-tica del partido, con una corriente católico-tradicionalista, continua-dora de la existente en las Irmandades, y cuyos líderes principaleseran Risco y Otero Pedrayo. Pero la orientación progresiva del galle-guismo político hacia el entendimiento con la izquierda republicana,acentuada desde 1934, llevó a la escisión de una parte del sector con-servador en mayo de 1935. Dentro del galleguismo republicano, lastendencias secundarias existentes con anterioridad (marxista e inde-pendentista) continuaron siendo poco importantes. Así, la Unión So-cialista Gallega creada por Xoán Xesús González en 1932 no pasóde una existencia fugaz. La tendencia independentista, además de al-gunos líderes aislados y organizaciones fugaces (Álvaro das Casas,Vangarda Nazonalista Galega y los Ultreias), tuvo un amplio eco en-tre las juventudes del PG (la Federación de Mocedades Galeguistas,más tarde rebautizada como Federación de Mocedades Nacionalis-tas), así como en algunos núcleos de la colectividad emigrante galle-ga en Argentina.

El programa político del PG era tendencialmente republicano deizquierda, partidario de reformas sociales (medidas en favor de loscampesinos parcelarios, reforma fiscal progresiva, y por primera vezaparece en el galleguismo político una preocupación por la suerte delos obreros urbanos) y de la profundización de la democracia políticaa través de las competencias de un futuro gobierno autónomo, quehabría de contar con autonomía financiera, además de política. Conello, se despejó el camino para el definitivo entendimiento de los ga-lleguistas con el resto de las izquierdas republicanas.

Durante la segunda mitad del período republicano, además, el PGexperimentó una espectacular expansión y diversificación de sus ba-ses sociales, con lo que se hallaba en 1936 claramente en el caminode convertirse en un partido de masas. Según ha computado Justo Be-ramendi, de 756 afiliados y 30 grupos locales en 1931-1932, con cla-ro predominio de la Galicia urbana, el PG pasó a contar con 58 gru-pos y 2.340 afiliados en 1933-1934, y en vísperas de la Guerra Civil,a disponer de 151 grupos locales y más de 4.500 afiliados, de los queun 30,6 por 100 eran obreros, empleados y artesanos, y un 27,3 por100 campesinos y pescadores, lo que indicaba una clara ampliaciónde su matriz social inicial de clases medias, intelectuales y profesio-nales liberales, con un mayor protagonismo de la Galicia rural y se-miurbana que en épocas anteriores. Esa expansión acelerada fuebruscamente interrumpida por el estallido de la Guerra Civil. Lo quetambién impidió que se consolidase el tejido social que estaba empe-

LAS PARADOJAS DE LA CUESTIÓN GALLEGA... 345

Page 342: Memoria de la II República

zando a conformar de modo incipiente una suerte de comunidad na-cionalista gallega (prensa propia, organizaciones culturales, deporti-vas y juveniles, etcétera)22. Buena parte de esa militancia, además,era de aluvión reciente, particularmente la procedente de la incorpo-ración en bloque de sociedades agrarias en zonas rurales en 1935-1936. Pero otra parte era la íntegramente socializada en el galleguis-mo político desde su primera juventud, y en cierto modo laconsolidación del camino iniciado en 1916 por las Irmandades daFala. El auténtico vivero de donde se habrían de extraer las futuraselites políticas de una Galicia autónoma. La Guerra Civil truncó eseproceso de relevo y expansión intergeneracional.

LA REPÚBLICA AU VILLAGE

Es materia debatible que la política hubiese llegado a los campe-sinos, parafraseando a Eugen Weber23, en la primera mitad de losaños 30. Pues la dinámica política de buena parte del rural galaicodurante el período republicano se caracterizó por su doble faz.

Por un lado, la pervivencia de las antiguas solidaridades comuna-les, de base parroquial y local, que eran soporte del agrarismo y quefueron utilizadas como efectivas estructuras de movilización para laimplantación de los partidos políticos en el medio rural. Muchas so-ciedades agrarias a las que pertenecían buena parte de los vecinos seintegraron, dependiendo a menudo de las clientelas en que se integra-ban sus líderes, en partidos políticos en bloque, transformándose ensus comités locales o municipales. Y lo mismo sucedía con la expan-sión de los sindicatos obreros, UGT y CNT. De ahí que las cifras deafiliación crecientes de los diversos partidos políticos y organizacio-nes sindicales en la Galicia de la II República tengan que ser relativi-zadas en la medida en que muchos de esos afiliados seguían sintién-dose, en el fondo, únicamente miembros de la sociedad agraria a laque siempre habían pertenecido como vecinos de la parroquia24. Lasrelaciones entre esa base afiliada, sus dirigentes intermedios y los lí-

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——————22 Cfr. A. Rojo Salgado, As Mocedades Galeguistas, Vigo, Galaxia, 1987; J. Be-

ramendi, «Prensa y galleguismo en Galicia durante la II República», en J. L. de laGranja, C. Garitaonaindía y S. de Pablo (eds.), Comunicación, cultura y política du-rante la II República y la Guerra Civil, vol. II, Bilbao, UPV, 1990, págs. 145-165, yA. Mato Domínguez, O Seminario de Estudos Galegos, Sada, Eds. do Castro, 2001.

23 E. Weber, «Comment la politique vint aux paysans: A second look at peasantpoliticization», American Historical review, 87:2 (1982), págs. 357-389.

24 Véase J. Prada Rodríguez, «De la explosión societaria a la destrucción del aso-ciacionismo obrero y campesino. Ourense, 1934-1939», Historia del Presente, 3(2004), págs. 11-28.

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deres políticos —diputados o ministros en Madrid, por ejemplo— se-guía basándose en los intercambios de favores propios del sistema dela Restauración. Para muchos concejales y dirigentes agrarios loca-les, la adscripción a una u otra sigla dependía mucho de factorescomo la lealtad personal y la obtención de contrapartidas materialesconcretas desde el Estado u otras instancias a favor de sus parroquias,de sus vecinos o, en ocasiones, el mejor acceso al mercado de traba-jo en la industria y los servicios para los afiliados. Por citar un ejem-plo, el presidente de la organización local de Acción Republicana deSalceda de Caselas (Pontevedra), anterior dirigente de la FederaciónAgraria Municipal, justificaba el apoyo a esas siglas en julio de 1933con el argumento de que habían sido los diputados de Acción Repu-blicana en Madrid (en aquel momento Bibiano Fernández Osorio-Ta-fall y Poza Juncal) quienes «trabajaron y trabajan en favor de esteDistrito con todo interés en la carretera de Páramos a Salceda», ha-bían conseguido mejoras para el boticario local y una subvenciónpara el médico de la federación agraria municipal25.

Por otro lado, es igualmente indudable que nuevas formas de en-tender la sociedad, el poder y la participación ciudadana fueron pene-trando en el medio rural durante los años republicanos, al compás defenómenos como la expansión de la urbanización y la mayor diversi-ficación de la estructura productiva26, la progresiva modernización yestructuración de los partidos políticos como organizaciones de ma-sas, la expansión de la educación, el influjo de la emigración de retor-no de América y de las parroquias de ultramar, la interacción entrecampo y ciudad que se producía en varias áreas periurbanas (alrede-dores de Vigo, pero también de Ourense o de A Coruña) por mor dela expansión del trabajo a tiempo parcial en la industria y los oficiosurbanos, o la penetración de la conflictividad obrera en zonas ante-riormente rurales, de lo que es buen ejemplo la construcción de la lí-nea de ferrocarril Zamora-Ourense y la propagación del sindicalismode izquierda paralelo a su avance27. Además de un notable avance enla participación política y, en definitiva, en la democracia deliberati-va —cuando no en la política en las calles, por usar el concepto acu-

LAS PARADOJAS DE LA CUESTIÓN GALLEGA... 347

——————25 Carta de Acción Republicana, Organización de Salceda de Caselas, al Centro

de Protección Agrícola de Salceda de Caselas en Buenos Aires, firmada por su presi-dente, José González González, y su secretario, Salceda 27.7.1933, en Archivo de laCasa Tui-Salceda (ACTS), Buenos Aires.

26 El sector terciario pasa de ocupar el 9,9 por 100 de la población activa gallegaen 1920 a totalizar el 20 por 100 en 1930, la industria pasa de un 7,3 por 100 a un 14,7por 100 en el mismo período, y la agricultura y pesca descienden 17,5 puntos porcen-tuales en diez años, del 82,8 al 65,3 por 100.

27 Cfr. D. Pereira, Sindicalistas e rebeldes. Anacos da historia do movementoobreiro na Galiza, Vigo, A Nosa Terra, 1998, págs. 205-217.

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ñado por Hilda Sábato para un contexto urbano diferente28— de am-plios segmentos de la población obrera y artesanal en las ciudades ynúcleos semiurbanos.

El mismo cambio de régimen, además, ya había significado en síalgo radicalmente nuevo. Que las elites rurales tradicionales ya nodisfrutaban del mismo poder. En la parroquia de Fornelos da Ribeira(Salvaterra de Miño, Pontevedra), un mes después de proclamada laRepública las sociedades agrarias de toda la comarca se reunían conestandartes y banderas tricolores para celebrar la inauguración de lasede de la sociedad agraria de Fornelos, financiada a su vez por la co-lectividad de emigrantes de la parroquia desde Buenos Aires, en unafiesta rebosante de civismo, mezcla de romería laica y de fe en el pro-greso, mientras la directiva de la sociedad agraria se reunía delante desendos retratos de Galán y García Hernández y la bandera tricolorcomo fondo29. Las cartas de los emigrantes gallegos desde Montevi-deo o Buenos Aires reflejaban y transmitían igualmente a sus fami-liares y convecinos el entusiasmo por el advenimiento de la Repúbli-ca, el fin de los «caciques» y de la influencia del clero y la fe en lasnuevas posibilidades que su parroquia, pero también una España li-bre de tutelas tradicionales —el Ejército, la Iglesia católica, las clasesterratenientes...— podía desarrollar en el concierto de los pueblos ci-vilizados del mundo30.

De forma paralela a todo ello también encontraremos, sobre todoa partir de 1934, conflictos dentro de las comunidades campesinas,divisiones ideológicas y un mayor grado de violencia política refleja-do, sin ir más lejos, en la amplia difusión de armas de fuego. Por másque alguna vez esos enfrentamientos de naturaleza político-ideológi-ca siguiesen manifestándose a través de formas tradicionales de con-flicto comunitario, y se tradujesen externamente en las tradicionalesregueifas, peleas y disputas con motivo de romerías rurales entre losjóvenes de una parroquia y de otra. Ahora esas disputas enfrentabana los de derechas e izquierdas. Un ejemplo podía ser el tabernero iz-quierdista de Vilardevós (Ourense) que tras las elecciones de febrerode 1936 se subió al mostrador «y dio gritos de “Viva el Comunismo”

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——————28 Cfr. H. Sábato, La política en las calles. Entre el voto y la movilización. Bue-

nos Aires, 1862-1880, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2004.29 Película de José Gil, Galicia y Buenos Aires, 1931 (Consello da Cultura Gale-

ga/Centro Galego de Artes da Imaxe, 2000). 30 Cfr. ejemplos en X. M. Núñez Seixas y Raúl Soutelo, As cartas do destino.

Unha familia galega entre dous mundos, 1919-1971, Vigo, Galaxia, 2005, págs. 173-176. También, cartas del emigrante en Montvideo, ausente desde 1929, Generoso Du-rán a su hermana Josefa Durán en Santo Estebo de Silán (Muras), Montevideo,16.4.1931 y 17.6.1931 (Arquivo da Emigración Galega, Consello da Cultura Galega,Santiago de Compostela).

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y dio vino y pan cuanto quisieron comer y vever [sic] para que vinie-ran insultar a los de derechas», según rezaba la denuncia de un veci-no suyo en los primeros meses de la Guerra Civil31.

Las aproximaciones de historia local nos dibujan de modo cadavez más nítido una sociedad que experimentaba transformaciones so-ciopolíticas y culturales de calado, particularmente en las cabecerasde comarca, localidades costeras y áreas periurbanas32. Pero tambiénen pequeñas comunidades rurales más o menos aisladas se dejabansentir cambios modestos, pero significativos, a través del importanteimpulso dado a la educación, y particularmente a las escuelas prima-rias, por el régimen republicano —el número de maestros en Galiciapasa de 4.500 en 1931 a 6.500 en 1935, y muchas escuelas anterior-mente fundadas por los emigrantes en América fueron asumidas porel Estado—, junto con influencias que venían de épocas anteriores,como la de los retornados de la emigración, y el mayor influjo de laciudad en el campo. Así lo recordaba José Puga, un campesino de laparroquia de Marce (Ribeira de Pantón, Lugo) cincuenta años des-pués:

Este impulso [el de los retornados] y el que agregó el estable-cimiento de la República, son los que determinaron la gran trans-formación en nuestro primitivo medio. Las escuelas entre noso-tros, independiente de la de Marce, ya se difundían en el períodoanterior. Pero ahora cobró impulso, incluso el hábito de dotarlas demaestros de otras regiones [...] que contribuyeron mucho a queprogresara nuestra cerril tendencia. Fue ahora cuando empezó acorregirse la costumbre de adquirir una pistola o un revólver y sehizo más común el afán por los libros33.

En función de estas líneas de conformación de la dinámica polí-tica gallega, durante el período republicano tuvo lugar una moderni-

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——————31 Archivo Pérez Ávila, Biblioteca de la Diputación Provincial de Ourense, de-

nuncias manuscritas firmadas el 17.1.1937 por varios vecinos de Vilardevós. 32 Cfr., sin ser exhaustivos, X. Agrafoxo, A Segunda República en Lousame e

Noia. Radiografía dunha época, Noia, Concello de Lousame, 1993; X. M. GonzálezFernández y X. C. Villaverde Román, Moaña nos anos vermellos. Conflictividade so-cial e política dun concello agrario e mariñeiro (1930-1937), Sada, Eds. do Castro,1999; A. Domínguez Almansa, A formación da sociedade civil na Galicia rural: aso-ciacionismo agrario e poder local en Teo (1890-1940), s. l., Concello de Teo, 1997;X. C. Garrido Couceiro, Manuel García Barros. Loitando sempre, Lugo, Eds. Fouce,1995; X. Dasairas Valsa, Memorias da II República en Cangas, Sada, Eds. do Cas-tro, 2002; J. Domínguez Pereira, A II República en Cambados, Cambados, CAN-DEA, 2004, así como algunas de las contribuciones recogidas en L. Fernández Prie-to et al. (coord.), Poder local, elites e cambio social na Galicia non urbana(1874-1936), Santiago de Compostela, USC/Parlamento de Galicia, 1997.

33 J. Puga, Así fue nuestro destino, s. l. [Buenos Aires], s. ed., s. f. [1988], pág. 132.

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zación relativa del ejercicio de la democracia en el país, y llegó ple-namente a Galicia la política de masas. No obstante ello, hay que te-ner en cuenta que los resultados electorales sólo expresaban la volun-tad popular de modo fidedigno en las ciudades, núcleos semiurbanosy algunas áreas costeras y rurales. Además, el poder local no experi-mentó una democratización efectiva a lo largo del período republica-no, por falta de celebración regular de comicios municipales de ám-bito general con plenas garantías de transparencia en los resultados yel predominio de gestoras municipales nombradas por los gobiernosciviles, y por lo tanto reflejo de los equilibrios políticos existentes enMadrid. A lo que se sumaba la continuidad tras abril de 1931 de nu-merosos secretarios municipales, y el oportuno reciclaje de más deun prohombre local anteriormente vinculado a la dictadura o a lospartidos dinásticos. El control de los ayuntamientos era condiciónsine qua non para la pervivencia de prácticas fraudulentas y cliente-listas. Y en la Galicia rural, en tiempo de elecciones las diversas prác-ticas de manipulación y falseamiento de los resultados electoralesque ya operaban durante la Restauración tuvieron, en general, unacontinuidad notable. Y favorecían de modo aproximado a partidos demuy diferente orientación. Los métodos variaron desde la falsifica-ción de actas hasta el robo de las mismas antes de hacerlas llegar alGobierno Civil provincial, cuando no se compraban directamente losvotos o se empleaba la violencia y la intimidación para disuadir a lospresumibles votantes del contrario. La continuidad de la legislaciónelectoral de la Restauración en aspectos cruciales, como podían ser lacomposición de las mesas, favorecía también la proliferación delfraude34.

Esto era algo que en privado era más o menos reconocido por to-dos. Un aspirante a guardia civil de Boborás (Ourense) recordaba asíabiertamente al líder monárquico José Calvo Sotelo en 1934 sus mé-ritos como muñidor de votos a su favor:

Espero me ayude con baliosa recomendación para dicho in-greso alo solicitado, pues yo ice lo maior posible a robar votos enfavor suyo como interventor primero del Colegio de Cameija, quetantas veces lo nombré en el discrutinio35.

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——————34 Cfr. E. Grandío Seoane, Caciquismo e eleccións na Galiza da II República,

Vigo, A Nosa Terra, 1999, así como M. Cabo Villaverde y R. Soutelo Vázquez, «Asliñas tortas da República: unha visión de conxunto sobre o poder local na provinciade Ourense, 1931-1936», Grial, 148 (2000), págs. 619-645.

35 Carta de un aspirante a guardia civil de Laxas (Boborás), 15.9.1934, en Archi-vo Histórico Nacional, Sección Guerra Civil (Salamanca), PS Madrid 1700.

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¿Habían cambiado mucho las cosas dos años después? No en de-masía. Los agrarios de izquierda de Salceda de Caselas informabantras las elecciones de 1936 a sus correligionarios de Buenos Aires deque los «señoritos» locales, adscritos a la candidatura centrista por-que «pensaban ganar», habían manipulado el resultado electoral endos parroquias del municipio, pero «nosotros los de las izquierdas selos ycimos desacer y darnos 500 botos para las izquierdas». Por elcontrario, reconocía que aunque la mayoría de los votos en el colegioelectoral de Picoña eran para las derechas, «el secretario del ayunta-miento protegido por el alcalde del governador y la guardia civil robólas actas de las elecciones»36. Casos semejantes podrían citarse paramuchos otros municipios gallegos, con más o menos matices. Peroalgunos partidos y diputados republicanos empezaron a tomarse enserio la dignificación y transparencia de las prácticas de comunica-ción e intercambio de contrapartidas con su base electoral. Paramuestra un botón, Castelao se ufanaba en marzo de 1936 de haberconseguido una partida de cincuenta mil pesetas para paliar el paroen su Rianxo natal, y se ofrecía para defender la construcción de unpuente en Catoira. Pero pedía a su hombre de confianza —su primoXosé Losada Castelao, dirigente del PG en la localidad— que proce-diese según los trámites reglamentarios para distribuir esos recursos,y le advertía en tono de reprimenda que no era tiempo de pedir reco-mendaciones, sino logros para el colectivo: «mirade que esas peseti-ñas non caerán mal aí. Procurarei ver se vos mando algo máis; pero¡coño! ¡carallo! pedídeme cousas para facer. Non me pidades desti-nos, nin estancos, nin enchufes»37.

LA LUCHA POR LA AUTONOMÍA

La cuestión nacional había jugado un papel poco relevante en laexplosión, controlada pero cierta, de civismo y fe en las posibilidadesdel nuevo régimen que había tenido lugar en Galicia desde 1931. Enun principio, podemos suponer que la definición de la estructura te-rritorial del Estado republicano no ocupó en absoluto un lugar desta-cado en las preocupaciones de los partidarios del nuevo régimen, sal-vo de la significativa minorías que militaba o había militado en elmovimiento galleguista desde 1916. Pero sí estaba escrita en lasagendas de las elites políticas que vieron en la República una oportu-

LAS PARADOJAS DE LA CUESTIÓN GALLEGA... 351

——————36 Carta de Severino Fernández al Centro de Protección Agrícola de Salceda de

Caselas en Buenos Aires, Salceda de Caselas, 1.3.1936, ACTS.37 Carta de Castelao a Xosé Losada Castelao, Madrid, 27.3.1936, en A. R. Cas-

telao, Obras. Vol. 6. Epistolario, Vigo, Galaxia, 2000, págs. 265-267.

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nidad de oro para saltar a la arena pública38. Hasta la alianza de na-cionalistas, socialistas, republicanos y radical-socialistas que se pre-senta a las elecciones constituyentes de 1931 por la provincia de Ou-rense incluía en su propaganda, de modo destacado, el objetivo deconseguir «la autonomía de nuestra Galicia», y sus integrantes pro-clamaban ser «republicanos federales porque respondemos al con-cepto moderno de la República, a la única forma política que está deacuerdo con la realidad española»39.

Este también fue un proceso ambivalente. Por un lado, sólo losnacionalistas gallegos van a situar desde un principio la consecuciónde un Estado plurinacional y la soberanía política de Galicia comoprioridad estratégica, que después rebajarán progresivamente hastauna autonomía política dentro de los márgenes de la Constitución de1931. Es cierto que el resto de los partidos políticos republicanos nose opondrá, andando el tiempo, al proceso autonómico. Pero en nin-gún caso se apreciaba en ellos, en buena parte de las asociaciones einstituciones representativas de la sociedad civil, del tejido societariodel agrarismo o de ayuntamientos y diputaciones un interés sustanti-vo por la misma. Es más, tanto la CNT como el PSOE gallegos seopusieron en un principio a la reivindicación autonómica por consi-derarla retrógrada, poco acorde con el sentir popular y susceptible decrear una suerte de islote neocaciquil dentro del Estado. El segundoaprobó en su congreso de Monforte (1932) una resolución por la quedeclaraba su oposición pasiva a la autonomía de Galicia, por conside-rar que la reivindicación de autogobierno carecía de apoyo popular40.Por otro lado, buena parte de las bases urbanas y semiurbanas de lospartidos republicanos consideraban que sólo debía haber una nación(la española), y pese a compartir una identidad regional, y en algunoscasos un federalismo más o menos sincero, recelaban de la autono-mía por considerarla excesivamente inspirada por los nacionalistasgallegos. Semejantes apreciaciones se reprodujeron respecto a lacuestión de la cooficialidad del idioma gallego, rechazada más o me-nos pasivamente por una parte importante de esos sectores políticos.Así lo demostraron, sin ir más lejos, en varias enmiendas que institu-

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——————38 Sobre el proceso estatutario, cfr. A. Alfonso Bozzo, Los partidos políticos y la

autonomía en Galicia, 1931-1936, Madrid, Akal, 1976; X. Vilas Nogueira, O Estatu-to Galego, A Coruña, Eds do Rueiro, 1975; A. Mato (ed.), 5 documentos sobre a au-tonomía galega (1931-1981), Sada, Eds. do Castro, 2001, y J. Beramendi, A Autono-mía de Galicia, Santiago de Compostela, Museo do Pobo Galego/Fundación CaixaGalicia, 2005.

39 A los electores de la provincia de Orense, hoja volante sin fecha (junio de1931), en Fondo Ben-Cho-Sey, Biblioteca de la Diputación Provincial de Ourense.

40 González Probados, O socialismo, págs. 285-305, y Pereira, A CNT, págs.131-138.

Page 349: Memoria de la II República

ciones, asociaciones y secciones de partidos políticos remitieron a laAsamblea pro-Estatuto de diciembre de 1932. En ellas se considera-ba que la autonomía política no debía poner en peligro la unidad dela patria española, así como que la cooficialidad de los idiomas galle-go y castellano debía tener en cuenta la mayor utilidad y difusión delsegundo41.

Pero, por otro lado, el influjo de los nacionalistas iba bastantemás allá de sus filas políticas propias, de sus resultados electorales yde su organización partidaria. Primero, porque en otros partidos repu-blicanos también actuaban galleguistas, o políticos e intelectuales so-cializados en las Irmandades da Fala durante los años 20, que ahoradaban primacía a la República sobre la nación, pero que conservabansu fe en los beneficios que la autonomía podía reportar para Galicia.De ahí que, además del sector proveniente de las Irmandades da Falaque llegó a una conjunción con los republicanos de Casares Quirogay entró en la ORGA, existiesen sectores y, particularmente, persona-lidades más o menos galleguistas en otros partidos, que incluso juga-rán un papel no menor en el impulso y tramitación de la cuestión es-tatutaria, desde José Calviño Domínguez, Bibiano FernándezOsorio-Tafall a Roberto Blanco Torres en las filas de ORGA y des-pués de Izquierda Republicana, de Luis Peña Novo en Unión Repu-blicana, de Xaime Quintanilla en el PSOE, o el concejal vigués JavierSoto Valenzuela. Del mismo modo que, pongamos por caso, entre losdirigentes compostelanos de la FUE en la Universidad de Santiago deCompostela figuraban varios nacionalistas convencidos42. Segundo,porque el prestigio y popularidad de varios de los líderes nacionalis-tas contribuía en mucho a que su influjo se extendiese extramuros dela comunidad galleguista, alcanzando a amplios sectores de la Öffent-lichkeit republicana. Fue el caso, en particular, del que será el políti-co nacionalista de mayor proyección durante los años republicanos, elpolifacético diputado y escritor Alfonso Daniel Rodríguez Castelao.Pero también de otros como el polígrafo y diputado Ramón Otero Pe-drayo o los más jóvenes Alexandre Bóveda o un descollante Francis-co Fernández del Riego. El plantel de cuadros intelectuales, y buenaparte de los políticos, del nacionalismo le confería un cierto plus deinfluencia política, aunque no necesariamente de poder.

El PG, de hecho, se convirtió en el elemento dinamizador de lacausa autonomista dentro de las fuerzas republicanas y de izquierda,tanto como organización como a través de la participación de sus mi-

LAS PARADOJAS DE LA CUESTIÓN GALLEGA... 353

——————41 Véase Monteagudo, Historia social, págs. 413-436, y Beramendi, A autono-

mía, págs. 48-50.42 Cfr. X. M. Núñez Seixas, «Juventud y nacionalismo gallego durante la II Re-

pública», Cuadernos Republicanos, 20 (1994), págs. 51-61.

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litantes en comités, instituciones y plataformas varias43. Pues ante ladefección de la ORGA la bandera del autonomismo pasó a ser enar-bolada, ya desde comienzos de 1932, casi en solitario por el PG. Fueeste partido el que en enero de 1932 se dirigió a los presidentes de lasdiputaciones provinciales gallegas para solicitar que se agilizase elproceso de convocatoria de una asamblea de municipios de todo elpaís y se distribuyese el proyecto de Estatuto a los ayuntamientos ga-laicos. Las gestiones personales de Castelao con el concejal conser-vador compostelano Enrique Rajoy Leloup, miembro de la URDpero favorable a una autonomía limitada, y el apoyo de otros conce-jales y del alcalde de la ORGA-FRG Raimundo López Pol, desembo-caron en el compromiso del Ayuntamiento de Santiago para convo-car la asamblea de municipios pro-Estatuto.

Tras numerosas gestiones con representantes de otros municipiosy ciudades gallegas, así como con representantes de «fuerzas vivas»(empresarios, representantes de asociaciones profesionales, etc.), enlas que fue prendiendo algo de espíritu autonomista ante la irreversi-bilidad de la descentralización republicana, el ejemplo catalán y laspresumibles ventajas de tipo económico y fiscal que una Galicia au-tónoma podría suponer, el 3 de julio de 1932 se reunieron en Com-postela personalidades de varios partidos favorables a la autonomía,alcaldes y representantes de corporaciones. En ella se nombró unanueva comisión que elaboraría un nuevo proyecto de Estatuto. Fuerade algunos votos particulares, como el del antiguo comunista y pocodespués fundador de las JONS en Galicia Santiago Montero Díaz,contra la plena cooficialidad del gallego y el castellano, esa comisiónpresentó dos meses después un nuevo proyecto que era prácticamen-te idéntico al que se sometería a referéndum cuatro años más tarde.Tras un proceso de recepción de enmiendas, en el que una vez máslas cuestiones estrella fueron la capitalidad (cuestión que enfrenta-ba a las fuerzas vivas de Vigo y A Coruña), la pertinencia de la intro-ducción del idioma gallego en la administración y la enseñanza y elpropio alcance de la autonomía en relación con la definición nacionalde la República, la asamblea de municipios pro-Estatuto se celebróen Santiago de Compostela del 17 a 19 de diciembre. A ella acudie-ron representantes de casi todos los partidos, incluso de aquéllos me-nos favorables a priori a la autonomía, como la URD (en la que exis-tía un pequeño sector pro-autonomista dentro de los moldes delregionalismo sano), el Partido Radical Socialista o el Partido Radi-

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——————43 Para un ejemplo, el de la actuación de los galleguistas del pueblo natal de Cas-

telao, Rianxo (A Coruña), véase X. Costa Rodil, Rianxo na II República: firme apoioó Estatuto de Autonomía, Rianxo, Concello de Rianxo, 2003.

Page 351: Memoria de la II República

cal, además de delegados de 211 de los 319 municipios que entonceshabía en Galicia, no obstante las significativas ausencias de Vigo,Monforte o Betanzos. Acabaron votando a favor del proyecto de Es-tatuto representantes de 176 ayuntamientos, el 77,4 por 100 de losexistentes en Galicia, que representaban al 84,7 por 100 de la pobla-ción44.

El siguiente paso había de ser la convocatoria de un referéndum.El 8 de enero de 1933 se constituyó en Santiago el Comité Central dela Autonomía Gallega, en el que no participaron ni la URD, ni repre-sentantes de la izquierda obrera. Y se publicaron manifiestos en laprensa a favor de la autonomía, algunos de ellos firmados por perso-nalidades del mundo de la cultura y la educación tan diversas comoel independentista Álvaro das Casas, el conservador Jacobo Varela deLimia y el antiguo firmante del manifiesto de La Conquista del Es-tado en 1931 Manuel Souto Vilas45. Pero las gestiones de Castelao enMadrid con diversos diputados gallegos y con el propio Casares Qui-roga para presionar por la convocatoria lo más rápida posible de unreferéndum no dieron los frutos esperados. Azaña se inhibió de tomarcartas directas en el asunto y remitió la decisión final al Consejo deMinistros, además de al criterio del propio Casares Quiroga. Este úl-timo no veía claro qué beneficio podía obtener de la aprobación rápi-da de un Estatuto de Autonomía que podría erosionar sus posicionesde poder ya adquiridas, y del que en ningún caso figuraría como pro-genitor. Por otro lado, tanto Casares como el gobierno republicanoestimaban conveniente celebrar primero las elecciones municipales,y todavía no se había aprobado en las Cortes el Estatuto catalán46. El27 de mayo, finalmente, el presidente de la República firmó el decre-to por el que se autorizaba el plebiscito. Pero el Comité Central deAutonomía, en el que el PRG tenía mayoría, impuso nuevas dilacio-nes al proceso autonómico, que se sumió en un auténtico caos, al queel Partido Radical contribuyó no poco oponiéndose frontalmente alplebiscito. Esa dejadez era común al resto de partidos republicanos,salvo el PG. Con amargura denunciaba el periodista Roberto Blanco

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——————44 Para un resumen evenemencial de los acontecimientos, véase Castro, O gale-

guismo, vol. I, págs. 82-96, y vol. II, págs. 559-613; A. Mato, «Introducción», enídem, 5 documentos, págs. 9-19, y Beramendi, A Autonomía, págs. 42-61. Igualmen-te, los documentos reproducidos en U. B. Diéguez Cequiel (ed.), A Asemblea de Con-cellos de Galiza pro-Estatuto, Pontevedra, Fundación Alexandre Bóveda, 2002.

45 Cfr. el manifiesto de intelectuales gallegos ¡Gallegos! ¡Votad por la Autono-mía de nuestra Tierra!, Galicia, febrero de 1933, en Fondo Ben-Cho-Sey, Bibliotecade la Diputación Provincial de Ourense.

46 Carta de Castelao al presidente del Comité Central Pro-Estatuto, Pontevedra,18.1.1933, en Castelao, Epistolario, pág. 192; informe de Castelao al PG, 17.1.1933,reproducido en Castro, O galeguismo, vol. 2, págs. 916-922.

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Torres en septiembre de 1933 que «de Riestra y Bugallal a CasaresQuiroga o Iglesias Ambrosio, no hay diferencia cualitativa alguna,con la desventaja para estos últimos de que aquellos no hablaron nun-ca de democracia ni pusieron el grito en el cielo contra el caciquis-mo», pues el PRG estaría demasiado preocupado en hacer «políticamenuda provinciana del más viejo estilo». Y extenderá la crítica a to-dos los partidos de izquierda en agosto del año siguiente: todos ellos«lanzan como señuelo la bandera de una autonomía que no sien-ten»47. La caída del gobierno Azaña el 7 de septiembre, y la convoca-toria de nuevas elecciones para noviembre, impusieron un parón ab-soluto al proceso autonómico gallego.

La derrota de los partidos republicanos y de la izquierda en laselecciones de noviembre de 1933, que también tiene lugar en Galicia,dejó al PG sin representación parlamentaria en Madrid y congeló en lapráctica el proceso estatutario durante dos años. El PG se fue inclinan-do entonces hacia una alianza táctica con las izquierdas republicanas,en primer lugar con Izquierda Republicana. Pues la deriva autoritariadel bienio negro fue convenciendo a los sectores más reticentes de laizquierda obrera y de la opinión republicana española y gallega de laconveniencia de aceptar el hecho autonómico y de extenderlo a otrosterritorios de la República. Eso sí, el PG tuvo que pagar el precio de verahondarse las divergencias entre su tendencia progresista y la tradicio-nalista, patentes en la minoritaria escisión de 1935 protagonizada porDereita Galeguista. Al final de este proceso, acabó por integrase en elFrente Popular, con el compromiso de los demás partidos de la coali-ción de favorecer la convocatoria de un plebiscito de autonomía paraGalicia. Las candidaturas del Frente Popular obtuvieron el triunfo enlas provincias de A Coruña y Pontevedra, y asimismo en Lugo (dondeconcurrieron conjuntamente con los partidos de centro en una Coali-ción Republicana que marginó de su seno al PG), mientras que en Ou-rense la victoria correspondió al bloque de derechas (tres escaños) lide-rado por Calvo Sotelo. De este modo, los nacionalistas contaron contres diputados en las Cortes republicanas (Castelao —candidato másvotado de la provincia de Pontevedra—, Suárez Picallo y Villar Ponte,los dos últimos incorporados al PG), a los que se unía el agrarista pon-tevedrés Antón Alonso Ríos, él mismo militante del PG.

Las izquierdas cumplieron con los compromisos suscritos. Esmás, Bibiano F. Osorio-Tafall, antiguo presidente del Comité Central

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——————47 Citas de R. Blanco Torres, «El panorama autonomista de Galicia» y «Crónicas

de Galicia. Filisteos», en El Liberal, 3.9. y 9.9.1933, así como ídem «En torno al Díade Galicia», El País (Pontevedra), 1.8.1934, reproducidas por M. Seixo, B. Pazos yP. Pena, Roberto Blanco Torres. Vida, obra e pensamento, A Estrada, Eds. Fouce,2001, págs. 124-126.

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de Autonomía, fue nombrado subsecretario de Gobernación. En laprimavera de 1936, el PG relanzó la campaña por el plebiscito, se-cundada ahora —con entusiasmo variable— por los partidos delFrente Popular y las instituciones por ellos controladas, ayuntamien-tos (entre ellos los de A Coruña y Vigo) y las diputaciones de Ponte-vedra y A Coruña48, además del refundado Comité Central de Auto-nomía, y con el pleno apoyo del gobierno republicano. El cambio deactitud de los partidos republicanos y, especialmente, de la izquierdaobrera no dejaba de ser un tanto forzado, pues aunque el ambiente fa-vorable a la autonomía parecía extenderse entre sectores sociales yprofesionales antes reticentes a ella, no dejaron de estar presentes vo-ces que disentían del viraje proautonómico, particularmente entre lossocialistas galaicos. Con todo, incluso estos sectores acataron elacuerdo y, aún sin entusiasmo, esperaban que una Galicia autónomasirviese para consolidar la República, erradicar el caciquismo y avan-zar en la consecución de mejoras sociales. Como era de esperar, laderecha accidentalista y antirrepublicana se opuso frontalmente alEstatuto de Galicia, con los argumentos consabidos: propensión alseparatismo, disgregación de la patria y perversión de lo que podíaser aceptado por algunos sectores de la propia URD, resumible enuna descentralización administrativa y corporativa que fuese contem-plada como un retorno a la España foral y preliberal49.

Tras una intensa campaña, en la que los motores principales fue-ron el Partido Galeguista y, en menor medida, Izquierda Republicana,además de los galleguistas presentes en otras fuerzas políticas, el 28de junio de 1936 se celebró el plebiscito por la autonomía de Galicia.Este arrojó un resultado oficial del 99 por 100 de síes, éxito que sedebió más a la manipulación de los sufragios perpetrada en compli-cidad con los demás partidos del Frente Popular, y que era poco me-nos que indispensable para superar los duros requisitos establecidospor la Constitución de 1931, que al resultado directo de la intensacampaña de propaganda estatutista dinamizada por el PG entre mayoy junio de 193650. De hecho, los periódicos de la derecha antirrepu-blicana denunciaron que la votación había sido una farsa. Con todo,

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——————48 Grandío Seoane, Política e provincia, págs. 101-103.49 Cfr. E. Grandío Seoane, «Dereita e rexionalismo galego na II.ª República: Car-

los Ruiz del Castillo», Grial, 134 (1997), págs. 185-217; ídem, Los orígenes, págs.279-281.

50 Cfr. los testimonios posteriores de los entonces miembros de la FMG MariñoDónega y Avelino Pousa Antelo, en M. Dónega Rozas, De min para vós. Unha lem-branza epistolar, Vigo, Galaxia, 2002, págs. 91-95, y X. A. Liñares Giraut, Conver-sas con Avelino Pousa Antelo. Memorias dun Galego Inconformista, Sada, Eds. doCastro, 1991, págs. 86-87.

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aún faltaba la aprobación parlamentaria por las Cortes de Madrid, porlo que el 15 de julio de 1936 salió para Madrid una comisión presidi-da por el presidente del Comité Central de la Autonomía, el galle-guista y alcalde compostelano Ánxel Casal, e integrada por varios di-putados, alcaldes y presidentes de diputaciones provinciales. El 17 dejulio, la comisión fue recibida solemnemente por el presidente de laRepública, quien declaró que el Estatuto de Galicia serviría para«consolidar la República y la democracia». Sin embargo, el estallidode la sublevación, que sorprendió a parte de los integrantes de la Co-misión aún en Madrid, Castelao entre ellos, interrumpió el trámiteparlamentario del Estatuto de Galicia. Un trámite que se avecinabacomplicado, porque ya en los primeros días de julio el propio Caste-lao apreciaba que el Estatuto gallego, de techo más bajo que el cata-lán o el vasco, podía servir de modelo para una generalización auto-nómica que los galleguistas rechazaban, en la medida en queentendían que diluía la especificidad nacional de Galicia51.

¿UN TRIUNFO PÓSTUMO?

La dinámica de acelerado crecimiento social y electoral del PG,junto con el prestigio intelectual y político de buena parte de sus líde-res, lo convirtieron en una fuerza política influyente, aunque no ma-yoritaria, dentro de la escena política gallega, que fue capaz de impul-sar todo el proceso autonómico. Fue gracias a ello que el Estatuto fueaprobado por referéndum tres semanas antes del golpe de Estado. Loque hizo posible que Galicia entrase en el grupo de «nacionalidadeshistóricas» a la hora de abordar la estructuración territorial del Esta-do durante el proceso de transición a la democracia que tuvo lugarcuarenta años después. Fue, pues, un papel de catalizador que dejó unprofundo rastro y que fue reconocido de manera prácticamente hege-mónica en la memoria histórica promovida de modo oficial por laGalicia autonómica que inició su andadura en 1981, pero también porla mayoría de los actores sociales y políticos que aceptaron la autono-mía desde la transición. El PG y los que pasarán a la historia como losgaleguistas históricos triunfaron ampliamente en la memoria. Tantoes así, que su legado, sus figuras señeras y su andadura constituyenantecedentes que son objeto de disputa —y de interpretación diver-gente— por casi todos los partidos democráticos en liza en el pano-rama político gallego actual, desde el Partido Popular hasta los gru-

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——————51 Cartas de Castelao a Alexandre Bóveda, Madrid, s. f. (ca. comienzos y media-

dos de julio de 1936), en Epistolario, págs. 273-276.

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púsculos independentistas situados a la izquierda del Bloque Nacio-nalista Galego52.

La cuestión gallega nunca fue un problema para la República.Fue un proceso plagado de paradojas. De entrada, porque fue obra deminorías conscientes movidas por la voluntad. Pero también porqueesas minorías fueron capaces de crear una dinámica de movilizaciónque en un tiempo relativamente récord generó una respuesta socialque, si en 1936 era minoritaria pero significativa, en 1931 había sidopoco menos que insignificante. A lo largo de los años republicanos sepuede constatar que, al menos en una parte de los segmentos socialescampesinos movilizados por el agrarismo y el republicanismo más omenos izquierdista, también se abría paso una cierto interés sustanti-vo por la autonomía. Autonomía que no era contemplada, como losnacionalistas pretendían, como un primer paso hacia la autodetermi-nación de Galicia en una República federal y multinacional. Ni si-quiera como una forma de reconocimiento de la especificidad etno-cultural y del carácter nacional de Galicia. A menudo se trataba,simplemente, de la identificación entre autonomía y descuaje del ca-ciquismo vinculado al centralismo, y por tanto como un instrumentoadecuado para alcanzar mayores cotas de democracia, progreso y re-forma social53. El delegado en Galicia de la sociedad de los naturalesde Salceda de Caselas en Buenos Aires lo expresaba en carta a suscorreligionarios porteños de modo expresivo y en un castellano fuer-temente interferido por el gallego nativo en marzo de 1936:

Compañeros se avecina nuestra autonomia asi que aber sibuestro grano de arena no falta para atar esa obra y degar de ser-mos esclavos de los Castellanos. Sin mas saludo atodos los com-pañeros con un viva la union popular de izquierda de la provinciade Pontevedra y viva España izquierdista y bosotros todos los quesimpatizais con esta idea le debeis de escribir a buestros familiaresen esta a que boten la autonomia54.

Del mismo modo, en las celebraciones y fiestas que se ibanabriendo paso en localidades y pueblos, organizadas por casinos y

LAS PARADOJAS DE LA CUESTIÓN GALLEGA... 359

——————52 Cfr. X. M. Núñez Seixas, «De Breogán a Pardo de Cela, pasando por Améri-

ca: Notas sobre la imaginación del nacionalismo gallego», Historia Social, 40 (2001),págs. 53-78.

53 Quizás era eso lo que percibía un informe interno del PCE, fechado en 1933(Galicia. Situación del partido desde el punto de vista de su organización), que ad-vertía —en un momento en el que el PCE no apoyaba los Estatutos de Autonomía—que «he observado durante mi estancia en Galicia que la Autonomía ha despertadomuchas ilusiones entre los campesinos y obreros revolucionarios». Citado por Santi-drián Arias, Historia, pág. 237.

54 Carta de Severino Fernández, ya citada.

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centros republicanos, sociedades agrarias y de oficios varios y agru-paciones políticas, se podía apreciar un incremento de los referentesetnoculturales gallegos, ligados a la exaltación de la República y lafundamentación de una nueva liturgia laica vinculada al nuevo régi-men. Esa liturgia propia concedía un cierto lugar al reforzamientode los referentes de identidad galaicos, situados eso sí en un plano deigualdad con los republicanos. Por poner un ejemplo entre mil,el festival que el Centro Recreativo y Cultural de Lamas (San Sa-durniño, A Coruña) celebraba el 8 de diciembre de 1935 incluíauna conferencia formativa sobre la democracia, un recital de poe-sías de Rosalía de Castro, Juan Ramón Jiménez, Curros Enríquez yGarcía Lorca, y se cerraba finalmente con el himno de Galicia y elhimno de la República55.

No se trataba de un proceso de nacionalización gallega acele-rado. Elementos como la plena revalorización social de la lenguapropia, por ejemplo, evolucionaban de modo mucho más lento quela relativamente rápida adecuación de amplios segmentos socialesa la conveniencia de adoptar un marco territorial gallego para ladefensa de sus intereses y la articulación de un espacio de poderdesde el que consolidar las reformas políticas y sociales con lasque se identificaba la esperanza republicana. Ahora bien, lento noquería decir inmóvil. Y comparado con los veinte años anteriores,desde la fundación de las Irmandades da Fala en 1916, los nacio-nalistas gallegos podían pensar en vísperas del golpe de Estadoque el camino recorrido en cinco años había rendido excelentesfrutos. Se demostraba también así cómo las dinámicas de movili-zación desde arriba acaban por crear respuesta social. Dicho deotro modo, cómo la tradición federal de una parte de los republica-nos, junto con el convencimiento progresivo de que la autonomíapodía contribuir al reforzamiento de la República, y el entusiasmode una minoría significativa de nacionalistas, consiguió, ante lanueva ventana de oportunidad abierta por la República y la posibi-lidad de articular un nuevo espacio institucional, poner en marchaese proceso de reforzamiento de los referentes de identidad galle-ga. Identidad mayormente compatible, por lo demás, con la perte-nencia a una República descentralizada o federal en el futuro. Eraalgo que, a su manera, políticos galleguistas como Alexandre Bó-veda ya intuían en junio de 1936. Frente a militantes de su partidoque se preguntaban si la llegada de la autonomía no sería prematu-ra, dado que la conciencia nacional gallega distaba de ser mayori-taria, Bóveda respondía tajante que sería precisamente el autogo-

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——————55 Núñez Seixas y Soutelo, As cartas, pág. 63.

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bierno y su ejercicio cotidiano lo que contribuiría a reforzar el ga-lleguismo de la población56.

El golpe de Estado de julio de 1936 supuso, en este sentido, unainterrupción no sólo de un proceso de expansión de nuevas formas deentender la política y la sociedad, y de participar en la cosa pública,sino también de construcción de una identidad nacional específicavinculada a la fidelidad al régimen republicano. Se abrió así un pa-réntesis que sólo pudo ser retomado en la transición democrática y lareinstauración de la autonomía en 1980. Muchas de las paradojas delproceso republicano se reproducirán entonces, aunque con distintosprotagonistas.

LAS PARADOJAS DE LA CUESTIÓN GALLEGA... 361

——————56 Según el testimonio del entonces miembro de la FMG Ramón Piñeiro, en V.

F. Freixanes, Unha ducia de galegos, Vigo, Galaxia, 1982 [2.ª ed.], pág. 113.

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Epílogo: Memoria de la Repúblicaen tiempos de transición

JULIO ARÓSTEGUI

Universidad Complutense de Madrid

Como se sabe bien, los tiempos de la transición posfranquista, losque nos sacaron de la dictadura, no fueron propicios para la memoria.Como entonces algunos, y muchos más después, nos han recordado,aquellos fueron, precisamente, tiempos más bien de desmemoria. Tan-to que, más tarde, recordar lo que se olvidó entonces suena a otros asaturación de la memoria. Todos sabemos, decía en aquel el tiempoJosé Vidal Beneyto, que «la democracia que nos gobierna ha sido edi-ficada sobre la losa que sepulta nuestra memoria colectiva». Veinteaños, más o menos, entre 1975 y mediada la década de los noventa delsiglo pasado, ha permanecido vigente este tiempo de desmemoria denuestros conflictos del pretérito más cercano a los que justamente esteproceso de la transición pretendía buscar un lugar, dotar de un entor-no y, sobre todo, mantener a raya porque vivíamos tiempos de supera-ción, reconciliación y, preferiblemente, olvido del pasado.

Desde mediados de la década de los noventa estas percepcioneshan cambiado mucho. Casi han dado un giro de ciento ochenta gra-dos. Lo que entonces era desmemoria podríamos decir que ha llega-do a ser hoy un cierto desorden de la memoria. Y se ha dicho tambiénque ni el pasado ni el futuro eran, o son, ya lo que fueron. Y es que lamemoria de nuestro pasado reciente y conflictivo es compleja y pocoapacible. Por eso, la «historia de la memoria» tiene que convertirse aveces necesariamente en la historia de las amnesias, cuando no en lahistoria de las ocultaciones. La memoria tiene las mismas carencias ylagunas que nuestra propia historia.

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Las relaciones entre la Memoria y la Historia son, sin duda, bas-tante menos lineales de lo que podría suponerse. Casi no se puede, ono se debe, hablar de una «memoria histórica» como elemento obje-tivo de cohesión o, por el contrario, como factor de conflicto en elseno de una determinada colectividad, porque esa contraposición tie-ne escaso sentido. La memoria es siempre conflictiva, nunca es unavariable definible en el mismo sentido por todos los que la compar-ten. La memoria está siempre extremadamente fragmentada, deacuerdo con la naturaleza misma y las formas de la estructura social;hay diversas memorias sociales que tienen como sujetos grupos di-versos. Lo que no excluye la presencia de una memoria dominante.

REPÚBLICA Y MEMORIA

La instauración de una República un cierto luminoso 14 de abrilno fue en modo alguno el resultado de una transición, sino el produc-to, advenido de forma impensada, seguramente, de una voluntad re-volucionaria explícitamente mostrada. Por aquí empieza el contenidotraumático de un cambio que no ha dejado de producir polémica. LaRepública como el resultado inesperado, y aún negociado, podría de-cirse, no fue nunca una transición, aunque algunos hayan queridoverla así bajo el influjo de transiciones posteriores. Es completamen-te inapropiada la afirmación de Shlomo Ben Ami de que estamosante «una transformación que mutatis mutandi posee algunas sor-prendentes analogías con la transición del franquismo a la democra-cia en los fines de los años setenta»1. En modo alguno fue así. Lo queestamos es ante una revolución puesta marcha con el protagonismode la pequeña burguesía y el «movimiento obrero organizado» quepudo materializarse gracias a una alianza de clases por más circuns-tancial que fuese. Al pretender que fue una transición se busca, posi-blemente, dar una concreta interpretación del periodo 1931-1975,zona «entre dos transiciones», que falsea completamente tanto el sig-nificado de los proyectos políticos presentes en las clases sociales es-pañolas en los años treinta, como la significación del régimen deFranco2.

364 JULIO ARÓSTEGUI

——————1 Shlomo Ben Ami, Los orígenes de la Segunda República: anatomía de una

transición, Madrid, Alianza Editorial, 1990.2 Véase Julio Aróstegui, «De la Monarquía a la República: una segunda fase de

la crisis española de entreguerras», en A. Morales Moya y M. Esteban de Vega (eds.),La Historia Contemporánea en España. Primer Congreso de Historia Contemporá-nea de España. Salamanca, 1992, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1996,págs. 145-158.

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La República, ciertamente, ha sido objeto y víctima de mala me-moria en el tracto final del siglo XX de la historia española. Tendre-mos que indagar algo, aunque no sea más que de forma reflexiva eimpresionista, modo ensayístico, no con los instrumentos de una ri-gurosa investigación, sobre las razones de esta carencia, pero convie-ne advertir ya que una mala memoria no equivale en forma alguna auna mala historia. La memoria y la historia no son en absoluto varia-bles o factores culturales correlativos. No, en absoluto. A veces, in-cluso, son inversamente proporcionales, lo que también es explicable.Por ello resulta inútil que intentemos argumentar sobre «la saturaciónde la memoria» diciendo que se han escrito muchos libros de histo-ria, lo que, al parecer, hace saturarse la reivindicación o la necesidadde la memoria. Mal entendimiento es este de la cultura y el impulsosocial, colectivo, por la memoria.

La República hemos de entenderla como un momento crucial dela historia de España en el siglo XX, que en el tiempo que sigue inme-diatamente a la muerte del general Franco, tiene distinta dificultad demedida según se atienda especialmente bien a su significado socialgeneral o a su presencia en el discurso político y a su peso consi-guiente en la acción política. Un análisis de la primera de estas di-mensiones es naturalmente más difícil. Pero una y otra deben seratendidas al hablar de la memoria republicana. Significación social ydiscurso político tampoco son realidades correlativas, no están siem-pre interrelacionadas en el mismo sentido. No son proporcionales. Aveces, significación colectiva y trascripción política de ella puedenno sólo no coincidir sino estar francamente encontradas. Y eso es loque, a nuestro juicio, ha ocurrido con la imagen de la República y laguerra civil que le puso fin en el tiempo de la transición posfranquis-ta y en el que le siguió inmediatamente.

Porque la mala memoria de la Segunda República española no escosa, únicamente, de los tiempos de transición, sino que lo ha sidotambién de los tiempos de tribulación anteriores y de los de reconci-liación posteriores a este evento central del final del régimen de losvencedores de la Guerra Civil. Hasta ahora, la República no fue nun-ca bien recordada. La razón de esta amnesia no precisa de instrumen-tos freudianos para aclararla: la memoria de la República, más aún, laimagen de la República (y ya nos advierte Ricoeur que memoria eimagen son cosas distintas) nos trae siempre la imagen inmediata yominosa, el espectro, de su final trágico, de la Guerra Civil. Y, comodijese en una declaración oficial el gobierno socialista de 1986, «[Laguerra] es definitivamente historia, parte de la memoria de los espa-ñoles y de su experiencia colectiva. Pero no tiene ya presencia viva enla realidad de un país cuya conciencia moral última se basa en losprincipios de la libertad y la tolerancia».

EPÍLOGO: MEMORIA DE LA REPÚBLICA EN TIEMPOS DE TRANSICIÓN 365

Page 361: Memoria de la II República

La República podía ser así difícilmente considerada una expe-riencia luminosa, porque concluyó en la más absoluta oscuridad. Paradecirlo en términos más sencillos: la memoria de la República espa-ñola de los años treinta nunca pudo ser buena porque jamás pudo des-ligársela de la Guerra Civil. Nunca pudo hacerse una disección lobastante nítida y tajante como para poder establecer que la experien-cia republicana no desembocó en guerra civil sino que fue destruidacon la guerra por aquellos que siempre, desde su implantación, qui-sieron destruirla.

La República española de 1931 no ha constituido por sí misma,con independencia de la Guerra Civil, en todo el largo tracto históri-co que va de la posguerra española a los años 90 un lugar de memo-ria preciso y sí lo han sido otros muchos hechos, procesos, movi-mientos y líneas relacionados con ella, dentro y fuera de España.Porque la argumentación que desarrollamos, desde luego, no incluye,como no puede ser de otra manera, la España del exilio. Precisamen-te el lugar de la memoria republicana fue el exilio exterior. Ni siquie-ra el exilio el interior la hizo suya.

UNA LARGA DESMEMORIA...

La desmemoria acerca de la República en los años posteriores a1975 tiene, a nuestro modo de ver, varias profundas razones que se-ría conveniente analizar de forma separada. Podrían reunirse, más omenos, en este tipo de consideraciones que proponemos hacer a con-tinuación.

La República como régimen no fue reivindicada prácticamentepor nadie en los años de la posguerra (con la excepción siempre, cla-ro está, repetimos, de la España del exilio, y no de manera completa).La generación nueva que aparece a la vida política en los finales delos años cincuenta y primeros sesenta del siglo pasado, y que tienecomo entelequia propia la de la oposición al franquismo, no reivindi-ca la República. Reivindica la democracia.

El fenómeno político que se desarrolla en la transición españolatiene, sin duda, unos precedentes políticos discernibles mucho másantiguos. Indudablemente, los orígenes inmediatos económico-socia-les y político-culturales de la transición posfranquista es preciso bus-carlos en los años sesenta, pero los orígenes remotos son aún anterio-res. Esa precisa ubicación de los orígenes de la forma adoptada parasalir de la dictadura explica ciertas conformaciones de la memoriahistórica. La República empezó a ponerse en duda muy poco despuésde ser derrotada. Las primeras de tales dudas aparecen ya en 1945,recién derrotados los fascismos, y cuando se abre el momento de ma-

366 JULIO ARÓSTEGUI

Page 362: Memoria de la II República

yor lucha contra el franquismo de posguerra, cuando se esperaba quelas potencias vencedoras ayudarían a su descabalgamiento definitivo.La opción pensada entonces por ciertos líderes en el exilio no es el re-greso, sin más, de la vieja forma republicana, sino un proceso de«transición y plebiscito» que propugnan determinadas fuerzas antesrepublicanas, a cuya cabeza se va a encontrar el viejo líder socialistaLargo Caballero, apoyado esta vez por Indalecio Prieto, cuando pare-cen materializarse las posibilidades de que Franco fuese obligado adejar el poder3. A la muerte de Caballero fue Prieto el que mantuvoviva esa llama y fue el más firme contradictor de la instauración deun gobierno republicano en el exilio. Años después el PCE empeza-ría la predicación de una política de «reconciliación nacional», desde1956, en la que es poco seguido, como había ocurrido con anterioresiniciativas comunistas. Tampoco esa iniciativa incluía la vuelta a laRepública.

Un hecho más ruidoso es, sin duda, el acuerdo al que llegan losopositores al régimen en la célebre reunión del Movimiento Europeo,reunido en 1962 en Munich, hecho al que el régimen consagró como«contubernio de Munich»4. Salvador de Madariaga dijo ante ese ple-no del IV Congreso del Movimiento Europeo: «la guerra civil ha ter-minado el día 6 de junio de 1962»5. Es muy probable que aquello fue-ra el primer real exorcismo del espectro de la Guerra Civil y en esesentido fue un precedente claro de lo sucedido después. Tampoco en-tonces la vuelta a la República fue proclamada como la solución parala falta de libertades que experimentaban los españoles. La ausenciadel PCE de aquel contubernio es harto significativa. En cualquiercaso, allí se diseñó realmente un adelanto de lo que luego sería unbloque reformista, que parece una premonición de lo que sería el pos-terior de 1976.

La gran reivindicación política de la oposición antifranquista has-ta la desaparición del régimen del general Franco es, pues, la demo-cracia genéricamente entendida, con abstracción del régimen precisoen que ella se plasmaría. Nunca se pediría la vuelta a la República.

Entre las mismas vicisitudes del régimen se articulan tambiénuna memoria social y una memoria histórica de la República y de laGuerra Civil que atravesarán por dos coyunturas históricas significa-tivas, con independencia de aquella misma que generó en su momen-

EPÍLOGO: MEMORIA DE LA REPÚBLICA EN TIEMPOS DE TRANSICIÓN 367

——————3 Julio Aróstegui, Francisco Largo Caballero en el exilio. La última etapa de un lí-

der obrero, Madrid, Fundación Largo Caballero, 1990, especialmente págs. 103 y ss.4 J. Satústregui y otros, Cuando la transición se hizo posible. El «contubernio de

Munich», Madrid, Tecnos, 1993. Puede verse también F. Álvarez de Miranda, Del«contubernio» al consenso, Barcelona, Planeta, 1985.

5 J. Satústregui, ob. cit., pág. 22.

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to el propio episodio de la Guerra Civil. La primera de ellas es la delos años 1961-1964, cuando el régimen de Franco emprendió una po-lítica enteramente nueva con respecto a las tragedias de los añostreinta, una consideración en modo alguno «reconciliadora», pero sí,al menos, despojada de su permanente visión en negativo. Los horro-res de la República habrían sido superados en una guerra decisiva, di-ría a partir de entonces el régimen, que había hecho posible la pros-peridad española que se alumbraba en aquel momento. Era el eslogancélebre de los veinticinco años de paz, el punto de partida de una Es-paña nueva y desarrollista y ello la legitimaba y legitimaba al régi-men mismo. La gran perdedora en esta imagen es precisamente laRepública y ello era lo que se pretendía.

La otra gran coyuntura fue, justamente, la de la transición políti-ca, a partir ya de la muerte de Carrero Blanco en 1973, en cuyo trans-curso las tragedias de los años treinta, más la Guerra Civil que otracosa, juegan un papel de importancia que, en cualquier caso, hay di-ficultades para calibrar con exactitud y peligros de valorar equivoca-damente, casi siempre por exceso. Esa segunda coyuntura no cree-mos que adquiera una nueva dimensión sino a mediados de los añosochenta cuando se demanda una nueva consideración de la GuerraCivil. Una consideración también, desde luego, en la línea reconcilia-dora.

La transición política posfranquista, estrechamente condicionadapor los planteamientos finales del régimen y de sus reformistas inter-nos, que tienen previsto ya un modelo de salida del régimen que in-cluye la instauración monárquica, arruina igualmente, margina, lapresencia republicana como aspiración política concreta y como ide-al democrático. El proceso descrito como «de la ley a la ley» da porsupuesto que el régimen político es la monarquía. La no discusión delrégimen monárquico es uno de los «pactos» implícitos entre fuerzassobre los que opera la que ya será «reforma» política y no la «ruptu-ra», revolucionaria, democrática, pactada o cualquiera de las demásconceptuaciones que van desgranándose con rapidez en un tiempo deintensas negociaciones. El término ruptura deja de definir pronto lareal entidad del proceso de cambio. El régimen político viene dado.La República queda, una vez más, fuera del horizonte de las reclama-ciones y del de las aspiraciones.

La España de la transición, si se entiende con ese término el pe-riodo político intenso que se vive en España entre 1975 —si no antes— y la relativa normalización del sistema democrático que se operaen 1982, con el triunfo socialista, opera siempre sobre el proyectohistórico de la reconciliación entre los españoles, de la superación delpasado, el olvido de los conflictos anteriores... La República, con sudesembocadura en una guerra civil es la contraimagen de este senti-

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do de la reconciliación. Es más o menos, la prefiguración de la dis-cordia, la desunión, el enfrentamiento. La memoria del pasado políti-co que opera en la transición tiene como punto central de referenciala guerra civil que funciona sistemáticamente como imagen negativa,reductora y limitativa. La guerra es precisamente el umbral a no atra-vesar. La Guerra Civil y su recuerdo condicionará muchos comporta-mientos políticos. El ideal republicano quedará descartado porque suimagen acarrea excesivos reflejos negativos.

Tal vez, semejante mensaje está dirigido específicamente a laoposición externa al franquismo y al antifranquismo militante. Se-ría justamente la ruptura como salida final del régimen la que esossectores presentarían como un proceso de no-reconciliación y unproceso violento. En definitiva, y esto nos parece el proceso clave,la transición española se hizo sobre la negación de la discordia y elconflicto y la República apareció siempre ligada, entre los años se-tenta y los noventa a la imagen de la Guerra Civil. Inseparablementeligada. Y fue olvidada, preterida o apostrofada en la misma medidaen que lo era la guerra. Por ello no ha habido una verdadera memoriade la República durante una generación.

No ha habido una memoria activa y constructiva de la Repúblicaen los proyectos políticos, ni en el imaginario cultural, ni en el acer-vo de la ética pública, ni en ningún otro sentido de las políticas públi-cas cuya huella sea visible. La República no formó parte del lengua-je político de la transición ni del de las dos décadas que le siguieron.Se trata de un clamoroso silencio que merece que en algún momentole dediquemos una investigación más a fondo. Los gobiernos delPSOE durante catorce años nunca promovieron una recomposiciónde esa imagen de la República, de la misma manera que propendie-ron a pasar sobre la imagen de la guerra como aquella de los malesno repetibles.

...Y UNAS NUEVAS MEMORIAS

La idea de la Guerra Civil como la materialización de un fracasode la República ejerció un papel esencial en los comportamientos po-líticos de la época de la transición y ha llegado a estar muy generali-zada entre divulgadores, periodistas, historiadores, etc. Un periodistanotable, Javier Pradera, señaló que: «La memoria de la guerra civil yla voluntad de impedir la repetición de sus horrores desempeñaron unpapel decisivo a la hora de posibilitar la transición desde el franquis-mo hasta la democracia y de cerrar el paso en 1981 al golpe de Esta-do militar del 23-F.» Algo que es en sí mismo perfectamente plausi-ble esconde, precisamente, esa idea del fracaso republicano, de la

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utopía republicana como algo a lo que debe renunciarse, y el hechode que fue la memoria de ese fracaso la que acarreó las mejores esen-cias de la transición se convierte en un dogma cuya relevancia no po-demos medir y, por tanto, en una afirmación trivial y en gran medidagratuita.

Esta memoria del fracaso republicano es, en todo caso, difícil demedir. Depende del discurso en que se inscribiese. De ella podía des-prenderse una cierta forma de catarsis colectiva: una idea de fracasocolectivo que era preciso superar. En realidad, la memoria imperanteen la transición funciona así. La guerra civil de 1936 acabó siendovista como la de los locos y la de la «locura colectiva». Como visiónsuperficial y oportunista ello no es sino un despropósito difundidopor algunos publicistas especialistas en la recreación de temas histó-ricos, como Fernando Díaz-Plaja y otros. Pero es cierto también quea ese coro y al de los que llamaron la atención sobre el «peligro» derememorar la Guerra Civil se sumaron autores de renombre e histo-riadores. Así Carlos Seco, entre los historiadores, Laín Entralgo o Ju-lián Marías, entre los ensayistas. Anteriormente ya hemos señaladoque uno de los más serios errores que se cometen en el enjuiciamien-to de la Guerra Civil procede de la identificación indebida de la cri-sis de los años treinta con la propia forma política republicana. Unacosa es la crisis española y otra que la República fuera la llamada aresolverla. La República en manera alguna creó la crisis; la cuestiónreal es que no la resolvió...

El efecto ejemplarizante y coactivo de la memoria de la GuerraCivil en el final del régimen de Franco no parece discutible, aunquees difícil que podamos calibrarlo exactamente en su completa opera-tividad histórica. Es preciso distinguir, entre líderes políticos y masa,entre corrientes políticas, entre territorios diferentes. No sabemos sila fijación de la memoria del fracaso tiene como referente la crisis delos años treinta, el alzamiento militar y la guerra subsiguiente o laidea genérica de un enfrentamiento fratricida y sangriento...

Pero en la transición y postransición, la ideología del que sería, endefinitiva, el partido dominante, en especial en la década de losochenta, el partido socialista, debe ser objeto de algunos comentariosespecíficos en cuanto al comportamiento de sus dirigentes y su cons-tante actitud ambigua hacia el pasado, lo que no debe descartarseque, tal vez, fue una de las claves de su éxito. El caso del PSOE es degran interés porque se trata de una organización política que integrahistoria y relevo generacional. Recuerda este caso el de una cierta«lucha contra la memoria histórica» de los hechos concretos, pero nodel pasado en bloque, en una posición sistemáticamente ambivalentehacia ese pasado. «El PSOE habla mucho del franquismo y práctica-mente nada de la guerra civil», dice acertadamente Paloma Aguilar.

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Mucho menos aún habló en estos momentos del hecho republicano,cuando precisamente fue el socialismo uno de los soportes esencialesde aquel régimen. Pero este discurso centrista es optimista frente alpesimista de UCD... El PSOE se abstuvo siempre de reivindicar a losvencidos, al contrario que el PCE. Y la relación que esto tiene con laintegración en el partido de muchos de estos vencidos históricos nopuede ser más paradójica: éstos se encuentran entre quienes másalientan y sostienen esa pérdida de la memoria histórica.

Parece, sin embargo, como si el PSOE, tan desdeñoso de su pro-pia memoria histórica, hubiese acertado con el camino correcto deevitar los errores del pasado; los tres grandes errores, los cometidoscon el Ejército, la Iglesia, la Educación. La historia de la evolucióndel socialismo, de la evolución del PSOE desde 1974 quiero decirexactamente, muestra claramente cómo esa evolución ha llevado a laperversión continua de la imagen de su misma historia en los añostreinta. El nuevo PSOE jamás quiso saber nada del significado parasu propia historia de la aventura de los años treinta; pretendió, a tra-vés de sus agentes en el aparato cultural que él mismo estructuró lue-go desde el poder, hacer válida la idea de que el gobierno del PSOEen los años ochenta era «la primera democracia» que el país había te-nido. Una rotunda y falaz mentira.

Pero esta manipulación de la historia se apoyaba en una realidadhistórica evidente: en el PSOE se había realizado la renovación gene-racional como en ningún otro partido histórico español; y pudo inter-pretarse que esa renovación iba en el sentido del progreso del país.Muchas gentes del propio partido han podido ver que esa renovacióngeneracional ha significado tal despojo de memoria histórica que elsocialismo histórico renunciaría a casi todo su legado en catorce añosde poder. Esto era ya imaginable en plena época de la transición. Ladesembocadura fue la pérdida absoluta de casi todo referente históri-co por parte del aparato y la dirigencia del partido.

Por otra parte, el diseño institucional de esa nueva España demo-crática tuvo también un componente de reflejo histórico que no esposible eludir. Es seguramente en tal diseño donde se encierran losreflejos más historicistas de todo el proceso. En el diseño de los Po-deres, del sistema electoral. En los reflejos de los nacionalismos. Perolas soluciones que la República aportó eran desde luego más diáfanasy más radicales, aunque tuvo menos tiempo para experimentarlas.Tras el consenso de los «padres de la Constitución» estaba, sin duda,esta imagen de los años treinta y pretendieron a toda costa superar losescollos de entonces. Como ya hemos señalado, el proceso en gene-ral estuvo presidido por la voluntad y la retórica de la reconciliación.

La cuestión de la memoria de los años treinta en cuerpos funda-mentales del Estado y en instituciones públicas de enorme influencia

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en el país es algo que todos suponemos y que, sin embargo, careceprácticamente de análisis empíricos. Qué significó en la época de latransición la visión del pasado, y las responsabilidades por él, parainstituciones como el Ejército, la Iglesia, la Magistratura, son cues-tiones conocidas en líneas generales, rastreables a través de muchosindicios, pero sometidas siempre a lo opinable y a las particulariza-ciones, ante la falta de conocimientos contrastables empíricamentesobre tales extremos. La Iglesia, por ejemplo, sólo rectificó su posi-ción acerca de la Guerra Civil bien avanzados los años sesenta gra-cias a la influencia del Vaticano II y a que su nueva posición frente alrégimen empezó a cambiar. Sólo avanzados los años ochenta hablóde nuevo del asunto6.

El problema del Ejército era bastante más delicado por la índolemisma de la institución armada. Por ello, la memoria de la Repúblicay de la Guerra Civil en la transición está estrechamente ligada a lacuestión militar en el sentimiento de la población7. Bajo el franquis-mo, el Ejército siempre estuvo en situación de «ocupación de su pro-pio territorio», estrechamente atado todavía a la idea de la «Cruza-da». Según Gutiérrez Mellado sería uno de los ejércitos «más viejos»del mundo, por lo retrógrado y por lo que la oficialidad tardaba ensus ascensos en la escala de mando siendo alcanzados los grados amayor edad8. Cuando muere Franco el Ejército es visto como un bun-ker, pero parece claro que dentro de él había diversas realidades y al-gunas divisiones. Toda su cúpula de mando, no obstante, había vivi-do la Guerra Civil. Los generales De Santiago e Iniesta Canohablarían en una carta pública a Suárez de traición al régimen ya enseptiembre de 1976.

Aunque a veces haya podido no parecerlo, fue la derecha españolaen todas sus variantes la que se mostró más contraria al reconocimien-to de la necesidad nítida de superación del pasado, de una manera máso menos decidida y más o menos clara. Y en ello ha perseverado, concasi los mismos argumentos hasta hoy. Precisamente en la votaciónde la Ley de Amnistía de 14 de octubre de 1977, la derecha se negóa votar positivamente con la increíble argumentación de que ello re-presentaba un inadmisible borrón y cuenta nueva. La derecha de tra-dición franquista no sólo no ha hecho nunca una mínima exculpaciónpor la tremenda tragedia de 1936, sino que pretendió que se exculpa-

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——————6 FOESSA, Informe sobre la situación social de España, Madrid, Euramérica,

edición actualizada de 1978, págs. 335 y ss. Vicente Enrique y Tarancón, Confesio-nes, Barcelona, Círculo de Lectores, 1997, págs. 131 y ss.

7 R. Gomáriz, El papel de las fuerzas armadas, en ZONA ABIERTA (Madrid),núms. 18 y 19, 1979.

8 Ibídem.

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ran los demás. Por ello resulta casi increíble el sentido de la nota delgobierno socialista en julio de 1986, cincuentenario de la Guerra Ci-vil, haciendo equiparables ambos bandos y una alabanza de quieneslucharon contra la democracia.

UNA ESPERANZA MÁS LUMINOSA

Tuvieron que llegar los años noventa del siglo pasado para quepudiésemos hablar de una primera recuperación de la memoria y dela imagen republicanas referida a una más clara percepción de su sen-tido central como imagen y memoria de la crisis de los años treinta.Y, lo que es seguramente más importante, para que esa imagen-me-moria empezase a ser disociada del hecho de la Guerra Civil. De lamisma manera que, según Paloma Aguilar, el pacto implícito de noemplear la Guerra Civil como argumento en las confrontaciones po-líticas que se materializa desde 1975 —que es, posiblemente, el re-sultado más tangible de un supuesto «pacto de silencio» sobre el pa-sado— llega a su fin en torno a la lucha electoral en las elecciones de1993, la imagen de la República empieza a aparecer de una nuevaforma también en relación con esa ruptura. Sin embargo, en los añosnoventa aún no se había operado la disociación de la que hablamos.

Se trataría ahora de volver a un memorial del pasado que comien-za por ligarse a la idea de legitimidad y la idea de que la reconcilia-ción es una falsa reconciliación. 1996, sesenta aniversario del co-mienzo de la Guerra Civil no repara aún en la identidad republicana,pero, en alguna manera, reabre un debate puesto en sordina duranteveinte años. Es decir, en 1996, aún con pocas publicaciones por laefemérides, las dos ideas de la guerra vuelven al campo de batalla.Sería la derecha intelectual y política más que la izquierda la que rea-briera el debate sobre el significado de la Guerra Civil. Volverían a lapalestra las viejas versiones de los vencedores, silenciadas antes porlas posiciones reconciliadoras. La izquierda empezará a reivindicar lalegitimidad del régimen destruido a partir del golpe de 1936.

Un recrudecimiento de la pugna ideológica sobre el pasadoacompañó a esa subida por vez primera en la postransición de la de-recha al poder. Se abrieron ocho años que han representado una nue-va época en esta historia de la memoria republicana y se ha tratado deuna historia paradójica y, a la postre, reivindicativa y renovadora. Losprimeros años del nuevo siglo han estado marcados por una rápidaderivación hacia la nueva memoria de la República. Son otras gentes,otra generación, la que vuelve a remodelar la imagen republicana.

Justamente, al alcanzarse una nueva efemérides redonda, el 75aniversario de la instauración de aquel régimen, que atravesamos en

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este año 2006, y el 70 aniversario del comienzo de su destrucción, esdecir, del golpe de julio de 1936, la República alcanza una materiali-dad de objeto mnemónico. Se hace patente un virtual espíritu repu-blicano, pero algo más que ello: aparece una reclamación de valoresrepublicanos. Hay un entronque de esa memoria con nuestro presen-te. Además, estas nuevas efemérides decenales se suceden sobre elcontexto y sustrato de nuevas reivindicaciones culturales e intelectua-les sobre la memoria del pasado conflictivo español y las formas desu superación. Sobre las vías ya marcadas por movimientos nuevos,muy ligados a caracterizaciones generacionales, que discuten los pa-rámetros históricos sobre los que se hizo la transición —obra de lageneración anterior, la que gobernó en los años ochenta— que esti-man que el silencio sobre el pasado republicano fue tan injusto comodistorsionante y, a la postre, políticamente inútil. Esto hace que la rei-vindicación del espíritu republicano, e, incluso, de las virtudes polí-ticas de un régimen tal se haya convertido en un hecho común queestá en la calle. El año 2006 ha sido ya políticamente declarado el«año de la memoria». A nadie se escapa que esa memoria no es sólola de las víctimas de la Guerra Civil, sino la de la situación políticaque defendieron las víctimas perdedoras.

El setenta y cinco aniversario de la instauración de la Repúblicaha reabierto el debate sobre su significación y la del conflicto que lasegó. Si el levantamiento antirrepublicano había sido ya condenadopolíticamente años antes, exactamente, en 2002, ahora se recupera lapropia significación del régimen republicano. Es verdad que en lamemoria colectiva que nos ha precedido los problemas de los añostreinta quedaron confinados a la discusión y consideración erudita oal debate político. Ahora, está claro que en el debate político tienenun papel nada despreciable, como nos han demostrado la prensa y ellibro nuevamente. Pero han pasado en cierta manera a ser un debatede los medios y de la calle. Los años treinta siguen siendo una refe-rencia ineludible de la vida intelectual española y en buena manera dela literaria y artística. El triunfo de la derecha en las elecciones de1996 reabrió el debate político. Ocho años después, pareció como side nuevo un cierto propósito de adivinación del futuro tuviera que te-ner presente nuestro trauma esencial del siglo XX. En el año 2006, semiraba la obra republicana con «orgullo, modestia y gratitud»...

374 JULIO ARÓSTEGUI

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Bibliografía

La selección bibliográfica que sigue se ha confeccionado a partir de lasobras citadas en el texto. Hemos considerado como obras de referencia aque-llas que inciden en los aspectos fundamentales tratados en los diferentes ca-pítulos del libro. En el segundo apartado hemos incluido obras particulares ymonografías que se ocupan de aspectos parciales y en el tercero memorias ylibros de carácter testimonial. Para obligadas precisiones, remitimos a las no-tas de cada autor.

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