ontologias negativas

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    Ontologas negativas. Rancire, Badiou, Laclau como pensadores de la poltica

    Lic. Emilio Lo Valvo (U.N.R. - CONICET)

    INTRODUCCIN

    Las transformaciones ocurridas a nivel mundial en los ltimos 40 aos, los llamados

    procesos globalizadores, han supuesto una serie de acontecimientos en distintas

    dimensiones: culturales, sociales, econmicas, polticas. Dichas transformaciones, representan

    a los cientistas sociales un doble desafo dado que, al mismo tiempo que se intenta pensar las

    transformaciones mismas, dichos cientistas se ven obligados a reflexionar acerca de lapertinencia de los acervos conceptuales disponibles, desde los cuales se intenta abordar

    dicho pensamiento.

    La teora poltica no ha sido la excepcin. En efecto, la proliferacin de nuevas luchas

    polticas y sociales desde la dcada de 1960 en adelante; la multiplicacin de los centros de

    poder en pocas de un capitalismo cada vez ms desorganizado; la relativa decadencia del

    Estado nacin y los conflictos poscoloniales entre el mundo desarrollado y el mundo en vas

    de desarrollo; el fin de la hegemona del compromiso fordista y el fin de las ideologas

    totalizadoras que sustentaron la Guerra Fra, han producido un gran impacto sobre la teora

    poltica contempornea (Critchley-Marchart, 2008: 15-16).

    Objetos de la teora poltica como el Estado o el poder han sido reexaminados a la luz

    de estas transformaciones, llevando muchas veces a los cientistas a posturas incluso de corte

    pseudo-trgico como el fin de la historia, la decadencia del Estado, la ignominia de la

    poltica, la muerte del Sujeto. Estos dictums, que han sido proclamados desde los ms

    variados ngulos del discurso terico sealan, tal vez, ms que una certeza, la sintomatologa

    de estos cambios mundiales. Pongamos por caso, las transformaciones de las relaciones de

    poder. En esta nueva configuracin epocal, muchas veces se ha sealado el fin del Estado

    Nacin. Sin embargo, el obituario podra darnos una sorpresa y es, en gran medida,

    ilustrativo. No se trata de negar cierto desajuste histrico de las instituciones polticas

    modernas tal y como fueron concebidas e histricamente emplazadas (Castells, 2000). Se

    trata, ms bien, de entender dicho desajuste en su complejidad y negarnos a reducir las

    consecuencias de dicha reconfiguracin al fin o la muerte de todo aquello que, hasta

    ahora, haba sido considerado vital. Si estamos en lo cierto, una actitud terico-poltica ms

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    adecuada, debera reconocer que los fundamentos filosficos, polticos y sociolgicos sobre

    los que se asentaban estos fenmenos (el Estado, pero tambin el poder o la representacin)

    ya no son del todo vlidos, o al menos, deberan repensarse1. Terminando con el ejemplo,

    aquello que hoy presenciamos, intentando ser ms precisos, sera la incapacidad de los

    estados-nacin para acomodarse a los nuevos tiempos sin hacer crujir su andamiaje

    institucional moderno. Afirmar que en una nueva era signada por el fin del monopolio

    soberano, los nuevos estados actores juegan codo a codo con nuevos centros autnomos de

    soberana que l mismo ayud a crear, implica una postura ms incmoda pero tambin ms

    compleja, que el fin del estado (LACLAU, 2000: 75).

    El proceso de derretimiento de los fundamentos supuestamente slidos en los campos de

    la filosofa, la ciencia y la teora poltica, tambin parece haber alcanzado el mbito de la

    poltica prctica y sus agentes. Nos encontramos ante un capitalismo desorganizado

    (LACLAU, 2000: 74) que, como con la aparicin de nuevos actores sociales y el progresivo

    desprestigio de otros, parece desorganizar los fundamentos sociales clsicos desde los cuales

    la poltica se pensaba. En este contexto, [l]a experiencia de la ausencia de Fundamento

    (fundamento, cabe agregar, que sigue estando presente en su ausencia) es el signo de nuestra

    poca (Marchart, 2008: 78).

    Hoy de capa cada, y en el contexto de una crisis financiera que parecera marcar su

    debacle definitiva, el neoliberalismo parece habernos legado la visin polticamente estrecha

    de un proceso de cambio complejo y multidimensional, que implica la mismsima

    transformacin de cmo produce el hombre. As ha pregonado, en medio de la

    reestructuracin del modo de produccin capitalista, la victoria del mercado, la ignominia de

    la poltica y el fin de la historia. Basta pensar, nos advierte C. Mouffe (2005), que fin del

    comunismo, fin de la historia, fin de la poltica han sido tpicos ligados rpidamente en

    un discurso neoliberal que desde la teora poltica ha repetido el gesto de represin de lo

    poltico. iek (2001), tambin reflexionar acerca de estos peligros. Nos hallamos, dir elfilsofo esloveno, ante la pospoltica posmoderna, que consagra las instituciones

    neoliberales y subraya la necesidad de abandonar pretritas divisiones ideolgicas

    reemplazando el conflicto por saberes tcnicos especializados para resolver los problemas

    concretos de la gente.

    1

    En esto seguimos a Castells (2000). La crisis de la soberana no implica el fin del Estado. Pongamos por caso elanlisis de Hardt - Negri (2002) sobre las reconfiguraciones globales de poder, que hacen vislumbrar una nuevaera de soberana imperial distinta del imperialismo. Ni siquiera all, se proclama la muerte del Estado.

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    Pero ante tal avance ideolgico-poltico, las ciencias sociales no han quedado

    simplemente mudas. La teora poltica contempornea, particularmente, ha acompaado estos

    cambios a nivel global experimentando un sorprendente auge en los ltimos aos (Follari,

    2002)2. Dicho auge, no hace ms que explicitar que el siglo XXI (que como ha planteado

    alguna vez E. Hobsbawm, ya habra comenzado con la cada del Muro de Berln) nos sita en

    un momento de vacilacin, o mejor dicho, de interrogacin acerca de los saberes adquiridos, y

    de una paralela incertidumbre en torno a los discursos que han alimentado la teora poltica

    moderna3.

    Es el marco de estas transformaciones, sostenemos la importancia de explorar la nocin de

    subjetividad y su nexo con la poltica en relacin a la recuperacin de una lnea particular

    de la herencia marxista, basada en la deconstruccin del corpus de dicha tradicin, en un

    contexto epistemolgico signado por el giro lingstico y el auge de los enfoques englobados

    bajo el rtulo de pos-estructuralismo.

    Para aproximarnos a dicha exploracin hemos formulado una hiptesis de trabajo que

    guiar nuestra indagacin. Pensamos que la nocin de poltica en la constelacin

    posfundacional, desprendida de la categora filosfica de esencia, implicara recurrir a

    cierta ontologa de la negatividad, a una presencia de lo no representable ya sea llamada

    injusticia [tort] (Badiou), antagonismo (Laclau) o desacuerdo (Rancire), por ejemplo.

    Las consecuencias de esta operacin ontopoltica supondra para nosotros que la relacin

    entre poltica y orden, implicara la emergencia de un sujeto pensado como un (des)pliegue

    estructural, aportando una reflexin novedosa en torno a las concepciones de subjetividad

    poltica de la teora poltica contempornea.

    2 Cabe aclarar que para Follari el balance de este auge es ms bien pobre y sin consecuencias de peso para lasciencias. Se tratara, en todo caso, de un sntoma de que [E]n tiempos en que desde el anlisis cientfico-emprico tanto como desde la prctica poltica se encuentran pocas alternativas efectivas que aporten a loexistente, no es casual que [se apele] de pronto a la discusin de principios, fundamentos y nociones abstractasacerca de la vida buena o la sociedad deseable (Follari, 2000). La lectura que haremos nosotros acerca de la

    productividad de las discusiones abiertas por dicho auge son, casi, opuestas.3 Claro est que, por carcter transitivo, dicha incertidumbre extiende sus efectos hasta aquellas herencias de lametafsica clsica de las que se ha servido la teora moderna.

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    LA MUERTE (DE LA IDEA DE LA MUERTE) DEL SUJETO

    Tout branle avec le temps(Pascal)

    Quizs hubiramos ido demasiado rpido. En efecto, es posible an la pregunta por el

    sujeto? No persisten los ecos de la muerte del sujeto? No se halla ligada, en efecto, la

    modernidad de manera indivisible a la pregunta filosfica (cartesiano-kantiana) por el

    sujeto?

    Acerca de esto, leemos, que lo propio de la filosofa moderna sera

    () un conjunto de operaciones a partir de las cuales la posibilidad del pensamientosobre lo que es se desliza del terreno del ser (de la metafsica clsica) a la Historia (y suSentido), al del Sujeto y con ello a los problemas de representacin y conocimiento. El Sujetose constituye as en fundamento, garante ltimo del ser, del hacer y del saber. La cogitatiocartesiana ubica al conocimiento como la capacidad de la razn de representarse el mundo (laverdad queda as signada como la identidad entre representacin y cosa) (Germain - Dvilo,2003: 58).

    Profundas seran para la modernidad entonces, las consecuencias de la proclama la

    muerte del sujeto, si acaso sta golpeara simplemente y de una vez, en los fundamentos que

    sostenan una poca ya pretrita. Si acaso, insistamos, el Sujeto hubiera perdido su vitalidad,

    deberamos pensar, parafraseando el dicho popular, que muerto el Sujeto se acab la

    modernidad. As podramos aventurarnos entonces, ya francamente entusiasmados, en un

    ejercicio que enumerase una serie de espacios (ya comunes) en aras de dotar de densidad

    dicha hiptesis. El desfilar de una serie de conceptos pos/post (modernidad,

    estructuralismo, ideologa, hegelianismo, marxismo, althusserianismo y ms tambin) nos

    serviran de ndice.

    Y, sin embargo, para desencanto de nuestro ejercicio, el nuevo y generalizado inters por

    las mltiples identidades que estn emergiendo contemporneamente ha vuelto a colocar la

    pregunta por la subjetividad sobre el tapete. Esto quizs sea el indicio ms claro de que

    nuestro ejercicio imaginario parece ciertamente indicar ms una voluntad de transitar por

    sobre lo moderno que una certeza de hallarse ya en otro lugar distinto de la modernidad.

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    Pero cmo se habilita la pregunta por el sujeto despus de su muerte? Dicha pregunta

    sigue presentando un carcter moderno? En este punto creemos, no es posible al parecer, si

    atendemos a las crticas estructuralistas y la deconstruccin del sujeto, simplemente retornar

    al sujeto cartesiano. Lo interesante, sin embargo, es que precisamente la muerte del Sujeto

    parece disparar, hoy, las nuevas preguntas sobre la cuestin de la subjetividad:

    Es, quizs, la imposibilidad misma de seguir refiriendo a un centro trascendental lasexpresiones concretas y finitas de una subjetividad multifactica, lo que hace posibleconcentrar nuestra atencin en la multiplicidad como tal () [constatar] de que hoy noshallamos ante la muerte de la muerte del Sujeto, la reemergencia del sujeto como resultadode su propia muerte (Laclau, 1996: 43-45).

    Parecera, por tanto, que el discurso que alimenta la muerte del sujeto ciertamente noshablara, ms all de su propia certeza, de la conciencia de hallarnos en una poca de trnsito.

    Estamos tentados de establecer un paralelo entre la muerte de Dios proclamado por

    Nietzche y la muerte del sujeto cuadrando la importancia de dichos acontecimientos desde

    la misma idea de mortalidad. Si la idea de muerte encierra tanta fuerza simblica, es

    precisamente porque, tanto las figuras de Dios como la del Sujeto en sus respectivas pocas,

    se erigieron como garantes ltimas del mundo de los hombres, del sentido de su

    experiencia. Como vimos ms arriba, el Sujeto era el garante, el fundamento del discurso

    moderno. Declarar su muerte, querer enterrar dicha figura, implica por tanto el gesto de negar

    un plano de los asuntos mundanos que amenaza con descentrar la experiencia misma de los

    hombres (Brguer Brguer, 2001: 12-13).

    Este descentramiento, que en Nietzche ya indicaba la prdida de sentido y valor de los

    mundos trascendentes, basados en la idea de un Dios como causa rectora y jerarquizadora de

    todos los mbitos de la realidad, del conocimiento y de la moral (Cragnolini, 1999), no ha

    conseguido disipar ciertas sombras. Parafraseando a Nietzche, podramos decir que an

    muerto el sujeto, deberemos lidiar con su sombra.

    Convendra preguntarnos entonces, por las repercusiones polticas de esta crisis de

    sentido que afecta la modernidad. Siguiendo esta lnea, no resulta extrao que Palti (2005),

    tambin se sirva de Nietzche para hablarnos de una experiencia abismal4. Dicha

    experiencia, impactar necesariamente en el campo de la poltica, desarticulando ciertas

    lgicas que parecan asentarse hasta este momento sobre bases seguras (como por el ejemplo,

    el quiebre de la temporalidad moderna). Esta crisis se har patente en la particular crisis

    4 Para Palti la experiencia abismal nietzcheana puede ser entendida como un tipo de perturbacin subjetiva quegenera la aparente quiebra de todo horizonte de inteligibilidad (Palti, 2005: 19).

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    del marxismo contempornea y la cada del muro y la posterior disolucin de la URSS no

    han hecho sino culminar un proceso de desintegracin terico prctico. Como seala Palti,

    () la disolucin de la URSS, en particular, para muchos de los eLaclau, 2000olados enlas filas de la izquierda revolucionaria represent una experiencia traumtica (), abri, paraellos, una suerte de quiebra de inteligibilidad en la que todas sus anteriores certidumbrescolapsaron (Palti, 2005: 19).

    Para Palti, las consecuencias de esta crisis nos depositan en una poca posmoderna,

    aunque l mismo admita que parece an difcil determinar con precisin los alcances de tal

    condicin. Y la falta de precisin se relacionara precisamente, con la poca de trnsito que

    hay parece envolvernos, que es otra manera de presentar la falta de resolucin de la crisis de

    sentido moderna. Como Palti mismo recuerda, analizando su doble raz etimolgica mdico-jurdica, toda crisis supondra fenmenos de carcter eruptivo, localizados en el tiempo, que

    hacen manifiestas contradicciones o conflictos hasta ese momento latentes y permitira por

    tanto su solucin:

    () la crisis discierne, delimita ciclos vitales; participa, en fin, del orden del kairs, eltiempo significativo, ordenado como proceso, en oposicin al chronos, al mero transcurrirciego, vaco (Palti, 2005: 15).

    UNA DENUNCIA POLTICA A LA FILOSOFA

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    En el auge contemporneo de la filosofa poltica ya mencionado, deberamos destacar la

    denuncia, por parte de un conjunto de filsofos de la filosofa poltica, a cierta operacin

    que practica la filosofa sobre/con/en la poltica. En este sentido, el discurso neoliberal, que

    entrona la lgica del mercado a expensas de cualquier clase de lgica poltica, se entroncara

    con una tradicin moderna de reduccin filosfica de la poltica que, de acuerdo a estos

    mismos autores, oculta la naturaleza conflictiva que la poltica presupone.

    Echando un rpido vistazo, podemos constatar una serie de trabajos que dan cuenta de

    esta conflictiva relacin entre filosofa y poltica. Para R. Esposito (1996) por ejemplo, la

    historia de la filosofa poltica es acaso la historia misma de un desencuentro entre

    pensamiento y poltica provocado por la forma misma de la filosofa. Habra en la filosofa

    poltica entonces, una pretensin inherente (de vida o muerte) a crear las bases de la

    poltica, a representarla. Por tanto, no puede haber pensamiento de la poltica desde la

    filosofa poltica, concluye Esposito, dado que es precisamente esta ltima la que produce una

    brecha insalvable. Lo moderno entonces sera entonces un proceso de despolitizacin

    (Esposito, 2006) constatable tanto histricamente, dado que la despolitizacin moderna (de

    matriz hobbesiana) nace dentro de la cscara de la poltica absoluta y de la obligacin

    soberana, como categorialmente, puesto que, como se ve en el origen de excepcin de todo

    ordenamiento normativo, la neutralizacin de conflicto poltico siempre puede interpretarse

    tambin como neutralizacin poltica del conflicto: poltica de la neutralizacin (Esposito,

    2006: 14). La poltica moderna, se pregunta Esposito, no ha nacido justamente para

    neutralizar el conflicto?

    Un camino similar transitar J. Rancire, quin advierte que el trabajo de la filosofa

    consiste en fundar una poltica distinta, una poltica de conversin que vuelva las espaldas al

    mar (Rancire, 2007). As, la filosofa poltica, al territorializar la poltica intenta realizar laesencia de la poltica mediante la supresin de la poltica mediante la postulacin de tres

    grandes figuras del pensamiento filosfico: la arquipoltica, la parapoltica y la

    metapoltica (Rancire, 1996).

    De la misma manera, S. iek (2000b) denuncia, desde una perspectiva lacano-hegeliana,

    que la pretensin filosfica desde Parmnides hacia ac, ha sido precisamente identificar el

    Ser con el Uno intentando llevar al terreno de la imposibilidad las paradojas y la

    multiplicidad. De esta manera, la exclusin del dominio de lo real de la pulsin y el objeto

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    en torno al cual ella circula, es decir de aquello no simbolizable absolutamente, sera

    constitutiva de la empresa filosfica desde sus orgenes.

    Sin pretensin de ser exhaustivos, se puede mencionar, por ltimo, a A. Badiou (2000),

    quin impulsar cierta anti-filosofa, de inspiracin lacaniana, como aquel dispositivo de

    pensamiento que opone a la Verdad filosfica la singularidad de un acto poltico (Badiou,

    2000) y la denuncia delfilosofema poltico como aquel pensamiento medido de lo social y

    su representacin (Badiou, 1990).

    E. Laclau, comparte, a grandes rasgos, estas posiciones postmetafsicas. Para nuestro

    autor, en efecto, el ocultamiento de las opacidades propias del conflicto y el poder es parte

    de una tradicin que hunde sus races en la filosofa clsica y moderna. Dicha tradicin, de la

    cual Platn es el mismsimo origen (LACLAU, 2000 y LACLAU, 2005), no ha podido

    reelaborarse crticamente, ha sido reacia a repensar su acervo conceptual a la luz de las

    transformaciones mundiales acaecidas en los ltimos aos. No es casualidad entonces que en

    Laclau, la poltica misma sea definida como una prctica fantasmtica, acechada por la

    reduccin ontolgica (Laclau, 1996) y por tanto encuadre su empresa intelectual y poltica

    dentro de una cruzada contra la metafsica de la presencia (LACLAU, 2004) en el contexto

    del fin del reinado de la filosofa y su reemplazo por la poltica (Laclau, 1996).

    En LACLAU, 2005 por ejemplo, donde Laclau intentar concentrarse en las lgicas de

    formacin de las voluntades colectivas, encontramos una hiptesis acerca de la relacin

    establecida entre teora poltica y populismo que resulta central para aquello que estamos

    indagando:

    Quisiramos, desde el comienzo, adelantar una hiptesis que va a guiar nuestraindagacin terica: que el impasse que experimenta la teora poltica en relacin con elpopulismo est lejos de ser casual, ya que encuentra su raz en la limitacin de lasherramientas ontolgicas actualmente disponibles para el anlisis poltico; que el

    populismo, como lugar de un escollo terico, refleja algunas de las limitaciones inherentesal modo en que la teora poltica ha abordado la cuestin de cmo los agentes socialestotalizan el conjunto de su experiencia poltica. Para desarrollar esta hiptesiscomenzaremos por considerar algunos de los intentos actuales de resolver la aparenteinsolubilidad de la cuestin del populismo (LACLAU, 2005: 16).

    Esta cita nos resulta relevante dado que el populismo (hecho escollo), se conforma como

    un ndice que enunciara la limitacin de las herramientas ontolgicas de la teora poltica.

    De esta manera, creemos, Laclau contina un movimiento realizado a partir de la dcada de

    1970, que se define por su creciente desconfianza hacia los instrumentos ligados por el

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    discurso propiamente moderno, as como tambin de la herencia de la metafsica clsica

    para pensar la poltica5.

    Laclau intentar entonces, con su exploracin del populismo, criticar las posiciones

    epistemolgicas desde las cuales la teora poltica ha pensado lo poltico. Y lo har

    siguiendo la sospecha (como l mismo aclara) de que, en la desestimacin del populismo por

    parte del corpus terico-poltico cannico, hay mucho ms que la relegacin de fenmenos

    perifricos a los mrgenes de la explicacin social:

    () lo que est explcito en un rechazo tan desdeoso [al populismo] es la desestimacinde la poltica tout court y la afirmacin de que la gestin de los asuntos comunitarioscorresponde a un poder administrativo cuya fuente de legitimidad es un conocimientoapropiado de lo que es la buena comunidad. ste ha sido, durante siglos, el discurso de la

    filosofa poltica, instituido en primer lugar por Platn. El populismo estuvo siemprevinculado a un exceso peligroso, que cuestiona los moldes claros de una comunidad racional(LACLAU, 2005: 10).

    Observemos que la sospecha de Laclau, no tiene como correlato una simple reivindicacin

    de los fenmenos que designa habitualmente el populismo. No se trata, en este caso, de

    analizar los fenmenos que tradicionalmente la teora poltica ha vinculado al populismo sino,

    ms precisamente, apuntar a la existencia de un cierto lazo, un particular vnculo entre el

    populismo y la poltica. Dicho vnculo, parece adquirir consistencia como un cierto excesocomn, tanto por parte de la poltica como del populismo, respecto de los moldes racionales

    comunitarios. O. Marchart realzar la importancia de este intento comentando que Laclau,

    ante el problema que encuentra la teora poltica frente al populismo, utiliza una estratagema

    atrevida y radical: [el populismo] pasa, de ser un fenmeno aberrante e irracional en los

    mrgenes de lo social, a ser el rasgo central y la racionalidad especfica de lo poltico

    (Marchart, 2006: 40). Dicho exceso, agreguemos para terminar con nuestro ejemplo, es

    precisamente aquello de lo que no puede pronunciar palabra el discurso de la filosofa polticamoderna.

    En resumen, tenemos a partir de estas producciones un ataque decidido a los

    fundamentos de la poltica y una reivindicacin de su espacio como filosficamente

    irrepresentable. Esta irrepresentabilidad no quiere decir precisamente que el fundamento no

    exista o que no pueda ser pensado. De hecho, para Laclau, no slo existe sino que adems, es

    absolutamente necesario. Esta irrepresentabilidad ms bien apunta, decamos, a sealar cierta

    5

    Dicha desconfianza se servir, como veremos, de las herramientas brindadas por el post-estructuralismo(LACLAU, 2004: Prefacio).

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    limitacin o agotamiento de los paradigmas ontolgicos con los que la poltica ha sido/es

    pensada.

    DE LA NEGATIVIDAD DIALCTICA A LA SOBREDETERMINACIN

    La pregunta a formular aqu sera, cmo se produce el paso hacia un planteo que integre

    al anlisis la opacidad? Para afrontar este interrogante, la obra de Hegel y en particular elmtodo dialctico nos proporcionan, con el objetivo de marcar las diferencias de la

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    concepcin panlogicista del terico alemn con el status de la ontologa negativa que nos

    proponemos rastrear. Cabe sealar que, como comenta Laclau cuando nos habla de cierta

    ambigedad en el pensamiento de Hegel, la obra del alemn se ubica como momento de

    inflexin entre el punto ms alto del racionalismo y la primera reflexin moderna acerca

    de la sociedad. Laclau entiende la modernidad de Hegel en el sentido preciso de

    postiluminista:

    () no una crtica a partir de la utopa, ni una descripcin y teorizacin de losmecanismos que hacen posible un orden que se acepta como cierto y dado, sino una reflexinque parte de la opacidad de lo social respecto a aquellas formas elusivas de racionalidad einteligibilidad que solo es posible detectar refirindonos a una astucia de la razn quereconduce la separacin a unidad (LACLAU, 2004: 131. Cursivas nuestras).

    Sin embargo, y pese al mrito de haber integrado cierta negatividad (las opacidades) a

    su sistema filosfico (y de esta manera, marcar un quiebre con respecto al pensar filosfico de

    la modernidad), Hegel subsumi la contradiccin a las necesidades del mtodo dialctico

    resolviendo, mediante la apelacin a la astucia de la razn, la tensin entre unidad y

    fragmentacin. La negatividad hegeliana, entonces, slo puede ser resultado de

    representaciones parciales y distorsionadas pues se inscribe en un proceso que culmina en la

    positividad plena, en una identidad sin puntos ciegos (LACLAU, 2004: 131-132; 1996: 25-26;

    2000: 65-70):

    La contradiccin es para Hegel la mxima forma de la diferencia, bajo esa forma ladiversidad adquiere valor en su relacin con lo otro y deviene oposicin. En la contradiccinentonces la diferencia encuentra su propio concepto al ser determinada como negatividad. Lacontradiccin hegeliana no resuelve el principio de no contradiccin o el de identidad, muypor el contrario, la contradiccin es el modo de inscribir la doble negacin que hace posiblepensar lo existente en su identidad (Germain - Dvilo, 2003: 66).

    La dialctica hegeliana inscriba la negatividad en un proceso que culminaba, ms all de

    las sucesivas mediaciones, en la positividad sin opacidades del ser y la racionalidad de lo real:

    El concepto de negativo implcito en la nocin dialctica de contradiccin es incapaz

    de llevarnos ms all de esta lgica conservadora de la pura diferencia. Un contenido negativo

    que participa en la determinacin de uno positivo es parte integrante de este ltimo (Laclau,

    1996: 58). El elemento de negatividad, por tanto, se reduca a una apariencia de un orden

    inferior (LACLAU, 2000: 33) o en palabras de Althusser:

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    () ninguna de estas determinaciones es en esencia exteriora las otras, no solamenteporque constituyen todas juntas una totalidad orgnica original sino, mas an, y sobre todo,porque esta totalidad se refleja en un principio internonico, que es la verdadde todas lasdeterminaciones (Althusser, 2004: 83).

    En conclusin, an con el mrito de haber integrado la negatividad al pensar filosfico

    moderno, Hegel no intenta cuestionar la unidad ltima del ser. Esta unidad, sostenida en el

    fundamento real/racional de la sociedad, termina absorbiendo cualquier fragmentacin o

    parcialidad inscripta en la materialidad social.

    Por tanto, el status de la lgica esencialista permanece incuestionado. Ser Althusser,

    mediante la crtica a la Hegel y su reivindicacin de la revolucin filosfica de Marx quien

    abrir las puertas del marxismo, mediante el estructuralismo y su crtica de la subjetividadtrascendental, para un anlisis a partir de la negatividad. En la Europa de la dcada del 60, la

    corriente de pensamiento estructuralista (que dominaba la escena con autores como Levy-

    Strauss, Lacan o Althusser), combata los presupuestos epistemolgicos que la nocin de

    subjetividad trascendental encerraba.

    La figura de Althusser nos parece clave porque, llegados a este punto, el anti-

    hegelianismo de la constelacin posfundacional (con la notable excepcin de S. iek) en

    particular en autores como Badiou, Laclau y Rancire, se halla disparado en gran medida porla produccin del autor francs.

    En efecto, el gesto althusseriano de confrontar la concepcin hegeliana de la totalidad -

    que, an dando cuenta de la contradiccin, seguira pensando la complejidad como pluralidad

    de momentos que, en ltima instancia, dependen de un proceso nico de autodespliegue de la

    Idea- mediante la postulacin de la sociedad como conjunto estructurado complejo, nos

    permite comprender la importancia que adquiere la ontologa negativa en estos autores, ms

    all de las propias conclusiones de Althusser.En su crtica a Hegel, Althusser remarcar que la problemtica hegeliana no puede ser

    superada por el simple empleo de conceptos materialistas, es decir por la simple inversin

    de la dialctica por su aplicacin a la materia en lugar de la idea. Esta nocin, se halla para el

    francs en la distincin entre el planteo de Feuerbach y Marx:

    Marx se separ de Feuerbach cuando tom conciencia de que la crtica Feuerbach deHegel era una crtica hecha desde el seno mismo de la filosofa hegeliana, que Feuerbach

    era an un filsofo que, ciertamente, haba invertido el cuerpo de la filosofa Hegeliana,pero que haba conservado de ella la estructura y los fundamentos ltimos, es decir, los

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    supuestos tericos. A los ojos de Marx, Feuerbach haba permanecido en la tierra hegeliana,continu siendo su prisionero a pesar de haberla criticado, no hizo sino volver contra Hegellos mismos principios de Hegel (Althusser, 2004: 38).

    La crtica feuerbachiana de la filosofa hegeliana como especulacin, como abstraccin, es

    una crtica que hace un llamado a pasar de lo abstracto-especulativo a lo concreto-

    materialista. Por lo tanto, es una crtica que permanece en el terreno de la problemtica

    idealista de la que quiere liberarse, una crtica que pertenece, por lo tanto, de derecho a la

    problemtica terica con la que Marx va a romper en el 45 (Althusser, 2004: 28).

    El concepto clave ser, entonces, el de sobredeterminacin. La sobredeterminacin

    supone una lgica que, lejos de asemejarse a los movimientos de una esencia, para Laclau

    remite a un tipo de fusin muy preciso, que supone formas de reenvo simblico y una

    pluralidad de sentidos (LACLAU, 2004: 134).

    Lo decisivo para Laclau, es que la potencialidad de afirmar que no hay nada en lo social

    que no est sobredeterminado habilita una lgica que puede romper la ortodoxia esencialista,

    postulando as, que lo social se construye como orden simblico:

    () en la formulacin althusseriana original haba el anuncio de una empresa tericamuy distinta: la de romper con el esencialismo ortodoxo, no a travs de la desarticulacinlgica de sus categoras y de la consecuente fijacin de la identidad de los elementosdesagregados, sino de la crtica a todo tipo de fijacin, de la afirmacin del carcterincompleto, abierto y polticamente negociable de toda identidad. Esta era la lgica de lasobredeterminacin. Para ella el sentido de toda identidad est sobredeterminado en la medidaen que toda literalidad aparece constitutivamente subvertida y desbordada; es decir, en lamedida en que, lejos de darse una totalizacin esencialista o una separacin no menosesencialista entre objetos, hay una presencia de unos objetos en otros que impide fijar suidentidad. Los objetos aparecen articulados, no en tanto que se engarzan como las piezas deun mecanismo de relojera, sino en la medida en que la presencia de unos en otros haceimposible suturar la identidad de ninguno de ellos (LACLAU, 2004: 142)

    Como vemos, la lgica de la sobredeterminacin, permite hacer hincapi en unaconcepcin de lo social como totalidad no acabada. El aporte del marxismo estructuralista

    entonces, supondra para Laclau el abandono de todo pensamiento de las identidades sociales

    basado en una esencia de lo social y declarara, en cambio, el carcter relacional de las

    identidades6.

    Sin embargo, Laclau detecta una tentacin metafsica en Althusser (Palti, 2005: 101). El

    terico argentino es muy claro: su intencin es hallar en Althusser la potencialidadde un

    6 El paradigma Saussureano de la lengua como sistema de diferencias es el as bajo la manga (Scavino, 1999:32) que comparten tanto el estructuralismo como el post-estructuralismo.

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    concepto que el filsofo francs subsumi poco despus a la lgica de la determinacin en

    ltima instancia por la economa (como ya mencionamos en relacin a la discusin con

    Poulantzas):

    Si el concepto de sobredeterminacin no pudo producir la totalidad de sus efectosdeconstructivos en el interior del discurso marxista fue porque desde el comienzo se lo intenthacer compatible con otro momento central del discurso althusseriano, que es, en rigor,contradictorio con el primero: la determinacin en ltima instancia por la economa(LACLAU, 2004: 135).

    El lmite del pensamiento althusseriano, as como el de todo estructuralismo, se revel al

    concebir las relaciones que constituan las identidades de los elementos como un sistema, es

    decir, como una totalidad objetiva positiva. La crtica postestructuralista, har focoprecisamente en esto. Al considerar el sistema como totalidad, el estructuralismo es incapaz

    de asir la discontinuidad. El modelo determinstico estructuralista no puede proporcionar

    inteligibilidad ms all de la propia reproduccin de las estructuras existentes y la estructura

    se erige en clave de lectura de una nocin de cambio que se reduce a mero efecto de una

    totalidad que lo abarca. Para los postestructuralistas, en cambio, la historicidad se convierte en

    un enigma para la estructura y la exaltacin de la contingencia encierra una crtica despiadada

    a las totalizaciones (Dvilo-Germain, 2003: 41-42).

    Para Laclau, que abreva en esa lgica postestructuralista, no hay estrictamente sistemas;

    de hecho, los que se presentan como tales slo logran hacerlo al precio de ocultar sus

    discontinuidades, de contrabandear dentro de sus estructuras todo tipo de articulaciones

    pragmticas y de presupuestos no explicitados (LACLAU, 2000: 201). Laclau apostar as a

    desentraar el juego de conexiones ambiguas evitando la tentacin de descubrir las

    sistematicidades subyacentes.

    Laclau, por ejemplo, propondr superar dicho accidente manteniendo el carcter

    relacional de toda identidad y, al mismo tiempo, renunciando a la (tentadora) fijacin

    acabada de esas identidades en un sistema. Introducir, entonces, un nuevo concepto, la

    articulacin, que ser pensada como aquella prctica que establece una relacin tal entre

    elementos, que la identidad de estos resulta modificada como resultado de esa prctica

    (LACLAU, 2004: 143; 2000: 104):

    La prctica de la articulacin consiste, por tanto, en la construccin de puntos nodales que

    fijan parcialmente el sentido; y el carcter parcial de esa fijacin procede de la apertura de lo

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    social, resultante a su vez del constante desbordamiento de todo discurso por la infinitud delcampo de la discursividad (LACLAU, 2004: 154).

    De esta manera, Laclau intenta congeniar la incorporacin de lo simblico realizada por el

    estructuralismo al anlisis social, y la crtica postestructuralista ejemplificada con los textosde Derrida (y como veremos, tambin con Lacan). La realidad social est estructurada como

    lenguaje. Esto no quiere decir, obviamente que el lenguaje como sustancia se convierta en

    un nuevo fundamento para lo social y que funcione determinando la realidad, sino que las

    relaciones entre los elementos que el anlisis lingstico explora (combinaciones y

    sustituciones) no son regionales sino, por el contrario, las relaciones ms universales que debe

    develar una ontologa general (Laclau, 2008: 401).

    CONCLUSIN

    Althusser en particular, era en los 60 quien libraba batallas contre el humanismo

    marxista mediante la reivindicacin de la nocin de estructura como unidad de anlisis y una

    crtica a las filosofas del sujeto. Se convirti el francs as, en el principal propulsor de una

    serie de discusiones que revitalizaron la discusin hacia el interior del pensamiento marxista

    (Palti, 2005: 90). Sin embargo, finalizando la dcada, y especialmente luego del

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    acontecimiento Mayo del 68, el althusserianismo pareca haber perdido la mayora de sus

    adherentes.

    De acuerdo a Laclau, el fin del althusserianismo, se relacionara, en primer lugar, a los

    acontecimientos de mayo del 68, que tornaron un tanto superfluo el anlisis de los textos

    sagrados de Marx. En segundo lugar, su desaparicin obedecera tambin a que el proyecto

    de Althusser era pensado como una renovacin terica al interior del Partido Comunista

    Francs, proyecto que perdi significacin en los setenta (LACLAU, 2000: 188-189).

    Algunos de los principales colaboradores de Althusser, como J. Rancire, E. Balibar, A.

    Badiou, comenzarn a ejercer una crtica ontopoltica al althusserianismo. Contrariando a su

    maestro, estos autores denunciaron que las disputas contra las filosofas del sujeto que

    realizaba el marxismo estructuralista, lejos de ser una novedad, segua la corriente de una

    tendencia filosfica que haba nacido de la quiebra del sujeto del historicismo del siglo XIX.

    Por tanto, segua preso de un tipo de esencializacin muy precisa y, lejos de ser el smbolo de

    la lucha de clases en la filosofa (Rancire, 1974), el althusserianismo se revelaba mucho

    menos radical de lo que l mismo supona dado que el sujeto al que Althusser criticaba (que

    era propio del historicismo decimonnico en cuyo marco se gest el pensamiento marxista

    originario) habra muerto casi un siglo antes, junto con el sistema de saberes en que

    histricamente se fundaba (Palti, 2005: 94).

    El estructuralismo entonces, ms all de su crtica del sujeto, sostena de manera implcita

    una instancia trascendental, que no era otra que la instancia del ego trascendental de

    Husserl:

    El sujeto no-ttico husserliano (que subyace tras toda la distincin fenomenolgico-esencialista) no es ya propiamente un sujeto sino un tipo de Ser que precede a la distincinentre sujeto y objeto. ste refiere a ese mbito primitivo de articulacin de sentidosinmediatamente dados a la conciencia, [un] terreno precategorial y prediscursivo en que tanto

    el sujeto como el objeto pueden constituirse como tales (Palti, 2005: 94)

    La crtica de estos supuestos es lo que definir la empresa deconstruccionista iniciada por

    Derrida en los aos 60, inspirado en M. Heidegger y con la lingstica estructural de F.

    Saussure como as bajo la manga Scavino (1999: 28-32)7.

    7 Saussure concibe la lengua, bsicamente, como un sistema de signos lingsticos, los cuales son entidadesbiplnicas compuestas de un significante y un significado. Ahora bien, lo crucial para entender el impacto de la

    teorizacin de Saussure es entender que los significantes se significan prescindiendo de referentes externos, esdecir, adquieren significado sin necesidad de referirse a la positividad del objeto. La lengua entonces, esconcebida como un sistema de diferencias sin trminos positivos (Scavino, 1999: 32).

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    Estos autores de la constelacin posfundacional, en conclusin, entroncarn con un

    movimiento del pensamiento contemporneo que hace de la negatividad, no slo el punto de

    partida sino, an ms significativamente, aquello que ya no puede diluirse en ninguna

    positividad. En lo que considera una verdadera divisoria de aguas de la filosofa actual,

    estos autores no dudaran en colocarse en la vereda de enfrente de aquella filsofos

    pensadores que siguiendo la tradicin occidental que va desde Juan Escoto de Erigena a

    Hegel, pasando momentos tales como el misticismo septentrional, Nicols de Cusa y

    Spinoza reducen la negatividad a mera apariencia (Laclau, 2008: 400).

    As llegamos a una formulacin acerca de la pertinencia de nuestra indagacin. Sin la

    negatividad no se reduce a apariencia sino que adquiere una forma de presencia efectiva, no

    recuperable en un movimiento del ser, el edificio metafsico-filosfico del axioma esencia-

    fenmeno se derrumba inevitablemente y con ello la nocin de subjetividad y su nexo con la

    poltica adquiere una nueva importancia.

    Ahora bien, una vez constatado el ataque a los fundamentos de la poltica, podramos

    haber dado con una paradoja. En efecto, si bien esta serie de trabajados tienen claro que lo

    poltico no es lo que dice que es la metafsica, le resulta mucho ms difcil ir ms all de esa

    ontologa negativa. Veamos. Si la poltica, en su grado cero, es una prctica de-negativa, un

    cierto gesto ssmico que destotaliza, entonces implica a aquello a lo cual debe, justamente,

    negar.

    Como seala D. Scavino (1999), la negacin debe conservar aquello mismo que critica, la

    poltica como desajuste entonces no existe ms que en relacin con cierta institucin, con

    cierto orden al cual precisamente torsiona:

    () la poltica no se o-pone ni al derecho ni al Estado, ni siquiera a la representacin. Alcontrario, los presu-pone para, justamente, diferenciarse de ellos (Scavino, 1999: 124).

    El problema es, para Scavino, que dicha operacin crtica parece ser incapaz de trascender

    su propia negatividad.

    Esta perspectiva por la que abogamos, ligada a introducir en escena al sujeto de lo poltico

    y con l, supone para nosotros una reflexin novedosa en torno a la relacin agente/estructura.

    Creemos que la nocin de subjetividad en autores como Badiou, Laclau y Rancire,

    (estrechamente relacionada con la poltica misma y cierta esencia negativa de lo social), al

    representar un intento explcito por no disociar al sujeto del reino del conflicto, puede

    hacernos pensar en otras maneras de establecer la relacin entre poltica, conflicto, orden. El

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    agente poltico queda hurfano de una sustancia que provenga de otra escena ya sea en la

    figura del ciudadano, sujeto prototpico de la ley y el derecho o en la figura del partido que

    representa los intereses histricos de una clase anclada en las lgicas de las relaciones de

    produccin, conceptualizacin cara a los planteos marxistas ms cannicos. En resumen, se

    trata de un desplazamiento de una poltica de los sujetos a unos sujetos de la poltica (Laclau,

    1996).

    El sujeto, en este sentido, podra ser un quid de la intervencin terico-poltica

    posfundacional. En Badiou, la poltica debe desprenderse de la ficcin de lo poltico como

    lugar comunitario, como lazo, para liberarla de un sentido de la historia y ligarla al

    acontecimiento. As, la poltica da muestra del efecto de sujeto en la conexin con el exceso

    supernumerario de la situacin estructurada e invocando una Verdad que trasciende las

    determinaciones estructurales. En Laclau, la poltica (as como su lgica, el populismo) es el

    gesto que postula una alternativa radical en el espacio comunitario y por tanto su condicin de

    posibilidad depende tambin de un demos barrado, el populus/plebs entrecruzado por cadenas

    diferenciales (institucionales) y equivalenciales (anti-institucionales). En Rancire, por

    ltimo, la poltica como actualizacin del desacuerdo, interrumpe el orden policial para

    devolver la comunidad a su escandalosa ausencia de origen, a su contingencia absoluta. El

    sujeto, al igual que la poltica, es efecto de aquella torsin primigenia y, al mismo tiempo,

    difiere de si mismo como parte de lo social para identificarse con la radical excepcin del

    orden. En definitiva, en los tres autores se nos habla del sujeto como ndice de una falla

    estructural (Palti, 2005) que no puede ser resuelta absolutamente en la relacin entre la

    poltica y lo instituido.

    En conclusin, estos desplazamientos conceptuales a travs de la trada poltica-orden-

    subjetividad no son sino una manera particular de asumir cierta des-realizacin de la historia.

    Por tal motivo, su sin sentido, la contingencia de los asuntos humanos, abre posibilidades

    para la Teora poltica contempornea de recrear sus conceptos. Si orden, poder, partidohan perdido sus fundamentos, al menos podemos sentirnos autorizados, al decir de Badiou, a

    buscar otras genealogas, otras referencias.

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