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PR-Los Misterios del Crimen

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Título original: Five-Minute MysteriesKen Weber, 1993

Editor digital: MeddleePub base r1.2

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Caso 1La última voluntad y eltestamento de Norville

Dobbs, ortógrafo

—¿Tienes también preparados pañuelosdesechables de sobra? —le preguntó AmyClumpus a su recepcionista—. Este grupo va asimular el llanto —cada uno de ellos—, más alláde lo que hayas visto.

La recepcionista acababa de deslizar hacia elinterior el servicio de café de plata mientras Amyse ocupaba de disponer siete sillas, cada una deellas ubicada a la misma distancia del voluminosoescritorio de roble.

—Pensándolo bien, no sería mala idea contartambién con una buena dotación de vendas —sedijo Amy para sí—. Una vez que esto se lea, es

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indudable que habrá algunas muñecas laceradas.Esa mañana, en la oficina de Clumpus, el socio

mayoritario de Clumpus y Loretto, se iba a leer laúltima voluntad y el testamento de Norville Dobbs,ortógrafo (una especie de hombre empecinado enla escritura correcta), y Amy se hallaba preparadapara la contienda. Ella sabía que el contenido deltestamento no iba a complacer a muchos en lafamilia. De hecho, ella sentía que cualquier cosaque no estuviese a la altura de un ataque completode histeria podría tacharse de falta de cordura.

En breve, las siete sillas serían ocupadas porlas dos hermanas de Dobbs, Adelaide y Adeline,los tres hijos de éste, Lamont, Telford y Bernard,así como por Grace, la cocinera —y ama de llaves— y Jeurgens, el chofer, mayordomo, jardinero ymozo de todo tipo de menesteres. Ninguno deellos, pensó Amy, podría ser una compañíaagradable, incluso en la más feliz de lascircunstancias. Las hermanas odiaban a sussobrinos, ellas se odiaban entre sí y despreciaban

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la vida. De los tres hijos, dos de ellos erantotalmente viciosos y el tercero un verdaderoglotón y eterno holgazán. De Grace se sospechabaque había sido la causante del prematuro decesode Norville Dobbs, ortógrafo, a través de suspreparados culinarios. El único que parecía serinofensivo era Jeurgens, con su inherentedesabrimiento.

Amy hizo un último ajuste a las sillas pensandoen el contraste que éstas hacían con el viejoDobbs. Gentil y desprendido, Dobbs habíaalimentado en su vida sólo dos pasiones: una deellas era ignorar solícitamente las toneladas dedinero que su padre le había heredado, y la otraera el arte de escribir correctamente las palabras.A esta última, excepto por el breve periodo en quese casó y tuvo tres hijos, había dedicado no sólosu existencia, sino también —y ésta era la causadel conflicto que bien conocía Amy— el total desus propiedades.

—¡Ya están aquí! —la voz de la recepcionista

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en el interfón hizo que Amy brincara, pero logrórehacerse a tiempo para saludar con amabilidad alos recién llegados, mientras procedían ainstalarse en las sillas cuidadosamente colocadas.Lo que Amy anhelaba era terminar de una vezcuanto antes.

—Para mí es un procedimiento normal leer eltestamento completo —empezó diciendo—. Sitienen algunas preguntas, pueden hacerlas una vezque termine de dar a conocer el documento. ¿Deacuerdo?

—Bueno, no del todo —dijo Bernard, con susojos penetrantes, mientras sostenía un sobre en lamano—. No tiene usted el testamento, sinonosotros.

Amy entrecerró los ojos.—En efecto —prosiguió Bernard—, sabemos

que tiene un testamento ahí en su escritorio, peroéste es más reciente. Papá lo redactó un día antesde morir. Todos atestiguaremos el hecho, inclusoJeurgens. ¿Ve? ¿Nota la fecha?

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Amy lo tomó al tiempo que hacía esfuerzospara controlar el estremecimiento de sus manos.De acuerdo, se trataba de un testamento másreciente. Bernard continuó.

—Reconoce la estúpida máquina Underwoodde papá, ¿no es así? Amy reconoció que eldocumento ciertamente se había escrito en ladestartalada máquina de Norville que escribía la“e” más arriba de lo normal y a la “t” le faltaba larayita horizontal.

—Y ésta es su firma, la cual ya ha visto ustedcon frecuencia.

No había duda de que se trataba o bien de lafirma de Norville Dobbs o de la mejorfalsificación que Amy había visto en todos susaños como abogada. Sin embargo, algo le decíaque no era auténtica.

—De modo que —dijo Bernard con jactancia—, lea el testamento. Nosotros ya sabemos lo quedice. Él nos lo dijo. Pero de todos modos, léalo.Queremos que todo sea legal, ¿sabe?

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Amy empezó a leer lentamente y en voz alta:

Yo, Norville Dobbs, ortógrafo, enpleno uso de mis facultades mentalesdeclaro por el presente que el contenido deeste testamento canselará todos aquellosque yo haya firmado con anterioridad aesta fecha, y declaro, además, que elcontenido de éste deberá leerse en elmomento de mi muerte, y que el monto demis propiedades se distribuirán de lasiguiente manera:

Amy hizo una pausa y alzó la vista para ver aBernard y luego a los demás.

—¿Todos firmaron este documento de comúnacuerdo?

Cada uno de ellos asintió.—¿Y se dan cuenta de que por el hecho de

firmarlo, declaran haber visto al propio Norvillefirmarlo también?

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De nuevo todos asintieron.—Bien, pues yo no voy a dejar que se salgan

con la suya.

¿Qué fue lo que vio Amy que la hizo sospechardel fraude?[1]

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Caso 2El caso del soldador ladrón

Michael Struan se dejó caer pesadamente en unade las maltrechas sillas de la mesa de almorzarque había en la sala de detectives. No había nadiemás ahí, de modo que permaneció unos instantesesperando recuperar un poco de su energía. Conlentitud y sumo cuidado se dispuso a sacar elcontenido de la bolsa de su almuerzo. ¿Hasta estohemos llegado?, pensó para sí, mientras husmeababajo uno de los extremos de la envoltura de papelencerado.

—¿No me digan que buscar sorpresas en mialmuerzo constituye el hecho más importante deeste día? —comentó en voz alta—. ¿Hasta estohemos llegado? —Entonces desenvolvió elemparedado y arrojó el papel encerado endirección al cesto.

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—¡Caramba! ¡Mantequilla de cacahuate yplátano! Después de todo tal vez la vida no sea tanterrible. Su fatigado rostro se iluminó ante esto.Era su emparedado favorito, sobre todo cuando lamantequilla de cacahuate la habían untado tangruesa que hacía que la lengua se le pegara alpaladar.

Struan se reclinó en la silla, aunque si bien lohizo con cuidado. Temía mucho que las sillas en lasala de detectives habían dejado deresponsabilizarse de cualquiera con peso adulto.Se estiró hacia el anaquel que tenía a sus espaldasa fin de alcanzar un reluciente radio portátil. Lossonidos del grupo Grateful Dead finalmentehicieron mella en su conciencia. Acabó con elescándalo cambiando con el selector a lafrecuencia modulada y de inmediato los sonidosdel concierto para violín de Bruch cambiaron laatmósfera de toda la habitación.

—¡Increíble! —musitó Struan—. Bruch,mantequilla de cacahuate y nadie a la vista. ¡Y

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también voy a comer con los codos sobre la mesa!Luego de una pausa agregó con más fuerza: Tal vezsí hemos llegado a esto.

De pronto la puerta se abrió con gran fuerza.—¡Sarge! —era el detective Kamsack—.

¡Sarge! ¡Lo he estado buscando por todas partes!Kamsack había trabajado como compañero de

Struan durante dos semanas el año pasado. Fuereasignado cuando a Struan lo requirieron paradesempeñarse como jefe de detectives, ante locual Kamsack solicitó de inmediato que lotransfirieran a mantenimiento de vehículos. Elmensaje no podía haber sido más claro.

—Felicidades, Kamsack, por habermelocalizado. Esto sólo demuestra que nunca se debesubestimar la fuerza de la coincidencia. Es la horadel almuerzo y heme aquí en el cuarto donde sesupone desayunamos —Struan tomó una mitad delemparedado de mantequilla de cacahuate—. ¡Y nome llame Sarge!

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—Así es, Sarge, lo he localizado. Pensé quetal vez estaría almorzando. —Kamsack nosobresalía por ser rápido en sus razonamientos—.Tenemos una ciudadana que afirma haber sidovíctima de un robo. De modo que a usted lecorresponde. —Kamsack alcanzó la radio y volvióa resucitar a Grateful Dead subiendo el volumen.

—¡Kamsack! —Struan había estrujado suemparedado de modo que ahora una porción demantequilla descansaba sobre su rodilla—.Kamsack, ¿acaso sabe lo que los antiguossiameses le hacían a aquellas personas que seatrevían a interrumpir una comida?

—¿Eh? —respondió Kamsack perplejo.—Olvídelo, no importa —dijo Struan

estirándose de nuevo para alcanzar la radio—. Sime lo permite —apuntó volviendo a sintonizar aBruch y reajustando el volumen—. ¿Podría esperarun poco este robo?

—La verdad no sé —dijo Kamsack sacudiendola cabeza—, creo que se trata de alguien

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importante. Ciertamente el capitán casi se va deespaldas al verla.

—Está bien —dijo Struan en un resuello—,háganla pasar. Pero, por Dios, primero consiganuna silla limpia.

Al salir Kamsack, Struan quitó cuidadosamentela mantequilla de cacahuate de sus pantalones consu dedo índice y luego se chupó éste. Así seencontraba sentado, con el dedo en la boca,cuando Kamsack regresó acompañado de lavíctima de robo.

Era una mujer alta, elegante, dotada de gracia.Llevaba un abrigo de piel de cuerpo completo y elsombrero que vestía hubiera parecido ridículo encualquier otra persona, pero no en ella que parecíacompletar la imagen perfecta. Era la clase demujer que obliga a los hombres a ponerse de piede inmediato al tiempo que esconden susestómagos.

Y heme aquí, pensó Struan, en el más inmundocuarto de detectives del hemisferio norte, con un

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emparedado en la mano y el dedo en la boca.—Ah… ésta es la señora Chloris Dean… el

sargento Michael Struan. —Incluso el propioKamsack ahora se había encumbrado a nuevasalturas de etiqueta.

Por favor llámeme Chloris —dijo ellaextendiéndole la mano—. ¿Le gusta Bruch?

En ese momento Struan deseaba condesesperación no haberse llevado el dedo a laboca. Con un sólo movimiento deslizó éste por susaco y luego le ofreció la mano.

—En realidad sólo el concierto para violín enMi menor. En muchas de sus otras obras usa elcello con un poco de más frecuencia de la que a míme gustaría.

Esto impresionó claramente a la señoraChloris Dean, por la forma en que arqueó suscejas. De inmediato Struan sintió que habíadevuelto un poco de equilibrio a la situación.

—Por favor, siéntese —le dijo Struanseñalándole con un ademán la silla que Kamsack

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había colocado en el extremo opuesto de la mesa—. ¿Gusta usted un emparedado? Sin embargo, deinmediato se arrepintió de la sugerencia. Eraobvio que esta dama estaba acostumbrada a crepasy caviar. Los emparedados de mantequilla decacahuate, sobre todo ésta untada en grandescantidades, difícilmente entrarían en sus hábitosalimenticios.

Sin embargo, ella se mostró interesada y dijosonriendo: —¿De qué es el emparedado?

—De cacahuate —le contestó Struan—, demantequilla de cacahuate y plátano.

—No, gracias —le dijo sin dejar de sonreír—.Me gusta la mantequilla de cacahuate, pero no porahora.

—Ah, claro. Bueno… —respondió Struandespejándose la garganta—. Tomaremos losdetalles aquí. Me temo que aún no sé nada de susituación. ¿Le importaría si el detective Kamsackse ocupa de grabar nuestra conversación? Es unprocedimiento común.

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—Por supuesto que no —contestó ella—.Como usted sabe, mi nombre es Chloris Dean yvivo en el número 417 de Wolfe Boulevard. Mehan robado todas mis joyas, en su mayoríadiamantes. Estoy segura de quién lo hizo. El valorasegurado asciende a…

—Discúlpeme un momento, señora Dean,quiero decir Chloris —intervino Struan—. Éste,Detective Kamsack…

Kamsack, con la boca abierta, no dejaba dever a Chloris Dean.

—Kamsack —finalmente Struan logró captarsu atención—. ¡La cinta. Acciona la cinta!

De inmediato Kamsack se acercó a apagar laradio y luego dócilmente se dirigió hacia lagrabadora.

—Perdón, Sarge.Struan le dirigió a Chloris Dean su sonrisa más

congraciadora.—Por favor, continúe.Ella tomó un respiro y aguardó viendo cómo

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Kamsack se daba cuenta de que había oprimido elbotón de rebobinar en lugar del de grabación. Fueentonces que reinició su declaración.

—Están aseguradas por 11 millones de dólaresy normalmente las guardo en la caja fuerte, sóloque esta vez… Oh, quizá sea mejor que meremonte un poco más atrás.

—Está bien. Está bien. —Struan escuchabacon atención—. No se preocupe.

Chloris Dean se sentó un poco más erguida.—Ayer por la mañana mi marido tenía que

salir en viaje de negocios. Necesitaba supasaporte y algunas otras cosas, pero no pudoabrir la caja fuerte. Hablamos a la compañía, peroel personal tampoco pudo hacerlo. Finalmente,tuvieron que traer a alguien con un… ¿cómo sellama?… con un soplete. Entonces llegó esehombre, sumamente corpulento, y entró en nuestrarecámara con todos esos tanques y demás equipo.Aunque le tomó cierto tiempo, finalmente logróabrir la caja.

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—Así que su esposo consiguió el pasaporte,pero usted ahora ya no tiene caja fuerte, o al menosuna que funcione —dijo Struan.

—Así es —dijo Chloris Dean asintiendo—. Yese hombre, el del soplete, es quien me robó.Estoy segura.

—¿Cómo puede saberlo? —le preguntó Struan—. Se trata de una acusación muy seria.

—Estoy consciente de ello —dijo ChlorisDean alzando la vista al escuchar que terminaba elconcierto—. No estoy diciendo esto al aire. Estamañana, exactamente a las 5:29 —tengo el radiodespertador justo a un lado de mi cama— aldespabilarme me di cuenta de que un hombreestaba en mi recámara. Me amenazó poniéndomeun cuchillo en la garganta.

Chloris Dean empezó a estremecerse un poco yStruan se dio cuenta de que había lágrimas en susojos.

—Yo estaba aterrorizada, y él no dijo una solapalabra. Luego se sentó encima de mí y me ató a la

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cama. En todo ese tiempo no habló para nada. ¡Oh,Dios, estaba tan asustada! —En ese momentolloraba, aunque de manera controlada con laslágrimas corriéndole por las mejillas—. Yentonces simplemente sacó mis diamantes de lacaja, y algo de dinero en efectivo, todo estaba ahí,y en seguida se fue.

—¿Cómsab quef… —era Kamsack, ¡quien seestaba comiendo el emparedado de Struan!—.¿Cómsa… ¿Cómsa… —Se llevó el bocado haciauno de los cachetes—. ¿Cómo sabe que fue elsoldador? ¿Vio acaso su rostro?

Struan no podía creer lo que veía. ChlorisDean simplemente se limpió los ojos, sin prestaratención a las habilidades sociales de Kamsack.

—El hombre tenía una máscara. De esas quetienen orificios para los ojos, como las que usanlos terroristas. Pero era un individuo grande,voluminoso, con la misma figura del soldador. Eraél.

Struan estiró la mano hacia atrás y apagó la

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radio. Una parte de su cerebro alcanzó a escucharque el locutor anunciaba a Hindemith, y eso, pensóél, sería tan terrible como Grateful Dead.

—Como puede ver, Kamsack también es unhombre grande y corpulento. Usted dice que estabaoscuro, ¿no es así? ¿Cómo puede estar segura deque se trataba del soldador?

En el rostro de Kamsack se dibujó una sonrisade lo más desagradable. Su mentón se habíallenado de mantequilla de cacahuate.

Chloris Dean dijo inclinándose hacia adelante:—El olor. No tan acentuado. Sólo un poco de esearoma característico de la soldadura. Ya sabe, esegas que usan. Debe impregnárseles en las ropas, enlos poros, qué sé yo. Lo alcancé a percibir cuandofue a abrir la caja fuerte. Y lo volví a oler estamañana. Se lo aseguro, lo estuve percibiendo todoel tiempo que me tomó desatarme esta mañana.Simplemente estaba segura de que era él.

Antes de hablar, Struan hizo una pausa decuando menos un minuto.

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—Creo, señora Dean, que lo que voy hacer espedir que mecanografíen su declaración a fin deque usted la firme, y luego hacer que traigan aquíal soldador a fin de interrogarlo. Si no le importaesperar en la habitación de afuera.

El detective Kamsack sostuvo la puerta y luegola cerró una vez que salió la señora Dean. Viendoa Struan le dijo: —No parece tener mucha prisa enaprehender a ese tipo.

Exhalando un suspiro, Struan respondió: —Noestoy tan convencido de su culpabilidad en lamedida en que a ella le gustaría que yo estuviese.Vamos a ir por él, claro, pero al mismo tiempo,creo que nos conviene investigar acerca de losantecedentes de la señora Chloris Dean.

—Ahora, hazme un favor —le dijo viendo aKamsack.

—¿Qué?—Límpiate esa barbilla.

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¿Qué hizo que Struan sospechase de la eleganteChloris Dean?[2]

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Caso 3El tiroteo en la tienda de

antigüedades

Como recién había ingresado al cuerpo, CamLindsey estaba decidido a no cometer un soloerror. También, como novato que era en la policía,tenía que ajustarse a las reglas, y éstas decíanclaramente que cualquier crimen mayor, de hechotodos aquellos que tuviesen visas de crimenmayor, implicaban que el policía de ronda, o“primer oficial en el lugar del crimen” comogustaba expresarlo el capitán Tilley, tenía quellamar de inmediato al detective de más alto rangoen turno.

Cam Lindsey era oficial de ronda. Llevabaexactamente 11 días de estar realizando suspatrullajes a pie durante el día, la primeraasignación que le habían conferido desde que se

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graduó en la escuela de policía. Y la escena quetenía ante sí se ubicaba dentro de los delitosmayores. Cuando menos se trataba de unhomicidio, tal vez un asesinato y probablementetambién de un robo.

Cam hizo el intento de tomar la radio quellevaba en el cinto pero luego se detuvo. Tan sólotenía unos cuantos minutos ahí, uno o dos más nomarcarían ninguna diferencia, como tampoco loharía el cadáver del hombre que yacía en el piso.Además, no afectaría en nada hacer unaverificación más de lo sucedido. De ningunamanera estaba dispuesto a cometer algún error.

—Bueno, ¡dígame, joven! ¿Va a llamar a susuperior, o como sea que haya dicho el otrooficial, o simplemente se va a quedar ahí parado?

La voz de Bentley Threndyle hizo que Cam sesobresaltara un poco.

—¡O tal vez sólo se va a quedar ahí viendocómo se acaba de desangrar el pobre Morton!

Cam contempló durante unos instantes el

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cuerpo de Morton Threndyle y luego se volvió aver molesto al hombre que acababa de hablar. Elaspecto de Bentley contrastaba totalmente con laaltanería que se reflejaba en su voz y en susmodales, pues se hallaba cubierto de pintura depies a cabeza. Había pintura en su cabello gris-arenoso, así como en sus anteojos de armazón deoro. También en su costoso saco de tweed y entodo el costado derecho de su silla de ruedas.Sobre sus rodillas había todavía tubos de pinturaescurriéndole por los pantalones y llenando lospliegues de sus zapatos. Incluso el extremo de sucorbata que sobresalía en la parte inferior de suabotonado saco estaba manchado. BentleyThrendyle era un estudio improvisado de CardonaMarfil #2884. Dos botes completos de pintura, erauno de los detalles en que Cam ya había reparado.Y aunque no sabía por qué, tenía la impresión deque podía ser importante más tarde.

El interior de Threndyle Brothers, Inc.,Especialistas en muebles y otras antigüedades del

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periodo Georgiano, se hallaba en proceso deremodelación. Los pintores habían salido adisfrutar de su hora de almuerzo antes de queocurriera el tiroteo, y habían dejado botes abiertosde pintura en el andamio que ahora yacíaprecariamente de pie sobre toda la escena delcrimen. En la lucha que había sostenido MortonThrendyle con el intruso, al menos de acuerdo conla versión de Bentley, la pintura se habíaderramado.

Morton también, o más bien su cuerpo, estabacubierto de pintura. De hecho yacía bocabajosobre un charco de Cardona Marfil, en la cual susangre formaba pequeños y caprichosos diseños,pero sin que llegasen nunca a mezclarse las dossustancias. Un ondulante rastro rojo había rodeadosu cuerpo casi por completo desde su cabello gris-arenoso hasta sus zapatos deportivos casi blancos.Lucía como una incomprensible pintura moderna,fue lo primero que se le ocurrió a Cam, aunquemuy fuera de lugar en este tipo de tienda.

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Threndyle Brothers, Inc., era unestablecimiento único en su género. Se trataba delnegocio clave en una calle llena de boutiques de lomás exclusivas y costosas, aunque muyprobablemente las operaciones que realizaba porla clientela que llegaba a la calle representabasólo una fracción mínima de sus ingresos totales,la mayoría de los cuales, según se rumoraba en losotros establecimientos, provenía de transaccionesinternacionales. Morton y su hermano gemelo,Bentley, al igual que su padre y su abuelo,figuraban entre los más destacados comerciantesen antigüedades del continente.

Sólo unos minutos atrás, Cam y suscompañeros habían escuchado los disparos —dosde ellos— mientras recorrían la calle, unos pasosmás allá de la tienda Threndyle. Ninguno de losdos oficiales había visto hacia el interior de latienda. Además, con todas las antigüedadescubiertas con mantas no había nada que ver. Latienda iba a permanecer cerrada durante todo el

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periodo de remodelación. Los oficiales siemprehabían hecho lo posible por evitar a los gemelosThrendyle, ya que en realidad ninguno de los dosresultaba muy agradable como persona. De hecho,de acuerdo con la descripción proporcionada porel capitán Tilley, 11días atrás, los gemelosThrendyle era idénticos tanto en apariencia comoen personalidad, y la única manera de distinguirlosera por el hecho de que Bentley no podía caminar.

—¡Nada! Desapareció sin dejar rastro alguno.Revisé el callejón por ambos lados. No hayindicios de él, aunque de todos modos no pensabahallar nada —dijo el compañero de Cam mientrasentraba por la puerta trasera—. Lástima que a élno le haya caído pintura, pues tal vez así hubierapodido dejar rastros —agregó viendo a Cam—.¿Llamaste ya? Apuesto que el propio Tilley noquerrá perderse esto.

—Este… yo… bueno… estaba por hacerlo. —Cam dejó entrever en su voz un ligero asomo deculpa—. Simplemente quería asegurarme de que

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no faltara nada.—¿Y qué puede faltar? —le dijo su

compañero, un tanto enfadado, mientras BentleyThrendyle asentía secundándolo.

—Ya les dije lo que sucedió —dijo él,impulsando su silla hacia atrás con tal fuerza quecasi golpea el andamio—. Ya se los dije. Lospintores no tenían ni cinco minutos de haberse idocuando este… este… individuo entró por la puertatrasera. Se supone que debe estar cerrada, pero nolo estaba en ese momento. Morton iba a sacar labasura.

Cam casi intervino en ese momento, pero logrócontenerse. Cuando escucharon los disparos yacudieron corriendo, la puerta del frente de latienda también había sido abierta. Al precipitarseal interior y ver que Morton yacía en el pisomientras Bentley se inclinaba desde su silla deruedas sosteniendo la muñeca de su hermano, Camhabía notado que la puerta posterior se hallabatotalmente abierta. Lo que no sabía era lo de la

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basura.—Entró justo por esa puerta —prosiguió

Bentley— y se dirigió hacia Morton. Ya les dijetodo esto. Traía esa arma, él y Morton empezarona forcejear. De ahí que haya pintura por todaspartes. Entonces disparó. ¡En dos ocasiones!Pobre Morton. No pude evitarlo. Para cuandoustedes llegaron, él ya había muerto y el hombre sehabía ido. Escuchen, ¿cuánto tiempo más tengo quepermanecer aquí? ¿Puedo irme ya? De cualquierforma, ¡no hay nada más que pueda hacer aquí!

—No —dijo Cam en el momento que sacabasu radio—, es preciso que permanezca aquí, almenos hasta que llegue el capitán Tilley y hastaque un médico se encargue de examinarlo a usted.

¿Por qué quiere Cam Lindsey que un médicoexamine a Bentley Threndyle?[3]

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Caso 4El caso del intento de

suicidio

Simplemente, el día se había convertido en unasucesión de sorpresas para Doug Nicholson. Enprimer lugar, los capitanes de la policía no sehacían cargo de los casos, al menos eso era lousual en la fuerza a la que pertenecía Doug. Másbien permanecían en la oficina para supervisar lastareas, para administrar y asegurarse de que lossubordinados llevaran los casos correctamente. Y,sin embargo, ahora estaba él ahí, en la elegantebiblioteca de Berenice Devone, instalado en unaincómoda silla en espera de que le sirvieran el té yde la oportunidad de interrogar a la dama.

Se trataba tan sólo de la primera de lassorpresas y era fácil de explicar. Doug se habíatenido que encargar personalmente de esta

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investigación dada la escasez de personal en sudepartamento, propiciada, por un lado, por el altoíndice de criminalidad y por el otro por todos lospermisos para ausentarse durante las vacacionesnavideñas. Además, sólo se trataba de un caso derutina, cubrir lo concerniente a un intento desuicidio: el señor Owen, esposo de la señoraDevone, se había disparado tres días atrás y aún sehallaba internado en el hospital en estado crítico.

La segunda sorpresa para Doug la constituiríala secretaria de Owen Devone. La señora JasminePeak era la siguiente en la lista de las personasque habrían de interrogarse. Cuando se disponía atocar el timbre en la mansión de los Devone, la viorecorrer la vereda circular abordo de suautomóvil, para luego estacionarse detrás del autode Doug. Una sorpresa más, pero si bien era unhecho que ella trabajaba para los Devone,entonces, ¿por qué no debía estar ahí?

Sin embargo, resultó bastante extraña la formaen que se presentaron uno al otro, aunque Doug

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sentía estar exento de culpa en ello. Él habíatomado la iniciativa de presentarse a sí mismo enparte movido por el afán de ser cortés y en partepor una vieja costumbre policiaca. Pero, por elotro lado, la señora Peak se mostróextraordinariamente tímida y apenas musitó sunombre. Ésa había constituido la tercera sorpresa:la empresa de Owen Devone se especializaba encontratos de té y café a nivel mundial, y lo másnatural era esperar que una secretaria que pasabagran parte del día haciendo llamadas telefónicas alextranjero y ocupándose de transaccionesinternacionales mostrara más seguridad en símisma. Así que ésa fue otra sorpresa y no setrataba de la última de ellas.

Doug esperaba que una sirvienta, elmayordomo o algún otro trabajador domésticoabriera la puerta, pero le sorprendió mucho el quela propia Berenice Devone acudiera en persona ahacerlo.

—Usted debe ser el capitán Nicholson —

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Berenice Devone era la última palabra en finosmodales y aparentemente no se mostraba en lo másmínimo afligida—. Por favor, pase… y ¿usted,señorita?… ¡oh… usted debe ser la señorita Peak!La vi en el hospital, ¿no es así? Fueron unosmomentos tan terribles.

Camino a la biblioteca, Doug se habíaenterado de que Jasmine Peak llevaba sólo dossemanas de trabajar para la empresa cuando sesuscitó el incidente del disparo. También supo queno tenían sirvientes en la casa. Esta últimasorpresa explicaba la razón de que BereniceDevone haya acudido personalmente a abrir lapuerta y luego los dejara unos instantes para ir apreparar el té. ¿Pero, no contar con sirvientealguno? ¿En una casa como ésta? Simplemente noencajaba.

La respuesta llegó sin que la solicitase delabios de la sumamente fina —y cándida— señoraDevone.

—Supongo que está al tanto de las dificultades

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por las que atravesaba Owen últimamente —dijoella mientras cruzaba las puertas francesas con unsencillo pero hermoso juego de té Limoges—. Suregreso con las bebidas había sido un verdaderoalivio para Doug, pues Jasmine Peak eratotalmente incapaz de sostener una conversacióncasual. No era su intención interrogarla en eselugar y los comentarios sobre las festividades dela Navidad, el única tema que parecía ser lógico,se antojaban, fuera de lugar a la luz del recientecomportamiento de Owen Devone.

—Él perdió muchísimo en Sri Lanka —dijoBerenice Devone, al tiempo que se ocupaba deverter la leche y luego el té en la taza que teníaante sí Jasmine Peak—. Doug observó que ellapodía hablar y servir de manera simultánea yrealizar las dos funciones con un granrefinamiento. Pero eso ya no era motivo desorpresa.

—“Invirtió con quien no debía”, así fue comoél lo expuso. Usted ya sabe de los problemas

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políticos que hay ahí. Todas las plantaciones conlas cuales Owen tenía contratos, con excepción deuna, no lograron producir ni un sólo gramo de té.—En ese momento, ella levantó la tapa de la teteray se asomó al interior con pericia consumada.

—Luego las heladas en Colombia hicieron queel mercado del café se viniera abajo. ¿Leche olimón, capitán? ¿Sabía usted que nunca antes habíahabido una helada de tales proporciones enColombia?

—Este… leche, por favor. —Doug casi sesintió renuente a interrumpirla.

—Luego con todas las presiones de susclientes en espera del producto… Supongo que elpobre Owen ya no pudo soportar más.

Durante unos instantes, el monólogo seinterrumpió.

—¡Y tenía que haber sido en la víspera de laNavidad! —dijo ella suspirando profundamente altiempo que ofrecía un plato con delicadas obleassin azúcar.

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—Señora Devone, voy a tener queinspeccionar el cuarto donde él… Doug se habíapreguntado cómo es que iba a sacar esto acolación, pero —otra sorpresa— todo parecióresultar tan fácil. La serenidad de la señoraDevone le había infundido ánimos.

—Por supuesto, capitán. Es uno de los bañosde huéspedes en el segundo piso. Déjemeenseñarle el camino.

El inesperado repique del teléfono hizo que lostres ahí presentes se sobresaltaran. Por primeravez, el control que había mostrado BereniceDevone se venía abajo. Cuando colocó su taza enla mesa le temblaba la mano y debajo del tancorrectamente aplicado maquillaje, su rostropalideció.

—Es del hospital. Sé que es del hospital.—Permítame contestar —dijo Doug

levantándose y tomando el auricular de estiloantiguo—. La llamada era de su oficina.

—Es para mí —le dijo en voz baja a Berenice

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Devone, llevándose el dedo índice al pecho yvolviendo a continuación el rostro hacia la bocina—. No, voy a permanecer aquí un poco más de loque pensaba. Ha habido muchas sorpresas este día.

¿Qué fue lo que hizo sospechar a DougNicholson?[4]

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Caso 5Un viaje por el Mar

Muerto

Ésta ha sido la conversación de sobremesa másinteresante que hemos tenido durante todo el viaje—comentó Maureen Bottrell mientras ella y suesposo Harvey entraban a su camarote—. Era sucuarto día a bordo del Bon Chance, el cual habíazarpado de Sedom para internarse en las aguas delMar Muerto.

—En efecto —respondió Harvey—. Imagínate,un maestro de física de preparatoria, cuyopasatiempo favorito es el Medio Oriente.Simplemente es algo insólito. Y además, Gavin estan culto.

Su esposa no se queda atrás —señaló Maureen—. Acuérdate esta tarde, fue Bea quien corrigió alguía de turistas en la cubierta, cuando él nos estaba

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explicando acerca del Mar Muerto.Harvey frunció el entrecejo tratando de

recordar con exactitud el incidente.—Tienes razón —agregó él—. ¿No fue el guía

quien comentó que el buque se encuentra en estosmomentos a 609 metros por debajo del nivel delmar, y que ahora nos hallamos anclados en lasaguas más saladas de todo el mundo? Fue entoncescuando Bea intervino para decir que estábamos —¿a cuánto?—, ah, sí… a 1302 pies del nivel delmar.

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Soltando una risilla suave, Maureen dijo: —Elguía tampoco sabía bien lo relativo a la densidaddel agua. Seis veces más que la del agua dulce. Deahí que el barco avance con tal lentitud. Sinembargo, esto hace que sea el lugar más fácil paranadar en todo el mundo. ¡Ni siquiera te puedeshundir! Gavin también estaba al tanto de todo esto.

—Es muy bueno que Gavin y Bea estén connosotros —comentó Harvey—. O quizá es todavíamejor que el guía sea el guía y no el chef. ¡No meatrevo a pensar lo que serían nuestras comidas siél estuviera a cargo de la cocina!

Su conversación se vio interrumpida por unarepentina conmoción afuera de su camarote. Elsonido de gente que corre, primero en un sentidodel pasillo y luego en el otro. Posteriormente,varias voces gritando y, finalmente, la bocina delbuque emitiendo la intensa voz de alarma.

Tomando sus chalecos salvavidas, Maureen yHarvey subieron corriendo a cubierta. Los demáspasajeros se arremolinaban presas de la confusión,

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algunos con chalecos salvavidas y otros sin ellos.Asiéndose de la barandilla, en el extremo opuestode la cubierta se hallaba Bea, temblandovisiblemente. Los miembros de la tripulaciónestaban a su alrededor, con la ansiedad reflejadaen sus rostros. El sonido de la bocina eradesgarrador.

La señora Feldstein, que ocupaba el camarotecontiguo al de ellos, llegó resollando.

—¡Vamos, no van a necesitar de ésos! —dijorespirando con dificultad al tiempo que apuntaba alos chalecos salvavidas—. No nos estamoshundiendo ni nada parecido. Se trata del simpáticode Gavin. ¡Está muerto! ¡Se rompió el cuello!

Harvey y Maureen se quedaron de una pieza.—¿C…cómo? —logró preguntar Maureen.—Su esposa —cómo se llama, Bea— dice que

él se arrojó un clavado. Fue a echar una nadada, seaventó desde la cubierta, se rompió el cuello, yluego el cráneo. ¡Es horrible! ¡No puedo creerlo!

Maureen y Harvey entrecruzaron miradas.

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—Yo tampoco puede creerlo, Harvey, ¿tú sí?—le preguntó Maureen.

Sacudiendo la cabeza, Harvey agregó: —Paranada. Simplemente no encaja. Tal vez esa Bea nosea tan inteligente después de todo.

¿Qué llevó a Harvey y a Maureen a sospecharde Bea?[5]

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Caso 6El hundimiento de ElOrgullo de Alberton

No obstante su prisa por llegar a la marina, JaniceHancock no pudo resistir hacer una breve pausa,llena de orgullo, en el estacionamiento. Se tratabadel letrero en la cabeza del sitio que le habíanasignado para dejar su auto.

ALFÉREZ JANICE HANCOCK,OFICIAL EN JEFE

GUARDIA COSTERA CANADIENSE

No está mal, pensó ella. La primera oficial enla Guardia Costera Canadiense, la primera mujeroficial en jefe, aun cuando lo único que ellacomandaba era un par de pequeños botes derescate de primera línea y una banda de radio con

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el servicio de helicópteros de Dartmouth. ¡Peroqué con eso! Está bien que ella pasara la mayorparte de su tiempo riñendo con los pescadores dela localidad por hacerse a la mar con equipodefectuoso o por no acatar las normas deseguridad. Pero se trataba de sus funciones comojefa.

Una ráfaga de viento casi le arranca la puertade la mano en el momento en que descendió haciael piso de grava. Esto le hizo recordar el motivode su prisa, y empezó entonces a correr a lo largodel estacionamiento. Apenas esa mañana, a cortadistancia de la costa, el fuerte viento había hechozozobrar una pequeña embarcación de placer. Setrataba de la primera baja “seria” desde queJanice había ocupado su puesto, y quería tener uninforme exacto de los hechos.

Ya le habían comunicado los datos esenciales.El Orgullo de Alberton era una embarcación de 10metros de largo, registrada en Massachusetts y conlicencia para realizar recorridos de placer.

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Construida en 1940, había tenido tres propietariosanteriores. Los antecedentes mostraban dosinfracciones a las reglas de seguridad levantadaspor la Guardia Costera de Estados Unidos, yestaba asegurada por la compañía Lloyds deLondres.

Ahora, esperando a Janice en la oficina deArchie’s Petrocan Marina y saboreando un café seencontraba Giacomo Giancarlo Piorelli, el últimopropietario y capitán de la embarcación. Ellasabía de la experiencia de Giacomo. Por 15 añoshabía tenido los documentos que lo acreditabancomo jefe del barco y esto la hacía ponerse untanto nerviosa.

El cabo de mar Bowlby hizo un ademán amedias para saludarla cuando ella entró en ellugar.

—Él está bien, señor, digo… señora. —Elcabo de mar Bowlby no podía acostumbrarse atener cerno jefe a una mujer—. Sólo un pocotembloroso, cansado y helado… terriblemente

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helado.—Gracias, Bowlby. Hablaré con él —le

contestó Janice—. Antes de que te vayas, quieroque me consigas datos precisos sobre la tormenta.Velocidad del viento, cantidad de precipitación yese tipo de cosas. Me encargaré de reunir todoesto una vez que hable con el capitán.

Ella entró en la pequeña oficina de Archie’s,donde Piorelli yacía solo y acurrucado a más nopoder. Su ralo cabello lucía enmarañado peroseco. Se hallaba descalzo. En una de las manos,ligeramente temblorosa, sostenía un enorme tarrode café.

—Hola, yo soy la alférez Hancock,guardacostas —le dijo Janice—. Usted es Piorelli,¿no es así?

Su respuesta fue una sucesión monótona defrases entrecortadas.

—Jim Piorelli. De Boston. El Orgu… ElOrgu… —se detuvo en ese momento—. ElAlberton era todo cuanto tenía. Y ahora no me

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queda nada. Piorelli ni siquiera vio hacia arriba.Parecía estarse dirigiendo a los pies de Janice.

—Casi nada. Al menos usted está con vida —le contestó Janice—. ¿Es éste su chaleco? —lepreguntó al tiempo que recogía un chalecosalvavidas rojo con la desteñida leyenda de ElOrgullo de Alberton estampada en uno de loscostados. De las cuerdas aún escurría agua de mar.

—Sí, lo tomé cuando vi que el Orgullo seestaba hundiendo. Pienso que fue una suerte el queyo estuviera cerca de la orilla. Menos de doskilómetros de distancia a nado. —Piorellisimplemente musitaba en dirección a los pies deJanice.

—Y no tuvo tanto que ver la distancia, sino latemperatura —le dijo Janice—. Si esto hubierasucedido un mes atrás, se habría congelado antesde ahogarse.

—Así es —dijo Piorelli suspirando—.Supongo que todo se compensa. En esta época delaño el clima es cálido y por eso sobreviví. Pero en

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caso de que el clima fuese el normal, es decir frío,probablemente no habríamos tenido esa terribletormenta.

Janice se dirigió hacia el escritorio que habíaahí, se sentó en la silla y puso los pies debajo.Piorelli simplemente no retiraba la vista del puntodonde ella había estado parada.

—A propósito, ¿qué hacia usted por aquí? —lepregunto Janice—. Boston está muy lejos de aquí.¿Y usted solo estaba tripulando una embarcaciónde 10 metros?

Por primera vez Piorelli levantó la vista.—Había dejado ya Tignish. Y vine aquí para

tratar de hacer algún negocio de verano, con el finde cambiar de ambiente. Durante la semana pasadahabía estado haciendo unas reparaciones en elOrgullo, y simplemente me hice con él a la marpara probarlo. De ahí que no me haya alejadodemasiado de la costa. —En ese momento volvió aagachar la cabeza—. Y ahora todo está en el fondodel mar.

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Janice se incorporó lentamente, y por unmomento la distrajeron los sonidos de la cafeterade Archie’s.

—Estaré de vuelta esta tarde —dijo ella—. Leconseguiremos un poco de ropa seca y un lugardonde pueda hospedarse.

Al salir de la oficina casi choca con el cabo demar Bowlby.

—¿Terminó ya de interrogarlo, señora? —lepreguntó él.

—Aún no, Bowlby —contestó ella—. Primerovoy a ir al departamento de licencias marinas enDartmouth. Quiero que me muestren una foto deGiacomo Giancarlo Piorelli antes de seguiradelante con esto.

¿Por qué quiere la alférez Hancock ver unafotografía de Piorelli?[6]

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Caso 7El caso del homicidio con

escalpelo

Cualquier otro poblado, excepto Shorthora,hubiera catalogado, desde hace mucho el caso delviejo doctor Virgil como uno de total y plenalocura. Incluso, de acuerdo con los estándares másliberales, él era algo más que un simple individuoexcéntrico. Esto obedecía en parte al hecho de queél solía hacer visitas domiciliarias, lo cual paraalgunos de sus colegas ya era en sí un síntoma deexcentricidad. Sin embargo, estas visitas las hacía¡llevando un zorrillo como mascota! La pequeñabestia ni siquiera se quedaba afuera delvoluminoso Chrysler del doctor, sino que loacompañaba, cual si se tratase de un asesor, justo ala recámara del paciente.

Otro aspecto característico era la sala de

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espera del doctor: se trataba de un invernadero.Durante las horas de oficina, los pacientes seabrían paso a través de un laberinto de hojas depalmera, schefflera y saxífraga sarmentosa a fin deresponder al grito del doctor Virgil de “¡Elsiguiente!”. Oficialmente no contaba con unarecepcionista, ni tampoco disponía de unaenfermera.

Tan sólo poder escuchar el llamado de “¡Elsiguiente!” constituía en sí un problema en elinvernadero, pues al doctor le encantaba escucharmúsica country, pero a volúmenes ensordecedores.Él tenía la teoría de que a sus plantas también lesgustaba este tipo de música, y que crecíanespecialmente bien con el sonido de violines yguitarras con cuerdas de acero. Nadie que seesfuerce por responder al llamado de “¡Elsiguiente!” ponía esto en tela de juicio.

No obstante, algunos de los conceptos deldoctor habían tenido otros efectos. Él era unverdadero fanático del control dietético de la

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diabetes. Debido a sus rígidos experimentos habíahecho algunos descubrimientos importantes, loscuales se habían publicado y reimpreso variasveces en revistas médicas.

Sin embargo, tal vez el detalle más serio era laafición que tenía hacia la bebida. Para la gente quevivía fuera de Shorthorn y para unos cuantoshabitantes de este poblado que se abstenían derecurrir a sus servicios, el doctor Virgil era unalcohólico. Para todos los demás, simplementetenía un problema, y los lugareños se adaptaban aél de la misma forma en que se habíanacostumbrado al invernadero, a la música de losRanch Boys tocada a muy altos decibeles, y alzorrillo.

La cuestión era simple, nadie en Shorthorn seenfermaba los martes, ya que precisamente era elmartes el día libre del doctor. Fielmente celebrabaesa recurrencia semanal poniéndose unaborrachera que siempre culminaba con el jefe dela policía, Gary Westlake, sacando al diminuto

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hombrecito del asiento trasero de su enorme yviejo Chrysler como a las 2:00 A.M., para luegotenderlo en suave reposo en el interior de suinvernadero.

En los últimos días, el jefe Westlake habíasido especialmente cuidadoso al entrar depuntillas con el doctor a cuestas, por temor adespertar a Petty. Petty, quien en realidad sellamaba Petunia, era el ama de llaves, enfermera,ex amante o incluso hasta esposa del doctor,aunque nadie lo sabía a ciencia cierta. Petty no eraninguna perita en dulce y, a pesar de su diabetes,tenía una fuente inagotable de energía en lo tocantea explosiones de temperamento. Los pleitos quesostenía con el doctor eran legendarios, y lo másprudente era evitarla en momentos como esos. Dehecho, la mayoría de la gente en Shorthorn laevitaba y punto, pero sin que comentasen nada alrespecto. Era simplemente un elemento más al cualestaban dispuestos a adaptarse con tal de noperderse los servicios del viejo doctor. Nadie se

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quejaba de ella, como de hecho tampoco lo hacíande cualquier otra cosa relacionada con el doctorVirgil, ya que no había familia en el poblado queen uno u otro momento no le hubiese quedadoagradecida. Con sus métodos heterodoxos, quizádebido a ellos, se había ganado el corazón detodos en Shorthorn.

Gary Westlake no era la excepción en lo que aeste sentimiento se refería, de ahí que ahora sehallase sentado, presa de una gran aflicción, anteel volante del auto del doctor. Había anochecidoya en la Fourth Concession, pero los destelloscombinados de su patrulla —la única de Shorthorn— y de la ambulancia regional eran losuficientemente continuos como para permitirlever las manchas de sangre que había en el asientodel pasajero. Más aún en el punto en el cual habíadescansado la cabeza de Petunia en el piso. Seveían claramente a través de la inconcebible pilade toallas de papel, sobres y cajas vacías decomida para gato. Con su bolígrafo, Gary hizo a un

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lado una envoltura de barra de chocolate y algunospañuelos desechables arrugados para poderexaminar el charco. La mujer llevaba muchotiempo de estarse desangrando.

En ese momento fue interrumpido por MelHehn, su compañero en la fuerza policiaca deShorthorn, compuesta por dos hombres.

—El tipo del forense de la región dice que yapodemos mover el auto —dijo Mel introduciendola cabeza casi por completo en la ventanilla delconductor—. Que ya tienen todo lo que necesitan.

Esto era algo que Gary ya se esperaba. Seagachó tratando de hallar la palanca de ajuste delasiento a fin de mover éste para poder alcanzar lospedales.

—¿A dónde van a llevar el cuerpo de Petty? —le preguntó él a Mel—. Quiero examinarlo una vezmás antes de que despierte el doctor.

El doctor Virgil se hallaba tendido en elasiento posterior durmiendo la borrachera delmartes. Él también estaba cubierto de sangre, y en

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su mano se hallaba el escalpelo que habíaultimado a Petty.

—Supongo que al hospital —contestó Mel—.Pero de todos modos les voy a preguntar. Este…¿y a dónde piensa llevar al doctor?

—A la celda —respondió Gary—. Al menoshasta que se despierte.

Shorthorn contaba con una sola celda en lo queera una combinación de ayuntamiento, estación depolicía y biblioteca.

—Dile al tipo del forense que estaréesperando en mi oficina. Si no saco el auto de aquíen este momento no tardará toda la gente delpoblado en llegar a curiosear.

Accionó entonces el interruptor de encendidoy, junto con el motor, todo lo demás del automóvilempezó a funcionar: limpiadores, aireacondicionado, las luces. De las bocinasespecialmente montadas en la parte posterior, elsonido de los Rolling Stones casi hace volar elsombrero de Gary por los aires. Le tomó un minuto

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volver a ajustar todo.—¡Mel! —le gritó a su compañero, quien ya se

había alejado unos pasos de ahí—. Mel, tengo quearrestar al doctor, de acuerdo. No quiero hacerlo,pero es necesario. Sin embargo, aún no creo que éllo haya hecho. Tengo cuando menos tres razonespara dudarlo. Vamos a tener que investigar más afondo este caso.

¿Cuáles fueron los tres detalles que hicierondudar a Gary Westlake de la culpabilidad deldoctor Virgil?[7]

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Caso 8El caso del Pierce Arrow

El mayor de los tres hombres dejó su andar deaquí para allá, que más bien parecía un cabriolero,y se plantó ante el escritorio de ChristopherWatson. Extendiendo su dedo acusador haciaChristopher, insistió en un tono agudo de voz: —¡No me importa! ¡Me quedo con la mitad! ¡No hayotra alternativa! ¡Me quedo con la mitad! ¡Y si notrae a ese mecánico aquí para que empiece a cortarel Pierce Arrow en dos partes iguales entonces yomismo voy a hacerlo! Entonces volvió a sentarseprofiriendo una expresión de desagrado, y luegotomándose las rodillas con las manos e irguiendola espalda, empezó a golpetear con los pies en elpiso.

—¡La mitad! —repitió el hombre—. ¡Para lascuatro de la tarde de hoy!

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Su lugar ante el escritorio de Christopher deinmediato fue ocupado por el segundo hombre. Setrataba de Willard Glebemount, quien era todavíamás estridente que su hermano mayor, Chauncey.

—Nada más atrévase… ¡nada más hágalo! —Willard escupía mucho al hablar y se balanceabahacia los costados—. Hágalo y lo demando. Lodemando. Y ya nunca más volverá a-trabajar. Siusted permite que cualquiera se acerque a algunode mis autos, yo… yo… —Independientemente decuál haya sido la amenaza de Willard, ésta seperdió ante un ataque de tos y escupitajos. Se sentópara recobrarse del acceso.

Transcurrieron un segundo o dos de silencioantes de que el tercer hombre hablase desde laposición reclinada que guardaba en su silla.Christopher no estaba seguro si el hombre habíaestado bebiendo o no.

—Señor Watson, Christopher. —AlistairGlebemount, el más joven de los tres herederosGlebemount, era también el más calmado pero, tal

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como se lo había advertido a Christopher supredecesor sólo dos días antes, nadie había vistojamás a Alistair en estado sobrio, de modo que eradifícil concluir que esa calma fuese natural.

—Christopher, ¿por qué no simplementellamas al hombre del soplete? Uno de mishermanos quedará inconforme en tanto que el otroquedará conforme. Por lo que a mí se refiere —prosiguió cruzando las piernas con un dejo delanguidez—, esto no me afectaría en absoluto.

—No el Pierce Arrow, tú, ¡bueno para nada!—dijo Willard, ya recuperado, arremetiéndolacontra Alistair—. Si tan sólo le haces un rayón almejor auto que jamás tuvo papá, yo… yo…

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A Christopher le pareció que cualquiera quehayan sido las intenciones de Willard, éste jamáslograba comunicarlas.

—¡Caballeros! —dijo viéndose precisado aromper el ciclo, ya que con el rabillo del ojo habíaalcanzado a ver cómo Chauncey había estadohaciendo nuevamente acopio de cólera—.Caballeros, el té se va a servir en la biblioteca. En15 minutos yo los alcanzaré ahí con la solución aeste dilema. Ahora, ¿si me hacen el favor…?

Alistair se levantó y salió del lugar antes deque Christopher hubiese terminado. Chauncey yWillard sólo forcejaron unos instantes en laentrada en cuanto a quién saldría primero, demodo que Christopher pronto pudo gozar de paz ensu oficina.

Fatigado, se sentó, reflexionando en lo queparecía ser el mayor inconveniente asociado alhecho de desempeñarse como el socio menor deAlliston, Aubrey & Wickum. Una empresa deprestigio, se dijo. Él y sus compañeros de grupo

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habían competido duramente por ocupar esepuesto, pero en los días como éstos se preguntabasi realmente valían la pena el buen salario y elprestigio. La responsabilidad de Christopher, entanto no se incorporase a la empresa el sociomenor, consistía en administrar el vasto caudalhereditario de los Glebemount. Y la mayoría desus esfuerzos estaban dirigidos a supervisar loscaprichos, ataques de celos y disputas crónicasque se suscitaban entre los tres hermanos solterosGlebemount.

Para el colmo de su mala suerte, Christopherhabía recibido el caso en un punto crítico. En eltestamento de papá Glebemount se decretaba quehacia las cuatro de la tarde de ese día, sus 17automóviles se distribuirían entre sus tres hijos,precisamente de la siguiente manera: al mayor deellos, Chauncey, le tocaría la mitad de los autos; aWillard, el hijo intermedio, le correspondería unatercera parte de los automóviles; y el menor detodos, Alistair, recibiría la novena parte.

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No se requirió de una gran perspicacia departe de Christopher para deducir el porqué loshermanos Glebemount habían llegado a esasituación por la que atravesaban. El testamento depapá abundaba en cuestiones de este tipo, lo cualgarantizaba que sus muchachos se la pasaríanprendidos de sus respectivos cuellos de por vida.La división de los 17 automóviles en estasfracciones imposibles no era más que una espinamás en el tortuoso camino que todos tenían querecorrer.

La puerta de su oficina se abrióinmediatamente después de escucharse unostoquidos breves y rápidos. Se trataba de laasistente mayor del propio Noel Wickum, lainalterable señora Bayles, sólo que ahora sí seencontraba alterada.

—¡Señor Watson, venga a la biblioteca! ¡Estánteniendo una terrible trifulca! ¡Es preciso quevenga!

Christopher corrió por el pasillo detrás de la

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señora Bayles y estuvo a punto de tirarla cuandoella se detuvo abruptamente antes de llegar a lapuerta de la biblioteca. Llegaron a tiempo paraescuchar cómo Alistair le decía a Willard que élquería el ornamento del cofre y la parrilla delPierce Arrow como la novena parte de lo que lecorrespondía, y que una vez que tuviera en supoder tales piezas las iba a pintar de un coloramarillo fosforescente con pintura de aerosol. Enel momento en que Christopher abrió la puerta,Willard barboteaba mientras Chauncey cabriolabanuevamente en su silla.

—¡Caballeros! —le sorprendió la facilidadcon la cual había atraído su atención—. Tengo unasolución. Por favor, acompáñenme alestacionamiento.

Abordaron entonces el elevador, y aunqueChristopher tenía motivos para estar tenso, nosucedió nada más aparte de la insistencia deWillard de ir de cara hacia la pared, y delcabrioleo incesante de Chauncey. Los condujo a

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través de la puerta y luego hacia elestacionamiento, donde los relucientes frentescromados de 17 automóviles clásicos parecíandisfrutar de la escena con una especie de perversaactitud.

El mismo Christopher los había acomodado lanoche anterior uno al lado del otro en el lotevacío, saboreando el momento de estar al volantede cada uno de ellos. Había dos Packards, un LaSalle, un Hudson de ocho plazas fabricado a lamedida… y la lista continuaba.

Y, por supuesto, también estaba el PierceArrow. Chauncey se dirigió hacia él con pasoligero.

—¡Es mío! ¡mío! —dijo al tiempo que bailabaa su alrededor y, luego, dirigiendo una risillaentrecortada a su hermano, agregó: ¡Esta mitad!

—No… no… el mejor… de papá… Yo…Yo… —Willard estaba fuera de sí.

Alistair se limitó a reírse entre dientes.—Caballeros —Christopher había empezado a

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sentirse como un anunciador—. Ésta es misolución. Por favor, aguarden aquí. Tengo unregalo para la testamentaría de papá Glebemountel cual, en mi calidad de administrador, acepto demuy buena gana.

Mientras los tres hermanos lo observaban concalladas suspicacia, él cruzó corriendo elestacionamiento en dirección a su, un tantodestartalado, pero fiel Toyota. Rápidamente locondujo hacia el final de la hilera de autosGlebemount y ahí lo dejó estacionado. Contrastabaabiertamente con el flamante Chrysler Air-Flow1936 que hasta ese momento había sido el autonúmero 17. Los hermanos se hallabaninusitadamente quietos.

—Los automóviles que constituyen la herenciaGlebemount ahora suman 18. —Por primera vez,Christopher sentía tener un poco de control sobrela situación. Señor Chauncey, ahora podrá ustedtener la mitad que le corresponde sin necesidad decortar ninguno de los vehículos. Esto a su vez le

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complacerá a usted, señor Willard; en su terceraparte incluso podría incluirse el Pierce Arrow.Esto no debería marcar ninguna diferencia, ya quede los tres sólo es el señor Alistair quien maneja.

Y, señor Alistair, seguramente usted no querrátener el pequeño Toyota como parte de su novenaparte, de manera que al quedar éste fuera, yo podréseguir usándolo en mi papel de administrador. Estopor supuesto, a menos que alguno de ustedesprefiriesen tenerlo en la parte que le correspondede la herencia concediéndome tal vez uno de losPackard.

¿Podría usted explicar el procedimientomatemático que siguió Christopher Watson?¿Cómo se las arregló para cumplir con eltestamento Glebemount sin necesidad de cortarninguno de los autos, especialmente el PierceArrow, y aun así seguir contando con un auto parasu uso personal?[8]

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Caso 9El caso de los ladrones de

joyas

El autobús que diariamente efectuaba dos viajes aLindeville sólo hacía dos paradas en el tramorecto hacia el este de Benton. La primera era enlas orillas del propio Lindeville, justo en el puntodonde dos lotes de autos usados franqueaban lacarretera, y en el cual se anunciaba la proximidadde Lindeville mediante enormes anuncios en losque se prometían limpios negocios sin necesidadde enganche. La segunda parada era unos cincominutos más adelante, en un área rural escasamentepoblada situada en el punto intermedio entre lasdos poblaciones. Durante años la compañía deautobuses había tratado de establecer variasparadas más, argumentando que la autopista sehallaba demasiado desolada, demasiado expuesta

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a los gélidos vientos en el invierno y al abrumadorcalor en el verano. Sin embargo, el departamentode caminos estaba resuelto a rechazar laspeticiones. Más paradas propiciaríancongestionamientos de tráfico, argumentaban losfuncionarios, además de que con ello se podríasentar precedente. Si se procedía a hacerlo con eltramo de Lindeville a Benton, también tendría quehacerse lo correspondiente para las otras tresdirecciones.

De modo que noche a noche, el orgullo de laflotilla de la Lindeville Tour, Transport & Travel—en un tiempo flamante vehículo de la Grey-hound Dreamliner— llegaba retumbando frente alos dos lotes de autos, donde se detenía en mediode una estruendosa sinfonía de frenos de aire yemanaciones de diesel a fin de descargar algunospasajeros desganados, para luego continuar hacialo que los habitantes del lugar designaban como la“parada de ninguna parte”, y después conducir elresto de su pasaje a Benton y puntos situados más

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allá.El viejo autobús realizaba la primera de estas

dos paradas en el momento en que Steve Fleck, delDepartamento de Policía de Lindeville, lobordeaba para luego acelerar por la autopistahacia las afueras del poblado. Se sentía sofocado eincómodo a bordo de la patrulla; la calefacciónsólo funcionaba bien en el punto más alto y teníaya dos horas de estar manejando. Esa tarde,alrededor de las cuatro, justo antes de lo que seconsideraba la hora de mayor afluencia deLindeville, cuatro asaltantes armados habían dadoun golpe relámpago a Zonka Jewelry, Ltd. Conmucho profesionalismo, o al menos con muchaexperiencia, habían vaciado la caja registradora,los mostradores de exhibición e incluso lapequeña caja fuerte donde Zonka guardaba lossalarios reservados para Navidad. Steve sehallaba a bordo de la patrulla cuando la alarma derobo sonó en la estación, pero aun cuando él sehabía dirigido a la joyería Zonka con las luces

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rojas y la sirena encendidas —las cuales aborrecíaen serio— los ladrones ya habían desaparecidopara cuando él llegó ahí.

El golpe había sido planeado con todocuidado, y a Steve le parecía casi como si lohubiesen ensayado, pues, según declaró un testigo,los ladrones entraron y salieron en unos cuantosminutos, con un hombre apostado en la puerta, unsegundo y un tercero reuniendo el botín y el cuartode ellos esperando afuera al volante de un auto. Lasincronización había sido precisa en todossentidos. Generalmente, a esa hora del día habíaun descenso en la afluencia de clientes que acudena la tienda, además de que el inventario de lajoyería Zonka se hallaba en su punto máximo alfaltar escasamente una semana para la Navidad. Elauto en que huyeron los ladrones se habíainternado en las calles céntricas de Lindevillejusto antes de que tráfico empezase a crecer.

De hecho sólo había dos detalles de los queSteve Fleck podía sentirse seguro. Uno de ellos

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era que contaba con una buena descripción delautomóvil de los asaltantes: un Honda LX azul, untanto sucio de las carreteras de invierno, con unaabolladura muy evidente en el lado derecho de ladefensa trasera. En realidad, esa parte inquietaba aSteve. Los tipos eran tan profesionales y, sinembargo, casi parecía como si ellos quisiesen queel auto fuese claramente recordado.

El otro detalle valioso, de eso estaba seguroSteve, era que los ladrones aún se encontraban enalgún punto de Lindeville. Eso era innegable. Y sibien es cierto que ellos habían actuado con mucharapidez, Steve y sus colegas no se habían dormidoen sus laureles. Sólo había cuatro carreteras quellevaban fuera del poblado y éstas habían sidobloqueadas de inmediato. Pero ahora habíanquitado los bloqueos en las carreteras a fin deincitar a los asaltantes a que saliesen de suescondite.

La policía de Lindeville vigilabacuidadosamente cada uno de los caminos, pero

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hasta ahora no había evidencias de que el autousado en la huida hubiese salido del poblado, yempezó a abrigarse el insistente temor de que talvez los autores del robo, después de todo, yahubiesen abandonado el lugar.

Steve había dejado muy atrás al orgullo de laflotilla de Lindeville Tour, Transporte & Travel, yfue en ese momento que detectó a un pasajeroaguardando en la parada a un lado de la carreteraun minuto más o menos antes de que el autobúsllegase ahí. Movido un tanto por impulso y otrotanto de manera deliberada, se orilló justo ante eldestartalado cobertizo de la parada de autobús.

—Voy en dirección a Benton —dijo él—.Precisamente a las afueras. Aquí adentro hacemucho calor, pero al menos no tendrá que respirarel humo diesel si viaja conmigo.

La persona que ahí aguardaba le dirigió unacálida sonrisa. Se trataba de una mujer joven.

—¡Oh, gracias! ¡Me estaba congelando! Me damiedo pedir aventones. De cualquier manera sólo

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han pasado un par de autos en dirección a Benton.—Se subió a la patrulla y de inmediato empezó aquitarse la bufanda que tenía fuertemente ajustadasobre su cabeza.

Steve se mostraba muy indiferente.—… Este… ¿de casualidad no se fijó cómo

eran esos autos? Quiero decir… mmm… ¿erannuevos o viejos? —En ese momento escuchó venirel autobús y vio por el espejo retrovisor paraasegurarse de que estuviese haciendo la paradaahí, antes de entrar de nuevo a la carretera.

—No —le dijo dirigiéndole de nuevo unasonrisa cálida—. En realidad no sé mucho acercade autos. Uno de ellos era un auto japonés, porcierto, de color azul. Esos son más fáciles deidentificar, ¿no lo cree así? —Procedió entonces adoblar la bufanda sobre su regazo—. A propósito,éste tenía una de las defensas abollada. Fue poreso que me fijé.

En ese momento Steve desaceleró y se orilló alborde de la carretera. El autobús pasó por donde

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estaban, ganando velocidad por la carretera ydejando tras de sí una serie de estruendos y humosnocivos.

—¿Qué sucede? ¿Qué está usted haciendo? —Dijo atemorizada la joven mujer—. ¿Por qué sedetiene? ¿Se trata de un truco? ¡Me está haciendoperder el autobús! —Agregó a punto de llorar.

—Mire, señorita, sólo vamos a permaneceraquí un minuto —le dijo Steve—, observando lacarretera hasta que usted me diga quién es y dóndeha estado el día de hoy.

¿Por qué Steve Fleck cambió de opinión encuanto a llevar a su pasajera en dirección aBenton?[9]

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Caso 10Una carta dirigida a

España

Deirdre Bretón se estiró para alcanzar elintercomunicador que había sobre su escritorio. Elparpadeante foquillo finalmente había logradopenetrar en la intensa concentración que elladedicaba a un dibujo a tinta de la procesiónfúnebre de sir Christopher Hatton, canciller alservicio de la reina Isabel I. Se trataba deldocumento original, fechado el 16 de diciembre de1591, que se le había facilitado a la universidadpara respaldar un proyecto del cual Deirdre sehallaba a cargo. Deirdre Bretón era una ávidaaficionada a todo cuanto estuviese relacionada conlos Tudor, y era también una experta en loconcerniente a la reina Isabel.

—¿Sí? —dijo con amabilidad, sabiendo que la

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muy joven y muy reciente secretaria deldepartamento se sentiría alterada por el hecho detener que interrumpirla.

Y, en efecto, se hallaba alterada.—Profesora Bretón, lo siento mucho. En

verdad lo siento. Sé que usted no quiere que se lemoleste, pero es que hay…

—No hay problema, Jeannie —respondióDeirdre tratando de reconfortarla—. ¿Tengo unallamada? ¿En qué línea?

—No, profesora Breton, no es una llamada.Aquí se encuentra una tal señorita PhilomenaLoquor que insiste en verla. Ya le dije que usted…

De la oficina de la secretaria se alcanzaban aescuchar varias voces hablando al mismo tiempo.Jeannie simplemente ya no sabía qué hacer.

—Voy para allá —dijo Deirdre, al tiempo quecolgaba el intercomunicador. Dejó a un lado laenorme lente de aumento que aún seguíasosteniendo en su mano izquierda y tomó susanteojos, los que ella designaba como sus

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“anteojos intimidadores”. Eran precisamente ésoslos que usaba cuando tenía que hablar con el jefede departamento o cuando se veía obligada a tratarcon algún estudiante terco.

Antes de que se pudiese incorporar, su puertase abrió intempestivamente. Se trataba de lasvarias voces que había escuchado, que no eranotra cosa que la señorita Philomena Loquor.

—¿Usted es la profesora Bretón, no es así?Conque una mujer, ¿eh? Ella no me dijo que setrataba de una mujer. No importa. No hay motivoalguno por el cual una mujer no deba saberhistoria. Ahora, permítame, tengo algo quemostrarle. Y no me diga que está ocupada. Heconducido 70 kilómetros para llegar hasta aquí,pago mis impuestos y contribuyo a mantener estainstitución como cualquier otro ciudadano, y no mediga que tiene que dar una clase, pues acabo deconsultar los horarios y me di cuenta de que ya haterminado por el día de hoy. Ahora, vea esto. Porcierto, Loquor. Ése es mi apellido, me llamo

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Philomena Loquor, mi hermano era DirstenLoquor, ¿qué piensa usted de eso?

Todo lo anterior fue expresado a través de unsolo respiro. Deirdre, por su parte, se hallabajadeante. En tan sólo unos segundos se habíaolvidado por completo del funeral de sirChristopher Hatton y, sin que hubiese hecho nadamás aparte de escuchar a la señorita Loquor, sehallaba totalmente sin aliento.

—Simplemente, véalo. ¿Cuánto cree quevalga? —Ahí iba de nuevo Philomena Loquor a lacarga. Puso un paquete medio abierto bajo lasnarices de Deirdre y luego lo colocó encima delescritorio—. Se hallaba en la colección de mihermano, en la colección de mi hermano finado, hamuerto, sabe. Murió de neumonía. Al menos esofue lo que dijeron en el hospital, pero yo no confíoen ellos para nada. Voy a venderlo, voy a vendertodo cuanto tiene, ¿cuánto cree que valga? Es poresto que vine aquí, leí acerca de usted en elperiódico. ¿Cree que estoy hablando demasiado

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aprisa? La gente dice que yo siempre hablodemasiado aprisa. ¿Y a quién se lo vendo? Ustedes la experta, al menos eso es lo que dice eldiario.

Deirdre se quitó sus “anteojos intimidadores”.Era muy obvio que ya no le iban a servir en estecaso. Además, había logrado ver algo en elpaquete que bastaba para que al menos PhilomenaLoquor resultase una persona tolerable. Colocadoentre dos placas de vidrio grueso logró ver unpergamino desteñido. Una carta, ¿o tal vez undocumento? Pero fue la firma, la famosa einconfundible firma lo que la intrigó.

Entonces, ella desenvolvió por completo elpaquete.

—Señorita Loquor, ¿dónde consiguió usted…?—Era de mi hermano, ya se lo dije. No sé

dónde lo haya conseguido él, estaba entre suscosas, pero él ya murió, eso también se lo dije, eldocumento es viejo, ¿no es así? Es de Isabel, ¿no?¿La reina? Usted es la experta, en el periódico

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decía que usted sabía más acerca de ella quecualquier otro especialista viviente. Y le digo quées lo que pensé, yo pensé que usted podría usarloen la exposición o lo que sea que piensa poneraquí. Y por nada a cambio. Gratis. Pero lo quetiene que decirme es cuánto vale, también dóndepuedo venderlo, mi hermano no me dejó gran cosa,incluso yo tuve que pagar su funeral, y no es queseamos pobres ni nada por el estilo, ¿qué piensausted?

Deirdre casi había sacado de su frecuencia a laparlanchina Philomena Loquor, aunque no deltodo. El pergamino era una carta que ostentaba lafirma de la reina Isabel. Estaba dirigida al reyFelipe de España, y la fecha era del 17 de febrerode 1565. Rápidamente escudriño el florido latín,traduciendo para sí.

Isabel, por la gracia del Señor, reina deInglaterra, Francia e Irlanda, defensora dela fe, a Felipe de España, Sicilia…

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—Es una carta, ¿no es así? —dijo la señoritaLoquor arremetiendo de nuevo—. ¿De ella al reyde España? ¿Y está en latín? Al menos eso fue loque me dijo Lily, Lily es mi amiga, llevó latín en lapreparatoria, a ella no le agradaba mucho mihermano, quiero decir Dirsten, pero eso noimporta, pues a él tampoco le agradaba muchoella. Lily es muy inteligente, sabe latín, y noimporta lo intrincado de la escritura, es capaz deleerla, y yo confío en ella, es mi amiga, dice queahí está todo acerca de los españoles reteniendolos buques ingleses y no permitiéndoles surcar lasaguas y hacer sus negocios, ella es muy lista, así esLily.

Deirdre levantó la vista de la carta y observó aPhilomena Loquor, preguntándole si tal vez podríahaber un interruptor que accionar o un botón queoprimir, pero ahí estaba la dama a toda vela.

—¿Y cuál es esa otra firma que aparece ahí? Aun lado de la de Isabel. Lily no supo decírmelo,pero me dijo que usted sí sabría, que se supone

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que usted sabe todo acerca de la reina Isabel, asíque, ¿quién es esa otra persona? Véale, empiezacon R, ésa es la primera inicial, y luego el nombre.Ass-Kam-US. —La mujer lo pronunció adrede ylentamente en sílabas y luego hizo una pausa enespera de la respuesta. Ahora la señorita Loquorera quien estaba jadeando.

Los segundos de silencio fueron de lo másdeliciosos para Deirdre. Se sentó y disfrutó deellos tanto tiempo como quiso. Es muy probableque se trate de Roger Ascham, escrito en latín, porsupuesto. Era el secretario de la reina Isabel yquien se encargaba de escribir casi toda sucorrespondencia.

—Oh.Hubo entonces otra pausa, y Deirdre se

preparó para hacer frente a la siguiente andanada.Pero ésta no se presentó. Philomena Loquorsimplemente se inclinó un poco hacia adelante ydijo.

—Entonces tiene más de 400 años de edad.

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¿Cuánto cree que valga?—Miss Loquor, yo… —Deirdre deseaba

desesperadamente haber programado unaconferencia en cinco minutos. Incluso una reunióncon el jefe de departamento.

—Miss Loquor, en realidad no creo que estacarta sea tan vieja. Ah, y por cierto, el latín esbueno —dijo, pensando en ese momento en Lily—.Y ciertamente la reina Isabel le escribía a Felipetodo el tiempo. Acerca de este mismo tema,también. Pero no esta carta. No esta carta.

¿Qué llevó a Deirdre Bretón a sospechar quela carta de Philomena Loquor no era auténtica?[10]

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Caso 11El asaltante de Burleigh

Court

El código tres significaba que no era precisoapresurarse, no obstante Sean Dortmund colocó laluz roja sobre el toldo del auto, aunque sin activarla sirena. No había necesidad de hacerlo a las3:00 A.M. El código tres significaba disparo conarmas de fuego con la víctima o víctimas heridas oya muertas. También significaba que la situaciónya había concluido o que estaba bajo control, demodo que los oficiales que respondían al llamadono tenían por qué arriesgar su propia vida o la delpúblico en general tratando de llegar a la escenadel crimen. Pero como inspector, Sean era eloficial activo de más alto rango a esa hora de lamadrugada, y en vista de que los informesacabarían por aparecer con su firma, él quería

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acudir personalmente al lugar del crimen.Para cuando Sean llegó al sitio en cuestión, el

auto del médico forense, así como dos patrullas yuna ambulancia ya habían ocupado toda el área dela entrada a la casa, de manera que se estacionó enla calle. Burleigh Court era una cerrada dondesólo había seis residencias, todas ellas grandes yconstruidas a la medida. Ahí había dinero.

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Fue recibido en la banqueta por dos policíasuniformados, quienes se encargaron de conducirloal otro lado de la barrera delimitada mediantecinta amarilla y luego al interior de la casa.

—Todo está en su lugar, inspector. Nosavisaron que ya venía en camino. El detectiveLalonde lo estaba esperando en el pasillo delfrente. —La víctima está ahí —dijo señalando conel pulgar hacia una puerta que estaba abierta—. Yésta es el arma —agregó Lalonde extendiendo unabolsa de plástico transparente con un revólver enel interior—. Fueron tres los disparos.

Sean pudo observar los tres casquillos queparecían ser calibre .38.

—Y en ese otro cuarto está la persona que lohizo. Tenemos ya los hechos. Todo está claro. Sóloestábamos esperando que usted llegase para que lediese un nombre: asesinato, homicidio, defensapropia o accidente.

—Primero veamos el cuerpo —dijo Sean,dejando atrás a Lalonde y encaminándose hacia la

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puerta donde Jim Tait, el médico forense estabaesperándolo.

—Le presento a quien en vida fuera Jean-MarcLavaliere —dijo Tait tétricamente, al tiempo quedescorría la sábana para exponer un cuerposumamente ensangrentado.

Sean se agachó tratando de compensar ante lodébil de la iluminación. El cuerpo de Lavaliereyacía bocarriba. En apariencia tendría unos 35años, su complexión era atlética y sus faccionesatractivas. El traje deportivo que vestía lucíanuevo. Sean se puso en cuclillas y apartó algunosde los pedazos de cristal que había sobre el pechode Lavaliere a fin de poder examinar mejor laherida. La ventana que se hallaba directamentearriba había sido rota y en esa parte de lahabitación había pedazos de vidrio desperdigadospor doquier.

—Al parecer entró por ahí —dijo Taitseñalando hacia la ventana rota—. De cualquierforma, ella debe haberlo detectado enseguida.

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—¿Ella? —preguntó Sean levantando la vista.—Si —respondió Tait—. La autora del crimen,

la señora Dina White. Me imaginé que ya habríahablado con ella.

Sean no comentó nada. Se le conocía como unhombre de muy pocas palabras, así que Taitsimplemente se limitó a seguir hablando.

De cualquier forma, eran socios, ella yLavaliere. En el negocio de la publicidad. Pero deacuerdo a la versión de la mujer, las cosas nohabían andado del todo bien. Aparentemente eltipo es un bebedor, o más bien era. Ésta había sidola causa de que tuviesen serias discusiones a lolargo de las últimas semanas.

Sean se concretaba a asentir.—Sea como sea, él rompió la ventana para

entrar; supongo que nunca sabremos el motivo deque lo haya hecho. Tal vez se encontraba ebrio; sinembargo, me encargaré de constatar eso en laautopsia. Podremos saberlo para mañana. Locierto es que ella pensó que se trataba de un

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asaltante y ¡zap! Tres disparos justo en el pecho.Supongo que en realidad no se le podría culpar.Una mujer que vive sola. De pronto alguien rompesu ventana en la noche… Ella debe haber estadoterriblemente atemorizada. Sean volvió a asentir.

—De cualquier forma, no podré retirar elcuerpo de aquí sino hasta que usted me lo diga.¿Qué nombre le pondrá? ¿Accidente? ¿Homicidiojustificado?

Hubo una pausa prolongada cuando Tait dejóde hablar, cada uno de los hombres en espera deque el otro hablase.

—Homicidio, en efecto —dijo Seanrompiendo el silencio, apenas—. Pero nojustificable —agregó sacudiendo la cabeza—. Nojustificable.

¿Qué llevó a Sean a sospechar que se tratabade un asesinato?[11]

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Caso 12Un lugar demasiado limpio

para morir

Lo que le intrigaba a Bob Gibson, de hecho lemolestaba, era la pulcritud que había en el interiordel automóvil. Alguien, muy posiblemente lapropia mujer que ahora yacía ahí muerta, habíaaspirado los tapetes con especial cuidado. Nohabía ninguna mancha de polvo en todo el tablero,o a lo largo del eje de la dirección; incluso loscortos vástagos detrás de las perillas de la radiohabían sido limpiados. La cubierta de piel sobre lacaja de velocidades se hallaba impecable delpolvo y la arena que siempre se acumula en lospliegues. Para eso debieron haber usado un trapo ouna gamuza húmeda, pensó Bob. De modo que lalimpieza no sólo había sido una labor casual,espontánea.

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No era un auto nuevo. Desde donde él seencontraba apoyado, con ambos puñosdescansando sobre el asiento del conductor, Bobse estiró un poco más para observar de cerca. Lailuminación no era del todo buena en el pequeñogaraje, y el auto había sido metido en reversa demodo que la tenue luz de día invernal que entrabapor la puerta abierta del garaje le dabadirectamente en la cara a través del parabrisas.Aun así, él logró distinguir la cifra: 47 583. No,para nada se trataba de un auto nuevo, aunque sí,en muy buenas condiciones.

Bob se estiró a través del asiento, y con lapunta de su dedo índice activó el interruptor quehabía sobre el brazo de apoyo a fin de bajar unpoco la ventanilla del lado del pasajero. Trató dever si el joven policía que permanecía atento en lapuerta había reparado en ello, pero no lo hizo. Encaso de que se hubiese dado cuenta y opuesto a laacción, Bob habría expuesto sus argumentos. Elhedor en el interior del auto era nauseabundo, y

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necesitaba atenuarlo permitiendo que entrase unpoco de corriente de aire.

Era un olor con el cual ya antes se habíatopado. Aunque no con tanta frecuencia como paraestar familiarizado con él. Tal vez una mediadocena de veces en los últimos 30 años, perodespués de la primera vez éste jamás se olvida.Provenía de un cuerpo en las primeras etapas de sudescomposición: algo entre dulce y fétido,verdaderamente repugnante.

El hedor también se impregnaba. La puerta delgaraje había permanecido abierta durante variashoras, desde que el cuerpo había sido hallado,aproximadamente el mediodía. Pero todo eledificio aún estaba invadido por el olor, y Bobsabía que tendría que pasar mucho tiempo antes deque las vestiduras del auto se vieran libres deaquél.

Obviamente, dentro del auto, el hedor eramucho más intenso. Las puertas se habían abiertosólo lo suficiente para que el fotógrafo pudiese

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llevar a cabo su espeluznante labor y luego, denuevo, cuando los elementos del forenseprocedieron a retirar el cuerpo. Bob estaba ahípara remolcar el automóvil hasta el depósito de lapolicía.

En todos sus años como propietario dePalgrave Motors, Bob había llegado a conocermuy bien a la policía y era a él a quieninvariablemente llamaban para hacerse cargo deeste tipo de situaciones. De modo que no era,como había reflexionado segundos atrás, laprimera vez que lo habían llamado a la escena deun suicidio. Y aunque lo único que él tenía quehacer era llevarse el auto de ahí, toda la operaciónsiempre le ponía los cabellos de punta.

De acuerdo con el médico forense, la mujer —Bob ignoraba su nombre— había metido el auto enel pequeño garaje hacía unas 40 o 50 horas, luegocerró la puerta y simplemente se quedó ahí sentadacon el motor en marcha en espera de que sucedieselo inevitable. De acuerdo con los cálculos del

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médico forense, el cuerpo había permanecido ahísin que nadie lo viera durante casi dos días.

—Espero que no haya tocado nada, ¿o sí?Era el oficial Shaw. Bob no lo había

escuchado aproximarse. El detective encargado delas investigaciones había dejado ahí al jovenoficial con precisas y rígidas instrucciones de queno se tocase nada, y Shaw cumplía las órdenes alpie de la letra.

Bob se le quedó mirando, sin saberexactamente cómo expresar sus sospechas.Entonces lo que hizo fue apuntar al transmisor queShaw llevaba colgado en el cinto.

—¿Puede llamar al sargento con eso?Shaw no le respondió y simplemente se limitó

a observar a Bob con curiosidad.—Tengo la impresión de que él querrá echarle

un segundo vistazo a todo esto —dijo elexperimentado hombre—. Creo que le faltó veralgo.

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¿Cómo fue que Bob Gibson llegó a estaconclusión?[12]

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Caso 13El caso de la tarjeta de

crédito extraviada

Fuera de su propia madre, Julie Iseler eraprobablemente la única persona que sabía cómodistinguir a los gemelos Saint. Por lo visto supadre era incapaz de hacerlo, y ciertamente nadiemás podía, excepto quizá Tammy Hayward quien,al igual que Julie, solía cortarles el cabello de vezen vez. La clave era que Peter Saint tenía unadoble coronilla, un doble “remolino” a veces se lellenaba, y su hermano Paul sólo tenía una sola.

La coronilla de ambos chicos hacía queresultase excepcionalmente difícil hacerles uncorte adecuado de cabello. Si se los dejabandemasiado corto, el cabellos en la parte superiorde sus cabezas se proyectaba en todas direcciones.Por el contrario, si se los dejaban muy largo, los

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remolinos tendían a dictar lo que sucediese con elresto de la cabeza. Esto, de cualquier forma, eraacadémico. Los gemelos Saint, Peter y Paul,usaban el cabello corto, y ésa era una de las pocasbatallas, quizá la única que su madre lograba ganarcon regularidad.

Sin embargo, los problemas asociados con elarreglo periódico de las cabelleras de los chicosSaint no eran las únicas consideraciones quepesaban en los pensamientos de Julie esa mañanamientras echaba un vistazo a las citas del día. (Losgemelos estaban programados para justo antes delmediodía.) En efecto, su cabello era difícil decortar, pero, bueno, Tammy podía encargarse deuno y ella del otro. Lo que hacía parecer tan largoel día que se avecinaba —ella volteó a ver el relojy apenas eran las 8:50 A.M.— era que la visita delos Saint no era algo que contribuyese a alegrarle auno el día.

“Los hijos de Satanás” —era el mote que leshabía dado uno de los clientes regulares de Julie

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—, y muy bien podía decirse que ésta era una fraseamable, ya que el par hacía todo lo posible porrefutar lo limitado del calificativo. Tenían sólonueve años de edad, eran la copia exacta uno delotro, incluso hasta en la infinidad de pecas quetenían en el rostro, y por sí mismos ya se habíanganado una reputación que garantizaba unestremecimiento ante la noticia de su inminentellegada.

Eran bien conocidos en la estética “HairApparent” y se les veía con precaución, conjustificado motivo. La primavera anterior, uno deellos había pellizcado a Julie en el momento enque se agachó a recoger unas tijeras. Fue así comoella descubrió que, a diferencia de su hermano,Paul era zurdo. Durante esa misma visita, Petercasi rostiza a la señora Horschak al ponerclandestinamente la secadora de campana en latemperatura máxima y reajustar el reloj. “Unproblema al cuadrado” era una metáforademasiado suave para referirse a Peter y Paul

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Saint, y ya nadie la usaba.La puerta del frente de “Hair Apparent” se

abrió de pronto y la corriente de aire sacudió losmuros divisores que pendían del techo. EraTammy.

—Lo siento —dijo Tammy sonriendo apenada—. Fue mi auto.

Para ella, trabajar con Julie significaba suprimer empleo de tiempo completo. Asimismo,estaba orgullosa de su primer auto, el cual, amenos que su récord cambiase, estaba próximo aconvertirse en su ex auto.

—No te preocupes, Tammy —le contestó Juliedevolviéndole la sonrisa—. Las dos mujeres sellevaban especialmente bien, y el solo hecho deverla entrar había bastado para que Julierecuperase su innato buen humor. Sin que lasonrisa se borrase de su rostro, observó cómoTammy colgaba su chaqueta de nailon, y luego segolpeaba el brazo en la pared divisoria máscercana.

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La sonrisa se convirtió entonces en unacarcajada.

—Veo que tú tampoco te puedes acostumbrar aestas cosas —le dijo Julie—. No te sientas mal.Esta mañana yo misma choqué contra la que estápor la caja. Pero te alegrará saber que la gente deEPS va a venir esta tarde a fin de acomodarlas enla posición adecuada.

EPS eran las siglas de Elegante Pero Seguro,un servicio de decoración que Julie habíacontratado para llevar a cabo la primerarenovación de su salón. Ni ella ni Tammy estabanespecialmente complacidas con los resultados.Antes de las modificaciones, Julie podía trabajaren su silla, que ocupaba el centro de una serie detres y a través de cualquiera de los grandesespejos que había delante de las sillas, vigilar lapuerta del frente, el área de espera, la cajaregistradora, e incluso los dos lavabos y la silla dereserva, que en esa secuencia ocupaban la paredsituada a su izquierda.

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Pero con las nuevas divisiones colgantescambió todo eso. Suspendidas por cadenas deltecho, estas enormes piezas formaban una especiede muro entre el área de trabajo y el área deespera. La idea, admitía Julie, tenía cierto sentido.De alguna manera, los paneles permitían obtenerdos habitaciones de un recinto grande. Asimismo,facilitaban el tránsito, al menos en teoría, ya que alavanzar de lado era posible deslizarse entre lospaneles y “caminar a lo largo de la pared”. Y elverdadero beneficio, supuestamente, era que estospaneles estaban especialmente tratados a fin depoder obtener una especie de visión translúcidadesde uno de los lados, mientras que desde el otrola superficie era reflejante. La finalidad de todoesto era que los clientes de Julie y Tammypudiesen gozar de una sensación de privacía en lassillas, al tiempo que permitía a las dos estilistaspoder ver hacia la entrada y a las áreas de espera.

Espléndido. Sólo que los trabajadores habíancolgado los paneles del lado equivocado. Los

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clientes que se encontraban en el área de esperapodían ver hacia la zona de trabajo, pero la únicaforma en que Julie podía verlos desde su silla delcentro, a reserva de retroceder unos cuantos pasosy asomar la cabeza por el muro, era a través de suespejo y luego por el espejo que había frente a lasilla de reserva en la pared lateral. En absoluto sepodría decir que esto era seguro. Y ni que Julie niTammy tenían la certeza de que tampoco pudieseresultar elegante.

—Tammy, en unos minutos vas a tener a laseñora Goodman. —Había llegado el momento deempezar a trabajar—. Viene por un permanente. Yhay toda una fila de niños, lo cual es de esperarse,pues ya estamos en vísperas del regreso a clases.

—¡Ah, sí, claro! —dijo Tammy al tiempo quese le ensanchaban los ojos—. Va a ser muy extrañover a todo el mundo ir, ¡sin asistir una misma!

Julie no escuchó su comentario, pues sehallaba absorta examinando su libro de citas.

—George, del banco… cualquiera de nosotras

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puede atenderlo. Viene por lavado y corte decabello. Como siempre, tendrá prisa por irse. Laseñora Morelli, los gemelos Saint, luego…

Tammy intervino en ese momento: —¿Teenteraste de lo que esos chicos hicieron en elautobús escolar del curso de verano? ¡Le quitaronlas tuercas al asiento del conductor, mientras él ibamanejando! No me explico cómo lograron hacerlo.Bueno, lo cierto es que en el momento en que elchofer frenó fue a caer ¡justo debajo del eje de ladirección! Es un milagro que no…

Los muros divisorios se mecieron en armoníacon el abrir de la puerta del frente. La señoraGoodman había llegado para que le hiciesen supermanente. Tanto Julie como Tammy acudieron arecibirla. En ese momento se desvanecieron lospensamientos acerca de los gemelos Saint, pues laseñora Goodman era su favorita entre las clientesde edad. Para ambas, ella era “simplemente unamuñeca”.

—¡Oh, Dios mío! Veo que han cambiado aquí

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las cosas —dijo la anciana mujer en su estilodulce y sincero. En realidad, ella era una muñeca—. Bueno, no importa, querida. —Había vuelto suatención hacia Tammy—. Tú sigues aquí y eso estodo lo que importa. ¿Empezamos?

Tammy condujo a la señora Goodman a susilla, situada a la derecha de la de Julie. En esemomento, la puerta volvió a abrirse de nuevo y losmuros divisorios volvieron a sacudirse. Se tratabade una madre acompañada de sus tres hijos muypequeños. Por unos instantes, Julie se quedóperpleja. Sólo uno de ellos parecía estar en edadescolar. Ah, por supuesto, los Beaumont. El másgrande de ellos iba a entrar al jardín de niños. Porconsiguiente, se trataba de un corte de cabellosumamente importante.

Ésa era la última oportunidad para entregarse ala contemplación porque a partir de ese momentoiban a estar ocupadas al cien por ciento. Paracuando llegó George, del banco, para recibir sutratamiento, tanto Julie como Tammy se

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encontraban con una cita completa de retraso.Y para colmo, los Saints llegaron a tiempo.Julie se asomó rápidamente por uno de los

muros para explicar que estaban un tantoretrasadas en cuanto a sus citas, quizá cuestión deunos 15 minutos.

—Oh… oh… ahora… este… —la señoraSaint vivía permanentemente al borde de una crisisnerviosa, y las noticias de Julie amenazaban conprecipitarla más rápido hacia ella.

—Oh, Dios mío. Bueno… oh… está bien…está bien… Esto es lo que vamos a hacer.

La señora Saint sólo hablaba en la primerapersona del plural. Ella también tenía la costumbrede oscilar a partir de la cintura en una especie demeneo oval muy parecido al ritual deapareamiento que siguen algunas grandes avesacuáticas. El meneo empezó a conducirla casiflotando en dirección de la puerta.

—Tenemos un asunto pendiente, así que nospodemos encargar de eso ahora. Muy bien, chicos,

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nosotros no vamos a levantarnos de esas sillas,¿no es así? —Entonces, dirigiéndose a Julie,agregó: ¿15 minutos, no es así? Ya regresamos.

Julie retrocedió unos cuantos pasos. Loschicos no estaban prestando ni la más mínimaatención a las indicaciones que les había hecho sumadre. Uno de ellos se ocupaba con todo cuidadode delinear, con un marcador rojo de punta suave,el “tatuaje” de un dragón que le habían teñido a suhermano en la parte interna del codo. De vez envez volteaba a ver el que tenía su hermano en elbrazo a fin de asegurarse de que la copia fueseprecisa. Al parecer los Saint habían visitado depaso la tienda de artículos misceláneos Unter’s, yaque el tatuaje era de ésos, de tipo adherible quesuelen venir en los paquetes de goma de mascar.Pese al cierto grado de preocupación que ellaexperimentaba por algo más que pudieraocurrírseles hacer con el marcador rojo, Julie nopudo dejar de notar la similitud en la obra artísticarealizada por los dos chicos.

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Se volvió a dar la media vuelta para dar lostoques finales al corte de cabello de George, ycasi al mismo tiempo se fue a estrellar contra unode los paneles. El consiguiente sonido sordo delimpacto sobresaltó a todo el mundo excepto aPeter y Paul Saint. Ellos ya se habían levantado ymudado de sillas en el preciso instante en que sumadre salió del lugar. Utilizando una silla vacíaentre ellos como superficie de trabajo empezaron adesenvolver un número tal de barras de chocolateque bien podría haber bastado para abastecer depor vida a toda una generación de alumnos.

Nada de esto legró molestar a Julie por un soloinstante. Tenía que terminar de arreglar a George yahora las cosas se estaban retrasando todavía más.Con toda esa actividad, ella estaba a punto dellegar al desgaste total y en ese momento paracolmo de males, sonó el teléfono.

Un detalle que había sugerido EPS, y que contoda seguridad iba a aceptarse en definitiva, era elhecho de colocar el errante teléfono a espaldas de

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la silla en la que trabajaba Julie. Esta innovaciónsignificaba que ella podía contestar las llamadassin necesidad de abandonar a su cliente; y graciasal enorme espejo, ella ni siquiera tenía que perderel contacto ocular.

Le dirigió a George una mira de “ya sé queesto va a tomarse más tiempo del acostumbrado”en el momento en que tomó la bocina y se laacomodó en el hombro para hablar. De estamanera le quedaban libres ambas manos parapoder continuar con él.

—¿Quién habla, Julie o Tammy? —era lacálida y fácilmente reconocible voz de la señoraGoodman—. Jamás puedo distinguirlas porteléfono.

—Habla, Julie, señora Goodman. ¿En quépuedo ayudarla?

—Oh, gracias, querida. Tengo la impresión deque dejé mi tarjeta de crédito en su salón. No laencontré en mi bolsa al llegar a casa. Pienso quefue en el momento en que…

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Automáticamente, Julie alzó la vista tratandode localizar antes que nada la caja registradora.¡Justo ahí! Una tarjeta de VISA precisamente en elreborde del cajón del dinero, debajo de las teclas.Es curioso que los chicos no la hubiesen vistoantes.

—Sí, aquí está, señora Goodman. Estoy segurade que se trata de la suya. Mire, cuelgue unossegundos, y yo… ¡yo le llamo a usted!

—¡Tammy! —Julie colocó el teléfono en elanaquel que se hallaba debajo del espejo y tomó lasecadora de mano. No quería que Georgeescuchase lo que iba a decir, así que la encendiócerca de su oreja.

—¡Esos chicos Saint! —le dijo ella a Tammy—. Paul el que tiene un solo remolino, tomó de lacaja registradora la tarjeta de VISA de la señoraGoodman. Acabo de verlo por el espejo. ¡Vamosrápidamente hacia ellos a fin de quitárselas antesde que su madre regrese, o de lo contrario a ella leva a dar un ataque! Simplemente párate frente a

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Peter mientras yo me encargo de quitarle la tarjetaa Paul.

—¿Cómo sabes que fue Paul? ¿Acaso volteó lacabeza? —dijo Tammy con apremio.

—¡No! —respondió Julie—. ¡Fue por eltatuaje! Se deslizaron a lo largo de la pared,Tammy por delante.

—¡Pero es que ambos tienen un tatuaje! —dijosusurrando pero con mucha intensidad.

Julie mostraba calma a la vez que decisión.—Fue Paul —dijo ella.

¿Cómo es que Julie puede estar tan segura desu identificación?[13]

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Caso 14Tomado de Sine Timore(El boletín oficial de laAsociación Nacional deServicios de Seguridad)

El ganador del Premio Caballo de Troya de estemes corresponde a Stephen James, vicepresidentey gerente general de la empresa Vigil Security, enNiágara. Stephen demostró la aptitud de sucompañía al romper un círculo de robos de tipoindustrial que estaba sufriendo uno de sus clientesprincipales: Category Tool & Die Makers, enMonmouth.

Esta empresa, como bien podrán estar al tantolos lectores del boletín Sine Timore, había estadoplagada por una serie de robos de productos,sobre todo de partes de acero de precisión

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laminadas en frío. La situación en esta compañíase había agravado, también, por lo queposiblemente hayan sido las peores relacionesobrero-patronales que se hayan dado en la ZonaIndustrial de Dakota. El año pasado, tres huelgasilegales —lo cual constituye un récord— siguierona lo que supuestamente era la resolución de unparo legal de seis meses. El detonador en cada unade estas huelgas había sido el argumento expuestopor el dirigente obrero, Horace Cater, en elsentido de que el cuerpo administrativo de laempresa Category estaba azuzando al sindicato ensus intentos por poner un alto a los robos.

Antes de que fuesen requeridos tanto Stephencomo la compañía Vigil Security, por un acuerdocomún entre el sindicato y el cuerpoadministrativo, Category Tool & Die había estadoaplicando el método de registro al azar, el cual, ensiete intentos, sólo había logrado dar con unsospechoso, pero sin que hubiese pruebasdefinitivas en su contra.

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La primera medida que tomó Stephen cuandosu compañía aceptó el contrato consistió en ponerun alto a los registros al azar, y en seguidaestablecer un sistema de mareaje para el controlde inventario. Los conteos a mano del inventario,al compararse con los impresos de computadora,confirmaron las sospechas de la compañía de quelos robos se estaban suscitando principalmente enel cierre de turnos. Aparentemente, algunostrabajadores del piso estaban saliendo con laspesadas partes ocultas entre sus ropas o bien enmochilas o bolsas.

En vista de que la compañía ya había puesto enpráctica un sistema de detección a base de rayos X(el cual propició dos de los paros legales) eraobvio para Stephen que este método distaba de serel ideal. El tercer paro de labores se habíasuscitado cuando el cuerpo administrativo decidióiniciar un sistema para registrar a mano las bolsasde lona que todos los empleados del piso llevabande sus estaciones de trabajo al cuarto de

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vestidores y regaderas o directamente alestacionamiento, según eligiesen.

Cada uno de los empleados respondía en elsiguiente turno llevando consigo sus artículospersonales —y, según argumentaba el cuerpoadministrativo, las partes robadas— en cajas decartón selladas con cinta. Cater reconoció que éstaera idea suya, y que el sindicato habíasuministrado las cajas. Tal y como Stephen Jamesexplicó a Sine Timore, el hecho de romper la cintade estas cajas, aproximadamente del tamaño deuna bolsa de pan de caja, constituía una violaciónde la privacidad a los ojos del sindicato —unaacción lamentable— y justificaba la “respuestacolectiva” (que es el término que prefiere usarCater para referirse a los paros). Éstas eran lascondiciones que prevalecían cuando Vigil Securityinició su intervención en la empresa Category,pero Stephen James logró resolver la situaciónpara beneplácito tanto del cuerpo administrativocomo del sindicato.

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Su solución implicó llevar a cabo algunasmodificaciones menores en el área de salida dondelos empleados marcaban sus tarjetas. Antes de queinterviniese Vigil Security, los obreros deCategory, al concluir el turno, solían pasar por unpar de puertas accionadas electrónicamente, lascuales daban acceso a un lobby, y luegoatravesaban otro par de puertas en dirección alcuarto de vestidores y regaderas. Antes de pasarpor el primer par de puertas, los obreros sacabansus tarjetas personales de un tarjetero que estabafijado en la pared, enseguida las insertaban en elreloj checador y luego las colocaban en untarjetero que se encontraba al otro lado del reloj.

La estrategia de Stephen consistió en cambiarde lugar el reloj checador y pasar el segundotarjetero al lobby. Tan sólo al tercer día deestablecer su sistema, Stephen tuvo la suficientecerteza de quiénes eran los culpables como paradetenerlos.

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¿Cómo logró Stephen James identificar a losobreros que se estaban robando las partes?[14]

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Caso 15Podría ser el

descubrimiento másgrande desde Tutankhamen

—¿Dónde?Thomas Arthur Jones había tratado de no gritar

a través del teléfono, pero la conversación quehasta ahora había ocupado la mitad de su atenciónde pronto le atrajo por completo.

Había estado profundamente concentrado en lalectura de las pruebas finales de un ensayo acercade los esqueletos Olduvai Gorge. (Jones sentía quelos Leakey habían interpretado erróneamente laimportancia de estos esqueletos; se trataba de sutercera contribución para el debate, el cual élmismo había iniciado a través de su presentaciónseis años atrás en la reunión anual de la Sociedad

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de Eruditos.)—¿Dónde? —volvió a repetir—. ¡Dígalo de

nuevo!El grado de interés que ahora se percibía en su

voz no tenía nada que ver con el vago “Jones” conel cual había contestado al principio. Ésa era sufórmula común: cortés pero fría, un tipo derespuesta que él había perfeccionado a lo largo delos últimos dos años como profesor de la Cátedrade Arqueología en el Smithsonian. Al imprimir asu voz un tono de preocupación él podía filtrar ydescartar las llamadas que no quería recibir, queprácticamente eran todas.

Esta llamada en particular se había iniciado demanera distinta, ya que al escuchar el “Jones”, lapersona al otro lado de la línea había respondidocon voz segura: —¿Tom Jones? ¿T. A. Jones?

Hubo una pausa escalofriante antes de queJones respondiera:

—Habla el doctor Jones, en efecto. ThomasArthur Jones.

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De inmediato la voz cambió de segura asuplicante: —Doctor Jones. Por supuesto. DoctorThomas Jones, vaya… vaya… “El impacto de laoregenia andina en la distribución de los fósilesdurante la era oligocena”. Ese doctor Jones, ¿no esasí?

El hecho de que le hubiesen mencionado unode sus primeros ensayos había contribuido a que eleminente doctor Jones se mantuviera en la línea;sin embargo, el contenido de la llamadainmediatamente volvió a revertir la cuestión, puesJones estaba convencido de que lo estabanhaciendo víctima de una broma, y Thomas ArthurJones tenía muy poco tiempo para eso.

La voz se identificó como Jimmy Strachan,editor asociado de una de las revistas de difusiónmás grandes del país y, en seguida, procedió ainformarle que un excursionista, en realidad unescalador de rocas, había acudido ante él parareferirle el descubrimiento que había hecho de unatribu de la Edad de Piedra, o lo que parecía ser

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una tribu de la Edad de Piedra. Para Jones, ésa fuela clave de todo: en ese momento se dio cuenta deque definitivamente se trataba de una broma. Perocuando Strachan le dijo el lugar en el que se habíahecho el descubrimiento, el profesor Jones gritó através de la bocina.

—¿Dónde?—En Staten Island —Strachan se arriesgó a

recibir una respuesta grosera al repetirle elnombre en sílabas: Stat-en-Is-land.

—No soy ningún papanatas, señor Strachan. Nitampoco estoy sordo. —Dijo Jones empleando untono de lo más enfático—: Estamos hablando deIsla de los Estados, ¿no es así? No creo que ustedtuviera la osadía de pretender que en el puerto deNueva York…

—Doctor Jones, por favor. —Ahora tocaba elturno a Jimmy Strachan para ponerse por encimade su interlocutor. Que él se hubiese agenciado unpunto o dos a su favor era evidente por el tonoáspero pero peligroso de Jones.

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—Está bien. Pero usted deberá entender quecomo una institución subsidiada por el gobiernorecibimos llamadas de todo tipo de personas ysimplemente yo no… bueno… estoy seguro de queusted entiende.

—Nosotros también las recibimos, doctorJones. —El tono de Strachan ya había bajado alnivel de “ahora-ya-tenemos-algo-en común”—. Yasí es exactamente como traté al principio lapropuesta del hombre. De hecho yo mismo mesentí en la Edad de Piedra, ¡usted sabe! ¡Perohubiera visto sus fotografías! Eso fue lo que meimpidió decirle que se largara. Usted comprende,yo no sé mucho acerca de la Edad de Piedra. Dehecho, el único punto de referencia real que yotengo es esa película, titulada, ¿“La Guerra delFuego”?

Thomas Arthur Jones simplemente refunfuñó.—De cualquier manera, estoy seguro de que

sus fotos lo convencerán. —Strachan hablabaahora con más seguridad y desenvolvimiento.

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Sabía que ya había logrado captar el interés deJones—. Este tipo sabe de arqueología, pero sóloa nivel de aficionado; sin embargo, lo que quierees dinero. Lo siento, creo que me estoyadelantando un poco. El tipo, por ahora su nombreno importa, es un inglés. Él ha estado viajando alas Islas Malvinas desde que fue la guerra ahí.Tiene que ver algo con la labor de compensaciónen favor de los criadores de ovejas debido a losestragos de la batalla. De cualquier forma, él es unescalador de rocas, y mientras estaba ahí en uno desus viajes, de pronto se topó con la Tierra delFuego.

—Vaya encuentro —intervino Jones—. Esodebe quedar a unos 800 kilómetros de distancia.

—Ah, sí… en efecto —Strachan fue tomado unpoco fuera de balance—. Este… entiendo queTierra del Fuego se considera un verdadero retopara cualquier alpinista. Lo cierto es que, paraabreviar la historia, él se dirigió a Staten Island…es decir… a la Isla de los Es-ta…

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—Los Estados —completó Jones el nombre—.Es casi un punto en la intersección del paralelo 45y los 65 grados.

Hubo una pausa. Ahora la ventaja era paraJones.

—De acuerdo. Está bien. De cualquier manera,se trata de la isla donde él descubrió la tribu de laEdad de Piedra, quiero decir… la supuesta tribu.—Su voz volvió a recuperar el aplomo—. ¡Perotiene usted que ver esas fotos! Lo cierto es que élquiere $100 000 por la exclusiva.

Por unos instantes, Thomas Arthur Jones pensóen los 1500 dólares que habían acompañado alPremio Arthur Evans al cual se había hechoacreedor el año pasado.

—… y lo que nos gustaría que usted hiciese,¡Tom, doctor Jones!, es que se encargara deverificarnos ese descubrimiento antes de que nosgastemos esa plata. —Hubo una ligera pausa antesde que él reanudara su exposición aunque esta vezcon mucho menos aplomo en su voz—. Bueno…

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este… primero necesitaremos saber a cuántoascienden sus honorarios, doctor Jones.Naturalmente, los gastos corren por cuenta nuestra.

Thomas Jones se quedó viendo su ensayosobre los Leakey. Sólo había estado enSudamérica una vez. Y el mes que había pasado enlas Cataratas de Iguazú finalmente resultóinfructuoso debido a la disputa que tuvo lugarentre paraguayos y argentinos con relación alproyecto. Esta isla se encontraba a unos tres mildoscientos kilómetros de ese sitio, lo que sería detres a cuatro días de viaje, tan sólo de ida. Y luegouna semana de estancia en el lugar. Finalmente,¡las publicaciones! La pregunta era… ¿Cuántopodría pagar una revista de difusión por conceptode honorarios?

Strachan se aventuró a decir lo siguiente demanera tentativa: —Nos hemos dirigido a usted,doctor Jones, porque… bueno… usted es elverdadero experto en todo lo referente alpospleistoceno, ¿no es así?

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Ya sea que haya sido su intención o no, eleditor asociado Strachan había tocado una fibrasumamente sensible en el ánimo del científico.Había dicho algo que Thomas Arthur, con todossus grados académicos y reconocimientos, nopodía pasar por alto. Y con esto bajó su tarifa a lamitad.

—Debo confesarle, señor Strachan, que estome parece de lo más intrigante. Supongo que sípuedo hacerlo. Ahora bien, mis honorarios enrealidad son una cuestión meramente incidental.Aceptaría una tarifa de… digamos, ¿300 dólaresdiarios? Pero deberá comprender que sólo viajoen primera clase. —Ése fue un detalle de últimominuto del cual se felicitó Jones por haberlonegociado—. Supongo que tendré que pasar porRío de Janeiro y Buenos Aires.

El beneplácito que percibió en la voz de suinterlocutor le dijo a Jones que bien podría habersolicitado una tarifa mucho más alta.

—Excelente, doctor Jones. Haré que uno de

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mis hombres en Washington acuda hoy a verlo, sino tiene usted inconveniente, y también le enviarélas fotografías por mensajería. Mañana mismo lastendrá en su poder.

La conversación concluyó unos minutos mástarde con una serie de ocurrencias y expresionesde mutuo respeto. Justo a tiempo, también, puesJones tenía una junta al fondo del pasillo. Sedirigió ahí caminando tan rápido como pudo —Thomas Arthur Jones jamás corría— pensando enlo oportuna que había sido esa llamada. La juntaera un asunto de rutina del departamento con el finde discutir los logros que estaba teniendo lafacultad en la interminable búsqueda de premios yreconocimientos.— El hallazgo de la Isla de losEstados podría ser todo un suceso.

Sin embargo, a la mañana siguiente, Jonesvolvió a concentrarse en el ensayo sobre losesqueletos Olduvai Gorge olvidándosemomentáneamente de la tribu de la Edad dePiedra… hasta que llegaron las fotografías. Se

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hallaba inclinado sobre su mesa de dibujo cuandollegó ante él la secretaria del departamentollevando consigo un paquete que no tardó enocupar en su totalidad la superficie de trabajo.

—Magnífico, ¡excelente! —musitó Jones en elmomento en que extraía las fotografías de laabertura a un costado del paquete. La mayoría deellas eran acercamientos en blanco y negro.

Varias de las primeras tomas eran de losmiembros de la tribu. Ciertamente, sí parecían dela Edad de Piedra: baja estatura, piel arrugada enlos más viejos, sobre todo en la espalda y elestómago. Ése era un buen indicio. Como tambiénlo eran los hombros caídos. A algunos de ellos lesfaltaban dientes. Uno de los más jóvenes tenía unbrazo roto que no había sanado correctamente. Yla piel era muy oscura, casi del tono de losaborígenes australianos, pensó Jones. No sabíarealmente qué pensar de todo eso. Muchos de ellostenían esa mirada incierta, furtiva, de pequeñosanimales atrapados, que él había visto con tanta

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frecuencia en los rostros de los seres primitivos altoparse con algo, especialmente de tipotecnológico, que estaba más allá de sucomprensión o campo de referencia.

Las tomas del área en que habitaban se habíanhecho con varios tipos de lentes. Habían utilizadoun ojo de pescado para poder abarcar una cavernade boca muy amplia pero poco profunda al parecer—Jones giró la fotografía unos 45 grados— elcostado norte de una montaña solitaria. Enrealidad se trataba de una colina. El foso del fuegoocupaba casi toda el área del piso en el arco de laboca de la caverna. En el exterior de ésta, el suelolucía plano y libre de desperdicios. En dosfotografías subsecuentes, una toma más global deesta área dejaba ver a unos niños participando enun juego que se asemejaba mucho al fútbol soccer,sólo que no pudo distinguir ninguna pelota.

Las tomas del interior sugerían que el grupollevaba mucho tiempo de vivir en ese lugar y queahí planeaba permanecer. La comida colgaba de

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hondas sujetas a estalactitas, lejos del alcance delos perros y los niños. Ésta se encontraba enabundancia: carne puesta a secar, lo que al parecereran cebollas, una especie de rutabaga, algunosotros vegetales (¿especias, medicamentos?), perosobre todo era la carne la que prevalecía porencima de todo lo demás. Sin lugar a dudas erancazadores de mucho éxito, lo cual quedabaconfirmado por las pieles que vestían.

El piso lucía notoriamente limpio, y al parecerse había dividido el espacio en distintas áreasmediante diminutos muros a base de piedras lisas.Sin embargo, estos muros eran simbólicos, ya queninguno de ellos rebasaba los 10 centímetros dealtura. Uno de los detalles más interesantes era lapresencia de un estanque, aparentementealimentado por una corriente subterránea. Ésta sedrenaba a través de una hendidura situada en laparte posterior de la caverna. Obviamente, elestanque había sido un motivo fundamental en laelección de la cueva.

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El escalador de rocas había utilizado un flashde mucha potencia para estas tomas, ya que noquedó ningún acceso posterior por el cual pudiesepenetrar la luz. En varias de las tomas el flashhabía hecho que se reflejasen brillantes objetosdispuesto en patrones geométricos; huesos, tal vez.Algo de consistencia dura que rebotara la luz.

Tal vez se trataba de algo que tenía significadoreligioso para ellos.

La última serie de fotos supuestamenteabarcaba a toda la población. Tenían éstas unainverosímil similitud con las fotografías de losgrupos escolares, esa clase de tomas de losalumnos del tercer grado donde una de las chicasen la fila del frente inevitablemente se olvida dejuntar sus rodillas. O donde un chico en la fila deatrás descubre por primera vez en tres años que eledificio tiene un techo y entonces levanta la cabezapara realizar un examen científico detallado deéste justo en el momento en que el fotógrafooprime el botón. Estas fotografías se tomaron

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afuera de la caverna, a la izquierda de la entrada.Detrás de los miembros de la tribu, nuevamentepodía apreciarse que el suelo era plano y libre dedesperdicios, tal y como lucía el área del frente,hasta donde podía alcanzar la cámara.

Una toma aérea confirmaba que esta condiciónseguía imperando en todo el resto de la caverna.Era obvio que la tribu había optado por laseguridad, más que protegerse de los elementos;ellos querían cubrir visualmente una buenadistancia en cualquier dirección. Aun así, Jonesreconocía que todo el terreno seguía teniendo esascaracterísticas, de acuerdo con lo que había visto.Demasiado frío para un lugar de tan densavegetación.

Thomas Arthur dejó escapar un suspiro.Indudablemente hubiera sido un viaje interesante.Volvió a examinar una vez más toda la serie defotografías y en seguida se dirigió a su escritorio alocalizar el teléfono de Jimmy Strachan. El casoera en verdad fascinante. Pero la ética de Jones no

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le hubiera permitido ir más allá sin decirle a sucliente potencial que muy probablemente no setrataba de una tribu de la Edad de Piedra; que, dehecho, lo más seguro es que se tratara de un fraudetotal.

“Oh, vamos”, pensó en el momento de tomar labocina, “al menos tengo que presentar el ensayo delos Leakey en Edimburgo, y tal vez ahí me topecon un par de interesantes cervezas de malta”.

¿Cómo es que el doctor Jones puede estar tanseguro de que el escalador de rocas no hadescubierto una tribu de la Edad de Piedra?[15]

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Caso 16Doble homicidio en las

cataratas

Fiel a su costumbre, Vince Moro levantó la manopara limpiar una impresión digital que había en elespejo retrovisor, antes de ajustarlo un poco haciaabajo a fin de poder ver hacia atrás. Luego recogióel sobre que estaba hecho bola y metido detrás dela palanca de velocidades, en el centro de laconsola, y lo colocó en la guantera.

No sé por qué estoy haciendo esto, pensóVince al tiempo que se agachaba a recoger un parde colillas de cigarro que había sobre el piso dellado del pasajero. —Realmente no sé por qué lohago—. Esta vez lo dijo en voz alta, mientrasarrojaba las dos colillas fuera del coche por laventanilla del pasajero o más bien lo que quedabade ella.

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El hecho era que Vince era compulsivamentelimpio, y no había nada que le molestase más quever un auto desaseado. Para él era una cuestión deorgullo personal el hecho de que ningún vehículoabandonase su taller, “Vince’s Auto Body”,estando sucio. En ningún caso, no importa quépequeña o insignificante pudiera ser la reparación.

Pero, ¿este auto? No tenía ningún casolimpiarlo, como tampoco tratar de recuperarlo.Simplemente ya no había nada por hacer, y Vincehabía acudido ahí con el solo propósito deremolcar el vehículo al depósito. La partedelantera y posterior del auto se encontraban enbuenas condiciones. De hecho, el tablero tenía esaapariencia impecable que a Vince siempre le habíagustado en los autos que acababan de salir de laagencia de renta de vehículos. En cuanto a larepisa, el pie de la ventanilla trasera, era todo unplacer verla libre de la invariable acumulación dedesperdicios y objetos diversos.

Sin embargo, los asientos y las ventanillas

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delanteras, el poste del centro, e incluso el techoarriba del asiento del frente, eran una cuestióntotalmente distinta. Los asesinos habían rociado talcantidad de balas sobre estas áreas que el apoyopara la cabeza del asiento del pasajero había sidoprácticamente arrancado, dejando al descubiertoun gran pedazo de hule espuma, con su blancuraoriginal ahora teñida de sangre seca. Unos minutosatrás, Vince había alcanzado a escuchar de labiosde uno de los investigadores —estaba seguro deque se trataba de uno de los hombres de la CIA—que ambas víctimas habían recibido más de 20impactos en la parte superior del torso.

—¿Eres tú el tipo de Hertz?A Vince le sobresaltó escuchar la voz cerca de

su oído, pero se esforzó en no manifestarlo. Suoído, más que su vista, le indicó que se trataba delsargento de la patrulla de caminos. Aunque los doshombres ya se habían visto antes, más de una vez,el sargento jamás reconocía a Vince, o al menosasí lo aparentaba. A Vince no le agradaba el

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oficial.—Trabajo para Hertz —le respondió Vince,

saliendo del auto con premeditada lentitud—. Vinea llevarme el auto. ¿Ya está listo?

Cruzándose de brazos se recargó entonces enel auto. En efecto, se trataba del mismo sargento.Un tipo alto, cuando menos una cabeza más altoque Vince, y tenía la molesta costumbre de pararsetan cerca de uno al hablar, que la otra persona seveía obligada a alzar la vista para poder verlo obien retroceder un poco. De ahí que Vince sehubiese apoyado en el auto.

—Aún no —contestó el sargento en elmomento en que se quitaba el sombrero paralimpiarse la frente con la manga. Vince estabaseguro que en realidad él se estaba aproximandotodavía más.

—Todavía no —volvió a decir el policía—.Aún tienen que hacer unas…

—Muy bien sargento, si es tan amable, porfavor. El fotógrafo puede utilizarlo en este

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momento.Vince volteó rápidamente. No se trataba de una

voz que hubiese escuchado antes, ni siquiera esedía o cualquier otro. El acento era británico, y alaproximarse el hablante, Vince se dio cuenta deque se trataba de un perfecto extraño. Ésa no eraninguna sorpresa, pues el lugar estaba repleto deinvestigadores. La CIA se encontraba ahí; de esoestaba seguro Vince; así como la RCMP. Dos deellos habían venido de Ottawa en un jet Lear. Ytoda la escena había sido acordonada mientrasesperaban la llegada de dos personas más deBuffalo. Nadie se lo había dicho directamente aVince, pero él intuía que ambos se hallaban acargo del caso. Ahora, quién era el tipo británico,Vince no tenía ni la más remota idea, pero erainnegable que estaba vinculado con el asunto.

Justo antes del amanecer, dos diplomáticos delconsulado francés en Buffalo, Nueva York, habíancruzado hacia Canadá por el Puente Rainbow, enlas Cataratas del Niágara. Unos cuantos minutos

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más tarde, mientras esperaban la señal de siga,fueron víctimas de una verdadera tormenta debalas de ametralladora. Luego sus cuerpos fueronsacados del auto y, como si quisieran dejar conello un mensaje, los tendieron a ambos ladosdelante del auto y los volvieron a rociar de balas.Los asesinos lograron escapar.

—Perdóneme, señor. —El acento británico eramuy cortés, muchísimo más cortés que el delsargento—. ¿Quién es…? ah, sí. ¡Discúlpeme!

El hombre se acercó más a fin de poder leer elgafete que pendía de la bolsa de la camisa deVince y que lo autorizaba para estar en el lugar delos hechos.

—Usted es el caballero que se va a encargarde remolcar el vehículo, ¿no es así? ¿Leimportaría esperar unos minutos más?Necesitamos tomar unas fotos. Sería convenienteque no pasara con su vehículo por encima de lassiluetas dibujadas ahí.

Él señaló hacia los contornos dibujados con

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gis sobre el asfalto, frente al auto, los cualesmarcaban los sitios en los cuales se habíanencontrado los cuerpos de los diplomáticos. Elsargento se hallaba ya tendido a un costado de lasilueta más grande. Era obvio que con eso estabanlastimando su dignidad y Vince apenas empezaba adisfrutar de ello cuando el acento agregó: —Enrealidad sólo falta una cosa, y resulta bastanteaterradora, pero es que usted… bueno… usted esaproximadamente del mismo tamaño que una delas víctimas. Este… ¿le molestaría tenderse ahí talcomo lo está haciendo el sargento? Lo siento, enrealidad no podría explicar el motivo, pero sí séque nos sería muy útil su ayuda. Se trata de unaespecie de reconstrucción de la escena.

Por un instante, tan solo por un instante, Vincese preguntó si tal vez no lo estarían haciendovíctima de alguna broma. Sin embargo, el sargentoya se hallaba tendido sobre el pavimento, y lasituación difícilmente podría prestarse parabromas, juegos macabros o alguna otra cosa

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parecida. Asintiendo ante la petición, se dirigióhacia la parte delantera del auto, satisfecho dehaberse dejado puesto el overol para conducirhasta ahí, y se tendió a un lado de la otra silueta.

—Creo que esto resulta un tanto engorroso —le murmuró Vince al sargento, pero éste no lecontestó nada. Era un hecho que la situación leapenaba y no estaba dispuesto a discutir lacuestión—. Todo sea por el bien de la justicia —prosiguió Vince, decidido a demostrar que élpodía tomar a la ligera lo indigno del momento—.Por cierto —dijo él—, ¿les ayudaría saber quiénde los dos iba manejando en el momento en quefueron acribillados?

El sargento se sentó como impulsado por unresorte, lo cual hizo que el fotógrafo gritaraenfurecido.

—¿Y cómo es que lo sabes? —le preguntó eloficial.

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¿Cómo supo Vince Moro quién iba manejando?[16]

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Caso 17El complot en la rockface

En el costado poniente de la montaña, a una alturaelevada, sumamente elevada, los seis hombrestrabajaban ardua y torpemente uno al lado del otro.De haberse tomado la molestia de acudir a laesquina más distante, ubicada al sureste delcomplejo, y dirigido la mirada hacia arriba (locual jamás hacía), el comandante hubiera podidodistinguir a las seis diminutas figuras en compañíade su guardia. No hubiera podido ver exactamenteen qué estaban trabajando, pero, de cualquierforma, esto no era necesario, pues ya lo sabía.

La labor era extenuante. En el momento en quecada hombre alzaba y mecía su marro, emitía ungruñido, como si el marro jamás pudiese hacercontacto con la roca a menos que se impulsaraacompañado de una expulsión de aire a través de

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la laringe. Los cuerpos de los hombres se sacudíancon cada golpe sobre la implacable roca. ¡Pam!¡pam pam pam! ¡pam-pa-pa-pam! ¡Pam! No habíaritmo. Sólo levantar y dejar caer; luego tratarnuevamente de levantar. ¡Pam! Aguantar hasta elpróximo receso. Entonces habría agua para beber.Entonces las lenguas, que se sentían como lasramas de un árbol seco, podrían refrescarse, ycontraerse lo suficiente como para facilitar larespiración.

La mayoría de las veces, los marros sólolograban rebotar en la roca. Pero luego, de vez envez, aparecía una grieta, una línea apenas. Másgolpeteo. La grieta se abría y se convertía en unafisura. Todavía más insistencia. Finalmente,lograba desprenderse un pedazo para caer en laestrecha plataforma que se hallaba a sus pies.Cuando se juntaba un número suficiente de estospedazos, el guardia pegaba con el cañón de su riflea la cubeta de agua. Ésta era la señal para cargarlas carretillas e impulsarlas cuesta abajo a lo largo

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del angosto y sinuoso reborde a fin de depositardichos pedazos en el desfiladero y de que otroshombres más se encargaran de fragmentar estospedazos en piezas más pequeñas. De ahí éstas secargaban en destartalados vagones carboneros, loscuales se conducían —en realidad nadie sabíaexactamente a dónde, hacia la costa, era lo másque sabían los prisioneros. Es probable que hastaDubrovnik.

Guiar las carretillas por el ondulante rebordeera más fácil que golpear la roca, pero tambiénmás peligroso. Un paso en falso era una caídahacia una muerte segura. Incluso si únicamentefuera la carretilla la que se despeñara, era el finpara el hombre que la estaba impulsando. Comoésta no podía recuperarse, los guardias rumanossimplemente paraban al prisionero en el sitio porel cual se había ido la carretilla y le daban dosopciones: brincar o ser empujado.

Tan sólo el día anterior había vuelto a suceder,y el prisionero había elegido brincar. Incluso antes

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de hacerlo les había hecho una seña obscena a losguardias con el dedo medio, pero ninguno de loshombres que trabajaban en la rockface pensó quelos guardias la hubiesen entendido. Erandemasiado estúpidos.

Ciertamente lo era uno de ellos al cualllamaban Igor. Un pestilente bruto con el labioinferior tan caído que casi le oscurecía porcompleto el mentón. Tenía un rostro increíblementevelludo, el cual incluso el fanático oficial del SS,asignado al campo, jamás había logrado que seafeitara. Ninguno de los prisioneros tenía la másremota idea de cuál era el verdadero nombre deIgor. Pero a la vez nadie quería saberlo. Losnombres personalizan; establecen conexiones, lasque a su vez hacen más difícil poder odiar aalguien, o matarlo.

Igor golpeó la cubeta, ante lo cual los seishombres dejaron caer sus martillos y se dirigieronhacia las carretillas con ese movimiento mecánico,desprovisto de vida, que los seres humanos

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adquieren cuando su existencia se ve aplastada poruna labor extenuante y estúpida. Excepto unhombre de muy elevada estatura, quien caminabaun poco más erguido que los demás, aunque enrealidad no mucho, pues se cuidaba de no atraerinnecesariamente la atención hacia su persona.Pero era evidente que no estaba tan deshechocomo los demás.

Esto se debía a que lo habían incorporado algrupo apenas esa mañana a fin de complementarnuevamente el equipo con seis integrantes. Losguardias rumanos, así como su asesor del SS, loconocían como Vlad Kljuc (número 475216), unguerrillero y un comunista de algún punto de laRepública de Montenegro. Su verdadero nombreera Trevor Hawkes, había sido con anterioridadmecánico en Bristol, y ahora era un miembro delSAS, el Servicio Aéreo especial de Su Majestad.Justo antes de su “captura”, se había graduado enel misterioso Campo X, de los aliados, fuera deToronto, en Canadá.

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Trevor Hawkes se hallaba aquí con un solopropósito: liberar y llevar a Dubrovnik, porcualesquiera medios posibles, a un tal Peter Nova,el hombre que ahora caminaba justo delante de élen dirección hacia las carretillas. Nova, segúnsabía Trevor (y era todo lo que sabía), era uneslovenio de Ljubljanca, quien gozaba dereputación en la resistencia yugoslava de ser elúnico líder comunista que quería conciliarpacíficamente las facciones comunista y realista.Había estado impartiendo cátedra en laUniversidad de Zagreb hasta 1941, año en que losnazis invadieron Yugoslavia. Dos años más tarde,sacaron a todos los comunistas conocidos de launiversidad y los condujeron a este campo deconcentración, en Kuk. Ahora los aliadosnecesitaban a Nova con desesperación. TrevorHawkes ignoraba por qué, pero en este momentoeso era lo que menos le preocupaba. Ahorasimplemente iba a espaldas de Peter Nova,buscando la oportunidad de poder hablar más con

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él.El recorrido con las carretillas estuvo libre de

incidentes, y cuando Igor los condujo a todos deregreso a la rockface, dio la indicación de receso,en espera, con estúpida anticipación, de lo quehabía visto suceder cada una de las vecesanteriores. Y esta vez no fue la excepción.

Los seis hombre que habían estado trabajandocon los marros, uno al lado del otro, en el estrechoy peligroso reborde, y habían avanzado, uno detrásdel otro, con precaución y en silencio hacia el sitiodonde depositaban su carga, ahora yacían sentadostres enfrente de tres, cual si fueran adversarios, loque en realidad no estaba alejado de la realidad.

El asesor del SS, quien no era ningún tonto,había insistido en que cada una de las partidas detrabajo debía estar integrada por seis elementos:tres comunistas, seguidores del partisano JosipTito, y tres realistas, hombres al servicio de DrazaMihajlovic. Al ser dejados a solas, en losperiodos de descanso, lo más probable es que se

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instigaran entre sí, lo cual resultaba benéfico parasus captores del Eje.

Todavía tres meses atrás, las dos facciones,realistas y comunistas, habían hecho a un lado susdiferencias, aunque no sin renuencia, a fin depoder enfrentar al enemigo común. Pero ahora,pese a los esfuerzos desplegados por los líderescomo Peter Nova, la guerra civil que libraban eraabierta y constante, con sus respectivas fuerzas amenudo buscando eludir a los ocupantes del Eje afin de combatir entre sí. Este tipo deapasionamientos, debidamente canalizados, hacíamucho más fácil llevar el control de los campos deconcentración. De ahí que Trevor y Nova tuviesenante sí a tres realistas servios: dos granjeros y unfuncionario público de Belgrado.

—¿Así que cómo propondrías llevar a caboeste dramático plan? —Dijo Nova viendo hacia lolejos mientras le soltaba estas palabras a Trevor.

Para el hombre de elevada estatura, del SAS,la pregunta fue todo un acontecimiento, no obstante

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la aspereza del tono. Hasta esa mañana, Nova notenía idea de quién era Trevor, y ciertamente nosabía que su captura en realidad se trataba de unainserción deliberada. Pero esto implicaba queTrevor había sido aceptado, aunque si bien concautela. En cierta forma, la conexión se habíaestablecido por el hecho de que Trevor habíamencionado, durante el receso anterior, algunoshechos privados, de carácter personal que lahermana de Nova se había encargado deproporcionar. Hasta ese momento todo parecía irbien. Ahora lo que tenía que hacer era que elnervudo hombrecito accediese a participar en unintento de escape.

—Usando la canasta —contestó Trevor,inclinándose hacia adelante para masajearse lostobillos.

—¿En la canasta? ¿Salir de aquí en la canasta?¡Estás loco! —Dijo Nova en un agudo siseo, altiempo que se daba cuenta de que había atraído laatención de Igor. Su rostro adquirió una expresión

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muy grave, entonces apuntó hacía las carretillas yle habló a Igor en servio.

—Tu esposa acaba de volver a parir cerdos.Ante esto, los realistas se quedaron

expectantes, sin que ninguno se atreviera a levantarla mirada, aunque uno de ellos se sonrióligeramente. En cuanto a Igor, era obvio que nohabía logrado captar el mensaje. Vioalternativamente a Nova y luego hacia lascarretillas mientras un hilo de saliva le resbalabapor su prominente labio inferior avanzando haciasu cintura. Agitó el cañón de su rifle con un gestode desdén, lo que sirvió para cortar el hilo desaliva.

—O bien eres un idiota o piensas que yo losoy. —De nuevo Nova se dirigía a Trevor— enprimer lugar no funcionaría porque se requierendos hombres para hacer pasar la canasta. Uno solono es capaz de jalarla. Por otro lado, en ella nocaben tres hombre ¡y no pienso dejarlo a él! —Dijo Nova apuntando con los ojos al hombre que

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se encontraba a su derecha, el tercero del trío decomunistas, y luego agregó, en un tono casi dederrota—: Esos tres se encargarán de cortarle lagarganta en el momento que lo sorprendan a solas.

—Lo sé —respondió Trevor imperturbable.Con un leve movimiento de su cabeza, Igor

pareció recordar por qué se encontraba ahí y actoseguido golpeteó la cubeta de agua. El recesohabía terminado y, por consiguiente, el diálogo. Enel siguiente receso, otros dos guardias seencargaron de llevarles sus raciones de comida.En su presencia nadie se atrevía a romper la regladel silencio, ya que estos dos guardias teníansumamente controlado a Igor, y no fue sino hastadespués de realizar el primer viaje cuesta abajo,por el reborde, conduciendo las carretillas, queTrevor pudo continuar.

—Iremos todos, incluyendo los realistas. Losseis de nosotros —dijo él.

—¿En la canasta? —Nova aún se negaba acreerle a Trevor—. ¿Todos nosotros? Supongo que

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de dos en dos y que en realidad tú te llamas Noé.La “canasta” era un medio de transporte a lo

largo del profundo valle que habían inventado loshabitantes del lugar, quién sabe cuántos años atrás.Era un sistema a base de cuerdas y poleas, con unade sus terminales justo arriba del sendero queconducía a la rockface, donde los seis hombres seencontraban trabajando. Este sistema funcionabaexclusivamente a base de fuerza humana. Serequerían dos adultos (el número máximo de losque podía admitir) para hacerla avanzar hacia elotro lado, debido al ángulo de inclinación haciaarriba. Al llegar al otro extremo, otro senderoestrecho ascendía sinuosamente por una brevedistancia hasta llegar a un paso y luegodesaparecía. Para hacer regresar la canastilla serequería sólo una persona. La canastilla sedeslizaba de vuelta la mayor parte del trayecto,pero como el peso hacía que la cuerda seflexionase, se necesitaba de un pasajero para queacabara de impulsarla el resto del camino.

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El oficial de la SS había ordenado que lacortasen, pero en vista de que él nunca acudía aese lugar y como los guardias rumanos eran gentede montaña a quienes les gustaba divertirse conella, la canasta seguía colgando ahí, lo cualconstituía un espectáculo tentador para aquellosprisioneros que se atrevieran a mirar senderoarriba para poder contemplarla. Con todo, jamásse había llevado a cabo un intento de escape delcampo de concentración, ya fuese en la canasta omediante cualquier otro método, debido a lointransitable de las montañas, las cualesrepresentaban una muerte segura para todo aquelque no supiese hacia dónde ir o cómo llegar ahí.

Trevor se mantenía imperturbable ante lasobjeciones de Nova.

—Tengo un plan para hacerlo —dijo él.Nova no dijo nada durante un minuto.—¿Y qué me dices de Igor? Supongo que lo

vas a…Su frase se detuvo en ese punto al tiempo que

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seguía la mirada de Trevor en dirección a losmarros. Pero ahora su tono había cambiado deengreída objeción al de un simple escepticismo.

—Los realistas —continuó él, señalando consu barbilla hacia los tres, que como era habitual,se hallaban congregados en el punto opuesto alcual ellos ocupaban—. ¿Qué tal si no quieren ircon nosotros? ¿O si quieren irse por otro lado?

Por primera vez Trevor miró directamente alos ojos a Nova.

—¿Crees que estarían dispuestos a quedarseaquí y explicar qué fue lo que le sucedió a Igor? Ysólo existe otro camino fuera de aquí si prefierenpermanecer de este lado, y ése es por la parteposterior del campo. A menos que sean auténticosescaladores de montañas, lo cual a mí no me loparecen.

Ahora Nova parecía estar realmenteinteresado.

—¿Cuándo nos iríamos? —Quería saber él.—En cuanto haya neblina. Si no me equivoco,

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mañana en la mañana. ¡Podríamos habernos idohoy! ¡Hubiera sido perfecto!

—Pero después que…—Sé cómo hacerlo —dijo Trevor

anticipándose a la objeción de Nova—. Es por esoque estoy aquí. Nos dirigiremos a Dubrovnik. Ahíse encargarán de recibirte. Es un tanto complicado,pero me he dedicado a escalar montañas duranteaños. Todos podemos llegar hasta abajo si hacentodo lo que yo les diga. Por ahora todo lo que serequiere es que tú les expliques el plan a ellos.

Peter Nova se quedó viendo hacia el suelodurante unos instantes. Sus orificios nasales seexpandieron ligeramente al tomar un profundorespiro. Entonces empezó a hablar con Igor enservio, mientras apuntaba hacia sus zapatos, luegose levantaba la pierna de uno de sus pantalones yla sacudía dando una especie de demostración antelos ojos del perplejo guardia.

—Escuchen, ustedes tres —dijo él—. Ponganatención. Vamos a irnos de aquí. Vamos a escapar.

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Todos nosotros. Aquí el recién llegado… ¡no mevean a mí! ¡vean hacia el guardia! Ahora,escúchenme…

Los ojos de Igor seguían los movimientos deNova señalando alternativamente su zapato y luegola pierna de su pantalón. Independientemente decómo lo haya interpretado, no le resultó nadagracioso y lo que hizo fue golpear la cubeta deagua.

Nova concluyó diciendo: —Les daré másdetalles en el siguiente receso.

De haber sido Igor más brillante, hubierapodido notar una nueva animación en el paso de supartida de trabajo mientras avanzaban de regreso ala rockface. Incluso el tercer comunista, quien nohabía logrado escuchar toda la exposición deTrevor y que, además, no hablaba servio, pareciópercatarse de que algo se estaba tramando.

El buen ánimo casi se viene abajo en elsiguiente y último receso. Había otro problema.

—Aun así no funcionará —le comentó Nova a

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Trevor—. Incluso si los realistas cooperan,simplemente no podemos dejar que ellos nossuperen numéricamente. Ya sea en este lado o en elotro. Con lo arraigados que están los sentimientos,no vacilarán en degollarnos.

—También me he ocupado de pensar en eso —dijo Trevor sin perder en ningún momento suserenidad.

¿En qué consiste el plan de Trevor Hawkespara pasar a las dos facciones enemigas a travésdel profundo valle, considerando todos losproblemas que Peter Nova ha mencionado?[17]

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Caso 18El caso de los extraños

jeroglíficos

Pese al hecho de que ella había vivido más de lamitad de su vida en Norteamérica, Deirdre Bretónconstantemente se rehusaba a usar el ingléscanadiense o estadunidense siempre que surgía laoportunidad de emplear el estilo británico, sobretodo cuando la opción británica resultaba un tantoarcana. Fue por ese motivo que le había dicho aRobín Karmo que encendiera su “lámpara” haciala “diestra”. Durante unos segundos esto confundióa Karmo, proporcionándole a ella un toque desatisfacción. Karmo podía ser un arqueólogobrillante, pero también era un odioso sabelotodo, yDeirdre, junto con todos los demás integrantes delequipo de excavación, estaba tácitamente decididaa arremeter contra su efervescente confianza en sí

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mismo.—Hacia la diestra —repitió ella, imprimiendo

deliberadamente un dejo de fastidio a su voz, algoque hacía pensar en la actitud de un tutorintolerante—. Hacia tu lado derecho. O sea lamano con la que la estás sosteniendo.

—Ya lo sé. —Karmo no perdía la formadurante un solo instante—. El interruptor estátrabado. Por cierto, ¿quién solicitó esas linternas?¡Obviamente no fui yo!

Deirdre tuvo que tragarse su respuesta. Eraclaro que Karmo jamás se iba a dejar superar.Entonces ella optó por dirigir su haz de luz haciael jeroglífico, o lo que parecía ser un jeroglífico,el símbolo sobre el arco de la entrada queoriginalmente había dado lugar a este pequeñointercambio. Se trataba de la tercera marca inusualque habían visto desde que entraron al laberinto detúneles recién descubiertos en las primeras horasde esa mañana. En cada caso, este tipo de marcaaparecía sobre un arco.

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Ambos se quedaron observándolo en medio deuna profunda concentración, haciendo a un ladomomentáneamente su cada vez más aparenterivalidad ante la vista de este misterio. La luz dela linterna de Karmo ahora se sumó a la deDeirdre, lo que les permitió ver el trabajo demampostería con mucho mayor claridad.

—Excepto por esas flechas opuestas entre síque se encuentran en la parte inferior —comentóKarmo—, no hay ninguna semejanza en relacióncon los dos anteriores.

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—Mmm… al menos no en concepto —contestóDeirdre—. Pero apostaría que se trata del trabajodel mismo artesano. Ésa es su marca, en la parteinferior, estoy segura. Las flechas opuestas entresí.

Deirdre apagó su linterna. Su lámpara. Y lomismo hizo Karmo. Ahora la única luz provenía delos cascos de mineros que llevaban puestos.

—Pero tienes que reconocer… —prosiguióella, pero ya sin que su tono fuese negativo. Ladiscusión, al menos por el momento, quedabaolvidada; ahora simplemente se daba un diálogoentre dos eruditos guiados por un interés común—.Sin lugar a dudas, que se trata de señales dedirección. En código. Son pistas hacia la ruta quedebemos de seguir, independientemente de lo quehaya al final.

Karmo gesticuló de manera especial. Para élnunca había sido fácil admitir algo en cualesquieracircunstancias.

—Bueno, yo dudo que estos signos puedan

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tener un significado religioso —dijo él—, aunquelo que me sorprende es que aún no hayamosencontrado nada que pueda tener un sentidosepulcral o de vida después de la muerte. Peroentonces, probablemente estos túneles, cuandomenos esta parte, fueron saqueados por completosiglos atrás.

Deirdre aguardó pacientemente a que terminaracon sus especulaciones al tiempo que enfocaba laluz de su casco hacia el piso.

—El primer jeroglífico —dijo ella, retomandosu punto de vista—, el que pensamos podríatratarse de un tipo rudimentario de corona… —prosiguió, agachándose y trazando el símbolosobre el polvo en el círculo de luz.

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—Definitivamente no es fenicio —dijo Karmocon aire de autoridad.

Él era más experto que Deirdre en los fenicios,y a juicio de ella él los sacaba a colación conmucha más frecuencia de la necesaria, pero en estecaso Deirdre ignoró la oferta implícita de obteneruna explicación más detallada y retomóobstinadamente su argumento.

—Este… digamos… jeroglífico… seencontraba en el primer arco con el que nostopamos. El primer punto en el cual el túnel se

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dividía en dos.La luz del casco de Karmo se sacudió

ligeramente de arriba hacia abajo. Señal de queestaba de acuerdo.

—Y continuamos por el de la derecha —prosiguió ella—. Por sugerencia tuya.

Esta vez la luz se sacudió con más vigor.Deirdre continuó: —Ahora bien, el paso a

partir de ese punto fue en línea recta excepto pordos vueltas muy definidas, la primera de 90 gradosy la segunda aproximadamente la mitad de eso.Primero a la izquierda y luego a la derecha. Yvirajes bien definidos, para nada graduales.

Karmo retomó la reconstrucción de latrayectoria.

—En efecto, y luego llegamos al segundo arco,donde nuevamente se volvía a dividir en dostúneles.

Esta vez era la luz del casco de Deirdre la quese movía, aunque Karmo parecía no percatarse deello.

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—Y ese arco —dijo él— tenía este signo —altiempo que trazaba otra figura en el suelo junto a laque había dibujado Deirdre.

—Y… bien… tengo que admitir que éste lucemás europeo que los demás. —Después de unapausa agregó—: De cualquier forma, volvimos aseguir el túnel de la derecha. —Dirigió entonces laluz de su linterna al arco que tenían ante sí—. Estavez —hizo una pausa más prolongada para darmayor énfasis a sus palabras—, esta vez,

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considero que debemos irnos por el túnel de laizquierda.

Deirdre se sintió satisfecha de que laoscuridad le impidiese a Karmo ver la expresiónen el rostro de ella. Deirdre disentía por completo,y su lenguaje corporal sólo habría contribuido aque él se tornara más intransigente. Se mantuvocallada dando oportunidad a que expusiera todo loque tenía que decir; ya de por sí había habidodemasiadas discusiones en esta excavación.

Los trabajos se habían iniciado formalmentetan solo días atrás, después de tres años de arduapreparación. Habían establecido su base deoperaciones justo a las afueras de Acre en elmoderno Israel. (Deirdre insistía en llamar al lugarSt-Jean-d’Acre, el nombre con el cual se leconocía durante la ocupación de los cruzados.) Laexcavación se realizaba en un montículo, dondeinvestigaciones preliminares prácticamente habíangarantizado actividad de importancia histórica,posiblemente fenicia, durante el siglo VII o VI a. de

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C. (según sugerencia de Karmo) o actividaddesarrollada en los siglos XII y XIII bajo loscruzados (según predicción de Deirdre). ¡Tal vezincluso ambas!

Ninguno de los dos arqueólogos, DeirdreBretón y Robin Karmo, discutía en lo referente a lahistoria del lugar. En un tiempo, Acre se habíaconocido como Tolemaida, una de las ciudades deFenicia, pero desde entonces había sido ocupadapor los árabes, por los turcos seljuk, por loscruzados en dos ocasiones, por el famoso Saladinoy por muchos más, incluyendo a Napoleón, hastaque pasó a formar parte de Israel en 1948.

La tensión entre los dos arqueólogos casi sehabía convertido en una abierta división cuandouno de los miembros del grupo de trabajo, unestudiante graduado en Cambridge, una tarde cayóa través de un hoyo, el cual resultó ser la entrada aun laberinto de túneles que se proyectaban a unagran profundidad bajo el montículo. A partir deese momento se suspendieron todos los trabajos de

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excavación mientras los dos líderes de laexcavación se dedicaban a explorar y trazar ellaberinto. Esto es, suponiendo que ambos pudiesenllevarse lo suficientemente bien como paraconcretar la tarea. Deirdre Bretón simplemente noestaba preparada para retractarse ante elmonumental ego de Karmo, sobre todo ahora quela posibilidad de los reconocimientos y premios sehallaba tan al alcance de la mano. Y aunque todoslos miembros de la expedición se cuidaban muchode no hacer comparaciones en forma abierta, nohabía un solo trabajador en el sitio que noestuviese consciente de que los Manuscritos delMar Muerto se habían descubierto a una distanciano tan alejada de ahí, tras una caída similar.

De modo que durante las tres horas anteriores,Deirdre y Robin Karmo habían estado avanzandocon todo cuidado a lo largo de los túneles. Antesde la excavación, Karmo ya había publicado unensayo, en el cual afirmaba contundentemente queel sitio pertenecía a la cultura fenicia, y

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naturalmente tendía a interpretar todo lo que seencontraban bajo la luz de esa hipótesis. Deirdrese inclinaba hacia los cruzados, no sólo paracontradecir a Karmo, sino porque sentía que laspruebas tendían más hacia ello. Sin embargo, nadade lo que ellos habían encontrado en los túnelesapoyaba cualquiera de las suposiciones, conexcepción tal vez de los tres jeroglíficos, y si esque en realidad se trataba de jeroglíficos.

—Como recordarás —le decía Karmo—,cuando tomamos el túnel de la derecha en elsegundo arco, ese túnel también presentaba dosvirajes, el primero de ellos de 90 grados, y elsegundo de 45, pero esta vez en dirección opuestaa la sección que seguía el primer arco. De ahí queyo considere que esta vez debamos seguir por eltúnel de la izquierda.

Deirdre no pudo permanecer callada mástiempo. ¿Acaso no te das cuenta? —dijo ellasorprendida ante su propia vehemencia—. ¡Denuevo debemos ir hacia la derecha! ¡Es la única

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dirección lógica! ¡Incluso podría decirte qué es loque vamos a encontrar en el siguiente arco!

—Aguarda… —Karmo estaba totalmentedesconcertado ante la muestra de energía mostradapor Deirdre. Por otro lado, él no estaba habituadoa ceder el control de la situaciones. ¿Quépensar…?

—No, no. Tú eres quien debe ahoraesperarme. —Deirdre ahora ya no se podíadetener—. Te diré algo. Si estoy equivocada, tunombre podrá aparecer primero en el ensayo quepubliquemos después de esto. Pero si yo tengo larazón… —Ella dejó que esto último quedara unpoco en el aire, antes de agregar—: Por cierto,voy a demostrarte también que todo esto es obrade los cruzados. Si no me equivoco, ¡de FedericoII!

El lector tendría que ser un especialista enhistoria medieval o un obsesivo por los detalles

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para entender por qué Deirdre Bretón consideraque los túneles, y los símbolos, pertenecen a laépoca de Federico II. Pero no requerirá de ningúnconocimiento histórico para seguir su lógica. ¿Quésímbolo espera ver ella en el siguiente arco queencuentren, suponiendo que Karmo acceda a seguirpor el túnel de la derecha?[18]

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Caso 19El secuestro en trajedeportivo fuschsia

Al desacelerar la marcha de su auto hastadetenerse, a Geoff Dilley se le ocurrió que la chicaque estaba actuando como abanderada, en realidadno necesitaba del enorme letrero de ALTO quesostenía en la mano. De cualquier forma, lamayoría de los conductores varones por lo menoshabrían reducido la velocidad de sus vehículos tansolo para echarle un vistazo. Además de serhermosa, pensó Geoff, ¡era un auténticomonumento!

Y no sólo era eso, sino la forma en que estabavestida. Su casco protector, justo con el par deincongruentes botas con punteras de acero eran lasúnicas partes de su atuendo que apenas lograbaninsinuar la naturaleza de sus funciones. Cualquiera

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que haya sido el propósito de sus restantesprendas, ¡los breves pantaloncillos de mezclilla yel vistoso top, ciertamente no era para protegerlade los efectos del sol, viento y lluvia!

Geoff aguardó hasta que la chica se aproximómás hacia donde él estaba, para entonces abrir laventanilla de su auto. Buen espectáculo, o no, ellaestaba bajo el intenso calor, y él no tenía la menorintención de renunciar al lujo del aireacondicionado; al menos no por hoy.

—¿Va a demorar mucho esto? —le preguntó altiempo que sacaba a relucir su placa—. Tengo queatender una llamada justo adelante.

La respuesta de la chica quedó ahogada ante elestruendo de una enorme máquina excavadora alacelerar ésta hacia la cuneta y luego fuera de ella afin de rodearlos. El torrente de polvo cubrió a laabanderada y obligó a Geoff a cerrar su ventanillalo más rápido posible.

Cuando él la volvió a abrir, ella se agachópara examinar la placa más de cerca y enseguida

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dijo: —Voy a hacer que pase. De lo contrariotendrá que aguardar aquí un buen rato, hasta queacabe de cruzar el equipo.

—¿Puedo seguir por aquí hasta el sitio al quevoy? —preguntó Geoff señalando con la cabezahacia la carretera que tenía delante.

La chica se agachó todavía más, y Geoffempezó a pensar que después de todo no podríaser tan mala idea quedarse atrapado ahí.

—Está hecha pedazos justo hasta laintersección, pero aún se puede transitar por ella.Simplemente váyase con cuidado. Si se arranca eneste momento, me encargaré de detenerle lasiguiente excavadora. No creo que tengaproblemas.

Geoff le agradeció la ayuda asintiendo con lacabeza y volvió a subir su ventanilla justo ante laproximidad de otro torrente de polvo. El viento seencargó de impulsar éste hacia adelante de él, porla carretera, para luego remontarlo hacia lasalturas.

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—Esto debe hacer muy felices a los de poraquí —dijo en voz alta mientras hacía avanzar elauto.

“Los de por aquí” eran los residentes de unasubdivisión de fincas rurales, grandes residenciasen grandes terrenos diseminados para garantizar laprivacía. El lugar se conocía como Deer TrailEstates y era hacia donde Geoff se dirigía enrespuesta a una llamada. Un caso de probablesecuestro, aunque el sargento en turno lo habíaclasificado sólo como Código Uno, y esto hacíaque Geoff no tuviese que acudir al sitio a todaprisa.

En unos cuantos minutos, llegó al White TrailBoulevard, la vía principal de la subdivisión. Alaminorar la marcha para hacer un viraje, la nubede polvo que llevaba tras de sí alcanzó al vehículoy se extendió por todo éste. Incluso con lasventanillas herméticamente cerradas, ahora habíauna fina película sobre el tablero y a lo largo deleje de la dirección. En ese momento se arrepintió

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de haber acudido al lavado de autos esa mañana.El número 3 de White Trail Boulevard era la

primera casa y la dirección de donde se habíaoriginado la llamada aproximadamente media horaatrás. Aunque la persona que llamó habíainsinuado que se trataba de un secuestro, enrealidad él no había usado esa palabra, razón porla cual el sargento Geoff no estaba tratando elasunto con tanta urgencia.

—A mí me parece más bien un caso doméstico—le había dicho el sargento a Geoff—, pero esindudable que tenemos que responder a la llamada.El tipo dijo que su esposa había visto cómo su hijase subía a un auto en la colina que se encuentra aespaldas de la subdivisión. Esto fue temprano estamañana, pero él no llamó sino hasta este momento.Puedes imaginártelo. Aparentemente la chica tiene16 años, así que eso puede significar muchascosas. De cualquier forma, es demasiado tardepara bloquear los caminos, así que no haynecesidad de correr.

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La casa tenía puertas dobles al frente y unpórtico con pilares inconcebiblemente grandes;uno de esos diseños, pensó Geoff, de los que unono podría afirmar con certeza si es español ogriego. Cuando las puertas se abrieron enrespuesta a su llamado, se dio cuenta de que lamisma ambigüedad continuaba en el interior.

—Soy el oficial Dilley —dijo Geoffmostrando su placa—. ¿Usted es el señor Potish?¿Vincent Potish?

El hombre vestía un traje de tres piezas, con lacorbata firmemente sujeta al cuello. No había nadainusual en ello para tratarse de un martes amediodía, pero a Geoff le pareció que estoresultaba más bien pomposo y formal, a menos queno se tratase de Potish.

Sin embargo, sí se trataba de él.—Así es. Gracias por venir. Por favor, sígame

al estudio; ahí está mi esposa.Vincent Potish condujo a Geoff por un breve

pasillo hasta llegar a una habitación repleta de

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libros donde frente al único y gran ventanal sehallaba sentada una dama cuya edad oscilabaalrededor de los 45 años. Vestía un traje deportivode color rosa que o bien era nuevo o estaba porcompleto intacto a la sudoración.

—Querida, éste es el oficial Dilley. Miesposa, Stasia.

Stasia Potish extendió una manocuidadosamente arreglada, sin ponerse de pie.

—Gracias por venir, oficial, ¡esto es tan… tanterrible!

Apenas por un instante, por un brevísimoinstante, el elegante porte de Stasia Potish sedesdibujó, lo cual probablemente hubiese pasadoinadvertido para Geoff de no haberse percatadovagamente de cierta sensación de incomodidad conrelación al lugar.

—Verá, nuestra hija se fue a trotar esta mañanaen esa dirección —dijo la señora Potish señalandovagamente con su mano perfectamente arregladahacia la ventana—. Geoff levantó la vista en

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dirección a la boscosa colina que dominaba sobreDeer Trail Estates. Como él había podido darsecuenta, ésa era una de las pocas casas de lasubdivisión donde el final del terreno empalmabacon la base de la colina. Él sabía que eso sólopodía significar una cosa: dinero, pues para teneruna vista así había que pagar por ello. Aunque, porotro lado, la casa también se hallaba cerca de lacarretera principal. En los breves segundos quesiguieron, él estaba seguro de haber escuchado lasmáquinas con las que se había topado minutosatrás.

—Ella se subió a un auto —prosiguió laseñora Potish—. Bueno, en realidad no a un auto,sino a un jeep. A un vehículo deportivo.

Esto último lo expresó con tal vehemencia, ysin ninguna razón aparente, que tomó a Geofftotalmente fuera de balance.

—Era azul y blanco. Bueno, azul y crema. Azulmarino y crema. Estos detalles son importantes, ¿ono? Era un Nissan Pathfinder.

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Geoff se quedó sorprendido, e impresionado,ante la cantidad de detalles, aunque no se lo hizover. Se acercó entonces más hacia la ventana y viopara afuera.

—Lo siento. Stasia Potish continuabahablando. —Debí haberle ofrecido que se sentara,pero es que todo está tan lleno de polvo. Son esasterribles obras que están haciendo en la carretera.Ya llevan más de una semana de estar ahítrabajando día con día. No podemos sentarnos enningún lado sin que primero tengamos quedesempolvar.

Geoff observó a su alrededor. Realmente todoestaba invadido de polvo. Había polvo en larepisa de la chimenea y en la losa de cerámica delfrente. Incluso él podía ver sus propias pisadas. Enla lámpara que estaba a un lado de la señoraPotish había una uniforme película polvosa, casiperfecta; otra cubría el antepecho de la ventana; lolibreros lucían especialmente sucios. Geoff pudover cómo alguien había limpiado el respaldo de la

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silla que ocupaba Stasia Potish, olvidándose desacudir una de las esquinas.

—De cualquier forma, prefiero estar de pie —dijo él—. Tal vez… —trataba de proceder contacto—. Tal vez usted quiera referirme lasecuencia de eventos desde el principio.

—La señora Potish tomó un hondo respiro.—Empieza por hablarle de la discusión,

querida. —Era la voz de Vincent Potish. Habíaretrocedido hacia la entrada después de haberpresentado a Geoff y ahí había permanecido sindecidirse a entrar.

—Ah, sí, la discusión —dijo suspirando laseñora Potish—. Los hijos adolescentes. Son tandifíciles. ¿Tiene usted hijos, oficial? —Ella noesperó a que Geoff le respondiera—. Serena tiene16 años. Esta mañana tuvimos una desavenenciasobre… bueno, fue algo de lo más trivial. ¿No sonestas cosas siempre tan triviales, oficial?

Al pronunciar ella la última frase, pensó Geoffque tal vez la señora Potish todavía tuviese que

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usar su nombre, pero ese punto quedó opacado porla mirada que ella le dirigió a su esposo. Ahoraresultaba evidente que Vincent Potish no era untestigo imparcial en la situación.

—Serena salió de la casa muy molesta —prosiguió Stasia Potish—, pero como de cualquierforma ella iba ir a correr, no le presté muchaatención al asunto. La típica conducta de losadolescentes, tenía casi una hora de que se habíaido y fue entonces cuando la vi subirse a ese auto;el jeep. Allá.

Dirigió la vista hacia la colina.—Éste es otro detalle: mi hija jamás va a

correr ahí.Geoff vio hacia la colina a través de la

ventana.—¿Está usted segura de que se trataba de su

hija? Es una distancia considerable de aquí hastaallá.

—Ella tiene un traje deportivo de color rosacomo el mío. Fuschsia, por cierto. Y tiene el pelo

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rubio. Además…—Se refiere a éstos —en ese momento

interrumpió Vincent Potish, portando en la manounos binoculares de gran tamaño—. Mi esposa esla J. J. Audubon de Deer Trail Estates.

En ese momento se disipó toda duda en cuantoa la tensión que pudiese haber entre la pareja, yaque él no había hecho el menor intento de disfrazarel sarcasmo.

—Aquí es donde me siento, oficial —dijo laseñora Potish en tono fatigoso—. Frente a laventana. Desde aquí observo los pájaros. Es mipasatiempo. Sabe, el mejor momento para hacerlo,es en las primeras horas de la mañana. Dicen quepor aquí se ha visto un pinzón europeo… y…bueno, yo jamás he logrado ver uno. —Después dedecir esto, se quedó callada.

—¿Y usted tenía los binoculares cuando vioque su hija se subió al… mmm… NissanPathfinder?

—No hay duda de que fue ella —contestó la

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señora Potish—. Vi todo desde aquí; a través delos binoculares, así es.

—Ya veo —dijo Geoff, y enseguida se sumióen un silencio. Después de aproximadamente unminuto, agregó—: Discúlpeme —dijo—, voy ahablarle a mi sargento. Quizá él deba organizarmás elementos para llevar a cabo la búsqueda.

Avanzó con paso rápido hacia la puerta y luegose detuvo.

—Ah… dispénseme. Esto parece ser tan… tanchauvinista… pero… ¿está segura de que setrataba de un Nissan Pathfinder? Mi experienciame dice que… bueno… que por lo general lasmujeres no ponen mucha atención a este tipo dedetalles.

—Vincent se dedica a los autos, oficial. Losvivimos y aspiramos todo el tiempo aquí.

Nuevamente sarcasmo, y también sin el menorintento de disfrazarlo. Geoff se daba cuenta de quehabía problemas en esa casa. O a menos que a élle estuviesen haciendo creer que los había.

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Unos segundos después, le hacía esaobservación al sargento en turno a través del radiode su auto.

—Es indudable que ellos no se pueden ver —dijo él—. O bien que sean muy buenosrepresentando su papel, lo cual es una posibilidad—le hizo ver al sargento—. Ya que su versión delos hechos se viene abajo.

¿Qué quiere decir Geoff Dilley con “su versiónlos hechos se viene abajo”?[19]

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Caso 20Una ronda interrumpida

Esa calurosa mañana de agosto, Gary Ellesmeretenía dos excusas para estar en la carretera. Laprimera era simplemente hacer “tiempo de fogueoen el campo”. Una explicación suficientementerazonable, al menos aparentemente. Después detodo, uno de los primeros cambios en cuanto apolíticas que Gary había implantado al serdesignado como jefe, consistió en decretar quetodos, absolutamente todos, los elementos queportasen una placa deberían de pasar determinadotiempo en el campo. De modo que, en efecto, élsimplemente se limitaba a seguir sus propiasórdenes. “Ejercer el mando a través del ejemplo”:era la frase que solía usar con los sargentos quetenía bajo sus órdenes.

La otra excusa de Gary era probar en carretera

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—tan solo una vez más— la patrulla que les habíafacilitado la fuerza policiaca de Tottenham City.Otro pretexto suficientemente razonable, pues susegunda medida, como nuevo jefe, era convenceral ministerio de hacienda del condado que elcuerpo policiaco necesitaba seis nuevos sedanesarreglados a la medida, a fin de sustituir la flotillade patrullas de caminos. Era una estrategia departe de Gary. Tottenham ya disponía de estosnuevos vehículos y él sabía que a sus propioselementos se les caía la baba cada vez que veíanuno de estos poderosos automóviles.

Así, se trataba de dos lógicas y adecuadasexcusas. Por otro lado, Gary Ellesmere estabaconsciente de que nadie entre su personal setragaba ninguna de ellas. ¡Lo cierto era que el jefetenía una cruda mortal!

La celebración de su cumpleaños número 50 lanoche anterior había dado ocasión a tal desplieguede fiesta y alboroto, que el propio Gary consintió,según sus palabras, en que se le “sirviera más de

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la cuenta”. Ésta era la verdadera razón de que estamañana se encontrara en la carretera. Habíadespreciado una oficina con aire acondicionado acambio de un automóvil bastante caluroso. Ahí nohabía telefonemas, ni ciudadanos iracundos, nadade eso a lo que él llamaba “los dilemas delliderazgo”. E incluso para un hombre de 50 añosesta máquina no era tan mala como para no andarpaseándose en ella.

El sol obligó a Gary a entrecerrar los ojos alhacer un viraje para salirse de la autopista y tomarpor una carretera lateral. Justo cinco minutos másadelante se hallaba el agua para beber más frescay pura de todo el condado. Provenía de unmanantial que corría por debajo de una edificaciónperteneciente a una escuela de una sola aulaabandonada mucho tiempo atrás, y que brotaba poruna tubería estropeada con presión suficiente comopara formar una fuente permanente de aguapotable. Ni siguiera el excepcionalmente calurosoy seco clima que estaban teniendo ese verano

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había logrado disminuir su fuerza, de ahí que losgranjeros locales lo hubiesen bautizado con elnombre de El Grifo. Al pequeño arroyo que éstehabía dado origen lo conocían como El Riachuelo.En ese momento, cualquiera de las dos fuentes lehubiesen servido a Gary de maravilla. Laresequedad de su garganta iba ahora en ascenso yamenazaba con sumarse al martilleante dolor decabeza.

Fue al esquivar una vara que se hallabaatravesada en medio de la línea amarilla que Garydistinguió la figura en la carretera. De hecho, susojos abarcaron toda la escena durante un segundocompleto antes de que su cerebro le dijera que sepusiese alerta. ¡Algo andaba mal!

La figura correspondía a un chico; no, a unhombre, aunque de baja estatura. Venía corriendoen dirección a la patrulla.

En los pocos segundos que le tomó cubrir ladistancia, Gary pudo ver que en efecto se tratabade un hombre. Automáticamente su mente policiaca

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hizo una relación de sus características: hombre deedad adulta, blanco, quizá unos 35 años, alrededorde 1.65 m de estatura, unos 80 Kg de peso,músculos desarrollados, bigote marrón,encaneciéndose en los extremos, entradas decalvicie, pantaloncillos de mezclilla. Alguiendebió haberle recortado las piernas a un par dejeans. Camiseta de basquetbol verde con elnúmero 60. Zapatos deportivos sumamentedesgastados y sucios.

El hombre respiraba con mucha dificultad.—Allá… allá… ¡oh, Dios! —Dijo apuntando

vagamente a sus espaldas al tiempo que seapoyaba pesadamente en la puerta del lado delconductor—. Mi esposa. En la cocina. Estámuerta. ¡Lo sé! ¡Está muerta!

Gary retrocedió un poco aún sin proponérselo.El acre olor que despedía el sudor del hombre sesobrepuso al calor de la mañana. Tampoco leagradó que el tipo se recargara en la puerta, puesesto lo confinaba más al interior del vehículo.

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“Retroceda un poco”. Déjeme salir de aquí —le dijo Gary con calma pero a la vez conautoridad.

El hombre se movió un poco y se apoyó en lasalpicadera. Líneas de sudor le corrían por losbrazos y serpenteaban sobre la delgada película depolvo del camino. Su respiración empezó anormalizarse mientras Gary se apeaba delvehículo.

—No. No. ¡Vuelva a subirse! Tenemos que iraa… —El hombre señaló hacia un punto que sehallaba carretera abajo. Se encontraba obviamentedesgastado por la carrera y, a juicio de Gary, alborde de un ataque de histeria.

¡Mi esposa! ¡Está muerta! Hay sangre portodas partes. Ya no respira. ¡Oh, Dios ella está…destrozada!

Gary vio que el hombre estaba a punto deperder el control de sí mismo.

—Está bien, súbase.El hombre rodeó corriendo el frente del auto y

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luego se subió ocupando el asiento del pasajero.Pese a su concentración, Gary no podía dejar a unlado la preocupación de que el ocupante iba aapestar el nuevo vehículo de la policía deTottenham City, y se suponía que iban a devolverloesa tarde. Quizá fue por el hecho de que se lehabía ordenado subir al auto, o la sensación de queahora alguien se estaba haciendo cargo del asunto,pero algo pareció calmar un poco al hombre.

—Hacia allá. —Dijo apuntando esta vez conmayor precisión mientras Gary volvía a enfilar porla carretera—. Justo después del arroyo. En esacasa de ladrillo rojo. ¿Cómo fue que… quierodecir, ¿cómo pude encontrar un policía? ¡Jamáspensé poder encontrar un policía! Estabacorriendo en busca de ayuda. Mi esposa estámuerta. Se da cuenta. Yo estaba revisando lacerca. Justo ahí. En ese campo. ¿Ve?

Gary pudo ver un pastizal de buen tamaño queobviamente tenía algún tiempo de no habersecortado.

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—No tenía ni media hora de haberme ido.Quiero decir, a revisar la cerca. Sólo uno de losalambres necesitaba reparación y el campo no estan grande como para tomarse uno tanto tiempo.Regreso a la casa para tomar un trago de agua yahí me la encuentro tirada en el piso junto alfregadero. Entonces me doy cuenta de que lapuerta estaba abierta y el teléfono muerto. Corríhacia la carretera, pero no vi a nadie. Entonces mefui hacia la casa de los Purdley para usar suteléfono, y fue en ese momento cuando lo vi.

Cuando Gary se detuvo ante la casa, la llantadelantera del lado derecho se metió en un bache.El hombre se bajó de inmediato y corrió hacia unapuerta con tela de alambre que al parecer noparecía estar bien cerrada.

—¡Espere! —gritó Gary—. ¡Vamos a entrarjuntos! —En un solo movimiento se apeó de lapatrulla y desmontó el transmisor de su soporte. Larespuesta al otro lado de la línea fue inmediata.

—Adelante, jefe.

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Por un momento Gary se preguntó cómo es queel despachador había logrado saber de quién setrataba, pero entonces recordó que la modernapatrulla contaba con un código de transmisión.

—Tengo aquí un caso probable de homicidio.—Casi pudo escuchar cómo se desdoblaba laatención a su llamada—. Estoy tres kilómetros aleste del número 10, sobre Condado 22. Casa deladrillo rojo. Haspen es el nombre. H-A-S-P-E-N,así dice el buzón. Quiero que envíen unaambulancia y refuerzos de inmediato. Por elmomento considero que se trata de un casodoméstico, pero si no vuelven a saber de mí entres minutos, escúchenlo bien, tres minutos,considérenlo como un caso “oficial, por lomenos”. Voy a entrar en este momento. Enterado.

Instantáneamente Gary soltó el transmisor yaccionó el interruptor de la torreta a fin de que losvehículos que iban a llegar pudieran identificar elsitio con mayor facilidad. Mientras se dirigíacorriendo hacia la puerta con tela de alambre,

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pudo observar que sobre el muro, justo encima deunas flores pisoteadas, el cable del teléfono habíasido cortado con toda precisión.

—Muy bien, simplemente manténgase adelantede mí —le dijo al hombre, al tiempo que leindicaba que atravesara la puerta.

Gary está actuando con la debida cautela, peroes evidente que él no espera que haya una trampa.¿Por qué está designando a este caso como un“caso doméstico”? ¿Qué le ha hecho sospechar delhombre al que supuestamente está ayudando?[20]

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Caso 21La vista desde el andador

del segundo piso

En la intersección formada por los muros norte yoeste del Centro Comercial Greater Wellington, labarandilla que rodeaba al andador del segundopiso se prolongaba alrededor de una extensión quesobresalía por encima de la planta principal delcentro comercial, aunque si bien apenas losuficiente para admitir un par de arecas a amboslados de una banca de plástico increíblementeincómoda. Diez años atrás, durante la graninauguración, algún redactor de textospublicitarios, en un arranque de exceso típico delos miembros de su especie, había identificado aeste sitio con el nombre de El Promontorio. Elnombre, aunque si bien inmerecido por lo diminutodel espacio, había prosperado.

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El Promontorio era el punto de observaciónpreferido por D. U. (Herbie) Michael. Desde ahí,él podía dominar las entradas de 62 de las 93tiendas que constituían el centro comercial. Lashabía contado en varias ocasiones. A Herbie legustaban los números. Otro detalle igual deimportante, o tal vez más, era que él podía verjusto hacia El área verde. Otro nombrepretencioso, esta vez con el fin de identificar elpunto focal y sitio principal de reunión del centro.

Se suponía qué nombre debía aludir el verdorcampirano. Su atractivo principal lo constituía laFuente de las Aguas Danzantes, en la cual unaserie de chorros en forma de arco iban pasando deun pequeño estanque a otro en azarosa sucesión.Cuando funcionaba, la Fuente de las AguasDanzantes era un deleite para la vista.Desgraciadamente, sus ambiciones enfocadas aemular el esplendor de la danza clásicafrecuentemente se veían estropeadas por fallasdebidas en parte a lo deficiente del diseño, pero

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en su mayoría por una de las calamidades que máspesaban sobre las funciones de vigilancia querealizaba Herbie: los adolescentes que llegaban ainstalarse en El área verde.

Estos chicos, que solían reunirse en el centropara deambular y, de vez en vez, apropiarse dealgunos artículos que pudiesen sustraer de losdesprevenidos comerciantes, eran una de lasrazones de que Herbie apareciera regularmente enEl Promontorio con su transmisor en la mano, listopara llamar a sus hombres de apoyo desde todoslos puntos del centro cuando se requería supresencia a fin de hacer menos densa la multitudque se encontraba abajo. Herbie odiaba tener quehacer esto, pues se suponía que sus elementosdeberían pasar la mayor parte del tiempo alertas afin de evitar los robos en las tiendas. D.U.(Herbie) Michael era el jefe de seguridad delCentro Wellington. Se consideraba un profesionaly para él resultaba ofensivo tener que desempeñareste tipo de rudos papeles.

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—Lo que estás viendo en este momento, —ledecía a un joven muy atento que tenía a su lado,pero sin que en ningún momento dejase de recorrertodo el centro con su mirada—, es el tráfico típicode un miércoles por la mañana.

Trazando el contorno de un arcoíris con lamano derecha, agregó: Uno pensaría que toda laciudad no tiene nada que hacer y por eso vieneaquí.

El hombre joven comentó ante esto: —Esdifícil creer que toda esta gente pueda venir decompras en un miércoles a las 11:00 A.M.

—La verdad es que no vienen de compras —señaló Herbie con cierta aspereza—. Es por esoque están aquí. De acuerdo, muchos de ellos sí soncompradores, y otros más simplemente se vienen asentar. Como esos ancianos que ves ahí en lafuente. —Dijo apuntando a tres hombres de edadque se hallaban sentados inmóviles en bancas tanformidables como la que había en El Promontorio.Estaban viendo hacia adelante, aparentemente nada

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en especial.—En realidad siento lástima por ellos —

prosiguió Herbie—. Estoy seguro de que estaríanmejor sentados en alguna plaza soleada o jugandoal boliche, pero como no tienen otro lado a dóndeir, simplemente acuden aquí a sentarse y ver lo quepasa, siempre y cuando estén despiertos.

Su joven acompañante se acercó más a labarandilla y se alzó de puntillas para ver mejor alos ancianos. Ciertamente, uno de ello se hallabaprofundamente dormido.

—Ahora, fíjate en esos dos —dijo Herbiecambiando el tono de su voz—. Son del tipo de losque no debes quitarle los ojos de encima. —Agregó señalando a dos chicos adolescentes.Ambos llevaban gorras de béisbol, con la viserahacia atrás, y grandes y acolchonados zapatosdeportivos con las agujetas sueltas.

—Deberían de estar en la escuela… esospobres maestros. Y sin embargo, al menos ese tipode chicos resultan sumamente obvios. La mayoría

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de las veces son tan solo una calamidad; hacenmucho ruido. Rara vez se requiere hacer algo enrelación con ellos, excepto cuando su númerorebasa cierto límite. Es entonces cuando sedespierta el instinto grupal. Pero aun así no esmucho lo que ellos sustraen, con excepción tal vezde las tiendas de discos. Casetes y cigarrillos.Vigílalos siempre en las tabaquerías.

El discípulo de Herbie asintió. Para él era undía de orientación y estaba dispuesto a asimilartodo lo que escuchase.

—Con quienes tiene realmente problemas escon los tipos raros y los ladrones profesionales demercancías. Ahora bien, ellos… este… ¿ves a esetipo ahí, el que lleva puesto el rompevientosverde? Tengo como cinco minutos de estarloobservando. Actúa en forma extraña.

El objeto de atención de Herbie acababa deavanzar hasta la puerta de entrada de LambtonFloristas y se encontraba parado casi contra ella.Permaneció ahí durante unos 10 segundos, al

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parecer mirando directamente hacia la puerta,luego puso su mano sobre ella, tentativamente,durante unos cuantos segundos, y acto seguido laempujó, sin obtener resultados. Finalmente, la jaló.Entonces la puerta se abrió y el hombre seintrodujo en la tienda.

—Es la tercera vez que hace eso —dijoHerbie— primero en el Universo de laComputación, luego en Deportes y Fuerza y ahoraen Lambton.

—¿No será que está investigando las puertas?—apuntó el hombre joven riéndose entre dientes.

—Podría ser —le respondió Herbie esbozandouna sonrisa—. También podría tratarse de un tipoque no estuviera bien de sus facultades mentales.De cualquier forma, es de los que no debes perderde vista. ¡Ése, también! Aquí está otro. Me refieroa ese tipo verdaderamente gordo. Jamás lo habíavisto antes, y eso cuenta. Por fuerza tendrías queacordarte de alguien así de grande, de modo queen este caso se trata de un extraño.

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Herbie estaba centrando su atención en unhombre muy voluminoso que iba por el andador deabajo; caminaba con lentitud y se detenía a mirarcada una de las tiendas, pero sin entrar en ningunade ellas.

—Pronto aprenderás —dijo Herbie al tiempoque juntaba sus manos—. Las personas gordastienen una forma característica de caminar, por lotanto te puedes dar cuenta si son auténticas o no.En ocasiones esa prominente barriga se encuentrarepleta de artículos robados. Creerías que el añopasado capturamos a un tipo que llevaba ¡un hornode microondas en el sitio donde se suponía debíaestar su estómago! Y en cuanto a su compañera…ella llevaba todo un juego de platos para horno demicroondas. Justo como si anduviesen realizandocualquier operación de negocios. Ellos…

En ese momento Herbie hizo una pausa, ya quesu atención se vio atraída hacia el frente de laTabaquería y Novedades Andrews. Incluso ya conanterioridad, el joven aprendiz había centrado su

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atención en esa tienda. Tabaquería y NovedadesAndrews estaba atendida diariamente hasta las3:00 P.M. por una joven llamada Daisy, cuyas doscaracterísticas más notables eran estar todo eltiempo mascando una bola de chicle tan grandeque le impedía por completo hablar de manerainteligible, y usar faldas tan cortas quedifícilmente podría decirse cumplían su cometidocomo prendas de vestir. Cada mañana, a las 11:00,cuando Daisy salía y se agachaba a recoger la pilade la edición vespertina del Daily Telegram, todauna multitud se congregaba para contemplar elespectáculo. Empezando por los ancianos que seencontraban sentados en la Fuente de las AguasDanzantes. Ahora ellos se hallaban sonriendo,completamente despiertos y disfrutando de lamañana.

El encabezado del Daily Telegram proclamabahasta El Promontorio: ¡CONVICTO DE PORVIDA ESCAPA DE PRISIÓN! Los noticieros deradio y televisión esa mañana se habían ocupado

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de referir con detalle esta fuga, la cual habíatenido lugar la noche anterior de la penitenciaríaque se encuentra en las afueras de la ciudad. Eldiario amarillista, competidor del Daily Telegram,había duplicado el tamaño normal de suencabezado para difundir la noticia a los cuatrovientos: ¡UN ASESINO ANDA SUELTO! Ningunasutileza en este caso. Por otro lado, el tercer diariode la ciudad, el sobrio y un tanto arcaico Empirededicaba su encabezado a la desconcertanteinminencia de un receso económico.

Mientras Daisy regresaba al mostrador deTabaquería y Novedades Andrews, para eldesconsuelo general de los ocupantes del El áreaverde, Herbie prosiguió con su capacitación.

—En cuanto a las mujeres embarazadas, no lesquites el ojo de encima. Es un truco tan gastadoque ya casi no se le ve, pero nunca lo pases poralto. Una mujer que realmente se encuentraembarazada buscará sentarse y descansar de vezen cuando. Además, la mayor parte del tiempo

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parecen estar bastante incómodas. Y ahora, otracuestión, fíjate en esos dos tipos de traje. Al vereso tienes que preguntarte qué es lo que seríanormal. ¿Dos tipos de traje en un centro comercial,la mañana de un miércoles? Si han acudido aquípara hacer algún tipo de negocio, manifestaránesto por su forma de actuar. Se les verá ciertopropósito definido. Por otro lado, si andan de aquípara allá, entonces la cuestión es diferente. Todoes cuestión de comportamiento. Simplementeobserva la forma en que se conducen. Tarde otemprano los ladrones acaban por delatarse.

El joven aprendiz observó a los dos hombres.Aparentemente deambulaban como esperandoalgo. De pronto desvió su atención por unosinstantes hacia los dos adolescentes que portabangorras de béisbol. Habían salido de Discos Jazzyintempestivamente, y al parecer uno de ellos ibacaminando más rápido de lo normal. Levantó lamano para señalarlo, y en ese momento Herbieasintió con la cabeza. Él también los había visto.

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Mientras tanto, el hombre que vestía el rompe-vientos verde había salido de Lambton Floristasllevando consigo un pequeño ramo de floreselegantemente envuelto, al parecer se trataba de laoferta especial de claveles de $4.98, y enseguidase dirigió hacia Foto Dave, donde volvió a repetirsu extraño comportamiento al llegar ante la puerta.El hombre gordo también había venido ahora deregreso en su recorrido por el Centro Comercial, yse encontraba mirando fascinado el escaparate deEl Universo de la Computación.

¡Por todos los cielos! —dijo Herbie,visiblemente perturbado—. ¡Su comportamiento!¡Debí haberme dado cuenta desde antes! Túquédate aquí —le dijo a su pupilo—. Mantenteatento a todo y a todos los que anden por ahí. Voy allamar a la policía.

¿Qué fue lo que convenció a D. U. (Herbie)Michael de que tenía razón en llamar a la policía?

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[21]

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Caso 22Asesinato en el Motel Bide-

a-Wee

A juicio de la detective de la Primera Clase,Dolores Dexel, el hombre muerto que yacía en elpiso frente a ella difícilmente era un casorepresentativo de la forma como se suponíadebería lucir un narcotraficante en grande. En él nohabía nada ostentoso, ninguna evidencia de dineroa manos llenas, nada que dijese que se trataba deun “personaje de mundo”. Por el contrario, todo enél oscilaba de mediano a punto menos quemediano.

Empezando por sus pantalones de colormarrón. Nada en este caso que se aproximase a latextura de la seda italiana; simplemente se tratabade ropa de lo más convencional. Lo mismo podíadecirse de su saco de tweed, de esos que se

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fabricaban para durar 10 años, transcurridos loscuales se les agregan parches de piel a fin deadornar los codos. Aunque Dolores no alcanzaba aver la camisa o la corbata, ella está segura de queserían de calidad similar. Sin embargo, desdedonde la detective se encontraba, podía observarque a sus robustos zapatos oxford recientemente lehabían cambiado la suela. Los tacones eran nuevostambién; en el centro de cada uno podía distinguirdentro de un semicírculo el logo de CAT’S PAW.Incluso la sortija matrimonial del hombre loidentificaba como un “ciudadano digno deconfianza, ordinario y estable”. Sus dedos estabandoblados en torno al extremo de una Biblia abierta—el último toque, pensó Dolores— y el anilloreflejaba la luz de una lámpara barata que seencontraba al lado de la cama. El anillo era deoro, ni muy ancho ni muy angosto, sin adornos opiedras preciosas, o algún diseño grabado.Simplemente plano, sólido.

Sin embargo, lo más inusual de todo esto era la

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forma en que el tipo había muerto. Ningúnasesinato resultaba jamás un hecho común ycorriente, pero éste se ubicaba dentro de losinhabituales. Se trataba de una ejecución. Elcuerpo presentaba una herida de bala, de pequeñocalibre, en la parte posterior de la cabeza,perpetrada a quemarropa; otra en la parte media dela espalda y una más en la base de la columnavertebral. Eran el tipo de disparos que podíangarantizar una muerte segura; Dolores lo sabía. Erainnegable que habían “despachado a la víctima”.El tiro letal había sido en la frente, también aquemarropa, y al corazón. Al menos eso era lo quecreía Dolores por toda la sangre que había ahíregada. Pero se suponía que ella no deberíavoltear el cuerpo sino hasta que llegaran loshombres del forense. Ella también necesitaba quese tomaran las fotografías.

Eso le hizo recordar: ¿por qué se estabademorando tanto en llegar el fotógrafo? ¿Y lalinterna que ella había solicitado? Especialmente

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la linterna. La miserable y reducida habitación delMotel tenía una sola lámpara a un lado de la camaa fin de complementar la tenue iluminación que seesforzaba en llegar hasta el piso desde lainstalación del techo, y ella necesitaba ver conmayor claridad.

—Acaban de llamar los del forense. Dicen queya vienen en camino.

Dolores levantó la vista para ver a sucompañero, Paul Provoto, que ahora se hallaba enel umbral de la puerta. El traqueteo de la máquinade Coca que había al fondo del pasillo era tanintenso que ella no lo había oído aproximarse.

—Las luces vendrán con el fotógrafo —prosiguió Paul—. Y tengo a un policíaacompañando a la recepcionista del turno de lanoche que hizo la llamada. Tal vez ya puedashablar con ella ahora. Ya no está tan alterada.

Él aventuró un paso al interior de lahabitación, pero luego lo pensó mejor.

—Diablos, este tipo se desangró, ¿o qué fue lo

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que pasó?Paul tenía razón. Ése fue uno de los detalles

que primero observó Dolores. La sangre no estabaesparcida por doquier como ella ya lo había vistoantes con frecuencia (con demasiada frecuencia“apenas seis meses en homicidios y ya quería salirde ahí”). ¡Más bien, la sangre había fluido, sehabía derramado! Había corrido siguiendo elcontorno del cuerpo sobre el piso beige debaldosa, hasta llegar a los ásperos zapatos, ytambién en la otra dirección, a lo largo de ambosbrazos extendidos. Se hallaba, asimismo, en elcabello de la víctima (corto y adelgazándose engrado extremo. ¡Y marrón! Dolores se habíapercatado de eso al entrar al cuarto.) El fluido desangre había incluso avanzado en torno a la Bibliaabierta, como si estuviese buscando su propiocamino, sin apresuramientos, sin interrupciones,enmarcando impecablemente el libro de modo queel texto a dos columnas lucía aún más denso dearriba hacia abajo. Únicamente la mano de la

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víctima, apoyada sobre la página opuesta, sehallaba libre de la roja sustancia que aún seguíaemanando del cuerpo.

Dolores alzó la vista en dirección de Paul.—Voy a hablar con la encargada —dijo ella.

Tenía que salir de la habitación, pues se estabasofocando—. Hablaremos en el lobby. Llámame siel fotógrafo llega por la puerta de atrás.

Avanzó cuidadosamente alrededor del cuerpo,pasó por donde estaba su compañero y luegosiguió hacia el fondo del pasillo donde estabaaguardando la encargada del turno de la noche. Através del sucio tragaluz pudo ver algunos tenuesrayos grisáceos. No tardará en amanecer, pensóella. Otra noche sin dormir.

La recepcionista del turno de la noche tampocohabía dormido, ciertamente desde que hizo lallamada una hora atrás. Durante casi todo eltiempo que Dolores y Paul habían estado en elMotel Bide-a-Wee, la joven mujer había estado, envarias ocasiones, a punto de caer en un ataque de

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histeria.Cuando Dolores llegó al lobby, la mujer se

encontraba en una de sus facetas de relativa calma.Se ocupaba de traer una acanaladura que había enla cubierta de una mesa lateral, con una uñaincreíblemente larga y evidentemente falsa queostentaba en su pulgar.

En ese momento se levantó el oficial queocupaba la única otra silla. Dos sillas, lamaltrecha mesa lateral, algunas revistas atrasadasy otra lámpara de mesa barata conformaban el“área de recepción”. No había mostrador, sólo unaventanilla deslizable de Plexiglás grueso, a travésde la cual la encargada del turno podía aceptarefectivo por anticipado. Nadie usaba tarjetas decrédito en el Motel Bide-a-Wee.

Dolores se sentó cuidadosamente, pues no erasu intención presionar a la encargada. Decualquier forma, la silla no parecía estar a laaltura de una prueba rigurosa de resistencia.

—Señorita… —Por unos segundos se le

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olvidó el nombre—. Ah, sí… Señorita Duvet, —empezó la detective—. ¿Podría decirme dónde seencontraba cuando escuchó los disparos?

La pregunta estuvo a punto de convertirse en ungrave error, pues la recepcionista del turno de lanoche rompió a llorar y las lágrimas empezaron acorrerle por un ya bien transitado canal que se lehabía formado en el maquillaje.

—¡Yo no escuché ningún disparo! ¡Ya se lodije! Fui por una Coca y entonces lo vi… elcuer… —En ese momento las lágrimas empezarona fluir con mayor rapidez.

—Sí, sí. En efecto. Lo siento. —Dolores pusosu mano sobre el brazo de la joven—. Porsupuesto que lo hizo. Fue mi error. Lo siento.

El tono tranquilizante surtió su efecto y laslágrimas de la señorita Duvet se redujeron a merosresuellos. Dolores, por su parte, decidió cambiarde táctica, a fin de ver si la relación de los sucesosque había proporcionado la mujer no habíacambiado desde que tuvieron su primera

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entrevista.Repasemos una vez más todo lo que sucedió.

—Dijo ella, tratando ahora de usar un método mássuave—. Usted se dirigió al fondo del pasillo poruna Coca, y ¿luego, qué?

La señorita Duvet tomó un hondo respiro.Parecía como si ahora sí se fuese a mostrar máscoherente.

—Entonces fue que lo vi. La puerta estaba…medio abierta. Me refiero a que…¿quién iba aatreverse a dejar abierta la puerta en una pocilgacomo ésta? Y la luz se encontraba encendida,también. Así que, de alguna forma vi hacia elinterior. Y, ¡en efecto! ¡Ahí estaba!

—¿Y usted entró a la habitación? —Dolores searriesgó a hacerle esa pregunta.

—¡Para nada! Quiero decir… ¡Diablos! ¿Ustedlo hubiera hecho? ¿Con ese tipo ahí muerto?Bueno, eso fue lo que pensé. Al ver toda esasangre, creí que él tenía que estar muerto, ¿no esasí? Regresé aquí y llamé al 911. Me refiero a

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que… suponga que usted hubiese estado en milugar. ¿Qué habría hecho?

—¿A qué horas sucedió eso? —le preguntóDolores.

—¡No lo sé! —De nuevo la señorita Duvetempezaba a perder la calma—. ¡Yo no llevo unregistro del tiempo! ¡Esto no es un juego dejockey! De cualquier forma, ¡ellos ni siquieratienen un miserable reloj aquí!

Dolores se dio cuenta de que la señorita Duvettampoco llevaba puesto un reloj.

—Y luego… —ella decidió proseguir con laspreguntas—. ¿Y luego usted regresó al cuarto?

—¿Acaso está usted loca? ¡De ninguna formaiba yo a regresar ahí! Mire, yo ya tengo aquí fotosde eso. —¡Véalas!

La chica levantó el rostro y cerró ambos ojoscon énfasis. Bajo la tenue iluminación, Dolores nohabía podido darse cuenta sino hasta ese momentoque las pestañas de la señorita Duvet eran casi tanlargas como sus uñas.

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—Tengo aquí un par de fotografías. A todocolor. ¿Quiere una foto?

—Esto debe haber sido terrible para usted. —Dolores se había dado cuenta de quedefinitivamente el trato solidario iba a brindarlemejores resultados.

—Vaya que sí. ¡Algo de lo más desquiciante!Me refiero a que… cómo este tipo. Un caballerode lo más decente y serio. —¿Qué podía estarhaciendo aquí un tipo así de formal? Incluso hastatenía sus Escrituras ahí.

—¿Sus escrituras? —Dolores creyó haberleentendido, pero de todos modos quería estarsegura.

—Sí, sus Escrituras. Sus Sagradas Escrituras.Usted sabe, La Biblia. Él la está sosteniendo porunos de sus lados: “El Evangelio según SanMateo”. Como que he tomado una foto de ello. Tútrabajas en un antro como éste, y entoncesaprendes a leer de cabeza. Me refiero a que… esun tanto divertido observar la forma en que

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inventan direcciones para anotarlas en la tarjeta deregistro. De cualquier forma, yo vi sus Escrituras,quiero decir su Biblia. Las tenía abiertas. En SanMateo, ¿no es así? Y el tipo se estaba quedandocalvo. De eso también pude darme cuenta. Merefiero a que tomé una foto de él. ¿Qué más quiereusted saber?

Dolores urgó en su bolso, supuestamente enbusca de un pañuelo desechable pero en realidadlo que hizo fue asegurarse de que su grabadoratodavía estuviese funcionando. Estaba porpreguntarle a la señorita Duvet cuándo es quehabía empezado a trabajar en ese lugar, pero Paulllegó en ese momento.

—Acaba de llegar el fotógrafo —dijoseñalando hacia la puerta. Y los chicos de lailuminación ya se están estacionando.

Dolores se puso de pie.—Dile al fotógrafo que espere —le indicó ella

—. Quiero unas tomas especiales desde la entrada.También otras desde los pies hacia arriba. —Hizo

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una pausa y enseguida agregó—: Y Paul… venaquí afuera un instante.

Paul cruzó la puerta en dirección alestacionamiento.

Dolores había sacado su agenda.—Quiero que llames a algunos equipos de

refuerzos. ¡En este preciso momento! Tantos comopueda proporcionarnos el capitán para efectuaruna búsqueda en el vecindario. Y haz que losuniformados tiendan un círculo alrededor de estelugar. Tal vez sea demasiado tarde, pero no quieroque nadie salga de aquí. A menos que DoñaGlamorosa nos haya estado mintiendo, alguienestuvo en el cuarto entre la hora en que ella vio elcuerpo y la hora en que nosotros lo vimos.

¿Qué llevó a Dolores Dexel a pensar eso?[22]

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Caso 23El caso del revólver

extraviado

Gary Westlake trató de hacer memoria pararecordar quién había sido el último en manejar laNúmero 9119. Prácticamente el vehículo habíacobrado vida en el momento en que él activó elencendido, lo cual aborrecía en extremo. Uno auno, fue apagando el radio, los limpiadores, elventilador, el defroster trasero, mientras aguardabaa que el motor se calentase. Quienquiera quehubiese sido, se percató todavía con mayorfastidio de que incluso tal persona había dejadoabierta la puerta de la guantera. Todo esto, más unaacumulación de basura en el asiento del pasajero:envolturas de goma de mascar, una andrajosa gorra(ciertamente no se trataba de un artículoreglamentario pero había ocasiones en que los

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usaban los policías de caminos), una linterna quedebía haberse vuelto a colocar en su soporte bajoel tablero, y lo que al parecer se trataba de uninforme de accidente lleno a medias, y que pordescuido habían olvidado ahí.

Con una mano, Gary levantó toda esa basura yla arrojó al asiento posterior.

—Hay un papanatas en este departamento —dijo en voz alta—, que va a lamentar seriamenteque el jefe haya tenido que usar una patrulla el díade hoy.

Gary había desarrollado una verdadera pasiónpor el orden y la limpieza. Incluso al accionar dosveces el interruptor del transmisor, ya habíaempezado a planear, incluso a saborear, la esenciade la anticipada reprimenda.

—Adelante. —Al menos el despachadorcentral estaba haciendo exactamente lo que sesuponía era su trabajo.

—Aquí, Westlake. En este momento estoysaliendo del estacionamiento. Espero estar de

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regreso hacia las 3:00 P.M. Si hay algo…—¡Jefe! Justo en este momento íbamos a tratar

de localizarlo entre todos. Lowinski lo necesita.Dice que es urgente.

Por un momento, Gary pensó en la posibilidadde hacer caso omiso de la petición. Los nuevoselementos de la policía de caminos generalmenteno saben distinguir entre los casos verdaderamenteurgentes y las situaciones de simple impaciencia.Además él tenía un punzante dolor de muelas.

—Pásenmela —contestó con desgano—. Élsabía que no podía abrigar la idea de pasar poralto la llamada de un novato.

Casi al instante, la joven mujer policía se pusoen contacto.

—¿Señor? ¿Jefe Westlake? —Gary aborrecíala costumbre que tenía Lowinski de hablar enforma interrogativa. Eso la hacía sonar como unaadolescente, lo cual, pensándolo bien, ella casi loera. Apenas tenía 21 años.

—Sí, habla el jefe Westlake —trató de no

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sonar grosero, pero es que realmente le dolía lamuela.

—¡Ah! ¿Jefe? ¿El caso Packers? ¿Creo quetengo algo? ¿Usted sabe, la pistola? ¿El revólverextraviado? ¿Una Smith & Wesson .38, no es así?Aquí tengo detenido a un tipo. Es mejor que…este… ¿quiere usted venir a verlo personalmente?

El caso Packers se refería a un asesinato sinresolver, el primer asesinato, resuelto o sinresolver, registrados en los siete años desde que aGary lo habían designado como jefe. Uno de loseslabones faltantes era el arma con la cual se habíacometido el asesinato. El informe de balística leshabía proporcionado esos datos acerca del arma,pero era lo más a lo que habían podido llegar enrelación con este caso.

—Calma, calma, Lowinski —dijo Gary, tantopara sí como para la joven patrullera. Pese a todo,no pudo de dejar de sentir cierta emoción, aun consu dolor de muelas y el desorden que habíaencontrado en la 9119—. Antes que nada, ¿en

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dónde te encuentras?—Al parecer, Lowinski no iba a calmarse.—¿En King Road? ¿Hacia el este? Estoy en…

en… —La voz se hizo un poco más tenue, y luegovolvió a recuperar su volumen—. Estoy… estoyfrente al 414, ¿de acuerdo? El 414 de King Road.

—Muy bien, aguarda un poco. —Gary tomó unhondo respiro y pensó durante unos instantes. UnaSmith & Wesson .38 difícilmente era un arma fuerade lo común. Si tan solo se trataba de un caso deportación de arma sin permiso, entonces lo mejorera dejar que la propia Lowinski se encargara delasunto. Sería una buena experiencia para ella. Peroentonces…

—Lowinski. ¿Te encuentras bien? ¿Necesitasayuda?

—No señor. Estoy bien. Tengo al sospe…quiero decir, tengo un posible arresto abordo de lapatrulla. No tengo ningún problema, ¿de acuerdo?¿Cree usted que deba llevarlo a la estación?

—No. ¡Sí! Quiero decir… aguarda un

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momento Lowinski.El dolor de muelas de Gary, que había estado

yendo y viniendo en oleadas, estaba retomandofuerza para otra embestida. Él se preparó arecibirla, pero por el momento no se presentó.

—Este… ¿Lowinski? ¿La Smith & Wesson?¿Qué hay de raro en la relación con esa arma? —Gary se preguntó si en realidad estaba él tambiénempezando hablar en interrogativo.

—El hombre no tiene licencia para portarla.Gary estuvo a punto de lanzar un gruñido.—Lo detengo unos minutos, ¿sí? No le

funcionaban las luces traseras. Y creo que percibocierto olor a licor, ¿sí?

—De acuerdo —respondió Gary muy a supesar.

—Entonces, emprendo la revisión de rutina.Abro la cajuela. Y ahí está. En el interior. ¿Lapistola?

Pensó Gary que Lowinski no sólo hablaba deforma interrogativa, si no que acostumbraba a

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decir todo en presente.—¿Y qué te hace pensar que esto tiene algo

que ver con el caso Packers? —le preguntó él.—El revólver Smith & Wesson, ¿no es así?—Lowinski, ya hemos hablado de eso. —La

oleada de dolor sólo le había molestadoligeramente, pero ahora le atacaba con fuerza.

—¿Sí? ¡Pero precisamente por eso! ¡El tipodice que se la encontró! ¿Una mañana como ésta?

Si hubiera sido cualquier otra cosa, fuera delcaso Packers, Gary se habría encargado de haceruna segunda nota mental: arreglar que Lowinskitomara una terapia para mejorar su forma dehablar, pero en lugar de eso respondió: —¿Laencontró? ¿Dónde?

¿Conoce la construcción que hay sobre KingRoad? ¿A la afueras de la ciudad? ¿Hacia el este?¿Rumbo a Nobleton? ¿Justo al pie de la colina?

—Lowinski, ¡sé dónde queda ese lugar! Unafrase interrogativa más encima de su dolor demuelas y Gary se hubiese salido del camino.

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—Bueno, pues el tipo dice que la encontrósobre uno de los grandes lodazales que hay ahí,¿sí? El tipo se imagina que alguien la arrojó. ¿Asíque él la recoge? Dice que no había tenido tiempode entregarla a la policía, ¿sí?

Gary se oyó a sí mismo responderle: Yentonces tú lo subiste abordo de la patrulla, ¿no esasí? Cualquiera que haya sido la respuesta deLowinski, él no logró escucharla. Se hallabaabsorto contemplando su rostro en el espejoretrovisor.

—Lowinski, has hecho bien —le dijofinalmente—. No te muevas de ahí. Llegaré en dosminutos.

Movió la palanca a la posición de Drive, peroantes de acelerar, limpió con su mano enguantadauna impresión digital que había en el cristal delvelocímetro. Más suciedad, pensó.

—¡Lowinski! ¿Aún sigues ahí?—¿Sí? ¿Jefe?—Lowinski, ¿qué auto traías el día de ayer?

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—El número 8228. El que siempre traigo. ¿Porqué?

—Por nada, olvídalo.

¿Por qué decidió Gary Westlake soportar sudolor de muelas e incomodidad para investigar unpoco más a fondo el arresto potencial que habíarealizado Lowinski?[23]

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Caso 24Un insólito visitante… ¿o

dos?

Desde el momento en que abrieron la puerta de suoficina, Struan Ritchie supo que éste iba a ser eltranquilo receso para almorzar que siempreanticipaba con tanta vehemencia. Por un detalle:contrario a su costumbre, la señora Bain, personaexcepcionalmente seria y de lo más propio, nohabía tocado primero la puerta y esperado los doso tres discretos segundos; y por otro: aunqueStruan no podría jurarlo, pues no recordaba haberescuchado antes algo similar, estaba casi seguro dehaber oído cómo la señora Bain contenía unarisilla antes de decir: —Capitán Ritchie, estecaballero ha venido aquí durante los últimos tresdías con el propósito de verlo. Todos losdetectives… ji, ji, ji… ¡Ahí estaba de nuevo!

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Struan estaba seguro esta vez, la señora Bain habíasoltado una risilla ahogada. Todos los detectivespiensan que usted puede encargarse de este caso.

Por el momento, Struan no alcanzaba a ver alcaballero al que se refería la señora Bain, pero através de la puerta abierta alcanzó a echar unvistazo a toda la sala de detectives. Cada uno deellos estaba viendo, bueno, no sólo viendo…contemplando… prácticamente boquiabiertos,como si se tratara de una multitud ante unespectáculo fuera de serie; y todos ellos con unaenorme sonrisa esbozada en su rostro.

Las expectativas de los detectives se centrabanen la persona del hombrecillo que de pronto salióde detrás de la ancha señora Bain, como si sehubiese estado ocultando ahí.

—Estaré en mi escritorio, capitán Ritchie —dijo la señora Bain al tiempo que cerraba lapuerta. En ese momento, Struan pudo escuchar unaserie de fuertes risotadas en la sala de detectives,lo que hizo que se olvidara del visitante por un

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segundo, pero sólo por un segundo.—De modo que usted es el capitán Struan

Ritchie. El medievalista, ¿no es así? Noscomplace tanto conocerlo. —Mientras hablaba, elhombre avanzó hacia adelante, con una forma deandar sumamente afectada, y se sentó en una de lassillas que se hallaba frente al escritorio de Struan.Sobre la otra colocó un anticuado portafolios deforma triangular.

Struan hizo lo posible por no quedárseleviendo fijamente, aunque no tuvo mucho éxito enello. Pese a los años que llevaba como policía, élera condescendiente por naturaleza. Nunca habíallegado a desarrollar esa actitud suspicaz y almismo tiempo desafiante, tan común en lospolicías que ya tienen un largo historial en lafuerza policiaca de la gran ciudad.

Pero su visitante invitaba a que lo vieran. Dehecho incitaba a que lo hiciesen. A lo largo de losúltimos años las sillas que se hallaban ante elescritorio de Struan habían sido ocupadas por

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artistas, hombres que maltratan a sus esposas,asesinos, carteristas, políticos, e incluso, lasemana anterior, hasta un obispo. Sin embargo, elinvitado de ese día no se parecía a ningún otro.

No sólo era la insólita complexión física delhombre; en apariencia tenía un torso normal, elcual descansaba sobre un par de piernasextremadamente cortas, de modo que al estarsentado en la robusta silla de madera, sus pies, degran tamaño, no alcanzaban a tocar por completoel suelo. Tampoco eran sólo sus ropas, las cualesdifícilmente podrían constituir un modelo en lo quea moda contemporánea se refiere; sin embargo, noera este hecho lo que las distinguía. Era el efectocombinado de un chaleco —que para nada hacíajuego con el traje— el cual a su vez cubría unsuéter cardigan que en absoluto guardaba afinidadcon el resto de su atuendo.

Aún así, no era su apariencia lo que másllamaba la atención, sino la forma que tenía elhombrecillo de conducirse, concluyó Struan.

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Había en torno a él un aura de serenidad, del tipode está-en-paz-con-el-mundo que uno puedeimaginarse en las monjas enclaustradas (Struanhabía conocido a una o dos religiosas de ese tipo)o en las personas que han logrado graduarse conéxito después de un proceso prolongado de terapia(en realidad Struan no estaba seguro de si habíaconocido o no a algunas de estas últimas).

Cualquiera que haya sido la fuente de esarealidad, lo cierto es que el hombrecillo no tardóen instalarse por completo a sus anchas. En losbreves instantes en que Struan se dedicó aexaminarlo, al tiempo que trataba de ignorar lasrisas que se escuchaban en la sala de detectives, elvisitante abrió su portafolios y sacó de él un libroque colocó sobre el escritorio. El libro parecía sermuy antiguo, y estaba escrito muy posiblemente enpapel pergamino. Struan sintió un verdaderoapremio ante la vista de esto. Él era un verdaderoapasionado de todo lo medieval, pasatiempo quele servía para proteger su mente y alma de las

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brutalidades cotidianas inherentes al trabajourbano de un policía, aunque si bien era algo queno podía compartir con casi ninguno de suscompañeros.

A continuación el hombre procedió con todacalma a hacer un espacio en el escritorio, sin dudacon la intención de poner ahí más libros, pensóStruan, pero lo que sacó en realidad fue unpequeño mantel, de forma ovalada, bellamentetejido, seguido por dos finos platos de porcelanainglesa que combinaban a la perfección, y quecolocó simétricamente sobre el mantel. ¡Ahorarealmente Struan tenía la vista clavada en todocuanto hacía el hombre!

—Realmente nos complace mucho el que ustedpueda vernos. La voz sonaba tan apacible, tanamable. En ese momento Struan se dio cuenta deque durante todo el tiempo en que el hombre habíaprocedido a montar el escenario, ninguno de losdos había dicho una sola palabra.

—Este… digo… no… no hay ningún

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problema. —Struan estaba balbuceando, lo cualjamás hacía. Su atención oscilaba entre el libro,que con tanta desesperación quería abrir, y elextraño hombrecillo, que ahora se ocupaba decolocar emparedados de coctel cuidadosamenterecortados sobre los platos de porcelana inglesa,junto con esto fue lo que hizo balbucear a Struan,de eso estaba seguro— diminutas cebollitas decoctel, ¡cada una envuelta de manera individual!

—Esperamos que a usted le guste el atún.Estos dos tienen nuez picada —dijo tocandoligeramente uno de los platos con una manoperfectamente arreglada—. Estos otros tienenapio. De seguro a usted le gusta el atún, ¿o no?Aunque sea un poco.

—¡Por supuesto que le gusta!Struan retrocedió al escuchar esta última voz,

la cual se notaba tan enojada.—No necesariamente. (De nuevo se hizo

presente la serenidad.) No a toda la gente le gustael atún. Hay personas a las que. —¡Claro que les

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gusta! ¡A todo el mundo le gusta! ¡Y estás de nuevocon eso!

Esta vez Struan se aventuró a echar un vistazoal interior del portafolios. Pese a su escepticismo,estaba buscando la fuente de donde podía provenirla segunda voz. Se movió ligeramente en su sillade modo que pudiese ver atrás de las dos sillas sinnecesidad de hacer girar su cabeza.

Las dos voces continuaron: ¡El libro! ¡Dileacerca del libro! Sí. capitán Ritchie, el libro. Esmuy hermoso, ¿verdad? “Un Libro de Horas”, nosdijeron. De mediados del siglo XV, nos dijo elagente. Libro de Horas.Eso es como un libro deoraciones, ¿no es así? Tiene oraciones paraocasiones especiales y para las distintas horas deldía, ¿verdad? Qué pensamiento más bello. Lasclases privilegiadas.

—¡Vamos, prosigue! ¿Es auténtico o falso? —¡Es por eso que hemos venido aquí!

Esto último hizo brincar a Struan. Peroentonces ya se encontraba totalmente confundido.

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El hombrecillo con las dos voces y el hermosolibro había permanecido durante todo esteintercambio comiendo sus elegantes emparedadosde atún (uno de nuez picada y otro de apio) sinalterar para nada su apacible comportamiento.

Con una mano Struan acarició la superficie dela portada del libro. Ciertamente parecía ser depiel de carnero, desgastada de las pastas, pero aligual que otras muchas piezas de la Europamedieval, magníficamente conservada. Lo abriómás o menos a la mitad, donde aparecía unhermoso despliegue. En una de las páginas, una delas ilustraciones mostraba unos querubinessuspendidos sobre lo que parecían ser niñostomando un baño, rodeados de mujeres,posiblemente sirvientas. En la hoja opuesta, enrica ornamentación, en un fino trabajo de hoja ycon un motivo en forma de flor en morado, azul,naranja y verde, aparecía una sola oración en latín:Munditia pietam similis esse. La M, en el estilotan característico de la época, ocupaba un poco

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más de la hoja, ondulando a través y alrededor dela oración y finalmente circundándola con un filode hoja de oro.

Siempre con la misma delicadeza, Struan pasóel dorso de la mano sobre las letras a fin depercibir las irregularidades del delicado trabajorealizado por el escriba. Se hallaba ya listo paraextraviarse en su belleza, cuando de repente suensueño se vio interrumpido por una fuerterisotada proveniente de la sala del exterior. Concierta renuncia y, también, como reconocería mástarde, porque no sabía qué otra cosa hacer tomóuna hoja de entrevista.

—Este… mire… lo siento, pero se trata de unprocedimiento de rutina. Tengo… mmm… tengoque elaborar un registro. —Se dio cuenta de queaún seguía balbuceando.

—Naturalmente. —¡Apresúrese! Lo entiendo.¡Hágalo ya! Struan se puso sus anteojos. Y aunquejamás los usaba para ver de cerca, constituía otraforma de ponerse en contacto con la realidad.

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—Su apellido, por favor.—Miles.—¿Y su nombre?—Miles.—No, no. Su nombre de pila.—Miles.—Creo que tal vez… —Struan se quitó los

anteojos y se enderezó la corbata.—¡Miles Miles! ¡Dile! ¡Y no sólo eso! ¡Miles

N. Miles! ¡Ningún segundo nombre comoacostumbra todo el mundo! sólo N. Miles N.Miles. ¡Nuestro padre no quería un bebé! ¡Ynosotros fuimos una sorpresa! ¡Es su concepciónde la venganza! ¡El libro! ¡POR FAVOR,QUIERES HABLAR DEL LIBRO!

Por primera vez, justo a la mitad de estaexplosión, Miles N. Miles se quedó viendodirectamente a Struan. Su expresión era porcompleto benigna, impasible. Ningún asomo defastidio. El único detalle fuera de lo ordinario erauna mancha de mayonesa que el hombre tenía en su

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barbilla.—Pulcritud es casi igual a santidad, ¿no es

así? —dijo Miles N. Miles—. Eso es lo que diceen latín en esa página, ¿o no? ¿Del AntiguoTestamento? La benigna sonrisa continuó en surostro. —¡Por todos los santos! ¡Yo me encargaréde decírselo! De lo contrario, ¡vamos a estar aquítoda la vida! Mira, somos ricos, ¡vamos a compraresto para el museo! Ahora bien, ¿es auténtico ono?

Por primera vez, Struan captó el verdaderomotivo de la visita. También sintió que tenía unpoco de control sobre la situación.

—Ah, ¡ya veo! —dijo, y luego hizo una pausadurante unos segundos—. Realmente queríatomarse su tiempo contemplando cada una de laspáginas del libro, pero al mismo tiempo sabía quesu ajetreado distrito no se lo permitiría.

—Mire, ¿por qué no?… quiero decir, ¿por quéno se dirige a la universidad para que le den unaopinión? El periodo medieval es tan solo un

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pasatiempo para mí, pero ahí ellos tienen expertos.Por ejemplo, yo puedo decirle que en esta página,en la oración a la que usted se refiere, el latín…bueno, no es un latín muy bueno. Pero, entonces, enmuchos monasterios era frecuente que los propiosescribas no supieran mucho latín. Casi siempre setrataba simplemente de copiantes. Artistastambién, algunos de ellos. Pero, verá, si ustedfuera a la universidad…

¡No, a la universidad no! ¡Ellos sonambiciosos! ¡Quieren que se les paguenhonorarios! ¡Se les olvida que son servidorespúblicos!

Señor Miles. En la universidad la gama deexpertos es muy amplia y ahí podrá usted recibirun mejor asesoramiento. Mire… —Struan toma unhondo respiro; ésta era la parte que no quería decir—. Mire, es muy probable que este libro nopertenezca al periodo medieval. Generalmente seacepta que el periodo medieval concluyealrededor del año 1500, y estoy seguro que este

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libro fue elaborado mucho tiempo después queeso. Ahora bien, en la universidad tal vez hayaalguien que pueda decirle con exactitud cuándo fueelaborado.

No hubo una reacción visible en Miles N.Miles. Únicamente silencio, el cual le pareció aStruan excesivamente prolongado, luego asintiósuavemente con la cabeza, mientras empezaba aguardar sus platos en el portafolios. Quedaba unode los emparedados… era de apio. Por segunda yúltima vez vio directamente a Struan.

—No le gusta el atún, ¿verdad? ¡Ja! ¡Lo sabía!

¿Cómo fue que Struan llegó a la conclusión deque el libro que le había llevado Miles N. Milesmuy probablemente no era un “Libro de Horas” dela época medieval?[24]

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Caso 25La misión en el claro

Habían dejado el vehículo escondido entre losarbustos y llevaban avanzado a pie los últimos1500 metros. De cualquier forma ésa había sido laintención, pero dadas todas las condiciones delcamino, en realidad ellos no tenían alternativa.Curiosamente, en lugar que se diese una mejoríaconforme se aproximaban a la pequeña misión, elcamino había ido empeorando, de modo queforzosamente tenían que continuar el recorrido consus lámparas de cabeza encendidas. La noche, sinluna, simplemente era oscura y el follaje espeso enextremo. Incluso a pie, ellos hubieran tenidoproblemas para avanzar en silencio, pero habíanlogrado hacerlo sin ser descubiertos (o al menosasí lo creían) y ahora los cuatro hombres sehallaban descansando sobre sus rodillas en la

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crecida hierba a la orilla del claro.El escuadrón se había reducido a cuatros

elementos, porque dos “guardias civiles” kikuyuque normalmente viajaban en el techo del vehículohabían desaparecido poco después de haberserecibido el mensaje a través del transmisor.Simplemente se desvanecieron en la oscuridad. Elsuboficial Ron Forrester ya había experimentadoesto en una situación casi idéntica, y de hecho nole sorprendía. En el fondo no los culpaba. A estosauxiliares se les conocía como “partidarios delgobierno”, pero Ron sabía que si sus compañeroskikuyu en el Mau Mau alguna vez llegaban aaprehenderlos, sufrirían mucho más tiempo ymucho más despiadadamente que los soldadosblancos de su escuadrón.

Sin embargo, lo que en realidad irritaba a Ron,y también lo atemorizaba, era el haber perdido eltransmisor. De hecho se trataba del paquete debaterías, pues eso fue lo que el operador, LanceCorporal Haight-Windsor, había dejado caer bajo

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la rueda trasera. El escuadrón podría subsistir sinHaight-Windsor. Él se había quedado en elvehículo, atendiéndose su brazo roto, con todaseguridad todavía ebrio. Ron había jurado quecuando regresaran a la base, Haight-Windsor iba aser degradado de nueva cuenta, esta vez a nivel derecluta, pero sólo después de tenerlo una buenatemporada en la prisión militar.

Dos horas atrás se había recibido un mensaje,producto de una de esas captaciones fortuitas queasombran a todo el mundo pero no sorprenden anadie. Era una llamada de auxilio proveniente dela Misión de San Ignacio-en-el-Bosque,probablemente de una de las todavía humeantescasuchas que tenían ante sí. Había sido captadapor un radioaficionado, a un continente dedistancia, en Somerset. De alguna manera se lasarregló para que la policía local creyese y,entonces, a través de una serie de llamadastelefónicas, el mensaje se había turnado a Nairobiy de ahí a la base de Ron, en Nyeri. El Mayor

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Bowman había llamado personalmente desde estepunto.

Su atronadora voz, por encima de una ráfagade estática, los había despertado violentamente desu sueño. Buen negocio, ya que la última guardiade la noche le tocaba a Haight-Windsor y fueentonces cuando se emborrachó. Estando en eseestado fue cuando dejó caer el paquete de baterías.

La orden era simple: “Desviarse de la patrullay avanzar tan rápido como fuese posible a laMisión de San Ignacio-en-el-Bosque”. Actúen conextrema precaución. El área está bajo el ataque deterroristas de Mau Mau.

Un nombre inverosímil el de San Ignacio-en-el-Bosque, sin embargo, la misión estaba a cargode un grupo igualmente inverosímil de jesuitas deInglaterra. En contra de las advertencias de todo elmundo, se habían negado a cerrarla cuando seinició en serio el levantamiento Mau Mau. Y por siesto fuese poco, los dos padres que habían estadoal frente de la misión acababan de ser relevados

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por dos jóvenes seminaristas recién graduados enLiverpool. Ron nunca había llegado a conocerlos:ni siquiera sabía cómo se llamaban. Pero se habíaenterado de que ellos incluso se hallaban másresueltos que sus antecesores a mantener abierta lamisión. Ahora, al parecer, estaban pagando elprecio de su determinación.

Desde donde se hallaba hincado en la crecidahierba, los primeros rayos de sol le indicaban aRon que independientemente de lo que hubiesesucedido ahí, ahora había terminado, y losatacantes Mau Mau ya se habían ido, y al parecerjunto con todos los demás. O tal vez se habían idotal como lo hicieron los dos auxiliares kikuyu.Todas las edificaciones, con la excepción de ladiminuta casa escuela, habían sido incendiadas,destruidas. En ningún lado se veían señales devida ni siquiera cuerpos. Si aún quedaba alguienahí, él (o ella; Ron no recordaba si las monjasfinalmente se habían ido o no) tendrían que estaren la casa-escuela.

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Varios metros hacia su izquierda, el reclutaWillie Throckton se movió ligeramente para evitarun calambre. Luego, volteó hacia Ron con lascejas levantadas e hizo un movimiento oscilatoriocon su Lee Enfield Mark IV en dirección a la casa-escuela. Como respuesta, Ron le hizo una señal deque aguardase y enseguida se arrastró, hacia suderecha.

Sin quitar los ojos de la escuela, se dirigió aBarrow:

—Plan S.O.P. Voy a poner una granada paradistraerlos. Enseguida, el primero en entrar seráThrockton, mientras nosotros lo cubrimos. Él seprotegerá del lado de la sombra. Una vez queentre, tú incursionas por el otro lado.

Barrow se limitó a asentir. Formaban unequipo experimentado y ya habían hecho estoantes. Incluso Haiht-Windsor, al igual que el restode ellos, había hecho dos turnos de servicio enCorea tan solo unos años atrás.

Ron se echó para atrás para asegurarse de que

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Highland lo estuviese escuchando; si lo estabahaciendo.

—Tú te quedas —le dijo a Highland—. Casiestoy seguro de que el sitio está vacío. Si no hayrespuesta al fuego, voy a ir directamente hacia lapuerta.

Highland asintió con un leve movimiento decabeza y deslizó su dedo índice por las granadasque llevaba en el cinturón.

Escasamente transcurrieron 10 segundos entreel momento en que Ron arrojó la granada y elinstante que irrumpió a través de la puerta de lacasa-escuela. No hubo repuesta al fuego.

Ron permaneció en el interior del lugar duranteunos segundos más, y luego gritó: ¡Parece que nohay nadie! ¡Estoy bien! ¡Manténgase alertas!

No era el estilo de los Mau Mau merodeardespués de haber realizado un ataque, pero él noestaba dispuesto a correr riesgos.

Era de esperarse la devastación que habíadentro de la casa-escuela. Rápidamente Ron

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obtuvo una visión general de la escena. Bancas ymesas se hallaban apiladas a lo largo de las dosparedes laterales. Con sus pangas, los atacanteshabían tasajeado los escasos y miserables libros ylos habían diseminado por el lugar. Al ya de por sídilapidado pizarrón le habían arrancado un pedazoenorme. Y sobre todo habían tomado un cuidadoespecial con el crucifijo, el cual apenas resultabareconocible. Sin embargo, lo que realmente atrajola atención de Ron fueron los dos cuerpos de lossacerdotes que yacían en el centro del cuarto.

Extrañamente no había evidencias de torturas,pero tal vez eso obedeció a que después de todohabían escuchado o visto aproximarse alescuadrón. Ambos hombres yacían bocabajo sobreun charco formado por su propia sangre. Conformea un ritual, les habían cortado los brazos hasta laaltura de los codos. La pierna derecha de uno delos sacerdotes estaba atada al tobillo de la piernaizquierda de su compañero, con una correa quetambién debe haber tenido un significado ritual, ya

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que pequeños huesos de animales pendían de ellaa intervalos precisos. Los dos hombres aúnconservaban sus zapatos, y Ron no pudo dejar depensar en el inverosímil contraste de la místicacorrea y los ásperos zapatos oxford de colornegro. Uno de ellos estaba completamentedesgastado en la parte posterior del tacón,mientras que el otro (de hecho ambos zapatospertenecían al otro sacerdote) resplandecía comosi lo hubiese lustrado recientemente. Casi parecíacomo si él, al igual que sus atacantes, hubierahecho una especie de preparación ritual, ya quetambién su sotana lucía nueva y limpia, además deque su cabello estaba impecablemente peinado, encontraste con el del sacerdote de la izquierda, cuyaapariencia era de total desaliño.

Sin embargo, ambos hombres yacían en lamisma posición sobre el piso, y cuando Ron violos clavos, de pronto supo lo que los atacantestenían en mente. Volvió la vista hacia el tronchadocrucifijo y se estremeció ante la idea. Fue un

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alivio que los Mau Mau hubiesen escuchado alescuadrón aproximarse.

Avanzó unos cuantos pasos para recoger unode los clavos y, entonces, por primera vez, se diocuenta de que el llavero se encontraba bajo losrestos de una banca cerca de la pared. Con el pielo sacó de ahí y luego lo recogió. Tenía la llavedel encendido, la cual reconoció al instante.También había otra llave, de la cual no tuvo ideapara qué serviría. Había, además, dos discos delatón. Ambos decían D.M. Vincent, S.J. en un lado,mientras que en el opuesto se leía A+, y el otro,Dift. W.C. Tifoidea 12/07/54.

Colocó el llavero en la bolsa de su camisa, yluego examinó rápidamente todo el lugar en buscade más cosas de ese tipo. Al no encontrar nada,con cierta renuencia se agachó sobre los cuerpos yempezó a tantear sus bolsillos en busca depertenencias. Nada. Una franja blancuzca en lamuñeca de uno de ellos indicaba que ahí habíahabido alguna vez un reloj, pero ahora ya se había

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ido.Ron se meció sobre sus talones por espacio de

un minuto, cruzando los brazos a la altura de susrodillas. Fue entonces cuando una mosca salió delinterior del un tanto ennegrecido cuello clericalpara posarse en el orificio nasal del sacerdote queestaba más próximo a él; en ese preciso instanteRon pudo ver la contorsión espasmódica. Alprincipio pensó que se trataba tan solo de suimaginación, pero al ver que volvía a repetirse,gritó llamando a Throckton. Throckton era elmédico del escuadrón.

El joven recluta acudió inmediatamente, con surifle listo para disparar.

—Uno de ellos está vivo. ¡Estoy seguro deello! —Ron se dio cuenta de que aún seguíagritando.

Rápidamente Throckton le tomó el pulso detrásde la mandíbula a cada sacerdote.

—¡Es éste! —dijo emocionado, señalando aaquél cuya nariz había atraído a la mosca. Pero

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enseguida agregó con mayor lentitud—. Pero nopor mucho tiempo. Ha perdido mucha sangre y seencuentra muy débil.

—¡No! ¡No! —Dijo Ron gritando de nuevo—.¡Mi sangre es A-positiva! Puedes hacer unatransfusión, ¿o no?

—Sí, pero… bueno. —Throckton podíapercibir el entusiasmo de Ron—. ¡No resultasuficiente! —Le dijo agitando el dedo índice enuna especie de reprimenda maternal—. Paraobtener la sangre suficiente, tendríamos quematarte para salvarlo a él. ¡Por el aspecto quetiene, necesitaría de dos a tres litros! ¡A lo máspuedo sacarte medio litro, tal vez tres cuartos, yaún así resultaría peligroso!

—¡Veamos! —Ron tomó violentamente lasplacas de identificación de Throckton—. ¡No! Túeres A-negativa.

—También lo es Barrow —agregó Throckton—. Y Highland es AB o algo así. Haight-Windsores O-negativa.

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—¡O-negativa! —exclamó Ron sujetando aThrockton del brazo—. Eso quiere decir que esdonador universal, ¿no es así? ¿Puedes sacarnos lasangre suficiente a mí y a Haight-Windsor parapoder mantener con vida al sacerdote hasta quepodamos llegar a la pista aérea que hay enRumuruti? ¡Queda como a una hora de caminoabordo del vehículo!

Throckton apartó su brazo un tanto renuente.—Pero, ¡mi sargento! ¡No es tan sencillo! La

sangre O-negativa está bien, pero…¿cómosabemos que el tipo de sangre del sacerdotecoincide con la suya? Si le aplicamos del tipoequivocado, ¡lo mataremos de todas formas!

—Confía en mí —dijo Ron—. ¿Cuál brazoquieres? Empecemos ahora. —Entonces, dijogritando—: ¡Barrow! ¡Ve por ese vehículo yencárgate de traer contigo a ese papanatas quetenemos como operador del transmisor!

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¿Qué fue lo que hizo a Ron Forrester estar tanseguro de que su tipo de sangre, A-positiva,coincidía con el tipo de sangre del sacerdote queaún seguía con vida?[25]

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Caso 26Nada malo con Helena,

Montana

En lo que tocaba a Steve Fleck, el únicoinconveniente de trabajar en Helena, Montana, secompensaba con creces ante las muchas ventajasque el empleo le ofrecía. Éste consistía en quejamás podía practicar su alemán, o su francés, nitampoco ejercer el dominio que tenía de dosdialectos húngaros, amén de que esta notablecapacidad lingüística tampoco se le reconocía ensu salario, ni se le consideraba como un valiosorecurso dentro del departamento. Todo locontrario… los idiomas extranjeros, incluso aquíen el aeropuerto, sólo eran causa de asombro.Justo el mes pasado, cuando Steven había recibidouna llamada telefónica en la sala de empleados,procedente de su hermano en Uftenheim, y los dos

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se habían explayado, en alemán, en torno achismes de familia, todo el personal se habíaagrupado para presenciar el espectáculo.

Pese a todo esto, Steve había logrado hacersea esta pequeña desventaja desde años atrás. Sibien reconocía que Helena resultaba un punto untanto secundario dentro del gran esquemainternacional de vuelos, también era cierto que serel jefe de seguridad del aeropuerto en esa ciudadobraba mucho más positivamente en su estadonervioso que el hecho de desempeñar esas mismasfunciones en Frankfort. Ahí jamás había llegado aacostumbrarse a ver a los soldados, yendo yviniendo en parejas, y con las ametralladoras alfrente listas para disparar. Normalmente estossoldados se hallaban a su cargo, pero él sabía queen principio dependían de la jerarquía militar. Porotra parte, nadie le hacía caso cuando argumentabaque la presencia de los soldados contribuía aincitar a los terroristas más que hacerlos desistirde sus propósitos.

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En ese sentido, el aeropuerto Charles deGaulle en París no resultaba mejor, ya que ahí elnúmero de soldados todavía era mayor, de modoque acabó por renunciar cuando apenas habíantranscurrido unos cuantos meses. En cuanto aHeathrow, ni siquiera se tomó la molestia deacudir a la entrevista, una vez que recorrió laterminal asignada a despachar los vuelos haciaMedio Oriente.

No, Helena, Montana, era el sitio ideal. Y auncuando seguía habiendo demasiadas armas para elgusto de Steve, la mayoría de ellas las portaban encamioneta pickup, en la parte posterior de lascasetas. Y en todo caso se trataba de rifles de cazay no ametralladoras. Para colmo, no estabapermitido introducir tales armas al aeropuerto, nisiquiera al estacionamiento. Tal había sido eldecreto más impopular de Steve desde que lodesignaron jefe de seguridad del aeropuerto, unosseis años atrás, decreto que, por otro lado, habíadejado de ser un detalle de consideración cuando

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todo el mundo se había habituado a la medida.De hecho, pensó Steve en el momento en que

se puso de pie para abandonar su oficina, Helenabien podría ser el único aeropuerto, dentro de suconsiderable experiencia, en el cual él podía hacerprecisamente lo que estaba haciendo justo en esemomento, sin tener cargo de conciencia. Yprecisamente eso consistía en salir del lugarmientras la máquina de fax, que se hallabaconectada al Departamento de Inmigración enWashington, se encargaba de imprimir el mensajeque recibía en ese instante. Invariablemente losmensajes que llegaban a Helena nunca pasaban deser unos cuantos.

Además, Steve estaba por disfrutar uno de losrecesos que recientemente se había procurado enese trabajo. Dos meses atrás había contratado aMeike Verwij para ocupar una plaza vacante en elpersonal de piso. Así, él podría poner en prácticasus someros conocimientos del holandés, y, porotra parte, fomentar sus inclinaciones hacia la

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atractiva joven, inclinaciones que ella parecíarecibir con su agrado. Meike lo acababa de llamara través del intercomunicador, desde el área deequipaje, de modo de que el fax podría esperar.

No podría ser mejor momento, pensó mientrasbajaba la amplia escalera en dirección a la plantaprincipal. Alcanzó a ver que Meike se hallabacerca de la barrera de seguridad del área deequipaje y él sabía que en cinco minutos la chicatomaría su receso.

Sin embargo, las expectativas del hombre sedesvanecieron a medida que se fue aproximando.Meike denotaba ansiedad en su rostro, en tanto quela mirada del hombre que se hallaba a su lado,lucía, si acaso, siniestra, además de iracunda.Vestía ropas costosas y sus manos estabancuidadosamente arregladas, además de que toda suimagen se veía realzada por una cabeza deelegante cabello platinado. Al hombre se le estabadeteniendo, y lo aristocrático de su porte hacía queesa afrenta a su dignidad resultase un hecho por

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demás humillante.No había duda alguna en cuanto a su detención,

pues a las espaldas de él y de Meike sobresalía lafigura de Jimmy Whitecloud, el compañero de pisode Meike. Jimmy tenía la reputación de ser elguardia de seguridad de mayor tamaño en todo elramo. Por su parte, Steve tenía que reconocer quejamás había visto en ningún lugar a alguien tanalto.

Steve adoptó su aire de experto en relacionespúblicas conforme se fue acercando a ellos, peroen ese momento Meike se adelantó hacia él y locondujo hacia un lado. La joven lucía mortificada.

—Tú dijiste que te llamáramos siempre quesospechásemos de algo —le comunicó respirandoaceleradamente y viendo a Steve en espera de queéste la secundase en lo que había hecho—. Élasintió, pero su expresión de experto en relacionespúblicas ahora se había reducido a un simplefruncir del entrecejo.

—Espero… —Ahora Meike respiraba con

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mayor rapidez—… espero no haber hecho algoinadecuado en este caso, pero… ¿ves su equipaje?

Cuidando de no ser obvio, Steve se movióligeramente para echar un vistazo a las dos maletasque yacían a los pies del disgustado hombre. Aligual que sus ropas, éstas eran de la mejor calidady, si bien no se veían maltratadas, parecían llevarmucho tiempo de uso. Vaya que habían recorridomundo, sobre todo una de ellas, que ostentabaetiquetas promoviendo sitios tan exóticos comoJakarta, Dubai, Valparaíso y Buenos Aires.

Steve volvió a asentir. En el camino había idopreparando una sencilla frase en holandés, perocon lo acontecido no resultaba ni remotamenteapropiada para ese momento. Por otra parte, loque menos le interesaba ahora a Meike era entraren parloteos.

—Ya sabes cómo se supone debemos hacerque la gente muestre sus boletos de equipaje —dijo ella—. O sea, ver si coincide el boleto con latarjeta que identifica al equipaje. Era ese otro de

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los cambios que Steve había introducido. Dehecho, la medida había sido bien recibida pormuchos de los viajeros, pues con ella se evitabanmultitud de confusiones.

—Sí, por supuesto. —Habló él por primeravez.

—Bueno, pues este hombre no pudo encontrarel suyo. Aunque finalmente lo hizo. Tuvo queregistrarse todos los bolsillos. Su pasaporte es deChecoslovaquia, y debe tener no menos de 100sellos ahí.

Esto alarmó a Steve.—No me vas a decir que le decomisaron el

pasaporte, ¿o sí? No estamos autorizados para…—No, no. Pero lo que yo he hecho es lo

siguiente.Por primera vez Steve reparó en el pedazo de

papel que Meike tenía en la mano.—Tú dijiste que si veíamos cualquier cosa

sospechosa, detuviéramos a la persona en cuestióny te avisáramos, ¿o no es así? —Ahora Meike

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parecía aspirar con mayor comodidad.De nuevo Steve se limitó a asentir. Aun contra

su voluntad, empezaba a sentirse un poco inquieto.Había ocasiones en que sentía haberse excedido endeterminadas cuestiones, y estaba consciente deque en el consejo administrativo del aeropuertohabía quienes así lo pensaban. Sin embargo,después de todos esos años de trabajar enaeropuertos europeos, bueno… era algo quesimplemente no podía evitar.

—¿Y qué es lo que tienen ahí? —preguntóextendiendo la mano para tomar el papel.

—Su itinerario. —Mike se lo ofreció, pero éloptó por no tomarlo, ya que desde ahí podía leerlofácilmente.

—Me pidió que se lo sostuviera mientras seregistraba los bolsillos, al igual que sus anteojos ysu pasaporte. Eso fue antes de que se disgustara.Por fuerza tiene que ser un itinerario —agregóMeike—. Mira, la primera fecha corresponde aldía de ayer. En ella se especifica un vuelo de Pan

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Am a Chicago, y luego… —prosiguió señalando lasegunda línea—. Holiday Inm, 1-800-525-2242.

Steve podía leer claramente la nítida letra demolde. La segunda fila correspondía al día de hoy,agosto 16, y especifica el vuelo de NorthwestAirlines a Helena, Montana, y como hotel, el BestWestern, 1-800-528-1234. En la tercera fecha, lalínea volvía a ser Northwest, y el lugar Calgary,Alberta: Hilton 1-800-268-9275. Luego, para el18 de agosto, por Air Canadá hacia Toronto,Ontario, Relax Inn 1-800-661-9563.

La última fecha era el 19 de agosto, y el vueloera por United Airlines hacia Albania, NuevaYork: Howard Johnson 1-800-654-2000. Luego, alfinal de la hoja, había un renglón con la siguienteinstrucción: “Llama siempre entre las 5:00 P.M. ylas 8:00 P.M., tiempo del Este.”

Steve se quedó viendo al hombre, quienpermanecía al lado de su equipaje y bajo la miradavigilante de Jimmy Whitecloud. Luego, mirandodirectamente a Meike, dijo: —Me pregunto si…

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No, podría ser. No, después de seis años… Yo…Ve y quédate ahí con Jimmy, yo regreso enseguida.

Subiendo los escalones de dos en dos, Steve sedirigió apresuradamente a su oficina y cruzó lapuerta en forma por demás intempestiva. Ahora elfax se hallaba en silencio, pero un mensaje de doshoras sobresalía de la ranura de alimentación;Steve lo arrancó de inmediato.

“Alerta, Nivel Dos”, decía “Orden dedetención dirigida a las autoridades deinmigración o a las oficinas locales del F.B.I.”.Luego continuaba describiendo la supuesta entradailegal a Norteamérica de Gert Neustadt, aliasAntón Dobrany, probable caso 21C de ODESSA.En el segundo párrafo se incluía un breve resumensobre los supuestos crímenes de guerra que habíacometido el hombre, así como una lista de losprocedimientos para ponerse en contacto con elDepartamento de Inmigración.

En la segunda hoja aparecía una composicióncomputarizada del rostro del Gert Neustadt.

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Obviamente, el fax no podía reproducir su cabelloplatinado, pero por lo demás, la similitud eraincuestionable.

Al cruzar la puerta, Steve sintió un levehormigueo de satisfacción sabiendo que ahorapodría hacer uso de su alemán, sólo que esta vezlas miradas serían de respeto. Pero lo querealmente lo hacía sentirse complacido era elhecho de que sí tendría una muy buena razón parainvitar a cenar a Meike Verwij.

Definitivamente no había ningún inconvenienteen relación con Helena, Montana; ninguno enabsoluto.

Es obvio que Meike notó algo sospechoso enel hombre de cabello platinado, lo cual le llevó anotificárselo a Steve Fleck. ¿Qué fue exactamenteeso?[26]

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NOMBRE DEL AUTOR

Integer

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SOLUCIONES

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[Caso 1] Amy estaba muy al tanto de la obsesión quetenía Norville Dobbs por la correcta escritura delas palabras. Y él jamás hubiese firmado undocumento en el cual estuviese mal escrita lapalabra cancelara. <<

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[Caso 2] Es probable que la elegante señora ChlorisDean haya percibido el olor a acetileno quedespedía el soldador cuando acudió a abrir la cajafuerte, ya que tal olor se impregna y persiste.Michael Struan está dispuesto a reconocer quealguien que posee inteligencia, más un agudosentido del olfato, ciertamente es capaz dereconocer el olor y establecer la conexión. Sinembargo, le inquietó el hecho de que ChlorisDean, quien con tanta facilidad había reconocidoel olor del acetileno, aparentemente no fue capazde detectar que el emparedado que él le ofrecíaera de mantequilla de cacahuate y plátano, noobstante el hecho de que ella se mostró interesada.Tanto la mantequilla de cacahuate como el plátanodespiden un aroma bastante fuerte. Así, cualquieraque haya sido capaz de reconocer el olor delacetileno en una situación de gran tensión,indudablemente podrá reconocer el olor de la

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mantequilla de cacahuate, sobre todo si se trata deun ingrediente que gusta a esa persona. <<

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[Caso 3] Cam Lindsey sospecha que BentleyThrendyle pueda ser en realidad MortonThrendyle. Aunque ellos son gemelos idénticos, oal menos suficientemente idénticos como parapasar cualquier prueba excepto el examen máscuidadoso, es Bentley el que no puede caminar yquien necesita usar una silla de ruedas. Y, sinembargo, Cam vio como escurría la pintura de lospantalones de Bentley (o de Morton) hacia lasgrietas de sus zapatos. Alguien que no camina nopuede tener grietas en sus zapatos. <<

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[Caso 4] Es indudable que Berenice Devone es unaanfitriona sofisticada y experimentada quien, alservir el té se encuentra en su elemento. Sinembargo, comete un error social imperdonable alofrecerle té a Jasmine Peak sin preguntarleprimero cómo le gustaría tomarlo. Ella sólohubiese hecho esto si las dos ya se conocieran o siya hubiesen estado juntas antes para tomar el té.Sin embargo, supuestamente ellas jamás se habíanvisto, a excepción del tenso encuentro que tuvieronen el hospital. <<

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[Caso 5] Gavin conocía lo suficiente acerca del MarMuerto como para darse cuenta de que uno nuncadebe echarse de clavado en aguas cuya densidades seis veces la densidad del agua dulce. Comomaestro de física tenía que haber estado conscientedel peligro. Aparentemente, Bea tenía un motivopara mentir. <<

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[Caso 6] La alférez Hancock debe haberreflexionado, brevemente, en la coincidencia deque el sobreviviente, con un apellido tan italiano,tuviese el cabello rubio. Pero esto no hubiese sidosuficiente para provocar sospechas. La alférezHancock reaccionó ante el hecho de que alguienque tuviese en su poder documentos que loautorizaban para navegar, hubiese dicho de suembarcación que “se había hecho a la mar con ‘él’para probarlo”. Cualquier persona con experienciaen navegación jamás hubiese usado el pronombre“él” para referirse a su embarcación, sino “ella”.<<

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[Caso 7] Aunque las pruebas iniciales puedensugerir que el doctor Virgil mató a Petty en el autocuando se hallaba borracho y luego se deslizóhacia el asiento posterior para dormir, Garysospecha de la obviedad de todo esto.

Es probable que Gary piense que fue otra personala que asesinó a Petty mientras el doctor yacíainconsciente, y luego condujo el auto con el cuerpode ella y el doctor a bordo, hasta el sitio en laFourth Concession donde fue encontrado.

Su primera sospecha la provocó la envoltura de labarra de chocolate. ¿Acaso el doctor, con sunaturaleza obsesiva y sus preocupaciones por lasdietas, iba a comerse una golosina de este tipo? Esprobable que Petty tampoco lo hiciera, ya que ellaera diabética.

En segundo lugar, el doctor Virgil era un hombrepequeño; y no obstante, Gary tuvo que mover el

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asiento delantero para alcanzar los pedales.

Por último, al encender el auto, la radio no estabasintonizada en una estación dedicadaexclusivamente a la transmisión de música country.<<

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[Caso 8] Al parecer, Christopher Watson no seguirásiendo socio menor por mucho tiempo. Al agregarsu propio automóvil para hacer un total de 18,pudo entonces dar la mitad (nueve) a Chauncey,una tercera parte (seis) a Willard y la novena parte(dos) a Alistair, lo que hacía un total de 17. Alfinal queda un vehículo, supuestamente el Toyota,para su uso personal. <<

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[Caso 9] Cuando Steve Fleck recogió a la jovenmujer en la parada del autobús, eran cuando menoslas 6:00 P.M. Él tenía dos horas de andar a bordodel auto, desde que se cometió el robo a las 4:00P.M. En lo que obviamente se trata de un climapropio del hemisferio norte una semana antes deNavidad, la oscuridad de la noche hubiese caídocuando menos una hora antes; por lo tanto, la jovenno hubiera podido ver que el auto japonés quepasó por ahí era de color azul; incluso tambiénresultaba improbable que ella pudiese habersedado cuenta de que una de las defensas estabaabollada. Steve sospechó entonces que ella habíasido puesta a manera de engaño, para convencerlode que los ladrones se habían enfilado hacia eleste, fuera de Lindeville. <<

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[Caso 10] Si Philomena Loquor se hubiera tomado lamolestia de pensar unos instantes, no habría tenidonecesidad de molestar a la profesora DeirdreBretón. Isabel I fue reina de Inglaterra de 1558 a1603, y Felipe II fue rey de España de 1556 a1598. Pero a Isabel jamás se le conoció como“Isabel Primera”, sino hasta 1592, año en queIsabel II ascendió al trono de Inglaterra. La reinaIsabel jamás firmó como “Isabel I”, sino sólocomo “Isabel R.” (por Regina). (De ahí que IsabelII no firme como “Isabel II”, sino como “Isabel” ocomo “Isabel R.”, tal como su predecesora.) <<

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[Caso 11] Es probable que el inspector SeanDortmund no haya quedado convencido de laversión de Dina White por varios pequeñosdetalles: ¿por qué tres disparos, y todos en elpecho, si ella estaba tan atemorizada? ¿y cómo esque logró llegar tan pronto hasta el sitio donde seencontraba Lavaliere? Aparentemente él recibiólos disparos al pie de la ventana por la cual habíaentrado. Sin embargo, el elemento de sospechamás fuerte para Sean lo constituyen los cristales.Si Lavaliere hubiese roto la ventana y luegoentrado a través de ellas, entonces no se hubiesenencontrado fragmentos de cristal sobre su cuerpo.Sean piensa que lo más probable es que le hayandisparado primero y luego hayan roto la ventanaque se hallaba arriba del cuerpo. <<

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[Caso 12] Una de las pruebas más evidentes es elhecho de que el cuerpo tiene ya cierto tiempo dehaber perecido. Esto es indudable por el hedor quedespide, de ahí que, como afirma el médico delforense, la víctima lleva de estar muerta de 40 a50 horas.

Por lo tanto, si la mujer introdujo el auto en elgaraje hace tanto tiempo, y dejó el motorfuncionando hasta que ella falleció, entonces alauto se le hubiese acabado el combustible y labatería se hubiera quedado sin corriente por elhecho de haber dejado activado el encendido delvehículo. Y, sin embargo, Bob logró bajar una delas ventanillas con el simple accionar delinterruptor. De ahí que sospeche que tal vez no fueen este auto donde la persona murió. <<

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[Caso 13] Julie Iseler cuenta con algunas ventajas enesta situación. Una de éstas es cuando ella yTammy Hayward tratan con los gemelos Saint, loschicos pueden distinguirse por el hecho de que unode ellos tiene dos remolinos y el otro sólo uno,aunque esto sólo resulta útil cuando es posibleverles la parte posterior de la cabeza. Otra ventajaes que a través de su experiencia como estilistaella ha desarrollado una habilidad más allá de lonormal en la física de los espejos.

Pero esto en sí no menoscaba su capacidad dededucción lógica.

Mientras hablaba con la señora Saint, Julio se diocuenta de que uno de los chicos se ocupaba detrazar un tatuaje con un marcador de color rojo.También notó que el otro gemelo ya habíacompletado el suyo de una forma similar. Deacuerdo con el incidente del pellizco, que había

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tenido lugar la primavera anterior, ella sabe quePaul es zurdo. Por lo tanto Paul debería de tener eltatuaje en su brazo derecho, mientras que Peterdebía tener el suyo en su brazo izquierdo.

Con la redecoración que habían realizado en “HairApparent”, Julie sólo podía ver las áreas dondeestaba la caja y la sala de espera, a través de losdos espejos, en el momento en que ella seencuentra en su silla (que es en realidad en dondeella se hallaba, atendiendo a George, cuando sonóel teléfono y ella vio cómo se apoderaban de latarjeta de VISA). Con la decoración que teníananteriormente, ella sólo habría tenido que ver através de un único espejo para tener un panoramade las áreas de caja y de espera. Ella estáconsciente de que en tal situación, cualquierimagen se invierte. (Los brazos derechos aparecencomo izquierdos y viceversa). Pero en este nuevosistema, el segundo espejo, el que se encuentramontado sobre la pared lateral, reinvierte laimagen, de modo que en el segundo espejo un

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brazo derecho aparecía en realidad como un brazoderecho y uno izquierdo, como tal.

Para concluir que Paul había tomado la tarjeta decrédito, ella debió haber visto un brazo derechocon un tatuaje dibujado en él, en el segundoespejo. (De acuerdo con el mismo razonamiento, sihubiese visto un brazo izquierdo con un tatuaje enél, habría concluido que se trataba de Peter.) <<

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[Caso 14] Ante el hecho casi inminente de que seestuviesen sacando partes de aceros laminadas enfrío, primero en bolsas de lona y luego en cajas decartón selladas, lo único que tenía que hacerStephen era identificar en cuáles de tales cajas sehallaban escondidas las piezas.

Como esas partes son pesadas (el acero laminadoen frío es especialmente denso), contribuirían aaumentar de manera considerable el peso de lo quesupuestamente era objetos personales, como ropa,por ejemplo. El método de seguridad obviohubiese consistido en pasar las cajas por unaparato de rayos X, o simplemente sopesarlas a finde identificar las más pesadas y entonces abrirlas.Pero eso ya había propiciado una huelga. Porrazones de estabilidad laboral, Stephen no podíaintervenir de esa manera sin tener la muyrazonable certeza de lo que podría hallar en unabúsqueda.

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Al cambiar los procedimientos del “mareaje de lahora de salida”, Stephen concibió un método mássutil de identificar las cajas que claramenteresultaban más pesadas sin necesidad de tocarlas.Conforme a su nuevo sistema, los obreros tomabansus tarjetas del tarjetero original, cruzaban lasdobles puertas hacia el lobby a fin de marcarlas ylas volvían a colocar en el otro tarjetero que habíaahí. Durante ese proceso, en algún momento(aunque si bien no siempre), los obreros tendríanque cargar con sus cajas de cartón bajo el brazo,apoyándolas sobre la cadera. Si la caja es pesada,el otro brazo se eleva; esto es algo que el cuerpono puede evitar; la reacción es natural, e inclusonecesaria para el equilibrio en el caso de unobjeto muy pesado.

Stephen aguardó hasta el tercer día;indudablemente hasta tener la certeza de uncomportamiento definido. <<

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[Caso 15] Existen varios puntos cuestionables en losque podría trastabillar el fraude del escalador deroca, pero sin llegar a caerse por completo. Isla delos Estados se encuentra al lado de la punta este deTierra del Fuego, y es un sitio improbable parapoder encontrar en él a una tribu de la Edad dePiedra, sobre todo porque es un lugar más bienárido y expuesto a climas extremosos. Ciertamenteno se trata de un medio selvático. Sin embargo, losentornos inhospitalarios no disuadieron a losaborígenes en las latitudes situadas muy hacia elnorte. (Y esta tribu se estableció al norte de lamontaña, lejos de los vientos prevalecientes enesta latitud.)

Su comida se compone principalmente de carne, locual es lógico tomando en cuenta el clima, aunquese podría llegar a sospechar de la cantidad de ésta.

El hecho de que no haya un acceso posterior en la

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caverna también es motivo de sospecha. El humoproveniente de sus fogatas podría invadir toda lacueva. No obstante, el fuego se encuentra a laentrada; además de esto, los primerosexploradores de Norteamérica informaban conregularidad del tremendo problema que constituíael humo en los refugios de los aborígenes, demodo que no hay razón para que esto tambiénpueda ser un argumento en este caso.

Lo que Thomas Arthur Jones probablemente notóen muchas de las fotografías, si no es que en todas,fue la gran pulcritud y la ausencia de desperdicios.En muchas de las tomas se apreciaban áreas entorno a la caverna y dentro de esta mismasumamente limpias. Los arqueólogos siempreandan a la búsqueda de los desperdicios. Elbasural, o acumulación de basura, constituye unavaliosísima fuente de información que de hecho lesdice todo acerca de cómo es un pueblo. Esta tribu,que aparentemente llevaba un buen tiempo de vivirahí y planeaba seguir haciéndolo, habría

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acumulado ya para entonces una enorme pila dedesperdicios, y el escalador de rocas, si es que enrealidad “sabe de arqueología, pero sólo a nivelde aficionado”, sin lugar a dudas la hubiesefotografiado, remarcado con insistencia el hecho.Por lo tanto, para el doctor sencillamente éste noes el ámbito que uno podría esperar en caso de quela tribu fuese auténtica. <<

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[Caso 16] La diferencia en estatura entre los dosdiplomáticos era notable. Uno de ellos tenía unaestatura aproximada a la del sargento, quien es unacabeza más alto que Vince. La estatura del otrodiplomático era más o menos la de Vince.

Cuando Vince se sentó en el asiento delantero delauto, esperando la autorización para remolcar elvehículo fuera de ahí, ajustó el espejo retrovisorhacia abajo a fin de poder ver hacia atrás. Por lotanto, éste debió haber sido ajustado conanterioridad para una persona más alta, o sea, elmás alto de los dos diplomáticos. <<

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[Caso 17] Para que pueda funcionar su plan, TrevorHawkes necesita la cooperación de cinco de suscompañeros reos. Sin embargo, tiene razón alconsiderar con optimismo su estrategia, sobre todopor el hecho de que él es el único que tiene laposibilidad de llevarlos con seguridad hasta el piede las montañas en dirección a Dubrovnik, una vezque logren pasar al otro lado, que es a donde todosquieren ir una vez que hayan despachado a Igor.

No obstante, existen dos restricciones respecto alplan de la canasta que ha concebido Trevor. Laprimera es que los realistas nunca deben superarnuméricamente a los seguidores de Nova. (Élconfía en Nova, quien, según se sabe, tiene laintención de resolver el conflicto entre comunistasy realistas, y quien, por tanto, no secundaría, opermitiría, que se asesinara a los realistas en elcaso que sucediese lo contrario y los realistas seviesen rebasados numéricamente en algún

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momento del proceso de escape.) La segundarestricción es que la canasta necesita dos personasen el trayecto de ida, y al menos una de regreso.

Por razones de sencillez, identifiquemos a los trescomunistas como T (de Trevor), N (de Nova) yC3. Los tres realistas serán Rl, R2 y R3.

a) T y Rl son los primeros en cruzar. Rl sequeda del otro lado y T trae la canasta deregreso.

b) R2 y R3 cruzan. Un movimiento engañoso yaque ahora los tres realistas se encuentran al otrolado y muy bien pueden optar por irse. Sinembargo, en vista de que dos de los realistasson granjeros y el otro funcionario público,Trevor confía en que ellos no sepan ni haciadónde dirigirse, ni cómo hacerlo. El lugar esmontañoso. R3 se encarga de llevar la canastade vuelta.

c) N y C3 cruzan. R2 vuelve con la canasta.

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d) T y R2 cruzan. T vuelve por R3. Dado loaislado de su punto de trabajo y la neblina queanticipa Trevor, el escape debe de ser un éxito.<<

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[Caso 18] Deirdre ha detectado un patrón especularen los símbolos que han encontrado. El primersímbolo es el número uno (1), con el numeral en suforma adecuada a la derecha, y su imagenespecular a la izquierda. Por sugerencia de Karmo,tomaron el túnel de la derecha, y volvieron a hacerlo mismo en el segundo arco, donde aparecía elnúmero dos (2) (a la derecha, con su imagenespecular a la izquierda). Ahora, en el tercer arco,ellos se encuentran con el número tres (3), con suimagen especular a la izquierda.

En cada ocasión, ellos han tomado la senda de laderecha, o el lado en el cual se presenta la imagenauténtica del doble patrón. Deirdre piensa que siellos vuelven a tomar el túnel de la derecha en eltercer arco, llegarán ante un cuarto arco con estesímbolo grabado, en el cual aparecerá el númerocuatro (4) con su imagen especular. Esta vez, ellostomarán por el túnel de la izquierda.

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El hecho de que los Cruzados sean los autores delos túneles y los símbolos muy bien puedan sermateria de prolongados debates. Los números sonde origen árabe, y los números arábigos seintrodujeron en Europa a principios del siglo XIII(por conducto de Leonardo Pisano Fibonacci, si ellector quiere impresionar a sus amigos). El año de1228, Federico II, figura muy agresiva y de enormeéxito, rey de Alemania, rey de Sicilia, rey deJerusalem, encabezó la Sexta Cruzada.

Es indudable que Federico se hallaba en Acre, yes muy probable también que él haya sido uno delos pioneros en el uso del sistema numéricoarábigo, ya que era un promotor de las artes y lasciencias.

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[Caso 19] Es muy probable que los Potish pretendanhacer creer a Geoff algo en que realidad nosucedió. La señora Potish afirma que se dedica aobservar pájaros, actividad que practica con lasuficiente seriedad como para llevar un registro desus observaciones. Pero, por otro lado, es muydifícil realizar este tipo de actividad en un trajedeportivo Fuchsia que al parecer no tiene huellasde polvo o de sudor. La observación de pájaros,cuando realmente se lleva a cabo, a menudoimplica arrastrarse por sitios muy desfavorables,ya sea entre los arbustos o en el campo. Esto por símismo no dice mucho, sin embargo, se suma aldetalle de sus manos perfectamente arregladas,difícilmente en consonancia con una ávidaobservadora de pájaros. Esto no significa quequienes se dedican a observar pájaros no puedantener sus manos arregladas. Sin embargo, sí es unhecho que este tipo de personas salen mucho a fin

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de poder llevar a cabo su actividad. Y aunqueparte de esta actividad pueda realizarse desde unasilla ante una ventana, sobre todo durante elinvierno, es innegable que ahora no se encuentranen tal estación, si es que la abanderada con su topmetálico y pantaloncillos de mezclilla puedeservir en este caso como un indicio.

Pese a todo, la pista más importante para Goeff laconstituye el polvo que se aprecia sobre elantepecho de la ventana. La capa ahí presente esde lo más uniforme. Si en realidad Stasia Potish seha pasado un tiempo considerable en esa silla,viendo con sus binoculares a través de la ventana,es razonable esperar que el polvo sobre elantepecho luzca removido o con algunas huellas.Fuera de lo que ella hubiese podido estar haciendodurante algún tiempo esa mañana, lo más probablees que no haya sido estar sentada ante la ventanade su casa, tratando de localizar un pinzón europeoa través de sus binoculares. <<

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[Caso 20] El jefe Gary Ellesmere tiene razón paraactuar con cautela. Se encuentra solo en un áreaaislada y únicamente cuenta con la palabra de unhombre agitado, quien le dice que una mujer hasido lesionada o asesinada en la cocina de unacasa de campo. La prudencia, llevada al extremo,le indicaría que aguardase a que llegasen losrefuerzos en lugar de aventurarse solo al interiordel lugar; sin embargo, algo le dice a Gary que elasesino está ante sus propios ojos. Tal vezsospechó del hombre cuando éste le dijo haberregresado a la casa a beber agua. ¿Cómo es que nobebió del grifo o del riachuelo, si es que los teníatan cerca?

Sin embargo, lo que más inquieta a Gary es lacoartada del hombre. Dijo haber estado revisandola cerca durante la media hora anterior, en elmomento en que apuntaba hacia el campo. Garyhabía notado que el campo tenía cierto tiempo de

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no haber sido trabajado. Como el tiempo habíaestado seco y cálido, la vegetación, en especial loscardos, y hierbas similares que crecen a lo largode las cercas, estarían sumamente crecidas, durasy espinosas. Nadie que sepa que va a recorrer elperímetro a fin de revisar la cerca, pensaría jamásen usar pantalones cortos. Gary necesitará que elhombre le dé una mejor explicación acerca dedónde se encontraba antes de que fuera de vuelta ala casa y descubriera el cuerpo. <<

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[Caso 21] No obstante la atención que atraía Daisy,los diarios que ella estaba apilando hacían verclaramente que se había escapado un prisionero dela penitenciaría de la localidad. Y no sólo setrataba de un prisionero común y corriente, sino dealguien que supuestamente había asesinado, y quetenía mucho tiempo de estar en prisión.

Los prisioneros nunca abren las puertas. Éstas seles abren, ya sea por medios de dispositivoselectrónicos o manualmente, por conducto de losguardias. Con el tiempo, los prisioneros sehabitúan a pararse ante las puertas, en espera enque éstas se abran, como el caso del hombre delrompevientos verde. <<

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[Caso 22] Dolores Dexel siente que alguien haintervenido en la escena del crimen y que la(s)persona(s) que lo hicieron aún pueden estar en losalrededores. Sus deducciones se basan en lascircunstancias en que se encontraba la Biblia.Desde el punto donde ella yacía, a los pies de lavíctima, (ella podía leer la marca de sus taconesnuevos) alcanzaba a ver todo el cuerpo y de ahíhacia la puerta. Y desde esa perspectiva ella podíaver la mano izquierda de la víctima (la sortijamatrimonial) asiendo la orilla del libro, con lapalma sobre la página. Sobre la página que noestaba cubierta, Dolores alcanzaba a ver texto adoble columna a todo lo largo de ésta.

La señorita Duvet declaró que en su “fotografía”,ella podía ver que la Biblia estaba abierta en el“El Evangelio según San Mateo”. En vista de queella no entró en la habitación, la señorita Duvetdebe haber leído eso desde el pasillo o a lo más

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desde la entrada. En este caso, con la tenueiluminación, el único tipo suficientemente grandecomo para poder leerlo hubiese sido el quecorrespondía al título de la página.

Un título de página siempre aparece en el ladoderecho, recto, de un libro. Ésa es la forma en quese coloca un libro a la hora de imprimirlo. En elcaso de un título importante o principal, o algunoque indicase un cambio importante respecto alcontenido, resultaría sumamente raro encontrarloen la página de la izquierda. “El Evangelio segúnSan Mateo” es el primero de los cuatro Evangeliosdel Nuevo Testamento (un cambio importante encuanto al contenido) y una Biblia con una páginade título del “Evangelio según San Mateo” dellado izquierdo tendría que ser un casoverdaderamente excepcional.

Lo que significa todo esto es que si Dolores vio untexto a doble columna a todo lo largo de la páginaexpuesta cuando se encontraba en la habitación del

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Motel, entonces la página del título (en el ladoderecho, o recto) se encuentra cubierta con lamano de la víctima. Y el libro, en ese caso, sehalla vuelto en dirección a la puerta. Cuando laseñorita Duvet dijo que había leído el “Evangeliosegún San Mateo” de cabeza, esto quiere decir queel libro estaba volteado en relación con la puertaen ese momento. El lado recto, o sea, el queostenta el título, hubiese correspondido a la páginasin cubrir, si tal fuese el caso.

Dolores está suponiendo que la señorita Duvetestá diciendo la verdad. No hay motivo algunopara que ella haya agregado falsamente el detalleacerca de leer de cabeza la página del título.

Finalmente, las deducciones de Dolores la hanllevado a suponer que si alguien movió la Biblia,esto debió haber sido poco después de habersecometido el asesinato, porque cuando ella acudió ala escena del crimen, la sangre había bordeadonítidamente el libro. Ésta fluyó alrededor después

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de haber movido el libro; de lo contrario, sehubiese visto embadurnada. (También significabaque la señorita Duvet acudió a la escena delcrimen muy poco tiempo después de que el hombrehabía sido asesinado, razón por la cual Doloresquiere saber más acerca de la hora exacta en quellamaron.) <<

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[Caso 23] En realidad es factible que alguien hayapodido encontrar una pistola en un charco formadopor las obras de construcción.Y, como Gary loseñalaba, una pistola Smith & Wesson .38 es untipo más o menos común de arma. Pero lapotencial versión que da el sospechoso flaqueadesde dos puntos de vista:

Por una cuestión: los charcos que se forman porlas obras en las carreteras rara vez se encuentranllenos de agua clara o incluso traslúcida. Engeneral, el agua está sumamente sucia y es difícilque una persona pueda ver una pistola en el fondo(a menos que sepa de antemano que el arma sehalla ahí”). Y por otra —y ésta es probablementela que confirma las sospechas de Gary Westlake—, es muy factible que los charcos se encuentrenllenos de hielo, congelados en la superficie.

Independientemente de quién haya sido el último

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elemento en usar la patrulla 9119, ésta teníaencendido el defroster de la parte posterior.Además, una clase de gorra, no reglamentaria,pero que a veces usan los patrulleros de caminos,se hallaba sobre el asiento delantero. La únicarazón para haberla usado hubiese sido paramantenerse caliente. Finalmente, Gary está usandoguantes. Consideradas en conjunto, las tres pistasdeberán ser suficientes para hablar de un fríoclima invernal… y de hielo en las aguasestancadas. <<

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[Caso 24] Antes de Gutenberg y el uso generalizadode los tipos movibles, casi todos los libros delperiodo medieval se escribían a mano y sedecoraban hermosamente sobre vellum, un tipo depergamino elaborado con piel de carnero ycordero. Pero las imprentas utilizan el papel, elcual resulta menos adecuado para la decoración abase de oro y pinturas. Es razonable suponer queel Libro de Horas que Miles N. Miles ha llevadoante Struan realmente proviene de la Europamedieval. (El propio Struan, auténtico conocedordel efecto químico que pueden ejercer las puntasde los dedos sobre la decoración a base de oro,acaricia el texto con el dorso de la mano.) Sinembargo, la clave con relación al libro radica enla frase que comúnmente se conoce y que de formaigualmente común y errónea se atribuye a laBiblia.

“Pulcritud es casi igual a santidad” es una

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sentencia de John Wesley, clérigo británico delsiglo XVIII, a quien se atribuye la fundación delMetodismo. (Proviene de uno de sus sermones,titulado, “Acerca del vestir”, y se basa en unpasaje del Nuevo Testamento.) Por lo tanto, estafrase, que de cualquier forma Struan afirma queestá escrita en un latín pobre, no pudo haber sidocopiada por un escriba medieval en un monasterio.

A propósito, es común que se atribuyanerróneamente a la Biblia varios de los dichospopulares. Por ejemplo: “los tontos se aventurandonde los ángeles no se atreverían a posarse”,proviene del Ensayo sobre la Crítica deAlexander Pope, escrito en 1711. “Escatima elcastigo y echarás a perder al niño” pertenece a laobra Hudibras, del poeta inglés Samuel Butler,escrita en 1664. Por otro lado, la propia Biblia esobjeto de alteraciones. La famosa frase de “Laarrogancia antecede a la caída” en realidad es “Laarrogancia precede a la ruina: el espíritu altivo ala caída” (de Proverbios).

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Con base en esto, y las otras presiones ejercidassobre Miles N. Miles, es comprensible que él (¿oellos?) busque quién lo asesore. <<

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[Caso 25] En los días anteriores a los paquetes desangre y los suministros de plasma refrigerada, oen condiciones donde no se podía disponer deéstos, era común efectuar transfusionesdirectamente de una persona a otra en casos deemergencia. Como Haight-Windsor tiene sangre O-negativa, el sacerdote que aún está vivo podrárecibirla, porque las personas de sangre O-negativa son donadores universales, como afirmaRon Forrester. (Obviamente, en un hospitalmoderno se tendrían que tomar en cuenta otrosfactores, pero no es este el caso.)

Throckton considera que con la cantidad suficientede sangre, la de Haight-Windsor y la de Ron —siempre y cuando sea del tipo adecuado— élpuede mantener con vida al sacerdote hasta quelleguen a la pista aérea. La pregunta que queda porcontestar es: ¿La sangre del sacerdote es A-positiva al igual que la de Ron?

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De acuerdo con el siguiente razonamiento sí lo es,y dada la emergencia de la situación y el hecho enque el religioso está en coma, esto es lo mejor deque disponen. De los dos sacerdotes que seencontraban atados juntos, el de la izquierda sehalla un tanto desaliñado. Él es el que está vivo(su cuello clerical luce sucio) y también el quetiene el tacón desgastado de arriba hacia abajo. Esel tipo de desgaste que sufre el zapato derecho dela persona que maneja un vehículo. El tacón sedesgasta por el movimiento de rotación al accionarel acelerador. Por tanto, este sacerdote enparticular debe ser el que conducía la camionetade la misión, y por consiguiente, también, debe sersu disco de tipo de sangre (A+) el que aparece enel llavero junto con la llave de encendido. <<

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[Caso 26] Gert Neustadt (si es que en realidad setrata de Gert Neustadt) lo que hace es presentar laimagen de un individuo que ha viajado por todo elmundo, como lo ponen de manifiesto losnumerosos sellos que hay en su pasaporte yetiquetas en sus maletas. Un viajero experimentadomuy probablemente no prepararía un itinerariodonde apareciesen todos los hoteles en los cualesél se va a hospedar, utilizando además los númerosque incluyen la clave 800. Cualquiera que tratarade ponerse en contacto con él entre las 5:00 P.M. ylas 8:00 P.M., tiempo del Este, le resultaríasumamente difícil hacerlo, dado que se trata denúmeros centrales de reservacióncorrespondientes a la cadena hotelera. No se lepodría localizar en un hotel específico a través deun número que incluyese la clave 800.

Esto en sí no representa mucho, pero Meike logródetectar una discrepancia entre la imagen y la

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realidad y simplemente está cumpliendo con ladisposición de Steve de informar acerca decualquier detalle que pudiera parecer remotamentesospechoso. El hecho de que se hubiese recibidopor fax un anuncio general acerca de Neustadt enese preciso momento es una simple coincidencia,pero, entonces, esto puede mostrar que los buenostambién pueden ganar en ocasiones.

Gert Neustadt, en caso de ser el segundo en mandode ODESSA, es un oficial dentro de unaorganización compuesta por personajesinteresantes, aunque si bien deshonrosos. ODESSAes la Organization der Ehemalige SS Angehoriger(Organización de Ex Miembros del SS).

Por cierto, algunos de los lectores de Nada malocon Helena, Montana, pueden verse metidos en unembrollo si suponen que Meike tal vez en realidadpudo haber reconocido a Neustadt, dado que elnombre de la chica es evidentemente europeo. Sinembargo, la máquina de fax, la imagen

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computarizada, etc., ubican el marco del tiempo dehecho en el presente. En vista en que a Meike se ledescribe como una “joven”, es muy probable quehaya tenido muy pocos años como para haberconocido a Neustadt durante e incluso después dela Segunda Guerra Mundial. <<