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Reina de Sombras

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TraductoresCréditos

Constanza Cornes Carla Vallejo Carolin SuarezYunnu Heedz Carla Rosas Andy Cobain

Roxana Bonilla Jeanna Jiménez Micaela Libedinsky Ro Cáceres Katia García Mary Aguilar

Dafne Hein

Stefy Vere Diana Gonher Stefania Campos Leandro Chávez Tay Paredes Cecilia García

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CorrectoresCréditos

Constanza Cornes Melody Diana Gonher Valeria Álvarez Alejandra Martínez Ro Cáceres

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SinópsisTodos aquellos a los que Celaena Sardothien ama han sido apartados de su lado. Pero al

n ha vuelto al imperio, por venganza, a rescatar al una vez glorioso reino, y para hacerlefrente a las sombras de su pasado...

Ella va a luchar por su primo, un guerrero dispuesto a morir solo por verla de nuevo. Va a lu-char por su amigo, un joven atrapado en una abominable prisión. Y va a luchar por su pueblo,esclavizado por un Rey brutal y esperando el regreso triunfal de su reina perdida.El viaje épico de Celaena a capturado corazones y la imaginación de millones a través delmundo. En este cuarto volumen sostendrá absorto a los lectores en como la historia de Ce-laena se va construyendo en un apasionante, agonizante crescendo que solo podría terminardestruyendo su mundo.

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Para Alex Bracken.

Por los seis años de correos,

Por las miles de páginas criticadas,

Por tu corazón de tigre y sabiduría de Jedi,

Y por sólo ser como eres.

Estoy tan alegre por haber enviado un correo ese día.

Y agradecida porqué lo contestaste.

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Primera Parte

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Todavía había un mundo real más allá de las sombras. Se vio obligado a participar en él porel hombre que había ordenado matar a esa hermosa mujer. Y cuando lo hizo, nadie notó quese había convertido en nada más que una marioneta, luchando por hablar, a actuar fuera delas cadenas de su mente. Los odiaba por no darse cuenta. Esa era una de las emociones quetodavía conocía.

No se supone que te ame . La mujer le había dicho, y entonces ella murió. No lo debería haberamado, y no se debería haber atrevido a amarla. Se merecía esta oscuridad, y, una vez que elescudo invisible se hiciera añicos y la cosa que esperaba saltara, in ltrándose y llenándolo…habría ganado.

Por lo tanto, quedó atado a la noche, presenciando el grito, la sangre y el impacto de la carnecontra la piedra. Sabía que debía luchar, sabía que había luchado en los últimos segundosantes de que el collar de piedra negra se hubiera sujetado alrededor de su cuello.

Pero había una cosa que esperaba en la oscuridad, y él no podía luchar contra ella por muchomás tiempo.

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Capítulo 2Traducido por Trono de Cristal ∞

Corregido por Melody

Aelin Ashryver Galathynius, heredera de fuego, amada de Mala Luz-Brillante y legítima Reinade Terrasen, se inclinó sobre la desgastada barra de madera de roble y escuchó atentamentelos sonidos de la sala de placer, que clasi có a través de las aclamaciones, gemidos y cantosindecentes. Aunque había masticado y escupido a varios de los propietarios en los últimosaños, el laberinto subterráneo del pecado conocido como las Bóvedas seguía siendo el mismo:incómodamente caliente, apestoso a cerveza rancia y cuerpos sin lavar y lleno a rebosar degente de mal vivir y delincuentes de o cio.

Más allá unos pocos Lords jóvenes e hijos de comerciantes merodeaban por los pasillos en lasBóvedas y nunca volverían a la super cie. A veces era porque llevaban su oro y plata frente ala persona equivocada; a veces era porque eran inútiles o borrachos que pensaban que po-

drían saltar en los hoyos para luchar y salir vivos. O porqué a veces maltrataban a una de lasmujeres de alquiler en los nichos del cavernoso espacio y aprendían de la forma más dura aqué las personas de las Bóvedas, los dueños realmente las valoraban.

Aelin bebía a sorbos la cerveza del tazón que el sudoroso posadero había deslizado unos mo-mentos antes. Acuosa y barata, pero al menos estaba fría.

Flotando por encima del fuerte sabor de cuerpos asquerosos estaba el olor de ajo y carne asa-da. Su estómago se quejó, pero no era lo su cientemente estúpida como para pedir comida.Uno, la carne generalmente era cortesía de las ratas del callejón una calle arriba; dos, los ricosmercenarios por lo general le echaban algo que la haría despertar en el mencionado callejón,

con el monedero vacío. Si es que despertaba.Su ropa estaba sucia, pero eran lo su cientemente nas como para marcarla como objetivo deun ladrón. Así que había examinado con cuidado su cerveza, oliéndola y luego bebiéndola asorbos antes de considerarla segura. Todavía tendría que buscar comida en algún momento,pero hasta que no supiera lo que necesitaba de las Bóvedas: el in erno que había pasado enRifthold en los meses que había desaparecido.

Y qué cliente Arobynn Hamel estaba tan desesperado de ver que se estaba arriesgando el

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mismo–especialmente cuando los brutales guardias uniformados de negro recorrían la ciudadcomo una manada de lobos.

Había conseguido deslizarse más allá de una patrulla durante el caos del atraque, pero no sinantes notar el wyvern ónix bordado en sus uniformes. Negro sobre negro –tal vez el rey de

Adarlan se había cansado de ngir que era otra cosa que una amenaza; tal vez había emitido

un decreto real para abandonar el tradicional carmesí y oro de su imperio. Negro por la muerte;negro por sus dos llaves del Wyrd; negro por sus demonios Valg, que ahora estaba usandopara construir un ejército imparable.

Un escalofrío bajó por su columna, y bebió el resto de su cerveza. Cuando puso la taza abajo,su pelo castaño cambió de lugar y atrapó la luz de los candelabros de hierro forjado.

Se había apresurado desde los muelles al Mercado de las Sombras junto al río –donde cual-quier persona podía encontrar algo que quisieran, un lugar de contrabando o un lugar común–y compró un pote de tinte.

Le había pagado al comerciante una pieza extra de plata para que le dejara utilizar la tiendapara teñirse el cabello, aún lo su cientemente corto como para que cepillara apenas por de -bajo de su clavícula. Si los guardias habían estado vigilando los muelles y, de alguna manera,la habían visto, estarían buscando a una joven de cabellos de oro. Todos estarían buscandoa una mujer de cabellos de oro, una vez que la noticia llegara en un par de semana de que laCampeona del rey había fracasado en su tarea de asesinar a la familia real de Wendlyn y robode sus planes de defensa naval.

Había enviado una advertencia al Rey y Reina de Eyllwe hace meses y sabía que tomaríanlas precauciones necesarias. Pero esto todavía dejaba a una persona en peligro antes de quepudiera cumplir con los primeros pasos de su plan –la misma persona que podía ser capaz de

explicar los nuevos guardias en por los muelles. Y por qué la ciudad estaba notablemente mássilenciosa, más tensa. Susurros.

Si tuviera que escuchar algo sobre el Capitán de la Guardia y si estaba seguro, era aquí. Erasolo un asunto de escuchar la conversación correcta o sentarse con los compañeros de cartasadecuado. Que feliz coincidencia, que hubiera visto a Tern –uno de los asesinos favoritos de

Arobynn– comprar la última dosis de su veneno preferido en el Mercado de las Sombras.

Lo había seguido aquí a tiempo para divisar a varios más de los asesinos de Arobynn conver-giendo en el pasillo de placer. Nunca hacían eso –no a menos que su maestro estuviera pre-sente. Por lo general solo cuando Arobynn tenía una reunión con alguien muy, muy importante.

O peligroso.Después de que Tern y los demás se habían deslizado dentro de las Bóvedas, había esperadoen la calle por unos minutos, persistente en la sombra a ver si Arobynn llegaba, pero no teníatal suerte. Él debía haber estado dentro ya.

Por lo tanto había entrado detrás de un grupo de borrachos, hijos de comerciantes, sucios,donde Arobynn sostenía su corte, e hizo todo lo posible para pasar inadvertida y sin complica-ciones mientras se escondía en el bar y observaba.

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Con su capucha y ropa oscura, se mezcló bastante bien para no llamar mucho la atención.Supuso que si alguien era tan tonto como para tratar de robarle, podía devolverle el juego ro-bándole otra vez. Se estaba quedando sin dinero.

Suspiró por la nariz. Si solo su gente pudiera verla: Aelin la del Fuego Salvaje, asesina y ladro-na. Sus padres y sus tíos probablemente se retorcerían en sus tumbas.

Todavía. Algunas cosas habían merecido la pena. Aelin torció un dedo enguantada al calvocamarero, haciendo señas para otra cerveza.

—Me gustaría recordar lo mucho que bebías, niña —se burló una voz detrás de ella.

Miró de reojo al hombre mediano que se había deslizado a su lado en el bar. Lo habría recono-cido por su antiguo machete si no lo hubiera reconocido por la cara encantadoramente común.La piel rubicunda, los ojos parecidos a una perla y las cejas gruesas –toda una máscara suavepara esconder al asesino hambriento debajo.

Aelin preparó sus antebrazos en la barra, atravesando un tobillo sobre el otro.

—Hola, Tern —el segundo al mando de Arobynn, o lo había sido hace dos años. Un vicioso,calculador cretino que siempre había estado dispuesto a hacer el trabajo sucio de Arobynn—.Pensé que era solo cuestión de tiempo antes de que uno de los perros de Arobynn me oliera.

Tern se apoyó en la barra del bar, su sonrisa muy brillante destellando.

—Si la memoria no me falla, tú siempre fuiste su perra favorita.

Ella se rió entre dientes, ante él. Eran casi iguales en altura y con su complexión delgada, Ternhabía sido desconcertantemente bueno en conseguir incluso los lugares mejor guardados. Eltabernero, viendo a Tern, se mantuvo bien lejos.

Tern inclinó su cabeza encapuchada sobre un hombro, haciendo un gesto a la espalda som-breada del espacio cavernoso.

—Última banqueta contra la pared. Está terminando con un cliente.

Ella dio su mirada contra la dirección indicada por Tern. A ambos lados de las Bóvedas estabanlos nichos llenos de putas, apenas cerradas con cortinas lejos de la multitud. Saltó sobre loscuerpos que se retorcían, sobre las mujeres con la cara descarnada, con los ojos huecos a laespera de ganar su subsistencia en ese agujero de mierda, sobre la gente que controlaba lasactas de las mesas más cercanas –guardias y mirones y tra cantes de carne. Pero, metido enla pared adyacente a los nichos, habían varios puestos de madera.

Exactamente lo que había estado vigilando discretamente desde su llegada.

Y en el más apartado de las luces… un destello de botas de cuero pulidas se estiraba bajo lamesa. Un segundo par de botas, gastadas y fangosas, estaban en el piso frente a las primeras,como si el clientes estuviera listo para escaparse. O bien, era realmente estúpido, para luchar.

Fue lo su cientemente estúpido como para dejar a su guardia personal visible, un faro de aler-

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ta a quién se interesaba en notar que algo importante estaba sucediendo en el último puesto.

El protector del cliente –una joven esbelta, encapuchada y armada hasta los dientes, estabaapoyada contra un pilar de madera cercano, su sedoso cabello oscuro brillando a la luz de laluz mientras vigilaba atentamente al pasillo del placer. Demasiado rígida para ser una patrullacasual. Sin uniforme, colores de su casa ni símbolos. No le sorprendía, dada la necesidad del

cliente.El cliente, probablemente pensaba que estaba más seguro de reunirse aquí, cuando este tipode reuniones generalmente se hacían en la Guarida del Asesino o en una de las sombrías po-sadas que Arobynn poseía. No tenía idea de que Arobynn era parcialmente propietario de lasBóvedas, y haría falta solo una cabezada del ex-maestro de Aelin para que las puertas metáli-cas se cerraran –y el cliente y su guardia nunca caminarían hacia fuera otra vez.

Lo que todavía le dejaba la pregunta de por qué Arobynn había consentido en reunirse aquí.

Y aún quedaba Aelin mirando a través del pasillo hacia el hombre que había destrozado suvida de muchas maneras.

Su estómago se tensó, pero le sonrió a Tern.

—Sabía que el látigo no se extendería por ahora.

Aelin se empujó fuera de la barra, deslizándose a través de la multitud antes de que el asesinopudiera decir cualquier otra cosa. Podía sentir la mirada de Tern ja entre sus hombros y sabíaque ansiaba hundir su cuchillo allí.

Sin molestarse en echar un vistazo atrás, le dio un gesto obsceno por sobre el hombro.

Su grito lleno de maldiciones era mejor que la indecente música que se estaba escuchando entoda la habitación.

Notó cada una de las caras que pasaban, cada mesa de juerguistas y criminales y trabajado-res, ya que cada paso le llevaba más cerca del hombre en la parte trasera. El guardia personaldel cliente la miró ahora, una mano enguantada deslizándose en la ordinaria espada al ladode ella.

No te preocupes, pero buen intento.

Aelin estaba medio tentada a sonreírle a la mujer. Podría haberlo hecho, en realidad, si nohubiera estado concentrada en el Rey de los Asesinos.

Pero ella estaba lista –o tan lista como nunca lo estaría. Había dedicado mucho tiempo plani-cando.

Aelin se había dado un día en el mar para descansar y extrañar a Rowan. Con el juramentode sangre que la ataba eternamente al príncipe Hada –y él a ella– su ausencia parecía unmiembro fantasma. Todavía se sentía así, aun cuando tenía mucho por hacer, a pesar de queextrañar a su carranam era inútil y él no habría dudado en patearle el trasero por ello.

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El segundo día en que habían sido separados, ella le ofreció al capitán una moneda de platapor una pluma y una pila de papel. Y después de encerrarse en su camarote estrecho, habíacomenzado a escribir.

Había dos hombres en esta ciudad que eran responsables de destruir su vida y la gente quehabía amado. No dejaría Rifthold hasta que los hubiera enterrado a ambos.

Por lo que había escrito página tras página de notas e ideas, hasta que tenía una lista denombres, de lugares y destinos. Había memorizado cada paso y cálculo, y entonces habíaquemado las páginas con el poder que ardía por sus venas, asegurándose de que cada dese -cho no era más que ceniza otando por la ventana de la portilla y a través del océano vasto,oscurecido por la noche.

Aunque se hubiera preparado, todavía había seguido en shock unas semanas más tarde cuan-do el barco pasó por alguna línea invisible justo al lado de la costa y su magia desapareció.Todo el fuego que había pasado tantos meses dominando cuidadosamente, se fue como sinunca hubiera existido, ni siquiera un ascua oscilando en sus venas. Una nueva clase de va-

cío, diferente al hueco que la ausencia de Rowan dejó en ella.Varada en su piel humana, se había acurrucado en su cama y recordó cómo respirar, cómopensar y calentarse en su maldito cuerpo sin la gracia inmortal de la que se había hecho tandependiente. Era una tonta inútil por permitir su necesidad hacia la extra fuerza, velocidad yagilidad de su forma Hada para derribar a sus enemigos. Rowan de nitivamente le habría pa-teado el trasero por eso –una vez que él se hubiera recuperado lo su ciente. Sería su cientecon dejarla feliz si ella le pedía que se quedara.

El hombre responsable de su brutal formación inicial –el hombre que la había salvado y tortu-rado, pero nunca se declaró padre o hermano o amante– ahora estaba a pasos de distancia,

todavía hablando con su cliente importante.Aelin empujó contra la tensión que amenazaba con bloquear sus miembros y mantuvo susmovimientos felinos y suaves cuando cerró los últimos veinte metros entre ellos.

Hasta que el cliente de Arobynn se puso de pie, ajustando algo con el Rey de los Asesinos yse giró a su guardia.

Incluso con la capucha, conocía el modo en que se movía. Conocía la forma de su barbillaque asomaba de las sombras de la capucha, el modo en que su mano izquierda tendía a rozarcontra su espada.

Pero la espada que colgaba en su vaina no tenía en el pomo la forma de águila.

Y no tenía un uniforme negro –solo ropa marrón, sosa, manchada con suciedad y sangre.

Ella agarró una silla vacía y tiró de ella hasta una mesa de jugadores de cartas antes de queel cliente hubiera dado dos pasos. Se deslizó en el asiento y se concentró en su respiración,escuchando, justo cuando tres personas la miraron frunciendo el ceño. No le importaba. Por laesquina del ojo, vio a la guardia sacudir su barbilla hacia ella.

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—Apostemos —murmuró Aelin al hombre junto a ella—. Ahora mismo.

—Estamos en medio de un juego.

—Próxima ronda, entonces —dijo, relajando su postura y dejando caer sus hombros y ChaolWestfall echó una mirada en su dirección.

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Capítulo 3Traducido por Trono de Cristal ∞

Corregido por Melody

Chaol era cliente de Arobynn.

O quería algo de su antiguo maestro tan desesperadamente como para juntarse en una reu-nión aquí.

¿Qué demonios había pasado mientras estaba ausente?

Miró las cartas siendo barajadas en la mesa húmeda por la cerveza, justo cuando la atencióndel capitán se jó en su espalda. Deseaba poder verle el rostro, ver algo en la oscuridad pordebajo de esa capucha. A pesar de las salpicaduras de sangre en su ropa, se relajó cuandovio que no llevaba lesiones.

Algo que había estado enrollado rmemente en su pecho durante meses lentamente se a ojó.

Vivo, ¿pero de dónde venía la sangre?

Debió haberla considerado como no amenazante, porque simplemente se movió a su com-pañero, y ambos caminaron hacia la barra –no, hacia la escalera más allá. Se trasladaban aun ritmo constante, ocasional, aunque la mujer a su lado estaba demasiado tensa como parapasar por indiferente. Afortunadamente para todos, nadie apareció en su camino cuando semarcharon, y el capitán no miró en su dirección otra vez.

Ella se había movido lo su cientemente rápido como para que con toda probabilidad no de -

tectara que era ella. Bien. Bueno, incluso si lo hubiera reconocido en movimiento o inmóvil,envuelto o desnudo.

Allí se dirigió, por las escaleras, sin siquiera bajar su mirada, aunque su compañera seguíamirando hacia abajo ¿Quién diablos era ella? No había guardias de sexo femenino en el pa -lacio cuando se había ido, y estaba bastante segura de que el rey tenía una absurda regla deno-mujeres.

Ver a Chaol no cambiaría nada, no ahora.

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Apretó su mano enguantada en un puño, consciente del dedo desnudo en su mano derecha.No se había sentido desnuda hasta ahora.

Una carta aterrizó delante de ella.

—Tres platas para unirse —dijo el calvo y tatuado hombre, inclinando la cabeza hacia la pilaordenada de monedas en el centro.

Reunirse con Arobynn –nunca había pensado que Chaol era estúpido, pero esto… Aelin selevantó de su silla, la ira comenzando a hervir en sus venas.

—Estoy sin dinero —dijo—. Disfruten el juego.

La puerta en la cima de la escalera de piedra ya estaba cerrada, Chaol y su compañera habíandesaparecido. Se dio un segundo para limpiar cualquier expresión aparte de la suave diversiónen su cara. Las probabilidades eran; Arobynn había planeado todo para que coincidiera consu llegada. Probablemente había enviado a Tern al Mercado de las Sombras para captar suatención, para atraerla aquí. Tal vez él sabía lo que el capitán era, cuya conexión tenía el joven

Lord con ella; tal vez le trajo para meter un gusanito en su mente, para agitarla un poco.Obtener respuestas de Arobynn llegaría con un precio, pero era más inteligente que perseguira Chaol por la noche, aunque por el impulso tuvo que bloquear sus músculos. Meses, meses ymeses desde que lo había visto, desde que había dejado Adarlan, rota y hueca.

Pero no más.

Aelin merodeó los últimos pasos hacia la banqueta y se detuvo delante de él, cruzando losbrazos mientras contemplaba a Arobynn Hamel, Rey de los Asesinos y su antiguo maestro,sonriéndole.

Descansando en las sombras de la banqueta de madera, una copa de vino delante de él, Arob-ynn lucía exactamente como la última vez que le vio: huesos nos, cara de aristócrata, sedosocabello castaño que rozaba sus hombros y una túnica azul intenso hecha exquisitamente, des-abrochada con supuesto descuido en la parte superior que revelaba un pecho toni cado pordebajo. Ninguna señal en absoluto de una cadena o collar. Su brazo largo, musculoso estabaen la parte posterior del banco, y sus dedos cicatrizados, bronceados tamborileaban a tiempo

con la música del pasillo.—Hola querida —ronroneó él, sus plateados ojos brillantes, incluso en la penumbra.

Ningún arma excepto el bello estoque a su lado, ornamentado, torciendo a los guardias comoun viento arremolinado atado en oro. El único signo evidente de riqueza que rivalizaba contralas riquezas de reyes y emperatrices.

Aelin de deslizó en el banco frente a él, también consciente de la madera, todavía caliente deChoal. Sus propias dagas se apretaban contra ella con cada movimiento. Goldryn era un peso

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pesado a su lado, el enorme rubí en su empuñadura oculto por la capa oscura –la legendariaespada era inútil en los lugares estrechos. Sin duda el por qué había elegido esa cabina paraesta reunión.

—Luces más o menos igual —dijo, inclinándose contra el duro banco y tirando atrás su capu-cha—. Rifthold te sigue tratando bien.

Era cierto. En sus treinta años, Arobynn seguía siendo hermoso, y tan tranquilo y recogidocomo lo había sido en la Guarida de los Asesinos durante los días borrosos y oscuros despuésde que Sam había muerto.

Habían muchas, muchas deudas que pagar por lo que sucedió en aquel entonces.

Arobynn miró hacia arriba y hacia abajo, de forma lenta, pausada.

—Creo que pre ero tu color natural de cabello.

—Precauciones —dijo, cruzando sus piernas y mirándolo lentamente. Ningún indicio de que

llevaba el Amuleto de Orynth, el legado real que le robó a ella cuando estaba media muerta aorillas del Florine. Le había permitido creer que el amuleto secretamente era la tercera y últimallave del Wyrd se perdió en el río. Desde hace miles de años, sus antepasados habían lleva-do sin darse cuenta el amuleto, y habían hecho del reino –su reino– una potencia: prósperay segura, ideal para todas las cortes en todas las tierras. Nunca había visto a Arobynn usarcualquier tipo de cadena alrededor de su cuello. Probablemente, la tenía bien lejos en algúnsitio en la Guarida—. No me gustaría terminar otra vez en Endovier.

Aquellos ojos plateados brillaban. Era un esfuerzo impedir alcanzar una daga y lanzarla confuerza.

Pero mucho dependía de él para matarlo aquí y ahora. Había tenido un largo, largo tiempopara pensar –lo que quería hacer, cómo quería hacerlo. Terminar aquí y ahora sería inútil. Es-pecialmente cuando él y Chaol estaban de alguna manera relacionados.

Tal vez por eso le trajo aquí –por lo que ella espiaría a Chaol… y dudaría.

—En efecto —dijo Arobynn— lamentaría volver a verte en Endovier, demasiado. Pero tengoque decir que estos dos últimos años te han hecho más sorprendente. La feminidad se adaptóa ti —ladeó la cabeza, y sabía lo que iba a venir antes de que hablara—. ¿O debería decir lacubierta de reina?

Había pasado una década desde que habían hablado francamente de su patrimonio, o deltítulo que le había ayudado a mantener lejos, que le había enseñado a odiar y temer. A veceslo mencionaba en términos velados, por lo general, como una amenaza de tenerla unida a él.Pero nunca la había llamado por su verdadero nombre, ni siquiera cuando la encontró a orillasde ese helado río y la había llevado a su guarida de asesinos.

— ¿Qué te hace pensar que tengo algún interés en eso? —dijo casualmente.

Arobynn encogió los anchos hombros.

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—Uno no puede poner mucha fe en los chismes, pero el rumor llegó hace aproximadamenteun mes de Wendlyn. A rmaba que cierta reina perdida hizo un show espectacular a la legiónque invadía de Adarlan. En realidad, creo que el término que nuestros estimados amigos delimperio utilizaron es “perra-reina-escupe-fuego”.

Honestamente, resultaba casi divertido, favorecedor, incluso. Que se hubiera corrido la voz

acerca de lo que le había hecho al General Narrok y a los otros tres príncipes Valg que estabancomo sapos dentro de los cuerpos humanos. Ella no se había dado cuenta de lo rápido que elmundo se enteraría.

—La gente cree todo lo que escuchan en estos días.

—Es cierto —dijo Arobynn. En el otro extremo de las Bóvedas, una frenética muchedumbrerugió a los combatientes que peleaban en los hoyos. El Rey de los Asesinos miró hacia ella,sonriendo débilmente.

Habían pasado casi dos años desde que estuvo en la multitud, viendo a Sam luchar con loscombatientes inferiores, apresurándose en reunir el dinero su ciente para salir de Rifthold,lejos de Arobynn. Unos días más tarde ella iba en un carro carcelario con destino a Endovier,pero Sam…

Nunca había descubierto dónde habían enterrado a Sam después de que Rourke Farran,segundo al mando después de Jayne, el Señor del Crimer de Rifthold, lo hubiera torturado ymatado. Había matado a Jayne por sí misma, con una daga lanzada a su rostro carnoso. YFarran… Más tarde se enteró de que Farran había sido asesinado por el guardaespaldas deArobynn, Wesley, como represalia por lo que le había hecho a Sam. Pero esa no era su preo-cupación, aunque Arobynn había matado a Wesley para reparar el vínculo entre el Gremio delos Asesinos y el nuevo Señor del Crimen. Otra deuda.

Ella podía esperar; podría ser paciente. Simplemente dijo:

—Así que, ¿ahora estás haciendo negocios aquí? ¿Qué pasó con la Guarida?

—Algunos clientes —ronroneó Arobynn— pre eren las reuniones públicas. La Guarida puedeponer a la gente nerviosa.

—El cliente debe ser nuevo en el juego, si no insistió en un cuarto privado.

—No confía mucho en mí. Él pensaba que el piso principal sería más seguro.

—Él no debe conocer las Bóvedas, entonces —No, Chaol nunca había estado aquí, por lo quesabía. Generalmente ella había evitado decirle sobre el tiempo que había pasado aquí. Comohabía evitado decirle una buena cantidad de cosas.

— ¿Por qué no me preguntas sobre él?

Ella mantuvo su cara neutral, desinteresada.

—No me importan particularmente tus clientes. Dime o no.

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Arobynn se encogió de hombros otra vez, un gesto hermoso y casual. Un juego, entonces. Unpoco de información para mantenerla en cuenta, para retenerla hasta que fuera de utilidad. Noimportaba si la información era útil o no; era la retención, el poder de ello, lo que amaba.

Arobynn suspiró.

—Hay tanto que quiero pedirte, que quiero saber.

—Estoy sorprendida que con eses que no lo sabes todo.

Él reclinó su cabeza contra la parte posterior de la cabina, su cabello rojo brillante como sangrefresca. Como inversionista y propietario parcial de las Bóvedas, se suponía que no teníaque molestarse en ocultar su rostro aquí. Nadie, incluso el Rey de Adarlan, sería lo bastanteestúpido para ir tras él.

—Las cosas han sido miserables desde que te fuiste —dijo Arobynn tranquilamente.

Fuiste. Como si a ella hubiera ido con mucho gusto a Endovier; como si no hubiera sido res-

ponsable de ello; como si acabara de estar ausente por vacaciones. Pero le conocía demasia-do bien. Todavía lo sentía por sacarla, a pesar de haberla atraído aquí. Perfecto.

Él miró a la cicatriz gruesa a través de su palma, prueba del voto que le hizo a Nehemia sobreliberar Eyllwe. Arobynn chasqueó su lengua.

—Me duele el corazón ver tantas cicatrices nuevas en ti.

—Me gustan —era la verdad.

Arobynn cambió la posición en su asiento –un movimiento deliberado, como todos sus movi-mientos lo eran– y la luz cayó en una fea cicatriz que se extendía desde la oreja a su clavícula.

—Me gusta esa cicatriz, también —dijo con una media sonrisa. Eso explicaba por qué dejó latúnica desabrochada, entonces.

Arobynn agitó una mano con gracia uida.

—Cortesía de Wesley.

Un recordatorio ocasional de lo que era capaz de hacer, lo que él podía soportar. Wesley habíasido uno de los mejores guerreros que ella jamás había encontrado. Si él no había sobrevividoa la lucha con Arobynn, pocos lo harían.

—Primero Sam —dijo ella—, luego Wesley, te has convertido en un tirano. ¿Hay alguien ade-más del querido Tern, o has eliminado a cada persona que te desagradaba? —miró a Tern, quemerodeaba en el bar y luego a los otros dos asesinos sentados en meses separadas a la mitaden toda la habitación, tratando de ngir que no seguían cada movimiento que ella hacía—. Porlo menos Harding y Mullin están vivos, también. Pero siempre han sido tan buenos en besarteel culo que me cuesta imaginar que alguna vez los mates.

Una risa baja.

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—Y aquí estaba yo, pensando que mis hombres estaban haciendo un buen trabajo a la horade mantenerse ocultos en la multitud —bebió de su vino—. Tal vez deberías volver a casa yenseñarles algunas cosas.

Casa. Otra prueba, otro juego.

—Sabes que siempre estaré encantada de enseñarle una lección a tus aduladores pero tengootro alojamiento preparado mientras estoy aquí.— ¿Y cuánto tiempo vas a estar de visita, exactamente?

—Tanto como sea necesario —para destruirlo y obtener lo que necesitaba.

—Bueno, me alegro de oírlo —dijo él, bebiendo otra vez. Sin duda era una botella traída solopara él, ya que no había manera en el reino quemado por el dios oscuro de que Arobynn be-biera la sangre de rata aguada que servían en el bar—. Vas a tener que estar aquí por un parde semanas, por lo menos, teniendo en cuenta lo que pasó.

Hielo cubrió sus venas. Le dio a Arobynn una sonrisa perezosa, aun cuando comenzó a orar aMala, a Deanna, las diosas hermanas que la habían vigilado durante tantos años.

—Sabes lo que pasó, ¿verdad? —dijo, agitando el vino en su copa.

Hijo de puta, cabrón por hacerla con rmar que no lo sabía.

— ¿Eso explica por qué la guardia real tiene espectaculares nuevos uniformes? —

No Chaol o Dorian, no Chaol o Dorian, no Chaol o…

—Oh no. Esos hombres son simplemente una encantadora nueva adición a nuestra ciudad.

Mis acólitos se divierten atormentándolos —chasqueó la lengua—. Aunque hubiera apostadouna buena cantidad de dinero a que la nueva guardia del rey estuvo presente el día que pasó.

Le impidió a sus manos temblar, a pesar del pánico que devoraba cada último fragmento desentido común.

—Nadie sabe qué, exactamente, pasó ese día en el castillo de cristal —comenzó a decir Arob-ynn.

Después de todo lo que había sufrido, después de lo que había vencido en Wendlyn, para vol-ver a esto… Lamentó que Rowan no estuviera a su lado, lamentó que no pudiera oler su olor

de pino y el aroma de nieve y saber que a pesar de las noticias que Arobynn le entregaba, noimportaba cuánto se rompiera, el guerrero Hada estaría allí para ayudarla a poner las piezasen su sitio.

Pero Rowan estaba a través de un océano y rezó que nunca se pusiera dentro de cien millasde Arobynn.

— ¿Por qué no llegas al punto? —dijo ella—. Quiero tener unas horas de sueño esta noche—no era una mentira. Con cada aliento, el agotamiento se envolvía alrededor de sus huesos.

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que todo lo que había hecho, todo lo retorcido, había sido por el rencor al irse de la Guarida.Nunca había sabido de qué modo había querido decir esas palabras –te amo – pero ella seinclinó a considerarla como otra mentira en los días que siguieron, después de que Rourke Fa-rran la había drogado y puesto sus sucias manos sobre ella. Después de que la había dejadopodrirse lejos en esa mazmorra.

Los ojos de Arobynn se suavizaron.—Te extrañé.

Ella se alejó de su alcance.

—Que divertido. Estuve en Rifthold este otoño e invierno, y nunca trataste de verme.

— ¿Cómo me podría atrever? Pensé que me matarías en el acto. Pero luego me dijeron queesta tarde habías vuelto por n y esperaba poder hacerte cambiar de opinión. Que me perdo-naras por mis métodos de tenerte… fueran rotundos.

Otro movimiento y jugada, el confesarse culpable del cómo pero no del verdadero por qué.Dijo:

—Tengo mejores cosas que hacer que preocuparme acerca de si vives o mueres.

—En efecto. Pero te preocuparías mucho si tu querido Aedion muriera— su corazón tronó unlatido a través de ella, y se sujetó a sí misma. Arobynn continuó—. Mis recursos son tuyos.Aedion está en la mazmorra real, custodiado día y noche. Cualquier ayuda que necesites,cualquier apoyo, ya sabes dónde encontrarme.

—¿A qué costo?

Arobynn la miró una vez más, y algo debajo de su abdomen se enroscó por la ja mirada queera todo menos de un hermano o un padre.

—Un favor, un solo favor —las campanas de advertencia sonaron en su cabeza. Sería mejorhacer un pacto con uno de los príncipes Valg—. Las criaturas que acechan en mi ciudad —dijo—. Las criaturas que usan los cuerpos de los hombres como ropa. Quiero saber qué son.

Demasiados hilos estaban listos ahora para ser enredados.

Ella dijo:

— ¿Qué quieres decir?—La guardia del rey tiene algunos de ellos entre sus comandantes. Están deteniendo perso-nas sospechosas de simpatizar con la magia o aquellos que alguna vez la tuvieron. Ejecucio-nes todos los días, al amanecer y al atardecer. Estas cosas parecen prosperar con ellas. Mesorprende que no te dieras cuenta de ellos cuando acechaban los muelles.

—Son todos esos monstruos iguales para mí —pero Chaol no la había mirado o se había pa-recido a ellos. Una pequeña misericordia.

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Él espero.

Ella también.

Ella hablo primero

—¿Es este mi favor, entonces? ¿Contarte lo que sé?

—Parte de ello.

Ella resopló.

— ¿Dos favores por el precio de uno? Típico.

—Dos lados de la misma moneda.

Lo miró rotundamente y entonces dijo:

—A través de años de robar conocimiento y robar algún poder extraño arcaico, el rey ha sido

capaz de sofocar la magia, mientras también de convocar demonios antiguos para in ltrarseen los cuerpos humanos para su creciente ejército. Utiliza anillos o collares de piedra negrapara permitir a los demonios invadir sus ejércitos, y él ha estado entregándoselos a jugadorescon magia antigua, como regalos ya que es más fácil para los demonios entrar así —verdad,verdad, verdad, pero no toda la verdad. Nada sobre las marcas del Wyrd ni las llaves del Wyrd.No a Arobynn—. Cuando estaba en el castillo, me encontré con algunos hombres que habíansido corrompidos, hombres que se alimentaban de ese poder y se hacían más fuertes. Y cuan-do estaba en Wendlyn, me enfrenté a uno de sus generales, que había sido tomado por unpríncipe demonio de poder inimaginable.

—Narrok —re exionó Arobynn. Si él estaba horrorizado, si estaba sorprendido, su rostro noreveló nada de ello.Ella asintió con la cabeza.

—Devoran la vida. Un príncipe como él puede aspirar tu alma, directamente de ti —ella tragó ytemor real cubrió su lengua—. ¿Los hombres que has visto, estos comandantes tienen collareso anillos? —las manos de Chaol habían estado desnudas.

—Solo anillos —dijo Arobynn—. ¿Hay allí una diferencia?

—Creo que solo los collares pueden sostener a un príncipe; los anillos son para demonios

menores.—¿Cómo los matas?

—Fuego —dijo—. Maté a los príncipes con fuego.

—Ah. No la clase habitual, supongo —ella asintió con la cabeza—. ¿Y si tienen un anillo?

—He visto a uno de ellos morir con una espada por el corazón —Chaol había matado a Caínfácilmente.

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—Un pequeño alivio, pero…

—La decapitación podría funcionar para los que tienen collares.

—¿Y las personas que poseen aquellos cuerpos se van?

La cara suplicante, aliviada de Narrok destelló ante ella.

—Es lo que parece.

—Quiero que captures a uno y lo lleves a la Guarida.

Ella comenzó:

—Absolutamente no. Y ¿por qué?

—Tal vez será capaz de decirme algo útil.

—Ve y captúralo tú—interrumpió ella—. Encuéntrame otro favor para cumplir.

—Tú eres la única que se ha enfrentado a esas cosas y has vivido —no había misericordia ensu mirada—. Captura una para mí a la brevedad, y te ayudaré con tu primo.

Estar enfrente de un Valg, hasta un Valg menor…

—Aedion va primero —dijo—. Rescatamos a Aedion y entonces pondré mi cuello en riesgopara conseguir uno de los demonios para ti,

Los dioses la ayudaran si Arobynn nunca se daba cuenta de que podía controlar al demoniocon el amuleto escondido.

—Por supuesto —dijo.Sabía que era una tontería, pero ella no pudo evitar la siguiente pregunta.

—¿Para qué?

—Esta es mi ciudad —ronroneó él—. Y no me siento particularmente encariñado por la direc-ción que está tomando. Es malo para mis inversiones y estoy harto de escuchar a los cuervoscelebrar día y noche.

Bien, al menos se pusieron de acuerdo en algo.

—Un hombre de negocios, ¿no es verdad?Arobynn mantenía esa mirada de amante.

—No hay nada sin un precio —él puso un beso contra su pómulo, sus labios suaves y cálidos.Luchó contra el temblor que sacudió a través de ella, y se apoyó contra él, cuando acercó suboca contra su oído y susurró:

— Dime lo que debo hacer para expiarme; dime que me arrastre sobre las brasas, que duer-

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ma en una cama de clavos, que divida mi carne. Una palabra, y lo haré. Pero déjame cuidartecomo una vez lo hice antes, antes… antes de que la locura envenenara mi corazón. Castíga-me, tortúrame, arruíname, pero permíteme ayudarte. Haz esta cosa por mí y pondré el mundoa tus pies.

Su garganta se secó y ella se echó hacia atrás lo su ciente como para mirar esa cara hermo-

sa, aristócrata, los ojos brillando con una pela y una intención predatoria que casi podía sabo-rear. Si Arobynn sabía acerca de su historia, con Chaol, y había convocado al capitán aquí…¿Había sido para obtener información, para probarla a ella, o alguna manera grotesca paraasegurar su dominación?

—No hay nada…

—No, todavía no —dijo apartándose—. No lo digas todavía. Sueña con ello. Sin embargo,antes de hacerlo, tal vez anda a ver a una visita en la parte sureste de los túneles esta noche.Tal vez encuentres a la persona que estás buscando —ella mantuvo su cara todavía aburridaincluso cuando escondía información. Arobynn se movió hacia la sala repleta, donde sus tres

asesinos estaban alerta y listo y, a continuación, se volvió a ella—. Si puedes cambiar enorme-mente en dos años, ¿por qué no me permites un cambio así también?

Con eso, se paseó lejos entre las mesas. Tern, Harding y Mullin cayeron en su paso detrás deél –y Tern miró en su dirección una sola vez, para darle el mismo gesto obsceno que ella le dioantes.

Pero Aelin solo miraba al rey de los asesinos, en sus pasos elegantes, potentes, en el cuerpode un guerrero disfrazado con ropa de nobleza.

Mentiroso. Entrenado, astuto mentiroso.

Había todavía muchos ojos en la Bóveda para que ella se fregara la mejilla, donde todavíasusurraba la huella fantasma de los labios de Arobynn, o en su oído, donde quedaba su alientocaliente.

Bastardo. Ella miró a los hoyos de lucha a través de la sala, las prostitutas agarrando una vida,a los hombres que dirigían ese lugar, que se habían bene ciado durante demasiado tiempo detanta sangre, dolor y sufrimiento. Podía casi ver a Sam allí –luchando, joven y fuerte y glorioso.

Había muchas, muchas deudas que pagar antes de que se marchara de Rifthold y tomara denuevo su trono. A partir de ahora. Suerte que estaba con una especie de asesino estado deánimo.

Era solo cuestión de tiempo antes de que Arobynn mostrara su mano o los hombres del reyde Adarlan encontraran el camino que ella había colocado cuidadosamente en los muelles. Sialguien venía hacia ella, en pocos momentos, en realidad, si los gritos seguidos del silenciototal detrás de la puerta de metal encima de las escaleras fueran cualquier indicación. Por lomenos gran parte de su plan seguía en curso. Se ocuparía más tarde de Chaol.

Con una mano enguantada, arrancó de una de las monedillas de cobre que Arobynn habíadejado sobre la mesa. Le sacó la lengua al per l brutal del rey estampado en un lado y luego al

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wyvern rugiente adornado en el otro. La puerta de hierro en la parte superior de las escalerasgimió al abrirse, el aire fresco de la noche lloviendo. Cabeza, Arobynn la había traicionado denuevo. Cola, los hombres del rey.

Con una media sonrisa, volteó la moneda en su pulgar.

La moneda estaba girando cuando cuatro hombres en uniformes negros aparecieron en lacima de las escaleras de piedra, un surtido de armas perversas atadas en sus cuerpos. Para elmomento en el que el cobre quedó sobre la mesa, el wyvern brillando a la débil luz centellean-do, Aelin Galathynius estaba lista para la matanza.

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Capítulo 4Traducido por Trono de Cristal ∞

Corregido por Melody

Aedion Ashryver sabía que iba a morir –y pronto.

No se molestó en tratar de negociar con los dioses. Nunca habían contestado sus súplicas, detodos modos.

En los años que había sido un guerrero y un general, siempre había sabido que moriría de unamanera u otra –preferiblemente en el campo de batalla, de una manera que fuera digna de unacanción o un cuento alrededor del fuego.

Esto no sería ese tipo de muerte.

Sería ejecutado en cualquier magní co acontecimiento al que el rey había planeado sacarlemayor partido por su fallecimiento, o moriría aquí en esta celda podrida, húmeda, de la infec-

ción que iría poco a poco y seguramente destruiría su cuerpo.Había comenzado como una pequeña herida en su costado, cortesía de la lucha que habíapuesto hace tres semanas cuando ese monstruo asesinó a Sorscha. Había escondido la heri -da a lo largo de sus costillas cuando los guardias lo miraban desde arriba, con la esperanza deque se hubiera desangrado o que se agravara y lo mataran antes de que el rey pudiera usarlocontra Aelin.

Aelin. Su ejecución iba a ser una trampa para ella, para atraerla a un intento de salvarle.

Simplemente no esperaba que esto malditamente doliera tanto.

Ocultó la ebre de los burlones guardias que lo alimentaban y lo regaban dos veces al día,ngiendo caer lentamente en un hosco silencio, ngiendo que el merodeo, las maldiciones,

eran de un animal roto. Los cobardes no se acercaban lo su ciente para que él los alcanzara,y no se habían dado cuenta de que renunció a tratar de romper las cadenas que le permitíanponerse de pie y caminar unos pasos, pero no mucho más. No se habían dado cuenta de queya no estaba mucho de pie, excepto para ver las necesidades de su cuerpo. La degradaciónde esto no era nada nuevo.

Por lo menos no fue obligado a llevar uno de esos collares, aunque había visto uno al lado del

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trono del rey aquella noche en que todo se fue a la mierda.

Apostaría mucho dinero a que era para el hijo del rey –el collar de piedra del Wyrd y oró espe-raba que el príncipe hubiera muerto antes de que le hubiera permitido a su padre ponerle unacorrea como un perro.

Aedion cambió de puesto en su plataforma de heno mohoso y se tragó el rugido de agonía queexplotó a lo largo de sus costillas. Peor –peor que el día anterior. Su sangre de Hada diluida eralo único que le mantenía vivo este largo tiempo, tratando desesperadamente de curarle, peropronto hasta la gracia inmortal en sus venas se doblaría ante la infección.

Sería un gran alivio –un bendito alivio el saber que no podía ser utilizado contra ella, y quepronto vería a los que quería y en secreto albergó en su corazón destrozado durante todo es-tos años.

Así que se abalanzó sobre cada pico de ebre, cada ataque exasperado de náuseas y dolor.Pronto –pronto la Muerte vendría a saludarlo.

Aedion solo esperaba que la Muerte llegara antes que Aelin.

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Capítulo 5Traducido por Trono de Cristal ∞

Corregido por Melody

La noche muy bien podría acabar con su sangre derramada, se dio cuenta Aelin cuando se

lanzó por las calles torcidas de los barrios bajos, envainando sus ensangrentados cuchillos decombate para evitar que gotearan un rastro detrás de ella.

Gracias a los meses de correr por las montañas Cambrian con Rowan, su respiración seguíaestable, su cabeza clara. Supuso que después de enfrentarse a los skinwalkers, tras haber es -capado de antiguas criaturas del tamaño de pequeñas casas de campo, y después de incinerara cuatro príncipes demonio, veinte hombres en su búsqueda no serían tan horribles.

Pero seguían siendo un gigante, furioso dolor en el trasero. Y uno que era poco probable quetuviera un nal agradable para ella. No había señales de Chaol –ningún susurró de su nombreen los labios de los hombres que habían surgido vertiginosamente en las Bóvedas. No habíareconocido a ninguno de ellos, pero había sentido el olor que marcaba a la mayoría de los quehabían estado en contacto con la piedra del Wyrd, o habían sido corrompidos por ella. Estosno llevaban collares o anillos, pero algo dentro de ellos se había descompuesto.

Por lo menos Arobynn no la había traicionado –aunque convenientemente había salido pocosminutos antes de que los nuevos guardias del rey hubieran encontrado el sendero sinuoso quehabía dejado en los muelles. Tal vez fuera una prueba, para ver si sus habilidades seguíansiendo los estándares de Arobynn, para ver si ella aceptaba su pequeño negocio. Mientras cor-taba su camino a través de un cuerpo tras otro, se preguntó si él siquiera se había dado cuentade que toda esta noche había sido una prueba para él también, y que ella había llevado a loshombres directo a las Bóvedas. Se preguntó cuán furioso estaría cuando descubriera lo quequedaba de sus salas de placer que le había llevado a dar mucho dinero.

También había asaltado las arcas de las personas que habían sacri cado a Sam –y que habíandisfrutado de cada momento de ella. Qué lástima que el dueño actual de las Bóvedas, un exsubordinado de Rourke Farran y distribuidor de carnes y opiáceos, accidentalmente se habíaquedado con uno de sus cuchillos. Varias veces.

Había dejado las Bóvedas en astillas sangrientas, que supuso que era misericordioso. Si hu-biera tenido su magia, probablemente la habría quemado en cenizas. Pero no tenía magia, y

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tos de vidrio en sus pulmones, hasta que pasó el tercer nivel –hasta que las escaleras se es-trecharon, y…

Aelin no se molestó en ser silenciosa cuando irrumpió en el techo. Los hombres ya sabíandónde estaban. El cálido aire de la noche le había dejado as xiada, y tragó cuando analizó eltecho y las calles. El callejón era demasiado amplio; la ancha calle a su izquierda no era una

opción, pero… allí. Abajo en el callejón. Una rejilla de alcantarilla.Tal vez anda a ver a una visita en la parte sudeste de los túneles esta noche. Tal vez encuen-tres a la persona que estás buscando.

Sabía lo que quería decir. Otra pieza de su juego.

Con agilidad felina, bajó por el oscilante tubo de drenaje anclando al lado del edi cio. Muy poencima, los gritos crecieron. Habían llegado a la azotea. Cayó en un charco que indudable-mente olía a orina y saltó antes de que el impacto hubiera estremecido sus huesos totalmente.

Se lanzó hacia la rejilla, dejándose caer sobre las rodillas y deslizó los últimos metros hastaque sus dedos se engancharon a la tapa, y lo abrió. Silenciosa, rápida y e ciente.Las alcantarillas más abajo estaban misericordiosamente vacías. Se tragó una mordaza contrael hedor antes de ingresar en ellas.

Cuando los guardias echaron un vistazo por el borde de la azotea, ella se había ido.

Aelin detestaba las alcantarillas.

No porque estaban sucia, apestosas y llena de parásitos. Eran realmente una manera conve-niente de ir por Rifthold invisible y sin molestia, si conocías el camino.

Las había odiado desde que fue amordazada y abandonada a morir allí, cortesía de un guar-daespaldas que no había tomado tan bien sus planes de matar a su maestro. Habían inunda-do las alcantarillas, y después ella se libró de sus ataduras, había nadado –realmente habíanadado a través del agua asquerosa. Pero la salida había sido sellada. Sam, por pura suerte,la había salvado, pero no sin antes de que casi se hubiera ahogado, tragando la mitad de laalcantarilla en el camino.

Había necesitado de días y baños innumerables para sentirse limpia. Y vómitos interminables.Así que mientras bajaba en esa alcantarilla, a continuación, sellando la rejilla encima de ella…Por primera vez en la noche, sus manos temblaron. Pero se obligó a pasar ese eco de miedoy comenzó a arrastrarse a través de los túneles de luna tenue.

Escuchando.

Hacia el suroeste, tomó el túnel grande, antiguo, una de las principales arterias del sistema.

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Ella la reconoció, entonces. La verdadera pregunta era si ella le había dicho a Chaol –y dóndeestaba él ahora.

—Me atrevo a preguntar ¿por qué no debo tirar piedras debajo de ese túnel?

La guardia señaló al túnel más cercano detrás suyo –aire libre, brillante.

—Ven conmigo.Aelin se rió entre dientes.

—Tendrás que hacerlo mejor que eso.

La esbelta mujer caminó más cerca, la luna iluminando su rostro con capucha. Bonita, grave ytal vez dos o tres años más vieja.

La extraña dijo un poco rotundamente:

—Ya tienes a veinte guardias en tu culo, y son lo su cientemente astutos para empezar a bus-car aquí muy pronto. Te sugiero que vengas.Aelin estaba medio tentada a sugerir que se fuera al in erno, pero en cambio sonrió.

— ¿Cómo me encontraste? —no le importaba; solo necesitaba analizarla un poco más la si-tuación

—Suerte. Estoy con el deber de explorar, y nos metimos a la calle para descubrir que habíashecho nuevos amigos. Por lo general, nosotros estamos un paso adelante, una política de pe-dir preguntas más adelante a la gente que deambula en las alcantarillas.

— ¿Y quién es este “nosotros” —dijo Aelin dulcemente.

La mujer solo comenzó a caminar por el luminoso túnel, totalmente despreocupada de los cu-chillos que Aelin todavía sostenía. Arrogante y estúpida, entonces.

—Puedes venir conmigo, Campeona, y aprender algunas cosas que probablemente deseassaber, o puedes quedarte aquí y esperar a ver qué respuestas te dará la roca que lanzaste.

Aelin pesó las palabras –y lo que había oído y visto hasta ahora esa noche. A pesar de los es-calofríos en su columna vertebral, fue al paso al lado de la guardia, envainando sus cuchillosen sus muslos.

Con cada bloque que pasaban a través de la sucia cloaca, Aelin utilizaba el silencio para reunirfuerzas.

La mujer avanzaba con rapidez pero con suavidad por otro túnel, y luego otro. Aelin marcócada vuelta, cada peculiaridad, cada rejilla, formando un mapa mental mientras se movían.

— ¿Cómo me reconociste? —le dijo por n Aelin.

—Te he visto alrededor de la ciudad, meses atrás. El cabello rojo fue por qué no te identi qué

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inmediatamente en las Bóvedas.

Aelin la miró por la esquina del ojo. La forastera no podría saber quién era realmente Chaol.Podría haber usado un nombre diferente, a pesar de lo que la mujer pretendía saber acerca delo que pensaba que Aelin estaba buscando.

La mujer dijo con esa fría y calmada voz:

— ¿Son los guardias que te persiguen, o es por qué escogiste luchar que estaban tandesesperados por entrar a las Bóvedas?

Punto para la extranjera.

— ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Los guardias trabajan para el Capitán Westfall?

La mujer se rió en voz baja.

—No, esos guardias no trabajan a él —Aelin reprimió un suspiro de alivio, incluso cuando mimás sacudieron su cráneo.

Sus botas aplastaron algo demasiado suave para su comodidad, y reprimió un estremecimien-to cuando la mujer se detuvo ante la entrada de otro túnel largo, la primera mitad iluminada porla luz de la luna que corría a través de las rejillas dispersas. La oscuridad poco natural otabadesde el otro extremo. Una quietud depredadora se apoderó de Aelin mientras miraba a la os-curidad. Silencio. Silencio absoluto.

—Aquí —dijo la extraña, llegando a su n y subió al pasaje peatonal de piedra incorporado enel lado del túnel. Loca, tonta por exponer su espalda así. No vio ni siquiera a Aelin liberar uncuchillo.

Habían ido lo su cientemente lejos.La mujer caminó hacia la escalera pequeña que conducía a la pasarela, sus movimientoslargos y elegantes. Aelin calculó la distancia a las salidas más cercanas, la profundidad de lapequeña corriente de suciedad que corría por el centro del túnel. Bastante profundo como paravolcar un cuerpo, si hacía falta.

Aelin inclinó la navaja y se deslizó detrás de la mujer, tan cerca como un amante, y presionóla hoja contra la garganta.

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Capítulo 6Traducido por Trono de Cristal ∞

Corregido por Melody

—Busca una sola frase —respiró Aelin al oído de la mujer cuando presionó la daga con másfuerza contra su cuello—. Una frase para convencerme de no derramar tu garganta en el suelo.La mujer bajó la escaleras y, a su crédito, no era lo su cientemente estúpida para ir por lasarmas ocultas a su lado. Con la espalda contra el pecho de Aelin, sus armas estaban fuera dealcance, de todos modos. Tragó saliva, su garganta moviéndose contra la daga de Aelin quesostenía a lo largo de su lisa piel.

—Te voy a llevar con el capitán.

Aelin enterró el cuchillo un poco más.

—No es muy convincente para alguien con un cuchillo en la garganta.—Hace tres semanas, abandonó su posición en el castillo y huyó. Para unirse a nuestra causa.La causa rebelde.

Las rodillas de Aelin amenazaron con torcerse.

Se suponía que debería haber incluido tres partes a sus planes: el rey, Arobynn, y los rebeldes –que muy bien podrían tener en cuenta saldar la deuda con ella después de que destripó aArcher Finn el invierno pasado. Incluso si Chaol estaba trabajando con ellos.

Apagó el pensamiento antes de que le golpeara de lleno.

— ¿Y el príncipe?

—Vivo, pero aún en el castillo —siseó la rebelde—. ¿Es su ciente para que bajes tu cuchillo?

Sí. No. Si Chaol estaba trabajando con los rebeldes… Aelin bajo su cuchillo y retrocedió haciauna piscina de luz de luna que se ltraba en la rejilla de arriba.

La rebelde giró y alcanzó uno de sus cuchillos. Aelin chasqueó su lengua. Los dedos de lamujer hicieron una pausa en la empuñadura bien pulida.

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— ¿Decido librarte, y así es como me lo pagas? —Dijo Aelin, tirando de la capucha—. Particu-larmente no sé por qué me sorprende.

La rebelde soltó el cuchillo y se quitó su propia capucha, dejando al descubierto su bonita carabronceada –solemne y totalmente sin miedo. Sus oscuros ojos estaban jos en Aelin, esca-neando. ¿Aliada o enemiga?

—Dime por qué has venido hasta aquí —dijo la rebelde tranquilamente—. El capitán dice queestás de nuestro lado. Sin embargo, te escondiste de él en las Bóvedas esta noche.

Aelin cruzó sus brazos y se apoyó contra la pared de piedra húmeda detrás de ella.

—Vamos a comenzar con decirme tu nombre.

—Mi nombre no es de tu preocupación.

Aelin levantó una ceja.

—Exiges respuestas pero te niegas a darme algo a cambio. No es de extrañar que el capitántuviera que dejarte fuera de la reunión. Es difícil jugar el juego cuando no sabes las reglas.

—Oí lo que pasó este invierno. Que fuiste al almacén y mataste a muchos de los nuestros.Que sacri caste a los rebeldes, mis amigos —esa fría, calmada máscara no reaccionó a suestremecimiento—. Y sin embargo se supone que debo creer que estuviste de nuestro ladotodo este tiempo. Perdóname si no soy honesta contigo.

— ¿No debería matar a las personas que secuestran y golpean a mis amigos? —dijo Aelinsuavemente—. ¿No voy a reaccionar con violencia cuando reciba notas que amenazan conmatar a mis amigos? ¿Acaso no se supone que destripe a ese gilipollas egoísta que asesinóa mi amada amiga? —Se apartó de la pared, andando con paso majestuoso a la mujer—. ¿Tegustaría que pidiera perdón? ¿Debería ponerme de rodillas por todo eso? —La cara de la re-belde no mostró nada –ya sea falsa o genuina frialdad. Aelin resopló—. Me lo imaginaba. Asíque ¿por qué no me llevas con el capitán y guardias la mierda santurrona para más tarde?

La mujer miró hacia la oscuridad otra vez y sacudió la cabeza ligeramente.

—Si no hubieras puesto la cuchilla en mi garganta, te hubiera dicho que hemos llegado —ellaseñaló el túnel por delante—. Eres bienvenida.

Aelin se debatió en golpear a la mujer contra la húmeda pared sucia solo para recordarle,exactamente, por qué era la Campeona del Rey, pero luego una respiración entrecortada pordelante raspó sus oídos, procedentes de esa oscuridad. Respiración humana –y susurros.

Las botas se deslizaban y golpeaban contra la pared, más susurros –murmullos de voces queno reconoció enseguida, y se quedó quieta ahora, y…

Los músculos de Aelin se cerraron cuando una voz silbó:

—Tenemos veinte minutos hasta que el barco salga. Muévanse.

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Capítulo 7

Traducido por Trono de Cristal ∞Corregido por Melody

Había dos personas heridas en total, una entre Chaol y su compañero, el otro entremedio de

dos hombres que conocía. Otros tres, dos hombres y una mujer vigilando la parte trasera.La rebelde los saludó con un solo vistazo. Una amiga.

Aelin sostuvo cada una de sus miradas jas cuando se apresuraron hacia ella, sacando sus ar -mas. La sangre salpicada en todos ellos –sangre roja y sangre negra que conocía demasiadobien. Y las dos personas casi inconscientes…

También conocía la demacrada apariencia reseca que tenían. El vacío en sus rostros. Habíasido demasiado tarde con los de Wendlyn. Pero de alguna manera Chaol y sus aliados habíanconseguido sacar a esos dos. Su estómago se volcó. Explorando –la joven a su lado había es -

tado explorando el camino por delante, para asegurarse de que era seguro para este rescate.Los guardias de esta ciudad no eran solo corrompidos por Valg ordinarios, como le había su-gerido a Arobynn.

No, había al menos un príncipe Valg aquí. En estos túneles, si la oscuridad era un indicador.Mierda . Y Chaol había estado–

Chaol hizo una pausa lo bastante larga para que un compañero ayudara a llevar al hombreherido. Luego fue dando pasos hacia adelante. Veinte metros de distancia. Quince. Diez. Lasangre goteaba de la esquina de su boca, y su labio inferior estaba partido. Habían luchado para salir–

—Explica —ella jadeó a la mujer a su lado.

—No me corresponde —fue la respuesta de la mujer.

No se molestó en empujarla. No con Chaol ahora delante de ella, con los ojos de bronce muyabiertos cuando miró la sangre sobre Aelin.

—¿Estás herida? —su voz era ronca.

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Aelin silenciosamente sacudió la cabeza. Dioses. Dioses . Ahora sin la capucha, podía ver susrasgos… Estaba exactamente como le recordaba –resistentemente guapo, su rostro bron -ceado quizás un poco más demacrado y sin afeitar, pero todavía era Chaol. Seguía siendo elhombre antes de que todo pasaran antes de… antes de que todo cambiara.

Había tantas cosas que había pensado en decir, o hacer, o sentir.

Una cicatriz blanca delgada recortaba su mejilla. Ella le había hecho eso. La noche en queNehemia había muerto, ella se lo había hecho y trató de matarlo.

Lo habría matado. Si Dorian no la hubiera detenido.

Incluso entonces, ella había entendido que lo que había hecho Chaol, a quién había elegido,los había dividido a ellos para siempre. Era la única cosa que no podía olvidar, no podía per-donar.

Su silenciosa respuesta parecía su ciente para el capitán. Miró a la mujer al lado de Aelin –asu exploradora.Su exploradora, que le hizo un informe. Como si estuviera al mando de ellos.

—El camino que tenemos por delante es claro. Atente a los túneles del este —dijo.

Chaol asintió con la cabeza.

—Sigan avanzando —le dijo a los demás, que habían llegado a su lado.

—Voy a recuperar el tiempo perdido en un momento —sin duda –y sin suavidad, tampoco.Como si hubiera hecho esto cientos de veces.

Sin palabras los demás continuaron a través de los túneles, echando a Aelin unos vistazoscuando caminaron por delante suyo. Solo la mujer se quedó. Viendo.

—Nesryn —dijo Chaol, el nombre siendo una orden.

Nesryn le dio a Aelin una mirada –analizando, calculando.

Aelin le dedicó una sonrisa perezosa.

—Faliq —gruñó Chaol, y la mujer deslizó sus ojos de medianoche hacia él. Si el apellido deNesryn no mostraba su herencia, serían aquellos ojos, ligeramente inclinados en las esquinasy revestidos un poco con Kohl, que revelaba que al menos uno de sus padres era del conti-nente sur. Lo interesante era que la mujer no se molestaba en ocultarlo, que decidió usar Kohl

mientras estaba en una misión, a pesar de las políticas poco agradables de Rifthold hacia losinmigrantes. Chaol sacudió su barbilla hacia sus compañeros desaparecidos—. Anda a losmuelles.

—Es más seguro que uno de nosotros permaneciera aquí —una vez más la fría, estable voz.

—Ayúdales a llegar a los muelles, luego, anda al nuevo in erno del barrio artesano. Tu coman-dante de guarnición se dará cuenta de que llegas tarde.

Nesryn miró a Aelin de arriba abajo, esas características graves nunca cambiando.

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—¿Cómo sabemos que no viene aquí por sus órdenes?

Aelin sabía muy bien lo que ella quería decir. Le dio un guiño de ojo a la joven.

—Si yo viniera por orden del rey, Nesryn Faliq, estarías muerta hace rato.

Sin ningún parpadeo de diversión, ni pizca de miedo. La mujer podría hacerle competencia a

Rowan solo por su frialdad.—La puesta de sol de mañana —dijo Chaol bruscamente a Nesryn. La joven le hizo apartar lavista, sus hombros apretados, antes de dirigirse al túnel. Se movía como el agua, pensó Aelin.

—Anda —le dijo Aelin a Chaol, su voz una raspada delgada—. Hay que ir –a ayudarles —o loque estaban haciendo.

La boca ensangrentada de Chaol formó una línea delgada.

—Lo haré. En un momento.

Sin ninguna invitación para unirse. Tal vez ella debería haberse ofrecido.—Volviste —dijo. Su pelo más largo, más tosco desde que lo había visto hace unos meses—.Es… Aedion… es una trampa…

—Sé sobre Aedion —Dioses, ¿qué podría decir?

Chaol asintió distante, parpadeando.

—Tú… tienes un aspecto diferente.

Ella llevó sus dedos al cabello rojo.

—Obviamente.

—No —dijo, dando un paso más cerca, pero solo uno—. Tu cara. La manera en que estás depie. Tú… —él sacudió la cabeza, mirando hacia la oscuridad donde se habían ido—. Caminaconmigo.

Ella lo hizo. Bueno, era más bien como caminar caminata-rápida-mientras-no-fuera-correr.Más adelante, ella podía distinguir los sonidos de sus compañeros que se apresuraban a tra-vés de los túneles.

Todas las palabras que quería decir corrieron alrededor de su cabeza, luchando por salir, peroella las empujó hacia atrás por un momento más.

Te amo –eso es lo que le había dicho él a ella el día que se fue. Ella no le había dado una res-puesta que no fuera lo siento .

—¿Una misión de rescate? —dijo ella, mirando detrás de ellos. Ningún susurro de persecu-ción.

Chaol gruñó con rmando.

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—Los ex-portadores de magia están siendo cazados y ejecutados nuevamente. La nuevaguardia del rey los lleva a los túneles para mantenerlos hasta que sea la hora de la matanza.A ellos les gusta la oscuridad –parecen prosperar con ella.

—¿Por qué no a las cárceles? —había un montón de oscuridad, incluso para los Valg.

—Demasiado público. Al menos para lo que hacen con ellos antes de ejecutarlos.

Un escalofrío serpenteó hacia abajo por su espina dorsal.

—¿Llevan anillos negros? —una cabezada. Su corazón casi se detuvo—. No me importancuántas personas lleven a los túneles. No entres otra vez.

Chaol soltó una breve carcajada.

—No es una opción. Entramos porque somos los únicos que podemos.

Las alcantarillas comenzaron a oler a la salmuera. Debían estar a punto de llegar al Avery, siella había contado correctamente las vueltas.

—Explícate.

—No se dan cuenta o no les importa la presencia de los seres humanos: solo las personas conmagia en su linaje. Portadores latentes incluso —la miró de reojo—. Es por ello que envíe aRen hacia el norte –para que saliera de la ciudad.

Ella casi tropezó con una piedra suelta.

—¿Ren… Allsbrook?

Chaol asintió lentamente.

El suelo se sacudió debajo de ella. Ren Allsbrook. Otro niño de Terrasen. Seguía vivo.Vivo .

—Ren es la razón por la que nos enteramos de eso en primer lugar —dijo Chaol—. Fuimos auno de sus nidos. Lo miraron a él. Nos ignoraron totalmente a Nesryn y a mí. Apenas salimos.Le envié a Terrasen –a los rebeldes– el día después. No estaba demasiado contento, creo.

Interesante. Interesante y completamente loco.

—Esas cosas con demonios. Valg. Y ellos–

—¿Drenan tu vida, se alimentan de ti, hasta que hacen una demostración de tu muerte?—No es una broma —le espetó. Sus sueños estaban frecuentados por las manos de aquellospríncipes Valg cuando se alimentaron de ella. Y cada vez se despertaba con un grito en loslabios, tratando de alcanzar a un guerrero Hade que no estaba allí para recordarle lo que habíahecho, que había sobrevivido.

—Sé que no lo es —sus ojos se posaron en donde Goldryn se asomó por sobre sus hom-bros—. ¿Nueva espada?

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Ella asintió con la cabeza. Tal vez había solo tres pies entre ellos ahora –tres pies y mesesy meses de ausencia y odio. Meses de arrastrarse fuera de ese abismo en que la había em -pujado. Pero ahora que estaba aquí… Todo ese esfuerzo ese esfuerzo no quería decir quelo sentía. Lo sentía, no por lo que ella le había hecho en la cara, pero por el hecho de que sucorazón fue sanado –todavía fracturado en algunos puntos, pero sano– y él… él no estaba allí.No como una vez lo había estado.

—Entendiste quién soy —le dijo ella, consciente de cuándo adelantaron a sus compañeros.

—El día que te fuiste.

Vigiló la oscuridad detrás de ellos durante un momento. Todo despejado.

Él no se movió más cerca –no parecía en absoluto inclinado a abrazarla o besarla o tocarlasiquiera. Más adelante, los rebeldes giraron en un túnel más pequeño, uno que sabía queconducía directamente hacia los muelles desvencijados en los barrios pobres.

—Agarré a Ligera —dijo después de un momento de silencio.

Intentaba no exhalar demasiado fuerte.

—¿Dónde está?

—Segura. El padre de Nesryn posee unas pocas panaderías en Rifthold, y le ha ido lo su-cientemente bien para tener una casa de campo en las colinas fuera de la ciudad. Dijo que supersonal cuidaría de ella en secreto. Parecía más que feliz de torturar a las ovejas, así que, losiento por no poder mantenerla aquí, pero con los ladridos…

—Entiendo —respiró—. Gracias —ella ladeó la cabeza—. ¿La hija de un hombre que poseetierras es una rebelde?

—Nesryn está en la guardia de la ciudad, a pesar de los deseos de su padre. La he conocidodurante años.

Eso no contestaba su pregunta.

—¿Se puede con ar en ella?

—Como dijiste, todos estaríamos muertos ya si ella estuviera aquí por las órdenes del rey.

—Claro —tragó con fuerza, envainando sus cuchillos y tirando de sus guantes, aunque solofuera para tener algo que hacer con sus manos. Pero entonces Chaol miró –al dedo vacíodonde su anillo de amatista alguna vez estuvo. Su piel estaba empapada con la sangre que sehabía ltrado a través de la tela, alguna roja, alguna negra y apestosa.

Chaol miraba a ese lugar vacío –y cuando sus ojos volvieron a los suyos, se le hizo difícil res-pirar. Se detuvieron en la entrada del túnel estrecho. Su cientemente lejos, se dio cuenta. Élestaba tan lejos como estaba dispuesto para permitirle que continuara.

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—Tengo mucho que decirte —le dijo antes de que él pudiera hablar—. Pero creo que pre eroescuchar tu historia primero. Cómo te metiste en esto; lo que pasó con Dorian. Y Aedion. Todo—Por qué te encontré con Arobynn esta noche .

Esa ternura provisional en su rostro se endureció en una resolución fría, severa –y su corazónse rompió un poco ante la vista de ello. Todo lo que tenía que decir no iba a ser agradable.

Pero solo dijo:—Encuéntrame en cuarenta minutos —y le dio el nombre y la dirección en los barrios po-bres—. Tengo que lidiar con esto primero.

No esperó una respuesta antes de correr por el túnel después de sus compañeros.

Aelin le siguió de todos modos.

Aelin observaba desde una azotea, monitoreando los muelles de los barrios bajos cuandoChaol y sus compañeros se acercaron a la barca. La tripulación no se atrevió a lanzar el ancla –solo a atar el barco a los postes podridos el tiempo su ciente para que los rebeldes pasaran alas víctimas ácidas a los brazos de los marineros que esperaban. Entonces remaron con fuer-za, en la curva oscura del Avery y con la esperanza de ir a un barco más grande en su boca.

Observó a Chaol hablar rápidamente a los rebeldes, Nesryn persistiendo cuando habían ter-minado. Una lucha corta, entrecortada sobre algo que no pudo oír, y el capitán anduvo solo,Nesryn y los demás marchándose en dirección contraria sin dirigirles un vistazo.

Chaol anduvo una cuadra antes de que Aelin silenciosamente cayera a su lado. Él no se in-mutó.

—Debería haberlo sabido mejor.

—Realmente deberías haberlo hecho.

La mandíbula de Chaol se apretó, pero él siguió caminando más lejos en los barrios bajos.

Aelin examinó la noche oscura, las calles durmiendo. Unos pilluelos salvajes se lanzaron pordelante, y los observó desde debajo de su capucha, preguntándose cuales estaban a sueldo

de Arobynn y podrían reportearle de lo que había visto a cuadras de su antiguo hogar. No habíaningún punto en tratar de esconder sus movimientos –y ella no lo hubiera querido, de todosmodos.

Las casas estaban desvencijadas pero no arruinadas. Cualesquiera que fueran las familiasde clase obrera que vivían allí intentaban dar lo mejor para mantenerlas en forma. Dada suproximidad al río, probablemente eran ocupadas por pescadores, trabajadores portuarios, ytal vez un esclavo ocasional en préstamo por su amo. Pero ninguna señal de problemas, nivagabundos ni prostitutas o aspirantes a ladrones merodeando por allí.

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Casi encantador, para los barrios pobres.

—La historia no es muy agradable —comenzó por n el capitán.

Aelin dejó que Chaol hablara mientras caminaban a través de los barrios bajos, y se rompió aloírlo.

Mantuvo la boca cerrada mientras él le dijo cómo se había reunido con Aedion y trabajó con él,y luego cómo el rey había capturado a Aedion e interrogó a Dorian. Le tomó un esfuerzo consi-derable para no sacudir al capitán para exigirle cómo pudo haber sido tan temerario y estúpidoy le tomó tanto tiempo actuar.

Entonces Chaol llegó a la parte donde Sorscha fue decapitada, cada palabra más tranquila ymás corta que la anterior.

Ella nunca se había aprendido el nombre de la curandera, no en todo el tiempo que la mujer lahabía curado y remendado. Para Dorian perder su… Aelin tragó duro.

La situación se puso peor.

Mucho peor, cuando Chaol explicó lo que Dorian había hecho para sacarlo del castillo. Se ha-bía sacri cado a sí mismo, revelando su poder al rey. Ella estaba temblando tanto que metiósus manos en los bolsillos y apretó sus labios con el n de bloquear las palabras.

Pero bailaban en su cráneo de todos modos, alrededor y alrededor.

Deberías haber sacado a Dorian y Sorscha el día en que el rey mató a todos aquellos esclavos.¿No aprendiste nada de la muerte de Nehemia? ¿Creíste de alguna manera que podrías ganarcon tu honor intacto, sin sacrifcar algo? No debiste haberlo abandonado; ¿cómo podías dejarque enfrentara al rey solo? ¿Cómo pudiste, cómo pudiste, cómo pudiste?

El dolor en los ojos de Chaol le impidió hablar.

Ella respiró cuando él se quedó en silencio, dominando la ira y la decepción y el shock. Le tomótres cuadras antes de que pudiera pensar con claridad.

Su ira y sus lágrimas no servirían de nada. Sus planes cambiarían de nuevo, pero no por mu-

cho. Liberar a Aedion, recuperar la Llave del Wyrd… ella todavía podía hacerlo. Enderezó sushombros. Estaban a pocas manzanas de su antiguo apartamento.

Al menos podía tener un lugar para esconderse, si Arobynn no hubiera vendido la propiedad.Probablemente se habría burlado de ella sobre si él lo tenía –o quizás lo abandonó para buscarun nuevo dueño. Amaba las sorpresas como esas.

—Así que ahora trabajas con los rebeldes —le dijo a Chaol—. O los diriges, por la mirada queles distes.

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—Hay muy pocos de nosotros. Mi territorio cubre los barrios y los muelles –hay otros responsa-bles de las diferentes secciones de la ciudad. Nos encontramos tan a menudo como podemos.Nesryn y algunos de los guardias de la ciudad han sido capaces de ponerse en contacto conalgunos de mis hombres. Ress y Brullo, principalmente. Han estado buscando maneras desacar a Dorian. Y Aedion. Pero ese calabozo es impenetrable, y están siendo vigilados. Soloentramos a su nido en la alcantarilla esa noche porque habíamos recibido la palabra de Ress

de que había una gran reunión en el palacio. Resulta que habían dejado a más centinelas delo que habíamos esperado.

Era imposible entrar al castillo –a menos que aceptara la ayuda de Arobynn. Otra decisión.Para mañana.

—¿Qué has escuchado de Dorian desde que huiste?

Un destello de vergüenza brilló en sus ojos de bronce.Había huido, sin embargo. Había dejadoa Dorian en manos de su padre.

Apretó los dedos en puños para no golpear su cabeza contra el costado del edi cio de ladrillo.¿Cómo podía haber servido a ese monstruo? ¿Cómo no lo había visto, no había tratado dematar al rey cada vez que estuvo a pocos pasos de él?

Esperaba que todo lo que el padre de Dorian le hubiera hecho, a pesar de haber sido castiga-do, el príncipe supiera que él no era el único en duelo. Y después de que ella hubiera recupe-rado a Dorian, ella le haría saber, que estaba dispuesta escuchar, que entendía –y que seríaduro y largo y doloroso, pero podría regresar de eso, de la pérdida. Cuando lo hiciera, con esacruda magia, libre cuando ella no lo fue… Podría ser decisivo a la hora de derrotar al Valg.

—El rey no ha castigado públicamente a Dorian —dijo Chaol—. Ni siquiera lo ha encerrado.Por lo que podemos decir, todavía está asistiendo a los eventos, y estará en esa ejecución porsu esta de cumpleaños.

Aedion –oh, Aedion. Sabía quién era, en qué se había convertido, pero Chaol no había suge-rido que su primo no pudiera escupirle en la cara en el momento en que la viera. Ella no sepreocuparía por eso hasta que Aedion estuviera a salvo, hasta que estuviera libre.

—Por lo tanto, tenemos a Ress y Brullo dentro, y los ojos de los muros del castillo —continuóChaol—. Dicen que Dorian parece estar comportándose normalmente, pero su actitud estáapagada. Más frío, más distante, pero eso es lo que se esperaba después de que Sorschafuera–

—¿Informaron si llevaba un anillo negro?

Chaol se estremeció.

—No –no un anillo —había algo en su tono que le hizo mirarlo y desear que no tuviera queescuchar las siguientes palabras. Chaol dijo:— Pero uno de los espías a rmó que Dorian tieneunas piedras negras alrededor del cuello.

Un collar de piedra del Wyrd.

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Por un momento, todo lo que pudo hacer Aelin fue mirar a Chaol. Los edi cios circundantes sepresionaban contra ella, una apertura de un hoyo gigante debajo de los adoquines mientrascaminaba sobre ellos, amenazando con tragarse todo.

—Estás pálida —dijo Chaol, pero él no hizo ademán de tocarla.

Bien. Ella no estaba totalmente segura de que pudiera manejar el ser tocada sin arrancarle elrostro.

Pero tomó un respiro, negándose a dejar que la enormidad de lo que había pasado con Dorianla golpeara –por lo menos, no por ahora.

—Chaol, no sé qué decir –acerca de Dorian y Sorscha y Aedion. De que estésaquí —gesticulóa los barrios pobres alrededor de ellos.

—Solo dime qué te pasó todos estos meses.

Ella le dijo. Le contó de lo que había sucedido en Terrasen hace diez años, y lo que pasó en

Wendlyn. Cuando llegó a los príncipes Valg, no le dijo acerca de esos collares, porque… por-que ya se veían enfermo. Y no le dijo acerca de la tercera llave del Wyrd –solo que Arobynnhabía robado el Amuleto de Orynth, y lo quería de vuelta.

—Así que ya sabes por qué estoy aquí, y lo que hice y lo que planeo hacer.

Chaol no respondió en una manzana entera. Él había estado en silencio durante todo el tra-yecto. No había sonreído.

Faltaba tan poco para llegar a la guarida por la que había sentido cariño cuando por n se en-contró con su mirada ja, sus labios una línea delgada. Dijo:

—Por lo tanto, estás aquí sola.—Le dije a Rowan que sería más seguro para él quedarse en Wendlyn.

—No —dijo un poco bruscamente, frente a la calle de adelante—. Quiero decir que volviste,pero sin ejército. Sin aliados. Has vuelto con las manos vacías.

Con las manos vacías.

—No sé lo que esperabas. Tú… tú me enviaste a Wendlyn. Si querías que volviera para traerun ejército, debiste haber sido un poco más especí co.

—Te envíe allí para tu seguridad, para que pudieras escapar del rey. Y tan pronto me di cuentade quién eras, ¿cómo no supondría que correrías a tus primos, a Maeve–?

—¿No has escuchado nada acerca de lo que dije? ¿Acerca de cómo es Maeve? Los Ashryverestán a su disposición entera, y si Maeve no envía ayuda,ellos no van a enviar ayuda.

—Ni siquiera lo intentaste —se detuvo en una esquina desierta—. Si tu primo Galan es uncorredor de bloqueos…

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—Mi primo Galan no es de tu incumbencia. ¿Por lo menos entiendes a lo que me enfrenté?

—¿Entiendes lo que fue para nosotros aquí? Mientras estabas jugando con la magia, de co-rrerías con su príncipe de las hadas, ¿entiendes lo que me pasó, lo que le pasó a Dorian?¿Entiendes lo que sucede todos los días en esta ciudad? Gracias a tus payasadas en Wendlynpodrían muy bien ser la causa de todo esto.

Cada palabra era como una piedra en la cabeza. Sí, sí, tal vez, pero…—¿Mispayasadas ?

—Si no hubieras sido tan dramática sobre ello, no hubieras alardeado de la derrota de Narrok yprácticamente no le hubieras gritado al rey que estabas de regreso, nunca nos habrían llamadoa ese cuarto…

—No me eches la culpa a mí de eso. Por tus acciones —ella apretó los puños mientras lomiraba –realmentemirándolo , a la cicatriz que siempre le recordará lo que había hecho, lo queno podía perdonar.

—Así que, ¿qué obtengo con culparte? —le exigió cuando ella comenzó a caminar otra vez,sus paso rápidos y precisos—. ¿Algo?

No podía decir eso, no podía simplemente ir en serio.

—¿Estás buscando otra cosa para culparme? ¿Qué hay de la caída de los reinos? ¿La pérdidade la magia?

—Lo segundo —dijo entre dientes—, por lo menos sé sin duda alguno, no es obra tuya.

Se detuvo de nuevo.

—¿Qué dijiste?

Su hombro se apretó. Eso era todo lo que necesitaba para saber que él había planeado nodecírselo. No a Celaena, su amiga y amante, pero sí desde que era Aelin –Reina de Terrasen.Una amenaza. Lo que fuera está información acerca de la magia, no había planeado decírselo.

—¿Qué, exactamente, te enteraste de la magia, Chaol? —dijo en voz baja.

Él no respondió.

—Dime.

Él negó con la cabeza, un vacío en las sombras iluminadas de su rostro.

—No. No es una casualidad. No cuando eres tan impredecible.

Impredecible . Era una suerte, supuso, que la magia fuera ahogada aquí, o de lo contrariopodría haber convertido la calle a cenizas a su alrededor, solo para mostrarle un poco de lopredecible que era.

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—Encontraste una manera de liberarla, ¿no es así? Sabes cómo.

No trató de ngir lo contrario.

—Tener la magia libre solo causaría caos –haría cosas peores. Tal vez sería hacerlo más fácilpara los demonios y que se alimenten de los portadores de magia.

—Es posible que muy bien lamentes esas palabras cuando escuches el resto de lo que tengoque decir —dijo entre dientes, furiosa y rugiente en su interior. Mantuvo la voz lo su cientemen-te baja para que nadie cercano pudiera escuchar mientras continuaba—. Ese collar que Dorianlleva –déjame decirte lo que hace, y vamos a ver si te niegas a decirme entonces, si rechazaslo que he estado haciendo los últimos meses —con cada palabra, su rostro se drenaba másde color. Una pequeña y malvada parte de ella se regodeaba de ello—. Se dirigen a portado-res de magia, alimentándose de la energía en su sangre. Drenan la vida de los que no soncompatibles para un demonio Valg. O, considerando el nuevo pasatiempo favorito de Rifthold,los ejecutan para obtener el miedo. Se alimentan de ti –de tu miedo, miseria y desesperación.Es como vino para ellos. El menos de los Valg, puede aprovechar un cuerpo mortal a través

de estos anillos negros. Pero su civilización –toda su malditacivilización —dijo—, se divide en jerarquías como la nuestra. Y sus príncipes quieren venir a nuestro mundo muy,muy mal. Porlo que el rey utiliza collares. Collares negros de piedras del Wyrd —ella no pensaba que Chaolestaba respirando—. Los collares son más fuertes, capaces de ayudar a los demonios a per-manecer dentro de cuerpos humanos mientras devoran a la persona y el poder interior. Narroktenía uno en su interior. Me rogó al nal para que lo matara. Nada más podía. Fui testigo de unmonstruo que no puedes empezar a imaginar luchando contra uno de ellos y fallando. Solo lallama, o la decapitación, los termina.

“Así que ya ves —terminó—, teniendo en cuenta los dones que tengo, encontrarás que quieresdecirme lo que sabes. Puedo ser la única persona capaz de liberar a Dorian, o por lo menosdarle la misericordia de matarlo. Si él aún sigue ahí —las últimas palabras tenían un sabor tanhorrible como sonaban.

Chaol negó con la cabeza. Una vez. Dos veces. Y ella podría haberse sentido mal por su pá-nico, por el dolor y la desesperación en su rostro. Hasta que él dijo:

—¿Se te ocurrió enviarnos una advertencia? ¿Para quécualquiera de nosotros sepa sobre loscollares del rey?

Fue como si un balde de agua fuera vertido sobre ella. Parpadeó.Podría haberlos advertido –podría haberlo intentado. Más adelante –pensaría sobre eso más adelante.

—Eso no importa —dijo—. Ahora, tenemos que ayudar a Aedion y Dorian.

—No hay unnosotros —desató el Ojo de Elena alrededor de su cuello y se lo arrojó. Brilló te-nuemente en las farolas cuando voló entre ellos. Ella lo cogió con una mano, el metal calientecontra su pie. No lo miró antes de deslizarlo en su bolsillo. Él continuó—: No ha sido un noso-tros por un tiempo, Celaena…

—Es Aelin ahora —le espetó tan fuerte como se atrevió—. Celaena Sardothien ya no existe.

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—Sigues siendo la misma asesina que se marchó. Solo volviste cuando fue de utilidad para ti.

Fue un esfuerzo impedir enviar su puño a la nariz. En cambio sacó el anillo de amatista deplata de su bolsillo y lo tomó en su mano, cerrando de golpe la palma enguantada de la mano.

—¿Por qué estabas reunido con Arobynn Hamel esta noche?

—Cómo–—No importa. Dime por qué.

—Quería su ayuda para matar al rey.

Aelin comenzó:

—¿Estás loco? ¿Le dijiste ?

—No, pero adivinó. He estado tratando de reunirme con él desde hace una semana, y estanoche me llamó.

—Eres un tonto por ir —ella empezó a caminar de nuevo. El permanecer en un solo lugar,aunque desierto, no era sensato.

Chaol se puso a caminar a su lado.

—Yo no vi a ninguno de losotros asesinos ofrecer sus servicios.

Ella abrió la boca, luego la cerró. Apretó sus dedos, luego los enderezó uno por uno.

—El precio no va a ser oro o favores. El precio será lo último que verás venir. Probablementela muerte o el sufrimiento de las personas que te importan.

—¿Crees que no lo sabía?

—Así que quieres tener a Arobynn para que mate al rey, ¿y luego qué? ¿Pondrás a Dorian enel trono? ¿Con un demonio Valg dentro de él?

—Yo no sabía de eso hasta ahora. Pero no cambia nada.

—Lo cambia todo. Incluso si consigues quitarle el collar, no hay garantía de que el Valg nohaya echado raíces en su interior. Es posible que pongas un monstruo por otro.

—¿Por qué no llegas a lo que dices,Aelin ? —silbó su nombre apenas lo bastante fuerte comopara que ella lo escuchara.

—¿Podrías matar al rey? Cuando estés allí ¿podrás matar a tu rey?

—Dorian es mi rey.

Fue un esfuerzo el no aquear.

—Semántica.

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—Mató a Sorscha.

—Mató a millones antes que ella —tal vez un desafío, tal vez otra pregunta.

Sus ojos llamearon.

—Me tengo que ir. Me encontraré con Brullo en una hora.

—Iré contigo —dijo, mirando hacia el castillo de cristal elevándose sobre el barrio noreste dela ciudad. Tal vez iba a aprender un poco más sobre lo que el Maestro de Armas sabía sobreDorian. ¿Y cómo ella sería capaz de dejar a su amigo? Su sangre se volvía helada, lenta.

—No, no lo harás —dijo Chaol. Su cabeza se volvió hacia él—. Si estás allí, tendré que respon-der muchas preguntas. No pondré en peligro a Dorian para satisfacer tu curiosidad.

Siguió caminando recto, peo dio la vuelta de la esquina con un encogimiento de hombros apre-tados.

—Haz lo que quieras.

Al darse cuenta de que se alejaba, se detuvo.

—¿Y qué vas a hacer tú ?

El exceso de sospecha en esa voz. Se detuvo unos pasos y arqueó una ceja.

—Muchas cosas. Cosas muy malas.

—Si te marchas, Dorian…

Ella le cortó con un resoplido.

—Te negaste a compartir tu información, capitán. Yo no creo que sea irrazonable que yo reten-ga la mía —volvió a caminar por la calle, hacia su antiguo departamento.

—No capitán —dijo.

Ella miró por encima del hombro y lo estudió de nuevo.

—¿Qué pasó con tu espada?

Sus ojos eran huecos.

—La perdí.Ah.

—Así que, ¿es Lord Chaol, entonces?

—Solo Chaol.

Por un instante, le compadeció, y parte de ella deseaba poder decir algo más amable, máscompasivo.

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—No hay manera de sacar a Dorian. No tiene salvación.

—Al igual que el in erno no existe.

—Sería mejor que consideraras a otros contendientes para poner en el trono…

—No termines esa frase —sus ojos estaban muy abiertos, su respiración era irregular.

Ella había dicho su ciente. Miraba sus hombros, relajando su temperamento.

—Con mi magia, podría ayudarle –podría encontrar una manera de liberarlo.

Pero probablemente lo mataría. No lo admitiría en voz alta. No hasta que pudiera verlo por símisma.

—¿Y entonces qué? —preguntó Chaol—. ¿Vas a tener a todos rehenes de Rifthold como lohiciste con Doranelle? ¿Quemar a cualquier persona que no esté de acuerdo contigo? ¿Osolo incinerarás nuestro reino por rencor? ¿Y los demás como tú, que sentirán que tienen unacuenta que saldar con Adarlan? —resolló una risa amarga—. Quizás estamos mejor sin magia.Quizás la magia no es exactamente hacer las cosas justas entre nosotros los simples mortales.

—¿Justas? ¿Crees que alguna parte de esto es justo ?

—La magia hace a la gente peligrosa.

—La magia te ha salvado la vida varias veces, si mal no recuerdo.

—Sí —respiraba—, tú y Dorian –y estoy agradecido, lo estoy. Pero ¿dónde está el control con-tra su clase? ¿El hierro? No hay mucho más allá de un efecto disuasorio, ¿no? Una vez que lamagia sea libre, ¿quién impedirá que los monstruos vengan de nuevo? ¿Quién te parará ati ?

Una lanza de hierro se disparó a través de su corazón.

Monstruo .

Había sido sin duda el horror y la repugnancia lo que había visto en su rostro ese día en queella reveló su forma Hada en el otro mundo –el día que había escindido la tierra e hizo descen-der el fuego para salvarlo, para salvar a Ligera. Sí, siempre tenía que haber controles contracualquier tipo de poder, pero…Monstruo .

Deseó que la hubiera golpeado en su lugar.

—Así que a Dorian le permites tener magia. Puedes llegar a un acuerdo con ese poder, y sinembargo ¿mi poder es una abominación para ti?

—Dorian nunca ha matado a nadie. Dorian no destripó a Archer Finn en los túneles o torturóy mató a Tumba y luego lo picó en trozos. Dorian no hizo una matanza en Endovier que dejódecenas de muertos.

Fue un esfuerzo aguantar esa pared vieja, familiar de hielo y acero. Todo detrás de ella estabaen ruinas y temblando.

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—He hecho las paces con eso —apretó los dientes, tratando tan condenadamente difícil el noir a sus armas como podría haber hecho una vez, ya que todavía dolía hacerlo, y dijo:— Voy aestar en mi viejo apartamento, si decides sacar tu cabeza de tu culo. Buenas noches.

No le dio la posibilidad de contestar antes de que marchara por la calle.

Chaol estaba en la pequeña habitación de la casa destartalada que había sido la sede principalde su escuadrón durante las últimas tres semanas, mirando un escritorio lleno de mapas y pla-nos y notas sobre el palacio, las rotaciones de los guardias, y los hábitos de Dorian. Brullo notenía nada que ofrecer durante su reunión una hora antes –solo la tranquilidad severa de queChaol había hecho lo correcto al dejar el servicio del rey y alejarse de todo lo que había traba- jado. El hombre más viejo todavía insistía en llamarlo capitán, a pesar de la protesta de Chaol.

Brullo había sido el que había encontrado a Chaol y se ofreció a ser sus ojos en el interior delcastillo, tres días después de que él hubiera corrido.Huyó , dijo Aelin. Ella sabía exactamentequé palabra manejar.

Una reina –furiosa y ardiente y tal vez un poco más cruel, se había encontrado él esta noche.Lo había visto desde el momento en que salió tambaleándose de la oscuridad del Valg paraencontrarla de pie con la quietud de un depredador al lado de Nesryn. A pesar de la suciedad yla sangre en ella, la cara de Aelin estaba bronceada y ruborizada con el color, y diferente. Másvieja, como si la calma y el poder que irradiaba habían no solo a lado su alma sino también lamisma forma de ella. Y cuando había visto su dedo desnudo…

Chaol sacó el anillo que había metido en el bolsillo y le echó un vistazo al corazón apagado.Sería cuestión de minutos encender un fuego y tirar el anillo allí.Volcó en anillo entre sus dedos. La plata era aburrida y marcada con innumerables arañazos.

No, Celaena Sardothien ciertamente no existía más. Esa mujer –la mujer que había amado…Tal vez se había ahogado en el mar vasto, despiadado entre aquí y Wendlyn. Tal vez ella habíamuerto a mano de los príncipes Valg. O tal vez había sido un tonto todo este tiempo, un tontopor mirar la vida que había tomado y la sangre que había tan irreverentemente derramado, yno estar disgustado.

Había habido muchasangre en ella esta noche –había matado a muchos hombres antes deencontrarlo. Ni siquiera se había molestado en lavarla, ni siquiera parecía darse cuenta dellevaba sangre de sus enemigos.

Una ciudad –había rodeado una ciudad con sus llamas, e hizo a una Reina Hada temblar.Nadie debería poseer ese tipo de poder. Si pudiera hacer que una ciudad entera se quemaracomo venganza porque una Reina Hada había azotado a su amigo… ¿Qué iba a hacer por elimperio que había esclavizado y masacrado a su pueblo?

No iba a decirle cómo liberar la magia –no hasta que supiera con certeza que ella no converti-

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ría a Rifthold en cenizas en el viento.

Alguien llamó a la puerta –dos compases e cientes.

—Deberías estar de turno, Nesryn —dijo a modo de saludo.

Se deslizó, suave como un gato. En los tres años que la había conocido, ella siempre había

tenido esa manera tranquila y elegante de moverse. Hace un año, un poco destrozado y teme-rario por la traición de Lithaen, lo había cautivado lo su ciente como para que pasara el veranocompartiendo su cama.

—Mi Comandante borracho está con la mano debajo de la camisa de cualquier nueva cama-rera sobre su regazo. Él no va a notar mi ausencia durante un tiempo todavía —una especiede tenue diversión brilló en sus ojos oscuros. El mismo tipo de diversión que había estado allíel año pasado cuando se encontraban, en las posadas o en las habitaciones superiores de lastabernas o incluso a veces contra la pared de un callejón.

Había necesitado eso –la distracción y la liberación– después de que Lithaen le hubiera dejadopor los encantos de Roland Havilliard. Nesryn estaba aburrida, al parecer. Ella nunca lo habíabuscado, nunca le pidió cuando lo volvería a ver, por lo que sus encuentros siempre habíansido iniciados por él. Unos meses más tarde, no se había sentido muy mal cuando se habíaido a Endovier y dejó de verla. Nunca le había dicho a Dorian –o Aelin. Y cuando se había en-contrado con Nesryn hace tres semanas en una de las reuniones de los rebeldes, no parecíaestar conteniendo rencor.

—Te ves cómo un hombre que hubiera recibido un puñetazo en las pelotas —dijo al n.

Le dio una breve mirada en su dirección. Y debido a que, efectivamente, se sentía de esa ma-nera, porque a lo mejor nuevamente se sentía un poco destrozado y temerario, le contó lo quehabía sucedido. Con quién había ocurrido.Con aba en ella, sin embargo. En las tres semanas que habían estado luchando y conspirandoy sobreviviendo juntos,no había tenidomás remedio que con ar en ella. Ren había con ado.Sin embargo Chaol no le había dicho a Ren quien era Celaena realmente antes de que hubieraido. Tal vez debería haberlo hecho. Si hubiera sabido que ella volvería así, actuando de esamanera, supuso que Ren habría aprendido para quién arriesgaba su vida. Supuso que Nesrynmerecía saberlo, también.

Nesryn ladeó la cabeza, el pelo brillante como seda negra.

—Campeona del Rey –y Aelin Galathynius. Impresionante —él no tenía que molestar parapedirle que lo mantuviera para sí misma. Ella sabía exactamente lo preciosa que esa informa-ción era. No le había pedido que fuera su segunda al mando para nada—. Debería sentirmehalagada de que pusiera su cuchillo en mi garganta.

Chaol miró de nuevo el anillo. Él debía derretirlo, ya que el dinero era escaso. Ya había gastadogran parte de lo que había arrancado de la tumba.

Y él ahora necesitaría más que nunca. Ahora que Dorian se había…

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Se había…

Que Dorian se había ido.

Celaena –Aelin había mentido acerca de muchas cosas, pero ella no habría mentido sobreDorian. Y ella podría ser la única persona capaz de salvarlo. Pero si intentaba matarlo en vez…

Se hundió en la silla del escritorio, la mirada perdida en los mapas y planos que había estadohaciendo. Todo –todo era para Dorian, para su amigo. Por sí mismo, no tenía nada que perder.Él no era más que un juramento roto sin nombre, un mentiroso, un traidor.

Nesryn dio un paso hacia él. Había un poco de preocupación en su rostro, pero nunca habíaesperado mimos de ella. Nunca lo hubiera querido. Tal vez porque solo ella entendía lo que era –lo que era hacer frente a la desaprobación de un padre por seguir el camino que le llamaba.Pero mientras que el padre de Nesryn nalmente había aceptado su elección, el propio padrede Chaol… No quería pensar en su padre en ese momento, no cuando Nesryn dijo:

—Lo que a rma sobre el príncipe–

—No cambia nada.

—Parece que lo cambia todo. Incluyendo el futuro de este reino.

—Solo déjalo pasar.

Nesryn cruzó sus brazos delgados. Ella era bastante delgada que la mayoría de los opositoresla subestimaban –para su propia desgracia. Esa noche, la había visto rasgar a uno de esossoldados Valg como si estuviera leteando un pescado.

—Creo que estás dejando que tu historia personal se interponga en el camino.

Él abrió la boca para protestar. Nesryn levantó una ceja peinada y esperó.

Tal vez había estado exaltado en ese momento.

Tal vez había sido un error negarse a decirle a Aelin cómo liberar la magia.

Y si eso le costaba a Dorian en el proces –

Maldijo en voz baja, la prisa del aliento meneando la vela en el escritorio.

El capitán que había sido una vez se habría negado a decirle. Aelin era una enemiga de sureino.Pero no era más el capitán. Ese capitán había muerto junto con Sorscha en esa habitación dela torre.

—Luchaste bien esta noche —dijo, como si esa fuera una respuesta.

Nesryn chasqueó la lengua.

—Volví porque he recibido un informe de que tres de las guarniciones de la ciudad fueron

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llamados a las Bóvedas a menos de treinta minutos después de que nos fuéramos. Su Ma- jestad —dijo secamente Nesryn— mató a un gran número de hombres del rey, propietarios einversionistas, de la sala, y se encargó de destrozar el lugar. No va a estar abierto de nuevoen cualquier momento pronto.

Dioses pasados.

—¿Saben que fue la Campeona del Rey?—No. Pero pensé que debía advertirte. Apuesto a que tenía una razón para hacerlo.

Tal vez. Tal vez no.

—Encontrarás que ella tiende a hacer lo que quiere, cuando quiere, y no pide permiso primero—Aelin probablemente solo había estado en un estado de ánimo cabreado y decidió dar riendasuelta a su genio en la sala de placer.

Nesryn dijo:

—Deberías haberlo sabido mejor antes de enredarte con una mujer así.

—Y supongo que tú sabes todo acerca de enredarte con las personas, teniendo en cuenta elnúmero de pretendientes que se alinean fuera de las panaderías de tu padre —un golpe bajo,tal vez, pero siempre había sido contundente con los demás. A ella no parecía molestarle, detodos modos.

Ese tenue brillo de diversión regresó a sus ojos mientras Nesryn puso las manos en los bolsi-llos y se alejó.

—Es por eso que nunca me involucro demasiado. Demasiado complicado.

Por qué ella no dejaba entrar a nadie. Nunca. Se debatió preguntándose el por qué –empuja-ba al respecto. Pero la limitación de las preguntas sobre el pasado era parte de su acuerdo, yhabía sido así desde el principio.

Honestamente, no sabía lo que había esperado cuando la reina regresara.

Esto no.

No puedes escoger y elegir qué partes de ella amar , le había dicho Dorian una vez. Había es-tado en lo cierto. Tan dolorosamente cierto.

Nesryn se fue.

Con la primera luz, Chaol fue a la joyería más cercana y empeñó el anillo por un puñado deplata.

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habitación, donde se había hecho añicos contra la pared.

Ella no había estado allí desde entonces, si alguien hubiera limpiado el cristal. O Ren o Arob-ynn.

Una mirada a uno de los muchos estantes le dio la respuesta.

Cada libro que había embalado para ese viaje de ida al Continente Sur, para esa nueva vidacon Sam, había sido puesto en su lugar. Exactamente donde una vez los había guardado.

Y solo había una persona que podría saber esos detalles –que utilizaría los baúles sin embalarcomo una burla y un regalo y un recordatorio silencioso de lo que le costaría salir de él. Lo quesigni caba que Arobynn había sabido sin ninguna duda que volvería aquí. En algún momento.

Ella caminó hacia su dormitorio. No se atrevió a comprobar si la ropa de Sam había sido des-empacada en los cajones –o tirada.

Un baño –eso es lo que necesitaba. Un largo, caliente baño.

Apenas se dio cuenta de que la habitación había su santuario. Encendió las velas en el bañode azulejos blancos, echándose en la cámara en un parpadeó de oro.

Después de girar las perillas de bronce de la bañera de porcelana de gran tamaño para iniciarel ujo de agua, desató cada una de sus armas. Se quitó la capa sucia con sangre, la ropa porcapa, hasta que se puso de pie en su propia piel llena de cicatrices y miró su espalda tatuadaen el espejo sobre el lavabo.

Hace un mes, Rowan había cubierto sus cicatrices de Endovier con un impresionante tatuajehacia abajo, escrito en el Antiguo Idioma de las Hadas –las historias de sus seres queridos ycómo habían muerto.

No tendría la tinta de Rowan en otro nombre en su carne.

Se metió en la bañera, gimiendo en el delicioso calor, y pensó en el vacío lugar en la repisadonde el reloj debería haber estado. El lugar que nunca había llenado de nuevo desde ese díaque había destrozado el reloj. Tal vez, tal vez ella también había dejado ese momento.

Dejando de vivir y comenzando solo… a sobrevivir. Con rabia.

Y tal vez le había tomado hasta esta primera, cuando se había tendido en el suelo mientras loque tres príncipes Valg se alimentaban de ella, cuando al n se había quemado a través de esedolor y oscuridad, que el reloj empezara de nuevo.No, ella no añadiría otro nombre amado a su carne.

Tiró una toalla al lado de la bañera y se la pasó por la cara, trozos de barro y sangre nublandoel agua.

Impredecible . La arrogancia, egoísmo puro en un pensamiento…

Chaol había corrido. Habíacorrido , y abandonó a Dorian para ser esclavizado por el collar.

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Dorian. Ella volvió –pero demasiado tarde. Demasiado tarde.

Mojó la toalla otra vez y cubrió su rostro con ella, con la esperanza de que de alguna maneraaliviaría la picazón de sus ojos. Tal vez había enviado un mensaje muy fuerte de Wendlyndestruyendo a Narrok; tal vez fue culpa suya que Aedion fuera capturado, Sorscha asesinaday Dorian esclavizado.

Monstruo .Y sin embargo…

Por sus amigos, por su familia, ella con mucho gusto sería un monstruo. Por Rowan, por Do-rian, por Nehemia, se rebajaría y degradaría y arruinaría a sí misma. Sabía que habrían hecholo mismo por ella. Arrojó la toalla en el agua y se sentó.

Monstruo o no, nunca en diez mil años ella habría dejado a Dorian enfrentando a su padresolo. Aunque Dorian le hubiera dicho que se fuera. Hace un mes, ella y Rowan habían elegidoenfrentar juntos a los Príncipes Valg –morir juntos, si era necesario, en vez de hacerlo solo.

Tú me recuerdas lo que el mundo debería ser; lo que el mundo puede ser , le había dicho unavez a Chaol.

Su rostro ardió. Una chica había dicho esas cosas; una chica tan desesperada por sobrevivir,hacerlo durante cada día, que no había preguntado por qué él servía al verdadero monstruode su mundo.

Aelin se deslizó bajo el agua, lavando su pelo, su cara, su cuerpo sangriento.

Ella podía perdonar a la chica que había necesitado a un capitán de la guardia para ofrecerestabilidad después de un año en el in erno; perdonar a la chica que había necesitado a uncapitán para ser su campeón.

Pero ella era su propia campeona ahora. Y ella no agregaría otro nombre de un amado muertoa su carne.

Así que cuando despertó a la mañana siguiente, Aelin escribió una carta a Arobynn aceptandosu oferta.

Un demonio Valg, le debía al Rey de los Asesinos.

A cambio de su ayuda rescataríany regresarían a salvo a Aedion Ashryver, el Lobo del Norte.

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Capítulo 8Traducido por Carla Vallejo

Corregido por Valeria Álvarez

Manon Blackbeak, heredera del clan de brujas Blackbeak, portadora de la espada Carnicera

de Viento, jinete del dragón heráldico Abraxos y la Líder del Ala de Vuelo del rey de Adarlanmiró al corpulento hombre sentado en la mesa de cristal y mantuvo su temperamento bajo unestricto control.

En las semanas que Manon y la mitad de la Legión de Dientos de Hierro había estado detenidaen Morath, la fortaleza de la montaña del Duque Perrington, no había cazado nada. Ni ningunade sus Trece. Lo que era la razón de que las manos de Asterin estuvieran a poca distancia desus espadas gemelas mientras se apoyaba contra la oscura pared de piedra, por lo que Sorrelestaba jada cerca de las puertas y por qué Vesta y Lin montaban guardia detrás de ellas.

El duque o no se daba cuenta o no le importaba. Mostró interés en Manon solo cuando dabalas órdenes de entrenamiento de su ejército. Aparte de eso, sus apariciones sin descanso secentraron en el ejército de hombres de extraño olor que esperaban en el campamento a los piesde la montaña. O en lo que habitaba en las montañas –lo que gritaba y rugía y gemía dentrodel laberinto de catacumbas esculpidas en el corazón de la roca antigua. Manon nunca habíapreguntado lo que estaba guardado o hacían dentro de las montañas, aunque sus Sombras leinformaban entre susurros que los altares de piedra estaban manchados de sangre y las maz-morras eran más negras que la propia Oscuridad. Si no interferían con la Legión Dientes deHierro, a Manon no le importaba particularmente. Dejaría a estos hombres jugar a ser dioses.

Por lo general, aunque sobre todo en estas reuniones miserables, la atención del duque estabajada sobre la hermosa mujer, con el pelo como cuervo que nunca había estado lejos de su

lado, como atada a él por una cadena invisible.

Era a ella a quien Manon estaba mirando mientras el duque señalaba las áreas en el mapaque quería que las exploradoras Dientes de Hierro contemplaran. Kaltain –ese era su nombre.

Ella nunca decía nada, nunca miraba a nadie. Un collar oscuro se abrazaba alrededor de sublanco cuello, un collar que hacía que Manon guardara su distancia. Un olor tanincorrecto al-rededor de toda esta gente. Humano, pero también no humano. Y sobre todo esta mujer, el olorera más fuerte y más extraño. Como los lugares oscuros, olvidados del mundo. Como suelo

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labrado en un cementerio.

—La próxima semana, quiero informes sobre lo que los hombres salvajes de los Colmillo es-tán haciendo —dijo el duque. Su bigote del color de la herrumbre parecía tan en desacuerdocon su brutal armadura oscura. Un hombre igual de cómodo luchando en las habitaciones delConsejo o en la matanza de los campos.

—¿Algo en particular para buscar? —dijo Manon rotundamente, ya aburrida. Era un honor serla Líder del Ala, se recordó a ella misma; un honor ser la an triona Ironteeth. Incluso si el estarallí se sentía como un castigo, e incluso si ella aún no había recibido palabra de su abuela, laGran Bruja del Clan Blackbeak, sobre lo que debía ser su próximo movimiento. Estaban alia-dos con Adarlan –no con los lacayos a entera disposición del rey.

El duque acaricio con ocio el no brazo de Kaltain, su blanca carne manchada con demasiadosgolpes para ser accidental.

Y entonces la gruesa cicatriz roja justo antes de la pendiente de su codo, dos pulgadas delargo, ligeramente levantada. Tenía que ser reciente.

Pero la mujer no se estremeció ante el tacto íntimo del duque, no mostró un parpadeo de dolorcuando sus gruesos dedos acariciaron la cicatriz violentamente.

—Quiero una lista actualizada de sus asentamientos —dijo el duque—. Sus números, los cami-nos principales que utilizan para cruzar las montañas. Permanezcan invisibles y no participen.

Manon podría haber tolerado todo sobre estar atascada en Morath –salvo por esa última or-den. No participar . No matar, no pelear, no desangrar hombres.

La cámara de consejo tenía solo una ventana alta y angosta, su vista cortada por una de las

muchas torres de piedra de Morath. No había su ciente espacio libre en esa sala, no con elduque y la mujer rota junto a él. Manon levantó su barbilla y se giró.

—Como desees.

—Su Gracia —dijo el duque.

Manon hizo una pausa, a mitad de la vuelta.

Los ojos oscuros del duque no eran totalmente humanos.

—Se dirigirá a mí como “Su Gracia”, Líder del Ala.

Era un esfuerzo impedir que sus dientes de hierro no rompieran hacia abajo las ranuras en susencías.

—No eres mi duque —dijo—. Ni eresmi gracia .

Asterin a pesar de todo se lo habría impedido.

El Duque Perrington retumbó una risa. Kaltain no demostró ningún indicio de haber oído algode eso.

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Vesta notó la atención de Mano y levantó sus cejas castañas.

—Busca a las demás —le pidió Manon—. Es hora de cazar —Vesta asintió con la cabeza y semovió lejos por un pasillo oscuro. Ella tiró su barbilla hacia Lin, que le dio a Manon una peque-ña sonrisa peligrosa y desapareció en las sombras a los talones de Vesta.

Manon, su Segunda y Tercera eran silenciosas cuando ascendieron a la mitad de la torre enruinas que alojaba en privado a las Trece. Durante el día, los dragones se encaramaban en losenormes puestos que sobresalían de la torre para conseguir un poco de aire fresco y mirabanel campo de guerra, muy por debajo; por la noche, ellas mismas a la aguilera para dormir, en-cadenándolos en sus áreas respectivas.

Era mucho más fácil que encerrarlos en las hediondas celdas en el vientre de la montaña conel resto de los huéspedes heráldicos, donde solo se rasgaría el uno al otro en fragmentos yconseguirían darle calambres a sus alas. Habían intentado alojarlos allí –una vez, al llegar.Abraxos había perdido los estribos y sacó la mitad de su cuerpo del corral, despertando a lasotras monturas hasta que también tironeaban y rugían y amenazaban con derribar la conten-

ción alrededor de ellos. Una hora más tarde, Manon había reclamado esa torre para las Trece.Parecía que el extraño olor irritaba a Abraxos, también.

Pero en la Aguilera, el tufo de los animales era familiar, acogedor. Sangre, mierda, heno ycuero. Apenas un atisbo de ese olorextraño –quizás porque estaban tan alto que el viento selo llevaba.

El suelo cubierto de paja crujía bajo sus botas, una brisa fresca barriendo en donde el techo fuerasgado por el macho de Sorrel. Para lograr que los dragones heráldicos se sintieran menosenjaulados y Abraxos podría mirar las estrellas, ya que le gustaba hacerlo.

Manon echó un vistazo sobre los comedores en el centro de la sala. Ninguno de las monturastocó la carne y los cereales proporcionados por los hombres mortales que estaban en la Agui-lera. Uno de esos hombres colocaba heno fresco, y un destello de dientes de hierro de Manonlo tuvo corriendo por las escaleras, el sabor fuerte de su miedo persistiendo en el aire comouna mancha de aceite.

—Cuatro semanas —dijo Asterin, echando un vistazo a su dragón azul claro, visible en la ro-tura a través de uno de los numerosos arcos abiertos—. Cuatro semanas, y ninguna acción.¿Qué es lo que estamos haciendo aquí? ¿Cuándo nos moveremos ?

En efecto, las restricciones chirriaban por delante de ellos. Limitaban el vuelo de noche para

mantener a los huéspedes en su mayoría sin ser detectados, el hedor de estos hombres, lapiedra, la forja, las zonas sinuosas de la interminable Guarida –tomaban cada día un poco dela paciencia de Manon. Incluso la pequeña cordillera en la que la torre de homenaje fue ubica-da era densa, hecha de solo roca desnuda, con pocos signos de la primavera que ya cubríanla mayor parte de las tierras. Un lugar muerto, pudriéndose.

—Nos moveremos cuando nos digan que nos movamos —le dijo Manon a Asterin, mirandohacia el sol poniente. Pronto, tan pronto como ese sol desapareciera sobre los irregularespicos negros podrían tomar los cielos. Su estómago se quejó—. Y si vas a poner en duda las

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Manon arremetió, tan rápido que incluso Asterin no pudo retirarse. La mano de Manon se ce-rró alrededor de la garganta de su prima, sus clavos de hierro en la suave piel debajo de susorejas.

—Un paso fuera de la línea, Asterin y esto —Manon enterró sus uñas más profundo cuandosangre azul comenzó a deslizarse por el cuello de oro bronceado de Asterin— encontrará su

marca.A Manon no le importaba que hubieran estado luchando una al lado de la otra hace un siglo,que Asterin fuera su pariente más cercana, o que Asterin le hubiera peleado una y otra vezpara defender la posición de Manon como heredera. Ella pondría a Asterin en su lugar en elmomento en que se convirtiera en una inútil molestia. Manon dejó que Asterin viera todo esoen sus ojos.

La mirada ja de Asterin se dirigió a la capa roja que Manon llevaba, el manto que su abuelale había ordenado tomar luego de que Manon le rajara la garganta a la Crochan, la bruja sedesangró en el piso de la Omega. El rostro hermoso y salvaje de Asterin fue frío cuando dijo:

Entendido.

Manon soltó su garganta, sacudiendo la sangre de Asterin de sus uñas cuando se dio la vueltaa las Trece, ahora de pie al lado de sus monturas, con la espalda rígida y silenciosas.

Montaremos. Ahora.

Abraxos se desplazó y se meció bajo Manon cuando ella se subió a la silla, consciente de queun paso en falso de la viga de madera en la que estaba posado le daría lugar a una bajadamuy larga y permanente.

Por debajo y hacia el sur, innumerables fogatas del ejército vacilaban, y el humo de las forjasentre ellas se elevaban alto en penachos que estropeaban el cielo estrellado, iluminado por laluna. Abraxos gruñó.

—Lo sé, lo sé, tengo hambre, también —dijo Manon, parpadeando mientras aseguraba losarneses que la mantenían rme en la silla de montar. A su izquierda y derecha, Asterin y Sorrelmontaban sus dragones y se volvieron hacia ella. Las heridas de su prima ya habían coagula-

do.Manon miró jamente la implacable caída hacia abajo al lado de la torre, más allá de las rocasescarpadas de la montaña y al aire libre. Quizás por esos tontos mortales habían insistido enque cada dragón heráldico y jinete cruzaran la Omega para que fueran a Morath y no se resis-tieran a la caída en picado, incluso desde los niveles más bajo de la Torre de Homenaje.

Un frío, viento apestoso le rozó la cara, obstruyendo su nariz. Una súplica, un grito silenciorompió desde el interior de una de esas ahuecadas montañas, luego se quedó en silencio. Era

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Trece se dispararon sobre la tierra envuelta en la noche.

Por n, la luz de la luna destelló débilmente sobre un pequeño cuerpo en el agua, y Abraxosplaneó, bajando y bajando, hasta que Manon podía ver su re ejo en la super cie plana, ver sucapa roja ondeando detrás de ella como un rastro de sangre.

Detrás, Asterin chilló y Manon se volvió para mirar a su Segunda abriendo sus brazos y echán-dose hacia atrás en su silla hasta que estuvo acostada sobre la columna vertebral de su mon-tura, el pelo de oro desatado y otando. Tal éxtasis salvaje, siempre había una alegría feroz,no domada cuando Asterin volaba.

Manon de vez en cuando se preguntaba si su Segunda a veces escapaba en la noche para iren nada más que en su piel, renunciando incluso a una silla de montar.

Manon miró hacia delante, con el ceño fruncido. Gracias a la Oscuridad que la Matrona Blac-kbeak no estaba aquí para ver eso, o más que solo Asterin sería castigada. Sería el propiocuello de Manon, también, por permitir que tal furia oreciera. Y no estar dispuesta a pisarlapor completo.

Manon divisó una pequeña casita de campo cercada. Una luz vaciló en la ventana, perfecto.Más allá de la casa, mechones de color blanco resplandecían, brillantes como la nieve. Mejoraún.

Manon dirigió a Abraxos hacia la granja, hacia la familia que, si fueran inteligentes, habríanoído las alas en pleno vuelo y habrían huido.

Sin niños. Era una regla tácita entre las Trece, incluso si algunos de los clanes no tuvieranreparos en ella, especialmente el Yellowlegs. Pero los hombres y las mujeres eran juegos lim-pios, si, había diversión para ser tenida.

Y después de su encuentro más temprano con el duque, con Asterin, Manon estaba realmentede humor para alguna diversión.

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Capítulo 9Traducido por Carolin Suarez Corregido por Diana Gonher

Después de que Aelin escribiera la maldita carta para Arobynn y se la enviara a través de uno

de sus salvajes niños de la calle, el hambre la hizo arrestarse desde el apartamento hacia lamañana gris. Cansada hasta los huesos, fue en busca del desayuno, también hizo las comprasnecesarias para el almuerzo y la cena. Regresó al almacén una hora más tarde para encontraruna caja grande y plana esperando sobre la mesa del comedor.

No había señal de que la cerradura hubiera sido manipulada, ninguna de las ventanas estabamás abierta de lo que habían estado cuando ella las abrió para que entrara la brisa del rio esamañana.

No esperaba menos de Arobynn, nada menos que un recordatorio de que él era el Rey de losAsesinos, se había desgarrado y sacri cado en el camino a ese trono autoimpuesto.

Parecía apropiado, de alguna manera, que los cielos se abrieran justo en ese momento. Elgolpeteo y tintineo de la lluvia a la distancia lavaron el pesado silencio de la habitación.

Aelin tiró del lazo de seda esmeralda que rodeaba la caja de color crema y lo arrojo lejos.Dejando a un lado la tapa, se quedó mirando la tela doblada que había dentro por un largomomento. En la nota colocada encima se leía: Me tomé la libertad de hacer algunas mejorasdesde la última vez. Ve a jugar.

Su garganta se apretó, pero ella sacó el ajustado traje de tela de cuerpo entero. Espeso yexible como el cuero negro, pero sin el brillo y la sofocación. Debajo del traje doblado había

un par de botas. Habían sido limpiadas desde la última vez que las había usado hace años,el cuero negro todavía era suave y exible, las ranuras especiales y las cuchillas ocultas tanprecisas como siempre.

Levantó la pesada manga del traje para revelar las fundas incorporadas que ocultaban nasespadas perversas tan largas como su antebrazo.

No había visto este traje, no lo había usado, desde….miró el lugar vacío en la repisa sobre lachimenea. Otra prueba-una sencilla, para ver hasta qué punto ella podía perdonar y olvidar,cuanto soportaría trabajar con él.

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Arobynn había pagado por el traje años atrás, una exorbitante suma de dinero exigida por elmaestro inventor de Melisande que lo había elaborado todo a mano, hecho exactamente a sumedida. Había insistido en que sus dos mejores asesinos fueran equipados con un traje letal,para ella había sido un regalo, uno de los muchos que él le había dado para intentar compen-sarla por golpearla hasta el in erno y luego enviarla al Desierto Rojo a entrenar. Ella y Samhabían recibido ambos una paliza brutal por su desobediencia, y sin embargo Arobynn había

hecho que Sam le pagara por el traje. Y luego le dio trabajos de segunda para evitar que sal-dara la deuda rápidamente.

Dejó el traje de nuevo en la caja y comenzó a desvestirse, respirando el aroma de la lluviasobre la piedra que se colaba por las ventanas abiertas.

Oh, ella podría desempeñar el papel de la protegida devota otra vez. Podría estar de acuerdocon el plan que le había dejado crear, el plan que había modi cado ligeramente, solo lo su-ciente. Mataría a quién fuera necesario, se prostituiría, se arruinaría a si misma si eso signi-caba lograr que Aedion estuviera a salvo.

Dos días—sólo dos días, hasta que pudiera verlo de nuevo, hasta que pudiera ver con suspropios ojos en que se había convertido, como había sobrevivido todos estos años. E inclusosi Aedion la odiaba, si le escupía como prácticamente lo había hecho Chaol… valdría la pena.

Desnuda, se metió en el traje, el material blando deslizándose sobre su piel. Típico de Arobynnno mencionar que modi caciones había hecho, para hacerlo un rompecabezas letal que elladebía solucionar, si era lo su cientemente inteligente como para sobrevivir.

Se movió alternativamente, con cuidado para evitar activar el mecanismo que liberaba las cu-chillas ocultas, examinándolo por cualquier otro tipo de armas o trucos ocultos. Tomo un pocomás de trabajo antes de que el traje la envolviera por completo y se colocara las botas.

Mientras se dirigía a la habitación, ya podía sentir el refuerzo añadido a cada punto débil queposeía. Las especi caciones debieron ser enviadas meses antes de que llegara el traje. Porun hombre que efectivamente sabía que la rodilla a veces le temblaba, que partes del cuerpola favorecían en combate, la velocidad con la que se movía. Todo lo que Arobynn sabía de ella,envuelto a su alrededor en tela, acero y oscuridad. Se detuvo ante el espejo de pie que estabacontra la pared al nal de la habitación.

Una segunda piel. Tal vez menos escandaloso por los exquisitos detalles, el acolchado adicio-nal, los bolsillos, los pedacitos de decoración blindada, pero no había ni una pulgada dejada ala imaginación. Dejó escapar un silbido. Muy bien entonces.

Podía ser Celaena Sardothien otra vez, por un poco más de tiempo, hasta que este juego ter-minara.

Podría haber meditado un poco más sobre eso, si el chapoteo de los cascos y las ruedas quepararon fuera del almacén no hubieran hecho eco a través de las ventanas abiertas.

Dudaba que Arobynn apareciera tan pronto para regodearse, no, esperaría hasta saber si ellarealmente había ido a jugar con el traje.

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Eso dejó solo una persona que se molestaría en visitarla, aunque dudaba que Chaol desper-diciara dinero en un carruaje, incluso bajo la lluvia. Manteniéndose lejos de la vista, miró por laventana a través de la lluvia tomando detalle del carruaje desconocido. Nadie observaba en lacalle lluviosa y no había señales de quien podría estar adentro.

Caminando hacia la puerta, Aelin sacudió su muñeca liberando la cuchilla del brazo izquierdo.

No hizo ningún sonido mientras salía disparada de la ranura escondida en el guante, el metalreluciente a la luz tenue por la lluvia.

Dioses, el traje era tan maravilloso como lo había sido el primer día que lo probó; la cuchillacortó sin problemas través del aire como lo había hecho cuando ella la hundió en sus objetivos.

Sus pasos y el tamborileo de la lluvia sobre el tejado del almacén eran los únicos sonidos mien-tras bajaba las escaleras, luego pasando entre las cajas apiladas en el piso principal.

Con el brazo izquierdo en un ángulo que le permitía esconder la cuchilla entre los pliegues desu capa, tiró de la puerta del almacén de rodadura gigante para revelar los velos de la lluviaondulante.

Una mujer encapuchada esperaba bajo el toldo, un coche de caballos de alquiler sin marcasesperaba detrás de ella en la acera. El conductor estaba observando cuidadosamente, la lluviagoteaba del ala ancha de su sombrero. No era un ojo entrenado, simplemente miraba hacia lamujer que lo había contratado. Incluso en la lluvia, la capa era de un profundo y rico color gris,la tela limpia y lo su cientemente pesada como para sugerir derroche de dinero, a pesar delcarro.

La pesada capucha ocultaba el rostro de la extraña en las sombras, pero Aelin vislumbró unapiel de mar l, pelo oscuro y guantes de terciopelo no en sus manos metidas entre la capa—¿por un arma?

—Comienza a explicarte— dijo Aelin, apoyada en el marco de la puerta—o serás carne de rata.

La mujer dio un paso atrás bajo la lluvia, no hacia atrás exactamente, pero hacia el carruaje,donde Aelin notó la forma pequeña de una niña esperando dentro. Agachándose.

—He venido a advertirte— dijo la mujer, y se sacó la capucha lo su ciente para revelar surostro.

Grandes ojos verdes, labios sensuales, pómulos a lados y una nariz respingona se combi-naban para crear una rara pero asombrosa belleza que hacía que los hombres perdieran elsentido común.

—Por favor— rogó Lysandra.

Esa palabra—y la desesperación detrás de la misma—hicieron que Aelin deslizará su espadaen la vaina.

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En los nueve años que ella conocía a la cortesana, ni una sola vez había oído a Lysandra decirpor favor o sonar desesperada por algo. Frases como “gracias”, “¿Puedo?” o incluso “encanta-da de verte” nunca habían sido pronunciadas por Lysandra en la presencia de Aelin.

Podrían haber sido amigas tan fácilmente como enemigas—ambas huérfanas, ambas encon-tradas por Arobynn cuando eran niñas. Pero Arobynn había entregado a Lysandra a Clarisse,

su buena amiga y una exitosa madama de burdel. Y aunque Aelin había sido entrenada en elarte del asesinato y Lysandra para los dormitorios, habían crecido siendo rivales. Arañando porel favor de Arobynn.

Cuando Lysandra cumplió los diecisiete años y tuvo su Licitación, fue Arobynn quien habíaganado, usando el dinero que Aelin le habida dado para pagar sus deudas. La cortesana en-tonces había lanzado lo que había hecho Arobynn con su dinero en la cara de Aelin.

Entonces Aelin le había lanzado algo a ella: una daga. No se habían visto desde entonces.

Aelin imaginó que estaba perfectamente justi cada y tiro hacia atrás la capucha para revelarsu propio rostro y dijo

—Me tomaría menos de un minuto matarte a ti y a tu conductor, y asegurarme de que tu pe-queña protegida en el carruaje no diga ni pio sobre el asunto. Ella probablemente estaría felizde verte muerta.

Lysandra se puso rígida.

—Ella no es mi protegida, y no esta en entrenamiento.

— ¿Así que ella vino para ser utilizada como escudo contra mí?— la sonrisa de Aelin era a-lada.

—Por favor, por favor— dijo Lysandra bajo la lluvia—necesito hablar contigo, solo por unominutos, donde sea seguro.

Aelin se jó en las bellas ropas, el carruaje alquilado, la salpicadura de lluvia en los adoquines.Tan típico de Arobynn lanzarle esto a ella. Pero lo dejaría jugar esta mano; ver a donde la lle-vaba.

Aelin apretó el puente de la nariz con dos dedos, luego levanto la cabeza

—Tú sabes que tengo que matar a tu conductor.

— ¡No, no!—clamó el hombre, luchando para agarrar las riendas. —Juro—juro que no voy adecir una sola palabra sobre este lugar.

Aelin acechó el carruaje, la lluvia empapando su capa. El conductor podría reportar la ubica-ción del almacén, podría poner en peligro todo.

Aelin miró el salpicado permiso del coche enmarcado en la puerta, iluminado por el pequeñofarol que colgaba arriba.

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—Bueno, Kellan Oppel de la sesenta y tres, calle Baker, apartamento dos, supongo que no selo dirás a nadie.

Blanco como la muerte, el conductor asintió.

Aelin abrió la puerta del carruaje, diciendo a la niña dentro

—Sal. Ambas adentro, ahora.—Evangeline puede esperar aquí.

Aelin miró por encima del hombro, la lluvia salpicando su cara mientras sus labios se retirabande sus dientes.

—Si tú crees por un momento que voy a dejar a una niña sola en un carruaje de alquiler en losbarrios bajos, puedes volver de nuevo al vertedero de dónde vienes.

Se asomó al coche de nuevo y dijo a la muchacha encogida

—Vamos. No te morderé.Eso pareció ser garantía su ciente para Evangeline, quien se acercó más, la luz del farolrodando su pequeña mano de porcelana antes de que agarrara el brazo de Aelin para saltarde la cabina. No más de once años, estaba delicadamente constituida. Su pelo rojizo—dora-do trenzado para revelar unos ojos amarillo—verdoso que observan la calle empapada y lasmujeres delante de ella. Tan impresionante como su señora, o lo hubiera sido, si no fuera porlas profundas cicatrices dentadas en ambas mejillas. Cicatrices que explicaban el horror y lahorrenda salida del tatuaje en la parte interior de la muñeca de la niña. Había sido una de lasadquisiciones de Clarisse, hasta que había sido estropeada y perdió todo el valor.

Aelin guiñó un ojo a Evangeline y le dijo con una sonrisa de conspiración mientras la conducíabajo la lluvia

—Tú te pareces a mi tipo de persona—.

Aelin abrió el resto de las ventanas para que la brisa del rio y la lluvia refrescara el sofocanteapartamento. Por fortuna nadie había rondado la calle en los minutos que habían estado afue-

ra, pero si Lysandra estaba aquí, ella no tenía ninguna duda que volvería con Arobynn.Aelin palmeo el sillón frente a la ventana, sonriendo a la pequeña niña con cicatrices.

—Este es mi lugar favorito para sentarme en todo el apartamento, sobre todo cuando entrauna agradable brisa por la ventana. Si quieres tengo un libro o dos que creo que te gustarían.O— hizo un gesto a la cocina a su derecha— podrías encontrar algo delicioso en la mesa dela cocina, una tarda de arándanos, creo.

Lysandra estaba rígida, pero a Aelin particularmente no le importaba un comino.

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—Tú eliges.

Como niña de un burdel de alta categoría, Evangeline probablemente tenía muy pocas opcio-nes de vida. Los ojos verdes de Lysandra parecieron suavizarse un poco. Con su voz apenasaudible por encima del golpeteo de la lluvia sobre el techo y las ventanas Evangeline dijo:

—Me gustaría la tarta, por favor.

Un momento después ella se había ido.

Muchacha inteligente. Sabía mantenerse fuera del camino de su señora.

Con Evangeline ocupada, Aelin colgó su capa empapada y utilizo la sección seca del pañopara limpiarse la cara mojada. Mantuvo la muñeca en posición en caso de que tuviera quedisparar la cuchilla oculta, Aelin señaló el sofá frente a la chimenea apagada y dijo a Lysandra

—Siéntate—.

Para su sorpresa, la mujer obedeció. Pero le dijo:

— ¿O me amenazaras con matarme de nuevo? —

—No hago amenazas. Solo promesas—.

La cortesana se desplomó contra los cojines del sofá.

—Por favor. ¿Cómo voy a tomar todo lo que sale de esa gran boca en serio? —

—Lo tomaste en serio cuando tiré una daga a tu cabeza—.

Lysandra le dio una pequeña sonrisa.

—Fallaste—.

Era cierto, pero había rozado la oreja de la cortesana. Por lo que a ella le concernía, se lomerecía.

Pero la mujer sentada frente a ella—ambas eran mujeres ahora, no las niñas que habían sidoa los diecisiete años. Lysandra la miró de arriba a abajo.

—Te pre ero rubia—

—Y yo pre ero que te largues como el in erno fuera de mi casa, pero eso no parece que ocurrapronto.

Echó un vistazo a la calle de abajo; el carruaje esperaba, según lo ordenando.

—¿Arobynn no podía enviarte en uno de sus carruajes? Pensé que él te los prestaba genero-samente—.

Lysandra agitó la mano, la luz de las velas atrapada en una pulsera de oro que apenas cubríauna serpiente tatuada en su delgada muñeca.

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—Me negué a usar su carruaje. Pensé que daría un mensaje equivocado—.

Demasiado tarde para eso.

—Así que él te envió, entonces. ¿Para advertirme sobre qué, exactamente? —

—Él me envió a decirte su plan. No confía en mensajeros estos días. Pero la advertencia viene

de mi parte—.Una mentira absoluta, sin dudas. Pero ese tatuaje, el signo del burdel de Clarisse, grabado enla carne de todas sus cortesanas desde el momento en que se vendieron en su casa…la niñaen la cocina, el conductor abajo que podría hacer que todo sea muy, muy difícil si ella destripa-ba a Lysandra. Pero la daga era tentadora mientras veía ese tatuaje.

No la espada. No, quería la intimidad de un cuchillo, quería compartir la respiración de la cor-tesana mientras acababa con ella. Aelin pregunto tranquilamente

— ¿Por qué todavía tienes la marca de Clarisse tatuada? —

No confíes en Archer, Nehemia había tratado de advertirle, dibujando una representación per-fecta de la serpiente en su mensaje codi cado. Pero ¿Qué pasaba con cualquier otra personaque tuviera esa marca? La Lysandra que Aelin había conocido años atrás…de dos caras,mentirosa y confabuladora estaban entre las palabras más agradables que Aelin habría usadopara describirla.

Lysandra frunció el ceño hacia ella.

—No podemos deshacernos de ella hasta que no hayamos pagado nuestras deudas—.

—La última vez que vi tu cuerpo prostituirse, estabas a pocas semanas de pagarlas—.

De hecho, Arobynn había pagado tanto en la Licitación dos años atrás que Lysandra deberíahaber sido libre casi de inmediato.

Los ojos de la cortesana brillaron.

— ¿Tienes algún problema con el tatuaje? —

—Ese pedazo de mierda de Archer Finn tenía uno—.

Habían pertenecido a la misma casa. La misma señora. Tal vez ellos habían trabajado juntosen otros aspectos, también.

Lysandra sostuvo la mirada.

— Archer está muerto—.

—Porque yo lo destripé. —dijo Aelin dulcemente.

Lysandra apoyo una mano en el respaldo del sofá.

—Tú—respiró.

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Pero entonces ella negó con la cabeza y dijo en voz baja

—Bien. Qué bueno que lo mataras. Él era un cerdo egoísta—.

Podría ser una mentira para ganársela.

—Di lo que tengas que decir, y luego lárgate—.

La boca sensual de Lysandra se apretó Pero ella expuso el plan de Arobynn para liberar aAedion.

Era brillante, si Aelin era honesta. Brillante, dramático y audaz. Si el Rey de Adarlan quería ha-cer un espectáculo de la ejecución de Aedion, entonces harían un espectáculo de su rescate.Pero decírselo a Lysandra, para atraer a otra persona que podría traicionarla o salir de testigocontra ella…un recordatorio más de cómo podía fácilmente sellar el destino de Aedion, de dar-le a Arobynn el poder de decidir si hacia la vida de Aelin un in erno.

—Lo sé, lo sé. —dijo la cortesana, leyendo el brillo frío en los ojos de Aelin. —No te hace falt

recordarme que me sacaras la piel viva si te traiciono—.Aelin sintió un musculo de su mandíbula tensarse.

— ¿Y la advertencia que viniste a darme? —

Lysandra se movió en el sofá.

—Arobynn quería que yo te dijera los planes para que pudiera comprobar—probarte, ver quetanto estas de su lado, ver si vas a traicionarlo—.

—Estaría decepcionada si no lo hacía—.

—Creo que…creo que también me envió aquí como una ofrenda—.

Aelin sabía lo que quería decir, pero dijo:

—Por desgracia para ti, no tengo ningún interés en las mujeres. Incluso las que se les pagan—.

Lysandra inspiró con delicadeza.

—Creo que él me envió aquí para que pudieras matarme. Como un regalo—.

— ¿Y viniste a pedirme que lo considere? —

No es de extrañar que haya traído a la niña entonces. Egoísta, cobarde, utilizando a Evange-line como escudo.

Lysandra miró el cuchillo atado al muslo de Aelin.

—Mátame si quieres. Evangeline ya sabe lo que sospecho, y no va a decir ni una palabra—.

Aelin mantuvo en su rostro una máscara helada de calma.

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—Pero yo he venido para advertirte—Lysandra continuó—él te puede ofrecerte regalos, podríaayudarte en este rescate. Pero te está observando, y tiene su propia agenda. Ese favor que leofreciste, no me dijo que es, pero es probable que sea una trampa. De una manera u otra. Yoconsideraría si vale la pena, y ver si podrías salir de ella.

Ella no lo haría, no podía. No por una docena de razones diferentes.

Cuando Aelin no respondió, Lysandra tomó una respiración profunda.—También vine a darte esto—.

Metió la mano en los pliegues de su rico vestido índigo y Aelin sutilmente cambió a una posi-ción defensiva.

Lysandra simplemente sacó un sobre desgastado y con cuidado lo puso sobre la mesa bajadelante del sofá. Tembló todo el camino hacia abajo.

—Esto es para ti. Por favor léela—.

— ¿Así que ahora eres la puta y la mensajera de Arobynn? —

La cortesana captó el golpe verbal.

—Esto no es de Arobynn. Es de Wesley—.

Lysandra pareció hundirse en el sofá, y había un dolor indescriptible en sus ojos que por unmomento Aelin le creyó.

—Wesley—dijo Aelin. —El guardaespaldas de Arobynn. El que se pasó la mayor parte de sutiempo odiándome, y el resto contemplando maneras de matarme.

La cortesana asintió.

—Arobynn asesino a Wesley por matar a Rourke Farran—.

Lysandra se estremeció.

Aelin miro el viejo sobre. Lysandra bajó la mirada a sus manos, las apretaba con tanta fuerzaque se marcaron los tendones de sus nudillos.

Líneas desgastadas marcaban el sobre, pero el astillado sello todavía no había sido roto.

— ¿Por qué has estado llevando una carta para mí de Wesley durante casi dos años?Lysandra no alzo la vista y su voz se quebró cuando dijo:

—Porque lo amaba—.

Bueno, de todas las cosas que había esperado que Lysandra dijera, esto le había sorprendido.

—Empezó como un error. Arobynn me enviaba de nuevo con Clarisse en el carruaje con elcomo escolta, y al principio éramos solo—solo amigos. Hablábamos, y él no esperaba nada,

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pero entonces…entonces Sam murió y tú—Lysandra sacudió la barbilla hacia la carta, que semantenía entre ellas sin abrir. — Está todo ahí. Todo lo que Arobynn hizo, todo lo que planeo.Lo que él le pidió a Farran que le hiciera a Sam, y lo que ordeno para ti. Todo. Wesley queríaque supieras, porque quería que tú entendieras, Celaena, que él no lo supo hasta que fue de-masiado tarde. Él trato de detenerlo, e hizo lo mejor que pudo para vengar a Sam. Si Arobynnno lo hubiera asesinado…Wesley tenía planeado ir a Endovier a sacarte. Incluso fue al Merca-

do de las Sombras para encontrar a alguien que conociera el trazado de las minas, y consiguióun mapa de ellas. Todavía lo tengo. Como prueba. Puedo ir a buscarlo…—

Las palabras se estrellaron en ella como una lluvia de echas, pero excluidas de la pena porun hombre al que nunca había tomado el tiempo para considerar como algo más que unos delos perros de Arobynn. No le extrañaría que Arobynn utilizara a Lysandra para inventar toda lahistoria y así ella con ara en la mujer. La Lysandra que ella conocía hubiera estado más quefeliz de hacerlo. Y Aelin podría haberle seguido el juego para ver hasta donde la llevaba, hastadonde llegaba Arobynn y si tropezaba lo su ciente para revelar su juagada, pero…

Lo que él le pidió a Farran que le hiciera a Sam.

Ella siempre había asumido que Farran había acabado con Sam torturándolo de la maneraque amaba lastimar y doblegar personas. Pero había sido Arobynn quien había solicitado quecosas especi cas debía hacerle a Sam…era bueno que no tuviera su magia. Bien podría ha-berse sofocado.

Podría haber estallado en llamas y arder por días, sumergida en su propio fuego.

—Entonces viniste aquí— Dijo Aelin, mientras Lysandra discretamente se secaba los ojos conun pañuelo— para advertirme que Arobynn podría estar manipulándome, ¿porque nalmentete diste cuenta del monstruo que realmente es Arobynn después de que matara a tu amante?

—Le prometí a Wesley que yo personalmente te daría esa carta—.

—Bueno, ya me la diste, ahora lárgate—.

Sonaron unos pasos ligeros y Evangeline irrumpió desde la cocina, dirigiéndose a su señoracon una gracia ágil. Con sorprenderte ternura Lysandra deslizó un brazo tranquilizador alrede-dor de Evangeline mientras se ponía de pie.

—Entiendo, Celaena, lo hago. Pero te lo ruego, lee esa carta. Por él—.

Aelin enseño los dientes.

—Fuera—.

Lysandra camino hasta la puerta, manteniéndose a sí misma y a Evangeline a una distanciaprudente de Aelin.

Se detuvo en el umbral.

—Sam también era mi amigo. Él y Wesley fueron mis únicos amigos. Y Arobynn se llevó aambos—.

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Aelin simplemente alzó las cejas.

Lysandra no se molestó con un adiós mientras desaparecía por las escaleras.

Pero Evangeline seguía parada en el umbral, mirando entre su señora desapareciendo y Aelin,su hermoso cabello brillaba como el cobre líquido.

Entonces la niña hizo un gesto a su cara llena de cicatrices y dijo:—Ella me hizo esto—.

Fue un esfuerzo mantenerse sentada, para no saltar por las escaleras y degollar a Lysandra.

Pero Evangeline continuó.

—Lloré cuando mi madre me vendió a Clarisse. Lloré y lloré. Y creo que Lysandra había mo-lestado a la señora ese día, porque me dieron a ella como aprendiz, a pesar de que estaba apocas semanas de pagarle sus deudas. Esa noche, se suponía que debía comenzar el entre -namiento, y lloré tanto que me ensucie a mí misma. Pero Lysandra, ella me limpio. Me dijo quehabía una salida, pero que dolería y que yo ya no sería la misma. Que no podría huir, que ellaya había intentado huir un par de veces cuando tenía mi edad, y que la habían encontrado ygolpeado donde nadie podría verlo.

Alien nunca había sabido de esto, nunca se preguntó. Todas esas veces que se había reído yburlado de Lysandra mientras habían crecido…

Evangeline continuó.

—Le dije que haría cualquier cosa por salir de lo que las otras chicas me habían contado. Asíque me dijo que con ara en ella y luego me dio estas. Comence a gritar lo su cientemente altocomo para que los demás viniesen corriendo. Pensaron que ella me había cortado de ira, y dijoque lo había hecho para que no me convierta en una amenaza. Dejo que ellos creyeran eso.Clarisse estaba tan enojada que golpeo a Lysandra en el patio, pero Lysandra me compro porla cantidad que habría costado si yo hubiera sido una cortesana completa. Como ella.

Aelin no tenía palabras.

Evangeline dijo:

—Es por esto que todavía está trabajando para Clarisse, porque todavía no es libre y no loserá por un tiempo. Creí que deberías saberlo.

Aelin se decía que no debía con ar en la chica, que esto podría ser otra parte del plan de Ly-sandra y Arobynn, pero…pero había una voz en su cabeza, en sus huesos, que le susurrabauna y otra y otra vez, cada vez más clara y más fuerte.

Nehemia habría hecho lo mismo.

Evangeline hizo una reverencia y se fue bajando las escaleras dejando a Aelin mirando el des-gastado sobre.

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Si ella misma había podido cambiar tanto en dos años, tal vez Lysandra también.

Y por un momento, se preguntó como de diferente habría sido la vida de otra joven mujer si sehubiera detenido a hablar con ella—realmente hablar con Kaltain Rompier, en lugar de desen-tenderse de ella como una cortesana insípida. Qué habría pasado si Nehemia también hubieratratado de ver más allá de la máscara de Kaltain.

Evangeline estaba subiendo al carruaje reluciente de lluvia junto a Lysandra cuando Aelin apa-reció en la puerta del almacén y dijo:

—Espera—.

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Capítulo 10Traducido por Carolin Suarez Corregido por Diana Gonher

La visión de Aedion estaba borrosa, cada respiración que daba era gloriosamente difícil.

Pronto. Él podría sentir a la Muerte asechando en la esquina de la celda, contando sus últimasrespiraciones, como un león asechando a su presa. Cada vez más seguido, Aedion sonreía através de esas oscuras sombras que se reunían.

La infección se estaba expandiendo y con dos días hasta el espectáculo en donde iba a serejecutado, su muerte llegaría justo a tiempo.

Los guardias asumieron que estaba durmiendo para pasar el tiempo. Aedion estaba esperandopor su comida, viendo la pequeña ventana llena de barrotes encima de la puerta de la celdaante cualquier señal de la llegada de los guardias. Pero estaba bastante seguro de que estabaalucinando cuando la puerta se abrió y el príncipe heredero entro.

No había guardias detrás de él, ni señales de sus escoltas tan pronto como el príncipe miródesde la puerta. La cara inmóvil del príncipe le dijo de inmediato lo que necesitaba saber: estono era un intento de rescate. Y el collar de piedra negra alrededor de la garganta del príncipele dijo lo demás: las cosas no habían ido bien desde el día en el que Sorscha había sido ase-sinada.

Se las arregló para sonreír. —Es bueno verte, principito— el príncipe miro sobre el pelo suciode Aedion, la barba que le había crecido durante las últimas semanas, y luego el montón devómito en la esquina de cuando él no había podido llegar hasta la cubeta hace una hora.

—Lo menos que puedes hacer es llevarme a cenar antes de mirarme de esa manera. — Ae-dion arrastró las palabras lo mejor que pudo.

Los ojos za ro del príncipe se posaron en los de él, y Aedion parpadeo a través de la neblinaque cubría su visión. Lo que vio en él fue algo frío, depredador, y no muy humano.

—Dorian. — dijo en un susurro.

La cosa que era ahora el príncipe sonrió un poco. El capitán había dicho que esos anillos deWyrdstone esclavizaban la mente y el alma. Había visto el collar aguardando al lado del trono

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Así que lo salvaron y Aedion maldijo y juro a la muerte por fallarle, así como en silencio oró aMala Proveedora de Luz para mantener Aelin lejos de la esta, lejos del príncipe, del rey y desus collares de Wyrdstone.

La cosa dentro de él dejó los calabozos y se dirigió al Castillo de Cristal, dirigiendo su cuerpocomo un barco. Y ahora estaba siendo forzado, a pararse delante del hombre que a menudo

veía en los momentos que atravesaba la oscuridad.El hombre estaba sentado en un trono de cristal, sonriendo débilmente, cuando dijo—Reve-rencia. —

La cosa dentro de él tiró de su vínculo, la luz se esparcía en sus músculos, ordenándoles queobedeciera. Así fue había sido obligado a descender a los calabozos, donde el guerrero decabellos dorados había dicho su nombre, dijo su nombre tantas veces que comenzó a gritar,aunque no hizo ningún sonido.

Seguía gritando mientras sus músculos lo traicionaban una vez más, poniéndolo de rodillas,los tendones de su cuello punzaban por el dolor, lo que lo obligaba a bajar la cabeza.

— ¿Se sigue resistiendo? —, dijo el hombre, mirando su oscuro anillo en su dedo como si yasupiera la respuesta. —Puedo sentir a ambos ahí…Interesante—.

—Sí— esa cosa en la oscuridad se hacía más fuerte, ahora era capaz de llegar a través de lapared invisible entre ellos y títeretaerlo, hablar a través de él. Pero no completamente, no porlargos períodos de tiempo. Él arreglaba los agujeros lo mejor que podía, pero la cosa seguíaabriéndose camino.

Un Demonio. Un príncipe demonio.

Y vio ese momento— una y otra y otra vez, —cuando la mujer que había amado perdido sucabeza.

El escuchar su nombre en la áspera lengua del General le había hecho iniciar la caza de ba-llenas en el otro lado de su mente, la barrera que lo mantenía a salvo en la oscuridad. Pero laoscuridad en su mente era una tumba sellada. El hombre en el trono dijo:

—Informa—.

La orden se esparció a través de él, y él escupió los detalles de su encuentro, cada palabra yacción. Y la cosa —el demonio— mostró encantado su horror ante él.

—Es inteligente de Aedion tratar de morir tranquilamente en frente de mí— dijo el hombre. —Édebe pensar que su prima tiene una buena oportunidad de llegar a la esta, entonces, estámuy desesperado por robarnos nuestro entretenimiento—.

Guardo silencio, ya que no tenía la orden para hablar. El hombre lo miró, sus ojos negros es-taban llenos de encanto.

—Debería haber hecho esto hace años. No sé por qué espere tanto tiempo para ver si teníasalgún poder. Tonto de mí. —

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Capítulo 11Traducido por Yunn Hdez

Corregido por Valeria Álvarez

El Mercado de Sombras había operado a lo largo de las orillas del Avery por el tiempo quehabía existido Rifthold. Tal vez por más tiempo. La leyenda decía que había sido construidosobre los huesos del dios de la verdad para que pudiera mantener a los vendedores y a losaspirantes a ladrones, honrados. Chaol suponía que era irónico, considerando que no habíadios de la verdad. Por lo que él sabía. Contrabando, sustancias ilícitas, especias, ropa, carne:el mercado atendía a todas y todos los clientes, si eran valientes o tontos o tan desesperadoscomo para aventurarse dentro.

Cuando había venido por primera vez hace semanas, Chaol había sido todas esas cosasmientras subía por las escaleras de madera medio podrida de una sección desmoronada delos muelles en el terraplén en sí, donde alcobas y túneles y tiendas estaban ubicados dentrode un túnel a la orilla del río.

Figuras encapuchadas y armadas patrullaban el largo y amplio muelle, que servía como laúnica vía de acceso al mercado. Durante los períodos de lluvia, el Avery se elevaría lo su cien-temente alto para inundar el muelle, y los desafortunados comerciantes y los compradores seahogarían dentro del laberinto del Mercado de Sombras. Durante los meses más secos, nuncase sabía qué o quién puede que te encuentres a vender sus productos o serpenteando a travésde la sucia. Durante los períodos de lluvia, el Avery menudo se elevaría alta su ciente parainundar el muelle, y los comerciantes a veces la mala suerte y los compradores se ahogaríandentro del laberinto del Mercado de Sombras. Durante los meses más secos, nunca se sabíaqué o quién pudieras encontrar vendiendo sus productos o serpenteando a través de los su-cios y húmedos túneles.

El mercado estaba lleno esta noche, incluso después de un día lluvioso. Un pequeño alivio. Yotro pequeño alivio como un trueno resonó a través del laberinto subterráneo, dejando a todosmurmurando. Los vendedores y los maleantes estarían demasiado ocupados preparándosepara la tormenta para tomar en cuenta a Chaol y Nesryn mientras caminaban por una de lasprincipales zonas de paso.

El trueno hizo temblar las lámparas colgantes de vidrio coloreado –extrañamente hermoso,como si alguien alguna vez hubiera estado determinado a dar este lugar alguna belleza– que

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servían de luces principales en las cavernas marrones, creando un montón de esas sombraspor las cuales era tan notorio el mercado. Sombras para tratos oscuros, sombras para deslizarun cuchillo entre las costillas o enviar lejos el espíritu de alguien.

O para reunir a los conspiradores.

Nadie los había molestado mientras se deslizaron a través de uno de los agujeros que servíancomo entrada a los túneles del Mercado de Sombras. Ellos conectaban a las alcantarillas enalgún lugar –y él apostaría a que los vendedores más establecidos poseían sus propias salidassecretas debajo de sus puestos de venta o tiendas. Vendedor tras vendedor habían estable -cido puestos de madera o de piedra, con algunas mercancías exhibidas en tablas o cajas oen canastas, pero los bienes más valiosos estaban escondidos. Un comerciante de especiasofrecía todo desde el azafrán a la canela –pero incluso las especias más fragantes no pudieronocultar el empalagoso olor del opio escondido debajo de sus exhibiciones.

Una vez, hace mucho tiempo, Chaol podría haber dado importancia a las sustancias ilegales,sobre los vendedores ofreciendo todo lo que quisieran. Podría haber tomado la molestia de

tratar de cerrar este lugar.Ahora, no eran más que recursos. Como guardia de la ciudad, Nesryn probablemente sentíade la misma manera. Incluso si, sólo por estar aquí, ella estuviera poniendo en peligro su pro-pia seguridad. Esta era una zona neutral –pero sus habitantes no tomaban de una maneraamable a la autoridad.

Él no los culpaba. El Mercado de Sombras había sido uno de los primeros lugares que elRey de Adarlan había purgado después de la magia desapareció, buscando vendedoresque clamaban tener libros prohibidos o amuletos que aún funcionaban y pociones, así comoportadores de magia desesperados de una cura o un atisbo de magia. Los castigos no habían

sido lindos.Chaol casi dejó escapar un suspiro de alivio cuando vio a las dos guras encapuchadas conuna extensión de cuchillos a la venta en un puesto improvisado escondido en un rincón oscuro.Exactamente donde lo habían planeado, y habían hecho un gran trabajo haciendo que pare-ciera auténtico.

Nesryn ralentizó sus pasos, deteniéndose en varios vendedores, no más de un compradoraburrido tratando de matar el tiempo hasta que la lluvia cesará. Chaol se mantuvo cerca deella, sus armas y merodeando lo su ciente para disuadir a los necios carteristas de intentar susuerte. El golpe que había recibido en las costillas más temprano esa noche hizo que mantenersu ritmo de rastreo y su ceño fruncido fuera más fácil.Él y algunos otros habían interrumpido a un comandante Valg en medio de su plan de arrastrara un joven a los túneles. Y Chaol había sido tan condenadamente distraído por Dorian, por loque Aelin había dicho y hecho, que había sido descuidado. Así que se había ganado ese golpeen las costillas, y el doloroso recordatorio cada vez que respiraba. Sin distracciones; no haydeslices. No cuando había tanto que hacer.

Por n, Chaol y Nesryn se detuvieron por el pequeño puesto, con la mirada ja en la docena

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de cuchillos y espadas cortas que estaban exhibidas en la manta raída.

—Este lugar es aún más depravado de lo que los rumores sugirieron —dijo Brullo desde lassombras de su capucha—. Me siento como que debería cubrir los pobres ojos de Ress en lamitad de estas cámaras.

Ress se rió entre dientes.

—Tengo diecinueve años, viejo. Nada aquí me sorprende —Ress miró a Nesryn, que estabatocando una de las espadas curvas—. Disculpas, mi señora–

—Tengo veintidós años —dijo rotundamente—. Y creo que nosotros, como los guardias de laciudad vemos mucho más de lo que tú ves con tus princesas del palacio.

Lo que Chaol podía ver de la cara de Ress se sonrojó. Podría haber jurado que Brullo sonreía.Y por un momento, no podía respirar bajo el peso aplastante que cayó sobre él. Hubo un mo-mento en que estas burlas eran normales, cuando él se sentaba en público con sus hombres yse reía. Cuando él no estaba a más de dos días de distancia de desatar el in erno en el castilloque una vez había sido su hogar.— ¿Alguna noticia? —se las arregló para decir a Brullo, quien lo observaba muy de cerca,como si su antiguo mentor pudiera ver la agonía que rasgaba a través de él.

—Obtuvimos el diseño de la esta esta mañana —dijo Brullo rmemente. Chaol levantó unacuchilla mientras que Brullo metió la mano en el bolsillo de su capa. Hizo un buen espectáculoal examinar la daga, para después levantar dos dedos como si regateara por ella. Brullo con-tinuó—. El nuevo capitán de la Guardia nos extendió por todo el palacio –ninguno de nosotrosquedó en el Gran Salón —el Maestro de Armas levantó sus propios dedos, inclinándose haciaadelante y Chaol se encogió de hombros, buscando en su capa las monedas.

—¿Crees que sospecha algo? —dijo Chaol, entregando las monedas. Nesryn se acercó más,bloqueando cualquier vista exterior mientras que la mano de Chaol se reunió con la de Brulloy las monedas de cobre crujían contra el papel. Los pequeños y plegados mapas estaban enel bolsillo de Chaol antes alguien se diera cuenta.

—No —respondió Ress—. El bastardo simplemente nos quiere menospreciar. Probablementepiensa que algunos de nosotros somos leales a ti, pero ya estaríamos muertos si sospecharade cualquiera de nosotros en particular.

—Ten cuidado —dijo Chaol.

Sintió a Nesryn tensarse un instante antes de que otra voz femenina arrastrara las palabras.

—Tres monedas de cobre por una cuchilla Xandrian. Si hubiera sabido que había una liquida-ción, me hubiera traído más dinero.

Cada músculo en el cuerpo de Chaol se encerró cuando descubrió a Aelin ahora de pie al ladode Nesryn. Claro. Por supuesto que los había seguido hasta aquí.

—Santos dioses —Ress respiró.

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Bajo las sombras de su capucha oscura, la sonrisa de Aelin no era menos que perversa.

—Hola, Ress. Brullo. Siento mucho ver que sus trabajos en el palacio no están pagando losu ciente en estos días.

El Maestro de Armas alternaba la mirada entre ella y los pasillos.

—Nunca mencionaste que estaba de vuelta —le dijo a Chaol.Aelin chasqueó la lengua.

—A Chaol, al parecer, le gusta mantener la información para sí mismo.

Él apretó los puños a su costado.

—Estás llamando demasiado la atención sobre nosotros.

— ¿De verdad? —Aelin levantó una daga, sopesando el peso en sus manos con experta faci-lidad—. Tengo que hablar con Brullo y mi viejo amigo Ress. Desde que te negaste a dejarmevenir la otra noche, esta era la única manera.Tan típico de ella. Nesryn había dado un paso de distancia ocasional, monitoreando los túnelesexcavados. O evitando a la reina.

Reina. La palabra lo golpeó de nuevo. Una reina del reino estaba en el Mercado de Sombras,vestida de negro de la cabeza a los pies, y viéndose más que feliz de empezar a cortar gar-gantas. Él no se había equivocado al temer su reencuentro con Aedion –lo que podrían hacer juntos. Y si ella tenía su magia...

—Quítate la capucha —dijo Brullo en voz baja. Aelin miró hacia arriba.

— Por qué, y no.

—Quiero ver tu cara.

Aelin se quedó inmóvil.

Pero Nesryn volvió y apoyó una mano sobre la mesa.

—Vi su cara anoche, Brullo, y es tan bonita como antes. ¿Acaso no tienes una esposa paracomerte con los ojos, de todos modos?

Aelin resopló.—Creo que me caes bien, Nesryn Faliq.

Nesryn dio a Aelin una media sonrisa. Prácticamente radiante, viniendo de ella.

Chaol se preguntó si le gustaría Nesryn a Aelin si ella sabía de su historia. O si tan siquiera leimportaba a la reina.

Aelin tiró la capucha hacia atrás sólo lo su ciente para que la luz pudiera iluminar su rostro. Ella

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hizo un guiño a Ress, quien sonrió.

—Te extrañé, amigo —dijo ella. Color tiñó las mejillas de Ress.

La boca de Brullo se apretó mientras que Aelin lo miraba de nuevo. Por un momento, el Maes-tro de Armas la estudió. Luego murmuró:

—Ya veo —la reina se puso rígida de manera casi imperceptible. Brullo inclinó la cabeza, muyligeramente—. Vas a rescatar a Aedion.

Aelin acomodó la capucha en su lugar e inclinó la cabeza en señal de con rmación, la encar-nación de la fanfarronería de la asesina.

—Lo haré.

Ress juró en voz baja.

Aelin se inclinó hacia Brullo.

—Sé que estoy pidiendo mucho de ti.—Entonces no lo pidas —espetó Chaol—. No los pongas en peligro. Corren el riesgo su cien-te.

—Esa no es tu llamada para hacerla —dijo.

Al in erno si no lo era.

—Si son descubiertos, perderemos nuestra fuente interna de información. Por no hablar de susvidas. ¿Qué planeas hacer con respecto a Dorian? ¿O es que sólo Aedion te importa?

Todos estaban observando demasiado cerca.Sus fosas nasales se ensancharon. Pero Brullo dijo:

—¿Qué es lo que requiere de nosotros, señora?

Oh, el Maestro de Armas de nitivamente sabía, entonces. Él debía haber visto a Aedion recien-temente y lo su ciente para haber reconocido esos ojos, esa cara y el color, en el momento enque ella se quitó la capucha. Tal vez había sospechado desde hace meses. Aelin dijo suave-mente:

—No dejes que tus hombres sean estacionados en la pared sur de los jardines.Chaol parpadeó. No era una petición o una orden, sino una advertencia.

La voz de Brullo fue ligeramente ronca cuando dijo:

—¿Cualquier otro lugar que debemos evitar?

Ella ya estaba retrocediendo, sacudiendo la cabeza como si fuera una compradora desintere-sada.

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—Simplemente dile a tus hombres que deben jar una or roja en sus uniformes. Si alguienpregunta, digan que es en honor al príncipe por su cumpleaños. Pero úsenla donde se puedaver fácilmente.

Chaol miró las manos de ella. Sus guantes oscuros estaban limpios. ¿Cuánta sangre los man-charía en unos días? Ress soltó un suspiro y le dijo:

—Gracias.No fue hasta que ella desapareció en la multitud con una arrogancia vivaz que Chaol se diocuenta que dar gracias era de hecho necesario.

Aelin Galathynius estaba a punto de convertir el palacio de cristal en un campo de muerte, yRess, Brullo, y sus hombres habían sido perdonados.

Ella todavía no había dicho nada acerca de Dorian. Sobre si él sería perdonado. O salvado.

Aelin había sabido que ella tenía varios ojos puestos en ella desde el momento en que habíaabandonado el Mercado de Sombras después de terminar algunas compras por su cuenta.Ella, de todos modos, se dirigió a la derecha hacia el Banco Real de Adarlan.

Ella tenía negocios que atender, ya pesar de que había estado a minutos de cierre del día, elMaestro del Banco había estado más que feliz de ayudarla con sus preguntas. Ni una sola vezcuestionó el nombre falso que sus cuentas tenían.

Mientras el Maestro hablaba de sus diversas cuentas y el interés que habían reunido con elpaso de los años, ella tomó detalles de su o cina: paredes gruesas, con paneles de roble, fotosque había no habían revelado ningún escondite que ella tendría que haber tenido que espiarmientras él llamaba a su secretaria para que llevara té, y muebles ornamentados que costabanmás dinero de lo que la mayoría de los ciudadanos de Rifthold hicieron en la vida, incluyendoun magní co armario de caoba donde muchos de sus archivos de sus más ricos clientes –in-cluyendo los de ella– se guardaban, encerrados con una llavecita de oro que mantiene en suescritorio.

Ella se había levantado mientras él se escabullía de nuevo a través de las dobles puertas desu o cina a retirar la suma de dinero que se llevaría esa noche. Mientras estaba en la antesala,dando la orden a su secretaria, Aelin había hecho casualmente su camino hacia su escritorio,examinando los papeles apilados y esparcidos, por los diversos regalos de clientes, llaves, yun retrato de una mujer que pudo ser una esposa o una hija. Con hombres como él, era impo-sible decir.

Él había regresado justo cuando casualmente deslizó una mano en el bolsillo de su abrigo.Hizo una pequeña charla sobre el tiempo hasta que la secretaria apareció, había una pequeñacaja en sus manos. Guardando el contenido en su monedero con tanta gracia con la que fuecapaz, Aelin había agradecido a la secretaria y a el Maestro y salido rápidamente de la o cina.

Ella tomó las calles laterales y callejones, ignorando el hedor a carne podrida que incluso la

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lluvia no podía ocultar. Dos –había contadodos bloques de carnicería en las plazas, las cualesalguna vez fueron agradables, de la ciudad.

Los cuerpos eran dejados para los cuervos habían sido meras sombras sobre las pálidas pa-redes de piedra donde habían sido clavados.

Aelin no se arriesgaría a la captura de uno de los Valg hasta después de que Aedion fuerarescatado –si ella salía con vida– pero eso no signi caba que no podía conseguir una ventaja.

Una fría niebla había cubierto el mundo la noche anterior, ltrándose a través de todos losrincones. Acurrucada bajo capas de mantas y colchas de plumas, Aelin dio vueltas en la camay estiró una mano por el colchón, alcanzando perezosamente el cuerpo masculino caliente allado de ella.

Sábanas de seda fría deslizaron contra sus dedos.

Abrió los ojos.Esto no era Wendlyn. La lujosa cama adornada en tonos crema y beige pertenecía a su apar-tamento en Rifthold. Y la otra mitad de la cama estaba perfectamente hecha, sus almohadasy mantas inalteradas. Vacío.

Por un momento, pudo ver Rowan allí –esa cara dura e implacable suavizada hermosamentepor el sueño, su cabello plateado brillando a la luz de la mañana, el tatuaje que se extiendedesde la sien izquierda por el cuello, por encima del hombro, hasta la punta de sus dedos.

Aelin dejó escapar una respiración fuerte, frotándose los ojos. Soñar era bastante malo. Noiba a desperdiciar energía extrañándolo, deseando que él estuviera aquí para hablar, o simple-mente para tener la comodidad de despertar a su lado y saber que existía.

Tragó saliva, su cuerpo se sentía demasiado pesado mientras se levantaba de la cama.

Se había dicho a sí misma una vez que no era una debilidad a necesitar la ayuda de Rowan,querer su ayuda, y tal vez había una especie de fortaleza en reconocer eso, pero... Él no erauna muleta, y ella nunca quiso que él se convirtiera en una.

Aun así, mientras ella bebía su frío desayuno, deseó que no pudiera sentir esa fuerte necesi-dad de demostrar eso a sí misma desde hace semanas.

Especialmente cuando llegó la noticia a través de una serie de golpes en la puerta del almacénde que ella había sido convocada en la Guarida de los Asesinos. Inmediatamente.

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Capítulo 12Traducido por Constanza Cornes

Corregido por Diana Gonher

Un guardia sin emociones le entregó la citación del duque y Manon, que había estado a puntode montar a Abraxos para un paseo solitario –y estuvo a cinco minutos de salir del paso de laaguilera.No era un perro para ser llamada, y tampoco ninguna de sus Brujas. Los seres humanos eranpara el deporte y la sangre y engendrar rara y ocasionalmente a los engendros brujos. Nuncalo hacían las comandantes; nunca las superiores.

Manon irrumpió en la aguilera, y cuando ella golpeó la base de las escaleras de la torre, Asterinse puso a caminar detrás de ella.

—Estaba yendo a buscarte —le murmuró su Segunda, su trenza dorada rebotando—. El du-que…

—Sé lo que quiere el duque —Manon rompió, sus dientes de hierro hacia fuera.

Asterin levantó una ceja, pero guardó silencio.

Manon controló su creciente inclinación a iniciar el destripamiento. El duque le convocaba sinn para las reuniones con un hombre alto, delgado que se llamaba Vernon y quien miraba a

Manon con no casi bastante miedo y respeto. Ella apenas podía conseguir unas pocas horasde entrenamiento con Las Trece, y no digamos el estar en el aire durante largos periodos detiempo, sin ser llamadas.

Respiró a través de su nariz y su boca, una y otra vez, hasta que pudo retraer los dientes y lasuñas.

No era un perro, pero no era una tonta temeraria, tampoco. Ella era Líder del Ala y había sidoheredera del Clan durante cien años. Podría manejar a este cerdo mortal que sería alimento degusanos en pocas décadas –y entonces ella podría volver a su existencia gloriosa, malvada,inmortal.

Manon abrió las puertas del cuarto de consejo del dique, ganándose una mirada de los guar-dias apostados fuera –una mirada sin ninguna reacción, ninguna emoción. Humanos en forma,

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pero nada más.

El duque estaba estudiando un mapa gigante en su mesa, su acompañante o asesor o bufón,Lord Vernon Lochan, a su lado. A unos asientos, mirando la super cie de vidrio oscuro, estabasentada Kaltain, inmóvil salvo por la agitación de su garganta blanca cuando respiraba. Labrutal cicatriz en su brazo había oscurecido de alguna manera a un rojo purpurino. Fascinante.

— ¿Qué es lo que quiere? —exigió Manon.Asterin tomó su lugar en la puerta, sus brazos cruzados.

El duque señaló la silla frente a él.

—Tenemos asuntos para discutir.

Manon permaneció en pie.

—Mi montura tiene hambre, y yo también. Sugiero que me lo digas rápidamente, por lo quepuedo ir de caza.

Lord Vernon, moreno, delgado como un junco, y vestido con una túnica azul brillante que erademasiado limpia, miró a Manon. Manon desnudó sus dientes en una silenciosa advertencia.Vernon solo sonrió y dijo:

—¿Qué ocurre con el alimento que les proporcionamos, señora?

Los dientes de hierro de Manon se deslizaron hacia abajo.

—No comemos alimentos de mortales. Y tampoco mi montura.

El duque levantó por n la cabeza.

—Si hubiera sabio que serías tan exigente, había pedido que la heredera Yellowlegs se hicieraLíder del Ala.

Manon por casualidad sacó hacia fuera sus uñas.

—Creo que encontrarás que Iskra Yellowlegs para ser líder es indisciplinada, difícil e inútil.

Vernon se deslizó en una silla.

—He oído sobre la rivalidad entre Clanes de Brujas. ¿Tiene algo con las Yellowlegs, Manon?

Asterin dejó escapar un gruñido bajo en dirección informal.

—Ustedes los mortales tiene su chusma —dijo Manon—. Nosotros tenemos a las Yellowlegs.

—Qué elitista —murmuró Vernon al duque, que soltó un bu do.

Una línea de fuego frío bajó por la espina dorsal de Manon.

—Tienes cinco minutos, duque.

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Perrington golpeó con sus nudillos sobre la mesa de cristal.

—Vamos a empezar a experimentar… Como miramos al futuro, tenemos que ampliar nuestrosnúmeros –para mejorar a los soldados que ya tenemos. Las Brujas, con su historia, nos permi-ten la oportunidad precisamente de hacer eso.

—Explica.

—No estoy en el negocio de explicar cada detalle de mis planes —dijo el duque—. Todo lo quenecesito es que me des bajo tu mando un aquelarre Blackbeak para la prueba.

— ¿Qué prueba?

—Para determinar si son compatibles para la reproducción con nuestros aliados de otro reino –el Valg.

Todo se detuvo. El hombre tenía que estar loco, pero–

—No se reproducen como los seres humanos, por supuesto. Sería un procedimientos fácil,relativamente indoloro, un poco de piedra cosida debajo del ombligo. La piedra les permitiríaeso, ya ves. Y un niño nacido del Valg y las líneas de sangre de las brujas… Puedes entenderque sería una inversión. Las brujas valorarían a su descendiente arduamente.

Ambos hombres estaban sonriendo suavemente, esperando su aceptación.

El Valg –los demonios que se habían reproducido con las Hadas para crear brujas– de algunamanera volvieron, y estaban en contacto con el duque y el rey…

Apagó las preguntas.

—Aquí hay miles de humanos. Utilízalos.—La mayoría de ellos no están innatamente dotados de magia y no son compatibles con losValg, como las brujas. Y solo las brujas tienen sangre de Valg que ya uye en sus venas.

¿Su abuela sabía de esto?

—Vamos a ser tu ejército, no tus putas —dijo Manon con letal tranquilidad. Asterin se acercó asu lado, su cara tensa y pálida.

—Elige un aquelarre Blackbeak —fue la respuesta del duque—. Quiero que estén listas en unasemana. Inter ere con esto, Líder del Ala, y hare carne de perro a tu preciosa montura. Tal vezhaga lo mismo con las Trece.

—Toca a Abraxos, y pelaré la piel de tus huesos.

El duque volvió a su mapa y agitó una mano.

—Despedidas. Oh, –y baja al herrero aéreo. Envió un mensaje diciendo que el último lote decuchillas estaba listo para la inspección.

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Manon se quedó allí, calculando el peso de la mesa de vidrio negro –si ella podría darle vueltay utilizar los fragmentos para despacio, profundamente cortar a ambos hombres.

Vernon levantó sus cejas en un movimiento silencioso, insultante, y fue su ciente para enviara Manon a dar la vuelta lejos –por la puerta antes de que pudiera hacer algo verdaderamente

estúpidoEstaban a mitad de camino a su cuarto cuando Asterin dijo:

—¿Qué vas a hacer?

Manon no lo sabía. Y no podía preguntarle a su abuela, no sin parecer insegura o capaz deseguir órdenes.

—Ya lo veré.

—Pero no vas a darle un Aquelarre Blackbeak para esto –este criadero.

—No lo sé —tal vez no estaría mal –a liarse con el linaje Valg. Tal vez haría susfuerzas más fuertes. Tal vez el Valg sabría cómo romper la maldición Crochan. Asterin la agarró por el codo, enterrando sus uñas. Manon parpadeó por el toque, por la de-manda absoluta. Nunca antes Asterin incluso se acercó tanto…

—No puedes permitir que esto pase —dijo Asterin.

—Ya he tenido bastantes órdenes por un día. Dame otra y encontrarás tu lengua en el piso.

La cara de Asterin estaba manchada.

—Los Witchlings son sagrados –sagrados , Manon. Nosotros no los abandonamos, ni siquieraa los demás Clanes.

Era cierto. Los Witchlings eran tan raro, y todos ellos eran femeninos, como un regalo de laDiosa de Tres Caras. Ellos eran sagrados desde el momento en que la madre mostraba losprimeros síntomas de embarazo a la edad de dieciséis años. Dañar a una bruja embarazada,dañar al witchling no nacido o a su hija, era un código de violación tan profundo que no existíaninguna cantidad de sufrimiento que pudieran in igir al agresor para que correspondiera conla atrocidad del crimen. Manon había participado en las ejecuciones largas, dos largas veceshasta ahora, y el castigo nunca parecía su ciente.

Los niños humanos no contaban –los niños humanos estaba bien como ternera para algunosde los Clanes. Especialmente el Yellowlegs. Pero los witchlings… no había mayor orgullo quellevar un niño-bruja para tu Clan; y ninguna vergüenza mayor que perderlo.

Asterin dijo:

—¿Qué Aquelarre elegirías?

—No lo he decidido —quizás un aquelarre menos –por si acaso– antes de permitir uno más

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potente a unirse con el Valg. Tal vez los demonios les darían a su moribunda raza un disparode vitalidad que habían necesitado desesperadamente durante las últimas décadas. Siglos.

—¿Y si se oponen?

Manon golpeó la escalera de su torre personal.

—La única persona que se opone a algo estos días, Asterin, eres tú.—No es cierto…

Manon cortó con una mano, rasgando la tela y la piel justo encima de los pechos de Asterin.

—Te estoy reemplazando con Sorrel.

Asterin no tocó la sangre acumulada en la túnica.

Manon comenzó a caminar otra vez.

—Te avisé el otro día, y ya que has decidido ignorarme, no te utilizaré en aquellas reuniones,o en mi espalda —Nunca –ni una vez en los pasados cientos de años– había cambiado susposiciones—. Desde ahora mismo, eres la Tercera –si demuestras poseer un fragmento decontrol, lo reconsideraré.

—Señora —dijo Asterin suavemente.

Manon señaló las escaleras.

—Ve a decirle a las demás. Ahora .

—Manon —dijo Asterin, una súplica en su voz que Manon nunca había oído.

Manon se mantuvo caminando, su manto rojo socando los huecos en la escalera. A ella nole importaba particularmente escuchar lo que Asterin tuviera que decir –no cuando su abuelahabía dejado claro que cualquier paso de la raya, cualquier desobediencia, todos ganarían unaejecución rápida y brutal. El manto en torno a ella nunca le permitía olvidarlo.

—Te veré en la aguilera en una hora —dijo Manon, no molestándose en mirar hacia atráscuando entró en la torre.

Y olía a un ser humano dentro.

La joven criada se arrodilló ante la chimenea, un cepillo y un recogedor de polvo en sus ma-nos. Ella temblaba ligeramente, pero el fuerte sabor de su miedo había cubierto ya su cuarto.Probablemente se llenó de pánico desde el momento en que puso un pie dentro de la cámara.

La chica agachó su cabeza, su hoja de pelo de medianoche deslizándose sobre su pálidorostro, pero no antes de que Manon capturara el destello de evaluación en sus oscuros ojos.

—¿Qué haces aquí? —dijo Manon rotundamente, las uñas de hierro haciendo clic la una conla otra –solo para ver lo que la muchacha haría.

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—L-l-limpiando —balbuceó la chica –demasiado quebrado, demasiado perfecto. Sumisa, dó-cil, y aterrorizada, exactamente de la manera que preferían las brujas. Solo el olor del miedoera real.

Manon retrajo sus dientes de hierro.

La sierva movió sus pies, estremeciéndose de dolor. Se movió lo bastante para que sus gas-tadas, caseras faldas de su vestido, revelaran una cadena gruesa entre sus tobillos. Destroza-ban su tobillo derecho, su pie torcido de lado, brillando con tejido cicatricial.

Manon escondía su sonrisa depredadora.

—¿Por qué me dan a una lisiada como sierva?

—Yo-yo solo sigo órdenes —la voz era acuosa, nada del otro mundo.

Manon resopló y se dirigió hacia la mesilla de noche, su trenza y capa sanguínea uyendodetrás de ella. Lentamente, escuchando, vertiendo agua a sí misma.

—Puedo venir cuando no le moleste, Señorita.

—Haz tu trabajo, mortal, y luego vete —Manon se volvió para ver a la chica terminar.

La sierva cojeó por el cuarto, mansa y frágil e indigna de una segunda mirada.

—¿Qué te pasó en la pierna? —preguntó Manon, apoyada contra el pilar de la cama.

La criada no levantó la cabeza.

—Fue un accidente —ella reunió las cenizas en el balde que había traído hasta aquí—. Mecaí de una escalera cuando tenía ocho años, y no había nada qué hacer. Mi tío no con aba losu ciente en los curanderos como para dejar nuestro hogar. Tuve la suerte de que…

—¿Por qué las cadenas? —otra pregunta plana, aburrida.

—Así no podía escapar alguna vez.

—Nunca habrías llegado lejos en estas montañas, de todos modos.

Ahí –la ligera rigidez en sus hombros delgados, el valiente intento de ocultarlo.

—Sí —dijo la muchacha—, pero me crié en Perranth, no aquí —apiló los troncos que tuvo

que haber acarreado, cojeando más con cada paso. El viaje de transporte del gran balde decenizas sería otra miseria, sin duda—. Si necesita de mí, llame por Elide. Los guardias sabrándonde encontrarme.

Manon observaba cada cojera que le tomó hacia la puerta.

Manon casi la deja salir, casi la deja libre, antes de que ella dijera:

—¿Nadie nunca castigó a tu tío por su estupidez con los curanderos?

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Efectivamente, el extenso mapa del continente sostenía rastros del olor de canela y bayas desaúco de Elide en puntos concentrados. Huellas dactilares.

¿Una espía de Vernon, o una con su propia agenda? Manon no tenía ni idea.

Pero cualquier persona con sangre de bruja en sus venas valía la pena para mantenerle unojo encima.

O Trece.

El humo de incontables forjas picó los ojos de Manon lo su ciente como para que ella cerrarasu claro párpado en el momento de aterrizar en el corazón del campo de guerra con el sonidode golpeteo de martillos y el crepitar de las llamas. Abraxos silbaba, en un círculo apretadoque los soldados de armadura oscura habían hecho para aterrizar en el borde. Encontraronotro lugar para ubicarse cuando Sorrel aterrizó en el barro al lado de Manon un momento mástarde, su macho gruñendo al grupo más cercano de los espectadores.

Abraxos dejó escapar su propio gruñido, dirigido a la montura de Sorrel, y Manon le dio unfuerte empujón con sus talones antes de desmontar.

—Ningún enfrentamiento —le gruñó a él, llegando al pequeño claro en medio de los refugiosintegrados a medias por los herreros. El claro estaba reservado para los jinetes de los wyverns,con profundos postes alrededor de su perímetro para atar sus monturas. Manon no se molestó,aunque Sorrel ató el suyo, no con aba en la criatura.

Tener a Sorrel en la posición de Asterin era… extraño. Como si el equilibrio del mundo hubieracambiado hacia un lado. Incluso ahora, sus wyverns eran caprichosos uno alrededor del otro,

aunque ningún hombre los había lanzado en combate todavía. Abraxos generalmente le hacíaun espacio a la hembra celeste de Asterin –incluso rozándola.

Manon no esperó a que Sorrel pudiera manejar a su macho antes de internarse en la herrería,el edi cio poco más que una expansión de postes de madera y un improvisado techo. Lasforjas –dormitorios gigantes de piedra– proporcionaban luz, y alrededor de ellas hombres mar-tillaban y levantaban y se movían con palas y picos de piedra.

El herrero aéreo ya estaba esperando justo después de la primera entrada, señalando con unamano roja llena de cicatrices. En la mesa ante el musculoso, hombre de mediana edad poníauna serie de cuchillas –acero Adarliano, brillante por el pulido. Sorrel permaneció al lado deManon cuando hizo una pausa ante la extensión, recogió una daga y la pesó en sus manos.—Más ligero —le dijo Manon al herrero, que la miró con ojos oscuros, penetrantes. Sacó otradaga, luego una espada, pesándolos también—. Necesito armas más ligeras para los aquela-rres.

Los ojos del herrero se redujeron ligeramente, pero cogió la espada que ella había dejado y lapesó. Él ladeó la cabeza, golpeando en la empuñadura dorada y sacudiendo la cabeza.

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—No me importa si es bonita —dijo Manon—. Solo hay un extremo que me importa. Reducelos volantes y tal vez puedas ahorrar algo de peso.

Él miró a donde Carnicera de Viento asomaba sobre su espalda, su empuñadura aburrida yordinaria. Pero ella le había visto admirar la hoja por sí mismo –la obra maestra, cuando seconocieron la otra semana.

—Solo vosotros los mortales tienen cuidado de si la hoja se ve bien —dijo. Sus ojos relam-paguearon, y se preguntó si la habría regañado –si hubiera tenido una lengua para hacerlo.Asterin, a través de cualquier forma de encantamiento o aterrizando gente había obtenidoinformación, se había enterado que la lengua del hombre había sido cortada por uno de losgenerales, para impedir que derramara sus secretos. No debía ser capaz de leer ni escribir,entonces. Manon se preguntó qué otras cosas tenían de él –tal vez una familia– para mantenera un hombre tan experto como prisionero.

Tal vez fuer debido a eso, pero ella dijo:

—Los dragones llevan bastante peso durante la batalla. Entre nuestra armadura, armas, sumi-nistros y armadura de los dragones, tenemos que encontrar lugares para aligerar la carga. Ode lo contrario no quedarán en el aire por mucho tiempo.

El herrero apoyó sus manos en las caderas, estudiando las armas que había hecho, y levantóuna mano para que esperara mientras él se apresuraba más profundo en el laberinto de fuegoy mineral fundido y los yunques.

El golpe y el sonido metálico de metal contra metal era el único sonido cuando Sorrel pesó unade las cuchillas por sí misma.

—Sabes que te apoyo en cualquier decisión que tomes —dijo. El cabello de Sorrel fue tiradormemente hacia atrás, su rostro bronceado –probablemente bonito para los mortales– cons-

tante y sólido como siempre—. Pero Asterin…

Manon sofocó un suspiro. Las Trece no habían osado en mostrar ninguna reacción cuandoManon había tomado a Sorrel para esa visita antes de la caza. Vesta se mantuvo cerca de As-terin en la aguilera, aunque –por solidaridad o indignación silenciosa– Manon no lo sabía. PeroAsterin reunió con Manon la mirada y asintió, gravemente, pero había asentido.

— ¿No quieres ser Segunda? —dijo Manon.

—Es un honor ser tu Segunda —dijo Sorrel, su voz áspera, cortando a través de los martillos yfuegos—. Pero también era un honor ser tu Tercera. Sabes que Asterin toca una línea na conla furia en un día bueno. Cosas de este castillo, diciéndole que no puede matar o mutilar o ca-zar, decirle que se mantenga alejada de los hombres… Ella está obligada a estar en el borde.

—Estamos todas en el borde —Manon le había dicho a sus Trece sobre Elide –y se preguntósi los penetrantes ojos de la muchacha notarían que ahora tenía un aquelarre de brujas oliendodetrás suyo.

Sorrel respiró una bocanada, levantando sus hombros potentemente. Puso abajo la daga.

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—En el Omega, sabíamos nuestro lugar y lo que esperaba de nosotras. Teníamos una rutina;teníamos un objetivo. Antes de eso, buscando a las Crochans. Aquí, no somos más que armasesperando a ser utilizadas —ella señaló a las inútiles hojas sobre la mesa—. Aquí, tu abuela noestá en torno a… in uenciar en las cosas. Proporcionar reglas estrictas; para infundir miedo.Ella haría la vida de ese duque un in erno vivo.

—¿Estás diciendo que soy una mal líder, Sorrel? —una pregunta demasiado tranquila.—Estoy diciendo que las Trece saben por qué tu abuela te hizo matar a la Crochan por esacama —peligroso –era terreno peligroso.

—Creo que a veces olvidas lo que puede hacer mi abuela.

—Confía en mí, Manon, no lo hacemos —dijo Sorrel suavemente cuando el herrero apareció,un conjunto de láminas en sus poderosos brazos—. Más que cualquiera de nosotras, Asterinno ha olvidado nunca por un segundo de lo que tu abuela es capaz de hacer.

Manon sabía que ella podría exigir más respuestas –pero también sabía que Sorrel era de pie-dra y la piedra no se rompería. Por lo que tuvo que enfrentar al herrero que se acercaba cuan-do puso otros ejemplos en la mesa, su estómago apretado. Con hambre, se dijo. Con hambre.

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Capítulo 13Traducido por Andy Cobain

Corregido por Ro Cáceres

Aelin no sabía si estar aliviada por el hecho de que, a pesar de los cambios que habían pasadoen dos años en su vida, a pesar de los in ernos que había pasado, la guarida de los asesinosno había cambiado. Los arbustos que rodeaban las puertas de acero al rededor de la torre erande la exacta altura, podados con precisión magistral; el camino curvo de grava más allá llevabaa las mismas piedras grises; y la extensa casa solariega todavía estaba pálida y elegante, suspuertas de roble pulido brillantes en la luz del sol de media mañana.

Nadie en la silenciosa calle residencial paró a mirar a la casa que contenía a algunos de losmás feroces asesinos de Erilea. Por años, la guarida de los asesinos se había mantenidoanónimo, desapercibido, uno de los muchos palacios en el adinerado distrito de Rifthold. Justodebajo de las narices del Rey Adarlan.

Las puertas de acero estaban abiertas y los asesinos disfrazados como centinelas comunes leeran extraños a ella mientras se movía por la entrada. Pero no la detuvieron, a pesar del trajey las armas que portaba, a pesar de la madera cubriendo sus rasgos.

La noche habría sido mejor para colarse por la ciudad. Otro examen– para ver si podría hacerloaquí a la luz del día sin llamar mucho la atención. Afortunadamente, la mayoría de la ciudadestaba preocupada con las preparaciones de la celebración del cumpleaños del príncipe al díasiguiente: los vendedores ya estaban afuera, vendiendo todo desde pequeños pasteles hastabanderas que portaban listones azules de Adarlanian wyvern (para combinar con los ojos delpríncipe, por supuesto). Hizo que su estómago diera un vuelco.

Llegar aquí sin ser detectada, había sido una prueba menor comparada con la que se avecina-ba. Y la que le esperaba mañana.

Aedion –cada aliento que tomaba parecía contener el eco de su nombre.Aedion, Aedion, Ae- dion.

Pero empujó el pensamiento de el lejos –de lo que ya le pudo haber pasado en esos calabo-zos– mientras andaba hacia los enormes escalones frente a la guarida.

Ella no había ido a esa casa desde la noche en la que todo se fue al in erno.

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—Aunque a ti, por otro lado… Te recuerdo prometiendo matar a Lysandra hace años. Estabasorprendido cuando regresó intacta.

—Hiciste lo mejor que pudiste para asegurarte de que nos odiáramos. Entonces pensé, ¿porqué no ir en la dirección contraria por una vez? Resulta que ella no es ni de cerca lo malcriaday egoísta de lo que me hiciste creer. —Siempre la protegida petulante, siempre un cerebrito.

—Aunque si quieres que la mate, con gusto le daré mi atención a ese asunto, en lugar del Valg.Una risa suave.

—No hay necesidad. Me sirve lo su ciente. Aunque reemplazable en caso de que quierasmantener tú promesa.

—¿Era esa la prueba, entonces? ¿Ver si cumplo mis promesas?

Bajo sus guantes, la marca que se había hecho en la palma de la mano, quemaba como unamarca.

—Era un presente.—Limítate a la ropa y a las joyas —se levantó y observó su traje—. O cosas útiles.

Sus ojos siguieron los de ella y le sostuvieron la mirada.

—Ahora encajas mejor que cuando tenías diecisiete

Y eso fue su ciente. Ella tronó su lengua y se dio la vuelta, pero el le agarró el brazo –justodonde esas espadas invisibles se habrían levantado. Él lo sabía. Un reto; un desafío.

—Necesitarás pasar inadvertida con tu primo una vez que escape mañana —dijo Arobynn—.

Si decides no cumplir con tu parte del trato… averiguarás muy pronto, Celaena querida, cuánletal puede ser esta ciudad para aquellos que huyen –incluso reinas perras escupe fuego.

—¿No más declaraciones de amor u ofertas de caminar sobre carbón por mí?

Una risa sensual.

—Siempre fuiste mi pareja de baile preferida —se acercó lo su ciente para rozar sus labioscontra los de ella si ella hubiera estado una fracción de centímetro más cerca—. Si quiere quele murmure cosas dulces al oído, Majestad, haré justo eso. Pero aún me dará lo que necesito.

Ella no se atrevió a alejarse. Siempre había un destello en sus ojos plateados – como el fríoligero de antes del amanecer. Nunca había sido capaz de apartar la mirada.

Él inclinó la cabeza, el sol re ejándose en su cabello color caoba.

—Aunque ¿qué pasa con el príncipe?

—¿Qué príncipe? ―dijo ella cuidadosamente.

Arobynn le dirigió una sonrisa conocedora, retirándose unos centímetros.

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—Hay tres príncipes, supongo. Tu primo y después los dos que comparten el cuerpo de Do-rian Havillard. ¿Sabe el valiente capitán que su amigo está siendo devorado por uno de esosdemonios?

—Sí.

—¿Sabe que podrías hacer lo único inteligente en esta situación y asesinarías al hijo del reyantes de que se convierta en una amenaza?Ella sostuvo su mirada.

—¿Por qué no me lo dices tú? Tú eres el que ha estado viéndolo

Su respuesta de una risa ahogada mandó hielo por sus huesos.

—Así que el capitán no ha estado compartiendo las cosas contigo. Parece que comparte todosin problemas con su antigua amante –esa tal chica Faliq. ¿Sabías que su madre hace lasmejores tartas de pera en la capital entera? Él incluso ha estado llevando algunas para el cum-

pleaños del príncipe. Irónico, ¿no?Fue su turno de parpadear. Ella sabía que Chaol tenía al menos una amante además de Li-thaen, pero… ¿Nesryn? Y cuan conveniente para él no contárselo, especialmente cuando élle reclamaba cualquier cosa que creyera acerca de Rowan y ella a la cara.Tu príncipe hada ,le había soltado. Ella dudaba que Chaol le hubiera hecho a la joven mujer desde que se habíaido a Wendlym, pero… Pero estaba sintiendo exactamente lo que Arobynn quería que sintiera.

—¿Por qué no te mantienes lejos de nuestros asuntos, Arobynn?

—¿No quieres saber por qué vino el capitán a mí anoche?

Bastardos, ambos. Ella le había advertido a Chaol acerca de enredarse con Arobynn. Paradecir que ella no sabía o para mostrar vulnerabilidad… Chaol no sacri caría su seguridad nisus planes para mañana, sin importar la información que estuviera guardando de ella. Ella lesonrío con su ciencia a Arobynn.

—No. Fui yo quien lo envió allí —paseó hacia las puertas del estudio—. Realmente debes es-tar aburrido si solamente me llamaste para burlarte.

Un brillo de diversión.

—Buena suerte mañana. Todos los planes están en su lugar, en caso de que estuvieras preo-cupada.—Claro que lo están. No esperaría menos de ti —abrió una de las puertas y agitó su mano enlo que suponía ser una despedida desinteresada—. Nos vemos, maestro.

Aelin visitó el Banco Real nuevamente en su camino a casa y, cuando regresó a su apartamen-

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to, Lysandra la esperaba, como lo habían planeado.

Aun mejor, Lysandra había traído comida. Mucha comida.

Aelin se dejó caer en la mesa de la cocina donde Lysandra estaba holgazaneando.

La cortesana observaba a través de la ventana sobre el lavabo de la cocina.

—Si te das cuenta de que tienes una sombra en el otro techo ¿no?

—Es inofensivo —y útil. Chaol tenía hombres vigilando la guarida, las puertas del palacio y elapartamento –todo para vigilar a Arobynn. Aelin inclinó su cabeza—. ¿Ojos agudos?

—Tu mestro me enseñó unos trucos a través de los años. Para protegerme, claro —para pro- teger su inversión , era lo que no necesitaba decir—. Entiendo que, ¿leíste la carta?

–Cada maldita palabra.

En efecto, había leído la letra de Wesley una y otra vez, hasta que había memorizado lasfechas, nombres y cuentas, hasta que había visto tanto fuego que se había alegrado que sumagia estuviera reprimida. Cambiaba un poco sus planes, pero ayudaba. Ahora sabía que noestaba equivocada, que los nombres en su lista eran los correctos.

—Lamento no haber podido conservarla —dijo Aelin—. Quemarla era la única manera de per-manecer segura.

Lysandra solo asintió, retirando una pelusa del corpiño de su vestido color cobrizo. Las mangasrojas estaban ojas e hinchadas con unas apretadas mangas de rerciopelo negro con botonesdorados, que brillaban en la luz de la mañana mientras ella alcanzaba una de las uvas de in-vernadero que había traído Aelin el día anterior. Un vestido elegante, pero modesto.

—La Lysandra que yo conocí solía usar mucho menos ropa —dijo Aelin

Los ojos verdes de Lysandra vacilaron.

—La Lysandra que conociste murió hace mucho tiempo.

Igual que Celaena Sardothien.

—Pedí verte hoy para que pudiéramos… hablar.

— ¿Sobre Arobynn?

—Sobre ti.

Sus elegantes cejas se fruncieron.

—Y ¿cuándo podremos hablar sobre ti?

—¿Qué quieres saber?

—¿Qué estás haciendo en Rofthold? Además de rescatar al general mañana.

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Aelin contestó:

—No te conozco lo su ciente para contestar a esa pregunta

Lysandra apenas inclinó su cabeza.

—¿Por qué Aedion?

—Me es más útil vivo que muerto —no era una mentira.

Lysandra dio un golpecito, con su uña con manicura perfecta, en la gastada mesa. Despuésde un momento dijo:

—Solía estar tan celosa de ti. No sólo tenías a Sam sino que también a Arobynn… Fui tan es-túpida, al creer que te daba todo y no te negaba nada, odiándote porque siempre supe, muyen el fondo, que yo solo era un peon para él que podía usar en tu contra –una manera parahacerte luchar por su afecto, para mantenerte alerta, para lastimarte. Y yo lo disfrutaba, porquepensaba que era mejor ser el peon de alguien que ser nada en absoluto —su mano temblaba

cuando la levantó para retirarse un mechón de pelo de la cara—. Creo que habría continuadopor ese camino toda mi vida. Pero después –después Arobynn mató a Sam y arregló tu capturay… y me llamó la noche en que fuiste arrastrada a Endovier. Después, en el carruaje a casa,sólo lloré. No sabía por qué. Pero Wesley estaba conmigo en el carruaje. Esa fue la noche enque todo cambio entre nosotros —Lysandra observó las cicatrices alrededor de las muñecasde Aelin, después el tatuaje arruinando la suya.

Aelin dijo:

—La otra noche, no sólo viniste a advertirme de Arobynn

Cuando Lysandra levantó la cabeza, sus ojos estaban congelados.

—No —dijo con un ligero salvajismo—. Vine a ayudarte a destruirlo.

—Debes con ar mucho en mí para haber dicho eso

—Tú destruiste las bóvedas —dijo Lysandra—. Fue por Sam ¿no es cierto? Porque esa gente –ellos trabajaban para Rourke Farra, y estaban ahí cuando… —agitó su cabeza—. Todo espor Sam, lo que tengas planeado para Arobynn. Además, si me traicionas, hay muy poco quepueda lastimarme más de lo que ya he soportado.

Aelin se recostó en su silla y cruzó las piernas, tratando de no pensar en la oscuridad que ha-bía sobrevivido la mujer que tenía enfrente.—Fui muy lejos sin exigir venganza. Ya no tengo interés en el perdón.

Lysandra sonrió –y no había ninguna alegría en esa sonrisa.

—Después de que él matara a Wesley, me acosté despierta en su cama y pensé en matarloahí. Pero no parecía su ciente y la deuda no sólo me pertenecía a mí.

Por un momento Aelin no pudo decir nada. Después sacudió su cabeza.

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—¿Realmente esperas implicar que me has estado esperando a mí todo este tiempo?

—Amabas a Sam tanto como yo amaba a Wesley

Su pecho se ensombreció, pero asintió. Si, ella había amado a Sam –más de lo que podríaamar a cualquiera. Incluso a Chaol. Y leer en la carta de Wesley lo que ordenó Arobynn a Rour-ke Farran hacerle a Sam la había dejado furibunda hasta sus entrañas. La ropa de Sam aúnse encontraba en los dos cajones del fondo de su vestidor, donde Arobynn en efecto las habíadesempacado. Había usado una de sus camisas para dormir durante las últimas dos noches.

Arobynn iba a pagar.

—Lo siento —dijo Aelin—. Por los años en que fui un monstruo contigo, por cualquier impl-cación que haya tenido en tu sufrimiento. Desearía haber podido verlo yo misma. Desearíahaberlo notado todo mejor. Lo siento.

Lysandra parpadeó.

—Ambas éramos jóvenes y estúpidas y debimos vernos una a la otra como aliadas. Pero nohay nada que impida que nos veamos de esa manera ahora —Lysandra le dirigió una muecaque parecía más un lobo que de una dama re nada—. Si estás dentro, yo estoy dentro.

Así de rápido –así de fácil– la oferta de amistad le había sido propuesta. Rowan pudo habersido su amiga más querida, su carranam, pero… extrañaba la compañía femenina. Intensa-mente. Aunque un pánico se levantó en su interior al pensar en que Nehemia no estaba másahí para darle la compañía que necesitaba –y una parte de ella quería rechazar rotundamentela oferta de Lysandra sólo porque ella no era Nehemia– se forzó a sí misma a reprimir esemiedo.

Aelin dijo decididamente.—Estoy dentro.

Lysandra soltó un suspiro.

—Oh, gracias a los dioses. Ahora puedo hablar con alguien más acerca de ropa sin que mepidan que sea así o así o devorarme una caja de chocolates sin que me digan que cuide mi

gura –dime que te gusta el chocolate. ¿Te gusta, no? Recuerdo haber robado una caja de tucuarto una vez que estabas fuera matando a alguien. Estaban deliciosos.

Aelin sacudió una mano en dirección a los bienes que estaban en la mesa.

—Trajiste chocolate. En lo que a mí concierne eres mi nueva persona favorita.

Lysandra rio entre dientes, un sonido sorprendentemente profundo y retorcido –probablementeuna risa que nunca dejaba que Arobynn o sus clientes escucharan.

—Una noche no muy lejana, me escabulliré de regreso aquí y podremos comer chocolatehasta vomitar.

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—Somos damas tan gentiles y re nadas

—Por favor —dijo Lysandra, agitando una mano con manicura—. Tú y yo no somos más quebestias salvajes utilizando pieles humanas. Ni siquiera intentes negarlo.

La cortesana no tenía idea de cuan cerca de la realidad estaba. Aelin se preguntó cómo reac-cionaría la mujer a su otra forma –a los alargados colmillos. De alguna manera, dudaba queLysandra la llamara monstruo por eso– o que pudiera criticarla.La sonrisa de Lysndra vaciló.

—¿Todo está preparado para mañana?

—¿Acaso es morti cación lo que detecté?

—¿Solo te pasearás dentro del palacio y piensas que un color de cabello distinto es lo que temantendrá segura de ser descubierta? ¿Confías tanto en Arobynn?

—¿Tienes una mejor idea?

El encogimiento de hombros de Lysandra era la de nición de despreocupación.

—Sucede que yo sé una cosa o dos acerca de interpretar diferentes papeles. Como desviar lasmiradas cuando no quieres ser notada.

—Sé cómo ser sigilosa, Lysandra. El plan es sólido. Incluso si fue idea de Arobynn

—¿Qué si matamos dos pájaros de un tiro?

Puede que lo haya descartado, puede que la haya desalentado, pero había un retorcido, sal-vaje brillo en los ojos de la cortesana.

Así que Aelin descansó sus antebrazos sobre la mesa.

––Estoy escuchando.

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Capítulo 14Traducido por Roxana BonillaCorregido por Diana Gonher

Por cada persona que Chaol y los rebeldes salvaron, parecía que siempre había varios másque se hicieron a través de la matanza.

El sol se estaba poniendo cuando él y Nesryn se agazaparon en un tejado que bordeaba lapequeña plaza. Las únicas personas que se habían molestado en mirar fueron los típicosmaleantes, acostumbrados a respirar en la miseria de los demás. Eso no lo molestó ni la mi-tad que las decoraciones que habían sido puestas en honor al cumpleaños de Dorian en lamañana: Serpentinas rojas , doradas y cintas colgadas a lo largo de la plaza como una red,mientras que canastas con ores azules y blancas bordeaban sus orillas exteriores. Un osarioengalanado en tardía alegría de primavera.

La cuerda del arco de Nesryn gimió cuando lo empujó un poco más atrás.

—Mántenlo— le advirtió.—Sabe lo que hace—, murmuró Aelin a unos pasos de distancia.

Chaol la miro con una mirada a lada. —Recuérdame…¿por qué estás aquí? —

—Quería ayudar—¿o es sólo una rebelión de Adarlianos?”

Chaol ahogó su réplica y dio una mirada a la plaza de abajo.

Mañana, todo aquello que le importaba dependería de ella. Enemistarse con ella no sería inte-ligente, aunque le mataba dejar a Dorian en sus manos. Pero…

—Sobre mañana—dijo rmemente, sin despegar su mirada de la ejecución a punto de desa-rrollarse. —Tú no tocas a Dorian—.

— ¿Yo? Nunca— ronroneó Aelin.

—No es una broma. Tú. No. Le. Harás. Daño.

Nesryn los ignoró y cambió el ángulo de a la izquierda. —No puedo tener un tiro limpio encualquiera de ellos—.

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de piedra de Wyrd. Elimina una, y la magia será libre—.

Ella miró hacia el norte sin ningún parpadeó de sorpresa, como si pudiera ver todo el caminohasta el castillo de cristal.

—Gracias— murmuró. Eso fue todo.

—Es por el bien de Dorian— Tal vez era cruel, egoísta, pero cierto. —El rey te espera maña-na—él continuó. — ¿Y qué si deja de preocuparse de que el público sepa y da rienda suelta asu magia sobre ti? ¿Sabes lo que pasó con Dorian? —

Ella estudió las tejas como si fueran un mapa mental de la esta- el mapa que él le había dado.Entonces ella maldijo.

—Podría tener trampas para mí y Aedion. Con las Marcas del Wyrd, podría escribir hechizosen el suelo o en las puertas, para mí o Aedion, y estaríamos indefensos—exactamente la mis-ma forma en la que atrapé a esa cosa en la biblioteca. Mierda—respiró. —Mierda —.

Apretando su a ojado arco, Nesryn dijo:—Brullo nos dijo que el rey tiene a sus mejores hombres escoltando a Aedion desde los cala-bozos hasta la sala, quizás también hechizaron esas áreas. Si él las hechiza. —

—Es una apuesta demasiado grande por hacer Y es demasiado tarde para cambiar nuestrosplanes—dijo Aelin. —Si tuviera esos malditos libros, a lo mejor podría encontrar alguna clasede protección para mí y Aedion, algún hechizo, pero no tendré su ciente tiempo mañana paratomarlos de mis antiguas habitaciones. Los dioses saben si siguiera siguen allí—.

—No lo están— dijo Chaol. Aelin alzó sus cejas. —Porque yo los tengo. Los tomé cuando dejéel castillo—.

Aelin frunció los labios en lo que él podría haber jurado era una apreciación reacia. —No te-nemos mucho tiempo—Ella comenzó a subir sobre encima del techo y fue de su vista. — Aúnquedan dos prisioneros más—aclaró—Y creo que esas serpentinas lucirían mejor con un pocode sangre de Valg en ellas—.

Nesryn permaneció en el tejado mientras Aelin cruzó al otro lado de la plaza— más rápido delo que Chaol habíacreídoposible. Eso lo dejó a mitad de la calle.Él corrió tan rápido como pudo a través de la multitud, vislumbrando a sus tres hombresreunidos cerca del otro extremo de la plataforma—listos.

El reloj marcó las seis justo cuando Chaol se posicionó, luego de asegurarse de que dos desus hombres estuvieran esperando en un estrecho callejón. Justo cuando los guardias nal-mente quitaron el cuerpo del primer prisionero y arrastraron al segundo. Él hombre estaba so-llozando, rogándoles mientras era forzado a arrodillarse en el charco de la sangre de su amigo.

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El ejecutor levantó su hacha.

Y una daga, cortesía de Aelin Galathynius, atravesó limpiamente la garganta del verdugo.

Sangre negra cayó en las serpentinas, tal como Aelin había prometido. Antes de que los guar-dias pudieran gritar, Nesryn abrió fuego desde la otra dirección. Esa fue toda la distracciónque Chaol necesitó cuando él y sus hombres se dispararon hacia la plataforma en medio de laasustada multitud huyendo. Tanto Nesryn y Aelin habían disparado de nuevo para el momentoen que Chaol subió al escenario, la madera estaba engañosamente resbaladiza con sangre.Agarró a los dos prisioneros y les grito que ¡corrieran, corrieran, corrieran!

Sus hombres estaban espada a espada con los guardias, mientras él se apresuraba con losprisioneros tambaleantes por las escaleras y hacia la seguridad del callejón—con los rebeldesesperando más allá.

Cuadra tras cuadra huyeron, dejando atrás el caos de la plaza , hasta que llegaron al Avery, yChaol se dedicó a alcanzarles un barco.

Nesryn lo encontró dejando los muelles una hora más tarde, ilesa pero salpicado con sangreoscura.

— ¿Qué ocurrió? —

—Pandemonio— Nesryn dijo, escaneando al río bajo el sol poniente. —¿Todo está bien?”

Él asintió. — ¿Y tú? —

—Ambos estamos bien—Una consideración, pensó con un destello de vergüenza, que ellasabía que él no se atrevía a preguntar sobre Aelin. Nesryn dio la vuelta, dirigiéndose de nuevoa la dirección de la cual vino.

— ¿Adónde vas? — preguntó.

—A bañar y cambiarme y luego iré a darle la noticia a la familia del hombre que murió—.

Era el protocolo, incluso si era horrible. Era mejor que las familias estuvieran de luto que enriesgo de ser consideradas por más tiempo como simpatizantes de los rebeldes. —No tienesque hacerlo—dijo. —Enviaré a uno de los hombres—.

—Soy un guardia de la ciudad—dijo claramente—Mi presencia no será inesperada. Y ade-más—dijo, sus ojos brillando con su habitual diversión, — tú mismo dijiste que yo no tengoexactamente una línea de pretendientes esperando afuera de la casa de mi padre, así que¿qué más puedo hacer esta noche?

—Mañana es un día importante—dijo, incluso mientras se maldecía a sí mismo por las pala-bras que le había escupido la otra noche. Un tonto—eso es lo que había sido, incluso si ellanunca había revelado que le molestara.

—Estaba muy bien antes de que viniera aquí, Chaol—dijo ella—cansada, y posiblemente abu-rrida. —Conozco mis límites. Te veré mañana—.

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La magia— Chaol le había dicho cómo liberarla. Tan fácil, y aun así- una tarea monumental.Necesitada de una cuidadosa planeación. Después de mañana, sin embargo— si sobrevivía—iba a empezar hacerlo.

Ella se desplazó hacia abajo por un tubo de desagüe a un lado de una desmenuzada pared deladrillo, chapoteando un poco fuerte en un charco que esperaba fuera agua. Silbó mientras se

paseaba por el vació callejón, una alegre melodía que había escuchado en una de las muchastabernas de los barrios bajos.

Aun así, estaba un poco sorprendida cuando llegó cerca de la mitad del callejón antes de queuna patrulla de la guardia del rey se cruzara en su camino, sus espadas reluciendo como laplata en la oscuridad.

El comandante de la patrulla, el demonio dentro de él, la miró y sonrió como si ya supiera aqué sabía su sangre.

Aelin le sonrió de vuelta, sacudiendo sus muñecas y tirando las cuchillas fuera de su traje.

—Hola, preciosa—.Y entonces estaba encima de ellos, rebanando y girando y esquivando.

Cinco guardias ya estaban muertos antes de que el resto pudiera siquiera moverse.

Sin embargo, la sangre que perdían no era roja. Era negra, y se derramaba por los lados desus cuchillas. Densa y brillante como el aceite. El hedor, como leche cuajada y vinagre, lagolpeó tan fuerte como el impacto se sus espadas.

El hedor creció, venciendo al persistente humo de las fábricas de vidrio a su alrededor, empeo-rando cuando Aelin esquivó el golpe del demonio y pasó por debajo. El estómago del hombrese abrió con una supurante herida, y sangre negra y los dioses sabían qué más se derramóen la calle.

Asqueroso. Casi tan malo como lo que emanaba de la alcantarilla al otro extremo del callejón,ya abierta. Ya ltrándose en esa tan familiar oscuridad.

El resto de la patrulla se acerco. Su ira se convirtió en una canción en su sangre mientras ter-minaba con ellos.

Cuando la sangre y lluvia yacían en charcos en los adoquines rotos, cuando Aelin estuvo depie en un campo de hombres caídos, comenzó a cortar

Cabeza tras cabeza caían lejos.

Entonces se recostó contra la pared, esperando. Contando.

No resucitaron.

Aelin acechó desde el callejón, cerrando de una patada la alcantarilla, y desapareció en lalluviosa noche.

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El amanecer llegó, el día era claro y cálido. Aelin había estado hasta más de la mitad de lanoche revisando los libros que Chaol había salvado, incluyendo a su viejo amigo Los MuertosVivientes.

Recitando lo que había aprendido en la tranquilidad de su apartamento, Aelin se había puestola ropa que Arobynn le había mandado, comprobando de nuevo que no hubieran sorpresas yque todo estuviera donde necesitaba que estuviera. Ella dejó que cada paso, cada recordatoriode su plan la anclaran, la alejaran de pensar demasiado en lo que haría cuándo comenzará la

esta

Y entonces fue a salvar a su primo.

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Capítulo 15Traducido por Jeanna Jimenez

Corregido por Carolina Suarez

Aedion Ashryver estaba listo para morir.

Contra su voluntad, él se había recuperado a lo largo de los dos últimos días, la ebre habíadesaparecido después de la puesta del sol ayer por la noche. Estaba lo su cientemente fuertepara caminar —aunque lentamente—, cuando lo escoltaron hasta el lavadero de la mazmorra,donde ellos lo encadenaron para lavarlo y fregarlo, e incluso se arriesgaron a afeitarlo, a pesarde sus mejores esfuerzos para cortar su propia garganta con la navaja de afeitar.

Parecía que le querían presentable para la corte cuando le cortaran la cabeza con su propiaespada, la Espada de Orynth.

Después de limpiar sus heridas, le metieron en pantalones y una camisa blanca suelta, tiraronhacia atrás su cabello, y lo arrastraron por las escaleras. Los guardias con uniformes oscuros,

lo rodearon, tres en ambos lados, cuatro en el frente y detrás, y cada puerta y salida tenía auno esos bastardos puestos ahí.

Estaba demasiado cansado por la herida para provocarles a poner una espada a través de él,así que se dejó conducir a través de las imponentes puertas del salón de baile. Las banderasrojas y doradas colgaban de las vigas del techo, cada mesa cubierta de ores de primavera yun arco de rosas del invernadero había sido creado sobre el estrado desde el que la familia realmiraría las festividades antes de su ejecución. Las ventanas y puertas más allá de la tarimaen la que se le daría muerte daban a uno de los jardines, un guardia apostado al lado del otro,otros situados en el propio jardín. Si el rey quería poner una trampa para Aelin, desde luego,no se había molestado en ser sutil.

Fue una actitud civilizada de ellos, se dio cuenta Aedion, cuando fue empujado por las esca-leras de madera de la tarima, por darle un taburete dónde sentarse. Al menos no tendría quedescansar en el suelo como un perro mientras observaba a todos ngir que no estaban aquísolo para ver rodar su cabeza. Y un taburete, se dio cuenta con sombría satisfacción, sería unarma su cientemente buena cuando llegara el momento.

Así que Aedion dejó que lo encadenarán a los grilletes anclados en el suelo de la tarima. Dejóque pusieran la Espada de Orynth a la vista a unos pies detrás de él, su pomo de hueso cica-

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trizado brillando en la luz de la mañana.

Era sólo cuestión de encontrar el momento adecuado para cumplir con el n de su propia ele-cción.

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Capítulo 16Traducido por Jeanna Jimenez Corregido por Carolina Suarez

El demonio lo hizo sentarse en la tarima, en un trono que se encontraba a lado de una mujercon corona quien no había notado que la cosa usando su boca no era la misma a la que habíadado a luz. A su otro lado estaba el hombre que controlaba el demonio que tenía dentro. Yfrente a él, el salón de baile estaba lleno de nobles, quienes no podían ver que él aún se en-contraba allí, gritando.

El demonio había roto un poco más la barrera que había construido, y ahora veía través de susojos con una mirada vieja, brillando con malicia. Se encontraba hambriento de este mundo.

A lo mejor, el mundo merecía ser devorado por la cosa.

Tal vez era ese pensamiento traicionero que había causado que tal agujero rompiera un pocomás la barrera que se encontraba entre ellos. Tal vez estaba ganando. Tal vez ya había ga-nado.Así que él estaba forzado a sentarse en ese trono, y hablar con palabras que no eran las su-yas, y compartir sus ojos con algo de otro reino, quien observaba a su soleado mundo convoracidad, eternamente hambriento.

El traje le picaba como el in erno. La pintura en todo su cuerpo no ayudaba. La mayoría delos invitados más importantes llegaron en los días previos de la esta, pero los que morabandentro de la ciudad o en las lejanas montañas, ahora formaban una reluciente línea, estre-chándose en las enormes puertas frontales. Los guardias estaban apostados ahí, revisandoinvitaciones, haciendo preguntas, observando detenidamente los rostros no demasiado pers-picaces como para ser interrogados. Ordenaron a los artistas, vendedores, y sanadores, quienfuera, a usar una de las entradas laterales.

Ahí había sido donde Aelin había encontrado a Madame Florine y su grupo de bailarinas, ves-tidos con trajes de tul negro, seda y encaje, como noche líquida en el sol de la media mañana.

Hombros atrás, pecho rígido, brazos relajados a sus lados, Aelin se unió fácilmente al grupo.Con su cabello teñido con un rudo color de café y su cara pintada con los pesados cosméticosque todas las bailarinas usaban, se mezcló lo su cientemente bien, que nadie la miró dos ve-

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—Ya estarías muerta si hubiese sido así —no era una mentira. Cuando ella había escrito susplanes en el barco, el nombre de Florine había sido uno de los que había escrito en su lista, yluego lo había tachado, después de una cuidadosa consideración. Aelin continuó:

— ¿Confío en que hayas hecho los arreglos necesarios? —no solo el pequeño cambio enlos vestuarios, para poder ocultar las armas y algunas otras cosas que Aelin necesitaría para

escabullirse, todo pagado por Arobynn, por supuesto. No, la gran sorpresa vendría después. —Es un poco tarde para estar preguntado eso, ¿no lo crees? —Madame Florine ronroneó, las joyas oscuras alrededor de su cuello y sus oídos brillaron—. Debes con ar mucho en mí, paraincluso haberte aparecido.

—Confío más en que te gusta obtener dinero de lo que te gusta el rey —Arobynn le había dadouna enorme suma de dinero para pagarle a Florine. Mantuvo un ojo en las guardias mientrashablaba—. Y desde que el Teatro Royal fue cerrado por su Majestad Imperial, confío en queestamos de acuerdo en lo que les pasó a los músicos fue un crimen tan inolvidable como lamasacre de esclavos en Endovier y Callaculla.

Supo que había dicho las palabras correctas cuando vio la agonía a orar en los ojos de Florine.—Pytor era mi amigo —susurró Florine, desvaneciendo el color de sus mejillas bronceadas.—No había director más no, ningún oído mejor. Él hizo mi carrera. Él me ayudó a establecertodo esto —movió una mano abarcando a todas las bailarinas, el castillo, el prestigio que habíaganado—. Lo extraño.

No era nada calculado, nada frío, cuando Aelin posó una mano sobre su corazón.

—Extrañaré ir a escucharlo dirigir el Stygian Suite cada otoño. Pasaré el resto de mi vida sa-bido que tal vez nunca vuelva a escuchar música tan na, que nunca más viviré un poco de loque sentí, estando sentada en el teatro mientras él dirigía.

Madame Florine envolvió sus brazos alrededor de ella misma. A pesar de los guardias que seencontraban adelante, a pesar de la tarea que se acercaba con cada movimiento del reloj, letomó un momento a Aelin ser capaz de hablar de nuevo. Pero eso no había sido lo que habíahecho a Aelin acceder a los planes de Arobynn, a con ar en Florine.

Dos años atrás, cuando nalmente era libre de la correa de Arobynn pero aun así casi su-plicando gracias por pagar sus deudas, Aelin había continuado tomando clases con Flori-ne, no sólo para mantenerse al corriente de los bailes populares para su trabajo, sino tam-bién para mantenerse exible y en forma. Florine se había negado a aceptar su dinero.

Además, después de cada lección, Florine había permitido que Aelin se sentara en el pia-noforte que se encontraba por la ventana y tocara hasta que sus dedos le dolieran, des-de que había sido obligada a dejar sus amados instrumentos en la Guarida de los Asesi-nos. Florine nunca lo había mencionado, nunca la hizo sentir como que si fuera caridad.Pero había sido una bondad cuando Aelin había necesitado desesperadamente una.

Aelin dijo en voz baja:

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La bailarina la observó sobre su hombro, susurrándole que se callara. Aelin empezó a llorar. Sonoras y constantes lágrimas de dolor. La bailarina se congeló, la que se encontraba atrásde ellas, veía hacia otro lado.

—E-eso dolió —dijo Aelin, sobando su estómago.

—No hice nada —la mujer siseó.

Aelin continuó llorando. Más adelante, Florine ordenó a las bailarinas que se mantuvieran a unlado. Después su mirada se posó en Aelin.

— ¿Qué en el nombre de cada dios en el reino, es esta tontería? —

Aelin apuntó con un tembloroso dedo a la bailarina.

—Ella m-me golpeó—.

Florine giró hacia la chica con ojos grandes que ya se encontraba proclamando su inocencia.Entonces siguieron una serie de acusaciones, insultos y más lágrimas, ahora de parte de labailarina, llorando sobre su carrera arruinada.

—A-agua —murmuró Aelin a Florine—. Necesito un vaso de agua —los guardias ya habíanempezado a caminar en su dirección. Aelin apretó fuertemente el brazo de Florine—. A-ahora.

Los ojos de Florine se iluminaron y encaró a los guardias que se acercaban, ladrando susdemandas. Aelin contuvo su aliento, esperando por el golpe, la cachetada… Pero ahí estabauno de los amigos de Ress —uno de los amigos de Chaol, portando una or roja en su pecho,como ella lo había pedido—corriendo para conseguir agua. Exactamente donde Chaol habíadicho que él estaría, sólo en caso de que algo fuera mal. Aelin se aferró a Florine hasta queel agua llegó, una cubeta y una cuchara, lo mejor que al hombre se le pudo haber ocurrido.Sabiamente no cruzó su mirada con la de ella.

Con un pequeño sollozo de agradecimiento, Aelin tomó ambas cosas. Estaba temblando lige-ramente.

Le dio a Florine un sutil asentimiento con su pie, urgiéndola a avanzar.

—Ven conmigo —dijo Florine furiosamente, arrastrándola hasta el frente de la la—. He tenidosu ciente de esta idiotez, y casi arruines tu maquillaje.

Cuidadosamente para no derramar el agua, Aelin permitió que Florine la jalara hacia el guardiacon cara de piedra que se encontraba en la puerta.—Mi tonta e inservible suplente, Dianna —dijo al guardia con perfecto acero en su voz, sinperturbarse bajo la negra mirada del demonio.

El hombre estudió la lista en sus manos, checando, checando— Y tachó un nombre. Aelin tomó un pequeño sorbo de agua de la cuchara, para después depositarla de nuevo enla cubeta.

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Capítulo 17Traducido por Jeanna Jimenez Corregido por Carolina Suarez

Cuando se permitió a Florine y al resto de las bailarinas la entrada a palacio, fueron conducidaspor el estrecho pasillo de los sirvientes. En cuestión de minutos, la puerta se abriría hacia elsalón de baile y ellas volarían dentro como mariposas. Negras y resplandecientes mariposasrepresentando las “Doncellas de la Muerte”, el baile de una de las sinfonías más populares.

No fueron detenidas ni interrogadas por nadie más, aunque los guardias en cada entradalas observaban como si fueran halcones. Y sus ojos no eran como los del príncipe Hada.Pocos de los hombres de Chaol se encontraban allí. Ni rastro de Ress o Brullo. Pero todosestaban donde Chaol había prometido que estarían, según la información de Ress y Brullo.

Un sirviente transportaba en su hombro una fuente de jamón asado con salvia crujiente, y Ae-lin trataba de no apreciarla, de no sentir las esencias de la comida de su enemigo. Incluso siesa comida era condenadamente buena. Los sirvientes llevaban plato tras plato y sus carasestaban completamente rojas, no había duda de que habían hecho una larga caminata desdelas cocinas. Trucha con avellanas, espárragos crujientes, pastel de peras, pastel de carne…

Aelin cerró los puños contemplando la larga la de sirvientes. Una media sonrisa se asomópor la comisura de sus labios. Esperó a que los sirvientes volvieran con las manos vacías, deregreso a las cocinas. Finalmente, la puerta se abrió y una doncella delgada que vestía un de-lantal blanco se apresuró hacia la gran estancia, su cabello color tinta era como hilos sueltosformando una trenza, deshaciéndose a medida que corría para recoger la siguiente bandejade tartas de pera que aguardaba en la cocina.

Aelin mantuvo su cara en blanco e indiferente a medida que Nesryn Faliq se acercaba a ella.Esos ojos oscuros se curvaban ligeramente hacia arriba—quizás por sorpresa o inquietud, nosabría decirlo. Pero antes de que pudiera decidir cómo dirigirse a ella, uno de los guardias leanunció a Florine que ya era la hora. Mantuvo la cabeza baja, incluso cuando sintió al demonioen aquel hombre mostrando atención en ella y las demás. Nesryn se había ido —había desa-parecido bajo las escaleras—cuando Aelin volvió a mirar.

Florine se dirigió a la línea de bailarinas que esperaban en la puerta, con las manos apretadasen su espalda.

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—Espaldas rectas, hombros atrás, cuellos arriba. Ustedes son luz, aire y gracia. No me decep-cionen—.

Florine cogió la cesta de ores de cristal negro que había mandado a su más rme bailarinatraer. Cada or exquisita relucía como un diamante contra la oscura luz del pasillo.

—Si las rompen antes del momento de lanzarlas, están acabadas. Valen más que ustedes,y no hay reemplazos. — una por una, entregó las ores a todas, eran lo bastante resistentespara no romperse en los próximos minutos.

Florine llegó a Aelin con la cesta vacía.

—Míralas y aprende —dijo lo bastante alto para que el guardia la oyera, y puso su mano en elhombro de Aelin, como una profesora consoladora. Las otras bailarinas, ahora observando suspies, giraron sus cabezas y hombros, sin mirar en su dirección.

Aelin asintió recatadamente, como si intentara contener lágrimas de decepción, y se salió dela línea para pararse al lado de Florine.Las trompetas resonaron a través de las grietas que rodeaban la puerta, y la multitud comenzóa gritar tan alto que hizo retumbar el suelo.

—Me he asomado al Gran Salón —dijo Florine tan bajo que Aelin apenas podía oírle—. Paraver cómo le está yendo al General. Está pálido y demacrado, pero alerta. Está listo—para ti.

Aelin se quedó inmóvil.

—Siempre me pregunté dónde te había encontrado Arobynn —murmuró Florine, parada en lapuerta como si pudiera ver a través de ella—. Por qué se tomaba tantas molestias en poseerte,más que a cualquier otro —La mujer cerró los ojos por un momento, y cuando los abrió de nue-vo, en ellos se re ejaba el acero—. Cuando rompas las cadenas de este mundo y forjes unonuevo, recuerda que el arte es tan necesario para un Reino como la comida. Sin él, un reinono es nada, y será olvidado con el tiempo. He amansado dinero su ciente en mi miserable vidapara no volver a necesitarlo—así que me entenderás si te digo que dónde sea que levantes tutrono, no importa el tiempo que lleve, vendré a ti, y traeré música y baile.

Aelin tragó saliva. Antes de que pudiera decir nada, Florine se alejó dirigiéndose al nal de lala y directa a la puerta. Se detuvo, dirigiendo su mirada a cada bailarina. Ella habló sólo cuan-

do sus ojos se encontraron con los de Aelin.

—Ofrézcanle a su rey el espectáculo que merece—. Florine abrió la puerta, inundando el pasi-llo con luces y música, y el olor de carnes asadas. Las otras bailarinas inspiraron a la vez y seabalanzaron, una a una, ondeando esas ores de cristal oscuras ante ellas.

Mientras las veía salir, Aelin convirtió la sangre en sus venas en fuego negro. Aedion—su aten-ción estaba en él, no en el tirano sentado al frente de la sala, el hombre que había asesinadoa su familia, a Marion y a su gente. Si estos eran sus últimos momentos, al menos moriríaluchando, al compás de una primorosa música. Era la hora.

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Respiró…

Era la heredera del fuego.

Era fuego, y luz, y ceniza, y brasas. Era Aelin Fireheart, y no se inclinaba ante nada ni nadie,salvo la corona que le pertenecía por sangre y supervivencia, y triunfo. Aelin enderezó sushombros y se dirigió hacia la deslumbrante multitud.

Aedion había estado observando a los guardias durante las horas que llevaba encadenado alasiento, y se preguntaba a quién convendría atacar primero, a quien le vendría mejor un lateralo una pierna, quien vacilaría al enfrentarse al Lobo del Norte, y, lo más importante, quien seríalo bastante impulsivo y estúpido para nalmente llevarle a las órdenes del rey.

Los espectáculos habían comenzado, atrayendo la atención de la multitud que había estadomirando hacia él desvergonzadamente, y mientras las dos docenas de mujeres otaban, sal-taban y giraban en el amplio espacio entre el estrado y la plataforma de su ejecución, por unmomento Aedion se sintió... culpable por interrumpir. Esas mujeres no tenían por qué quedaratrapadas en el baño de sangre que él estaba a punto de provocar.

No parecía adecuado, por otra parte, que sus vestidos destellantes fueran del más oscuronegro, acentuado con plata—Las Doncellas de la Muerte, por supuesto. Era lo que represen-taban. Era tanto una señal como nada. Quizás Silba, de ojos oscuros, le ofrecería una muertebenévola en lugar de una cruel y ensangrentada a manos de Hellas. De cualquier manera, nopudo evitar sonreír. La muerte era muerte.

Las bailarinas arrojaban pañuelos de polvo negro, cubriendo con ellos el suelo—las cenizasde los caídos, probablemente. Una por una, dieron pequeños y elegantes giros y se inclinaronante el rey y su hijo.

Hora de moverse. El rey estaba distraído con un guardia uniformado que susurraba en su ore- ja; el príncipe miraba a las bailarinas con aburrido desinterés, y la reina estaba hablando concualquiera fuera la cortesana a la que favorecía ese día.

La multitud aplaudía y arrullaba ante la exhibición. Todos estaban vestidos de gala—talesriquezas desmesuradas. La sangre de un imperio había pagado esas joyas y sedas. Era lasangre de su gente.

Una nueva bailarina se movía a través de la multitud: alguna suplente, sin duda tratando detener una mejor vista del espectáculo. Y quizás él no habría pensado dos veces en ello, si nohubiera sido más alta que las demás—mayor, con más curvas, sus hombros más amplios. Semovía pesadamente, como si algo la atrajera innatamente a la tierra. La luz la golpeó, brillandoa través del encaje en las mangas de su traje revelando remolinos y espirales en las marcas desu piel. Idénticas a las dibujadas en los brazos y pechos de las otras bailarinas, con excepciónde su espalda, donde el maquillaje era un poco más oscuro.

Las bailarinas como ellas no tenían tatuajes. Antes de que pudiera ver más, entre cada respi-

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ración un grupo de damas en amplios trajes de gala la apartaron de su vista, ella desapareciótras las cortinas, caminando por delante de los guardias con una sonrisa avergonzada, comosi estuviera perdida.

Cuando emergió de nuevo ni un minuto más tarde, supo que era ella por su forma, y sualtura. El maquillaje había desaparecido, y su falda de tul voluminosa ya no estaba…

No —pensó a medida que ella se deslizaba a través de la puerta sin que los guardias pudieranhacer nada más que mirarla. La falda se había convertido en una capa de seda, y la capuchacubría su cabello rojizo, y se movía... se movía como un hombre arrogante, desa ando a lasdamas a su alrededor.

Se acercó a él. Al estadio.

Las bailarinas todavía arrojaban su polvo negro por todas partes, formando un círculo a sualrededor, revoloteando a través del suelo de mármol. Ninguno de los guardias notó que unabailarina convertida en noble avanzaba hacia él. Uno de los cortesanos la vio—pero no dioalarma ni gritó. En su lugar, dijo un nombre—el nombre de un hombre. Y la bailarina disfrazada

se giró, alzando una mano en agradecimiento al hombre que había llamado y lanzando unasonrisa arrogante.

No solo estaba disfrazada. Se había convertido en una persona completamente distinta.Se acercaba pavoneándose, la música en la orquesta de la galería se elevaba enfrentándoseen un vibrante nal, cada nota más alta que la anterior a medida que las bailarinas alzabanunas rosas de cristal sobre sus cabezas: un tributo al rey, a la Muerte.

La bailarina disfrazada se detuvo ante el círculo de guardias que anqueaban en estadio deAedion, palmeándose como buscando un pañuelo que había perdido, y murmurando una seriede maldiciones.

Una intervención creíble y normal—no era motivo de alarma. Los guardias volvieron a dirigisu vista a las bailarinas.

Pero ella miró a Aedion con las cejas caídas. Incluso vestida como un aristócrata, el triunfo y lamaldad brillaban en esos ojos dorados turquesa.

Tras ellos, a través del salón, las bailarinas destrozaban sus rosas contra el suelo, y Aedionsonrió a su reina mientras el mundo entero se sumía en un in erno.

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Capítulo 18Traducido por Jeanna Jimenez Corregido por Carolina Suarez

No solo las ores de cristal habían sido manipuladas con un polvo reactivo, cuidadosamenteadquirido por Aelin en el Mercado Negro. Cada partícula centelleante que las bailarinas habíanarrojado estaba repleta de eso también. Y cada una de las monedas de plata que había gasta-do valía la pena por ese humo que se expandía a través de la sala, encendiendo el polvo quehabían esparcido por todas partes.

La niebla era tan densa que apenas podía ver nada a más de un pie de distancia, y la capa grisen que había convertido la falda de su traje se camu aba perfectamente en ella. Tal y cómoArobynn había sugerido.

Los gritos opacaron la música. Aelin ya estaba corriendo hacia el escenario cuando la torre delreloj — esa torre que les salvaría o les mandaría al in erno—marcó el medio día.

Aedion no tenía un collar negro alrededor de su cuello, y eso fue todo lo que necesitaba. Elalivió hizo que sus rodillas amenazaran con ceder. Antes de que el primer golpe del reloj hu-biera terminado, ella ya había preparado las dagas integradas en el corpiño de su traje—el hilode plata y la pedrería escondían sus armas—y lanzó una atravesando la garganta del guardiamás cercano.

Aelin giró y lo arrojó contra el hombre de al lado al mismo tiempo que lanzaba su otra daga alabdomen de un tercero.

La voz de Florine se elevó sobre la multitud, ordenando a sus bailarinas que escaparan. El relojemitió un segundo golpe, y Aelin clavó su arma en el vientre de un guardia que gimió del dolor,otro venía hacia ella desde la niebla. El resto irían hacia Aedion instintivamente, pero seríantragados por la multitud, y ella ya estaba bastante cerca.

El guardia—una de esas pesadillas de uniforme negro—la atacó con su espada con un golpedirecto a la cabeza. Aelin desvió el golpe con un puñal, clavándolo en su torso expuesto. Apes-tosa, sangre caliente cubrió su mano cuando insertó la otra arma en su ojo.

Él todavía se estaba desmoronando cuando ella recorrió los últimos pies hasta la plataformade madera y se lanzó sobre ella, rodando, manteniéndose baja hasta que estaba justo por de-bajo de otros dos guardias que intentaban disipar los velos de humo. Gritaron en el momento

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en que ella los destripó con dos golpes limpios.

El reloj sonó por cuarta vez, y ahí estaba Aedion, y los tres guardias que lo rodeaban estabansepultados por las astillas de su taburete.

Él era imponente—incluso más grande visto de cerca. Un guardia arremetió contra ellos, yAelin gritó“¡Agáchate!”antes de lanzar una daga a su rostro. A Aedion casi no le da tiempo amoverse para esquivar el golpe, y la sangre del guardia salpicó en el hombro la túnica de suprimo.

Aelin se abalanzó sobre las cadenas que rodeaban los tobillos de Aedion, desenvainando laespada restante a su lado.

Una sacudida la conmocionó, y una luz azul abrasó su vista cuando el Ojo se iluminó. No seatrevió a parar, ni siquiera por un instante. Cualquiera que fuera el conjuro que el rey hubierapuesto en las cadenas de Aedion, ardía como fuego azul cuando cortó su antebrazo con ladaga y usó su sangre para dibujar los símbolos que había memorizado sobre las cadenas:

Abierto.Las cadenas resonaron en el suelo.

Séptimo golpe del reloj.

Los gritos se tornaron en algo más potente y savaje, la voz del rey retumbó sobre la multituden pánico. Otro bene cio del humo: demasiado arriesgado comenzar un ataque con echas.Pero solo le daría a Arobynn el crédito si salía de esta con vida.

Aelin desenvainó otra hoja, escondida en el medio de su capa gris. El guardia se arrojó lleván-dose las manos a la garganta, ahora abierta de oreja a oreja. Se giró hacia Aedion, y tiró de lalarga cadena que sujetaba el Ojo alrededor de su cuello, lanzándoselo. Abrió la boca, pero éldijo con voz entrecortada:

—La espada—.

Y en ese momento ella notó la hoja situada tras su asiento. La Espada de Orynth. La espadade su padre.

Había estado tan centrada en Aedion, en los guardias y en las bailarinas que ni siquiera habíavisto qué era esa espada.

—Quédate cerca —fue todo lo que dijo mientras sujetaba la espada y la ponía en sus manos.No se permitió pensar demasiado sobre el peso de la hoja, o en cómo había llegado hasta allí.Ella sólo agarró a Aedion por la muñeca y corrió a través de la plataforma hacia las ventanasdel patio, donde la multitud estaba chillando y los guardias trataban de establecer un orden.

El reloj dio su noveno golpe. Ella había liberado las manos de Aedion tan pronto cómo habíanllegado al jardín; no tenían ni un solo segundo que perder en el sofocante humo.

Aedion se tambaleó pero consiguió mantenerse recto, cerca de ella cuando saltó de la plata-

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comenzó una carrera a su lado, hacia los setos.

Arqueros—debían acabar con los arqueros que seguramente iban a comenzar a disparar tanpronto como el humo se disipara.

Rodearon los setos que habían recorrido docenas de veces durante su estancia allí, cuandohabía corrido cada mañana con Chaol.

—Más rápido, Aedion—murmuró, pero él ya se estaba quedando atrás. Ella se detuvo y rea-lizó un corte en su muñeca con una daga antes de dibujar las marcas de Wyrd en cada unade sus esposas. De nuevo, la luz se encendió y ardió. Pero después los puños se abrieronlimpiamente.

—Buen truco—jadeó, y ella le retiró las cadenas. Estaba a punto de arrojar el metal a un ladocuando el suelo crujió tras ellos.

No eran los guardias, ni el rey.

No con poco horror, vio como Dorian caminaba hacia ellos.

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Capítulo 19Traducido por Micaela Libedinsky

Corregido por Diana Gonher

— ¿Van a alguna parte? —dijo Dorian, con las manos en los bolsillos de sus pantalones ne-gros.

El hombre que dijo esas palabras no era su amigo—ella lo sabía desde antes de que él abrierasu boca. El cuello de su túnica color ébano estaba desabrochada, dejando al descubierto elbrillante collar de piedras de Wyrd en la base de su garganta.

—Desafortunadamente, Alteza, tenemos otra esta a la que asistir—señalando el delgadoarce rojo a su derecha, los arbustos, y luego el palacio de cristal detrás de ellos. Estabandemasiado adentrados en los jardines para que les dispararan, pero cada segundo desperdi-ciado era tan malo como rmar su propia sentencia de muerte. Y la de Aedion.

—Es una pena—dijo el príncipe Valg dentro de Dorian—. Se estaba poniendo interesante.

Él hizo su movimiento.

Una ola de oscuridad se dirigió hacia ella, y Aedion gritó una advertencia. Luz azul estalló antede ella, desviando el ataque dirigido a Aedion, pero ella fue arrastrada un paso hacia atrás porun fuerte viento oscuro.

Cuando la oscuridad se aclaró, el príncipe los miró jamente. Luego, les sonrió de maneraperezosa y cruel.

—Te protegiste a ti misma. Astuto, encantadora cosa humana—.

Aelin había pasado toda la mañana pintando cada centímetro de su cuerpo con marcas delWyrd con su propia sangre, mezclada con tinta para ocultar el color.

—Aedion, corre hacia el muro—dijo ella, sin atreverse a dejar de mirar al príncipe.

Aedion no hizo tal cosa.

—Él no es el príncipe, ya no lo es.

—Lo sé. Es por eso que necesitas…

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—Tan heroicos- dijo la cosa habitando dentro de su amigo. —Teniendo la tonta esperanzade pensar que pueden escapar.

Al igual que una víbora, atacó otra vez con una pared de oscuro y viciado poder. La golpeó ha-ciéndola caer contra Aedion, quien gruño por el dolor pero la ayudó a levantarse. Su pielempezó a cosquillear debajo de su traje, como si las marcas del Wyrd de sangre estuvieran

desvaneciéndose con cada ataque. Útiles, pero de corta duración. Precisamente la razón porla cual no las había utilizado para entrar al castillo.

Necesitaban salir de allí —Ahora.

Empujó las cadenas hacia las manos de Aedion, Le sacó la espada de Orynth y avanzó haciael príncipe.

Lentamente desenvainó la espada. Era liviana y el acero brillaba, como lo había hecho la últi-ma vez que la vio. En las manos de su padre.

El príncipe Valg la atacó otra vez y ella trastabilló, pero continuó caminando, incluso mientraslas marcas del Wyrd de sangre se deshacían.—Una señal Dorian—dijo—Dame un solo una señal de que sigues ahí.

El príncipe Valg rió cruel y profundamente, ese hermoso rostro deformado por una crueldadancestral. Sus ojos color za ro vacíos cuando dijo:

—Voy a destruir todo aquello que amas.

Ella levantó la espada de su padre con ambas manos, mientras avanzaba rmemente.

—No te atreverías a hacerlo-dijo la cosa

—Dorian—ella repitió, con voz quebrada. — Tú eres Dorian. — segundos, tenía solo segundospara darle. Su sangre empezó a caer en la grava y la dejó acumularse ahí, sus ojos jos enel príncipe, mientras empezaba a trazar un símbolo con el pie.

El demonio rió otra vez. — Ya no.

Aelin miró sus ojos, a la boca que una vez había besado, al amigo por el cual se habíapreocupado tanto, y suplicó.

—Solo una señal, Dorian.

Pero no había nada de su amigo en esa cara, ninguna vacilación o movimiento que parara suataque mientras el príncipe avanzaba…

Avanzaba y luego se detenía mientras pasaba sobre la marca del Wyrd que había dibujado enel piso con su sangre…

Una rápida y sucia marca para atraparlo. No duraría más que unos momentos, pero era todo loque necesitaba mientras él era forzado a arrodillarse, peleando y empujando contra el poder.Aedion maldijo silenciosamente.

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Aelin levantó la espada de Orynth sobre la cabeza de Dorian. Un golpe. Solo un golpe paraatravesar piel y hueso, para destruirlo.

La cosa estaba rugiendo con una voz que no le pertenecía a Dorian, en un lenguaje que nopertenecía a este mundo.

La marca en el piso parpadeó, pero resistió.

Dorian la miró, había tanto odio en ese hermoso rostro, tanta malicia y furia.

Por Terrasen, por su futuro, ella podía hacer esto. Podía terminar con esa amenaza justo allí yen ese momento. Terminar con él en su cumpleaños, ni un solo día después de los veinte. Ypodía sufrir por ello después, lamentarlo después.

Se había prometido que ningún otro nombre sería agregado a su piel, pero por su reino…

La espada se movió tan pronto como decidió, y…

Algo impactó con la espada de su padre, haciéndola tropezar mientras Aedion gritaba.

La echa cayó en el jardín, siseando contra la grava mientras aterrizaba.

Nesryn ya se estaba acercando, apuntando con otra echa a Aedion.

—Mata al Príncipe y yo le dispararé al General.

Dorian dejó escapar una risa.

—Eres una espía terrible—Aelin dijo— ni siquiera intentaste permanecer oculta mientras mevigilabas dentro.

—Arobynn Hamel le dijo al Capitán que intentarías matar al Príncipe hoy—dijo Nesryn. —Baja tu espada.

Aelin ignoró la orden.“El padre de Nesryn hace los mejores pasteles de pera en la capital”.Ella supuso que Arobynn había intentado advertirle, y había estado demasiado distraída comopara entender el mensaje oculto. Estúpido. Profundamente estúpido de su parte.

Solo faltaban segundos antes de que la marca fallara.

—Nos mentiste—dijo Nesryn. La eche seguía apuntando a Aedion, quien estaba midiendo aNesryn con la mirada, sus puños cerrados como si estuviera imaginando sus dedos apretandosu garganta.—Chaol y tú son tontos— dijo Aelin. Incluso mientras parte de ella estaba aliviada, inclusomientras quería admitir que lo que había estado a punto de hacer la convertía en una tontatambién.

Aelin bajó la espada a su lado.

La cosa dentro de Dorian dijo:

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más sangre.

Lysandra le pasó un segundo trapo para limpiar su pecho, su cuello y sus manos, y luego sacoun suelto vestido verde, de largas mangas, que había comprado.

—Ahora, ahora, ahora—susurró la otra chica.

Aelin desgarró su sangrienta capa y se la arrojó a la cortesana, quien la agarró para guardarlaen el compartimiento bajo su propio asiento, mientras Aelin se ponía el vestido. Los dedos deLysandra eran sorprendentemente rmes mientras abotonaba la espalda del vestido, realiza-ba un rápido peinado en su cabello, le pasaba un par de guantes y deslizaba un collar alrede-dor de su garganta.

Le tendió también un abanico, tan pronto como se terminó de poner los guantes, ocultandocualquier rastro de sangre.

El carruaje fue detenido por el sonido de ásperas voces masculinas. Lysandra simplementelevantó las cortinas cuando el sonido de fuertes pisadas se empezó a escuchar más cerca,seguido de cuatro miembros de la guardia del Rey asomándose en el carruaje con fríos ojos,sin rastro de piedad.

— ¿Por qué estamos siendo detenidos? —dijo Lysandra después de abrir la ventana

El guardia tiró de la puerta para abrirla y adentro su cabeza en el interior del carruaje. Aelin sedio cuenta de que había una mancha de sangre y, antes de que el guardia pudiera verla, re-trocedió, cubriéndola con sus faldas.

— ¡Señor! —Lysandra se quejó—¡Exijo una explicación!

Ella sacudió su abanico imitando el horror de una dama, mientras oraba que su primo se man-tuviera en silencio en el pequeño compartimiento. Más adelante en la calle, unos juerguistashabían parado para observar la inspección—con sus ojos muy abiertos con curiosidad y sininclinación a ayudar a las mujeres dentro del carruaje.

El guardia las miró con desprecio, su expresión profundizándose mientras jaba sus ojos en eltatuaje de Lysandra.

—No te debo nada, ramera— él escupió otra palabra obscena a ambas y después gritó—Mirendentro del compartimiento de atrás.

—Estamos en camino a una reunión—siseó Lysandra, pero el cerró la puerta en su cara. Elcarruaje se tambaleó mientras los hombres iban hasta la parte de atrás y abrían el comparti-miento trasero. Después de unos momentos, alguien golpeó uno de los costados del carruajey gritó:

—Muévanse—.

No se atrevieron a dejar de parecer ofendidas ni a dejar de abanicarse durante las dos callessiguientes, y las otras dos después de esas, hasta que el conductor golpeó el techo del carrua- je dos veces. Todo despejado. Aelin saltó fuera del asiento y abrió el compartimiento debajo.

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Aedion había vomitado, pero estaba despierto y viéndose molesto mientras le hacía señaspara que la siguiera.

—Una parada más y entones estamos allí.

—Rápido—dijo Lysandra, espiando casualmente por la ventana. —Los otros están por llegar.

El callejón era apenas lo su cientemente grande como para que entraran ambos carruajes,uno al lado del otro, nada más que dos grandes vehículos circulando lentamente para evitarchocar mientras avanzaban. Lysandra abrió la puerta de par en par en el momento que estu-vieron alineados con el otro carruaje, y la cara de Chaol apareció enfrente de ellos luego deque hiciera lo mismo.

—Avanza, avanza, avanza-—Le dijo ella a Aedion, levantándolo sobre el espacio entre los dosvehículos.

Él trastabilló, gruñendo mientras aterrizaba contra el Capitán. Lysandra dijo detrás de ella

—Estaré allí pronto. Buena suerte.Aelin saltó al otro carruaje, cerrando la puerta detrás de ella, mientras continuaban avanzandopor la calle.

Estaba respirando tan rápido que pensó que nunca sería capaz de inhalar su ciente aire. Ae-dion se desplomó en el suelo, permaneciendo ahí.

— ¿Está todo bien? — pregunto Chaol.

Se las arregló para asentir, agradecida de que no hiciera más preguntas. Pero no estaba todobien. En absoluto.

El carruaje, conducido por uno de los hombres de Chaol, los llevo a través de algunas callesmás, justo hasta el límite de los barrios marginales, donde salieron a una desierta y decrépitacalle. Con aba en los hombres de Chaol, pero no lo su ciente. Llevar a Aedion directamente asu departamento se veía como una manera de buscar problemas.

Con su primo semiconsciente entre ellos, se apresuraron para atravesar varias cuadras más,tomando el camino largo hacia el almacén, para evitar cruzarse con cualquier persona, escu-chando atentamente mientras respiraban silenciosamente.

Pero entonces ya habían llegado al almacén, y Aedion se las arregló para mantenerse de piepor su cuenta lo su ciente como para que Chaol abriera la puerta, y avanzaran rápidamentedentro, hacia la oscura seguridad al n.

El capitán tomó su lugar al lado de Aedion mientras ella permanecía en la puerta. Gruñó porel peso, pero se las arregló para llevar a su primo por las escaleras.

—Tiene una herida en las costillas—dijo mientras se obligaba a seguir esperando detrás,escaneando el almacén en busca de perseguidores. —Está sangrando.

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Chalo le dio una mirada sobre su hombro, que con rmaba lo que acababa de decir. Cuandollegaron hasta arriba, cuando estuvo segura de que nadie los había seguido, avanzó hastaellos. Pero haber parado había tenido sus consecuencias, había perdido la extrema concentra-ción con la que había procedido, dejando que sus pensamientos la inundaran. Cada paso quedaba le costaba más que el anterior. Un pie, luego el otro y luego el otro. Para el momento enel cual había llegado al segundo piso, Chaol y Aedion ya estaban en el dormitorio de invitados.

El sonido de agua corriendo se escuchó y Aelin dejó la puerta sin seguro para que Lysandrapudiera entrar.

Por un momento, solo se paró en su departamento, con su mano sujetando la parte de atrásdel sillón, mirando a la nada.

Cuando estuvo segura de que podía moverse otra vez, se dirigió a su dormitorio. Estaba des-vestida antes de llegar al baño y se sentó en la fría y seca bañera antes de abrir la canilla.

Cuando terminó de bañarse, limpia y usando una de las viejas camisas y la ropa interior deSam, Chaol ya la estaba esperando en el sillón. No se atrevía a mirarlo a la cara, no todavía.

Lysandra asomó su cabeza desde la habitación de invitados.—Estoy terminando de limpiarlo. Debería estar bien, si no rompe los puntos de sutura otra vez.La herida no está infectada, gracias a los dioses.

Aelin levantó una mano en señal de agradecimiento, sin atreverse a ver detrás de Lysandraa la enorme gura yaciendo en la cama, con una toalla envuelta en su cadera. No sabía siChaol y la cortesana habían sido presentados, y no le interesaba particularmente.

Este no era un buen lugar para empezar a tener una discusión, así que se quedó parada enel centro del cuarto y miró al Capitán levantarse de su asiento, con sus hombros juntos y suespalda recta.

— ¿Qué pasó? —Demandó

Ella tragó. —Maté a un montón de gente hoy. No estoy de humor de analizarlo.

—Eso no te ha molestado antes.

No tenía su ciente energía como para sentirse herida por las palabras.

—La próxima vez que decidas no con ar en mí, intenta no demostrar tu punto cuando mi vidao la de Aedion están en riesgo.

Un brillo en sus ojos color bronce le dijo que, de alguna manera, ya había hablado con Nesryn.La voz de Chaol era cortante y fría como el hielo mientras decía;

—Intentaste matarlo. Dijiste que tratarías de sacarlo, de ayudarlo, e intentaste matarlo.

Desde el cuarto donde se encontraba trabajando Lysandra se habían dejado de escucharsonidos.

Aelin dejó escapar un gruñido bajo.

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— ¿Quieres saber lo que hice? Le di un minuto. Le concedí un minuto de mi escape. ¿Sabeslo que puede pasar en un minuto? Porque se lo concedí a Dorian, cuando nos atacó hoy, paracapturarnos. Le concedí un minuto durante el cual el destino de todo mi reino pudo haber cam-biado para siempre. Elegí al hijo de mi enemigo.

Él agarró la parte de atrás del sillón como si estuviera recuperándose mentalmente antes de

hablar.—Eres una mentirosa. Siempre has sido una mentirosa. Y hoy no fue la excepción. Tenías unaespada sobre su cabeza.

—La tenía. Hasta que Faliq llegó para arruinarlo todo, lo iba a hacer. Debería haberlo hecho,cualquiera con sentido común lo habría hecho, porque Dorian se ha ido.

Y entonces sintió su corazón rompiéndose, fracturándose ante el monstruo que había vistore ejado en los ojos de Dorian, el demonio que los cazaría a ella y a Aedion, que la perseguiríaen sus pesadillas.

—No te debo una disculpa—le dijo a Chaol.—No me hables como si fueras mi reina—él espetó

—No, no soy tu reina. Pero pronto deberás decidir a quién quieres servir, porque el Dorian queconocías se ha ido para siempre. El futuro de Adarlan ya no depende de él.

Se sintió como si la hubieran golpeado al ver la agonía en los ojos de Chaol. Deseaba habérse-las arreglado mejor al explicar, pero… Necesitaba que entendiera el riesgo que había tomado,y el peligro al cual él había dejado a Arobynn manipularlo para exponerla. Tenía que entenderque había una clara línea que ella debía dibujar, y a la cual debía atenerse, para proteger a su

gente.Por eso dijo:

—Sube al techo y has la primera guardia.

Chaol parpadeó.

—No soy tu reina, pero voy a ir a cuidar de mi primo. Y ya que espero que Nesryn se estémanteniendo un per l bajo, alguien necesita vigilar los alrededores. A menos que quieras quetodos seamos capturados por sorpresa por los hombres del Rey.

Chaol no se molestó en contestar antes de darse vuelta e irse. Ella escuchó sus fuertes pi-sadas en las escaleras, y luego en el techo, y fue solo después de eso que soltó un suspiro yfrotó su cara.

Cuando bajó sus manos, Lysandra estaba parada en el marco de la puerta de la habitación deinvitados, con sus ojos muy abiertos.

— ¿A qué te re eres, Reina?

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Aelin se estremeció, maldiciendo en su interior.

—Esa es exactamente la palabra que usé—dijo Lysandra, con su cara pálida

—Mi nombre— dijo Aelin

—Oh, sé cuál es tu nombre real, Aelin.

Demonios.

—Entiendes por qué lo tuve que mantener en secreto.

—Por supuesto que lo hago—dijo Lysandra, apretando sus labios. —No me conoces, y otrasvidas además de la tuya están en peligro.

—No. Te conozco. — Dios, ¿porque las palabras eran tan difíciles de decir? Cuanto más tiem-po veía el dolor re ejado en sus ojos, más grande se hacía el espacio del cuarto entre ellas.Aelin tragó duramente. —Hasta que tuviera a Aedion devuelta no quería tomar ningún riesgo.Sabía que debía decirte en el momento que lo nos vieras en una habitación juntos.

—Y Arobynn lo sabe. —Sus ojos verdes eran tan fríos como esquirlas de hielo.

—Siempre lo ha sabido. Esto no cambia nada entre nosotras, sabes. Nada.

Lysandra miró detrás de ella, al cuarto donde Aedion yacía inconsciente, y soltó un largo sus-piro.

—El parecido es único. Dios, el hecho de que no fuiste descubierta por tanto tiempo es real-mente sorprendente. Incluso aunque él es un hermoso bastardo sería como besarte a ti—. Susojos seguían siendo fríos, pero una chispa de diversión brillo en ellos.

Aelin hizo una mueca

—Podría haber seguido viviendo sin saber eso. — sacudió su cabeza. —No sé por qué algunavez estuve nerviosa ante la posibilidad de que empezaras a hacer reverencias.

Los ojos de Lysandra brillaron con entendimiento.

—¿Donde estaría la diversión en eso?

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Capítulo 20Traducido por Ro Cáceres

Corregido por Diana Gonher

Varios días después de encontrarse con el líder Wing, el tobillo de Elide Lochan estaba dolo-rido, su espalda era un nudo apretado, y sus hombros estaban adoloridos mientras tomaba elúltimo paso en el nido. Al menos ella lo había logrado sin encontrar ningún horror en los pasi-llos, aunque la subida casi la había matado.

No se había acostumbrado a las empinadas, interminables pasos de Morath en los dos mesesdesde que había sido arrastrada a este lugar horrible por Vernon. Sólo completar sus tareasdiarias le hizo palpitar el tobillo en ruinas con un dolor que no había experimentado en años, yhoy era el peor día. Tendría que gorronear algunas hierbas de la cocina esta noche para remo- jar el pie; tal vez incluso algunos aceites, si el cocinero intratable se sentía lo su cientementegeneroso.

En comparación con algunos de los otros habitantes de Morath, fue bastante leve. Él tolerabasu presencia en la cocina, y sus solicitudes de hierbas, especialmente cuando ella dulcementese ofreció a limpiar algunos platos o preparar comidas.

Y nunca parpadeó dos veces cuando le preguntó acerca de cuándo llegaría próximo envío dealimentos y suministros, porque amaba a su pastel de lo que fuese que estuviera hecho, tal vezfruta, y sería muy agradable tenerlo de nuevo. Fácil de halagar, fácil de engañar. Hacer que lagente vea y oiga lo que ella quiere: una de las muchas armas en su arsenal.

Un regalo de Anneith, la Señora de Cosas Sabias, Finnula había reclamado—el único regalo,Elide a menudo pensaba, que ella había recibido, más allá del buen corazón e ingenio de suantigua niñera.

Nunca le había dicho Finnula que a menudo oró a la Diosa Clever que le otorgara otro regaloa los que hicieron de sus años en Perranth un in erno: la muerte, y no del tipo suave. No comoSilba, que ofreció desenlaces pací cos o Hellas, que ofreció violentos, ardientes. No, muertesa manos de Anneith, a manos de la consorte de Hellas que era brutal, sangrienta, y lenta.

El tipo de muerte que Elide esperaba recibir en cualquier momento estos días, de las brujasque merodeaban por los pasillos o en el duque de ojos oscuros, de sus soldados letales, opor el hombre de pelo blanco, la Líder Wing que había probado su sangre como el buen vino.

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Había tenido pesadillas con él desde entonces. Es decir, cuando podía dormir.

Elide necesitaba descansar dos veces en su camino hacia el nido de águilas, y su cojera eraprofunda en el momento en que llegó a la cima de la torre, preparándose para las bestias y losmonstruos que los montaban.

Un mensaje urgente había llegado para la Líder Wing mientras Elide estaba limpiando suhabitación, y cuando Elide explicó que la Líder Wing no estaba allí, el hombre dejó escapar unsuspiro de alivio, metió la carta en la mano de Elide, y dijo que la entregará.

Y entonces el hombre se había ido corriendo.

Debería haber sospechado. Le había costado dos latidos observar y catalogar los detalles delhombre, lo que decía y sus tips. Sudoroso, con el rostro pálido, sus pupilas dilatadas—se ha-bían hundido a la vista de Elide cuando abrió la puerta. Bastardo. La mayoría de los hombres,había decidido, eran hijos de puta de diversos grados. La mayoría de ellos eran monstruos.Ninguno peor que Vernon.

Elide escaneó el nido. Vacío. Ni siquiera un manejador para encontrar.El suelo del heno era fresco, los comederos llenos de carne y granos. Pero la comida no eratocada por los cuerpos de los wyverns, cuerpos de cuero se alzaban más allá de los arcos, en-caramados en las vigas de madera que sobresalían sobre el paso a medida que encuestarona la Torre del Homenaje y el ejército de abajo como trece lores poderosos.

Cojeando tan cerca cómo se atrevió a una de las aberturas masivas, Elide se asomó.

Era exactamente como el mapa del Líder Wing que había representado en los momentoslibres cuando podía echar un vistazo.

Estaban rodeados de montañas de ceniza, y aunque había estado en un vagón de prisión porel largo viaje hasta aquí, había tomado nota de la selva que divisó en la distancia y el murmullodel río que habían pasado días antes de que se subieran al amplio camino de la montaña roco-sa. En el medio de la nada, que es donde estaba Morath, y la vista delante de ella lo con rmó:no hay ciudades, no hay pueblos, y todo un ejército la rodeaba. Empujó de vuelta la desespe-ración que se deslizó por sus venas.

Nunca había visto a un ejército antes de venir aquí. Soldados, sí, pero tenía ocho años cuandosu padre la dejó pasear en el caballo de Vernon y la besó despidiéndose, con la promesa deverla pronto. Ella no había estado en Orynth para presenciar el ejército que se apoderó de susriquezas, su gente. Había estado encerrada en una torre en el castillo de Perranth cuando elejército llegó a las tierras de su familia y su tío se convertía cada vez más en el el servidordel Rey, y robando el título de su padre. Su título. Señora de Perranth—eso es lo que deberíahaber sido. No es que importara ahora.

No quedaron muchos de la corte de Terrasen. Ninguno de ellos había llegado por ella en esosmeses iniciales de la masacre. Y en los años posteriores, ninguno había recordado que ellaexistía. Tal vez ellos asumieron que había muerto como Aelin—esa Reina salvaje que podríahaber sido. Tal vez todos estaban muertos. Y tal vez, el ejército oscuro ahora extendido ante

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ella, era una bendición.

Elide miró a través de las luces parpadeantes del campo de guerra, y un escalofrío le recorrióla espalda. Un ejército para aplastar cualquier resistencia que Finnula alguna vez hubiera su-surrado durante las largas noches que estaban encerrados en la torre en Perranth. Tal vez laLíder Wing de pelo blanco conduciría ese ejército, en el dragón con alas brillantes.

Un viento fresco sopló en el nido de águilas, y Elide se apoyó en ella, tragando hacia abajocomo si fuera agua dulce. Había habido tantas noches en Perranth cuando sólo el viento gi-miendo había sido su compañía.

Cuando podría haber jurado que cantó canciones antiguas para arrullarla en su sueño. Aquí...aquí el viento era más frío, más elegante, casi serpentino. Ese tipo de cosas fantasiosas sólola distraigan, Finnula la habría regañado. Deseó que su nana estuviera aquí.

Pero desear no le había hecho ningún bien estos últimos diez años, y Elide, Señora de Perran-th, no tenía a nadie que viniera por ella.

Pronto, ella se aseguró que en la próxima caravana de suministros podría trepar por la ca-rretera de montaña, y cuando volviera a bajar, Elide se escondería en uno de los vagones, ysería por n libre. Y entonces correría a algún lugar lejos, muy lejos, donde nunca hubieranoído hablar de Terrasen o Adarlan, y dejar a las personas con su desgraciado continente. Unassemanas más y entonces ella podría tener una oportunidad de escapar.

Si sobrevivía hasta entonces. Si Vernon no decidía que realmente tenía un propósito malvadoal arrastrarla aquí. Si no terminaba como esa pobre gente, enjaulada dentro de las montañasde los alrededores, gritando por la salvación cada noche. Había oído a los otros sirvientes su-surrando sobre la oscuridad, cosas que pasaron en esas montañas: personas siendo abiertasen los altares de piedra negra y luego forjando algo nuevo, algo distinto. Con qué propósitodesventurado, Elide aún no había aprendido, y gracias a Dios, más allá de los gritos, nunca seencontró con lo que estaba roto y montado debajo de la tierra. Las brujas eran bastante malas.

Se estremeció cuando dio un paso más en la gran cámara. El crujido de heno bajo sus zapatosdemasiado pequeños y el ruido metálico de sus cadenas eran los únicos sonidos.

—Líder W-Wing—Un rugido estalló en el aire, las piedras, el suelo, tan alto que su cabeza seechó hacia atrás y ella gritó. Tumbándola de espalda, sus cadenas se enredaron mientras sedeslizaba sobre el heno.

Manos duras, con punta de hierro se clavaron en sus hombros y la manteniéndola erguida.

—Si no eres un espía—una voz malvada ronroneó en su oído— Entonces ¿por qué estás aquí,Elide Lochan? —Elide no estaba ngiendo cuando su mano temblaba mientras sostenía lacarta, sin atreverse a mover.

La Líder Wing dio un paso alrededor de ella, rodeando Elide como una presa, su larga trenzablanco rígida contra su equipo de vuelo de cuero.

Los detalles golpeaban a Elide como piedras: los ojos como el oro quemado; un rostro tan

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Elide inclinó la cabeza. Mansa, sumisa, la forma en que estas brujas le gustaba que fueran losseres humanos. —Po-por supuesto.

-¿Y por qué no dejas de ngir ser un tartamudo, miserable, mientras estás en ello?

Elide mantuvo la cabeza inclinada su cientemente baja esperando que su pelo cubriera cual-quier atisbo de sorpresa.

—He tratado de ser obediente—.

—Olí tus dedos humanos por todo el mapa. Fue cuidadoso, una astuto trabajo, no poner ni unacosa fuera de orden, no tocar nada pero el mapa...¿Pensando en escapar después de todo?

—Por supuesto que no, señora. —Oh, dioses. Estaba tan, muerta.

—Mírame.

Elide obedeció. La bruja silbó, y Elide se estremeció cuando ella empujó el cabello fuera de susojos. Unos mechones cayeron al suelo, cortados por los clavos de hierro.

—No sé qué juego estás jugando, si eres un espía, si eres un ladrón, si solo estás cuidandode ti misma. Pero no njas que eres una mansa, niña patética cuando veo tu mente viciosatrabajando detrás de tus ojos.

Elide no se atrevió a dejar caer la máscara.

— ¿Fue tu madre o padre que estaba relacionado con Vernon?

Extraña pregunta, pero Elide había sabido por un tiempo que iba a hacer algo, decir algo, paraseguir con vida y sin daño alguno.

—Mi padre era el hermano mayor de Vernon—dijo ella.

— ¿Y de dónde viene tu madre?

No dejo espacio para ese viejo dolor en su corazón —Ella era no era noble. Era una lavande-ra—

—¿De dónde ha salido?

¿Por qué es importante? Los ojos dorados estaban jos en ella, in exibles.

—Su familia era originaria de Rosamel, en el noroeste de Terrasen.—Sé dónde es. — Elide mantuvo sus hombros inclinados, esperando. — Fuera.

Ocultando su alivio, Elide abrió la boca para hacer su adiós, cuando otro rugido establecieronla vibración en las piedras. No podía ocultar su estremecimiento.

—Es sólo Abraxos— dijo Manon, una insinuación de sonrisa formándose en su cruel boca,un poco de luz brillando en sus ojos dorados. Su montura debía hacerla feliz, entonces si lasbrujas podían ser felices.

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—Tiene hambre.

La boca de Elide se secó.

Al oír su nombre, una cabeza triangular masiva, un ojo mal cicatrizado, se asomó en el nido.

Las rodillas de Elide temblaron, pero la bruja fue directo hasta la bestia y colocó las manos de

hierro con punta en su hocico. — Tu, cerdo —dijo la bruja. — ¿Necesitas que toda la montañasepa que tienes hambre?

El quiverno sopló en sus manos, los dientes— gigantes, dioses, algunos de ellos eran de hie-rro, tan cerca de los brazos de Manon. Una mordida, y la líder Wing estaría muerta. Un bocadoy todavía— los ojos del quiverno se levantaron y se encontraron con los de Elide. No miró, sino que se encontró, como si ... Elide se mantuvo completamente inmóvil, a pesar que todossus instintos rugían por correr por las escaleras. El quiverno codeó pasando a Manon, el suelose estremeció bajo sus pies, y lo olió en la dirección de Elide. Entonces esos ojos sin fondogigantes bajaron a sus piernas. No, a la cadena.

Había tantas cicatrices por todo el cuerpo— tantas líneas brutales. No creía que Manon lashubiera hecho, no con la forma en que ella le habló. Abraxos era más pequeño que los otros,se dio cuenta. Mucho más pequeño. Y sin embargo, la líder Wing lo había escogido. Elide es-condió esa información en la distancia, también. Si Manon tenía una debilidad por las cosasrotas, tal vez ella no escatimaría en ella también.

Abraxos se dejó caer al suelo, estirando su cuello hasta que su cabeza descansaba sobre elheno a menos de tres pies de distancia de Elide. Esos ojos negros gigantes miraron hacia ella,casi de manera perruna.

—Basta, Abraxos—Manon silbó, agarrando una silla de montar de la parrilla junto a la pared.

— ¿Cómo-existen? —dijo Eliden. Había oído historias de quivernos y dragones, y recordó vis-lumbres de los enanos y las hadas, pero... Manon arrastró la silla hasta su montura. —El reylos hizo. No sé cómo, y no importa.

El rey de Adarlan los hizo, al igual que todo lo que se estaba realizando dentro de esas monta-ñas. El hombre que había destrozado su vida, asesinó a sus padres, que la condenó a esto...No te enfades, Finnula le había dicho, se inteligente. Pronto el rey y su miserable imperio noserían su preocupación, de todos modos. Elide dijo:

—Su montura no parece mal. —La cola de Abraxos golpeó en el suelo, los clavos de hierro enella brillaban. Un gigante, perro letal. Con alas.Manon resopló una risa fría, colocando la silla en su lugar. —No. Como sea que él haya sidohecho, algo salió mal con esa parte.

Elide no creía que su construcción estuviera mal, pero mantuvo la boca cerrada.

Abraxos seguía mirando hacia ella, y la líder Wing dijo:

—Vamos a ir de caza, Abraxos.

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La bestia se animó, y Elide saltó un paso atrás, haciendo una mueca cuando ella aterrizó confuerza en el tobillo. Los ojos del quiverno se dispararon a ella, como si fuera consciente deldolor. Pero la líder Wing ya estaba terminando con la silla de montar, y no se molestó en miraren su dirección cuando Elide salió cojeando.

—Gusano de corazón blando—Manon siseó a Abraxos una vez que la astuta muchacha demuchos rostros se había ido. La niña podría estar escondiendo secretos, pero su linaje no erauno de ellos. No tenía ni idea de que la sangre de bruja corría fuerte en sus venas mortales. —¿Una pierna lisiada y algunas cadenas y estás enamorado?

Abraxos la empujó con el hocico, y Manon le dio una rme pero suave palmada antes de incli-narse contra su cálida piel y desgarrando la carta dirigida en la letra de su abuela. Al igual quela Alta Bruja del Blackbeak clan, era brutal, hasta el punto, y no perdonaba.

“No desobedezcas las órdenes del Duque. No lo cuestiones. Si hay otra carta de Morath acer-ca de tu desobediencia, voy a volar hasta allá y te cuelgo por los intestinos, con tus Trece yesa bestia a tu lado.

Tres Yellowlegs y dos aquelarres Blueblood llegan mañana. Vela por que no haya peleas oproblemas. No necesito a las otras matronas respirando en mi cuello sobre sua alimañas.”

Manon volvió el papel, pero eso era todo. Crujiendo la carta en un puño, suspiró.

Abraxos dio un codazo a su vez, y ella distraídamente acarició su cabeza.

Hecho, hecho, hecho.

Eso fue lo que el Crochan había dicho antes de que Manon cortara su garganta.“Fuiste creadopor monstruos”. Trató de olvidarse de él, trató a decirse a sí misma que el Crochan había sidoun fanático y un idiota con su sermón, pero...Pasó un dedo por el profundo paño rojo de sucapa.

Los pensamientos se abrieron como un precipicio ante ella, tantos a la vez que dio un pasoatrás. Rechazada.

Hecho, hecho, hecho.

Manon se subió a la silla de montar y se alegró de perderse en el cielo.

—Háblame del Valg—dijo Manon, cerrando la puerta de la pequeña habitación detrás de ella.Ghislaine no levantó la vista del libro que estaba estudiando detenidamente. Había una pila deellos en la mesa delante de ella, y otro a lado de la cama estrecha. Cuando habían recibido a

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la mayor y más inteligente de su Trece, que ella probablemente había destripado a todos pararobarlos, a Manon no le importaba.

—Hola, y adelante, pasa, ¿por qué no? —fue la respuesta.

Manon se apoyó en la puerta y se cruzó de brazos. Sólo con los libros, sólo durante la lectura,Ghislaine era muy irritable. En el campo de batalla, en el aire, la bruja de piel oscura era tran-quila, fácil de dominar. Una soldado sólida, más valiosa por su inteligencia a lada, lo que lehabía ganado el lugar entre las Trece.

Ghislaine cerró el libro y se retorció en su asiento. Su cabello negro rizado estaba trenzadohacia atrás, pero incluso la trenza no podía mantenerlo completamente contenido. Ella entre-cerró los ojos verde mar—la vergüenza de su madre, ya que no había rastro de oro en ellos.

— ¿Por qué quieres saber sobre el Valg?

— ¿Sabes acerca de ellos?

Ghislaine giró sobre su silla hasta que estuvo sentada hacia atrás en ella, sus piernas a horca- jadas sobre los lados. Estaba en sus cueros de vuelo, como si pudiera molestarse en eliminar-los antes de caer en uno de sus libros.

—Por supuesto que sé sobre el Valg—dijo con un gesto de la mano, un gesto mortal impacien-te.

Había sido una excepción, una excepción sin predecentes: cuando la madre de Ghislaine ha-bía convencido a la Alta bruja para enviar a su hija a una escuela mortal en Terrasen hace cienaños. Había aprendido la magia y libros y todo lo que a los mortales se les enseñó, y cuandoGhislaine había regresado doce años más tarde, la bruja estaba... diferente. Todavía era una

Blackbeak sedienta de sangre, pero de alguna manera más humana. Incluso ahora, un siglomás tarde, incluso después de caminar dentro y fuera de los campos de exterminio, ese sen-tido de impaciencia, de vida se aferraron a ella. Manon nunca había sabido qué hacer con él.

—Dímelo todo.

—Hay mucho que decirte en una sola sesión—dijo Ghislaine. —Pero voy a decirte lo básico, ysi quieres más, puedes volver.

Una orden, pero esto era el espacio de Ghislaine, los libros y el conocimiento eran su domi-nio. Manon hizo un gesto con una mano de hierro con punta a su centinela para que siguiera

adelante.—Hace miles de años, cuando el Valg rompió en nuestro mundo, no existían las brujas. Eranlos Valg, y las hadas, y los seres humanos. Pero los Valg eran... demonios, supongo. Queríannuestro mundo para ellos, y pensaron que una buena manera de conseguirlo sería asegurar-se de que su descendencia podía sobrevivir aquí. Los seres humanos no eran compatibles,demasiado frágiles. Pero las hadas... los Valg secuestraron y robaron a todas las Hadas quepudieron, y porque tus ojos están consiguiendo la mirada vidriosa, yo sólo voy a saltar al naly decir la descendencia nos convenía. Brujas. Los dientes de hierro los tomamos de nuestros

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antepasados Valg, mientras que los Crochans tiene más de los rasgos de las Hadas. Los ha-bitantes de estas tierras no nos querían aquí, no después de la guerra, pero el Hada, el ReyBrannon no pensó que era correcto cazarnos a todos. Así que nos dio los desechos occiden-tales, y allí fuimos, hasta que las guerras de brujas nos exiliaron de nuevo.

—Y los Valg son... ¿malos? — pregunto Manon.

—Somos malo—dijo Ghislaine. —¿El Valg? La leyenda dice que son el origen del mal. Son laoscuridad y la desesperación encarnados.

—Suena como nuestro tipo de personas.- Y tal vez buenos efectivamente para aliarse, paracriarse junto a ellos. Pero la sonrisa de Ghislaine desvaneció.

—No—dijo ella en voz baja. —No, no creo que sería nuestra clase de gente en absoluto. Notienen leyes, no hay códigos. Verían a las Trece como débiles para sus lazos y en normascomo algo para romper por diversión.

Manon se tensó ligeramente. — ¿Y si el Valg jamás volviera aquí?

—Brannon y las hadas de la reina Maeve encontraron la manera de derrotarlos y enviarlos devuelta. Espero que alguien encontrara la manera de hacerlo de nuevo.

Más que pensar. Se dio la vuelta, pero Ghislaine dijo:

—Ese es el olor, ¿no? El olor de aquí, en torno a algunos de los soldados—como que estámal, de otro mundo. El rey encontró alguna manera de traerlos aquí y meterlos en cuerposhumanos.

No había pensado en eso, pero...

—El duque los describió como aliados.—Esa palabra no existe para el Valg. Ellos encuentran la alianza útil, pero la honrarán siemprey cuando se mantenga de esa manera.

Manon debatió los méritos de poner n a la conversación, pero dijo:

—El duque me pidió elegir un aquelarre Blackbeak para experimentar sucesivamente. Parapermitirle insertar algún tipo de piedra en sus vientres que creará un niño Valg—Dientes dehierro.

Poco a poco, Ghislaine se enderezó, con las manos de tinta salpicada colgando holgadas acada lado de la silla. —¿Y va a obedecerle, Señora?

No es una pregunta de un estudiante a un estudiante curioso, pero si de un centinela a suheredera.

—La Alta Bruja me ha dado órdenes para obedecer todas las órdenes del Duque. —Pero talvez... tal vez ella escribiría a su abuela otra carta.

— ¿A quién elegirías? —Manon abrió la puerta.

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—No lo sé. Mi decisión la decido en dos días.

Ghislaine—quien Manon había visto sacearse con la sangre de los hombres, había palidecidoen el momento en que Manon cerró la puerta.

Manon no sabía, no sabía si los guardias o el Duque o Vernon o algún espionaje de inmundiciahumana dijeron algo, pero a la mañana siguiente, todas las brujas sabían. Ella sabía que nodebía sospechar de Ghislaine. Ninguna de las Trece hablaría. Nunca.Pero todo el mundo sabía del Valg, y acerca de la elección de Manon.

Ella entró en el comedor, sus arcos negros brillando en el raro sol de la mañana. El golpeteode las fraguas estaba sonando en el valle, se hizo más fuerte por el silencio que cayó mientrascaminaba entre las mesas, dirigiéndose a su asiento en la parte delantera de la sala.

Aquelarre tras aquelarre la observaba, y se encontró con sus miradas, los dientes y las uñasdibujadas, el rojo como una fuerza constante de la naturaleza en su espalda. No fue sino hastaque Manon se deslizó en su lugar al lado de Asterin y se dio cuenta de que era ahora el lugarequivocado, pero no se movió, y la charla se reanudó en el pasillo.Tomo un trozo de pan, pero no lo tocó. Ninguno de ellas comía la comida. El desayuno y lacena eran siempre para el espectáculo, para tener una presencia aquí. Las Trece no dijeronuna palabra.

Manon miró a todos y cada uno de ellos hacia abajo, hasta que dejaron caer sus ojos. Perocuando su mirada se encontró con la de Asterin , la bruja la sostuvo. — ¿Tienes algo quequieras decir— Manon le dijo— o sólo me estas oscilando?

Los ojos de Asterin se posaron sobre el hombro de Manon.

—Tenemos invitados.

Manon encuentro al líder de uno de los recién llegados aquelarres Yellowlegs de pie a los piesde la mesa, los ojos bajos, la postura no era amenazante—sumiso por completo.

— ¿Qué? —Manon exigió. El líder del aquelarre mantuvo la cabeza baja.

—Nos gustaría solicitar su consideración para la tarea del Duque, Líder Wing

Asterin se puso rígida, junto con las otras Trece. Las mesas cercanas también se habían que-dado en silencio.

— ¿Y por qué? —Manon preguntó: — ¿Por qué querrías hacer eso?

—Nos obligará a hacer su trabajo monótono, para alejarnos de la gloria en los campos de lamuerte. Esa es la forma de nuestros Clanes. Pero podríamos ganar una especie diferente dela gloria de esta manera.

Manon contuvo un suspiro, pensando.

—Lo consideraré.

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El líder del aquelarre se inclinó y retrocedió. Manon no podía decidir si era un tonto o astuto ovaliente. Ninguna de las Trece habló durante el resto del desayuno.

— ¿Y qué aquelarre, Líder Wing ha seleccionado para mí?

Manon se encontró con la mirada del Duque. —Un aquelarre de Yellowlegs bajo una bruja lla-mada Ninya llegó a principios de esta semana. Úsalos, úsalos a ellos.

—Quería a los Blackbeaks.

—Consigues a los Yellowlegs—Manon espetó. Abajo de la tabla, Kaltain no reaccionó. —Ellosse ofrecieron como voluntarios.

Mejor que los Blackbeaks, se dijo. Que mejor que los Yellowlegs se habían ofrecido. Incluso siManon podría haberse negado.

Dudaba que Ghislaine estuviera equivocada acerca de la naturaleza de los Valg, pero... Talvez esto podría funcionar para su bene cio, dependiendo de cómo les fuera a los Yellowlegs.

El duque mostró sus dientes amarillentos.

—Has delineado una línea peligrosa, Líder Wing.

—Todas las brujas tienen que, con el n de volar aquelarres.

Vernon se inclinó hacia delante. —Estas cosas inmortales, salvajes se están desviando, exce-lencia.

Manon le dirigió una larga mirada, que le dijo a Vernon que un día, en un pasillo en sombras,se encontraría con las garras de esta inmortal cosa salvaje en su vientre.

Manon se volvió para irse. Sorrel, no Asterin, se paró frente a la pared de piedra ante la puer-ta. Otra vista discordante. Entonces Manon se volvió hacia el Duque, la pregunta formándoseincluso contra su esfuerzo por no decirla.

— ¿Con que n? ¿Por qué todo esto, por qué aliarse con el Valg? ¿Por qué elevar este ejército... ¿Por qué? — No podía entenderlo. El continente ya les pertenecía. No tenía sentido.

—Debido a que podemos—dijo el duque simplemente. —Y debido a que este mundo ha sidohabitado mucho tiempo en la ignorancia y la tradición arcaica. Es hora de ver lo que puede sermejorado.

Manon hizo un espectáculo a contemplar y luego asintió mientras salía.

Pero ella no se había perdido las palabras—este mundo. No esta tierra, no este continente.

Este mundo. Se preguntó si su abuela había considerado la idea de que podría ser que undía tuvieran que luchar para mantener los desechos—Pelear contra cada hombre que hubieraayudado a recuperar su casa. Y se preguntó qué sería de estos brujos Valg— dientes de hierroen ese mundo.

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Capítulo 21Traducido por Katia García

Corregido por Diana Gonher

Lo había intentado.

Cuando la mujer cubierta de sangre le había hablado, cuando esos ojos color turquesa pare-cían tan familiares, había intentado arrebatarle el control de su cuerpo, de su lengua. Pero elpríncipe demonio dentro de él se había sujetado rmemente, deleitándose de su lucha.

Sollozó de alivio cuando ella entró y levanto una espada antigua sobre su cabeza. Y entoncesdudó— y aquella otra mujer había disparado una echa, y ella había bajado la espada y sehabía ido.

Lo había dejado atrapado con el demonio.

No podía recordar su nombre—se negaba a recordarlo, incluso cuando el hombre sentado enel trono lo cuestionó sobre el incidente. Incluso cuando regresó a la misma parte del jardín ypateó los grilletes sueltos en la grava. Ella lo había abandonado, y con buena razón. El príncipedemonio quería alimentarse de ella y después entregarla.

Pero deseaba que lo hubiera matado. La odiaba por no haberlo matado.

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Capítulo 22Traducido por Ro Cáceres

Corregido por Diana Gonher

Chaol dejó su reloj en el techo del apartamento de Aelin en el momento en que apareció lacabeza encapuchada de uno de los rebeldes y señaló que iba a tomar el relevo. Gracias a los

dioses.No se molestó en parar en el apartamento para ver cómo estaba Aedion. Cada uno de suspesados pasos en las escaleras de madera acentuaban el furioso, tormentoso latido de sucorazón, hasta que era todo lo que podía oír, todo lo que podía sentir.

Con los otros rebeldes agazapados o monitoreando la ciudad y sin Nesryn para asegurarseque su padre no estaba en peligro, Chaol se encontró solo mientras caminaba por las callesde la ciudad. Todos tenían sus órdenes; cada uno estaba donde se suponía que debía estar.

Nesryn ya le había dicho que Ress y Brullo le habían dado la señal y que todo estaba claro en

su nal—y ahora...Mentirosa. Aelin era y siempre había sido una maldita diosa de la mentira. Era una violadorade juramentos tanto como él lo era. O peor.

Dorian no se había ido. No lo había hecho. Y no le había importado una mierda cuando Aelinpregonaba sobre misericordia para Dorian, o lo que ella decía que era su debilidad no matarlo.La debilidad radica en su muerte, eso es lo que debería haber dicho. La debilidad radica enrendirse.

Irrumpió en un callejón. Debería haberse escondido, pero el rugido en su sangre y sus huesosera implacable. Una alcantarilla sonó bajo sus pies. Hizo una pausa, y miró hacia la oscuridadde abajo.

Todavía había cosas que hacer, tantas cosas por hacer, tantas personas que mantener asalvo. Y ahora que Aelin había humillado una vez más a el rey, no tenía ninguna duda que elValg reuniría a más personas como castigo, como una declaración. Con la ciudad todavía enun alboroto, tal vez era el momento perfecto para él para la huelga. Para igualar las probabili-dades entre ellos.

Nadie vio cuando trepó a la alcantarilla, cerrando la tapa sobre él. Túnel tras túnel, su espada

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brillando a la luz de la tarde que entraba por las rejillas, Chaol cazó esas piezas Valg de su-ciedad, sus pasos casi silenciosos. Por lo general, mantienen sus nidos en las tinieblas, perode vez en cuando, los rezagados rondan los túneles. Algunos de sus nidos fueron pequeñassólo tres o cuatro de ellos guardando a sus prisioneros o comidas, supuso. Es bastante fácilemboscar.

¿Y no sería maravilloso ver esas cabezas de demonio rodar? Se había ido. Dorian se habíaido.

Aelin no sabía todo. Fuego u obediencia no podían ser las únicas opciones. Tal vez él podríamantener a uno de los líderes Valg vivo, ver dentro del hombre para ver cuánto del demoniotenía realmente en su interior.

Tal vez había otra forma, debía haber otra forma... Túnel, tras túnel, tras túnel, todas las guari-das usuales y sin signos de ellos.

Ni uno.

Chaol se apresuró con cortos pasos, mientras se dirigía hacia el mayor nido que conocía,donde siempre habían sido capaces de encontrar los civiles en necesidad de rescatar, si ellostuvieran la suerte de atrapar a los desprevenidos guardias. Él los salvaría, porque se lo mere-cían, y porque tenía que mantenerse, o de lo contrario se desmoronaría y—Chaol se quedómirando la boca abierta del nido principal.

La luz del sol acuoso se ltraba desde arriba iluminaba las piedras grises y el pequeño río en laparte inferior. No hay señales de la oscuridad reveladora que por lo general lo sofocaba comouna densa niebla.

Vacío.

Los soldados Valg se habían desvanecido. Y se habían llevado a sus prisioneros con ellos.

No creía que se habían ido a esconderse por miedo. Se habían mudado, ocultándose a símismos y a sus prisioneros, como un gigante, riéndose en el in erno de todos los rebeldes quepensaban que estaban ganando esta guerra secreta. Para Chaol.

Debería haber pensado en trampas como esta, debería haber pensado en lo que podría suce -der cuando Aelin Galathynius puso en ridículo al rey y a sus hombres. Debería haber conside-rado el costo.

Tal vez era un tonto.Sentí que su sangre se entumecía mientras emergía de la alcantarilla a la silenciosa calle. Elpensamiento de sentarse en su apartamento destartalado, completamente solo con ese en-tumecimiento, que lo envió hacia el sur, tratando de evitar las calles que aún estaban llenasde gente en pánico. Todo el mundo demandaba saber lo que había pasado, quién había sidoasesinado, quién lo había hecho. Las decoraciones, los adornos y vendedores de comida sehabían olvidado por completo.

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— ¿No entendería? —pregunto fríamente. — ¿Crees que no entiendo lo que está en juego?No me importa lo que pase con tu príncipe, no como tú lo haces. Me preocupo por lo querepresenta para el futuro de este reino, y para el futuro de la gente como mi familia. No voya permitir que otra purga inmigrante suceda. No quiero que los hijos de mi hermana vuelvana casa con las narices rotas de nuevo debido a su sangre extranjera. Me dijiste que Dorianarreglaría el mundo, lo mejoraría. Pero si él se ha ido, si cometimos el error en mantenerlo con

vida, entonces voy a encontrar otra manera de alcanzar ese futuro. Y otra después de eso, sitengo que hacerlo. Voy a seguir levantándome, no importa cuántas veces esos carniceros meempujen hacia abajo.

Nunca había oído tantas palabras de ella a la vez, nunca había... ni siquiera sabía que ellatenía una hermana. O que ella era tía.

Nesryn dijo:

—Deja de sentir lástima por ti mismo. Mantén el rumbo, pero también traza otro. Adáptate.

Su boca se había secado. — ¿Alguna vez te hirieron? ¿Por tu herencia?

Nesryn miró hacia la chimenea rugiente, su rostro como el hielo.

—Me convertí en un guardia de la ciudad, porque ni uno solo de ellos vinieron en mi ayudael día que los otros alumnos me rodearon con piedras en sus manos. Ni uno, a pesar de quepodían oír mis gritos. —Ella encontró su mirada de nuevo. —Dorian Havilliard ofrece un futurmejor, pero la responsabilidad también recae en nosotros. Con la forma en que la gente comúnoptan por actuar.

Cierto, tan cierto, pero dijo:

—No lo abandonaré.Ella suspiró— Eres más cabeza dura que la reina.

— ¿Esperarías que fuera de otra forma?

Le sonrió.

—No creo que me gustarías si no fueras un terco.

— ¿Acabas de admitir que te gusto?

— ¿Él último verano no te dijo lo su ciente?A su pesar, Chaol rio.

—Mañana-Dijo Nesryn. — Mañana continuaremos. — Él tragó. — Mantente en el curso, perotraza un nuevo camino.

Él podría hacer eso: podría intentarlo, al menos.

—Te veo en las alcantarillas temprano.

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Ella sólo estiró las piernas como un gato y le dijo:

—Estoy dispuesta a aceptar tu agradecimiento por mi espectacular rescate en cualquier mo-mento, ya sabes.

No podía detener las lágrimas goteando por su cara, así como su voz ronca.—Recuérdame nunca sacar tu lado malo.

Una sonrisa tiró de sus labios, y sus ojos, sus ojos brillaban.

-Hola, Aedion.

Al oír su nombre en su lengua espetó algo suelto, y tuvo que cerrar los ojos, su cuerpo ladran-do de dolor mientras se sacudió con fuerza de las lágrimas que trataban de salir. Cuando por

n se había tranquilizado, dijo con voz ronca:

—Gracias por tu rescate espectacular. No lo haremos de nuevo.Ella resopló, sus ojos bordeados de plata.

—Eres exactamente de la forma en que soñé que serías.

Algo en su sonrisa le dijo que ella ya sabía, que Ren o Chaol le habían dicho sobre él, acercade ser la puta de Adarlan, acerca de La Perdición. Así que lo único que pudo decir fue:

—Eres un poco más alta de lo que había imaginado, pero nadie es perfecto.

—Es un milagro el rey logró resistir a ejecutarte hasta ayer.

—Dime que está en un ataque de la talla de los cuales nunca se han visto antes.

—Si escuchas lo su ciente, en realidad se puede oírle gritar desde el palacio.

Aedion se echó a reír, y eso hizo que le doliera la herida. Pero la risa murió cuando él la miróde la cabeza a los pies.

—Yo voy a estrangular Ren y al Capitán por dejar que me salvaras solo.

—Y aquí vamos. —Ella miró al techo y suspiró ruidosamente. —Un minuto de conversaciónagradable, y luego la mierda territorial de Hada viene asolando.

—Esperé un extra de treinta segundos.

Su boca se torció hacia un lado.

—Honestamente pensé que durarías diez.

Se rio de nuevo, y se dio cuenta de que a pesar de que la había amado antes, él simplementehabía amado la memoria— la princesa que le había sido arrebatada. Pero la mujer, la Reina,

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el último jirón de la familia que tenía...

—Valió la pena—dijo, su sonrisa se desvaneció. —Tú valías la pena. Todos estos años, todala espera. Lo vales.

Lo supo en el momento en que lo había mirado mientras se levantaba ante el bloque de suejecución, desa ante y perversa y salvaje.

—Creo que es el tónico el que habla por ti—dijo ella, pero su garganta temblaba cuando ellalimpió sus ojos. Bajó los pies al suelo. —Chaol dijo que eres incluso más malo de lo que yo soyla mayor parte del tiempo

—Chaol ya está en camino de ser estrangulado, y no estás ayudando.

Le dio esa media sonrisa de nuevo.

—Ren está en el Norte. — No pude a verlo antes de que Chaol lo convenciera para ir allí porsu propia seguridad.

—Estuvo bien— alcanzó a decir, y palmeo la cama junto a él. Alguien le había metido en unacamisa limpia, por lo que era bastante decente, pero se las arregló para transportarse a sí mis-mo hasta la mitad en una posición sentada. —Ven aquí.

Ella echó un vistazo a la cama, a su lado, y él se preguntó si había cruzado alguna línea, asu-mido algún vínculo entre ellos que ya no existía, hasta que sus hombros se hundieron y sedesenrollaron de la silla en un movimiento suave, felino antes de dejarse caer sobre el colchón.

Su olor lo golpeó. Por un segundo, sólo podía respirar profundamente en sus pulmones, suinstinto Hada rugiendo que se trataba de su familia, ésta era su Reina, esta era Aelin. La habríareconocido aun si estuviera ciego.

Incluso si había otro olor entrelazado con el de ella. Asombrosamente poderoso y antiguo ymasculino. Interesante.

Ella ahuecó las almohadas, y se preguntó si sabía lo mucho que signi caba para él, comohombre semi-hada, de tenerla. Se inclinó sobre él para enderezar sus mantas y también paradarle un ojo crítico y escrudiñar su rostro. Para quejarse sobre él.

Él le devolvió la mirada, buscando cualquier herida, cualquier señal de que la sangre en elladel otro día no le había pertenecido sino era de otros. Pero a excepción de unos pocos cortessuper ciales en su antebrazo izquierdo, estaba ilesa.

Cuando parecía segura que él no estaba a punto de morir, y cuando se aseguró de que lasheridas en su brazo no estaban infectadas, se recostó sobre las almohadas y cruzó las manossobre su abdomen.

— ¿Quieres iniciar tú, o lo hago yo?

En el exterior, las gaviotas gritaban el uno al otro, y esa brisa suave y salada besaron su rostro.

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—Tu—susurró. —Dímelo todo.

Y así lo hizo.

Hablaron y hablaron, hasta que la voz de Aedion se convirtió aspera, y luego Aelin lo hostigopara que bebiera un vaso de agua. Y entonces ella decidió que él estaba pálido, así que cami-nó a la cocina y sacó un poco de caldo de carne y pan. Lysandra, Chaol y Nesryn no estabanpor ningún lado, así que tuvieron el apartamento para sí mismos. Bien. Aelin no tenía ganas decompartir a su primo en ese momento.

Mientras Aedion devoró su comida, le dijo la verdad íntegra de lo que le había sucedido estosúltimos diez años, cómo ella lo había hecho. Y cuando los dos habían terminado de contarsus historias, cuando sus almas fueron drenadas y el duelo hecho, pero dorada con crecientealegría, ella se acurrucó en frente de Aedion, su primo, su amigo.

Habían sido forjados del mismo mineral, dos caras de la misma moneda de oro llena de cica-trices.

Lo sabía cuándo lo vio encima de la plataforma de ejecución. No podía explicarlo. Nadie podíaentender ese vínculo instantáneo, la garantía de alma profunda y rectitud, a menos que ellostambién lo hubieran experimentado. Pero no le debía explicaciones a nadie, no sobre Aedion.

Todavía estaban tumbados en la cama, el sol ya se establecía en la tarde, y Aedion estabamirando jamente, parpadeando, como si no lo pudiera creer.

— ¿Estás avergonzado de lo que he hecho? — Se atrevió a preguntar.

Su frente se arrugó. — ¿Por qué habría de pensar eso?

No podía mirarlo a los ojos mientras ella pasaba un dedo por la manta.

— ¿Lo estás?

Aedion guardó silencio tanto tiempo que levantó la cabeza, pero lo encontró mirando hacia lapuerta, como si pudiera ver a través de ella, al otro lado de la ciudad, con el Capitán. Cuandose volvió hacia ella, su hermoso rostro estaba abierto, suave, de una manera que ella dudabaque alguien lo hubiera visto.

—Nunca— dijo. —Nunca podría estar avergonzado de ti.

Tenía sus dudas y cuando se apartó, le cogió suavemente la barbilla, forzándola a mirarlo alos ojos.

—Has sobrevivido; yo sobreviví. Estamos juntos de nuevo. Una vez rogué a los Dioses que medejaran verte, aunque sea sólo por un momento. Para ver y saber que lo habías conseguido.Sólo una vez; eso era todo lo que siempre esperé.

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No podía detener las lágrimas que comenzaron a resbalar por sus mejillas.

—Lo que hayas tenido que hacer para sobrevivir, todo lo que hiciste por rencor o rabia o poregoísmo... Me importa un bledo. Estás aquí, y eres perfecta. Siempre lo has sido, y siempreserás.

Alien no había caído en cuenta cuánto había necesitado escuchar eso. Le echó los brazos alcuello, teniendo cuidado de las heridas, y le apretó tan fuerte como se atrevió.Él pasó un brazo alrededor de ella, el otro los rodeó, y enterró la cara en su cuello.

—Te extrañé—susurró ella, respirando su aroma, ese aroma, el aorema de un guerrero queestaba aprendiendo, recordando. —Cada día, te echaba de menos.

Su piel estaba húmeda debajo de su cara. —Nunca más— prometió.

Honestamente, no fue ninguna sorpresa que después de que Aelin hubiera destrozado las Bó-vedas, un nuevo laberinto del pecado y el libertinaje había surgido de inmediato en los barriosbajos.

Los propietarios ni siquiera estaban tratando de ngir que no era una imitación completa deloriginal, no con un nombre como Los Pozos. Pero mientras que su predecesor, al menos, ha-bía proporcionado un ambiente de taberna, él de Los Pozos no se molestó. En una cámarasubterránea excavada en piedra en bruto, tú pagas por su consumo de alcohol con su cubiertade carga y si querías beber, tenías que enfrentarte a las barricas en la parte posterior y servir-te por ti mismo. Aelin encontró un tanto propenso a gustarle los propietarios: operaron por unconjunto diferente de reglas. Pero algunas cosas se mantuvieron igual.

Las pisos estaban resbaladizos y apestando a cerveza y orines y peor, pero Aelin había antici-pado eso. Lo que no esperaba, exactamente, era el ruido ensordecedor. Las paredes de roca yde cerca magni can los gritos salvajes de los pozos de lucha por los que había sido nombrado,donde los espectadores apostaban sobre las peleas.

Peleas como en la que estaba a punto de participar.

A su lado, Chaol, envuelto y enmascarado, se movía inquieto.

—Esta es una idea terrible- murmuró.—Dijiste que no pudiste encontrar los nidos Valg, de todos modos, —dijo con calma, metiendoun mechón de su pelo teñido de rojo, una vez más, bajo la capucha. — Bien, aquí hay algunoscomandantes y subordinados preciosos a la espera de realizar un seguimiento de su casa.Considéralo como una disculpa de Arobynn. —porque él sabía que traería a Chaol con ellaesta noche. Había adivinado tanto, se debatió en no traer al Capitán, pero lo necesitaba allí,tenía que ser aquí mismo, más de lo que necesitaba hacer añicos los planes de Arobynn.

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Chaol le dirigió una mirada, pero luego desvió su atención a la multitud alrededor de ellos, yvolvió a decir:

—Esta es una idea terrible.

Ella siguió su mirada hacia Arobynn, que estaba de pie al otro lado de la fosa de arena en laque dos hombres estaban peleando, tan ensangrentados hasta que ella no podía decir quienestaba en peor estado.

— Él convoca, y yo respondo. Sólo mantén los ojos abiertos.

Fue lo máximo que se habían dicho el uno al otro toda la noche. Pero ella tenía otras cosas dequé preocuparse.

Había tardado un minuto en este lugar para entender por qué Arobynn la había llamado.

Los guardias Valg acudián en masa a Los Pozos, no para arrestar y torturar, pero si para ver.Se intercalaban entre la multitud, con capucha, sonriendo, fríos. Como si la sangre y la rabia

los alimentaran.Debajo de su máscara negra, Aelin se concentró en su respiración.

Tres días después de su rescate, Aedion todavía estaba gravemente herido, lo bastante parapermanecer postrado en la cama, con uno de los rebeldes de más con anza de Chaol velandopor el apartamento. Pero ella necesitaba a alguien a su lado esta noche, por lo que le habíapedido a Chaol y Nesryn venir. Aunque ella sabía que iba a jugar en los planes de Arobynn.

Ella los había rastreado en una reunión rebelde encubierta, para deleite de nadie.

Sobre todo cuando, al parecer, el Valg había desaparecido con sus víctimas y no pudo ser en-contrado a pesar de días de seguimiento. Una mirada a los labios fruncidos de Chaol le habíacontado exactamente que travesuras él creía que eran los culpables de ello. Así que ella esta-ba contenta de hablar con Nesryn, aunque sólo sea para apartar su mente de la nueva tareapulsando sobre ella, su repique ahora como una invitación burlona desde el castillo de cristal.Pero la destrucción de la torre-reloj, liberando magia, debía que esperar.

Al menos ella había tenido razón sobre Arobynn esperando a Chaol, el Valg claramente comouna ofrenda destinada a atraer al capitán para que continúe con ando en él.

Aelin sintió la llegada de Arobynn momentos antes de que su pelo rojo se deslizó en su visiónperiférica.

—¿Hay planes para arruinar este establecimiento, también?

Una cabeza oscura apareció a su otro lado, junto con las miradas masculinas con los ojosabiertos que siguieron a todas partes. Aelin agradeció la máscara que ocultaba la tensión en surostro mientras Lysandra inclinó la cabeza en señal de saludo. Aelin hizo un buen espectáculode ver Lysandra de arriba y hacia abajo, y luego se volvió hacia Arobynn, desestimando a lacortesana como si no fuera más que un poco de ornamentación.

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—Acabo de limpiar el traje, —dijo arrastrando las palabras a Arobynn. —Demoler este agujerode mierda solo lo arruinaría de nuevo.

Arobynn rió.

—En caso de que te lo preguntes, una cierta bailarina famosa se fue en un barco hacia el surcon todos sus bailarines antes de que la palabra escapadas, incluso llegara a los muelles. —Elrugido de la multitud casi ahogó sus palabras. Lysandra frunció el ceño ante un juerguista quecasi derramó su cerveza en la falda de su vestido de menta y crema.

—Gracias—, dijo Aelin, y lo dijo en serio. Ella no mencionó el pequeño juego de Arobynn de po-ner a ella y a Chaol uno contra el otro, no cuando eso era precisamente lo que quería. Arobynnle dedicó una sonrisa de su ciencia, lo su ciente para hacer que ella preguntara:

— ¿Hay alguna razón en particular de que mis servicios son necesarios aquí esta noche, o setrata de otro regalo de los tuyos?

—Después de que tan alegremente destrozaras Las Bóvedas, ahora estoy en el mercado parauna nueva inversión. Los propietarios de Los Pozos, a pesar de ser público mi deseo de ser uninversionista, no se atreven a aceptar mi oferta. Participar esta noche sería dirigirse a recorrerun largo camino para convencerlos de mis activos considerables y... de lo que podría traer ala mesa.

Y hacer una amenaza a los propietarios, mostrando su arsenal mortal de asesinos— y cómopueden ayudar a convertir un bene cio aún mayor con peleas jas contra asesinos entrena-dos. Ella sabía exactamente lo que iba a decir a continuación.

—Alas, mi boxeador no se concretó, —Arobynn continuó. —Necesitaba un reemplazo.

— ¿Y qué tipo de luchardor soy, exactamente?—Les dije a los propietarios que fuiste entrenada por los Asesinos Silenciosos del DesiertoRojo. Te acuerdas de ellos, ¿no? Dale al señor de Los Pozos cualquier nombre que desees.

Sintió una punzada, nunca olvidaría esos meses en el desierto rojo. O a quién le había enviadoallí.

Sacudió la barbilla hacia Lysandra.

— ¿No eres un poco exigente para este tipo de lugar?

—Y yo que estaba pensando que tú y Lisandra se habían convertido en amigas después desu dramático rescate.

—Arobynn y yo vamos a ver la pelea en otro lugar,- Lysandra murmuró. -La pelea está termi-nando.

Se preguntó cómo era tener que soportar al hombre que había matado a su amante. Pero elrostro de Lysandra era una máscara de inocencia, caudelosa—otra piel que llevaba mientrasse enfriaba a sí misma con un magní co abanico de encaje y mar l. Tan fuera de lugar en este

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Chaol la miró. —No te necesito para hacer mi trabajo...

— Manténte fuera de esto— espetó, con la esperanza de que Chaol entendería que la ira noera para él. Se volvió de nuevo hacia la arena salpicada de sangre, sacudiendo la cabeza. Quese vuelva loco; ella tenía un montón de ira haciendo estragos hacia él de todos modos.

La multitud se calmó y el Señor de los Pozos llamaba para el próximo combate.

—Te toca— dijo Arobynn, sonriendo. — Vamos a ver de que son capaces esas cosas.

Lysandra le apretó el brazo, como si le rogara que la dejara ir.

—Mantente alejada— dijo a Aelín, tronando de su cuello. —No quieres que ese bonito vestidose llene de sangre.

Arobynn rió.

—Da un buen espectáculo, ¿lo harás? Quiero a los propietarios impresionados y orinándoseencima de ellos.

Oh, ella montaría un espectáculo. Después de días encerrada en el apartamento al lado deAedion, tenía energía de sobra.

Y no le importaba derramar un poco de sangre Valg.

Empujó a través de la multitud, sin atreverse a llamar más la atención de Chaol diciendo adiós.

La gente la miró y se alejaron. Con el traje, las botas y la máscara, sabía que era la Muerteencarnada

Aelin se dejó caer con arrogancia, sus caderas cambiando con cada paso, rodando sus hom-bros como si los a ojara. La multitud se hizo más fuerte, inquieta.

Se acercó al Señor de Los Pozos, quien la miró y le dijo:

-Sin armas.

Ella simplemente ladeó la cabeza y levantó los brazos, girando en un círculo, e incluso permitióque el subordinado del Señor de Los Pozos recorriera su cuerpo para comprobar que estabadesarmada.

Por lo que se podría decir.

—Nombre— exigió. A su alrededor, el oro ya estaba parpadeando.

—Ansel de Briarcliff, —dijo ella, la máscara de distorsionando su voz a una esco na ronca.

—Oponente—.

Aelin miró al otro lado del foso, a la multitud reunida, y señaló. —Él—.

El comandante Valg ya estaba sonriéndole.

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Capítulo 24Traducido por Mary Aguilar

Corregido por Diana Gonher

Chaol no sabía qué demonios pensaba Aelin saltando a la fosa, aterrizando en sus ancas. Perola multitud había visto que ella había apuntado y estaba ya en un frenesí, empujando hacia elfrente, pasando las apuestas de oro de último minuto. Tuvo que pisar fuerte con sus talonespara evitar ser golpeado sobre el borde de la poza. Sin cuerdas ni pasamanos. Si se caía eraun juego limpio. Una pequeña parte de él estaba alegre que Nesryn estaba en la parte de atrás.Y una parte más pequeña de él estaba alegre de una noche sin más infructuosa caza paralos nuevos nidos de Valg. Incluso si signi caba afrontar a Aelin durante unas horas. Incluso siArobynn Hamel le había dado este pequeño regalo. Ese regalo que el odiaba admitir que lonecesitaba urgentemente y lo apreciaba. Pero sin duda era cómo funciona Arobynn.

Chaol se preguntaba cuál sería el precio. O si su miedo era pago su ciente para el Rey delos asesinos. Vestida de negro de los pies a la cabeza, Aelin era una sombra de vida, la esti-mulación como un gato de la selva en su lado de la fosa cuando el comandante Valg entro en

ella. Podría haber jurado que se estremeció la tierra. Ambos dementes — Aelin y su maestro.Arobynn la había dejado elegir a cualquiera de los Valg. Ella había elegido a su líder.

Apenas habían hablado desde su pelea tras rescate de Aedion. Francamente, ella no merecíauna palabra de él, pero cuando lo había cazado hace una hora, interrumpiendo una reuniónsecreta que habían revelado la localización de los líderes rebeldes sólo una hora antes... Talvez fue un tonto, pero no decir que no. Aunque sólo sea porque Aedion le habría matado. Perocon el Valg aquí... Sí, esta noche había sido útil después de todo. El Señor de Los Pozos co-menzó a gritar las reglas. Simplemente: no había ninguna, excepto sin armas. Sólo manos ypies e ingenio.

¡Por los dioses! Aelin había acallado suestimulación y Chaol tenía a un hombre demasiadoansioso con un el codo en su el estómago para evitar ser empujado en el hoyo. La reina deTerrasen estaba en un pozo de lucha en los suburbios de Rifthold. Nadie aquí, apostaba porella, creía en ella. Apenas podía creerlo... El Señor de Los Pozos— rugió que comenzará elcombate y entonces — se movieron.

El comandante se lanzó con un golpe, que a la mayoría de los hombres le habría hecho girarla cabeza alrededor. Pero Aelin lo esquivó y atrapado su brazo con una mano, bloqueo con ungolpe que sabía que rompería algunos huesos. La cara del comandante se tensó del dolor, Ae-

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lin condujo su rodilla para hacia arriba en el lado de su cabeza. Fue tan rápido, tan brutal, queincluso la gente no sabía lo que había que demonios había sucedido hasta que el comandantese tambaleo hacia atrás y Aelin estaba bailaba en puntillas. El comandante se echó a reír, seenderezó. Fue la única ruptura que Aelin le dio antes de que fuera a la ofensiva.

Se movió como una tormenta de medianoche. Cualquier entrenamiento que había tenido enWendlyn, que el príncipe le había enseñado... Dioses, le ayudaban en todo. Golpe tras golpe,bloqueando, estocada, eludiendo, girando... La multitud estaba eufórica, echaban espuma porla boca.

Chaol había la había visto matar. Hacía tiempo desde que él la había visto luchar para el dis-frute de ella misma. Y estaba disfrutando como el in erno esta pelea. Un rival digno de ella,supuestamente ella trabó las piernas alrededor de la cabeza del comandante y rodado y alzan-do una nube de arena sobre ellos. Lanza un golpe hacia arriba, conduciendo su puño al rostrodel hombre frío, sólo para ser lanzado con un giro tan rápido que Chaol apenas podía seguir el

movimiento. Aelin golpeó la arena ensangrentada y desenroscó sus pies, para atacar de nuevoal comandante. Luego eran otra vez una mezcla de de extremidades, golpes y oscuridad.

A través de la fosa, Arobynn estaba con los ojos abiertos, Sonriente, era como hombre ham-briento antes de una esta. Lysandra se aferró a su lado, sus nudillos blancos se apoderaronde su brazo. Los hombres estaban susurrando en el oído de Arobynn, sus ojos jos en la fosa,tan hambrientos como Arobynn. Los propietarios de Los Pozos o clientes potenciales, hacíannegociaciones para el uso de la mujer luchando con tanta ira salvaje y malvado placer. Aelinle propino una patada en el estómago al comandante que lo envió hasta la pared. Él cayó, jadeando por un poco de aire. La multitud aplaudió, y Aelin alzó sus brazos, girándolos en uncírculo lento, triunfante de la muerte.

La multitud rugió en respuesta, hizo que Chaol se preguntará si el techo se vendría estrepito-samente. El comandante se lanzó por ella, y Aelin giró, lo capturo y cerró sus brazos alrededorde su cuello, en una técnica que no era fácil de romper. Miró a Arobynn, como si le pregunta-ra. Su maestro miró a los hombres con los ojos abiertos, hambrientos al lado de él, entoncesasintió con la cabeza a ella. El estómago de Chaol dio vueltas. Arobynn había visto su ciente.Probado lo su ciente. Incluso si no hubiera sido una pelea justa. Aelin lo habría dejado ir por-que Arobynn asi lo había querido. Una vez que ella destruyera la torre del reloj y su magiavolviera... ¿Qué control habría sobre ella? ¿Contra Aedion y ese Príncipe Hada de ella y todoslos guerreros como ellos? Un mundo nuevo, sí. Pero un mundo en el que la voz humana ordi-

naria sería nada más que un susurro.Aelin torció los brazos del comandante, quién gritó del dolor y luego — luego Aelin se tam-baleándose hacia atrás, tocándose su antebrazo, la sangre brillando a través del ápice de sutraje.

Hasta que el comandante se giró, con sangre deslizándose por su barbilla, sus ojos de tononegro, que Chaol entendió. La había mordido. Chaol silbó a través de sus dientes. El coman-dante lamió sus labios, con una sonrisa sangrienta creciendo. Incluso con la multitud, Chaol

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podía oír el demonio Valg decir:

—sé lo que eres ahora, perra mestiza. — Aelin bajó la mano que ella había tenido en su brazoherido, sangre brillante en su guante oscuro.

—Bueno, también se lo que eres, huevón. —

Fin. Tenía que terminarlo ya.— ¿Cuál es tu nombre? — le dijo, rodeando al comandante demonio.

El demonio dentro del hombre, se rio entre dientes.

—No lo podrías pronunciar en tu lengua humana—la voz pasó rosando por la voz de Chaol,sintió como la sangre se le helaba.

—Tan condescendiente para un simple gruñido— canturreó Aelin

—debería llevarte yo mismo a Morath, mestiza, y ver cuánto hablarás entonces. Para que veastodas las cosas deliciosas que hacemos con los de tu clase.Morath, la fortaleza del Duque Perrington. El estómago se volvió pezado. Fue de dónde tra- jeron a los presos que no fueron ejecutados, que desaparecieron en la noche, para hacer losDioses sabrán que con ellos.

Aelin no le dio tiempo a decir nada más, y Chaol deseó otra vez que pudiera ver su rostro, sisólo pudiera saber qué demonios estaba pasando por su cabeza como ella había abordado alcomandante. Ella cerró de golpe su considerable peso en la arena y agarró la cabeza de esté.Quebrando el cuello del comandante. Sus manos en ambos lados de la cara del demonio, Aelinmiro jamente los ojos vacíos, la boca abierta. La multitud gritaba su triunfo.

Aelin jadeó, con sus hombros encogidos, y entonces se enderezó, se sacudió la arena de lasrodillas de su traje. Miró hacía arriba, en dirección del Señor de Los Pozos.

—Dilo—

El hombre que estaba pálido dijo:

—La victoria es tuya—. Ella no se molestó en alzar la vista otra vez, cuando golpeó su botacontra la pared de piedra, liberando una cuchilla delgada y horrible. Chaol agradeció los gritosde la multitud cuando ella pisoteo el del comandante. Una y otra vez. En la iluminación te-

nue, nadie podría decir que la mancha en la arena no era el color correcto. Nadie, pero si losdemonios con la cara de piedra se reunieron a su alrededor, observando cada movimiento desu pierna, mientras separaba la cabeza del comandante de su cuerpo y luego dejándolo en laarena.

Los brazos de Aelin temblaban cuando ella tomó la mano de Arobynn y fue sacada de la fosa.

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Su maestro aplasto sus dedos en un apretón letal, tirando de ella en lo todos pensaría que eraun abrazo.

—Dos veces ahora, querida, no has cumplido. Dije inconsciente. —

—La sed de sangre fue lo mejor para mí, me parece. — Se soltó, su brazo izquierdo dolía porla mordedura viciosa que le había dado la criatura. Bastardo. Casi podía sentir su sangre quese ltraba a través de la piel gruesa de su bota, sentía el peso de la sangre en la punta de subota.

—Esperó resultados, Ansel y pronto.

—No te preocupes, maestro. — Chaol fue haciendo su camino hacia una esquina oscura, Nes-ryn como una sombra detrás de él, sin duda preparándose para seguir al Valg una vez que semarcharan.

-Conseguirás lo que se te debe- Aelin miró hacia Lysandra, cuya atención no estaba en el ca-dáver siendo transportado fuera de la fosa por la tropa, pero si ja, con enfoque depredador —sobre los otros guardias Valg que se dirigían hacia fuera. Aelin aclaró su garganta y Lysandraparpadeó, su expresión se terso en malestar y repulsión.

Aelin se deslizo hacia afuera, pero Arobynn dijo:

— ¿No sientes un poco de curiosidad, sobre dónde enterramos a Sam? —Había sabido quesus palabras las recibiría como un golpe. Él había tenido el mando, el tiro de su muerte, todoel tiempo. Incluso Lysandra retrocedio un poco.

Aelin se volvió lentamente.

— ¿Hay un precio por saber esa información? —

Arobynn dirigió su atención por un momento a la fosa.

—Lo acabas de pagar.

—No me extrañaría que me dieras un lugar falso o me llevarán a las piedras de la tumbaequivocada

No ores —nunca ores en Terrasen. En cambio, llevaban piedras pequeñas a las tumbascon motivo de sus visitas, para contar a los muertos que aún se recordaban. Las piedras eraneternas, las ores no.

—Me hieres con tales acusaciones— la cara elegante de Arobynn contaba otra historia. Él ce-rró la distancia entre ellos y dijo tan calladamente que Lysandra no podía oír- ¿Crees que notienes que pagar en algún momento?

— ¿Eso una amenaza? —gruñó

—Es una sugerencia-—dijo suavemente, —Para que recuerdes cuales son mis in uencias, ylo que podría ofrecerte y los suyos también durante un tiempo cuando estén desesperados por

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tantas cosas: dinero, luchadores…—dio un vistazo al desaparecido Capitan y a Nesryn—Lascosas que tus amigos también necesitan— Por un precio, siempre por un precio.

—Solo dime donde enterraste a Sam y déjame ir. Tengo que limpiar mis botas.

Sonrió, satisfecho de que le había ganado y había aceptado un poco su oferta— sin duda parahacer otro negocio y luego otro, para lo que sea que necesitará de él. Había nombrado el lugar,un pequeño cementerio al borde del río. No en las criptas de descanso de los asesinos, don-de se encuentran la mayoría de ellos. Era probablemente como un insulto a Sam — sin darsecuenta que Sam no hubiera querido ser enterrado en la cripta de los Asesinos de todos modos.Aun así, ella le dio un «Gracias.» Y entonces miró a Lysandra y cansina dijo:

—Espero que te esté pagando lo su ente.

Sin embargo la atención de Lysandra estaba en la larga cicatriz que estropeaba el cuello deArobynn, la cicatriz que Wesley le había dejado. Pero Arobynn estaba demasiado ocupadosonriendo Aelin, para haberlo notado.

—Nos veremos de nuevo, pronto…—dijo. Otra amenaza. — Espero que mantengas tu partedel trato.

Los hombres caraduras que habían estado a lado de Arobynn durante la pelea, seguían avarios pies de distancia. Los propietarios de Los Pozos. Inclinaron sus cabezas a modo desaludo., que no respondió.

—Dile a tus nuevos socios, que o cialmente estoy retirada— dijo a modo de despedida. Tuvoque hacer un esfuerzo de voluntad para dejar a Lysandra con él en ese in erno.

Podía sentir a los centinelas Valg vigilandola, sentía su indecisión y su malicia. Esperaba que

Chaol y Nesryn no tuvieran problemas cuando se desvanecieron en el aire fresco de la noche.No les había pedido que vinieran solo para cuidar su espalda, sino también para que se dierancuenta lo estúpidos que habían sido en con ar en un hombre como Arobynn Hamel. Inclusosi regalo de Arobynn fue la razón por la que ahora eran capaces de rastrear a los Valg haciadonde ellos estaban escondidos. Sólo esperaba que a pesar del regalo de su antiguo maestro,por n comprendieron que ella debería haber matado Dorian ese día.

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Capítulo 25Traducido por Andy Cobain

Corregido por Diana Gonher

Elide estaba lavando los platos, escuchando atentamente al cocinero quejarse acerca del iti-nerario del cargamento de suministros. Algunos vagones llegarían en dos semanas, al parecer,

con vino, vegetales y, tal vez, si tenían suerte, carne seca.Sin embargo no era el cargamento lo que le interesaba, sino como estaba siendo transportadoy que clase de vagones podrían soportarlo. Y donde Elide podría esconderse mejor en alguno.

Fue entonces cuando entro una de las brujas.

No era Manon, sino una llamada Asterin, de cabello dorado con ojos como una noche estrella-da y salvajismo en cada aliento. Elide había notado tiempo atrás cuan fugases eran sus sonri-sas, y había marcado los momentos en los que Asterin pensó que nadie la miraba y veía haciael horizonte, con su cara rígida. Secretos— Asterin era una bruja con secretos. Y los secretos

hacían a la gente letal.Elide mantuvo su cabeza baja, sus hombros encogidos, mientras la cocina se silenciaba antela presencia de La Tercera. Asterin se contoneo hacia el cocinero, quien había palidecido comola muerte. Era un hombre extrovertido y amable, la mayoría de los días, pero un cobarde decorazón.

—Lady Asterin—dijo él y todos, incluida Elide, la reverenciaron.

La bruja sonrió, con dientes blancos y normales, gracias a los dioses.

—Estaba pensando que podría ayudar con los platos.

La sangre de Elide se congeló. Sintió los ojos de todos en la cocina posarse en ella.

—Por mucho que lo apreciemos, Lady...

— ¿Estás rechazando mi oferta, mortal?— Elide no se atrevía a voltearse. Bajo el agua ja-bonosa, sus manos temblaban. Cerró sus puños. El miedo era inútil; el miedo lograba que temataran.

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—N-no. Claro que no, Lady. Nosotros, y Elide, estaremos felices de recibir su ayuda.

Y eso fue todo.

El estrépito y el caos de la cocina reinició lentamente, pero la conversación se mantuvo si-lenciosa. Todos observaban, esperando, ya sea que la sangre de Elide fuera derramada enlas piedras grises, o escuchar cualquier cosa jugosa de los poco sonrientes labios de AsterinBlackbeak.Podía sentir cada paso que la bruja daba en su dirección; lentos, pero poderosos.

—Tú lavas, y yo seco— dijo la centinela junto a ella.

Elide se asomó a través de la cortina que era su cabello. Los ojos dorados con negro de Asterinbrillaron.

—Gra... Gracias— se forzó a balbucear. La emoción en esos ojos inmortales creció. No erauna buena señal. Pero Elide continuó con su trabajo, pasándole a la bruja las ollas y los platos.

—Una tarea interesante, para la hija de un Lord— remarcó Asterin, lo su cientemente bajopara que nadie más en la abarrotada cocina pudiera escuchar.

—Me alegra ayudar

—La cadena cuenta otra historia

Elide no vaciló al lavar los platos; no permitió que la olla en sus manos se moviera ni un milí-metro. Cinco minutos y después podría murmurar una explicación y correr.

—Nadie más en este lugar está encadenado como un esclavo. ¿Qué es lo que te hace tan

peligrosa Elide Lochan?Elide se encogió de hombros. Una interrogación, eso era lo que estaba pasando. Manon lahabía llamado espía. Parecía que la centinela había decidido evaluar qué clase de amenazarepresentaba.

—Sabes que los hombres siempre han odiado y temido a nuestra clase— continuó Asterin—es raro que nos atrapen, que nos maten, pero cuando lo hacen... ¡Oh! Ellos se deleitan concosas tan horribles. En los Wastes, han fabricado máquinas para destruirnos. Los ilusos nuncase dieron cuenta que lo único que necesitan para torturarnos, para hacernos rogar— observólas piernas de Elide— era encadenarnos. Mantenernos atadas a la tierra.

—Lamento oír eso.

Dos de los recolectores de plumas engancharon su cabello detrás de sus orejas en un intentopor escucharlas. Pero Asterin sabía cómo mantener su voz baja.

— ¿Tienes cuantos años, quince? ¿Dieciséis?

—Dieciocho

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plejos le decían lo su ciente: no habían oído. Un pequeño alivio, entonces.

¡Oh,Dioses! Dioses. Sangre de bruja.

Elide subió las escaleras, cada movimiento causándole dolores a través de la pierna. ¿Erapor eso por lo que Vernon la había mantenido encadenada? ¿Para evitar que volara lejos encuanto mostrara el más mínimo poder? ¿Era por eso que las ventanas en esa torre en Perranthhabían estado restringidas?No—no. Ella era humana. Completamente humana.

Pero en ese preciso momento esas brujas se habían reunido, cuando ella había oído esosrumores acerca de demonios que querían... querían... procrear, Vernon la había traído aquí. Yse había hecho muy, muy cercano del Duque Perrington.

Le rezaba a Anneith a cada paso hacia un nuevo escalón, le rezaba a La Señora de la Sabidu-ría, que estuviera equivocada, que La Tercera estuviera equivocada. No fue hasta que alcanzóel pie de la escalera de la torre de la Líder del Ala que Elide se dio cuenta que no tenía idea dea dónde iba. No tenía ningún lugar a donde ir. Nadie a quien correr.Los vagones de entrega no llegarían hasta dentro de algunas semanas. Vernon podría entre-garla cuando él quisiera. ¿Por qué no lo había hecho de inmediato? ¿Qué era lo que estabaesperando? ¿Ver si los primeros experimentos funcionaban antes de ofrecerla como una chade intercambio por más poder?

Si era una mercancía tan valiosa, tendría que ir más lejos de lo que había sospechado paraescapar de Vernon. No sólo al continente del sur, más lejos, a tierras de las que nunca habíaescuchado. Pero sin dinero, ¿cómo podría? Sin dinero— a excepción de las bolsas con mo-nedas que la Líder del Ala había dejado esparcidas por su cuarto. Miró arriba en las escalerascediendo a la melancolía.Tal vez podría usar el dinero para sobornar a alguien— un guardia, una bruja de rango me-nor— para que la saque. Inmediatamente.

Su tobillo ladraba de dolor, mientras se apresuraba en la escalera. No tomaría una bolsa ente-ra, mejor unas pocas monedas de cada una, para que el la Líder del Ala no lo note.

Afortunadamente, el cuarto de la bruja estaba vacío. Y las bolsas de monedas habían sidodejadas con una indiferencia que sólo una bruja inmortal más interesada en el derramamientode sangre podría alcanzar.

Elide llenó cuidadosamente sus bolsillos, la venda alrededor de su pecho y su zapato, para queno fueran descubiertas todas a la vez, para que no tintinearan.

— ¿Estás loca?

Elide se congeló.

Asterin estaba recargada en la pared, con los brazos cruzados.

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Manon había soportado un día de mierda, lo que ya era decir algo, dado su siglo de existencia.

El aquelarre de Yellowlegs había sido implantado en una cámara subterránea de la fortaleza, elcuarto llegaba dentro de la misma roca de la montaña. Manon había respirado una sola vez elambiente de ese cuarto de camas alineadas y había salido nuevamente. Los Yellowlegs no laquerían ahí, de cualquier manera, mientras fueran abiertos por hombres, mientras ese pedazo

de piedra era cosido dentro de ellos. No, un Blackbeak no tenía lugar donde los Yellowlegsestuvieran vulnerables, y ella probablemente los pondría violentos y letales, como resultado.

Así que había ido a entrenar, donde Sorrel le había pateado el trasero en su combate mano amano. Entonces no había habido uno, no dos, pero tres diferentes peleas que interrumpir entrevarios aquelarres, incluyendo a los Bluebloods, quienes estaban de alguna manera emociona-dos acerca del Valg.

Habían conseguido narices rotas por sugerirle al aquejare Blackbeak que era su deber divinono soportar la implantación, pero también llegar tan lejos como emparejarse físicamente conel Valg.

Manon no culpaba a sus Blackbeaks por negarse a la plática. Pero ella tendría que repartircastigo por igual entre ambos grupos.

Y después esto. Asteria y Elide en sus habitaciones, la chica con ojos abiertos y apestando aterror, su Tercera parecía tratar de convencerla de unirse a sus las.

—Empieza a hablar ahora.

Su temperamento; sabía que debía controlarlo, pero el cuarto olía a miedo humano, y este erasu espacio.

Asterin dio un paso frente a la chica.

—Ella no es una espía de Vernon, Manon.

Manon les hizo el honor de escuchar mientras Asterin le contaba lo que había pasado. Cuandoterminó, Manon cruzó sus brazos. Elide se encogía de miedo ante la puerta de la cámara debaño, la bolsa de monedas aún en sus manos.

— ¿Dónde se dibuja la línea?— dijo Asterin silenciosamente.Manon mostró sus dientes.

—Los humanos son para comer, utilizar y sangrar. No para ayudar. Si tiene sangre de brujaen ella, es una gota. No es su ciente para convertirla en una de nosotras. — Externó Manonhacia su Tercera— Eres una de las Trece. Tienes deberes y obligaciones, y aun así ¿es asícomo pasas tu tiempo?

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Aterin se mantuvo rme.

— Dijiste que mantuviera un ojo en ella y lo hice. Llegué al fondo del asunto. Apenas ha supe-rado ser una Brujilla, ¿Quieres que Vernon Lochan la lleve abajo a esa cámara? ¿O algunade las otras montañas?

—Me importa una mierda lo que Vernon haga con sus mascotas humanas.

Pero una vez que las palabras salieron, se sentían repugnantes.

—La traje aquí para que pudieras saber…

—La trajiste aquí como premio para recuperar tu posición

Elide seguía haciendo su mejor esfuerzo para camu agearse con la pared.

Manon tronó los dedos en dirección a la chica

—Te llevaré de regreso a tu habitación. Quédate el dinero, si quieres. Mi tercera tiene una casaotante llena de mierda de dragón heráldico que limpiar.

—Manon— empezó Asterin.

—Líder del Ala—gruñó Manon— Cuando hayas terminado de actuar como una simple mortalpodrás dirigirte a mí como Manon nuevamente.

—Y aun así toleras a un dragón heráldico que huele ores y le hace ojos de perrito a estachica.

Manon casi la golpea; casi va por su garganta. Pero la chica estaba viendo, escuchando. Asíque Manon tomó a Elide del brazo y tiró de ella hacia la puerta.

Elide mantuvo la boca cerrada mientras Manon la guiaba escaleras abajo. No preguntó cómoLa Líder del Ala sabía dónde estaba su cuarto.

Se preguntó si Manon la mataría una vez que hubieran llegado. Se preguntaba si rogaría y sehumillaría una vez que llegara el momento.

Pero después de eso, la bruja dijo:—Si tratas de sobornar a cualquiera aquí, ellos sólo te entregarían. Guarda el dinero paracuando huyas.

Elide ocultó el temblor de sus manos y asintió.

La bruja le dirigió una mirada de reojo, sus ojos dorados resplandeciendo a la luz de las antor-chas.

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— ¿A dónde demonios correrías, de cualquier modo? No hay nada en cientos de millas. Laúnica manera de que consigas una oportunidad es si te metieras en los…—resopló Manon—vagones de suministros.

El corazón de Elide se hundió.

—Por favor. Por favor no se lo digas a Vernon

— ¿No crees que si Vernon quisiera usarte de esa manera, ya lo habría hecho? ¿Y por quéponerte a jugar de sirvienta?

—No lo sé. Le gustan los juegos; podría estar esperando que una de ustedes con rme lo quesoy.

Manon volvió a callar— hasta que doblaron una esquina.

El estómago de Elide dio un vuelco cuando descubrió quien se encontraba frente a su puertacomo si lo hubiera invocado con el pensamiento.

Vernon usaba una de sus usuales túnicas vibrantes— hoy una color verde Terrasen—y suscejas se levantaron ante la visión de Manon y Elide.

— ¿Qué haces aquí?—dijo Manon, parándose frente a la pequeña puerta de Elide.

Vernon sonrió.

—Visitando a mi adorada sobrina, por supuesto.

A pesar de que Vernon era más alto, Manon parecía mirar por debajo de su nariz hacia él, pa-recía más grande que él mientras mantenía el agarre en el brazo de Elide y decía:

— ¿Con qué propósito?

—Esperaba ver cómo se estaban llevando ustedes dos— ronroneó su tío— Pero…—Miró a lamano de Manon alrededor de la muñeca de Elide. Y a la puerta más allá de ellos. — Pareceque no tenía necesidad de preocuparme.

Le tomó un poco más entender a Elide que a Manon, quien enseñó sus dientes y dijo:

—No tengo el hábito de forzar a mis sirvientes

—Sólo asesinar hombres como cerdos, ¿cierto?

—Sus muertes asemejan a su comportamiento en la vida— contestó Manon con tal calma quehizo que Elide se preguntara si debía empezar a correr.

Vernon soltó una risa. Era tan diferente a su padre, quien había sido cálido, guapo y de hom-bros anchos—un año más que treinta cuando fue ejecutado por el rey.

Su tío había observado la ejecución y sonreído. Y después había venido a contarle todo acercade ello.

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— ¿Aliándote con las brujas? — le preguntó Vernon a Elide— Que despiadado de tu parte.

Elide bajó su mirada al suelo.

—No hay nada contra que aliarse, tío

—Tal vez te mantuve muy protegida durante todos esos años, si crees eso.

Manon inclinó su cabeza.

— Di lo que quieras y márchate

—Cuidado, Lídel del Ala—dijo Vernon— sabes exactamente dónde termina tu poder.

Manon se encogió de hombros.

— También sé exactamente dónde morder.

Vernon sonrió y mordió el aire frente a él. Su entretenimiento se a laba a algo feo cuando se

giró hacia Elide.— Quería checar cómo estabas. Sé cuán difícil fue el día de hoy.

Su corazón se detuvo. ¿Alguien le había contado acerca de la conversación en las cocinas?¿Había un espía en la torre justo ahora?

— ¿Por qué sería difícil para ella, humano?—La mirada de Mamon era tan fría como el acero.

—Esta fecha siempre es difícil para la familia Lochan— dijo Vernon— Cal Lochan, mi herma-no, era un traidor, como sabrás. Un líder rebelde durante unos pocos meses después de queTerrasen le fuera heredada al rey. Pero fue atrapado como el resto de los demás y ejecutado.Difícil para nosotros maldecir su nombre y de cualquier modo extrañarlo, ¿no, Elide?Fue como un golpe. ¿Cómo se le pudo olvidar? No había dicho sus plegarias, no había supli-cado a los dioses que cuidaran de él. El aniversario de la muerte de su padre, y ella lo habíaolvidado, justo como el mundo se había olvidado de ella. Mantener su cabeza baja dejó de serun acto, incluso con los ojos de la Líde del Ala postrados en ella.

—Eres un gusano inútil, Vernon— dijo Mano— ve a escupir tus sandeces a otro lugar.

— ¿Qué diría tu abuela— mencionó Vernon, metiendo sus manos a sus bolsillos—, acerca detal comportamiento?

El gruñido de Manon lo siguió mientras caminaba por el pasillo.

Manon abrió la puerta de Elide, revelando un cuarto lo su cientemente grande para un catrey una pila de ropa. No le habían permitido traer ninguna de sus pertenencias, ninguno de losrecuerdos que Finnula había ocultado todos estos años: la pequeña muñeca que su madre ha-bía traído de uno de sus viajes al continente del sur, el anillo de emblema de su padre, el peinede mar l de su madre— el primer regalo que Cal Lochan le había dado a Marion la lavanderacuando la cortejaba. Aparentemente, Marion la bruja, Dientes de Hierro, habría sido un mejor

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nombre.

Manon cerró la puerta de una patada.

Muy pequeño—el cuarto era muy pequeño para dos personas, especialmente cuando una deellas era un adulto y dominaba el espacio sólo con respirar. Elide se recostó en el catre, sólopara liberar un poco de aire entre ella y Manon.

La Líder del Ala, la observó por un largo momento y luego dijo:

—Puedes elegir, brujita. Azul o rojo.

— ¿Qué?

— ¿Es tu sangre azul o roja? Tú decides. Si es azul, resulta que tengo jurisdicción sobre ti.Mierdas como Vernon no pueden hacer lo que les plazca con mi gente— no sin mi permiso.Si tu sangre es roja… Bueno, no tengo un particular interés en humanos, y ver lo que Vernonhaga contigo podría ser entretenido.

— ¿Por qué ofreces esto?

Manon le dedicó una media sonrisa, toda dientes de acero y sin remordimiento.

—Porque puedo.

—Si mi sangre es… azul, ¿no con rmaría eso las sospechas de Vernon? ¿No actuará?

—Es un riesgo que tendrás que tomar. Podrá tratar de actuar— y descubrir que lo conseguierá.

Una trampa. Y Elide era la carnada. Reclamar su herencia como bruja y si Vernon la llevabapara ser implantada, Manon tendría el derecho de matarlo.

Tenía la sensación de que Manon podría estar deseando eso. No era sólo un riesgo; era unsuicidio y estúpido riesgo. Pero era mejor que nada.

Las brujas, quienes no bajaban la mirada ante ningún hombre… Hasta que pudiera escapar,podría aprender una o dos cosas acerca de lo que era tener colmillos y garras. Y cómo usarlas.

—Azul. —Susurró— Mi sangre es azul

—Buena elección, brujita— dijo Manon y la palabra era un desafío y una orden. Se volteó, perole lanzó una mirada sobre el hombro. — Bienvenida a los Blackbeaks.

Bruja. Elide la observó. Probablemente había cometido el error más grande de su vida, pero…era raro. Una rara sensación de pertenencia.

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Capítulo 26Corregido por Dafne Hein

Traducido por Constanza Cornes

—No estoy a punto de desfallecer —dijo Aedion a su prima, su reina, mientras ella lo ayudabaa caminar alrededor el techo. Esta era su tercera ronda, el brillo de la luna sobre las baldosas

debajo de ellos. Era un esfuerzo mantenerse erguido, no por las palpitaciones constantes desu lado, pero desde el hecho de que Aelin –Aelin – estaba junto a él, con un brazo alrededorde su cintura.

Una fresca brisa nocturna mezclada con el penacho de humo en el horizonte lo envolvió, en-friando el sudor de su cuello.

Pero él giró su rostro, lejos del humo, respirando otro aire, uno mejor. Y encontró a la fuente dela misma frunciéndole el ceño. El exquisito aroma de Aelin lo tranquilizó, lo despertó. Nunca secansaría de esa esencia. Era un milagro.

Pero su gesto –no era un milagro.—¿Qué? —exigió. Había pasado un día desde que ella había luchado en Las Fosas –un díamás para dormir. Esa noche, al amparo de la oscuridad, fue la primera vez que fue capaz delevantarse de la cama. Si hubiese estado encerrado por un momento más, comenzaría a de-rribar los muros. Había tenido su ciente con las jaulas y las prisiones.

—Estoy haciendo mi evaluación profesional —dijo, manteniendo el ritmo a su lado.

—¿Cómo una asesina, reina, o matona de Las Fosas?

Aelin le dio una sonrisa –del tipo en el que le decía que se estaba debatiendo patearle o no elculo.—No estés celoso de que no tuviste oportunidad ante esos bastardos Valg.

No era eso. Ella había estado enfrentando Valgs la noche anterior, mientras que él había ya-cido en cama, sin saber en absoluto que ella estaba en peligro. Trató de convencerse de quea pesar del peligro, a pesar de que había vuelto apestando a sangre y con heridas donde unode ellos la había mordido, al menos ella había aprendido que Morath era donde la gente conmagia se convertía en recipientes de los Valg.

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Trató de convencerse a sí mismo –y fracasó. Pero, tenía que darle espacio. Él no sería unprepotente y territorial bastardo Hada, como a ella le gustaba llamarlos.

—Y si paso tu evaluación —dijo Aedion por n—, ¿iremos directamente a Terrasen, o nosquedaremos esperando al Príncipe Rowan aquí?

—El Príncipe Rowan —dijo ella, rodando los ojos—. Tú me sigues molestando para obtenerdetalles sobre el Príncipe Rowan –—Te amigaste de uno de los más grandes guerreros de la historia –tal vez el más grandeguerrero vivo. Tu padre y sus hombres, todos me contaron historias sobre el príncipe Rowan–

—¿Qué?

Oh, había estado esperando para lanzar esa particular joya de información.

—Los Guerreros del Norte todavía hablan de él.

—Rowan nunca ha estado en este continente.

Lo dijo con tanta naturalidad –Rowan . Ella realmente no tenía idea de a quién ahora conside-raba un miembro de su corte, a quién habría liberado de su juramento Maeve. A quien frecuen-temente se refería como un dolor en su culo.

Rowan era el macho Hada purasangre más poderoso vivo. Y su olor estaba todo sobre ella. Ysin embargo, ella no tenía una maldita idea.

—Rowan Whitethorn es una leyenda. Y también lo son su– ¿cómo los llamas?

—Compañeros —dijo con tristeza.

—Seis de ellos... —Aedion dejó escapar un suspiro—. Estábamos acostumbrados a contarhistorias sobre ellos durante las fogatas. Sus batallas, hazañas y aventuras.

Exhaló por la nariz.

—Por favor,por favor , nunca le digas eso. Nunca escucharé el nal del mismo, y él lo utilizaráen cada discusión que tengamos.

Honestamente, Aedion no sabía lo que le iba a decir a los compañeros, porque habían mu-chas, muchas cosas qué decir. Expresar su admiración sería la parte más fácil. Pero cuandose trataba se trataba de darle las gracias por lo que había hecho por Aelin esta primavera, oqué, exactamente, esperaba Rowan como miembro de su corte –si el Príncipe Hada esperabapor ofrecer el juramento de sangre, entonces… Era un esfuerzo no apretar su agarre en Aelin.

Ren ya sabía que el juramento de sangre era de Aedion por derecho, y cualquier otro niño deTerrasen lo sabría, también. Así que lo primero que haría Aedion cuando llegara el príncipesería asegurarse de que entendiera ese pequeño detalle. No era como en Wendlyn, donde alos guerreros se les ofrecía el juramento cuando su gobernante quería.

No –desde que Brannon había fundado Terrasen, sus reyes y reinas habían elegido sólo a una

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persona de su corte para realizar el juramento de sangre, por lo general durante su coronacióno poco después. Sólo uno, durante toda su vida. Aedion no tenía ningún interés en ceder elhonor, incluso al legendario príncipe guerrero.

—De todos modos —dijo Aelin bruscamente cuando doblaron la esquina del techo de nuevo—,no vamos a Terrasen –al menos no todavía. No hasta que estés lo su cientemente bien como

para viajar duro y rápido. En este momento, tenemos que conseguir el Amuleto de Orynth deArobynn.

Aedion estaba medio tentado a cazar a su antiguo maestro y rasgarlo en pedazos mientras lointerrogaba acerca de dónde guardaba el amuleto, pero podía seguir su plan. Todavía estabadébil, tanto que apenas había sido capaz de permanecer parado el tiempo su ciente paramear. Tener a Aelin ayudándole la primera vez había sido lo su cientemente incómodo que nisiquiera pudo hacerlo hasta que ella comenzó a cantar una canción obscena desde el fondode sus pulmones y abría el grifo del fregadero, todo mientras lo observaba desde el inodoro.

—Dame un día o dos, y yo te ayudaré a atrapar a uno de esos malditos demonios para él —ra-

bia se estrelló contra él, tan duro como cualquier golpe físico. El Rey de los Asesinos le habíaexigido a ella ponerse en tal peligro –como si su vida, como si el destino de su reino, fuera unmaldito juego de dioses para él.

Pero Aelin... Aelin había golpeado esa negociación. Por él.

Una vez más, respirar se hizo duro. ¿Cuántas cicatrices añadiría a su esbelto, poderoso cuer-po por su culpa?

Entonces Aelin dijo:

—Tú no vas a cazar Valgs conmigo.

Aedion tropezó.

—Oh, sí, lo haré.

—No, no lo harás —dijo ella—. Uno, eres demasiado reconocible–

—Ni siquiera comiences.

Ella lo observó durante un largo rato, como si evaluara cada una de sus debilidades y fortale-zas. Finalmente dijo:

—Muy bien.Casi se hundió en alivio.

—Pero después de todo eso, el Valg, el amuleto —presionó Aedion—, liberaremos la magia —un leve asentimiento—. Supongo que tienes un plan —otro asentimiento. Apretó los dientes—.¿Te importaría compartirlo?

—Pronto —dijo dulcemente.

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Que los dioses lo ayuden.

—Y después de concretar tú misterioso, maravilloso plan, iremos a Terrasen —él no queríapreguntarle acerca de Dorian. Había visto la angustia en su rostro ese día en el jardín.

Pero si ella no podía poner al principito en su lugar, él lo haría. No iba a disfrutar de ello, y elcapitán muy bien podría matarlo a cambio, pero para mantener Terrasen a salvo, cortaría lacabeza de Dorian.Aelin asintió.

—Sí, vamos a ir, pero, sólo tienes una legión.

—Hay hombres que lucharían y otros territorios que podrían venir si tú los llamas.

—Podemos hablar de esto más tarde.

Él refrenó su temperamento.

—Tenemos que estar en Terrasen antes de que el verano se termine –antes de que la nievecomience a caer en otoño, o tendremos que esperar hasta la primavera —ella asintió, distante.Ayer por la tarde, había enviado las cartas que Aedion le había pedido que escribiera a Ren,a la Perdición, y a los restantes Lords leales de Terrasen, haciéndoles saber que se habíanreunido, y que cualquiera con la magia en sus venas debía permanecer con el per l bajo. Sa-bía que el resto de Lords –los viejos, astutos bastardos– no apreciarían órdenes como esas,incluso de su reina. Pero tenía que intentarlo.

—Y —añadió, porque ella realmente lo iba a callar sobre esto—, vamos a necesitar dinero paraese ejército.

—Lo sé —dijo en voz baja.No era una respuesta. Aedion intentó de nuevo.

—Incluso si los hombres se comprometen a luchar solo por su honor, nos encontramos conuna mejor oportunidad de tener un mayor número de soldados si podemos pagarles. Sin hablarde alimentarlos, y armarlos y suministrarlos —desde hace años, él y la Perdición habían pasa-do de taberna en taberna, levantando en silencio fondos para sus propios refuerzos. Todavíalo mataba ver a los más pobres del pueblo arrojando monedas producto de trabajo arduo enlos tarros que pasaban alrededor, para ver la esperanza en su demacrado rostro con cicatrices.

—El Rey de Adarlan vació nuestras arcas reales; fue una de las primeras cosas que hizo. Elúnico dinero que tenemos proviene de lo que sea nuestra gente pueda donar –que no es mu-cho, o lo que es otorgado por Adarlan.

—Otra forma de mantener el control durante todos estos años —murmuró.

—Nuestra gente está arruinada. No tienen ni dos monedas de cobre para sobrevivir en estosdías, y mucho menos para pagar impuestos.

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—Yo no subiría los impuestos a pagar por una guerra —dijo bruscamente—. Y yo preferiría noprostituirnos a nosotros mismos a naciones extranjeras para conseguir préstamos, tampoco.Todavía no, de todos modos —la garganta de Aedion se apretó ante la amargura de su tonomientras ambos pensaban en alguna otra manera para conseguir dinero y hombres. Pero nose atrevía a mencionar la venta de su mano en matrimonio a un rey extranjero rico –todavía no.

Así que dijo:—Es algo para empezar a contemplar. Si la magia es, en efecto liberada, podríamos reclutar alos Portadores para nuestro bando –ofrecerles instrucción, dinero, refugio. Imagina a un solda-do que pudiera matar con una espada y con magia. Se podría cambiar el curso de una batalla.

Las sombras parpadeaban en sus ojos.

—En efecto.

Él consideró su postura, la claridad de su mirada, su rostro cansado. Demasiado –había en-frentado y sobrevivido demasiado.

Había visto las cicatrices –los tatuajes que las cubrían– asomándose por el cuello de su cami-sa de vez en cuando. Todavía no se había atrevido a preguntar para verlos. El vendaje sobrela mordedura en su brazo no era nada comparado a ese dolor, y los muchos otros dolores queno había mencionado, y todas las cicatrices que poseía. Las cicatrices de ambos.

—Y entonces —dijo, aclarándose la garganta—, está el juramento de sangre —había tenido in-terminables horas en la cama para compilar esa lista. Ella se puso rígida, tanto que Aedion rá-pidamente añadió—. Tú no tienes qué hacerlo, no todavía. Pero cuando esté lista, yo lo estaré.

—¿Todavía quieres jurarme a mí? —su voz era plana.

—Por supuesto que sí —mandó la precaución al in erno y le dijo—. Fue mi derecho entonces –y ahora. Puede esperar a que lleguemos a Terrasen, pero seré yo quien lo tome. Nadie más.

Su garganta se agitó.

—Claro —una respuesta sin aliento que no podía interpretar.

Ella lo soltó y se dirigió hacia una de las pequeñas áreas de entrenamiento para poner a prue-ba su brazo lesionado. O tal vez ella quería alejarse de él –tal vez había abordado el tema dela manera equivocada.

Él cojeó hacia el tejado que no tenía la puerta abierta, y el capitán apareció.Aelin ya estaba caminando hacia Chaol con un enfoque predatorio. Él odiaría tener que estaren la entrada de esa puerta.

—¿Qué sucede? —dijo.

Él odiaría ser el receptor de ese saludo, también.

Aedion cojeó hacia ellos mientras Chaol pateaba la puerta, que se cerró detrás de él.

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—El Mercado de las Sombras se ha ido.

Aelin se detuvo en seco.

—¿Qué quieres decir?

El rostro del capitán estaba apretado y pálido.

—Los soldados Valg. Fueron al mercado esta noche y sellaron las salidas con todos dentro.Luego loquemaron . Las personas que trataron de escapar por las alcantarillas se encontraroncon guarniciones de soldados esperándolos allí, con las espadas listas.

Eso explicaba el humo en el aire, la columna de humo en el horizonte. Dioses santos. El reytuvo que haber perdido la cabeza –le había dejado de importar en absoluto la opinión del pú-blico.

Los brazos de Aelin se a ojaron a sus costados.

—¿Por qué? —el ligero temblor en su voz le puso a Aedion los pelos de punta, los instintos deHada rugiendo para callar al capitán, para arrancarle la garganta, para ponerle n a la causade su dolor y miedo–

—Debido a que se corrió la voz de que los rebeldes quelo liberaron —Chaol lanzó una miradalosa en dirección a Aedion—, se reunían en el Mercado de las Sombras para comprar sumi-

nistros.

Aedion llegó a su lado, lo bastante cerca como para ver la tensión en la cara del capitán, ladelgadez que no había estado allí semanas atrás. La última vez que habían hablado.

—¿Y supongo que me culpas a mí? —dijo Aelin, con la suavidad de la medianoche.

Un músculo parpadeó en la mandíbula del capitán, Ni siquiera asintió para saludar a Aedion,ni reconoció los meses que habían pasado trabajando juntos, lo que había sucedido en lahabitación de esa torre–

—El rey podría haber ordenado la masacre de cualquier forma —dijo Chaol, la cicatriz delgadaen su rostro intenso ante la luz de la luna—. Pero él eligió el fuego.

Aelin estaba imposiblemente quieta.

Aedion gruñó.

—Eres un idiota por sugerir que el ataque es un mensaje para ella.

Chaol volvió su atención hacia él.

—¿Crees que no es cierto?

Aelin ladeó la cabeza.

—¿Has venido hasta aquí para lanzarme acusaciones en mi cara?

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—T ú me dijiste que pasara esta noche —respondió Chaol, y Aedion estaba medio tentado agolpear sus dientes hacia su garganta por el tono que utilizó—, pero vine a preguntarte por quéno te has movido de la torre del reloj. ¿Cuántos inocentes más van a quedar atrapados en elfuego cruzado de esto?

Fue un esfuerzo de su parte mantener la boca cerrada. No necesitó hablar por Aelin, quien dijo

con un veneno impecable:—¿Estás sugiriendo que no me importa?

—Arriesgaste todo –múltiples vidas, para que un solo hombre saliera. Creo que piensas deesta ciudad, y de sus ciudadanos, como reemplazables.

Aelin dijo entre dientes:

—¿Hace falta que te recuerde, Capitán , que fuiste a Endovier y ni siquiera parpadeaste antelos esclavos, en las fosas comunes?¿Necesito recordarte, que yo estaba muerta de hambrey encadenada, y tú dejaste que el Duque Perrington me obligara a postrarme ante los pies deDorian, mientras tú no hacíasnada ? ¿Y ahora tienes la cara para acusarme de no preocu-parme, cuando muchas de las personas de esta ciudad se han bene ciado de la sangre y lamiseria de las mismas personas que has ignorado?

Aedion sofocó el gruñido que subía por su garganta. El capitán jamás mencionó eso sobre lareunión inicial con su reina. Nunca dijo que no había intervenido mientras ella estaba siendomaltratada y humillada. ¿Había el capitán siquiera parpadeado ante las cicatrices en su espal-da, o simplemente las examinó como si fuera un animal?

—No me culpes a mí —Aelin respiró—. No me eches la culpa a mí por el Mercado de las Som-bras.

—Esta ciudad todavía necesita protección —espetó Chaol.

Aelin se encogió de hombros, en dirección a la puerta de la azotea.

—O tal vez esta ciudad debe arder —murmuró. Un escalofrío recorrió la espalda de Aedion,aunque sabía que ella lo había dicho para molestar al capitán—. Tal vez el mundo deberíaquemarse —añadió, y se alejó de la azotea.

Aedion se giró hacia el capitán.

—Si tú quieres escoger una pelea, tú vienes hacia mí, no hacia ella.

El capitán se limitó a sacudir la cabeza y miró a través de los barrios bajos. Aedion siguió sumirada, hacia la capital parpadeante alrededor de ellos. Había odiado esta ciudad desde laprimera vez que había visto las paredes blancas, el castillo de cristal. Había tenido diecinue-ve años, y se había acostado y deleitado en su camino desde un extremo de Rifthold al otro,tratando de encontrar algo, cualquier cosa, para explicar por qué Adarlan pensaba que eratan malditamente superior, por qué Terrasen había caído de rodillas ante estas personas. Ycuando Aedion había terminado con las mujeres y las estas, después de que Rifthold había

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vertido sus riquezas a sus pies y le rogó pormás, más, más , él todavía la odiaba –incluso másque antes.

Y todo ese tiempo, y cada vez después, no había tenido ni idea de que lo que realmente bus-caba, con lo que su destrozado corazón aún soñaba, estaba viviendo en una casa de asesinosa pocas cuadras de distancia.

Finalmente, el capitán dijo:—Te ves más o menos en una pieza.

Aedion le dio una sonrisa lobuna.

—Y tú no lo estarás más, si vuelves a hablarle de esa manera otra vez.

Chaol negó con la cabeza.

—¿Has aprendido algo sobre Dorian mientras estabas en el castillo?

—¿Tú insultas a mi reina y todavía tienen el descaro de pedirme esa información?Chaol se frotó las cejas con el pulgar y el índice.

—Por favor –sólo dime. Hoy ha sido lo su cientemente malo.

—¿Por qué?

—He estado cazando a los comandantes Valg en las alcantarillas desde la lucha en Las Fosas.Los rastreamos hacia sus nuevos nidos, gracias a los dioses, pero no hallamos ni rastro deseres humanos prisioneros. Sin embargo, ha desaparecido más gente que nunca –en frentede nuestras narices. Algunos de los otros rebeldes quieren abandonar Rifthold. Establecerseen otras ciudades en anticipación de los Valg esparciéndose.

—¿Y tú?

—No me voy sin Dorian.

Aedion no tenía el corazón para preguntarle si eso signi caba vivo o muerto. Él suspiró.

—Vino hacia mí en las mazmorras. Se burló de mí. No había ni rastro de humanidad dentro deél. Ni siquiera sabía quién era Sorscha —y entonces, tal vez porque se sentía particularmenteamable, gracias a la bendición de cabellos dorados que se encontraba en el departamento deabajo, Aedion dijo—. Lo siento –por lo de Dorian.Los hombros de Chaol se hundieron, como si un peso invisible se apoyara sobre ellos.

—Adarlan necesita tener un futuro.

—Entonces hazte rey.

—No soy digno de ser rey —el odio a sí mismo en esas palabras hizo que Aedion sintiera penapor el capitán, a su pesar. Planes –Aelin tenía planes para todo, parecía. Ella había invitado

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al capitán esa noche, se dio cuenta, no para hablar de cualquier cosa con ella, pero por estamisma conversación. Se preguntó cuándo iba a empezar a con ar en él.

Esas cosas tomaban tiempo, se recordó. Estaba acostumbrada a una vida de secretismo;aprender a depender de él tomaría unos cuantos ajustes.

—Puedo pensar en peores alternativas —dijo Aedion—. Como Hollin.

—Y, ¿qué van a hacer tú y Aelin respecto a Hollin? —preguntó Chaol, mirando hacia el humo—. ¿Dónde se traza la línea?

—Nosotros no matamos a los niños.

—¿Incluso a los que ya muestran signos de corrupción?

—No tienes el derecho de lanzar ese tipo de mierda en nuestros rostros -no cuandotu reyasesinó a nuestra familia. A nuestra gente.

Chaol parpadeó.

—Lo siento.

Aedion negó con la cabeza.

—No somos enemigos. Tú puedes con ar en nosotros –con ar en Aelin.

—No, no puedo. No más.

—Entonces es tu pérdida —dijo Aedion—. Buena suerte.

Era todo lo que realmente tenía para ofrecerle al capitán.

Chaol salió de la vivienda-almacén y cruzó la calle hasta donde Nesryn estaba apoyada contraun edi cio, con los brazos cruzados. Bajo las sombras de su capucha, su boca se curvó haciaun lado.

—¿Qué pasó?

Continuó por la calle, su sangre rugiendo en sus venas.

—Nada.

—¿Qué dijeron? —Nesryn se mantuvo, paso a paso con él.

—No es asunto tuyo, así que déjalo. El hecho de que trabajemos juntos no signi ca que tienesel derecho a saber todo lo que pasa en mi vida.

Nesryn se tensó casi imperceptiblemente, y parte de Chaol se estremeció, anhelando poder

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tomar las palabras de nuevo.

Pero era cierto. Había destruido todo el día en que huyó del castillo –y tal vez había elegidoandar con Nesryn porque no había nadie más que no lo mirara con lástima en sus ojos.

Tal vez había sido egoísta de su parte hacerlo.

Nesryn no se molestó con un adiós antes de desaparecer por un callejón.Al menos no podía odiarse a sí mismo más de lo que ya lo hacía.

Mentirle a Aedion sobre el juramento de sangre fue... espantoso.

Ella le diría –encontraría una forma de hacerlo. Cuando las cosas fuesen menos nuevas.Cuando dejara de mirarla como si fuera un maldito milagro y no una cobarde, mentirosa piezade mierda.Tal vez lo del Mercado de las Sombrashabía sido culpa suya.

En cuclillas en una azotea, Aelin sacudió el manto de la culpa y rabia que la habían as xiadodurante horas y jó su atención en el callejón de abajo. Perfecto.

Ella había seguido a varias patrullas diferentes esta noche, y se dio cuenta de que de los co-mandantes, aquellos que llevaban anillos negros parecían más brutales que el resto, que nisiquiera trataban de moverse como humanos. El hombre –¿o era un demonio ahora?– que searrastraba abrió una alcantarilla en la calle de abajo era uno de los más leves.

Había querido seguirle más de cerca hacia donde él tenía su nido, para que ella pudiera almenos darle a Chaol la información –para que viera cuán interesada estaba en el bienestar deesta ciudad pobre.

Los hombres de este comandante se habían dirigido hacia el brillante palacio de cristal, la es-pesa niebla del río envolviendo a toda la ladera en una luz verdosa. Pero él se había desviado,hacia el fondo en los barrios bajos y las alcantarillas por debajo de ellos.

Ella lo vio desaparecer a través de la rejilla de la alcantarilla, y luego con destreza se bajó dela azotea, apresurándose hacia la entrada más cercana que la conectaría a la suya. Tragándo-

se ese viejo miedo, silenciosamente entró en las alcantarillas de una o dos cuadras abajo dedonde había subido, y escuchó con atención.

El agua goteando, el hedor de la basura, el correteo de las ratas...

Y salpicando pasos por delante, en torno a la próxima gran intersección de túneles. Perfecto.

Aelin mantuvo sus cuchillas ocultas en el traje, no queriendo que se oxiden con la humedadde la alcantarilla. Se aferró a las sombras, sus pasos sin sonido mientras se acercaba a la en-crucijada y se asomaba por la esquina. Efectivamente, el comandante Valg fue a zancadas a

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través del túnel, de espaldas a ella, dirigiéndose más profundo del mismo.

Cuando estuvo lo su cientemente lejos, se deslizó por la esquina, manteniéndose en la oscu-ridad, evitando las manchas de luz que brillaban a través de las rejillas de arriba.

Túnel tras túnel, ella lo siguió, hasta que llegó a una enorme piscina.

Estaba rodeada de paredes en ruinas cubiertas de suciedad y musgo, tan antiguas que sepreguntó si habían estado entre las primeras construcciones de Rifthold.

Pero no era el hombre arrodillado frente a la piscina, con sus aguas alimentadas por ríos queserpenteaban desde cualquier dirección, que le quitaron el aliento e hicieron que el pánicoinunde sus venas.

Era la criatura que emergía del agua.

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Capítulo 27Traducido por Micaela LibedinskyCorregido por Constanza Cornes

La criatura emergió, su cuerpo de piedra negra cortando a través del agua con apenas unmurmullo.

El comandante Valg se arrodilló ante él, con su cabeza hacia abajo, sin mover un músculomientras el horror desenrollaba a su altura completa.

El corazón le saltó a un ritmo salvaje, e intentó calmarlo mientras observaba los detalles de lacriatura que ahora estaba parado en la piscina sumergido hasta la cintura, con agua goteandode sus enormes brazos y su alargado hocico.

Lo había visto antes.

Una de ocho criaturas talladas en la propia torre del reloj; ocho gárgolas que una vez había jurado que… la miraban. Le sonreían.

¿Era la que faltaba en la torre o habían sido las estatuas talladas basándose en esta mons -truosidad?

Ella intentó endurecer sus rodillas. Una débil luz azul comenzó a brillar debajo de su traje –de-monios. El Ojo. Nunca era un buen signo cuando brillaba –nunca, nunca, nunca.

Puso una mano sobre él, apagando el levemente perceptible brillo.

—Reporte —siseó la cosa siseó a través de una boca de negros dientes de piedra. Sabuesosdel Wyrd –así lo llamaría. Incluso aunque se no parecía en lo más remoto a un perro tenía elpresentimiento de que la cosa–gárgola podía rastrear y cazar tan bien como cualquier canino.Y obedecía a su maestro bien.

El comandante Valg mantuvo su cabeza baja.

—No hay signos del general, o los que lo ayudaron a escaparse. Hemos escuchado ha sidovisto dirigiéndose por la carretera sur, cabalgando con otros cinco hacia Fenharrow. Envié dospatrullas a por ellos.

Podía agradecer a Arobynn por eso.

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—Sigue buscando —dijo el Sabueso del Wyrd, con luz tenue brillando en las iridiscentes venasque recorrían su piel de obsidiana—. El general fue herido, no puede haber ido muy lejos.

La voz de la criatura la congeló.

No era la voz de un demonio, o un hombre.

Pertenecía al rey.No quería saber qué tipo de cosas había hecho para ver a través de los ojos de esta cosa,hablar a través de su boca.

Un estremecimiento recorrió su espalda mientras retrocedía por el túnel. El agua al lado de laelevada pasarela era lo su ciente poco profunda como para que la criatura no pudiera nadar através de ella, pero... no se atrevió a respirar demasiado fuerte.

Oh, le daría Arobynn su comandante Valg, de nitivamente. Y luego dejaría que Chaol y Nesrynlos cazaran hasta su extinción.

Pero no lo haría hasta que tuviera la oportunidad de hablar con uno por su cuenta.

Le tomó diez calles dejar de temblar, diez calles para considerar si siquiera les diría lo quehabía visto y lo que había planeado –pero atravesar la puerta y ver a Aedion junto a la ventanafue su ciente para devolverla a su eje otra vez.

—Como podrás ver —dijo, arrastrando las palabras mientras echaba hacia atrás su capu-cha—. Estoy viva e ilesa.

—Tú dijiste dos horas –estuviste fuera cuatro.

—Tenía cosas que hacer –cosas que solo yo puedo hacer. Para lograr hacer esas cosasnecesitaba salir. No estás en condición de estar en las calles, especialmente si hay peligro–

—Juraste que no habría nada peligroso.

—¿Me veo como un oráculo? Siempre hay peligro –siempre.

Eso no era ni siquiera la mitad de ello.

—Hueles como las malditas alcantarillas —él espetó—. ¿Quieres decirme que estabas hacien-do ahí ?

No. No realmente.Su primo se restregó la cara.

—¿Entiendes como fue sentarme sobre mi trasero mientras estabas afuera? Dijiste dos horas.¿Qué se supone que debía pensar?

—Aedion —dijo, tan calmada como pudo, y se quitó los guantes sucios antes de tomar su an-cha y callosa mano—. Lo entiendo. En serio lo hago.

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—¿Qué estabas haciendo que era tan importante que no podía esperar un día o dos? —susojos estaban muy abiertos, suplicando.

—Investigando.

—Eres buena en decir medias verdades, ¿no es así?

—Primero, solo porque eres… tú, no te da derecho a saber todo lo que hago. Segundo…—Y empiezas con tus listas otra vez.

Ella apretó su mano lo su ciente como para romper los huesos de otro hombre más pequeño.

—Si no te gustan mis listas no empieces peleas conmigo.

Él la miró jamente, ella le devolvió la mirada.

In exibles, irrompibles. Cortados de la misma tela.

Aedion suspiró, y miró a sus manos unidas, y luego abrió la suya para examinar su mano llenade cicatrices, entrecruzándose con las marcas de su juramento a Nehemia y el corte que sehabía hecho en el momento en que ella y Rowan se habían vueltocarrranam,su magia unién-dolos en un lazo eterno.

—Es difícil no pensar que todas tus cicatrices son mi culpa.

Oh. Oh

Le tomo una respiración o dos, pero se las arregló para torcer su mentón, en un sutil ángulo ydecir.

—Por favor. Realmente merecí la mitad de estas cicatrices.Le mostró una pequeña cicatriz en la parte inferior de su antebrazo.

—¿Ves esa? Un hombre en una taberna me cortó con una botella después de que hice trampaen una ronda de cartas e intenté quedarme con su dinero.

Él dejó escapar un sonido ahogado.

—¿No me crees?

—Oh, si te creo. No sabía que eras tan mala jugando a las cartas que tenías que recurrir ahacer trampa.

Ella rió silenciosamente, pero el miedo aún persistía.

Abrió el cuello de su túnica para revelar un pequeño collar de cicatrices.

—Baba Yellowlegs, Matrona del Clan de brujas Yellowlegs me hizo estas cuando intentó ma-tarme. Yo la decapité, luego corté su cuerpo en pequeños trozos y los quemé en el horno quehabía en su vagón.

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—Me preguntaba quién había matado a Yellowlegs —lo podría haber abrazado por haber di-cho eso –por la falta de disgusto o miedo en sus ojos.

Caminó hasta la mesa buffet y sacó una botella de vino del interior del gabinete.

—Estoy sorprendida de que ustedes, bestias, no se hayan tomado todo mi buen alcohol en losúltimos meses —frunció el ceño al ver el interior del gabinete—. Parece que uno de ustedesse tomó el brandy.—El abuelo de Ren —dijo Aedion, siguiendo sus movimientos con la mirada desde su lugarcerca de la ventana. Abrió la botella de vino y no se molestó en buscar una copa mientras sedejaba caer en el sofá y bebía.

—Ésta —dijo, señalando una cicatriz cerca de su codo. Aedion rodeó el sofá para sentarse junto a ella. Tomó casi la mitad de la maldita cosa—. El Señor de los Piratas de la Bahía delCráneo me la dio luego de que destrozara su ciudad entera, liberara sus esclavos y me vieramalditamente bien mientras lo hacía.

Él agarró la botella de vino y bebió de ella.—¿Alguien alguna vez te ha enseñado humildad?

—¿Tú no aprendiste a ser humilde, por qué yo debería?

Aedion rió, y luego le enseñó su mano izquierda. Varios de sus dedos estaban torcidos.

—En los campos de entrenamiento uno de esos bastardos Adarlanianos me rompía cada dedocuando le respondía. Luego me los rompía en un segundo lugar porque no paraba de insultarlodespués.

Ella silbó a través de sus dientes, aunque estaba maravillada por la valentía, el desafío. Inclusoel orgullo con su primo se mezclaba con un dejo de vergüenza por sigo misma. Él se levantóla camisa para revelar un abdomen musculoso donde una gruesa y dentada cicatriz bajaba endiagonal desde sus costillas hasta su ombligo.

—Batalla cerca de Rosamel. Cuchillo de caza serrado, de seis pulgadas, curvado en la punta.El maldito me lo clavó aquí —dijo, señalando la parte de arriba y luego arrastró su dedo haciaabajo— y luego cortó hacia el sur.

—Mierda —dijo—. ¿Cómo demonios sigues respirando?

—Suerte, y que fui capaz de moverme mientras lo arrastraba hacia abajo, evitando que medestripara. Al menos, aprendí la importancia de escudarse después de eso.

Siguieron pasándose el vino entre ellos, durante la tarde y la noche.

Una por una, ellos contaron las historias de las heridas acumuladas en sus años separados.Y luego de un tiempo, ella se sacó su traje y se dio vuelta para enseñarle su espalda –paraenseñarle sus cicatrices, y los tatuajes sobre ellas.

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Cuando ese volvió a reclinar en el sillón, Aedion le enseñó una cicatriz a través de su pectoral,de la primera batalla que peleó, cuando nalmente pudo ganar la espada de Orynth –la espadade su padre.

Él fue hasta el cuarto que ahora ella consideraba suyo y, cuando volvió, cargaba una espadaen sus manos mientras se arrodillaba.

—Esto te pertenece —dijo con voz ronca.Ella dobló las manos de Aedion alrededor de la vaina, incluso mientras su corazón se fractura-ba al ver la espada de su padre, por lo que él había hecho para conseguirla, para mantenerlaa salvo.

—Te pertenece Aedion.

Él no bajó la hoja.

—Era solo para cuidarla.

—Te pertenece —dijo otra vez—. No hay nadie más que la merezca —ni siquiera ella, se diocuenta.

Aedion tomó aire temblorosamente e inclinó su cabeza.

—Eres un triste borracho —le dijo y él rió.

Dejó la espada en la mesa detrás de él y se dejó caer de nuevo en el sillón. Él era tan grandeque casi la tira al piso, y lo miró mientras se enderezaba.

—No rompas mi sillón, tú, descomunal bruto.

Aedion le revolvió el pelo y estiró sus largas piernas delante de él.

—Diez años, y esa es la manera de tratarme de mi amada prima.

Ella le dio un codazo en las costillas.

Dos días más pasaron, y Aedion se estaba volviendo loco, especialmente porque Aelin con-

tinuaba saliendo para volver cubierta de inmundicia y apestando a la dimensión de un fuegode Hella. El ir a la azotea para tomar aire fresco no era lo mismo quesalir , y el apartamentoera tan pequeño que estaba empezando a contemplar la posibilidad de dormir en el almacénescaleras abajo para tener alguna sensación de espacio.

Siempre se sentía de esa manera, ya sea en Rifthold u Orynth o en los mejores lugares, siestaba mucho tiempo sin caminar a través de un campo o un bosque, sin el viento soplandocontra su cara. Por los dioses, incluso preferiría el campo de batalla de la Perdición antes queesto. Había pasado mucho tiempo desde que había visto a sus hombres, reído con ellos, es-

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cuchado y envidiado secretamente sus historias acerca de sus familias, sus hogares –pero yano, no ahora que su familia había vuelto a él, no ahora queAelinera su hogar.

Incluso si las paredes de su casa lo aplastaban.

Debió haber parecido tan enjaulado como se sentía, porque ella rodó los ojos cuando regresóal departamento esa tarde.

—Está bien, está bien —dijo, levantando sus manos—. Pre ero hacer que te destroces a timismo que destruyas mis muebles por el aburrimiento. Eres peor que un perro.

Sonrió, enseñando los dientes.

—Mi objetivo es impresionar.

Entonces se armaron y se vistieron con capas y dieron dos pasos fuera antes de que detecta-ra un aroma femenino, como menta y alguna especia que no podía identi car –acercándose.Rápido. Había olido ese aroma antes, pero no podía ubicarlo.

Dolor azotaba sus costillas mientras agarraba su daga, pero Aelin dijo:

—Es Nesryn. Relájate.

De hecho, la mujer que se acercaba levantó una mano en señal de saludo, a pesar de queestaba tan envuelta en su capa que él no podía ver nada de la bonita cara debajo.

Aelin se encontró con ella en la mitad de la calle, moviéndose con facilidad en su traje negro,y no se molestó en esperarlo antes de decir:

—¿Está algo mal?

La atención de la mujer cambió de Aedion a su reina. Él no había olvidado ese día en el castillo,la echa que ella había disparado y la echa con la que le había apuntado.

—No. Vine a transmitir el reporte de los nuevos nidos que hemos encontrado. Pero puedo vol-ver después, si están ocupados.

—Solo estamos saliendo —dijo Aelin—, a conseguirle al general una bebida.

El cabello de Nesryn, largo por la altura del hombro, se movió bajo la capucha mientras ladea-ba su cabeza.

—¿Quieren un par de ojos extra cuidando su espalda?Abrió su boca para decir que no, pero Aelin se veía contemplativa. Ella lo miró por encima desu hombro, analizando su condición para saber si en verdad necesitaban otra espada parapelear con ellos. Si estuviera en La Perdición la podría haber tacleado ahí mismo.

—Lo que yo necesito es una cara bonita que no pertenezca a mi prima. Se ve como si pudierasser tú —dijo, arrastrando las palabras.

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—Eres insufrible —dijo Aelin—. Y odiaría decírtelo, pero el capitán no estaría muy contento sintentas hacer un movimiento con Faliq.

—No es de esa manera —dijo Nesryn seriamente

Aelin levantó un hombro.

—No sería diferente para mí si lo fuera —la pura, honesta verdad.Nesryn sacudió la cabeza.

—No te estaba considerando –pero no es de esa manera. Creo que a él gusta ser miserable—la rebelde movió su mano quitándole importancia al asunto—. Podríamos morir cualquierdía, a cualquier hora. No le veo el sentido a meditarlo.

—Bueno, parece que tienes suerte Nesryn Faliq —dijo Aelin—. Resulta que estoy tan harta demi primo como él lo está de mí. Nos vendría bien nueva compañía.

Él formó un arco con su brazo, haciendo que sus costillas dolieran, y señaló hacia la calle de-lante de ellos.

—Después de ti.

Nesryn lo miró de arriba a abajo, como si pudiera ver exactamente donde su herida dolía conagonía, y luego siguió a la reina.

Aelin los llevo a una taberna con una reputación cuestionable, que estaba un par de calles másadelante. Con impresionante arrogancia y amenaza, echó a una pareja de ladrones sentadosen una mesa en el fondo. Solo tomo una mirada a sus armas, a ese absolutamente malvadotraje suyo, para que decidieran que les gustaba tener sus órganos cerca de su cuerpo.

Los tres se quedaron en la taberna hasta la última llamada, tan encapuchados que apenaspodían reconocerse el uno al otro, jugando cartas y rechazando las numerosas ofertas deunirse a otros jugadores. Ellos no tenían dinero para desperdiciar en juegos reales, y por esoutilizaban algunos frijoles secos, que Aedion persuadió a la mesera para que les diera.

Nesryn apenas había hablado mientras ganaba partida tras partida, lo que Aedion pensabaque era bueno, dado que aún no había decidido si quería matarla por la echa que había dis-parado. Pero Aelin le preguntó acerca de la panadería de su familia, acerca de la vida de suspadres en el Continente del Sur, acerca de su hermana y sus sobrinos y sobrinas. Cuando al

n se fueron del salón de bebidas, ninguno se había atrevido a emborracharse en público, yninguno estaba demasiado entusiasmado por volver a dormir, por lo que caminaron por loscallejones de los barrios pobres.

Aedion saboreó cada paso de libertad. Había estado encerrado en esa celda por semanas.Eso había abierto una vieja herida, una sobre la que no le había hablado a Aelin ni a nadiemás, a pesar de que sus guerreros de más alto rango en la Perdición lo sabían, solo porquelo habían ayudado a efectuar su venganza años después del incidente. Él todavía estaba me-ditando acerca de ello mientras caminaban por un estrecho callejón, lleno de niebla, con sus

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piedras oscuras con re ejos plateados por la luz de la luna.

Escuchó el sonido de botas en la piedra antes de que sus compañeras lo hicieran, con su au-dición de Hada, y puso un brazo delante de ellas, quienes se congelaron con experto silencio.Olió el aire, pero el desconocido caminaba a favor del viento. Así que escuchó.

Sólo una persona, juzgando por las pisadas prácticamente silenciosas que atravesaron el murode niebla. Se movía con la facilidad de un depredador que hizo que sus instintos se alertaran.Soltó el agarre de sus cuchillos mientras el aroma masculino lo golpeaba –puro, pero con unrastro de pino y nieve. Y luego olió aAelin en él, el aroma complejo y entretejido en el machoen sí.

El extraño emergió de la niebla; alto –tal vez más alto que Aedion, pero solo por una pulgada–de complexión poderosa y extremadamente armado sobre y debajo su capa gris. Aelin dio unpaso adelante.

Un paso, como si estuviera en un sueño.

Ella soltó un suspiro tembloroso, y un pequeño gemido salió de ella, un sollozo.

Y luego se fue corriendo por el callejón, volando como si los vientos empujaran sus talones.

Se arrojó sobre el macho, chocando contra él con fuerza su ciente como que otra persona seestrellara contra el muro de piedra.

Pero el macho la agarró, envolviendo sus enormes brazos alrededor de ella con fuerza y le-vantándola.

Nesryn intentó acercarse, pero Aedion la detuvo con una mano en su brazo.

Aelin estaba riendo mientras lloraba, y él la estaba sosteniendo, con su cabeza encapuchadaenterrada en su cuello. Como si la estuviera respirando.

—¿Quién es? —preguntó Nesryn.

Aedion sonrió.

—Rowan.

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estaría bien, incluso si iba a In erno, mientras estuviera aquí con ella.

—Estoy llorando —se sorbió los mocos—, porque hueles tan terriblemente mal que mis ojoslloran.

Rowan dejó escapar un rugido de risa haciendo que las alimañas en el callejón quedaran ensilencio. Por n ella lo alejó, destellando una sonrisa.

—Bañarse no es una opción para un polizón —dijo, liberándola para pellizcar su nariz. Ella ledio un empujón juguetón, pero él miró por el callejón, donde esperaban Nesryn y Aedion. Esprobable que había estado vigilando cada movimiento que hacían. Y si los hubiera considera-do una verdadera amenaza a su seguridad, habrían muerto hace minutos—. ¿Te vas a quedarallí de pie toda la noche?

—¿Desde cuando eres un perfeccionista de modales? —lanzó un brazo alrededor de su cintu-ra, poco dispuesta a desprenderse de él para que no se convirtiera en viento y desapareciera.Su brazo casual alrededor de sus hombros era un glorioso, sólido peso mientras se acercabana los demás.

Si Rowan luchaba contra Nesryn, o incluso Chaol, no habría competición. Pero Aedion… Ellano lo había luchar todavía –y por la mirada que su primo le daba a Rowan, a pesar de su profe-sada admiración, se preguntó si Aedion también quisiera saber quién saldría de esa lucha convida. Rowan se tensó un poco bajo su apretón.

Ningún varón rompió su mirada cuando se acercaron.

Sentido territorial.

Aelin apretó el lado de Rowan lo bastante fuerte como para que silbara y pellizcara su lado

derecho. Guerreros Hada: inestimable en una lucha –y estragos en su culo en todo momento.—Vamos a entrar —dijo.

Nesryn se había retirado un poco para observar lo que seguro sería una batalla de arroganciaguerrera de todas las épocas.

—Nos vemos más tarde —dijo la rebelde a ninguno de ellos en particular, las comisuras de suboca crispándose hacia arriba antes de dirigirse a los barrios pobres.

Una parte de Aelin se debatió en llamarla –la misma parte que la hizo invitar a Nesryn a pasear.La mujer parecía solitaria y un poco perdida. Pero Faliq no tenía alguna razón para quedarse.No ahora.

Aedion dio un paso delante de ella y Rowan, silenciosamente caminando de vuelta al almacén.

Incluso a través de sus capas de ropa y armas, los músculos de Rowan se tensaban bajosus dedos, supervisando Rifthold. Se debatió para preguntarle qué, exactamente, recogía conaquellos sentidos aumentados, qué capas de la ciudad ella nunca podría saber que existían.No le envidió su excelente sentido del olfato, no en los barrios pobres, por lo menos. Pero noera el tiempo o el lugar para preguntar –no hasta que estuvieran seguros. Hasta que hablara

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con él. Sola.

Rowan examinó el almacén sin que se formularan observaciones antes de apartarse para de- jarla ir por delante. Había olvidado cómo maravillosamente se movía ese potente cuerpo a sulado –una tormenta dando carne.

Tirándole la mano, le condujo por las escaleras y a la gran sala. Ella sabía que había tomadocada detalle, cada entrada y salida y método de escape, en el momento en que se encontrabana medio camino a través de ella.

Aedion estuvo de pie frente a la chimenea, la capucha todavía puesta, sus manos todavía muycerca de sus armas. Dijo por encima del hombro a su primo cuando entraron:

—Aedion, conoce a Rowan. Rowan, conoce a Aedion. Su Alteza Real necesita de un baño ovoy a vomitar si tengo que sentarme junto a él durante más de un minuto.

No ofreció otra explicación antes de arrastrar a Rowan a la habitación y cerrar la puerta detrásde ellos.

Aelin se apoyó contra la puerta mientras Rowan se detuvo en el centro de la habitación, surostro oscurecido por la sombras de la pesada capucha gris. El espacio entre ellos era tenso,cada pulgada un crujido.

Mordió su labio inferior cuando lo atrajo: la ropa familiar; el surtido de pér das armas; la quietusobrenatural, inmortal. Su sola presencia robó el aire de la habitación, de sus pulmones.

—Quítate la capucha —dijo con un suave gruñido, sus ojos jos en la boca.

Ella se cruzó de brazos.—Muéstrame lo tuyo y te mostraré lo mío, Príncipe.

—De lágrimas a réplicas en unos minutos. Me alegro de que el mes lejos no ha atenuado tuhabitual buen —tiró atrás su capucha, y ella comenzó:

—¡Tu cabello! ¡Lo cortaste todo! —sacó su propia capucha cuando cruzó la distancia entreellos. En efecto, el cabello blanco plateado era ahora corto. Le hacía parecer más joven, hacíaque su tatuaje destacara más y… bien, lo hacía más guapo, también. O tal vez era solo que loextrañaba.

—Puesto que pareces pensar que haríamos una buena cantidad de combates aquí, el pelomás corto es más útil. Aunque no puedo decir lo mismo detu cabello. Podrías también teñírtelode azul.

—Silencio. Tu pelo era tan bonito. Esperaba que me hubieras dejado trenzarlo un día. Su-pongo que tendré que comprar un poni en cambio —ladeó la cabeza—. ¿Cuándo cambies, tuforma de halcón estará desplumada, entonces?

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Sus fosas nasales llamearon, y apretó sus labios para evitar reír.

Recorrió la habitación: la enorme cama que no se molestó en hacer esa mañana, la chimeneade mármol embellecida con baratijas y libros, la puerta abierta del armario gigante.

—No estabas mintiendo acerca de tu gusto por el lujo.

—No a todos nos gusta vivir en la miseria, guerrero —dijo, agarrando su mano otra vez. Recor-daba estos callos, fuerza y el tamaño de sus manos. Sus dedos se cerraron alrededor de ella.

Aunque fuera una cara que había memorizado, una cara que había frecuentado sus sueñosestas pocas semanas pasadas… era nuevo, de alguna manera. Y sólo la miró, como si pen-sara la misma cosa.

Abrió su boca, pero ella lo tiró al cuarto de baño, encendiendo unas velas por el fregadero y enla cornisa por encima de la bañera.

—Dije lo que pienso sobre el baño —dijo, girando los grifos y tapando el desagüe—. Apestas.

Rowan miró cuando se inclinó para recoger una toalla del pequeño gabinete al lado del inodo-ro.

—Dímelo todo.

Sacó un frasco verde de sales de baño y otra de aceite de baño y vertió cantidades generosasde cada una, convirtiendo el agua que corría en lechosa y opaca.

—Lo haré, cuando estés tomando un baño y no huelas como un vagabundo.

—Si no me falla la memoria, olías peor aun cuando nos conocimos. Y no te empujé en la pila

más cercana en Varese.Lo fulminó con la mirada.

—Gracioso.

—Mis ojos lloraron por todo el maldito viaje a Mistward.

—Solo entra —riéndose entre dientes, obedeció. Ella se quitó su propia capa, comenzandoluego a desatar varias de sus armas en la correa cuando se dirigía fuera del baño.

Le pudo haber tomado más tiempo de lo normal para quitarse sus armas, desprenderse deltraje y cambiarse por pantalones y una camisa blanca suelta. Cuando terminó, Rowan estabaen el baño, el agua nublando tanto que no pudo ver nada de la parte inferior del cuerpo.

Los poderosos músculos de su espalda que tenía cicatrices se movieron cuando fregó bien surostro con sus manos, su cuello, su pecho. Su piel se tornó de un color dorado –debe haberpasado un tiempo al aire libre estas semanas. Sin ropa, al parecer. Salpicó agua en su carauna vez más y ella empezó a moverse, alcanzando la toalla que había puesto en el fregadero.

—Aquí —dijo un poco con la voz ronca.

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Dioses, él ocupaba la bañera entera. En silencio le dio su jabón perfumado de lavanda favorito,que olió, suspirando con resignación, y entonces lo comenzó a usar.

Ella tomó asiento en el borde curvado de la tina y le dijo todo lo que había sucedido desde quese habían separado. Bueno, la mayor parte de todo. Se lavaba mientras ella hablaba, fregandohacia abajo con brutal e cacia. Él levantó el jabón de lavanda a su pelo y ella chilló.

—No uses eso para el cabello —silbó, dando tumbos a su percha para alcanzar uno de losmuchos tónicos para el cabello alineados en el pequeño estante encima de la bañera—. Rosa,verbena de limón, o… —olió la botella de vidrio— Jazmín —entrecerró los ojos hacia él.

Mirando hacia arriba, sus ojos verdes llenos de las palabras que sabía que no tenía que decir.¿Pareciera que me preocupo de la que elijas?

Chasqueó la lengua.

—Será jazmín, buitre.

Él no se opuso cuando ella tomó lugar a la cabeza de la bañera y vertió un poco del tónico ensu pelo corto. El dulce, lleno de noche olor de jazmín otó, acariciándola y besándola. Rowanincluso lo respiró cuando fregó el tónico en su cuero cabelludo.

—Todavía probablemente pueda trenzar esto —meditó—. Trenzas muy diminutas –pequeñi-tas, por lo tanto– —él gruñó, pero se inclinó hacia atrás contra la bañera, sus ojos cerrados—.No eres mejor que un gato de casa —dijo ella, masajeando la cabeza. Él dejó escapar un ruidobajo de su garganta que muy bien podría haber sido un ronroneo.

Lavar su cabello era íntimo –un privilegio que dudaba que nunca le hubiera permitido a muchaspersonas; algo que nunca había hecho por nadie. Pero las líneas siempre habían sido borro-

sas para ellos, y ninguno se había preocupado particularmente. Había visto cada pulgada desu cuerpo desnudo varias veces, y había visto a la mayor parte de él. Habían compartido unacama durante meses. Además de eso, eran carranam . Él dejó su poder, más allá de las barre-ras interiores, donde medio pensamiento sobre ella podrían haber roto su mente. Por lavar sucabello, tocándole… era una intimidad, pero era esencial, también.

—Tú no has dicho nada tu magia —murmuró, sus dedos todavía trabajando en su cuero ca-belludo.

Él se tensó.

—¿Qué pasa?Con los dedos en su cabello, ella se inclinó hacia abajo para mirar su rostro.

—Supongo que se fue. ¿Qué se siente el ser tan impotente como un mortal?

Abrió los ojos a la luz deslumbrante.

—No es gracioso.

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—¿Pareciera que me río?

—Pasé los primeros días enfermo de mi estómago y apenas podía moverme. Era como teneruna manta sobre mis sentidos.

—¿Y ahora?

—Y ahora estoy lidiando con ello.Le empujó en el hombro. Pareciera tocar acero forrado en terciopelo.

—Gruñón, gruñón.

Le dio un gruñido suave de irritación, y ella frunció los labios para guardar la sonrisa. Apretóen sus hombros y le metió bajo el agua. Obedeció, y cuando surgió, pasó por las baldosas yagarró la toalla que había dejado en el fregadero.

—Voy a encontrarte algo de ropa.

—Tengo–—Ah, no. Esos se van derecho a la lavandera. Y los recuperarás solo si ella puede hacer quehuelan decente. Hasta entonces, usarás todo lo que te dé.

Ella le entregó la toalla, pero no la dejó ir cuando su mano se cerró en torno a ella.

—Te has convertido en un tirano, Princesa —dijo.

Ella rodó sus ojos y soltó la toalla, mientras que él se levantó en un poderoso movimiento, aguasalpicando en todas partes. Era un esfuerzo no echar una ojeada sobre su hombro.

No te atrevas , siseó una voz en su cabeza.Claro. Llamaría aesa voz Sentido Común –y lo escucharía de aquí en adelante.

Andando a zancadas en su armario, fue a la cómoda en la parte de atrás y se arrodilló ante lacaja inferior, abriéndolo para mostrar calzoncillos, camisas y pantalones de hombre doblados.

Durante un momento, contempló la ropa vieja de Sam, aspirando el olor débil de él agarrándo-se a la tela. No había logrado reunir fuerzas para ir a la tumba, pero–

—No me tienes que dar aquellos —dijo Rowan a sus espaldas. Ella comenzó a levantarse y se

giró para enfrentarlo. Él era tan malditamente sigiloso.Aelin trató de no mirar demasiado a la toalla envuelta alrededor de sus caderas, en el bron-ceado y musculoso cuerpo que brillaba con los aceites de la bañera, en las cicatrices que seentrecruzaban como las rayas de un gran gato. Incluso el Sentido Común estaba con unapérdida de palabras.

Su boca estaba un poco seca cuando dijo:

—La ropa limpia es escasa en la casa en este momento, y estas sirven de nada aquí —sacó

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su columna vertebral, y empujó la ropa de Sam en sus brazos—. Puedes vestirte aquí.

Ella lo dejó en el armario y fue derecho al baño, donde salpicó agua fría sobre su cara y cuello.

Volvió a su dormitorio para encontrarle con su ceño fruncido. Bueno, los pantalones le entra-ban –apenas. Eran demasiado cortos, y hacían maravillas para mostrar su trasero, pero–

—La camisa es demasiado pequeña —dijo—. No quise rasgarlo.Se la entregó, y miró un poco impotente a la camisa, luego a su torso desnudo.

—Saldré primero —suspiró fuertemente a través de su nariz—. Bueno, si no te importa encon-trarte sin camisa con Aedion, supongo que debemos ir a decir hola.

—Tenemos que hablar.

—¿Hablar bien o hablar mal?

—La clase que me pone contente de que no tienes acceso a tu poder por lo que no podrásvomitar llamas por todas partes.Su estómago se apretó, pero dijo:

—Eso fueun incidente, y si me preguntas, tu antigua amante absoluta y maravillosamente selo merecía.

Más de lo que merecía. El encuentro con el grupo de visitantes de casta superior de Hadaen Mistward había sido lamentable, por decir lo menos. Y cuando la ex amante de Rowan sehabía negado a dejar de tocarlo, a pesar de su petición para hacerlo, cuando ella había ame-nazado a Aelin con hacerla azotar por intervenir… Bien, el nuevo apodo favorito de Aelin –la

reina zorra escupe-fuego – había sido preciso durante la cena.1

Un tirón de sus labios, pero las sombras oscilaron en los ojos de Rowan.

Aelin suspiró una vez más y miró al techo.

—¿Ahora o más tarde?

—Más tarde. Puede esperar un poco.

Estaba medio tentada a exigir que le diga lo que sea, pero se volvió hacia la puerta.

Aedion se levantó de su asiento en la mesa de la cocina mientras Aelin y Rowan entraban. Suprimo miró a Rowan con una mirada apreciativa y dijo:

—Nunca te molestaste en decirme lo guapo qué es tu príncipe hada, Aelin —Aelin frunció el

1 Supongo que hace referencia a un episodio no narrado antes de que llegaran a hablar con Maeve, conlas castas más altas de Mistward, como dice el texto.

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ceño. Aedion solo sacudió su barbilla a Rowan—. Mañana por la mañana, tú y yo vamos aentrenar en el techo. Quiero saber todo lo que sabes.

Aelin chasqueó su lengua.

—Todo lo que he escuchado de tu boca en los últimos días esel Príncipe Rowan esto y elPríncipe Rowan que , y, sin embargo ¿esto es lo que decides decir de él? ¿No hay inclinacióny ponerte de rodillas?Aedion se deslizó hacia atrás en su silla.

—Si el Príncipe Rowan quiere formalidades, yo puedo postrarme, pero no parece alguien quese preocupe particularmente.

Con un parpadeo de diversión en sus ojos verdes, el Príncipe Hada dijo:

—Todo lo que mi reina quiera.

Oh, por favor.

Aedion capturó las palabras, también.Mi reina.

Los dos príncipes se contemplaron el uno al otro, uno de oro y otro de plata, uno su gemeloy uno su alma. No había nada amable en las miradas, nada humano –dos varones Hada blo-queados en alguna batalla de dominio tácito.

Ella se inclinó contra el fregadero.

—Si van a tener un concurso de meado, ¿pueden al menos hacerlo en la azotea?

Rowan la miró, las cejas altas. Pero fue Aedion quién dijo:

—Ella dice que no somos mejores que perros, así que no me sorprendería si realmente creeque nos mearemos en sus muebles.

Rowan no sonrió, sin embargo, inclinó su cabeza hacia el lado y olió.

—Aedion necesita un baño también, lo sé —dijo ella—. Insistió en fumar una pipa en la cantina.Dijo que le dio aire de dignidad.

Rowan ladeó la cabeza en un ángulo, cuando preguntó:

—Sus madres eran primera, Príncipe, pero ¿quién lo engendró?Aedion se relajó en su silla.

—¿Importa?

—¿Lo sabes? —presionó Rowan.

Aedion se encogió de hombros.

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—Ella nunca me lo dijo –o a cualquier persona.

—¿Me imagino que tienes alguna idea? —preguntó Aelin.

Rowan dijo:

—¿Él no te parece familiar para ti?

—Se parece a mí.

—Sí, pero– —él suspiró—. Conociste a su padre. Hace unas semanas. Gavriel.

Aedion contempló al guerrero sin camisa, preguntándose si había expuesto sus heridas dema-siado esta noche y tenía alucinaciones ahora.

Las palabras del príncipe se hundieron. Aedion seguía mirando. Un tatuaje en la Antigua Len-gua estirada por el lado de la cara de Rowan y a lo largo de su cuello, hombro y brazo mus-culoso. La mayor parte de personas echarían un vistazo a ese tatuaje y correrían en la otradirección.

Aedion había visto a un montón de guerreros en su día, pero éste varón era un Guerrero –leypara sí mismo.

Al igual que Gavriel. O las leyendas.

Gavriel, amigo de Rowan, uno de sus compañeros, cuya otra forma era un león.

—Me preguntó —murmuró Aelin—, me preguntó qué edad tenía y parecía aliviado cuando dijeque diecinueve.

Diecinueve años era demasiado joven, al parecer, para ser la hija de Gavriel, aunque ellaparecía tan similar a la mujer en la que se había jado una vez. Aedion no recordaba bien asu madre; sus últimas memorias eran de una cara demacrada, gris cuando suspiró su aliento

nal. Cuando se negó a los curanderos Hada que podrían curar su enfermedad en ella. Perohabía oído que parecía idéntica a Aelin y su madre, Evalin.

La voz de Aedion era ronca cuando preguntó:

—¿El León es mi padre?Una cabezada de Rowan.

—¿Lo sabe?

—Apuesto que ver a Aelin la primera vez le hizo preguntarse si hubiera engendrado un hijocon su madre. Probablemente, él todavía no tiene idea, a menos que eso lo llevara empezara buscar.

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—Me quedo con ustedes —consiguió decir Aedion. Podía sentir la evaluación de Rowan y elpeso y soltó un gruñido. Despacio, Aedion levantó su mirada para encontrar la del príncipe.

La dominación pura de esa mirada era como estar golpeando en la cara con una piedra.

Aedion la sostuvo. Como el in erno se echaría atrás; como el in erno cedería. Yhabría unrendimiento –en algún lugar, en algún momento. Probablemente cuando Aedion tomara ese juramento de sangre.Aelin chasqueó la lengua.

—Dejen de hacer esa tontería del hombre-alfa. Una vez es su ciente.

Rowan no parpadeó tanto.

—No estoy haciendo nada —pero la boca del príncipe se levantó en una sonrisa, como dicien-do a Aedion, ¿Crees que puedes tomarme, cachorro?

Aedion sonrió abiertamente.En cualquier lugar, en cualquier momento, príncipe.

Aelin murmuró:

—Insoportable —y le dio a Rowan un empujón juguetón en el brazo. Él no se movió—. ¿Real-mente vas a entrar en un concurso de meado con cada persona que conocemos? Porque si esel caso, entonces no llevará una hora para hacerlo en una cuadra de ésta ciudad, y dudo quelos residentes estarán especialmente felices.

Aedion luchó contra el impulso de tomar una respiración profunda cuando Rowan rompió sumirar jamente para darle a su reina una mirada incrédula.

Ella cruzó sus brazos, esperando.—Nos va a llevar tiempo para adaptarnos a una nueva dinámica —admitió Rowan. No unadisculpa, pero por lo que Aelin le había dicho, Rowan no suele preocuparse por estas cosas.Se veía francamente consternada por la pequeña concesión, realmente.

Aedion trató de relajarse en su silla, pero sus músculos estaban tensos, su sangre rasgueandoen sus venas. Se encontró diciéndole al príncipe:

—Aelin nunca dijo nada sobre buscarte.

—¿Ella responde a usted, General? —una peligrosa, tranquila pregunta. Aedion sabía quecuando los hombres como Rowan hablaban suavemente, por lo general signi can que la vio-lencia y la muerte estaban en su camino.

Aelin rodó sus ojos.

—Sabes que no lo quiso decir así, así que no escojas luchar, aguijón.

Aedion se puso rígido. Podía luchar sus propias batallas. Si Aelin creía que necesitaba protec-ción, si ella pensaba que Rowan era mejor guerrero–

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Rowan dijo:

—Soy tu juramento de sangre –lo que signi ca varias cosas, una de las cuales es que no meimporta especialmente el interrogar a los demás, incluso a tu primo.

Las palabras hicieron eco en su cabeza, su corazón.

Juramento de sangre.Aelin estaba pálida.

Aedion le preguntó:

—¿Qué dijiste?

Rowan había tomado el juramento de sangre de Aelin.Su juramento de sangre.

Aelin cuadró sus hombros, y dijo claramente, constante:

—Rowan tomó el juramento de sangre antes de que abandonara Wendlyn.Un sonido rugiente pasó por él.

—¿Lo dejaste hacer qué?

Aelin expuso sus palmas con cicatrices.

—Por lo que sabía, Aedion, eras leal al servicio del rey. Por lo que sabía, nunca iba a verte otravez.

—¿Lo dejaste tomar el juramento de sangre ? —rugió Aedion.

Ella le había mentido a su rostro ese día en la azotea.

Tenía que salir, de su piel, de ese departamento, de esta ciudad condenada por los dioses.Aedion arremetió contra una de las estatuillas de porcelana encima de la repisa del hogar, conla necesidad de romper algo que acabara con ese rugido de su sistema.

Ella lo señaló con un dedo malvado, avanzando a él.

—Rompes una cosa, rompes solo una de mis posesiones, y empujaré los fragmentos por tugarganta berrea.

Una orden –de una reina a su general.Aedion escupió en el suelo, pero obedeció. Aunque solo sea porque ignorando esa orden po-dría muy bien hacer trizas algo mucho más precioso.

En cambio dijo:

—¿Cómo teatreviste ? ¿Cómo te atreviste a dejar que lo tome?

—Me atrevo porque esmi sangre para regalar; me atrevo porque no existías para mí enton-

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ces. ¡Incluso si alguno de ustedes lo hubiera tomado aún, todavía se lo daría porque es micarranam , y ha ganado mi lealtad incondicional!

Aedion quedó rígido.

—Y ¿qué pasa con nuestra lealtad incondicional? ¿Qué ha hecho para ganar esto? ¿Qué hanhecho para salvar a nuestra gente ya que has vuelto? Nunca iban a decirme sobre el juramentode sangre, ¿o es simplemente una de las muchas mentiras?Aelin gruñía con una intensidad animal que le recordaba que ella también tenía sangre deHada en sus venas.

—Anda a hacer tu rabieta a algún otro lugar. No vuelvas hasta que puedas actuar como un serhumano. O la mitad de uno, por lo menos.

Aedion juró a ella, una maldición sucia, asquerosa que lamentó inmediatamente. Rowan arre-metió contra él, golpeando hacia atrás su silla con fuerza para tirarla, pero Aelin lanzó unamano. El príncipe se retiró.

Qué facilidad, ella ordenaba a su guerrero poderoso, inmortal.

Aedion se rió, el sonido frágil y frío, y se rió de Rowan de un modo en que los hombres por logeneral tiraban el primer golpe.

Pero Rowan solo puso su silla e vertical, se sentó, y se inclinó hacia atrás, como si ya supieradonde sería el golpe de muerte de Aedion.

Aelin señaló la puerta.

—Lárgate. No quiero volver a verte por un buen tiempo.

El sentimiento era mutuo.

Todos sus proyectos, todo lo que había trabajado para… Sin el juramento de sangre era soloun general; solo un príncipe sin tierra de la línea Ashryver.

Aedion anduvo con paso majestuoso a la puerta y salió sin despedida tan fuertemente que casila arranca de las bisagras.

Aelin no lo llamó después.

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Capítulo 29Traducido por Stefy Vera

Corregido por Constanza Cornes

Rowan Whitethorn se debatió por un buen minuto si valía la pena cazar al príncipe semi-Haday destrozarlo en sangrientos pedazos por cómo había llamado a Aelin, o si él estaba mejoraquí, con su reina, mientras ella se paseaba frente a la chimenea de su cuarto. Él entendía –élrealmente lo hacía– porque el general estaba furioso. Él había sentido lo mismo. Pero no erauna buena excusa. Ni siquiera cerca.

Situado en el borde del colchón de felpa, la observo moverse.

Incluso sin su magia, Aelin era pólvora viviente, más ahora con el cabello rojo –una criatura detan rugientes emociones que a veces el solo podía observar y maravillarse.

Y su cara.

Esa condenada cara.

Mientras estaban en Wendlyn, le había tomado un rato darse cuenta de que ella era hermosa.Meses, de hecho, para realmente notarlo. Y en estas últimas semanas, contra su mejor juicio,pensaba seguido sobre esa cara –especialmente esa inteligente boca.

Pero él no recordaba que tan despampanante era ella hasta que se quitó su capucha, y lohabía vuelto estúpido.

Estas semanas separados habían sido un brutal recordatorio de lo que la vida había sido hastaque la había encontrado borracha y rota en ese techo en Varese. Las pesadillas habían co-menzado la misma noche que ella se fue –sueños tan implacables que él casi vomitaba cuan-do se sacaba a sí mismo fuera de ellos, los gritos de Lyria sonando en sus oídos. La memoriade ellos envío lametazos de frío por su columna. Pero incluso eso era quemado por la reinafrente a él.

Aelin estaba en su camino a situarse en la alfombra frente a la chimenea

—Si esa es una indicación de que esperar de nuestra corte —Rowan dijo al nal, exionandosus dedos en un intento de quitar los temblores que no había sido capaz de dominar desde quesu magia se había sofocado— entonces nunca tendremos un momento aburrido.

Ella batió una mano en un desdeñoso gesto de irritación.

—No te metas conmigo ahora —ella se restregó la cara y suspiró.

Rowan esperó, sabiendo que estaba reuniendo las palabras, odiando el dolor y pesar y culpa

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—Le dije algunas cosas terribles —dijo ella.

–No te preocupes por ello —él dijo, incapaz de contener el gruñido—. Él te dijo a ti cosasterribles también. Sus temperamentos son iguales.

Ella dejó escapar una risa entrecortada.

—Háblame de la fortaleza –como fue cuando fuiste a ayudar reconstruirla. Así que lo hizo, hasta que llegó al conocimiento de que lo había contenido toda la noche.

—Solo dilo —dijo, con una directa, in exiva mirada. Se preguntó si se daba cuenta de que apesar de todo lo que se quejaba de sus tonterías de alfa, ella era una alfa sangre-pura.

Rowan tomó un largo suspiro.

—Lorcan está aquí.

Ella se enderezó.

—Por eso estas aquí.

Rowan asintió. Y porque el mantener la distancia era el movimiento más inteligente; Lorcan eramalo y lo su cientemente astuto para utilizar su vínculo en su contra.

—Atrapé su esencia escabulléndose cerca de Mistward y la rastreé hasta la costa, y luegohasta el barco. Cogí su esencia cuando salí esta noche —su cara estaba pálida, y él añadió—.Me aseguré de cubrir mi rastro antes de cazarte.

Cerca de cinco siglos viviendo, Lorcan era el macho más fuerte en el mundo de las Hadas,equivalente solo a Rowan mismo. Ellos nunca habían sido verdaderos amigos, y luego de loseventos de hace unas semanas, a Rowan no le gustaría nada más que abrir la garganta delmacho por dejar a Aelin morir en las manos de ese príncipe Valg. Él podría muy bien tener laoportunidad de hacer eso –pronto.

—Él no te conoce lo su cientemente bien para reconocer tu esencia inmediatamente —Rowansiguió—. Apostaría una buena cantidad de dinero a que él se subió a ese bote para arrastrarmeaquí para que lo llevara hasta ti —pero era mejor que dejar que Lorcan la encontrara mientrasél estaba en Wendlyn.

Aelin juró de una manera muy creativa.

—Maeve probablemente piensa que también la llevamos directo a la tercera Llave del Wyrd.¿Crees que ella le dio la orden de silenciarnos –ya sea para conseguir la llave, o algo más?

—Tal vez —el pensamiento era su ciente para mandar ira helada a través de él—. No dejareque eso pase.

Su boca se torció hacia un lado.

—¿Crees que podría derribarlo?

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—Si tuvieses tu magia, posiblemente —irritación ondulando en sus ojos –lo su ciente paraque él supiese que algo más la estaba molestando—. Pero sin magia, en tu forma humana…Estarías muerta antes de que pudieras sacar tu espada.

—Él es así de bueno.

Él le dio un lento asentimiento.

Ella lo miró con un ojo asesino.

—¿Podrías tu derribarlo?

—Sería tan destructivo, no me arriesgaría. Recuerdas lo que te dije sobre Sollemere —su ros-tro se tensó ante la mención de la ciudad que él y Lorcan habían borrado a petición de Maevehace casi dos siglos. Era una mancha que siempre se quedaría, no importa lo que él se dijeraa sí mismo sobre lo corrupto y malvados que habían sido sus residentes—. Sin nuestra magia,es difícil decir quien ganaría. Dependería de quien lo quisiera más.

Lorcan, con su fría rabia sin n y un talento para matar dado por el mismo Hellas3

, nunca sepermitía perder. Batallas, riqueza, mujeres –Lorcan siempre ganaba, a cualquier costo. Unavez, Rowan quizás lo habría dejado ganar, dejar que Lorcan pusiera n a su propia miserablevida, pero ahora…

—Lorcan hace un movimiento contra ti, y muere.

Ella no parpadeó ante la violencia que ataba cada palabra. Otra parte de él –una parte que ha-bía estado atada desde el momento en que ella se fue– se desenrolló como un animal salvajeextendiéndose ante un incendio. Aelin ladeó su cabeza.

—¿Alguna idea de donde se escondió?

—Ninguna. Empezare a cazarlo mañana.

—No —dijo ella—. Lorcan fácilmente nos encontrara sin que lo caces. Pero si él espera que lolleve hasta la tercera llave para así llevársela a Maeve, entonces quizás… —casi podía ver lasruedas girando en su cabeza. Ella dejo salir sonido—. Pensaré sobre ello mañana. ¿Crees queMaeve quiere la llave solo para que yo no la use, o para usarla ella misma?

—Tú sabes la respuesta.

—Ambas, entonces —Aelin suspiró—. La pregunta es, ¿tratara de usarnos para encontrar lasotras dos llaves, o tiene a otro de los cadres fuera buscándolas ahora?—Esperemos que ella no haya mandado a nadie más.

—Si Gavriel supiera que Aedion es su hijo… —miró a la puerta del cuarto, culpa y dolor aso-mándose en sus adorables rasgos—. Seguiría a Maeve, ¿incluso si signi ca herir o matar aAedion en el proceso? ¿Es su control sobre él tan fuerte?3 No sé si hace referencia a algún dios del mundo de Trono de Cristal o a la palabra In erno, ya que“Hellas” vendría siendo un derivado de la palabra “Hell”. Sin embargo, de las dos formas se adapta bien, así quelo dejó a disposición del lector.

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Había sido un shock antes darse cuenta que el hijo de quien estaba sentado en la mesa de lacocina.

—Gavriel… —había visto al guerrero con amantes a través de los siglos, y lo había visto dejar-las a la orden de Maeve. Él también lo había visto tatuar los nombres de sus hombres caídosen su carne. Y de todos sus cadre, solo Gavriel se había detenido esa noche para ayudar a

Aelin contra el Valg.—No respondas ahora —dijo Aelin con un bostezó—. Deberíamos ir a la cama.

Rowan había examinado cada pulgada del apartamento a los momentos de su llegada, peropreguntó tan casualmente como pudo:

—¿Donde debería dormir?

Ella palmeó la cama a su lado.

—Justo como en los viejos tiempos.

Él apretó su mandíbula. Se había preparado para esto toda la noche –por semanas ahora.

—No es como en la fortaleza, donde nadie piensa dos veces sobre ello.

—¿Y qué pasa si quiero que te quedes aquí conmigo?

El no permitió que esas palabras se hundieran completamente, la idea de estar en esa cama.Había trabajado malditamente duro para callar esos pensamientos.

—Entonces me quedare. En el sofá. Pero tienes que ser sincera con los demás sobre lo quemi estadía aquí signi ca.

Había tantas líneas que necesitaban ser sostenidas. Ella está fuera de límites –completamentefuera de límites, por aproximadamente diferentes docenas de razones. Pensó que era capazde lidiar con ello pero–

No, lidiaría con ello. Encontraría una manera de lidiar con ello, porque él no era tonto, y teníaun buen maldito auto control. Ahora que Lorcan estaba en Rifthold, rastreándolos, cazando laLlave del Wyrd, tenía cosas más grandes por la que preocuparse.

Ella se encogió de hombros, irreverente como siempre.

—Entonces emitiré un decreto real acerca de mis honorables intenciones para contigo en eldesayuno.

Rowan resopló. A pesar de que no quería, dijo:

—Y –el capitán.

—¿Qué hay sobre él? —dijo muy bruscamente.

—Solo considera como él podría interpretar las cosas.

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—¿Por qué? —ella había hecho un excelente trabajo en mencionarlo en lo absoluto.

Pero había su ciente rabia, y su ciente dolor en esa palabra, que Rowan no podía tomar.

—Dime lo que paso.

Ella no lo miró a los ojos.

—Dijo que lo que ocurrió aquí –a mis amigos, a él y Dorian, mientras yo estaba en Wendlyn–era mi culpa. Y que yo era un monstruo.

Por un momento, una ciega, molesta ira se disparó a través de él. Fue instinto alcanzar sumano, tocar la cara que permanecía mirando hacia abajo. Pero se mantuvo a sí mismo en laraya. Ella aun no lo miraba mientras decía:

—Tú no crees–

—Nunca —dijo él—. Nunca, Aelin.

Al nal ella encontró su mirada, con ojos que eran muy viejos, muy tristes y cansados paratener diecinueve. Había sido un error llamarla chica alguna vez –y habían de hecho momentosen los que Rowan olvidaba lo joven que ella en verdad era. La mujer frente a él soportaba car-gas que romperían la columna de alguien con tres veces su edad.

—Si tú eres un monstruo, yo soy un monstruo —dijo él con una sonrisa lo su cientemente am-plia para mostrar sus alargados colmillos.

Ella dejo salir una ruda risa, lo su cientemente cerca para calentar su cara.

—Solo duerme en la cama —dijo ella—. No me siento de ánimos para dormir en el sofá.

Quizás fue la risa, o la luz en sus ojos, pero dijo:

—Bien —tonto –él era un estúpido tonto cuando se trataba de ella. Se obligó a añadir—. Peromanda un mensaje, Aelin.

Ella levanto sus cejas en una manera que usualmente signi caba que el fuego iba a empezara arder –pero nada pasó.

Ambos estaban atrapados en sus cuerpos, varados sin magia. Él se adaptaría; él aguantaría.

—¿Oh? —ronroneó, y se preparó a sí mismo para la tempestad—. ¿Y qué mensaje mandaría?¿Qué soy una zorra? Como si lo que hago en la privacidad de mi propio cuarto, es asunto dealguien.

—¿Crees que no estoy de acuerdo? —su temperamento se deslizo de su correa. Nadie máshabía sido capaz de meterse bajo su piel tan rápido, tan profundo, con el giro de unas cuantaspalabras—. Pero las cosas son diferentes ahora , Aelin. Tú eres la reina de este reino. Tenemosque considerar como esto se ve, qué impacto tendrá en nuestra relación con la gente que loencuentre inapropiado. Explicar que es por tu seguridad–

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—Oh, por favor. ¿Mi seguridad? ¿Crees que Lorcan o el rey o quién demonios más tenga algopor mí va a deslizarse a través de la ventana en medio de la noche? Puedo protegerme, yasabes.

—Dios en el cielo, sé que puedes —nunca había dudado eso.

Sus fosas nasales se dilataron.

—Esta es una de las peleas más estúpidas que jamás hemos tenido. Todo gracias a tu idiotez,podría decir —se acercó a su closet, sus caderas moviéndose como para acentuar cada pala-bra que ella espetaba—. Solo entra en la cama.

Él soltó una respiración fuerte mientras ella y esas caderas se desvanecían en el armario.

Barreras. Líneas. Fuera de los límites.

Esas eran sus nuevas palabras favoritas, se recordó a sí mismo mientras hacía una muecahacia las sabanas de seda, aun cuando el resoplido de su aliento todavía le tocaba la mejilla

Aelin escuchó la puerta del baño cerrándose, luego agua corriendo mientras Rowan se lavabacon los artículos que ella le había dejado.

No un monstruo –no por lo que había hecho, no por su poder, no cuando Rowan estaba ahí.Ella les había agradecido a los dioses cada maldito día por la pequeña piedad de darle un ami-go que era su pareja, su igual, y que nunca la miraría con ojos llenos de terror. Sin importar loque pasara, ella siempre estaría agradecida por eso.

Pero…Inapropiado.

Inapropiado de hecho.

Él no sabía que tan inapropiada ella podía ser.

Abrió la gaveta superior del vestidor de roble. Y sonrío lentamente.

Rowan estaba en la cama para el momento en que ella se pavoneaba hacia el baño. Escucho,más que vio, que él se sacudió en posición vertical, el colchón gruñendo mientras el ladraba:

—¿Qué en el in erno eseso ?Ella siguió andando hacia el baño, rehusándose a disculparse o arrepentirse del rosado, deli-cado, muy corto camisón de encaje. Cuando emergió, la cara lavada y limpia, Rowan estabasentado, con los brazos cruzados en su pecho desnudo.

—Se te olvido la parte de abajo.”

Ella simplemente sopló las velas en la habitación de una en una. Sus ojos la siguieron todo el

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tiempo.

—No hay parte de abajo —dijo, arrojando las mantas de su lado—. Se está poniendo tan ca-liente, y odio sudar cuando duermo. Además, eres prácticamente un horno. Así que o es estoo duermo desnuda. Puedes dormir en la bañera si tienes algún problema con ello.

Su gruñido sacudió la habitación.

—Ya has probado tu punto.

—Hmm —se deslizó en la cama junto a él, a una saludable, apropiada distancia.

Por unos cuantos latidos, solo se escuchaba el sonido de las mantas mientras ella se arropaba.

—Necesito rellenar con tinta un poco más en algunos lugares” —dijo él categóricamente.

Ella apenas podía ver su cara en la oscuridad.

—¿Qué?

—Tu tatuaje —dijo él, mirando el techo—. Hay algunos puntos que necesito rellenar en algúnmomento.

Por supuesto. Él no era como los otros hombres –ni siquiera cerca. Había tan poco que ellapodía hacer para tentarlo, burlarlo. Un cuerpo desnudo era un cuerpo desnudo. Especialmenteel de ella.

—Bien —dijo, volteándose de manera que su espalda estaba hacia él.

Había silencio otra vez. Entonces Rowan dijo:

—Nunca había visto –ropa como esta.Ella se volteó.

—¿Quieres decir que las mujeres en Doranelle no tienen ropa de noche escandalosa? ¿Onada más en el mundo?

Sus ojos brillaban como un animal en la oscuridad. Se había olvidado de cómo era ser unHada, de tener siempre un pie en el bosque.

—Mis encuentros con otras mujeres usualmente no implicaban des les en ropa de noche.

—¿Y que ropa involucraba?

—Usualmente, ninguna.

Ella chasqueó la lengua, empujando lejos la imagen.

—Después de haber tenido la alegría absoluta de conocer a Remelle esta primavera, me cues-ta creer que ella no te sometió a des les de ropa.

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Él volteo su rostro hacia el techo otra vez.

—No vamos a hablar de esto.

Sonrió. Aelin: uno, Rowan: cero.

Estaba aún sonriendo cuando él preguntó:

—¿Son todas tus ropas de noche como esta?

—Tan curioso sobre mis cosas, Príncipe. ¿Qué dirían los demás? Quizás deberías emitir undecreto para aclarar —él gruñó, y ella sonrió hacia la almohada—. Sí, tengo más, no te preo-cupes. Si Lorcan va a asesinarme mientras duermo, bien podría lucir decente.

—Vanidosa hasta el amargo nal.

Ella se resistió ante el pensamiento de Lorcan, o lo que Maeve podría querer, y dijo:

—¿Hay un color en especí co que te gustaría que usara? Si te voy a escandalizar, deberíahacerlo al menos en algo que te guste.—Eres una amenaza.

Se rio otra vez, sintiéndose más liviana de lo que se había sentido en semanas, a pesar de lasnoticias que Rowan le había dado.

Estaba segura de que habían terminado con la plática por la noche cuando su voz resonó através de la cama.

—Dorado. No amarillo -real, metálico dorado.

—Tienes mala suerte —dijo en la almohada—. Yo nunca poseería algo tan ostentoso.Treinta minutos después, Rowan aún estaba mirando al techo, dientes apretados mientrascalmaba el rugido en sus venas que estaba rmemente tejiéndose a través de auto control.

Ese maldito camisón.

Mierda.

Estaba en una profunda e interminable mierda.

Rowan estaba dormido, su masivo cuerpo mitad cubierto con las mantas, mientras el amane-cer se asomaba a través de las cortinas. Levantándose silenciosamente, Aelin le sacó la len-gua a él mientras se encogía de hombros en su camisón de seda azul pálido, se ató su cabellorojo en un nudo en la parte superior de su cabeza, y salió hacia la cocina.

Desde que el Mercado Sombra se había quemado a sus cenizas, ese miserable comerciante

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había estado haciendo una pequeña fortuna de todos los tintes que ella había estado com-prando. Aelin se estremeció ante la idea de tener que localizar al proveedor de nuevo –la mujerhabía parecido del tipo que habría escapado de las llamas. Y ahora cobraría el doble, triple,en sus ya sobrevalorados tintes para compensar por sus bienes perdidos. Y ya que Lorcanpodría rastrearla solo por su esencia, cambiar el color de su cabello no tendría ningún impactoen él. Aunque supuso que con los guardias del rey cuidándola… Oh, era muy malditamente

temprano para considerar la gigantesca pila de mierda en la que se había convertido su vida.Mareada, hizo té mayormente de memoria. Empezó con una tostada, y rezó para que hubiesenhuevos en el refrigerador –los habían. Y tocino, para su agrado. En esta casa, la comida tendíaa desaparecer tan rápido como llegaba.

Uno de los cerdos más grandes se acercó a la cocina con un silencio inmortal. Se abrazó a símisma, con los brazos llenos de comida, cerró el refrigerador con la cadera.

Aedion la miró con recelo mientras ella iba a la pequeña barra al lado de la estufa y empezó atirar hacia abajo cuencos y utensilios.

—Hay setas en alguna parte —dijo él.

—Bien. Entonces puedes limpiarlos y cortarlos. Y puedes cortar la cebolla.

—¿Es eso un castigo por lo de anoche?

Ella abrió los huevos uno por uno dentro del cuenco.

—Si eso es lo que crees es un aceptable castigo, seguro.

—¿Y hacer el desayuno a esta hora intempestiva tu castigo autoimpuesto?

—Estoy haciendo el desayuno porque estoy cansada de ti quemándolo y haciendo que todala casa apeste.”

Aedion se rio silenciosamente y se acercó a su lado para empezar a cortar la cebolla.

—Te quedaste en el techo todo el tiempo que estuviste afuera, ¿o no? —sacó una sartén dehierro del gabinete sobre la estufa, la puso sobre una hornilla, y puso una gruesa porción demantequilla en su super cie oscura.

—Me echaste del apartamento, pero no de la casa, así que supuse que bien podría ser útil yvigilar —las torcidas, veneradas Viejas Costumbres de dar órdenes. Ella se preguntó lo que lasViejas Costumbres tenían que decir sobre el decoro de la reina.Tomó una cuchara de madera y empujo la mantequilla derretida alrededor.

—Ambos tenemos temperamentos atroces. Sabes que no quería decir lo que dije, acerca de lalealtad. O acerca de la cosa mitad humana. Sabes que nada de eso importa para mí —el hijode Gavriel –santos dioses. Pero ella mantendría su boca cerrada hasta que Aedion se sintieralisto para abordar el tema.

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—Aelin, estoy avergonzado de lo que te dije.

—Bueno, eso nos hace dos, así que dejémoslo así —ella mezcló los huevos, manteniendo unojo en la mantequilla—. Yo –yo entiendo, Aedion, en serio lo hago, sobre el juramento de san-gre. Sabía lo que signi caba para ti. Cometí un error al no decírtelo. Normalmente no admitoeste tipo de cosas, pero… Debí habértelo dicho. Y lo lamento.

Él estornudó con las cebollas, sus expertos cortes dejando un montón ordenado de ellas en unextremo de la tabla de cortar, y luego comenzó con las pequeñas setas marrones.

—Ese juramento signi ca todo para mí. Ren y yo solíamos estar en las gargantas del otro porello cuando éramos niños. Su padre me odiaba porque yo era el favorito para tomarlo.

Ella le quitó las cebollas y las tiró dentro de la mantequilla, un chisporroteo llenando la cocina.

—No hay nada que diga que no puedes tomar el juramento, lo sabes. Maeve tiene variosmiembros con juramentos de sangre en su corte —esos que ahora estaban haciendo de lavida de Aelin un in erno—. Puedes tomarlo, y también Ren –solo si quieres, pero… No estaríamolesta si no quieres hacerlo.—En Terrasen, solo había uno.

Ella agitó las cebollas.

—Las cosas cambian. Nuevas tradiciones para una nueva corte. Puedes jurarlo ahora mismosi quieres.

Aedion terminó con las setas y bajó el cuchillo mientras se recostaba contra el mostrador.

—No ahora. No hasta que te vea coronada. No hasta que podamos estar frente a una multitud,frente al mundo.Ella vertió los hongos.

—Eres incluso más dramático que yo.

Aedion resopló.

—Apúrate con los huevos. Voy a morir de inanición.

—Haz el tocino, o no comerás nada.

Aedion apenas se podía mover lo su cientemente rápido.

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Capítulo 30Traducido por Stefy Vera

Corregido por Constanza Cornes

Había un cuarto debajo del castillo de piedra que al demonio acechando dentro de él le gus-taba visitar.

El príncipe demonio incluso lo dejaba salir algunas veces, a través de los ojos que podían ha-ber sido suyos alguna vez.

Era un cuarto envuelto en interminable oscuridad. O quizás la oscuridad venia del demonio.

Pero ellos podían ver; ellos siempre habían sido capaces de ver en la oscuridad. De dondehabía venido el príncipe demonio, existía tan poca luz que había aprendido a cazar en lassombras.

Había pedestales arreglados en el redondo cuarto en una elegante curva, en cada uno habíauna almohada negra. En cada almohada reposaba una corona.

Mantenidas aquí como trofeos –mantenidas en la oscuridad. Como él.

Un cuarto secreto.

El príncipe se detuvo en el centro, mirando las coronas.

El demonio había tomado el control del cuerpo completamente. Él lo dejó, después que esamujer con familiares ojos había fallado en matarlo.

El esperó a que el demonio abandonara el cuarto, pero el príncipe demonio habló en su lugar.Un silbido, una voz fría que vino de entre las estrellas, hablándole a él –sólo a él.

Las coronas de las naciones conquistadas , el príncipe demonio dijo.Más serán añadidas pron- to. Quizás las coronas de otros mundos, también.

A él no le importaba.

Debería importarte –disfrutaras cuando destrocemos los reinos a pedazos.

El retrocedió, tratando de retirarse a un bolsillo de la oscuridad donde incluso el príncipe de-monio no pudiera encontrarlo.

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El demonio se rio. Humano despiadado. No hay dudas de porque ella perdió la cabeza.

Intentó callar la voz.

Lo intentó.

Deseó que esa mujer lo hubiese matado.

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Capítulo 31Traducido por Roxana Bonilla

Corregido por Constanza Cornes

Manon irrumpió en la masiva carpa de guerra de Perrington, empujando a un lado la pesadacortina de lona tan violentamente que sus uñas de hierro cortaron a través del material.

—¿Por qué a mis Trece se les está negando acceso al aquelarre Yellowlegs? Explica.Ahora .

Mientras espetaba la última palabra, se detuvo en seco.

Parado en el centro de la turbia carpa, el duque se giró hacia ella, su rostro oscuro –y, Manontenía que admitirlo con un estremecimiento, un poco terrorí co.

—Vete —dijo él, sus ojos quemando como brasas.

Pero la atención de Manon estaba ja en lo que –o quien– permanecía más allá del duque.

Manon dio un paso adelante, incluso cuando el duque avanzó hacia ella.Con su vestido negro transparente como noche tejida, Kaltain estaba frente a un tembloroso joven soldado en sus rodillas, la pálida mano de ella extendida hacia su contorsionado rostro.

Y completamente alrededor de ella, ardía una impía aura de fuego negro.

—¿Qué es eso? —dijo Manon.

—Fuera —ladró el duque, e incluso tuvo el descaro de arremeter a por el brazo de Manon. Ellaosciló sus uñas de hierro, esquivando al duque sin mucho miramiento. Toda su atención, cadaporo de ella, estaba enfocada en la dama de cabello oscuro.

El joven soldado –uno de los propios de Perrington– estaba sollozando silenciosamente mien-tras zarcillos de ese fuego negro otaban de las puntas de los dedos de Kaltain y se deslizabansobre su piel, sin dejar marca. El humano miró a Manon con ojos grises llenos de dolor.Porfavor,articuló.

El duque arremetió por Manon de nuevo, y ella se precipitó más allá de él.

—Explica esto.

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molinándose con ella, y acechó hacia las pesadas cortinas rojas, deslizándose a través deellas como si no fuera más que niebla.

El duque caminó hacia el joven hombre y se arrodilló ante él en el suelo. El cautivo alzó sucabeza, sangre y lágrimas mezclándose en su rostro. Pero los ojos del duque se encontraroncon los de Manon cuando puso sus enormes manos a cada lado del rostro del soldado.

Y rompió su cuello.El chasquido de muerte envió un estremecimiento a través de Manon como el tañido de unarpa. Normalmente, ella hubiera soltado una risita.

Pero por un latido sintió cálida y pegajosa sangre azul en sus manos, sintió la empuñadurade su cuchillo impresa contra la palma de su mano cuando la sujetó fuertemente y la blandiócontra la garganta de esa Crochan.

El soldado cayó pesadamente en la alfombra mientras el duque se levantaba.

—¿Qué es lo que quieres, Blackebeak?Como la muerte de la Crochan, esta había sido una advertencia. Mantener su boca cerrada.

Pero ella planeaba escribir a su abuela. Planeaba decirle todo lo que había sucedido: esto, yque el aquelarre Yellowlegs no había sido visto o escuchado desde que entraron a la cámaradebajo de el Torreón. La Matrona volaría hasta aquí y comenzaría a triturar espinas.

—Quiero saber por qué hemos sido bloqueadas del aquelarre Yellowlegs. Están bajo mi juris-dicción, y por ello, tengo el derecho de verlas.

—Fue un éxito; es todo lo que necesitas saber.

—Tú le dirás a tus guardias inmediatamente que me concedan a mí y a las mías permiso paraentrar —En efecto, docenas de guardias habían bloqueado su camino –aparte de matar parahacer su camino a través de ellos, Manon no tenía forma de entrar.

—Tú eliges desobedecer mis órdenes. ¿Por qué debería yo seguir las tuyas, Líder del Ala?

—Tú no tendrás un ejército maldito por los dioses para que monten esos wyverns si los encie-rras a todos para tus experimentos de reproducción.

Ellas eran guerreras –eran Brujas Dientes de Hierro. No eran propiedad para ser criaderos. No

estaban para que experimentaran en ellas. Su abuela lo masacraría.El duque apenas se encogió de hombros.

—Te dije que quería Blackbeaks. Te negaste a dármelas.

—¿Es esto castigo? —espetó las palabras. Las Yellowlegs eran Dientes de Hierro después detodo. Aún bajo su comando.

—Oh, no. No en absoluto. Pero si desobedeces mis órdenes de nuevo, la próxima vez, podría

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serlo —él ladeó su cabeza, la luz dorada en sus oscuros ojos—. Hay príncipes, sabes –entrelos Valg. Poderosos príncipes astutos, capaces de salpicar gente en las paredes. Ellos hansido bastante a cionados a probarse a sí mismos contra tu clase. Quizás harán una visita atus cuarteles. Ver quién sobrevive la noche. Sería una buena forma de eliminar a las brujasmenores. No tengo uso para soldados débiles en mis ejércitos, incluso si eso disminuye tusnúmeros.

Por un momento, hubo un rugiente silencio en su cabeza. Una amenaza.

Una amenaza de este humano , un humano que había vivido apenas una fracción de su exis-tencia, esta bestia mortal–

Cuidado , dijo una voz en su cabeza. Procede con astucia.

Así que Manon se permitió asentir ligeramente en conformidad, y preguntó.

—¿Y qué de tus otras… actividades? ¿Qué hay debajo de las montañas que circulan estevalle?

El duque la estudió, y ella encontró su mirada, se encontró con cada pulgada de negrura enellos. Y encontró algo deslizándose en el interior que no tenía lugar en este mundo. Al n, éldijo:

—Tú no deseas aprender qué está siendo criado y forjado bajo esas montañas, Blackbeak. Note molestes en enviar a tus exploradoras allí. Ellas no verán la luz del sol de nuevo. Considé-rate advertida.

El gusano humano claramente no sabía cuán hábiles eran sus Sombras, pero no iba a corregir-lo, no cuando podía usarlo a su favor algún día. Aun así, lo que fuera que hubiera en el interior

de esas montañas no era de su cuidado –no con las Yellowlegs y el resto de la legión con laque lidiar. Manon apuntó con su barbilla hacia el soldado muerto.

—¿Para qué piensas usar este fuego sombra? ¿Tortura?

Un destello de ira a otra pregunta. El duque dijo apretadamente:

—No he decidido aún. Por ahora, ella experimentará de esta forma. A lo mejor luego, aprende-rá a incinerar los ejércitos de nuestros enemigos.

Una llama que no deja quemaduras –soltada sobre cientos. Sería glorioso, incluso si era gro-tesco.

—¿Y hay ejércitos de enemigos reuniéndose? ¿Usarás el fuego sombra sobre ellos?

El duque de nuevo ladeó su cabeza, las cicatrices en su rostro contrastantes en la turbia luzde la linterna.

—Tu abuela no te ha dicho entonces.

—¿Sobre qué? —espetó.

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su respiración. Alguien estaba dentro de su cuarto. Esperándola.

Así que había seguido caminando, todo el camino hasta el nido iluminado por la luna, dondesu tío no se atrevería a ir. Los wyverns de las Trece habían estado enrollados en el suelo comogatos o encaramados en sus puestos sobre la caída. A su izquierda, Abraxos la había miradodesde donde estaba tumbado sobre su panza, sus ojos sin profundidad amplios, sin parpa-

dear. Cuando se había acercado lo su ciente para oler la carroña en su aliento, ella dijo:—Necesito un lugar donde dormir. Solo por esta noche.

Su cola se movió ligeramente, las púas de hierro tintineando en las piedras. Meneándola.Como un perro –dormitando, pero contento de verla. No había ni un gruñido para ser escu-chado, ni un destello de dientes de hierro preparándose para tragársela en dos mordidas. Ellapreferiría ser engullida a enfrentarse a lo que fuera que estuviera en su cuarto.

Elide se había deslizado contra la pared, metiendo sus manos bajo sus axilas y doblando susrodillas hacia su pecho. Sus dientes comenzaron a castañear entre sí, y se encogió más apre-tadamente. Estaba tan helado allí que su aliento se nublaba frente a ella.

Heno crujió, y Abraxos se deslizó más cerca.

Elide se había tensado –podría haberse levantado de un salto y correr. El wyvern había exten-dido un ala hacia ella como si fuera una invitación. A sentarse a su lado.

—Por favor no me comas —había susurrado.

Él resopló, como si dijera,No serías mucho más que un bocado.

Estremeciéndose, Elide se levantó. Él parecía más grande a cada paso. Pero esa ala perma-neció extendida, como si ella fuera el animal que necesitaba calmarse.

Cuando llegó a su lado, difícilmente podía respirar mientras extendía una mano y acariciaba lacurvada piel escamosa. Era sorprendentemente suave, como cuero gastado. Y tostada, comosi él fuera un tostador. Cuidadosamente, alerta de la cabeza que él movió para mirar cada unode sus movimientos, se sentó contra él, su espalda instantáneamente cálida.

Esa ala había bajado con elegancia, plegándose hasta que se volvió una pared de cálida mem-brana entre ella y el viento frío. Se había recostado aún más en su suavidad y delicioso calor,dejando que se asentara en sus huesos.

Ella ni siquiera se había dado cuenta de que se había dejado caer en el sueño. Y ahora…ellas estaban aquí.

El hedor de Abraxos debía de estar encubriendo su propio olor humano, o de lo contrario laLíder del Ala ya la hubiera encontrado. Abraxos se mantuvo quieto lo su ciente para que sepreguntara si él lo sabía también.

Las voces se movieron hasta el centro del nido, y Elide calibró la distancia entre Abraxos y lapuerta. A lo mejor podía deslizarse fuera antes de ser notada–

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—No digas nada; mantenlo en secreto. Si cualquiera revela nuestras defensas, morirán amano mía.

—Como lo desees —dijo Sorrel.

Asterin dijo:

—¿Le decimos a las Yellowlegs y Bluebloods?—No —dijo Manon, su voz como sangre y matanza—. Blackbeaks solamente.

—¿Incluso si otro aquelarre cesa de ser voluntario para la próxima ronda? —dijo Asterin.

Manon dio un gruñido que hizo que el cabello en el cuello de Elide se levantara.

—Solo podemos tirar mucho de la correa.

—Las correas pueden romperse —desa ó Asterin.

—También tu cuello —dijo Manon.Ahora –ahora, mientras peleaban. Abraxos permaneció inmóvil, como si no se atreviera aatraer atención sobre sí mismo mientras Elide se preparaba para huir. Pero las cadenas…Elide se sentó de nuevo y cuidadosamente, lentamente, levantó su pie solo un poco del suelo,sosteniendo sus cadenas para que no se arrastraran. Con un pie y una mano, ella comenzó aempujarse a sí misma a lo largo de las piedras, deslizándose hacia la puerta.

—Este fuego sombra —re exionó Asterin, como tratando de difundir la tormenta aproximándo-se entre la Líder del Ala y su prima—. ¿Lo usará en nosotras?

—Él parecía inclinado a pensar que podía ser usado en ejércitos enteros. Yo no pondría másallá de él que lo mantuviera sobre nuestras cabezas.

Más cerca y más cerca, Elide hacía su camino hacia la puerta abierta.

Ya casi estaba allí cuando Manon canturreó:

—Si tuvieras aprecio a tu columna vertebral, Elide, te hubieras mantenido junto a Abraxos has-ta que nos fuéramos.

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Capítulo 32Traducido por Jeanna Jimenez

Corregido por Constanza Cornes

Manon había visto a Elide dormir contra Abraxos en el momento en que había entrado en elnido de águilas, y había tomado conciencia de sus momentos de presencia antes de eso –elseguimiento de su aroma encima de las escaleras. Si Asterin y Sorrel se habían dado cuenta,no hicieron ningún comentario.

La criada estaba sentada en su culo, casi a la puerta, con un pie en el aire para impedir a suscadenas arrastrarse. Inteligente, incluso si ella había sido demasiado estúpida como para dar-se cuenta de lo bien que se veían en la oscuridad.

—Había alguien en mi habitación —dijo Elide, bajando su pie y parándose.

Asterin se puso rígida.

—¿Quién?

—No lo sé —dijo Elide, manteniéndose cerca de la puerta, aunque no le haría ningún bien—.No me pareció aconsejable ir dentro.

Abraxos se había tensado, su cola desplazándose sobre las piedras. La bestia inútil estabapreocupado por la chica. Manon entrecerró sus ojos hacia él.

—¿No se supone que es su tipo comer a mujeres jóvenes?

Él la miró.Elide se mantuvo rme cuando Manon merodeaba cerca. Y Manon, a su pesar, estaba impre-sionada. Ella miró a la chica –realmente la miró.

Una chica que no tenía miedo de dormir sobre un wyvern, que tenía el su ciente sentido co-mún para saber cuándo el peligro podría estar acercándose... Quizás aquella sangre realmen-te corría azul.

—Hay una cámara bajo este castillo —dijo Manon, y Asterin y Sorrel se alzaron en la la de-

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trás de ella—. Dentro de él hay un aquelarre de brujas Yellowlegs, tomado por el duque para...crear descendiente de demonio. Quiero que entres en esa cámara. Quiero que me digas lo queestá sucediendo allí.

La humana se puso pálida como la muerte.

—No puedo.

—Tú puedes, y quieres —dijo Manon—. Eres mía ahora —sintió la atención de Asterin en ellala desaprobación y sorpresa. Manon continuó—. Tú encontraras el camino a esa cámara, medarás los detalles, guardaras silencio acerca de lo que aprendes, y vivirás. Si me traicionas, sile dices a alguien... vamos a brindar por ti en tu estas de bodas con un apuesto marido Valg,supongo.

Las manos de la muchacha temblaban. Manon golpeó a sus lados.

—No toleramos cobardes en las las Blackbeak —dijo entre dientes—. ¿O pensaste que tuprotección era gratis? —Manon indicó la puerta—. Debes quedarte en mis cámaras si la tuyaestá ocupada. Espera en el fondo de la escalera.Elide miró detrás de Manon a su Segunda y Tercera, como si estuviera considerando rogar suayuda. Pero Manon sabía que sus rostros estaban pedregosos e in exibles. El terror de Elideera un sabor fuerte en la nariz de Manon cuando ella cojeó lejos. Le tomó demasiado tiempopara bajar las escaleras, su pierna hacia que fuera desacelerando al ritmo de una vieja. Unavez que estaba en la parte inferior, Manon se dirigió a Sorrel y Asterin.

—Ella podría ir al duque —dijo Sorrel. Como la Segunda, tenía el derecho de hacer aquellaobservación –para estudiar detenidamente todas las amenazas a la heredera.

—Ella no es tan despiadada.Asterin chasqueó la lengua.

—Fue por eso que habló, sabiendo que estaba aquí.

Manon no se molestó en asentir.

—¿Si es capturada? —preguntó Asterin. Sorrel miró bruscamente hacia ella. Manon no teníaganas de reprenderla. Estaba Sorrel para arreglar el predominio ahora.

—Si es capturada, entonces encontraremos otra manera.

—¿Y no tienes ninguna náusea sobre ellos matándola? ¿O usando esa sombra fuego en ella?

—Retírate, Asterin —soltó Sorrel entre dientes.

Asterin no hizo tal cosa.

—Deberías hacer estas preguntas, Segunda .

Los dientes de hierro de Sorrel rompieron hacia abajo.

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—Es debido a tu cuestionamiento que ahora eres Tercera.

—Basta ya —dijo Manon—. Elide es la única que podría entrar en esa cámara e informarnos.El duque gruño sus órdenes de no dejar a una sola bruja acercarse. Incluso las Sombras nopueden acercarse lo bastante cerca. Pero una criada, limpiar lo que ensucie...

—Tú fuiste la que esperaba en su habitación —dijo Asterin.

—Una dosis de miedo hace un largo camino en los seres humanos.

—¿Es ella humana, sin embargo? —preguntó Sorrel—. ¿O la contamos entre nosotros?

—Esto no hace ninguna diferencia si ella es humana o algún tipo de bruja. Yo enviaría a quien-quiera que sea el más cali cado abajo en esas cámaras, y en este momento, Elide solo puedetener acceso a ellos.

Astucia –era como ella se pondría alrededor del duque, con sus esquemas y sus armas. Podríatrabajar para el Rey, pero no toleraría ser dejada ignorante.

—Necesito saber lo que está pasando en esas cámaras —dijo Manon—. Si perdemos unavida para hacer esto, entonces que así sea.

—¿Y entonces qué? —preguntó Asterin, a pesar de la advertencia de Sorrel—. Una vez quesepas, ¿entonces qué?

Manon no había decidido. Una vez más, aquella sangre fantasma le empapó sus manos.

Seguir órdenes –o bien ella y las Trece iban a ser ejecutados. Otros por su abuela o por el Du-que. Después de que su abuela leyera su carta, tal vez sería diferente. Pero hasta entonces–

—Entonces seguimos como nos han mandado —dijo Manon—. Pero no voy a ser llevada aesto con una venda sobre mis ojos.

Espía.

Un espía para la Líder del Ala.

Elide suponía que no era diferente de ser espía por sí misma -de su propia libertad.

Pero aprender acerca de la llegada de los vagones de suministroy tratando de entrar en esacámara mientras que también tenía que hacer sus deberes... Tal vez ella tendría suerte. Tal vezpodría hacer las dos cosas.

Manon tenía un catre de heno que llevó a su habitación, poniéndolo cerca del fuego para ca-lentar los mortales huesos de Elide, había dicho. Elide apenas había dormido la primera nocheen la torre de la bruja. Cuándo se puso de pie para usar el privado, convencida que la brujaestaba dormida, había dado dos pasos antes que Manon dijera:

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—¿Yendo alguna parte?

Dioses, su voz. Como una serpiente escondida encima de un árbol.

Ella balbuceó una explicación sobre la necesidad de la sala de baño. Cuando Manon no res-pondió, Elide había tropezado hacia fuera. Cuando volvió encontró a la bruja dormida –o almenos sus ojos estaban cerrados.

Manon dormía desnuda. Incluso con el frío. Su cabello blanco caía en cascada por la espalda,y no había una parte de la bruja que no parecía delgada, con músculos o salpicado de cicatri-ces débiles. Ninguna parte que no era un recordatorio de lo que Manon le haría si ella fallaba.

Tres días más tarde, Elide hizo su movimiento. El agotamiento que tenía tiró sin descansosobre ella, desapareciendo cuando agarró un bulto de sábanas que había tomado de la lavan-dería y miraba por el pasillo.

Cuatro guardias de pie en la puerta de la escalera.

Le había costado tres días de ayudar en la lavandería, tres días después de charlar con laslavanderas, a saber si las sábanas eran siempre necesarias en la cámara en la parte inferiorde las escaleras.

Nadie quería hablar con ella los dos primeros días. Simplemente la miraron y le dijeron dóndetirar cosas o cuando chamuscar sus manos o fregar hasta que su espalda duela. Pero ayerhabía visto la ropa rasgada, empapada por sangre corriendo.

Sangre azul, no roja.

Sangre de bruja.

Elide mantuvo la cabeza baja, trabajando en las camisas de los soldados que le habían dadouna vez que demostró su habilidad con una aguja. Pero notó qué lavanderas interceptaron laropa. Y entonces siguió trabajando a través de las horas que se tardó en limpiar y secar y pre-sionarlas, permaneciendo más tarde que la mayoría de las otras. Esperando.

Ella era nadie y nada y pertenecía a nadie, pero si dejaba a Manon y las Blackbeaks pensarque aceptó su demanda sobre ella, podría muy bien liberarse una vez que llegaran los vago-nes.

Las Blackbeaks no se preocupaban por ella, en realidad no. Su patrimonio era convenientepara ellas. Dudaba que se dieran cuenta cuando desapareciera. Había sido un fantasma des-de hace años, de todos modos, su corazón lleno de los muertos olvidados.

Así que ella trabajaba, y esperó.

Incluso cuando su espalda le dolía, aun cuando sus manos estaban tan adoloridos que se sa-cudieron, ella notó a la lavandera que arrastró la ropa embutida de la cámara y desapareció.

Elide memorizó cada detalle de su rostro, de su estructura y la altura. Nadie notó cuando sedeslizó tras ella, llevando un brazado de sábanas para la Líder del Ala. Nadie la detuvo mien-

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tras seguía a la lavandera por pasillo tras pasillo hasta llegar a este lugar.

Elide se asomó por el pasillo otra vez justo cuando la lavandera salió de la escalera, brazosvacíos, rostro demacrado y sin rastro de sangre.

Los guardias no la detuvieron. Bien.

La lavandera volvió por otro pasillo, y Elide soltó el aliento que había estado conteniendo.Volviéndose hacia la torre de Manon, pensó en silencio a través de su plan una y otra vez.

Si ella fuera capturada...

Tal vez debería arrojarse desde uno de los balcones en lugar de enfrentar una de las decenasde muertes horribles que le esperan.

No –no, ella soportaría. Había sobrevivido cuando muchos –casi todo el mundo que habíaamado– no lo habían hecho. Cuando su reino no lo hizo. Así que sobreviviría por ellos, y cuan-do se fuera, construiría una nueva vida lejos en su honor.

Elide cojeó con di cultad hasta una escalera de caracol. Dioses, odiaba las escaleras.

Estaba a mitad de camino cuando oyó la voz de un hombre que la dejó fría.

—El duque dijo que hablaste –¿por qué no decir una palabra a mí?

Vernon.

El silencio lo saludó.

Volver a bajar las escaleras –ella debía ir hacia atrás por las escaleras.

—Tan hermosa —murmuró su tío a quien fuera—. Como una noche sin luna.

La boca de Elide se secó por el tono de su voz.

—Tal vez es el destino que nos topamos con el otro aquí. Él te observa tan de cerca —Vernonse detuvo—. Juntos —dijo en voz baja, con reverencia—. Juntos, vamos a crear maravillas queharán del mundo temblar.

Tales palabras, tan íntimas, oscuras, llenas de tal... derecho . No quería saber lo que queríadecir.

Elide dio un paso tan silencioso como pudo bajando las escaleras. Tenía que alejarse.

—Kaltain —retumbó su tío, una demanda y una amenaza y una promesa.

El silencio la joven –que nunca hablaba, que nunca miró a nadie, que tenía tales marcas enella. Elide la había visto sólo unas pocas veces. Había visto lo poco que ella respondía. O sedefendía.

Y luego Elide estaba caminando por las escaleras.

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Arriba y hacia arriba, asegurándose de que sus cadenas resonaran tan fuerte como sea posi-ble. Su tío se quedó en silencio.

Rodeó el siguiente rellano, y allí estaban.

Kaltain había sido empujada contra la pared, el cuello de ese vestido demasiado roto tirado allado, su pecho casi hacia fuera. Había tal vacío en su rostro, como si ella no estuviera aún allíen absoluto. Vernon se paró a pocos pasos de distancia. Elide agarró sus sábanas tan dura -mente que pensó haberlas triturado. Deseaba tener las uñas de hierro, por una vez.

—Lady Kaltain —le dijo a la joven, apenas un par de años mayor que ella.

Ella no esperaba su propia rabia. No se esperaba así misma diciendo:

—Fui enviada a buscarle, Señora. Por acá, por favor.

—¿Quién la mandó a buscar? —exigió Vernon.

Elide lo miró a los ojos. Y no bajó la cabeza. Ni una pulgada.

—La Líder del Ala.

—La Líder del Ala no está autorizada a reunirse con ella.

—¿Y usted? —Elide se estableció entre ellos, aunque no haría ningún bien si su tío decidierausar la fuerza.

Vernon sonrió.

—Me preguntaba cuándo ibas a mostrar los colmillos, Elide. ¿O debería decir dientes de hie-rro?

Él sabía, entonces.

Elide le miró y puso ligeramente una mano en el brazo de Kaltain. Ella era tan fría como elhielo.

Ni siquiera miró a Elide.

—Si usted sería tan amable, Señora —dijo Elide, tirando de ese brazo, agarrando la ropa conla otra mano. Kaltain en silencio comenzó a dar un paseo.

Vernon se rió entre dientes.—Ustedes dos podrían ser hermanas —dijo casualmente.

—Fascinante —dijo Elide, guiando a la dama por las escaleras, incluso cuando el esfuerzopara mantener el equilibrio había hecho latir la pierna en agonía.

—Hasta la próxima —dijo su tío detrás de ellas, y no quería saber a quién se refería.

En silencio, con el corazón latiendo tan violentamente que ella pensó que podría vomitar, Elide

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llevó a Kaltain hasta el siguiente rellano, y la soltó el tiempo su ciente para abrir la puerta yguiarla hacia el pasillo.

La señora hizo una pausa, mirando a la piedra, a la nada.

—¿A dónde tiene que ir? —le preguntó Elide en voz baja.

La señora se quedó mirando. En la luz de las antorchas, la cicatriz en su brazo era horripilante.¿Quién había hecho eso?

Elide puso una mano en el codo de la mujer de nuevo.

—¿Dónde puedo llevarle para que esté a salvo?

A ninguna parte –no había ningún lugar aquí que estuviera a salvo.

Pero poco a poco, como si le llevara toda una vida para recordar cómo hacerlo, la señora des-lizó sus ojos por Elide.

La oscuridad y la muerte y las negras llamas; la desesperación y la rabia y el vacío.Y sin embargo –un núcleo de entendimiento.

Kaltain simplemente se alejó, ese vestido silbando sobre las piedras. Había golpes que pa-recían huellas digitales a su alrededor por el otro brazo. Como si alguien le hubiera agarradodemasiado fuerte.

Este lugar. Estas personas –

Elide luchó con las náuseas, mirando hasta que la mujer se desvaneció en una esquina.

Manon estaba sentada en su escritorio, mirando a lo que parecía ser una carta, cuando Elideentró en la torre.

—¿Te metiste en la cámara? —dijo la bruja, sin molestarse en darse la vuelta.

Elide tragó saliva.

—Necesito que me consigas un poco de veneno.

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Aedion estaba terminando una maniobra con el palo que el príncipe le había mostrado dosveces cuando Aelin detuvo su propio ejercicio.

—Creo que es su ciente por hoy —dijo ella, casi sin aliento.

Aedion se puso rígido ante el despido ya en sus ojos. Había estado esperando toda la mañanapara esto. Por los últimos diez años, había aprendido todo lo que podía de los mortales. Si losguerreros llegaron a su territorio, él utilizaría sus considerables encantos para convencerlospara que le enseñe lo que sabían. Y siempre que se aventuraban fuera de sus tierras, habíahecho un punto para recoger tanto como pudo sobre la lucha y matanza de quien vivía allí. Asíenfrentándose a sí mismo contra un guerrero de raza Hada pura, directa desde Doranelle, erauna oportunidad que no podía perder. No dejaría que la compasión de su prima lo destruyera

—Oí una historia —dijo Aedion a Rowan— de que has matado a un caudillo enemigo utilizandouna tabla.

—Por favor —dijo Aelin—. ¿Quién diablos te dijo eso?

—Quinn –tu tío el Capitán de la Guardia. Él era un admirador del príncipe Rowan. Él sabía todolos cuentos.

Aelin deslizó sus ojos a Rowan, quien sonrió, apoyando el bastón de combate en el suelo.

—No puedes hablar en serio —dijo ella— ¿Qué –le aplastaste hasta la muerte como una uvaprensada?

Rowan se atragantó.

—No, yo no le aplaste como una uva —le dio a la reina una sonrisa salvaje—. Arranqué la patade la mesa y lo empale con ella.

—Limpiamente a través del pecho y contra la pared de piedra —dijo Aedion.

—Bueno —dijo Aelin, resoplando—. Te voy a dar puntos de ingenio, por lo menos.

Aedion hizo rodar su cuello.

—Volvamos a lo mismo.

Pero Aelin le dio a Rowan una mirada que casi dijo,No mates a mi primo, por favor. Suspén- delo.

Aedion agarró el palo de combate más fuerte.

—Estoy bien.

—Hace una semana —dijo Aelin—, que tenías un pie en el otro mundo. Tu herida aún estásanando. Nosotros hemos terminado por hoy, y tú no estás viniendo.

—Conozco mis límites, y yo digo que estoy bien.

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tado. Pero él respiró:

—Entendido, Príncipe.

Aedion abrió la boca de nuevo cuando Rowan retrocedió, a punto de decir algo que lo haría sinduda lamentarse, cuando un hola brillante resonó.

Todos se giraron, armas fuera, cuando Lysandra cerró la puerta detrás de ella, cajas y bolsasen sus brazos. Tenía una extraña manera de colarse en lugares inadvertidos.

Lysandra dio dos pasos, una impresionante cara libre de expresión, y se detuvo en seco cuan-do vio a Rowan.

Entonces su reina se movió de repente, cogiendo algunas de las bolsas de los brazos de Ly-sandra y guiándola en el apartamento en el nivel superior.

Aedion estaba cómodo donde había sido tirado en el suelo.

—¿Ella es Lysandra? —preguntó Rowan.

—No demasiado mal para los ojos, ¿verdad?

Rowan resopló.

—¿Por qué está aquí?

Aedion pinchó con cuidado la herida en su costado, asegurándose de que se mantenía efec-tivamente intacta.

—Probablemente tiene información sobre Arobynn.

Quien Aedion pronto comenzaría a dar caza, la herida una vez –malditos dioses– sanara -nalmente, sin importar si Aelin le parecía bien. Y luego cortaría al rey de los asesinos en unmontón de pequeños pedazos durante muchos, muchos días.

—Sin embargo ¿no quiere que lo escuches?

Aedion dijo:

—Pienso que encuentra a cada uno menos a Aelin aburridos. La mayor decepción de mi vida—una mentira, y él no sabía por qué lo dijo.

Pero Rowan sonrió un poco.—Me alegro de que encontrara una amiga.

Aedion se maravilló por un instante en la suavidad en el rostro del guerrero. Hasta que Rowanmovió los ojos hacia él y estaban llenos de hielo.

—La corte de Aelin será una nueva, diferente de cualquier otra en el mundo, donde las ViejasCostumbres serán honradas de nuevo. Vas a aprender. Y yo voy a enseñarte.

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—Sé las Viejas Costumbres.

—Vas a aprenderles de nuevo.

Los hombros de Aedion se empujaron hacia atrás cuando se levantó en toda su estatura.

—Soy el general de La Perdición, y príncipe de las casas Ashryver y Galathynius. No soy un

soldado inexperto.Rowan dio un brusco movimiento de cabeza en acuerdo y Aedion supuso que debía sentirsehalagado. Hasta que Rowan dijo:

—Mi cuadro, como a Aelin le gusta llamarlos, fue una unidad letal porque fuimos unidos yrespetados por el mismo código. Maeve podría ser una sádica, pero ella se aseguraba de quetodos entendieran y lo siguieran. Aelin nunca nos obligaría a hacer nada, y nuestro código serádiferente –mejor– que el de Maeve. Tú y yo vamos a formar la columna vertebral de esta corte.Vamos a formar y decidir nuestro propio código.

—¿Qué? ¿Obediencia y lealtad ciega? —él no tenía ganas de conseguir un sermón. AunqueRowan tuviera razón y cada palabra de la boca del príncipe eran las que Aedion había soñadoen oír por una década. Él debe haber sido el que iniciara esta conversación. Por los Diosespasados, había tenido esta conversación con Ren hace semanas.

Los ojos de Rowan brillaban.

—Para proteger y servir.

—¿Aelin? —él podría hacer eso; él ya había planeado en hacer eso.

—Aelin. Y el uno al otro. Y Terrasen —sin lugar a discusión, sin atisbo de duda.

Una pequeña parte de Aedion entendió por qué su prima le había ofrecido al príncipe el jura-mento de sangre.

—¿Quién es ese? —dijo Lysandra demasiado inocente cuando Aelin la acompañó por las es-caleras.

—Rowan —dijo Aelin, pateando para abrir la puerta del apartamento.

—Está espectacularmente construido —re exionó—. Nunca he estado con un hombre Hada.O mujer, para el caso.

Aelin sacudió la cabeza para tratar de limpiar la imagen de su mente.

—Él —ella tragó. Lysandra estaba sonriendo, y Aelin silbó, dejando las bolsas en el gran pisode la sala y cerró la puerta—. Deja de hacer eso.

—Hmm —fue todo lo que dijo Lysandra, dejando caer cajas y bolsas al lado de Aelin—. Buenotengo dos cosas. Uno, Nesryn me envió una nota esta mañana diciendo que había un huéspednuevo, muy musculoso quedándose y llevara algo de ropa. En cuanto a nuestro invitado, creoque Nesryn le obvio mucho, así que la ropa podría ser ajustada –no es que estoy objetando

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eso un poco– pero él puede usarlas hasta que lleguen otros.

—Gracias —dijo, y Lysandra agitó una mano delgada. Daría las gracias a Faliq después.

—La otra cosa que te traje son noticias. Arobynn recibió un informe de anoche que dos de losvagones de la prisión fueron vistos en dirección sur a Morath –repleto de todas las personasdesaparecidas.

Ella se preguntaba si Chaol sabía y había intentado detenerlo.

—¿Sabe él que los portadores de magia están siendo apuntados?

Un movimiento de cabeza.

—Él ha estado siguiendo a las personas que desaparecen y han sido enviados al sur en losvagones de la prisión. Está buscando en todos los linajes de sus clientes ahora, no importacómo las familias trataron de ocultar sus historias después de que la magia fuera prohibida,para ver si puede usar cualquier cosa a su favor. Es algo que tener en cuenta al tratar con él...

dado tú talento.Aelin se mordió el labio.

—Gracias por decirme eso, también.

Fantástico. Arobynn, Lorcan, el rey, el Valg, las llaves, Dorian... Ella tenía casi decidido a metersu cara con cada bocado restante de la comida en la cocina.

—Sólo prepárate —Lysandra echó un vistazo a un reloj de bolsillo pequeño—. Necesito irme.Tengo una cita para comer —no hay duda de por qué Evangeline no estaba con ella.

Estaba casi a la puerta cuando Aelin dijo:—¿Cuánto tiempo más, hasta que estés libre de tus deudas?

—Todavía tengo mucho que pagar, por lo que –un tiempo —Lysandra dio unos pasos, y luegose abrazó a sí misma—. Clarisse mantiene añadiendo dinero a medida que crece Evangeline,alegando que alguien tan hermosa habría hecho su doble, el triple de lo que inicialmente medijo.

—Eso es despreciable.

—¿Qué puedo hacer yo? —Lysandra levantó la muñeca, donde el tatuaje se había rmado—.Ella me va cazar hasta el día que me muera, y no puedo huir con Evangeline.

—Yo podría cavar a Clarisse en una tumba para que nadie pudiera descubrirlo —dijo Aelin. Yen serio.

Lysandra sabía que lo decía en serio, también.

—Todavía no –no ahora.

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—Tú dices la palabra, y ya está.

La sonrisa de Lysandra era una cosa salvaje de belleza oscura.

De pie frente a una caja en el almacén cavernoso, Chaol estudió el mapa que Aelin acababa

de entregarle. Se centró en los puntos blancos –tratando de no mirar el príncipe guerrero enguardia junto a la puerta.

Era difícil evitar hacerlo cuando la presencia de Rowan de alguna manera aspiraba todo el airedel almacén.

Luego estaba la cuestión de Luego estaba la cuestión de las orejas que con delicadeza esta-ban escondidos dentro del cabello plateado corto.Hada –nunca había visto una que no fueraAelin en esos breves momentos petri cantes. Y Rowan... Convenientemente, en todos suscuentos, Aelin había olvidado mencionar que el príncipe era tan guapo.

Un apuesto Príncipe Hada, con quien se había pasado meses viviendo y entrenando –mientrasque a Chaol mismo la vida se le vino abajo, mientras que las personasmurieron a causa desu acciones–

Rowan miraba a Chaol como si él podría ser la cena. Dependiendo de su forma de hada, po-dría no estar demasiado equivocado.

Cada instinto le gritaba que corriera, a pesar de que Rowan había sido más que amable. Dis-tante e intenso, pero educado. Aun así, Chaol no necesitaba ver al príncipe en acción parasaber que estaría muerto antes de que pudiera sacar su espada.

—Tú sabes, él no va a morderte —canturreó Aelin.

Chaol dirigió una mirada hacia ella.

—¿Puedes explicar lo que son estos mapas?

—Cualquier cosa que, Ress, o Brullo puedan rellenar con respecto a estas brechas en lasdefensas del castillo sería apreciada —dijo. No es una respuesta. No había señales de Aedionentre las cajas apiladas, pero el en general estaría probablemente escuchando desde algúnlugar cercano con su agudo oído Hada.

—¿Para que puedas derribar la torre del reloj? —preguntó Chaol, doblando el mapa y metién-dolo en el bolsillo interior de su túnica.—Tal vez —dijo. Él intentó no erizarse. Pero había algo colocado sobre ella ahora –como sicierta tensión invisible en su rostro hubiera desaparecido. Trató de no mirar hacia la puerta denuevo.

—No he escuchado de Ress o Brullo por unos días —dijo en su lugar—. Voy a hacer contactoen breve.

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Ella asintió con la cabeza, sacando un segundo mapa –éste de la red laberíntica de las alcan-tarillas –y lastrado los extremos con cualquier pequeña cuchilla que ella tenía. Un buen númerode ellas, al parecer.

—Arobynn se enteró de que los detenidos desaparecidos fueron llevados a Morath anoche.¿Sabías?

Otro fallo que cayó sobre sus hombros –otro desastre.—No.

—No pueden haber ido muy lejos. Podrías reunir un equipo y emboscar a los vagones.

—Sé que podría hacerlo.

—¿Vas a?

Él puso una mano sobre el mapa.

—¿Me has traído aquí para demostrar un punto de mi inutilidad?Ella se enderezó.

—Te pedí que vinieras porque pensé que serías de gran ayuda para nosotros. Los dos esta-mos –estamos demasiado bajo una buena cantidad de presión en estos días.

Sus ojos de color turquesa y oro estaban en calma imperturbable.

Chaol dijo:

—¿Cuándo harás tú movimiento?

—Pronto.

Una vez más, no era una respuesta. Dijo tan uniformemente como pudo:

—¿Hay algo más que debería saber?

—Yo empezaría evitando las alcantarillas. Es tú sentencia de muerte si no lo haces.

—Hay gente atrapada allí –hemos encontrado los nidos, pero ni rastro de los prisioneros. Nolo haré, abandonarlos.

—Eso está muy bien —dijo, y él apretó sus dientes en el rechazo en su tono—, pero hay peo-res cosas que gruñidos de Valg patrullando las alcantarillas, y apuesto a que no hacen la vistagorda a cualquier persona en su territorio. Pesaría los riesgos si yo fuera tú —ella arrastró unamano por su cabello—. ¿Así que vas a tender una emboscada a los vagones de prisión?

—Por supuesto que sí —a pesar de que los números de los rebeldes estaban abajo. Así mu-chos de sus habitantes estaban bien ya sea huyendo de la ciudad por completo o negándosea arriesgar sus cuellos en una batalla cada vez más inútil.

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¿Fue esa preocupación parpadeando de sus ojos? Pero ella dijo:

—Utilizan cerraduras para custodiar en los vagones. Y las puertas están reforzadas con hierro.Lleven las herramientas adecuadas.

Él inspiro para intentar ahogar el hablar con desdén sobre eso, pero–

Ella sabría acerca de los vagones; había pasado semanas en uno.No pudo encontrarse con su mirada mientras se enderezaba para irse.

—Dile a Faliq que el príncipe Rowan dice gracias por la ropa —dijo Aelin.

¿Qué demonios estaba hablando? Tal vez fue otro golpe.

Así que se dirigió a la puerta, donde Rowan se hizo a un lado con un murmullo de despedida.Nesryn había dicho lo que había pasado en la noche con Aedion y Aelin, pero él no se habíadado cuenta que podría ser... amigas. No había considerado que Nesryn podría terminar sien-do incapaz de resistir el encanto de Aelin Galathynius.

Aunque supone que Aelin era una reina. Ella no vaciló. Ella no hacía nada, pero labraba pordelante, quemando brillantemente.

Incluso si eso signi ca matar a Dorian.

No habían hablado de ello desde el día del rescate de Aedion. Pero aún colgaba entre ellos.Y cuando hiciera a la magia libre... Chaol tomaría otra vez las precauciones apropiadas en ellugar.

Porque él no creía que ella pondría su espada hacia abajo la próxima vez.

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Capítulo 34Traducido por Roxana Bonilla

Corregido por Constanza Cornes

Aelin sabía que tenía cosas que hacer –cosas vitales, cosas terribles– pero podría sacri carun día.

Manteniéndose en las sombras cuando fuera posible, ella pasó la tarde mostrándole a Rowanla ciudad, desde los elegantes distritos residenciales hasta los mercados hacinados con ven-dedores ofreciendo mercancías para el solsticio de verano en dos semanas.

No hubo señal u olor de Lorcan, gracias a los dioses. Pero los hombres del Rey estaban ubica-dos en unas pocas intersecciones concurridas, dándole a Aelin la oportunidad de señalárselosa Rowan. Él los estudió con entrenada e ciencia, su agudo sentido del olfato permitiéndolediscernir cuales seguían siendo humanos y cuales estaban poseídos por demonios Valg me-nores. Por la mirada en su rostro, ella verdaderamente se sentía un poco mal por cualquierguardia que se cruzara en su camino, demonio o humano. Un poco, pero no mucho. Especial-

mente dado que su sola presencia arruinaba de alguna manera sus planes de un pací co ycalmado día.

Ella quería mostrarle a Rowan las partes buenas de la ciudad antes de arrastrarlo hacia susentrañas.

Lo llevó hacia una de las panaderías familiares de Nesryn, adonde ella fue tan lejos como paracomprar unas pocas de esas tartas de pera. En los muelles, Rowan incluso la convenció paraque probara un poco de trucha freída en sartén. Una vez había jurado nunca comer pez, y sehabía encogido cuando el tenedor se había acercado a su boca, pero –la maldita cosa estabadeliciosa. Se comió su pez entero, luego cortó pedazos del de Rowan, para su gruñida cons-ternación.Aquí –Rowan estaba aquí con ella, en Rifthold. Y había mucho más que quería que él viera,que aprendiera sobre cómo había sido su vida. Ella nunca había querido compartir algo de esoantes.

Incluso cuando había escuchado el crujido de un látigo luego del almuerzo mientras se enfria-ban cerca del agua, lo había querido con ella para presenciarlo. Él silenciosamente se pusode pie, con una mano en sus hombros, mientras miraban al grupo de esclavos encadenados

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en las que tuviera trabajo y una sola hora libre, me escabulliría aquí a través de esa puerta aescuchar.

Rowan terminó su galleta y miró hacia el oscuro espacio debajo. Había estado tan callado porlos pasados treinta minutos –como si hubiera vuelto a un lugar en el que ella no podía alcan-zarlo.

Casi suspiró con alivio cuando él dijo:—Nunca he visto una orquesta –o un teatro como este, hecho a mano en torno al sonido y ellujo. Incluso en Doranelle, los teatros y an teatros son antiguos, con bancos o solo gradas.

—No hay un lugar como este en cualquier lado, quizás. Incluso en Terrasen.

—Entonces tendrás que construir uno.

—¿Con qué dinero? ¿Piensas que las personas van a estar felices de pasar hambruna mien -tras construyo un teatro para mi propio placer?

—Tal vez no de inmediato, pero si tú piensas que bene ciaría a la ciudad, al país, entonceshazlo. Los artistas son esenciales.

Florine había dicho lo mismo. Aelin suspiró.

—Este lugar ha estado cerrado por meses, y aun así puedo jurar que puedo escuchar la mú-sica otando en el aire.

Rowan inclinó su cabeza, estudiando la oscuridad con esos sentidos inmortales.

—Quizás la música sí vive, de alguna forma.

El pensamiento hizo punzar sus ojos.

—Desearía que hubieras estado para escuchar a Pytor conducir elStygian Suite. Algunas ve-ces, siento como si estuviera sentada en ese palco, con trece años y sollozando por la absolutagloria de ello.

—¿Lloraste? —casi pudo ver las memorias de su entrenamiento esta primavera destellar ensus ojos: todos esos tiempos la música la había calmado o desatado su magia. Era una partede su alma –tanto como él lo era.

—El movimiento nal –cada maldita vez. Volvería a la Guarida y tendría la música en mi mentepor días, incluso cuando entrenaba o mataba o dormía. Era alguna forma de locura, amar esamúsica. Fue el por qué comencé a tocar el pianoforte –así podría volver a casa en la noche yhacer mi pobre intento de replicarla.

Ella nunca le había dicho eso a nadie –tampoco llevado a alguien allí.

Rowan dijo:

—¿Hay algún pianoforte aquí?

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—No he tocado en meses y meses. Y esta es una horrible idea por cerca de una docena derazones diferentes —dijo por décima vez mientras terminaba de enrollar las cortinas en el es-cenario.

Ella había estado allí antes, cuando el patronato de Arobynn les había conseguido invitacionespara las galas celebradas en el escenario por la pura emoción de caminar en espacio sagrado.Pero ahora, en medio de la penumbra del teatro muerto, iluminado con la sola vela que Rowanhabía encontrado, se sentía como si estuviera en una tumba.

Las sillas de la orquesta estaban todavía arregladas como probablemente habían estado la no-che en que los músicos hubieron salido a protestar por las masacres en Endovier y Calaculla.Ellos todavía estaban en paradero desconocido –y considerando el conjunto de miserias queel rey ahora acumulaba sobre el mundo, la muerte hubiera sido la opción más amable.

Cuadrando la barbilla, Aelin desató la familiar ira retorciéndose.

Rowan estaba parado a un lado del pianoforte cerca del frente derecho del escenario, desli-zando una mano sobre la lisa super cie como si fuera un caballo de premio.

Ella titubeó ante el magní co instrumento.

—Parece un sacrilegio tocar esa cosa —dijo, las palabras haciendo eco en el espacio.

—¿Desde cuando eres del tipo religioso, de todas maneras? —Rowan le dio una sonrisa torci-da—. ¿Adónde debería ubicarme para escuchar mejor?

—Podrías estar en un montón de dolor para comenzar

—¿Consciente de ti misma también ahora?—Si Lorcan está sgoneando —refunfuñó ella—, preferiría que no volviera para reportar aMaeve que soy terrible tocando —apuntó hacia un punto en el escenario—. Allí. Párate allí, ydeja de hablar, tú insufrible bastardo.

Él rio entre dientes, y se movió hacia el lugar que le indicó.

Tragó mientras se deslizaba hacia el liso banco y levantaba la tapa, revelando las brillantesteclas blancas y negras debajo. Ella posicionó los pies en los pedales, pero no hizo ningúnmovimiento para tocar el teclado.

—No he tocado desde antes de que Nehemia muriera —admitió, las palabras demasiado pe-sadas.

—Podemos volver otro día, si quieres —una gentil y rme oferta.

Su cabello plateado centelló en a la débil luz de la vela.

—Puede que no haya otro día. Y –y consideraría mi vida muy triste en efecto si nunca tocarade nuevo.

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Él asintió y cruzó los brazos. Una orden silenciosa.

Enfrentó las teclas y lentamente posó sus manos sobre el mar l. Estaba liso y frío y esperando –una gran bestia de sonido y alegría a punto de ser despertado.

—Necesito calentar —dijo bruscamente, y se sumergió sin decir otra palabra, tocando tan sua-vemente como podía.

Una vez que hubo comenzado a ver las notas en su mente de nuevo, cuando el músculo de lamemoria tuvo sus dedos alcanzando esos coros familiares, comenzó.

No fue la pesarosa y encantadora pieza que una vez tocó para Dorian y no fueron las ligeras ydanzantes melodías que había tocado por deporte; no fueron las complejas y diestras piezasque había tocado para Nehemia y Chaol. Esta pieza era una celebración –una rea rmación devida, de gloria, del dolor y la belleza de respirar.

Quizás por eso era que había ido a escucharla ser interpretada cada año, después de tantatortura y muerte y castigo: como un recordatorio de lo que era, de lo que luchaba por mantener.

Arriba y arriba se construyó, el sonido rompiendo del pianoforte como la canción del corazónde un dios, hasta que Rowan fue a la deriva para ponerse junto al instrumento, hasta que ellale susurró:

—Ahora —y el crescendo irrumpió en el mundo, nota tras nota tras nota.

La música chocaba a su alrededor, rugiendo a través del vacío del teatro. El silencio hueco quehabía estado dentro de ella por tantos meses se inundó con sonido.

Ella llevó la pieza a casa a su explosivo y triunfante acorde nal.

Cuando miró hacia arriba, jadeando un poco, los ojos de Rowan estaban surcados de pla-teado, su garganta agitándose. De alguna manera, después de todo este tiempo, su príncipeguerrero todavía se las arreglaba para sorprenderla.

Él pareció luchar por encontrar palabras, pero nalmente respiró:

—Muéstrame –muéstrame cómo hiciste eso.

Así que lo complació.

Pasaron la mejor parte de una hora sentados juntos en el banquillo, Aelin enseñándole lo bá-sico del pianoforte –explicándole los sostenidos y bemoles, los pedales, las notas y acordes.Cuando Rowan escuchó a alguien nalmente viniendo a investigar la música, ellos se escabu-lleron fuera. Ella paró en el Banco Real, advirtiendo a Rowan que esperara en las sombras a lolargo de la calle mientras ella de nuevo se sentaba en la o cina del Maestro cuando uno de sussubordinados se apresuraba dentro y fuera de su negocio. Ella eventualmente salió son otra

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bolsa de oro –vital, ahora que había una boca más que alimentar y otro cuerpo que vestir– yencontró a Rowan exactamente donde lo había dejado, molesto de que hubiera rechazado quela acompañara. Pero él había suscitado demasiadas preguntas.

—¿Así que estás usando tu propio dinero para apoyarnos? —preguntó Rowan mientras sedeslizaban por un lado de la calle. Un tropel de jóvenes mujeres hermosamente vestidas pasó

en la soleada avenida más allá del callejón y quedaron asombradas ante el encapuchado ma-cho poderosamente fornido que pasó por delante –y luego todas se voltearon para admirar lavista desde detrás. Aelin les enseñó los dientes.

—Por ahora —le dijo.

—¿Y qué harás por dinero luego?

Ella lo miró de reojo.

—Eso será atendido.

—¿Por quién?—Yo.

—Explica.

—Lo sabrás lo su cientemente pronto —le dio una pequeña sonrisa que sabía lo volvía loco.

Rowan hizo además de agarrarla por el hombro, pero ella inclinó más allá de su alcance.

—Ah, ah. Mejor que no te muevas tan rápidamente, o alguien podría notarlo —gruñó, el sonidoen de nitiva no humano, y ella rio entre dientes. Irritación era mejor que culpa y dolor—. Solo

sé paciente y no alborotes tus plumas.

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todos estaban a salvo.

No se detendría hasta que los otros que todavía estaban escondidos en la ciudad estén fuerade peligro.

Una mujer llegó con sus manos sucias, uñas quebradas y dedos hinchados como si hubieraintentado arañar una manera de salir del in erno en el que había estado.

—Gracias —susurró ella, con voz ronca. Probablemente de tanto gritar se había quedado sinrespuesta.

La garganta de Chaol se tensó cuando le dio a la mujer un suave apretón de manos, conscien-te de sus dedos estropeados y camino hacia Nesryn que limpiaba su espada sobre la hierba.

—Luchaste bien —le dijo.

—Sé que lo hice —Nesryn miró por encima de su hombre—. Tenemos que llegar al río. Losbarcos no esperarán por siempre.

Bien –él no esperaba amabilidad o camaradería después de una batalla, a pesar de esa son -risa, pero…

—Tal vez una vez que estemos en Rifthold, podemos ir por una bebida —necesitaba una, se-riamente.

Nesryn se puso de pie, y el luchó contra el impulso de limpiar una salpicadura de sangre negraque tenía en su mejilla bronceada. El pelo que se ató hacia atrás se había soltado, y la brisacálida del bosque se establecía otando más allá de su cara.

—Pensé que éramos amigos —dijo ella.

—Somos amigos —dijo cuidadosamente.

—Los amigos no pasan tiempo con los demás sólo cuando sienten lástima de sí mismo. O semuerden unos a otros para hacer preguntas difíciles.

—Te dije que lo sentía por tratar de morderte la otra noche.

Nesryn enfundó su espada.

—Estoy bien con la distracción entre sí por cualquier razón, Chaol, pero al menos sé honestosobre ello.

Él abrió la boca para protestar, pero... tal vez ella tenía razón.

—Me gusta tu compañía —dijo—. Quería ir a tomar algo para celebrar –no... para acostarnos.Y me gustaría ir contigo.

Ella frunció los labios.

—Ese fue el intento más cobarde de adulación que he escuchado. Pero bien, iré contigo —la

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peor parte fue que ella no sonaba enojada –y lo decía honestamente. Él le quería decir quepodía salir a beber con o sin ella, pero parecía que eso no le importaría. Este pensamiento nole sentó bien.

Claramente esto era una conversación personal. Nesryn inspeccionó el vagón y la masacre.

—¿Por qué ahora? El rey ha tenido diez años para hacer esto; ¿por qué la prisa repentina dellevar a estas personas a Morath? ¿Qué hay que construir?Algunos de los rebeldes cambiaron su camino. Chaol estudió las sangrientas consecuenciascomo si se tratara de un mapa.

—El regreso de Aelin Galathynius podría haberlo comenzado —dijo Chaol, consciente de quelos escuchaban.

—No —dijo simplemente Nesryn—. Aelin se anunció hace apenas dos meses. Algo grandeesta… ha estado pasando en las obras por un largo, largo tiempo.

Sen –uno de los capitanes con quien Chaol se reunía regularmente– dijo:—Deberíamos considerar ceder la ciudad. Movernos a otros lugares donde su punto de apoyono sea tan seguro; tal vez tratar de establecer una frontera de alguna manera. Si Aelin Gala-thynius se acerca a Rifthold, deberíamos reunirnos con ella, tal vez se dirigen hacia Terrasen,dejando fuera a Adarlan, y manteniendo su línea.

—No podemos abandonar Rifthold —dijo Chaol, mirando a los presos que había ayudado.

—Sería un suicidio quedarse —desa ó Sen. Algunos de los demás asintieron, mostrando queestaban de acuerdo.

Chaol iba a responder, pero Nesryn se adelantó:—Tenemos que ir hacia el río. Rápido.

Le dio una mirada de agradecimiento, pero ella ya se estaba moviendo.

Aelin esperó hasta que todos dormían y la luna llena se había salido antes de levantarse de lacama, con cuidado de no mover a Rowan. Se metió en el armario y se vistió rápidamente, conlas armas que casualmente había arrojado allí esa tarde. Ningún hombre comentó algo cuandohabía arrancado Damaris desde la mesa del comedor, alegando que quería limpiarla.

Ató la antigua espada sobre su espalda junto con Goldryn, las dos empuñaduras mirando a es-condidas sobre cualquiera de los hombros mientras ella se paraba frente al espejo del armarioy se apresuró a trenzarse el pelo hacia atrás.

Era lo su cientemente corto ahora como para trenzarlo y se había convertido en una molestia,y algunos mechones se escapaban, pero al menos no estaban en su rostro.

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Se deslizó fuera del armario, con una capa de repuesto en la mano, más allá de la cama don-de el torso tatuado de Rowan brillaba a la luz de la luna llena que se ltraba por la ventana.Él no se movió mientras ella salía del dormitorio y fuera del apartamento, no era más que unasombra.

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Capítulo 36Traducido por Stefania Campos

Corregido por Constanza Cornes

No paso mucho tiempo para que Aelin pusiera su trampa. Ella podía sentir los ojos que la moni-toreaban en lo que encontró la patrulla dirigida por uno de los comandantes Valg mas sádicos.

Gracias a los reportes de Chaol y Nesryn, sabía sobre sus escondites nuevos. Lo que Chaoly Nesryn no sabían, lo que había estado siguiendo a escondidas estas noches en su cuenta,eran las entradas del alcantarillado que los comandantes utilizaban cuando hablaban con losSabuesos del Wyrd.

Ellos parecían preferir las más antiguas vías de agua a nadar a través de la suciedad de lostúneles principales más recientes. Ella había estado acercándose tan cerca cómo se atrevía,que por lo general no era lo su cientemente cerca de escuchar nada.

Esta noche, se deslizó hacia abajo en las cloacas después del comandante, sus pasos casi ensilencio sobre las resbaladizas piedras, tratando de ahogar sus nauseas ante el hedor. Habíaesperado hasta que Chaol, Nesryn, y sus principales lugartenientes estuvieran fuera de laciudad, persiguiendo a los vagones de prisión, aunque solo fuera para que nadie consiguierameterse en su camino de nuevo. No podía correr el riesgo.

Mientras caminaba, manteniéndose lo su cientemente lejos detrás del comandante Valg paraque no fuera a oír, empezó a hablar en voz suave.

—Tengo la llave —dijo, un suspiro de alivio pasando por sus labios.

Torciendo su voz igual como Lysandra le había mostrado, ella respondió con un tenor mascu-lino:

—¿La trajiste contigo?

—Por supuesto que lo hice. Ahora muéstrame dónde quieres ocultarla.

—Paciencia —dijo ella, tratando de no sonreír demasiado, dando vuelta en una esquina, arras-trándose a lo largo—. Es justo por aquí.

Ella se fue, ofreciendo susurros de conversación, hasta que se acercó a la encrucijada dondea los comandantes Valg les gustaba reunirse con el Sabueso del Wyrd supervisor y guardó

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silencio. Allí tiró la capa de repuesto que había traído, y luego dio marcha atrás a una escaleraque conducía a la calle.

El aliento de Aelin se atrapó mientras empujaba contra la reja, y piadosamente cedió.

Se lanzó a sí misma a la calle, con las manos inestables. Por un momento, contemplaba tum-barse sobre los adoquines mojados y sucios, saboreando el aire libre a su alrededor. Pero élestaba demasiado cerca. Así que en silencio sello la rejilla de nuevo.Al cabo de solo un minuto antes de que unas botas casi silenciosas rasparan piedra de abajo,y una gura se movió más allá de la escalera, en dirección a donde había dejado la capa, si-guiéndola como lo había hecho durante toda la noche.

Como ella lo dejó hacer toda la noche.

Y cuando Lorcan caminó derecho a la guarida de los comandantes Valg y el Sabueso del Wyrdque había llegado a recuperar sus informes, cuando el choque de las armas y el rugido demuerte llenaron sus oídos, Aelin simplemente paseo por la calle, silbando para sí misma.

Aelin fue a zancadas por un callejón a tres cuadras de la bodega cuando una fuerza similar aun muro de piedra golpeó su cara contra el costado de un edi cio de ladrillo.

—Tú pequeñaperra —gruñó Lorcan en su oído.

Ambos de sus brazos estaban de alguna manera ya detrás de su espalda, las piernas de élcavando lo su cientemente fuerte en las de ella que no podía moverlas.

—Hola, Lorcan —dijo ella dulcemente, volteando la cara palpitante tanto como pudo. Por el ra-billo del ojo, pudo distinguir rasgos crueles por debajo de su capucha oscura, junto con ojos deónice y coincidente pelo largo hasta los hombros, y –maldita sea. Caninos alargados brillabandemasiado cerca de su garganta.

Una mano la agarro por los brazos como un tornillo de acero; Lorcan usó la otra para empujarsu cabeza contra el ladrillo húmedo con tanta fuerza que su mejilla se raspó.

—¿Crees que eso era gracioso?

—Valió la pena intentarlo, ¿no?

El apestaba a sangra, esa horrible, de otro mundo, sangre Valg. Él empujó su cara un pocofuerte en la pared, su cuerpo inamovible en su contra.

—Voy a matarte.

—Ah, sobre eso —dijo ella, y cambio su muñeca justo lo su ciente para que sintiera la hojaque había salido libre en el momento antes que hubiera sentido su ataque –el acero ahoradescansando contra su ingle—. La inmortalidad parece un muy largo, largo tiempo sin tu partedel cuerpo favorita.

—Voy a arrancarte la garganta antes de que te puedas mover.

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Presiono la hoja con más fuerza contra él.

—Ungran riesgo a tomar, ¿no es así?

Por un momento, Lorcan permaneció inmóvil, todavía empujándola contra la pared con lafuerza de cinco siglos de entrenamiento letal. Entonces el aire frio mordisqueó su cuello, suespalda. En el momento en que ella se dio la vuelta, Lorcan estaba a varios pasos de distancia.

En la oscuridad, apenas podía distinguir las características de granito labrado, pero recordabalo su ciente a partir de ese día en Doranelle para adivinar que bajo su capucha, el rostro im-placable estaba lívido.

—Honestamente —dijo, apoyándose en la pared—, estoy algo sorprendida de que cayerascon esto. Debes pensar que soy de verdad estúpida.

—¿Dónde está Rowan? —Se burló. Sus ropas oscuras y ajustadas, blindadas con metal negroen los antebrazos y hombros, parecían engullir la luz tenue—. ¿Todavía está calentando tucama?

No quería saber cómo Lorcan sabía eso.

—¿No es eso lo que todos ustedes, hombres bonitos, son buenos para hacer? —le miró dearriba a abajo, marcando las muchas armas visibles y ocultas. Enorme –tan enorme comoRowan y Aedion. Y totalmente nada impresionado por ella—. ¿Los mataste a todos ellos? Ha-bía solo tres según mi cuenta.

—Había seis de ellos, y uno de esos demonios piedra, perra y lo sabias.

Así que había encontrado una manera de matar a uno de los Sabuesos del Wyrd. Interesante –y bueno.

—Sabes, estoy realmente bastante cansada de ser llamada así. Uno pensaría que cinco siglosle daría tiempo su ciente para llegar a algo más creativo.

—Acércate un poco más, y yo voy a mostrarte exactamente lo que cinco siglos pueden hacer.

—¿Por qué no te muestro lo que sucede cuando azotas a mis amigos, idiota cobarde?

Violencia bailó a través de esas características brutales.

—Una gran boca para una persona sin sus trucos de fuego.

—Una gran boca para alguien que necesita estar al pendiente de su entorno.

El cuchillo de Rowan se inclinó junto a la garganta de Lorcan antes de que él pudiera siquieraparpadear.

Ella se había estado preguntando cuánto tiempo le tomaría encontrarla. Probablemente habíadespertado el momento en que se apartó de las sabanas.

—Empieza a hablar —ordenó Rowan a Lorcan.

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Lorcan agarro su espada -poderosa y hermosa arma, con la que no tenía ninguna duda quehabía terminado muchas vidas en campos de muerte en tierras lejanas.

—No quieres entrar en esta lucha en este momento.

—Dame una buena razón para no derramar tu sangre —dijo Rowan.

—Si muero, Maeve ofrecerá ayuda al rey de Adarlan en su contra.—Tonterías —escupió Aelin.

—Los amigos cerca, pero los enemigos más cerca, ¿no? —dijo Lorcan.

Poco a poco, Rowan lo soltó y se apartó. Los tres monitoreando cada movimiento que los otroshacían, hasta que Rowan estaba al lado de Aelin, sus dientes al descubierto hacia Lorcan. Laagresión vertiendo del Príncipe Hada era su ciente para ponerla nerviosa.

—Cometiste un error fatal —le dijo Lorcan—, en el momento en que mostraste la visión a mireina sobre ti con la llave —movió sus ojos negros hacia Rowan—. Ytú . Tu tonto estúpido.Aliándote –uniéndote a ti mismo a una reina mortal. ¿Qué vas a hacer, Rowan, cuando en-vejezca y muera? ¿Qué cuando se vea lo su cientemente mayor como para ser tu madre?¿Seguirás compartiendo su cama, todavía–?

—Eso es su ciente —dijo Rowan suavemente. Ella no dejó un solo destello de las emocionesque se dispararon a través suyo durante el espectáculo, no se atrevió ni a pensar siquiera enellos por temor a que Lorcan podría olerlos.

Lorcan se rio.

—¿Crees que venciste a Maeve? Ella permitióque caminaran fuera de Doranelle –ambos.

Aelin bostezó.

—Honestamente, Rowan, no sé cómo lo soportaste por tantos siglos. Cinco minutos y estoyaburrida hasta las lágrimas.

—Cuidado, muchacha —dijo Lorcan—. Tal vez no mañana, tal vez no en una semana, peroalgún día te tropezarás. Y voy a estar esperando.

—Realmente –ustedes machos Hada y sus discursos dramáticos —se dio la vuelta para irse,un movimiento que pudo hacer solo gracias al príncipe de pie entre ellos. Pero volvió a mirar

por encima del hombro, dejando caer toda pretensión de diversión, de aburrimiento. Dejó queel sentimiento tranquilo de matar se acercara a la super cie que sabía que no había nadahumano en sus ojos cuando le dijo a Lorcan—. Nunca olvidaré, ni por un momento, lo que lehiciste ese día en Doranelle. Tu miserable existencia está en el fondo de mi lista de priorida-des, pero un día, Lorcan... —ella sonrió un poco—. Un día, voy a venir a reclamar la deuda,también. Considera esta noche una advertencia.

Aelin apenas había abierto la puerta del almacén cuando la profunda voz de Rowan ronroneópor detrás:

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—¿Noche ocupada, Princesa?

Tiró para abrir la puerta, y los dos se metieron al almacén casi negro, iluminado solo por unalinterna cerca de las escaleras de atrás. Se tomó su tiempo bloqueando la puerta corredizadetrás de ella.

—Ocupada, pero muy agradable.

—Vas a tener que intentarlo mucho más duro para colarte a través de mí —dijo Rowan, laspalabras atadas con un gruñido.

—Tú y Aedion son insufribles —gracias a los dioses Lorcan no ha visto a Aedion –no a olfatea-do su herencia—. Yo estaba perfectamente segura —Mentira. No había estado segura de síLorcan siquiera aparecería o si iba a caer en su pequeña trampa.

Rowan le picó la mejilla suavemente, y el dolor le recorrió.

—Tienes suerte que haberte raspado fue lo único que te hizo. La próxima vez que te cueles

para conseguir una pelea con Lorcan, medices de antemano.—No voy a hacer tal cosa. Es mi maldito negocio, y–

—No es solotu negocio, ya no. Tú me vas a llevar contigo la próxima vez.

—La próxima vez que me escape —ella ardía—, si te pillo siguiéndome como una niñera so-breprotectora, yo–

—¿Tu qué? —dio un paso más cerca lo su ciente para compartir su aliento, sus colmillosdestellando.

A la luz de la linterna, podía ver claramente sus ojos –y él podía ver los de ella cuando silen-ciosamente dijo, No sé qué voy a hacer, hijo de puta, pero voy a hacer de su vida un inferno.

El gruño, y el sonido acarició su piel mientras leía las palabras no dichas en sus ojos.Deja deser tan terca. ¿Es esto un intento de aferrarte a tu independencia?

¿Y qué si lo es?ella replicó. Solo –déjame hacer estas cosas por mi cuenta.

—No puedo prometer eso —dijo, la tenue luz acariciando su piel bronceada, el elegante tatua- je.

Ella le dio un puñetazo en los bíceps –perjudicándose a sí misma más que a él.

—Solo porque eres viejo y más fuerte no signi ca que tienes derecho a darme órdenes.

—Es precisamente por esas cosas que yo puedo hacer lo que me plazca.

Dejó escapar un sonido agudo y fue a pellizcar su lado, y el le agarro la mano, apretándola confuerza, arrastrándola un paso más cerca suyo. Ella inclino la cabeza hacia atrás para mirarlo.

Por un momento, solo en ese almacén con nada más que las cajas dándoles compañía, se

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permitió mirar su cara, esos ojos verdes, la fuerte mandíbula

Inmortal. Inquebrantable. Sangre con poder.

—Bruto.

—Mocosa.

Ella soltó una risa entrecortada.

—¿De verdad atrajiste a Lorcan a una alcantarilla con una de esas criaturas?

Fue una trampa tan fácil que estoy realmente decepcionada de que cayera en ella.

Rowan se rio entre dientes.

—Nunca dejas de sorprenderme.

—Él te hizo daño. Yo nunca voy a perdonar eso.

—Un montón de gente me ha herido. Si vas a ir por cada uno, vas a tener una vida muy ocu-pada delante de ti.

Ella no sonrió.

—Lo que dijo –sobre hacerme vieja–

—No. Solo –no empieces con eso. Ve a dormir.

—¿Qué pasa contigo?

Estudio la puerta del almacén.

—No me extrañaría que Lorcan quiera devolver el favor que le asestaste esta noche. Olviday perdona mucho menos fácil de lo que tú lo haces, especialmente cuando alguien amenazacon cortar su virilidad.

—Por lo menos yo dije que sería ungran error —dijo con una sonrisa diabólica— Tuve la ten-tación de decir ‘pequeño’.

Rowan se rió, sus ojos bailando.

—Entonces, sin duda habrías muerto.

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Capítulo 37Traducido por Jeanna Jimenez

Corregido por Constanza Cornes

Había hombres que gritaban en las mazmorras.

Él sabía porque el demonio lo había forzado a tomar un paseo allí, más allá de cada célula yestante.

Él pensó que podría conocer algunos de los prisioneros, pero no podía recordar sus nombres;podría nunca recordar sus nombres cuando el hombre en el trono ordenó al demonio mirar susinterrogatorios. El demonio estaba feliz de hacerlo. Día tras día tras día.

El rey nunca les hacía preguntas. Algunos de los hombres lloraban, algunos gritaban, y algu-nos se quedaron silenciosos. Desa antes incluso. Ayer, uno de ellos –joven, guapo, familiar– lehabía reconocido y rogado. Había pedido clemencia, insistió en que no sabía nada y lloró.

Pero no había nada que pudiera hacer, así como él los vio sufrir, así como las cámaras llenasdel hedor de la carne quemada y el cobrizo sabor de la sangre. El demonio lo saboreó, cadavez más fuerte cada día que fue allá, y sopló en su dolor.

Añadió su sufrimiento a los recuerdos que le mantuvieron compañía, y dejó que el demoniole llevará de vuelta a los calabozos de agonía y desesperación al día siguiente, y la siguiente.

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Capítulo 38Traducido por Jeanna Jimenez

Corregido por Constanza Cornes

Aelin no se atrevió a volver a las alcantarillas –no hasta que estuvo segura de que Lorcan es-taba fuera de la zona y el Valg no estaba al acecho.

La noche siguiente, todos comían una cena que Aedion había raspado a duras penas a partirde lo que había alrededor de la cocina cuando la puerta principal se abrió y Lysandra saludócon un hola chispeante que había hecho que todos soltaran las armas que habían agarrado.

—¿Cómohaces eso? —exigió saber Aedion cuando ella des ló en la cocina.

—Que comida tan miserable —fue todo lo que dijo Lysandra, mirando por encima del hombrode Aedion al pan extendido, verduras en escabeche, huevos fríos, fruta, carne seca, y pastelespara el desayuno sobrantes—. ¿No puede alguno de ustedes cocinar?

Aelin, que había estado golpeando las uvas del plato de Rowan, resopló.

—El desayuno, al parecer, es la única comida decente que alguno de nosotros es capaz depreparar. Y este —ella señaló con el dedo pulgar en la dirección de Rowan—, sólo sabe coci-nar la carne en un palillo sobre un fuego.

Lysandra codeó a Aelin por el banco y apretó en el extremo, su vestido azul como la seda líqui-da mientras cogía un poco de pan.

—Patético –absolutamente patético para estimados y poderosos líderes.

Aedion apoyó los brazos sobre la mesa.

—Siéntete como en casa, por qué no la haces tú.

Lysandra besó el aire entre ellos.

—Hola, General. Es bueno ver que tienes buen aspecto.

Aelin habría estado feliz con sentarse y ver –hasta que Lysandra volvió esos inclinados ojosverdes hacia Rowan.

—No creo que nos presentaron el otro día. Su Majestad tenía algo bastante urgente que de-

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cirme.

La mirada de un gato astuto en la dirección de Aelin.

Rowan, sentado a la derecha de Aedion, ladeó su cabeza hacia un lado.

—¿Necesitas una introducción?

La sonrisa de Lysandra creció.

—Me gustan tus colmillos —dijo dulcemente.

Aelin se atragantó con su uva. Por supuesto Lysandra lo hizo.

Rowan dio una pequeña sonrisa que por lo general enviaba corriendo a Aelin.

—¿Los estudias para así poder reproducirlos cuándo tomes mi forma –cambia forma?

El tenedor de Aelin se congeló en el aire.

—Mierda —dijo Aedion.

Toda la diversión había desaparecido del rostro de la cortesana.

Cambia-formas.

Dioses santos. ¿Que era la magia de fuego, o el viento y el hielo, en comparación con elcambio de forma? Cambios: espías y ladrones y asesinos capaces de exigir cualquier preciopor sus servicios; la pesadilla de los tribunales en todo el mundo, tan temida que habían sidocazados casi hasta la extinción incluso antes de que Adarlan había prohibido la magia.

Lysandra se armó de una uva, lo examinó y luego movió sus ojos a Rowan.—Quizás solamente te estudio para saber dónde hundir mis colmillos si alguna vez recuperomis regalos.

Rowan se rió.

Esto explica mucho.Tú y yo somos más que bestias que llevan pieles humanas .

Lysandra volvió su atención a Aelin.

—Nadie lo sabe. Ni siquiera Arobynn —su rostro era duro. Un reto y una pregunta yacían enesos ojos.Secretos –Nehemia había guardado secretos para ella también. Aelin no dijo nada.

La boca de Lysandra se tensó mientras se volvía a Rowan.

—¿Cómo lo sabes?

Encogiéndose de hombros, incluso cuando Aelin sentía su atención en ella y sabía que podíaleer las emociones mordiéndola.

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—He conocido a unos cambiadores siglos atrás. Sus aromas son los mismos.

Lysandra se olió a sí misma, pero Aedion murmuró:

—Asíque eso es lo que es.

Lysandra miró Aelin de nuevo.

—Di algo.

Aelin levantó una mano.

—Solo –dame un momento —Un momento para ordenar a un amigo de otro –el amigo que ellahabía amado y que le había mentido en cada oportunidad y el amigo que había odiado y queella había guardado secretos de ella misma... odiado, hasta que el amor y el odio se habíanreunido en el centro, fusionadas por la pérdida.

Aedion preguntó:

—¿Qué edad tenías cuando te enteraste?—Joven –cinco o seis. Sabía ya entonces ocultarlo de todos. No era mi madre, así que mi pa-dre debe haber tenido el don. Ella nunca lo mencionó. O le parecía extraño.

Don –elección interesante de palabras. Rowan dijo:

—¿Qué pasó con ella?

Lysandra se encogió de hombros.

—No lo sé. Tenía siete años cuando me golpeó, y luego me echó de la casa. Porque vivimosaquí, en esta ciudad –y esa mañana, por primera vez, había cometido el error de cambiar ensu presencia. No recuerdo por qué, pero recuerdo estar tan asustada que había cambiado enun silbido a un gato atigrado justo en frente de ella.

—Mierda —dijo Aedion.

—Así que eres una palanca de cambios en plena potencia—dijo Rowan.

—Había sabido lo que era desde hace mucho tiempo. Desde incluso antes de ese momento,yo sabía que podía cambiar en cualquier criatura. Pero la magia se prohibió aquí. Y todo elmundo, en todos los reinos, descon aban de los cambia-formas. ¿Cómo no estarlo? —una risabaja—. Después de que ella me echó, me quedé en la calles. Éramos pobres para que apenasfuera una diferencia, pero –pasé los dos primeros días llorando en la vuelta de la esquina. Ellame amenazó con ir a las autoridades, por lo que corrí, y nunca la volví a ver. Aún regrese losmeses posteriores a la casa, pero ella se fue –desapareció.

—Suena como una persona maravillosa —dijo Aedion.

Lysandra no había mentido. Nehemia mintió abiertamente, guardaba cosas que eran vitales.

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Lo qué era Lysandra... Ellas eran aún4: después de todo, no le dijo a Lysandra que ella erareina.

—¿Cómo sobreviviste? —le preguntó Aelin por n, sus hombros relajados—. A los siete añosde edad en las calles de Rifthold no a menudo conoces un nal feliz.

Algo despertó en los ojos de Lysandra y Aelin se preguntó si ella había estado esperando elgolpe que caería, esperando la orden de irse.—Utilicé mis habilidades. A veces yo era humana; a veces me ponía las pieles de otros niñosde la calle con reconocimiento de sus cuerpos; a veces me convertía en un gato callejero ouna rata o una gaviota. Y entonces aprendí que si me hacía más guapa, si me hiciera hermosa –cuando pidiera dinero, llegaría mucho más rápido. Yo llevaba uno de esos rostros hermososel día que la magia cayó. Y he estado atrapada en él desde entonces.

—Así que esta cara —dijo Aelin—, ¿no es tu verdadero rostro? ¿Tu cuerpo real?

—No. Y lo que me mata es que no puedo recordar cuál era mi verdadera cara. Ese era el pe-ligro del cambio –que te olvides de tu forma real, porque es el recuerdo de lo que eres lo queguía el cambio. Recuerdo que era clara como un lirón, pero... no me acuerdo si mis ojos erande color azul o gris o verde; No puedo recordar la forma de la nariz o mi barbilla. Y era el cuerpode una niña, también. No sé a lo que me parecería ahora, como mujer.

Aelin dijo:

—Y esta era la forma que Arobynn vio pocos años más tarde.

Lysandra asintió y limpió una mancha invisible de pelusa en su vestido.

—Si la magia vuelve a estar libre, ¿descon arías de un cambia-forma?

Así cuidadosamente redactada, tan casualmente preguntó, como si no fuera la pregunta másimportante de todas.

Aelin se encogió de hombros y le dio la verdad.

—Yo estaría celosa de un cambia-forma. El cambio en cualquier forma, por favor, vendría aser bastante útil —lo consideró—. Un cambia-forma haría un poderoso aliado. Y un amigo aúnmás entretenido.

Aedion re exionó:

—Sería hacer una diferencia en un campo de batalla, una vez que se liberara la magia.

Rowan apenas le preguntó,

—¿Tuviste una forma favorita?

La sonrisa de Lysandra fue nada menos que malvada.

4 Se re ere a que, después de que Lysandra le haya mentido, seguían siendo amigas.

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—Me gustó algo con garras y grandes, grandes colmillos.

Aelin tragó su risa.

—¿Hay alguna razón detrás de esta visita, Lysandra, o está aquí sólo para hacer a mis amigosretorcerse?

Toda diversión se desvaneció mientras Lysandra levantó un saco de terciopelo que se hundiócon lo que parecía ser un gran cuadro.

—Lo que solicitaste —el cuadro golpeó mientras dejaba la bolsa sobre la mesa de maderadesgastada.

Aelin deslizó el saco hacia sí misma, así como los hombres levantaron sus cejas y sutilmenteolfatearon el cuadro dentro.

—Gracias.

Lysandra dijo:

—Arobynn va a llamarte mañana, para ser entregado la noche siguiente. Estés lista.

—Bien —fue un esfuerzo por mantener su rostro en blanco.

Aedion se inclinó hacia delante, mirando entre ellas.

—¿Espera solamente Aelin para entregarlo?

—No –a todos ustedes, creo.

Rowan dijo:

—¿Es una trampa?

—Probablemente, de una u otra manera —dijo Lysandra—. Él quiere que entregues y luego teunas a él para cenar.

—Demonios y comida —dijo Aelin—. Una deliciosa combinación.

Sólo Lysandra sonrió.

—¿Va a envenenarnos? —preguntó Aedion.

Aelin rascó un pedazo de tierra en la mesa.—El veneno no es el estilo de Arobynn. Si tuviera que hacer algo para la comida, sería añadirun poco de droga que nos incapacite mientras que él se mueve con nosotros donde quisiera.Es el control que él ama —agregó, sin dejar de mirar a la mesa, no del todo sintiéndose capazde ver lo que estaba escrito en los rostros de Rowan o Aedion—. El dolor y el miedo, sí, peroel poder es de lo que realmente se nutre —La cara de Lysandra había perdido su suavidad,sus ojos la fría y agudos –un re ejo de ella misma, sin duda. La única persona que podía com-prender, que también había aprendido de primera mano exactamente cuánto era ese deseo de

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control. Aelin se elevó de su asiento—. Te acompañare a tú carro.

Ella y Lysandra hicieron una pausa entre los montones de cajas en el depósito.

—¿Estás lista? —preguntó Lysandra, cruzando los brazos.

Aelin asintió con la cabeza.

—No estoy segura de que la deuda podría jamás ser pagada por lo que... lo que hicieron todos.Pero si lo hará tiene que ser su ciente. Estoy quedando sin tiempo.

Lysandra frunció los labios.

—No voy a ser capaz de correr el riesgo de venir aquí otra vez. Hasta después.

—Gracias –por todo.

—Todavía podría tener algunos trucos bajo la manga. Estate en guardia.—Y tú estarás en la suya.

—¿No estás... furiosa porque no te dije?

—Tú secreto podría hacer que te maten tan fácilmente como el mío, Lysandra. Sólo sentí... nosé. Si nada, me pregunté si había hecho algo mal, algo para que no confíes en mí lo su cientecomo para decirme.

—Yo quería –me he estado muriendo por ello.

Aelin le creyó.—Te arriesgaste a esos guardias Valg por mí –por Aedion, ese día que lo rescatamos— dijoAelin—. Ellos probablemente estarían fuera de sí cuando se enteraron de que había un cam-bia-forma en esta ciudad —Y esa noche en los Fosos, cuando ella se volvió lejos del Valg yescondiéndose detrás de Arobynn... Tenía que haber evitado su aviso—. Tienes que estar loca.

—Incluso antes de saber quién eras, Aelin, yo sabía por lo que estabas trabajando... Esto valíala pena.

—¿Qué es? —su garganta se apretó.

—Un mundo donde la gente como yo no tienen que ocultarse —Lysandra se dio la vuelta, peroAelin la agarró de la mano. Lysandra sonrió un poco—. En momentos como estos, me gustaríatener la habilidad particular de establecerme en tu lugar.

—¿Lo harías si pudieras? Dos noches a partir de ahora, quiero decir.

Lysandra suavemente se soltó de su mano.

—He pensado sobre ello cada día desde que Wesley murió. Yo lo haría y con mucho gusto.

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Pero no me importa si lo haces tú. Tú no vacilas. Me parece que es reconfortante, de algúnmodo.5

La invitación llegó de un niño de la calle a las diez de la mañana siguiente.Aelin se quedó mirando el sobre de color crema sobre la mesa delante de la chimenea, susello de cera roja impresa con dagas cruzadas. Aedion y Rowan, mirando por encima de sushombros, estudiaron la caja con la que había llegado. Ambos hombres olfatearon –y fruncieronel ceño.

—Huele como almendras —dijo Aedion.

Sacó la tarjeta. Una invitación formal para cenar mañana a las ocho –para ella y dos invitados–y una solicitud por el favor que le adeudaban.

Su paciencia estaba en un extremo. Pero en la moda típica de Arobynn, descargar el demonioen su puerta no sería su ciente. No –ella lo entregaría en sus términos.

La cena era bien tarde en el día para dar su tiempo para el estofado.

Había una nota al nal de la invitación, en un garabato elegante y e ciente.

Un regalo –y uno que espero que llevarás mañana por la noche.

Ella tiró la carta sobre la mesa y agitó una mano a Aedion o Rowan para que abrieran la cajamientras se dirigió a la ventana y miró hacia el castillo. El sol estaba deslumbrante en la maña-

na, resplandeciente como si hubiera sido diseñado de perla y oro y plata.El deslizado de la cinta, el ruido sordo de la abertura de la tapa de la caja, y–

—¿Qué en el in erno es esto?

Ella miró por encima de su hombro. Aedion retenía una botella grande de vidrio en sus manos,lleno de líquido de color ámbar.

Dijo rotundamente:

—Aceite perfumado de piel.

—¿Por qué él quiere que lo uses? —preguntó Aedion demasiado reservado.

Miró por la ventana de nuevo. Rowan la acechó y se sentó en el sillón detrás de ella, una fuerzaconstante en la espalda. Aelin dijo:

—Es sólo otro movimiento en el juego que hemos estado jugando.

5 Esta última parte se re ere al hecho de que, próximamente, van a matar a Arobynn y que a Lysandra legustaría hacerlo.

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Tendría que frotarlo en su piel. Su aroma.

Ella misma dijo que lo había esperado nada menos, pero...

—¿Y lo vas a usar? —escupió Aedion.

—Mañana, nuestro objetivo es conseguir el amuleto de Orynth de él. El convenir llevar el aceite

lo pondrá sobre el equilibrio inseguro.—No lo entiendo.

—La invitación es una amenaza —respondió Rowan por ella. Podía sentirlo a pulgadas de dis-tancia, estaba al tanto de sus movimientos, tanto como ella de los suyos—. Dos compañeros,él sabe cuántos de nosotros estamos aquí, sabe quién eres.

—¿Y tú? —preguntó Aedion.

La tela de su camisa suspiró contra la piel de Rowan cuando él se encogió de hombros.

—Probablemente no ha descubierto por ahora que soy Hada.El pensamiento de Rowan frente a Arobynn, y lo que Arobynn podría tratar de hacer–

—Y ¿qué pasa con el demonio? —exigió Aedion—. ¿Él espera que lo llevemos encima entodas nuestras mejores galas?

—Otra prueba. Y sí.

—¿Así que como hacemos para atrapar nosotros mismos un comandante Valg?

Aelin y Rowan se miraron el uno al otro.

—Tú vas a quedar aquí —le dijo a Aedion.

—Como el in erno que lo haré.

Ella señaló a su lado.

—Si no hubieras sido un dolor exaltado en mi culo y desgarrado tus puntos cuando combatistecon Rowan, podrías haber venido. Pero todavía está en vías de recuperación, y no haré quecorras el riesgo de exponer tus heridas en la basura de las alcantarillas sólo para que puedassentirte mejor contigo mismo.

Las fosas nasales de Aedion estallaron cuando retuvo su temperamento.

—Te vas a enfrentar a un demonio–

—Ella va ser cuidada —dijo Rowan.

—Yo puedo cuidar de mí misma —le espetó—Voy a vestirme —agarró su traje de donde lohabía dejado secar sobre un sillón delante de las ventanas abiertas.

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Aedion suspiró detrás de ella.

—Por favor –solo anda con cuidado. ¿Y Lysandra es de ar?

—Lo sabremos mañana —dijo. Ella con aba en Lysandra –no habría dejado que ella se acer-cara a Aedion de otro modo, pero Lysandra no sabría necesariamente si Arobynn la estabautilizando.

Rowan arqueó las cejas. ¿Estás bien?

Ella asintió con la cabeza.Sólo quiero pasar estos dos días y terminar con esto.

—Eso nunca va a dejar de ser extraño —murmuró Aedion.

—Lidia con eso —le dijo ella, llevando el traje al el dormitorio—. Vamos a buscar nosotros mis-mos un bonito pequeño demonio.

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Capítulo 39Traducido por Jeanna Jimenez

Corregido por Constanza Cornes

—Muerto como muerto puede ser —dijo Aelin, cruzando la mitad superior de los restos del Sa-bueso del Wyrd de los desperdicios. Rowan de cuclillas sobre uno de los pedacitos de la parteinferior, gruño su con rmación—. Lorcan no tira golpes, ¿verdad? —dijo, estudiando la sangresalpicada cruzando las alcantarillas apestosas. Había apenas algo más de los capitanes Valg,o del Sabueso del Wyrd. En una cuestión de momentos Lorcan había masacrado a todos comosi fueran muebles. Dioses antiguos.

Rowan dijo:

—Lorcan probablemente pasó toda la pelea imaginando que cada una de estas criaturas erastú —dijo Rowan, levantándose teniendo un brazo tieso agarrado—. La piel de piedra parececomo armadura, pero es sólo carne —él olió y gruñó con asco.

—Bien. Y gracias a Lorcan, por averiguar para nosotros —se acercó a Rowan, tomando elpesado brazo de él, y saludó al príncipe con los dedos tiesos de la criatura.

—Deja de hacer eso —dijo entre dientes.

Ella había retorcido los dedos del demonio un poco más.

—Sería un buen rascador de espalda.

Rowan solamente frunció el ceño.

—Agua estas —dijo y arrojó el brazo en el torso del Sabueso del Wyrd. Aterrizó con un pesa-do golpe y haciendo clic en la piedra—. Así que, Lorcan puede derribar un Sabueso del Wyrd—Rowan resopló ante el nombre que había usado—. Y una vez abajo, parece que se quedaabajo. Es bueno saberlo.

Rowan la miró con recelo.

—Esta trampa no era sólo para enviar Lorcan un mensaje, ¿verdad?

—Estas cosas son títeres del rey —dijo ella—, por lo que su Gran Majestad Imperial tiene aho-ra un vistazo de la cara y el olor de Lorcan, y sospecho que no estará muy contento de tener

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a un guerrero Hada en su ciudad. ¿Por qué, yo apostaría que Lorcan está siendo perseguidoactualmente por los otros siete Sabuesos del Wyrd, que sin duda tienen una cuenta pendienteen nombre de su rey y su hermano caído?

Rowan sacudió la cabeza.

—No sé si hay que estrangularte o aplaudirte en la espalda.

—Creo que hay una larga la de personas que se sienten de la misma manera —ella esca-neaba el alcantarillado –dando vuelta por la cámara—. Necesitamos los ojos de Lorcan en otrolugar esta noche y mañana. Y lo que necesitaba saber es si estos Sabuesos del Wyrd podríanmorir.

—¿Por qué? —él vio demasiado.

Poco a poco, se encontró con su mirada.

—Porque yo voy a usar su querida entrada del alcantarillado para entrar en el castillo –y volar

la torre del reloj justo de debajo de ellos.Rowan soltó una risa baja, malvada.

—Así es como vas a liberar la magia. Una vez Lorcan mate el último de los Sabuesos del Wyrd,tú entraras.

—Él realmente debería haberme matado, considerando el mundo de los problemas que ahorale daré a través de la caza esta ciudad.

Rowan enseñó los dientes en una sonrisa salvaje.

—Se lo merece.

Envueltos, armados y enmascarados, Aelin se apoyó contra la pared de piedra del edi cioabandonado, mientras Rowan rodeó al comandante Valg atado en el centro de la habitación.

—Ustedes han frmado su sentencia de muerte, gusanos —dijo la cosa dentro del cuerpo delguardia.

Aelin chasqueó la lengua.—No debe ser un muy buen demonio para ser capturado tan fácilmente.

Había sido una broma, realmente. Aelin había elegido la patrulla más pequeña dirigida por elmás suave de los comandantes. Ella y Rowan habían emboscado a la patrulla justo antes demedianoche en una zona tranquila de la ciudad.

Apenas había asesinado a dos guardias antes de que el resto estuvieran muertos a manos de

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Rowan –y cuando el comandante trató de correr, el guerrero Hada le había cogido dentro delatidos del corazón.

Dejándolo inconsciente había sido obra de un momento. La parte más difícil había estado enarrastrar su cuerpo a través de los barrios bajos, en el edi cio, y hacia abajo en el sótano, don-de lo habían encadenado a una silla.

—Yo –no soy un demonio —dijo el hombre entre dientes, como si cada palabra le quemara.Aelin se cruzó de brazos. Rowan, teniendo tanto a Goldryn y Damaris, rodeó sobre el hombre,un halcón que se acerca a la presa.

—Entonces, ¿para qué es el anillo? —dijo ella.

Un suspiro de aliento –humano, fatigado.

—Para esclavizarnos –corrompernos.

—¿Y?

—Ven más cerca, y yo podría decirte —su voz cambió entonces, más profunda y más fría.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó Rowan.

—Sus lenguas humanas no pueden pronunciar nuestros nombres, o nuestro idioma —dijo eldemonio.

Ella le imitó:

—Sus lenguas humanas no pueden pronunciar nuestros nombres. He oído eso antes, por des-gracia —Aelin dejó escapar una risa baja cuando la criatura en el interior del hombre hirvió—.Cuál es tu nombre –¿tu nombrereal ?

El hombre destrozado, hizo un movimiento espasmódico violento que hizo a Rowan dar unpaso más cerca. Ella cuidadosamente monitoreado la batalla entre los dos seres dentro de esecuerpo. Al n dijo:

—Stevan.

—Stevan —dijo ella. Los ojos del hombre estaban claros, jos en ella—. Stevan —dijo de nue-vo, más fuerte.

—Cállate—el demonio se quebró.—¿De dónde eres, Stevan?

—Sufciente de –Melisande.

—Stevan —repitió. No había trabajado en eso el día de la fuga de Aedion –no hubiera sidosu ciente, pero ahora...—. ¿Tienes una familia, Stevan?

—Muertos. Todos ellos.Del mismo modo que tú lo estarás —se puso rígido, se desplomó, se

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puso rígido, se desplomó.

—¿Puedes quitarte el anillo?

—Nunca —dijo la cosa.

—¿Puedes volver, Stevan? ¿Si el anillo se va?

Un estremecimiento que dejó su cabeza colgando entre sus hombros.

—Yo no quiero, incluso si pudiera.

—¿Por qué?

—Las cosas –cosas que hice, lo hicimos...Le gustaba mirar mientras que los tomaba, mientrasyo les arrancaba partes.

Rowan se detuvo de rodearlo, de pie a su lado. A pesar de su máscara, casi podía ver la ex-presión de su cara el asco y lástima.

—Háblame de los príncipes Valg —dijo Aelin.

Tanto el hombre como el demonio estaban en silencio.

—Háblame de los príncipes Valg —le ordenó.

—Son las tinieblas, son la gloria, son eternos .

—Stevan, dime. ¿Hay alguno aquí –en Rifthold?

—Sí.

—¿De quién es el cuerpo que habita?

—Del Príncipe Heredero.

—¿Está el príncipe allí, como tú estás aquí?

—Nunca lo vi –nunca le habló. Si –si es un príncipe dentro de él... No puede aguantar, no pue-de soportar esta cosa. Si se trata de un príncipe... el príncipe le habrá roto, usado y lo habrállevado.

Dorian, Dorian...

El hombre respiró.

—Por favor —su voz tan vacía y suave en comparación con la de la cosa dentro de él—. Porfavor –acaba con él. No puedo sostenerlo.

—Mentiroso —ronroneó—. Te entregaste a ti mismo.

—No había elección —dijo el hombre con voz entrecortada—. Ellos vinieron a nuestros ho-gares, nuestras familias. Dijeron que los anillos eran parte del uniforme, así que tuvimos que

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usarlos —un estremecimiento pasó por él, y algo antiguo y frío le sonrió—. ¿Qué eres, mujer?—Se pasó la lengua por sus labios—.Déjame probarte. Dime lo que eres.

Aelin estudió el anillo negro en su dedo. Caín –érase una vez, meses y vidas atrás, Caín habíacombatido la cosa dentro de él. Hubo un día, en los pasillos del castillo, cuando él la habíamirado persiguiendo, cazando. Como si, a pesar del anillo...

—Yo soy la muerte —dijo simplemente—. Si lo deseas.El hombre se desplomó, el demonio cedió.

—Sí —suspiró—. Sí.

—¿Qué me ofreces a cambio?

—Cualquier cosa —el hombre respiró—. Por favor.

Ella miró a su lado, en su anillo, y metió la mano en el bolsillo.

—Escucha con atención.

Aelin despertó, empapada en sudor y se retorció en las sabanas, el miedo apretando en ellacomo un puño.

Se obligó a respirar, a parpadear –a buscar en la habitación bañada por la luna y girar la cabe-za y ver al Príncipe Hada dormido en la cama.

Vivo –no torturado, no muerto.Sin embargo, estiró una mano sobre el mar de mantas entre ellos y le tocó el hombro desnudo.Músculo duro como una piedra envuelta en piel suave terciopelo. Real.

Habían hecho lo que tenían que, y el comandante Valg estaba encerrado en otro edi cio, listoy esperando a mañana por la noche, cuando iban a llevarlo a la Torre del Homenaje, el favorde Arobynn al n cumplido. Pero las palabras del demonio resonaban en su cabeza. Y luegose mezclan con la voz del príncipe Valg que había utilizado la boca de Dorian como una ma-rioneta.

Voy a destruir todo lo que amas . Una promesa.Aelin soltó un suspiro, con cuidado de no molestar al Príncipe Hada durmiendo a su lado. Porun momento, se le era difícil tirar de la mano tocando su brazo, por un momento, ella sintió latentación de acariciar sus dedos hacia abajo de la curva de sus músculos.

Pero tenía una última cosa que hacer esta noche.

Así que retiró la mano.

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Y esta vez, él no se despertó cuando se deslizó fuera de la habitación.

Eran casi las cuatro de la mañana, cuando se deslizó de nuevo en el dormitorio, sus botas aga-

rradas en una mano. Ella dio dos pasos, dos pasos enormemente pesados, agotados –antesde que Rowan dijera de la cama:

—Hueles a cenizas.

Ella simplemente siguió su camino, hasta que dejó caer sus botas en el armario, se metió enla primera camisa que pudo encontrar, y se lavó la cara y el cuello.

—Tenía cosas que hacer —dijo mientras subía a la cama.

—Fuiste sigilosa esta vez —la furia que hervía de él era casi lo su cientemente caliente comopara quemar a través de las mantas.

—Esto no era en particularmente de alto riesgo —mentira. Mentira, mentira, mentira. Ella sólohabía sido afortunada.

—¿Y supongo que no vas a decirme hasta que quieras?

Ella se desplomó sobre las almohadas.

—No estarás enfadado solo porque me fuera sigilosamente.

Su gruñido retumbó en todo el colchón.

—No es una broma.Cerró sus ojos, sus piernas de plomo.

—Lo sé.

—Aelin–

Ella ya estaba dormida.

Rowan no estaba enojado.

No, enojado no cubría una fracción de ello.

La rabia todavía lo montaba la mañana próxima, cuando despertó antes que ella y se metió ensu armario para examinar la ropa de la que se había desvestido. El polvo y el metal y el humoy el sudor le cosquillaban la nariz, y había manchas de suciedad y cenizas en el paño negro.

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Sólo unos puñales yacían esparcidos cerca –no había signo de Goldryn o Damaris de habersido movidos de donde los había arrojado en el suelo del armario anoche. Ningún tu llo deLorcan, o de Valg. Sin olor de sangre.

O ella no había querido arriesgarse a perder las antiguas hojas en una pelea, o no había que-rido el extra de peso.

Ella estaba tumbado en la cama cuando salió, con la mandíbula apretada. Ni siquiera se habíamolestado en usar uno de esos camisones ridículos. Ella debe haber estado agotada lo su -ciente para no molestarse con nada aparte de esa camisa de gran tamaño. Su camisa, notócon no poca masculina satisfacción.

Era enorme en ella. Era tan fácil olvidar lo mucho menor que ella era de él. Cómo mortal. Y loabsolutamente consciente del control que tenía que ejercitar todos los días, cada hora, paramantenerla fuera de sus brazos, para no tocarla.

Él frunció el ceño caminando fuera de la habitación. En las montañas, la habría hecho ir en unacarrera, o cortar leña durante horas, o tirar con deberes de cocina extra.

Este apartamento era demasiado pequeño, demasiado lleno de machos acostumbrados a sucamino y una reina acostumbrada a tener el suyo. Peor aún, una reina empeñada en guardarsecretos. Había tratado con gobernantes jóvenes antes: Maeve le había enviado a su cientestribunales extranjeros que sabía cómo llegar a talonear. Pero Aelin...

Ella lo tomó hacia la búsqueda de cazardemonios . Y sin embargo, esta tarea, lo que habíahecho, incluso le requirió a mantenerse en la ignorancia.

Rowan llenó el hervidor de agua, centrándose en cada movimiento, aunque sólo sea para notirarlo a través de la ventana.

—¿Haciendo el desayuno? Cuan doméstico de parte tuya —Aelin se apoyó contra la puerta,irreverente como siempre.

—¿No deberías estar durmiendo como un tronco, teniendo en cuenta tu noche ocupada?

—¿Nosotrosno podemos entrar en una lucha sobre ello antes de mi primera taza de té?

Con calma letal, puso la olla en la estufa.

—¿Después del té, entonces?

Se cruzó de brazos, la luz del sol besando el hombro de su vestido azul pálido. Una criatura delujo, su reina. Y sin embargo –sin embargo, no había comprado una sola cosa nueva para ellaúltimamente. Soltó un aliento, y sus hombros se hundieron un poco.

La rabia rugiendo a través de sus venas tropezó. Y tropezó otra vez cuando ella mordió sulabio.

—Necesito que vengas conmigo hoy.

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—Dondequiera que necesites ir —dijo. Miró hacia la mesa, a la estufa—. ¿Por Arobynn? —Élno había olvidado por un segundo que se le venía esta noche –lo que estaría enfrentando.

Ella negó con la cabeza, y luego se encogió de hombros.

—No, quiero decir, sí, quiero que vengas esta noche, pero... Hay otra cosa que tienes que ha-cer. Y quiero hacerlo hoy, antes de que suceda todo.

Esperó, conteniéndose de ir a ella, de pedirle que le diga más. Eso había sido su promesa eluno al otro: el espacio para ordenar sus propias vidas miserables, resolver cómo compartirlo.No le importaba. La mayor parte del tiempo.

Ella frotó en sus cejas con su pulgar y el índice, y cuando cuadró los hombros –los hombrosvestidos de seda que llevaba un peso que haría cualquier cosa para aliviar, levantó la barbilla.

—Hay una tumba que necesito de visitar.

No tenía un vestido negro para el luto, pero Aelin imagino que Sam hubiera preferido en ella

algo brillante y encantador de todos modos. Así que llevaba una túnica del color de la hierba deprimavera, sus mangas cubiertas con puños de terciopelo de oro en polvo.Vida , pensó cuandoanduvo a zancadas a través del pequeño, bonito cementerio con vistas al Avery. La ropa deque Sam habría querido que vistiera recordaba ella, de vida.

El cementerio estaba vacío, pero las lápidas y la hierba estaban bien cuidados, y los roblesimponentes eran incipientes con nuevas hojas. Una brisa que entra en el río brillando los pusoa suspirar y volando el pelo suelto, que volvía ahora a su normal oro-miel.

Rowan se había quedado cerca de la pequeña puerta de hierro, apoyado en uno de esosrobles para mantener a los transeúntes en la tranquila calle de la ciudad detrás de ellos para

que se jaran en él. Si lo hicieran, sus ropas negras y armas pintadas lo harían pasar como unsimple guardaespaldas.

Había planeado venir sola. Pero esta mañana ventosa despertó y justo... lo necesitaba conella. La nueva hierba amortiguó cada paso entre las lápidas claras bañado por la luz del solcorriente abajo.

Recogió piedras en el camino, descartando las deformes y rugosas, manteniendo las que bri-llaba con trozos de cuarzo o color. Agarró un puñado de ellas en el momento en que se acer-caba a la última línea de tumbas en el borde del río fangoso grande que uía perezosamente.Era un precioso sepulcro –simple, limpio– y tenía escrito en la piedra:

Sam Cortland.

Amado.

Arobynn la había dejado en blanco –sin marcar. Pero Wesley había explicado en su carta cómoél le había pedido al tallador venir. Se acercó a la tumba, leyendo una y otra vez.

Amado –no sólo por ella, sino por muchos.

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Sam. Su Sam.

Por un momento, se quedó en ese tramo de hierba, en la piedra blanca. Por un momento pudover el hermoso rostro sonriéndole, gritándole a ella, amándola. Abrió el puño de guijarros y es-cogió los tres más bellos de dos de los años desde que había sido tomado de ella, uno para elque habían estado juntos. Con cuidado, los colocó en el vértice de la curva de la lápida.

Luego se sentó en la piedra, metiendo sus pies debajo de ella, y apoyó la cabeza contra lasuave, roca fresca.

—Hola, Sam —respiró en la brisa del río.

Ella no dijo nada durante un tiempo, contenta de estar cerca de él, incluso en esta forma. Elsol calentándole el pelo, un beso de calor a lo largo de su cuero cabelludo. Un rastro de Mala,tal vez, incluso aquí.

Empezó a hablar, en silencio y de manera brevemente, diciéndole a Sam acerca de lo quele había sucedido en sus diez años pasados, diciéndole sobre estos últimos nueve meses.Cuando terminó, se quedó mirando las hojas de roble susurro arriba y arrastró los dedos porla suave hierba.

—Te extraño —dijo—. Cada día, te echo de menos. Y yo me pregunto qué habrías hechocon todo esto. Hecho conmigo. Creo –creo que habrías sido un rey maravilloso. Creo que leshabrías gustado más que yo, en realidad —su garganta se apretó—. Nunca dije que –lo quesentía. Pero yo te amaba, y yo creo que una parte de mí podría siempre amarte. Tal vez tú erasmi compañero, y nunca lo sabré. Tal vez voy a pasar el resto de mi vida pensando en eso. Talvez te veré de nuevo en el más allá, y luego lo sabré a ciencia cierta. Pero hasta entonces...hasta entonces te echo de menos, y me gustaría que estuvieras aquí.

No iba a pedir disculpas, ni decir que fue culpa suya. Debido a que su muerte no fue culpasuya. Y esta noche... Esta noche iba a saldar esa deuda.

Se limpió la cara con el dorso de la manga y se puso de pie. El sol secó sus lágrimas. Habíaolido el pino y la nieve antes de que lo oyera, y cuando se volvió, Rowan estaba a un par depies de distancia, mirando a la lápida detrás de ella.

—Era–

—Yo sé lo que él era para ti —dijo Rowan suavemente, y le tendió la mano. No para tomar lasuya, pero si por una piedra.

Ella abrió su puño, y rebuscó entre las piedras hasta que encontró un suave y redondo, deltamaño de un huevo de un colibrí. Con una delicadeza que rompió su corazón, él lo puso en lalápida al lado de sus propios guijarros.

—Vas a matar a Arobynn esta noche, ¿no? —dijo.

—Después de la cena. Cuando se haya ido a la cama. Voy a volver a la Guarida a acabar conél.

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Había venido aquí para recordarse a sí misma –recordarse a sí misma por qué estaba esatumba antes de que existiera, y por qué tenía las cicatrices en su espalda.

—¿Y el Amuleto de Orynth?

—Un juego nal, sino también una distracción.

La luz del sol bailaba en el Avery, casi cegadora.—¿Ya está lista para hacerlo?

Miró de nuevo a la lápida, y a la hierba ocultar el ataúd debajo.

—No tengo elección pero estaré lista.

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Capítulo 40Traducido por Jeanna Jimenez

Corregido por Constanza Cornes

Elide pasó dos días en el servicio voluntario de cocina, para aprender dónde y cuándo las la-vanderas comían y quienes trajeron su comida. En ese momento, el cocinero jefe con aba enella lo su ciente para que cuando se ofreció para llevar el pan hasta el comedor, él no lo pensódos veces.

Nadie se dio cuenta cuando roció el veneno en unos rollos de pan. La Líder de Ala había juradoque no mataría –solo la lavandera enfermaría durante unos días. Y tal vez esto la hizo egoístapor colocar su propia supervivencia primero, pero Elide no vaciló cuando vertió el polvo pálidoen algunos rollos, mezclándolo en la harina cuando vertió el polvo sobre ellos.

Elide marcó un rollo en particular, para asegurarse de que se lo diera a la lavandera que obser-

vó días antes, pero los demás se dieron al azar a las otras lavanderas.In ernos –probablemente se va a quemar en el reino del in erno para siempre por esto.

Pero podía pensar en su condenación cuando se haya escapado y estuviera lejos, muy lejos,más allá del Continente del Sur.

Elide entró cojeando en el comedor estridente, una lisiada tranquila con otro plato de comida.Hizo su camino por la larga mesa, tratando de mantener el peso en la pierna mientras se apo-yaba en una y otra vez depósito los rollos en placas. La lavandera ni siquiera se molestó endarle las gracias.

Al día siguiente, la Guarida era un hervidero con la noticia de que un tercio de las lavanderasestaban enfermas. Esto debe haber sido el pollo en la cena, ellos dijeron. O el cordero. O lasopa, sólo algunos de ellos lo habían cogido. El cocinero se disculpó y Elide había tratado deno pedir disculpas a él cuando vio el terror en sus ojos.

La cabeza de las lavanderas en realidad parecía aliviada cuando Elide cojeando se ofreció aayudar. Le dio para escoger cualquier estación y ponerse a trabajar.

Perfecto.

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Pero la culpa empujaba hacia abajo sobre sus hombros mientras fue derecha a la estación deesa mujer.

Trabajo todo el día, y esperó para que la ropa ensangrentada llegara.

Cuando nalmente lo hicieron, no había tanta sangre como antes, pero más de una sustanciaque parecía similar al vómito.

Elide casi vomitó a sí misma cuando los lavó. Y las exprimió. Y las seco. Y plancho. Tomó ho-ras.

Caía la noche cuando dobló la última de ellas, tratando de evitar que sus dedos temblaran.Pero se acercó a la cabecera de las lavanderas y dijo suavemente, no más que una muchachanerviosa.

—¿Debería –debería devolverlos?

La mujer sonrió. Elide se preguntó si la otra lavandera había sido enviada allí como castigo.

—Hay una escalera sobre ese camino que le llevará a los niveles subterráneos. Diga a losguardias que eres el reemplazo de Misty. Llevé la ropa a la segunda puerta de la izquierda ysuéltelos afuera.

La mujer miró las cadenas de Elide.

—Trate de correr fuera, si usted puede.

Las entrañas de Elide se habían convertido liquidas en el momento en que llegó a los guardias.

Pero no le hicieron una pregunta mientras ella recitaba lo que la lavandera de cabecera habíadicho.

Abajo, abajo, abajo mientras caminaba, en la penumbra de la escalera de caracol. La tempe-ratura cayó en picado cuanto más descendía.

Y entonces oyó los gemidos.

Gemidos de dolor, de terror, de la desesperación.

Sostuvo el cesto de la ropa contra su pecho. Una antorcha parpadeaba por delante.

Dioses, era tan frío aquí.

Las escaleras se abrieron hacia la parte inferior, iluminando a cabo un descenso recto y reve-lando un amplio pasillo, iluminado con antorchas y forrado con un sinnúmero de puertas dehierro.

Los gemidos venían detrás de ellas.

Segunda puerta a la izquierda. La sacaron con lo que parecía marcas de garras, empujando

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hacia fuera desde dentro.

Había guardias aquí abajo –guardias y hombres extraños, que patrullaban arriba y abajo, des-de la apertura y el cierre de las puertas. Las rodillas de Elide tambalearon. Nadie la detuvo.

Dejó el cesto de la ropa delante de la segunda puerta y llamó en voz baja. El hierro era tan fríoque quemó.

—Ropa limpia —dijo contra el metal. Era absurdo. En este lugar, con estas personas, todavíainsistían en ropa limpia.

Tres de los guardias se habían detenido a mirar. Ella ngió no darse cuenta – ngió retrocederpoco a poco, un pequeño conejo asustado.

Fingió coger su pie destrozado sobre algo y resbalar.

Pero fue el dolor real que rugió a través de su pierna mientras bajaba, sus cadenas rompiendoy tirando en ella. El suelo estaba tan frío como la puerta de hierro.

Ninguno de los guardias hizo algo para ayudarla a levantarse.

Ella susurró, agarrándose el tobillo, comprando de todo el tiempo que pudo, su corazón atro-nador-atronador-atronador.

Y entonces la puerta se abrió.

Manon observaba a Elide vomitar. Y de nuevo, y de nuevo.

Una centinela Blackbeak la había encontrado acurrucada en una bola en una esquina de unpasillo al azar, temblorosa, un charco de orina por debajo de ella. Habiendo escuchado que elsiervo era ahora propiedad de Manon, la centinela la tomó y la arrastró hasta aquí.

Asterin y Sorrel quedaron con cara de piedra detrás de Manon cuando la niña vomitó en elcubo de nuevo sólo bilis y saliva en esta ocasión, y por n levantó la cabeza.

—Informe —dijo Manon.

—Vi a la cámara —dijo Elide con voz áspera.

Todas ellas esperaron.

—Alguien abrió la puerta para sacar la ropa, y vi la cámara más allá.

Con esos penetrantes ojos en los de ella, probablemente había visto demasiado.

—Suéltalo —dijo Manon, apoyándose contra la columna de la cama. Asterin y Sorrel permane-ciendo junto a la puerta, supervisando por los curiosos.

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Elide se quedó en el piso, su pierna torcida hacia un lado. Pero los ojos que encontraron aManon provocado con un carácter ardiente que la muchacha raras veces revelaba.

—Lo que abría la puerta era un hombre hermoso, un hombre con el pelo de oro y un collaralrededor de su cuello. Pero élno era un hombre. No había nada humano en sus ojos —unode los príncipes –tenía que ser—. Yo – ngí caer para que pudiera comprarme más tiempo para

ver quién abrió la puerta. Cuando él me vio en el suelo, me sonrió –y estaoscuridadse ltrófuera de él... —se tambaleó hacia el cubo y se inclinó sobre él, pero no vomitó. Después de unmomento, dijo—. Me las arreglé para mirar lo que pasaba en la sala de atrás.

Se quedó mirando a Manon, luego a Asterin y Sorrel.

—Tú dijiste que iban a ser... implantados.

—Sí —dijo Manon.

—¿Sabías cuántas veces?

—¿Qué? —aspiró Asterin.—¿Sabías —dijo Elide, su voz desigual de rabia o el miedo— cuántas veces iban a ser implan-tadas con crías antes de que fueran despedidas?

Todo fue tranquilo en la cabeza de Manon.

—Continuad.

El rostro de Elide era blanco como la muerte, por lo que sus pecas parecen secas, salpicadasde sangre.

—Por lo menos, han entregado al menos un bebé cada uno. Y ya están a punto de dar a luza otro.

—Eso es imposible —dijo Sorrel.

—¿Los Witchlings? —respiró Asterin.

Elide realmente trató de vomitar de nuevo esta vez.

Cuando terminó, Manon se dominaba a sí misma lo su ciente como para decir:

—Háblame de los Witchlings.

—No son Witchlings. No son bebés —escupió Elide, cubriendo su rostro con sus manos comopara arrancarse los ojos—. Son criaturas . Son demonios . Su piel es como el diamante negro,y ellos –tienen estos hocicos, con los dientes.Colmillos . Ya tienen colmillos. Y no como lostuyos —bajó sus manos—. Ellos tienen dientes de piedra negro. No hay nada suyo en ellos.

Si se horrorizaron Sorrel y Asterin, no mostraron nada.

—¿Qué hay de las Yellowlegs? —exigió Manon.

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—Ellos las han encadenado a las tablas. Altares. Y ellas sollozaban. Ellas pedían al hombreque las dejara ir. Pero están... están cerca de dar a luz. Y entonces corrí. Corrí de allí lo másrápido que podía, y... oh, dioses. Oh,dioses —Elide comenzó a llorar.

Despacio, despacio Manon se volvió hacia su Segunda y Tercera.

Sorrel estaba pálida, sus ojos furiosos.

Pero Asterin se reunió con la mirada de Manon con una furia que Manon nunca había vistodirigida a ella.

—Tú dejas que ellos hagan esto.

Las uñas de Manon se movieron hacia fuera.

—Estas son mis órdenes. Esta es nuestra tarea.

—¡Es una abominación! —gritó Asterin.

Elide detuvo su llanto. Y retrocedió a la seguridad de la chimenea.Luego hubo lágrimas –lágrimas – en los ojos de Asterin.

Manon gruñó.

—¿Has suavizado tú corazón? —la voz bien podría haber sido la de su abuela—. No tienesestomago para–

—¡Dejas que lo hagan!—bramó Asterin.

Sorrel fue directo a la cara de Asterin.

—Retírate.

Asterin empujó a Sorrel tan violentamente que la Segunda de Manon fue estrellándose en lacómoda.

Antes que Sorrel pudiera recuperarse, Asterin estaba a pulgadas de Manon.

—Le diste esas brujas. ¡Le diste brujas!

Manon arremetió, envolviendo su mano alrededor de la garganta de Asterin. Pero Asterin aga-rró su brazo, cavando con sus clavos de hierro con tanta fuerza que la sangre corría.

Por un momento, el goteo de la sangre de Manon en el piso era el único sonido.

La vida de Asterin debería haberse acabado por la extracción de la sangre de la heredera.

Luz se re ejaba en la daga de Sorrel mientras se acercaba, lista para arrancar la columna ver-tebral de Asterin si Manon daba la orden. Manon podría haber jurado que la mano de Sorrel setambaleó ligeramente.

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Manon se encontró con las motas doradas en los ojos negros de Asterin.

—Tú no haces preguntas. Tú no exiges. Tú ya no serás Tercera. Vesta te sustituirá. Tú–

Una risa rota áspera.

—Tú no vas a hacer nada al respecto, ¿verdad? Tú no vas a liberarlas. No vas a luchar por

ellas. Por nosotras. ¿Por lo que diría la Abuela? ¿Por qué no ha respondido a ella sus cartas,Manon? ¿Cuántos tienen que enviar ahora? —las uñas de hierro de Asterin atrincheraron másduro, carne desmenuzado. Manon abrazó el dolor.

—Mañana por la mañana en el desayuno, recibirás tu castigo —silbó Manon, y empujó a suTercera a distancia, enviando a Asterin tambaleándose hacia la puerta. Manon dejó su brazoensangrentado colgando a un lado suyo. Tendría que cubrirlo encima pronto. La sangre –en supalma, en los dedos– se sentía tan familiar...

—Si intenta liberarlos, si haces algo estúpido, Asterin Blackbeak —Manon continuó—, el próxi-mo castigo que recibirás será tu propia ejecución.

Asterin soltó otra carcajada sin alegría.

—No habrías desobedecido incluso si hubieran sido Blackbeaks ahí abajo, ¿verdad? La leal-tad, la obediencia, la brutalidad, que es lo que eres.

—Déjalo mientras todavía puedas caminar —dijo en voz baja Sorrel.

Asterin giró hacia la Segunda, y algo así como dolor cruzó su rostro.

Manon parpadeó. Esos sentimientos ...

Asterin giró sobre sus talones y se marchó, cerrando la puerta detrás de ella.

Elide había logrado despejar su cabeza en el momento en que se ofreció a limpiar y vendar elbrazo de Manon.

Lo que había visto hoy, tanto en esta sala y en esa cámara por debajo...

Dejas que lo hagan. Ella no culpó Asterin por ello, aunque la había sorprendido al ver a la brujaperder control de modo completo. Nunca había visto a ninguna de ellas reaccionar con cual-quier cosa menos diversión fresca, indiferencia o la sed de sangre y rabia.

Manon no había dicho una palabra desde que había ordenado a Sorrel seguir a Asterin a dis-tancia y mantenerla lejos de hacer algo profundamente estúpido.

Como si el salvar esas brujas Yellowlegs pudiera ser tonto. Como si ese tipo de piedad eraimprudente.

Manon estaba mirando a la nada cuando Elide había terminado de aplicar el ungüento y alcan-zó los vendajes. Las heridas punzantes eran profundas, pero no lo su cientemente malo como

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para justi car puntos de sutura.

—¿Tu reino devastado vale la pena? —se atrevió a preguntar Elide.

Esos ojos de oro quemado se desplazaron hacia la ventana oscurecida.

—No espero que un ser humano pueda entender lo que se siente al ser un inmortal sin patria.

Ser maldecido con el exilio eterno —Frías, palabras distantes.Elide dijo:

—Mi reino fue conquistado por el rey de Adarlan, y todo el mundo que amaba fue ejecutado.Las tierras de mi padre y mi título fueron robados de mí por mi tío, y mi mejor oportunidad deseguridad se encuentra ahora en navegar hasta el otro extremo del mundo. Entiendo lo que escomo para desear la esperanza.

—No es la esperanza. Es la supervivencia.

Elide rodó suavemente un vendaje alrededor del antebrazo de la bruja.

—Es la esperanza para tu país de origen que guías tú, que te hace obedecer.

—¿Y qué de tu futuro? Para toda tu charla de la esperanza, pareces resignada a huir. ¿Por quéno volver a tu reino para luchar?

Tal vez el horror que había presenciado hoy le dio el coraje de decir:

—Hace diez años, mis padres fueron asesinados. Mi padre fue ejecutado en un bloque de car-nicero en frente de miles. Pero mi madre... Mi madre murió defendiendo a Aelin Galathynius, laheredera al trono de Terrasen. Compró tiempo a Aelin tiempo para correr. Siguieron las huellas

de Aelin al río congelado, donde dijeron que debe haber caído en él y se ahogó.“Pero ya ves, Aelin tenía magia de fuego. Ella podría haber sobrevivido al frío. Y Aelin... Aelinunca realmente me gustó o jugó conmigo porque yo era muy tímida, pero... nunca les creícuando dijeron que estaba muerta. Todos los días desde entonces, yo misma he dicho que ellase escapó, y que todavía está ahí fuera, esperando el momento oportuno. Creciendo, crecien-do fuerte, por lo que puede ser que algún día vuelva para salvar Terrasen. Y tú eres mi enemigo –porque si regresa, ella luchará contigo.

“Pero durante diez años, hasta que llegué aquí, he sufrido a Vernon gracias a ella. Debido a laesperanza de que ella se escapó, y al sacri cio de que mi madre no fuera en vano. Pensé queun día, Aelin vendría a salvarme –recordaría que yo existía y me rescataría de esa torre —Allíestaba, su gran secreto, que nunca se había atrevido a decir a nadie, ni siquiera su niñera—.A pesar de que... a pesar de que nunca llegó, a pesar de que ya estoy aquí, no puedo dejar delado eso. Y creo que es por eso que tú obedeces. Porque tú tienes la esperanza de cada díade tu espantosa vida miserable que podrás volver a casa.

Elide terminó de envolver el vendaje y dio un paso atrás. Manon estaba mirándola a ella ahora.

—¿Si Aelin Galathynius estuviera de verdad viva, tratarías de correr hacía ella? ¿Luchar con

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ella?

—Me gustaría pelear con uñas y dientes para llegar a ella. Pero hay líneas que no me permitocruzar. Porque yo no creo que pueda hacer frente a ella sí... si yo no puedo hacer frente a mímismo por lo que he hecho.

Manon no dijo nada. Elide se alejó en dirección a la sala de baño para lavarse las manos.

La Líder de Ala dijo detrás de ella:

—¿Tú crees que los monstruos nacen o se hacen?

A partir de lo que había visto hoy, creía que algunas criaturas estaban muy mal para nacer.Pero lo que Manon estaba preguntando...

—Yo no soy la que tiene que responder a esa pregunta —dijo Elide.

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Capítulo 41Traducido por Leandro Chávez

Corregido por Constanza Cornes

El aceite estaba al borde de la bañera, reluciente como el ámbar a la luz del atardecer. Desnu-da, Aelin se paró frente a eso, incapaz de alcanzar la botella.

Era lo que Arobynn quería –que ella pensara en él mientras frotaba el aceite a través de cadacentímetro de su piel. Por sus pechos, sus muslos, su cuello, para oler a almendras –su esen-cia elegida.

Su esencia, porque él sabía que un macho Hada vino para estar con ella, cada señal apun-tando a que son lo su cientemente cercanos como para que la esencia le importara a Rowan.

Ella cerró sus ojos, armándose de valor.

—Aelin —dijo Rowan a través de la puerta.

—Estoy bien —dijo ella. Sólo unas horas más. Y todo cambiará.Abrió sus ojos y alcanzó la botella de aceite.

Le tomó a Rowan un leve movimiento de su barbilla hacer que Aedion lo siguiera a través deltecho. Aelin aún estaba en su habitación vistiéndose, pero Rowan no iría lejos. Él podría oírcada enemigo en la calle mucho antes que tuvieran alguna oportunidad de llegar al departa-mento.

A pesar del Valg merodeando la ciudad, Rifthold era una de las capitales más pací cas quehaya encontrado –su gente predominantemente tiende a evitar problemas. Tal vez por el miedo

a ser notados por el monstruo que moraba en ese desagradable castillo de cristal. Pero Rowanmantendría su guardia de la misma forma –aquí, en Terrasen o cualquier lugar al que lo guíesu camino.

Aedion descansaba ahora en la pequeña silla que fue traída aquí junto con otras en algúnmomento. El hijo de Gavriel –le sorprendía cada vez que veía esa cara o captaba algo de suolor. Rowan no podía ayudar pero se preguntaba si Aelin había mandado a los Sabuesos delWyrd por Lorcan no solo para evitar que la rastrearan y pavimentaran su camino para liberar lamagia sino también para evitar que se acercara lo su ciente a Aedion para detectar su linaje.

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Aedion cruzó sus piernas con perezosa gracia que probablemente sirve para ocultar su veloci-dad y fuerza de oponentes.

—Ella va a matarlo hoy, ¿cierto?

—Después de la cena o lo que sea que Arobynn planea hacer con el comandante Valg. Ella vaa rodearlo y asesinarlo.

Solo un tonto podría pensar que Aedion sonrió por diversión.

—Esa es mi chica.

—¿Y si ella decide perdonarlo?

Inteligente pregunta.

—¿Y si ella fuera a decir que nosotros podemos ocuparnos de eso?

—Entonces espero que puedas unirte a la caza, príncipe.

Otra respuesta inteligente, y lo que él estaba esperando escuchar. Rowan dijo:

—¿Y cuándo llegara el momento?

—Tú tomaste el juramento de sangre —dijo Aedion, y no había ningún atisbo de desafío ensus ojos –sólo la verdad, dicha de guerrero a guerrero—. Yo tomo el golpe de gracia sobreArobynn.

—Me parece justo.

Ira primitiva parpadeó a través de la cara de Aedion.

—No va a ser rápido y no será limpio. Ese hombre tiene muchas, muchas deudas que pagarantes que conozca su n.

Para el tiempo que Aelin emergió, los hombres estaban hablando en la cocina, ya vestidos. Enla calle afuera del departamento, el comandante Valg estaba atado con los ojos vendados yencerrado en el cajón del carruaje que Nesryn había adquirido.

Aelin cuadró sus hombros, quitándose el aliento que se estaba convirtiendo en un nudo en supecho y cruzó la habitación, cada paso llevándola demasiado rápido hacia su inevitable salida.

Aedion, enfrente de ella con una na túnica de verde intenso, fue el primero en notarla. Él dejóir un bajo silbido.

—Bueno, si antes no me habías asustado completamente, seguro lo estás haciendo ahora.

Rowan giró hacia ella.

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Él se mantuvo absolutamente quieto mientras tocaba el vestido.

El terciopelo negro ajustado a cada curva y hueco antes de caer a sus pies, revelando cadapequeña respiración mientras los ojos de Rowan recorrían su cuerpo. Abajo, luego arriba –alpelo que recogió con sus peines dorados de ala por sobre cada lado de su cabeza como untocado primitivo; a su cara que mantuvo en su mayor parte limpia, salvo por un barrido de khol

siguiendo su párpado superior y sus labios rojo intenso que coloreó esmeradamente.Con el tamaño ardiente de la atención de Rowan sobre ella, se giró para mostrarle la espalda –el dragón rugiente escalando por su cuerpo. Miró por sobre su hombro a tiempo para ver losojos de Rowan bajar, y persistir.

Lentamente su mirada subió hacia la de ella. Y él pudo jurar que esa ira –ira voraz– parpadeóallí.

—Demonios y cena —dijo Aedion, palmeando el hombro de Rowan—. Deberíamos irnos.

Su primo se le adelantó con un guiño. Cuando ella se volvió hacia Rowan, aún sin aliento, sólouna fría mirada quedaba en su cara.—Tú dijiste que querías verme en este vestido —dijo un poco ronca.

—No sabía que el efecto podría ser tan… —Él sacudió su cabeza. Tocó su cara, su pelo, supeine—. Te ves cómo–

—¿Una reina?

—La reina zorra escupe-fuego que esos bastardos dicen que eres.

Ella rió, moviendo una mano hacia él: la chaqueta negra ajustada que revelaba esos hombrospoderosos, su acento plateado que combinaba con su cabello, la belleza y elegancia de lasropas que hacen un cautivador contraste con los tatuajes que bajan por el lado de su cara ycuello.

—No te ves tan mal, Príncipe.

Era mentira. Él miró… ella no podía dejar de mirarlo, así es como se veía.

—Aparentemente —dijo él, caminando hacia ella y ofreciéndole un brazo—. Ambos nos lim-piamos bien.

Le dio una astuta sonrisa mientras tomaba su codo, la esencia a almendras envolviéndola denuevo.

—No olvides tu capa. Te sentirás bastante culpable cuando todas esas pobres mujeres mor-tales ardan apenas te miren.

—Yo diría lo mismo, pero creo que me gustaría ver hombres ardiendo en llamas mientras tepavoneas.

Ella le guiñó el ojo y la risa de él resonó a través de sus huesos y sangre.

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Capítulo 42Traducido por Ro Cáceres

Corregido por Constanza Cornes

Las puertas frontales de la Fortaleza de Asesinos estaban abiertas, el camino de grava y cui-dado césped iluminado con lámparas de cristal brillantes. La propia nca de piedra pálida erabrillante, hermoso y acogedor.

Aelin les había dicho que esperaran durante el viaje, pero incluso cuando se detuvieron a lospies de los escalones, miró a los dos hombres hacinados con ella y le dijo:

—Tengan cuidado, y mantenga sus gordas bocas cerradas. Especialmente con el comandanteValg. No importa lo que oigan o vean, simplementemantengan sus gordas bocas cerrada . Sinmierda territorial psicótica.

Aedion rió.

—Recuérdame decirte mañana lo encantadora que eres.

Pero ella no estaba en el humor para reír.

Nesryn saltó del asiento del conductor y abrió la puerta del carruaje. Aelin salió, dejando sucapa detrás, y no se atrevió a mirar a la casa de enfrente –a la azotea donde Chaol y algunosrebeldes estaban proporcionando una copia de seguridad por si las cosas fueran muy, muymal.

Estaba a mitad de camino por las escaleras de mármol cuando las puertas de roble tallado seabrieron, inundando el umbral con luz dorada. No era el mayordomo de pie, sonriendo a ellacon los dientes muy blancos.

—Bienvenida a casa —ronroneó Arobynn.

Les hizo señas al cavernoso hall de entrada.

—Y bienvenidos tus amigos —Aedion y Nesryn movían el carro hacia el tronco en la parteposterior. La espada sin descripción de su primo era traída mientras abrían el compartimientoy tiró la encadenada gura encapuchada.

—Tu favor —dijo Aelin mientras lo llevaron a sus pies. El comandante Valg golpeó y se tamba-

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leó en su agarre, ya que lo llevaron a la casa, la capucha sobre la cabeza balanceándose deun lado a otro. Un bajo, vicioso silbido se deslizó debajo de las bras gruesas.

—Hubiera preferido la puerta de servicio para nuestros clientes —dijo Arobynn tensamente. Élestaba en verde, verde para Terrasen, aunque todos asumirían que era para compensar su ca -bello castaño rojizo. Una manera de confundir a sus suposiciones acerca de sus intenciones,

su lealtad. No llevaba armas que pudiera ver, y no había más que el calor en esos ojos de platamientras sostenía las manos de ella, como si Aedion no estuviera ahora tirando un demoniohasta los escalones de la entrada. Detrás de ellos, Nesryn condujo lejos el carro.

Podía sentir a Rowan erizándose, sentía el disgusto de Aedion, pero ella los bloqueó.

Tomó las manos de Arobynn, secas, cálidas, callosas. Apretó los dedos suavemente, mirándo-lo a la cara.

—Te ves deslumbrante, pero yo no esperaría nada menos. Ni siquiera un moretón despuésde atrapar a nuestro invitado. Impresionante —se inclinó más cerca, olfateando—. Y huelesdivino, también. Me alegro de que mi regalo fuera puesto a buen uso.

Por el rabillo del ojo, vio a Rowan enderezarse, y ella sabía que se había deslizado en la calmamatadora. Ni Rowan ni Aedion llevaban armas visibles salvo por la única espada que su primohabía sacado, pero ella sabía que ambos estaban armados bajo sus ropas, y sabía Rowanrompería el cuello de Arobynn si siquiera parpadeaba mal hacia ella.

Fue ese solo pensamiento que hizo sonreír a Arobynn.

—Te ves bien —dijo ella—. Supongo que ya conoces a mis compañeros.

Se enfrentó a Aedion, que estaba ocupado cavando su espada en el costado del comandante

como un recordatorio para mantener en movimiento.—No he tenido el placer de conocer a su primo.

Sabía que Arobynn tomó cada detalle cuando Aedion se acercó, empujando su cargo antesque él; tratando de encontrar alguna debilidad, algo para usar a su favor. Aedion solo entró enla casa, el comandante Valg tropezándose con el umbral.

—Se ha recuperado bien, General —dijo Arobynn—. ¿O debería llamarte ‘Su Alteza’ en honorde su linaje Ashryver? Lo que usted pre era, por supuesto.

Ella sabía entonces que Arobynn no tenía planes de dejar que el demonio –ni Stevan–dejaranesta casa con vida.

Aedion dio Arobynn una sonrisa perezosa por encima del hombro.

—No me importa una mierda como me llames —él empujó el comandante Valg más adentro—.Basta con echar esta cosa de mis manos.

Arobynn sonrió suavemente, imperturbable; había calculado el odio de Aedion. Con deliberadalentitud, se volvió a Rowan.

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—Tú, no lo sé —re exionó Arobynn, teniendo que levantar la cabeza para ver el rostro deRowan. Hizo un espectáculo el ver a Rowan—. Ha sido un tiempo desde que vi una de lashadas. No me acuerdo de ellos siendo tan grandes.

Rowan se movió más profundo en el hall de entrada, cada paso mezclado con el poder y lamuerte, deteniéndose a su lado.

—Puedes llamarme Rowan. Eso es todo lo que necesitas saber —él inclinó la cabeza haciaun lado, evaluando la presa—. Gracias por el aceite —agregó—. Mi piel estaba un poco seca.

Arobynn parpadeó –tanta sorpresa como demostraría.

Le tomó un momento para procesar lo que Rowan había dicho, y darse cuenta de que el olorde almendra no había estado viniendo de ella. Él lo había lo estaba usando él.

Arobynn movió su atención a Aedion y el comandante Valg.

—La tercera puerta a la izquierda le toma de la planta baja. Utilice la cuarta celda.

Aelin no se atrevió a mirar a su primo mientras arrastraba a Stevan a su lado. No había ni rastrode los otros asesinos –ni siquiera un sirviente. Sea cual sea lo que Arobynn había planeado...no quería que ningún testigo.

Arobynn desapareció después Aedion, con las manos en los bolsillos.

Pero Aelin permaneció en la sala por un momento, mirando a Rowan.

Sus cejas eran altas mientras leía las palabras en sus ojos, su postura. Nunca especifcó quesólo tú tenías que llevarlo .

Su garganta se apretó y ella negó con la cabeza.¿Qué? parecía preguntar.

Sólo... Ella sacudió la cabeza de nuevo.Me sorprendes a veces .

Bien. Odiaría que te aburras .

A pesar de sí misma, a pesar de lo que estaba por venir, una sonrisa tiró de sus labios mientrasRowan tomó su mano y agarró con fuerza.

Cuando se volvió para ir a las mazmorras, su sonrisa se desvaneció cuando ella se encontróa Arobynn viendo.

Rowan estaba a un pelo de arrancar la garganta del Rey de los Asesinos mientras los conducíahacia abajo, abajo, abajo en las mazmorras.

Rowan mantuvo un paso por detrás de Aelin mientras bajaban la larga y curva escalera de pie-

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dra, el olor a moho, sangre y óxido creciendo más fuerte con cada paso. Él había sido torturadolo su ciente, y hecho su ciente torturara para saber lo que este lugar era.

Para saber qué tipo de formación Aelin había recibido aquí.

Una niña –había sido una niña cuando el bastardo pelirrojo unos pasos por delante la habíatraído aquí y le enseñó cómo cortar a los hombres, cómo mantenerlos con vida mientras lohacía, cómo hacer que ellos gritaran y suplicaran. Cómo acabar con ellos.No había ninguna parte de ella que le repugnaba, ninguna parte de ella que le diera miedo,pero la idea de ella en este lugar, con estos olores, en esta oscuridad...

Con cada paso por las escaleras, los hombros de Aelin parecían inclinarse, su pelo parecíacrecer más apagado, su piel volverse más pálida.

Este era el lugar donde había visto por última vez a Sam, se dio cuenta. Y su maestro lo sabía.

—Nosotros usamos esto para la mayoría de nuestras reuniones más difíciles de interceptar o

tomar por sorpresa —dijo Arobynn a nadie en particular—. A pesar de que también tiene otrosusos, como pronto veremos —él abrió puerta tras puerta, y parecía a Rowan a que Aelin con-taba todas, esperando, hasta que–

—¿Vamos? —dijo Arobynn, haciendo un gesto hacia la puerta de la celda.

Rowan le tocó el codo. Dioses, su autocontrol tenía que estar en pedazos esta noche; no podíadejar de poner excusas para tocarla.

Pero este contacto era esencial. Sus ojos se encontraron, oscuros y fríos.Di la palabra, solouna maldita palabra y está muerto, y entonces puedes revolver esta casa de arriba a abajopara buscar ese amuleto.

Ella sacudió la cabeza al entrar en la celda, y él lo entendía bastante bien.Aún no. Aún no .

Casi había resistido en las escaleras a las mazmorras, y fue sólo el pensamiento del amuleto,solamente el calor del guerrero Hada a su espalda que le hizo poner un pie delante del otro ydescender al interior de piedra oscura.

Nunca olvidaría esta habitación. Todavía la perseguía en sus sueños.La mesa estaba vacía, pero podía verlo allí, roto y casi irreconocible, el aroma de glorielaaferrándose a su cuerpo. Sam había sido torturado en formas que ni siquiera había conocidohasta que leyó la carta de Wesley. Lo peor de todo era que había sido solicitado por Arobynn.Solicitado, como castigo porque Sam la amó –un castigo por la manipulación de las pertenen-cias de Arobynn.

Arobynn paseó en la habitación, con las manos en los bolsillos. Un fuerte resoplido de Rowan

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le dijo lo su ciente acerca de lo que este lugar olía.

Una habitación oscura, fría donde habían puesto el cuerpo de Sam. Una habitación oscura,fría donde ella había vomitado y luego yacido junto a él en la mesa durante horas y horas, nodispuesta a dejarlo.

Dónde Aedion había encadenado a Stevan a la pared.

—Sal —dijo Arobynn simplemente a Rowan y Aedion, que se pusieron rígidos—. Ustedes dospueden esperar arriba. No necesitamos distracciones innecesarias. Y tampoco lo necesitanuestro huésped.

—Por encima de mi cadáver putrefacto —espetó Aedion. Aelin le lanzó una mirada penetrante.

—Lysandra te está esperando en el salón —dijo Arobynn con experta cortesía, sus ojos ahorajos en el encapuchado Valg encadenado a la pared. Las manos enguantadas de Stevan tira-

ron de las cadenas, emitiendo un incesante silbido que aumentaban con una violencia impre-sionante—. Que ella te entretenga. Vamos a estar para la cena en breve.

Rowan estaba viendo Aelin muy, muy cuidadosamente. Ella le dio una leve inclinación de ca-beza.

Rowan se encontró con la mirada de Aedion –el general devolviéndosela.

Honestamente, si ella hubiera estado en cualquier otro lugar, podría haber tirado una silla paraver esta última pequeña batalla de dominación. Afortunadamente, Aedion acaba de girarsehacia las escaleras. Un momento después, se habían ido.

Arobynn acechó al demonio y le arrebató la capucha de su cabeza. Los ojos llenos de rabianegros miraron a ellos y parpadearon, escudriñando la habitación.

—Podemos hacer esto de la manera fácil, o por las malas—Arobynn arrastró las palabras.

Stevan se limitó a sonreír.

Aelin escuchó a Arobynn interrogar al demonio, exigiendo saber lo que era, donde había veni-do, lo que quería el rey. Después de treinta minutos y con mínimos cortes, el demonio estabahablando de cualquier cosa y todo.

—¿Cómo te controla el rey? —presionó Arobynn.

El demonio se rió.—No te gustaría saber.

Arobynn se volvió hacia ella, levantando su daga, un hilo de sangre oscura deslizándose porla cuchilla.

—¿Quieres hacer los honores? Esto es para tu bene cio, después de todo.

Ella frunció el ceño ante su vestido.

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—Yo no quiero tener sangre en él.

Arobynn sonrió y cortó con su daga por el pectoral del hombre. El demonio gritó, ahogando elrepiqueteo de la sangre en las piedras.

—El anillo — jadeó después de un momento—. Todos lo tenemos —Arobynn hizo una pausa yAelin ladeó la cabeza—. Izquierda –mano izquierda—dijo.

Arobynn quitó el guante del hombre, revelando el anillo negro.

—¿Cómo?

—Él tiene un anillo, también –lo utiliza para controlarnos a todos nosotros. Coloca el anillo, yno sale. Nosotros hacemos lo que dice, lo que él dice.

—¿De dónde sacó los anillos?

—Los hizo, yo no lo sé—la daga se acercó—. ¡Lo juro! Usamos los anillos, y se hace un corteen nuestros brazos –lame la sangre que sale de él, y entonces puede controlarnos como quie-ra. Es la sangre que nos une.

—¿Y qué piensa hacer con todos ustedes, ahora que estás invadiendo mi ciudad?

—Estamos buscando al general. No voy –no le diré a nadie que él está aquí... O queella estáaquí, lo juro. El resto, el resto no lo sé—sus ojos se encontraron con los de ella –oscuros,suplicando.

—Mátalo—le dijo a Arobynn—. Es un estorbo.

—Por favor—dijo Stevan, con los ojos todavía en los suyos. Ella miró hacia otro lado.

—Él parece haberse quedado sin cosas que decirme —re exionó Arobynn.

Veloz como una víbora, Arobynn se abalanzó sobre él, y Stevan gritó tan fuerte que dolía susoídos mientras Arobynn cortó el dedo y el anillo que lo sostuvo en un movimiento brutal.

—Gracias —dijo Arobynn por sobre los gritos de Stevan, y luego movió su cuchillo por la gar-ganta del hombre.

Aelin se movió lejos del alcance de la sangre, sosteniendo la mirada de Stevan mientras la luzse desvaneció de su mirada.

Cuando la pulverización se había desacelerado, ella frunció el ceño ante Arobynn.—Podrías haberlo matado y luego cortar el anillo.

—¿Dónde estaría la diversión en eso? —Arobynn levantó el sangriento dedo y sacó el anillo—.¿Has perdido tu sed de sangre?

—Yo tiraría ese anillo en el Avery si fuera tú.

—El rey está esclavizando a la gente a su voluntad con estas cosas. Planeo estudiar éste lo

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mejor que pueda —por supuesto que sí. Se guardó el anillo e inclinó la cabeza hacia la puer-ta—.Ahora que estamos a mano, querida... ¿comeremos?

Era todo un esfuerzo asentir con el cuerpo sangrante de Stevan hundido en la pared.

Aelin estaba sentada a la derecha del Arobynn, como siempre había sido. Había esperado queLysandra se sentara frente a ella, pero en cambio la cortesana estaba a su lado. No hay dudade la intención de reducir sus opciones a dos: tratar con su rival de toda la vida, o hablar conArobynn. O algo así.

Había tratado de saludar a Lysandra, que había estado manteniendo la compañía de Aediony Rowan en el cuarto, muy consciente de Arobynn sobre sus talones mientras estrechaba lamano de Lysandra, sutilmente pasando la nota que había mantenido oculta en su vestido todala noche.

La nota se había ido para el momento Aelin inclinó para besar la mejilla de la cortesana, el besode alguien no del todo contento de estar haciéndolo.Arobynn había sentado a Rowan a su izquierda, con Aedion al lado del guerrero. Los dosmiembros de su corte fueron separados por la mesa para evitar que llegar a ella, y dejándolasin protección de Arobynn. Ninguno preguntó sobre lo que pasó en el calabozo.

-—He de decir —re exionó Arobynn mientras su primer plato –sopa de tomate y albahaca, cor-tesía de verduras cultivadas en el invernadero– era servido por los silenciosos sirvientes, quehabían sido convocado ahora que se habían encargado de Stevan. Aelin reconoció algunos,aunque no la miraron. Nunca la habían mirado, incluso cuando vivía aquí. Sabía que no seatreverían a susurrar una palabra sobre quién cenó en esta mesa esta noche. No con Aroby-nn como su maestro—. Son un grupo bastante callado. ¿O mi protegida los asustó para quemantuvieran silencio?

Aedion, que había visto cada bocado que ella tomó de esa sopa, levantó una ceja.

—¿Quieres que hagamos una pequeña charla después de que usted acaba interrogar y des -cuartizar a un demonio?

Arobynn agitó una mano.

—Me gustaría saber más acerca de todos ustedes.

—Cuidado —dijo ella también en voz baja a Arobynn. El Rey de los Asesinos enderezó loscubiertos que anqueaban su plato.

—¿No debería preocuparme acerca de con quién vive mi protegida?

—No estabas preocupado por quien estaba viviendo conmigo cuando me enviaste a Endovier.

Un parpadeo lento.

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—¿Es eso lo que crees que hice?

Lysandra se tensó a su lado. Arobynn observó el movimiento –como notaba cada movimiento,y dijo:

-Lysandra puede decirte la verdad: he luchado con uñas y dientes para liberarte de esa prisión.He perdido la mitad de mis hombres en el esfuerzo, todos ellos torturados y asesinados por elrey. Estoy sorprendido que tu amigo el capitán no te lo dijo. Es una pena que está de guardiaen la azotea esta noche.

No se perdía de nada, al parecer.

Arobynn miró a Lysandra –esperando. Tragó saliva y murmuró:

—Él lo intentó, ya sabes. Durante meses y meses.

Fue tan convincente que Aelin podría haberlo creído. A través de algún milagro, Arobynn notenía ni idea de que la mujer se había estado reuniendo con ellos en secreto. Algún milagro o

propio ingenio de Lysandra.Aelin arrastró las palabras a Arobynn:

—¿Tiene planes de decirme por qué insististe que nos quedáramos para cenar?

—¿Cómo más podría llegar a verte? Habrías tirado esa cosa en mi puerta y te hubieras ido. Yaprendimos mucho, tanto que podríamos utilizar, juntos—el frío por la espalda no era falso—.Aunque tengo que decir que estanueva tú es mucho más... tenue. Supongo que por Lysandraeso es una buena cosa. Ella siempre ve el agujero que dejas en la pared de entrada cuando lelanzaste la daga a su cabeza. Lo guardé allí como un pequeño recordatorio de lo mucho quetodos te extrañamos.

Rowan estaba observando, una víbora listo para atacar. Pero sus cejas se agruparonligeramente, como si dijera:¿De verdad tiraste una daga a su cabeza?

Arobynn comenzó a hablar de una época cuando Aelin había peleado con Lysandra y habíanrodado por las escaleras, arañando y aullando como los gatos, por lo que Aelin miró a Rowanun momento más. Yo era un poco impulsiva.

Estoy empezando a admirar a Lysandra más y más. Una Aelin de diecisiete años debe habersido una delicia para tratar.

Ella luchó contra el temblor en sus labios.Yo pagaría buen dinero para ver a Aelin de diecisieteaños conociendo al Rowan de diecisiete años.

Sus ojos verdes brillaban. Arobynn seguía hablando.Rowan de diecisiete años no habría sabi- do que hacer contigo. Apenas podía hablar a las mujeres fuera de su familia.,

Mentiroso –no creo eso ni por un segundo .

Es cierto. Lo habrías escandalizado con tus ropas de dormir, incluso con ese vestido que tienes

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puesto…

Ella chupó los dientes.Probablemente habría estado aún más escandalizado de saber que noestoy usando nada debajo de este vestido.

La mesa se sacudió cuando la rodilla de Rowan golpeó en ella.

Arobynn se detuvo, pero continuó cuando Aedion preguntó acerca de lo que el demonio lehabía dicho.

No puedes hablar en serio, parecía decir Rowan.

¿Has visto cualquier lugar donde este vestido podría ocultarlos? Cada línea y arruga semostraría…

Rowan sacudió la cabeza sutilmente, sus ojos bailando con una luz que sólo había llegadorecientemente a vislumbrar y apreciar.¿Te deleita el sorprenderme?

No podía dejar de sonreír. ¿Cómo sino se supone que voy a tener a un irritable inmortalentretenido?

Su sonrisa la distraía lo su ciente para que le haya tomado un momento notar el silencio, y quetodo el mundo estaba mirándolos a ellos en espera.

Echó un vistazo a Arobynn, cuyo rostro era una máscara de piedra.

—¿Me preguntaste algo?

Sólo había ira calculada en sus ojos de plata, lo que alguna vez la podría haber una vez hechopedir clemencia.

—Te pregunté —dijo Arobynn—, si has tenido diversión estas últimas semanas, arruinando mispropiedades de inversión y garantizando que todos mis clientes no me toquen.

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Capítulo 43Traducido por Stefany Vera

Corregido por Constanza Cornes

Aelin se reclinó en la silla. Incluso Rowan la estaba mirando ahora, sorpresa y molestia escritaen su cara. Lysandra estaba haciendo un buen trabajo ngiendo sorpresa y confusión –inclusoaunque había sido ella la que había alimentado a Aelin con los detalles, lo que había hecho susplan mucho mejor y más amplio de lo que había sido cuando Aelin lo garabateó en esa barco.

—No sé de qué estás hablando —dijo ella con una pequeña sonrisa.

—¿Oh? —Arobynn movió su vino—. ¿Quieres decir que cuando destrozaste las Bóvedas másallá de reparación, no era un movimiento contra mis inversiones en esa propiedad –y mi cortemensual de sus ganancias? No pretendas que fue solo en venganza por Sam.

—Los hombres del rey aparecieron. No tuve otra opción más que luchar por mi vida —despuésde que los guio directamente desde los muelles al pasillo del placer, por supuesto.

—Y supongo que fue un accidente que la caja de seguridad fue timada para que su contenidopudiese ser robado por la multitud.

Había funcionado –funcionado tan espectacularmente que ella estaba sorprendida que Aroby-nn hubiese durado tanto sin ir por su garganta.

—Ya sabes cómo son esos maleantes. Un poco de caos, y se convierten en animales conespuma en la boca.

Lysandra se encogió; una actuación estelar de una mujer testigo de una traición.

—Cierto —dijo Arobynn—. Pero especialmente los maleantes en establecimientos de los cua-les recibo a una buena suma mensual, ¿correcto?

—¿Así que me invitaste a mí y a mis amigos aquí esta noche para lanzarme acusaciones?Aquí estaba yo, pensando que me había convertido en tu cazadora de Valg personal.

—Tu deliberadamente te distinguiste a ti misma como Hinsol Cormac, uno de mis más lealesclientes e inversores, cuando liberaste a tu primo —espetó Arobynn. Los ojos de Aedion seampliaron ligeramente—. Podría tomarlo como una coincidencia, excepto que un testigo dijoque llamó el nombre de Cormac en la esta del príncipe, y Comac losaludó . El testigo le dijoeso al rey, también –que él vio a Cormac dirigirse hacia Aedion justo antes de la explosión. Yque coincidencia que el mismo día que Aedion desapareció, dos carruajes, pertenecientes aun negocio que Cormac y yo tenemos juntos , desapareció –carruaje que entonces Cormac ledijo a todos mis clientes y socios queyo use para sacar a Aedion a la seguridad cuando yo

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libere al general ese día haciéndome pasar por él, porqueyo , al parecer, me he convertido enun maldito rebelde simpatizante paseándome por la ciudad a todas las horas del día .

Ella se atrevió a mirar a Rowan, cuya cara permanecía cuidadosamente en blanco, pero vio laspalabras ahí de todos modos.

Tu malvado, astuto zorro.

Y aquí estabas tú, pensando que el cabello rojo era solo por vanidad.

Nunca voy a dudar de nuevo.

Ella se volteó hacia Arobynn.

—No puedo ayudarte si tus remilgados clientes te entregan a la menor señal de peligro.

—Cormac se ha ido de la ciudad, y continúa arrastrando mi nombre por el barro. Es un milagroque el rey no ha venido a llevarme a su castillo.

—Si te preocupa perder dinero, siempre podrías vender la casa, supongo. O dejar de usar losservicios de Lysandra.

Arobynn siseó, y Rowan y Aedion alcanzaron casualmente debajo de la mesa sus armas es-condidas.

—¿Qué se necesita, querida , para que dejes de ser un furioso dolor en mi trasero?

Ahí estaban. Las palabras que ella quería oír, la razón por la que había sido tan cuidadoso enno destruirlo completamente sino solo para molestarlo lo su ciente.

Se miró las uñas.

—Unas cuantas cosas, supongo.

La sala de estar era gigante y hecho para entretener estas de veinte o treinta, cuyos sillonesy sillas y tumbonas repartidas alrededor. Aelin descansaba en un sillón junto al fuego, Arobynnfrente a ella, la furia aun bailando en sus ojos.

Ella podía sentir a Rowan y Aedion en el pasillo afuera, monitoreando cada palabra, cada alien-to. Se preguntaba si Arobynn sabía que ellos desobedecieron su comando de permanecer enel comedor; lo dudaba. Eran más sigilosos que leopardos fantasmas, esos dos. Pero no losquería ahí, tampoco –no hasta que hubiese hecho lo que tenía que hacer.

Cruzó una pierna encima de la otra, revelando los simples zapatos de terciopelo negro queusaba, y sus piernas desnudas.

—Así que todo esto era un castigo –por un crimen que no cometí —Arobynn dijo nalmente.

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Ella corrió un dedo por el brazo del sillón.

—Primero, Arobynn: no nos molestemos con mentiras.

—¿Supongo que le has dicho a tus amigos la verdad?

—Mi corte sabe todo lo que hay que saber sobre mí. Y saben todos lo que has hecho, también.

—¿Poniéndote como la víctima, cierto? Estas olvidando que no se necesitó mucho estímulopara poner esos cuchillos en tus manos.

—Soy lo que soy. Pero no borra el hecho de que tú sabías muy bien quien era yo cuandome encontraste. Me quitaste el collar de mi familia, y me dijiste que cualquiera que viniera abuscarme terminaría muerto a manos de mis enemigos —no se atrevió a dejar que su alientodescansara, no le dio la oportunidad de considerar las palabras demasiado mientras seguíaadelante—. Querías moldearme para ser tu propia arma –¿por qué?

—¿Por qué no? Yo era joven y lleno de ira, y mi reino acababa de ser conquistado por ese bas-

tardo rey. Creía que podía darte las herramientas que necesitabas para sobrevivir, para algúndía vencerlo. Esa es la razón de tu regreso, ¿o no? Estoy sorprendido de que tú y el capitán nolo han matado aun –no es eso lo que él quiere, ¿la razón por la cual trato de trabajar conmigo?¿O estas clamando esa muerte para ti misma?

—En serio esperas que crea que tu meta nal era que yo vengara a mi familia y reclamara mitrono.

—¿En quién te habrías convertido sin mí? Una mimada, temblorosa princesa. Tu amado primote habría encerrado en una torre y arrojado la llave. Yote di tu libertad –te di la habilidad dederribar a hombres como Aedion Ashryver con unos cuantos golpes. Y todo lo que recibo a

cambio es desprecio.Ella apretó los dedos, sintiendo el peso de las piedras que había llevaba esa mañana a latumba de Sam.

—¿Así que, que más tienes para mí, Oh Poderosa Reina? ¿Debería ahorrarte los problemasy decirte a quien más deberías convertir en una espina en mi costado?

—Sabes que la deuda no está ni cerca de ser pagada.

—¿Deuda? ¿Por qué? ¿Por tratar de liberarte de Endovier? Y cuando eso no funcionó, hicelo mejor que pude. Soborné a esos guardias y o ciales con dinero de mis propios cofres paraque no te hirieran más allá de la reparación. Mientras tanto, intentaba encontrar maneras deliberarte –por un año completo.

Mentiras y verdades, como él siempre le había enseñado. Si, él había sobornado a los o cialesy guardias para asegurarse de que ella aun estuviese funcionando cuando él eventualmentela liberara. Pero la carta de Wesley había explicado con detalles justo cuanto poco esfuerzoArobynn puso una vez que quedó claro que ella se dirigía a Endovier. Como ajustó sus planes –abrazando la idea de su espíritu siendo roto en las minas.

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—¿Y qué hay de Sam? —dejó salir.

—Sam fue asesinado por un sádico, a quien mi inútil guardaespaldas se le metió en la cabezamatar. Sabes que no podía dejar que eso quedara sin castigo, no cuando necesitábamos queel nuevo Señor del Crimen continuara trabajando con nosotros.

Verdades y mentiras, mentiras y verdades. Ella sacudió su cabeza y miró hacia la ventana,siempre la confundida y con ictiva protegida cayendo por las venenosas palabras de Arobynn.—Dime lo que tengo que hacer para queentiendas —él dijo—. ¿Sabes por qué hice que cap-turaras ese demonio? Para que nosotros pudiésemos tener su conocimiento. Para que tú y yopudiésemos vencer al rey, aprender lo que él sabe. ¿Por qué crees que te deje entrar a esecuarto? Juntos –vamos a derrumbar a ese monstruo juntos , antes de que estemos todos usan -do esos anillos. Tu amigo el capitán incluso puede unirse, libre de cargos.

—¿Esperas que crea una palabra de lo que dices?

—He tenido un largo, largo tiempo para pensar en las cosas miserables que te hice, Celaena.

—Aelin —espetó—. Mi nombre es Aelin. Y puedes demostrar que has enmendado tus caminosentregándome el maldito amuleto de mi familia. Luego puedes demostrarlo aún más dándometus recursos –dejándome usar a tus hombres para obtener lo que necesito.

Ella podía ver las ruedas girando en esa fría y astuta cabeza.

—¿En qué capacidad?

Ni una palabra sobre el amuleto –no negando que lo tenía.

—Quieres que acabe con el rey —murmuró, como para mantener a los machos Hadas afuerade la puerta de no escuchar—. Entonces acabemos con el rey. Pero lo haremos a mi manera.El capitán y mi corte se quedan fuera de ello.

—¿Qué hay para mí? Estos son tiempos peligrosos, lo sabes. Porque, solo hoy, uno de losprincipales vendedores de opio fue atrapado por los hombres del rey y asesinado. Que lastima;escapó de la matanza del Mercado de las Sombras solo para ser atrapado comprando la cenaa unas cuantas cuadras.

Más estupideces para distraerla. Ella meramente dijo:

—No le mandaré una pista al rey sobre este lugar –sobre tu forma de operar y quienes son tusclientes. O mencionar al demonio en tu calabozo, su sangre es ahora una mancha permanente—sonrió un poco—. Lo he intentado; su sangre no se quita.

—¿Amenazas, Aelin? ¿Y qué pasa si hago amenazas por mi cuenta? ¿Que si le mencionó alos guardias del rey que su general perdido y su Capitán de la Guardia están frecuentementevisitando una casa? ¿Qué si dejo deslizar que un guerrero Hada está paseando por su ciudad?O, peor, que su enemiga mortal está viviendo en los barrios pobres.

—Supongo que será una carrera hasta el palacio, entonces. Que mal que el capitán tenga a

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hombres estacionados en las puertas el castillo, mensajes en las manos, listos para la señalde mandarlos esta misma noche.

—Tendrías que salir de aquí viva para dar esa señal.

—La señal es nosotros no regresando. Todos nosotros.

De nuevo, esa fría mirada.—Que cruel y maleducada te has convertido, mi amor. Pero ¿te convertirás también es unatirana? Quizás deberías empezar a deslizar anillos en los dedos de tus seguidores.

El alcanzo el interior de su túnica. Ella mantuvo su postura relajada mientras una cadena do-rada brillaba alrededor de sus largos dedos blancos, y entonces un tintineo sonó, y entonces–

El amuleto estaba exactamente igual a como ella lo recordaba.

Había sido con unas manos de niña que ella lo había sostenido por última vez, y con ojos deniña que había visto el frente azul cerúleo con el ciervo de mar l y la estrella de oro entre susastas. El ciervo inmortal de Mala traedora de fuego, traído a estas tierras por el mismo Bran-non y liberado en el bosque Oakwald. El amuleto brillo en las manos de Arobynn mientras loremovía de su cuello.

La tercera y última llave del Wyrd.

Había hecho a sus ancestros poderosos reinas y reyes; había hecho a Terrasen intocable, unacasa poderosa tan letal que ninguna fuerza había traspasado sus fronteras. Hasta que ellahabía caído al río Florine esa noche –hasta que este hombre removió el amuleto alrededorde su cuello, y un conquistador ejército había sido barrido. Y Arobynn se había alzado de serun Señor local de asesinos a coronarse a sí mismo rey sin rival de este continente. Quizás supoder e in uencia derivaba solo del collar –desu collar– que él había usado todos estos años.

—Me he apegado a él un poco —dijo Arobynn mientras se lo pasaba.

Él sabía que ella preguntaría por eso esta noche, si lo estaba usando. Quizás había planeadoofrecérselo todo este tiempo, solo para ganar su con anza –o para que ella dejara de asustara sus clientes y de interrumpir sus negocios.

Manteniendo su cara neutral fue un esfuerzo mientras lo agarraba.

Sus dedos sostuvieron la cadena dorada, y deseo en ese momento nunca haber oído de él,nunca haberlo tocado, nunca haber estado en la misma habitación con eso. No era bueno, susangre canto, sus huesos gruñeron. No era bueno, no era bueno, no era bueno.

El amuleto era más pesado de lo que parecía –y cálido por su cuerpo, o por el poder ilimitadoque vivía dentro.

La llave del Wyrd.

Santos dioses.

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Así de rápido, así de fácil, él se lo dio a ella. Como Arobynn no lo había sentido, notado… Amenos que necesitaras magia en tus venas para sentirlo. A menos que nunca… lo hubiesellamado a él como la llamaba a ella ahora, su bruto poder contra sus sentidos como un gatorestregándose contra sus piernas. ¿Cómo su madre, su padre –alguno de ellos– nunca lo ha-bían sentido?

Casi camino fuera de ahí justo en ese momento. Pero deslizó el Amuleto de Orynth alrededordel cuello, su peso volviéndose más grande –una fuerza presionando en sus huesos, espar-ciéndose a través de su sangre como tinta en el agua. No era bueno .

—Mañana en la mañana —dijo fríamente—. Tú y yo vamos a hablar otra vez. Trae a tus mejo-res hombres, o quien sea que lame tus botas en estos días. Y entonces vamos a planear —selevantó de la silla, sus rodillas tambaleándose.

—¿Alguna otra petición, Su Majestad?

—Crees que no me doy cuenta que tienes la ventaja —se obligó a calmar sus venas, su cora-zón—. Has accedido a ayudarme muy fácilmente. Pero me gusta este juego. Sigamos jugán-dolo.

Su sonrisa en respuesta era serpentina.

Cada paso hacia la puerta era un esfuerzo de voluntad mientras se obligaba a no pensar en lacosa que emitía un ruido sordo entre sus pechos.

—Si nos traicionas esta noche, Arobynn —añadió, pausándose en la puerta—, haré que lo quese le hizo a Sam parezca piadoso en comparación a lo que te hare a ti.

—Has aprendido algunos trucos en estos últimos años, ¿cierto?

Ella sonrió, tomando en detalle como él se veía en ese exacto momento: el brillo de su rojocabello, sus amplios hombros y estrechas caderas, las cicatrices en sus manos, y esos ojosplateados, tan brillantes con desafío y triunfo. Ellos probablemente cazarían sus sueños hastael día en que muriera.

——Una cosa más —dijo Arobynn.

Era un esfuerzo levantar una ceja mientras él se acercaba lo su ciente para besarla, abrazarla.Pero él solo tomo su mano en la suya, tu pulgar acariciando su palma.

—Voy a disfrutar teniéndote de vuelta —ronroneó él.

Entonces, más rápido de lo que ella podía reaccionar, él deslizó el anillo del Wyrd en su dedo.

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Capítulo 44Traducido por Stefany Vera

Corregido por Constanza Cornes

La daga escondida que Aelin tenía cayó al suelo de madera al momento que la fría piedranegra se deslizo contra su piel. Ella parpadeó hacia el anillo, a la línea de sangre que habíaaparecido en su mano bajo el agudo pulgar de Arobynn mientras él levantaba su mano a suboca y rozaba su lengua a lo largo de la parte posterior de su palma.

Su sangre estaba en sus labios cuando él se enderezó.

Tanto silencio en su cabeza, incluso ahora. Su cara dejo de funcionar; su corazón dejo de fun-cionar.

—Parpadea —le ordenó.

Ella lo hizo.

—Sonríe.Ella lo hizo.

—Dime porque volviste.

—Para matar al rey; para matar al príncipe.

Arobynn se inclinó más cerca, su nariz rozando su cuello.

—Dime que me amas.

—Te amo.—Mi nombre –di mi nombre cuando digas que me amas.

—Te amo, Arobynn Hamel.

Su aliento calentó su piel mientras el soplaba una risa dentro de su cuello, entonces le dio unbeso donde se encontraba con su hombro.

—Creo que me va a gustar esto.

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El retrocedió, admirando su cara en blanco, sus rasgos, ahora vacíos y extraños.

—Toma mi carruaje. Ve a casa y duerme. No le digas a nadie sobre esto; no le muestres elanillo a tus amigos. Y mañana, repórtate aquí después del desayuno. Tenemos planes tú y yo.Para nuestro reino, y Adarlan.

Ella solo lo miró, esperando.

—¿Entiendes?

—Si.

Él levantó su mano de nuevo y beso el anillo de piedra del Wyrd.

—Buenas noches, Aelin —él murmuró, su mano rozando su trasero mientras él la echabafuera.

Rowan estaba temblando con rabia restringida mientras tomaban el carruaje de Arobynn acasa, ninguno de ellos hablando.

Él oyó cada palabra murmurada en esa habitación. También Aedion. Él había visto el toquenal que Arobynn había hecho, el gesto de propiedad de un hombre convencido que tenía un

nuevo, y muy brillante juguete con el que entretenerse.

Pero Rowan no se atrevía a agarrar la mano de Aelin para ver el anillo.

Ella no se movió; ella no habló. Solo se sentó ahí y miro a la pared del carruaje.

Una perfecta, rota, obediente muñeca.

Te amo, Arobynn Hamel .

Cada minuto era una agonía, pero había muchos ojos en ellos –demasiados, incluso mientrasellos nalmente llegaban a la casa y se bajaban. Ellos esperaron hasta que el carruaje de Arob-ynn se había ido antes que Rowan y Aedion anquearan a la reina mientras ella se deslizabadentro de la casa y subía las escaleras.

Las cortinas ya estaban cerradas dentro de la casa, quedaban unas cuantas velas encendidas.Las llamas atraparon al dragón dorado bordado en la parte posterior de ese notable vestido, yRowan no se atrevió a respirar mientras se paraba en el centro de la habitación. Una esclavaesperando órdenes.

—¿Aelin? —dijo Aedion, su voz ronca.

Aelin levanto sus manos en frente de ella y se volteó.

Se quitó el anillo.

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—Así que eso es lo que él quería. Honestamente esperaba algo más grande.

Aelin golpeó el anillo sobre la pequeña mesa detrás del sofá.

Rowan le frunció el ceño.

—¿Él no chequeó la otra mano de Stevan?

—No —dijo, aun tratando de limpiar el horror de la traición de su mente. Tratando de ignorar lacosa colgando de su cuello, el abismo de poder que le hacía señas, señas–

Aedion espetó:

—Uno de ustedes necesita explicarme ahora.

La cara de su primo estaba drenada de color, sus ojos tan abiertos que la parte blanca se veíatoda alrededor de ellos mientras el miraba del anillo a Aelin y de vuelta.

Ella se contuvo durante el camino a casa, manteniendo la máscara del títere que Arobynn pen-saba que se había convertido. Cruzó la habitación, manteniendo sus brazos a sus lados paraevitar tirar la llave del Wyrd contra la pared.

—Lo siento —dijo—. No podías saber–

—Podría haberlo sabido. ¿En serio crees que no puedo mantener mi boca cerrada?

—Rowan ni siquiera sabía hasta anoche —espetó.

Profundo en ese abismo, truenos resonaron.

Oh, dioses. Oh, dioses –

—¿Se supone que eso me hará sentir mejor?

Rowan cruzó sus brazos.

—Sí, considerando la pelea que tuvimos sobre ello.

Aedion sacudió su cabeza.

—Solo…explíquense.

Aelin recogió el anillo. Concentración. Ella podía concentrarse en esta conversación, hasta quepudiera esconder el amuleto de una manera segura. Aedion no podía saber lo que ella carga-ba, el arma que ella había reclamado esa noche.

—En Wendlyn, hubo un momento en el que Narrok… volvió. Cuando me advirtió. Y me agrade-ció por acabar con él. Así que escogí al comandante Valg que parecía tener la menor cantidadde control sobre el cuerpo humano, con la esperanza de que el hombre pudiese estar ahí, de-seando la redención de alguna forma. Redención por lo que el demonio le había hecho hacer,esperando morir sabiendo que había hecho una cosa buena.

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—¿Por qué?

Hablar normalmente era un esfuerzo.

—Para que pudiese ofrecerle a él la piedad de la muerte y el liberarse del Valg, si solo le decíaa Arobynn la información equivocada. Engañó a Arobynn para hacerlo creer que un poco desangre podría controlar estos anillos –y que el anillo que él tenía era real —ella sostuvo el ani-llo—. Tú me diste la idea, de hecho. Lysandra tiene una muy buena joyería, y tenía uno falso.El verdadero se lo corté de un dedo al comandante Valg. Si Arobynn le hubiese quitado el otroguante, lo habría encontrado sin un dedo.

—Necesitaste semanas para planear todo eso–

Aelin asintió.

—¿Pero por qué? ¿Por qué molestarse con todo eso? ¿Por qué no solo matar al idiota?

Aelin puso abajo el anillo.

—Tenía que saber.

—¿Saber qué? ¿Qué Arobynn es un monstruo?

—Que no hay redención para él. Lo sabía, pero… era una prueba nal. Para mostrar su mano.

Aedion siseó.

—Él te habría convertido en su propia muñeca personal –tetocó –

—Sé lo que toco, y lo que quería hacer —todavía podía sentir ese toque en ella. Era nada encomparación con ese odioso peso en su pecho. Ella se frotó el pulgar por la costrosa cortadaen su mano—. Así que ahora ya sabemos.

Una pequeña, patética parte de ella deseaba no saber.

Aun con sus trajes puestos, Aelin y Rowan miraron el amuleto sobre la mesa baja delante dela chimenea a oscuras en su dormitorio.

Se lo había quitado en el momento en el que entro a su cuarto –Aedion se había ido al techo amontar guardia– y se dejó caer en el sofá frente a la mesa. Rowan se sentó a su lado un latidode corazón después. Por un momento, no dijeron nada. El amuleto brillaba en la luz de las dosvelas que Rowan había encendido.

—Iba a preguntarte para asegurarme de que fuera falso; que Arobynn no lo había cambiadode alguna manera —dijo Rowan al nal, sus ojos puestos en la llave del Wyrd—. Pero puedosentirlo –un atisbo de lo que está dentro de esa cosa.

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Ella se abrazó las rodillas con los brazos, el terciopelo negro de su vestido suavemente acari-ciándola.

—En el pasado, la gente debe haber asumido que ese sentimiento venia de la magia de quiensea que lo estaba usando —dijo—. Con mi madre, con Brannon… nunca habría sido notado.

—¿Y tu padre y tu tío? Ellos tenían poca o no magia, dijiste.

El ciervo de mar l parecía mirarla, la estrella inmortal entre sus cuernos parpadeando como eloro fundido.

—Pero tenían presencia. ¿Qué mejor lugar para ocultar esa cosa que alrededor del cuello deun arrogante real?

Rowan se tensó mientras alcanzaba el amuleto y lo volteaba tan rápido como podía. El metalera cálido, su super cie intacta a pesar de los milenios que habían pasado desde que se forjo.

Allí, exactamente como lo recordaba, tenía excavada tres marcas del Wyrd.

—¿Alguna idea de lo que eso signi ca? —dijo Rowan, acercándose tanto que su muslo rozabael de ella. Él se alejó una pulgada, aunque eso hizo nada para evitar que ella sintiera su calor.

—Nunca he visto–

—Ese —dijo Rowan, señalando al primero—. He visto ese. Estaba en tu frente ese día.

—La marca de Brannon —susurró—. La marca del bastardo nacido –el innombrable.

—¿Nadie en Terrasen miro estos símbolos?

—Si lo hicieron nunca fue revelado –o lo escribieron en sus cuentos personales, los cualesestaban guardados en la biblioteca de Orynth —se mordió el interior del labio—. Es uno de losprimeros lugares que el Rey de Adarlan saqueó.

—Quizás los bibliotecarios escondieron los cuentos de los gobernantes primero –quizás tuvie-ron suerte.

Su corazón canto un poco.

—Quizás. No lo sabremos hasta que regresemos a Terrasen —golpeó la alfombra con supie—. Necesito esconder esto —había una tabla suelta en el suelo de su closet en el que habíaescondido dinero, armas, y joyería. Sería lo su cientemente bueno por ahora. Y Aedion no locuestionaría, ya que no podía arriesgarse a usar la maldita cosa en público de todas maneras,incluso bajo su ropa –no hasta que estuviese de vuelta en Terrasen. Miró el amuleto

—Entonces hazlo—dijo él.

—No quiero tocarlo.

—Si fuese tan fácil de activar, tus ancestros habrían averiguado lo que era.

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Rowan resopló mientras ella reemplazaba la tabla de madera, estampándola con el talón desu mano.

—Confía en mí, tus ancestros no eran completamente santos —él le ofreció una mano, y tratóde no mirarla mientras la agarraba. Dura, callosa, irrompible –casi imposible de matar. Perohabía una gentileza en su agarre, una importancia para esos a los que el atesoraba y protegía.

—No creo que ninguno de ellos fueran asesinos —dijo mientras él dejaba caer su mano—. Lasllaves pueden corromper a un corazón negro –o ampli car a uno puro. Nunca he oído nadasobre corazones que estén de algún mondo en el medio.

—El hecho de que te preocupe dice su ciente sobre tus intenciones.

Ella pisó alrededor del área para asegurarse que ningún ruido delataba el escondite. Truenossonaban encima de la ciudad.

—Voy a ngir que eso no es un presagio —murmuró.

—Buena suerte con eso —él la empujó con el codo, mientras entraban de nuevo al dormi-torio—. Mantendremos un ojo en las cosas –y si pareces estar dirigiéndote hacia el OscuroLorddom, prometo traerte de vuelta a la luz.

—Gracioso —el pequeño reloj en su mesa de noche dio la hora, y truenos sonaron de nuevoa través de Rifthold. Una tormenta de rápido movimiento. Bien –quizás aclararía su cabeza,también.

Ella fue hacia la caja que Lysandra le había traído y saco el otro elemento.

—El joyero de Lysandra —dijo Rowan—. Es una persona muy talentosa.

Aelin sostuvo una réplica del amuleto. Había obtenido la talla, el color y el peso casi exacto.Lo puso en su mesa como un trozo desechado de joyería.

—Solo en caso de que alguien pregunte a donde fue.

El aguacero se había suavizado a una llovizna constante en el momento en que el reloj dio launa, aun así Aelin no se había bajado del techo. Ella había subido para tomar el turno despuésde Aedion, aparentemente –y Rowan esperó, esperando su momento cuando el reloj se acer-caba la medianoche y luego se lo pasó. Chaol había venido a darle a Aedion un reporte de losmovimientos de los hombres de Arobynn, pero se regresó alrededor de las doce.

Rowan había dejado de esperar.

Ella estaba parada en medio de la lluvia, orientada hacia el oeste –no hacia el castillo resplan-deciente a su derecha, no hacia el mar a sus espaldas, sino al otro lado de la ciudad.

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No le importaba que hubiese conseguido una mirada de él. Él quería decirle que no le impor-taba lo que ella sabía de él, mientras que no la asustara –y se lo habría dicho antes si él noestuviese tan estúpidamente distraído por como lucía esta noche.

La luz de la lámpara se re ejaba en el peinado en su cabello y a lo largo del dragón de oro ensu vestido.

—Arruinaras ese vestido parada aquí afuera en la lluvia —dijo.Ella medio se volteó hacia él. La lluvia había dejado rastros de kohl bajo su rostro, y su piel es-taba tan pálida como el vientre de un pescado. La mirada en su rostro –culpa, rabia, agonía– logolpeó como un puñetazo en las entrañas.

Se volteó hacia la ciudad.

—Nunca iba a usar este vestido otra vez, de todas maneras.

—Sabes que me encargare de ello esta noche —dijo él, parándose a su lado—. Si no quieres

encargarte de hacerlo tú —Y después de lo que ese bastardo había intentado hacerle estanoche, lo que había planeado hacerle ella… Él y Aedion se tomarían un largo, largo tiempoterminando con la vida de Arobynn.

Ella miro a través de la ciudad, hacia la Guarida de los Asesinos.

—Le dije a Lysandra que ella podía hacerlo.

—¿Por qué?

Envolvió sus brazos alrededor de sí misma, abrazándose fuerte.

—Porque no más que yo, más que tú y Aedion, Lysandra merece ser la que acabe con él.Era verdad.

—¿Estará ella necesitando nuestra asistencia?

Sacudió su cabeza, rociando gotas de lluvia del peinado y los mechones húmedos de pelo quese le habían soltado.

—Chaol fue a asegurarse de que todo vaya bien.

Rowan se permitió un momento para mirarla –a los hombros relajados y la barbilla levantada,el agarre que ella mantenía en los codos, la curva de su nariz en contra de la luz de la calle,la delgada línea de su boca.

—Se siente mal —dijo— desear que hubiese habido alguna otra manera —tomó un alientodesigual, el aire condensándose en frente de ella—. Él era un mal hombre —susurró. —. Él ibaa esclavizarme a su voluntad, usarme para tomar Terrasen, quizás hacerse rey –quizás ser-virse de mí– —se sacudió tan violentamente que la luz se agitó en el dorado de su vestido—.Pero también…También le debo mi vida. Todo este tiempo pensé que eso sería un alivio, unaalegría acabar con él. Pero todo lo que siento es vacío. Y cansancio.

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Era como hielo cuando él deslizó su brazo alrededor de ella, doblándola en su costado. Soloesta vez –solo esta vez, él se dejaría sostenerla. Si le hubiesen pedido que matara a Maeve,y unos de sus compañeros lo hubiese hecho en su lugar –si Lorcan lo hubiese hecho– él sehabría sentido igual.

Ella se retorció ligeramente para mirarlo, y aunque trató de esconderlo, él podía ver el miedo

en su mirada, y la culpa.—Necesito que le des caza a Lorcan mañana. Que veas si ha completado la pequeña tareaque le di.

Si había matado a los perros del Wyrd. O ellos los habían matado. Para que pudiera al nliberar magia.

Dioses. Lorcan era su enemigo ahora. El calló el pensamiento.

—¿Y si es necesario eliminarlo?

Él vio su garganta sacudirse mientras ella tragaba.—Es tu decisión entonces, Rowan. Haz lo que creas conveniente.

Él desearía que le hubiese dicho una cosa o la otra, pero darle la opción, respetar su historialo su ciente para permitirle tomar la decisión…

—Gracias.

Descansó la cabeza en su pecho, las puntas de los ganchos de murciélago pinchándolo lo su-ciente para que se los quitara uno a la vez de su cabello. El oro estaba resbaladizo y frío en

sus manos, y mientras él admiraba la artesanía, ella susurró:

—Quiero que vendas esos. Y quemes este vestido.

—Como desees —dijo, metiéndose los ganchos en el bolsillo—. Es una lástima, sin embargo.Tus enemigos habrían caído de rodillas si alguna vez te hubiesen visto en él.

Él casi había caído de rodillas cuando la había visto más temprano.

Ella soltó una risa que podría haber sido un sollozo y envolvió sus brazos en su cintura como siestuviese tratando de robar su calor. Su cabello empapado se desplomó, su esencia –jazmíny verbena de limón y brasas crepitantes– alzándose sobre el olor de almendras para acariciar

su nariz, sus sentidos.Rowan se paró con su reina en la lluvia, respirando su esencia, y dejándola robar su calor portanto tiempo como ella necesitara.

La lluvia bajo hasta una llovizna suave, y Aelin se agitó en el abrazo de Rowan. En donde ellahabía estado parada, absorbiendo su fuerza, pensando.

Ella se retorció ligeramente para mirar las fuertes líneas de su cara, sus mejillas brillaban conla lluvia y la luz de la calle. Al otro lado de la ciudad, en un cuarto que conocía muy bien, espe-

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raba que Arobynn estuviese desangrándose. Esperaba que estuviese muerto.

Un pensamiento vacío –pero también el click de una cerradura nalmente abriéndose.

Rowan dobló su cabeza para mirarla, lluvia goteando de su plateado cabello. Sus faccionesse suavizaron un poco, las duras líneas volviéndose más acogedoras –vulnerables, inclusos.

—Dime en que estás pensando —murmuró.—Estoy pensando que la próxima vez que te quiera molestar, todo lo que tengo que hacer esdecirte que tan pocas veces uso ropa interior.

Sus pupilas se dilataron.

—¿Hay alguna razón por la que hace eso, Princesa?

—¿Hay alguna razón para no hacerlo?

Él puso su mano contra su cintura, sus dedos contrayéndose una vez como si se estuviesedebatiendo en dejarla ir.—Compadezco al pobre embajador extranjero que tenga que lidiar contigo.

Ella sonrió, sin respiración y un poco más que temeraria. Ver esa mazmorra esta noche, se diocuenta de que estaba cansada. Cansada de la muerte, y de esperar, y de decir adiós.

Levantó una mano para tomar la cara de Rowan.

Tan suave, su piel, los huesos debajo fuertes y elegantes.

Esperó que el retrocediera, pero él solo la miró –miródentro de ella de esa forma en que elsiempre hacía.Amigos, pero algo más. Mucho más, y lo sabía desde hace más tiempo del que quería admitir.Cuidadosamente, acarició su mejilla con el pulgar, su cara resbaladiza con la lluvia.

La golpeó como una piedra –el deseo. Era una tonta por esquivarlo, negarlo, incluso cuandoun parte de ella le había gritado cada mañana que ella ciegamente alcanzaba por el lado vacíode la cama.

Levantó su otra mano a su cara y sus ojos se bloquearon con los de ella, su respiración entre-cortada mientras trazaba las líneas del tatuaje a lo largo de su cara.

Sus manos se tensaron ligeramente en su cintura, sus pulgares rozando la parte inferior de sucaja torácica. Era un esfuerzo no arquearse bajo su toque.

—Rowan —susurró, su nombre una petición y una plegaria. Deslizó sus dedos por el lado desu mejilla tatuada y–

Más rápido de lo que ella podía ver, él agarró una muñeca y luego la otra, alejándolas de sucara y gruñendo en voz baja. El mundo se abría a su alrededor, frío e inmóvil.

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Él dejó caer sus manos como si estuviesen en fuego, alejándose, esos ojos verdes planos yaburridos de una manera que ella no había visto desde hace un tiempo ahora. Su garganta secerró antes de que él dijera:

—No hagas eso. No –no me toques así.

Había un rugido en sus oídos, una quemazón en su cara, y ella tragó duro.

—Lo siento.

Oh, dioses.

Él tenía más de trescientos años de edad. Inmortal. Y ella –ella…

—No quise– —Ella retrocedió un paso, hacia la puerta en el otro lado del techo—. Lo siento—repitió—. No fue nada.

—Bien —dijo, yendo hacia la puerta del techo él mismo—. Bien.

Rowan no dijo nada mientras caminaba escaleras abajo. Sola, se frotó la cara mojada, la man-cha aceitosa de cosméticos.

No me toques así.

Una clara línea en la arena. Una línea –porque el tenia trescientos años de edad, e inmortal, yhabía perdido a su perfecta compañera, y ella era… ella era joven e inexperta y sucarranam ysu reina, y él no quería nada más que eso. Si ella no hubiese sido tan tonta, tan estúpidamenteinconsciente, quizás se habría dado cuenta de eso, entendido que a pesar de que ella habíavisto sus ojos brillar con hambre –hambre por ella– no signi caba que él quería hacer algorespecto. No signi caba que él no se odiara por ello.

Oh, dioses.

¿Qué había hecho?

La lluvia deslizándose por las ventanas proyectaba sombras deslizándose sobre el suelo demadera, en las paredes pintadas del cuarto de Arobynn.

Lysandra lo había estado observando por un tiempo ahora, escuchando el ritmo constante dela lluvia y la respiración del hombre durmiendo junto a ella. Absolutamente inconsciente.

Si ella iba a hacerlo, tenía que ser ahora –cuando estaba en un sueño profundo, cuando lalluvia cubría la mayoría de los sonidos. Una bendición de Temis, Diosa de las Cosas Salvajes,quien una vez había cuidado de ella como cambia-forma y que nunca olvidó las bestias enjau-ladas del mundo.

Tres palabras –eso era todo lo que había escrito en esa nota que Aelin le deslizó a ella mástemprano esa noche; una nota aún metida en el bolsillo oculto de su descartada ropa interior.

Es todo tuyo.

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Un regalo, ella sabía –un regalo de la reina que no tenía más nada que darle a una ramera sinnombre con una triste historia.

Lysandra se volteó hacia su lado, mirando ahora al hombre desnudo durmiendo a pulgadas dedistancia, a la seda roja de su cabello derramado en su rostro.

Nunca sospechó quién le había dicho a Aelin los detalles sobre Cormac. Pero esa siemprehabía sido su astucia con Arobynn –la piel que había llevado desde la infancia. Él nunca habíapensado lo contario de su comportamiento insulso y vano, no se había molestado en hacerlo.Si lo hubiese hecho, nunca habría mantenido un cuchillo bajo su almohada y la hubiese dejadodormir en esta cama con él.

Él no había sido gentil esta noche, y sabía que tendría un moretón en su brazo de donde él lahabía agarrado muy fuerte. Victorioso, pagado de sí mismo, un rey seguro de su corona, él nisiquiera se había dado cuenta.

En la cena, había captado la expresión en su cara cuando atrapó a Aelin y a Rowan sonrién-dose uno al otro. Todos los golpes y las historias de Arobynn habían fallado en dejar su huellaesta noche porque Aelin había estado demasiado perdida en Rowan para oír.

Se preguntó si la reina lo sabía. Rowan lo sabía. Aedion lo sabía. Y Arobynn lo sabía. Él habíaentendido que con Rowan, ella ya no le tenía miedo; con Rowan, Arobynn era absolutamenteinnecesario. Irrelevante.

Es todo tuyo.

Después de que Aelin se había ido, tan pronto como se había detenido de pavonearse por lacasa, convencido de su absoluto control sobre la reina, Arobynn había llamado a sus hombres.

Lysandra no había oído sus planes, pero ella sabía que el Príncipe Hada seria su primer ob- jetivo. Rowan moriría –Rowantenía que morir. Lo había visto en los ojos de Arobynn mientrasobservaba a la reina y su príncipe sosteniéndose de las manos, sonriéndose uno al otro a pe-sar del horror a su alrededor.

Lysandra deslizó su mano debajo de la almohada mientras se acercaba a Arobynn, descan-sando en él. No se movió; su respiración seguía siendo profunda y constante.

Él nunca había tenido problemas durmiendo. La noche que había matado a Wesley habíadormido como los muertos, inconsciente de los momentos en los que incluso con su control dehierro no había podido detener las lágrimas.

Ella encontraría ese amor otra vez –algún día. Y sería profundo e implacable e inesperado, elcomienzo y el nal y la eternidad, de la clase que podía cambiar la historia, cambiar el mundo.

La empuñadura de la hoja era fría en su mano, y mientras Lysandra rodaba hacia atrás, comosi no fuese más que un sueño inquieto, tiró del cuchillo con ella.

Un relámpago brilló en la hoja, un destello de luz.

Por Wesley. Por Sam. Por Aelin.

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Y por ella misma. Por la niña que había sido, por la chica de diecisiete años en su pujantenoche, por la mujer en la que se había convertido, su corazón en pedazos, su invisible heridaaún sangrando.

Fue tan fácil sentarse y deslizar el cuchillo a través de la garganta de Arobynn.

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Capítulo 45Traducido por Stefany Vera

Corregido por Constanza Cornes

El hombre atado a la mesa estaba gritando mientras el demonio corría sus manos por su pechodesnudo, sus uñas cavando y dejando sangre en su camino.

Escúchalo , el príncipe demonio siseó.Escucha la música que él hace.Más allá de la mesa, el hombre que usualmente se sentaba en el trono de cristal dijo:

—¿Dónde se están escondiendo los rebeldes?

—No lo sé, no lo sé —gritó el hombre.

El demonio corrió una segunda uña por el pecho del hombre. Había sangre por todas partes.

No te estremezcas, bestia sin espina. Mira; saborea.

El cuerpo –el cuerpo que una vez pudo haber sido suyo– lo había traicionado completamente.El demonio se apodero de él con fuerza, forzándolo a mirar como sus propias manos agarra-ban un dispositivo de aspecto cruel y lo encajaba en su cara, y comenzó a apretar.

—Respóndeme, rebelde —dijo el hombre de la corona.

El hombre gritaba mientras la máscara se apretaba.

Él podría estar gritando, también –podría haber comenzado a rogarle a demonio que se detu-viera.

Cobarde –humano cobarde.¿No saboreas su dolor, su miedo?

Él podía, y el demonio empujó cada pedacito de la alegría que sentía hacia él.

Si hubiese podido vomitar, lo habría hecho. Aquí no había tal cosa. Aquí no había escape.

—Por favor —rogó el hombre en la mesa—. ¡Por favor!

Pero sus manos no se detuvieron.

Y el hombre continuó gritando.

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Abrió los ojos, cuadrando sus hombros y levantando su barbilla, incluso mientras el resto deella uyó con gracia felina.

Aedion la miró boquiabierto, y supo que no había nada de la prima que él había llegado aconocer en su rostro. Lo miró, luego a Rowan, una sonrisa cruel extendiéndose mientras seinclinaba para abrir la puerta del carruaje.

—No inter eran en mi camino —les dijo.Se precipitó desde el carruaje, su capa ondeando en el viento primaveral mientras irrumpía porlas gradas de la Guarida y abría de una patada la puerta frontal.

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Capítulo 47Traducido por Tay Paredes

Corregido por Constanza Cornes

—¿Pero qué demonios pasó? —gruñó Aelin mientras las puertas se golpeaban tras ella. Ae-dion y Rowan la siguieron pegados a sus talones, los dos bajo pesadas capuchas.

El pasillo principal estaba vació, pero un vidrio se quebró en la cerrada sala de estar y luego–

Tres hombres; uno alto, uno bajo y delgado, y uno monstruosamente musculoso irrumpieronen el pasillo. Harding, Tern, y Mullin. Ella les enseñó los dientes, a Tern en particular. Él erabajo, anciano y el más astuto. El líder del grupo. Probablemente debió haber esperado que ellamatara a Arobynn el día en que corrieron el uno hacia el otro en las Bóvedas

—Habla ya —siseó ella.

Tern se apoyó bien sobre sus pies.

—No, a no ser que tú hagas lo mismo.Aedion dejó escapar un gruñido mientras los tres asesinos miraban a sus acompañantes.

—Que no te preocupen los perros guardianes —dijo Aelin bruscamente—. Hablen.

Se escuchaba un sollozo tenue desde la sala de estar y posó sus ojos más allá del alto hombrode Mullin.

—¿Que están haciendo esos dos pedazos de puta en esta casa?

Tern frunció el ceño.

—Porque Lysandra es la que despertó gritando junto a su cuerpo.

Sus dedos se convirtieron en garras.

—¿Fue ella? —murmuró con tanta ira en los ojos que hasta Tern se movió hacia un lado cuan-do entró en la habitación.

Lysandra estaba desplomada en una silla, un pañuelo presionado sobre su cara. Clarisse, sumadame, estaba parada detrás de la silla, su rostro pálido y ceñido.

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Sangre manchaba la piel de Lysandra y apelmazaba su cabello, también los pedazos de labata de seda que apenas cubría su desnudez se ahogaron en ella.

Lysandra se levantó un poco hacia arriba, sus ojos rojos y su cara manchada.

—No lo hice… lo juro… Yo no…

Una actuación espectacular.—¿Porque diablos debería creerte? —dijo Aelin arrastrando las palabras—. Tú eres la únicacon acceso a su cuarto.

Clarisse, y su pelo rubio colgando con gracia aún para ser una cuarentona, hizo sonar su len-gua.

–Lysandra nunca le haría daño a Arobynn, ¿por qué lo haría, cuando estaba trabajando muyduro para pagar todas sus deudas?

Aelin levantó su mano hacia la madame.

—¿Pedí tu maldita opinión, Clarisse?

Por la violencia de sus palabras Rowan y Aedion guardaron silencio, aunque ella podría jurarque vio una chispa de asombro en sus ojos. Bien. Aelin desvió su atención hacia los asesinos.

—Muéstrenme el lugar en que lo encontraron.Ahora .

Tern le dio una larga mirada, procesando cada palabra.Valiente intento , pensó, en intentar verque es lo que sé más de lo que debería. El asesino señaló a las grandes escaleras que eranvisibles desde las puertas abiertas de la sala de estar.

—En su cuarto. Llevamos su cuerpo abajo.

—¿Lo movieron antes de poder ver la escena yo misma?

Fue el alto y callado Harding que dijo:

—Te avisaron solo por cortesía.

Y para ver si yo lo había hecho

Aelin apuntó un dedo hacia donde estaban Lysandra y Clarisse.

—Si una de ellas intenta correr —le dijo a Aedion—, destrípalas.

La sonrisa brillante de Aedion apareció por entre su capucha, sus manos casualmente desli-zándose hacia sus cuchillos de pelea.

El cuarto de Arobynn era un baño de sangre, y no había nada falso mientras se detenía en elumbral a mirar la cama empapada y la piscina de sangre en el suelo.

¿Qué diablos le había hecho Lysandra?

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Apretó sus temblorosas manos, teniendo en cuenta que los tres asesinos a su espalda podíanverlo. Estaban monitoreando cada respiración, parpadeo y trago.

—¿Cómo?

Mullin gruñó:

—Alguien cortó su garganta y lo dejó ahogarse en su propia sangre hasta la muerte.Su estómago se torció –realmente se torció. Lysandra al parecer no estaba feliz de haberlodejado ir tan rápido.

—Ahí —dijo ella y su garganta se cerró. Lo intentó otra vez—. Hay una huella en la sangre.

—Botas —dijo Tern a su lado—. Grandes, probablemente de un hombre —le dio una miradaal delgado pie de Aelin. Luego estudió los pies de Rowan en un lugar detrás de ella, aunqueprobablemente ya lo hubiera hecho. Pequeña mierda. Claro que las huellas que Chaol delibe-radamente dejó estaban hechas con otro tipo de botas a las que llevaban.

—Él seguro no tienen señales de haber sido forzado, ¿qué tal la ventana?

—Ve a ver —dijo Tern.

Ella tendría que pasar sobre la sangre de Arobynn para alcanzarla.

—Solo dime —dijo tranquilamente.

—El seguro está roto por fuera —dijo Harding y Tern le lanzó una mirada.

Volvió a la fría oscuridad del pasillo, Rowan siguió manteniendo su distancia, su identidad deHada aún escondida bajo la capucha; y se mantendrá así a no ser que abra su boca y muestresus largos caninos. Aelin dijo:

—¿Nadie reportó algo extraño anoche?

Tern se encogió de hombros.

—Había una tormenta. Lo más probable es que el asesino haya esperado hasta ese momentopara matarlo —le dio otra de esas miradas largas, perversa violencia danzando en sus oscurosojos.

—¿Por qué no lo dices Tern? ¿Por qué no me preguntas donde estaba anoche?

—Sabemos dónde estabas —dijo Harding pasando a llevar a Tern. No había nada amable ensu insulsa cara—. Nuestros ojos te vieron en casa toda la noche. Estabas en el techo de tucasa y después te fuiste a la cama.

Exactamente como ella lo había planeado

—¿Estás diciéndome ese pequeño detalle porque te gustaría que encontrara esos ojos y loscegara? —Aelin replicó dulcemente—. Porque después de que ponga en ordeneste desastre

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eso es exactamente lo que voy a hacer.

Mulling suspiró ruidosamente por la nariz y miró a Harding, pero no dijo nada. Él siempre fueun hombre de pocas palabras –perfecto para el trabajo sucio.

—Tú no tocas a nuestros hombres y nosotros no tocamos a los tuyos —dijo Tern

—Yo no hago tratos con pedazos de mierda-asesinos de segunda mano —pio ella y le dio unasonrisa pícara mientras se habría paso por el pasillo, pasando por su antiguo cuarto y bajandopor las escaleras, Rowan un paso por detrás.

Asintió con la cabeza hacia Aedion cuando entró en la sala de estar. Conservó su posición deobservador, todavía sonriendo como un lobo. Lysandra no se había movido un centímetro.

—Te puedes ir —le dijo ella. Lysandra movió la cabeza repentinamente.

—¿Qué? —ladró Tern

Aelin apuntó a la puerta.

—¿Por qué estas zorras degradadas por dinero matarían a su mejor cliente? —dijo sobre suhombro—. Creo que ustedes tres tendrían más que ofrecer.

Antes de que pudieran empezar a ladrar, Clarisse tosió enfáticamente.

—¿Si? —siseó Aelin

La cara de Clarisse estaba pálida como la muerte, pero mantuvo su cabeza en alto mientrasdijo:

—Si lo permites, el Maestro del Banco estará pronto aquí para leer el testamento de Arobynn.Arobynn… —se pasó una mano por los ojos. El perfecto retrato del sufrimiento—. Arobynn mdijo que estábamos nombradas. Nos gustaría quedarnos hasta que haya sido leído.

Aelin sonrió.

—La sangre de Arobynn que se encuentra en la cama aún no se seca y ya están abalanzán-dose sobre su herencia. No sé por qué estoy sorprendida, quizás debería desecharte como suasesina si estás tan entusiasmada por arrebatar lo que sea que te haya dejado.

Clarisse palideció otra vez y Lysandra comenzó a temblar.

—Por favor Celaena —rogó Lysandra—. Yo nunca–Alguien llamó a la puerta principal.

Aelin deslizó sus manos a sus bolsillos.

—Vaya, vaya, que momento más oportuno.

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El Maestro del Banco parecía como si fuera a vomitar por ver a Lysandra cubierta de sangre,pero pareció relajarse luego de divisar a Aelin. Lysandra y Clarisse se sentaron en sillas igua-les mientras que el Maestro se sentaba detrás del pequeño escritorio, cerca de las grandesventanas. Tern y sus compinches merodeando como buitres. Aelin se apoyó contra la paredcerca de la salida con los brazos cruzados, Aedion a su izquierda y Rowan a su derecha.

Mientras el Maestro hablaba y hablaba sobre sus condolencias y disculpas, Aelin sintió los ojosde Rowan sobre ella. Él dio un paso, acercándose como si intentara rozar su brazo contra elde ella. Se apartó.

Rowan seguía mirándola cuando el Maestro abrió un paquete y se aclaró la garganta. Parloteósobre la jerga legal y ofreció sus condolencias otra vez, las cuales la maldita de Clarisse tuvoel descaro de aceptar como si fuera la viuda de Arobynn.

Después vino la larga lista de sus posesiones, sus invenciones de negocio, sus propiedades yla gigante e indignante fortuna que tenía en su cuenta. Clarisse estaba casi babeando sobre laalfombra, pero los asesinos de Arobynn mantuvieron su cara neutral.

—Es mi voluntad —leyó el Maestro—, que el único bene ciario de mi fortuna, posesiones ypropiedades sea mi heredera, Celaena Sardothien.

Clarisse se giró tan rápido como una víbora.

—¿Qué ?

—Una mierda —soltó Aedion.

Aelin solo miró al Maestro, su boca un poco abierta, sus manos sueltas a sus costados.

—Di eso de nuevo —respiró.

El Maestro dio una pequeña y difusa sonrisa.

—Todo. Todo esto se te fue otorgado. Bueno, excepto por esta suma que fue dejada a madameClarisse para saldar sus deudas —le mostró a Clarisse el papel.

—Eso es imposible —siseó la madame—. Él meprometió que estaría en el testamento.

—Y lo estás —dijo Aelin lentamente, apoyándose sobre la pared para ver el pequeño númerosobre el hombro de Clarisse—. No te pongas codiciosa ahora.

—¿Dónde están los duplicados? —demandó Tern—. ¿Los has inspeccionado? —se acercó ala mesa abruptamente para examinar el testamento.

El Maestro se encogió, pero levantó el translúcido papel rmado por Arobynn y completamentelegal.

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—Veri camos nuestras copias en las bodegas esta mañana. Todas idénticas con la fecha dehace tres meses atrás.

Cuando ella estaba en Wendlyn.

Dio un paso hacia adelante.

—Así que, aparte de esa insigni cante suma para Clarisse… todo esto, esta casa, el Gremio,las otras propiedades, su fortuna –¿es todo mío?

El Maestro asintió otra vez, preparándose para tomar sus cosas.

—Felicidades señorita Sardothien.

Lentamente ella giró su cabeza hacia Clarisse y Lysandra.

—Bueno, si ese es el caso —mostró sus dientes en una sonrisa viciosa—. Saquen sus maldi-tos cuerpos chupa-sangre infernales fuera de mi propiedad.

El Maestro se atragantó.Lysandra no podía moverse más rápido mientras corría hacia la puerta. Clarisse a pesar detodo permaneció sentada.

—¿Cómo teatreves …? —comenzó la madame.

—Cinco —dijo Aelin levantando cinco dedos. Bajó uno y tomó su daga con la otra mano—Cuatro —otro—. Tres.

Clarisse salió volando de la sala detrás de una sollozante Lysandra.

Luego Aelin miró a los tres asesinos. Sus manos colgando ácidas a sus costados, furia, shocky sabiamente algo parecido al miedo estaban en sus caras.

Habló muy despacio:

—Tú retuviste a Sam mientras Arobynn me enviaba al olvido y no levantaste un solo dedo paradetenerlo cuando se lo hicieron a él también. No sé qué rol juegas en su muerte pero nuncaolvidaré el sonido de sus voces afuera de mi habitación mientras me alimentaban con deta-lles sobre la casa de Rourke Farran. ¿Fue fácil para ustedes tres, enviarme a esa casa cruelsabiendo lo que él le había hecho a Sam y lo que planeaba hacer conmigo? ¿Estaban solosiguiendo órdenes o eran felices siendo voluntarios?

El Maestro se encogió en su asiento, tratando de ser lo más invisible que podía en una salallena de asesinos profesionales.

El labio de Tern se curvó.

—No sé de qué estás hablando

—Lástima. Me debí haber preparado para escuchar historias insigni cantes —miró al reloj so-

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bre la chimenea—. Empaquen su ropa y se van. Ahora ya.

—Este es nuestro hogar —dijo Harding

—Ya no más —dijo mirándose las uñas—. Corrígeme si estoy equivocada, Maestro —ronro-neó y el hombre se encogió ante eso—. Yo poseo esta casa y todo lo que hay en ella. Tern,Harding y Mullin aún no terminan de pagar sus deudas al pobre Arobynn, así que poseo todolo que ellos tienen aquí, incluyendo su ropa. Me siento generosa, así que les dejaré conservareso, ya que su gusto es asqueroso de todas maneras. Pero sus armas, la lista de clientes, elGremio… todo eso es mío. Yo decido quién está adentro y quién está afuera. Y desde que es-tos tres intentaron acusarme de haber matado a mi maestro, yo digo que están fuera. Y de nue-vo, en esta ciudad, en este continente y por la ley y las leyes del Gremio, tengo el derecho decazarlos y destrozarlos en miles de pedacitos —batió sus pestañas—. ¿O estoy equivocada?

El Maestro tragó audiblemente.

—Está en lo correcto.

Tern dio un paso hacia ella.—No puedes –no puedes hacer esto.

—Puedo y lo haré. Reina de los Asesinos suena bien ¿no? —se movió hasta la puerta—. Sír-vanse fuera.

Harding y Mulling iban a moverse pero Tern levantó su brazo y los detuvo.

—¿Qué demonios quieres de nosotros?

—Sinceramente no me molestaría ver a los tres destripados y colgando de los candelabros,pero creo que se arruinarían estas hermosas alfombras de las que soy dueña ahora.—No puedes solo echarnos. ¿Qué haremos? ¿A dónde iremos?

—Escuché que el in erno es particularmente agradable en esta época del año.

—Por favor, por favor —dijo Tern, su respiración acelerándose.

Ella puso sus manos en sus bolsillos y observó la habitación.

—Supongo que… —hizo un sonido re exivo—. Supongo que puedovenderte la casa, y lastierras y el Gremio.

—Tú perra —escupió Tern, pero Harding se adelantó.

—¿Cuánto? —preguntó.

-—¿Cuál es el valor de la propiedad y del Gremio, Maestro?

El Maestro parecía un hombre caminado hacia la horca mientras abría su archivo otra vez ybuscaba la suma. Astronómica, Indignante, imposible que los tres puedan costearla.

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Harding pasó una mano por su cabello y Tern estaba de un color púrpura.

—Diré que no tienen lo su ciente —dijo Aelin—. Que pena. Iba a vendérselos al pie de la letra –sin alza.

Comenzó a girarse cuando Harding dijo:

—Espera, ¿qué tal si todos pagamos juntos? –nosotros tres y los otros. Así poseemos todosa casa y el Gremio.

Ella se detuvo.

—El dinero es dinero, no importa de dónde lo sacaste con tal que me lo des a mí —giró sucabeza hacia el Maestro—. ¿Puedes tener los papeles para hoy? Considerando que puedanlograrlo hoy, claro.

—Esto es una locura —le murmuró Tern a Harding

Harding negó con la cabeza.

—No hables, Tern, solo –no hables.

—Yo… —dijo el Maestro— Yo –yo puedo tenerlos en más o menos tres horas ¿Es eso tiemposu ciente para que puedan reunir lo necesario?

Harding asintió.

—Encontraremos a los otros y les diremos.

Aelin le sonrió al Maestro y a los tres asesinos.

—Felicidades por su nueva libertad —señaló nuevamente a la puerta—. Pero como soy ladueña de esta casa por las próximas tres horas… Fuera. Vayan a buscar a sus amigos, juntenel dinero y siéntense hasta que el Maestro vuelva.

Ellos obedecieron, Harding sujetando la mano de Tern para evitar que hiciera un gesto obs-ceno. Cuando el Maestro del Banco se fue, los asesinos hablaron con sus colegas y cadahabitante de la casa desapareció, uno tras otro, incluso los sirvientes. No le importaba lo quelos vecinos pensaran de eso.

Pronto la gigante y hermosa mansión estaba vacía para ella, Aedion y Rowan.

En silencio la siguieron mientras caminaba a través de la puerta que llevaba a los niveles infe-riores y descendía para ver a su maestro una última vez.

Rowan no sabía qué hacer. Una ola de odio, ira y violencia, eso era en lo que ella se había con-vertido. Y ninguno de estos asquerosos asesinos estaba sorprendido –ni siquiera pestañearon

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hacia su comportamiento. Por la cara pálida de Aedion, sabía que el general estaba pensandolo mismo, considerando los años que ella había pasado como esa sólida y viciosa criatura.Celaena Sardothien –que es lo que había sido y en lo que se convirtió hoy.

Él lo odiaba. Odiaba no poder alcanzarla cuando era esa persona. Odiaba haberla roto la nocheanterior, entró en pánico al contacto de sus manos. Ahora ella lo había apartado completamente.

Esta persona en la que se había convertido no poseía amabilidad ni alegría.La siguió hacia los calabozos, donde las velas alumbraban un camino a través de la sala dondeel cuerpo de su maestro era mantenido. Ella aún se comportaba arrogante, las manos en susbolsillos, sin importarle si Rowan vivía, respiraba o incluso existía.Falso . Se dijo a sí mismo.Está actuando.

Pero ella lo evitaba desde ayer, y hoy lo evitó cuando intentó alcanzarla.Eso había sido real.

Ella dio una zancada a través de la puerta abierta hacia la sala en la cual Sam estuvo recosta-do. Cabello rojo sobresalía bajo la blanca sábana de seda que cubría el cuerpo desnudo en lamesa, y se detuvo frente a él. Luego se giró hacia Rowan y Aedion.

Ella los miró, esperando. Esperando a que–

Aedion maldijo.

—Cambiaste el testamento, ¿cierto?

Ella le dio una pequeña y fría sonrisa, sus ojos se oscurecieron.

—Dijiste que necesitabas dinero para un ejército, Aedion. Aquí está tu dinero, Todo y cada mo-neda para Terrasen. Era lo mínimo que Arobynn nos debía. Esa noche que peleé en las minas,estábamos ahí solo porque contacté a los dueños días antes y les dije que enviaran unas seña-les sutiles a Arobynn sobre invertir. Él mordió el anzuelo, ni siquiera pensó en la gravedad delasunto. Pero quería asegurarme de que devolviera rápidamente el dinero que perdió cuandodestrocé las Bóvedas. Así que ni una sola moneda que nos deban se nos será negada.

Maldito In erno ardiente.

Aedion negó con su cabeza.

—¿Cómo –cómo siquiera pudiste hacerlo?

Ella abrió su boca, pero Rowan dijo despacio.

—Se in ltró dentro del banco, todas esas veces que se escapaba en medio de la noche. Y usótodas las citas del día con el Maestro del Banco para tener idea de donde están guardadaslas cosas —esta mujer, esta reina suya… Una sensación familiar de emoción lo recorrió—.¿Quemaste los originales?

Ella ni siquiera lo miró.

—Clarisse sería una mujer muy adinerada, y Tern se habría convertido en el Rey de los Ase-

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sinos. ¿Y sabes que habría obtenido yo? El amuleto de Orynth. Eso fue todo lo que me dejó.

—Así es como supiste que realmente lo tenía, y donde lo guardaba —dijo Rowan—. Por leerel testamento.

Ella se encogió de hombros otra vez, ignorando el shock y la admiración que Rowan no podíaevitar tener el rostro. Ignorándolo a él .

Aedion examinó su semblante.

—Ni siquiera sé que decir, debiste haberme dicho, así no parecía un idiota allá afuera.

—Tu sorpresa necesitaba ser genuina; ni siquiera Lysandra sabía sobre el testamento —unarespuesta muy distante, cerrada y fuerte. Rowan quería sacudirla, demandarle que hablara,que lo mirara. Pero no estaba seguro de que haría si ella no lo dejara acercarse, si lo apartarafrente a Aedion.

Aelin se giró hacia el cuerpo de Arobynn y corrió la sábana de su cara, revelando una herida

que se deslizaba a través de su cuello pálido.Lysandra lo había destrozado.

La cara de Arobynn había sido arreglada para mostrar una expresión de paz, pero por la san-gre que Rowan había visto en su habitación, el hombre había estado más que despierto mien-tras se ahogaba en su propia sangre.

Aelin miró a su antiguo maestro, su cara en blanco excepto por su boca torcida.

—Espero que los dioses oscuros encuentren un buen lugar para ti en su reino —dijo ella y unescalofrío recorrió la espalda de Rowan a la caricia de medianoche de su tono.

Ella extendió su mano hacia Aedion.

—Dame tu espada.

Aedion tomó la espada de Orynth y se la entregó. Aelin miró hacia la espada de sus ancestrosmientras la tomaba en sus manos.

Cuando levantó su cabeza, solo había una fría determinación en esos destacables ojos. Unareina haciendo justicia.

Luego levantó la espada de su padre y separó la cabeza de Arobynn de su cuerpo.

Rodó hacia un lado con un sonido vulgar, y ella sonrió con malicia al cadáver.

—Solo para estar seguros —fue todo lo que dijo.

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Segunda Parte

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Capítulo 48Traducido por Roxana Bonilla

Corregido por Constanza Cornes

Manon golpeó a Asterin en la sala de desayuno la mañana siguiente a su arranque con respec-to al aquelarre Yellowlegs. Nadie preguntó por qué; nadie se atrevió.

Tres golpes sin defensa.Asterin no hizo mucho más que estremecerse.

Cuando Manon hubo terminado, la bruja solo se le quedó mirando, sangre azul saliendo a bor-botones de su nariz rota. Ni una sonrisa.

Luego Asterin se fue.

El resto de las Trece la monitoreaba con cautela. Vesta, ahora la Tercera de Manon, lucía me-dio inclinada a correr detrás de Asterin, pero una sacudida de la cabeza de Sorrel detuvo a la

bruja pelirroja.Manon estuvo desconcentrada todo el día luego de eso.

Ella le había dicho a Sorrel que se mantuviera en silencio sobre las Yellowlegs, pero se pregun-tó si debería decirle a Asterin que hiciera lo mismo.

Titubeó, pensando en ello.

Tú los dejaste hacer esto.

Las palabras dieron vueltas y vueltas en la cabeza de Manon, junto con ese sermoneador pe-

queño discurso que Elide había hecho la noche anterior.Esperanza . Qué tontería.Las palabras aún seguían bailando cuando Manon entró en la cámara de consejo del Duqueveinte minutos más tarde de lo que le habían convocado.

—¿Te deleitas en ofenderme con tu tardanza, o eres incapaz de decir la hora? —dijo el duquedesde su asiento. Vernon y Kaltain estaban en la mesa, el primero sonriendo satisfecho, laúltima mirando en blanco hacia el frente. Ninguna señal de fuego sombra.

—Soy inmortal —dijo Manon, tomando asiento frente a ellos mientras Sorrel montaba guardia

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por las puertas, Vesta en el pabellón fuera—. El tiempo no signi ca nada para mí.

—Un poco descarado de ti ahora —dijo Vernon—. Me gusta.

Manon le dio una mirada fría.

—Me perdí el desayuno esta mañana, humano. Si fuera tú, tendría cuidado.

El señor solo sonrió.

Ella se recostó en su silla.

—¿Por qué me convocaste esta vez?

—Necesito otro aquelarre.

Manon mantuvo su rostro en blanco.

—¿Qué hay de las Yellowlegs que ya tienes?

—Se están recuperando bien y pronto estarán listas para visitas.

Mentiroso.

—Un aquelarre Blackbeak esta vez —presionó el duque.

—¿Por qué?

—Porque quiero uno, y tú me lo darás, y eso es todo lo que necesitas saber.

Tú los dejaste hacer esto.

Ella podía sentir la mirada de Sorrel en la parte trasera de su cabeza.—No somos mujerzuelas para el uso de ustedes hombres.

—Son vasijas sagradas —dijo el duque—. Es un honor ser escogida.

—Encuentro que es una cosa muy masculina de asumir.

Un destello de dientes amarillentos.

—Escoge tu aquelarre más fuerte, y mándalas escaleras abajo.

—Eso tomará cierta consideración.—Hazlo rápido, o las escogeré yo mismo.

Tú los dejaste hacer esto.

—Y mientras tanto —dijo el duque mientras se levantaba de su asiento en un ligero y poderosomovimiento—, prepara a tus Trece. Tengo una misión para ustedes.

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Manon navegó en un viento fuerte y rápido, empujando a Abraxos incluso cuando las nubes se juntaron, incluso cuando una tormenta se desató alrededor de las Trece. Fuera. Ella tenía quesalir, tenía que recordar la mordida del viento en su rostro, lo que la desenfrenada velocidad eilimitada fuerza eran.

Incluso si el ímpetu de eso estaba de alguna manera disminuido por el jinete que tenía frente

a ella, su frágil cuerpo abrigado contra los elementos.Truenos rompieron el aire tan cerca que Manon puso saborear el sabor del éter, y Abraxos viró,zambulléndose en la lluvia y nubes y viento. Kaltain no hizo mucho más que estremecerse.Gritos surgieron de los hombres montando con el resto de las Trece.

Truenos resonaron, y el mundo quedó entumecido con el sonido. Incluso el rugido de Abraxosfue sofocado en sus embotadas orejas. La cubierta perfecta para su emboscada.

Tú los dejaste hacer esto.

La lluvia empapando sus guantes se volvió cálida y pegajosa sangre.

Abraxos agarró una corriente ascendente y subió tan rápido que el estómago de Manon sehundió. Sostuvo a Kaltain fuertemente, incluso aunque la mujer estaba asegurada. Ni una re-acción de su parte.

El Duque Perrington, montando junto a Sorrel, era una nube de oscuridad en la visión periféricade Manon mientras se cernían a través de los cañones de los Colmillos Blancos, los cualeshabían trazado tan cuidadosamente las pasadas semanas.

Las tribus salvajes no tendrían ni idea de lo que se cernía sobre ellos hasta que fuera dema-siado tarde.

Ella sabía que no había forma de huir de esto –no había forma de evitarlo.

Manon siguió volando a través del corazón de la tormenta.

Cuando llegaron a la aldea, entremezclada en la nieve y rocas, Sorrel arremetió lo su ciente-mente cerca para que Kaltain escuchara a Perrington.

—Las casas. Quémalas todas.Manon miró al duque, luego a su carga.

—Deberíamos aterrizar–

—Desde aquí —ordenó el duque, y su rostro se volvió grotescamente suave cuando le hablóa Kaltain—. Hazlo ahora, mascota.

Debajo, una pequeña gura femenina salió de una de las pesadas tiendas. Ella miró hacia

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arriba, gritando.

Llamas oscuras –fuego sombra– se la tragaron de pies a cabeza. Su grito fue cargado hastaManon por el viento.

Luego hubo otros, surgiendo mientras el fuego maldito saltaba sobre sus casas, sus caballos.

—Todos ellos, Kaltain —dijo el duque por encima del viento—. Mantente circulando, Líder deAla.

La mirada de Sorrel se encontró con la de Manon. Manon rápidamente miró hacia otro lado ehizo a Abraxos retroceder de vuelta por el paso donde la tribu había estado acampando. Habíarebeldes entre ellos; Manon lo sabía porque los había rastreado ella misma.

Fuego sombra rompió a través del campamento. Las personas caían al suelo, encogiéndose,rogando en lenguas que Manon no podía entender. Algunos se desmayaban del dolor; algunosmorían por su causa. Los caballos estaban sacudiéndose y gritando –sonidos tan miserablesque incluso la espalda de Manon se puso rígida.

Luego, desapareció.

Kaltain se hundió en los brazos de Manon, jadeando, dando respiraciones rasposas.

—No puede más —dijo Manon al duque.

La irritación destelló en su rostro labrado en granito. Él observó a las personas corriendo de-bajo, tratando de ayudar a aquellos que estaban sollozando o inconscientes –o muertos. Loscaballos huían en todas direcciones.

—Aterriza, Líder del Ala, y pon un n a esto.

Cualquier otro día, un buen baño de sangre podría haber sido disfrutable. Pero esta orden…

Ella había hecho un reconocimiento de esta tribu para él.

Tú los dejaste hacer esto.

Manon le ladró la orden a Abraxos, pero su descenso fue lento –como dándole tiempo de re-considerarlo. Kaltain estaba estremeciéndose en los brazos de Manon, casi convulsionando.

—¿Qué está mal contigo? —le dijo Manon a la mujer, medio preguntándose si podría montarun accidente que terminaría con el cuello de la mujer estampándose contra las rocas.

Kaltain no dijo nada, pero las líneas de su cuerpo estaban apretadas, como congelada a pesarde la piel en la que estaba envuelta.

Demasiados ojos –había demasiados ojos sobre ellos como para que pudiera matarla. Y si eratan valiosa para el duque, Manon no tenía dudas de que él tomaría a una –o a todas– de lasTrece como retribución.

—Apresúrate, Abraxos —dijo, y él recobró el paso con un gruñido. Ignoró la desobediencia, la

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desaprobación, en el sonido.

Aterrizaron en un pedazo plano de repisa en la montaña, y Manon dejó a Kaltain al cuidadode Abraxos mientras pisoteaba a través del agua nieve y nieve hacia la aldea en pánico. LasTrece silenciosamente entraron en formación detrás de ella. Manon no las miró; parte de ellano se atrevió a ver qué podría haber en sus rostros.

Los aldeanos se detuvieron cuando observaron al grupo parado en la cima de la roca sobresa-liendo por encima del hueco donde habían formado su hogar.

Manon desenfundó Cuchilla de Viento. Y entonces los gritos comenzaron de nuevo.

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Capítulo 49Traducido por Roxana Bonilla

Corregido por Constanza Cornes

Para media tarde, Aelin había rmado todos los documentos que el Maestro del Banco habíatraído, abandonando a la Guarida a sus terribles nuevos dueños, y Aedionaún no había en-

vuelto su mente alrededor de todo lo que ella había hecho.Su carruaje los dejó al borde de los barrios bajos, y se mantuvieron en las sombras mientrashacían su camino a casa, silenciosos y sin ser vistos. Aun cuando alcanzaron el almacén, Aelinsiguió caminando hacia el río varias cuadras más allá sin mucho que decir. Rowan dio un pasopara seguirla, pero Aedion lo cortó.

Él debió haber tenido un deseo de muerte, porque Aedion incluso levantó sus cejas solo unpoco al Príncipe Hada antes de que se paseara por las calles tras ella. Él había escuchado supequeña discusión en el tejado la noche anterior gracias a la ventana abierta de su habitación.Incluso ahora, él honestamente no podía decidir si estaba divertido o enfurecido por las pala-

bras de Rowan –No me toques de esa manera – cuando era obvio que el príncipe guerrero sesentía de forma opuesta. Pero Aelin –dioses antiguos, Aelin aún estaba descifrándolo.

Ella estaba pisoteando fuerte por la calle con delicioso temperamento cuando dijo:

—Si has venido también para darme una reprimenda –oh —suspiró—. Supongo que no puedoconvencerte para que des la vuelta.

—Ni un chance en el in erno, cariño.

Ella rodó los ojos y siguió. Caminaron silenciosamente cuadra tras cuadra hasta que alcan-zaron el brillante río café. Un decrépito e inmundo camino de adoquines corría a lo largo delborde del agua. Debajo, abandonados postes desmoronándose eran todo lo que quedaban delantiguo muelle.

Miró por encima del agua fangosa, cruzándose de brazos. La luz de la tarde era casi cegadoracuando se re ejaba en la super cie en calma.

—Suéltalo —dijo.

—Ahora –quien fuiste ahora…no fue una máscara por completo.

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—Porque aún soy más reemplazable que tú.

—No para mí —las palabras fueron apenas más que un susurro.

Aedion puso una mano en su espalda, su propia réplica quedó atrapada en su garganta. Inclu-so con el mundo yendo al in erno a su alrededor, solo escucharla decir eso, estar aquí paradoa su lado –era un sueño.

Ella permaneció en silencio, así que se dominó a sí mismo lo su ciente para decir:

—¿Qué, exactamente, vamos a hacer ahora?

Lo miró.

—Voy a liberar la magia, derrotar al rey, y matar a Dorian. El orden de los últimos dos elemen-tos en esa lista podría cambiar, dependiendo de cómo salga todo.

Su corazón se detuvo.

—¿Qué?—¿Hay algo que no haya quedado claro?

Todo. Cada maldita parte. Él no tenía dudas de que ella lo haría –incluso la parte de matar a suamigo. Si Aedion objetaba, ella solo le mentiría y engañaría y haría algún embuste.

—¿Qué y cuándo ycómo ? —preguntó.

—Rowan está trabajando en la primera parte de eso.

—Eso suena mucho como ’Tengo más secretos que voy a decirte cuando sea que tenga ganascomo para detener a tu muerto corazón en tu pecho’.Pero su respuesta sonriente le dijo que no llegaría a ningún lugar con ella. Él no pudo decidirsi encantaba o lo decepcionaba.

Rowan estaba medio despierto en la cama para cuando Aelin regresó, horas más tarde, mur-murando las buenas noches a Aedion antes de deslizarse hacia su propio cuarto. Ella no hizo

mucho más que mirar en su dirección mientras comenzó a desenganchar sus armas y apilarlasen la mesa cerca de la chimenea.

E ciente, rápida, silenciosa. Ni un sonido salió de ella.

—Me fui de cacería por Lorcan —dijo él—. Rastreé su esencia alrededor de la ciudad, pero nole vi.

—¿Está muerto entonces? —otra daga resonó en la mesa.

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—El aroma era fresco. A menos de que muriera hace una hora, está aún muy vivo.

—Bien —dijo ella simplemente mientras caminaba hacia el closet abierto para cambiarse. Osolo para evitar mirarle más.

Salió momentos más tarde en uno de esos delgados camisones pequeños, y todos sus pen-samientos salieron de su maldita cabeza. Bueno, aparentemente había estado morti cado porsu temprano encuentro –pero no lo su ciente como para usar algo más maduro para la cama.La seda rosada se adhería a su cintura y se deslizaba sobre sus caderas mientras se acercabaa la cama, revelando la gloriosa longitud de sus piernas desnudas, aún delgadas y bronceadaspor todo el tiempo que habían pasado en el exterior esta primavera.

Una tira de pálido encaje amarillo adornaba la baja línea del cuello, y él trató –los dioses lomaldijeran, honestamente trató– de no mirar la suave curva de sus pechos cuando se inclinópara subirse a la cama.

Él supuso que cualquier rastro de auto-conciencia fue desollado de ella bajo los látigos deEndovier. Incluso aunque él hubo tatuado sobre los bultos de las cicatrices en su espalda, lascrestas permanecían. Las pesadillas, también –cuando ella aún se sobresaltaba despierta yencendía una vela para alejar a la oscuridad en que ellos la habían sumergido, la memoriade los pozos sin luz que habían usado como castigo. Su Corazón de Fuego, encerrada en laoscuridad.

Él les debía a los capataces de Endovier una visita.

Aelin podría tener una inclinación a castigar a cualquiera que lo hiriera, pero ella no parecíadarse cuenta de que él –y Aedion, también– podrían también tener puntos a resolver a su favor.Y como un inmortal, él tenía in nita paciencia en lo que a esos monstruos concernía.

La esencia de ella lo golpeó cuando se desató el cabello y se situó en la pila de almohadas. Suesencia siempre le había encendido, siempre había sido una llamada y un desafío. Le habíasacudido tan a fondo luego de siglos encerrado en hielo que él la había odiado al principio. Yahora…ahora esa esencia lo volvía loco.

Ambos eran malditamente afortunados de que actualmente no pudiera cambiar a su formaHada y oler lo que estaba golpeteando a través de su sangre. Había sido ya su cientementeduro esconderlo de ella hasta ahora. Las miradas conocedoras de Aedion le habían dicho losu ciente sobre lo que su primo había detectado.

Él la había visto desnuda antes –unas pocas veces. Y dioses, sí había habido momentos enque lo hubo considerado, pero se había dominado a sí mismo. Había aprendido a manteneresos pensamientos inútiles con una correa muy, muy corta. Como esa vez cuando ella habíagemido por la brisa que él le había mandado en su camino a Beltane –el arco de su cuello, laseparación de esa boca suya, el sonido que salió de ella–

Ahora ella yacía de lado, su espalda hacia él.

—Sobre lo de anoche —dijo a través de sus dientes.

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—Está bien. Fue un error.

Mírame. Date la vuelta y mírame.

Pero ella permaneció de espaldas a él, la luz de luna acariciando la seda abultada sobre laconcavidad de su cintura, la inclinación de sus caderas.

Su sangre se calentó.—No pretendía –abofetearte —intentó él.

—Sé que no lo hiciste —haló de la manta como si pudiera sentir el peso de su mirada reposan-do en ese suave y tentador lugar entre su cuello y hombros –uno de los pocos lugares de sucuerpo que no estaba marcado con cicatrices o tinta—. Ni siquiera sé lo que pasó, pero estoshan sido unos extraños pocos días, así que atribuyámoselo a eso, ¿está bien? Necesito dormir.

Él se debatió en decirle queno estaba bien, pero dijo:

—Bien.

Momentos más tarde, ella estaba en efecto dormida.

Él se acostó sobre su espalda y miró hacia el techo, poniendo una mano debajo de su cabeza.

Necesitaba solucionar esto –necesitaba que ella tan solo lo mirara de nuevo, así podría tratarde explicarle que no había estado preparado. Tenerla a ella tocando el tatuaje que cuenta lahistoria de lo que había hecho y cómo había perdido a Lyria… no había estado preparado paralo que sintió en ese momento. El deseo no fue lo que lo sacudió en absoluto. Era solo que…Aelin lo había estado enloqueciendo estas pocas semanas pasadas, y aun así no había consi-derado como sería tenerla mirándolo con interés.

No era de ninguna manera como había sido con todas las amantes que había tomado en elpasado: incluso cuando las había atendido, no se habíapreocupado realmente. Estar con ellasnunca lo había hecho pensar en ese mercado de ores. Nunca le hicieron recordar que él es-taba vivo y tocando a otra mujer mientras Lyria –Lyria estaba muerta. Masacrada.

Y Aelin… si seguía por ese camino, y si algo le sucediera… Su pecho se contrajo ante el pen-samiento.

Así que necesitaba solucionarlo –necesitaba ordenarse a sí mismo, también, sin importar loque él quería de ella.

Incluso si era una agonía.

—Esta peluca es horrible —siseó Lysandra, palmeando su cabeza mientras ella y Aelin codea-ban su camino en la concurrida panadería junto a un tramo más agradable de los muelle—. Nodeja de picar.

—Silencio —siseó Aelin de vuelta—. Solo tendrás que usarla por unos pocos minutos más, nopor toda tu maldita vida.

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Lysandra abrió su boca para quejarse un poco más, pero dos caballeros se aproximaron, concajas de mercadería horneada, y les dieron asentimientos apreciativos. Tanto Lysandra comoAelin se habían vestido con sus más nos vestidos con volantes, no más que dos adineradasmujeres en un paseo vespertino por la ciudad, cada una vigilada por dos guardaespaldas.

Rowan, Aedion, Nesryn y Chaol estaban apoyados contra los postes de madera del muelle

afuera, discretamente vigilándolas a través de la gran ventana de cristal de la tienda. Estabanvestidos y encapuchados de negro, usando dos escudos de armas separadas –ambas falsas,adquiridas del alijo de Lysandra para cuando se reunía con clientes reservados.

—Esa —dijo Aelin en un susurro mientras empujaban a través de la multitud esperando almor-zar, jando su atención en la mujer más hostigada detrás del mostrador. La mejor hora paravenir aquí, había dicho Nesryn, era cuando los trabajadores estaban demasiado ocupadoscomo para jarse de verdad en su clientela y quisieran que se fueran tan rápido como fueraposible. Unos pocos caballeros se apartaron para dejarles pasar, y Lysandra murmuró su agra-decimiento.

Aelin atrapó la atención de la mujer detrás del mostrador.—¿Qué puedo ofrecerle, señorita? —educada, pero ya evaluando a los clientes agrupándosedetrás de Lysandra.

—Quiero hablar con Nelly —dijo Aelin—. Ella iba a hacerme una tarta de zarzamoras.

La mujer estrechó los ojos. Aelin relampagueó una sonrisa triunfal.

La mujer suspiró y se apresuró a través de la puerta de madera, dejando entrever un vistazo alcaos de la panadería detrás. Un momento más tarde regresó, dándole a Aelin una mirada deElla saldrá en un minuto y yendo directo hacia otro cliente.

Bien.

Aelin se recostó contra una de las paredes y se cruzó de brazos. Luego los bajó. Una damano holgazaneaba.

—¿Entonces Clarisse no tiene idea? —dijo Aelin en un susurro, mirando hacia la puerta de lapanadería.

—Ninguna —dijo Lysandra—. Y cualquier lágrima que derramó fue por sus propias pérdidasDeberías de haberla visto furiosa cuando subimos al carruaje con esas pocas monedas. ¿No

estás asustada de tener un objetivo en tu espalda?—He tenido un objetivo en mi espalda desde el día en que nací —dijo Aelin—. Pero me habréido pronto, y de todas maneras, nunca volveré a ser Celaena.

Lysandra dejó salir un pequeño tarareo.

—Sabes que podría haber hecho esto por ti por mi cuenta.

—Sí, pero dos damas haciendo preguntas son menos sospechosas que una —Lysandra le dio

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una mirada de complicidad. Aelin suspiró—. Es difícil —admitió—. Dejar ir el control.

—No lo sabría.

—Bueno, estás cerca de saldar tus deudas, ¿no es así? Serás libre pronto.

Un casual encogimiento de hombros.

—No exactamente. Clarisse aumentó todas nuestras deudas desde que fue excluida del tes-tamento de Arobynn. Parece que hizo unas compras por adelantado y ahora debe pagar porellas.

Dioses –ella ni siquiera había considerado eso. Ni siquiera había pensado sobre lo que podríasigni car para Lysandra y las otras chicas.

—Lo siento por cualquier carga extra que te haya causado.

—Haber visto la mirada en la cara de Clarisse cuando el testamento fue leído, por ello congusto soportaré otros pocos años de esto.

Una mentira, y ambas lo sabían.

—Lo siento —dijo Aelin de nuevo. Y porque era todo lo que ella podía ofrecer, agregó—. Evan-geline lucía feliz y bien tan solo ahora. Podría ver si hay alguna forma de llevarla cuando nosvayamos–

—¿Y arrastrar a una pequeña de once años a través de reinos y hacia una posible guerra? Nolo creo. Evangeline permanecerá conmigo. No necesitas hacerme promesas.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Aelin—. Después de la otra noche.

Lysandra miró a tres mujeres jóvenes soltar risitas entre sí al pasar a un guapo joven.

—Bien. En realidad no puedo creer que me haya salido con la mía, pero… Ambas lo logramos,supongo.

—¿Te arrepientes de haberlo hecho?

—No. Me arrepiento… me arrepiento de no haber podido decirle lo que realmente pensaba deél. Me arrepiento de no haberle dicho lo que había hecho contigo –ver la traición y el shock ensus ojos. Lo hice tan rápido, y tuve que ir a por la garganta, y después de que lo hice, solo medi la vuelta y escuché –hasta que estuvo hecho, pero… —sus ojos verdes estaban ensombre-cidos—. ¿Desearías haber sido tú la que lo hiciera?

—No.

Y eso fue todo.

Ella miró hacia el vestido azafrán y esmeralda de su amiga.

—Ese vestido te favorece —apuntó su barbilla hacia el escote de Lysandra—, Y hace maravi-

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llas para ellas, también. Los pobres hombres aquí no pueden dejar de mirar.

—Créeme, tenerlas grandes no es una bendición. Mi espalda duele todo el tiempo —Lysandrafrunció el ceño hacia sus pechos—. Tan pronto como recupere mis poderes, estas cosas seránlas primeras en irse.

Aelin contuvo una risita. Lysandra recuperaría sus poderes –una vez que la torre del reloj des-apareciera. Trató de no dejar que el pensamiento penetrara.—¿De verdad?

—Si no fuera por Evangeline, pienso que solo me convertiría en algo con garras y colmillos yviviría en lo inhóspito para siempre.

—¿No más lujos para ti?

Lysandra quitó unos cuantos hilos de la manga de Aelin.

—Por supuesto que me gusta el lujo –¿piensas que no me gustan estos vestidos y joyas? Peroal nal… son reemplazables. He llegado a valorar más a las personas en mi vida.

—Evangeline es afortunada de tenerte.

—No solo estaba hablando de ella —dijo Lysandra, y mordió su carnoso labio—. Tú –estoyagradecida por ti.

Aelin podría haber dicho algo de vuelta, algo que transmitiera adecuadamente el destello decalidez en su corazón, si una mujer castaña no hubiera salido por la puerta de la cocina. Nelly.

Aelin se separó de la pared y se movió hacia el mostrador, Lysandra detrás. Nelly dijo:

—¿Ustedes vinieron a verme por una tarta?

Lysandra sonrió hermosamente, inclinándose más cerca.

—Nuestro proveedor de tartas, parece, desapareció con el Mercado de las Sombras —hablótan bajo que incluso Aelin apenas pudo escuchar—. Según los rumores, tú sabes dónde está.

Los ojos azules de Nelly se cerraron.

—No sé nada sobre eso.

Aelin delicadamente puso su bolso sobre el mostrador, acercándose de forma que los otrosclientes y trabajadores no pudieran ver mientras lo deslizaba hacia Nelly, asegurándose de quelas monedas tintinearan. Monedas pesadas.

—Estamos muy, muy hambrientas de… tarta —dijo Aelin, dejando salir un poco de desespera-ción—. Solo dinos adónde fue.

—Nadie ha escapado con vida del Mercado de las Sombras.

Bien. Justo como Nesryn les había asegurado, Nelly no hablaba tan fácilmente. Sería dema-

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Ella trató de ignorarlo. Apenas se habían hablado en toda la mañana.

Aedion sacudió su cabeza.

—Diablos disfrazados en pelaje. Ellos viven en los Staghorns, y durante el invierno se deslizanhacia abajo para depredar al ganado. Tan grandes como osos, algunos de ellos. Más malos. Ycuando el ganado se acaba, nos depredan a nosotros.

Aelin dio palmadas al hombro de Lysandra.

—Suena como tu clase de criatura.

Aedion continuó:

—Son blanco y gris, así que apenas puedes identi carlos contra la nieve y rocas. No puedesrealmente decir que están allí hasta que estás viendo justo en sus pálidos ojos verdes… —susonrisa titubeó cuando Lysandra jósus ojos verdes en él e inclinó su cabeza.

A pesar de sí misma, Aelin rió.

—Dinos por qué estamos aquí —dijo Chaol mientras Aelin saltaba por encima de una viga demadera en el Mercado de las Sombras abandonado. A su lado, Rowan sostenía en alto unaantorcha, iluminando las ruinas –y los cuerpos carbonizados. Lysandra había vuelto al burdel,escoltada por Nesryn; Aelin se había cambiado rápidamente a su traje en un callejón, escon-diendo su vestido en una caja desechada, rezando para que nadie se lo arrebatara antes deque pudiera regresar.

—Solo guarda silencio por un momento —dijo Aelin, trazando los túneles de memoria.

Rowan le disparó una mirada, y ella alzó una ceja. ¿Qué?

—Has venido aquí antes —dijo Rowan—. Viniste a examinar las ruinas —Por eso es que olíasa cenizas también.

Aedion dijo:

—¿En serio, Aelin? ¿Acaso no duermes nunca?

Chaol la estaba mirando ahora también, quizás para evitar mirar a los cuerpos apilados alre-dedor de los pasillos.

—¿Qué estabas haciendo aquí la noche en que interrumpiste mi reunión con Brullo y Ress?

Aelin estudió las cenizas de los viejos establos, las manchas de hollín, los aromas. Ella parófrente a una tienda cuyas mercancías no eran más que cenizas y metal retorcido.

—Aquí estamos —se estremeció, y dio zancadas hacia el puesto de roca labrada, sus piedrasnegras por lo quemado.

—Aún huele a opio —dijo Rowan, frunciendo el ceño. Aelin barrió su pie sobre las cenizas desuelo, pateando lejos mercancías y escombros. Debía estar en algún lado –ah.

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Barrió más y más, las cenizas manchando sus botas negras y traje. Finalmente una gran ydeforme roca apareció debajo de su pie, un hoyo gastado cerca de los bordes.

Dijo casualmente:

—¿Sabías que además de tra car opio, se rumoraba que este hombre vendía fuego del in er-no?

Rowan giró la mirada hacia ella.

Fuego del in erno –casi imposible de conseguir o hacer, sobre todo porque era muy letal. Soloun barril de eso podría derrumbar la mitad de la pared de retención de un castillo.

—Él nunca me hablaría de ello, por supuesto —continuó Aelin—. Sin importar cuantas vecesviniera aquí. A rmaba no tenerla, pero tenía algunos de los ingredientes alrededor de la tienda –todo muy raro– entonces... Debe haber habido un suministro de eso aquí.

Tiró de la trampilla de piedra para revelar una escalera descendente en la penumbra. Ninguno

de los hombres habló cuando el hedor de las cloacas se desplegó.Se agachó, resbalando en el primer peldaño, y Aedion se tensó, pero él sabiamente no dijonada acerca de ella yendo primero.

Oscuridad con aroma a humo la envolvió mientras bajaba, bajaba y bajaba hasta que sus piestocaron roca lisa. El aire era seco, a pesar de su proximidad al río. Rowan vino después, de- jando caer su antorcha sobre las piedras antiguas para revelar un cavernoso túnel- cuerpos.

Varios cuerpos, algunos de ellos no más que montículos oscuros en la distancia, cortados porel Valg. Había menos a la derecha, hacia el Avery. Probablemente habían anticipado una em-boscada en la desembocadura del río e ido en sentido contrario –a su perdición.

Sin esperar a que Aedion o Chaol bajaran, Aelin comenzó a seguir el túnel, Rowan tan silen-cioso como una sombra a su lado –mirando, escuchando. Después de que la puerta de piedrahubiera rechinado al ser cerrada por encima, ella dijo en la oscuridad:

—Cuando los hombres del rey encendieron fuego a este lugar, si el fuego hubiera alcanzadoese suministro… Rifthold probablemente no estaría aquí ya. Por lo menos no los barrios bajos,y probablemente más.

—Por los dioses —murmuró Chaol desde unos pocos pasos atrás.

Aelin se detuvo ante lo que parecía una ordinaria rejilla en el piso de alcantarillado. Pero nadade agua corría debajo, y sólo aire polvoriento otó a su encuentro.

—Así es como estás planeando hacer estallar la torre del reloj –con fuego del in erno —dijoRowan, en cuclillas a su lado. Él hizo ademán de agarrar su codo mientras ella alcanzaba lareja, pero se deslizó fuera de su alcance—. Aelin –lo he visto ser usado, lo he visto destruirciudades. Literalmente puedederretir a las personas.

—Bien. Así sabemos que funciona, entonces.

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Aedion resopló, mirando hacia abajo en la oscuridad más allá de las rejillas.

—¿Y qué? ¿Crees que guardó su suministro ahí abajo? —si tenía una opinión profesional so-bre el fuego del in erno, se la guardó para sí mismo.

—Estas alcantarillas eran demasiado públicas, pero tenía que mantenerlo cerca del mercado—dijo Aelin, tirando en la rejilla. Cedió un poco, y el olor de Rowan la acarició cuando se inclinpara ayudarla a sacarla fuera de la abertura.—Huele como a huesos y polvo allí abajo —dijo Rowan. Su boca se torció hacia un lado—.Pero tú ya sospechabas eso.

Chaol dijo desde unos pocos pies por detrás:

—Eso es lo que querías saber de Nelly –donde se escondía él. Así él te la puede vender.

Aelin encendió un poco de madera de la antorcha de Rowan. Cuidadosamente lo suspendió justo debajo del borde del agujero delante de ella, la llama iluminando una caída de cerca de

diez pies, con adoquines debajoUn viento empujó desde atrás, hacia el agujero. Dentro de él.

Dejó a un lado la llama y se sentó en el borde del agujero, sus piernas balanceándose en lapenumbra debajo.

—Lo que Nelly todavía no sabe es que el tra cante de opio fue en realidad capturado hace dosdías. Muerto a la vista por los hombres del rey. Sabes, creo que Arobynn veces no tenía ni ideade si él realmente quería ayudarme o no —había sido su mención casual durante la cena loque la había puesto a pensar, a plani car.

Rowan murmuró:—Así que su suministro en las catacumbas está ahora sin vigilancia.

Ella se asomó a la oscuridad de abajo.

—El que lo encuentra se lo queda —dijo, y saltó.

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Capítulo 50Traducido por Roxana Bonilla

Corregido por Constanza Cornes

—¿Cómo hicieron esos maleantes para mantener este lugar en secreto? —dijo Aelin en vozbaja mientras se giraba hacia Chaol.

Los cuatro de ellos estaban en la parte superior de una pequeña escalera, el espacio caverno-so más allá de ellos iluminado por de dorado parpadeante gracias a las antorchas que Rowany Aedion sostenían.

Chaol estaba sacudiendo su cabeza, inspeccionando el espacio. Ni una señal de carroñeros,gracias a los dioses.

—Según la leyenda, el Mercado de las Sombras fue construido sobre los huesos del dios dela verdad.

—Bueno, acertaron en la parte de los huesos.

En cada pared, cráneos y huesos estaban artísticamente dispuestos –y cada pared, inclusoel techo, había sido formado con ellos. Incluso el suelo al pie de la escalera se extendía conhuesos variados en forma y tamaño.

—Estas no son catacumbas ordinarias —dijo Rowan, bajando su antorcha—. Este era un tem-plo.

En efecto, altares, bancas, e incluso un oscuro estanque re exivo yacían en el masivo espacio.Aunque incluso más se expandía en la distancia en las sombras.

—Hay escritura en los huesos —dijo Aedion, bajando las gradas a zancadas hacia el suelo dehuesos. Aelin hizo una mueca.

—Cuidado —dijo Rowan cuando Aedion fue a la pared más cercana. Su primo levantó unamano en un despido perezoso.

—Están en todos los idiomas –todos con diferente caligrafía —Aedion se maravilló, sostenien-do su antorcha en alto mientras se movía a lo largo de la pared—. Escucha a este de aquí: ‘Yosoy un mentiroso. Yo soy un ladrón. Tomé al marido de mi hermana y me reí mientras lo hice’

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—una pausa. Él leyó otra silenciosamente—. Nada de lo escrito... no creo que estas fueranbuenas personas.

Aelin escaneó el templo de huesos.

—Debemos ser rápido —dijo—. Malditamente rápidos. Aedion, toma esa pared; Chaol, el cen-tro; Rowan, la derecha. Yo tomaré la parte de atrás. Cuidado de donde ondean el fuego —Dio-ses que le ayuden si inconscientemente colocaran una antorcha cerca del fuego del in erno.Ella bajó una grada, y luego otra. Finalmente la última, hacia el suelo de huesos.

Un estremecimiento se arrastró a través de ella, y miró a Rowan por instinto. Su rostro tenso ledijo todo lo que necesitaba saber. Pero aun así, dijo:

—Este es un mal lugar.

Chaol pasó junto a ellos, su espada desenvainada.

—Entonces vamos a encontrar este suministro de fuego del in erno y salir de aquí.

Correcto.

A su alrededor, los ojos vacíos de los cráneos en las paredes, en las estructuras, los pilares enel centro de la habitación, parecían mirarlos.

—Parece que este dios de la verdad —dijo Aedion dijo desde su pared— fue más de un Devo-rador de Pecados que otra cosa. Deberías leer algunas de las cosas que la gente escribió –lascosas horribles que hicieron. Creo que este era un lugar para que pudieran ser enterrados, ypara confesarse en los huesos de otros pecadores.

—No es sorpresa que nadie quisiera venir aquí —murmuró Aelin mientras se dirigía hacia laoscuridad.

El templo seguía y seguía, y encontraron suministros –pero ningún susurro de carroñeros uotros residentes. Drogas, dinero, joyas, todos escondidos dentro de cráneos y entre algunasde las criptas de huesos en el suelo. Pero nada de fuego del in erno.

Sus pasos cautelosos en el piso de huesos fueron los únicos sonidos.

Aelin se movió más y más en la penumbra. Rowan pronto acabó con su lateral del templo y seunió a ella en la parte posterior, explorando los nichos y pequeños pasillos que se bifurcabanen la oscuridad inactiva.

—El lenguaje —le dijo Aelin—. Se vuelve más y más antiguo entre más retrocedemos. La for-ma en que deletrean las palabras, me re ero.

Rowan se torció hacia ella desde donde había estado abriendo cuidadosamente un sarcófago.

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Dudaba que un hombre ordinario fuera capaz de mover la sólida tapa de piedra.

—Algunos de ellos incluso dataron sus confesiones. Justo acabo de ver uno de hace setecien-tos años.

—Te hace parecer joven, ¿no es así?

Él le dio una sonrisa irónica. Rápidamente, ella miró hacia otro lado.Tragó fuerte, mirando jamente un hueso tallado cerca de su cabeza.Yo maté a un hombrepor deporte cuando tenía veinte años y nunca dije a nadie donde lo enterré. Guardé su huesodel dedo en un cajón.

Fechado hace novecientos años.

Novecientos–

Aelin estudió la oscuridad más allá. Si el Mercado de las Sombras se remontaba a Gavin, en-tonces este lugar tenía que haber sido construido antes –o alrededor de la misma época.

El dios de la verdad...

Tiró de Damaris de su lugar en su espalda, y Rowan se tensó.

—¿Qué sucede?

Examinó la impecable hoja.

—La Espada de la Verdad. Así es como ellos llamaban a Damaris. La leyenda decía que elportador –Gavin– podía ver la verdad cuando la esgrimía.

—¿Y?—Mala bendijo a Brannon, y ella bendijo Goldryn —miró en la penumbra—. ¿Y si hubiera udios de la verdad –un Devorador de Pecados? ¿Y si él bendijo a Gavin, y esta espada?

Rowan ahora miraba hacia la antigua oscuridad.

—¿Crees que Gavin utilizó este templo?

Aelin ponderó la poderosa espada en sus manos.

—¿Qué pecados confesaste, Gavin? —susurró en la oscuridad.

Más profundo se adentraron en los túneles, tan lejos que cuando el grito triunfal de Aedion de:

—¡Lo encontré! —alcanzó a Aelin y Rowan, apenas pudiendo escucharlo. Y casi no les impor-tó.

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No cuando ella paró frente a la pared trasera –la pared detrás del altar que no tenía ningunaduda que había sido el templo original. Aquí los huesos se estaban casi desmoronando por laedad, la escritura casi imposible de leer.

La pared detrás del altar era de piedra pura –mármol blanco– y tallada con Marcas del Wyrd.

Y en el centro había una representación gigante del Ojo de Elena.

Frío. Hacía tanto frío aquí que la respiración se nubló en frente de ellos, mezclándose.

—Quienquiera que fuera este dios de la verdad —murmuró Rowan, como si tratara de no serescuchado por los muertos—, no era una especie de deidad benevolente.

No; con un templo construido a partir de los huesos de asesinos y ladrones y peor, ella dudabade este dios hubiera sido uno de los favoritos. No es de extrañar que hubiera sido olvidado.

Aelin se acercó a la piedra.

Damaris se volvió helada en su mano –tan frígida que sus dedos se extendieron, y dejó caerla espada en el suelo del altar y retrocedió. Su sonido metálico contra los huesos fue como untrueno.

Rowan estaba a su lado al instante, sus espadas fuera.

La pared de piedra delante de ellos crujió.

Ésta comenzó a cambiar, los símbolos girando, alterándose a sí mismos. Desde el parpadeode su memoria oyó las palabras:Es sólo con el Ojo que puede verse correctamente.

—Honestamente —dijo Aelin una vez que la pared paró de reorganizarse a sí misma a partir

de la proximidad de la espada. Una nueva matriz intrincada de Marcas del Wyrd se había for-mado—. No sé por qué estas coincidencias siguen sorprendiéndome.

—¿Puedes leerlas? —preguntó Rowan. Aedion gritó sus nombres, y Rowan gritó en respues-ta, diciéndoles a los dos que vinieran.

Aelin miró los tallados.

—Podría tomarme algo de tiempo.

—Hazlo. No creo que haya sido casualidad que encontrásemos este lugar.

Aelin se sacudió los estremecimientos. No –nada era casualidad. No cuando se trataba deElena y las Marcas del Wyrd. Así que soltó un suspiro y comenzó.

—Se... se trata de Elena y Gavin —dijo ella—. El primer panel de aquí —señaló un tramo desímbolos—, los describe como el primer rey y reina de Adarlan, la forma en que se unieron.Entonces... entonces da otro salto. A la guerra.

Pasos sonaron y luz parpadeó cuando Aedion y Chaol los alcanzaron. Chaol silbó

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—Tengo un mal presentimiento sobre esto —dijo Aedion. Él frunció el ceño ante la representa-ción gigante del Ojo, y luego al que estaba alrededor del cuello de Aelin.

—Ponte cómodo —dijo ella.

Aelin leyó unas pocas líneas más, descifrando y decodi cando. Tan difíciles –las Marcas delWyrd eran tan condenadamente difíciles de leer.

—Describe las guerras demoníacas con los Valg que habían quedado aquí después de la Pri-mera Guerra. Y… —leyó la línea de nuevo—. Y los Valg esta vez fueron guiados... —su san-gre se heló—. Por uno de los tres reyes –el rey que quedó atrapado aquí después de que seselló la puerta. Dice que para considerar a un rey –para considerar a un rey Valg se tenía quemirar en la… —sacudió su cabeza—. ¿Locura? ¿Desesperación? No conozco ese símbolo. Élpodía tomar cualquier forma, pero se aparecía ante ellos como un hombre atractivo con ojosdorados. Los ojos de los Reyes Valg.

Examinó el siguiente panel.

—Ellos no sabían su verdadero nombre, así que le llamaron Erawan, el Rey Oscuro.Aedion dijo:

—Entonces Elena y Gavin le enfrentaron, su collar mágico salvó sus traseros, y Elena lo llamópor su verdadero nombre, distrayéndolo lo su ciente para que Gavin lo asesinara.

—Sí, sí —dijo Aelin, agitando una mano—. Pero –no.

—¿No? —dijo Chaol.

Aelin leyó más, y el corazón le dio un vuelco.

—¿Qué es? —exigió Rowan, como si sus oídos Hada hubieran detectado el tartamudeo de sucorazón.

Tragó saliva, deslizando un dedo tembloroso bajo una línea de símbolos.

—Esta... esta es la confesión de Gavin. De su lecho de muerte.

Ninguno de ellos habló.

Su voz tembló cuando dijo:

—No lo mataron. Erawan no podía ser asesinado, o su cuerpo destruido, por la espada, oel fuego, o el agua, o el poder. El ojo... —Aelin llevó su mano hacia el collar; el metal estabacaliente—. El ojo le contuvo. Sólo por un corto tiempo. No –no lo contuvo. Pero... ¿lo puso adormir?

—Tengo un muy, muy mal presentimiento sobre esto —dijo Aedion.

—Así que le construyeron un sarcófago hecho de hierro y de una especie de piedra indes-tructible. Y lo pusieron en una tumba sellada bajo una montaña –una cripta tan oscura... tan

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oscura que allí no había aire, ni luz. Sobre el laberinto de puertas —leyó— pusieron símbolos,inquebrantables para cualquier ladrón o llave o fuerza.

—Estás diciendo que ellos nunca mataron a Erawan —dijo Chaol.

Gavin había sido héroe de la infancia de Dorian, recordó. Y la historia había sido una mentira.Elena le había mentido a ella–

—¿Adónde lo enterraron? —preguntó Rowan suavemente.

—Lo enterraron... las manos le temblaban tanto que las bajó a los costados—. Lo enterraronen las Montañas Negras, y construyeron una fortaleza en lo alto de la tumba, para que la fami-lia noble que moraba encima pudiera siempre custodiarlo.

—No hay Montañas Negras en Adarlan —dijo Chaol.

La boca de Aelin se secó.

—Rowan —dijo en voz baja—. ¿Cómo se dice ‹Montañas Negras› en el Antiguo Idioma?

Una pausa, y luego una respiración fue soltada.

—Morath —dijo Rowan.

Ella se volvió hacia ellos, con los ojos muy abiertos. Por un momento, todos solo se miraronentre sí.

—¿Cuáles son las probabilidades —dijo— de que el rey esté enviando sus fuerzas hasta Mo-rath por mera coincidencia?

—¿Cuáles son las probabilidades —respondió Aedion— de que nuestro ilustre rey haya ad-quirido una llave que puede abrir cualquier puerta –incluso una puerta entre mundos– y susegundo al mando resulta que es propietario del mismo lugar donde está enterrado Erawan?

—El rey está demente —dijo Chaol—. Si él planea resucitar a Erawan–

—¿Quién dice que no lo ha hecho ya? —preguntó Aedion

Aelin miró a Rowan. Su rostro estaba sombrío. Si hay un rey Valg en este mundo, tenemos queactuar con rapidez. Obtener esas Llaves del Wyrd y desterrarlos a todos de vuelta a su inferno.

Ella asintió.

—¿Por qué ahora, sin embargo? Ha tenido las dos Llaves durante al menos una década. ¿Porqué traer al Valg ahora?

—Tendría sentido —dijo Chaol—, si él lo está haciendo en previsión al nuevo levantamiento deErawan. Para tener un ejército listo para que él dirija.

La respiración de Aelin era super cial.

—El solsticio de verano es en diez días. Si recuperamos la magia en el solsticio, cuando el sol

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es más fuerte, hay una buena probabilidad de que mi poder sea mayor entonces, también —sevolvió hacia Aedion—. Dime que has encontrado una gran cantidad de fuego del in erno.

Su asentimiento no fue tan tranquilizador como ella había esperado.

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Capítulo 51Traducido por Roxana Bonilla

Corregido por Constanza Cornes

Manon y sus Trece estaban alrededor de una mesa en una habitación en lo profundo de loscuarteles de las brujas.

—Saben por qué las he llamado aquí —dijo Manon. Ninguna de ellos respondió; ninguna deellos se sentó. Apenas habían hablado con ella desde que masacraron a esa tribu en los Col-millos Blancos. Y entonces ahora –más noticias. Más pedidos.

—El duque me pidió que escogiera a otro aquelarre para su uso. Un aquelarre Blackbeak.

Silencio.

—Me gustarían sus sugerencias.

Ellas no se encontraron con sus ojos. No pronunciaron ni una palabra.

Manon chasqueó sus dientes de hierro.—¿Se atreverían a desafarme ?

Sorrel se aclaró la garganta, atrayendo la atención de la mesa.

—Nunca a ti, Manon. Pero desa amos el derecho del gusano humano para utilizar nuestroscuerpos como si fueran suyos.

—Su Gran Bruja ha dado órdenes que seránobedecidas .

—Lo mismo podrías nombrar a las Trece —dijo Asterin, la única de ellos sosteniendo la miradade Manon. Su nariz estaba todavía hinchada y amoratada por los golpes—. Porque preferiría-mos que fuera nuestro pronto destino en lugar de entregar a nuestras hermanas.

—¿Y todas están de acuerdo con esto? ¿Desean criar descendencia demonio hasta que suscuerpos se rompan?

—Somos Blackbeaks —dijo Asterin, con la barbilla alta—. No somos esclavas de nadie, y noseremos utilizadas como tales. Si es el precio por eso es nunca volver a los Wastes6, entonces6 Los Wastes, o los Residuos, son las tierras que pertenecían a las Brujas Ironteeth pero se les fue arre -batadas por las Brujas Crochan .

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que así sea.

Ninguna de las hizo más que estremecerse. Todas se habían reunido –habían discutido estode antemano. Lo qué decirle a ella.

Como si estuviera en necesidad de gestión.

—¿Algo más que todas hayan decidido en su pequeña reunión del consejo?—Hay cosas..., Manon —dijo Sorrel—. Cosas que necesitas escuchar.

Traición –esto era a lo que los mortales llamaban traición.

—Me importa una mierda lo que ustedes tontas atrevidas creen que necesito escuchar. Loúnico que necesito escuchar es el sonido de ustedes diciendoSí, Líder del Ala . Y el nombre deun aquelarre, dioses malditos.

—Escoge uno tú misma —espetó Asterin.

Las brujas se estremecieron. No es una parte del plan, ¿o sí?Manon acechó alrededor de la mesa directo hasta Asterin, más allá de las otras brujas que nose atrevieron a voltear para mirarla.

—Tú no has sido más que un desperdicio desde el momento en que pusiste un pie en estaFortaleza. No me importa si has volado a mi lado durante un siglo, voy a bajarte como el perroquejoso que–

—Hazlo —siseó Asterin—.Destroza mi garganta. Tu abuela estará tan orgullosa de que nal-mente lo hiciste.

Sorrel estaba a la espalda de Manon.

—¿Eso es un desafío? —dijo Manon demasiado bajo.

Los ojos negros con motas doradas de Asterin bailaron.

—Es un–

Pero la puerta se abrió y cerró.

Un hombre joven con el pelo de oro ahora se encontraba en la sala, su collar de piedra negro

brillante en la luz de las antorchas.Él no tendría que haber conseguido entrar.

Había habido brujas por todas partes, y se habían establecido centinelas de otro aquelarrepara vigilar los pasillos a n de que ninguno de los hombres del duque pudiera tomarlas des-prevenidas.

Como uno, las Trece se volvieron hacia el hombre joven y guapo.

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Y como uno, se estremecieron cuando sonrió, y una ola de oscuridad se estrelló contra ellas.

Oscuridad sin n, oscuridad que incluso los ojos de Manon no podían penetrar, y –y Manonestaba de nuevo de pie ante esa bruja Crochan, una daga en la mano.

—Nos compadecemos de ti... por lo que hacen a sus hijas... Ustedes las obligan a matar yherir y odiar hasta que no queda nada dentro de ellos –de ustedes. Es por eso que estás aquí—sollozó la Crochan sollozó…—. Debido a la amenaza que supones para ese monstruo quellamas abuela cuando elegiste la misericordia y salvó la vida de tu rival.

Manon sacudió violentamente la cabeza, parpadeando. Luego eso desapareció. Sólo habíaoscuridad y las Trece, gritando la una a la otra, luchando, y–

Un joven de cabellos dorados había estado en esa habitación con las Yellowlegs, Elide habíadicho.

Manon empezó a rondar por la oscuridad, navegando por la habitación de memoria y olfato.Algunas de sus Trece estaban cerca; algunas se habían apoyado contra las paredes. Y el olorde otro mundo del hombre, del demonio dentro de él–El olor se envolvió totalmente alrededor de ella, y Manon sacó a Cuchilla de Viento.

Entonces ahí estaba él, riendo cuando alguien –Ghislaine– comenzó a gritar. Manon nuncahabía oído ese sonido. Nunca había oído a ninguna de ellos gritan con... con miedo. Y dolor.

Manon se precipitó en un carrera ciega y lo derribó al suelo. Sin espada– no quería una espadapara esta ejecución.

Luz se quebró a su alrededor, y allí estaba su hermoso rostro, y ese collar.

—Líder del Ala —sonrió, con una voz que no era de este mundo.Las manos de Manon estaban alrededor de su garganta, apretando, sus uñas rasgando a tra -vés de su piel.

—¿Fuiste enviado aquí? —preguntó.

Sus ojos se encontraron y la vieja malicia en ellos retrocedió.

—Aléjate —dijo entre dientes.

Manon no hizo tal cosa.

—¿Fuiste enviado aquí ? —le gritó.

El joven se agitó, pero luego Asterin estaba allí, sujetando sus piernas.

—Haz que sangre —dijo desde detrás de Manon.

La criatura continuó moviéndose violentamente. Y en la oscuridad, algunas de las Trece se-guían gritando de dolor y terror.

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—¿Quién te ha enviado?—bramó Manon.

Sus ojos cambiaron –volviéndose azules, volviéndose claros. Era la voz de un joven la que dijo:

—Mátame. Por favor –por favor mátame. Roland –mi nombre era Roland. Dile a mí–

Entonces la negrura se expandió en sus ojos de nuevo, junto con el pánico puro, a lo que sea

que él vio en el rostro de Manon, y en Asterin de encima de su hombro. El demonio en el inte-rior del hombre gritó:

—¡Aléjate!

Había oído y visto su ciente. Manon apretó con más fuerza, sus uñas de hierro triturando através de la carne mortal y el músculo. Sangre negra apestosa recubrió su mano, y ella excavócon más fuerza contra él, hasta que llegó al hueso y cortó a través de él, y su cabeza golpeócontra el suelo.

Manon podría haber jurado que suspiró.

La oscuridad se desvaneció, y Manon estaba al instante de pie, sangre goteando de sus ma-nos mientras contemplaba los daños.

Ghislaine sollozaba en la esquina, todo el color drenado de su rica piel oscura. Thea y Kayaestaban manchadas con lágrimas y en silencio, las dos amantes abiertas la una a la otra. YEdda y Briar, sus Sombras, ambas nacidos y criadas en la oscuridad... estaban sobre sus ma-nos y rodillas, vomitando. Justo al lado de las gemelas demonio de ojos verdes, Faline y Fallon.

El resto de las Trece resultaron ilesas. Aún ruborizadas con color, alguna jadeando debido a laoleada momentánea de rabia y energía, pero... Bien.

¿Tan sólo algunos de ellos habían sido objetivos?Manon miró Asterin –a Sorrel, y Vesta, y Lin, e Imogen.

Luego, a las que habían sido drenadas.

Todas ellas se encontraron con su mirada en esta ocasión.

Aléjate , el demonio había gritado –como por la sorpresa y el terror.

Después de mirarla a los ojos.

Las que habían sido afectadas... sus ojos eran los colores ordinarios. Café y azul y verde. Perolas que no los tenían...

Ojos negros, salpicados de oro.

Y cuando él hubo mirado a los ojos de Manon...

Los ojos dorados siempre habían sido muy apreciados entre las Blackbeaks. Ella nunca sehabía preguntado por qué.

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Pero ahora no era el momento. No con esta sangre apestosa empapando su piel.

—Este fue un recordatorio —dijo Manon, su voz rebotando huecamente en las piedras. Seapartó de la habitación. Las dejó entre ellas—. Desháganse de ese cuerpo.

Manon esperó hasta que Kaltain estuviera sola, a la deriva por una de las escaleras en espiralolvidadas de Morath, antes de que ella se abalanzara.

La mujer no se inmutó cuando Manon la inmovilizó contra la pared, sus uñas de hierro claván-dose en los pálidos hombros desnudos de Kaltain.

—¿De dónde viene el Fuego Sombra?

Ojos vacíos y oscuros se encontraron con los suyos.

—De mí.

—¿Por qué tú? ¿Qué magia es? ¿Poder Valg?

Manon estudió el collar alrededor de la na garganta de la mujer.Kaltain dio una pequeña sonrisa muerta.

—Fue mío para empezar. Luego fue... fusionado con otra fuente. Y ahora es el poder de cadamundo, de cada vida.

Disparates. Manon la empujó con más fuerza contra la piedra oscura.

—¿Cómo se quita el collar?

—No puede quitarse.

Manon enseñó los dientes.

—¿Y qué quieres de nosotros? ¿Ponernos collares?

—Ellos quieren reyes —respiró Kaltain, sus ojos parpadeando con un poco de extraño placerenfermizo—. Reyes poderosos. No a ti.

Más tonterías. Manon gruñó –pero luego hubo una delicada mano en su muñeca.

Y quemaba.

Oh, dioses –quemaba, y sus huesos se estaban derritiendo, sus uñas de hierro se habíanconvertido en metal fundido, su sangre estaba hirviendo–

Manon saltó hacia atrás, lejos de Kaltain, y sólo al agarrar su muñeca supo que las heridas noeran reales.

—Voy a matarte —siseó Manon.

Pero fuego sombra bailó en los dedos de Kaltain, aun cuando el rostro de la mujer se quedó

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en blanco de nuevo. Sin decir una palabra, como si ella no hubiera hecho nada, Kaltain subiólas escaleras y desapareció.

Sola en el hueco de la escalera, Manon acunó su brazo, el eco del dolor todavía reverberandoa través de sus huesos. Masacrar a esa tribu con Cuchilla de Viento, se dijo, había sido unamisericordia.

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Capítulo 52Traducido por Roxana Bonilla

Corregido por Constanza Cornes

Al salir del templo del Devorador de Pecados, Chaol se maravilló de lo extraño que era trabajarcon Aelin y su corte. Cuan extraño era no estar peleando con ella por una vez.

No debería siquiera haber ido con ellos, dado lo mucho que quedaba por hacer. La mitad de losrebeldes habían dejado Rifthold, más huyendo cada día, y los que se quedaron presionabanpara trasladarse a otra ciudad. Los había mantenido en línea tanto como pudo, apoyándose enNesryn para respaldarlo siempre que sacaban a relucir su propio pasado con el rey. Todavíahabía gente desapareciendo, siendo ejecutada –aún había personas a quienes rescataban tana menudo como podían de los bloques de carnicería. Él seguiría haciéndolo hasta que él fuerael último rebelde que quedara en esta ciudad; él se quedaría para ayudarlos, para protegerlos.Pero si lo que habían descubierto sobre Erawan era cierto...

Que los dioses les ayuden.

De vuelta en las calles de la ciudad, se volvió a tiempo para ver a Rowan ofrecer una manosolidaria para sacar a Aelin de las cloacas. Ella pareció dudar, pero luego la tomó, su manotragada por la de él.

Un equipo, sólido e inquebrantable.

El Príncipe Hada la levantó en brazos y la dejó en el suelo. Ninguno de los dos dejó ir de in-mediato al otro.

Chaol esperó –esperó el retorcijón y toque de los celos, de la bilis punzándole.

Pero no hubo nada. Sólo un parpadeo de alivio, tal vez, de que...De que Aelin tenía a Rowan.

Él verdaderamente debía de estar sintiendo lástima de sí mismo, decidió.

Sonaron pasos, y todos ellos se tensaron, armas desenfundadas, justo cuando–

—He estado buscándolos por una hora —dijo Nesryn, apresurándose fuera de las sombras delcallejón—. ¿Cuál es–? —se dio cuenta de sus rostros sombríos. Habían dejado el fuego del

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in erno allá abajo, escondido en un sarcófago, por precaución–y para evitar ser fundidos si lascosas van muy mal.

Él se sorprendió de que Aelin le hubiera dejado saber tanto –aunque la forma en que pensabaentrar en el castillo, ella no le había dicho.

Simplemente dile a Ress y Brullo y los otros que se mantengan lo más lejos posible de la torrdel relojfue su única advertencia hasta ahora. Él casi había exigido saber cuáles eran sus pla-nes para el resto de inocentes en el castillo, pero... Había sido agradable. Tener una tarde sinlucha, sin nadie odiándolo. El sentirse como si fuera parte de su unidad.

—Te pondré al día luego —le dijo Chaol a ella. Pero el rostro Nesryn estaba pálido—. ¿Quées?

Aelin, Rowan, y Aedion los acecharon con ese poco natural silencio inmortal.

Nesryn cuadró los hombros.

—Recibí noticias de Ren. Se metió en algunos problemas de menor importancia en la frontera,pero está bien. Él tiene un mensaje para ti –para nosotros —apartó un mechón de su oscurocabello. Su mano temblaba ligeramente.

Chaol se abrazó a sí mismo, luchando contra el impulso de poner una mano en el brazo de ella.

—El rey —continuó Nesryn—, ha estado creando un ejército en Morath, bajo la supervisión delDuque de Perrington. Los guardias Valg alrededor de Rifthold son los primeros de ellos. Másestán en camino hacia aquí.

Soldados Valg a pie, entonces. Morath, al parecer, podría muy bien ser el primer o el últimocampo de batalla.

Aedion ladeó la cabeza, el Lobo encarnado.

—¿Cuántos?

—Demasiados —dijo Nesryn—. No hemos recibido un conteo total. Algunos están acampandodentro de montañas a los alrededores del campamento –nunca todos fuera a la vez, nunca enplena vista. Pero es un ejército más grande que cualquiera que él haya reunido antes.

Las palmas de Chaol se volvieron resbaladizas por el sudor.

—Y más que eso —dijo Nesryn, su voz ronca—, el rey tiene ahora una caballería aérea deBrujas Dientes de Hierro –un ejército de tres mil fuerzas– que ha estado entrenando en secre-to en la Brecha Ferian para montar wyverns que el rey ha logrado de alguna manera crear yreproducir.

Dioses en el cielo.

Aelin levantó la cabeza, mirando a la pared de ladrillo como si pudiera ver allí al ejército aéreo,el movimiento revelando el anillo de cicatrices alrededor de su cuello.

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Dorian –necesitaban a Dorian en el trono. Necesitaban que esto acabara de una vez.

—¿Estás segura de esto? —dijo Aedion.

Rowan estaba mirando Nesryn, su cara el retrato de un guerrero frío y calculador, y, sin embar-go, sin embargo, de alguna manera se había movido más cerca de Aelin.

Nesryn dijo rmemente:—Perdimos muchos espías para obtener esa información.

Chaol se preguntó cuántos de ellos habían sido sus amigos.

Aelin habló, su voz plana y dura.

—Sólo para asegurarme de que lo entendí: ahora nos enfrentamos a tres mil brujas Dientes deHierro sanguinarios con wyverns. Y una gran cantidad de soldados mortales reunidos en el surde Adarlan, probablemente para cortar cualquier alianza entre Terrasen y de los reinos del sur.

Dejando a Terrasen a la deriva. Dilo , Chaol le suplicó a ella en silencio.Di que necesitas aDorian libre y vivo.

Aedion re exionó:

—Melisande podría ser capaz de unirse con nosotros —cubrió a Chaol con una mirada eva-luativa –la mirada de un general—. ¿Crees que tu padre sabe acerca de los wyverns y brujas?Anielle es la ciudad más cercana a la Brecha Ferian.

Su sangre se heló. ¿Era por eso que su padre había estado tan concentrado en llevarlo acasa? Sintió la siguiente pregunta de Aedion antes de que el general hablara.

—No lleva un anillo negro —dijo Chaol—. Pero dudo que encuentres en él a un agradablealiado –si se molestaba en aliarse con ustedes en absoluto.

—Considerando las cosas —dijo Rowan—, necesitamos un aliado para perforar a través delas líneas del sur.

Dioses, en realidad estaban hablando de esto. Guerra –la guerra se avecinaba. Y era posibleque no todos sobrevivieran.

—Entonces, ¿qué están esperando? —dijo Aedion, yendo y viniendo—. ¿Por qué no atacarahora?

La voz de Aelin era suave –fría.

—A mí. Están esperando a que yo haga mi movimiento.

Ninguno de ellos le contradijo.

La voz de Chaol fue tensa mientras él hacía a un lado el enjambre de sus pensamientos.

—¿Algo más?

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Nesryn metió la mano en su túnica y sacó una carta. Se la entregó a Aedion.

—De tu segundo al mando. Todos ellos se preocupan por ti.

—Hay una taberna aquí en la manzana. Dame cinco minutos, y tendré una respuesta parati —dijo Aedion, ya alejándose a zancadas. Nesryn lo siguió, dándole a Chaol un gesto silen-cioso. El general dijo por encima del hombro a Rowan y Aelin, su pesada capucha ocultandocualquier característica reveladora—. Los veré en casa.Reunión terminada.

Pero Aelin dijo de pronto:

—Gracias.

Nesryn paró, de alguna manera sabiendo que la reina le había hablado a ella.

Aelin puso una mano en su corazón.

—Por todo lo que estás arriesgando –gracias.Los ojos de Nesryn parpadearon cuando dijo:

—Larga vida a la reina.

Pero Aelin ya había dado la vuelta.

Nesryn se encontró la mirada de Chaol, y la siguió a ella y Aedion.

Un ejército indestructible, posiblemente dirigido por Erawan, si el Rey de Adarlan fuera tandemente para resucitarlo.

Un ejército que podría aplastar toda resistencia humana.

Pero... pero tal vez no si se aliaban con portadores de magia.

Es decir, si los portadores de magia, después de todo lo que les habían hecho, incluso queríanmolestarse en salvar su mundo.

—Háblame —dijo Rowan detrás de ella mientras Aelin irrumpía calle tras calle.

Ella no podía. No podía formar los pensamientos, dejar solo las palabras.

¿Cuántos espías y rebeldes habían perdido sus vidas para obtener esa información? ¿Y cuánpeor se sentiría cuando enviara a las personas a su muerte –cuando ella tuviera que ver a sussoldados ser asesinados por esos monstruos? Si Elena le había tirado un hueso esa noche,de alguna manera llevando a ese tra cante de opio al templo del Devorador de Pecados paraque pudieran encontrarlo, ella no se sentía particularmente agradecida.

—Aelin —dijo Rowan, su ciente silencioso para que solo ella y las ratas callejón lo escucharan

Apenas había sobrevivido a Baba Yellowlegs. ¿Cómo podría alguien sobrevivir a un ejército de

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brujas entrenadas en combate?

Él agarró su codo, obligándola a detenerse.

—Nos enfrentaremos a esto juntos —él respiró, sus ojos brillando y colmillos reluciendo—Como hemos hecho en el pasado. Cualquiera sea el n.

Temblaba –temblaba como una maldita cobarde– y tiró para liberarse, alejándose. Ella ni si-quiera sabía dónde iba –sólo tenía que caminar, tenía que encontrar una manera de ordenarsea sí misma, ordenar al mundo, antes de que ella dejara de moverse, o de lo contrario nunca semovería de nuevo.

Wyverns. Brujas. Un nuevo ejército aún mayor. El callejón presionaba sobre ella, sellando tanrmemente como uno de los inundados túneles de alcantarillado.

—Háblame —dijo Rowan otra vez, manteniendo una distancia respetuosa detrás.

Ella conocía estas calles. A pocas cuadras abajo, ella encontraría una de las entradas Valg del

alcantarillado. Tal vez saltaría para entrar y cortar a algunos de ellos en pedazos. Ver lo quesabían sobre el Rey Oscuro Erawan, y si seguía dormitando bajo esa montaña.

Tal vez ella no se molestaría con preguntas en absoluto.

Hubo una amplia mano fuerte en su codo, tirando de su espalda contra un sólido cuerpo mas-culino.

Pero el olor no era de Rowan.

Y el cuchillo en la garganta, la hoja presionando con tanta fuerza que su piel picó y cortó...

—¿Vas a alguna parte, Princesa? —murmuró Lorcan en su oreja.Rowan había pensado que conocía el miedo. Había pensado que podría enfrentar el peligrocon la cabeza clara y el hielo en sus venas.

Hasta que Lorcan apareció de entre las sombras, tan rápido que Rowan ni siquiera le habíaolido, y puso el cuchillo contra la garganta de Aelin.

—Te mueves —gruñó Lorcan al oído de Aelin—, y te mueres. Hablas, y te mueres. ¿Compren-dido?

Aelin no dijo nada. Si ella asentía con la cabeza, abriría su garganta con la cuchilla. La sangrebrillaba ya, justo por encima de la clavícula, llenando el callejón con su olor.

El solo olor mandó a Rowan a caer en una fría calma asesina.

—¿Entendido ? —dijo Lorcan entre dientes, empujando lo su ciente para que su sangre uye-ra un poco más rápido. Aun así, ella no dijo nada, obedeciendo su orden. Lorcan se rio entredientes—. Bien. Ya me lo imaginaba.

El mundo se desaceleró y se extendió alrededor de Rowan con una claridad nítida, revelando

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cada piedra de los edi cios y la calle, y los desechos y basura alrededor de ellos. Cualquiercosa que le diera una ventaja, para usar como arma.

Si hubiera tenido su magia, ya habría ahogado el aire de los pulmones de Lorcan para esemomento, habría irrumpido a través de los propios escudos oscuros de Lorcan con la mitad deun pensamiento. Si hubiera tenido su magia, habría tendido un escudo alrededor de los suyos

desde el principio, por lo que esta emboscada nunca hubiera sucedidoLos ojos de Aelin se encontraron con los suyos.

Y miedo –era miedo genuino lo que brillaba allí.

Sabía que estaba en una posición comprometida. Los dos sabían que no importa lo rápido queél fuera, que ella era, el cuchillo de Lorcan sería más rápido.

Lorcan sonrió a Rowan, su capucha oscura fuera por una vez. Sin duda, para que Rowan pu-diera ver cada pedacito de triunfo en los ojos negros de Lorcan.

—¿Sin palabras, Príncipe?—¿Por qué? —fue todo Rowan pudo preguntar. Cada acción, cada plan posible todavía lo de- jaba demasiado lejos. Se preguntó si Lorcan comprendía que si la mataba, él mismo haría deLorcan el próximo. Entonces Maeve. Y tal vez el mundo, por despecho.

Lorcan estiró la cabeza para mirar a la cara de Aelin. Sus ojos se estrecharon hasta ser rendi- jas.

—¿Dónde está la Llave del Wyrd?

Aelin se tensó, y Rowan deseó que no hablara, que no se burlase de Lorcan.

—Nosotros no la tenemos —dijo Rowan. Ira –interminable ira desastrosa– golpeó a través deél.

Exactamente lo que quería Lorcan. Exactamente cómo Rowan había presenciado al guerrerosemi-Hada manipular a sus enemigos durante siglos. Así que Rowan bloqueó rabia. Trató dehacerlo, por lo menos.

—Yo podría romper este cuello tuyo tan fácilmente —dijo Lorcan, rozando su nariz contra elcostado de su garganta. Aelin se puso rígida. La sola posesividad de ese toque lo medio cegócon ira salvaje. Fue todo un esfuerzo reprimirse de nuevo cuando Lorcan murmuró contra supiel—. Eres mucho mejor cuando no abre esa horrible boca.—No tenemos la llave —dijo Rowan nuevo. Masacraría a Lorcan de la forma en que sólo losinmortales conocían y gustaban para matar: poco a poco, con crueldad, con creatividad. Elsufrimiento de Lorcan sería absoluto.

—¿Qué pasaría si te dijera que estamos trabajando para el mismo lado? —dijo Lorcan.

—Yo diría que Maeve trabaja para un solo lado: el suyo.

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—Maeve no me envió aquí.

Rowan casi podía oír las palabras que Aelin estaba luchando para contener.Mentiroso. Men- tiroso pedazo de mierda.

—Entonces, ¿quién lo hizo? —exigió Rowan.

—Me fui.—Si estamos en el mismo lado, entonces baja el cuchillo —gruñó Rowan.

Lorcan se rió entre dientes.

—No quiero escuchar los ladridos de la princesa. Lo que tengo que decir se aplica a los dos—Rowan esperó, tomando cada segundo para evaluar y reevaluar sus alrededores, las proba-bilidades. Por n, Lorcan a ojó la hoja ligeramente. La sangre se deslizó por el cuello de Aelinen su traje—. Ustedes han cometido el error de su corta y patética vida mortal al darle a Maeveese anillo.

A través de la calma letal, Rowan sintió la sangre drenándose de su rostro.

—Ustedes deberían haberlo sabido mejor —dijo Lorcan, todavía agarrando Aelin alrededor dela cintura—. Ustedes debería haber sabido que ella no era un tonta sentimental, suspirandopor su amor perdido. Ella tenía un montón de cosas de Athril, ¿por qué iba a querer su anillo?¿Su anillo, y no Goldryn?

—Deja de dar tantas vueltas y solo di lo que es.

—Pero me estoy divirtiendo mucho.

Rowan contuvo su temperamento con tanta fuerza que se atragantó.—El anillo —dijo Lorcan—, no era una reliquia de la familia de Athril. Ella mató a Athril. Equería las llaves, y el anillo, y él se negó, y ella lo mató. Mientras luchaban, Brannon les robó,ocultando el anillo con Goldryn y trayendo las llaves aquí. ¿No te has preguntado alguna vezpor qué el anillo estaba en esa vaina? Una espada cazadora de demonios –y un anillo a juego.

—Si Maeve quiere matar demonios —dijo Rowan—, no nos vamos a quejar.

—El anillo no los mata. Concede inmunidad ante su poder. Un anillo forjado por la mismísimaMala. El Valg no podía hacerle daño a Athril cuando lo llevaba.

Los ojos de Aelin se abrieron aún más, la esencia de su miedo cambiando a algo mucho másprofundo que el temor de daño corporal.

—El portador de ese anillo —continuó Lorcan, sonriendo ante el terror recubriendo su olor—,no necesita temer a ser esclavizado por la Piedra del Wyrd. Ustedes le entregaron su propiainmunidad.

—Eso no explica por qué te fuiste.

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El rostro de Lorcan se tensó.

—Ella mató a su amante por el anillo, por las llaves. Ella va a hacer cosas mucho peores paraalcanzarlas ahora que están de nuevo en el tablero de juego. Y una vez que los tenga... Mireina se hará a sí misma una diosa.

—¿Y? —el cuchillo seguía estando demasiado cerca del cuello de Aelin como para arriesgarsea atacar.—Va a destruirla.

La ira de Rowan titubeó.

—Vas a obtener las llaves –para alejarlas de ella.

—Tengo la intención de destruir las llaves. Tú me das tu Llave del Wyrd —dijo Lorcan, abriendoel puño que estaba contra el abdomen de Aelin—, y te daré el anillo.

Efectivamente, en su mano brillaba un familiar anillo de oro.

—No deberías estar vivo —dijo Rowan—. Si hubieras robado el anillo y huido, ella te habríamatado ya —era una trampa. Una maldita trampa inteligente.

—Me muevo rápidamente.

Lorcanhabía estado arrastrándose fuera de Wendlyn. No probaba nada, sin embargo.

—Los demás–

—Ninguno de ellos sabe. ¿Crees que confío en ellos para no decir nada?

—El juramento de sangre hace que la traición sea imposible.—Estoy haciendo esto por su bien —dijo Lorcan—. Estoy haciendo esto porque no quierover a mi reina convertirse a sí misma en un demonio. Estoy obedeciendo el juramento en esesentido.

Aelin estaba erizada ahora, y Lorcan cerró de nuevo los dedos alrededor del anillo.

—Eres un tonto, Rowan. Tú solo piensas en los próximos pocos años, décadas. Lo que estoyhaciendo es por el bien de los siglos venideros. Para la eternidad. Maeve enviará a los demás,ya sabes. Para cazarlos. Para matarlos a los dos. Que esta noche sea un recordatorio de suvulnerabilidad. Nunca conocerán la paz por un solo momento. Ni uno. E incluso si no matamosa Aelin del Fuego Salvaje el tiempo lo hará.

Rowan no dejó salir las palabras.

Lorcan miró a Aelin, su pelo negro cambiando con el movimiento.

—Piensa sobre eso, Princesa. ¿Vale la pena la inmunidad en un mundo en el que sus enemi-gos están esperando para encadenarla, donde un resbalón podría signi car convertirse en su

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esclava eterna?

Aelin solo enseñó los dientes.

Lorcan la empujó lejos, y Rowan ya se estaba moviendo, lanzándose a por ella.

Ella se dio la vuelta, las cuchillas incorporadas en su traje destellando libres

Pero Lorcan había desaparecido.

Después de decidir que los cortes en su cuello eran super ciales y que no estaba en peligro demorir por ellos, Rowan no habló con ella por el resto del viaje a casa.

Si Lorcan tenía razón... No, él no estaba en lo correcto. Él era un mentiroso, y su ganga apes-taba a trucos de Maeve.

Aelin presionó un pañuelo contra el cuello mientras caminaban, y para cuando llegaron al apar-tamento, las heridas habían coagulado. Aedion, gracias a Dios, ya estaba en la cama.

Rowan se dirigió directamente a su habitación.

Ella lo siguió, pero llegó al cuarto de baño y silenciosamente cerró la puerta detrás de él.

Agua corriendo gorgoteó un instante después. Un baño.

Había hecho un buen trabajo ocultándolo, y su rabia había sido... ella nunca había visto a al-guien tan iracundo. Pero también había visto el terror en su rostro. Había sido su ciente parahacerla dominar su propio miedo cuando el fuego comenzó a crepitar en sus venas. Y ellahabía tratado –dioses malditos, ella había tratado– de encontrar una manera de salir de suagarre, pero Lorcan... Rowan había tenido razón. Sin su magia, ella no era rival para él.

Podía haberla matado.

Todo en lo que ella había sido capaz de pensar, a pesar de su reino, a pesar de todo lo quetodavía tenía que hacer, era el miedo en los ojos de Rowan.

Y sería una pena si él nunca supiera... si ella nunca le dijera...

Aelin limpió su cuello en la cocina, lavó la poca sangre de su traje y lo colgó en la sala de estarpara que se secara, y luego se puso una camisa de Rowan y se metió en la cama.

Apenas oyó alguna salpicadura. Tal vez él estaba acostado en la bañera, mirando a la nadacon esa expresión hueca que había llevado desde que Lorcan hubo quitado el cuchillo de sugarganta.

Pasaron los minutos, y ella gritó las buenas noches a Aedion, cuyo eco de buenas noches re-tumbó a través de las paredes.

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Entonces la puerta del baño se abrió, un velo de vapor onduló, y Rowan apareció, una toallabaja alrededor de sus caderas. Miró el abdomen musculoso, los hombros poderosos, pero–

Pero el vacío en esos ojos.

Ella palmeó la cama.

—Ven acá.Se quedó allí, con los ojos demorándose en las costras de su cuello.

—Ambos somos expertos en callar como muertos, así que vamos a hacer un acuerdo parahablar en este momento como personas dispuestas y razonables.

Él no se encontró con su mirada mientras caminaba hacia la cama y se dejó caer a su lado,extendiéndose a lo largo de las mantas. Ella ni siquiera lo reprendió por humedecer las sábanaso decirle de que podría utilizado la mitad de un minuto para ponerse algo de ropa.

—Parece que nuestros días de diversión han terminado —dijo, apoyando la cabeza contraun puño y con la mirada ja en él. Él miraba jamente al techo—. Brujas, señores oscuros,Reinas Hada... Si lo hacemos a través de esta vida, me voy a tomar unas agradables y largasvacaciones.

Sus ojos eran fríos.

—No me dejes fuera —susurró.

—Nunca —murmuró—. No es eso– —Se frotó los ojos con el pulgar y el índice—. Te fallé estanoche —sus palabras fueron un susurro en la oscuridad.

—Rowan–—Él se acercó lo su ciente como para matarte. Si hubiera sido otro enemigo, puede que lohubiera hecho —la cama retumbó mientras daba un suspiro tembloroso y bajó la mano de susojos. La cruda emoción le hizo morderse el labio. Nunca –nunca la dejó ver esas cosas—. Tefallé. Juré protegerte, y no lo logré esta noche.

—Rowan, está bien–

—No está bien —su mano estaba caliente cuando la sujetó en el hombro. Ella le dejó voltearlasobre su espalda, y lo encontró medio encima de ella mientras la miraba a la cara.

Su cuerpo era una fuerza masiva y sólida de la naturaleza por encima de la de ella, pero susojos- el pánico persistía.

—Rompí tu con anza.

—No hiciste tal cosa. Rowan, dijiste que no le entregarías la llave.

Él contuvo el aliento, su ancho pecho ampliándose.

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—Lo habría hecho. Dioses, Aelin –me tenían, y él ni siquiera parecía saberlo. Podía haber es-perado un minuto más y le hubiera dicho, con anillo o sin anillo habría dicho. Erawan, brujas,el rey, Maeve... me enfrentaría a todos ellos. Pero perderte... —inclinó la cabeza, su alientocalentando su boca mientras cerraba los ojos—. Te fallé esta noche —murmuró, su voz ron-ca—. Lo siento.

Su aroma de pino y nieve se envolvió alrededor de ella. Ella debía alejarse, rodar fuera de sualcance. No me toques así.

Sin embargo, allí estaba, su mano como una marca en su hombro desnudo, su cuerpo casicubriendo el de ella.

—No tienes nada que lamentar —susurró—. Confío en ti, Rowan.

Él le dirigió una inclinación de cabeza apenas perceptible.

—Te extrañé —dijo en voz baja, su mirada como dardos entre su boca y sus ojos—. Cuandoestaba en Wendlyn. Mentí cuando dije que no lo hice. Desde el momento en que te fuiste, teextrañé tanto que me volví irracional. Mealegré por la excusa de seguir a Lorcan hasta aquí,sólo para verte de nuevo. Y esta noche, cuando él tenía el cuchillo en tu garganta... —la cali-dez de su dedo calloso oreció a través de ella mientras trazaba un camino sobre el corte ensu cuello—. Seguí pensando en cómo era posible que nunca supieras que te eché de menoscon sólo un océano entre nosotros. Pero si era la muerte nos separara... te encontraría. No meimportan cuántas reglas se romperían. Incluso si tuviera que conseguir las tres llaves por mímismo y abrir un portal, te encontraría de nuevo. Siempre.

Ella parpadeó de vuelta el ardor en sus ojos cuando buscó entre sus cuerpos y tomó su mano,guiándola hasta ponerla contra su mejilla tatuada.

Fue un esfuerzo el recordar cómo respirar, el centrarse en cualquier cosa aparte de su pielsuave y cálida. Él no apartó los ojos de los de ella mientras le rozó su pulgar a través su agu-do pómulo. Saboreando cada trazo, ella acarició su rostro, ese tatuaje, sin apartar su mirada,incluso si la desnudaba.

Lo siento , todavía parecía decir.

Mantuvo la mirada ja en él mientras soltaba de su rostro y lentamente, asegurándose de queentendía cada paso del camino, inclinó la cabeza hacia atrás hasta que su garganta estabaarqueada y desnuda ante él.

—Aelin —él respiró. No como amonestación o advertencia, pero... una súplica. Sonaba comouna súplica. Bajó la cabeza a su cuello expuesto y se cernió sobre él a un pelo de distancia.

Ella arqueó su cuello aún más, una invitación silenciosa.

Rowan dejó escapar un gemido suave y rozó sus dientes contra su piel.

Una mordida, un movimiento, era todo lo que tomaría para que él rasgara su garganta.

Sus colmillos alargados se deslizaron a lo largo de su carne –suavemente, con precisión. Apre-

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tó las sábanas para no correr sus dedos por su espalda desnuda y atraerlo más cerca.

Él apoyó una mano al lado de su cabeza, entrelazando sus dedos en su pelo.

—Nadie más —susurró—. Nunca permitiría a nadie más en mi garganta —mostrárselo a él erala única manera en que él entendería esa con anza, de la manera en que sólo el lado depre-dador Hada comprendería—. Nadie más —dijo de nuevo.

Él dejó escapar otro gemido bajo, respuesta y con rmación y petición, y el estruendo resonóen su interior. Con cuidado, él cerró los dientes sobre el lugar donde su alma vibraba y latía, sualiento caliente sobre su piel.

Ella cerró los ojos, cada sentido concentrándose en esa sensación, en los dientes y la boca enel cuello, en el poderoso cuerpo temblando de contención por encima de la de ella. Su lenguase movió contra su piel.

Hizo un pequeño ruido que podría haber sido un gemido, o una palabra, o su nombre. Él seestremeció y se echó hacia atrás, el aire fresco besando su cuello. Salvajismo –salvajismopuro se desató en esos ojos.Luego, descaradamente inspeccionó su cuerpo a fondo, sus fosas nasales dilatándose delica-damente mientras olía exactamente lo que ella quería.

Su respiración se volvió entrecortada cuando él arrastró su mirada a la suya –hambriento,salvaje, in exible.

—Todavía no —dijo ásperamente, su propia respiración irregular—. Ahora no.

—¿Por qué? —era un esfuerzo recordar cómo hablar cuando él la miraba así. Como si él pu-diera comerla viva. El calor golpeó a través de su centro.

—Quiero tomarme mi tiempo contigo –explorar... cada pulgada tuya. Y este apartamento tieneparedes muy, muy nas. No quiero tener audiencia —añadió mientras se inclinaba de nuevo,rozando su boca sobre el corte en la base de su garganta—, cuando te haga gemir, Aelin.

Oh, por el Wyrd. Ella estaba en problemas. Rodeada de problemas. Y cuando dijo su nombrede esa forma...

—Esto cambia las cosas —dijo, apenas capaz de pronunciar las palabras.

—Las cosas han ido cambiando durante un tiempo ya. Nos ocuparemos de ello —se preguntócuánto tiempo duraría su resolución si ella levantara el rostro para reclamar su boca con lasuya, si ella pasara los dedos por la ranura de su columna vertebral. Si ella lo tocara más bajoque eso. Pero–

Wyverns. Brujas. Ejército. Erawan.

Ella soltó una respiración pesada.

—Dormir —murmuró—. Deberíamos dormir.

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Tragó saliva de nuevo, lentamente apartándose de ella y dirigiéndose al armario para vestirse.

Sinceramente, fue todo un esfuerzo no saltar tras él y arrancarle la maldita toalla.

Tal vez debería hacer que Aedion se fuera a otro sitio. Sólo por una noche.

Y entonces ella se quemaría en el in erno para toda la eternidad por ser la persona más egoís-

ta y horrible que alguna vez adornó la tierra.Se obligó a ponerse de espaldas al armario, sin con ar en sí misma para siquiera echar unvistazo a Rowan sin hacer algo in nitamente estúpido.

Oh, ella estaba en tantos malditos problemas.

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Capítulo 53Traducido por Diana Gonher

La bebida, engatusaba al príncipe demonio como si fuera el canturreo de un amante. Lo sa-boreaba.

El prisionero estaba sollozando en el suelo de la celda de la prisión, el miedo, el dolor y losrecuerdos se escapan de él. El príncipe demonio los inhaló como si fueran opio.Era Delicioso.

Se odió y se maldijo a sí mismo.

Pero la desesperación viene al hombre, como sus peores recuerdos y lo hizo trizas... Era em-briagador. Era la fuerza; era la vida.

No tenía nada y a nadie, de todos modos. Si tuviera la oportunidad, encontraría la manera deacabar con ella. Por ahora, esto era la eternidad, este era el nacimiento, la muerte y el renaci-miento.

Así que bebió el dolor del hombre, el miedo, su dolor.

Y descubrió que le gustaba.

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Capítulo 54Traducido por Constanza Cornes

Corregido por Diana gonher

Manon se quedó mirando la carta que el mensajero tembloroso le había entregado. Elide hacíasu mejor intento para mirar como si no estuviera observando cada movimiento de los ojos deManon a través de la página, pero era difícil no mirar cuando la bruja gruñía con cada palabraque leía.

Elide yacía en su jergón de paja, el fuego ya moría en las brasas, y gimió mientras se sentaba,por su cuerpo dolorido. Había encontrado una madeja de agua en la despensa, e incluso se lahabía pedido al cocinero si podía dársela al Líder de Ala. No se atrevió a oponerse. O la envi-diaba por las dos pequeñas bolsas de frutos secos también consiguió “para la Líder del Ala.”Es mejor que nada.

Lo había guardado todo dentro de su plataforma y Manon no lo había notado Cualquier día deestos, el carro con suministros llegaría. Cuando se fuera, Elide se iría con él. Y nunca le tendría

que hacer frente a la oscuridad otra vez.Elide alcanzó la pila de troncos y agregó dos para el fuego, enviando chispas que dispararonuna onda de calor. Estaba a punto de acostarse cuando Manon le dijo:

—En tres días, me iré con mis Trece.

— ¿A dónde? —se atrevió a preguntarle Elide. Por la violencia con la que la Líder del Ala habíaleído la carta, no podía ser cualquier lugar agradable.

—A un bosque en el norte. A…—Manon se detuvo a sí misma y se movió a través de la planta,sus pasos ligeros pero poderosos cuando llegó a la chimenea y arrojó la carta—. Estaré fuerapor lo menos dos días. Si fuera tú, me gustaría sugerir el uso de ese tiempo para descansar.El estómago de Elide se retorció de qué, exactamente, podría signi car la protección de laLíder del Ala a miles de millas de distancia. Pero no tenía sentido preguntarle a Manon. No sepreocuparía, aunque había a rmado que Elide era una de su clase. No signi caba nada, detodas formas. No era una bruja. Se escaparía pronto. Dudaba que cualquiera aquí realmentese preocupara dos veces por su desaparición.

—Descansaré —dijo Elide.

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Quizás detrás de un carro, ya fuera de Morath y a la libertad más allá.

Necesitaron tres días para prepararse para la reunión.

La carta de la Matrona no contenía ninguna mención de la cría y el sacri cio de brujas. De he-cho, era como si su abuela no hubiera recibido ninguno de los mensajes de Manon. Tan prontocomo Manon volviera de esta pequeña misión, le comenzaría a preguntar a los mensajeros dela Guarida. Despacio. Dolorosamente.

Las Trece debían volar a las coordenadas en Adarlan justo en medio del reino, dentro de lamaraña del bosque de Oakwald llegarían un día antes de la reunión con el n de establecerun perímetro.

Ya que el Rey de Adarlan debía ver por n el arma que su abuela había estado construyendo,

y por lo visto quería inspeccionar a Manon también. Traía a su hijo, aunque Manon dudara quefuera para cuidar su espalda de la manera en que los herederos protegían a sus Matronas.Particularmente no se tenía que preocupar por ninguno de ellos.

Una reunión inútil, estúpida, había casi querido decirle a su abuela. Un desperdicio de tiempo.

Por lo menos ver al rey le ofrecería una oportunidad para conocer al hombre que estaba en-viando estas órdenes para destruir a las brujas y hacer monstruosidades de sus brujos. Por lomenos sería capaz de contarle a su abuela en persona quizás incluso sería testigo de la Ma-trona haciendo carne picada del rey una vez que supiera la verdad sobre lo que había hecho.

Manon se subió a la silla de montar y Abraxos salió al poste, adaptándose a la última armaduraque el herrero aéreo había elaborado a mano nalmente dieron luz para que los guivernos sa-lieran y ahora los probarán por este viaje. Había algo de viento, pero no hizo caso de él. Comono le había hecho caso a sus Trece.

Asterin no le hablaría y ninguna de ellas había hablado sobre el príncipe Valg que el Duque leshabía enviado.

Había sido una prueba, para ver quién iba a sobrevivir y para recordar lo que estaba en juego.

Así como desatar a una Sombra de fuego en esa tribu había sido una prueba.

Todavía no podía escoger a un aquelarre. Y no lo haría, hasta que hubiera hablado con suabuela.

Pero dudaba que el Duque la esperara más tiempo.

Manon miraba a la caída, al creciente ejército cada vez mayor en las montañas y valles comouna alfombra de oscuridad y fuego muchos más soldados escondidos debajo de ella. SusSombras le habían relatado esa misma mañana sobre manchas magras, aladas criaturas conretorcidas formas humanas elevándose por los cielos de la noche demasiado rápido y ágil de

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rastrear antes de que desaparecieran en las nubes pesadas y no volvieran. La mayoría de loshorrores de Morath, sospechaba Manon, aún no se revelaban. Se preguntó si los mandaría,también.

Sentía los ojos de sus Trece en ella, esperando la señal.

Manon enterró sus tacones en el lado de Abraxos, y libre cayó en el aire.

La cicatriz en su brazo dolía.

Siempre dolía más que el collar, más que el frío, más que las manos del Duque sobre ella, másque nada que se le hubiera hecho a ella. Solo la Sombra de Fuego era un consuelo.

Una vez creyó que había nacido para ser reina.

Había aprendido que nació para ser un lobo.El Duque incluso había puesto un collar en ella como un perro y había empujado a un príncipedemonio en su interior.

Lo dejaría ganar por una vez, acurrucándose tan fuertemente dentro de sí misma que el prín-cipe olvidó que estaba allí.

Y esperó.

En ese capullo de oscuridad, esperó su tiempo, dejándole pensar que se fue, dejándole hacerlo que quisiera con la cáscara mortal a su alrededor. Fue en ese capullo cuando la Sombra deFuego comenzó a parpadear, alimentando, alimentando.

Hace mucho tiempo, cuando era pequeña y estaba limpia, las llamas de oro habían chisporro-teado en los dedos, secretas y ocultas. Entonces habían desaparecido, como todas las cosasbuenas habían desaparecido.

Y ahora había vuelto, renaciendo dentro de esa concha oscura como fantasma de fuego.

El príncipe dentro de ella no se dio cuenta cuando comenzó a picar en él.

Poco a poco, le robó bocanadas de la extraordinaria criatura que había tomado su cuerpo porsu piel, que hizo cosas tan despreciables con él.La criatura notó el día en que tomó un bocado más grande, lo su cientemente grande comopara que gritara en agonía.

Antes de que pudiera decirle a nadie, saltó sobre él, rasgando y cortando con su Sombra deFuego, hasta que solo las cenizas de la malicia permanecieron, hasta que no fue más que unsusurro de pensamiento. Fuego no le gustaba ningún tipo de fuego.

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Hace semanas, había estado aquí. Esperando otra vez. Aprendiendo sobre la llama en susvenas cómo sangró en la cosa en su brazo y surgió de nuevo como Sombra de Fuego. Lacosa habló con ella a veces, en idiomas que nunca había escuchado, que tal vez nunca habíanexistido.

El collar permanecía alrededor de su cuello, y dejó que le ordenaran, que la tocaran, que le

hicieran daño. Muy pronto muy pronto encontraría un verdadero propósito, y luego aullaría suira a la luna.

Había olvidado el nombre que le habían dado, pero no hacía ninguna diferencia.

Tenía solo un nombre ahora:

Muerte, devoradora de mundos.

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Capítulo 55Traducido por Constanza Cornes

Corregido por Diana Gonher

Aelin creía totalmente en fantasmas.

Solo que no creía que salían durante el día.

La mano de Rowan se apretó sobre el hombro derecho antes del amanecer. Le echó un vistazoa su cara apretada y se preparó.

—Alguien apareció en el almacén.

Rowan estaba fuera de la habitación, armado y totalmente dispuesto a derramar sangre antesde que Aelin pudiera agarrar sus propias armas. Dioses antiguos –se movía como el viento,también. Todavía podía sentir sus colmillos en la garganta, rasgando contra su piel, presionan-do ligeramente–

En prácticamente silenciosos pasos, ella fue tras él, siguiéndolo y Aedion estaba de pie antela puerta del apartamento, las cuchillas en la mano, su espalda musculada, marcada con unarígida cicatriz. Las ventanas eran sus mejores opciones para escapar si se trataba de una em-boscada. Se acercó a los dos varones cuando Rowan fácilmente abrió la puerta para revelarla penumbra del hueco de la escalera.

Caída en un túmulo, Evangeline estaba sollozando en el rellano de la escalera con la cara llenade cicatrices mortalmente pálida y esos citrinos ojos ampliados en terror mientras miraba haciaRowan y Aedion. Cientos de libras de músculos letales y dientes desnudos.

Aedion los empujó pasando por delante de ellos, bajando la escalera de dos en dos y tres has-ta que llegó a la niña. Estaba limpia –ni un rasguño en ella.—¿Estás herida?

Ella sacudió la cabeza, su cabello de rojo y oro capturando la luz de la vela que Rowan llevó.La escalera se estremeció con cada paso que daba Aedion y él.

—Dime —jadeó Aelin, orando en silencio para que no fuera tan malo como parecía—. Cuén-tamelo todo.

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—Se la llevaron, se la llevaron, se la llevaron.

—¿Quién? —dijo Aelin, cepillando atrás el pelo de la muchacha, preguntándose si dejaría queel pánico la infundiera.

—Los hombres del rey —susurró Evangeline—. Vinieron con una carta de Arobynn. Dijo quefue la voluntad de Arobynn el decirles sobre la línea de s-s-sangre de Lysandra.

El corazón de Aelin se paró en seco. Pero, mucho peor para que lo se había preparado–

—Dijeron que era una cambia-forma. La tomaron, e iban a tomarme a mí, también, pero ellaluchó y me hizo correr y Clarisse no ayudó–

—¿Dónde la tomaron?

Evangeline lloró.

—No lo sé. Lysandra me dijo que viniera para acá si algo alguna vez ocurría; me dijo que tedijera que corrieras–

No podía respirar, no podía pensar. Rowan se arrodilló junto a ellos y deslizó sus brazos alre-dedor de la niña, recogiéndola, su mano tan gran que casi envolvía toda la parte posterior desu cabeza. Evangeline enterró su cara en su pecho tatuado, y Rowan murmuró sonidos mudosde consuelo.

Encontró los ojos de Aelin sobre su cabeza. Tenemos que estar fuera de esta casa en diezminutos, hasta averiguar si él te traicionó.

Como si hubiera oído, Aedion se acercó a ellos, yendo a la ventana del almacén por la queEvangeline se había deslizado de alguna manera. Lysandra, al parecer, le había enseñado unpar de cosas.Aelin limpió su cara y apoyó una mano en el hombro de Rowan mientras se acercaba, su pielcaliente y suave bajo sus callosos dedos.

—El padre de Nesryn. Le pediremos que cuide de ella hoy.

Arobynn había hecho esto. Una última carta bajo la manga.

Él lo sabía. Acerca de Lysandra –acerca de su amistad.

A él no le gustaba compartir sus pertenencias.

Chaol y Nesryn irrumpieron en el almacén un nivel por debajo, y Aedion estaba en medio deellos antes de que siquiera se dieran cuenta de que estaba allí.

Tenían más noticias. Uno de los hombres de Ren se había puesto en contacto con ellos haceunos momentos: una reunión tendría lugar mañana en Oakwald, entre el rey, Dorian, y la Líderdel Ala de su caballería aérea.

Con una entrega de un nuevo preso rumbo a Morath.

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—Hay que sacarla de los túneles —le dijo Aelin a Chaol y Nesryn, cuando irrumpió por lasescaleras—. Ahora. Eres humano; no se darán cuenta al principio. Ustedes son los únicos quepueden entrar en la oscuridad.

Chaol y Nesryn intercambiaron miradas.

Aelin anduvo con paso majestuoso hasta ellos.

—Tienes que sacarla ahora mismo.

Por un latido del corazón, ella no estaba en el almacén. Por un latido del corazón, ella estabade pie en una habitación hermosa, ante una cama sangrienta y el cuerpo destrozado de unamujer ubicado sobre ella.

Chaol tendió sus manos.

—Pensamos que es mejor pasar el tiempo creando una emboscada.

El sonido de su voz… La cicatriz en su cara era dura a la luz tenue. Aelin apretó los dedos enun puño, sus uñas –los clavos que había cruzado su cara– enterrándolas.

—Se podrían alimentar de ella —se las arregló para decir.

Detrás de ella, Evangeline dejó escapar un sollozo. Si hicieran que Lysandra soportara lo queAelin padeció cuando luchó contra el Príncipe Valg…

—Por favor —dijo Aelin su voz en esas palabras.

Chaol notó, entonces, en dónde se centraron sus ojos en el rostro. Palideció, abriendo su boca.

Pero Nesryn alcanzó su mano, sus dedos delgados, bronceados contra las palmas húmedasde Aelin.

—La recuperaremos. Vamos a salvarlas. Juntos.

Chaol solo sostuvo la mirada ja de Aelin, sus hombros rectos cuando dijo.

—Nunca más.

Ella quería creerle.

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Capítulo 56Traducido por Constanza Cornes

Corregido por Diana Gonher

Unas horas más tarde, sentados en el piso de una posada destartalada en el lado opuesto deRifthold, Aelin miró detenidamente un mapa que habían marcado con el punto de la ubicaciónde la reunión aproximadamente a media milla del templo de Temis. El pequeño templo estaba justo en el interior de la cubierta de Oakwald, encaramado en lo alto de un imponente trozo deroca en medio de un profundo barranco. Era accesible solo a través de dos pasarelas colgan-tes adheridas a ambos lados del barranco, que lo había librado de la invasión de los ejércitosen el transcurso de los años. El bosque que lo rodeaba estaría probablemente vacío, y si losguivernos llegaban volando, sin duda llegarían en la oscuridad de la noche antes. Esta noche.

Aelin, Rowan, Aedion, Nesryn y Chaol se sentaron alrededor del mapa, a lando y puliendo sushojas cuando discutieron su plan. Le habían entregado a Evangeline al padre de Nesryn, juntocon más cartas para Terrasen y La Perdición, y el panadero no había hecho preguntas. Solohabía besado a su hija en la mejilla y anunció que él y Evangeline hornearían tartas especialespara su regreso.

Si regresaban.

— ¿Y si ella tiene un collar o un anillo? —preguntó Chaol a través de su pequeño círculo.

—Entonces pierde la cabeza o un dedo —dijo Aedion sin tapujos.

Aelin le disparó una mirada.

—No es necesario que hagas eso sin mi llamado.

— ¿Y Dorian? —preguntó Aedion.

Chaol estaba mirando el mapa como si quemara un agujero a través de él.

—No me llames —dijo Aelin rmemente.

Los ojos de Chaol destellaron contra los suyos.

—No lo tocarás.

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Era un terrible riesgo, ponerlos a todos dentro de la gama de un príncipe Valg, pero…

—Nosotros mismos pintamos Marcas del Wyrd —dijo Aelin—. Todos nosotros. Para proteger-nos contra el príncipe.

En los diez minutos que les había tomado en agarrar sus armas, ropas y suministros desdela bodega del apartamento, se había acordado conseguir sus libros sobre Marcas del Wyrd,que ahora estaba sentado en la pequeña mesa ante la única ventana de la habitación. Habíanalquilado tres para la noche: una para Aelin y Rowan, una para Aedion y la otra para Chaol yNesryn. La moneda de oro que había lanzado al contadero del posadero había sido su cientepara pagar al menos un mes. Y su silencio.

— ¿Sacamos al rey? —dijo Aedion.

—No participemos —respondió Rowan—, hasta que no sepamos con certeza si podemos ma-tar al rey y neutralizar al príncipe con un riesgo mínimo. Lysandra saldrá en el carro que vieneprimero.

—De acuerdo —dijo Aelin.Aedion le lanzó una mirada ja a Rowan.

— ¿Cuándo nos vamos?

Aelin se preguntó si cedió al Príncipe Hada.

—No quiero que aquellos guivernos o brujas nos huelan —dijo Rowan, el comandante prepa-rándose para el campo de batalla—. Llegamos justo antes de que la reunión se lleve a cabo –tiempo su ciente para encontrar puntos ventajosos y para ubicar a tus exploradores y centi-nelas. El sentido de olfato de las brujas es demasiado agudo para arriesgarnos a descubrirnos.Nos acercaremos de forma rápida.

Ella no podía decidir si fue o no relevada.

El reloj tocó el mediodía. Nesryn se levantó en sus pies.

—Pediré el almuerzo.

Chaol se levantó, estirándose.

—Te ayudaré a subirlo —de hecho, en un lugar como este, no tendrían servicio de cocina a la

habitación. Aunque en un lugar como este, supuso Aelin, Chaol muy bien podría mantener unojo en Faliq. Bien.

Una vez que salieron, Aelin recogió una de las cuchillas de Nesryn y comenzó a pulirla: unadaga decente, pero no era una maravilla. Si vivían más allá de mañana, tal vez ella le compra-ría una mejor como agradecimiento.

—Demasiado mal que Lorcan sea un bastardo psicótico —dijo—. Lo podríamos utilizar maña-na.

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Rowan apretó la boca.

— ¿Qué harás cuando él descubra la herencia de Aedion?

Aedion dejó abajo la daga que había estado a lando.

— ¿Se preocupará?

A mitad de camino a través del pulimento de una espada corta, Rowan hizo una pausa.

—Lorcan podría no dar una mierda —o podría encontrar a Aedion intrigante. Pero lo másprobable es que estará interesado en cómo la existencia de Aedion puede ser utilizada contraGavriel.

Observó a su primo, su pelo de oro que ahora parecía más prueba de sus lazos con Gavrielque con ella.

— ¿Quieres conocerlo? —quizás solo había sacado esto a colación solamente para evitarpensar en mañana.

Se encogió de hombros.

—Sería curioso, pero no estoy en ningún apuro. No a menos que vaya a traer aquí su escua-drón para ayudar con la lucha.

—Tan pragmático —se enfrentó a Rowan, que estaba de regreso en el trabajo de la espada—.¿Nunca serían convencidos de ayudar, a pesar de lo que dijo Lorcan? —Habían proporcionadoayuda una vez —durante el ataque contra Mistward.

—Improbable —dijo Rowan, no mirando hacia arriba de la hoja—. A menos que Maeve decida

que el envío de socorro es el siguiente pasó en cualquier juego que esté jugando. Tal vez ellaquerrá aliarse contigo para matar a Lorcan por su traición —re exionó—. Algunas de las Hadasque solían morar aquí todavía pueden estar vivas y escondidas. Tal vez podrían ser entrena-das, o ya tienen entrenamiento.

—No cuentes con ello —dijo Aedion—. La Gente Pequeña ha sido vista y sentida en Oakwald.Pero las Hadas… No hay un susurro de ellas —no encontró los ojos de Rowan y en su lugarcomenzó a limpiar la hoja al nal sin lo de Chaol—. El rey las aniquiló demasiado bien. Apues-to a que los sobrevivientes están atrapados en sus formas animales.

El cuerpo de Aelin se hizo pesado con un duelo familiar.

—Calcularemos todo esto más tarde.

Si vivían lo bastante para hacerlo.

Por el resto del día y hasta bien entrada la noche, Rowan planeó su curso de acción con lamisma e cacia que había llegado a esperar y apreciar. Pero no se sentía reconfortante ahora,no cuando el peligro era tan grande, y todo podría cambiar en cuestión de minutos. No cuando

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Lysandra ya podría estar más allá del rescate.

—Deberías empezar a dormir —dijo Rowan, su profunda voz retumbando en toda la cama y alo largo de su piel.

—La cama está llena de bultos —dijo Aelin—. Odio las posadas baratas.

Su baja risa hizo eco en la oscuridad de la habitación. Ella había arreglado la puerta y la ven-tana para que les advirtiera por cualquier intruso, pero con el alboroto de la taberna de malamuerte en la planta baja, tenían di cultades para escuchar a alguien en el pasillo. Sobre todocuando algunas de las habitaciones se alquilaban por horas.

—Vamos a volver, Aelin.

La cama era mucho más pequeña que la suya—lo bastante como para que sus hombros serozaran. Ella lo encontró ya frente suyo, sus ojos brillando en la oscuridad.

—No puedo enterrar a otro amigo.

—No.

—Si alguna vez que ocurríera algo, Rowan.

—No —respiró—. Ni siquiera lo digas. Tratamos con esto bastante la otra noche.

Levantó una mano —vaciló y entonces cepilló hacia atrás una hebra de pelo que se habíacaído en todo el rostro. Sus callosos dedos rasparon contra su pómulo, luego acariciaron laconcha de su oído.

Era tonto comenzar por este camino, cuando todos los hombres que había dejado entrar ha-

bían dejado alguna herida, de una forma u otra, accidental o no.No había nada suave o tierno en su cara. Solo la mirada brillante de un depredador.

—Cuando regresemos —dijo—, recuerda que te demuestre lo incorrecto de cada pensamientoque a pasó por tu cabeza.

Levantó una ceja.

— ¿Oh?

Él le dio una sonrisa traviesa que le hizo pensar lo imposible. Exactamente lo que quería —para distraerla de los horrores de mañana.—Incluso te dejaré decidir cómo te lo digo: con palabras —sus ojos chasquearon una vez ensu boca—, o con mis dientes y lengua.

La emoción pasó a través de su sangre, agrupándose en su corazón. No era justo —no era justo que se riera de ella.

—Esta posada miserable es bastante fuerte —dijo, atreviéndose a deslizar una mano sobre su

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pectoral desnudo, luego hasta su hombro. Se maravilló de la fuerza bajo su palma. Él se es-tremeció, pero sus manos permanecieron en sus lados, apretadas y blancas—. Es demasiadomalo que Aedion todavía pueda probablemente escuchar a través del muro.

Suavemente raspó sus uñas en la clavícula, marcándole, reclamándole, antes de inclinarsepara presionar su boca en el hueco de su garganta. Su piel era tan suave, tan atractivamente

caliente.—Aelin —gimió.

Sus dedos se curvaron en la brusquedad de su voz.

—Muy mal —murmuró ella contra su cuello. Él gruñó y se rio entre dientes silenciosamentecuando se dio vuelta y cerró sus ojos, su respiración era ligera de lo que había estado momen-to antes. Ella lo tendría durante el día de mañana, independientemente de lo que sucediera. Noestaba sola, no con él y no con Aedion también a su lado.

Sonreía cuando el peso del colchón cambio, constantes pasos caminando hacia el aparadory los sonidos de las salpicaduras llenaron la habitación apenas Rowan se lanzó el jarrón deagua fría sobre sí.

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Capítulo 57Traducido por Constanza Cornes

Corregido por Diana Gonher

—Puedo olerlos bien —dijo Aedion, su susurro apenas audible cuando se arrastró a través dela maleza, cada uno de ellos vestido de verde y marrón para permanecer ocultos en el densobosque. Él y Rowan caminaban varios pasos por delante de Aelin, sus echas tensándoselibremente en sus arcos cuando eligieron el camino con su oído y olfato.

Si ella tuviera su maldita forma Hada, podría ayudar en lugar de detenerse detrás de Chaol yNesryn, pero…

No es un pensamiento útil, se dijo. Se arreglaría con lo que tenía.

Chaol conocía el bosque mejor que nadie, habiendo ido a cazar con Dorian in nidad de veces.Había trazado un camino para ellos la noche anterior, pero se había rendido a los dos gue-rreros Hada y sus sentidos impecables. Sus pasos eran rmes en las hojas y musgo bajo susbotas, su cara estirada pero rme.

Concentrado.

Bien.

Pasaron a través de los árboles de Oakwald tan silenciosamente que las aves no dejaban decantar.

El bosque de Brannon. Su bosque.

Se preguntó si sus habitantes sabían qué sangre uía en sus venas y ocultaban su pequeñaesta de horrores que los esperaba por delante. Si preguntó si de alguna manera ayudarían a

Lysandra cuando llegara el momento.

Rowan se detuvo diez pasos por delante y señaló tres robles imponentes. Se detuvo, sus oídosforzándose cuando ella exploró el bosque.

Gruñidos y rugidos de bestias que sonaban demasiado grandes retumbaron hacia ellos, juntocon el raspado de alas curtidas en piedra.

Preparándose, se apresuró a dónde Rowan y Aedion esperaban en los árboles, su primo apun-

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tando hacia el cielo para indicar el siguiente movimiento.

Aelin tomó el árbol del centro, apenas quebrando una hoja o ramita cuando subió. Rowanesperó hasta que hubiera alcanzado una rama alta antes de subir después de ella —en aproxi-madamente la misma cantidad de tiempo lo había hecho, observó con un poco de su ciencia.Aedion tomó el árbol de la derecha, con Chaol y Nesryn subiendo por el de la izquierda. Todos

siguieron subiendo, suavemente como serpientes, hasta que el follaje bloqueara su vista de latierra y se pudiera ver un poco la pradera por delante.

Dioses santos.

Los dragones heráldicos eran enormes. Enormes, feroces y… y aquellas en efecto eran sillasde montar sobre sus espaldas.

—Envenenaron las púas en la cola —articuló Rowan en su oído—.Con esa envergadura, pro-bablemente pueden volar cientos de millas en un día.

Él sabía, supuso.

Solo trece dragones estaban en tierra en el prado. El más pequeño de ellos estaba tumbadoen su vientre, su cara sepultada en un montículo de ores campestres. Puntos de hierro brilla-ban en su cola en lugar de huesos, las cicatrices cubrían su cuerpo como rayas de un gato, ysus alas… conocía el material injertado. Seda de araña. La mayor parte de ello debería habercostado una fortuna.

Los otros dragones eran todos normales y todos capaces de despedazar a un hombre por lamitad en un bocado.

Estarían muertos en momentos contra una de esas cosas. Pero ¿un ejército de tres mil? Él

pánico empujó hacia adentro.Soy Aelin Ashryver Galathynius—.

—Aquella, apuesto a que es la Líder del Ala —dijo Rowan, señalando ahora a las mujeres jun-tadas en el borde del prado.

No mujeres. Brujas.

Eran todas jóvenes y bellas, con cabello y piel de cada sombra y color. Pero incluso desde ladistancia, eligió a la mujer que Rowan le había señalado. Su pelo parecía la luz de la luna viva,sus ojos como oro bruñido.

Era la persona más hermosa que Aelin había visto nunca.

Y la más horrible.

Se movía con una arrogancia que Aelin supuso solo un inmortal podría lograr, su manto rojocolgando detrás de ella, los cueros de montura a caballo aferrándose a su cuerpo ágil. Un armaviva —eso era la Líder del Ala.

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La Líder del Ala merodeaba a través del campamento, inspeccionando a los dragones y dandoórdenes que el oído humano de Aelin no podía oír. Parecía que las otras doce brujas seguíancada movimiento, como si fuera el eje de su mundo, y dos de ellas le seguían especialmentede cerca detrás de ella. Sus tenientes.

Aelin luchó para mantener el equilibrio sobre la amplia rama.

Cualquier ejército que Terrasen podría formar sería aniquilado. Junto con los amigos alrededorde ella.

Todos estaban muertos.

Rowan puso una mano en su cintura, como si él pudiera escuchar sus pensamientos que pal-pitaba a través de ella con cada latido de su corazón.

—Mataste a una de sus Matronas —dijo en su oído, apenas más que un rumor de la hoja—.Puedes acabar con sus inferiores.

Tal vez. Tal vez no, dada la forma en que las trece brujas en el prado se movían e interactua-ban. Eran una unidad estrecha, brutal. No parecían la clase que tomaban prisioneros.

Si lo hicieran, lo más probable es que se los comían.

¿Volarían con Lysandra a Morath una vez llegará el vagón? Si era así…

—Lysandra no se acercará a más de treinta pies de los dragones—si ella tenía que ser aca-rreada a uno de ellos, entonces sería demasiado tarde.

—De acuerdo —Rowan murmuró—. Los caballos se acercan desde el norte. Y más alas desdeel oeste. Vamos.

Era la Matrona. Los caballos serían el rey y la carreta de prisión. Y Dorian.

Aedion parecía listo para comenzar a arrancar las gargantas de las brujas cuando llegaron a latierra y se escabulló en el bosque otra vez, hacia el claro. Nesryn tenía una echa tensándoseen su arco cuando se deslizó hacia la maleza para cubrir, con el rostro listo para tumbar cual-quier cosa. Al menos uno de ellos lo estaba.

Aelin fue al paso al lado de Chaol.

—No importa lo que veas o escuches, no te muevas. Necesitamos evaluar a Dorian antes de

actuar. Solo uno de esos príncipes Valg es letal.—Lo sé —dijo, negándose a mirarla jamente—. Puedes con ar en mí.

—Te necesito para asegurarme de que Lysandra salga. Conoces este bosque mejor que cual-quiera de nosotros. Llévala a un lugar seguro.

Chaol asintió con la cabeza.

—Lo prometo —no dudó de ello. No después de este invierno.

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Extendió la mano, se detuvo—y luego puso una mano sobre su hombro.

—No tocaré a Dorian —dijo—. Lo juro.

Sus ojos de bronce vacilaron.

—Gracias.

Y siguieron caminando.

Aedion y Rowan investigaron de nuevo la zona que habían explorado antes, un pequeño a o-ramiento de rocas lo su ciente plano para ponerse en cuclillas y observar todo lo que pasabaen el claro.

Lentamente, como espectros encantadoras de un reino del in erno, las brujas aparecieron.

La bruja de cabellos blancos anduvo a zancadas para saludar a una mujer más vieja, con elpelo negro que solo podía ser la matrona del Clan Blackbeak. Detrás de la Matrona, un grupode brujas arrastró un gran carromato, muy parecido al que la Yellowlegs había estacionadoante el palacio de cristal. Los dragones lo deben haber llevado entre ellos. Parecía ordinario—pintado de negro, azul y amarillo– pero Aelin tenía una sensación de que no quería saber loque estaba dentro.

Entonces llegó la comitiva real.

No sabía dónde mirar: al Rey de Adarlan, al vagón carcelario pequeño, familiar en el centro delos jinetes…

O a Dorian, montando a caballo al lado de su padre, el collar negro alrededor de su cuello y sinsignos de humanidad en su rostro.

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Capítulo 58Traducido por Constanza Cornes

Corregido por Diana Gonher

Manon Blackbeak odiaba este bosque.

Los árboles estaban demasiado cercanos, tan cercanos que habían tenido que dejar a losdragones en un claro para hacer su camino a media milla del templo en desmoronamiento. Almenos los humanos no habían sido lo su cientemente estúpidos como para elegir el templocomo sitio de reunión. Era demasiado precariamente encaramado, el barranco se encontradademasiado descubierto para poder ser espiados. Ayer, Manon y las Trece habían exploradotodos los claros dentro de un radio de millas, pesándolos por su visibilidad, accesibilidad ycobertura, y nalmente se establecieron en éste. Lo su cientemente cerca de donde el reyoriginalmente les había exigido encontrarse —pero un punto mucho más protegido. La reglanúmero uno al tratar con mortales: nunca les dejes escoger la ubicación exacta.

En primer lugar, su abuela y el aquelarre de escolta caminaron a través de los árboles desdeel lugar en que habían desembarcado, un vagón cubierto en el remolque, sin duda llevando elarma que habían creado. Evaluó a Manon con un vistazo rápido y simplemente dijo:

—Mantente en silencio y fuera de nuestro camino. Habla solo cuando te hablen. No causesproblemas, o te desgarraré la garganta.

Más tarde, entonces. Hablaría con su abuela sobre el Valg.

El rey llegó tarde, y su comitiva hizo bastante ruido condenado por los dioses cuando recorrie-ron el bosque que Manon los escuchó unos buenos cinco minutos antes de que el enormecaballo negro del rey apareciera alrededor de la curva en el camino. Los otros jinetes salieron

detrás de él como una sombra negra.El olor a Valg se arrastraba a lo largo de su cuerpo.

Habían traído un carruaje de prisión con ellos, conteniendo a un prisionero para ser transferidoa Morath. Femenino, el olor de ella –y extraño. Nunca se había encontrado con ese olor antes:no era un Valg, no era una Hada, tampoco completamente humana. Interesante.

Pero las Trece eran guerreras, no mensajeras.

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Con sus manos en su espalda, Manon esperó mientras su abuela se deslizaba hacia el rey, su-pervisando su séquito humano—Valg mientras contemplaban el claro. El hombre más cercanoal rey no se molestó en echar un vistazo alrededor. Sus ojos de za ro fueron directo a Manony se quedaron allí.

Habría sido hermoso si no fuera por el collar oscuro alrededor de su garganta y la absoluta

frialdad en su perfecto rostro.Le sonrió a Manon como si supiera el sabor de su sangre.

Sofocó el impulso de enseñar los dientes y cambió se concentró en la Matrona, que se habíaparado ahora ante el rey mortal. Apestaba esta gente. ¿Cómo su abuela no hacía muecasmientras estaba delante de ellos?

—Su Majestad —dijo su abuela, su túnica negra como la noche líquida mientras hacía unapequeña inclinación. Manon apago la protesta que quería salir del interior de su garganta.Nunca—nunca su abuela se había inclinado o hecho una reverencia o siquiera asentido a otrogobernante, ni siquiera a las demás Matronas.

Manon empujó la indignación hacia abajo en profundidad cuando el rey desmontó en un pode-roso movimiento.

—Gran Bruja —dijo, sacudiendo su cabeza no en una reverencia verdadera, pero bastantepara mostrar algún tipo de respeto. Una espada enorme colgaba a su lado. Su ropa era oscuray costosa y su rostro…

Era la encarnación de la crueldad.

No era la fría o astuta crueldad que Manon había a lado con piedra y encanto, pero era la

crueldad base, la bruta, como la que enviaba a todos los hombres a entrar en sus casas, pen-sando en la necesidad de una lección.

Este era el hombre a quién se debían doblegar. A quién su abuela le había inclinado la cabezauna fracción de pulgada.

Su abuela gesticuló detrás de ella con una mano con su dedo de punta de hierro, y Manonlevantó la barbilla.

—Le presento a mi nieta, Manon, heredera del Clan Blackbeak y Líder del Ala de su caballeríaaérea.

Manon avanzo hacia adelante, soportando la mirada ja del rey. El joven moreno que habíacabalgado a su lado desmontó con uida gracia, siendo irónico a ella. Lo ignoró.

—Haces a tu gente un gran servicio, Líder del Ala —dijo el rey, su voz como el granito.

Manon solo lo miró, plenamente consciente de que la Matrona juzgaba cada movimiento.

— ¿No vas a decir nada? —Exigió el rey, enarcando sus gruesas cejas—una marcada con unacicatriz.

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—Me dijeron que tenía que mantener la boca cerrada —dijo Manon. Los ojos de su abueladestellaron—. A menos que usted pre era que doble mis rodillas y me arrastre.

Oh, ciertamente como el in erno tendría que pagar por esa observación. Su abuela se volvióal rey.

—Es algo arrogante, pero no encontrará a ningún guerrero más mortal.

Pero el rey sonreía —aunque la sonrisa no alcanzara sus oscuros ojos.

—No creo que te hayas arrastrado alguna vez por algo en tu vida, Líder del Ala.

Manon le dio una media sonrisa, mostrando sus dientes de hierro. Dejó que su acompañante joven se mojara ante la vista.

—Las brujas no nacimos para postrarnos ante los humanos.

El rey se rió burlonamente entre dientes y enfrentó a su abuela, cuyos dedos con punta dehierro se habían curvado como si los estuviera imaginando alrededor de la garganta de Manon.

—Eligió a nuestra Líder del Ala bien, Matrona —dijo y luego hizo un gesto al carro pintado cola bandera de Dientes de Hierro—. Vamos a ver lo que ha traído para mí. Espero que sea igualde impresionante –y valga la pena esperar.

Su abuela sonrió, mostrando los dientes de hierro que habían empezado a oxidarse en algu-nos lugares, y un escalofrió recorrió la columna vertebral de Manon.

—Por este camino.

Con los hombros hacia atrás y la cabeza alta, Manon espero en la parte inferior de los pasos

hacia el carruaje para seguir a la matrona y al rey dentro, pero el hombre —mucho más alto ymás ancho de cerca— frunció el ceño al verla.

—Mi hijo puede entretener a la Líder del Ala.

Y eso fue todo —fue dejada fuera cuando él y su abuela desaparecieron dentro del carruaje.Por lo visto, no debía ver esta arma. Al menos, no como uno de las primeras, Líder del Ala ono. Manon tomó un respiro y controló su temperamento.

La mitad de las Trece rodearon el carruaje para seguridad de la Matrona, mientras que lasotras se dispersaron para supervisar la comitiva real alrededor de ellas. Conociendo su lugar,

su insu ciencia frente a las Trece, el aquelarre de escolta volvió a la línea de árboles. Losguardias uniformados de negro miraban a todos, algunos armados con lanzas, algunos conballestas, algunos con espadas podridas.

El príncipe se apoyaba ahora contra un roble nudoso. Notando su atención, le dio una sonrisaperezosa.

Fue su ciente. Hijo del rey o no, a ella le importaba un bledo.

Manon cruzó el claro, Sorrel detrás de ella. En el borde, pero manteniendo la distancia.

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No había nadie cerca cuando Manon se detuvo a pocos pies de distancia del Príncipe Here-dero.

—Hola, principito —ronroneó.

El mundo siguió escapándose de debajo de los pies de Chaol, tanto que agarró un puñado detierra solo para recordar donde estaba y que esto era real, no una pesadilla.

Dorian.

Su amigo; ileso, pero no era completamente él.

Ni siquiera se acercaba al Dorian que era, cuando el príncipe sonrió con satisfacción a esabruja hermosa, con el pelo blanco.

La cara era la misma, pero el alma mirando por esos ojos za ro no habían sido creados eneste mundo.

Chaol apretó la tierra con más fuerza.

Había huido. Había huido de Dorian y había dejado que esto pasara.

No había sido esperanza que llevó cuando huyó, pero que estupidez.

Aelin había estado en lo correcto. Era una misericordia matarlo.

Con el rey y la Matrona ocupados… Chaol miró hacia el carruaje y luego a Aelin, acostadasobre su estómago en la planicie, con una daga fuera. Ella le dio un guiño rápido, su boca unalínea. Ahora. Si iban a hacer su movimiento para liberar a Lysandra, tendría que ser ahora.

Y por Nehemia, por el amigo desaparecido debajo de un collar de piedra del Wyrd, no vacilaría.

El antiguo, cruel demonio en cuclillas dentro de él comenzó a golpear cuando la bruja de ca-bello blanco se acercó a él

Había estado contento con mofarse de lejos. Uno de nosotros, uno de los nuestros, silbó a él.Lo hicimos, por lo tanto la tomaremos.

Cada paso más cerca hizo que su pelo sin atar brillara como la luz de la luna sobre el agua.Pero el demonio comenzó a luchar ya que el sol iluminaba sus ojos.

No demasiado cerca , indicó.No dejes que la bruja esté demasiado cerca. Los ojos de los reyesValg —

—Hola, principito —dijo, su voz suave como si acabará de despertar y llena de muerte gloriosa.

—Hola, brujita—dijo.

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Y las palabras fueron suyas.

Por un momento estuvo tan aturdido que parpadeó. Parpadeó. El demonio dentro de él retro-cedió, arañando en las paredes de su mente. Los ojos de los reyes Valg, los ojos de nuestrosmaestros , chilló. ¡No toques eso!

— ¿Hay una razón por la que estás sonriendo —dijo—, o lo interpreto como un deseo demuerte?No hables con ella.

A él no le importaba. Esperaba que esto fuera otro sueño, otra pesadilla. Que este nuevo yencantador monstruo lo devorara todo. No tenía nada más allá del aquí y el ahora.

— ¿Necesito una razón para sonreírle a una mujer hermosa?

—No soy una mujer —sus uñas de hierro brillaron cuando cruzó sus brazos—. Y tú… —olió—¿Hombre o demonio?

—Príncipe —corrigió. Eso es lo que era la cosa dentro de él; nunca había aprendido su nom-bre.

¡No hables!

Él ladeó la cabeza.

—Nunca he estado con una bruja.

Dejaría que le cortará la garganta. Y sería el n.

Una la de colmillos de hierro se rompieron hacia abajo sobre sus dientes cuando su sonrisacreció.

—He estado con muchos hombres. Son todos iguales. El mismo sabor —lo miró como si fuerasu próxima comida.

—Te desafío —logró decir.

Sus ojos se estrecharon, el oro como ascuas vivas. Nunca había visto a alguien tan hermoso.

Esta bruja había sido elaborada a partir de la oscuridad entre las estrellas.

—Pienso que no, Príncipe —dijo con su voz de medianoche. Lo olfateó otra vez, su nariz arru-gándose un poco—. Pero ¿sangrarías rojo, o negro?

—Sangraré del color que me órdenes.

Aléjate, escapa . El príncipe demonio dentro de él tiró tan fuerte que dio un paso. Pero no lejos.Hacia la bruja de pelo blanco.

Ella dejó escapar una risa baja, cruel.

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— ¿Cuál es tu nombre, Príncipe?

Su nombre.

No sabía cuál era.

Ella extendió su mano, sus uñas de hierro centellando en la tenue luz solar. El demonio gritó

tan fuerte en su cabeza que se preguntó si sus oídos sangrarían.El hierro tintineó contra la piedra cuando rozó el collar alrededor de su cuello. Más arriba —sisolo cortaba más arriba—

—Como un perro —murmuró ella—. Atado a tu amo.

Corrió un dedo a lo largo de la curva del cuello, y él se estremeció —con miedo, con placer,previendo las uñas rasgando su garganta.

—Cuál es tu nombre —era una orden, no una pregunta, cuando sus ojos de oro puro se en-contraron con los suyos.

—Dorian —respiró.

Tú nombre no es nada, tú nombre es mío, silbó el demonio y una ola de gritos de esa mujerhumana lo arrasó.

Agazapada en cuclillas en la maleza a solo veinte pies del carruaje de prisión, Aelin se heló.

Dorian.

No podría haber sido. No había posibilidad de ello, no cuando la voz con la cual Dorian habíahablado era tan vacía, tan hueca, pero—

Al lado de ella, los ojos de Chaol eran amplios. ¿Había oído el leve cambio?

La Líder del Ala ladeó su cabeza, su mano con punta de hierro todavía tocando el cuello depiedra del Wyrd.

— ¿Quieres te que mate, Dorian?

La sangre de Aelin fue fría.

Chaol se tensó, su mano yendo a su espada. Aelin se apoderó de la parte posterior de su túni-

ca en un recordatorio silencioso. No tenía la menor duda que a través de los árboles, la echade Nesryn ya estaba señalando con precisión mortal la garganta de la Líder del Ala.

—Quiero que hagas muchas cosas para mí —dijo el príncipe, llevando sus ojos a lo largo delcuerpo de la bruja.

La humanidad se había ido otra vez. Lo había imaginado. La manera en que el rey había actua-do… Era un hombre que sostenía el puro control de su hijo, con la con anza de que no habíauna lucha en el interior.

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Una risa suave, triste, y luego la Líder del Ala soltó el collar de Dorian. Su capa roja uyó alre-dedor de ella con un viento fantasma cuando retrocedió.

—Ven a encontrarme otra vez, Príncipe, y vamos a ver eso.

Un príncipe Valg habitaba dentro de Dorian —pero la nariz de Aelin no sangró en su presen-cia, y no había ninguna niebla que se arrastrara de la oscuridad. ¿El rey había silenciado suspoderes por lo que su hijo podría engañar al mundo que lo rodeaba? ¿O esa batalla aún selibraba en la mente del príncipe?

Ahora —tenían que moverse ahora, mientras la matrona y el rey se mantenían en ese vagónpintado.

Rowan ahuecó sus manos en su boca y hizo un sonido como si fuera el graznido un pájaro, tanrealista que ninguno de los guardias se movió de su puesto. Pero a través de la maleza, Aediony Nesryn oyeron y entendieron.

No sabía cómo se las arreglaron para llevarlo a cabo, pero un minuto más tarde, los dragonesheráldicos del aquelarre de la Gran Bruja rugían con alarma, los árboles estremeciéndose conel sonido. Cada guardia y centinela se volvieron hacia el lugar, lejos del carruaje de prisión

Era toda la distracción que Aelin necesitaba.

Había pasado dos semanas en uno de los vagones. Ella conocía las barras de la pequeñaventana, conocía las bisagras y las cerraduras. Y Rowan, afortunadamente, sabía exactamen-te cómo deshacerse de los tres guardias apostados en la puerta de atrás sin hacer un ruido.

No se atrevió a respirar muy fuerte cuando subió los pocos pasos de la parte posterior delcarruaje, sacaba su equipo para forzar la cerradura y se puso a trabajar. Una mirada por aquí,

un cambio del viento—Ahí—la cerradura saltó abierta y echó atrás la puerta, preparándose para las bisagras chirrian-tes. Por la piedad de algún dios, no hizo ningún sonido, y el dragón continuó bramando.

Lysandra estaba acurrucada contra la lejana esquina, sangrienta y sucia, su corto camisóndesgarrado y sus piernas desnudas magulladas.

Sin collar. Sin anillo en cualquiera de las manos.

Aelin ahogó su grito de alivio y chasqueó los dedos para decirle a la cortesana que se apresu-rara.

Prácticamente con pasos silenciosos, Lysandra se precipitó por delante de ella, directamenteen la capa moteada de marrón y verde que Rowan sostenía. Dos latidos más tarde, estababajando las escaleras y estaba en la maleza. Otro latido y los guardias estaban muertos dentrodel vagón con la puerta bloqueada. Aelin y Rowan se deslizaron hacia el bosque en medio delos rugidos de los dragones.

Lysandra estaba temblando cuando ella se arrodilló en la espesura, Chaol ante ella, inspeccio-nando sus heridas. Le articuló a Aelin que estaba bien y ayudó a la cortesana a ponerse de pie

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lado para revelar cuatro líneas de sangre azul ahora corriendo por su mejilla.

—Tonta insolente —siseó la Matrona. Deteniéndose cerca de los árboles, la hermosa, con elpelo de oro teniente observó cada movimiento que la Matrona hacía —tan intensamente queAelin se preguntó si le gustaría ir a la garganta de la Matrona—. ¿Quieres que me costaratodo?

—Abuela, te envíe cartas.—Recibí tu lloriqueo, cartas lloriqueando. Y las queme. Estás bajo las órdenes de obedecer.¿Crees que mi silencio no fue intencional? Haz lo que dice el Duque.

—Cómo puedes permitir esto.

Otro golpe —cuatro líneas más sangrando por la cara de la bruja.

— ¿Te atreves a preguntar? ¿Crees que ahora mismo eres tanto como una Gran Bruja, ahoraque eres Líder del Ala?

—No, Matrona —no había signo de ese tono engreído y burlón de antes; solo frialdad, rabiamortal. Una asesina de nacimiento y en formación. Pero los ojos dorados fueron hacia el vagónpintado, con una silenciosa pregunta.

La Matrona se inclinó, sus dientes de hierro oxidados a una distancia para triturar la gargantade su nieta.

—Pregunta, Manon. Pregunta qué es lo que hay dentro de ese vagón.

La bruja de cabellos de oro en los árboles estaba erguida.

Pero la Líder del Ala —Manon—inclinó la cabeza.

—Vas a contarme cuando sea necesario.

—Ve a ver. Vamos a ver si cumple con las expectativas de mi nieta.

Con esto, la Matrona anduvo a zancadas a los árboles, el segundo aquelarre de brujas a laespera de ella.

Manon Blackbeak no limpió la sangre azul que se deslizaba hacia debajo de su cara cuandose acercó a pasos al vagón, con una pausa en el rellano por solo un latido antes de entrar enla oscuridad más allá.

Era una indicación tan buena para salir como el in erno de ahí. Con Aedion y Nesryn prote-giendo su espalda, Aelin y Rowan se apresuraron hacia el lugar donde Chaol y Lysandra esta-rían esperando. Sin magia no tomaría al rey y a Dorian. No tenía un deseo de muerte —paraella o sus amigos.

Ella encontró a Lysandra de pie con una mano apoyada contra un árbol, con los ojos abiertos,respirando fuertemente.

Chaol había desaparecido.

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Capítulo 59Traducido por Constanza Cornes

Corregido por Diana Gonher

El demonio tomo el control en momento en que el hombre que manejaba el collar volvía. Loempujó atrás en ese hoyo de memoria hasta que estuvo gritando otra vez, hasta que él erapequeño, roto y fragmentado.Pero aquellos ojos dorados se quedaron.

Ven a encontrarme otra vez, Príncipe.

Una promesa—una promesa de muerte, de liberación.

Ven a encontrarme otra vez.

Las palabras pronto desaparecieron, engullidas por los gritos, la sangre y los dedos fríos deldemonio corriendo sobre su mente. Pero los ojos se quedaron —y ese nombre.

Manon.

Manon.

Chaol no podía dejar que el rey enviará a Dorian de nuevo al castillo. Nunca podría conseguiresta oportunidad otra vez.

Tenía que hacerlo ahora. Tenía que matarlo.Chaol se precipitó a través de la maleza tan silenciosamente como pudo, con la espada fuera,preparándose.

Una daga a través del ojo—una daga y, a continuación—

Conversaciones por delante, junto con el susurro de las hojas y la madera.

Chaol se acercaba a la comitiva, comenzó a orar, comenzó a pedir perdón—por lo que estaba

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a punto de hacer y por cómo había corrido. Mataría al rey más tarde; dejaría que su muertefuera la última. Pero esta sería la muerte que lo quebraría.

Sacó su daga, preparando su brazo. Dorian había ido directamente detrás del rey. Un lanza-miento, para golpear al caballo del príncipe, y luego un barrido de su espalda, y podría termi-nar. Aelin y los demás podían hacerle frente a las consecuencias; él ya estaría muerto.

Chaol se abrió camino a través de los árboles a un campo, la daga era un peso ardiente en sumano.

No era la comitiva del rey la que estaba de pie allí en la hierba alta y la luz del sol.

Trece brujas y sus dragones se dieron vuelta hacia él.

Y sonrió.

Aelin corrió a través de los árboles cuando Rowan rastreo a Chaol solamente por el olor.

Si él conseguía matarlo, si él le hacía daño…

Dejaron a Nesryn para cuidar a Lysandra, ordenándoles dirigirse hacia el bosque a través delbarranco cercano al templo y que esperarán bajo un a oramiento de piedras. Antes de llevar aLysandra entre los árboles, Nesryn había agarrado con fuerza el brazo de Aelin y dicho:

—Tráelo de vuelta.

Aelin solo asintió antes de escaparse.

Rowan era un rayo a través de los árboles, mucho más rápido que ella ya que estaba atrapadaen este cuerpo. Aedion corría detrás de él. Corrían tan rápidamente como podía, pero…

El camino se desvió, y Chaol había tomado el camino incorrecto. ¿Dónde demonios había idoChaol?

Apenas podía respirar lo su cientemente rápido. Entonces la luz se desbordó a través de unaruptura en los árboles —el otro lado era un amplio prado.

Rowan y Aedion estaban parados a unos pocos pies del balanceo de la hierba, sus espadashacia fuera, pero abatidos.Vio el por qué un instante más tarde.

A no treinta pies de ellos, el labio de Chaol sangraba por su barbilla cuando la bruja de cabellosblancos lo sostuvo contra ella, las uñas de hierro agarrándolo por la garganta. El carruaje deprisión estaba abierto más allá de ellos para revelar a los tres soldados muertos dentro.

Las doce brujas detrás de la Líder del Ala sonreían abiertamente con deleite anticipado cuando

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tomaron a Rowan y Aedion, luego a ella.

— ¿Qué es esto? —Dijo la Líder del Ala, una luz de matanza se re ejaba en sus ojos dora-dos—. ¿Espías? ¿Salvadores? ¿Dónde está nuestro preso?

Chaol luchó, y ella clavó sus uñas hacia adentro. Se puso rígido. Un hilo de sangre se ltró porsu cuello y sobre su túnica.

Oh, dioses. Piensa, piensa, piensa, piensa.

La Líder del Ala desplazó esos ojos de oro quemado a Rowan.

—Tu clase —re exionó la Líder del Ala—, no los he visto durante un tiempo.

—Deja ir al hombre.

La sonrisa de Manon reveló una la de dientes de hierro que trituraron su carne, demasiadocerca del cuello de Chaol.

—Yo no tomo órdenes de bastardos Hada.—Déjalo ir —dijo Rowan muy suavemente—. O va a ser el último error que harás, Líder del Ala

En el campo detrás de ellos, los dragones heráldicos se revolvían, sus colas azotando, las alascambiando.

La bruja de pelo blanco miró detenidamente a Chaol, cuya respiración se había hecho desigual.

—El rey no está demasiado lejos. Quizás debería dárselo a él —los cortes en las mejillas, cos-tras en azul, eran como pintura de guerra brutal—. Él estará furioso al saber que le robaron asu prisionero. Tal vez tú lo apaciguarás, muchacho.

Aelin y Rowan compartieron toda una mirada antes de que ella se acercara a su lado, sacandoa Goldryn.

—Si quieres un premio para darle al rey —dijo Aelin—, entonces tómame.

—No —dijo Chaol con voz entrecortada.

La bruja y las doce centinelas ahora jaron su inmortal atención en Aelin.

Aelin dejó caer a Goldryn en la hierba y levantó sus manos. Aedion gruñó en advertencia.

— ¿Por qué me debería molestar? —dijo la Líder del Ala—. Tal vez los llevaremos a todos anteel rey.

Aedion levantó la espada ligeramente.

—Puedes intentarlo.

Aelin con cuidado se dirigió a la bruja, sus manos aún en el aire.

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—Entra en una lucha con nosotros, y tú y tus compañeras morirán.

La Líder del Ala la miró hacia arriba y hacia abajo.

— ¿Quién eres? —era una orden, no una pregunta.

—Aelin Galathynius.

Sorpresa— y quizás algo más, algo que Aelin no podía identi car—se re ejaron a través delrostro del Líder del Ala.

Los ojos dorados de la líder la miraron.

—La Reina de Terrasen.

Aelin se inclinó, sin atreverse a quitar su atención de la bruja.

—A su servicio.

Solo tres pies la separaban de la heredera Blackbeak.La bruja le echó un vistazo a Chaol y luego a Aedion y a Rowan.

— ¿Tú corte?

— ¿Qué eres tú?

La Líder del Ala estudió a Aedion otra vez.

— ¿Tu hermano?

—Mi primo, Aedion. Casi tan bonito como yo, ¿no?

La bruja no sonrió.

Pero Aelin ahora estaba lo su cientemente cerca, tan cerca que las salpicaduras de sangre deChaol estaban en la hierba ante la punta de sus botas.

La Reina de Terrasen.

La esperanza de Elide no había estado perdida.

Incluso si la joven reina ahora estaba envuelta en la tierra y hierba, incapaz de mantenersequieta mientras ella contaba con la vida del hombre.

Detrás de ella, el Guerrero Hada observó cada parpadeo de movimiento.

Él no era mortal —solo había que mirarlo.

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Habían pasado cincuenta años desde que había luchado con un guerrero Hada. Se acostó conél, entonces luchó contra él. Había dejado los huesos de su brazo en pedazos.

Solo lo había dejado en pedazos.

Pero había sido joven, y arrogante, y estaba en formación.

Este hombre… Muy bien podría ser capaz de matar por lo menos a alguna de sus Trece si elladañaba un poco un pelo de la cabeza de la reina. Y luego estaba el de pelo de oro—tan grandecomo el hombre Hada, pero poseía la brillante arrogancia de su prima y era a lado como pie-dra salvaje. Él podría ser problemático, si lo dejaba vivo demasiado tiempo.

La reina se mantuvo jugueteando al lado en la hierba. No podía tener más de veinte. Y, sinembargo, se movía como un guerrero, también—o lo hacía, hasta el incesante desplazamien-to alrededor. Pero ella detuvo el movimiento, como si se diera cuenta de que mostraba susnervios, su inexperiencia. El viento soplaba en la dirección equivocada de Manon para poderdetectar en la reina cierto grado de temor.

— ¿Bien, Líder del Ala?¿El rey pondría un collar alrededor de su cuello justo como había hecho con el príncipe? ¿O lamataría? No hacía ninguna diferencia. Sería un premio que el rey daría bienvenida.

Manon empujó lejos al capitán, que dio tumbos hasta la reina. Aelin le alcanzó con un brazo,empujándole a un lado—detrás de ella. Manon y la reina se miraron jamente la una a la otra.

Ningún rastro de miedo en sus ojos —en su cara bonita, mortal.

Ninguno.

Serían más problemas de lo que valía la pena.Manon tenía cosas más importantes a tener en cuenta, de todos modos. Su abuela lo aprobó.Aprobó la cría, la crianza de brujas.

Manon tenía que entrar en el cielo, se tenía que perder en las nubes y el viento por unas horas.Días. Semanas.

—No tengo interés en presos y luchar hoy —dijo Manon.

La Reina de Terrasen le regaló una sonrisa.

—Bien.

Manon se apartó, vociferando a sus Trece que fueran a sus monturas.

—Supongo —continuó diciendo la reina—, que te hace más inteligente que Baba Yellowlegs.

Manon se detuvo, mirando hacia delante y no viendo nada de la hierba o el cielo o los árboles.

Asterin se giró.

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— ¿Qué sabes de Baba Yellowlegs?

La reina le dio una risa baja, a pesar del gruñido de advertencia del Guerrero Hada.

Lentamente, Manon miró sobre su hombro.

La reina tiró de las solapas de su túnica, revelando un collar de cicatrices delgadas cuando el

viento cambió.El olor —el hierro y la piedra y el odio puro—golpearon a Manon como una roca en la cara.Cada bruja Diente de Hierro—conocía el olor que dejaban para siempre aquellas cicatrices:Asesino de Bruja.

Quizás Manon se perdería a sí misma en la sangre y sangre derramada en su lugar.

—Eres carroña —dijo Manon y arremetió.

Solo para golpear su cara con una pared invisible.

Y luego congelarse completamente.

—Corre —respiró Aelin, agarrando rápidamente a Goldryn y escapándose entre los árboles. LaLíder del Ala estaba congelada en su lugar, sus centinelas con los ojos muy abiertos cuandocorrieron hacia ella.

La sangre humana de Chaol no mantendría el hechizo durante mucho tiempo.

—El barranco —dijo Aedion, sin mirar atrás cuando él corrió adelante con Chaol hacia el tem-plo.

Se precipitaron a través de los árboles, las brujas todavía en el prado, aun tratando de romperel hechizo que había atrapado a su Líder del Ala.

—Tú —dijo Rowan mientras corría al lado de ella—, eres una mujer muy afortunada.

—Dime eso otra vez cuando estemos fuera de aquí —jadeó, saltando sobre un árbol caído.

Un rugido de furia hizo que las aves se dispersaran de los árboles, y Aelin corrió más rápido.

Oh, la Líder del Ala estaba cabreada. Realmente, realmente cabreada.Aelin no había creído por un momento que la bruja les habría permitido alejarse sin una lucha.Ella tuvo que comprar todo el tiempo que podría conseguir.

Los árboles se despejaron, revelando una estéril extensión de tierra que sobresalía hacia unbarranco profundo y el templo encaramado en el astil de roca en el centro. Por el otro lado,Oakwald se extendía hacia delante.

Conectados únicamente por dos puentes de cadena y madera, era el único camino a través del

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barranco por millas. Y con el denso follaje de Oakwald bloqueando los dragones, era la únicamanera de escapar de las brujas, que sin duda les perseguían a pie.

—Deprisa —gritó Rowan cuando pasaron para las ruinas del templo que se derrumbaba.

El templo era lo su cientemente pequeño como para que ni siquiera las sacerdotisas habitaranaquí. Las únicas decoraciones en la isla de piedra eran cinco pilares manchados por el tiempoy un techo abovedado desmoronado. Ni siquiera un altar —o al menos uno que haya sobrevi-vido a los siglos.

Por lo visto, la gente había desistido de Temis mucho antes de que el Rey de Adarlan viniera.

Ella oró para que los puentes estuvieran al otro lado.

Aedion se abalanzó a una parada antes de la primera pasarela, Chaol treinta pasos por detrásde él, Aelin y Rowan después.

—Seguro —dijo Aedion. Antes de que pudiera vociferar una advertencia, el otro lado tronó.

El puente rebotó y se balanceó, pero se sostuvo— se sostuvo justo cuando su maldito corazónse detuvo. Entonces Aedion estaba en el templo, la delgada roca labrada por el río que uíamucho, mucho más abajo. Él agitó a Chaol.

—Uno por uno —pidió. Esperó más allá del segundo puente.

Chaol se apresuró a través de los pilares de piedra que anqueaban la entrada al primer puen-te, las cadenas de hierro no en los lados retorciéndose cuando el puente rebotó. Se mantuvoerguido, volando hacia el templo, más rápido de lo que ella nunca lo había visto correr durantetodos los ejercicios de la mañana a través de los terrenos del castillo. Entonces Aelin y Rowanestaban en las columnas, y…

—No trates incluso de argumentar —silbó Rowan, empujándole por delante de él.

Dioses malvados, era una malvada caída por debajo de ellos. El rugido del ruido era apenasun susurro.

Pero corrió—corrió porque Rowan la esperaba, y había brujas que hacían su camino por losárboles con la rapidez de un Hada. El puente resistió y se meció cuando ella se disparó sobrelos tablones de madera envejecidos. Delante, Aedion había despejado el segundo puente alotro lado y Chaol ahora estaba corriendo a través de él. Más rápido, tenía que ir más rápido.Ella saltó los pocos pies a la roca del templo.

Adelante, Chaol salió del segundo puente y sacó su espada cuando se unió a Aedion en elacantilado cubierto de hierba más allá, una echa tensada en el arco de su primo —dirigida alos árboles detrás de ella. Aelin se lanzó hasta los pocos escalones en la desnuda plataformadel templo. Todo el espacio circular era apenas más de treinta pies, rodeado por todos ladosde una gran caída y muerte.

Temis, por lo visto, no era de la clase indulgente.

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Se giró para mirar detrás. Rowan corría a través del puente, tan rápido que apenas el puentese movía, pero…

Aelin maldijo. La Líder del Ala había alcanzado los postes, arrojándose y brincando a través delaire para conseguir un tercer camino por el puente. Incluso el disparo de advertencia de Aedionpasó de largo, encajando la echa donde cualquier mortal debía haber aterrizado. Pero no una

bruja. Santo in erno ardiente.—Anda —rugió Rowan a Aelin, pero ella solo sostuvo sus cuchillos de pelea, doblando susrodillas cuando…

Cuando una echa disparada por la teniente de cabello de oro fue contra Aelin desde el otrolado del barranco.

Aelin se giró para evitarlo, solo para encontrar una segunda echa de la bruja ya allí, anticipan-do su maniobra.

Una pared de músculo se cerró de golpe contra ella, protegiéndola y empujándola a las pier-nas.Y la echa de la bruja atravesó limpiamente a través del hombro de Rowan.

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Capítulo 60Traducido por Constanza Cornes

Corregido por Diana Gonher

Por un momento, el mundo se detuvo.

Rowan cayó de golpe en las piedras del templo, su sangre rociando la roca envejecida.

El grito de Aelin hizo eco por el barranco.

Pero entonces se levantó otra vez, corriendo y rugiendo que ella se fuera. Debajo de la echanegra que sobresalía a través de su hombro, la sangre ya empapaba su túnica, su piel.

Si hubiera sido una pulgada más hacia atrás, habría golpeado su corazón.

A cuarenta pasos por debajo del puente, la Líder del Ala se acercaba a ellos. Las echas deAedion llovían sobre sus centinelas con precisión sobrenatural, manteniéndolos a raya por lalínea de los árboles.

Aelin envolvió un brazo alrededor de Rowan y corrieron a través de las piedras del templo, surostro pálido cuando la sangre brotó de la herida. Todavía podría haber gritado, o sollozado —pero había un silencio tan rugiente en ella.

Su corazón —había ido para su corazón.

Y él había tomado esa echa por ella.

La calma de la matanza se propago a través como escarcha. Los mataría a todos. Despacio.

Llegaron al segundo puente cuando el ataque de echas de Aedion se detuvo, su carcaj vacia-

da sin duda. Ella empujó a Rowan en las tablas.—Corre —dijo.

—No–

—Corre.

Era una voz que nunca se había oído a si misma usar —la voz de una reina— que salió, juntocon el tirón ciego hecho por la sangre bajo el juramento que hicieron.

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Sus ojos destellaban con furia, pero su cuerpo se movió como si ella le hubiera obligado. Setambaleó a través del puente, cuando…

Aelin se giró, sacando a Goldryn y esquivando al momento que la espada de la Líder del Alafue por su cabeza.

Golpeó la piedra, el pilar gimiendo, pero Aelin ya se estaba moviendo, no hacia el segundopuente, pero de regreso al primero, al lado de las brujas.Donde las otras brujas, ya sin las echas de Aedion para bloquearlas, corrían a través de lacubierta de los árboles.

—Tú —gruñó la Líder del Ala, atacando otra vez. Aelin rodó a través de la sangre de Rowan,nuevamente esquivando el golpe fatal. Estiró el pie justo en frente del primer puente, y dosbalanceos de Goldryn hicieron que las cadenas se rompieran.

Las brujas patinaron hasta detenerse en el borde del barranco cuando el puente se derrumbó,cortándolas.

El aire detrás de ella cambió, y Aelin se movió, pero no lo bastante rápido.

La tela y la carne se rompieron en su brazo superior, y ladró un grito cuando la espada la cortó.

Giró, subiendo a Goldryn para el segundo golpe.

El acero se encontró con el acero y chispeó.

La sangre de Rowan estaba en sus pies, manchando a través de las piedras del templo.

Aelin Galathynius miró a Manon Blackbeak sobre sus espadas cruzadas y soltó un gruñido

bajo, perverso.

Reina, salvadora, enemiga, a Manon le importaba una mierda.

Iba a matar a esa mujer.

Sus leyes lo demandaban; el honor lo demandaban.

Incluso si no hubiera matado a Baba Yellowlegs, Manon la habría matado por ese hechizo quehabía utilizado para congelarla en su lugar.

Eso era lo que había estado haciendo con sus pies. Grabar algún hechizo asqueroso con lasangre del hombre.

Y ahora iba a morir.

Apretó a su Carnicera del Vientocontra la hoja de la reina. Pero Aelin se sostuvo en la tierra ysilbó:

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—Voy a cortarte en pedazos.

Detrás de ellas, las Trece estaban reunidas en el borde del barranco, desacopladas. Un silbi-do de Manon tuvo a la mitad de ellas luchando por losdragones. No llegó a sonar el segundosilbido.

Más rápido de lo que un ser humano tenía derecho a ser, la reina barrió una pierna, enviandoa Manon en un tropiezo.Aelin no lo dudó; volteó la espada en su mano y arremetió.

Manon desvió el golpe, pero Aelin consiguió pasar su guardia y la inmovilizó, golpeando la ca-beza contra las piedras que estaban húmedas con la sangre del Guerrero Hada. Manchas deoscuridad orecieron en su visión.

Manon tomó aliento para su segundo silbido—el que llamaría la ayuda de Asterin y sus echas.

Se vio interrumpida por la reina cuando golpeó la cara de Manon.

La oscuridad la envolvió por un momento—pero se retorció, acumulando cada trozo de su fuer-za inmortal, y fueron girando por el suelo del templo. La caída se asomó, y entonces…

Una echa zumbó directamente a la espalda expuesta de la reina cuando aterrizó encima deManon.

Manon se retorció otra vez, y la echa rebotó en el pilar. Tiró a Aelin contra ella, pero la reinaestaba al instante de pie, ágil como un gato.

—Ella es mía —vociferó Manon a través del barranco a Asterin.

La reina se echó a reír, ronca y fría, dando vueltas cuando Mano se levantó.A través del otro lado del barranco, los dos varones ayudaban al Guerrero Hada herido por elpuente, y el guerrero de cabello dorado se dirigió hacia ellas.

—No te atrevas, Aedion —dijo Aelin, tirando una mano en dirección del varón.

Él se congeló a mitad del camino por el puente. Impresionante, admitió Manon, tenerlo bajo sumando tan a fondo.

—Chaol, vigílalo —vociferó la reina.

Entonces, sosteniendo la mirada ja de Manon, Aelin envainó su poderosa espada por la em-puñadura, el rubí gigante en el pomo brillando a la luz del mediodía.

—Las espadas son aburridas —dijo la reina, y sacó dos cuchillos de combate.

Manon enfundó aCarnicera del Viento a lo largo de su propia empuñadura. Chasqueó susmuñecas, las uñas de hierro saliendo disparadas. Rajó su mandíbula y sus colmillos salieron

—En efecto.

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La reina miró las uñas, los dientes, y sonrió.

Honestamente, era una lástima que Manon tuviera que matarla.

Manon Blackbeak embistió, tan rápida y terriblemente como una víbora.

Aelin se lanzó hacia atrás, esquivando cada golpe asestado de aquellos clavos de hierro le-tales. Por su garganta, por su cara, por sus entrañas. Detrás y atrás, dando vueltas alrededorde los pilares.

Era solo cuestión de minutos antes de que los dragones heráldicos llegaran.

Aelin pinchó con sus dagas y la bruja la esquivó, solo para acuchillara con sus uñas, directa-mente en el cuello de Aelin. Aelin giró a un lado, pero las uñas rozaron su piel. Sangre calienteemano de su cuello y los hombros.

La bruja era condenadamente rápida. Y un in erno de luchadora.

Pero Rowan y los demás estaban a través del segundo puente.

Ahora solo tenía que llegar allí, también.

Manon Blackbeak ntó a la izquierda y acuchilló a la derecha.

Aelin la esquivó y giró aparte.

El pilar se estremeció cuando esas garras cortaron cuatro líneas profundamente en la piedra.

Manon siseó. Aelin condujo su daga en a su columna; la bruja la atacó con una mano y la en-volvió limpiamente alrededor de la daga.

La sangre azul abundó, pero la bruja apretó la daga gasta que se quebró en tres pedazos enla mano.

Dioses antiguos.

Aelin tuvo la sensación de ir por debajo con la otra daga, pero la bruja ya estaba allí, y el gritode Aedion sonó en sus oídos cuando la rodilla de Manon subió a su abdomen.

El aire la abandono en un silbido, pero Aelin mantuvo su agarre en la daga, justo cuando labruja la lanzó a otro pilar.

La columna de piedra se sacudió contra el golpe, y la cabeza de Aelin estaba rota, una agoníaformando un arco a través de ella, pero…

Una cuchillada, fue directamente para su cara.

Aelin la esquivó.

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Una vez más, la piedra se estremeció bajo el impacto.

Aelin apretó el aire en su cuerpo.Moverse —tenía que mantenerse en movimiento, suave comoun arroyo, suave como el viento de su carranam, el sangrado y el dolor dejado en el camino.

Pilar a pilar, se retiró, rodando y esquivando y escabulléndose.

Manon golpeó y acuchilló, golpeando en cada columna, una fuerza de la naturaleza en supropio derecho.

Y después, una y otra vez, pilar tras pilar absorbían los golpes que deberían haber triturado sucara, su cuello. Aelin frenó sus pasos, dejó que Manon creyera que estaba cansada, cada vezmás torpe.

—Su ciente, cobarde —silbó Manon, tratando de que Aelin cayera al suelo.

Pero Aelin giró en torno a un pilar y en el borde delgado de roca desnuda más allá de la plata-forma del templo, la caída era inminente, cuando Manon chocó con la columna.

La columna gimió, se meció –y se cayó a su lado, golpeando la columna al lado suyo, agrie-tando la tierra

Junto con el techo abovedado.

Manon incluso no tuvo tiempo para arremeter un camino cuando el mármol se estrelló debajode ella.

Una de las pocas brujas restantes al otro lado del barranco gritó.

Aelin corría ya, justo cuando la isla de roca comenzó a temblar, como si cualquier fuerza anti-

gua unida a este templo hubiera muerto al momento en que el tejado se derrumbó.Mierda.

Aelin corrió por el segundo puente, el polvo y escombros ardiendo en sus ojos y pulmones.

La isla se sacudió con un crack atronador, tan violento que Aelin tropezó. Pero habían postes yel puente más allá, Aedion esperando al otro lado— con un brazo extendido, haciendo señas.

La isla se balanceó otra vez, más amplio y más largo esta vez.

Iba a derrumbarse debajo de ellos.

Hubo un parpadeo de azul y blanco, un destello de tela roja, una luz tenue de hierro.

Una mano y un hombro, luchando con una columna caída.

Lenta, dolorosamente, Manon se levantó sobre una losa de mármol, su rostro cubierto en pá-lido polvo, sangre azul goteando por el templo.

A través de la quebrada, cortada por completo, la bruja de pelo dorado estaba de rodillas.

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— ¡Manon!

No creo que se haya arrastrado alguna vez por algo en su vida, Líder del Ala,había dicho elrey.

Pero había una bruja Blackbeak de rodillas, pidiéndole a los dioses que adoraba; y ManonBlackbeak, esforzándose por levantarse cuando el templo de la isla se derrumbaba.

Aelin dio un paso en el puente.

Asterin, ese era el nombre de la bruja con el pelo de oro. Gritó por Manon otra vez, una súplicaelevándose, para sobrevivir.

La isla se sacudió.

El puente restante, el puente donde estaban sus amigos, dónde estaba Rowan, aseguro, to-davía se sostuvo.

Aelin lo había sentido antes: un hilo en el mundo, una corriente entre ella y alguien más.

Lo había sentido una noche, hace unos años, y le había dado a una joven curandera el dinerosu ciente para salir fuera del in erno de este continente. Había sentido el tirón y había decididotirar de nuevo.

Aquí estaba otra vez, ese tirón –hacia Manon, cuyos brazos se torcieron cuando ella se de-rrumbó en la piedra.

Su enemigo, su nuevo enemigo, que la habría matado a ella y Rowan si le dieran una oportu-nidad. Un monstruo encarnado.

Pero quizás los monstruos tenían que buscarse el uno al otro de vez en cuando.— ¡Corre! —rugió Aedion desde el otro lado del barranco.

Así lo hizo.

Aelin corrió hacia Manon, saltando sobre las piedras caídas, su tobillo desgarrando en escom-bros sueltos.

La isla se mecía con cada paso, y la luz del sol escaldaba, como si Mala sostuviera la isla enalto con cada último trozo de lo que fuera que la diosa podría convocar en esta tierra.

Entonces Aelin estaba sobre Manon Blackbeak, y la bruja levantó los ojos llenos de odio haciaella. Aelin arrastró fuera piedra tras piedra de su cuerpo, la isla debajo de ellas meciéndose.

—Eres una luchadora demasiado buena para morir —respiró Aelin, enganchando un brazobajo los hombros de Manon y sacándola. La roca se balanceó a la izquierda –pero se sostuvo.Oh, dioses.

—Si yo muero por ti, te golpearé hasta la mierda en el in erno.

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Podría haber jurado que la bruja soltó una risa rota cuando se puso de pie, casi un peso muertoen los brazos de Aelin.

—Tú…debiste dejarme morir —dijo Manon con la voz áspera mientras cojeaba sobre los es-combros.

—Lo sé, lo sé —jadeó Aelin, su brazo cortado doliendo por el peso de la bruja.

Se apresuraron por el segundo puente, la roca del templo balanceándose a la derecha, elpuente detrás de ella estirándose con fuerza sobre la caída y el río brillante muy, muy por de-bajo.

Aelin tiró de la bruja, apretando los dientes, y Manon tropezó en una carrera asombrosa. Ae-dion se mantuvo entre los puestos a través de la quebrada, un brazo todavía extendido haciaella, mientras que el otro estaba levantando su espada en alto, listo para la llegada de la Líderdel Ala. La roca detrás de ellos gimió.

A mitad de camino, solamente a un paso de la muerte esperando por ellas. Manon tosió sangreazul en los pilares de madera. Aelin espetó: — ¿Qué demonios tienen de bueno tus bestias si no pueden salvarte de esta clase de cosas?

La isla giró en la otra dirección, y el puente se tensó. Oh, mierda. Mierda, iba a romperse. Co-rrieron más rápido, hasta que pudo ver los dedos tensos de Aedion y la parte blanca de susojos.

La roca se agrietó, tan fuerte que los ensordeció. Luego vino el tirón y la extensión del puentecuando la isla comenzó a desmoronarse en polvo, desplazándose al lado.

Aelin arremetió los últimos pasos, agarrando la capa roja de Manon cuando las cadenas delpuente se rompieron. Los pilares de madera las abandonaron debajo de ellas, pero ya estabansaltando.

Aelin dejó escapar un gruñido cuando se estrelló contra Aedion. Se giró para ver a Chaol aga-rrando a Manon y llevándola sobre el borde el barranco, su manto desgarrado y cubierto depolvo, aleteando en el viento.

Cuando Aelin miró más allá de la bruja, el templo se había ido.

Manon jadeó en busca de aire, concentrándose en su respiración, el cielo sin nubes por enci-ma de ella.

Los humanos la dejaron tumbada entre los postes del puente de piedra. La reina no se habíamolestado siquiera en decir adiós. Solo se había desvanecido por el lesionado Guerrero Hada,su nombre como una oración en sus labios.

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Rowan.

Manon había alzado la vista a tiempo para ver a la reina caer de rodillas ante el guerrero heridoen la hierba, exigiendo respuestas del hombre de pelo castaño—Chaol— que presionó unamano en la herida de la echa en el hombro de Rowan para contener el sangrado. Los hom-bros de la reina temblaban.

Corazón de Fuego, murmuró el Guerrero Hada. Manon habría visto lo que venía, tendría quehaberlo hecho, si ella no hubiera tosido sangre sobre la hierba brillante y desmayado.

Cuando despertó, se habían ido.

Solo minutos habían transcurridos, porque luego allí estaban; plenas alas abiertas y el rugidode Abraxos. Y Asterin y Sorrel, corriendo hacia ella antes de que sus dragones hubieran ate-rrizado.

La Reina de Terrasen había salvado su vida. Manon no sabía qué hacer.

Pero ahora ella le debía a su enemigo una deuda de vida.Y había aprendido bien cómo su abuela y el rey de Adarlan tenían la intención de destruirlos.

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Capítulo 61Traducido por Constanza Cornes

Corregido por Diana Gonher

La caminata a través del bosque de Oakwald fue el viaje más largo de la vida miserable de Ae-lin. Nesryn había quitado la echa del hombro de Rowan, y Aedion había encontrado algunas

hierbas para masticar y meter en la herida abierta para detener el sangrado.Pero Rowan todavía se apoyaba contra Chaol y Aedion cuando se apresuraron a través delbosque.

No tenían ningún lugar a dónde ir. No tenía donde poner a un Hada herido en la capital, en todoeste reino de mierda.

Lysandra estaba pálida y temblorosa, pero había cuadrado sus hombros y se ofreció a ayudara llevar a Rowan cuando uno de los hombres se cansara. Ninguno aceptó. Cuando Chaol por

n pidió que Nesryn que los ayudará, Aelin vio la sangre empapando su túnica y sus manos,

sangre de Rowan –y casi vomitó.Más despacio, cada paso era más lento a medida que la fuerza de Rowan menguaba.

—Necesita descansar —dijo Lysandra suavemente. Aelin hizo una pausa, los altísimos roblespresionando a su alrededor.

Los ojos de Rowan estaban entreabiertos, su cara drenada de todo color. No podía levantarsiquiera su cabeza.

Ella debió dejar que la bruja muriera.

—No podemos acampar en medio del bosque —dijo Aelin—. Necesita un curandero.—Sé dónde lo podemos llevar —dijo Chaol. Ella arrastró sus ojos al capitán.

Debió haber dejado que la bruja lo matara, también.

Chaol sabiamente apartó su mirada y se dirigió a Nesryn.

—La casa de campo de tu padre, el hombre que la dirige está casado con una partera.

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La boca de Nesryn se tensó

—No es una curandera, pero sí. Podría ayudar en algo

— ¿Entiendes —les dijo Aelin muy tranquilamente—, que si sospecho que nos van a traicionar,ellos morirán?

Era verdad, y tal vez la hacía un monstruo ante Chaol, pero no le importaba.—Lo sé —dijo Chaol. Nesryn simplemente asintió con la cabeza, todavía tranquila, fuerte.

—Entonces muestranos el camino —dijo Aelin, con voz hueca—. Y oremos que puedan man-tener la boca cerrada.

El ladrido alegre, frenético los saludó, despertando a Rowan de la mitad de la inconciencia enla que había caído durante las últimas pocas millas a la pequeña casa de piedra. Aelin apenashabía respirado en todo el tiempo.

Pero a pesar de sí misma, a pesar de las lesiones de Rowan, cuando Ligera corrió en la hierbaalta hacia ellos, Aelin sonrió un poco.

El perro saltó sobre ella, lamiendo y lloriqueando y moviendo su dorada, esponjosa, cola.

No se había dado cuenta de cuán asquerosas y sangrientas tenías las manos hasta que laspuso en el brillante pelaje de Ligera.

Aedion gruñó cuando tomó todo el peso de Rowan mientras Chaol y Nesryn trotaron a la casade piedra enorme, alegremente encendida, el anochecer había caído completamente alrede-dor de ellos. Bien. Menos ojos para ver que salieron de Oakwald y cruzaron el campo reciénlabrado. Lysandra intentó ayudar a Aedion, pero se negó una vez más. Ella le siseó a él, detodos modos.

Ligera bailó alrededor de Aelin, luego notó a Aedion, Lysandra y Rowan, y la cola se hizo unpoco más prudente.

—Amigos —le dijo a su perro. Se había puesto enorme desde la última vez que Aelin la ha-bía visto. No estaba segura de por qué le sorprendió, cuando todo lo demás en su vida había

cambiado.El aseguramiento de Aelin pareció su ciente para Ligera, que trotó delante, escoltándolos a lapuerta de madera que se había abierto para revelar a una alta partera con una cara sin com-plicaciones que le echó un vistazo a Rowan y se endureció.

Una palabra. Una maldita palabra que sugiriera que los podría entregar, y estaba muerta.

Pero la mujer dijo:

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—Quien puso esa hierba de sangre en la herida le salvó la vida. Llévenlo dentro, tenemos quelimpiarlo antes de no se puede hacer nada.

Se necesitaron unas horas para que Marta, la esposa, ama de casa, limpiara, desinfectara, yremendara la herida de Rowan. Suertudo, siguió diciendo –tan suertudo que no llegará a nadavital.

Chaol no sabía qué hacer, además de llevar los recipientes de agua ensangrentados.

Aelin solo se sentó en un taburete al lado de la cama en la habitación extra de la elegante casay controló cada movimiento que hizo Marta.

Chaol se preguntaba si Aelin sabía que ella era un desastre, manchada de sangre. Que se veíapeor que Rowan.

Su cuello estaba brutal, la sangre se había secado en su cara, su mejilla estaba magullada, y lamanga izquierda de su túnica estaba rasgada para revelar una herida siniestra. Y luego habíapolvo, suciedad y sangre azul de la Líder del Ala sobre ella.

Pero Aelin se posó en el taburete, sin moverse, solo por agua potable, gruñendo si Marta si-quiera miraba a Rowan divertida.

Marta, de alguna manera, lo soportó.

Y cuando la partera terminó, se enfrentó a la reina. Sin sospechar en absoluto sobre quién sesentaba en su casa, Marta dijo:

—Tienes dos opciones: puedes o ir a lavarte las manos en el grifo de afuera, o puedes sentartecon los cerdos toda la noche. Estás bastante sucia como para que un toque infecte las heridas.

Aelin miró sobre su hombro a Aedion, que se apoyaba contra la pared detrás de ella. Él asintióen silencio. Cuidaría de él.

Aelin se levantó y anduvo con paso majestuoso.

—Voy a inspeccionar a tu otra amiga —dijo Marta y se apresuró a ir donde Lysandra se habíadormido en el cuarto contiguo, acurrucada en una estrecha cama. Arriba, Nesryn estaba ocu-

pada tratando con el personal, asegurando su silencio. Pero había visto la alegría provisionalen sus caras cuando habían llegado: Nesryn y la familia Faliq se habían ganado su lealtadhace mucho tiempo.

Chaol le dio dos minutos a Aelin, y luego la siguió fuera.

Las estrellas eran brillantes, la luna llena casi cegadora. El viento de la noche susurró a travésde la hierba, apenas audible sobre el tintineo y chisporroteo de la espita.

Encontró a la reina agazapada, su cara en el ujo de agua.

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—Lo siento —dijo.

Ella frotó su cara y levantó la palanca, hasta que más agua se vertió sobre ella.

Chaol continuó:

—Solo quería acabar con él. Tenías razón, todo este tiempo, tú tenías razón. Pero quería ha-

cerlo yo mismo. No sabía que… Lo siento.Soltó la palanca y se giró para alzar la vista hacia él.

—Salvé a mi enemigo hoy —dijo rotundamente. Ella desenrolló sus pies, limpiando el agua desu cara. Y aunque era más alto que ella, se sentía más pequeño cuando Aelin lo miró. No, nosolo Aelin. La reina Aelin Ashryver Galathynius, se dio cuenta, lo contemplaba—. Trataron dedispararme a mí… Rowan me cubrió el corazón. Y yo la salvé de todos modos.

—Lo sé —dijo.

Su grito cuando esa echa había atravesado a Rowan…

—Lo siento —dijo otra vez.

Ella miraba jamente las estrellas, hacia el Norte. Su cara como el hielo.

— ¿Lo habrías matado realmente si hubieras tenido la posibilidad?

—Sí —respiró Chaol—. Estaba preparado para eso.

Lentamente se volvió hacia él.

—Nosotros lo haremos, juntos. Liberaremos la magia, entonces tú y yo iremos allí y lo termi-naremos juntos.— ¿No vas a insistir en que me quede atrás?

— ¿Cómo le puedo negar el último regalo a él?

—Aelin.

Sus hombros decayeron un poco.

—No te culpo. Si Rowan tuviera ese collar alrededor de su cuello, habría hecho lo mismo.

Las palabras lo golpearon en el estómago cuando ella se alejó.Un monstruo, la había llamado hace unas semanas. Lo había creído y había permitido queesto fuera su escudo contra el fuerte sabor amargo de la desilusión y la pena.

Fue un tonto.

Movieron a Rowan antes del alba. Por cualquier gracia inmortal persistente en sus venas, élhabía sanado lo su ciente para caminar por su cuenta, y así se deslizaron fuera de la preciosa

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casa de campo antes de que cualquiera de los empleados despertara. Aelin le dijo adiós soloa Ligera, que había dormido acurrucada a su lado durante la larga noche que había observadoa Rowan.

Entonces se pusieron en marcha, Aelin y Aedion anqueando a Rowan, con los brazos al hom-bro mientras se apresuraban a través de las colinas.

La niebla de la madrugada los envolvió cuando hicieron su camino a Rifthold una última vez.

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Capítulo 62Traducido por Cecilia García

Corregido por Constanza Cornes

A Manon no le importaba si su cara era agradable cuando hizo que Abraxos aterrizara ante lacuadrilla del rey. Los caballos relinchaban y se retorcían al tiempo que las Trece sobrevolabanel claro en el que habían avistado al grupo.—Líder del Ala —dijo el rey en horcajadas desde su montura de guerra, sin inmutarse en ab-soluto. A su lado, su hijo –Dorian– se encogía.

Se encogía de la misma forma en que esa cosa rubia lo había hecho en Morath cuando lasatacó.

—¿Buscáis algo? —preguntó el rey con frialdad—. ¿O por qué motivo parecéis a medio cami-no del in erno?

Manon desmontó a Abraxos y caminó hacia el rey y su hijo. El príncipe centró la mirada en susilla, tratando de no mirarla a los ojos.

—Hay rebeldes en vuestros bosques —dijo—. Se llevaron a vuestro pequeño prisionero, yluego trataron de atacarnos a mí y a mis Trece. Los maté a todos. Espero que no os importe.Dejaron a tres de vuestros hombres muertos en el vagón –aunque parece que nadie notó supérdida.

El rey se limitó a decir:

—¿Habéis venido hasta aquí solo para decirme eso?

—He venido para deciros que cuando me enfrente a vuestros rebeldes, a vuestros enemigos,no tendré interés en dejar prisioneros. Y que las Trece no son caravanas para transportarloscomo deseéis.

Se acercó al caballo del príncipe.

—Dorian —dijo. Una orden, y un desafío.

Sus ojos za ro se quebraron ante los de ella. Ni rastro de la oscuridad del otro mundo.

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Tan solo un hombre atrapado en su interior.

Ella encaró al rey.

—Deberíais enviar a vuestro hijo a Morath. Sería un buen lugar para él —y antes de que el reypudiera responder, Manon caminó de vuelta hacia Abraxos.

Había planeado contarle al rey sobre Aelin. Y sobre los rebeldes que se hacían llamar a símismos Aedion, Rowan y Chaol.

Pero… eran humanos y no podrían escapar rápidamente –no si estaban heridos.

Le debía su vida a su enemigo.

Manon montó en la silla de Abraxos.

—Puede que mi abuela sea la Bruja Suprema —dijo al rey—, pero soy yo quien encabeza lastropas.

El rey se rio entre dientes.

—Implacable. Creo que terminarás gustándome, Líder del Ala.

—El arma que creó mi abuela –esos espejos. ¿Realmente planean usar fuego sombra conellos?

La cara rojiza del rey se tensó en advertencia. La réplica del vagón no era más que una frac-ción el tamaño que lo que se representaba en los planos clavados a la pared: enormes torresde batalla transportables de cientos de pies de altura, llenas en su interior con los espejossagrados de los Ancestros. Espejos que antaño habían sido usados para construir, romper yreparar. Ahora serían ampli cadores, re ejando y multiplicando cual fuera el poder al que elrey quería dar rienda suelta, hasta que se convirtiera en un arma que se pudiera dirigir contracualquier objetivo. Y si el poder iba a ser el fuego sombra de Kaltain…

—Hace demasiadas preguntas, Líder del Ala —dijo el rey.

—No me gustan las sorpresas —fue su única respuesta. Excepto esta –esta si había sido unasorpresa.

Esa arma no era para conseguir gloria, o triunfo, ni siquiera por amor a la guerra. Era para ex-terminar. Una masacre a gran escala que supusiera una corta batalla. Sin oposición –inclusopor parte de Aelin y sus guerreros– estarían completamente indefensos.

El rostro del rey se estaba volviendo morado a causa de la impaciencia.

Pero Manon ya estaba surcando los cielos, con Abraxos batiendo sus alas fuertemente. Ellaobservó al príncipe hasta que este se convirtió en una mota de pelo negro.

Y se preguntó que se sentiría al estar atrapado en ese cuerpo.

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Elide Lochan esperó por el carro de alimentación. Pero este no llegó.

Un día más tarde; dos días. Casi no dormía por temor a que el carro llegara mientras ella es-

taba inconsciente. Cuando se despertó al tercer día, con la garganta seca, ya había tomado lacostumbre de apresurarse a ayudar en la cocina. Trabajó hasta que su pierna casi cedió.

Pero entonces, justo antes del atardecer, el relincho de los caballos y el ruido de las ruedas junto con los gritos de los hombres retumbaban en las piedras oscuras del largo puente Keep.

Elide se escabulló de la cocina antes de que alguien pudiera jarse en ella, antes de que el co-cinero pudiera encomendarle alguna nueva tarea. Se apresuró a subir los escalones lo mejorque podía estando encadenada, con el corazón en la garganta. Debería haber guardado suscosas abajo, debería haber encontrado algún escondite.

Subió lo más rápido que pudo, dirigiéndose a la torre de Manon. Había rellenado la cantimploracada mañana, y había guardado en una bolsa un suministro de alimentos. Elide abrió la puertadel cuarto de Manon, apresurándose hacia el escondite donde guardaba sus suministros.

Pero Vernon estaba allí.

Estaba sentado en el bordillo de la cama de Manon como si se tratara de la suya propia.

—¿Vas a alguna parte, Elide?

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Capítulo 63Traducido por Cecilia García

Corregido por Constanza Cornes

—¿A dónde se supone que te dirigías? —dijo Vernon al tiempo que se levantaba, acechandocomo un gato.

El pánico inundaba sus venas. El vagón –elvagón –—¿Era ese el plan desde el principio? ¿Esconderte entre esas brujas, y huir?

Elide retrocedió hacia la puerta. Vernon chasqueó la lengua.

—Ambos sabemos que no tiene sentido que corras. Y la Líder del Ala no estará por aquí pronto.

Las rodillas de Elide temblaron. Oh, dioses.

—Pero es mi hermosa e inteligente sobrina humana –¿o debería decir bruja? Es una preguntaimportante —Él la sujetó por el codo, con un pequeño cuchillo en la mano. No podía hacernada contra la rebanada de escozor en su brazo, y la sangre que comenzó a brotar—.No unabruja, al parecer.

—Soy una Blackbeak—murmuró Elide. No se inclinaría ante él, no se acobardaría.

Vernon la rodeó.

Una pena que ellas están en el norte y no pueden veri carlo.

Lucha, lucha, lucha , exclamaba su sangre –no dejes que te enjaule. Tu madre cayó luchando.Era una bruja, y tú también, y tú no te rindes –no te rindas–

Vernon se abalanzó, más rápido de lo que podía esquivar con sus cadenas, una mano agarrósu mano mientras la otra golpeaba su cabeza contra la madera tan rápido que su cuerpo solo –se detuvo.

Eso era todo lo que él necesitó –esa estúpida pausa– para inmovilizar su otro brazo, agarran-do ambos con una mano mientras la otra se cerraba alrededor de su cuello, lo bastante fuertepara herir, para hacerla comprender que su tío había entrenado de la misma forma que supadre en el pasado.

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—Tú, vienes conmigo.

—No —la palabra era el aliento de un susurro.

Su agarre se hizo más fuerte, retorciéndole los brazos hasta que estos se despellejaron endolor.

—¿No eres consciente de la recompensa que supones? ¿Lo que podrías ser capaz de hacer?Tiró de ella hacia atrás, abriendo la puerta. No –no, no dejaría que la llevara, no–

Pero gritar no le ayudaría en nada. No en una guarida llena de monstruos. No en un mundoen el que nadie recordaba su existencia, o no le importaba. Se quedó inmóvil, y él lo interpretócomo rendición. Podía sentir su sonrisa en la parte posterior de su cabeza cuando la empujópor el hueco de la escalera.

—La sangre Blackbeak corre por tus venas –junto con la generosa herencia mágica de nuestrafamilia—él la arrastró por las escaleras, y la bilis ardía en su garganta. Nadie vendría a por ella

–porque nunca había pertenecido a nadie—. Las brujas no tienen magia, no como nosotros.Pero tú, un híbrido entre ambas líneas...—Vernon agarró su brazo con más fuerza, justo sobreel corte que le había causado, y ella gritó. El sonido hizo eco, vacío y débil, cobre la escalerade piedra—. Haces gran honor a tu casa, Elide.

Vernon la dejó en una celda de prisión helada.

Sin luz.

Sin ningún sonido, con excepción del goteo de agua en algún lugar.

Temblando, Elide ni siquiera tenía palabras para suplicar cuando Vernon la arrojó al interior.

—Tú te lo has buscado, ya sabes —dijo—, cuando te aliaste con esa bruja y con rmaste missospechas con respecto a la sangre que uye por tus venas —la miró, pero ella estaba miran-do la celda –nada, nada que pudiera ayudarle a escapar. No encontró nada—.Te dejaré aquíhasta que estés lista. Dudo que nadie note tu ausencia, de todas formas.

Cerró la puerta, y la oscuridad se la tragó por completo.

Ella no se molestó en intentar abrirla.

Manon fue convocada por el duque en el momento en que puso un pie en Morath.

El mensajero se encogía en la esquina de la aguilera, y apenas podía pronunciar las palabrascuando se llevó la sangre, la suciedad y el polvo que todavía cubrían a Manon.

Ella había estado contemplando y chasqueado los dientes hacia él solo por estar temblandocomo un tonto sin carácter, pero estaba agotada, y su cabeza golpeaba, y nada que no fueran

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movimientos básicos requería demasiado pensamiento.

Ninguna de las Trece había osado decir nada acerca de su abuela –a la que había aprobadode cría.

Sorrel y Vestia la seguían a tan solo unos pasos de distancia, Manon abrió de un portazo laspuertas a la sala del consejo del duque, dejando que el golpe de la madera expresara lo queopinaba sobre ser convocada de inmediato.El duque –con tan solo Kaltain a su lado– dirigió su mirada hacia ella.

—Explique su... apariencia.

Manon abrió la boca.

Si Vernon había oído que Aelin Galathynius estaba viva –si sospechaba por un momento ladeuda que Aelin debía tener para con la madre de Elide por salvarla, perfectamente podríaquerer terminar con la vida de su sobrina.

—Los rebeldes nos atacaron. Los maté a todos.

El duque lanzo un puñado de papeles sobre la mesa. Golpearon el cristal y se deslizaron, es-parciéndose como un abanico.

—Por meses, has querido explicaciones. Pues bien, aquí están. Informes de reportes sobrenuestros enemigos, los objetivos más grandes para que venzamos... Su Majestad envía susmejores deseos.

Manon se acercó.

—¿También envió a ese príncipe demonio a mis cuarteles para atacarnos? —miró el anchocuello del duque, preguntándose con qué facilidad podría desgarrar su piel áspera.

La boca de Perrington se torció.

—Roland había sobrevivido para su utilidad. ¿Quién mejor para cuidar de él que tus Trece?

—No me había dado cuenta de que íbamos a ser tus verdugos —de hecho debería arrancartela garganta por lo que había intentado hacer. A su lado, Kaltain estaba completamente blanca,como un caparazón. Pero esa fuego sombra… ¿Reaccionaría si el duque fuera atacado?

—Siéntate y lee los archivos, Líder del Ala.

Ella no apreciaba la orden, y dejó escapar un gruñido para dárselo a entender, pero se sentó.

Y leyó.

Informes de Eyllwe, de Melisande, de Fenharrow, del Desierto Rojo, y Wendlyn.

Y de Terrasen.

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Según el informe, Aelin Galathynius –dada por muerta durante mucho tiempo– había apare-cido en Wendlyn y derrotado a cuatro de los príncipes Valg, entre ellos a un gran general delejército del rey. Con fuego.

Aelin poseía magia de fuego , según lo que Elide le había contado.Podría haber sobrevividoal frío.

Pero –pero eso signi caba que la magia… Todavía funcionaba en Wendlyn. Y no aquí.Manon apostaría gran parte del oro acumulado en la Guarida Blackbeak que la causa eran elhombre ante ella –y el rey en Rifthold.

A continuación un reporte del Príncipe Aedion Ashryver, ex general de Adarlan, pariente de losAshryvers de Wendlyn, siendo arrestado por traición. Por asociación con los rebeldes. Habíasido rescatado de su ejecución apenas unas semanas atrás por fuerzas desconocidas.

Posibles sospechosos: Lord Ren Allsbrook de Terrasen…

Y Lord Chaol Westfall de Adarlan, quien había servido lealmente al rey como su Capitán de laGuardia hasta que se unió con Aedion la pasada primavera y huyó del castillo el día de su cap-tura. Sospechaban que el capitán no había ido muy lejos –y que trataría de liberar a su eternoamigo, el Príncipe Heredero.

Liberarlo.

El príncipe la había insultado y provocado –como si intentara que le matara. Y Roland tambiénhabía suplicado la muerte.

Si Chaol y Aedion estaban ahora con Aelin Galathynius, todos trabajando juntos…

No habían ido al bosque a espiar.Sino a salvar al príncipe. Y a quien quiera que fuera esa mujer prisionera. Consiguieron resca-tar a uno, al menos.

El duque y el rey no lo sabían. No sabían lo cerca que habían estado de todos sus objetivos, oqué tan cerca sus enemigos habían estado de apoderarse del príncipe.

Por eso el capitán había venido corriendo.

Había venido a matar al príncipe –la única misericordia que creía poder ofrecerle.

Los rebeldes no sabían que el hombre todavía estaba ahí dentro.

—¿Y bien? —exigió el duque—. ¿Alguna pregunta?

—Todavía quiero explicaciones sobre la necesidad del arma creada por mi abuela. Una herra-mienta así podría ser catastró ca. Si no hay magia, entonces probablemente no valga la penacorrer el riesgo de usar esas torres contra la Reina de Terrasen.

—Es mejor que estemos preparados antes que ser cogidos por sorpresa. Tenemos total con-

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trol sobre esas torres.

Manon golpeó la mesa con una de sus uñas de metal.

—Esta es una información base, Líder del Ala. Continúa probándote a ti misma, y recibirásmás.

¿Probarse a sí misma? No había podido hacer nada en los últimos días para probarse a símisma –con excepción de desmenuzar a uno de sus príncipes demonios en la tribu de lamontaña sin ningún motivo en especial. Un escalofrío de rabia recorrió su cuerpo. Liberar auno de los príncipes dentro del cuartel no había sido un mensaje, sino una prueba. Para ver siella podría enfrentarse a lo peor que tenían y aun así obedecer.

—¿Has elegido ya a un aquelarre para mí?

Manon se obligó a sí misma a encogerse de hombros despreocupadamente.

—Estaba esperando a ver quiénes se portaban mejor en mi ausencia. Esa sería su recompen-

sa.—Tienes hasta mañana.

Manon se le quedó mirando.

—En el momento en el que abandone esta habitación, voy a bañarme y a dormir por un díaentero. Si tú o tus pequeños compinches demonio me molestan antes de ese momento, lesdemostraré lo mucho que me gusta jugar a ser verdugo. Tomaré una decisión el día siguiente.

—¿No será que estáis evitándolo, Líder del Ala?

—¿Por qué debería molestarme en hacer favores a aquelarres que no los merecen? —Manonno se permitió observar por un solo segundo lo que la Matrona estaba permitiendo que estoshombres hicieran cuando recogió los archivos, los puso en los brazos de Sorrel y salió.

Apenas había alcanzado las escaleras de su torre cuando vio a Asterin apoyada en la entrada,arreglando sus uñas.

Sorrel y Vesta contuvieron el aliento.

—¿Qué ocurre? —exigió Manon, chasqueando sus propias uñas.

El rostro de Asterin era una máscara de puro aburrimiento.

—Tenemos que hablar.

Ella y Asterin volaron hacia las montañas, y dejó que su prima liderara el vuelo –permitió queAbraxos siguiera a la hembra azul cielo de Asterin hasta que estuvieron lejos de Morath. Se po-saron en una pequeña meseta cubierta de ores salvajes violetas y naranjas, con la hierba sil-bando hacia el viento. Abraxos prácticamente gruñendo de alegría. El agotamiento de Manon

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se hacía tan pesado como la capa roja que llevaba, y no se molestó en reprender a su montura.

Ellas dejaron a sus wyverns en el campo. El viento de la montaña era sorprendentemente cá-lido, el día era claro y el cielo estaba cubierto con grandes y amplias nubes. Había ordenadoa Sorrel y Vesta permanecer tras ellas, a pesar de sus protestas. Si las cosas estaban tan malhasta el punto en que no con aba poder estar a solas con Asterin… Manon no quería consi-

derar eso.Quizás por eso ella había aceptado venir.

Quizás a causa del grito que Asterin había emitido desde el otro lado del barranco.

Había sido muy parecido al grito de la heredera Blueblood, Petrah, cuando su wyvern habíasido arrancada a jirones. Como el grito de madre de Petrah cuando Petrah y su montura, Kee-lie, habían caído en el aire.

Asterin caminó hasta el borde de la meseta, las ores silvestres se mecían sobre sus pantorri-llas, y sus pantalones de montar brillaban a la luz del sol. Ella destrenzó su cabello, sacudiendosus ondas doradas, después descolocó su espada y sus dagas y las dejó caer al suelo.—Necesito que me escuches, no que hables —dijo a medida que Manon se acercaba a ella.

Una alta demanda para hacer a su heredera, pero no había ninguna nota de desafío ni amena-za. Y Asterin nunca le había hablado de esa manera. De forma que Manon asintió.

Asterin se quedó mirando a través de las montañas –tan llenas de vida, ahora que estabanlejos de la oscuridad de Morath. Una suave brisa revoloteaba entre ellas, agitando los rizos deAsterin hasta que llegaron a parecer parte del brillo del sol.

—Cuando tenía veintiocho, fui a cazar Crochans en un valle al este de los Colmillos. Estaba acien millas del próximo pueblo, y cuando una tormenta me sacudió, no fui capaz de aterrizar.Así que traté de ser más rápida que la tormenta sobre mi escoba y volar por encima de ella.Pero la tormenta subía, y subía. No sé si fue un rayo o el viento, pero de repente estaba cayen-do. Me las arreglé para aterrizar, pero el impacto fue brutal. Antes de desmayarme supe que mibrazo estaba roto en dos lugares distintos, mi tobillo torcido y mi escoba destrozada.

Hacía más de ochenta años –esto había ocurrido hacía más de ochenta años, y Manon nuncahabía oído sobre ello. Ella había estado en su propia misión en ese momento, no podía recor-dar dónde. Todos esos años de caza de Crochans se habían entremezclado.

—Cuando me desperté, estaba en una cabina humana, mi escoba estaba hecha pedazos allado de la cama. El hombre que me encontró dijo que había estado cabalgando a su casa através de la tormenta cuando me vio caer del cielo. Él era un joven cazador –mayoritariamentepor ser un juego exótico, que era por ese motivo que tenía una cabaña en medio de la inmen-sidad del bosque. Creo que le habría matado de haber tenido alguna fuerza, aunque solo fueraporque quería sus recursos. Pero mi conciencia se desvanecía continuamente durante algunosdías mientras mis huesos se restauraban, y cuando me volví a despertar… él me alimentaba lobastante para que dejara de verle como simple comida. O una amenaza.

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Un largo silencio.

—Permanecí ahí durante cinco meses. No di caza a una sola Crochan. Le ayudé en su juegode caza, encontré madera de hierro y comencé a tallar una nueva escoba, y… Ambos sabía-mos lo que yo era, y lo que él era. Que yo tenía una larga vida y él era humano. Pero teníamosla misma edad en ese momento, y no nos importaba. Así que me quedé con él hasta que mis

superiores me exigieron que me reportara a la Guarida Blackbeack. Y le dije… que volvería encuanto pudiera.

Manon apenas podía pensar, apenas respiraba en el silencio de su cabeza. Nunca había oídosobre esto. Ni siquiera un murmullo. Para que Asterin hubiera ignorado sus deberes sagra-dos… Para que hubiera estado con este hombre humano…

—Cuando regresé a la Guarida Blackbeak estaba embarazada de un mes.

Las rodillas de Manon se tambalearon.

—Tú ya te habías ido –estabas en tu siguiente misión. No se lo conté a nadie, no hasta queestuve segura de que el embarazo sobreviviría a esos primeros meses.No era inesperado, dado que la mayoría de las brujas perdían a sus hijos en ese periodo detiempo. El hecho de que el feto sobrepasara ese umbral era un milagro en sí mismo.

—Pero llegué a los tres meses, y a los cuatro. Y cuando ya no pude ocultarlo más, se lo contéa tu abuela. Ella estaba contenta, y me ordenó reposar en mi cama en la Guarida, de forma quenada pudiera molestarnos a mí o al feto en mi vientre. Le dije que quería salir, pero se negó.Sabía que no debía decirle que quería volver a esa cabaña en el bosque. Que ella le mataría.Así que permanecí en la torre durante meses, como una prisionera mimada. Tú incluso viniste,dos veces, pero ella no te dijo que estaba ahí. No hasta que el bebé hubiera nacido, me dijo.

Un largo, e irregular suspiro.

No era extraño que las brujas fueran sobreprotectoras con aquellas que poseían herederosen su interior. Y Asterin, que portaba la línea de sangre de la Matrona, debía haber sido unamercancía valiosa.

—Desarrollé un plan. En el momento en que me recuperará del parto, en el momento en queno me vigilaran, llevaría a la criatura a su padre y se la presentaría. Pensé que tal vez una vidaen el boque, tranquila y pací ca, sería mejor para mi bebé que la vida sangrienta que nosotrasvivíamos. Pensé que quizás sería mejor… para mí.

La voz de Asterin se rompió en las dos últimas palabras. Manon no se atrevía a mirar a suprima.

—Di a luz. La criatura casi me desgarró cuando salió. Pensé que quizás era porque era unaguerrera, que ella era una verdadera Blackbeak. Y estaba orgullosa. Incluso cuando gritaba,cuando sangraba, estaba muy orgullosa de ella.

Asterin se quedó en silencio, y Manon la miró al n.

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Las lágrimas se deslizaban en su rostro, brillando bajo la luz del sol. Asterin cerró los ojos ysusurró al viento.

—Ella nació muerta. Esperé oír el sonido de un llanto de triunfo, pero no hubo más que silen-cio. Silencio, y después tu abuela…—abrió los ojos—.Tu abuela me gritó. Me golpeó. Una yotra vez. Todo lo que quería era ver a mi hija, y ella les ordenó quemarla. Se negó a dejarme

verla. Yo era la desgracia de todas y cada una de las brujas que habían estado antes que yo;era la culpable de tener una heredera defectuosa; había deshonrado a las Blackbeaks; la ha-bía decepcionado. Me lo gritó una y otra vez, y cuando lloré, ella…ella…

Manon no sabía a donde mirar, ni qué hacer con sus brazos.

Un nacido muerto era el mayor dolor de una bruja –y la mayor vergüenza. Pero para su abue-la…

Asterin desabrochó la chaqueta y la apartó hacia las ores. Se sacó la camisa, y la de debajo,hasta que su piel dorada brillaba bajo el sol, con sus pechos grandes y pesados. Asterin se giróy Manon cayó sobre sus rodillas en la hierba.

Allí, marcado sobre el abdomen de Asterin con letras vulgares y despiadadas estaba una únicapalabra:

INMUNDA.

—Ella me marcó. Hizo que calentaran hierro en el mismo fuego en el que mi hija había sidoquemada y estamparon cada letra por sí misma. Dijo que no merecía la pena que jamás vol-viera a concebir a una Blackbeak. Que la mayoría de los hombres verían la palabra y correrían.

Ochenta años. Había ocultado eso durante ochenta años. Pero Manon la había visto desnuda–

No. No, no lo había hecho. No por décadas y décadas. Cuando eran niñas sí, pero…

—En mi vergüenza no se lo conté a nadie. Sorrel y Vesta… Sorrel lo sabía porque estuvo enesa habitación. Ella luchó por mí. Le suplicó a tu abuela. Ella le rompió el brazo y la echó dela habitación. Pero después de que la Matrona me tirara en la nieve y me dijera que me arras-trase a algún lugar a morir, Sorrel me encontró. Ella llamó a Vesta, y me llevaron al refugiode Vesta en las montañas, y en secreto me cuidaron durante los meses en que yo… no pudelevantarme de la cama. Entonces, un día, me desperté y decidí luchar.

“Entrené. Curé mi cuerpo. Me volví fuerte –más de lo que había sido antes. Y dejé de pensar en

ello. Un mes más tarde fui a la caza de Crochans, y caminé de vuelta a la Guarida con tres desus corazones en una caja. Si a tu abuela le sorprendió que no hubiera muerto, no lo demostró.Estabas ahí la noche en que regresé. Brindaste en mi honor, y dijiste que estabas orgullosa detener a una Segunda como yo.

Todavía de rodillas, la tierra húmeda cubría sus pantalones, Manon se quedó mirando a esahorrible marca.

—Nunca regresé a junto el cazador. No sabía cómo explicar esa marca. Cómo explicar lo que

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había hecho tu abuela, o disculparme. Tenía miedo que me tratara de la misma forma en que tuabuela lo había hecho. Así que no volví—su boca tartamudeó—.Volé sobre ese lugar durantevarios años, sólo… sólo para ver—se limpió la cara—. Nunca se casó. E incluso cuando sevolvió un hombre viejo, en ocasiones le vi sentado en el porche delantero. Como si estuvieraesperando a alguien.

Algo… algo se desquebrajaba dolorosamente en el pecho de Manon, agujereando en su pro-pio cuerpo.

Asterin se sentó entre las ores y comenzó a ponerse de nuevo la ropa. Ella estaba llorando ensilencio, pero Manon no sabía si debía alcanzarla. No sabía cómo consolarla o cómo calmarla.

—Dejó de importarme—dijo Asterin al n—.Dejaron de importarme todos y todo. Después deeso todo me parecía una broma, un sinsentido, y nada me asustaba.

Ese salvajismo y esa ereza indomable… No nacieron de un corazón libre, sino de uno quehabía conocido tal completa desesperación que vivir intensamente, violentamente, eran laúnica forma de escapar de ella.

—Pero me dije —Asterin terminó de abotonar su chaqueta—, que dedicaría mi vida por com-pleto a ser tu Segunda. Aservirte . No a tu abuela. Porque sabía que ella me había escondidode ti por una razón. Ella sabía que tú habrías luchado por mí. Y lo que sea que ella vio en ti quele causó miedo... Valía la pena esperar por ello. Valía la pena servirte. Así que lo hice.

Ese día Abraxos en que había hecho el Cruce, cuando sus Trece habían estado listas parapelear por su salida, su abuela debía haber dado la orden de matarla…

Asterin se encontró con su mirada.

—Sorrel, Vesta y yo hemos sabido por un largo tiempo de lo que tu abuela es capaz. No hemosdicho nada porque temíamos que si lo sabías, podría ponerte en peligro. El día en que sal-vaste a Petrah en lugar de dejarla caer… No fuiste la única que comprendió por qué tu abuelate había ordenado matar a esa Crochan —Asterin sacudió su cabeza—. Te lo ruego, Manon.No dejes que tu abuela y eses hombres tomen a nuestras brujas y las usen como esto. No lesdejes convertir a nuestros hijos en monstruos. Lo que ya han conseguido hacer… Te suplicoque me ayudes a deshacerlo.

Manon tragó saliva, su garganta se apretaba dolorosamente.

—Si les desa amos, vendrán a por nosotras y nos matarán.

—Lo sé. Todas lo sabemos. Es lo que queríamos decirte la otra noche.

Manon miró la camisa de su prima, como si pudiera ver a través de la marca que ocultaba.

—Es por eso que te has estado comportando de esa manera.

—No soy tan tonta como para pretender que no tengo un punto débil en lo que concierne a lascrías de bruja.

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Esa era la razón por la que su abuela la había instado durante décadas para que degradara aAsterin.

—No creo que eso sea un punto débil—admitió Manon, y miró por encima de su hombro haciadonde Abraxos husmeaba entre las ores silvestres—.Serás reposicionada como Segunda.

Asterin ladeó la cabeza.

—Lo siento, Manon.

—No tienes nada por lo que disculparte—se atrevió a añadir—.¿Hay más a las que mi abuelahaya tratado así?

—No entre las Trece. Pero sí en otros aquelarres. La mayoría se dejan morir cuando tu abuelalas echa fuera —Y Manon nunca había estado al tanto. Había sido engañada. Manon miró ha-cia el oeste a través de las montañas. Esperanza , Elide había dicho –esperanza por un mejorfuturo. Por un hogar.

No obediencia, ni brutalidad ni disciplina. Sino esperanza.—Tenemos que proceder con cuidado.

Asterin parpadeó, las motas de oro en sus ojos brillaron con resplandor.

—¿Qué estás planeando?

—Algo muy estúpido, diría yo.

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Capítulo 64Traducido por Cecilia García

Corregido por Constanza Cornes

Rowan apenas recordaba nada del angustioso trayecto de vuelta a Rifthold. Para el momentoen que habían logrado colarse a través de las murallas de la ciudad y por los callejones para

llegar al almacén, estaba tan agotado que apenas se había tirado en el colchón cuando la in-consciencia se lo llevó.

Se despertó esa noche –¿o fue la siguiente?– con Aelin y Aedion sentados en el borde de lacama, hablando.

—El solsticio es en seis días; necesitamos tener todo preparado para entonces —le decía ellaa su primo.

—¿Así que planeas simplemente pedirle a Ress y Brullo que dejen una puerta trasera abiertapara que puedas colarte?

—No seas tan ingenuo. Voy a caminar a través de la puerta principal

Por supuesto que lo iba a hacer. Rowan dejó escapar un gemido, su lengua se sentía seca ypesada en su boca.

Ella se giró hacia él, medio lanzándose sobre la cama.

—¿Cómo te encuentras? —pasó una mano por su frente, comprobando si tenía ebre—. Pa-reces estar bien.

—Bien —consiguió decir. Le dolían el hombro y el brazo. Pero había soportado cosas peores.

La pérdida de sangre había sido lo que le había inmovilizado los pies –más sangre de la que jamás había perdido de una sola vez, al menos no tan rápidamente, gracias a la ausencia demagia. Dirigió su mirada a Aelin. Su rostro estaba demacrado y pálido, y un moratón sobresalíade su mejilla, y cuatro arañazos rodeaban su cuello.

Mataría a esa bruja.

Lo dijo, y Aelin sonrió.

—Si estás pensando en violencia entonces supongo que sí estás bien —pero las palabras eran

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intensas, y sus ojos brillaban. Extendió la mano de su brazo bueno para agarrar la mano de ellay se la apretó fuertemente—. Por favor no hagas eso nunca más —susurró ella.

—La próxima vez les pediré que no te disparen echas –ni a mí.

Su boca se tensó y comenzó a temblar, ella apoyó la cabeza en su brazo sano. Levantó su otrobrazo, provocando un tirón de dolor a lo largo de su cuerpo a medida que le acariciaba el ca-bello. Todavía lo tenía enmarañado con sangre y suciedad en algunas partes. Probablementeno se había molestado en tomarse un baño.

Aedion se aclaró la garganta.

—Hemos estado pensando en un plan para liberar la magia –y para sacar al rey y a Dorian.

—Díganmelo mañana —dijo Rowan. Un dolor de cabeza empezaba a golpearle. El simple he-cho de explicarles que cada vez que había sido el fuego de in erno siendo usado había sidomás destructivo de lo que nadie habría podido anticipar era su ciente para hacer que quisieravolver a dormir. Dioses, sin su magia… Los humanos eran increíbles. Ser capaces de sobrevi-vir sin depender de la magia… Tenía que darles el crédito.Aedion bostezó –era el peor intento que Rowan jamás había visto– y se excusó antes de salir.

—Aedion —dijo Rowan, y el general se detuvo en el umbral de la puerta—. Gracias.

—No hay de que, hermano —se fue.

Aelin los estaba mirando, con los labios fruncidos de nuevo.

—¿Qué? —le dijo él.

Ella sacudió la cabeza.—Eres demasiado agradable cuando estás herido. Es muy inquietante.

Ver las lágrimas brillar en sus ojos justo ahora casilo había asustado. Si la magia hubiera esta-do ya liberada, esas brujas habrían sido ya cenizas en el momento en que esa echa le golpeó.

—Ve a tomar un baño —gruñó—. No voy a dormir contigo mientras estés cubierta con la san-gre de esa bruja.

Ella se miró las uñas, todavía con suciedad y sangre azul.

—Ugh. Las he lavado ya diez veces —se levantó de su asiento al lado de la cama.—¿Por qué? —preguntó él—. ¿Por qué la salvaste?

Ella se pasó una mano por el pelo. Una venda blanca que le rodeaba el brazo se asomó porsu camisa cuando realizó el movimiento. Él ni siquiera había sido consciente de esa herida.Reprimió el impulso de verla, de evaluar la herida por sí mismo –y de acercarla a él.

—Fue a causa de esa bruja de pelo dorado, Asterin… —dijo Aelin—. Gritó el nombre de Manon

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de la misma forma en que yo grité el tuyo.

Rowan se quedó inmóvil. Su reina miró al suelo, como si estuviera recordando el momento.

—¿Cómo podría acabar con alguien que signi ca el mundo entero para otra persona? Inclusosi ella es mi enemigo —se encogió ligeramente los hombros—. Pensé que morirías. Y pareciómala suerte dejarla morir por despecho. Y… —resopló—, caer en un barranco me pareció unamierda de muerte para alguien que lucha tan increíblemente.Rowan sonrió, inundándose en la imagen de ella: su rostro, pálido y severo; la ropa sucia; lasheridas. A pesar de todo tenía los hombros rectos, y la barbilla alta.

—Haces que me sienta orgulloso de servirte.

Inclinó los labios ligeramente, pero sus ojos tenían un brillo plateado.

—Lo sé.

—Te ves como una mierda —dijo Lysandra a Aelin. Entonces recordó a Evangeline, quien lamiro con los ojos muy abiertos, e hizo una mueca—. Lo siento.

Evangeline volvió a doblar la servilleta en su regazo, como una pequeña y delicada reina.

—Me dices que no use ese vocabulario –pero tú sí lo haces.

—Puedo maldecir —dijo Lysandra mientras Aelin reprimía una sonrisa—, porque soy mayor,y sé cuándo es más efectivo. Y en este momento, nuestra amiga se ve completamente comomierda.

Evangeline levantó los ojos hacia Aelin, su cabello resplandecía con un dorado rojizo con la luz

de la mañana que entraba a través de la ventana de la cocina.—Te ves aun peor por la mañana, Lysandra.

Aelin ahogó una carcajada.

—Ten cuidado, Lysandra. Tienes un demonio en tus manos.

Lysandra lanzó a su joven aprendiz una larga mirada.

—Si has terminado de comer tarta ve a limpiar los platos, Evangeline, ve a la azotea y vete amolestar a Aedion y Rowan.

—Cuidado con Rowan —añadió Aelin—. Todavía está recuperándose. Pero haz como que no.Los hombres se cabrean si ven que te preocupas.

Un brillo perverso se asomó en sus ojos, Evangeline salió por la puerta principal. Aelin escuchópara asegurarse de que la niña, efectivamente, subía las escaleras, y luego se giró hacia suamiga.

—Será una buena pieza cuando crezca.

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Lysandra murmuró.

—¿Crees que no lo sé? Once años, y ya es una tirana. Es como un ujo interminable de ¿Porqué? y Yo preferiría eso y por qué, por qué, por qué y no, no debería escuchar tus buenosconsejos, Lysandra —se frotó las sienes.

—Una tirana, sí, pero una valiente —dijo Aelin—. No creo que haya muchas niñas de onceaños que hicieran lo que ella para salvarte —la hinchazón había bajado, pero los moratonestodavía des guraban el rostro de Lysandra, y las pequeñas costras de los cortes cerca de sulabio todavía tenían un rojo ardiente—. Y no creo que haya muchas jóvenes de diecinueveaños que lucharían con uñas y dientes para salvar a una niña — Lysandra miró la mesa—. Losiento —dijo Aelin—. A pesar que fuera todo cosa de Arobynn –lo siento.

—Viniste a por mí —dijo Lysandra en voz tan baja que apenas era un suspiro—. Todos ustedes –fueron a por mí —le había dicho a Nesryn y a Chaol a causa de su estancia de una nocheen un calabozo oculto bajo las calles de la ciudad; los rebeldes ya estaban recorriendo lasalcantarillas para ello. Recordaba poco del resto, le habían vendado los ojos y amordazado.

Se preguntaba si le hubieran puesto un anillo de piedra Wyrd habría sido lo peor de todo. Esetemor la perseguiría durante algún tiempo.

—¿Pensabas que no iríamos a por ti?

—Nunca he tenido amigo a los que les importara lo que me ocurriera, con excepción de Sam yWesley. La mayoría de la gente me habrían dejado ser tomada –descartada como a cualquierotra puta.

—He estado pensando en eso.

—¿El qué?

Aelin metió la mano en su bolsillo y empujó un pedazo de papel sobre la mesa.

—Es para ti. Y para ella.

—No lo necesitamos– —los ojos de Lysandra miraron el sello de cera. Una serpiente en tintade medianoche: el sello de Clarisse—. ¿Qué es esto?

—Ábrelo.

Recorrió con la vista el espacio entre ella y el papel, Lysandra rompió el sello y leyó el texto:

—Yo, Clarisse DuVency, por la presente declaro que no existe ninguna deuda hacia mí por–El papel comenzó a temblar.

—Cualquier deuda hacia mí por parte de Lysandra y Evangeline están ahora pagadas en sutotalidad. A la mayor brevedad posible, recibirán la Marca de su libertad.

El documento se agitaba en la mesa a medida que las manos de Lysandra se a ojaron. Ellaalzó la cabeza para mirar a Aelin.

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—Och —dijo Aelin aun cuando sus propios ojos se comenzaban a cubrir—. Te odio por ser tanhermosa, incluso cuando lloras.

—¿Sabes cuánto dinero–?

—¿Creías que te dejaría esclavizada a ella?

—No… no sé qué decirte. No sé cómo agradecértelo.—No necesitas hacerlo.

Lysandra apoyó el rostro entre sus manos y sollozó.

—Lo siento si querías mantener tu orgullo y tu nobleza y esperar durante otra década —co-menzó Aelin.

Lysandra sollozó más fuertemente.

—Pero entiende que no había ni la más mínima posibilidad de que me fuera sin–

—Cállate, Aelin —dijo Lysandra a través de sus manos—. Sólo –sólo cállate —bajó sus ma-nos, su cara estaba sucia e hinchada.

Aelin suspiró.

—Oh, gracias a los dioses. Puedes estar horrible cuando lloras.

Lysandra se echó a reír.

Manon y Asterin permanecieron en las montañas durante todo el día y la noche después deque su Segunda revelara su herida invisible. Atraparon cabras salvajes para ellas y sus montu-ras y los asaron en el fuego esa noche, mientras consideraban cuidadosamente lo que debíanhacer.

Cuando Manon eventualmente se quedó dormida, acurrucada contra Abraxos con una mantade estrellas sobre ella, su cabeza se sintió más libre de lo que había estado en meses. Y sinembargo, todavía había algo que la molestaba, incluso en sueños.

Supo lo que era cuando se despertó. Un hilo suelto en el telar de la Diosa de Tres Caras.—¿Estás lista? —dijo Asterin, montando a su montura azul pálida y sonriendo –una sonrisareal.

Manon nunca había visto esa sonrisa. Se preguntó cuántos la habrían visto. Se preguntó siincluso ella había sonreído así alguna vez.

Manon miró hacia el norte.

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—Hay algo que necesito hacer —cuando se lo explicó a su Segunda, Asterin no dudó en de-clarar que la acompañaría.

Así que se detuvieron en Morath lo su ciente para obtener suministros. Dejaron que Sorrel yVesta conocieran algunos detalles, y les dieron instrucciones de decirle al duque que habíasido convocada lejos.

Una hora más tarde estuvieron en el aire, volando fuerte y rápidamente sobre las nubes paramantenerse ocultas.

Volaron milla tras milla. Manon no habría podido decir por qué ese hilo continuaba tirando deella, por qué se sentía tan urgente, pero aun así continuó, durante todo el camino hasta Rifthold

Cuatro días. Elide había estado en ese frío y congelante calabozo durante cuatro días.

Hacía tanto frío que apenas podía dormir, y la comida que le tiraban era apenas comestible. El

miedo la mantenía alerta, haciendo que vigilara la puerta, mirando a los guardias cada vez quela abrían, para estudiar los pasillos tras ellos. Pero no aprendió nada útil.

Cuatro días –y Manon no había ido a por ella. Ni ninguna de las Blackbeaks.

No sabía por qué lo había esperado. Manon la había forzado a espiar en aquella sala, despuésde todo.

Trató de no pensar en lo podía estar esperándole ahora.

Lo intentó, sin éxito. Se preguntó si alguien recordaría su nombre cuando muriera. Si algunavez eso importaría.

Conocía la respuesta. Y sabía que nadie iba a venir por ella.

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Capítulo 65Traducido por Cecilia García

Corregido por Constanza Cornes

Rowan estaba más cansado de lo que quería admitir delante de Aelin o Aedion, y en el frene-sí de las plani caciones, apenas conseguía estar un momento a solas con la reina. Le habíatomado dos días de descanso y de dormir como un difunto para volver a ser el de antes y en-trenar sin perder el aliento.

Tras terminar su rutina de tarde, se encontraba tan agotado que quedó dormido en el momentoen que cayó sobre la cama, antes de que Aelin hubiera terminado de ducharse. No, de nitiva-mente no le había dado a los humanos el crédito que merecían en todos esos años.

Sería un gran alivio tener su magia de vuelta –si el plan funcionaba. Teniendo en cuenta elhecho de que el enemigo poseía el fuego infernal, las cosas podían ir muy, muy mal. Chaol nohabía podido encontrarse con Ress o Brullo todavía, pero había intentado enviarles mensajescada día. La verdadera di cultad, al parecer, era que más de la mitad de los rebeldes habíanhuido a medida que el número de soldados incrementaba. Tres ejecuciones al día era la nuevapauta: amanecer, mediodía, atardecer. Los antiguos portadores de magia, rebeldes, los sos-pechosos de ser simpatizantes –Chaol y Nesryn se las arreglaban para salvar a algunos, perono a todos. Se podía oír el graznido de los cuervos en cualquier calle.

La esencia de un hombre en la habitación perturbó el sueño de Rowan. Deslizó su cuchillo dedebajo de la almohada y se incorporó lentamente.

Aelin dormía a su lado, con una respiración profunda y regular, una vez más llevaba puestauna de sus camisas. Una parte primitiva de él gruñía de satisfacción al saber que ella estabacubierta en su olor.

Rowan se puso en pie, dando pasos silenciosos mientras examinaba la habitación con el cu-chillo preparado.

Pero la esencia no estaba en el interior, si no que entraba desde fuera.

Rowan se acercó a la ventana y se asomó hacia fuera. No había nadie en la calle; nadie en lostejados vecinos.

Lo que signi caba que Lorcan debía estar en el tejado.

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Su antiguo comandante estaba esperando, con los brazos cruzados sobre su ancho pecho.Inspeccionó a Rowan con el ceño fruncido, mirando sus vendas y el tordo desnudo.

—¿Debería agradecer que lleves pantalones? —dijo Lorcan, con una voz que era apenas unsusurro en el viento nocturno.

—No quería que te sintieras incomodado—respondió Rowan, apoyado contra la puerta de laazotea.Lorcan resopló una carcajada.

—¿Te arañó tu reina, o esas heridas son de las bestias que envió a por mí?

—Me preguntaba quién ganaría –si tú o los Sabuesos del Wyrd.

Asomó los dientes.

—Los maté a todos.

—¿Por qué has venido, Lorcan?—¿Crees que no sé qué la heredera de Mala Portadora de Luz está planeando algo para elsolsticio de verano? ¿Todos ustedes, ignorantes, han considerado mi propuesta?

Una pregunta cuidadosamente planteada, para hacerle revelar lo que Lorcan tan solo sospe-chaba.

—A parte de beber los primeros vinos del verano y de ser una molestia, no creo que esté pla-neando nada.

—¿Es por eso que el capitán está tratando de establecer contacto con los guardias en el pa-lacio?

—¿Se supone que deba estar al tanto de lo que hace? El chico solía servir al rey.

—Asesinos, putas, traidores –que buenas compañías frecuentas últimamente, Rowan.

—Es mejor que ser un perro atado a su psicótico amo.

—¿Era eso lo que pensabas de nosotros? ¿Todos estos años en que trabajamos juntos, ma -tamos hombres y nos acostamos con mujeres juntos? Nunca te oí quejarte.

—No sabía que había algo por lo que quejarse. Estaba tan ciego como tú.—¿Y entonces una princesa ardiente se asomó en tu vida y decidiste ir con ella, cierto?—unasonrisa cruel—.¿Le contaste sobre Sollemere?

—Lo sabe todo.

—Lo sabe. Supongo que su propia historia la hace aún más comprensiva sobre los horroresque cometiste en el nombre de nuestra reina.

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—De tú reina. ¿Qué es exactamente lo que tiene Aelin que te asusta, Lorcan? ¿Es el hecho deque no te tenga miedo, o es que me alejé de ti por ella?

Lorcan resopló.

—Lo que sea que estén planeando, no va a funcionar. Todos morirán en el proceso.

Eso era muy probable, pero Rowan dijo:—No sé de qué hablas.

—Me debes más que eso.

—Ten cuidado, Lorcan, o parecerá que puedes preocuparte por alguien que no seas tú mismo—como un niño bastardo criado en las calles de Doranelle, Lorcan había perdido esa habilidadsiglos antes de que Rowan incluso hubiera nacido. Nunca se había compadecido de él, sinembargo. No cuando había sido bendecido en muchas otras formas por el propio Hellas.

Lorcan escupió al aire.

—Iba a ofrecerte devolver tu cuerpo de vuelta a tu amada montaña para ser enterrado junto aLyria una vez que terminara con las llaves. Ahora simplemente dejaré que te pudras aquí. Allado de tu linda princesita.

Trató de ignorar el comentario, la idea de esa tumba en lo alto de su montaña.

—¿Es una amenaza?

—¿Por qué debería serlo? Si realmente están planeando algo, no necesitaré matarla –ellapuede hacerlo por su cuenta. Tal vez el rey le ponga uno de esos collares. Al igual que a su hijo.

Un acorde de terror golpeó tan profundamente en Rowan que su estómago se revolvió.

—Piensa bien lo que dices, Lorcan.

—Apuesto a que Maeve ofrecería una buena suma por ella. Y si pone sus manos en esa Llavedel Wyrd… Te puedes imaginar tan bien como yo la clase de poder que tendría entonces.

Peor aún –sería mucho peor de lo que podría imaginar si Maeve no quería ver a Aelin muerta,sino esclavizada. Un arma sin límites en una mano, y la heredera de Mala Portadora de Luz enla otra. No habría nadie que pudiera detenerla.

Lorcan podía leer la duda en sus ojos, la vacilación. El oro brillaba en su mano.—Me conoces, Príncipe. Sabes que soy el único cuali cado para cazar y destruir esas llaves.Deja que tu reina reúna el ejército en el sur –déjame esa tarea a mí—el anillo parecía brillara la luz de la luna a medida que Lorcan lo extendía—. Lo que sea que está planeando, nece -sitará esto. O ya puedes despedirte —los ojos de Lorcan eran astillas de hielo negro—.Todossabemos cómo le dijiste adiós a Lyria.

Rowan contuvo su rabia.

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—Júralo.

Lorcan sonrió, sabiendo que había ganado.

—Jura que este anillo garantiza la inmunidad contra los Valg, y te lo daré—dijo Rowan, sacan-do el Amuleto de Orynth de su bolsillo.

La mirada de Lorcan se clavó en el amuleto, al aura de otro mundo que este irradiaba, y juró.Una hoja brilló, y el olor de la sangre de Lorcan llenó el aire. Apretó el puño, levantándolo.

—Juro por mi sangre y honor que no te he engañado en nada de esto. El poder del anillo esgenuino.

Rowan observó el goteo de sangre en el tejado. Una gota; dos; tres.

Lorcan podría ser una molestia, pero Rowan nunca lo había visto romper un juramento nunca.Su palabra era su atadura; siempre había sido el distintivo que valoraba.

Ambos se movieron a la vez, arrojando el amuleto y el anillo al espacio entre ambos. Rowanatrapó el anillo y rápidamente lo metió en el bolsillo, pero Lorcan se quedó mirando el amuletoen sus manos, con los ojos ensombrecidos.

Rowan evitó el impulso de contener la respiración y se quedó en silencio.

Lorcan deslizó la cadena alrededor de su cuello y metió el amuleto en su camisa.

—Todos morirán llevando a cabo este plan, o en la guerra tras eso.

—Tú destruye esas llaves —dijo Rowan—,y puede que no haya guerra —la esperanza de untonto.

—Habrá guerra. Es demasiado tarde para detenerla. Lástima que ese anillo no evitará queninguno de ustedes sea clavado en los muros del castillo.

La imagen se formó en su cabeza –quizás por todas las veces en que lo había visto por símismo, o que lo había hecho por sí mismo.

—¿Qué te ha ocurrido, Lorcan? ¿Qué ha ocurrido en tu miserable existencia para que seasasí? —nunca le había pedido la historia completa, y nunca le había importado hasta ahora. An-tes, habría permanecido al lado de Lorcan y se habría burlado del pobre tonto que se atrevieraa desa ar a su reina—.Tú eres más que esto.

—¿Lo soy? Todavía sirvo a mi reina, aunque ella no pueda verlo. ¿Quién fue el que la abando-nó cuando una bonita humana le abrió las piernas–?

—Es sufciente .

Pero Lorcan había desaparecido.

Rowan esperó unos minutos antes de volver abajo, girando el anillo una y otra vez en su bol-

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sillo.

Aelin estaba despierta en la cama cuando entró, con las ventanas cerradas las cortinas corri-das, a oscuras.

—¿Y bien? —dijo, la palabra era apenas audible por encima del murmullo de las mantas amedida que él se colocaba a su lado.

Sus ojos agudos le permitieron ver su mano llena de cicatrices que le extendía al tiempo queél dejaba caer el anillo encima. Ella lo colocó en su dedo pulgar, movió los dedos, y frunció elceño al ver que no ocurría nada particularmente especial. Ahogó una risa.

—¿Cómo reaccionará Lorcan—murmuró a Aelin a medida que sus ojos se encontraban—,cuando nalmente abra el amuleto, se encuentre el anillo del comandante Valg, y se dé cuentade que es falso?

El demonio rompió las barreras que quedaban entre sus almas como si fueran de papel, hastaque solo quedaba una, una pequeña cáscara de sí mismo.

No recordaba haber caminado, o dormido, o comido. De hecho, había muy pocos momentosen los que él estaba allí, mirando a través de sus ojos. Solo cuando el príncipe demonio ali-mentaba a los presos en las mazmorras –cuando le permitía alimentarse, beber junto a él– erael único momento en el que salía a la super cie.

Cualquiera que fuese el control que había tenido aquel día–

¿Qué día?No podía recordar un solo momento en que el demonio no hubiese estado en su interior.

Y aun así–

Manon .

Un nombre.

No pienses en eso –no pienses en ella . El demonio odiaba ese nombre.

ManonSufciente. No hablamos de ellos, los descendientes de nuestros reyes.

¿Hablar de quién?

Bien .

—¿Listo para mañana? —le preguntó Aelin a Chaol en el tejado de su apartamento, mirandohacia el castillo de cristal. En la puesta de sol, inundada en oro, naranja y rubí –como si ya

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estuviera en llamas.

Chaol rezaba no tener que llegar a eso, pero…

—Tan listo como se puede estar.

Había intentado no vacilar, no parecer demasiado cauteloso, cuando había llegado minutos

atrás para repasar el plan del día siguiente una última vez y Aelin le había pedido subir con ellaaquí. A solas.

Llevaba una camisa blanca suelta metida en los pantalones marrones apretados, su cabelloestaba suelto, y ni siquiera se había molestado en ponerse los zapatos. Se preguntaba quépensaría su gente de una reina que iba descalza.

Aelin apoyó los brazos en la barandilla de la azotea, agarrándose el tobillo con el otro mientrasdecía:

—Sabes que no pondré en peligro vidas innecesariamente.

—Lo sé. Confío en ti.

Ella parpadeó, y la vergüenza le recorrió al ver la sorpresa en su cara.

—¿Te arrepientes —dijo—,de haber sacri cado tu libertad al llevarme a Wendlyn?

—No —respondió, sorprendiéndose de descubrir que era cierto—. Independientemente de loque ocurrió entre nosotros, fui un tonto al servir a ese rey. Me gusta pensar que me habría idoalgún día.

Necesitaba decírselo –lo había necesitado desde el momento en que ella regresó.

—Conmigo—dijo ella, con la voz ronca—.Te habrías ido conmigo –cuando yo era solo Celae-na.

—Pero nunca fuiste solo Celaena, y creo que los supiste, en el fondo, incluso antes de quetodo eso ocurriera. Ahora lo entiendo.

Ella lo miró con unos ojos que tenían más de diecinueve años.

—Sigues siendo la misma persona, Chaol, que eras antes de romper el juramento de tu padre.

No estaba seguro de si eso era o no un insulto. Supuso que se lo merecía, después de todolo que había dicho y hecho.—Quizás ya no quiera ser esa persona —dijo. Esa persona –absurdamente leal e inútil– lohabía perdido todo. Su amigo, la mujer que amaba, su posición, su honor. Todo, con solo supropia persona para poder culparse.

—Lo siento—dijo—. Por Nehemia –por todo—no era su ciente. Y nunca lo sería.

Pero ella le ofreció una sonrisa triste, con los ojos mirando la delgada cicatriz en su mejilla.

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—Siento haber herido tu cara, y haber tratado de matarte—se giró hacia el castillo de nuevo—.Todavía es duro para mí pensar en lo que sucedió este invierno. Pero al nal estoy agradecidade que me enviaras a Wendlyn, y que hicieras esa negociación con tu padre—ella cerró losojos e inspiró débilmente. Cuando los abrió, el sol poniente llenaba todo con oro líquido. Chaolrodeó su propio cuerpo con los brazos—. Signi có mucho para mí. Lo que tuvimos. Más queeso, tu amistad era muy importante para mí. Nunca te dije la verdad sobre quien era realmente

porque no podía encarar la realidad. Lo siento si lo que te dije en los muelles aquel día –quete escogiera– te hizo creer que volvería y que todo se solucionaría. Las cosas han cambiado.Yo he cambiado

Había estado esperando semanas, meses, por esta conversación –y había creído que gritaría,que sería él quien llevaría el ritmo, o simplemente la haría callar. Pero no había nada más quecalma en sus venas, una calma constante y tranquila.

—Te mereces ser feliz—dijo. Y lo pensaba realmente. Ella se merecía la alegría que a menudovislumbraba en su rostro cuando Rowan estaba cerca –se merecía la risa malvada que com-partía con Aedion, la comodidad y las burlas con Lysandra. Se merecía ser feliz, tal vez másque nadie.Ella miró por encima de su hombro –hacia la gura esbelta de Nesryn que llenaba la entradade la azotea, donde había estado esperando durante los últimos minutos.

—Al igual que tú, Chaol.

—Sabes que ella y yo no–

—Lo sé. Pero deberías. Faliq –Nesryn es una buena mujer. Se merecen el uno al otro.

—Eso suponiendo que esté interesada en mí.

Un destello se asomó en sus ojos.

—Lo está.

Chaol miró de nuevo a Nesryn, que contemplaba el río. Y sonrió un poco.

Pero entonces Aelin dijo:

—Te prometo que lo haré rápido y sin dolor. Para Dorian.

Su respiración se detuvo.

—Gracias. Pero –si pudiera…—no era capaz de decirlo.

—Entonces el golpe es tuyo. Sólo dilo—ella deslizó sus dedos por el Ojo de Elena, por supiedra azul brillando en el atardecer—.Nosotros no miramos atrás, Chaol. No ayuda a nada nia nadie mirar atrás. Tan sólo podemos seguir adelante.

Ahí estaba, la reina mirando hacia él, un indicio del gobernante en que se estaba convirtiendo.Y eso lo dejó sin aliento, porque le hacía sentir extrañamente joven –cuando ella ahora se veía

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tan mayor.

—¿Y qué ocurre si seguimos—dijo—, sólo para encontrar más dolor y desesperación? ¿Quépasa si seguimos sólo para encontrarnos con un horrible nal esperándonos?

Aelin miró hacia el norte, cómo si pudiera ver todo el camino a Terrasen.

—Entonces no es el n.—Sólo veinte de ellos fueron. Espero al in erno que estén listos mañana—dijo Chaol en vozbaja mientras él y Nesryn abandonaban una reunión encubierta de rebeldes en la posada endecadencia al lado de los muelles de pesca. Incluso dentro de la posada, la cerveza barata nohabía sido capaz de cubrir el olor a pescado procedente de los intestinos todavía salpicandolos tablones de madera en el exterior y las manos de los pescaderos que se encontraban den-tro del local.

—Mejor que solamente dos –y lo estarán—dijo Nesryn, caminando con pasos ligeros en laorilla del río. Las linternas de los barcos atracados junto a la pasarela se balanceaba con lacorriente; a lo lejos en la otra parte del Avery, el débil sonido de la música salía de una de laselegantes ncas de la orilla. Una esta en la víspera del solsticio de verano.

En una ocasión, siglos atrás, Dorian y él habían ido a esas estas, dejándose ver en variasen una sola noche. Él nunca las había disfrutado, tan solo había ido para mantener a Dorianseguro, pero…

Debería haberlo aprovechado. Debería haber disfrutado de cada segundo con su amigo.

Nunca se había dado cuenta de lo valiosos que eran los momentos de calma.

Pero –pero no quería pensar en ello, en lo que tenía que hacer al día siguiente. Qué tendríaque decirle adiós.

Caminaron en silencio, hasta que Nesryn giró en una calle lateral y se acercó a un pequeñotemplo de piedra situado entre dos almacenes de mercado. La roca gris estaba desgastada,las columnas que anqueaban la entrada tenía varias piedras y conchas de coral incrustadas.Una luz dorada se ltraba desde el interior, revelando un espacio circular abierto con una sen-cilla fuente en el centro.

Nesryn dio unos pocos pasos y dejó caer una moneda en la bandeja que estaba al lado de unpilar.

—Ven conmigo.

Y tal vez fue porque no quería quedarse solo en su apartamento y meditar sobre lo que leesperaba mañana, quizás fue porque visitar un templo, aunque fuera inútil, no le haría ningúndaño.

Chaol la siguió hacia el interior.

A esta hora, el templo del Dios del Mar se encontraba vacío. Una pequeña puerta en la parte

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—Quizás, cuando todo esto haya terminado—dijo Chaol con la voz ronca—, podamos averi-guarlo los dos juntos.

—Prométeme —susurró, con los labios temblorosos. De hecho, había un brillo plateado ensus ojos, los cuales cerró el tiempo su ciente para controlarse. Nesryn Faliq, conteniendo suslágrimas—.Prométeme —repitió, mirando de nuevo sus manos—,que mañana saldrás de ese

castillo.Se había preguntado por qué le había traído aquí. El Dios del Mar –y el Dios de los Juramentos.

Apretó su mano. Ella devolvió el apretón.

Una luz dorada ondulaba en la super cie de la fuente del Dios del Mar, y Chaol ofreció unaoración silenciosa.

—Lo prometo.

Rowan estaba en la cama, probando de forma casual con rotaciones cuidadosas. Se había so-bre esforzado en el entrenamiento ese día, y el dolor palpitaba en sus músculos. Aelin estabaen su armario, preparándose para dormir –tranquila, al igual que había estado el resto del díay la tarde.

Con dos urnas del fuego infernal ahora ocultas a una manzana en un edi cio abandonado,todo el mundo debía estar revoloteando alrededor. Un pequeño accidente, y serían incineradostan a fondo que ni la ceniza permanecería.

Pero él se había asegurado de que eso no fuera una preocupación para ella. Mañana, Aediony él serían los que llevarían las urnas a través de la red de túneles de alcantarillado y al propiocastillo.

Aelin había rastreado a los perros Word hasta su entrada secreta –la que llevaba justo a la to-rre del reloj– y ahora había engañado a Lorcan para que los matara a todos por ella, el caminoestaría libre para que él y Aedion instalaran los fusibles, y usaran su velocidad Hada para salirrápido de allí antes de que la torre explotase.

Entonces Aelin… Ella y el capitán harían su parte, la más peligrosa de todas. Especialmenteporque no habían sido capaces de obtener un mensaje en el palacio de antemano.

Y Rowan no estaría allí para ayudarle.

Había repasado el plan con ella una y otra vez. Las cosas podrían salir mal muy fácilmente, yaun así no parecía nerviosa cuando tomó la cena. Pero la conocía lo bastante como para verla tormenta bajo la super cie, para sentir su carga incluso al otro lado de la habitación.

Rowan giró su hombro de nuevo, y unos suaves pasos sonaron en la alfombra.

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—He estado pensando —comenzó él, y luego olvidó todo lo que iba a decir cuando se sentóde golpe en la cama.

Aelin se apoyó en la puerta del armario, vestida en un camisón dorado.

Dorado metálico –como él lo había pedido.

Podría haber sido pintado en ella, juzgando lo cerca que abrazaba cada curva y pendiente, portodo lo que ocultaba.

Una llama viva, eso es lo que parecía. No sabía a donde mirar, ni que quería tocar primero.

—Si no recuerdo mal—dijo ella—, alguien me dijo que le recordara que estoy equivocada alvacilar. Creo que tenía dos opciones: las palabras, o la lengua y los dientes.

Un gruñido bajo retumbó en su pecho.

—Lo sabía.

Dio un paso, y el aroma completo de su deseo le golpeó como un ladrillo en la cara.Iba a rasgar ese camisón en pedazos.

No le importaba lo espectacular que fuese; quería piel desnuda.

—Ni siquiera lo pienses—dijo, dando otro paso, tan uido como el metal fundido—. Me loprestó Lysandra.

El latido de su corazón le retumbaba en los oídos. Si se movía una sola pulgada, estaría sobreella, la llevaría en sus brazos y sabría qué es lo que hace realmente arder a la Heredera delFuego.

Pero se levantó de la cama, arriesgándolo todo en un paso, bebiendo de la vista de sus largaspiernas desnudas; la curva de sus pechos, puntiagudos a pesar de la suave noche de verano;la nuez de su garganta se marcaba cuando tragaba saliva.

—Dijiste que muchas cosas habían cambiado –que tendríamos que lidiar con ello—su turnopara atreverse a dar otro paso. Y otro—. No voy a pedirte nada que no estés preparado odispuesto a dar.

Se quedó helado cuando se detuvo directamente delante de él, inclinando la cabeza haciaatrás para observar su rostro a medida que su olor se revolvía rodeándole, encendiéndole.

Dioses, ese olor. Desde el momento en que le había mordido el cuello en Wendlyn, el momentoen que había probado su sangre y aborrecido el incendioso fuego que crepitaba en ella, habíasido incapaz de sacarlo de su mente.

—Aelin, te mereces algo mejor que esto –que yo—había querido decirlo durante un largo rato.

Ni siquiera se inmutó.

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—No me digas lo que merezco o no merezco. No me hables de mañana, o del futuro, de nadade eso.

Él tomó su mano; sus dedos estaban fríos –temblando ligeramente. ¿Qué quieres que te diga,Corazón de Fuego?

Ella miró sus manos unidas, y el anillo que oro que rodeaba su pulgar. Él le apretó los dedossuavemente. Cuando levantó la cabeza, sus ojos ardían brillantes.—Dime que vamos a salir de allí mañana. Que sobreviviremos a la guerra. Dime –—tragósaliva—,que incluso si nos llevo a todos a la ruina, arderemos en el in erno juntos.

—No iremos al in erno, Aelin—dijo—. Pero donde quiera que vayamos, iremos juntos.

Su boca tembló ligeramente, y ella soltó su mano solo para dejarse caer en su pecho.

—Sólo una vez —dijo—.Quiero besarte una vez.

Todo tipo de pensamientos pasaron por su cabeza.

—Pareciera que esperas no hacerlo de nuevo.

El destello de miedo en sus ojos le dijo su ciente –le dijo que su comportamiento en la cenapodría haber sido en su mayoría para no preocupar a Aedion.

—Conozco las posibilidades.

—Tú y yo siempre hemos disfrutado maldiciendo las posibilidades.

Ella falló al intentar sonreír. Él se inclinó, deslizando una mano alrededor de su cintura, el en-caje de seda era suave contra sus dedos, y su piel cálida debajo, y le susurró al oído:

—Incluso cuando estemos separados mañana, estaré contigo en cada paso del camino. Ycada paso después –dondequiera que estés.

Ella contuvo el aliento tembloroso, y él se echó hacia atrás lo bastante lejos para que pudierancompartir el aliento. Sus dedos temblaban mientras los deslizaba por los labios de él, y su con-trol casi de destroza allí mismo.

—¿A qué estás esperando? —dijo él, las palabras casi se atragantaban.

—Bastardo —murmuró, y le besó.

Su boca era suave y cálida, y contuvo un gemido. Su cuerpo se quedó inmóvil –si mundo ente-ro se paralizó– y ese susurro de un beso, la respuesta a una pregunta que se había formuladodurante siglos. Se dio cuenta de que había estado mirándola cuando ella se retiró lentamente.Sus dedos apretaban contra su cintura.

—Una vez más —respiraba.

Ella se deslizó fuera de su control.

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—Si vivimos mañana, tendrás el resto.

Él no sabía si reír o rugir.

—¿Tratas de sobornarme para que viva?

Ella sonrió al n. Y vaya si no lo mataba, la tranquila alegría en su rostro.

Habían salido de la oscuridad y el dolor y la desesperación juntos. Todavía estaban luchando.Así que esa sonrisa… Le hacía parecer estúpido cada vez que la veía y se daba cuenta deque era por él.

Rowan permaneció clavado en el centro de la habitación cuando Aelin se metió en la cama yapagó las luces. Él la miró a través de la oscuridad.

Dijo en voz baja:

—Me haces querer vivir, Rowan. No sobrevivir; no existir.Vivir .

No tenía palabras. No cuando lo que había dicho le golpeó más fuerte y profundo que cualquierbeso.

Así que se metió en la cama y la abrazó con fuerza durante toda la noche.

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Capítulo 66Traducido por Jeanna Jimenez

Corregido por Constanza Cornes

Aelin se aventuró a salir en la madrugada para enganchar el desayuno de los vendedores enel mercado principal de los barrios bajos. El sol ya estaba calentando las calles tranquilas, ysu capa y la capucha se volvieron rápidamente tapándola. Por lo menos era un día claro; almenos, un poco había salido bien. A pesar de los cuervos y el cacareado sobre los cadáveresen el escuadrón de ejecución.

La espada a su lado era un peso muerto. Demasiado pronto estaría moviéndola.

Demasiado pronto se enfrentaría al hombre que había asesinado a su familia y esclavizada asu reino. Demasiado pronto que pondría n a la vida de su amiga.

Tal vez ni siquiera saldría del castillo con vida

O tal vez ella saldría con un collar negro poseyéndola así misma, si Lorcan los había traicio-

nado.Todo estaba preparado; cada posible escollo había sido considerado; todas las armas han sidoa ladas.

Lysandra había tomado Evangeline para hacer poner sus tatuajes formalmente estampadosayer, y luego recogió sus pertenencias del burdel. Ahora se alojaban en una posada de lujo entoda la ciudad, pagada con los pequeños ahorros de Lysandra que había recaudado duranteaños. La cortesana había ofrecido su ayuda una y otra vez, pero Aelin le ordenó salir pitandode la ciudad y dirigirse a la casa de campo de Nesryn. La cortesana advirtió que tuviera cuida-do, besó ambas mejillas, y partió con su pupila –ambas radiantes, ambas libres. Esperaba queestuvieran en camino ahora.Aelin compró una bolsa de pasteles y algunos pasteles de carne, apenas escuchando el mer-cado a su alrededor, ya un hervidero de primeros juerguistas fuera para celebrar el solsticio.Eran más tenues que la mayoría de los años, pero dadas las ejecuciones, no los culpo.

—¿Señorita?

Ella se puso rígida, pasando por su espada –y se dio cuenta de que el vendedor de pasteles

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seguía esperando su cobre.

Él se estremeció y retrocedió unos pasos detrás de su carro de madera

—Lo siento —murmuró, vertiendo las monedas en su mano extendida.

El hombre le dio una sonrisa irónica.

—Todo el mundo está un poco nervioso esta mañana, parece.

Ella se volvió a medias.

—¿Más ejecuciones?

El vendedor hizo un gesto con la barbilla redonda hacia una calle en la apertura del mercado.

—¿Tú no viste el mensaje en su camino aquí? —dio un brusco movimiento de cabeza. Él seña-ló. Ella había pensado que la multitud en la esquina era por las actuaciones juerguistas—. Lomás curioso. Nadie puede entender el sentido de ello. Dicen que está escrito en lo que parecesangre, pero es oscura–Aelin ya se dirigía hacia la calle que el hombre había indicado, tras la multitud de personaspresionando para verlo.

Se metió en la multitud, tejiendo alrededor de juerguistas y vendedores curiosos y guardiascomunes de mercado hasta que todos corrían alrededor de una esquina a un callejón sin salidamuy iluminado.

La multitud se había reunido en la pared de piedra pálida en su extremo, murmurando y pulu-lando alrededor.

“¿Qué quiere decir?” “¿Quién lo escribió?” “Suena como una mala noticia, sobre todo en elsolsticio”. “Hay más, todos diciendo lo mismo, muy cerca de los principales mercados en laciudad”.

Aelin se abrió paso entre la multitud, un ojo en sus armas y el bolso no sea que un carteristaanda malo de ideas, y entonces—

El mensaje había sido escrito en letras negras gigantes, el olor viniendo de ellas por supuestocon sangre de Valg, como si alguien con uñas muy, muy a ladas hubieran desgarrado a unode los guardias y lo utilizara como un cubo de pintura.

Aelin giró sobre sus talones y corrió

Ella se lanzó a través de las calles de la ciudad bulliciosa y los barrios bajos, callejón tras ca-llejón, hasta que llegó a la casa decrépita de Chaol y le abriera la puerta, gritando por él.

El mensaje en la pared había sido sólo una frase.

El pago de una deuda de vida.

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Una sentencia justa para Aelin Galathynius; una frase que lo cambió todo:

ASESINA DE BRUJAS–

EL HUMANO AÚN ESTÁ DENTRO DE ÉL.

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Capítulo 67Traducido por Jeanna Jimenez

Corregido por Constanza Cornes

Aelin y Chaol ayudaron a Rowan y Aedion a transportar las dos urnas de fuego infernal a travésde las alcantarillas, ninguno de ellos respirando apenas, y ninguno de ellos hablando.

Ahora se encontraban en la fría y hedionda oscuridad, sin atreverse a encender una antorchacon las dos tinas a su lado en el camino de piedra. Aedion y Rowan, con su vista de Hada, nohabrían necesitado antorcha, de todas formas.

Rowan estrechó la mano de Chaol, deseándole suerte. Cuando el Príncipe Hada se giró haciaAelin, ella miró la esquina rasgada de su capa –como si esta se hubiera enganchado en algúnobstáculo lejano rompiéndose. Ella seguía mirando la costura rota cuando le abrazó –rápida-mente, fuertemente, respirando su aroma quizás por última vez. Sus manos se posaron sobreella como si quisiera sostenerla por más tiempo, pero ella se volvió hacia Aedion.

Sus ojos Ashryvers se encontraron con los de ella, y tocó la cara que formaba la otra parte desu moneda.

—Por Terrasen —le dijo.

—Por nuestra familia.

—Por Marion.

—Pornosotros .

Lentamente, Aedion desenvainó su espada y se arrodilló, inclinó la cabeza mientras levantaba

la Espada de Orynth.—Diez años de oscuridad, pero ya no por mucho más. Ilumina la oscuridad, Majestad.

Ella no tenía espacio en su corazón para las lágrimas, y no se permitiría ceder a ellas.

Aelin tomó la espada de su padre, de un peso macizo, sólido y estable.

Aedion se levantó, volviendo a su lugar al lado de Rowan.

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Ella les miró, a los tres hombres que lo eran todo –más que todo.

Y sonrió con cada última pizca de coraje, de desesperación, de esperanza por la tenue luz

—Vamos a alcanzar las estrellas.

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Capítulo 68Traducido por Dafne Hein

Corregido por Constanza Cornes

El carruaje de Lysandra serpenteaba a través de las calles alborotadas de la ciudad. Cadacuadra tomó tres veces más de lo usual, siempre y como siempre, gracias a la multitud que sedirigía a los mercados y plazas para celebrar el solsticio.Ninguno de ellos era consciente de lo que iba a ocurrir, o de lo que estaba hacía su caminohacia la ciudad.

Las palmas de Lysandra se volvieron sudorosas dentro de sus guantes de seda. Evangeline,somnolienta, con el calor de la mañana, dormitaba a la ligera, su cabeza apoyada en el hombrode Lysandra.

Deberían haberse ido la noche anterior, pero... Pero ella habría tenido que decir adiós.

Juerguistas con brillante vestimenta empujaron más allá del transporte, y el conductor gritópara liberar la calle. Todo el mundo lo ignoró.

Dioses, si Aelin quería una audiencia, había escogido el día perfecto para ello.

Lysandra se asomó por la ventana mientras se detenían en una intersección. La calle ofrecíauna visión clara del palacio de cristal, cegada por el sol de media mañana, con sus torres altascomo lanzas perforando el cielo sin nubes.

—¿Ya estamos allí? —murmuró Evangeline.

Lysandra le acarició el brazo.

—Un poco más, mascota.

Y ella comenzó a orar –orar a Mala Portadora de Fuego, cuyo festival había amanecido tanbrillante y claro, y a Temis, quien nunca olvidó las cosas enjauladas de este mundo.

Pero ella ya no estaba en una jaula. Por Evangeline, podría permanecer en este carruaje, ypodría dejar esta ciudad. Incluso si eso signi caba dejar a sus amigos atrás.

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Aedion apretó los dientes contra el peso que tan delicadamente tenía entre sus manos. Iba aser una maldita larga caminata hasta el castillo. Especialmente cuando tenían que a ojar elpaso a través de cursos de agua y sobre desmoronamientos de trozos de piedra que hicieronincluso a su equilibrio Hada inestable.

Pero esta era la forma en que los Sabuesos del Wyrd habían llegado. Incluso si Aelin y Nesryn

no les habían proporcionado una ruta detallada, el hedor persistente los habría liderado por elcamino.

—Cuidado —dijo Rowan por encima del hombro mientras alzaba el barril que llevaba alto yrodeaba el borde ojo de una roca. Aedion se tragó su respuesta en el orden obvio. Pero nopodía culpar al príncipe. Una caída, y arriesgarían las diversas sustancias de mezcla en elinterior.

Hace unos días, sin con ar en la calidad del Mercado de Sombras, Chaol y Aedion habían en-contrado un granero abandonado fuera de la ciudad para probar una urna apenas una décimaparte del tamaño de los que estaban llevando.

Había funcionadodemasiado bien. Como habían corrido de nuevo a Rifthold antes de que ojoscuriosos pudieran verlos, el humo se podía ver por millas.

Aedion se estremeció al pensar en lo que un barril de este tamaño –y mucho menos de dos deellos– podrían hacer si no eran cuidadosos.

Pero para el momento en que improvisaron con los mecanismos de activación y encendieronlas mechas, ellos habrían rastreado una larga, larga distancia... Bueno, Aedion simplementeoró para que él y Rowan fueran lo su cientemente rápidos.

Entraron en un túnel alcantarillado tan oscuro que incluso le llevó a sus ojos un momento paraajustarse. Rowan se limitó a seguir adelante. Eran malditamente suertudos de que Lorcanhaya matado a esos Sabuesos del Wyrd, y despejado el camino. Malditamente suertudos deque Aelin haya sido lo su cientemente cruel e inteligente como para engañar a Lorcan parahacerlo por ellos.

No se detuvo a considerar lo que podría suceder si esa crueldad y astucia le fallaran hoy.

Ellos descartaron otra vía, el hedor ahora as xiante. El fuerte resoplido de Rowan era la únicaseñal de disgusto mutuo. La salida.

Las puertas de hierro estaban en ruinas, pero Aedion aún podían distinguir las marcas graba-das en ellos.Marcas del Wyrd. Antiguas, también. Quizás alguna vez había sido un camino que Gavin habíautilizado para visitar el templo no visto del Devorador de Pecados.

El hedor de las criaturas del otro mundo empujó y tiró de los sentidos de Aedion, y él hizo unapausa, escudriñando la oscuridad del túnel que se avecinaba.

Aquí terminaba el agua. Más allá de las puertas, un camino, roto y rocoso que parecía más

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antiguo que cualquier otro que hayan había visto, inclinado hasta una oscuridad impenetrable.

—Cuidado donde pisas —dijo Rowan, escudriñando el túnel—. Se trata de piedra suelta yescombros.

—Puedo ver tan bien como tú —dijo Aedion, incapaz de detener su respuesta en esta ocasión.Él giró su hombro, el puño de su túnica deslizándose hacia arriba para revelar la Marca delWyrd que Aelin les había mandado a pintar en su propia sangre sobre sus torsos, brazos ypiernas.

—Vamos —fue la única respuesta de Rowan mientras tiraba del barril como si no pesara nada.

Aedion se debatió a dar una respuesta, pero... Tal vez por eso el príncipe guerrero se man-tuvo dándole advertencias estúpidas. Para mosquearle lo su ciente como para distraerlo –ydistraerse Rowan a sí mismo– de lo que estaba pasando por encima de ellos. Lo que llevabanentre ellos.

Las Viejas Costumbres –de mirar hacia fuera para su reina y su reino-, pero también para losdemás.Maldita sea, era casi lo su ciente para hacer que quisiera abrazar al bastardo.

Así que Aedion siguió a Rowan a través de las puertas de hierro.

Y a las catacumbas del castillo.

Las cadenas de Chaol hicieron clank, las esposas ya frotándole la piel en carne viva mientrasAelin tiró de él por la calle llena de gente, una daga a punto de hundirse en su costado. Semantuvieron por una cuadra hasta que llegaron a la verja de hierro que rodeaba la colina incli-nada sobre la que alzaba el castillo.

Pasaron de largo multitudes reunidas, sin darse cuenta del hombre encadenado en medio deellos, o la mujer de negro con capa que lo arrastraba más cerca y más cerca del castillo decristal.

—¿Recuerdas el plan? —murmuró Aelin, manteniendo la cabeza baja y la daga apretada con-tra su lado.

—Sí —respiraba. Era la única palabra que se podía permitir.

Dorian todavía estaba allí –todavía aferrándose. Lo cambió todo. Y nada.

Las multitudes se iban tranquilizando cerca de la valla, como si tuvieran cuidado de los guar-dias uniformados de negro que monitoreaban, sin duda la entrada. El primer obstáculo con elque se habían encontrado.

Aelin se tensó casi imperceptible y se detuvo tan de repente que Chaol casi se estrelló contra

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ella.

—Chaol– —La multitud se movió, y él vio la cerca del castillo.

Había cadáveres colgando de las imponentes barras de hierro forjado.

Los cadáveres con uniformes de color rojo y oro.

—Chaol–

Él ya se estaba moviendo, y ella maldijo, y se fue con él, ngiendo que lo llevaba de lascadenas, manteniendo la daga apretada en sus costillas.

No sabía cómo no había oído a los cuervos farfullando mientras arrancaban la carne muertaatada a lo largo de cada poste de hierro. Con la multitud, no había podido darse cuenta. O talvez se había acostumbrado al graznido en todos los rincones de la ciudad.

Sus hombres.

Dieciséis de ellos. Sus compañeros más cercanos, sus más eles guardias.El primero de ellos tenía el cuello de su uniforme desabrochado, revelando su pecho atravesa-do con verdugones y cortes y marcas.

Ress.

¿Por cuánto tiempo lo torturaron –los torturaron a todos ellos? ¿Desde el rescate de Aedion?

Él atormentó su mente pensando en la última vez que habían tenido contacto. Había asumidoque la di cultad se debía a que se estaban escondiendo. No porque –porque estaban siendo–

Chaol notó al hombre colgado junto a Ress.Los ojos de Brullo se habían ido, ya sea por la tortura o los cuervos. Sus manos estaban hin-chadas y trenzadas –parte de su oreja faltaba.

Chaol no tenía sonidos en su cabeza, ninguna sensación en su cuerpo.

Era un mensaje, pero no a Aelin Galathynius o a Aedion Ashryver.

Su culpa. Suya .

Él y Aelin no hablaron mientras se acercaban a las puertas de hierro, la muerte de esos hombrespersistentes sobre ellos. Cada paso era un esfuerzo. Cada paso era demasiado rápido.

Su culpa.

—Lo siento —murmuró Aelin, empujándolo más cerca de las puertas, donde los guardias uni-formados de negro estaban de hecho monitoreando cada rostro que pasaba en la calle—. Losiento mucho–

—El plan —dijo, con la voz temblorosa—. Nos cambiamos. Ahora.

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—Chaol–

Él le dijo lo que tenía que hacer. Cuando terminó, ella se secó las lágrimas mientras le agarra-ba la mano y decía:

—Voy a hacer que cuente

Las lágrimas se habían ido para el momento en que atravesaban la multitud, nada entre ellosy esos adoquines y familiares puertas abiertas.

Hogar –este había sido una vez su hogar.

No reconoció a los guardias alertas de pie en las puertas que una vez había protegido contanto orgullo, las puertas que había surcado a través hace menos de un año con una asesinarecién liberada de Endovier, sus cadenas atadas a la silla.

Ahora ella lo llevaba encadenado a través de esas puertas, una asesina por última vez.

Su caminata se volvió arrogante, y se movía con facilidad uida hacia los guardias que saca-ban sus espadas, con sus anillos negros absorbiendo la luz del sol.

Celaena Sardothien se detuvo a una distancia sana y levantó la barbilla.

—Díganle a Su Majestad que su Campeona ha vuelto –y que le ha traído un in erno de unpremio.

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Capítulo 69Traducido por Dafne Hein

Corregido por Constanza Cornes

El manto negro de Aelin ondeaba detrás suyo mientras ella llevaba al capitán caído de la Guar-dia por los pasillos brillantes del palacio. Oculta en su espalda estaba la espada de su padre,su empuñadura envuelta en un paño negro. Ninguno de los diez escoltas se había molestadoen quitarle sus armas.

¿Por qué lo harían, cuando Celaena Sardothien estaba semanas antes de su esperado regreso,siendo todavía leal al rey y a la corona?

Los pasillos estaban tan tranquilos. Incluso la corte de la reina estaba sellada y silenciada.Corría el rumor de que la reina se había enclaustrado en las montañas desde el rescate deAedion y había tomado a la mitad de su corte con ella. El resto había desaparecido también,para escapar del aumento de calor en verano –o bien de los horrores que habían venido agobernar su reino.

Chaol no dijo nada, aunque hizo un gran espectáculo al verse furioso, como un hombre perse-guido desesperado por encontrar un camino de regreso a la libertad. No había rastro de la de-vastación que había estado en su rostro al encontrar a sus hombres colgando de las puertas.

Tiró contra las cadenas, y ella se acercó más.

—Yo no lo creo, capitán —ronroneó. Chaol no se dignó a responder.

Los guardias se miraron jamente. Las Marcas del Wyrd escritas con la sangre de Chaol lacubrían bajo sus ropas, el olor humano esperanzadoramente cubriendo cualquier pista de suherencia que los Valg de cualquier otra forma podrían descubrir. Sólo había dos demonios eneste grupo –una pequeña misericordia.Así que fueron hacia arriba, arriba, arriba, en el mismo castillo de cristal.

Los pasillos parecían demasiado brillantes como para contener tanta maldad. Los pocos fun-cionarios pasaron evitaron sus ojos y se escabulleron a lo largo. ¿Había huidotodo el mundodesde el rescate de Aedion?

Fue un esfuerzo el no mirar demasiado tiempo a Chaol a medida que se acercaban a las enor-

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mes puertas de cristal y oro rojo, ya abiertas para revelar el suelo de mármol de color carmesí –la sala del consejo del rey.

Se abrían para revelar al rey, sentado en su trono de cristal. Y a Dorian de pie junto a él.

Sus caras.

Esas caras.Eran caras que halaban de él.

Inmundicia humana , el demonio siseó.

La mujer –la reconoció ese rostro mientras ella tiraba de la capucha oscura y se arrodillabaante el estrado en el que se encontraba.

—Majestad —dijo. Tenía el pelo más corto de lo que recordaba.

No –no recordaba. Él no la conocía. Y el hombre encadenado a su lado, ensangrentado y su-cio...Gritos, viento, y–

Sufciente , el demonio golpeó.

Pero sus rostros–

No conocía esas caras.

A él no le importaban.

El rey de Adarlan, el asesino de su familia, el destructor de su reino, descansaba en el tronode cristal.

—¿No es este un interesante giro de los acontecimientos, Campeona?

Ella sonrió, esperando que los cosméticos que se había aplicado alrededor de sus ojos amorti-guaran el turquesa y oro de sus iris, y que el tono rubio ceniza del había teñido su pelo disfra-zara su tono, casi idéntico al de Aedion.

—¿Quiere oír una historia interesante, Su Majestad?

—¿Implica a mis enemigos en Wendlyn estando muertos?

—Oh, eso, y mucho, mucho más.

—¿Por qué no me llegó ninguna palabra, entonces?

El anillo en el dedo parecía absorber la luz. Pero no podía captar ni un sólo rastro de las Lla-

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ves del Wyrd, no podíasentirlas aquí, ya que había sentido la presencia del que estaba en elamuleto.

Chaol estaba pálido, y no dejaba de mirar hacia el suelo de la habitación.

Aquí fue donde todo había sucedido. Donde habían asesinado a Sorscha. Donde Dorian habíasido esclavizado. Donde, érase una vez, le había otorgado su alma al rey bajo un nombre falso,el nombre de una cobarde.—No me eche la culpa por los pobres mensajeros miedosos —dijo—. Envié la palabra el díaantes de irme —sacó dos objetos de la capa y miró por encima del hombro a los guardias,señalando con la barbilla a Chaol—. Mírelos.

Ella se acercó al trono y le tendió la mano al rey. Él se inclinó hacia delante, el hedor de él–

Valg. Humano. Hierro. Sangre.

Ella dejó caer dos anillos en su palma. El tintineo de metal contra metal era el único sonido.

—Los anillos de sello del rey y del príncipe heredero de Wendlyn. Habría traído sus cabezas,pero... los funcionarios de inmigración pueden ser tan molestos.

El rey cogió uno de los anillos, su rostro de piedra. El joyero de Lysandra había vuelto a hacerun trabajo impresionante al recrear el escudo real de Wendlyn y desgastar los anillos hasta queparezcan antiguos, como reliquias.

—¿Y dónde estabas tú durante el ataque de Narrok en Wendlyn?

—¿Se suponía que debía estar en otro lugar, excepto cazando a mi presa?

Los ojos negros del rey se clavaron en los de ella.—Los maté en cuanto pude —continuó, cruzando los brazos, cuidadosa de las cuchillas ocul-tas en el traje—. Disculpe por no haber hecho la gran declaración que quería. La próxima vez,tal vez.

Dorian no había movido ni un músculo, sus rasgos como de piedra fría por encima del collaralrededor de su cuello.

—¿Y cómo terminas con mi Capitán de la Guardia encadenado?

Chaol solamente miraba a Dorian, y ella no pensaba que su angustiado, suplicante rostro fue-se un acto.

—Él me estaba esperando en el muelle, como un buen perro. Cuando vi que estaba sin suuniforme, tuvo que confesarme todo. Hasta la última cosita conspirativa que ha hecho.

El rey miró al capitán.

—Lo hizo, realmente.

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Aelin evitaba la tentación de comprobar el reloj de pie, haciendo tic-tac en el rincón más ale- jado de la habitación, o la posición del sol más allá de la ventana alta hasta el techo. Tiempo.Tenían que alargar su tiempo un poco más. Pero hasta ahora, todo bien.

—Me pregunto —re exionó el rey, recostándose en su trono—, quién ha estado conspirandomás: el capitán, o tú, Campeona. ¿O debería llamarte Aelin?

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Capítulo 70Traducido por Dafne Hein

Corregido por Constanza Cornes

El lugar olía a muerte, como el in erno, al igual que los espacios oscuros entre las estrellas.

Siglos de formación mantuvieron los pasos de Rowan ligeros, lo mantuvieron enfocado enel peso letal que acarreaba mientras él y el general se deslizaban a través del antiguo, secopasillo.

El camino ascendente de piedra había sido arrancado por garras brutales, el espacio tan oscu-ro que incluso los ojos de Rowan le estaban fallando. El general permanecía cerca, sin hacerruido, salvo por el deslizamiento ocasional de guijarros por debajo de sus botas.

Aelin estaría en el castillo ahora, el capitán en la cuerda como su boleto a la sala del trono.

Sólo unos minutos más, si habían calculado bien, y entonces podrían incendiar su carga mortaly salir pitando.

Minutos después, él estaría a su lado, lleno de magia que usaría para ahogar el aire limpio delos pulmones del rey. Y entonces él disfrutaría viendo como ella lo quemaba vivo. Lentamente.

Aunque sabía que su satisfacción palidecería en comparación con lo que el general sentiría.Lo que todo hijo de Terrasen sentiría.

Pasaron por una puerta de hierro macizo que había sido pelada hacia atrás como si masivasmanos con garras hubiesen arrancado sus goznes. La pasarela más allá era de piedra lisa.

Aedion contuvo el aliento en el mismo momento en que el golpeteo bombardeó el cerebro de

Rowan, justo entre sus ojos.Piedra del Wyrd.

Aelin le había advertido de la torre –que la piedra le había dado un dolor de cabeza, pero esto...

Ella había estado en su cuerpo humano entonces.

Era insoportable, como si su misma sangre retrocediera ante la maldad de la piedra.

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Aedion maldijo, y Rowan hizo eco de ello.

Pero había una amplia franja de la pared de piedra por delante, y aire puro más allá de ella.

Sin atreverse a respirar demasiado fuerte, Rowan y Aedion se aliviaron por la rendija.

Una cámara grande, redonda los saludó, anqueada por ocho puertas de hierro abiertas. La

parte inferior de la torre del reloj, si sus cálculos eran correctos. La oscuridad de la cámara eracasi impenetrable, pero Rowan no se atrevió a encender la antorcha que habían traído conellos. Aedion olfateó, un sonido húmedo. Mojado, porque–

Sangre chorreaba por los labios y la barbilla de Rowan. Una hemorragia nasal.

—Date prisa —susurró, dejando su barril en el extremo opuesto de la cámara.

Sólo unos minutos más.

Aedion estacionó su tonel de fuego infernal frente a Rowan en la entrada de la cámara. Rowanse arrodilló, el golpeteo en su cabeza, de mal en peor con cada latido.

Siguió moviéndose, empujando el dolor hacia atrás mientras dejaba el alambre fusible y lollevaba hacia donde Aedion se encontraba agachado. El goteo de su hemorragia nasal en elsuelo de piedra negro era el único sonido.

—Más rápido —ordenó Rowan, y Aedion gruñó en voz baja –ya no estaba dispuesto a sermolestado con advertencias como una distracción. No se sentía como para decirle al generalque había dejado de hacerlo hace unos minutos.

Rowan sacó su espada, mientras pasaba la puerta por la que habían entrado. Aedion retroce-dió hacia él, desenrollando los fusibles unidos a su paso. Tenían que estar lo su cientementelejos antes de que pudiesen encenderlo, o de lo contrario se convertirían en cenizas.Él envió una plegaria silenciosa a Mala, que Aelin estuviese esperando el momento oportuno –y que el rey estuviese demasiado centrado en la Asesina y el capitán como para considerarenviar a alguien para abajo.

Aedion lo alcanzó, desenrollando pulgada tras pulgada de fusibles, la línea de una raya blancaen la oscuridad. La otra fosa nasal de Rowan empezó a sangrar.

Dioses, el olor de este lugar. La muerte y el hedor y la miseria de la misma. Apenas podía pen-sar. Era como tener la cabeza en un torno.

Se retiraron hacia el túnel, esos fusibles su única esperanza y salvación.

Algo goteaba sobre su hombro. Una oreja sangraba.

Se limpió con la mano libre. Pero no había sangre en su capa.

Rowan y Aedion estaban rígidos mientras un gruñido bajo llenó el pasaje.

Una cosa en el techo se movió, entonces.

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Siete cosas.

Aedion dejó caer el carrete y desenvainó su espada.

Un pedazo de tela –gris, pequeña, desgastada– cayó de las fauces de la criatura que se aferraa la piedra del techo. Su capa –la esquina que faltaba de su capa.

Lorcan había mentido.Él no había matado a los restantes sabuesos Wyrd.

Sólo les había dado el olor de Rowan.

Aelin Ashryver Galathynius se enfrentaba al Rey de Adarlan.

—Celaena, Lillian, Aelin —dijo, arrastrando las palabras—. No me importa cómo me llameparticularmente.

Ninguno de los guardias detrás de ellos se movió.

Podía sentir los ojos de Chaol sobre ella, sentir la atención incesante del príncipe Valg dentrode Dorian.

—¿Pensaste —dijo el rey, sonriendo como un lobo—, que no podía mirar dentro de la mentede mi hijo y preguntarle lo que sabía, lo que vio el día del rescate de tu primo?

Ella no lo había sabido, y ciertamente no había planeado revelarse a sí misma de esta manera.

—Me sorprende que te tomara tanto tiempo para darte cuenta de a quién dejaste entrar por lapuerta principal. Honestamente, estoy un poco decepcionada.

—Lo mismo podría decir tu gente sobre ti. ¿Cómo fue, Princesa, arrastrarte y meterte en lacama con mi hijo? ¿Tu enemigo mortal? —Dorian no hizo más que parpadear— ¿Terminastecon él a causa de la culpa o porque habías ganado un lugar en mi castillo y ya no lo necesitas?

—¿Es la preocupación paternal lo que detecto?

Una risa baja.

—¿Por qué no capitán deja de ngir que está atrapado en esas esposas y viene un poco máscerca?

Chaol se puso rígido. Pero Aelin le dio un guiño sutil.

El rey ni se molestó en mirar a sus guardias cuando dijo:

—Lárguense

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.Como uno mismo, los guardias se fueron, sellando la puerta detrás de ellos. El vidrio pesadogimió, el suelo temblando. Los grilletes de Chaol cayeron al suelo, y exionó sus muñecas.

—Tal sucia traición, habitando en mi propia casa. Y pensar que una vez te tuve encadenada –una vez te tuve tan cerca de la ejecución, y no tenía idea de a qué premio en realidad habíacondenado a Endovier. La Reina de Terrasen –esclava y mi Campeona —el rey desplegó su

puño para mirar a los dos anillos en su palma. Los tiró a un lado. Ellos rebotaban sobre elmármol rojo, sonando débilmente—. Es una lástima que no tengas tus llamas ahora, AelinGalathynius.

Aelin tiró de la tela de la empuñadura de la hoja de su padre y sacó la espada de Orynth.

—¿Dónde están las Llaves del Wyrd?

—Por lo menos eres directa. Pero, ¿qué me harás, heredera de Terrasen, si no te lo digo? —Élhizo un gesto a Dorian, y el príncipe descendió los escalones de la tarima, parándose en laparte más baja.

Tiempo –necesitaba tiempo. La torre aún no había sido derribada.—Dorian —dijo Chaol suavemente.

El príncipe no respondió.

El rey se rió entre dientes.

—¿No corres hoy, capitán?

Chaol niveló su mirada en el rey, y sacó a Damaris –el regalo de Aelin a él.

El rey dio unos golpecitos con el dedo en el brazo de su trono.—¿Qué dirían los nobles de Terrasen si supieran que Aelin del Fuego Salvaje tenía una historiatan sangrienta? ¿Si supieran que ella me cedió sus servicios? ¿Qué esperanza tendrían si lesdiera a conocer que incluso su princesa perdida desde hace mucho tiempo estaba corrompida?

—Por supuesto que te gusta escucharte hablar, ¿no?

El dedo del rey se quedó inmóvil en el trono.

—Admito que no sé cómo no me di cuenta. Eres la misma niña malcriada que presumía de sucastillo. Y aquí estaba yo, pensando que te había ayudado. Vi tu mente ese día, Aelin Galathy-nius. Tú amabas tu casa y tu reino, pero tenías tal deseo de ser ordinaria, tal deseo de ser li-berada de tu corona, incluso entonces. ¿Has cambiado tu opinión? Te ofrecí la libertad en ban-deja hace diez años, y, sin embargo, terminaste como una esclava de todos modos. Divertido.

Tiempo, tiempo, tiempo. Déjale hablar...

—Tú tenías el elemento sorpresa entonces —dijo Aelin—. Pero ahora sabemos del poder queejerces.

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—¿Lo hacen? ¿Entiendes el costo de las Llaves? ¿En lo que te debes convertir para utilizaruna?

Ella apretó su agarre en la espada de Orynth.

—¿Te gustaría estar cabeza a cabeza conmigo entonces, Aelin Galathynius? ¿Para ver si loshechizos que aprendiste, si los libros que me robaste, resistirán? Pequeños trucos, Princesa,en comparación con la brutalidad del poder de las Llaves.—Dorian —dijo Chaol de nuevo. El príncipe permaneció mirándola, ahora una sonrisa ham-brienta en esos labios sensuales.

—Permítanme demostrarles —dijo el rey. Aelin se preparó, su estómago apretado.

Señaló a Dorian.

—Arrodíllate.

El príncipe se puso de rodillas. Ella ocultó su mueca de dolor ante el impacto del hueso enmármol. El rey frunció sus cejas. Una oscuridad comenzó a construirse, agrietándose desde elrey como tenedores de relámpagos.

—No —Chaol respiraba, dando un paso adelante. Aelin agarró al capitán por el brazo antes deque pudiera hacer algo increíblemente estúpido.

Un mechón de la noche se estrelló en la espalda de Dorian y él se arqueó, gimiendo.

—Creo que hay más que tú sabes, Aelin Galathynius —dijo el rey, esa negrura demasiado fa-miliar en crecimiento—. Las cosas que tal vez sólo el heredero de Brannon Galathynius podríahaber aprendido.

La tercera Llave Wyrd.

—No te atreverías —dijo Aelin. El cuello del príncipe estaba tenso mientras jadeaba, mientrasla oscuridad lo azotaba.

Una vez –dos veces. Montones.

Ella conocía ese dolor.

—Él es tu hijo –tu heredero.

—Te olvidas, Princesa —dijo el rey—, que tengo dos hijos.Dorian gritó mientras otro látigo de la oscuridad cortaba su espalda. Un relámpago negro sedibujó en sus dientes expuestos.

Ella se lanzó –y fue echada hacia atrás por las mismas Marcas que había dibujado en sucuerpo. Un muro invisible de ese dolor negro yacía alrededor de Dorian ahora, y sus gritos sehicieron interminables.

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Como una bestia tironeando bruscamente de su correa, Chaol se lanzó en contra de ella, ru-giendo nombre de Dorian, la sangre uyendo desde el puño de su chaqueta con cada intento.

De nuevo. De nuevo. De nuevo.

Dorian estaba sollozando, la oscuridad saliendo de su boca, encadenando sus manos, mar-cando su espalda, su cuello–

Entonces desapareció.

El príncipe se dejó caer al suelo, jadeando. Chaol detuvo su ataque a medias, su respiraciónentrecortada, su cara estirada.

—Levántate —dijo el rey.

Dorian se puso de pie, su collar negro reluciente mientras su pecho se movía.

—Delicioso —dijo a cosa dentro del príncipe. La bilis quemaba la garganta de Aelin.

—Por favor —dijo con voz ronca Chaol al rey, y su corazón se quebró con las palabras, con laagonía y la desesperación—. Libéralo. Di tu precio. Te daré todo.

—¿Entregarías a tu antigua amante, capitán? No veo ninguna utilidad en la pérdida de un armasi no gano una a cambio —el rey hizo un gesto con la mano hacia ella—. Has destruido a migeneral y a tres de mis príncipes. Puedo pensar en algunos otros Valg que están muriendo porponerte encima sus garras –quienes disfrutarían mucho de la oportunidad de deslizarse en tucuerpo. Es lo justo.

Aelin se atrevió a dar un vistazo hacia la ventana. El sol subía más alto.

—Tú viniste a la casa de mi familia y los asesinaste mientras dormían —dijo Aelin. El reloj viejcomenzó a dar doce campanadas. Un instante después, los miserables, descentrado sonidosde la torre del reloj se escucharon—. Es lo justo —le dijo al rey mientras retrocedía un pasohacia las puertas—, que yo te destruya a cambio.

Ella haló el Ojo de Elena de debajo de su traje. La piedra azul brillaba como una pequeña es-trella.

No era sólo un amuleto contra el mal.

Sino una llave en su propio derecho, que podría ser utilizada para desbloquear la tumba de

Erawan.Los ojos del rey se agrandaron y se levantó de su trono.

—Acabaste de cometer el peor error de tu vida, muchacha.

Él tenía un punto.

Las campanas del mediodía estaban sonando.

Sin embargo la torre del reloj seguía en pie.

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Capítulo 71Traducido por Constanza Cornes

Corregido por Diana Gonher

Rowan hizo pivotear su espada y el sabueso del Wyrd cayó hacia atrás, aullando cuando lahoja perforó a través de la piedra y la tierna carne debajo. Pero no lo su ciente como paracontenerlo, para acabar con él. Otro sabueso del Wyrd saltó. Donde se abalanzaron, Rowangolpeó.

Lado a lado, él y Aedion habían sido empujados contra una pared, concediendo pie tras pie delpasaje, impulsados cada vez más lejos del carrete del fusible que Aedion se había obligado aabandonar.

Un estruendoso y miserable ruido resonó.

En el lapso entre sonidos metálicos, Rowan cortó a dos sabuesos del Wyrd, golpes que hubie-sen desmembrado a la mayoría de las criaturas.

La torre del reloj sonó. Mediodía.

Los sabuesos del Wyrd fueron arreando de regreso, esquivando golpes de muerte seguros,manteniéndose fuera de su alcance.

Para evitar que lleguen al fusible.

Rowan maldijo, e inmediatamente se lanzó en un asalto a tres de ellos, Aedion junto a él. Lossabuesos del Wyrd mantuvieron su formación.

Mediodía, había prometido Aelin. Cuando el sol comenzara a llegar en su punto culminante en

el solsticio, la torre se vendría abajo.El último sonido metálico del reloj sonaba.

El mediodía había llegado y pasado.

Y su corazón de fuego, su reina, estaba en ese castillo encima de ellos—dejada solo con suformación mortal y su ingenio para mantenerse viva. Tal vez no por mucho tiempo.

La idea era tan abominable, tan escandalosa, que Rowan rugió furioso, más fuerte que los

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gritos de las bestias.

El bramido le costó a su hermano. Una criatura pegó un tiro pasando la guardia de Rowan, sal-tando, y Aedion soltó una maldición y se tambaleó hacia atrás. Rowan olió la sangre de Aedionantes de que la viera.

Debía ser una gran cena para los sabuesos del Wyrd, esa sangre de semi-Hada. Cuatro deellos saltaron al general como uno solo, sus fauces revelando los dientes de piedra para tritu-rar carne.

Los otros tres se giraron hacia Rowan, y no había nada que pudiera hacer para llegar a esefusible.

Para salvar a la reina que sostenía su corazón en sus manos con cicatrices.

Unos pasos por delante de él, Chaol miró a Aelin hacia las puertas de cristal, como lo habíanplaneado después de ver a sus hombres muertos.

La atención del rey estaba jada en el Ojo de Elena alrededor de su cuello. Se lo quitó, soste-niéndolo con una mano rme.

—Estabas buscando esto, ¿no? Pobre Erawan, encerrado en su pequeña tumba por tantotiempo.

Era un esfuerzo mantenerse en su posición cuando Aelin seguía retrocediendo.

— ¿Dónde encontraste eso? —pululó el rey.Aelin alcanzó a Chaol, rozando contra él, un confort y un agradecimiento y un adiós cuandoella continuó:

—Resulta que tus antepasados no aprueban tus a ciones. Las mujeres Galathynius pegamos juntas, ya sabes.

Por primera vez en su vida, Chaol vio el rostro del rey ojo. Pero entonces el hombre dijo:

—Y ¿ese antiguo necio tonto te dijo que pasará si manejas la otra llave que ya posees?

Ella estaba tan cerca de las puertas.—Deja al príncipe, o destruiré esto aquí y Erawan puede quedarse encarcelado —deslizó lacadena en su bolsillo.

—Muy bien —dijo el rey. Miró a Dorian, que no mostró ningún signo de ni siquiera recordar spropio nombre, a pesar de lo que la bruja había escrito en las paredes de su ciudad—. Anda.Recupéralo.

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La oscuridad aumentó en Dorian, escapándose como la sangre en el agua, y la cabeza deChaol dio un estallido de dolor.

Aelin corrió, explotando a través de las puertas de cristal.

Más rápido de lo que debería ser, Dorian corrió tras ella, hielo cubriendo el suelo, la habitación.El frío de ello golpeó su respiració. Pero Dorian no echó un vistazo a su dirección antes de queya no estuviera.El rey dio un paso hacia bajo de la tarima, su aliento empañándolo delante de él.

Chaol levantó su espada, sosteniendo su posición entre las puertas abiertas y el conquistadorde su continente.

El rey dio otro paso.

— ¿Más payasadas heroicas? ¿No te aburres alguna vez de ellas, Capitán?

Chaol no cedió.

—Asesinó a mis hombres. Y a Sorscha.

—Y a muchos más.

Otro paso. El rey miró jamente sobre el hombro de Chaol al vestíbulo donde Aelin y Dorianhabían desaparecido.

—Terminará ahora —dijo Chaol.

Los príncipes Valg habían sido letales en Wendlyn. Pero habitando el cuerpo de Dorian, con lamagia de Dorian…

Aelin se lanzó hacia abajo, al vestíbulo, anqueando las ventanas de cristal, el mármol pordebajo—nada más que el cielo abierto alrededor de ella.

Y detrás, cargando tras suyo como una tormenta negra, estaba Dorian.

Hielo extendiéndose de él, escharcha que astillaba a lo largo de las ventanas.

En el momento en que el hielo la golpeó, Aelin sabía que no daría otro paso.

Había memorizado cada vestíbulo y hueco de la escalera gracias a los mapas de Chaol. Se

empujó a sí misma más, orando que Chaol comprara tiempo su ciente, cuando se acercó auna escalera estrecha y se lanzó, dando pasos de dos y tres.

El hielo agrietó a lo largo del vidrio justo detrás de ella y el frio trozo en sus talones.

Más rápido, más rápido.

Alrededor y alrededor, y voló. Era pasado el mediodía. Si algo había salido mal con Rowan yAedion…

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Golpeó la parte superior de las escaleras, y el hielo hizo el aterrizaje tan resbaladizo que pati-nó, yendo de lado, bajando…

Se agarró de una mano contra el suelo, su piel desgarrándose contra el hielo. Se estrelló con-tra una pared de vidrio y se recuperó, entonces fue corriendo otra vez cuando el hielo se cerróen torno a ella.

Más alto, tenía que llegar más alto.Y Chaol, ante el rey…

No se permitió pensar en eso. Lanzas de hielo salieron disparadas de las paredes, pasando asu lado.

Su aliento era una llama en su garganta.

—Te lo dije —una fría voz masculina dijo desde atrás, en absoluto sin aliento. Telarañas dehielo a través de las ventanas de cada lado—. Te dije que te arrepentirías de no matarme. Que

destruiría todo lo que amas.Alcanzó un puente cubierto de cristal que se extendía entre dos de las torres más altas. El sue-lo era completamente transparente, por lo que pudo ver cada centímetro de la caída al suelomuy, pero muy por debajo.

Escarcha cubría las ventanas.

Cristal explotó, y un grito roto salió de su garganta cuando cortó en su espalda.

Aelin giró hacia un lado de la ventana rota ahora, el demasiado pequeño armazón de hierro, yla caída más allá.

Se lanzó a través de ella.

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Capítulo 72Traducido por Constanza Cornes

Corregido por Diana Gonher

Brillante, al aire libre, el viento rugiendo en sus oídos.

Aelin aterrizó en el puente de vidrio un nivel más abajo, sus rodillas reventando cuando ab-sorbieron el impacto y rodó. Su cuerpo gritó en agonía por los cortes en sus brazos y espaldadonde habían trozos de vidrio pegados limpiamente a través de su traje, pero ya se encontrabacorriendo por la puerta de la torre en el otro extremo del puente.

Miró a tiempo para ver a Dorian precipitarse directamente a través del espacio que había des-pejado, sus ojos jos en ella.

Aelin se arrojó a la puerta abierta cuando el retumbo de Dorian golpeando el puente sonó.

Cerró de golpe la puerta detrás de ella, pero aun así no pudo sellar el creciente frío.

Solo un poco más lejos.Aelin corrió por las escaleras en espiral de la torre, medio llorando a través de sus apretadosdientes.

Rowan. Aedion. Chaol.

Chaol.

La puerta se destrozó desde las bisagras en la base de la torre y el frío explotó a través de ella,robándole el aliento.

Pero Aelin había llegado a la cumbre de la torre. Más allá de ella, otra pasarela de cristal, del-gada y desnuda, extendiéndose más allá de una de las otras torres.

Todavía estaba oscuro cuando el sol se arrastró a través del otro lado del edi cio, las torrecillasmás altas de los alrededores del castillo de cristal y sofocándola como una jaula de oscuridad.

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Aelin había salido, llevándose a Dorian con ella.

Chaol había obtenido ese tiempo, en un último intento de salvar a su amigo y sa su rey.

Cuando ella había irrumpido en su casa esta mañana, sollozando y riendo, le había explicadolo que la Líder del Ala le había escrito, el pago que la bruja le había dado a cambio de salvarsu vida. Dorian todavía seguía allí, seguía luchando.

Ella había planeado en tomar a los dos de una sola vez, al rey y al príncipe, y él había accedidoen ayudarla, para tratar de hablar con Dorian otra vez mediante la humanidad, para tratar deconvencer al príncipe de luchar. Hasta el momento en que había visto a sus hombres colgandode las puertas.

Ahora él no tenía ningún interés en hablar.

Si Aelin tenía una posibilidad –de casualidad– de liberar a Dorian de ese collar, necesitaba alrey fuera de la escena. Aun si le costaba la venganza de su familia y reino.

Chaol se alegró de tener ese resultado de su parte –y en el nombre de mucho más.El rey miró la espada de Chaol, luego su cara, y se rió.

— ¿Vas a matarme, Capitán? Eres tan dramático.

Ellos habían salido. Aelin había sacado a Dorian, su engaño tan impecable que incluso Chaolse había creído que el Ojo en sus manos era verdaderamente eso, pues lo había inclinadohacia el sol por lo que la piedra azul brillaba. No tenía idea de dónde había puesto el verdaderoo si incluso lo llevaba con ella.

Todo, todo lo que habían hecho, y habían perdido, y luchado por ello. Todo por este momento.

El rey siguió acercándose, y Chaol sostuvo su espada ante él, sin ceder un paso.

Por Ress. Por Brullo. Por Sorscha. Por Dorian. Por Aelin y Aedion, y su familia, por los miles deasesinados en los campos de trabajo. Y por Nesryn –a quién le había mentido, quién esperaríaun regreso que no pasaría, por el tiempo que no tendrían juntos.

No se arrepentía de aquello.

Una ola de oscuridad se estrelló contra él, y retrocedió un paso, las marcas de protección hor-migueando en la piel.

—Perdiste —jadeó Chaol. La sangre deslizándose lejos bajo su ropa, picando.

Otra ola de oscuridad, idéntica a la que había golpeado a Dorian—contra la que Dorian habíasido incapaz de resistir.

Chaol sintió aquel momento: el palpitar de la agonía interminable, el susurro del dolor por venir

El rey se acercó. Chaol levantó su espada más alto.

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—Tus protecciones están fallando, muchacho.

Chaol sonrió, el sabor a sangre en su boca.

—Lo bueno es que el acero dura mucho más tiempo.

El sol a través de las ventanas calentó la espada de Chaol —como si fuera un abrazo, como si

lo estuviera confortando. Como si le dijera que era la hora.Voy a hacer el recuento, le había prometido Aelin.

Él había comprado su tiempo.

Una ola de oscuridad se alzó detrás del rey, aspirando la luz de la habitación.

Chaol extendió sus brazos cuando la oscuridad lo golpeó, lo rompió hasta que no había nadamás pero luz –quemando luz azul, cálida y acogedora.

Aelin y Dorian habían salido. Era su ciente.

Cuando el dolor vino, no tenía miedo.

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Capítulo 73Traducido por Constanza Cornes

Corregido por Diana Gonher

Iba a matarla.

Él quería matarla.Su cara, esa cara…

Él se acercaba a la mujer, paso a paso a través del puente estrecho y sombreado, las torreci-llas altas por encima de ellos brillando con luz cegadora.

Sangre cubría sus brazos, y jadeó cuando retrocedió ante él, sus manos ante ella, un anillo deoro brillando en su dedo. La podía olerla ahora—la sangre inmortal, fuerte en sus venas.

—Dorian —dijo ella.

No conocía ese nombre.Y él iba a matarla.

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Capítulo 74Traducido por Constanza Cornes

Corregido por Diana Gonher

Tiempo. Necesitaba más tiempo, o robarlo, mientras que el puente todavía quedaba en la som-bra, mientras el sol lentamente, lentamente se movía.

—Dorian —suplicó Aelin otra vez.

—Voy a destriparte de dentro hacia afuera —dijo el demonio.

El hielo se extendió a través del puente. El cristal en su espalda se movía y arrancaba en ellacon cada paso que daba en retiro hacia la puerta de la torre.

Todavía la torre del reloj no se había venido abajo.

Pero el rey aún no había llegado.

—Tu padre está en la sala del consejo —dijo ella, luchando contra el dolor astillando a travésde ella—. Él está allí con Chaol, con tu amigo y tu padre probablemente ya lo mató.

—Bien.

—Chaol —dijo Aelin, su voz rompiéndose. Su pie se deslizó contra un trozo de hielo, y el mun-do se inclinó cuando ella estabilizó su equilibrio. La caída al suelo de cientos de pies por debajole golpeó en el estómago, pero mantuvo sus ojos en el príncipe cuando la agonía onduló ensu cuerpo otra vez—. Chaol. Se sacri có. Se dejará poner ese collar por ti, para que tú puedassalir.

—Voy a poner un collar en ti, y luego podemos jugar.Ella golpeó la puerta de la torre, buscando a tientas por el pestillo.

Pero estaba congelado.

Agarró el hielo, echando un vistazo entre el príncipe y el sol que había comenzado a azomarseen la esquina de la torre.

Dorian estaba a diez pasos de distancia.

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Ella giró alrededor.

—Sorscha. Su nombre era Sorscha, y ella te amaba. Te amaba. Y ellos la alejaron de ti.

Cinco pasos.

No había nada humano en esa cara, ningún parpadeo de memoria en esos ojos za ro.

Aelin comenzó a llorar, incluso cuando la sangre goteó hacia debajo de su nariz por la cercanía.

—Volví por ti. Tal como lo prometí.

Una daga de hielo apareció en su mano, su punta letal destellando como una estrella en la luzdel sol.

—No me importa —dijo Dorian.

Empujó una mano entre ellos como si le pudiera apartar, agarrando una de sus propias manosapretadas. Su piel era tan fría como la que usó para hundir el cuchillo a su lado.

La sangre de Rowan roció de su boca mientras la criatura se estrelló contra él, tirándolo alsuelo.

Cuatro estaban muertos, pero tres permanecían entre él y el fusible.

Aedion gritó de dolor y furia, permaneciendo en la línea, manteniendo a los otros tres a rayacuando Rowan condujo su familiar espada.

La criatura volteó hacia atrás, fuera de su alcance.

Las tres bestias convergieron otra vez, locas con la sangre de Hada que ahora cubría el paso.Su sangre. Aedion. La cara del general ya estaba pálida por la pérdida de la misma. No podíansoportar esto por mucho más tiempo.

Pero tenían que derribar esa torre.

Como si fueran una sola mente, un cuerpo, los tres sabuesos del Wyrd arremetieron, condu-ciéndolo a él y Aedion aparte, uno saltando para el general, y dos para él

Rowan cayó cuando unas mandíbulas de piedra se aferraron a su pierna.

El hueso se rompió, y una oscuridad aplastó en…

Rugió contra la oscuridad que signi caba muerte.

Rowan dio una cuchillada de combate en el ojo de la criatura, atravesándolo profundamente,cuando la segunda bestia arremetió contra su brazo extendido.

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Pero algo enorme golpeó a la criatura, y gimió cuando fue arrojada contra la pared. El muertofue lanzado lejos un segundo más tarde, y entonces…

Y entonces ahí estaba Lorcan, con su espada fuera y balanceando, con un grito de guerra ensus labios cuando atravesó a las criaturas restantes.

Rowan bramó contra la agonía que sentía por la parte inferior de la pierna cuando se puso depie, equilibrando su peso. Aedion ya estaba de pie, su cara manchada de sangre, pero susojos claros.

Una de las criaturas arremetió contra Aedion y Rowan lanzó su cuchillo de lucha,–lo lanzó confuerza y acierto, directamente a su boca abierta. El sabueso del Wyrd golpeó el suelo a sóloseis pulgadas de los pies del general.

Lorcan era un torbellino de acero, su furia inigualable. Rowan sacó su otro cuchillo, preparán-dose para lanzarlo.

Al igual que Lorcan condujo su espada limpiamente al cráneo de la criatura.

El silencio, un silencio total en el túnel ensangrentado.

Aedion se revolvió, cojeando y balanceando, hacia el fusible a veinte pasos. Todavía estabaconectado con la bobina.

—Ahora —vociferó Rowan. No le importaba si ellos no lo hacían fuera. Por todo lo que sabía…

Un dolor fantasmal punzó a través de sus costillas, brutalmente, violento y repugnante.

Sus rodillas se doblaron. No era el dolor de su herida, pero de otro.

No.No, no, no, no, no.

Podría haber gritado eso, podría haber rugido eso, cuando subió por el paso de la salida, cuan-do sintió esa agonía, ese escalofrió.

Las cosas habían ido muy, pero muy mal.

Él dio otro paso antes de que su pierna se doblara, y era solo ese vínculo invisible, el esfuerzoy desgaste, que lo mantenía consciente. Un cuerpo duro, empapado de sangre se estrellócontra el suyo, un brazo envolviéndose alrededor de su cintura, acarreándolo encima.

—Corre, estúpido idiota —siseó Lorcan entre dientes, acarreándolo desde el fusible.

Aedion estaba agachado sobre él, sus manos ensangrentadas estables cuando agarró el pe -dernal y golpeó.

Una vez. Dos veces.

Entonces una chispa y una llama rugieron lejos en la oscuridad.

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Corrieron como el in erno.

—Más rápido —dijo Lorcan, y Aedion los alcanzó, tomando el otro brazo de Rowan y añadien-do su fuerza y velocidad.

Por el corredor. Más allá de las puertas de hielo rotas, en las alcantarillas.

No había su ciente tiempo y espacio entre ellos y la torre.Y Aelin.

El vínculo se tensó, deshaciéndose. No.

Aelin.

Lo oyeron antes de que lo sintieran.

La carencia absoluta del sonido, como el mundo se había puesto en pausa. Seguido de unboom que suró.

—Muévanse —dijo Lorcan, una orden ladrada que tenía a Rowan obedeciendo ciegamentecomo lo había hecho durante siglos.

Entonces el viento, el viento seco, ardiente que deselló su piel.

Entonces un destello cegador de luz.

Entonces el calor, tal calor que Lorcan maldijo, empujándolos en una alcoba.

Los túneles se sacudieron; el mundo tembló.

El techo se vino abajo.Cuando el polvo y la suciedad se despejaron, cuando el cuerpo de Rowan cantó con dolor yalegría y poder, el camino hasta el castillo fue bloqueado. Y detrás de ellos, se extendían enla oscuridad de las cloacas, cien comandantes Valg y soldados de pie, armados y sonriendo.

Oliendo el reino de Hellas con sangre de Valg, Manon y Asterin se elevaban hacia abajo delcontinente, a Morath, cuando…

Un suave viento, un estremecimiento en el mundo, un silencio.

Asterin ladró un grito, su dragón poniéndose derecho como si hubieran arrancado las riendas.Abraxos soltó un grito por su cuenta, pero Manon simplemente miró hacia abajo en la tierra,donde las aves estaban tomando un vuelo en el resplandor que parecía correr por delante…

La magia que ahora se rizaba a través del mundo, libre.

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La oscuridad la abrazaba.

Magia.

Independientemente de qué había pasado, cómo había sido liberada, a Manon no le importa-ba.

Ese mortal, peso humano desapareció. La fuerza corrió a través de ella, sus huesos como unacapa de armadura.

Invencible, inmortal, imparable.

Manon inclinó su cabeza hacia atrás, al cielo, extendió sus brazos ampliamente y rugió.

La Guarida estaba sumida en caos.

Las brujas y la gente corrían alrededor, gritando.

Magia.

La magia era libre.

No era posible.

Pero ella lo podía sentir, incluso con el collar alrededor de su cuello y la cicatriz en su brazo.

Se desató una gran bestia en su interior.

Una bestia que ronroneaba la Sombra de Fuego.

Aelin se arrastró lejos de la puerta manchada con su sangre, lejos del príncipe Valg, que seechó a reír cuando ella agarró su costado y avanzó poco a poco a través del puente, su sangredejando una mancha detrás de ella.

El sol todavía se arrastraba alrededor desde la torre.

—Dorian —dijo, sus piernas empujando contra el cristal, su sangre goteando entre sus dedosglaciales, calentándolos—. Recuerda.

El príncipe Valg la acechó, sonriendo ligeramente cuando ella se derrumbó en frente suyo enel centro del puente. Las sombras de la torre del castillo de cristal se cernían a su alrededor,una tumba. Su tumba.

—Dorian, recuerda —dijo con voz entrecortada. Él había perdido su corazón –apenas.

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—Dijo que debía recuperarte, pero tal vez me divierta primero.

Dos cuchillos aparecieron en sus manos, curvados y malévolos.

El sol empezó a brillar justo por arriba de la torre.

—Recuerda a Chaol —rogó—. Recuerda a Sorscha. Acuérdate de mí.

Un retumbo sacudió el castillo en algún sitio al otro lado del edi cio.

Y luego un gran viento, un viento suave, un viento encantador, como si la canción del corazóndel mundo se hiciera con él.

Cerró sus ojos por un momento y presionó su mano contra su lado, sacando un aliento.

—Tenemos que volver —dijo Aelin, empujando más su mano y más duro en su herida hastaque la sangre se detuviera, hasta que solo sus lágrimas uyeran—. Dorian, tenemos que vol-ver de esta pérdida –de esta oscuridad. Tenemos que volver, y volví por ti.

Ella estaba llorando, llorando cuando el viento se desvaneció y su herida comenzó a cerrarse.Las dagas del príncipe se habían a ojado en sus manos.

Y en su dedo, el anillo de oro de Athril brilló.

—Lucha —jadeó. El sol se desvió más cerca—. Lucha contra ello. Tenemos que volver.

Más brillante y más brillante, el anillo de oro palpitó en su dedo.

El príncipe se tambaleó hacia atrás, su rostro retorcido.

—Gusano humano.Había estado demasiado ocupado apuñalándolo para observar el anillo que ella había desliza-do en su dedo cuando había agarrado su mano como si quisiera empujarlo lejos.

—Quítalo —gruñó él, tratando de tocarlo –y siseando como si quemara—. ¡Quítalo!

El hielo creció, extendiéndose hacia ella, rápido como los rayos de luz del sol que ahora se dis-pararon entre las torres, refractando en cada copa de la azotea y el puente, llenando el castillocon la luz gloriosa de Mala, la Portadora de Fuego.

El puente –el puente que ella y Chaol habían escogido para este propósito, para este momentoen el ápice del solsticio– estaba justo en medio del mismo.

La luz le pego, llevando su corazón con la fuerza de una estrella en explosión.

Con un rugido, el príncipe Valg envió una ola de hielo hacia ella, lanzas y lanzas a su pecho.

Así que Aelin arrojó sus manos hacia el príncipe, hacia su amigo, y lanzó su magia a él contodo lo que tenía.

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Capítulo 75Traducido por Constanza Cornes

Corregido por Diana Gonher

Había fuego, y luz, y oscuridad, y hielo.

Pero la mujer –la mujer estaba allí, a mitad de camino a través del puente, sus manos ante ellacuando se puso a sus pies.No había sangre ltrándose desde donde el hielo la había apuñalado. Solo piel limpia y pulidase asomaba a través del material negro de su traje.

Se había sanado con magia.

A su alrededor había mucho fuego y luz, tirando de él.

Tenemos que volver , dijo. Cómo si ella supiera lo que era ésta oscuridad, los horrores existían.Luchar contra ello.

Una luz quemaba en su dedo –una luz que se rompía dentro de él.

Una luz que se rompía en astillas en la oscuridad.

Recuerda , dijo.

Sus llamas se destrozaron en él, y el demonio gritaba. Pero no le hizo daño alguno. Sus llamassolo mantuvieron al demonio a raya.

Recuerda.

Una brizna de luz en la oscuridad.

Una puerta agrietada.

Recuerda.

Sobre el grito del demonio, empujó y miró a través de sus ojos. Sus ojos.

Y vio a Celaena Sardothien de pie delante de él.

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Aedion escupió sangre en los escombros. Rowan apenas permanecía consciente cuando seinclinó contra el derrumbe detrás de ellos, mientras Lorcan trató de cortar un camino a travésde la embestida de los combatientes Valg.

Más y más en los túneles, armados y sanguinarios, alertados por la explosión.

Drenados e incapaces de invocar a fondo su magia tan pronto, incluso Rowan y Lorcan noserían capaces de mantener a los Valgs ocupado por mucho tiempo.

A Aedion le quedaban dos cuchillas. Sabía que no saldrían vivos de estos túneles.

Los soldados llegaron en una interminable ola, sus ojos huecos encendidos con sed de sangre.

Incluso aquí abajo, Aedion podía oír a la gente gritando en las calles, bien por la explosión oporqué la magia que volvía a inundar sus tierras. Ese viento… nunca había olido nada comoello, nunca lo haría de nuevo.

Habían derrumbado la torre. Lo habían hecho.

Ahora su reina tendría su magia. Tal vez ahora tendría una oportunidad.

Aedion destruyó al comandante Valg más cercano a él, sangre negra salpicando en sus ma-nos, y se dedicó a los dos que intervinieron para reemplazarlo. Detrás de él, los alientos deRowan raspaban. Demasiado trabajo.

La magia del príncipe, drenada, por la pérdida de sangre, había comenzado a vacilar momentos

atrás, ya no siendo capaz de quitar el aire de los pulmones de los soldados. Ahora no era másque un viento frío empujando contra ellos, manteniéndolos a raya.

Aedion no había reconocido la magia de Lorcan cuando le había criticado duramente acercade los oscuros vientos casi invisibles. Pero donde golpeaba, los soldados caían. Y no se le-vantaron.

También, él estaba fallando ahora.

Aedion apenas podía levantar el brazo de la espada. Solo un poco más de tiempo; unos mi-nutos más manteniendo a estos soldados ocupados para que su reina pudiera estar libre de

distracciones.Con un gruñido de dolor, Lorcan fue sumergido por media docena de soldados y empujadofuera de la vista en la oscuridad.

Aedion siguió balanceándose y balanceándose hasta que no hubo ningún Valg delante de él,hasta que se dio cuenta de que los soldados se habían retirado veinte pasos y se reagruparon.

Una línea sólida de soldados Valg de pie, sus números estirándose lejos en la penumbra,viéndolo, sosteniendo sus espadas. Esperando la orden de ataque. Demasiados. Demasiados

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para escapar.

—Ha sido un honor, Príncipe —le dijo Aedion a Rowan.

La única respuesta de Rowan fue un gruñido.

El comandante Valg anduvo con paso majestuoso al frente de la línea, su propia espada ha-

cia fuera. En algún lugar en la alcantarilla, soldados comenzaron a gritar. Lorcan –que odiosoegoísta– debió haber cortado una ruta a través de ellos. Y corrió.

—Carguen a mi señal —dijo el comandante, su anillo negro brillando cuando levantó unamano.

Aedion caminó frente a Rowan, aunque fuera inútil. Matarían a Rowan una vez él muriera, detodos modos. Pero al menos caería luchando, defendiendo a su hermano. Al menos tendríaeso.

La gente seguía gritando en la calle de arriba –chillando de terror ciego, los sonidos de pánico

creciendo, más fuerte.—Con calma —dijo el comandante a los luchadores.

Aedion respiró –uno de sus últimos respiros, se dio cuenta. Rowan se enderezó lo mejor quepudo, el contra la muerte que ahora hacía una seña, y Aedion podría haber jurado que el prín-cipe susurró el nombre de Aelin. Más gritos de los soldados en la parte posterior; algunos en laparte delantera se giraron para ver qué era el pánico detrás de ellos.

A Aedion no le importaba. No con una la de espadas ante ellos, reluciente como los dientesde un poderosos animal.

La mano del comandante bajó.Y fue rasgada limpiamente por un leopardo fantasma.

Por Evangeline, por su libertad, por su futuro.

Cuando Lysandra embistió, acuchillando con garras y colmillos, los soldados murieron.

Ella había andado a mitad de camino por la ciudad antes de que saliera de ese carro. Le dijo aEvangeline que tomara el camino hacia la casa de campo de los Faliqs, que fuera una buenachica y permaneciera segura. Lysandra había corrido dos cuadras hacia el castillo, sin preocu-

parse si ella tenía muy poco que ofrecer en la lucha, cuando el viento se cerró de golpe en ellay una canción salvaje centelleó en su sangre.

Entonces derramó su piel humana, esa jaula mortal, y corrió, rastreando el olor de sus amigos.

Los soldados en la alcantarilla estaban gritando mientras ella rasgaba en ellos –una muertepor cada día en el in erno, una muerte por su niñez arreatada y de Evangeline. Era furia, eraira, era venganza.

Aedion y Rowan estaban apoyados contra el derrumbe, sus rostros sangrientos y enormes

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Y fue golpeada en el aire por una echa.

Lysandra aterrizó en la cara del guardia y la trituró con sus garras.

Solo había un tirador con ese tipo de objetivo.

Lysandra soltó un rugido, y se convirtió en una tormenta de muerte sobre los guardias más

cercanos a ella mientras las echas llovían en el resto.Cuando Lysandra se atrevió a mirar, fue a tiempo para ver a Nesryn Faliq sacando otra echaen lo alto de la azotea vecina, anqueada por sus rebeldes, y disparando limpiamente a travésdel ojo del guardia nal entre Lysandra y el castillo.

— ¡Anda! —gritó Nesryn sobre la muchedumbre en pánico.

La llama y la noche combatían en las torres más altas, y la tierra se estremeció.

Lysandra ya corría por la pendiente, encorvándose el camino entre los árboles.

Nada más que la hierba y los árboles y el viento.Nada más que este cuerpo elegante, potente, su forma de corazón ardiente y radiante, cantan-do con cada paso, cada curva que tomaba, uido y rápido y libre.

Más y más rápido, cada movimiento de ese cuerpo de leopardo era con alegría, incluso cuandosu reina luchaba por su reino y su mundo alto, arriba.

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Capítulo 76Traducido por Constanza Cornes

Corregido por Diana Gonher

Aelin jadeó, luchando contra la palpitación en su cabeza.

Demasiado pronto; demasiado poder demasiado pronto. No había tenido tiempo para sacarlopor el camino seguro, cayendo lentamente a las profundidades.

El cambio en su forma Hada no había ayudado –solo había hecho que el Valg oliera peor.

Dorian estaba de rodillas, agarrando su mano, donde el anillo seguía brillando, marcando sucarne.

Envió tinieblas que se rompían contra ella una y otra vez –y cada vez, ella cerraba de golpelejos con una pared de llamas.

Pero su sangre se calentaba.

—Trata, Dorian —ella le pidió, su lengua como papel en su boca reseca.

—Te mataré, perra Hada.

Una risa baja sonó detrás de ella.

Aelin dio media vuelta –sin atreverse a darla la espalda a cualquiera de ellos, incluso si estosigni caba exponerse a sí misma a la caída libre.

El Rey de Adarlan estaba de pie en la puerta abierta al otro extremo del puente.

Chaol.—Un noble esfuerzo del capitán. Tratar de ganar tiempo para que pudieras salvar a mi hijo.

Lo había intentado, pero…

—Castígala—silbó el demonio desde el otro extremo del puente.

—Paciencia —pero el rey se puso rígido cuando tomó el anillo de oro que quemaba en la manode Dorian. Esa cara dura, brutal se apretó—. ¿Qué has hecho?

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Dorian se movió violentamente, estremeciéndose, y soltó un grito que puso a prueba sus oídosde Hada.

Aelin sacó la espada de su padre.

—Mataste a Chaol —dijo ella, sus palabras huecas.

—El muchacho ni siquiera consiguió un solo golpe —sonrió socarronamente a la espada deOrynth—. Dudo que lo consigas, también.

Dorian se quedó en silencio.

Aelin gruñó:

—Lo mataste.

El rey se acercó, sus pisadas golpeando en el puente de cristal.

—Lo único que lamento —le dijo el rey a ella—, es que no conseguí que tomara mi tiempo.

Copió un paso –solo uno.

El rey sacó a Nothung.

—Me tomaré mi tiempo contigo, sin embargo.

Aelin levantó su espada en ambas manos.

Entonces…

— ¿Qué dijiste?

Dorian.

La voz era ronca, rota.

El rey y Aelin se volvieron hacia el príncipe.

Pero los ojos de Dorian estaban en su padre, y ardían como las estrellas.

—¿Qué fue lo que dijiste de Chaol?

El rey espetó:

—Silencio.

—Lo mataste —no era una pregunta.

Los labios de Aelin comenzaron a temblar, y construyó un túnel abajo, abajo, abajo en su in-terior.

— ¿Y qué si lo hice? —dijo el rey, levantando sus cejas.

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— ¿Mataste a Chaol?

La luz en la mano de Dorian se quemó.

Pero el collar alrededor de su cuello permaneció.

—Tú —espetó el rey –y Aelin se dio cuenta de lo que quiso decir cuando una lanza de oscuri-

dad fue por ella tan rápido, demasiado rápido–La oscuridad se rompió contra una pared de hielo.

Dorian.

Su nombre era Dorian.

Dorian Havilliard, y era el Príncipe Heredero de Adarlan.Y Celaena Sardothien –Aelin Galathynius, su amiga… había vuelto por él.

Se enfrentó a él, una antigua espada en sus manos.

— ¿Dorian? —respiró.

El demonio dentro de él estaba gritando y suplicando, rasgándose en él, tratando de negociar.

Una ola de oscuridad irrumpió en el escudo de hielo que había lanzado entre la princesa y supadre. Pronto –pronto el rey se abriría camino a través de él.

Dorian levantó sus manos al collar de piedra del Wyrd –frío, liso, tocando.

¡No!, gritó el demonio. ¡No!

Había lágrimas en la cara de Aelin cuando Dorian se apoderó de la negra piedra alrededor desu garanta.

Y, gritando su pena, su rabia, su dolor, rompió el collar de su cuello.

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Capítulo 77Traducido por Yunn Hdez

Corregido por Constanza Cornes

El collar de piedra del Wyrd se partió en dos, cortando a lo largo de la sura por la cual el poderse había ltrado en el anillo.

Dorian estaba jadeando, y la sangre corría por su nariz, pero Aelin murmuró, y la voz era lasuya. Era él.

Ella corrió, envainando la espada de Orynth, llegando a su lado al mismo tiempo en que la

pared de hielo explotó debajo de un martillo de oscuridad.El poder del rey se dirigió hacia ellos, y Aelin levantó una sola mano. Un escudo de fuego es-talló, y la oscuridad se retiró hacia atrás.

¾Ninguno de ustedes saldrá de aquí con vida ¾dijo el rey, su voz áspera deslizándose a travésdel fuego.

Dorian se apoyó en ella, y Aelin deslizó una mano alrededor de su cintura para sostenerlo.

El dolor parpadeó en su estómago, y un palpitar comenzó en su sangre. Ella no podía aguan-tar, no desprevenida, incluso cuando el sol se mantenía en su apogeo, como si la mismísimaMala quisiera quedarse un poco más para poder ampli car los dones que ya había derramadosobre una princesa de Terrasen.

Dorian dijo Aelin, el dolor se movió por su espalda mientras que el cansancio se acercaba.

Él movió su cabeza, su mirada todavía ja en el muro de llamas parpadeantes. Tal dolor, ypena, y rabia en esos ojos. Sin embargo, de alguna manera, por debajo de todo eso –una chis-pa de espíritu. De esperanza.

Aelin extendió su mano una pregunta y una oferta y una promesa.

Para un mejor futuro dijo.Regresaste dijo, como si eso fuera una respuesta.

Ellos se tomaron de las manos.

Por lo que el mundo terminó.

Y el siguiente comenzó.

Ellos eran in nitos.

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Ellos eran el principio y el n; eran la eternidad.

El rey de pie delante de ellos se quedó boquiabierto mientras que el escudo de llamas se ex-tinguía para revelar a Aelin y Dorian, tomados de la mano, brillando como dioses renacidosmientras que su magia se entrelazaba.

Tú eres mía rugió el hombre. Él se convirtió en oscuridad; doblándose a sí mismo en el poderque llevaba, como si no fuera nada más que malicia en un viento oscuro.Los atacó, y los envolvió en oscuridad.

Pero ellos se mantuvieron unidos el uno junto al otro, el pasado y el presente y el futuro; par-padeando entre la antigua sala en un castillo de la montaña encaramada sobre Orynth, unpuente suspendido entre torres de cristal, y otro lugar, perfecto y extraño, donde ellos habíansido creados a partir de polvo de estrellas y luz.

Una pared de oscuridad los golpeó de vuelta. Pero no podían ser contenidos.

La oscuridad hizo una pausa para tomar aliento.Ellos estallaron.

Rowan parpadeó contra la luz del sol que salía más allá de Aedion.

Los soldados se habían in ltrado en las alcantarillas de nuevo, incluso después de que Lysan-dra les había salvado sus lamentables traseros. Lorcan había regresado, ensangrentado, y les

dijo que la salida estaba bloqueada, y cualquier forma que Lysandra había usado para entrarahora estaba invadida.

Con la e ciencia del campo de batalla, Rowan había curado su pierna lo mejor que pudo consu energía restante. Mientras que él se curaba a sí mismo, el hueso y el tejido de la piel unién-dose apresuradamente haciendo que gritara por el dolor, Aedion y Lorcan abrieron un caminoa través del derrumbe, justo al mismo tiempo en que las alcantarillas se llenaban con los so-nidos de los soldados que se adentraban en ellas. Ellos arrastraron sus traseros de vuelta alos terrenos del castillo, donde se encontraron con otro derrumbe. Aedion había comenzado arasgar en la parte superior del mismo, gritando y rugiendo hacia la tierra como si su voluntadpor sí sola pudiera moverla.

Pero ahora había un agujero. Era todo lo que Rowan necesitaba.

Rowan se movió, su pierna nadando en agonía mientras intercambiaba sus extremidades poralas y garras. Él soltó un grito, estridente y furioso. Un halcón de cola blanca salió disparadode la pequeña abertura, pasando a Aedion.

Rowan no se entretuvo mientras se daba cuenta de sus alrededores. Ellos estaban en algúnlugar en los jardines del palacio, el castillo de cristal emergiendo a lo lejos. El olor del humo de

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la ruinas de la torre del reloj congestionó sus sentidos.

Luz explotó de las torres aguja más prominentes del castillo, tan brillante que fue cegado porun momento.

Aelin.

Viva.Viva . Se alzó en vuelo, moldeando el viento a su voluntad con los residuos de su magia,elevándose más y más rápido. Él envió otra ráfaga de viento hacia la torre del reloj, enviandoel humo hacia el río, lejos de ellos.

Rowan dobló por la esquina del castillo.

No tenía palabras para lo que vio.

El rey de Adarlan bramó mientras que Aelin y Dorian fracturaban su poder. Juntos rompierontodos los hechizos, cada onza del mal que había doblado y encadenado a sus órdenes.

In nito, el poder de Dorian era in nito.

Ellos estaban llenos de luz, de fuego y luz de estrellas y luz solar. Ellos rebosaban de podermientras que rompían la atadura nal del poder del rey y se aferraban a su oscuridad, quemán-dola hasta que no era nada.

El rey cayó de rodillas, el puente de cristal rezumbó por el impacto.

Aelin soltó la mano de Dorian. Un vacío helado la inundó tan violentamente que también cayóal suelo de cristal, tragando aire, tambaleándose, recordando quién era.

Dorian estaba mirando a su padre: el hombre que lo había roto, que lo había esclavizado.

Con una voz que nunca había oído, el rey susurró:

—Mi hijo.

Dorian no reaccionó.

El rey miró a su hijo, sus ojos muy brillantes y dijo de nuevo:

—Mi hijo.

Entonces el rey miró hacia donde ella estaba de rodillas, mirando boquiabierta hacia él.

—¿Has venido a salvarme por n, Aelin Galathynius?

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Capítulo 78Traducido por Yunn Hdez

Corregido por Constanza Cornes

Aelin Galathynius se quedó mirando al asesino de su familia, su pueblo, su continente.

—No hagas caso a sus mentiras —dijo Dorian, su voz plana y hueca.

Aelin estudió la mano del rey, donde el anillo oscuro había sido destrozado. Sólo una banda depálida piel permanecía.

—¿Quién eres tú? —dijo ella en voz baja.

Humano –cada vez más, el rey se veía… más humano. Más suave.

El rey se dirigió a Dorian, exponiendo las palmas de sus manos.

—Todo lo que hice— todo era para mantenerte a salvo. De él.

Aelin se quedó inmóvil.

—Encontré la llave— el rey continuó, las palabras saliendo a borbotones.— Encontré la llavey la llevé a Morath. Y él... Perrington. Éramos jóvenes, y me llevó debajo de la Fortaleza paramostrarme la cripta, a pesar de que estaba prohibido. Pero la abrí con la llave... —lágrimas,reales y claras, corrían por su rojizo rostro—. La abrí, y él vino; él tomó el cuerpo de Perrington –y… —miró su mano desnuda. Lo miró temblar.— Él dejó que su secuaz me tomara.

—Es su ciente— dijo Dorian.

El corazón de Aelin se detuvo.

—Erawan está libre— susurró. Y no sólo libre –Erawan era Perrington. El Rey Oscuro mismola había maltratado, vivió en el castillo con ella –y nunca había sabido, por suerte o por el des-tino o por la protección de Elena, que ella estaba allí. Ella no había sabido tampoco –nunca lohabía vislumbrado a él. Dioses de los cielos, Erawan la había obligado a arrodillarse ese díaen Endovier y ninguno de ellos dos sintió o se dio cuenta de lo que el otro era.

El rey asintió, dejando que sus lágrimas salpicaran su túnica.

¾El Ojo –tu podrías haberlo enviado de vuelta con el Ojo...

La mirada en el rostro del rey cuando ella había revelado el collar... Él había estado viendo unaherramienta, no de destrucción, sino de salvación.

Aelin dijo:

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—¿Cómo es posible que ha estado dentro Perrington todo este tiempo y nadie se ha dadocuenta?

—Él puede esconderse dentro de un cuerpo como un caracol en su concha. Pero disimularsu presencia también ahoga sus propios poderes para rastrear a otros –como tú. Y ahora queestás de vuelta –todos los jugadores en el juego que aún no termina. La línea Galathynius –y

la Havilliard, las que él ha odiado tan ferozmente todo este tiempo. Por qué nos eligió comoblancos a mi familia, y a la tuya.

—Tú destruiste mi reino— se las arregló para decir. La noche en que sus padres murieron,había un olor en la habitación... El olor de un Valg.— Tú sacri caste a millones de personas.

—Traté de detenerlo— el rey apoyó una mano en el puente, como para evitar colapsar bajo elpeso de la vergüenza que ahora recubría sus palabras.— Ellos te podrían haber encontradosolamente por tu magia, y quería al más fuerte de todos para él. Y cuando tú naciste... —suarrugado rostro se contorsionó por el dolor cuando se dirigió de nuevo a Dorian.— Tú eras tanfuerte –tan precioso. No podía dejar que te llevaran. Le arrebaté el control por tiempo su cien-

te.—Para hacer qué — dijo Dorian con voz ronca.

Aelin miró el humo que otaba hacia el río.

—Para ordenar que las torres fueran construidas— dijo ella—, y usar ese hechizo para deste-rrar la magia—y ahora que habían liberado a la magia... las personas que la controlaban seríandetectados por todos los demonios Valg en Erilea.

El rey jadeó un suspiro tembloroso.

—Pero él no sabía cómo lo había hecho. Pensó que la magia se desvaneció como un castigode nuestros dioses y no sabía nada de por qué se construyeron las torres. Todo este tiempohe usado mi fuerza para mantener el conocimiento de las torres lejos de él –de ellos. Toda mifuerza– para que no pudiera luchar contra el demonio, para detenerlo cuando... cuando hizoesas cosas. Mantuve ese conocimiento a salvo.

—Él es un mentiroso— dijo Dorian, girando sobre sus talones. No había piedad en su voz.— Apesar de que las torres fueron construidas todavía era capaz de usar mi magia –tu hechizo nome protegió en absoluto. Él va a decir cualquier cosa.

Los malvados nos dirán cualquier cosa para perseguir nuestros pensamientos mucho des-pués, Nehemia le había advertido.—Yo no lo sabía —declaró el rey.— Usar mi sangre en el hechizo debería haber hecho a milínea inmune. Fue un error. Lo siento. Lo siento. Mi hijo –Dorian–

—Tú no tienes el derecho de llamarle así —espetó Aelin— Tú viniste a mi casa y asesinaste ami familia.

—Fui a encontrarte. ¡Yo fui para que tú lo quemaras fuera de mí! —sollozó el rey.— Aelin del

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Fuego Salvaje. Traté de conseguir que lo hicieras. Pero tu madre te dejó inconsciente antes deque me mataras, y el demonio... El demonio se dedicó a aniquilar a tu línea después de eso,para que ningún fuego jamás pudiera puri carme de él.

La sangre de Aelin se convirtió en hielo. No –no, no podía ser cierto, no podía ser verdad.

—Todo fue por encontrarte —le dijo el rey a ella—. Para que pudieras salvarme –para quepudieras eliminarme al n. Por favor. Hazlo —el rey estaba llorando ahora, y su cuerpo parecíaconsumirse poco a poco, sus mejillas se estaban demacrando, sus manos adelgazándose.

Como si de hecho su fuerza vital y el príncipe demonio se hubieran unido dentro de él uno nopodría existir sin el otro.

—Chaol está vivo —murmuró el rey por detrás de sus manos descarnadas, bajándolas pararevelar ojos enrojecidos, ya blanquecinos por la edad.— Aún estoy roto, pero no lo asesiné.Había –una luz a su alrededor. Lo dejé con vida.

Un sollozo salió de su garganta. Ella había tenido esperanzas, había tratado de darle un tirode supervivencia –Tú eres un mentiroso— dijo de nuevo Dorian, su voz era fría. Tan fría.— Yte mereces esto —la luz brillo en las puntas de los dedos de Dorian.

Aelin pronunció su nombre, tratando de recobrarse de nuevo, de unir su sentido común. El de-monio dentro del rey la había cazado no a causa de la amenaza que Terrasen generaba –sinopor el fuego en sus venas. El fuego que podía poner n a los dos.

Ella levantó una mano mientras que Dorian se acercaba a su padre. Tenían que preguntarmás, saber más

El Príncipe Heredero echó la cabeza hacia atrás al cielo y gritó, y fue el grito de guerra de un

dios.

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Llovía sangre junto con el cristal –sangre que crepitaba en su pequeño capullo de fuego, apes-tando a oscuridad y dolor.

El viento se mantuvo soplando hasta que se llevó lejos esa oscura sangre.

Aun así Aelin mantuvo el escudo alrededor de la ciudad, se aferró a la promesa nal que habíahecho a Chaol.

Voy a hacer que valga la pena.

Se aferró hasta que el suelo se levantó para recibirla–

Y aterrizó suavemente en la hierba.

Entonces la oscuridad se estrelló contra la parte trasera de su cabeza.

El mundo era tan brillante.

Aelin Galathynius gimió mientras se empujaba a sí misma sobre sus codos, la pequeña colinade hierba debajo de ella, intacta y vibrante. Sólo un momento –había estado fuera por solo unmomento.

Ella levantó la cabeza, su cráneo palpitaba mientras empujaba hacia atrás el cabello suelto desus ojos y miraba lo que había hecho.

Lo que Dorian había hecho.

El castillo de cristal se había ido.Sólo el castillo de piedra se mantuvo, sus piedras grises calentándose bajo el sol del mediodía.

Y donde una cascada de cristal y escombros debería haber destruido una ciudad, un enormemuro de ópalo brillaba.

Una pared de cristal, su labio superior se curvó como si de hecho hubiera sido una ola gigante.

El castillo de cristal se había ido. El rey estaba muerto. Y Dorian–

Aelin gateó, sus brazos cediendo ante ella. Allí –a no más de tres pies de distancia, estabaDorian, tumbado en la hierba, con los ojos cerrados.

Pero su pecho subía y bajaba.

Junto a él, como si algún dios benevolente de hecho hubiera estado cuidando de ellos, yacíaChaol.

Su cara estaba ensangrentada, pero respiraba. No había otras heridas que pudiera detectar.

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Comenzó a temblar. Se preguntó si había notado cuando deslizó el verdadero Ojo de Elena ensu bolsillo mientras que huía de la sala del trono.

El aroma de pinos y nieve la golpeó, y se dio cuenta de cómo habían sobrevivido a la caída.

Aelin se puso de pie, tambaleándose.

La colina que descendía a la ciudad había sido demolida, sus árboles y postes de luz y zonasverdes trituradas por el cristal.

No quería saber acerca de las personas que habían estado en los jardines –o en el castillo.

Se obligó a caminar.

Hacia la pared. Hacia la ciudad llena de pánico. Hacia el nuevo mundo que los llamaba.

Dos olores convergieron, luego un tercero. Un extraño olor, salvaje que pertenecía a todos ynada.

Pero Aelin no miró a Aedion o Rowan, o a Lysandra mientras bajaba la cuesta de la ciudad.Cada paso era un esfuerzo, cada respiración una prueba para levantarse a ella misma desdeel borde, para mantenerse en el aquí y ahora, y lo que debía ser hecho.

Aelin se acercó a la imponente pared de cristal que ahora separaba el castillo de la ciudad, queseparaba la muerte de la vida.

Ella perforó un ariete de llamas azules a través de él.

Más gritos surgieron mientras que el fuego devoraba el cristal, formando un arco.

Las personas que estaban más allá, llorando y abrazándose unos a otros o agarrándose lacabeza o cubriendo sus bocas, se quedaron en silencio mientras ella caminaba por la puertaque había hecho.

La horca seguía en pie justo detrás de la pared. Era la única super cie elevada que podía ver.

Mejor que nada.

Aelin subió al bloque de carnicería, su corte subiendo en la detrás de ella. Rowan estabacojeando, pero no se permitió examinarlo, incluso peguntarle si se encontraba bien. Aún no.

Aelin mantuvo los hombros hacia atrás, su rostro grave e in exible mientras que se detenía enel borde de la plataforma.

—Su rey ha muerto— dijo ella. La multitud se agitó. —Su príncipe vive.

—Salve a Dorian Havilliard —gritó alguien por la calle. Nadie más lo repitió.

—Mi nombre es Aelin Ashryver Galathynius —dijo. —Y yo soy la reina de Terrasen.

La multitud murmuró; algunos espectadores se apartaron de la plataforma.

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—Su príncipe está de luto. Hasta que él esté listo, esta ciudad es mía.

Hubo un silencio absoluto.

—Si ustedes saquean, se amotinan, si ustedes causan un solo problema —dijo, mirando aunos cuantos a los ojos—, voy a encontrarlos, y voy quemarlos hasta que sean cenizas —le-vantó una mano, y las llamas bailaron en sus dedos.— Si se rebelan contra su nuevo rey, siintentan tomar su castillo, entonces este muro —hizo un gesto con su brillante mano—, seconvertirá en vidrio fundido e inundará sus calles, sus casas, sus gargantas.

Aelin levantó la barbilla, su boca formando una dura e imperdonable línea mientras recorríacon la mirada a la multitud que llenaba las calles, la gente estirando el cuello para verla, versus orejas Hada y colmillos alargados, ver las llamas que oscilaban alrededor de sus dedos.

—Yo asesiné a su rey. Su imperio se ha terminado. Sus esclavos son ahora personas libres.Si los encuentro aferrándose a sus esclavos, si me entero de cualquier hogar manteniéndoloscautivos, están muertos. Si me entero de que azotan a un esclavo, o tratan de vender uno,están muertos. Así que sugiero que le digan a sus amigos y familiares y vecinos. Sugiero queustedes actúen como personas inteligentes y razonables. Y les sugiero que se queden en sumejor comportamiento hasta que su rey esté listo para darles la bienvenida, y en ese momento,lo juro por mi corona, que voy a ceder el control de esta ciudad a él. Si alguien tiene un proble-ma con esto, ustedes pueden hablarlo con mi corte –hizo un gesto a sus espaldas. Rowan, Ae-dion y Lysandra –ensangrentados, maltrechos, sucios– sonrieron como vándalos—. O —dijoAelin, las llamas parpadeando en su mano—, pueden hablarlo conmigo.

Ni una sola palabra. Ella se preguntó si ellos aun respiraban.

Pero a Aelin no le importaba mientras caminaba fuera de la plataforma, volviendo de nuevo através de la puerta que había hecho, y todo el camino por la ladera estéril hacia el castillo depiedra.

Ella apenas estaba en el interior de las puertas de roble antes de que ella se desplomara derodillas y llorara.

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Capítulo 80Traducido por Leandro Chávez

Corregido por Constanza Cornes

Elide estuvo en el calabozo tanto tiempo que ya perdió la cuenta del tiempo.

Pero sintió esa onda en el mundo, podría jurar que escuchó el viento cantando su nombre,escuchó gritos de pánico –y luego nada.Nadie explicó qué fue eso, nadie vino. Nadie vendría por ella.

Se preguntaba cuanto tiempo Vernon esperaría antes de entregarla a una de esas cosas. Ellacontaba las comidas para registrar el tiempo, pero la comida que le daban era la misma parael desayuno y la cena, y los tiempos de sus comidas también cambiaban… Como si quisieranque perdiera la cuenta. Como si ellos quisieran que se doblegara a la oscuridad del calabozopara que cuando ellos vinieran por ella, estuviera complaciente, desesperada por ver el solotra vez.

El cerrojo de la puerta hizo un click antes de abrirse, ella se tambaleó sobre sus pies mientrasVernon se escurría dentro de la celda. Dejó la puerta entreabierta detrás de él, y parpadeó porla luz de la antorcha que picaba en sus ojos, el pasillo de piedra más allá estaba vacío. Proba-blemente no trajo guardias consigo. Él sabía cuán fútil sería escapar para ella.

—Estoy alegre de ver que te han estado alimentando. Aunque es una pena el olor.

Se rehusó a sentirse avergonzada por eso. Su olor era la menor de sus preocupaciones.

Elide se presionó sobre el manchado, congelante muro de piedra. Tal vez si tenía suerte en-contraría una forma de rodear el cuello de Vernon con su cadena.

—Enviaré a alguien a limpiarte mañana —Vernon empezó a girar, como si su inspección estu-viera hecha.

—¿Para qué? —consiguió decir. Su voz ya estaba ronca por el desuso.

Él miró sobre su delgado hombro.

—Ahora que la magia ha vuelto…

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Magia. Ésa fue la onda que sintió.

—Quiero aprender qué yace durmiente en tu línea de sangre –nuestra línea de sangre. El du-que está incluso más curioso sobre qué puede salir de eso.

—Por favor —dijo—. Voy a desaparecer. Nunca seré una molestia para ti. Perranth es tuyo –estodo tuyo. Has ganado. Sólo déjame ir.

Vernon chasqueó su lengua.

—Me gusta cuando suplicas —miró hacia la sala más allá y crujió sus dedos—. Cormac.

Un joven hombre se paró fuera de la celda.

Era un hombre de belleza sobrenatural, con una cara impecable debajo de su pelo rojizo, perosus ojos verdes eran fríos y distantes. Horripilante.

Había un collar negro alrededor de su cuello.

Oscuridad se ltraba de él en zarcillos. Y sus ojos se encontraron con los de ella…Memorias brotaron de ella, horribles memorias, una pierna que se quiebra lentamente, añosde terror, de–

—Suéltala —cortó Vernon—. O no será ninguna diversión para ti mañana.

El joven pelirrojo aspiró la oscuridad devuelta hacia él, y las memorias pararon.

Elide vomitó su última comida sobre las piedras.

Vernon rió.

—No seas tan dramática, Elide. Una pequeña incisión, unas cuantas puntadas y estarás per-fecta.

El príncipe demonio le sonrió.

—Estarás a su cuidado luego de eso, para asegurarse que todo funciona como debería. Perocon magia tan fuerte en tu línea de sangre, ¿cómo podría no funcionar? Tal vez podrías eclip-sar a esas Yellowlegs. Después de la primera vez —re exionaba Vernon—, tal vez Su Altezapodría incluso realizar sus propios experimentos en ti. El conocimiento que le vendió en sucarta que Cormac disfrutó… jugando con mujeres jóvenes, cuando vivía en Rifthold.

Dioses, dioses.

—¿Por qué? —suplicó.— ¿Por qué?

Vernon se encogió de hombros.

—Porque puedo.

Él salió caminando fuera de la celda llevándose al príncipe demonio –su prometido– consigo.

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Tan pronto como el cerrojo de la puerta se cerró, Elide fue hacia él, tirándolo del mango, jalan-do hasta que el metal mordió sus manos dejándolas en carne viva, suplicándole a Vernon, acualquiera, que la escuche, que se acuerde de ella.

Pero no había nadie.

Manon estaba más que lista para caer en su cama al n. Después de todo lo que pasó… Ellaesperaba que la joven reina anduviera por Rifthold, y entendiera el mensaje.

Las salas del Torreón eran un escándalo, un bullicio de mensajeros que evitaban mirarla.

Lo que sea que fuera, no le importaba. Quería un baño y luego dormir, por días.

Cuando se despierte, le diría a Elide lo que aprendió sobre su reina. La última pieza de la deu-da vital que debe.

Manon entró en su cuarto, el palé de heno de Elide estaba ordenado, el cuarto inmaculado.La niña probablemente estaba husmeando en alguna parte, espiando a cualquiera que le pa-reciera útil.

Manon estaba a mitad de camino del cuarto de baño cuando notó un olor.

O la falta de uno.

La esencia de Elide era débil –vieja. Como si no hubiera estado allí por días.

Manon miró hacia la chimenea. Sin brasas. Pasó la mano por él, ni una pista de calor.

Manon escaneó el cuarto.

Sin signos de lucha. Pero…

Manon estaba afuera de la puerta en el siguiente momento, bajando las escaleras.

Ella dio tres pasos antes que su caminata se convirtiera en una carrera. Bajó las escaleras dea dos y tres y saltó los últimos diez pies, el impacto estremeciendo sus piernas, ahora fuertes,tan perversamente fuertes, con la magia devuelta.

Si hubo un tiempo en que Vernon pudo volver para tomar a Elide, hubiera sido cuando Manonestuvo lejos. Y si la magia corrió en la familia de Elide junto con sangre Dientes de Hierro ensus venas… Su retorno debe haber despertado algo.

Ellos quieren reyes, Kaltain había dicho ese día.

Sala tras sala, escalera tras escalera, Manon corrió, sus uñas de hierro destellando mientrasagarraba esquinas para doblar por ellas. Sirvientes y guardias se apartaban de su camino.

Alcanzó las cocinas unos momentos después, sus dientes de hierro afuera. Todos mantuvieron

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un silencio mortal mientras saltaba de las escaleras dirigiéndose directo al cocinero jefe.

—¿Dónde está ella?

La rubicunda cara del hombre palideció.

—¿Q-quién?

—La niña –Elide. ¿Dónde está ella?

La cuchara sopera resonó en el piso.

—No lo sé; No la he visto por días, Líder del Ala. Ella a veces va de voluntaria a la lavandería,así que tal vez–

Manon ya estaba corriendo hacia afuera.

La lavandera jefe, un toro arrogante resopló mientras dijo que no había visto a Elide, tal vez lalisiada obtuvo lo que se merecía. Manon la dejó gritando en el suelo, cuatro líneas sangrandoa través de su cara.Manon se precipitó a través de las escaleras y cruzó un puente de piedra abierto entre las dostorres, la negra roca se deslizaba suavemente por sus botas.

Acababa de alcanzar el otro lado cuando una mujer gritó desde el extremo opuesto del puente:

—¡Líder del Ala!

Manon realizó una parada tan dura que casi choca contra la pared de la torre. Cuando ella sevolvió una mujer humana en un vestido casero corría hacia ella, apestando al jabón y deter-gente que ellos usan en la lavandería.

La mujer tragó saliva mientras tomaba grandes tragos de aire, su piel oscura enrojecida. Ellatenía que mantener sus manos en sus rodillas para recuperar el aliento, pero levantó su cabe-za y dijo:

—Una de las lavanderas vio a un guardia que trabaja en las mazmorras del Torreón. Ella dijoque Elide estaba encerrada allí. Nadie tiene permitido entrar menos su tío. No sé qué estánplaneando hacer pero no puede ser bueno.

—¿Qué mazmorra? —había tres diferentes aquí –junto con las catacumbas en las que mante-nían al aquelarre Yellowlegs.

—Ella no sabe. Él no le contaría tanto. Algunas de nosotras estaban tratando de –de ver sihabía algo que hacer, pero–

—No le digas a nadie que me has hablado —Manon se volvió. Tres mazmorras, tres posibili-dades.

—Líder del Ala —dijo la joven mujer. Manon miró sobre su hombro. La mujer puso su manosobre su corazón—. Gracias.

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Manon no se permitió pensar sobre la gratitud de la lavandera o lo que sea que signi que paraesos débiles, inútiles humanos incluso haber considerado tratar de rescatar a Elide por sí mis-mos.

Ella no pensó si la sangre de esa mujer sería acuosa o sabría a miedo.

Manon se lanzó a la carrera –no hacia las mazmorras, sino a los barracones de las brujas.

Hacia sus Trece.

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Capítulo 81Traducido por Roxana Bonilla

Corregido por Constanza Cornes

El tío de Elide envió dos siervas con rostros de piedra a fregarla, ambas cargando baldes deagua. Trató de luchar cuando la desnudaron, pero las mujeres eran como paredes de hierro.

Cualquier tipo de sangre Blackbeak en las venas de Elide, se dio cuenta, tenía que ser diluida.Cuando estuvo desnuda delante de ellas, vertieron el agua en ella y la atacaron con sus ce-pillos y jabones, sin siquiera vacilar mientras la lavaban por todas partes, incluso cuando gritóque se detuvieran.

Una ofrenda de sacri cio; un cordero a punto de ser masacrado.

Sacudiéndose, débil por el esfuerzo de luchar contra ellas, Elide apenas tenía fuerza paratomar represalias mientras arrastraban peines por su pelo, tirando con tanta fuerza que susojos se humedecieron. Lo dejaron sin atar, y la vistieron con una túnica verde claro. Sin nadadebajo.

Elide les rogó, una y otra vez. Ellas bien podrían haber sido sordas.

Cuando se fueron, trató de abrir la puerta de la celda después de ellas. Los guardias empuja-ron de espaldas con una risa.

Elide retrocedió hasta que se apretó contra la pared de su celda.

Cada minuto estaba más cerca de ser el último.

Resistencia. Pondría resistencia. Era una Blackbeak, y su madre había sido secretamente una,y ambas lucharían. Los obligaría a destriparla, a matarla antes de que pudieran tocarla, antesde que pudieran implantar esa piedra dentro de ella, antes de que pudiera dar a luz a esosmonstruos–

La puerta se abrió. Cuatro guardias aparecieron

—El príncipe está esperando en las catacumbas.

Elide se dejó caer de rodillas, haciendo sonar los grilletes.

—Por favor. Por favor–

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Manon sabía que rescatar a Elide sería una declaración –y sabía que había otros que se que-rían apoderar de ella.

Pero el caos había estallado en la Guarida mientras se había apresurado para convocar a susTrece. Noticias habían llegado.

El rey de Adarlan estaba muerto. Destruido por Aelin Galathynius.

Ella había destrozado su castillo de cristal, usado su fuego de preservar a la ciudad desde laola mortal de vidrio, y declaró a Dorian Havilliard Rey de Adarlan.

La Asesina de Bruja lo había hecho.

La gente estaba en pánico; incluso las brujas la estaban buscando a ella en busca de respues-tas. ¿Qué iban a hacer ahora que el rey mortal estaba muerto? ¿Dónde irían? ¿Estaban libresde su negocio?

Después –Manon pensaría en esas cosas después. Ahora tenía que actuar.

Así que había encontrado a sus Trece y les ordenó que tuvieran a los wyverns ensillados ylistos.

Tres mazmorras.

Apresúrate, Blackbeak, susurró una extraña y suave voz femenina en su cabeza que era a lavez vieja y joven y sabia. Estás corriendo contra la fatalidad.

Manon había llegado al calabozo más cercano, Asterin, Sorrel, y Vesta a la espalda, las ge-melas demonio de ojos verdes detrás de ellas. Los hombres comenzaron a morir –rápida ysangrientamente.

No discutió –no cuando los hombres les dieron una mirada a ellas y sacaron sus armas.

El calabozo contenía rebeldes de todos los reinos, que rogaron por la muerte cuando lasvieron, en tales estados de indescriptible tormento que incluso el estómago de Manon dio unvuelco. Pero ni una señal de Elide.

Habían barrido el calabozo, Faline y Fallon persistiendo para asegurarse de que no se habíanperdido de nada.

La segunda mazmorra contenía más de lo mismo. Vesta se quedó esta vez para barrerla de

nuevo.Más rápido, Blackbeak, le rogó esa sabia voz femenina, como si no pudiera intervenir de algu-na otra forma. Más rápido–

Manon corrió como el in erno.

La tercera mazmorra estaba por encima de las catacumbas, y tan fuertemente custodiada quela sangre negra se convirtió en una niebla alrededor de ellas, ya que se lanzaban a sí mismasnivel tras nivel de soldados.

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Ni una más. No les iba a permitir tomar ni una sola mujer más.

Sorrel y Asterin se hundieron en los soldados, arando un camino para ella. Asterin arrancó lagarganta de un hombre con sus dientes mientras ella destripó a otro con sus uñas. Sangrenegra se roció de la boca de Asterin mientras señalaba a las escaleras por delante y rugió:

—¡Ve!

De esa forma Manon había dejado a su Segunda y Tercera atrás, saltando por las escaleras,dando vueltas y vueltas. Tenía que haber una entrada secreta a partir de estas mazmorras enlas catacumbas, alguna manera silenciosa para transportar a Elide–

¡Más rápido, Blackbeak!, ladró esa sabia voz.

Y cuando un poco de viento empujó los pies de Manon como si pudiera darle un poco más deimpulso, sabía que era una diosa mirando por encima de su hombro, una señora de las cosassabias. Quién quizá había velado por Elide toda su vida, silenciada sin su magia, pero ahoraque era libre...

Manon alcanzó el nivel más bajo de la mazmorra, una simple planta encima de las catacum-bas. Efectivamente, al nal del pasillo, una puerta daba a una escalera descendente.

Entre ella y esa escalera había dos guardias riendo frente a la puerta abierta de la celda mien-tras una mujer joven suplicaba por su misericordia.

Fue el sonido del llanto de Elide –esa chica de silencioso acero y vivo ingenio que no habíallorado por ella o su lamentable vida, solo enfrentándola con sombría determinación– lo quehizo que Manon reaccionara por completo.

Ella mató a esos guardias en el pasillo.

Vio eso de lo que se habían estado riendo: la chica agarrada entre otros dos guardias, su bataabierta para revelar su desnudez, la magnitud de su pierna dañada–

Su abuela las había vendido a estas personas.

Ella era una Blackbeak; ella no era esclava de nadie. No era un caballo de premiación parareproducir.

Tampoco lo era Elide.

Su ira era una canción en su sangre, y Manon simplemente dijo:—Ya son hombres muertos —antes de que se desatara a sí misma sobre ellos.

Cuando hubo tirado el cuerpo del último guardia al suelo, cuando ella estuvo cubierta de san-gre negra y azul, Manon miró a la niña en el suelo.

Elide tiró de la bata verde para cerrarla, temblando tanto que Manon pensó que iba a vomitar.Podía oler el vómito ya en la celda. La habían mantenido aquí, en este lugar en descomposi-ción.

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—Tenemos que correr —dijo Manon.

Elide intentó levantarse, pero no pudo siquiera ponerse de rodillas.

Manon fue hacia ella, ayudando a la niña a ponerse de pie, dejando una mancha de sangre ensu antebrazo. Elide se tambaleó, pero Manon estaba mirando a la vieja cadena alrededor desus tobillos.

Con un golpe de sus uñas de hierro, cortó a través de ella.

Desbloquearía el grillete más tarde.

—Ahora —dijo Manon, tirando de Elide al pasillo.

Había más soldados gritando por la forma en que había llegado, y los gritos de batalla de Aste-rin y Sorrel resonaron por las escaleras. Pero detrás de ellas, desde las catacumbas debajo...

Más hombres –Valg– curiosos por el clamor fugándose desde arriba.

Traer a Elide a la batalla bien podría matarla, pero si los soldados de las catacumbas atacabanpor detrás... Peor aún, si traían a uno de sus príncipes...

Arrepentimiento. Era arrepentimiento lo que había sentido esa noche en que mató a la Cro-chan. Arrepentimiento y culpa y vergüenza, por actuar con obediencia ciega, por ser una co-barde cuando la Crochan había mantenido la cabeza en alto y hablado con la verdad.

Ellos las han convertido en monstruos. Convertido, Manon. Y sentimos lástima por ustedes.

Fue pesar lo que había sentido cuando escuchó el relato de Asterin. Por no ser digna de con-anza.

Y por lo que había permitido que pasara con esas Yellowlegs.

No quería imaginar lo que llegaría a sentir si ella llevaba a Elide a su muerte. O peor.

Brutalidad. Disciplina. Obediencia.

No parecía una debilidad el luchar por aquellos que no podían defenderse. Incluso si no eranverdaderas brujas. Incluso si no signi caban nada para ella.

—Vamos a tener que batallar nuestro camino de salida —le dijo Manon a Elide.

Pero la chica estaba con los ojos muy abiertos, boquiabierta en dirección a la puerta de la celdaAllí, de pie, con un vestido uyendo a su alrededor como noche líquida, estaba Kaltain.

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Capítulo 82Traducido por Tay Paredes

Corregido por Constanza Cornes

Elide miró a la chica de cabello negro.

Y Kaltain le devolvió la mirada.Manon dejó salir un gruñido de advertencia.

—A menos que quieras morir, sal del maldito camino.

Kaltain, su pelo suelto, su cara pálida y delgada, dijo:

—Están en camino. Para averiguar por qué ella aún no llega.

La mano sangrienta de Manon estaba pegajosa y húmeda cuando se cerró alrededor del brazode Elide y la jaló hacia la puerta. Un paso simple. La libertad de movimiento sin esa cadena…

casi hizo a Elide sollozar.Hasta que escuchó a la pelea acercándose. Detrás de ellas, desde la oscura escalera al otrolado del pasillo, los apresurados pies de hombres acercándose desde abajo.

Kaltain se puso en su camino cuando Manon trató de avanzar.

—Espera —dijo Kaltain.— Darán vuelta este lugar buscándote. Incluso si consigues volar, en-viarán jinetes detrás y ocuparán a tu propia gente contra ti, Blackbeak.

Manon soltó el brazo de Elide. Apenas se atrevió a respirar cuando la bruja dijo:

—¿Hace cuánto que has destruido al demonio dentro de ese collar, Kaltain?Una lenta y quebrada risa.

—Hace un rato.

—¿El duque lo sabe?

—Mi oscuro señor ve lo que quiere ver ¾posó sus ojos en Elide. Agotamiento, vacío, dolor yfuria danzaban en ellos¾. Quítate la bata y dámela.

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Elide retrocedió un paso.

—¿Qué?

Manon miró entre las dos.

—No puedes engañarlos.

—Ellos ven lo que quieren ver —dijo Kaltain otra vez.

Los hombres acercándose por cada lado se aproximaban con cada irregular latido.

—Esto es una locura —Elide suspiró—. Nunca funcionará.

—Quítate la bata y dásela a la chica. —ordenó Manon—. Hazlo ahora.

No había espacio para la desobediencia. Así que Elide escuchó, sonrojándose por su propiadesnudez, tratando de cubrirse.

Kaltain apenas dejó deslizar el vestido por sus hombros y cayó al suelo.Su cuerpo –lo que habían hecho con su cuerpo, las marcas, la delgadez…

Kaltain se envolvió en la bata, su expresión vacía otra vez.

Elide se deslizó dentro del vestido, la tela congelada cuando debería estar tibia.

Kaltain se arrodilló frente a uno de los guardias muertos –oh, dios, habían cuerpos ahí–y pasóla mano por el agujero en el cuello del guardia. Untó y salpicó la sangre sobre su cara, su cue-llo, sus brazos y su bata. Se llevó las manos hacia el cabello, haciendo que este le cubriera lacara hasta que solo manchas de sangre eran visibles; encogió sus hombros hasta–

Hasta que Kaltain era Elide

Podrían ser hermanas, había dicho Vernon. Ahora podrían ser gemelas.

—Por favor… ven con nosotras —susurró Elide.

Kaltain rio suavemente

—Daga, Blackbeak.

Manon sacó una daga.

Kaltain dio un corte profundo en una parte escondida y llena de cicatrices de su brazo.

—En tu bolsillo, chica —dijo Kaltain.

Elide buscó en el vestido y sacó un pedazo de tela oscura deshilachada y rota en los bordes,como si hubiera sido arrancada de algo.

Elide se lo tendió y Kaltain llevó la mano a su brazo, no había señal de dolor en esa hermosay sangrienta cara cuando sacó una astilla de piedra negra de él.

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La sangre roja de Kaltain goteaba de la piedra. Cuidadosamente la puso en el pedazo de telaque Elide sostenía y envolvió los dedos de Elide alrededor de esta.

Un suave estallido recorrió a Elide cuando tocó la pieza.

—¿Qué es eso? —preguntó Manon y olfateó suavemente.

Kaltain solo presionó los dedos de Elide.—Encuentra a Celaena Sardothien. Dale esto. A nadie más, nadie. Dile que puedes abrir cual-quier puerta, si tienes la llave. Y dile que recuerde su promesa hacia mí, el castigarlos a todos.Cuando pregunte por qué, dile que dije que ellos no me dejaron conservar la capucha que ellame dio, pero conservé una pieza. Para recordar la promesa que hizo. Para recordar devolverleel favor de una capucha tibia en un calabozo frío.

Kaltain se alejó.

—Podemos llevarte con nosotras —trató Elide otra vez

Una pequeña y odiosa sonrisa.

—No tengo interés en irme, no después de lo que hicieron. No creo que mi cuerpo pueda so-brevivir sin el poder de ellos —Kaltain resopló—. Debería disfrutar de esto, creo.

Manon atrajo a Elide a su lado.

—Te notarán sin las cadenas–

—Estarán muertos para entonces —dijo Kaltain—. Te sugiero que corras.

Manon no hizo preguntas y Elide no tuvo tiempo de dar las gracias antes de que la bruja toma-ra su brazo y corrieran.

Ella era un lobo.

Ella era la muerte, devoradora de mundos.

Los guardias la encontraron encogida y temblando ante la carnicería. No hicieron preguntas,

no miraron a su cara dos veces antes de arrastrarla por el pasillo y adentrarse en las catacum-bas.

Muchos gritos. Mucho terror y desesperación. Pero los horrores bajo las otras montañas eranpeor. Mucho peor. Que mal que no tendría la oportunidad de ayudarlos, de asesinarlos.

Ella era nula, vacía sin ese poco de poder que creaba, comía y destrozaba mundos dentro deella.

Su tesoro, su llave, él la llamaba. Una entrada viviente, prometió él. Pronto, dijo que añadiría

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la otra, y encontrará la tercera.

Para que el rey dentro de él reinara otra vez.

La llevaron a una habitación con una mesa en el centro, una sábana blanca sobre ella, y hom-bres miraban mientras la subían a la mesa –el altar. La encadenaron.

Con la sangre en ella, no notaron el corte en su brazo ni la cara que llevaba.Uno de los hombres se acercó con un cuchillo, limpio, a lado y brillante.

—Esto no tomará más de un par de minutos.

Kaltain le sonrió. Le sonrió ampliamente, ahora que la habían traído a las entrañas de esteinfernal agujero.

El hombre se detuvo.

Un joven pelirrojo entró en la habitación, apestando a la crueldad de su corazón humano yampli cado por el demonio dentro de él. Se quedó inmóvil.Kaltain desató su fuego sombra en ellos.

Este no era el fantasma de fuego sombra que le habían hecho utilizar para matar, la razón porla que se acercaron a ella, la razón por la que la invitaron al castillo de cristal, sino el real. Elfuego que había estado guardando desde que la magia había regresado. La llama dorada seconvierte en negra.

La habitación se convirtió en cenizas.

Kaltain se liberó de las cadenas como si fueran telarañas y se levantó.

Se desnudó al salir de la habitación. Dejándoles ver lo que le habían hecho, el cuerpo quehabían gastado.

Logró dar un par de pasos antes de ser descubierta, y vieran las llamas negras desprendién-dose de ella.

Muerte, devoradora de mundos.

El pasillo se transformó en polvo negro.

Se acercó hacia una habitación donde los gritos eran más fuertes, donde llantos femeninos seescapaban por entre la puerta de acero.

El acero no hacía daño, no hacía aquear a su magia, así que derritió un arco a través de laspiedras.

Monstruos y brujas y hombres y demonios se giraron.

Kaltain se deslizó en la habitación, estiró sus brazos y se convirtió en Fuego Sombra, se con-virtió en libertad y triunfo, se convirtió en una promesa susurrada en un calabozo en el castillo

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de cristal.

Castígalos a todos.

Quemó las cunas. Quemó a los monstruos en ellas. Quemó a los hombres y a sus príncipesdemonio. Y luego quemó a las brujas que la miraban con gratitud en sus ojos y acogieron lallama oscura.

Kaltain desató lo último de su fuego sombra y levantó su cabeza hacia el techo, hacia un cieloque no vería otra vez.

Tomó cada pared y columna. Mientras todo se caía y rompía alrededor Kaltain sonrió, y al nalse quemó a si misma hasta ser las cenizas de un viento fantasma.

Manon corrió. Pero Elide era muy lenta… extremadamente lenta con esa pierna.

Si Kaltain desataba su fuego sombra antes de que ellas salieran…

Manon agarró a Elide y la puso sobre su hombro, el vestido enjoyado cortaba la mano de Ma-non mientras corría por las escaleras.

Elide no dijo palabra alguna cuando llegaron al nivel superior, dejando a Asterin y Sorrel acabarcon los últimos soldados.

—¡Corre! —ladró.

Estaban cubiertas en sangre negra, pero vivirían.

Arriba y arriba se precipitaron hacia la salida de los calabozos, incluso si el peso de Elide seconvertía en un desafío hacia la muerte que las perseguía.

Hubo un estruendo–

—¡Rápido!

Su Segunda llegó hasta las gigantes puertas de los calabozos y se lanzó a sí misma contraellas, abriéndolas. Asterin y Sorrel se apresuraron a través de estas; Asterin las cerró de unportazo. Solo retrasará al fuego un segundo, si es que.

Arriba y arriba, hasta el nido.

Otra sacudida y una explosión.

Gritos, y calor.

A través de los pasillos volaron, cómo si el dios del viento les empujara los talones.

Llegaron a la base de la torre nido. El resto de las Trece estaban aglomeradas en la escalera,

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esperando.

—Hacia los cielos —ordenó Manon mientras se acercaba a la escalera, una tras otra, Elideahora tan pesada que pensó que podría soltarla. Solo unos pies más para llegar a la punta dela torre, donde los dragones deberían estar ensillados y preparados. Lo estaban.

Manon buscó a Abraxos y empujó a la temblorosa chica a la montura. Ella subió por detrásmientras las Trece trepaban a sus monturas. Envolviendo sus brazos alrededor de Elide, Ma-non enterró sus talones en los costados de Abraxos.

—¡Vuela ahora! —rugió.

Abraxos brincó hacia el cielo, volando cada vez más alto. Las Trece volando con ellas, alasbatiendo fuerte, batiendo salvajemente–

Morath explotó.

Llamas negras explotaron, tomando piedra y metal, subiendo alto y más alto. Gente gritó, y

luego todo se silenció, mientras que hasta la roca se derretía.El aire se quebró en los oídos de Manon, mientras que curvaba su cuerpo sobre el de Elide yse giraban para evitar el calor de la explosión que quemaba su propia espalda.

La explosión los hizo tambalear, pero Manon sostenía rme a la chica, tensando sus piernassobre la montura mientras que un caliente y seco viento pasó a través de ellos. Abraxos chillóy se elevó en la ráfaga.

Cuando Manon se atrevió a mirar, una tercera parte de Morath estaba ardiendo hasta los ci-mientos.

Donde esas catacumbas habían estado antes –donde esas Yellowlegs habían sido torturadasy corrompidas, donde habían dado a luz a monstruos– ya no había nada.

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Capítulo 83Traducido por Micaela Libedinsky

Corregido por Diana Gonher

Aelin durmió por tres días.

Tres días en los que Rowan permaneció al lado de su cama, haciendo lo mejor que podía parasanar su propia pierna, mientras recuperaba su poder.Aedion asumió el control del castillo, encarcelando a cualquier guardia que hubiera sobrevivi-do. La mayoría, para el placer de Rowan, había muerto en la tormenta de cristal que el prín-cipe había convocado. Había sido un milagro que Chaol sobreviviera, probablemente graciasal Ojo de Elena que habían encontrado en su bolsillo. Era fácil adivinar quién lo había puestoahí. A pesar de eso, honestamente se preguntaba si, cuando el capitán despertara, desearíahaber sobrevivido. Había conocido varios soldados que se habían sentido de esa manera.

Después de que Aelin contuviera tan espectacularmente a la gente de Rifthold, habían en-contrado a Lorcan esperando en las puertas del castillo de piedra. La reina ni siquiera lo habíanotado mientras caía sobre sus rodillas y lloraba y lloraba, hasta que él la había agarradoentre sus brazos y, cojeando levemente, la había llevado a través de los frenéticos pasillos,con sirvientes evitando chocar con ellos mientras Aedion los guiaba a su antigua habitación.

Era el único lugar al que podían ir. Mejor establecerse en la fortaleza de su antiguo enemigoque retirarse al almacén.

Se le pidió a una sirviente llamada Philippa cuidar del príncipe, que había estado inconscien-te la última vez que lo había visto, cuando se había desplomado y su viento había dejado desoplar.

No sabía que había pasado en el castillo. Aelin no había dicho nada mientras sollozaba. Ellahabía quedado inconsciente para el momento que habían llegado a su lujoso cuarto, perma-neciendo completamente tranquila a pesar de que él había abierto la puerta de una patada.Su pierna había quemado del dolor, el tosco intento de curarlo apenas manteniendo la heridaunida, pero no le importó.

Habían pasado apenas unos segundos después de que había dejado a Aelin en la cama antesde que el aroma de Lorcan lo golpeara otra vez. Se giró, gruñendo.

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Pero ya había alguien delante de él, bloqueando el camino del guerrero hacia la recamara dela reina. Lysandra.

— ¿Puedo ayudarte con algo? — dijo la cortesana dulcemente. Su vestido estaba hechopedazos, y manchado sangre, tanto negra como roja cubría la mayor parte de ella, peromantenía los hombros juntos y la frente en alto. Había llegado hasta los niveles de piedra

más altos del catillo, antes de que la parte de cristal sobre estos explotara y no tenía planes demarcharse pronto.

Él creó un escudo de aire compacto alrededor de la habitación mientras Lorcan bajaba la mi-rada hacia Lysandra, con su cara manchada de sangre permaneciendo impasible.

—Fuera de mi camino, cambia formas.

Ella levantó su esbelta mano y él se quedó quieto. La cambia formas presionó su otra manocontra su estómago, mientras empalidecía. Pero luego sonrió y dijo:

—Olvidaste decir por favor

—No tengo tiempo para esto. — Dio un paso hacia adelante, empujándola hacia su costado.

Ella vomitó sangre negra sobre su cuerpo y Rowan no supo si reír o retroceder mientras seencontraba jadeando, miraba boquiabierta a Lorcan, a la sangre en su cuello y su pecho.

Lentamente, muy lentamente, él bajo la mirada hacia su cuerpo. Ella cubrió su boca con sumano.

—Yo… lo siento tanto,

No llego a alejarse antes de que ella volviera a vomitar sobre él, dejando más sangre negraderramada sobre el guerrero y el piso de mármol.Sus ojos oscuros brillaron y Rowan decidió hacerle a ambos un favor y se les unió en la an-tecámara, cerrando la puerta de la recamara de la reina detrás de él, mientras esquivaba elcharco de sangre y bilis.

Lysandra tuvo arcadas otra vez, pero sabiamente se dirigió a lo que parecía un baño fueradel vestíbulo.

Todos los hombres y demonios que había destrozado no parecían haberle sentado bien a suestómago humano. De la puerta del cuarto de baño se escapaban los sonidos de sus arca-das.—Merecías eso—dijo

Lorcan parpadeó

— ¿Este es el agradecimiento que obtengo?

Rowan se recostó en la pared, cruzando sus brazos y manteniendo su peso fuera de su piernaherida.

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—Sabías que usaríamos esos túneles—dijo— Y mentiste acerca de los sabuesos del Wyrdestando muertos. Debería cortar tu maldita garganta.

—Adelante. Inténtalo

Rowan permaneció apoyado contra la puerta, calculando cada movimiento que hacía su an-tiguo comandante. Una pelea justo allí, justo en ese momento sería demasiado destructiva, ydemasiado peligrosa con su reina yaciendo inconsciente en la habitación detrás de ellos. —No me hubiera importado si sólo hubiese estado yo. Pero cuando me condujiste a esa tram-pa pusiste la vida de mi reina en peligro…

—Parece que a ella le fue bien…

—Y la vida de un hermano de mi corte.

La mandíbula de Lorcan se tensó levemente.

— ¿Por eso volviste a ayudarnos, no es así? —dijo— Viste a Aedion cuando partimos del de-partamento.

—No sabía que el hijo de Gavriel estaría en el túnel contigo. Hasta que fue demasiado tarde.

Por supuesto, Lorcan jamás les hubiera avisado de la trampa después de saber que Aedionestaría allí. Ni en un millón de años admitiría que había cometido un error.

—No sabía que te importara

—Gavriel sigue siendo mi hermano— dijo con sus ojos brillando— Hubiera sido deshonroso shubiese dejado a su hijo morir.

Solo por honor, por el vínculo de sangre entre ellos, no para salvar este continente. Por elmismo retorcido vínculo que lo guiaba ahora a destruir las llaves del Wyrd antes de que Mae-ve pudiera obtenerlas. Rowan no tenía duda de que lo iba a hacer, aunque la reina oscura lomatara por ello luego.

— ¿Qué estás haciendo aquí Lorcan? ¿No obtuviste lo que querías?

Una pregunta justa, y una advertencia. El macho avanzó dentro de la habitación de la reina,más cerca de lo que la mayoría de la gente llegaría.

Empezó a contar silenciosamente en su cabeza. Treinta segundos sería ser generoso. Luegopatearía su trasero fuera.

—No ha terminado—dijo el guerrero—Ni de lejos.

Rowan levantó sus cejas.

— ¿Amenazas inútiles? — Pero solo se encogió de hombros y se fue, cubierto del vómito deLysandra, sin mirar hacia atrás antes de desaparecer del salón.

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Eso había sido hace tres días. No había visto u olido el aroma de Lorcan desde entonces.

La cortesana, milagrosamente, había dejado de vomitar sus tripas, o mejor dicho, las tripasde otros. Ella había reclamado un cuarto al nal del pasillo, entre las habitaciones donde elpríncipe y Chaol aún dormían.

Después de lo que el príncipe y Aelin habían hecho, la magia que habían conjurado por sí mis-mos y juntos, que llevarán durmiendo tres días no era sorprendente. Aun así, esto lo sacabafuera de sus casillas.

Había tantas cosas que necesitaba decirle; aunque tal vez simplemente le preguntaría comodemonios había conseguido que la apuñalaran en el costado. Ella se había sanado, y nuncase habría enterado de no ser por las rasgaduras en las costillas, espalda y mangas del trajenegro de asesina. Cuando la sanadora la había revisado, había descubierto que se había sa -nado muy rápidamente, desesperadamente, y había cerrado las heridas en su espalda alre-dedor de algunos fragmentos de vidrio. Observar mientras la sanadora la desnudaba y cuida-dosamente abría las docenas pequeñas heridas para retirar el cristal, casi lo hizo derribar las

paredes. Aelin durmió mientras la sanadora trabajaba, lo cual fue misericordioso, considerandocuan profundo tuvo que abrir las heridas para quitar el cristal.

Fue afortunada de no haberse herido nada de manera permanente, había dicho. Una vezque todos los fragmentos fueron retirados, él utilizó su afectada magia para lentamente, conmaldita lentitud, sanar sus heridas otra vez. Esto dejó el tatuaje en su espalda despedazado.Tendría que remarcarlo cuando se recuperara. Y enseñarle más acerca de cómo sanar en elcampo de batalla.

Si es que alguna vez se despertaba. Sentado en una silla detrás de su cama, se sacó las botasy rozó su herida, que dolía de manera débil pero persistente.

Aedion acababa de terminar de darle un reporte de la situación del castillo. Habían pasadotres días y el general todavía no había hablado acerca de lo que había pasado, de que habíaestado dispuesto a dar su vida para protegerlo o de que el rey de Adarlan estaba muerto. Encuanto a lo primero, se lo había agradecido de la única forma que sabía: ofreciéndole una desus dagas, forjadas por los mejores herreros de Doranelle. Aedion se había negado al princi-pio, insistiendo en que no necesitaba que le agradeciera, pero luego acepto y terminó llevan-do la daga siempre consigo.

En cuanto a lo otro, le había preguntado, una única vez, como se sentía el general con respec-to al rey estando muerto. Simplemente contestó que hubiera deseado que hubiese sufrido pormás tiempo, pero muerto estaba muerto, y eso era su ciente para él. Se preguntó si era lo querealmente pensaba, pero sabía que se lo diría cuando estuviese listo. No todas las heridaspodían ser curadas con magia. Él lo sabía demasiado bien. Pero sanaban. Eventualmente. Ylas heridas en este castillo, en esta ciudad sanarían también. Había permanecido en camposde batalla luego de que las matanzas terminaran, la tierra todavía mojada con sangre, y vividopara ver las cicatrices sanar lentamente, década tras década, en la tierra, en las personas.Rifthold sanaría, también.

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Cuando terminó dijo:

— Si no puedes hablar de ello no...

—Necesito hablar de ello— A él, aunque sea a él. Las palabras escaparon fuera y no llorómientras explicaba lo que el rey había dicho, lo que había reclamado. Lo que Dorian habíahecho. El rostro de Rowan permaneció tenso y pensativo mientras hablaba. Al nal ella dijo:

— ¿Tres días?

Él asintió seriamente

—Distraer a Aedion a otra dirección del castillo fue la única manera que encontré para evitarque empezará a masticar los muebles.

Miro hacia esos ojos verde pino y él abrió su boca otra vez, pero ella emitió un débil sonido.

—Antes de que sigamos hablando—dijo, mientras miraba hacia la puerta—Ne-cesito que me ayudes a llegar al baño. O sino creo que me voy a orinar encima. Rowan se echó a reír.

Lo observó mientras se sentaba, el movimiento resultándole agónico y agotador. Sólo estabausando ropa interior limpia que alguien le había puesto, pero supuso que estaba lo su ciente-mente decente. De todos modos, él ya había visto cada parte de ella.

Él todavía estaba riéndose entre dientes mientras la ayudaba a levantarse, dejándola soste-nerse contra él mientras sus piernas, inútiles y temblando como las de un ciervo recién nacido,intentaban funcionar. Le tomó tanto tiempo dar tres pasos que no se quejó cuando la levantóy la cargó hasta el baño. Gruñó cuando intentó dejarla en el inodoro, y él se marchó con lasmanos levantadas, y sus ojos brillando como si dijera No puedes culparme por intentarlo.Ciertamente podrías caer dentro.

El rió otra vez de las blasfemias que expresaban sus ojos, y, después de terminar, se las arre-gló para caminar tres pasos hacia la puerta antes de que la agarrara entre sus brazos otra vez.Se dio cuenta de que no cojeaba, su pierna, milagrosamente, estaba casi curada.

Envolvió sus brazos a su alrededor, y presionó su cara contra su cuello mientras la cargabahacia la cama, y respiró su aroma. Cuando intentó bajarla ella permaneció agarrada a él, enuna silenciosa petición. Rowan se sentó en la cama, sujetándola en su regazo mientras estira-ba sus piernas, apoyándolas en las de almohadas. Por un momento no dijeron nada. Luego…

—Entonces este era tu cuarto. Y ese era el pasaje secreto. Una vida antes, toda una personaantes

—No suenas impresionado.

—Después de todas tus historias, sólo se ve tan... ordinario.

—La mayoría de las personas dudaría en llamar a este castillo ordinario.

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Sintió el resoplido de su risa en su cabello.

—Pensé que te estabas muriendo.

Lo abrazó con más fuerza, aunque esto hiciera que su espalda doliera.

—Lo estaba.

—Por Favor no vuelvas a hacer eso nunca.

Fue su turno de reír

—La próxima vez le pediré a Dorian que no me apuñale.

Pero él se echó para atrás, escaneando su cara.

— Lo sentí, sentí cada segundo. Me volví loco.

Ella acarició su mejilla con su dedo

—También pensé que algo malo te había pasado, que podías estar muerto o herido. Y memató no ser capaz de estar a tu lado.

—La próxima vez que necesitemos salvar al mundo lo haremos juntos.

Ella sonrió débilmente.

—Trato Hecho.

Él cambió su brazo de lugar, para poder mover su pelo hacia atrás. Sus dedos permanecieronen su mandíbula.

—También me haces querer vivir Aelin Galathynius—dijo—No existir, sino vivir.

Puso su mano en su mejilla e instaló para tranquilizarse, como si hubiese pensado en las pa-labras los últimos tres días, una y otra vez.

—He pasado siglos vagando por el mundo, de imperios a reinos y a tierras yer-mas, nunca estableciéndome, nunca parando, ni siquiera por un momento. Siempre miraba hacia el horizonte, preguntándome que me esperaba a través del siguienteocéano, pasando la siguiente montaña. Pero creo... creo que todo ese tiempo, todos esossiglos, estaba buscándote a ti.

Él le limpió una lágrima que se le había escapado, y Aelin miró al príncipe hada que la suje-taba, su amigo, que había viajado a través de la oscuridad y desesperación, de fuego y hielo junto a ella.

No supo cuál de los dos se había movido primero, pero luego la boca de Rowan estaba sobrela suya y agarraba su camiseta, empujándolo más cerca, reclamándolo como él la había re-clamado.

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Sus brazos se envolvieron con más fuerza alrededor de ella, pero gentilmente, siendo cui-dadoso con las heridas que aún dolían. Rozó su lengua con la de ella, y abrió su boca. Cadamovimiento que hacían sus labios era un susurro de lo que pasaría una vez que ambos estu-viesen totalmente curados, una promesa.

A pesar de esto, se besaban lentamente. Como si tuvieran todo el tiempo del mundo.

Como si fuesen los únicos en él.

Dándose cuenta de que se había olvidado de decirle a Rowan acerca de la carta que había re-cibido del Bane, Aedion Ashryver entró a la los cuartos de Aelin, a tiempo para ver que estabadespierta, nalmente despierta, y alzando su rostro hacia el de Rowan. Estaban sentados en lacama, Aelin en el regazo del guerrero hada, que tenía sus brazos alrededor de ella, mientras lamiraba de la manera que merecía ser mirada. Y cuando se besaron, profundamente, sin dudarlo... Rowan simplemente miró en la dirección en la que estaba, antes de que el viento surgiera através de la habitación, cerrando la puerta en su cara.

Buen Punto.

Un extraño, siempre cambiante aroma femenino lo golpeó, y encontró a Lysandra apoyadacontra la puerta del salón. Lágrimas brillaban en sus ojos mientras sonreía.

Ella miró hacia la puerta de la habitación, como si aún pudiera ver al príncipe y a la reina dentro.

—Eso—dijo, más para sí misma que para él— Eso es lo que voy a encontrar algún día.

— ¿Un hermoso guerrero hada? —dijo, cambiando de lugar.Lysandra rio entre dientes, limpiando sus lágrimas, y le dio una mirada de complicidad antesde caminar afuera.

Al parecer el anillo dorado de Dorian había desaparecido, y Aelin sabía exactamente quiénhabía sido responsable por la momentánea oscuridad cuando había golpeado el piso mientrasel castillo colapsaba, quién la había llevado a la inconsciencia por un golpe en la parte de atrásde la cabeza.

No sabía porque Lorcan no la había matado, pero no estaba particularmente interesada ensaberlo, no cuando hacía tiempo que se había ido. Supuso que nunca prometió no volverlo arobar.

Aunque tampoco los hizo veri car que el Amuleto de Orynth no fuese falso, Que mal que noiba a estar con él para ver su cara cuando lo descubriese.

Ese pensamiento era su ciente para hacerla sonreír al día siguiente, a pesar de la puerta de-trás de la cual se encontraba, a pesar de quien esperaba dentro.

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Rowan permaneció al nal del pasillo, custodiando la única manera de entrar o salir. Asintió eincluso desde la distancia que los separaba pudo leer las palabras que re ejaban sus ojos.Estaré allí. Grita una vez y estaré a tu lado.

Ella rodó sus ojos. Imperiosa, territorial bestia hada.

Había perdido la noción del tiempo mientras se besaban, por cuánto tiempo se había perdidoen él. Pero luego había tomado su mano y la había llevado a su pecho, lo que lo hizo gruñirde una manera que hizo sus tobillos enroscarse y su espalda arquearse… y luego hacer unamueca por el dolor de las heridas restantes en su cuerpo.

Eso lo hizo retroceder y, cuando lo intentó convencer de continuar, le dijo que no estaba intere-sado en acostarse con una inválida, y teniendo en cuenta todo el tiempo que habían esperado,ella podría enfriar sus pies y esperar un poco más. Hasta que pudiera seguirle el ritmo, añadiócon una mueca malvada.

Empujó lejos el pensamiento con otra mirada en la dirección de Rowan, suspiró y bajo la ma-nija de la puerta.

Él estaba parado cerca de la ventana, mirando los arruinados jardines donde los sirvientesestaban esforzándose para reparar el catastró co daño que había causado.

—Hola Dorian—dijo.

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Capítulo 84Traducido por Micaela Libedinsky

Corregido por Diana Gonher

Dorian Havilliard se había despertado solo, en una habitación que no reconocía.

Pero era libre, a pesar de que había una banda de piel pálida marcada en su cuello.

Por un momento, se había quedado recostado en la cama, escuchando.

No había nadie gritando. Nadie lamentándose. Solo un par de aves cantando tentativamenteafuera de la ventana, rayos de sol de verano ltrándose dentro, y… silencio. Paz.

Había un enorme vacío en su cabeza. Un vacío dentro de él.

Incluso había puesto una mano sobre su corazón para ver si seguía latiendo.

El resto era un borrón, y se había perdido en eso, en vez de pensar en el vacío. Se había ba-

ñado, se había vestido, y había hablado con Aedion Ashryver, quién lo miraba como si tuvieratres cabezas y quien aparentemente estaba a cargo de la seguridad del castillo.

El general le dijo que Chaol seguía con vida, pero que aún se estaba recuperando. Todavíano había despertado, lo que tal vez fuera algo bueno, porque no tenía idea de cómo se en-frentaría a su amigo, como le explicaría todo. Incluso aunque la mayoría eran solo retazos derecuerdos, piezas que sabía que lo romperían si las unía en el futuro.

Un par horas más tarde, Dorian seguía en ese dormitorio, trabajando en obtener el valor su-ciente para inspeccionar lo que había hecho.

El castillo que había destruido; las personas a las que había matado. Había visto la pared: unaprueba del poder de su enemigo...

Y su misericordia.

No su enemigo.

Aelin.

—Hola Dorian—dijo ella. Él se apartó de la ventana mientras la puerta se cerraba detrás de

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ella.

Se detuvo cerca de la puerta, vestida con una túnica azul oscuro y dorada, desabotonada condescuidada gracia en el cuello, con su pelo suelto sobre sus hombros y sus botas marronesgastadas. Pero la manera en la que se sostenía, la manera en la que se encontraba en abso -luto sosiego… una reina le devolvía la mirada.

No sabía qué decir. Por dónde comenzar.Ella se paseó por la pequeña sala de estar donde se encontraba parado.

— ¿Cómo te sientes?

Incluso la manera en la que hablaba era sutilmente diferente. Él ya había escuchado lo que lehabía dicho a su gente, las amenazas que había hecho y la orden que había demandado.

—Bien— se las arregló para decir. Su magia retumbó en lo profundo de su ser, pero no fuemás que un susurro, como si estuviera consumida. Como si estuviera tan vacía como él.

— ¿No te estarás escondiendo aquí, verdad? — dijo dejándose caer en una de las sillas bajassobre la bonita alfombra adornada.

—Tus hombres me pusieron aquí para que pudieran mantenerme vigilado—dijo, permanecien-do cerca de la ventana. — No estaba consciente de que se me permitía marcharme—. Tal vezera algo bueno, considerando lo que el príncipe demonio lo había obligado a hacer.

—Puedes marcharte cuando desees. Es tu castillo, tu reino.

— ¿Lo es? —se atrevió a preguntar.

—Eres el rey de Adarlan ahora— dijo suavemente, pero no de manera amable. —Por supuestoque lo es.

Su padre estaba muerto. Y ni siquiera había quedado un cuerpo para atestiguar lo que habíanhecho.

Aelin había declarado públicamente que ella lo había matado, pero sabía que había terminadocon su vida cuando destruyó el castillo. Lo había hecho por Chaol, y por Sorscha, y sabía quese había hecho responsable del asesinato porque decirle a su gente… decirle a su gente quehabía matado a su padre…

—Todavía debo ser coronado—dijo al nal. Su padre había dicho cosas demasiado descabe-lladas en sus últimos momentos, cosas que cambiaban todo y a la vez nada.

Ella cruzó sus piernas, recostándose en el asiento, pero su rostro no re ejaba relajación enabsoluto.

—Lo dices como si esperaras que eso nunca sucediera.

Resistió la necesidad de tocar su cuello y con rmar que el collar no estaba allí y agarró susmanos detrás de su espalda.

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— ¿Merezco ser rey después de lo que hice? ¿Después de todo lo que pasó?

—Solo tú puedes responder esa pregunta

— ¿Crees que es verdad lo que dijo?

Aelin tomo aire a través de sus dientes

— Ya no sé qué creer.

—Perrington va a empezar una guerra conmigo, con nosotros. Que sea rey no va a detenersu ejército.

—Lo resolveremos—Ella dejo escapar un suspiro. —Pero que seas rey es el primer paso paralograrlo.

Fuera, el día era brillante y despejado. El mundo había terminado y había comenzado uno nue-vo, y a su vez nada había cambiado. El sol todavía saldría y se pondría, las estaciones todavíacambiarían, independientemente de si él estaba libre o era esclavizado, si era príncipe o rey,independientemente de quién estaba vivo y quién estaba muerto. El mundo seguiría avanzan-do. No parecía correcto, de alguna manera.

—Ella murió—dijo, y su respiración se volvió irregular, mientras sentía que la habitación loaplastaba. —Por mi culpa.

Aelin se puso de pie con un movimiento suave y caminó hasta donde estaba, junto a la venta-na, sólo para tirar de él hacia abajo, hacia el sofá junto a ella.

—Va a tomar un tiempo. Y puede que nunca se sienta bien otra vez. Pero tú…— Ella sujetósu mano, como si nunca hubiese usado sus manos para lastimar y mutilar, o para apuñalarla.—Aprenderás a enfrentarlo, a sobrellevarlo. Lo que pasó no fue tu culpa.—Lo fue. Intente matarte. Y lo que pasó con Chaol…

—Chaol lo eligió. Eligió ganar tiempo, porque fue culpa de tu padre. Tu padre, y el príncipe Valgdentro de él, te hicieron eso a ti, y a Sorscha.

Casi vomitó al escuchar el nombre. Sería deshonrarla nunca volver a decirlo, nunca volver ahablar de ella otra vez, pero no sabía si podía pronunciar esas dos sílabas sin que una partede él muriera una y otra vez.

—No vas a creerme—continuó Aelin— Lo que acabo de decir, no vas a creerlo. Lo sé, y estábien. No espero que lo hagas. Cuando estés listo estaré aquí para ti.

—Eres la Reina de Terrasen. No puedes estarlo.

— ¿Quién lo dice? Somos los dueños de nuestros propios destinos, nosotros decidimos comoseguir adelante. —Ella apretó su mano— Eres mi amigo Dorian.

Un atisbo de recuerdo, perteneciente a la neblina de oscuridad, dolor y miedo. He vuelto porti.

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—Ambos volvieron—dijo.

Tragó ruidosamente.

—Me sacaste de Endovier. Me imaginé que podía devolverte el favor.

Dorian miró la alfombra, a los hilos entrelazados.

— ¿Qué debo hacer ahora? —Se habían ido: La mujer a la que había amado, y el hombre alque había odiado. Le devolvió la mirada. No había una mirada calculadora, de frialdad o delástima en esos ojos turquesa. Solo honestidad, como la había habido desde el principio conella.

— ¿Qué debo hacer?

Ella tuvo que tragar antes de decir

—Iluminar la oscuridad.

Chaol Westfall abrió sus ojos.

El más allá se veía horrorosamente parecido a una habitación en el castillo de piedra.

No sentía dolor en su cuerpo al menos. Nada como el dolor que lo había golpeado, seguido porla oscuridad y luz azul. Y luego nada en absoluto.

Habría cedido al agotamiento que amenazaba con devolverlo a la inconsciencia, pero alguien,un hombre, exhaló ruidosamente, lo que hizo que moviera su cabeza.No hubo ningún sonido, ninguna palabra en él mientras encontraba a Dorian sentado en unasilla junto a la cama.

Había Sombras marcadas bajo sus ojos; su cabello estaba despeinado, como si hubiera esta-do pasando sus manos a través de él, pero… pero debajo de su chaqueta desabotonada nohabía ningún collar. Sólo una línea pálida marcando su piel dorada.

Y sus ojos… perseguidos, pero claros. Vivos.

Su visión quemó y se tornó borrosa.Lo había hecho. Aelin lo había hecho.

Chaol hizo una mueca.

—No me di cuenta que me veía tan mal. —dijo Dorian, con voz ronca.

Lo supo entonces… que el demonio dentro del príncipe se había ido.

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Comenzó a llorar.

Dorian se levantó de la silla y se dejó caer sobre sus rodillas junto a la cama. Agarró su mano,apretándola mientras presionaba su codo contra el suyo.

—Estabas muerto—dijo el príncipe con voz quebrada—Pensé que estabas muerto.

Chaol se contuvo a sí mismo al nal, y Dorian retrocedió lo su ciente para observar su rostro.—Pensé que lo estaba—dijo. — ¿Qué pasó?

Entonces Dorian se lo contó.

Aelin había salvado su ciudad.

Y había salvado su vida también, cuando había puesto el Ojo de Elena en su bolsillo.

La mano de Dorian lo agarró un poco más fuerte.

— ¿Cómo te sientes?—Cansado —Admitió, exionando su mano libre. Su pecho dolía donde la explosión lo habíagolpeado, pero el resto de su cuerpo se sentía…

No podía sentir nada.

No podía sentir sus piernas. Sus dedos de los pies.

—Los sanadores que sobrevivieron, —dijo Dorian en voz baja, —dijeron que ni siquiera debe-rías estar vivo. Tu columna… creo que mi padre la rompió en varios lugares. Dijeron que Ami-thy podría haber sido capaz de…—un parpadeó de ira se re ejó en la voz del príncipe—peromurió.El pánico, se deslizó frío y lentamente. No se podía mover, no podía…

—Rowan sanó dos de las heridas en la parte superior. Habrías quedado… paralizado—Dorianse atragantó con la palabra—del cuello para bajo de otra manera. Pero la fractura más baja…Rowan dijo que era demasiado compleja, y que no se atrevía a sanarla, no cuando podía ter-minar peor.

—Dime que hay un pero después. —se las arregló para decir.

Si no podía a caminar. Si no podía moverse…—No nos arriesgaríamos enviándote a Wendlyn, no con Maeve allí. Pero los sanadores en latorre podrían hacerlo.

—No voy a ir al Continente Sur. —No ahora que habían traído a Dorian de vuelta, no ahora quetodos, de alguna manera, habían sobrevivido. —Esperaré por un sanador aquí.

—No queda ningún sanador aquí. No dotados con magia. Mi padre y Perrington los eliminarona todos. —Frialdad brillo en sus ojos za ro. Chaol sabía que lo que su padre había demanda-

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do, y lo que Dorian había hecho a pesar de eso, perseguirían al príncipe por un largo tiempo.

No el príncipe… el rey.

—Torre Cesme puede ser tu única esperanza para caminar de nuevo. —dijo Dorian.

—No te abandonaré. No de nuevo. —Él sacudió su cabeza, haciendo que sus lágrimas se

derramarán por su rostro.—Nunca me abandonaste.

Apretó la mano de su amigo.

Él miró hacia la puerta un momento, antes de que un golpe vacilante sonara, y sonrió débil-mente.

Se preguntó qué le había permitido su magia detectar, pero entonces el rey limpió sus lágrimasy dijo.

—Alguien está aquí para verte.La manija descendió silenciosamente, y la puerta se abrió con un crujido, revelando una corti-na de cabello negro como la tinta y una bronceada y bonita cara. Nesryn miró a Dorian e hizouna reverencia, con su cabello balanceándose con ella.

Dorian se puso de pie, moviendo su mano en forma de saludo.

—Aedion puede ser el nuevo encargado de la seguridad del castillo, pero la señorita Faliq esmi Capitana de la Guardia temporal. Resulta que los guardias encuentran que el estilo de lide-razgo de Aedion es… ¿Cuál es la palabra Nesryn?

La boca de ella se crispó, pero sus ojos estaban en Chaol, como si él fuera un milagro, unailusión.

—Polarizador—Murmuró ella, avanzando hacia él, con su uniforme dorado y carmesí ajustán-dosele como un guante.

—Nunca ha habido una mujer en la guardia del rey antes- dijo Dorian, mientras avanzabahacia la puerta. —Y desde que ahora eres Lord Chaol Westfall, la mano del rey, necesitaba aalguien que ocupara el puesto. Nuevas tradiciones para un nuevo reinado.

Chaol interrumpió la mirada de Nesryn para mirar boquiabierto a su amigo.

— ¿Qué?

Pero Dorian ya se encontraba junto a la puerta, abriéndola.

—Si tengo que estar atascado con deberes reales, entonces estarás atascado allí conmigo.Ve a la Torre Cesme y sana rápido Chaol. Porque tenemos trabajo que hacer. —La mirada delrey se desvió hacia Nesryn. —Afortunadamente, ya tienes una guía experta.

Luego se había ido.

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Chaol miró hacia arriba, a Nesryn, quien estaba sosteniendo una mano sobre su boca.

—Resulta que rompí mi promesa después de todo. — dijo —Desde que técnicamente no pue-do caminar fuera de este castillo.

Ella se echó a llorar.

—Recuérdame no volver a hacer una broma otra vez. —dijo, incluso mientras empezaba asentir un aplastante y opresor pánico. Sus piernas… No. No… No lo enviarían a Torre Cesmea menos que supieran que había una posibilidad de que caminara otra vez. No aceptaría otraalternativa.

Los delgados hombros de ella templaban mientras lloraba.

—Nesryn—dijo con voz ronca. —Nesryn… Por favor.

Ella se dejó caer el piso junto a su cama y enterró su rostro entre sus manos.

—Cuando el castillo se estaba haciendo añicos—dijo, con su voz rompiéndose —Pensé queestabas muerto. Y cundo vi el vidrio viniendo hacia mí, pensé que yo moriría también. Pero lue-go apareció el fuego, y recé… Recé porque de alguna forma ella te hubiese salvado también.

Rowan fue el que lo hizo, pero Chaol no estaba dispuesto a corregirla.

Ella bajó sus manos, y luego miró su cuerpo bajo las sábanas.

—Resolveremos esto. Iremos al Continente del Sur, y yo los haré sanarte. He visto las maravi-llas que pueden hacer, y sé que pueden hacer esto.

El buscó su mano.

—Nesryn.

—Y ahora eres un Lord. — Continuó, sacudiendo su cabeza. —Quiero decir, eras un Lord an-tes, pero… Ahora el segundo al mando del rey. Sé que es… Sé que nosotros….

—Nosotros lo resolveremos.

Ella encontró su mirada luego de unos segundos.

—No espero nada de ti…

—Lo resolveremos. Puede que incluso no quieras a una hombre lisiado.Ella se echó hacia atrás.

—No me insultes al asumir que soy tan super cial o voluble.

Él se atragantó con una risa.

—Tengamos una aventura, Nesryn Faliq.

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Capítulo 85Traducido por Micaela Libedinsky

Corregido por Diana Gonher

Elide no podía parar de llorar mientras las brujas volaban hacia el norte.

No le importaba estar volando, o que la muerte se cerniera por todas partes. Lo que Kaltainhabía hecho… No se atrevía a abrir su puño por miedo a que la tela y la pequeña piedra fueranllevadas por el viento.

Al atardecer aterrizaron en algún lugar de Oakwald. Tampoco le importó eso. Se acostó y sesumió en un profundo sueño, todavía usando el vestido de Kaltain, aferrándose al retazo detela en su mano.

Alguien la había tapado con una capa durante la noche, y cuando se levantó, había un conjun-to de ropa: una campera de cuero, una remera, pantalones y botas, detrás de ella.

Las brujas estaban durmiendo, y sus dragones se veían como una masa de músculo y muertealrededor de ellas. Ninguno se movió mientras caminaba hacia el río más cercano, se despo- jaba de su vestido, y se sentaba en el agua, mirando como las piezas de su rota cadena sebalanceaban en la corriente hasta que sus dientes comenzaron a castañear.

Después de haberse vestido, con ropas grandes pero abrigadas, escondió el retazo de tela yla piedra que este contenía en uno de los bolsillos internos.

Celaena Sardothien.

Nunca había escuchado ese nombre, no sabía por dónde comenzar a buscar. Pero tenía quepagar su deuda con Kaltain…

—No desperdicies tus lágrimas con ella—dijo Manon desde unos pies de distancia, con unamochila colgando de sus limpias manos. Debía haber lavado la sangre y la suciedad la nocheanterior. —Sabía lo que estaba haciendo y no era para ayudarte.

Elide limpió su cara.

—Aun así salvó nuestras vidas, y les dio un nal a las pobres brujas en las catacumbas.

—Lo hizo para sí misma. Para liberarse. Y tenía derecho a hacerlo. Luego de lo que hicieron

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tenía derecho a rasgar todo el maldito mundo en pedazos.

En su lugar, había destruido una tercera parte de Morath.

Manon tenía razón. A Kaltain no la había importado si habían evacuado el lugar de la explosión.

— ¿Qué hacemos ahora?-

—Volveremos a Morath— dijo Manon —Pero tú no vendrás

Ella la miró jamente.

—Hasta aquí es lo más lejos que puedo llevarte sin levantar sospechas—dijo—Cuando volva-mos, si tu tío sobrevivió, le diré que seguramente moriste quemada en la explosión.

Y gracias a la misma toda evidencia de lo que Manon y sus Trece habían hecho para resca-tarla había sido borrada.

Pero dejarla allí… El mundo se abrió salvaje y brutal a su alrededor.

— ¿A dónde iré? —suspiró. Bosques y colinas sin n las rodeaban. — No... No puedo leer, yno tengo ningún mapa.

—Ve a dónde quieras, pero si fuera tú me dirigiría hacia el norte y me mantendría en el bosque,lejos de las montañas. Y continuaría hasta llegar a Terrasen.

Eso nunca había sido parte de su plan.

—Pero… Pero el rey, Vernon…

—El rey de Adarlan está muerto. —dijo Manon. El mundo se detuvo. —Aelin Galathynius lmató y destruyó su castillo de cristal.Cubrió su boca con su mano, sacudiendo su cabeza. Aelin… Aelin....

—Ella fue ayudada— continuó—por el Príncipe Aedion Ashryver.

Elide comenzó a sollozar.

—Y corre el rumor de que el Lord Ren Allsbrock está trabajando en el Norte como rebelde.

Enterró su rostro entre sus manos. Y luego sintió una fuerte mano con uñas de hierro en suhombro. Un toque tentativo.

—Esperanza— dijo Manon en voz baja.

Bajó sus manos y encontró a la bruja sonriéndole. Apenas una inclinación en sus labios, pero...una sonrisa, suave y encantadora. Se preguntó si Manon incluso sabía que lo estaba hacien-do.

Pero ir a Terrasen…

— ¿Las cosas empeorarán, no es así? —dijo.

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El asentimiento de Manon fue apenas perceptible.

Al sur, todavía podía ir hacia el sur, huir muy, muy lejos. Ahora que Vernon pensaba que estabamuerta nadie la buscaría. Pero Aelin estaba viva. Y era poderosa. Y tal vez era tiempo de dejarde soñar con huir. Encontraría a Celaena Sardothien, para honrar a Kaltain y el regalo quele había dado, para honrar a todas las chicas como ellas, encerradas en torres sin nadie que

hablara en su nombre, nadie que las recordara.Pero Manon la había recordado.

No, ella no huiría.

—Ve hacia el norte, Elide —dijo Manon, leyendo la decisión en sus ojos y pasándole la mochi-la. — Ellos están Rifthold, pero apuesto que no se quedarán allí mucho tiempo. Llega a Terra-sen y mantén un per l bajo. Mantente lejos de los grandes caminos, evita posadas. Hay dineroen la mochila, pero limita su uso. Miente, roba y engaña si tienes que hacerlo, pero llega aTerrasen. Tu reina estará allí. Sugiero que no le menciones la herencia de tu madre.

Elide lo consideró, mientras se colgaba la mochila al hombro.—Tener sangre Blackbeak no parece ser una cosa horrible.

Sus ojos dorados se entrecerraron.

—No—dijo Manon—No, no lo es.

— ¿Cómo puedo agradecerte?

—Es una deuda que ya debía— dijo Manon, negando con su cabeza cuando Elide abrió suboca para preguntar más. La bruja le dio tres dagas, enseñándole donde esconder una en subota, guardando una en su mochila y envainando la otra en su cadera. Por último, le dijo quese quitara las botas, revelando los grilletes que había escondido en el interior. Manon sacó unapequeña llave de hueso, y desbloqueó las cadenas, que seguían agarradas a sus tobillos.Una fría y suave brisa acarició su piel, y tuvo que morder su labio para evitar sollozar mientrasse volvía a poner las botas. A través de los árboles, los dragones bostezaban y gruñían, y seescuchaban los sonidos de las Trece riéndose. Manon miró en su dirección, y la débil sonrisavolvió a su rostro. Cuando se dio vuelta dijo:

—Cuando la guerra comience, lo que pasará si Perrington sobrevivió, desearás no volvermea ver, Elide Lochan.

—De todos modos—dijo Elide—Espero que sí. —Se inclinó ante la Líder del Ala.

Y para su sorpresa Manon se inclinó en respuesta.

—Norte—dijo Manon, y ella supuso que ese sería el adiós que obtendría.

—Norte—repitió, y partió hacia un conjunto de árboles.

Con el pasar de los minutos, avanzó más allá de los sonidos de las brujas y sus dragones y

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fue tragada por Oakwald. Agarró las correas de su mochila mientras caminaba.

De repente, los animales hicieron silencio, y las hojas crujieron y susurraron. Momentos des-pués, trece enormes sombras pasaron sobre ella. Una, la más pequeña, se demoró pasandouna segunda vez, en forma de despedida.

No sabía si Abraxos podía verla desde el cielo, pero levanto su mano en señal de despedida detodos modos. Un feroz grito de alegría se escuchó en respuesta, y luego la sombra se habíaido.

Norte.

Hacia Terrasen. A pelear, no a huir.

Hacia Aelin y Ren y Aedion, Adultos, fuertes y vivos.

No sabía cuánto tiempo le tomaría o cuán lejos debía caminar, pero lo lograría.

No miraría hacia atrás.

Caminando bajo los árboles, con el bosque zumbando alrededor de ella, presionó una manocontra el bolsillo dentro de la campera de cuero, sintiendo el pequeño bulto escondido allí.Susurró una corta plegaria a Anneith para le diera sabiduría, para fuera su guía, y pudo jurarque una cálida mano tocó su frente en respuesta. Eso hizo que enderezara la espalda y le-vantara la barbilla.

Cojeando, Elide comenzó su viaje a casa.

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Capítulo 86Traducido por Constanza Cornes

Corregido por Diana Gonher

—Esto es lo último de tu ropa —dijo Lysandra, tocando el maletero que uno de los criados ha-bía dejado—. Pensé que tendrías un problema comercial. ¿Nunca has tirado nada?

Desde su percha en la otomana7 de terciopelo en el centro del enorme armario, Aelin le sacóla lengua.

—Gracias por conseguir todo —dijo. No había ninguna razón para desempacar la ropa queLysandra había traído de su antiguo apartamento, al igual que no había ninguna razón paravolver allí. No ayudaba que Aelin no se atreviera a dejar solo a Dorian. Aunque nalmente ha-bía conseguido sacarlo de ese cuarto y que caminara alrededor del castillo.

Parecía un muerto viviente, sobre todo con la línea blanca alrededor de su dorada garganta.Suponía que tenía todo el derecho a estarlo.

Le había estado esperando fuera del cuarto de Chaol. Cuando oyó que Chaol hablaba por n,había convocado a Nesryn tan pronto dominó las lágrimas de alivio que amenazaban con abru-marla. Después de que Dorian había salido, cuando la había mirado y su sonrisa se arrugó,había devuelto al rey directamente a su dormitorio y se había sentado con él por un buen rato.

La culpa—sería una carga tan pesada para Dorian como su dolor.

Lysandra puso sus manos en las caderas.

— ¿Alguna otra tarea para mí antes de ir a buscar a Evangeline mañana?

Aelin le debía a Lysandra más de lo que podría comenzar a expresar, pero…Sacó una pequeña caja de su bolsillo.

—Hay una tarea más —dijo Aelin, ofreciéndole la caja a Lysandra—. Probablemente me odia-rás por ello más adelante. Pero puedes empezar por decir que sí.

— ¿Te me estás proponiendo? Inesperado —Lysandra tomó la caja pero no la abrió.

7 La otomana es una especie de tela de cordoncillo pesada.

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Aelin agitó una mano, su corazón palpitante.

—Solo —ábrela.

Con una expresión cautelosa, Lysandra abrió la tapa y ladeó la cabeza al anillo en el interior—el movimiento puramente felino.

— ¿Te me estás proponiendo, Aelin Galathynius?Aelin sostuvo la mirada ja de su amiga.

—Hay un territorio en el norte, un pequeño pedazo de tierra fértil que pertenecía a la familiaAllsbrook. Aedion lo tomó para informarme que Allsbrook no tiene uso de ella, por lo que haestado libre un rato —Aelin se encogió de hombros—. Podría hacerte una señora.

La sangre se drenó de la cara de Lysandra.

— ¿Qué?

—Está plagado de leopardos fantasmas, de ahí el grabado en el anillo. Pero supongo que sihay alguien capaz de manejarlos, serías tú.

Las manos de Lysandra temblaron.

— ¿Y el símbolo de la llave encima del leopardo?

—Para recordarte quién tiene ahora tu libertad. Tú.

Lysandra cubrió su boca, contemplando el anillo, luego a Aelin.

— ¿Estás loca?

—La mayoría de la gente probablemente pensaría así. Pero como la tierra fue liberada o-cialmente por los Allsbrooks hace años, técnicamente puedo nombrarte señora de ella. ConEvangeline como tu heredera, si lo deseas.

Su amiga no había expresado planes para ella o su pupila más allá de recuperar a Evangeline,no les había pedido venir con ellos, para comenzar de nuevo en una tierra nueva, un nuevoreino. Aelin esperaba que esto signi cara que quería unirse a ellos en Terrasen.

Lysandra se hundió en la moqueta, mirando de la caja, al anillo.

—Sé que va a ser un gran trabajo—No merezco esto. Nadie querrá alguna vez servirme. Tu gente se molestará por nombrarme.

Aelin se deslizó en el suelo, rodilla a rodilla con su amiga y tomó la caja de las manos tembloro-sas de la cambia-formas. Ella sacó el anillo de oro que había encargado hace semanas. Solohabía estado listo esta mañana, cuando Aelin y Rowan se habían escapado para recuperarlo, junto a la llave del Wyrd real.

—No hay nadie que lo merezca más —dijo Aelin, agarrando la mano de su amiga y poniendo

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el anillo en su dedo—. No hay nadie más que quisiera que vigilara mi espalda. Si mi pueblo nopuede ver el valor de una mujer que se vendió en esclavitud por el bien de un niño, que defen-dió mi corte sin pensar en su propia vida, entonces no son mi pueblo. Y se pueden quemarseen el in erno.

Lysandra trazó un dedo sobre el escudo de armas que Aelin había diseñado.

— ¿Cómo puedo llamar al territorio?—No tengo ni idea —dijo Aelin—. “Lysandria” suena bien. “Lysandrius”, o tal vez “Lysandr-land”.

Lysandra la miró jamente.

—Estás loca.

— ¿Aceptas?

—No sé nada sobre gobernar un territorio, sobre ser una señora.

—Bueno, no sé nada sobre gobernar un reino. Aprenderemos juntas —le dirigió una sonrisaconspiradora—. ¿Y?

Lysandra miró jamente al anillo, entonces levantó sus ojos a la cara de Aelin –y arrojó susbrazos alrededor de su cuello, apretando rmemente. Tomó eso como un sí.

Aelin hizo una mueca ante el latido embotado de dolor, pero la agarró rmemente.

—Bienvenida a la corte, Lady.

Aelin francamente no quería nada más que subir a la cama esa noche, con la esperanza deque Rowan estuviera al lado de ella. Pero cuando terminaron la cena —su primera comida juntos como una corte— un golpe sonó en la puerta. Aedion contestó antes de que Aelin bajarasu tenedor.

Volvió con Dorian detrás, el rey mirando entre todos ellos.

—Quería ver si habían comido

Aelin señaló con su tenedor a la silla vacía al lado de Lysandra.

—Únete a nosotros.

—No quiero imponerme.

—Sienta tu culo —le dijo al nuevo Rey de Adarlan. Esa mañana él había rmado un decretoliberando a todos los reinos conquistados del gobierno de Adarlan. Lo había mirado al hacerlo,Aedion sosteniendo su mano fuertemente a lo largo del proceso, y deseó que Nehemia hubieraestado allí para verlo.

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Dorian se movió a la mesa, la diversión chispeando en aquellos atormentados ojos za ro. Lepresentó otra vez a Rowan, que inclinó la cabeza más allá de lo que Aelin esperó. Luego lepresentó a Lysandra, explicando quién era y lo que había hecho por Aelin, por sucorte.

Aedion los observaba, su cara apretada, sus labios en una línea delgada. Sus miradas se cru-zaron.

Diez años más tarde, y estaban todos juntos en una mesa otra vez –ya no siendo niños, sinolos gobernantes de sus propios territorios. Diez años más tarde y aquí estaban, amigos a pesarde las fuerzas que los habían separado y habían destruido.

Aelin miró el grano de esperanza brillando en ese comedor y levantó la copa.

—Por un nuevo mundo—dijo la Reina de Terrasen.

El Rey de Adarlan levantó su copa, tales sombras interminables bailando en sus ojos pero –allí.Un rayo de vida.

—Por la libertad.

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Capítulo 87Traducido por Yunn Hdez

Corregido por Diana Gonher

El duque sobrevivió. También Vernon.

Un tercio de Morath había sido destruido, y un buen número de guardias y sirvientes con él, junto con dos aquelarres y Elide Lochan.

Una sólida pérdida, pero no tan devastadora como podría haber sido. Manon misma había de-rramado tres gotas de su propia sangre en gratitud a la Diosa de Tres Caras de que la mayoríade los aquelarres habían estado fuera en un ejercicio de entrenamiento ese día.

Manon estaba en sala del consejo del duque, con las manos detrás de su espalda mientras elhombre despotricaba.

Un importante contratiempo, dijo entre dientes a los otros hombres que se hallaban reunidos:los líderes de guerra y concejales. Se necesitarían meses para reparar Morath, y con tantos desus suministros incinerados, sus planes se tendrían que poner en espera.

Día y noche, los hombres sacaron las piedras amontonadas encima de las ruinas de las cata-cumbas¾ buscando, sabía Manon, el cuerpo de una mujer que ahora no era más que cenizas,y la piedra que había usado. Manon ni siquiera le había dicho a las Trece quien se dirigía haciael norte con la piedra.

—Líder del Ala—dijo el duque dijo bruscamente, y Manon perezosamente volvió sus ojos haciaél. —Tu abuela llegará en dos semanas. Quiero a tus aquelarres entrenados con los últimosplanes de batalla.

Ella asintió.—Cómo usted desee.

Batallas. Habría batallas, porque incluso ahora que Dorian Havilliard era rey, el duque no pla-neaba dejarlo ir¾no con ese ejército. Tan pronto como esas torres de brujas se construyerany él encontrara otra fuente de Sombre de Fuego, Aelin Galathynius y sus fuerzas serán elimi-nados.

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Manon espero silenciosamente que Elide no estuviera en esos campos de batalla.

La reunión del consejo terminó pronto, y Manon se detuvo mientras caminaba al lado de Ver-non en su camino hacia la salida. Ella puso una mano en su hombro, sus uñas clavándose ensu piel, y él gritó cuando ella trajo sus dientes de hierro cerca de su oído.

—No creas que sólo por el hecho de que este muerta, Señor, creas que voy a olvidar lo queintentaste hacer con ella.Vernon palideció.

—Tú no me puedes tocar.

Manon clavó las uñas más profundo.

—No, no puedo— ella ronroneó en su oído. —Pero Aelin Galathynius está viva. Y he oído quetiene una cuenta pendiente que saldar. —Ella arrancó las uñas y le apretó el hombro, haciendoque la sangre corriera por la túnica verde de Vernon antes de que ella saliera de la habitación.

— ¿Y ahora qué? — dijo Asterin, mientras estudiaban el nuevo grupo de brujas que habíanreclutado de uno de los aquelarres menores. —Tu abuela llegará pronto, ¿y luego lucharemosen esta guerra?

Manon contempló el arco y al cielo ceniciento más allá.

—Por ahora, nos quedamos. Esperamos a que mi abuela traiga esas torres.

Ella no sabía lo que haría al ver a su abuela. Miró de reojo a su segunda al mando.

—Ese cazador humano... ¿Cómo murió?

Los ojos de Asterin brillaron. Por un momento no dijo nada. Entonces:

—Era viejo, muy viejo. Creo que él entró en el bosque un día y se acostó en algún lugar y nun-ca regresó. A él le hubiera gustado, creo. Nunca encontré su cuerpo.

Pero ella lo había buscado.

— ¿Cómo fue? —Preguntó Manon en voz baja. —Amar.

Porque el amor era lo que¾lo que Asterin solamente, entre todas las brujas Dientes de Hierro,había sentido, había aprendido.

—Era como morir un poco cada día. Era como estar viva, también. Era completa felicidad queera dolor. Me destruyó y me deshizo y me forjó. Lo odiaba, porque sabía que no podía escaparde ello, y sabía que siempre me iba a cambiar. Y ese bebé... Yo la amaba, también. La amabade una manera que no puedo describir¾aparte de decirte que era la cosa más poderosa quehe sentido, más poderos que la rabia, la lujuria, la magia. —Una sonrisa suave se formó ensus labios. —Me sorprende que no me estés dando el discurso de la ‘Obediencia. Disciplina.Brutalidad. Hechas monstruos.

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—Las cosas están cambiando— dijo Manon.

—Bien—dijo Asterin. — Somos inmortales. Las cosas deben cambiar, y a menudo, o van a seraburridas.

Manon levantó sus cejas, y su segunda al mando sonrió.

Manon sacudió la cabeza y sonrió de vuelta.

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Capítulo 88Traducido por Carolin Suarez Corregido por Diana Gonher

Con Rowan rondando alrededor del castillo, y con su partida prevista para el amanecer, Aelinse encargó de hacerle una última visita a la tumba de Elena en cuanto la torre del reloj marcolas doce.Sus planes, no obstante, estaban arruinados: el camino a la tumba estaba bloqueado por losescombros de la explosión. Perdió cincuenta minutos tratando de buscar una forma de entrar,incluso con sus manos y su magia, pero no tuvo suerte. Rezo para que Mort no hubiera sidodestruido, incluso pensó que la aldaba de calavera al nal abrazo su extraña, e inmortal exis-tencia hasta el nal.

Las alcantarillas de Ritfhold, aparentemente, estaban tan limpias de Valgs como el castillo y lascatacumbas, era como si los demonios hubieran volado hacia la noche en cuanto el rey murió.Por el momento Rifthold estaba a salvo.

Aelin emergió de un pasadizo secreto, limpiándose el polvo de encima.

—Ustedes dos hacen mucho ruido, es ridículo. —con su oído de hada, los había detectadominutos antes.

Dorian y Chaol estaban sentados enfrente de su chimenea, este último estaba en una silla deruedas especial que habían conseguido para él.

El rey miro sus orejas puntiagudas, sus largos caninos y levanto una ceja.

—Luce bien, su majestad. —Ella supuso que él no se había dado cuenta ese día en el puentede cristal, y ella había estado en su forma humana hasta ahora. Ella gimió.

Chaol volvió la cabeza. Su rostro estaba demacrado, pero un destello de determinación brilla-ba allí. Esperanza. No dejaría que su lesión lo destruyera.

—Siempre luzco bien. —Dijo Aelin, dejándose caer en el sillón en frente de Dorian.

— ¿Encontraste algo interesante allá abajo? —Pregunto Chaol.

Sacudió su cabeza.

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—Pensé que no estaría de más mirar por última vez. Por los viejos tiempos. —Y tal vez morderla cabeza de Elena. Después de que ella consiguió las respuestas a todas sus preguntas. Perola antigua reina no estaba en ninguna parte.

Entre los tres se miraron y el silencio cayó.

La garganta de Aelin quemaba, así que se dirigió a Chaol y dijo:

—Con Maeve y Perrington respirando en nuestros cuellos, necesitamos aliados más antes quedespués, especialmente si las fuerzas en Morath bloquean el acceso A Eyllwe. El ejército delcontinente del sur podría cruzar el océano de Narrow en unos pocos días y podía traer refuer-zos, empujando a Perrington al sur mientras martillamos desde el norte. — cruzo sus brazos.—Por eso te estoy nombrando embajador o cial de Terrasen. Y no me importa lo que Doriandiga. Hazte amigo de la familia real, cortéjalos, besa sus traseros, has lo que necesites hacer.Pero necesitamos hacer una alianza.

Chaol miro a Dorian en busca de una respuesta silenciosa. El rey asintió, apenas una inclina-ción de su barbilla.

—Lo intentaré—Esa era la mejor respuesta que podía recibir. Chaol busco en el bolsillo de sutúnica el Ojo de Elena y se lo arrojo. Ella lo atrapo con una mano. El metal había sido deforma-do, pero la piedra azul seguía ahí. —Gracias. —le dijo ronco.

—Él estuvo usando eso por meses—Dorian dijo en tanto ella lo puso en su bolsillo, —Antesnunca reaccionó, ni siquiera cuando estuvo en peligro. ¿Por qué ahora?

La garganta de Aelin se apretó.

—El valor del corazón—dijo—Elena me dijo una vez que la valentía del corazón era rara, y

que dejara que me guiara. Cuando Chaol eligió...No podía formar las palabras. Lo intentó denuevo. —Creo que la valentía lo salvó, hizo que el amuleto cobrara vida. —había sido unaapuesta, la de un tonto, pero-había funcionado.

El silencio cayó de nuevo.

Dorian dijo:

—Así que aquí estamos.

—Al nal del camino—dijo Aelin con una media sonrisa.

—No—dijo Chaol, su sonrisa era débil, tentativa. —En el comienzo del siguiente.

A la mañana siguiente, Aelin bostezó mientras se apoyaba contra su yegua gris en el patio delcastillo.

Una vez había dejado a Dorian y Chaol la noche anterior, Lysandra había entrado yse había

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desmayado en su cama sin ninguna explicación de por qué o lo que había estado haciendoantes. Y desde que estaba totalmente inconsciente, Aelin se metió en la cama junto a ella. Notenía ni idea de dónde había dormido Rowan, pero no le habría sorprendido a mirar por la ven-tana y encontrar un halcón de cola blanca postrado en la barandilla del balcón.

Al amanecer, Aedion había irrumpido, demandando por qué no estaban listos para salir, para

ir a casa.Lysandra se había convertido en el fantasma de un leopardo y lo persiguió para que salierade ahí. Luego regresó, prologando su forma felina, y se tendió de nuevo junto Aelin. Se lasarreglaron para conseguir otros treinta minutos de sueño antes que Aedion regresara y tiraraun cubo de agua sobre ellas.

Tuvo suerte de escapar con vida.

Pero él tenía razón, tenían pocas razones para quedarse. No con tanto que hacer en el Norte,tanto para plani car y sanar y supervisar.

Viajarían hasta el anochecer, donde recogerían a Evangeline en la casa de campo de los Fali-qs y luego continuarían hacia el Norte, ojala sin interrupciones, hasta que llegaran a Terrasen.

A Casa.

Iba a casa.

El miedo y la duda se enroscaban en sus intestinos pero la alegría saltaba junto a ellos.

Se habían preparado rápidamente, y ahora lo único que quedaba, supuso, era despedirse.

Las lesiones de Chaol hacían imposible que tomara las escaleras, pero ella se había deslizadoen su habitación esa mañana para despedirse para sólo encontrar a Aedion, Rowan, y Lysan-dra ya allí, charlando con él y Nesryn. Cuando ellos se retiraron, y Nesryn los siguió, el capitánsolo se limitó a apretar la mano de Aelin y dijo:

—¿Puedo verlo?

Ella sabía lo que quería decir, y mantuvo sus manos delante de ella.

Listones y plumas y ores de color rojo fuego y oro bailaron a través de su habitación, brillantesy gloriosas y elegantes.

Los ojos de Chaol habían bordeado de plata cuando las llamas se apagaron.—Son maravillosas—dijo nalmente.

Sólo sonrió y le dejó una rosa de fuego de oro ardiendo en su mesita de noche, donde seríaquemada sin calor hasta que estuviera lejos.

Y para Nesryn, que había sido nombrada capitán de la guardia, Aelin le había dejado otro rega-lo: una echa de oro macizo, presentado a ella en el pasado Yulemas como una bendición deDeanna, su propio ancestro. Aelin creyó que a la francotiradora le encantaría y que apreciaria

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esa echa más que ella lo habría hecho, de todos modos.

— ¿Necesitas algo más? ¿Más comida? —Preguntó Dorian, al estar parado al lado de ella.Rowan, Aedion y Lysandra ya estaban montando sus caballos. Habían empacado rápido, to-mando sólo los suministros más elementales. En su mayoría armas, incluyendo Damaris, lacual Chaol le había dado a Aedion, insistiendo en que la antigua espada permaneciera a sus

alrededores. El resto de sus pertenencias seríab enviadas a Terrasen.—Con este grupo— dijo Aelin a Dorian—probablemente va a ser una competición diaria paraver quién puede cazar mejor.

Dorian rio entre dientes. El silencio cayo, y Aelin chasqueó la lengua.

—Llevas la misma túnica que tenías hace unos días. No creo que te haya visto usando lo mis-mo dos veces.

Hubo un brillo en esos ojos za ro.

—Creo que tengo cosas más importantes de las que preocuparme ahora.— ¿Estarás…estarás bien?

— ¿Tengo alguna otra opción excepto esa?

Ella le tocó el brazo.

—Si necesitas algo, envía un mensaje. Sera un par de semanas antes de que lleguemos aOrynth, pero, supongo que con la magia de regresó, puedes hacer que el mensaje me lleguerápidamente.

—Gracias a ti y a tus amigos.Ella los miró por encima de su hombro. Todos estaban haciendo todo lo posible para que pa-reciera que no estaban espiando.

—Gracias a todos—dijo ella en voz baja. —Y a ti.

Dorian miró hacia el horizonte de la ciudad, más allá de las ondulantes colinas verdes.

—Si me hubieras preguntado hace nueve meses si pensaba... —Él negó con la cabeza. —Mu-chas cosas han cambiado.

—Y van a seguir cambiando—dijo ella, apretando su brazo al mismo tiempo. —Pero... Haycosas que no cambiarán. Siempre voy a ser tu amiga.

Su garganta se movía.

—Desearía poder verla, sólo una última vez. Para decirle... que decir lo que estaba en mi co-razón.

—Ella lo sabe—dijo Aelin, parpadeando contra el ardor en los ojos.

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—Te echaré de menos—dijo Dorian. —Aunque dudo que la próxima vez que nos veamos seráen circunstancias... civilizadas. —Ella no trató de pensar en ello. Hizo un gesto por encimadel hombro para que parara. —No los hagas demasiado miserables. Sólo están tratando deayudarte.

Ella sonrió. Para su sorpresa, un rey le devolvió la sonrisa.

—Envíame cualquier buen libro que hayas leído—dijo ella.—Sólo si haces lo mismo.

Lo abrazó por última vez.

—Gracias, por todo—susurró.

Dorian la apretó, y luego se alejó para que Aelin montara su caballo y le dio un codazo paraque avanzara.

Dirigió su cabeza a su compañía, donde Rowan estaba montando un caballo negro elegante.El príncipe Hada llamó su atención.

— ¿Estás bien?

Asintió.

—No pensé que decir adiós sería tan difícil. Y con todo lo que está por venir.

—Lo enfrentaremos juntos. Sin importar el nal.

Ella se inclinó en el espacio entre ellos y tomó su mano, agarrándola con fuerza.

Se apoyaron uno al otro mientras cabalgaban por el camino estéril, a través de la puerta deentrada que había hecho en la pared de vidrio, y en las calles de la ciudad, donde la genteparaba lo que estaban haciendo y se abrían o susurraban o miraban.

Pero mientras cabalgaban para salir de Rifthold, la ciudad que había sido su casa y su in ernoy su salvación, ella memorizaba cada calle, construcción, cara y tienda, cada olor y la frescurade la brisa del río, no vio un solo esclavo. No oyó ni un solo látigo.

Y cuando rodearon el Teatro Real, había música hermosa, exquisita música, siendo tocadadentro.

Dorian no sabía lo que lo había despertado. Tal vez eran los insectos de verano que habíandetenido su zumbido en la noche, o tal vez era el viento frío que se deslizaba en su antiguahabitación de la torre, agitando las cortinas.

La luz de la luna que brillaba en el reloj reveló que eran las tres de la mañana. La ciudad es-

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taba en silencio.

Se levantó de la cama, tocando su cuello una vez más, sólo para asegurarse. Cada vez quese despertaba de sus pesadillas, le tomaba unos minutos para decir si estaba despierto o siera simplemente un sueño y todavía estaba atrapado en su cuerpo, esclavo de su padre y deese príncipe Valg. No le había dicho a Aelin o Chaol acerca de las pesadillas. Una parte de él

deseaba haberlo hecho. Apenas podía recordar lo que había sucedido mientras había usado ese collar. Había cum-plido veinte años –y no tenía ningún recuerdo. Sólo había pedazos y piezas de horror y dolor.Trató de no pensar en ello. No quería recordar. No le había dicho Chaol o Aelin eso, tampoco.

Él ya la echaba de menos, y el caos y la intensidad de su corte. Echaba de menos tener aalguien alrededor. El castillo era demasiado grande, demasiado tranquilo. Y Chaol se tenía queir en dos días. No quería pensar en cómo sería que cuando su amigo le faltara.

Dorian caminó sobre su balcón, necesitando sentir la brisa del río en su cara, para saber queesto era real y estaba libre.

Abrió las puertas del balcón, las piedras enfriaron sus pies, y miró a través de los terrenosarrasados.

Había hecho eso. Soltó un suspiro, en la pared de cristal, que brillaba bajo la luna.

Había una enorme sombra en lo alto. Dorian se congeló.

No era una sombra, sino una bestia gigante, sus garras estaban clavadas en la pared, sus alasestaban metidas en su cuerpo, brillando débilmente en el resplandor de la luna llena. Brillandocomo el pelo blanco del jinete encima de la criatura.

Incluso desde la distancia, sabía que ella lo estaba mirando directamente a él, con su pelo quese moviéndose a un lado como un listón de luz de luna, atrapado en la brisa del río.

Dorian levantó una mano, mientras que la otra subió a su cuello. No había collar.

El jinete del dragón se inclinó en su silla, diciendo algo a su bestia. Extendió sus enormes yrelucientes alas y saltó por lo aire. Cada vez que agitaba sus alas enviaba huecos, orecientesde ráfagas de viento hacia él.

La criatura aleteo más alto, y su pelo ondeaba como una bandera brillante, hasta que desapa-recieron en la noche, y no podía oír sus alas batiendo más. Nadie dio la voz de alarma. Comosi el mundo había dejado de prestar atención por unos pocos momentos en los que se habíanmirado entre sí.

Y a través de la oscuridad de sus recuerdos, a través del dolor y la desesperación y el terrorque había tratado de olvidar, un nombre hizo eco en su cabeza.

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Manon Blackbeak navegó hacia el cielo nocturno estrellado, Abraxos era cálido y rápido debajode ella, la increíblemente brillante luna, con el vientre de una madre, sobre ella.

No sabía por qué se había molestado en ir; por qué había tenido curiosidad.

Pero ahí estaba el príncipe, sin un collar para ser visto alrededor de su cuello.

Y él había levantado la mano en señal de saludo, como si fuera a decir;Te recuerdo.Los vientos cambiaron y Abraxos cabalgo sobre ellos, elevándose en el cielo, el oscuro reinodebajo de ellos desapareció en un borrón.

El viento cambiaba, el mundo cambiaba.

Tal vez un cambio para las Trece, también. Y para ella.

Ella no sabía qué hacer con eso.

Pero Manon espero que todas ellas hubieran sobrevivido.

Tenía la esperanza.

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Capítulo 89Traducido por Carolin Suarez Corregido por Diana Gonher

Durante tres semanas cabalgaron hacia el norte, manteniéndose fuera de las carreteras prin-cipales y de los pueblos. No había necesidad de anunciar que Aelin estaba caminando deregreso a Terrasen. No hasta que viera a su reino por sí misma y supiera lo que tenía que en-frentar, tanto dentro como fuera de Morath. No hasta que tuviera un lugar seguro para ocultarla grandiosa y terrible cosa que tenía en su maleta.

Con su magia, nadie notó la presencia de la llave del Wyrd. Pero Rowan a veces echaba unvistazo a la maleta y su cabeza se ponía en el ángulo de la investigación. Cada vez que haciaesto, ella le decía silenciosamente que estaba bien, y que no había notado nada extraño en re-lación con el amuleto. O algo con respecto al Ojo de Elena, que volvía a llevar alrededor de sucuello. Se preguntó si Lorcan estaba en su camino para cazar a la segunda y tercera llave, qui-zás en donde Perrington, Erawan, habría reunido a todos. Si el rey no hubiera estado muerto.

Tenía la sensación de que Lorcan iba a empezar a buscar en Morath. Y rezó para que el gue-rrero hada pudiera desa ar las probabilidades en contra de él y salir triunfante. Eso, sin duda,le haría la vida más fácil. Incluso si algún día el llegara a patearle el culo por haberlo engañado.

Los días de verano se hicieron más fríos en cuanto más al norte cabalgaban. Evangeline, parasu crédito había, mantenido la paz con ellos, no se había quejado de tener que dormir nochetras noche en un petate. Parecía perfectamente feliz al acurrucarse con Ligera, su nueva pro-tectora y leal amiga.

Lysandra utilizaba el viaje para probar sus habilidades, a veces volaba con Rowan encimade ellos, o a veces corría como un perro bastante negro junto Ligera, o veces de se pasaba

unos días en su forma de leopardo fantasma abalanzándose sobre Aedion cuando menos loesperaba.

Tres semanas agotadoras semanas de viaje, pero también las tres semanas más felices queAelin había experimentado.

Hubiera preferido un poco más de privacidad, especialmente con Rowan, que se manteníamirándola de manera que la hacía querer arder. A veces, cuando nadie estaba mirando, élsigilosamente soplaba detrás de ella y acariciaba su cuello o le tiraba del lóbulo de la oreja

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con sus dientes, o simplemente deslizaba sus brazos alrededor de ella y la abrazaba contra él,respirando de ella.

Una noche, sólo una… Malditos dioses… Una noche con él era todo lo que ella quería.

No se atrevieron a parar en una posada, así que ella se dejaba quemar, y soportar el tempe-ramento de Lysandra.

El terreno se hizo más pronunciado, más montañoso, y el mundo se volvió exuberante, verdey brillante, las rocas comenzaron a convertirse en a oramientos de granito dentados.

El sol apenas se levantaba cuando Aelin caminaba junto a su caballo, ahorrándose que tu-vieran que llevarla hasta una colina particularmente empinada. Ella ya estaba en su segundacomida del día, sudorosa y sucia y de mal humor. La magia del fuego, se dio cuenta, que erabastante útil durante el viaje, para mantener el calor en las noches frías, para encender lasfogatas, y para hervir el agua. Habría matado por una bañera lo su cientemente grande comopara llenarla con agua y bañarse, pero los lujos podían esperar.

—Está justo colina arriba—, dijo Aedion a su izquierda.— ¿Qué cosa? —Preguntó ella, terminando su manzana y arrojando los restos detrás de ella.Lysandra, estaba usando la forma de cuervo, chilló de indignación cuando el corazón la golpeó.

—Lo siento—dijo Aelin.

Lysandra graznó y se elevó hacia el cielo, Ligera iba ladrando alegremente mientras que Evan-geline reía desde lo alto de su poni peludo.

Aedion señaló la colina creciente delante de ellos.

—Ya verás.Aelin miró a Rowan, él había explorado el frente en la mañana como un halcón de cola blanca.Y ahora caminaba a su lado, guiando su semental negro. Él levantó las cejas respondiendo ala silenciosa demanda de información.No voy a decirte.

Lo fulminó con la mirada. Águila ratonera.

Rowan sonrió. Pero con cada paso, Aelin hacia los cálculos acerca de qué día era, y…

Llegaron la colina y se detuvieron.

Aelin soltó las riendas y dio unos pasos tambaleándose, Bajo sus pies estaba la suave hierbaesmeralda.

Aedion le tocó el hombro.

—Bienvenida a casa, Aelin.

Una tierra de altas montañas –los cuernos del ciervo- cubrían todo delante de ellos, con vallesy ríos y colinas; una tierra de indómita, belleza salvaje.

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Terrasen.

Y el olor, de pinos y nieve... ¿Cómo no se había dado cuenta de que el olor de Rowan era deTerrasen, de casa? Rowan se acercó lo su ciente a su hombro y murmuró:

—Me siento como si estuviera buscando este lugar toda mi vida.

De hecho, con el malvado viento que uía rápido y fuerte entre los grises, irregulares cuernosdel ciervo a lo largo de la distancia, con la densa propagación de Oakwald a su izquierda, y losríos y valles expandiéndose hacia esas grandes montañas del norte, era el paraíso para unhalcón. El paraíso para ella.

—Allí—dijo Aedion, señalando a una pequeña, roca de granito gastada, tallada con espirales yremolinos. —Una vez que pasemos esa roca, estaremos en el suelo Terrasen.

Sin atreverse a creer que no estaba soñando, Aelin caminó hacia esa roca, susurrando elCantar para dar las Gracias a Mala Fuego-brillante por haberla conducido a este lugar, a estemomento.

Aelin pasó su mano por la roca áspera, y la piedra calentada por el sol se estremeció a si fueraa saludarla.

Y luego dio un paso más allá de la piedra.

Y por n, Aelin Ashryver Galathynius estaba en casa.

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AGRADECIMIENTOS DE LA AUTORA

Creo que es bien sabido para ahora que dejaría de funcionar sin mi alma gemela, copilotoJaeger, y hermana por el Hilo, Susan Dennard.

Sooz, tú eres mi luz en la oscuridad. Tú me inspiras y me desafías a ser no sólo una mejorescritora, sino también a ser una mejor persona. Tu amistad me da fuerza y coraje y esperan-za. Pase lo que pase, Sin importa lo que podría estar esperando en la siguiente curva en elcamino, sé que puedo enfrentarlo, puedo soportarlo y triunfar, porque te tengo a mi lado. Nohay mayor magia que eso. No puedo esperar para ser majestuosas tigres vampiro para el restode la eternidad.

Para mis compañera de armas y apreciadora de todas las cosas salvajes y cambiaformas, AlexBracken: ¿Cómo podré agradecerte lo su ciente por leer este libro (y todos los demás) tantasveces? ¿Y cómo podré agradecerte lo su ciente por los años de correos electrónicos, las in-

contables comidas / bebidas / cenas, y por cuidar siempre mi espalda? No creo que hubieradisfrutado de este viaje salvaje ni medianamente sin ti, y no creo que hubiera sobrevivido tantotiempo sin tu sabiduría, bondad y generosidad. Aquí está por escribir muchas más escenas conexcusas endebles para tener tipos sin camisa.

Estos libros no existirían (¡yo no existiría!) sin mi equipo de trabajadoras, las supremas badassde la Agencia Literaria Laura Dail, CAA, y Bloomsbury en todo el mundo. Así que mi eternamor y gratitud van a Tamar Rydzinski, Gato Onder, Margaret Miller, Jon Cassir, Cindy Loh,Cristina Gilbert, Cassie Homero, Rebecca McNally, Natalie Hamilton, Laura Dail, Kathleen Fa-rrar, Emma Hopkin, Ian Cordero, Emma Bradshaw, Lizzy Mason, Sonia Palmisano, Erica Bar-mash, Emily Ritter, Grace Whooley, Charli Haynes, Courtney Grif n, Nick Thomas, Alice GrigElise Burns, Jenny Collins, Linette Kim, Beth Eller, Kerry Johnson, y el maravilloso e incansablequipo de derechos extranjeros.

Para mi marido, Josh: Todos los días contigo son un regalo y una alegría. Soy muy afortunadade tener un amigo tan amoroso, divertido y espectacular para ir en aventuras alrededor delmundo. De aquí a muchas, muchas más.

Para Annie, también conocida como la más increíble mascota de todos los tiempos: Lo sientopor comer accidentalmente toda tu cecina de pavo aquella vez. Nunca lo mencionemos denuevo. (Además, te amo por siempre y para siempre. Vamos a abrazarnos.)

A mis maravillosos padres: Gracias por leerme todos esos cuentos de hadas, y por nunca de-cirme que yo era demasiado mayor para creer en la magia. Estos libros existen gracias a eso.

Para mi familia: gracias, como siempre, por el amor y el apoyo in nito e incondicional.

Para las Trece Maas: Ustedes son más que increíbles. Muchas gracias por todo su apoyo yentusiasmo y por gritar sobre esta serie desde los tejados en todo el mundo. Para Louisse Ang,Elena Yip, Jamie Miller, Alexa Santiago, Kim Podlesnik, Damaris Cardinali, y Nicola Wilkinsotodos ustedes son tan generosos y encantadores- ¡gracias por todo lo que hacen!

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Para Erin Bowman, Dan Krokos, Jennifer L. Armentrout, Christina Hobbs y Lauren Billings: U-tedes son los mejores. Lo digo en serio. Lo mejor de lo mejor. Cada día agradezco al Universopor haberme bendecido con amigos tan talentosos, divertidos, leales y maravillosos en mi vida.

Y a todos mis lectores de Trono de Cristal: No hay su cientes palabras en el idioma Inglés paratransmitir adecuadamente la profundidad de mi gratitud. Ha sido un gran honor conocerlos en

eventos en todo el mundo, e interactuar con muchos de ustedes en línea. Sus palabras, obrasde arte, y la música me mantienen en marcha.

Gracias, gracias, gracias por todo.

Por último, muchas gracias a los increíbles lectores que enviaron contenido para formar partedel tráiler de Heredera de Fuego:

Abigail Isaac, Aisha Morsy, Amanda Clarity, Amanda Riddagh, Amy Kersey, Analise Jensen, An-drea Isabel Munguía Sánchez, Anna Vogl, Becca Fowler, Béres Judit, Brannon Tison, BronwenFraser, Claire Walsh, Crissie Wood, Elena Mieszczanski, Elena NyBlom, Emma Richardson,Gerakou Yiota, Isabel Coyne, Isabella Guzy-Kirkden, Jasmine Chau, Kristen Williams, LauraPohl, Linnea Gear, Natalia Jagielska, Paige Firth, Rebecca Andrade, Rebecca Heath, SuzanahThompson, Taryn Cameron, and Vera Roelofs. Bloomsbury Publishing, Oxford, London, NewYork, New Delhi and Sydney

Continúa leyendo………

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Deseamos que hayan disfrutado de su lectura. Al igual que agradecemos que hayan esperado

por nuestra traducción, sabemos que ha sido unalarga espera y por ello nos sentimos aún másagradecidas.

Los esperamos en la próxima entrega deTrono de Cristal.

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SINOPSIS DEL QUINTO LIBRO

(Aún sin nombre)

Fecha de publicación: 6 de septiembre del 2016