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mayo de 2006 | - i Por Bernardo Hoyos Pérez E n Córdoba con la Playa, en Medellín, hay un bello edificio que es ejemplo admirable de art–déco, donde desde hace años funciona el Instituto de Bellas Artes, al cual debe tanto Medellín. Allí apareció, hace cerca de sesenta años, un cesto con una niña. Como la historia se repite, la imagen nos lleva a Moisés salvado de las aguas. La madre de Te- resa Gómez, Cristina González, viendo el precario fu- turo de su hija, parece que le pidió a unas amigas que la dejaran al cuidado de Valerio y Teresa Gómez, los guardianes del Instituto. La niña comenzó a dar vueltas alrededor del pia- no, donde enseñaban a muchos discípulos Pietro Mascheroni y Ana María Penella, músicos italianos que trabajaron en Medellín con tanto éxito y dedica- ción en los años 40 y 50. La niña se interesó de tal manera en lo que veía y oía que decidió sentarse al piano y ensayar acordes. Mascheroni y Ana María le dijeron que le iban a enseñar a tocar el piano. Tenía talento, tenía vocación y vivía en una casa llena de música. Fue una alumna aprovechada: a los diez años dio su primer concierto. Teresa pasó después al Con- servatorio de Música de la Universidad de Antioquia, donde fue recibida con un summa cum laude. Toca- ba de todo: Mozart, Beethoven, Chopin, música co- lombiana. En 1983 Bernardo Ramírez, Ministro de Comunicaciones del presidente Betancur, la escuchó en Medellín en una noche de música improvisada y le dijo al Presidente que Teresa debía ir a Europa. Como siempre, haciendo eco de todas las posibilida- des del enriquecimiento espiritual de los colombia- nos, Betancur la envió como Consejera Cultural al Berlín Oriental. Teresa Gómez oyó música, estudió y aprovechó ese puente espiritual para cerrar la brecha con tiempos aciagos de su vida personal, que se re- pitieron después y que fueron superados por la voca- ción de trabajo y por la capacidad del magisterio, es decir, de comunicar a los demás el poder de sanación de la música, bien sea ejecutada o escuchada. En Medellín reside desde hace años, dedicada por com- pleto al magisterio y a presentaciones en conciertos. Ha grabado varios discos. Este cronista la entrevistó en 1983 para la televi- sión, en su casa de la Candelaria, después de un bello concierto en el Teatro Colón, el Nº 4 de Beethoven, con la Sinfónica Nacional. El Colombia- no de Medellín la reconoció como “El Colombiano Ejemplar, 1999” y el año pasado la Filarmónica de Bogotá le entregó el galardón “Orden al Mérito Filar- mónico.” Tocó un concierto de Mozart con envidia- ble musicalidad y seguridad técnica en el Auditorio de la Tadeo Lozano. Teresa Gómez conversa con voz grave y no ocul- ta su preferencia por los modismos antioqueños. Es cordial, domina un aparente impulso emocional y es muy consciente de que el oficio y el problema de la vida son manejables a través de una concepción de la vocación artística que corrija el desequilibrio emocional. Rafael Vega, el distinguido crítico musi- cal antioqueño —que ha orientado y observado la vida musical de Medellín desde hace más de sesen- ta años— nos decía hace poco de Teresa que es “una artista madura, equilibrada, capaz de magisterio y que ha revelado, en las numerosas interpretaciones que me ha sido posible escuchar, una visión serena y nada superficial del arte del piano. Es además un ejemplo humano que ha servido a varias generacio- nes, sobre todo en un país marcado por los prejui- cios raciales y donde, para comenzar, se establecía un límite insalvable entre la posibilidad de tocar música clásica para alguien que debiera dedicarse a la música popular.” Es cierto lo que dice Vega, tanto en el juicio hu- mano como en el juicio musical. Al escuchar a Te- resa Gómez interpretar Vino tinto, de Fulgencio Gar- cía —una de las grabaciones dedicadas a la música colombiana más logradas— el oyente percibe que aparte la vivacidad del ritmo, el sentido del contra- tiempo y del contrapunto musical, la pieza está ani- mada por un intérprete que conoce a fondo la fac- tura y el lenguaje de la mejor música popular, pero que no podría tocarse así si no tuviese a su disposi- ción un bagaje técnico y un control estilístico, que llega a las manos del pianista después de muchas horas de practicar los estudios de Chopin. Vladimir Horowitz decía que nunca dejaría de asombrarse ante la mano izquierda de Art Tatum, el legendario pianista de jazz. Tatum confesaba, con una cierta humildad, que para tocar como tocaba era necesa- rio dedicar muchas horas secretas a la música de Chopin. Aunque no pudiese transcribir la partitu- ra, la inventaba agregando dificultades. Teresa, como Moisés, se salvó de las aguas y no se dejó ni sumergir ni llevar por la corriente de la vida. Ella ha sabido controlar el impulso del cauce y ha orientado su ritmo y su destino. Teresita Gómez: Salvada de las aguas EL MAGAZÍN separata

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Por Bernardo Hoyos Pérez

En Córdoba con la Playa, en Medellín, hay unbello edificio que es ejemplo admirable deart–déco, donde desde hace años funciona el

Instituto de Bellas Artes, al cual debe tanto Medellín.Allí apareció, hace cerca de sesenta años, un cesto conuna niña. Como la historia se repite, la imagen noslleva a Moisés salvado de las aguas. La madre de Te-resa Gómez, Cristina González, viendo el precario fu-turo de su hija, parece que le pidió a unas amigas quela dejaran al cuidado de Valerio y Teresa Gómez, losguardianes del Instituto.

La niña comenzó a dar vueltas alrededor del pia-no, donde enseñaban a muchos discípulos PietroMascheroni y Ana María Penella, músicos italianosque trabajaron en Medellín con tanto éxito y dedica-ción en los años 40 y 50. La niña se interesó de talmanera en lo que veía y oía que decidió sentarse alpiano y ensayar acordes. Mascheroni y Ana María ledijeron que le iban a enseñar a tocar el piano. Teníatalento, tenía vocación y vivía en una casa llena demúsica. Fue una alumna aprovechada: a los diez añosdio su primer concierto. Teresa pasó después al Con-servatorio de Música de la Universidad de Antioquia,donde fue recibida con un summa cum laude. Toca-ba de todo: Mozart, Beethoven, Chopin, música co-lombiana. En 1983 Bernardo Ramírez, Ministro deComunicaciones del presidente Betancur, la escuchóen Medellín en una noche de música improvisada yle dijo al Presidente que Teresa debía ir a Europa.Como siempre, haciendo eco de todas las posibilida-des del enriquecimiento espiritual de los colombia-nos, Betancur la envió como Consejera Cultural al

Berlín Oriental. Teresa Gómez oyó música, estudió yaprovechó ese puente espiritual para cerrar la brechacon tiempos aciagos de su vida personal, que se re-pitieron después y que fueron superados por la voca-ción de trabajo y por la capacidad del magisterio, esdecir, de comunicar a los demás el poder de sanaciónde la música, bien sea ejecutada o escuchada. EnMedellín reside desde hace años, dedicada por com-pleto al magisterio y a presentaciones en conciertos.Ha grabado varios discos.

Este cronista la entrevistó en 1983 para la televi-sión, en su casa de la Candelaria, después de unbello concierto en el Teatro Colón, el Nº 4 deBeethoven, con la Sinfónica Nacional. El Colombia-no de Medellín la reconoció como “El ColombianoEjemplar, 1999” y el año pasado la Filarmónica deBogotá le entregó el galardón “Orden al Mérito Filar-mónico.” Tocó un concierto de Mozart con envidia-ble musicalidad y seguridad técnica en el Auditoriode la Tadeo Lozano.

Teresa Gómez conversa con voz grave y no ocul-ta su preferencia por los modismos antioqueños. Escordial, domina un aparente impulso emocional y esmuy consciente de que el oficio y el problema de lavida son manejables a través de una concepción dela vocación artística que corrija el desequilibrioemocional. Rafael Vega, el distinguido crítico musi-cal antioqueño —que ha orientado y observado lavida musical de Medellín desde hace más de sesen-ta años— nos decía hace poco de Teresa que es “unaartista madura, equilibrada, capaz de magisterio yque ha revelado, en las numerosas interpretaciones

que me ha sido posible escuchar, una visión serenay nada superficial del arte del piano. Es además unejemplo humano que ha servido a varias generacio-nes, sobre todo en un país marcado por los prejui-cios raciales y donde, para comenzar, se establecíaun límite insalvable entre la posibilidad de tocarmúsica clásica para alguien que debiera dedicarse ala música popular.”

Es cierto lo que dice Vega, tanto en el juicio hu-mano como en el juicio musical. Al escuchar a Te-resa Gómez interpretar Vino tinto, de Fulgencio Gar-cía —una de las grabaciones dedicadas a la músicacolombiana más logradas— el oyente percibe queaparte la vivacidad del ritmo, el sentido del contra-tiempo y del contrapunto musical, la pieza está ani-mada por un intérprete que conoce a fondo la fac-tura y el lenguaje de la mejor música popular, peroque no podría tocarse así si no tuviese a su disposi-ción un bagaje técnico y un control estilístico, quellega a las manos del pianista después de muchashoras de practicar los estudios de Chopin. VladimirHorowitz decía que nunca dejaría de asombrarseante la mano izquierda de Art Tatum, el legendariopianista de jazz. Tatum confesaba, con una ciertahumildad, que para tocar como tocaba era necesa-rio dedicar muchas horas secretas a la música deChopin. Aunque no pudiese transcribir la partitu-ra, la inventaba agregando dificultades.

Teresa, como Moisés, se salvó de las aguas y nose dejó ni sumergir ni llevar por la corriente de lavida. Ella ha sabido controlar el impulso del cauce yha orientado su ritmo y su destino.

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Por Marina Valencia

Fabio1 nació en Guachené, un lugar que apenasintuyo enclavado en el Cauca. A Fabio no lo co-nozco más que por las descripciones consigna-

das por Omar Rincón y Luis Fernando Orduz en unode los diarios de campo del proyecto Jóvenes dePalabra2, que pretendió indagar en los imaginariosculturales de los menores que pasaron por los gru-pos armados ilegales en Colombia, para ahora en-grosar las filas de los desvinculados. Acudí a esterelato cuando me invitaron a participar en este nú-mero, sabiendo que aunque no soy experta en la ri-quísima cultura afro ni en su legado, sí conozco demargi-nalidades, de formas de exclusión. Este tex-to se construye con las palabras de un afro, desvin-culado de las AUC, líder comunitario que cuenta so-bre la Colombia joven, esa de los que no escriben lahistoria pero la hacen y, por lo tanto, la saben con-tar. El encuentro sucede en Raíces, una emisora di-rigida por Fabio, al igual que la tienda más grandede Guachené y el grupo de rap.El presente

Ellos, La Organización Mundial para las Migra-ciones, OIM, tenían proyectado apoyar solamente alos que estuvieran desvinculados. Entonces trata-mos de explicarles… si nosotros creamos mediospara que los jóvenes no se vayan, estamos previ-niendo que más adelante haya como esa propaga-ción ¿Entienden? Los convencimos con un grupo deteatro, un grupo de danzas y un grupo de rap. Conel rap estamos trabajando canciones que van dirigi-das como mensajes: la única oportunidad no es co-ger el arma e irse al monte o irse a hacerse matar; laoportunidad está aquí, de luchar y de construir. Conel grupo de teatro lo mismo, tratamos como de mos-trarle a los jóvenes lo que se vive afuera: para quévoy a ir allá, si aquí yo soy esto.

El pasado¿Vamos a hablar de mi vida? Esto va a ser un ro-llo bastante largo. Para el bachillerato me tocóirme a Cali a trabajar, vendiendo en los busesdulces y cositas así. En eso me coquetearon.Cuando uno anda en rollo de billete cualquieraviene y lo coquetea. Llegan a decirte “Vé, que teparece esta posibilidad. Vé, que te parece quetengo un grupo de amigos que son esto y andanen carro. Podés comprarte mujeres, tus tenis.”Tantas cosas… en eso consiste el coqueteo.El grupoTuve la oportunidad de ingresar a un grupo. Te-nía la mente débil por la cantidad de proble-mas. Mente débil, porque cuando uno tienemuchos problemas piensa más que todo enellos. No pensé que podía solucionarlos si-guiendo con mis dulces o cualquier cosa; sólodije “necesito billete,” algo que me solucione ya.Es que eso es un empleo, me atrevo a decir queun 60% ó 70% están por eso.De allá para acá»Me di cuenta que no era lo mío, porque lo queme habían prometido no era cierto en la reali-dad. Me ponían a hacer cosas que yo no que-

1 El nombre ha sido cambiado.2 Proyecto realizado por elCentro Regional para elFomento del Libro en AméricaLatina y el Caribe —Cerlalc—y la Organización Mundialpara las Migraciones —OIM—en el marco del Programa deAtención a Niños, Niñas yJóvenes Desvinculados delConflicto Armado, delInstituto Colombiano deBienestar Familiar —ICBF—(2004-2005).3 Arma corta

Para qué voy a ir allá, si aquí yo soy esto...

ría, me colocaban a hacer turnos, a cargar leña,a bajar al pueblo y ahí va siendo grave la cosa.Perezoso no, siempre he estado preocupandopor moverme, por estar metido en algún cuen-to. Por eso es que no he sido perezoso. Lochévere en ese tiempo es que tenía el poder enmi cintura. Desde el colegio, estaba en un am-biente, donde quién tuviera un arma era el rey.¿Entiende? Entonces, el que llegaba al parchecargando un changó3… ese era el rey, el que laspeladas iban a mirar. Eso en los primeros comocuatro meses, porque de ahí en adelante ya mefui aburriendo.Me dieron una salida y no volví. Me dijeron queme andaban buscando, pero yo llegué aquí elviernes en la noche y el domingo en la mañaname fui para Bogotá, donde viví cambiando debarrio y todo eso. En Bogotá tuve la oportuni-dad de estar en alguno de los comités de lasalcaldías locales y ahí me fui como encarre-tando en la vaina de la organización. Cuandome vine a mi vereda conformamos una organi-zación con siete primos. Ahora somos 53.Ser afro allá y acáAllá, nos identificaban por colores. Si veían unindio, ese era guerrillo; si veían un negro, eseera paraco. En Bogotá me di cuenta, lo viví… enbus iban treinta mestizos y un afrocolombiano,

el afro se sentía mal cuando yo me subía, en-tonces, yo me preguntaba ¿qué está pasandocon la cultura nuestra? ¿Por qué nos discrimi-namos entre nosotros?Los referentesMi ídolo antes era el cubano (¿cómo se llama?)aunque él no es negro…. Tengo la fotografíapero se me va. Ah, sí, el Ché. De negros siem-pre como que me voy más a la historia. Más queen Asprilla pienso en Martin [Luther King] y enese presidente africano, Nelson Mandela.El futuroLo más seguro es que me voy a ir; voy a ir esca-lando hasta que llegue a Buenaventura. Un ami-go se metió en un barco y hoy está en el Bronx.Yo estaba pensando en hacer como un mapaturístico donde llego, escalo y luego parto.

El mapa no turístico de Colombia esta siendo traza-do (y habitado) por jóvenes invisibles como éste, cuyaextraña mezcla de deseos y realidades desconciertapor sus ingredientes: pasar de admirador del Che aparaco; ser afrocolombiano, con un changó en la cin-tura; siendo caucano, venir a descubrir en Bogotá “locomunitario;” tener la ambición de escalar y llegar alBronx, de polizón en un barco y querer, más que aAsprilla, a Mandela y Luther King.

Y hablar de todo esto mientras en el fondo sue-na salsa de la buena, que transmite Raíces Estéreo.

ERNESTO CHE GUEVARA

FOTOGRAFÍA DE ALBERTO KORDA

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Por Santiago Mutis Durán

Tal vez el primer negro que co-nocí fue un hombre joven queme señaló algo lejano desde

una colina, sonriendo, en medio de labrisa, con unos dientes blancos ygrandes que daban ganas de reírsecon él; algo señalaba y después memiraba, a mí y a lo que señalaba: ¡Erael mar, y yo tenía 5 años! Estábamosen México, recién llegados a Acapul-co, después de un larguísimo día decarreteras, montañas, bosques y va-lles, en donde el ruido de la oscuri-dad me despertó. Yo viajaba acosta-do contra el parabrisas trasero delautomóvil, y el extraño oleaje de lanoche me hizo abrir los ojos, pero novi nada, ¡NADA! Abrí la ventana ysentí la brisa, cálida, viva, suave, y olíel mar, pero no se veía, sólo estrellas,millares y millares de estrellas quereventaban sus aguas contra losacantilados invisibles. Al día siguien-te ese negro jovial y rebosante desimpatía me mostró alegre lo que yohabía sentido, olido y oído pero nohabía podido ver, y hasta ese mo-mento seguía creyendo que se trata-ba de la sonora cercanía de la grannoche, abierta como el Pacífico.

De manera que cuando aún sien-do un niño vi el primer cuadro deWiedemann en Bogotá, una negraazul (profundo) y verde (nocturno)con los pechos descubiertos, le son-reí de amistad, por aquella simpatíamarina, por aquellos días en que co-nocí los erizos, los pulpos, el caballi-to de mar, el vuelo mágico de lasmanos negras–y–blancas de las mu-jeres del mercado, la transparencia,los micos, el pez espada, la nocheverdadera... y el poder del espanto,porque días después de conocer la gente más be-lla del mundo sucedió el maremoto que entró hastaCiudad de México como un gran terremoto, hizoañicos su ángel de la independencia y dejó la ciudaden ruinas. Esa madrugada mi padre me tuvo quesacar a rastras de debajo de la cama, en donde meescondía del temible rugido del viento, de las pare-des crepitantes, de las cosas que tambaleaban extra-viadas de sí mismas, y de algo aún más poderoso quesacudía la tierra y desesperaba a ese mar del mun-do que acababa de admirar.

Todo este cuento desperdiciado sobre tánta trans-parencia que guardo en lo mejor de mí, es para de-cir dos cosas: una, abreviando, que ese encanta-miento me llevó a casarme a mis 20 años con unamulata; y dos, que el tema de las pinturas de Wie-demann, los negros, siempre me fascinó, por su dul-ce grandeza, por la forma misteriosa en que haceflotar en sus cuadros las más nobles virtudes huma-

La grandeza de un oficio está acaso,

ante todo, en unir a los hombres:

no hay más que un lujo verdadero

y es el de las relaciones humanas.

Antoine de Saint–Exupéry

Citado por el poeta Gabriel Jaime Franco

Cuando en 1994 preparaba yo un li-bro sobre Wiedemann, conversé condon Enrique Grau, quien me sorpren-dió con su doble filo: uno, maravillán-dome (pero no es hoy el momento decontarlo); y el otro, diciéndome algoinaceptable y que para mí explica, enparte, la lentitud conque Wiedemannha sido aceptado como pintor colom-biano. En la Historia abierta del artecolombiano, publicado por MartaTraba en 1974, Wiedemann no apare-ce mencionado sino tres veces, y unade ellas para decir que GuillermoWiedemann no ha sido incluido aquíporque es un pintor europeo; lo cuales cierto, pero no tanto como para serexcluido —él y Juan Antonio Roda—de la historia ABIERTA del arte co-lombiano. Cuando le pregunté a Grausi la pintura de Wiedemann había te-nido algún impacto en él (hablába-mos de los primeros años de la déca-da de los 40) me contestó, con sabiagentileza pero desafiando mis ya con-fesados entusiasmos: Nooó, niiingú-no; era un ¡pintor de negritas!

Ahora que acaban de celebrarseen el Museo Nacional los 100 años delnacimiento de Wiedemann con la ex-posición Apuntes de un Viajero..., ter-mino de entender todo este malen-tendido con la “nacionalidad” de Wie-demann: no es que se le considere ex-tranjero por su escuela, ni muchomenos por haber nacido en Alemaniay ser europeo, lo cual es para nosotroscomo si hubiera nacido con corona(no para él, que renunció a su país ya sus compatriotas por las ideas quetenían, por sus odios, su rigidez, susuperioridad sobre el resto de la hu-manidad, por sus progresos y matan-zas), sino por haberse dedicado a un

tema que casi ningún otro colombiano tenía comoimportante: los negros. Basta ver su situación en elpaís para tener que aceptarlo; sólo un extranjeropuede amar a los negros, y el que ama a los negrosse convierte de inmediato en extranjero. Por esoWiedemann no ha podido entrar del todo al arte co-lombiano; lo hemos dejado en la puerta, con muchaadmiración, eso sí, llamándolo “europeo,” “maestro,”“viajero...” al mismo tiempo que secreta o inconscien-temente lo rechazamos por ser un “pintor de negri-tas,” la gente más extraordinaria que tiene Colombia.

Me parece que en vez de volver a celebrar los 100años de su nacimiento podríamos celebrar hoy los60 de haberse nacionalizado colombiano: “Pertenez-co a Colombia,” dijo Wiedemann. Es pues el momen-to de tomarlo en serio, y de respetar sus decisionesy su pintura y, sobre todo, ¡sus temas!

Guillermo Wiedemann, pintor

nas, por las noches estrelladas que respiran sus ár-boles silenciosos, por la secreta presencia del agua,por esa dignidad, belleza y natural altivez de su gen-te, por esa tierra hermosa en penumbras y por tanfecunda riqueza en la visión, incluso cuando a ve-ces una insondable tristeza empaña como vapor delluvia tanta vida.

EL PINTOR GUILLERMO WIEDEMANN EN SU ESTUDIO. - FOTO DE HERNÁN DÍAZ

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Esbeltas constelaciones que callaban rojas como luciérnagas en las descubriría el azul más azul entre los mas bellos azules, al fondo

ACUARELA.1946.

LA TIGRESA, ACUARELA.1952

COLEGIALA. ÓLEO. 1944ACUARELA. 1952

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las noches transparentes y tibias, en donde más tarde Wiedemannndo del cielo nocturno y de la piel de las mujeres del Chocó.

Santiago Mutis Durán

PINTURAS TOMADAS DEL LIBRO

GUILLERMO WIEDEMANN

DE VILLEGAS EDITORES,POR AMABLE AUTORIZACIÓN

DE BENJAMÍN VILLEGAS.FOTOS DE PILAR GÓMEZ

ÓLEO SOBRE MADERA. 1947

MONOTIPO. 1956

ÓLEO. 1949

LIBRETA DE APUNTES. TINTA Y LÁPIZ

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Arista por Aristarco, una leyenda viva del Pacífico

Cuando en el colegio de su natalQuibdó lo llamaban a dar unalección, aquel niño taciturno

oía que le decían: “Perea Copete Aris-tarco, pase al tablero”. Su nombre depila fue abreviándose en la mismamedida en la que fue creciendo sunombre artístico y terminó simplifi-cado en un familiar Arista, con el quelo conocemos muchos de los seguido-res de su voz y de sus composiciones.Cuando Arista y Aristarco Perea Co-pete se encuentran, es decir, cuandoeste cantante de culto que es tambiénuna leyenda del Pacífico y el hombrecorriente que evoca sus ancestroschocoanos y la génesis de sus cancio-nes se confrontan, se revela alguiende una sencillez natural, mezcla deserena alegría y de nostalgia. Frente aeste encuentro caemos en la cuentade que los dos habitan el mismo pelle-jo, la misma andadura elegante –esuna suerte de dandy del Pacífico– quelo lleva a transitar con sobriedad por elmundo. Arista habla para Ciudad Vivade Aristarco y Aristarco narra su rela-ción estrecha con Arista. Estas son susserenas apreciaciones sobre uno y otro,desde la pequeña tienda-bar que tieneen un pasaje de la calle 19 con carrera5a, donde su voz calienta tantas nochesbogotanas.

Con su música a otra parteMi familia es de Yuto, un paraje cerca-no a Quibdó fundado en buena partepor mi parentela de Pereas, Copetes,Palacios e Hinestrosas, casi todos de-dicados al folclor chocoano. Arrullos,

alabaos, jotas, y otros aires. Mi padrellegó a ser, muy joven, el primer clari-netista de la banda de San Francisco,pero los celos de otros músicos, por sermuy aplaudido, le amargaron la vida ydecidió dejar la música con dolor. Labanda tocaba entre, otras músicas, ai-res religiosos. Cuando decidió abando-narla se dedicó a la sastrería, llegó a serun sastre de primera, pero se resintiócon el medio musical. Nos prohibió asus hijos que hiciéramos música peroeso me vino por vena y no fue posibleque me dejara de interesar. Si veía aalguno de sus hijos con un instrumen-to musical en la mano, de inmediatoquería destruirlo. Cuando tenía 6 añosinsistí en cantar: no se puede matar elinstrumento. Mi abuela, María Pía Hines-trosa, que era pudiente pues tenía oroy platino, lo envió a Quibdó a estudiar

sastrería y se lo entregó a una familiaque le tenía cariño por ser de la castaprimera, es decir, de los blancos delpueblo. Era la familia Mosquera.

Para mi padre fue muy molesto queme encontrara una vez, tras volarmede la casa y quitar las trancas que po-nía en la puerta, buscando amigos parahacer música, para cantar. Yo ya escu-chaba al Trío Matamoros y en generalla música campesina cubana y sentíaun gusto por los aires que se oían en lasemisoras y en las vitrolas de quienestenían modo de adquirirlas. La prohi-bición paterna no hizo efecto, era comosi yo hubiera estado sordo para esa or-den pero despierto para la música.

El jazz de BorromeoYo fui autodidacta pues no había maes-tros, por lo menos yo sólo conocía aVíctor Dueñas, un gran guitarrista quenunca pisó un Conservatorio, pero queera incomparable con su instrumento.Él ayudó a mi formación. Yo canté porprimera vez en público en su agrupa-ción, La Timba, siendo muy niño. El tríoMatamoros era de virtuosos, pero nadaque ver con las ejecuciones de VíctorDueñas. Yo ya había escrito, a los 8 años,mi primera canción. Se titulaba El Rosaly estaba dedicada a un amor platónico,a una muchacha que estudiaba en el in-ternado en el que trabajaba mi herma-na. El ambiente musical de esa época, lagente de caché, de la jai, los negros deprimera, se reunían alrededor del Jazzde Borromeo, una agrupación de chiri-mías, que además tocaba porro, mere-cumbé y bolero, con la influencia deLucho Bermúdez y de Pacho Galán. Lamúsica iba de Cuba a Panamá. Allí seformaron escuelas musicales a través dela radio. Esa música nos vino a Quibdó

desde las emisoras de Cartagena. Tam-bién oíamos los valle-natos de Buitragoy de Viloria. Yo, de muchacho, era buenbailarín. Entraba a los llamados bailespeseteros donde alimenté mis gustosmusicales. Pagábamos veinte centavosy entrábamos a bailar. Luego meimpactaría sobre manera la voz de Da-niel Santos.

Coda: Son muchos los momentos queArista revela a Ciudad Viva en estos tes-timonios alegres y duros. De su deseo ju-venil de vestirse bien. De la memoria delos metros de paño inglés que trabajabacon metro y tiza su padre, o de cuando sefue a Panamá a charanguear y a jugar fút-bol. De su regreso a Buenaventura y de suevocación del Atrato y otros ríos del Pací-fico. De su trabajo en la misión anti-malárica y de su regreso a Quibdó en 1962a saludar a su padre y a su hermana. Dela época cuando creó Los negros del Rit-mo y la creación posterior de Arista y susEstrellas, sexteto que fundó en un sótanode Quibdó. De la vez en que visitó a Co-lombia Pablo VI y él le cantó Chocoanitatras besarle el anillo (¿a qué diablos sabráel anillo babeado de un Papa?, le pregun-tamos mientras se sonreía.) De cuando loinvitó a Bogotá el poeta Jotamario paracantar en La Herradura en los años seten-tas. De cuando fundé el capricho de se-guir adelante. Del misterioso incendio desu Casa Folclórica en vecindades de laMasonería. De sus confrontaciones conlos curas del barrio Capellanía que quie-ren desalojarlo con métodos no santos,dejamos estos trazos que darán para unlibro basado en los testimonios del propioArista narrados en cálidas conversacio-nes con Juan Manuel Roca y MarielaAgudelo.

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En tinta negra: Algunos escritores y músicos afrocolombianosJorge Artel (seudónimo de Agapito deArcos). Nació en Cartagena el 27 de abrilde 1909. En 1945 se tituló de abogado enla Universidad de Cartagena, aunque sededicó más al periodismo y a la poesía.Es uno de los más importantes represen-tantes de la cultura afrocolombiana.Publicó libros de poemas, entre los quese destacan Tambores en la noche(1940), Poesía negra (1950), Poemas conbotas y banderas (1972), Sinú, riberasde asombro jubiloso (1972)y Cantos ypoemas (1983.) Falleció en 1994.

Manuel Zapata Olivella, nacido en Lo-rica en 1920, estudió medicina en laUniversidad Nacional. Fue, además demédico, antropólogo, novelista, dra-

Totó, la momposinaLo primero que uno recuerda es el so-nido de los tambores, los vestidos decolores, su larga melena y, sobre todo,su voz. Una voz melodiosa y potenteque ha hecho bailar al teutón más tie-so, y que se ha hecho sentir en Améri-ca y Europa, donde es reconocida comouna de las más importantes artistas demúsica popular en el mundo. Totó, na-cida en Taguaila, Bolívar, en 1940, hacantado en la entrega del Nobel a Gar-cía Márquez; ha grabado con el selloPutumayo Records y con Realworld,del consagrado músico inglés PeterGabriel. Sus cumbias, bullerengues,chalupas, garabatos y guarachas, entreotros ritmos que componen su reper-torio, constituyen un invaluable patri-monio cultural para Colombia.

Petrona MartínezLa reina del Bullerengue nació en SanCayetano, Bolívar, en un hogar de can-

maturgo, líder de las negritudes, y ungran contador de cuentos.Cuando se le preguntaba que cómohabía llegado hasta aquí, daba estasorprendente explicación: “Mi semillafue transportada en el único lugar húme-do pero seguro de los barcos negreros:la vagina de una esclava.”Entre sus obras están: Hotel de vaga-bundos (1954), Los pasos del indio(1960), La calle 10 (1960), sobre sus vi-vencias en Bogotá; Caronte liberado(1961), En Chimá nace un santo, Se-gundo Premio Esso (1961), Chambacú,corral de negros, Premio Casa de lasAméricas (1963), Changó, el gran pu-tas, (1983.) Murió en Bogotá el 19 denoviembre de 2004.

Arnoldo Palacios nació en Cértegui,Chocó, en 1924. En 1949 publicó Lasestrellas son negras, novela testimonio.Como el personaje de su obra, se eva-dió a Quibdó y más tarde intentó estu-diar derecho en Bogotá.Precursor de la novelística de reivindi-cación social, que surgiría con fuerzaen los años sesenta, ya vinculada a fe-nómenos más concretos de violenciapolítica.Una de sus primeras novelas es La sel-va y la lluvia. Le siguen El duende y laguitarra, leyendas chocoanas, y Panora-ma de la literatura negra, que han sidopublicadas en ediciones italiana y fran-cesa. Su más reciente trabajo literarioes Buscando mi madredios.

Actualmente vive en París, pero nuncaha dejado de sentirse parte de su tierrachocoana.

AmaliaLú Posso Figueroa nacida enQuibdo, es sicóloga, profesora univer-sitaria, cuentista y cuentera e intérpre-te de sus propios monólogos, en losque habla de las nanas negras, con lapicardía de un doble sentido transpa-rente y con humor preciso e inteligente.Su libro Vean, vé, mis nanas negras contie-ne sus más populares y eróticos relatos.En la antología, Cuentos y relatos de laliteratura colombiana, hecha por LuzMary Giraldo, se incluyó uno suyo:Honoria Lozano, la que tenía el ritmo enel sentar.

tadoras. Su música, natural de la costaCaribe, se originó en los cantos de fe-cundidad de los esclavos africanos.Esta mujer de pañoleta y sonrisa lim-pia ha cantado toda la vida: En el FolkFestival de Vancouver, en Ciudad deMéxico o meciéndose en una hamacaen Malagana, Bolívar.

Batata III, rey del lumbalúPaulino Salgado, Batata, fue el rey delos tambores. Este hijo de Palenque fueel tamborero mayor de Totó, la Mom-posina, y recorrió varios países delmundo con sus cantos, sus composi-ciones y sus tambores. En Europa des-lumbró tanto con su talento, que fuecalificado como el coloso afrocolom-biano. Este genial músico, que sólograbó el disco Radio Bakongo, realiza-do en Francia, rescató del olvido el sonpalenquero y le pegó como pocos alcuero del tambor. Murió en el mes defebrero de 2004.

BillyTodos le dicen simplemente Billy —sunombre artístico— y al hablar de su vozla comparan con la de aquel negro mag-nífico que era Paul Robeson. Era muy,pero muy amigo del escritor antioqueñodesaparecido, Manuel Mejía Vallejo. Sucasa de campo, Ziruma (El Cielo, para losguajiros y para Billy), era el refugio deeste gran amigo afrocolombiano. Ya esmítica su actuación en el funeral del es-critor: con los ojos humedecidos y la vozmás cálida y profunda que nunca cantóun negro spiritual que conmovió a todoslos amigos de Manuel, que lo estabandespidiendo.

Joe ArroyoEn los años 1600, cuando el tiranomandó, las calles de Cartagena... Todoel mundo recuerda esta frase con laque empieza la canción Rebelión, quetrata de un esclavo que rompe las ca-denas de la esclavitud. El sonido del

Joe, como lo conoce todo el mundo, esúnico. Este cartagenero, que inició sucarrera con la orquesta Fruko y susTesos como vocalista líder, se haposicionado como uno de los músicosde salsa más importantes del continen-te. Con frecuencia aparece en el NewYork Times. Además de la salsa, ha ex-perimentado con la cumbia y otros rit-mos colombianos.

Delia Zapata OlivellaFue bailarina, folklorista, profesora y di-fusora de las danzas del Caribe y el Pa-cífico colombiano y profesora de lasUniversidades Nacional y Central.Su hija, Edelmira Massa Zapata, sigue latradición de su madre, quien desde 1954se radicó en Bogotá. Ella, como pocos,logró llevar el folklore a los grandes cen-tros urbanos. Murió en 2001, luego decontraer una enfermedad en Áfricadonde se encontraba buscando las raí-ces africanas del folklore Colombiano.

FOTO: CARLOS MARIO LEMA

Page 8: Teresita Gómez: Salvada de las aguas · mayo de 2006 | -iPor Bernardo Hoyos Pérez E n Córdoba con la Playa, en Medellín, hay un bello edificio que es ejemplo admirable de

El primer gran poeta

afrocolombiano es sin

duda Calendario Obeso,

nacido en Mompox el 12 de enero

de 1849 y muerto “por su propia

mano” el 3 de julio de 1884.

Fue, además de poeta, novelista,

dramaturgo y catedrático.

Conocía tan bien el inglés y el

francés que tradujo al español a

Shakespeare, Tennyson, Alfred de

Musset y Victor Hugo.

Según una nota biográfica:“fue

siempre polémico. Porque no se

acomodaba a las estrechas

normas católicas y conservadoras

impuestas en Colombia en el

siglo XIX; porque describió a la

mujer como un ser independien-

te y con voz; porque era afro y

escribía en el lenguaje de su

pueblo negro.” Nunca lo abando-

naron el amor por las mujeres y

la pobreza, y se dice que al

suicidio lo empujó la discrimina-

ción imperante en la época.

Sólo a partir de 1950, cuando la

colección Cantos populares de mi

tierra publicó su obra poética

completa, se empezó a apreciar

en todo lo que vale su poesía.

GRABADO DE RODRÍGUEZ, SOBRE UN DIBUJO

DE URDANETA. TOMADO DE LA EDICIÓN

FACSIMILAR DE EL PAPEL PERIÓDICO

ILUSTRADO, EDITADA POR CARVAJAL Y

COMPAÑÍA.

CANCIONDER BOGA AUSENTE

Qué trijte que ejtá la noche,La noche qué trijte ejtá !No hay en er cielo una ejtreya….

Remá ! remá !

La negra re mi arma mía,Mientra yo brego en la má,Bañao en suró por eya,

Qué hará ? qué hará ?

Tar véj por su zambo amaoDoriente sujpirará,O tar véj ni me recuecda...

Yorá ! yorá !

La j’embra son como toroLo r’ejta tierra ejgraciá.Con arte se saca er peje

Der má, der má !

Con arte s’abranda er jierro,Se roma la mapaná.Cojtante y ficmej la penaj ;

No hay má ; no hay má.

Qué ejcura que ejtá la noche ;La noche qué ejcura ejtá !Asina ejcura éj la ausencia……

Bogá ! bogá !

m a y o d e 2 0 0 6 | - v i i i

Candelario Obeso:El primer gran poeta negro