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1 WALTER TURNBULL SU PENSAMIENTO NAVIDEÑO IN MEMORIAM DICIEMBRE 2018

WALTER TURNBULL · sucede con las pastorelas, y la representación del Nacimiento fue inventada por San Francisco de Asís en Italia por ahí del 1223. Tendríamos que hablar de «Tradiciones

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WALTER

TURNBULL

SU PENSAMIENTO NAVIDEÑO

IN MEMORIAM

DICIEMBRE

2018

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SEMBLANZA DE WALTER (WALLY) TURNBULL

Walter Francisco del Niño Jesús Turnbull Plaza, nació en la Ciudad de México el 21 de enero de 1956. Sus padres: Ascensión Plaza Núñez y Walter Arturo Turnbull Marín. Sus estudios de primaria, secundaria y preparatoria los realizó en el Instituto Patria de los Padres Jesuitas en Ciudad de México. En 1984 recibió su título de Licenciatura en Diseño Industrial de la Universidad Autónoma Metropolitana. En 1962, a los 6 años, entró a los scouts en el grupo 1, donde con su familia, conocieron al sacerdote de la Sociedad de María, el Padre Pedro Herrasti, quien fue su guía y padre espiritual, con quién participo desde los 21 años en el Grupo Alpino Pax. En este grupo se desempeñó como un destacado alpinista y guía de montaña. Conquistó varias veces las cimas de: Popocatépetl, Iztaccíhuatl y el Pico de Orizaba, además de varias cimas que se conocen como media montaña en diferentes partes del país. En este tiempo participo por cerca de 10 años en un grupo juvenil de Círculo Bíblico, y parte de las actividades de este grupo, era escribir previo a las lecturas dominicales, pequeños prefacios enfatizando datos históricos y mensajes de las escrituras. También en esos mismos años participó como solista por parte del Centro Politécnico de Proyección (centro para evangelizar a los politécnicos a cargo de sacerdotes de la Sociedad de María) en canciones que participaron en un festival de la Canción Cristiana, cuya sede era en el Templo de la Sagrada Familia en la colonia Roma, en la Ciudad de México. El 26 de mayo de 1991 se casó con Angélica Isabel Flores Díaz en el C.P.P., en la Ciudad de México. En 1995 empezó a escribir artículos que mandaba, en ese entonces, a un programa en vivo que tenía el periodista Guillermo Ochoa, en defensa de la fe católica, ya que en varias ocasiones en dicho programa, difamaban a la Iglesia o a sus valores. . Al poco tiempo escribió algunas reflexiones con temas de apologética, y por su contenido claro, preciso y de acuerdo a la enseñanza católica, las publicaron en el Periódico El Observador, el periódico de la Diócesis de Querétaro, y al poco tiempo le pidieron que fuera colaborador semanal para este periódico en el que participó con mucho gusto por algunos años. Colaboró aproximadamente 8 años en los retiros para niños del Padre Levy impartidos por El Templo Expiatoria del Sagrado Corazón. En 1999 fundó junto con su esposa, un grupo de teatro entre amigos y vecinos, llamado “Luz”, con el fin de rescatar sobre todo Pastorelas, para que mantuvieran el mensaje evangélico, que con tristeza veían que las pastorelas populares habían perdido. Fue así como en año 2000 su grupo de teatro ganó un concurso Municipal de rescate de tradiciones y Pastorelas, con la obra navideña “Permiso Especial” que fue escrita por Walter y su esposa. En 2006 fundó y participo como escritor y actor del grupo de teatro “El Taller de Karol”, en el que presentó por 8 años obras de teatro con mensajes evangélicos y de valores Cristianos. El 12 de diciembre de 2014 participo en el Musical “Nican Mopohua”, con “El Taller de Karol”, con el papel de: Juan Bernardino. En ese mismo año, colaboró con su esposa para escribir una obra de Teatro sobre Santa

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Teresa de Ávila, llamada: ”Qué Mandáis Hacer de Mí”, en la cual representó el papel de San Juan de la Cruz, papel que representó hasta Marzo de 2018. Por si fuera poco, durante siete años, dirigió un grupo de círculo bíblico, llamado “Santa Mónica”, en e l cual se destacó siempre por sus reflexiones, valores y pensamientos. Walter Turnbull fue un gran alpinista, actor, escritor, defensor de su fe y sobre todo, un maravilloso papá, esposo y amigo que amó sobre todas las cosas a Dios y a su Iglesia. Wally Falleció el viernes 9 de nov de 2018, entre oraciones y cantos con sus familiares y amigos quienes lo acompañaban en sus últimos suspiros.

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ÍNDICE:

SEMBLANZA DE WALTER (WALLY) TURNBULL 2

1.- Que no falte una oración 5

2.- Tiempo de Navidad 6

3.- Tradiciones de diciembre 7

4.- Vivir las posadas a lo cristiano 8

5.- 24 de Diciembre 9

6.- No había lugar para Ellos 10

7.- Para que Cristo nazca. Humildad 11

8.- Para que Cristo nazca. Honestidad 12

9.- Para que Cristo nazca. Renuncia 13

10.- Para que Cristo nazca. Afan de superación 14

11.- Nacimiento 15

12.- Fiesta de la Humildad 16

13.- Navidad es participación 17

14.- El diablo o la Virgen 18

15.- Navidad es renacimiento 19

16.- Una cosa o la otra 20

17.- La Navidad nos pide valor 21

18.- Consejos de un triunfador 22

19.- Alégrense siempre en el Señor 23

20.- Preparar el Camino 25

21.- Diablo de pastorela 26

22.- Ante la Agonía 27

ORACIÓN ANTE EL PESEBRE 29

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1.- QUE NO FALTE UNA ORACIÓN El festejo de la Navidad tiene tres propósitos: recordar llenos de agradecimiento el misterio de la Encarnación del Verbo, alegrarnos en la confiada esperanza de la segunda venida de Nuestro Señor, y sobre todo hacernos anhelar y disponernos a procurar el nacimiento de Cristo en el mundo de hoy. El Adviento es la preparación para que se realicen estos tres propósitos. Entre muchas posibles cosas que hacer, yo sugeriría que no falte una sencilla oración, todos los días, de preferencia frente al pesebre. Si encuentran o pueden formular una mejor (que yo espero que así sea), háganla. Si por lo pronto no se les ocurre ni encuentran nada, aquí hay una sugerencia. Gracias, Padre bueno, porque has querido mandarnos a tu Hijo a compartir nuestra vida para que nosotros podamos compartir la tuya. Gracias, hermanito Jesús, porque has querido venir a nosotros, compartir nuestra fragilidad y nuestro dolor, nos has dado ejemplo de pobreza y de servicio y a través de inmenso sacrificio has vencido al pecado y a la muerte y nos has abierto el camino al cielo. Gracias, mamita María, por tu entrega, por hacer la voluntad de Dios. Por —tú también— entregarnos a tu Hijo. Porque aceptando a tu Hijo te has hecho madre nuestra y a través de tu propio dolor eres partícipe y guardiana de nuestra redención. Gracias por tu «sí» a la vida. Gracias, señor San José, que merecidamente fuiste el sustituto del Padre para el pequeño niño Jesús y para su Divina Madre. Gracias por tu ejemplo de bondad, de fe y de esfuerzo en el servicio a Dios y en el amor a Jesús y a María. Te admiramos y nos acogemos a ti porque en medio de limitaciones y problemas supiste preparar aquel portal para la llegada de tu Hijo, y conservar la serenidad y dotar a tu familia de lo necesario, sin perder la confianza en Dios. Gracias a todos, Sagrada Familia de Nazaret, por su ejemplo de humildad y su testimonio de familia. Les pedimos su protección para todas las familias y los niños que hoy se encuentran en tan grave peligro y por nuestra familia para que podamos seguir su ejemplo. Te pedimos, Señor Jesús, que así como naciste en aquel pobre pesebre y tu presencia iluminó la oscuridad, nazcas hoy en nuestros corazones y tu presencia ilumine nuestras vidas y las limpie de mal y de pecado. Te pedimos que seamos capaces de llevarte a dondequiera que vayamos, para que nazcas también en la calle, en el trabajo, en las escuelas, en los medios y en los gobiernos. El mundo te necesita más que nunca, Señor. Ven a nuestras almas, ven a nuestros ambientes, ven a nuestro mundo, ¡Ven, Señor Jesús! Seguramente a usted Dios le inspirará una oración más adecuada, o puede usar ésta, pero que no le falte su oración. Para eso es el Nacimiento.

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2.- TIEMPO DE NAVIDAD Sacar del desván el árbol empolvado, el nacimiento, las esferas, las series de foquitos, los adornitos (o peor tantito, tener que ir a comprarlos); checar que las series funcionen bien y en su defecto tratar de arreglarlas; acomodar todo: árbol, nacimiento, series, esferas, adornitos; comprar los regalos de obligación; embellecer la casa; confeccionar el “regalito” de la escuela; acomodar las fechas para los compromisos; asistir a posadas y pastorelas; planear la cena (demonios, nos toca con los suegros); soportar la velada con el patriarca de la familia; gastos y más gastos, en medio de colas y un tránsito enloquecedor... Es tiempo de Navidad. Los niños que no se dan cuenta de todo el ajetreo lo esperan con gran regocijo. Ellos sólo piensan en los regalos y en los dulces. Algunos adultos (sobre todo algunas amas de casa) ya lo ven venir con verdadero horror. Y sin embargo lo volvemos a hacer. Año tras año. Las posadas, las pastorelas, los adornos, los regalos y los festejos. Quién más, quién menos, guardamos alguna ilusión. La tercera vela de la Corona de Adviento es rosa, en señal de alegría. La época nos trae el recuerdo de buenos momentos y la expectativa de otros mejores: el momento de encender el nacimiento, aquel hermoso concierto, la risa y el abrazo con el ser querido, la deliciosa cena, la satisfacción del amigo al abrir el regalo que busqué con tantas ganas, la posada tradicional con sus cantos y su sabroso ponche, tal vez hasta una reconciliación o un reencuentro; y si somos cristianos practicantes, el camino del Adviento, la oración junto al nacimiento y la gloriosa Misa de Navidad. Todo ese trabajo nos ayuda a vivir todos esos momentos. El Adviento y la Navidad son como un resumen de la vida. Esfuerzo, ajetreo, sobresaltos, contratiempos, contrariedades... pero aderezados de buenos recuerdos y esperanzadoras expectativas: el recuerdo siempre gozoso de que Dios quiso venir a nosotros en forma de niño para compartir nuestra vida y la esperanza de que Jesús va a volver a nosotros en toda su gloria para que nosotros podamos compartir la suya. Después de todo, vale la pena arreglar la casa y organizar el festejo. Vale la pena vivir la vida. Nosotros también vamos a recibir un gran regalo.

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3.- TRADICIONES DE DICIEMBRE Curioso título se le da hoy en día a los festejos alrededor del nacimiento de Jesús: «Tradiciones mexicanas de diciembre». «Diciembre en la tradición mexicana», pregonan los anuncios oficiales que enaltecen nuestro rico acervo cultural. Las piñatas se inventaron en China y fueron después llevadas a Europa y luego traídas aquí. Algo parecido sucede con las pastorelas, y la representación del Nacimiento fue inventada por San Francisco de Asís en Italia por ahí del 1223. Tendríamos que hablar de «Tradiciones católicas adoptadas en México». Tradiciones propiamente mexicanas serían en tal caso la danza del venado, el pulque, la Guelaguetza de Oaxaca, la divinización de los gobernantes, la conversión de los liberales en conservadores una vez en el poder, la transformación de movimientos libertarios en dictaduras, etc.... esas sí, nacidas aquí, aunque tengan similitudes en otras épocas y culturas. El hecho es que regímenes van y vienen, pero la campaña secularizante no parece terminar nunca. He leído que alguna vez Lázaro Cárdenas, no queriendo disgustar demasiado al pueblo prohibiendo la Navidad, trató de sustituir a Jesucristo por Quetzalcóatl: los niños mexicanos le iban a pedir juguetes a Quetzalcóatl. Ahora se trata de que los mexicanos veamos la Navidad como una particularidad del folclor mexicano, que igual pudo haber sido un aquelarre, un carnaval, o una pamplonada. Vaya en nuestro descargo que no somos los únicos: sabido es que los vecinos sajones le cantan a Santaclós y a la nieve, que no son para nada mejores que Quetzalcóatl. Según me informé en un artículo en la excelente página ZENIT.org, un grupo del movimiento de Schönstatt decidió hace unos años lanzar la campaña «Navidad en la Calle», que consistía en realizar en público exposición de nacimientos o imágenes religiosas, cantos de villancicos con mensaje navideño, obras de teatro o, mejor aún, organización de obras de caridad a lo grande. Por cierto, también tienen una muy recomendable página: www.navidadalacalle.org. Algo parecido habríamos de hacer todos según nuestro círculo de influencia: en nuestro trabajo, en nuestro barrio, en nuestra escuela... al menos en nuestra familia: dejar bien patente que para nosotros la fiesta se llama Navidad y en ella celebramos que Dios decidió venir a los hombres en la persona de un niño para que los hombre pudiéramos regresar a Él. Un pasaje de la Biblia que me encanta, y que tiene una actualidad palmaria en estos tiempos, es aquel del libro de Samuel 24, 14: «Ahora, pues, temed a Yahveh y servidle perfectamente, con fidelidad; apartaos de los dioses a los que sirvieron vuestros padres más allá del Río y en Egipto y servid a Yahveh. Pero, si no os parece bien servir a Yahveh, elegid hoy a quién habéis de servir, o a los dioses a quienes servían vuestros padres más allá del Río, o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis ahora. Yo y mi familia serviremos a Yahveh.»

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¿Diciembre en la tradición mexicana? ¡No, gracias! Celebración de los misterios de nuestra Salvación que por Providencia Divina llegaron a nuestras tierras y atinadamente las adoptaron nuestros ancestros. Y al menos algunos las queremos conservar.

4.- VIVIR LAS POSADAS A LO CRISTIANO

16 de diciembre. Fecha oficial, según el calendario religioso, del comienzo de las posadas. Hermosa tradición piadosa en la que se recuerda el penoso peregrinar de María y José buscando un lugar donde dar a luz a su hijo y el rechazo de que fueron objeto por parte de la sociedad, y se le canta: “yo te doy mi corazón para que tengas posada”. Originalmente se rezaba el rosario, que se fue adornando con cantos relativos a la época, piñatas y pastorelas. Con el tiempo se convirtió en una fiesta pagana, en un pretexto para la convivencia, la diversión, el baile, la comilona, la borrachera, el reventón o el franco degenere; toda una gama de posibilidades según el nivel de inmoralidad del público asistente. “Hoy es la posada del Viernes”, decía un locutor de radio. “Tengan mucho cuidado, porque es en la que hay más muertitos”. Cruel realidad, terrible muestra de decadencia moral y de pérdida del sentido del milagro de la salvación. Ahora con la invención de las preposadas y las celebraciones de fin de año de empresas y agrupaciones, seguramente para cuando usted lea estas líneas ya habrá una larga lista de recientes accidentados, embarazadas, contagiados de sida, despedidos, peleados y amancebados que nadie necesitaba y que ocurrieron bajo el efecto de la borrachera y con el pretexto de las posadas. Se nos presentan a los cristianos algunas alternativas: Rendirnos ante realidad decadente y participar resignadamente en este tipo de manifestaciones. Echar una cana al aire. Abstenernos de asistir a reuniones degradantes y buscar sólo buenas opciones aunque sean pocas: una pastorela edificante, una (difícil de encontrar) posada tradicional, una convivencia con gente decente que realmente nos enriquezca, unas pláticas sobre el Adviento, una obra de caridad especial... Asistir sin dejarse enredar a todo tipo de reuniones y aprovechar para dar testimonio. En la posada familiar o entre vecinos utilizar la poca o mucha influencia que tengamos para convertirla en una fiesta religiosa; invitar a los allegados a la pastorela, a la plática, a la obra

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de caridad, aunque seamos la diversión de la concurrencia; y saber decir: “no, jefecito, yo no me presto a eso”, “no, compañeros, yo no me embriago”, “no, señorita, no es nada personal pero yo no quiero”, “hasta la vista, mis amigos, me voy con mi familia”... Y si la situación lo permitiera, llegar incluso a decir: “amigos, les propongo que hagamos una oración porque estamos recordando el nacimiento de nuestro salvador”.

5.- 24 DE DICIEMBRE En el cuento del Gato con Botas, hay una parte en la que el gato desafía al ogro: “Si quieres que creamos en tu poder, conviértete en un animal.” El ogro rápidamente se convierte en un imponente león. El gato entonces va más lejos: “Eso fue fácil: el león es un animal de tu tamaño. Si realmente quieres impresionarnos, conviértete en algo chiquito, digamos un ratón.” Esto me recuerda el misterio de la Encarnación. Dios nos impresiona con la inconmensurable creación y con todas las maravillas de la naturaleza; apreciamos su fuerza en los huracanes y en los rayos, su belleza en los atardeceres y en las flores y en las formaciones de las cavernas, su grandeza en las montañas y en las distancias intergalácticas y su fineza en la perfección del cuerpo humano. Pero la más portentosa obra de Dios, la más extraordinaria demostración de su poder y de su grandeza, es cuando por amor a nosotros decide convertirse en la más indefensa de las criaturas: en un niño, y en un niño pobre, y ponerse en las manos de los hombres para más tarde morir por ellos. Es en esta generosidad desmedida y en esta humildad radical donde Dios nos manifiesta su superioridad. La humildad es virtud de las almas más grandes y sólo la grandiosidad infinita de Dios pudo concebir ese nivel de humildad. Y por cierto, en el cuento del Gato con Botas, el ogro se convierte en ratón y el gato se come al ogro. Justamente como finalmente Dios se convierte en alimento y nosotros podemos comernos a Dios.

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6.- NO HABÍA LUGAR PARA ELLOS Cuando estaban en Belén le llegó a María el día en que debía tener a su hijo. Y dio a luz a su primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en una pesebrera, porque no había lugar para ellos en la sala común (Lc. 2, 6-7). Así de escueta es la narración que nos hacen los Evangelios de la razón por la que Dios hecho niño tuvo que nacer en un lugar inhóspito. El suceso ha nutrido la imaginación y la sensibilidad de la humanidad durante siglos y vemos hermosas obras de arte y costumbres que exaltan esta penosa búsqueda de asilo y el rechazo de la gente. En nuestro país tenemos las posadas, heredadas probablemente de alguna costumbre europea, que recuerdan esa historia y durante 9 días congregan a los fieles a dolerse por el hecho y a ofrecer a los humildes peregrinos nuestras condolencias y nuestra acogida, aunque sea “a toro pasado” En realidad, la historia no dice que hayan sido rechazados o discriminados. En aquel entonces la persecución contra el catolicismo todavía no existía. Tampoco fue necesariamente un caso de discriminación. Lugar en la posada lo había, pero no adecuado para ellos. Los exegetas dicen que ese “para ellos” es importante. Tal vez había lugar para otros, pero para ellos no. Y no es que José y María fueran muy exigentes y pidieran demasiado. Sabemos que eran gente humilde y recia, adaptable a las circunstancias, y que finalmente se conformaron con un pesebre. Lo que sucede es que por su situación necesitaban ciertas condiciones especiales: María estaba a punto de dar a luz a Jesús y necesitaba un mínimo de espacio y un mínimo de intimidad. No se trataba ni de molestar a otros ni convertirse en un espectáculo para la curiosidad del público presente. Jesús, a pesar de su infinita humildad, que lo llevó a “reducirse a la nada, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres (Flp. 2, 6), para nacer en un lugar necesita ciertas condiciones. Las descripciones del lugar varían según la traducción. Se habla de “la sala principal”, de la “posada”, del “alojamiento”, y en otra se menciona como la “sala común”. Esta última es la traducción que más me gusta. “Sala común” me suena a lugar común, lo acostumbrado, lo normal, lo popular. Lo común en nuestra especie, a lo largo y ancho de la historia, es el orgullo, la mentira, la búsqueda egoísta del bienestar propio, el conformismo, la complacencia con el estado actual… Eso es lo que se encuentra en la “sala común”. Un “lugar común” le llaman los intelectuales a lo que todo mundo hace, lo que en todos lados se encuentra. Jesús para nacer necesita, de parte nuestra, una actitud de humildad, de honestidad y búsqueda de la verdad, de renuncia al propio bienestar y de sacrificio, de afán de superación. Necesitamos tener al menos un poquito de esas virtudes para que Cristo pueda nacer en nosotros. Y eso no se da en la sala común. Aunque el mensaje de salvación es para todos los hombres, para recibir a Cristo hay que salirse de lo común.

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7.- PARA QUE CRISTO NAZCA HUMILDAD Ya he dicho yo alguna vez, meditando aquellas palabras —«Y dio a luz a su primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en una pesebrera, porque no había lugar para ellos en la sala común» (Lc. 2, 6-7)— que la sala común representa la actitud común, la actitud primaria, la postura normal del hombre primitivo, lo obvio, lo instintivo, lo que general y naturalmente se encuentra en el hombre en su respuesta ante la llamada de Dios: el orgullo, el autoengaño, la búsqueda egoísta del propio bienestar, la búsqueda de la satisfacción material, la dejadez. Eso es lo que normalmente se encuentra. Y en esas situaciones no puede nacer Cristo, igual que no pudo nacer en la sala común de la posada. Para que Cristo naciera era necesario un lugar especial y desusado, como el portal que, aunque no tenía comodidades, tenía intimidad y cobijo. Así, para que Cristo nazca, son necesarios atributos anormales: la humildad, la honestidad, la renuncia, el afán de superación. Vamos con el primero: la humildad. El instinto natural del ser animal es la prevalencia, la ventaja sobre los demás, la superioridad respecto a los demás; el dominio, el sometimiento, el dar la mayor importancia a las necesidades propias; el sentirse más digno, más merecedor, más valioso; el quererse sentir autosuficiente, la soberanía, la independencia. Es una actitud, podríamos decir, necesaria entre los animales, para asegurar su supervivencia. Fue esa la actitud que perdió a Satanás y la que éste infundió en Adán y Eva: “Serán como dioses”... y también los perdió. Sin embargo, en principio, el hombre no es solo un animal. El hombre es una etapa superior en la escala de la evolución y está llamado a alcanzar cualidades superiores. La primera actitud que tendría que adoptar el hombre ante la grandeza de la creación, ante el milagro de la vida y ante el misterio de Dios, tendría que ser la humildad. El reconocernos pequeños, limitados, vulnerables, indefensos, dependientes, indignos, incompletos, necesitados, ignorantes, incapaces de alcanzar nuestros anhelos por nosotros mismos... todo eso. Siendo el hombre una maravilla y teniendo que alcanzar la autosuficiencia para subsistir en este mundo, ante Dios somos nada y nuestros anhelos de infinitud jamás podrán ser colmados por nuestras propias facultades y recursos. Y ante nuestros hermanos, la actitud tendría que ser de aceptación, admiración, reconocimiento a su dignidad, respeto a su persona, solidaridad, servicio, amor igual al que se tiene a uno mismo, reverencia ante la presencia de Dios en ellos. Después de todo, todo ser humano es también hijo de Dios. Humildad no significa complejo de inferioridad, sino reconocimiento de la propia situación. Lo primero que Dios nos enseña con su encarnación y su nacimiento entre nosotros es su humildad, al hacerse como nosotros y al hacerlo en condiciones precarias, de necesidad, de indigencia, de escasez. Bien nos lo hace notar San Pablo en su carta a los Filipenses: “Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés sino el de los demás. Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo, el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre”. La sala común, el lugar común, lo que es

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común por naturaleza, es la soberbia. Para nacer en Belén Jesús escogió un lugar sencillo. Para nacer en nosotros necesita un corazón humilde.

8.- PARA QUE CRISTO NAZCA HONESTIDAD La sala común, en la que no hubo lugar para José, María y Jesús al momento de nacer, representa la actitud común, el pensamiento común, lo normal, lo socialmente aceptado. Y en la sala común no había lugar para el Nacimiento de Jesús. Igualmente, para que Cristo nazca en un corazón, no es adecuada la actitud común. Lo común es la soberbia, el engaño, la búsqueda egoísta del propio bienestar, la dejadez. Lo que Cristo necesita para nacer es humildad, honestidad, renuncia y afán de superación. La honestidad es esencial para encontrar la verdad, que a su vez es esencial para cualquier logro significativo. «La verdad los hará libres», afirmó Jesús, y el famoso líder hindú, Mahatma Gandhi, predicaba la obsesión por la verdad. No hay peor engaño que el que nos hacemos a nosotros mismos. Para realizar cualquier proyecto, sobre todo el proyecto de nuestra persona, necesitamos reconocer nuestra situación actual, nuestra posición en el universo, nuestras luces y sombras, nuestro adelanto en el plan de Dios para nosotros, y conocer el estado al que debemos llegar. Lo normal, lo común, el impulso primario es la inconciencia, la ignorancia culpable, el autoengaño. La defensa más común ante la llamada de Dios es el refugiarse en una serie de mentiras: que si la ciencia, que si el dinero de la Iglesia, que si la Inquisición, que si la hipocresía de los católicos, que si las cruzadas… Otra forma de engaño es el pasar por alto o minimizar nuestras carencias, nuestros vicios, nuestros incumplimientos. El pensar “no puedo o no necesito ser de otra forma”. El pensar o asumir que nuestra conducta es buena y que nadie puede indicarnos una posible área de superación. Lo común es aceptar, defender y justificar nuestra forma de actuar y de pensar; el andar endilgando culpas a otros; el dar por sentado que somos suficientemente buenos, el darnos permisos, el argüir falsas razones. Incluso se da entre ateos y agnósticos el pensar que entrarán al Cielo si al final resulta que sí existe, porque ellos sí son buenos, y no como esos hipócritas... Qué frecuente es ir por el mundo satisfecho de uno mismo sin detenerse nunca a evaluar la realidad. Qué fácil es encontrar pretextos para tranquilizar nuestra conciencia. Lo más común es pensar que ser más devoto que nosotros es fanatismo y ser menos devoto es paganismo. Es duro buscar la verdad y generalmente preferimos cobijarnos en nuestros prejuicios. Antes que Jesús, se presentó Juan el Bautista predicando: «Preparad el camino del Señor. Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos. Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego.» No hay nadie que no necesite conversión. Para que Cristo nazca en nuestro corazón, es necesario revisarnos honestamente y reconocer nuestras faltas ante Dios, nuestra necesidad de cambio y nuestra necesidad de su autoridad sobre nosotros.

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9.- PARA QUE CRISTO NAZCA RENUNCIA Puede haber miles de razones para rechazar a Cristo. En el hombre existe, junto con la tendencia a buscar a Dios, la tendencia a rechazarlo. En el fondo de cada uno existe una repulsión a aceptar la superioridad de otro y a aceptar su autoridad. Esta se manifestó claramente en los primeros hombres. Pero hay algunas que son más comunes. Representan el «lugar común» del que nos habla el Evangelio, en el cual José y María no pudieron quedarse y Jesús no pudo nacer. Estas razones principales son: la soberbia, el autoengaño, la búsqueda egoísta del placer mundano y la dejadez, el conformismo. Para que Cristo nazca se necesita humildad, honestidad, renuncia y evolución, afán de logro. El ambiente secularizado y materialista en que vivimos nos hace francamente renuentes al sacrificio, a la ascesis, a la sobriedad. Incluso entre católicos convencidos es considerado como una manía de antiguos santos excéntricos o de místicos masoquistas. Quisiéramos alcanzar la recompensa en el Cielo después de haber tenido la gratificación en la Tierra. Y sin embargo, los grandes místicos, comenzando por San Pablo nos dicen categóricamente: «Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias» (Rm. 13, 14), y dice también: «golpeo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado» (1Co. 9, 27). Y Jesús es todavía más tajante cuando dice: «el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna» (Jn. 12, 25). Y es un hecho que la enorme mayoría de los santos han padecido y aceptado una enorme cantidad de sufrimientos y carencias. Sería muy pretencioso de nuestra parte asumir que todos ellos estuvieron equivocados y nosotros, 2,000 años después, finalmente descubrimos la verdadera santidad. La realidad nos dice que siempre es necesario renunciar a algo para dar algo al necesitado; renunciar a aquel pecado o a aquella relación que nos aparta de la Gracia; renunciar al placer (nunca completo) que me brinda aquel vicio; renunciar —un misionero— al confort y a la seguridad para salir a predicar el Evangelio; renunciar a los propios instintos e impulsos para adoptar la conducta más conveniente; renunciar a mi soberanía para someterme a la voluntad de Dios: renunciar a mis sentimientos para conceder, o pedir, aquel perdón; como Cristo renunció a su condición Divina para salvarnos compartiendo nuestra condición humana. Los impulsos terrenos, para nuestro disgusto, no solo no contribuyen a nuestra superación espiritual, sino que en la mayoría de los casos resultan francamente opuestos. Qué tentador es descalificar a la Iglesia y a Cristo, asumiendo o inventando historias macabras sobre el dinero de la Iglesia o las malas mañas de los clérigos y las monjas o sobre los muertos a causa de la religión, con tal de no renunciar a nuestros placeres, a nuestro estilo de vida, a nuestras irracionales convicciones. Y — ¡Ay!— cuántos hay que por aferrarse a sus placeres prefieren rechazar a Cristo. En el lugar en el que María puede dar a luz a Cristo, tiene que haber algo de renuncia.

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10.- PARA QUE CRISTO NAZCA AFAN DE SUPERACIÓN Continuamos hablando sobre la sala común, en la que Cristo no pudo nacer. Representa la postura común del hombre, la actitud primitiva, lo instintivo, lo natural, lo fácil. Representa la soberbia, la autosuficiencia ante Dios; el engañarnos a nosotros mismos con razonamientos y pretextos para no buscarlo; el eludir a Dios por aferrarnos a nuestros placeres, nuestros privilegios, nuestros vicios, nuestro confort, nuestras ideas...; y la dejadez, el conformismo, la abulia. Tentación muy común en nuestro tiempo es sentir que somos suficientemente buenos así como somos; pensar que menos piedad que la nuestra es maldad y más piedad que la nuestra es fanatismo; conformarnos con el nivel de santidad en el que estamos. En vez de tratar de superarnos a nosotros mismos en la relación con Dios, preferimos asumir que Cristo vino a poner las cosas fáciles, a rebajar los requisitos para alcanzar la salvación. Maduro, el actual tirano de Venezuela, está seguro de que Chávez, anterior tirano de Venezuela y tradicional enemigo del catolicismo, está en el cielo y hasta le da instrucciones a Dios. Y sin embargo, cuando Cristo en el Sermón de la Montaña dice «pero yo les digo», siempre es para elevar el nivel de exigencia. «Entren por la puerta angosta, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que conduce a la ruina, y son muchos los que pasan por él. Pero ¡qué angosta es la puerta y qué escabroso el camino que conduce a la salvación! y qué pocos son los que lo encuentran» (Mt. 7, 13-14). Y dice también: «...el Reino de Dios es cosa que se conquista, y los más decididos son los que se adueñan de él» (Mt. 11, 11). Dice Juan Pablo II en su Carta Apostólica NOVO MILLENNIO INEUNTE: «...si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios [...] sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial.» Justamente con lo que nos conformamos la enorme mayoría. El Reino de Dios exige no sólo un alto nivel de santidad, sino una disposición de evolución permanente, de conversión diaria. El gran San Pablo, uno de los más grandes santos de la historia, escribe a sus discípulos: «...yo no me creo todavía calificado, pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús» (Flp. 3, 13-14).

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11.- NACIMIENTO El nacimiento de Cristo que recordamos en nuestros pesebres es el resultado de una serie de contrariedades e injusticias: Un poder humano que ordena un censo con la única y malévola intención de mejor explotar a sus sometidos, una ley absurda que obliga a la gente a empadronarse en su ciudad de origen (como si para pagar impuestos no fuera bueno cualquier lugar) sin tener en cuenta los problemas que ocasiona a la gente, un parto que llega en el momento más inoportuno, una carencia de medios debida a una situación económica limitada, la falta de un espacio adecuado en Belén, la falta de habilidad (así debe haberlo sentido él) de San José para negociar alguna solución más satisfactoria... Al final tenemos un parto casi a la intemperie en una noche fría como suelen serlo en el desierto, en el lugar más incómodo e insalubre que se pueda imaginar para el nacimiento de un bebé. « ¿Por qué a mí?» —se preguntaría San José—, « ¿Por qué no pude conseguir algo mejor?» Una situación verdaderamente lamentable. Nosotros, hoy en día, lo celebramos emocionados, llenos de reverencia y de ternura. Hoy sabemos que esta aparente calamidad no era tal, sino que era la manera de Dios de demostrarnos su humildad, el desapego a los bienes materiales y a la vanagloria, su predilección por los pobres y los sencillos. Cristo, aunque fue visitado por reyes, quiso nacer entre animales y entre pastores. Las incomodidades de la Sagrada Familia eran un germen del sufrimiento redentor de la Pascua. La situación precaria del portal fue para demostrarnos que «quien a Dios tiene nada le falta». Hoy celebramos porque sabemos que toda esa tragedia llevaba una semilla de salvación, porque en ese destierro Dios nos quiso mostrar su amor hasta el sacrificio. Algo así puede pasar en nuestra vida. Para la mayoría de los hombres y mujeres en este mundo, la vida tiene muchas noches de invierno en el desierto, tal vez demasiadas. Pero la presencia de Jesús y de María las puede entibiar y las puede iluminar. Todo puede ser manifestación del amor de Dios y una invitación a la humildad. San José no era un fracasado. Todo tiene un «para qué» en los designios amorosos de Dios. Los pastores «encontraron a un niño envuelto en pañales acostado en un pesebre... y se volvieron glorificando y alabando a Dios.» «María, por su parte, [guardaba silencio y] guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón.»

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12.- FIESTA DE LA HUMILDAD En estos tiempos en que la sociedad valora más que nada las autoestimas y las vanidades, la Navidad representa todo lo contrario: es una fiesta de la Humildad. «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según su palabra», había dicho María al ángel el día de la Encarnación del Verbo de Dios; una respuesta que sonaría hasta despreciable para nuestra cultura competitiva. Y Dios, en respuesta, se pone en sus manos como un niño indefenso, necesitado de todo. Dios se había enamorado de la humildad de María: «Ha puesto sus ojos en la humillación de su esclava”, y ahora “me llamarán dichosa todas las generaciones porque El Poderoso ha hecho obras grandes en mí.” Siempre habrá que recordarlo: Cristo participa de nuestra vida de hombres para que nosotros podamos participar de su vida de Dios. Él, “siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo, tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Flp. 2, 6-8). Dios participa de nuestra pequeñez para que nosotros podemos participar de su grandeza. Y el camino de esa grandeza es precisamente la humildad y el servicio: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt. 20, 25- 28). Qué bueno fuera que los gobernantes y los poderosos de todo el mundo vieran sus privilegios como una ocasión de servir. Dios, que es el Amo y Señor del Universo, es ciertamente quien más sirve.

El camino de la redención y la elevación del hombre a alturas insospechadas empieza por una humillación y una oportunidad de servicio. Empieza por Jesús, María y José: Jesús sirviendo al hombre y María y José sirviendo a Jesús. Que esta Navidad, al meditar ante el nacimiento, además de la ternura y la alegría que inspira en nosotros este dichoso acontecimiento, sepamos descubrir esa humildad y ese servicio del que Dios mismo nos pone la muestra, y podamos pedir como la Madre Teresa: «Señor, cuando tenga hambre, dame alguien que necesite comida [...] Haznos dignos, Señor, de servir a nuestros hermanos» (Madre Teresa de Calcuta).

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13.- NAVIDAD ES PARTICIPACIÓN Hay un himno que solía rezarse durante el Oficio de Lectura de la Liturgia de las Horas (no sé cuándo se descontinuó). En la versión clásica del Salterio, que afortunadamente se sigue editando, todavía aparece. A mí me parece hermosísimo (cuestión de gustos, claro), y describe en forma magistral la indescriptible grandeza del misterio de la Encarnación y la Navidad. Por si ustedes no lo tienen o no lo conocen, se los comparto. Ojalá que lo disfruten igual que yo. Palabra creadora de cósmicas grandezas, rasgando poderosa la nada del silencio, inmenso manantial de múltiples bellezas, eterno resplandor del único misterio. Palabra que, hecha luz radiante y creadora, estalla en los abismos eternos de la nada, llenando los espacios y los tiempos de sonora sinfonía de ser, de amor y de esperanza. Palabra mensajera en alas de los vientos, meciendo cariñosa las aves en su vuelo, llenando las montañas con rítmicos acentos de brisas y armonías, de luz, color y ensueños. Palabra que en delirio de amor inenarrable, al soplo virginal y ardiente de tu Espíritu, sin dejar un momento de ser Hijo del Padre, naciendo de mujer, del hombre se hace hijo. Navidad es fiesta, es gloria, es ternura, es encuentro, es compartir, es alegría, es convivencia, es oración... pero es sobre todo participación. Para que nosotros algún día podamos participar de la vida y la felicidad de Dios, Dios, en un “delirio de amor inenarrable”, decide participar de la nuestra. ¡Feliz participación de la Vida de Dios!

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14.- EL DIABLO O LA VIRGEN Cuando usted se propone montar una pastorela entre aficionados, a nivel parroquial o entre vecinos, sin recompensa económica, sólo por el gusto de hacerla... el actor más difícil de conseguir es la que representa a la Virgen. Por principio, de la Virgen se espera que sea, si no bonita, al menos agraciadita, y que parezca joven. En segunda, su actuación, aunque sea poca, tiene que ser buena, porque todo lo que la Virgen dice es importante. En tercera, casi nadie lo quiere hacer. Cuando usted reúne un grupo para una pastorela, todos quieren ser el diablo, o cuando mucho, pastor. El ángel y la Virgen son la última elección. Hay razones que pueden ser buenas. La Virgen en general, como ya dijimos, sale poco y habla poco. Igual que en el Evangelio. Casi no hay parlamentos largos para la Virgen. El diablo, en cambio, normalmente tiene parlamentos largos y exigentes, propios para el lucimiento personal. Pero hay otras razones no tan buenas. Sucede que el demonio, a pesar de ser nuestro peor enemigo y querer solamente nuestro mal, ejerce una extraña fascinación sobre nosotros los humanos. Es una consecuencia del pecado original. Es esa inclinación al mal y a ese pasajero placer que se obtiene cuando se practica, que la doctrina llama concupiscencia. Los malosos son atractivos, digo yo. Y si no que lo digan los jóvenes decentes a los que les cuesta un chorro de trabajo ligar, o las jóvenes decentes que de pronto se enamoran del vividor. Dice el finado y maravilloso escritor José Luis Martín Descalzo que el deporte más practicado en la actualidad es el de hacernos pasar por más malos de lo que somos. Nos encanta presumir de malos. Y es que, efectivamente, la maldad siempre promete un cierto grado de felicidad que para un santo es inaccesible. Promete más libertad, menos límites, más variedad de opciones, experiencias más excitantes, más recursos para alcanzar nuestras metas. Después de todo, el demonio es el príncipe de este mundo. “Te daré todos los reinos de la tierra si, postrándote, me adoras” (Mt. 4, 8-9). En los Salmos hay varias referencias a la tentación que sienten los buenos de volverse malos al ver el éxito y el bienestar que acompaña a estos últimos. La tentación de ser el diablo definitivamente nos llega a casi todos. Y no es que aceptemos abiertamente la maldad. Más bien es una ingenua esperanza de poder servir al diablo y a Dios, de poder coquetear con el mal estando casados con el bien, de poder probar el mal y en el último minuto soltarlo y cambiar de camino antes de que nos mate. Alguna vez le preguntaron creo que a Santo Tomás de Aquino qué se necesitaba para ser santo. Su respuesta fue: desearlo. Efectivamente, lo primero son las ganas de serlo. Si realmente se tienen ganas, Dios pone lo

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demás. El problema es que, hoy en día, nadie tiene ganas. Ahorita nos atrae más el pecado, estamos en la etapa del coqueteo. Qué bonito sería que, al menos en esta época de Adviento y Navidad, practicáramos el deporte de hacernos los buenos. Que quisiéramos ser el ángel o la Virgen. Que pudiéramos renunciar por un tiempo a ese placercito que el pecado nos proporciona. Tal vez el disfrazarnos de Virgen por un rato nos ayude a parecernos un poquito más a ella toda la vida. El día ha de llegar en que todos se peleen por ser el Ángel o la Virgen. Después de todo, como ya dijimos, su papel es corto, pero es el más importante.

15.- NAVIDAD ES RENACIMIENTO Me llegan varios correos con la triste, preocupante noticia de una película —“La brújula dorada”— supuestamente para niños, basada en un libro escrito por un enemigo de Dios. No un enemigo insignificante como lo somos todos algunas veces cuando le volteamos la espalda, no: hablamos de un enemigo declarado, un fanático militante del ateísmo, que en una trilogía de libros termina presentando, como final feliz, al hombre matando a Dios para librarse de Él. Esto, aunque debe preocuparnos y ocuparnos, no debería extrañarnos ni tantito. La presencia de Dios en el mundo siempre ha provocado intenciones de matarlo. Desde el arrebato momentáneo de Herodes, hasta el nefasto fenómeno de la “ilustración”, la masonería o el comunismo con campañas permanentes a nivel internacional. En nuestro país con este fin se han probado balas, leyes, programas educativos... Hoy este empeño es como una plaga extendida por el mundo que convive con la humanidad y que brota en cualquier momento de cualquier nauseabundo agujero. Hoy a Cristo ya no se le puede volver a matar, pero sí se puede matar su presencia entre nosotros. Es una guerra sin tregua fuera y dentro de cada uno. Por eso Cristo deja en el mundo una Madre que pueda seguirlo engendrando diariamente. Cristo renace de la Iglesia en cada sacramento, en cada conversión, en cada prédica, en cada catequesis, en cada acto de amor, en cada oración fervorosa. Para mantenerse vivo en nosotros, necesita renacer una y otra vez en nuestro corazón, en nuestras familias, en nuestros grupos, en nuestras instituciones, en nuestras naciones. Por eso la Iglesia nos ofrece la Navidad.

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La Navidad no es simplemente recordar con alegría aquel glorioso momento en que Dios se hace niño entre nosotros. Es actualizar el misterio. Es hacernos el propósito de que Cristo vuelva a nacer todos los días en el oscuro y sucio portal, en nuestras almas pecadoras, en nuestro ambiente corrompido, en nuestro mundo secularizado, y que igual que el pesebre se llenó de luz y de calor, nuestras vidas y nuestro mundo se llenen de la gracia y de la luz de Cristo. No importa lo densas que sean las tinieblas o incómodo el lugar. Cristo puede volver a nacer dondequiera que María es recibida y un José acondiciona el pesebre.

16.- UNA COSA O LA OTRA Para mí una parte esencial de la Navidad son las pastorelas. Si el Adviento es como un compendio de la vida del cristiano, las pastorelas (al menos las buenas) son como una representación de

ese compendio. Dios se hace hombre para salvarnos del pecado; todos nosotros somos invitados a llegar hasta Él para ser beneficiarios de esa salvación; el camino es largo y difícil, y el demonio trata, con obstáculos y con tentaciones, de impedir que los pastores lleguen hasta el portal, donde está Jesús; los pastores, si es que se empeñan, pueden vencer esos obstáculos con la ayuda de Dios, representada por San Miguel Arcángel... Al final todos, transformados por lo aprendido durante el viaje, comparten la compañía de la Sagrada Familia alrededor del pesebre en una escena de gozo, armonía y gloria, anuncio del cielo. Este año, como en otras ocasiones, me veo involucrado en una pastorela que, a reserva de su más autorizada opinión, hace un buen intento por aportar algo de esta buena doctrina al respetable público. A mí, como participante, todas las escenas me parecen maravillosas. Les comparto una: El demonio, como siempre, ofrece a los pastores una opción más fácil, más divertida, más tentadora; les ofrece placer, poder, diversión, popularidad, belleza física... El pastor guía les recuerda su compromiso de llegar al portal. Los pastores preguntan al diablo si no pueden ir a Belén y después pasar a recoger sus regalos. —“¡De ninguna manera!, —contesta el demonio furioso—, o escogen una cosa o escogen la otra.” Muy parecida es la situación del cristiano light del que todos tenemos un poco (o un mucho). Quisiéramos llegar al cielo con Jesús pero antes quisiéramos disfrutar del mundo y sus engaños. Y la cruda realidad parece ser que no se puede. O se escoge una cosa o se escoge la otra. Esta época de Navidad también nos presenta en forma concentrada las dos opciones: las posadas y las fiestas con sus desmanes, sus excesos, sus dispendios... o la celebración en familia del misterio de nuestra salvación, con su alegría sencilla, son sus muestras de cariño, con sus momentos de devoción, con su ocasión de compartir con el que menos tiene, son su acercamiento a Dios hecho niño. Ojalá que escojamos, en esta época navideña y para siempre, seguir el camino a Belén. Y ojalá que nos toque ver al menos una buena pastorela.

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17.- LA NAVIDAD NOS PIDE VALOR La historia de la Navidad está llena de actos de valor. Todos ellos ocurridos para que Cristo pudiera nacer y reinar. Valor de la Virgen María, que acepta recibir en su seno y en su vida al Salvador, sin reparar en las molestias o problemas que esto le podría acarrear; valor para emprender un problemático viaje para ir a servir a su prima Isabel; valor para emprender otro viaje, todavía más difícil, ya a punto de dar a luz, para que el plan de Dios se cumpliera y el Redentor naciera en Belén. Valor de José, que sin importarle los comentarios de la sociedad, recibe a María en su casa; valor para enfrentar el inconmensurable compromiso que significaba hacerse cargo del Hijo de Dios, y de la Madre de Dios; valor para afrontar las sucesivas dificultades que este compromiso le iba acarreando: el viaje a Belén, el buscar y acondicionar un lugar para el nacimiento del niño, la huída a Egipto y una problemática estancia en aquella tierra ajena... Valor de los Santos Reyes para dejar sus cómodos palacios y emprender un viaje de búsqueda espiritual lleno de peligros e incomodidades; valor para confiar en una estrella, en una luz que sólo se podía comprender por la fe; valor para modificar sus planes y desafiar la posible furia de Herodes; valor para dedicar el resto de sus vidas a llevar a otros la noticia de su hallazgo. Tal vez los cristianos de hoy en día tengamos que emplear un poco de valor. Para desechar finalmente aquel vicio tanto tiempo arrastrado; para hacer un esfuerzo por aumentar nuestras obras de piedad (oración, sacramentos, sacrificios, servicios, lecturas) en este tiempo de crecimiento; para renunciar a ese gusto, ese placer que nos resultaría nocivo o a ese tiempo o ese dinero que podemos emplear en ayudar al necesitado; para recibir con cordialidad o eventualmente perdonar a aquel pariente que nos resulta tan molesto; para participar activamente en

un acto piadoso como puede ser una posada tradicional; para animar a la familia a realizar una oración ante el Nacimiento en la Nochebuena; para andar por ahí recordando a compañeros y vecinos que el sentido de la Navidad es la celebración del Nacimiento de nuestro Salvador. Y para adoptar una postura de agradecimiento, esperanza, paciencia y preparación ante estos Sagrados Misterios en estos tiempos tan atribulados y materialistas.

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18.- CONSEJOS DE UN TRIUNFADOR La lectura de San Pablo (Carta a Tito) que nos trae la Misa de la noche de Navidad, nos aporta algunas recomendaciones, aparentemente sencillas, como dichas de paso por decir cualquier cosa, pero cargadas de enorme sabiduría, trascendencia y actualidad. Son como un magistral resumen de las principales acciones que todo hombre tendría que emprender para hacer de su vida algo significativo y, finalmente, alcanzar su destino eterno. Renuncien a la vida sin religión. Aunque el hombre es un ser esencialmente religioso, la tentación de la vida sin religión es una eterna constante. Vivir sin responsabilidades, sin mandamientos, sin obediencias, sin jerarquías, sin compromisos, sin renuncias. Pablo ni siquiera dice: sean piadosos, sino que, consciente de lo común y atractiva que es esta tentación —y más en estos tiempos en que el enemigo ha abarrotado la cultura de pretextos aparentemente razonables—, nos invita categóricamente a renunciar a ella, a la irreligiosidad. Vivamos de una manera sobria. ¿No son buenas todas las cosas que Dios ha creado? ¿No tenemos el hombre derecho a la felicidad? ¿No tiene el trabajador derecho a disfrutar del fruto de su trabajo? ¿No son buenas las aportaciones que ha hecho la civilización al bienestar humano? Tal vez, pero también la búsqueda del placer, y sobre todo el placer en exceso, son la herramienta más utilizada por el demonio para alejar a los hombres de Dios, sin contar con los problemas sociales y de salud. San Pablo es claro; es mejor la sobriedad. Una vida justa. Doctrinas van y doctrinas vienen que tratan de eliminar el problema de la injusticia. Con más insistencia de hace unos siglos para acá, la humanidad ha despertado a la inaceptabilidad de este terrible flagelo. Tristemente, muchas de estas doctrinas han propuesto alcanzarla —la justicia— al margen de Dios, o incluso haciendo la guerra a Dios, y a través de instituciones o estrategias que intentan soslayar la realidad del pecado y las consecuencias del desempaño personal. San Pablo ya lo aconsejaba hace muchos siglos, como una acción personal que traería enormes beneficios a la vida propia y a la estructura social. Lleven una vida justa cada quien. Una vida piadosa. ¿Pero es que es necesario practicar una religión para ser bueno? — ¿Crees que por ser religioso eres mejor que yo?— preguntan altaneramente los ateos militantes. La cultura moderna nos ha llevado a ver la piedad y la beatería como cosas despreciables, conductas de perdedores y de ancianos, aburridas, para amargados... San Pablo —que lo experimentó en su propia vida— lo recomienda sin ambages: llevan una vida piadosa. Y qué alejados de estos consejos se encuentran todos los influyentes en nuestro mundo. Políticos, personajes de la farándula, millonarios, deportistas famosos, estrellas de los medios, líderes de opinión... los que el mundo llama “triunfadores”, todo el tiempo nos invitan exactamente a lo contrario.

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¿Qué hacer para mejorar nuestra vida? ¿Por dónde empezar? ¿Quién nos da el mejor secreto para la felicidad? ¿Qué cambios deberían ocurrir en mi vida a raíz de la celebración de la navidad? Yo, a ojos cerrados, tomaría el consejo de San Pablo: renunciar a la irreligiosidad y llevar una vida justa, sobria y piadosa. Son consejos de un hombre muy sabio, muy experimentado, muy santo... un verdadero triunfador.

19.- ALÉGRENSE SIEMPRE EN EL SEÑOR El tercer domingo de Adviento está catalogado como el “Domingo de la Alegría”. El Adviento está llamado a ser un tiempo de reflexión, de piedad, de oración… y sin embargo, en este domingo, aún antes de llegar la fiesta del Nacimiento, la liturgia nos invita a la alegría. De hecho, cuando se tienen en la corona velitas moradas y una rosa (es decir, una velita rosa), éste es el domingo de prender la rosa. La Iglesia nos quiere recordar que este tiempo de reflexión y de piedad se debe finalmente a un suceso de gran alegría: el amor de Dios por nosotros y el nacimiento de Dios entre nosotros, participando de nuestra vida, para que algún día nosotros podamos participar de la suya. El cristianismo, aunque reconoce la debilidad humana y el peligro del mal, comporta un mensaje que siempre debe llevarnos a la alegría. Alguna vez escuché a un gran predicador afirmar que los cristianos son los únicos que tienen una verdadera razón para ser optimistas y estar alegres: saber que el mal no tiene la última palabra y que Dios tiene un plan de felicidad para nosotros. La postura del hombre mundano generalmente se identifica con la alegría, con el disfrute de las cosas, con la risa, con la diversión… y tiende a relacionar el cristianismo con la seriedad, la gravedad, la renuncia, el sacrificio, la ascesis, el sufrimiento… cuando en realidad la alegría como la pretende el mundo se basa casi siempre en frivolidades y en goces limitados y pasajeros, en placeres vanos, y es la amistad con Dios, su presencia entre nosotros —que recordamos y celebramos en la Navidad que, a su vez nos recuerda su amor, la paz que su presencia nos comunica— lo único que nos puede dar una alegría plena y permanente. “Volveré a verlos y se alegrará su corazón y su alegría nadie se la podrá quitar.” (Jn. 16, 22) Los hombres de mundo que han tenido la sensatez de convertirse y el valor de reconocerlo, aseguran que su vida antes de Cristo era festiva, ruidosa, divertida, pero triste y vacía. En las tertulias mundanas parece que se aprecia y se vive el amor al prójimo y la convivencia. Incluso, en ciertos ambientes, se logra un buen acercamiento con los abrazos, los regalos, los gestos amables, los buenos deseos... y tal vez hasta haya algún acto de perdón y de afecto sincero, pero generalmente el mundo nos orilla a buscar la felicidad y la alegría sin Dios, solo en el festejo, solo en lo material, solo en la convivencia (que en realidad no tiene nada de malo), solo en las cosas terrenas, sin detenerse a ver si son buenas o malas y sin ver que son goces que no nos llevan a la felicidad plena y eterna, como la que Dios no ofrece a su lado. Hoy las lecturas nos vuelven a la realidad: Jerusalén se regocija porque «tu salvador está en medio de ti, Él se goza y se complace en ti», «Él ha alejado a tu enemigo. ¡El Rey de Israel está en medio de ti, no temerás ya ningún mal!» Juan Bautista, que propone valiosísimas soluciones humanas, advierte: «viene uno que es más fuerte que yo,.» Y San Pablo, con relación a la alegría, nos propone: «en toda ocasión, presenten a Dios sus

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peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias.» Sólo Él nos puede dar la paz. Y termina recordando: «Y la paz de Dios, que es mayor de lo que se puede imaginar, les guardará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.» Hoy las lecturas nos vuelven a la verdad: “Regocíjate, hija de Sión; alégrate de todo corazón, Jerusalén […] El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva.” (Sofonías 3, 14) Jerusalén tiene motivos para alegrarse porque su Dios está en medio de ella y se complace en ella. Juan el Bautista, quien aporta valiosísimos consejos prácticos para la felicidad del hombre en esta tierra, como “sean generosos”, “sean justos y respetuosos”, al final agrega un factor adicional: “viene uno que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y fuego”. Esta es en realidad la Buena Nueva. San Pablo, aquel triunfador en todos los sentidos que llevó una vida durísima, en relación a la alegría, nos propone: “estén siempre alegres en el Señor; que nada les preocupe, sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, presenten sus peticiones a Dios.” Y más adelante añade: “Y la paz de dios, que es mayor que lo que se puede imaginar, les guardará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús”. Solo Dios nos puede dar la paz. Solo Él, con su salvación, nos puede brindar el gozo completo y la alegría que nadie nos puede quitar.

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20.- PREPARAR EL CAMINO En una lectura de la liturgia del Adviento, encontramos una curiosa alteración de texto: donde Isaías dice: «Una voz grita: "En el desierto preparadle un camino al Señor”», el evangelista pone: «Una voz grita en el desierto: "Preparad el camino del Señor”». Parece un simple cambio de puntuación, pero el cambio en e l significado es importante. ¿Se trata de un error en la Escritura, que demostraría que toda la doctrina cristiana es un fraude, como a muchos enemigos de Dios les gustaría encontrar? En realidad no. Más bien parece un cambio intencional de parte del Espíritu Santo que inspiró a ambos escritores. Sucede que ambas versiones son correctas y necesarias. La primera versión, la de Isaías, nos habla de un desierto que hay que acondicionar (como detalle chusco, los teólogos de la liberación interpretan que tenemos que emparejar la sociedad dispareja, y los amantes de los ovnis entienden que tenemos que construir pistas de aterrizaje para naves interplanetarias). El desierto es un lugar estéril, infecundo, agreste, accidentado... Muy como nuestro mundo actual, repleto de obstáculos para el establecimiento de la justicia y de la armonía o la experiencia de la felicidad, o tal vez nuestro propio corazón, en el que hay también muchos obstáculos y hay que acondicionar caminos para que Dios pueda llegar: caminos de justicia, de conversión, de piedad, de buena voluntad, de verdad, de amor al prójimo. Dios es quien va traer la salvación, pero es necesario que nosotros pongamos algo de nuestra parte. Necesita caminos de acceso que sólo nosotros podemos construir. La segunda versión, la de San Lucas, habla de un desierto en el que hay que predicar: un lugar solitario, inhóspito, despoblado o poblado por fieras... otra vez, muy parecido al mundo actual, tal vez superpoblado y abarrotado, pero en donde nadie quiere escuchar ni interesarse por los demás. Cuántas veces parece que los profetas predican en el desierto, a oídos que no quieren oír. Y en esa soledad, ante esa indiferencia o incluso hostilidad, el profeta de hoy tiene que anunciar que Dios viene en nuestro rescate.

En un mundo que puede ser el exterior o nuestro propio mundo interior, que nos puede parecer perdido, devastado, sin remedio, Dios nos ofrece una esperanza: «Consuelen a mi pueblo». He aquí que Dios viene como un buen pastor, con su fuerza, su salario y su recompensa para cada quien. De hecho su venida ya comenzó, y ha de completarse en cualquier momento, y nosotros tenemos que preparar su venida. Eso es lo que nos viene a recordar el Adviento.

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21.- DIABLO DE PASTORELA Es tiempo de Adviento y Navidad. Tiempo de posadas y pastorelas cómicas. Tiempo de diablos graciosos, pastorelas en las que el diablo aparece como el ganador, como el héroe. La inconsciente ilusión del liberal. Hace unos días, en un programa “cultural”, le preguntaban a los entrevistados: “¿Dios o el diablo?” Uno de ellos hábilmente contestó: “Los ángeles”. La ilusión del liberal moderno. No un Dios celoso que compromete, que desafía, que pide mucho porque lo da todo. Mejor los ángeles, cándidos y bonachones, seres mágicos a nuestro servicio, maquinitas de hacer favores sin exigir nada a cambio. El otro — ¿payaso, pobre, vivales, ingenuo, ignorante, suicida, farsante? ¿Cuán sería el calificativo adecuado?— se vio más descarado: “No, los ángeles son muy aburridos. Yo prefiero al diablo”. Y en las pastorelas comerciales se refleja este sentir: los diablos son los protagonistas. Se roban la obra. Se les dedica casi todo el tiempo, y sus apariciones son siempre cómicas, sus respuestas siempre creativas, y hay que ver cómo se divierten. Tranquilamente se burlan del ángel que viene a combatirlos y engatusan a los pastores a desviarse del camino. El ángel no puede nada contra ellos. El diablo es ingenioso, gracioso, poderoso, es un triunfador... Si pierde el diablo es muy al final, en un instante fugaz, sin que nadie lo note, sin que se sepa cómo, si es que pierde. En la vida real se da una situación parecida. El mexicano ve en el diablo la parte chusca de la vida. El diablo es la chispa, la astucia, la marrullería, la diplomacia, la maña, el ingenio, la comicidad, la diversión. Es una herramienta indispensable. Prácticamente a él le debemos nuestra supervivencia. “Estábamos mejor con la corrupción”, dicen algunos. Y así vamos por la vida, dejándonos seducir por el diablo y sus tentaciones. Los ángeles son aburridos, el pesebre está incómodo, oscuro y frío. El diablo es quien en realidad nos satisface. Ahorita estoy con el diablo. Dios puede esperar. Se nos figura que podemos disfrutar lo que el diablo nos ofrece y al final, con un golpe de suerte o de manubrio, cambiarnos al buen carril. Qué bueno sería que nos diéramos cuenta que el demonio es un ser despreciable, que ha perdido por su propia decisión cualquier acceso a la felicidad; es el perdedor por excelencia; y que quiere arrastrarnos a su desgracia. Que su mayor deseo es hacernos eternamente infelices como él lo es. Que entendiéramos que, por alguna razón que nosotros no podemos entender, Dios, en su sabiduría infinita y en su designio de amor, ha permitido al diablo mucho poder y muchas libertades, pero no tiene en sí ningún poder sobre Dios o sobre los ángeles. Que al final de los tiempos, o en cualquier momento que sea necesario, los ángeles lo volverán a precipitar al infierno sin ninguna dificultad, y entonces veremos que fue una pésima decisión aliarnos con él por unas migajas de aparente felicidad.

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Hay que enterarse de lo que son las cosas y llamar a las cosas por su nombre. Ingenio, astucia, gracia, son parte de la inteligencia que Dios nos ha dado y que podemos usar para buscar nuestro bien. El demonio es un ser poderoso que quiere nuestra infelicidad eterna, y hacia allá nos dirigimos cuando coqueteamos con él. Ojalá nos tocaran más pastorelas en las que quedara bien claro.

22.- ANTE LA AGONÍA Aunque la muerte es el más inevitable fenómeno de la vida humana, su llegada siempre desconcierta, altera, incomoda. Diría yo que existen básicamente cuatro formas de morir: en pecado y de golpe, en pecado y lentamente, en gracia y de golpe, y en gracia y lentamente. Para un auténtico ateo —si es que existen— lo ideal sería morir de golpe después de una vida de placer y diversión. Para un creyente sería la peor. Que Dios nos libre de una muerte repentina, rezan viejas oraciones de la Iglesia. Grave, gravísima cosa sería estar en pecado y ser sorprendido por la muerte sin tener tiempo para arrepentirse. Ya he comentado yo alguna vez que en algunos casos un sida, o cualquier otra molestia antes de morir, puede ser una bendición. En términos prácticos, lo mejor que nos podía ocurrir —salvo la tremenda sorpresa que se llevan los allegados— sería estar en gracia de Dios y morir en un instante. Sin avisar, sin esperarla, sin sentirla… y si es cuando ya no soy necesario para nadie, mejor. Qué bonito sería. Ir por la vida sereno y de pronto oír a Jesús decir: “Ven, bendito de mi Padre, a tomar posesión del reino preparado para ti desde el principio del mundo…”. Y sin embargo, Dios parece tener otra opinión. Ahí está la agonía, más corta o más larga (a veces larguísima), más leve o más dolorosa (a veces dolorosísima); inexorable, casi omnipresente, inexplicable. ¿Por qué esta persona que fue tan buena tiene que sufrir tanto para morirse? Cualquiera en el fondo se rebela contra ese sufrimiento aparentemente inútil. Hay que acabar con esa vida, dice el materialista, partidario de la cultura de la muerte. Es que tiene que pagar su karma, tiene que pagar por los pecados cometidos en otra vida, dice el orientalista, un poco más resignado y completamente equivocado. Es que Dios sabrá, dice el creyente; es que Dios quiere aprovechar al máximo el tiempo que nos ha concedido en este mundo para acumular un tesoro en el otro. ¿Qué sabemos nosotros? ¿Dónde estabas tú cuando yo formaba el universo? —pregunta Dios al abrumado Job—. ¿Qué puede Dios sacar de una agonía? Los expertos hablan de menos purgatorio para el involucrado, de menos purgatorio para otros elegidos, de gracias especiales para los necesitados que todavía han de peregrinar por este mundo, de perdón para pecadores que no piden perdón… La oración de los que sufren unidos a Cristo —han dicho muchos predicadores y ha reiterado en

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varias ocasiones Juan Pablo II— es invaluable a los ojos de Dios. Ese momento de postración “inútil” puede ser el más valioso de nuestra existencia. Aunque a veces (casi todas) nos cuesta trabajo creerlo, San Pablo asegura que nadie es probado más allá de sus fuerzas y, a cambio, cuántas gracias se pueden derramar por el sufrimiento de un justo. Dicen que decía Santa Teresa de Ávila —esta frase tenemos que mencionarla cada vez que hablamos del sufrimiento, y tendríamos que meditarla muy seguido— que si tuviera que sufrir cien años en este mundo a cambio de un grado más de gloria en el cielo, los sufriría con gusto. Y algo parecido dicen que afirmaba el Padre Pío. Hay que recordar que estos dos santos recibieron de Dios el don de asomarse al cielo. ¿Qué sabemos nosotros? Muchos han dicho también —aunque en el momento a todos nos sabe cómo un mal analgésico— que Dios manda el sufrimiento a sus elegidos, a sus amigos. Evitar el sufrimiento, por supuesto que sí; con todos nuestros recursos, hasta donde sea posible. Y cuando no sea posible, ponernos con confianza en las manos de Dios y aceptarlo y ofrecerlo.

Sí, claro, cuando me llegue el momento voy a ser el primero en dudar y en reclamar y en rebelarme. Por eso quiero atesorar y compartir estas ideas desde ahorita. “Guarden, pues, estas palabras y reconfórtense unos a otros” (2Ts. 4, 18). Tal vez, en el momento de la prueba, podamos decir de todo corazón aquellas palabras que dieron cumplimiento a la historia: “Hágase en mí según tu voluntad”. Tal vez, también, podamos aceptar que una vida en gracia y una muerte lenta no sean tan mala opción, después de todo.

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ORACIÓN ANTE EL PESEBRE Gracias, Padre bueno, porque has querido mandarnos a tu Hijo a compartir nuestra vida para que nosotros

podamos compartir la tuya.

Gracias, hermanito Jesús, porque has querido venir a nosotros, compartir nuestra fragilidad y nuestro dolor, nos has dado ejemplo de pobreza y de servicio y a través de inmenso sacrificio has vencido al pecado y a la muerte y nos has abierto el camino al cielo.

Gracias, mamita María, por tu entrega, por hacer la voluntad de Dios. Por —tú también— entregarnos a tu Hijo. Porque aceptando a tu Hijo te has hecho madre nuestra y a través de tu propio dolor eres partícipe y guardiana de nuestra redención. Gracias por tu «sí» a la vida.

Gracias, señor San José, que merecidamente fuiste el sustituto del Padre para el pequeño niño Jesús y para su Divina Madre. Gracias por tu ejemplo de bondad, de fe y de esfuerzo en el servicio a Dios y en el amor a Jesús y a María. Te admiramos y nos acogemos a ti porque en medio de limitaciones y problemas supiste preparar aquel portal para la llegada de tu Hijo, y conservar la serenidad y dotar a tu familia de lo necesario, sin perder la confianza en Dios.

Gracias a todos, Sagrada Familia de Nazaret, por su ejemplo de humildad y su testimonio de familia. Les pedimos su protección para todas las familias y los niños que hoy se encuentran en tan grave peligro y por nuestra familia para que podamos seguir su ejemplo.

Te pedimos, Señor Jesús, que así como naciste en aquel pobre pesebre y tu presencia iluminó la oscuridad, nazcas hoy en nuestros corazones y tu presencia ilumine nuestras vidas y las limpie de mal y de pecado. Te pedimos que seamos capaces de llevarte a dondequiera que vayamos, para que nazcas también en la calle, en el trabajo, en las escuelas, en los medios y en los gobiernos. El mundo te necesita más que nunca, Señor. Ven a nuestras almas, ven a nuestros ambientes, ven a nuestro mundo, ¡Ven, Señor Jesús!