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Biografías Rafael Meza Ayau Escrito por La Prensa Grafica Domingo 31 de Agosto de 2008 03:41 Valoración de los usuarios: /1 Pobre El mejor Compartir El joven guatemalteco Rafael Meza Ayau decide abandonar su país natal para establecerse en El Salvador en 1886, con la clara intención de hacer fortuna valiéndose de muy pocos recursos que, sin embargo, nada tenían que ver con la grandeza de su esperanza, visión y determinación. Llega recién cumplidos los 20 años de edad al Puerto de La Libertad procedente de Champerico, Guatemala, donde tomó el barco junto con su madre Rafaela de Meza y un perro danés llamado “Lord”. Otros 20 años tuvieron que pasar antes de que don Rafael fundara la exitosa empresa cervecera La Constancia, montada específicamente en 1906, y cuya marca Pilsener se ha convertido en 100 años de historia de la compañía en una verdadera joya. En esos días, El Salvador comenzaba a construir su infraestructura, especialmente en Santa Ana, donde madre e hijo decidieron vivir. Sin olvidar a “Lord”, por supuesto. La Ciudad Morena era considerada por muchos y por largo tiempo como la verdadera capital del país, dada la influencia que ejercía en esa época el cultivo y comercialización del café. Se edificaba casi simultáneamente, por ejemplo, la infraestructura ferroviaria, la de acueductos y alcantarillados y la de la telegrafía. Valoración Rafael Meza Aya Angela Bernal de Meza y Rafael Meza Ayau. FAMILIA MEZA AYAU. De izquierda a derecha: Arturo Meza Ayau, Rafael Meza Ayau h., Manuel Meza Ayau y Rafael Meza Ayau p.

Biografías ra fael meza ayau

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Biografías

Rafael Meza Ayau

Escrito por La Prensa Grafica

Domingo 31 de Agosto de 2008 03:41

Valoración de los usuarios:  / 1

Pobre El mejor 

Compartir El joven guatemalteco Rafael Meza Ayau decide abandonar su país natal para establecerse en El

Salvador en 1886, con la clara intención de hacer fortuna valiéndose de muy pocos recursos que, sin embargo, nada tenían que ver con la grandeza de su esperanza, visión y determinación.

Llega recién cumplidos los 20 años de edad al Puerto de La Libertad procedente de Champerico, Guatemala, donde tomó el barco junto con su madre Rafaela de Meza y un perro danés llamado “Lord”.

Otros 20 años tuvieron que pasar antes de que don Rafael fundara la exitosa empresa cervecera La Constancia, montada específicamente en 1906, y cuya marca Pilsener se ha convertido en 100 años de historia de la compañía en una verdadera joya.

En esos días, El Salvador comenzaba a construir su infraestructura, especialmente en Santa Ana, donde madre e hijo decidieron vivir. Sin olvidar a “Lord”, por supuesto.

La Ciudad Morena era considerada por muchos y por largo tiempo como la verdadera capital del país, dada la influencia que ejercía en esa época el cultivo y comercialización del café.

Se edificaba casi simultáneamente, por ejemplo, la infraestructura ferroviaria, la de acueductos y alcantarillados y la de la telegrafía.

El inquieto joven guatemalteco también se las ingeniaba para edificar la fortuna por la cual se había subido al barco.

En sus memorias, una verdadera biblia para sus familiares y sucesores en los negocios, se registra que instaló primero una fábrica de fósforos y luego una de cigarrillos.

Qué valioso un fósforo en ese entonces de escasa energía eléctrica.

Valoración

 Rafael Meza Aya

 

Angela Bernal de Meza y Rafael Meza Ayau.

FAMILIA MEZA AYAU. De izquierda a derecha: Arturo Meza Ayau, Rafael Meza Ayau h., Manuel Meza Ayau y Rafael Meza Ayau p.

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Pero desistió de la empresa cuando el Gobierno declaró este producto como un estanco, o lo que es lo mismo, lo cargó con un buen porcentaje de impuestos que al final encareció no solo el fósforo, sino que también su producción.

La luz de su esperanza no se apagaría ni aunque le vaciaran en la cabeza los ocho millones de cajas de cerveza fría que, se supone, consumen los salvadoreños al año en la actualidad.

Mientras tanto, su madre, de quien el hijo casi seguro heredó ese tino para los negocios, montó una pensión en Santa Ana con la idea de atender de lo mejor a los extranjeros que llegaban al país para trabajar en las construcciones.

Lo que hacía ella era que, para atender mejor a las personas, se valía de las carretas que llegaban del Puerto de Acajutla transportando café para comprar víveres que ese entonces se les conocía como ultramarinos.

Entre estos destacaban alimentos enlatados y cervezas europeas.

“Su pensión se destacó por el hecho de que atendía muy bien a los clientes y les daba buenos ultramarinos”, cuenta Roberto Murray Meza, uno de los nietos de don Rafael y quien fungió como presidente de La Constancia por unos 25 años.

“Y les daban la mejor cerveza que había en El Salvador”, agrega, al tiempo que da fe de lo que dice con las memorias de su abuelo en mano. La biblia de la familia.

Algo pasó por la imaginación de la madre de don Rafael para que le explicara a su hijo que se había creado un pequeño mercado cervecero, productos que para la época resultaban caros por su condición de importados.

“Mirá, si nosotros abaratamos el producto y mantenemos la calidad es posible que tengamos aquí un producto con mucho porvenir. Logrémoslo producir en El Salvador”, le habría sugerido la señora al joven emprendedor, según Murray Meza.

Y vaya que no se equivocó.

Construye el panal

“¿Morir? Nadie tiene derecho a morir. Empezar de nuevo. Sí, mil veces sí. Empezar siempre y siempre vencer. Y la abejita, cantando saluda la aurora y empieza de nuevo. Tal es el espíritu de La Constancia”. Ese es el final de un poema escrito con puño y letra de Meza Ayau —que aparece en sus memorias— y que refleja el espíritu con el que después de ver sucumbir sus primeros intentos con la fábrica de fósforos y cigarrillos, entre otras empresas fallidas, asintió al instinto de su madre y emprendió el camino hacia la creación de la compañía cervecera.

 

Cien años después, ese

espíritu, reflejado en el trabajo que supone para una abeja la creación de un panal, sigue vigente en la familia cuando deciden no seguir en el rubro de las bebidas para emprender y desarrollar nuevas estrategias de negocios.

La sexta generación que le sobrevive a don Rafael es la que cambia las cervezas por un nuevo portafolio de negocios que está a cargo de Agrícola Industrial Salvadoreña (AGRISAL), presidida actualmente por Roberto Murray Meza, y que ya maneja un hotel y un centro comercial, por mencionar algunos negocios.

 Flotilla. Equipo de distribución cuyos

empleados tenían que usar corbatín.

EQUIPO. Maquinaria antigua para el proceso de

producción de la cervez

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“El verdadero apego no es a los edificios, a la fábrica o a las acciones. El verdadero apego es a los valores que hemos recibido de ese legado. Esa capacidad de empezar de nuevo”, manifiesta el presidente de AGRISAL cuando, sin ocultar la nostalgia, se refiere al adiós a las bebidas.

“Esa capacidad de empezar de nuevo. Morir nunca dice él. Empezar, siempre empezar”, añade.

Don Rafael empezó la fábrica cervecera en 1906, ubicándola en la casa de su madre, cerca de la iglesia El Carmen, en el barrio Santa Cruz, Santa Ana.

En esa casa, que aún existe y sigue en propiedad de la familia, se utilizó el patio y la cocina para preparar las primeras cervezas.

 

El danés “Lord” tuvo su marca Perro, también existió Abeja y Extracto de Malta, y la famosa Pilsener se mantiene vigente al fusionarse las tres primeras conservando la fórmula original.

En la aventura acompañaron al guatemalteco Pedro José Escalón, Jaime Matheu y Benjamín Bloom, quienes aparecen en la historia como los fundadores de la fábrica cuyo nombre fue R. Meza Ayau y Cía.

Comercialmente se le denominó Fábrica de Cerveza La Constancia.

La inversión inicial fue de 26 mil pesos plata, dinero que fue prestado por Benjamín Bloom, quien en esa época figuraba como dueño y presidente del Banco de Occidente.

Los primeros meses fueron difíciles, de pérdidas. Entre otras cosas, porque tuvieron que regalar el producto para ir ganando mercado, propiciando que la gente lo probara.

Meza Ayau había contratado a un maestro cervecero guatemalteco para que les preparara las bebidas. Diez años antes que El Salvador, 1896, Guatemala ya contaba con un negocio de estos, con Cervecería Centroamericana.

Con el tiempo, la compañía salvadoreña tiene éxito y se da a conocer en todo el país. Don Rafael entonces tiene otra visión: aprovecha la red de distribución de carretas y de caballos para montar allí otros productos que no sean cervezas, como las bebidas gaseosas.

Empezaban a llegar a América Latina los productos carbonatados y es así como empareja el negocio cervecero con la de comercializar bebidas gaseosas, particularmente de la mundialmente famosa marca Coca Cola.

Su empresa se convierte en unas de las primeras franquicias de los norteamericanos. La produjo, la distribuyó y la vendió con éxito en el país. Corría 1920.

“Para mí, eso fue un modesto ejercicio de globalización de los años veinte”, afirma con orgullo el presidente de AGRISAL.

la capital de la competencia

En 1928, es trasladada la cervecería a San Salvador por la lógica de expandir el negocio en todo el territorio nacional y ante el aparecimiento de un competidor llamado Polar.

La Constancia es ubicada enfrente de lo que se conoce como el Reloj de Flores, con la intención de aprovechar que allí estaba la estación del ferrocarril que los ingleses montaron en el país. Así garantizaba la distribución nacional.

Lo que no garantizaba ya su crecimiento fue la Polar. Por los años treinta, ambas cervecerías inician una lucha codo a codo por vender su producto, llegando a los extremos de bajar los precios al público casi al costo y renunciando por un buen tiempo a las ganancias.

1928. Fachada principal de Fábrica de Cerveza La Constancia frente al actual Reloj de Flores.

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En tiempos modernos, La Constancia y Coca Cola viven algo similar con los distribuidores de la también popular gaseosa Pepsi y más reciente aún con la llegada de Cervecería Río, instalada en Guatemala, para producir la marca brasileña Brahva.

Con la Polar, que se instaló contiguo a la terminal de Oriente en San Salvador, la pelea incluía llegar a las últimas consecuencias con el afán de no perder mercado.

Murray Meza cuenta que después de un buen tiempo entre mil batallas, sus competidores pierden fuerza y quedan al borde de la quiebra.

Allí su abuelo les da otra lección a sus sucesores. Sabedor de que era guatemalteco y agradecido por la oportunidad que le dieron los salvadoreños de triunfar lejos de su tierra natal, toma la decisión de ofrecer a la Polar el 25% de las acciones de La Constancia.

Estos acceden y la competencia terminó de un tajo.

Don Rafael les enseñó a sus familiares que más valía un mal arreglo que un buen pleito.

Tras soportar la guerra de principios de los ochenta hasta inicios de los noventa, época en la que a los empresarios salvadoreños no les tocaba más que tratar de sobrevivir, esa enseñanza del abuelo sirvió para que Murray Meza alejara de peligros a la compañía cuando tras los Acuerdos de Paz en 1992 empiezan las grandes transnacionales cerveceras a invadir el mercado salvadoreño.

Las armas callaron y el país se abre al mundo.

La economía tiene repuntes de crecimiento hoy deseados de entre 6% y 7% y aparecen las cervecerías de la talla de Modelo (con su popular Corona), también la Budweiser, Guiness y toda una gama de cervezas de etiqueta global.

“Más vale un mal arreglo que...”, se recordaba para esos días el presidente de AGRISAL.

Murray Meza se les acerca y consigue blindar su mercado al ofrecerles su sistema de distribución y su conocimiento del mercado para que dejen en paz sus cervezas e incorpora así las extranjeras a su portafolio de productos.

Luego, en 1999, los norteamericanos propietarios de Cervecería Hondureña deciden vender y tras fallar en un intento porque este negocio sea comprado por el resto de empresas cerveceras del área, creando un grupo regional, La Constancia hace una alianza con South African Breweries (SAB) en 2001.

Los sudafricanos de SAB, la segunda cervecera por volumen en el mundo, en efecto compran la compañía de Honduras por más de $500 millones, y junto a la salvadoreña montan Beverage Company (BevCo), valorado en unos $883 millones.

Después del acuerdo que da surgimiento a BevCo, SAB se fusiona con Miller Brewing en 2002 y se convierte en SABMiller, incursionando de esta manera en la plaza anglosajona.

Murray Meza preside BevCo para estar por encima de los ejecutivos sudafricanos que presiden la cervecería en Honduras y El Salvador.

Sin embargo, el nieto de don Rafael decide no continuar en este proceso de globalización y opta, sin revelar las cifras que supuso la operación, dejar a los sudafricanos el control total del negocio.

Surge un acuerdo en el que se analiza que a los sudafricanos, cuya casa matriz está en Londres, Inglaterra, les conviene quedarse con todo lo que es BevCo y a los fundadores de La Constancia, salirse.

Pero descarta de plano que esta operación se deba a dificultades financieras de la empresa salvadoreña.

“Todo lo contrario. Porque estábamos bien y porque no teníamos que hacerlo, tuvimos la fuerza para hacerlo bien”, afirma Murray Meza.

 

Santa Ana. Fábrica de Cerveza La Constancia.

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Y reflexiona que cuando las empresas están débiles, las poderosas transnacionales las adquieren por lo que quieren.

“Supimos no dejarnos llevar por ese remolino. Sino que saber cuándo entrar y cuándo salir. ¿Para qué? Para volver a empezar”, subraya Murray Meza.

¿Morir? Nadie tiene derecho a morir. Empezar de nuevo. Sí, mil veces sí. Empezar siempre y siempre vencer

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Ricardo Poma From Wikipedia, the free encyclopedia De Wikipedia, la enciclopedia libre

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Ricardo Poma (b.1947) is the of the family owned , based in , . Ricardo Poma (b.1947) es el director ejecutivo de la empresa familiar conglomerado Grupo Poma , con sede en San Salvador , El Salvador .

Ricardo Poma obtained an industrial engineering degree from in 1968 and an from in 1970. Ricardo Poma obtuvo una licenciatura en ingeniería industrial de la Universidad de Princeton en 1968 y un MBA de Harvard Business School en 1970. He worked first in Grupo Poma's industrial division and then its real estate division before taking the reins of the conglomerate from his father in 1980. Trabajó por primera vez en la división industrial de Grupo Poma y luego su división inmobiliaria antes de tomar las riendas del conglomerado de su padre, Luis Poma en 1980. Today, Ricardo Poma receives support in running the family business from his three sons (including eldest son Fernando Poma) and older brother Ernesto Poma, who is president of Transal, the company's division. Hoy en día, Ricardo Poma cuenta con el apoyo de la dirección del negocio familiar de sus tres hijos (incluyendo el hijo mayor de Fernando Poma) y su hermano mayor Ernesto Poma, quien es presidente de TransAl, de la empresa Miami división. [1]

E L S A L V A D O R

RICARDO POMA

Ha cambiado la panorámica de Centroamér ica. Más de 17

mal ls y 50 mi l casas así lo conf i rman. Pero é l pref iere no

darse golpes de pecho por lo que ha hecho a l mando del

conglomerado que in ic ió su abuelo Bar to lomé Poma.

“Soy de bajo per f i l ” , a f i rma e l pres idente de Grupo Poma, que

con la subsid iar ia Grupo Roble construye comple jos de uso

múl t ip le , proyectos habi tac ionales y hote les de gran escala

en toda la región.

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Ese día e l empresar io sa lvadoreño lucía impecable de la

cabeza a los p ies. Escogió un saco azul y corbata mul t ico lor

para reuni rse con sus socios panameños y hablar sobre los

avances de la segunda etapa del centro comerc ia l Mul t ip laza

Paci f ic , proyecto que inauguró en 2004 y con e l que formal izó

su l legada a t ier ras panameñas.

Como muchos invers ionis tas regionales, Grupo Roble

p lani f icó la l legada de Poma s in mayores sobresal tos. É l

p i lo teó su av ión desde El Salvador para par t ic ipar de la junta

d i rect iva que en p leno estaba en e l hote l Marr io t t , ub icado en

e l corazón del centro f inanciero panameño.

Al l í también estaban Stanley Mot ta y los representantes del

Grupo Harar i y Bahía, quienes junto a Poma inv i r t ieron 100

mi l lones de dólares para er ig i r la pr imera etapa de

Mul t ip laza.

Era miércoles por la tarde, y mientras los hombres de

negocios te j ían sus est rategias en la reunión de acc ionis tas,

una t ropa de ingenieros y constructores t rabajaba a paso

redoblado para procurar que la segunda etapa de Mul t ip laza

esté l is ta ent re mayo y abr i l de 2007.

A eso de las 6:00 p.m. se despid ieron y Poma estuvo

d ispuesto a hablar por más de media hora. ¿Y cómo no?

Cuando e l los anunciaron su a l ianza en 2003 para constru i r e l

centro comerc ia l y un hote l cuatro est re l las d i jeron que las

invers iones apenas empezaban. Pasaron t res años y la

a l ianza regional d io resul tado. Ahora la palabra que

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sobresale en e l d iscurso de Poma es “expansión” .

El mal l ya cuenta con 155 establec imientos y 29 cafés

restaurante, y t ienen un t ránsi to d iar io est imado de 20 mi l

v is i tantes. ¿Qué más quieren? Como en ot ros países Poma

quiere segui r innovando en e l ar te de poner más t iendas bajo

un mismo techo.

Este parece ser e l momento per fecto. E l sector de b ienes

raíces en Panamá pasa por un auge nunca antes v is to. Se

anuncia la construcc ión de rascacie los y casas de temporada

con prec ios que superan los 500 mi l dó lares.

La l legada de empresar ios y baby boomers que quieren

inver t i r en Panamá por sus venta jas f iscales, geográf icas y

pol í t icas est imulan a l grupo a segui r con sus proyectos.

Un as bajo la manga

El p lan de Grupo Roble es desarro l lar para la segunda etapa

de Mul t ip laza 12 mi l metros cuadrados adic ionales de

construcc ión, que inc luyen 600 nuevos estac ionamientos

(para l legar a dos mi l 600 estac ionamientos) , 50 nuevas

t iendas y una nueva a la del hote l Marr io t t Cour tyard con 90

nuevas habi tac iones.

Además, le darán énfas is a l área de entretenimiento. Se

constru i rá una terraza para restaurantes y bares, y un

anf i teat ro dest inado a eventos cul tura les.

Ya t ienen e l 80% de los espacios separados y a l l í tendrán

cabida las marcas y f ranquic ias más grandes de la región y

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las más renombradas del mundo. Entre estas están: Louis

Vui t ton, Bulgar i , Channel , Car t ier , Ralph Lauren y Sanborns,

t ienda de conveniencia de su amigo y soc io Car los Sl im, e l

hombre más r ico de Lat inoamér ica.

“Me gusta Panamá para hacer invers iones. Creo que es un

lugar seguro tanto jur íd ica como personalmente. T ienen un

buen s is tema f inanciero y cas i todos los productos de b ienes

raíces t ienen representac ión en e l mercado” , d i jo Poma.

El magnate centroamer icano s igue de cerca todos los

movimientos del mercado inmobi l iar io y comerc ia l .

“Estoy v iendo una cant idad de obras que nunca se habían

dado en este país. No se sabe cuántos nuevos proyectos

están en etapa de p lani f icac ión y s i habrá una sobreofer ta.

Esto es muy d i f íc i l dec i r lo , pero hay razones para ser

opt imista” , agregó.

Pase lo que pase, por e l momento Poma aprovecha para

marcar la pauta.

De los 150 mi l metros cuadrados que t ienen d isponib le en e l

espacio donde antes estaba e l aeropuer to domést ico de

Pai t i l la o Marcos A. Gelaber t , ha ut i l izado 48 mi l en la

pr imera etapa y dest inará 12 mi l a la segunda fase del mal l , y

ya d iscuten qué harán con los 90 mi l metros cuadrados

restantes.

Se habla de un lu joso condominio y un moderno centro de

of ic inas, pero como dice e l mismo Poma: “aún es prematuro

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para dar segur idad de lo que se hará en la zona” . E l

invers ionis ta quiere que cada cosa que hagan concuerde con

la tendencia que marque e l mercado.

¿A cuánto asc iende la actual invers ión? “No te responderé” ,

d i jo e l empresar io . Aseguró que no conocía e l deta l le de la

invers ión, aunque más tarde reconoció que en real idad no le

agrada hablar de d inero.

Conquista chorreraza

Su conquista también se ext iende hacia la ent rada de La

‘gran’ Chorrera. En una propiedad de 300 hectáreas

desarro l larán, junto a los Mot ta, una nueva barr iada en e l

lado oeste de la c iudad.

En seis meses empezar ían con los movimientos de t ier ra,

para desarro l lar las etapas in ic ia les de la obra que tomaría

en su tota l idad seis años.

Al l í const ru i rán v iv iendas con un valor ent re los 40 mi l y 60

mi l dó lares para fami l ias de ingresos medios y medio bajos.

Poma asegura que of recerán valor agregado en esta zona.

“Se desarro l lan var ios proyectos, pero creo que e l nuestro

será único” .

Por e l momento evalúan e l nombre de la barr iada y los

deta l les de las áreas comunes, pero teniendo de precedente

Page 11: Biografías ra fael meza ayau

lo que Poma ha hecho en El Salvador , se espera que su

propuesta sea edi f icar una c iudad dentro de la c iudad

chorrerana.

Con más de 50 mi l v iv iendas constru idas a lo largo de 40

años, Grupo Roble se ha caracter izado no solo por constru i r

casas, s ino en crear polos de desarro l lo en El Salvador y

este modelo lo quiere dupl icar en Panamá.

En e l país vec ino ha c imentado barr iadas para los segmentos

a l tos, medios y de in terés socia l . De esta manera ha

encontrado cabida con proyectos como La Hacienda, Al tos de

la Escalón, Arboledas y Al ta Vis ta.

La a l ianza con los Mot ta ha s ido c lave, expresa e l empresar io

sa lvadoreño. Un socio local s iempre agi l iza los t rámi tes y los

procesos.

Hablando de socios. . .

¿Ha escuchado usted eso que d icen que e l d inero l lama e l

d inero?

“Bueno, nosotros genera lmente buscamos personas con las

que tenemos una buena re lac ión e in tereses comunes. Con

los Mot ta y con los Sl im hay a lgo de eso” .

En efecto, sus socios forman par te de la l is ta de los hombres

más r icos y poderosos de Lat inoamér ica.

Page 12: Biografías ra fael meza ayau

Para empezar , Ricardo Poma es un importante f inancis ta de

campañas e lectora les y amigo personal de los ex pres identes

Francisco F lores, de El Salvador , y Ricardo Maduro de

Honduras.

Pres ide e l Grupo Poma, con presencia en Centroamér ica,

Panamá, Repúbl ica Dominicana y Miami , Estados Unidos.

Opera 20 hote les y f ranquic ias in ternacionales bajo e l Grupo

Real ; y la d iv is ión Grupo Roble adminis t ra 17 centros

comerc ia les bajo las marcas Metrocentro, Mul t ip laza,

Metromal l y Unicentro en toda la región.

Desarro l la proyectos tur ís t icos en la angosta f ranja

centroamer icana y s igue ampl iando las v iv iendas que levanta.

El año pasado, su d iv is ión Excel Automotr iz (que también

t iene presencia en Panamá) vendió 18 mi l vehículos en toda

la región y para 2006 prevé vender 20 mi l .

Por su par te, Stanley Mot ta es e l pres idente del Grupo

Financiero Cont inenta l , con más de 2 mi l 500 mi l lones en

act ivos; a l cual per tenecen e l Banco Cont inenta l y

aseguradora ASSA.

Del mismo modo es uno de los pr inc ipales socios de

Telev isora Nacional Canal 2, Invers iones Bahía, Telecarr ier ,

Mot ta In ternacional , GBM Corporac ión, y acc ionis ta

mayor i tar io de Copa Ai r l ines, aero l ínea que repor tó un

ingreso récord para e l 2005 de 82.7 mi l lones de dólares.

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Posee invers iones importantes en Manzani l lo In ternat ional

Terminal (MIT) , y en 2005 compró la segunda aero l ínea

colombiana, Aero Repúbl ica. Como antes habíamos

mencionado es socio en Mul t ip laza Paci f ic Panamá.

El los as is ten a las “cumbres” empresar ia les que organiza su

amigo Car los Sl im, e l hombre más r ico de Amér ica Lat ina

según la rev is ta Forbes, y cuya for tuna, que asc iende a 13.9

mi l mi l lones de dólares, se ha consol idado con las

operac iones de empresas como Grupo Sanborns, Grupo

Financiero Inbursa,Telmex, y e l Consorc io Industr ia l

Condumex.

“Las invers iones cruzadas garant izan la in tegrac ión de la

región” , enfat iza Poma.

Planes en la región

Grupo Roble no solo hace crecer sus negocios en Panamá.

Su e jecución local forma par te de un p lan regional que

marcha en d i ferentes d i recc iones, pero con un mismo

objet ivo: aumentar sus ingresos. En Honduras acaba de

inaugurar un Metromal l y en Costa Rica real iza la quinta

etapa del centro comerc ia l que a l l í opera.

Acaba de est renar e l hote l La Unión en El Salvador e

in ic iaron un megaproyecto tur ís t ico en Costa Rica, e l cual

contará con 300 habi tac iones y 120 v i l las.

Para Colombia ha pensado en un nuevo hote l y un centro de

of ic inas, mientras que no se descar ta que edi f ique ot ro

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centro comerc ia l en Panamá dest inado a ot ro segmento que

no choque con la c l iente la de Mul t ip laza. Todavía ven que

hay mucho mercado.

Los motores de Excel

E l año pasado Grupo Poma consol idó la to ta l idad de los

act ivos de MMC Panamá, d is t r ibu idora exc lus iva de la marca

japonesa Mi tsubish i , en una t ransacción que superó los 11

mi l lones de dólares.

La d iv is ión automotr iz del grupo es la tercera más fuer te de

Centroamér ica con presencia en Honduras, Guatemala, E l

Salvador , Nicaragua y ahora en Panamá.

La compañía in ic ió operac iones d is t r ibuyendo autos de

General Motors y en 1953 se convi r t ió en e l concesionar io de

Toyota en El Salvador .

Desde 1995 comenzó a adqui r i r a ot ras como General Motors,

la cual dejó en los años 50, Chevro let , Mi tsubish i , K ia y

BMW.

En e l 2000 incurs ionó en Guatemala con la compra del Grupo

Centra l Motr iz y en Honduras con la creación de Autoexcel .

En a lgunos mercados d is t r ibuye a Honda, Volkswagen, Mazda

y Ford.

A par t i r de este año e l consorc io automotr iz le cambió e l

nombre a toda la cadena de agencias d is t r ibu idoras en

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Centroamér ica y optó por Excel Automotr iz .

¿Quién es Ricardo Poma?

• Nació en 1946 y estudió hasta octavo grado en El Salvador .

• Se graduó de ingenier ía en la Univers idad de Pr inceton y

estudió una maestr ía en adminis t rac ión de empresas en la

Univers idad de Harvard.

• Fue negociador de paz en su país.

• Su padre fundó la Fundación Salvadoreña para la Salud y e l

Desarro l lo Humano. Ahora é l está a la cabeza de la

asociac ión.

• Fundó la Escuela Super ior de Economía y Negocios

(ESEN), de la cual es rector . Esta inst i tuc ión t iene como

mis ión formar fu turos l íderes para los sectores públ ico y

pr ivado.

• E l Grupo Poma cuenta con var ios negocios y genera 10 mi l

empleos. Entre las d iv is iones más importantes se encuentra

la automotr iz , a la cual per tenecen e l Grupo DIDEA y El

Grupo Roble (b ienes raíces) y e l Grupo Real ( industr ia

hote lera) .

• Es p i lo to de av iones y hel icópteros.

• E l monto de su for tuna es uno de los secretos mejor

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guardados.

Es una empresa familiar que a pesar de publicitar todas sus obras, pocas veces menciona los montos de inversión.

• Poma cree en las alianzas regionales. Las inversiones cruzadas entre los empresarios de la zona garantizan el proceso de integración y competitividad del área.

A su juicio existe voluntad política para lograr la unificación, hace falta concretar diferentes iniciativas.

Referencias:

Martes Financiero, obtenido de

http://www.martesfinanciero.com/history/2006/07/11/Columnas/temadeportada.html

   

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Cliente: Pastelería y Panadería El RosarioContacto: Beatriz LizanePaís: El Salvador

HistoriaPanadería y Pastelería El Rosario, una empresa emprendedora, fundada y dirigida por madre y sus dos hijas en San Salvador, ha logrado darse a conocer en el mercado con el paso del tiempo. El Rosario inició su amistad y relación comercial con AIS en septiembre del 2005. En la búsqueda de mejorar y eficientar su operación, notó una variación en sus productos y descubrió la necesidad de estandarizar su torta. Su venta se encontraba alrededor de 800 – 1000 tortas, abarcado solamente una parte del mercado.

Intervención de AIS AIS y Panadería y Pastelería El Rosario, más que una relación comercial, han logrado establecer una estrecha amistad. Como cita Beatriz, una de sus fundadoras y administradoras: “Tenemos una amistad basada de respeto, en las buenas y en las malas!” AIS y El Rosario ha sostenido en una relación ganar-ganar, en la cual ambos se han beneficiado a través de una clara comunicación.

Los resultadosComo menciona Beatriz “Los número lo dicen!!”  El Rosario se encontraba con una producción que apenas representa el 20% de la venta actual. En este momento se encuentran con una producción de más de 2,000 tortas.Asimismo, El Rosario ha logrado mejorar su operación a través de la estandarización de sus productos y tortas. Esta estandarización no lo sólo le brindo una mejor calidad para sus clientes, sino logró la maximización de sus recursos y maquinaria.AIS, como una empresa integral, apoya a El Rosario con su enfoque en el mercado al igual que en su crecimiento, lo cual hizo de esta panadería y pastelería una empresa cinco veces más grande.   El Rosario contó con el apoyo y guía de un técnico especializado para el desarrollo de nuevos productos.

Satisfacción del clientePanadería y Pastelería El Rosario, logró generar una mayor fidelidad de sus clientes hacia la marca, a través del apoyo que AIS le ha brindado, como un valioso aporte al crecimiento sostenido de este aliado estratégico.

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Pastelería Lorena

 

Cliente: Pastelería Lorena Contacto: Juan Carlos Rodríguez y Lorena de SaraviaPaís: El Salvador

HistoriaPastelería Lorena, es una empresa familiar pionera en el mercado salvadoreño, fundada el 16 de diciembre de 1981 en la ciudad de San Miguel por doña Margarita de Rodríguez.

En 1993, el matrimonio Rodríguez Angulo decidió retirarse de la empresa, dejándola en manos de sus cinco hijos quienes actualmente la administran. En la actualidad Pastelería Lorena cuenta con 20 salas en diversos puntos de la zona oriental, generando más de 600 empleos y exporta diversos productos a varias ciudades de los Estados Unidos.

Intervención de AISPara mayo 2005, AIS inició su apoyo y asesoría a Pastelería Lorena a través de la conversión y cambio de sus fórmulas de harina a premezcla. Ese día era muy importante para Pastelería Lorena ya que sus ventas eran muy altas en esas fechas.  Aunque ya contaban con equipo muy completo y tecnológico, no se utilizaba al máximo.

El principal objetivo del cambio de harina a premezcla fue estandarizar la calidad en todos sus productos, pero a una cantidad industrial.

Los resultadosPastelería Lorena ha logrado fortalecer su enfoque y estrategia a través de la relación crecer-crecer. Y esto fue resultado del logro

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de la estandarización, tanto de sabor como de calidad, buscando así la perfección en el uso de premezclas en sus tortas.

AIS ha apoyado a durante la participación de Lorena en festivales gastronómicos al igual que en la creación de un portafolio de productos.  El desarrollo de productos y la mejora de los actuales permitió la reducción y utilización de mermas de producción.

Satisfacción del cliente

Pastelería Lorena ha buscado reflejar en su operación sus valores, trabajo y creencias para así poder transmitir al cliente la amistad que existe con AIS.

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Biografía de Cristiani, Alfredo

Alfredo Cristiani en una fotografía de 1990, cuando ya era presidente de El Salvador. En 1992, bajo la mediación de las Naciones Unidas, firmó la paz con la guerrilla.

ElSalvador, AméricaPolítico salvadoreño.

Biografía:

(San Salvador, 1947) Político salvadoreño. Líder empresarial y de gremiales productores de café. En 1985 relevó en la presidencia de la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) al mayor retirado Roberto D’Aubuisson, un líder de la extrema derecha. Durante el gobierno de José Napoleón Duarte, Cristiani se esforzó por ampliar la base social de su partido e incrementó su popularidad. Fue elegido presidente en 1989 y comenzó negociaciones de paz con el guerrillero Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). A principios de 1992, bajo la presión de Estados Unidos y con la mediación de las Naciones Unidas, el gobierno de Cristiani suscribió con el FMLN un acuerdo de paz que terminó con doce años de guerra civil. Ese mismo año, el Tribunal Internacional de La Haya dictaminó sobre los límites fronterizos entre El Salvador y Honduras. Entregó la presidencia en 1994 al candidato de su partido, Armando Calderón Sol, elegido en los comicios del mismo año.

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Roberto Simán: historia de mi vida, de mi familia, de mi secuestro...

La aventura humana de un padre de familia de origen árabe, el primer supernumerario del Opus Dei en El Salvador

Margoth y Roberto Simán

 

Un día de fiesta

En el libro Una mujer llamada Natalia, mi hermana Margoth recuerda nuestra infancia. “De vez en cuando hojeo el álbum familiar- escribe-. Me gusta evocar la historia de mi familia, de mis padres, de mis hermanos... pero hay una fotografía que me gusta especialmente: es del año 1932 y está tomada en comedor de nuestra antigua casa, frente al Campo de Marte, en San Salvador. Aparecen mis padres, y mis nueve hermanos: Jorge, Emilio, Abraham, Milita, Chamba, Teófilo, Félix, Roberto y Niní. Sus rostros sonrientes muestran lo que siempre fuimos: una familia unida y feliz.

Es la fotografía más antigua que poseo en la que aparezcamos todos juntos, desde Jorge hasta Niní, la pequeña, de dos meses, que duerme plácidamente en brazos de mamá. No recuerdo con qué motivo nos hicimos esta fotografía. Pero fue, estoy seguro, en un día de gran fiesta, porque sobre la mesa se ven varias botellas de Saint

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Emilion, un vino que mi padre nos traía de Francia y que sólo tomábamos en ocasiones muy especiales…

En el centro, mis padres, José y Natalia -doña Natalia, como la conocían todos-, aunque mi padre la solía llamar Milade, que significa Natividad en árabe. Mi madre nació en Palestina, en Belén, en la media noche de una Navidad de la última década del siglo. Aquel día la casa de los Jacir se llenó de alegría, y el abuelo Abraham, hombre de fe profunda, pensó siempre que esa coincidencia le presagiaba un destino grande. No se equivocó”.

Mi padre era oriundo de Jerusalén. Era el mayor de tres hermanos, y perdió a su padre durante la adolescencia, con lo que tuvo que hacerse cargo de sus dos hermanos pequeños. Aquello le hizo madurar y templó su carácter en el dolor y la adversidad. Pocos años después conoció a mi madre, que recordaba siempre las visitas de aquel joven trabajador y optimista de veinticuatro años que acudía cada vez con más frecuencia a la casa de piedra de los Jacir, en las afueras de Belén.

Todo esto sucedía a comienzos de siglo. Mi madre era la segunda de nueve hermanos y sólo tenía quince años. Era casi una colegiala: una muchachita tímida y discreta, que continuaba tejiendo cuando veía aparecer a aquel mocetón fuerte y vigoroso por el dintel de la puerta, simulando una aparente indiferencia, como si no supiera que venía a verla a ella...

“Mi padre-como cuenta Margoth- esperaba en la sala, día tras día, con una excusa o con otra, nervioso, impaciente, mirándola a hurtadillas, y paseándose nervioso arriba y abajo, a lo largo de la gran alfombra persa, en aquel viejo salón familiar, repleto de cuadros, platones relucientes y vasijas de cobre con enrevesadas inscripciones árabes y adornos de concha y nácar.

Al fondo de la sala, sobre un atril de madera ricamente labrado, estaba el libro de firmas, en el que los altos jerarcas de la Iglesia y las personalidades de la vida civil que llegaban a Tierra Santa solían escribir unas frases de recuerdo cuando se hospedaban en la casa.

Aquellas visitas, aquellos paseos impacientes por el salón y aquel tejer entre miradas fugaces parecían no acabar nunca. Y mi padre seguía acudiendo a la casa, unos días con una excusa y otros días con otra... Y así podían haber seguido así hasta el día de hoy, a no ser por mi tía Victoria, que tuvo una idea luminosa, y un día arrojó el ovillo de hilo del telar de su hermana en medio del salón, para que Milade buscándolo, se encontrara con José... Así sucedían las cosas en la Palestina de comienzos de siglo...

Al revés del refrán, por el ovillo se llegó al hilo de un noviazgo y unos preparativos de boda que se hicieron con la parsimonia que manda la

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etiqueta oriental: largas entrevistas, cruces de regalos, ceremonias y alabanzas: no había prisas. Ni problemas: el abuelo Abraham, un hombre justo y bueno, de comportamiento tan patriarcal como su nombre, sabía que dejaba en buenas manos a su hija. La boda se celebró en un día especialmente señalado: el 11 de octubre de 1908, fiesta de la Maternidad de la Virgen, en la iglesia de Santa Catalina, que se alza en la Plaza del Pesebre, junto a la Basílica de la Natividad”.

A mi madre le gustaba describirnos su traje de novia, con tules y encajes blancos traídos de Francia, y lo elegante que iba mi padre, con un breve bigotillo a lo Rodolfo Valentino. Y en Belén nacieron mis dos hermanos mayores: Jorge, que aparece en la fotografía sentado en el extremo izquierdo de la mesa y Emilio, sentado en el derecho.

Fueron años de calma y sosiego, como recuerda Margoth, en los que mis padres solían pasear con frecuencia por la quinta que habían heredado de mi abuelo paterno, en las afueras de Jerusalén, cerca del camino que conduce a Belén por el sur, en "Al Baq'ah". “Era, por lo que cuentan, un lugar delicioso, uno de esos parajes privilegiados que sólo pueden darse en Oriente, con el aire empapado en perfumes de azahar y horizontes de neblina en los que se recortaban las siluetas desvaídas de las largas caravanas de camellos.

Mis hermanos Jorge y Emilio recordaban siempre sus correteos de niños entre las higueras, los olivares y los campos de alrededor, en los que había pastores, vestidos igual que hacía dos mil años, cuando nació nuestro Redentor, cuidando sus rebaños de ovejas.

 

Años turbulentos

En la biografía de cada hombre acaba siempre presentándose, tarde o temprano, el sufrimiento y el dolor. En la vida de mis padres las penas llamaron temprano a su puerta: el tercer hijo que tuvieron, Ernesto, falleció al poco de nacer, mientras estallaba la Primera Guerra Mundial. Palestina, Siria y Líbano fueron ocupados por los turcos, que se aliaroncon Alemania. Los ingleses y los franceses, en su empeño por derrotar a los alemanes, llevaron la guerra hasta el Medio Oriente, y aquellos pacíficos lugares de resonancias bíblicas se convirtieron de repente en un escenario de luchas a causa de un conflicto que había nacido a miles de kilómetros de allí.

Fueron tiempos de sangre: turbulencias, hambres, muertes, confusión, intrigas y delaciones. Acusaron falsamente a mi padre de ser espía de los aliados -quizá porque hablaba fluidamente el francés- y lo expulsaron de Palestina. No tuvo más remedio que salir del país.

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Mi madre, que estaba esperando otro hijo, quiso acompañarle: debió ser muy duro para ella, en los primeros años de matrimonio, tener que separarse de sus padres y hermanos, abandonar su patria, y dejar a sus dos hijos pequeños al cuidado de la familia de su esposo. Pero sabía que su lugar estaba al lado de él.

Abandonaron Palestina en un convoy, custodiados por un soldado que tenía órdenes de trasladarlos hasta Europa. Mi madre nos contó muchas veces aquel viaje, y las escenas de terror y de guerra que fue presenciando desde la ventanilla del tren. Afortunadamente, mi padre se fue ganando la confianza del soldado y logró convencerlo de que los dejara en Damasco. Al despedirse, le regaló su reloj…

Vivieron un tiempo en la capital de Siria, donde nació mi cuarto hermano, el tercero vivo, al que bautizaron con el nombre de Abraham. Los árabes dan una gran importancia a la elección del nombre, y éste tenía un sentido profundo: deseaban que fuese tan bueno como su abuelo, un hombre justo y recto, querido por todos en Belén. De segundo nombre le pusieron Damasceno, por referencia a su ciudad natal”.

Mi padre buscó aquí y allá un trabajo para sobrevivir. Era una situación terrible, sobre todo para mi madre, que se quedaba muchas horas sola en la casa, con su hijo recién nacido. Un día entró de repente un joven que venía huyendo del servicio militar turco, suplicándole que le escondiera. Era una situación difícil: ellos estaban exiliados por motivos políticos, y albergar a un desertor era muy peligroso. Pero la situación de aquel pobre muchacho era terrible y mi madre le dejó pasar y le salvó la vida cuando vinieron a buscarlo. Esa anécdota retrata bien su carácter: jamás se arredró ante las dificultades.

Terminó el conflicto y las potencias ganadoras se repartieron los países árabes como lote de guerra: Francia se quedó con Siria y Líbano; y Palestina pasó a ser un protectorado inglés. Y en diciembre de 1917 las fuerzas británicas entraron en Jerusalén, poniendo punto final a cuatro siglos de dominio otomano.

Mis padres regresaron a Belén, con la alegría de poderse reunir por primera vez con sus tres hijos: Jorge, Emilio y el pequeño Abraham. Sin embargo, aquella alegría no estaba llamada a durar mucho tiempo: a consecuencias de la guerra el comercio había quedado seriamente afectado: faltaban víveres, habían subido los impuestos y tenían grandes dificultades para importar mercadería. Mal panorama para unos comerciantes como ellos. Como tantas familias de la época, mi padre se enfrentó con este dilema: malvivir o emigrar. Comprendió que, por muy doloroso que fuera, si quería mantener dignamente a su familia, tenía que abandonar el país y lanzarse a la aventura para encontrar un nuevo trabajo. En aquel primer tercio de

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siglo el verbo emigrar estaba estrechamente unido a una palabra: América.

Mi padre ya había estado en América, antes de casarse, hacia 1890, trabajando con un tío suyo había abierto una tienda en Sonsonate, una pequeña ciudad cercana al puerto de Acajutla, en El Salvador; y decidió irse a Barranquilla, en Colombia, donde trabajaban unos primos suyos.

Pero estaba el problema de los hijos. Los viajes por barco en aquel tiempo eran espantosamente largos y algunos morían en la travesía. Y a veces, al llegar, las expectativas se convertían en un fracaso... Ante esa incertidumbre, decidieron dejar de nuevo a Jorge y Emilio, que ya iban al colegio, en Belén, con la familia paterna, y se marcharon a la aventura, con el corazón dividido.

Viajaron hasta Francia y allí tomaron el barco que los traería hasta América. Mi madre no olvidó jamás aquella interminable travesía por el Atlántico; sólo había visto el mar en alguna visita esporádica al puerto de Jaifa y aquellos días de viaje le llevaron a rezar y meditar mucho. Y al fin, tras un viaje largo y penoso, llegaron a Barranquilla. Y como viajaban con pasaporte del Imperio de Turquía les empezaron a llamar "los turcos".

 

En El Salvador

En Barranquilla, como recoge en su libro Margoth, nació mi hermana mayor, Emilia, Milita. Decidieron venirse a El Salvador, a comienzos de 1921a causa del clima.

Hicieron los treinta y cinco kilómetros que separan la costa de la capital y llegaron a este valle entre el volcán de San Salvador y el Cerro de San Jacinto, que llaman "El Valle de las Hamacas" por sus frecuentes temblores. En aquella época la capital no era más que un puñado de calles empedradas y modestos edificios. Se alojaron en casa de unos parientes y comenzaron a trabajar intensamente

Poco después, el día de la Inmaculada de 1921 abrieron las puertas de una pequeña tiendecita de mercería en el Mercado Central. Era un local pequeño con dos puertas a la calle y una parte posterior que les servía de bodega.

En 1928 se vinieron Jorge y Emilio de Palestina, y siguieron viniendo los hijos. El primero que nació en estas tierras fue Chamba, diminutivo de Salvador. Mis padres quisieron darle ese nombre como agradecimiento al país que los acogió tan generosamente. Luego vino Teófilo, a quien llamamos siempre Filo; y después Félix, Margoth, yo, y Eugenia, la pequeña, a quien todos llamamos Niní.

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Mi padre nos educó en el amor al trabajo bien hecho. Aborrecía las improvisaciones. Un día le preguntó a Luís Aldana, uno de sus empleados, antes de hacer una compra:

-¿Estarán dulces las naranjas, Luís?

- Sí, don José, no se preocupe.

- ¿Pero, cómo puedes saberlo, Luís, si no las has probado?,

Y hacía siempre que se comiera una antes de comprar el ciento. Y en casa, hasta los más pequeños teníamos siempre algo que hacer: nos traía, por ejemplo, cajas y cajas de ganchos sandinos que importaba a miles desde Alemania, para que los fuéramos ensartando en unos cartones con doce agujeritos, que después se vendían por docenas en la tienda...

Dios escribe recto sobre renglones torcidos. Curiosamente su éxito en los negocios le vino en parte por una enfermedad. Padecía asma, y el polvo le afectaba mucho; durante la temporada de lluvias le daban muchos ataques, tan agobiantes que pasaba noches enteras sin dormir. Tomaba un polvo medicinal que llenaba todo el cuarto de humo y amanecía cansadísimo, ojeroso, fatigado e impaciente.

¿Qué hacer? Ya estaba instalado en el país, el negocio iba agrandándose, y no podía pensar de nuevo en otro traslado. Los médicos le aconsejaron que se fuera a otro lugar durante la temporada de lluvias. Pero eso significaba dejar a la familia. Y los ataques continuaban un día y otro...

Viajó a Francia. Los médicos querían observarlo durante un ataque de asma, pero eso sólo le sucedía aquí... Al fin comprendió que no tenía otra solución: durante la temporada de lluvias debería irse del país. No hay mal que por bien no venga: la enfermedad le obligó a viajar al extranjero, donde fue entablando relaciones con importantes proveedores de París y Hamburgo, y años después, de Nueva York, que fueron muy beneficiosas para el negocio.

Yo nací el 11 de septiembre de 1930 y era el menor de los diez. Al año siguiente de mi nacimiento, mi padre tuvo que viajar, como siempre, dejando el negocio al cuidado de Rafael Maldonado, en quien tenía una confianza absoluta. Le escribía con frecuencia: por ejemplo en una carta del 15 de octubre de 1931 fechada en alta mar, a bordo del vapor Sphinx, le hablaba de la instalación de la nueva tienda, indicándole cómo debían hacerse las estanterías, qué madera debía elegir, con qué medidas exactas, cuándo debía poner los toldos -las "sombras"- para proteger las telas del sol... Estaba pendiente de todo, para que el negocio siguiera en orden a su vuelta.

¡Te compré por un cuartillo!

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Esa vuelta del año 1931 fue un tanto dramática y yo fui el causante. Era el día anterior a que regresara de Europa; mis hermanos habían decorado la casa, como de costumbre, con tiras cenefeadas de papel crepé de colores y adornos de bienvenida. Por la mañana una niñera me llevó a pasear al Campo de Marte que quedaba frente a nuestra casa, y era como nuestro jardín. Al regresar, mi hermana Milita se asustó al ver que me iba poniendo morado. Fueron corriendo a casa del médico de la familia, el doctor Cristo Dada, gritando:

-¡Beto se muere!

Tras examinarme, el médico corroboró la gravedad de mi situación: posiblemente había tomado cualquier hierba que me había producido una infección intestinal. Mi madre rogaba al médico que me salvara, con el temor de que mi padre al llegar me encontrara muerto. Entonces, según una costumbre árabe, le dijo a doctor que le vendía al niño. Suele hacerse en el mundo oriental para motivar al médico a salvar al paciente. Trato hecho: el doctor se sacó del bolsillo una moneda de tres centavos por la simbólica compra y pasó toda la noche en la casa.

Durante aquellas larguísimas horas -que no recuerdo, porque yo era muy pequeño - me tuvo que hacer varias veces la respiración artificial mientras mi madre y mis hermanos rezaban sin cesar, invocando en árabe a Santa María, "la Adra Miriam". Mi madre no apartaba los ojos de una imagen de la Virgen que teníamos sobre la mesita de noche: era una representación de la Virgen de la leche que se venera en una gruta de Belén, donde, según la tradición, la Virgen se detuvo para darle el pecho al Niño Jesús cuando huía a Egipto. Es una imagen muy piadosa y hasta las mujeres mahometanas van a venerarla cuando están embarazadas.

A medida que fueron pasando las horas fui mejorando; y al amanecer estaba bastante repuesto. Con el canto del gallo, mi hermano Jorge salió de casa con don Arturo Gadala María, nuestro vecino y padrino, que lo llevó en su coche al puerto de La Libertad para recibir a mi padre, que venía en barco y

llegó a casa sobrecogido por si se había producido ya el fatal desenlace. Pero afortunadamente, me repuse enseguida; y "vendido" para el resto de mis días al doctor Dada, que siempre que me veía me decía, bromeando:

-Tú eres mío: ¡recuerda que yo te compré por un cuartillo!

El telón de fondo de esos primeros años fue la Segunda Guerra Mundial. Recuerdo la inquietud con la que mi padre recibía los periódicos árabes que le llegaban de Palestina, escritos con aquella grafía tan curiosa, que había que leer de derecha a izquierda...; y

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aquel gran mapa de Europa en el que iba señalando el avance de las tropas.

Mi madre sufría intensamente pensando en su hermano José y en su familia que estaban en París. Afortunadamente, la guerra concluyó sin muertes que lamentar y , salvo el recuerdo de esos inquietos días de la Guerra, los recuerdos de mi infancia y adolescencia son felices y placenteros: los dulces árabes- el maamul, el baclaue, el greibe- que tomábamos todos juntos en Navidades, tras la Misa del Gallo, entre campanas y cohetes; los innumerables invitados a la mesa, como exigía la hospitalidad árabe, que despedíamos con las palabras tradicionales "Sufra daimen, salmidec" (que abunde la comida en tu mesa y que Dios bendiga tus manos)... Es la maravilla de los hogares cristianos donde generosidad ocupaba un lugar muy importante en nuestras vidas. En una ocasión, durante la comida, mis hermanos mayores comentaron la cantidad habían pensado dar para una obra benéfica. A mi padre no le pareció suficiente y elevó considerablemente la cifra.

-Pero papá, ¡no podemos dar tanto dinero! -protestaron mis hermanos.

-Hijos míos, al que da Dios le da -sentenció. Recuerda lo que decía el abuelo Abraham: "Al pobre no le des lo que sobra, sino parte de tu plato".

Y no hubo más que hablar.

Durante este tiempo, el patrimonio familiar se fue agrandando. Sin embargo, mis padres no mudaron de costumbres ni se comportaron jamás como "nuevos ricos". "La luz no es para los ratones", decía mi padre al ver abierta una luz innecesaria; y deseaba que viviéramos sobriamente, a pesar de que nos encontráramos en una situación de franca prosperidad. Por ejemplo, en una ocasión Margoth y Niní le acompañaron a Estados Unidos. Es fácil imaginarse lo que supuso aquel viaje para dos adolescentes salvadoreñas. Estaban maravilladas.

Un día las llevó a un gran almacén de Chicago, para que se compraran un vestido. Entonces Margoth se quedó fascinada con un traje elegantísimo de un precio totalmente desorbitado. Sabía que no se lo iba a comprar, pero se lo quiso probar, por curiosidad y una natural coquetería... Pero cuando se lo enseñó, papá la reprendió. "No deberías ni habértelo probado", le dijo. Y no es que fuera tacaño: es que deseaba que fuéramos sobrios y enemigos del lujo, aunque por esa época ya hubiera podido pagar ese vestido.

Mi madre nos transmitió también una gran sensibilidad ante las necesidades de los demás. Era esa mujer fuerte "abrió su mano al desvalido y extendió sus palmas al pobre" de la Escritura. Mi hermana

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Niní no podía olvidar aquel día en que, durante un viaje en coche, dio de pronto un grito de dolor. Mi hermana se detuvo asustada. Entonces mi madre abrió la puerta y salió: había visto a una pobre anciana escarbando en la basura y fue a darle dinero.

Esto era habitual en ella: en otra ocasión Niní la llevó al Hospital Rosales para que le hicieran un examen médico, y al atravesar una sala de enfermas muy necesitadas, fue de cama en cama, hablando con cada una y dándoles un donativo. Niní tuvo que entregarle hasta el último centavo que llevaba en la cartera y dejar a deber el examen, porque mi madre insistía en ayudarlas a todas...

En Washington

En 1946 terminé mis estudios en el Liceo, me encontré, a los dieciséis años, con el dilema de escoger una profesión. No era fácil: todos mis hermanos se habían quedado en casa, ayudando en el negocio. Mi padre necesitaba su ayuda y ellos nunca se habían planteado la posibilidad de estudiar en la Universidad.

Al principio le hablé a mi padre de administración de empresas: pensaba que de ese modo sería más fácil que me dejara, porque era una carrera más corta, y estaba relacionada con el negocio. Me dijo que estudiase la carrera que más me gustara. Opté por estudiar ingeniería, ya que siempre se me han dado muy bien las Matemáticas.

Bien; ya tenía el permiso para estudiar. Pero, ¿dónde? La situación política del país era difícil. Muchas universidades de Centroamérica se habían convertido en focos de acción política y en lugares para organizar protestas contra el Gobierno. La Universidad Nacional de El Salvador estaba cerrada y no había manera de iniciar los estudios.

En vista de la situación, planteé a mi padre la posibilidad de irme al extranjero; en concreto a la Catholic University of América, en Washington. Aceptó y allí me fui con toda la ilusión de la que es capaz la juventud.

Mis años universitarios, fueron, contra lo que suele suceder a veces, años de serenidad, de alegría y de trato con Dios. Por esa razón los recuerdos que guardo de aquel campus son especialmente agradables. Gracias a los principios que me habían inculcado mis padres y al buen grupo de amigos que encontré allí, pude seguir yendo a Misa casi todos los días y haciendo oración. Comencé a hacer un retiro anual en el monasterio trapense de Nuestra Señora del Espíritu Santo, que está del sur de los Estados Unidos, en Georgia, donde acudía con un grupo de amigos. Uno de ellos recibió la vocación y se hizo monje trapense.

Las buenas amistades

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Al recordar aquellos años, pondero siempre la importancia de fomentar las buenas amistades durante la juventud. Recuerdo con especial cariño a mi compañero de habitación, un muchacho de Singapur de origen chino. No era católico, pero nos hicimos tan amigos que un día me explicó que le había impresionado mi ejemplo, y que se iba a

bautizar para darme esa alegría. Yo le expliqué que uno no se hace católico por darle gusto a un amigo, y le animé a rezar para que Dios le concediera el don de la fe, a prepararse y estudiar la religión. Le puse en contacto con el capellán de la universidad, y al cabo del tiempo, gracias a Dios, se bautizó. Se llamaba Hong-Tai-Yang y quiso que le bautizaran como Roberto Cristopher Yang.

Me dio una gran alegría, porque yo había rezado mucho de pequeño por los no católicos, gracias a que en el colegio nos habían hablado mucho de las misiones. Siempre me impresionó que hubiera tanta gente que no conociese a Dios.

Otro amigo que me influyó mucho fue un muchacho irlandés con el que compartí el cuarto durante algún tiempo. Había padecido poliomelitis, y no podía caminar; se movía gracias a la fuerza de sus brazos y al tórax enorme que había logrado desarrollar. Nos lo pasábamos muy bien nadando en la piscina, porque los médicos le habían recomendado que nadase. Su padre que era un humilde cartero de San Luis, en Missouri, que le había construido una pequeña piscina en su casa para que se ejercitara. De este muchacho aprendí el sentido de la disciplina, y de la superación personal: se convirtió en el campeón de la universidad de natación bajo el agua, y yo, por acompañarlo, llegué a nadar también bastante bien.

Recuerdo un detalle que muestra la maravilla de la amistad. Yo tenía una materia que no lograba estudiar, porque le tenía tirria al profesor: conocía a sus hijas y sabía el maltrato que les daba. Había enviudado, se había quedado amargado y les hacía la vida imposible. En fin, llegué a tenerle tanta aversión, que no estaba dispuesto a estudiar aquello. Entonces mi amigo, que estudiaba Arquitectura, me dijo:

-Oye, Roberto, a mí me gustaría saber algo de resistencia de materiales y me gustaría que me dieras clases. ¿No podrías ayudarme?

Comencé a hacerlo, y gracias a eso superé aquella materia. Luego me di cuenta de que no le interesaba en absoluto la resistencia de materiales: era un truco para hacerme estudiar. Fue una de las más hermosas lecciones de amistad que he recibido en mi vida.

Cuando terminé mis estudios tuve que regresar urgentemente a mi país, para asistir a los funerales por mi padre que murió el 16 de Julio de 1953.

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Cambio de planes

Yo tenía el proyecto de continuar mis estudios, sacar una maestría, y luego un doctorado, pero mis hermanos comenzaron a encargarme obras de ingeniería que me fueron absorbiendo de tal modo que ya no pude volver a estudiar. Además, tenía el propósito de casarme pronto, porque antes de volverme a El Salvador, había iniciado un noviazgo con Miriam, una chica de Washington, hija de un diplomático, don Carlos Siri, un filósofo de origen italiano que había fundado el servicio de Noticias Católicas en español. Su su madre tenía ascendencia salvadoreña y catalana.

Con la nueva situación, nuestro noviazgo tuvo que hacerse por correspondencia, porque apenas habíamos empezado a ser novios cuando me vine. No podía regresar a Estados Unidos porque al dolor de la muerte de mi padre se sumaba la inquietud por mi hermano mayor, que tenía un tumor en el cerebro, y había padecido mucho con diversas operaciones.

Así que tuve que ponerme a trabajar. Recuerdo el día que recibí mi primer sueldo como ingeniero. Estaba haciendo cuentas en qué me lo iba a gastar, cuando mi madre se acercó y me dijo:

-Roberto: ¿por qué haces una obra de caridad con ese primer sueldo, ya que ese dinero es tan especial para ti?

Aquello me impresionó, y fui enseguida a dárselo a las religiosas de un hospital.

Durante aquella temporada, a comienzos de julio de 1953, me telefoneó un joven sacerdote español. Me dijo que se llamaba Antonio Rodríguez Pedrazuela; que había llegado al Salvador junto con otro sacerdote, don José María Báscones y que tenía el deseo de viajar hasta Guatemala para comenzar allí las labores del Opus Dei, una institución de la Iglesia que yo desconocía por completo.

Antonio Rodríguez Pedrazuela

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Me explicó que como en Guatemala había un gobierno comunista, habían tenido que viajar con pasaporte republicano, con una fotografía en la que estaban de paisano, y citando solo su profesión civil, porque eran -y esto me sorprendió- el uno físico y el otro químico. Y que necesitaban que alguien les ayudase en las gestiones del pasaporte.

Me dijo también que había tenido noticias mías por medio de un hermano de mi novia, Gabriel Siri, que durante sus estudios en Madrid, había estado residiendo en la Residencia Moncloa, del Opus Dei. Don Antonio le había preguntado si conocía a alguien en El Salvador, y él le había dado una carta de presentación para mí.

Atendí a estos dos sacerdotes lo mejor que pude, le solucioné sus problemas y en el poco tiempo que estuvieron -llegaron el 9 y se marcharon para Guatemala el 22 de julio- trabamos cierta amistad. Luego seguimos en contacto porque, a causa de la situación en Guatemala, recibían la correspondencia por medio de la Nunciatura de San Salvador -en ese tiempo había un mismo nuncio para los dos países- y yo se la hacía llegar.

  Poco tiempo después, me comunicaron la llegada de un nuevo sacerdote del Opus Dei. Había sacado billete de avión para Guatemala y El Salvador, porque pensaba que don Antonio y don José María seguían todavía en mi país. Los encontró en Guatemala; y al terminar, antes de volverse a México, donde vivía, decidió venir a conocer El Salvador.

Se llamaba don Pedro Casciaro y llegó un domingo por la mañana. Yo le pedí a mi madre que preparase un buen almuerzo y reuní a todos mis hermanos en nuestra casa junto a la Basílica del Sagrado Corazón, una casa muy bonita, de techos altos y habitaciones amplias, con dos salas grandes separadas por una cortina roja aterciopelada. En una de esas salas, sobre el piano, estaba entronizado un gran cuadro del Sagrado Corazón de Jesús. Y allí, durante la comida don Pedro empezó a explicarnos el Opus Dei, con todo detalle.

-Entonces ¿que hay que hacer para ser del Opus Dei? Preguntó Margoth.

-Lo primero -dijo don Pedro sonriendo- es ir a un sitio donde esté la Obra. Y allí uno se puede plantear la posibilidad de hacerse del Opus Dei...

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Pedro Casciaro con san Josemaría, en Roma

Aquella conversación produjo un gran impacto a mi hermana Margoth. Y decidió irse a estudiar a España, donde había nacido el Opus Dei, para conocerlo. ¡España! Aquello era una locura. Ahora se viaja con gran facilidad a Europa y con costos relativamente bajos, pero en aquel 1953 un viaje de ese tipo era toda una aventura, algo que por estas tierras se hacía una vez en la vida. Y además, que una chica sola cruzase el charco para ir... ¡a conocer una institución de la Iglesia! Aquello era de locos. Sin embargo Margot seguía dándole vueltas a la idea.

Poco después me fui a Washington para mi boda. Mi suegro había hecho los preparativos y había hablado con un sacerdote amigo suyo de Montreal, para que nos casara. Pero unos días antes de la boda este sacerdote le dijo que no podía casarnos: se había confundido al anotar en su agenda la fecha de la boda y durante esos mismos días tenía que dar un curso de retiro... ¡en Rusia!, a un grupo de católicos en aquel país.

Mi boda

Entonces pidió al nuncio que nos casara, el cual le contestó que con muchísimo gusto, pero con la condición de que fuese en la capilla de la Nunciatura. Por la posición diplomática de mi suegro, la lista de invitados era bastante amplia, y no cabían la capilla de la Nunciatura, así es que decidimos que se hiciera en la iglesia de San Patricio de Washington. ¿Y el sacerdote? No había sacerdote. Cada vez que resolvíamos una dificultad, se planteaba otra. Hasta que un día vino mi futuro suegro y me dijo:

-Mira Roberto ¿qué te parece si os casa un ingeniero?

-No, don Carlos, por favor -exclamé-: ¡yo quiero que nos case un cura, como a todo el mundo!

-No te preocupes -dijo mi suegro riéndose-, es que he hablado con un sacerdote del Opus Dei, que es ingeniero y está aquí en Chicago. Lo conozco desde mi tiempo en la embajada. Me ha dicho que está dispuesto a casaros.

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José Luis Múzquiz con san Josemaría

 

Y de ese modo sorprendente, el sacerdote que bendijo nuestro matrimonio fue don José Luis Múzquiz, uno de los tres primeros sacerdotes de la Obra. Una nueva coincidencia...

Mi hermana lo cuenta en el libro de Memorias de don Antonio:

"-Lo recuerdo perfectamente: fue un domingo de agosto de 1953, un domingo soleado, luminoso, con un cielo azul intenso, espléndido... Sonó el teléfono. Me puse. Un señor preguntaba por Beto, el penúltimo de mis nueve hermanos. Beto habló con él y colgó. '¿Quién es?', le pregunté. '¡Ah! -me dijo-, es un sacerdote que está de paso. Lo he invitado a almorzar'. '¿Que lo has invitado a almorzar?', exclamé horrorizada.

El motivo de mis horrores es que me encontraba al frente de la casa: papá había fallecido un mes antes, mamá se había ido a Estados Unidos para atender a Jorge, mi hermano mayor, que estaba gravemente enfermo, y yo me ocupaba de la cocina junto con Niní, la más pequeña; y esperaba a comer, como todos los domingos, a Emilio, Abraham, Chamba, Teófilo y Félix, con sus esposas. En total, casi quince personas. ¡Y encima Beto me trae a casa un invitado!

Me agobié muchísimo. ¿Qué le pongo? Porque los domingos les hacía comida de Palestina, nuestro país de origen, y había preparado unas hojitas de parra, rellenas, que me había enseñado a hacer mamá; un plato delicioso, con arroz y carne; y luego tenía cube, trigo con carne molida. 'Ay Beto, Beto -seguí refunfuñando-, ¡me traes un invitado precisamente hoy, que sólo tengo comida árabe! ¡Cualquiera sabe si le gusta!' Seguro que no le gusta -pensé- seguro que le ponemos en una situación embarazosa, porque la comida árabe tiene un sabor muy especial... No le di más vueltas, fui a la cocina con todo el ímpetu de mis veinticinco años y le preparé un pollo, porque un pollo bien hecho, en su punto, pensé, le gusta a todo el mundo. Y en medio del ajetreo, llegó don Pedro Casciaro.

Me impresionó. Joven, sonriente, con una gran distinción, don Pedro tenía una elegancia humana y espiritual que impresionaba. Estábamos todos (menos mamá, Jorge y mi hermana mayor Emilia, que se había ido monja hacía muchos años) y le pedimos a don Pedro que se situara en la cabecera de la mesa, donde se sentaba papá... Era la tradición y le correspondía por ser sacerdote, a los que hemos tenido en casa gran respeto y veneración. Y nos fuimos situando,

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como de costumbre, por edades: yo, por ser la octava, me senté al extremo de la mesa.

Al terminar estuvimos charlando en la terraza, en la esquina de la casa, con las ventanas abiertas de par en par, para que corriera el aire... Don Pedro nos habló del Opus Dei, al que yo había oído mencionar alguna vez, vagamente; nos contó anécdotas de Isidoro Zorzano, un ingeniero que estaba en proceso de Beatificación... Nosotros estábamos muy afligidos con lo de Jorge, y nos dio una estampa de Isidoro para que le pidiéramos su curación.

El Opus Dei me interesó muchísimo. En aquella época me preguntaba qué quería Dios de mí, y asistía a Misa todos los días (cosa que entonces resultaba bastante corriente; en casa éramos varios de Misa diaria) y le pedía a Dios que me hiciese ver claro... Por eso comencé a bombardear a don Pedro con preguntas, hasta que descubrí que en el Opus Dei, en contra de lo que yo pensaba, también había mujeres...

Fue como si se abriera una ventana que hubiera estado cerrada durante mucho tiempo, como si empezara a vislumbrar un paisaje maravilloso... ¿Cómo era el Opus Dei? ¿En qué consistía? ¿Quién podía pertenecer? Obligué a don Pedro a mantener dos conversaciones a la vez, una con mis hermanos y otra conmigo. Sin embargo, a pesar del barullo, se le veía contento; y cuando se despidió, todos quedaron encantados. Todos... salvo yo, que me quedé muy, muy inquieta.

Me quedé muy inquieta porque don Pedro me había dicho, durante la conversación: 'Si tan interesada estás por conocer el Opus Dei, Margoth, ¿por qué no te vienes a México?' ¡México! ¡Qué locura! En aquella época las mujeres jóvenes tenían mucha menos libertad de movimientos que ahora, aunque yo había viajado, y había estudiado en la Catholic University, en Estados Unidos, junto con mi hermano Beto...

Empecé a preguntar a mis amigos sobre el Opus Dei. No lo conocían: 'Pero Margarita -se asustaban algunos- ¿cómo va usted a creer que uno se puede hacer santo en medio de tantos peligros del mundo?' Otros se hacían eco de todo tipo de chismes, aunque al final reconocían: 'Bueno; eso es lo que dicen, porque yo... no lo conozco'. Estaba perpleja: pensé en los santos laicos que ha habido a lo largo de la historia de la Iglesia, Santo Tomás Moro, por ejemplo. Si otros habían podido, ¿por qué yo no?

Un día fui a Misa al Colegio de la Asunción, que quedaba cerca de casa. No conocía a ninguna de las monjas, y al terminar me llamó una: se había fijado en mí y quería preguntarme si no había pensado alguna vez entregarme a Dios... Era una monja vasca, joven, de unos treinta años... Cuando vi por dónde iban los tiros, le dije con

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franqueza: 'Mire: yo lo que estoy buscando es el Opus Dei. Pero no lo conozco'.

Qué sorprendentes son los caminos de Dios. Porque esa religiosa, Madre Ignacia, era hermana de don Julián Urbistondo, un sacerdote del Opus Dei; y le estaré eternamente agradecida, porque ella no hablaba de oídas, como los otros, sino con conocimiento de causa. '¿El Opus Dei? -exclamó- ¡Una maravilla!'.

Después de esa conversación concluí que si quería conocer el Opus Dei no podía ir preguntando por ahí: tenía que verlo con mis propios ojos. Pero ¿cómo? México, imposible. Guatemala, también. La única posibilidad que se me ocurría era... irme a estudiar a España. Mientras tanto, seguía rezando a Isidoro por la curación de Jorge, y un día le pedí con todas las fuerzas de mi alma:

-Isidoro: ¡arréglame un viaje a España!

¡Y vaya si me lo arregló! El solo hecho de plantearme cruzar el charco yo sola parecía un locura: si fuera para estudiar en la Catholic University, aún... No hacía más que cavilar: qué hago, cómo lo digo... No encontraba salida; y me imaginaba los comentarios de mi madre y mis hermanos, en cascada:

-¿Estás loca, hija mía?

-¿Estudiar en España? ¿Para qué? ¡Si fuera en los Estados Unidos!

-Pero Margoth, ¡Qué cosas dices!

España... ¡ahora o nunca!

...Es para morirse de risa la solución que encontré. Yo me he llevado muy bien con todos mis hermanos, pero con Roberto, como nacimos con año y medio de diferencia, he tenido siempre una relación especial. Nunca me había negado nada. Estaba a punto de casarse con Myriam y un día comentó en casa que habían decidido irse a Europa de viaje de novios. ¿Europa? ¡España! ¡Ahora o nunca!, pensé. Podía tomar el mismo barco que ellos para ir a España -¡por supuesto que no pensaba estar con ellos durante la luna de miel!-. Eso facilitaría las cosas. Le pregunté si le importaba que tomara el mismo barco.

-¡Qué nos va a importar, Margoth! -dijo Beto sin darle mucha importancia-. Al contrario: con mucho gusto.

Yo era dama de boda junto con Gabriel, el hermano de Myriam, y la víspera fuimos a ensayar la ceremonia. '¿No sabes? -me susurró Gabriel cuando estábamos ensayando- El sacerdote, es del Opus Dei', '¿Ah, sí?, exclamé yo, sorprendida de tanta coincidencia; y a

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continuación Gabriel me habló de la Obra con gran entusiasmo y me enseñó Camino. Se lo pedí: 'Ah, no; yo no me quedo sin este libro; si quieres te doy uno que se llama God's engineer sobre Isidoro Zorzano'.

El sacerdote se llamaba José Luis Múzquiz, y era uno de los tres primeros sacerdotes del Opus Dei. Le pregunté si sabía de alguna residencia del Opus Dei en Madrid, y si conocía algún sacerdote con el que pudiera hablar allí... Me escribió una dirección en una tarjeta: Zurbarán; y debajo, un nombre: José María Hernández Garnica. Y así conocí en Washington -por una sucesión de casualidades verdaderamente providenciales- a don José Luis Múzquiz: el único sacerdote del Opus Dei que había entonces en los cincuenta Estados de Norteamérica.

Beto y Myriam se casaron, subí en el barco; y mientras atravesábamos el Atlántico me leí el libro sobre Isidoro de cabo a rabo... Yo hice mi vida en el barco, que era muy grande, totalmente aparte, aunque Roberto seguía velando por mí, desde lejos; no hay que olvidar que somos árabes...

Al llegar a Inglaterra me despedí de ellos; fui a París, tomé el avión para Madrid y ¡qué emoción cuando contemplé por primera vez desde el aire las llanuras inmensas de Castilla! Presentía que allá abajo me aguardaba algo verdaderamente grande. Algo que me atraía y al mismo tiempo me atemorizaba. Iba feliz, además, porque me encantaba viajar y conocer mundo. ¿Y a quién no, a los veinticinco años?

Es curioso. Iba contentísima, y en cuanto bajé del avión y me di cuenta de que estaba completamente sola, en un país desconocido, al otro lado del océano, sin mi madre y mis hermanos... no sé cómo describir lo que sentí. Estaba acostumbrada a una familia numerosa y experimenté una gran sensación de soledad. 'Bueno, ya estás en Madrid. ¿Y ahora qué?' me dije. Recogí mis valijas y pregunté a unas chicas de mi edad cómo se llegaba hasta la ciudad. Me dijeron que había un bus, y mientras platicábamos una de ellas, Mabel, que era de Oviedo, me dice:

-Mira; ya que no conoces a nadie en Madrid, por si acaso necesitas algo, te voy a dar la dirección de la residencia en la que vivimos. Apunta: calle Zurbarán, número 26.

Al oír aquel nombre me estremecí. Me temblaron las piernas: primero viene a mi casa don Pedro Casciaro; luego voy a Norteamérica y me encuentro con don José Luis Múzquiz; y ahora, esto... era como si Dios me señalara el camino... Me puse muy, pero que muy nerviosa.

-¡Ay, Zurbarán! -dije, disimulando-. Me suena, me suena esa dirección...

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-¡Claro que te suena -se rió Mabel-, ¡Es un pintor muy famoso!

Yo no tenía ni la más remota idea de que Zurbarán fuera un pintor; ni si era famoso o no; mi cultura era mucho más americana; pero puse un gesto como de asentimiento, con la certeza de que todo aquello era de Dios.

Al día siguiente fui a Zurbarán. Era una casa antigua de tres pisos. 'Bueno -pensé, mientras pulsaba el timbre-, ya tengo un motivo para llegar de un modo natural: así no se notará demasiado el interés que tengo'.

Y al entrar allí... no sé cómo explicarlo; experimenté la íntima certeza de que había encontrado mi camino; intuí claramente que aquello era lo que Dios me pedía.... La casa me pareció algo oscura, porque yo estaba acostumbrada a la luz del trópico, y al color. Llevaba una falda estampada que debía delatarme, porque todas me decían, nada más verme: '¿Tú eres americana, verdad?'. '¿En qué lo habrán notado?', pensaba yo. Y me presentaron al sacerdote, don José María Hernández Garnica, que al verme vestida con tantos colorines, me preguntó de dónde venía.

-De El Salvador.

-¿Y quién te ha traído a esta casa?

Quería saber qué amiga me había invitado a venir; pero yo le dije lo que pensaba en lo más hondo de mi corazón:

-Mire don José María: a mí me ha traído Dios".

 

Los comienzos

Continúo con mi historia. Fueron viniendo los hijos. Yo tenía la ilusión desde siempre de formar una familia con muchos hijos, porque para mí era la imagen viva de una familia feliz. Miriam estaba totalmente de acuerdo en formar una familia numerosa, pero había un problema: no nos poníamos de acuerdo en el modo de conseguirlo.

Ese fue el origen de nuestras primeras discusiones, porque Miriam es tan buena y tan generosa que, nada más casarnos, ya estaba dispuesta a adoptar niños. Y yo le decía:

-Paciencia, paciencia, Miriam: tengamos primero los nuestros y luego platicamos.

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Pero ella no cedía; y cada vez que veía un niño abandonado o huérfano, recortaba la foto del periódico y me la metía debajo de la almohada o en la mesilla de noche para tocarme el corazón...

Durante ese tiempo me fui poniendo en contacto con la Obra y viajaba hasta Guatemala para hacer los cursos de retiro. Aquello me entusiasmó: aquel espíritu de santificación por medio del trabajo, ofrecido, hecho cara Dios, era lo que yo había deseado en mi interior durante toda mi vida. Sin embargo, aunque nuestros países sean pequeños, no nos resultaba nada fácil ir a Guatemala y comenzamos a insistir para que vinieran aquí.

A nuestra insistencia se unía la del nuevo nuncio de Guatemala y del Salvador, Mons. Giussepe Paupini, que quería mucho la Obra. Y cada vez que veía a don Antonio, le insistía:

-¡Tienen Vdes. que ir a El Salvador!

Don Antonio le hacía ver que no contaba con gente; pero Mons. Paupini, removió Guatemala con Roma, hasta que un día recibió don Antonio un cable firmado por don Alvaro del Portillo, en el que le indicaba que se viniera a este país para estudiar las posibilidad de comenzar enseguida la labor. Don Antonio se vino enseguida para estudiar la situación. A los pocos días de llegar, como no tenía alojamiento propio, me lo traje a casa. Lo atendimos lo mejor que pudimos, porque en una de sus visitas estuvo tanto tiempo hablando con el ventilador, que al salir a la calle, con el calor del mediodía, se resfrió. Y estuvo en cama durante unos días.

En la nunciatura conversó con el padre Mario Casariego, que legaría a ser Cardenal de Guatemala. "Escuche, visite a la gente y pregunte -le aconsejó-. Después, si le parece que debe quedarse, se queda; y si no, se va".

Fue un buen consejo. Porque, realmente, por mucho interés que tuviera el nuncio, no podían venirse todavía para acá: no había personas para venir aquí, y al cabo de trece días don Antonio se volvió para Guatemala, con la decisión de hacer las cosas de un modo más ordenado. Y así lo comunicó a Roma.

¡Ay, Monseñor Paupini, cuando le dijeron que había que aplazar aquel comienzo...! No le gustó nada; y le explicó contundentemente, con toda la energía y claridad que le caracterizaba, su disgusto a don Antonio. Debió ser un encuentro muy interesante, porque realmente, el nuncio tenía un carácter fuerte... Y como resultado, al final de aquella reunión, que empezó tan tormentosamente, Mons. Paupini... invitó a don Antonio a cenar. Y durante la cena estuvo afectuosísimo con él.

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Así era Paupini: un hombre de gran fortaleza, y al mismo tiempo, con un grandísimo corazón y una profunda humildad. Me contaron que una vez fue a un centro del Opus Dei y, como acostumbraba a hacer en otros lugares, se empeñó en servirles personalmente la mesa. Ellos se negaban, lógicamente... pero acabó sirviéndoles.

Poco después, el 24 de agosto de 1958, recibí una carta de don Antonio:

Mi querido Roberto:

Ya están aquí los dos sacerdotes que se quedarán definitivamente en San Salvador. El plan que tenemos es el siguiente: en la primera semana de septiembre, poco más o menos, pero siempre después del día tres...

Aquella carta me hizo temblar de emoción y de agradecimiento. Sabía perfectamente qué significaba aquello: ¡el comienzo del Opus Dei en El Salvador!

Fuimos a recogerlos a Guatemala, con una gran ilusión: me acompañaron Fredy Bacillas y mi cuñado, Gabriel Siri, que había estado presente en esta historia desde los comienzos: ¡Quien le iba a decir a él, cuando vivía en el colegio Mayor Moncloa de Madrid esta maravilla que estábamos contemplando!-.

Vinieron don Antonio Rodríguez y don José Reig. Llegaron exultantes. Se celebraba aquel día una fiesta muy bonita de la Virgen, el 8 de septiembre de 1958, y como no tenían otro lugar para vivir... los hospedamos en nuestra casa. Días más tarde llegó don Antonio Linares, y nos dio mucho gusto tenerlos con nosotros en aquellos primeros momentos.

Los dos nuevos sacerdotes eran dos tipos realmente simpáticos. Poco a poco, fuimos conociéndolos. Don Antonio era un andaluz de Ronda, hombre de un gran corazón y alegría contagiosa, que había estudiado Derecho. Don José era un valenciano culto, que había estudiado también leyes antes de obtener su doctorado en Teología.

En 1958 el Padre les había planteado la posibilidad de venirse acá, a finales del curso académico, cuando se estaban doctorando de Teología en Roma. Llamó a don José y le explicó que había pensado que viniese a El Salvador para comenzar la labor; le pidióque se lo pensase durante ocho días, y que le contestara. Don José le dijo que no tenía nada que pensar: ya estaba decidido. Pero el Padre le insistió en que se lo pensara libremente y que luego le comunicara su decisión.

Y se vino para acá, tras un largo viaje en KLM que salió de Madrid el 16 y que fue saltando de las Azores a las Bahamas, a Caracas, a

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Curaçao, a Barranquilla, a Panamá, a San José de Costa Rica, a Managua, y San Salvador, hasta llegar a Guatemala el 18 de agosto en medio de una fuerte lluvia tropical que había anegado el centro de la ciudad.

Don Antonio se quedó hasta el día 24. Uno de esos días le acompañé, como de costumbre, a la misa que celebraba en una capilla provisional, en una "champa" de San José de la Montaña. Antes de comenzar me dijo que encomendase de manera especial una intención suya. Yo me preguntaba para mis adentros ¿qué problema tendrá que me lo pide de ese modo? y encomendé mucho aquello.

Mi vocación al Opus Dei

Al terminar, me explicó en qué consistía aquella intención tan importante: mi vocación al Opus Dei.

Ví claro que aquel era mi camino y pedí la admisión como supernumerario del Opus Dei el 14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Y el 24 de septiembre, en otra fiesta de la Virgen, se decidió mi amigo Freddy.

El día 26 fuimos al aeropuerto para recoger al segundo sacerdote, don Antonio Linares... que venía con una fortísima insolación que había cogido en la pista mientras esperaba el avión -el sol centroamericano tiene esos peligros- y que le tuvo en cama varios días.

Mi madre, mis hermanos, los padres de Miriam, la familia Cladellas, todos se volcaron para atenderles. El Arzobispo estaba feliz, aunque les dijo que poco podía ayudarles desde el punto de vista material. Partían desde cero en todos los sentidos, como don Antonio en los comienzos de Guatemala. Se sostenían gracias a su trabajo en la parroquia del P. Urioste y el P. Duarte que los acogieron muy bien.

Mi familia tuvo además, el privilegio de colaborar en el primer oratorio del Opus Dei en El Salvador, y donó el cáliz, el sagrario, el copón y las cortinas. Para nosotros era un regalo especialmente entrañable, porque se refería directamente al Señor.

Así se fue comenzando, con unas dificultades enormes, porque no había medios económicos de ningún tipo. A mí aquello me conmovía, porque nunca les oí quejarse, sino que todo se lo tomaban a bien y ponían buena cara.

Yo era el primer supernumerario de El Salvador. En Guatemala había algunos más y realicé algunos viajes para hacer ejercicios espirituales, o participar en convivencias con otros miembros del Opus Dei. La primera tuvo lugar del 30 de abril al 4 de mayo de 1958 en Tecpán, en una finca que se llama "El Molino Venecia". Allí pude

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tratar a los primeros supernumerarios guatemaltecos: Walter Witman, Alfredo Obiols, Julio Matheu y uno de las miembros del Opus Dei que más me han impresionado: el doctor Cofiño, cuya Causa de Canonización ha abierto la Iglesia.

Mons. Rodríguez Pedrazuela con los primeros supernumerarios de Guatemala:el Siervo de Dios Ernesto Cofiño, Alfredo Obiols y Walter Widman

El doctor Cofiño era un hombre joven a pesar de que se acercaba a la sesentena. Joven, por la vitalidad con la que se dedicaba a obtener fondos, en sacar adelante las labores, y también era muy delicado en su trato personal y joven, porque se negaba a envejecer: tenía tal entusiasmo, tal vibración apostólica, tantos proyectos en la cabeza en servicio de la Iglesia, que yo me sentía un señor mayor al lado de un jovencito lleno de ilusiones. Y era joven en todo: hasta en la forma de moverse, hasta en su actitud ante los de más: estaba pendiente de todo: de hacerme un pequeño servicio, o de cederme la mejor silla.

Se esforzaba por hacernos felices con aquella elegancia tan suya. ¡Cómo disfrutaba preparando su famosa ensalada "fatigué", con la receta que había aprendido en Francia!

El decía que el truco de una buena ensalada es que estuviera bien mezclada, que se fatigara, que quedara "fatigué", como decía él...

Cuando instalamos la Residencia Doble Vía nos llenamos de fe, porque era una locura alquilar aquel edificio tan espacioso, cuando sólo éramos cuatro personas del Opus Dei en el país. Con el paso de los años me di cuenta de que nuestra fe había sido insuficiente: la casa se nos quedó pronto pequeña y se tuvo que trasladar a otro edificio en la misma calle. Allí se organizaron, junto con los medios de

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formación espiritual numerosas actividades culturales, dirigidas a todo tipo de personas: a universitarios, a los bachilleres del Club Sherpas, que se albergaba en el mismo edificio, a profesionales, maestros, hombres de empresa: cursos sobre métodos, de estudio, cursos de filosofía, campamentos de vacaciones, charlas de orientación profesional, representaciones teatrales, labores sociales en barrios periféricos... Todas aquellas cosas por las que soñábamos se iban haciendo realidad.

El Club Sherpas

De todas las iniciativas apostólicas que se han llevado a cabo quizá la mas entrañable para mí haya sido el Club Sherpas, que nació en abril de 1962. Es un club familiar, como tantos otros que padres de muy diversos países han promovido en todo el mundo, pero yo le tengo un especial afecto por una razón: es en el que he visto disfrutar crecer a muchos de mis hijos y a los hijos de mis amigos. Al principio comenzamos en un garaje de Doble Vía y fuimos creciendo paso a paso.

Hicimos también muchos campamentos y excursiones: a San Miguel, a Izalco, a Santa Ana, a Conchagua, a San Salvador, a San Vicente... y una tras otra, fueron cayendo aquellas cimas bajo las botas de nuestros jóvenes volcanistas... Ahora, cuando algunos papás, viejos socios del Club, suben de nuevo a esos volcanes se emocionan al recordar sus primeras ascensiones como sherpas.

'Los viernes del Sherpas' se hicieron famosos: recuerdo que los muchachos jugaban al fútbol, recibían una charla de formación cristiana y se organizaba una pastelada con los dulces que habían preparado las respectivas mamás. Pero aquello se nos quedó pequeño y en 1979 nos cambiamos a una sede más amplia. Y a comienzos de los noventa, a otra mayor, que llamaban "definitiva".

Yo le contaba a don Antonio que cuando oigo esa palabra, definitiva, me sonrío; porque también nos parecía definitivo el primer centro en Doble Vía... Esa es la razón por la que, cuando Francisco Aguilar, Chico, nos donó unos terrenos para la Casa de Retiros nos planteamos hacerla definitiva desde el principio. Estábamos en el Patronato Chico, Jerry Coughlin, Roberto Aguilar y varios más, y nos dijimos: no podemos hacer algo provisional. ¡Vaya forma de tirar el dinero! ¡Construir un edificio para derribarlo después! Decidimos que lo mejor era ir por etapas. Y así nació La Lomita. Y gracias a Dios, con la ayuda de varios préstamos personales y numerosas letras, la Casa de Retiros salió adelante.

Más tarde me embarqué en la promoción de otro proyecto con varios padres de familia: el Centro Cultural Buenos Aires. Y luego, ayudados por el ICEF de Guatemala * nos animamos a fundar el ICEF de El

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Salvador. Fue una experiencia muy interesante: una Escuela para Padres...

Pero hablando entre nosotros, nos dimos cuenta de que teníamos que hacer algo más por nuestros hijos. No nos bastaba con el Club, ni con ocupar positivamente su tiempo libre. No nos bastaba con la Escuela para Padres... Nos enfrentábamos con un problema mucho mayor: no estábamos satisfechos con la educación que recibían en los colegios.

En aquel tiempo –y esto se lo conté a don Antonio para sus Memorias- en determinados colegios que se autotitulaban católicos, algunos profesores les presentaban el comunismo como la panacea contra todos los males... Recuerdo que hablé con uno sobre la bibliografía filomarxista que había recomendado a un hijo mío. '¡Es muy bueno que lea de todo!, me dijo. '¿Es muy bueno -le pregunté-. que lea de todo, sin orientación de ningún tipo? Entonces... ¿usted llevaría a mi hijo a una farmacia y le diría: ¡toma, toma toma lo que quieras!... con el riesgo de que tome veneno?'

Porque aquello era veneno. Ahora hace años que cayó el muro de Berlín y los grandes regímenes comunistas, pero entonces reinaba una gran confusión ideológica que afectaba profundamente a nuestros hijos. Y al ver la situación, comprendí que no podía quedarme cruzado de brazos, lamentándome, y me uní con otros padres, preocupados por el mismo problema. Y decidimos... crear un colegio.

¡Un colegio! Sabíamos que era un proyecto complicado: había que encontrar un edificio, reunir un número suficiente de alumnos, conseguir un profesorado competente y cualificado... porque deseábamos que recibiesen una buena formación; en todos los ámbitos: intelectual, humano, espiritual, deportivo... Queríamos se les proporcionara, en concreto, un conocimiento profundo de la Doctrina Social de la Iglesia, para que pudieran dar, en el futuro, una respuesta cristiana a tantas necesidades como tenemos en este país. Y hablando entre nosotros decidimos que un sacerdote del Opus Dei se ocupara de la atención espiritual.

Pusimos primero el colegio de niñas, que salió adelante con bastantes dificultades, porque la situación en el país era entonces muy problemática. El periódico nos traía cada mañana la noticia de un atentado, de una matanza, de un secuestro... hasta que el 22 de septiembre por la mañana, cuando estábamos a punto de decidir en la Junta Directiva de Padres del Colegio si empezábamos o no el colegio para varones... me secuestraron a mí.

Aquella mañana había estado reunido con unos ingenieros en la Cámara de la Construcción, y al salir, cuando me disponía a entrar en mi carro, dos hombres me apuntaron con sus pistolas y me ordenaron que me sentara en el asiento de atrás. Mi carro era un Volkswagen

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muy pequeño, y como yo soy una persona corpulenta, hacer aquello sin abrir las puertas me resultó muy difícil. Comencé a pasarme hacia atrás con gran esfuerzo mientras me amenazaban: '¡Túmbese! ¡Túmbese rápido! ¡Rápido, que le pegamos un tiro!'

El secuestro

Me vendaron los ojos, me esposaron y arrancaron el carro. Sentí que manejaban a una velocidad de vértigo, y creía que me iban a matar ya, porque estaban muy nerviosos. '¡Cuidado! ¡Cuidado! -gritaban- ¡Parece que nos vienen siguiendo!'

Al cabo del rato se detuvieron. Se abrió un portón; me ayudaron a salir y me quitaron la billetera y algunas cosas que llevaba. Para gran suerte mía no encontraron el crucifijo. Luego me metieron en un cuarto y me sentaron en una cama. 'Vamos a estar siempre apuntándole, así que es mejor que se esté tranquilo. Como intente escapar... ¡le mataremos!'

Hice examen de conciencia. '¿Y si me matan, qué? -pensé-. Dios es mi Padre, y sólo El es Dueño de la vida y de la muerte'. Me entró una gran paz, hice un acto de contrición y me puse en las manos de Dios.

No entendía nada. ¿Por qué me secuestraban? Yo no había participado nunca en nada político. ¿Quiénes eran? ¿Qué pretendían?

Comenzaron a sucederse los días; unos días en los que, sorprendentemente, gocé de una paz inusitada; y me atrevería a decir que no he vuelto a gozar de esa paz en toda mi vida... Gracias a las fuerzas de la fe y de la especial comunión de los santos que procuramos vivir en el Opus Dei, decidí que lo más importante que debía hacer en esas circunstancias era rezar; y pasé largos ratos en oración, muy unido a Dios.

Durante aquellos días escuchaba, en la lejanía, muchos repiques de campanas... Aquel sonido me acercaba especialmente al Señor; porque visualizaba la iglesia con la imaginación y me arrodillaba junto al sagrario. Esta representación interior llegó a ser tan tan fuerte, tan clara, que llegué a pensar que... ¡me distraían las personas que veía rezar delante de mí!

Y me fui trasladando con la mente a las iglesias que conocía... Llegué hasta Roma con el pensamiento, y estuve haciendo oración frente a la tumba de nuestro Fundador; luego estuve en la Basílica de San Pedro, donde recé por el Papa, y -como disponía de todo el tiempo del mundo- por las intenciones de la Iglesia: las misiones, el ecumenismo... Me sentía muy unido al Señor en todo momento; y pienso que mantuve la presencia de Dios a todas horas, en el día y en la noche.

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El primer día me tuvieron vendado y con las esposas puestas. Cuando me quitaron la venda vi que estaba en una habitación muy pequeña, con la puerta cerrada por una enorme tranca de madera y amarrada con unas cadenas. Me trajeron dos libros para leer: uno sobre el comunismo y otro sobre Nicaragua. Comencé a hojearlos y me dio la risa: mis secuestradores no se habían dado cuenta de que el libro sobre el comunismo estaba escrito... ¡por el mismísimo Jefe de la CIA! En ese momento comprendí que sólo buscaban dinero, aunque pretendiesen hacerse pasar por guerrilleros comunistas.

La habitación era tan baja que sólo podía estar sentado o acostado en el catre. Eso me produjo, junto con la sed, muchas molestias. Pero lo más terrible de todo fue la suciedad: no me dejaron bañar durante las dos primeras semanas, y hacía un calor sofocante, porque tenían las ventanas herméticamente cerradas. Me caían sin cesar varios chorros de sudor sobre la frente. La pañoleta que me cubría los ojos se empapó tanto que comencé a oler muy mal. Y el pantalón azul que llevaba se destiñió por completo. Sólo el que ha pasado por ese trance sabe lo que puede significar, en esos momentos, un pañuelo limpio y seco... Gracias a Dios, al cabo de quince días, dejaron que me bañara. Como me sentía tan sucio, me metí bajo el chorro de la ducha con toda la ropa...

Pensé que debía aprovechar aquella situación para ganar en espíritu de mortificación. Me daban una comida al día: un pedazo de pollo frito o una hamburguesa, y dos tazas de café. Decidí comer sólo la mitad de lo que me pusieran. Eso me vino bien: ¡perdí cincuenta libras! Y me sirvió, además, para mantener el control sobre mí mismo.

'¡Escriba una nota para su familia -me ordenaron- en esta cajetilla de cigarros! ¡Y ponga que se encuentra en buenas condiciones! Escribí eso y añadí: 'todo es para bien', recordando lo que tantas veces nos había dicho el Padre. Pero nunca le entregaron esa nota a mi familia...

Y así pasaba un día y otro... Llevaba interiormente la cuenta: el 24, cumplía años mi hija María Teresa... El 29, era el aniversario de bodas de mi hermano Abraham... El 2 de octubre era el aniversario de la fundación del Opus Dei... Aquel día me desperté de madrugada encomendando al Padre y experimenté en carne propia algo que había oído en alguna ocasión: que el Señor suele enviar alguna mortificación en las grandes fiestas para que ganemos en presencia de Dios. Ese día además de tenerme vendado, mis secuestradores me tumbaron en la cama, con una esposa en un brazo y el otro vuelto hacia atrás, amarrado al barandal.

Era una posición muy incómoda que al cabo del rato se volvió insoportable. Además, me habían pillado la piel con las esposas y me dolía mucho. Empecé a quejarme interiormente al Señor: '¿cómo permites -le dije- que precisamente en un día como hoy padezca estos dolores?'. Pedí a mi Ángel Custodio, que me aliviara un poco el

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sufrimiento, si era posible... Entonces, sin yo decir nada, vinieron mis secuestradores y me pusieron bien las esposas...

Experimenté continuamente la intercesión de los ángeles; en cosas que pueden parecer ridículas, pero que cuando uno está en esa situación resultan angustiosas. Por ejemplo, mis secuestradores se molestaban siempre que les pedía ir al servicio porque tenían que desencadenarme, retirar la tranca, abrir la puerta, asegurarse de que no había nadie cerca y llevarme hasta el lugar con los ojos vendados... Un día le pedí interiormente a mi Ángel Custodio que vinieran, y para mi sorpresa, escuché al momento: '¿desea ir al baño?'. Yo no había dicho una sola palabra...

Dios me ayudó a sobrellevar aquello: no tiene otra explicación. Porque, en vez de angustiarme, con el paso de los días me fue invadiendo una profunda paz... Comprendí que cuando Dios permite que atravesemos determinadas circunstancias nos da también las gracias necesarias para superarlas...

La oración fue mi gran fuerza: recitaba el Rosario de día y de noche; casi continuamente; tantos rosarios recé que no llevaba cuenta ya de las Avemarías. Me consolaba mucho contemplar la imagen de la Virgen que llevaba sobre el pecho. Pero hasta eso me lo quitaron...

Vinieron de improviso; registraron la habitación, apartaron el colchón, me desvistieron, y al verme la cadena de oro con la medalla, el que me vigilaba decidió quedársela. Yo me angustié por momentos; pero le dije a la Virgen que me pusiera su escapulario sobre el corazón...

 

Días más tarde me hicieron una fotografía con un periódico entre las manos. 'Eso significa -pensé- que mi familia ya está en contacto y quieren una prueba de que estoy vivo'. Después supe que se asustaron al ver la foto, porque había estado tanto tiempo sin ver la luz del sol que cuando me quitaron la venda se me dilataron las pupilas con el flash, y parecía un cadáver... Mi familia pidió, para asegurarse de que seguía vivo, que les escribiera en un papel la fecha de mi casamiento, la iglesia donde me casé, y cómo se llamaba el sacerdote. Y salió a relucir el nombre de don José Luís Múzquiz...

Un día, al cabo de poco más de un mes de secuestro, me dijeron que me iban a soltar... Yo había oído que cuando liberaban a los secuestrados los hacían correr ordenándoles que contaran hasta diez, sin volver la cabeza; y que luego disparaban sobre ellos. 'Qué ridículo -pensé- morirse así: contando uno, dos, tres', y decidí rezar un Avemaría cuando llegara ese momento, que podía ser el último de mi vida.

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Por fin, una noche me llevaron en un microbús hasta una zona apartada, me pusieron dos colones en el bolsillo para el taxi, me quitaron la venda y me ordenaron caminar en dirección opuesta: 'Le vamos a estar apuntando con una ametralladora -me gritaron-. Como se voltee... ¡le matamos!

Comencé a rezar: Dios te salve María, llena eres de gracia... Intenté caminar, pero me costaba mucho por la falta de costumbre, y me iba tambaleando de un lado al otro de la calle como si fuera un borracho... Gracias a Dios, un viejo compañero de Universidad que pasaba por allí, me reconoció, me abrazó, y me llevó enseguida a mi casa.

Es fácil imaginar la alegría de mi esposa y de mis hijos, y el consuelo que tuve al comprobar el gran cariño que habían recibido por parte de tantas personas del Opus Dei, que habían rezado al Padre continuamente por mí.

El secuestro de mi hermano Teófilo

Pero desgraciadamente pocos meses después secuestraron a mi hermano Teófilo. Lo tuvieron prisionero durante casi seis meses. Me tocó estar "del otro lado" y puedo decir, con conocimiento de causa, que en esas situaciones sufren más los familiares que el propio secuestrado. Yo sabía, durante mi cautiverio, que, salvo rezar, no podía hacer nada, y aceptaba todo lo que pudiera pasar; mientras que los familiares padecen un constante sentimiento de culpa. ¿Estaremos haciendo todo lo posible por salvarle?, se preguntan. ¿Si no aceptamos esto, pondremos en peligro su vida? ¿Debemos ceder? ¿Debemos esperar? Es una situación angustiosa en la que uno se ve obligado a negociar con un ser querido como si fuese una mercadería de la tienda... Es algo terrible. Pero, gracias a Dios, cuando liberaron a Teófilo comprobé que Dios lo había ayudado también de modo especial.

En cuanto a mis secuestradores, les perdoné desde el primer momento; recé y sigo rezando por ellos; y por sus familias. El secuestro me sirvió para valorar la responsabilidad tan grande que tenemos: porque esos pobres hombres no han tenido unos padres como los míos, ni una educación cristiana como la mía... 'Si no fuera por la gracia del Señor -pienso a veces-, ¿quién sabe si yo sería un criminal como ellos? ¡Quién sabe si no hubiera cometido ésas o peores barbaridades todavía!'. Este pensamiento me ayuda a perdonarles y a pedir por su conversión.

Cuando pasó todo aquello, decidí marcharme una temporada con mi familia a los Estados Unidos, para descansar. Muchos nos sugirieron entonces, a Myriam y a mí, que nos quedásemos allí, libres de tantos peligros como nos amenazaban en El Salvador... Meditamos aquella decisión en la presencia de Dios y... decidimos volver.

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Regresamos a El Salvador por muchas razones: por amor a nuestro país; porque aquí está nuestra familia y nuestro trabajo; porque había tantas labores apostólicas en marcha a las que podíamos ayudar; y porque pensamos: si en las situaciones difíciles los cristianos huimos del peligro... ¿en manos de quién dejamos nuestra patria?

Había que seguir luchando. Por eso, me dio una gran satisfacción cuando me contaron que, al poco de secuestrarme, la Junta Directiva de padres se reunió de nuevo para decidir si empezaban o no el colegio de varones. '¿Si estuviera Roberto acá -se plantearon-, qué opinaría él?' Y concluyeron: '¡Que hay que comenzar el Colegio!'. Y comenzaron. Esto me produjo una grandísima alegría.

 

Proyectos e iniciativas

Nunca me he arrepentido de volver a El Salvador. Además, con el correr de los años he tenido la oportunidad de sacar adelante otras iniciativas. Por ejemplo, tiempo después el señor arzobispo me pidió que encabezara Cáritas Diocesana y porun tiempo ejercí como su presidente a raíz del terremoto de 1986.

Fue un trabajo arduo: hubo que organizar organizaron numerosos comités de ayuda y pude colaborar en muchas iniciativas de promoción en un momento especialmente delicado de la vida del país, que se enfrenta con tantos problemas.

 

Uno de esos problemas es el de la vivienda. Por eso, junto con un grupo de amigos, espoleados por las enseñanzas de nuestro Fundador, que nos animó siempre a dar una respuesta personal y responsable ante las cuestiones que nos presenta la sociedad en la que vivimos, decidimos sacar adelante la Fundación Habitat.

Es una Fundación que tiene como objetivo promover viviendas para personas necesitadas y mejorar sus condiciones de vida. Está claro que esta es una de las competencias y obligaciones del Estado, pero es responsabilidad también de los empresarios como yo. Logré reunir a unos empresarios de mayor sensibilidad social y formamos una directiva, de la que me nombraron Presidente. No era fácil; hubo que aportar un capital inicial y solucionar muchas cuestiones, recabar ayuda de instituciones internacionales, y sacar fondos para llevar luz eléctrica a algunas zonas, y a otras sistemas de drenaje.

Logramos además que en algunas zonas suburbanas, en quebradas y barrancas de la ciudad la municipalidad legalizara la posesión de la tierra para poderles construir una vivienda y a muchas familias le dimos materiales para que mejoraran la viviendas que ya tenían. Uno

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de esos proyectos era de más de mil casas, cerca de la carretera troncal del norte, próxima a la capital.

Pero el de la vivienda no es el único problema. Yo había observado que mis obreros en la construcción tras el almuerzo, se dedicaban a oír música o a jugar fútbol. Y pensé que sería bueno ayudarles a promocionarse humanamente. Y le di vueltas a ver qué podía hacer para que fomentasen el hábito de lectura. Esto es muy importante en nuestros países de Centroamérica donde nos enfrentamos con tantos retos educativos y culturales. Así que decidí organizar en la empresa unas bibliotecas ambulantes, con muchos libros, de todo tipo: novelas sanas, libros de aventuras, de formación cultural, de todo; sin olvidar obras de formación espiritual, como la Biblia. Y los repartimos entre las obras para que los obreros que quisieran pudieran tomar prestado un libro y llevárselo y luego cambiarlo por otro.

Es un pequeño detalle, pero lo cuento para hacer ver la importancia que puede tener una pequeña iniciativa como ésta. Me han contado que gracias a estas bibliotecas uno de los bodegueros de mi empresa comenzó a mejorar su formación, tanto cultural como cristiana, y esto le ayudó decisivamente en estos tiempos de confusión a formar bien a sus hijos, tanto que uno de ellos decidió entrar en el Seminario de Sololá, en Guatemala. Se ha ordenado ya sacerdote y está estudiando en Italia, para obtener un doctorado en ciencia eclesiástica. Esto -y no ha sido el único caso- me ha llenado de alegría.

Está claro que estos proyectos, grandes o pequeños, han sido de mi exclusiva responsabilidad; pero pienso que esta sensibilidad social se ha alimentado -por lo menos en mi caso- fundamentalmente de las enseñanzas de mi madre y de la formación que he recibido en el Opus Dei, que me recuerda mi constante obligación, como ciudadano y como cristiano, de remediar los problemas de los más pobres y necesitados.

 

Casi una nación

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Luego me embarqué en otra aventura... Me llamó el ministro de Relaciones Exteriores y me propuso que aceptase el cargo de Embajador ante la Santa Sede y la Soberana Orden de Malta. '¡Dios mío! -pensé al principio-. ¡Más complicaciones en mi vida, que ya está de por sí bastante complicada!'

Pero pensé que era un servicio que podía hacer a la Iglesia y a mi país, y acepté. Con una condición: que no tuviera que trasladarme a Italia a tiempo completo, porque tengo una familia numerosa que atender, un trabajo que sacar adelante y muchas iniciativas apostólicas que dependen de mí, en mayor o menor medida. Aceptaron mis condiciones y a principios de 1992, el año en que beatificaron a san Josemaría, fui a Roma con Myriam y mis once hijos para la presentación de mis credenciales como Embajador. Y aquel día me sucedió algo que quiero contarle, don Antonio, porque tiene para mí una significación muy especial.

Recuerdo que me levanté muy temprano para ir a Misa, hacia las cuatro y media de la madrugada. Vi por la ventana que estaba lloviendo y me vestí de modo informal, con una chumpa y una gorra. Bajé y me fui caminando, en el entreluz del amanecer, por las calles de Roma, hasta la iglesia de San Roberto Belarmino. Hacía frío y seguía lloviznando. En una plaza encontré uno de esos mercados típicos romanos y compré leche, verduras, pan, fruta y diversas cosas que necesitábamos en el apartamento donde vivíamos. Entré en la iglesia cargado con las bolsas y me senté a oscuras, en la última banca. '¡Qué día más importante! -pensaba- Dentro de pocas horas saldré con la escolta por las calles de Roma, como Embajador de El Salvador y entraré en los salones del Vaticano para presentar las credenciales...'

En esto, sentí que alguien me tocaba en el hombro. Me volteé y una señora me entregó un billete de mil liras. Me quedé desconcertado:

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¡me había confundido con un pordiosero! Debió pensar que me había refugiado allí a causa de la lluvia y el frío...

'Esta es la lección que hoy me da el Señor -pensé-; porque eso es lo que soy yo a los ojos de Dios: un pordiosero'. Luego tuvimos la audiencia con el Papa. Me emocioné muchísimo. Le enseñé la fotografía de mis once hijos, y al ver a tantos exclamó: '¡Sois una nación!' Pero yo seguía pensando en el suceso de aquella mañana...

No lo he olvidado; y cuando considero las maravillas que Dios ha hecho en mi vida y en mi familia; cuando veo como ha crecido la labor apostólica del Opus Dei en El Salvador y en toda Centroamérica desde aquel domingo de agosto de 1953, cuando me llamó por teléfono don Pedro Casciaro, no ceso de dar gracias al Señor.

Dios lo ha hecho todo

Dios lo ha hecho todo, todo; nosotros somos sólo eso: pobres instrumentos, poca cosa, unos pordioseros a los que ama y bendice sin cesar.

Y así se han ido sucediéndose en mi vida las penas y las alegrías. Hace unos años me encontraron un cáncer en el riñón. Me operaron y experimenté mucha paz porque no tuve miedo a la operación: me preparé para una buena muerte y gracias a Dios, todo salió a las mil maravillas. Recuerdo que únicamente, previendo que podía morir, le hice ver a mi hijo mayor la importancia que tiene para mí la labor con los colegios y que deseaba que los siguiese ayudando económicamente.

A final del año pasado, le encontraron a Miriam un cáncer. Ella ya había padecido otro anterior del cual se curó y esta vez, en nuestro viaje a Roma a principios de año cuando estuvimos con el Santo Padre, le pedimos su bendición especial para la operación de Miriam. El Papa se mostró muy cariñoso y le dio su bendición. Luego estuvimos con Mons. Álvaro del Portillo, a quien también le pidió su bendición; y el recuerdo de estas dos bendiciones le ayudaron mucho en los difíciles momentos posteriores a su operación.

Ahora, al mirar hacia atrás...

Ahora, al mirar hacia atrás, doy gracias a Dios, porque me ha dado una vida muy feliz, colmada de alegrías de bendiciones, como la de unos padres y unos hermanos cristianos; y la de poder contemplar a tantos hijos y tantos nietos, que siguen fieles a nuestras raíces.

Veo también, con emoción y alegría, que la labor apostólica de la Obra se va extendiendo en El Salvador, haciendo el bien a tantas almas: desde la gente más humilde, a profesionales de todo tipo. En mi vida ha existido el dolor, el sufrimiento, la incomprensión, la

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enfermedad... Pero todo eso -ahora lo comprendo con mayor profundidad- también ha sido una bendición de Dios. Y no puedo menos que evocar aquella primera llamada telefónica de don Antonio, a comienzos de julio de 1953; y al contemplar la fecundidad apostólica de la Obra en todo el mundo, me doy cuenta, otra vez más, que el Opus Dei es verdaderamente de Dios.