Adrian Gorelik - Imaginarios Urbanos

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  • 8/13/2019 Adrian Gorelik - Imaginarios Urbanos

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    Imaginarios urbanos e imaginacinurbana. Para un recorrido por los lugares

    comunes de los estudios culturales

    urbanos*

    Adrin Gorelik* *

    1. Razones de un malestar

    Este artculo surge de un malestar sobre elderrotero de los imaginarios urbanos comomodo de aproximacin a la comprensin de laciudad. Puede advertirse un agotamiento de lasprincipales promesas con que los estudiosculturales se volcaron al tema urbano, lo quesupone la necesidad de una discusin que, eneste caso, debe tomarse en primer lugar comoun ejercicio introspectivo.

    El malestar se podra enunciar en unafrmula: nunca se habl tanto de imaginariosurbanos al mismo tiempo que el horizonte dela imaginacin urbana nunca estuvo tanclausurado en su capacidad proyectiva. Asplanteado, resulta un malestar fcilmenteimpugnable, ya que la frmula pone encontacto dos dimensiones de calidadesdiferentes: los imaginarios urbanos como

    reflexin cultural (por lo general, acadmica)sobre las ms diversas maneras en que lassociedades se representan a s mismas en lasciudades y construyen sus modos decomunicacin y sus cdigos de comprensin dela vida urbana, y la imaginacin urbana comodimensin de la reflexin poltico-tcnica (porlo general, concentrada en un manojo deprofesiones: arquitectura, urbanstica,

    *Reproducido en el ltimo libro de Adrin: miradassobre Buenos A ires, historia cultural y crtica urbana

    (Editorial siglo veintiuno, 2004). Una versinreducida fue previamente publicada en RevistaEure, vol. XXVIII, no. 83 (mayo de 2002).Nuestros agradecimientos a Adrin Gorelik y Carlosde Mattos por autorizar esta publicacin.** Arquitecto y doctor en Historia por laUniversidad de Buenos Aires. Profesor Titular de laUniversidad Nacional de Quilmes y subdirector dela revista Punto de V ista. Adrin es becarioGuggenheim 2003, y ha publicado varios libros,entre los que destaca L a gri lla y el parque, espaciopblico y cultura urbana en Buenos A ires, editado por laUniversidad Nacional de Quilmes.

    planificacin) acerca de cmo la ciudad debeser. Pero no es un mero juego de palabras, lacolisin ingeniosa entre el carcter polismico

    de la nocin de imaginario urbano y la msrestringida acepcin de imaginacin urbanacomo horizonte proyectual; ni quiere ser lacrtica de una prctica intelectual por sucontraste con una coyuntura urbana de la queno es ni mnimamente responsable. Esta puestaen contacto, y el malestar que de ella resulta,pueden justificarse al menos por dos razones.

    La primera razn es la constatacin de queun tipo de estudios socio-semiticos sobreidentidades urbanas, cuyos temas deinvestigacin pueden ser, por ejemplo, loscolores o los olores con que la gente identificaa sus ciudades, los modos en que circulan losrumores o los sentidos mltiples de los graffitipopulares, est siendo crecientementerequerido por gobiernos municipales comoinstrumento tcnico para sus polticas. No setrata de criticar la realizacin de esos estudiosen s, algunos de los cuales ofrecen valiososaportes al conocimiento de nuestrassociedades, sino de sealar la novedad de queen algunos casos estn comenzando a ocuparen las polticas municipales el lugar que las

    encuestas de opinin ocupan en la poltica toutcourt: el lugar de reemplazo de la imaginacinpoltica por ese nuevo dolo, las opiniones (olos deseos) de la gente, estadsticamenterelevados. De hecho, en la comprensin deldesplazamiento de esta lgica hacia el mbitourbano no parece secundario el prestigio actualde la comunicacin como instrumento polticopara develar (y manipular) el arcano social, enmomentos en que se han desvanecido loslmites entre marketingy poltica, y en que lanocin demarketingurbano gana adeptos comonica alternativa de poltica urbana en tiemposde globalizacin.

    Pero, en el mbito especfico de lo urbano,estos estudios de comunicacin sobre losimaginarios urbanos parecen capaces de ofrecerun plus an ms fascinante para la polticaactual: develar la cuestin de la identidad.Gracias a los instrumentos que han tomado dela sociologa cuantitativa, estudios motivadosinicialmente en preocupaciones culturales oantropolgicas parecen proveer una

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    satisfaccin cientfica, objetiva, a lainterrogacin por la identidad. Y esto tambinrevierte sobre el propio trabajo acadmico, ya

    que esta modalidad de investigacin ha logradoreunir, sin conflicto aparente, lo esencial de losmtodos que le haban permitido a las cienciassociales ganar su lugar como ciencias, junto auna serie de cuestiones que surgieron delderrumbre categrico de aquella presuncin decientificidad (Silva, 1992). As, en una zona dela investigacin social latinoamericana se harejuvenecido la idea tpica de los aos sesentade que slo se puede acceder a un adecuadoconocimiento de la sociedad urbana a travs deequipos masivos interdisciplinarios que, a lamanera de los discpulos de Linneo, van por lasciudades del continente recogiendo datos paracomparar sobre una base comn, aunque estavez no se trata de los rganos sexuales de lasdiferentes familias de plantas (ni, a la maneraplanificadora, del tamao de los baos ycocinas o la cantidad de habitantes por cuarto),sino de las preferencias de vestuario de lasdiferentes tribus urbanas.

    La segunda razn para plantear comoproblema la relacin entre los anlisis culturalesde los imaginarios urbanos y la imaginacin

    urbana proyectual es que ha sido una relacinclsica, de gran productividad en la tradicinintelectual latinoamericana, a partir de la cual sepueden tender ciertos hilos de comprensin denuestra cultura urbana. En pocas partes comoen Latinoamrica, seguramente por sufulminante proceso de modernizacin entremediados del siglo XIX y mediados del XX, seha visto ms realizada la premisa que sostieneque la ciudad y sus representaciones seproducen mutuamente. El largo proceso queen las ciudades europeas fue produciendo lalenta maceracin e interpenetracin entre losdiversos planos de esa produccin mutua lasfiguraciones artsticas y literarias, la produccinde simbolizaciones culturales, lasprefiguraciones intelectuales y la construccin yreconstruccin material de la ciudad-,componiendo complejas capas de sentido quele dieron su densidad a esa relacin circular, enLatinoamrica suele ser un estallido que larealiza como un contacto fulgurante.

    Ese contacto encontr siempre forma enprogramas urbano-territoriales que se definanal mismo tiempo como interpretacin y como

    proyecto, aunque se pueden reconocertradiciones confrontadas para la mismaambicin. Hay una tradicin para la cual larealidad territorial y urbana es maleable a lasideas en este vaco sudamericano que lanaturaleza y la historia habran brindado comoofrenda a la voluntad fustica de lamodernizacin occidental; se trata de una lneapersistente que conecta la mstica constructivade mediados del siglo XIX con la deldesarrollismo un siglo despus, comodemuestra la ciudad producto por excelencia deuna representacin cultural de la modernidadlatinoamericana: Brasilia. La representacin demodernidad crea realidad urbana y ella refuerzala representacin de un ideal de nacin: aspodra decirse que funcion la relacin entreciudad y representacin en esta tradicincultural. Pero, como se sabe, esa tradicingener su contraparte crtica, encargada demostrar aquel crculo virtuoso bajo una luz aveces trgica y a veces pardica; esta otratradicin invirti la carga de la prueba,interpretando el poder de las representacionescomo ilusin o como falacia, como

    representaciones del poder. De ella puedeencontrarse una versin moderada, la dequienes notaron la simplificacin excesiva quehaba existido en la propia idea de vaco,reparando en todas las preexistencias quehacan de obstculo a la voluntadmodernizadora, y una versin ms radical, la dequienes elevaron aquellas preexistencias yobstculos como nueva verdad brbaracontra la imposicin civilizatoria. Pero inclusoen estos casos, en los que se prefera entenderel proceso de modernizacin bajo unaoposicin de nuevo signo,cultura/civilizacin, la imaginacin urbanasigui formando parte sustancial de losimaginarios urbanos: poda cambiar el sentidodel cambio y del rol de la ciudad en l, pero elseguimiento atento a los efectos culturales de laurbanizacin presupona un horizonteproyectual en el que aquella pudiera sertransformada.

    Estas diferentes tradiciones encuentran unpunto de realizacin en nuestros tres primeros

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    analistas culturales urbanos, Romero, Morse yRama, a quienes quise dedicar estas notas comomodo de reconocimiento de su tarea fundadora

    de un campo de problemas, pero tambincomo modo de recordar que en esa primeradefinicin de cultura urbana que dieron,imaginario e imaginacin todava formabanparte del mismo desafo intelectual y poltico.Es un punto de realizacin en dos sentidos, dellegada y consumacin, en la peculiar coyunturade transicin poltica y cultural que resultaronlos aos setenta. As que, curiosamente, laprimera definicin de un posible campo deestudios culturales urbanos latinoamericanosnaci en el mismo momento en que varias delas concepciones que lo haban hecho posibleestaban comenzando a desvanecerse. Y aspodra explicarse una de las dificultades queencontramos a la hora de situar en un lugarprincipal de nuestra reflexin actual sobrecultura urbana a esos tres fundadores: estnmuy prximos y, simultneamente, son comomensajeros de otro tiempo, con cuyas clavescrearon el propio suelo disciplinar en el quenos apoyamos, pero que tan arduo resultadescifrar en este nuevo contexto histrico-cultural. Un contexto en que nuestras nocionesya forman parte de una nueva cultura

    acadmica, desgajada en parte del manojo detemas y problemas que haban venidodefiniendo los marcos de la reflexin poltica eintelectual latinoamericana, y nuestras ciudadeshan entrado en procesos de transformacinpara cuya comprensin crtica, sin embargo, lasagendas que esta nueva cultura acadmicapropone se revelan impotentes.

    Tanto Romero como Rama y Morse, desdeposiciones extremadamente diferentes,pusieron en el centro de su trabajo sobre lacultura urbana el rol de los intelectuales y losartistas en la conformacin de las matrices decomprensin y de transformacin social y, a lavez, ellos mismos escribieron como parte deuna tensin proyectual hacia un programaintelectual para las ciudades y sus sociedades(Romero, 1976; Morse, 1985; Rama, 1985). Esatensin es lo que se perdi en buena parte delos actuales estudios culturales urbanos, almismo tiempo que, paradjicamente, parecehaber explotado la voluntad culturalista quealbergaba aquel programa como modo de

    comprensin del fenmeno urbano. En efecto,si en su combate contra las lecturastecnocrticas de los planificadores urbanos (en

    cuya compaa se origin su temprano interspor la ciudad), Morse propona revulsivamenteun cambio de foco de las estadsticas a laliteratura, ms de veinte aos despus, encambio, asistimos a una inflacin simblica enlas interpretaciones sobre la ciudad y lasociedad, promovida simultneamente por lacrisis de los paradigmas cientficos contra losque Morse se rebelaba y por el predominio enlos estudios culturales de paradigmasprovenientes de la crtica literaria; una crticaque encontr en la ciudad nuevas claves parapensar la modernidad, pero que en pocotiempo ha contribuido con la vulgarizacin deuna serie de motivos que amenazan dejar lacultura urbana sin referente, convertida laciudad en mera excusa para un torrente demetforas en abismo, que no informan sinosobre s mismas. En este sentido podrapensarse la actual presencia insoslayable de L aciudad letradade Rama en el auge de los estudiosurbanos, no tanto como excepcin, sino comoparte de un reciclaje que ha arrancado suposicin antimoderna de aquel denso suelosetentista, para recolocarla exclusivamente en

    lnea con sus claves post-estructuralistas, deacuerdo a los enfoques que dominan en losestudios literarios latinoamericanos de laacademia norteamericana: una mezcla depost-modernismo, arcasmo sociolgico ydeconstruccionismo que ha generado un modode pensar la ciudad de finales del siglo XXsimultneamente como resto de unamodernidad pintoresca y bastin de unamodernidad opresora.

    El malestar se resume, entonces, en doscuestiones: la funcionalidad operativa de ciertosestudios de comunicacin y la vulgarizacin enlos estudios culturales de ciertos tpicos de lacrtica literaria. Sera posible identificar algunosde los puntos de contacto con la actual molicieproyectual en la circulacin de un conjunto detpicos desde los anlisis culturales a losdiagnsticos urbansticos; circulacin que vacristalizando en lugares comunes,encrucijadas de sentido para el actual clima deideas. No se trata de dar la imagenautoconsolatoria de un universo disparatado

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    que se observa pardicamente desde afuera,sino de indagar en los orgenes y los rolesconflictivos de un conjunto de figuras y

    conceptos que hoy comparten diversascorrientes (disciplinarias o ideolgicas), y quede tan generalizados y habituales amenazannaturalizarse.

    De hecho, el tipo de contacto que buscodejar en evidencia no supone alguna clase decomplicidad de los estudios culturales conlos argumentos de la urbansticacontempornea, sino un efecto dereverberacin de poca entre ambasdimensiones, con la posibilidad de que sevuelva perverso ante la mayoritaria indiferencia(o desconocimiento) a la que propenden losnuevos marcos interpretativos. Arantes hamostrado otro tipo de complementacin, laque se viene produciendo entre urbanistas engeneral, de procedencia progresista yempresarios que han encontrado en lasciudades un nuevo campo de acumulacin: losprimeros se han dedicado, aparentemente porun mandato de poca, a proyectar en trminosgerenciales provocativamente explcitos; lossegundos no hacen ms que celebrar losvalores culturales de la ciudad, enalteciendo el

    pulsar de cada calle, plaza o fragmentourbano, por lo que terminan todos hablandola misma jerga de autenticidad urbana que sepodra denominar culturalismo de mercado(Arantes, 2000). Esta armoniosa parejaestratgica define muy bien los actualestiempos del pensamiento urbano y la gestin dela ciudad. Lo que busca este artculo es anexarleun tercer actor, los estudios culturales urbanos,para dejar sealadas en todo caso algunas de lasaporas en que hoy han quedado colocados y,dentro de ellos, nos guste o no, todos quieneslos practicamos.

    2. Cartografas urbanas

    Dentro del universo conceptualenormemente vasto en el cual orbitan losestudios culturales urbanos, propongodetenernos en la metfora cartogrfica, ya quepodramos verla como tronco de un ramilletede figuras de gran diseminacincontempornea en el anlisis urbano, comoitinerarios, recorridos, relatos espaciales,

    espacio narrativo, mapas cognitivos,territorialidades, fronteras; aunque algunasprovienen de disciplinas de larga tradicin,

    como las dos ltimas, de uso normal en lageografia o la antropologa, puede afirmarseque su uso actual en los estudios culturalesurbanos est tambin marcado por lo que aqullamo la metfora cartogrfica. En realidad, noes fcil precisar cul est en la base de todasellas, pero repasando algunos textosinaugurales de los estudios culturales urbanosllama la atencin, en dos de los msinfluyentes, el uso de una muy similar metforacartogrfica a partir de la cual, sin embargo, yesto es lo ms interesante, llegan a posicionescompletamente antagnicas, de modo que suanlisis tal vez permita anclar el escenariofluctuante de aquella diseminacin. Los textosson La invencin de lo cotidianode Michel deCertau de 1980 (1996), y El posmodernismocomo lgica cultural del capitalismo tardo deFredric Jameson de 1984 (1991), y creo que lamayor parte de la cultura urbana actual pendulaentre estos dos polos.

    A travs de la historia de la cartografa, DeCerteau contrapona el discurso cientficomoderno a la representacin simblica del

    mundo medieval, buscando recuperarla en losrelatos espontneos del uso de la ciudad: lasprcticas de espacio. La autonoma que ganel mapa entre los siglos XV y XVIII supuso elprogresivo borramiento de los itinerarios,graficados en los primeros mapas medievalespor los trazos rectilneos de los recorridos,como indicaciones performativas querefieren a peregrinajes, etapas, tiempos, y,luego, en los mapas llamados portulanos, comomarcas empricas producidas por laobservacin de los navegantes. Sobre ellos seimpuso el plano moderno, como triunfo de lageometra abstracta del discurso cientficofrente al sistema narrativo de la experiencia delviaje. Es el triunfo de la visin objetivante de larealidad que inaugura la representacinperspectvica, en tanto comprensin modernade un espacio-tiempo homogneo ymatemtico. Para De Certeau, en una crticaque mezclaba espritu vanguardista(recordemos el anlisis de Panofsky sobre laperspectiva, con su recurso al arcasmo tpicode la vanguardia) y catolicismo militante, la

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    representacin perspectvica inaugura latransformacin del hecho urbano en conceptode ciudad, de modo tal que se sustituye la

    realidad con su imagen planimtrica. Imagenque antes estaba reservada al ojo de Dios y ala que cualquier visitante del World Trade Center(escriba De Certeau cuando todava las torresestaban en pie, lo que nos remite de paso a lafragilidad de aquello que pareca el colmo de lasolidez) puede acceder, para obtener el placerde dominar la metrpoli, el msdesemesurado de los textos humanos. Comose sabe, con esa escena magistralmente narradacomenzaba De Certeau uno de sus captulosms famosos, y no se puede evitar recordar laescena culminante de El tercer hombre,cuando el criminal que encarnaba OrsonWelles explica su desprecio por los simplesmortales desde la visin que le posibilita lo altode la Vuelta al mundo del Prater de Viena.Porque tambin De Certeau suba entonces los110 pisos del Wold Trade Centerpara mostrarnoslo inhumano de esa voluntad de dominio por laabstraccin y el concepto que encarna laracionalidad urbanstica. El ojo de Dios es elojo del Poder, y desde la torre toda ciudad esun panptico. Pero, curiosamente, a partir deall De Certeau nos muestra que slo se trata de

    romper el hechizo bajando de la torre parareencontrarse en el nivel del suelo con lospracticantes ordinarios de la ciudad, loscaminantes, y participar del mltiple textourbano que ellos escriben sin poder ver, pararedescubrir que, bajo los discursos que losideologizan, proliferan los ardides y las tcticas,los procedimientos multiformes, resistentes,astutos, y pertinaces que escapan al controlpanptico en una ilegitimidad proliferante.Para entenderlo, el analista debe efectuar unretorno a las prcticas, liberando laenunciacin peatonal de su transcripcin en unplano: reinvindicar los itinerarios, seriediscursiva de operaciones, frente a los mapas,asentamientos totalizadores de observaciones.

    Por su parte, Jameson narr la mismaevolucin de la cartografa pero para colocarseen el extremo opuesto, el del punto msavanzado de una historia del progresocientfico, que permitir acceder a una formacultural nueva, postmoderna, una esttica detrazado de mapas cognitivos, frmula que ha

    tenido una enorme repercusin en los estudiosculturales dela ciudad. Comenzaba su relato apartir del texto de Kevin Lynch,La imagen de la

    ciudad, ese brillante intento de sistematizacinoperativa de las percepciones de la formaurbana, cuyo riesgo de desaparicin por laalienacin metropolitana ya haba sido banderadel Townscapeingls; con un fuerte apoyo en laantropologa del espacio (recordemos losestudios pioneros de Edward Hall), Lynchbuscaba recuperar el sentido de pertenencia delos habitantes urbanos a travs de unareconquista del sentido de lugar. Jameson tomde all la idea de mapa cognitivo, peroadvirtiendo que el mapa de Lynch todavaestara en el nivel precientfico de los itinerariosnuticos de los portulanos, superados por laintroduccin de los nuevos instrumentostecnolgicos de medicin a partir del siglo XV,que plantean no slo una cuestin de precisinen la demarcacin, sino una coordenadatotalmente nueva: la de la relacin con latotalidad. As que el mapa cognitivopropuesto por Jameson como clave de unacultura urbana postmoderna es lo contrario delDe Certeau: ya no un intento de recuperacinantropolgica de aquel mundo que latecnologa moderna ha desvanecido, sino una

    radicalizacin de sus efectos. Para ello,retomaba la consigna brechtiana de artepedaggico, de modo tal que el trazado demapas cognitivos le proporcionase al sujetoindividual un nuevo y ms elevado sentido dellugar que ocupa en el sistema global. En unverdadero tour de forceterico, Jameson pasabade Lynch a Althuser y a Lacan, y de stos aMandel, gracias a quien no slo no hay quetemer por el desvanecimiento del sujeto al quepodra suponerse que condujo elpostestructuralismo, sino que se puede aspirar aun sujeto capaz de acceder a un conocimientorico y complejo sobre el sistema internacionalglobal. De hecho, Jameson admitira en untexto posterior que su nocin de mapacognitivo no fue ms que una palabra clavepara conciencia de clase (Jameson, 1991).As, los mapas cognitivos son el reversoutpico y, a la vez, la aceptacin radical de unpresente urbano en el que se handesestructurado las representaciones espacialestradicionales.

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    Como se ve, a travs de la metforacartogrfica los dos autores se unen y seseparan radicalmente. Y lo mismo podramos

    decir que ocurre en su relacin con Foucault,uno de los autores ms importantes en lasreconsideraciones culturales de la ciudad en losltimos veinticinco aos, en el que ambosarraigan sus posiciones al mismo tiempo quemantienen interpretaciones respectivamentepeculiares. En efecto, ambos parten delreconocimiento de la calidad heterotpica delespacio urbano moderno frente a la voluntadmoderna de representarlo como utopa, porponerlo en los trminos del propio Foucault(1976). Esta visin de Foucault implic unatransformacin clave en la concepcin de laciudad, mezcla audaz de matricesfenomenolgicas y estructuralistas con unaimpronta de las estticas vanguardistas (en elarco variado que va del dadasmo alsituacionismo); por ella, la ciudad no puede sercomprendida ni como un vaco, escenario delas prcticas sociales (a la manera de lasociologa urbana), ni como un modelo,maqueta jerrquica del pensamiento proyectual(a la manera de la urbanstica), sino como unespacio heterogneo, socialmente producidopor una trama de relaciones, materializacin

    compleja de la cambiante textura de lasprcticas sociales. Pero as como es fcilreconocer que De Certeau y Jameson parten deaqu, es muy difcil acompaarlos en susrecorridos. Si nos atenemos a la figura espacialfoucaultiana, en la que los caminantes nodeberan ser ms que lneas de fuerza de lasredes panpticas del poder, cmo aceptar todala rebelda multiforme que De Certeau creeencontrar en ellos? Cmo no ver en laoperacin de De Certeau una recuperacinpopulista, tras la mencin a Foucault, de unaidea de poder vertical en primer lugar el de laracionalidad tcnica- que cae sobre una masainmune y resistente que logra escapar, en susprcticas cotidianas, de la rgida grilla en la quese la habra tratado (intilmente) de encerrar?Y cmo aceptar, en el caso de Jameson ysobre todo de acuerdo a la versin msdesarrollada de la figura de mapas cognitivosque realiz Soja-, la relacin no conflictiva quese propone entre la nocin de espacio-poder deFoucault y la descripcin causalista de lasetapas del capitalismo de Mandel? (Soja, 1989).

    Cmo no ver all reiterada con diez aos deretraso una expresin norteamericana de laestacin Foucault, de acuerdo a la feliz

    frmula de Tern: la recepcin de izquierdapor la cual en los aos setenta un sectorintelectual en Latinoamrica crey que se podaprocesar la crisis del marxismo y de la polticasin abandonar del todo a ninguno de los dos,alineando sin conflicto a Marx con Foucault ygenerando una nueva ideologa que detectabamicropoderes y panpticos por doquier(Tern, 1993).

    3. El fin del gran relato, o el gran relato delfin

    Pero los sucesivos acercamientos yalejamientos, tanto de la metfora cartogrficacomo de las referencias tericas, no son aquimportantes para analizar la produccinespecfica de Jameson o De Certau, sino paratratar de entender algo ms acerca deldesarrollo actual de los estudios culturalesurbanos. En este sentido, creo que a partir delo expuesto se pueden abrir dos cuestiones.

    La primera es la verificacin de que losestudios culturales urbanos latinoamericanos se

    han estado moviendo, con tanta libertad comoimprecisin, dentro del vasto arco que se tensaentre los dos polos mencionados. Podrantratar de encontrarse ciertas constantes en lalgica de la basculacin. Por ejemplo, ciertasmatrices, ya disciplinares, ya ideolgicas, conmayor tendencia a uno u otro polo: es fcilnotar una atraccin mayor hacia el poloantimoderno de los estudios que provienen dela antropologa en sus versiones populistas, yhacia el postmoderno, de la geografa o lasociologa en sus versiones neomarxistas oneoestructuralistas. Pero son slo lastendencias de base, ya que lo que predomina enla superficie como caracterstica definitoria delos estudios culturales urbanos es un collageterico en el que se alinean sin conflicto losautores ms diversos a travs de una lgica deldesplazamiento metafrico (de un nombre alotro, de una categora a la otra) que le debe msa la asociacin libre que a un procedimientoargumentativo. As, no es infrecuente encontrartrabajos en los que se sostienen visionesdiametralmente opuestas, de modo tal que por

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    momentos los imaginarios urbanos parecenproducirse en una multiplicidad de territoriosen los cuales cada sujeto (individual o

    colectivo) construye formas de identidadliberadas y liberadoras y, con pocos prrafos dediferencia, el espacio-poder gana una completadeterminacin sobre los sujetos, con lo cual losimaginarios urbanos quedan redefinidos comomecanismos ideolgicos de la manipulacin.

    Enfrentamos aqu un techo conceptual delos estudios culturales, tratado a propsito de lamoda Benjamin por Sarlo, en un artculoinspirador de muchos de estos comentarios(Sarlo, 1995). Seguramente estaba resultandoextraa la ausencia de Benjamin en esterecorrido por los lugares comunes de nuestraciudad cultural, el autor que ms mencionesdebe haber recibido en los ltimos veinte aos.Por supuesto, en los estudios culturales todoitinerario o relato espacial debe comenzarcon una remisin a la figura del flneur, o a laclebre cita deInfancia berlinesasobre la aventurade perderse en la ciudad, motivos centralesen la metfora cartogrfica. El lmite tericoque seala Sarlo es que en estos usos deBenjamin se tiende a presentar comoconceptos plenos lo que debera entenderse

    como descubrimientos bajo la forma de laimagen, la construccin narrativa o potica delo histrico, como el flneur, el coleccionista,los espejos o la moda; es una confusin quelleva a intentar fijar esas nociones comocategoras conceptuales, con lo cual lo nicoque se logra es un simulacro de teora bajo laforma de un lxico que acta como contrasea,pero que pierde toda la capacidad iluminadoradel original. Esto podra plantearse tambinacerca de la influencia de De Certeau: qupuede significar retricas del andar comocategora de anlisis por fuera de la capacidadevocativa que tiene en los propios textos delautor? Qu curso universitario de estudiosculturales ensea a distinguir en este tipo detextos su productividad de su escritura?

    Lo cierto es que en los estudios culturalesurbanos el fantasma de Benjamin se paseaentre uno y otro polo, l mismo como unflneur de la teora, sirviendo indistintamentepara respaldar el caos vital de los pasos sinrumbo o las conceptualizaciones ms globales y

    complejas de la metrpoli capitalista (Ballent,Gorelik y Silvestri, 1993). Lamentablemente,toda esta variacin no habla de que hayamos

    ganado una nueva conciencia dialctica sobre eldoble filo de la modernidad, sino de que losestudios culturales urbanos son tambinmanifestacin de la falta de otros mapas,tericos, y elevar el vagabundeo como nicainstancia superadora frente a esa carenciaparece haber revelado su agotamiento. Esdecir, tal vez los estudios culturales sobre losimaginarios urbanos deban ser ledos hoy notanto para entender la ciudad y la sociedadurbanas, sino para entender cmo se estproduciendo nuestro propio imaginariourbano, el de la tribu global acadmica.

    La segunda cuestin abierta por el anlisisde las figuras urbanas ms recurridas se deriva,en verdad, de esa ltima sospecha y podraformularse as: cul es el efecto sobre elconocimiento de la ciudad que genera esteimaginario acadmico? No hace falta afinarmucho el odo para distinguir entre la variedadde temas y autores el bajo continuo de undiagnstico: la conviccin (para esta versin,auspiciosa) de que la ciudad ha perdido lailusin unvoca (y autoritaria) del proyecto. La

    celebracin de que un tipo de ciudad no existems. Cul es esa ciudad? Ilardi la define comola ciudad residencial, esttica, productiva,comunidad poltica natural habitada por lasgrandes clases, los grandes sujetos colectivos,los grandes individuos, los grandes conflictos,los grandes proyectos (I lardi, 1990). Es laciudad, entonces, ciudad concepto: otro delos grandes relatos cados; quizs el ms grandede ellos, el metarrelato por excelencia. Laciudad real, en cambio, se habra quedado sinmapas: es un palimpsesto (otra figura reiterada)que slo puede conocerse rasgando las capassuperficiales de homogeneidad social y cultural,recorriendo sus estratos de tiempos y espaciosheterogneos, para lo cual slo sirve atravesarlay experimentarla, identificar sus relatos eitinerarios proliferantes.

    Queda impugnado el presupuesto clave dela urbanstica de que son los tcnicos quienessaben qu necesita la ciudad y la sociedadurbana, porque, razonablemente, debaimpugnarse el presupuesto de la modernidad

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    ilustrada implcito: que los hombres sern librescuando elijan lo que es racional desear, y que elrol del tcnico (como el del poltico o el

    intelectual) es eliminar los obstculos que leimpiden a las sociedades saber lo que es buenopara ellas. El impulso inicial de los estudios delos imaginarios urbanos buscaba, contra aquellaasercin, hacer presente lo que la gente desea osiente, la multiplicidad de sus experienciasfrente a la ambicin reduccionista de losplanificadores; el caos de la ciudad real, esdecir, de la ciudad vivida a travs de losimaginarios y los deseos sociales, frente alorden imaginado del deseo tcnico. Elproblema es no haber advertido cmo funcionaese mismo impulso en el presente, cuando elpensamiento tcnico ya ha internalizado lascrticas postmodernas a su ambicin proyectualy las viene esgrimiendo como argumento (aveces preocupado, muchas otras, cnico) de suimpotencia frente al statu quo; cuando el caosvital de la sociedad urbana legitima el caos vitaldel mercado como nico mecanismo detransformacin de la ciudad, y el motivocultural de la diferencia y la fragmentacinlegitima el motivo poltico de la desigualdad yla fractura.

    De hecho, ms all de su productividadcultural, al trasladarse del contexto acadmicoal poltico-tcnico una nocin como la decaos no puede sino funcionar comocoartada: parafraseando a Koolhaas (1995),deberamos decir que el nico rol de quienquiera pensar la ciudad para transformarla es,aun admitiendo su carcter esencialmentecatico, sumarse al ejrcito de quienes intentanresistir el caos, incluso para fracasar una y otravez. La culpabilizacin de la ambicinproyectual se ha transmutado en unaautoindulgencia de los tcnicos por los efectossociales perversos de las polticas urbanas (o desu ausencia), y los estudios culturales parecenofrecer argumentos para ello. (La situacin seest pareciendo mucho a esas escenas en quelos propios criminales se aplican losargumentos de la psicologa social paraautopresentarse como vctimas impotentes y noresponsables del abuso social.) As que en ladepreciacin generalizada de la idea deproyecto suele asomar una consistente matrizantipblica y antiintelectual: la carencia de

    visiones unitarias del hecho urbano seconvierte en certeza de que toda visin pblicaque respalde una intervencin global debe ser

    entendida como ejercicio y representacin delpoder; y las limitaciones del pensamientoproyectual que alerta contra el deterioro urbanose convierten en meras astucias de la razn endecadencia. Entonces, la imposibilidad depensar el cambio comienza a aparecer comoventaja y el diagnstico se convierte enprograma, porque ms que un diagnsticorazonado es el suelo mismo de nuestrasprincipales creencias y de todo el edificiometafrico del que se nutrieron los estudiosculturales urbanos. Ya no es un diagnstico quesacude el sentido comn sobre la ciudad de susopor modernista, sino un nuevo sentidocomn que se autorreproduce y generaliza sinninguna posibilidad de interpelar algunarealidad especfica.

    Lo cierto es que la funcionalidad de estosestudios a un tipo de poltica urbana muy actualpuede ser entendida como un sntoma de losnuevos mitos que hoy circulan en las polticasmunicipales, con su nfasis en el valoridentitario de las intervenciones puntuales devaga apelacin cultural comunitaria, como si

    pudiera haber reparacin simblica ante laausencia pasmosa de voluntad detransformacin de la metrpoli en un territorioms democrtico y ms justo. Sobre todo, sinpercatarse (u ocultando) que en nuestroscontextos latinoamericanos las polticaspuntuales de preservacin o rescatecultural derivan necesariamente en laestetizacin de guetos, cuando se trata de sitiosfuera de los circuitos interesantes para elcapital, o en producciones escenogrficas parala gentrification y el consumo turstico conbrutales reemplazos de poblacin, cuando setrata de sitios expectantes para la economaurbana. El argumento de la identidad territorialse despliega hoy en multiplicidad de efectos,apareciendo como respaldo tanto de lafragmentacin cultural como de las polticas dedescentralizacin que realizan el sentido comndemocratista por el cual small is beautiful, aunquesu correlato suele ser el desmantelamiento delos restos de las polticas pblicas de bienestar.Garca Canclini ha identificado en variostrabajos la complejidad de estos procesos,

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    interrogndose acerca de los roles que en ellospueden jugar las propias categoras de anlisis;se trata deuno de los pocos estudiosos de los

    imaginarios urbanos preocupado al mismotiempo por la renovacin conceptual y por susefectos en el conocimiento y la transformacinde las ciudades latinoamericanas: un modo demantener vigente la tradicin intelectualmencionada al comienzo, reuniendoimaginarios e imaginacin en tiempos de crisisde las convicciones modernistas.

    As, un diagnstico sobre la crisis y estallidodel espacio pblico de la ciudad de Mxico nopuede eludir la pregunta sobre el modo devalorarlo: se debe lamentar que la ciudad sequede sin mapa? Para responder, GarcaCanclini distingue en primer lugar entre lasciudades europeas y las latinoamericanas. Laimagen celebratoria que valora la dispersin y lamultiplicidad como fundamento de una vidams libre tiene un sentido cuando aparece enciudades que vienen de un largo perodo deplanificacin que regul el crecimiento urbanoy la satisfaccin de las necesidades socialesbsicas, de modo tal que la prdida de poder delos rdenes totalizadores puede verse comoparte de una lgica de descentralizacin

    democrtica. En cambio, en ciudades quetradicionalmente padecieron crecimientocatico, caracterizadas por un uso depredatoriodel medio ambiente y por la existencia demasas excluidas al borde de la sobrevivencia,una politica de radicalizacin de ladiseminacin lleva el alto riesgo de hacerexplotar las tendencias desintegradoras ydestructivas, con el resultado de mayorautoritarismo y represin. De modo tal que, enestas ciudades, una verdadera democratizacindebera apostar a que se rehaga el mapa, elsentido global de la sociabilidad urbana(Canclini, 1991).

    4. Recuperar la crtica

    No es eso lo que ha venido ocurriendo enciudades como Buenos Aires, donde en laltima dcada gobernantes y tcnicos dediferente color poltico se han especializado enhacer la mmica de los discursos de lasrenovaciones urbanas europeas mientrasfavorecan por igual la formacin de un paisaje

    completamente novedoso de fractura social yurbana (Silvestri y Gorelik, 2000). As, laspoticas del fragmento que en Europa haban

    permitido reintegrar los centros tradicionales alespacio urbano y ciudadano a travs depoderosas polticas pblicas, sirvieron aqu (yen muchas otras ciudades de Latinoamrica) demera coartada para justificar el quiebre de laciudad y la sociedad. La crisis de la ciudad seacompa de una crisis de las ideas parapensarla, y el recorrido distrado del flneur, lalectura a contrapelo de los productos de lams crasa realidad del mercado (lase elshopping, o el kitschde los pobres urbanos), laatencin a las prcticas desterritorializadas o labsqueda de identidades tribales en cadaesquina, es decir, la difusin de las novedosasherramientas provistas por los estudiosculturales, no implicaron ms una liberacin delproyecto autoritario de la modernidad, sinoun respaldo al destino dictado por laeconoma de mercado como ideologa nica.

    Ver a la distancia de ms de una dcada elmodo con que se aferraron a esos discursos losarquitectos y urbanistas encargados de darleforma urbana a esa modernizacin (arquitectosy urbanistas que, como sealaba Arantes, las

    ms de las veces tienen orgenes progresistas),no puede sino alertar sobre los roles de lareverberacin de motivos entre la crticacultural y la urbanstica; sobre la funcionalidadde categoras en las que es imposible noreconocerse. Pero, adems, al margen de esafuncionalidad cnica (de la cual no hay por quresponsabilizarse), debe alertar la dificultad dela tradicin de los estudios culturales parapensar de un modo diferente la nueva realidad,para proponer otras claves de lectura, parareaccionar frente a los efectos polticos de sumirada. No se puede seguir enarbolando elpoder liberador de los imaginarios frente alcontrol de las intervenciones pblicas, cuandoel problema es que nos hemos quedado sinintervenciones pblicas; cuando el nuevo modosocial y urbano apuntala la proliferacin deuniversos incomunicados a los que se les niegatoda intervencin. En realidad, lo que se haceevidente es que en el tema urbano un tema enque la circularidad entre representacin yrealidad hace imprescindible un juicio polticosobre el rol de las representaciones-, los anlisis

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    culturales tienden a seguir recorriendo sinmayores conflictos el carril probado de lacrtica a los parmetros modernistas de la

    ciudad, sin advertir que el fin del cicloexpansivo de la modernidad construyprecisamente una ciudad no modernista, y queen el camino la cultura urbana se ha quedadosin instrumentos (en principio, sin Estado) noslo para intervenir en la ciudad, sino parapensarla.

    De todos modos, no querra que seentendieran estas notas como una apelacin ala vuelta de un tipo de crtica constructiva;toda mi formacin ideolgica y acadmica serealiz inspirado por las batallas contra lo queen arquitectura y arte se llam la crticanormativa, y sigo pensando que el verdaderorol del crtico no es ofrecer recetas positivas.De hecho, parece ms vigente que nunca ladefinicin de crtica (de clara inspiracinbenjaminiana) que dio una vez Tafuri: la tareade la crtica es colocar al creador (el tcnico o elartista) en un cuarto en el que no parece haberni puertas ni ventanas, para llenarlo de aguahasta ahogarlo. No por espritu negativo,sino para que el creador descubra que el cuartoen realidad no tiene paredes ni techo, es decir,

    que no existe ningn cuarto, y de tal manera sevea obligado a inventar un nuevo espacio(Tafuri, 1983). El problema es que los estudiosculturales sobre los imaginarios urbanosparecen haber construido no un cuarto cerrado,sino una pileta de natacin de aguas calmasdonde, en plena transformacin turbulenta dela ciudad, la imaginacin urbana nada en suimpotencia.

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