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Castelos das Ordens Militares Atas do Encontro Internacional Edição Direção-Geral do Património Cultural (DGPC) Coordenação Científica Isabel Cristina Ferreira Fernandes (GEsOS – Município de Palmela) Lisboa, março de 2014 CASTELOS DAS ORDENS MILITARES

CASTELOS DAS ORDENS MILITARES · hijo Sancho III, y poco después, los templarios decidieron abandonar la defensa de Calatrava. En opinión de Rodríguez-Picavea4, este abandono pudo

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Page 1: CASTELOS DAS ORDENS MILITARES · hijo Sancho III, y poco después, los templarios decidieron abandonar la defensa de Calatrava. En opinión de Rodríguez-Picavea4, este abandono pudo

Castelos das Ordens MilitaresAtas do Encontro Internacional

Edição

Direção-Geral do Património Cultural (DGPC)

Coordenação Científica

Isabel Cristina Ferreira Fernandes (GEsOS – Município de Palmela)

Lisboa, março de 2014

C A STE LO SDA S O R D E N S

M I LITA R E S

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Calatrava la Vieja: elementos de fortificación de la primera sede de la Orden de Calatrava

MIGUEL ÁNGEL HERVÁS HERRERABaraka Arqueólogos, S.L.

MANUEL RETUERCE VELASCODepartamento de CC. y TT. Historiográficas y de Arqueología

Facultad de Geografía e Historia, Universidad Complutense de Madrid

1. Introducción

La Orden militar de Calatrava nació en 1158 con el objetivo inicial de garantizar la defensa de la antigua ciudad islámica de Calatrava (Fig. 1), tras el abandono de la plaza por los templarios pocos meses antes. La vieja ciudad andalusí, capital de un extenso distrito administrativo del estado cordobés durante casi cinco siglos, controlaba el paso del Guadiana en el camino princi-pal entre Córdoba y Toledo, y había pasado por primera vez a manos cristianas en 1147, lo que la convirtió entonces en la posición más avanzada del reino de Castilla frente al Islam (Fig. 2).

La instauración de la nueva Orden militar — la primera institución de este tipo originaria de la Península Ibérica — tuvo importantes consecuencias para la historia posterior del reino de Castilla, y produjo cambios significativos en Calatrava, tanto en las defensas y los accesos de la fortaleza como en la configuración del alcázar, en cuyo interior se construyó el primer convento de la Orden. Lo mismo sucedió en la antigua medina islámica, en donde se reocupa-ron y transformaron viviendas preexistentes y se construyeron otras de nueva planta, y en el entorno de la coracha de abastecimiento hidráulico del alcázar, sobre cuyas ruinas se estableció un nuevo arrabal constituido por diversas dependencias domésticas.

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172 III – FORTIFICAÇÕES DAS ORDENS MILITARES IBÉRICAS

Calatrava volvió transitoriamente a poder del Islam en 1195, a raíz de la victoria de los almohades en la batalla de Alarcos, pero Alfonso VIII la recuperó definitivamente pocos días antes de la batalla de las Navas de Tolosa (1212), y la devolvió de inmediato a la Orden de Calatrava, que mantuvo en este lugar su sede y convento principal durante cinco años más. En 1217, en efecto, la Mesa Maestral fue trasladada al castillo de Dueñas, refortificado con ese objetivo y rebautizado como Calatrava la Nueva. La antigua Calatrava, conocida desde entonces como Calatrava la Vieja, quedó como cabeza de una encomienda más de la Orden hasta que, a comienzos del siglo XV, esa dignidad fue trasladada primero a El Turrillo — hoy lugar despoblado situado unos 4 km al suroeste de la fortaleza —, y un siglo después a Carrión de Calatrava.

La presencia de la nueva orden militar en Calatrava dejó sobre el terreno importantes restos materiales que han venido saliendo a la luz gracias a las excavaciones arqueológicas que se realizaron en el yacimiento entre 1984 y 2010, promovidas y financiadas por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha.

2. Descripción de Calatrava la Vieja

En la actualidad, Calatrava la Vieja se localiza dentro del término municipal de Carrión de Calatrava (Ciudad Real), unos 5 km al norte del casco urbano de Carrión y alrededor de 13 km al noreste de Ciudad Real. Su recinto amurallado ocupa un pequeño cerro amesetado de planta ovoide, de unas 5 ha de extensión, situado junto a la margen izquierda del río Guadiana, muy cerca del arroyo Valdecañas, unos 1400 m aguas arriba de la confluencia de ambos.

La escasa altura del cerro en combinación con la planicie circundante proporcionan un amplio dominio visual sobre el entorno — especialmente hacia el norte, sobre el paso histórico de los Montes de Toledo —, pero no una protección destacable. La única defensa natural la aporta el propio río Guadiana, cuyo cauce, entonces ancho y pantanoso en este punto, pro-tegía el frente septentrional de la ciudad. En el resto de la plaza, la accesibilidad del cerro fue paliada, ya en época islámica, mediante la construcción de sólidas murallas y un foso artificial.

Alrededor del recinto defensivo se localizan los arrabales de la ciudad, que, con una extensión superior a las 100 ha, lo rodean por todo su perímetro salvo por el norte, por donde discurre el Guadiana. El entorno inmediato lo constituye una llanura fértil muy envejecida, salpicada de suaves lomas y apta para el cultivo de cereales, para la caza y para la cría de ganado. Sin embargo, el carácter pantanoso del río en este tramo, causante de enfermedades y malos olores, supuso desde antiguo una dificultad importante para el poblamiento de la

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zona; de hecho, cuando los condicionantes económicos, políticos y militares dejaron de ser el factor primordial para la ocupación de la fortaleza, ésta se despobló con rapidez.

El cinturón amurallado de Calatrava adapta su trazado al contorno del cerro, formando un recinto de planta elíptica irregular cuyo eje mayor — de dirección este-oeste — está próximo a los 400 m de longitud, y cuyo eje menor — norte-sur — ronda los 190 m (Fig. 3). La muralla, en su ma-yor parte de época omeya, está jalonada por más de treinta torres de flanqueo, de entre las que des-tacan tres albarranas — dos en la muralla sur del alcázar y una más en la muralla sur de la medina —, tres de planta pentagonal en proa — dos en el frente oriental del alcázar y otra en la muralla sur de la medina — (Fig. 4), y la que alberga la puerta en recodo de acceso al alcázar, contigua al río.

Con excepción de las tres torres pentagonales, todas las demás son de planta cuadrangu-lar, aunque de módulos muy diferentes: en el frente sur de la ciudad — en el que se abre la puerta en recodo de acceso a la medina —, las torres son de mayor tamaño, menos abundantes, algunas de ellas huecas, y aparecen más espaciadas, mientras que las del espolón oeste — mejor defendido por el escarpe del terreno — son siempre macizas, más pequeñas, y se encuentran más próximas entre sí.

Desde un primer momento, Calatrava estuvo equipada con complejos sistemas hidráuli-cos de abastecimiento y defensa inspirados en modelos orientales. Ejemplo de ello son las cora-chas, grandes brazos de muralla provistos de ruedas hidráulicas elevadoras, que se adentraban en el cauce del río para garantizar el abastecimiento de la ciudad. En Calatrava se han identifi-cado hasta cuatro corachas: una en la medina, dos en el alcázar y otra más en el arrabal oriental.

El recinto descrito está dividido en dos zonas bien diferenciadas, separadas entre sí por una muralla de grandes proporciones: el alcázar, al este, y la medina, que ocupa el resto de la superficie. Tanto uno como otra cuentan con elementos arquitectónicos de relieve, por su en-vergadura, por su antigüedad o por su singularidad. En el interior del alcázar destacan el aljibe islámico, convertido después en mazmorra, la gran sala de audiencias con piscina de época taifa, los cimientos del ábside de la inacabada iglesia templaria, y la iglesia y el convento de los calatravos, entre otras estructuras.

3. Calatrava bajo dominio templario (ca. 1150–1157)

Calatrava pasó a poder de Alfonso VII a principios del mes de enero de 1147, lo que pro-porcionó al reino de Castilla el control de todo el territorio comprendido entre los Montes de Toledo y Sierra Morena. En una fecha indeterminada próxima a 1150, Alfonso VII cedió la for-taleza a la Orden del Temple1. Según la Primera Crónica General2, lo que el rey castellano-leonés

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cedió a los templarios fue la “Torre de Calatrava”, expresión que parece hacer referencia sólo al control militar sobre la fortaleza, probablemente ejercido desde el antiguo alcázar andalusí, pues el gobierno de la villa se hallaba entonces en manos de un magnate judío de origen granadino3.

A la muerte de Alfonso VII, en agosto de 1157, el reino de Castilla pasó a manos de su hijo Sancho III, y poco después, los templarios decidieron abandonar la defensa de Calatrava. En opinión de Rodríguez-Picavea4, este abandono pudo ser resultado de un acuerdo entre la orden del Temple y el nuevo rey castellano: “…En este pacto pudo influir que los templarios no cumplieran con las expectativas puestas en ellos, las dificultades financieras por las que atrave-saba la orden y un posible plan de Sancho III para situar en Calatrava una institución no tan mediatizada por poderes externos y mucho más comprometida con el nuevo proyecto territorial del reino castellano. En cambio, no parece que jugara un papel decisivo la supuesta amenaza almohade, que finalmente no se materializó…”.

Por el momento no se han documentado en las defensas de Calatrava reformas atribui-bles a este periodo. No obstante, durante sus ocho años de dominio en Calatrava, los templa-rios tuvieron tiempo de planificar y comenzar la construcción de una iglesia de nueva planta en el sector meridional del alcázar, junto al intradós de la muralla sur. El edificio proyectado se ajustaba bien a la tipología propia de las iglesias templarias, con un solo ábside de planta centralizada, poligonal al exterior y ultrasemicircular al interior, y una única nave de planta presumiblemente rectangular (Fig. 5). De él, no obstante, sólo se llegaron a construir los ci-mientos y una pequeña parte del alzado del ábside y del arranque de la nave. El temprano abandono de Calatrava por parte de la orden del Temple explica el hecho de que el proyecto quedase interrumpido en una fase muy inicial de la construcción.

Con el establecimiento de la Orden de Calatrava a partir de 1158, el proyecto templario fue desestimado por completo, probablemente porque la recién fundada institución buscaba su reafirmación mediante la ejecución de un proyecto propio e independiente, y porque la obra templaria había quedado abandonada en una fase muy inicial de su construcción. Los incipien-tes restos de dicha obra, en efecto, fueron amortizados con escombros, y sobre ese mismo solar los calatravos llevaron a cabo la construcción de una iglesia de nueva planta a partir de 1158.

4. Establecimiento de la orden de Calatrava (1158–1195)

El abandono de Calatrava por parte de los templarios desencadenó un ciclo de aconte-cimientos protagonizado inicialmente por el abad Raimundo de Fitero, por el monje Diego Velázquez y por el propio Sancho III de Castilla, que trajo como consecuencia el nacimiento

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de la orden militar de Calatrava — la primera autóctona de la Península Ibérica —, materializado mediante la cesión de Calatrava a la Orden del Císter en enero de 1158. El establecimiento de la nueva institución produjo significativos cambios en Calatrava, algunos de los cuales dejaron importantes restos materiales que han podido ser identificados y documentados en el trans-curso de las excavaciones arqueológicas que se realizaron en el lugar entre 1984 y 2010.

4.1. Reformas en las defensas de Calatrava

Durante las primeras décadas de dominio cristiano en Calatrava, la fortaleza mantuvo prácticamente inalterada su estructura defensiva previa, descrita a grandes rasgos en el epí-grafe nº 2. No obstante, según la Crónica de Rades5, en el año 1191, y ante la amenaza de una contraofensiva almohade en respuesta a las recientes incursiones del arzobispo de Toledo por tierras de Andalucía, el maestre calatravo Don Nuño Pérez de Quiñones …hizo reparar y for-talecer las torres y cercas de Calatrava la Vieja; y para esto mandó que cada vezino del Campo de Calatrava enviasse un peón; y en breve espacio de tiempo hizieron un terrepleno por la parte que parescía más flaca en la cerca….

Se han documentado diversas reparaciones de cronología similar en el lienzo norte del alcázar, y modificaciones significativas en las líneas de antemuros, en las lizas y en algunas torres del frente meridional de la medina, pero en el estado actual de la investigación no es posible determinar si se corresponden con las obras de reparación previas al ataque almohade, o si fueron llevadas a cabo por los propios almohades durante los diecisiete años en que domi-naron la plaza, entre 1195 y 1212.

El frente sur de la muralla de la medina islámica, en efecto, está defendido por diversos antemuros repartidos escalonadamente a lo largo del talud que media entre la base de la mura-lla principal y la coronación de la escarpa del foso, formando un complejo sistema de terrazas defensivas con lizas a diferentes alturas (Fig. 6). Todos ellos fueron construidos con posteriori-dad a la muralla principal del recinto, y forman varias líneas defensivas paralelas a la muralla principal, aunque desigualmente repartidas.

Las diferentes líneas de antemuros existentes no fueron construidas simultáneamente, sino en momentos de fortificación diferentes. La más antigua es la más próxima a la muralla principal, y fue levantada en época islámica, con anterioridad a la primera toma de la ciudad en 1147. Su trazado y la técnica constructiva empleada en los antemuros que la componen eviden-cia una clara unidad estructural: éstos están construidos a base de tapial de tierra — acerado o no — sobre base de mampostería local, y adaptan sistemáticamente su trazado a la presencia de las torres de flanqueo, con sucesivos quiebros en ángulo recto en el entorno de las mismas,

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a las que ciñen en planta a muy corta distancia. De ello resulta una liza muy estrecha — intran-sitable en la práctica — quebrada por recodos en torno a las torres.

Las líneas de antemuros antepuestas a la ya descrita, añadidas en momentos construc-tivos posteriores — muy probablemente entre 1158 y 1212 —, son de trazado básicamente rectilíneo, si bien en algunos sectores presentan suaves quiebros, con tramos alternativamente convergentes o divergentes con respecto a la muralla principal para aumentar su capacidad de cobertura. De ellos se ha conservado tan sólo el basamento de mampostería caliza, y algunos tramos muy arrasados de su alzado original de tapial de tierra acerado o calicastro. Por lo general presentan un grosor de alrededor de 0,90 m.

Por delante de las lizas creadas por las líneas de antemuros descritas, y a una cota sensi-blemente inferior, se localiza la escarpa del foso, que en su estado actual se presenta protegida por un revestimiento continuo de mampostería fuertemente ataludado, de notable complejidad constructiva: en él se aprecian tramos construidos tanto con mampostería careada de piedra cuarcita como con mampostería irregular de piedra caliza, con una gran variedad de aparejos y módulos, y numerosas reparaciones, además de múltiples alabeos y cambios de dirección y de grado de inclinación de su pendiente.

En su base, la fábrica de mampostería del forro de la escarpa asienta limpiamente sobre el sustrato geológico del cerro allí donde éste aflora, de modo que el forro en cuestión sólo protege aquellos sectores en los que la excavación del foso cortó rellenos geológicos y antrópicos no conso-lidados, muy vulnerables a la erosión a causa de la fuerte pendiente generada por el corte previo.

El forro de mampostería de la escarpa del foso tiene su origen muy probablemente en época islámica, pero su coronación constructiva apoya sobre rellenos que a su vez ocultan parcialmente las caras vistas de los antemuros más modernos, por lo que podemos suponer que el forro en cuestión fue objeto de importantes reparaciones durante los últimos momen-tos de refortificación del frente meridional de la muralla, tal vez hacia finales del siglo XII o principios del siglo XIII.

Durante este mismo periodo, por último, la única torre albarrana del frente sur de la muralla de la medina — de origen islámico — fue transformada en una torre de flanqueo convencional de planta pentagonal en proa mediante la construcción de un forro perimetral con basamento de grandes sillares reutilizados y alzado de tapial acerado, que duplicó el tamaño de la torre en planta y eliminó el pasillo trasero que la separaba originalmente del lienzo contiguo (Fig. 7).

La torre original era maciza, tenía planta rectangular (contaba con 5,35 m de anchura y con 7,20 m de fondo), y se encontraba separada de la muralla principal por un pasillo de poco más de 1,00 m de anchura, lo que la convertía en torre albarrana — la tercera del recinto —. Muy probablemente formaba parte del diseño original de la muralla islámica, según demuestra

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el aparejo de su tercio inferior, idéntico al de ésta, y constituido por mampostería encofrada a base de piedras calizas irregulares de tamaño intermedio trabadas con mortero de tierra y cal, y colocadas en el interior de los cajones de encofrado con una marcada tendencia a la formación de hiladas. Su mitad superior, en cambio, estaba constituida por una obra maciza de tapial de tierra reforzada al interior con diversas baterías de rollizos de madera horizontales dispuestas a diferentes alturas, alternativamente en paralelo y en perpendicular al frente exterior de la torre, conformando una retícula o parrilla a modo de armadura interna de carácter estructural.

En un momento de reforma que podemos fechar hacia finales del siglo XII o principios del siglo XIII, la torre albarrana de la medina fue revestida al exterior con un forro perimetral de fábrica de planta pentagonal en proa, cuya construcción dio lugar, a su vez, a la desaparición del pasillo que la separaba de la muralla, macizado con hormigón de cal y arena.

El basamento del nuevo forro perimetral de la torre fue construido con sillares reutiliza-dos de módulo uniforme, colocados mayoritariamente a soga en hiladas regulares — se docu- mentan también algunas secuencias aisladas de entre cuatro y seis tizones consecutivos —, y trabados con tierra caliza compacta. Las juntas entre bloques, profusamente enripiadas en los tendeles, estuvieron protegidas en su momento por un llagueado de argamasa blanca que ocultaba una buena parte de la cara vista de cada sillar. El interior de la proa fue macizado por hiladas con un relleno de piedras irregulares trabadas con tierra caliza compacta, armado en su interior con algunos rollizos horizontales dispersos.

Sobre este basamento se alzaba una fábrica de tapial de tierra acerado o calicastro decorada — al igual que las torres contiguas y la muralla principal en este tramo — con bandas recti-líneas de anchura constante en ligero resalte, a base de argamasa blanca, que protegen tanto las juntas horizontales entre hiladas consecutivas de cajones de encofrado — tendeles — como las juntas verticales entre cajones contiguos de una misma hilada — llagas —, confiriendo a la obra de tapial la falsa apariencia de una fábrica de sillares ciclópeos.

La reforma descrita proporcionó a la torre en cuestión una enorme solidez estructural y un indudable protagonismo en el tramo de muralla al que defiende, duplicando su tamaño en planta: tras la reforma, la torre alcanzó 8,90 m de anchura, y quedó proyectada hacia extramuros un máximo de 12,20 m en la punta de su nueva proa. Es probable que el llamativo refuerzo que transformó la albarrana original en una gran torre pentagonal en proa unida a la muralla sirviese para permitir la colocación de algún tipo de máquina de guerra en su azotea. En cualquier caso, es obvio que los entonces responsables de la defensa de la ciudad se mostra-ron enormemente preocupados por asegurar la estabilidad y la capacidad de cobertura de esta torre, que, por otra parte, ocupa una posición centrada entre el ángulo suroeste del alcázar y la puerta en recodo de la medina, asegurando la conexión visual entre ambos puntos.

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Por sus dimensiones y por su diseño, la nueva torre pentagonal de la medina de Calatrava es muy similar a las existentes en el frente oriental de los castillos de Caracuel y de Alarcos. Ésta última se hallaba en fase de construcción en el momento de producirse la batalla de Alarcos, el 19 de julio de 1195.

4.2. El interior del alcázar

De la primera fase de dominio calatravo sobre el lugar (1158–1195) se han conservado también los restos de la iglesia de nueva planta edificada en el interior del alcázar, y los del edificio conventual que la rodeaba, dotado de diversas dependencias de muy variada factura distribuidas en torno a un claustro de planta triangular porticado en dos de sus lados (Fig. 8).

4.2.1. La iglesia de los calatravosLa iglesia de los calatravos fue levantada en el sector meridional del alcázar — en el

punto más alto de su interior —, junto a la muralla sur y sobre los restos del ábside templario inacabado, que le sirvieron parcialmente de cimentación. Su construcción debió de comenzar poco tiempo después de la fundación de la Orden de Calatrava (1158). Se trata de una iglesia de planta basilical de una sola nave, perteneciente al conocido tipo de “iglesia de salón”, en la que el transepto no aparece marcado en planta. El ábside, también con un protagonismo muy destacado, es de planta ultrasemicircular peraltada, tanto al interior como al exterior, y más alto que la nave.

Desde el punto de vista constructivo, el alzado del nuevo templo es muy heterogéneo, lo que, dada la unidad cronológica de la obra, parece ser consecuencia de una mera voluntad estética. Así, tanto el ábside como la mayor parte de la fachada norte presentan, al exterior, el aparejo más representativo del mudéjar toledano, a base de hiladas dobles de mampuestos irregulares entre verdugadas simples de ladrillo, que J. M. Rojas y R. Villa6 fechan para la ciudad de Toledo hacia finales del siglo XII o principios del siglo XIII. Las restantes fachadas del edificio, semiocultas entonces por construcciones aledañas, están construidas a base de mampostería concertada de piedra caliza, sin encintar.

La cubierta, desaparecida, debió de estar sostenida por un armazón de madera, según se deduce de la estructura general del alzado del edificio. Varios mechinales existentes en la parte alta de la fachada norte ponen de manifiesto la existencia de un pórtico lateral en este sector, también desaparecido.

Al interior, el nivel de uso del presbiterio se hallaba notablemente más elevado que el suelo de la nave; y la comunicación entre ambas zonas se producía por medio de una escalinata

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hoy desaparecida. Bajo el presbiterio, y al mismo nivel que la nave, se encuentra la cripta, en cuyas paredes enlucidas se ha conservado un interesante conjunto de grafitos votivos de los siglos XV y XVI, con representaciones detalladas de barcos, figuras humanas y escenas de caza principalmente. A los pies de la nave se han conservado las improntas dejadas por la estructura del coro, también desparecido.

Hacia finales del siglo XIII, la iglesia descrita fue colocada bajo la advocación de Nuestra Señora de la Blanca7. Tras el traslado de las casas de la encomienda a El Turrillo, la iglesia de los calatravos continuó en uso durante algo más de tres siglos y medio, esta vez como ermita de despoblado, aunque bajo la misma advocación. A lo largo del siglo XVIII, el culto a la imagen de Nuestra Señora de la Blanca que se custodiaba en este templo había quedado muy disminuido, de modo que, en 1774, fue trasladada definitivamente a la iglesia de Santiago de Ciudad Real, quedando desde entonces abandonada la antigua ermita de Calatrava la Vieja, que presumiblemente había resultado muy afectada por el terremoto de Lisboa de 17558.

4.2.2. El edificio conventual de la OrdenLa iglesia descrita formaba parte de un complejo constructivo más amplio, levantado

en sus líneas maestras durante la segunda mitad del siglo XII o a comienzos del siglo XIII, que ocupaba por completo la mitad sur del primitivo alcázar islámico y que, por su estructura general, podríamos definir como el edificio conventual de la orden de Calatrava. Este complejo estuvo en constante transformación entre los siglos XIII y XV, periodo durante el cual conoció varias fases de ocupación marcadas sucesivamente por la construcción, compartimentación, desmantelamiento y rehabilitación de diversos edificios.

La mayor parte de los edificios que lo integraron se distribuían en torno a un claustro de planta triangular, adosado a la fachada norte de la iglesia y porticado en dos de sus lados — sur y oeste —, que articulaba los recorridos al tiempo que servía de cementerio. En su interior se han documentado hasta tres fases sucesivas de enterramientos, todas ellas desmanteladas desde antiguo.

La iglesia ocupaba el ala sur del complejo. En el ala este, encajada en el espolón oriental del alcázar, se documenta un conjunto arquitectónico notablemente homogéneo, integrado por siete grandes estancias abovedadas de diferentes alturas cuya función no es posible determinar por el momento. Se trata de estancias por lo general amplias, delimitadas por gruesos muros de mam-postería concertada, y cubiertas con bóvedas de medio cañón construidas con ladrillo. Algunas de ellas conservan restos de pavimentos enlosados con piedra caliza. Al conjunto se accedía desde el ala norte del convento por medio de un largo pasillo que conducía hasta un distribuidor central a cielo abierto después de haber dado acceso a las dos habitaciones más occidentales.

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El resto del complejo conventual presenta, en cambio, una estructura y una secuencia evolutiva notablemente complejas. En un estadio inicial — probablemente durante la segunda mitad del siglo XII — se acometió la construcción de grandes edificios, con modificaciones de cierta importancia en estructuras preexistentes. En el ala oeste se construyó una gran aula de planta rectangular dividida longitudinalmente al interior en dos naves por medio de una secuencia de seis pilares alineados en dirección norte-sur. En el ala norte, además, se levantó una crujía compartimentada en varias habitaciones de planta rectangular con grandes hogares de ladrillo en su interior, en cuyo cuadrante suroccidental quedó integrado el antiguo aljibe islámico del alcázar, que mantuvo su función original como depósito de agua probablemente hasta mediados del siglo XIII.

5. El retorno de la orden y la encomienda de Calatrava la Vieja (1212–ca. 1418)

Tras la victoria del ejército almohade sobre Alfonso VIII de Castilla en la batalla de Alar-cos (1195), los calatravos perdieron todo el Campo de Calatrava, incluida la propia fortaleza de Calatrava y, por supuesto, el convento fundacional. Calatrava y su territorio volvieron tran-sitoriamente a poder del Islam — durante diecisiete años —, y la vieja ciudad del Guadiana recuperó sus funciones como capital del distrito.

En 1212, y como consecuencia de la campaña que desembocaría finalmente en la batalla de Las Navas de Tolosa, el ejército cristiano recuperó casi todo el Campo de Calatrava, incluida la ciudad que le daba nombre, que fue devuelta inmediatamente a la orden allí fundada. Cala-trava recobró entonces su valor como punto estratégico en las comunicaciones entre Toledo y Andalucía, siendo utilizada en los años inmediatamente posteriores como punto intermedio básico en las campañas que se emprendían contra al-Andalus9. No obstante, la vieja ciudad del Guadiana perdería pronto su protagonismo, pues en 1217 el maestre Martín Fernández de Quintana decidió trasladar la sede de la orden y su convento principal a la fortaleza de Dueñas, que desde entonces será conocida como Calatrava la Nueva, mientras que la sede fundacional de la orden pasaba a llamarse Calatrava la Vieja para distinguirla de la anterior10.

El traslado del convento principal a Calatrava la Nueva supuso para Calatrava la Vieja el inicio de un lento proceso de decadencia que se vio agravado por la insalubridad de su entorno inmediato, donde el carácter pantanoso del río había convertido en endémicos el paludismo y la disentería. La fundación de Villa Real en 1255, además, desvió varios kilómetros al oeste el camino principal de Córdoba a Toledo, arrebatando a Calatrava su papel protagonista en la re-gión y acelerando su decadencia, especialmente notable durante la segunda mitad del siglo XIII.

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181CALATRAVA LA VIEJA: ELEMENTOS DE FORTIFICACIÓN DE LA PRIMERA SEDE DE LA ORDEN DE CALATRAVA

Poco tiempo después del traslado de la sede de la orden a Calatrava la Nueva se había constituido en Calatrava la Vieja una encomienda para canalizar la explotación de la villa y su territorio circundante. Los representantes de la nueva dignidad se establecieron sin duda en el antiguo convento fundacional del interior del alcázar, que experimentó numerosas reformas a lo largo de los siglos XIII, XIV y XV. Las modificaciones afectaron también a los accesos al interior del alcázar. Los trabajos arqueológicos realizados en el yacimiento durante las últimas campañas han permitido documentar, además, la existencia de una extensa puebla de época de la encomienda en el interior de la antigua medina islámica, y de un arrabal construido sobre las ruinas de la coracha de abastecimiento al alcázar. A comienzos del siglo XIII se construyó, unos 300 m al sureste del recinto amurallado, un santuario en conmemoración de los caba-lleros calatravos muertos durante el asalto almohade de 1195, que ha continuado en uso hasta hoy, aunque con importantes transformaciones y algunos cambios de advocación.

5.1. Modificación de los accesos al interior del alcázar

A lo largo del siglo XIII se produjeron importantes modificaciones en los dos únicos accesos al interior del alcázar, rediseñados en función de las nuevas necesidades y menos con-dicionados por factores defensivos, no tan apremiantes como en épocas precedentes.

5.1.1. Acceso desde la zona del ríoDesde época islámica, el acceso desde la zona del río se realizaba a través de una puerta en

recodo configurada por un vano principal situado en el sector central de la muralla norte del alcázar, y cobijado por una torre de planta cuadrangular (4,90 x 3,50 m) hoy casi completamente desaparecida, construida con grandes sillares de piedra caliza, y equipada en su cara oeste con un vano de acceso desde el exterior, a modo de antepuerta, dispuesto en perpendicular al anterior. La puerta principal fue objeto de reforma posterior y se encuentra en la actualidad en avanzado estado de ruina, por lo que desconocemos su configuración y dimensiones origi-nales. La antepuerta situada en el frente occidental de la torre, por su parte, contaba con 0,90 m de luz, y estaba equipada con sendas mochetas en sus jambas. El conjunto estaba precedido por un grueso antemuro rematado en su extremo occidental con un guardacantón cilíndrico de granito, que daba cobertura a la rampa de subida desde el nivel del río — que ascendía hacia el este — al tiempo que obligaba a realizar un recodo previo al de la entrada propiamente dicha.

A lo largo del siglo XIII, la torre que articulaba la puerta en recodo original fue demolida — es probable que se encontrase entonces parcialmente arruinada —, de modo que el vano prin-cipal que franqueaba la muralla quedó a la intemperie. La reforma se completó por medio de la

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construcción de un antemuro de deficiente factura que discurre en paralelo a la muralla princi-pal, y que fue reparado posteriormente en varias ocasiones (Fig. 9). En la base del antemuro cita-do se observa la reutilización de grandes bloques de sillería procedentes de la demolición de una estructura previa — probablemente de la propia torre que cobijaba el sistema original de entrada.

El antemuro en cuestión dio lugar a la creación de una nueva liza que elevó notablemente la cota del nivel de uso previo, situándola a la par del umbral de la puerta principal y cubriendo la ruina del antemuro islámico precedente, el basamento de la torre demolida, e incluso el arranque de la coracha del alcázar, previamente arruinada. El acceso a la liza desde el exterior lo facilitaba una pronunciada rampa de tierra situada junto a la cara occidental de la primitiva coracha y perpendicular a la muralla. La rampa, apoyada en un muro de contención de tierras fabricado con mampostería irregular de piedra caliza, permitía salvar la notable diferencia de cota entre la zona del río y la puerta de entrada al alcázar, y obligaba a describir un recodo previo al de la propia entrada.

5.1.2. Puerta de comunicación con la medinaDesde un primer momento, la puerta de comunicación entre el alcázar y la medina se

situaba en el sector central de la muralla que separa ambos sectores, y desde mediados del siglo IX, esa puerta estuvo defendida por dos grandes torres de planta cuadrangular unidas en altura por una llamativa bóveda de piedra que facilitaba la defensa vertical del paso por medio de buhederas en su clave, al tiempo de permitía el tránsito entre los habitáculos superiores de ambas torres, dotados a su vez de saeteras abocinadas estratégicamente distribuidas para la cobertura del interior de la medina. La defensa del paso — y de la propia muralla occidental del alcázar — se completó, a lo largo del tiempo, con la construcción de diversos antemuros y de un gran foso seco de 25 m de anchura interpuesto entre éstos y el área urbana de la medina.

A lo largo del siglo XIII la configuración del acceso descrito se transformó notablemente. El foso, perdida ya su función defensiva, fue quedando progresivamente amortizado con escom- bros, y los nuevos solares surgidos sobre su traza resultaron casi inmediatamente invadidos por la trama urbana del sector de la medina más próximo al alcázar, fenómeno éste que se documenta ya para época almohade.

Por otra parte, el complejo sistema de antemuros y lizas que había defendido desde un prin-cipio la base de la muralla occidental del alcázar, reformado en varias ocasiones, fue amortizado con escombros poco después de la toma de 1212, y completamente rediseñado mediante la cons-trucción de un nuevo antemuro de tapial acerado sobre base de mampostería, de traza rectilínea.

Al mismo tiempo, se procedió al tapiado completo del frente exterior del primitivo arco triunfal islámico, reutilizado desde entonces como espacio habitable, o tal vez como simple

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almacén. A raíz de ello, fue necesario crear un nuevo acceso al interior del alcázar desde la zona de la medina, para lo cual se abrió una puerta en el sector central del lienzo contiguo a la torre sur del arco triunfal, y se construyeron una antepuerta en el extremo meridional del antemuro de calicastro — junto a la esquina noroeste de la torre meridional — y un tramo de muro paralelo a éste en el interior de la liza, con lo que se creaba un nuevo acceso basado en el sistema de antepuerta y doble recodo heredado de la tradición islámica (Fig. 10).

La antepuerta, de nueva construcción, tiene 2,00 m de luz, y de ella sólo se ha conservado la base de las jambas, que presentan despiece de sillería integrado en fábrica de ladrillo, están abocinadas hacia el interior y dotadas de sendas mochetas para prevenir el desmantelamiento de los batientes de madera, que cerraban al centro. El vano descrito daba acceso a un primer tramo de pasillo que, en el sentido de entrada, discurría hacia el norte poco más de 5 m para quebrar después en ángulo recto hacia el este y enfilar la puerta abierta al efecto en el sector central del lienzo adyacente.

Esta última debió de tener también despiece de sillería en sus jambas, razón por la cual fue objeto de expolio tras el abandono del nuevo complejo de entrada. Perdida por completo su geometría original, la puerta en cuestión llegó hasta la década de 1980 convertida en un simple boquete en la muralla, de modo que, durante una restauración promovida por el Ministerio de Cultura en 1984 y realizada sin control arqueológico, fue confundida con una simple destrucción, y tapiada por completo. Finalmente, y tras un minucioso estudio arqueológico de la zona, la puer-ta fue recuperada por la restauración llevada a cabo en el alcázar y su entorno durante el año 2007.

Al interior del alcázar, la disposición de las estructuras preexistentes forzaba la realiza-ción de un nuevo recorrido en doble recodo, definido principalmente por el pasillo existente entre el lienzo de la muralla fundacional del alcázar y su sustituto de época almorávide.

5.2. El interior del alcázar

El edificio conventual construido durante la segunda mitad del siglo XII en el sector meri-dional del alcázar, en torno a la iglesia de los calatravos, sufrió continuas transformaciones duran-te el periodo en que estuvo ocupado por la encomienda de Calatrava la Vieja — siglos XIII–XV11.

Entretanto, la mitad septentrional del alcázar permaneció abandonada, convertida en un erial situado entre el complejo conventual y la puerta de entrada desde la zona del río. Probable-mente hacia mediados del siglo XIII se había producido ya el desmantelamiento completo de las cubiertas de los edificios islámicos documentados en ese sector, a raíz de lo cual comenzó el proce-so de destrucción y colmatación de los mismos, que en poco tiempo quedaron ocultos por sus pro-pios derrumbes y por los residuos generados por las actividades desarrolladas por la encomienda

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de Calatrava en el interior del alcázar. Con el tiempo, el sector norte del alcázar quedaría conver-tido en un baldío en el que llegaron a construirse hasta tres hornos de producción de cerámica. En dependencias anejas al edificio conventual de la Orden se establecieron también dos fraguas12.

El antiguo aljibe islámico del interior del alcázar había quedado integrado parcialmente en el ala norte del edificio conventual de los calatravos, y dado su enorme valor estratégico para la defensa del alcázar, suponemos que mantuvo su función original como depósito subterráneo de agua hasta, al menos, mediados del siglo XIII. Se localiza en el sector centro-oeste del alcá-zar, frente a la puerta de comunicación con la medina, en uno de los puntos más elevados de su entorno, de donde se deduce que no captaba aguas de superficie. Fue construido en el interior de una gran fosa practicada al efecto en el sustrato geológico del cerro, pese a lo cual una parte importante de su desarrollo era originalmente visible en altura. Por ello, el aljibe condicionó con su presencia la distribución de las estructuras levantadas posteriormente en su entorno, desempeñando incluso funciones de defensa pasiva al obstaculizar parcialmente, mediante un recodo interior, la circulación a través de la puerta que comunicaba el alcázar con la medina.

A lo largo de la segunda mitad del siglo XIII, el aljibe en cuestión debió de ser transfor-mado en mazmorra, según se deduce del estudio del muy valioso conjunto de grafitos docu-mentados en la mitad inferior de sus paredes internas, compuesto principalmente por repre-sentaciones figurativas, geométricas y epigráficas, tanto incisas como al carbón, en las que pueden observarse escenas de guerra a caballo y de cetrería, diversos personajes representados de frente — entre los que cabe destacar la figura de un guerrero calatravo armado con espada y escudo —, armamento diverso, torres de fortalezas, epígrafes en árabe...13.

5.3. La puebla cristiana del interior de la medina

De planta ovoide irregular y con una extensión próxima a las 4 ha, la antigua medina islámica de Calatrava se sitúa al oeste del alcázar, ocupando la mayor parte del recinto amu-rallado. La muralla que la defiende, con más de treinta torres de flanqueo, es muy heterogénea tanto desde un punto de vista constructivo como cronológico, y en ella destacan especialmente la puerta en recodo del frente sur, la torre albarrana rectangular transformada posteriormente en pentagonal, y la coracha de abastecimiento de agua, junto a su ángulo noroeste.

Durante casi cinco siglos, la medina constituyó el núcleo principal de la ciudad andalusí, y entre los siglos XIII y XV, ya en época de la encomienda de Calatrava la Vieja, estuvieron habitados, al menos, el sector más próximo al alcázar y el entorno de la antigua puerta en recodo del frente sur. Por ello, la medina de Calatrava la Vieja tiene una enorme trascendencia para la historia del urbanismo medieval peninsular.

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Las excavaciones arqueológicas que se desarrollaron entre 2001 y 2009 en el interior de la medina han puesto al descubierto un denso caserío habitado entre los siglos XIII y XV probablemente por trabajadores vinculados de algún modo a la encomienda de los calatravos (Fig. 11), y contiguo al nuevo acceso en recodo construido después de 1212 en sustitución de la primitiva puerta islámica de comunicación con el alcázar.

A lo largo del siglo XIII, en efecto, en el sector de la medina más próximo a la muralla occidental del alcázar se construyeron nuevas viviendas sobre los rellenos del antiguo foso islámico que separaba el alcázar de la medina, y se reocuparon otras adyacentes de época islá-mica, que fueron profundamente reformadas por sus nuevos habitantes14. Durante la campaña de excavaciones arqueológicas de 2008, además, se ha documentado una ocupación de esta mis-ma cronología y similar naturaleza junto a la puerta en recodo de acceso desde el exterior, en el frente sur del recinto, lo que viene a demostrar que la puebla establecida por la encomienda de Calatrava la Vieja en el interior de la antigua medina islámica es mucho más extensa de lo que habíamos sospechado hasta ahora, y de lo que dejan entrever las fuentes escritas de la época.

5.4. Los arrabales

Desde época omeya, la ciudad de Calatrava había contado con extensos barrios extra-muros que rodeaban el recinto amurallado por todo su perímetro — salvo por el norte, por donde discurría el Guadiana —, y que se extendían de modo más o menos discontinuo por una superficie de alrededor de 100 ha situada entre el río Guadiana — al norte — y el arroyo Valdecañas — al sur —, aguas arriba de la confluencia de ambos cauces.

Uno de los arrabales mejor conocidos de Calatrava es el denominado arrabal oriental, en el que las prospecciones arqueológicas realizadas hasta el momento han permitido documentar un denso caserío de época islámica, establecido muy probablemente en torno a una antigua mezquita cuyos restos son todavía visibles en la fachada septentrional de la actual iglesia del Santuario de Nuestra Señora de la Encarnación, unos 300 m al sureste del recinto amurallado de la ciudad15.

Por otra parte, las excavaciones arqueológicas realizadas en el entorno de la coracha de abastecimiento al alcázar entre 1996 y 2004 han venido a demostrar que, durante los siglos XIII y XIV, dicho sector estuvo ocupado por un caserío asentado sobre los lodos aportados durante siglos por el río y sobre los escombros generados por la destrucción parcial de las estructuras defensivas adyacentes, ya en claro desuso. El caserío en cuestión, relativamente denso y complejo, fue construido y habitado en época de la encomienda de Calatrava la Vieja, y constituye un verdadero arrabal extramuros del alcázar16.

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Fig. 1

Fig. 2

Mapa de ubicación de Calatrava la Vieja (Archivo Calatrava la Vieja).

Vista aérea de Calatrava la Vieja, tomada desde el este (MAC Fotográfica, 2010).

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Fig. 4

Fig. 3

Plano general de Calatrava la Vieja. A: alcázar; B: barrio contiguo al alcázar; C: barrio de la puerta en recodo; D: arrabal de la coracha (Archivo Calatrava la Vieja).

Frente oriental de la muralla del alcázar (Archivo Calatrava la Vieja).

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Fig. 6

Fig. 5

Planta de la iglesia templaria inacabada, con superposición de la iglesia de los calatravos (Archivo Calatrava la Vieja).

Frente meridional de la muralla de la medina (Archivo Calatrava la Vieja).

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189CALATRAVA LA VIEJA: ELEMENTOS DE FORTIFICACIÓN DE LA PRIMERA SEDE DE LA ORDEN DE CALATRAVA

Fig. 8

Fig. 7

A B

Torre pentagonal de la medina, antes (A) y después (B) de su restauración en 2010 (Archivo Calatrava la Vieja).

Vista general del edificio conventual de la Orden de Calatrava, en el interior del alcázar (Archivo Calatrava la Vieja).

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Fig. 9

Fig. 11

Puerta de entrada al interior del alcázar desde la zona del río (Archivo Calatrava la Vieja).

Puerta de comunicación entre el alcázar y la medina en época de la encomienda de Calatrava la Vieja (Archivo Calatrava la Vieja).

Vista general del barrio contiguo al alcázar (Archivo Calatrava la Vieja).

Fig. 10

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Notas

1 Martínez, 1993, p. 34.

2 Primera Crónica General, ed. 1977, II, p. 666.

3 Rodríguez-Picavea, 2000, p. 813.

4 Rodríguez-Picavea, 2008, p. 63

5 Rades, 1572, folio 20rº.

6 Rojas & Villa, 1999, IV, pp. 584–587.

7 Rodríguez, 2000, p. 19.

8 Corchado, 1982, p. 194; Rodríguez, 2000, p. 46.

9 Rodríguez-Picavea, 2000, p. 821.

10 Rades, 1572, folio 33rº.

11 Hervás & Retuerce, 2009, pp. 108–110.

12 Hervás & Retuerce, 2009, pp. 114–120.

13 Hervás & Retuerce, 2009, pp. 110–114.

14 Hervás & Retuerce, 2005.

15 Hervás & Retuerce, 2009, pp. 132–136.

16 Hervás & Retuerce, 2009, pp. 128–131.