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Ediciones Le Monde diplomatique “el Dipló” Capital intelectual Serie La media distancia

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Ediciones Le Monde diplomatique “el Dipló”Capital intelectual

Serie La media distancia

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¿Existe la clase obrera?

Paula Abal MedinaAna Natalucci Fernando Rosso

Prólogo Mario Wainfeld

Serie La media distancia | 3

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Page 3: Ediciones Le Monde diplomatique “el Dipló” Capital intelectual

© de la presente edición, Capital Intelectual S. A., 2017

Capital Intelectual S. A. edita, también, el periódico mensualLe Monde diplomatique, edición Cono SurDirector: José Natanson

Coordinadora de la Colección Le Monde diplomatique: Creusa Muñoz Director de la Serie La media distancia: Martín RodríguezDiseño de tapa: Cristina MeloDiagramación de interior: Carlos TorresCorrección: Alfredo Cortés Comercialización y producción: Esteban Zabaljauregui

Paraguay 1535 (C1061ABC), Ciudad de Buenos Aires, Argentina Teléfono: (54-11) 4872-1300 www.editorialcapin.com.ar

Suscripciones: [email protected] en Argentina: [email protected] desde el exterior: [email protected]

Edición: 2.000 ejemplaresISBN 978-987-614-532-9

Hecho el depósito que ordena la Ley 11.723Libro de edición argentina. Impreso en Argentina Printed in Argentina.

Todos los derechos reservados.Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquiermedio o procedimiento sin el permiso escrito de la editorial.

Abal Medina, Paula¿Existe la clase obrera? / Paula Abal Medina; Ana Natalucci; Fernando Rosso. - 1a ed., Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Capital intelectual, 2017.160 p.; 22 x 15 cm - (La media distancia; 3) ISBN 978-987-614-532-9 1. Política Argentina. 2. Ciencias Sociales y Humanidades. I. Natalucci, Ana II. Rosso, Fernando III. TítuloCDD 320.982

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Presentación: Que la hay, la hay José Natanson y Martín Rodríguez 9

Prólogo: Apuntes para un prólogo Mario Wainfeld 13

Los movimientos obreros organizados de Argentina (2003-2016) Paula Abal Medina 21 El sindicalismo peronista durante el kirchnerismo (2003-2015) Ana Natalucci 63

A la izquierda de la pared. Sindicalismo e izquierda en el movimiento obrero argentino Fernando Rosso 125

Índice

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9¿Existe la clase obrera?

¿Existe la clase obrera? ¿Qué pasó con la clase obrera argenti-na? ¿Cuántas capas tiene o cuántos segmentos? Los estatales, los bancarios, los camioneros, los que se movilizan contra el “impuesto al salario”, las miles de familias que viven de la re-colección de cartón, los cooperativistas que exigen una ley de emergencia social, los docentes, los jóvenes incorporados a las empresas autopartistas, los metalúrgicos que ganan como un mé-dico, ¿se puede decir que todos pertenecen a la misma clase? ¿Quién los representa? ¿Los respectivos gremios? ¿La UOM y SMATA? ¿El peronismo? ¿El griterío televisivo? En un país de realidades y percepciones simultáneas, donde un porcentaje ma-yoritario de la población, en torno al 80 por ciento, se autopercibe de clase media, en un país con un tercio de su población en la pobreza, con casi 40 por ciento de informalidad laboral, ¿existe aún la clase obrera? Esa es la pregunta.

La vieja clase obrera define hoy una nueva pirámide social, una pirámide social obrera, compuesta por una base sufrida, atomizada y que lucha por encontrar el modo de tramitar su representación, integrada por los grupos más excluidos de tra-bajadores informales, beneficiarios de planes sociales, inmi-grantes recién llegados de la periferia nacional, inmigrantes

Presentación

José Natanson y Martín Rodríguez

Que la hay, la hay

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recién llegados de los países vecinos. Este silencioso subsuelo de la patria convive –¡dentro de la misma clase social!– con una cúspide que se parece mucho, muchísimo, a la clase me-dia. Pero que no es. Un tornero podrá ganar como un médico pero carece de su capital patrimonial, educativo y relacional: ninguno hereda un departamento de dos ambientes en Paler-mo ni tuvo una familia que lo sostuviera mientras estudiaba ni dispuso de la red de contactos esenciales para insertarse en el mundo profesional. Comparte con sus compañeros de clase el nivel educativo, la residencia suburbana, la familia numerosa, la memoria migratoria cercana.

Y el peronismo históricamente fue un gran promotor de la movilidad social ascendente como un recorte poderoso de identidad de los sectores populares, como si en su despliegue hubiera producido clase media (por lo menos en el sentido bá-sico de nivel de ingresos) y simultáneamente hubiera recortado la identidad política popular distinguiendo en la clase media su enemigo, su otro. El peronismo amplió el mercado interno, incorporó masas al consumo, y a la vez mantuvo en su esencia plebeya un reflejo cultural defensivo. Sin embargo, la identi-dad kirchnerista en sus contornos, narrativas y biografías fue un gran movimiento nacido de los valores progresistas de la clase media, encarnando la tradición de la izquierda peronista. Y el PRO, también nacido de los sectores medio-altos de esa clase, se consolidó como su contracara perfecta. Progresismo y liberalismo: en el corazón de la clase media, organizan de algún modo el clivaje político contemporáneo, aunque sea en forma enmascarada y compleja.

Y entonces, ¿existe la clase obrera? Para responder a esta pregunta es necesario ver en los pasajes de nuestro vocabulario político habitual, donde se habla cada vez más de “sectores” que de “clases”, una imprecisión deliberada: la disolución de la con-tradicción entre capital y trabajo como triunfo de un nuevo tipo

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de sociedad, más atomizada y desregulada. ¿El orden democrá-tico quiso ser la paz de los cementerios clasistas? Tal vez quiso, tal vez no pudo.

Preguntas

En el primer libro de la serie La media distancia exploramos qué había ocurrido con los gobiernos de izquierda en América Latina, su avance y retroceso casi simultáneos, en busca de un balance provisorio sobre una experiencia social y estatal que no podía tirarse por el balcón. Luego, en el segundo volumen de la serie indagamos la nueva sensibilidad de y hacia la clase media en Argentina, el modo sorprendente en que se configuró, por amor o rechazo, un nuevo mapa de pasiones entre izquierda (peronista) y clase media. Y en ese orden pensamos que la poli-tización de las capas medias se hizo visible en la escena pública como casi ninguna otra cosa y a través de muy diversas formas: desde las “plazas del pueblo” de las militancias urbanas hasta la movilización de los becarios del CONICET, desde la televisión politizada con sus paneles progresistas y reaccionarios hasta la “militancia en las redes”.

Es en este marco que nos formulamos la pregunta que da tí-tulo a este libro –el tercero de la serie– a partir de la intuición de que resulta difícil analizar la experiencia política de los llama-dos “sectores populares”, aquellos que en las últimas décadas sufrieron el impacto de las políticas económicas neoliberales y desreguladoras bajo el efecto de una (cada vez mayor) hetero-geneidad en su composición, a pesar incluso de las políticas de carácter popular y reparador desplegadas durante los gobiernos kirchneristas.

Aún entre imaginarios partidarios en pugna (peronistas, pro-gresistas, liberales), la política se obstina en trazar una noción

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social de progreso en base al viejo ideal aspiracional de pleno empleo (fordista). Sin reparar en los cambios registrados en las tramas productivas, en fenómenos sociales como la feminiza-ción del trabajo y en el impacto revolucionario y devastador que la globalización, la deslocalización y la mecanización generan sobre la economía, la política sueña con un mundo que ya fue, mientras en el seno de la “experiencia de clase”, en la trama misma del Estado e incluso en la realidad de muchas empresas se han ido abriendo caminos y conflictos novedosos: desde la revitalización de un sindicalismo clasista de creciente protago-nismo hasta la creación de nuevos sindicatos ahí donde no había reconocimiento gremial, de la incorporación de trabajadores jó-venes a los clásicos repertorios de acción sindical, de las nuevas experiencias autogestionarias a la recuperación de la centralidad política de los gremios industriales que el menemismo parecía haber condenado al último cajón del escritorio.

Con este nuevo título de La media distancia nos propone-mos construir en el abanico rico de autores un mosaico de las realidades y desafíos que se les presentan en la actualidad a los pobres, a los trabajadores y a los sindicatos argentinos.

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Juan Domingo Perón, que algo tenía que ver con esos asuntos, decía a veces que la columna vertebral del (de su) movimien-to era la clase trabajadora. En otras ocasiones le atribuía ese rol al Movimiento Obrero Organizado (MOO). El único presiden-te argentino ungido tres veces en elecciones libres quizás no se equivocaba ni contradecía. Adecuaba su discurso a las notables peripecias de la vida política. No era un científico social sino un político en acción, protagonista durante tres largas décadas. Aco-modar la narrativa al contexto es, en tales casos, una necesidad y no (siempre) una inconsecuencia.

De cualquier modo, en los mejores tiempos del General, con pleno empleo y afiliación masiva, la clase trabajadora y el movi-miento obrero estaban más imbricados, eran más homogéneos.

Hoy en día, como explican José Natanson y Martín Rodríguez en la Presentación de este volumen, la clase obrera existe, malgré tout. Añadamos que el movimiento obrero también pero, ay, ya no son lo que eran. Abordarlos es, entonces, más peliagudo.

*

Prólogo

Apuntes para un prólogo

Mario Wainfeld*

* Periodista, abogado, docente universitario, escritor.

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Sigamos con argentinos venerables. Jorge Luis Borges –¿quién si no?– escribió un prólogo de prólogos. Dictaminó que ese ¿género, accesorio, adefesio? “en la triste mayoría de los ca-sos, linda con la oratoria de sobremesa o con los panegíricos fú-nebres y abunda en hipérboles irresponsables”. Fea la actitud, sugería Borges quien conservaba la esperanza porque el prólogo “cuando son propicios los astros, no es una forma subalterna del brindis; es una especie lateral de la crítica”. Quien esto escribe se siente tentado de elogiar, sin hipérboles ni ambages, a Paula Abal Medina, Ana Natalucci y Fernando Rosso (en prolijo orden alfabético que coloca a las mujeres primeras).

Varias virtudes enaltecen sus ensayos y los diferencian grata-mente de la vocinglería mediática o del encierro académico. No se conforman con clichés o eslóganes ni se dedican a un objeto de estudio microscópico. Arriesgan, investigan y no se cuidan demasiado de tomar partido, claramente a mi ver, en dos de las tres piezas. No diré cuáles porque el spoiling no es lo mío y por-que sintetizar trabajos tan abarcantes frisa con desnaturalizarlos.

Volvamos a la o a las columnas vertebrales.

*

Por lo pronto, ya no hay “solo una clase de hombres, los que trabajan” como rezaba un bello apotegma justicialista.

Se piden disculpas por las repeticiones de vocablos de la próxima frase, en aras de la brevedad. Cada vez hay más traba-jadoras y cada vez hay más trabajadorxs que no trabajan. No es un oxímoron (ojalá lo fuera) sino una descripción de una realidad planetaria y creciente.

Millones de personas bregan por ser explotadas, antes que incluidas (al menos cronológicamente).

Son a la vez ilustrativas y simbólicas las escenas de quie-nes arriesgan sus vidas en pos de ser el último orejón del tarro

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capitalista. Se exponen atravesando mares y océanos, desafian-do murallas, alambres de púas, represiones legales o físicas. Y afrontando la segregación, el odio y la agresión de otras personas ligeramente menos oprimidas.

*

Ser trabajador y “estar en relación de dependencia”, regresan-do a la Patria Chica, es una circunstancia envidiable. Ser trabaja-dor y trabajar, otra forma de sobrevivir. Ser trabajador y no tener un laburo, una contingencia en ascenso estadístico, estructural en muchas historias de vida.

La clase existe pero se fragmenta y diversifica. El (ornito-rrínquico) modelo sindical argentino pervive pero expresa a una parcialidad, en cierto sentido privilegiada, aunque conviene no exagerar la gravitación de ese rasgo.

Brotan de ese tronco o de otras tradiciones luchas, experien-cias y organizaciones alternativas. Sus raíces ya son hondas pero varias experiencias fértiles y potentes datan de este siglo. Pueden ser críticas, hostiles, aun antagónicas frente al sindicalismo tradi-cional pero recogen parte de sus pilares o modos de obrar.

Los trabajos de Abal Medina y Rosso examinan una parte importante de esas experiencias, que vienen sucediendo ahora mismo, lo que los distancia garbosamente del academicismo del pasado, de la minucia o de la nada.

Natalucci clava más la mirada en el MOO tradicional. Pero nuestros tres Virgilios no se condenan ni confinan a un sector, mestizan sus ensayos, navegan.

*

Entre los libros que nunca he escrito hay uno que describe las metamorfosis de la clase trabajadora narrando sus moviliza-

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ciones, marchas, concentraciones, actos, ocupaciones del espacio público a partir del 17 de octubre de 1945.

Escudriñaría a “las y los que van”, sus edades, conchabos, te-rritorios de origen y de adopción, rama de actividad, color de tez, niveles de ingresos y cien etcéteras. Una especie de crónica mez-clada con informe impresionista, un Bialet Massé “de parado”.

Difícil que cometa ese opus pero, si lo hiciera, los tres ensa-yos que prologo serían aportes esenciales.

Seguramente, me remitiría al hecho originario. Con manifes-tantes que navegaron de las provincias a los suburbios y de estos a la Plaza. Hombres, en proporción elevadísima, conchabados en la industria. Con un abanico salarial notablemente corto, medido con los parámetros actuales. Con gustos y preferencias cultura-les, deportivas, alimenticias y de género menos sofisticados que los del siglo XXI. Era clavado encontrar una clase ahí. Lo nota-ban quienes participaban y se enamoraban sabiamente de Perón, quienes los empleaban y odiaban al Hombre, al líder popular en ciernes.

Antes de ser mayor de edad, abogado, periodista (onda década del 60) fui a Plaza Once con un compañero del secundario a una movilización peronista. A verla, no a intervenir. Con la laxitud e imprecisión que dan los años, creo que no eran tan distintos de aquellos del 45. Ni tan distintos a los que los miraban desde la Recova. Para aquellos, palos, rebencazos, gases y cosacos (poli-cías a caballo) embravecidos. Separados por una suerte de valla invisible, como en una película de Luis Buñuel, los ciudadanos- testigos se les parecían aunque los distanciaban el compromiso y la política.

En la imperfecta experiencia personal (y con el hiato ineludi-ble de la dictadura) pude ver-leer otra conformación de la clase en el acto de cierre de campaña del peronismo el 28 de octubre de 1983, con palco en el Obelisco y una muchedumbre inacaba-ble en la Avenida 9 de Julio. Herminio Iglesias, el candidato a

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gobernador bonaerense que el justicialismo eligió para regocijo del radicalismo alfonsinista, llegó al frente de una columna de de-cenas (o cientos) de miles de personas. En ese momento los des-cribí para una publicación militante efímera y olvidada como “los condenados de la tierra”. Pobres de toda pobreza, enflaquecidos, con contados dientes, tan distintos a los muchachos y muchachas peronistas que unidos triunfaron.

La combinación entre trabajadores con acceso a una vida digna o al menos pasable y otros muy relegados también se hizo patente en las movilizaciones congregadas por Saúl Ubaldini. Precursor polifacético, intuitivo y asistemático Saúl hizo base en San Cayetano, interpeló trabajadores agremiados y pobres de todo pelaje y actividad. Fue profeta sencillo de la verba del papa Fran-cisco, amasó un mix de religiosidad popular y peronismo. Sincré-tico a carta cabal, merece una mirada a fondo, un reconocimiento histórico en la vasta acepción de esas dos palabras. Y, claro que sí, otro libro que no he escrito y que espera quien se haga cargo.

La Marcha Federal de 1994, en pleno despliegue del neolibe-ralismo, hizo converger desde todas las provincias a una “nueva” clase trabajadora. Registrados o informales, de industrias tradi-cionales, de ensamblaje, peones de campo, micro emprendedo-res y hasta efímeros empresarios de remiserías o quioscos que se “desclasaron” por un lapso breve. Los despedidos flamantes eran multitud, acaso por primera vez en la historia.

Al 2000-2001 le “cabe” la segunda tanda. El gobierno del pre-sidente Macri va construyendo la tercera, con saña tenaz.

Los piquetes de los movimientos de desocupados serían otro capítulo. Primero los surgidos en la devastada población de ciu-dades petroleras, lejos del centro político del país. Luego, los co-nurbanos de La Matanza o zonas aledañas, con otros recorridos laborales y linajes políticos.

La suma de jóvenes complejizó el fenómeno. La participación en jornadas épicas y sangrientas (19 y 20 de diciembre de 2001,

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masacre de Avellaneda) sumaría luchadores y hasta mártires mi-litantes y casi pibes a la historia del movimiento popular. Los habría desocupados, organizados, autogestionarios o tentados de vincularse a la política social estatal. También sindicatos de nue-va hechura, como SIMECA.

El 25 de mayo de 2006 el presidente Néstor Kirchner convocó a un acto en la Plaza histórica al que concurrieron sindicatos tra-dicionales y revitalizados tanto como gentes de “los territorios” y organizaciones sociales. Unos llegaron por la Diagonal Sur, or-ganizados, muchos con ropas de trabajo, encolumnados con sus gremios. Los otros, entrando por la Diagonal Norte, aportaron las presencias de familias enteras. Las diferencias saltaban a la vista aun del sociólogo menos avisado. Fue el clímax del kirchneris-mo, tal vez, o una síntesis de la alquimia que intentó. Y que, opi-na este cronista, consiguió concretar durante un lapso apreciable, en la relativa medida que permite la historia.

Otras experiencias son insumo central de los tres ensayos de este libro. Las empresas recuperadas, el sindicalismo alternati-vo de las comisiones internas radicalizadas, nuevas formas de explotación, la Central de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP). La nómina es incompleta, ya lo verá el lector.

La acción directa amplió el repertorio sin abandonar del todo los formatos tradicionales. Como en todo el globo, la le-sividad de las medidas de fuerza contra la patronal fue dismi-nuyendo. Se trasladó a otros espacios y a otros destinatarios, usualmente otras personas de a pie. Los cortes de ruta promo-vidos por sindicatos o trabajadores de una o dos empresas se inscriben dentro de esa tendencia. Hay un buen inventario en las páginas por venir. Mutará en cuestión de meses porque la lucha continúa y, todo lo indica, se acentuará con el correr de la etapa macrista.

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Este prólogo se ha bifurcado y extendido bastante. Los ex-cesos son falla del autor. El interés que tenga, mérito de Abal Medina, Natalucci y Rosso.

El debate sobre qué es un intelectual interpeló a pensadores tan diversos como Jean Paul Sartre, Arturo Jauretche, Pierre Bourdieu o Aldo Rico. Sin ánimo de competir con tamaños refe-rentes añado que, a mi ver, intelectual no es quien piensa (todxs lo hacemos, más o menos), o quien piensa mucho (¿los neuróti-cos?) sino quien hace pensar a los demás. Su labor está lograda cuando amplía la mente, el saber y los horizontes de cualquiera, aunque no comparta sus premisas, valores o ideología. Resuelto de modo simplote: intelectual es quien “suma”, “abre la cabeza” incluso a los que piensan distinto. O no habían pensado, todavía.

Hete ahí el mayor mérito de lo que usted está por leer, si lo hace en el orden propuesto. Por eso, desafiando a Borges –al fin y al cabo un gorila egregio, insuperable en ciertas ligas, profano en todo lo que venimos contando– le propongo un brindis simbólico por lo que llegó a sus manos. Y, valga la paradoja, hago mutis para que se levante el telón.

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Introducción

¿Existe la clase obrera? La clase obrera acumuló varias décadas de ninguneo en Argentina y en el mundo. Ya al calor de las su-blevaciones europeas de los sesenta, muchos rabiosos se habían decepcionado por su integración al capitalismo. A sus ojos, la clase obrera perdía el estatuto de sujeto de la historia y pasaba a ser calificada como “la pesada retaguardia” (1).

En el Tercer Mundo, formas heterogéneas y brutales de do-minio forjaron un sujeto popular que los grupos dominantes y sectores de izquierda tradicional vieron más similar a una masa, incluso a un malón, que a la clase del auténtico proletariado. Le fond de l’air est rouge, el documental de Cris Marker, retiene la centralidad de aquel sujeto y la riqueza política de los tiempos turbulentos que respondieron a los procesos revolucionarios, a los movimientos de liberación nacional y a las experiencias de nacionalismos populares, con una espeluznante violencia repre-siva que terminaría por desembocar en el relato del “fin de la

Los movimientos obreros organizados de Argentina (2003-2016)

Paula Abal Medina

1 Castoriadis, Cornelius (2009:89), “La revolución anticipada”, en Morin, E; Lefort, C., y Castoriadis, C., Mayo del 68: La brecha, Nueva Visión, Buenos Aires.

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Historia”. Para entonces se consolidaba el capitalismo financiero transnacional ostentando un nuevo orden laboral. La deslocaliza-ción geográfica de la producción y la tercerización laboral pro-vocaron niveles elevados de desempleo, formas heterogéneas de precarización del trabajo, un aumento de la desigualdad social entre trabajadores y, por supuesto, el debilitamiento de las orga-nizaciones sindicales.

Frente a la magnitud de esta ofensiva podríamos formular la pregunta contraria: ¿cómo es posible que los sectores populares lograran en Argentina una existencia como clase? Y me refiero a la clase, rememorando a Sartre (2), como un sistema en movi-miento que logra contrarrestar la dispersión pasiva –el modo de existencia subordinado– con aparato institucionalizado y acción directa. Un movimiento dirigido, intencional y práctico, de ac-ción cotidiana, que fue capaz de reconstruir formas organizati-vas. Podríamos trazar una línea de acumulación nombrando tres figuras: la soledad del desocupado, la acción directa y disruptiva de puebladas y del piquetero, y la institucionalización débil e in-cipiente del trabajador de la economía popular. Este trayecto no es el de “la clase obrera va al paraíso”, sino más bien el paso entre el hambre y la supervivencia. Simultáneamente es también el de emergencia de un “otro movimiento obrero” que fue verificando que sus niveles de organización producen un poder social con el cual, pese a la brutal asimetría de fuerzas, logra visibilidad, efec-tivizar algún derecho y crear otros, incluso ir “embocando” al-gunas de las piezas de una nueva institucionalidad popular, cuya forma política, su hechura final, desconocemos. Es usual escu-char, al conversar con referentes de cooperativas o territorios, una apreciación sobre el alto nivel de participación en movilizaciones o medidas de fuerza: “¡Es simple! Se participa muchísimo porque

2 Sartre, J-P (1995), Crítica de la razón dialéctica, Losada, Buenos Aires.Sartre, J-P, Problemas del marxismo I, Página /12- Losada, Buenos Aires.

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se viene comprobando que si nos movemos con todo consegui-mos lo que queremos, porque tienen miedo al descalabro”, decía un referente de cooperativas de cartoneros. Este avance social fue provocando un rechazo muy profundo en las dirigencias de sec-tores dominantes y en segmentos significativos de la población que contribuye a explicar el triunfo electoral de un gobierno de derechas como el de Cambiemos.

La segunda recomposición popular que tuvo lugar reciente-mente en Argentina es la que registra un actor social clásico, el sindicalismo, y los sectores a los que representa: los trabajadores asalariados registrados. Los capítulos de esta secuencia son más conocidos: crecimiento del empleo, intensificación de la negocia-ción colectiva, recuperación del poder adquisitivo de los salarios y del poder económico de las organizaciones sindicales.

El paso de la resistencia a la acumulación, de los dos movi-mientos obreros mencionados, se produce durante un ciclo po-lítico que se desarrolla como contra-tendencia en muchos paí-ses de América Latina y que Emir Sader ha caracterizado como “gobiernos posneoliberales”. Pablo Stefanoni, en un libro de esta misma serie, ¿Por qué retrocede la izquierda?, sostiene que más allá de sus ambigüedades, estos gobiernos podrían asociarse a la izquierda en función de un triple pacto: “un pacto de consumo (mercado interno), un pacto de inclusión (políticas sociales), un pacto de soberanía (independencia respecto de Estados Unidos, nuevos alineamientos internacionales)” (3).

En Argentina este proceso fue expresado por el kirchnerismo y se prolongó en el gobierno a lo largo de tres mandatos, con-secutivos, entre el 2003 y el 2015. Durante su desarrollo quiso revivir la alianza social del peronismo, alcanzó logros significa-

3 Stefanoni, Pablo (2016), “¿Alba o crepúsculo? Geografías y tensiones del ‘socialismo del siglo XXI’”, en ¿Por qué retrocede la izquierda?, Le Monde diplomatique, Capital Intelectual, Buenos Aires.

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tivos, pero tropezó con las marcas duraderas que el neoliberalis-mo imprimió a la estructura social y política en Argentina, y por consiguiente a las formas de organización y representación de los sectores populares.

El politólogo brasilero André Singer (4) caracteriza el tiempo de gobiernos del lulismo del siguiente modo: “Salen burguesía y proletariado, entran ricos y pobres”. Y se interroga: ¿quiénes fueron los destinatarios del lulismo?, ¿proletariado o subproleta-riado?, ¿los trabajadores o los pobres?

La polémica resulta productiva, es posible que permita expli-car muchos de los desencuentros entre gobiernos posneoliberales y organizaciones sindicales de sus países. En Argentina la pre-gunta por los destinatarios podría ser parafraseada en estos térmi-nos: ¿los trabajadores asalariados registrados o los trabajadores pobres? Posiblemente más sustantiva aun resulte la pregunta por el lugar ocupado por las organizaciones del campo popular: las del “movimiento obrero organizado” y las del “otro movimiento obrero”. Por un lado las políticas de gobierno, por otro lado el gobierno y el vínculo entre Estado y clases trabajadoras. Objeto -sujeto; destinatarios-protagonistas; políticas públicas-institucio-nalidades populares. Si la transformación social se origina en un lado o en el otro, desde arriba o desde abajo, en ambos, o en el entremedio… es una polémica que supera el planteo de este escrito. Finalmente, ¿cómo se transformaron los movimientos obreros con la conquista del tiempo posneoliberal y cuáles son las posibilidades de que converjan y se potencien para oponerse a las políticas regresivas del actual gobierno y para crear una nueva alternativa?

El presente artículo propone una reflexión en torno a los in-terrogantes anteriores con la siguiente organización expositiva:

4 Singer, André (2012), Os sentidos do lulismo. Reforma gradual e pacto conservador, Comphania das Letras, São Paulo.

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inicia con un balance de las políticas de los gobiernos kirchneris-tas bajo el título “La restitución que no alcanzó”. Posteriormente, aborda el devenir de las formas de organización en relación con la realidad viva de los trabajadores para pensar las conquistas y límites de los movimientos obreros. Finalmente, los dos últimos apartados identifican, bajo la forma de digresiones, dos dilemas transversales a los intereses y deseos del conjunto de las clases populares: “vivir mejor, vivir bien”; “combatir, domar o erosio-nar al capital”.

La restitución que no alcanzó (5)

Néstor Kirchner (NK) llega al gobierno en mayo de 2003. Su figura no constituía una excepción en el descrédito generaliza-do de la representación política. No accediendo convalidado por una mayoría electoral, su gestión se orientó a construirla. Dos acciones políticas sobresalen: restituir y desagraviar. Verbos que expresan lo novedoso de la irrupción del kirchnerismo en la polí-tica argentina luego de casi tres décadas con abrumadora mayoría de impulsos en sentido inverso. A modo de ejemplo: restituir la negociación colectiva y el salario mínimo vital y móvil; desagra-viar ordenando bajar el cuadro del genocida Videla del Colegio Militar o reparar con el pedido de perdón en nombre del Estado Nacional por el terrorismo de Estado a las víctimas y a la socie-dad argentina en su conjunto.

Una nostalgia anidó en el kirchnerismo originario: “Que vuel-va el tiempo feliz de la sociedad de pleno empleo peronista: Esta-do fuerte, sindicatos poderosos y empresarios nacionales”.

5 Algunos fragmentos del presente apartado y del que se titula “Primera digresión a propósito del consumo” fueron publicados originalmente en Nueva Sociedad, N° 264, “Proletarios del mundo… ¿y ahora? Empleo, sindicalismo y globalización”, julio-agosto de 2016.

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El impulso inicial que habilitó realidad y ensoñación estuvo dado por la mega-devaluación realizada por el fugaz gobierno previo de Eduardo Duhalde que implicó cuantiosas transferencias para los exportadores y generó márgenes amplios para alentar la puja salarial. NK interpretó la oportunidad y alentó la puja con varios decretos de incremento salarial de sumas fijas que bene-ficiaron en mayor medida a los trabajadores registrados más em-pobrecidos. Asimismo acompañó, y podríamos decir que hasta celebró, los conflictos laborales de los trabajadores registrados y convencionados. Los dos más resonantes fueron los que involu-craron a los trabajadores del subte y los paros activos, con tomas de edificio, de los trabajadores telefónicos. Conflictos que, mira-dos con detenimiento, volvían patente la complejización no sólo de la trama laboral sino también la del sindicalismo (6).

El desempleo que había alcanzado niveles sin precedentes en la historia nacional, superando en 2002 la tasa del 21%, se re-duce de manera persistente hasta 5,9% en octubre de 2015. La disminución del desempleo se sostuvo pese a crisis financieras internacionales de envergadura como la que se originó en 2008 en Estados Unidos.

“Le estamos ganando la batalla al desempleo, estamos vol-viendo a construir la palabra “trabajo” […] Cuando veo los gorri-tos amarillos de los trabajadores de la construcción me emociono y lloro porque sé que con esos gorros vuelve el trabajo, vuelve el pan a la casa, vuelve la alegría a la familia, vuelve la esperanza a la sociedad. Claro que sueño decirles a los argentinos, cuando esté terminando mi mandato, que estamos en menos de un dígito de desocupación; es mi gran sueño”, decía NK a mediados de 2005 en un acto en La Matanza.

6 Para reconstruir la conflictividad de los telefónicos y de los trabajadores del subte se recomienda la lectura de las columnas dominicales del periodista Mario Wainfeld, en el diario Página /12.

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Durante aquellos primeros años la vuelta de los sindicatos, de la negociación colectiva (7) y del conflicto laboral era festejada como evidencia irrefutable de la ruptura con el pasado, lo que lle-vó a soslayar las persistencias que se expresaban, por ejemplo, en el modo en que la desigualdad se instaló en el mundo del trabajo como síntoma de una estructura productiva desmembrada. En el mismo sentido fueron minimizados las dificultades y los límites propios del sindicalismo para expresar el conjunto heterogéneo de realidades del trabajo. Aun en el contexto de crecimiento eco-nómico con creación de empleo y de un gobierno, como lo ex-presara tantas veces NK, que no sería neutral en conflictos que involucraran derechos de los trabajadores.

El empleo no registrado descendió desde el 48,5%, su pico máximo en 2003, hasta el 34% en 2010. Tras este descenso sig-nificativo quedó prácticamente estancado hasta el 2015. Publi-caciones elaboradas por el Ministerio de Trabajo nacional (8)

muestran que la atención gubernamental sí estuvo puesta desde el principio en esta problemática y que a raíz de ello se im-plementaron diversas medidas que lograron resultados desta-cables. Sobresalen dos nuevos regímenes laborales (9): el de trabajadores agrarios, sancionado a fines de 2011, y el de tra-

7 La negociación colectiva, prácticamente paralizada durante toda la década de los no-venta, recibió un impulso impresionante: en 2015 se homologaron alrededor de 2.000 convenios y acuerdos colectivos.

8 Recomiendo, por la información que contienen y por la discusión que plantean, los doce números de la Revista de Trabajo elaborada por el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social de la Nación, publicados entre 2005 y 2015, y también el documento de trabajo publicado en ocasión del Bicentenario: Trabajo y Empleo en el Bicentenario (2003-2010). Disponible en español y en inglés en http://www.trabajo.gob.ar/trabajoyem pleoenelbicentenario/

9 Ley 26.727 sobre el Régimen del Trabajo Agrario. Creación del RENATEA. Y la Ley 26.844, Régimen Especial de Contrato para el Personal de Casas Particulares. Existen varios antecedentes de reformas parciales e intervenciones de concientización y control previos a la sanción de estos regímenes que van generando las condiciones para el cambio legislativo y que tuvieron incidencia en la disminución del no registro antes de que se sancionaran estas leyes.

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bajadores de casas particulares, en su mayoría mujeres, vigente desde marzo de 2013 (10); actividades ambas en las cuales se concentran muy elevados niveles de no registro y precarización del trabajo.

Tras una década de crecimiento del empleo, de mayor gra-vitación de los sindicatos y de implementación de políticas es-pecíficas diseñadas para reducir el no registro, al menos uno de cada tres trabajadores asalariados no se encuentra inscripto en la seguridad social.

El cuadro se agrava si se tiene en cuenta la injerencia del cuentapropismo de oficio y subsistencia (11), la tasa de no regis-tro en unidades productivas con menos de cinco empleados (12) y la infiltración de la tercerización laboral en el conjunto de las actividades económicas.

10 Alrededor de un millón doscientas mil mujeres se desempeñan como trabajadoras en casas particulares. A principios de la década los niveles de no registro fueron cercanos al noventa por ciento. Las políticas implementadas entre 2003 y 2015 permitieron duplicar el registro de la actividad. Se recomienda la lectura de Francisca Pereyra y Ania Tizziani, “Experiencias y condiciones de trabajo diferenciadas en el servicio doméstico”, Revista Trabajo y Sociedad, Santiago del Estero, invierno de 2014. Disponible en http://www.unse.edu.ar/trabajoysociedad/. Este artículo brinda elementos para analizar los avances en materia de registro y derechos de las trabajadoras domésticas y los problemas para el acceso efectivo a estos derechos que tienen las trabajadoras domésticas a tiempo parcial.

11 El cuentapropismo crece en números absolutos durante el ciclo de gobiernos kirch-neristas pero decrece en términos relativos casi 3 puntos porcentuales entre 2003 y 2011. Pasando de 20,6% a 17,7%. En el cuarto trimestre de 2010 el 55% del total de trabajadores independientes no realizaba aportes a la seguridad social y dentro de este agregado el 65% percibía menos de mil pesos mensuales. Monto muy bajo si se tiene en cuenta que en 2010 el salario mínimo era de mil setecientos cuarenta pesos. Mara Ruiz Malec, Juliana Persia e Isidoro Sorokin, Trabajo no registrado y protección social en Argentina, Secretaría de Política Económica y Planificación del Desarrollo, enero de 2015. Disponible en www.economia.gob.ar/peconomica/basehome /DT%2003_trabajo%20no% 20registrado_16.pdf

12 En el tercer trimestre de 2012, la tasa de empleo no registrado ascendía al 70% en las unidades productivas con hasta 5 empleados. “Y el 44% de empleo no registrado se localiza en unidades productivas que emplean a todo su personal por fuera de la normativa laboral, lo cual implica que se encuentran al margen de gran parte, o de todas, las normas legales que regulan sus operaciones económicas”, MTEySS, Trabajo no registrado. Avan-ces y desafíos para una Argentina inclusiva, septiembre de 2013. Disponible en https://www.cta.org.ar/IMG/pdf/trabajo_no_registrado.pdf.

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Álvaro García Linera caracteriza del siguiente modo la trama productiva boliviana: “Un sistema productivo dualizado entre un puñado de medianas empresas con capital extranjero, tecnología de punta, vínculos con el campo económico mundial, en medio de un mar de pequeñas empresas, talleres familiares y unidades do-mésticas articuladas bajo múltiples formas de contrato y trabajo precario a estos escasos pero densos núcleos empresariales” (13). En Argentina difieren las magnitudes, la intensidad de la des-igualdad y la sedimentación de los procesos de precarización del trabajo. Sin embargo, la estructura productiva nacional comparte la tonalidad boliviana.

Tal como lo afirma García Linera una cuestión crucial es comprender el modo de vinculación, las formas de jerarquiza-ción y subordinación de los diferentes segmentos productivos, y cómo empresas de altísima concentración logran acrecentar sus rentabilidades y expulsar su riesgo a través de la subordinación de ese mar de pequeñas empresas. La paradoja, para ponerlo en términos resonantes, de las grandes marcas de moda abastecién-dose a través de talleres textiles clandestinos.

En su tratado Idea de pintores, escultores y arquitectos, Fede-rico Zuccaro sostiene: “A nuestro arte de la pintura pertenecen no sólo la consideración de las cosas pintadas sobre la pared o sobre el lienzo, sino también la consideración del propio lienzo y la pa-red misma, materia de esta forma” (14). Esta doble consideración tendría lugar unos años después, promediando el primer mandato de Cristina Fernández de Kirchner (CFK).

CFK asume la presidencia en diciembre de 2007 y gobierna durante dos mandatos consecutivos. Hacia 2009 se produce un cambio en la caracterización del mundo del trabajo realmente

13 Álvaro García Linera, Sindicato, Multitud y Comunidad. Disponible en http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/coedicion/linera/6.1.pdf

14 Citado en Francÿs Alis (2015), Relato de una negociación, Museo Tamayo - MALBA.

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existente. Tras la estatización del sistema jubilatorio se imple-menta el Plan Ingreso Social con Trabajo (conocido como Ar-gentina Trabaja) que promovió la organización en cooperativas de trabajadores sin ingresos formales para realizar tareas de mantenimiento y mejoras en la infraestructura de sus barrios y comunidades de pertenencia. En el discurso de lanzamiento del programa en la Casa Rosada, CFK dijo:

Ustedes saben que siempre hemos concebido lo que es un plan de país, un proyecto de país, de industrialización, de valor agregado, de generación de trabajo, de empresas, el mejor combate contra la pobreza y lo hemos demostrado con los resultados de un país reci-bido con un cuarto de su población en situación de desocupación que hoy está en una desocupación de menos de un dígito.

Pero también es cierto que es necesario abordar situaciones desde desarrollo social en materia directa en el mientras tanto, porque tantos años de tragedia social van creando lo que deno-minamos núcleos duros de pobreza, que no hay posibilidad de abordarlos desde el crecimiento de la política económica o de la actividad económica, sino que requieren un tratamiento integral y especial, pero no bajo la forma de te doy plata y no rendís cuentas, sino bajo la forma de organización social (15).

En el mismo año, el Poder Ejecutivo implementa la Asigna-ción Universal por Hijo para la Protección Social (AUH) cuyo objetivo central es garantizar un ingreso mínimo a niños cuyos padres no tuvieran una inserción ocupacional registrada y por lo tanto no accedieran a la asignación por hijo estipulada en el régi-men contributivo de asignaciones familiares (16). Actualmente la

15 Palabras de CFK durante el lanzamiento del Plan Ingreso Social con Trabajo. Disponi-ble en http://www.casarosada.gob.ar/informacion/archivo/21305-blank-42382375

16 Los beneficiarios de la AUH son todos aquellos niños, niñas y adolescentes menores de dieciocho años (o sin límite de edad cuando se trate de un niño discapacitado) que no tengan otra asignación familiar prevista por la Ley 24.714 y cuyos padres o tutores <<

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AUH da cobertura a alrededor de 3,5 millones de niños/jóvenes distribuidos en 1,8 millones de hogares. Diversos estudios mues-tran su efectividad para reducir la indigencia y la pobreza.

Finalmente el Monotributo Social (17) se orientó también a estos mismos segmentos de trabajadores impulsando, a través de una pequeña contribución, el paulatino registro de las economías de los barrios empobrecidos tras décadas de neoliberalismo. Los inscriptos en este régimen podrían emitir facturas, ser proveedo-res del Estado y, de acuerdo a la normativa, ingresar al sistema previsional y acceder a las prestaciones de las obras sociales del sistema nacional de salud.

Sin pretender exhaustividad sobre las políticas vinculadas al trabajo, encaradas por las gestiones kirchneristas, me interesa destacar dos grandes etapas. La primera apuesta fue poner en fun-cionamiento los resortes que otrora habían sido efectivos para el conjunto. Se registraron logros muy significativos que ya hemos repasado, aunque una parte extensa de la realidad permaneció relativamente ajena. El capitalismo creó una inmunidad nueva y en este sentido las formas previas de intervenir la relación entre capital y trabajo desde el Estado se han vuelto parcialmente es-tériles. En la segunda etapa, en especial a partir del año 2009, la intervención se dirigió directamente a brindar alguna cobertura a los hogares de los millones de trabajadores informales y pobres.

Sin embargo, una antinomia compleja entre los trabajadores del techo y los trabajadores del piso se instaló durante el final

>> sean: trabajadores no registrados o del servicio doméstico; que perciban una remune-ración menor al Salario Mínimo Vital y Móvil; desocupados, trabajadores de temporada (en los meses de reserva del puesto de trabajo); monotributistas sociales. Información disponible en Observatorio de la Seguridad Social, abril de 2012.

17 El Monotributo Social entró en vigencia a mediados de 2004 pero durante varios años se mantuvo con niveles muy bajos de adhesión. La información sobre su evolución no resulta accesible. Sin embargo, se pudo constatar, a partir de declaraciones de funciona-rios del Ministerio de Desarrollo Social, que se produce un crecimiento de los inscriptos a partir de 2009, alcanzando la cifra de 350.000 monotributistas sociales a fines de 2010.

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del kirchnerismo con consecuencias negativas para el campo popular. La antinomia no es caprichosa, encuentra en la des-igualdad social del mundo del trabajo su principal fundamento. Sin embargo, tal como reflexionó Guillermo O’Donnell (18), las fricciones que pudieran existir en los planos estructural y corpo-rativo no deberían impedir la constitución de un sujeto social en el plano político-ideológico en el cual las organizaciones tras-cienden el interés puntual para, a través de articulaciones, impli-carse en alguna propuesta de organización política y económica de la sociedad en su conjunto. La ruptura entre el sindicalismo moyanista y el gobierno de CFK se inscribe en la antinomia antedicha pero se comprende por el empobrecimiento del plano político-ideológico que tiene lugar durante los últimos años del ciclo kirchnerista.

En los inicios del kirchnerismo, Hugo Moyano (HM) había sido reconocido como el dirigente sindical capaz de reunir dos fuentes de legitimidad: 1) líder callejero de la resistencia frente a la pobreza, la precarización y el desempleo que provocó el neoli-beralismo en los noventa y, 2) dirigente peronista de un sindicato poderoso, con elevado poder de movilización. Gremio que, ade-más, brindó cobertura sindical a trabajadores tercerizados y de tan bajos salarios como los barrenderos (19), quienes habían que-dado “a la intemperie” como consecuencia de la tercerización, en los municipios más populosos, de la recolección de residuos y de la limpieza de calles (20).

18 O’Donnell, Guillermo (2008), Catacumbas, Buenos Aires, Prometeo.

19 Para profundizar en esta cuestión recomiendo el riguroso trabajo de investigación realizado por Gabriela Pontoni en su tesis de doctorado: Relaciones laborales en la Ar-gentina. El caso camioneros (1991-2011), Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.

20 Lo que significó una mejora sustancial de las condiciones de trabajo y de vida de estos trabajadores, tal como destacaron los titulares de diarios durante el 2010 cuando los ba-rrenderos, encuadrados en el convenio colectivo del Sindicato de Camioneros, alcanzaron los diez mil pesos mensuales.

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Fue así como HM se convirtió en secretario general de la Con-federación General del Trabajo (CGT) a partir de 2005, y desde allí ofició como un importante aliado del gobierno nacional. Sin embargo, a medida que se desarrollaban los años de gobierno de NK y, luego de CFK, las reivindicaciones y principales demandas de la CGT tendieron a quedar restringidas a la representación de la parte de la clase trabajadora registrada y convencionada. Por este motivo, la ruptura de Moyano con el gobierno se desencade-na cuando CFK desoye la exigencia de disminuir la carga tributa-ria (impuesto a las ganancias) que afecta sobre todo al segmento de los empleados con salarios más elevados (21), quienes aun ubi-cándose entre los más beneficiados, no dejaban de tener ingresos de asalariados. La consigna “el salario no es ganancia” fue la base de estos reclamos. Finalmente, HM terminó conduciendo la CGT más como líder camionero que como representante del conjunto de la clase trabajadora corroída por la pobreza y la des-igualdad social legadas por el neoliberalismo; con la consiguiente reducción del todo a la parte.

La segunda cuestión que interfiere en la ruptura se relaciona con la delicada ecuación entre poder gremial y poder político. Con el kirchnerismo en el gobierno, el sindicalismo no logró protagonizar la década. Sin embargo, el gobierno de NK, más preocupado por los pesos específicos de los actores históricos, reservó un lugar importante para el sindicalismo. Tras la inespe-rada muerte de NK, en octubre de 2010, se escuchó cada vez más fuerte entre los principales dirigentes del “moyanismo”: “Con el peronismo los trabajadores fuimos la columna vertebral del

21 Aludiendo a las medidas de fuerza del sindicalismo moyanista contra su gobierno, CFK dijo: “El mundo está al borde del Titanic. Este bote en el que está Argentina es de todos. Y veo que los principales beneficiados están tratando de pinchar el bote con la lógica del escorpión. El 19 por ciento de los trabajadores se queda con el 41 por ciento. Y el 81 por ciento con el 59 por ciento. El 81 por ciento de los trabajadores registrados no llega a los mínimos imponibles. ¿Cómo se reparte?”, junio de 2012.

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Movimiento, ahora queremos ser la cabeza”. Para CFK esta as-piración resultó una provocación intolerable que terminó de con-sumar el angostamiento de las bases de sustentación popular de su gobierno (22).

Las organizaciones I: el sindicalismo

El sindicalismo logró importantes avances durante los años de re-cuperación del empleo. A principios de siglo el temor al desem-pleo monopolizaba la realidad del trabajo. Recuerdo que en ese entonces realizaba una encuesta a trabajadores jóvenes de grandes supermercados y la constatación más significativa, además del miedo al despido, era la ajenidad de los trabajadores respecto de lo sindical. Muchas palabras no tenían significado para los trabaja-dores: convenio colectivo, paritaria, delegado, negociación colecti-va. La jerga sindical se había desvanecido. Actualmente es una es-cena mucho más usual en los lugares de trabajo la discusión sobre lo negociado en cada paritaria y la realización de comparaciones con otros gremios que alcanzaron mejores o peores condiciones. El sindicalismo recuperó de este modo una mayor presencia coti-diana en los establecimientos y en la vida de los trabajadores.

Antes de ahondar en el tiempo reciente resulta conveniente realizar una breve retrospectiva para identificar los componentes más salientes del mundo sindical. Dos agrupamientos sindicales fueron los que encarnaron la resistencia a las políticas neolibe-rales de los noventa, y pese a su desacuerdo sobre el modelo sindical, protagonizaron grandes acontecimientos en unidad de acción como la Marcha Federal en 1994. Nos referimos a la Cen-

22 Recomiendo la lectura del artículo de Ana Natalucci, en este mismo libro, por la rigu-rosidad con la que reconstruye los motivos que incidieron en la ruptura de una parte del sindicalismo peronista con el gobierno de CFK.

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tral de Trabajadores de la Argentina (CTA), fundada en 1992, fundamentalmente integrada por sindicatos estatales y, a raíz de la caracterización “la nueva fábrica es el barrio”, la inclusión de movimientos territoriales que nuclearon a los trabajadores desocupados e informales y crearon formas organizativas para la supervivencia (tomas de tierra, comedores, emprendimien-tos productivos populares, entre otras). Luego el Movimiento de Trabajadores de la Argentina (MTA) (23), disidencia al in-terior de la histórica CGT, constituido formalmente en febrero de 1994, que logró combinar una crítica político-ideológica de fondo al neoliberalismo con una enorme capacidad de moviliza-ción. Esta corriente interna fue integrada por numerosos sindi-catos, algunos grandes y realmente poderosos como los gremios del transporte bajo el liderazgo de Juan Manuel Palacios y Hugo Moyano y, en términos generales, por sindicatos y dirigentes con una coherencia de lucha en otros momentos difíciles de la historia obrera.

Otro sector sindical, el que hegemonizó la CGT durante la dé-cada de los noventa, se concentró en lo que la politóloga Victoria Murillo denominó como supervivencia organizativa, “basada en la defensa de sus privilegios organizacionales y la formación de empresas sindicales surgidas de las reformas de mercado” (24).

Mayoritariamente estos sectores sindicales funcionaron como una oposición abierta o agazapada al kirchnerismo. Para carac-terizar la índole de su posicionamiento político-sindical me per-mito transcribir las declaraciones del entonces secretario general del Gremio Luz y Fuerza frente a la pregunta de un periodista sobre qué haría el sindicalismo si el gobierno nacional se decidía

23 Recomiendo el libro de Nelson Ferrer, El MTA y la resistencia al neoliberalismo en los 90, Dos orillas, Buenos Aires.

24 María Victoria Murillo, “Cambio y continuidad del sindicalismo en democracia”, Revista SAAP, Vol. 7, Nº 2, noviembre de 2013. Disponible en http://www.saap.org.ar/esp/docsrevista/revista/pdf/7-2/murillo.pdf

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a intervenir en el sistema de las obras sociales de salud (cuyos fondos son administrados por los sindicatos):

Mirá, esto te lo dice Oscar Lescano, publicalo bien grandote y no lo digo por Lescano, lo digo por todos, porque conozco el sentimiento de cada secretario general: el día que nos quieran tocar las obras sociales, estatizarlas, privatizarlas o querer ha-cerles cualquier cosa, les vamos a declarar la guerra total, van a tener que matarnos a todos (25).

Un ejemplo descarnado de un sindicalismo que se define como factor de poder, a secas, y que por ello afirma que le resulta indiferente si la intervención del gobierno es para estatizar el sis-tema (para crear por ejemplo un sistema más igualitario) o para privatizarlo (creando uno más regresivo). Este referente sindical, ya fallecido, no es una excepción sino que ilustra una parte de la realidad del sindicalismo nacional.

En una entrevista realizada por la Revista Crisis (26), aludien-do a esta misma cuestión, el dirigente camionero Hugo Moya-no (HM) afirmó: “Sería complicado que se repita lo que ocurrió con algunos sindicatos en los noventa: organizaciones sindicales ricas con sus trabajadores empobrecidos”. El líder sindical, pro-tagonista de la resistencia del MTA, inscribe su preocupación en una caracterización del actual gobierno de Mauricio Macri como “gobierno de empresarios”.

Más allá de estas divisiones, con fundamentos muy nítidos vinculados al lugar del sindicalismo frente a las reformas neoli-berales previas, durante los años kirchneristas la mayoría del sin-

25 Diario La Nación, 20 de octubre de 2012. Se puede profundizar sobre esta cuestión en Paula Abal Medina, “Las formas políticas del trabajo”, Revista Anfibia, Buenos Ai-res, 2016. Disponible en: http://www.revistaanfibia.com/ensayo/las-formas-politicas-del-trabajo/#sthash.beB9cnx3.dpuf

26 Revista Crisis, Número 25, junio de 2016. Disponible en http://www.revistacrisis.com.ar/notas/un-camion-agazapado

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dicalismo materializó avances para sus trabajadores y un fortale-cimiento económico de sus organizaciones. Los avances no sólo tuvieron que ver con la mejora del poder adquisitivo del salario de los trabajadores registrados, sino que también aumentó la co-bertura de la negociación colectiva. Es decir que el sindicalismo logró expandirse.

Si así es el panorama general, dos problemas de fondo mos-traron los límites del sindicalismo como forma organizativa del trabajo. Aquí nos detendremos en las consecuencias del desman-telamiento de la representación sindical en los lugares de trabajo. En el siguiente apartado retomamos los límites del sindicalismo para representar al “otro movimiento obrero”.

El desmantelamiento de la organización gremial en los esta-blecimientos empresarios no es reciente, sino más bien un ob-jetivo cumplido por la última dictadura militar. Una encuesta realizada en el año 2005 (27) permitió constatar que en aproxi-madamente el 86% de las empresas no existía ninguna instan-cia de representación directa de los trabajadores. Y que el 61% de los trabajadores se desempeñaba en empresas que no tenían delegados gremiales. Asimismo una revisión de las reformas de estatutos de diferentes sindicatos mostró que la tendencia de las cúpulas sindicales ha sido restringir las competencias y prerroga-tivas de los delegados de establecimiento en la vida sindical (28).

La combinación de estructuras sindicales poderosas con una expandida organización gremial en los lugares de trabajo había habilitado, desde el primer peronismo, la gravitación de los tra-bajadores en la escena social y política del país. La coexistencia no estuvo exenta de tensiones; incluso en muchos momentos pro-

27 Módulo especial incorporado a la Encuesta de Indicadores Laborales (EIL) del Minis-terio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social de la Nación.

28 Paula Abal Medina y Nicolás Diana Menéndez, Colectivos resistentes, Imago Mundi, Buenos Aires, 2011.

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dujo fuertes enfrentamientos al interior de la clase trabajadora. Sin embargo, la efectividad del modelo sindical argentino residía en su doble fuente: simultáneamente estructuras poderosas y una expandida organización en los lugares de trabajo (29).

En la práctica los delegados y las comisiones internas funcio-nan como figuras de contrapeso, evitan el cierre de los sindicatos, llevan realidad viva del trabajo a los edificios y a los escritorios sindicales. Contrastan las negociaciones por arriba con las con-diciones de vida de trabajadores concretos. A su vez la acción sindical en cada establecimiento se fortalece con la acumulación lograda por los sindicatos y se encauza en una estrategia de con-junto, evitando librar, en cada conflicto y fragmentariamente, “batallas finales” que pudieran significar un retroceso para los trabajadores. Los delegados ejercen entonces una representación puntual pero con las espaldas de una estructura sindical que con-densa un proceso largo de acumulación popular.

Un equilibrio precario, una tensión productiva, cuyo soste-nimiento garantizó conquistas sociales y fuerza transformadora, la articulación virtuosa entre un sindicato con poder económico (traducido en clubes, hoteles, obras sociales, propuestas cultura-les y educativas para los trabajadores y sus familias) con poder gremial (capacidad efectiva para la puja distributiva y para mejo-rar las condiciones de trabajo) y, en consecuencia, poder político.

Me gustaría retomar aquí, de manera puntual, la caracteriza-ción que realiza Emilio Pérsico, referente del Movimiento Evita y de la CTEP, sobre el actual mundo del trabajo:

Decimos que la clase trabajadora está dividida en tres pedazos: la crema, la leche y el agua. La crema en una sociedad como la nuestra es hasta el 20% de los trabajadores, trabajadores inte-

29 Tan significativa resultó la organización de la trama productiva que sostuvo la Resis-tencia desde el 55 con el peronismo proscripto y los sindicatos intervenidos.

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grados, los trabajadores reconvertidos, como dicen ellos. Son estos trabajadores que consumen, que compran dólares. Des-pués está otro sector que sí es bastante más grande, que es la leche, que sí es el sector de trabajadores no reconvertidos. Mu-chos de la UOM, de textiles, no reconvertidos. Finalmente están los trabajadores de la economía popular. Ejemplos: fábricas re-cuperadas, cooperativas, los cartoneros… Un trabajador de los primeros cobra por encima de las veinte lucas, los otros estarán de veinte a ocho, a siete, o a cinco, y después una gran masa de la economía popular, de trabajadores que son improductivos en términos capitalistas, que tienen otro tipo de producción que es difícil de comprender para el capitalismo (30).

Es evidente que la “crema” se benefició con el modelo de recuperación del empleo y de la negociación colectiva, aquel que CFK refería en su discurso como el proyecto de país. También es posible constatar el avance social del “agua” a costa del largo proceso de organización que asumieron los trabajadores haciendo primero la fábrica en el barrio, piquetes en la ruta y luego organi-zándose para la acumulación en el Estado, a través de cooperati-vas y proyectos económicos populares.

Mucho más complejo y errático ha sido el devenir de la “le-che”: los trabajadores precarizados, tercerizados, subcontrata-dos, eventuales. Por ejemplo, los trabajadores jóvenes que rotan indefinidamente entre trabajos inestables y mal remunerados: un local de ropa, un shopping, un call center, una empresa de comidas rápidas o un supermercado. Los trabajadores de las cadenas, como se define el colectivo activista chainworkers. Pero lo cierto es que la “leche” abastece también el corazón

30 Entrevista realizada por Beltrán Besada y Paula Abal Medina a Emilio Pérsico en marzo de 2016. Fragmentos publicados en el ensayo “Las formas políticas del trabajo”, Revista Anfibia (http://www.revistaanfibia.com/ensayo/las-formas-politicas-del-trabajo/) y en La Negra del Sur (www.negradelsur.com)

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del “proyecto de país” en las grandes empresas de la actividad industrial. La paradoja de la “leche” es que no estuvo completa-mente a la intemperie, como el “agua”. Su cobertura es, técnica-mente, el sindicalismo. Una institucionalidad debilitada por las transformaciones capitalistas de la producción, por el retroceso organizativo en los lugares de trabajo y por la consolidación de algunas grandes estructuras sindicales como factores de poder económico “a secas”.

Aunque, vale la pena apuntar, que no carecemos de ejemplos auspiciosos de des-precarización, y de sustancial mejora de las condiciones de trabajo de la “leche”, en sindicatos tan heterogé-neos como los que representan a trabajadores aceiteros, del sub-terráneo y camioneros.

En términos más generales, podemos concluir que las mejo-ras tendieron a llegar “desde arriba” y se centraron mucho más en el logro de aumentos salariales que en revertir la desigualdad de condiciones de trabajo que existe tanto al interior de los esta-blecimientos como esparcida por las cadenas “invisibles” de la tercerización laboral.

Dada la injerencia que la legislación nacional (vigente por décadas) otorga al poder gubernamental en la vida sindical, es posible sostener que durante el ciclo de gobiernos kirchneristas los esfuerzos no se dirigieron a promover “procesos desde abajo” como contrapeso de las cúpulas sindicales que protagonizaron la etapa de “organizaciones enriquecidas y trabajadores empobreci-dos”. Es probable que haya predominado una actitud conserva-dora por el temor al crecimiento de sectores de izquierda radical (trotskistas en varios casos) que venían ganando cierto lugar en la organización de los trabajadores precarizados (31) en empresas de las que los sindicatos se habían retirado.

31 Para profundizar en el crecimiento de la izquierda en empresas recomiendo la lectura del artículo de Fernando Rosso en este mismo libro.

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Finalmente, habría que evaluar si la elevada creación de nuevos sindicatos durante los años kirchneristas es un indicio auspicioso que se relaciona con el vertiginoso crecimiento del empleo y con un contexto político que dio cobertura a las inicia-tivas colectivas de los trabajadores o “un tiro por la culata” a la fortaleza del modelo sindical argentino, por no haber profundi-zado procesos de democratización de los sindicatos a través de la recuperación de poder gremial con delegados y comisiones internas, creando incluso otras figuras sindicales en actividades donde la fuerza centrífuga del capitalismo neoliberal pulverizó los colectivos de trabajadores (32). El número de 3.373 gremios, actualmente vigentes (33) podría ser la combinación de dos ma-les: fragmentación sindical con persistencia del sindicalismo empresario.

Las organizaciones II: El otro movimiento obrero

En Argentina, como en otros países de la región, se constata un rechazo muy profundo a políticas como la AUH y, en mayor me-dida, a Planes como el “Argentina Trabaja” o el “Ellas hacen”. “Planero” es la clasificación que vino a reemplazar a “piquete-ro”, “negro” o la más antigua “cabecita negra”. También se utili-za la expresión “negros planeros”.

32 “Los/as trabajadores y el imperativo de transformación social de la Argentina”. El documento fue publicado, en versión completa, en el semanario Miradas al Sur en ocasión del 1º de Mayo de 2012. Disponible en: www.primerodemayo12.blogspot.com.ar

33 Consulta realizada el 8 de febrero de 2017 en el buscador de Entidades Sindicales del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social de la Nación. Del total de 3.373 entida-des gremiales: 1.706 son entidades inscriptas y 1.667 cuentan con personería. Véase también Nicolás Balinotti en el diario La Nación del 28 de septiembre de 2015 (disponible en www.lanacion.com.ar/1831783-se-crean-60-gremios-por-ano-y-temen-una-mayor-conflictividad-para-2016) y el ensayo de Nicolás Damín en la Revista Anfibia: http://www.revistaanfibia.com/ensayo/3259-gremios/

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Durante los primeros años del kirchnerismo esta reacción per-maneció difusa y desarticulada pero fue creciendo y arraigando socialmente. Así como durante la década del noventa los discur-sos dominantes ensayaron diversas formas de enfrentar el par incluidos-excluidos con el objetivo de, en primer término, imple-mentar reformas de flexibilización laboral (incluidos privilegia-dos), luego, con la permanencia de tasas elevadas de desempleo el objetivo fue responsabilizar individualmente a los desocupados por no conseguir trabajo (excluidos obsoletos) para, finalmente, con la organización del sujeto piquetero, estigmatizarlos y repri-mirlos (excluidos violentos) (34). Durante los últimos años del kirchnerismo, como reacción a su política social y al crecimiento de organizaciones territoriales, fue construyéndose la antinomia de “trabajadores que se rompen el lomo-planeros que viven del Estado”. Un intenso murmullo social nos permite retomar los tér-minos en los que son definidos: “Los que reciben planes, vagos, quieren vivir de arriba, vivir de ‘nosotros’ que trabajamos y pa-gamos nuestros impuestos”.

Un elemento central que genera la repulsa de los planeros es que no se comportan como “asistidos”:

Este camino ya lo hemos iniciado, desde abajo y a los poncha-zos, a mano y sin permiso. No fue la virtud sino la necesidad la que nos llevó a juntar cartones, recuperar fábricas, defender nuestra tierra, abrir mercados populares, producir artesanías, pelear por programas sociales, crear miles de cooperativas. So-mos los que frente a la miseria nos fuimos inventando algún la-buro en la villa, en el barrio, en la calle, en el pedacito de tierra que nos dejaron; somos los cinco millones de trabajadores ar-gentinos que no tenemos derechos laborales, que sobrevivimos hacinados en las barriadas populares, que no somos tenidos en cuenta en las grandes decisiones nacionales; somos lo que falta.

34 Abal Medina (2011), Ser sólo un número más, Biblos, Buenos Aires.

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Somos lo que falta porque sabemos que no hay justicia social si todos los trabajadores no tenemos poder ni derechos, porque esta justicia no va a caer como maná del cielo, porque no hay justicia social sin poder popular. El poder económico quiere hacernos creer que estamos de más; les decimos: ¡acá ninguno sobra: somos lo que falta! Y que lo escuchen. (35)

Las líneas anteriores son un fragmento de una declaración realizada por la Confederación de Trabajadores de la Econo-mía Popular (CTEP) y me hicieron recordar al alfarero negro de Ceará, personaje de una leyenda del norte brasileño –narrada por Eduardo Galeano en Historia de la resurrección del papaga-yo (36)– que hace, con las penas, la forma colectiva de un nuevo tiempo.

La CTEP fue creada en el año 2010. En un principio, estos tra-bajadores quisieron constituir un sindicato nacional e integrarse a la CGT. La negativa de la CGT impidió que su incorporación prosperara en aquel entonces. Durante el 2011 realicé entrevistas a una docena de dirigentes sindicales, la mayoría había integra-do el MTA, o se identificaba con la tradición expresada por este movimiento. Registré los términos con los cuales pensaban una incorporación de ese sector a la Confederación y sus represen-taciones más amplias sobre estos trabajadores. Aquí sólo podré formular una ajustada síntesis de elementos comunes o salientes: expresaban compromiso con la realidad de estos “sectores em-pobrecidos”, en muchos casos se los llamaba “hermanos” pero no los representaban como trabajadores en sentido estricto; eran grupos a los que la CGT debía ayudar pero que no integraban el mismo “nosotros”; mayormente no se los reconocía como un

35 1º de mayo de 2013. En conmemoración de los 45 años del Documento del 1º de Mayo de la CGT de los Argentinos. Disponible en http://ctepargentina.org/104/

36 Hace unos meses releí esta historia, con mis hijos, en una edición bellísima de Libros del Zorro Rojo que se ilustra con imágenes de esculturas en madera de Antonio Santos.

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sujeto organizado, algo que también quedaba de manifiesto con la monopolización del término Movimiento Obrero Organizado; en algunos casos se identificaban los “movimientos sociales” como su espacio de pertenencia; al consultar en forma directa por su incorporación a la CGT, surgían dos preocupaciones para justificar la negativa: por un lado, la Confederación no puede incorporarlos porque significaría avalar la ilegalidad, ya que todos estos trabajadores tienen ingresos por debajo del salario mínimo; por otro lado, destacaban riesgos que habían quedado de manifiesto con la fractura de la CTA, por haber mezclado en la central sindicatos con movimientos sociales y, a juicio de los dirigentes, estos últimos son incontrolables, en especial en elecciones, porque nadie puede saber ni cuántos ni quiénes son porque forman parte de una economía no registrada. En aque-llos meses de 2011, coincidentes con la fractura de la CTA, los dirigentes realizaban espontáneamente balances sobre el modelo sindical de la central. Sobre este punto las posiciones se encon-traban más divididas: algunos dirigentes reconocían en la CTA una experiencia valiosa de resistencia al neoliberalismo que había logrado expresar a los trabajadores desocupados, incluso formulado esto último como autocrítica a la CGT. Otros, en cambio, invalidaban la experiencia porque la CTA había con-fundido momento coyuntural, de derrota del movimiento obrero, con modelo sindical. De este modo había cristalizado la derro-ta. Como exponente extremo de esta posición, Piumato afirmó: “Hicieron la central de la derrota”.

La discusión sobre el carácter coyuntural o estructural de la crisis del empleo continúa vigente y es motivo de fuertes contro-versias, produce dilemas y ambigüedades que condicionan tanto el accionar sindical como la definición de política pública. Un vaivén argumentativo entre ambas posiciones es la antesala de la definición de políticas tales como la AUH o el Argentina Trabaja. En el mismo discurso de lanzamiento de este último, CFK osci-

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laba entre la definición del “proyecto de país”, de un lado, y estas políticas para los núcleos de pobreza. A continuación desarrolla-ba posibles esquemas de financiamiento para la AUH sostenien-do que luego de confirmar si existían los fondos para financiarla, recién sería posible pensar “si es más conveniente la asignación universal, si esto no precariza al trabajador, si no crea un mundo dividido, independientemente de la discusión, lo primero que te-nemos que saber es qué recursos vamos a necesitar”.

En definitiva, no pudiendo asegurar su incorporación a la CGT, la nueva entidad gremial adoptó la forma de una Confede-ración. La sede central se encuentra ubicada en el barrio porteño de Constitución, a pocas cuadras de la estación, donde la ciudad se pone vertiginosa, masiva, amontonada y colorida. Es un sin-dicato pero se ingresa sin ceremonia de anuncio ni autorización. Entrás y punto. En mi caso buscaba a Rafael, del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE). Y Rafa estaba en la CTEP pero como había al menos otro Rafa, anduve paseando y abriendo puertas equivocadas, como espiando un espacio íntegramente en acto: varias reuniones transcurrían en simultáneo y las escale-ras como un conmutador desde donde se gritaban nombres de pila y apodos de militantes que subían y bajaban. En pantallazos aprecié tendencias: rincones más guevaristas, los bien peronis-tas sumando foto de Francisco y también kirchneristas: Néstor y Cristina, leyendas en cuadernos o termos como “Nunca menos” o “La patria es el otro”. Como en las calles lindantes –rebalsadas de manteros, feriantes y vendedores ambulantes– adentro había otro hervidero. El de la política como necesidad. Rafa –a quien finalmente encontré– decía: “Acá hay algo que está a flor de piel: la organización resuelve. De hecho, cuando hay conflicto de car-toneros en la ciudad, si hay 5.000 se mueven 4.400, es decir, se mueven todos”.

Actualmente, la CTEP está organizada en ocho ramas: carto-neros, indumentaria, campesina, motoqueros, vendedores ambu-

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lantes, programas sociales, artesanos y feriantes (37). Y está inte-grada por grandes organizaciones territoriales y políticas como el Movimiento Evita, el Movimiento Popular La Dignidad, el MTE, el Comedor Los Pibes, el Movimiento Nacional Campesino In-dígena. Que sus organizaciones son grandes se constató el 7 de agosto de 2016, día de San Cayetano, durante el cual realizaron una movilización desde Liniers hasta Plaza de Mayo. Aquel día la CTEP movilizó junto a Barrios de Pie y la Corriente Clasista y Combativa. A partir de este acontecimiento muchos dirigentes sindicales confirmaron que la CGT no tenía el monopolio efec-tivo del Movimiento Obrero Organizado. Poco tiempo después, las puertas del histórico edificio de Azopardo al 800 se abrieron para recibirlos en una larga jornada durante la cual se desarrolló el Encuentro Mundial de Movimientos Populares, promovido por el papa Francisco, que mixturó algunos símbolos e idearios que hasta entonces se repelían: los anfitriones habían apostado dos giganto-grafías de Rucci y varias imágenes católicas y los asistentes mul-tiplicaban las estampas del Che y Evita en remeras y banderas de organizaciones como La Dignidad, la CCC y el Movimiento Evita. Cada uno de los paneles del encuentro se integró con dirigentes sociales de idearios heterogéneos y monseñores. Finalmente, la CGT se llenó de mujeres trabajadoras, militantes sociales de los barrios, que en las mesas del final de la jornada, cuando ya el nú-mero flaqueaba, subieron al escenario y oficiaron como oradoras. Varios acontecimientos más replicarían convergencias de este tipo durante el segundo semestre de 2016, en movilizaciones, acuerdos políticos y legislativos, y en declaraciones públicas. El mundo sin-dical parece estar ensanchándose, con muchos más trabajadores adentro, bajo tres estructuras gremiales: CGT, CTEP y CTA.

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37 Recomiendo la lectura de los cuatro cuadernos de la CTEP, elaborados por Juan Grabois y Emilio Pérsico: 1. Nuestra realidad, 2. Nuestra organización, 3. Nuestros obje-tivos, 4. Nuestra lucha.

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Sobre el final del gobierno de CFK quedó claro que las orga-nizaciones del otro movimiento obrero tendieron a quedar “atra-padas” en el Ministerio de Desarrollo Social. Reconocidos como sujetos organizados ya no serían “los asistidos” pero su condi-ción de pobres solaparía la de trabajadores. El 9 de diciembre de 2015, un día antes de la entrega del mando al nuevo presidente Mauricio Macri (MM), el gobierno de CFK tuvo el propósito de aprobar a través de una resolución del Ministerio de Trabajo, el otorgamiento de la personería social a la CTEP (38). Una institu-cionalidad débil (en comparación con la personería gremial exi-gida por la propia organización) que de todas formas significaba para la CTEP un punto de acumulación, a mitad de camino, en el trayecto de pobres a trabajadores.

Finalmente, antes de concluir el apartado, quisiera presentar brevemente otras dos concepciones sobre los sectores populares más empobrecidos a partir de referencias a Daniel Arroyo y a Carlos Pagni.

Daniel Arroyo, especialista en temas sociales del Frente Reno-vador, ha dedicado muchos años a realizar investigaciones sobre los problemas que sufren los sectores populares a raíz de la crisis del empleo: “En definitiva, los trabajadores no registrados, los que hacen changas, los que tienen planes sociales y los que bus-can trabajo y no encuentran, forman parte de una gran masa si-lenciosa e invisible de argentinos a los que casi nadie representa y a los que casi nadie reconoce como lo que son: trabajadores” (39). Por lo general acompaña este tipo de intervenciones públicas con el señalamiento de un indicador “preocupante”: los jóvenes ni-ni,

38 Lo inexplicable, según cuestionan algunos dirigentes de la CTEP, es que un olvido “ad-ministrativo” (que Freud bien podría haber clasificado como olvido de propósitos) impidió volver efectiva la personería social, la que finalmente fue reglamentada tras la asunción de Mauricio Macri.

39 Daniel Arroyo en diario Clarín, “La Argentina invisible y el drama del trabajo infor-mal”, 26 de septiembre de 2016.

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que ni estudian ni trabajan. Defiende para ellos “el derecho a un primer empleo en blanco y junto con eso una red de tutores con el cura, el pastor y la maestra. Hay jóvenes a los que les falta el mé-todo y les cuesta trabajar 8 horas porque no vieron a su padre o a su abuelo hacerlo. Lo tercero es que hay que crear 200 centros de atención de adicciones […] Lo que genera actividad económica no genera trabajo. Las inversiones que va a conseguir el gobierno van a ser para soja, para minería y para el sector financiero. Lo que es altamente rentable no genera empleo. Eso es así en Amé-rica Latina diría, hay un descalce. Si el Estado no compensa, no hay solución”. (40)

Sus intervenciones combinan tres grandes ideas-fuerza: una mirada miserabilista (41) sobre los trabajadores aludidos, que fo-caliza más fuertemente en la descomposición que en la recompo-sición social, luego un recorte sobre la peligrosidad de los jóve-nes ni-ni y finalmente promueve una acción de salvación (con la maestra, el cura, el pastor, el Estado compensador).

Por último el actual proyecto de los sectores dominantes, que busca recomponerse a través del gobierno de MM, también se posiciona en este debate. Carlos Pagni, columnista del diario La Nación y conductor en el canal Todo Noticias, explicita dicho po-sicionamiento con meridiana claridad en una editorial que titula “Política y pobreza” (42). La cito extensamente:

La política social fue tercerizada en organizaciones que po-dríamos decir privadas, que son los movimientos sociales. El kirchnerismo decidió trasladar o delegar en los movimientos sociales buena parte de la asistencia a los pobres. No sólo en

40 Entrevista realizada a Daniel Arroyo por el periodista Diego Genoud. Disponible en La política online, 6 de septiembre de 2016.

41 Svampa, Maristella (2008), Cambio de época, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.

42 Editorial de Carlos Pagni en el programa televisivo Odisea Argentina que conduce en canal TN, 26 de septiembre de 2016.

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las intendencias, en las gobernaciones sino que les transfirió a movimientos, como el Movimiento Evita o la Tupac Amaru, parte de la acción social […] El gobierno actual [se refiere al de MM] está frente a una encrucijada que no sabemos cómo va a resolver: va a seguir tercerizando la política social o se va a hacer cargo el Estado de algo que se debería haber hecho cargo siempre.

A esto se suma una disputa por la representación de los po-bres. El sindicalismo sufrió un trauma importantísimo en el año 2001: el boom de la desocupación […] que le hizo perder canti-dad de afiliados que son los que terminaron alimentando como desempleados o informales los movimientos sociales. Lo que hay ahora es la intención del Movimiento Obrero Organizado de recuperar la representación de todos, entre comillas, despo-seídos. Sobre todo porque hoy el trabajador formal es ya un pri-vilegiado […]

A todo esto se le agrega una última novedad que es la partici-pación de la Iglesia… Detrás de esta configuración está la mano de Bergoglio quien muy probablemente aspire a que los movi-mientos sociales se integren al mundo del trabajo formal, algo muy distinto de esta idea de generar un submundo de pobres con sueldo y obra social de gente que no saldría nunca después de esa condición. Entre otras cosas porque para salir de esa condi-ción habría que revisar las rigideces y los privilegios del mundo del trabajo formal. En el fondo hay una contradicción entre los intereses del que representa al trabajador formal y el que repre-senta al desocupado. En gran medida el desocupado es desocu-pado porque ese otro mundo es muy cerrado y muy rígido.

Hasta el momento es posible afirmar que el macrismo, algo desorientado con la expansión de la movilización social y los acuerdos políticos que posibilita, no ha intentado un tipo de ajus-te clásico de reducción directa de los costos de la política social. Pero es difícil que pueda estabilizar un nuevo poder si no logra

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avances respecto de este mandato de “regresar a los pobres al lugar del que nunca deberían haber salido”: beneficiarios de la política social. Es este el sentido crucial y más novedoso de la editorial de Pagni llamado Política y Pobreza. Intervenir en la dicotomía asistido-organizado para que los “pobres” vuelvan a comportarse como asistidos y no como un sujeto político (43).

El segundo planteo de la editorial se inscribe en la ya remani-da dicotomía incluidos privilegiados-excluidos. Como reacción a la posibilidad de que se expanda el campo político-ideológico con las articulaciones de la “crema”, la “leche” y el “agua”. Por ello intenta azuzar la contradicción al interior de la clase trabaja-dora. Su apelación a las reformas de flexibilización laboral es un eco de lo que el Fondo Monetario Internacional exigía a Argenti-na y otros países de la región, en 1993:

Un desempleo alto y en aumento no se debe a una competencia excesiva ni al ritmo vertiginoso de las innovaciones tecnológi-cas. Es más probable que sea obra de mercados de trabajo in-flexibles y de la falta de competencia […] La solución del des-empleo persistentemente alto debe buscarse principalmente en el área de las políticas estructurales. Hay que efectuar reformas que aumenten la flexibilidad de los trabajadores y de los merca-dos –sobre todo los de trabajo– […] debe impedirse que como consecuencia del poder de mercado de las personas actualmente empleadas –“los elementos internos”– el nivel del salario real sea demasiado alto para que los desempleados –“los elementos externos”– puedan encontrar trabajo. [Unas líneas después, se acusa a quienes defienden] “la rigidez de la normativa laboral”

43 La determinación es de tal magnitud que el gobernador de Jujuy hace encarcelar a la principal líder de la Tupac Amaru de la provincia de Jujuy: Milagro Sala, dilapidando la principal novedad, haber llegado al gobierno a través de las urnas. La Tupac Amaru es la or-ganización del otro movimiento obrero jujeño. Es tan grande y fuerte que llegó a constituir-se en la tercera empleadora de dicha provincia, después del Ingenio Ledesma y el Estado provincial. Para mayor información sobre la causa de Milagro Sala ver los artículos de H. Verbitsky del 28 de febrero, 6 y 13 de marzo de 2016, publicados en el diario Página /12.

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[y de esta forma sólo imponen] “un beneficio social para los re-cursos humanos empleados, que quedan protegidos de la com-petencia de los desempleados, y no para toda la sociedad”.

Primera digresión a propósito del consumo: ¿vivir mejor o vivir bien?

Una anécdota, que difunde con perspicacia un importante colum-nista del diario Página /12, Mario Wainfeld, aporta elementos significativos que aún no mencionamos:

Este cronista se cruzó con el presidente, Néstor Kirchner, en un pasillo de la Casa Rosada. Sacó un papelito del bolsillo y me preguntó si conocía cuántos splits se habían vendido durante su mandato. Este diario [se refiere a Página /12] lo ignoraba con holgura, se le espetó una cifra millonaria. Sin tomar aire, Kirch-ner estimó cuántos habrían sido adquiridos por gentes de clase alta o media alta. Los restó del total y concluyó que tantísimos hogares de clase media baja o trabajadora habían tenido por primera vez un aparato de aire acondicionado en su casa en el transcurso de su gobierno. Multiplicó la cifra por cuatro o cinco (familia tipo) y remató: “Millones de personas que por primera vez no se mueren de calor en verano. ¿Y sabe cuánto pagan de electricidad?”. Eso sí era público, muy poco. “Por eso, porque hay millones de laburantes que viven mejor, tenemos tanto apo-yo. Y por eso hay tantos que nos detestan”. (44)

La expansión de la demanda interna aumentando el poder de

compra de las clases populares ha sido un denominador común

44 Mario Wainfeld, “Splits y ventiladores”, Página /12, Buenos Aires, 7 de diciembre de 2008. Anécdota que reenvía al proceso de surgimiento del consumidor obrero durante el primer peronismo que se reconstruye mediante una novedosa y exhaustiva revisión de documentos históricos en el libro de Natalia Milanesio, Cuando los trabajadores salieron de compras, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 2014.

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de muchos de los gobiernos heterodoxos que gobernaron la re-gión en los últimos 10/15 años. Con estas experiencias América Latina creó una estrategia de desconexión frente a la austeridad que impartían los gobiernos europeos mientras descargaban el ajuste sobre los países más débiles de la Unión Europea y sobre el conjunto de los trabajadores. Ese proceso que Anderson califi-có como de “excepción global” inició su fase descendente.

La condición de posibilidad que permitió el aumento del consumo no residió únicamente en la voluntad política y en la organización popular nacida de las diversas resistencias al neoli-beralismo. Una condición paradojal de coyuntura global habilitó recursos para financiar el proceso distributivo en una ecuación de suma positiva del tipo “ganan todos”: el denominado boom de los commodities vinculado con actividades extractivas.

La paradoja residió en que la mayor disponibilidad de recur-sos que se volcó hacia los sectores populares agravó el persistente problema de las estructuras productivas desequilibradas –proble-ma al que se refirió Marcelo Diamand en la década de 1970– ya que profundizó la asimetría entre poder agropecuario y poder industrial.

La anécdota de los aires acondicionados condensa a la vez la fuerza de la transgresión subjetiva que significa replicar cier-tos modos de consumo de los sectores de mayores recursos, pero también un extravío. El consumo de electrodomésticos no fabri-cados en Argentina o con alta incidencia de componentes extran-jeros también agravó el persistente problema latinoamericano de la restricción externa. En un artículo que reconstruye los diversos elementos que intervienen en la actual crisis política brasilera, Perry Anderson afirma:

La compra de productos electrónicos, de electrodomésticos y vehículos despegó (los autos a través de estímulos fiscales), mientras que el suministro de agua, las carreteras pavimenta-

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das, los autobuses eficientes, el tratamiento de aguas servidas, las buenas escuelas y hospitales fueron descuidados. Los bienes colectivos no tuvieron una prioridad ni ideológica ni práctica. Así que junto a necesarias, y genuinas mejoras en las condi-ciones de vida, el consumismo en su sentido más deteriorado se propagó por toda la jerarquía social, desde una clase media abarrotada, incluso para estándares internacionales, de revistas y centros comerciales (45).

Esta reflexión es interesante para diferenciar cierta singularidad del proceso nacional que combinó consumo popular largamente postergado, con un “consumismo de tipo capitalista” como el que alude Anderson, pero que también produjo inversiones en determi-nados bienes públicos (como la mejora sustancial de la infraestruc-tura educativa, la extensión de la red de agua potable y de cloacas, la duplicación de kilómetros de autopistas/autovías y en general la fuerte extensión de caminos, entre otras) (46). Finalmente, es igual-mente cierto que la falta de vivienda, la desigualdad en el acceso a la salud y un transporte público deficiente continuaron siendo problemas para las grandes mayorías trabajadoras de Argentina. Queda, sin embargo, pendiente el balance de esta ecuación.

“Los trabajadores tenemos que vivir bien, no mejor. Porque vivir mejor no tiene fin y por eso no puede ser un parámetro que incluya a los 40 millones”, sostiene Emilio Pérsico, sintonizando con la perspectiva comunitarista de movimientos bolivianos.

Cada vez más movimientos y organizaciones populares defi-nen el “consumismo” como una barrera cultural para potenciar

45 Perry Anderson, “Crisis en Brasil”, Viento Sur, mayo de 2016, págs. 4-5 Disponible en www.vientosur.info/IMG/ article_PDF/article_a11235.pdf

46 Se recomienda el siguiente documento de la Dirección de Programación de la Inver-sión Pública y Análisis de Proyectos, La inversión pública 2003-2010. Una herramienta para el desarrollo, Ministerio de Economía y Finanzas Públicas. Disponible en http://cdi.mecon.gov.ar/bases/docelec/fc1217.pdf

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procesos de mayor igualdad social. Y en este marco se consolida el cuestionamiento a un neo-desarrollismo, que muchas veces lo-gra filtrarse en el ideario de gobiernos nacional-populares, crean-do un bienestar que no transforma las condiciones estructurales de vida de los trabajadores.

Segunda digresión sobre las luchas populares: ¿combatir, domar o erosionar al capital?

En un artículo reciente Erik Olin Wright (47) define cuatro formas históricas de lucha anticapitalista a través de los siguientes ver-bos políticos: destruir, domar, escapar y erosionar el capitalismo. “Destruir” remite a la tradición revolucionaria inspirada funda-mentalmente en los escritos de Marx y Lenin, y las revoluciones comunistas del siglo XX: construir un mundo nuevo sobre las cenizas del viejo. Estas experiencias no sólo perdieron vigencia sino que pusieron de manifiesto los límites de las rupturas sis-témicas. “Domar” refiere a las experiencias de las socialdemo-cracias europeas vigentes durante la denominada “Edad de Oro” del capitalismo. Proyectos que buscaron contrarrestar los peores efectos del capitalismo con regulación y redistribución. Sin em-bargo, la globalización neoliberal logró neutralizar durante las últimas décadas la efectividad construida por las instituciones del bienestar social desatando una nueva voracidad. Lo que pondría de manifiesto la dificultad para sostener la estrategia de domesti-cación en el largo plazo. “Escapar”, abordada con cierto desgano por el autor, se expresa en especial en microalternativas y en la creación de entornos protegidos de las lógicas de dominación del capitalismo. Movimientos anticonsumistas con consignas como

47 Erik Olin Wright (2016), ¿Destruir, domar, escapar, erosionar? Cómo ser un anticapi-talista hoy. Disponible en http://www.sinpermiso.info/textos/la-clase-importa

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“Do it yourself”, mercados del trueque y experiencias de coope-rativismo social son algunas de las experiencias concretas, des-estimadas por su carácter individualista y débil. “Erosionar” se basa en la siguiente idea: los sistemas económicos son mezclas complejas de muchos tipos diferentes de estructuras económi-cas y relaciones sociales. La lógica de producción capitalista se combina con otras no capitalistas. Lo que habilita la creación de alternativas de relaciones económicas más democráticas e igua-litarias en las grietas del sistema “hasta el punto de que estas formas puedan extenderse y desplazar al modo capitalista de su papel dominante”. “Erosionar” es una acción que se desarrolla por tendencia y no por ruptura. Las propuestas de política pre-figurativa, crear instituciones anticipadoras como experimentos viables que podrían eventualmente reemplazar la estructura do-minante de la sociedad (48), tiene similitudes con este planteo. En lo que respecta a Olin Wright concluye postulando, a partir de la noción de utopía real, la combinación erosionar-domar: “La visión de abajo arriba, centrada en la sociedad del anarquismo, con la visión de arriba abajo, la lógica estratégica estatalista de la socialdemocracia”.

La clasificación del estadounidense Olin Wright es útil para alimentar la discusión política actual, y éste seguramente haya sido su objetivo, aunque ignora la complejidad y la riqueza de las teorizaciones y experiencias políticas latinoamericanas recientes ya que no las discute y ni siquiera las menciona.

En enero de 2015 García Linera pronunciaba un discurso so-bre el socialismo comunitario del vivir bien: “El socialismo es el campo de batalla dentro de cada territorio nacional entre una civilización dominante, el capitalismo aún vigente, pero decaden-te, enfrentado contra la nueva civilización comunitaria emergente

48 Grubacic, Andrej, “El socialismo libertario para el siglo XXI”, en Lilley, Sasha (2016), Combatiendo al capital, Octubre-Eduvim.

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desde los intersticios, desde las grietas y contradicciones del pro-pio capitalismo. Es la vieja economía capitalista aún mayoritaria, gradualmente asediada por la nueva economía comunitaria na-ciente […] Socialismo es desborde democrático, es socialización de decisiones en manos de la sociedad auto-organizada en movi-mientos sociales […] Un Estado de los Movimientos Sociales, de las clases humildes y menesterosas”.

Aquí el binomio domar–erosionar requiere una especifica-ción, podemos redefinirlo como acción comunitaria–acción es-tatalista, pero la diferencia fundamental es que tiene un sujeto que organiza ambas acciones políticas: los movimientos sociales de las clases humildes. Diez años antes, en el 2005, García Linera formuló el siguiente interrogante: “¿Serán los movimientos so-ciales simples mecanismos de contención del poder de las elites, o parte minoritaria de la nueva estructura de poder, o bien parte hegemónica, dirigente del nuevo sistema estatal?” (49)

En nuestro país resuenan algunas de estas ideas y son for-muladas especialmente por las dirigencias de varias de las or-ganizaciones que integran la CTEP. La gravitación que tuvo el modelo de industrialización en el proyecto político del peronis-mo produce dinámicas discursivas que no se escuchan entre sí. Algunos sectores del kirchnerismo incurrieron en una suerte de automatismo: “la industrialización es el indicador del desarrollo por excelencia”. Lo que no entraba en este círculo virtuoso de “proyecto de país” fue registrado desde el 2009-2010 y se dise-ñaron nuevos derechos y programas destinados a responder a los núcleos rebeldes de pobreza.

El peronismo nacional popular había partido de un boceto algo diferente: industrialización con protagonismo de los traba-

49 Álvaro García Linera, “La lucha por el poder en Bolivia”, en Horizontes y límites del Estado y el poder, La Paz, Muela del Diablo, 2005. Disponible en http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/coedicion/linera/7.2.pdf

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jadores, una industrialización disputada, con sujetos organizados. Incluyendo la cuestión de la burguesía local, el enfrentamiento con la UIA y la constitución de la CGE. El protagonismo de los trabajadores se tradujo en el sideral aumento de la afiliación sin-dical, la expansión de delegados y comisiones internas, en defi-nitiva la conversión de un sindicalismo como factor de presión a un sindicalismo como factor de poder.

En este sentido es posible sostener que en el final del mandato de gobierno de CFK, hubo sectores que concibieron la transfor-mación más como consecuencia de una enorme determinación gubernamental que como resultante del despliegue de fuerzas de sujetos organizados disputando el sentido de la acción estatal.

En uno de los documentos fundacionales de la CTEP hay un recuadro en letras grandes que dice: “Desarrollo y Crecimien-to no es igual a Trabajo y Dignidad”. Incorporar allí la palabra “Desarrollo” busca expresamente contravenir un sentido común celebratorio de la industrialización a secas.

En una larga entrevista realizada por la Revista Crisis (50), Emilio Pérsico expone estos problemas. Por momentos exacer-ba la idea de derrota de los trabajadores y entonces desestima la efectividad del modo en que el peronismo revolucionario imaginó la destrucción del capitalismo a través de la consigna “combatir al capital”. En otras partes de su reflexión cuestiona al “progresismo burgués” (clasificación que extiende al kirchne-rismo) y termina subestimando, por su fracaso en el largo plazo, la acción política estatal que pone límites a la lógica capitalista. Y por ello las formas locales de “domar” al capitalismo termi-nan siendo asimiladas a “más capitalismo”. En cualquier caso Pérsico, como exponente de la experiencia de la CTEP, también define que la acción de erosionar tiene que ser parte de la nue-

50 Entrevista a Emilio Pérsico y Fernando “Chino” Navarro, “Puchero a la Evita”, Revista Crisis, 2016. Disponible en http://www.revistacrisis.com.ar/notas/puchero-la-evita

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va estrategia de los trabajadores: “Hoy tenemos un problema, estamos convencidos de que esta idea del crecimiento econó-mico, esta idea de la industrialización, esta idea del consumo, esta idea de la repartija del producto bruto entre los trabajadores no resuelve el problema de la justicia social, muchas veces lo empeora […]. Porque las recetas anteriores estaban para un ca-pitalismo que hoy no existe. Hay que construir un modelo alter-nativo nuevo. Llamalo socialismo del siglo XXI, comunidad in-doamericana como los bolivianos, socialismo comunitario como en Ecuador. Nosotros acá en Argentina decimos que hay que construir dos procesos económicos diferentes, y empezamos a hablar de una teoría nueva también, que no es destruir el capita-lismo sino erosionar el capitalismo, porque hoy no lo podemos destruir. Siempre hubo intentos de lucha, como decía nuestra Marchita, de combatir al capital. Sin embargo, hoy nadie quie-re combatir al capital. Hoy quieren atraer al capital. Incluso en nuestro proyecto no está la idea de combatir al capital. Tenemos esta otra idea que es erosionarlo, que quiso hacer Chávez que es por un lado hago mucho capitalismo con estas empresas y por otro lado, voy construyendo una sociedad más justa a un costa-do. Lo mismo que quiso hacer el Evo; qué casualidad que todos quisimos hacer lo mismo, llegamos al mismo razonamiento. ¿Es el modelo para el futuro? No lo sé. Empieza a haber pequeñas puntas, pequeñas luces en los trabajadores. Tampoco sé si las herramientas de lucha que estamos hoy desarrollando son las herramientas del futuro. Es un proceso. Hemos abierto un nuevo proceso de enfrentamiento en el mundo de los trabajadores”.

A modo de cierre

El 2016 puede ser definido como un año de fuerte densidad de movilizaciones populares. Por un lado, la proliferación de

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conflictos puntuales a raíz de despidos y otras formas de vul-neración de derechos laborales que alcanzaron una adhesión significativa y visibilidad social. Por otro lado, se desplegaron movilizaciones de enorme masividad que dejaron al descubierto singularidades sociales sustantivas, por las organizaciones par-ticipantes, por los espacios y repertorios de lucha, las consig-nas, subjetividades políticas, incluso fisonomías y pertenencias sociales (51): la del 24 de marzo, la conmemoración del 1º de mayo, la movilización del 7 de agosto, y la del Colectivo Ni una Menos del 19 de octubre.

La movilización del 24 de marzo, por la Memoria, la Verdad y la Justicia, con los organismos de derechos humanos desbordados por el número y el bullicio de las columnas pertenecientes a orga-nizaciones juveniles, sindicales, territoriales, culturales, convir-tiéndose además en la movilización más intergeneracional dada la enorme participación de grupos familiares completos. La con-memoración del 1º de mayo: la manifestación de las estructuras sindicales. Funcionó como una rotunda demostración de fuerza: federal, ordenada, sin improvisaciones, con los conductores en el palco, las banderas y las grandes columnas. Con una impronta masculina y una cierta ostentación de masculinidad. Esta vez con una considerable unidad de acción entre los agrupamientos de las CGT y de la CTA. La movilización del 7 de agosto, quizás la más sorprendente, se congregó en Liniers en torno a San Cayetano y marchó por 13 kilómetros, hasta Plaza de Mayo. Es la marcha de los trabajadores más empobrecidos. Actualizando la consigna de Paz, Pan y Trabajo, sumando la de Tierra, Techo y Trabajo, y mix-turando íconos religiosos, populares, políticos y revolucionarios. El papa Francisco, Evita, santos paganos y el Che. Sus columnas, más silenciosas, repletas de mujeres, bebés a upa de niñas con

51 Abal Medina, P. (2016), Movilización y reunificación. Disponible en https://www.agenciapacourondo.com.ar/secciones/relampagos/20409-movilizacion-y-reunificacion

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hermosos peinados y mujeres amamantando, carritos cargados de abrigos, las ollas populares, las parrillas interminables que ga-rantizaron los choripanes para recuperar fuerzas tras una jornada larga, cansadora y festiva. La Confederación de Trabajadores de la Economía Popular, la CTEP, fue la protagonista. La jornada del 19 de octubre se desencadenó condenando la violación y asesi-nato de Lucía Pérez, una adolescente de 16 años. Fue convocada por el colectivo Ni una menos. La jornada se inició con una me-dida inédita: un paro de actividades de las mujeres trabajadoras, que se extendió por una hora en los lugares de trabajo y puso de manifiesto otra fuente de desigualdades estructurales del mundo del trabajo: la de ingresos y condiciones de trabajo entre hombres y mujeres. Y posteriormente culminó con una manifestación pro-tagonizada por mujeres mayormente vestidas de negro, en duelo por el femicidio, con pocas banderas y bajo miles de paraguas durante una jornada inolvidable.

Estas movilizaciones fueron reconocidas socialmente, es decir que fueron acontecimientos con gravitación política, pero fun-damentalmente se vieron entre sí. Lo que funcionó potenciando diversas dinámicas de articulación entre sujetos sociales. La más importante de 2016 fue la que se produjo entre las organizaciones sindicales y las del otro movimiento obrero (ya nos referimos a ello más arriba). El 2017 suma la convergencia entre el Colectivo “Ni una menos” que convocó a un paro para el 8 de marzo, por el Día Internacional de la Mujer Trabajadora y exigió el apoyo de las centrales sindicales del siguiente modo:

Reunidas en asamblea multitudinaria, conformada por un hete-rogéneo conjunto de mujeres autoconvocadas y organizadas en diferentes ámbitos sindicales, sociales, estudiantiles y políticos, exigimos a las centrales sindicales que garanticen el paro de mujeres, lesbianas, transexuales y travestis, convocado para el 8 de marzo, en conmemoración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora y en un contexto de políticas de ajuste contra nues-

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tros derechos y nuestras vidas. Pedimos que se incluya la agen-da del movimiento de mujeres en las negociaciones paritarias y los conflictos sindicales y sociales.

El apoyo del conjunto de las organizaciones de los movimien-tos obreros (CGT, CTEP y CTA) no se hizo esperar. Esta conver-gencia es un indicio más del despliegue de fuerzas sociales que tiene lugar en nuestro país y de los reacomodamientos, mestiza-jes, articulaciones y posicionamientos en un año, el 2017, con elecciones nacionales de medio término y un contexto interna-cional que Nancy Fraser caracteriza con lucidez como “el ocaso del neoliberalismo progresista” (52).

Finalmente cabe destacar que la proliferación y el sosteni-miento de conflictos puntuales, las grandes movilizaciones y los procesos de articulación de sujetos mostraron cierta efectividad, al menos en dos sentidos. Por un lado, provocaron ciertas apertu-ras en el plano político partidario que en sus inicios pareció mu-cho más proclive a adaptarse al nuevo escenario y negociar con el macrismo. En segundo lugar, los movimientos obreros organi-zados pudieron sostener –con movilización callejera, articulación y acuerdos parlamentarios– dos reivindicaciones: la sanción de la Ley de Emergencia Social y la reforma del impuesto a las ganan-cias. Por último, hasta el momento [marzo de 2017] mostraron capacidad para obstruir las reformas de flexibilización laboral.

52 Fraser, Nancy (2017), The end of progressive neoliberalism, Dissent, 2 de enero de 2017. Disponible en https://www.dissentmagazine.org/online_articles/progressive-neoli-beralism-reactionary-populism-nancy-fraser

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Introducción

El convulsionado inicio del siglo XXI para Argentina y para la región transformó radicalmente el clima de época. En un proceso a dos tiempos, la dinámica política había cambiado por completo. El primero, en enero de 2002, y luego de doce días de inestabi-lidad política debido a la imposibilidad de designar al sucesor de Fernando de la Rúa, la Asamblea Legislativa nombró como presidente provisional a Eduardo Duhalde. Esto significaba que había ganado una fracción del capital por sobre otra, los sectores

El sindicalismo peronista durante el kirchnerismo (2003-2015)*

Ana Natalucci

* Este artículo presenta los resultados de la investigación “Las dimensiones políticas del proceso de revitalización sindical (2003-2014)” desarrollada entre 2012 y 2016 en el marco de mi trabajo como Investigadora del CONICET. Durante estos años, me pregunté por la acción política del sindicalismo peronista, explorando sus marcos de alianzas, su partici-pación en el kirchnerismo como movimiento y en los procesos electorales. En términos metodológicos, tomé la premisa indicada por Bruno Latour (2005) de “seguir a los acto-res”, es decir no se trataba de tomarlos sólo como informantes sino fundamentalmente de indagar en sus propias explicaciones acerca de cómo actuaron y cómo esas acciones se conformaron en parte de su existencia colectiva. Para la escritura del artículo se utilizaron los siguientes materiales: fuentes primarias elaboradas por las organizaciones, entrevistas en profundidad y observaciones de participantes en eventos públicos. Las entrevistas se realizaron entre 2012 y 2016 a dirigentes y cuadros intermedios de sindicatos. Asimismo, se hicieron algunas entrevistas abiertas a funcionarios de alto rango nacional. Sus voces se incorporaron en el texto con la modalidad de cursiva y en otros casos como cita textual.

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devaluadores por sobre los dolarizadores (Castellani y Schorr, 2004) o, en otros términos, los grupos económicos locales por sobre los acreedores externos y el capital extranjero (Basualdo E., 2008). La decisión de poner fin al modelo de convertibili-dad implicaba un intento por rediseñar, aunque sea parcialmente, el patrón de acumulación (Castellani y Schorr, 2004; Gaggero, Schorr y Wainer, 2014). Como contracara, los trabajadores y los sectores más vulnerables vieron contraer significativamente sus ingresos; al punto que a principios de 2002, el 53% de la pobla-ción se encontraba bajo la línea de pobreza.

Ahora bien, la crisis de 2001 fue no sólo económica sino tam-bién de legitimidad, que en el sentido weberiano implica el cues-tionamiento al régimen político y a las formas de dominación preponderantes. Es cierto que la clase política había intentado recomponer el orden político con la asunción de Duhalde, sin em-bargo por los efectos sociales de la devaluación asimétrica aquel había desplegado una represión sistemática sobre los sectores cuya situación había empeorado dramáticamente. La masacre del Puente Pueyrredón perpetrada por la combinación de fuer-zas policiales federales y bonaerenses el 26 de junio de 2002 fue decisiva para el llamado anticipado a elecciones presidenciales. El segundo tiempo se abrió luego de mayo de 2003 a partir de la asunción de Néstor Kirchner como presidente. Tanto su gobier-no como el de Cristina Fernández de Kirchner profundizaron la estrategia económica neodesarrollista que había implementado Duhalde. La novedad se orientó a cambios en los modos de domi-nación política, que modificaron las pautas de interacción entre el gobierno y los actores sociales, con los respectivos realineamien-tos organizacionales y reconfiguración del espacio militante.

En el nuevo contexto, por las condiciones abiertas por el neo-desarrollismo y las oportunidades políticas, los trabajadores for-males y sus organizaciones recobraron la iniciativa que habían perdido durante los noventa. De ahí que el problema sindical haya

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sido sumamente debatido en la larga década kirchnerista. A dife-rencia del período menemista, cuando la discusión se concentró en las estrategias con que los sindicatos enfrentaban –o participa-ban de– las reformas de mercado, durante el kirchnerismo se ubi-có en el registro corporativo, que en jerga académica llamamos revitalización sindical: cantidad de convenios colectivos homolo-gados por el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social, conflictividad laboral y afiliación sindical. Sin embargo, luego fueron incorporándose otras dimensiones analíticas, a saber: ex-periencias organizativas de las bases, democracia y modelo sin-dical, politización y recuperación del estatuto de sujeto político.

De acuerdo a este sucinto panorama, el objetivo del artículo es revisitar el proceso del sindicalismo peronista durante el kir-chnerismo. ¿Qué dinámica asumió y qué razones fundamentaban sus acciones? ¿Qué tipo de relaciones entabló aquel sector con el kirchnerismo y los diferentes actores que lo integraban? ¿De qué manera se articularon sus demandas obreras con sus expectativas políticas en el marco de la estrategia neodesarrollista? ¿Esa re-vitalización implicó una mera actualización del sindicalismo ya existente o implicó la emergencia de algunas transformaciones? Y finalmente, ¿cuáles fueron los efectos de este reposicionamiento en función del proceso de fragmentación significativa que el sindi-calismo peronista sufrió desde mediados de 2012? Para responder estos interrogantes nos concentraremos en su reposicionamiento corporativo, en su dinámica interna y en la reactualizada tensión corporativa y política. Aunque estas dimensiones no agotan todo lo que puede decirse sobre el mundo sindical, tienen la virtud de remitir a un caro problema de la relación sindicatos-peronismo: esa doble posición de articuladores de demandas obreras y de de-mandas políticas (Torre, 2006). Esta pregunta no es excluyente del kirchnerismo; de hacerse un rastreo histórico puede encontrarse en el momento originario del peronismo, pero por diversas cuestiones adquirió un estatuto especial durante este período. El argumento

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central es que aquel incentivó un proceso de revitalización acotado y orientado a la restitución del poder de negociación corporativa en el marco de su estrategia neodesarrollista. Al mismo tiempo, y como consecuencia no deseada, contribuyó a la emergencia de expectativas en torno a la recuperación del poder sindical. Aunque no todos los nucleamientos lo pensaban de la misma manera, esa discusión atravesó todo el espacio. Ambas cuestiones produjeron una tensión entre una dinámica corporativa y otra política que lle-vó a repensar la estrategia de cada nucleamiento (1).

Son recurrentes las afirmaciones sobre la crisis sindical, cuan-do no los certificados de defunción. Este artículo es un intento por analizar la dinámica de un actor imprescindible para entender los últimos años en la Argentina, atravesada por la desestructura-ción del mundo del trabajo.

Dos aclaraciones sobre el kirchnerismo

Antes de analizar la dinámica sindical es conveniente hacer dos aclaraciones sobre cómo entenderemos al kirchnerismo. En pri-mer lugar, es necesario recuperar la advertencia que realizara Ricardo Sidicaro acerca de diferenciar la gestión gubernamental “del conjunto heterogéneo de sectores políticos e ideas identifica-do con el presidente Néstor Kirchner y con su sucesora y esposa Cristina Fernández” (2011: 83).

1 Siguiendo a Dawyd (2015), los nucleamientos constituyen espacios de coordinación o articulación intersindical con relativa estabilidad. En general, están integrados por sin-dicatos de primer y segundo grado. Desde esta perspectiva, conforman “anclajes institu-cionales de determinadas identidades” (2015: 18). Sus acuerdos pueden ser estratégicos o programáticos pero siempre son mayores que los de las CGT ya que son impulsados por dirigentes que tienen afinidades ideológicas y coincidencias respecto de la estrategia adecuada para esa coyuntura. En este sentido, suelen funcionar como corrientes internas en la puja por la dirección y orientación que debe seguir la CGT frente a cada gobierno (Natalucci y Morris, 2016b).

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Segundo, y en relación con esa premisa, el kirchnerismo fue un movimiento político surgido de un ciclo de movilización orientado a un proceso de cambio social que buscaba una rápida transformación de la estructura institucional que resultaba obso-leta para procesarlo (Germani, 1966). Originariamente integra-do por una élite política, nucleada en el FPV y compuesta por el PJ y el Grupo Calafate. A sabiendas de su déficit de origen debido a la deserción de Carlos Menem al ballottage (Cheresky, 2004; Torre, 2005) aquella elite apeló a la recreación de una gramática movimentista de acción colectiva (Pérez y Natalucci, 2012). Esta no implicaba la reedición de la forma peronista clá-sica, es decir la construcción de un sujeto político representado en “un dispositivo institucional homogéneo de presión corpora-tiva y penetración político-institucional” e “integrado por una comunidad de experiencias de sometimiento e intereses deter-minados en el mundo del trabajo” (Pérez, 2013: 60), como había sido el sindicalismo como columna vertebral. La contraparte de la elite era un movimiento social multifacético y disruptivo que había renovado sus repertorios de acción y formas de organi-zación, contaba con una gran capacidad de veto por medio de la acción directa, pero no tenía posibilidades o recursos para organizar una oferta electoral. Es decir tenía una capacidad des-tituyente significativa, pero sin posibilidades instituyentes que permitieran enfrentar la crisis institucional que había contribui-do a desatar (Pérez y Natalucci, 2012).

¿Quiénes integraban este movimiento multifacético y disrup-tivo? Apenas asumió Kirchner hizo una amplia convocatoria a todo el espectro multiorganizacional: organizaciones autonomis-tas, de izquierda, del nacionalismo popular, sindicales, de dere-chos humanos; aquellas que contaban con “capital territorial” (Ortiz de Rozas, 2013) en el sentido de contar con votos, capaci-dad de movilización y un pasado de lucha contra el neoliberalis-mo. Las organizaciones sociales y sindicales que fueron parte del

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kirchnerismo, como el Movimiento Evita, Libres del Sur, la FTV, el MTA y la CTA, no necesariamente tenían votos propios pero sí contaban con representación y legitimidad sectoriales, capacidad de movilización y un pasado de lucha, que le permitía al gobierno reforzar su oposición a los noventa. Ese capital territorial podía ser en un barrio o en una fábrica, pero se trataba de organizacio-nes que habían logrado representar intereses sectoriales ya exis-tentes y construir nuevas demandas.

De esta forma, el kirchnerismo como movimiento político se fundó a partir de un convite movimentista a las organizaciones para consolidar el poder alcanzado en las elecciones; al mismo tiempo que buscaba compensar el peso que tenía el Partido Jus-ticialista. Si bien entre ellas tenían puntos de acuerdos estratégi-cos y programáticos, no eran fuerza propia. Por su parte, la élite política siguió una lógica decisionista por la cual conservaba el poder de veto, algo así como el derecho de admisión, al tener el control de los poderes públicos concentrados en el Estado. Esta fue una de las razones por las cuales la recreación de la gramática movimentista –a diferencia del peronismo clásico– tuvo una baja institucionalización. Luego del fallecimiento de Néstor Kirchner, esto es entre 2010 y 2015, esa lógica movimentista se modificó a partir del intento de la élite de ampliar la fuerza propia, que en muchos casos se erigió en relación de competencia con las organizaciones ya existentes. Así se configuró un escenario de progresivo desplazamiento de las organizaciones, que llevó a una contracción de la base de alianzas y, con ello, a la derrota en las elecciones parciales de 2013 y las generales de 2015.

Tales fueron las condiciones políticas que posibilitaron el kir-chnerismo, pero también sus límites, en virtud de lo cual habre-mos de leer la dinámica sindical.

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Estrategia neodesarrollista y situación de la clase trabajadora

A partir de mediados de los 70, el capitalismo como forma de producción atravesó una mutación significativa, afectando el régi-men de acumulación y de dominación política. Y después, a partir de los 90, se concretó la transición hacia economías de mercado y liberalización de la economía; en América Latina esto ocurrió durante gobiernos presididos por partidos populares con fuertes vínculos con el sindicalismo. Esta cuestión modificó los patrones de interacción entre ellos. No todos los sindicatos respondieron de la misma manera; sin embargo todos perdieron la gravitación que habían tenido durante el modelo del Estado de Bienestar.

Hacia finales de los noventa, se produjeron graves crisis finan-cieras que afectaron las economías y sistemas políticos latinoame-ricanos, la del “tequila” en México en 1995, los episodios en el Sudeste Asiático y Rusia entre 1997 y 1998, el efecto “caipirinha” en Brasil en 1998 y el efecto “tango” en Argentina en 2001. Si-guiendo a Eduardo Basualdo, la crisis de 2001 fue la conclusión de un proceso que comenzó “tres años antes y provocó una reduc-ción de aproximadamente el 20% del PBI” (2008: 307) implican-do la implosión de la convertibilidad y “el agotamiento definitivo del patrón de acumulación de capital sustentado en la valorización financiera” (2008: 307). La devaluación alteró notablemente la redistribución de la riqueza y produjo una debacle en los ingresos, “en 2002 se registró una reducción de la ocupación equivalente a 800.000 personas en términos absolutos, la desocupación supera-ba el 20% y más del 30% si le agrega la subocupación. La caída del salario real […] alcanzó a casi el 30% en 2002 y se deterioró aun más al año siguiente” (Basualdo E., 2008: 308).

La devaluación implementada en enero de 2002 inauguró una nueva etapa económica: la posconvertibilidad con una estrategia predominantemente neodesarrollista. Siguiendo a Bresser-Pereira

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(2007), esta no se trata estrictamente de un modelo económico dado que no tiene un programa donde se predeterminen objetivos y metas. Como es sabido, el desarrollismo surgió entre finales de los 50 y principios de los 60 con la propuesta de “modernizar” las economías nacionales de los países dependientes. En palabras de Gaggero, Schorr y Wainer “el Estado desarrollista se apoyaba en una relación de fuerzas sociales que permitía proteger al mercado interno e impulsar la diversificación de la estructura productiva a partir del fomento a la inversión foránea” (2014: 30). El neodesa-rrollismo más bien se basa en las siguientes premisas: la orienta-ción de las exportaciones, rechazo al proteccionismo, mercado y Estado fuerte, disciplina fiscal, administración del tipo de cambio, intolerancia a la inflación, inversión en innovación empresarial, apoyo a mercados laborales más flexibles. Para Bresser-Pereira (2007), se trata de una propuesta a mitad de camino entre el popu-lismo y la ortodoxia convencional.

Esta estrategia neodesarrollista abrió ciertas condiciones para un proceso ascendente de crecimiento económico y de genera-ción de empleo que fue sostenido por la voluntad política de los gobiernos kirchneristas. Entre otras cuestiones, se reactivó la producción industrial y la construcción, que impactaron en el descenso de la desocupación que para 2008 alcanzaba al 8% de la población económicamente activa. Después de 2003 se crea-ron cerca de 4 millones de empleos, de los cuales 3 millones fueron registrados (Basualdo V., 2012). Se produjo una notable recomposición del salario real promedio, incluso más acelerada en los empleos no registrados (Basualdo E., 2008). La deroga-ción de la “Ley Banelco”, la sanción de la Ley Nº 25.877/04 de Ordenamiento Laboral, la creación del Programa Nacional de Regulación del Registro Laboral, la restitución de las institucio-nes del sistema de relaciones laborales (convocatoria al Consejo del Salario Mínimo, Vital y Móvil y negociación colectiva), la incorporación de los aumentos de salario de suma fija al salario

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básico y el aumento sostenido de las jubilaciones mínimas fue-ron medidas decisivas para revertir las consecuencias de la crisis (Basualdo E., 2008), recuperar las capacidades de intervención estatal en materia laboral (Palomino, 2007) y recrear condiciones propicias para la acción sindical.

Aun con estos significativos cambios, la distribución del ingreso no se vio afectada de modo positivo. Según datos pro-porcionados por Eduardo Basualdo, en 2007, “la participación de los asalariados en el ingreso (28%) [seguía siendo] signifi-cativamente inferior a la vigente en 2001 (31%)” (2008: 309). Esto se explica por la dinámica del PBI que creció a tasas chinas durante 2002 y 2007 pero desacoplado del salario real. De modo coincidente, Gaggero, Schorr y Wainer sostienen que durante la posconvertibilidad se produjo un proceso significativo de con-centración económica, donde “la participación de la elite empre-sarial en el Producto Interno Bruto total pasó de un promedio del 14,3% [entre 1993 y 2001] a una gravitación media del 21,5% en la etapa 2002-2012” (2014: 41).

La clase trabajadora realmente existente

Indudablemente, los cambios aquí mencionados incidieron de modo significativo en la fisonomía de la clase trabajadora, frag-mentándola en tipos según su acceso a los derechos laborales –in-cluida la posibilidad de agremiarse–: trabajadores registrados, los llamados en blanco, los no registrados, los trabajadores en negro (2) y los desocupados, cuyos ingresos provienen de planes sociales y changas. Este colectivo hacia finales del kirchnerismo se auto-

2 Esta es la categoría más controvertida ya que reúne situaciones muy diferentes, tales como trabajadores en situación de tercerización, flexibilización, precarización, subcontra-tación, descentralización. Véase Basualdo V. (2012).

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denominó trabajadores de la economía popular (3). La diferencia entre estos tipos no sólo remite al nivel de ingresos y estabilidad en sus trayectorias laborales y rutinas que organizan su vida cotidiana sino también a sus representaciones políticas. Mientras los traba-jadores en blanco quedaron bajo la órbita de representación de la CGT, los trabajadores en negro al no poder agremiarse quedaron prácticamente sin representación, aun con los intentos de ciertos sectores sindicales que trataron de avanzar en su regulación; el co-lectivo de desocupados y luego el de trabajadores de la economía popular quedaron bajo la representación de las organizaciones so-ciales con capital territorial mencionadas en el apartado anterior.

¿Cómo entender en este marco de fragmentación el interés de Kirchner sobre la CGT? Sobre este punto vale retomar el concepto de tasa de afiliación. Es cierto que como señalan Senén González, Trajtemberg y Medwid (2010) ese concepto suele ser controver-tido por la diversidad de mediciones que se realizan en diferentes países y períodos históricos. Para estos autores, “la tasa de sindi-calización es una herramienta utilizada para medir la densidad sin-dical en una sociedad y es comúnmente definida como la relación entre la afiliación real sobre la afiliación potencial” (2010: 32). Dicho claramente: “indica el grado de penetración de los sindica-tos sobre la población trabajadora o, desde otro ángulo, el grado de organización que han logrado darse los trabajadores” (Torre, 1973: 911); por ello permite vislumbrar la representatividad sindical y la disposición para la acción colectiva que tienen los trabajadores.

Con la salvedad metodológica correspondiente (4), la tasa de afiliación en 1985 era del 67,5%; en 1990, el 65,6%; en 1995, el

3 Esa heterogeneización ha llevado a algunos autores a pensar en la existencia de varios movimientos obreros organizados. Al respecto véase el artículo de Paula Abal Medina en este mismo libro.

4 En el artículo de Senén González, Trajtemberg y Medwid (2010) el lector puede en-contrar un análisis pormenorizado sobre el debate metodológico alrededor de la tasa de sindicalización.

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38,7%; en 2000, el 31,7%; en 2005, el 37 %; en 2006, el 39,7%, y en 2008, el 37,7% (Senén González, Trajtemberg y Medwid, 2010: 40). Estos datos se elaboraron a partir de la Encuesta de Indicadores Laborales realizada por el MTEySS que registraba los casos de los trabajadores en blanco del sector privado (2.450.400). Si bien excluye al sector público, en general la previsión presupo-ne que la afiliación es más alta. Sin embargo, dada la omisión de los trabajadores no registrados –alrededor de 2.742.600– Basualdo E. (2008) estima que la sindicalización para 2006 se ubicaba entre el 20% y el 25% (5).

Como señalan Senén González, Trajtemberg y Medwid el au-mento de la afiliación sindical de 2008 respecto de 2005 “signi-fica una tendencia de recuperación en relación a otros períodos históricos, en particular los años 1990, y en relación a otros países desarrollados” (2010: 31). Ahora bien, como indican dichos auto-res, este dato no alcanza para entender la representación sindical si no se tiene en cuenta que en países como Argentina es decisivo relacionarla con el monopolio de la representación que incide di-rectamente en la extensión de la cobertura de la negociación co-lectiva.

Para resumir el argumento: si consideramos el conjunto de los trabajadores en condiciones de afiliarse, y aun con los cambios en la estructura productiva y ocupacional, puede afirmarse que el sin-dicato sigue siendo una de las principales herramientas organiza-tivas (6). El sindicalismo puede no mantener el monopolio sobre la representación de los sectores populares, pero si lo sigue teniendo

5 La estimación de E. Basualdo (2008) se realiza a partir de la siguiente consideración de la ocupación de la clase trabajadora: del total de 9.444.456 trabajadores, correspon-de 2.602.110 a trabajadores registrados del ámbito privado; 2.742.600 no registrados; 1.357.000 empleados públicos y 2.742.746 por cuenta propia.

6 Les agradezco a Luis Campos, coordinador del Observatorio del Derecho Social de la CTA Autónoma, y a Jorge Duarte, director del portal Infogremiales, por las infinitas explicaciones sobre estadísticas y datos respecto de la situación de la clase trabajadora en la actualidad.

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sobre los trabajadores formales (7). De ahí el interés de Kirchner por que el movimiento obrero se incorporara al movimiento po-lítico. La pregunta pendiente es ¿cómo se integró cada uno, en especial el sindicalismo peronista, cómo se articulaban entre sí y cuáles fueron las limitaciones políticas y económicas que surgie-ron? Mucho se ha enfatizado en el rasgo decisionista de la elite política, en la lógica movimentista que fundamentaba la alianza o hasta las subjetividades de los dirigentes, pero se debe sopesar cuestiones vinculadas a una dimensión estructural y económica.

Al respecto, hay varias cuestiones para mencionar. Primero, la estrategia neodesarrollista suponía una revisión de la relación con los actores y las alianzas. En forma sucinta: si el populismo su-ponía la inclusión por intermedio de organizaciones corporativas –principalmente los sindicatos–, la ortodoxia convencional se fun-damentaba en una clase política restringida asociada a unos pocos grupos económicos nacionales y extranjeros. Siguiendo el razona-miento de Bresser-Pereira (2007), el neodesarrollismo necesitaba de una alianza recreada a partir de un consenso intersectorial sobre algunos lineamientos básicos económicos por parte de un grupo relativamente amplio que incluyera sectores productivos, de las clases medias y populares. Respecto de este debate, en el libro que publicó junto con Di Tella, Después del derrumbe. Conversaciones entre Néstor Kirchner y Torcuato Di Tella (2003), Kirchner sostu-vo que había que superar el modelo neoliberal iniciado en 1976 y consolidado en los noventa. Para esto era necesario reconstruir un modelo de desarrollo orientado “a la industrialización protegida por el Estado, por sustitución de importaciones, con subsidios y dirigismo gubernamental” (2003: 29).

En relación con estas ideas, Gaggero, Schorr y Wainer señalan la insistencia del kirchnerismo en apuntalar la reconstrucción de

7 Como contrapunto a esta idea, véase el artículo de Fernando Rosso en este mismo volumen.

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“una burguesía nacional asociada al Estado como forma de re-cuperar un proyecto nacional y popular” (2014: 13). Para esto se apoyó en el Grupo Productivo, un agrupamiento informal empre-sario integrado por el MIN de la UIA, la CAC y la CRA (Dossi, 2012) y por momentos la SRA. Este sector devaluador había ju-gado un rol importante en la salida de la convertibilidad y presio-naba por mantener los privilegios que había conseguido. Pero por otro lado, el gobierno necesitaba de un contrapeso al empresaria-do, que veía en la CGT, específicamente en la CGT Rebelde que conducía Hugo Moyano. En este contexto, el gobierno incentivó un proceso de revitalización para las organizaciones sindicales; su intención principal se orientaba a la restitución del poder de negociación corporativo en el marco de su estrategia neodesarro-llista. En palabras de Kirchner, “los empresarios tienen que maxi-mizar la ganancia y los dirigentes gremiales tienen que represen-tar a los trabajadores en la puja por la distribución del ingreso” (2003: 66). Esa alianza funcionó entre 2003 y 2008 y permitió un importante crecimiento económico, la dinamización del mercado interno y la consecuente ampliación del mundo del trabajo.

El agotamiento de la estrategia neodesarrollista

El bienio 2008-2009 marcó un punto de inflexión en el kirchne-rismo en tanto esa situación donde “todos ganan” mostró los pri-meros signos de agotamiento, impactando no sólo en esa alianza económica sino también en la base de apoyos (Wainer, 2016). En este punto, la contradicción entre capital y trabajo se desplazó del eje externo al interno (Wainer, 2016). Uno de esos signos fue el conflicto con las patronales agropecuarias en 2008; otros fueron la aceleración de la inflación, la apreciación del peso, la reducción del superávit fiscal y del superávit de cuenta corrien-te (Wainer, 2016: 3). Entre otras consecuencias, dejó de crearse

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empleo en el ámbito privado y aunque “el nivel de desocupación se mantuvo prácticamente inalterado (pasó del 7,3% al 6,9%) los salarios se incrementaron a un ritmo notoriamente inferior (con una suba total de 4,4% en todo el período)” (Wainer, 2016: 4). La principal preocupación del gobierno fue mantener el empleo en una combinatoria de políticas sociales –como el Programa con In-greso Social con Trabajo– y laborales, como el Programa de Recu-peración Productiva, más conocidos como REPRO. Este momento coincidió con la instalación por parte de la elite de la consigna de un modelo de crecimiento con inclusión social¸ diferenciada de la justicia social que reclamaban otros actores del kirchnerismo.

Si la estrategia neodesarrollista había favorecido el creci-miento económico, incluso el aumento del salario real no por ello afectó la distribución de la riqueza. Siguiendo a Wainer, entre 2002 y 2008 el proceso de acumulación fue predominantemente de capital extensivo, basado en la incorporación y reincorpora-ción de fuerza de trabajo al proceso productivo más que en au-mentos de la productividad. Esto disminuyó la desigualdad y mejoró las condiciones de vida de sectores importantes de la po-blación “hasta que el desempleo encontró su piso (alrededor del 6%-7%)” (2016: 5). Luego, la desigualdad se redujo en función del incremento de los ingresos, con el “problema que la mejora en los salarios (reales) comenzó a entrar en contradicción con la estrategia de acumulación capital extensiva” (2016: 5). Por ello, para sostener el crecimiento el gobierno acudió al incremento del gasto público en pos de favorecer el consumo, como subsidios, incremento del empleo público y políticas sociales.

Como se mencionó, en la tensión entre la elite política, los demás integrantes del movimiento kirchnerista y de sus bases de apoyo, especialmente de un sector del sindicalismo peronista que pujaba por seguir mejorando sus posiciones corporativas, no sólo hubo cuestiones de índole política, sino también económicas y del modelo de acumulación. En este contexto debe entenderse que en

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el ocaso del kirchnerismo como proceso se instalara un rechazo cre-ciente a las políticas sociales, denominadas peyorativamente planes descansar, o la formulación del reclamo contra el impuesto a las ganancias que pagaban los trabajadores formales una vez que la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner manifestara su rechazo al proyecto de reparto de ganancias que impulsaba la CGT en 2012. La estrategia neodesarrollista –tanto en su etapa expansiva como de agotamiento– tuvo una incidencia fundamental en la reac-tivación de la dinámica sindical. Pero también fue su límite.

Poder corporativo y poder político

Estas oportunidades económicas y políticas le generaron una se-rie de dilemas al movimiento obrero: cómo recuperar los dere-chos cercenados, cómo reconstituir cierta representación sobre una clase trabajadora heterogénea en el marco de un movimiento obrero fragmentado. La división de la CGT no es nueva; siempre han existido fracciones internas. Veamos un poco su dinámica.

El reposicionamiento corporativo (2003-2008)

¿Cuál era el panorama sindical al 2003? Al momento de la asunción de Kirchner, el movimiento obrero estaba fragmen-tado en tres centrales: CTA, CGT Azopardo y CGT Rebelde. En la primera, que presidía Rodolfo Daer (STIA), convivían tres nucleamientos sindicales con diferencias respecto de su estabilidad interna: los Gordos (8), los Independientes (UPCN

8 La denominación hace referencia a los gremios del sector terciario con un importante número de afiliados cotizantes y un volumen de servicios de bienestar social superior al de otros sindicatos (FATSA, FAECyS, FATLyF, entre otros) (Armelino, 2014). Algunos de estos gremios como Comercio o Luz y Fuerza han sido inscriptos dentro de lo que se denomina “sindicalismo empresarial” (Abal Medina, 2011; Haidar, 2015).

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y UOCRA) (9), el MOP de afiliación menemista y Gremios So-lidarios, que respondían al entonces jefe de Gabinete Alfredo Atanasof. La Rebelde era más homogénea, conducida por el MTA (10). Los apoyos a Kirchner atravesaron a las dos CGT. Por un lado, los Gordos promovían la candidatura de Roberto Lavag-na; el MOP a Menem y los Gremios Solidarios y Luis Barrionue-vo (UTHGRA) por su afiliación duhaldista a Kirchner. Por su parte, mayoritariamente la CGT Rebelde apoyaba a Rodríguez Saá, sin embargo dirigentes como Ricardo Cirielli (ATPA) y Ri-cardo Sablisch (APL) se inclinaban por Kirchner (11).

A principios de junio de 2003, Kirchner inició una ronda de reuniones con diferentes organizaciones. El 5 fue el turno de la CGT Rebelde. Allí el presidente comentó las primeras medidas de gobierno y manifestó su deseo por la unificación de las cen-trales sindicales: “Sería ideal tener a los trabajadores unidos” (12). El 14 de julio de 2004 en el estadio de Obras Sanitarias se realizó el Congreso Nacional Ordinario a propósito de la finalización del mandato de Daer en agosto. En una cláusula votada en el Con-greso se resolvió postergar por un año la elección del secretario

9 Los Independientes son un grupo de sindicatos (en principio no ligados por sus soportes organizativos y económicos, incluso con significativas diferencias en sus bases) reunidos desde los ochenta a fin de encontrar un punto intermedio entre la disputa entre los ubaldi-nistas y los participacionistas (Fernández, 1985).

10 La CGT Rebelde se conformó en marzo de 2000, para el 16 estaba convocado un Congreso Normalizador para elegir autoridades debido al reciente cambio de gobierno. En febrero, De la Rúa había enviado el proyecto de la ley de flexibilidad laboral. Diferencias irreconciliables en torno al proyecto incidieron en que los Gordos no asistieran al Con-greso pero sí lo hizo el MTA que eligió las autoridades fundando la CGT Rebelde. Meses después la CGT Azopardo reeligió a Rodolfo Daer como secretario general. Entrevista a un dirigente sindical, noviembre de 2016. Para conocer sobre el MTA véase Ferrer (2005).

11 Detalles sobre esa información pueden encontrarse en La Nación, “La CGT busca un pacto de gobernabilidad”, 09-03-2003 y “Respaldo sindical al candidato de Duhalde”, 21-02-2003. Según Lucca (2014), el apoyo de la CGT Rebelde se debía a la promesa de Rodríguez Saá de aplicar políticas nacionales y populares y de otorgar a la CGT un lugar preponderante en el Ministerio de Trabajo.

12 Infobae, “D’Elía apoya a Kirchner pero advirtió que no firma ‘cheques en blanco’”, 06-06-2003.

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general y normalizar el Consejo Directivo, que mayoritariamen-te estuvo integrado por sindicatos del MTA. La lista Celeste y Blanca, integrada por Susana Rueda (FATSA y Gordos), Moyano (CGT Rebelde) y José Luis Lingeri (SGBATOS y MOP), obtuvo el 87% entre los 1.550 delegados congresales. El 14 de junio de 2005 el Consejo Directivo consagró a Moyano como Secretario General obteniendo 25 de los 33 votos; los Gordos se ausentaron, rechazando los cargos aunque manifestaron su permanencia en la CGT. Por esta razón, Rueda no asumió el cargo de secretaria adjunta que había sido acordado durante 2004 (13). Asimismo, el sector que respondía a Barrionuevo tampoco contó con cargos. La nueva CGT constituía principalmente una expresión de la alian-za entre la CGT Rebelde y los Independientes que participaban activamente y con ella la posibilidad de que otros nucleamientos reivindicaran su pertenencia y negociaran como parte de ella.

La primera ruptura de la CGT se produjo en julio de 2008, por el conflicto del gobierno con las patronales agropecuarias que también había partido al PJ (14). Es cierto que hasta entonces no todos los nucleamientos participaban del Consejo Directivo ni del Comité Central Confederal pero la diferencia fue que en ese momento surge otra central, la CGT Azul y Blanca (15) presidida por Barrionuevo. Mientras tanto la CGT Azopardo acordó la dupla Moyano-Antonio Caló (UOM) como secretarios general y adjun-to, respectivamente. El acuerdo fue refrendado en una reunión en

13 Por la cláusula mencionada, las Secretarías Adjunta y Administrativa debían quedar vacantes para que las ocuparan Rueda y Lingeri (en ese orden) cuando se eligiera el se-cretario general.

14 Clarín, “Los gremios, divididos por el campo”, 22-07-2008.

15 Según datos proporcionados por Godio la CGT Azul y Blanca “en términos cuantita-tivos, sólo representa a un 20% de las grandes uniones y confederaciones existentes”. De esta central participaban: Omar Suárez (marítimos), Angel García (Seguridad), Juan José Zanola (AB), Raúl Giot (SEC), Horacio Valdés (Vidrios), Luis Campos (Carga y Descar-ga), Julio Roberti (Petroleros Privados), Fabián Hermoso (Químicos), Vicente Mastrocola (Plásticos), Oscar Mangone (Gas), Carlos Acuña (SOESGyPE), Carlos Quintana (secreta-rio adjunto de UPCN) y Abel Frutos (Panaderos).

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la que participaron Andrés Rodríguez (UPCN), Gerardo Martínez (UOCRA), Armando Cavalieri (FAECyS), José Pedraza (UF) y Carlos West Ocampo (ATSA), es decir Moyanistas, Independien-tes y Gordos. Otro punto del acuerdo fue la creación de dos Se-cretarías (Educación e Industria) para que los Gordos integraran el Consejo Directivo, sin tener que desplazar a nadie (16). En el Congreso del 8 de julio fue ratificada la fórmula Moyano-Caló.

Ahora bien, desde ese 2008 emergieron diferentes desavenen-cias tanto entre los nucleamientos como entre algunos de estos y la elite kirchnerista. Como se mencionó en un apartado ante-rior, este momento coincidió con el agotamiento de la estrategia neodesarrollista y el desplazamiento del conflicto por la distribu-ción de la riqueza como con las expectativas políticas de ciertos nucleamientos. En este sentido, el 2008 constituyó un punto de inflexión, cuyos efectos no se vieron inmediatamente, sino que tuvieron varias oleadas hasta la ruptura de 2012. Si se mira la fotografía, en el 2008 Moyano consolidó su liderazgo junto con las capacidades de los sindicatos en términos de su carácter de representantes de demandas corporativas. Hasta entonces, se ha-bían creado puestos de trabajo, los trabajadores habían recupe-rado poder adquisitivo y derechos y los sindicatos capacidades y recursos. Fue un momento para proyectar hacia dónde ir tanto económica como políticamente. En cambio, si se mira el mediano plazo, en ese 2008 aparecieron algunos elementos que luego se-rían decisivos para comprender el devenir de la dinámica sindical.

Disputas sobre los costos de la crisis

Como se mencionó, la crisis de 2008 y 2009 trastocó la lógica del conflicto capital-trabajo desplazando el eje desde lo exterior a lo local. Si hasta entonces había primado una situación donde

16 Página /12, “Moyano cerró con Caló como copiloto”, 04-07-2008.

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todos ganaban, en adelante aparecerían tensiones vinculadas con quienes pagaban los costos de la crisis o quienes dejaban de ga-nar. La estrategia de la CGT era avanzar en dos sentidos. Por un lado, regular la situación de los trabajadores en negro que a su vez mantuviera las condiciones de los trabajadores en blanco y, por otro, avanzar en la distribución de la riqueza a partir de acce-der a las ganancias empresarias.

En agosto de 2008, cuando se discutía la ley de movilidad jubilatoria, Héctor Recalde, diputado nacional y representante legal de la CGT, propuso establecer una alícuota del 10% a las utilidades netas que excedieran el 20% de la facturación de las empresas vía la creación de un Fondo Empresario Anticrisis. El cobro de esta tasa fortalecería el sistema previsional y en conse-cuencia contribuiría a la redistribución de la riqueza. De fondo, el argumento era que en algunas empresas la relación entre su rentabilidad y su facturación excedía el 40% mientras que en Es-tados Unidos o Alemania no superaba el 10% (17). Un proyecto en el mismo sentido fue presentado por Recalde en abril de 2009 en plena crisis internacional (18).

Durante 2010 las tensiones entre la CGT y la UIA recrude-cieron. Desde 2009 no se creaba empleo registrado privado y el nivel de ocupación entró en una meseta. El 18 de mayo de 2010 tuvo lugar una reunión entre la CGT y la UIA. A propuesta de José Ignacio de Mendiguren se acordó crear un ámbito de debate “para la defensa de la producción nacional, el poder adquisitivo de los salarios y el empleo calificado” (19); sin embargo la mis-ma UIA rechazó los proyectos que habían sido presentados por Recalde la semana anterior. Esta contradicción se explica por las

17 La Nación, “Recalde propuso gravar la renta extraordinaria”, 26-08-2008.

18 Ámbito Financiero, “Gobierno estudia gravar ‘renta extraordinaria’ a empresas que ganaron más de 20% en 2008”, 25-04-2009.

19 Página /12, “CGT habrá una sola, pero UIA hay dos”, 19-05-10.

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dos líneas internas que en ese momento tensionaban la estrategia de la entidad empresarial: por un lado, el sector neoliberal repre-sentado por Daniel Funes de Rioja (director del Departamento de Legales) y, por otro, el sector neodesarrollista que presidía De Mendiguren (secretario). Los proyectos cuestionados por la UIA eran dos. El primero proponía que las indemnizaciones previs-tas por el Artículo 245 de la Ley Nº 20.744 se incrementaran al doble cuando se tratara de una relación laboral que, al momento del despido, no estuviera correctamente registrada o lo estuviera de manera deficiente. El segundo apuntaba a la reducción de la flexibilización de la jornada laboral al promover la distribución “del empleo existente con más equidad” (20).

El proyecto que enardeció a la UIA fue el presentado en sep-tiembre de 2010 sobre el “Reparto de las utilidades empresarias entre los trabajadores”. Presentado en la Comisión de Legisla-ción Laboral de la Cámara de Diputados del Congreso de la Na-ción, contó con la firma de varios diputados, entre ellos dirigentes sindicales: Juan Carlos Díaz Roig, Dante Gullo, Juan González, Antonio Alizegui, Omar Plaini, Guillermo Pereira, Mario Pais, Carlos Kunkel, Carmen Nebreda, Octavio Argüello, Arturo Sa-lim, Roberto Robledo y Ruperto Godoy (Wyczykier y Anigstein, 2013: 12). Lo central del proyecto era que los trabajadores podían ver los balances de las empresas, conocer la estructura de costos y participar de las decisiones que tomara el Directorio de cada em-presa lo cual llevaría a la modificación de la relación de fuerzas entre sindicatos-empresarios (Merino y Delanino, 2013).

Ese punto era el que generaba mayor rechazo entre los sec-tores empresariales, no sólo la UIA, sino también la Sociedad Rural, ADEBA, la Bolsa de Buenos Aires y CAC y Cámara de Comercio. Los empresarios del sector productivo veían amena-zada su posición dominante en el modelo de acumulación y la

20 Página /12, “CGT habrá una sola, pero UIA hay dos”, 19-05-10.

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posible configuración de una alianza social que los dejara en una posición de subordinación (Merino y Delanino, 2013); los del sector neoliberal advertían sobre los riesgos en el incremento del poder sindical que ahora apuntaba a ver los balances pero el paso siguiente podía ser la cogestión; para Funes de Rioja, los sindicatos ya tenían “el monopolio de la fuerza y ahora bus-can llevarse puesta la propiedad de las empresas” (Wyczykier y Anigstein, 2013: 18). Lo cierto es que el proyecto no afectaba la extraordinaria rentabilidad empresarial y además sólo repercu-tía sobre unas pocas empresas; la preocupación se orientaba al avance sindical (21). En cambio, fue apoyado inicialmente por dirigentes kirchneristas, entre ellos Kirchner (22). Mientras tanto Moyano aprovechaba los sucesivos lanzamientos regionales de la Corriente Nacional del Sindicalismo Peronista (CNSP) para difundir el proyecto y reclutar apoyos partidarios. Las presiones empresarias se agudizaron a propósito de su negativa de asistir a las audiencias públicas que habían sido convocadas por Re-calde para el tratamiento legislativo. Luego del fallecimiento de Kirchner el proyecto se transformaría en un objeto de disputa al interior del movimiento político.

Durante los últimos días de octubre, sectores empresariales mantuvieron reuniones, donde participaron Jorge Brito (presi-dente de ADEBA), Jaime Campos (AEA), Carlos Wagner (CAC), Eduardo Eurnekian (Cámara de Comercio), Adelmo Gabbi (Bolsa de Buenos Aires), Hugo Biolcati (Sociedad Rural), Héctor Mén-dez y De Mendiguren (presidente y secretario de la UIA, respecti-vamente) (23). Su principal preocupación era si Fernández de Kir-chner buscaría apoyo en Moyano, si este pasaba a ser “el López

21 Para profundizar sobre las particularidades del proyecto y las posiciones de los diferen-tes actores véase Merino y Delanino (2013) y Wyczykier y Anigstein (2013).

22 La Nación, “Kirchner respaldó el reparto de ganancias entre trabajadores”, 10-09-10.

23 La Nación, “Moyano buscó acercarse a la UIA y se reunió con Méndez”, 29-10-10. Para una reconstrucción pormenorizada de esos días véase Natalucci y Morris (2016a).

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Rega de Cristina”, en referencia al siniestro funcionario de María Estela Martínez de Perón (24), incrementando su poder en el con-texto de las discusiones por la distribución de la renta empresaria. El 31 Moyano convocó a Méndez y De Mendiguren a la sede de la Federación Nacional de Trabajadores Camioneros (FNTC) para descomprimir las tensiones, donde fue acordada la postergación del debate sobre el reparto de utilidades empresarias (25).

En pos de consolidar su liderazgo Fernández de Kirchner in-tervino en el debate. En principio, el 19 de noviembre, en su dis-curso de cierre en la 16ª Conferencia Industrial organizada por la UIA, Fernández de Kirchner sostuvo que la economía no se regía por leyes y por ello la participación en la distribución de las ganancias no podía ser impuesta por “el Estado por la fuerza a través del Parlamento”, sino que debía ser acordada en cada negociación colectiva donde se discutiera la rentabilidad según las ramas de actividad (26). Además convocó a participar “en el diálogo social tripartito: Estado, trabajadores y sector empresa-rio” ya que “los 40 millones de argentinos [no podían ser] rehe-nes de prácticas que no le hacen bien al país y mucho menos a la actividad económica”. Era necesario darle “racionalidad institu-cional y legal a la puja distributiva” (27) . El 23 de ese mes tuvo lugar la 58º Convención Anual de la CAC; allí los empresarios advirtieron sus preocupaciones acerca del avance gremial y la necesidad de mantenerse unidos (28). Por su parte, Fernández de Kirchner reiteró su propuesta del Acuerdo Tripartito. El 6 de

24 La Nación, “Temen que Moyano emerja como sostén”, 28-10-10.

25 Página /12, “UIA, CGT y el consenso”, 31-10-10.

26 Página /12, “Una mano a los empresarios y otra a la CGT”, 20-11-10. El discurso com-pleto puede consultarse en: http://www.anibalfernandez.com.ar/index.php/component/con-tent/article/50-presidenta-de-la-nacion/854discurso-dela-presidenta-cristina-fernandez-de-kirchner-en-la-uia. Para un análisis del acercamiento de Fernández de Kirchner a la UIA véase Wyczykier y Anigstein (2013).

27 Página /12, “Una mano a los empresarios y otra a la CGT”, 20-11-10.

28 Página /12, “El diálogo en construcción”, 24-11-10.

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diciembre, Moyano sostuvo que el Acuerdo Tripartito no podía “limitarse a un acuerdo de precios y salarios” (29), por ello la participación de la CGT estaba supeditada a que se incorporaran al debate temas como el aumento del mínimo no imponible del impuesto a las ganancias, la fijación de un mayor tope salarial para otorgar asignaciones salariales y el proyecto sobre reparto de utilidades empresarias (30). Este fue el último intento de por lo menos un sector del sindicalismo por discutir la distribución de la riqueza con los empresarios. Ante la evidente imposibilidad de avanzar en este sentido, la estrategia se volvió más defensiva; en este contexto, se consolidó la demanda por la reducción de la carga impositiva en relación al pago del impuesto a las ganancias que pagan los trabajadores con determinados ingresos. Es decir, se produjo un proceso de retracción de las demandas, donde el conflicto se mantuvo en la lógica de la disputa distributiva (Co-rral y Wyczykier, 2016). Incluso, en momentos posteriores esas demandas eran tan específicas que se canalizaron por medio de la CATT, un nucleamiento de gremios del transporte que estaban en las dos CGT (31).

A partir de 2011, la discusión cambió por completo a raíz de un conflicto sectorial a fines de enero en la regional San Loren-zo de la CGT, causando pérdidas millonarias (32). El gobierno responsabilizó a Moyano por su cercanía con el secretario gene-ral de la regional, Walter Cabrera (SMATA) (33). En adelante la

29 Página /12, “Juego de ajedrez antes de negociar”, 8-12-10.

30 La Nación, “Moyano le suma presión al Gobierno”, 8-12-10.

31 La CATT nucleaba a 36 gremios del sector del transporte tanto terrestre como maríti-mo y aéreo. Entre ellos, lo integraron la UTA, AAA, Dragado y Balizamiento, Camioneros. SUTPA, ASFA, por momentos La Fraternidad. Lo ha conducido Juan Carlos Schmid del sector moyanista.

32 La Nación, “Por séptimo día un paro afecta al puerto de Rosario”, 01-02-11; “Se agra-va el bloqueo en los puertos”, 28-01-11.

33 La Nación, “Bloquearon los puertos cerealeros”, 27-01-11.

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disputa se concentraría en los aumentos salariales en función de la inflación.

Estos fueron los límites a la recomposición corporativa del sindicalismo, atravesados por cuestiones políticas e inter-sindi-cales. Al respecto, el planteo tanto por el reparto de utilidades como por el impuesto a las ganancias contaba con una limitación interna: no todos los trabajadores recibirían sus beneficios, mu-chos se desempeñaban en el ámbito público y de los que estaban en el privado no todos pertenecían a esas empresas que el proyec-to afectaba. Lo mismo pasaba con el impuesto al trabajo, como lo llamaban los dirigentes, el cual sólo tributaba el 10% de los trabajadores. Otra consideración en este registro se relaciona con los efectos de la crisis internacional; sectores representados por la UOM, SMATA o UTA contaban con los REPRO como meca-nismos de preservación de empleos y niveles salariales. De esa manera, empezó a reforzarse el siguiente imaginario: que la CGT –o su conducción– representaba sólo a los trabajadores en blanco y, de estos, a un sector.

El poder político

Hemos mencionado que el kirchnerismo como movimiento propició una lógica movimentista donde las diferentes organiza-ciones ocupaban un rol representando a diferentes fracciones de los sectores populares. La elite necesitaba suplir las maltrechas capacidades estatales después del proceso de liberalización de la economía y de descentralización del Estado y las organizaciones que detentaban capital territorial. Sin embargo, la conformación de aquel como movimiento político no estuvo definida exclusiva-mente por la intención de su elite, sino que también intervinieron las experiencias y expectativas de las organizaciones. De acuerdo a esta premisa, tanto la elite política como el sindicalismo com-partían el objetivo del necesario reposicionamiento corporativo

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en la puja distributiva. Sin embargo, al devenir del proceso y, seguramente como consecuencia no deseada para la elite, algunos nucleamientos sindicales generaron expectativas relacionadas con recuperar su estatuto de sujeto político. Dado que la figura de la columna vertebral aparecía como la articuladora de la ac-ción sindical vale preguntarse qué implicaba para ese sector del sindicalismo recuperar el poder político y cómo se procesaron políticamente los conflictos.

La tensión entre la intención de la elite y las expectativas del actor sindical fue profundizándose en los procesos electorales y culminó con la ruptura del movimiento obrero organizado a mediados de 2012 y de un sector de éste con el kirchnerismo. En este momento, la demanda de participación política se for-muló como el salto a la política (Natalucci, 2015; 2016). Esta demanda no era exclusiva de las organizaciones sindicales ni significaba lo mismo para todas, algunas pretendían mayor pro-tagonismo político, otras mayor participación en la estructura estatal. Pero todas compartían una percepción negativa sobre su desempeño electoral. Según datos proporcionados por Farías Guizzo (2015) en las elecciones de 2005, 2007, 2009 sólo un dirigente de la CGT fue electo diputado nacional (34): Francis-co Gutiérrez (UOM), Octavio Argüello (FNTC Zona Norte) y Omar Plaini (SIVENDIA) respectivamente. En 2011 fueron dos dirigentes: Carlos Gdansky (UOM y CGT La Matanza) y Fa-cundo Moyano (SUPTA y Juventud Sindical); sólo este último respondía al moyanismo. Las organizaciones sociales en dichas elecciones tuvieron entre 3 y 5 candidatos y La Cámpora 4 o 5. Vale aclarar que estos fueron los candidatos que lograron su banca, integraron listas aunque no en puestos expectantes.

34 El trabajo de Farías Guizzo (2015) toma como referencia los diputados nacionales por la provincia de Buenos Aires, que por la cantidad de votos del FPV y por el debate de la CGT es un buen parámetro. Asimismo, vale aclarar que en cada elección era elegido un dirigente de la CTA por el mismo distrito.

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Es decir, la percepción de las organizaciones acerca de que tenían vedada su participación en las instancias electorales se fue profundizando y con ella fortaleciendo el pedido de recuperar el cupo del 33% de representación sindical en las candidaturas internas y generales. El contraste con los ochenta –como otro período de recomposición– era significativo (35). La búsqueda de poder político era compartida ampliamente por los diferentes nu-cleamientos, pero se superponía con otras visiones acerca del mo-vimiento obrero. Mientras algunos –como los Gordos– adherían a la idea de un grupo de interés orientado a conseguir mejoras salariales y de condiciones de trabajo, otros aspiraban a recuperar el estatuto político de los sindicatos, esto es, a resindicalizar el peronismo –moyanistas– (Schipani, 2012). Este último objetivo derivó en dos estrategias; por un lado, los sucesivos intentos por incrementar la cuota sindical con el horizonte del 33% histórico, para esto se crearon dos nucleamientos sindicales en 2009 y, por otro, la ocupación de cargos en el PJ. Ahora bien, esta idea no significaba lo mismo para todos los dirigentes. Para todos impli-caba recuperar su función como articulador de demandas obreras, opinar en el rumbo del modelo económico y participar política-mente. Sin embargo, para unos la intención era ganar posiciones de poder tanto a nivel ejecutivo como legislativo, para otros al-canzaba con ser parte de una estrategia movimentista.

Esta tensión entre lo corporativo o sectorial y lo político o universal no fue específica de esta etapa, más bien está presente

35 Siguiendo a Gutiérrez si se analiza “la composición del bloque peronista de la Cámara de Diputados entre 1983 y 1999, la retirada sindical de la vida partidaria afectó no sólo a las 62 Organizaciones Peronistas sino también al conjunto de las organizaciones sindica-les” (1998: 4). Entre 1983 y 1985, había 28 diputados de origen sindical, que “equivalía aproximadamente al 25% de los miembros del bloque” (1998: 4). En el período 1985-1987 ese porcentaje aumentó al 26,73%. En 1987 se inició la “caída creciente y generalizada de la participación sindical peronista en la Cámara de Diputados […] 23,30% en 1987, 19,17% en 1989, 15,20% en 1991, 9,37% en 1993, 7,69% en 1995 y 5,88% en 1997” (1998: 8-9).

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en cualquier construcción política de tipo movimentista y lo es-tuvo en el momento constitutivo del peronismo. ¿Qué implicaba esa tensión? ¿De qué se trata reconstituirse como la columna vertebral?

Cuestiones de la lógica movimentista: tensiones entre lo corporativo y lo político

Recapitulando sobre la trayectoria del sindicalismo, a par-tir de su momento de institucionalización en 1945 se empren-dió un esfuerzo por compatibilizar la defensa de los intereses de sus representados con las responsabilidades derivadas de su participación en la coalición de gobierno y en el peronismo. Esa conciliación nunca ha sido fácil, por ello Torre sostiene que los dirigentes han “encontrado más fácil tratar con un gobierno adverso que con un partido amigo devenido oficialista” (2006: 125). Haciendo una breve historización, el peronismo constituyó un punto de inflexión radical para el movimiento obrero debido a tres factores: la satisfacción de demandas obreras (Murmis y Portantiero, 2007), la interpelación estatal debido a un proceso acelerado de cambio estructural y la emergencia del colectivo de trabajadores sin experiencia sindical previa (Germani, 1966) y, por último, la estrategia de la vieja guardia sindical de asociarse con la élite militar que buscaba en la movilización de los sectores populares su base de apoyo (Torre, 2006). La intervención de Perón sobre el mundo del trabajo no se limitó solamente a la sa-tisfacción de las necesidades sectoriales, sino que les ofreció “un bien simbólico de consecuencias duraderas: su reconocimiento como miembros plenos de la comunidad política” (Torre, 2012: 21). En este marco, se conformó un tipo de experiencia sindical en el cual las organizaciones no sólo se erigían como represen-tantes de demandas obreras sino también como representantes de esas demandas políticas.

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Esta doble lógica en el comportamiento de los trabajadores ha implicado dos cuestiones. Por un lado, la necesidad del pero-nismo como partido emergente de absorber las demandas obre-ras para ampliar sus bases sociales y potenciar sus capacidades de gobierno (Torre, 2012). Por otro, al interior del movimiento, una tensión entre lo corporativo y la política, es decir por la con-ducción del proceso. Vale recordar que desde 1945 y sobre todo desde 1946 se plantearon disputas entre la vieja guardia sindical y Perón por la fundación del Partido Laborista. Según Mackinnon (2002), esa tensión encontró como solución precaria una distri-bución interna del poder plasmada en el 33% para cada rama. Luego de 1955, con el peronismo proscripto y la consolidación de la estrategia vandorista de golpear para negociar, aquella idea se reforzó bajo la figura de columna vertebral. Los sindicatos aportaban los fondos para las contiendas electorales, los contac-tos políticos y empresariales, en sus sedes se elaboraban las listas, que a su vez integraban, y los militantes participaban de las cam-pañas. Esta característica, la vigencia de un mercado de trabajo relativamente equilibrado y el monopolio del peronismo sobre el mundo popular fueron decisivos para la conservación del poder sindical en contextos políticos adversos. Esta lógica primó hasta 1976, suspendida abruptamente por la dictadura militar.

En los ochenta se produjeron cambios significativos tanto por el proceso de apertura democrática como por los cambios inter-nos en el peronismo. Respecto de este último punto hay que se-ñalar que la derrota electoral en 1983 se produjo a nivel nacional, en el subnacional el peronismo logró varias gobernaciones y una importante representación legislativa, dejando como perdedores a los sindicalistas. Cuando los legisladores y gobernadores reno-vadores ganaron la conducción partidaria modificaron la Carta Orgánica, el principal cambio fue la elección directa por parte de los afiliados a los candidatos para cargos electivos y autoridades del partido (Mustapic, 2003) quebrando la tradición movimen-

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tista del peronismo en cuanto a la distribución interna (Levitsky, 2003). Según el consenso académico, en adelante el partido se or-ganizó en torno a lo territorial más que a una estructura corpora-tiva, sea la rama política, sindical o femenina. Gutiérrez sostiene que en 1988 se consolidó el proceso iniciado en 1983 “la desin-dicalización partidaria del peronismo, esto es, el desplazamiento del sindicalismo peronista de la conducción partidaria” (1998: 1).

Sin embargo, cuando se reconstruyen los imaginarios de los actores puede observarse que esa distribución es un objeto de disputa que va mutando según los diferentes períodos. Está claro que en los noventa los sindicatos adoptaron una lógica defensiva en algunos casos y corporativa en otros; pero en el kirchnerismo emergieron otras discusiones. Para resumir, ese debate se dio en un contexto donde los sindicatos no conservan el monopolio de la representación sobre el mundo popular, sino que la comparten –y muchas veces en competencia– con dirigentes territoriales y políticos. También es cierto como bien señala Meler (2014) que la cuota del 33% sólo se cumplió en circunstancias específicas, pero no por eso dejó de estar presente en el imaginario sindical.

Moyano tal vez haya sido el dirigente que más insistió en esta idea; recurrentemente ha sostenido: “En otras épocas, a los traba-jadores nos habían robado el partido, dejando de lado que somos la esencia del movimiento. Pero por más que lo intenten, jamás van a lograr hacernos a un lado” (36).

Estrategias organizativas

Entre las estrategias para mejorar sus posiciones políticas, un sector del sindicalismo impulsó dos organizaciones. Una de ellas fue la Corriente Nacional del Sindicalismo Peronista (CNSP)

36 Esa declaración la formuló en el Primer Encuentro Nacional de la Juventud Sindical realizado en abril de 2011 en Chapadmalal.

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el 18 de septiembre de 2009 en la ciudad de Mar del Plata. Su objetivo era reunir a las organizaciones sindicales peronistas en una “corriente político-sindical que contribuya a la reorganiza-ción del Movimiento Nacional y Popular como eje articulador de los intereses nacionales, la garantía de políticas de Estado y la determinación de una agenda construida por los argentinos y para los argentinos” (37). En términos programáticos, la CNSP recuperaba como principal cuestión la Justicia Social, a la que entendían como la creación de pleno empleo, plena educación, plena salud y plena alimentación; reivindicaban el trabajo antes que las asignaciones universales.

En su documento fundacional se reivindicaban experiencias organizativas pasadas que permitían inscribir a la nueva organi-zación en cierta tradición del movimiento obrero tales como el programa de La Falda (1957) y el de Huerta Grande (1962), la declaración del 1º de Mayo de 1968, el Acta de Compromiso del 8 de junio de 1973, los veintiséis puntos de la CGTRA y las lu-chas del MTA, asentadas sobre tres nodos históricos: José Igna-cio Rucci –por su lealtad a Perón–, Saúl Ubaldini –por el reposi-cionamiento del sindicalismo en los ochenta y su enfrentamiento a la política anti-obrera del alfonsinismo– y Hugo Moyano y el MTA –como símbolos de la lucha contra el neoliberalismo–. Es-tas experiencias además avalaban la expectativa de participación del sindicalismo, es decir no sólo la acción gremial, sino también la lucha política.

El peronismo era entendido como un movimiento de libera-ción nacional antes que como una máquina electoral. La cons-trucción de poder popular debía hacerse en conjunto con los movimientos sociales y otras fuerzas políticas recreando así una perspectiva movimentista de la construcción política. En este sen-

37 Declaración de Mar del Plata de la Corriente Nacional del Sindicalismo Peronista.

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tido, para dirigentes de la CNSP ésta era “una amenaza al pejotis-mo. Y entonces, positiva porque sería movimentista” (38).

El kirchnerismo era reivindicado en tanto había propiciado que los trabajadores recuperaran tanto el poder adquisitivo de los salarios como el protagonismo. Moyano en su discurso de cierre del Encuentro sostuvo que había que apoyar “la política que nos ha permitido volver a creer no solamente en nuestro país sino en nosotros mismos” (39). Es decir, el kirchnerismo era como el proceso por el cual no sólo se habían recuperado los derechos perdidos en los noventa, sino también la posibilidad para que las organizaciones sindicales se reposicionaran en el espacio político y en definitiva como una oportunidad identificatoria. De hecho, actos como el del 30 de abril de 2009 sobre la Avenida 9 de Julio en la Capital Federal, cuya convocatoria alcanzó 300 mil mani-festantes, demostraban “que la dirigencia sindical ha recuperado la credibilidad de sus trabajadores”. La tarea en adelante apunta-ba a reconstruir la legitimidad social que veían perdida. La CNSP se proponía construir “una línea que vuelva a seducir a los jóve-nes, al resto de nuestros compatriotas, al país y al conjunto de la clase trabajadora”. Recuperar la “capacidad de movilización y de enamoramiento con la gran causa del pueblo argentino que es el peronismo” (40).

Parte de la propuesta de la CNSP incluía a las nuevas ge-neraciones que habían conseguido su primer trabajo durante el kirchnerismo. En una referencia directa a los jóvenes se los con-vocó…

A ser el presente además del futuro. A tomar la posta y adoc-trinarse porque la realidad exige preparación y convicción. A

38 Entrevista a un dirigente sindical, octubre de 2016.

39 Discurso de Hugo Moyano en el cierre del Encuentro realizado en Mar del Plata. De-claración de Mar del Plata de la Corriente Nacional del Sindicalismo Peronista.

40 Declaración de la CNSP, 18 de septiembre de 2009.

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romper con la política del toma y daca. A quebrar la lógica del puntero, del internismo sectario. A reventar los odres viejos con el vino nuevo de la mística militante.

La conformación de la CNSP fue fundamental para crear las condiciones de posibilidad para la emergencia de la primera juventud sindical, pero también lo fue el conflicto con la 125, no sólo porque de alguna manera forzó a tomar una posición más clara respecto del gobierno y de su política, sino porque fue decisivo para conocerse con otros gremios. En palabras de un dirigente:

Yo creo que el tema de la 125, del conflicto con el campo, si bien ya adheríamos al gobierno, a Néstor, a Cristina, fue un quiebre en muchos compañeros. Ese no fue un momento para tibiezas, para ambigüedades, había que estar de un lado o del otro drásticamente… Y en ese andar de la 125 nos encontramos con muchos jóvenes laburantes de otros sindicatos que estaban en la misma que nosotros y que no teníamos como juventud trabajadora de la CGT una organización de organizaciones que nucleara a la juventud de todos los sindicatos. (Entrevista a un dirigente de la JS, mayo de 2012.)

En este marco, a fines de 2009, dirigentes juveniles de SI-VENDIA, SUPTA, SADOP y UEJN realizaron una primera con-vocatoria. En el marco de un plenario de la CNSP en un predio del SMATA, el 27 de diciembre la JS realizó su primera reunión. En su documento fundacional “A los jóvenes de nuestra patria” manifestaron:

Somos jóvenes militantes de diferentes organizaciones peronis-tas que, desde el orgullo de sabernos parte de la clase trabaja-dora, venimos a reforzar el mandato que el Movimiento Obrero organizado expresó en la histórica jornada del 30 de abril sobre la 9 de Julio. […] Nos convoca la coherencia y la lucha de esos

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dirigentes y de la juventud de ayer y de hoy, quienes en la oscu-ra década de los noventa resistieron contra el embate neoliberal y no claudicaron en sus principios. Hoy, los trabajadores argen-tinos debemos tener la madurez necesaria para ser no sólo la columna vertebral sobre la cual se erigieron los días más felices del pueblo argentino, sino la cabeza que encamine el destino de la Patria hacia la Justicia Social, la Independencia Económica, la Soberanía Política y la Unidad Latinoamericana. […] Con-vocamos a todos los sectores juveniles a la lucha contra todos los intereses sectarios y conservadores que intentan subyugar a nuestro pueblo. A pelear contra el hambre, la miseria y la ex-plotación, y en favor de la salud, la educación y el trabajo para todos. Sabemos que éste es el camino, y también sabemos que es nuestro rol como juventud trabajadora ser usina permanente de doctrina, de iniciativas y de proyectos, proponerlos a nues-tros dirigentes a nivel nacional, y si es necesario movilizarnos en la calle, para que definitivamente se instale la Justicia Social en Argentina.

El principal acuerdo sintetiza las figuras de “jóvenes” y “tra-bajadores” que elegían organizarse en sus puestos de trabajo. En la presentación del primer número de la revista oficial, Común y Corriente, se autodefinían de la siguiente manera:

Hace unos meses un grupo de compañeros jóvenes de distin-tos gremios creímos que era necesario empezar a juntarnos […] para participar activamente en la vida política de nues-tro país. Así, de a poco, fue surgiendo esta idea de tomar la iniciativa y conformar un nuevo espacio político llamado Ju-ventud Sindical. […] Modestamente creemos que los jóve-nes trabajadores que nos encontramos organizados dentro de nuestros gremios y a su vez, en la CGT, tenemos una mirada generacional propia que nos gustaría compartir con todos los jóvenes de nuestro país. (Revista Común y Corriente, Año 1, Nº 0: 5)

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En términos del proceso de identificación y construcción de la representación hay dos aspectos para considerar (41). El primero alude a la apropiación de la entidad “jóvenes” que les permitió a las JS auto-atribuirse en un rol de agente de cambio al interior del sindicalismo (Galimberti, 2016). Es decir, se reivindicaba a la juventud como el alma de los sindicatos ya que portaba vitali-dad y activismo y en consecuencia un capital político específico para la acción y organización. Pero la juventud señalaba también la diferencia generacional entre viejos y jóvenes, entre aquellos dirigentes ya consolidados y quienes integraban las JS. Desde la perspectiva sindical, “la juventud constituye el comienzo de una carrera sindical, en el sentido de un proceso biográfico, un momento de ingreso, desarrollo, inflexión y salida y, a la vez, un proceso identitario, en tanto otorga sentido a quienes acceden en ella” (Damin, 2014: 3. Cursivas en el original). Esta carrera implica una sucesión de instancias que se van recorriendo, como ser trabajadores, delegados de base, participar en actividades for-mativas en la seccional zonal de su organización sindical y en la sede central y, en muchos casos, llegan a representarlas ante la CGT, los partidos políticos y el Estado (Damin, 2014) (42). En este sentido, los jóvenes inician su carrera sindical sin yux-taponerse con otras generaciones. El segundo aspecto remite a la entidad “trabajadores”, es decir las JS no aspiraban a confor-marse en una juventud más en el espacio kirchnerista, sino que su particularidad consistía en ser “la juventud del sindicalismo”

41 Por cuestiones de espacio no podremos explayarnos en el proceso de despliegue te-rritorial de la JS ni tampoco en la emergencia de espacios que no respondían a la JS de la Corriente, sino que incluso se constituyeron frente a ella como antagonistas. Para salvar la diversidad de experiencias en algunos fragmentos hablaremos de juventudes sindicales en plural. Sobre esta cuestión véase Natalucci y Galimberti (2015) y Galimberti (2016). Para un análisis de las dimensiones en extenso véase Natalucci y Galimberti (2015).

42 En algunos sindicatos que integraron las JS esto era parcialmente diferente, entre ellos SUTPA, SUTAT o Unión Informática, debido a su reciente conformación y a la novedad de su actividad económica su dirigencia era mayoritariamente juvenil promediando los 25-35 años.

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y desde esa identidad pensaban aportar tanto al proceso político como a la renovación de las prácticas sindicales.

Ser “jóvenes” y “trabajadores” debía permitir dinamizar el proceso político y favorecer el trasvasamiento generacional. Ha-bía que aprovechar el sentido positivo que se le atribuye a la ju-ventud para instalar temas y problemas. En palabras de uno de sus dirigentes, la Juventud tenía que “darle dinámica al proceso político” (43). En este marco, impulsaron debates interesantes en torno al modelo sindical, la participación política de los traba-jadores y su potencial de representación. Desde esta convicción diseñaron su estrategia de coordinación con otras organizaciones kirchneristas, como La Cámpora o la JP Evita, que les permi-tieron participar de campañas como “Pintar 1.000 escuelas”, las movilizaciones a favor de la sanción de la Ley de Servicios Au-diovisuales o escraches a los grupos mediáticos concentrados (44).

Respecto de la cuestión identitaria hay que mencionar que la elección del nombre fue objeto de controversia tanto en la con-formación de la Juventud Sindical de la Corriente a fines de 2009 como en la de la Juventud Sindical Peronista a fines de 2012. El primer nombre como puede observarse era “Juventud Sindical”, la discusión en ese momento tenía que ver con si prescindir de la palabra “Peronista” para evitar las referencias a la experiencia se-tentista. Al respecto, un dirigente manifestó que al mismo tiempo que pensaban en “un reconocimiento al peronismo, a la cuestión generacional [no podían] tener la miopía histórica de fomentar contradicciones y divisiones de hace 40 años” (45). Este era un acuerdo extendido entre los integrantes de la JS. Sin embargo, cuando se conformó la CGT Alsina y se resolvió reunificar a las juventudes de esos gremios el debate se orientó en otro sentido

43 Entrevista a un dirigente de la JS, octubre de 2012.

44 Por la ruptura de la CGT Azopardo, la JS de la Corriente dejó de participar de esas acciones. La JSP, inscripta en la CGT Alsina, mantuvo esa estrategia.

45 Entrevista a un dirigente de la Juventud Sindical, mayo de 2012.

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ya que no sólo había que diferenciarse de la JSP setentista, sino de la JS de la Corriente; por ello en palabras de un dirigente in-corporaron la palabra “Peronista” como un modo “de volver a los orígenes” (46).

En función de su estrategia pueden identificarse cuatro etapas de las JS.

La primera coincide con su proceso formativo, iniciada a fines de 2009 e implicó la reunión de trabajadores de diferentes gre-mios en una construcción de tipo inter-sindical. Fue un momento de mucho debate ya que había que resolver muchas cuestiones, el nombre, las referencias históricas desde las cuales hacer política, etc. Es interesante destacar que la primera aparición pública de la JS fue la participación en la marcha del 24 de marzo de 2010, en conmemoración de la última dictadura militar; su presencia era significativa ya que marcaba un claro quiebre de la posición que había adoptado el movimiento obrero hacia los organismos de derechos humanos. Reivindicar el carácter obrero de muchos detenidos-desaparecidos no sólo reposicionaba a la organización sino que permitía releer la historia reciente.

La segunda etapa coincide con su proceso de crecimiento. Extendida entre 2010 hasta mediados de 2011, se decidieron dos aspectos de su dinámica interna. Vale aclarar que desde su inicio estuvo bajo la conducción de Facundo Moyano y aunque su de-signación no fue producto de una instancia electiva, contaba ini-cialmente con la legitimidad necesaria. Por esta característica, la generación de ciertos mecanismos de legitimidad interna cobraba mayor importancia. Una de las decisiones fue que la organización no iba a seguir la estructura tradicional sindical, es decir por se-cretaría, sino que tendría unos pocos núcleos que agilizarían el proceso de crecimiento y desincentivarían disputas por la ocupa-ción de los cargos. De esta manera, se crearon las áreas de Orga-

46 Entrevista a un dirigente de la JSP, noviembre de 2016.

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nización, Prensa y Finanzas; si bien en un inicio había mayor di-versidad de procedencias en sus conformaciones, luego se dio un proceso de centralización en dirigentes del SUTPA. Aunque esta decisión era coherente con conformar una organización política y no una gremial, requería sostener las instancias de socialización interna y de espacios de debate que permitieran contener a todos los sectores, objetivo no siempre posible debido a la dinámica co-yuntural. Aun con esa novedad, se generalizó una percepción de decisionismo que generó ciertas reticencias a la conducción, en un marco donde ya existía una mirada negativa sobre este proceso de avance del moyanismo sobre algunas estructuras sindicales, que era manifestada por los actores como cazar en el zoológico, frase con la cual algunos sectores de la CGT caracterizaban el crecimiento del OSCHOCA: en vez de afiliar a trabajadores no sindicalizados, disputaba por medio de la figura del encuadra-miento, trabajadores afiliados a otra organización (47).

La segunda decisión fue no seguir la organización sindical por regionales sino por secciones electorales, fundamentada sobre el interés de la JS de reposicionarse como actor político y jugar en las elecciones de 2011. La propuesta era desarrollar un trabajo territorial-político en las diferentes jurisdicciones; así se extendió a Córdoba, Mendoza, San Juan, Misiones, Tucumán, La Pampa, Entre Ríos, Corrientes, Salta y principalmente en la provincia de Buenos Aires, en la Primera Sección Electoral (San Martín, Mal-

47 Los conflictos por encuadramiento fueron bastante comunes durante el kirchnerismo; sin embargo es muy difícil tener datos certeros sobre cuántos trabajadores se incluyeron y de qué manera se vieron afectados los sindicatos. Benes y Fernández Milmanda (2012) denominan esta estrategia como “expansión horizontal”. Es interesante observar que los autores señalan que esa expansión fue acompañada por un proceso de implantación del gremio en los lugares de trabajo, entre otras cuestiones se vio reflejado en el aumento de la cantidad de delegados y en el nivel de militancia. Sin dudas, esto ha tenido repercusiones positivas en la representatividad de Moyano al interior del sindicato. Otro dato importan-te es que muchos de estos trabajadores pertenecían a gremios presididos por los Gordos –principalmente FAECyS– por lo que sus condiciones salariales y laborales mejoraron sustancialmente con el nuevo encuadramiento.

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vinas Argentinas, Tigre, Vicente López, Morón), la Tercera (Al-mirante Brown, Avellaneda-Lanús, Berisso, Ensenada, Quilmes, Lomas de Zamora), la Quinta (Mar del Plata), la Séptima (Azul) y la Octava (La Plata). Este fue un punto controversial y no re-suelto con otras JS, principalmente con la de La Plata, Berisso y Ensenada, que bregaban por el respeto a las particularidades locales (Galimberti, 2016).

En esta segunda etapa se delineó la fisonomía de la JS, esto es, una organización integrada por jóvenes trabajadores, con una estrategia política que articulaba una base sindical con una cons-trucción territorial y una apuesta política pensada en función de su horizonte de expectativas, que era la justicia social. La prin-cipal consigna de este momento fue: “La justicia social no se debate, se conquista. Y se conquista en la calle, en los barrios y en los establecimientos de trabajo”.

Ahora bien, las decisiones tomadas sobre la dinámica interna que aparecían como el potencial terminaron transformándose en un obstáculo. En otras palabras, desde el punto de vista de un observador, estas dos decisiones constituían una novedad y avizo-raban una interesante posibilidad de renovación de las prácticas sindicales que permitieran recrear la maltrecha representación y legitimidad sindical. Sin embargo, para muchos de los involucra-dos estas formas eran extrañas a sus tradiciones. Al respecto hay que mencionar un detalle importante, algunos sindicatos (SUPTA, SUTAT, Unión Informática) se conformaron paralelamente y en virtud de la JS, sus ramas de actividad novedosas y sus dirigentes jóvenes les permitían darse la posibilidad de crear experiencias originarias. Pero muchos otros espacios de juventudes, como el de SMATA, La Fraternidad, SADOP, la UOM, cargaban con las tradiciones de sus propios gremios. Entonces si bien la mayoría de los integrantes de la JS compartían una experiencia laboral recien-te, que coincidió con la creación de puestos de trabajo durante el kirchnerismo, diferían en el tipo de socialización sindical.

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La tercera etapa se extendió desde mediados de 2011, cuando se daría el salto a la política, concretamente la posibilidad que algunos de sus dirigentes ocuparan puestos expectantes en las listas del FPV para las elecciones generales de octubre, donde se renovaban cargos legislativos y ejecutivos en todos los niveles. El acuerdo inicial era que algunos dirigentes de la JS integraran las listas en puestos expectantes, Facundo Moyano como can-didato a diputado nacional, Federico Sánchez –responsable de Organización de la JS– como diputado provincial por Buenos Ai-res (ambos de SUPTA) y otros dirigentes en listas de concejales municipales. Estos acuerdos sólo fueron respetados en el caso de Moyano y en el de unos pocos concejales donde la decisión final sobre la conformación de la lista recayó sobre el intendente; esto implicó que muchos candidatos quedaran en puestos fuera de las expectativas electorales. Como ya se mencionó en otro apartado, esta cuestión se inscribía en una discusión mayor entre el sindica-lismo peronista y el kirchnerismo, donde las JS quedaron sujetas a la estrategia que definiera el nucleamiento sindical de pertenen-cia. Esta etapa se cerró entre mediados de 2012 a propósito de la ruptura de la CGT.

La última etapa se inició con esa ruptura. Por un lado, la JS de la Corriente se disolvió como organización. Recapitulando, du-rante 2012 mantuvo su construcción territorial y política. Incluso realizó un nuevo acto en el Luna Park a propósito de conmemorar la desaparición de Felipe Vallese, considerado el primer obrero detenido-desaparecido. La ruptura con el kirchnerismo era de-masiado reciente y aún estaban en disputa las responsabilidades; en el acto de cierre, Facundo Moyano expresó: “No somos ombli-guistas ni sectarios; somos peronistas y movimentistas. Sabemos que con nosotros solos no alcanza, el problema es que hay algu-nos que creen que sin nosotros se puede”.

La reconfiguración de la CGT Azopardo y su crítica evalua-ción de su participación en las elecciones de 2011 no llevaron a

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que la JS de la Corriente desestimara su demanda del salto a la política, sino a buscar alianzas con sectores partidarios donde poder canalizarla. Así se produjo el acercamiento de Facundo Moyano al Frente Renovador, presidido por Sergio Massa, por el cual renovó su banca como diputado nacional en 2015. La JS de la Corriente se disolvió en tanto su acción cobraba sentido en la lógica movimentista que había constituido al kirchnerismo como movimiento político.

Por otro lado, esa experiencia de la JS había dejado ciertas percepciones acerca del potencial que podía tener. Por ello luego de la conformación de la CGT Alsina a principios de octubre de 2012 se decidió organizar la Juventud Sindical Peronista. Como ya se mencionó incorporar la palabra “Peronista” implicaba un retorno a los orígenes. Conducida desde esa fecha hasta agos-to de 2016 por Hernán Escudero –secretario adjunto de SADOP Capital Federal–, estaba integrada principalmente por jóvenes pertenecientes al SMATA, UTA, UOM, La Fraternidad, llegando a un total de 40 gremios (48). Con la premisa “Los sindicatos los discutimos desde adentro”, su estrategia se orientó al sindicalis-mo y a la discusión de ciertas prácticas en pos de la renovación. En este marco, esta nueva generación ganó la conducción de ocho gremios. Su extensión territorial se organizó por regionales, al igual que la CGT, en esta retomaron las relaciones que se ha-bían construido anteriormente con La Cámpora y el Movimiento Evita; además establecieron vínculos con la CTEP en función de repensar la situación de los trabajadores.

La diferencia fundamental que moldeó la práctica organizati-va remitía a la definición sobre el kirchnerismo y el movimiento nacional. En palabras de uno de sus dirigentes, los jóvenes a dife-rencia de los dirigentes sindicales tenían un posicionamiento más claro sobre el gobierno de Cristina:

48 Entrevista a un dirigente de la JSP, octubre de 2016.

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Lo que nosotros sí veíamos es que el sector de la Juventud no quería no bancar el proyecto político, es decir, queríamos estar adentro del proyecto, militar (49).

Acerca de la percepción de que La Cámpora como fuerza pro-pia ocupaba todo el espacio kirchnerista disponible hay un punto que es importante. Se trata de la percepción que las dirigencias tenían sobre sus bases; en palabras de un dirigente:

Nosotros teníamos la percepción a través de los compañeros la-burantes, los delegados, los compañeros más de base, que había un gran grupo de trabajadores jóvenes muy involucrados con el proyecto nacional. Más allá de sus conducciones sindicales. En relación con esta posición en el Documento “Nuestro mo-

delo sindical” publicado el 23 de diciembre de 2013 hay una clara reivindicación del modelo económico “de crecimiento con inclu-sión social” cuyo eje llevó a la defensa de los intereses de los trabajadores, mejores salarios y condiciones dignas laborales.

Esto es importante de considerar porque no sólo cuentan las percepciones de los diferentes sectores sindicales sobre las impli-cancias de participar del proyecto nacional y popular, sino tam-bién el posicionamiento de sus bases y cuánto el kirchnerismo había influenciado. En muchos sectores, determinadas políticas nacionales fueron realmente transformadoras, mientras que otras se limitaron al mejoramiento de ciertas condiciones. Para algunas actividades hubo un reconocimiento simbólico que fue retribuido con apoyo político. Entonces, para algunas experiencias el kirch-nerismo constituyó una identidad desde la cual hacer política y, en esto, la obediencia a sus cúpulas no era de tipo vertical; para

49 Entrevista a un dirigente de la JSP, octubre de 2016.

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otras, aquel era un momento de un ciclo mayor del peronismo y en consecuencia el lazo bases-dirigentes era más fuerte. Estos contrastes no sólo fueron decisivos para la ruptura de 2012 sino que significaron un quiebre más profundo en los alineamientos sindicales, cuya densidad quedó en evidencia durante el proceso de unidad de 2016.

La estrategia partidaria (50)

En febrero de 2008, Kirchner mantuvo varias reuniones con dirigentes sociales y sindicales para informarles que había de-cidido impulsar el proceso de normalización del PJ. En función de este objetivo, el 7 de marzo se realizó un encuentro en Parque Norte; entre las definiciones se decidió su candidatura como pre-sidente y fundamentalmente la reformulación de la Carta Orgá-nica. Por esto, el Consejo Nacional tendría 55 integrantes y la Mesa Directiva 28 habilitando un mayor número de cargos para repartir. La fecha del Congreso se fijó para el 14 de mayo (51).

Ese día, Kirchner asumió como presidente, los vicepresiden-tes fueron los gobernadores Daniel Scioli y Jorge Capitanich y como vicepresidente segundo Moyano. Caló –en ese entonces se-cretario adjunto de la CGT– fue elegido secretario gremial. Esta conformación a priori reposicionaba a los sindicatos e igualaba con la elite política. Una vez normalizada la estructura nacional se avanzó sobre la provincial. El 30 de noviembre de ese año se realizaron las elecciones internas, por las cuales el entonces vicegobernador, Alberto Balestrini, accedió a la presidencia que asumió el 15 de diciembre (53). Por el contrario, las vicepresi-dencias y secretarías no fueron sometidas a votación, sino que

50 Para una descripción pormenorizada véase Natalucci y Morris (2016a).

51 Página /12, “La lista de Kirchner para la conducción del PJ”, 16-03-08.

52 La Nación, “Balestrini fue elegido titular del PJ bonaerense”, 30-11-08.

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fueron designadas por Kirchner; a Moyano le correspondió la vi-cepresidencia primera (53). De esta manera, el posicionamiento de Moyano excedía el plano nacional y lograba hacer pie en el provincial.

La situación empezó a complicarse luego de que el kirchne-rismo perdiera las elecciones de 2009. Moyano, a diferencia de otros dirigentes, estaba bien posicionado en parte por el acto que había realizado poco antes para avalar la candidatura de Kirchner como diputado por la provincia de Buenos Aires. Dicho breve-mente, el 30 de abril de 2009, el camionero organizó un acto en la Av. 9 de Julio, donde se concentraron alrededor de 300 mil personas. Explicitó su apoyo a la candidatura de Néstor Kirchner, sostuvo que en esas elecciones estaban en juego “las conquistas de los trabajadores” y por eso llamó a votar por el proyecto que lideraba Fernández de Kirchner (54). Inmediatamente después de las legislativas de 2009, Kirchner renunció a la presidencia; Scio-li ocupó su lugar hasta noviembre cuando por medio de una mo-ción (de la que Moyano formó parte) consiguieron que siguiera al frente del PJ nacional (55). No obstante, esta estabilidad duró poco tiempo. El 7 de abril de 2010, Balestrini sufrió un acci-dente cerebrovascular; por orden jerárquico debía reemplazarlo Moyano, pero no contaba con el apoyo de los intendentes del conurbano bonaerense nucleados en la FAM. Como respaldo, el 27 se realizó una reunión del PJ nacional con la presencia de todas sus autoridades, incluido Kirchner. Además de este, hubo dos eventos más que despertaron resquemores en los intendentes, en lo que calificaban como un avance sindical sobre la estructura partidaria. Uno de ellos tuvo lugar el 2 de junio a propósito de un

53 Página /12, “Asunción en el PJ”, 15-12-08; La Nación, “El PJ bonaerense va a unas internas con final cantado”, 30-11-08.

54 La Nación, “Moyano: ‘Votemos el proyecto nacional que encarna Cristina Kirchner’”, 30-04-09.

55 Página /12, “Clamor para que Kirchner continúe en el PJ”, 05-11-09.

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acto de la CNSP en Burzaco, Lanús, donde empezó a instalarse el rumor sobre una posible candidatura de Moyano como goberna-dor para las elecciones de 2011 (56). La segunda ocurrió el 21 de julio, cuando la cúpula cegetista le pidió a Moyano que asumiera la presidencia partidaria (57). Pese a estas reticencias, Moyano logró imponerse como presidente provisional el 24 de agosto; en su discurso mencionó: “No hay posibilidades sectoriales de tener éxito si el proyecto nacional no lo permite. No hay un proyecto sindical, no hay un proyecto municipal ni provincial si no hay proyecto nacional y popular” (58).

En estas circunstancias se llega a octubre de 2010, cuando en cuestión de días la dinámica política tomó un giro inesperado.

La ruptura

Pasos previos

El principal evento político de la CNSP fue el acto en el esta-dio de River Plate el 15 de octubre de 2010 a propósito del Día de la Lealtad. Este acto condensó todo lo que hemos dicho hasta ahora. Por un lado, las disputas con la UIA y sectores empresa-rios por la cuestión de la distribución de la riqueza. Por otro, las tensiones en el seno del PJ. Y por último, discusiones internas en la CGT sobre la orientación del acto. Inicialmente, estaba previs-to como uno más de la CNSP en su estrategia para posicionarse internamente y al mismo tiempo diferenciar la política gremial

56 La Nación, “Aliados del camionero lo quieren como gobernador”, 02-06-10.

57 Vale aclarar que las disputas entre Moyano y los intendentes no sólo tenían relación con el PJ, sino también con los contratos por servicios de recolección de residuos, que implicaban una erogación significativa para los presupuestos municipales. Página /12, “Con agenda bonaerense”, 21-07-10.

58 Página /12, “Vamos a fortalecer al PJ bonaerense”, 25-08-10.

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de la partidaria, sobre todo respecto del uso de los instrumen-tos organizativos. Sin embargo, debido a presiones internas en la central y de dirigentes políticos se definió que fuera la CGT quien convocara al acto (59).

El acto fue multitudinario, los organizadores calcularon la presencia de 150 mil personas. La consigna convocante había sido “La Hora de los Trabajadores” parafraseando la famosa frase de Perón “La Hora del Pueblo”. Se hicieron presentes los gremios cegetistas, la JS de la Corriente, intendentes y dirigentes políticos. En su discurso, Moyano planteó dos ejes. El primero fue el pedido a legisladores para que aprobaran el proyecto de ley de reparto de las utilidades empresarias: “Apoyen la ley de participación en ganancias, los trabajadores lo necesitan. Algunos dicen que no se puede aplicar, pero jamás han ganado tanto dine-ro las empresas como en estos últimos años” (60). El segundo eje se orientó a los trabajadores, a quienes llamó a “dejar de ser un instrumento de presión para ser un instrumento de poder”, había que “concientizar políticamente a los trabajadores para tener a un trabajador en la Casa de Gobierno”; “¿Por qué vamos a renunciar a la política?” (61). Con ambos, el dirigente reforzaba su posición tanto como representante de esos trabajadores que tenían derecho sobre las ganancias que contribuían a generar y como agente po-litizador de las organizaciones sindicales.

Fernández de Kirchner, quien habló después, visiblemente molesta, sostuvo que ya había un trabajador en la Casa de Go-bierno ya que ella trabajaba desde su juventud. Y sin aludir de modo explícito al proyecto de reparto de utilidades, instó a man-

59 En palabras de un dirigente esas dos presiones vinieron desde dos lados: “Desde el kirchnerismo, qué sería el kirchnerismo que le costó siempre el movimiento obrero ¿no? Y desde… llamémosle, el sindicalismo que quiere construir lo político desde su kiosco”. Entrevista de la autora, octubre de 2016.

60 Página /12, “No es coloquio de Idea, es el de la lealtad”, 16-10-10.

61 La Nación, “Moyano llenó River y pidió un esfuerzo por los jubilados”, 16-10-10.

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tener la paz y cooperación con los empresarios. Este fue el último acto sindical de este tipo al que Fernández de Kirchner asistió.

Cuando sucedió el fallecimiento de Kirchner el 27 de octubre la suerte de la CNSP estaba echada producto de las presiones de sectores kirchneristas anti-CGT, de sectores sindicales más PJ que movimentistas y por la incipiente fricción Moyano-Fernández de Kirchner. El desgaste se coronó con la campaña anti-sindical que montaron por ese entonces los medios a partir de tres aconteci-mientos: el asesinato de Mariano Ferreyra por una patota de la UF el 20 de octubre; segundo, la activación de la causa conocida como la “Mafia de los medicamentos”, donde ya estaba detenido el secretario general de la AB, Juan José Zanola y era investiga-da, entre otras, la obra social del sindicato de Camioneros con la responsabilidad de Liliana Zulet (esposa del dirigente sindi-cal); tercero, la instalación de un imaginario que igualaba a la dupla Martínez de Perón-López Rega con Fernández de Kirchner-Moyano. Ciertos sectores de la elite kirchnerista aprovecharon la oportunidad para “poner en caja a Moyano [que se] había pasado de rosca” al pretender que un trabajador llegara a ser presidente o a la presidencia del PJ nacional (62). Esto coincidió con la decisión de ampliar la fuerza propia. Estas cuestiones se vieron reflejadas en las declaraciones de Fernández de Kirchner sobre la necesaria cautela sindical al momento del conflicto por el lugar que tuvie-ron las organizaciones para las elecciones de 2011.

El desplazamiento sindical para esas elecciones también lo vivieron organizaciones sociales y hasta los intendentes. De he-cho, a contramano de la discusión que habían tenido con Moyano al momento de su asunción como presidente del PJ-PBA, inten-taron un acercamiento para que el camionero funcionara como contrapeso a la elite de cara a las elecciones. Su preocupación era

62 La Nación, “Teme la Casa Rosada que se tense la relación”, 8-12-10.

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que la candidatura de Fernández de Kirchner fuera acompañada en cada uno de los distritos de listas colectoras, por las cuales se habilitaba a dirigentes a competir por las intendencias, sin soca-var los votos para la presidencia (63). Por ese entonces, los inten-dentes repetían: “¿No es el jefe del PJ bonaerense? Algo debería decir” (64). Desde este momento, todas las discusiones giraron en torno a qué lugares ocupaban en las listas y cómo participaban de la campaña electoral. En el acto organizado el 1º de Mayo, y al que Fernández de Kirchner no asistió, Moyano sostuvo: “Los trabajadores podemos reclamar algún cargo en las listas ¿por qué no? No estamos sólo para votar” (65).

Los acontecimientos se aceleraron a propósito del cierre de las listas. El 21 de junio, Fernández de Kirchner anunció que se presentaría por su reelección. El 26 era el plazo reglamentario para la presentación de los candidatos legislativos; en los días previos se habían generado rumores que la CGT tendría “4 luga-res expectantes” a nivel nacional, pero cuando se conocieron las listas el desconcierto fue significativo (66). Schmid fue despla-zado del tercer al sexto lugar de la lista de diputados nacionales por la provincia de Santa Fe y Piumato fue colocado en el mismo lugar por la CABA; ambos renunciaron a su postulación por con-siderarla insuficiente (67). Daniela Taboada y Carlos González,

63 La posible candidatura que más reticencias despertaba era la de Martín Sabatella como gobernador. En la reunión del PJ de febrero de 2011, Plaini declaró: “Nosotros somos el Partido Justicialista. No tenemos nada que ver con otros partidos. Nuestro compromiso es avanzar en la profundización de este proyecto y para eso vamos a estar en todos los actos en los que sea necesario. Vamos a aportar donde tengamos que aportar”. La Nación, “El PJ evitó hablar de las colectoras y anunció ‘apoyo total’ a Cristina y Scioli”, 18-02-11. Véase Natalucci y Morris (2016a).

64 La Nación, “Los intendentes presionan a Moyano”, 09-02-11.

65 Página /12, “Con casi todo el gabinete en el escenario”, 30-04-11.

66 La Nación, “Piumato: ‘Cristina no tuvo en cuenta al movimiento obrero para defender el modelo’”, 27-06-11.

67 La Nación, “La CGT logró apenas dos lugares y casi no asiste al acto en Olivos”, 26-06-11.

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que iban a ser candidatos por Chubut y Chaco respectivamente, finalmente no fueron incluidos. Sólo dos lugares fueron otorga-dos al sindicalismo: Carlos Gdansky (UOM) –que no respondía a Moyano– fue incorporado en el cuarto lugar en la lista de can-didatos a diputados nacionales por la provincia de Buenos Aires y Facundo Moyano en el undécimo lugar (68).

La relación ya se mostraba tensa, Moyano no asistió al bunker el día de las elecciones ni tampoco a la asunción presidencial el 10 de diciembre. En su discurso, Fernández de Kirchner reiteró que había libertad de huelga pero no de extorsión en alusión a los conflictos recientes de trabajadores petroleros y docentes (69). El 15 de diciembre, a propósito del festejo por el Día del Ca-mionero en el Club Huracán, Moyano contestó lo siguiente: “Los trabajadores no extorsionan a nadie, los trabajadores reclamamos legítimamente” (70). Aprovechó para insistir con la ley de reparto de utilidades empresarias, la suba del mínimo no imponible para el impuesto a las ganancias, subas salariales, la deuda que el go-bierno tenía con las obras sociales sindicales y pidió por el control de la inflación y la universalización de asignaciones familiares. Sobre las elecciones dijo que el 54% de los votos del FPV pertene-cían a los trabajadores y no a los chicos bien de La Cámpora (71). A continuación, caracterizó al PJ como una “cáscara vacía” y re-nunció a los cargos partidarios nacional y bonaerense. La ruptura era un hecho y se concretaría a mediados de 2012.

68 La Nación, “La CGT logró apenas dos lugares y casi no asiste al acto en Olivos”, 26-06-11. Vale aclarar que F. Moyano recibió el apoyo de Scioli para ser diputado, primero estaba en el cuarto puesto, luego en el octavo y finalmente en el undécimo. Esta situación se replicó en las listas a nivel provincial y local.

69 La Nación, “Con la mira en la economía, la Presidenta advirtió a los gremios”, 11-12-11.

70 La Nación, “Dura réplica de Moyano a Cristina: ‘Nosotros no extorsionamos’”, 15-12-11.

71 La Nación, “Dura réplica de Moyano a Cristina: ‘Nosotros no extorsionamos’”, 15-12-11.

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El proceso de ruptura

El proceso de división de la CGT se inició cuando los Gordos y los Independientes impugnaron ante el Ministerio de Trabajo de la Nación la decisión tomada por el Consejo Directivo el 24 de abril en la cual se fijaba el 12 de julio para la realización del Congreso Nacional Ordinario para la elección de autoridades (72). El argumento que esgrimieron era que el quórum era falso y que la composición de aquel órgano no respetaba la normativa. El Ministerio resolvió a favor de la impugnación para obligar a las partes a llegar a un acuerdo pero el moyanismo rechazó la reso-lución y siguió adelante con el cronograma que había dispuesto.

Entre fines de abril y fines de mayo, la discusión se concentró en acusaciones cruzadas entre Moyano, los Gordos y los Indepen-dientes. Como es sabido, entre ellos siempre habían existido dife-rencias. Con los primeros éstas tenían relación fundamentalmente con los conflictos por disputas de encuadramiento sindical. Las críticas de los Independientes estaban dirigidas a cómo Moyano había manejado la relación con el gobierno. Ambos compartían cuestionamientos al estilo de conducción de Moyano. En cual-quier caso, todas contribuyeron a socavar su legitimidad interna como secretario general. El 23 de mayo se realizó el Comité Cen-tral Confederal donde debían registrarse los delegados; poco an-tes el Consejo Directivo había aprobado la incorporación de 30 gremios que podía modificar el equilibrio de fuerzas. El sector antimoyanista no sólo no asistió, sino que realizó una reunión pa-

72 Vale aclarar que las reuniones entre los Gordos y los Independientes habían empezado el 18 de octubre de 2011. La primera se realizó en la sede de UPCN, entre otras cuestiones se discutió el proceso de sucesión y la fecha de realización del Congreso Confederal que debía realizarse a mediados de 2012. Ambos rechazaban la posibilidad de que Moyano siguiera al frente de la CGT, el punto de desacuerdo radicaba en el momento en que debía abandonar su cargo. Los Gordos, encabezados por Cavalieri y Oscar Lescano, proponían el abandono anticipado, mientras los Independientes –Rodríguez y Lingeri– sostenían el cumplimiento de los plazos formales. Página /12, “Los Gordos, sin acuerdos”, 19-10-11.

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ralela donde levantaron la candidatura de Caló como secretario general. La discusión derivó en acusaciones cruzadas; frente a las críticas por su personalismo Moyano les recordaba su participa-ción durante las reformas de mercado en los noventa. Consignas como “Siempre estuvimos del mismo lado. Del lado de los traba-jadores” y “A los 90 no volvemos más” de la JS de la Corriente intentaban reforzar la coherencia y el pasado de lucha de Moyano.

El escenario se complicó a fines de junio cuando Moyano en un límite no claro entre Camioneros y la CGT convocó a un paro para el 27 de junio, el principal motivo era el estancamiento res-pecto de la distribución de la riqueza durante los años previos. Frente a este hecho, un sector del MTA integrado por FOETRA, FATEL, SADOP, FATIDA, UOMA, SATSAID, FATPREN, Ca-pitanes de Ultramar y SECASFPI-ANSES que se desprendió del MTA y se denominó “Núcleo MTA” elaboró el documento “No adherimos al paro porque defendemos el Proyecto Nacional y Popular”. En este se cuestionaba la oportunidad del paro y se su-brayaba que los tiempos de la profundización serían fijados por el gobierno. Los trabajadores organizados integrantes del proyecto nacional sólo podían defenderlo. Al respecto, hicieron un llama-do a tener “gestos de grandeza, de desprendimientos”, para que “ningún interés sectorial –mucho menos personal– pueda alejar-nos de la cuestión principal: Reconstruir una Argentina que nos contenga a todos y nos proteja definitivamente de los embates de un establishment que nos quiere reimponer el colonialismo”.

La ruptura de la CGT se formalizó el 12 de julio. La lista en-cabezada por Moyano y Guillermo Pereyra (Sindicato de Petróleo y Gas Privado Río Negro, Neuquén y La Pampa) obtuvo 1.009 votos sobre 1.013 votos conformando la CGT Azopardo. Los acompañaban en el Consejo Directivo Abel Frutos (FAUPPA), Julio Piumato (UEJN), Juan Carlos Schmid (Sindicato de Dra-gado y Balizamiento), Sergio Palazzo (AB), Gerónimo Venegas (UATRE), Omar Plaini (SIVENDIA), Amadeo Genta (SUTEC-

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BA), Facundo Moyano (SUTPA), Nelson Farina (FATUN), Al-berto Murúa (UOYEP) y Miguel Paniagua (SUTEP).

El 3 de octubre se realizó el Confederal de la fracción oposi-tora al moyanismo. La lista que encabezaba Caló contó con 1.424 votos sobre 1.427. La CGT Alsina –cuyo nombre provenía de la calle donde estaba radicado su edificio– contaba con mayor cantidad de congresales definidos por la cantidad de afiliados de cada gremio adherente, justificación para el reconocimiento de la personería gremial. Formaron parte de la conducción An-drés Rodríguez (UPCN), Omar Viviani (taxis), Gerardo Martínez (UOCRA), Armando Cavalieri (FAECYS), Ricardo Pignanelli (SMATA), Héctor Daer (ATSA), Oscar Lescano (Luz y Fuerza), José Luis Lingeri (SGBATOS), Omar Maturano (La Fraternidad), Víctor Santa María (SUTERH), Jorge Lobais (AOT), Sergio Ro-mero (UDA), Marcos Castro (Capitanes de Ultramar), Omar Suárez (SOMU), Roberto Fernández (UTA), Noé Ruiz (AMA), Norberto Di Próspero (APL), Horacio Ghilini (SADOP) y Carlos Sueiro (SUPARA).

El proceso de ruptura permitió delinear los estilos organiza-tivos de cada CGT. Dirigentes de la CGT Alsina cuestionaban abiertamente la cuestión partidaria. Por ejemplo, Omar Matura-no (La Fraternidad) criticó que el sector moyanista haya creído que “la central obrera era un partido político” (73); Caló dijo que “Nosotros estamos para solucionar los problemas gremiales, profesionales y otros compañeros quieren hacer un partido po-lítico” (74), y Rodríguez (UPCN) sostuvo que su sector entendía que el rol de la CGT era “reconstruir su poder gremial [y no] un agrupamiento ideológico o político” (75). Como contracara, Plaini sostuvo que “aquellos que dicen que el sindicalismo ar-

73 Página /12, “La CGT según sus protagonistas”, 11-07-12.

74 Página /12, “‘Quieren hacer un partido político’”, 23-11-12.

75 Página /12, “‘Quieren hacer un partido político’”, 23-11-12.

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gentino debe ser un sindicalismo solamente de reivindicaciones, no conocen la historia o la están falseando: todos sabemos que la dirigencia peronista siempre ha participado políticamente” (76).

En relación con esto último aparecía la novedad de esta rup-tura: la desarticulación del nucleamiento del MTA que coincidía con esa premisa que ponía en palabras Plaini. En esta dirección, este proceso deja entrever una crisis más profunda del sindicalis-mo respecto de su rol en un proyecto nacional y popular y cuáles son los márgenes disponibles para ceder beneficios corporativos en pos del éxito de aquel y cuánto pueden resignarse las expec-tativas políticas. Hasta este momento, el MTA tenía un acuerdo sustancial respecto a que una dimensión imprescindible de la ac-ción sindical era lo corporativo. ¿En qué sentido?

[En suponer que el] movimiento nacional genera cuerpos or-gánicos, como puede ser el sindicalismo, capaces de pelearse con las corporaciones. El movimiento obrero es una corpora-ción en el sentido de que nosotros no somos una ONG, no es una relación individual del trabajador con el poder, somos una corporación. En el sentido de una construcción del poder co-lectivo. […] el movimiento obrero con poder debía haber sido una virtud para la alianza cuando tenías que pelearte con los grandes (77).

Ahora bien, a diferencia de otros sectores como el sindicalis-mo empresario –valga el oxímoron– o corporativos en una lógi-ca más facciosa, postulaban que el sindicalismo también estaba para hacer política desde la perspectiva de que los problemas gremiales se resolvían desde lo político. ¿Qué significaba hacer política? ¿Se trataba de ser la columna, la cabeza? Y en térmi-

76 Página /12, “Un camión donde no todos viajan cómodos”, 15-07-12.

77 Entrevista a un dirigente sindical, octubre de 2016.

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nos de estrategia, ¿alcanza con ser parte de la base de alianzas o bien es necesario intervenir en las instancias donde se toman las decisiones?

La emergencia de varios nucleamientos

Esas discusiones decisivas para la ruptura dieron a su vez lu-gar para la creación de otras instancias organizativas. Por un lado, el 5 de julio de 2012 se fundó el MASA conformado por 26 gre-mios (78). En su documento fundacional “Unidos o dominados” se presentaban como una corriente interna de la CGT que se rei-vindicaba como los que habían peleado contra el neoliberalismo a través del MTA. Había una clara reivindicación del kirchneris-mo en tanto había transformado “sus reivindicaciones utópicas” en políticas concretas. Su horizonte de acción era la CGT con el objetivo que recuperara “todos sus ámbitos orgánicos de parti-cipación democrática, para garantizar la más amplia, pluralista y federal representatividad de los trabajadores de todo el país, y cerrar definitivamente los ciclos de conducciones paternalistas, autoritarias y personalistas”. Asimismo, expresaban que ante los “ataques reaccionarios”, la CGT no podía “adoptar una posición neutral o indiferente –y mucho menos de oposición– ante la polí-tica y la suerte de un Estado que contempla el bienestar de los 40 millones de argentinos”. La estrategia a seguir era la de “una au-tonomía constructiva”. En el corto plazo, el objetivo del MASA era apoyar la candidatura de Caló como secretario general que ya promovían los Gordos, los Independientes y que contaba con el aval de la elite. El lanzamiento del MASA se fortaleció por

78 Esos gremios eran: UOM, UTA, FOETRA, SADOP, FATPREN, SPT, La Fraternidad, APL, FATIDA, AAA, Capitanes de Ultramar, SOMU, FONIVA, FATFA, UOMA, PECIFA, UECARA, AATRAC, SECASFPI, Capitanes y Baqueanos Fluviales, Obreros y Emplea-dos Fotógrafos, Supervisores de Jaboneros y Perfumistas. Sobre ese proceso véase Nata-lucci y Morris (2016b).

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el respaldo público de funcionarios del gobierno que declaraban que el nuevo sindicalismo debía estar a tono con los cambios pro-ducidos en los últimos años en la estructura productiva en alusión directa al crecimiento industrial.

Por su parte, el moyanismo presentó en un acto en el Luna Park el 8 de mayo el CET, espacio que para las elecciones de medio término de 2013, que el kirchnerismo perdería, entabló una alianza con el frente Unidos por la libertad y el trabajo, cuyo primer candidato para diputados de la PBA fue Francisco de Nar-váez. Como resultado electoral obtuvo el 5,43% de los votos; su fracaso no sorprendió a nadie, de alguna manera era previsible si se tenía en cuenta que se había priorizado un criterio excesiva-mente instrumental omitiendo la brutal distancia ideológica, polí-tica y cultural de ambos espacios. El CET ha sido poco estudiado, pero sin dudas una pregunta abierta es si intentó luego del fracaso de la estrategia movimentista volver a una posición cercana al laborismo que pregonaba la Vieja Guardia Sindical a principios de 1946. La JS de la Corriente, como se mencionó, se disolvió y el SUPTA se incorporó al Frente Renovador liderado por Sergio Massa. ¿Renunciaban al movimentismo antes que a la política?

El último espacio organizativo de este momento fue la Co-rriente Político Sindical Federal creada a fines de 2014. Su com-posición era principalmente de gremios del interior sobre todo del cordón industrial de Campana, San Lorenzo, Rosario y Cór-doba. En marzo de 2015 en el marco de un encuentro se elabora la “Declaración de Córdoba” donde se postula la necesidad de discutir un programa del movimiento obrero. No es casual que gremios como los de Gráficos sean parte protagónica del espacio, en un intento por refundar la tradición de Raimundo Ongaro y el programa que enarboló en su momento la CGT de los Argentinos. Ese programa planteaba la necesidad de militar por un gobierno favorable a los trabajadores y de profundizar el proyecto nacional y popular, por lo que se sumaron a la campaña de Daniel Scioli,

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candidato del FPV en 2015. En agosto de 2016, el “Núcleo del MTA”, la Corriente Político Sindical Federal y la AB formaron la Corriente Federal de Trabajadores. Este espacio reclamaba un lugar en el triunvirato y ante la negativa rechazó los cargos ofreci-dos en el CD. Aun así ha permanecido en la CGT optando por un estilo más combativo reclamando un plan de lucha frente al avan-ce ortodoxo del gobierno nacional. Por el contrario, este espacio parecía mantener una lógica movimentista frente a la discusión con el moyanismo y de opción política frente a la CGT Alsina.

Reflexiones finales

A lo largo de este extenso artículo hemos intentando dar cuenta del proceso del sindicalismo peronista durante el kirchnerismo. Son tantas las dimensiones para considerar como complejo ha sido este proceso. Entender el movimiento obrero y su relación con el kirchnerismo supone considerar que no se trataba de un actor compacto, sino que siempre han existido nucleamientos internos.

Durante el kirchnerismo no todos pensaron de la misma ma-nera la recuperación del poder corporativo y el poder político ni la relación entre ambos poderes. Algunos mantuvieron sus posiciones corporativas, mientras otros se arriesgaron a recupe-rar el estatuto de sujeto político que el sindicalismo perdió en el proceso de la Renovación Peronista de los ochenta. No puede ignorarse que los obstáculos con que se encontraron en el proceso no sólo tuvieron relación con su dinámica, sino con la estrategia neodesarrollista, sus límites y las transformaciones de la estruc-tura productiva y la creciente heterogeneización de la clase tra-bajadora. La dinámica política también complejizó el escenario cuando desde la elite se realiza el convite movimentista sin que esto implicara reeditar las formas ni las institucionalidades que

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suponía el movimentismo clásico, es decir, guardarse el derecho de admisión sin estar dispuesto a restituirles a las organizaciones sindicales su reclamado estatuto de sujeto político. No podemos saber con certeza en qué medida la reducción de la base de alian-zas incidió en el proceso electoral; lo cierto es que después de 2011, y de cómo se interpretó ese 54% que obtuvo Fernández de Kirchner, el FPV ha perdido las elecciones de 2013 y 2015.

En la Introducción se plantearon dos preguntas que es opor-tuno traer a colación, ¿la mentada revitalización sindical implicó una mera recuperación del poder corporativo del sindicalismo en su forma ya existente o más bien aparejó la emergencia de al-gunas transformaciones? En cualquiera de los dos casos, ¿cómo entender sus efectos en función del escenario de fragmentación significativa que el sindicalismo peronista ha sufrido desde me-diados de 2012? En principio, corresponde decir que la fragmen-tación no constituye en sí misma un problema como tampoco significa nada bueno a priori la idea de unidad.

Respecto de la primera pregunta, hay una novedad para des-tacar de este período respecto de los anteriores: las organizacio-nes sindicales han intentado superar las posiciones corporativas y avanzar hacia formas de representación, esta conducta no im-plica que hayan relegado las demandas de aquellos que ya re-presentaban, sino que intentaron convertirlas en formas políticas, en eso que llamaban el salto a la política. Esa tensión entre lo corporativo y lo político no implica necesariamente la elección de uno u otro, sino más bien la conjugación de ambos aspectos en determinadas coyunturas. Esa tensión no se expresaba en una situación de confrontación entre dos actores fijos que confrontan por el poder ya establecido. Se trataba en todo caso de dos lógi-cas presentes en las relaciones al interior del espacio a partir de las cuales las organizaciones articulaban, competían, conciliaban y hasta cedían en sus demandas sectoriales en pos del proyecto nacional.

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Ahora bien, en este camino se abrieron interesantes discu-siones sobre qué significa tener una estrategia corporativa, ha-cer política, cuál es la relación con otros actores en una alianza policlasista y cómo representar a las bases. Por ahora pareciera que de ese debate en vez de síntesis, lo que hubo fue una frag-mentación significativa que se expresó no sólo en la ruptura de 2012 sino también en las dificultades que ha tenido el proceso de reunificación durante 2016, cristalizado en la conformación de un triunvirato por cuatro años considerando que el de 2004 era por el plazo de uno. De todas maneras esto no implica que esa discusión se haya diluido, más bien pareciera estar en laten-cia. Y en ese caso, tal vez las preguntas no sean las mismas pero sí pueden encontrarse algunos debates derivados. Un dato es la cuestión de la representación: qué representante representaba a sectores representados. Por primera vez la cúpula de la CGT re-conoció que sólo representa a un sector de la clase trabajadora y que era necesario tender lazos con los movimientos sociales que representan a otros. Acciones como las reuniones en la CGT y marchas callejeras podrían vislumbrar cambios respecto de la representación de los sectores populares en un contexto donde ninguna organización tiene el monopolio.

La forma que asume hoy la siempre actualizada premisa de “crisis sindical” es la aparente incapacidad de la CGT de dar respuesta a la ofensiva conservadora que impulsa el gobierno nacional. Algunos indican que el problema es la fragmentación, que la diversidad de la composición del triunvirato lleva a la neu-tralización de todos. Puede ser, pero no sería la primera vez que eso sucede. Además, si se observan los procesos de movilización de las últimas décadas no siempre la CGT ha actuado como la vanguardia, aunque ha tenido un rol decisivo. Otros indican que es la falta de programa lo que lleva a la aparente inacción del sindicalismo. No creo que ese sea el punto central ya que en la mayor parte de la historia eso no sucedió y no implicó la acción

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sindical. Mi hipótesis se inclinaría por pensar que se trata de un momento de procesamiento de las increíbles transformaciones societales, y en particular de la clase trabajadora cuyo proceso de heterogeneización se consolidó de una manera significativa durante el kirchnerismo.

Para finalizar, queda agregar que no ha sido mi intención ha-cer atribuciones de valor al proceso sindical de la larga década kirchnerista, ni creo que sea función de los trabajadores acadé-micos juzgar si los actores actúan bien o mal. Más bien intenté seguir esa premisa que propone Beverly Silver en su libro For-ces of Labor. Workers’ movements and globalization since 1870 (2003) acerca de que nunca en las cuestiones sindicales hay plena novedad o plena repetición, de lo que se trata es de encontrar las especificidades que suceden en un período determinado partien-do del supuesto que mientras haya capitalismo habrá formas de resistencia.

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Fuentes

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Se le atribuye a Juan Carlos Portantiero la sentencia que asegura que al peronismo “le sobran sindicatos y le falta burguesía nacio-nal”. Esta aserción se puede hacer extensiva al conjunto del país, si se tiene en cuenta su configuración de clases y la compleja densidad de su sociedad civil.

La clase obrera existe mucho más de lo que sus organizacio-nes sindicales tradicionales le permiten existir.

En Argentina hay nada menos que cerca de 3.400 gremios que se reparten en partes casi iguales entre los que tienen personería gremial y los “simplemente inscriptos”.

En términos de cantidad de trabajadores, más allá de las diver-gencias y polémicas por las estadísticas, es irrefutable que hubo una recomposición social cuali y cuantitativa de la clase trabaja-dora en la última década.

Según los registros administrativos del Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA) que surgen de la declaración que realizan los empresarios del país sobre su planta de empleados, entre el subsuelo de la catastrófica crisis de 2002 y el año 2012 se crearon casi tres millones de puestos de trabajo privados registrados.

A la izquierda de la pared Sindicalismo e izquierda en el movimiento obrero argentino

Fernando Rosso

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Otras cifras del Ministerio de Trabajo informan que el em-pleo registrado del sector privado pasó de 3,5 millones de tra-bajadores en 2002 (había alcanzado 4,1 millones en 1998) a 6,4 millones en 2014.

La tasa de desempleo, que en los momentos más dramáticos de principios de siglo alcanzó el 25%, se redujo hasta ubicarse por debajo del 7%. La desocupación, luego de la recuperación tras el derrumbe de la convertibilidad, siguió un parámetro simi-lar al del resto de las economías sudamericanas: prácticamente todas desde 2006 tienen tasas de un dígito.

La administración de Mauricio Macri elaboró un nuevo índice que mide la totalidad del empleo registrado. Según el flamante informe de Situación y Evolución del Total de Tra-bajadores Registrados elaborado por la Subsecretaría de Po-líticas, Estadísticas y Estudios Laborales, en octubre de 2016 se contabilizaron 12 millones de trabajadores registrados. Este total se encuentra conformado por los asalariados del sector privado y público, los autónomos y monotributistas (incluyen-do los monotributistas sociales) y los empleados de casas par-ticulares.

Con el agregado de más de un tercio de trabajadores no re-gistrados y 1 millón 200 mil desocupados, la masa total alcanza los 18 millones de personas. La clase trabajadora, junto con sus familias, conforman la inmensa mayoría nacional.

En cuanto a las características del empleo creado durante es-tos años, el índice de los no registrados bajó entre 2003 y 2007, de casi el 50% al 40% del total de asalariados, y desde ahí más gradualmente hasta anclarse en el 34%. La magnitud del empleo calificado como “en negro” o informal es sorprendentemente alta, luego de uno de los ciclos de crecimiento más importantes de la historia argentina.

Por estas condiciones estructurales de un tercio de la clase tra-bajadora, hay quienes hablan de la existencia de un nuevo “pre-

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cariado” o un colectivo de trabajadores informales estructurales, muy distinto y separado del conjunto (1).

Este retorno del movimiento obrero, que trajo consigo una revitalización de la actividad sindical, se produce con niveles de fragmentación inéditos en la historia de la condición obrera en Argentina.

Además, hay un límite dado por otro aspecto de la calidad del trabajo que se creó en el último período: las normas troncales de la flexibilización laboral aplicada en los años 90 se mantuvieron en lo esencial y la precariedad acompañó a los nuevos y viejos trabajadores.

Las condiciones de posibilidad para esta recuperación gene-ral y contradictoria del empleo (y de la clase obrera) estuvieron dadas por la devaluación de inicios de siglo que produjo una caída brusca de los costos salariales medidos en dólares. Por ejemplo, para el sector industrial (una rama clave, junto a la construcción, en la creación de empleo de los primeros años del kirchnerismo), la devaluación supuso una caída del costo salarial en dólares de aproximadamente el 75%. En este terreno, como explicó José Natanson para la llamada “nueva derecha”, el proyecto kirchnerista también fue posneoliberal en varios aspec-tos: porque vino después del neoliberalismo y porque se asentó sobre su estructura.

La ventaja en costos y la transferencia de recursos del tra-bajo al capital se combinaron con un ciclo favorable de la eco-nomía mundial por el boom de las commodities y la elevada capacidad ociosa registrada en 2002 que permitieron un dadi-voso usufructo de posibilidades para incrementar los niveles de producción (y ganancias) sin necesidad de realizar fuertes inversiones.

1 En un apartado del recomendable trabajo que se publica en este libro, Paula Abal Medi-na analiza ese universo al que engloba dentro del “otro movimiento obrero”.

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Todos estos factores configuraron un círculo “virtuoso” y crearon condiciones que fueron aprovechadas por los sucesivos gobiernos kirchneristas para administrar la crisis y estabilizar la convulsiva situación del país en el pos-2001 y tuvieron como consecuencia una reconfiguración del mundo de los trabajadores.

Al comenzar 2017, en el tiempo que lleva la nueva gestión del PRO, según lo reconocido oficialmente por el Ministerio de Trabajo, hubo alrededor de 100 mil despidos entre privados y públicos. Sin embargo, el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) en su primer indicador sobre desocupación del gobierno de Macri aseguró que se disparó hasta un 9,3%, y desde que llegó Cambiemos a la Casa Rosada en diciembre de 2015, creció un 3,5%, es decir, unos 450 mil desocupados nuevos. La misma cifra maneja la CGT; uno de los triunviros que conducen la central, Juan Carlos Schmid, aseveró que se perdieron 400 mil puestos de trabajo.

Con este marco y todos estos límites, la recomposición so-cial de la clase trabajadora es innegable y tuvo su reflejo en el aumento de la densidad de los gremios: la cantidad de afiliados a la UOM, por ejemplo, pasó de 90 mil a 250 mil entre 2003 y el 2016, mientras que los afiliados a SMATA pasaron de 50 a 100 mil en el mismo período, y en el caso de la construcción el salto fue de 60.000 a más de 300.000 (2).

Esta reconfiguración trajo como resultado el desplazamiento de la protesta que había tenido como protagonistas a los movi-mientos de desocupados (“piqueteros”) en el período anterior, corriendo el eje hacia la conflictividad sindical y de los trabaja-dores ocupados. La gravitación de la clase trabajadora en la vida nacional no encuentra su límite en su existencia sociológica sino

2 La manifestación superestructural de este cambio en la disputa política dentro del pe-ronismo es trabajada pormenorizadamente por Ana Natalucci en el trabajo que también se publica en este libro.

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en el conservadurismo de sus dirigentes, condicionados también por la dependencia estatal y la regimentación de las organizacio-nes sindicales.

Como en muchos países del mundo “occidental”, desde la se-gunda mitad del siglo XX la estatización y regimentación de los sindicatos es una realidad en Argentina.

Mediante la Ley 23.551, el Ministerio de Trabajo y la Justicia regulan fuertemente las actividades gremiales y los sindicatos son dependientes de los fondos que recauda compulsivamente el Esta-do, para su subsistencia. Esto implica necesariamente una presión hacia la pasividad conservadora de la dirigencia y acentúa sus ras-gos burocráticos y de subordinación al Estado y a los gobiernos.

Además, la Ley de Asociaciones Sindicales garantiza el férreo control por parte de las cúpulas sobre el conjunto de la vida inter-na de los gremios.

Sin embargo, pese a todos estos límites, los sindicatos tienen una naturaleza paradójica que responde a su propia función. El teórico marxista Perry Anderson lo definió de la siguiente ma-nera en un texto que ya tiene cincuenta años pero que mantiene su vigencia: “Pero, al mismo tiempo, a causa de la naturaleza paradójica del sindicalismo –un componente del capitalismo que por su naturaleza lo es también antagónico– ni siquiera los peores sindicatos suelen ser meras organizaciones de adaptación a la situación imperante. Si lo fueran, a la larga perderían sus miembros por no obtener ventajas económicas” (el destacado es del autor) (3).

La complicidad que tuvo el grueso de la dirigencia sindical tradicional en la pérdida de conquistas y derechos de la década del 90 y su perpetuación al amparo del Estado, incluso sobrevi-

3 Perry Anderson, “Las limitaciones y posibilidades de la acción sindical”, Revista Pen-samiento Crítico, La Habana, 1968.

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viendo relativamente al “Que se vayan todos”, hace que su do-minio esté en el presente más garantizado por la coerción y el favoritismo estatal que basado en el consenso de sus bases. En algunas organizaciones (como los mecánicos de SMATA) esto se manifiesta de manera cruda mediante el totalitarismo sindical; en otras posee contornos más mediados.

Sin embargo, el sistema del unicato sindical está en crisis his-tórica y es cuestionado por arriba y por abajo. En los intersticios y las grietas de ese régimen, cuando los trabajadores recompu-sieron su fuerza y recuperaron grados de subjetividad, re-emergió la izquierda sindical, acompañando un fenómeno que fue califi-cado alternativamente como sindicalismo de base, sindicalismo combativo, sindicalismo clasista o, simplemente, sindicalismo de izquierda.

Este ensayo trata de ese fenómeno y de sus diferentes mani-festaciones y etapas en la última década, así como de algunas hipótesis de evolución futura.

Sindicalismo de base

En un trabajo sobre la conflictividad sindical en el período que abarca desde el temprano 2004 hasta 2007, la investigadora Ma-ría Celia Cotarelo llega a la conclusión de que “la mayor parte de estos hechos –sindicales– (más del 60%) son convocados por las conducciones de los sindicatos que integran ambas centrales. Sin embargo, se observan dos rasgos que aparecen con renovada fuerza en el período: la realización creciente de asambleas para la toma de decisiones en las luchas y una importante parte de éstas organizada y encabezada por conducciones sindicales –co-misiones internas, cuerpos de delegados, seccionales de sindica-tos y algunos sindicatos locales y federaciones– que se plantean como alternativa y en oposición a las conducciones de los sindi-

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catos nacionales –tanto los que integran la CGT como la CTA–, desde una posición que reivindica una tradición antiburocrática y clasista” (4).

Este sindicalismo alternativo en algunos casos se manifestó al inicio del período como presión para perforar el techo de los acuerdos salariales en paritarias o mejorar las condiciones de tra-bajo en los convenios, luego se caracterizó por la recuperación de organizaciones de base siguiendo la tradición de la famosa “anomalía argentina”.

Finalmente, en el último período, progresó haciendo sinergia con la irrupción política de la izquierda clasista en la escena na-cional de la mano del Frente de Izquierda y de los Trabajadores.

En su corta pero intensa historia parió fenómenos como las experiencias más radicales del movimiento de fábricas recupe-radas o la concentración de conflictos que tuvieron como es-cenario a la autopista Panamericana en el conurbano norte de la provincia de Buenos Aires. Y siempre estuvo marcado por el sello indeleble de la unidad del fracturado movimiento obrero, sin distinción de convenio o estatus: efectivos, contratados, ter-cerizados o “en negro”.

La socióloga Paula Lenguita analizó las causas de esta reno-vación sindical de los años kirchneristas y el renacimiento de una tendencia de izquierda en el movimiento obrero: “Por consiguien-te, en el marco de ese doble efecto, entre el conservadurismo de los referentes sindicales y las armas formativas de la izquierda para la militancia sindical, se fue constituyendo la nueva iden-tidad gremial. En general, la expresión política de la renovación de las bases sindicales adquiere contornos ‘antiburocráticos’, o

4 María Celia Cotarelo (PIMSA) (2007), “Movimiento sindical en Argentina 2004-2007: ¿anarquía sindical?”, XI Jornadas Interescuelas / Departamentos de Historia, Departa-mento de Historia, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Tucumán, San Miguel de Tucumán.

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definidos como ‘clasistas’ en los casos de dirigentes con orienta-ciones partidarias de izquierda” (5).

Podemos tomar tres conflictos testigo que se convirtieron en símbolos de una primera etapa de este nuevo sindicalismo anti-burocrático, combativo o clasista y que tomaron notoriedad en la vida pública: la huelga telefónica con toma de edificios del año 2004, el ruidoso conflicto del Hospital Garrahan del 2005 y la lucha de los trabajadores del Subterráneo de Buenos Aires por recuperar la jornada de seis horas de trabajo (también del 2004) que contorneó al nuevo cuerpo de delegados, luego conocidos como los “metrodelegados”, enfrentados a la conducción de la Unión Tranviarios Automotor (UTA).

Los metrodelegados por las seis horas

Las crónicas periodísticas informaban que “la huelga se sos-tiene con piquetes en las cabeceras de cada línea. En las estacio-nes Constitución, Congreso de Tucumán, Plaza de los Virreyes, Primera Junta y Lacroze grupos de trabajadores permanecen en el lugar y, cada vez que una formación intenta salir, se arrojan a las vías para impedirlo. La empresa denunció el bloqueo de los túneles, pidió la intervención de la Justicia para desalojar a los huelguistas y envió telegramas de despido”.

Corría el año 2004 y los trabajadores del Subterráneo se lan-zaron al paro rechazando un acuerdo que había firmado la direc-ción de la UTA y por el reclamo de la reinstalación de la jornada de seis horas de trabajo. Luego de una lucha que abarcó cuatro días de paro completo (en Semana Santa) y la ocupación de las estaciones cabecera, los trabajadores consiguieron un triunfo: recuperaron las seis horas para todos los sectores, lograron re-

5 Paula Lenguita, “Revitalización desde las bases del sindicalismo argentino”, Revista Nueva Sociedad, marzo-abril de 2011.

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trotraer los despidos resueltos por la empresa Metrovías como represalia al paro y que se los reconociera como parte en las ne-gociaciones. Años más tarde encararán la formación de un nuevo sindicato, la Asociación Gremial de Trabajadores del Subte y el Premetro (AGTSyP) cuya simple inscripción será reconocida re-cién al final del segundo gobierno de Cristina Fernández.

“La pelea por las seis horas culmina en 2004, después de que se había aprobado en la Legislatura una ley a su favor que fue vetada por el ‘progresista’ Aníbal Ibarra. Luego del veto hubo una fuerte represión en la Legislatura, estuvo la huelga de cua-tro días y logramos que se regimente la jornada de seis horas”, recuerda Claudio Dellecarbonara, actual delegado de la Línea B y miembro de la Comisión Directiva de la AGTSyP por la minoría.

Y agrega: “En ese momento estaba muy presente todo el pro-ceso del 2001, todas nuestras peleas de aquella época estaban acompañadas de mucha solidaridad de los usuarios y vecinos. En esa huelga del 2004, la de Semana Santa, venían vecinos a las cabeceras de las líneas a traer comida, sándwiches, para que no-sotros resistiéramos la huelga, que no nos quebraran por hambre. Estaba todavía presente el ‘Que se vayan todos’ y era muy solida-ria la población. No sólo los trabajadores, sino la clase media que había salido al grito de ‘Piquete y cacerola, la lucha es una sola’. Durante todo ese período, al comienzo de la década del 2000 tuvimos mucho acompañamiento, mucha solidaridad”.

Las seis horas de trabajo, un reclamo generalizado en los gremios del transporte, había sido una conquista histórica en el Subterráneo que se perdió con la privatización. A partir de su recuperación, los “metrodelegados” pasaron a ser una referen-cia ineludible del nuevo sindicalismo antiburocrático, hasta que luego de la conformación del sindicato (2009), una mayoría de la conducción se acercó al kirchnerismo. Sin embargo, la tendencia de izquierda clasista mantiene un peso importante en esa rama

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estratégica de los servicios del transporte metropolitano que cada día traslada a 1,5 millones de personas en la capital del país.

Huelga y toma de telefónicos

En octubre de 2004 se inicia una discusión por la recomposi-ción salarial en el gremio telefónico (Foetra Buenos Aires); con paritarias vencidas, las empresas no tenían ninguna propuesta. Luego de un período de conciliación obligatoria dictado ante la sola amenaza de tomar medidas de fuerza y sin haber alcanzado un acuerdo, se inicia un plan de lucha con paros escalonados bajo la forma de asambleas permanentes y se votan quince cortes en distintos lugares del Gran Buenos Aires y de la Ciudad Autónoma que se realizan en las puertas de las empresas Telefónica y Tele-com. Participan masivamente todos los telefónicos, mostrando una impronta de las bases que hacían más activo el plan de lucha de lo que los dirigentes se habían propuesto. Sin respuesta, se avanza en la toma de edificios, entre ellos, el que está ubicado en Corrientes y Maipú en el microcentro porteño, el “República” de Telefónica y otro de Cabildo y Dorrego de Telecom. Desde esos dos edificios se manejan el conjunto de las comunicaciones del país y de su funcionamiento dependen, entre otras cosas, el clearing bancario o la Bolsa de Comercio. Estas tomas se man-tienen por casi una semana; incluso hasta Hugo Moyano, en ese momento un pilar central en la coalición político-social que sos-tenía al nuevo gobierno, se hace presente en uno de los centros tomados para intentar negociar.

Carlos Artacho, actual delegado del edificio Costanera (Tele-com) y congresal de Foetra Buenos Aires relata las características de aquel conflicto: “La huelga del 2004 no fue el inicio de la recomposición de la lucha salarial que había empezado en 2003, pero sí fue el pico más alto de la lucha por recuperar el salario que se había perdido en décadas. La huelga tuvo un acompañamiento

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de más del 90% del personal efectivo sindicalizado y no sindica-lizado. Esto se dio en un momento de apertura de paritarias donde el límite que ponía el Gobierno era del 19% y gremios como Tele-fónicos, Subte y el Garrahan en su momento, estaban disputando una paritaria superior. En la huelga del 2004, empezó el reclamo en octubre-noviembre y terminó casi en diciembre. Se pedía un 25% y se logró un 21, pero con un sector que emergía por iz-quierda a la dirección sindical que en ese momento conducía este conflicto y que es la actual dirección de Foetra, dado que lo que se pedía en la paritaria no era un porcentaje de aumento sino de ‘masa salarial’. Esto significa que la empresa lo puede dar, des-pués se divide pero no todos quedan con el mismo porcentaje de aumento. Se generó no sólo una disconformidad por el aumento, sino también por los métodos. Logramos romper el techo salarial, pero la huelga fue suspendida un sábado al mediodía en un ple-nario sin mandato. Esto implicaba que muchos sectores de base que querían seguir peleando debían suspender sus medidas, sin haber sido consultados. A los tres días hubo una asamblea general en Obras Sanitarias, donde un 70% votó afirmativamente aceptar este acuerdo, pero un sector importante rechazó el método. Esto hizo surgir un sindicalismo de izquierda que al año siguiente, en 2005, implicó que por primera vez un sector trotskista consiguie-ra la minoría de congresales en Foetra Buenos Aires (Lista Roja-Violeta). Fue un símbolo de la etapa y produjo una emergencia de las bases en los años siguientes (2005-2006-2007)”.

Hospital Garrahan: los “terroristas sanitarios”

A mediados del año 2005, los trabajadores del tradicional Hospital Garrahan fueron a la huelga. El año anterior, una nue-va junta interna orientada por la izquierda había derrotado al oficialismo en las elecciones de delegados. Tras 14 años de congelamiento salarial, devaluación de por medio, se realiza-

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ron asambleas masivas y paros progresivos que conquistaron un aumento de alrededor del 50%, aunque no llegaba a los $1.800 que reclamaban, superaba holgadamente la pauta salarial de esos años.

Vale la pena recordar las palabras del entonces ministro de Salud de Néstor Kirchner, Ginés González García, para referirse a los huelguistas: “En el Garrahan hay un grupo salvaje de delin-cuentes sanitarios que hacen terrorismo, tomando de rehenes a los chicos”. Consecuentemente con esta policial caracterización se abrieron causas penales contra los principales referentes que llegaron a durar, en algunos casos, hasta ocho años.

Fue un conflicto de alta repercusión pública y marcó un hito para los futuros reclamos, no sólo de los trabajadores estatales, sino para todo el movimiento obrero. La huelga y la lucha de con-junto se llevaron adelante con la oposición de las conducciones de los sindicatos del sector.

Estos tres conflictos fueron en cierta medida fundantes de un fenómeno que luego se extendería y se expresaría en la “recupe-ración” de cuerpos de delegados y comisiones internas y hasta de seccionales sindicales en algunas organizaciones por parte de nuevos referentes, íntimamente ligados a la izquierda clasis-ta. Además, derrumban cierto mito construido posteriormente en torno a la supuesta armonía en la libre discusión paritaria presuntamente alentada desde el Estado. Cuando los conflictos rompían los marcos establecidos, el “diálogo” se tornaba mucho más áspero.

Su localización en la Ciudad de Buenos Aires no parece ca-sual: fue el epicentro de las jornadas del 2001 y donde se man-tuvo por mayor tiempo el espíritu levantisco de aquel diciembre caliente. En cierta medida actuaron como bisagra de una rela-ción (no mecánica ni lineal) entre aquel proceso y las primeras expresiones de actividad desde abajo de una nueva clase obrera revitalizada.

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La anomalía argentina

Como sucedió históricamente en nuestro país, la irrupción de la izquierda o del sindicalismo combativo se produjo a través uno de los eslabones débiles de la cadena de regimentación sindical: las comisiones internas y los cuerpos de delegados.

En el texto antes citado, Perry Anderson analiza esta tenden-cia general para referirse al movimiento obrero inglés, pero que en cierta medida es universal: “En la medida en que la función sindical no es realizada por las direcciones de los sindicatos, la contradicción entre el capital y el trabajo va descendiendo en je-rarquía hasta llegar al nivel de planta o al interior de la fábrica y es ‘usurpada’ por el representante obrero ante la administración” (los destacados son del autor) (6).

El historiador Adolfo Gilly definió que esa dinámica tomó en el movimiento obrero argentino un rasgo “institucional” en los orígenes del peronismo y la calificó como una “anomalía”: “Esa anomalía consiste en que la forma específica de organización sin-dical politizada de los trabajadores al nivel de la producción no sólo obra en defensa de sus intereses económicos dentro del siste-ma de dominación –es decir, dentro de la relación salarial donde se engendra el plusvalor–, sino que tiende permanentemente a cuestionar (potencial y también efectivamente) esa misma domi-nación celular, la extracción del plusproducto y su distribución y, en consecuencia, por lo bajo el modo de acumulación y por lo alto el modo de dominación específicos cuyo garante es el Estado. […] En las fábricas y lugares de trabajo, retomando sus viejas tradiciones de autoorganización y al margen de directivas específicas de ninguna fuerza política y mucho menos del mismo Perón, los trabajadores designan delegados que los representan,

6 Perry Anderson, op. cit.

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por departamento, sección o grupo de trabajo (grupo homogéneo, según la nomenclatura italiana), constituyen con ellos cuerpos de delegados que deliberan como parlamentos internos de la empre-sa y eligen comisiones internas que conforman su representación central permanente al nivel de empresa” (7).

A su turno, la investigadora canadiense Louise Doyón, estu-diosa de los orígenes del sindicalismo argentino, también tomó nota de este peculiar fenómeno: “Este patrón centralizado de autoridad estaba, empero, contrabalanceado por la existencia de las comisiones internas. Aunque no estaban reconocidas por el marco legal, su multiplicación a lo largo de las empresas del país por la presión obrera garantizó la presencia sindical dentro y no sólo fuera del lugar de trabajo, siendo éste otro rasgo distintivo del sindicalismo argentino” (8).

Todos refieren al período de estructuración del movimien-to obrero tal como lo conocemos en la actualidad, engendrado bajo el primer gobierno del general Perón. La contracara de la regimentación estatal que implicó la sindicalización masiva y la entrada de la clase obrera a la vida política argentina fue la “re-signación” a la existencia de comisiones internas y cuerpos de delegados que eran considerados hasta tal punto una “anomalía” que no tuvieron estatus legal en la legislación laboral del primer peronismo.

Esas organizaciones de base cumplieron un rol fundamental en varios períodos de la historia: desde el cuestionamiento y la oposición activa al Congreso de la Productividad de finales del segundo gobierno de Perón, pasando por la resistencia luego del golpe “Libertador” (conocida como “Resistencia Peronista”) has-

7 Adolfo Gilly, “La anomalía argentina (Estado, corporaciones y trabajadores)”, en Pablo González Casanova (coord.), El Estado en América Latina. Teoría y práctica, México, Siglo XXI, 1990.

8 Louise Doyon, “La formación del sindicalismo argentino”, en Juan Carlos Torre (coord.), Nueva Historia Argentina. Los años peronistas, Sudamericana, 2002

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ta las Coordinadoras Interfabriles que en los convulsivos años 70 pusieron en vilo el dominio patronal en las fábricas, así como la hegemonía de las conducciones tradicionales de los sindicatos hasta el golpe cívico-(49) militar de 1976 (9).

La lista de organizaciones de este tipo que se “recuperaron” en la última década es larga y abarca empresas privadas o públi-cas, de la industria o de los servicios estratégicos, con avances y retrocesos, pero con una presencia permanente. Seguidamente damos un pantallazo, que no pretende ser exhaustivo, para enten-der la dimensión que tiene este fenómeno.

Ejemplos relevantes en los servicios son los cuerpos de dele-gados del mencionado Subterráneo de Buenos Aires (y el nuevo sindicato), del Ferrocarril Sarmiento (y la seccional Haedo de la Unión Ferroviaria) o de la estratégica Línea 60 de colectivos que recorre el tramo que une Constitución en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires con la zona norte del conurbano. En los aero-puertos, especialmente en Aeroparque, el sindicalismo antiburo-crático tiene peso entre los delegados de la empresa LATAM y la tercerizada Falcon.

En la industria, las comisiones internas de las fábricas de la alimentación (Kraft, hoy Mondelez Pacheco; Stani, hoy Monde-lez Victoria; Pepsico Snacks) son parte de un universo más amplio que conforma la oposición que tiene el 40% de apoyo en el sindi-cato (STIA) que conduce Rodolfo Daer. La comisión interna de la autopartista Lear (contra la cual el sindicato SMATA y la empresa organizaron una “guerra” que culminó en un importante conflicto en 2014), la comisión interna de la gráfica ex-Donnelley (que luego del cierre pasó a una experiencia de gestión obrera), que también es parte de la oposición de izquierda en el gremio gráfi-

9 Dos interesantes libros dan cuenta de estos períodos: Alicia Rojo (comp.), Cien años de historia obrera en Argentina 1870-1969, Ediciones IPS, 2016, y Ruth Werner y Facundo Aguirre, Insurgencia obrera en la Argentina 1969-1976, Ediciones IPS, segunda edición, 2016.

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co junto con otras empresas influenciadas por la izquierda como AGR-Clarín o Interpack.

La comisión interna de Fate, en el gremio del neumático, que llevó primero a la recuperación de la seccional San Fernando del sindicato (SUTNA) en un proceso que finalmente conquistó, en 2016, la conducción del sindicato nacional que estaba en manos de una de las tendencias de la Central de Trabajadores Argentinos (el único sindicato industrial bajo su órbita). La comisión interna de la fábrica Guma (jaboneros) en la provincia de Córdoba se sumó recientemente a ese universo. La comisión interna de la fábrica Coca Cola-Planta Alcorta en el barrio de Pompeya que es-tuvo en manos de la izquierda desde el 2013-2015 o la comisión interna de Alicorp (ex Jabón Federal) en el oeste del conurbano, los delegados en la emblemática Cresta Roja en el sur bonaerense que inauguró la conflictividad obrera en la era Macri.

Entre los trabajadores y las trabajadoras de la educación, se destacan las nueve seccionales del sindicato docente de la pro-vincia de Buenos Aires (Suteba) en manos de la Corriente Mul-ticolor (un frente de varias tendencias de izquierda), entre ellas, la perteneciente al distrito más poblado de la provincia: La Ma-tanza. Además, el sindicalismo antiburocrático conduce varias seccionales de Aten (docentes) en Neuquén; Ademys, uno de los gremios de los maestros de la Ciudad de Buenos Aires y la Aso-ciación Gremial Docente de la UBA.

Entre los trabajadores estatales también hay una extendida presencia del sindicalismo combativo en las organizaciones de base: las juntas internas de los ministerios del Gobierno Nacional como Hacienda y Trabajo, la junta interna del INDEC que resis-tió la violenta intervención del gobierno anterior, algunas otras del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (Dirección General de Música y Promoción Social) o el IOMA (la obra social más importante en la provincia de Buenos Aires) y el Ministerio de Educación en La Plata, entre otros.

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El Sindicato de Obreros y Empleados Ceramistas de Neuquén con eje en cerámica Zanon, es otro de los gremios industriales relevantes que además da cuenta de que no es un fenómeno re-ductible al Área Metropolitana de Buenos Aires.

Entre los trabajadores de prensa, no puede dejar de nombrarse al nuevo sindicato (SIPREBA), formado a partir de la conquista de internas y delegados de los distintos medios que terminó en una nueva organización alternativa a la vieja y vaciada UTPBA.

Son puntos sobresalientes de un espectro amplio que se ex-tiende transversalmente en todo el movimiento obrero, en mu-chos casos con delegados de hecho o de derecho, activistas o re-ferentes que tienen su identidad en esta corriente.

Laboratorio Panamericana

En un reportaje para la Revista Anfibia, el intelectual y ex director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, se interrogó retó-ricamente: “Si no, ¿para qué estamos acá? Si no, me voy a otro lado, me voy a cortar la ruta Panamericana. Llevo en mis oídos la música más maravillosa, un corte en la Panamericana”.

Hablaba del rol de los intelectuales ante el poder, incluso fren-te a los gobiernos a los que adhieren.

A su vez, la Carta Abierta Nº 17 del colectivo intelectual que apoyaba al kirchnerismo, afirmaba: “Siempre la realidad se juega a varias puntas y en diversos paños. Si en Wall Street observa-mos, bajo el poderoso influjo de un nombre que provocó novelas, películas, teorías económicas y metáforas diversas sobre el ca-pitalismo, la nueva actuación de un dominio financiero aliado a perfeccionados roles de viciadas prácticas judiciales; a miles de kilómetros de distancia, en el escenario social, comunicacional y de circulación de nuestra ruta Panamericana, vemos una dis-cusión ostensible sobre los derechos sociales que emanan de las

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diversas situaciones que se producen ante decisiones de gerencias empresariales. Wall Street y la Panamericana son dos teatros po-líticos que pueden pensarse conjuntamente”.

Lo interesante o más relevante de las dos afirmaciones es el desplazamiento territorial del conflicto social que se percibía desde la cima del mundo intelectual. El nuevo epicentro era la autopista Panamericana y sus cortes de ruta que hacían sonar los acordes de la más maravillosa música de estos tiempos o simbo-lizaban el polo opuesto, nada menos, que de Wall Street.

Efectivamente, la recomposición social de la clase obrera desplazó el escenario y tuvo un territorio por excelencia para el despliegue de la protesta obrera a la zona norte del conurbano bonaerense y especialmente en los bloqueos de la Panamericana.

Allí inauguraron los piquetes industriales los trabajadores de Kraft (hoy Mondelez Pacheco) en 2009. El largo conflicto contra los despidos, con no pocas escenas “bélicas”, de los trabajadores de la autopartista Lear en 2014, también tuvo a la Panamericana como territorio de esa disputa con piquetes móviles y hasta el famoso “gendarme carancho”.

Poco antes los trabajadores de la autopartista Gestamp habían bloqueado la ruta en reclamo contra las suspensiones y los des-pidos, en el marco de un conflicto que terminó con algunos acti-vistas subidos al famoso “puente grúa”, paralizando el conjunto de la fábrica y la producción de las terminales de Volkswagen, Ford y Peugeot.

Varias empresas del Parque Industrial de Pilar (PIP) también protagonizaron conflictos y cortes en la Panamericana. En el PIP trabajan unas 15 mil personas y diariamente concurren otras 10 mil en calidad de proveedores, transportistas, clientes y visitas: las obreras de la autopartista Kromberg & Schubert cortaron la ruta en 2013.

En abril del 2014, los gráficos de WorldColor también mon-taron su piquete en la autovía. Reclamaban contra el desalojo de

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la fábrica que luego del cierre pusieron a producir bajo adminis-tración obrera, siguiendo el ejemplo de sus hermanos de la ex-Donnelley. Los gráficos de esa empresa, hoy cooperativa Mady-Graf, tuvieron sus propios cortes, pero además dijeron presente en muchos otros, movidos por el principio de la solidaridad.

Más hacia el norte, los trabajadores de Tenaris-Siderca cor-taron la autopista contra los despidos en el km 80 a la altura de Campana.

En esa misma región, tres años antes, cerca de la emblemática Villa Constitución, los 900 obreros de Paraná Metal bloquearon durante dos semanas la ruta, cuando el empresario Cristóbal Ló-pez se hizo cargo de la empresa con pretensión de despedir a gran parte del personal.

A los conflictos mencionados se pueden añadir: la temprana lucha de los obreros del neumático de Fate (2007-2008) que tam-bién subieron a “la Pana”; la autopartista mexicana Metalsa (des-pidió a 300 operarios en un año, incluyendo delegados); las lu-chas y la nueva comisión interna de la autopartista Pilkington o la pelea todavía en curso contra el vaciamiento de PepsiCo Snacks.

Pero los piquetes en la Panamericana no se redujeron a los obreros industriales. Los choferes de la Línea 60, perteneciente a la empresa Dota-Monsa, que tiene su recorrido desde Constitu-ción hasta el partido de Escobar, tuvieron 40 días de conflicto en 2015 y subieron tres veces a la autopista, la última con una batalla campal que los enfrentó a la Gendarmería Nacional.

Y hasta los y las docentes del partido de Tigre subieron a la Panamericana a la altura de la Ruta 197 en abril de 2015 para reclamar por el pago de sueldos adeudados o mal liquidados por el Gobierno anterior.

Finalmente, la Panamericana fue escenario también de los pi-quetes “interfábricas” de los sectores referenciados con el sindi-calismo combativo y antiburocrático en los paros nacionales que signaron a la segunda administración de Cristina Fernández. Pun-

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to de encuentro y diferenciación con las direcciones nacionales de los sindicatos y su administración gradualista de la conflictividad.

Un “intelectual orgánico” de los dueños del país tomaba nota de este último hecho como dato político y novedad sindical, con motivo del paro nacional del 10 de abril de 2014. Rosendo Fraga escribía su balance de la huelga en el diario La Nación, ese mis-mo día antes de que termine la jornada: “Lo más novedoso es la participación activa del sindicalismo ‘clasista y antiburocrático’, organizado como fuerza nacional en marzo de este año y que, antes de que Moyano y sus aliados definieran la fecha, ya ha-bían convocado su primera protesta nacional con movilizaciones y cortes de ruta en todo el país, para el 9 de abril. Quizás lo más novedoso sea esta convergencia. Este sector, que en los lugares de trabajo está en conflicto permanente con el sindicalismo peronis-ta, ha coincidido con él por primera vez. El sindicalismo opositor peronista ha aportado el paro y el clasista, los piquetes. El prime-ro destaca la decisión de los trabajadores de sumarse al paro rela-tivizando la importancia de los cortes de rutas, y el segundo –en cambio– destaca la importancia de la movilización” (10).

Seguramente, el autor de la nota desconozca la tradicional tác-tica de “frente único” (golpear juntos, marchar separados), que es una “novedad” en la tradición de la izquierda tan vieja como su propia historia. Pero al margen de esto, reafirmaba la entidad del sindicalismo combativo como una realidad que había hecho oír su voz unificada en una jornada nacional del movimiento obrero. En las páginas de la “Tribuna de Doctrina” alertaba sobre lo que consideraba la peor de las combinaciones.

Todas estas manifestaciones con mayor o menor influencia estuvieron ligadas a la izquierda política o sindical que le dio impulso, orientación o apoyo.

10 Rosendo Fraga, “Moyano y sus aliados salen fortalecidos”, La Nación, 10/04/2014.

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Ocupar, producir, resistir

Otro fenómeno que irrumpió en el 2001 y que se desarrolló, en varios casos emblemáticos, bajo el empuje de la izquierda fue el de las fábricas o empresas recuperadas. En la Ciudad de Buenos Aires son muy reconocidos el Hotel Bauen, ubicado en pleno centro, y la textil Brukman, en el barrio de Balvanera.

En el país existen 367 empresas “sin patrón” que emplean a 15.948 trabajadores. El 50% se encuentra en el Área Metropoli-tana de Buenos Aires (AMBA) y los rubros más frecuentes son el metalúrgico (19%), alimentación (13%), gráficas (10%), textiles (7%) y gastronomía (6%).

La mayoría están en la región que fue el centro neurálgico de las protestas del 2001, y su crecimiento vertiginoso se produjo luego de aquellos acontecimientos: se pasó de 35 empresas re-cuperadas en funcionamiento antes del 2001 a las 367 que están activas en la actualidad.

Hoy son reconocidas dos experiencias destacadas, ligadas intrínsecamente al sindicalismo combativo o de izquierda, que además son empresas importantes en sus respectivos rubros: la emblemática cerámica Zanon en la provincia de Neuquén y la experiencia más reciente de la cooperativa gráfica MadyGraf en la zona norte del conurbano bonaerense.

La fábrica de cerámicos fue inaugurada en 1979 por el em-presario italiano Luigi Zanon y en los 90 el entonces presidente Carlos Menem llegó a participar de la inauguración de una sec-ción en la planta neuquina que la convirtió en la fábrica de porce-llanatto más grande y moderna de Latinoamérica.

A mediados de aquella década, los obreros del Parque Indus-trial de Neuquén llamaban a los ceramistas “el rebaño” porque no había protestas ni huelgas en la fábrica tumba. La patronal inclu-so había implementado ropas de distinto color para cada sector de modo que los trabajadores no se mezclaran. Esto comenzó a

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cambiar en 1998 cuando la Lista Marrón, integrada por trabaja-dores sin filiación política y Raúl Godoy (militante del PTS, hoy legislador provincial por el Frente de Izquierda), ganó las eleccio-nes para la Comisión Interna.

En el año 2000, la patronal presentó un “recurso preventivo de crisis”. Las condiciones de salubridad eran pésimas. En junio de ese año, el joven Daniel Ferrás fallece de un paro cardíaco en el vestuario sin que la fábrica cuente con los medios para aten-derlo. La huelga en rechazo a ese hecho pasó a la historia como “de los 9 días” y consiguió que se instale una ambulancia, una comisión obrera de seguridad e higiene y el pago de todos los días caídos.

En diciembre de ese año, las cuatro fábricas (Cerámica Neu-quén, Zanon, Del Valle y Stefani en Cutral Co) votan masiva-mente a la Lista Marrón y se recupera el Sindicato de Obreros y Empleados Ceramistas de Neuquén (SOECN).

Entre abril y mayo del año 2001 intentan suspender al perso-nal por “falta de insumos” y se da una huelga histórica de 34 días, luego de la cual la patronal retrocede y abona los salarios caídos. Después de esta experiencia se renueva la Comisión Interna. En septiembre, la empresa comienza el lockout patronal. El 1º de octubre comienza la ocupación de Zanon. Los obreros primero “custodian” la fábrica y luego de un fallo de la jueza Elizabeth Rivero de Taiana que declara el lockout ofensivo y autoriza la venta del stock para pagar los sueldos adeudados, los obreros comienzan con la venta de cerámicos, pero sin poner todavía la fábrica a producir.

En marzo los obreros de Zanon ponen en funcionamiento cua-tro hornos y reanudaron la producción de la fábrica, creando tam-bién nuevos puestos de trabajo, incorporando a los integrantes de las organizaciones de desocupados.

Consolidada la gestión obrera y alejada la amenaza de des-alojo por el apoyo popular, los obreros intentan avanzar en su

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reclamo de expropiación de la fábrica. Juntan 20 mil firmas para un proyecto de Ley de Expropiación sin pago, el cual es presen-tado en mayo de 2006 en la Legislatura provincial. Finalmente la Legislatura vota una Ley de Expropiación con avenimiento, que no es el proyecto original del SOECN pero es un reconocimiento de la legitimidad de la gestión obrera.

La lucha de los ceramistas tendrá nuevos hitos entre 2010 y 2017. En el año 2010 los obreros de Cerámica Stefani de Cutral Co toman y ponen a producir la fábrica ante el abandono em-presario, situación que se repetirá en el año 2014 con Cerámica Neuquén, fábrica ubicada al lado de Zanon.

La continuidad de la gestión obrera durante más de 15 años plantea un problema que las empresas “normales” resuelven con el apoyo de los gobiernos y los bancos: la necesidad de renovar la maquinaria. Al volverse obsoletas las máquinas, se multipli-can los problemas para garantizar la producción, por lo que los obreros y obreras ceramistas vienen realizando distintas medi-das de lucha y gestiones ante los gobiernos nacional y provincial para obtener un crédito que les permita encarar la renovación tecnológica.

Por el escenario de sus mega-recitales de solidaridad pasa-ron artistas reconocidos nacionalmente como León Gieco, Raly Barrionuevo, La Renga o Ataque 77 o bandas internacionales como Manu Chao y Ska-P. Intelectuales como James Petras o Naomi Klein destacaron la experiencia en sus reflexiones y vi-sitaron la fábrica.

De “rebaño” patagónico a ejemplo internacional de un fenó-meno inédito en el mundo.

A miles de kilómetros de Neuquén, en la localidad bonaerense de Garín, el 12 de agosto de 2014 los obreros de la fábrica Don-nelley, cuya interna estaba dirigida por la combativa agrupación Bordó encontraron en el portón de la fábrica una nota colgada con el aviso de que, a raíz de una supuesta crisis, la empresa deja-

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ba de funcionar. Los trabajadores no sólo desconfiaban del aviso en sí (no tenía sello, ni firma y era una simple fotocopia) sino de lo que los entonces gerentes consideraban una crisis. Donnelley tenía como clientes a las revistas más importantes del país como Gente, Para Ti, Paparazzi, Billiken y la folletería de Carrefour y Musimundo. La producción no había disminuido en el último período.

Se habló de “quiebra fraudulenta” hasta desde el Gobierno Nacional. La Justicia, en un trámite express, acató la solicitud de quiebra de la empresa cuando ésta, a todas luces, funcionaba con normalidad. La entonces presidenta Cristina Fernández señaló por cadena nacional la relación de la imprenta de capitales esta-dounidenses con el fondo buitre NML, cuya figura más conocida es el famoso Paul Singer; e incluso amenazó con la aplicación de la Ley Antiterrorista.

Desde el primer momento del conflicto, los trabajadores ocu-paron la fábrica y tuvieron la decisión de mantenerla en funcio-namiento y produciendo. Fue así que los gráficos de la imprenta de Garín conformaron la Cooperativa MadyGraf.

En septiembre de 2016, la Cámara de Diputados de la Legisla-tura provincial dio media sanción a la Ley de Expropiación de la fábrica que está a la espera de la aprobación definitiva.

El movimiento de fábricas recuperadas, la ocupación de las empresas para ponerlas a producir bajo la gestión de los propios trabajadores quedó en la memoria colectiva y con estos ejemplos vivientes como una posibilidad legítima de una respuesta ante las crisis que empujan a cierres y a la condena de la desocupación.

La legitimidad para esta respuesta a los cierres en momentos de crisis se constata nuevamente en el presente, cuando algunas em-presas importantes realizaron despidos masivos, fueron ocupadas por sus trabajadores: la gráfica AGR Clarín con un duro conflicto a principios de 2017, la metalúrgica Bangho o la Textil Neuquén. Más allá del destino y los resultados de cada una de estas luchas

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en particular, “ocupar, producir y resistir” está entre las opciones que residen en la experiencia reciente de una parte importante de la clase obrera y especialmente de aquella que se moldeó con la referencia del sindicalismo combativo y la izquierda clasista.

Sindicalismo y política con clase

“El año 2012 introdujo un cambio de escala para el sindicalismo de base y la izquierda”, escribe la politóloga Paula Varela que hace años viene estudiando el fenómeno. Además de la consu-mación de la ruptura entre el gobierno nacional y Hugo Moyano y el paro del 20 noviembre de ese año, destaca el factor político de la constitución del Frente de Izquierda y de los Trabajadores: “La constitución del FIT y su visibilidad en la escena electoral, produjo un fortalecimiento de la extrema izquierda en el ámbito sindical” (11).

En un reportaje para La Izquierda Diario, el periodista y ana-lista político Mario Wainfeld recalca que son visibles “los avan-ces que hubo [de la izquierda NdR] dentro del movimiento obrero y sindical en delegados de base, sectores de delegados en general, representaciones; creciendo en general de abajo hacia arriba o manifestándose en conflictos específicos me parece que es muy interesante”. Confirma, desde su visión, lo que venimos acen-tuando: “Me parece que son referencias –y no quiero equiparar–, como han sido históricamente en general, la historia de los dele-gados de base o de fábrica en muchísimas etapas de Argentina”.

Y certeramente agrega que todo este proceso “no está escin-dido de la representación política, porque en muchos casos hay ligazones y vasos comunicantes.”

11 Paula Varela, “La disputa por la dignidad obrera. Sindicalismo de base fabril en la zona norte del conurbano bonaerense 2003-2014”, Imago Mundi, 2015.

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El Frente de Izquierda y de los Trabajadores que conforman el Partido de los Trabajadores Socialistas, el Partido Obrero e Izquierda Socialista emergió con relativa fuerza en 2011, dio otro salto en 2013 y se terminó de consolidar, además de renovar, en 2015. Con una bancada de cuatro diputados nacionales y una veintena de legisladores y concejales en todo el país, se convirtió en una referencia ineludible para quienes analizan el mapa polí-tico argentino.

El FIT tiene su mayor visibilidad en los candidatos más po-pulares (Nicolás del Caño, Myriam Bregman que encabezaron la fórmula presidencial o Néstor Pitrola, entre otros, a lo largo del país). Sin embargo, el impacto en el mundo de los trabajadores y especialmente en la politización del sindicalismo combativo es menos visible, pero no menos real.

Claudio Dellecarbonara grafica un poco la evolución de esta relación entre los trabajadores del subte: “En un momento hubo un quiebre en una parte de los trabajadores, porque los primeros años del Frente de Izquierda no fueron muy buenos en cantidad de votos y el relato kirchnerista había entrado bastante en el subte (acompañado por el accionar de algunos dirigentes del viejo cuerpo de delegados como ‘Beto’ Pianelli y otros). Pero con el correr de los años eso fue cambiando, con todas las medidas que fue tomando el gobierno anterior, incluso contra los trabajadores del subte. Lo más recordado fue el discurso de la presidenta burlándose de las enfermedades laborales como la ‘tendinitis’ en un acto público, ha-ciéndonos quedar como vagos. Todo eso empezó a hacer mella en trabajadores que le habían tenido alguna confianza y comenzaron a escuchar las ideas de la izquierda. Entonces, hubo un quiebre en la lógica del relato kirchnerista que hizo que el FIT tuviera cada vez más votos. En las últimas elecciones de 2015, de 3 mil trabajadores del subte, entre 300 y 350 (alrededor un 10%) votaron al FIT”.

Gabriela Macauda, secretaria adjunta del Suteba-Tigre en manos de la izquierda, también relata un fenómeno similar: “En

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Tigre hay unos 3 mil docentes y nosotros calculamos que unos 300 votaron al FIT, aunque no todos son activistas o participan de las actividades gremiales”.

Mientras que Javier “Poke” Hermosilla, referente de la opo-sición en la alimentación y obrero de Kraft (Mondelez Pache-co) acentúa que “en Kraft, ese cálculo es del 20%”, tomando en cuenta la totalidad de los 2.200 obreros y obreras que trabajan en la alimenticia.

No hay una relación mecánica entre la esfera sindical y la po-lítica en aquellos lugares donde se desarrolló una experiencia de sindicalismo combativo ligado a la izquierda. Sin embargo, tam-poco hay una independencia absoluta: en los lugares de trabajo donde existen esos referentes, la influencia política de la izquier-da es marcadamente superior a la media de la región. Esto pone un límite a cierta lectura histórica que sostiene que los trabajado-res pueden encumbrar delegados de izquierda para defender sus intereses, pero luego votan a partidos tradicionales para la acción política. No lo desmiente totalmente, pero lo niega en parte. La influencia no se reduce al plano sindical; el apoyo político es un dato de la realidad.

A fines de 2016, el FIT realizó un acto en el estadio abierto de Atlanta y reunió a unas 20 mil personas. Desde hacía por lo me-nos tres décadas la izquierda radical no realizaba un acto político de esa magnitud. Un componente esencial de la concentración lo conformaron referentes sindicales, delegados o simplemente activistas que realizaron su experiencia con la izquierda durante todos estos años en distintas ramas del movimiento obrero.

1989-2001-2017

La etapa abierta por la llegada de Mauricio Macri al gobierno nacional encuentra, entonces, a la clase trabajadora con una re-

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composición de sus fuerzas sociales, una revitalización de la ex-periencia sindical y presencia de la izquierda clasista.

Esto marca una diferencia con los fines de ciclo producidos en la posdictadura, como el que terminó con la experiencia alfon-sinista y de la Alianza (continuidad del menemismo): la clase tra-bajadora arribó a esos acontecimientos con derrotas y retrocesos fuertes en su historia reciente y con fuerzas reducidas. Además, las crisis catastróficas que signaron aquellas transiciones facili-taron los ajustes que vinieron luego, hecho que no llegó a suceder hacia finales del kirchnerismo. La economía acumuló un fuerte deterioro y marcados desequilibrios pero no llegó a estallar. El dilema actual de Macri se reduce a: ¿cómo ajustar sin crisis?

O más precisamente, cómo llevar adelante el ajuste que recla-man los empresarios, porque ajustar está ajustando. Pero al uni-verso patronal, nacional o extranjero, parece que no le alcanza; de ahí que la lluvia de inversiones no ha tenido lugar y no llegó ni siquiera a garúa.

En aquellos tumultuosos finales de los gobiernos anteriores, la izquierda reflejaba más o menos mecánicamente ese retroceso e impasse del movimiento obrero, que además tenía un carácter internacional.

En su Acumulación y hegemonía en la Argentina menemista, el sociólogo Adrián Piva (12), brinda algunas pistas para entender la mecánica de los fines de ciclo en la posdictadura y el rol que cumplieron el movimiento obrero y la izquierda.

Analiza las condiciones que hicieron posible el consenso me-nemista y las razones de por qué la clase obrera no pudo responder o evitar la avanzada sobre sus derechos y conquistas históricas.

Desde el punto de vista de Piva, la hegemonía menemista fue una “hegemonía débil”, basada en lo que llama un “consenso

12 Adrian Piva, Acumulación y hegemonía en la Argentina menemista, Buenos Aires, Biblos, 2012.

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negativo”. Se refiere a que la génesis de ese consenso residía en un elemento sobresaliente: el latigazo hiperinflacionario. La impotencia del movimiento obrero y la estrategia “vandorista” de su dirección para responder a la hiperinflación en los últi-mos años del alfonsinismo permitieron que actuara como factor disciplinante. A este factor se le fueron agregando a lo largo de la década, la desocupación y la fragmentación de la clase trabajadora, como otros elementos coercitivos que facilitaron la estabilidad neoliberal.

Esos tres componentes disciplinantes (hiperinflación, desocu-pación y fragmentación) habilitaron el consenso. Aunque tam-bién fueron necesarias derrotas duras entre las que el autor ubica a la privatización de las empresas telefónicas y de los ferrocarri-les, conflictos a los que considera como las derrotas “testigo”. O sea, entre coerción/coacción y consenso, media también el cam-bio de la relación de fuerzas.

En el 2001, nuevamente una crisis de distinta naturaleza pero de no menos profundidad actuó como disciplinadora en el marco de una clase trabajadora ampliamente fragmentada, con altos ni-veles de desocupación y organizaciones con densidad y fuerzas disminuidas.

El plan de “salvación nacional” que encabezó Eduardo Duhal-de con eje en la devaluación y que provocó un saqueo al salario, fue habilitado por la crisis.

Si durante el menemismo la clase obrera retrocedía en fuerza estructural y, sobre todo, en subjetividad –fenómeno que marcó las formas de la lucha en el desenlace del 2001–, en la última década la reestructuración social y, sobre todo, la subjetividad, fueron en sentido contrario.

El consenso kirchnerista estuvo basado no en las derrotas, sino en las posibilidades de un crecimiento económico y en lo que en términos gramscianos puede denominarse una operación de “pasivización” del país que estalló. Ahí está la raíz de la nece-

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sidad de responder y dialogar con la agenda que dejó la crisis y las jornadas del 2001.

Esta combinación de factores produce un resultado peculiar, reuniendo condiciones que no se producían hace mucho tiempo.

Nadie puede asegurar de antemano que esta presente dispo-sición de fuerzas tenga garantizado un éxito para enfrentar o de-tener un plan clásicamente neoliberal como el que se propone, con todas las “gradualidades” del caso, el gobierno de Macri. Ese veredicto sólo puede darlo la lucha. Pero si la única verdad es la realidad, ésta muestra una relación de fuerzas diferente a lo conocido en las últimas décadas.

¿Nuestros años sesenta?

Las comparaciones siempre son limitadas (y algunos dicen que “odiosas”) y mucho más cuando se trata de períodos separados por un tiempo largo y cambiante. Sin embargo, utilizadas en su justa medida, pueden ser útiles para pensar el presente y sobre todo el futuro.

En la actualidad, el grado de recomposición de la fuerza de la clase obrera que venimos describiendo y su retorno como sujeto social y político, puede emparentarse con el movimiento obre-ro de la segunda mitad del siglo pasado y especialmente de los años sesenta. Ese es el género próximo. La diferencia específi-ca (y no es un dato menor) es la fragmentación y las divisiones impuestas por el neoliberalismo que no fueron revertidas en los últimos años. Hay otras divergencias importantes, como el marco internacional, la radicalización que introducía un proceso como la Revolución Cubana en el continente y un mundo muy distinto al de aquellos años.

Pero si miramos desde el punto de vista de las múltiples expe-riencias de lucha, podríamos remontarnos a ese período antes del

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Cordobazo: variados métodos de acción, desde tomas de fábricas hasta huelgas duras por sector, recuperación de organizaciones y crecimiento de la influencia de la izquierda sindical y política, combinado con una ubicación “colaboracionista” del grueso de la dirigencia sindical.

La última década estuvo signada también por múltiples experiencias: fábricas o empresas ocupadas, cortes de ruta, huelgas no menos duras, recuperación de comisiones internas y ascendencia creciente de la izquierda, no sólo en el terreno sindical, sino también político. Desde el punto de vista de las conducciones, el grueso estuvo hasta el presente entre eso que el inefable Jorge Asís llamó “dadores voluntarios de gobernabi-lidad”. Macri tuvo el dudoso mérito de convertirse en el primer gobernante no peronista que evitó un paro general en el primer año de su gestión.

También existió la experiencia del movimiento piquetero (no incluido en este ensayo), pero que con sus vaivenes de resisten-cia y cooptación, es parte de la práctica de la clase trabajadora argentina.

Como se ha dicho epigramáticamente, el gobierno de Cam-biemos es todo lo neoliberal que le permite la relación de fuerzas. Tiene un programa global de ajuste estructural pero con un eje central: cumplir con una tarea “histórica” del país patronal que es bajar el valor del salario y cambiar las condiciones de trabajo de la clase trabajadora como forma de superar la crisis. El relato en pos de la competitividad y la productividad se reduce a este objetivo estratégico.

La presentación por parte del mismo Macri de la firma del convenio flexibilizador con los dirigentes del sindicato de petro-leros para la explotación del yacimiento no convencional de Vaca Muerta tuvo la forma protocolar de un acto “de Estado”, y ese solo hecho demuestra la importancia estratégica que tiene para el Gobierno.

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Los 60 fueron años de preparación, se cocinó a fuego lento el movimiento obrero que irrumpió con toda su potencialidad una década después y, en última instancia, contra el que se organizó el golpe de Estado.

“Nuestros años 60”, si verdaderamente lo fueron o aún lo son, también contuvieron un cúmulo de experiencias que configura-ron una nueva clase trabajadora (y una izquierda clasista) que se pondrán a prueba en los años por venir en su capacidad de resis-tencia y contraofensiva.

Lo que se puede afirmar, por ahora, es que, pese a las tantas muertes decretadas de la clase obrera (y con ella de la izquierda), con transformaciones y cambios, el verdugo sigue en el umbral y la clase trabajadora argentina continúa empecinada en ser, en el fondo, el verdadero hecho maldito del país burgués.

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¿Existe la clase obrera?Se terminó de imprimir en el mes de marzo de 2017en Gráfica MPS, Santiago del Estero 338, Gerli, Lanús, Provincia de Buenos Aires, Argentina.

Opcional con Le Monde diplomatique, edición Cono Sur.Distribuye en Capital Federal y GBA: Vaccaro, Sánchez y Cía. S. A.Distribuye en interior: D.I.S.A.

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