En Alas Del Viento. Ali Vali

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    En alas del viento. Ali Vali

    El abrigo negro se agitaba a su alrededor como una capa, abriéndose de vez en

    cuando para recordarle a su dueña el frío que hacía esa mañana. Grupos de personas que

    se dirigían al trabajo pasaban velozmente a su lado, caminando a un paso más rápido,con prisas por llegar a la parada del metro del final de la manzana. De vez en cuando los

    ojos azules alzaban la mirada para observar algo en uno de los escaparates sobre la

    marcha, preguntándose qué querrían decir algunos de los carteles en francés cuando el

     producto no le resultaba fácilmente reconocible.

    Si tanto te interesa, G.W., a lo mejor unas vacaciones en un país de habla

    inglesa serían más convenientes la próxima vez que decidas emprender la caza de un

    autor. G.W. Steinblack se apartó de la cara la media melena y sonrió al anciano de la

    tienda que la había saludado cuando bajaba por la calle. Llevaba tres semanas en París,

    disfrutando de sus atracciones y persiguiendo a la escurridiza Gwendolyn Flora para que

    firmara un contrato con Publicaciones Steinblack. Pero hasta ahora le había sido más

    fácil ver a la Mona Lisa que conseguir que la escritora le devolviera sus llamadas.  Hoy

    es un nuevo día, G.W., a lo mejor la señorita Flora nos concede una audiencia. Si no,

     siempre queda el Louvre. 

    Cuando la alta mujer entró en el café del Barrio Latino para tomarse su café de

    todas las mañanas y un desayuno sencillo, una rubia menuda sentada al otro lado del

    café la observó mientras ella se quitaba la bufanda blanca de cachemira y el abrigo

    negro y los dejaba en una silla vacía. Ella no llamaría guapa a la mujer que seguía en

     pie, sino más bien atractiva y de rasgos fuertes, como alguien idóneo para uno de esos

    anuncios de cigarrillos. Se sorprendió al descubrir un jersey de ochos, vaqueros y Nikes

     bajo el abrigo de aspecto elegante. Americana sin duda, pensó la admiradora.

     — Bon jour, G.W.  — El camarero que le había tomado nota en los últimos

    dieciséis días llegó a la mesa con una taza de café ya preparada de acuerdo con sus

    gustos. El encargo nunca variaba, pero venía con la libreta preparada por si éste era el

    día en que su cliente decidía pedir algo más arriesgado que un cruasán.

     — Buenos días, Philippe. Lo de siempre, por favor.

     — Le va a entrar, cómo se dice, raquitismo con una dieta tan limitada, G.W.

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     — Ismarelda Steinblack y usted se llevarían fenomenal.  — Antes de que pudiera

    continuar con su conversación diaria sobre su falta de espíritu aventurero en materia de

    desayunos, el bolsillo de su abrigo empezó a sonar  — . Steinblack  — dijo bruscamente en

    el teléfono en cuanto lo abrió, apenas capaz de oír nada en el atestado café.

    Reconoció al instante la carcajada que se oyó al otro lado de la línea, y G.W. se

    echó a reír también.

     — G.W., pareces un bulldog cuando contestas al teléfono.

     — Es mi forma de rendir homenaje a la perra que me parió.

     — Un día de estos, G.W., voy a rehacer mi testamento y te vas a encontrar en lacalle.

     — Izzy, me quieres demasiado para desheredarme.  — G.W. sonrió a Philippe

    cuando éste le trajo el desayuno, sacudió la cabeza y se alejó. La carcajada que había

    respondido a su contestación hizo sonreír aún más a G.W.

     — Cierto, mi amor, cierto. ¿Cuándo vuelves a casa? El periódico vuelve a estar

    en crisis y tu hermano no sabe qué hacer.

     — Pronto, madre. Me queda una semana de vacaciones, y ese tiempo no es

    suficiente para que Joshua mate a la gallina de los huevos de oro de la familia. Si

    consigo añadir a la señorita Flora a la editorial, este verano tendré una buena oferta de

    lanzamientos para paliar las cagadas que haya hecho al decidir pasarse por editor.  — 

    G.W. oyó suspirar a su madre al otro lado de la línea porque no lograba encontrar un

    razonamiento que contradijera lo que decía su hija.

     — ¿Qué era lo que escribe ésta?

     — Erotismo homosexual. Imagínate a Nin en tiempos modernos con una

     pegatina de arco iris en su mini. ¿Algo más de interés?

     — Todo a su debido tiempo, querida. ¿Me dices cuándo vamos a contratar a Rio

    Rivers para nuestra editorial?  — Ismarelda despidió con un gesto a uno de sus

    ayudantes, que le traía unos papeles para que los firmara, pues no quería perder el hilo

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    de la llamada. Con la ausencia de G.W. sus días empezaban a ser más largos, puesto que

    no tenía a nadie con quien pelear verbalmente que fuese tan divertido como su hija.

     — Madre, ya hemos tenido esta conversación y siempre acabamos igual. Rio se

    va a quedar donde está por todas las razones que ya te he explicado.

     — Se vende, G.W., y debería vender para nosotros.

     — Todo acaba en el mismo río, madre, de ahí el nombre. Dime, ¿cómo es que

    sigues en el despacho a estas horas de la tarde? No me digas que te estás haciendo

    adicta al trabajo mientras yo me amustio en París reviviendo mi aprecio por el arte.

     — Calla esa boca, tesoro, para eso te tengo a ti. Mi currante personal que mellena de caviar y encajes, como decía mi padre. Quiero que me prometas que volverás a

    casa antes de que acabe el mes, con nueva escritora o sin ella.

     — ¿Qué estás tramando, viejita, o es que tengo que volver a casa volando y

    sacártelo a palos? Estoy oyendo cómo se mueve ese cerebro retorcido que tienes desde

    aquí.

     — Te lo aseguro, querida, es lo último que te podrías esperar. Eso te demuestra

    que si vives lo suficiente, hasta las cosas o las personas más previsibles se las apañan

     para hacer algo imprevisible y dejarte pasmada.  — Cuando G.W. estaba a punto de

     preguntar algo más sobre lo que insinuaba Ismarelda, oyó la voz apagada de otra

     persona donde estaba su madre — . Lo siento, querida, pero el deber me llama. Date prisa

    con tu escritora y vuelve a casa, que te echo muchísimo de menos. —  No podía pasar por

    alto el contrato que le mostraba ahora Fredrick, de modo que la matriarca de la familia

    sacó su pluma y volvió a mirar el calendario. Ojalá un simple deseo pudiera hacer que elfinal de mes llegara mucho antes.

    G.W. cerró el móvil y terminó de desayunar mientras echaba un vistazo al

    ejemplar del  New Orleans Tribune  de hacía dos días. Le hizo falta toda su fuerza de

    voluntad para no ponerse a señalar erratas con un lápiz rojo y enviárselo de vuelta a su

    hermano, que aparecía como editor. ¿Qué demonios había hecho ese hombre con el

    resto de los editores? Soltando un fuerte suspiro antes de terminarse el café, G.W. se

    levantó y paseó un rato junto al río, disfrutando del cargado tráfico del Sena.

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    la risa sonora de G.W. habían atraído a la rubia. Llamó a su camarero y pagó la cuenta,

    sin querer perder de vista a su compatriota si cruzaba uno de los puentes y se dirigía a

    otra zona de la ciudad.

    Una hora y un viaje en metro más tarde, G.W. estaba sentada en el gran parque

    que había detrás del museo del Louvre con el portátil sobre las piernas. Los dedos que

    tecleaban velozmente se detuvieron de golpe cuando notó que alguien la miraba. Su

    memoria fotográfica identificó a la rubia del café, que estaba a unos cuantos cientos de

    metros con aire de haber perdido a un buen amigo. Dado que era martes y pleno

    invierno, el popular parque parisino estaba desierto, salvo por las otras cinco personas

    aguerridas que habían decidido enfrentarse al frío. Con temperaturas más agradables, el

     parque estaba lleno de niños que jugaban con pequeños veleros en la gran fuente delcentro.

    El portátil se cerró con un chasquido cuando la rubia empezó a acercarse,

    directa hacia ella. G.W. sólo distinguía la forma de la cara de la mujer, puesto que el

    cuerpo estaba oculto bajo un gran abrigo y unas gafas de sol le tapaban los ojos. Como

    ocurría a menudo, G.W. empezó un manuscrito en su cabeza sobre cuál podría ser la

    historia de esta mujer.

     — ¿Le importa si me siento?

    G.W. la miró y se preguntó por qué, cuando había por lo menos quinientas sillas

    vacías, la mujer quería ocupar justo la que estaba a su lado.

     — Adelante. No soy francesa, pero estoy bastante segura de que es un país libre

     —  bromeó G.W.

     —  No quiero molestarla, pero esta mañana la he oído hablar con el camarero y

    he pensado que sería agradable hablar con otra americana.

     — Claro, siempre estoy dispuesta a mantener una conversación estimulante. ¿De

    qué le gustaría hablar?

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     — Eso no importa. Llevo aquí un par de semanas y echo de menos hablar con

    alguien. París, según he descubierto, es una ciudad que se disfruta más si se visita con

    alguien.

    La rubia parecía tan abatida que G.W. dejó a un lado el ordenador y se volvió un

     poco para contemplar su perfil.

     — Suena como una mujer que ha perdido un gran amor.

     —  No, simplemente una mujer que disfruta de una pequeña escapada antes de

    volver a la vida real y a todo lo que eso conlleva.

    La sonrisa de la rubia era tan melancólica que a G.W. le entraron ganas de saberde qué color tenía los ojos.

     —  No sé usted, pero a mí me parece que es usted buena compañía. Tal vez

    debería darse cuenta de ello y dejar de desear que otra persona complete lo que debería

    ser una experiencia maravillosa.

    La mujer miró el rostro que le había llamado la atención tantas mañanas y se

    echó a reír.

     — ¿Me está diciendo que es usted su mejor amiga?

    G.W. se echó a reír con ella antes de contestar, sin abandonar su debate mental

    sobre el color de sus ojos.

     — De toda la gente que conozco, yo me resulto la más conforme con todos los

    temas que me interesan. Por no hablar de que soy divertidísima, con amplios

    conocimientos sobre una gran variedad de temas y bastante encantadora, o eso me dice

    mi madre.

     — Eso me suena un pelín engreído.  — Juntó el pulgar y el índice y sonrió para

    demostrar que lo decía en broma.

     —  No, simplemente sincero. La soledad es algo que nunca me ha dado miedo.

     — ¿No se siente sola?

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     — Señorita...

     — Me llamo Piper.

     — Piper, encantada de conocerla. Yo me llamo G.W., y hay una diferencia entreestar sola y sentirse sola.

     — ¿Cuál?

     — Lo primero es una elección que haces por ti misma. Lo segundo es el poder

    que le das a otra persona para que la haga por ti.

     — 

    Eso ha sonado muy profundo.

     — De vez en cuando me da por practicar un poco la filosofía después de

    desayunar, si tengo la inspiración adecuada.  — G.W. se puso a recoger sus cosas y, cosa

    muy poco propia de ella, se dejó llevar por un impulso — . ¿Le apetece una crêpe?

     — Me encantaría. Si sigo aquí mucho más tiempo, me temo que voy a engordar

    treinta kilos por culpa de todos esos puestecillos que hay en cada esquina.

    Se quedaron muy juntas mientras el hombre delgaducho ataviado con una boina

    echaba la masa en la placa caliente con un instrumento de madera diseñado para

    extenderla muy fina sobre la superficie. Cuando le dio la vuelta embadurnó el lado ya

    hecho de mantequilla y azúcar y luego lo enrolló y lo envolvió en una servilleta. G.W.

    sacó los francos suficientes para pagar por la golosina y dejar una propina antes de que

    Piper pudiera moverse para sacar la cartera. Armadas con el dulce caliente,

    reemprendieron la marcha.

     — ¿Y cuál es su historia?  —  preguntó Piper.

     — Pues la verdad es que no sé si la tengo. Al menos una sobre la que alguien

    quisiera escribir una novela. Estoy aquí en viaje de negocios mezclado con una buena

    dosis de placer. Y usted, ¿de qué realidades está huyendo?  — G.W. tiró el envoltorio

    cuando se comió el último pedazo, disfrutando de la distracción que le ofrecía Piper.

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     — ¿Parecería más romántico si dijera que estoy huyendo de algo o de alguien?

     — Una gran nube que tapó el sol hizo que Piper se quitara las gafas oscuras, revelando

    unos dulces ojos verdes a su compañera de paseo.

     — Eso depende de si desea contarme una historia.

     — ¿Le gustaría que le contara una historia?

     — Piper, le sorprendería saber cuánta gente me pregunta eso en un solo día. Pero

    hoy no trabajo.

    Se detuvieron junto al famoso y gran museo. La gran pirámide de cristal que

    tanta controversia había suscitado cuando la construyeron estaba a su derecha, dejando pasar algo de luz a la estancia de debajo.

     — ¿Quiere ver algo de arte?  — Piper se sentía ligera por primera vez desde que

    había aterrizado su avión y no quería desprenderse aún de su nueva conocida.

    G.W. se colocó bien la correa del portátil y asintió.

     — Estaría bien, y así nos refugiamos del clima. Me parece a mí que los hombresdel tiempo franceses aciertan tanto como los americanos. Hoy se suponía que iba a

    hacer sol y temperaturas más soportables.

    Las dos nuevas amigas dejaron los abrigos y bolsos en el ropero antes de

    dirigirse a los tesoros que albergaba el museo.

    La tarde se le pasó a Piper en un suspiro, contemplando a los maestros cuyo

    talento atemporal adornaba las paredes del Louvre y escuchando a G.W. mientras ésta le

    ofrecía una breve historia de las obras que se detenía para admirar. Por muchas que

    eligiera Piper, G.W. siempre tenía un comentario que ofrecer. La rubia estaba segura de

    que cuando los pintores dejaban parte de su corazón en los lienzos, lo hacían para gente

    como G.W.

    Al cabo de tres horas, Piper siguió a G.W. hasta el balcón que daba a la estatua

    de la Victoria Alada. La rubia miró a G.W. y luego a la obra de arte que tenían delante.

    La mujer alta contemplaba la obra con tal reverencia que las palabras parecían

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    inapropiadas y sólo interrumpirían su gozo. G.W. salió de su trance cuando la pequeña

    mano de su compañera turista se posó sobre la suya. Fue entonces cuando se fijó en el

    anillo de compromiso.

     — En el dedo correcto, y es muy bonito. ¿Cuándo es la boda?  — En su tono no

    había juicio ni malicia, puesto que el tiempo que habían pasado juntas no tenía nada que

    ver con la promesa de nada más.

     — Dentro de dos meses. A lo mejor has dado con aquello de lo que estoy

    huyendo  — dijo Piper con tono de broma. No había quitado la mano y G.W. no se había

    apartado de ella.

    G.W. se echó a reír con cara casi de niña al tiempo que estrechaba

    delicadamente los dedos de Piper.

     — Creo, querida mía, que eres una mujer que sabe lo que lleva en el corazón y

     jamás ha huido de nada.  — G.W. la miró fijamente como si intentara leerle la mente,

    haciendo sonreír a Piper.

     —  No, esto es más bien una última cana al aire antes de que me coloquen los

    grilletes del matrimonio. Eso y, como en tu caso, estoy aquí por negocios.

     — Vaya, qué manera de presentar las cosas, señorita Piper. Yo creía que casarse

    con alguien sería como visitar París. Una ciudad con muchas partes distintas para

    satisfacer todos tus estados de ánimo, pero inmersa en cada de una de ellas está la

    corriente subyacente del romanticismo. Deberías sentirte feliz de estar encadenada por

    el amor, no dar la impresión de que tu vida está a punto de cambiar drásticamente a

     peor.

     — Haces que suene tan romántico y atrayente cuando los barrotes de hierro se

    cierran detrás de mí cada noche. No veo que tú lleves cadenas, eres demasiado grande

     para comportarte como una gallina ante el compromiso.  — Piper tiró de la otra mano

    grande para verla y tampoco llevaba ningún tipo de joya significativa.

     —  No estamos hablando de mí, y llevo jerseys grandes para taparme las plumas,

    muchas gracias.  — G.W. pensó en todas las mujeres que había conocido a lo largo de su

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    vida y se estremeció. La mayoría de ellas estaban más interesadas en su cuenta corriente

    y su apellido que en su bienestar o su corazón. La tarde con Piper había sido un soplo de

    aire fresco en ese sentido. La rubia la escuchaba hablar sin esperar otra cosa más que

    disfrutar de su compañía.

     — ¿No crees que exista el amor verdadero?  — Hasta el volumen más tenue de la

    voz de Piper se transmitía por la escalera de mármol donde estaba situada la bella

    estatua que habían estado contemplando. No era un lugar sagrado, pero el ambiente bien

     podría haberlo sido.

     — Claro que existe, lo leo todo el tiempo.

     — Buena manera de esquivar la pregunta. Bueno, si ésta es mi última correría de

    soltera, ¿cómo debería aprovecharla?

     — Depende de cómo quieras recordar este momento, Piper.

    La rubia pensó en cómo había pasado la tarde y sintió el deseo de terminar su

    visita al museo con una conferencia más, de modo que alzó la mano libre y la puso

    sobre la mejilla de G.W.

     — ¿Me hablas de ella?  — Tras hacer la pregunta, Piper se volvió hacia la estatua

    de nuevo para escuchar lo que le fuese a contar G.W. sobre la obra. Por la forma en que

    la había mirado al entrar, Piper tenía la impresión de que iba a ser la historia más

    interesante que le iba a contar la mujer hasta ese momento.

     — Se llama Nike, que significa victoria en griego. De ahí que la llamen la

    Victoria Alada de Samotracia. A mí me parece muy apropiado, puesto que ya tiene2.200 años de antigüedad. Perseverar durante tanto tiempo ha sido toda una victoria de

     por sí. Durante años se alzó contemplando el Egeo en la isla de Samotracia, erigida para

    conmemorar una gran batalla naval. El escultor la diseñó con las alas desplegadas para

    recordar a la gente que las victorias siempre son inciertas y pueden alejarse con el

    viento en cualquier momento.

    Como llevaba haciendo todo el día, Piper escuchaba a la enclopedia ambulante

    de arte e intentaba captar la esencia de quién era G.W. Una cosa que había deducido era

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    que fuera cual fuese el trabajo de G.W., tenía que estar relacionado de algún modo con

    la literatura. Nadie se expresaba tan bien ni tenía tantos conocimientos sin practicar

    mucho el arte de plasmarlo todo sobre el papel en algún momento.

     — Eso no me dice por qué tú pareces adorarla. Me he dado cuenta cuando hemos

    entrado.

     — La adoro por muchas razones, pero sobre todo porque mi calzado preferido

    lleva su nombre.  — Piper le soltó una mano y le dio un manotazo en broma en el brazo,

    de modo que G.W. le dio la respuesta que buscaba — . Mírala y dime que no encarna lo

    que el artista intentaba enseñar a sus conciudadanos. La vida es una serie de batallas, la

    mayoría de las cuales, las más feroces, creo yo, son las que libramos con nosotrosmismos. Esas batallas son las más encarnizadas, y por lo general los atisbos de la

    victoria se encuentran en las partes de nuestra mente de las que a veces nos apartamos o

    a las que nos enfrentamos como último recurso, y ésa es la verdad. Nike me recuerda

    que debo disfrutar de mis dulces aunque efímeras victorias antes de alejarse volando

    hacia la siguiente batalla a la espera de que yo logre volver a ella. Ella es, para mí, el

    símbolo de la mujer perfecta.

     — Pero no tiene cabeza, G.W.  — Piper ladeó la suya y sonrió a su maestra.

    Fueron sus ojos y la sensación de tener a Piper tan cerca la causa de que el corazón de

    G.W. se abriera en ese instante y se enamorara. No había ningún motivo para ello y,

     para una persona firmemente asentada en el orden y la verdad, no tenía el menor

    sentido. La realidad de aquello hizo que G.W. se aturullara con las palabras, y tuvo que

    apartar la mirada para serenarse.

     — 

    Ah, eso simplemente me permite buscar mi propia imagen del aspecto quedebería tener. Estoy segura de que el escultor regaló a su pueblo la imagen que él

    mismo tenía de su aspecto, pero ahora me ha regalado a mí no sólo su bella obra, sino

    además el premio añadido de la imaginación. Sé todo lo que es posible saber sobre ella,

    salvo el aspecto de su rostro.

     — ¿Tú libras muchas batallas contigo misma?  — Piper seguía mirando la estatua

    e imaginando el aspecto que tendría con la cabeza de G.W. sobre los hombros.

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    Tras separarse en la entrada del museo para poder ir a arreglarse, G.W. se

    encontraba poco tiempo después en un taxi rumbo al hotel de Piper para recogerla y

    salir a cenar. Lo que había empezado como una conversación seria se había convertidoen una especie de pequeña apuesta sobre lo que podía hacer G.W. para ayudar a la joven

    a despedirse de la vida de soltera. La otra sorpresa del día había sido el mensaje que la

    esperaba en el piso que había alquilado, un mensaje de la recluida escritora que había

    estado buscando. Gwendolyn Flora la estaría esperando en el bar del hotel donde se

    alojaba Piper una hora antes de que G.W. tuviera que recoger a la rubia para cenar. Era

    un alivio haber conseguido que la escritora respondiera por fin y aceptara reunirse con

    ella después de tantos días de intentos.

    El bar estaba a la izquierda de la entrada y tenía grandes ventanales de cristales

    emplomados que daban a los Champs Elysées. En una de las pequeñas mesas estaba

    sentada la mujer a quien G.W. reconoció por las contraportadas de sus libros, con un

    Cosmopolitan como compañía.

    G.W. fue hasta ella y le ofreció la mano como saludo.

     — Señorita Flora, soy G.W. Steinblack.

     — Oh, cielos, pero qué bello surtidor de agua fresca.  — Los dulces ojos marrones

    recorrieron el metro ochenta de Armani negro y parecían dispuestos a hacer de nuevo el

    recorrido — . ¿Por qué no se sienta y apaga mi sed?

     — Gracias, señora. ¿Qué hace una chica de Oklahoma viviendo y trabajando en

    París?

    El camarero se acercó para tomarle nota a G.W., lo cual le dio a Gwendolyn la

    oportunidad de volver a examinarla.

     — Debe de tener corazón de periodista a pesar de su actual profesión  —  bromeó

    Gwendolyn al ver que G.W. prescindía de la charla trivial y se lanzaba de lleno a una

    conversación — . Sobrevivir. A menos que las historias sobre llanuras polvorientas le

    resulten fascinantes, y Las uvas de la ira ya se ha escrito. Tenía que ir a un lugar dondelas musas fuesen fáciles de encontrar y de entretener. El tema principal de mi obra se

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    centra en el aspecto físico del amor, y a veces la inspiración me viene sólo con mirar por

    la ventana de mi casa del árbol. Créame, eso jamás me ocurría en Oklahoma. Dígame,

    ¿por qué me ha apartado de mi máquina de escribir, señorita Steinblack?

    Una pequeña copa de brandy llena de líquido ambarino apareció ante G.W.

    antes de que pudiera decir nada.

     — Para intentar convencerla de que sea mi editorial la que publique su próxima

    obra sería la respuesta más apropiada, creo, pero desde un punto de vista más egoísta, ha

    sido para poder decirle en persona lo maravillosa que me parece. Usted no me conoce,

     pero sus obras me llegan de una forma que pocas han logrado jamás, señora. Mi abuelo

    me dejó sus diarios como parte de mi herencia, y en esas páginas de lino descubrí laauténtica hondura del hombre al que sólo creía conocer. Él me enseñó a través de sus

     palabras cómo se puede hacer que el espíritu humano alce el vuelo. Estoy segura de que

    Sol estaría sentado aquí diciéndole esto mismo si todavía estuviera con nosotros. De

    modo que aunque rechace mi oferta, me siento mejor por haber tenido la oportunidad de

    decirle algo que he querido decirle desde la primera línea que leí escrita por usted.  — 

    G.W. alzó su copa como saludo y tomó un sorbito del terso líquido.

     — ¿Su madre le paga por sentimiento o por palabra?

     — ¿Conoce a Izzy?

     — He oído hablar de ella y, del mismo modo que usted quería conocerme, a mí

    me gustaría tener la oportunidad de conocer a la mujer que ha hecho tanto por las

    escritoras a lo largo de los años. ¿Qué le parece si usted y yo cenamos juntas y

    hablamos de la posibilidad de establecer una relación?

    La editora no se lo podía creer. Ésa era la frase que llevaba semanas esperando

    oír, y no lograba quitarse de la cabeza la cara de decepción que sin duda se le pondría a

    Piper si ahora la llamaba a su habitación y cancelaba la cena.

     — Me encantaría cenar con usted, pero no puedo aceptar. Por favor, no se lo

    tenga en cuenta a Publicaciones Steinblack, pero le prometí a una amiga que la ayudaría

    a superar un mal momento y no querría defraudarla.

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    Gwendolyn volvió a mirar el traje y se imaginó la decepción si fuese ella la que

    recibiera la llamada, por lo que decidió apiadarse un poco de la mujer.

     — ¿Qué tal una copa conmigo esta noche cuando termine con sus actos

    caballerosos?

     —  Ni los húmedos pies nuevos del amanecer podrían mantenerme alejada si eres

    tú quien me llama. Así sería incluso si la llamada procediera de la tumba. Respondería

    con una oleada de emoción y el corazón palpitante, aunque sólo fuese para sentarme a tu

    lado y sostenerte la mano para escuchar tu silencio.

    La escritora sonrió, sorprendida de que G.W. citara un párrafo de uno de sus

    relatos más largos publicado en una de sus primeras antologías.

    Piper estaba de pie ante la ventana de su habitación contemplando el gran

     bulevar que había aparecido en tantas películas e historias. En su última noche deseaba

     por primera vez que su visita a París no estuviera a punto de terminar. En una sola tarde

    había olvidado todos los planes que todavía tenía que ultimar y las decisiones que la

    esperaban cuando saliera del avión al volver a casa.

    A su prometido le había dado igual la explicación que le había dado sobre la

    necesidad de pasar un tiempo separados y lo había aceptado de buen grado, porque él

    también quería pasar un tiempo a solas. El que le hubiera pedido siquiera que se casara

    con él aún le hacía preguntarse qué era lo que tenía ella que lo había llevado a dar ese

     paso. Ella sabía muy bien por qué había aceptado. Todas esas fantasías que se había

    creado de niña sobre su futura boda estaban muriendo una a una. Comprometerse conalguien tendría que haber sido una decisión tomada por amor, no por obligación, pero a

    veces no se tenía elección. Inmediatamente, le vino a la mente el recuerdo de G.W.

    diciéndole que era especial, y eso la hizo sonreír justo a tiempo de abrir la puerta.

     — Caramba, estás increíble con ese vestido.  — G.W. estaba en el pasillo y

    contempló el minivestido negro que llevaba Piper y que ésta rellenaba de una forma

    absolutamente deliciosa.

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     — Gracias por el cumplido, pero ya he aceptado cenar contigo. De hecho, ha

    sido idea mía, así que no necesitas hacerme la pelota.

     — Señora, aunque ahora te haga la pelota, eso no tiene nada que ver con que

    vayas a cenar conmigo, pero por desgracia, estás pedida, de modo que la cena tendrá

    que aplacar cualquier otra idea que pueda tener esta noche. ¿Vamos?  — G.W. ayudó a

    Piper a ponerse el abrigo y luego le ofreció el brazo y señaló con la mano hacia el

    ascensor.

     — Vamos.

    El taxista, siguiendo las instrucciones de G.W., inició un paseo tranquilo por

    uno de los lugares más famosos de París. Vista como telón de fondo en tantas imágenes

    de la ciudad de las luces, era una visión pasmosa estar al pie de la Torre Eiffel y

    levantar la mirada hacia su intrincada estructura hecha de acero sujeto con tornillos. Tal

    maravilla de la ingeniería moderna quedó olvidada cuando las dos mujeres la

    contemplaron como una gran y bella obra de arte.

     — Señora mía, tu velada aguarda.  — G.W. se abrochó el abrigo y cogió a Piper

    de la mano, llevándola hacia la entrada privada que las llevaría a su primera parada de lanoche. El ascensor se abrió al elegante comedor del restaurante Jules Verne, a ciento

    veinticinco metros del suelo. A su alrededor, la ciudad cobraba vida mientras el sol se

     ponía, y Piper se maravilló por la excelente vista, de casi trescientos sesenta grados, que

    aquel espacio ofrecía a los comensales.

    El cocinero jefe, Alain Reix, aguardaba con parte de sus ayudantes para saludar

    a la hija de una antigua amiga.

     — G.W., hola y bienvenida. Cuánto me alegro de que hayas llamado. Es

    estupendo verte de nuevo. Tenemos una mesa especial reservada para ti, así que por

    favor, sentaos y dejad que os dé de comer, ¿no?  — Las llevó a la mesa de la que hablaba

    y se regodeó en la expresión de deleite que inundó la cara de Piper al ver el espacio

    íntimo apartado de los ojos de todos los demás comensales.

     — Alain, gracias por reservarnos mesa con tan poca antelación.

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     — Tonterías, mon amie, tu encantadora dama y tú tenéis que disfrutar de mi

    hospitalidad — le dijo a G.W., y luego se volvió hacia su personal y los envió a todos de

    vuelta a la cocina, dejando que el camarero jefe hiciera su trabajo. El caballero vestido

    con esmoquin preguntó cortésmente si a Piper había algo que no le gustara comer al

    tiempo que les servía lo que iban a beber esa noche. Cuando la copa de champán de

    G.W. estuvo llena, desapareció en la cocina para avisar a Alain de que podía empezar a

    crear en cuanto el chef estuviera preparado, dejando a las mujeres a solas.

    G.W. alzó su copa y esperó a que Piper se fijara en ella.

     — Por el comienzo de tu vida, Piper, ahora que una fase de ella llega a su fin.

    Que el hombre al que has elegido sepa durante toda su vida la suerte que tiene decompartir ese breve espacio de tiempo contigo. Te envidio por haber encontrado un

    amor que quieres compartir de esa forma. Por ti y tu felicidad.

    El cristal sonó casi en exceso cuando la morena hizo chocar su copa con la de

    Piper y sonrió, aunque por alguna razón tuvo que obligarse a hacerlo. G.W. pensó en

    todos esos cuadros que habían visto juntas esa tarde y comparó su atracción por Piper de

    la misma manera. Había encontrado un tesoro que consistía en algo más que su belleza

    exterior, pero como esos cuadros, Piper pertenecía a otro, de modo que mirar y admirar

    era lo único que le quedaba.

     — Gracias por esta velada y por esos pensamientos tan encantadores. Creo que

    me ayudarán a superar los momentos difíciles. ¿Y cómo sabes que quien me ha dado

    este anillo es un hombre? A fin de cuentas, estoy aquí contigo  — intentó bromear Piper

     para distraerse de las reflexiones de su mente sobre G.W.

     — Esperemos que no haya muchos momentos difíciles, y no es más que una

    intuición por mi parte, pero ya lo creo que es un hombre.  — G.W. bebió otro sorbo y

    reflexionó largamente antes de hacer la pregunta que se le había ocurrido de repente — .

     No te estás conformando, ¿verdad, Piper?

     — ¿En el amor, quieres decir?

     — En cualquier cosa. No es demasiado tarde para decidir seguir otro camino si

    tienes dudas. Perdona, por favor, no me hagas caso, no es asunto mío en absoluto. Tú te

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    conoces mejor que nadie, así que estoy segura de que estás más que segura de tus

    decisiones.

     — ¿Entonces por qué lo has preguntado?

     — Porque a veces, cuando te miro, pareces tan triste que yo también me pongo

    triste. Puede que no tenga el lujo de haber compartido una larga historia contigo, pero

    no quiero ver cómo te conformas.

    En el rincón opuesto a donde estaban sentadas una pequeña banda empezó a

    tocar, y Piper quiso cambiar el curso que había tomado su conversación.

     — ¿Bailas conmigo?

    El mundo se llenó de felicidad desde el momento en que Piper sintió que G.W.

    la tomaba entre sus brazos y empezaba a balancearse al ritmo de la canción sentimental

    cuya letra no entendía. Con las luces de París ante ella y el pecho de G.W. bajo la

    mejilla, la rubia se debatía entre sumergirse aún más en el abrazo y huir corriendo por la

     puerta antes de implicarse aún más.

    Con su talento de costumbre, Alain les sirvió una comida maravillosa acorde

    con el bello entorno en el que la iban a disfrutar. Antes de que se marcharan, dio un

    abrazo a G.W. y la besó en ambas mejillas, susurrándole al oído que volviera con la

    encantadora Ismarelda antes de que se acabara el año.

     — Gracias, G.W., ha sido una forma maravillosa de pasar mi última noche en

    París.  — Piper iba sentada en la parte de atrás del taxi y sujetaba la mano de G.W.,

     pensando que volvían a su hotel. El momento de las fantasías se había terminado.

     — Una parada más y te prometo que te tendré de vuelta en casa antes de que me

    convierta en rata y el taxi en calabaza.

    Se detuvieron delante de un edificio inmenso que estaba casi totalmente a

    oscuras. Las banderas que se agitaban cerca del edificio advertían a los transeúntes de

    que se encontraban ante el Musée Rodin. Aunque G.W. admiraba muchísimo al gran

     pintor y escultor, habían venido para ver la obra de otro artista, que su casa de Viena

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    había enviado como préstamo durante unos días. Se alegraba de haber llegado a tiempo

    de poder compartirlo con Piper antes de que ésta se marchara de la ciudad.

     — ¿No está cerrado?  — Piper se situó al lado de su acompañante y se preguntó si

    el allanamiento de morada era algo a lo que solía dedicarse G.W.

     — Para el común de los mortales, puede que sí, pero esta noche considérate la

    mujer especial que eres.

    Un guardia les abrió la puerta cuando se acercaron a la entrada y les hizo un

    gesto para que pasaran. Otro cogió sus abrigos y señaló a G.W. la dirección que debían

    tomar.

     — Por favor, tómense todo el tiempo que quieran, G.W., Petri ha insistido.

    En una sala situada en la parte delantera del museo, en el segundo piso, estaba la

    obra maestra llamada  El beso, de Gustav Klint. La pareja que había pintado estaba

    flotando para toda la eternidad en la pasión de un beso. El hombre, envuelto en una capa

    de cuadros, y la mujer, envuelta en otra de círculos, parecían perdidos en su propio

    mundo, sin importarles quién estuviera contemplando el amor que compartían.

     — Sobre éste no te voy a contar nada. Voy a dejar que imagines tu propia

    historia sobre por qué lo pintó Klint y quiénes pueden ser. Tu educación se basará esta

    vez no en lo que yo te diga, sino en lo que tú veas.

     — Veo que sí que crees que existe el amor verdadero.  — La cara de Piper casi

    resplandecía al volverse hacia G.W. y agarrarla de las manos para acercarla.

     — Y yo veo que ya no tienes miedo.

    La rubia no negó la afirmación porque no tenía miedo, simplemente estaba

    informada. Ahora sabía que, efectivamente, el amor verdadero existía, sólo que saberlo

    nunca le serviría de consuelo puesto que mañana se metería en un avión y se alejaría de

    su descubrimiento. Con una sola mirada en un café, había encontrado a alguien que le

    hacía sentir más de lo que Piper se podría haber imaginado que sería capaz de sentir.

    Pero ahora, tendría que guardarse esos sentimientos y reservarlos para los momentos enque la injusticia de la vida le pareciera insuperable.

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    G.W. dio la vuelta a Piper y se colocó detrás de ella para poder admirar a Piper

    en lugar de la obra de Klint. El suave pelo rubio que le llegaba a Piper hasta los

    hombros le dio ganas de acariciarlo con los dedos para ver si todas esas insípidas

    descripciones de las novelas rosas sobre el suave oro batido eran ciertas. Había habido

    mujeres antes que Piper, G.W. no vivía precisamente como una ermitaña, pero ¿por qué

    ninguna de ellas le había causado el dolor por dentro que había sentido cuando

    estuvieron bailando? La editora iba a rodear a Piper con los brazos cuando la rubia

    intentó secarse disimuladamente una lágrima. ¿Qué secretos ocultas tras esa fachada

    callada y triste, Piper? La pregunta estuvo a punto de hacer llorar también a G.W., pero

    no abrió la boca para hacerla y se limitó a disfrutar de los últimos momentos que les

    quedaban de estar juntas.

    La noche terminó donde había empezado, ante la puerta de la habitación de

    hotel de Piper, con G.W. en el pasillo.

     — Buenas noches, Piper, y buena suerte.

     — Espera, todavía no quiero ver cómo te marchas. Me voy mañana, pero quiero

    verte otra vez, por favor, dime que tú también quieres eso al menos.

    Por primera vez, Piper vio indecisión en los rasgos de G.W.

     —  No sé si es buena idea. Debemos parar ahora, antes de que hagamos algo que

    nos lleve a lamentarlo, como hemos hablado esta tarde.

     — ¿Algo como esto?  — Piper tiró de las solapas del abrigo de G.W. para bajarla

    y pegó sus labios a los de la mujer más alta. Cedieron más deprisa de lo que deberían y

    G.W. estrechó a Piper contra su cuerpo con veloz intensidad, antes de, con la mismarapidez, recuperar el sentido común.

     — Lo siento, Piper, pero no te voy a hacer esto, ni me lo voy a hacer a mí. Si

    quieres, vendré aquí por la mañana para llevarte al aeropuerto, pero esta noche no me

    voy a quedar.

     — Quiero cualquier cosa que estés dispuesta a darme.

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    G.W. se marchó antes de que los ojos verdes se pusieran aún más tristes y de

    que ella se debilitara aún más. En una sola tarde, Piper la había dejado llena de deseo, y

    a G.W. no le gustaba nada esa sensación.

     — Justo la persona que estaba esperando  — dijo Gwendolyn cuando abrió la

     puerta de su piso para dejar pasar a la editora, que casi parecía macilenta. G.W. miró a

    su alrededor, sorprendida por el entorno, teniendo en cuenta el éxito de la escritora.

    Era un gran espacio con una pared toda de cristal, y el cuarto de baño era la

    única estancia que parecía ser totalmente privada. En un rincón había una cama con

    dosel y cerca de ella un bonito escritorio cubierto por un mar de papel y una máquina deescribir que parecía una isla situada en medio. Pero la parte de la sala que le llamó la

    atención a G.W. era el pequeño rincón de lectura que había creado Gwendolyn cerca de

    las ventanas.

    Una butaca grande y cómoda miraba hacia el Sena, con una mesita al lado.

    Había una pila de libros junto a una taza de té desportillada y, por el aspecto, también

     parecía el rincón preferido de la escritora.

     — Pasa, por favor.  — Gwendolyn se echó a un lado y dejó entrar a G.W. en su

    casa, contenta de hacer una pausa en el trabajo.

     — Gracias, esta casa es genial. — Dejó el grueso abrigo y la bufanda en una silla

    de cocina, lo mismo que la chaqueta del traje, lo cual le indicó a Gwendolyn que G.W.

    estaba a gusto.

     — Tengo una casa más tradicional fuera de la ciudad, pero esto me dio casi la

    sensación que comenté antes, como una casa en un árbol, la primera vez que entré.

    G.W. se acercó a la butaca que había estado admirando y se sentó. Le entró la

    risa al ver que el primer libro de la pila era Asesinato en las ruinas mayas de Rio Rivers.

    El punto indicaba que a Gwendolyn sólo le quedaban unas veinte páginas para terminar.

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     — ¿Te gusta?  — G.W. le enseñó el libro, y Gwendolyn casi pareció tímida al

    sonrojarse. Teniendo en cuenta algunos de los párrafos que era capaz de escribir la

    mujer, fue todo un logro por parte de G.W.

     — ¿Disminuiría en algo mi encanto si dijera que sí?

    G.W. volvió a dejar el libro en la pila y se echó a reír.

     —  No, Rio es como una barra de Snickers en una tienda de chocolates Godiva.

    Lo que pienso de vez en cuando es que, en un mundo que cree que cuanto más caro es

    algo, mejor calidad tiene, ese tipo de golosina es justo lo que hace falta. Un poco de

    sentimentalismo barato para que el coco pueda tomarse unas vacaciones.  — G.W. se

    señaló la cabeza con un dedo y se echó a reír  — . Tu encanto está a salvo.

     — Gracias, ahora que mi secreto ha sido revelado, puedo reconocer sin reparos

    que me encanta. Y ahora que estás aquí y te has puesto cómoda, ¿de qué te gustaría

    hablarme?

    G.W. le ofreció el típico discurso de contratación de Publicaciones Steinblack

    con algunos incentivos extra para lograr que la mujer se pasara a ellos. Gwendolyn

    escuchó sentada en el brazo de su butaca de lectura y se dio cuenta de que ya había

    tomado la decisión esa noche en el bar. Su editorial actual ansiaba cualquiera de sus

    nuevas obras porque se vendían bien, pero ésta era una persona que podía darle no sólo

    un camino para hacer llegar su obra al público, sino que además era capaz de citar

     párrafos de sus libros. La gente no solía hacer eso a menos que los leyera y le gustaran

    lo suficiente como para ser capaz de recordar algunas de las líneas.

     — ¿Tienes alguna pregunta?

    Cuando G.W. dejó de hablar, Gwendolyn la miró, con el aire culpable de quien

    no había estado prestando atención.

     — Estoy segura de que mi agente solucionará cualquier problema por mí, pero si

    de verdad quieres publicar el libro en el que estoy trabajando ahora, soy toda tuya.

    G.W. casi no pudo controlar la sonrisa al oír el acuerdo. Mientras explicaba lostérminos del contrato, el tráfico del río se había ido reduciendo a alguna que otra barca

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    que se dirigía a su amarre por esa noche y a lo largo de las orillas algunos amantes

    trasnochadores paseaban cogidos de la mano. Desde el piso a oscuras era fácil ver por

    qué se llamaba a París la ciudad de las luces, así como la ciudad del amor.

     — Gracias, contigo como lanzamiento principal este verano, Steinblack volverá

    a la cabeza de las listas y tú tendrás otro éxito de ventas al que enfrentarte.

    Gwendolyn puso la mano en la mejilla de G.W. y sonrió ante su entusiasmo por

    la idea.

     — Por ti casi estaría dispuesta a hacer una gira, pero basta de hablar de trabajo

     por una noche. Vamos a celebrar nuestra nueva sociedad, ¿te parece?  — Cuando G.W.

    asintió, Gwendolyn se levantó y fue a la pequeña nevera situada en el rincón más

    alejado del piso. Dentro había una botella fría de champán a la espera de unirse a su

     pequeña fiesta. Con unos andares que casi se podrían describir como flotantes, la

    escritora regresó al lado de G.W. con dos copas largas de cristal y la botella.

    G.W. quitó el corcho con un leve estampido y llenó las dos copas. El tintineo

    que produjeron las copas tenía el tono perfecto que logra el buen cristal, y lo único que

    era mejor era el sabor que la acometida de burbujas dejó en sus lenguas. Gwendolyn bebió otro sorbo, luego dejó su copa en la mesa y se sentó en el regazo de G.W. Le

    gustaba esta mujer que había entrado en su vida, y no había cosa que deseara más que

     pasar una noche contemplando la vista que demasiado a menudo quedaba olvidada

    cuando se sumergía en su trabajo.

    El mejor tesoro que se puede encontrar a veces es una persona con la que puedes

    hablar de las cosas que te interesan. Y aún es mejor si encuentras a alguien con quien

     puedes estar en silencio y a gusto. Esa noche, las dos almas solitarias sentadas en la

    oscuridad descubrieron que el silencio era tan cómodo como la butaca en la que estaban

    sentadas.

    Gwendolyn se despertó a la mañana siguiente, sin saber cómo había acabado en

    la cama. A su lado había una nota con el número de teléfono de G.W. y su

    agradecimiento por la compañía encantadora y la vista. Sonrió al tiempo que se

    colocaba un mechón de pelo detrás de la oreja al pensar que tal vez había encontradoalgo más que una simple editora.

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    Al otro lado de la ciudad, Piper abrió la puerta y se encontró una caja

    alegremente envuelta que tapaba a la persona que la sujetaba. Cuando se echó a reír,

    G.W. bajó la caja y aceptó la invitación para entrar en la habitación. Había una pila de

    equipaje al pie de la cama, un recordatorio de que la bella mujer que acababa de

    encontrar se marchaba de verdad.

     — Buenos días. ¿Has dormido bien?  — G.W. se quedó en el centro de la

    habitación, sujetando aún el regalo que había traído.

     — Tardé bastante. Una persona bien guapa me agasajó con una cena, me

    devolvió un beso extraordinario y luego se marchó. Estaba muy acelerada, de modo que

    dormir era lo último en lo que estaba pensando cuando me fui a la cama. ¿Y tú? — 

     preguntó Piper, acercándose más a G.W. Estaba intentando mantener un tono ligero,

     para que las lágrimas que llevaban amenazándola toda la mañana no se derramaran

    hasta estar rodeada de desconocidos en el vuelo de vuelta a casa.

     — En una situación algo extraña, pero he logrado dormir unas cuantas horas,

    gracias. Sé que tenemos que irnos dentro de unos minutos para que llegues con tiempo

    al aeropuerto, pero te he traído una cosa. Considéralo un recuerdo que podrás enseñar a

    tus nietos cuando les hables de tu loca correría en París.  — G.W. le entregó la caja,

    sorprendentemente pesada, y se quedó mirando mientras Piper quitaba el papel y la

    cinta — . Espero que te guste.

    Piper levantó la tapa y metió la mano dentro para coger el objeto envuelto en

     papel delicado, ansiosa de ver lo que había elegido G.W. Sus ojos perdieron la batalla y

    se nublaron cuando quitó el resto del papel y vio la pequeña réplica de la Victoria

    Alada.

     — Es de cristal en lugar de piedra, pero espero que sea un símbolo de que, con

    independencia de lo que te depare la vida, la victoria está ahí posada esperándote. ¿Te

    gusta?

    Para responder a la pregunta de G.W., Piper dejó el regalo en la cama y volvió

    con la que se lo había dado. Como la noche anterior, bajó a G.W. tirándole de las

    solapas y la besó.

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     —  Nunca consigo dormir en los aviones, así que bien puedo tener algo en que

     pensar  — dijo Piper, para explicar el beso — . Y me encanta el regalo. Muchísimas

    gracias. — Quitó frotando todos los rastros de pintalabios que le había dejado a G.W. en

    la cara, disfrutando de la sensación de su piel bajo los dedos.

     — Me alegro de que te guste.  — G.W. puso la mano en la mejilla de Piper y

    luego la metió en su pelo. Tal vez sí que hay algo de verdad en eso del oro batido. 

    Sujetar a Piper así de cerca le dejaba clarísimo que se había enamorado de esta mujer. Si

    fuese posible tener una relación con Piper, tal vez lograría sentir el equilibrio que

    echaba en falta. G.W. tenía un trabajo que le encantaba y que era su pasión, pero había

    un límite al número de horas que podía dedicar a llegar a acuerdos y escribir editoriales,

    y Piper le habría dado un motivo para querer volver a casa.

     —  No, no sólo por el regalo, G.W., sino también por recordarme que porque me

    vaya a casar, eso no quiere decir que vaya a perder mi personalidad. Gracias a ti, ya no

    tengo tanto miedo de desaparecer en el olvido.

    Llegó el botones para bajar el equipaje, lo cual les dio tiempo de volver a

    empaquetar el regalo de Piper. En el aeropuerto solucionaron todo el papeleo y la

    facturación lo primero, para poder tener tiempo de tomarse un café.

     — ¿Cuándo vuelves a casa? —  preguntó Piper.

     —  No debería tardar mucho, ahora que mi negocio está terminado. Creo que

    volveré a Estados Unidos dentro de un par de días.

     — ¿Dónde vives cuando cruzas el charco?  — Piper trazaba círculos con el dedo

     por el borde de su taza de café, haciendo un esfuerzo para no tocar a G.W.

     — En Nueva Orleáns.

     — ¿En serio? Ahí es donde voy yo dentro de unos días, así que eso quiere decir

    que volveré a verte, ¿no?

     — Piper, no creo que sea muy buena idea. Te vas a casar dentro de dos meses.

    Concéntrate en eso y en lo estupenda que va a ser tu vida. Este hombre más vale que

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    sepa lo increíble que es la mujer que va a conseguir. Quiero que seas feliz y que sepas

    que pensaré a menudo en ti.

     — Pero te acabo de encontrar  — dijo Piper en voz baja.

     — Lo querías lo suficiente como para aceptar su anillo, dale la oportunidad de

    demostrarte de nuevo por qué decidiste aceptarlo. Para mañana ya no te acordarás de

    mí, te lo prometo.  — G.W. levantó a Piper de la silla y la acompañó a la puerta de

    salidas internacionales. Se despidió de la rubia con un beso cuando sonaba la última

    llamada de embarque y estuvo a punto de pedirle a Piper que se quedara unos días más.

    G.W. se dirigió a la salida sin mirar atrás, porque sabía que si hacía otra cosa, le costaría

    aún más dejarla marchar.

    Detrás de G.W., Piper estaba mirándola y sintiendo que su corazón iba

    muriendo un poco más con cada paso que daba la alta mujer. Cuando las puertas del

    aeropuerto se abrieron, G.W. salió y su abrigo se arremolinó a su alrededor como el día

    en que Piper la vio entrar en el café para desayunar. No volver a ver a G.W. era una

     promesa que Piper no tenía la menor intención de cumplir.

    En cuanto Piper regresara, encontrar a su alta amiga sería una prioridad paraella. Cierto, habría sido más fácil, Piper, si te hubieras molestado en averiguar cómo se

    apellida en lugar de quedarte mirándola a los ojos a la menor oportunidad.  Por otro

    lado, tal vez G.W. tenía razón y lo único que le hacía falta era volver y meterse de

    nuevo en la razón por la que había decidido asentarse y casarse. Ojalá pudiera quitarse

    de la cabeza el deseo de que el anillo que llevaba en el dedo fuera el de G.W. y no el de

    otra persona.

     — Esta noche pareces estar a millones de kilómetros de aquí, ¿es por algo que he

    dicho?  — Gwendolyn se recostó en la silla y miró a su compañera de cena por encima

    del borde de su copa de vino. El pequeño local italiano que había en la esquina de su

    edificio preparaba una comida excelente, por lo que sabía que ésa no era la razón de que

    G.W. estuviera empujando la pasta por el plato como si intentara matarla.

     — Perdona, soy una compañía horrible, ¿verdad?

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     — Es cierto que en cualquier otro momento me conformaría con quedarme aquí

    sentada mirándote, pero he descubierto que tu conversación es estupenda y me siento

    defraudada. ¿Quieres hablarme de ella?

    La sonrisa Steinblack que había heredado de Sol volvió a su rostro, y G.W. dejó

    el tenedor y copió la postura relajada de Gwendolyn.

     — ¿Tan segura estás de que sufro de un corazón roto?

     — Cielo, he escrito suficientes libros sobre el amor femenino para pensar que

    reconozco todos los síntomas. El labio caído, los hombros hundidos y los hondos

    suspiros son señales clásicas, créeme. Cuéntame tu historia y, quién sabe, a lo mejor

    acabas como un capítulo de mi siguiente obra.  — Gwendolyn alargó la mano por la

     pequeña mesa y cogió una de las grandes manos, intentando comunicar un apoyo

    silencioso para que G.W. empezara a hablar.

    El tono humorístico atravesó la bruma depresiva en la que llevaba sumida G.W.

    todo el día tras haberse quedado mirando desde la acera del aeropuerto mientras el avión

    de Piper despegaba hacia Estados Unidos.

     — Podría ser interesante ver cómo me describirías si te diera suficiente

    munición, aunque es posible que no tuvieras suficiente material con el que trabajar para

    este relato. Para serte franca, no sé por qué estoy tan hecha polvo por una mujer a la que

    he tratado durante menos de cuarenta y ocho horas y que se va a casar con otra persona.

    ¿He comentado que se va a casar con un hombre?

    Gwendolyn arrugó la cara como si sintiera un dolor equiparable al que sufría

    G.W.

     — Ay, cielo, cuando te lanzas a encontrar a alguien, te gusta ponerte las cosas

    difíciles, ¿verdad? Pero no pienses eso sobre el tiempo transcurrido cuando se trata del

    corazón. Algunas de mis mejores amigas llevan casadas más de veinte años y se

    declararon amor eterno a los veinte minutos de haberse conocido. Pero volviendo a ti,

    ¿quieres un consejo de la doctora Flora?

    La copa que sujetaba G.W. en la mano se alzó hacia Gwendolyn.

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     — Por favor, me viene bien todo consejo que pueda recibir.

     — Paga la cuenta, llévame de vuelta a mi piso y deja que te abrace esta noche en

    esa gran cama del rincón. Te prometo que te quitaré todo pensamiento de la cabeza,

    triste o de cualquier otro tipo, y que eso es lo que escribiré.  — Gwendolyn se echó hacia

    delante y se acercó más la mano de G.W. — . Pero hay una condición.

     — ¿Qué, que te tome locamente o me pones de patitas en la calle?

     —  No, que para ese capítulo uso el nombre de Rio Rivers.  — Tiró más de la

    mano hasta que los dedos de G.W. le rozaron el pezón.

    La dureza que sentía con los dedos no era fácil de pasar por alto, puesGwendolyn se acercó más a ella.

     — ¿Por qué me pides eso?

     — Porque he gozado con las aventuras a las que me has llevado tanto como mis

    obras te han hecho tus veladas más agradables, Rio.

     — ¿Cómo lo has sabido?

     — Igual que tú conociste a tu abuelo por sus diarios, yo he llegado a conocerte

     por tus palabras. Dio la casualidad de que estaba en Nueva Orleáns cuando empezaste a

    trabajar en el Tribune y se publicó uno de tus primeros editoriales. Era un comentario

    sobre la situación política de un estado famoso por la corrupción y los sobornos. Lo leí

    entero dos veces y luego llamé al periódico y pregunté por ti. Imagínate mi pasmo

    cuando me dijeron que sólo tenías veinticuatro años. Tu prosa combina muy bien tu

    sentido del humor con tu sentido del honor. Eso es difícil de encontrar incluso en los

    escritores más veteranos. Luego estaba en un avión para promocionar Tótem y compré

    mi primera aventura de Rio Rivers por puro capricho. Me esperaba una anestesia total y

    lo que me encontré fue a ti, divertida y apasionada, sólo que en vez de ser un corto

    editorial, era un libro entero.

    G.W. se echó hacia atrás y miró a Gwendolyn como si no supiera qué decir.

    Aparte de su madre, la escritora era la primera persona que había adivinado la identidadoculta tras su seudónimo.

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     — Caramba, eres buena.

     —  Nunca lo descubrirás si no te levantas de esa silla. ¿Qué te parece, tenemos

    trato?

     — Me siento halagada de que quieras hacer esto por mí. Esto podría ser una

    entrada de mis propios diarios, la noche que pasé con Gwendolyn Flora.

     — ¿Qué tal si vienes conmigo y transformamos esa idea en algo interesante? Te

     prometo que lo único que te pido es una sola noche, lo cual va totalmente en contra de

    mi naturaleza.  — Cuando G.W. enarcó una ceja oscura, Gwendolyn le dio un

    manotazo — . Ya sé que escribo cosas muy calientes, pero eso no quiere decir que no

     pueda ser compasiva. Es sólo que elijo con cuidado a quién muestro mi lado maternal, y

    esta noche te elijo a ti. Sólo quiero abrazarte, G.W., nada más. No deberías estar sola,

    así sólo te vas a sentir peor.

    Fiel a su palabra, Gwendolyn logró que G.W. se olvidara de Piper por esa

    noche. Por la mañana lo único que lamentaba era no haber respondido antes a las

    llamadas de la editora. De haberlo hecho, tal vez ahora G.W. se estaría lamentando por

    ella en el vuelo de vuelta a casa que iba a tomar hoy, haciéndola regresar antes a París.

     — Gracias, por todo.  — G.W. se sentó en el borde de la cama y apartó un

    mechón de pelo de los ojos de Gwendolyn. Un taxi la esperaba abajo para llevarla a su

     piso, cargar el equipaje y correr al aeropuerto.

     — Gracias por no decir adiós.  — Cuando Gwendolyn se incorporó, la sábana que

    la tapaba se cayó, y sonrió cuando los ojos azules la recorrieron disimuladamente — . Al

    contrario de lo que te prometí anoche, tengo la sensación de que éste no es nuestroúltimo capítulo, G.W., así que vete, pero quiero que vuelvas.

     — Ésa es una promesa que hago de buen grado.  — Con un beso tierno, G.W. se

    volvió y se marchó. Cuando Gwendolyn se giró para verla marchar, la rosa blanca que

    había en la mesilla de noche la hizo sonreír. La mujer que había plantado a G.W. el día

    anterior era una estúpida.

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     — Me has venido a recoger al aeropuerto. ¿Es que se ha muerto alguien mientras

    estaba fuera?  — G.W. miró a la mujer perfectamente peinada que estaba en la terminal y

    enarcó una ceja — . Gracias, Walter  — le dijo al chófer de su madre, que le quitó todas

    las maletas.

     — ¿Es que no puedes aceptar que te he echado de menos mientras estabas fuera?

    Un mes es demasiado tiempo para mí sin ver esa cara preciosa.

     — Izzy, te quiero, lo sabes, pero no me vengas con chorradas. Me has llamado

    tantas veces que no has podido echarme de menos. ¿Qué ocurre?

    Ismarelda soltó la misma carcajada sonora que soltaba G.W. cuando algo le

    hacía muchísima gracia. Los brazos que la estrecharon eran un placer, su hija siempre se

    las arreglaba para que hasta los momentos más negros se hicieran más ligeros y

    aceptables.

     — Sí que te echaba de menos, G.W., acéptalo y pasa a otra cosa, y sí, hay un

     problemilla en el periódico y quería que fueses allí antes de que entremos en prensa. Se

    ha organizado una importante carrera para el senado y me parece que nos hemos

    quedado fuera de la mayor parte de la historia.

     — Eres tan previsible que casi da miedo. Estoy convencida de que eras capaz de

    dirigir el periódico perfectamente sin mí antes de que naciera, ¿qué ha sido de esa mente

     brillante de la que tanto cacarea la gente?

     — Deja de jorobar, G.W. y pongámonos en marcha. ¿Qué tal el viaje? El hecho

    de que estés aquí me lleva a pensar que has tenido éxito en tu misión. He leído algunos

    de los libros de la señorita Flora desde la última vez que hablamos y deja que te diga,me han sorprendido mucho. Me emocionó, como poco, que alguien sea capaz de hacer

    que me sonroje a la edad que tengo. Esa mujer sí que sabe escribir cuando se trata de

    temas carnales.  — Ismarelda aceptó la mano de G.W. para meterse en la parte de atrás

    del coche cuando llegaron a la acera. Se habían empezado a formar nubes de tormenta,

    y con las nubes la temperatura estaba bajando.

     — Izzy, eres cualquier cosa menos vetusta, así que deja de comportarte como

    una matrona de sociedad. En cuanto a los escritos de la señorita Flora, espera a ver el

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     próximo libro y el capítulo dedicado a la propia aventura de Gwendolyn con Rio Rivers.

    En ese momento parecía muy buena idea, la verdad.

    La risa de su madre volvió a resonar, y G.W. se sintió mejor por volver a estar

    en compañía de su mejor amiga. Unos ojos azules, idénticos a los de G.W., la miraron y

    se arrugaron por los rabillos, estropeando un poco el maquillaje de Ismarelda. Papá, por

    mucho que intentaras modelarla a tu imagen, sigue teniendo mucho de su padre. A él

    tampoco se le podían resistir las mujeres, y eso le ha dado sus buenos problemas.  La

    Steinblack mayor pensó en el hombre que le había arrebatado el corazón y que luego se

    lo fue matando poco a poco hasta que ella puso fin a la carnicería. Por difícil que

    hubiera sido la decisión de echar a Stephen de casa, Ismarelda se alegraba de que

    hubiera sido su padre quien pasara a hacerse cargo de la influencia masculina en susvidas.

     — Querida, ¿te sentirías muy decepcionada si decido saltarme ese capítulo?

    Puede que tenga que ir a elevar una oración de expiación ante la tumba de tu abuelo

     para evitar que vuelva para atormentarme. Nunca he creído en esas cosas, pero en esta

    ciudad nada escapa al ámbito de la posibilidad. Él siempre fue tu mayor admirador,

    aparte de mí.

     — Izzy, yo pensaba que querrías echar un vistazo de vez en cuando dentro de mi

    dormitorio, aunque sólo sea para ver lo que te estás perdiendo al no probar el fruto

     prohibido de tener a una mujer como amante.

    Ismarelda se apoyó en G.W. y le cogió la mano.

     — Te aseguro que hay cosas que una madre no quiere saber nunca, y estoy muy

    feliz con mi vida, muchas gracias. No necesito las complicaciones de tener a alguien

    como amante.

     — Bueno, te alegrará saber que lo que decida escribir la señorita Flora al final

    será un encuentro ficticio. Sí que pasé una noche con ella, en la que la ropa era opcional,

     pero no hubo intercambio de fluidos corporales.

     — ¿Estás perdiendo facultades, querida?

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    El coche se detuvo ante la entrada del Tribune y allí fuera las esperaba el equipo

    directivo, tras haber recibido la llamada de Walter cuando estaban a un par de manzanas

    de distancia.

     — Vaya, debería marcharme del país más a menudo.  — El comité de bienvenida

    era señal de que G.W. se quedaría allí hasta bien pasada la hora de entrar en prensa, y le

    daba la excusa perfecta para no contestar a la pregunta provocativa de su madre — . No

    los veía tan preocupados desde que se incendió el cajetín de los fusibles principales en

    medio de una tirada.

     —  No quería contártelo por teléfono, pero las ventas han bajado un veinte por

    ciento en las dos últimas semanas. El público pierde algo de confianza cuando elnombre del estado aparece en el titular con faltas de ortografía.

    G.W. sacudió la cabeza y deseó que Joshua hubiera pasado algo de tiempo con

    Sol antes de que su abuelo muriera. Cualquier mínimo error en la edición final del

     periódico era como una afrenta a su honor, una palabra con faltas de ortografía en el

    titular de la noticia principal lo habría matado antes que el ataque al corazón que por fin

    acabó con él en la sala de máquinas. Como última señal de respeto por el hombre que le

    había dado el mundo, G.W. le había metido su amado lápiz rojo en el bolsillo de la

    camisa antes de que cerraran el ataúd.

     — Si vas a elevar una oración de expiación, más vale que sea por Joshua. Si

    dejas pasar una cosa así, acabará atormentándote por eso antes que por cualquier hazaña

    mía.

    Cuando el coche apenas se había detenido, G.W. abrió la puerta y se bajó. Uno

    de sus ayudante le cogió el abrigo, y ya se había subido las mangas de la camisa para

    cuando entró en la sala de composición. Los reporteros estaban repasando sus artículos

    e intentando decidir dónde colocarlos en la tirada que empezaría a imprimirse a las dos

    en punto. G.W. se sentó en la cabecera de la mesa y se puso a componer las noticias del

    día. Una vez tomó las riendas, todo el personal soltó un suspiro de alivio al tenerla de

    vuelta, aunque fuera por poco tiempo.

     — Madelyn, localízame a uno de los candidatos por teléfono, a ver si puedesacordar una entrevista.  — G.W. se dejó caer en la silla de su despacho y cogió el

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    teléfono. Aunque estaba al mando de Publicaciones Steinblack, que estaba en uno de los

    elegantes edificios de oficinas del centro, el periódico tenía siempre preparado su

    despacho y su equipo de apoyo.

     — ¿A cuál, jefa?

     — Llama primero a Landrieu, a ver si está en la ciudad, luego consígueme

    algunos de los temas que han llamado más la atención mientras he estado fuera. He

    leído el periódico en París y esto se convertido en un cenagal de proporciones

    exageradas. Primero hablaremos con la titular y luego perseguiremos a la marioneta que

     presenta el otro bando.

     — Yo creía que las noticias tenían que hacerse las sordas  — comentó Madelyn,

    secretaria de G.W. desde hacía mucho tiempo, con tono de guasa, intentando pinchar a

    su jefa, pero en cambio se encontró con un largo dedo índice que la señalaba con gesto

    de advertencia.

     — La sordera no es lo mismo que la estupidez y la mala información, querida

    mía. Ponte en marcha y dile a Ralph que reserve espacio en la página del editorial.

    Dependiendo de lo que consiga hoy, esto podría convertirse en una serie de una semanade duración sobre el estado de la política en el mundo actual.  — Marcó rápidamente

    unos números en el teléfono tras consultar el grueso Rolodex que tenía en la mesa,

    contactando con el primero de sus amigos analistas políticos para que le diera su

    opinión.

    A la una, el primer borrador del periódico empezaba a cobrar forma. Desde la

     pared de cristal que cubría un lado del despacho de G.W. en el tercer piso, Ismarelda

    observaba mientras su hija empezaba a componer el tipo de producto por el que se

    conocía al Tribune. Las tres cadenas de televisión locales ya habían llamado y le habían

     pedido a G.W. que acudiera a ofrecer su opinión sobre la marcha de las elecciones y

    cuál iba a ser el resultado. Si la editora estaba teniendo problemas con la diferencia

    horaria, no se notaba mientras cogía artículos y los cambiaba de sitio como si estuviera

     jugando una partida de ajedrez.

    Cuando G.W. llegó a la sección que se iba a imprimir prácticamente igual queestaba compuesta, fue la primera vez durante ese largo día que pensó en Piper. Aparecía

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    una lista de fotografías de jóvenes novias con información variada sobre ellas y sus

     prometidos, incluidos los detalles de sus próximas nupcias. Espero que estés bien y que

    dentro de dos meses estés encantada con tu decisión.  Sólo había sido una tarde y una

    cena, pero la rubia se había metido en la cabeza de G.W. y se negaba a marcharse.

     Debería pensar en Gwendolyn y en cuándo voy a volver a verla. ¿Por qué lo pones todo

    difícil, G.W., deseando cosas que jamás podrán ser?  Se hizo la pregunta mientras

     pasaba a las páginas de deportes.

    En cierto modo, G.W. estaba convencida de que desear cosas que nunca podría

    tener era, para ella, una forma de autopreservación para evitar entregarse a una sola

    mujer. Las ideas románticas de sentir algo por alguien que pertenecía a otra persona

    eran una excusa estupenda para decir, "Lo habría intentado, pero llegué demasiadotarde".

    Ismarelda apoyó la mano en el cristal y se preguntó qué era lo que había

    causado la tristeza que se veía en el rostro de G.W. al mirar las fotografías de los

    anuncios de boda. Tal vez fuera la imagen de una oportunidad perdida, pero su madre

    nunca lo sabría ni se lo preguntaría. El estado de la vida amorosa de sus hijos era un

    tema del que intentaba mantenerse alejada, después de que la única relación a la que

    había dedicado todo su ser se viniera a pique. Los consejos sobre temas del corazón no

    eran una de las especialidades de Ismarelda.

     — ¿La hija pródiga a vuelto de sus aventuras?  — Joshua entró en el despacho y

    se sentó detrás de la mesa de su hermana. El que G.W. estuviera en la planta montando

    la edición de la tarde era una prueba fehaciente de lo que opinaba su madre sobre el

    trabajo que él había hecho.

    La mano apoyada en el cristal no se apartó e Ismarelda no se volvió. Su hijo se

    había ido amargando cada vez más con los años a medida que el abuelo iba dando cada

    vez más responsabilidades a la única nieta que sentía interés por el negocio familiar. Sol

    había intentado no tener en cuenta el hecho de que Joshua se pareciera tanto a su padre,

    salvo por el pelo oscuro y los ojos azules. Pero cuando el chico demostró más aptitud

     para gastar dinero y correrse juergas que para trabajar y aumentar lo que el anciano ya

    había construido, su afecto y su confianza se volcaron en G.W.

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    Casi como si notara la angustia de su madre, G.W. levantó la mirada desde la

     planta y sonrió cuando los ojos azules entraron en contacto con los suyos desde el

    despacho. Cuando la cabeza morena volvió a bajar para concentrarse en la última

    sección, Ismarelda se volvió y miró a su hijo mayor.

     — Hoy me ha llamado Charles.

     — ¿Y qué se contaba el bueno de Charles, madre?

     — Que estabas preguntando cómo infringir las estipulaciones básicas de tu

    fondo de fideicomiso. Si lo que necesitas es dinero, me lo podrías haber pedido primero.

     No me hace gracia enterarme de cosas así por el personal contratado.

    La cara de su madre bastó para que se levantara y se apartara de la mesa de

    G.W. Antes de hacerlo, advirtió que su hermana no se había molestado en eliminar las

    marcas quemadas de la esquina izquierda, donde Sol a veces se dejaba olvidados los

     puros.

     — ¿Y por qué iba a querer hablar de eso contigo? La respuesta habría sido que

    no, lo mismo que estoy seguro de que le has dicho a Charles que debe hacer conmigo. A

    menos que seas la niña dorada de esta familia, a nadie le importas una mierda. Y

    hablando de eso, ¿qué está haciendo ahí abajo?

    Los delgados hombros se hundieron un poco cuando Ismarelda suspiró.

     — Tiene el pelo tan negro como el tuyo, Joshua, así que no te pongas como un

     patán celoso al hablar de tu hermana. En cuanto a lo otro, le dije que te diese lo que

    quisieras. Tu abuelo te dejó ese dinero y tienes razón, puedes hacer con él lo que te plazca. A partir de hoy eres un hombre libre, hijo, que disfrutes. También eres un

    hombre rico, pero recuerda que el negocio y quién lo vaya a heredar sigue siendo un

    secreto sellado hasta que G.W. cumpla los treinta años. He pensado que era justo darte

    lo que querías con antelación, puesto que los dos sabemos a quién le confió mi padre su

    imperio. G.W. tendrá el control, así que ya no te voy a mantener atado a una vida o un

    trabajo que no quieres.

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     — ¿Es un truco? He intentado haceros felices a ti y a Sol, pero nunca ha sido

    suficiente. ¿Acaso es culpa mía que G.W. naciera con una especie de don sobrenatural

     para la palabra escrita? Lo he intentado con todas mis fuerzas, tanto aquí como en la

    editorial, pero siempre he estado en desventaja. Como no soy Geordie, jamás estaré a la

    altura, así que ¿para qué voy a intentar siquiera causar buena impresión? Nunca lo

    conseguí cuando Sol estaba vivito y coleando y ahora mucho menos.

    Ismarelda miró a su hijo y se preguntó qué había sido de aquel niño tierno que le

    hacía dibujos para su despacho. Cuando sonreía de cierta forma se parecía muchísimo a

    G.W., pero los ojos y el pelo no eran evidentemente los guardianes del alma.

     — 

     Ni me voy a molestar en volver contigo sobre este tema, y no pienses ni porun momento que estás logrando que me compadezca de ti. Coge el dinero, Joshua, y

    deja de lloriquear. Te lo aseguro, todo el mundo está harto de escucharte. Tu abuelo te

    dio todas las oportunidades y tú se lo tiraste todo a la cara y seguiste haciéndolo hasta

    que se le partió el corazón. Si no le causaste buena impresión cuando estaba vivo y

    contaba, has fracasado miserablemente tras su muerte. Lo que no entiendes es que yo

     podría obligar a G.W. a empezar aquí como repartidora y antes de que tuviera la edad

    legal para dirigir el negocio, ya lo estaría haciendo por méritos propios. Todos elegimos

    el camino que tomamos en la vida, hijo, y tú echaste a andar por el tuyo hace ya mucho

    tiempo.

     — Tú nunca... — Joshua se acercó amenazador a su madre y alzó la voz.

     — Tienes razón, nunca te tendría que haber aguantado ni la mitad de las

    estupideces que intentabas hacer, pero lo hecho, hecho está. Así que siéntate, cállate e

    intenta portarte de manera civilizada. Eres mi hijo y te quiero, pero no estoy dispuesta a pasarme la vida intentando obligarte a hacer cosas que no quieres hacer. Y tampoco te

    voy a permitir que sigas usando el sueño de mi padre como patio de juegos. Tu fondo de

    fideicomiso será más que suficiente para ti y tu nueva familia, si es que decides tener

    hijos. Si no te basta, tendrás que esperar a que decida caerme muerta para heredar el

    resto de lo que te corresponde. Una vez hecho eso, si sigue sin bastarte, tu última

    esperanza será que tu padre gane la lotería.

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     — Sol y tú jamás le disteis una oportunidad. Mi padre...  — empezó Joshua, pero

    Ismarelda volvió a interrumpirlo.

     — Dado que hoy parece ser un día dedicado a desnudar el alma y contarnos las

    verdades, ahora te toca a ti escuchar lo que pienso. Ya me he callado bastante tiempo

    sobre este asunto y estoy harta de ser siempre la mala de la película con el tema de tu

     padre. Cuando me casé con él no era el dinero que tuviera o dejara de tener lo que me

    importaba. Lo que me importaba era que me había enamorado. No puedo hablar por tu

     padre y decirte por qué se casó conmigo y decidió tener hijos, pero sí te puedo decir que

    al cabo de unos años sus motivos quedaron más que claros.

    Ismarelda hizo una pausa y tomó aliento, pero iba a soltar el resto, aunqueechara a perder la relación ya tambaleante que tenía con Joshua.

     — Respeto el hecho de que sea tu padre y sé que lo quieres, pero intentemos no

    disfrazar la verdad. Tu padre quería vivir del dinero de los Steinblack al tiempo que

    seguía disfrutando de la vida que había llevado antes de casarse con el dinero de los

    Steinblack, y Sol estaba tan poco dispuesto a consentírselo como yo. Si quieres

    ayudarlo, adelante, es tu dinero y puedes usarlo como te dé la gana.  —  No tenía

    intención de hacerlo, pero para cuando terminó, Ismarelda tenía los puños cerrados y

    apretados. Las quejas incesantes del chico sobre lo injusta que era su vida llevaban casi

    treinta años minándole la paciencia y ya era hora de pararle los pies antes de que

    siguiera así durante otras tres décadas.

     — ¿Algún problema?  — G.W. se detuvo en la puerta al oír los gritos por el

     pasillo. No era propio de su madre perder la calma, pero Joshua era capaz de desquiciar

    a cualquiera.

     —  Nada que te deba preocupar, Geordie, creo que la buena de mamá me estaba

     presentando los papeles del despido. Parece que ahora soy un hombre ocioso, y justo en

    el momento preciso.  — Se acercó a su hermana, la abrazó y la hizo pasar al despacho — .

    Bienvenida de nuevo y, por favor, no me odies ahora que vuelves a estar al mando aquí

    y en la editorial. Al parecer, yo no tengo lo que hay que tener para estar a la altura del

    apellido Steinblack, pero no te preocupes, no tengo el más mínimo interés en aprender.

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    G.W. miró a su madre con una ceja enarcada y luego abrazó de nuevo a su

    hermano.

     — Gracias por el recibimiento, y siento verte marchar. Si puedo hacer algo para

    ayudarte a encontrar algo que te haga feliz, dímelo.

     — Geordie, siempre apaciguando los ánimos, ¿eh? Tengo muchos motivos para

    ser feliz, y ya me conoces, siempre puedo encontrar el sitio de moda para pasar el rato y

    gastarme mi considerable y recién adquirida fortuna. Puede que nunca le cayera a Sol

    tan bien como tú, pero no me regateó nada en la cuestión de la herencia. Señoras, si me

    disculpáis, tengo cosas que hacer.  — Joshua se marchó sin dirigirle la palabra a su

    madre. Había quedado temprano a cenar con su padre y ardía en deseos de contarle todosobre el regalo adelantado que le había hecho su madre. Ahora que Ismarelda había

    cedido tan fácilmente, a lo mejor no tendría que hacer lo que había planeado para el

    futuro.

     — ¿Te importa decirme que ha pasado?  — G.W. se sentó detrás de su mesa y

    abrió el correo electrónico. Al instante la bandeja de entrada empezó a llenarse de

    mensajes marcados como urgentes.

     — Tu hermano y yo no estamos de acuerdo con respecto a tu padre, querida, y

     por una vez me ha pinchado demasiado con el tema y he perdido el control. No me

    enorgullezco, pero tengo que seguir recordándome que soy humana, a fin de cuentas.

    G.W. se levantó y fue a sentarse al lado de su madre. Ella nunca había

    rechazado una oportunidad de pasar tiempo con Stephen cuando era más joven, pues

    quería formarse su propia opinión sobre el hombre que su abuelo tanto detestaba. G.W.

    sólo había tardado unos pocos años en darse cuenta de por qué su madre parecía tan

    triste siempre que se mencionaba su nombre. Stephen tenía mucha labia, pero hacía muy

     poco para respaldar sus declaraciones de amor, pero a Joshua eso nunca le había

    importado. Absorbía las alabanzas que le dedicaba su padre y le permitía que le

    retorciera la mente con los comentarios odiosos que Stephen parecía poseer en

    abundancia sobre su madre y su abuelo. Padre e hijo habían formado una cómoda

    alianza, lo cual ayudaba a Stephen a estar mucho más cerca del dinero de Sol. La falta

    de cualquier tipo de ética laboral era una cosa que padre e hijo tenían en común. Otra

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    era el intento de ir tirando con el menor esfuerzo posible, tanto profesional como

    emocionalmente.

     — Izzy, no seas tan dura contigo misma. Sabes que papá querido no se reprimía

    como tú cuando éramos pequeños. Joshua se tendría que haber dado cuenta de con

    quién se estaba tratando sólo por la forma en que habla de ti, pero decidió subir a

    Stephen a un pedestal donde jamás se podría sostener. Baja conmigo para esas

    entrevistas que tengo preparadas y luego te llevo a cenar.

     — G.W., ¿te he comentado recientemente lo mucho que doy gracias a Dios todos

    los días por haberte tenido como hija?

     — Gracias, mamá, pero no te preocupes, Joshua encontrará su camino.

    Uno de los mensajeros corrió hasta ellas antes de que el coche arrancara y le

    entregó a G.W. el primer periódico de la tirada. Las dos mujeres lo hojearon mientras se

    dirigían a la primera parada de la tarde. Pasaron el resto de la noche hablando del viaje

    de G.W. y disfrutando de su mutua compañía. La finca estaba silenciosa y a oscuras

    cuando llegaron a casa y G.W. se desplomó rendida sin soñar.

    Aunque estaba cansada, G.W. se levantó justo cuando empezaba a salir el sol.

    Tenía la costumbre desde muy joven de bajar a desayunar temprano leyendo el

     periódico de la competencia. Ante ella se extendían los extensos jardines en los que Sol

    había pasado sus últimos días, admirando el paisaje que había tardado una vida entera

    en completar. A G.W. siempre le asombraba que Sol hubiera sido capaz de reunir una

    cantidad tan inmensa de terreno hermoso y limpio tan cerca del centro de la ciudad. Elcafé caliente le sentó bien al beberlo, puesto que hacía frío en el aire, que traía consigo

    tenues jirones de niebla. Ocultas tras el velo de la madre naturaleza estaban las flores de

    invierno que habían plantado los jardineros, y también otra cosa.

    G.W. levantó la mirada del artículo que estaba leyendo y pensó que tenía

    alucinaciones. Saliendo de la niebla como en respuesta a un deseo, apareció Piper,

    envuelta en un chal, ensimismada. Antes de poder controlarse, G.W. se levantó de la

    silla y bajó los escalones, dirigiéndose a quien había sido el centro de sus ensoñaciones

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    durante los dos últimos días. Le daba igual lo que hiciera Piper en el jardín de su madre,

    lo único que le importaba era que estaba aquí.

    El ruido de sus tacones sobre los escalones de mármol hizo que Piper mirara

    hacia la casa para ver quién se acercaba a ella. Se tambaleó y se apoyó en un gran

    macetero al ver a G.W. cada vez más cerca. La gran palmera plantada en el macetero las

    ocultaba de los ojos indiscretos que pudiera haber en la casa y, sin decir palabra, fue

    G.W. quien abrazó a Piper y la besó con tal intensidad que levantó del suelo a la mujer

    más pequeña.

     — Oh, Dios mío.  — Piper metió las manos en el pelo de G.W. y volvió a

    acercarle la boca.

     — Te echaba tanto de menos  — confesó G.W. cuando terminó su tercer beso — .

    ¿Cuándo has llegado?

     — Esta mañana temprano.

     — ¿Pero cómo me has encontrado?  — A G.W. le latía el corazón con tal fuerza

    que pensaba que le iba a atravesar la camisa y el jersey.

     — Antes de contestar, ¿puedo preguntarte qué haces aquí?

     — ¿Qué quieres decir? Vivo aquí.  — G.W. balbuceó un poco mientras su cerebro

    empezaba a dispararle un torrente de preguntas por la cabeza — . A lo mejor debería

     preguntarte yo a ti por qué estás aquí.

    Piper parecía estar a punto de vomitar y se apartó del abrazo de G.W.

     —  No me lo digas, a ver si lo adivino, ¿tú eres Geordie?

     — ¿Cómo sabes eso, si sólo mi hermano me llama así? Empezó cuando éramos

     pequeños para fastidiarme y luego ya se le quedó. ¿De qué conoces a Joshua?

     — De que se va a casar conmigo, de eso  — dijo la voz masculina desde lo alto de

    las escaleras. Grace había subido y había informado a Joshua de que a pesar de lo tarde

    que había llegado, a última hora de la noche, Piper estaba despierta y dando un paseo — .

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    G.W., permíteme que te presente a Piper Delling. Piper, esta pícara es mi hermana

    Geordie. Por supuesto, el mundo la conoce como a la más que habilidosa G.W.

    Steinblack. ¿Os conocéis?

     —  No, Josh, es que me preguntaba quién era esta chica tan bonita que paseaba

     por el jardín de Sol. Me alegro de conocerla, señorita Delling, estoy segura de que

    tendremos tiempo más que suficiente de conocernos. Si me disculpa, tengo que irme.

    Seguro que está deseosa de pasar el tiempo con su prometido. Josh, enhorabuena.  — 

    G.W. miró a su hermano con una sonrisa que no movió nada en su cara salvo su boca y

    luego lo abrazó. G.W. estaba aturdida cuando su pie se posó en el primer escalón. No

    había forma de que pudiera compartir una casa con su hermano y su futura esposa.

    Volver a casa todos los días y verlos juntos era más de lo que podía asimilar en esemomento.

     — Grace.

    La doncella de abajo salió de la cocina cuando la llamó G.W., sorprendida por el

    grito. No era propio de G.W. levantarle la voz a nadie o parecer tan impaciente con una

    sola palabra.

     — ¿Ocurre algo?

     — Siento haber gritado, es que tengo prisa. �