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F e b r e r o / 2 0 1 8 Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau / Ediciones La Memoria ISSN 1684-2413 EDICIONES LA MEMORIA 2018

Fe b r e r o/ 2 018 ISSN 1684-2413 Centro Cultural Pablo

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F e b r e r o / 2 0 1 8

Cent ro Cult u ral Pablo de la Torr iente Brau / Ediciones La MemoriaISSN 1684-2413

E D I C I O N E S L A M E M O R I A 2 0 1 8

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Colección La MemoriaCentro Cultural Pablo de la Torriente BrauEdiciones La MemoriaFebrero de 2018

DIRECTOR: Víctor CasausCOORDINADORA: María SantuchoEDITORA JEFA: Isamary AldamaEDICIÓN Y EMPLANE: Enrique RodríguezFOTOS: Archivo Centro PabloPROMOCIÓN: Armando CotrinaSONIDO: Jaime CanfuxPROGRAMA EN EL CENTRO: Aline RodríguezECONOMÍA: Jesús GarcíaINFORMÁTICA: Nadia OcañaASESOR DE NUEVOS MEDIOS: Abel CasausASISTENTES DE PRODUCCIÓN: Idalino Sánchez / Nilda Borrero / Yisú Tolón / José Rivero

REDACCIÓN: Muralla No. 63, La Habana Vieja, La HabanaTELE-FAX: (53) 7 801 1685centropablo@cubarte.cult.cuwww.centropablo.cult.cuwww.centropablonoticias.cult.cuwww.aguitarralimpia.cult.cu

S U M A R I O

20 AÑOS EN EL RESCATE DE LA MEMORIA

220 años en el rescate de la memoria

320 años construyendo / rescatando / difundiendo

la memoria4-7

Ediciones La Memoria. Resumen de 20 años8-9

Colección Majadahonda La Habana de Pablo

10-11Colección Homenajes

Mella. Textos escogidos12-13

Elpidio Valdés. Los inicios14-15

Verdugos16-17

Colección A guitarra limpiaSilvio: que levante la mano la guitarra

18-19Colección Coloquios y testimonios

Barcos de papel20-21

El tiempo que nos tocó vivir22-23

Colección RealengoHungría 1956. Historia de una insurrección

24Premio Pablo para Ambrosio Fornet

Visiones de Pablo

Como cada mes de febrero llega la Feria del Libro, y con ella la oportu-nidad de estar más cerca de nuestros lectores. En esta ocasión con un valor añadido: la celebración del vigésimo aniversario de nuestro sello editorial y la ampliación de nuestro círculo de lectores con la nueva edición de dos queri-das historietas de Juan Padrón, Padroncito, como cariñosamente le decimos.

Ediciones La Memoria se fundó en 1998 con el objetivo inicial de difundir la vida y obra de Pablo de la Torriente Brau, gracias a lo cual varias genera-ciones de cubanos han tenido en sus manos los textos surgidos de la pluma incansable del héroe de Majadahonda y aquellos que sobre Pablo han escrito importantes investigadores, periodistas y estudiosos de su obra.

En nuestro afán de rescatar la memoria, a lo largo de los años hemos ampliado nuestro catálogo editorial hasta completar siete colecciones que incluyen libros de testimonio, investigaciones relacionadas con la memoria histórica de la nación y nuestra identidad como cubanos, así como la pro-moción de todas las generaciones y tendencias de la Nueva Trova, las artes plásticas, el diseño y el cine. Al tiempo que hemos divulgado el trabajo de conocidos y noveles investigadores por medio de la publicación de proyec-tos ganadores del Premio Memoria que convoca el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau.

En esta edición de la Feria del Libro, ocho títulos se suman al cente-nar que conforman nuestro catálogo como muestra de la consolidación de nuestro trabajo.

Por la colección Majadahonda proponemos La Habana de Pablo, una mi-rada a La Habana que acogiera a Pablo de la Torriente Brau entre 1919 y 1935, conformada por los textos del joven periodista, fotos familiares e imágenes extraídas de periódicos y revistas de la época.

La colección Homenajes tiene entre sus títulos la compilación Mella. Textos escogidos, realizada por Julio César Guanche, quien tiene el mérito de haber reunido en dos tomos gran parte de la obra del joven revolucionario cubano, incluyendo textos que se habían mantenido inéditos hasta hoy. Elpidio Valdés. Los inicios y Verdugos son los otros dos libros de esta colección. Con ellos iniciamos, desde el mes de abril de 2017, un intenso y merecido homenaje a la obra de ese grande de la historieta cubana que es Juan Padrón.

Y si de homenajes hablamos, con la nueva edición de Silvio: que levante la mano la guitarra, presentado por la colección A guitarra limpia, una vez más evocamos al trovador hermano y sus canciones, además de recordar a Luis Rogelio Nogueras, coautor de este libro publicado por primera vez en 1984 y del que se han hecho varias reediciones y reimpresiones.

Por la colección Coloquios y testimonios, tenemos dos títulos que retratan diferentes etapas de la historia de nuestro país. El primero es Barcos de papel, de la autoría del periodista y diplomático Carlos Lechuga; en él encontrare-mos un grupo de artículos que publicara entre 1941 y 2002 en diversos órga-nos de prensa. El otro es El tiempo que nos tocó vivir, una novela protagoni-zada por un joven que tiene que compartirse entre la lucha contra el régimen batistiano, sus amigos y sus amores, al mismo tiempo que narra su personal modo de enfrentar los cambios que se sucedieron en Cuba a partir del triunfo de la Revolución.

La última de nuestras propuestas pertenece a la colección Realengo y su tí-tulo es Hungría 1956. Historia de una insurrección. Constituye el testimonio personal de su autor, Fernando Barral, presente en ese país durante la revolu-ción de 1956, además de su análisis de una extensa bibliografía referida al tema.

Las sugerencias ya las tiene. Solo queda por su parte visitar nuestro stand y asistir a nuestras presentaciones. Una oportunidad para estar cerca de los autores e intercambiar con ellos opiniones e interrogantes, y escuchar de su propia voz cómo transcurrió el proceso de escritura. Y, ¿por qué no?, obtener algún que otro libro dedicado y firmado por su creador.

Isamary Aldama Pando

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20 años construyendo / rescatando / difundiendo la memoria

Esa ha sido, es cierto, una de las mi-siones fundamentales del Centro Cultu-ral Pablo de la Torriente Brau desde su fundación en 1996. Dentro ella, nuestro sello editorial, creado dos años más tar-de, ha realizado una labor especialmen-te destacable.

El nacimiento de Ediciones La Me-moria estuvo —está— relacionado con uno de los valores igualmente esenciales en la trayectoria y la actividad del Cen-tro Pablo: la solidaridad. No podemos olvidar que los dos primeros libros pu-blicados —las antologías de cuento de Puerto Rico y Cuba— fueron posibles gracias al aporte solidario de los her-manos y las hermanas del Comité y la Brigada Juan Rius Rivera, esa expresión de la fraternidad que ha llegado a Cuba cada año durante más de dos décadas para apoyar la resistencia y la lucha de nuestro pueblo contra el bloqueo y ten-sar los lazos comunes de nuestras cultu-ras y nuestra historia.

Para contribuir a esos propósitos, Ediciones La Memoria creó su colección principal, Palabras de Pablo, para ir pu-blicando, tomo a tomo, año tras año, la obra formidable y diversa de Pablo de la Torriente Brau: periodismo, narrativa, epistolario, testimonio (género del que fue, sin dudas, adelantado mayor en las letras cubanas y en las de nuestro con-tinente. Más de quince títulos enrique-cen ya esas obras completas in progress, otros continúan en proceso de prepara-ción y futura publicación, como se ve en el catálogo de presentaciones de esta Feria del Libro 2018 .

Este empeño de llevar a la imprenta los libros de Pablo no se limitó a repro-ducir los que ya existían. La labor inves-tigativa del Centro, a través de su Fondo Documental Pablo de la Torriente Brau —que atesora las donaciones generosas de Güiqui, Zoe, Ruth y Lía, las herma-nas del cronista, y de su hermano de luchas y de sueños, Raúl Roa—, per-mitió realizar ediciones de sus trabajos periodísticos, reunidos y prologados por sistemáticos y talentosos investigadores de la obra pabliana, como Denia García Ronda, a partir de la organización del trabajo de la colección en las que me acompañó, en sus inicios, el editor Emi-lio Hernández. Nos alegra que el rigor aplicado en esta labor permitiera publi-car, por ejemplo, la primera versión fiel de las crónicas y cartas escritas por Pa-blo en España, después que las edicio-nes publicadas en Cuba a partir de 1962 habían sufrido los embates castrantes y desnaturalizadores de la censura, que aplicó criterios dogmáticos y excluyen-tes a la obra del cronista.

Las colecciones que fueron apare-ciendo dentro de Ediciones La Memoria —Cuba y Puerto Rico son, Coloquios y testimonios, Homenajes, A guitarra limpia, Realengo, Majadahonda— han contribuido, con más de un centenar de títulos publicados, a desarrollar y enri-quecer ese proceso que el título de este prólogo quiere enfatizar: construir, res-catar, difundir la memoria de la cultu-ra y la nación cubanas. Desde distintos territorios creativos —el periodismo y el testimonio, la nueva trova y las artes

plásticas, el diseño gráfico y la poesía, el documental y el lenguaje radial…—todos los libros publicados ofrecen su aporte sistemático a esa defensa de la memoria como instrumento liberador que el Centro Pablo ha ejercido, a pá-gina y espada, y seguirá haciéndolo, va-liéndose también, como hasta hoy, de los acordes de una guitarra, los trazos sobre un lienzo o las inquietantes proposicio-nes que las nuevas tecnologías vienen trayendo, desde hace ya algunos años, a nuestro inventario de asombros, búsque-das, hallazgos y nuevos asombros.

Felicitamos y agradecemos a las de-cenas de gentes que hicieron posibles los logros de Ediciones La Memoria en es-tos 20 años —no exentos, por otra par-te, de sobresaltos puntuales o reconoci-mientos insuficientes. Mención especial merecen el Ministerio de Cultura y su Fondo para el Desarrollo de la Educa-ción y la Cultura, sin los cuales no sería posible la impresión de nuestros libros. Autores, editores, diseñadores, gestores administrativos, gente querida: muchas gracias en nombre de Pablo y su formi-dable generación, de la memoria y sus caminos recorridos o por andar —que son, en estos momentos, y siempre, los más importantes. En ellos estaremos nuevamente juntos, con aquella hermo-sa declaración de principios que Pablo nos dejara: “Mis ojos se han hecho para ver las cosas extraordinarias. Y mi ma-quinita para contarlas. Y eso es todo”.

Víctor Casaus

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EDICIONES LA MEMORIA

Cartas y crónicas de España, Pablo de la Torriente Brau, 1999 (segunda edición: 2005, tercera edición: 2007)Los textos incluidos en este libro muestran a uno de los cro-nistas mayores de la Guerra Civil Española. Las cartas, los artículos y las crónicas fueron escritos al ritmo de los hechos dramáticos y violentos en los que se encontraba inmerso el periodista.

Presidio Modelo, Pablo de la Torriente Brau, 2000 (segunda edición: 2010)Este libro fue terminado por su autor en el exilio neoyorquino antes de partir hacia la Guerra Civil Española en 1936, pero no encontró editor dispuesto a publicarlo hasta mediados de la década del 60, cuando fue entregado a la imprenta en La Habana por Raúl Roa.

Cuentos completos, Pablo de la Torriente Brau, 1998 (segunda edición: 2011)Contiene todos los cuentos de Pablo de la Torriente Brau, in-troducidos por un estudio de Denia García Ronda sobre el cro-nista de Majadahonda y el inicio de la narrativa vanguardista cubana.

Aventuras del soldado desconocido cubano, Pablo de la To-rriente Brau, 1999 (segunda edición: 2007)Como escribió Raúl Roa, este es “un libro crudo y veraz, tras-pasado por un humorismo aséptico y repleto de expresiones zafias y frases gruesas, sin concesiones a la pudibundez de sacristía”. Es la única novela de Pablo de la Torriente Brau.

La calle de los oficios, Premio Memoria 2006, Yamil Díaz, 2007Un pregonero, un cargabates, un exhibicionista, un proyeccio-nista de cine, un tipógrafo, un limpiabotas, un travesti, un pas-tor, un taxidermista y un eviscerador: estos son los personajes de este irreverente y criollo libro.

Pablo: un intelectual cubano en la Guerra Civil Española, Fe-derico Saracini, 2007Federico Saracini, un joven estudiante italiano, escogió para su tesis de grado la participación de Pablo de la Torriente Brau en la Guerra Civil Española. Ese es el origen de este libro, que nace, según el propio autor, de un interés madurado a lo largo de sus estudios universitarios.

Cartas cruzadas, Pablo de la Torriente Brau, 2004 (segunda edición: 2012)Estas Cartas cruzadas —más de 160 escritas por Pablo y más de 70 recibidas como respuestas— reflejan la época dura, difí-cil, compleja, violenta y esperanzada que siguió al fracaso de la revolución del 30. Ellas son testimonio de la lucha de Pablo por la unidad de las fuerzas revolucionarias.

Testimonios y reportajes, Pablo de la Torriente Brau, 2001 (se-gunda edición: 2009)En este libro se reúnen trece trabajos periodísticos de Pablo de la Torriente, varios de ellos publicados por primera vez desde que aparecieron en las páginas del diario Ahora entre 1934 y 1935. Agrupados cronológicamente, permiten apreciar su vertiginosa y ascendente evolución como periodista.

Pablo en Ahora, selección, prólogo y notas de Leonardo De-pestre, 2016En el libro se recogen los artículos que Pablo de la Torriente Brau publicó en el periódico Ahora, en el que da a conocer varios de los trabajos más representativos de su periodismo, sus convicciones y pensamiento revolucionarios.

Pablo en Bohemia, selección, prólogo y notas de Leonardo Depestre, 2015En el libro se recogen los artículos que Pablo de la Torriente Brau publicó en la revista Bohemia, incluidos aquellos que vieron la luz póstumamente, así como una selección de tex-tos que sobre Pablo han escrito importantes investigadores, periodistas y estudiosos de su obra.

Pablo: 100 años después, 2001Aquí están las voces de los autores de España y América que nos dejaron noticias e impresiones, valoraciones y juicios so-bre las letras y acciones de Pablo de la Torriente Brau. Es, sin duda, la selección de textos sobre Pablo más completa apare-cida hasta hoy.

Cartas de presidio, Pablo de la Torriente Brau, 2014Las cartas de Pablo de la Torriente incluidas en este libro, muchas de ellas publicadas por vez primera, fueron escritas mientras estuvo confinado en diversas penitenciarías cubanas, en especial en el Presidio Modelo de Isla de Pinos, donde per-maneció por casi dos años entre 1931 y 1933. Como todo cuan-to Pablo escribió, su correspondencia revela los rasgos de un carácter siempre dispuesto al sacrificio y la acción.

La imaginación contra la norma. Ocho enfoques de la Repúbli-ca de 1902, Premio Memoria 2001, Julio César Guanche, 2003Reúne entrevistas con ocho investigadores acerca de diferentes temas de la República burguesa, cuyas problemáticas tuvieron importancia en su momento y siguen teniendo determinada presencia en la Cuba actual.

Camila y Camila, Premio Memoria 1999, Mirta Yáñez, 2003Según la autora, este texto no es un testimonio, ni mucho me-nos una biografía, sino un álbum de recortes, que incluye su propia memoria como alumna para acercarnos a la vida de la profesora Camila Henríquez Ureña.

COLECCIÓN COLOQUIOS Y TESTIMONIOS

COLECCIÓN PALABRAS DE PABLO

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Resumen de 20 años

Oscar Valdés: el sentido del cine, Ana Busquets Fariña, 2014Dedicado a rescatar la memoria y quehacer de un documen-talista que legó importantes materiales de valor artístico, his-tórico y testimonial, el libro trasciende el interés puramente cinematográfico y demuestra cómo la realización fílmica, en cualquiera de sus géneros, es el resultado del empeño de mu-chos, sean más o menos conocidos.

Las crónicas de Segunda Cita, Guillermo Rodríguez Rive-ra, 2016Este libro incluye una selección de las crónicas que Guiller-mo Rodríguez Rivera publicara en el blog Segunda Cita, del cantautor Silvio Rodríguez, donde propiciaran interesantes y útiles debates.

Soy de aquí, Adelaida de Juan, 2016Memorias en las que Adelaida de Juan da a conocer hechos fundamentales (conocidos y desconocidos por el público) de su vida junto a Roberto Fernández Retamar, como profesora universitaria e investigadora del arte cubano. Asimismo, ofre-ce un panorama histórico de la cultura cubana y muestra sus relaciones con importantes intelectuales cubanos.

El aullido infinito, Premio Memoria 2012, Yaysis Ojeda Be-cerra, 2015Este volumen nos presenta la obra de siete artistas plásticos cu-banos con desórdenes mentales o trastornos de la personalidad, cultivadores del arte bruto. Sus muchos sinsabores, incompren-siones y angustias se revelan en un libro que invita a la reflexión y la solidaridad humana, y a indagar sobre nuevos modos de producir y ver el arte .

Artículos de costumbres, Emilio Roig de Leuchsenring, 2004Con este libro se pone a disposición del público lector una faceta poco conocida de la obra de este autor: la labor que desarrolló como periodista costumbrista, capaz de pintar al detalle y con fino humor los diversos tipos de personajes que abundaban en la sociedad cubana de su época.

Laberinto de fuego. Epistolario de Lino Novás Calvo, 2008La principal virtud de este texto es darnos a conocer en cuer-po y alma la casi agónica vida de este grande de la narrativa cubana. Gracias a él, el lector tiene a su disposición la corres-pondencia de Lino Novás Calvo con importantes figuras de las letras cubanas.

Enigmas y otras conversaciones, Antonio Guerrero Rodrí-guez, 2012Nacido de la amistad y de la solidaridad, este libro reúne un abanico amplio de lenguajes y géneros para entregar al lector una memoria intensa, dura y, sin embargo, esperanzada de las acciones, la vida y la obra de este héroe, ya libre y en su patria, que cumplió injusta y prolongada condena en cárceles nortea-mericanas como parte del proceso mundialmente conocido de Los Cinco.

Más palabras grabadas (coedición con el Instituto Cubano del Libro), Orlando Castellanos, 2008Vuelve ese periodista de siempre, Orlando Castellanos, con nuevas entrevistas a personalidades de la cultura, en las que se pone de manifiesto el respeto del entrevistador, quien logra un ambiente distendido y sincero.

La corbata roja y otros poemas girondinos, Julio Girona, 2014Conocido mayormente por su producción como pintor (se le confirió el Premio Nacional de Artes Plásticas), Julio Girona también expresó su multifacético talento en la literatura. Este libro presenta una colección de sus poemas que se comple-menta con numerosos textos que relacionan al autor con el Centro Pablo.

Pedro Capdevila, el remediano amigo de Pablo, selección, prólogo y notas de Leonardo Depestre, 2015Este libro rescata la memoria y el quehacer de Pedro Cap-devila Melián, quien prestó muy valiosos servicios a Pablo de la Torriente Brau como su “secretario sin cartera”. Reúne además las cartas cruzadas entre ambos, así como una muestra de la producción literaria y periodística de Capdevila Melián.

El útil anhelo. Correspondencia de Rubén Martínez Villena, compilación de Carlos E. Reig Romero, prólogo de Enrique López Mesa, 2015En tres tomos se recopila la correspondencia de Rubén Mar-tínez Villena comprendida entre mayo de 1912 y el verano de 1933.

Viento sur, Raúl Roa, 2015Publicado por vez primera en 1953, este libro acerca al lector al pensamiento de un amigo fraterno de Pablo de la Torriente Brau. Los artículos, discursos y crónicas aquí incluidos están fechados entre 1939 y 1953, y revelan tanto al Roa periodista como al escritor de prosa elegante, enérgica y amena tan en correspondencia con la personalidad del autor.

Girón en la memoria, Víctor Casaus, 2012Esta nueva edición de un libro necesario para la preservación de la memoria, evoca de manera vívida los sucesos de la in-vasión mercenaria por Playa Girón, para lo cual el autor se vale de los recursos de la entrevista y el testimonio, con una brillante adecuación a la realidad de los niveles del lenguaje a través de los cuales se logra una perfecta caracterización de cada personaje.

El Noticiero ICAIC y sus voces, Mayra Álvarez Díaz, 2012Por medio de entrevistas a directores, realizadores, produc-tores, sonidistas, editores, musicalizadores y técnicos, la autora de este libro devela los pormenores de la historia de uno de los proyectos culturales más importantes de Cuba y América en el siglo xx: el Noticiero ICAIC, y por supuesto se detiene en la impronta dejada por quien fue su gran direc-tor: Santiago Álvarez.

COLECCIÓN HOMENAJES

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EDICIONES LA MEMORIA

Memorias a guitarra limpia, compilación de Xenia Reloba y Celia Medina, 2015En dos volúmenes se recoge la memoria completa de los con-ciertos A guitarra limpia durante algo más de 15 años. El pri-mer tomo abarca aquellos efectuados entre 1998 y 2007, y el segundo los del período 2008-2014. Por su importancia, este libro deviene una obra de consulta y referencia para los estu-diosos de la trova cubana.

Sara González, una explosiva ternura, autores varios, 2016Entrevistas a Sara González, testimonios de amigos y compa-ñeros de giras y conciertos conforman esta valiosa compila-ción que retrata a una Sara humana, enérgica luchadora por las cosas en las que creía.

Tras la guitarra la voz, Orlando Castellanos, 2012Del archivo de voces de este importante periodista, llegan las entrevistas a ocho cantautores imprescindibles pertenecientes al Movimiento de la Nueva Trova, quienes revelan sus expe-riencias, vivencias personales y colectivas con un lenguaje sen-cillo y ameno, al tiempo que aportan valiosa información para conocer mejor los orígenes de este movimiento.

Habáname: la ciudad musical de Carlos Varela, compilación de Karen Dubinsky, María Caridad Cumaná y Xenia Reloba, 2014Este volumen recorre las diversas aristas de la trayectoria del cantautor Carlos Varela, perteneciente a la llamada “genera-ción de los topos”, por lo que se analiza el contexto histórico y musical en que se producen sus canciones, el modo en que reflejan la ciudad de La Habana y el papel del trovador como cronista de la realidad de su tiempo.

La luz, bróder, la luz, Joaquín Borges-Triana, 2009 (segunda edición: 2012)Este periodista y musicólogo profundiza en lo que él llama, con acierto, la Canción Cubana Contemporánea, y lo hace sin academicismos, desde el conocimiento y la comprensión.

Lo que dice mi cantar, Lino Betancourt, 2015El libro reúne una colección de crónicas cuya temática es la música. Aparecen semblanzas biográficas de trovadores, mu-chos de ellos desconocidos y hoy olvidados, al tiempo que se narran hechos significativos del quehacer cultural de Cuba acaecidos durante los siglos xix y xx. Bailes, ritmos, géneros y canciones antológicas vuelven a ocupar el lugar que mere-cieron años atrás.

Papeles de familia, Zoe de la Torriente Brau, 2006En estas páginas se ofrece la oportunidad de conocer una parte de la impresionante información documental que la familia To-rriente Brau, y en especial Zoe, reunieron y guardaron durante más de setenta años, en delicada y paciente labor.

Reino dividido, Amado del Pino, 2011Seducido por las vidas del poeta español Miguel Hernández y del periodista cubano-puertorriqueño Pablo de la Torriente Brau, el dramaturgo Amado del Pino emprendió una investi-gación que traería como resultado, entre otros hallazgos, una obra teatral en dos actos, ahora convertida en un hermoso libro.

Don Quijote ha vuelto al camino, José Domínguez Ávila, 2012Contiene un análisis de los cuentos y de la única novela de Pa-blo de la Torriente Brau; abre puertas a espacios imaginativos, a los que debe mucho el poder de fabulación y ficcionalización de la creación literaria de Pablo, considerado uno de los funda-dores de la moderna narrativa cubana.

Rencuentro con Pepe Garcerán. En busca de un joven y su tiempo, María Eugenia Garcerán de Vall y Carlos Manuel Me-néndez, 2012Gracias a la búsqueda incansable de documentos que se creían perdidos, este libro rescata la memoria del revolucionario y mártir Pepe Garcerán, jefe de la columna guerrillera Ángel Machaco Ameijeiras, caído el 17 de diciembre de 1958. Se tra-ta de un texto que contribuye al mejor conocimiento de quienes dieron su vida durante la lucha insurreccional.

Entre el cuerpo y la luz. Poemas y canciones para Wichy, compilación de León Estrada y Reynaldo García Blanco, 2013Poetas de diversas generaciones han tenido a Luis Rogelio No-gueras, Wichy, como referente y a través de sus versos le han rendido homenaje. De ahí que la compilación de estos textos demuestre hasta dónde su escritura ha calado en autores de todas las generaciones de cubanos y promociones que suce-dieron a Wichy.

Los amigos cubanos de Miguel Hernández, Amado del Pino y Tania Cordero, 2013Libro de profunda vocación hernandiana, además de la rela-ción de Miguel Hernández con Pablo de la Torriente Brau y otros intelectuales, aquí encuentra su espacio la presencia de la cultura cubana en escritores ibéricos como María Zambrano, Manuel Altolaguirre y Juan Chabás.

Silvio poeta, Suyín Morales Alemañy, 2008Con este libro la autora ganó el Premio de Ensayo Noel Nicola, convocado por el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, y en él se propuso explorar rasgos formales y de contenido que particularizaran la manera de escribir de Silvio, así como docu-mentar los vínculos entre la poesía y la canción desarrollados en los 60.

La primera piedra, Ariel Díaz, 2009Un trovador desdoblado en escritor revela aquí sus opiniones y experiencias sobre el quehacer musical cubano contemporá-neo, al tiempo que nos acerca a sus colegas de profesión, todos comprometidos con la canción inteligente.

COLECCIÓN A GUITARRA LIMPIA

COLECCIÓN REALENGO

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Resumen de 20 años

Diario de una imagen, Pablo de la Torriente Brau, Jorge R. Bermúdez, 2014Es un libro donde texto e imagen se articulan para entregar un retrato lo más completo posible de Pablo de la Torriente Brau. Fotografías (refotografías incluidas), carteles y pinturas confi-guran la imagen del héroe en las mil maneras diferentes que al cabo de tantos años de su desaparición física nos permitimos los cubanos visualizarlo.

Guillén según Posada, José Luis Posada, 2014El autor ofrece en este volumen su interpretación plástica de nueve elegías escritas por el poeta Nicolás Guillén entre 1934 y 1958. La estrecha y larga amistad sostenida con el Poeta Nacional permite a Posada aportar una lectura dife-rente y enriquecida de la obra de Guillén. El libro se com-pleta con una colección de caricaturas que dan al poeta en su dimensión humana.

Testimonios del diseño gráfico cubano. 1959-1974. Premio Memoria 2009, Héctor Villaverde, 2010 (segunda edición: 2013)Entre los meses de abril y diciembre del año 2009, el dise-ñador Héctor Villaverde convocó a un importante número de sus colegas de oficio de varias generaciones al primer ciclo de los Jueves de Diseño. Este volumen es fruto de las me-morias compartidas en ese espacio, a las que se suman otros textos compilados meticulosamente por el autor.

Arte digital: memorias, compilación de Xenia Reloba, 2012Este volumen sigue la evolución de los Salones de Arte Digi-tal organizados por el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, desde su primera edición en 1999 hasta la de 2011. Incluye asimismo un breve resumen del proyecto Arte Digital surgido en 2010 como alternativa a los salones.

Eladio Rivadulla: carteles de cine (1943-1963), Jorge R. Bermúdez, 2014Al serígrafo, diseñador y pintor Eladio Rivadulla, Premio Nacional de Diseño 2009, se dedica este libro que revela la trayectoria profesional de un artista que dejó una impronta significativa en la cartelística cubana del siglo xx. El libro incluye una muy valiosa y bella colección de reproducciones de carteles de cine.

María Elena Molinet. Diseño de una vida, Estrella Díaz, 2014Libro ameno y portador de una muy abundante información, no solo devela los pormenores de la vida de una diseñadora con larga trayectoria profesional (sin María Elena Molinet no se puede escribir la historia del diseño para teatro y cine en Cuba), sino que deviene un recorrido por toda una época de la vida sociocultural de la nación.

Cuentos boricuas, 1998Con este libro inició sus trabajos Ediciones La Memoria. Es una antología del cuento puertorriqueño contemporáneo, pro-yecto nacido al calor de identidades comunes y solidaridad compartida.

Pablo: la infancia, los recuerdos, Zoe y Ruth de la Torriente Brau, 2000 (segunda edición: 2005)Hermoso y emotivo libro de anécdotas y remembranzas de las hermanas de Pablo, quienes supieron guardar sus papeles, sus imágenes y, sobre todo, sus recuerdos.

Contar el tiempo. Aproximaciones a la narrativa de Pablo de la Torriente Brau, Melvin Torres, 2006En el año del aniversario 70 de la caída de Pablo de la Torrien-te Brau en Majadahonda, España, luchando contra el naciente fascismo y en defensa de la República agredida, aparece este libro que se propone estudiar la narrativa de Pablo en el marco del contexto histórico y literario de su época.

La Historia me absolverá. Decimario, Juan Camacho, 2013Es la narración en estrofas decimales y versos octosílabos del alegato presentado por el abogado Fidel Castro ante el Tribunal de Santiago de Cuba durante su autodefensa en la causa que se le siguió por encabezar la gesta del 26 de julio de 1953, que tenía como objetivo el ataque armado a los cuar-teles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.

La caricatura: tiempos y hombres, Juan David, 2002Después de 25 años como caricaturista, Juan David comen-zó a documentar y plasmar sus inquietudes sobre el oficio que ejerció tan destacadamente. Este libro es el resultado de un proceso reflexivo del autor, de la necesidad de explorar, analizar y comunicar las singularidades de una tipología ar-tística.

Cabeza para pensar y corazón para sentir, José Luis Po-sada, 2005Aquí Posada narra su vida y habla sobre su obra, se encuen-tran valoraciones críticas, y pueden hallarse reproducciones de excelentes dibujos y grabados del artista, además de una condensada, pero no por esto menos valiosa, información bi-bliográfica y cronológica.

COLECCIÓN MAJADAHONDA

COLECCIÓN CUBA Y PUERTO RICO SON

Luces y sombras, Estrella Díaz, 2008Las visiones de 21 artistas de la plástica cubana se reúnen en estas páginas. Son mujeres y hombres que han marcado (y continúan haciéndolo) momentos significativos de esa manifestación en la Isla.

Massaguer: República y vanguardia, Jorge R. Bermúdez, 2011Acercarnos a una de las figuras cimeras de la caricatura en Cuba es el propósito fundamental de este libro que recapitu-la buena parte de la vida y obra de un hombre que, sin dudas, revolucionó el arte gráfico no solo en la Isla, sino en toda Latinoamérica y el resto del mundo.

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COLECCIÓN MAJADAHONDA

transporte urbano en que el tranvía eléctrico es protagonista; sin embar-go, todavía es una ciudad donde ver volar un aeroplano resulta una nove-dad […]. El automóvil tampoco deja de ser casi una extravagancia y de los modelos que circulan varios son europeos, además, ¡todavía muchos piensan que no se pueden comparar con un elegante caballo!; en cuanto al sistema telefónico automatizado, está servido por las llamadas centralitas, atendidas por operarias. Y la radio doméstica, que se espera con ansie-dad, ya casi llega. […]La Habana no era una ciudad tan dispersa como hoy, se podía re-correr perfectamente en tranvía, amén de que caminar era para algu-nos algo más que un ejercicio. […]

El malecón se estiraba poco a poco a la manera de un cordón pétreo y temerario, con intenciones de con-tener el oleaje. Estaban en pie y es-plendían por su limpieza numero-sas edificaciones que seguramente Pablo contemplaba admirado, des-de las que se remontaban a la etapa colonial, entonces bastante cerca-na, hasta las que emergían en una urbe que por aquellas fechas vivía un proceso constructivo acelerado.

Es La Habana de esa época la que plasma en sus textos el héroe de Maja-dahonda. Y es precisamente esa La Ha-bana que nos muestra este libro publi-cado por Ediciones La Memoria, sello

LA HABANA DE PABLO: FOTOGRAFÍA DE UNA ÉPOCA

La Habana tiene un encanto que ha puesto a sus pies a pintores, poetas, músicos, periodistas, fotógrafos y un sin-número de artistas que han hecho a la ciudad protagonista de sus obras. Asi-mismo, el cubano de a pie la ha conver-tido en parte de su vida.

Nativos y visitantes han dejado para la eternidad el testimonio de su presencia en la “ciudad maravilla”: fotos y videos familiares, reportajes periodísticos, esce-nas de películas, novelas y demás mate-riales audiovisuales muestran la admira-ción de todos.

De ello tampoco escapó Pablo de la Torriente Brau, quien en 1936 escribe a Gonzalo Mazas Garbayo desde Nue-va York:

Como ciudad, [Nueva York] debe ser la mejor del mundo, supongo yo. Pero, como para mí no hay ciudad como la de la naturaleza, pues como aquí no hay ni el cielo, ni el mar de La Habana, ni esa transparencia emocionante de allá, me gustaría mucho más siempre el arco del Ma-lecón que la belleza un poco tristona de Riverside.

En 1919, el joven Pablo se establece junto con su familia en la capital. Así nos la describe el investigador Leonar-do Depestre en La Habana de Pablo:

La capital posee un sistema de alum-brado eléctrico público moderno y un

Con este título Ediciones La Memoria se suma a las celebraciones por cumplirse en 2019 el quinto centenario de la ciudad, la misma que entre las décadas del 20 y el 30 del siglo pasado sirviera de escenario al destacado revolucionario e intelectual cubano Pablo de la Torriente Brau. Gracias a la fotografía, elemento con una importante presencia en esta propuesta, será posible ofrecer una imagen de esa Habana, y recorrerla en sus acontecimientos más impor-tantes, aquellos que entonces fueron noticia y seguramente Pablo leyó, si es que no participó directamente en ellos.

Considérese este libro como el diario ilustrado de los tiempos de Pablo, a quien nada cubano le fue ajeno. Aquí se habla de todo lo que interesó y ocupó a Pablo: el acontecer social, político y estudiantil, la enseñanza y la educación, la historia de Cuba, las artes, los deportes, el desarrollo de las ciencias…, además de sus relaciones con eminentes personalidades de la cultura nacional. El lector lo comprobará en sus anotaciones, unas veces breves, otras una sencilla cita, cuando no un pasaje entresacado de un texto mayor, que acompañan a cada una de las fotografías que hoy vuelven a publicarse para ilustrar una época. La inclusión de páginas dedicadas a reflejar la moda, el humor, las condiciones de vida del habanero y, en general, del cubano, hasta los medicamentos en venta, el mobiliario y lo que hoy llamamos efectos electrodomésticos, ambientan la lectura y enriquecen la visualidad.

editorial del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau.

Luego de una intensa investigación en las publicaciones periódicas de los años 20 y 30, Leonardo Depestre reúne aquí textos de Pablo en los que de algún modo se describe la ciudad, lugares e instituciones de interés histórico-social y cultural, los acontecimientos más im-portantes que ocurrieron en esos años, personalidades que convivieron con el cronista en tiempo y espacio. En ellos encontramos, también, los temas que ocu-paron el pensamiento y la escritura del pe-riodista: el acontecer político-social, las luchas estudiantiles, además del depor-te, las artes, la educación, la ciencia… Y se completa esta crónica de La Habana con anotaciones referidas a las modas, las costumbres, aparatos y artefactos al uso en los años habaneros de Pablo.

En una perfecta unión de texto, foto-grafías de la época y publicidad comer-cial de revistas y periódicos, el diseño interior de Enrique Smith pone de ma-nifiesto su profesión de fotógrafo, al dar protagonismo a la imagen, que no fun-ciona como mero acompañamiento de lo que aquí se lee.

Cumple así el autor su propósito de brindar al lector un álbum lo más comple-to posible de La Habana de las décadas del 20 y el 30, aquella Habana en la que habitó Pablo en sus inquietos años de rica formación intelectual y juventud compro-metida con los sueños transformadores de su generación.

Isamary Aldama Pando

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La Habana de Pablo

LA FOTOGRAFÍA FAMILIAR Y LA DE PRENSA

La Habana de Pablo, la de los años 20 y primera mitad de los 30, pudiera parecernos a la luz de estos tiempos una ciudad “extraña”. Si bien la mayoría de sus edificaciones emblemáticas ya existían, o se erigían entonces, el modo de vestir de sus vecinos y de los cuerpos uniformados, los me-dios de transporte, el ritmo de la vida, la distribución de los núcleos poblacionales, y tam-bién los ruidos y silencios, han cambiado bastante. La capital no albergaba, numéricamente, ni siquiera la mitad de sus mo-radores de hoy.

Pero ofrecer una imagen de aquella Habana es aún posible, en buena medida gracias a la fotografía, compañera inseparable del reportaje. En este libro nos anima aden-trar al lector en La Habana de Pablo de la Torriente Brau —que es también la de varios coetáneos de él pertenecientes a una generación gloriosa—, y para ello es necesario visualizarla, recorrerla en sus acontecimientos políticos, culturales y sociales, aquellos que entonces fue-ron noticia y seguramente Pablo leyó… cuando no participó directamente de ellos. De ahí la importancia extraordi-naria que la fotografía adquiere en estas páginas.

Aquí encontrará las fotos familiares y las de prensa. Las primeras es proba-ble que hayan sido tomadas con las po-pulares y económicas cámaras Kodak, que tanto se vendieron y acompañaban a la familia en todas sus celebraciones, viajes y excursiones, e hicieron de la fo-tografía un hobby capaz de retener para el recuerdo los instantes felices. Por eso son hoy parte de la memoria. No tienen el encuadre perfecto, ni están siempre correctamente enfocadas, a veces se tor-nan borrosas y entre ellas debemos bus-car los rostros conocidos. No obstante, son insustituibles.

Existen numerosas fotografías de Pa-blo así tomadas, hoy nítidas al aplicar-les la tecnología que ha de preservarlas. Ellas nos dan su perfil, sus labios, su mirada, su estatura y estructura física, su modo de vestir. Casi nos hablan. De aquellas que nos muestran a Pablo solo o en grupos humanos incluimos varias,

en especial las que tienen a La Habana como testigo de su andar, de los lugares en que se detuvo. Son fotos de aficio-nado, dirán los especialistas, y además bastante conocidas, pero vienen al caso por el propósito que nos ocupa.

Están además las fotografías de la prensa, presentes ya en las revistas des-de finales del siglo xix cubano, como apoyatura visual de la información. Las publicadas en las revistas ilustradas mu-chas veces resultan de mayor interés, por su material fotográfico y los dibu-jos —testimonio de una época—, que los propios textos a los cuales calzan, de cuyo contenido se puede o no discrepar.

La Habana ha sido, y es, una ciudad fotogénica que todos gustan de guardar en la memoria. También lo han pro-bado ser sus pobladores, locaciones, sucesos, aun los muchos de carácter dramático captados por el lente. Pablo mismo no fue menos agraciado en este sentido, y aunque su iconografía no es todo lo abundante que quisiéramos, nos lo muestra en diversos momentos de su vida capitalina.

Una aclaración es necesaria: La Ha-bana de Pablo es toda La Habana. Él se interesó en todo: en las artes (escribió o reseñó acontecimientos de pintura, es-cultura, teatro, música, ballet, literatu-ra…); en los deportes (no solo el fútbol rugby, también el béisbol, el atletismo, el ajedrez, los estadios, las estadísticas…); en la enseñanza y la educación (de los niños y de los reclusos); en la historia

de Cuba, en el acontecer social, político y estudiantil (muy activos), en el estado de las instituciones de salud, en la utili-zación del presupuesto, en el desarrollo de las ciencias… Pero Pablo no solo se interesa (eso lo hacen muchas personas desde el seno hogareño, pasivamente): Pablo emite criterios, sin temor, porque “pienso que solo no se equivoca el que no labora, el que no lucha”. Y La Habana de Pablo que, repetimos, es toda, incluye sus relaciones con personalidades que lo son de la cultura nacional, mayores que él, entre ellas los doctores Fernando Or-tiz, Emilio Roig de Leuchsenring y José María Chacón y Calvo.

¿Es posible apresar gráficamente esa Habana en un libro? Aun cuando no lo sea del todo, al menos se intenta.

Considérese este libro como el dia-rio ilustrado de los tiempos de Pablo. A él nada cubano le fue ajeno. El lector lo comprobará en sus anotaciones, unas ve-ces breves, otras una sencilla cita, cuan-do no un pasaje entresacado de un texto mayor, que acompañan cada una de las fotografías que hoy vuelven a publicarse para ilustrar una época. La inclusión de páginas dedicadas a reflejar la moda, el humor, las condiciones de vida del haba-nero y del cubano en general, hasta los medicamentos en venta, el mobiliario y los que hoy llamamos efectos electrodo-mésticos, ambientan la lectura y enrique-cen la visualidad.

Leonardo Depestre Catony

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Es esta una amplia y exhaustiva selección de la obra de Julio Antonio Mella, agrupada por temáticas, lo que facilita al lector común, no especializa-do, conocer sus ideas acerca de temas políticos, filosóficos, sociales y también

COLECCIÓN HOMENAJES

MELLA A LA IZQUIERDA DE LA IZQUIERDA

La FEU cumple 95 años, pero no son muchos los que han leído a Julio Antonio Mella, fundador de la organización y co-razón de la lucha estudiantil cubana de los años 20. Mella, como no pocos en la his-toria cubana y mundial, ha sido reducido a golpe de simplificaciones y omisiones, ora en una caricatura borrosa, ora un busto de mármol. El reciente debate público por la remoción de una estatua suya en lo que es ahora la galería de tiendas de un hotel de lujo, lo colocó por un momento en redes sociales y sitios de internet. Pero seguía tratándose de una estatua.

Mella. Textos escogidos compila en dos tomos una selección realizada por Julio César Guanche, que reúne cartas, discursos, documentos e incluso notas de un diario personal. Este magnífico aporte al relieve de su imagen ofrece evidencia de lo complejo de su pensamiento y las dimensiones de su obra como intelectual y como líder político.

Su utilidad surge sobre todo del he-cho de propiciar un contacto directo con el discurso de Mella, desde el adolescen-te íntimo hasta el del líder estudiantil y de la lucha obrera. Se ha escogido ma-terial que construye un Mella complejo,

de su vida privada. Se nos propone aquí una nueva lectura de Mella a la luz de la necesidad de repensar las esencias del socialismo en el siglo XXI, con la inten-ción de colocar su figura entre la de los más lúcidos y originales pensadores del marxismo latinoamericano.

Félix Julio AlFonso

Esta recopilación que ahora nos pre-senta Julio César Guanche nos ofrece la voz de Mella, lo que Mella escribió para dejar; su herencia deliberada, sus pape-les y su palabra siempre sobre la marcha; lo que íntimamente confesó en un diario, una carta, la conversación veloz con un repórter, sus ideas para Alma Mater, Ju-ventud, El Machete, El Cubano Libre o Tren Blindado, todo lo que fundó para decir, todo lo que dijo para fundar.

Desde las noches de la primavera del 20, nos entrega su soledad, su deseo de huir de un entorno cubano de opresión sentimental, su encuentro con México,

suficiente, que aprehende no pocas con-tradicciones en su pensamiento, así como visiones limitadas e ingenuidades, co-mo es natural.

Quien lee percibe la audacia del mu-chacho esbelto que funda un partido co-munista con 22 años, habla con vehemen-cia y se define a sí mismo como un hereje. A Mella le gusta su leyenda. Confía siem-pre en su victoria.

El niño bastardo que fuera después el estudiante mejor vestido de la univer-sidad, fue el mayor promotor de la refor-ma universitaria. Creció bilingüe oyendo historias de próceres independentistas de América Latina y, en la voz materna, ecos de las luchas sociales irlandesas.

Es el líder sanguíneo que sus cama-radas terminan separando de la dirección de los dos partidos comunistas en los que militó. “Es muy difícil —dice Guanche— encontrar una opción suya que no se si-tuase siempre a la izquierda del espectro tenido por revolucionario”.

Mella habla de que la cuestión no es liberar a unos para oprimir a otros, sino de liberar a unos como condición para liberar a los demás. A lo que añade que no se trata de seres más o menos pobres, ni más o menos ricos, sino de hombres y mujeres más libres; ubican-do el centro de la causa en la cuestión

sus dolores románticos, su pluma de viaje-ro, su pensamiento —que él dice le arde—, sus pasiones metafísicas y, también, las li-vianas, su choque en una estación con los vestigios de una revolución que se mueve como en una diligencia, que ha derribado puentes, puentes quemados, veinte caba-llos muertos, su carne corrompida, negra de zopilotes.

Sin paradas triviales, una vida se agolpa en este libro, también un tiempo extraordi-nario, en que Mella admira los sucesos de la verdadera revolución bolchevique, no sus yerros, no sus desviaciones, sino las enseñanzas que proveyó para romper con los determinismos y para asentar en el centro de la obra el concepto de praxis; un tiempo de proezas en que formula su idea de la revolución en Cuba, que hará de los oprimidos sus propios liberadores, que combinará orgánicamente, si es que desea triunfar, la gesta de liberación nacional y el nuevo ideal y proyecto socialistas.

RosARio AlFonso PARodi

de la libertad, apuntalada por la “demo-cracia sin fin”.

Logra vislumbrar que sin indepen-dencia política del Estado, y del sistema institucional, el movimiento socialista se convierte en “el mendigo del rey”.

Si valioso es el volumen de textos es-critos por Mella, las cuidadas referencias de estos conforman una guía bibliográfica a modo de ruta para conocer lo publicado sobre el líder y su pensamiento.

Se trata —como puede esperar casi cualquiera que conozca algo sobre esta figura— de un Mella inspirador: el es-tudiante hermoso, el orador dueño del auditorio, el líder que se desmarca de la figura del dictador renunciando a la pre-sidencia de la FEU cuando es cuestiona-do; el humanista que se opone a la crimi-nalización de la diferencia y el patriota que rechaza al imperialismo yanqui.

Al mismo tiempo, vemos al martiano y el marxista que convive con el enamora-do ardiente, que desespera, que llama a la Modotti “Tinissima” y se revela vulnera-ble. Se lee a Mella, y se lo escucha, público e íntimo. Como apunta Julio César Guan-che, “lo personal es político”.

Esta compilación es un testimonio en primera persona de todos esos aspectos de uno de los más relevantes hombres del siglo xx cubano y latinoamericano, sin

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Julio Antonio Mella. Textos escogidos

Preparé esta compilación en 2009. Por diversas razones, es ahora que ve felizmente la luz, gracias a Ediciones La Memoria, del Centro Cul-tural Pablo de la Torriente Brau. He decidido dejarla tal como fue con-cebida entonces. No es un libro académico. De hecho mi prólogo es, estrictamente, un ensayo. El libro tiene un propósito esencial: facilitar la lectura de textos de Mella que aparecen dispersos en varios libros, recogiendo en una sola fuente una visión panorámica e integral de su pensamiento, con un criterio actualizado de clasificación de los conte-nidos tratados en su obra.

Julio CésAR GuAnChe

“”

CARTA AL DIRECTOR DE EL HERALDO

Sr. director de El HeraldoEstimado señor, el día 2 leí las “Re-

flexiones” de su periódico y pensé felici-tarlo por lo acertado: la historia verdade-ra de la Universidad Nacional. No llevé a cabo mi propósito por no tener mucho tiempo disponible; pero hoy me veo pre-cisado a escribirle por una refutación errada y apasionada que sobre aquellas ideas hace el antiguo compañero Manuel Buigas en el Diario de la Marina.

Sí, la Universidad necesita todavía muchas reformas verdaderas y sustan-ciales. No estamos en momentos de “dis-ciplina, orden y juicio”, como anhelan Buigas y muchos otros compañeros.

Es verdad que en la Universidad exis-ten muchas inmoralidades e injusticias.

Es verdad que los planes de estudio necesitan una reforma de acuerdo con la Pedagogía moderna.

Es verdad que tenemos que luchar por conquistar la Autonomía.

¿Qué institución no necesita reformas en este año de 1924, cuando se han hecho ruinas tantos valores arcaicos? Hasta la Iglesia, que tan bravamente defiende el ya doctor Buigas, lucha por reformarse para no morir: lanza programas socia-les-cristianos y habla de terminar con el celibato del clérigo.

Sobre el problema de la Universidad que han dado en llamar religioso, diré cuanto hay. Ni en las “Reflexiones” ni en otro lugar se ha dicho que todos los egresados de los colegios religiosos son reaccionarios. Muchos de los que hemos luchado por la Reforma Universitaria so-mos ex-alumnos de Belén, Escolapios, etc. El novel doctor Buigas confunde la-mentablemente este punto. Defiende algo que nadie ha atacado.

Algunos elementos reaccionarios y acomodaticios, ansiosos de terminar sus estudios, de estar bien con los profeso-res, de medrar con ideas que no tienen, se han escudado en el manto de la religión para conseguir prosélitos, para engañar a los recientemente ingresados en la Uni-versidad y obtener de esta manera venta-jas personales.

No todos los religiosos son reaccio-narios, pero todos los reaccionarios se hacen aparecer como religiosos, y como defensores de ideas que nadie ataca den-tro del problema universitario.

Algo parecido está sucediendo en la Facultad de Derecho. Un individuo que nada ha hecho en la Universidad duran-te tres años, ahora en el último curso de su carrera, arde de deseos de laborar por la Asociación de Estudiantes y por la Alma Mater. Funda un partido deno-minado “Laborista” y se lanza a realizar campañas a base de supuestas ofensas y ataques a la religión y a los religiosos. Nunca se distinguieron por su amor a las cuestiones sociales, y se llaman la-boristas como McDonald. Se ponen este nombre plebeyo y son miembros de la aristocracia de nuestra América: los ri-cos venideros. Esta es la verdad del pro-blema universitario.

De un lado estamos todos los que an-siamos la Reforma: Autonomía, separa-ción definitiva de los profesores expulsa-dos, mejoras en los planes de estudios y en el orden material. Del otro, los que as-piran a medrar a la sombra de cualquier idea para obtener fácil y rápidamente su patente de corso, que llaman título.

Estos han creído conveniente a sus intereses vestirse con el sayo de cruza-dos defensores del santo sepulcro y de la fe; y lo han hecho.

Si en la Universidad se desencadena el problema religioso, y no se puede conti-nuar luchando por las nuevas ideas de Re-forma Universitaria, sépase bien quiénes provocan el cisma, y quiénes sirven a la reacción, al dividir a los estudiantes para satisfacción de sus intereses personales.

Espero, señor director, de su benevo-lencia, amor a la verdad, y servicio a la causa universitaria, que dé publicación en su valiente e imparcial periódico a esta carta.

Lo creo de gran beneficio para la cau-sa de la Reforma Universitaria.

7 de oCtubRe de 1924

intermedio de interpretaciones más allá de la propia selección de los textos. Es una oportunidad para, a la vuelta de casi cien años, los jóvenes y los viejos cubanos comprueben que los bustos que nos rodean tuvieron voz una vez, y tienen, aún, mu-chas cosas importantes que decirnos.

Mónica Rivero

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COLECCIÓN HOMENAJES

Este libro reúne las primeras cuatro historietas de Elpidio Valdés. Son, si se quiere, su acta de nacimiento ante los ojos de los lectores y las lectoras —de entonces y de ahora—, pero no son el acta de nacimiento de su creador, que también estamos homenajeando aquí.

Se trata, qué duda cabe, de un ho-menaje dúplex.

Homenaje a Padroncito —también llamado padre de Elpidio Valdés— por su aporte extraordinario y sostenido a la cultura cubana.

Homenaje a Elpidio Valdés —tam-bién llamado hijo pródigo de Juan Pa-drón— porque ha enriquecido el co-nocimiento, la imaginación y las vidas de cuatro generaciones de cubanos y cubanas.

Elpidio es un ícono de nuestra cul-tura. No abundan los personajes, his-

se note. Nada de lecciones a ultranza, ni del llamado teque, altamente perjudicial, como sabemos, sino divertimentos de la Historia, juegos, travesuras. En otras palabras: Juan Padrón logra el milagro (porque de eso se trata, de una obra milagrosa) de remover patriotismo me-diante aventuras deliciosas.

Es conveniente recordar que muchos de nosotros, más cerca o algo alejados de la llamada media rueda de la vida, creci-mos mirando las tiras cómicas que apa-recían en las publicaciones Muñequitos y Pionero. Me refiero a aquellos dibujos de Kashibashi, el inolvidable samurái diminuto, en una de cuyas peripecias gráficas apareció por primera vez quien más tarde se convertiría en el símbolo de cubanía por excelencia: el mambicito Elpidio Valdés, y también los dibujos de Pulgas, de Verdugos y de Vampiros que entusiasmaron nuestra niñez. De ahí la importancia del libro-cuaderno que el Centro Pablo regala hoy. Con breves no-tas del propio Padrón, aparecen en Elpi-dio Valdés. Los inicios cuatro capítulos, fechados según el orden en que fueron apareciendo las publicaciones: “Elpidio Valdés contra los ninyas”; “Elpidio Val-dés contra Gun market co.” (ambas de 1970); “Elpidio Valdés contra los zer-nis”, de 1971, y de un año más tarde “El-pidio Valdés y el cañón de cuero”, poste-riormente llevado a soporte audiovisual.

Permítaseme detenerme en esas notas que Padrón añade al frente de cada capí-tulo. Tan ilustrativos y espléndidos como son los dibujos, así resultan estos micro-prólogos, donde aparecen informaciones hasta ahora escondidas. En el primero, el de los ninyas, el autor confiesa el secreto de que es esa la primera historieta con El-pidio, aunque no inauguró la era elpidia-na por haber trazado mal el tamaño de las páginas de Pionero, de manera que, para los historiadores, esta es la segun-da aparición del entrañable personaje.

En la siguiente nota, aparece el sim-patiquísimo dato de que cuando se pu-blicó esa historieta traducida al checo, no se tradujo la palabra ¡Salta!, que pronuncia el indio “Ojo de puma”, quien se hace amigo de Elpidio, porque los in-térpretes de la República Checa creye-ron que se trataba de un grito de guerra apache, y lo mantuvieron como tal. En la tercera nota, la dedicada a los extrate-rrestres, la confesión nos deja atónitos: resulta que se extraviaron los originales de estos dibujos, de forma que un co-leccionista del semanario Pionero tuvo la gentileza de obsequiarle a Padrón el número correspondiente a esa emisión, y fue así que el autor volvió a dibujar esa historieta, cambiando ligeramente el final, ya que muchos niños y niñas protestaron con el primero, porque el jefe de Elpidio lo regañaba.

VIAJE A LOS INICIOS DE ELPIDIO VALDÉS

Juan Padrón, artista imprescindible que tiene en su haber más de sesenta cortos y cinco largometrajes de anima-ción, que ha publicado cuatro novelas, y es, además, profesor titular adjunto del ISA, y acreedor de diez Premios Cora-les, quien es con justeza Premio Nacio-nal del Humor y de Cine, poseedor de las medallas Alejo Carpentier y Félix Varela de Primer grado, es, sobre todo y para siempre, el padre del personaje El-pidio Valdés, calificado con rigor como un ícono de nuestra cultura por Víctor Casaus en el prólogo al libro cuya pre-sentación me honra muchísimo.

Publicado por Ediciones La Memoria, del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, en su colección Homenajes (La Habana, 2017), el volumen permite dis-frutar de una suerte de viaje a la semi-lla, a los orígenes del más entrañable representante del espíritu emancipador cubano en cuanto a dibujo o historieta se refiere.

Dirigido inicialmente a un público infantil (al menos esa fue la intención de Padrón), Elpidio y sus colegas, sus adversarios, sus amigos, sus conquistas y sus tribulaciones, devinieron símbolo irredento de Cuba, disfrutado por to-das las generaciones, pero ojo: con la gracia y el encanto de educar sin que

torias o acciones que puedan merecer ese honroso calificativo. Y lo es por-que su creador encontró las maneras formidables de unir los valores de la historia de la patria a las posibilida-des comunicadoras de la cultura po-pular, incorporando nuestra manera de ser como pueblo, nuestro humor, nuestros rasgos esenciales a ese uni-verso visual y, luego, audiovisual. Elpidio no es un héroe acartonado, ideologizante, previsible y —por ello— aburrido: es la imagen humana y risueña del pueblo que libró 30 años de guerras contra el colonialismo es-pañol, cargando al machete contra las fuerzas enemigas que se esforzaban en convertir a los mambises en puré de talco y recibían esta respuesta del coronel Valdés: ¡Eso habría que verlo, compay!

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Elpidio Valdés. Los inicios

ELOGIO Y MEMORIA DE PADRONCITO VALDÉS

No se va a poner bravo con esa combinación de nombre y apellido que he puesto aquí arriba en el prólogo de este libro. Porque Padroncito (Juan Pa-drón) y Elpidio Valdés comparten una misma identidad artística, cultural, tie-nen similares sentidos del humor, han sido audaces y creativos y patriotas. “No es lo mismo, pero es igual”, como diría el trovador.

Para nosotros, persistentes admira-dores de ambos, es una alegría poner las palabritas que siguen —a nombre del Centro Pablo— en el comienzo de este libro, Elpidio Valdés. Los inicios, que está publicando, a ritmo de campaña in-surrecta, Ediciones La Memoria.

Y se trata, qué duda cabe, de un ho-menaje dúplex.

Homenaje a Padroncito —también llamado padre de Elpidio Valdés— por su aporte extraordinario y sostenido a la cultura cubana.

Homenaje a Elpidio Valdés —tam-bién llamado hijo pródigo de Juan Pa-drón— porque ha enriquecido el co-nocimiento, la imaginación y las vidas de cuatro generaciones de cubanos y cubanas.

Elpidio es un ícono de nuestra cul-tura. No abundan los personajes, histo-rias o acciones que puedan merecer ese honroso calificativo. Y lo es porque su creador encontró las maneras formida-bles de unir los valores de la historia de la patria a las posibilidades comu-nicadoras de la cultura popular, incor-porando nuestra manera de ser como pueblo, nuestro humor, nuestros rasgos esenciales a ese universo visual y, lue-go, audiovisual. Elpidio no es un héroe acartonado, ideologizante, previsible y —por ello— aburrido: es la imagen hu-mana y risueña del pueblo que libró 30 años de guerras contra el colonialismo español, cargando al machete contra las fuerzas enemigas que se esforzaban en convertir a los mambises en puré de tal-co y recibían esta respuesta del coronel Valdés: ¡Eso habría que verlo, compay!

Por último, en el capítulo del cañón de cuero, Padrón revela que para dar vida a Marcial, ese encantador compañero de aventuras de Elpidio, él se inspiró en un mambí de verdad, amigo de su padre, quien le contaba anécdotas de la guerra del 95.

Junto a Elpidio aparecieron, de la mano de Padroncito, los personajes lla-mados secundarios que desde cada án-gulo y cada perspectiva conforman el universo de esas historietas que luego pasaron a ser dibujos animados —y am-bos a su vez pasaron al imaginario po-pular de la Nación para quedarse, para completar nuestras vidas con sus peri-pecias, su humor y su lenguaje popular: con sus vidas. Por allí —por aquí— pa-san entonces María Silvia, la novia y luego esposa de Elpidio; Palmiche, “un caballo de guerra”, más humano que muchos humanos guerreros; Pepito, niño, soldado mambí y corneta de las tropas; Eutelia, la niña ayudante de Ma-ría Silvia; y, en el bando contrario, entre otros: el general Resóplez, enemigo ma-yor de Elpidio; Media Cara, capitán de la contraguerrilla, o el coronel Cetáceo, sobrino de Resóplez y prometido de María Silvia hasta que ella se convierte en insurrecta.

Este libro reúne las primeras cuatro historietas de Elpidio Valdés. Son, si se quiere, su acta de nacimiento ante los ojos de los lectores y las lectoras —de entonces y de ahora—, pero no son el acta de nacimiento de su creador, que también estamos homenajeando aquí.

Esa historia —la de Juan Padrón, la de Padroncito— comienza antes, en la modesta sede de la revista Mella, en la calle Desa-güe, donde el futuro papá de Elpidio di-bujó junto al maestro Virgilio Martínez y a otro ávido discípulo llamado Silvio Rodríguez sus primeras historietas y donde comenzó a imaginar seguramen-te otros personajes que, poco después, enriquecerían su universo artístico y humorístico, como los vampiros y ver-dugos que combinarían humor, horror y amor (al oficio de la imaginación des-bordada) de una manera deslumbrante y novedosa.

Ese amplio universo creativo apare-cerá reunido, con carácter antológico, en otro libro que ya prepara Padroncito para ser publicado por Ediciones La Me-moria y presentado por el Centro Pablo en la Feria del Libro del próximo año.

Ahora, por lo pronto, disfrutemos y felicitemos esta iniciativa que nos permite compartir elogios merecidos y despertar memorias queridas.

¡A la orden, coronel Valdés! Siem-pre contigo, Padroncito.

Víctor Casaus

Ya que resulta imposible reseñar tiras cómicas, más allá del comentario inevitable del buen trazado del dibujo y de la eficacia de los diálogos, repetiré palabras que escribí al conmemorarse los primeros 50 años de vida artística de Padrón: “Sus creaciones funcionan como el cordón umbilical que ata a va-rias generaciones de cubanos y de cuba-nas. Podemos disentir en muchísimas cuestiones, polemizar con los viejos y con los más jóvenes, atacarnos, emigrar o quedarnos, defendernos, enfrascarnos en apasionadas discusiones, dejarnos abatir o, por el contrario, estimularnos a continuar batallando, pero si en algo es-tuvimos, estamos y estaremos de acuerdo todos los nacidos en esta isla, es precisa-mente en la identificación del más gran-de de nuestros historietistas”.

Reitero lo que dije entonces, y, como es obvio, insto al público —de cual-quier edad— a no dejar pasar la opor-tunidad que nos brinda una vez más el Centro Pablo, empeñado en perpetuar la memoria, cuya definición académica vale recordar: función del cerebro que permite codificar, almacenar y recupe-rar la información del pasado. Esta vez asistimos a la revisitación de la Historia, o a su aprendizaje, en el caso de los ni-ños y niñas, de la manera más divertida

posible. Riámonos, pues, y aprendamos juntos. Este bellísimo libro-fiesta nos espera.

Laidi Fernández de Juan

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COLECCIÓN HOMENAJES

Ediciones La Memoria pone otra vez en manos de los lecto-res las historietas de Juan Pa-drón. En esta ocasión, la serie humorística Verdugos, ahora en colores. Estas historias protago-nizadas por verdugos, carceleros y prisioneros harán reír a todos.

CONTAR HISTORIAS DE VERDUGOS

El propio Juan Padrón ha confe-sado, sin el menor rubor, casi con sano orgullo, que se divirtió como un bobo mientras dibujaba, hace ya varias déca-das, las imágenes que aparecen en Ver-dugos, libro de historietas publicado por vez primera a fines de los años 80 del si-glo xx, por la Editorial Pablo de la Torriente, de la Unión de Perio-distas de Cuba.

Esa debe haber sido, también, de segu-ro, la sensación que ha experimentado ahora el conocido —y reco-nocido— creador ante la publicación, en la colección Homenajes, de Ediciones La Me-moria, sello del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, de la segunda entrega, re-producida a colores, de las historietas reu-nidas en Verdugos.

La génesis de estos simpáticos y ocu-rrentes personajes hay que buscarla en 1967, cuando Juan Padrón se vinculaba al suplemento humorístico El Sable, dirigi-do por José Luis Posada, como “dibujan-te humorista”, que —como ha comenta-do— “así se designaba en aquella época a los caricaturistas y debe ser porque a los burócratas les sonaba más elegante”.

Como confiesa el propio artista, en las breves palabras de presentación de este libro, los verdugos, junto a los vam-piros y los comejenes —otros de sus “personajes” de entonces—, nacieron cuando vivía en una casa de huéspedes en El Vedado habanero, en una torre con salida a la azotea, que se le antojaba de aspecto medieval.

“Los murciélagos —afirma— inspi-raban chistes de vampiros; los comeje-nes, los chistes de comejenes. Algunas esquinas y vigas de la torre, y pabellones que recordaba de mi servicio militar en El Morro, están en muchos dibujos de Ver-dugos. Debo muchas ideas a esa torre”.

Estos primeros verdugos pueden en-contrarse en publicaciones latinoameri-canas, gracias a la gestión comercial de la agencia de noticias Prensa Latina, has-ta que, en 1970, por esas raras e insólitas decisiones, se interrumpe su difusión, pues el humor negro que sustenta estas historias no era aconsejable a los jóvenes.

Los verdugos fueron, afortuna-damente, salvados. Fue el propio Juan Padrón quien se encargó de tan noble empeño. Eso ocurrió en la década de los años 80 de la pasada centuria, cuando decidió realizar versiones de algunas de estas criaturas para la serie animada Fil-

minutos, aún recordada por varias gene-raciones de espectadores.

No puede afirmarse que estos verdu-gos constituyen el aporte más relevante del animador cinematográfico e histo-rietista Juan Padrón al imaginario de su tiempo. Ello sería inexacto e injusto, porque negaría la incuestionable trascen-dencia de Elpidio Valdés, el más popular personaje de la historieta y el dibujo ani-mado cubanos de todas las épocas.

Nacido en Coliseo, en Matanzas, en 1947, Juan Padrón, quien es profesor titu-lar adjunto del Instituto Superior de Arte, ha recibido, entre otros reconocimientos, los Premios Nacionales de Cine y de Hu-mor, así como una decena de Premios Coral, concedidos en varias ediciones del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.

Autor de más de sesenta cortos y cinco largometrajes de animación —entre ellos ¡Vampiros en La Habana!, incluido en la colección del MOMA de Nueva York—, atesora, igualmente, una bibliografía en que aparecen, entre otros títulos, Elpidio Valdés contra dólar y cañón, Cómo me hice Pepito el corneta, ¡Vampiros en La Habana! y Vampirenkommando.

Bajo el sello editorial La Memoria, se ha publicado, recientemente, el volu-men titulado Elpidio Valdés. Los inicios, con las cuatro primeras historietas que, protagonizadas por este personaje que es ya un auténtico símbolo de la identidad de la nación cubana, creó Juan Padrón.

En el texto que, a manera de prólogo, presenta esa entrega, el poeta, periodis-ta y cineasta Víctor Casaus se refiere a ese universo artístico y humorístico de

Juan Padrón, que combina “humor, horror y amor (al oficio de la imaginación desbordada) de una manera deslumbrante y novedosa”.

Confirmemos la certe-za de tales palabras, a tra-vés de las páginas de Ver-dugos, este libro de Juan Padrón. Una muestra fe-haciente de oficio, talento, maestría. Y no solo de ello, sino también de lo des-lumbrante y novedoso que puede resultar, cuando la obra nace desde la razón y la pasión, contar historias de verdugos.

Fernando Rodríguez Sosa

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Verdugos

SOBRE LOS ORÍGENES DE VERDUGOS

En 1967 comencé a trabajar en el periódico Juventud Rebelde, para el suple-mento de humor El Sable, que dirigía José Luis Posada. Mi plaza era de dibujante hu-morista (así se designaba en aquella épo-ca a los caricaturistas y debe ser porque a los burócratas les sonaba más elegante). Dibujantes humoristas que conocí enton-ces fueron Manuel, Lazo, Luis Ruiz, Aldo Roig, Virgilio Martínez, Torres, Carlucho, Janer y otros que iban y venían. La redac-ción era un banquete para los jóvenes di-bujantes: teníamos escritores como Héctor Zumbado, Blasito, Jané o Évora Tamayo. Además, el gallego Posada era un maestro de la pluma, el pincel, los lápices litográfi-cos, y lo que le pusieran. Hacía excelentes trabajos entintando con pedazos de bambú y hasta con pinceles de pelos retorcidos. Nos hacía querer realizar los mejores di-bujos del mundo.

Posada gustaba del humor negro y se entusiasmó con los primeros chistes de Verdugos. Me enseñó caricaturas de ese

estilo de humor realizadas por Charles Addams en el New Yorker, que luego yo quería imitar, usando medios tonos, pincel seco y otras técnicas que me salían bastan-te mal, la verdad.

Tiempo después, desapareció El Sa-ble, con su buena impresión en rotogra-bado; se convirtió en La Chicharra y más tarde en DDT. La impresión de La Chi-charra era precaria y la onda, para lograr calidad, era dibujar con líneas gruesas. Cero pincel seco.

Por entonces vivía en una casa de huéspedes en El Vedado, en una torre con salida a la azotea y que a mí se me anto-jaba de aspecto medieval. Las vigas del techo estaban llenas de comején. Había nidos de gorriones en el techo de tejas y salamandras transparentes por las paredes que se comían los comejenes. En la noche, si uno apagaba las luces, había murcié-lagos que cruzaban de un lado a otro de la torre por las ventanas. Los murciélagos inspiraban chistes de vampiros; los come-jenes, los chistes de comejenes. Algunas esquinas y vigas de la torre, y pabellones

que recordaba de mi servicio militar en El Morro, están en muchos dibujos de Verdu-gos. Debo muchas ideas a esa torre.

Junto a la serie Vampiros, hice una buena tanda de verdugos y sus prisioneros. Unos cien cartones, como se llamaba a los chistes de un cuadro. La agencia Prensa Latina comenzó a venderlos a varias pu-blicaciones de América Latina en Perú, México, Colombia, Venezuela y Ecuador.

En 1970 se dejaron de publicar, pues se consideró que el humor negro no era deseable en una publicación para jóvenes. Diez años después, realicé versiones de algunos Verdugos para la serie animada Filminutos y, a finales de los 80, la selec-ción de chistes que integran este libro para la Editorial Pablo de la Torriente, de la UPEC. Nadie dijo nada del humor negro, aunque ustedes verán que, en general, es gris claro.

Esta es una nueva edición, en colores, y espero que la disfruten. Yo me divertí como un bobo dibujándolos.

Juan Padrón

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COLECCIÓN A GUITARRA LIMPIA

Este libro es un regalo comparti-do. Por una parte, es una fiesta para los silviófilos y trovadictos que han acompañado sus canciones, en algu-nos casos durante décadas, disfrutan-do, reflexionando, sufriendo, apren-diendo, amando o maldiciendo con la ayuda de aquel texto memorable o de la melodía de aquella canción que de pronto ya pertenece a nuestra vida, lo que no es poco decir.

VíCtoR CAsAus

SILVIO SIGUE LEVANTANDO SU MANO Y LA GUITARRA

Silvio y su obra son esa época en la que vivimos y que ahora se acerca a los 60 años. Ha marcado nuestras vidas y agota-do la juventud de varias generaciones. En ese tiempo transcurrido, en el que no han faltado adversidades enormes, muchas cosas han favorecido su poesía (música) y la mantienen, a fuerza de coherencia per-sonal, sabiduría artística y por milagro de un sinnúmero de circunstancias, porque esa obra se ha erigido, también en tiempo de derrumbes, banalidad generalizada, imposición de gustos dudosos a través de los medios y otras formas de comunica-ción, globalización neoliberal económica y cultural, incertidumbre existencial, in-discriminado desarrollo de la tecnología en perjuicio de la vida y canción pos-moderna en interesada desconexión con la cultura, de erotismo barato y a veces obsceno.

De todos los países en los que se crea-ron movimientos musicales que nutrieron la nueva canción, la canción protesta y otras denominaciones de lo que luego también fue llamado canción inteligente, solo Cuba había pasado por una revolu-ción que avanzaba en medio de uno de los contextos mundiales más ricos, com-plicados y difíciles de todos los tiempos. Los años 60 están marcados por la guerra de Vietnam, donde Estados Unidos repite un genocidio por medios convencionales similar a lo que había hecho en Japón en la Segunda Guerra Mundial, al mis-mo tiempo que bloquea a Cuba, continúa sosteniendo las dictaduras de América Latina y frenando la lucha anticolonial y los movimientos de liberación nacional. Pero internamente, además de un extenso y combativo apoyo de los norteamerica-nos al fin de la guerra y la devolución de los jóvenes soldados a casa, se desarro-lla un movimiento nunca antes visto en pro de los derechos civiles y la igualdad racial; las drogas se convierten en hábi-to de enormes grupos y pasan a ser parte de la cotidianidad; proliferan los hippies en una suerte de evasión que deriva arte y costumbres; nuevas formas e intentos de revolución social y poética aparecen en Europa; Che Guevara, primero en el Congo y definitivamente en Bolivia, lan-za la consigna de “crear dos, tres, muchos Vietnam” que inmediatamente se con-vierte en canción; las fuerzas de la OTAN y las del Pacto de Varsovia recuerdan la

posibilidad inminente de una guerra atómica y la URSS y China dividen el mundo de la izquierda en prosoviéticos y prochinos, todo con la banda sonora de Los Beatles. Es esa banda sonora la que enriquece la nueva canción internacional y la Nueva Trova cubana en la que Silvio es una de las cabezas más importantes, con la característica de que mientras to-dos “protestaban” contra los regímenes dictatoriales en los que actuaban, los cubanos estaban en la primera década de su revolución, que ya para esa fecha se había convertido en una revolución cultural que los incluía. La nueva can-ción cubana era entonada por todos los ciudadanos y comprendida —porque ya no había analfabetos y millones de per-sonas de todas las procedencias y lugares del país asistían a las escuelas y univer-sidades. Entendida como un instrumento de lucha hacia afuera, en su pelea contra el capitalismo salvaje, y hacia adentro, como crítica, más bien autocrítica, en aras de trabajar por un modelo popular y perfectible. Esta visión crítica de lo inter-no la ha impulsado durante décadas, y lo seguirá haciendo si se mantiene por todos la misma coherencia que Silvio le ha im-primido a su poética.

No está muy claro, creo yo, qué le debe la Nueva Trova al gran recorrido de la música cubana. Sin exagerar, valdría la pena plantearse el problema, también, como un asunto de ruptura (no siempre para bien). En todo caso son notables las diferencias con las letras y las armonías de la Vieja Trova y también del filin, este último caracterizado por una superación de las viejas corrientes de la poesía segui-da de pasos al coloquialismo, las interin-fluencias con la música norteamericana y de esta con la nuestra que además gestio-na un nuevo modo de cantar. Es probable que el tema del amor, el manejo del asunto erótico que a veces acompaña el intento épico en la Nueva Trova, sea algo en co-mún con las corrientes anteriores, el yo que existe y a veces persiste, a pesar de…, la existencia del otro como fórmula entre realidad y deseo, el tema de la patria en la trova vieja y el tema de la intimidad amo-rosa tratado de forma conversacional en la obra del filin y prefilin.

No obstante, la Nueva Trova y Silvio, particularmente, tienen de todo. Si bien Silvio cantaba desde pequeño canciones tradicionales que oía en la voz de su pro-pia madre, las primeras canciones que le escuché, cuando su repertorio era aún

Tuve la suerte de ser atendido, más que ignorado, por mis contem-poráneos, a pesar de la cantidad de papeletas de olvido que le suele tocar a mi estirpe.

Y tuve la suerte de nacer doce años antes de que un rabo de nube des-cendiera al país que me tocara, en otra insondable rueda de la fortuna. Tuve también la suerte de que no me traga-ran las contradicciones que todas mis suertes anteriores me obsequiaron. Y la suerte, además, de que prevalecie-ra el compromiso con la vida sobre la autocompasión. La suerte de que cada golpe de soga fuera hilando un tejido resistente, pero no invencible, todo lo expuesto que lo humano precisa. Eso es la suerte madre de mis suertes: la de no haber extraviado entre hados pa-sajeros la memoria de ser afortunado, la dura y necesaria suerte del párpado abierto y el corazón en carne viva.

silVio RodRíGuez

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Silvio: que levante la mano la guitarra

A SEIS MANOS, TRES AMIGOS

Celebro que ocurra esta nueva edi-ción de Que levante la mano la guitarra, libro escrito por dos amigos muy queri-dos, con mi total complicidad. Conservo presentes aquellos días de la década de los 70, cuando lo empezamos en el apar-tamento de 23 y 24.

Teníamos como antecedente el libro con el que Eduardo Castañeda, en 1969, había querido inaugurar la colección Pluma en ristre.

Recuerdo haber revisado las pruebas de galera del volumen, que sobre todo incluía textos, y al final llevaba un disco con cuatro canciones (que llegó a impri-mirse). Pero la temprana muerte de nues-tro compañero también se llevó sus ideas.

Me parece que cuando empezamos a trabajar en Que levante la mano… yo acababa de regresar de la República Popular de Angola. En aquella segun-

muy pequeño, no tenían absolutamente nada que ver con aquel movimiento, y vine a sentir su presencia ya en su madu-rez, cuando deliberadamente constituían un homenaje donde se hacía evidente la calidad adquirida. Hay también algo que agregar: la Nueva Trova indagó en la mú-sica de Latinoamérica y del Caribe, pro-bablemente como no lo haya hecho nin-guno de los movimientos cancionísticos cubanos; pretendió aires de la canción y la música europea, particularmente, francesa, española, italiana, y se vuelve a repetir el ir y venir con la música nortea-mericana (en esta ocasión más venir que ir por razones políticas que no permitían el intercambio), particularmente el coun-try y el rock en sus diferentes variantes, incluida su versión cubana del momento. Era un afán de construir, compartir y expandirse que superaba la tradicionali-dad, digamos, española y norteamericana de otros tiempos.

Lo mejor de la Nueva Trova en don-de se incluye, sin lugar a dudas, Silvio Rodríguez, participó de un proceso de universalización siempre pretendido por la música cubana, en el momento que te-nía las mejores condiciones para hacerlo, aunque estemos ante la paradoja de en-contrarnos en uno de los peores instan-tes de aislamiento. El gran público de la juventud radicalizada en casi todas partes y los movimientos de iz-quierda encontraron en la Nueva Trova y otros cuerpos de la canción participativa una forma de recepción y expan-sión de sus ideas y las posibilidades de una convocatoria extraor-dinaria. Sin embargo, lo interesante de este fenómeno es que aun cuando en muchos ca-sos se llegó a la propa-ganda burda y se creyó por algunos que se po-día cantar el editorial de los periódicos de la vanguardia (y se sigue creyendo), la canción de Silvio ganó en rigor literario y en excelen-cia musical. Los mo-vimientos y los autores que supervivieron a la tentación contenidista,

da mitad de los 70 empecé a viajar con cierta asiduidad. Esto fue demorando el trabajo en el libro, sobre todo respecto a la larga entrevista: yo iba contestan-do preguntas y cuando regresaba de un viaje habían aparecido más. Si mal no recuerdo, lo dimos por terminado en 1979, pero, como hubo que esperar por la edición, dio tiempo a incluir temas compuestos en 1980, e incluso en 1981.

De todo lo que se ha escrito sobre mi trabajo, Que levante la mano la guitarra es sin dudas lo más entrañable. Lo hici-mos a seis manos tres amigos. Uno de ellos, el poeta Luis Rogelio Nogueras, se nos fue a los 40. El otro poeta, Víctor Casaus, es quien impulsa esta reedición. Se trata de un libro concebido en tiem-pos difíciles, complejos, hermosos, en una Cuba que intentaba acercarse a su propio ideal. Mucho de aquel país está en las manos del lector, en asuntos que —si miro en torno— parecen intemporales.

El nombre sucede después de una pregunta en un aula de niños. Presumir que una guitarra alza la mano para res-ponder, solo es confesar que el testimo-nio de la vida cabe en los instrumentos que la cuentan, llámense música, cine, pintura, danza, poesía.

Silvio Rodríguez Domínguez

al precio del sacrificio de la metáfora, cayeron en pecado mortal y se murieron. Silvio sigue, levantando su mano y la guitarra.

Jorge Fuentes

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COLECCIÓN COLOQUIOS Y TESTIMONIOS

Carlos Lechuga pertenece a esa estirpe de hombres en los que el pen-sar y el hacer son inseparables. Así lo evidencia esta compilación que mues-tra gran parte de la obra del periodista y diplomático cubano.

En los textos que aquí aparecen, redactados entre 1941 y 2002, se ad-vierte el reportero comprometido, que en diversas publicaciones, así como en la radio y la televisión prerrevolucio-narias, alertaba las fisuras manifiestas en aquella sociedad cuyos fundamen-tos éticos estaban en crisis. Por otra parte, en los escritos posteriores a 1959 recogidos aquí, el entonces di-

BARCOS DE PAPEL SURCAN LOS MARES DE LA HISTORIA

Uno de los mayores retos para quien escribe es imponerse sobre el tiempo, perdurar. Es tan difícil de lograr que muchos grandes escritores lo han conse-guido… solo póstumamente. Y con los grandes periodistas sucede lo mismo, pero con una desventaja adicional: en tanto los libros de esos autores ilustres se editan y reeditan y venden, la suerte de los trabajos recogidos en periódicos y revistas no es la misma. ¡Cuántas co-lecciones de publicaciones periodistas no se han perdido! ¡Cuántos, en casa, no tenemos una excelente biblioteca, pero no conservamos los periódicos y revis-tas! Entonces, para que un periodista siga vivo en la memoria, es necesaria, mucho más que la loa y la adjetivación acerca de su calidad e inmanencia, la pre-sencia de sus textos, recopilados, de ma-nera que puedan ser leídos y analizados por quienes ahora los “descubren”. Para los cubanos actuales, Carlos Lechuga (1918-2009) queda en la memoria como un insigne representante del servicio di-plomático, pero tal vez pocos conocen (salvo los que suelen hurgar en hemero-tecas) que se trató también de un gran periodista, de los que se adentran en los problemas, arriesgan con sus criterios, conspiran por convicción y en ocasiones hasta ponen en juego sus vidas.

Barcos de papel, recién salido de la imprenta, colección de artículos de Car-los Lechuga publicados entre 1941 y 2002, es el resultado de un empeño mancomunado. En primer lugar de su

hija Lillian y ahí, pegadito, de Ediciones La Memoria del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, que lo pone en ma-nos de los lectores.

Antes de entrar en materia, a saber, la lectura de los artículos selecciona-dos de Carlos Lechuga, el lector debe-rá detenerse en el prólogo de Raúl Roa Kourí (por cierto, ameno y elegante) y en las palabras de la hija del autor, que lo hace mediante una reveladora entre-vista. Solo después de adentrarnos en el quehacer intelectual y ciudadano de Carlos Lechuga, de enterarnos de cómo fueron sus inicios en el periodismo, de su presencia sostenida en el periódico El Mundo y en el semanario Bohemia, de su oposición desde el mismo golpe de Estado de 1952 al régimen de Fulgencio Batista, de su participación en la organi-zación de la huelga de abril de 1958 y, a partir de 1959, de su incorporación al servicio diplomático en cargos que le permitieron ser portavoz de los nuevos rumbos de la política revolucionaria, en particular por su condición de represen-tante del Gobierno cubano —por ejem-plo, fue el último embajador de Cuba ante la Organización de Estados Ameri-canos (OEA) y representante ante la Or-ganización de Naciones Unidas (ONU) durante la Crisis de Octubre—, estare-mos en condiciones de apreciar debida-mente la labor de quien fue mucho más que un testigo de hechos poco conocidos de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.

Sin embargo, a pesar de sus nume-rosas ocupaciones, Carlos Lechuga ja-más dejó de ejercer el periodismo, una profesión de la cual afirmó que “como

espejo de la realidad no tiene sustituto […]. Guarda relación con la historia, porque es parte de ella, aunque no es la historia misma porque le falta perspecti-va. Creo que el periodismo para cumplir su función a cabalidad tiene que seguir la marcha de la historia. De no ser así, sirve solamente los intereses de sectores estrechos, contrarios a los intereses de las mayorías”.

La selección de los textos de Carlos Lechuga reunidos en Barcos de papel revela la vastedad y hondura de sus in-tereses ciudadanos, va desde lo aparen-temente pueril (como el peso adulterado del pan) hasta las armas atómicas, sin excluir sucesos que han pasado a ser parte del anecdotario de todos los tiem-pos, como el “misterioso” robo del bri-llante del Capitolio. Al igual que Teren-cio, pero contextualizado, pudo afirmar: Nada cubano me es ajeno.

En la edición del 3 de enero de 1953 —recuérdese que 1952 fue el año del marzato de Batista— el periodista Car-los Lechuga publicaba en el diario El Mundo este comentario premonitorio:

La postración en que ha caído nues-tra política —y la política en el sentido amplio, en la dirección fe-cunda, en los modos de resolver a fondo los problemas cubanos— en-gendrará, sin duda, una saludable reacción contra los hombres y las organizaciones que son responsables de ella, por un motivo o por otro.

Un pueblo como el nuestro, que du-rante siglos de penuria y frente a los mayores obstáculos, ha levanta-

plomático ofrece un valioso testimo-nio acerca de los notables cambios ocurridos en Cuba y la nueva situa-ción internacional.

Tanto en unos como en otros se conjugan la sagacidad y entrega de aquel que un día soñó con la nave-gación y terminó, según sus propias palabras, “tripulando barcos de papel en mares de tinta”.

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Barcos de papel

ASÍ ESTAMOS…

El signo de lo subalterno proyecta su sombra sobre las actividades políticas. No es un secreto. Vamos todavía entre brumas espesas sin soluciones apuntadas. Lo electoral no mue-ve hoy al pueblo, que intuye claramente el fracaso de cual-quier gestión de ese tipo si pre-viamente no se resuelven pro-blemas imposibles de ventilar en la urna, ya que para llegar a ella es necesaria la vigencia de varios factores como por ejem-plo, el de las garantías efecti-vas, sin subterfugios; el de la confianza; el que nos llevará al pleno disfrute de las libertades y otros.

Es horrible ver la pobreza de espíritu de muchas de las figuras que se mueven en el es-cenario público. Horrible para esta generación, que ha estado condenada a respirar en un am-biente mediocre, sujeta a la au-dacia de los más impreparados para la función pública.

do una nación próspera, alegre, rica y trabajadora, no quedará estático contemplando su propio suicidio.

Por esa razón decimos que, a pesar de los presagios dolorosos que nos mues-tran las circunstancias, el cubano no ha perdido las esperanzas de seguir su ascendente curso histórico.

Barcos de papel se puede leer de principio a fin (esto sería preferible para seguir el curso de una época), pero tiene también el mérito de que se puede abrir el libro y comenzar a leer cualquiera de sus artículos, por supuesto para después seguir.

Aunque el periodista y diplomático revolucionario publicó otros libros en vida (Itinerario de una farsa, 1991, que fue Premio de la Crítica, y En el ojo de la tormenta, 1995), sus Barcos de papel, entre mares de tinta de imprenta, dan la medida del gran capitán que de niño un día quiso ser, y que consiguió ser… en el complicado océano de las relaciones entre las naciones.

Leonardo Depestre Catony

Duele ver cómo los ideales han sido objeto de mofa y cómo los principios morales se consideran obstáculos para el triunfo. El amargor de que casi todos los acontecimientos hayan llevado una buena dosis de fango no se nos puede quitar de la boca por obra y gracia de algún ser misterioso. Ese mal gusto nos sube todos los días del paladar al cere-bro y nos golpea inmisericordemente.

Quienes no se percatan de ello y hablan de cuestiones de forma para su-perar esta dramática crisis que injusta-mente sufre Cuba actualmente, se colo-can fuera de toda realidad. Los tiempos cambian. Los hombres aprenden. Las grandes mayorías —por suerte para to-dos— están incontaminadas de frivoli-dad y falta de escrúpulos. Ya creemos firmemente que nuestra nacionalidad tiene cimientos suficientes para mejores fines y nada ni nadie puede alterar esa convicción formada a través de los años y a costa de inenarrables sufrimientos.

Sobre lo cominero f lota en toda la Isla una luz de esperanza. Esa luz es la que deben seguir quienes, como nosotros, escribimos para el pueblo, res-tando importancia a los pobres sucesos que emergen de ficciones elaboradas.

Engañaríamos al lector, dicho sea de paso y como ilustración a cuanto

comentamos aquí, si alentáramos al-guna esperanza de solución nacional a través de esos eslabones que tratan de encadenar algunos ingenuos o algunos calculistas —o ambos— y que con-templan exclusivamente la formación de maquinarias electorales de corte tradicional, como escalones para lo-grar el renacimiento de una atmósfera democrática.

Estamos seguros que por esa vía no llegaremos a la ansiada meta. Esa vía es buena, es la mejor, si se enfoca desde otro ángulo. ¿Qué ángulo? —pregunta-rán ustedes—. Pues sencillamente el de la sinceridad y el patriotismo. El de la limpieza de propósitos. El de la moral. El del sacrificio. El de la voluntad de servir al país. El de la rectificación sabia y saludable. El de la valentía para ver la situación a través de un prisma impar-cial. El ángulo desde el cual miraron los mambises el problema cubano del siglo pasado. El único que nos sacará de esta tembladera.

Para hablarle al pueblo de política, honestamente, hay que expresarse con estas ideas. Todo lo demás es hipocre-sía. De ello estamos seguros.

(Publicado en El Mundo, “Claridades”, 15 de noviembre de 1953)

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COLECCIÓN COLOQUIOS Y TESTIMONIOS

Aquí se cuenta la historia de un gru-po de amigos del barrio La Punta, en La Habana, desde la década del 50 hasta los 90 del siglo pasado, narrada por uno de sus miembros. El protagonista, Joaquín Ortega, un muchacho a punto de entrar en la Universidad, se ve dividido entre los amigos, sus amores y la lucha contra el régimen de Batista; su vida evolucio-na en paralelo con la historia de la Revo-lución, en la que el pueblo se ve involu-crado desde los comienzos. Con Joaquín se recorre nuestra historia reciente desde el mismo golpe de Estado, ya que, jun-to a sus asuntos personales, describe los eventos nacionales e internacionales que vivieron y que influyeron en sus vidas, para bien o para mal.

Así como el joven Jorge Oliva Es-pinosa (Joaquin Ortega Espasande en la novela, conservando las iniciales del nombre y apellidos del verdadero pro-tagonista) actuaba según sus propias determinaciones iracundas, sin seguir el orden establecido por los dirigentes de la organización clandestina con la cual se identificaba a riesgo de su vida, el más tarde devenido profesor univer-sitario mantuvo semejante irreverencia, de modo que conservó el mismo espíri-tu de rebeldía gracias al cual recibió el mote de El Loco más de una vez. Tengo la impresión de contemplar la fe de vida de un Adelantado, en términos de al-guien que llegó precozmente a todo: sin ser estudiante universitario, se enroló en las actividades de la FEU, y corrió la suerte de aquellos jóvenes gloriosos; sin ser oficial militar, peleó en Girón; sin ha-ber obtenido suficiente instrucción, con veintiocho años, y siendo instructor do-cente y alumno a la vez, participa en la fundación de la ciudad universitaria que más adelante llamaríamos ISPJAE, en la cual no solo aprende y trabaja, sino que, además, vive en uno de sus albergues; sin ostentar el carné de combatiente, ni el de miembro del Partido Comunista de Cuba, se comportó como el militante de la Revolución que siempre fue. Y, por si no bastara, llegado el momento de la corruptela, de la apropiación indebida y de la usurpación de méritos, declinó las oportunidades que le ofrecieran algunos antiguos colegas, para mantenerse al margen de todo acto inescrupuloso.

El tiempo que nos tocó vivir, dicho en plural —como bien apunta Torres-

Cuevas en el prólogo—, es la novela de un revolucionario incómodo, como debe ser un leal combatiente, y aunque re-dactada a saltos de fechas, de días de la semana, de meses, y de épocas dispares, mantiene la frescura de quien no aspira a ser un literato en el estrecho sentido del concepto. No es solo la historia de una vida que ya pasó, sino el ejemplo de un tiempo que debiera marcar pautas éticas y morales. En la novela, Oliva mencio-na nombres de personajes míticos en la lucha revolucionaria, mártires inol-vidables, eternamente perpetuados en la juventud ofrendada, que para él eran sus compañeros entrañables, como José Antonio Echeverría, Sergio González, El Curita, y Gerardo Abreu Fontán. La noche de las cien bombas de La Haba-na, ajusticiamientos a esbirros, fugas carcelarias y otras hazañas de increíble coraje, son descritas con la naturalidad de quien minimiza el sacrificio, al con-siderarlo un deber. Precisamente la falta

Esta obra es el testimonio histórico de una generación que luchó por la Revolu-ción Cubana, narrada con una atrapante polifonía de voces que se entretejen en dos tiempos: el primero, «el tiempo de crecer y de morir», abarca siete días durante la dic-tadura de Batista, y el segundo, «el tiempo de luchar y de vencer», doce meses duran-te los primeros 30 años de la Revolución Cubana.

La descripción de los ambientes don-de se desarrollan los hechos nos pinta con maestría el escenario de una época y de unos personajes que persiguieron sueños, sufrieron desengaños, pero nunca perdie-ron la esperanza.

ACERCA DE EL TIEMPO QUE NOS TOCÓ VIVIR O LA HISTORIA DE UN REBELDE

CON CAUSA

Salvo para los seguidores del blog digital que mantenía, y para muchos gra-duados de ingeniería que estudiaron sus textos y recibieron su magisterio, Jorge C. Oliva hubiera permanecido en el ano-nimato entre nosotros si no fuera por la publicación en Cuba de su primera no-vela, El tiempo que nos tocó vivir, que el Centro Pablo de la Torriente Brau pone a disposición del gran público. Sin sospechar los avatares rocambolescos que este conmovedor libro testimonial le depararía, Oliva dejó plasmada su tra-yectoria de perenne iconoclasta —como corresponde a todo soldado eterno—, con una fidelidad a prueba de bombas (literalmente). Nacido en La Habana, en 1936, se incorpora, con dieciséis años, a la lucha antibatistiana desde el mismo instante en que el dictador diera el golpe de Estado en marzo de 1952. A mane-ra de detonante, aquella usurpación del poder accionó el temperamento rebelde que acompañaría a Oliva durante toda su vida. Antes de detenerme en la novela, debo señalar que estamos ante la senten-cia atribuida a Oscar Wilde, en cuanto a que “la vida imita al arte mucho más que el arte a la vida”, lo cual se justifica por los hechos, no solo aquellos apasionan-tes e históricos que el autor narra en esta novela de caballero andante y justiciero, sino el hurto del cual fue víctima, cuan-do alguien escatimó los derechos sobre su obra, como si nada humano ni divino le resultara fácil o expedito en la tierra.

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El tiempo que nos tocó vivir

de ambición, la intencional modestia y el nulo afán de reconocimiento consti-tuyen los tres pilares más admirables de la narración, si apartamos el aporte historiográfico que, sin dudas, contribu-ye al valor referencial de la novela. Al final del camino, bien vistas las cosas, ni Oliva obtuvo la rutilante recompensa que merecía todo su esfuerzo —porque jamás movió un dedo para ser identi-ficado como luchador—, ni pudieron arrebatarle la autoría del tiempo que es-cogió para sacrificarse, y más adelante contarlo, a pesar de que durante dos años la novela recorrió medio mundo sin su autorizo ni compensación. Tenía razón Oscar Wilde: “la vida imita al arte mu-cho más que el arte a la vida”. Ante no-sotros, tenemos prueba de ello, y aunque lamentablemente Oliva no se encuentre ya de este lado de la luna, empecinado como era, debe estar satisfecho al con-templar que los cubanos, su público por antonomasia, tenemos en nuestras ma-nos el invaluable testimonio de su vida luminosa y pobre, refulgente y humil-de. Ejemplarizante, en fin, como suelen ser las vidas de los rebeldes con causa.

Laidi Fernández de Juan

EL TIEMPO QUE NOS TOCÓ VIVIR O EL ESPÍRITU DE UNA ÉPOCA

Me encontraba en España en los meses otoñales de 1998. Participaba en el Simposio Internacional de la Maso-nería Española. La tarde de mi llegada conversaba con el fraterno amigo y cole-ga, organizador del evento, José Antonio Ferrer Benimeli. Siempre interesado en Cuba, comenzó a hablarme de un libro que acababa de publicarse. Su título: El

tiempo que nos tocó vivir. Le intrigaba el nombre, no conocido, de Jorge C. Oliva Espinosa, que aparecía como seudónimo del autor; según el texto, este ocultaba el de “un héroe ya fallecido de la Revolu-ción Cubana que había dejado a su hijo aquella obra autobiográfica para que se publicara después de su muerte”. A ello se añadía la lectura propagandística del texto. Era el testimonio del fracaso de los ideales de una generación que los en-carnó. De inmediato le solicité a Ferrer que me consiguiera el libro, no que me lo prestara, pues quería conservarlo, previa lectura crítica, para incluirlo en mi colección de obras relacionadas con la Revolución Cubana. Al día siguiente tuve el libro en mis manos. El fraterno amigo me aclaraba que en la librería se había agotado, pero que tenían un ejem-plar en reserva, y fue el que le vendieron en consideración a su persona (siempre he tenido la duda de si el ejemplar que me entregó era el suyo).

Libro en mano, cada vez que podía escapar a las interesantes sesiones del evento y, sobre todo, por las noches, lo leía atrapado por su contenido y narrati-va. Se trataba de una novela que se aden-traba, jugando con el tiempo, en perso-najes y situaciones que eran relatadas o colocadas por su autor como piezas de un mosaico humano de figuras de fic-ción que, sin embargo, caracterizaron la época. La coherencia estaba dada por la intencionalidad del autor y a través de un personaje de ficción que parecía encarnar una composición intencional de quienes vieron y actuaron en la vida social, política e intelectual de las dis-tintas etapas por las que transcurrió el proceso revolucionario. A través de dis-tintas situaciones era evidente que fue construido con el propósito de crear un personaje que se presenta como rebelde,

crítico, a veces inadaptado, a veces vio-lento, pero como un alter ego de la época. La despedida de Ferrer no pudo ser otra, la novela El tiempo que nos tocó vivir. En mi comentario le expresé que, si bien el libro, con ciertas inexactitudes, reprodu-cía numerosos acontecimientos de la his-toria de la Revolución Cubana, algunos con imprecisiones, era una visión inten-cionada del proceso, individual, por lo que contenía contradicciones generadas por el propio sentido de la novela. Mi in-terés había aumentado: ¿Quién era el ver-dadero autor de la obra? ¿Por qué un seu-dónimo que no parecía ser tal? ¿Dónde se encontraba el autor? ¿Por qué se publica-ba en España sin ser conocida en Cuba?

Al regresar a Cuba traté de despejar estas interrogantes. Ciertas pistas esta-ban ya en la obra. No tenía dudas de la veracidad de algunos contenidos, so-bre todo los vinculados con un tiempo histórico universitario que yo también había vivido. Supe que Jorge C. Oliva Espinosa era un ser real, lo que presu-ponía —no un inventado seudónimo—, que había sido profesor en la CUJAE y que se encontraba en Cuba. Nos comu-nicamos por teléfono y la vida me de-paró la sorpresa de conocernos una tarde en el Centro de Investigaciones Marinas de la Universidad de La Ha-bana. Nuestras esposas eran profesoras del mismo. Nos apartamos e iniciamos una conversación que no podría decir cuánto duró, porque en estos casos el tiempo no es implacable, es apacible, y no trascurre hasta que alguien, con buen tino, nos indica que estamos en un mundo de horas, minutos y segun-dos. Me dijo Oliva que, efectivamente, el libro se iba a publicar en Cuba; le di mi opinión: debía estar en manos de los jóvenes cubanos y de todos aquellos para quienes esa historia, casi descono-cida a pesar de que aún vibraba entre nosotros, tenía sentido. Lo que pienso que es interesante en la misma es que no está escrita en términos abstractos, conformada solo por los actos heroicos. La obra se adentra en el relato de los hechos del acontecer diario —los que no son noticia, los que no están en los periódicos—, que constituyen la parte humana e individual de esa historia, el “espíritu de una época” y, a la vez, la in-dividualidad espiritual que le dio vida.

Eduardo Torres-Cuevas

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En este libro, Fernando Barral se propone rescatar la memoria de los primeros años del proceso de uno de los países europeos que quedó del lado de la Unión Soviética después de la Segunda Guerra Mundial, eta-pa que fue condensada en un evento sometido al escándalo y al olvido: Hungría 1956.

No conforme con brindar un tes-timonio de sus vivencias en Hungría, Barral emprendió una búsqueda de fuentes diversas, y el resultado es una combinación muy atrayente que reúne la narración de los recuerdos

COLECCIÓN REALENGO

DE REGRESO AL DANUBIO

Me encontré la primera vez con Fer-nando Barral en 1964. Había venido a co-laborar como psiquiatra con la Revolución Cubana invitado por el Che, que le había conocido y evidentemente valoraba su ta-lento. Fue fundador de los servicios médi-cos del Ministerio del Interior y organizó y dirigió una clínica siquiátrica de ese or-ganismo por muchos años. Él se interesa-ba en profundizar los estudios marxistas, como Fernando Martínez —que prologó este libro— y los que entonces enseñába-mos junto a él en la Universidad de La Habana. En Cuba trabajó, echó raíces y sembró afectos, preservando el caudal valiosísimo de memorias de una juven-tud intensamente vivida que le obligó a (y le permitió) madurar su convicción so-cialista en condiciones excepcionalmen-te complejas.

En este, su segundo libro, Barral nos ofrece un esclarecedor testimonio de sus vivencias de la que, con rigor, califica de “insurrección” húngara de 1956, que los cubanos de mi generación conocimos pri-mero como la represión brutal de Moscú

hacia un pueblo vecino que se rebelaba contra su hegemonía comunista. Con posterioridad se nos enseñó que, por el contrario, se había tratado de una ope-ración inevitable frente a la sublevación contrarrevolucionaria de reductos de la reacción local, orquestada con apoyo im-perialista.

El hecho es que, unos meses antes ese mismo año, en el XX Congreso del PCUS, Nikita Jruschov había presenta-do aquel “Informe secreto” que de todos modos recorrió el mundo, con la crítica a los aspectos más oscuros de la conduc-ción política de José Stalin, hasta ese mo-mento inmaculado patriarca y guía del comunismo mundial. Esta crítica sacudió todo el circuito de influencia soviética en torno a un “deshielo” que no podría evi-tar repercusiones de muy diverso género y alcance, en muchas latitudes. Las de-seadas y sobre todo las inimaginables.

La historia de lo ocurrido en Hungría a finales de ese año propiciaba la lectura parcial, manipulada desde la propaganda anticomunista, debido también a la dis-torsión justificativa que pretendía darle Moscú. Sin embargo, la verdad no podía develarse desde ninguna de las posiciones extremas: como siempre, había que descu-brirla en su complejidad y a través de las contradicciones de la realidad vivida. La gravedad del significado que tenían para el Sistema del Este las insurrecciones en los países de su periferia —no era esta la primera— aumentaba ahora por el hecho de que la superación del estalinismo se necesitaba exitosa después de lo recono-cido en el XX Congreso del PCUS. De un lado, la periferia de la URSS tenía moti-vos para reclamar cambios que propicia-ran una relación más flexible, o según se viera para una salida del Sistema. Por el otro, el Kremlin no estaba en disposición de admitir que se repitiera siquiera algo parecido al rechazo de Tito en 1948 a se-guir sus reglas del juego en Yugoslavia.

Y en Hungría volvió a actuar, en conse-cuencia, aplicando de nuevo los métodos propios del estalinismo, que el “deshielo” dejó intactos.

Si Federico Engels había criticado en sus tiempos a la izquierda hegeliana con la certera metáfora de que “con el agua ha-bían tirado a la criatura” (refiriéndose a la dialéctica misma), pienso que podría de-cirse, de los sucesores de Stalin, que cre-yeron encontrar la solución al estalinismo en deshacerse de la criatura, preservando el agua, con toda su turbulencia. Porque la crítica de aquel histórico congreso parti-dario se limitó al “culto a la personalidad” del criticado, pero dejó intactas las defor-maciones institucionales y relacionales que generó. Las cuales se mantuvieron como lastre funesto del “socialismo real”.

Fernando Barral vivió esos años en Hungría, allí se hizo médico y ejerció, gra-duado ya, como psiquiatra, lo cual le da a su relato un significativo valor testimonial. Pero también ha estudiado los hechos, las secuencias históricas, la participación de los sectores de la sociedad húngara, el pro-tagonismo de los dirigentes, los vaivenes partidarios, el recurso soviético al poder frente a sus aliados vecinos. Ha manejado además una apreciable bibliografía. En la resultante de su estudio opta por diferen-ciar una parte testimonial y concluir con un resumen analítico que podría ser in-cluso asumido como hipótesis de mucho valor para profundizar en ese tramo de la historia, tan necesitado de debate, como otros. Aporta además una colección de fotos muy ilustrativa. Nos dejará tal vez más preguntas que respuestas. Puede que sea esta una de sus mayores virtudes. De hecho, tengo la certeza de que no pocos estudiosos cubanos se verán motivados por la lectura de este libro.

Admito que dejo muchos vacíos, y se-guramente inexactitudes, pero no es mi misión el relato, privilegio intransferible del autor, sino motivar a la lectura de la obra. Y termino estas líneas destacando la importancia de su publicación en las palabras de Fernando Martínez —que mucho apreciaba a su tocayo— en su prólogo, cuando afirma: “Es indispen-sable rescatar la memoria de todas las experiencias e ideas anticapitalistas y so-cialistas”, y resalta la necesidad de “abo-lir la dominación espuria, las mezquin-dades y las mentiras en nuestro campo, porque el socialismo que necesitamos no puede ser primitivo ni pequeño”.

Aurelio Alonso

de un joven refugiado extranjero —co-munista, pero procedente de las antí-podas—, quien comparte su vida con el pueblo húngaro y resulta testigo de aquel suceso.

Hungría 1956: historia de una in-surrección constituye una fuente va-liosa para la memoria histórica de las luchas de los pueblos, y una obra de testimonio e historia de gran calidad y lectura amena.

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Hungría 1956. Historia de una insurrección

tema de acusaciones, malestar y argumen-tos principistas, que era preferible olvidar. Fue entonces uno más de esos temas que parecían no haber existido. Aunque los imperialistas de Estados Unidos y Europa habían instigado y ayudado a la causa del anticomunismo en Hungría, y sintieron ale-gría durante el apogeo de la crisis húngara, frente a la decisión y la acción militar de la URSS se atuvieron al statu quo de la pos-guerra. Puestos entre la geopolítica y la actitud de “traidores” ante los reacciona-rios, necesitaron reducir el provecho que le podían sacar en su propaganda de “guerra fría”, y someterlo pronto al olvido. Por otra parte, el eje de las confrontaciones revolu-cionarias se estaba trasladando al llamado Tercer Mundo y haciéndose muy agudo, lo que dejó en un lugar muy secundario los asuntos de las llamadas democracias po-pulares de Europa.

En los últimos 20 años ha regido otro olvido más general: el que pretende que todas las experiencias anticapitalistas del siglo xx fueron intrínsecamente perversas o, en el mejor caso, erróneas. El objetivo principal de esta empresa, que está muy bien organizada, se ha ido trasladando del olvido de datos o recuerdos a la elimi-nación del pasado, a que las mayorías no tengan que olvidar, porque no han llega-do a saber nada. La expresión “Hungría 1956” no debe producirles efecto alguno. Pero los que en Cuba defendemos la ne-cesidad de que triunfe el socialismo, y los millones de latinoamericanos que se han puesto en marcha, comprendemos que es indispensable rescatar la memoria de to-das las experiencias e ideas anticapitalis-tas y socialistas, como parte de esos empe-ños. Estamos obligados a sacar las cuentas de nuestras historias, a aprovechar las lec-ciones que nos brindan todas ellas, a here-dar las glorias, los sacrificios, las derrotas, las victorias, los males, las tradiciones y los saberes de las revoluciones, y abolir la dominación espuria, las mezquindades y las mentiras en nuestro campo, porque el socialismo que necesitamos no puede ser primitivo ni pequeño.

Este libro muestra de manera muy cla-ra que ningún proceso social es simple, que la dicotomía blanco-negro no permite comprender las actuaciones de los seres humanos y que el análisis social no puede ser sustituido por calificativos que operen como insultos o elogios. Dentro de esos parámetros indispensables, nos presenta los cambios sociales, las formas políticas y la sobredeterminación por otro país que sucedieron durante el ensayo de socia-

lismo en la Hungría de los años 40 y 50. Veinticinco años de dictadura y fascismo, y siglos de explotación y opresión, debían ser barridos y borrados en pocos años, pero los métodos al alcance de los dirigen-tes estaban viciados por su adscripción a la URSS de aquellos años, por lo que eran sumamente autoritarios y llegaban a ape-lar a crímenes contra sus propios compa-ñeros. En la práctica ejercieron el poder como grupos, y como tales contendieron, no se labraron una legitimidad propia y dependieron de las decisiones del gobier-no soviético.

Es muy improbable que la conciencia política predominante en el pueblo húnga-ro en la inmediata posguerra fuera procli-ve al socialismo. La correlación de fuerzas dada por la presencia soviética fue lo deci-sivo, pero los procesos políticos y sociales que son presentados en este libro implica-ron una modificación progresiva a favor de la asunción del socialismo, y las vivencias del autor muestran aspectos realmente po-sitivos de la vida bajo el nuevo régimen. Sin embargo, mi impresión es que el pue-blo era objeto, y no sujeto del proceso, y en los once años transcurridos entre la libera-ción y la reforma agraria de la primavera de 1945 y la tragedia del otoño de 1956 vivió la formación, la consolidación y el deterioro de ese nuevo régimen, pero sin ser movilizado políticamente y sin posi-bilidad de participar efectivamente en sus estrategias y sus decisiones. Las imposi-ciones ideológicas despreciaron o subesti-maron al nacionalismo, que a la hora de la crisis pudo ser contrapuesto al socialismo.

[…]En vez de conformarse con brindar-

nos un testimonio de sus vivencias de Hungría, Fernando Barral emprendió una búsqueda de fuentes muy diversas, como puede apreciarse en la bibliografía, y el re-sultado es una combinación muy atrayente que reúne la narración de los recuerdos de un joven refugiado extranjero —comunis-ta, pero procedente de las antípodas— que comparte su vida con este pueblo y resulta testigo del evento histórico, con una enu-meración de hechos que arrojan luz sobre el proceso histórico y estimulan a conocer más acerca de él. Con ponderación, el au-tor incluye valoraciones suyas.

Barral nos aporta con este libro una fuente muy valiosa para la memoria his-tórica de las luchas de los pueblos, y una obra de testimonio e historia de gran cali-dad y lectura amena.

Fernando Martínez Heredia

HUNGRÍA 1956

Mientras tantas personas apenas vi-ven una vida, algunas viven varias. Es el caso de Fernando Barral, el autor de este libro. Nació en Madrid en 1928, hijo de un escultor famoso, hombre de izquierda que participó en el asalto del pueblo al cuartel de la Montaña, capitán de milicias caído en diciembre de 1936. Niño refugiado en Argelia en 1939, al que su mamá lleva por fin a Argentina, donde vive sus segundos once años; joven comunista, preso político y deportado por “indeseable” a Hungría, donde estudia Medicina, se casa, aprende húngaro y vive otros once años. Un amigo de sus años argentinos, Ernesto Guevara, se entera de su paradero y le reclama que venga a Cuba. Llega en 1961 y se incorpora de lleno a la Revolución, ahora para toda la vida. El siquiatra y sociólogo Barral es uno de esos sabios que son muy poco conoci-dos, pero hace unos años se presentó a los lectores con un libro apasionante: Mis vi-das sucesivas. Recuerdos y destino de un niño de la guerra.

Ahora Barral nos trae otro empeño: rescatar la memoria de la primera etapa del proceso de uno de los países europeos —cada uno tan específico— que quedó del lado de la Unión Soviética después de la Segunda Guerra Mundial, etapa que fue condensada en un evento sometido sucesivamente al escándalo y al olvido: Hungría 1956.

Para ser preciso, más de un olvido. En cuanto terminó la fase que siguió a los su-cesos de 1956, el partido comunista y el gobierno que rigieron a Hungría imple-mentaron una política que necesitaba ese olvido, y lo mantuvieron durante los 30 años siguientes. La URSS del XX Congre-so del PCUS, del “deshielo” y del CAME, tenía una gran necesidad de que todos olvidaran aquellos hechos, y para los par-tidos que seguían su conducción a lo lar-go del mundo, la Hungría de 1956 era un

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Cent ro Cult u ral Pablo de la Torr iente Brau / Ediciones La Memoria

Centro Cultural Pablo de la Torriente BrauMuralla No. 63, entre Oficios e Inquisidor,La Habana Vieja, La Habana, CubaTele-fax: (53) 7 801 1685centropablo@cubarte.cult.cuwww.centropablo.cult.cuwww.centropablonoticias.cult.cu

PREMIO PABLO PARA AMBROSIO FORNET

Como reconocimiento a su labor incansable de investigador, editor y crítico literario, en esta Feria del Libro entregaremos a Am-brosio Fornet el Premio Pablo.

VISIONES DE PABLO

Otra de nuestras propuestas será la carpeta Visiones de Pa-blo, en la que se reúnen 20 obras pictóricas y de arte digital corres-pondientes a las dos primeras exposiciones organizadas por nuestro centro bajo el título Visiones de Pablo.

ArtistAs plásticos

Antonio GattornoAdigio BenítezEduardo Roca (Choco)Hilda VidalJosé Omar TorresLesbia Vent DumoisJulio GironaAlicia LealEver FonsecaRafael MoranteTomás Rodríguez Zayas (Tomy)

ArtistAs digitAles

José Gigio EsterásJuan William BorregoJorge ChiniqueEduardo MoltóJosé Gómez Fresquet (Frémez)Luis Miguel ValdésAbel MilanésJulio MompellerLorenzo Santos (Losama)