Flori J. Guerra Santa Yihad Cruzada

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    IntroduccinCap. 1,2,4,13 y 14

    INTRODUCCIN

    El cristianismo predicado por Jess se presenta desde sus orgenes como una religin depaz, que reprueba y condena el uso de la violencia y de las armas.

    A finales del siglo XI, sin embargo, el papa Urbano II predic la cruzada, expedicin deguerra santa prescrita a los caballeros cristianos como remisin de sus pecados,destinada a recuperar por la fuerza el Santo Sepulcro de Jerusaln, que cuatro siglos ymedio antes haba cado en manos de los musulmanes. Es decir, la actitud de la Iglesia

    cristiana frente a la guerra conoci, en el transcurso de aquellos once siglos, unaevolucin tan profunda, un cambio tan radical, que ms valdra hablar por lo que a ellarespecta de revolucin doctrinal.

    Contrariamente al cristianismo, el islam no conoci semejante convulsin. Estadiferencia fundamental resulta ante todo de la actitud radicalmente diferente de los dosfundadores de religin ante el uso de la violencia y de la fuerza armada. Desde el origen,Mahoma (adopto aqu esta grafa errnea, pues es as cmo los textos occidentales,hasta el final de la Edad Media, designaron al profeta del islam) no repudi el uso de laviolencia y acept la guerra santa (yihad). Sus sucesores desarrollaron este aspecto yextendieron su rea de aplicacin: las conquistas rabes de los siglos VIII y IX,realizadas en detrimento del Imperio romano o de los reinos crislianos que le sucedieron,se realizaron en nombre de la fe musulmana, lo que de ninguna manera excluy,subraymoslo de entrada, una cierta forma de tolerancia hacia las religiones del Libroen los territorios conquistados por el islam.

    Aquella confrontacin armada de la cristiandad con el islam no fue, en verdad, la nicacausa de la evolucin de la Iglesia hacia la guerra. Elyihad.por si solo, no hizo nacer laGuerra santa: dicha evolucin comenz mucho antes de la aparicin del islam, acomienzos del siglo IV, desde la poca del emperador Constantino, cuando el imperioromano se torn cristiano por la cabeza y cuando era preciso defenderlo contra los

    invasores brbaros que desde haca tiempo lo amenazaban en las fronteras. La guerradefensiva fue justificada entonces por los telogos y los moralistas, sin llegar a sersantificada por ello. No obstante, la sacralizacin de la guerrase desarroll de maneramuy notable en el momentode las invasiones normandas y, sobre todo, musulmanas,

    primero en Oriente, despus en Occidente, donde la resistencia de las poblacionescristianas (particularmente en Espaa) se tino a veces de tintes proflicos y de esperanzaen algunas intervenciones celestes.

    Poco despus, el progreso del Papado y la implicacin de la Iglesia en la sociedadfeudal aportaron nuevos elementos de sacralidad al uso de la violencia armada cuandoesta estaba destinada a defender la Iglesia, sus personas y sus bienes terrenales. Los

    santos patronos de los monastrios dieron a veces ejemplo, y ms an los santos militares,que intervenan en los combates conducidos contra los paganos o asimilados,

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    normandos, hngaros y arabo-berberes. La reconquista ' espaola y la lucha en defensadel Papado gregoriano acabaron de dar a la guerrapor la buena causa sus rasgos deguerra santa.

    La idea de cruzada deriv de ello, a finales del siglo XI, en el momento que la

    perspectiva de una nueva invasin musulmana pareci amenazar el mundo cristiano, enOriente con los turcos, en Espaa con los almorvides. La boga de las peregrinacionesaument enlonces ese temor e impuls a la reconquista de los territorios perdidos, haslala tumba de Cristo.

    Durante aquel tiempo, en el imperio islmico creado por los conquistadores de Al, sedesarroll una civilizacin brillante y fascinante que, aunque adopt plenamente elconcepto de guerra santa,practic en el interior de sus fronteras y bajo sus leyes unaamplia tolerancia hacia las religiones monotestas. El imperialismo arabo-musulmn,su dominacin militar, poltica, cultural y econmica, le dieron la preeminencia ydesarrollaron entre sus habitantes, como en todos los casos de imperialismo, una actitud,

    incluso un complejo, de superioridad. Las derrotas militares sufridas en la poca de lascruzadas y el declive general que afect desde aquella poca al mundo musulmnhicieron nacer entre sus habitantes un sentimiento duradero de amargura y rencor. Elxito obtenido hoy cerca de las masas populares musulmanas por los movimientosislamistas radicales de tendencias terroristas se alimenta, en parte al menos, de esosrencores.

    A travs de estos hechos, en su mayor parte conocidos desde hace tiempo, perodemasiado a menudo olvidados o mal confrontados, este libro intenta describir laevolucin de las ideas, de las mentalidades y de la idea de guerra santaen Occidente, suinteraccin con la idea delyihaden el islam que le hizo frente, hasta el llamamiento a lacruzada, que fue el dramtico desenlace de una evolucin milenaria. Una evolucin que,en el seno del cristianismo, condujo a la elaboracin de una doctrina de la guerra santaque, a travs de muchos rasgos, se acerca alyihadislmico. Las dos religiones llegaronen aquella fecha (finales del siglo XI) a un nivel similar de sacralizacin de la guerra.La cruzada marca, pues el trmino de la presente obra. Yo dejo a los historiadores de laspocas moderna y contempornea la responsabilidad de describir cmo la cristiandad yel islam evolucionaron, desde entonces, en direcciones muy divergentes.

    A pesar de esas evoluciones, el peso del pasado medieval sigue siendo considerable, enel mundo occidental, ciertamente, pero mucho ms an en el mundo musulmn. De ello

    se deriva una distorsin y una fuente de incomprensin entre los dos mundos.Laprogresiva laicizacin del mundo occidental de cultura judeo-cristiana, acelerada desdehace ms de un siglo, ha transformado, en efecto, las mentalidades, sobre todo en lo queconcierne al concepto mismo de guerra santa. No solamente este concepto no despiertaya ningn eco favorable en la psicologa comn del hombre occidental, sino quesuscita una reaccin de repulsa. Evoca una poca caduca, la de un oscurantismofcilmente calificado de medieval, puesto que dicho concepto se forj en la poca que,en Occidente, se consiera como la de los siglos oscuros. La idea de guerra santa,portanto, se tiene hoy por una incongruencia inaceptable, una extravagancia retrgrada, unaabominacin anacrnica.

    No sucede los mismo en los pases musulmanes, al menos fuera de la muy dbil capaoccidentalizada de sus dirigentes o de una parte de sus lites intelectuales formadas

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    en Occidente. En estos pases, en efecto, la revolucin cultural laica no ha tenidolugar. Subsiste, por otra parte, una nostalgia difusa de la grandeza pasada. Ahora bien,esta grandeza se sita precisamente en la misma poca de nuestra Edad Mediaoccidental, edad de oro del mundo musulmn. Una poca en la que, impulsado por la fey el ardor de sus guerreros, el islam se lanzaba a la conquista del mundo en nombre del

    yihady fundaba una civilizacin brillante y dominante cuyo orgullo y pesar losmusulmanes conservan todava hoy. Para muchos de ellos, resulta tentador asociar losdos fenmenos o, por lo menos, no rechazar de una manera total, el concepto deGuerra santa, que contribuy a permitir su realizacin. Un concepto, por lo dems,vigorosamente inscrito en la Tradicin musulmana desde sus orgenes cornicos.

    Los musulmanes modernistas tratan en vano de espiritualizar y desmilitarizar eseyihadguerrero. Sin embargo, debemos constatar cmo dicho concepto vuelve aencontrar en la actualidad, y en su forma ms radical, un vasto eco en los pasesmusulmanes. La propaganda islamisla se apodera y alimenta del mismo, pruebaadicional de que tal es, en efeclo, la percepcin que de l adquiere espontneamente la

    mentalidad popular musulmana. Aunque puede ser cierto, como recientemente se hasubrayado, que los terroristas islamislas de nuestro tiempo se inspiran en ideologasrevolucionarias del siglo XIX, no lo es menos que ellos mismos invocan unyihadoriginal y se sienten herederos de los grandes hroes delyihadmedieval. Esto no sedebe al azar, ni tampoco es un acto inocente.

    No es intil, por tanto, para comprender mejor nuestrotiempo, examinar las raices delas ideologias de la guerra santa, cuyos frutos venenosos hoy recogemos.

    CAPTULO I

    EL RECHAZO DE LA VIOLENCIALOS CRISTIANOS Y LA GUERRA EN EL IMPERIO PAGANO

    Pocas religiones, en su forma original, han sido tan refractarias a la violencia y a laguerra como el cristianismo. La actitud del fundador, Jess de Nazaret, la de los

    primeros cristianos y la expresin doctrinal de la antigua Iglesia lo atestiguan.

    JESS

    Aunque fundado sobre la revelacin anterior de la Biblia hebraica que aceptaba la ideade violencia sagrada y de la guerra santa cuando se consideraba directamente inspiradau ordenada por Dios a su pueblo (cf. Las guerras del Padre eterno), el mensaje deJess era radicalmente pacfico, centrado en el amor a Dios y al prjimo. Quizs sea esala razn por la que la predicacin de Jess fue propiamente revolucionaria y pudoadquirir una dimensin universal e internacional, por oposicin a la religin hebraica,que sigui siendo profundamente nacional o tnica.

    El sermn de la montaa es la quintaesencia de ello: recuperando por su cuenta lospreceptos de la ley prescrita por Moiss y los profetas, Jess los interpret en un sentidoabsoluto y radical que, lejos de abolir la antigua ley, amplific por el contrario su

    alcance: situ, en efecto, el pecado en su raz, no ya slo por el acto realizado, sino porsu premeditacin, aunque sta no tuviera efectos. El cristianismo fund por primera

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    vez una moral de la intencin, estimando por eso mismo el papel de la concienciaindividual.As, por lo que respecta a nuestro propsito, Jess plante con fuerza ese nuevomandato: no slo no hay que matar, sino que es necesario proscribir la clera y el odio,que conducen al enfrentamiento y a la violencia (Mateo 5, 21-25). La antigua ley del

    talin, ojo por ojo y diente por diente, fue superada de ese modo por la ley de amor alprjimo que implicaba la no violencia ms absoluta:

    Habis odo que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente. Pues yo os digo que no opongisresistencia al malvado. Antes bien, si uno te da un bofetn en la mejilla derecha,ofrcele la izquierda. (Mateo 5, 38-39).

    Esta actitud de rechazo total de la violencia, expresada de manera voluntariamenteprovocadora en su misma formulacin, fue tanto ms significativa por cuanto seenunci en un contexto particularmente difcil, poco propicio al irenismo: los romanoshaban invadido desde haca poco Palestina, y la tierra de Jud y de Israel sufri la

    ocupacin extranjera, que adems era pagana, reputada impura, intolerable paracualquier creyente patriota. Los integristas del momento, los zelotas, predicaron laresistencia, rechazaron todo contacto con el ocupante detestado, fomentaron revueltas yalentaron acciones terroristas. El humilde pueblo religioso y gustosamente fanatizado

    prest odos de buen grado a los discursos incendiarios de aquellos resistentes quepreconizaban la liberacin de Palestina, y tendi a menospreciar a las autoridadesreligiosas, a las que consideraban demasiado conciliadoras hacia el ocupante,tachndolas habitualmente de colaboracionistas.En aquel tiempo, Judea era conocida en Roma como provincia ingobernable debido aese clima permanente de insurreccin que all reinaba. Durante aquel perodo, al

    principio de la era cristiana, se cuentan numerosas revueltas armadas, suscitadas por lossentimientos nacionalistas y religiosos inextricablemente mezclados en el corazn de los

    judos de la poca. Como es sabido, llevaron a cabo guerras de independencia quefueron reprimidas con dureza, por ejemplo mediante la expedicin de Tito en el ao 70,que se signific por la toma de Jerusaln y por la destruccin del Templo, ms tarde porel suicidio colectivo de los resistentes parapetados en la fortaleza de Masada, en fin,

    por la expulsin de los judos de Palestina y por la destruccin de Jerusaln; despus delfracaso de la revuelta, en 135: el nombre mismo de Jerusaln desapareci oficialmente,reemplazado porAelia Capitolina.En aquel contexto ya extremadamente tenso, el mensaje de Jess adquiri, pues, unvalor ejemplar. Ahora bien, Jess englob tambin al enemigo execrado, el romano, en

    la denominacin mi prjimo. Extendi incluso la no-violencia a un caso preciso queresultaba particularmente irritante para los judos de aquel tiempo: la requisicin deltransporte practicada por los soldados romanos, que estaban autorizados a requerir laayuda de un judo para transportar sus bagajes sobre una distancia determinada,alrededor de una milla romana. Sin embargo, Jess no dud en decir, de manera una vezms provocadora: Si uno te fuerza a caminar mil pasos, haz con l dos mil (Mateo 5,41).Esta actitud de no-violencia total le acarre, como es natural, adversarios y nocontribuy a afirmar sus reputacin entre su pueblo. No era nada popular, menos andemaggica, pero deriv de una nueva concepcin de la nocin del amor a Dios queconduca al amor al prjimo en el ms amplio sentido del trmino. Jess sustituy la

    antigua oposicin entre pueblo de Dios y resto del mundo enemigo por la ley delamor universal que abola las fronteras y los antagonismos polticos, sociales o raciales:

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    Cuando la gente vio la seal que haba hecho, dijeron: este es el profeta que haba devenir al mundo. Jess, conociendo que pensaban venir para llevrselo y proclamarlorey, se retir de nuevo al monte, l solo. (Juan 6, 14-15).

    Todas aquellas gentes piadosas, aquellos religiosos patriotas, prestos a seguirle en tanto

    que Mesas-rey o jefe de guerra enviado por Dios, se vieron de nuevo terriblementedecepcionados cuando Jess, seguido por aquella inmensa multitud, despus de haberexpulsado con autoridad pero sin violencia- a los mercaderes del Templo (bastaba

    para ello con volcar sus mesas de cambio de moneda y con dispersar a los animales quehaban sido vendidos muy caros para el sacrificio), no se aprovech de su superioridad yno intent ni un golpe de fuerza ni un golpe de Estado:. No march hacia la fortalezaAntonia, muy prxima, cuya guarnicin romana habra sido barrida en muy pocotiempo por aquella muchedumbre fanatizada y segura del apoyo divino. Al contrario, seretir solo a una pequea aldea de los alrededores, a Betania, para pasar all la noche.Decepcin. Incomprensin. Rencor.

    Aquella ocasin perdida desencant a todo el mundo y acab por desorientar a susdiscpulos. Probablemente empuj a uno de ellos, Judas, a tomar una iniciativa que sinduda fue mal interpretada por los mismos discpulos. Se trataba de obligar al Maestro aque, an a su pesar, adoptara una posicin: al hacer que Jess fuera arrestado en elhuerto de Getseman, donde rezaba en secreto, Judas pensaba tal vez que Jess se veraobligado, esta vez s, a descubrirse, a actuar, a manifestar, en fin, el poder divino que sele atribua en tanto que mensajero o hijo de Dios, ungido del Seor.Muy al contrario, Jess se dej prender sin oponer la menor resistencia. Mejor an, o,ms bien, peor an: a Pedro, que haba llevado una espada y la haba sacado paradefender a su seor, cortando de oreja de un tal Malco, siervo del sumo sacerdote, Jessle orden que envainara inmediatamente la espada, que renunciara a cualquier violencia,en trminos muy severos tanto para l como para todos quienes en el futuro usaran laviolencia armada:Envaina la espada: quien empua la espada, a espada morir. Crees que no puedo

    pedirle al Padre que me enve en seguida ms de doce legiones de ngeles? (Mateo 26,52-53)

    La amarga desilusin de la muchedumbre explica su brutal viraje y su odioso rechazo deaquel Jess que tanto les haba decepcionado. Durante la fiesta de la Pascua, elgobernador tena costumbre de indultar a un condenado; Pilatos les dio a elegir entreJess, rey de los judos, o Barrabs. La muchedumbre, como se sabe, reclam a

    Barrabs, entregando as a Jess a la muerte.El desengao de sus recientes partidarios ante una actitud tan incomprensible para ellosse aprecia an con mayor nitidez en sus mejores discpulos, incluidos los ms prximos,los Apstoles. Quedaron desamparados, decepcionados y amargados. Los textos sonmuy claros a este respecto: Entonces todos los discpulos lo abandonaron y huyeron,sealan los Evangelios (Mateo 26, 56). Desorientados, sus discpulos no saban qu

    pensar ante aquel hecho incomprensible: aquel Jess, de quien esperaban que prontotomara el poder hasta el punto incluso de disputarse de antemano, en el momento de laltima comida (la Cena), los primeros puestos en el reino que, segn pensaban, iba ainstaurar-, se dejaba ahora arrestar, injuriar, condenar en aquellas parodias de juiciosque tuvieron lugar ante el sumo sacerdote y luego ante Pilatos. Pedro, uno de los ms

    slidos a pesar de todo, perturbado, jur incluso no conocer a Jess. Algunospresenciaron de lejos, agobiados, sin comprender nada de lo que ocurra la flagelacin

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    de Jess y despus su crucifixin. Hasta el ltimo momento, sin duda, esperaron quefuera a descender de su cruz gracias al poder de Dios. Resulta indudable que en aquelmomento no comprendieron las ltimas palabras de Jess en la cruz, una oracin paraquienes le clavaban en la madera: Padre, perdnales, porque no saben lo que hacen(Lucas 23, 34).

    No se puede encontrar una ilustracin ms radical, en los hechos, de la doctrina noviolenta de Jess, una doctrina enseada y vivida hasta la muerte.La dimensin poltica y escatolgica de aquella espera de la muchedumbre se manifesta travs de las reacciones de los diversos partidos presentes. Los romanos condenaron aJess en tanto que agitador rebelde al Estado, pues saban bien que los patriotasesperaban un Mesas guerrero, un rey de los judos, de los que tanto hubo en el

    pasado. La decepcionada multitud de sus partidarios confi primero en l, luego loabandon con despecho, resentimiento y odio cuando constat que en modo alguno secomportaba como un guerrero, sino como un profeta pacifista, que predicaba el amor yla no violencia.

    Sin embargo, antes de su detencin, Jess anunci en varias ocasiones que su reino noera de este mundo, que no vena a l como rey, sino como humilde servidor de Dios,que sera arrestado y crucificado. En vano: los mismos discpulos estuvieron a milleguas de comprender as su misin. Tanto para ellos como para sus adeptos, Jess iba atomar el poder. Todas sus advertencias no sirvieron de nada, pues los discpulos noestaban en modo alguno preparados para comprenderlas, y menos an para aceptarlas.El evangelista Lucas lo seal sin ambages:Ellos no entendieron nada, el asunto les resultaba arcano y no comprendan lo que deca.(Lucas 18, 34)Como la gente lo escuchaba, aadi una parbola; pues estaban cerca de Jerusaln yellos crean que el reinado de Dios se iba a revelar de un momento a otro. (Lucas, 19, 11)

    Segn los Evangelios, Jess muri en la tarde del viernes y resucit en la maana deldomingo, primer da de la semana. Se apareci primero a las mujeres que fueron muy demaana, despus del descanso legal del sbado, a la tumba cavada en la roca, paraembalsamar su cuerpo. Al igual que despus de ellas hicieron Juan y Pedro, constataronque la tumba estaba vaca. Corrieron a anunciarlo a los abatidos discpulos. Pero losdiscpulos, agobiados, sufran an el efecto de su inmensa decepcin y no pudieroncreer la noticia: pero ellos tomaron el relato por un delirio y no les creyeron dicen lostextos (Lucas, 24 11). Los peregrinos de Meaux expresaron de manera muy claraaquel estado de nimo de los discpulos: en aquel momento, la muerte de Jess signific

    para ellos el fin definitivo de su esperanza, la de la liberacin de Israel y de la ecuacinenemiga. Lo dijeron con crudeza:Y nosotros que esperbamos que iba a ser l el liberador de Israel! Encima de todo eso,hoy es el tercer da desde que sucedi. (Lucas 24, 11)

    Algunos das ms tarde, sin embargo, aquellos mismo discpulos desanimados,decepcionados y postrados se tornaron triunfadores: anunciaron por todas partes elEvangelio (la buena nueva): Jess ha resucitado, afirmaron, ha vencido a la muerte,est sentado a la diestra de Dios, volver al Final de los Tiempos para juzgar a los vivosy a los muertos, abriendo gracias a su victoria el reino de Dios a todos lo que hubierancredo en l.

    Aquella metamorfosis verdaderamente incomprensible slo puede explicarse como unfenmeno ante el cual, como es evidente, divergen el creyente y el no creyente. Para el

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    fiel, Jess resucit. Para el ateo, el incrdulo o el agnstico, los cristianos creyeron,quisieron creer que ello haba sucedido as.El historiador est obligado a una aproximacin ms racional y ms abierta. Debetener cuidado de no mezclar sus propias convicciones con el anlisis riguroso de loshechos y la averiguacin de sus posibles interpretaciones.

    Para el historiador, una cosa al menos es segura: la brusca mutacin que entonces seprodujo en el nimo de los discpulos y que se tradujo en su actitud. La espera de unreino terrenal fundado por la fuerza de las armas, con la ayuda sobre todo de laslegiones celestiales, dio paso de manera repentina, en ellos, a una nueva esperanza: la deun reino de Dios que no pertenece a este mundo, en el que se entrar por la fe y nomediante la fuerza.La mudanza se realiz muy pronto, poco despus de la muerte de Jess: los Apstolesno esperaron ms, no pudieron esperar ms a un Mesas guerrero conquistador, queexpulsara al ocupante romano de la Tierra Santa; en adelante esperaron el advenimientofuturo, que no obstante crean prximo, de otro reino de Dios procedente del cielo: seiniciara en el momento del retorno triunfal de Cristo, inaugurando el tiempo del juicio

    final, que recompensara a los fieles con la vida eterna en ese reino de Dios, yaniquilara para siempre a los malos, que no participaran de l. La segunda epstola dePedro expresa esa esperanza:De acuerdo con su promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en los quehabitar la justicia. (II Pedro 3, 13)

    Esa nueva esperanza reforz todava ms la actitud pacifista de los cristianos, no slopor imitacin de Cristo, sino tambin por coherencia ideolgica. Su meta fue ganar elreino celestial conservando la fe, aunque ello fuera a costa de su vida terrenal. Encambio, poner en peligro su vida eterna para conservar algunas ventajas o incluso suvida en este mundo les pareci algo sin inters.

    LOS PRIMEROS CRISTIANOS

    Efectivamente, los primeros cristianos dejaron de interesarse desde entonces por losreinos de este mundo. La religin cristina pudo adquirir as, de manera ms fcil, unadimensin universal, supra-nacional, como todas las religiones de salvacin. Lasalvacin eterna, en efecto, no se consigue por la pertenencia a una raza o a una nacin,sino slo por la fe en Jesucristo, salvador de los hombres.Por eso, los Apstoles, primero Pedro, y luego Pablo y los otros discpulos, se dirigieronde manera deliberada hacia los paganos a quienes llamaron tambin a la fe y a la

    salvacin, con gran escndalo de las autoridades religiosas judas. Pronto los cristianos,que al principio de la predicacin del cristianismo eran todos de origen judo, llegaron aser en su mayora antiguos paganos convertidos. Su actitud hacia el Estado fue un calcode la de Jess. Para ellos, la fe cristiana era radicalmente de otra naturaleza. Suesperanza estaba en el cielo y no en la tierra. Por eso fueron indiferentes a los poderososde este mundo, a los gobernantes, a las ideologas polticas.Indiferentes hacia el Estado, pero no hostiles, ni serviles. El apstol Pablo trazclaramente el camino a seguir: el cristiano es ante todo un ciudadano del cielo, un fiel aDios. Por ahora, vive en esta tierra, en la espera de un Final de los Tiempos que paral era no el fin del mundo como tal, entendido como una aniquilacin, unacontecimiento digno de ser temido, sino ms bien el fin de este mundo de miseria, y,

    sobre todo, el comienzo de un tiempo diferente de dicha y de felicidad sin fin, el inicio

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    de un mundo nuevo que se establecera en el momento del retorno de Cristo: la NuevaJerusaln.Gracias a la conducta irreprochable de su vida aqu abajo, el cristino contribuye aapresurar ese momento en que Cristo regresar para establecer definitivamente sureino de paz. Al desinteresarse completamente de los asuntos de este mundo, el cristiano

    debe comportarse, pues, de manera ejemplar, digna y justa, obedeciendo las leyes delEstado, indispensables a toda sociedad, pues ellas estn establecidas en trminosgenerales para hacer que reine la paz, el orden y la justicia, como subrayaron losApstoles.El cristiano se esforzara as para ser un buen ciudadano, obediente de las leyes delImperio y fiel al emperador, aunque fuese pagano, garante del orden, de la paz y de la

    justicia. El cristianismo original no predic la anarqua ni la revuelta sino la sumisin alas autoridades legales, a los magistrados, cuya funcin en principio es querida por Dios,como lo afirma el apstol Pablo:Quieres no temer a la autoridad? Obra bien y tendrs su aprobacin, puesto que esministro de Dios para tu bien (). Por tanto, hay que someterse, y no slo por miedo al

    castigo, sino en conciencia. (Romanos 13, 3-5)

    Obedecer al Estado, valga! Pero con qu limites? Esa obediencia no es ciega niincondicional: se deriva de la obediencia de los creyentes a Dios, que slo es primera yabsoluta. El cristiano, por tanto, se someter a las leyes del Estado por fidelidad a Dios,y no por fidelidad al emperador en tanto que jefe del Estado, menos an en tanto querepresentante en la tierra de cualquier autoridad divina, como entonces crean cada vezms los paganos. Se sometera al Estado a condicin, bien entendido, de que sus leyesno fueran contrarias a la ley de Dios y de que el emperador, por ejemplo, no obligara alos cristianos a mostrarse infieles al soberano de los cielos.En ese caso, prisionero entre dos deberes de signo contrario, el cristiano debe elegir lafidelidad a Dios. El principio qued as establecido muy pronto por los apstoles Pedroy Juan. Arrestados porque predicaban la resurreccin de Cristo, vieron cmo se les

    prohibi continuar la difusin de dicho mensaje. Su respuesta fue inmediata: le parecea Dios justo que os obedezcamos a vosotros antes que a l? Juzgadlo (Hechos 4, 19).Detenidos un poco ms tarde por los mismos motivos, se justificaron de nuevoinvocando la misma norma de conducta: Hay de obedecer a Dios antes que a loshombres (Hechos 5, 29). No se contempla ninguna resistencia violenta, y menos anarmada. Incluso se aplic el principio predicado por Jess ante las persecuciones

    previstas y anunciadas: Cuando os persigan en una ciudad, escapad a otra ().(Mateo 10, 23).

    En lo sucesivo, la conducta de los cristianos estara determinada por esos dos principios:obediencia a las leyes justas del Estado, pero rechazo categrico a obedecerlas, porfidelidad a su fe, cuando dichas leyes fueran contrarias a la ley divina y a las enseanzasde Jess.Ahora bien, pronto se presentaron numerosas ocasiones de conflicto en el transcurso deaquel perodo. Los dos principales concernieron a la actitud que convena adoptar hacialos dolos en general y al emperador en particular- y ms an quizs ante la guerra.

    LA IGLESIA Y LA GUERRA EN EL IMPERIO PAGANO

    En la poca de la Iglesia primitiva, no se exiga a todos el servicio militar. El ejrcito

    romano era un ejrcito profesional, y slo llegaban a ser soldados aquellos que lodeseaban y se alistaban en l. Pero el soldado prestaba juramento de fidelidad al Imperio

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    y al emperador, y poda ser inducido a matar a otros hombres. Ahora bien, la Iglesiaprimitiva prohibi jurar y matar; por esas dos razones fue hostil al servicio militar.Dicha hostilidad se reforz cuando el culto imperial se extendi y cuando el juramentoal emperador, prestado por los reclutas, revisti formas de idolatra.En verdad, todos los telogos y los historiadores lo subrayan, ni Juan el Bautista ni

    Jess rechazaron los soldados: un centurin (Cornelio) se convirti incluso muy prontoal cristianismo con toda su familia, antes siquiera de la redaccin de los primerosescritos cristianos. Pero si un soldado poda, en efecto, llegar a ser cristiano, en cambioestaba generalmente prohibido a un cristiano o a un catecmeno alistarse en el ejrcito.La distincin es importante. Todava en el siglo III, los ms grandes pensadorescristianos dieron testimonio de ello, con Orgenes en el mundo griego y con Tertulianoen el mundo latino.En Occidente, por ejemplo, Tertuliano (c. 160-230) afirm la incompatibilidad enderecho del cristianismo y del servicio en el ejrcito romano; no se puede servir a dosamos, a Dios y al Diablo! El soldado porta la espada, que Jess prohibi a los suyos (Decorona, De idolatra, Scorpiace). La posicin de Tertuliano, se dice a veces, fue excesiva

    y debida a su conversin al montanismo. Sin embargo, no fue algo aislado, y parece queestuvo ms extendida de lo que se cree.Por otra parte, en Oriente, durante la misma poca, Orgenes (c. 185-254) refut punto

    por punto un libro del filsofo pagano Celso que exhortaba a los cristianos a participaractivamente, con las armas, en la defensa del Imperio, por civismo y fidelidad alemperador. Orgenes rechaz radicalmente dicho llamamiento procedente de quienes

    piden que hagamos la guerra y matar hombres por el inters comn.Argument contra Celso a partir del caso de los sacerdotes paganos, que estabandispensados del servicio militar porque rezaban por el emperador y la salud del Imperio.Ahora bien, nos dice, los cristianos son como esos sacerdotes, con la diferencia, noobstante, de que se dirigen al verdadero Dios y no a los dolos. No dejan de ser menoseficaces y tiles para el Imperio. Manifiestan su civismo al rogar a Dios que socorra y

    proteja al Imperio. Manifiesta su civismo al rogar a Dios sin portar armas, resultan, portanto, ms tiles al Imperio al rechazar servirle como soldados que al mezclarse conquines combaten justamente. En otras palabras, segn Orgenes, el combate quellevan a cabo los soldados del Imperio es justo, pero no por eso los cristianos han demezclarse con ellos: son ms tiles a la comunidad permaneciendo fieles a sus

    principios y rezando al verdadero Dios por la salud del Imperio. Actuando as, triunfansobre los demonios, que son, en definitiva, los verdaderos responsables de las guerrasque suscitaron en la tierra al sembrar el odio y el pecado entre los hombres (vase textonm. 1, Pgs. 281-282).

    Poco tiempo despus, Hiplito de Roma sent por escrito los preceptos relativos a laactitud que la Iglesia deba tener hacia los oficios que se consideraban peligrosos para elalma o incompatibles con la fe cristiana: los escultores, por ejemplo, deben rechazar lafabricacin de dolos. Se expulsar de la Iglesia a los gladiadores o a quienes losmantienen, as como a los que se prostituyen, sean hombres o mujeres. El texto abordaluego la profesin militar. El veredicto es categrico: la fe cristiana y el servicioguerrero son totalmente incompatibles. Un cristiano debe rechazar matar, aun siendosoldado; no debe, pues, alistarse en el ejrcito.Los motivos que condujeron a una intransigencia semejante fueron, como puede verse,manifiestamente de tipo moral. No slo se trataba de evitar la idolatra ligada a un cultoimperial que estaba naciendo, como sostienen algunos historiadores, sino tambin de

    evitar el homicidio: el soldado que llega a ser cristiano tras su conscripcin debercomprometerse a no matar, aun a riesgo de desobedecer las rdenes de sus superiores,

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    con las consecuencias que ello entraa. Pero quien ya es (o quiere llegar a ser) cristianodebe abstenerse de entrar en la profesin militar. sta no es un oficio para l (vasetexto nm. 2, Pg. 283).Cuando se precis la amenazada de los brbaros y cuando disminuyeron el prestigiodel soldado romano y las remuneraciones del ejrcito romano, reducindose por eso

    mismo el reclutamiento, los emperadores paganos trataron de paliar dicha desafeccindeclarando hereditario el oficio militar y la conscripcin obligatoria para algunos, demanera particular en los campos. A partir de 303, bajo Diocleciano, los alistamientosvoluntarios se enrarecieron an ms, lo cual condujo al Estado a reclutar gente a lafuerza, por as decir, entre los cuales evidentemente hubo cristianos. Una parte de ellosse pleg entonces a las exigencias imperiales, pero fueron muchos los que, por elcontrario, rechazaron en nombre de su fe cualquier forma de servicio militar, con

    peligro de su vida. De aquella poca cuentan muchos mrtires, que luego seranvenerados como santos en la Iglesia.se fue, por ejemplo, el caso de Maximiliano, quien en 295, en Cartago, declar en elmomento de su conscripcin: A m no me es lcito ser soldado (militare), porque soy

    cristiano; luego, de nuevo y un poco ms tarde, como se le quera tallar a la fuerza:Yo no quiero ser soldado, yo no puedo hacer el mal, porque yo soy cristiano. Sunegativa le vali el martirio.Algunos aos ms tarde, en Tnger, el centurin Marcelo se declar cristiano, rechaz

    prestar juramento al emperador y servir a los dolos. Afirm: No conviene que uncristiano, que es soldado de Cristo (miles Christi), sirva en los ejrcitos de este mundo.Pronto fue ejecutado. Los ejemplos de este gnero abundan y prueban cmo en aquellafecha persista todava en la Iglesia el pacifismo original.Las persecuciones contra los cristianos, por lo dems, aumentaron a finales del siglo IIIy a comienzos del siglo IV. En efecto, la religin cristiana fue tenida como ilcita, y enadelante los cristianos fueron buscados y condenados como tales. A menudo fueronapartados por el test del juramento cvico al emperador, acompaado del gesto ritualde sacrificio: algunos granos de incienso depositados en los altares de los dolos o delemperador.Entonces se inici un conflicto abierto entre el Estado romano pagano y la Iglesias,entendiendo por ella, en aquella fecha, la asamblea de los cristianos, el conjunto de losfieles. Sin embargo, a pesar de las persecuciones y ejecuciones, el cristianismo seexpandi hasta el punto de llegar a ser a veces mayoritario en la poblacin,

    particularmente en Oriente. Dicho fenmeno iba a entraar un viraje total de la actitudimperial hacia la nueva religin bajo Constantino, a comienzos del siglo IV. La actitudde los cristianos hacia la guerra se vera modificada de m manera profunda.

    Radicalmente refractarios hasta entonces al uso de la violencia y de las armas enconsecuencia, al servicio militar por fidelidad a los preceptos evanglicos y porque slodepositaban su esperanza en el advenimiento de un reino de Dios instaurado por la nicavoluntad del Todopoderoso-, los cristianos, al vivir en un Imperio romano favorable asu fe, se sintieron obligados en lo sucesivo a servirlo y defenderlo. El nuevo nfasis quese puso sobre la Iglesia terrenal como realizacin, al menos parcial, del reino de Dioscambi las perspectivas. Aunque la mirada de los creyentes no dej de dirigirse al cielo,ahora tendi a fijarse tambin en las cosas de este mundo. El uso de la violencia y de lasarmas, hasta entonces prohibido, se iba a ver justificado en algunas ocasiones.

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    CAPTULO 2LA GUERRA JUSTIFICABLEGUERRA Y CRISTIANISMO EN EL IMPERIO ROMANO

    El cristianismo sigui siendo religin ilcita hasta comienzos del siglo IV. No goz deestatus legal. Los gobernantes romanos tuvieron la oportunidad de tolerar a loscristianos cerrando los ojos a propsito de su pertenencia a aquella nueva religin, o, al

    contrario, de perseguirlos por esa nica razn. Eso fue lo que ocurri en pocas de crisis,como acabamos de ver.Sin embargo, a pesar de esa marginacin y de esa situacin precaria, los cristianos semostraron en su conjunto como ciudadanos fieles al Estado y al emperador. Los Padresapologistas no dejaron de proclamar su civismo. Subrayaron que el emperador no tenaciudadanos ms seguros y ms fieles que ellos, a pesar de su rechazo del servicio militar,de la idolatra, de las costumbres inmorales y de la prctica de algunos oficios. Adespecho de las persecuciones, el nmero de cristianos aument de manera considerableen todos los medios, incluidos los soldados, lo que, como hemos visto, creinnumerables ocasiones de conflicto, sobre todo a finales del siglo III y a comienzos delsiglo IV, cuando las autoridades romanas tuvieron cada vez ms necesidad de guerreros

    para proteger el Imperio y debieron recurrir a reclutamientos forzosos. Muchoscristianos se hicieron entonces objetores de conciencia, negndose tanto a derramar

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    sangre humana como a hacer sacrificios a los dolos. Las persecuciones no pusieronfin a la expansin del cristianismo. Ms bien parece, como seal un apologista, que lasangre de los cristianos se transform en simiente de cristianos!Dicha expansin del cristianismo se intensific todava ms con la conversin deConstantino. Ello iba a modificar radicalmente la problemtica relativa a la guerra, al

    inaugurar la era del Imperio cristiano, modificando la doctrina de la iglesia hacia unaprimera aceptacin de determinadas guerras. Todava se estaba lejos de la guerra santa;por el momento no se trat ms que del paso, fundamental, del rechazo de la guerra a suaceptacin en algunos casos que conviene definir.

    CONSTANTINO Y EL IMPERIO CRISTIANO

    A finales del siglo III, y probablemente incluso antes de esta fecha, la nocin de unidaddel Imperio romano subsista en los espritus a pesar de la separacin que, cada vez ms,se estableci entre sus regiones orientales y occidentales. Los emperadores que serepartieron el poder en esas regiones atestiguan, a su pesar, dicha ruptura. El emperador

    Constantino trat de devolver la unidad en numerosos mbitos, incluido el de la religin.A la muerte de su padre Constancio Cloro (306), que gobernaba Galia y Bretaa,Constantino se enfrent primero, en Occidente, a su rival Majencio. ste, hijo deMaximiano (que dominaba Italia, frica y Espaa), rompi con la poltica de violenta

    persecucin de su padre hacia los cristianos. As, en 310, restituy a la Iglesia los bienesconfiscados. Por su parte, Constantino, en la Galia, persigui muy poco a los cristianos,contentndose con destruir sus lugares de culto.Su ejrcito se enfrent al de Majencio cerca de Roma (batalla del puente Silvio, 312) ylo derrot. El emperador refiri despus haber tenido, en la vspera de la batalla, unavisin que le orden que hiciera trazar sobre los escudos de sus soldados un smbolocristiano (probablemente las letras griegas X y P, primeras letras de la palabraCristos), y le anunci su victoria deseada por Dios: Gracias a este signo vencers.Dicho episodio se hizo pronto legendario, si es que no lo fue desde su origen. Sinembargo, marc una profunda mutacin de las mentalidades, y por ello merece todanuestra atencin.

    La realidad de la conversin de Constantino es dudosa: slo se hizo bautizar en sulecho de muerte, en 337. Pero su actitud favorable a los cristianos no ofrece, en cambio,ninguna duda. Muy pronto se rode de consejeros cristianos y protegi la Iglesia.

    No fue el primero, ni tampoco el nico. Desde el 30 de abril de 311, en Oriente, elemperador Galerio tom nota del fracaso de su propia poltica de persecucin y puso fin

    a ella mediante un edicto de tolerancia destinado a obtener el apoyo de todos losdioses. Su sucesor Licinio, que vena de eliminar a su rival Maximino Daya, se puso deacuerdo con Constantino para proclamar el 13 de junio de 313, un edicto llamadoimpropiamente edicto de miln. Aplicable en todo el Imperio, reconoca a loscristianos, como al resto de los hombres, la libertad de practicar la religin que eligieran.Fue un verdadero edicto de tolerancia. El cristianismo lleg a ser as, por vez primera,una de las religiones lcitas reconocidas en el Imperio. Todos lo bienes confiscados a loscristianos deberan serles devueltos, y sus edificios de culto restaurados.Pero Constantino fue ms all de una simple legitimacin: favoreci abiertamente a loscristianos, y de manera particular a la iglesia de Roma. Don al obispo de Roma,Milcades, su palacio de Letrn cuando fund Constantinopla y la convirti en la nueva

    capital del Imperio romano. Intervino en las querellas internas, incluso doctrinales, de laIglesias. As, tom partido contra los donatistas (cristianos rigoristas que eran muy

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    numerosos en el norte de frica) y, mediante una ley, orden hacer del domingo(llamado en el texto Dies Solis, da del Sol) un da festivo, feriado y obligatorio,marginando as a los judeo-cristianos, quienes siguieron respetando el sabbat (sbado)como da de descanso. Convoc en Nicea el primer concilio ecumnico, queexcomulg a Arrio y a sus partidarios (los cuales discutan la plena divinidad de Cristo).

    En todos esos casos, el emperador se encarg de hacer aplicar sus decisiones con vigory rudeza: as, hizo deportar a todos los obispos que haban apoyado a Arrio. Poltica yreligin, que hasta entonces haban estado separadas puesto que se ejercan en distintasesferas, se interfirieron en adelante, al menos en la persona del emperador y de losgobernantes cristianos.Constantino no dud en designarse a s mismo como el obispo del exterior, instituido

    por Dios, responsable de la Iglesia. Desde entonces, la religin y la poltica semezclaron ms estrechamente an, con el riesgo de que dicha unin del trono imperial ydel altar acarreara algunas derivas doctrinales y morales suscitadas por la razn deEstado, el inters o la ambicin.En lo sucesivo, y a continuacin de Constantino, los emperadores cristianos se

    consideraron tambin investidos de la misma misin: promover, imponer despus lareligin cristiana en el Imperio, combatir, incluso perseguir, a los paganos y a loscristianos disidentes, cismticos o herejes, es decir, a todos los que no adoptaran lasdecisiones de la jerarqua eclesistica en la Gran iglesia romana, sostenida por elemperador, que en adelante defini la ortodoxia.Pronto se vieron los efectos: as, en 392, el emperador Teodosio I prohibi cualquierculto pagano en el Imperio. El cristianismo romano no fue slo UNA religinreconocida por el Estado, sino que se convirti en LA religin del Estado. Los paganos

    perdieron entonces poco a poco sus derechos cvicos, y Teodosio II, en 415, los excluydefinitivamente de la administracin y del ejrcito; Len I, en 463, les retir el derechosde promover acciones judiciales; en 529, Justiniano les suprimi, en fin, la libertad deconciencia: los paganos deban recibir el bautismo bajo pena de exilio y de confiscacinde sus bienes.Sin embargo, la renovacin de aquellas medidas prueba, por su misma existencia, cmoel paganismo no desapareci totalmente en el siglo IV, incluso en Oriente, que fuecristianizado ms pronto y de forma ms masiva. Subsisti por ms tiempo an enOccidente, sobre todo en los campos. El vocabulario da testimonio de ellos: el trmino

    paganus, del que procede nuestra palabra pagano, design en su origen a las gentesdel campo, a los campesinos (paysans). Numerosas misiones de evangelizacintrataron de expandir la fe cristiana de manera ms persuasiva: en la Galia, San Martn deTours se hizo ilustre, en el siglo IV, por esta tarea. Ahora bien, San Martn, sealmoslo

    desde ahora, fue un antiguo soldado que abandon el oficio militar para dedicarse a lapredicacin de la fe.A pesar de las molestias y de las persecuciones imperiales, las Iglesias minoritarias,consideradas herticas, no desaparecieron tampoco. Ello puede apreciarse en el casode los montanistas o los arrianos, que todava subsistan bajo Justiniano. Ms an: elarrianismo se difundi en el mundo brbaro a travs de predicadores que convirtierona varios pueblos germnicos a aquella forma de cristianismo. Volveremos sobre elloms adelante con motivo de las invasiones, que permitieron un nuevo viraje doctrinalhacia la guerra sacralizada.Lo mismo se observa tambin a propsito de las muy intrincadas querellas teolgicasque, en el siglo V, desgarraron las Iglesias cristianas. La intervencin imperial en

    aquellas querellas doctrinales tampoco desemboc en la unidad buscada: frente a laGran Iglesia, apoyada por el emperador, subsistieron numerosas Iglesias cristianas que

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    hoy se juzgan heterodoxas por el nico motivo del triunfo de la tendencia romana quepredomin, aunque, a su vez, todas ellas se consideraron representativas de la puradoctrina cristina. se fue el caso, por ejemplo, de las Iglesias monofisitas, muynumerosas en Oriente, sobre todo en Egipto y en Siria, que rechazaron la doctrina admitida en el concilio de Calcedonia de 451- de la doble naturaleza de Cristo,

    humana y divina. En el siglo VI, Justiniano las reprimi de manera severa, y la tutelabizantina sobre dichas regiones, pesada y molesta, casi siempre opresiva ydiscriminatoria, contribuy a la formacin de particularismos regionales o tnicos y auna desafeccin respecto del Imperio griego. Esos particularismos religiosos y tnicos,al reforzar la incivilidad, facilitaron las conquistas persa y musulmana del siglosiguiente.

    LA IGLESIA Y LA GUERRA EN EL IMPERIO CRISTIANO

    La brusca mutacin que transform el Imperio romano pagano en Imperio cristianocambi de manera radical los elementos que conciernen a nuestro tema, a saber, la

    actitud de los cristianos hacia la guerra: hasta entonces menospreciados, molestados yperseguidos en la mayor parte de las regiones del Imperio a finales del siglo III ycomienzos del siglo IV, los cristianos vieron cmo les sobrevino sbitamente laliberacin, para ellos milagrosa. En algunos aos, cesaron las molestias, su religin fuereconocida, y luego favorecida por el emperador. se fue considerado por ellos deforma muy natural (y l hizo todo lo que pudo para que as fuera) como un hombre

    providencial en el sentido preciso del trmino, suscitado por Dios. En su inmensamayora, los cristianos lo acogieron como tal, y aceptaron voluntariamente la tutela que

    pronto ejerci sobre las Iglesias.Tanto ms cuanto que para algunos, afectados por las profecas bblicas, la desaparicindel poder romano perseguidor pudo revelarse como la realizacin de algunas de dichas

    profecas, como el indicio de la prxima instauracin del reino de Dios. En esaperspectiva, la conversin imperial les pareci que era el preludio a una conversin msamplia an, la de todo el Imperio, despus la del mundo entero. Entonces vendra el fin.Acaso no haba predicho Jess que el Evangelio (la buena nueva del reino) seria

    predicado a todas las naciones antes de que sobreviniera dicho Final de los Tiempos?Aquella mudanza del Imperio fue interpretada tambin por otros cristianos, sobre bases

    profticas vecinas, como anunciadora del advenimiento prximo, sobrenatural, del reinode Dios. El apstol Pablo, apoyndose en el profeta Daniel, no haba anunciado, enefecto, que ese Final de los Tiempos estara marcado por la aparicin del Anticristo,que Cristo aniquilara tras su triunfal retorno? Ahora bien, el Apstol haba sugerido

    claramente que ese Anticristo no aparecera mientras existiera el Imperio romano. Ladesaparicin de dicho imperio bajo su forma pagana pareca, por tanto, realizar laprofeca y anunciar la inminencia del retorno glorioso de Cristo y de la instauracin desu reino.Esa dimensin apocalptica (en el sentido propio del trmino, es decir, revelacin delos acontecimientos futuros anunciados de manera crptica, y no en el sentidocatastrofista que hoy se le da) no debe olvidarse. Hoy sabemos que una tal esperaescatolgica, de tinte apocalptico, existi siempre en las Iglesias cristianas, la cual hizoque se alternaran periodos de espera ferviente, cuando algunos hechos poderosos

    parecan corroborarla, y periodos de decepcin y adormecimiento, cuando el curso deltiempo volva a ser ms agradable y la historia recuperaba, por as decir, su ritmo de

    crucero. Esa espera escatolgica volver a encontrarse a lo largo de toda la Edad Media,a pesar de los intentos de ocultacin de los que a menudo fue objeto.

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    Por otra parte, y este punto es importante, el creciente favor de los emperadores hacia lareligin cristiana entra conversiones masivas que no siempre tuvieron el fervor y lasinceridad que caracterizaron a las de los tiempos difciles. A comienzos del siglo IV,haba que tener una fe muy slida para ser cristiano, pues se corra el riesgo de perderlos bienes, el oficio, el pas o la vida. La situacin se invirti en pocos aos, de modo

    que entonces se tuvo inters en llegar a ser miembro de la antigua sectamenospreciada y ahora triunfante. Ante ese aflujo de nuevos adeptos, los fieles msenraizados, an alegrndose de la nueva situacin, deploraron a veces aqueldebilitamiento de la fe y la mundanalidad de la Iglesias que necesariamente se deriv deello.Por lo dems, los adeptos de las corrientes minoritarias no se aprovecharon, antes alcontrario, de los favores del Estado y a veces se vieron incluso perseguidos tanto comolos paganos, que antes los haban despreciado; no pudieron sino sentir amargura.Desgraciadamente no conocemos muy bien su posicin doctrinal, cuyo eco slo hallegada hasta nosotros a travs de los escritos ortodoxos que los combatieron y,

    probablemente, los desnaturalizaron para mejor denigrarlos. Existieron, pues, fuera de la

    Iglesia catlica relativamente bien conocida, cristianos de quienes ignoramos casi porcompleto el comportamiento que tuvieron en general y, en particular, hacia el Estado yla guerra. Es muy probable que dicho comportamiento deba ser mucho ms rigoristaque el de los cristianos de la Iglesia oficial.Cmo deban comportarse esos fieles ordinarios respecto a aquel Imperio tornadocristiano, sobre todo en lo concerniente al oficio militar? Las condiciones habancambiado ahora de manera radical. En adelante se serva a un Estado protector,

    providencial. El juramento de fidelidad al emperador apenas plantea ya dificultaddoctrinal a los fieles, al menos a la mayora de ellos: ya no poda ser asimilado a unculto idlatra, en la medida que el Imperio cristiano combata a su vez a los dolos. Sloalgunos integristas refunfuaban an ante el juramento. Las funciones oficiales, queexigan el juramento, eran, por tanto, accesibles a un mayor nmero, del mismo modoque la carrera pblica, incluida la militar.Para esta ltima, sin embargo, permaneca todava el antiguo mandamiento de Dios,reforzado por Jess, que prohiba el homicidio: los soldados estaban expuestos a l demanera natural. sta fue la principal razn por la que, en un principio, los cristianosexcluyeron todos los oficios que comportaban el derramamiento de sangre humana:gladiador, soldado, magistrado investido del poder de la espada, etc. Como es evidente,dicho riesgo no haba desaparecido, y resulta legitimo creer que muchos fieles sincerosseguan considerando que el oficio de soldado no era en absoluto compatible con la fecristiana, al menos en tiempo de guerra, cuando la ocasin de matar era real.

    Ignoramos por desgracia la amplitud de esa tendencia refractaria, la cual testimonia elconcilio de Arls, celebrado en 314, inmediatamente despus de la metamorfosis delImperio. El canon 3 decret, en efecto, lo siguiente: A propsito de quienes deponenlas armas en tiempo de paz, se ha decidido apartarlos de la comunin.Se trata aqu, sin duda alguna, de la excomunin de los que rechazaron el serviciomilitar o, al menos, el uso de las armas. No obstante, los historiadores se dividen a lahora de interpretar la mencin en tiempo de paz. Para unos, significara que laobjecin de conciencia en tiempo de guerra segua vigente: los cristianos estaranentonces autorizados a rehusar al uso de las armas para no tener que derramar sangre,acto que estaba formalmente prohibido por los antiguos textos ya sealados; ahora, encambio, se veran excomulgados por la Iglesia si rechazaban el servicio militar en su

    conjunto, incluso en tiempo de paz, cuando no existe el riesgo de homicidio. Para otros,se tratara de una condena global de toda actitud de rechazo del servicio militar, incluso

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    en tiempo de paz (sobrentendido: con mayor razn en tiempo de guerra). Resulta casiimposible dilucidar con certeza entre estas dos interpretaciones igualmente defendibles.En todo caso, cualquiera que sea su interpretacin, muy discutida como se ve, elconcilio de Arls testimonia, por una parte, la persistencia de una corriente pacifista enel seno del cristianismo, y, por otra, la nueva postura de la Iglesia, que ahora se torn

    hostil a la mencionada posicin pacifista inicial.Esa tendencia qued reforzada en el concilio de Nicea de 325. El canon 12 muestracomo tales defecciones de soldados haban sido numerosas en los primeros tiempos,

    pero tambin cmo se haba invertido el movimiento: prescribi, en efecto, diez aos depenitencia para todos aquellos que estimaron oportuno abandonar los empleos militaresu ahora solicitaron que se les reintegrara en ellos.Es evidente que el Imperio cristiano no poda alentar un rechazo semejante del serviciomilitar. Tena necesidad de soldados para hacer frente a las amenazas externas de los

    brbaros germnicos y los persas; los cristianos haban llegado a ser demasiadonumerosos en el Imperio como para que pudiera pasarse de ellos. Adems, las

    persecuciones contra los paganos, como ya hemos visto, condujeron a Teodosio II a

    prohibirles su acceso al ejrcito. En lo sucesivo, las tropas romanas estuvieroncompuestas en su mayora de cristianos procedentes por lo general de las regiones

    perifricas y de los pueblos brbaros romanizados y cristianizados, de diversastendencias.Sin embargo, a pesar de esos estmulos del Estado y la Iglesia imperial, muchoscristianos, sobre todo en las Iglesias disidentes, persistieron en su reticencia moralrespecto de la profesin militar. Lo mismo sigui ocurriendo en la Gran Iglesia: SanAgustn y otros escritores cristianos menos famosos hubieron de tomar la pluma paraconvencerles de que Dios no rechazaba dicha profesin.El aflujo masivo de adhesiones ms o menos sinceras al cristianismo tuvo tambin otrasconsecuencias muy importantes: el desarrollo conjunto del clericalismo y del monacato.El progreso del clericalismo se explica fcilmente: para encuadrar, dirigir, instruir a losfieles y, sobre todo, para administrar los sacramentos (pues el sacramentalismo sedesarroll de manera paralela), las Iglesias cristianas tuvieron necesidad de un personalespecializado, el clero, dirigido por obispos en circunscripciones eclesisticas calcadasde las del Imperio, las dicesis. Dichas estructuras fueron slidas: iban a resistir lasinvasiones brbaras, lo que prueba su buena implantacin y su eficacia. Muy pronto, porotra parte, los obispos desempearon igualmente funciones administrativas.Representaron la autoridad. Su funcin de dignatarios de alto rango les confiri unimportante papel poltico, y el clero adquiri una notoriedad y un prestigio crecientes.La Iglesia es decir, no lo olvidemos, la asamblea, la comunidad, el conjunto de los

    cristianos que compartan la misma fe- lleg a adquirir una estructura homognea: elclero por una parte, los simples fieles por la otra, que pronto fueron denominadoslaicos. Unos y otros no tuvieron ni las mismas funciones ni los mismos modos de vida.La Iglesia tendi a deslizar slo sobre los clrigos las exigencias morales y los deberesque antes incumban a todos los fieles.El vocabulario da testimonio de dicho cambio semntico: en los tres primero siglos, laexpresin milites Christi (soldados de Cristo, en el sentido de un servicio puramentemoral) designaba a todos los cristianos, en particular a los mrtires, quienes rechazabanel servicio del mundo y del emperador para obedecer a Dios. En adelante, milites Christilleg a designar nicamente al clero y a los monjes, los cuales sirven a Dios por

    profesin, podra decirse por oficio, por oposicin a los fieles laicos, que, ellos s,

    sirven al mundo, o al siglo. Un cambio semntico ms significativo an tendralugar en el siglo XI, cuando la misma expresin lleg a designar a algunos guerreros,

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    los cruzados, al trmino de la evolucin que describe este libro. En la poca consideradaen el presente captulo (siglo V), esas palabras designaban todava un servicio

    puramente pacfico, un combate moral.La distincin, sin embargo, acarre ya consecuencias notables en el terreno que nosinteresa, el de las relaciones de los cristianos con la guerra. As, slo el clero continu

    viendo como se le prohiba derramar sangre. Los clrigos deban mantener las manospuras, por dedicarse a tares sacramentales. Como los sacerdotes del antiguo paganismoa que aluda Orgenes, fueron dispensados del servicio militar, y su funcin, al igual quela de los monjes, consista en rezar por la salud del Imperio cristiano y el xito de susejrcitos. La vida de los laicos se consideraba menos santa, mancillada de manera innata

    por los pecados. Sin embargo, podan ser purificados gracias a la confesin,acompaada de penitencias.Los penitenciales, a partir del siglo VII, fijaron pronto la amplitud de dichasreparaciones. La efusin de sangre fue castigada de manera severa, incluso durante elcombate en tiempo de guerra lcita. As, el homicidio cometido por un soldado en unaguerra pblica, en el campo de batalla, sigui siendo pecado y acarreaba una larga

    penitencia que podra durar varios aos. La duracin de dicha pena fue reducindosepoco a poco, aunque todava subsista en el siglo X, testimoniando as el pecadovinculado al hecho de matar a un hombre, aunque fuese enemigo de la Patria.El desarrollo del monacato puede considerarse tambin como una reaccin ante laentrada masiva de nuevos adeptos poco convertidos y ante la mundanalidad de laIglesia derivada de ello. La nueva preferencia del cristianismo y su posteriorinstauracin como nica religin del Estado estuvieron acompaadas de un inevitablerelajamiento moral y espiritual. El rechazo del mundo, la huida hacia la soledad de losdesiertos (regiones ridas, bosques, cinagas), pareci entonces a las almas msexigentes apasionadas por la perfeccin, el nico medio eficaz de asegurar la pureza desu espritu y, por tanto, su salvacin. El desierto, de alguna manera, lleg a ser unsustitutivo del martirio de los viejos tiempos. El culto de los antiguos mrtires, que, porlo dems, adquiri una gran importancia en la misma poca, respondi tambin aaquella espiritualidad un tanto nostlgica de los viejos tiempos heroicos.Los ermitaos y los monjes, gracias a la renunciacin de su vida, adquirieron entoncesun prestigio considerable en la Iglesia. Aunque laicos, renunciaban al mundo, a laviolencia, no levaban armas y hacan voto de pobreza y castidad. Tanto en el espritu del

    pueblo como despus, cuando el monacato se regulariz, en la Iglesia oficial, elprestigio de los monjes se acerc y a menudo super el del clero secular. Fue en lasoledad del desierto o del claustro donde, en lo sucesivo, algunos buscaron la paz sin lacual nadie ver al Seor. Los monjes, esos soldados de Dios, entablaron all,

    mediante la oracin, un combate rudo y peligroso, pero puramente pacfico, contra lasfuerzas ocultas. Su santo combate espiritual contra lasfuerzas del mal no tenaningn rasgo guerrero, y menos an los de una guerra santa. Era incluso la anttesis deella, la negacin total y perfecta.

    SAN AGUSTN Y LA IDEA DE GUERRA JUSTA

    La conversin del Imperio al cristianismo no hizo desaparecer los peligros externos.Desde haca ya mucho tiempo, la presin de los pueblos brbaros se ejerca sobre lasfronteras, sobre todo por parte de los germanos, que a su vez se vieron empujados pornmadas llegados de las estepas de Asia, los hunos. Aquellos pueblos germnicos

    tenan diversos nombres: godos, vndalos, francos, alamanes, burgundios, hrulos,suevos, etc. La mayor parte de ellos intentaban ya, desde el siglo II, instalarse en el

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    interior de las fronteras romanas, casi siempre de manera pacfica, en tanto quetrabajadores inmigrados, que realizaban tareas desdeadas por los romanos. Eran

    particularmente muy numerosos en el ejrcito: al final del Imperio, la mayor parte de lossoldados, e incluso de los generales, eran brbaros romanizados y cristianizados, detendencias diversas.

    La presin de los hunos aument a comienzos del siglo V y empuj las tribusgermnicas hacia las fronteras del Imperio. Esta vez no se trataba ya de inmigracionesindividuales, sino de verdaderas migraciones de pueblos, de invasiones. As, en agostode 410, los visigodos de Alarico hicieron una razia sobre Roma, la saquearon durantetres das y retornaron. Aquel acontecimiento no tuvo un gran alcance militar o poltico:desde Constantino, la capital imperial ya no era Roma, sino Constantinopla. Sinembargo, tuvo una resonancia inmensa, y anunci las futuras invasiones, masivas, delos decenios siguientes. Los espritus quedaron lastimados, heridos de estupor. Roma

    pareca eterna, invulnerable. Su caa pareca anunciar terribles conmociones, tal vez elfin del mundo. San Jernimo, que desde haca varios aos se haba retirado a Beln paratraducir all la Biblia al latn, testimoni aquel traumatismo: segn l, la civilizacin se

    derrumbaba bajo los golpes de los brbaros, y ello ocurra a causa de los pecados de loscristianos (vase texto num. 3, Pgs. 284-286).San Agustn, el ms clebre de los Padres de la Iglesia, intent por su parte tranquilizara los creyentes: el fin del Imperio, que en adelante se imaginaba posible, sera en verdaduna conmocin considerable, perno sera el fin del mundo, ni el fin de la Iglesia. SanAgustn, por lo dems, era un adversario resuelto de la espera escatolgica tradicional,que conden en sus escritos. Ms que sobre el advenimiento final de Cristo, puso elnfasis sobre el de la Iglesia, que le pareca realizar las profecas. El Imperio romano era

    para l slo el marco que permiti la expansin de la Iglesia, pero deba confundirse conella. Su principal obra,La Ciudad de Dios, desarroll este tema.Sin embargo, no convena abandonar cualquier esperanza de rechazar a los brbaros:Agustn contempl la cada del Imperio romano, pero no se resign. Ciertamente, laIglesia no estaba ligada al Imperio, y no desaparecera con l, pero representaba, noobstante, la cultura, la civilizacin, el orden, la paz: haba que defenderla por tanto.Agustn refut a quienes dijeron que el cristianismo contribuy a la ruina del Imperio;

    para los cristianos que, a veces, tuvieron dudas acerca de la dignidad y la licitud deloficio militar, escribi que Dios no rechazaba a los soldados: se puede agradar a Dios

    bajo el uniforme militar.La religin cristiana, por otra parte, no es hostil al Estado y no prohbe todas las guerras(cf. la Carta 138). Apoyndose en el Antiguo Testamento y en las guerras de Padreeterno que en l se relatan, Agustn record que el mismo Dios recurri en ocasiones a

    ellas. Existen, pues, guerras justificadas.Sin desarrollar su teora, San Agustn puso as los fundamentos de una nueva ticacristiana, cuya definicin cannica, la guerra justa, slo sera formulada muchosdespus, en los siglos XII y XIII. Sin embargo, podemos resumir de manera sumaria loselementos que, segn Agustn, permiten que una guerra pudiera, en su poca, serconsiderada como justa:

    1. sus fines deben ser puros y conformes a la justicia: impedir a un enemigo hacerdao, matar, saquear (por asimilacin a una especie de legtima defensa), perotambin restablecer un estado de justicia que haya sido quebrantado por elenemigo, recuperar tierras o bienes expoliados, impedir o castigar accionesmalvadas (por asimilacin a una accin judicial punitiva contra los autores de

    delitos: la ley, dice, castiga con toda razn a los malhechores).

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    2. debe hacerse con amor, sin sentimiento de odio, sin mviles de interesespersonales, o sea, de venganza o gusto por el pillaje, por ejemplo.

    3. debe ser pblica y no privada, es decir, declara por la autoridad legtima, en estecaso el Estado romano, el emperador.

    Para su demostracin, Agustn recurri al sentido comn: puesto que todo el mundoadmite que, en el Imperio, los magistrados y agentes judiciales hacen uso de la fuerza demanera legtima (incluida la pena de muerte), para castigar a los malhechores culpablesde violacin de las leyes justas del Estado, resulta asimismo normal admitir que lossoldados, que cumplen la misma funcin en el exterior, sean considerados tambincomo agentes de la justicia.Por consiguiente, las guerras as emprendidas deben ser consideras asimismo comolegtimas. Todo el mundo admite, dice, que el verdugo que mata por orden delmagistrado no es culpable de homicidio. Por la misma razn, el soldado que combate ymata por orden del emperador no debe ser culpable. Quines ordenan y dirigen ese tipode guerras son para l servidores de la justicia y no perturbadores que deban ser

    excluidos.La nocin de guerra justa, sin embargo, no es para l ms que una concesin otorgada alEstado que acta por bien comn. La guerra que emprende el gobierno civil es justa

    porque la autoridad que representa procede de Dios, y porque de esa manera cumple sufuncin de orden y de justicia sobre esta tierra. Pero el emperador no tiene autoridad pors mismo; nicamente le est delegada por Dios. Slo el mandamiento directo eindiscutible de Dios sacralizara plenamente una guerra, como en el caso de las guerrasdel Padre eterno de los tiempos bblicos. En efecto, la guerra ordenada directamente

    por Dios no puede ser ms que santa. La que proclaman las autoridades legales slopuede alcanzar un cierto grado de legitimidad: es justa si sirve a la justicia.As, la guerra santa precede a la guerra justa, cronolgica y lgicamente. Se deriva de lasantidad de Dios, el nico que puede ordenarla de manera directa, pues slo l discierne

    perfectamente el Bien y el Mal.Pero en la poca de Agustn, a pesar de la amenazada brbara, ese mandamiento directode Dios faltaba en la tierra: la teocracia de Israel no exista ya, los profetas habandesaparecido, la Revelacin estaba cerrada: era el tiempo de la Iglesia, la cual debatomar posicin y actuar guindose sobre los principios revelados. Por otra parte, en laIglesia, la centralizacin monrquica no haba conferido todava al papa una autoridadsuficiente para sacralizar la guerra. Aunque fuera justa, segua estando ligada al mal,segua siendo causa de homicidio, por tanto de pecado. He aqu la prueba: los monjes ylos sacerdotes, para conservar su pureza ritual, deben conservar las manos limpias de

    toda sangre humana.El concepto de guerra santa, admitido en el marco de la teocracia, la del Israel bblicopor ejemplo, no era, pues, admisible ni incluso concebible en la poca de San Agustn.Pero, a travs de sus escritos, se propuso ya que la sacralizacin de la guerra se haramediante la ideologa de proteccin de la Iglesia, en particular de los eclesisticos.Isidoro de Sevilla lo dira un siglo ms tarde: cuando la Iglesia est amenazada, y dadoque los clrigos no pueden ni derramar sangre ni defenderse, la obra de los defensoresreviste un aspecto moral y santo, pues son los laicos y su accin guerrera los que

    permiten a los sacerdotes ejercer su ministerio.Sin embargo, en la misma poca en que Agustn se esforz en romper, para los laicos, elantiguo tab de sangre resultante del pacifismo original, conforme a la concepcin

    primitiva del cristianismo, la espiritualidad popular exalt a los mrtires. Mrtirespacficos y pacifistas, hroes de la antigua percepcin de la fe cristiana. Pues aquellos

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    santos obtuvieron precisamente su corona al perecer por la espada, sin defenderse, alrehusar las armas y el servicio militar, al rechazar a veces incluso con escndalo elservicio al Estado y la profesin de soldado para mejor servir a Dios: se fue el caso,entre otros de San Martn de Tours, celebrado por Sulpicio Severo, en el cambio delsiglo I.

    A pesar de esas reticencias, el inmenso prestigio de San Agustn iba a contribuir a hacerdesaparecer, en las mentalidades, las sospechas duraderas de los cristianos hacia laguerra y la funcin militar. Las invasiones brbaras, y despus las de los rabes, tanto enOriente como en Occidente vinieron a reforzar an ms dicha tendencia y a contribuir ala elaboracin futura del concepto de guerra santa cristiana. Una nocin que hunda susraces en el Antiguo Testamento, pero que haba sido rechazada con firmeza por Jess yel cristianismo primitivo. Un concepto que alcanz su pleno desarroll en el siglo XI, enla poca de la cruzada. Nos encontramos aqu en el comienzo mismo de un lento

    proceso que, desde Constantino a Urbano II, iba a prolongarse durante cerca de ochosiglos, transformando y alterando muy profundamente la religin cristiana. Una especiede metamorfosis.

    CAPTULO 4

    EL ISLAM Y LA GUERRA EN TIEMPOS DE MAHOMA

    Cuando Carlos Martel bati a los rabes en Poitiers, el profeta del islam, Muhammad(Mahoma), llevaba muerto desde haca exactamente cien aos (632). Su mensaje,consignado en el Corn (cuya revelacin Mahoma dijo haber recibi del arcngelGabriel), pretendi restablecer y prolongar las revelaciones divinas anteriores quehabran sido corrompidas por los judos y los cristianos, y aportar as el sello de laRevelacin proftica. Loa joven comunidad no tard en diseminarse, y su expansinreligiosa, poltica y militar fue fulgurante. En el ao 711, los caballeros de Al

    alcanzaron el Indo, por el Este, y el ocano Atlntico, por el Oeste, estableciendo susupremaca sobre un imperio que muy pronto se fraccion en dinastas rivales, aunquetodas proclamaban el islam como religin revelada. Por encima de los numerososfactores de divisin, la religin constituy un cimiento muy slido. Sin embargo, y aligual que suceda en el lado cristiano, ese cimiento no siempre result suficiente paraasegurar la cohesin del conjunto.La religin predicada por el Profeta se opuso radicalmente al politesmo y reproch alos cristianos haber derivado por ese camino mediante la doctrina de la Trinidad, alasociar otras personas a Dios: el Hijo y el Espritu Santo. Nacido en Arabia, queestaba poblada por rabes paganos, pero tambin por judos, cristianos y tal vez, sobretodo, por numerosas tribus rabes ganadas al judasmo y al cristianismo, el islam

    presenta muchas analogas con esas dos religiones anteriores que pretende corregir. Sinembargo, se distingue de ellas por otros muchos puntos.

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    No es cuestin aqu de ofrecer un anlisis, aunque sea sumario, del islam. Retendremosnicamente lo que concierna o condiciona la actitud de los musulmanes hacia la guerray la formacin del concepto delyihad, que sera definido doctrinal y jurdicamente mstarde, pero cuyos fundamentos fueron planteados con claridad por la revelacin cornicay por el comportamiento de Mahoma, radicalmente diferente del de Jess.

    MAHOMA Y LA REVELACIN CORNIC

    Hacia el ao 612, cuando contaba con unos cuarenta aos de edad, Mahoma recibi surevelacin en una gruta del monte Hira donde se haba retirado para meditar. Inquieto ydubitativo, la confi pronto a su mujer Hadiya, quien le dio crdito y lo anim a

    predicar en torno a l aquel mensaje divino. Anunci la necesidad de una fidelidad y deuna sumisin total A dios al acercarse el Final de los Tiempos, que se considerabainminente.Suscitada o garantiza por nuevas revelaciones, su violenta condena de los dolos (de losque vivan, sobre todo en La Meca, lugar de peregrinacin por la Cava, los qurayses)

    contribuy a que fuera rechazado por la poblacin local. En 622, debi exiliarse conalgunos partidarios a Yatrib, que se convertira en Medina, la Ciudad del Profeta,donde se encontraba una importante poblacin juda cuyo apoyo confiaba obtener. Fuela hgira (hiyra: emigracin), ao I de la era musulmana.Reagrupando en torno a s a los creyentes, Mahoma emprendi la lucha armada contrasus adversarios, organiz razias, golpes de mano contra las tribus rabes politestas o

    judas que eran refractarias a su mensaje. Al poco de enviudar de Hadiya, el profeta secasn con una viuda, Sawda. En Medina celebr tambin bodas con su novia Aixa, lacual contaba con nueve aos de edad y llegara ser su esposa preferida. Las dos esposasdel Profeta fueron alojadas en dos cabaas que lindaban con la primera mezquita deMedina.

    La poligamia fue claramente garantizada as por el Profeta (y por las revelacionescornicas que aprueban o dictan su conducta). Mahoma tom luego algunas otrasesposas y numerosas concubinas legales, limitando a cuatro las esposas de los creyentesordinarios. Es a prctica polgama, admitida ya antes de l entre los rabes y adoptada

    por los musulmanes, acarre rpidamente al islam, por parte del clero cristiano quepredicaba castidad, una reputacin de religin libidinosa, en particular cuan el Profeta,autorizado por una revelacin cornica (Corn XXXIII, 37), contrajo matrimonio conZaynab (mujer de su discpulo e hijo adoptivo Zayd), de la que se haba enamorado yque Zayd repudi para dejarle el campo libre. Los escritos polmicos contra el islam

    adujeron ms tarde este episodio para justificar su acusacin relativa a la lubricidaddel Profeta. En cambio, conviene subrayarlo, dicho comportamiento no chocaba nadacon los rabes, quines, por el contrario, admiraban la potencia sexual del Profeta.Otra acusacin de la polmica cristiana, la concerniente a la guerra, se bas tambin enel comportamiento personal de Mahoma. Muy rpidamente, en efecto, el climaconflictivo existente en La Meca, que haba causado su exilio, desemboc en autnticoscombates en los que Mahoma particip a veces, o fueron garantizados de maneraexplicita por algunas revelaciones cornicas. Esos hechos revelan la actitud del Profetadel islam hacia el uso de la guerra, actitud que tiene evidentemente para los creyentes unvalor ejemplar. Algunos hechos precisos bastaron para instituirla.As, en la primavera de 624, Mahoma y sus trescientos musulmanes interceptaron una

    gran caravana de qurayses cerca de Media (Badr), que regresaba de Damasco. Hicieronfrente a mi qurayses que llegaron de refuerzo. Mahoma prometi la victoria a sus fieles

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    con la ayuda de los ngeles, el paraso a quienes murieran, y se atribuy, segn unarevelacin cornica, una quinta parte del botn. Dicho quinto fue repartido en tres partes,una para el mismo Profeta, la segunda para su familia y la tercera para los pobres y loshurfanos (Corn VIII, 41). El uso de la violencia armada, pues, fue pronto admitido,reconocido y codificado incluso por lo que respecta al reparto de los beneficios

    materiales resultantes de ella.Poco despus, Mahoma, decepcionado por sus reticencias a adherirse a l, rompi conlos judos y atac a varias de sus tribus. Ms tarde, se separ tambin de los cristianos.Unos y otros fueron, sin embargo, tolerados y protegidos en tanto que fieles de unareligin que cree en un solo Dios y en el da del juicio.Luego de algunos reveses y defecciones internas, Mahoma y sus fieles obtuvieron cercade Medina, en 627, una victoria aplastante y masacraron a la tribu juda de los BanuQurayza, que haba desertado. Los numerosos combates entre musulmanes y rabes enLa Meca, que seguan siendo politestas, continuaron siendo todava muy indecisos enaquella fecha.

    No obstante, en 629, Mahoma recibi en Media al jefe mequ Abu Sufyan, con cuya

    hija, convertida al islam, acababa de casarse. Hubo acuerdo entre l y su nuevo yerno?En todo caso, los musulmanes prepararon un ejrcito de diez mil hombres y marcharonsobre La Meca, el 1 de enero de 630. El pnico se apoder entonces de la ciudad, querenunci a combatir: Abu Sufyan se someti y se convirti a su vez al islam. Mahoma

    prometi salvar la vida a los habitantes de La Meca si se encerraban en sus casas, sinresistir. Entr como vencedor en la ciudad desierta, toc la piedra negra, realiz lassiete vueltas rituales del culto anterior, se hizo entregar las llaves de la Cava y abati susdolos.De este modo, el antiguo santuario pagano, la Cava, la piedra negra y sus ritos de

    peregrinacin (las siete vueltas) fueron adoptados, purificados, exonerados decualquier tinte idoltrico e incorporados a los nuevos ritos. Permanecieron, pero susignificacin fue transmutada. Se fusionaron as con las costumbres sagradas del islam,constituyendo el corazn de las mismas. Esa solucin de adopcin, de cambio en lacontinuidad, no pudo sino satisfacer a los mercaderes de La Meca, que vivan deaquellas prcticas ancestrales. La unidad se consigui sin derramamiento de sangre. ElProfeta mantuvo su palabra: no hubo, en el momento de la toma de la ciudad, ningunamasacre. El politesmo, sin embargo, fue prohibido un ao ms tarde (Corn IX, 3-5).Despus de haber exhortado, en el monte Arafa, a los rabes para que permanecieranunidos en el islam despus de su muerte, Mahoma entr en Medina. Muri poco tiempodespus, el 8 de junio de 632, tras haber establecido el Islam de manera slida en Arabia.Las doctrinas fundamentales de la fe musulmana, procedentes del Corn, se encuentran

    sumariamente resumidas por los cinco pilares del Islam:1. la profesin de fe: No hay ms Dios que Al y Mahoma es su Profeta.2. las cinco oraciones rituales diarias, precedidas de abluciones.3. el ayuno diurno durante el mes de Ramadn.4. el pago del diezmo, limosna legal5. la peregrinacin a La Meca (Cava) y a Medina (tumba del Profeta)

    El yihad, observmoslo, no forma parte de estos cinco pilares. Sin embargo, susprimicias se encuentran desde la poca del Profeta, y su dimensin guerrera, indiscutible,pero no nica, desempe desde el origen un papel esencial en la vida de la comunidady en la doctrina musulmana.

    MAHOMA Y EL YIHAD

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    La palabra yihad, que generalmente se traduce por guerra santa, expresa una nocinmucho ms amplia que ese nico aspecto belicoso: puede traducirse por esfuerzorealizado en la va de Dios. Reviste un sentido general y puede aplicarse a todainiciativa loable que tenga como finalidad el triunfo de la verdadera religin sobre la

    impiedad, y puede aplicarse as al esfuerzo de purificacin moral individual del creyente.Existen varias especies de yihad que no tienen nada que ver con la guerra. El Cornhabla, por ejemplo del yihad del corazn, del yihad de la lengua (Coran III, 110, 114;Corn IX, 7), etc. No se puede, pues, identificar estrictamente yihad y guerra santa.Yihad tiene un significado ms amplio aunque el trmino, en cambio, recuperaasimismo la nocin de combate guerrero, expresado mediante el yihad de la espada.Este hecho debe conducir a abstenerse de toda conclusin apresurada o demasiadogeneral en lo que concierne al significado del yihad: algunos intelectuales musulmanes,

    para desmarcarse de los movimientos integristas e islamistas actuales, enfatizan confuerza sobre el sentido moral y espiritual de la palabra yihad y llegan a negar, o aminimizar al menos, su dimensin guerrera. En cambio, los fundamentalistas subrayan

    esta dimensin y le conceden el primer lugar en el orden de los mritos. Unos y otros,sin embargo, se basan en el Corn y extraen de l sus argumentos.La raz yhd aparece en 35 aleyas del Corn: 22 veces en un sentido general y 3 veces

    para designar un acto puramente espiritual; los otros 10 casos, en cambio, se refierenmanifiestamente a una accin guerrera. Es decir, que esta dimensin est muy presentedesde el origen, aun cuando la codificacin y la definicin del yihad no sobrevinieronsino ms tarde, en la poca de las conquistas fuera de Arabia. El yihad fue finalmentecodificado, a partir del siglo IX, en una poca en la que dicha doctrina permita

    precisamente justificar las conquistar rabes y el imperialismo musulmnatribuyndolos a motivos puramente religiosos: la obediencia a las prescripcionesdivinas expresadas por el Profeta, destinas a extender lo ms lejos posible el territoriodel islam y a ayudar de ese modo a sus habitantes a liberarse de la impiedad.Estas diversas interpretaciones son objeto de controversias ente los musulmanesactuales, al igual que la interpretacin de las diversas aleyas cornicas relativas a laguerra, que a veces son contradictorias: algunas parecen predicar una actitudconciliadora y pacfica hacia los vecinos judos y cristianos, pero otras incitan, por elcontrario, a combatirlos, del mismo modo que a los paganos o a los hipcritas.Volveremos en el prximo captulo sobre este problema de interpretacin y deformacin de la doctrina del yihad. Contentmonos por el momento con analizar laconducta misma del Profeta frente al uso de la violencia armada.Fue inequvoca: en efecto, y a diferencia del cristianismo primitivo, el islam no tuvo,

    desde sus orgenes, ninguna reticencia respecto a la accin guerrera. No fue condenadani por la revelacin cornica ni por el comportamiento real de su fundador. Mahoma,contrariamente a Jess, no slo no rechaz el uso de la violencia armada, sino que lmismo la practic como jefe de tropas, la predic en varias circunstancias y no dudincluso en hacer asesinar a algunos de sus adversarios, en particular a los poetas rabesque lo haban ridiculizado en sus canciones.Esos comportamientos diametralmente opuestos de los dos fundadores de religin, Jessde una parte, Mahoma de la otra, explica por qu el yihad (en su forma guerrera) pudoinspirar muy pronto, y sin dificultad, la accin poltico-militar de los musulmanes.Mientras que su equivalente cristiano, la nocin de guerra santa, encontr numerososobstculos, que hemos evocado en los captulos precedentes, y no se desarroll sino

    tardamente, sobre todo en los siglos X y XI, como veremos ms adelante. De ello sederiv, por lo que concierne a nuestro propsito, un proceso de elaboracin doctrinal

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    muy diferente en las dos religiones: un desarrollo continuo y sin tropiezos ni complejo,marcado por una evolucin mnima y coherente, en el seno del islam; una elaboracindifcil y tortuosa realizada a base de mutaciones bruscas y que condujo a una verdaderarevolucin doctrinal, desordenada, salpicada de incoherencias y de contradicciones, enel seno del cristianismo.

    La actitud de Mahoma hacia la guerra no tuvo nada de sorprendente. En este punto, elProfeta no fue un revolucionario. En la sociedad donde naci, la guerra privada era unacostumbre admitida y digna de honra. Las razias sobre las caravanas, que organizcontra sus enemigos meques, fueron por tanto percibidas como normales y honorables.Quedaba el problema moral ligado a la muerte de seres humanos en el transcurso deoperaciones guerreras. Dicha cuestin, como hemos visto, haba ocupado un lugarimportante en la conciencia de los primeros cristianos. En cambio, no parece quehubiera inquietado los nimos en el seno de la primera comunidad musulmana.Fue en enero de 624 cuando result muerto el primer hombre en una operacin de aqueltipo: ello excit, sin embargo, la emocin, no tanto porque hubiera sucedido la muertede un hombre, sino por razones jurdicas y rituales: dicha muerte, en efecto, sobrevino

    en un mes sagrado de paganismo (rayab), durante el cual haca tiempo que estabaprohibido derramar sangre. Una revelacin cornica vino de manera oportuna a ensearque combatir durante el mes sagrado era en verdad grave, pero ms grave an eran los

    pecados cometidos por lo meques y el resigo de recaer en la idolatra, lo que justificabala accin guerrera:

    Te preguntan si est permitido combatir en el mes sagrado. Di: Combatir en ese mes especado grave. Pero apartar del camino de Dios y negarle- y de la Mezquita Sagrada yexpulsar de ella a la gente es an ms grave para Dios, as como tentar es mar grave quematar ().

    Esta interpretacin fue confirmada por la actitud del Profeta y los suyos. Despus de lavictoria de Badr. Umar, el jefe de los ejrcitos musulmanes, quera masacrar a todos los

    prisioneros. Mahoma decidi matar nicamente a aquellos por los que nadie llegara apagar rescate. Hizo ejecutar tambin sobre la marcha a dos hombres que se habanburlado de l y de sus revelaciones. Ese castigo terrenal no le pareca excesivo,desmesurado ni incluso suficiente, puesto que afirm que, despus de su muerte, tantoellos como sus hijos arderan asimismo en el infierno.Algn tiempo despus, el Profeta solicit un voluntario para que fuera a matar, entre elenemigo, a un judo llamado Kab, hijo de Asraf, que haba compuesto stiras contra l yde quien hubo de soportar muchas injurias. Autoriz al voluntario, para poder

    introducirse cerca de su enemigo, a que se hiciera pasar por un adversario de Mahoma yhablar mal de l y de su funcin proftica, para atraerse as las simpatas del poetaadversario. La estratagema dio resultado: tras haber matado a Kab (y a su mujer!),aquel hombre volvi a encontrar al Profeta mientras rezaba. Mahoma se mostr muyfeliz por su xito, dio gracias a Dios y lo agradeci. Este episodio no fue algo aislado:sucedi lo mismo, en diversas circunstancias, en muchas ocasiones.

    De estos ejemplos, que podramos multiplicar con facilidad, se deduce claramente que,para el Profeta del islam, el uso de la violencia, del asesinato y de la guerra contra losinfieles hostiles y los enemigos de la religin revelada no era nada ilcito, al menos enalgunas ocasiones.

    se fue sobre todo el caso de los combates emprendidos contra los paganos, lospolitestas. Varias revelaciones cornicas incitan sin ambages a dichos combates contra

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    los infieles, trmino y nocin que pueden adquirir una acepcin ms amplia yaplicarse a los herejes o a los cristianos y a los judos que rechacen convertirse osometerse a la dominacin del islam, como muestra esta aleya:

    Combatid contra quienes, habiendo recibido la Escritura, no creen en Dios ni en el

    ltimo Da, ni prohben lo que Dios y Su Enviado han prohibido, ni practican la religinverdadera, hasta que, humillados, paguen el tributo directamente. (Corn IX, 29)

    Otra revelacin cornica (Corn IV, 88-94) establece la superioridad del creyente quecombate sobre el que no lo hace. Se contempla aqu el partido de los incrdulos, de loshipcritas, personajes que se decan creyentes pero que persistan viviendo en mediode sus tribus rabes que seguan siendo politestas, y cuya actitud era ambigua. Sillegaban a representar un peligro para la comunidad, haba que matarlos:

    Si no se mantienen aparte, si no os ofrecen someterse, si no deponen las armas,apoderaos de ellos y matadles donde deis con ellos. (Corn IV, 91)

    En semejante caso, se corra con facilidad el riesgo de matar a creyentes verdaderos,mal distinguidos de los precedentes. La revelacin prev esta eventualidad y se ocupade ella: si dichas gentes resultan muertas por error, entonces habr que pagar el preciode la sangre y manumitir a un esclavo creyente. En cambio, si un hombre ha matado demanera voluntaria a un creyente para apoderarse de sus bienes, Dios lo castigareternamente en el infierno, o ms exactamente en la gehena.Esta aceptacin doctrinal del uso de la guerra est ilustrada desde los primeros tiempos

    por la doctrina del martirio. La revelacin cornica, en verdad, no exhortaexplcitamente al martirio, pero, desde los primeros enfrentamientos armados, y despus,subsisti la idea de que el musulmn que combate por la causa de la comunidad de losfieles en le yihad obtendr recompensas espirituales, y que quines encuentran en l lamuerte son mrtires de la fe (vase texto nm. 7, Pgs. 291-293).En el momento del ataque de la caravana en Badr, relatado ms arriba, Mahoma aadiuna dimensin religiosa a los combates: segn la Tradicin, l no particip

    personalmente aquella vez en la accin, pero rez largamente por su xito; luego,reconfortado, fue a animar a los combatientes, les predijo la victoria gracias a la ayudade los ngeles y prometi el paraso a quines llegaran a morir como hroes-mrtires enaquellos combates. Esta nocin de martirio de los guerreros muertos en el yihad contralos infieles hunde sus races en un hecho relatado en la ms antigua y ms autnticatradicin.

    En una palabra, al contrario que Jess, Mahoma no estableci ninguna distincin entreaccin religiosa y accin poltica o militar. Fue a la vez profeta, jefe de guerra y jefe deEstado, o al menos de una comunidad organizada por un conjunto de leyes, decostumbre y de tradiciones, y regida por un gobierno del que era la c