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OPINIÓN Un llamado a los empresarios, por Cecilia López Montaño | PÁG. 11 11.19 | PERIÓDICO GRATUITO | EDICIÓN 81 @unpasquin | www.unpasquin.com La alegría de marchar Por Juliana Bustamante Caricatura de Pinto

La alegría de marchar...en fin, una masa multicolor de gentes de toda condición. Fueron manifestaciones nutridas, con el paso erguido, con alegría y rabia, por la recuperación

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OPINIÓN Un llamado a los empresarios, por Cecilia López Montaño | PÁG. 11

11.19 | PERIÓDICO GRATUITO | EDICIÓN 81

@unpasquin | www.unpasquin.com

La alegríade marcharPor Juliana Bustamante

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EL PERIÓDICO DE LA O

DIRECTOR: VLADIMIR FLÓREZ [VLADD0]

Dibujan: Fontanarrosa, Bacteria, Betto, Mheo y Elena Ospina. || Caricaturas de Vladdo, cortesía de Semana y DW en Español.

Escriben: Juliana Bustamante, Olgahelena Fernández, Juliana González, Gonzalo Guillén, Cecilia López Montaño, Juan Manuel López Caballero, Jorge Gómez Pinilla, Santiago Londoño Uribe, Ricardo Sánchez Ángel y Diana Sánchez Lara.

Edición 81 — NOVIEMBRE DE 2019

Asesor Gráfico: Gustavo del Castillo

Diseño de portada: Vladdo

Producción: VladdoStudio

www.unpasquin.com

Mail: [email protected]

Twitter: @unpasquin

DERECHOS RESERVADOS © 2019 VLADDOSTUDIO

E D I T O R I A L

#NoEntendieron

E l pasado 21 de noviembre marcó el inicio de una serie de movilizaciones populares inéditas en Colombia. La presencia de las multitudes en las calles no sólo ha servido para expresar el des-

contento de la ciudadanía, sino para calibrar ¡y de qué manera! la capacidad de respuesta de un régimen a los pedidos de una sociedad decepcionada. Sin embargo, el gobierno, en una actitud soberbia y poco responsable, pretende desconocer la importancia de estas marchas.

En los días previos al 21N, el gobierno se jugó a fondo para quitarle piso a la convocatoria del paro. Y como la estrategia no les dio resultado, el propio Iván Duque optó por la vía del miedo y quiso reducirlo todo a un problema de orden público, decretando medidas tan absurdas como el cierre de las fronteras y el acuartela-miento de primer grado en las diferentes guarniciones militares del país. De hecho, el 20 de noviembre, en su alocución televisada, el mandatario hablaba como si fuera la víspera de otro 9 de abril.

El día del paro, al final de la jornada, mientras la ministra del Interior trataba de restarle importancia a la movilización callejera, Duque vio lo que le corría pierna arriba y el mismo 21 de noviembre, en una opaca inter-vención pública, reconoció que ese día “hablaron los co-lombianos” y a renglón seguido se comprometió a “pro-fundizar el diálogo social con todos los sectores” y daba las primeras puntadas para iniciar una “conversación nacional”, programada hasta el 15 de marzo de 2020; sin ningún afán. El problema es que dicha conversación se desarrolla en medio de no pocos desencuentros y con una agenda que el Ejecutivo quiere imponer, desaten-diendo los llamados de la ciudadanía que está protes-tando y que espera del gobierno medidas concretas e inmediatas para atender sus reclamos.

Entre tanto, la ministra del Interior insiste en mi-nimizar el descontento ciudadano y con el inoportuno hashtag #NoPudieron se dedica a exacerbar los ánimos, dando por ganada una partida que apenas empieza.

A T R A Z O

L I M P I OEn el periodismo la objetividad es un mito; la libertad, un derecho y la independencia, una obligación.

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El 21N, con su día y su noche, fue un ejercicio pleno de libertad de millones de colombia-nos que protestamos contra el orden social vigente y la ofensiva neoliberal en materia ambiental, salarial, laboral, pensional,

educativa, tributaria. Ofensiva que precariza, aún más, las condiciones de vida de las gentes del común.

Es la ofensiva neoliberal buscando, vía sobreexplota-ción, continuar la acumulación económica en una coyun-tura internacional y doméstica recesiva. Fue una protesta plena de conciencia de hombres y mujeres, jóvenes y adul-tos, trabajadores urbanos y rurales, indígenas y negros, en fin, una masa multicolor de gentes de toda condición. Fueron manifestaciones nutridas, con el paso erguido, con alegría y rabia, por la recuperación de la dignidad ultra-jada. Una fiesta colectiva y una jornada política que se ha prolongado de distintas formas y con intensidades varias y que hoy miércoles 27N vuelve a tomar fuerza.

Una protesta territorial en más de 500 municipios con epicentro en ciudades capitales y en regiones so-cio-culturales, con distintas modalidades en este ejerci-cio de las libertades y derechos, desde el paro laboral, a las inmensas marchas y concentraciones en los espacios emblemáticos de las ciudades como las plazas, parques, avenidas y universidades. Con ejercicio de la soberanía ciudadana en las calles, con el grito, la consigna y la pan-carta. Una protesta hermandada en la unidad de los pro-pósitos, con humanidad fraterna y conciencia clasista, ambiental y de género.

La Plaza de Bolívar de Bogotá y otras ciudades llenadas varias veces, resignificó la ciudad común, lo público, lo de todos, en ejercicio del derecho a la ciudad. La ciudad vibrante, democrática, convertida en ágora

recuperada por las muchedumbres indignadas. A su ma-nera, una constitución colectiva del poder ciudadano en pleno movimiento y acompañado de la creación musical y teatral pletórica de significados.

Se destaca en la concreción de este acontecimiento el otro gran espacio de la protesta, la de los barrios po-pulares y populosos con sus rostros reales, sin maquilla-jes, concentrándose y marchando. El territorio urbano controlado por la ciudadanía social con sus arengas y tradiciones. Como propiedad colectiva de sus habitantes, cuya profunda dinámica, no registran los medios de co-municación concentrados en los centros urbanos y en las grandes marchas.

Las ciudades segregadas social y culturalmente; geográficamente divididas por los desarrollos desiguales de las localidades, expresaron su enorme complejidad y vi-brante resistencia desde abajo. Unificadas estas ciudades y el país entero por las redes sociales y los medios de comu-nicación que sin querer queriendo tuvieron que informar. Una movilización sin un solo acto de violencia hasta que el ESMAD comenzó su guerra de gases, perdigones y armas ilegales contra la multitud. Un dispositivo contra la vida y la democracia, una criatura – el ESMAD – destinada al horror donde el asesinato del joven bachiller Dilan Cruz es uno de la seguidilla de asesinatos cometidos durante años por esta institución. Fueron horas de caos que no lograron opacar la luminosidad de la gran protesta y en la noche la creatividad, la imaginación colectiva que construyó el cacerolazo que, como antiguo toque del tambor cimarrón, hizo oír la continuidad de la protesta desde los hogares hasta las calles y mientras tanto, el gobierno estupefacto y lleno de miedo, aislado y dando palos de ciego.

Es una jornada con raíces nacionales en sus tradi-ciones de lucha y producto del grado de conciencia de las gentes. De agudización de los problemas sociales, de exi-gencia por la Paz y el cese del paramilitarismo con su cose-cha de crímenes contra los 135 indígenas en este gobierno, los 486 líderes sociales y los 127 exguerrilleros desde 2016.

Su contexto internacional es innegable y se articula con la rebelión de los pueblos desde Haití hasta Chile, Ecuador, Cataluña, El Líbano, Hong Kong y otros países. Con matices diferentes, pero igual contra el autoritarismo y el empobrecimiento, por la dignidad. Todo esto alimen-tado por la rebelión de los jóvenes, las mujeres, los ecolo-gistas que han estado en la palestra impugnando al capi-talismo con sus dispositivos represivos y manipuladores. Son masas constituidas en intelectual colectivo, ejerciendo el pensamiento crítico internacionalista, lo que constituye un signo cualitativo de madurez.

*Doctor en Historia, Universidad Nacional de Colombia. Director del Doctorado en Derecho, Universidad Libre.

Opinión de Ricardo Sánchez Ángel*

Las ciudades segregadas social y culturalmente; geográficamente divididas por los desarrollos desiguales de las localidades, expresaron su enorme complejidad y vibrante resistencia desde abajo.

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W alter Benjamin, filósofo y ensayista alemán, afirmó que “el nombre es la esencia más interior del lengua-je” y es así como creo que Duque es en esencia Colombia.

Es el universo en el que palanca precede a mérito. Tanto para el que la posee como para el que aspira a tener-la por puro pragmatismo. La Colombia del diccionario en-revesado en el que las palabras se sustituyen, según quien las pronuncie. Por ejemplo, una reforma tributaria es una ley de crecimiento, la palabra paz lleva el apellido legali-dad. Y donde arbitrariamente se confunde un manifestan-te con un pirómano. O tres días de shop until you drop son la aspiración primaria de cualquier ciudadano.

Duque asegura que representa a las “mayorías silen-ciosas”. Mayorías que, en realidad, cacarean todo el día en redes sociales, en fiestas familiares, en los corredores de palacio y en algunas salas de redacción, “que (los pobres) lo quieren todo regalado”. Adalides en una cruzada contra las garantías mínimas que reclaman los más vulnerables (jóvenes, mujeres, líderes sociales, indígenas). Amigos y paisanos que olvidan que en Colombia somos producto de nuestros privilegios.

Una de mis lecturas actuales es la novela histórica “Cristina, la hija de Lavrans” de la premio Nobel Sigrid Undset, ambientada en el siglo XIV en Noruega. Y en ese país europeo en un tiempo muy lejano (hace siete siglos) la cuestión de salvar el pellejo se parece mucho a la Colombia modelo 2019. Los privilegios establecen la suer-te en la partida. Privilegios que no son malos en sí mismos. Lo malo es cuando nublan el entendimiento y la empatía.

Duque como alegoría feudal. De la Colombia in-dolente que es el palo en la rueda para alcanzar una paz equitativa. La Colombia con P, que ha alimentado a los progenitores de las masacres y de la inequidad sistemática. La Colombia con P de pretérito.

El presidente refleja los valores de la autodenomi-nada gente de bien. De los Juanpis y los “divinamente”. Él mismo parece un joven bien preparado y visionario. Pero en realidad, en sus primeros 15 meses y en especial duran-te el manejo de estas marchas ha demostrado que le falta sustancia y que, para alguien que toca la guitarra, tiene el oido poco agudo. Si no fuera porque es dramático pare-cería un chiste. Pienso, más allá de la ironía, que nuestro Duque no comprende el castellano, como sí sucede con el inglés. Así que Mr. President, please listen to us. Escuche lo que pide la gente en medio de los cacerolazos: “para te-ner un mañana, hay que luchar hoy”.

Las calles no necesitan de un escuadrón antidis-turbios nervioso, capaz de ignorar protocolos “por pura sospecha”. Las calles lo reclaman a usted, como autoridad elegida democráticamente en las urnas. No para que nos

deje “en visto” ni para que repita los errores del chileno Piñera frente a la revolución pingüina de 2006 o a los to-ques de queda de 2019.

Estamos de acuerdo en que no es su culpa. Esto ya estaba así. Pero usted, previo a las elecciones, habrá es-tudiado a esa fiera que anhelaba domar desde el palacio presidencial. No se vale el espejo retrovisor ni dilatar las respuestas a los pedidos urgentes, porque aun falta mucho para que llegue su relevo. Señor Presidente, Colombia con p de procastination nunca ha conducido ninguna empresa a puerto seguro ni en lo público ni en lo privado, a punta de dar largas.

Mr. President, no es tarde aún para que actúe de manera reflexiva. Para que escuche desde el respeto. En el mundo real, en el que las palancas no funcionan, nada se consiguió en silencio y por virtud de un bienin-tencionado. ¡Sí que lo sabemos las mujeres! Si no fuera por las pioneras del movimiento pro-voto, la mitad de su gabinete no existiría. Si no fuera por las que lucha-ron antes que las presentes, estaríamos imposibilitadas a gestionar nuestras propias vidas más allá del fogón. Es la visibilización, el ruido de las calles, las voces de quienes no tienen miedo, lo que nos permite tener bienes públicos, aspirar a morir de viejos y expresarnos con libertad. La misma independencia, en este año de bicentenario, nos recuerda que el progresismo, que la ilustración, que la abolición de la esclavitud se consi-guió a pulso.

Pero hay una tensión irresoluta entre las posibili-dades y las aspiraciones. Aspiramos a tener en usted a un líder conciliador, pero debemos conformarnos con las posibilidades que nos ofrece la inexperiencia torpemente administrada que centra su discurso en vándalos y prome-te tres días sin IVA al año.

*Analista Política; Máster en Políticas Públicas y Economía para el Desarrollo. @JuliGo4

Límites del silencio

Opinión de Juliana González*, desde Berlín.

Es la visibilización, el ruido de las calles, las voces de quienes no tienen miedo, lo que nos permite tener bienes públicos, aspirar a morir de viejos y expresarnos con libertad.

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La sociedad colombiana cambió; la fuerza pública, no

D urante muchos años nos hicieron creer que las protestas sociales las reprimían porque detrás de ellas estaban las gue-rrillas. Con ese argumento se natura-lizó la criminalización de campesinos,

indígenas, negros, estudiantes, mujeres y trabajadores en general, que exigían sus derechos en calles y vías na-cionales. Los titulares destacaban la violencia, pero no los pliegos de peticiones. De esa manera se eclipsó la agenda social reclamada. Los gobiernos justificaron la represión, pues supuestamente tras las movilizaciones, la guerrilla se escondía.

Las FARC entregaron las armas y decir que el ELN juega en las marchas actuales, es muy difícil. Sin duda, el mito se cayó. Gracias al Acuerdo de Paz, hoy la sociedad colombiana se encuentra movilizada como nunca, pues perdió el miedo a protestar, evidenció que los problemas del país no se reducían a las FARC y entendió que los lide-razgos tenían autonomía y legitimidad.

Aún con este preámbulo, ante la convocatoria del paro del 21 de noviembre, el gobierno respondió con un despliegue militar y violencia policial al estilo de regíme-nes totalitarios, y equiparó a la sociedad a un enemigo interno. Es decir, el país cambió, la fuerza pública no. Las FARC desaparecieron como guerrilla, pero las fuerzas armadas no se transformaron para transitar hacia la paz. Al menos dos cambios se requerían: el real desmonte de la Doctrina de Seguridad Nacional y la depuración de las fuerzas militares, dada sus históricas prácti-cas violatorias de los DDHH.

Las fuerzas militares y el proceso de pazEl ex presidente Juan Manuel Santos in-tentó poner a tono a las fuerzas militares con la búsqueda de

la paz. Estuvieron en la Mesa de Diálogo, bajaron la con-frontación, acompañaron el proceso de reincorporación y tuvieron una actitud más conciliadora con las comuni-dades en territorios. Pero el cambio que hoy debería refle-jarse con mayor contundencia, es el paso de la Doctrina de Seguridad Nacional, a la Doctrina Damasco, adoptada en el 2016. Sin embargo, su actual comportamiento ge-nera dudas si su transformación fue real, o se trató de un simple maquillaje, quedando intacto su pensamiento, de ahí que sigan viendo enemigos internos en todas partes. También se adoptó un Protocolo para el manejo de la pro-testa pacífica. Sin embargo, este gobierno lo desconoció. Seguramente de haberse puesto en marcha, la violencia desatada en las marchas, se habría podido evitar.

La coyuntura de paz nos hizo pensar que las fuerzas de seguridad habían comprendido el cambio de chip. No obstante, hoy vemos unas fuerzas militares y policiales aferradas al pasado, nostálgicas de la guerra y disparando a molinos de viento, o al menos, eso evidencia la tendencia que está liderando la institución. No de otra manera se en-tiende el comportamiento del ESMAD y la Policía Nacional en general, cuando motorizados persiguen con ferocidad ciega a los estudiantes, golpean a personas con infinita crueldad, patean una joven en la cara, pasan las motos por

sus extremidades, tiran piedras a una vivienda hasta romperle todas la ventanas, lanzan gases contra jóvenes mientras cantan y dejan mutilados de los ojos a los mismos.

Frente a este panorama, crecen los argumentos de quienes consideramos que el ESMAD debe ser desmonta-do. Colombia necesita fuer-zas de seguridad sintonizadas con las nuevas ciudadanías. Si no se asume este desa-fío, habrá más Dilan Cruz, Nicolás Neira, Diego Felipe Becerra, Efigenia Vásquez, víctimas del ESMAD y la paz no será nuestro futuro.

*Directora de la Asociación MINGA y coordinadora del Programa Somos Defensores.

Opinión de Diana Sánchez Lara*

En estas elecciones hubo un gran perdedor que fueron, en parte, las encuestas, y, aún más, los analistas que trabajaban alrededor de ellas.

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Con P mayúscula

El estallido social que moviliza a millones de personas de diferentes ideologías, ascendencias e historias alrededor del mundo, nos coge en Colombia bajo el que, sin la menor duda, ha sido el gobier-

no más inexperto, fracturado y limitado de la historia reciente. El animal policéfalo y multicolor que se ha movido por las calles y plazas del país con cacerolas, sartenes, pitos, cánticos y algunos deplorables actos de vandalismo y violencia, no nació en los últimos meses sino en el silencio resignado (con algunos ladridos aislados) y la apatía acumulada de muchos años. La crisis de la representación política, los niveles insoste-nibles de inequidad, la inminente bomba pensional y el recrudecimiento de la violencia en ciertas zonas del país se han topado con Iván “el Desconectado” (con D mayúscula) y el resultado es complicado y potencial-mente explosivo.

Volvamos a la Segunda Vuelta de la campaña presidencial para entender los problemas que ahora enfrentan el Presidente y su combativo partido de gobierno. Según el análisis de Duque y su equipo, los resultados del No en el plebiscito por la paz tienen lí-nea directa con los históricos 10.4 millones de votos de la Segunda Vuelta. De acuerdo con esto concluyen que el Presidente electo recibió un mandato claro y unívo-co para llevar acabo los objetivos centrales del Centro Democrático. Cuando se gana, se merece, dirán ellos. Gran error. Los votos de Iván Duque fueron muy hete-rogéneos, como suele suceder en las segundas vueltas en las que se reducen las opciones. Es claro ahora, como lo era en ese momento, que mucha gente se mo-vilizó hacia el lado del joven Senador por miedo a una eventual presidencia de Gustavo Petro. Estos votantes no eran uribistas, algunos eran francamente contra-rios al expresidente; no eran enemigos de los acuerdos de paz, algunos incluso pensaban que ya era poco lo que podían hacer en contra de los mismos, y no eran críticos del sistema de gobierno que interviene aspec-tos de la economía para mejorar condiciones sociales y generar oportunidades. He hablado con algunos votantes de Duque para quienes el hoy Presidente, era un político joven que, aunque inexperto, hablaba con prudencia de temas que unían y que parecía capaz de liderar un gobierno amplio alejado de las enquistadas peleas de su jefe y de algunos de sus copartidarios.

Esa conclusión errada llevó al Presidente a co-meter gravísimos errores al inicio de su mandato. El primero de ellos fue apostar su incierto capital político en un tema que, además de estar muy lejos de las prio-ridades de la gente, estaba perdido de antemano. Las objeciones a la Justicia Especial para la Paz (JEP) salie-

ron directamente del manual uribista post-plebiscito y ponían al nuevo Presidente y a su gobierno a revivir la discusión de una ley estatutaria en un Congreso con claras mayorías a favor de los acuerdos y con la deci-sión final en una Corte Constitucional que ya había revisado la ley y avalado su constitucionalidad. El país y los electores “tibios” de Duque se encontraron con un gobierno terco dispuesto a embarcarlos capricho-samente en un debate sin sentido y con una bancada de gobierno liderada por Ernesto Macías, el Presidente del Senado, mañosa, grosera y confrontacional.

Un segundo error garrafal, que le sigue pasando factura al Presidente aun hoy a pesar de la partida del sujeto, fue el nombramiento y el sostenimiento de Guillermo Botero en el Ministerio de Defensa. Varias voces le advirtieron a Duque que el perfil y tempera-mento del ex presidente de Fenalco no eran los que requería esa cartera en estos momentos. Desde su anuncio de querer reglamentar la protesta social en sus primeros dos meses, pasando por sus mentiras en los casos de las nuevas directrices sobre resultados operacionales (publicado por el New York Times) has-ta el asesinato de Dimar Torres, los casi 15 meses de Botero al frente del Ministerio fueron desastrosos. En últimas, la soberbia, la falta de empatía, la oscuridad y la desidia con la que enfrentó el caso del bombardeo que mató 8 (¿más?) menores de edad en San Vicente del Caguán y que le valió la salida vía renuncia/mo-ción de censura, instaló la idea en muchos de que este es un gobierno enemigo de los derechos, mentiroso y dispuesto a ahondar la violencia (¡ojo al paro!).

A lo anterior se le suman casos de desorganiza-ción, desarticulación y falta de liderazgo. Una reforma tributaria (sí, tributaria) que se cae por vicios de trá-mite. Un Presidente que hace el ridículo en la ONU con una presentación chambona y mentirosa. Unos Ministros que lanzan propuestas contradictorias que luego el Presidente desconoce y un Embajador en Washington lenguaraz que, aunque reconoce mentirle a EE.UU sobre Venezuela, es confirmado en el cargo. Para coronar la gesta, está la actuación equivocada y tardía del Presidente en estos días de paro.

Ya no queda responsabilizar a Santos. Ya no hay FARC en armas. Solo un 26% aprueba la labor del Presidente. Hay que ser Petro para culpar a Petro de las marchas. El tiempo y la gente desnudaron al Gobierno. Los 10 millones de votos se quedaron en junio de 2018 e Iván Duque parece perdido en la calle. Tenemos un señor problema, con P mayúscula.

*Abogado; magister en Derecho Internacional.

Opinión de Santiago Londoño Uribe*

Ya no queda responsabilizar a Santos. Ya no hay FARC en armas. Solo un 26% aprueba la labor del Presidente. Hay que ser Petro para culpar a Petro de las marchas.

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La alegría de marchar

E l 21 de noviembre se vivió en Colombia una experiencia verdade-ramente democrática. A pesar de las medidas

previas adoptadas por el Gobierno que de entrada estigmatizaron la protesta –mediante militarización y mensajes de miedo anticipado que intimidaron a muchos– ese día se dio una de las mo-vilizaciones más grandes de la historia reciente del país. Hoy cuento mi expe-riencia que antecedió ese día y lo que pasó durante la marcha.

Tengo la suerte de trabajar con estudiantes. Personas maravillosas, jó-venes, inconformes, parte de esa gene-ración que ‘no tiene nada que perder’ y que por eso se atreve a todo. En una sesión en la que decidimos marchar como grupo, luego de reflexionar so-bre las razones del paro y sobre lo que las movilizaciones significan en una democracia, y particularmente lo que ésta planteaba, revisamos las medidas de seguridad, nos organizamos en triadas, repartimos tareas y buscamos mensajes para hacer los carteles que visibilizaran lo que queríamos decir. Reclamos sobre la acción del ESMAD, juegos de palabras sobre las razones del paro, la derechización reciente del país, la censura, la paz, las promesas incumplidas, fueron parte de lo que incluimos en nuestro repertorio.

Llegó el 21N y aunque no fue fácil desplazarse hacia a nuestro punto de encuentro en el Parque Nacional, nos juntamos unas 15 personas, entre estudiantes, profesores, compañeros y amigos; estábamos felices de haber decidi-do salir a manifestarnos. Todo listo, números de teléfonos intercambiados, bicarbonato, leche de magnesia, etc., kit básico contra abusos del ESMAD empacado, medidas de seguridad contra detenciones arbitrarias, debidamente tomadas. Arrancamos de a pocos, sin afán. Disfrutamos de escenas coloridas con banderas, pasacalles, música, cantos y arengas emocionadas que hablaban de unión en la in-conformidad, reclamos justos contra tantas cosas que van mal, pero con una idea que flotaba en el ambiente de que estábamos haciendo algo que valía la pena.

Una marcha como la del 21N, es la máxima expresión de democracia viva, de tolerancia, y de respeto a la diver-sidad. Se ven niños y niñas, jóvenes, personas mayores,

personas con discapacidad que desafían todas las barreras de esta hostil ciudad, personas de mediana edad, de todos los estratos, llenas de energía con mensajes que gritan al mundo lo que sienten y lo que no les gusta. Se trata de uno de los espacios más creativos que uno se pueda ima-ginar. La inteligencia de los mensajes, la apropiación de terminología despectiva que se transforma en un motivo de lucha como el ¿de qué me hablas viejo?, las expresio-nes artísticas de canto, baile y arte de todo tipo que se ven en su faceta más espontánea y por lo tanto más humana, auténtica, real e imperfecta. Es el espacio donde uno se sorprende de todo lo que tantos tienen por decir y de las formas que encuentran para hacerlo; el momento en el que se vive un verdadero sentido de lo colectivo y en el que nos miramos todos por igual, horizontalmente, igua-les en nuestra diversidad.

La lluvia logra casi siempre apagar los ánimos. Ese jueves pasamos de un sol veraniego que nos acompañó durante las dos últimas horas de la mañana a sufrir otro

Opinión de Juliana Bustamante*

Es muy esperanzador ver que existe una sociedad activa que, como pasa en otros países, no desiste, sino que resiste, persiste e insiste en las calles, en las plazas, en los barrios...

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aguacero bogotano más, de esos que duran toda la tarde. Imaginé la dicha de quienes creían que el agua disolvería la movilización. Feliz, fui parte de los muchísimos –casi todos– que nos quedamos mojados como patos pero de-cididos a terminar lo que empezamos; ‘llueva o truene, el paro se mantiene’ coreábamos muchas personas que en-tendimos el impacto de lo que estaba pasando y bajo la llu-via seguimos andando. Como siempre pasa en Colombia, fuimos testigos de nuestra pintoresca capacidad inmediata de encontrar oportunidades en la adversidad con la venta, por ejemplo, de las capas plásticas contra la lluvia. Y ese ini-cial bajón de ánimo por el clima, sin que nadie lo dijera, fue transformándose, a medida que nos acercábamos a la Plaza de Bolívar, en un nuevo aire de un movimiento de alegría, decidido y motivado por avanzar hacia el legítimo reclamo de justicia y vigencia de derechos.

En el recorrido, pasamos al lado de varias performan-ces y presentaciones sobre diferentes asuntos de interés público, vimos al Hombre Araña trepado en un árbol protestando desde las alturas y nos encontramos con una muestra de fotos e historias de personas desaparecidas y violentadas en tantos años de conflicto armado. Llegando a la Plaza de Bolívar, la cantidad de gente era tal que tuvimos que buscar un camino para llegar por abajo y poder entrar. Como éramos tantos no fue fácil llegar al muro donde mu-chos contemplaban maravillados la dimensión de lo que ahí estaba pasando. Contagiados de esa emoción, estuvimos un rato unidos a esa alegre manifestación masiva, pero, luego de un rato, entendimos que era tiempo de dejar que otros entraran.

El epílogo de ese día de paro –que intentaron redu-cir al vandalismo del final– fue el cacerolazo que horas después retumbó en Bogotá y muchas otras ciudades de Colombia y que casi una semana después, continúa. El 21N, sin duda, fue el inicio del primer despertar que en años ha tenido este país. Sea por imitación o por hastío, es muy esperanzador ver que existe una sociedad activa que, como pasa en otros países, no desiste, sino que resiste, persiste e insiste en las calles, en las plazas, en los barrios, en las casas, en las oficinas, en las redes, manifestándose como ciudadanía viva.

Los aspectos feos, oscuros y tristes que también han sido parte de este momento coyuntural en Colombia, no deben descuidarse y menos aún olvidarse; sobre ellos hay mucho qué hablar y qué hacer. Pero yo, al menos por el momento, me quedo con la emoción que produce marchar con gente unida por la solidaridad, la empatía y el compromiso de luchar por un país mejor para todos y todas; me quedo con los sonidos de cacerolas y sinfonías de resistencia, con ese espíritu colectivo de construir desde la libertad, de reclamar y luchar pacíficamente –pero no en si-lencio– por una sociedad más igualitaria, más justa y menos indiferente.

*Abogada, magister en Derecho Internacional y en Relaciones Internacionales y Derechos Humanos.

TRES EN UNOPor Gonzalo Guillén*

NÉSTORSe ha paseado por superintendencias y ministerios de todos los gobiernos y a todos los ha traicionado en distintos grados. Alterna el ejercicio del derecho con la politiquería y la intriga, oculta ac-tivos en el exterior, se hizo nombrar Fiscal General cargando una montaña de conflictos de intereses personales y ahora, dicen, se prepara para ser presidente de Colombia.

HUMBERTOHa sido el fiscal más corrupto que ha existido desde cuando entró en marcha ese organismo, en 1992. Y se fue antes de tiempo al descubrir por medio de sus redes de espionaje que la Corte Suprema le iba a pedir la renuncia con el objeto de ponerles freno a sus desafueros. Olió el tocino y tuvo la astucia de renunciar a las carreras con la primera excusa que se le pasó por la cabeza. El tiempo le alcanzó para situar a sus alfiles en posiciones estratégicas y dejó en reemplazo suyo al servidor más obsecuente, abyecto y cómplice. Lo dejó a la cabeza de un inmenso rebaño de fiscales y fiscalillos muy bien amaestrados y amedrentados. Con todo este andamiaje listo y verificado se fue llevándose una fiscalía paralela de más de 80 funcionarios de la Fiscalía a su servicio, decenas de camionetas y armamento, más un fiscal subalterno en ejercicio que dirige a los otros y un coronel de la Policía Nacional que es su edecán. Toda esa parafernalia es su “escolta”. La fiesta del chivo II.

MARTÍNEZConvirtió la Fiscalía General en una oficina de cobros y en una máquina de montajes judiciales por los que el estado (es decir, nosotros) ya ha sido condenado a pagar más de un millón de mi-llones de pesos (más de un billón) y pronto tendremos que pagar nuevas condenas por mayores valores. Uno de los montajes más sucios e inmorales se lo hizo al abogado Álex Vernot, a quien sus fiscales de bolsillo acusan sin pruebas de ninguna naturaleza de ofrecerle un soborno a un preso que fue puesto en libertad por Martínez Neira a cambio de su falso testimonio contra Álex. La misma ONU ha advertido la ilegalidad de este caso y ordenado a Colombia la liberta de Vernot. La máquina de corrupción que dejó montada sigue funcionando bastante bien, hasta ahora. Desde afuera, está dedicado a elevar decenas de denuncias temerarias contra todos aquellos que no consentimos con sus corruptelas y lo tenemos en el peor de los conceptos. Está seguro de que su fiscalía de bolsillo nos amedrentará, nos condenará, nos arruina-rá y al final nos ordenará limpiarle de denuncias periodísticas el camino a la presidencia con la que sueña.

*Periodista.

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No es cuestión de disposición sino de capacidades

A nte el caos que estamos viviendo (y que no es tanto el inmediato del paro sino el estructural contra el cual se creó el paro) el Presidente Duque ha manifestado e insistido en que tiene toda la disposición

de conversar, de adelantar varias de las reformas que se piden, de hacer cambios y de solucionar los problemas por los cuales la gente protesta.

Lo que sucede es que no es por estar en duda su bue-na disposición, ni su buena voluntad, que no lo logra, sino por falta de capacidades.

Algunas propias de él mismo, como la falta de expe-riencia y trayectoria para tomar un encargo de semejante dificultad y responsabilidad. No es suficiente ser ‘el que diga Uribe’ para adquirir de un día para otro lo que en ese sentido hacía falta. También hay limita-ciones en la comunicación o la empatía con lo que siente la gente, lo cual parece impedirle estar en sintonía con lo que está sucediendo. Pareciera que además su temperamento es poco flexible al cambio de posiciones, ni siquiera cuando es evidente esa necesidad. Su línea ‘política’ lo distancia del mundo político o sea del Congreso y de los Partidos, redu-ciendo su campo de acción e impidiendo la ‘colabo-ración armónica de los poderes’.

Pero no todo recae en la persona del manda-tario. Falta de capacidad hay sobre todo en nuestras instituciones. Un sistema electoral lo que elige no es la persona más idónea para el cargo sino a quien es capaz de conseguir más votos, o sea inevitable-mente anclado en la forma más natural de hacerlo como es la cantidad de dinero que se destine a ello. El modelo neoliberal lleva a que las relaciones so-ciales se concreten alrededor de la competencia, y ésta sólo divide perdedores y ganadores, dejando a estos últimos a la deriva sin tener capacidad de compensar las injusticias y desigualdades que esto produce. Un país subdesarrollado no tiene los recursos para responder a las aspiraciones inmediatas de la población, y sin una discipli-na de Planeación e Intervencion del Estado a través de un Modelo de Desarrollo con visión de largo plazo no tiene posibilidad de dejar de ser ‘tercer mundo’.

En forma suscinta el modo de Capitalismo y Democracia no tiene capacidad de adaptarse a la realidad social de hoy en día. No se sabe cual pueda ser el modo que lo sustituya, pero sí que el actual no da más; igual que la propuesta socialista, su capacidad de solucionar las necesidades sociales es menos eficiente que otras

modalidades. Suficiente prueba debiera ser el que desde los antiguos tigres asiáticos (Taiwán, Singapur, Corea del Sur) pasando por gobiernos dictatoriales como Tailandia o comunistas como Vietnam, hasta él éxitoso modelo Chino han producido mejores resultados -y de lejos- que los de los seguidores del ‘Consenso de Washington’, que creye-ron en la tesis de Fukuyama de que con el Capitalismo y la Democracia se cerraba la evolución de la historia política d ela humanidad.

Hasta cierto punto esto es lo que implícitamente se expresa en el paro: salvo la excepción de algún elemento cuya trayectoria y presencia en la escena pública y en los medios de comunicación solo se merece ser consi-

derado como antisocial, nadie ha pedido la renuncia del Presidente. Dicen que cuando las turbas de Paris salieron a la calle Luis XVI dijo ‘esto es una revuelta!’ y la respuesta fue ‘ Su Majestad, esto es una Revolución!!’. Una revolu-ción es lo que necesita Colombia; no sangrienta, ni vio-lenta, ni pidiendo la cabeza de Duque, pero sí que cambie el enfoque de las funciones del Estado y se acompañe de grandes reformas a la institucionalidad.

¿Tendremos los colombianos la capacidad para adelantar ese proceso y esa transformación que nece-sitamos?

*Economista e investigador.

Opinión de Juan Manuel López Caballero*

Una revolución es lo que necesita Colombia; no sangrienta, ni violenta, ni pidiendo la cabeza de Duque, pero sí que cambie el enfoque de las funciones del Estado y se acompañe de grandes reformas a la institucionalidad.

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Un llamado a los empresarios

El estallido social que moviliza a millones de personas de diferentes ideologías, ascen-dencias e historias alrededor del mundo, nos coge en Colombia bajo el que, sin la menor duda, ha sido el gobierno más inex-

perto, fracturado y limitado de la historia reciente. El ani-mal policéfalo y multicolor que se ha movido por las calles y plazas del país con cacerolas, sartenes, pitos, cánticos y algunos deplorables actos de vandalismo y violencia, no nació en los últimos meses sino en el silencio resignado (con algunos ladridos aislados) y la apatía acumulada de muchos años. La crisis de la representación política, los niveles insostenibles de inequidad, la inminente bomba pensional y el recrudecimiento de la violencia en ciertas zonas del país se han topado con Iván “el Desconectado” (con D mayúscula) y el resultado es complicado y poten-cialmente explosivo.

Nadie puede negar la contribución del empresariado al desarrollo nacional. Sus empresas son las que generan una parte significativa del empleo que demanda el país, in-gresos que son parte fundamental de esa demanda interna que es un dinamizador del crecimiento de la economía. Además, muchos empresarios colombianos también se han comprometido con causas sociales haciendo esfuer-zos por reducir la inmensa brecha social de Colombia.

Sin embargo, los gremios de la producción —que supuestamente los representan— han asumido de manera creciente posturas que demuestran que sus intereses pre-dominan sobre sus responsabilidades con el país como un todo. Es más, este gobierno ha asumido como filosofía que el empresariado es el único motor del desarrollo, y que por ello, se les deben hacer concesiones fiscales por ser los que generan las ocupaciones que se requieren. Además de reducir sus impuestos y de seguir otorgándoles subsidios que pueden representar más de 1 punto del PIB en los próximos años en la reforma tributaria en discusión, les entrega una vocería desproporcionada sobre el contenido de las políticas públicas que han asumido quienes dicen representarlos.

El problema es que los gremios de los grandes productores no son gobierno, sus objetivos son otros y además no tienen que asumir costos políticos. En otras palabras, no le rinden cuentas a la población porque no los eligió para ejercer esa función. Prueba de este error en que han caído los gremios —con el beneplácito del gobierno— es que parte de las causas de la inestabilidad social que vive el país nace de las propuestas de reformas laborales y pensionales que los dirigentes gremiales han hecho, y que el país ha interpretado, con razón, como auspiciadas por el equipo gubernamental.

Pero lo más grave sobre este tipo de protagonismo de ese sector es su papel en estos momentos de movilizacio-

nes masivas contra el gobierno Duque. Sin sonrojarse, el presidente del Consejo Gremial ha dicho que esta inesta-bilidad social no obedece a insatisfacción con el gobierno Duque que solo lleva 15 meses, sino que es el resultado de las quejas que se han acumulado a través de la historia del país. Esto es o una clara incapacidad para entender el país donde se mueven muchos de sus negocios, o simplemente es una forma de seguir protegiendo una administración que les ha dado no solo demasiado protagonismo, sino cla-ros beneficios para aumentar su acumulación de riqueza.

Donde queda entonces la verdadera responsabilidad social de que hacen gala, en momentos cuando es funda-mental entender la profunda insatisfacción de este país con la forma como se están manejando los asuntos del Estado. Desconexión con la sociedad colombiana es lo que demuestra su posición de ciego apoyo a una administra-ción seriamente cuestionada, y peor aún, minimizando el momento histórico de este país. Flaco favor le hacen al gobierno porque —precisamente por la posición de privi-legio que tienen— podrían aterrizar a un presidente que no logra entender el inmenso reto que enfrenta en estos momentos. Pero lejos de jugar este histórico papel, se empeñan en buscar excusas para eximir al gobierno de su responsabilidad sobre la inestabilidad social que vivimos hoy todos los colombianos.

Como son muchos los empresarios que sí se la han jugado por esta sociedad, frente a lo que están haciendo sus gremios la pregunta para ellos es: ¿de verdad la Andi y el Consejo Gremial, entre otras, están interpretando real-mente lo que ustedes, dueños y directivos de sus empre-sas, están sintiendo en estos momentos? ¿Están ustedes totalmente de acuerdo con la poca o nula responsabilidad de este gobierno en lo que está sucediendo? Como son ustedes, los empresarios, quienes van a asumir el costo de lo que dicen sus gremios es hora de que aclaren realmente su posición al respecto. Toda Colombia espera que esta no sea la misma que están transmitiendo quienes supuesta-mente los representan.

Economista; exministra y exdirectora de Planeación Nacional.

Opinión de Cecilia López Montaño*

El problema es que los gremios de los grandes productores no son gobierno, sus objetivos son otros y además no tienen que asumir costos políticos. En otras palabras, no le rinden cuentas a la población porque no los eligió para ejercer esa función.

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Opinión de Jorge Gómez Pinilla*

Cuando el subpresidente Duque llama “pirómanos” a los marchantes y quiere hacer creer que el pirómano mayor se llama Gustavo Petro, está intentando apagar el incendio con gasolina.

El paro nacional y Petro como ‘el enemigo interno’

S i usted todavía no entiende por qué de un tiempo para acá Vicky Dávila entrevista tan a menudo en su canal a Gustavo Petro, no se preocupe, no significa que ella se haya vuelto petrista. Significa que ella, en sinto-

nía con los intereses de la derecha, necesita hacer crecer a Petro como elemento polarizador del ambiente político, para opacar las justas razones del paro y así favorecer al gobierno en sus tácticas dilatorias.

En la misma tónica polarizadora se puso el subpre-sidente Iván Duque el miércoles 27 de octubre en entre-vista con Blu Radio, cuando esto le dijo al primer cuñado de la nación, Néstor Morales: “hay personas que quieren capitalizar políticamente el llamado a la desestabilización. Eso no es responsable y yo creo que usted sabe claramen-te a quién me refiero y no se preocupe que, sin tener que mencionar el nombrecito, usted ya lo tiene claro”.

Ante lo cual Morales terció a favor de su entrevis-tado, con esta pregunta (si así se le puede llamar): “¿Esa mano de Petro, que fue el único que perdió en las eleccio-nes de segunda vuelta y que anunció calle el mismo día que perdió los comicios, la ve en la protesta pacífica o en los actos de vandalismo?”.

La respuesta de Duque no hace falta transcribirla aquí, menos cuando queda claro que fue una entrevista de “yo con yo”, donde se evidenció que se acude de nuevo a la fórmula del enemigo interno que tan buenos resul-tados le dio al nazismo, cuando focalizaron su estrategia hacia la toma del poder en sembrar odio a los judíos como supuestos responsables de todos los males de Alemania.

Para el caso que nos ocupa, la instigación del miedo y el odio hacia las Farc (y el pésimo gobierno de Andrés Pastrana, por supuesto) catapultaron a Álvaro Uribe a la presidencia, y de ahí en adelante no han dejado de aplicar tan exitosa receta, como cuando en el plebiscito de 2016 hicieron creer a buena parte del ignorante electorado que el acuerdo de paz pretendía volver homosexuales a “nuestros niños”, y la consecuencia fue que terminó por triunfar el miedo a la “ideología de género”.

La misma fórmula de sembrar temor colectivo aplicaron para la última elección presidencial, contra un enemigo digamos inter-externo, pues consistió en regar la bola de que si ganaba Petro íbamos a vivir como en Venezuela. Pero la realidad monda y lironda está mos-trando que nadie mejor que Duque imita hoy a Nicolás Maduro, comenzando por la violenta represión desatada por un Estado cada vez más policial y autoritario contra la gente que sale a protestar pacíficamente, pero es disuel-

ta por salvajes policías del Esmad a punta de bolillazos, patadas y gases lacrimógenos. Como en Caracas, como en Maracaibo, en fin, y nada raro tendría que ese mismo Estado ya casi dictatorial esté asumiendo que un día la gente se va a cansar de salir a protestar porque no condu-ce a nada nuevo, exacto como hoy ocurre en Venezuela.

Aquí de todos modos no se trata de ponernos a favor de Gustavo Petro, pues están surgiendo nuevos lideraz-gos que desde altas instancias de poder tratan de opacar o enredar desde lo jurídico, como se vio en casos como los de Carlos Caicedo en Santa Marta, hoy gobernador electo del Magdalena; o de Camilo Romero, gobernador saliente de Nariño, otro prospecto bien interesante hacia 2022.

Aquí es trata es de advertir que estamos de nuevo ante una jugada perversa, que cuenta con el apoyo de influentes aliados desde lo mediático. Esa jugada consiste en hacer crecer -de nuevo- a Petro, en señalarlo como un elemento tóxico y dañino a la anhelada armonía social, con un objetivo táctico -de claro corte militarista- que apunta a impedir que la gente reconozca o identifique las verdaderas causas del malestar social que hoy cunde en-tre todas las capas de la población, incluso entre personas pensantes y sensatas del estrato 6.

Lo peor de todo, lo que quizá no han contemplado los poderosos tentáculos de esa fiera sarda -y en todo caso les convendría- es que el tal ‘monstruo’ se les crez-ca hasta un punto en que la gente, hastiada y llevada por el desespero, le conceda la razón a Petro y termine por preferir esa nueva fuente de malestar y pugnacidad como el único remedio a la mano…

* * *

CODA.— Cuando el subpresidente Duque llama “piró-manos” a los marchantes y quiere hacer creer que el pirómano mayor se llama Gustavo Petro está intentando apagar el incendio con gasolina. Parece que hubiera recibido la orden de no ceder un milímetro ante las exi-gencias de “agudizar las contradicciones”, para usar una expresión marxista. ¿Qué queda entonces si el Gobierno sigue desconociendo las verdaderas causas del males-tar? Más violencia, en parte oficial y en parte del que reacciona y sale a la calle en reacción cada vez más aira-da, tan airada como sea el volumen de la represión a su protesta. Esto se va a poner bien feo, auguro.

*Periodista || @Jorgomezpinillahttp://jorgegomezpinilla.blogspot.com/

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Opinión de Olgahelena Fernández*

Cuando un grupo está en la oposición invita a marchar contra el gobierno, pero cuando está en el poder tilda a quienes marchan de revoltosos, agresores y enemigos de la patria.

M e desespera la falta de coherencia de algunas personas. En los últimos días se me ha exacerbado esta condición, pues siento que cada vez más la gente ha mostrado su falta de congruencia

entre lo que dice y hace. Empecemos por las marchas. Cuando un grupo está en la oposición invita a mar-

char contra el gobierno de turno, pero cuando está en el poder tilda a quienes marchan de revoltosos, agresores y enemigos de la patria. Me encanta encontrarme trinos viejos de los seguidores de Uribe explicando por qué era tan importante salir a marchar contra el gobierno de Santos. Argumentaban derechos constitucionales, libre expresión, la verdadera democracia y mil etcéteras más. Es genial ver como borran esos trinos para no quedar en evidencia, pero es aun más divertido ver que siempre hay alguien que lo ha guardado para usarlos en el futuro.

Por el lado de la izquierda pasa lo mismo. Cuando han estado en la alcaldía de Bogotá –que es el mayor cargo que han alcanzado en Colombia– argumentan que las marchas contra ellos son patrocinadas por los oligarcas, pero cuando es en contra de los otros, ahí si dicen que son expresiones ciudadanas espon-táneas y democráticas.

La OEA, la ONU y todos los organismos internacionales son maravillosos, cuando están de acuerdo con mis posturas y me defienden; pero son unos grupúsculos inservibles cuan-do tienen la desfachatez de contradecirme.

Lo mismo pasa con las ONG. Son Dios o el diablo de-pendiendo del tema de la semana.

Dejando atrás a los políticos y viendo a la gente del común, pasa lo mismo. La incoherencia es la que marca la pauta. Salen algunos a quejarse por el mal servicio del transporte –lo que es cierto, porque es pésimo– y lo ha-cen rompiendo los medios de transporte públicos que te-nemos. Aunque sean ineficientes y malos, son los únicos que hay. Si los dañan no vamos a tener nada. Ahora ir a la casa no le tomará dos horas, sino cuatro. Genios.

Protestan porque suben los impuestos. Es obvio que nadie quiere pagar más impuestos; por lo tanto, es menester que dejen de destruir cosas para que no toque reconstruirlas con la plata de nuestros impuestos. ¿Muy difícil de entender?

Muchos exigen igualdad, pero no quieren perder ni un solo beneficio. Por ejemplo, no quieren que les suban

la edad de jubilación, cuando es bien sabido que si no se sube solo 1 de cada 4 colombianos se podrá jubilar.

Se quejan del desempleo (con razón porque está altísimo) pero tan pronto como los emplean empiezan a ver a quien les dio la oportunidad como un enemigo, no como el empleador que les está garantizando estabilidad laboral, salud, pagos legales y a tiempo.

La forma como critican el nepotismo me desespera. Cuando están en la oposición se indignan si nombran a familiares y amigos del presidente y su bancada en los cargos públicos, pero cuando están en el gobierno aducen que es lógico “que el presidente tiene que gobernar con los amigos y no con los enemigos”.

Las comparaciones con otros países también son detestables e incoherentes: si en un régimen contario al que les gusta marchan los estudiantes, son héroes, pero si marchan en el que les gusta, son terroristas disfrazados. Si la policía del país enemigo comete excesos, es porque

son unos asesinos, pero si la de Colombia (en este momen-to) los comete, es porque los estudiantes se lo buscaron. O sea, la solidaridad solo con el que piensa como yo. Esto es lo que me desespera.

En otros temas distintos de las marchas hay muchos otros asuntos en los que la gente es tan incoherente que raya en lo ridículo.

Por ejemplo, hace unos días el gobierno permitió la venta de aletas de tiburón (lo que me parece un crimen espantoso) y mucha gente dice estar indignada; sin em-bargo, esa misma gente compra productos que contienen omega 3 porque supuestamente es bueno para la salud.

En fin, la lista de incoherencias de los colom-biabnos es infinita. Por ahora, sólo les rogaría que lo que digan tenga algo que ver con lo que hagan. ¿Será mucho pedir?

*Periodista.

Coherencia, por favor

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Dilan Cruz2001 — 2019

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