La Botella Del Diablo R. L. Stevenson

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    Y lo es efectivamente repuso el caballero, suspirando mstristemente que nunca. Pero ese vidrio ha sido templado en lasllamas del infierno. En su interior vive un duendecillo, y sa es lasombra que vemos, o por lo menos as lo supongo. El que com-pre esta botella tendr al duendecillo bajo su poder. Todo lo que

    quiera el comprador amor, fama, dinero, casas como sta y aunciudades enteras como esta ciudad, todo ser suyo tan prontocomo lo desee. Napolen fue dueo de esta botella, y a ella de-bi ser dueo del mundo; pero la vendi, y sa fue la causa de sucada. El capitn Cook fue a su vez dueo de la botella, y porella descubri tantas islas; pero tambin la vendi, y lo mataronen Hawai. Porque una vez que la botella se vende, pasa con ellael poder que comunica a su dueo, a menos que despus de ven-derla quede contento con lo que la botella le haya dado, pues en

    tal caso la proteccin contina.No me explico que usted quiera vender la botella dijoKeawe.

    La vendo porque tengo cuanto deseo, y ya voy siendo viejoexplic el caballero. Hay una sola cosa que no puede hacer labotella, y es prolongar la vida. Sera desleal ocultar a usted estotambin: la botella tiene un inconveniente: quien muere antesde venderla es condenado a pasar la eternidad en el infierno.

    El inconveniente es muy serio, sobre todo conocindolo.Creo que en vista de esta condicin, vale ms dejar el negocio

    en su punto. Afortunadamente, puedo prescindir de casas, pueshay algo que no acepto por todos los palacios del mundo: ir alinfierno.

    Dios mo! No hay para qu extremar los temores arguyel caballero. Todo lo que usted tiene que hacer es usar conmoderacin el poder de la botella diablica, y vendrsela a al-guien, como yo se la vendo a usted. Su vida acabar tranquila-mente, como espero que acabar la ma.

    No puedo menos de observar dos cosas: la pr imer a es

    que usted suspira constantemente, como nia enamorada. Lasegunda es que pide usted muy poco por la botella.

    Ya le he dicho a usted cul es la causa de mis suspiros.Siento que las fuerzas me flaquean, y como usted ha dicho, mo-rir e ir al infierno es cosa muy deplorable. Respecto del precio,

    debo decir que no soy yo quien lo fija. La botella tiene una pecu-liaridad. Hace mucho tiempo, cuando el diablo la trajo a la tie-rra, se venda a un precio fabuloso. El Preste Juan de las Indiasla compr por no s cuntos millones. Pero nadie puede vender-la sino a un precio que sea inferior al de la ltima venta, pues sipasa a otro dueo por ms o por la misma cantidad, la botella

    vuelve a poder de su dueo anterior, como vuelven las palomasa su alero nativo. Necesariamente, el nivel ha venido bajando desiglo en siglo, y la depreciacin ha avanzado mucho. Yo se la

    compr en noventa dlares a uno de los vecinos de esta colina.Podra venderla en ochenta y nueve dlares y noventa y nuevecentavos, pero si la vendo en noventa dlares, la botella volvera mi poder. Hay dos inconvenientes. El primero es que si ustedofrece una botella mgica por ochenta y tantos dlares, todo elmundo se re. El segundo inconveniente es que... Pero no hable-mos de esto. Baste decir que el precio debe pagarse en dinerocontante y sonante.

    Y cmo har para saber que usted me est diciendo laverdad? pregunt Keawe.

    Puede usted persuadirse por s mismo contest el caba-llero. Deme usted sus cincuenta dlares, tome usted la botella,y pdale a sta que le reponga los cincuenta dlares. Si usted norecibe el dinero inmediatamente, yo le empeo mi palabra dehonor que rescindo el contrato: me quedo con la botella y ustedcon el dinero.

    No me engaa usted? pregunt Keawe con mucho rece-lo.

    El caballero se oblig por medio de un juramento solemne.

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    Est bien. Me aventurar dijo Keawe. Creo que no haypeligro.

    Pag el precio, y se le dio la botella. Duendecillo de la bo-tella dijo Keawe: quiero mis cincuenta dlares.

    Apenas lo haba dicho, sinti en el bolsillo el mismo peso

    que antes de la operacin.En verdad, esta botella es una maravilla afirm Keawe.Que usted lleve buen camino dijo el caballero y que el

    diablo lo acompae, dejndome a m en paz.Cmo! Tenga usted la botella, y deme mi dinero. No quie-

    ro negocios de esta clase.Usted la pag por menos de lo que yo di repuso el caba-

    llero, frotndose las manos. Es de usted. Por mi parte, le ruegoque cuanto antes me haga el favor de tomar la vereda del jardn.

    Y llam al criado chino para que acompaase a su visitantehasta la verja.Cuando Keawe se vio en la calle, con la botella bajo el bra-

    zo, monologaba de este modo:Si es verdad lo que se me dijo, he hecho una compra funes-

    ta. Pero tal vez aquel caballero hizo burla de m.Se detuvo en la esquina, cont el dinero, y encontr que

    llevaba la misma cantidad con que haba salido: cuarenta y nue-ve dlares del cuo de los Estados Unidos y una moneda deplata chilena.

    Hasta aqu todo resulta exacto. Hagamos otra prueba.Iba por las calles, tan limpias como la cubierta de un buque,

    y completamente solitarias, a pesar de la hora, que era la delmedioda. Keawe se inclin, puso la botella en la alcantarilla, ysigui su camino. Volvi la cara dos veces, y vio que la botellaestaba donde l la haba dejado. A una gran distancia brillaba su

    vientre lechoso y su largo cuello. Volvi el rostro por la tercera yltima vez, y torci rpidamente para tomar por otra calle; peroapenas haba avanzado unos cuantos pasos, sinti un golpe en el

    codo. Cul no sera su sorpresa al ver que el largo cuello de labotella asomaba por la abertura del bolsillo de Keawe, y el le-choso vientre levantaba la tela de su abrigo de piloto.

    Pues hasta aqu todo va saliendo como se me dijo!Quiso, sin embargo, hacer una prueba ms. Se acerc al ba-

    rrio del comercio, busc una ferretera, y compr un sacacor-chos. Sali de la tienda, y se dirigi al campo. Internndose enun paraje solitario, empez a hacer tentativas para destapar labotella. Introduca la espiral de hierro en el corcho; pero ste larechazaba, y quedaba tan entero como antes.

    El corcho de la botella est dotado de propiedades que yono conoca dijo Keawe, todo agitado y sudoroso, pues cada

    vez aumentaba el miedo espantoso que tena a su botella.Cuando iba de regreso al puerto, vio una tienda en donde se

    vendan toda clase de objetos raros de las islas salvajes del Pac-fico o de los pases del Oriente, tales como conchas, cachipo-rras, dolos, monedas antiguas y antiguas estampas chinas y ja-ponesas, todo lo extico, en fin, que suelen llevar los marinerosen sus cofres. Una idea pas por la mente de Keawe. Entr en latienda y pidi cien dlares por la botella. El comerciante se leri en las barbas, y le dijo que la botella no valdra ms de cincodlares. Pero era un hombre inteligente, y a fuerza de examinaraquel objeto extrao, formado de una materia que no conoca,que tena los colores del iris bajo un exterior lechoso, y que lle-

    vaba en su interior una sombra inquieta, de una refulgencia me-tlica, comprendi que la operacin le convena. Discuti mu-cho, pero no dejaba partir al vendedor, hasta que, por ltimo,puso en manos de ste sesenta dlares de plata, y coloc la bote-lla en una de sus vitrinas.

    He vendido en sesenta deca Keawe para s lo que mecost cincuenta, o poco menos, pues una de las monedas erachilena. Ha sonado, pues, la hora de la prueba decisiva.

    Lleg a la baha, subi a bordo, y cuando abri su cofre para

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    Despus de su viaje, los dos camaradas llegaron en el mo-mento oportuno, pues el arquitecto les dijo que la casa estabaconcluida. Keawe y Lopaka se embarcaron a bordo del Hall, yse dirigieron a Kona para ver la casa, y pudieron cerciorarse deque era en todos sus pormenores lo que Keawe haba soado.

    La casa estaba en la colina, y era fcil verla desde el mar.Los bosques suban por la cuesta de la montaa, hasta perderseen los senos de las nubes tormentosas. En la parte inferior delcampo de Keawe, el manto de lava se plegaba en peascales queformaban cavernas, donde yacan los cadveres de los antiguosreyes. En tomo de la casa floreca un vergel en el que haba to-das las especies de plantas nativas y aclimatadas en Hawai. Lasflores tenan los ms variados matices. A mano derecha estabaun huerto de papayas, y a la izquierda otro, con los rboles delpan. En la fachada principal, que daba hacia el mar, se habaizado un mstil de navo para enarbolar la bandera.

    El edificio era de tres pisos, sus salas muy espaciosas y losbalcones muy anchos. Los cristales de las ventanas tenan la dia-fanidad del agua y la claridad del da. Las habitaciones presenta-ban una variedad infinita de muebles. En los cuadros, con susmarcos de oro, haba buques, batallas, mujeres bellsimas, paisa-jes arrobadores. Jams se ha visto en el mundo una coleccin decuadros como los de Keawe, ricos, sobre todo, por el color. Lasfigulinas de las consolas y rinconeras no eran igualadas por las

    del palacio ms suntuoso. Haba, adems, relojes con campanasde oro, cajas de msica, autmatas que hacan movimientos com-plicados, colecciones de vistas de todos los pases del mundo,ricas armas de Oriente, de Amrica, de Europa, de frica y deOceana, y, por ltimo, juegos de todas clases, principalmentede acertijos, para distraer los ocios de un solitario. Y como si elinterior de la casa no presentase atractivos suficientes, los bal-cones, ya lo he dicho, tenan una capacidad tan extraordinaria,que habran dado cabida a todos los habitantes de una ciudad.

    Keawe no saba a cul de los dos prticos dara la preferencia,pues si, por una parte, el de la montaa reciba el viento perfu-mado de los bosques y tena el encanto de los dos huertos y deljardn, el del frente reciba las brisas tnicas del mar y se abrasobre el muro agrietado de los peascales, ms all de cuya linea

    se balanceaba el Hall en su viaje semanal de Hookena a las coli-nas de Pele, y aparecan los puntitos negros de las goletas carga-das de madera, de ava y de pltanos.

    Despus de una inspeccin minuciosa, los dos camaradas sesentaron en uno de los prticos.

    Est todo de acuerdo con tu fantasa? pregunt Lopaka.La palabra es impotente para explicar tanta conformidad

    respondi Keawe. No es solamente lo que yo soaba; es algoms: yo no hubiera soado que un sueo fuera realidad.

    Falta, sin embargo, que consideremos una circunstancia argument Lopaka. Acaso todo ha venido por obra natural delos acontecimientos, y el duendecillo de la botella no es el autorde tantas maravillas. En tal caso, si despus de comprar la bote-lla me quedo sin goleta, habr metido intilmente la mano en elfuego. Estoy obligado por la palabra que te empe, pero creoque no me negars una prueba decisiva.

    Pues ya he jurado que no pedir un favor ms contestKeawe resueltamente. Ya estoy demasiado comprometido paraque acepte otra complicacin.

    No pienso en que pidas favores repuso Lopaka. Mi indi-cacin se reduce a tener una entrevista con el duendecillo. Comocon esto nada se gana, no hay lugar para que nos avergoncemosde solicitarlo. Una vez que yo me haya cerciorado, har el nego-cio con toda tranquilidad. Deja, pues, que vea al duendecillo y,hecho esto, recibirs tu dinero por la botella.

    Tu deseo no me parece tan llano como crees. Supongamosque el duendecillo es

    horrible y que al verlo se te hace odiosa la botella.

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    III

    MANECIUNDAESPLNDIDO,YERATANENCANTADORAlanueva casa de Keawe, que ste olvid sus terrores. Aese da sucedi otro, y al segundo otro ms, y de da en

    da, el propietario de la linda casa de la montaa vea prolongar-se indefinidamente un estado de felicidad ininterrumpida. Susitio favorito era el mirador de la montaa. All se le servan susalimentos, all lea los peridicos de Honolul. Slo entraba a lacasa para mostrarla a sus visitantes.

    Ka-Hale-Nui era el nombre con que se conoca en el pas lamorada de Keawe. Esa palabra compuesta significaba la GranCasa. Otros la llamaban Casa Brillante, porque el propietariotena un chino a su servicio, y este chino no cesaba de frotar y

    pulir desde el amanecer hasta la puesta del sol. Los dorados delas molduras, el cristal de las vitrinas y de las ventanas, y lasmaderas preciosas de las escaleras y pavimentos lucan como elsol de la maana. Por eso, cuando Keawe recorra las habitacio-nes no poda hacerlo sin levantar la voz en un canto de alegraque le ensanchaba el alma. Dando expresin a su regocijo, siem-pre que un buque sala del puerto, el propietario de la Casa Bri-llante corra hacia el mstil para izar su bandera.

    Despus de algn tiempo, Keawe fue de visita a Kailua. Sus

    amigos le recibieron con alegra y celebraron su presencia dn-dole un banquete. A la maana siguiente emprendi el viaje deregreso, y apresuraba la marcha porque senta una gran impa-ciencia con el deseo de ver nuevamente su casa. Adems, laprxima noche era la que los muertos destinan para rondar por

    las cuestas de Kona. Desde que haba tenido comercio con eldiablo, Keawe se mostraba muy remiso para entrar en relacionescon los muertos. Despus de haber pasado por Honaunau, y acorta distancia de este punto, vio una mujer que se baaba aorillas del mar. Pareca una nia en pleno desarrollo; pero Keaweprosigui la marcha sin parar mientes en la desconocida. Aproxi-mndose ms, le llam la atencin la camisola de la joven queflotaba al viento, y se fij en su holoku de prpura, arrojado aldescuido sobre la playa. Cuando Keawe lleg al sitio en dondeestaba la nia, la encontr ya baada, con el holoku puesto, fres-ca, rozagante y llena de una bondadosa expresin en la miradade sus negros ojos. Keawe refren al instante su caballo.

    Crea conocer a todos los habitantes de este pas dijo elviajero. Por qu no te conozco a ti?

    Soy Kokua, la hija de Kiano contest la nia, y no hacemucho tiempo que regres de Oahu. Y t quien eres?

    Pronto lo sabrs contest Keawe, apendose del caballo.Pero no te lo dir en este instante. Tengo una idea, y si te digo minombre, que acaso sea conocido para ti, la respuesta que des a

    mi pensamiento no ser por ventura la que se ajuste fielmente alos ntimos deseos de tu corazn. Pero ante todo, quiero saberuna cosa. Eres casada?

    Kokua prorrumpi en una carcajada sonora.Ya que t preguntas, yo pregunto a mi vez: Eres casado?No Kokua; no lo soy. Y jams haba pensado casarme has-

    ta este momento. Te he encontrado a la orilla de un camino, hevisto tus ojos, tan brillantes como las estrellas, y mi coraznvol hacia ti con la ligereza del ave. Si te soy indiferente, dmelo,

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    y seguir mi camino; pero si me crees igual por lo menos a cual-quiera de los otros jvenes de la comarca, dmelo tambin, e ira tu casa, pedir hospitalidad para pasar la noche en ella y maa-na hablar con tu padre.

    Kokua guard silencio, pero clav la vista en el mar, y su

    boca sonri.Kokua prosigui Keawe, si callas tomar tu silencio porconsentimiento, y te pedir que me gues a la casa de tu padre.

    La joven ech a andar, sin pronunciar una sola palabra. Devez en cuando volva la cara para ver si Keawe la segua, y stenotaba que Kokua llevaba las cintas del sombrero sujetas conlos dientes.

    Llegaron a la puerta de la casa, y Kiano sali al prtico. Lan-zando una exclamacin de jbilo, dio la bienvenida a Keawe,llamndolo por su nombre. La nia, entonces, mir al husped,pues la fama de la casa haba llegado a sus odos, y como eranatural, la tentacin hizo presa en ella. Pasaron la velada ale-gremente. La nia era de una audacia ilimitada cuando estabanpresentes sus padres, y haca burla de Keawe, luciendo un inge-nio feliz y rpido. Amaneci. Keawe habl a solas con Kiano, ydespus encontr a la nia sin testigos.

    Kokua le dijo: te has burlado de m toda la noche. Quie-ro que una vez ms me repitas tus invitaciones para que siga micamino. No quise decirte mi nombre a causa de la casa de que

    soy propietario, pues tem que, pensando demasiado en ella, nopusieras los ojos en m. Hoy que todo lo sabes, puedes pronun-ciar la palabra decisiva. Debo partir?

    No contest Kokua, pero ya sin rer.Keawe se tuvo por satisfecho con ese monoslabo.

    Tal fue, ni ms ni menos, el noviazgo de Keawe. En verdad,los acontecimientos marcharon de prisa; pero no menos rpidaes una flecha, y ms rpida an la bala de un fusil, y sin embargo,la flecha y bala dan en el blanco. Los acontecimientos marcha-

    ron de prisa, pero debe decirse que avanzaron mucho, pues elrecuerdo de Keawe haca vibrar a Kokua, quien oa la voz delamante en el golpe furioso de la resaca sobre los acantilados delava. Por un joven a quien slo dos veces haba visto estabadispuesta a dejar padre, madre e islas nativas. Keawe, por su

    parte, gui su caballo bajo los picachos que ocultan las tumbasde los antiguos reyes, y las cavernas de los muertos resonaroncon el ruido metlico de las herraduras y con las notas alegres delos cantos del viajero. Cuando lleg a la Casa Brillante, cantabatodava. Pidi que se le sirviera de comer en el mirador, y elchino estaba sorprendido de ver cmo cantaba su amo entrebocado y bocado. El sol se hundi en el mar, y lleg la noche.Keawe se paseaba por los balcones, alumbrados con numerosaslmparas. Su canto resonaba en las montaas y se oa en losbuques de la baha.

    He llegado pensaba al pinculo de la dicha. No puedehaber nada en la vida que supere la ventura del momento pre-sente. Si hoy no se ilumina mi palacio, para cundo lo dejo?

    Tomar un bao en la piscina de mrmol, llena de agua templa-da, y por primera vez, aunque est solo, dormir en la cmaranupcial.

    Dio sus rdenes al chino, y ste dej la cama para encen-der las hornillas. Mientras les echaba combustible, oa la vozde su amo, que segua cantando en las salas iluminadas por las

    ricas lmparas de bronce. Cuando ya el agua estaba caliente, elchino dio un grito para avisar a su amo, y ste se dirigi a laamplia sala en donde estaba la piscina. El criado oa los cantosde Keawe mientras se llenaba el receptculo de mrmol. Leoa cantar mientras se desnudaba. Pero de pronto el canto ces.En vano escuchaba y escuchaba el chino. Dio voces para pre-guntar si su amo estaba indispuesto, pero se le contest que nohaba novedad, y que poda irse a la cama. No volvi a sonar elcanto de Keawe en la Casa Brillante. Y el chino que no dor-

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    ma, oy durante toda la noche el paso inquieto de Keawe enlas inmensas galeras.

    He aqu lo que haba pasado. Cuando Keawe se desnudpara meterse en el bao, vio que su carne tena una mancha se-mejante a la que forman los lquenes en una roca. Ese fue el

    momento en que ces su canto, porque la mancha era de lepra!Ahora bien; el mal chino es la mayor de las desgracias. Eldueo de aquella casa esplndida tendra que abandonarla; ten-dra que separarse para siempre de sus amigos; tendra que mar-charse a la costa septentrional de Molokai, y hundirse para siem-pre en la soledad que se extiende entre las rumorosas rompien-tes del mar y la empinada roca. Pero qu valan todos esosinfortunios comparados con la pena inmensa de no ver ms a laque haba conocido la vspera y que se haba unido a l pocashoras antes? Sus esperanzas eran como el rico cristal que chocacontra un guijarro.

    Durante breves instantes permaneci sentado en el mrmolde la piscina. Despus dio un grito, y sali corriendo. Iba y ve-na, iba y vena como un loco por el sonoro mosaico de los mira-dores.

    Saldra de Hawai, tierra de mis padres pensaba Keawe.Dejara mi casa, la Casa Brillante, la casa de la montaa, la casade los altos miradores. No me faltara valor para dirigirme aMolokai, a los acantilados de Kalaupapa, para vivir y morir lejos

    de mis padres, en la compaa de los que han perdido toda espe-ranza. Pero por qu, si esto haba de suceder, por qu tuve ladesdicha de conocer a Kokua, por qu la vi saliendo de las on-das en la frescura del crepsculo vespertino? Kokua, encanta-dora Kokua! Kokua, luz de mi vida! No ser tu esposo, no te

    ver ms, no te estrecharn mis amantes brazos Por ti, slo porti son mis lamentos!

    Y notad qu clase de hombre era Keawe, pues habra podi-do vivir en su palacio aos y aos sin que nadie sospechase la

    enfermedad que lo aquejaba. Pero para l todo desapareca siKokua no era suya. As, leproso como estaba, poda casarse conKokua. Muchos otros lo habran hecho, porque tienen el almacomo el cieno en que se revuelcan los cerdos. Pero Keawe ama-ba a Kokua con amor viril, con amor noble, y no habra hecho

    nada que la ofendiese o que la pusiese en peligro.Haba pasado parte de la noche en sus lamentos, cuandorecord la botella diablica, y dirigindose hacia el mirador de lamontaa, se puso a pensar en el duendecillo que haba asomadopor el pico. Aquella evocacin llev un fro mortal a sus venas.

    Botella temible! deca Keawe. Y duende temible! Peroms temible an es el infierno con sus llamas eternas. A pesardel horror que me inspiran la botella, el duende y el infierno,qu otro medio hay para sanar de mi dolencia y casarme conKokua? He visto al diablo cara a cara, lo he desafiado, me hepuesto bajo su dominio slo por tener una casa, y no har estonuevamente por el amor de Kokua?

    Record que a la maana siguiente sala el Hall paraHonolul.

    Ante todo debo ver a Lopaka, pues mi nica esperanza esla botella de que me deshice con tanto placer.

    No cerr los ojos en toda la noche; al amanecer no pudoprobar bocado, pues los alimentos se le atragantaban. Envi unacarta a Kiano, y no bien fue la hora de tomar el vapor, empren-

    di la marcha por el camino de las tumbas de los antiguos reyes.Llova; el caballo avanzaba trabajosamente; Keawe miraba lanegra boca de las cavernas y envidiaba a los que dorman tran-quilamente en su seno. La Pena del infortunado fue mayor alrecordar la alegra con que haba pasado la vspera por aquelmismo sitio. Lleg a Hookena, y como siempre, era grande elconcurso de los que aguardaban la partida del vapor.

    En el soportal de la tienda se conversaba, se bromeaba, secomentaba el ltimo acontecimiento. Pero Keawe no encontra-

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    al muelle de Honolul. Keawe baj del buque, confundido entrela muchedumbre, y empez a tomar informes acerca del parade-ro de Lopaka. Se le dijo que ste haba comprado una goleta, lamejor de las islas, y que haba emprendido una expedicin deaventuras a Pola Pola o a Kihiki, por lo que no haba que pensar

    en verle durante mucho tiempo. Pero Keawe recordaba queLopaka tena un amigo en la ciudad, un abogado cuyo nombreno tengo para qu decir, y pregunt por l. Se le dijo que de lanoche a la maana haba adquirido enormes riquezas, y que te-na una casa encantadora en la costa de Waikiki. Este dato fuesuficiente para Keawe, quien alquil un coche y se puso la encamino hacia el lugar donde viva el abogado.

    La casa de ste era de construccin muy reciente, y los r-boles del huerto apenas si tenan la altura de un bastn. Sali elpropietario, y Keawe vio en su rostro una imagen del hombresatisfecho.

    Qu puedo hacer para servir a usted? pregunt el abo-gado.

    Usted es amigo de Lopaka contest Keawe y Lopakame compr unos efectos que yo quisiera adquirir de nuevo. Tal

    vez sepa usted cmo lograr encontrarlos.La fisonoma del abogado se ensombreci.

    Intil ser que pretenda fingir ignorancia acerca de lo queusted me dice, por ms que el asunto es de aquellos que nadie

    quisiera tratar con alma nacida. Le aseguro a usted, seor Keawe,que no tengo datos positivos, pero s puedo comunicarle unasospecha que acaso est en condiciones de servir a usted.

    No me creo autorizado para repetir el nombre y seas de lapersona mencionada por el abogado. Keawe visit al descono-cido, y de all pas a otra casa, ya otra, en el transcurso de

    varios das. En todas partes encontraba gente con ropa nueva,que se paseaba en coches flamantes, que habitaba casas aca-badas de construir; gente muy satisfecha de la vida, pero que

    pona cara muy hosca cuando Keawe mencionaba el objeto desu visita.

    Sin duda, voy tras de la huella pensaba Keawe, puestoda esta ropa nueva, estos coches y estas casas son regalosdel duendecillo de la botella, y las caras alegres que veo son las

    caras de pascua de quienes han obtenido beneficios y que a lavez se han librado del peligro. Necesito encontrar un rostroplido y ojeroso para saber que tengo la botella al alcance de lamano.

    Las ltimas seas que obtuvo fueron las de un haole queviva en la calle de Beritania. Lleg a la puerta justamente en elmomento de comenzar la cena. Como en sus visitas anteriores,Keawe not que la casa era nueva, que los rboles del jardn nohaban tenido tiempo para crecer, y que las lmparas elctricas,cuyo fulgor sala por las ventanas, indicaban una instalacin muyreciente. Pero cuando se present el dueo de la casa, Keawetuvo un rayo de esperanza, pues aqul era un joven que, a pesarde su poca edad y del bienestar que le rodeaba, pareca ms bienun sentenciado en espera del verdugo. Su rostro tena la palidezmortal, sus ojos estaban circuidos por una sombra azulada, y elpelo le caa como las ramas de un sauce, cubrindole casi laabatida frente.

    Este es mi hombre pens Keawe para sus adentros.Y sin desvelar el pensamiento, dijo en alta voz:

    Vengo a comprar la botella.No bien oy esta frase el joven haole de la calle de Beritania,

    retrocedi algunos pasos, y se apoy en el muro.La botella! replic maquinalmente. Viene usted a com-

    prar la botella!Pareca faltarle la respiracin, y con ella el habla. Tom a

    Keawe por el brazo, se lo llev a una estancia interior y sirvivino en dos copas.

    A la salud de usted dijo Keawe, que conoca las costum-

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    bres de los haoles. Despus de presentar a usted mis respetos,le ruego que me diga cul es el precio actual de la botella.

    Al or estas palabras, la copa del haole se desliz de susmanos y cay sobre el pavimento. A la vez, el desdichado clava-ba en Keawe dos ojos de espectro.

    El precio, el precio! repiti. No lo sabe usted?Por eso precisamente lo pregunto repuso Keawe. Pero,por qu est usted tan consternado? Hay algo en el precio queenvuelva dificultades?

    Desde el tiempo de usted, seor Keawe, el precio ha baja-do mucho contest el joven haole con palabra vacilante.

    Eso quiere decir que ser menor el desembolso. Cunto lecost a usted la botella?

    El joven, plido ya, se puso como una hoja de papel.La botella me cost dos centavos! dijo.Cmo! La botella le cost a usted dos centavos? Tendr

    usted que venderla en un centavo, y el que la compre...Keawe no pudo terminar la frase. El que la comprara ya no

    podra venderla. La botella y su duendecillo se quedaran enpoder del comprador, y cuando ste muriera sera infaliblementecondenado a quemarse en las llamas del infierno.

    El joven haole de la calle de Beritania cay de rodillas.Cmpremela usted, por Dios! exclam. Y, adems, le

    dar a usted todos mis bienes. Yo estaba loco cuando la compr

    en ese precio. Haba dispuesto de fondos que tena a mi cargo enel almacn donde serva y no me quedaba otro camino que el dela crcel.

    Pobre hombre! dijo Keawe. Se expuso usted a perder sualma en esta aventura slo por librarse de una pasajera penacorporal, y cree usted que yo vacilo teniendo en perspectiva las

    venturas del amor. Dme usted la botel la y dme usted los cua-tro centavos de vuelta, que supongo tendr usted siempre a manopara una operacin, pues aqu tiene usted la moneda de nquel.

    Como Keawe lo supona, cuando este sac la moneda decinco centavos, el joven le dio al instante las cuatro piezas decobre, que tena preparadas en una gaveta. La botella pas amanos de Keawe, y no bien ste sinti su contacto, formul eldeseo de curarse la lepra. Efectivamente, ya en su alojamiento,

    Keawe se desnud, y examinndose el cuerpo en el espejo, vioque sus carnes tenan la frescura que podan tener las de un nio.Y cosa ms extraa an: apenas se persuadi de que el cuerpoestaba sano, el alma se troc en trminos que hubiera querido

    volver a tener el mal chino, y aun a prescindir de Kokua. Todassus facultades se concentraban en un solo pensamiento: el de laeterna condenacin, el de la sentencia irrevocable que le desti-naba a quemarse en las llamas del infierno. Vea en su imagina-cin las inextinguibles hogueras, y su alma cay en los horroresde la tribulacin. Cuando Keawe recuper el dominio sobre smismo, oy las notas de la banda que tocaba esta noche en elhotel. Sali de su habitacin, porque la soledad era un tormento.Pero entre el alegre gento que se solazaba con las piezas demsica, sabiamente ejecutadas bajo la batuta de Bergier, Keaweno pudo dejar de ver un solo instante las rojas llamas del infier-no y de or el fragor crepitante de la hoguera que llenaba el in-sondable abismo. Cuando la banda toc el Hikiaoao, que lhaba cantado con Kokua, este recuerdo templ por un instantesus amarguras, y le infundi valor para resistirlas.

    Lo hecho, hecho pens. Una vez ms aceptemos el biencon el mal, y saquemos partido de la situacin.

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    V

    OLVIAHAWAIPORELPRIMERVAPOR, se cas con Kokua,y se la llev a la Casa Brillante de la montaa.

    Y sucedi que mientras Keawe estaba en compaa de

    Kokua su corazn senta un inmenso alivio; pero no bien se apar-taba de ella, renaca el horror de la rojiza hoguera y de los chas-quidos de sus llamas eternas. Kokua se le haba entregado encuerpo y alma. Era suya sin reservas. Su corazn lata al verle;su mano se tenda espontneamente para asirse a la de Keawe.

    Adems, la joven era de un carcter tan suave y de una disposi-cin tan optimista, que todo en ella respiraba alegra, desde lapunta de los cabellos hasta la planta de los menudos pies. En suslabios siempre haba una sonrisa o una palabra jovial. En suma,

    no conoca la tristeza. Las aves del bosque no cantaban tantocomo ella, ni con tanta maestra. Kokua era la alegra de la casa,cuyos tres pisos suba y bajaba constantemente, formando unpunto brillante que se mova como una mariposa. Keawe la con-templaba y la oa con encanto; pero el dolor era ms fuerte quela voluntad, y el dueo de la casa se retiraba a un rincn parallorar amargamente, pues no poda olvidar el precio que le habacostado su ventura terrenal. Tena, con todo, valor suficientepara borrar las huellas de su llanto y para acudir a los miradores,

    en donde cantaba Kokua, bebindose las lgrimas y sonriendo asu amada.

    Lleg, sin embargo, un da en que Kokua no discurra por laCasa Brillante. Los cantos haban enmudecido. No slo Keawelloraba; Kokua tambin buscaba los rincones sombros para ocul-

    tar su llanto. Y as, cada uno de los dos, sin proponrselo ocupa-ba uno de los miradores, y entre ambos estaba toda la anchurade la Casa Brillante. Keawe se haba sumergido a tal punto en sudesesperacin, que apenas se haba dado cuenta de aquel cam-bio, pero se alegraba de que Kokua lo dejara solo, para poderentregarse a meditar en su triste destino sin tener la pena desonrer mientras su corazn sufra los anticipados tormentos delinfierno. Un da en que Keawe atraves furtivamente la CasaBrillante, oy un sollozo ahogado, y asomndose, vio que Kokuatena la frente sobre los mosaicos del mirador de la montaa, yque lloraba como quien ha perdido la ltima esperanza.

    Haces bien, Kokua. Haces bien si lloras en esta casa. Y, sinembargo, yo, que soy quien te lo dice, dara mi vida entera por

    verte feliz.Feliz! exclam Kokua. Keawe, cuando vivas t solo en

    la Casa Brillante, todos te conocan y te envidiaban como elhombre ms dichoso de la isla. Tu rostro estaba siempre alegre:reas, cantabas, y en tus ojos luca la luz de la aurora. Pero tecasaste con la infortunada Kokua. Slo Dios sabe la maldicin

    que te habr trado esta pobre criatura. Yo nada comprendo, peroveo que la sonrisa ha muerto en tus labios. Me crea dotada debelleza y llena de amor por ti. Cul ser, pues, mi maldicin, yde dnde vendr la nube que vela el cielo de mi esposo?

    Pobre Kokua, pobre Kokua! dijo Keawe.Y, sentndose a su lado, quiso tomar entre sus manos la mano

    de la joven. Ella la retir violentamente.Pobre Kokua! repuso Keawe.Pobre hija ma; mi encanto! Yo hubiera querido ahorrarte

    VVVVV

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    penas. Me esforc por librarte de ellas y hacerlas slo mas. Peroes preciso que lo sepas todo. As, por lo menos, comprenders aldesgraciado Keawe, y comprenders cunto te amaba, pues pre-firi el infierno a perderte, y comprenders cunto te ama toda-

    va, hoy que es un perverso, pues tiene fuerza para sonrer al

    contemplarte.Despus de este prembulo, Keawe cont a Kokua toda suhistoria desde el principio de la aventura de San Francisco.

    Has hecho esto por m? exclam Kokua.Y se abraz a Keawe, llorando como un nio.S in em bargo d ij o Ke awe no pu edo meno s de

    estremecenne al pensar en las penas del infierno.No hables del infierno, por Dios. Es imposible que alguien

    se condene slo por haber amado a Kokua. Yo te lo digo, Keawe,y puedes creerme: Kokua te salvar o se perder junto contigo.Has dado por m el alma, y crees que yo no dar la ma porsalvarte?

    No, amor mo, no. Aun cuando muriera cien veces, mi des-tino sera el mismo, salvo de que me faltara tu dulce presenciahasta el da de la condenacin.

    Qu puedes saber t de esto? pregunt Kokua. Yo fuieducada en una escuela de Honolul. No soy una mujer vulgar.

    Y te lo digo una vez ms: salvar a mi amado. Qu has dichosobre el precio de la botella? Hablas de un centavo? Pero no

    todo el mundo est bajo la ley de los Estados Unidos. As, enInglaterra, tienen una moneda nfima, equivalente a la cuartaparte de un penique, o, lo que es igual, medio centavo. Estodejara las cosas en la misma condicin, pues el comprador que-dara a merced del diablo, y no habr en toda la redondez de latierra quien iguale en valor a mi Keawe. Pero tenemos an aFrancia. Hay all una moneda que llaman cntimo, y que es laquinta parte de un centavo. Estamos salvados. Tomemos cuan-to antes un buque y vayamos a alguna de las islas francesas, a

    Tahit, por ejemplo. All hay posibilidad para cuatro operacio-nes: la de cuatro cntimos, la de tres cntimos, la de dos cnti-mos y la de un cntimo. Adems, lo que t no hagas lo har yo.Dame un beso, Keawe de mi alma. Disipa todo temor. Kokua tedefender.

    Eres la bendicin del cielo! exclam Keawe. No creoque Dios me castigue por haber querido unirme a ti. Hagamos loque dices; vayamos adonde indicas. Mi vida y mi salvacin estnen tus manos.

    A la maana siguiente, Kokua comenz los preparativos deviaje. Tom el cofre que haba llevado Keawe en sus travesascuando era marino, y lo primero que hizo fue colocar la botellaen un rincn. Despus acomod los vestidos ms suntuosos ylas alhajas de ms alto precio.

    Si no llevamos la apariencia de la fortuna, quin dar fe alo que digamos de la botella?

    Durante los preparativos, Kokua estuvo cantando como unpjaro; pero al ver el abatimiento de Keawe, le asomaban laslgrimas a los ojos, y tena mpetus de abrazarse a l y de besarlo.Keawe senta, a pesar de todo, que el secreto compartido le ha-ba quitado un peso de encima, que en su porvenir se levantabaun campo de esperanza, que sus pies ya no eran de plomo, y quela respiracin no le llevaba a los pulmones un aire envenenado.Con todo, as como el viento agita la llama de una vela, el terror

    disipaba la dbil esperanza de Keawe, y en su alma renacan laszozobras causadas por la incesante visin del fuego eterno.

    Se hizo correr el rumor de que salan para los Estados Uni-dos en viaje de recreo, lo que caus mucha sorpresa, menor, sinembargo, que el conocimiento de la verdad, si sta se hubierasabido. Fueron a Honolul en el Hall, y de all a San Franciscoen el Umatilla, con muchos haoles. De San Francisco salieronpara Papeete en el bergantn correo Ave Tropical. Llegaron aPapeete, la ciudad francesa ms importante de las islas ocenicas,

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    en un da que soplaba el alisio del nordeste. Vea el arrecife orla-do de la espuma formada por las olas que se rompan en susaristas; vean los palmares de Montuiti; vean la minscula gole-ta; vean las casitas tendidas en la playa entre verdes follajes, yarriba, las montaas y las nubes de Tahiti, la isla de los discretos.

    Keawe y Kokua creyeron que lo ms conveniente era insta-lar casa, y lo hicieron tomando una que estaba enfrente del Con-sulado britnico, donde comenzaron a hacer ostentacin de bien-estar y lujo, comprando coches y caballos. Todo se les facilitabateniendo la botella, pues Kokua, ms audaz que Keawe, llama-ba al duendecillo cada vez que necesitaban veinte o cien dla-res. Naturalmente, no tardaron en ser conocidos. Todo el mundohablaba de los ricos extranjeros que haban llegado de Hawai, ylas mujeres comentaban los primoro sos holokus de Kokua, susencajes finsimos, sus soberbias carrozas y los caballos en que se

    paseaba Keawe.Bien pronto aprendieron la lengua tahitiana, que, salvo cier-

    tas letras, tiene gran semejanza con la de Hawai. Y apenas pu-dieron hablar con cierta soltura, empezaron a proponer en ventala botella. Era difcil, por cierto, iniciar la conversacin sobreasunto tan escabroso, pues nadie crea que, teniendo aquel ma-trimonio la fuente de la salud y de las riquezas, quisiese real-mente venderla por cuatro cntimos. Para esto era necesario ex-plicar los inconvenientes de la adquisicin, y, una de dos, o bien

    la gente se rea, considerando que todo era burla y gana de diver-tirse, o bien vea las cosas con excesiva desconfianza y se apar-taba de Keawe y Kokua como de personas que tenan comerciohabitual con el diablo. El matrimonio empez a notar que, lejosde ganar terreno, lo perdan, y que se le ponan las cruces. Kokuase impresionaba sobre todo al ver que los nios huan de ella,dando gritos al verla. Pareca existir un acuerdo tcito entre loshabitantes de la ciudad para alejarse de los dos endemoniados.

    Naturalmente, esto los deprimi. Despus de las fatigas y

    desengaos del da pasaban la velada en su nueva casa, sin pro-nunciar una sola palabra, o si el silencio se interrumpa era acausa de los sollozos de la desdichada Kokua. No pocas vecesse arrodillaban para orar. En ciertos instantes de nerviosidadcolocaban la botella sobre el pavimento, y vean las evoluciones

    que haca el duendecil lo en el interior. Como era natural, no dor-man, o si el sueo venca a uno de los dos, ste despertaba depronto slo para ver al otro llorando silenciosamente, si es queno haba salido de la casa para huir de la botella y buscar unrespiro, ya en el platnar del jardn, ya en la playa iluminada porla luna.

    Al despertar Kokua en mitad de una de tantas noches depenas, encontr que, como otras veces ella, Keawe haba salidode la casa, pues toc su lugar en el lecho y not que ya estabafro. La esposa se incorpor alarmada. Un rayo de luna que pe-

    netraba por la hendedura de la ventana le permiti ver la bote-lla, que estaba en medio del aposento. Fuera soplaba el venda-

    val, geman los follajes de los rboles, y las hojas cadas se arras-traban sobre la terraza. A pesar de todo, Kokua pudo percibir ungemido, triste como la muerte, que le lleg a la mitad del cora-zn. No saba si lo exhalaba una bestia o un hombre. Se levant,abri la puerta y busc a lo lejos, en la espesura del jardn ilumi-nado por la luna. No tard en ver a Keawe tendido sobre laarena, con la boca pegada a la tierra, ahogando as sus quejas

    lastimeras.El primer pensamiento de Kokua fue correr hacia donde

    estaba su esposo y consolarlo. Pero hizo una reflexin que laretuvo en su alcoba. Keawe se haba portado con viril entereza,conteniendo su desesperacin, y era poco generoso sorprenderleen aquel acceso de terror y debilidad.

    Cielos! exclam. Cun descuidada he sido y cun co-barde! Su alma, y no la ma, est en peligro de perderse. El tompara s la maldicin eterna. Y por m, por el amor de una criatura

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    de tan poco valer, y que de nada sirve, siente ya que lamen sucuerpo las llamas de la condenacin y que lo asfixia el humo dela hoguera infernal. Y he necesitado verlo en esta noche de ven-daval y de luna, postrado en la arena del jardn, para pensar loque deb haber pensado hace ya mucho tiempo. O no he com-

    prendido mi deber, o he rehuido sus indicaciones. Esta es la horadel sacrificio. Digo adis a los blancos peldaos del cielo, y medespido para siempre de los que all me aguarden. Amor poramor! El mo igualar al de Keawe. Alma por alma! Perezca lama y no la suya.

    No tard en vestirse, pues era muy hbil. Tom en sus ma-nos la vuelta los cuatro cntimos que siempre tena disponi-bles, pues son de uso muy raro en las transacciones ordinarias, yhaba habido que procurrselos en una oficina pblica. CuandoKokua lleg a la avenida, ya las nubes ocultaban la faz de la

    luna, y no sabiendo a dnde encaminar sus pasos por las callesde la ciudad dormida, se detuvo un instante, pues oy una tosentre la sombra de los rboles.

    VI

    UENANCIANODIJOKOKUA, qu haces aqu, y por qute expones al viento fro de la noche?El anciano apenas poda hablar, pues la tos le cortaba

    la palabra. Pero Kokua not que era un hombre extranjero.Quieres hacerme un servicio? le pregunt. No me co-

    noces, ni yo te conozco. T eres un anciano y yo una joven.Querrs conceder un favor a una hija de Hawai?

    Por lo que veo dijo el anciano t eres la hechicera de lasocho islas, y quieres perder hasta el alma de un pobre viejo. Peroya he odo hablar de ti, y te aseguro que sabr desafiar tu perfi-dia.

    Sintate le indic la maga de Hawai. Voy a contarte una

    historia.Y le refiri la de Keawe, desde que comenzaron sus aventu-

    ras con la botella.Ya que todo lo sabes agreg Kokua mira ante ti a la

    mujer por quien l ha perdido su alma. Qu debo hacer? Si lepropongo que me venda la botella no aceptar mis indicaciones.Pero si t vas, te la vender inmediatamente. Yo aguardo aqu.La compras por cuatro cntimos, y yo te la compro a ti por tres.Dios me dar fuerza!

    BBBBB

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    Si no eres leal dijo el anciano pido a la Divina Providen-cia que te envie la muerte para que perezcas en pecado mortal.

    Y Dios oir tus ruegos. Puedes tener la firme seguridad deque los oir. Una traicin de mi parte sera imposible, pues Diosno la consentir.

    Dame los cuatro cntimos y aguarda aqu dijo el anciano.Cuando Kokua se vio sola en la calle, sinti el nimo abati-do. El viento gema entre los rboles, y Kokua crey que era lacrepitacin de las llamas infernales; las sombras que danzaban ala luz de la dbil lamparilla de la calle parecan figuras de conde-nados. Le faltaron fuerzas para huir y aliento para pedir auxilio;pero deba quedarse all, y se qued, temblando como el nioque despierta solo en una alcoba sombra.

    Vio al cabo que el anciano se acercaba paso a paso, y quellevaba la botella en la mano.

    He accedido a tus ruegos dijo, y cuando me desped de tuesposo, se qued llorando. Esta noche dormir tranquilo, por fin.

    Y alarg la botella para que la tomara Kokua.Antes de que me la des dijo Kokua con anhelo, toma el

    bien con el mal, y lbrate al menos de esa tos que te aflige. Soydemasiado viejo replic el asmtico y ya estoy demasiado cer-ca de la tumba para pedirle favores al diablo. Pero qu es esto?Por qu no tomas la botella? Vacilas acaso?

    Vacilar? exclam Kokua. No me falta el nimo; lo que

    me faltan son las fuerzas. Mi mano se resiste, mis carnes tiem-blan. Djame respirar un momento antes de que sea la esclavadel espritu infernal.

    El anciano la mir afectuosamente. Pobre hija ma! dijo. Temes y tu animo vacila. Bien est. Dejame la botella. Soydemasiado viejo para esperar dichas en este mundo y en el otro...

    No, dmela! exclam Kokua con voz que pareca un sus-piro. Aqu tienes tus tres cntimos. Me crees tan perversa?Dame la botella.

    Dios te bendiga, hija ma!Kokua ocult la botella bajo el holoku, se despidi del an-

    ciano, y entrando por la avenida, empez a vagar sin rumbo fijo.Todos los caminos le eran indiferentes, pues todos llevaban alinfierno. A veces, no andaba, sino corra; a veces, en vez de

    lanzar gritos de desesperacin, pegaba la cabeza al polvo y sofo-caba su llanto. Evocaba cuanto se le haba dicho acerca del in-fierno, y no slo vea las llamas, sino que senta el olor del humoy la contraccin de las carnes al contacto de las brasas.

    Cerca de la madrugada se repuso, y volvi a la casa. Comoel anciano lo haba dicho, Keawe dorma profundamente, con latranquilidad de un nio. Kokua se detuvo para contemplarlo.

    Esposo mo, te toca dormir. Cuando despiertes, sonreirs ycantars. Pero la pobre Kokua Kokua, que jams hizo dao anadie no dormir, no cantar, no tendr paz ni alegra en este

    mundo y tampoco ser feliz en el otro.Se dej caer en la cama, junto a Keawe, y su dolor era tan

    grande que al instante fue dominada por el sueo.Ya era muy tarde cuando su esposo la despert y le dio la

    nueva venturosa. La alegra priv a Keawe de la facultad deobservacin, y no vio el abatimiento, que Kokua era impotentepara ocultar. Si ella no hablaba, porque el dolor le oprima laarganta, Keawe, sin parar mientes en ello, hablaba por los dos.Kokua no probaba bocado en la mesa. Pero quin iba a verla?

    Keawe devoraba cuanto se les haba servido. Kokua lo vea y looa como se ve y se oye lo que pasa en sueos. En ocasiones noacertaba a persuadirse de que fuese real su existencia, y llevn-dose las manos a la frente, se preguntaba si era ella la condenadaa las penas del infierno, pues le pareca una monstruosidad co-rrer tal suerte, mientras su esposo rea y hablaba con la exube-rancia del hombre feliz.

    Keawe la acariciaba, la llamaba su salvadora, le hablaba delregreso a la isla nativa y a la Casa Brillante, y entretanto no cesa-

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    sa de satisfaccin. Kokua, tu pecho encierra un corazn des-leal.

    Sali furioso, y vag todo el da por la ciudad. Encontralgunos amigos y bebi con ellos. Despus tomaron un coche,fueron al campo y bebieron ms an. Pero Keawe estaba desa-zonado, pues le remorda la conciencia gozar de la vida mientrassu esposa pasaba horas amargas. Adems, comprenda que ellallevaba la razn. Esta pena lo impulsaba a beber.

    Entre los que formaban la partida haba un haole brutal,lobo de mar, buscador de oro en los arenales californianos, fugi-tivo de varios pases y marcado con un tatuaje de los presidios.Era hombre de inteligencia obtusa y de palabra soez; no slo legustaba beber, sino ver ebrios a sus camaradas, y no cesaba deexcitar a Keawe para que bebiera. Agotado el dinero, dijo el an-tiguo presidiario:

    A ver t, kanaka, saca dinero. No nos has hablado de unabotella o de no s qu tontera?

    S; soy rico. Voy a casa y sacar dinero. Lo guarda mi espo-sa.

    Compadre, haces mal en dar el dinero a tu mujer. Cudate,porque las hembras son tan prfidas como el mar. No dejes de

    vigi larla .Estas palabras impresionaron a Keawe, pues la embriaguez

    le haba trastornado el juicio.

    No me maravillan sus palabras y su actitud. Es una mujerfalsa. Si no lo fuera, dnde explicar el abatimiento con que pre-sencia mi emancipacin? Pero voy a demostrarle que no soyhombre de quien puede burlarse una mujer. La sorprender, y ya

    veremos lo que resulta.Cuando regresaron a la ciudad, Keawe pidi al presidiario

    que lo acompaara hasta la esquina, y mientras ste aguardabajunto a la entrada, sigui l solo por la avenida, hasta la puertade su casa. La noche haba cerrado, y se vea luz en el interior,

    pero no se oa ruido alguno. Keawe tom el sendero que llevabaa la puerta posterior, la abri furtivamente, y mir hacia el inte-rior, para sorprender a su esposa.

    Kokua estaba de bruces sobre el pavimento, con una lam-parilla a su lado y enfrente una botella de color lechoso, ventruday de largo cuello. La esposa de Keawe se estrujaba las manosdesesperadamente.

    Keawe la contempl largo rato desde el umbral. De prontolo domin el estupor; pero despus supuso que la venta habasido nula y que la botella volva a su casa, como fue al buque enSan Francisco. Sinti que las rodillas se le doblaban y que loshumos del alcohol se disipaban en su cerebro, como se disipanlas neblinas matinales que vemos sobre el lecho de un ro. Des-pus, una idea inesperada le llev el sonrojo a las mejillas.

    Debo averiguar esto pensaba.

    Cerr la puerta, recorri el sendero, y, volvi por la entradaprincipal, procurano que se le oyese. Oh sorpresa! Cuando en-tr en la habitacin, la botella haba desaparecido, y Kokua, sen-tada en una silla, levant la vista sorprendida, como si desperta-ra de dormir.

    He pasado el da bebiendo dijo Keawe en compaa deamigos muy alegres, y vengo slo para sacar dinero y volver a lafiesta con ellos.

    El rostro y la voz de Keawe eran tan graves como si estuvie-

    se pronunciando entencia de muerte; pero la turbacin de Kekuano le permiti observar incongruencia entre el sentido de laspalabras y la expresin del que las pronunciaba.

    Haces bien, esposo mo. Disfruta de lo que tienes.Y la voz de Kokua era trmula.S; yo siempre procedo bien.Al decir esto, se dirigi hacia el cofre y tom dinero. Exami-

    n el rincn en donde se guardaba la botella, y no la vio. Estollen de sombras su alma. El cofre le pareci tan pesado como si

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    dentro de l estuviesen todas las olas del mar, y la casa tan ligeracomo si fuera un vapor sutil.

    Es lo que yo tema! pens. Kokua ha comprado la bo-tella infernal!

    Pudo reponerse y levantar el cuerpo, inclinado sobre el co-fre, pero el sudor le cubra todo el rostro, un sudor tan espesocomo gotas de lluvia, y tan fro como el agua de la cisterna.

    Kokua, ya te he dicho lo que pas hoy. Vuelvo al lado demis alegres compaeros...

    Y al hablar as, sus labios sonrean suavemente.Perdname, Kokua; quiero probar una vez ms el placer

    que guarda la copa. Perdname, para que un negro pensamientono turbe mis placeres.

    Ella se abraz a sus rodillas, y se las bes, bandolas enllanto.

    Lo nico que yo quera era una palabra dulce de tus labios.Dejemos de pensar mal el uno del otro dijo Keawe.Y sali de la casa.El dinero que Keawe llevaba consigo no era otro que los

    dos cntimos del valor de la botella. No tena deseo de beber, nipoda hacerlo. Su esposa haba vendido el alma por l; l iba a

    vender la suya para rescatarla. A eso se reduca su objeto en elmundo.

    El presidiario aguardaba en la esquina, cerca del calaboose.

    Mi esposa tiene la botella dijo Keawe. Y si no la resca-tas no habr copas ni alegra por esta noche.Pero es verdad lo que dices? Existe la tal botella?Vamos a ponernos bajo la luz de esta lamparilla. Me ves

    cara de hombre que gasta una broma?Te veo la cara que tendrs cuando te entierren.Bien. Pues aqu hay dos cntimos. Ve a la casa y ofrcese-

    los a mi mujer por la botella. O mucho me engao, o ella te ladar. Traes la botella, y yo te pagar un cntimo, pues la ley de

    este encantamiento es que se ha de vender por menos de lo quecost la vez anterior. Pero, suceda lo que sucediera, no le digas aella una palabra de lo que t y yo hemos hablado. Ni le digas queme conoces.

    Camarada, apuesto a que quieres burlarte de m dijo elpresidiario.

    Y supongamos que es una burla; eso qu mal te puedetraer?

    Tienes razn, camarada replic el viejo lobo de mar.Para disipar tus dudas, remtete a la prueba aadi Keawe

    . No bien salgas a la puerta con tu botella, pide dinero, o unapinta del ron ms fino, o cualquiera otra cosa, y vers si elduendecillo tiene o no tiene virtudes.

    Probemos, pues, kanaka dijo el lobo de mar. Pero te juroque si te burlas de m conocers la punta de mi cuchillo.

    El marinero subi por la avenida, y Keawe se qued aguar-dando. Justamente all haba estado Kokua la vspera, cuandoentr el anciano. Keawe no sinti los desmayos de Kokua, porms que su alma probase la amargura de la desesperacin.

    Los minutos de espera le parecieron siglos; pero al cabo oyuna voz que cantaba entre las sombras de la avenida. Era la vozdel presidiario, y Keawe se sorprendi al notar que pareca estarste en el segundo perodo de la embriaguez. Cmo se habaemborrachado tan pronto? No bien pudo distinguir su cuerpo,

    vio que el marinero se tambaleaba. Llevaba la botella diablicaen el bolsillo del abrigo, y en la mano otra botella, que levantabafrecuentemente para beber.

    Veo que has hecho la operacin dijo Keawe. No cabeduda.

    Cuidado con dar un paso! grit el presidiario retrocedien-do. Si te me acercas, te hago pedazos la boca. Queras sacarlas castaas con las manos del gato? Pues te has equivocado.

    No te entiendo dijo Keawe.

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