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David Cilia Olmos LA REDADA DEL 4 DE ABRIL

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David Cilia Olmos

LA REDADA DEL 4

DE ABRIL

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Primera edición 1992

Edita: como y Rotativo

Derechos reservados © por el autor

ISBN 968-843-109-5

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A la memoria de María

Figueroa Robles, abuela de

Sergio Martínez, muerta a

consecuencia de la redada

del 4 de abril.

A los que desde la

clandestinidad obligada por

la feroz persecución

policíaca continúan ganando

batallas por la libertad.

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Tiempos vendrán en

que nuestro silencio

será más fuerte que

las voces que hoy

ustedes apagan

Mártires de Chicago

No confundir, somos poetas que escribimos

desde la clandestinidad en que vivimos. No

somos, pues, cómodos e impunes

anonimistas de cara estamos contra el

enemigo cabalgamos muy cerca de él, en la

misma pista. Al sistema y a los hombres

que atacamos desde nuestra poesía con

nuestra vida les damos la oportunidad de

que se cobren, día tras día.

Roque Dalton

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INDICE

CAPITULO PRIMERO

Otra vez la guerra sucia 6

CAPITULO SEGUNDO

LA INVESTIGACION

Según la prensa 13

TESTIMONIOS

Elia 19

Karime 22

Julio 23

Martha 20

Arturo 24

Verena 30

Familia Martínez González 44

Sergio 52

Genaro 58

Berrocal 63

Santos 82

Cilia Olmos 87

CAPITULO TERCERO

Una pequeña biografía 107

Perfil de la personalidad 110

Situación actual de los presos 114

Hogares allanados 116

Familiares tomados como rehenes 117

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Documento: Posición de la Liga con respecto al 4 de abril 120

Índice de nombres 127

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OTRA VEZ LA GUERRA SUCIA

El 4 de abril de 1990 en la ciudad de México, más de 166 personas fueron secuestradas,

sometidas a crueles tormentos; sus casas allanadas y saqueadas. En los siguientes cinco

días, niños de entre seis meses y once años de edad fueron interrogados como si fueran

criminales, arrancados del seno familiar e incomunicados. A los detenidos se les

amenazó con desaparecerlos y matarlos junto con toda su familia.

Como en los peores tiempos de la guerra sucia del gobierno contra la oposición armada

de los años 70, de la Brigada Blanca y el Grupo Jaguar, a todas las policías en el

Distrito Federal se les ordenó cercar colonias enteras; derribar puertas en vez de tocar el

timbre, disparar en lugar de ordenar ―manos arriba‖, incomunicar a familia completas y

vecinos en vez de preguntar por el sospechoso; secuestrar a pacíficos ciudadanos y

torturarlos frente a sus hijos, padres y hermanos; torturar a la familia completa para que

se declarara culpable de delitos que jamás imaginó.

Esta era la forma en que la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal cumplía órdenes

de las más altas autoridades de este país para resolver el asesinato de dos guardias del

periódico La Jornada, ocurrido dos días antes.

Ese mismo día, mientras tropas del ejército mexicano invadían el estado de Michoacán

para desalojar por la fuerza las alcaldías tomadas por la población inconforme con los

resultados electorales, en la ciudad de México la Policía Judicial del Distrito Federal,

Judicial Federal, Grupo Especial de Respuesta Inmediata y Dirección de Seguridad

Nacional imponían un virtual estado de sitio en varias colonias y desplegaban el

operativo guerrilla, nombre clave que se le dio a la redada del 4 de abril.

Todo esto para capturar a los responsables de la muerte de dos vigilantes del diario La

Jornada. Las pesquisas de la policía apuntaban hacia a Felipe Martínez Soriano y David

Cilia Olmos. Pero ni Martínez Soriano ni Cilia Olmos fueron detenidos en la vasta

redada.

Tres días después, las autoridades capitalinas consignaron a 14 personas. Ninguna de

ellas por la muerte de los vigilantes del citado rotativo. La oficina del procurador

Morales Lechuga les imputó los delitos de ―encubrimiento, asalto a mano armada en

contra de tres bancos y al Colegio de Ciencias y Humanidades; el asesinato de dos

policías en Iztapala y otros que en total suman 14 ilícitos‖. Siete de ellos permanecen en

prisión; el resto fue puesto en libertad por falta de pruebas.

Cinco de estos detenidos —incluida una mujer a la que se le vejó sexualmente—

padecieron brutales torturas que pusieron en peligro sus vidas; sus casas y las de sus

familiares fueron allanadas y semidestruidas a balazos por la policía. Decenas de niños,

la mayoría menor de ocho años de edad, padecen serios traumas sicológicos producto de

la brutalidad policiaca. Son las víctimas de la nueva guerra sucia.

Empero, el operativo guerrilla, que fue presentado por el procurador de justicia del

Distrito Federal el 6 de abril de 1990 como la solución al doble asesinato en La Jornada,

no arrojó ningún resultado concreto sobre la muerte de los dos guardias y mucho menos

sobre los autores materiales del crimen.

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Bastó la madrugada del 4 de abril de 1990 para que las ilusiones de que en México el

gobierno ya no secuestra, desaparece y tortura a sus opositores se desvaneciaran. Las

pruebas son contundentes. Cientos de integrantes de diversas organizaciones sociales

opositoras al régimen son encarcelados. Maestros normalistas, trabajadores

universitarios, solicitantes de vivienda y miembros de organismos defensores de los

derechos humanos son presa de la violencia gubernamental. El 4 de abril fue el regreso,

premeditado y conciente, del gobierno mexicano a la guerra sucia como política de

Estado.

El empleo del secuestro, las cárceles clandestinas, tortura y manipulación de la

información de parte del gobierno demuestra qué lejos está México de la vigencia del

estado de derecho y del pleno respeto a los derechos humanos. Tal parece que para el

gobierno cuando afronta un problema que creía superado —la oposición armada— la

constitución y los derechos humanos son letra muerta.

Este es un problema grave, pues en cualquier sociedad moderna, incluyendo las

democracias más avanzadas, siempre existe el riesgo de que surjan grupos radicales. Y

no hay nada más peligroso para una nación que un Estado tan propenso como el

mexicano al autoritarismo. Gobierno y funcionarios judiciales que en nombre de la

seguridad de Estado violan derechos humanos y se ubican por encima de la sociedad y

las leyes, son veneno puro para la democracia.

La redada del 4 de abril de 1990 es una muestra rotunda de ello. Y si ésta se realiza 10

años después del fin de la guerra sucia, sin que existan elementos contundentes de un

eventual resurgimiento de grupos armados, eso sólo puede apuntar en una dirección.

INCONGRUENCIA DE LA VERSION OFICIAL

A más de dos años de estos acontecimientos, es preciso hacer un balance de los hechos.

Primero: ¿Qué motivó legalmente la detención de los ciudadanos que quedaron presos y

aún lo están, ¿qué demanda penal o averiguación previa existe antes de su detención,

donde se les señale expresamente? ¿Quién los identificó como presuntos implicados en

el asesinato de La Jornada, o en los otros delitos que el gobierno les endilgó?

La procuraduría no podía tener órdenes de aprehensión contra ellos, porque ni siquiera

sabía que los buscaba; los detuvo circunstancialmente mientras intentaba detener a Cilia

Olmos, y como no pudo capturarlo les fabricó varios delitos.

Una vez que fueron aprehendidos y ante la obvia imposibilidad de relacionarlos con las

muertes de La Jornada, se les imputan diversos ilícitos para no tener que dejar a todos

en libertad y hacer el ridículo. Que sólo después de presos se les relaciona con delitos,

se demuestra documentalmente con las fechas de los oficios que el entonces

subprocurador de Averiguaciones Previas, Federico Ponce Rojas, remitió a las distintas

agencias del Ministerio Publico a las delegaciones del DF para que le enviaran los

expedientes de los delitos con que después acusaron a los detenidos el 4 de abril.

Es decir, primero se captura a un ciudadano y después —cuando la acusación original

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no puede prosperar— se busca de qué se le puede procesar. Por ello, todos los detenidos

de la redada del 4 de abril son consignados por otros delitos.

Durante las redadas del 4 de abril se giraron 16 órdenes de cateo; todas las personas

relacionadas con ellas salieron libres luego de rendir su declaración. En cambio, en otras

20 casas, que corresponden a ciudadanos que aún permanecen en prisión y que fueron

saqueadas, no existe ninguna orden de cateo, como lo reconoció en enero de 1991 el

doctor Jaime Muñoz Domínguez, director de Control de Procesos de la PGJDF.

Ninguno de los actuales presos del 4 de abril tenía orden de aprehensión en su contra,

sino que fueron todos secuestrados y sometidos a tortura e incomunicación sin saber ni

siquiera el delito de que se les acusaba; ninguno de sus nombres aparece en alguna

averiguación previa antes del 4 de abril. Primero fueron capturados y días después su

nombre fue incluido en las averiguaciones previas que más tarde se presentarían para su

consignación.

La primera, y única, orden de aprehensión contra el que la oficina del procurador

afirmaba era el principal implicado —Cilia Olmos—, fue solicitada al juez por el agente

del Ministerio Público, Arturo Rodríguez Mejía, el 9 de abril, es decir cinco días

después de la redada para capturarlo. Una semana después de allanar y saquear decenas

de casas, de vejar a cientos de capitalinos, de aplicar brutales torturas contra los

detenidos.

Pero no sólo eso. Cinco días más tarde la policía presenta a los detenidos a la opinión

pública con propaganda del PROCUP, que según la oficina del procurador tenían en su

poder; pero eso es un absurdo, pues es la misma propaganda que quedó en el vestíbulo

de La Jornada el 2 de abril. Asimismo, la oficina del procurador de Justicia del DF

presenta armas que se adjudican a los detenidos, incluyendo una pistola Llama calibre

.45, con la que, según las autoridades, ―pericialmente se ha demostrado‖ que es el arma

que dio muerte los dos vigilantes. Nueva mentira, pues más tarde cuando se detiene a

David Cabañas Barrientos —dirigente del PROCUP, capturado dos meses más tarde—

se presentaría otra pistola .45, en esa ocasión una Colt, con la que también ―se

demuestra pericialmente‖ que es el arma que privó la vida a los dos vigilantes.

Igualmente se les acusa de intento de asalto al periódico El Financiero y se parte del

hecho de que uno de los detenidos ha entregado algunas colaboraciones y ese diario las

ha publicado. Junto con estos ilícitos se agrega un largo rosario de delitos a la

averiguación previa que se les obliga a firmar, justamente en esos cinco días de tortura.

Se trataba de tener pretextos legales para mantenerlos en prisión hasta que pudiera ser

capturado el principal cabecilla, según la policía. Las autoridades tenían que justificar la

redada del 4 de abril, los excesos y brutalidades de las policías del Distrito Federal y

evitar la eventual solidaridad con los detenidos.

Estas, en síntesis, son las bases legales sobre las que descansa el proceso penal que

mantiene en la cárcel a siete ciudadanos.

LA RESPUESTA DEL GOBIERNO MEXICANO

A más de dos años de estos hechos, las víctimas de esas violaciones a los derechos

humanos no han sido escuchadas. Se les mantiene en la cárcel para no tener que

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reconocer que su confinamiento es una tremenda injusticia. Todas las demandas contra

los funcionarios responsables de estas violaciones a las garantías constitucionales y a

los derechos humanos han sido ignoradas por las autoridades correspondientes.

La primera demanda penal que se levantó en la Delegación Iztapala en contra de la

Procuraduría de Justicia del Distrito Federal, desapareció sin dejar rastro. La agente del

Ministerio Público que se atrevió a levantarla fue removida de su puesto de inmediato.

Más tarde se presentó una denuncia a la recién formada Comisión Nacional de Derechos

Humanos, que ha guardado silencio durante dos años.

Posteriormente, la misma demanda se envió a la Asamblea de Representantes del DF el

8 de enero, en ocasión de la comparecencia del procurador Morales Lechuga. El

resultado fue el mismo: nada.

Incluso, al presidente de la República Carlos Salinas de Gortari se le envió una misiva,

31 de enero de 1992, donde se anotan puntualmente todos los hechos y las denuncias. El

tiempo nos dirá qué respuesta se le da a esa solicitud, aunque por los antecedentes no

podemos esperar noticias halagüeñas.

VOCES QUE DEBEN SER ESCUCHADAS

Este libro ofrece dos hechos importantes. Uno, que se trata de la primera prueba

documental, pública, fehaciente —con datos irrefutables, nombres y lugares— de

gravísimas violaciones a los derechos humanos, que desnuda las prácticas policiacas

que utiliza el Estado. Que en los sótanos del gobierno persisten, e incluso se alientan,

conductas criminales de las policías para enfrentar a los disidentes.

Estas prácticas deben cesar, México debe desterrarlas.

El segundo, es que muestra por primera vez en la historia moderna de este país lo que es

la guerra sucia y sus secuelas. A manera de ejemplo diremos que en sólo dos familias

fueron vejadas por la policía 22 personas; de ellas 15 eran niños, de entre seis meses y

once años de edad. Son los niños de la guerra, que ahora padecen severos traumas

sicológicos. Los más afortunados —a diferencia de cualquier niño común y corriente—

juegan a que ―yo soy policía y ahora te interrogo‖. Otros, en un extraño mutismo,

guardan el miedo y terror a lo vivido la madrugada del 4 de abril.

Ellos son la punta del iceberg. Si en sólo cinco días de brutalidad policiaca más de 50

ciudadanos fueron presa de la violencia, ¿cuántos miles de compatriotas padecen las

secuelas de la guerra que se libró entre 1970 y 1980 en este país?

Este libro contiene 13 testimonios, redactados — muchos contados—, los días

siguientes a la redada del 4 de abril, a excepción del de David Cilia Olmos. En todos los

casos se respetó la sintaxis y si no se incluyeron otros testimonios, distintos de

familiares o miembros o exmiembros de la Liga Comunista 23 de Septiembre, como los

vecinos de la unidad habitacional Tlatelolco y otros, que no son menos graves o

dramáticos, se debió a que ellos prefieren olvidar; intentan borrar de su mente el 4 de

abril y no quieren recordar nada de ese negro día.

Y eso es justamente lo que no pretende este libro. No podemos, no debemos olvidar el 4

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de abril de 1990. El futuro de nuestros hijos, del país, depende de ello. El respeto a la

vida humana, a la integridad de las personas y, sobre todo, a la justicia, nos grita que no

debemos hacerlo. Sólo el recuerdo de ello puede impedir que se repita de nuevo. Sólo

una sociedad con memoria y conciencia histórica puede garantizar que no ocurran otra

vez este tipo de injusticias. Tener presente hechos como la redada del 4 de abril es la

mejor manera de hacernos más libres. Y ese es un buen principio para construir un

México más justo.

Estos son los hechos, estos los actores.

David Cilia Olmos

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LOS HECHOS

(SEGÚN LA PRENSA)

Dos sujetos asesinaron a tiros a dos elementos de seguridad del periódico La Jornada,

cuando éstos les iban a devolver dos paquetes con propaganda perteneciente al Partido

Revolucionario Obrero Clandestino Unión del Pueblo, que habían dejado en el diario.

Los dos elementos cayeron muertos frente a las puertas de la institución bancaria

Bancreser, ubicada sobre las calles de Balderas esquina con Artículo 123, en pleno

centro de la ciudad; uno recibió tres balazos y el otro dos; ambos de calibre 45.

Enrique García Gutiérrez, de 20 años de edad y Jesús Samperio, pertenecían a la

empresa Sistemas de Seguridad Física Apolo, que es la que le brindaba los servicios de

protección al citado medio de información. Los dos murieron en forma instantánea.

La Policía Judicial del Distrito interroga a dos mujeres y un hombre testigos

presenciales, quienes por el momento dieron a conocer la media filiación de los sujetos.

Minutos después llegaron al lugar el procurador de Justicia del Distrito, Ignacio Morales

Lechuga, junto con el director de la Policía Judicial y de inmediato se enteraron de

cómo habían sucedido los hechos.

OVACIONES, 2 DE ABRIL 90

LA INVESTIGACION

No hay pistas, la policía investiga en imprentas, hasta ahora no existe un dato positivo

para ubicar a los presuntos doble homicidas

OVACIONES, 3 de ABRIL 90

Hay retratos hablados del homicida de los vigilantes: Policía Judicial; en las pesquisas

intervienen experimentados detectives de la corporación.

Además de cinco testigos de los hechos la policía ha interrogado a varias personas de

izquierda que saben de la existencia del PROCUP.

Por instrucciones del procurador Ignacio Morales Lechuga, todos los agentes que

intervienen en las investigaciones de este caso trabajan a marchas forzadas, ya que es un

atentado grave para los medios de comunicación.

ULTIMAS NOTICIAS, 3 DE ABRIL DE 1990

Identificados, dos de los asesinos de los vigilantes de La Jornada, dice Morales

Lechuga. Aparentemente son tres los responsables; huyeron en un automóvil blanco.

Por instrucciones del procurador Morales Lechuga ―las investigaciones continúan sin

descanso para esclarecer los hechos‖.

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LA JORNADA, 4 DE ABRIL 90

En un impresionante operativo que no se había visto en los últimos 10 años, agentes de

las distintas corporaciones de seguridad pública aprehendieron a más de 90 presuntos

integrantes del PROCUP escondidos en 15 casas de seguridad.

Respecto al homicidio de dos vigilantes de La Jornada la procuraduría capitalina

informó que tiene plenamente identificado a uno de los victimarios, el cual

supuestamente abandonó el DF en compañía de Felipe Martínez Soriano.

UNOMASUNO, 5 ABRIL 90

La Judicial del DF detuvo a 106 miembros del Partido de los Pobres. En una serie de

aprehensiones simultáneas realizadas por la Policía Judicial del Distrito, cayeron más de

106 personas pertenecientes al PROCUP, a quienes les decomisaron gran cantidad de

armas de alto poder, propaganda de su organización e incluso maquinaria para la

elaboración de su periódico informativo. Todos los detenidos son interrogados en los

separos de la corporación policíaca situados en las calles de Escuela Médico Militar.

OVACIONES, 4 DE ABRIL 90

Huyó uno de los homicidas, plenamente identificado. La PGJDF emitió anoche un

comunicado en el que asienta:

Que tiene plenamente identificado a uno de los sujetos que dieron muerte el lunes

pasado a dos vigilantes de La Jornada y que este presunto responsable abandonó la

mañana de ayer esta ciudad en compañía de Felipe Martínez Soriano y otras personas.

Ya son rastreados por los estados de Puebla, Oaxaca y Veracruz.

LA JORNADA, 5 DE ABRIL 90

Uno de los asesinos huyó hacía Oaxaca acompañado del dirigente del PROCUP, el ex

rector de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, Felipe Martínez Soriano.

CUESTION, 5 DE ABRIL 90

Se dijo que un individuo llamado David era jefe de una célula muy activa y que

participó en el asesinato de los dos vigilantes del periódico La Jornada. David huyó y es

buscado en Morelos y Oaxaca.

EL UNIVERSAL GRAFICO, 5 DE ABRIL 90

Aumentó a más de 300 el número de detenidos miembros y simpatizantes del PROCUP

y varios empezaron a confesar su participación en diversos delitos.

Los agentes y comandantes que interrogan a los detenidos informaron que por lo menos

algunos de ellos eran simpatizantes del grupo guerrillero 23 de Septiembre.

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Un jefe policiaco dijo que la esposa de uno de los trabajadores de la revista La Trilla ya

confesó que ella misma tuvo acción en tres asaltos bancarios.

EL UNIVERSAL GRAFICO, 5 DE ABRIL 90

Se les decomisaron a los detenidos propaganda impresa del SITUAM y STUNAM, así

como varios ejemplares del periódico Construcción Proletaria, cuyas oficinas se

encontraban en la avenida Juárez.

CUESTION, 5 DE ABRIL

Se supo que en la Unidad Cabeza de Juárez, en Iztapalapa, donde se localizó una casa

de seguridad, fue encontrado un sistema de computación bien montado y se aclaró que

las computadoras son las que alguien robó hace siete meses de un plantel del CCH.

EL UNIVERSAL GRAFICO, 5 DE ABRIL 90

Constantemente camionetas Suburban, Vam y combis disfrazadas y de las llamadas

chocolatas con placas extranjeras llegaban con detenidos, los que más tarde, según su

importancia, eran trasladados al edificio central de la PGJDF en Niños Héroes. Una Van

blanca, placas V-17EMJ, de Texas, con vidrios polarizados, llevaba a los separos del

Sector Central a los arrestados, muchos de los cuales fueron interrogados personalmente

por el procurador Ignacio Morales Lechuga, quien por la importancia del caso se quedó

a dormir en sus oficinas.

UNOMASUNO, 5 DE ABRIL 90

El arma con que fueron asesinados los vigilantes de este diario fue localizada en uno de

los 16 cateos que efectuó la policía judicial informó ayer la PGJDF.

Según la PJ Roberto Fernández Albores, detenido y sujeto a investigación,

presuntamente participó en el muro que cuidaba la seguridad del mensajero que el lunes

pasado entregó la propaganda del PROCUP en la redacción de La Jornada, segundos

antes de que fueran muertos los dos vigilantes.

Son buscados como posibles participantes en estos hechos David Cilia Olmos, Juan

Carlos Ávila García, Víctor Valdés Tovar El Bigos y Luis Cisneros Luján.

En las instalaciones de la policía judicial distritense de la calle Escuela Médico Militar

se encontraban ayer dos mimeógrafos, propaganda y otros objetos reconocidos durante

los cateos. La Procuraduría del Distrito informó que el arma con la que fueron

asesinados los dos vigilantes de este diario es una pistola Llama calibre .45 y que

pericialmente fue reconocida como el instrumento del delito.

Se informó también que las procuradurías de Veracruz, Oaxaca y Puebla continúan

colaborando con la del Distrito en la búsqueda de Felipe Martínez Soriano, quien

presuntamente viaja acompañado de uno de los homicidas. Se asegura que de la ciudad

de México salieron el martes a bordo de un automóvil Volkswagen rojo

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LA JORNADA, 6 DE ABRIL 90

Hasta ayer se investigaba una serie de asaltos a instituciones bancarias y dependencias

oficiales, luego de que la esposa de uno de los prófugos, de nombre David Cilia, aceptó

haber participado directamente en la comisión de tres de ellos. En un departamento de la

Unidad Cabeza de Juárez, en Iztapalapa, se localizó un sistema de cómputo que, según

la policía fue obtenido por asalto en las instalaciones de la UNAM.

Aunque el hermetismo llega a tal grado de bloquear a los representantes de diversos

órganos de información se estableció que los interrogatorios han revelado que entre los

detenidos existen algunos integrantes y simpatizantes de la desintegrada Liga

Comunista 23 de Septiembre.

Otras detenciones se realizaron durante el miércoles por la mañana en las instalaciones

de La Trilla, donde fue detenida la mujer de un individuo llamado David Cilia Olmos,

que está identificado como uno de los principales jefes del grupo ultra izquierdista

Dicha persona fue capturada por señalamiento del soplón quien la vio entrar y salir de

dicha oficina donde pensaba encontrar a su marido. De ahí fue trasladada a las

instalaciones de la judicial capitalina y confesó que participó en el asalto a tres

instituciones bancarias.

Sobre la identidad del prófugo David Cilia, se abundó que era jefe de una célula muy

activa y que participó en el asesinato de los dos vigilantes del periódico La Jornada.

David Cilia huyó y es buscado en Morelos y Oaxaca.

EL UNIVERSAL, 6 DE ABRIL 90

Morales Lechuga aseguró que varias de las personas que serán consignadas confesaron

su militancia en el PROCUP. Martínez Soriano huyó junto con David Cilia Olmos,

identificado como jefe de una célula del PROCUP y calificado como hombre peligroso.

Sobre los dos autores materiales del doble homicidio Martínez Soriano y David Cilia

Olmos, Morales Lechuga dijo que sólo falta solicitar la orden de aprehensión de parte

del juez para que la Dirección de Aprehensiones salga a la búsqueda de ellos.

Mientras tanto, en una carta, el principal señalado por la procuraduría como miembro

del PROCUP, David Cilia Olmos, ofreció entregarse a la policía a cambio de que se

libere a su esposa, sus tres hijos y familiares y cese la persecución de sus compañeros y

amigos. Tras aclarar que no es militante de esa organización, dijo que no piensa salir del

país y que no se encuentra armado.

EL UNIVERSAL, 7 DE ABRIL 90

Aclarado el doble crimen. El procurador de Justicia del Distrito Ignacio Morales

Lechuga dio esta mañana por aclarado el doble asesinato ocurrido a los vigilantes del

diario La Jornada e indicó que David Cilia Olmos es el verdadero autor intelectual y

material del doble asesinato, a pesar de que huyó junto con Felipe Martínez Soriano al

estado de Oaxaca, se le tiene prácticamente cercado.

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También manifestó el funcionario que será hoy por la tarde cuando presente a los

medios de difusión a 13 de las 150 personas que habían sido detenidas y que pertenecen

al PROCUP.

OVACIONES, 9 DE ABRIL 90

Consignados ante el juez Cuarto penal, tres presuntos autores del crimen: Felipe

Martínez Soriano, Alberto Alejandro Rodríguez y Andrés García Valle. La

consignación se hace sin ningún detenido.

En otro pliego de consignación fueron también puestos a disposición del juez como

presuntos responsables de los delitos de homicidio calificado, tres asaltos a mano

armada y asociación delictuosa, Sergio Martínez González, Rocío Verena Ocampo

Rabadán, Alfredo Rivera González, David Cilia Olmos y Luis Fernando Roldán

Quiñónez.

De ellos, Cilia es el único que no se encuentra detenido.

LA JORNADA, 9 DE ABRIL 90

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Elia Rabadán de Ocampo (60 años)

Siendo las 3:35 del día 4 de abril de 1990, llegaron a nuestro domicilio varios agentes

de la PGJDF, quienes se presentaron en carros de la misma corporación.

De inmediato allanaron brutal y salvajemente la casa, la destrozaban a culatazos y

patadas, así lo hicieron con puertas y ventanas. Nos jalaron, arrastraron y amenazaron

con las armas sin la menor consideración a los menores de edad, como en el caso de la

niña de seis meses.

Después de haber destrozado todo, nos sacaron del domicilio a golpes, amarrados y

vendados, siempre martirizándonos e insistiéndonos que dijéramos dónde se

encontraban las armas y la propaganda, y dónde estaba mi hija Rocío Verena y mi

yerno.

A mi esposo lo torturaron física y psicológicamente, al igual que a mis hijos y yernos,

esto lo hicieron en el patio de la casa; el objetivo principal de las torturas era que

afirmaran que conocían a militantes guerrilleros.

Dos policías tomaron a la fuerza a dos menores de uno y tres años para obligar a que mi

hija dijera dónde vivía Arturo Becerril y Rocío Verena Ocampo, ellos son mi yerno y

mi hija; golpearon a Lizeth que es mi nieta y tiene seis años.

Cuatro judiciales fueron los que a mí siempre me sujetaban, me agarraron del cuello y

me aventaron a unas piedras para obligarme a decir dónde tenía el dinero, con sus armas

en la cabeza me decían a una sola voz: ―¡habla o jalamos el gatillo!‖. Debido a esta

angustia y miedo, me dio una especie de infarto. A la vez a mi hija la menor, Claudia, la

amarraron amenazándola que dijera todo lo que sabía o la pasaría aún peor de lo que le

estaba ocurriendo. Después la despojaron de alhajas y dinero.

En el acto y después de maltratarnos, amenazados y de vejaciones y groserías, uno de

ellos nos obligó a caminar hacía los carros, luego siguieron los demás, siempre con una

amenaza.

Ya dentro de los carros nos condujeron a la PGJDF, la cual se ubica cerca del Metro

Pino Suárez. Mientras tanto otros policías se ocupaban de robar las casas de mis hijos,

todo ello de manera descarada. Esta información es vertida por todos los vecinos.

En la procuraduría fuimos sometidos a un intenso interrogatorio, desde las 6 de la

mañana hasta las 9:30 de la noche; siempre estuvimos incomunicados, nos amenazaban

diciéndonos que no saldríamos hasta que se diera por concluida la investigación, pero

no fue así, pues a las 10:00 de la noche en dos vehículos de la institución nos llevaron

nuevamente a nuestro domicilio, el cual estaba aún en manos de la policía.

Quienes nos llevaban, siempre déspotas, nos evitaron la entrada, ya que según ellos no

tenían la orden de entregar la casa, ordenándonos que nos largáramos de nuestro propio

domicilio.

Después de algún tiempo, un sujeto que estaba radiando recibió la orden de entregar la

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casa. Sólo así volvimos al lugar, que se encontraba destrozado, saqueado, mal oliente a

vino, síntoma de que estuvieron tomando licor desde temprano, ya que había un

sinnúmero de botellas vacías.

Por último, nos informaron algunos vecinos que con prepotencia e impunidad los

obligaron a cocinar los alimentos que sacaron de nuestro domicilio.

A quién lea este testimonio, les decimos sin temor a mentir que estos sujetos enviados

por las altas autoridades encargadas de impartir la justicia en el DF nos dejaron en la vil

miseria y con tremendos traumas psicológicos, no teniendo seguridad alguna en todos

los que componemos la familia.

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Karime Ocampo Rabadán

Serían las 3:30 de la madrugada cuando llegaron como 50 judiciales. Nos levantaron de

la cama. Al ver que estaban golpeando a mi esposo, Julio Portugal, les pregunté que si

tenían orden de aprehensión o de cateo, porque estaban entrando a mi casa sin mi

autorización: ―lo que tenemos es una bola de chingadazos para ti‖, me contestaron.

No me permitían cargar a mis hijos que estaban llorando, nos sacaron al patio sin

permitirme abrigar a mis hijos pues era de madrugada y hacía frío. Me llevaron junto a

mi mamá (Elia Rabadán) y mi hermana Claudia (Claudia Ocampo Rabadán). En el

camino me doy cuenta de que lo mismo ocurre en la casa de mi hermana Frida (Frida

Ocampo Rabadán) y que están golpeando a mi cuñado Luis Zúñiga.

Me suben a un carro y me trasladan sin darme oportunidad ni de vestirme ni de vestir a

mis hijos; llegamos a los separos, ahí permanezco desde las 5 de la mañana hasta las 10

de la noche —17 horas sin probar agua ni alimento. Mis hijos se estaban deshidratando

al igual que mis sobrinos, mi mamá estaba muy grave y no me permitían hablar con

ella, ni con mi esposo que estaba muy golpeado.

Finalmente, nos dejaron salir a las 10 de la noche diciendo que de que se muriera mi

mamá ahí adentro que mejor se fuera a morir afuera, lo mismo los niños.

Me preguntaban por ―la propaganda‖ y por unas supuestas armas, a lo que yo les

contestaba que no sabía nada, pero más me preguntaban por mi cuñado (Arturo Becerril

Rodríguez).

Cuando regresamos a mi casa tomamos fotografías de las tres casas allanadas, ya que

había botellas de vino vacías, los vidrios rotos; no había absolutamente nada de aparatos

eléctricos, alhajas, ropa y adornos.

Los vecinos nos dijeron que a punta de pistola los obligaban a guisar para que los

agentes comieran tomando todo de nuestras despensas, pues estaban esperando que

llegara mi cuñado David (David Cilia Olmos), o no sé quién.

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Julio Portugal Arriaga

Llegaron a las 3:30 a.m. como 50 judiciales, aventaron la puerta y me levantaron de la

cama a punta de golpes con sus armas. Levantaron a mi esposa y a los niños, que en ese

momento empezaron a llorar; sacaron a los niños y a todos nosotros desnudos al patio;

me aventaron en un charco de lodo y ahí comenzaron a patearme preguntándome dónde

tenía ―la propaganda‖. Yo les dije que no sabía de que me hablaban.

Luego me subieron a un carro y me llevaron a unos separos, me separaron de mis hijos

y mi esposa y no me permitieron hablarles a pesar de que mis dos hijos (de uno y tres

años, respectivamente) se estaban deshidratando y a que tenían más de 24 horas sin

comer y sin tomar agua.

Mientras estuve en los separos no probé ni agua ni alimento alguno, en cambio los

golpes y malos tratos estuvieron siempre presentes. Pude ver cómo torturaban a mi

cuñado Felipe Ocampo Rabadán y a mi cuñada Rocío Ocampo, así como a mi concuño

Arturo Becerril.

Para poder salir de la procuraduría tuve que negar parentesco alguno con Rocío

Ocampo, ya que mi cuñado Felipe Ocampo permaneció mucho más tiempo y fue

salvajemente torturado por el simple hecho de ser su hermano.

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Martha Ocampo Rabadán

El día 4 de abril de 1990, alrededor de las 5:00 a.m. tocaron la puerta de la casa,

pregunté ―¿quién?‖, y me contestó mi hermana Karime Ocampo Rabadán: ―soy yo‖,

pero estaba llorando. Cuando abrí la puerta me aventaron hacia adentro; eran como 50 o

más hombres armados y me preguntaban que dónde tenía las armas, apuntándome y

ponían una lámpara en la cara. Yo contestaba que no sabía, mientras registraban la casa

revolviéndolo todo, rompiendo cosas y pateando las puertas de las recámaras.

En medio de la revoltura vi que sacaban a Arturo Becerril Rodríguez con la cabeza

tapada y amarrado de las manos; lo llevaban como cinco hombres casi arrastrando y

golpeándolo. Mis hijos lo único que hacían era llorar. Después me dijeron que me

saliera con los niños y me subieron a una patrulla de judiciales junto con ellos. Cuando

salí lo único que vi fue a toda mi familia en diferentes unidades.

El camino parecía una caravana de tantos autos que eran; todos pertenecían a la

Procuraduría del DF. Cuando llegamos a las instalaciones de la PGJDF a todos nos

metieron a los separos y fue cuando me di cuenta de que iban todos mis sobrinos; el

mayor de 13 años y la más pequeña de seis meses. Estuvimos en diferentes separos; en

total fuimos 22 personas detenidas de mi familia, entre adultos y niños.

Estando ahí lo único que nos decían es que estaban haciendo una investigación y

cuando terminaran nos iban a dejar salir. Mi mamá se puso muy grave y mi hermano, al

que habían torturado en la casa de mi mamá, no recibió la atención médica debida.

Después de no sé cuántas horas después nos empezaron a sacar para declarar. Primero

nos pasaban a un examen médico que no nos sirvió de nada porque no ponían nada de

los golpes que nos habían dado los agentes. Después del examen hacíamos nuestra

declaración en la cual nos hacían algunas preguntas. Ah, pero antes de esto, nos habían

estado tomando fotografías.

Después de la declaración nos mandaban a los separos otra vez y nos tenían sin

alimentos más que con un sándwich y a los niños un boing; a los bebés les dieron un

biberón pero a la mayoría les hizo daño la leche, les dio diarrea y se estaban

deshidratando.

No hablo del tiempo porque no sabíamos el tiempo que había pasado; se nos hicieron

días de la desesperación, de tanto grito y llanto de los pequeños por que todos los

separos estaban llenos de personas de todas las edades y la mayoría estábamos

descalzos y en pijama. Más tarde nos empezaron a sacar y nos formaban diciendo que

ya nos íbamos pero no nos dejaban hablar con los demás.

Cuando llegué a mi casa eran como las 10:45 p.m. y todavía nos tuvieron otro rato en la

calle hasta que nos entregaron la casa que había estado vigilada todo ese día. Cuando

nos entregaron la casa estaba toda destrozada, sin ningún vidrio completo, la puerta

desbaratada; no se podía caminar porque todo estaba tirado y todo lo de valor no estaba,

la habían vaciado, nos dejaron sin dinero ni nada que pudiéramos vender para reparar la

casa.

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Mi padre, Antonio Ocampo Román, y mis cuñados Luis Zúñiga y Julio Portugal

salieron al tercer día; a Arturo, mi esposo, y mi hermana Verena, Rocío Verena

Ocampo, no los vimos sino hasta que los trasladaron al Reclusorio Norte. Cuando los

vimos por primera vez todavía no se recuperaban de las torturas a que fueron sometidos.

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Arturo Becerril Rodríguez

Eran las 5 de la mañana cuando me arreglaba para irme a trabajar. En ese momento

tocan la puerta y mi esposa la abre sin saber lo que nos esperaba. Entran alrededor de 15

agentes, todos portando chalecos antibalas y armas de alto poder; encañonan a mi

esposa e hijos de dos, seis y ocho años de edad.

Al ver tanta gente los niños gritan y lloran del susto. A mí me tapan la cabeza

preguntándome si era Benito Pérez, les digo que no, que me están confundiendo, que

soy Arturo Becerril, que vean mis documentos. Me empiezan a golpear en frente de mi

familia. Me sacan hacia los carros bajo la amenaza de que si intentaba algo matarían a

mis hijos.

La Unidad Ruiz Cortínez, en Tlahuac estaba llena de agentes, se oían muchos

movimientos de carros. Al subirme a uno de ellos, me tiran al suelo golpeándome y

pateándome en todo el cuerpo, preguntándome donde vivía David, El Marín, al

contestar negativamente venían los golpes una y otra vez:

—¿Cómo no vas a saber hijo de la chingada, si es el esposo de tu cuñada?

RUMBO A LA CARCEL CLANDESTINA

Los carros arrancaron y por las vueltas que daban me pude dar cuenta más o menos por

dónde iban, ya que esa ruta la conozco con los ojos cerrados. Duramos como cinco

minutos de camino, o menos, al lugar que me llevaban y que sin temor a equivocarme

está en alguna casa de San Lorenzo Tezonco.

Durante el trayecto se oyó que entrábamos a terracería por las piedritas que sonaban al

impactarse contra la lámina del carro. Al llegar me bajaron jaloneándome de un lado a

otro. Yo iba únicamente con el pantalón y a cada paso que daba sentía las piedritas del

camino y pasto, como si estuviéramos en un jardín; varias veces rocé con ramas de

árboles, hasta entrar a un cuarto.

A pesar de que iba vendado de los ojos, sentí que prendieron un reflector. Me quitaron

el pantalón y me echaron agua fría, amarrándome a una tabla y con los ojos vendados

me decían:

—Si no dices donde vive David, te va a cargar la chingada; es mejor que cooperes con

nosotros porque ya sabemos todo, a qué se dedican ustedes, y quiénes participaron en el

asesinato de los vigilantes de La Jornada.

Al no haber ninguna respuesta, me empiezan a sumergir una y otra vez al agua, tratando

de ahogarme; sentía que se me reventaban los pulmones al tragar tanta agua. Al sacarme

del agua me golpeaban el estómago para expulsar el agua y repetían la misma dosis

preguntándome por David, un Pancho López y Cristóbal y quiénes habían participado

en el homicidio de los del periódico La Jornada.

Me aseguraban que yo era un integrante del PROCUP y me preguntaban que dónde

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estaban las armas que supuestamente utilizábamos en los asaltos. Les interesaba mucho

quién tenía ―el dinero de los asaltos‖.

Me empezaron a leer una lista de asaltos que según ellos habíamos hecho: asalto al

CCH, Casa de Deportes América, dos homicidios en Iztapalapa, asalto a un hotel, a una

imprenta, a un hospital y el homicidio de los vigilantes del periódico La Jornada.

Les contesto que no sabía de tales asaltos y que no sabía de lo que me hablaban. Al oír

eso empezaban de nuevo a torturarme con toques eléctricos, golpeándome con un

garrote en la pantorrilla y patadas en el cuerpo con más saña que al principio. Decían:

—Ahorita te quitamos lo machito y vas a cantar rápido.

Después de eso me ponen una bolsa de plástico en la cabeza y siento la falta de oxígeno,

pero la sentía ya como si fuera un sueño; no creía lo que estaba pasando.

Cuando empezaba a pegarse a mi cara la bolsa por falta de aire y empezaba a

asfixiarme, me la retiraban dándome oportunidad de respirar y otra vez hacían lo

mismo, con las mismas preguntas que yo no podía contestarles, que dónde vivía David,

Cristóbal y Pancho López; la tortura psicológica, que si no les decía traían a mi esposa y

la violaban enfrente de mí y a mis hijos los torturarían si no cantaba.

Después de eso me llevan a un rincón todo mojado; estaba cansado y adolorido del

cuerpo, no se oía nada, todo estaba en silencio, como si estuviera sólo, lo único que

recordaba en esos momentos era a mi esposa e hijos; estaba preocupado de que les

hicieran algo.

De pronto despierto por un chorro de agua fría y una voz:

—Párate cabrón, aún no terminamos, si esto es nadamás para calentar.

No podía pararme, me levantaron de los cabellos y me arrastraron por un patio húmedo,

me sentaron en una silla y empezaron a preguntarme desde cuándo conocía a David, que

si siempre andaba armado, que en dónde vivía Pancho Lopez y Cristobal, quién

guardaba el dinero y las armas, en dónde se planeaban los asaltos. No contestaba y me

empezaban a dar toques eléctricos; yo les decía que no sabía y que nunca había

participado en asalto alguno, pero esto hacía que se enojaran aún más.

Me volvieron a amarrar en la tabla y empiezan a sumergirme despacio en el agua. El

agua entraba muy lentamente por la fosas nasales, sentía una desesperación, quería

moverme y sacar la cabeza, pero por más esfuerzos que hacía no lo lograba y me tenían

más tiempo sumergido y oía hablar a mucha gente en ese momento con las mismas

preguntas.

Como no contestaba me echaban tehuacán con chile piquín por las fosas nasales. Todo

me daba vueltas y quería que terminaran de una vez.

En ese momento interrumpe uno de ellos y les dice que tenía en el otro cuarto a mi

esposa y a uno de mis hijos y que iba a hablar o si no los torturarían frente a mí. Tenía

temor de que lo hicieran; no estaba seguro si los tenían o no, pero no quería arriesgarlos

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a ellos y acepto todo lo que dicen los que me están torturando de los asaltos y asesinatos

y les digo que David vivía en la Unidad Cabeza de Juárez, y como no sé ni quien pueda

ser Cristóbal y Pancho López les digo que no sé dónde viven y que no los puedo llevar.

Me empiezan a desamarrar y me dicen:

—Si no encontramos a David, te va a llevar la chingada.

AL ASALTO DE LA UNIDAD HABITACIONAL CABEZA DE JUAREZ

Al pasar de regreso por el jardín hacia el carro, me llevan jalando de los cabellos, al

subir, me golpean en la cabeza y vamos a la Unidad Cabeza de Juárez. Adentro del

carro me van jalando de los cabellos y dando golpes en los oídos.

Al llegar preguntan en qué departamento vive David.

—No sé, les contesto, lo veía en la entrada, nunca supe en qué departamento vivía.

Ahí me cambian de carro y me suben a una camioneta y me golpean con saña diciendo

que les había tomado el pelo y que me iba a chingar porque ahora yo iba a cargar con

los muertitos de David.

Me pasan a la parte trasera de la camioneta; se me había aguangado el vendaje de los

ojos y con uno podía ver por dónde íbamos. Más adelante logro ver las torres de

Tlatelolco; ahí permanecimos como media hora y volvió a arrancar la camioneta, pero

ahí subieron, libros, cajas, televisores y demás cosas encima de mí. Hicieron otra

parada, subieron más cajas y propaganda, bastantes libros, ya no cabía nada; todo estaba

encima de mí. Se oía que en otros carros hacían lo mismo.

Llegamos a otro lado; ahí se tardan mucho tiempo, se escuchan muchas voces, se oye

que discuten y luego bajan parte de las cosas que traían ahí. Arrancan y se paran en la

calle Médico Militar.

EN EL CUARTEL DE LA PJDF

Llegando me quitan las vendas y me sientan al filo de la camioneta para fotografiarme.

Había mucha gente, reporteros, grupo zorros, agentes y un grupo especial. Al bajarme

empiezan a accionar sus cámaras. Me llevan agachado hasta los elevadores. Reconozco

a Rocío por sus zapatos azules que se había comprado unos días antes y a otra persona

que iba con ella.

Nos subieron a un piso y nos tiran al suelo, en ese momento reconozco a Sergio

Martínez y a uno más que ya estaba tirado en una esquina, Alfredo Rivera. A Verena le

preguntan si nos conoce, dice que sí.

Hasta ese momento no sabía quién más estaba en ese cuarto. Había muchas máquinas,

computadoras, libros y propaganda. Estuvimos un rato, para que después nos bajaran a

las celdas, a cada uno en una celda. Había mucha gente en los separos, pero no reconocí

a nadie, trataba de ver si estaba mi esposa o algún conocido.

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SE REINICIA LA TORTURA

Después de pasarme al servicio médico, me regresaron a la celda y esa misma noche me

subieron al 5º piso. Me pasaron por el estacionamiento hasta el elevador. Arriba, de

nuevo me golpean y me ponen la bolsa de plástico en la cabeza, me decían que mis

compañeros ya habían hablado y no tenía caso seguir callando, que querían oír de mi

voz lo que ellos habían dicho y que era mejor cooperar, que ya me habían identificado y

querían las direcciones de las casas de seguridad, las armas y el dinero de todo lo

robado, que dónde estaban las demás computadoras robadas al CCH.

Afirmaban que en el Frente de Vivienda Popular de Tlatelolco se hacían las asambleas

del PROCUP y que ahí era donde se planeaban los robos, preguntaban que Roberto que

tenía qué ver con el PROCUP y Roldán Quiñónez a qué nivel estaba dentro del

organismo.

Yo negaba pertenecer al PROCUP y les decía que el Frente de Vivienda Popular de

Tlatelolco era una asociación civil y no había ninguna tendencia política y que a los

mencionados los conocí como solicitantes de vivienda; que a la única que conocía era a

Verena por ser mi cuñada, a David, por ser esposo de ésta y a Alfredo Rivera por ser

vecino de la colonia y no sabía nada más.

Una y otra vez me estuvieron torturando y golpeando para que dijera a quién más

conocía, para esto me enseñaron una lista con 15 o 20 nombres que no conocía.

De ahí me bajaron a la celda y veía cómo sacaban a los demás compañeros y como

bajaban después. En esos días perdí la noción del día y la noche. Al oír que abrían una

celda el cuerpo me temblaba por temor de que vinieran otra vez por mí.

LOS CAREOS DE LOS JUDICIALES

Al otro día me subieron con el mayor Tanús, pero antes me preguntaron en qué asaltos

había participado mi esposa, responiéndoles que en ninguno. Ellos contestaban con

golpes y decían:

—¡Cómo no!, te vamos a llevar con la persona que te va a desmentir y te dirá en cuáles

ha participado.

En la puerta, para entrar con el mayor Tanús, me llevaban dos agentes y a la entrada mi

sorpresa fue ver a mi cuñada sentada frente a mí diciendo algunos asaltos en los que

involucraba a mi esposa y a mí, contestándole que eso era mentira. Al final Rocío niega

que mi esposa (su hermana) haya participado, por lo cual me bajaron otra vez a la celda.

Ese día en la tarde me volvieron a subir al 5º piso a golpearme para que ahora dijera

sobre un asalto a un Financiero y quiénes habían participado. Les dije que no sabía, pero

como pasaba el tiempo en torturas mejor les dije que sí aceptaba mi participación junto

con Sergio, David y no supe decir quién más, porque la policía decía que eran cinco los

que asaltaron, así que les dije que a los otros dos no los había visto nunca.

Pero fue peor, ahora me torturaron para saber quiénes eran las otras dos personas que se

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me había ocurrido inventar para que fueran los 5 que la policía decía. En la noche sale

que Roldán Quiñónez es ―el encapuchado‖ por lo que les había dicho que eran dos

encapuchados que jamás conocí.

De ahí las torturas son para preguntar acerca del encapuchado y me ponen frente a

Roldán para que lo reconociera como el famoso encapuchado, pero no les dio resultado

porque yo no conocía a Roldán.

Esa noche firmé una ―declaración‖ sobre el asalto al Financiero que ahora sé es un

periódico, y el asalto al CCH, pero me obligaron a firmar otras ―declaraciones‖ de los

mismos asaltos, pero involucrando a diferentes personas, siempre bajo las amenazas

sobre mi familia y los golpes que ya eran una rutina. Me obligaban a repetir mi

―declaración‖ y cada cosa que decía mal, o no encajaba me golpeaban, como si yo

tuviera que saber cada paso de lo que según la policía había acontecido. Igual fue el

procedimiento con Deportes América, ellos ya tenían todo listo para que yo firmara y si

me equivocaba al repetir la declaración que me obligaron a firmar, me torturaban

salvajemente.

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Rocío Verena Ocampo Rabadán

Eran aproximadamente las 8:30 de la mañana cuando se presentó en mi domicilio

Aurelio, compañero dirigente de la Unión de Colonos, Inquilinos y Solicitantes de

Vivienda (UCISV). Con marcado nerviosismo me comunicó que Roberto Fernández

había sido detenido hacia algunos minutos en Tlatelolco y que al día siguiente se

realizaría una marcha para exigir su libertad. Precisamos los detalles al respecto y me

dio el número telefónico del Movimiento Proletario Independiente para que en caso

necesario me comunicara ahí.

Como todos los días, fui a la casa de mi hermana. De lejos vi estacionada la combi de

mi cuñado Arturo y no noté nada extraño. Cuando toqué y silbé para que me abrieran

del interior de la combi descendieron ocho judiciales fuertemente armados. Tratando de

ocultar mi nerviosismo bajé las escaleras.

—¿A quién busca?

—A la señora que vive ahí.

—¿Cómo se llama?

—Martha, la señora Martha.

La señora de al lado abrió su puerta en ese momento y aproveché para meterme.

—Vine a ver qué pasa con los desayunos porque ayer llegué muy tarde.

Discretamente me dijo que el ―ejército‖ había llegado a las cinco de la mañana

llevándose con lujo de violencia a Martha, Arturo y sus tres hijos. Simuló contestarme

la pregunta de los desayunos y me despidió. Los judiciales me llamaron nuevamente,

me pidieron que me identificara y me preguntaron por qué silbé. Contesté que no había

sido yo. A unos pasos de ahí pasó un muchacho con una consigna y un puño estampado

en su playera: ―Todo el poder al pueblo‖.

Le preguntaron el significado de la consigna.

—¿No saben que es la CONAMUP?, les contestó.

Aproveché ese momento para retirarme con mis tres hijos. De ese lugar me dirigí a la

casa de mi mamá, como a 10 minutos de ahí; antes de llegar pregunté a un muchacho si

había agentes. Me contestó:

—Sí un montón; están en una casa de dos pisos con puerta roja.

—¿Y los que viven ahí?

—Se los llevaron en la madrugada a todos.

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En taxi, con mis hijos me dirigí a las oficinas de La Trilla, lugar en el que trabaja mi

esposo. Al llegar me encontré a Gustavo, reportero de esa revista, y le pregunté

—¿Qué hay arriba?

—Nada, David no ha llegado, sólo está Miguel Ángel. Sube a hablar con él.

Una vez que entré al edificio dos agentes me franquearon el paso; no podía retroceder.

Pedí el elevador. Un agente estaba adentro. El operador me subió al 5o. piso sin que yo

se lo pidiera. Toqué la puerta de La Trilla. El judicial del elevador no dejaba de

vigilarme. Abrieron la puerta y pregunte:

—Vengo por el trabajo del anuncio donde solicitan promotores.

Un judicial palmeo del hombro a Miguel Ángel, quien en ese momento estaba

encañonado por una pistola y le indicó que me citara para el lunes. Salí y observé que el

edificio estaba rodeado por la policía. Caminé para cruzar la Alameda Central y abordar

un taxi, cuando un judicial me alcanzó corriendo.

—Señora Verena, venga. ¡Acá está David!

—Yo no me llamo Verena y no conozco a ningún David.

—¡Cómo no! Venga, yo soy del PROCUP.

—Yo no soy, usted está equivocado.

Su voz se volvió imperativa.

—¡¿No siga caminando, acá está David!

Mis hijos no aguantaron más la tensión y empezaron a gritar:

—Si mamá, tú eres Verena. Vamos con mi papá, tú eres Verena y mi papá es David!

Gritando y llorando me jalaban hacia donde señalaba el judicial, en ese lugar estaban

estacionados otros vehículos policíacos, en uno de ellos se encontraba Roberto

Fernández.

—No me obligue a golpearla aquí. ¡Vamos!— comenzó a silbar.

—¡Esta bien!, pero dígame ¿por qué me detiene?— me subió a un taxi, me quitó mi

bolsa, la revisó.

—¿Qué le trajiste a David? ¿Dónde está la pistola?

—No tengo pistola y no traje nada. ¡Dígame!, ¿por qué me detiene, a dónde me lleva?

—Yo no sé nada, sólo soy un soldadito que recibe órdenes.

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EN LA PJDF

Llegamos a la Procuraduría del DF, me tuvieron mucho tiempo en el taxi,

continuamente se presentaban agentes y me interrogaban. Todos hacían caso omiso a

mis preguntas acerca de los motivos de mi detención. Entre ellos comentaban: hay que

esperar instrucciones.

Después de mucho tiempo me bajaron del taxi y me condujeron a las oficinas de la

Procuraduría. En las escaleras me encontré a dos periodistas de La Trilla, Gustavo y

Miguel Ángel, a este último le preguntaron si me conocía. Contestó que sí.

—¿Por qué lo negaste hace rato?

—No sé nada hasta que no hable con mi abogado —, contestó.

Entramos a los separos y vi a toda mi familia, incluyendo a mi sobrina de seis meses de

edad. Mi hermana Martha me dijo que a su esposo Arturo se lo habían llevado a otro

lugar y desconocía su paradero. Mi mamá se encontraba muy angustiada.

Entraron los judiciales y me subieron al 5o. piso. Intenté dejar a mis hijos con mi mamá,

pero no me lo permitieron. Junto con los niños me metieron a la oficina de un policía

llamado Salomón Tanús.

Antes de iniciar el interrogatorio ordenó a otros policías que se llevaran a mis hijos

―para que no vean nada‖.

—¿Cómo te llamas?

—Rocío.

—¿Rocío qué?

—Rocío Verena Ocampo Rabadán.

—¿En dónde vives? ¿Quién es Arturo? ¿En dónde vive?

A cada respuesta mía, le seguían una serie de golpes. La licuadora en el cabello, Los

aplausos en los oídos, Los mazapanazos en la cabeza. Aturdida, a punto de perder el

conocimiento, veía en el piso cómo caían mechones de mi cabello.

—Nos vas a llevar a la casa de Arturo; pobre de ti si no nos dices dónde es, si te portas

bien te doy a tus hijos.

Violentamente me sacaron del lugar, no pude ver dónde quedaron mis hijos. Me

subieron a un carro. En el camino sonó la radio. Se detuvieron. Se acercó un judicial.

–Los periodistas. ¡Los periodistas!

Inmediatamente me tiraron en el asiento y se sentaron encima de mí: uno en la cabeza,

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otro en el tronco y uno más en la cadera. Pisaban y pateaban mis pies. Aceleraron el

auto y más adelante se detuvieron en un parque solitario. Se bajaron dos policías y otro

al que le llamaban ―Comandante de la Rosa‖. Después se subió al coche un judicial

vestido al estilo punk; me golpeó salvajemente en el cuerpo y me jaló con saña el

cabello.

—Mira hija de la chingada, no nos vas a tener dando vueltas a lo pendejo. Di de una vez

en dónde vives. ¿A dónde vamos? ¿Dónde está Cabeza de Juárez?

—No sé a dónde vamos, los puedo llevar a Cabeza de Juárez, pero no conozco a nadie

ahí (golpes), déjeme hablar (golpes).

El comandante De la Rosa, ordenó que ya me dejaran.

OTRA VEZ EN TLAHUAC

Emprendimos de nuevo el camino seguidos por una camioneta roja. Llegamos a la

Unidad Ruiz Cortínez en Tlahuac. A la entrada se toparon de frente con un carro que

salía.

Con voz nerviosa y el rostro desencajado gritaron: ¡Alto! ¡Tiren las armas! ¡Bájense!

Del otro carro por las ventanas asomaron varias manos con identificaciones y cañones

de armas. Con cierto alivio, exclamaron: ¡son compañeros!

Uno de los policías que bajaron del otro coche me vio y vociferó:

—Esta hija de la chingada vino aquí en la mañana!, me dijo que venía por unos

desayunos y estuvo chiflando; se metió en la casa de abajo y se tardó mucho con los que

viven ahí.

Conque los desayunos, ¿no? ¡Hija de la chingada! Ya te cargo! a ver, chifla, me dio un

golpe.

—¡Silba!

—No, ¡así no era!

Me golpeaba en el abdomen y las costillas. Volvía a silbar (más golpes). Me jalaron

hasta el departamento de Aurelio.

—Si nos reciben a tiros, me muero, pero tú también y serás la primera—, dijo uno de

ellos.

Cubriéndose conmigo me ordenaron que llamara a Aurelio.

—¡Grítale más fuerte!

Me pusieron una metralleta sobre cada hombro y me sujetaron del cabello. Como no

salió nadie, abrieron la casa; la saquearon; y después continuaron con la casa de José

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Luis. En ella encontraron un recado para dos mujeres; me preguntaron por ellas, les dije

que no las conocía. Eso provocó una nueva lluvia de golpes e insultos. De la Rosa los

contuvo. Me subieron al carro y se estacionaron al frente de la unidad. Un judicial se

subió y me golpeó con una saña increíble.

—¡Hija de la chingada!, creíste que te ibas a burlar de nosotros, por qué no nos dijiste

que vivías aquí? Vas a identificar a todos los que entren a la unidad.

REGRESO AL CUARTEL DE LA PJDF

Después de un rato me regresaron a la Procuraduría.

En la entrada del elevador llevaban a un muchacho, le jalaron el cabello hacia atrás para

que lo viera. Me preguntaron si lo conocía. Contesté que no.

—¿Cómo no?

Negué otra vez. Nos metieron en el elevador, apagaron la luz y nos golpearon

fuertemente a ambos. Arturo se quedó abajo porque no cupo.

Me metieron en la oficina de Tanús.

—¿En cuántos asaltos has participado?

—En ninguno (golpes).

—¿Cómo te apodan? y ¿en cuántos?

—No tengo apodo, me llamo Verena y no he participado en ninguno.

—Mientes (golpes). ¡Traigan al otro!

—Metieron a un tipo llamado Alfredo Rivera, lo hincaron tras de mí. Quise voltear y

me golpearon.

—No voltees.

—¿Cómo se llama ella?, le preguntaron al tipo.

—Verena.

—¿A cuántos asaltos ha ido?

—Al del CCH Sur.

—Párate —le indicaron.

Cuando yo me paré quedé frente a frente con ese sujeto que ya se lo llevaban. Me

golpearon porque me le quedé viendo. Nuevamente me preguntaron si conocía a Chayo

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y Magos, las mujeres de la nota encontrada en la casa de José Luis; me enseñaron

muchas fotos, las observé un buen rato y les dije que no conocía a nadie.

—¡Eres una pendeja!, ¡nada sabes, nada!

Me volvieron a golpear. Me sacaron de ahí. Me pararon al lado de la oficina, ahí se

encontraban tirados Sergio y Arturo. Se veían terriblemente golpeados. Del otro lado se

oían gritos y la pared se cimbraba, como si estrellaran a alguien contra ella. Los golpes

habían minado mi resistencia, sentía que se me doblaban las piernas, me dejé caer en el

suelo.

Después de mucho tiempo nos bajaron a una celda. En el camino pregunté por mis hijos

a los judiciales: ―Nunca los volverás a ver‖. Nos metieron en una celda a los cuatro.

Sentí la impotencia más grande de mi vida. Más tarde me llevaron a una celda sola, y

luego al servicio médico; me dieron un boing. En esos momentos vi a Jaime Laguna y a

Manuel Anzaldo.

Nuevamente me subieron al 5o. piso. En el camino encontré a mi papá, le pedí que se

movilizara con lo de mis hijos. Me pegaron por haberle hablado. Los judiciales de abajo

me trataban muy mal, no me permitían ir al baño y continuamente me insultaban. Me

sentía muy mal y solicité servicio médico; me lo negaron. Reconocí a uno de los

judiciales, uno llamado Jaime, o Jimmy, un drogadicto del rumbo de Villa de Cortés, y a

otro que le decían Starky.

Me subieron al 5o. piso y me interrogaron delante de Roberto Fernández, cuando le tocó

el turno a él, se negó a hacerlo en mi presencia y pidió que lo interrogaran en otro lugar.

Supe que había entregado la documentación de los socios del frente principalmente la

de Sergio, Arturo, José Guadalupe y la mía y, junto con José Cruz, la ubicación de

David en La Trilla. Me subieron a otro lugar con otras dos personas una de las cuales

era Reyna, la primera esposa de David de la cual se había divorciado desde hacía ocho

años.

Cuando la sacaron a ella, se burlaron de mí, me dijeron que si tanto me gustaba como

me ―lo metía David‖ me lo iban a ―meter los 20 que estaban ahí‖. Me ordenaron que me

desnudara porque me iban a violar. Obedecí convencida de que a esas alturas podían

hasta matarme.

Más tarde me subieron y me preguntaron que en cuántos asaltos había participado mi

hermana Martha. Contesté que en ninguno, que ella no tenía nada que ver con actos de

esa naturaleza, así como tampoco nadie de mi familia (cometí el error de mencionar a

mi familia, ya que en adelante me chantajeaban con ellos, además de que por esto

también los tuvieron más tiempo detenidos). Me golpearon y me dijeron:

—En esta tarjeta tengo anotados tres, sólo quiero que tú me digas cuáles?

—En ninguno.

—¡Mientes! (golpes).

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—Está bien, en tres.

—¿Es verdad?

—¡No! (golpes).

—Voy a subir a Arturo, él dice que tú sabes. (Entró Arturo).

—¿En cuántos asaltos ha estado Martha?

—¡En ninguno!

—Ella dice que en tres.

—¡Ella miente! (lo golpean).

Así nos tuvieron un buen rato, me insistían que en cuántos les decía que tres, me

preguntaban si era verdad, les decía que no.

Bajaron a Arturo y siguieron golpeándome. Me preguntaban por Martha, les dije que se

había ido.

—Eso crees —me contestaron.

—¡Aquí la tengo! (me volvieron a golpear).

Por enésima vez me subieron. Hincados en el piso estaban José Guadalupe y Alfredo.

En el camino una tal Chelo, secretaria del policía llamado Tanús, me amenazó y me

dijo: ―Más vale que le contestes a este güey todo‖.

Me preguntaron que si conocía a José Guadalupe; contesté que sí.

—¿Cómo se llama?

—José.

Me jalaron del cabello y me dijeron al oído que le dijera Miguel.

—Mi... Miguel (tartamudee).

—Le tienes miedo a ese negro, ¿verdad?

Se llevaron a José Guadalupe y a Alfredo. Me sentaron y me preguntaron si ya había

comido y si quería algo. Contesté que no, que sólo quería agua.

—Ja, ja, lástima el baño está vacío, pero te vamos a dar en una taza o ¿prefieres

tehuacán?, ja, ja.

Tomé agua y le dije:

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—Mayor Tanús, hablé con el procurador Morales Lechuga y me comprometí a decir la

verdad y eso voy a hacer. No sé nada de David, ¡no sé dónde está!

Me enseñaron varias fotos de él; me preguntaron su estatura, complexión, señas

particulares y que describiera con quién andaba en Tacuba. Describí a Rubén Hernández

Padrón (desaparecido político). Tomaron nota presurosos. Me preguntaron su domicilio,

dije que no lo sabía, acerca de los amigos más frecuentes de David: Roberto Fernández,

Mario Falcón, Adad, Azalea Suárez, Mario Chávez. Me preguntaron si conocía a el

Bigos, dije que no; que si conocía a Víctor Valdés, dije que sí. Por Pancho López, dije

que no. Me enseñaron fotos, sólo identifiqué a Juan Carlos; me leyeron su domicilio y el

de sus trabajos, dije que estaban bien. Me preguntaron si éramos del PROCUP, lo

negué. Que si José Guadalupe era de la Liga, contesté que no sabía. Me leyeron el

domicilio de Gabriel y más cosas que no recuerdo por los frecuentes golpes que me

daban y me aturdían; sobre todo preguntas acerca de la Liga, personas, testimonios.

Tanús ordenó que me bajaran y que se me tratara ―mejor‖.

Al salir de ahí, uno del Ministerio Público les indicó que me dejaran con él, me sentaron

en un sillón. Oí que metían a algunas personas y las golpeaban salvajemente, y ellos

insultaban a los Judiciales. El del MP me enseñó varias fotos y periódicos del PROCUP,

me dijo que los identificara; no reconocía a nadie. Les mostré mis cosas y me bajaron.

Posteriormente me enteré de que ya habían liberado a mi hermano Felipe, el último de

mi familia en lograrlo.

SEGURIDAD NACIONAL

Se presentaron policías de Seguridad Nacional de la Secretaría de Gobernación a

interrogarme en dos ocasiones; en la primera me preguntaron:

—¿Tu eres Rocío?

—Sí.

—¿Te gusta leer?

—Sí.

—¿Qué clase de libros has leído, cuáles te gustan?

—Me gusta la poesía, he leído El quijote, El Mío Cid, Otelo, Romeo y Julieta, Navidad

en las Montañas y ...

—Bueno, nunca has leído El Manifiesto ...

—Sí.

—Y ¿qué opinas?

—Lo leí hace mucho tiempo.

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Sobre la mesa se encontraban dos grabadoras funcionando.

—Tu estudiaste en la Prepa Popular, ¿verdad?

—Sí.

—En qué año?

—En el ‗82; del ‗80 al ‗82.

—Y ¿ahí conociste a David?

—Sí.

—Pertenecía a algún grupo político?

—No.

—Qué tiempo conviviste con él?

—En la escuela como seis meses.

—Por qué partido te inclinas?

—Por ninguno.

—Cuál es la línea política del PRT.

—No sé.

—Que línea política maneja Peter Geller.

—No sé.

—Bueno, a ver, cuéntanos ¿cómo fue el asalto?

—No sé a qué se refieren.

—Dinos, ¿tenían prácticas de salón?

—No.

—¿Practicaban al aire libre?

—No.

—¿En dónde se entrenaban?

—En ningún lado.

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—OK, eso es todo.

En la segunda sesión del interrogatorio me dijeron:

—Confrontamos tus respuestas con otras declaraciones y vimos que nos mentiste. Tú te

llamas Paulina.

—No es verdad.

—Tú militas en la Liga Comunista 23 de Septiembre, desde 1980 y fuiste expulsada en

el ‗83.

—¡No!, milité del ‗82 al ‗83.

—Ingresaste nuevamente en el ‗85.

—No, nunca ingresé nuevamente.

—Dinos, ¿cómo era David?, agresivo, cariñoso, áspero. ¿Cómo?

—Normal.

—¿Se molestaba con facilidad?

—No.

—Cuándo se enojaba, ¿te golpeaba?

—No.

—¿Qué hacía cuando se enojaba?

—Nada; casi nunca se enojaba.

—Su papá y su mamá ¿están separados?

—Sí.

—¿Cuántos hermanos tiene?

—No sé, no los conozco.

—¿Cómo se comporta sexualmente?

—Normal.

—¿Era comprensivo?

—Sí.

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—¿Te daba a leer algún tipo de literatura especial?

—No.

—¿Conociste a los responsables del incidente del 1o. de mayo de 1984?

—No.

—¿Oíste hablar de ellos?

—Sí.

—¿Están todos detenidos?

—No sé.

—Nos falta uno, ¿quién es?

—No sé.

—¡Dime los nombres!

—No los sé.

—El Pato, ¿dónde está?

—No sé.

—¿Quienes son los amigos que más frecuentaba David?

—Los de la mesa directiva del Frente de Vivienda de Tlatelolco.

—Miguel Ángel Ortega, ¿no lo frecuentaba?

—Un poco.

—¿Tú eres socia con él?

—Sí.

—Y los amigos de David, ¿son tus amigos?

—Algunos; cada quien tiene sus propios amigos.

—Mario Falcón, ¿tenía fricciones con David?

—Pocas.

—¿David te obligaba a que le hablaras a Mario Falcón?

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—No, Mario Falcón también era mi amigo.

—Cuéntanos ¿cómo fue cuando los dos sacaron armas en el frente?

—Que yo sepa jamás ha habido armas en el frente.

—¿Sabes cuál es la línea política de Mario Falcón?

—No.

—¿Sabías que pertenece a un partido clandestino?

—No.

—Bueno, eso es todo.

Posteriormente nos presentaron en conferencia de prensa, lo que se dijo ahí no

corresponde a la realidad. Los hechos que se mencionaron los desconozco por

completo; cuando quise aclarar algunas cosas, un judicial se me acercó y me amenazó

de muerte.

De regreso a la procuraduría me llamaron y me preguntaron frente a los muchachos:

—¿Cuál de todos es el más chingón?

—No sé.

—No te hagas pendeja. El José es el más chingón, ¿verdad? o ¿El Sergio?

—No sé.

—Me dan ganas de darte tus chingadazos por pendeja, ¿o me vas a decir que tu eres la

más chingona? para mandarte al Campo Militar.

Se retiraron con sonrisa burlona. Pedimos permiso para lavarnos, pero nada se puede

hacer sin dinero de por medio. Los delincuentes con dinero son liberados, las víctimas

de la sociedad purgan una pena no merecida y los presos políticos son sometidos a

continuas vejaciones, hostigamientos constantes y violaciones a sus más elementales

derechos.

La Policía Judicial mantuvo secuestrados por tres días a mis hijos de seis, cinco y cuatro

años; no se me informó de su estado de salud. Los mantuvieron en deplorables

condiciones durante ese lapso. Toda mi familia estuvo detenida, incluyendo a mis nueve

sobrinos que van de los seis meses hasta los 13 años; amenazaron de muerte, golpearon

y agredieron a mis padres de 60 y 70 años, sufriendo en consecuencia mi madre

parálisis facial y un conato de infarto. Los policías que participaron en el secuestro de

mis familiares, saquearon cuatro casas, de las cuales robaron objetos, aparatos, ropa,

valores y dinero con un monto de más de 80 millones de pesos, aproximadamente.

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GENARO OLIVARES AGUIRRE

Fui detenido como a las 4 de la tarde en un edificio frente al Hemiciclo a Juárez (La

Trilla) junto con un compañero (José Guadalupe Emigdio Berrocal).

Al entrar al despacho donde nos detuvieron, nos preguntaron a qué íbamos, nos

revisaron todas las cosas que llevábamos y a nosotros nos revisaron también, pero al

hacerlo nos separaron poniéndonos de pared a pared. Yo estaba mirando de frente

cuando a él lo voltearon contra la pared y le sacaron una foto, lo vieron de perfil y uno

de los agentes movió la cabeza dando a entender que él no era.

Posteriormente llegó una señorita, cuando ella tocó la puerta luego luego cortaron

cartucho algunos de los agentes, abrieron la puerta y la hicieron pasar, entonces la

sentaron en una silla atrás de un escritorio, preguntándole que a quién buscaba, que no

se hiciera pendeja, porque ellos sabían de sus hijos, que dijera donde estaban, no sé si se

referían a sus hijos o a otras personas que buscaban y ella les decía que no sabía de qué

le hablaban, que únicamente iba a buscar trabajo.

A mi compañero y a mí nos empezaron a preguntar y esculcaron en mi morral, me

preguntaron que a qué íbamos, ―a picar un esténcil‖ les dije, pues tenía unos esténciles

en la mano, y algo de temor porque entre mis cosas cargaba una ―táctica‖ ellos revisaron

y no me la encontraron. Aún así tal parecía que no me creyeron lo de los esténciles,

pues también le preguntaron a mi compañero y él les dijo lo mismo: ―para sacar un

volante para el Curso Social de la Preparatoria Popular Tacuba.‖

Como que buscaban algo más que esto. Tal parece que todo estaba preparado, porque

cuando entramos al edifico se notó muy solo, luego cuando entramos al elevador,

entraron dos o tres agentes, cuando quisimos reaccionar ya era muy tarde, al salir del

elevador, ellos también bajaron. Cuando tocamos, abrieron y nos pasaron, ya otros

agentes se encontraban dentro del cubículo y otros desde afuera viendo quién entraba

para agarrarlo.

Una vez que nos detienen, a la señorita, a mi compañero y a mí, los agentes piden una

unidad para que nos trasladen, diciendo uno de ellos: ―parece que tenemos que

chingarnos toda la noche‖. Nosotros sin saber a donde nos iban a trasladar, nos sacan y

nos meten a un Dart K guinda, nos suben atrás con dos agentes enfrente y otros dos

atrás, cuando nos dimos cuenta nos habían llevado a la Médico Militar, donde cerca de

las 5 de la tarde nos ingresaron a los separos. Desde esa hora hasta como las 12 de la

noche cuando nos sacaron a declarar. Antes de eso se encontraban todas las celdas

llenas de hombres, mujeres y niños, que poco a poco los fueron sacando hasta que

fuimos quedando unos pocos, cuando sacaron a mi compañero para declarar.

Tardaron como 30 minutos más para sacarme a mí. Cuando me sacaron a declarar mi

compañero estaba a mi derecha como a unos 5 o 4 metros. Los que estaban tomando la

declaración me dijeron que ya dijera todo lo que sabía porque mi compañero ya había

declarado.

Me empezaron a preguntar que qué sabía respecto a un robo que se cometió en el

C.C.H. Sur, yo les respondí que no sabía, que desde cuándo lo conocía (a Berrocal)

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-Desde hace mes y medio.

Nos preguntaron por otros robos: mencionaron el de una tienda del ISSSTE y yo les dije

que no sabía, mi declaración duro como 15 minutos.

Nuevamente me regresaron a una celda, mi compañero ya no estaba ahí, también lo

habían cambiado de celda.

RUMBO A...

El día 5 de abril, como a las 12:00 del día nos sacaron y nos pasearon por la calle hasta

llegar a una camioneta en la cual nos subieron y nos hicieron agachar la cabeza, después

de unos 10 o 15 minutos se paró la camioneta y volvió a caminar cuando nos vendaron

los ojos. Luego de entre una hora y una hora tres cuartos de camino, se paró la

camioneta, pero antes, como a la hora y media tomó una carretera de asfalto y como un

cuarto de hora en terracería.

LA CARCEL CLANDESTINA

Cuando se paró, escuchaba que movían tambos, como si estuvieran vaciando agua de un

lugar a otro, después de tres cuartos de hora o una hora me bajaron a mí primero de la

camioneta. Sentí el cambio de temperatura, algo fresco, como unos cuartos o una casa.

Cuando me metieron a los cuartos me dijeron que me volteara, yo sentí la pared enfrente

de mí, hicieron que me despojara de mi ropa, uno de ellos me condujo dos o tres metros

hasta que pisé hule espuma, hicieron que me acostara en una tabla, cuando me

acostaban me dijeron que entonces vería que sí iba a hablar. Una vez acostado me

empiezan a vendar todo el cuerpo quedando algunas partes descubiertas, plantas de los

pies, muslos, testículos. cuello, cabeza (excepto los ojos que nunca me quitaron las

vendas durante la tortura).

EMPIEZA EL INTERROGATORIO

Me empezaron a golpear en el estómago y en el pecho, me preguntaron que qué sabía

con respecto a los vigilantes que habían matado de La Jornada, de asaltos de bancos de

Sonora y en el Estado de México, cuando les dije que no sabía de qué me estaban

hablando, me volvieron a golpear y después alzaron la tabla inclinándola, tocando mi

cabeza con el agua. Me bajaron, me pusieron un trapo en la boca y en la nariz, uno se

subió sobre mis brazos, yo teniéndolos amarrados pegados con el pecho, otro me

agarraba de la cabeza para que no me moviera boca arriba, otro golpeándome y el otro

echando agua hacia el trapo que cubría mi boca y mi nariz, yo sintiéndome ahogar,

durante dos o tres minutos echándome agua, luego me pegaban en el pecho y en el

estómago, me quitaban el trapo y me volvían a preguntar, que qué sabía con respecto al

periódico Madera, yo les dije que no sabía, que lo único que sabía era que habían

destruido su cuartel en Ciudad Madera. Me preguntaron que qué más sabía, yo les dije

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que no sabía más, que eso lo había leído en unas hojas que encontré en la Facultad de

Ciencias.

Después de que me volvieron a pegar y aplicaron otra dosis de agua, me preguntaron

por diferentes nombres entre ellos el de ―David‖ y ―Marín‖, yo les dije que no sabía,

que nunca había conocido a personas con esos nombres

-Ahorita vas a ver como sí conoces.

Empieza otra dosis de agua por los orificios nasales y boca, al terminar ésta preguntan

que si los conocía, yo les dije que no, entonces me empiezan a mojar en todo el cuerpo y

empiezan los toques con cables desde la planta de los pies, luego en las piernas, en los

brazos y luego en los testículos donde sentí mas gacho, entonces también me los

pasaron por la cabeza, sentía como mi cuerpo con los mismos toques se retorcía a tal

grado que me les llegué a zafar de las vendas, me volvieron a vendar y nuevamente, así

me tuvieron buen tiempo.

Después me pararon, me siguieron golpeando en un rincón de ese cuarto, cuando

escuche otra voz que dijo: ―traigan al otro‖.

Uno de los dos o tres que me seguían golpeando me dijo: ―sigue mi voz‖, yo

siguiéndola sin poder ver, me pasaron a otro cuarto donde choque con un sillón,

supongo que era una sala, me dejaron parado encuerado ahí unos diez minutos, cuando

escuché otra voz que dijo: ―se nos pasó la mano, vámonos rápido‖, entonces dijo uno:

―hay que llevarlo a la Cruz de Zaragoza‖, otro dijo: ¡Rápido pendejos!, me aventaron mi

ropa y dijeron póntela rápido, pendejo.

Me vestí cuando escuché nuevamente entre 7 o 9 voces distintas en el mismo cuarto; le

dijeron a mi compañero ―abre la boca‖ y le echaron vino, lo mismo me dijeron a mí, me

echaron un trago de vino, sentí que mi garganta se calentaba rápidamente, aún

temblando de los toques me preguntaron si ya estaba bien, les dije que sí, dijeron:

―¡Vámonos!‖, me llevaron de nuevo a la camioneta, me subieron y luego a mi

compañero,

-¡Ponte boca abajo!, -escuché otra voz:

-¡Dále masaje buey, si no nos joden.

DE REGRESO A LA PJDF

A mi compañero le iban dando masajes, a mí me tenían boca abajo, en el suelo, cuando

vieron que se recuperó dijeron: ―mejor vámonos derecho‖ y hasta casi llegando a la

PJDF, nos quitaron las vendas de los ojos, pero no nos dejaron que los viéramos, nos

daban órdenes de que fuéramos con la cabeza hacia abajo.

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Cuando llegamos nos preguntaron si teníamos hambre, les contesté que sí. Mandaron a

comprar una torta, me comí la mitad pero mi compañero no comió nada, en lo que nos

dieron la torta, se me quedó grabada la cara de uno de los agentes que nos fue a torturar.

Después nos ofrecieron un jugo, que nos tomamos, hasta como las 5:30 o 6 de la tarde

que nos volvieron a ingresar separados, sin poder platicar nada, hasta como a las 8 de la

noche, cuando me llamaron para irme junto con 30 personas más.

Afuera de la PJDF había reporteros tomando fotos y cuando me recibieron nos

nombraban y nos dejaban con la demás gente, en eso escuché que se acercaba una

marcha, sin voltear atrás yo, sino con la persona que me retiré, ella venía volteando, nos

retiramos inmediatamente hacia el metro, una vez que subimos vimos que nadie nos

siguiera, bajamos y volvimos a subir al metro, hasta la estación Chabacano, donde le

conté a la persona lo que había pasado, le dije que anduviera con precaución, después

me retire a mi casa. (Luego me volvieron a capturar).

Compañeros tenemos que salir de esto, seguiremos adelante, por lo pronto les digo hasta

pronto.

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José Guadalupe Emigdio Berrocal

Es 4 de abril de 1990, a las 13:10 hay una asamblea en la Preparatoria Popular Tacuba

sobre un curso social de la nueva generación que ingresará a la UNAM. La asamblea

nombró a una comisión que se encargara de reproducir un volante que hable sobre el

curso social. Se propone que yo integre esa comisión y se nombra a otro compañeros.

Para que se nos facilite la tarea tenemos la opción de ir al SITUAM, las costureras o la

revista La Trilla a mecanografiar el original.

Nos retiramos el compañero —que hasta hoy sé que se llama Genaro Olivares

Aguirre— y yo, José Guadalupe Emigdio Berrocal, a cumplir con la tarea que la

asamblea nos encargó. Por comodidad y para evitar trasbordos en el Metro, habíamos

decidido ir a la dirección que nos dieron de la calle de Juárez, en el lugar donde se edita

la revista La Trilla.

Salimos del Metro Hidalgo a las 16:15, buscamos la calle y comenzamos a buscar el

número, vamos caminando sobre la avenida Juárez de poniente a oriente, llegamos a

una relojería, hay unos seis sujetos, todos de traje, como custodiando una relojería.

Descubrimos el número y nos introducimos al edificio para buscar el local de La Trilla.

Subimos por el elevador al quinto piso, buscamos el número y tocamos.

En esos momentos se abre nuevamente el elevador, desciende una chica baja de

estatura, pelo rubio, ojos claros, complexión robusta, tez blanca, nos pregunta que si ya

tocamos, le comento que sí; para entonces han transcurrido unos 30 segundos.

CAPTURA EN LA TRILLA

La chica, se pasa frente a nosotros y vuelve a tocar, volteo y me percato que se nos

acercan dos sujetos —no podría precisar si bajaron del elevador o subieron por las

escaleras—; en esos momentos se abre la puerta del local de La Trilla. Adentro hay

cinco o seis sujetos, todos nos apuntan con pistolas, dos están tras la puerta y uno nos

abrió la puerta, hay otros en el fondo. El que nos abrió, apuntándonos con su pistola nos

dice:

—Pásenle rápido, no se quieran pasar de pendejos.

Los sujetos que llegan tras nosotros nos empujan y cierran la puerta; alcanzo a observar

que a la chica la jalonean hasta el fondo, al compañero Genaro lo jalan al lado

izquierdo, a mí me paran al lado derecho, comienzan a registrarme, todo esto sin

dejarnos de apuntar con sus pistolas.

Me registran de pies a cabeza, lo mismo hacen con mi compañero —esto está

sucediendo cuando alcanzó a escuchar que a la chica le preguntan que a qué ha ido a ese

lugar—, escucho que la chica responde: ―vengo a ver lo de un trabajo‖, para entonces a

mí me preguntan que a quién busco, les respondo que a nadie en especial.

Todavía no acabo de contestar cuando ya me están preguntando que entonces qué hago

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en ese lugar; les digo que venimos de la PPT para que nos hagan el favor de picarnos

unos esténciles para promover el curso de servicio social de la prepa, en esos momentos

tocan la puerta y rápidamente guardan silencio, sacan sus pistolas, me colocan tras la

puerta, junto al compañero Genaro, alcanzo a ver que a la chica la meten a otra oficina,

un sujeto abre la puerta, se tranquilizan; al parecer son dos de sus compañeros.

Uno de ellos me jala nuevamente, me registra, me pide que saque todo lo que traigo en

las bolsas, saco mi credencial de la Universidad, $50,000 y dinero suelto, me quita mi

credencial y me dice que me guarde el dinero, me pregunta que a quién buscamos, le

contesto que hemos ido a ese lugar para que nos tipografíen un volante, me dice que

dónde está el resto y se lo entrego.

Nuevamente tocan la puerta me pasan detrás de la puerta, sacan sus pistolas, toman

posición, un sujeto abre la puerta, es otro de sus compañeros, me pregunta que a quién

busco, le repito que a nadie en especial, que estamos ahí porque queremos que nos

tipografíen un volante sobre el curso social de la PPT, me dicen que extienda las palmas

de las manos, dice el tira este: ―éste cabrón nunca ha andado en broncas‖.

Al compañero Genaro lo registran, le hacen las mismas preguntas y él responde que

somos una comisión de la PPT encargada de sacar un volante, en esto están cuando de

reojo veo que a la chica la tienen al fondo en un escritorio y un policía judicial la

jalonea de los cabellos y le planta una bofetada, escucho que le dice: ―¡no te hagas

pendeja, tú eres la mujer de David!‖.

Ella responde que no, dice algo más que no logro escuchar, nuevamente veo que la

golpea y le dice ―no te hagas pendeja, tú eres la mujer de David; tuviste un hijo con él y

lo venías a buscar‖.

En tanto esto sucede, a mí me preguntan mi nombre y mi dirección repetidas veces,

como tratando de encontrar una contradicción. Nuevamente tocan la puerta, sacan sus

pistolas, abren la puerta: es otro compañero de ellos. Informa que ya está el carro abajo,

alguien comenta: ―hay que esposarlos‖, otro contesta: ―cómo crees pendejo, se van a dar

cuenta, llévatelos así‖. Otro dice ―nos vamos a tener que quedar hasta la noche porque

siguen llegando‖.

TRASLADO AL CUARTEL DE LA PJDF

Me toma del hombro, hace a un lado su saco y me enseña su pistola, me dice: ―si te

quieres pasar de pendejo te mato‖, le digo que no debo nada y que por lo tanto no le

temo a nada, abre la puerta enfrente de mí sale un judicial, otro camina junto a mí hasta

el elevador, subimos; vienen conmigo el compañero Genaro y la chica, ya en la planta

baja sale un judicial, otro me toma del hombro y me dice que no levante la cara, alcanzo

a ver que sobre la avenida se hacen señas con otros judiciales.

Caminamos como unos 30 pasos hacia el oriente. Un carro viene en reversa, no

recuerdo el color, es 4 puertas, se para frente a nosotros abren la puerta de atrás y me

dicen que me suba. Acto seguido suben a Genaro, después suben a la chica, le dicen que

se siente en nuestras piernas, se sube un judicial junto a Genaro, otro sube junto al

chofer.

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Se pone en marcha el carro, nos dicen que bajemos la cabeza, el carro da vuelta a la

derecha, después de cruzar algunas calles da vuelta a la izquierda. Antes de detenerse

hablan por radio transmisor informando que estamos llegando.

El que está junto al chofer, pide que saquen a uno de los que ya tienen, se me viene a la

mente que van a sacar a algún trabajador de la revista La Trilla; decía entre mí ―que lo

saquen, no conozco a nadie, ni tampoco me conocen‖.

Pregunto cuál es el objeto de nuestra detención, me dicen que me calle. Se baja el

judicial que va junto al chofer y regresa rápidamente y le dice a su compañero: ―rápido,

no hay periodistas‖. Nos bajan apresuradamente y nos meten a un edificio; hasta hoy sé

que estuvimos detenidos e incomunicados en lo que se llama Médico Militar.

EN LOS SEPAROS DE MEDICO MILITAR

Ya en las instalaciones, me piden mis generales, les entrego mis pertenencias, reloj y

dinero así como mi credencial, mi cuaderno de notas de ética, un libro de ética y el

paquete de hojas. Me paran junto a una oficina, a mi derecha está Genaro, junto a él la

chica, después ponen a mi izquierda a un sujeto que hoy sé que se llama Roberto

Fernández Olvera, me pasan con el médico, pregunta que si tengo golpes, le digo que

no; que si padezco alguna enfermedad, le digo que me encuentro en mi última etapa de

recuperación, me pregunta que qué enfermedad, le contesto: Guillén Barren, lo que hizo

caso omiso y me trasladan a una celda.

En esta hay unas 10 personas, unos sin zapatos, otros sin camisa; me percato que las

celdas están repletas de niños, ancianos, jóvenes y mujeres, les pregunto por qué los

detuvieron, contestan que no saben, me entero que a algunos los detuvieron en

Tlatelolco en la madrugada, a otros en lugares que no recuerdo, después meten en la

misma celda a Roberto Fernández Olvera, pregunta que a qué hora nos detuvieron,

también le pregunto y dice que lo detuvieron en Tlatelolco, le pregunto por qué tantas

detenciones, él contesta que al parecer son por el doble asesinato de La Jornada.

Para entonces son aproximadamente 17:30 horas, el tiempo transcurre y como a las

20:00 entra un par de sujetos en la celda, nos preguntan nuestros nombres y nos limpian

las manos con tela preparada para encontrar residuos de detonaciones, se retiraron y no

los volví a ver hasta como a las 20:30, cuando sacan a las mujeres y niños y las forman

para tomarles su declaración.

Les informan que los van a dejar salir, los niños revolotean frente a las celdas, tratan de

averiguar qué sucede, ningún niño ríe, hay un descontento en ellos, saben que

estuvieron encerrados en forma inexplicable. Los adultos saben que fueron privados de

sus libertad por simple prepotencia de la policía judicial, violando las leyes, violando

los derechos humanos, ¿cuáles garantías individuales?, ¿dónde están? Seguramente se

preguntaban todos los niños, viendo como quedaron sus padres privados de su libertad.

Comienzan a llamar a uno por uno para tomarle su declaración preparatoria, el

comentario del carcelero era: ―nomás les toman su declaración y se van‖.

PRIMERA DECLARACION PREPARATORIA

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Serían como a las 2:00 del jueves 5 de abril cuando me llaman a tomar mi declaración,

me preguntan mis generales, ocupación y además me preguntan

—¿Qué sabes sobre el doble asesinato de La Jornada?

—Lo que todo mundo sabe; yo me enteré por el periódico.

—¿Qué sabes sobre el PROCUP?

—Me enteré de esa organización por la revista Por esto!, pero no me consta si existe o

no.

—¿Qué sabes de Martínez Soriano?

—No lo conozco.

Me enseñan una lista con unos 20 nombres y me preguntan que a quiénes conozco,

reviso y le digo que a nadie.

—¿Qué sabes sobre el asalto al CCH?

—Nada.

—¿Qué sabes sobre el asalto a Deportes América?, ¿sobre el asesinato de un policía?,

¿qué sabes sobre el asesinato de los dos policías en Iztapalapa?

A todo respondo que nada.

Un judicial se acerca a la persona que me tomaba mi declaración y dice ―este güey te

está choreando‖, me da un golpe en la cabeza, me pregunta:

—¿Dónde te agarraron?, en Juárez, en la revista La Trilla.

—¿Qué buscabas ahí?

Le comento la razón por la que fui a ese lugar, me contesta ―no mames, a mí no me

chorées porque te pongo en la madre‖.

—¿Qué estudios tienes?

—Pasante de la carrera de derecho.

—Ah ¿sí?, a ver, ¿qué materias se llevan en el tercer semestre?

—No recuerdo exactamente cuáles son las materias que cursé en ese semestre.

—¡Ya ves como nomás me estás choreando —se retira y le dice al sujeto que me

tomaba mi declaración: ―chíngatelo‖

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Concluye con mi declaración, le digo que la quiero leer, me la da y la leo, la declaración

es mía, me dice:

—¿Estás de acuerdo con ella?

—Sí.

—Fírmala.

La firmé, pero fue la única vez que vi esa declaración, ésta jamás apareció en el juzgado

(posteriormente me hacen firmar una declaración que nunca supe de su contenido,

además de una ampliación de declaración en la que tampoco supe de su contenido, y

que son las mismas que aparecen en el Juzgado 4º Penal del Reclusorio Norte).

SE INICIA EL INFIERNO

Me meten a otra celda donde habían unas diez personas. En ésta permanezco hasta las

10 a.m., a esa hora llega un policía que al parecer es un tal ―Tanús‖, pregunta quién es

José Guadalupe Emigdio Berrocal, les digo que soy yo, y dice: ―a este güey me lo

apartan‖.

Como a las 12 me sacan de mi celda y me suben al 4º piso o 5º, no sabría precisar, me

sientan junto a un escritorio, se acerca un judicial y me pregunta:

—¿Por qué vienes?

—No sé ni de qué se me acusa.

—¡No te hagas pendejo! —y me azota la cabeza contra la pared— ¿ya te acordaste?

Le voy a contestar cuando se para sobre mis dedos del pie derecho y me los muele

contra el piso con su peso y sus enormes botas vaqueras.

—A ver si así te acuerdas, pendejo —y se retira.

Minutos después se acerca otro sujeto y sin más me da una patada en la espinilla,

empezaba a entender que por alguna razón que desconocía me esperaban momentos

peores.

Después de varios minutos me levantan y me meten a una oficina; hay varios agentes de

la policía judicial, me enseñan unas ocho fotos, me preguntan que a quiénes conozco,

les digo que a nadie, me dice uno de ellos:

—Ah, conque no. Vas a ver en un ratito que sí los conoces —y me comienza a golpear

en la cabeza (dicen ellos un mazapanazo, un golpe con toda la fuerza del puño sobre la

parte superior de la cabeza que produce aturdimiento).

Todos tratan de tomar parte en el juego de golpearme, dan golpes en los riñones, otros

me golpea en los pulmones de tal manera que me hacen perder la respiración, todo esto

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es a la vez y repitiendo los golpes, a una orden ceden en su sádica tarea. Me vuelven a

preguntar:

—¿A quién conoces?

—A nadie.

Me preparo para recibir la nueva dosis pero no sucede. Me dan un álbum con fotos.

—¿A quién conoces de éstos? —reviso y contesto.

—A nadie.

—¿Donde están los que mataron a los vigilantes del periódico La Jornada.

—No sé y no tengo injerencia alguna sobre esos hechos.

—No te hagas pendejo, tú sabes dónde está Martínez Soriano

—No sé quién es esa persona.

—¿Dónde está David Cilia Olmos?

—No sé quién es esa persona —nuevamente me llueven golpes sobre la cabeza, oídos,

riñones y pulmones.

—¿Cómo no vas a saber quién es Soriano si tú estuviste en tal asamblea (no recuerdo a

cuál asamblea se refería) y Martínez Soriano les dijo ―no se dejen agarrar y quien los

quiera agarrar rómpanle la madre‖.

—Señor, yo no estuve en esa asamblea y no sé de qué me habla.

—¿De dónde eres?

—Soy de la Delegación Xochimilco.

—No te hagas pendejo, tú eres oaxaqueño. Dame tu dirección verdadera.

—Ya se la dije a usted y a todos los que me han interrogado, soy de San Andrés

Ahuayucán, Delegación Xochimilco.

—¿Dónde imprimen la propaganda?

—¿Cuál propaganda?

—No te hagas pendejo, la del PROCUP.

—Ya le dije que no sé de qué me habla.

—¿Sí no eres del PROCUP entonces de qué partido eres?

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—De ninguno.

—Entonces ¿eres de los sin partido?

—Si, si así lo quiere llamar.

—¿No eres del Partido de los Pobres?

—No.

—¿Eres del FNDP?

—Tampoco.

—¡Entonces eres del PRI!

—Tampoco.

—Entonces eres de la gente de Cuauhtémoc.

—No.

—Entonces eres gente de Rosario Ibarra.

—No.

—¿Quieres que te traiga los filmes donde tú estás con ella?

—Tráigalos señor; yo no he estado con ella.

—¿Entonces eres del PRD?

—Tampoco.

—¡Entonces eres del PRI!

— Tampoco señor.

— Eres de la Liga Comunista.

— No, señor.

—¿Y entonces ¿cómo sabes de ésta?

—Para nadie en nuestro país es desconocido que esa organización existió —y con una

sonrisa burlona me despide, gira sus instrucciones. ―Llévenselo y ya saben cómo

tratarlo‖

Alguien me toma del pantalón y me hace caminar de puntitas otro me golpea la cabeza,

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―agache la cabeza, pendejo‖. Ya en el elevador me hace la licuadora como ellos mismos

la llaman, lo toman a uno de los cabellos y con todas sus fuerza —como queriendo

arrancar la cabeza del cuerpo— lo comienzan a uno a agitar hacia todos lados,

quedando uno en un estado de aturdimiento y entorpecimiento incontrolable, a parte del

dolor físico que produce. Me bajan a mi celda, las personas que se encuentran en ella les

noto una fuerte aflicción, seguramente es por el estado en que me regresan.

RUMBO A LA CARCEL CLANDESTINA POR ÓRDENES DEL PROCURADOR

DE JUSTICIA

Una hora después, aproximadamente, me vuelven a sacar de la celda, serían las 13:30

horas del 5 de abril. Al salir de ella el comandante Topo pide que me registren, pero los

judiciales que me sacaron de la celda dicen que no lo harán, que tienen órdenes

superiores y sin más jalándome me obligan a salir. Un judicial dice ―por aquí no, hay

muchos periodistas‖, éstos se encontraban en la entrada principal de Médico Militar.

―¡Sáquenlo por el estacionamiento!‖, contesta el que lleva el mando.

Afuera se encontraba una camioneta color guinda tipo Ram Charger; atravesamos

rápidamente la calle y subo a la camioneta. Me sientan en la parte posterior del lado

derecho y me ordenan que meta la cabeza entre las piernas y me siente sobre las manos.

Estamos en ese lugar unos 10 minutos, de pronto escucho que suben otras personas,

oigo la voz del compañero Genaro, el carro se pone en marcha, pienso que me llevaran a

mi domicilio, como a los cinco minutos se detienen. Me colocan una especie de esponja

en la cara y comienzan a vendarme la cara, cierro los ojos para que no me lastime la

venda. Terminada su tarea un judicial en forma burlona me pregunta:

—¿Qué vez cruz o cuernos?

—No veo nada.

—¡Más te vale pendejo!

Luego de como 30 minutos nos detenemos; me vendan las manos fuertemente a tal

grado que inmediatamente se me adormecen, permanezco unos 10 minutos, por un

momento siento que estoy solo. En eso llega un judicial y le sube el volumen a un

estéreo, transcurren otros 10 minutos. Llegan por mí, me desatan las manos, me bajan

del carro, me colocan una capucha sobre la cabeza tratando de asegurarse que no vea

nada.

EN LA CARCEL CLANDESTINA

Camino por un pasillo muy estrecho. Desde que entro escucho murmullos; identifico la

voz de Genaro, pero no alcanzo a escuchar exactamente lo que dicen; estando en ese

cuarto siento un intenso frío, alguien me ordena: ¡Desvístete!, en eso estoy cuando

siento un golpe en el estómago, estuve a punto de caer. ―¡Rápido pendejo!, no te voy a

esperar hasta que quieras, hijo de tu pinche madre‖.

Termino de desvestirme. ¡Arrímate para acá! me dan un golpe en la cabeza. ―¡Para allá

no!, pendejo, ¿que te tapas los güevos?, ahorita te los vamos a quitar‖, me jalonean, me

colocan en una pequeña barda, me dicen: ―empínate‖. Me agarran la cabeza ―ahorita te

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vamos a coger hijo de tu pinche madre‖; otra voz me dice no te vayas a mover de aquí,

transcurren como tres minutos, parecen que esperan a alguien.

Alguien llega, escucho que ordena ―¡tráiganlo para acá!‖. Alguien se acerca y me jala,

me para enfrente de ese sujeto, comienza el interrogatorio:

—¿Eres profesionista, eres pasante de derecho?

—Sí.

—Entonces te voy a hablar como los abogados, tú eres una persona inteligente.

¿Prefieres un buen o un mal pleito?

—Un buen pleito.

—Pues entonces hable.

—Pregúnteme, yo le contesto.

—¿Quién mató a los de La Jornada?

—No sé.

—¿Dónde está Martínez Soriano?

—No lo conozco.

—¿Dónde imprime su propaganda?

—¿A quién ibas a buscar a La Trilla?

—A nadie, fui ahí para que me tipografiaran un volante.

—¡No te hagas pendejo!, tú ibas a buscar a David.

—No, no lo conozco.

—¿Quién dirige el trabajo en la PPT?

—No sé, acabo de acercarme a la PPT, tengo 20 días que me acerqué a dar clases

—¿Dónde vives?

—En San Andrés Ahuayucán, Delegación Xochimilco.

—No te hagas pendejo, tú eres de Oaxaca.

—No, la dirección que le he dado es donde vivo, puede investigar.

—¿Quién asaltó el CCH Sur?

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—No sé.

—¿Quién asaltó Deportes América?

—No sé.

—Cómo que no sabes si tú mataste al policía.

—Yo no he matado a nadie.

—¿Quién mató a los policías de Iztapalapa?

—No sé.

—¿Qué secuestros tienen preparados?, ¿cuáles son los próximos asaltos?, ¿quién

secuestro a fulano de tal? (no recuerdo el nombre de la persona que me menciona) ¡No

te hagas pendejo!, el secuestro de Guadalajara.

—No sé.

—Quién le aventó la bronca a Salinas de Gortari.

—No sé.

—Está bien; entonces te vamos a romper la madre vas a ver si sabes.

Acto seguido alguien me jala, le digo que si quiere que yo me declare culpable de algún

delito que no he cometido que me entregue una declaración y que yo se la firmo, que no

necesita golpearme. Me dice que no es de la judicial, que es del ―Frente Nacional de

Defensa de Presos y Exiliados Políticos‖ y que aquí no vine para firmar papelitos, sino

para que me rompan la madre.

Me jalan, me sientan en una especie de banco, me ordenan que me acueste y me dicen

―ten cuidado, porque si te caes al pozo ya nadie te va a sacar‖. Me amarran las manos,

los pies y la cintura y comienzan a arrojarme agua helada en la cabeza, en el pecho, en

el estómago, en los testículos, en las piernas, hasta mojarme todo el cuerpo. Mi cuerpo

comienza a estremecerse en forma incontrolable. Alguien de mis torturadores se burla y

me dice:

—¿Ya te prepararon contra la tortura? ¿Los toques? ¿Contra el tehuacán con chile?

—¿Tienes alguna enfermedad?

—Estoy en mi última etapa de recuperación de Guillen Barren.

—¡Pues aquí te va a llevar la chingada! —y de nueva cuenta el interrogatorio.

—¿Dónde está Martínez Soriano? ¿Dónde está David? ¿Dónde son sus citas? ¿Quién

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mató a los policías? ¿Quién asaltó? ¿Quién secuestro? ¿Dónde está el dinero del último

operativo?, etcétera.

Me ponen una bolsa plástica en la cara que me impide respirar; mi cuerpo comienza a

convulsionarse por la falta de oxígeno, siento que los pulmones me explotan, que mi

cerebro va a estallar, que mi cuerpo comienza a perder fuerza, cuando me quitan el

plástico jalo aire con desesperación.

Me golpean en la cara, alcanzo a escuchar que me ordenan que no me duerma, me

preguntan:

—¿Ya despertaste?

—Sí.

—¿Ya vas a hablar?

Y nuevamente las preguntas, una tras otra. Me colocan una tela para impedir que mueva

la cabeza y me comienzan a echar tehuacán por la nariz y la boca, nuevamente no puedo

respirar, siento que en mis pulmones en lugar de aire entra el tehuacán, quemando mis

vías respiratorias.

Mientras tanto alguien me sigue arrojando agua fría por todo el cuerpo, nuevamente me

colocan la bolsa plástica en la cara, agito desesperadamente la cabeza tratando de

respirar pero no lo logro y nuevamente comienzo a caer en un estado de inconciencia.

De pronto siento que me oprimen el pecho y siento golpes en la cara y en el estómago.

Oigo una voz que dice: ―¡Despierta hijo de la chingada!‖, ―dale unos toques para que

despierte‖, siento unas descargas eléctricas en todo el cuerpo que me hacen gritar para

nuevamente caer en un estado de inconciencia.

Siento golpes en el pecho y alcanzo a escuchar que dicen: ―este güey no aguanta nada,

bájalo rápido porque este güey se va a quebrar‖. Logro alcanzar una recuperación

mínima, quieren que camine, pero no puedo. Tienen que jalarme a rastras, me obligan a

ponerme de pie y me echan alcohol en el cuerpo, otro dice: ―préndele un cerillo para

que se lo lleve la chingada‖. No dudaba de que lo hicieran, pero no fue así.

LOS TORTURADORES EN DIFICULTADES

Entonces me dieron mi ropa para que me vista, pero no lo pude hacer ya que mi cuerpo

está entumido. Me dijeron que respirara profundamente, que hiciera ejercicios, lo

intento pero no puedo, les digo que estoy mareado, que me voy a caer.

En eso se acerca un judicial y me ayuda a sentarme en un sillón. Comienzan a

inquietarse por mi situación, en eso escucho que dicen: ―vámonos rápido porque este

güey se va a clavar‖.

Rápidamente me sacan a rastras, me suben a una camioneta. La respiración comienza a

ser escasa, mi cuerpo pierde movimientos, alcanzo a percatarme que la camioneta se

pone en marcha, me desmayo no sé por cuánto tiempo. De repente siento que me

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presionan el pecho, siento que alguien me levanta la cabeza; alguien me da respiración

de boca a boca, no sé por cuánto tiempo.

Al parecer mi respiración se regula. Vuelvo a tomar conciencia de lo que sucede,

escucho que la camioneta lleva la sirena funcionando, siento que la camioneta corre a

toda velocidad, alguien que va enfrente pregunta cómo sigo, que si continúo mal me

lleven a un hospital. ―¡Pendejos, se les pasó la mano!‖. Alguno de ellos pregunta que si

estoy malo, otro contesta ―no nos dijo nada‖. ―¡Cómo no, pendejos, él dijo que estaba

enfermo del corazón y los pulmones!‖

—¿Cómo sigue?

—Parece que ya está mejor.

Alguno de ellos me estira los dedos y los brazos, los tengo engarrotados, me preguntan

que cómo me siento, trato de hablar, pero no puedo articular palabra alguna, siento que

las cuerdas vocales no me responden. Trato de abrir la boca, pero la tengo engarrotada.

Consultan entre ellos que si me llevan a un hospital, alguien responde que no, que

parece que ya estoy mejor. Me piden que mueva los dedos, lo hago en forma

descoordinada y con mucha dificultad, alguien me dice con apremio: ―así, así, mueve

los brazos‖.

OTRA VEZ EN EL CUARTEL DE MEDICO MILITAR

Cuando llegamos a Médico Militar, la camioneta queda estacionada, indican que cuando

me recupere me suban a donde estaba, me preguntan que si ya he comido les contesto

que no, después de no sé cuanto tiempo llega un médico y me toma la presión; le

preguntan que como estoy, el médico dice que tengo muy baja la presión, pero que es

por el estrés al que estoy sometido. Da como instrucciones que me dejen ahí hasta que

me recupere.

Pasan algunos minutos y llega un judicial con dos vasos de jugo de naranja. Uno para

Genaro y otro para mí. Me lo bebo; momentos después me dan un par de tortas, me

dicen que me las coma, obedezco, pero no tengo hambre, me preguntan si ya puedo

caminar y les digo que lo intentaré.

Me ayudan a llegar hasta la puerta, me ayudan a bajar, apenas puedo arrastrar los pies,

entre dos me ayudan a subir los escalones, me llevan de los brazos, llegamos ante el

comandante Topo, me pregunta que cómo me llamo, se me dificulta coordinar mis ideas

y tardo en recordar mi nombre, en eso alguien me llevaba del brazo hasta mi celda.

Estoy muy cansado y no sé por cuánto tiempo permanecí recostado en la plancha de

cemento. No pensaba en nada, solamente en descansar, ya de noche llaman a algunos

prisioneros y les dicen que están libres, yo me incorporo para ver a mi compañero

Genaro, que también se forma para salir.

Momentos antes se acerca un joven a mi lado y me pregunta: —¿Lo torturaron compa?

—No.

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—¿Quiere que nos pongamos en huelga de hambre?

—No, no es necesario —no cabe duda que era un joven valiente.

De repente me llaman:

—¡Órale, vas para fuera!

En ese momento llega un judicial corriendo y dice:

—Ese no sale.

Salen casi todos, a excepción de un campesino que estaba en mi celda y así nos la

pasamos toda la noche.

VIERNES 6 DE ABRIL

Es viernes por la mañana, como las 12 a.m., llegan por mí. Me suben al 5º piso;

nuevamente me enseñan fotografías de personas a las que no conozco, me golpean en

los riñones y la cabeza en el momento menos esperado.

—¡Acuérdese pendejo!

Nuevamente me enseñan un álbum fotográfico, respondo que no les conozco.

—¡Hijo de tu pinche madre! ¿Ustedes creen que matando policías van a hacer la

revolución?

—No entiendo lo que dicen y no he matado a nadie.

En eso uno de ellos saca su pistola y me la coloca en las costillas.

—¡Hijo de tu pinche madre! ¿tu crees que robando y matando policías van ha hacer la

revolución? ¡Expropiaciones! ¿cuáles ―expropiaciones‖, se llaman robos —sin dejar de

clavarme la pistola en las costillas me siguen gritando— ¿Qué no se dan cuenta hijos de

la chingada que el país cambia, que todo el mundo está cambiando? ¿Qué no han leído

la ―perestroika‖ de Gorvachov?, Alemania, Nicaragua, ¿qué no se dan cuenta que

también nuestro país, que sólo falta el pinche loco del Fidel Castro que no quiere

abandonar su isla?

—Sabe, estoy de acuerdo con lo que acaba de decir, pero tomen en cuenta que no sé

nada de Oaxaca como tanto me han insistido, soy de Xochimilco.

Alguien de ellos dice que me calle y que deje de decir pendejadas. Nuevamente me

golpean la cabeza, ―¡agaché la cabeza! —me ordenan. Un judicial se acerca diciéndome:

—¡Hijo de la chingada!

Sacando la pistola, otro dice:

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—¿Lo retiro?

Me jala del hombro hacia atrás, otro dice ―no me vaya a salpicar el escritorio‖.

Las preguntas continuaron. ¿Qué entrenamiento militar has recibido?, ¿entrenamiento

coreano? ¿Guerra de guerrillas?, me mencionaron otros que no recuerdo. Les contesté

que no he recibido ningún tipo de entrenamiento.

—¿De dónde eres?

—De San Andrés Ahuayucán, Delegación Xochimilco.

—No te hagas pendejo. ¿Cómo te llamas?

—José Guadalupe Emigdio Berrocal.

—No te hagas pendejo, tú eres Miguel.

—Soy José Guadalupe Emigdio.

En ese momento me enseñan dos fotografías:

—¿Conoces a estos?

—No.

—¿Quieres que te los traiga y que te digan en tu cara que eres Miguel?

—Háganlo, pero yo no soy Miguel. Soy José Guadalupe.

—Ya son tres los que me dicen que tú eres Miguel. Tráiganle a uno —ordena, y me

ponen a una persona a la vista, me preguntan— ¿Lo conoces?

—No.

Entonces le preguntan a esa persona (Alfredo)

—¿Lo conoces?

—Sí.

—¿Cómo se llama?

—Se llama Miguel.

—¿Dónde lo conociste?

—En la casa de Gabriel.

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—¿Dónde?

—Allá por San Andrés, por Xochimilco.

—¿Y qué tenía?

—Un cuerno de chivo; ellos le decían alka seltzer.

—¿Qué más?

—Unas máquinas de impresión.

—No, esta persona me está confundiendo, no soy Miguel, soy José Guadalupe Emigdio

Berrocal.

—Está bien. ¡Llévenselo!

—¿Quieres que te traigamos otro y que te diga que eres Miguel? —dirigiéndose a un

agente le dice— tráite a otro.

En eso me dan otro golpe en la cabeza.

—¡Agache la cabeza güey —me dicen y luego ¡voltea!

Ahora me han traído a una mujer (Verena). Me preguntan: ―¿La conoces?‖, les digo que

no. Le preguntan a esta chica, ¿cómo se llama?, responde en forma nerviosa José

Guadalupe. En eso le gritan.

—¡No!, ¿cómo nos dijiste hace rato que se llamaba?

—Es que dije muchos nombres, no sé como se llama él

—Dilo, no tengas miedo. Me dicen— ¡voltea para acá!, de tal modo que no estemos

frente a frente con mi identificador—.

—¡Anda, dile que se llama Miguel!

—Llévensela.

—¿Eres Miguel o no?

—No, no soy Miguel; me están confundiendo.

Los golpes llueven sobre mi cabeza, oídos y riñones.

—Señor judicial —le digo—, si usted quiere que me declare culpable de algún ilícito

que no he cometido, tráigame una declaración y yo se la firmo, no necesitan estarme

golpeando. Si a final de cuentas voy a tener que firmar lo que ustedes me den. Ayer me

torturaron, estuve a punto de morir... —cortan mi intervención con un golpe.

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—¡Cállate güey!, al jefe no le alces la voz —y el jefe me dice:

—Al parecer eres muy hombrecito, ojalá y me aguantes, porque si no te voy a romper

toda tu puta madre. Lo de ayer no fue nada, así es que habla de una vez ahorita, porque

cuando te empiece a chingar y si a la mitad quieres hablar ya no te voy a dejar. ¿Me

entendiste?

—Sí.

—Habla, te escucho. ¿Dónde está Martínez Soriano? ¿David?, si tú no mataste a los de

La Jornada, ¿dónde están los que los mataron?

—No sé nada de todo lo que me están preguntando.

—¿De veras no sabes nada de lo que te estamos preguntando Miguel?... Háblame de los

operativos del norte, háblame del operativo de Azcapotzalco donde mataron a dos

policías.

—No sé nada de lo que me están preguntando, ya le dije señor judicial que si usted

quiere que le firme una declaración donde me declare culpable de ilícitos que no he

cometido, démela y yo se la firmo.

—Ni madres, aquí te va a llevar toda tu pinche madre. ¡Llévenselo! y ya saben: cortito.

No lo dejen hasta que hable.

Me dan un golpe en los riñones: ―órale güey, vente para acá‖, me meten a una oficina.

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Jorge Santos Ramírez

6:00 am, me encuentro en mi casa arreglándome para irme hacia la estación de

camiones TAPO, para asistir al curso de la Preparatoria Popular de Tacuba (PPT)

6:05 am, se oyó gente que corría alrededor de mi casa y empiezan a ladrar mis perros.

Oigo que gritan mi nombre, me asomo por la ventana, y veo al compañero Genaro

(íbamos juntos al salón de clases en la PPT; él también asiste al curso).

Lo tenía amenazado un judas con una metralleta y como 30 más alrededor de mi casa;

voy abrir la puerta y siento un golpe en el pecho con la culata de una metralleta, que

hasta el suelo voy a dar, me levanta de los pelos un pinche gorila como de dos metros de

alto, me hace una licuadora (te agarran de los pelos, te sacuden de un lado para otro y

casi te desgreñan) y unos telefonazos (golpes con las palmas de sus manos en oídos y

sienes).

—A ver hijo de la chingada, me vas a dar las armas, municiones y propaganda

subversiva que tengas, cabrón.

—No sé de qué me habla.

—Te haces pendejo cabrón (golpe al estómago).

—¿Quiénes son ustedes?, identifíquense.

—Somos tus padres, pendejo, y sacamos la verdad, y si no te chingamos de todos

modos (me da un rodillazo en el estómago). ¿Quién más vive aquí, pendejo?

Mi mamá y mis hermanos son despertados brutalmente, los ponen en un rincón de la

casa, amenazados con metralletas y pistolas y empiezan a catear la casa que está

infestada de judas. Mi mamá les pregunta qué buscan y qué quieren.

—A tu pinche hijo, que está en contra del sistema; por asesinar a los policías de La

Jornada, por pinche guerillero mierda.

Se llevan ropa y dinero, me sacan con las manos atrás y cabeza abajo y con la metralleta

en la espalda; los vecinos se dan cuenta de la agresión y los judas les dicen: ―¿Qué ven

pinches babosos? Metánse a sus casas o les plomeamos el culo.

Veo de reojo la calle repleta de carros de judiciales, calculo que eran 30 o 40 carros.

—¿Qué ve güey —y me golpea un riñón (oigo varias voces).

—¿Dónde lo echamos jefe? ¿Qué, en éste?, órale cabrón para arriba.

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Me suben a una suburban de color negro con gris en la parte de adelante y me empiezan

a preguntar:

—¿Cómo te llamas cabrón?

—Jorge.

—¿Es el verdadero o tienes otro.

—Es el único.

—Nos vas llevar a tu otras casas, porque queremos hablar contigo y chance y te

soltemos. ¿Entendiste?

—Sí.

—¿Por donde es güey? (me golpea en el riñón y telefonazos). ¿Cómo te conocen en la

guerrilla? ¿Quién hizo los números de Madera, que trabajo hiciste tú en éste?

—No sé de que me hablan, ni sé qué es lo de Madera.

—¿Ah sí güey? (me hacen licuadoras y golpes al riñón y al estómago), ahorita te

sacamos hasta las tripas.

—¿Quién es el mero mero del PROCUP? ¿A quién conoces de estos?

Me nombran a varios (pero no recuerdo de ninguno ahorita, ni los había oído mencionar

antes).

—¿No?, te haces pendejo, ahorita vas a ver cabrón.

Llegamos a mi otra casa, me meten en un cuarto, me toman de la sudadera y soy

estrellado de pared en pared y golpes al estómago y riñón.

—Habla, ¿qué sabes de lo de La Jornada?

—Nada.

—Nada, hijo de la chingada, ¡trae una bolsa! Vas ver como hablas (me ponen una bolsa

de plástico en la cabeza y me empiezan a golpear en el estómago, yo jalo

desesperadamente aire, me quitan la bolsa). ¿Va a hablar güey?

—No sé de qué hablan.

—Que ya nos los llevemos. Vas a ver lo que te espera, cabrón, si no cantas.

Me sacan de la casa, me llevan al carro, llega mi mamá y hermana diciéndoles a los

judas ―¿por qué se lo llevan? ¡Suéltenlo!‖

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—No se preocupen, me preguntan cosas que desconozco, mejor llamen un abogado, les

digo.

—Ya güey, súbete por que de aquí te vas al campo militar y de ahí no sales.

Me suben al carro, sobre Genaro en el suelo, me pisoteaban en el transcurso a la PGR.

Llegamos a la que se encuentra en la estación del Metro Pino Suárez; somos llevados al

quinto piso. Nos ponen en un cuarto agachados y sobre el piso, nos llevan a uno por uno

ante el MP. Me toca mi turno y me rodean los judas que fueron por mí.

—MP: ¿Cómo te llamas, edad, firma y cómo te trataron los que fueron por ti?

Me aprieta la mano uno de ellos y volteo a ver a los demás que me miran

amenazadoramente y tengo que responder que bien.

—MP: ¿Seguro?, porque hay otros que se quejan de ellos ...

—Seguro (me llevan con ellos nuevamente).

Cambia el turno, al lapso de una hora o dos nos llevan a los sótanos y ahí, ante el

médico. Nos hace nuestro examen médico, poniendo que no presentamos golpes o

marcas. De ahí nos llevan a los baños y nos dan un baño de agua fría a seis personas.

Los padres de Genaro están detenidos junto con nosotros, llevan las mismas torturas.

Nos llevan al tercer piso y nos despojan de nuestras pertenencias, nos meten a unas

celdas repletas de lacras; como a la hora de estar ahí nos llevan al quinto piso, ante el

comandante De la Rosa y otro que no recuerdo y nos acusan a Genaro y a mí ser

militantes del PROCUP. Le decían a los papás de Genaro y a otros dos chavos que iban

a salir dentro de una o dos horas, cosa que no sucedió.

Nos decía el comandante De la Rosa que Genaro y yo nos vamos a chingar por pendejos

y que nos van a tener a puro pan y agua, que nos iban a llevar al campo militar número

uno. Nos llevan a los sótanos nuevamente donde estamos incomunicados, nos ponen en

una celda a los cinco hombres y a la mamá de Genaro en otra, había otras celdas donde

hay uno en una cada de ellas y donde se veían que estaban brutalmente golpeados.

Cada rato pasaban judas y nos amenazaban psicológicamente. Todo ese día estuvimos

sin tomar alimentos, a cada rato se llevaban a chavos de las otras celdas y regresaban

brutalmente golpeados.

Al día siguiente, domingo 8 de abril, van varias personas con los judas señalando de la

celda a Genaro y a mí; a la media hora llegan a tomarnos fotos a todos. Ese día sólo

comimos tres piezas de pan bimbo blanco y tomábamos agua de los baños.

El lunes 9 de abril, como a las ocho de la mañana empezaron a llegar varios agentes y

empezaron a sacar a uno por uno y a regresarnos a nuestras celdas; se nos decía que nos

iban a llevar a los medios de comunicación y que íbamos a decir que éramos militantes

del PROCUP, y que nos íbamos a hacer responsables de varios delitos a mano armada

así como otras cosas.

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Luego se nos llevó, con un dispositivo de seguridad muy fuerte, después de estar con los

medios de comunicación donde los judas se alzaban el cuello porque supuestamente

ellos lograron atrapar a los responsables de esos asaltos, pero solo éramos chivos

expiatorios. De ahí no llevaron a los sótanos y seguían las amenazas y torturas

psicológicas sobre nosotros, ese día tampoco probamos alimentos.

El martes 10, aproximadamente como a la una de la mañana, se nos sacó a uno por uno,

y se nos llevó ante un espejo donde del otro lado estaban los testigos que vieron los

homicidios de La Jornada y los asaltos que se nos achacaron pero la gente decía que no

éramos nosotros. Nos tomaron nuestras huellas digitales y se nos fichó; como a las dos

de la mañana soy sacado de la celda y llevado a un cuarto donde dos judas me empiezan

a golpear los riñones, me vendan los ojos y me ponen una bolsa de plástico sobre la

cabeza y me golpean el estómago; me quitan la bolsa y me dicen que firme un

documento, el cual quiero leer y me dan un telefonazo y me vuelven a aplicar otro

bolsazo. Me dan un rodillazo en los testículos.

Y es así como firmo una declaración falsa. Como a la hora salen los papás de Genaro y

otros dos chavos que estuvieron detenidos todo el tiempo para que Genaro se echara la

culpa con tal de ver libres a sus padres.

Aproximadamente como a las ocho o nueve de la mañana llega una panel y somos

trasladados al Reclusorio Norte.

El miércoles 11 de abril Genaro y yo somos absueltos por el juez por falta de elementos

para procesar y salimos. Genaro sin embargo, quedó a disposición de la PGR y lo

llevaron otra semana a interrogatorio a los separos de López y actualmente se encuentra

en el Reclusorio Oriente; los otros seis chavos se quedaron en el Norte, a los cuales yo

nunca los había conocido y mucho menos visto.

Estuve una semana en cama, debido a que no probé alimentos y por los golpes en los

riñones.

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David Cilia Olmos 13 de octubre de 199013:00 horas, Metro Zaragoza

La vi venir presurosa y espantada, muy espantada; me vio y siguió caminando de frente

como si no terminara de reconocerme; pasó junto a mí y me paré para emparejarme a su

paso.

—¿A dónde vamos? —pregunté.

Sentí una mano firme que me detenía del brazo derecho; volteo a ver de que se trata y

veo a un sujeto deteniéndome, no lo reconozco. ―Debe ser una equivocación‖, pensé,

cuando más manos me tomaron ahora del brazo izquierdo y me lo tuercen; otro del

cuello; el otro brazo quedó igualmente torcido.

—¿Qué les pasa? —quedé de pronto frente a ella.

—¿Viene contigo?

—No. ¿Qué les pasa?

—Tú eres David Cilia.

—No señor —ya me levaban arrastrando hacia un carro.

—Tú eres David Cilia Olmos.

—No señor, yo soy Gilberto Aranda.

—No te hagas pendejo.

Vi un carro azul, en la puerta PJDF y una matrícula; me metieron violentamente en él.

—Tú eres David Cilia Olmos.

—No señor, yo soy Gilberto Aranda.

—¿Cómo dices que te llamas?

—Gilberto Aranda Cervantes, señor.

Entre golpes me ordenaron:

—¡Bájate los pantalones! —lo hice, me golpearon más.

—Tú eres David Cilia Olmos.

—No señor.

—No te hagas pendejo —más golpes.

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—¿Por qué te enchinaste el pelo?

—Así es mi pelo, señor —más golpes.

—No te hagas pendejo.

—¿Qué te hiciste en la nariz?

—Tengo el tabique desviado —más golpes.

—¡Levántate el labio!

No podía, el labio no me respondía por la operación.

—¡Levántatelo!, hijo de la chingada.

Con mi dedo índice lo levanté sintiendo un gran dolor.

—¡Es él!

—¡Clave 2!, ¡Clave 2! (confirmado).

—Ya, ya está

El agente 2312 (después lo identifiqué) seguía como histérico gritando:

—¡Dale clave 2, clave 2! —Estaba desesperado, arrancaron con gran nerviosismo.

—Dale vuelta aquí.

—No hay salida.

—¡Dale vuelta!

—No, no hay paso, está cerrado.

—Dale clave 2! ¡Dale clave 2!.

Circulaba el carro sobre Zaragoza, a gran velocidad, pero con un curso errático, como si

no supieran qué camino tomar.

—¿Cómo te llamas?

—Gilberto Aranda.

—No te hagas pendejo.

—Ahorita nos vas a decir cómo te llamas.

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—¿Quién venía contigo?

—Nadie, venía solo.

—Llegando allá vas a ver como sí eres David Cilia Olmos.

—Yo soy Gilberto Aranda.

—Tú eres David Cilia Olmos, tú eres del PROCUP, tú mataste a los de La Jornada.

—Yo no maté a nadie, yo soy Gilberto Aranda.

—Ahorita vas a ver si no eres.

Me pareció en ese momento que era inútil negarme, con certeza sabían mi nombre y

todo lo demás; siguieron preguntándome:

—¿En cuántos secuestros has participado?

—En ninguno.

—¿A cuántos bancos le has pegado?

—A ninguno.

—No te hagas pendejo, ¿cuántos policías has matado?

—A nadie.

—Ahorita vas a ver lo que es hablar, te va a llevar la chingada.

En lo personal no me podía espantar con eso porque yo estaba muy cierto de lo que me

iba a pasar el día que me detuvieran, desde que murió Gervasio en mis brazos por las

torturas que durante días le aplicaron los agentes; desde que Rafael me contó llorando la

forma en que lo habían torturado y para culminar me dijo que a él le había ido bien

porque a Víctor Acosta la había pasado mucho peor que a él; desde que Irineo García

Valenzuela me relató y yo grabé su testimonio en una casa de seguridad de Guaymas, y

más ahora que sabía muy aproximadamente la forma en que habían torturado el 4 de

abril a Arturo Becerril, mi concuño, a Felipe Ocampo, mi cuñado, a Verena, mi esposa,

a Sergio Martínez y a José Guadalupe Emigdio Berrocal; sabía lo que se me esperaba,

tanto me había cagado de miedo de esto desde el ‗78, que creo que el miedo a las

torturas ya se me había agotado y sólo tenía miedo de delatar, un miedo terrible de

perder mi dignidad.

—Ahórrate palabras, yo sé en qué situación me encuentro.

—No sabes, no, no sabes lo que te espera.

—Yo sé en qué situación me encuentro.

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—Entonces, ¿vas a hablar?

—Soy responsable de todo lo que hago, y no tengo nada de qué avergonzarme.

—¿Por qué mataste a los de La Jornada?

—Al chile cabrón... —estaba yo indignado.

—No le hable así al comandante —me golpean la cabeza.

—Al chile...comandante, agente, o lo que seas

—No le hable así al comandante, ¡hijo de la chingada!

—Al chile agente, soy David Cilia Olmos, soy militante de la Liga Comunista 23 de

Septiembre, respondo por todo lo que he hecho y por todo lo que haya hecho la Liga,

pero no tengo nada que ver con el PROCUP.

Llegamos al cuartel de la PJDF en Médico Militar, los agentes de otros carros realizan

un gran despliegue para ver si no hay periodistas.

—Bájate. —Me abren la puerta del carro, están nerviosos. Me jalonean del brazo para

que salga rápido.

—¿Con los pantalones abajo?

Les molesta esta contrariedad, por fin me meten; no atinan a dar una explicación en la

entrada, no me registran, me suben al tercer piso, me toman tres fotografías con una

cámara Polaroid, estoy esperando que me revisen por si traigo armas ocultas o que me

pasen a báscula para ver qué cosas útiles puedo traer para ellos, pero no lo hacen, están

agitados, entran y salen, salen y buscan, regresan y preguntan, no se terminan de poner

de acuerdo.

—¿Cómo te llamas? ¿Cuántos años tienes? ¿Cómo se llama tu esposa? ¿Cuántos hijos

tienes? ¿Cómo se llama tu papá? ¿Y tu mamá? —etc., preguntas generales.

—¿Quién era la persona que venía contigo?

—No sé, yo venía solo.

—No, no venías solo, venías con una mujer.

—No sé, yo venía solo.

—¿Cómo se llama la mujer?

—No sé.

—Ahorita vas a ver como sí sabes —dirigiéndose a otro— ¿Qué le han sacado?

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—Nada, dice que no lo conoce.

—Entonces es de la Liga. Rómpanle la madre hasta que cante.

—¿Cómo se llama?

—No sé, no venía conmigo, no la conozco.

—¿Qué hacías caminando con ella? —el que me hace esa pregunta esboza una

asquerosa sonrisa lasciva— Te la coges, ¿verdad?

—No, no la conozco.

—Te la estás cogiendo, ¿verdad?, ¿está buena?

—No me la cojo, no la conozco. —Interrumpe una voz de un agente que viene de afuera

del lugar en que me encuentro, en son de queja:

—Pinche vieja, ya ensució la oficina, hija de la chingada, y apenas empezamos.

Sinceramente no podía imaginar que fueran tan torpes que no la hubieran detenido y

suponía que la iban a torturar salvajemente.

—Está bien, está bien, es una compañera.

—Tenías cita con ella.

—No, sabía que iba a pasar por ahí.

—¿Se habían puesto de acuerdo?

—No, siempre pasa por ahí a esa hora.

—¿A qué hora?

—De una a una y media; la busqué para pedirle dinero.

—¿Te la andas cogiendo?

—No, es mi amiga.

—¿Es de la Liga?

—No.

—¿Cómo se llama?

—Yolanda —fue el primer nombre que se me ocurrió.

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—¿Yolanda qué?

—No sé, sólo sé que se llama Yolanda.

—¿Y cómo sabes tanto de ella?

—Siempre pasa por ahí.

—Ahorita vamos a confirmarlo con ella y se los va a llevar la chingada a los dos.

El interrogatorio siguió por mucho tiempo, muchas veces repetían las mismas

preguntas; siempre obtuvieron las mismas respuestas.

—Dónde te operaste?

—En Brownsville, Texas.

—¿Cuanto te cobraron?

—No sé, yo no pagué, pagó la familia con la que vivía.

—¿Con quién estabas?

—Con un tío abuelo

—¿Cómo se llama?

—José Rodríguez.

—¿José Rodríguez, qué?

—No sé.

—¿Dónde vive?

—En Brownsville.

—¿Es ciudadano norteamericano?

—Sí.

—Su dirección, ¿cuál es?

—Palm Alice Circle número 19.

—¿Qué colonia?

—No hay colonias en Brownsville.

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—¿Qué dirección?

—Palm Alice Circle número 19.

—¿Cómo pasaste?

—Por el río.

—¿De mojado?

—De mojado.

—¿Quien te ayudó?

—Nadie.

—¿Cómo te fuiste?

—En camión.

Interrumpe la misma voz:

—La chava dice que no se llama así.

—¿Cómo se llama? ¡A nosotros no nos estés choreando, hijo de la chingada! A la chava

la vamos a reventar también, mejor habla.

Para mí la situación es desesperante, sé de lo que son capaces con las mujeres. Mentí:

—Mira, la compañera es del Comité Eureka, ahí tú sabes si la siguen torturando.

—¿Qué es el Comité Eureka?

—El comité pro defensa de presos, perseguidos y desaparecidos políticos, Eureka, que

dirije Rosario Ibarra de Piedra.

Hay desconcierto, tardan en hacerme la siguiente pregunta.

—¿Y qué hace ahí?

—No sé, es algo así como la segunda de Rosario Ibarra de Piedra.

—¿Cómo la conoces?

—Participe en una huelga de hambre; ahí la conocí, le iba a pedir dinero prestado.

Sale el principal interrogador, pero el interrogatorio continúa.

—¿Cuándo llegaste de Brownsville?

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—Hace dos días.

—¿Dónde te quedaste?

—En un hotel.

—¿Cómo se llama?

—No sé.

—¿Donde está?

—En Reforma y Eje Central, por el Eje 1 Norte.

—¿Con quién te quedaste?

—Solo.

—¿Dónde están tus cosas?

—No tengo cosas.

—¿Dónde lavaste y planchaste tu ropa?

—Con esta ropa vine desde allá.

—¿Dónde tienes el dinero?

—No tengo dinero, ya se me acabó.

—¿Con quién estás en el hotel?

—Solo.

—¿Está armada la persona que te espera en el hotel?

Interrumpe alguien, cuchichean, movimientos, me llevan a una oficina, ahora sé que son

de un tal ―Nico‖ (Nicolás Suárez Valenzuela, director de no Investigaciones

Especiales). Otra vez las mismas preguntas y otras:

—¿Qué tipo de entrenamiento recibiste?

—Ninguno.

—A ustedes los entrenan en la Patricio Lumumba o en Corea. ¿Dónde te entrenaron?

—En ningún lado.

—¿Quién te entrenó?

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—Nadie, tenemos varios manuales para aprender.

—¿Quién los hizo?

—No lo sé. Los llamamos Tomo Militar I y Tomo Militar II.

—A ustedes los adoctrinan en la Patricio Lumumba.

—Mira, la Patricio Lumumba es del PCUS y la Liga no tiene ninguna simpatía por el

PCUS.

Como que se pregunta el agente 2312 (ahí le veo la placa) qué será el ―Pecus‖, y me doy

cuenta de que no estoy ante profesionales. Se escucha por un teléfono celular las

respuestas de Nico:

—Sí, señor, aquí lo tenemos.

—Vas a hablar con el procurador —me dice Nico, y me da un teléfono celular.

—¿David? —se escucha una voz que pregunta a través de la línea, no sé realmente con

quién estoy hablando, pero contesto:

—Habla David Cilia Olmos.

—¿Que tal David? ¿Cómo has estado? ¿No te falta nada? ¿Ya comiste?

—Tengo severos dolores de cabeza —es lo único que se me ocurre de mi situación,

pregunto: ¿Usted es...?

—Yo soy Ignacio Morales Lechuga, Procurador de Justicia del Distrito Federal. Mira,

—continúa— no vamos a tratar de resolver esto por la vía no violenta (―La negación de

la negación‖, pensé).

—Querrá decir que no vamos a resolver esto por la vía violenta.

—Es cierto, tienes razón. Ya di instrucciones...

—Sí, porque lo contrario...

—Bien, David, mañana nos vemos.

—Eso espero.

De nuevo interrogatorios, sobre todo sobre la persona que me acompañaba.

—¿Cómo es?

—Ustedes la vieron.

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—Es bajita, gordita y blanca, ¿verdad?

—Sí, ustedes la vieron.

—Pero ¿cómo es? ¿Dónde vive? ¿A dónde iba? ¿Se metió al Metro?

—No sé.

Montaron un operativo para irla a buscar, supongo; mientras un ex agente de la Brigada

Blanca me decía que iba a escribir todo, desde mi ingreso a la Liga, aunque luego

corrigió y dijo que todo desde por qué me había inclinado hacia el marxismo. Querían

que escribiera exactamente la mitad de lo que llevo vivo. Empecé. Cada hoja que

terminaba me la quitaban de inmediato y salían; al rato regresaban a interrogarme.

—¿Y cómo se llama Fernando?

—No lo sé.

—¿De dónde es?

—No lo sé.

—¿Dónde está ahorita?

—No lo sé.

Se iban luego de que yo les daba una descripción física y regresaban.

—¿No es el Piojo Blanco?

—No sé, un día vi una foto en la prensa y decía que se llamaba Miguel Angel Barraza

—, cuchichean.

—¿No es el Piojo Negro? —la pregunta es entre ellos.

—Creo que sí, —contesta uno de los agentes— pero ese ya murió —ahora se dirige a

gritos a mí— ¡Otros! ¡Otros!

Llevaba ya unas diez hojas cuando regresaron muy enojados.

—Nos estás choreando, dinos nombres, direcciones.

—En la Liga no hay nombres ni direcciones.

A estas alturas me ofrecen un cigarro, yo tengo calentura, los últimos días la había

tenido acompañada de fuertes dolores de cabeza; tengo la garganta reseca y dificultades

para respirar.

—No, si en cambio tienes agua.

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Me dan agua y mi trabajo se ve interrumpido por los que van revisando lo que llevo

escrito, que regresan cada rato a preguntar y precisar y vienen a amenazarme porque los

estoy choreando; yo en cambio estoy dispuesto a seguir escribiendo todos los días que

sean necesarios.

—Nos vas a llevar al hotel donde te quedaste; si nos choreas te vamos a partir la madre.

Se repiten las preguntas sobre el hotel y salimos; lo único que temo es que ese hotel ya

no exista; estaría muy difícil mi situación. Tengo confianza, en cambio, en que los que

cuidan de noche no son los mismos que cuidan en el día, pero hay un dato que ignoro:

ya no es propiamente de día, perdí la noción del tiempo y ya casi oscurece. Me hacen

muchas preguntas sobre el hotel. Montan el operativo, el carro en el que yo voy avanza

en medio de las escoltas; vamos llegando al desenlace, pienso que tengo que aguantar

hasta el último momento en mi versión. Mientras se desarrolla el operativo de

copamiento yo sigo en el carro; al rato regresa el comandante Moctezuma:

—¿Cómo dices que te registraste?

—Gilberto Aranda —se va y regresa— ¿No sería otro nombre? ¿Qué cuarto? ¿De qué

lado? —se vuelve a ir, trae a dos mujeres.

—¿Ellas te atendieron?

—No, un señor.

—¿Cómo es el señor? —lo describo.

—A ver, ven —ya están encabronados pero aún no pierden el control.

—¿Qué cuarto es?

—Este.

—¿No que era el siete?

—No me fije —aún dudan, desde adentro me preguntan de qué color es la taza, de qué

color es el mosaico, de que lado está el baño, y por fin una pregunta triunfal:

—¿A ver, ¿de qué color es la puerta del baño? —el tono de voz tan seguro de esta vez

descubrirme, desenmascararme, me lo dice todo. Contesto con toda seguridad:

—No hay puerta. ¡Acerté!, pero cada momento que pasa se ponen más furiosos, mis

respuestas los desesperan, pero aún no están seguros de si estoy mintiendo o diciendo la

verdad, hasta que por fin llegan a la pregunta clave:

—¿Cuánto pagaste?

—24 mil pesos —es la primera cifra que viene a mi mente.

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—¡Mentira! aquí cobran 15 mil.

—Eso me cobraron —que yo me aferre les molesta aún más, yo por mi parte siento que

ya todo está perdido.

—Nos choreaste cabrón —los agentes alrededor mío parecen rabiosos.

El Comandante Moctezuma ordena:

—¡Rómpanle la madre!

—¡Vámonos!

Salimos del hotel y abordamos los autos que están sobre Rayón. Aquí podría intentar

escapar, es lo que más me conviene, las balas nunca han hecho cantar a nadie, pero es

físicamente imposible, estoy agarrado por todos lados.

—Nos estás viendo la cara de tus pendejos, nos engañaste.

—Sí.

El poder dar esta respuesta me llena de una paz interior, ahora sí, ya no tengo

absolutamente nada que perder.

—¡Ahora nos vas a decir a güevo en dónde estuviste!

—No se los voy a decir —no me siento exaltado, estoy ya tranquilo, sin tensiones, sin

incertidumbre.

—A güevo que nos lo vas a decir; ahorita que te esté llevando la chingada nos vas a

decir todo. ¡Cómo jijos de la chingada no!

—¡Chingo a mi madre —dice el comandante Moctezuma en un estado de rabiosa

exitación— si no cantas todo cabrón!, aquí no hay uno que no haya cantado.

—A la mejor sí, a lo mejor no, pero eso ya lo verás en las torturas.

—Te va a llevar tu pinche madre y vas a cantar hijo de la chingada.

—No se los voy a decir; a mí es al que buscan, ya me tienen, rómpanme la madre a mí,

ya han lastimado a mucha gente inocente.

—Nosotros no hemos lastimado a nadie, nosotros no torturamos a nadie, son mentiras.

—Ustedes lastimaron a mi familia, ahora rómpanme la madre a mí. ¿Qué más quieren?

—¿Te hemos torturado a ti?

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—No, pero ahora me van a torturar para que les diga dónde he estado desde que llegué

de Brownsville.

—No te vamos a torturar, no vamos a lastimar a nadie, nada más vamos a checar; si es

gente inocente no les va a pasar nada, te doy mi palabra —ahora trata de cubrir su

actitud de gorila salvaje con un tono de voz de vendedor de biblias.

—Sólo los van a golpear y acusar de encubrimiento, ¿verdad? Sólo van a saquear sus

casas y destruirlas, ¿verdad?

—No hombre, te doy mi palabra.

—Yo no te conozco.

—Soy el Comandante (no sé qué) Moctezuma (no sé qué).

—Yo no te conozco, conozco al procurador, si él me da garantías yo se lo digo, pero a

él personalmente.

—Entonces yo no tengo palabra, ¿o qué?

—No te conozco.

—Lo que pasa es que quieres dar tiempo para que escapen; así son los guerrilleros,

tienen que aguantar 24 horas y ya luego pueden cantar, pero aquí te chingas —su tono

de vendedor de biblias desaparece y readquiere su personalidad.

—Nadie va a escapar, porque es gente que no tiene nada que ver con la Liga ni con

nada, no va a perder su trabajo, su casa, porque sí. Llévame con el procurador y a él se

lo digo si da garantías; a él lo conozco, a tí no; o pónme al teléfono con él.

—Te voy a romper la madre, es lo que voy a hacer.

—Como quieras, pero yo ya hablé con él.

—¿Cuándo hablaste con él?

Su pregunta me dice que no estaba enterado de la llamada en la oficina de Nico.

—¿De dónde lo conoces?

—Ya hablé con él.

—¿De dónde lo conoces tú? A ver, ¿cuál es su número telefónico?

—No voy a contestar nada que lo pueda comprometer.

Al menos estaba aplazando la hora de la madriza, en lo que Moctezuma resolvía sus

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dudas, ya que la incondicionalidad en la línea de mando es rasgo inherente de los que

trabajan para el gobierno. Mientras Moctezuma dudara tenía un respiro.

Lo siguiente fue continuar con mi biografía de puño y letra y contestar los

interrogatorios; de pronto vi a Salomón Tanús y se me heló la sangre. Empezó con un

interrogatorio periférico; poco a poco comprendí que ya era un cartucho quemado, una

reliquia que no registraba del todo en su cabeza los cambios del tiempo. Me preguntaba

sobre los Lacandones y otras cosas muy generales. Me recuperé. Tanús sólo me

interrogaba cuando me dejaban de preguntar los otros. De nuevo a las preguntas vivas:

—¿Cuántas veces, en dónde y en qué fechas has sido detenido?

—Ninguna.

—Mira, más vale que esta vez no nos chorées, lo vamos a corroborar, si nos choréas te

rompo la madre.

—Como quieran.

—Aunque estés con otro nombre vas a salir. Más vale que hables.

Sigue el interrogatorio hasta que me dice un jefe de grupo (B?):

—¡Vamos!

Me sacan por el elevador y salimos a la calle, estaba solitaria, me llevaron a un

estacionamiento en otra calle y abordamos un carro. Iba yo pensando ―ahora va a

empezar todo‖. Ya tenían un marco: mi biografía, para llenarla de lo que querían;

información, ahora me llevarían a una cárcel clandestina para culminar su obra.

A bordo del carro comentaban con mucha prepotencia refiriéndose a Yolanda, a quien

yo suponía había sido detenida junto conmigo, pero no había logrado ver.

—Pinche vieja ensució la otra patrulla.

—La hubieras hecho limpiar con la lengua; luego luego se aflojó con los primeros

madrazos.

El carro avanzaba sobre Tlalpan paralelo al Metro que va a Taxqueña. Hablaban de

Yolanda como cualquier anécdota de trabajo. Llegamos a Coyoacán, me tomaron

huellas digitales, esperamos los resultados y fueron negativos; nunca había estado

detenido según sus computadoras. Regresamos y a continuar con mi biografía a la

medida del cliente; de ahí me llevaron a los sótanos y me metieron a una celda solo,

luego de hacerme un examen médico que consistió en desnudarme, verme y ya. Más

tarde tuve oportunidad de ver el certificado médico y en él constaba mi presión arterial,

mi ritmo cardiaco, mi temperatura corporal, pero aseguro que no vi un baumanómetro ni

de lejos.

Pasé la noche platicando con uno que me pusieron de poste.

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—¿Te metieron aquí para sopearme? ¿O para que no me vaya a suicidar, o para qué?

—La neta que yo soy el que se quiere suicidar, ¡chale!

Al otro día a continuar con mi autobiografía interrumpida.

—¿No tienes hambre?

—Tengo.

—¿Qué quieres desayunar?

—Lo que sea.

—Pero qué quieres.

—Lo que sea.

Montaron otro operativo. En el carro en que voy van Nico y Moctezuma; platican con

tono docto de lo que ellos conocen mejor que yo: la tortura, pero me quieren vender la

idea de que eso no existe, que son mentiras; me platican los avances, les digo que sí.

—La tortura se va a acabar cuando la declaración ante el Ministerio Público y la policía

no tenga ningún valor dentro del proceso —digo cuando me canso de su perorata.

—Es lo mismo que ya implementó el señor procurador.

Su respuesta me desconcierta, o de plano son muy cínicos para decir mentiras, o de

plano se chupan el dedo pensando que les voy a creer.

—¿Ha sentado eso un precedente jurídico? —los desconcertados ahora son ellos,

continuó—, en cuanto no ha sentado precedente jurídico no se puede decir que sea algo

dado.

—Lo que pasa es que la sociedad tiene una visión deformada, nos considera unos

torturadores. A ver, ¿ a ti te torturamos?

—Me atengo al método científico; si a mí aún no me han torturado, no quiere decir que

no me vayan a torturar; si a mí no me torturan, no quiere decir que a mi familia y a mis

camaradas no los hayan torturado.

—¡Pero aquí están las pruebas, contigo!

—Lo único que prueban es que a mí, por ahora, no me han torturado.

—Pero en cuanto veas a tu abogado ninguno te va a querer defender si en principio no

niegas todas tus declaraciones y dices que te torturamos.

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—Es buena idea; si sucede no piensen que fue mía. Si mi abogado lo plantea y ustedes y

yo sabemos que será así, lo haré, por supuesto que lo haré.

—Ahí tienes a Rosario Ibarra que dice que tiene un hijo desaparecido y sabemos que

vive como rey; todo el dinero que juntan se lo mandan a él. Nosotros no torturamos, no

desaparecemos a nadie; son invenciones.

—Si saben dónde está díganlo.

El carro seguía rodando y la plática iba tocando todos los tópicos posibles, llegamos a

una casa donde venden barbacoa y desayunamos, yo para alimentarme y ellos para

celebrar su victoria. Yo era su trofeo de guerra. Regresamos y seguían aleccionándome

sobre las posibilidades de que los pobres se volvieran millonarios en un país como

México.

—Este país nunca va a cambiar —dijo Nicolás Suárez Valenzuela.

—Te felicito por tu optimismo —le contesté— pero un mes antes de la revolución en

Rumania los jefes de la policía decían lo mismo y ya los ves, ahora están en la cárcel; en

cambio los presos políticos ahora son el primer ministro, el ministro de esto, el ministro

de lo otro; todo cambia... qué bueno, para ti que tú seas optimista.

Por fin llegó el elevador y lo abordamos, para reencontrarme con mi biografía; ahora

con más interrupciones y con Salomón Tanús encima permanentemente.

Trataba a toda costa de alargar las interrupciones para no tener que terminar mi

autobiografía, porque una vez terminada pasaría al interrogatorio. ―¿Ya está?‖, me

preguntaban y yo sentía que ya se estaban relamiendo los bigotes. ―Ya falta menos‖,

contestaba y mientras, a discutir todo lo discutible, a refutarles todo lo que se pudiera,

ha hablar de crisis, capitalismo y socialismo, la caída del muro, el revisionismo de la

URSS, etcétera. De nuevo mencionan a Rosario:

—Pinche vieja loca, si todos sabemos que su hijo está bien, en el extranjero. ¡Qué va a

estar desaparecido! Puros cuentos.

Contesté con calma:

—Hay muchas asquerosidades que se dicen como al pasar, pero no se afirman; se dicen

para sembrar rumores y dudas; si puedes afirmar algo y demostrarlo, hazlo. Pero es la

segunda vez que te escucho asquerosidades, ¿no te da pena?

—No, si ésa mandó una lista de 600 que estaban desaparecidos a la ONU, luego la

ONU investigó con el gobierno...

—No son 600, son 556 desaparecidos.

—No, eran 600; a mí me tocó investigar 300 y ¿sabes dónde los encontré? —la sonrisa

era triunfal— en el Consejo Tutelar, en el Reclusorio Norte, en el Oriente.

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—¿Tú encontraste 300 desaparecidos?

—Bueno, me faltaron como unos 15 —contestó el agente 2312 con un sonrojo de

señorita modesta.

—¿O sea que encontraste a unos 285?

—Sí, son delincuentes; estaban en el Tutelar, en los reclusorios, repartidos.

—Fíjate bien, si de 285 que encontraste tú me muestras uno solo que esté en la lista que

Rosario Ibarra mandó a la ONU, fíjate bien, yo me voy a cortar un huevo, y que traigan

de una vez el bisturí, pero fíjate bien, si tú no me muestras ninguno, yo en cambio no te

voy a pedir que te cortes nada. ¿Cómo ves?

—Ahí están, te los voy a mostrar.

—Por eso, acepta el trato, si me enseñas uno solo yo me corto un testículo, y si no, tú en

cambio no te cortas nada. ¿Qué onda?

El agente 2312 no aceptó el reto, en cambio derivaba las interrupciones a otros temas:

—Este país es democrático, ustedes no lo van a cambiar.

—Este país es menos democrático que Chile en tiempos de Pinochet —le contesté.

—Aquí hay elecciones.

—Sí, y siempre gana el PRI, aunque no gane; Pinochet aceptó un plebiscito ―Pinochet

se va o se queda‖. ¿Qué pasaría si en México se hicieran las elecciones así: ―se va el

PRI o se queda‖ o ―se va Salinas de Gortari o se queda‖ ¿Quién ganaría?

—Es lógico, se va Salinas, se va el PRI.

—Y te aseguro que toda la gente que se abstiene de votar, votaría, toda esa gente que

los políticos desprecian como abstencionistas, apáticos, apolíticos, incultos, etcétera,

votarían, te aseguro que el índice de abstencionismo caería por los suelos.

Pero finalmente tuve que terminar mi autobiografía, con toda la incertidumbre que esto

implicaba, en el transcurso me dictaron su version de lo del asalto al CCH, y a lo largo

del documento traté de prevenirme contra otros delitos que me quisieran achacar.

Casi estaba seguro de que ya no vería al procurador y que la llamada telefónica había

sido una farsa para darse tiempo y reunir todo mi expediente para empezar con todos los

elementos organizados para una tortura científica. Siguieron las preguntas del ex

brigada blanca y de Tanús, ahora más directo. Lo que a Tanús más le interesaba era si

conocía a Heladio Torres Flores, Jaime Laguna Berber, Soriano, Canseco, Cabañas,

Vera Smith y Lila Muro; me preguntaba en qué lugares habíamos coincidido, sobre todo

en el estado de México (Toluca), pero le faltaba un detalle y es el relacionado con el

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tiempo. Hemos estado —tal vez— en los mismos lugares, pero con muchos años de

diferencia. El problema de Tanús es que el tiempo no transcurre para él.

No obstante la incertidumbre, yo tenía ya mejor ánimo, pues el cráneo me dolía menos,

los intestinos me dolían menos y como no me habían preguntado más de la compañera,

supuse que ya no la estarían torturando y que tal vez más tarde la vería para algún careo

o algo así.

A determinada hora de la tarde se empezó a montar un operativo y salimos rumbo a

Niños Héroes, ahí le entregaron al procurador mi ―confesión‖ y la leyó detenidamente;

ya había leído la primera parte, la del día anterior. Luego de algunas preguntas y

comentarios para romper el hielo, cuando yo le referí que en todo este asunto había

gente detenida que nada tenía que ver con la Liga Comunista 23 de Septiembre y que

había sido detenida circunstancialmente, sin tener nada que ver, como en el caso de

Genaro, al que yo ni siquiera conocía, Roldán y mi esposa Rocío Verena, el procurador

me contestó:

—Bien David, nosotros estamos interesados en que tú, en lo particular, hagas un

llamado a la no violencia. A cambio de eso me comprometo a actuar de buena fe en el

proceso que se sigue contra tus compañeros que mencionas. Por cierto, ya no se te acusa

de los asesinatos de La Jornada ni de ningún asesinato.

—Quiero entender —respondí— que aun cuando yo no aceptara hacer ese llamado

usted actuaría de buena fe de manera natural, en su carácter de Procurador de Justicia.

—Cierto, pero tú sabes que el concepto ―buena fe‖ es muy amplio y ahí caben muchas

cosas que pueden suceder.

—¿El pronunciamiento sería en contra de la violencia de los dos lados? —el procurador

saltó de su asiento y perdió su, hasta ese momento, agradable serenidad.

—¿De cuáles dos lados? Ustedes son los que matan, ponen bombas, nosotros no.

—¿Y no usaron la violencia contra mi mujer y mis hijos, mis compañeros y su familia?

—A tus hijos los tuvimos en una casa de cuna, nadie los maltrató, en la casa de cuna de

aquí de la procuraduría que por cierto, acabamos de inaugurar.

Yo estaba recordando las imágenes del 4 de abril, las casas invadidas por las hordas

policiacas; me acordé del mensaje que desde prisión mi mujer había mandado:

―Perdóname, no pude resistir, me torturaron con los niños‖; me acordé de todos mis

amigos desaparecidos, de todos mis compañeros asesinados cobardemente; me imaginé

también a mis hijos en una casa de cuna que aún estaba en construcción. Me

interrumpió el procurador, insistiendo sobre su propuesta:

—¿Va David? ¿Va?

—Va —respondí.

Una declaración implicaba mi presentación ante los medios de comunicación, y esa era

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una salida, mi única salida, pues hasta ese momento, domingo por la noche, yo seguía

incomunicado por órdenes expresas del procurador.

A partir de ese momento pude llamar por teléfono, pero sucedió algo que no debía ser,

ya había olvidado todos los números telefónicos; hacía esfuerzos desesperados por

acodarme de alguno y no podía. Por fin me acordé del de Rosario Ibarra; no sabía que

era el único en el que nadie me contestaría. Luego de mucho intentar acordarme precisé

el de mi mamá y le llamé. Pedí que llamaran a alguno de los abogados, Adán Nieto

Castillo, Rojo Coronado o Alfredo Andrade, pudiendo localizar en la Procuraduría a

Andrade quien en poco tiempo estaba conmigo.

Lo demás son mis declaraciones ante el Ministerio Público y la conferencia de prensa,

donde ciertamente se estaba definiendo qué tipo de ―buena fe‖ se iba a aplicar a mis

camaradas.

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Una pequeña biografía

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PERFIL DE LA PERSONALIDAD

Cuestionado (Morales Lechuga) sobre si existen elementos que lleven al

esclarecimiento de los homicidios de los vigilantes del citado periódico, se negó a

responder, en cambio su equipo de seguridad a empujones y golpes hizo a un lado a

reporteras de radio.

Después de que los reporteros preguntaron por qué esa actitud prepotente, el procurador

salió al corredor y los enfrentó, sin ofrecer disculpas por los hechos registrados,

concretándose a señalar que ―estas personas no vienen conmigo‖

ULTIMAS NOTICIAS, 3 DE ABRIL 90

El procurador de Justicia del Distrito Ignacio Morales Lechuga dio esta mañana por

aclarado el doble asesinato ocurrido a los vigilantes del diario La Jornada e indicó que

David Cilia Olmos es el verdadero autor intelectual y material del doble asesinato.

OVACIONES, 9 DE ABRIL 90

Federico Ponce Rojas, sub procurador de Averiguaciones Previas, manifestó en

conferencia de prensa que Cilia Olmos no tiene ninguna responsabilidad en el doble

homicidio de los trabajadores del diario La Jornada

EL DIA, 16 DE OCTUBRE 90

El arma con que fueron asesinados los vigilantes de este diario fue localizada en uno de

los 16 cateos que efectuó la policía judicial (4 de abril 90), informó ayer la PGJDF. La

Procuraduría del Distrito informó que el arma con la que fueron asesinados los dos

vigilantes de este diario es una pistola Llama calibre .45 y que pericialmente fue

reconocida como el instrumento del delito.

LA JORNADA, 6 DE ABRIL 90

La pistola (Colt) que traía en su poder David Cabañas Barrientos (13 de junio 90) es la

misma arma de la cual salieron las balas que privaron la vida a los dos humildes

trabajadores del periódico La Jornada. Es exactamente la misma arma. La información

que a veces se propala en el sentido que era un arma Llama, son puras pamplinas, puras

pamplinas y puras mentiras.

Ignacio Morales Lechuga, Diario de Debates de la Asamblea de Representantes del

Distrito Federal (ARDF). Núm. 15, 8 de enero 1991, p.56

Respecto a la detención por varias horas en un automóvil oficial, de un reportero y un

fotógrafo de este diario, un jefe policiaco expuso que ―existe mucha presión en un

operativo de esta naturaleza; no sabemos quién está o quién va a llegar al lugar del

cateo. En este caso se puede aplicar lo que se dice de que el que no quiera ver

fantasmas, que no salga de noche‖.

LA JORNADA, 6 DE ABRIL 90.

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No son delincuentes comunes: PGJDF. Se explicó que los sujetos no son delincuentes

comunes y que incluso ya conocían a la perfección la entrada del diario La Jornada

donde llevaban la propaganda del partido al que pertenecen.

2º OVACIONES, 3 DE ABRIL 90

Son delincuentes comunes, afirmó el procurador Ignacio Morales Lechuga.

ULTIMAS NOTICIAS, 6 DE ABRIL 90

Dejar a los niños solos en habitaciones, cuando los padres habían sido retenidos, con el

riesgo de las estufas de gas, con el riesgo del pánico; es decir, desintegrarlos en ese

momento de su núcleo familiar, lactante, o aceptar la crítica de decir ‗detuvieron hasta a

niños‘ y dejar que el niño vaya con la madre. Opté por lo segundo. Fueron 180

detenidos en ese momento para ser puestos a disposición del Ministerio Público. ¿Por

qué no presentaron en esa ocasión sus testimonios?, ¿por qué del 4 de abril de 1990

esperan el 8 de enero de 1991 para hacer llegar una comunicación? Es lo que no me

explico, ¿por qué tanto retraso?

A mí el documento me impactó. Bueno, dramatiza; el relato humano tiene un valor

social sin duda alguna, pero valor testimonial..., bueno ¿por qué hasta este momento 8 o

10 meses después están haciéndolo público? ¿Por qué no lo dijeron cuando estaban

frente al juez? Nosotros sí hablamos en ese momento.

Ignacio Morales Lechuga, comparecencia ante la ARDF, 8 de enero 1991. Diario de

debates No. 15

Ayer martes 10 en las instalaciones del juzgado cuarto de lo penal, donde fueron

remitidos, dijeron haber sido obligados a declarar como lo hicieron, tanto en una

conferencia de prensa previa, como en la entrevista.

LA JORNADA, 11 DE ABRIL 90

Ante el juzgado cuarto del fuero común dijeron haber sido presionados, el que utilizó la

palabra ―tortura‖ fue Arturo Becerril Rodríguez. Concluida la diligencia, los detenidos

llamaron a los reporteros para hacer una aclaración a La Jornada. Rocío Verena dijo que

las declaraciones que ella y sus compañeros hicieron ante la prensa en conferencia el

lunes pasado fueron ―obligadas‖ por los funcionarios que los tuvieron detenidos; que les

dieron un papel que contenía la versión que ellos deberían expresar.

Rocío Verena afirmó que sus hijos de cuatro, cinco y seis años estuvieron dos días

secuestrados, así como su madre, que ―estuvo a punto de sufrir un paro cardiaco‖

LA JORNADA, 11 DE ABRIL 90

Todos los detenidos manifestaron que reconocen sus firmas en las declaraciones

ministeriales, sin embargo aseguraron ante el juez que fueron torturados física,

sicológica y moralmente durante siete días para que confesaran esos delitos y firmaran

declaraciones que dicen no haber leído.

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Dijeron también que las autoridades de la procuraduría capitalina los aleccionaron para

hacer las declaraciones y recibieron órdenes directas, bajo amenazas de castigo, de

involucrar en este proceso a Rosario Ibarra de Piedra.

Apuntaron que entre otras medidas, además de golpes, encierros prolongados y

presiones sicológicas, a cinco de los detenidos los amenazaron con proceder contra sus

familias, también detenidas desde el 3 de abril pasado.

UNOMASUNO, 11 DE ABRIL 90

Mi esposa Rocío Verena Ocampo Rabadán fue salvajemente torturada, su hermano

Felipe Ocampo Rabadán, un hombre enfermo de cáncer, fue brutalmente torturado; mi

sobrina de nombre Melina Baños Ocampo fue amenazada con una pistola en la cabeza,

a la cual se le cortó cartucho por parte de los agentes judiciales. A mi esposa se le

amenazó con desaparecer para siempre a nuestros tres hijos, con desaparecerla a ella

misma y a toda su familia y todos mis coacusados sufrieron un trato semejante.

Es mi deseo hacer una petición pública y legal para que se finque responsabilidad en

contra del señor Ignacio Morales Lechuga como presunto actor intelectual de estos

delitos que estoy señalando y solicito también se finquen responsabilidades penales en

contra de los agentes de la policía judicial como autores materiales de los mismos

David Cilia Olmos, ante el juzgado cuarto de lo penal. Página 864 del expediente 23/90.

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Situación actual de los detenidos el 4 de

abril

1.- Complicidad en los homicidios de La Jornada. Juzgado Cuarto Penal (reclusorio

Norte) Libres. No se consignó

2.- Asalto a El Financiero Juzgado Cuarto Penal (reclusorio Norte) Absueltos

3.- Daño en propiedad ajena vs. Terol Fósil Juzgado Cuarto Penal (reclusorio Norte)

Absueltos

4.- Robo con violencia a Deportes América y homicidio contra un policía auxiliar

Juzgado Cuarto Penal (reclusorio Norte) Sólo Arturo Becerril Rodríguez

en espera de sentencia luego de más de dos años.

5.- Encubrimiento Juzgado Cuarto Penal (reclusorio Norte) Absueltos

7.- Asociación delictuosa Juzgado Cuarto Penal (reclusorio Norte) Absueltos

8.- Asalto al CCH-Sur Juzgado Cuarto de Distrito (Reclusorio Oriente)

Absueltos

9.- Portación de arma exclusiva de ejército y fuerza aérea. Juzgado Cuarto de Distrito

(Reclusorio Oriente) Absueltos

10.- Asociación Delictuosa Juzgado Cuarto de Distrito (Reclusorio Oriente)

Absueltos

11.- Robo indeterminado Juzgado Segundo de distrito fuero federal (Tlanepantla)

Absueltos

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HOGARES ALLANADOS SIN

ORDEN DE APREHENSION NI DE

CATEO PARA LA CAPTURA DE

LOS PRESOS DEL 4 DE ABRIL

Nombre: Casa de la familia: Localización:

Rocío Verena Ocampo Rabadán Col. Luis Echeverría Álvarez

Arturo Becerril Zúñiga Ocampo Col. Luis Echeverría Álvarez

David Cilia Olmos Portugal Ocampo Col. Luis Echeverría Álvarez

Becerril Ocampo Tlahuac

Cilia Ocampo Tlahuac

Cilia Olmos (Allende 115) Centro

Fernández Olvera Tlatelolco

Cruz Guerra Tlatelolco

José Luis Vázquez Tlahuac

Aurelio N. Tlahuac

La Trilla * Centro

Sergio Martínez Martínez González 1 Estado de México

Martínez González 2 Estado de México

Martínez González 3 Estado de México

J. Guadalupe Emigdio Berrocal Emigdio Berrocal 1 San Andrés Ahuayucán

J. Guadalupe Emigdio Berrocal Emigdio Berrocal 2 San Andrés Ahuayucán

Genaro Olivares Aguirre Olivares Aguirre San Mateo Xalpa

Jorge Santos Ramírez Santos Ramírez 1 Santa Ursula Xitle

Santos Ramírez 2 Santa Ursula Xitle

* La orden de cateo en La Trilla se expidió luego de ser allanada.

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Familiares tomados como rehenes y

torturados para obtener información,

detenidos ilegalmente.

Verena Arturo Sergio Berrocal Genaro David

Hijos 3 3 — — — 3

Padres 2 — — 1 2 —

Hermanos 5 — 2 2 — —

Cónyuge 1 — — — 1

Sobrinos 9 9 3 — — 9

Cuñados 3 5 — — — 5

Concuños — 2 — — — 3

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POSICIÓN DE LA LIGA

COMUNISTA 23 DE SEPTIEMBRE

CON RESPECTO A LA REDADA

DEL 4 DE ABRIL

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Detenidos familia Ocampo Rabadán

1.— Elia Rabadán Salgado

2.— Claudia Ocampo Rabadán

3.— Antonio Ocampo Román

4.— Frida Angélica Ocampo Rabadán

5.— Luis Zúñiga Zúñiga

6.— Melina Baños Ocampo

7.— Itzel Zúñiga Ocampo

8.— Lizeth Zúñiga Ocampo

9.— Frida Iliana Zúñiga Ocampo

10.— María Karime Ocampo Rabadán

11.— Julio César Portugal Arriaga

12.— Andrea Suyely Portugal Ocampo

13.— César Portugal Ocampo

14.— Martha Ocampo Rabadán

15.— Arturo Becerril Rodríguez

16.— Jonathan Becerril Ocampo

17.— Erik Becerril Ocampo

18.— Antonio Becerril Ocampo

19.— Felipe Armando Ocampo Rabadán

20.— Rocío Verena Ocampo Rabadán

21.— Víctor Ilich Cilia Ocampo

22.— Alberto Tlacaélel Cilia Ocampo

23.— Sergio Ling Cilia Ocampo

Participantes en la detención

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Policía Judicial y Grupo Especial de Respuesta Inmediata.

Carros con las siguientes placas:

PGJDF-112 CNV

923 AAE

157 DPH

889 AAG

157 POH

Horario de detención y saqueo:

4 de abril 1990: 3:35 AM sacan una caja grande y un costal, cobijas, saquean la casa.

4:00 AM rompen vidrios

3:00 PM Siguen saqueando y buscan desesperadamente no se sabe qué.

4:00 PM Se van algunos y vigilan otros

12:00 PM Siguen saqueando la casa, sacan herramientas y papeles.

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Genaro Olivares Aguirre

Fui detenido como a las 4 de la tarde en un edificio frente al Hemiciclo a Juárez (La

Trilla) junto con un compañero (José Guadalupe Emigdio Berrocal).

Al entrar al despacho donde nos detuvieron, nos preguntaron a qué íbamos; nos

revisaron todas las cosas que llevábamos y a nosotros nos revisaron también, pero al

hacerlo nos separaron poniéndonos de pared a pared. Yo estaba mirando de frente

cuando a él lo voltearon contra la pared y le sacaron una foto, lo vieron de perfil y uno

de los agentes movió la cabeza dando a entender que él no era.

Posteriormente llegó una señorita, cuando ella tocó la puerta luego luego cortaron

cartucho algunos de los agentes, abrieron la puerta y la hicieron pasar. La sentaron en

una silla atrás de un escritorio, preguntándole que a quién buscaba, que no se hiciera

pendeja, porque ellos sabían de sus hijos, que dijera dónde estaban, no sé si se referían a

sus hijos o a otras personas que buscaban y ella les decía que no sabía de qué le

hablaban, que únicamente iba a buscar trabajo.

A mi compañero y a mí nos empezaron a preguntar y esculcaron en mi morral, me

preguntaron que a qué íbamos, ―a picar un esténcil‖ les dije, pues tenía unos esténciles

en la mano, y algo de temor porque entre mis cosas cargaba una táctica; ellos revisaron

y no me la encontraron. Aún así tal parecía que no me creyeron lo de los esténciles,

pues también le preguntaron a mi compañero y él les dijo lo mismo: ―Para sacar un

volante para el curso social de la Preparatoria Popular Tacuba‖.

Como que buscaban algo más. Tal parece que todo estaba preparado, porque cuando

entramos al edifico se notó muy solo, luego cuando entramos al elevador, entraron dos o

tres agentes, cuando quisimos reaccionar ya era muy tarde, al salir del elevador ellos

también bajaron. Cuando tocamos, abrieron y nos pasaron, ya otros agentes se

encontraban dentro del cubículo y otros desde afuera viendo quién entraba para

agarrarlo.

Una vez que nos detienen, a la señorita, a mi compañero y a mí, los agentes piden una

unidad para que nos trasladen, diciendo uno de ellos: ―parece que tenemos que

chingarnos toda la noche‖. Nosotros sin saber a dónde nos iban a trasladar, nos sacan y

nos meten a un Dart K guinda, nos suben atrás con dos agentes enfrente y otros dos

atrás; cuando nos dimos cuenta nos habían llevado a la Médico Militar, donde cerca de

las cinco de la tarde nos ingresaron a los separos. Desde esa hora hasta como las 12 de

la noche cuando nos sacaron a declarar. Antes de eso se encontraban todas las celdas

llenas de hombres, mujeres y niños, que poco a poco los fueron sacando hasta que

fuimos quedando unos pocos, cuando sacaron a mi compañero para declarar.

Tardaron como 30 minutos más para sacarme a mí. Cuando me sacaron a declarar mi

compañero estaba a mi derecha como a unos cinco o cuatro metros. Los que estaban

tomando la declaración me dijeron que ya dijera todo lo que sabía porque mi compañero

ya había declarado.

Me empezaron a preguntar que qué sabía respecto a un robo que se cometió en el CCH

Sur, yo les respondí que no sabía, que desde cuándo lo conocía (a Berrocal)

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—Desde hace mes y medio.

Nos preguntaron por otros robos; mencionaron el de una tienda del ISSSTE y yo les dije

que no sabía, mi declaración duró como 15 minutos.

Nuevamente me regresaron a una celda, mi compañero ya no estaba ahí, también lo

habían cambiado de celda.

RUMBO A LA CARCEL CLANDESTINA

El día 5 de abril, como a las 12 del día nos sacaron y nos pasearon por la calle hasta

llegar a una camioneta en la cual nos subieron y nos hicieron agachar la cabeza; después

de unos 10 o 15 minutos se paró la camioneta y volvió a caminar cuando nos vendaron

los ojos. Luego de entre una hora y una hora tres cuartos de camino, se paró la

camioneta, pero antes, como a la hora y media tomó una carretera de asfalto y como un

cuarto de hora en terracería.

Cuando se paró, escuchaba que movían tambos, como si estuvieran vaciando agua de un

lugar a otro; después de tres cuartos de hora o una hora me bajaron a mí primero de la

camioneta. Sentí el cambio de temperatura, algo fresco, como unos cuartos o una casa.

Cuando me metieron a los cuartos me dijeron que me volteara, yo sentí la pared enfrente

de mí, hicieron que me despojara de mi ropa; uno de ellos me condujo dos o tres metros

hasta que pisé hule espuma, hicieron que me acostara en una tabla, cuando me

acostaban me dijeron que entonces vería que sí iba a hablar. Una vez acostado me

empiezan a vendar todo el cuerpo quedando algunas partes descubiertas, plantas de los

pies, muslos, testículos. cuello, cabeza (excepto los ojos, pues nunca me quitaron las

vendas durante la tortura).

EMPIEZA EL INTERROGATORIO

Me empezaron a golpear en el estómago y en el pecho; me preguntaron que qué sabía

con respecto a los vigilantes que habían matado de La Jornada, de asaltos de bancos de

Sonora y en el Estado de México, cuando les dije que no sabía de qué me estaban

hablando, me volvieron a golpear y después alzaron la tabla inclinándola, tocando mi

cabeza con el agua. Me bajaron, me pusieron un trapo en la boca y en la nariz, uno se

subió sobre mis brazos, yo teniéndolos amarrados pegados con el pecho, otro me

agarraba de la cabeza para que no me moviera boca arriba, otro golpeándome y el otro

echando agua hacia el trapo que cubría mi boca y mi nariz, yo sintiéndome ahogar,

durante dos o tres minutos echándome agua, luego me pegaban en el pecho y en el

estómago, me quitaban el trapo y me volvían a preguntar que qué sabía del periódico

Madera, yo les dije que no sabía, que lo único que sabía era que habían destruido su

cuartel en Ciudad Madera. Me preguntaron que qué más sabía, yo les dije que no sabía

más, que eso lo había leído en unas hojas que encontré en la Facultad de Ciencias.

Después de que me volvieron a pegar y aplicaron otra dosis de agua, me preguntaron

por diferentes nombres entre ellos el de David y Marín, yo les dije que no sabía, que

nunca había conocido a personas con esos nombres.

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—Ahorita vas a ver como sí conoces.

Empieza otra dosis de agua por los orificios nasales y boca, al terminar preguntan que si

los conocía, yo les dije que no, entonces me empiezan a mojar en todo el cuerpo y

empiezan los toques con cables desde la planta de los pies, luego en las piernas, en los

brazos y luego en los testículos donde sentí más gacho. Entonces me los pasaron por la

cabeza, sentía como mi cuerpo con los mismos toques se retorcía a tal grado que me les

llegué a zafar de las vendas, me volvieron a vendar y nuevamente, así me tuvieron buen

tiempo.

Después me pararon, me siguieron golpeando en un rincón de ese cuarto, cuando

escuché otra voz que dijo: ―traigan al otro‖.

Uno de los dos o tres que me seguían golpeando me dijo: ―sigue mi voz‖, yo

siguiéndola sin poder ver, me pasaron a otro cuarto donde choque con un sillón,

supongo que era una sala, me dejaron parado, encuerado unos diez minutos, cuando

escuché otra voz que dijo: ―se nos pasó la mano, vámonos rápido‖, entonces dijo uno:

―hay que llevarlo a la Cruz de Zaragoza‖, otro dijo: ¡rápido pendejos!, me aventaron mi

ropa y dijeron póntela rápido, pendejo.

Me vestí cuando escuché nuevamente entre siete y nueve voces distintas en el mismo

cuarto; le dijeron a mi compañero ―abre la boca‖ y le echaron vino, lo mismo me

dijeron a mí, me echaron un trago de vino, sentí que mi garganta se calentaba

rápidamente, aún temblando de los toques me preguntaron si ya estaba bien, les dije que

sí, dijeron: ―¡Vámonos!‖, me llevaron de nuevo a la camioneta, me subieron y luego a

mi compañero.

—¡Ponte boca abajo! —,escuché otra voz.

—¡Dale masaje buey, si no nos joden.

DE REGRESO A LA PGJDF

A mi compañero le iban dando masajes, a mí me tenían boca abajo, en el suelo, cuando

vieron que se recuperó dijeron: ―mejor vámonos derecho‖ y hasta casi llegando a la

PGJDF nos quitaron las vendas de los ojos, pero no nos dejaron que los viéramos, nos

daban órdenes de que fuéramos con la cabeza hacia abajo.

Cuando llegamos nos preguntaron si teníamos hambre, les contesté que sí. Mandaron a

comprar una torta, me comí la mitad pero mi compañero no comió nada, en lo que nos

dieron la torta, se me quedó grabada la cara de uno de los agentes que nos fue a torturar.

Después nos ofrecieron un jugo, que nos tomamos, hasta como las 5:30 o seis de la

tarde que nos volvieron a ingresar separados, sin poder platicar nada, hasta como a las

ocho de la noche, cuando me llamaron para irme junto con 30 personas más.

Afuera de la PGJDF había reporteros tomando fotos y cuando me recibieron nos

nombraban y nos dejaban con la demás gente, en eso escuché que se acercaba una

marcha, sin voltear atrás junto con una persona que me retiré, ella venía volteando, nos

retiramos inmediatamente hacia el Metro, una vez que subimos vimos que nadie nos

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siguiera; bajamos y volvimos a subir al Metro, hasta la estación Chabacano, donde le

conté a la persona lo que había pasado, le dije que anduviera con precaución, después

me retire a mi casa (Luego me volvieron a capturar).

Compañeros tenemos que salir de esto, seguiremos adelante, hasta pronto.

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Los operativos desplegados por la PGJDF con relación al doble homicidio del personal

de seguridad de La Jornada estuvieron estrictamente apegados al derecho.

Doctor Jaime Muñoz Domínguez. La Jornada 9 de abril

―Mienten quienes aseguran que las detenciones se realizaron en contra de los preceptos

constitucionales y violando las garantías y derechos humanos. Mienten o porque

desconocen nuestra constitución o porque lo hacen de mala fe. Niego rotundamente que

haya habido tortura, no la hay, no la hubo ni la habrá‖

Federico Ponce Rojas, Universal 9 de abril 90

Por lo que se refiere al prófugo David Cilia, Ponce Rojas y Díaz de León señalaron que

es presunto responsable de los delitos de homicidio calificado, robo por asalto e ilícitos

contra la Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos así como asociación delictuosa...

Los funcionarios manifestaron que la carta enviada desde la clandestinidad por Cilia

Olmos trata de desvirtuar los hechos a su conveniencia y los cuales no coinciden con la

realidad jurídica.

Ponce Rojas aseguró sobre las acusaciones de que se actuó sin ordenes de aprehensión

que ―dichas afirmaciones son producto de mala fe o de ignorancia jurídica. Es temerario

e infundado pretender confundir circunstancias naturales derivadas de esas acciones

indagatorias, con supuestas violaciones a los derechos humanos y a las garantías

individuales .. Quien señale estas condiciones miente‖

UNIVERSAL 9 DE ABRIL 90

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Por lo que se refiere al prófugo David Cilia, Ponce Rojas y Díaz de León señalaron que

es presunto responsable de los delitos de homicidio calificado, robo por asalto e ilícitos

contra la Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos así como asociación delictuosa...

UNIVERSAL 9 DE ABRIL 90

―Cilia Olmos se desempeñaba como maestro en la Prepa Popular Tacuba y se presume

que entre sus adeptos promovió el atentado de ese primero de mayo‖ (de 1984 cuando

arrojaron una bomba molotov al balcón donde se encontraba el entonces presidente

Miguel de la Madrid).

UNIVERSAL GRAFICO 9 DE ABRIL 90

El ahora prófugo David Cilia Olmos, (es) presunto responsable de homicidio calificado,

robo agravado (por asalto), asociación delictuosa.

Federico Ponce Rojas, LA JORNADA 10 DE ABRIL 90

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INDICE DE NOMBRES

CABEZA DE JUAREZ. Unidad habitacional en el extremo oriente del DF.

CCH. Colegio de Ciencias y Humanidades, escuela a nivel bachillerato de la

Universidad Nacional Autónoma de México.

CONAMUP. Coordinadora Nacional del Movimiento Urbano Popular, unión de

organizaciones del movimiento urbano popular a nivel nacional.

CUERNO DE CHIVO (AK-47). Rifle de asalto calibre 7.62. Hasta hace algunos años

rifle reglamentario de las fuerzas armadas del Pacto de Varsovia.

DEPORTES AMERICA. Tienda deportiva ubicada en calzada de Tlalpan, a la altura del

estación del metro Taxqueña.

EL FINANCIERO. Diario de la ciudad de México, especializado en economía y

finanzas.

FVPT. Frente de Vivienda Popular de Tlatelolco, organización de solicitantes de

vivienda formada a raíz de los sismos que afectaron la ciudad de México en 1985.

Durante la redada del 4 de abril, 11 de sus miembros fueron capturados por la policía,

incluyendo el asesor jurídico del frente, cinco más se consideraron prófugos y las casas

de otros tres socios, aparte de las de los detenidos, fueron allanadas.

GABRIEL. Militante de la Liga Comunista 23 de Septiembre, prófugo; el 15 de octubre

de 1990 estuvo a punto de ser capturado en una operación montada por Federico Gómez

Pombo, asesor del procurador Ignacio Morales Lechuga, e instrumentada por el agente

―Daniel‖ y otros.

Gran parte de las torturas contra Berrocal, tenían como fin su captura.

GUILLEN BARREN. Enfermedad viral que ataca el sistema nervioso, que paraliza por

completo el cuerpo y puede causar la muerte. No se ha podido precisar su origen ni

existe aún remedio médico.

GUSTAVO GONZALEZ. Reportero de La Trilla.

INCIDENTE DEL PRIMERO DE MAYO. Durante el desfile oficial del Primero de

Mayo de 1984 fue lanzada una bomba molotov contra el palco presidencial en el Zócalo

de la ciudad de México, que causó quemaduras leves a funcionarios medios del

gobierno de Miguel de la Madrid. A raíz de ello, la policía cerró la Preparatoria Popular

Tacuba y la Unidad de Postgrado de la UNAM y detuvo a más de 200 personas. Se

fincó responsabilidad contra ocho estudiantes por ese hecho; algunos de ellos aún

permanecen en prisión.

JUDAS. Agente de la policía judicial.

LA JORNADA. Diario de la ciudad de México.

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LA TRILLA. Revista especializada en el sector agropecuario.

LAS COSTURERAS. Sindicato 19 de septiembre, de costureras en la ciudad de

México.

LICUADORA. Tortura en la que el interrogado es levantado en vilo de los cabellos;

suspendido en el aire se le hace dar vueltas.

LIGA COMUNISTA 23 DE SEPTIEMBRE. Organización que resulta del encuentro de

la mayoría de los grupos armados de principios de la década de los 70. De este proceso

se separó el Partido de los Pobres.

MADERA. Órgano de difusión de la Liga Comunista 23 de Septiembre.

MARIN. Diminutivo de Mario.

MARIO FALCON ARAGON. Pintor, muralista, discípulo de David Alfaro Siqueiros;

por su radicalismo estuvo preso en Lecumberri y más tarde exiliado en Perú. Miembro

del FVPT y del MPI.

MARIO. Seudónimo de David Cilia.

MIGUEL ANGEL. Miguel Ángel Ortega.

MP. Ministerio Público, en este caso, dependiente de la PGJDF.

MPI. Movimiento Proletario Independiente. Organización política dirigida por el asesor

del Sindicato de Auto Transporte Urbano, Ruta 100, Virgilio Barco.

PCUS. Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

PDLP. Partido de los Pobres, organización armada, formada en la sierra de Guerrero a

finales de la década de los 60 por Lucio Cabañas y Carmelo Cortés Castro, entre otros.

PETER GELLER. Norteamericano residente en México, miembro del Partido

Revolucionario de los Trabajares; traductor, activista del movimiento de residentes de

Tlatelolco.

PGJDF. Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal.

PGR. Procuraduría General de la República

PJDF. Policía Judicial del Distrito Federal, su cuartel general y separos de interrogatorio

se encuentran en la calle Escuela Médico Militar.

PRACTICAS DE SALON. Ejercicio para tiro con pistola sin hacer disparos reales.

PROCUP. Partido Revolucionario Obrero Clandestino Unión del Pueblo, organización

clandestina armada fundada en 1979. Ha reivindicado la colocación y detonación de

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bombas en edificios públicos, ―el ajusticiamiento― de algunos de sus ex-militantes, y

reconocido la muerte de los dos guardias de La Jornada.

ROBERTO FERNANDEZ. Presidente del FVPT.

SALOMON TANUS. Mayor de la policía judicial del DF. Organizaciones defensoras

de los derechos humanos lo han acusado de torturar a los detenidos, sobre todo a

miembros de organizaciones políticas.

SITUAM. Sindicato Independiente de Trabajadores de la Universidad Autónoma

Metropolitana.

TAPO. Terminal de Autobuses Oriente de la ciudad de México.

UCIVS. Organización de solicitantes de vivienda.