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1 MANUEL GODOY, UNA RECUPERACIÓN HISTÓRICA A mi hermana María José, tan amante de la Historia y de Extremadura. Retrato de Godoy por Agustín Esteve Estamos ante la biografía del español que sin sangre real en sus venas, siendo el segundo hijo de una familia de clase media extremeña, consiguió los mayores títulos nobiliarios, honores reales y riquezas de todo tipo, por el mero hecho según sus detractoresde haberse conquistado la amistad y la confianza ciega en su persona, de los reyes Carlos IV y de su esposa María Luisa de Parma. Pero al mismo tiempo que acumulaba en su persona títulos y honores, aumentaban el número de sus enemigos, sobre todo la temible enemistad del Príncipe de Asturias, más tarde rey Fernando VII, y la de su camarilla, entre la que se encontraba lo más florido de la nobleza española, al considerar éstos que Godoy usurpaba títulos y prebendas que solamente a ellos les pertenecían por tradición familiar (que no por méritos propios) decimos nosotros.

MANUEL GODOY, UNA RECUPERACIÓN HISTÓRICA

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MANUEL GODOY, UNA RECUPERACIÓN HISTÓRICA

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MANUEL GODOY, UNA RECUPERACIÓN HISTÓRICA

A mi hermana María José, tan amante de la Historia y de

Extremadura.

Retrato de Godoy por Agustín Esteve

Estamos ante la biografía del español que sin sangre real en sus

venas, siendo el segundo hijo de una familia de clase media extremeña,

consiguió los mayores títulos nobiliarios, honores reales y riquezas de

todo tipo, por el mero hecho –según sus detractores– de haberse

conquistado la amistad y la confianza ciega en su persona, de los reyes

Carlos IV y de su esposa María Luisa de Parma.

Pero al mismo tiempo que acumulaba en su persona títulos y

honores, aumentaban el número de sus enemigos, sobre todo la temible

enemistad del Príncipe de Asturias, más tarde rey Fernando VII, y la de

su camarilla, entre la que se encontraba lo más florido de la nobleza

española, al considerar éstos que Godoy usurpaba títulos y prebendas

que solamente a ellos les pertenecían por tradición familiar (que no por

méritos propios) –decimos nosotros.

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Creemos firmemente que la figura y la obra del personaje que fue

durante los años más críticos del siglo XIX el político con más poder y

prestigio de la Corte, ha sido afortunadamente recuperada acertadamente

por historiadores de toda solvencia, quedando muy claro cuáles fueron

las sombras que su poder casi absoluto dejó en la época, pero también

los aciertos de un hombre que si bien llegó demasiado joven a labores de

responsabilidades en las directrices de un gobierno desorientado y

empobrecido por acontecimientos ajenos a sus gobernantes, no por ello,

pese a su falta de experiencia, dejó su impronta de hombre

comprometido con el destino de su país y con su fiel obediencia a sus

reyes.

Estas notas no son más que un intento de sacar nuevamente a la luz

pública las circunstancias que llevaron a un simple Guardia de Corps

llegado de una ciudad de provincias a los más altos cargos de gobierno

durante el reinado del rey Carlos IV, y su definitiva e injusta

defenestración y olvido, a la llegada del nuevo rey, Fernando VII,

seguramente el personaje más odioso, repugnante y traidor de la Casa de

los Borbones (y ya es mérito viendo lo que le precede y lo que le sigue

hasta nuestras fechas).

Placa conmemorativa en la fachada de la casa donde nació, en Badajoz

Manuel Godoy y Álvarez de Faria nace en la ciudad de Badajoz,

calle de Santa Lucía, en una casa que todavía se conserva y en la que

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podemos leer en su fachada una placa en su memoria, así como su

escudo de armas con las cadenas que simbolizan que en aquella casa

durmió el rey, un 12 de mayo de 1767, hijo de una familia de la mediana

nobleza, oriunda de Castuera, en la qu el padre era militar y su madre, de

origen portugués, era camarista en la corte de Carlos III.

Como tantos hijos de familias sin muchos recursos económicos, el

joven Manuel estudia en el archiconocido por nosotros Seminario de San

Atón, único centro con estudios superiores existente por aquellas fechas

en Extremadura y lugar de donde van a salir a lo largo de la historia,

numerosos personajes extremeños ligados a la literatura, a las ciencias, a

las artes y a la milicia, como sucede en este caso. Sin tener muy claro

cuál va a ser su futuro en una ciudad sin grandes posibilidades de trabajo

y teniendo que ayudar a la familia en el mantenimiento diario, con 17

años recién cumplidos, decide seguir los pasos de su hermano mayor e

incorporarse como guardia de Corps en la capital del reino.

Mucho se ha hablado –así corre como leyenda más que como

realidad–, del conocido episodio de su caída del caballo, en 1788, ante

los ojos de asombro de la reina María Luisa, a quien acompañaba como

miembro de su escolta, quien queda prendado de la valentía de joven

guardia, pero también de su apuesta gallardía. Sea verdad o leyenda, lo

cierto es que pronto el joven soldado se gana la confianza de los reyes,

siendo el comienzo de su vertiginosa carrera de éxitos y abriéndole las

puertas de un horizonte insospechado en aquellos momentos.

Retrato de la reina María Luisa, por Goya, en edad madura

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¿Qué circunstancias –a nuestro parecer– son las que se dieron para

llevar a un humilde personaje a los más altos cargos del poder? Vamos a

estudiarlas desde un prisma diferente a lo que siempre se ha escrito,

aunque ya fueran señaladas por sesudos historiadores.

Para comentar esta nueva etapa en la vida de Manuel Godoy, vamos

a recurrir a la ya vieja y trillada historia de su “amistad” con la reina

María Luisa, su verdadero apoyo en aquellos primeros momentos,

aunque después veremos que su verdadero sostenedor (bien es verdad

que desde sus cortas luces y siempre bajo el dominio de su esposa) será

el propio rey Carlos IV. Veamos, para mejor entender, la biografía de la

reina.

La familia de Carlos IV por Francisco de Goya

María Luisa de Parma (en realidad su verdadero nombre era Luisa

María Teresa) era hija del infante don Felipe, hermano de Carlos III de

Borbón y de Luisa Isabel, hija de Luis XV de Francia, ambos príncipes

de Parma. Había nacido un 9 de diciembre de 1751y se había casado con

su primo Carlos Antonio, heredero del trono de España, en 1768, siendo

por lo tanto Princesa de Asturias desde ese mismo año hasta la muerte de

su suegro el rey Carlos III, en 1788, y reina de España desde ese mismo

año hasta 1808, en que el rey, su esposo abdica de la corona española en

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la triste y vil persona de su hijo Fernando VII. Es decir, veinte años de

reina y veintitrés de principado, lo que suman la nada despreciable cifra

de cuarenta y tres años de estar en primera línea en el severo escaparate

de la Corte española, mucho más crítico con la nueva reina venida de un

país muchos más complaciente con las normas morales, cuanto que fue

precedida por virtuosísimas princesas y reyes de morigenadas

(moderados en su forma de vivir), costumbres que nos diferenciaba de

otros muchos países de Europa, donde la corrupción generalizada y la

permisibilidad de costumbres chocaba frontalmente con las más rígidas

normas españolas, siempre dirigidas por la iglesia católica, cuya máximo

representante era el mismo rey.

Cuadro de rey felón Fernando VII

La reina María Luisa nunca supo –ni quiso– adaptarse a las

costumbre españolas que limitaban su ansiada y aceptada libertad

personal; tampoco los españoles aceptaron durante los largos años de su

reinado las costumbres de su reina, quienes nunca le perdonaron –en su

estricto criterio– su licenciosa vida, arruinándole su reputación

solamente por el hecho de aceptar como seguro lo que no eran más que

calumnias e infundios de un pueblo intransigente con la liviandad que

demostraba quien veían entronizada en los más altos lugares. María

Luisa había llegado al peor de lo sitios para que le fueran disculpadas o

toleradas las licencias de un temperamento y de una educación que la

llevaban por el fácil y peligroso camino de la sensualidad.

El ambiente de las pequeñas Cortes italianas no se caracterizó

nunca por su severidad, más por el contrario, la tradición, el clima y el

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fácil desarrollo de la intriga pequeña y el ansia de la diversión continua

que traen consigo los altos cargos sobre los que no pesa una alta

responsabilidad, determinaron que María Luisa se educase en Parma de

un modo que favorecía sus tendencias y apetitos naturales.

Vista de la ciudad de Parma (Italia)

Tuvo como maestro, como también su hermano, al famoso filósofo

sensualista Condillac, muy alejado de las estrictas normas morales de la

doctrina cristiana vigente en España. Los gustos de María Luisa se

inclinaban desde muy joven a la diversión y a la independencia,

circunstancias que en nada favorecían sus relaciones con su adusto

suegro el rey Carlos III, ni mucho menos con las damas de su Corte que

la veían como una intrusa casquivana sin ningún respeto hacia lo que

ellas cínicamente representaban, aunque sólo fuera de puertas de palacio

hacia fuera. Por ello, cuando la jovencísima niña de tan solamente

catorce años, en consonancia con su edad y con la educación recibida en

su patria cometió nada más llegar varias ligerezas, recibió la reprobación

de su suegro, quien se ufanaba de la seriedad y rectitud de las princesas

españolas: Carlos III era un hombre corto de inteligencia, rectamente

intencionado, religioso, honestísimo y severo. María Luisa era, si no

inteligente, lista y vivaracha, sin más línea de conducta que su capricho,

de una religiosidad superficial y de temperamento ardiente.2

Nada más verla, el rey decidió someterla a una estricta vigilancia,

no fiándose en absoluto del carácter de su hijo y esposo de María Luisa,

un muchachote fuerte, buenazo y romo, al lado del cual su padre, ya

hemos señalado, resultaba ser una lumbrera. Y en aquella Corte española

de sigilos, tapujos y aburrimiento, pronto se sentiría la joven princesa de

Asturias vigilada, comprendiendo que sus travesuras se verían como

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deslices y devaneos; sus devaneos como liviandades y sus liviandades

como terribles faltas de corrupción. Los usos y costumbres de la Corte

española estaban directamente relacionados con las aficiones cinegéticas

del rey de la cual participaba muy a su gusto el príncipe Carlos, a los que

habrá que añadir la fuerte religiosidad de ambos. Si algo le faltó a María

Luisa fue un esposo inteligente. Todos sabemos que de un mal

entendimiento entre una pareja pueden nacer muchas desgracias. Y

nacieron. Posiblemente no las que se han querido suponer; pero sí

aquellas que hicieron que María Luisa reinase e hiciese reinar con ella a

las personas de su predilección y muy singularmente al joven y apuesto

guardia de Corps, tan alejado por otra parte de las absurdas y enfermas

figuras de su marido y de su hijo, a los que nunca amó como esposa y

madre, ni le merecieron respeto como hombres, como podemos

entresacar de la misma y copiosa correspondencia de la reina.

Un jovencísimo Godoy vestido de uniforme de guardia de Corps

Nunca ha podido probarse fehacientemente que la degradación de

María Luisa fuese tan completa y tan temprana como algunos le

atribuyen y basta comprobar las relaciones y privanzas concedidas al

extremeño para anular muchas de las insidias vertidas sobre ella. Mujer

en aquellos momentos de su juventud de grácil tipo, maneras agradables

y encantadoras cuando precisaba, de bellos y brillantes ojos aunque de

rostro imperfecto, muy pronto ajado con motivo de algunas

enfermedades y embarazos, no era mujer para inspirar una pasión

irresponsable a un hombre mucho más joven que ella, de buena planta y

con mucho éxito entre las mujeres de la Corte. Si alguna relación íntima

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hubo entre ambos personaje, creemos nosotros, está desde luego muy

alejado del simple planteamiento de dos personas que se aman y estaría,

por el contrario, sujeta a anhelos todavía más bajos y de inconfesables

ambiciones. En el reino de las mujeres todo gira en torno del hombre.3

Y María Luisa, que vivía en un mundo de hombres pero muy alejada de

ellos, necesitaba una complicidad fuertemente masculina para llevar a

cabo sus objetivos de reinar en un país con fuerte ataduras morales.

Casa donde nació Manuel Godoy, en la ciudad de Badajoz

Si hemos hecho un breve retrato de la joven princesa María Luisa y

hemos reflejado las circunstancias en las que se encontraba cuando llegó

a España, vamos ahora a acercarnos a la vida del joven Manuel desde su

nacimiento en una humilde ciudad de provincia hasta su llegada a la

capital del reino en busca de un futuro económico y social del que

carecía en su lugar de origen.

Si no de familia acaudalada al uso de aquellos tiempos, Manuel

Godoy vivió una infancia y juventud bastante cómoda, hijo como era de

don José Godoy, coronel del Ejército, con pujos de pertenecer a una

familia de hidalgos y de doña María Álvarez de Faria, cuyos orígenes

familiares entroncaban con familias portuguesas dedicadas al comercio

de ultramar, y por lo tanto acaudaladas. Lo que sí tenía la familia muy

claro eran sus ideas de una buena educación para sus hijos, dándole a

este hecho una importancia fundamental.

Vivían en una casona española en la calle de Santa Lucía, muy

cercana a la entrada natural de Badajoz conocida como Puerta de Palmas

(aún existente, aunque reformada en parte y dividida, pero bien

conservada), siendo sus vidas las de una familia burguesa de provincias

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claramente marcadas por las normas y principios cristianos. Nació

Manuel el año de 1767, precisamente cuando estos principios empezaban

a ser objeto en España de ataques sinuoso y año en el que serían

expulsados del país los jesuitas. Lo que sí sabemos es que esta obsesión

por la educación de sus hijos hizo que Manuel tuviera buenos profesores,

estudiando ciencias y filosofía e instruyéndole con arreglo a los nuevos

métodos de enseñanza. Manuel no era, pues, un hombre inculto ni

mucho menos semi analfabeto como en más de una ocasión se le ha

pretendido presentar y como en él demostró en más de una ocasión con

la protección y creación de sociedades culturales que aún perviven con

gran fuerza en nuestro tiempo y por su interés personal en el campo de la

pintura y de la bibliofilia, llegando a poseer unas de las mejores

pinacoteca y biblioteca de su tiempo, que hoy forman parte importante

del museo del Prado y de la Biblioteca Nacional, aquello que no fue

expoliado o malvendido por sus enemigos.

Vistas de Badajoz en el siglo XIX

De carácter agradable, su buena educación y su afable cortesía le

granjeó muchas amistades en los primeros momentos de su llegada a

Madrid, pero también la enemistad de aquellos que veían en él a un

posible enemigo en el campo de la política. Muy joven, Manuel,

siguiendo los pasos de su hermano mayor, marchó a Madrid y se alistó

en el ejército como única salida para sobrevivir. Luis Godoy, a quien

también la maledicencia une a los amores clandestinos de la por entonces

princesa de Asturias, utilizando para ello su porte físico y su destreza con

la guitarra para acompañar los largos periodos de soledad de María

Luisa, no tuvo mucha suerte en su carrera militar. Carlos III, enterado de

lo que se murmuraba en palacio sobre la amistad del soldado y la

princesa determinó el alejamiento de Luis, marchándose éste de la Corte.

Las ilusiones del joven soldado, frustradas en un primer momento por las

malas lenguas de los envidiosos, se verían colmadas muchos años

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después, cuando ya con su hermano en el poder, éste le nombrara para la

capitanía general de Extremadura.

Casi dieciseis años menos que María Luisa tenía Manuel Godoy

cuando ingresó con diecisiete años, en 1784, en la guardia de Corps,

donde ya ejercía su hermano. Muchas son las leyendas que se han

contado sobre los primeros años de su estancia en Madrid y de los

comienzos de sus privanzas. Precisamente el excesivo número de estas

estúpidas leyendas han hecho que la veracidad histórica del personaje

quede difuminada y confusa: la leyenda de Godoy permaneciendo en la

cama mientras se le secaba su única camisa, la leyenda de un Godoy

flautista o guitarrista cuando jamás supo tocar un instrumento musical,

nos señalan como ejemplos lo que queremos poner de manifiesto en

cuanto a la realidad del personaje.

Retrato ecuestre de Manuel Godoy, Duque de Alcudia, por Goya

Sabedor del daño que estas leyendas le habían hecho durante su

vida política, Manuel Godoy intentó en sus Memorias escritas en su

largo destierro de París justificar muchas de estas patrañas aunque pase

de puntilla sobre las que puedan resultar verdaderas. Recuperemos

algunas de estas justificaciones del proscrito: Buscando hacer novelas

más que historia, y alojándome en Madrid por cierto tiempo en la

postrer desdicha como un juglar o como un bardo, sin más medios que

el canto o la guitarra, no han dudado en contar que a mi huésped lo

contentaba y lo pagaba con coplas de bolero… ¿Qué persona de juicio

dará crédito a tales cuentos? ¡Y sin embargo, eco de ellos, todos los

biógrafos franceses y extranjeros han copiado estas consejas! Mi posada

en Madrid, desde el día de mi llegada, fue el Cuartel de Guardias de la

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Real Persona, en compañía de mi hermano el mayor, que me precedió

en la carrera en que yo entraba. Mi excelente padre nos acudía con

sobrados alimentos para sostener con decoro nuestra clase; y en mi

vida, lo repito, ni aun como aficionado entendí de cantar, ni de guitarra,

ni de otro algún instrumento. Pero mis enemigos necesitaron

deprimirme en todo, se dio boga a estas especies, y se atribuyeron al

galanteo y a las tonadas los favores que debía a mis reyes. Yo diré pocas

cosas sobre esto, y observaré el decoro que requiere su memoria, como

convine entre españoles.4

Oleo de Agustín Esteve

Sin embargo, lo que no explica Godoy en estas sus Memorias es el

origen y fundamento de su privanza, que son hoy un hecho indiscutible

para la Historia, quedando lo demás, amparándose en una exageración de

malsanos propósitos de los buscadores de secretos de alcobas, en simples

cotilleos de envidiosos enemigos. La realidad es que a los veinticinco

años Manuel Godoy era la persona más importante y con más influencias

en una España donde gobernaban, con todos los merecimientos de

hombres necesarios para ellos, personajes de la talla de Floridablanca,

Aranda o Jovellanos, a quienes nos acercaremos en notas posteriores.

Para estos apuntes, lo importante es el uso que Godoy hizo del poder que

recibió en tan discutibles circunstancias, que nosotros no creemos que

fuera en definitiva estéril, habida cuenta de que dicho poder le fue

entregado, principalmente, por la reina María Luisa, debido a la

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debilidad, bondad e incapacidad de su marido el rey Carlos IV. Ella

necesitaba para gobernar de la capacidad intelectual de un hombre fuerte

y lo encontró en Godoy, al que se entregó sin ningún tipo de reserva,

convirtiéndole en su ídolo y protector, por encima de cualquier

murmuración o malos entendidos de la Corte.

Carlos III había muerto en 1788, dejándole en herencia la corona

española a su hijo Carlos, y sobre todo a su mujer María Luisa, quien al

día siguiente del fallecimiento del rey convocó a los ministros,

manifestándose de tal manera que dejaba muy claro a todos los presentes

quién iba a gobernar el país desde ese mismo momento, idea que corrió

como un reguero de pólvora por toda Europa a través de la

correspondencia diplomática.

Retrato del rey Carlos III, por Anton Mengs

El hombre sobresaliente de la política española de aquellos años era

el conde de Floridablanca, pero lo avanzada de su edad y el deseo por su

parte de continuar la misma línea que con el anterior rey se había

seguido, lo hacían no apto para enfrentarse con la nueva realidad, mucho

más acuciante y difícil de solucionar que en fechas anteriores. La

situación de España era crítica, rodeada por todas partes de enemigos

que ambicionaban recortarle su poderío. Los barcos españoles que traían

sus riquezas desde América eran continuamente atacados por barcos

piratas ingleses con la anuencia y consentimiento de la corona de su país.

Con Francia, aunque regía el pacto de familia, ésta tenía sus propios y

graves problemas que llevarían al patíbulo a los propios monarcas sin

que España pudiera interferir en su revolución interna. Para más

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problemas, en África los piratas marroquíes entorpecían la navegación

de nuestros barcos y asaltaban nuestras plazas fuertes.

Floridablanca pintado por Goya

Cualquiera de estos problemas era lo suficientemente grave como

para prestar toda la atención del gobierno, pero el viejo Floridablanca

optó, como siempre había hecho, por contemporizar y esperar que los

asuntos se solucionaran por sí mismo. Por otra parte, la política general

le importaba muy poco a la Reina, que todo lo viera desde su personal

prisma dinástico y casero, reservándose el derecho de poder otorgar

honores y cargos según sus preferencias. La política interior era una

parcela que dejaba exclusivamente en manos del presidente del gobierno.

Floridablanca, viejo político con gran experiencia en el manejo de los

entresijos del poder vio muy claro lo que se le venía encima, frente al

excesivo aumento del poder omnipotente que el joven teniente

extremeño venía recibiendo. Godoy, con tan solo veintiún años, era un

simple teniente, pero tenían a su favor el ser recibido con el mayor

agrado por los reyes, siendo sus palabras y sus consejos escuchados

atentamente por ellos. ¿Qué podía hacer Floridablanca frente a tan

poderoso contrincante? Primero, y hay que proclamarlo, defender los

interese del estado; después, y cuando su situación se hizo insostenible

frente al joven opositor, defenderse a sí mismo, lo que determinó

irremisiblemente su perdición.

Si a estos problemas, ya de por sí suficientemente graves para un

político de primera línea, le sumamos que un año después de la muerte

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del rey Carlos III sobrevino la toma de la Bastilla y el ataque frontal a la

monarquía francesa que supuso la máxima alerta en el gobierno de

España, cuyos pactos con el país vecino exigían una toma de postura en

consonancia con los sentimientos personales, explicables por lazos de

sangre, que no era otra que la de ayudar en sus cuitas a los reyes de

Francia. Con estos problemas tendremos perfectamente dibujado el

panorama en el que nos encontrábamos en aquellos momentos de tanta

incertidumbre. ¿Qué solución tomar en tal caso, mandar a los ejércitos

españoles a defender los derechos dinásticos del rey francés cuando el

mismo Luis XVI aceptaba y rubricaba las importantes reformas que se le

imponían?

Retrato del rey francés Luis XVI

Los reyes españoles no vacilaron ni un momento en lo fundamental

de la cuestión, que no era otra que la reconquista de los derechos reales

de los reyes de Francia. Otra cosa era en la aplicación de estas ayudas

por falta de medios materiales y de hombres, aun no estando el rey de

España de acuerdo con los pasos seguidos por su familiar, idea a la que

se sumaba muy gustosamente Godoy. Porque a estas alturas de la

historia, Godoy era ya un personaje importante en la Corte española. Sin

cargos de relevancia, pero con gran predicamento en las decisiones que

tomaban los reyes. Y Floridablanca lo sabía. No le importaba que el

joven soldado obtuviera honores y cargos que ya le empezaban a llegar;

lo que realmente le importaba al viejo político era el sentirse acorralado

por los amigos del extremeño que poco a poco iba colocando a los suyos

en puestos vacantes claves del gobierno, como si de una pequeña corte

personal se tratara.

El rey le ha nombrado comendador de la Orden de Santiago; su

madre ha sido nombrada dama de honor de la Reina; se piensa en su

padre para posible ministro; todo está de su parte y los honores son

pocos para contentar al muchacho que camina con fuerza hacia la

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cumbre del Poder, mientras en Francia va progresando la revolución y el

rey jura la nueva Constitución, con el consiguiente enfado de su primo

Carlos IV, quien lo considera prisionero de las presiones sobre él

ejercidas. España no puede romper los lazos que le unen a Francia sin

caer prisionera de los interese de Inglaterra y espera el resultado de los

tristes acontecimientos que suceden con el intento de huída de los

soberanos franceses. Floridablanca es incapaz de buscar soluciones y los

reyes escuchan entusiasmados las palabras del joven Godoy, enemigo

declarado de los revolucionarios franceses. Los problemas diplomático

que la revolución conlleva para España son de tal índole que se necesitan

ideas nuevas para un marco político nuevo. ¿Y quién mejor situado para

estos menesteres que aquel joven Godoy, tan osado y tan querido por los

soberanos para buscar una solución de futuro?

Un joven Manuel Godoy con uniforme de teniente general

En el año 1791, con veinticuatro años y con poco más de seis en la

carrera militar alcanza el grado de teniente general. Es ya un hombre

importante que espera su oportunidad para alcanzar el poder o cedérselo

a sus correligionarios. María Luisa gobierna a Carlos IV y él “gobierna”

a María Luisa. Pero Godoy sabe que todavía es pronto para dar el paso

definitivo. Escucha las murmuraciones que acompañan a su persona y

comprende que tiene muchos y poderosos enemigos de los que

protegerse. Por otra parte, el poder es siempre grato para quien lo ejerce,

pero mucho más grato, parece pensar el personaje, es mandar desde la

sombra, y eso es lo que en estos momentos hace de forma complacida. Él

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sabía que estaba en bocas de todo el pueblo sorprendiéndolo con sus

numerosos nombramientos; cuando aun no se habían terminado las

habladurías por el nuevo cargo, un nuevo nombramiento o una nueva

prebenda venía a sustituir a dichos comentarios, estando siempre en

primera fila de la actualidad.

El momento decisivo de la toma del poder por parte del extremeño

llega como consecuencia de un grave error de cálculo del asediado

primer ministro Floridablanca, quien viéndose ninguneado y vencido por

el pretendiente pasa al ataque con toda la artillería que le queda. Sabedor

de su inferioridad frente a Godoy planea y decide decirle al rey durante

el transcurso de una cacería lo que todo el mundo murmura y él mismo

cree a pie juntillas sobre la infidelidad de la reina con su joven

adversario político. Naturalmente el rey se siente agraviado y monta en

cólera, incapaz de comprender, desde su real persona y sus limitadas

entendederas, lo que el primer ministro le insinua. En vez de averiguar la

verdad del asunto, se enfrenta enojado a su esposa y le pide

responsabilidades sobre su infidelidad, frente al asombro de la reina que

se vio calumniada sin pruebas. Mucho más agraviada que quien le pide

cuentas de sus devaneos, entre desmayos, indignación y amenazas de

volverse con su familia, consigue lo que pretende: el nombre de

Floridablanca como el responsable de tan graves como injustas

acusaciones.

Retrato de la reina María Luisa por Maella

El rey, que al fin y al cabo se había lanzado a una acusación

gratuita, vaciló entre creer al su primer ministro o a su esposa, que

además le amenazaba con un espantoso escándalo. Vacilar en estos casos

en ceder, mucho más cuando enfrente hay una mujer que grita, llora, se

desmaya, proclama que la han injuriado y solicita a su marido pruebas de

lo que se le acusa. El triunfo estaba cantado y el rey declara como

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impostor al denunciante Floridablanca, le destituye, le destierra de la

Corte, y suerte tuvo de no ser denunciado por delito de lesa Magestad, lo

que le hubiera costado la vida.

Esto ocurría un 28 de febrero de 1792. Aquella noche, que según

los cálculos del primer ministro debería ser el comienzo del hundimiento

de su enemigo Godoy, se encontró con la llegada de un correo del rey.

Avisado y sacado de la cama, fue informado de la destitución de todos

sus cargos y de su inminente destierro, para lo que tenía que partir en ese

mismo momento en un coche de caballos que le estaba esperando en la

puerta de su casa.

Retrato del rey Carlos IV, por Goya

El ministro no tuvo más remedio que aceptar su derrota, dejándole

libre el camino a Godoy. La jugada, aparentemente desarrollada entre la

reina y Floridablanca, giraba sin embargo en torno a Manuel Godoy,

como bien lo entendió Aranda, nombrado sustituto del depuesto

ministro, quien lo primero que hizo fue visitar la casa del privado para

rendirle pleitesía y pedirle consejo, sabedor de que su cargo estaba en

manos de éste, más que del deseo del propio rey por mantenerlo.

El poder inconcebible de este hombre aumentaba día a día. Asistía a

los Consejos como si fuera una personalidad principesca, cosa que no le

estaba permitida ni al mismo príncipe de Asturias, siendo criticado por

este motivo por aquellos que le envidiaban. Pero su futuro estaba ya

asegurado. Necesitaba de un título nobiliario para asentar su poderío y le

fue concedido el ducado de Alcudia con su correspondiente posesión de

la finca de aquel nombre, terrenos valorados en varios millones y la

grandeza de España que el título llevaba aparejado. Poco más tarde fue

nombrado miembro del Consejo de Estado, alcanzando fama y honores

tan singulares a la edad de veinticinco años.

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Godoy estaba en lo más alto de su fama: era joven, millonario,

duque, consejero de Estado y, lo que creemos más importante, gobernaba

el país a través de la reina y de un ministro viejo y sin ningún sentido de

la dignidad de su misión.

Fotografía del rico valle de Alcudia

Pero a un verdadero hombre de estado, y Manuel Godoy lo era, no

le quedaba otro remedio que demostrar que tantos honores concedidos

por los reyes no eran otra cosa que fruto de sus merecimientos

personales, de su inteligencia y de su obediencia a los monarcas. Y esta

demostración tenía que hacerla gobernando. En este punto se puso a

gobernar y a gobernar bien. Estaba lleno de ideas nuevas con las que

salvar a España, así como provisto de las mejores intenciones para con

sus reyes. Queria hacer algo por su país, comprendiendo que tal era el

único medio accesible para soportar, sin demasiado esfuerzo, los

honores y las riquezas que se le venían a las manos.5

Y Godoy ya no era

teniente general; ahora es capitán general. Después del rey está a la

cabeza del ejército español. Le falta una condecoración preciadísima

para que el duque de Alcudia, grande de España, esté a la altura de

cualquier otro noble. Y se le concede la Orden del Toisón de Oro.

Entretanto, los acontecimientos de la Revolución francesa van

aconsejando tomar una determinación grave. Los años de mayor fama de

Godoy son los mismos en que la monarquía francesa camina hacia el

despeñadero. A los pocos días de tomar posesión como miembro del

Consejo de Estado, ocurren los hechos del 10 de agosto de 1792: el rey

de Francia ha huído con su familia y su autoridad acababa de declararse

suspensa. España tenía que hacer algo para cumplir con sus

compromisos con el país vecino, pero se encuentra con la Hacienda en

ruinas y un ejército sin pertrechar. Godoy no era muy partidario de una

intervención armada, sabedor como lo era de las pocas posibilidades de

las fuerzas ahora a su mando, aunque decide reunir de forma disuasoria a

parte de la tropa frente a la frontera francesa. El viejo Aranda dudaba y

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era más que otra cosa un estorbo, puesto que quien gobernaba

efectivamente era Godoy, de quien los reyes no estan dispuestos a

prescindir de sus servicios, sino que le acumulaban cargos y honores en

un afán de que asumiese todas las funciones de gobierno. Aranda debía

pasar al Consejo de Estado y su vacante ser cubierta por el joven capitán

general, como así se hizo en noviembre de aquel mismo año de 1792.

Los monarcas franceses habían sido presos en el Temple y ya se

veía venir el proceso sobre Luis VXI, en donde un gran compromiso de

honor abriría sobre España las negras alas de la guerra. La confianza de

los reyes estaba puesta de manera firme en el duque de Alcudia, así

como la del pueblo también debía depositarla en él. Godoy fue

nombrado ministro, aceptándole a Aranda una dimisión que éste jamás

había pensado hacer. Desde ese momento los destinos de España

pasaban a depender completamente de él.

Retrato del conde de Aranda, por José María Galván

Nada más llegar al pode Godoy se da verdaderamente cuenta de la

obra que le ha tocado en suerte y se apresta con todo su fuerza e

inteligencia a la tarea de defender a España y salvarla de los riesgos

infinitos y amenazadores que le acechan. Al otro lado de los Pirineos los

problemas se han ido ensanchando. Luis XVI va a ser juzgado y

declarado culpable de alta traición. Por otra parte, ni España ni Francia

desean romper su relación frente al temor de que sea aprovechada por

Inglaterra. España, ya lo hemos señalado, no está en condiciones de

entrar en un conflicto bélico aunque la opinión pública le empuje a ello.

Godoy es consciente de esta debilidad e intenta ofrecer a los

responsables de la Revolución francesa asilo en España para Luis XVI.

20

La suerte de aquel rey le conmueve, como le conmueve el dolor de sus

soberanos frente a la desgracia de su familiar y la inquietud que la

Revolución promueve en sus asustados ánimos. Está sometido a juicio

pero espera que le sea respetada la vida. No lo ha consultado con Carlos

IV sabedor de su intransigencia con la labor del rey francés, pero quiere

evitar a toda costa la guerra, al mismo tiempo que desea salvar la vida

del desgraciado rey.

Godoy en sus momentos de máximo esplendor

Para ello se lanza a una proposición completamente inesperada para

todos: la neutralidad española en el conflicto de Francia con las

potencias centroeuropeas, neutralidad que habría de exteriorizarse

mediante una retirada conjunta que las tropas de España y Francia tenían

en los Pirineos, renunciando de hecho las dos naciones a todo propósito

bélico. A esta propuesta se unía una nueva oferta más concreta al

gobierno francés para que España sirviera de refugio a la familia real

francesa. No prosperó, no por las buenas intenciones de Godoy sino,

seguramente, por su falta de experiencia al exponer la petición a un

gobierno revolucionario. Más por el contrario, el gobierno francés

consideró una intromisión en sus asuntos internos.

Los acontecimientos desde ese momento se precipitaron y Godoy,

enemigo declarado de la guerra con la vecina Francia tuvo que

reconsiderar su postura y prepararse para lo inevitable si se llegaba a

ejecutar al rey. El día 30 de enero de 1793 llegó a la capital de España la

21

triste noticia de que el rey de Francia había sido guillotinado el pasado

día 21. Ya no había tiempo para otra cosa que no fuera la guerra,

completamente anulado los campos de la negociación, mucho más

cuando ésta era deseada por el pueblo y por el mismo rey español. No

había mejorado la situación de la Hacienda pero las recaudaciones que se

hicieron fueron millonarias y acudieron muchos voluntarios como

soldados. La guerra tardó en empezar con algunas intervenciones de

nuestros ejércitos de manera desordenada aunque se alcanzaran algunas

victorias españolas. Pero muerto el general Ricardos y encargado del

mando el conde de la Unión, sobrevino la primera derrota grave y el

panorama empezaba a ensombrecerse de forma muy preocupante. A

finales del año 1794 tropas francesas habían penetrado por algunos

puntos de la frontera española y había cometido algunos desmanes en las

poblaciones conquistadas.

El general Ricardos pintado por Goya

Pero la guerra no avanzaba de la forma deseada, tanto por una parte

como por la contraria; la guerra duraba demasiado y el cansancio se

adueñaba de los soldados que no veían claro el fin de la contienda ni el

por qué de la misma. Cuando Godoy buscó nuevamente la solución de

unas negociaciones en Basilea se encontró con que el embajador francés

se encontraba allí con el mismo fin. La paz era deseada por ambas

naciones aunque los tratos comenzaron de una manera muy desfavorable

para España. Los deseos de Francia, en su declarada ventaja, no solo era

la paz sino conseguir una alianza duradera entre ambas naciones contra

el enemigo común, Inglaterra. Por otra parte, Godoy quiso hacerse cargo

en dichas negociaciones de la pequeña figura del príncipe heredero Luis

XVII, reconocido por los demás monarcas extranjeros, que languidecía

tristemente entre los gruesos muros de su prisión del Temple.

22

El asunto era irrenunciable para Godoy y a punto estuvo de llevar

las negociaciones a total fracaso. Afortunadamente para la paz, la muerte

del pequeño príncipe en circunstancias poco claras resolvió el grave

problema que se trataba, ya que la otra hija del soberado ajusticiado no

tenía problemas para ser liberada y dejarla marchar a donde quisieran

acogerla. El resto de las negociaciones no eran más que resolver asuntos

de indemnizaciones y ventajas, claramente favorables a Francia.

Perdíamos en el convenio la parte española de la isla de Santo Domingo

pero no estábamos en situación de negarnos a aceptarlo. Godoy estaba

dispuesto a acabar con la guerra, y acabó con ella, con el consiguiente

regocijo de una población no dispuesta a más sacrificios. Las

consecuencias de una guerra de la que él no era culpable fueron bastante

beneficiosas para el favorito: fue nombrado Príncipe de la Paz, le fue

entregada otra importante posesión, además de importantes honores a

sumar a los ya recibidos.

Busto en mármol de Carrara del teniente general Godoy

Veamos los fundamentos en que se apoyaba el decreto para la

concesión de tan importante título: El bien de mis vasallos y la

conservación de mis reinos no podía verificarse sin la paz que acabo de

hacer con la Francia; mis cuidados no hubieran llegado al efecto que

me prometo para el bien sucesivo de esta Monarquía si le eficacia de mi

primer Secretario de Estado, duque de Alcudia, no hubiese cumplido

puntualmente cuanto a este fin le he mandado. Esta conducta tan propia

de su antigua nobleza, consiguiente al amor con que me sirve, ha

empeñado mi soberanía en términos que de no publicar con alguna

demostración mi aprecio, pudiera esperar poco en que los sucesores en

su empleo siguiesen las huellas de la gratitud. Esta justa consideración y

23

otras de no menos gravedad, que tengo presentes, cuyo bien disfrutarán

mis vasallos, me obligan a procurarle un monumento que lleve a la

posteridad mi aprecio y su memoria. Por lo tanto, he resuelto darle el

título de Príncipe de la Paz con la posesión amplia y absoluta del Soto

de Roma, para que pueda conservar el lustre de sus títulos y familia, y

mando que arreglándose en todo a este mi decreto se ponga en posesión

de la tal finca a la persona que en su nombre comisione el dicho mi

primer Secretario de Estado, duque de Alcudia, prohibiéndole el uso de

este título con preferencia al de Príncipe de la Paz, y mando que sus

herederos y sucesores gocen de este mismo privilegio y posesión de la

finca señalada, con el señorío más amplio que ser pudiere y absoluta

libertad de cargas sobre sus producciones. Tendréislo entendido y así lo

comunicaréis a las personas que sea necesario para su cumplimiento,

como también al interesado para su satisfacción. Dado en San Ildefonso

a 5 de septiembre de 1795.6

De la lectura de estas líneas lo que queda claro es que la paz con

Francia era la liberación de una pesadilla para el rey de España, hecho

que agradece a su interlocutor, aun a pesar de las cesiones pertinentes y

de la triste paz conseguida en Basilea, con tal de acabar con tan

peliagudo problema.

Grabado del Príncipe de la Paz

Pero más que sus discutibles éxitos en el campo de las armas, lo

verdaderamente importante en la vida cortesana de Godoy es su apoyo y

protección incondicional al mundo de las letras y de las artes, así como

la propulsión de instituciones científicas. Antes de estos acontecimientos

que le encumbran y le llenan de honores, Godoy había fundado la

24

Escuela de Veterinaria y es el organizador del examen de médicos e

inspección de farmacéuticos para tratar de frenar la superstición y el

curanderismo. Creó la Escuela Superior de Medicina. Protegió a los

artistas comprándoles sus obras, entre los que se encuentra Goya al que

le encargó le hiciera varios retratos.

Sin embargo, los débiles acuerdos con la vecina Francia marcarían

definitivamente el futuro del personaje. Nuestra debilidad frente a

Inglaterra que desde siempre apetecía nuestras posesiones de ultramar y

que boicoteaba nuestras rutas marítimas con el abordaje y saqueo de

nuestros barcos, nos ponía sin condiciones en manos de una Francia en la

que ya aparecía la relumbrante estrella de Napoleón, quien nos utilizaría

como peón en su ambicioso juego de ir conquistando Europa.

Napoleón estudió desde el principio y con mucho interés la figura

de Godoy. Quiso penetrar en el secreto de aquella personalidad que

había sabido imponerse de forma tan aplastante a sus contrincantes e,

incluso, le aconsejó dar algunos pasos que el extremeño no aceptó en

previsión de su desconfianza hacia un personaje que nada le garantizaba.

Ya no era el joven inexperto al que los halagos podían hacer mella.

Ahora era un hombre de Estado, que con sus luces y sus sombras, quería

alumbrar por sí mismo no dejándose absorber por el brillo del nuevo

estadista francés, por lo que pronto sería mal visto por su Directorio, al

no plegarse a sus directrices, sintiéndose fuerte al ser arropado por el

favor de los reyes. No le quería la aristocracia, sobre la que se había

elevado dejándola atrás, quienes le llamaban falsario usurpador; no le

querían los políticos, a los que había desplazado y que en su insidia le

denunciaban como un inepto causante de las derrotas; no le quería el

pueblo, que le llamaba ladrón y que nunca perdona el escándalo público

del que él era acusado; no le quería la Iglesia por su tendencia liberal,

que le acusaba de ateo. Pero contra todo esos reveses, de momento,

estaba la voluntad de los reyes que le había dispensado su amistad y le

había cubierto de honores.

Un retrato más del valido

25

Frente a esta posición múltiple se halla la de quienes la interpretan

considerándolo que sólo gritaban ateísmo los enemigos de la cultura que

Godoy impulsaba; que no tenía derecho a hablar una aristocracia

envilecida que iba a casa del favorito a verle vestirse; que no podían

hablar de ineptitud los políticos que nos habían llevado hasta la situación

en que Godoy no tuvo más remedio que aceptar; que no es un ladrón

quien toma lo que le regalan y que es muy discutible la crápula de un

hombre joven al que se le dirigen sin cesar invitaciones irresistibles.

Naturalmente, no todo el mundo le veía así. Rhode, enviado de Prusia,

sintetiza de este modo el juicio que tiene sobre el favorito Godoy: Tiene

una inteligencia enormemente clara y justa, y cuando el estado distraído

de su ánimo no le permite preocuparse mucho tiempo de una cosa,

compensa hasta cierto punto con una gran seguridad de carácter los

inconvenientes que pudieran resultar de esto. Esta firmeza de carácter,

que le honra, le mantendrá el mayor tiempo posible en su actual carrera

política.7

La gallardía del personaje se ve en este retrato

El favor del rey resite los empujes de las numerosas conjuras que

contra él se producen, mucho más cuando en 1797, a sus requerimientos,

Godoy va a emparentar con la real familia. Fuera posible, en un

momento determinado destituirle de sus cargos, pero si contrae

matrimonio con una sobrina de Carlos III y por lo tanto prima hermana

del Carlos IV, se convertirá de por vida en pariente del Monarca. El 5 de

septiembre un decreto real anuncia que María Teresa de Borbón

Villabriga, hija del infante don Luis, que había contraido matrimonio

morganático, ha elegido por esposo al Príncipe de la Paz.

26

Este casamiento le reviste de los mayores poderes que puedan

pensarse y Godoy es muy consciente de ello en sus enfrentamientos con

los franceses y prefiere por el momento apartarse del poder para así

visualizar los problemas desde una óptica más racional. Solicita al rey

que le separe del puesto de ministro y éste se lo concede, después de

mucho pensárselo, en marzo de 1798.

Pudiera parecer que con esta dimisión se acaba la vida política del

extremeño, pero es todo lo contrario. Aparentemente alejado del poder y

sin nada que le apremie tendrá tiempo para organizarse y prepararse para

un regreso cuando guste o considere oportuno. Mucho se habló de esta

inesperada dimisión y muchos los comentarios sobre posibles causas del

mismo: desde motivos estrictamente personales relacionados con sus

amores con Pepita Tudó hasta la presión de Francia para apartarlo del

ministerio. Lo cierto es que siguió jugando el mismo papel de confianza

del rey, sabedor de que su opinión seguía pesando mucho en la política

española.

María Teresa de Borbón, esposa de Godoy

Creemos que la verdad es muy otra. Godoy sabe que está en el

mejor momento de su vida. Que ya no necesita encargarse personalmente

del poder y lo que es más importante: que no necesitaba el cargo para

ostentar el Poder. Tiene el título de Príncipe de la Paz, está casado con

una Borbón estando emparentado directamente con el rey, por lo que le

están reservados los mismos honores que a los infantes y príncipes de la

Casa Real. El momento más importante será cuando le nazca al nuevo

matrimonio una niña, el 15 de octubre de 1800, en Madrid. La noticia del

nacimiento de la hija les llega a los reyes cuando están en El Escorial. La

reina la recibe como si fuera el mayor acontecimiento que pudiera

27

suceder en el reino y ese mismo día el rey dispone se traslada la Corte a

Madrid, con el único fin de poder visitar a la madre y a la recién nacida,

con las consiguientes protestas de los que se tienen que desplazar en lo

que era un largo viaje, sin entender por qué se le da semejante

importancia si no es miembro de la familia real. El caso se cierra cuando

la niña es llevada por la marquesa de Monte Alegre a la propia

habitación del rey donde se realiza su bautismo. Después, acompañada

por una sección de alabarderos, es conducida al Palacio Real donde le

espera la reina. Las formalidades cuyos detalles describo –dice Alquier–,

por muy aburridas que sean, no se recuerda que se hayan practicado

nunca, excepto para los hijos del Rey o los de los príncipes de la familia

real.

Retrato de Carlota Luisa Godoy y Borbón

Pero los honores extraordinarios no terminan aquí; los reyes han ido

después del bautizo a la casa del Príncipe de la Paz, han comido allí, han

condecorado a la recién nacida con la Orden de la Reina y le han hecho

regalos espléndidos.

Mientras tanto, el poder del Estado, ocupado nominalmente por

Urquijo pasa a Cevallos, familiar de Godoy y en buenas relaciones con

éste que es quien realmente sigue gobernando el pais. Y es en estos

tiempos cuando Napoleón decide enviar a Madrid a su hermano Luciano

como embajador con una idea preconcebida. Sabe que Portugal, amiga

de Inglaterra es una plaza muy apetitosa para su gran proyecto de

dominio de Europa, pero que antes tiene que controlar a la decadente

España que no está en los mejores momentos de su historia. Este interés

comienza con la desestabilización del gobierno metiendo cizaña en las

imposibles relaciones entre la poderosa figura del valido Godoy y la

insignificante pero maliciosa persona del príncipe de Asturias que se

siente desplazado tanto del amor de sus padres como de los problemas de

gobierno que por naturaleza a él le corresponderían.

28

Luciano se percata muy pronto de las debilidades de la Corte

española donde el divorcio entre las esferas gubernamentales y el pueblo

es cada vez mayor. Pronto hace amistad con Godoy al que juzga

favorablemente: Es un hombre de extraordinaria belleza –escribe– y en

modo alguno carece de dignidad personal. Tiene inteligencia abierta, en

contraste con lo que sus enemigos han pretendido… en suma, en medio

de su pode extraordinario, ha manifestado moderación, y no ha hecho

más que defenderse contra sus enemigos.8

Otra cosa que le sorprende al

nuevo embajador es que en la Corte española se abriga la esperanza de

casar a la infanta Isabel con el mismo Napoleón, sabedores de que sus

relaciones con Josefina están rotas porque no puede darle hijos. Pero los

proyectos de Napoleón sobre España son otros muy diferentes a los que

aquí se proyectan.

El futuro rey Fernando VII

Lo primero que Napoleón exige al gobierno español es el

cumplimiento del pacto de Basilea por el que España está obligada a

prestar su ayuda a Francia en sus querellas contra Portugal, fuel aliada de

su enemiga Inglaterra. Pero el regente de la vecina nación es yerno de

Carlos IV, quien resiste la presión del francés confiando en la amistad de

Inglaterra y en la imposibilidad de que su suegro le ataque. La respuesta

por parte española es la invasión de parte de la vecina nación,

completamente desguarnecida, en la que Godoy, como general en Jefe de

las tropas, recibió como trofeo de la triunfal campaña unos ramos de

naranjas, que rápidamente hizo llegar a María Luisa.

La llamada guerra de las naranjas había sido su gran triunfo militar,

y el dorado fruto era símbolo de una ilusión de victoria, difícilmente

creible. La paz se firmó en Badajoz con la pérdida de la ciudad de

29

Olivenza par la nación portuguesa, costándole el puesto a Luciano como

embajador, porque a Napoleón no le gustó el que las tropas francesas no

hubieran tomado parte del conflicto.

Godoy, después de aquella guerra y de las turbulentas gestiones

para que Napoleón ratificase el tratado, disfrutó de una época de

descanso dedicándose nuevamente a proteger la cultura y dotar a España

de unas instituciones modernas. Su afán de ayudar a Goya está por

encima de la maledicencia referida a sus relaciones con la reina María

Luisa que éste refleja en sus famosos Caprichos. Funda el Instituto de

Fomento, que con uno u otro nombre ha llegado hasta nuestros días en

forma de Ministerio, teniendo como objeto la propulsión de toda suerte

de trabajos en pro de la cultura pública, y que será la simiente para la

creación de un ministerio de Instrucción pública.

Napoleón como Primer Cónsul

Godoy, que ostentaba el título de Príncipe de la Paz, por una broma

perversa del destino, estaba forzado por éste a decidirse siempre por la

guerra. España, encerrada en un círculo de fuego por la enemistad

irreconciliable de Francia e Inglaterra no podía mantener la neutralidad

más que siendo sumamente fuerte y no era este el caso, aunque sí lo era

como para que los dos contendientes buscaran o aspirasen a su

colaboración, por mucho que los buenos deseos de Godoy intentaran

alejar a España de estos enfrentamientos. Todavía era muy poderosa la

flota española mandada por marinos muy expertos y muy necesarias las

riquezas que desde sus territorios de ultramar llegaban a su suelo y que

incitaba a la codicia de sus adversarios. Godoy, amante de la paz

30

paradójicamente se encontraba en medio de aquel desconcierto

lastimoso.

La situación tan peligrosa tuvo un respiro con el concierto entre

Inglaterra y Francia llamada la paz de Amiens, que era una paz

imposible entre las dos naciones de la que salía beneficiada

momentáneamente España. Dicho momento de tregua tuvo una

consecuencia favorable como fue la boda del Príncipe de Asturias,

después reinando con el nombre de Fernando VII, con la princesa María

Antonia de Nápoles, que significó un relajamiento y una gran alegría

para un pueblo que se sentía en situación de peligro.

Casa palacio comprada por Godoy y María Teresa de Borbón

Fernando era un personaje que atraía la atención tanto dentro como

fuera del país. Para los españoles, a disgusto con lo que venían viendo de

la familia real gobernada por Godoy, era la gran esperanza.

Naturalmente, el heredero no podía ver con buenas ojos la figura y el

poder del que disponía el favorito, ni mucho menos podía estar de

acuerdo con la forma por la que le suponía había alcanzado dicho poder,

pero carecía del valor y de la catadura moral como para enfrentarse

directamente con él. Tuvo que sera través del error napoleónico y de la

falta de energía española las que rindieran un fruto al que Fernando no

había prestado nunca una eficaz colaboración. Tal culpable fue él como

su padre, y ambos más que Godoy, de que Napoleón creyera empresa

fácil adueñarse del trono de nuestra Patria.9

A estas alturas del año 1803, sigue siendo el extremeño el factor

dominante del gobierno. Beurnonville, nuevo embajador francés que

31

observa atentamente cuanto sucede a su alrededor escribe en sus

primeras impresiones: Todavía no tengo opinión definida sobre el

Príncipe. Tiene la impresión de ser un gran hombre; pero a quien haya

hablado con él dos veces, y haya percibido su falta de conocimiento, ha

de maravillarse que el príncipe tenga a toda España a sus pies. Él quien

lo dirige todo; o tenemos que ligarlo a nuestros interese o derribarlo.10

Es decir que mientras que Godoy esté en el puesto nada tiene que hacer

Francia sobre sus planes. Y así se decidió. La guerra entre Francia e

Inglaterra vuelve a estallar nuevamente y Francia exige a España que

intervenga en su ayuda de acuerdo con los pactos de Basilea, a lo que no

está dispuesto Godoy, que espera pacientemente el desarrollo de la

misma para así mover ficha, pero recibe la amenaza de ser invadida por

un ejército francés de cien mil soldados.

Escudo de Godoy

Godoy sabe que dicha amenaza es por el momento inaplicable toda

vez que Napoleón está embarcado en una guerra con media Europa y no

tiene fuerzas para hacerlo, pero toma nota del asunto, porque entiende

que de cumplirse la amenaza España no podrá hacerle defenderse. Frente

a la firmeza de Godoy, Napoleón apuesta por emplear contra él todos los

comentarios y vilezas que sobe su persona corren por la Corte. En una

carta a Carlos IV le indica todo lo que de verdad y mentiras se han

acumulado sobre su persona. Las razones de su privacidad, su

ambición… todo. Carlos IV no es rey de su reino. Godoy le suplantado y

él se siente enojado por este hecho y desea ayudarlo. Desea que sea feliz

y le pide arroje al favorito de lu lado.

Godoy sabe de la carta que todavía no ha sido entregada al rey.

Como también es sabedor que el efecto que pueda causar la carta no es

su marcha sino la entrada de España en la guerra, y decide hacer un

sacrificio, renunciando a todo su poder con la condición de que dejen en

32

paz a España. No surge efecto su oferta y la carta es entregada al rey

aunque no surte efecto porque Godoy consigue hábilmente que el

soberano no la lea. Pero la dilación y los deseos de paz no pueden seguir

y se tiene que firmar un nuevo pacto por el que se sustituye la

colaboración armada por un subsidio tan crecido que era como si

tuviéramos que pagar una guerra que no hacíamos. Era la más clara

confesión de nuestra debilidad, al no poder hacer frente a una guerra y

pagar por ello una elevadísima cantidad, mereciendo la repulsa de la otra

parte contendiente, Inglaterra, que en el otoño de 1804 declara la guerra

a España atacando por mar a los barcos españoles, sabedora de su mayor

potencia, cortando las comunicaciones con América e infligiéndole una

enorme derrota que lastraría para siempre el futuro de nuestra nación.

Palacio de Osuna comprado por Manuel Godoy

Mientras tanto, Napoleón, que no ha podido doblegar la voluntad de

Godoy intenta ahora atraérselo. La obsesión está en hacerse con Portugal

y para ello necesita de España aunque luego tenga que pasar por encima

de ella. El fin de su epopeya es invadir Inglaterra pero necesita una gran

victoria por mar y para ello necesita de los barcos españoles, al mismo

tiempo que elimina ese gran centinela avanzado de los ingleses que es el

suelo luso. Y visto que Godoy es el único que dirige los asuntos trata por

todos los medios de atraérselo como amigo, tratando directamente con él

como forma de agraciarse.

La razón por la que Godoy cede a los requerimientos del Napoleón

es la clarísima enemistad que le han declarado el príncipe heredero y su

mujer, quienes se jactan públicamente de que si muriese el rey, el primer

acto que harían sería encarcelar al privado. Éste sabe que mientras tenga

a Carlos IV no habrá problema; pero siente la necesidad de tener una

33

posición de independencia que le garantice el futuro. Y el único que

puede ampararle en el futuro es Napoleón, que cuando quiere, para

premiar un servicio, fabrica un reino y nombra rey a un amigo o a un

pariente. Esta convicción la saca Godoy de una carta que le envía el

Emperador y en la que se dirige a él como “querido primo”, que es la

fórmula en la que se dirigían unos a otros los miembros de la realeza.

Napoleón no tenía nada que ver con las familias reales europeas desde su

condición de humilde corso, pero se había erigido a sí mismo a la

elevada dignidad de Emperador, por lo que abría la ilusión de nuestro

ministro cuando comenzó a leer la misiva.

Retrato de Godoy, por Francisco de Goya

Creemos que estas serían las razones por las que Godoy prestó su

apoyo a Napoleón, que daría como resultado nuestra heroica presencia

en la triste batalla de Trafalgar, el más importe combate naval de todos

los tiempos, en la que la flota franco-española, dirigida por el nefasto

vicealmirante francés Pierre Villeneuve, fue aniquilada por la inglesa y

en la que murieron Churruca, el teniente general del mar Federico

Gravina y el vicealmirante Horatio Nelson, verdadero héroe desde esos

momentos para los ingleses. De aquel desastre definitivo para los

interese españoles, sin que pretendamos echarle la culpa, Godoy recibió

la condecoración francesa de la Legión de Honor. Era también el

comienzo de su decadencia.

Fernando y su esposa, que saben de la protección que ejerce

Napoleón sobre la persona de Godoy y teniendo puntual conocimiento

de las ambiciones del Emperador para imponer a su familia en los

nuevos territorios conquistados, traman complots en los que la vida de

los reyes, no digamos la de Godoy, resultan amenazadas. El Príncipe de

la Paz se siente realmente en perigeo y con fecha 20 de febrero de 1806

le escribe una carta a Napoleón en la que textualmente le dice que se

entrega al Emperador siempre y cuando que éste le considere como una

34

pieza útil para su sistema: Estoy dispuesto a convertirme en objeto de la

bondad y del favor de Su Majestad Imperial, y si esto estuviese conforme

con sus intenciones, en elemento del gran sistema político que debe

asegurar al mundo la libertad de los mares y la paz de Europa.11

Godoy

piensa en Portugal como posible destino de sus ambiciones futuras, sin

saber que el Emperador lo empleará a él como un simple peón de sus

estrategias, donde España es pieza apetecida a uncir en el carro de sus

triunfos. En definitiva, Godoy aspira a ser rey de Portugal.

Batalla de Trafalgar, cuadro de Auguste Mayer

No iba mal encaminado el Príncipe de la Paz en sus fantásticas

aspiraciones. Su actitud sumisa ante el Emperador y la ya

incomprensible estolidez de Carlos IV decidieron a Napoleón a acciones

más atrevidas. Propone que después de la conquista de Portugal, una

parte de este territorio se le conceda al fantástico rey de Etruria; otra

parte sea regida por Godoy; que el regente de portugal pase al Brasil y

que una pequeña zona de la provincia de Guipuzcoa le sea atribuida al

emperador de los franceses. Godoy, aun dentro de su alegría por ver

conseguido sus deseos, se resiste a entregar una parte de España. Cuando

por fin cede, ya Napoleón se ha olvidado del tema, absorbido por

problemas más acuciantes y de mayor envergadura.

Desde esos momentos Godoy entra en un estado de despecho

cercano al odio al saberse engañado, tanto en sus frustrados deseos de

reinar en una parte del territorio vecino, como al darse cuenta de que

Napoleón le ha utilizado como si él fuese la llave que le abriera las

puertas de la invasión del territorio español. El miedo a las intenciones

del emperador le intimida por lo que puedan significar en contra de él,

del rey y de España. El pánico se apodera de su ánimo y decide hacerle

frente con las pocas armas que le quedan, enviándole notas a Napoleón

en las que se le señala que las cosas en España han cambiado y que los

35

acuerdos firmados quedan sin contenido. Pero Napoleón, ebrio de éxitos

por las victorias que está consiguiendo en Europa, está lleno de

seguridad frente a tan débil enemigo. Cuando finalizan y se resuelven

con victorias las preocupaciones en Europa, Napoleón decide afrontar

definitivamente la cuestión de Portugal. Su plan ya está trazado desde

hace tiempo. Sabe que toda posible oposición estará condicionada por el

miedo a su triunfal carrera militar.

En octubre de 1807 se concierta el acuerdo suscrito entre España y

Francia por el que de forma secreta de estipula el traslado de más de

300.000 hombres que atravesarán libremente el territorio español, para

marchar sobre Lisboa. Desde el momento del cumplimiento de dicho

acuerdo, la suerte estaba echada para Godoy, para los reyes y

desgraciadamente para España.

La carga de los mamelucos, de Goya

Godoy, al que se le seguía ofreciendo el principado del Algarbe

portugués distaba mucho en estos momentos de fiarse de Emperador

francés y sufría por ver a las tropas francesas atravesar y apoderarse del

territorio español, al mismo tiempo que sufría en carnes propias la

agudización de la conjura de la que era eje el príncipe Fernando, que

trataba de derribar al mismo rey, tratando de derribarlo a él. La primera

parte de esta burda y torpe conjura salida de su camarilla de

incondicionales, entre los que estaban el duque del Infantado y su asesor

religioso, el cura Escoiquiz, es descubierta cuando Fernando se propone

adelantar su advenimiento al trono. No tuvo consecuencias porque el

principal culpable era el heredero al trono, aunque él cobardemente

descargara la responsabilidad en sus asesores. Este incidente abrió bien

los ojos del favorito quien se dio pronto cuenta de que su posición y su

propia vida peligraban frente a las ambiciones de un personaje tan poco

escrupuloso como lo había demostrado ser el príncipe Fernando y su

36

camarilla, que nunca le perdonarían sus éxitos y honores. La tierra le

temblaba bajo los pies y ya ni el propio rey, tan amenazado como lo

estaba él, era garantía de salvación. Y el pueblo comenzaba a rumorear

sordamente, con ese rumor de tempestad que tienen los movimientos

populares y que se anuncian como las tormentas en el cielo.

Los hombres que se han elevado con una rapidez vertiginosa,

experimentan un terror singular al establecer el contacto con las últimas

consecuencias de su actuación. Parece que todo se coordina para el

hundimiento que parece cierto y pavoroso. Entonces la brillantez y los

honores de antaño parecen indeseables y no se quiere más que el

descanso y la vida; un rincón apacible donde vegetar y el olvido de toda

responsabilidad de gobierno. La voluntad vacila y la energía decrece.

¡Piedad para el hombre agobiado que ya lo ha gustado todo en la vida

menos la vida misma! Es lo que parece desear Godoy: huir, descansar,

no caer en la sima abierta… esa parece ser su única obsesión en estos

momentos de incertidumbre.

Godoy en un cuadro de Antonio Carnicero

Pero Godoy ya no era dueño de su futuro. Su paso atrás fue

necesario, aunque de nada le valiera. En febrero de 1808 el abismo se

abrió y él lo contemplaba aterrorizado. El rey, en su bobalicona

prepotencia creía a pie juntilla que las usurpaciones de la que estaba

siendo objeto por parte de Bonaparte eran imposibles. Pero Napoleón,

más realista que el estúpido rey había metido ya más de cien hombres en

suelo español. El 22 de diciembre de 1807 entraba en nuestro territorio,

sin previo aviso, el segundo cuerpo de observación de la Gironda y el

general Dupont establece su cuartel en Valladolid. En enero de 1808

37

Marcey entra con treinta mil hombres más. En febrero llega Murat como

general en jefe y representante directo de Napoleón. Sería estúpido

pensar que lo que está pasado no es el principio de un final anunciado. Y

Godoy, que es consciente de ello propone a los reyes la huída a las

posesiones americanas quedando el príncipe Fernando como su

representante más directo. El heredero finge aceptar pero ve el momento

más oportuno para asentarle al favorito el golpe más directo y definitivo.

Difunde la voz de que Godoy quiere que los reyes salgan de España para

dejar paso libre a Napoleón. A mediados de marzo se produce la

sublevación popular contra Manuel, perfectamente orquestada por la

camarilla del príncipe de Asturias. El hecho ocurre en Aranjuez donde en

esos momentos se encuentra la Corte. Todo estaba perfectamente

preparado por sus enemigos: pasividad absoluta de la fuerza armada,

libertad sin freno para aquellos que quieran asaltar y destruir…

Cuadro sobre el Motín de Aranjuez

Hoy sabemos que los enemigos de Godoy perfectamente arropados

por la autoridad del heredero son los directores del montaje de Aranjuez,

para lo que ha sido necesario pagar grandes cantidades de dinero a los

asaltadores directos del palacio del Príncipe de la Paz, han quemado sus

pertenencias y arrojado por las ventanas sus enseres en un acto de

vandalismo y de odio sabiamente orquestado. Sería estúpido pensar que

un simple motín callejero pueda tener éxito en una ciudad como

Aranjuez tomada por el ejército y en la que está toda la Corte española.

Por el contrario, hay que pensar que la camarilla del príncipe de Asturias

hace tiempo que tiene todo en sus manos, perfectamente estudiado. Las

turbas se dirigen al asalto de la residencia del Príncipe de la Paz. Vela la

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guardia de Corps, que nada hace. Velan las demás tropas que patrullan

por las calles y deja hacer. Vela la población asustada que se atrinchera

en el interior de sus domicilios. Velan los revoltosos que van en busca de

Godoy para arrestarlo. Así es como se entiende que pudieran llegar hasta

las mismas puertas de su domicilio sin que nada ni nadie les impidiera

cometer los desmanes que cometieron. La casa es asaltada y destruidos

los enseres. Sólo la princesa de la Paz, que ya nada tiene que ver con el

Príncipe, es respetada y puede salir libremente. Godoy no es encontrado

y los asaltantes, sabiamente dirigidos, sufren una gran decepción.

También los reyes creen que la habilidad del príncipe le ha salvado la

vida. Nadie piensa que un pobre hombre, acobardado y temiendo por su

vida se ha escondido en el último rincón del desván a la espera de una

salvación que no se produce.

Monumento en Badajoz a Manuel Godoy

Nadie pensó que el hambre y la sed obligasen al hombre más

poderoso de España a salir de su escondite y entregarse al primer

soldado con el que se encontró, asustado, sucio y con las ropas

desgarradas. Así pudo la gente darse el gusto de pasearle por el pueblo

como si fuera una pieza de caza. No le mataron, como pudieron hacerlo

si lo hubieran cogido en el momento del Motín, pero le empujaron, le

pegaron, le insultaron y le hirieron tanto física como moralmente

mientras le conducían hasta la presencia de su enemigo el príncipe

heredero. Para su deshonra, el hombre poderoso de antaño es conducido

hasta unas caballerizas y allí queda tendido, humillado sobre un montón

de paja.

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La caída de Godoy era esta vez irremediable y definitiva. La suerte

de los reyes estaba en cierta manera unida a la del hombre al que habían

protegido contra todo y contra todos. A Godoy se le pedía la vida, pero a

Carlos IV se le pedía la corona. Y el rey, acobardado y falto de apoyos

tuvo abdicar en su hijo. Pero el problema de España no era en esos

momentos la vergonzante abdicación del rey en un personaje abyecto

como lo era su hijo Fernando. El problema verdadero eran los planes de

invasión del país por parte de Napoleón Bonaparte. Murat acababa de

entrar en la capital del reino y pocos días después entraba el príncipe

Fernando entre el fervor de la multitud que lo aclamaba como el

Deseado.

Grabado del apresamiento de Godoy

A Napoleón, muy atento a los acontecimientos que se desarrollaban

en España, no le convenía que nadie ocupase legítimamente un trono que

había decidido usurpar. No quiso reconocer la abdicación y en una

jugada perfectamente estudiada atrajo a Bayona a la increíblemente torpe

familia real, teniendo el pueblo, desde ese mismo momento, que buscar

por sí mismo la salvación.

Godoy ya no piensa en ser rey, ya no piensa en ser príncipe ni

duque. Sólo piensa en sobrevivir. También María Luisa, la reina, quiere

que viva y se porta como lo que ha sido siempre con él: su verdadera

amiga. Los enemigos del favorito, siguiendo el guión escrito hace

tiempo, piensan que éste debe ejecutarse tal y como la habían planificado

en el momento del Motín de Aranjuez. Ahora piensan que Godoy debe

ser trasladado a Madri el mismo día en que Fernando entra triunfante por

la Puerta de Alcalá. Para él significaría una muerte segura. Hubiera sido

despedazado por la multitud enfebrecida que nunca le había perdonado

sus triunfos.

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Los ruego de María Luisa coinciden con las instrucciones de

Napoleón, quien por humanidad o porque todavía cree que Godoy puede

servirle en sus proyectos, ha encargado que se le respete. Interviene

Murat y el favorito es rescatado y puesto a salvo en la ciudad de Pinto,

para poco más tarde y con escolta militar, recorriendo media España y

viajando de noche y de tapadillo, es llevado a Francia. Una vez en

territorio francés tiene una entrevista con el Emperador, quien siente

verdadera curiosidad por conocerle. Napoleón siente más respeto por

quien se ha elevado a costa de su propio esfuerzo que por los príncipes

de las casas reales en plena decadencia, seguramente porque veía en el

extremeño su propia imagen de ganador, desde sus modestos orígenes,

en un mundo de familias reales hereditarias y corruptas.

Hundido, desorientado, preso de conveniencia, Godoy llega al

fondo de su verdadera ruina política, mucho más que cuando estaba

herido y humillado en el pajar de Aranjuez, firmando el convenio por el

cual Carlos IV cedía el puesto a Napoleón para que mantuviese el orden

en España y designase para sucederle al príncipe que tuviese a bien

nombrar el emperador. Debía de ser Godoy quien certificase aquella

renuncia de Carlos IV al trono de sus mayores en beneficio del

extranjero.

Escultura de Martínez Giraldo en Badajoz bajo la que se pensaba enterrar los restos

de Godoy

No vamos a contar aquí nuevamente las graves consecuencias que

supusieron para España la invasión francesa, ni la heróica respuesta del

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pueblo español para recuperar su soberanía. Si no teníamos ejércitos

capaces de hacer frente a las aguerridas tropas francesas, sí teníamos un

pueblo capaz de sacrificarse en aras de su libertad. Mucha sangre costó,

pero España escribió nuevamente una página histórica de valor y entrega

a unos ideales. Lástima que tanto sacrificio no fuera respaldado por un

rey traidor y perjuro que una vez en el poder adjuró la constitución,

masacrando y persiguiendo a aquellos que le habían rescatado el trono.

Godoy, después de una forzada residencia en Pésaro, espera estar

exiliado definitivamente en Francia. Nunca recobrará su poder político ni

los títulos que le fueron arrebatados, más que un reconocimiento legal y

tardío. Es un príncipe en el destierro que mantiene la protección de otros

reyes destronados, con los que mantiene en su propia casa de Roma

tertulias, pero del que nadie se acuerda, pese a sus grandes y reconocidos

servicios a su patria, por muchas que sean sus equivocaciones. Cuenta la

leyenda que pobre y abandonado, es un pobre viejo que pasea por las

plazas de París contando a los muchachos viejas historias de su

espléndida juventud, sin que estos le crean. Su dramática separación de

su esposa, que le odia y que se ha queda a vivir en Madrid, la condesa de

Chinchón y el posterior abandono de su amante y nueva esposa Pepita

Tudó junto con los hijos que con ella había tenido, mancan la soledad de

un hombre que había sido el más importante y con más poder de España.

Un recuerdo en su ciudad natal de Badajoz

En 1813, con cuarenta y cinco años, viviendo todavía en Roma

cerca de los reyes de España que ya han cumplido los sesenta, Godoy es

el niño preferido de los viejos monarcas. Lo que hubiera pasado pasó y

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sólo queda un hálito de familia, de estar juntos, de comentar las cosa en

común. Cuando hay que recordar las grandezas pasadas Godoy es el

héroe, como así lo hacen saber los reyes de España, sus amigos de

siempre y a los que siempre fue fiel servidor, tanto en los momentos de

éxito como en los de infortunio.

Nunca perdió la esperanza de recuperar su antigua grandeza, frente

a la aceptación de sus soberanos que se sienten felices en su nueva

situación. Pero los acontecimientos que se producen en Europa le van

restando ilusión por un futuro cada vez más incierto. Las derrotas de

Napoleón que empiezan en Bailén y siguen con las llamas de Moscú le

llenan de incertidumbre. El declive es tan rápido que arrastra con él al

único apoyo con el todavía podía contar el valido. Pero aún más penoso

que la soledad en que se encuentra es la terrible persecución a la que le

somete el nuevo rey de España. Fernando VII había consagrado a Godoy

un odio sin tregua y siempre estaba al corriente de lo que éste hacía o

deseaba frustrando siempre sus deseos. Su misma estancia en Roma es

discutida por el rey felón que desea su expulsión del país. El Príncipe de

la Paz ha dejado de existir. Sus títulos no le son reconocidos y sus

numerosos bienes confiscados definitivamente por el nuevo rey. Su valor

le es negado y es acusado de altas traiciones a su patria. Era un hombre

lleno de vigor a sus cincuenta años pero estaba muerto en vida.

Sobrevivía de la ayuda que le prestaban sus reyes y bienhechores que

nunca le olvidaron pese a sus cortas disponibilidades económicas, y que

ahora en la desgracia le querían y le admiraban mucho más que antes.

Grabado del gran Godoy

Era consciente de que con la desaparición de los reyes acabaría esa

pobre ayuda que recibía y que a partir de esos momentos su desamparo

aumentaría, mucho más cuando Pepita Tudó con la que se había casado

después de quedar viudo, le había abandonado, quedándose con lo poco

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que pudo salvarse en su salida al destierro. Sus conjeturas se cumplieron

cuando en pocas fechas de diferencia murieron los reyes. Primero fue

María Luisa, que le dejó en testamento todos sus bienes, aunque la férrea

mirada de Fernando VII hiciera imposible que esto se cumpliera. Godoy

la lloró, como no podía ser por menos, y su muerte le acarreó una grave

enfermedad de la que tardó en salir. Poco después fallece el rey y el

valido vuelve a enfermar, hasta el punto de que muchos piensan que

también él está el borde de la muerte. Pero milagrosamente se repone y

sigue en su desvalimiento y pobreza. Rechaza el refugio que le ofrecen

en Inglaterra y sin otra cosa de más interés que hacer, ahora que han

muerto los reyes y que ha buscado refugio en París tratando de pasar

desapercibido entre la muchedumbre de los barrios humildes, se pone

mano a la obra de escribir sus Memorias, en las que pretende defenderse

de tantas ofensas recibidas, al mismo tiempo que trata de exculparse de

sus posibles errores.

En París, en el populoso barrio de la Ópera, en un cuarto piso de

una casa en la calle Michodíère, vivió muchos años un viejecito de

impoluta estampa, buena estatura y amable maneras. En los días de sol

salía a pasear y se sentaba en los bancos de un hermoso jardín próximo a

su casa donde se entretenía echándole migas de pan a los pajarillos que

se acercaban a él sin temor, o se entretenía contemplando o hablando con

los niños que se le acercaban, rememorando, tal vez, su niñez en una

ciudad de Extremadura, rodeado de amigos y familiares. La gente le

apreciaba porque sabían que aquel viejecito era español y vivía desde

hacía muchos años en París, pero nadie sabía que aquel “señor Manuel”

había sido un hombre importante. Estos últimos apuntes terminan

cuando Godoy o el “señor Manuel” para sus vecinos parisienses tenía ya

ochenta y tres años, muchos achaques y nadie que pudiera reconocerlo y

testimoniar quién era en realidad. Tampoco en España, ahora gobernada

por una nieta del rey que le había encumbrado, se acordaban ya de aquel

hombre que había sido en otros tiempos el personaje que había regido los

destinos de la nación. Todo era muerte a su alrededor: muertos estaban

Luis XVI y su hijo al que Godoy quiso salvar de un futuro incierto.

Muerto los reyes y muerto su gran enemigo Fernando, al que no le

guardaba rencor. Muerto el gran Napoleón, una víctima de sus propias

contradiciones y ambiciones desmesuradas. Muertas sus esposas y

desaparecidos sus hijos que nunca quisieron saber nada de él. Francia

había tenido después otros reyes que también habían muerto, una

revolución en 1830 y otra revolución en 1848. Todo era diferente de sus

mejores tiempos y nada comprendía ni le interesaba de los actuales.

Todavía, antes de morir, tiene tiempo para saber que Isabel II, ahora

reina de España, le ha rehabilitado de sus títulos y de su fortuna, pero

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que no puede reclamarlas porque sus actuales dueños entablan un pleito

tras de otro. Sus abogados le dicen que puede usar de nuevo su título de

Príncipe de la Paz o el que le venga en gana, pero a sus años, qué le

importa a este hombre viejo y cansado semejantes honores. Bastante

tiene con vivir los días que le quedan y buscar la paz de conciencia que

le ha faltado durante tantos años. Y un 4 de mayo de 1851, cuando acaba

de cumplir los ochenta y tres años, aquel hombre que hacía amucho que

había muerto para el mundo, deja esta tierra con la sencillez con la que

había vivido sus últimos y largos años de expatriación.

Es tan pobre, que no tiene dinero para su sepultura, por lo que es

enterrado de pobre, hasta que un alma caritativa, sabiendo de la

importancia de aquel pobre hombre hoy desconocido, decide pagarle una

humilde sepultura en el cementerio de Père Lachaise, en donde para

vergüenza de España y de Extremadura, aún se conservan sus restos.

Tumba de Godoy en el cementerio de Père Lachaise, de París.

El periódico Hoy, de Badajoz sin fecha que yo pueda reproducir, en

un detallado artículo informa que los restos de Godoy serán repatriados a

su ciudad natal para lo que el escultor Martínez Giraldo ha hecho una

escultura que será montada en la plaza de Minayo, esquina con la de San

Atón, en cuya base se piensan colocar los restos del extremeño de más

alto rango que ha tenido Extremadura. Dicha inauguración se espera sea

el día 6 de junio de 2008, año en que se conmemora el segundo

centenario de la guerra de la Independencia. El proyecto cuenta con el

acuerdo del Excmo. Ayuntamiento de Badajoz, la Diputación, Caja

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Badajoz y el mismo Diario Hoy, quienes pretenden rescatar la figura de

su paisano y que éste sea conocido por todos los extremeños.

Magnífico deseo que hasta la fecha, 23 de diciembre de 2011, no

hemos visto cumplido, alegando en otro posterior artículo que dicho

traslado no se ha podido llevar a efectos porque se está buscando al

propietario de la tumba, sin cuyo consentimiento nada se puede hacer.

Esperemos que sea este el único escollo a salvar y pueda ser traido sus

restos a Badajoz, tal y como era él manifestó en numerosas ocasiones.

Que así sea.

Ricardo Hernández Megías

Madrid, 23 de diciembre de 2011

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