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La verdad sobrel o s per r os

Stephen Budiansky

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Los perros nos han robado el corazón, la casa y la cartera. Se trata de un logro impresionante por parte de los individuos de una especie que hace miles de años merodeaban acobardados cerca de las hogueras de nuestros antepasados, esquivando pedradas e improperios. ¿Cómo se las han apañado para llegar a conseguir que adultos hechos y derechos les den solomillo, les permitan ocupar sus sillones y decidir a qué hora tienen que levantarse?

En esta provocadora y divertida revisión de nuestros compañeros caninos, Stephen Budiansky recurre a los últimos descubrimientos sobre genética, comportamiento y evolución de los perros para explicar cómo han llegado a ocupar un lugar tan importante en nuestras vidas. Budiansky muestra los motivos de los extrañísimos comportamientos que estos animales adoptan tan a menudo, como la defensa feroz de un par de zapatos, ladrarle sin parar al cartero, temblar con las tormentas, revolcarse en superfi cies apestosas e incluso «fi ngir» dolencias. También explora lo que sabemos de las emociones de los perros y revela que los sentimientos de los canes son sorprendentemente similares a los nuestros y a la vez, sin embargo, extraordinariamente diferentes.

La verdad sobre los perros es, en resumen, una revisión original y penetrante de un animal tan familiar como misterioso.

La ve

rdad s

obre l

os per

ros STEPHEN BUDIANSKY, científi co, escritor, periodista y amante de los perros. Ha sido editor de la revista Nature y ha escrito numerosos artículos científi cos para The Economist, Science, The Atlantic y The New York Times. Es autor de La naturaleza de los gatos también publicado por Paidós.

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Traducción de Víctor Pozanco

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Sumario

1. El insondable misterio del perro 92. El protoperro 263. Etiqueta social estilo perro 644. Kabuki canino 965. Dos colores, un millón de olores 1246. Si son tan listos, ¿por qué no son ricos? 1467. Comportamiento extraño pero casi normal 1858. Perros problemáticos, personas problemáticas 2109. Perros perfectos 243

Agradecimientos 275Obras consultadas 277Índice de materias y onomástico 293

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C a p Í t u l o 1

El insondable misterio del perro

Bastaría con que un publicista o un asesor político descubrieseel factor de la naturaleza humana que nos induce a creer quelos perros son animales de fiar, leales, abnegados, cariñosos,valientes, nobles y obedientes para que, en cosa de una sema-na, pudiera comprar una isla en el Caribe y retirarse allí con loganado a base de marear la perdiz acerca de su descubrimiento.

Los perros pertenecen a una élite de artistas del timo enpleno apogeo profesional, que consiguen que sonriamos des-pués de habernos vaciado los bolsillos. Los perros expoliana los ricos, expolian a los pobres, y se lo quedan todo.

En verano, se echan frente al registro del aire acondicio-nado y, en invierno, frente a la chimenea, y cometen en nues-tros dominios desmanes demasiado variados e incalificablescomo para detallarlos. Deciden cuándo podemos acostarnospor la noche y a qué hora debemos levantarnos por la maña-na; si podemos ir de vacaciones y durante cuánto tiempo; aquién podemos invitar a cenar, y cómo deberíamos decorar elsalón. También nos roban la comida del plato (pienso en uncollie que tuve, especialista en tostadas).

Si tuviésemos un compañero de apartamento que se com -portase así, llamaríamos a un abogado o a la policía.



No me considero una persona fácil de manipular, y yahace muchos años que dejé de creer que cualquier perro queyo tuviese sería tan fiel como, pongamos por caso, un perdi-guero y, por su puesto, tan bonachón como Papá Noel.

Pero no hace mucho, a consecuencia de una serie de acon-tecimientos que no me es posible reconstruir completamen-te, y menos aún comprender, concluí que era un comporta-miento perfectamente normal por mi parte subir todas lasnoches a mi dormitorio con un collie de treinta kilos, y bajarde nuevo con él por la mañana. Y eso duró meses. No mequedaba otra alternativa.

Si se hojea cualquier revista actual de veterinaria, es casiseguro que incluye un artículo acerca de un perro que se haapoderado por completo de un hogar, ha amedrentado a suspropietarios y les ha impuesto que se sometan obedientemen-te a unas normas dictadas por él.

Un joven matrimonio sin hijos tenía un setter irlandésmacho de dieciocho meses. El perro amenazaba a menudo almarido y lo había mordido varias veces. El perro gruñíasiempre que el marido entraba en la habitación, sobre todocuando la esposa y el animal estaban allí antes de que entraseel amo. El perro salía gustoso a pasear con él, pero sólo la es-posa podía entrar en la cocina cuando el animalito estabacomiendo. Y había muchas probabilidades de que atacase almarido cuando éste intentaba entrar en el dormitorio si laesposa ya estaba dentro.

Otros artículos hablan de perros que obligan a sus amosa pasar de puntillas por su sitio favorito del salón; de amos aquienes aterra mover el cacharro de la comida del perro y po-nerles la traílla; de perros que no permiten que el amo pasepor una puerta delante de ellos; de perros que prohíben quelos novios o esposos se abracen, se besen o bailen con sus

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amas; de perros que amenazan a sus dueños para que los aca-ricien, los paseen y les den de comer cuando ellos lo exigen.Se trata, en todos estos casos, de personajes característicos, queaparecen en los informes que las clínicas veterinarias envíana las revistas.

Pero esto no es nada nuevo. Cave canen, la expresión lati-na que los romanos gustaban de inscribir en sus suelos demosaico hace dos mil años, significa «cuidado con el perro».No creo descabellada la sugerencia de que la referida expre-sión no significase que había que tener cuidado con el perroen el sentido de tomar precauciones para que no mordiese,sino en el de «por favor, tenga cuidado en no tropezar con él,porque no moverá ni un músculo para dejarlo pasar».

Casi tan corrientes como los relatos clínicos acerca deperros que se hacen con el control real del orden familiar ensus hogares, son los informes que aparecen en revistas de ve-terinaria sobre perros que adoptan conductas excéntricas yobsesivas, que, de ser una persona quien las adoptase, condu-cirían a su rápido internamiento (o al justificado homicidiopor parte de cualquiera que se viese obligado a vivir bajo elmismo techo que el chiflado).

Sin embargo, cuando de perros se trata, estas conductasson soportadas y sufridas año tras año: perseguir objetos ima-ginarios, correr en círculo, comer excrementos o ladrar sinparar.

Según un informe, un perro pastor shetland de cinco añospasó dos compilando una creciente lista de acciones a las queladrar, entre las que figuraban:

Oírpasar un camión grande,entrechocar cacerolas y sartenes,el secador del pelo,

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a alguien caminar de prisa,llenar su cacharro del agua,la cisterna del aseo,a su ama cepillarse los dientes,abrir la puerta del lavavajillas,estornudar,hojas agitadas por el viento.

También abundan en la literatura científica los informessobre perros que se ensañan con zapatos, libros, periódicos,colchas, dinerito, coladas, sofás, alfombras, mesas, revestimien-tos y bordes de madera, puertas, escaleras y ventanas.

Tal vez más impresionantes que las cosas con las quetransigimos sean aquellas a las que se nos logra inducir. Losperros fingen enfermedades con una imaginación que rivalizacon un aquejado del síndrome del barón Munchausen. Trasaprender qué clase de comportamientos atraen la atención,las caricias y las golosinas que les prodigan sus amos, los perrospresentan síntomas tan estremecedores como carentes de baseorgánica. Entre los casos documentados de dolencias o indis-posiciones simuladas figuran toses, moqueo profuso, diarrea,vómitos, anorexia, otitis, cojera, tics nerviosos y parálisis. Losperros son más listos que el hambre, y nosotros, unos bobali-cones redomados.

Mientras escribo esto, tengo la clara sensación de oír, a lolejos, un zumbido de miles de ordenadores encendidos a la vezpor una legión de soliviantados dueños de perros, dispuestosa redactar airadas cartas de protesta contra estas calumnias.Así pues, permítanme añadir esto: bromeo (en casi todo).

Adoro los perros y, además, me fascinan, al igual que larelación entre nuestras dos especies. Los perros son animales




tan extraordinarios como interesantes. Sólo como estudiosoaficionado del comportamiento animal, que no otra cosa,creo que, por lo que a mí respecta, los beneficios que aportavivir con perros superan con creces los inconvenientes. Y sinembargo, como estudioso aficionado del comportamientoanimal, soy también muy consciente de que mi personal ba-lance de beneficios e inconvenientes no tiene mucha lógicadesde el punto de vista biológico. También soy muy cons-ciente de que la mayoría de las explicaciones convencionalesacerca del origen de los perros, de cómo han terminado porvivir en nuestros hogares y de por qué hacen lo que hacentienen que ser forzosamente erróneas.

Últimamente, proliferan publicaciones científicas y seu-docientíficas que pretenden mostrar los beneficios que tienepara la salud la compañía canina, que regula la presión san-guínea y levanta el ánimo de los ancianos que viven en residen -cias. Yo sería el último en negar la alegría y las satisfaccionesque nos aportan los perros. Pero ni la alegría ni las satisfaccio-nes, ni siquiera una presión sanguínea perfecta, son factoresque puedan haber tenido mucho peso en la cadena de la evo-lución. Para que el tan cacareado «lazo entre los humanos ysu compañero animal» pudiese ser un factor significativo enla evolución (para que fuese el nexo biológico que mantieneunidas a nuestras dos especies, como aducen los autores detales artículos) tendría que entrañar un valor tangible y útil ala humanidad, traducible en un incremento neto de la super-vivencia. No obstante, si sumamos objetivamente los benefi-cios biológicos de los perros y los confrontamos con los cos-tes biológicos, no salen las cuentas.

La implacable fuerza de la evolución no deja lugar paralos sentimientos, y menos aún para los sentimientos retros-pectivos. Hace decenas de miles de años, antes de que exis -tiesen ciudades, antes de que existiesen siquiera pueblos ni




granjas, antes de la invención de la escritura, antes de que loshumanos pudieran permitirse el menor lujo, antes de que cir-culásemos frenéticamente por las calles, cuando los humanostodavía no eran del todo humanos, los perros se apalancaronen la sociedad, sobrevivieron y medraron.

En definitiva, los perros son un caso de brillante éxito enla cadena de la evolución, casi único en el mundo animal, ydeben ese éxito a su prodigiosa capacidad para colarse ennuestros hogares, y a la incorregible tendencia al antropo-morfismo de nuestra mentalidad, que se lo permite. En granparte de África y de Asia, millones y millones de perros circu-lan libremente por los pueblos e, incluso, por las ciudades.Por lo general, son despreciados, rehuidos, justificadamentetemidos por peligrosos y portadores de enfermedades y, en al-gunos países, comidos. Y pese a todo, siguen medrando.

Por más que, consciente y racionalmente, los humanosdetesten o desconfíen de los perros callejeros, por más quemuchos humanos traten resueltamente de relegarlos a la mis-ma categoría mental que las ratas, los piojos y las palomas, locierto es que siempre que un hombre se ve frente a un perrola voluntad de infligirle grave daño físico se diluye misterio-samente.

Y en el sentido evolucionista de la expresión, los perroslo saben. Se humillan, gimen, y miran a los ojos de una ma-nera enternecedora. «Bah, dejémoslo correr», se piensa; en-tonces, se suelta la piedra y se sigue el camino.

El antepasado salvaje del perro, el lobo, está prácticamen-te extinguido. Puede ser que no queden en todo el mundomás de cien mil ejemplares. La población mundial de perros,en cambio, supera probablemente los cien millones. Y sin em-bargo, pese a los mitos y relatos de los servicios que el perropresta al hombre, sólo un pequeño porcentaje de los que vi-ven en sociedad con el ser humano se ganan el sustento. Na-




die ha realizado un estudio específico, pero hay razones paraser muy cautos, incluso acerca de la utilidad más comúnmen-te admitida, la de los perros como guardianes. Por cada relatode un perro que haya logrado ahuyentar a los ladrones haymiles de congéneres que le ladran sin parar a todo lo que semueve, pero duermen beatíficamente mientras los amigos delo ajeno desvalijan la casa. Pese a todos los mitos acerca de ca-vernícolas que adoptaban lobatos encontrados en el bosque,y que se quedaban con ellos por parecerles útiles como guar-dianes y compañeros de caza, las pruebas arqueológicas y decomportamiento apuntan claramente a la conclusión de que,incluso hace miles de años, la abrumadora mayoría de losperros eran rémoras biológicas. Los servicios que un pequeñonúmero de perros prestan en el mundo moderno (como laza-rillos de ciegos y minusválidos, guías y vigilantes del ganado,compañeros de diversión deportiva para cazadores y entusias-tas de las carreras) son fenómenos recientes en la irregularcarrera canina. En toda familia de delincuentes siempre afloraalgún ciudadano decente.

Si los biólogos no fuesen víctimas de la misma cegueraque nos afecta a todos, probablemente no vacilarían en clasi-ficar a los perros como parásitos sociales. Se trata de la clasede seres manipuladores ejemplificada por el cuco, que ponelos huevos en el nido de una ave bobalicona y despistada deotra especie. Los perplejos padres ven una boca que clamapor alimento y la atiborran de gusanos, a expensas del susten-to de sus propios retoños. Y cada vez que se dan la vuelta, elpolluelo del cuco echa del nido a uno de los verdaderos hijosde sus padres adoptivos.

Llamar parásitos a los perros es como mentar la soga encasa del ahorcado, pero ¿cómo llamarlos si no? Los perrosnos han llevado exactamente adonde querían, y nosotros, conuna sonrisa de idiotas, nos hemos dejado llevar. Si acertamos




a ponernos las gafas evolucionistas, dejando los sentimientos aun lado, veremos a los perros como una gigantesca carga bio-lógica que pesa sobre la humanidad, que compite por el ali-mento, que desvía enormes recursos económicos en forma detrabajo y de capital, que propaga enfermedades y que causagraves heridas.

Los perros no llegan a la perfección del cuco como pará-sitos de la sociedad humana. No han desplazado a los niños,por lo menos no en todos los hogares (de momento); peroasombra que en Estados Unidos los perros muerdan a un mi-llón de personas todos los años tan gravemente como para re-querir atención médica, y que la mayoría de las víctimas seanniños. Además, anualmente, los perros matan a una docenade personas, también casi todas niños. Las compañías de se-guros pagan doscientos cincuenta millones de dólares al añocomo indemnización por mordeduras de perros, con un cos-te social estimado en más de mil millones de dólares.

Pero mil millones de dólares son calderilla cuando delbienestar de nuestros mejores amigos se trata. Casi todos losperros pesan menos que una persona (aunque la tendenciaa tener perros cada vez más grandes, sobre todo en las ciuda-des, está aumentando de manera espectacular). Pesan menos,pero consumen unas dos veces más de alimento por kilo depeso. Si echamos cuentas resulta que los cincuenta y cincomillones de perros residentes en Estados Unidos comen casitanto como toda la población del área metropolitana de LosÁngeles, lo que supone un coste de cinco mil millones de dó-lares anuales. A esto hay que añadir unos siete mil millones alaño de gasto en servicios veterinarios; de momento, porqueel mercado de la salud canina está creciendo rápidamente de-bido a la conjunción de dos factores: la medicina veterinariade alta tecnología y la medicina alternativa, por un lado, y elilimitado sentimiento de culpabilidad que, por lo visto, ani-




ma a los dueños de los perros, por otro. Según The New YorkTimes, muchos dueños de perros hacen cola para sesiones deacupuntura veterinaria a razón de setenta y cinco dólares lamedia hora, y el mismo periódico refiere el caso de un jovenmatrimonio de Greenwich Village que se había llegado a gas-tar tres mil quinientos dólares en tratamientos de hidrotera-pia para su shih tzu de doce años, convaleciente de una ope-ración en la columna. Además, la terapia de comportamientocanino es un negocio en auge, al igual que la cirugía oncoló-gica, la quimioterapia, los escáneres y la oftalmología.

No hay estimaciones sobre el coste económico del tiempoque se emplea en la recogida de los dos millones de tonela-das de heces caninas depositadas anualmente en las calles, losparques y los jardines de América, pero debe de ser conside-rable. Es difícil hacerse una idea de lo que son dos millonesde toneladas. Sirva de comparación que Estados Unidos pro-duce anualmente tres millones de toneladas de aluminio ycuatro millones de toneladas de algodón. Por otra parte, conlos quince mil millones de litros de orín canino generadoscada año en Estados Unidos se podrían llenar todas las bote-llas de vino de la producción anual de los viñedos de Francia,Italia, España y Estados Unidos juntos si, como dijo una vezGroucho Marx en un contexto ligeramente distinto, fuese ésala idea que tiene uno de con qué hay que brindar.

Los perros y sus copiosas evacuaciones son un importan-te factor en más de sesenta y cinco enfermedades que puedentransmitirse al hombre, muchas de las cuales resultan dema-siado nauseabundas y espeluznantes como para mencionarlasen un libro que pueden leer los niños o personas de naturale-za sensible. Entre las más apropiadas para ser citadas figuranla rabia, la tuberculosis, la fiebre de las montañas Rocosas y lahistoplasmosis. Los perros no sólo amenazan a los humanos,sino a las especies que viven en libertad. Focos de epidemias




de parvovirosis de los cánidos que han diezmado precariaspoblaciones de lobos han sido reiteradamente localizados enlos perros domésticos.

Asistimos a un fenómeno tan curioso como desconcer-tante. Perro es una palabra con la que, desde tiempos remotosy de manera casi universal, se expresa «desprecio». Si consul-tamos el término canis en un diccionario de latín encontrare-mos que los antiguos romanos lo utilizaban como sinónimode «parásito» y de «gorrón». En la Biblia hebrea, la palabra ke-lev aparece con mucha mayor frecuencia en sentido despecti-vo que en sentido literal. Para los antiguos hebreos kelev erael término preferido para designar a quienes ejercían la pros-titución y a los falsos profetas.

Freud creía que la única explicación posible de que elhombre adoptase tal actitud respecto a «su amigo más fiel»era que a este amigo en concreto le gustaba meter las naricesen lugares realmente asquerosos y que eso nos repugnaba. ParaFreud todo tenía que ver con el sexo y con los excrementos.Pero, muchas veces, el desprecio no es más que eso: desprecio.

¿He dicho ya que adoro los perros? A pesar de todo loque acabo de exponer en mi papel de observador objetivoe inmisericorde, adoro los perros. Y creo que el secreto de quelos queramos (de no sentir desprecio, ni siquiera ese repri -mido y subconsciente desprecio freudiano, cargado de senti-mientos de culpabilidad) es verlos honesta y francamente talcomo son. Y ahí es donde la ciencia resulta de gran ayuda.

Es cierto que los perros son unos parásitos manipulado-res, pero también son hermosos y fascinantes, y sobre todo,ventanas abiertas a una serie de mundos tan salvajes comobellos y fascinantes: un mundo de mentes y sentidos anima-les, rebosante de sensaciones, percepciones y emociones tan




familiares como extrañas; un mundo de fuerzas y motivacio-nes profundas y elementales, los motores mismos de la evolu-ción que ha forjado la historia de la vida en la Tierra; unmundo de lejano pasado humano, de cazadores y de fuegosen campamentos en la tundra, de legiones romanas, guerras ymigraciones, y un mundo microscópico en su interior de mo-léculas que milagrosamente incluyen el código de la naturale-za de todos nosotros.

Cada vez resulta más corriente recurrir a la ciencia casipor deporte, reducir la poesía del mundo a una ecuación; elamor, a una molécula hormonal, y las puestas de sol, a fenó-menos de difracción.

Estoy seguro de que algunos preferirían no saber lo quela ciencia tiene que decir sobre los perros. Pero nunca he creí -do que la ciencia despoje de poesía a las cosas. Incluso cuandoderriba mitos largo tiempo atesorados, la ciencia siempre tienealgo que ofrecer a modo de compensación.

Cuando miro a mi perro a los ojos, veo mundos y eonesinaccesibles de ningún otro modo en mi vida de hombre mo-derno y, para mí, eso vale tanto como una tonelada de boba-das acerca del «amor incondicional».

Una de las ventajas de la ciencia canina es que resulta be-neficiosa para los perros. Los perros tratados como criaturaspeludas que deberían expresarnos su amor y agradecimientopor las galletas que les damos y por los sombreritos que se lesobliga a llevar el día de su cumpleaños no son perros felices,porque, invariablemente, sufren las consecuencias de unasexpectativas poco realistas por nuestra parte. La serie de com-plejos que acaban por afectar a los perros como consecuenciadirecta del antropomorfismo de sus dueños debería hacer re-flexionar a todos aquellos que piensan que, en cierto sentido,les negamos a los perros sus derechos al empeñarnos en uncriterio científico riguroso y privado de sentimientos sobre su




inteligencia, capacidad de comprensión y comportamiento.Los dueños que creen que sus perros son conscientes de suculpabilidad cuando defecan en la alfombra persa; los dueñosque intentan tranquilizar y consolar a los perros, y razonarcon ellos acerca de sus temores; los dueños que anhelan quesus perros los adoren; todos ellos suelen provocar que sus pe-rros sufran y sean animales inadaptados. Castigar a un perropor defecar, aunque sea pillándolo in fraganti, resulta inútil,porque los perros no tienen capacidad de relacionar el es -pacio y el tiempo, sino que buscan con ahínco una relaciónentre los acontecimientos de su entorno y las consecuenciasinmediatas.

Un perro al que se castiga siempre que el dueño regresa acasa y encuentra una caca en la alfombra no tardará en temerel regreso del dueño. Y punto.

Un perro al que se consuela con caricias y palabras tran-quilizadoras cuando tiembla durante una tormenta prontoaprenderá a temblar más, y cada vez más a menudo, en buscade recompensas. Un perro cuyo dueño quiera su cariño a todacosta se convertirá en un déspota (porque ésa es la naturalezade la estructura social de los cánidos). Y puede ser aún peor:si los dueños consiguen su propósito, el perro puede volverseun animal neuróticamente dependiente de ellos y adoptar uncomportamiento histérico cada vez que los amos se ausentan.

Ver a los perros tal como son, con una capacidad de com-prensión, motivaciones, percepciones e instintos propios desu especie, es verlos con respeto hacia su verdadera naturalezay aptitud; es verlos como son y no como imaginamos que sonsegún nuestra egocéntrica y limitadísima imaginación. Com-prender qué es lo que induce a los perros a marcar el territorioes una manera de evitar muchos malentendidos, sentimientosheridos e innecesaria porfía en nuestra peculiar relación conellos.




La peculiaridad de nuestra relación con los perros, sinembargo, tiene muchísimo que ver con la evolución de las es-pecies y es parte del consuelo que nos brinda la ciencia comorecompensa por robarnos los cuentos de hadas. Que los pe-rros existan, medren y prosperen en nuestra compañía, pesea existir razones biológicas perfectamente lógicas para quehubiesen sido totalmente exterminados, es un hecho biológi-co revelador de la asombrosa habilidad de la especie para saliradelante a lo largo de la historia de la evolución, y es, tam-bién, un hecho pasmosamente revelador de nuestra propia na-turaleza.

A título personal, me siento agradecido por el conoci-miento de nosotros mismos que nos aporta la compañía delos perros. Estos animales (aunque acaso debería decir la evo-lución) han descubierto el resquicio en nuestra armadura.

Los parásitos nunca pueden lanzar un ataque directo, yaque la mayoría de los organismos tienen defensas activas pararechazarlos. Los parásitos se comportan de un modo taimadoen la evolución. Los más eficaces son caballos de Troya que sevalen de los puntos débiles y características de su huésped, ymuy especialmente, de aquellos puntos débiles y característicasque son indispensables para la supervivencia del huésped.

Los humanos tenemos una mentalidad sorprendentemen -te recelosa y calculadora, que no para de urdir estratagemasy de imaginar las estratagemas de los demás. Pero los perrosburlan estas formidables defensas valiéndose de nuestras de-bilidades, tan formidables como las primeras. Si le damos auna oca una piedra con forma de huevo, la empollará, la cui-dará, le dará la vuelta varias veces al día y la defenderá hasta lamuerte. Son muchas las hembras de mamíferos embarazadasque, cuando reciben un muñeco con un vago parecido a unacría de su especie, lo llevan de un lado para otro como si deuna cría se tratase e intentan amamantarlo. Si una persona se




encuentra con un cachorrillo sucede algo curiosamente simi-lar, y casi tan estéril.

Los especialistas en comportamiento animal solían refe-rirse a tales fenómenos como «mecanismos de respuesta inna-tos». El enfoque conductista está en la actualidad algo pasa-do de moda, pero resulta revelador respecto de lo que nosocupa, ya que ciertos comportamientos son tan viscerales, ytan palmariamente resueltos, que deben estar muy enraizadosen nues tra mente. Nos sobresaltamos al ver una serpiente. Sile mostramos un ratón a un gato, el gato lo atacará. Si nosmuestran un pequeño ser indefenso de ojos grandes y cara re-donda sentiremos una innata inhibición que nos impide ha-cerle daño. Si tenemos en cuenta la enorme fuerza que tienenlos instintos predador y territorial de muchas especies, inclui-da la nuestra, es perfectamente lógico, desde el punto de vistade la evolución, que exista un poderoso instinto de protec-ción de los hijos de la propia especie. Por supuesto, el sen -timiento paternal en los humanos es mucho más complejo.En los humanos, al igual que en muchas otras especies, estesentimiento está sometido a una considerable influencia delapren dizaje y del entorno. Pero es difícil negar que sentimosuna atracción básica, innata, no aprendida y, en este sentido,bastante irracional hacia toda criaturita graciosilla y lista, so-bre todo si la consideramos indefensa. Y los perros se aprove-chan de esto a base de bien. Nos manejan como si fuésemosacordeones.

Parte del gozo y de la fascinación que experimentamos alestudiar la naturaleza procede de percatarnos de los extraor-dinarios y hábiles procedimientos que las especies han adap-tado a su comportamiento para explotar su hábitat. Los pe-rros y los lobos son especies con una excepcional capacidadpara lograr sus propósitos, y de un modo sumamente curio-so, no en el sentido físico o predador, sino en un sentido so-




cial muy refinado. Y hay que añadir que los perros y los lobosson, también, especies auténtica y extraordinariamente soli-darias. Las personas que se sienten incómodas ante la amora-lidad de la naturaleza y de la selección natural tienden a igno-rar, o a tergiversar, la capacidad de los perros para lograr suspropósitos a la vez que ensalzan su solidaridad.

En mi opinión, no deberíamos condenar lo uno ni elo-giar lo otro. Lo que deberíamos hacer es maravillarnos y sen-tir curiosidad por ambos aspectos. ¿Por qué no? Al fin y alcabo, nosotros no elegimos a los perros. Nos eligieron ellos.Y a ellos nos sentimos apegados.

Los zoólogos nunca se han sentido muy inclinados a con-siderar los animales domésticos como verdaderos animales.Desde hace mucho tiempo creen que las especies domésticasson productos degenerados y artificiales del capricho huma-no, especies que carecen de todas las pautas de comportamien-to propias de los animales en libertad.

Todos caemos en el mismo defecto: no valoramos ade-cuadamente aquello que nos resulta familiar o cercano. Sinduda, es mucho más apasionante estudiar el oso pardo de latundra de Alaska o el elefante de la sabana africana que estu-diar las gallinas de la casa de la esquina o los perros del jardín.De ahí que los científicos sepan mucho más sobre el genomadel ratón y de la mosca de la fruta que sobre el genoma delperro. Saben infinitamente más de la ecología social del tri-tón —y, por supuesto, del lobo— que de la ecología socialdel perro.

Se ha tardado mucho, pero, al fin, los científicos empie-zan a reparar en lo que han tenido siempre delante de sus na-rices. Me recuerdan a un personaje de una novela, no sé side Jane Austen o de Anthony Trollope, que busca el amor y




la belleza por todo su entorno para terminar descubriendo enlas últimas páginas que la esposa ideal para él es su prima,que lleva viviendo en su casa desde que tenía cuatro años. Elhecho es que si uno de esos marcianos —ese marciano— tansocorridos llegase de verdad a nuestro planeta para echarleun rápido vistazo biológico nada lo sorprendería más que laexistencia de miles de millones de animales domésticos, la ex -traordinaria diversidad física de cada una de las especies do-mésticas, lo novedoso de su comportamiento y su hábil adap-tación a los hábitats ecológicos que ha creado la vida humana.En ciertos aspectos, los perros son lobos degenerados y des-cafeinados, pero, en otros, son seres totalmente nuevos, quehacen cosas que los lobos no podrían hacer jamás. Lejos derepresentar una degeneración, los perros muestran comporta-mientos complejos, originales y creativos.

Recientemente, nuestros científicos terrestres han empe-zado a reconocer que sus colegas de Marte han detectado algo,y los perros comienzan a ser considerados importantes comoobjeto de estudio de algunas ramas de la ciencia que nuncalos habían tenido en cuenta. Es una suerte para los que ama-mos a los perros, y también lo es para quienes nos felicitamospor la maña que se da la ciencia para arrojar nueva luz sobrelo que, de puro familiar, nos pasa a veces inadvertido. La ge-nética, la arqueología, la biomecánica, las ciencias del conoci-miento, la neuroanatomía y muchas otras disciplinas estánobligando a revisar las viejas ideas acerca de los perros.

Al examinar la lanza que acabo de romper por la ciencia,temo dar una impresión ligeramente desorientadora sobre unaspecto. No creo que todo sea y todo se reduzca a ciencia, por-que la admiración y el gozo que sentimos por los perros des-borda toda explicación científica. Por lo pronto, los perrossuelen ser sencilla y llanamente hermosos. Toda tentativa dedefinir científicamente la belleza y el amor no suele ser más




que ridícula palabrería, y ni por un momento se me ocurriríasugerir que, centrándome en los puros hechos científicos, po-dría aportar nada parecido a una completa descripción de lasrelaciones entre el hombre y el perro. Y hay otra realidad queno quiero dejar de señalar: los pocos humanos que tienen unverdadero don para adiestrar perros y trabajar con ellos debenese don a la experiencia, a la intuición y a un cierto razona-miento inspirado por la empatía, lo que, prácticamente, nadatiene que ver con la ciencia.

Son muchas las cosas que la ciencia no abarcará nunca.Pero lo que sí puede hacer la ciencia es orientarnos hacia ám-bitos inalcanzables con nuestra sola experiencia, y ayudarnosa mostrar fenómenos que nunca imaginaríamos con nuestrospropios medios, sobre todo en una época en la que cada veznos alejamos más de la experiencia directa respecto de la na-turaleza.

Esto es lo que me anima a explorar aquello que sabemosreal y verdaderamente de la investigación científica del Canis,que no es tan familiaris como creemos.




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