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1 PAUL CLAUDEL TRILOGIA EL REHEN EL PAN DURO EL PADRE HUMILLADO

PAUL CLAUDEL TRILOGIA

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Page 1: PAUL CLAUDEL TRILOGIA

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PAUL CLAUDEL

TRILOGIA

EL REHEN

EL PAN DURO

EL PADRE HUMILLADO

Page 2: PAUL CLAUDEL TRILOGIA

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EL REHÉN DRAMA EN TRES ACTOS

PERSONAJES

EL PAPA PIO

EL CURA BADILON

EL REY DE FRANCIA

EL VIZCONDE ULISES AGENOR JORGE DE COÛFONTAINE Y DORMANT

EL BARON, LUEGO CONDE TOUSSAINT TURELURE, PREFECTO DEL MARNE Y DESPUES DEL SENA

SYGNE DE COÛFONTAINE

COMPARSAS

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ACTO PRIMERO

ESCENA 1.

La abadía de los monjes cistercienses de Coûfontaine, comprada por Sygne. La biblioteca se encuentra en el primer piso: es una sala amplia y alta que recibe luz por cuatro ventanas sin cortinas, de pequeños vidrios verduzcos. Al fondo, entre dos puertas altas, sobre la pared blanqueada con cal, se alza una gran cruz de madera con un crucifijo de bronce de aspecto hosco y mutilado. En el otro extremo, sobre la cabeza de Sygne, cae un jirón de una regia tapicería de seda, sobre la cual se ve entre el follaje, en medio de una pastoral destrozada, el escudo de Coûfontaine, dividido en una cabeza de oro con una fe de gules (dos manos unidas) de punta azul, y una espada de plata situada como un poste entre el sol y la luna; el grito y divisa en el siguiente: COÛFONTAINE ADSUM! El piso sumamente limpio y está formado por tablas amplias y desiguales, clavadas con clavos gruesos y brillantes. Sygne está sentada en una esquina, frente a un escritorio pequeño y bonito cubierto del todo por registros y legajos bien ordenados. Algo más lejos, una mesita con pan, vino y lo necesario para una merienda. De un extremo a otro del salón se hallan alineados grandes muebles rígidos, sillas y sillones, de aspecto austero y abandonado. En el suelo, un cañizo sobre el cual se secan unas ciruelas. Al levantarse el telón no se vislumbra nada de todo esto. Es de noche. Los postigos están cerrados, y solo un velón colocado sobre la mesa ilumina la habitación. Tormenta afuera. Se abre una puerta sin que se vea a nadie; el viento silba; la llama del velón vacila y Sygne la protege con la mano.

SYGNE: (Mirando hacia el fondo de la pieza): ¡Jorge! COÛFONTAINE: ¡Buenas noches, Sygne! ¡Buenos días, mejor dicho! (Ella se lleva la mano al

corazón, como quien siente una emoción demasiado fuerte. El aparece en la zona semi-iluminada. Es un hombre de estatura atlética y apostura erguida).

SYGNE: Vuestra pieza está lista. COÛFONTAINE: Luego; no tengo tiempo para dormir. Tengo que conversar mucho con vos. No

nos vemos desde hace un tiempo entrañablemente largo, prima mía. (Ella vuelve a sentarse). SYGNE: Cuando queráis. Aquí están todas mis cuentas: claras y puras. No me he acostado una

sola noche sin poner mis registros al día antes de rezar. Aquellos, para la policía; este, pequeñito, para vos. De día como de noche. ¡Pueden venir! Encontrareis todo claro y en orden.

COÛFONTAINE: ¡Las cuentas! ¡Estas cuentas son siempre vuestro primer grito! ¡Os encuentro igual que siempre, Sygne! Nuestra vieja Susana ha formado una buena discípula. Nadie como quien no sabe leer para enseñar a escribir. No tengo que pediros cuenta alguna. Todo es vuestro.

SYGNE: Para vos, señor. Sois el jefe y yo la pobre sibila que cuida el fuego. COÛFONTAINE: Esta luz no me agrada. SYGNE: Los postigos están cerrados por dentro y por fuera. No se puede ver nada. Yo misma

apenas si os distingo. COÛFONTAINE: (Con voz más baja, levantando un dedo): ¿Él está aquí? SYGNE: (Id): Ha llegado hace dos horas. Justino lo trajo montado sobre el burro, a través de los

bosques. COÛFONTAINE: ¿Qué hizo? SYGNE: Se sentó con las dos manos sobre las rodillas y respiro fuerte, como un hombre que va a

morir. Pidió un sacerdote para confesarse. Envié a buscar al abate Badilon. (Gesto de Coûfontaine). ¿Estáis descontento?

COÛFONTAINE: Continuad. SYGNE: No pude negárselo. Me lo pidió de un modo tan amable… y me miraba con sus grandes

ojos negros. Y hablaba de su corazón, a la manera eclesiástica, “el peso que tenía sobre el

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corazón”; ¿Qué peso? Se confesó y dijo en seguida su misa. Yo asistí a ella. ¡Ah! ¡Ya no era el mismo hombre ante el altar! ¡Tampoco aquel magro despojo! ¡Pero si un ángel de gran vehemencia y dulzura que cumplía un acto inestimable, el pontífice que habla con letras de oro! ¿Quién es, Jorge?

COÛFONTAINE: ¿Está descansando? SYGNE: Descansa. El abate está con él. Oficiará la misa aquí. (Ráfagas de viento afuera). COÛFONTAINE: Ya era tiempo de ponernos a salvo. Reconozco el viento de mi país. SYGNE: ¡Que lástima! ¡Los manzanos estaban tan hermosos! No quedará una semilla sobre el

árbol. COÛFONTAINE: La tormenta nos protege. ¡Estoy en gran peligro, Sygne! He osado algo

inaudito. SYGNE: ¡Oh! ¡Cualquiera sea el peligro, conmigo os encontrareis seguro! COÛFONTAINE: Aquí nunca me han molestado. Por esta razón os traje mi presa y agradezco por

XXXXX(Pag.4) los ojos malos de nuestro hermano Toussaint, con quien sé os halláis en buenas relaciones (Pag.4)

SYGNE: Soy un hombre de negocios, primo mío, y no elijo mis relaciones. COÛFONTAINE: Debéis desposarlo. Sus armas, embadurnadas en las nuestras, alegrarían esta

vieja tapicería pintarrajeada. (Señala la tapicería). SYGNE: No os burléis así. COÛFONTAINE: ¡Estoy bromeando, Sygne! ¡Ay de mí! ¡Ya llora! Sois tan buena… Pero es más

fuerte que mi voluntad: necesito causaros pena. Es mi manera de quereros. ¡Qué juventud la vuestra, pobre prima mía! Juntando y juntando los trozos dispersos de esta tierra, las viñas, los prados y los bosques, los arenales y las tierras de labranza. Como un encaje antiguo y gastado, cuyos hilos se recogen uno a uno.

SYGNE: Susana y yo rehicimos vuestro bien. COÛFONTAINE: ¡Buen trabajo, tejedora! Nuestras madres se divertían deshilando con sus dedos

ociosos. Descosían bordados y galones y separaban los hilos, uno por uno. Vos volvéis a hacer lo que ellas deshicieron. ¡Tengo a mi prima Sygne, que para mí es mucho más que el oro y la plata! ¿Qué decir de las flores de lis que no hilan? ¡Ah! Si cada uno de sus blancos hermanos de Francia, prima mía, si todas las hijas de noble linaje hubiesen obrado tan bien, el Rey podría volver. No habría un solo agujero en la vieja bandera. ¡Con un hilo que cede, cuántas mallas que saltan!

SYGNE: (Toma con ambas manos una miniatura que hay sobre la mesa y la mira): ¡Aquí están! Son mis dos bienamados, para quienes es menester que me dé un poco de trabajo. Hijos tuyos, Jorge, y míos también, ¿no es cierto? Es preciso que la tía feérica, la tía arácnea, les rehaga una casa en Francia gracias a su arte mágico. Porque nosotros que estamos tomados entre los recuerdos y el deber, vos y yo, no trabajamos para nosotros. ¿Cuándo los veré, Jorge? ¡Niños adorables! El caballero con su pequeña fusta, ya tiene vuestros rasgos y el mismo aspecto picardo y ese aire de mando y consideración. ¿Y la niñita? ¡Qué buena es! La madre se quejaba de ellos en su última carta. ¿Es posible?

COÛFONTAINE: Es una carta vieja. Ahora son Buenos y no le dan ningún trabajo. SYGNE: ¡Y qué bella es la madre cuando los tiene entre sus dos brazos desnudos! ¡Oh, Jorge!

¡Cuando regreséis de la guerra qué tonto será besar una rosa fresca tan hermosa en la que brillan seis ojos tan bellos! Comprendo muy bien qué os ha gustado en ella: es ese aspecto indefenso y de una candidez arrogante, el labio grueso y la frente estrecha. Trabajamos juntas, y a veces la miro con el corazón contento. Tiene los ojos hermosos de quien entregara su corazón, como un ser joven tiernísimo que os mira si lo queréis. ¡Qué valor el vuestro al dejarla, para errar siempre, lejos de ella!

COÛFONTAINE: Ambos estamos al servicio del rey. SYGNE: ¿Siempre os escucha? COÛFONTAINE: Temo haber perdido algo de mi crédito. SYGNE: ¿La habréis ofendido? COÛFONTAINE: No estaba en mi poder hacer que mi esposa viviera siempre. (Un silencio). SYGNE: ¡No entiendo, Jorge! ¿Qué palabra horriblemente envenenada me dirigís? COÛFONTAINE: ¿No sabíais que mi esposa era la querida del Delfin? Todo el mundo envidiaba

mi dicha. Yo solo, estúpido de mí, nada sabía. La muerte descubrió todo.

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SYGNE: ¿Así que ha muerto? COÛFONTAINE: Dadme ese retrato. SYGNE: (Tomándolo con presteza): ¡No le hagáis daño alguno! Querida mía, aquí al menos te

encuentras en seguridad… contra mi corazón. COÛFONTAINE: Es la única imagen que me queda de ellos. (Ella lo mira como si no

comprendiera). Todo lo que tenéis en vuestras manos ya no existe. SYGNE: ¡Jorge! COÛFONTAINE: ¿No me comprendéis? Los dos niños… SYGNE: ¡Basta! ¡No habléis! ¡Oh! ¡Eso no! ¡Esta cosa horrible, no! COÛFONTAINE: …han muerto. Casi al mismo tiempo, de la perniciosa fiebre inglesa, mientras

yo estaba en Francia. SYGNE: ¡Dios se apiade de nosotros! (Queda inmóvil durante un tiempo, con los ojos cerrados y

como desvanecida; luego agita lentamente la cabeza, como si negara). Supongo que no puedo deciros nada, Jorge.

COÛFONTAINE: Nada. (Una pausa). SYGNE: Venid y tomad este papel que hay sobre la mesa para vos. (Él se acerca a la mesa y

cuando extiende la mano, Sygne la toma entre las de ella y solloza con el rostro contra la mano. Coûfontaine le acaricia la cabeza en silencio).

COÛFONTAINE: No hay que llorar, pequeña Sygne. Nuestro nombre ha terminado y sólo quedamos nosotros dos. Pero con nosotros terminan también una infinidad de cosas mucho más hermosas. Todo el mundo no ha nacido para ser feliz. Le gustó otro hombre. No se puede nada contra esto. Creo haberla querido como se debe. En cuanto a los niños, un soldado no los necesita… Es un gran alivio.

SYGNE: (Con cierta ironía): Sois duro, Jorge. COÛFONTAINE: Hago lo que todos. Lo demás no interesa a nadie. SYGNE: ¡Perdonadla, en nombre de estos dos inocentes! ¡Pensad qué joven era y el sufrimiento

que trae el morir! ¡Ah! ¡Ser mujer joven y hermosa es algo más embriagador que el vino! Decidme que la perdonáis.

COÛFONTAINE: Ya no pienso en eso. SYGNE: Pero decid que la habéis perdonado. COÛFONTAINE: El que ama mucho no perdona fácilmente. SYGNE: Mi corazón está deshecho de compasión hacia vos. COÛFONTAINE: Pasar solo la noche es malo, pero uno termina siempre por dormirse cuando

está cansado. SYGNE: ¿Y si han muerto los tres? COÛFONTAINE: Compadeceos de mí, Sygne mía, y procurad tener más calma. SYGNE: ¡Dios mío! Cuanto hice ha sido vano y se ha perdido. COÛFONTAINE: Palabra sobre toda cosa es la última. Sin embargo, la dirigís a Dios. SYGNE: “Mi generación ha quedado envuelta y alejada de mí como la carpa del pastor.” Antaño

vi a mi padre y a mi madre, y a vuestros padres también, ir juntos al cadalso. ¡Cuatro figuras santas, maniatadas, que nos miraban como víctimas! ¡Mis cuatro padres y madres abatidos por la cuchilla, uno después de otro! Cuando le llegó el turno a mi madre, el verdugo enrolló alrededor de su puño la trenza de pelo canoso y puso la cabeza bajo la cuchilla. Estábamos en primera fila y vos me teníais de la mano; la sangre nos salpicó. Vi todo y no me desvanecí; luego, regresamos a casa a pie. Los hombres han segado el tallo, y ahora Dios piensa en nosotros y nos quita nuestro fruto, ¡Dios mío, prestasteis atención a esta pobre cosa que aun teníamos! ¡Qué se haga vuestra voluntad! Que vuestra amarga voluntad, que vuestra amarga voluntad… Vos y yo quedamos solos, Jorge. Vos y yo, que somos cada vez más una sola persona. La vida, por sí sola, se aleja de nosotros en un mundo en el que hemos dejado de ser parte importante.

COÛFONTAINE: Debéis separaros de mí y hallar vuestra propia dicha. SYGNE: Ahora soy yo quien os tiene de la mano, como vos me teníais la mía aquella mañana de

Pradial. COÛFONTAINE: Sois joven y rica, y la vida se os presenta hermosa. SYGNE: Así cantaban las campanas el día de vuestra boda. COÛFONTAINE: Yo no escuché ese canto.

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SYGNE: Sé que recibisteis el sacramento sin fe. COÛFONTAINE: No creía. Lo sabía todo de antemano. Pero era un prisionero, como quien no

puede actuar de otra manera. SYGNE: La pobre niña también os quería COÛFONTAINE: Me sentía como el minero que sale un rato de su Cueva y advierte que sin

embargo es abril… ¡De pronto, se apoderó de mí un hambre de dicha tan idiota! SYGNE: Tuvisteis vuestra hora. COÛFONTAINE: No la tuve. No me tomó por otro. SYGNE: ¿Pero quién os separaba? COÛFONTAINE: La sangre de mi padre sobre mi rostro. SYGNE: ¡Y también la sangre de vuestras manos! COÛFONTAINE: ¿Os horroriza? SYGNE: ¡Ah! ¡Dios me perdone, no me horroriza! COÛFONTAINE: Sin embargo, es la sangre de muchos inocentes. ¿Recordáis lo de la calle San

Nicasio? SYGNE: ¿No lo pagasteis con lo vuestro? COÛFONTAINE: Es verdad. ¡Oh, mi esposa y mis pobres hijos! SYGNE: Aun quedo yo. COÛFONTAINE: Como una niña cuyo apellido cambiará un día. SYGNE: Pero han vuelto a imponerme el mío en otro bautismo. COÛFONTAINE: Participé con vos de ese sacramento. SYGNE: Pero esta vez dignamente. ¡Oh, Jorge! Aquel día, nuestra raza entera fue subyugada. COÛFONTAINE: ¡Oh, vino sagrado nacido de este cuádruple corazón! SYGNE: La sangre de ese cuádruple corazón fue sembrada sobre la mía. COÛFONTAINE: Pero el viejo plantío ya no nos da su savia. SYGNE: ¡Queda un vino puro! ¡Nuestro nombre permanece vivo! COÛFONTAINE: Qué alma esta, que me ha nacido completamente igual. ¡Qué extraño mellizo!

Vos comprendéis aquellas cosas. Así como la tierra nos da su nombre, yo le doy mi humanidad. En ella no estamos desprovistos de raíces; en mí, por la gracia de Dios, no está desprovista de su fruto, del que soy el señor. Por esta razón, precedido del de, soy el hombre que lleva su nombre por excelencia. Mi feudo es en mi reinado como una Francia pequeña. La tierra, en mí y en mi linaje, se torna gentil y noble como algo que no puede comprarse. La miel, o las flores, o el vino que producen se reconocen entre todos, y también el venado o el ganado. Y así, entre muchas plantas precarias, el Árbol Durmiente, la gran encina genealógica que se erguía en el patio del castillo, y cuyas raíces, como pudo verse el día que fue arrancada, estaban más enredadas que las de aquellas higueras que vi en Coromandel y que las venas de un pecho lleno de leche. Estaban hundidas a medias en el cemento oscuro de las catacumbas romanas. A medias, a través de la arcilla compacta del banco nativo del pedernal color flor de castaño. Y así como el vino de Bouzy no es el de Esscaune, yo he nacido Coûfontaine por hecho de la naturaleza contra el que no pueden nada los Derechos del Hombre. Así que la nación no tenía por qué fabricar a sus jefes y sus leyes, defendida contra sus ensueños. Pero en toda Francia la naturaleza le daba a la nación otros productos más, buenos o malos, desde el rey hasta el juez. A la vuelta de cada calle, en el flanco de cada colina, cada uno a su turno, volvía a florecer, como las flores y frutos en su variedad.

SYGNE (Alza la cabeza y lo mira con firmeza): ¿Y todo eso qué importa, Jorge? COÛFONTAINE: ¿Qué importa? SYGNE: Dios lo quiso. Está bien. No es culpa nuestra. ¿De qué sirve manifestar enfado y pelear? COÛFONTAINE: Ni el mismo Dios puede quitarme lo que es mío. SYGNE: Nada es nuestro. Todo es de Él, que es el Señor eminente. Y es verdadero que nada

puede quitarnos, pero puede desligarnos de este puesto, que nos había confiado. COÛFONTAINE: ¿Qué soy yo sin este lugar, que me da su nombre? SYGNE: El único a quien ya nada puede serle quitado. COÛFONTAINE: Yo, al menos, tengo algo que no vuelvo a tomar una vez que lo he dado. SYGNE: ¿Qué, Jorge? - COÛFONTAINE: (Le tiende la mano): Mi mano derecha. SYGNE (Le da la de ella): Ni yo la que te doy, hermano mío.

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COÛFONTAINE: El mundo se ha achicado, pero ambos subsistimos. SYGNE (En voz baja): Coûfontaine adsum. COÛFONTAINE: Eres mi tierra y mi feudo, mi partido y mi herencia; existes y eres verdadera en

lugar de esa mujer falsa, que murió, y de sus hijos y de la tierra. SYGNE: Sólo Dios es verdadero. COÛFONTAINE (Con tono ambiguo): Ya lo veremos. SYGNE: No vayas contra Su voluntad. COÛFONTAINE: ¿Qué sabemos de ella? Si el único medio para nosotros es contradecirla. SYGNE: ¡Jorge, hermano mío! ¡Palabras dignas de vos! COÛFONTAINE: Tanto como para ser condenado. Tanto como para estar seguro de la verdad. Y

no opines contra mí. SYGNE: ¿Qué pretendes hacer? COÛFONTAINE: ¡Obligar a tu Dios a contestarme con claridad y a que diga por fin con quién

está! SYGNE: ¡Oh, Jorge! ¿Hay algo más claro que un ladrón? ¿Qué más quieres saber? Feliz aquel

que tiene algo que dar, porque a quien no tiene nada le quitarán aun lo que tiene. Feliz aquel que fue despojado injustamente porque ya no tiene nada que temer de la justicia. Aquel que no aceptó el mal, ¿cómo recibirá el bien? ¡Así os veo, pobre hermano, sin nada! Y porque yo acepté todo, todo me fue devuelto.

COÛFONTAINE: Mi causa no es mía. ¡Perezca Coûfontaine, si con ello se restaura al rey junto con Francia!

SYGNE: Tantas penas, tantos sacrificios, tantos peligros, tanta intriga, tanto espíritu, tanto dinero y tanta sangre vertida, la vuestra y la de muchos... y todo en vano... Y yo por mi parle, con mi obra terminada y la tierra rehecha, y todo esto es nada entre mis manos...

COÛFONTAINE: De nada sirve desesperar. SYGNE: No me desespera, me encanta. Oh, Dios mío, me encantan amargamente su grandeza y

mi inutilidad, y que se extiendan hasta mí tantos propósitos que sobrepasan todo sentido. Soy viuda y huérfana, y soy virgen; vos me quitáis mis hijos y os burláis de mí al dejarme sola en medio de los bienes que he conquistado. ¿Qué podía hacer yo, sin embargo? ¿Debía cruzarme de brazos? Era una mujer y veía lo más cercano y procuraba obrar bien para con quienes estaban cerca de mí. Y no tengo espíritu para imaginar nada mejor, pero procuré retener y consolidar lo bueno que conocí. Primero, tantas penas y privaciones; la miseria, el temor, la soledad y la severidad de la anciana Susana para conmigo...

COÛFONTAINE: ¡Pobre Sygne! SYGNE: El valor avariciosamente conocido de cada moneda, el sueldo, el franco, el escudo y el

hermoso doble Luis de oro; las cuentas pasadas en limpio, noche tras noche, sin manchas ni raspaduras; el valor de cada tierra, de cada rincón de tierra, y el precio del trigo y del vino, de la piedra de construcción y del yeso, y de la leña y del jornal de mujer y hombre. Toda la fortuna estudiada de memoria, como pudo hacerlo antaño nuestro abuelo en una noche de juego de naipes. Las ventas recorridas, las jornadas a caballo o en carricoche, bajo un sol de fuego o una lluvia fría, envuelta en mi gran abrigo de pastora. Las largas horas de batalla con los escribanos, con quienes hay que luchar cubiertos y con el rostro sonriente. Como antaño mis antepasados de visera y con el escudo ceñido al cuerpo. ¡Yo, pobre muchacha, entre tantos hombres de ley como Juana de Arco entre la gente de guerra! Las visitas al prefecto y las discusiones con chacareros y contratistas... El espíritu vigilante, la mirada alta, y el corazón inflexible y firme. Y por último, todo recuperado y reajustado, salvo nuestro castillo destruido, aun la vajilla y los libros con nuestras armas; todo vuelto a comprar, pieza por pieza. ¡Y todo se rehace y vuelve a quedar muerto como un cadáver destrozado, cuyos miembros se reajustan!

COÛFONTAINE: Pero todo aquello preparó el escondrijo donde hoy me refugio con mi presa. SYGNE: Nuestro castillo fue destruido, pero quedó en pie la casa de Dios. Desapareció la pared,

quedó colmada la zanja y desarraigado el Árbol Durmiente. Fue profanado el foso y la torre cayó de un solo golpe, como un hombre que cae de frente, y se abrieron y derrumbaron las entrañas de la casa familiar, ¡Y de todo lo antiguo sólo quedan una pared y el sótano, refugio del zorro y del erizo! Pero me retiré con Dios a la casa antigua, levantada del suelo gracias a la fe; la vivienda mística cuya simiente es la hostia, y que nadie había elegido,

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¡Yo, débil criatura, sola bajo los amplios arcos de la bóveda, débil suspiro ligero en vez del gruñido poderoso de los cien varones de Dios que cantaban!

COÛFONTAINE (Mirando la cruz): No es la cruz capitular. SYGNE: ¿No la reconocéis? Es el crucifijo de bronce que donó nuestro antepasado Agenor V. el

Liguista, para reemplazar la cruz de piedra vetusta que habían derrumbado los heréticos. Los republicanos volvieron a desarraigar la cruz extranjera que había en la encrucijada de los caminos reales de Rheims y Soissons, y cortaron todo el calvario de un solo golpe. La cruz y los cuatro tilos viejos que le daban sombra y eran el único abrigo para los segadores. Y plantaron en su lugar el débil árbol de la Libertad, al que una sola estación secó como un sarmiento. El hombre de bronce fue destrozado a pedazos, pero no lo fundieron en cañón alguno ni monetizaron en sueldos grandes. Y en todas partes se encontraron miembros dispersos, como cuenta Plutarco de Isis y Osiris. Las piernas quebradas, como las del ladrón; el pecho, de yunque en la herrería; los brazos, conservados por dos solteronas piadosas, y la cabeza en el fondo de un horno de panadería. Y Susana conmigo, descalzas, caminando toda una noche. Orando, trajimos de nuevo en nuestros brazos la cabeza sagrada. Y ahora, el gran buen Dios, comido por el sol y la lluvia, el supliciado, vuelve a ser escandaloso. Aquí está entre estas paredes, con nosotros, disimulado para los hombres, y recomenzamos con El, como desterrados. Que vuelvan a edificar un hogar con dos brasas en cruz.

COÛFONTAINE (Con los ojos puestos sobre la cruz): ¿Con qué madera ha sido hecha esta cruz, que deja ver destrozos del fuego?

SYGNE: La hice con vigas de nuestra casa. COÛFONTAINE: El palo es de encina y la horca de castaño, esencia que ha desaparecido ahora

de nuestra casa. Sin embargo, el maderamen de todas nuestras antiguas chacras y el de la catedral de Rheims están hechos con ella.

SYGNE: Nunca faltará esta madera, con la cual ha sido hecha la cruz. COÛFONTAINE: Dichoso árbol que lleva sobre sí el peso de un Dios, o aunque sólo fuera un

hombre. Y esto es todo lo que encuentro de mi casa al regresar. La viga mayor en cruz con la viga menor, pero esto es vuestro y no puede ser de dos. Y yo también soy una cruz en vez de un hombre proscrito. Han caído de mí todos mis bienes como un abrigo, y me encuentro solo dentro de una vestimenta que mi cuerpo y mi espíritu no pueden abandonar. ¡Despojado, reducido, inflexible, infructuoso! Y cuando regreso al país, corno el Hijo pródigo a casa del padre que le ha dado el sustento, no hay nadie que se cuelgue de mi cuello, padre o madre, hijo o esposa, porque todo ha caído de mí.

SYGNE: ¡Pero quedo yo al menos, Jorge; al menos quedo yo! COÛFONTAINE: (Mirándola): ¿Querríais desposaros conmigo, prima mía? SYGNE: ¡Ah, ya soy bastante vuestra sin eso! COÛFONTAINE: Es cierto; somos demasiado iguales y nada nuevo puede salir de nosotros. SYGNE: ¿Quién perpetuará la raza? COÛFONTAINE: Sois joven y rica. Guardad los bienes que habéis Xhoja 9X y XXXX serán de

provecho para un proscrito. Alguien vendrá. SYGNE: ¡No os burléis de mí! COÛFONTAINE: Algún hermoso cazador de barba roja, algún joven aturdido lleno de guerra, y

tomará de la mano a esta perdida Judith de ojos verdes. ¡La virgen bien templada, cuya sonrisa modesta no llega a las comisuras de los labios! ¡Y forma tres arrugas, como si las hubiera trazado el lápiz más fino! Y se llevará para siempre a mi prima a los bosques de Francia, al laurel de Dormant, la “virgo admirabilis”.

SYGNE; ¡No pensé que me hubierais mirado tanto, Jorge! COÛFONTAINE: Es cierto. Pero nada más que lo que uno se mira o escucha así mismo. Vos no

estabais afuera. ¿Qué conozco de vos, Sygne, fuera de vuestra manecilla valiente dentro de la mía el día de San Juan? Más tarde, un rostro claro y desdibujado como un plano de iglesia bien calculado, con regla y compás. Y luego, vuestra mano sobre mi frente en las noches de fiebre, cuando estaba herido y enfermo y me perseguían. Y después, vuestra frente bajo la lámpara, cuando se cierran los despachos con lacre y se cuentan las pilas de luises.

SYGNE: Soy aquella que queda y siempre está allí.

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COÛFONTAINE: ¡Ah! Sois una Coûfontaine de pies a cabeza, y no puedo conversar con vos ni ver uno solo de vuestros rasgos sin comprenderos. Y os basta volver la cabeza y veo tantas imágenes de nosotros mismos en vos, como en los retratos de antaño de la galería del castillo.

SYGNE: No llevaré a otro, pues, lo que es solamente de Coûfontaine. COÛFONTAINE: Sólo son mías las cosas muertas, vencidas e imposibles. SYGNE: ¡Pero yo no he muerto y no estoy vencida y no soy imposible! COÛFONTAINE: Hay algo distinto; vos tenéis menos de treinta años y yo más de cuarenta. No

somos del mismo siglo. Soy un tronco sin copa y sin ramas, y veo en vuestros ojos pardos el verde de las hojas nuevas. No producimos nuestra sombra del mismo lado; vos lleváis la vuestra, pero la mía queda adherida a mis talones y no veo nada de mí delante de mí.

SYGNE: ¡Déjame renunciar al porvenir! ¡Déjame prestar juramento, como un nuevo caballero! ¡Oh, señor mío! ¡Oh, mi mayor! ¡Déjame jurar entre tus manos como una monja que profesa! ¡Oh, hombre de mi raza! ¡Resto y principio de mi pueblo! ¡No te dejaré sin testimonio! Nos falta la tierra, nos suprimen la fuerza, pero quedan la fe de hombre a hombre y el alma pura que encuentra a su jefe y reconoce sus colores. ¡Soy tuya, Coûfontaine! ¡Tómame y haz de mí lo que quieras! Sea como esposa, o más allá de la vida, donde ya no sirve el cuerpo, nuestras almas se unen sin mezcla.

COÛFONTAINE: He vuelto a encontrar a Sygne. No me engañé. ¿Habrá para mí, al fin, algo mío, sólido, fuera de mi propia voluntad? Porque apenas dejé esta tierra, niño aún, no tuve sino el mar bajo mis pies. El mar del agua marina y el mar hecho por los hombres, y una cosa falsa entre mis brazos, como un elemento, ¡Todo pasó! El señor d’Ajac, que era novicio junto conmigo en el Espíritu Santo... ¡Cómo conversábamos en la noche oscura del dormitorio, en tanto nuestras hamacas jugaban contra la resaca! Vi cómo una bala de cañón lo partió en dos. Y luego le tocó el turno a lo más santo para mí... mi padre y mi madre, junto con los vuestros, Sygne. Los vi matar como a animales. Recibí su sangre sobre mi rostro y respiré su vaho. El rey, que era mi rey; el derecho, que era mi derecho; esa mujer, que era mi derecho; esos niños, que eran míos; el mismo nombre que llevo, y la tierra y el feudo: todo me mintió, todo huyó, y ya no existe siquiera el lugar en donde todo se hallaba. Y ahora llevo esta vida de fiera acorralada, sin un escondite seguro, huyendo siempre, peligroso y perseguido, amenazante o amenazador. Y recuerdo que los monjes hindúes decían que toda esta vida mala es una apariencia vana y permanece en nosotros porque nos movemos con ella, pero que bastará que nos sentemos y permanezcamos inmóviles para que salga de nosotros. Pero son tentaciones viles; yo, al menos, soy el mismo, y mi deber y mi honor siguen siendo los mismos en medio de este derrumbe total. Pero tú debes pensar en lo que dices, Sygne. No vayas a faltar como los demás, en esta hora en que toco a mi fin. No me engañes, que tengo hambre y sed verdaderos de tu corazón, de la lealtad de tu corazón. Y no de algo que sea seguro, sino de algo que sea infalible.

COÛFONTAINE: ¡Todavía Dios! Déjalo donde está. Más tarde sabremos también qué es lo cierto de él. Si quiere permanecer escondido a tal punto, que no nos deje ningún rehén.

SYGNE: No comprendo lo que decís. (Se escucha el débil repiqueteo de una campanilla). COÛFONTAINE: ¿Qué es eso? SYGNE: El señor cura, que dice misa, como lo ha prometido. COÛFONTAINE: Habéis hecho mal en mezclarlo en nuestros asuntos. SYGNE: ¡Que el Dios que él ofrece en este momento sobre el altar escuche nuestras palabras! El,

que se entrega en el pan ázimo y no sabe recobrarse, nos dió ese sacramento de dar y no recobrar. ¡Acepto!; vuelve a tomar contigo todo lo que es de tu raza y de tu nombre. Y que en Coûfontaine al menos no falte Coûfontaine.

COÛFONTAINE: Acepto que te agregues a la partida que juego, Sygne. Comprométete como quieras, última mujer de mi raza, y recibe de tu señor la fe según la forma antigua. Toma mi guante. (Le da el guante).

SYGNE: Lo acepto y no me lo volverás a tomar. (Pausa). COÛFONTAINE (Alzando el dedo): Todo va a quedar decidido. Nuestra suerte se está jugando

en todo el mundo. La violencia llega a su fin, y la masa y el hombre de la tierra vuelven a encontrar su peso y su momento.

SYGNE: Nada sé de política. Me han dicho que el Papa ya no está en Roma. COÛFONTAINE: ¿Sabéis dónde está?

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SYGNE: No lo sé. COÛFONTAINE: Está aquí, bajo este mismo techo y detrás de esta pared. (Gesto de emoción).

César está de un lado, pero he tomado al hombre de Dios para nosotros. Déjanos ahora, pues tenemos que hablar. (Ella sale).

ESCENA II

Un sirviente ha abierto los postigos y se distingue ahora toda la pieza. El alba. Hay un ventarrón afuera, y diluvia. La lluvia pega con fuerza y chorrea sobre los vidrios. Los árboles, muy altos, cuyas ramas tocan casi las ventanas, oscurecen la pieza. Se escucha pausadamente el ruido áspero de una veleta herrumbrosa. Un perro de pelo duro está acostado delante de la puerta de entrada. Repentinamente, se abre un panel de la biblioteca y descubre durante un instante la abertura de una puerta secreta. Al fondo se ve la llama de un cirio y se entrevé un altar cubierto con el mantel y el misal. Entra un anciano de sotana negra, con la cabeza tocada con un gorro blanco.

EL PAPA PIO: Hijo mío, que la paz esté con vos. Soy yo. (Coûfontaine, que estaba de pie,

pensativo, frente a una de las ventanas, se da vuelta con rapidez y se hinca ante el anciano que le da su mano a besar).

COÛFONTAINE: (Nuevamente de pie): Comed y bebed, Santo Padre, ya que el camino ha sido largo y penoso, y esta misa matutina interrumpió vuestro corto descanso.

EL PAPA PIO: ¿Qué pan es éste que me dais de comer? COÛFONTAINE: Un pan hecho con harina leal. Os abriga una casa cristiana. EL PAPA PIO: Reconocí un bien eclesiástico. COÛFONTAINE: Esta es la abadía de los cistercienses de Coûfontaine, que fundaron sostuvieron

mis padres. Mi prima Sygne la compró bajo dispensa cuando Dormant y el castillo fueron incendiados, para sustraerla a la destrucción y que permaneciera así en manos legítimas.

EL PAPA PIO: ¿Es esa señora joven y piadosa que comulgó anoche? COÛFONTAINE: Y yo soy el vizconde Ulises Agenor Jorge de Coûfontaine y Dormant, teniente

del rey Luis de Francia para Champagne y Lorena. EL PAPA PIO: ¿Por qué este acto violento? ¿Por qué me habéis sacado de mi prisión? COÛFONTAINE: (Saca un papel del bolsillo): Orden firmada por el Emperador. Me be

encargado de ejecutarla. El portador estaba impedido; la cosa se hizo como corresponde. Moscú está lejos, ¿y quién no honraría firma semejante? Es un verdadero giro en blanco sobre todo el Imperio. Me obedecieron como a un ángel del cielo. (Alcanza el papel al Papa, que lo lee en silencio y se lo devuelve). Así que yo, sólo, liberé a Pedro de su cautiverio.

EL PAPA PIO: Os lo agradezco, hijo mío. COÛFONTAINE: Aquí estáis seguro. ¿Quién vendrá a buscaros a este rincón del Marne? Esta es

una vivienda antigua y apartada, llena de salidas secretas hacia los bosques, tres rutas y dos valles; y también llena de escondites. Las utilicé muchas veces en esta guerra que hago.

EL PAPA PIO: ¿Y ahora Somos vuestro prisionero? COÛFONTAINE: Es cierto, padre mío. Sois prisionero de vuestro hijo. Y os diré, como Jacob

cuando tenía tan apretado al ángel; no os dejaré sin que me hayáis bendecido antes. EL PAPA PIO: ¡Pobre niño! Ya veis que Somos una presa difícil. COÛFONTAINE: Dios mismo os da al rey de Francia. EL PAPA PIO: (Tornándose con gravedad hacia el crucifijo). Ave, Dominis, Jesu. COÛFONTAINE: Es Nuestro Señor de Rheims, y el rey se descubría ante él cuando iba a hacerse

consagrar. EL PAPA PIO: ¿Qué noticias hay del mundo? Ningún ruido llegaba hasta Nuestra cárcel. COÛFONTAINE: El Usurpador está en Moscú. No hay otro ruido sobre la tierra que no sea el del

paso de sus ejércitos, que corren hacia Oriente. Dicen que ocurrió no sé qué cosa. Ciudades de madera que arden, una victoria muy vaga. Europa está vacía y nadie habla sobre la tierra. Sólo existe la espera del mundo, como un hombre desmontado y sobrecargado.

EL PAPA PIO: ¿Y desde Moscú el Emperador halló tiempo para pensar en Nosotros, anciano? COÛFONTAINE: Vos Sois el rechazo de Dios en el silencio de todos los hombres.

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EL PAPA PIO: ¿Qué fuerte es el de Joux que menciona en la carta? COÛFONTAINE: Una casamata en la nieve de la que no se vuelve a salir. EL. PAPA PIO: Le plugo a Dios sacarnos de mano enemiga. COÛFONTAINE: Luego, algún cónclave reunido en medio de las bayonetas, haría papa y

Capellán del Gran Emperador a algún cardenal Fesch o Maury, como hizo reyes a sus hermanos.

EL PAPA PIO: (Levantando el dedo). Había sobre los caminos de Judea, poseídos que apenas veían a Nuestro Señor se echaban ante El llorando y gritando. Y en tanto lo perseguían con injurias y pedradas, no dejaban de repetir: Jesús de Nazaret, ¿por qué nos persigues? Durante todos los siglos, así han sido los hombres impíos desde que apareció El entre ellos como una persona indefensa. Concluyen pequeños pactos que llaman leyes, sociedades, constituciones, estados, reinos, según el poder que les concede por un día y que es bueno y bendito en sí. Y piensan que han detenido la marcha del mundo al disponer toda cosa para siempre con su voluntad particular. Y porque no saben qué parte es la de Él, se enojan contra Dios, que no quiere parte. (Se torna con gravedad hacia el Cristo). Está desnudo, sin cosa alguna que le pertenezca. (Un silencio). Y quisieron detenerlo y apresarlo con reglas y barreras, libertades y concordatos. Y nuestro deber es prestarnos a la fantasía de los hombres, así como un pescador en el medio del mar se arregla con cualquier tiempo porque no le queda otro remedio. Para el bien de las almas, hasta el punto permitido... Y este Emperador es como un niño mimado al que contrarían. Parece dueño y no es sino uno de mis pobres hijos, como todos los demás. Se dice vencedor de hombres y ved como quiere obligar a Dios a ponerse de su parte tomando a su vicario como rehén. No puede comprender por qué ha querido el Todopoderoso hacerse representar por lo más débil que existe en el mundo. Este anciano, que se alimenta con un poco de miel y de pescado, este pobre sacerdote tonto que nada sabe fuera de su catecismo. Y porque no sabe qué darnos, he aquí que nos toma hasta lo que Nosotros tenernos, los Bienes de nuestro cargo, la vid de Naboth, el patrimonio de Pedro y hasta el mismo anillo del Pescador de Nuestro dedo. De modo que Nuestro Señor está de nuevo sin lugar sobre la tierra, como en los días de Galilea, y en su propia casa es un cautivo y una persona tolerada. Y Nuestra vida, como si viviera aquel que está sepultado con el Cristo. (El violento ventarrón sacude la casa. En las cuatro ventanas chorrea el agua. Silbidos y mugidos. El papa tirita y se arrebuja en su abrigo; luego mira con susto alrededor de él).

COÛFONTAINE: No es el sol de Tívoli ni la brisa de los montes Sabinos. EL PAPA PIO: Una vivienda salvaje para que la habite una mujer sola. COÛFONTAINE: Tiene un techo y este país es su país. No veo que más podría pedir. ¡Pluguiera

al cielo estuviese yo siempre seco de noche y tuviera la buena tierra de mi país a mis plantas! Este es nuestro gran chaparrón de septiembre, que barre la cosecha y ablanda la tierra para la labranza. (Otro golpe de viento).

EL PAPA PIO: (En voz baja). Orad para que vuestra huida no se realice en invierno o en sábado. COÛFONTAINE: (Soñador). Recuerdo los tiempos pasados, el fuerte monzón de Pondichery que

nos llevaba las fragatas inglesas. EL PAPA PIO: ¿Dónde están los antiguos dueños de esta vivienda? COÛFONTAINE: No la han dejado, no han violado su enclaustramiento. Están uno al lado del

otro, en buen orden, con los pies juntos, en el jardín del convento: los seis sacerdotes, los ocho novicios y los doce conversos. El Abate en el medio, con el Prior a la derecha, y los demás según el tiempo de su profesión. Por los cuidados de mi hermano de crianza y su antiguo novicio, que manejó la ejecución el año de gracia de mil setecientos noventa y tres, Toussaint Turelure, hijo del leñador y brujo Turelure, hoy barón del Imperio y prefecto del Marne.

EL PAPA PIO: Iremos a orar sobre los despojos de esos mártires. (El perro alza la cabeza y se acerca a una de las ventanas).

COÛFONTAINE: ¡Quieto, quieto, Sila! ¿Qué te pasa? ¿El nombre de mi hermano Toussaint te hace mostrar los dientes en silencio? ¿Quién podrá ser con semejante tormenta? (Escucha. El perro se echa. Coûfontaine muestra la mesa servida). Comed, Santo Padre. (El papa se sienta a la mesa. Coûfontaine se mantiene de pie a su lado, respetuosamente, y lo sirve. El perro se ha ¡do a acostar a un rincón). El animal está de mal humor y no se debe jugar con él. Fui yo quien le enseñó a no hablar. Pasamos juntos muchas horas, muchos días y hasta un largo

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tiempo sin luz (el mismo reloj había callado su ruido). Acurrucados en cualquier escondite, en cualquier rincón. Mi único amigo era este cuerpo de animal y su pobre fidelidad oscura, y yo me volví un poco perro y él se hizo un poco aristócrata. (Una pausa). Ya sabemos que es el peligro continuo. (Sueña). Allí comprendí bien a los antepasados y a los señores dispersos de nuestros fueros y nuestras villas merovingias. Vivían de la magra tierra, llena de gusanos, destrozada por los conejos y los jabalíes; del pedazo de tierra negra y llena de tocones, que se sembraban aun calientes, como la masa de fuego que la había limpiado. Como el pez de presa en un hoyo de agua, como la araña en su tela pegajosa. Pasaban el día y la noche escuchando, sensibles al hombre y al venado, emboscados bajo la fresca verdura temblorosa, llena de bruma, que les comunicaba los olores y los ruidos como si fuera una agua sutil.

EL PAPA PIO: (Ha terminado de comer, se levanta y se persigna). Deo Gratias! Os agradezco esta comida, hijo mío.

COÛFONTAINE: ¡Rudo recibimiento para el rey más grande de la tierra! Al menos, estáis lejos del señor conde de Charol y del noble Borghese y del cristiano Portalis. Vuestra Santidad tendrá paz durante unos cuantos días.

EL PAPA PIO: ¿Dónde queréis llevarme? COÛFONTAINE: A Inglaterra, donde se halla el rey de Francia. EL PAPA PIO: Hijo mío, no Nos hagáis el daño de ponernos en manos de heréticos. COÛFONTAINE: Estáis aquí por ellos, y os negáis a permanecer encerrado en su provecho. EL PAPA PIO: Es cierto. ¿Cómo, pues, podré dejar que mis propios hijos me consideren incapaz? COÚFONTAMNE: ¿No os separará la cárcel de ellos? EL PAPA PIO: Donde está la Cruz, está la Iglesia. COÛFONTAINE: Venid y sed libre. EL PAPA PIO: No quiero estar libre entre los muertos. COÛFONTAINE: ¿Dónde conduciros que César no esté? EL PAPA PIO: Donde está Pedro, sobre cuyos huesos soy Pedro a mi vez. COÛFONTAINE: ¿A Roma? En vuestro lugar hay un prefecto. EL PAPA PIO: Sobre la tierra, pero no debajo, donde espero. ¡Que las Catacumbas reciban de

nuevo el saludo de todos los hombres! La espera de la Iglesia duró tres siglos, ¿y no puedo yo esperar tres días con el Cristo?

COÛFONTAINE: Dejad Roma y volved a encontrar el Universo. EL PAPA PIO: Donde está el fundamento, allí está Pedro. COÛFONTAINE: En su vejez, Pedro tuvo las manos ligadas y fue llevado donde no quería ir. EL PAPA PIO: Tomad Nuestras manos, hijo mío, y bendito sea aquel que viene en nombre del

Señor. COÛFONTAINE: ¿Por qué queréis obedecer únicamente a la fuerza puesto que os llama el amor? EL PAPA PIO: Otra voluntad me mantiene en esta Iglesia, de quien soy esposo indisoluble. COÛFONTAINE: ¿La piedra del mundo no servirá sino para confirmar a César? EL PAPA PIO: Aún existe aquella contra la que se lastimó el pie el ídolo heterogéneo. COÛFONTAINE: Santo Padre, ¿estáis con nosotros o contra nosotros? EL PAPA PIO: Pregunta que escuché a menudo en Savona. COÛFONTAINE: Pero nosotros somos los hijos que mantuvimos nuestra fidelidad. ¿Cuál es el

premio a nuestra obediencia? EL PAPA PIO: ¿Qué daros, hijo mayor? El Hijo Pródigo ya Nos tomó todo. COÛFONTAINE: Por cierto que vuestra vista debe ser corta a causa de vuestra edad, anciano.

Puesto que distéis vuestra bendición al chivo en vez de la oveja. EL PAPA PIO: ¿No podía yo ungir esa frente cuando Jesús mismo había besado los pies de

Judas? COÛFONTAINE: Santo Padre, dejadme hablar. Expliquémonos, ya que estáis aquí y os tengo

conmigo, vicario de Dios. Tengo mucho que deciros, como un joven que habla con su padre confesor una vez al año. ¿Y no lo Sois de todos nosotros, acaso? Y una sola oveja os da lo mismo que todas las demás juntas. ¿Decir que me confieso a diario? ¡No! La vida que llevo no es la de una monjita. Pero cuando haya vuelto el rey, nos pondremos una camisa blanca. ¿Por qué nos escandalizáis como Dios? Rebaja a los buenos y eleva a los malos. Estos son sus designios y nada se Le puede decir. Pero vos Sois un hombre, un hombre capaz de hablar. ¿No tenéis nada que contestarnos? ¿A quién habremos de interrogar? ¿Lo que es el bien o el

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mal para nosotros no lo es también para el Papa? ¿Establece el éxito alguna diferencia? ¿Está bien que un hombre se apodere de lo que no es de él? ¿El mismo bandido que os tomó Roma no le tomó ya Francia a su rey?

EL PAPA PIO: El mundo puede vivir sin un rey pero no sin un Papa. COÛFONTAINE: ¿Puede irse más allá del derecho? ¿El derecho consiste para el hombre en lo

que posee o en lo que no posee? EL PAPA PIO: Nada tiene el hombre si no lo tiene de Dios. COÛFONTAINE: ¡Qué sagrado es entonces su haber! Ser y tener son los dos primeros verbos y

sobre ellos se levantan todos los demás. Lo que se tiene se llama el bien. Nada tiene el hombre si no lo tiene de Dios y no dispone enteramente de ese bien según el modo del donante. Dios no ha hecho nada sin un nombre para que lo termine y conserve, de manera que para Él no es ser no ser de Él. Y cuando alguien no sabe conservar su bien, quiero que otro se lo tome. Como ocupó Luis el sitio de Carlos y de Clodoveo; y esto no me ofende.

EL PAPA PIO: Y como vino este hombre nuevo a sentarse en el lugar vacante. COÛFONTAINE: ¡Sentado, no! ¡Preocupado y de pie! No os vengo a pedir castigo contra un

hombre, Santo Padre, pero sí contra todo este nuevo derecho, ya que el derecho para el hombre es lo que tiene o lo que no tiene. Escuchasteis esta doctrina con horror: cada cual tiene el mismo derecho, semejante, por naturaleza propia. De modo que el de los demás es un perjuicio que se le hace. Así nada queda por dar, y he aquí que ya no hay nada gratuito entre los hombres. ¿Dios aprueba este modo de ser?

EL PAPA PIO: ¿Os echáis sobre este pobre anciano como un águila, para interrogarlo? COÛFONTAINE: Contentad quien tiene autoridad, porque duele cumplir el deber en la noche. EL PAPA PIO: El deber es de esas cosas cercanas sobre las cuales no hay duda. COÛFONTAINE: ¿Habrá algo más cerca de mí, en la noche, que mis propios pensamientos? Un

hombre perseguido que piensa solo todo una noche, tirado en una zanja. Toda una noche pensando bajo la lluvia.

EL PAPA PIO: Debe rezarse el rosario cuando no se duerme, y no agregar la noche al día, que ya tiene bastante con su propia malicia.

COÛFONTAINE: Tengo un rosario en mi corazón para rezar cuando no duermo, cuenta a cuenta... Las cabezas cortadas de mi padre y de mi madre, y las de todos los míos... Sólo sobrevivimos Sygne y yo.

EL PAPA PIO: ¿Qué noche es ésa, pues, que tiene para vos tantas luces brillantes? COÛFONTAINE: Nos señalan el término y no el camino. EL PAPA PIO: No os apenéis por muchas cosas cuando os basta con una. Considerad las

hermosas lises del cielo, que no trabajan ni hilan. COÛFONTAINE: Las de la tierra están marchitas para siempre. EL PAPA PIO: La tierra sabe quién conserva la cebolleta. COÛFONTAINE: Pero mientras viva tengo que trabajar e hilar mi hilo; y pierdo mi tierra si

pierdo el mundo al cual pertenezco, que me había transmitido la misión de los míos: servir mandando. Miro a mi alrededor, y ya no existe sociedad entre los hombres, sino únicamente la “ley”, como dicen, y el texto impreso a máquina y la voluntad unánime como ídolo estúpido. Ya no hay cariño allí donde existe el derecho. La ley de Dios era dura y de ella nos salvó Jesucristo. ¿Cuál será la ley de los hombres? ¿Qué sociedad aquélla en la que cada cual cree depender solamente de su libertad, y en la que la fuerza no puede reemplazar al sacrificio? Como veis que sucede con ese hombre, que apenas loma algo se ve obligado a tomar todo lo demás y a conquistar el mundo a cada instante para asegurar uno solo de sus pasos.

EL PAPA PIO: No tenemos aquí una habitación perenne. COÛFONTAINE: ¿Pero acaso no tenemos el deber de buscar y conservar lo mejor de todo? ¿No

está escrito que todo poder emana de Dios? Por lo tanto, no emana de los hombres. No lo comparo a una espada, sino a un bálsamo. Nuestros reyes se consagraban como obispos de Francia, consagrados en la frente con los óleos de los obispos, mientras comulgaban bajo las dos especies, ungidos sobre los hombros y el repliegue del brazo, ordenados para el mando, que es fuerza dentro de suavidad. ¿Ya no tiene confirmación en esto la ampolla sagrada?

EL PAPA PIO: Lo sabréis vos, que visteis morir a ese santo rey. COÛFONTAINE: Morir no es virtud de un rey.

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EL PAPA PIO: Pero un santo vale más ante los ojos de Dios que muchos reyes y reinados. COÛFONTAINE: ¿No hay en el Pater una oración que dice que el reino llega cada día? EL PAPA PÍO: Pues no ha llegado. COÛFONTAINE: ¿Todas las cosas no llegan a nosotros como figuras? EL PAPA PIO: Las figuras de este mundo pasan. COÛFONTAINE: ¿Pero pasará la figura de Dios? EL PAPA PIO: No, mientras subsista la cruz. COÛFONTAINE: ¡Padre, padre! Han terminado ya los tiempos de la fe, de la fe en Dios, de la fe

en el rey, imagen de Dios, de la fe del vasallo. Ahora vuelven los tiempos de la servidumbre de hombre a hombre por la fuerza y la ley, como en los tiempos de Tiberio; y a esto le llaman libertad.

EL PAPA PIO: La imagen de Dios que se ha retirado hacia Dios y que de Dios se retira no es sino un simulacro pagano.

COÛFONTAINE: Sin embargo, un rey es un hombre; pero el ídolo puro es la idea, el tirano solidificado eternamente, la cosa hecha no nacida. ¡Estas gentes de leyes que creen que todo se arregla con contratos!

EL PAPA PIO: (A media voz). Volviendo al antiguo quirógrafo, que estuvo pegado a la cruz. COÛFONTAINE: ¿Qué decís? No os entiendo. EL PAPA PIO: Y Nosotros apenas os vemos. Esta biblioteca está oscura. Somos ancianos, hijo

mío, y Nuestra vista es débil. Vos, para vos, sois joven y libre, puesto que no tenéis mujer ni hijos. Estáis acostumbrado a los horizontes libres, y el pie os lleva con osadía hacia donde ven vuestros ojos. Pero Nosotros, sacerdote supremo, que llevamos a todos los pueblos sobre Nuestro corazón, día y noche, como las piedras del antiguo pectoral, no podemos dar el paso más rápido; no nos guía la luz del espíritu sino la de la conciencia, cuyo fuego es débil y su lumbre paciente, que no nos muestra lo que nos conviene sino lo necesario, y no el futuro sino lo inmediato.

COÛFONTAINE: Venid conmigo. Vaciad al mundo de Vuestra presencia. Devolved a César, por un tiempo, este mundo cobarde que acepta el rincón de César.

EL PAPA PIO: No puedo excomulgarme del universo. COÛFONTAINE: Desligadnos de nuestro cautiverio. EL PAPA PIO: No puedo sino absolver. COÛFONTAINE: ¿No habéis recibido todo poder para ligar y desligar? EL PAPA PIO: Pedro mismo no pudo desligarse y fue llamado eminentemente “El Ligado”. COÛFONTAINE: ¿Se halla en Vos esa luz que dice “No”? EL PAPA PIO: Estoy donde está Pedro. El Papa no debe vagar. COÛFONTAINE: Pero en Roma volveréis a encontrar la mano fuerte. EL PAPA PIO: La fuerza sólo me absuelve de la necesidad. COÛFONTAINE: ¿Tendré que emplearla yo primero? EL PAPA PIO: Está escrito: “Honrarás a tu padre y a tu madre”. COÛFONTAINE: ¿O me retraeré? (El Papa calla. Ruido de lluvia. El sueña). El agua cae, y borra

con la misma paciencia el año que lo trajo a su punto, y prepara la tierra como una sepultura para el amortajamiento inmenso de las semillas. Y para nosotros, por más que hagamos, cuanto debe ser se acomoda. (En voz alta). Santo Padre, comprended que se trata ante todo de vuestra causa. Para nosotros, lo que acabo de hacer es suficiente. Ha quedado de manifiesto la violencia que se os ha hecho y nuestra propia buena voluntad. Que ahora estéis salvado o nuevamente cautivo representa ventaja para ambas partes. (El Papa calla, como si no entendiera). ¿Me escucháis?

EL PAPA PIO: ¿No decíais que nos dejaríais aquí durante unos pocos días? COÛFONTAINE: No sé cuántos; debo pensar y ver. EL PAPA PIO: Dejad que Dios nos aconseje. COÛFONTAINE: ¿Vuestra Santidad se siente tan cansado? EL PAPA PIO: ¡Cansancio del cuerpo y mayor aún, del alma! Dejadnos estos cuantos días de

reposo, hijo mío. Es duro para un pobre monje preferir su propia voluntad. Non incam Domine. No la mía, Señor, no la mía, sino la Vuestra. (Habla con lentitud, como distraído y absorto). Ut quid persequimini me sicut Deus vos saltem amici mei? ¿Por qué me perseguís, obispos hermanos míos? Cardenales, consejeros del Vicario de Dios, ¿os he abierto la boca

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para esto? ¿Veis que no está en Nuestro poder obrar de otra manera? (Un silencio. El Papa inclina poco a poco la cabeza sobre el pedio y se duerme).

COÛFONTAINE: (Mirando hacia el crucifijo). Señor Dios, si existís por ventura, como lo asegura mi hermana Sygne, Os traigo a este inocente que se duerme en Vuestros brazos. No es posible permanecer escondido; Os obligué a que os mostrarais. El Corso ya no tiene a este rehén entre sus manos. He restablecido la igualdad en los platillos de la balanza. Decidid, pues, en Vuestra libertad. Puesto en claro, todo está bien. Todo será un espectáculo para los hombres y para los ángeles. Yo he tomado mis seguridades, hagáis lo que hagáis. Cuando no aceptan mi mano, la retiro. Si el anciano se escapa, fui yo quien lo salvé. Y si el ogro vuelve a apoderarse de El, el escándalo será público entonces. ¡Pues que se sujete esta piedra al cuello! (Sale).

Telón.

ACTO SEGUNDO

ESCENA I

El mismo decorado, la tarde del mismo día. El sol entra alegremente en la pieza. Sygne y Turelure. Este es un hombre alto, ligeramente cojo; la nariz, estrecha y muy ganchuda, nace directamente en la frente, un poco a la manera de los carneros. Sobre una mesita han servido el café.

EL BARON DE TURELURE: Este buen café no ha crecido sobre una encina, y este pícaro

azúcar es demasiado blanco para no haber venido del país de los negros. SYGNE: Disculpadme. Me habéis tomado de sorpresa. No tuve tiempo de conseguir melaza y

achicoria. EL BARON DE TURELURE: (Bebiendo su café). ¡Estáis disculpada!

(Pensativo, pone a calentar una copita de aguardiente en el hueco de una mano ancha. De tiempo en tiempo huele el aguardiente y no lo bebe. Beberá un solo sorbo de café). Feliz término de una comida exquisita. ¿Cómo me habláis de una recepción improvisada? ¡Caramba! ¡Es lo diario en este país perdido! Mi madre dejo discípulos honorables para vuestras hormillas. ¡Pobre mujer! Hacía mucho tiempo que no probaba su cocina.

SYGNE: ¡Querida Susana! EL BARON DE TURELURE; ¿Me disculparéis por no enternecerme? La santa mujer había

volcado sobre mi todo el odio que sentía por su marido. Yo soy general, prefecto y barón, pero nada de esto la encandilaba gran cosa. Tenía que terminar mal este matrimonio entre la hija de un guardia de caza y un cazador furtivo apenas hubiera pasado el primer fuego. Llegado el momento, cada uno de nosotros tomó por su lado. Y aquí estoy, manteniendo al mismo tiempo el amor al orden y el instinto de precaución. (Aspira ligeramente el aire). Con el olfato del perro de caza que reconoce su caza mayor.

SYGNE: Señor prefecto, ¿venís a mi casa en misión de policía? EL BARON DE TURELURE: ¡Qué horror! ¿Acaso se oye algo molesto en Coûfontaine? Todo

está quieto en nuestros bosques, como en la época de los monjes. No hay ninguna diligencia volcada ni historia alguna de refractarios que contar. Pareciera que vuestra presencia fuera

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una protección para el país. (Guiña un ojo). Esta gira es Un pretexto, evidentemente. No es posible ocultaros nada. Pero lo que tengo que deciros es atrozmente quisquilloso. Dadme tiempo. ¿Cómo decirlo? Vengo a pediros algo como un consejo, vuelvo a ver siempre con los mismos sentimientos estos lugares de mi niñez.

SYGNE: ¡Señor prefecto! Ya no os reconozco como monje, con las manos en las mangas y la cabeza dentro de la capucha.

EL BARON DE TURELURE: Es un traje cómodo. Aun me veo recitando maitines una noche, con un gran demonio de liebre que acaba de caer en la trampa y estaba todo caliente bajo mi escapulario. Así cambiaba el ayuno claustral. ¡Cuántas cacerías hermosas hice de noche por estos bosques, al acecho, fusil al hombro! No me engañarán. Conozco todos los pasos. Sí, el maestro de novicios era viejo, y yo tenía una voz de clarín y mucha gracia en el facistol. Sin embargo, más de una vez, aquí mismo, confesé mis culpas a los pies del señor abate.

SYGNE: Susana nunca me habló de vos. EL BARON DE TURELURE: A ella se le ocurrió que yo fuese monje. No sé qué cosa tenía yo

que hacerme perdonar. Mi padre la asustaba con sus modales de viejo lobo blanco, de “animal falso”, como dice la gente, y su manera de curar los pies recalcados, trazando sobre ellos una cruz con el pulgar del pie izquierdo. El señor Badilon debe acordarse de él. En aquel tiempo, los curas no decían misa sin pasar antes la mano sobre el mantel para asegurarse de que nadie había puesto debajo un libro mágico cualquiera. Hace un rato lo encontré y me alegré mucho. Es un buen compañero, y cuando llega el caso una buena botella no lo asusta. Sé que lo veis a menudo aunque la curia queda lejos de aquí. No ha cambiado nada. Lo habéis hecho arreglar todo otra vez como antes, hasta los libros viejos. Sólo este Cristo es feo. Habéis hecho una buena adquisición al precio que me dijeron. ¡Jeje! Los bienes nacionales son buenos.

SYGNE: (Con intención). Os lo debo. EL BARON DE TURELURE: Entiendo lo que queréis decir. Y sé cuánto se dijo de mí, pero es

falso. Basta con lo que es cierto. ¡Los luce matar por amor a la patria y con el entusiasmo más puro de mi corazón! Entonces era joven e inocente, y me sostenían dos piernas fuertes. Hay que comprender para juzgar. ¡Ah, yo tenía sangre en las venas! No un pálido jugo de zapallos, sino aguardiente hirviendo, tal cual sale del alambique, y pólvora de cañón ¡Estaba lleno de ira, lleno de ideas, y tenía el corazón seco como una yesca! Y el fusil vizcaíno que me rompió la pierna me hizo comprender muchas cosas. ¡Esos buenos monjes! A fe que no les guardo rencor. Ahora, gracias a mí, entran en la gloria y en el almanaque. Más o menos como San Eloy y San Stapino, que cura el dolor de barriga, y cuyas estampas pueden verse en lo del herrero o el zapatero, iluminadas de pronto por la llama que salta del fuelle o por el fuego de una pipa que se prende con un poco de leña. Vale más que preparar tontamente la salvación comiendo espinacas aderezadas con aceite de nuez (¡qué asco!). Y aun veo a nuestro preceptor cuando subía el facistol. Tenía el cetro en el puño, chorreando oro, como el dios Apolo, y caminaba con su misma majestad. Y yo tendré mi lugar en la leyenda, como el prefecto Olibrius. Así es. Ahora descansan todos a lo largo del muro, entre los zapallos y los alcauciles de Jerusalén.

SYGNE: Me causáis horror. EL BARON DE TURELURE: Ya lo sé. Nuestra amistad se basa sobre dicho sentimiento. SYGNE: No hay tal amistad. EL BARON DE TURELURE: Pero sí un interés recíproco. SYGNE: Vos Sois la imagen de lo que odio. EL BARON DE TURELURE: ¡Una imagen patética y herida! SYGNE: Podéis ocultarme al menos vuestra alma. EL BARON DE TURELURE: ¿Cómo la curaríais, entonces? SYGNE: El hueso está roto, y mis hierbas medicinales no serán capaces de reunir sus fragmentos. EL BARON DE TURELURE: Vuestro deber es tratarme bien, sin embargo. SYGNE: ¿Mi deber hacia vos? EL BARON DE TURELURE: ¿Qué es una generación? ¿No nací siervo vuestro, e hijo de

vuestra sirvienta? ¿Cuánto tiempo hace que mi sangre sirve a la vuestra? ¿Y vos no haríais nada por mí?

SYGNE: Sois el prefecto, y yo vuestra administrada.

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ELBARON DETURELURE: Soy el prefecto y cumplo con mi deber de prefecto. Pero también soy de esos malos lisiados que nada quieren entender.

SYGNE: Es justo que seáis desdichado y lisiado. EL BARON DE TURELURE: Ya no es justo desde que estáis aquí. SYGNE: ¿Cuál es mi deber con vos? EL BARON DE TURELURE: El de toda vuestra raza para con la mía. SYGNE: ¿Fuimos nosotros quienes deshicimos el lazo? EL BARON DE TURELURE: Fuisteis vos, fuimos nosotros. Os servíamos y no servíais ya para

nada. SYGNE: ¿Y qué tenéis que pedirme, pues? ELBARON DETURELURE: Soy el hijo de vuestra madre Susana. ¡No seáis tan dura conmigo!

Vuelvo a mi lote de tierra como un tejón, con la pierna rota y demás “animales falsos”. Hay otras relaciones entre los hombres, fuera de procurar cada cual conseguir lo mejor y pagar sus impuestos. Ya que las cosas de la naturaleza se prestan ayuda, y ciertas plantas tienen determinada virtud medicinal para ciertos seres, ¿por qué no guardarán los hombres un orden natural entre sí? ¿No es una de vuestras ideas? Veis que sé escuchar.

SYGNE: Un poco más y sois realista. EL BARON DE TURELURE: ¡Ea! Pienso en muchas cosas. El emperador se juega su suerte.

Todo aquello no es sano ni razonable. El Imperio que creó es un botín sin forma, medida ni sentido. ¡Y ahora está en Rusia! Y decreta sobre la Comedia Francesa desde lo alto de la Montaña de los Gorriones. ¿Sabéis que el Papa se ha fugado?

SYGNE: ¿Qué queréis que sepa aquí, en estos bosques? EL BARON DE TURELURE: Ha sido raptado. Es un asunto claro. Robado como un beso, como

una niña por un dragón. Es un golpe impúdico. Ha actuado cierta mano que reconozco. ¡Qué me importa! La gente de París está enloquecida. ¡Que se arreglen! El anciano no pudo refugiarse en mi casa, no.

SYGNE: ¡Pueda el Santo Padre escapar a sus enemigos! EL BARON DE TURELURE: ¡Amén! Pero di algunas ordenes menores, por las dudas. SYGNE: No caerá en vuestras manos. EL BARON DE TURELURE: Tanto peor para él. SYGNE: ¿Os gusta hacer de policía? EL BARON DE TURELURE: No, pero debe hacerse lo que se hace. SYGNE: Os creéis fuerte y fino, porque tomáis el viento y la corriente. Pero sólo tiene solidez lo

que descansa sobre lo permanente. EL BARON DE TURELURE: ¿Y qué hay de más permanente que el cambio? SYGNE: En el cambio fundamos nuestra esperanza. EL BARON DE TURELURE: Lo que ha muerto... SYGNE: ...crea la vida. EL BARON DE TURELURE: Pero la vida no volverá a la vida. SYGNE: No muere el deber que tienen los hombres entre sí. EL BARON DE TURELURE: ¿No es lo que llamamos “fraternidad”? SYGNE: Un pueblo sólo puede ser uno en un solo hombre. EL BARON DE TURELURE: El hijo mayor de edad deja de estar sometido al padre. SYGNE: Pero la esposa siempre queda sometida al esposo. EL BARON DETURELURE:, Ya no reconocemos votos eternos. SYGNE: ¡Triste libertad que se ve privada de su derecho real! EL BARON DE TURELURE: ¿A qué llamáis real? SYGNE: Al derecho de hacer un rey, renunciando a sí mismo. EL BARON DE TURELURE: ¿Qué valor dais a todos nuestros plebiscitos? SYGNE: Me horroriza ese sí falso. EL BARON DE TURELURE: ¿Los muertos sujetarán eternamente a los vivos? SYGNE: No se nace sino obligado por alguna forma segura. EL BARON DE TURELURE: Pensamos que el hombre con vida es dueño de sí mismo, y con

poder permanente sobre su propia persona. SYGNE: El hombre sin fe no es capaz de nada eterno. EL BARON DE TURELURE: ¿Habrá algo más vano que un matrimonio estéril e inanimado?

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SYGNE: Ese juramento aún tiene vigencia, ya que lo hemos prestado ante el Obispo de Francia. EL BARON DE TURELURE: No lo reconocemos. SYGNE: Quién no es esposo, será esclavo; quién no quiere consentir, será obligado; quién no es

miembro de la Iglesia, será siervo de la ley. EL BARON DE TURELURE: La ley es la razón escrita. SYGNE: La razón de quienes la han escrito. EL BARON DE TURELURE: Hemos proclamado el derecho del hombre a comprender. SYGNE: ¿Quién lo comprenderá a él mismo? EL BARON DE TURELURE: ¿Qué queréis decir? SYGNE: ¿Quién unirá a los hombres? EL BARON DE TURELURE: El interés. SYGNE: Los propósitos de la naturaleza son más amplios. EL BARON DE TURELURE: ¡Otra vez la naturaleza! ¡También la tormenta de anoche es la

naturaleza! ¡La cosa marchita que no puede vivir ya no es necesaria! La casualidad no es la naturaleza.

SYGNE: Aun lo es menos vuestra razón. EL BARON DE TURELURE: Un hombre no es una planta. ¡Son comparaciones insulsas! La

razón es nuestra propia naturaleza, que es una orden superior. ¡Comprendedme un poco! ¡Comprended al menos antes de despreciar! ¡Dejad que diga lo que tengo que decir!

SYGNE: Decid. EL BARON DE TURELURE: Estoy seguro de interesaros. ¡Bien sé que no os haré cambiar de

idea, pero comprendedme al menos antes de juzgarme! ¿Quién sabe si no estoy dispuesto a convertirme? Agotemos el punto; además, será mejor lema de conversación que todos estos chismes de burros y perros. El perro de vuestro primo, según parece. Un burro con una anciana montada o un sacerdote. Aquello no tiene sentido común, todo el mundo sabe que Jorge está en Inglaterra. ¡Tanto mejor para él! ¿La revolución se hizo contra el rey, contra Dios, contra los nobles y los monjes y los parlamentos y todos esos cuerpos raros? Oídnos ¡Esta es una revolución contra la casualidad! Cuando un hombre quiere restablecer su fortuna arruinada, no se estorba supersticiosamente con el uso y la tradición, ni sigue haciendo lo mismo que hacía; se preocupa de cosas más antiguas, como el sol y la tierra y (19) se fía a su propia razón. ¿Cuál es el error de haber querido establecer el orden y la lógica en la república, en esta vivienda tan abarrotada? Hicimos un balance general, un estado de todas las necesidades orgánicas, una declaración de los derechos de los miembros de la comunidad. ¿Este capital no es evidente para todos?

SYGNE: Todo quedará reducido, pues, al interés. EL BARON DE TURELURE: El interés es lo que acerca a los hombres. SYGNE: Pero no lo que los une. EL BARON DE TURELURE: ¿Y qué los unirá? SYGNE: Sólo el amor, que los ha creado. EL BARON DE TURELURE: ¡Gran amor el que sentían por nosotros los reyes y los nobles! SYGNE: El árbol muerto puede servir todavía para una buena armazón. EL BARON DE TURELURE: ¡No es posible dominaros! Habláis como Pallas misma, en los días

del ave sabihonda que la toca. Y soy yo quien hace mal en hablar de razón. No se hablaba solamente de razón en el hermoso sol de aquel verano hermoso del año uno... Eran tan bellas las ciruelas “reina Claudia” ese año... Bastaba con recogerlas. Y hacía un calor... ¡Señor! ¡Éramos tan jóvenes entonces, y el mundo no alcanzaba para nosotros! ¡Íbamos a derribar todo lo viejo y a construir algo mucho más hermoso! Pensábamos abrir todo, dormir todos juntos y pasear sin reglamento y sin calzas en medio de un universo regenerado, ¡Íbamos a ponernos en marcha por una tierra libre de dioses y tiranos! ¡Tienen la culpa también todos estos vejestorios que no eran bastante fuertes, y era demasiada tentación poder sacudirlos un poco para ver qué pasaba! ¿Es nuestra culpa si todo nos cae sobre la espalda? Por mi parte, no siento nada. ¡Como ese gordo de Luis XVI! No tenía la cabeza bien sujeta. ¡Quantun potes, tantum aude! Es la divisa de los franceses. ¡Y mientras haya franceses, no les quitareis el viejo entusiasmo, el viejo espíritu de aventura e invención!

SYGNE: Algo os queda.

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EL BARON DE TURELURE: ¡Por cierto! Y me entona para deciros en seguida lo que vine a deciros.

SYGNE: No me interesa escucharos. EL BARON DE TURELURE: Sin embargo, lo escuchareis. Señorita Sygne de Coûfontaine, os

amo y tengo el honor de pediros vuestra mano. SYGNE: Me honráis, señor prefecto. EL BARON DE TURELURE: ¡Qué diablos! ¡No hay por qué palidecer así, como si os hubiera

pegado en el rostro! SYGNE: Podéis decirme todo. No tengo defensor, y debo escuchar. EL BARON DE TURELURE: Soy yo quien está en vuestro poder. ¿Qué podéis temer de es te

pobre lisiado? SYGNE. No temo a nadie en el mundo. EL BARON DE TURELURE: Ya lo sé. ¡Sois tan atrayente con esos ojos que brillan y la boca

apretada, que sonríe como si os armarais en silencio! Ah, ya sé que no conseguiré nada de vos y que todo está guardado. Sois la frialdad misma, la razón misma, y eso justamente es lo que enardece mi sangre, lo que me atrae y desespera. ¡Ese rostro perfecto y ese corazón compuesto: el ángel ovalado! Estáis segura y os sentís triunfal; todo está en un lugar y no puede hallarse en otro; todo está listo y determinado. ¿No habrá un defecto en este corazón político? No sois quien para salvarlo. ¡Os inclinaríais sobre el condenado a muerte y lo tomaríais en vuestros brazos! ¡Mi cuerpo está destrozado, mi alma en tinieblas, y dirijo hacia

vos mi rostro lleno de crímenes y desesperación! SYGNE: ¿Cómo os atrevéis a hablarme de ese modo? EL BARON DE TURELURE: Me atreví a cosas mayores. Si solo se atreviera uno a ser

razonable, aun se hallaría el rey sobre su trono. ¡Aquí estoy como el pueblo de París, cuando se volcaba con furor contra las rejas de Versalles llamando al rey y a la reina!

SYGNE: ¿No os basta la sangre de ellos y la nuestra? EL BARON DE TURELURE: ¡Quiero doblegar vuestra alma! ¡Quiero tener todavía un ejército

penetrante, quiero ver en nuestros ojos hermosos y severos el pánico de un ejército que cede! SYGNE: No veréis nada de eso. EL BARON DE TURELURE: ¡No lo sé! Esto tiene que terminar. Hace diez años que vivimos

frente a frente, y debo confesar que habéis hecho el mejor papel. Leéis en mis ojos y jamás he encontrado vuestra mirada en error. Conseguís todo de mí y yo nada de vos. ¡Ah! ¡La antigua esclavitud de mi madre continúa! Tenía que hablaros. No os hagáis la asombrada.

SYGNE: Es cierto, señor barón. Siempre he encontrado en vos un hombre benevolente y cortés. EL BARON DE TURELURE: Hice lo que pude. SYGNE: Vuestros consejos me fueron preciosos, vuestro patrocinio inestimable. Me reprocho

haber abusado de vos. EL BARON DE TURELURE: El provecho fue mutuo. SYGNE: ¿Por qué destruir lo que es posible entre ambos? Dejemos las cosas como están. ¿Acaso

está en mi poder ser vuestra? EL BARON DE TURELURE: ¿Acaso está en mi poder no desearlo? SYGNE: Sólo debe desearse lo razonable. EL BARON DE TURELURE: Lo razonable es arreglarse con los hechos en la medida de lo

posible. Y el hecho es que os amo y nada puedo hacer por evitarlo. La naturaleza es más sabia que vos y que yo. Y si os amo, es porque a pesar de todo hay algo en vos capaz de ser amado por mí. Iré hacia vos, pues, directamente. Cuando hablan tan poderosamente los instintos, sólo queda a un hombre tomar el mando y ponerse a la cabeza.

SYGNE: ¿Pero qué razones tenéis para hablarme hoy así? EL BARON DE TURELURE: Fuertes. SYGNE: Dadme tiempo para pensarlo. EL BARON DE TURELURE: Lo siento, pero no es posible. Tenéis que contestarme de

inmediato. No procuréis ser más lista que yo. SYGNE: Sabéis que deciros que no os amo es poco. EL BARON DE TURELURE: Señorita, es demasiado difícil saber qué os agrada. Cuando

derribábamos a los Kaiserliks con la bayoneta, tampoco les agradaba. SYGNE: (Mirándolo): No sois agradable de ver.

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EL BARON DE TURELURE: No soy agradable, pero soy útil. ¿En qué situación os han puesto? Ya os dije que me envía el cielo para salvaros. Y no solamente a vos, sino también a vuestro rey y vuestra religión. Y a vuestro primo mismo, ese héroe chapado a la antigua, nuestro valeroso Agenor. ¿Quién sabe si no se halla en este momento entre vuestros dedos delicados? No me creáis un fanático. Francia ante todo. Soy el hombre de lo posible. ¡Qué cada cual cumpla con su deber como yo y todo andará! El mismo rey no me asustará el día que me tome como ministro.

SYGNE: ¿Por qué me habláis de mi primo Jorge? EL BARON DE TURELURE: (Con voz de trueno). ¡Porque se encuentra aquí y lo tengo

acorralado! SYGNE: Tomadlo, pues, si podéis. EL BARON DE TURELURE: ¿Os es indiferente su destino? SYGNE: Hace tiempo que hemos firmado nuestro pacto con la muerte. EL BARONDE TURELURE: ¿Qué me importan vuestro primo y sus bromas desgraciadas? SYGNE: ¿Qué me importan el ciudadano Turelure y sus astucias desgraciadas? EL BARON DE TURELURE: Tengo rehenes mejores entre las manos. ¿No decís nada? SYGNE: ¿Qué sé yo de vuestros ensueños de alguacil? EL BARON DE TURELURE: (En voz baja). Sygne, salva a tu Dios y a tu Rey. (La mira

fijamente). SYGNE: ¡No, no! ¡No soy para ti, cojo horroroso! EL BARON DE TURELURE: Os juro que al venir aquí sabía lo que hacía. SYGNE: Hacedlo, pues, cuanto antes. EL BARON DE TURELURE: Os equivocáis si dudáis de mí. Sabéis que cumplo con mi palabra. SYGNE: Pues no dudéis de la mía, entonces. EL BARON DE TURELURE: Sygne de Coûfontaine, orgullosa Sygne, os compraré y seréis mía. SYGNE: ¿No podéis apoderaros gratuitamente de mis bienes? EL BARON DE TURELURE: Tomaré la tierra, la mujer y el apellido. SYGNE: ¿Me tomareis, Toussaint Turelure? EL BARON DE.TURELURE: Alma y cuerpo juntos. Vuestros padres serán mis padres y

vuestros hijos mis hijos. SYGNE: El amor cumplirá esa maravilla. EL BARON DE TURELURE: La justicia, al menos; pues ved qué precio quiero pagaros. SYGNE: Ya sé. Os debo mi herencia. EL BARON DE TURELURE: A mi madre, que os crió. SYGNE: A los vuestros, que mataron a todos los míos. EL BARON DE TURELURE: Por lo tanto, os hemos criado y educado doblemente. SYGNE: Señor prefecto, ya tenéis mi respuesta. Es suficiente. ¿Os retiene algo más en mi casa? EL BARON DE TURELURE: Una cosa sin importancia. SYGNE: ¿Cuál? EL BARON DE TURELURE: Tenéis aquí la colección de los Concilios. Ya sabréis que nuestro

nuevo Teodosio tiene uno actualmente en su capital. Preameneu me pidió una nota sobre ese tema. Imaginaréis que no tengo Manzi en la Prefectura.

SYGNE: Tomad lo que queráis. EL BARON DE TURELURE: Aquí está. Reconozco la soberbia disposición de los infolio de

cuero de chancha. Estas espléndidas encuadernaciones italianas me agradan. (Se dirige cojeando hacia la parte de la biblioteca que disimula la puerta secreta. Sygne abre con cuidado el cajón del escritorio y pone la mano en él. El barón, de espaldas a Sygne). Aquí está la obra completa en perfecto estado y sin un grano de tierra.

SYGNE: La haré llevar a vuestro coche. EL BARON DE TURELURE: ¿Y qué ocurriría si tomara yo mismo unos tomos? SYGNE: El peso ele los Concilios es demasiado para un prefecto cojo. ELBARON DETURELURE: (Dándose vuelta con rapidez y mirando a Sygne en la cara): ¿Qué

me ocurriría? Una bala de plomo en la cabeza, disparada por una mano hermosa. Tenéis algunas joyas en vuestro escritorio. -

SYGNE: Me son útiles.

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EL BARON DETURELURE: ¿Para qué sirve una mancha grande sobre el piso? ¿Y qué haríais con este cadáver tan largo y tan miserable? ¿Lo guardaríais en el mismo cajón, junto con vuestros otros secretitos? Conozco mejor que vos esta santa casa y creedme que he puesto un gato en cada agujero.

SYGNE: Toussaint Turelure, pensad que tengo un arma y no me hagáis caer en tentación. EL BARON DE TURELURE: Me voy, pues, y os dejo con vuestras reflexiones. Sygne de

Coûfontaine, os doy dos horas para decidiros. (Entra el cura Badilon). Señor cura, tengo el honor... (Sale).

ESCENA II

EL CURA BADILON: (Un hombre grueso, de aspecto rústico). ¿Este hombre en vuestra casa? ¿Qué significa esta visita?

SYGNE: Sabéis que el señor prefecto me honra con su simpatía. EL CURA BADILON: ¡Pero esta visita en este momento! SYGNE: El señor barón Turelure venía a pedir mi mano. EL CURA BADILON: ¿Se atrevió? SYGNE: ¿Os parece audaz que lo haya hecho? Barón, prefecto, general, comendador de no sé

qué; le pertenece todo el viñedo de Marcuil, y tiene además tres o cuatro castillos (todos hipotecados, por cierto) ¿No es un partido razonable? ¿Y qué queríais que yo hiciera si se dirigió directamente hacia mí? ¿Cuál es su culpa por que yo no tenga padre ni madre? Tengo ya la edad y la razón suficientes para tratar este negocio como otro cualquiera.

EL CURA BADILON: A Dios no le complacen palabras amargas. SYGNE: Escuché las palabras suaves con las que abrió su corazón. EL CURA BADILON: ¿Y por qué eligió este momento? SYGNE: Lo comprenderéis con lo que sigue. EL CURA BADILON: ¿Sabrá que Jorge está aquí? SYGNE: Lo sabe. EL CURA BADILON: ¿Sabe también quién es el viajero que recibisteis anoche bajo vuestro

techo? SYGNE: ¿Será verdad? Vos también decís lo mismo... El Papa... EL CURA BADILON: Liberado de la cárcel por obra de vuestro hermano... SYGNE: ¡Oh, qué loco este pobre Jorge! EL CURA BADILON: ...Está aquí, escondido y entregado a vuestro cuidado. SYGNE: (Mirando al Cristo). ¡Desgracia sobre mí, porque Vos me visitasteis! EL CURA BADILON: Escucho lo que contesta: ¡Tú misma me trajiste aquí! SYGNE: ¡Ahora comprendo vuestra asistencia y porqué he vuelto a hacer esta casa! No para mí... EL CURA BADILON: Pero para que el padre de todos los hombres encontrase en ella un abrigo. SYGNE: ¡Un abrigo precario y sólo por una noche! EL CURA BADILON: ¿No podéis dejar escapar al anciano? SYGNE: Toussaint vigila todas las salidas. EL CURACBADILON: ¿ASÍ pues no hay salvación para el Papa? SYGNE: Turelure la pone en mi mano. EL CURA BADILON: ¿Qué reclama en cambio? SYGNE: La misma mano. EL CURA BADILON: ¡Sygne, salvad al Santo Padre! SYGNE: ¡Pero no a ese precio! ¡Digo que no! ¡No quiero! ¡Qué Dios cuide a su hombre, como yo

a los míos! EL CURA BADILON: Entregad, pues, a Vuestro padre fugitivo. SYGNE: ¡No entregaré mi cuerpo ni el suyo. No entregaré mi nombre ni el suyo! EL CURA BADILON: Entregad a vuestro Dios en su lugar. SYGNE: (Hacia el Cristo). ¡Os burlasteis de mí!

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EL CURA BADILON: ¿No os concedió lo que le pedisteis? ¿Qué habéis deseado que no os pertenezca? Tenéis el fruto de vuestro trabajo.

SYGNE: Lo tengo. EL CURA BADILON: La raza está a salvo con Jorge, a quien salváis, conservándolo para sus

hijos. SYGNE: ¡Dios grande! ¡Veo ahora Vuestras manos! EL CURA BADILON: No os entiendo. SYGNE: ¿Decís su mujer? ¿Sus hijos? EL CURA BADILON: ¿Y? SYGNE: Todos han muerto. EL CURA BADILON: ¡La paz sea con ellos! Sois libre. SYGNE: Pero queda Jorge. EL CURA BADILON: ¿Qué le queda que valga más que la vida? SYGNE: La honra. EL CURA BADILON: La honra con la cual honrarás a padre y madre. SYGNE: Está pobre y solo. ’ , EL CURA BADILON: (Hacia Cristo). Hay otro más pobre y más solo. SYGNE: Sabed, pues, ya que debo decir todo, lo que hicimos esta misma mañana, él y yo, los

últimos de nuestra raza. EL CURA BADILON: Os escucho. SYGNE: Comprometimos nuestra fe el uno con el otro. EL CURA BADILON: Aún no estáis casados. SYGNE: ¡Un casamiento! ¡Ah, aquello fue más que un casamiento! Me dio su mano derecha

como el ligio a su vasallo. Y yo le hice un juramento en mi corazón. EL CURA BADILON: Un juramento en la noche. Promesas, pero no acto ni sacramento. SYGNE: ¿Retiraré mi palabra? EL CURA BADILON: Más allá de toda palabra, el Verbo, cuyo idioma está en Pío. SYGNE: ¡No me casaré con Toussaint Turelure! EL CURA BADILON: También la vida de Jorge se halla en su poder. SYGNE: ¡Que muera como estoy dispuesta a morir yo! ¿Acaso somos eternos? Dios me dió vida

y estoy lista para devolvérsela ¡Pero mmi nombre es mio! ¡Mi honor de mujer es solo mio! EL CURA BADILON: Es bueno tener algo de si para dar. SYGNE: ¡Jorge moriría y es necesario que este anciano viva! EL CURA BADILON: El mismo fue a buscarlo y lo trajo aquí. SYGNE: ¡Este huésped de un minuto, este anciano que sólo tiene que devolver un soplo! EL CURA BADILON: ¡Es vuestro huésped, Sygne! SYGNE: Que Dios cumpla con su deber por su lado; yo cumplo con el mío. EL CURA BADILON; ¿Existe algo más débil y desarmado que Dios cuando no puede nada de

nosotros? SYGNE: ¡Desgraciada debilidad de mujer! ¿Por qué no lo maté sin pensar, con esta arma que

tenía en la mano? Pero temí que no sirviera para nada. EL CURA BADILON: ¿Tuvisteis esa idea criminal? SYGNE: ¡Hubiéramos muerto juntos v yo no tendría que hacer ahora esta elección! EL CURA BADILON: Es muy fácil destruir lo que costo tanto salvar. SYGNE: Pero matar a este hombre es bueno. EL CURA BADILON: Dios también piensa en él desde toda eternidad y es Su hijo muy querido. SYGNE: ¡Ah, soy sorda y no escucho, y soy una mujer y no una monja fundida en cera como un

Agnus Dei! ¡Y si Dios ama que yo lo ame y de qué está hecho, que comprenda a su vez mi odio, que es cómo lo amo desde el fondo de mi corazón, y el tesoro de mi virginidad! ¡Que comprenda que desde que nací vivo frente a ese hombre y me cuido de él y de hacerlo ceder y de utilizarlo contra él mismo! ¡Y me sube a la garganta, sin cesar, un nuevo odio contra él y un miedo nuevo! ¡Y ahora tendría que llamar marido a esa bestia y aceptar tenderle mi mejilla! ¡Me niego! ¡Digo que no! ¡Aun si el mismo Dios, en presencia carnal me lo exigiera!

EL CURA BADILON: Razón por la cual no lo exige de modo alguno. SYGNE: ¿Qué pedís, pues, en nombre de Él?

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EL CURA BADILON: No nido ni exijo nada; os miro y espero como miraba Moisés la piedra después de haberla golpeado.

SYGNE: ¿Qué esperáis? EL CURA BADILON: Aquello para lo que fuisteis creada y por lo cual vinisteis al mundo. SYGNE: ¿Debo salvar al Papa al precio de mi alma? EL CURA BADILON: ¡Dios no lo quiera! No buscamos bien por mal. SYGNE: ¡No entregaré mi alma al diablo! EL CURA BADILON: Pero ya os domina el espíritu violento, Sygne, y anoche recibisteis a

Jesucristo en la boca. SYGNE: (Con voz sorda). Tened piedad de mí. EL CURA BADILON: (Con voz fuerte). ¡Dios grande! ¡Tened piedad de mí! ¡Tengo tales

palabras para decir que me asustan! Vuestra madre me distinguió cuando yo era apenas un mal pichón de cuervo, y me hizo sacerdote para la eternidad. ¿Y qué? ¡Ahora estoy aquí y pido a su hija estas cosas, y la muerte es poco precio, yo, que no soy digno de tocar su calzado! ¡Yo, el imbécil, el hombrón lleno de mentiras y pecados! Aquí estoy porque Dios me dio ministerio sobre los hombres y los ángeles, y dio poder a estas manos rojas para ligar y desligar. ¡Todo pereció y ahora me llamáis vuestro padre! ¡Pobre aldeano! Ah, nadie fue más padre vuestro por la sangre de lo que lo soy yo en el nombre del Padre y del hijo. Rogad a Dios para que sea yo un padre para vos y no un sacrificador sin entrañas, y que os aconseje fuera de toda violencia dentro de un espíritu de medida y suavidad. Porque no nos exige lo que está allá de nosotros sino lo que está más acá, ya que no le agradan los sacrificios de sangre, y sí las dádivas que Su hijo le entrega de todo corazón.

SYGNE:(Con voz sorda). ¡Perdonadme, padre, pequé! (El abre su abrigo y se le ve de sobrepelliz con la estola violera cruzada sobre el pecho). ¿Qué? ¿Tenéis el viático con vos?

EL CURA BADILON: No, acabo de llevarlo al padre Vicente, en los bosques. Al dejar esta misma mañana (baja la voz) al Papa, supe que al pobre hombre le había machacado las piernas una encina. Llego de su casa. ¡Qué tormenta! Me hizo recordar los buenos tiempos del Invisible, cuando me perseguía el brujo Ciriaco y yo me pasaba la noche en el hueco de un sauce, con Nuestro Señor sobre el pecho.

SYCNE: (Hincándose). Perdonadme por haber pecado, padre. EL CURA BADILON: (Sentado en un sillón, cerca de ella). Que Él os perdone como yo os

bendigo. SYGNE: Soy culpable de palabras violentas, de deseos de muerte y de propósitos homicidas. EL CURA BADILON: ¿Renunciáis con toda vuestra voluntad al odio hacia ningún hombre y al

deseo de hacerle daño? SYGNE: Renuncio. EL CURA BADILON Continuad. SYGNE: (En voz baja): Amo a Jorge, de quien os hablé hace un instante. EL CURA BADILON: No existe mal alguno en ello. SYGNE: Más de lo que debe amarse a criatura alguna. EL CURA BADILON: No tanto, sin embargo, como a Dios mismo, que la hizo. SYGNE: ¡Le di mi corazón, padre! EL CURA BADILON: No es tanto amarlo como amarlo fuera de Dios. SYGNE: Pero Dios no querrá que lo abandone y traicione. EL CURA BADILON: Tened paciencia y escuchadme, hija bienamada, pues soy vuestro pastor y

no os quiero mal. Que una mujer deje su bien, como suele ocurrir; a su padre, su madre, su país, su novio (y es cosa muy penosa aunque se diga fácilmente), para retirarse al desierto, al pie de la cruz, para cuidar enfermos y alimentar pobres; para querer y proteger más allá del sentido y la razón a gente que no es nada para nosotros, es cosa que se hace con abundancia de corazón y no va en ello su salvación. Vos, para salvar al Padre de todos los hombres, para lo que recibisteis vocación, debéis renunciar a vuestro amor y a vuestro nombre y a vuestra causa y a vuestro honor en este mundo, y debéis abrazar al verdugo y aceptarlo como esposo, como se dejó comer Cristo por Judas. La justicia divina no lo manda.

SYGNE: ¿Quedó sin pecados si no lo hago? EL CURA BADILON: Ningún sacerdote os negará la absolución. SYGNE: ¿Es verdad?

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EL CURA BADILON: Y os diré más aún: temed y cuidad el gran sacramento del matrimonio, por temor a que sea profanado. Dios consume en nosotros lo que creó y consagra lo que le sacrificamos. El pan y el vino, y el aceite. Da efecto para la eternidad a la palabra que nos comunicó. Crea un sacramento como su mismo cuerpo de esta confesión, por la cual el pecador se condena a muerte. ¡Ah, cómo se estremece el cuerpo de un sacerdote cuando el monstruo hermano de Jesús dirige hacia él su rostro descompuesto y se confiesa por el orificio de su cuerpo podrido! Y del mismo modo, Dios santificó todo consentimiento en el matrimonio, para la eternidad.

SYGNE: ¿Dios exige de mi tal consentimiento? "EL CURA BADILON: Os digo firmemente que no. ¡Cuando el Hijo de Dios se arrancó del

pecho de su padre y sufrió la humillación y la muerte para salvar a los hombres, y luego esta segunda muerte de todos los días que es el pecado mortal de los que ama, tampoco fue obligado por la Justicia!

SYGNE: Ah, no soy Dios sino una mujer. EL CURA BADILON: Ya lo sé, pobre niña. SYGNE: ¿Debo yo salvar a Dios? EL CURA BADILON: Debéis salvar a vuestro huésped. SYGNE: No fui yo quien lo invitó. EL CURA BADILON: Pero lo trajo vuestro primo. SYGNE: ¡No puedo! ¡Oh, Dios mío, a este precio no! EL CURA BADILON: Esta bien. Quedáis perdonada por la sangre de ese justo. SYGNE: No puedo ir más allá de mis fuerzas. EL CURA BADILON: Sondead vuestro corazón, hija mía. SYGNE: Helo aquí ante vuestros ojos, desgarrado y abierto. EL CURA BADILON: Si aún vivieran los hijos de vuestro primo y se tratara de salvar a él y los

suyos, y el nombre y la raza; y si el mismo os pidiera este sacrificio que os propongo, ¿qué haríais?

SYGNE: ¿Pero quién soy yo, pobre muchacha, para compararme al hombre de mi raza? Sí, lo haría.

EL CURA BADILON: Lo escucho de vuestra propia boca. SYGNE: ¡Pero es mi padre y mi sangre y mi hermano y mi mayor, el primero y el último de todos

nosotros; mi maestro, mi señor, a quien he entregado mi fe! EL CURA BADILON: Para vos. Dios es todo antes que él. SYGNE: ¡Pero no me necesita! ¡El Papa tiene sus promesas infalibles! EL CURA BADILON: Pero no el mundo, para el que Cristo no oró. Ahorradle este crimen al

universo. SYGNE: Vos me instruisteis, ¿y no me dijisteis siempre que el Papa, estando a punto de perecer,

fue siempre salvado por Dios? EL CURA BADILON: Nunca sin la ayuda de un hombre y sin su buena voluntad. SYGNE: Vivo acá sola y nada sé de política. EL CURA BADILON: Pero veis al menos que es la hora del príncipe de este mundo, y que el

mismo Pedro está en manos de Napoleón. ¿Quién le impide modelar otro Papa, como los emperadores de antaño, o echarlo de Roma como lo hicieron los antiguos reyes de Francia para tenerlo con ellos? Este es el último desorden. El corazón ha cambiado de lugar. ¡Ah, no estamos solos! Alma penitente, virgen, ved a este pueblo inmenso que nos rodea; los espíritus bienaventurados en el cielo y los pecadores a nuestros pies; y los millones de seres humanos, unos sobre otros, que esperan vuestra resolución.

SYGNE: Padre, no me tentéis más allá de mis fuerzas. EL CURA BADILON: Dios no está encima de nuestras fuerzas, sino debajo. Y no os tiento según

vuestras fuerzas, sino según vuestra debilidad. SYGNE: Así que yo, Sygne, condesa de Coûfontaine, tomaré como esposo por mi propia

voluntad a Toussaint Turelure, el hijo de mi sirvienta y del brujo Ciriaco. Lo tomaré como esposo ante Dios en tres personas, y le juraré fidelidad y cambiaremos los anillos. Será la carne de mi carne y el alma de mi alma, y Toussaint Turelure será para mí lo que es Jesucristo para la Iglesia: indisoluble. El, el carnicero del 93, todo cubierto con la sangre de los míos, me tomara cada día entre sus brazos y no habrá nada mío que no sea de él, y me

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nacerán hijos suyos en los cuales estaremos unidos y mezclados; y todos los bienes que recogí, no para mí; los de mis antepasados y los de estos santos monjes, se los llevaré en dote, y yo habré sufrido y trabajado para él. Traicionaré la fe que prometí. Mi primo, traicionado por todos, sólo me tiene a mí, y yo también seré perjura con él. Le quitaré esta mano que tomó en la suya el Lunes de Pentecostés, sobre este altar; estas dos manos que hace un instante apretó apasionadamente. ¡Pero la mía es falsa! (Un silencio). ¿Calláis y no decís nada, padre?

EL CURA BADILON: Callo y tiemblo, hija mía. Os digo que ni yo, ni los hombres, ni Dios os pedimos un sacrificio semejante.

SYGNE: ¿Y quién me obliga a él, pues? EL CURA BADILON: ¡Alma cristiana! ¡Hija de Dios! ¡Vos sola lo haréis por vuestra voluntad! SYGNE: No puedo. EL CURA BADILON: Preparaos, pues. Os voy a bendecir y despediros. SYGNE: ¡Dios mío! Veis que os amo, sin embargo. EL CURA BADILON: Pero no hasta los escupitajos, hasta la corona de espinas; no hasta la caída

sobre el rostro; no hasta el desgarramiento de la ropa y hasta la cruz. SYGNE: ¡Vos veis mi corazón! EL CURA BADILON: Pero no a través de esta gran herida en mi costado. SYGNE: ¡Jesús! ¡Mi buen amigo! ¿Quién fue siempre mi buen amigo, sino Vos? Es penoso

disgustarlo ahora. EL CURA BADILON: ¡Pero es fácil hacer Vuestra Voluntad! SYGNE: Es penoso separarme de Vos por primera vez. EL CURA BADILON:!) ¡Pero es dulce morir en Mí, que soy la Verdad y la Vida! SYGNE: ¡Señor, si es posible, que se aleje de mí este cáliz! EL CURA BADÍLON: ¡Pero que Vuestra Voluntad sea, sin embargo, y no la mía! SYGNE: Al menos, Dios mío, si os abandono todo, haced algo por mí. No tardéis y tomad mi

vida miserable, con todo lo demás. EL CURA BADILON: Pero sólo a Vos os corresponde saber el día y la hora. SYGNE: (En voz baja). ¡Cordero de Dios que borráis los pecados del mundo, tened piedad de mí! EL CURA BADILON: Él ya está con vos. SYGNE: ¡Señor! ¡Que sea vuestra voluntad y no la mía! EL CURA BADILON: ¿Es cierto hija mía? Y todo esta consumado. SYGNE: Y no la mía. (Un silencio) ¡Señor, que sea Vuestra Voluntad y no la mía! ¡Señor, que

sea Vuestra Voluntad y no la mía! EL CURA BADILON: Hija mía, mi hija bienamada, ¿veis ahora cómo Dios os ha pedido algo

fácil? Ved abatido el edificio de vuestro orgullo. Ved derribada a la Sygne que Dios no hizo. ¡Ved arrancado de raíz este amor tenaz por vos misma! ¡Ved a la criatura con su Creador en el Edén de la Cruz! “Oh, hija mía, cierto, es grande la alegría que reservo para mis santos, ¿pero qué decís de mi cáliz?” Es fácil aceptar la muerte y la vergüenza y el golpe sobre el rostro y la incomprensión y el desprecio de todos los hombres. Todo es fácil, salvo apenaros. Todo es fácil para quien os ama. Todo es fácil, salvo no hacer Vuestra Voluntad adorable.

Y yo, Vuestro Sacerdote, me levanto a mi vez (lo hace) más alto que esta víctima inmolada. Y os ruego por ella como se ruega en la misa en el momento de comulgar. Padre Santo, ved a

esta oveja que hizo lo que pudo. Ahora tened compasión de ella y no le impongáis un fardo intolerable. Ten piedad de mí también, sacerdote, pecador, que inmolo con mis propias manos a mi hija única. Y vos, hija mía, decid que me perdonáis antes que yo os perdone. (Hace ella un gesto con la mano; le pone la de él sobre la cabeza). Recogeos, hija mía; voy a bendeciros y que la gracia de Dios sea con vos. (Ella se deja caer con el rostro contra el suelo, y queda prosternada, con los brazos extendidos. El hace lentamente la señal de la cruz sobre ella, en tanto por las ventanas penetran los rayos rojos del sol poniente).

Telón

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ACTO TERCERO

ESCENA I

El castillo de Pantin, cerca de París. Un gran salón en la planta baja, con cuatro puertas ventanas que dan a una terraza. Mueblaje oficial del tiempo del Imperio; bronces y caoba maciza. En la pared, una gran retrato del Emperador Napoleón en traje de consagración. La pieza se halla en desorden y manchada de barro. Es el cuartel general del ejército que defiende a París contra los aliados y cuyo jefe es el general barón Toussaint Turelure, Prefecto del Sena, que concentra en sus manos los poderes civiles y militares. A lo lejos, cañonazos. Luego, muy cerca, el repiqueteo de tres campanas que tañen el bautismo. Toussaint Turelure está de pie; Sygne, sentada, hundida a medias en un gran sillón. Durante todo el acto, Sygne tiene un tic nervioso y mueve lentamente la cabeza de derecha a izquierda, como si dijera: No.

TOUSSAINT TURELURE: Ya tenéis mis instrucciones. Ahora debo dejaros, perdonadme. El cortejo ya sale de la iglesia. Todos mis oficiales se han reunido en la habitación de al lado y vamos a festejar juntos, en compañía de algunas botellas de vino del Marne y una torta caliente, la entrada del pequeño Turelure en el seno de la Iglesia. Aprovechemos el descanso que nos dan vuestros amigos. Sentiremos no gozar del placer de vuestra compañía, señora. ¡Pero ante todo los negocios! ¡Triste tiempo aquél en que un padre y una madre no pueden asistir juntos al bautismo de su hijo!

SYGNE: No parecéis tan triste. Os acomodáis bastante bien en este tiempo tan triste. TOUSSAINT TURELURE: ¡Es verdad! ¡Nunca fui tan feliz! La guerra, los negocios, un poco de

intriga... el alimento del cuerpo y del espíritu. ¿Qué más necesita un hombre? Olvidaba una esposa enamorada y el pequeño Turelure, a quien le ponen el primer grano de sal en la punta de la lengua.

SYGNE: ¿Por qué no tratáis vuestros negocios vos mismo? TOUSSAINT TURELURE: Mis negocios son los vuestros. No hay ninguna diferencia. Os he

visto trabajando y tengo plena fe en vos. Por mi lado, veis que tengo las manos llenas. ¿No es justo que después de haber devuelto el Papa a la Iglesia devolváis hoy el rey a su reino? Además, no se trata sólo del país, sino también de nuestros bienes matrimoniales, con los que deseo consolidar la posición de este muchachito.

SYGNE: ¿Lo que significa que debo continuar y despojar a mi familia? TOUSSAINT TURELURE: En provecho de vuestro hijo, que es el último de sexo masculino. En

cuanto a nuestro valiente primo, el generoso Agenor, el rey le reserva compensaciones. SYGNE: Veré qué debo hacer. TOUSSAINT TURELURE: Tengo plena confianza en vos. SYGNE: ¿Quién es el plenipotenciario del rey? TOUSSAINT TURELURE: Esta aquí; voy a traerlo. SYGNE: Estoy dispuesta. TOUSSAINT TURELURE: Es imposible que no os entendáis. ¿Qué decís? SYGNE: Nada. TOUSSAINT TURELURE: Es a causa del movimiento que hacéis con la cabeza. (Pone la mano

sobre los papeles que hay sobre la mesa). Estas son mis condiciones y nada puede cambiarse. No corresponde discutir en este momento. Por ahora, Francia es Toussaint Turelure, Prefecto del Sena y general en jefe del ejército de París, a quien han sido confiados todos los poderes militares y civiles por Su Majestad Imperial y Real.

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SYGNE: Justificáis su confianza. TOUSSAINT TURELURE: Soy hombre de Francia y no de un particular. El Corso tuvo ya su

suerte, y yo tomo la mía donde la encuentro. SYGNE: ¿No teméis que vuelva? TOUSSAINT TURELURE: Por esta razón hay que elegir el tiempo de cada cual con arte, y no es

por nada que el Artista Supremo (hace un ademán masónico) me ha vuelto cojo como una balanza. Todo depende de París, y por algunos instantes París está en mis manos competentes.

SYGNE: ¿Pensáis manteneros solo contra tres ejércitos? TOUSSAINT TURELURE: Acabo de enterarme de que el Emperador ha logrado una victoria en

Saint Dizier. Me prescribe que me mantenga firme y resista, mientras él sujeta a los tres burros por la cola. El camino hacia Alemania está cortado; Alsacia y los Vosgos, repletos de adictos, y las plazas del Rhin no han sido tomadas. Aún quedan días hermosos para el hombre de Austerlitz. Y, además, no creáis que todos esos Ladrones estén de acuerdo; habrá facilidades para negociar. Sabéis que estoy rodeado de emigrados y renegados.

SYGNE: No tenéis tropas. TOUSSAINT TURELURE: Pero tengo una madriguera. ¡Que vengan a ahumarme en París!

¡Estoy más apegado a ella que un tejón; soy patizambo! ¿Y decís que no tengo tropas? ¡Que vengan el Emperador de Rusia con sus malos armamentos, y el prusiano con sus Jonas Müller de palo de nabo! ¡Nada temo mientras tenga conmigo a las criaturas de Bellona, los bomberos de Pantin, los guardias nacionales de San Dionisio y los voluntarios de Popincourt! ¿Oísteis el cañón esta mañana?

SYGNE: Sí. TOUSSAINT TURELURE: Nos metimos, como dice mi ordenanza. Dejaron a Miloradovich tan

limpio como una panera. Cuatrocientos wurtemburgueses de pantalón rosa quedaron tirados en los viñedos de Noisy le Sec, con el tarro de manteca sobre la cabeza y el dedo meñique en la costura del pantalón. Los ojos aun en la muerte y la naricilla redonda mirando hacia la izquierda, al herr ayudante... “¡Achtung!”. Vamos a beber este vino de Mareuil en su honor.

SYGNE: Todo esto es poco serio. TOUSSAINT TURELURE: No sé. Pero queda un punto sobre el cual os ruego meditar. Una vez

caído el Emperador, hay más de un rey posible para Francia. Están el hijo de María Luisa y el padre de Oscar. Todo depende de mí y de las manos a las que entregue las llaves de París. El que reciba París será el heredero indiscutido. ¡Soy francés! Me repugna capitular entre manos que no sean de hijos de San Luis, cuyo súbdito más humilde quiero ser, agregando a su mismo trono los cimientos de nuestra casa.

SYGNE: La casa Turelure. TOUSSAINT TURELURE: Un pequeño redondel de oro encima de la T, y dentro de diez años

sonará como Tancredo o Tigranocerto. Y nuestro primo no tiene hijos y su nombre se extingue con él; pero el monarca puede restablecerlo.

SYGNE: Lo comprendo todo. TOUSSAINT TURELURE: Estoy seguro. Pongo la suerte de Francia en vuestra canasta de

labores. (Deposita allí los papeles). No me queda sino presentaros al plenipotenciario. SYGNE: ¿Quién es? TOUSSAINT TURELURE: Una sorpresa. Ya veréis por vos misma. El Rey es un hombre de

ingenio. Vamos a arreglarlo todo en familia. (Sale. Violines que se acercan con el cortejo bautismal. Turelure regresa acompañado por el vizconde de Coûfontaine). Sygne, os presento al teniente y plenipotenciario de Su Majestad, nuestro primo Jorge, el mismo a quien la política nos quitó hace ya tanto tiempo.

SYGNE: ¡Jorge! JORGE: Señora. (Le toma la mano y la besa). TOUSSAINT TURELURE: ¡Es un encanto veros! Juro que tengo ganas de llorar. Jorge, mi

mujercita tiene amplios poderes para tratar con vos. ¡Adiós! JORGE: ¡Adiós, Toussaint! (Música. Bullicio. Aclamaciones. Un tumulto invade la casa. Afuera

se oye una selva de mosquetería). TOUSSAINT TURELURE: ¡Van a lastimarse, trueno de Dios! ¡Había prohibido que se dieran

cartuchos! (Sale).

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ESCENA II

Sygne entrega uno de los papeles a Coûfontaine. Este lo toma y saca sus anteojos de un bolsillo. En tanto lee, ella permanece en el sillón con los ojos cerrados. En el cuarto vecino hay un desorden violento; risotadas y palabras, puertas que golpean, chasquido de armas y de copas; luego, los dos violines estallan de golpe y enmudecen repentinamente. Gemidos de un recién nacido.

JORGE: ¿Están bautizando a vuestro hijo, Sygne? Vi el cortejo al entrar. SYGNE: Si. JORGE: ¿Por qué no participáis de la fiesta? SYGNE: Este es mi lugar. (Jorge vuelve a leer; luego se interrumpe y escucha con atención. Se

oye un golpe sobre una mesa y se hace el silencio). VOZ DE TOUSSAINT TURELURE: Señor, os presento a mi hijo, Luis, Agenor, Napoleón

Turelure. (Aplausos). El cura acaba de bautizarte cristiano, con agua; y yo te bautizo francés, conejito, con esta gota de rocío de Champagne sobre la boquita. ¡Prueba el vino de Francia, ciudadano! (Risas. Aplausos) ¡Qué los señores rusos esperen! iQué el señor feldmariscal Benningsen y el señor príncipe de Witzingerode nos hagan la gracia de aguardar un instante! ¡Qué diablos! ¡Caramba! ¡No podemos ocuparnos todo el tiempo de ellos! Dentro de un segundo estaremos dispuestos. Por el momento, aprovechemos el armisticio y bebamos a la salud de este niño recién nacido con vino del Cometa. (Gran ruido de copas. Beben. Gritos: ¡Viva Turelure! ¡Viva Luis Agenor! ¡Viva el Emperador!).

VOZ DE TOUSSAINT TURELURE: Alcanzad la torta. JORGE: Ha sido una buena idea darle nuestro nombre a este nuevo retoño. Me conmueve la gran

elocuencia de Turelure. (Ruido de clarines a lo lejos). VOZ DE TOUSSAINT TURELURE: La caballería rusa toma posiciones. Que los gritos de este

pequeñuelo sean nuestro clarín, recién bautizado bajo el cañón. ¿Oyes tú, Alejo Couillonadovich? ¡Es el grito de un hombre libre! ¡Nos burlamos de ti, cosaco! (Clarines). ¿Acaso van a tomar a Francia todos los Nicodemos del norte? No tienen bastante ingenio para hacerlo. ¡Todavía queda vino en Epernay! ¡Siempre habrá bastante Francia para azuzar a Europa vaca e impedirle comer en paz su pasto! ¡Señores, os doy una gran noticia: el Emperador Napoleón acaba de obtener una gran victoria en Saint Dizier! (Aclamaciones: ¡Viva el Emperador!). En cuanto a nosotros, ¿no os parece que nos mantenemos aquí bastante bien? ¡Detrás de nosotros está París, y detrás de nuestros enemigos se encuentran Napoleón y sus águilas! ¡A vuestra salud, señores! ¡Por Dios Santo, que aún no nos habrán tomado todo mientras nos queden este gran retazo de Francia, este pequeño Turelure y un trozo de torta! (Risas, aplausos y aclamaciones).

JORGE: (Reanudando su lectura). ¡Valiente perorata, digna del exordio! (Concluye de leer y queda pensativo. Luego vuelve a leer, se saca los anteojos, los guarda, dobla el papel y lo pone sobre la mesa. Sygne permanece inmóvil en su sillón. Jorge golpea ligeramente sobre la mesa). Sygne.

SYGNE: (Irguiéndose). Aquí estoy. JORGE: ¿Debo discutir este papel con vos? SYGNE: Conmigo. El barón me ha otorgado plenos poderes. Tiene una confianza absoluta en mí. JORGE: “Tiene una confianza absoluta en vos”. Tiene razón. SYGNE: Por otra parte, no hay nada que discutir. No tenemos tiempo. JORGE: ¿Debo firmar estas condiciones “hic et nunc”? SYGNE: No puede cambiarse un solo punto. JORGE: ¿Y si acepto? SYGNE: (Le señala un pliego lacrado). Aquí están la rendición tic Turelure y la capitulación de

París para las manos de Su Majestad Muy Cristiana.

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JORGE: Entregadme ese papel, Sygne. SYGNE: No puedo. JORGE: Entregadme ese papel, Sygne, y os perdono el otro. SYGNE: He dado mi palabra. JORGE: Es cierto; sois fiel a vuestras promesas. SYGNE: Al menos, seré fiel a mi vergüenza. JORGE: ¿"No puedo leer los términos de la rendición? SY^NE: Debéis creerme bajo palabra. JORGE: Os creo. SYGNE: Es cierto lo que dice: Me mostró todo y pude verlo todo. Me explicó todo también. He

analizado sus razones una tras de otra y me parecen perfectamente atendibles. El hombre es dueño de París y será rey quien reciba París de sus manos.

JORGE: ¿El rey de Francia espera su corona de manos de Toussaint Turelure? SYGNE: Del mismo, y de ningún otro. JORGE: El rey jura la Constitución. Los representantes del pueblo votarán cada año el

presupuesto. De modo que Toussaint capitula, pero el rey debe abdicar. SYGNE: No puedo discutir eso. JORGE: Y el rey de origen divino se convertirá en el rey de Turelure. SYGNE: Y yo os lo propongo y vos vais a aceptarlo, Jorge. JORGE: No lo aceptare. SYGNE: Vuestras órdenes son terminantes. JORGE: ¿Qué sabéis de mis órdenes? SYGNE; Si no fuesen las que creo, no estaríais aquí. JORGE: ¿Pero qué le importan las Cámaras a vuestro barón? SYGNE: Lo único que le importa es lo posible. JORGE: ¿Y este servidor del tirano es quien mide al rey? SYGNE: El Emperador agotó para siempre todo lo que es de un hombre solo. JORGE: Diré Adiós, entonces, al rey que serví, que era imagen de Dios, porque no aceptaba otros

límites que los de su propia esencia, como El. Todo hombre recibía al nacer, eternamente, al monarca por encima de él; y sabía así que nadie existe para sí solo, sino para otro, y éste era su jefe innato. Y ahora, al terminar mi vida, con esta misma mano que combatió por mi rey debo firmar su destitución.

SYGNE: Regocijar, porque tus ojos verán lo que deseaba tu corazón. JORGE: Hay algo más triste aun que perder la vida: perder la razón de vivir; más triste que perder

los bienes: perder la esperanza; más amargo que la decepción: ser provisto. SYGNE: He aquí que el rey está sobre su trono. JORGE: ¿Lo llamáis el rey? Para mí, no es sino un Turelure con corona; un prefecto que

administra la comodidad general, y que es constitucional y además ha jurado, y a quien se despide cuando cansa.

SYGNE: Para nosotros, al menos, es el rey aun, por este sacrificio que haremos por él. Y si perece el Señor, que no sea antes que su vasallo.

JORGE: ¿Os referís a lo que me pide Turelure? SYGNE: Sí. JORGE: Cesión general a Turelure de todos mis derechos, títulos y posesiones. Entrega general

después de mi muerte de todos mis derechos sobre la herencia que reconstituisteis para mí. Todo sin reserva alguna.

SYGNE: Quise gritar y pelear primero, Jorge. JORGE: Pero no lo hicisteis. SYGNE: No tengáis miedo. JORGE: Os agradezco. En esto os reconozco, al menos. , SYGNE: Dale todo. JORGE: Supongo que es lo que más le interesa a mi cuñado. SYGNE: ¡Dale todo, Jorge! JORGE: ¿Qué tengo para dar si vos ya lo tenéis todo? SYGNE: Os quedan el derecho y el nombre. JORGE: ¿Debo darlos también?

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SYGNE: También. JORGE: Pero mi nombre no me pertenece; el derecho no es mío; la tierra no es mía; la alianza

entre la tierra y yo no es mía. SYGNE: Todo ha cambiado, Jorge. Ya no existe derecho. Sólo hay posesión. Ya no hay alianza

eterna entre la tierra y el hombre, salvo en la tumba. Las manos que estaban juntas se han separado, y la tuya no sirve ya sino para escribir y renunciar.

JORGE: Que se quede con todo; no le reclamo nada. SYGNE: Pero hay que escribir y consentir. JORGE: No capitularé. SYGNE: ¿Sois enemigo de vuestro soberano? JORGE: No puedo ceder mi honor. SYGNE: ¿Fuera de él tenéis algo que ceder? JORGE: ¡Que al menos haya un hombre en el mundo que no me traicione! SYGNE: ¡Cesiones, traiciones, renuncias! ¡Dale esto también, Jorge! ¡No nos impidas concluir,

amado hermano! JORGE: Continuamos en ese niño. SYGNE: Para mí todo termina contigo. JORGE: Todo lo demás ha sido destruido, por cierto. Nuestro nombre y nuestros bienes se

acumulan sobre la cabeza de este niño. SYGNE: ¿Me acusas de un pensamiento bajo? JORGE: Ya os basta con vuestra propia vergüenza. SYGNE: ¡Adquirida con la pena de mi alma y el sudor de mi frente! JORGE: Os pertenece. SYGNE: Me pertenece, sí. ¡Es mi bien, y nadie me despojará de él, de esta vergüenza más fiel

que la loa! ¡Me acompañará hasta la tumba y aún más allá! Está incrustada en mí como una piedra; está incorporada a estos huesos míos, que serán juzgados.

JORGE: ¿Por qué lo hicisteis, hermana mía? SYGNE: (En un grito). ¡Jorge! ¡Habló en mí la sangra mala, y yo me creía tan fuerte y juiciosa!

Recuerdo a aquel de nuestros antepasados que peleó contra Juana junto al Borgoñés, y a aquel otro que se hizo renegado, y también a Nogaret, de quien descendemos, que abofeteó al Papa. Nuestro corazón no puede resistir las cosas grandes e inauditas. Y ahora estoy sola en tierra enemiga, como antaño Agenor, cuyo castillo estaba del otro lado del Mar Muerto, en la pendiente del Arnón.

JORGE: Y ahora que nuestras manos se han disuelto y que la fe en nuestro blasón se ha corrompido... ¡me quitan esa mano, la última que tuve en mi mano la mañana del sacrificio ofrecido!

SYGNE: Yo arranqué mi mano, ¿y tú no me arrancas el corazón? JORGE: Con tu mano se me unían todas aquellas cosas que unen a mi hombre a otro: hijo

hermano, padre y madre, esposa, vasallo, compañero de armas. Todo estaba en tu mano aun ¿Qué juramento no quebraste? ¿Qué fe no me has quitado?

SYGNE: Queda intacto, al menos, el juramento que hice para el bautismo. JQRGE: No se debía hacer otro. SYGNE: ¿Acaso no se jura sino por Dios? JORGE: Dios tiene muchos amigos, y yo tenía un solo cordero. SYGNE: Salvé al Padre de los hombres. JORGE: Y perdiste a tu hermano. SYGNE: Sé mi juez: acepto tu juicio. JORGE: Dios es tu juez y te llamó ante su tribunal, y esta ley que El hizo ni El mismo puede ya

alterarla. Yo te citaré a mostrar tu guante, porque lo que se dio una vez no puede ser devuelto en la tierra ni en el cielo.

SYGNE: Nada temo de Dios y el Señor no puede ya abandonarme. No hay lugar más bajo para quien está sentado sobre la tierra. Y yo no pido otro más alto.

JORGE: Faltaste a la fe. SYGNE: Me ofrecieron un gran premio. JORGE: Faltaste al amor. SYGNE: ¿Te causé mucha pena, Jorge?

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JORGE: Demasiada. No había que hacerlo; mi medida ya estaba colmada. Ahora puedo morir y ser condenado y tengo toda la eternidad delante de mí para despojarme de todo consuelo. ¿No podía dejarme esa pequeña hora? ¿No pudo dejarme un solo corazón fiel? ¿Una Verónica para poder esconder el rostro en la hora en que sucumbe el corazón?

SYGNE: ¡Lo hice yo sola, yo sola; lo hice por mi propia voluntad y no digas una palabra contra Dios! ¡El único culpable es mi mal corazón!

JORGE: Me has faltado, y mi hija (p32) ha sido trocada en amargura. SYGNE: ¡Que Dios tome mi lugar miserable y pague lo que yo no puedo pagar! JORGE: No debiste hacerlo. El mismo Dios no puede remediar el daño causado al amor

verdadero. ¡No puedo hacerlo aunque creara nuevos cielos y nuevas tierras! Goza con tu Dios; yo te excluyo de mi corazón. ¿Tenía yo que esperar un paraíso después de esta vida? ¿O soy como la gente de ahora, que se engaña con ideas y palabras vacías? Mi parte era la de los hombres vivos; mi sociedad, el legado de mi corazón de hombre y no de una idea; mi lugar, al lado de mis compañeros, mi fe y mi esperanza; y el de mi corazón, un corazón como el mío. Y tú, en la última hora de mi vida, me niegas solemnemente, así como un judío desgarra sus ropas de arriba a abajo. No muevas así la cabeza.

SYGNE: Mi humillación es demasiado grande. ¡Ay de mí! Ya no hay dolor para mí y mi alma tiene sed de él, como un suelo sediento. Me hallo lejos de las lágrimas. Ya no existe dolor posible, y todo sufrimiento que viene a agregarse a los demás es un consuelo para mí.

JORGE: ¿Qué debo hacer? SYGNE: Ven conmigo donde no haya más dolor. JORGE: ¿Ni honor? SYGNE: Ni nombre ni honor alguno. JORGE: El mío está intacto. SYGNE: ¿Para qué te sirve? ¿Para qué sirve el grano que se arroja a la tierra si antes no se pudre? JORGE: La carne se pudre, pero la piedra permanece inalterable. SYGNE: La tierra es la misma para ambos. JORGE: Pero yo no la traicioné. Honré esta tierra, que era mi propio bien, para que alimentara no

solamente el vientre sino también un corazón fiel como ella misma. SYGNE: Ahora voy a alimentarla a mi vez. JORGE: ¡Perjurio! ¡Ya no es tuya la tierra que vendiste, y tu nombre de sierva ya no es tu nombre

feudal! SYGNE: La amé más que tú. JORGE: ¿Quién puede amarla más que un desterrado? SYGNE: Tú no amas sino la superficie. JORGE: Es mi tierra, mi bien, y no se parece a ninguna otra. SYGNE: ¡Pero yo la poseo de raíz! Toda la tierra es igual a seis pies de profundidad. JORGE: ¿No esperas tu resurrección? SYGNE: No hables de lo que no entiendes. Y aunque no hubiera ninguna, el beneficio de morir

ya es bastante grande. JORGE: Dices bien. Al menos, es seguro. SYGNE: ¡Qué ridículos fuimos, Jorge! Causa lástima. Nos comprometimos a ser marido y mujer

de una manera absurda, como si todavía hubiese algún lugar para nosotros entre los hombres. ¿Acaso nos necesitan? No más que a de Coucy y sus torres. ¿Y tú deseas tanto ser propietario como otros son pastores o molineros? Los hombres no necesitan más de un hombre más alto que ellos. Y nosotros fuimos hechos para dar y tomar, y no para repartir. Ven conmigo, pues, y toma mi mano; no como dos esposos que arraigan uno en otro, pero toma mi mano ya que no me ves; soy siempre la misma, hermano, y mi otra mano está unida a la cadena de todos mis muertos. ¿Qué quieres hacer aquí, Jorge? Hace ya bastante tiempo que estamos a cargo de los hombres. Hace ya bastante tiempo que los obligamos duramente a vivir, no para ellos sino para nosotros, como nosotros mismos vivimos para el rey y para Dios. Ahora cada uno vivirá para sí, con holgura, y ya no habrá Dios ni Señor. La tierra es grande; cada cual irá por su lado, y estos serán los hombres libres a la manera de los animales. ¿Pero tenemos nosotros la preocupación de ser libres? No existe libertad para un gentilhombre. ¿O iguales? ¡O hermanos, y ya no habrá nombre ni familia! ¡Sólo tú eres mi hermano!

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JORGE: Vos ya no Sois mi hermana. SYGNE: Sí, Jorge, soy vuestra hermana. JORGE: No volveré a tomar esa mano desleal. SYGNE: Traicioné, es verdad. Entregué todo, y me entregué a mí misma con lo que había

muerto. (p33) El rey ha muerto, ha muerto el jefe. Pero salvé al Sacerdote eterno. Dios vive en nosotros mientras Su palabra esté aún en nosotros, y un poco de pan, y Su mano sagrada, que liga y desliga.

JORGE: Desligó la tuya. SYGNE: Me voy sola, pues, y desligada, hacia el sol subterráneo. JORGE: Pero mientras aun vivimos, concluyamos lo que queda por hacer. SYGNE: ¿Firmarás estos papeles? JORGE: Los firmaré en nombre del rey, mi amo, y de los míos. (Los toma, los vuelve a leer y los

firma). ¿No debo temer ninguna trampa por parte de vuestro esposo? SYGNE: Todas sus órdenes están dispuestas. Yo misma he visto los correos. Su interés los

garantiza. Dentro de una hora, París será desarmado y Montmartre estará en manos de vuestros amigos.

JORGE: He aquí mi testamento, he aquí la nueva alianza. Pero no leí que hubiera testamento sin muerto ni alianza sin sangre vertida.

SYGNE: ¡Que sea la mía, pues! JORGE: ¡No me tentéis! SYGNE: Ya que no hay Dios para ti, sé un hombre, al menos; y si no hay justicia, hazla por ti

mismo y obra según tu propia ley. ¡Que muera quien faltó a la fe humana! ¡Estoy dispuesta! JORGE: ¡No! ¡No mataré a mi pobre hija! SYGNE: Aun me amas, Jorge. JORGE: Pero al menos la libraré de ese hombre. SYGNE: ¡No lo mates! JORGE: ¿Tienes tanto apego por su vida? SYGNE: Tan poco como por la mía. JORGE: Por lo tanto, moriría a mis manos. SYGNE: ¿Para qué ocuparte de ese hombre? JORGE: Relevaré al rey de sus promesas. SYGNE: Quien ha muerto no puede devolver la palabra. JORGE: Un escrito no es una palabra y puede ser destruido. SYGNE: ¿Mis ruegos serán vanos? JORGE: Vanos. SYGNE: Haz lo que quieras. JORGE: Os saludo. (Se aleja, cuenta sus pasos hasta la puerta ventana y desaparece).

ESCENA III

Entra Toussaint Turelure.

TOUSSAINT TURELURE: ¿Señora? (Ella le alcanza los papeles en silencio; él los toma, los

verifica con la mirada y llama enseguida). Debo hacer el resto. (Entra un lacayo). Haced entrar a los correos que ordené estar listos. (Entran varios oficiales). ¡Estas órdenes para mis generales! Todo el ejército en retirada hacia París, licencia a la guardia nacional; el ejército de reserva a Versailles, a las órdenes del señor duque de Ragusa. Orden del Emperador. Con urgencia. (Distribuye unos pliegos lacrados. Salen los correos). ¡Ah, Sygne! Recordé la buena jugada de nuestro primo. (Llama). ¡Lafleur! (Entra Lafleur). Llevad estos papeles a la persona que sabéis y decid que me pongo a sus pies. (Sale Lafleur. Vuelve a llamar. Entran dos correos). Estos papeles para los señores Dalberg y Talleyrand. Y decid que la cita es para

esta misma noche, aquí. (Salen. Llama. Entra un oficial. Turelure se yergue). Cuando den las

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tres, decid que arríen la bandera. (El oficial sale). Esto es hacer mucho en poco tiempo. (Queda de pie, con el pecho saliente, la cabeza erguida, los brazos a lo largo del cuerpo y las manos encorvadas hacia atrás. El reloj rechina largamente y va a tocar). La hora. (En este instante aparece Coûfontaine detrás de la ventana. Se escucha el primer toque de la hora. Turelure se ha armado inmediatamente. Se oyen dos tiros al mismo tiempo. Sygne se ha echado de un brinco hacia él. Segundo toque. La escena se llena de humo. Cuando se despeja, se advierte a Sygne en el suelo, en medio de un charco de sangre. Tercer toque. Turelure pasa sobre el cuerpo de ella y se apura hacia la ventana. Se lo ve tras de los vidrios rotos; se inclina hacia el suelo y se aleja, como si tirara sobre un bulto que no se ve. Pausa. Turelure regresa. Han entrado unos sirvientes. Turelure, con voz de mando). ¡La baronesa está herida! ¡Ha ocurrido un accidente lamentable!, armadle una cama sobre esta mesa, ¡El médico y el abate Badilon! En cuanto a mí, me ocupan negocios de Estado. (Sale. Cae el telón durante unos instantes).

ESCENA IV

La misma habitación a la hora del crepúsculo. Es casi de noche. Sygne está acostada sobre una mesa larga, en un rincón de la pieza. El cura Badilon está a su lado. Un velón arde en un gran candelabro de plata.

EL CURA BADILON: ¿Me oís, Sygne, hija mía? (Pausa larga. Movimiento de párpados). ¿Me

oís? (Ha bajado algo la voz). SYGNE: ¿Qué dice el médico? EL CURA BADILON: Hija mía... Regocijaos... SYGNE: ¿Me anuncia la muerte? EL CURA BADILON: Ha concluido vuestra prueba. (Ella recomienza el movimiento de cabezal

y no puede concluir. El presta atención). “No hay ya alegría...” ¿Cómo decís? No mováis así la cabeza. Abrís la herida. ¿Qué decís? “No hay ya alegría” “No hay va más sangre...” (Repite). “Ya no hay dolor para sufrir... ni alegría para regocijarse.” (Hablando con él mismo). Está todo agotado. Pero vos vais al cielo y yo permanezco en la desolación.

SYGNE: ¿Ha... EL CURA BADILON: ¿Ha muerto? ¿Jorge? Vuestro primo... (Movimiento de párpados). Ha

muerto; la bala le dio en mitad del corazón. SYGNE: ... el tiempo... EL CURA BADILON: ¿El tiempo de darle la absolución? No. Me llamaron demasiado tarde. Ya

había muerto. (Un silencio). Os agrego esta amargura. Pero... SYGNE: No me aflige. EL CURA BADILON: Es cierto. El gran Dios proveerá. SYGNE: Juntos. ELCURA BADILON: Los dos Coûfontaine juntos, y uno precede alternativamente al otro. SYGNE: El perjurio... EL CURA BADILON: Ha sido rescatado con vuestra sangre. SYGNE: El juramento... EL CURA BADILON: No quebrado, sino consumido. En Dios el Hijo está sentado a la diestra y

en El toda palabra está terminada. SYGNE: Con él. EL CURA BADILON: Para siempre contigo, amo y jefe mío, Coûfontaine adsum. SYGNE: Jesús. EL CURA BADILON: Jesús, Nuestro Señor, está en vos. SYGNE: Con él.

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EL CURA BADILON: Con vos, el justo y el pecador inseparables; y la obra no se separará de obrero, ni el sacrificio del altar, ni el traje de la sangre que lo impregna.

SYGNE: Todo. EL CURA BADILON: Todo ha terminado, todo se ha hecho como correspondía. La esposa

absuelta está acostada con su atavío de boda. Mi obra ha terminado y ahora quedo solo. La hija de mi alma se escapa y quedo solo, viejo e inútil.

SYGNE: (Movimiento de cabeza sin terminar). EL CURA BADILON: ¡Esposa del Señor! Ya os he absuelto; absolvedme ahora. Alcé mi mano

sobre vos como alguien que consagra y sacrifica; decid que me perdonáis el mal que os hice las palabras que os dije, pobre paloma, yo pecador, por orden de Dios, mi amo, en el temor (p34) de mi corazón. Para que fuera salvado Pedro y vuestra corona sea perfecta.

SYGNE: (Movimiento de ojos). EL CURA BADILON: ¿La mano? ¿Que vuelva a levantar mi mano y la ponga delante de

vuestros ojos? SYGNE: (Movimiento de labios). EL CURA BADILON: ¡Así toma el pobre cordero moribundo entre sus encías desarmadas la

mano que lo degüella! Pero no besáis mi mano, hija mía, sino lado Cristo en su sacerdote que unge y perdona; la mano del sacerdote consagrado, que os comulgó tan a menudo y que cada mañana levanta al Hijo de Dios. (Cae de rodillas delante del lecho). ¡Y ahora, por fin, puedo ser cobarde y mostraros mi corazón! Ningún hombre os amó como yo, con ese amor que la gente del mundo no entiende. Ya que el mismo Dios hablaba por mi boca y escuchaba por mis oídos. ¡Gloria a Dios que permitió que el alma más baja guiara a la más sublime! Y cuando os hincabais a mi lado, en el tribunal de la penitencia, yo me maravillaba y prosternaba ante vos desde el fondo de las tinieblas. ¡Ay de mí! ¡Tenía una sola hija y la han degollado! Recordad a vuestro pastor, ovejita, que tantas veces os dio el alimento celeste que veníais a buscar entre sus manos. (Un silencio).

SYGNE: (Con una sonrisa amarga, que se acentúa poco a poco), ¿Tan santa? EL CURA BADILON: ¿Y existe amor mayor que el de dar su vida por los enemigos? SYGNE: (Sonríe). EL CURA BADILON: ¿No os echasteis delante de vuestro esposo para resguardarlo? SYGNE: (Casi no se le oye). Demasiado buena... EL CURA BADILON: ¿La muerte? ¿Qué decís? (Se inclina sobre ella). SYGNE: (Mueve los labios). EL CURA BADILON: “Algo demasiado bueno para dejárselo”. ¿Y pensáis conocer vuestras

intenciones mejor que Dios? (Un silencio, Ella empieza a respirar trabajosamente). Pero ya sé que lo perdonasteis. (Un silencio. Signo negativo de ella). Sygne, ahora que vais a comparecer ante Dios, decidme que lo perdonasteis. (Signo negativo). ¿Queréis que os haga traer a vuestro hijo? (Signo negativo). ¿Qué queréis? ¿Me oís, Sygne? ¿Vuestro hijo? SYGNE: (Con voz clara): No. (Un silencio. Comienza la agonía).

EL CURA BADILON: (Se levanta). La muerte se acerca, alma cristiana. Haced conmigo la recomendación y los actos de esperanza y caridad.

SYGNE: (Signo negativo). EL CURA BADILON: ¡Sygne, soldado de Dios! ¡De pie! ¡De pie hasta el último momento! SYGNE: Está todo agotado. EL CURA BADJLON: Coûfontaine adsum! SYGNE: Está todo agotado. EL CURA BADILON: ¡Jesús, hijo de David, adsum! (Silencio. Empieza el estertor). “Todo está

agotado hasta el fondo, exprimido hasta la última gota.” (Un silencio). Señor, ten piedad de esta niña que me distéis y que os doy a mi vez. Elías, os suplicó en el terrible secreto de la última hora. Señor, en quien los siglos son como un solo instante que no puede dividirse, apiadaos de estas dos almas que van a comparecer ante vos al mismo tiempo y que hicisteis hermanas; y recibid la sangre vertida. (Sygne alza los dos brazos en cruz con violencia detrás de su cabeza; luego, cae sobre la almohada y muere con un vómito de sangre. El cura Badilon le seca piadosamente la boca y el rostro. Después, estalla en sollozos y cae de rodillas al pie del lecho).

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ESCENA V

Detrás de las ventanas, y siguiendo a Toussaint Turelure, aparecen un hombre que lleva una linterna de caballeriza y luego cuatro más que traen sobre la hoja de una puerta desarmada el cuerpo de Coûfontaine debajo de su abrigo. Entran.

TOUSSAINT TURELURE: ¿Cómo sigue la señora, señor cura? (No recibe contestación).

Señora... (Toma la linterna y la acerca al rostro de la muerta. La examina; luego, pone la linterna en el suelo y se persigna. A los hombres que han quedado atrás). ¡Avanzad! ¡Que traigan aquí el cuerpo de mi primo y lo acuesten sobre esta mesa, al lado del de mi mujer! Para que ambos Coûfontaine descansen uno al lado del otro, y que quienes fueron separados en vida tengan el mismo lecho de muerte y el puño cerrado se pose sobre la mano abierta. (Así lo hacen; extienden a Coûfontaine al lado de Sygne, y los cubren con la bandera de la flor de lis. Pero la mano abierta de Sygne cae de la sábana sin que sea posible colocarla otra vez debajo. Sobre una mesa, a la cabecera del lecho y cubierto con una toalla ponen un crucifijo entre dos candelabros que se encienden, y un balde de agua bendita con el hisopo. Entretanto, afuera, se ha hecho cada vez más claro el ruido de un ejército en marcha y de tropas interminables que desfilan. Ruidos de caballos, redobles de artillería y de los furgones. Luego, de pronto, ruido de cascabeles y un carruaje tirado por caballos a toda carrera que se detiene delante de la casa. Gran alboroto. Las puertas se abren con violencia y toda la casa se llena de luz. De pronto, parece que arrancaran la puerta de dos hojas y se oye un grito fuertísimo: “¡El Rey de Francia!” a tiempo que entran dos criados con velones, y detrás de ellos el rey. Turelure se adelanta a su encuentro). ¡Señor, sed bienvenido a vuestro propio reino! (Se arrodilla y le besa la mano).

EL REY DE FRANCIA: Levantaos, señor. Me es agradable reconocer en vos al más útil de mis súbditos. (Mira a su alrededor. Detrás de él entran su hijo, su hermano y los oficiales de su séquito).

TOUSSAINT TURELURE; ¡Que Vuestra Majestad se digne disculpar el desorden de esta casa! EL REY DE FRANCIA: Es semejante al de Francia. ¡Pobre vivienda! Desde los cimientos hasta

la buhardilla no ha quedado nada en su lugar. Todo ha sido militarizado. Pero traemos la paz con Nosotros. (Murmullo halagador en el séquito. El rey divisa el lecho fúnebre ante el cual sigue orando Badilon y arquea ligeramente la ceja hacia Turelure, en interrogación; lo mira por vez primera).

TOUSSAINT TURELURE: Que Vuestra Majestad me disculpe si no puedo disimularle mis duelos domésticos.

EL REY DE FRANCIA: ¿Quién es? TOUSSAINT TURELURE: Mi mujer, que desciende de la sangre de Francia más pura y leal. EL REY DE FRANCIA: (Reconociendo las armas). Coûfontaine adsum. ¿Y quién es el otro

muerto? TOUSSAINT TURELURE: Jorge Agenor, mi primo, vuestro fiel servidor y teniente; ambos

cayeron al mismo tiempo. Un malentendido espantoso; el horror de esta crisis repentina. (El Rey se acerca al lecho y lo rocía con agua bendita. Luego pasa el hisopo a su hijo, quien lo imita; después, a su hermano y gente del séquito. Turelure, compungido, es el último en cumplir el rito).

EL REY DE FRANCIA: (De regreso al centro de la escena). Sabré reconocer este servicio y la sangre vertida por mi causa.

TOUSSAINT TURELURE: Se extingue un apellido noble. EL REY DE FRANCIA: No se ha extinguido. Sé que tenéis un hijo. (Entra un ujier, que dice algo

al oido a Turelure). TOUSSAINT TURELURE: Señor...

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EL REY DE FRANCIA: Os escucho. TOUSSAINT TURELURE: Los Cuerpos del Estado se han dado cita en esta casa para saludar a

Vuestra Majestad. EL REY DE FRANCIA: Está bien. Les daré audiencia inmediatamente. TOUSSAINT TURELUKE: (Señalando hacia la izquierda). Aquí, a la izquierda, las delegaciones

del Cuerpo Legislativo, del Consejo de Estado, de los Tribunales y del Senado Conservador. EL REY DE FRANCIA: Que abran la puerta. (Se abren las dos hojas de la puerta. Ruidos por

derecha). La derecha. TOUSSA1NT TURELURE: A la derecha, los obispos de Francia, que se arrojan a los pies de

Vuestra Majestad. Sabéis que el Usurpador convocó aquí un concilio para determinar las libertades de la iglesia galicana bajo la guardia de los gendarmes.

EL REY DE FRANCIA: De Pradt y Talleyrand podrán presentarme a esos señores. Que abran la puerta. (Se abre la puerta de la derecha. Entra un ujier y habla a Turelure).

TOUSSA1NT TURELURE: Señor, la delegación de mariscales de Francia pide ser presentada a Vuestra Majestad.

EL REY DE FRANCIA: ¡Que entren! (Entra la delegación de mariscales). EL DECANO DE LOS MARISCALES: Señor, el ejército se siente dichoso de poder rendir

homenaje a su soberano. (Saluda). EL REY DE FRANCIA: (Le toma amablemente las manos, como si aquél hubiera querido

hincarse en el suelo). ¡Levantaos, señor! El rey de Francia se siente orgulloso de ver vuestras espadas alrededor de su trono restablecido. No las entregáis al extranjero, sino al rey de Francia, Luis, vuestro rey, que es solamente (Con majestad) la paz. (Semi-pausa). ¡Guardad la gloria! Es vuestra y no os será quitada. Y si hay que sufrir algún oprobio para salvar al pueblo lo asume sólo el rey, como corresponde a un padre de familia. Vuelvo para arrojarme entre mi pueblo y el enemigo. Vuelvo a vosotros, no con, sino a través de vuestro enemigo, en esta hora en que Francia está herida y mis manos no tienen armas y no saben manejar ninguna. Y es verdad que sufrimos violencia. Pero considerad con justicia que Europa no puede prescindir de Francia, y el imperio que se había creado no era ya Francia, ni su medida ni su forma. Y no se hallaba extendido, digo, sino disminuido.

EL DECANO DE LOS MARÍSCALES: Somos vuestros soldados leales y los más fieles de vuestros súbditos.

EL REY DE FRANCIA: Quedaos y sed Nuestros testigos. (Se adelanta al centro de la habitación y se inclina un poco hacia la derecha, luego hacia la izquierda y dice con voz fuerte). Y todos vosotros, obispos, oficiales y Cuerpo del Estado, a quienes he recibido, sed testigos de este acto que voy a cumplir. (Vuelve hacia la mesa que se ha preparado, donde hay dispuestos candelabros, plumas, pergaminos, lacre y el gran sello de Francia. Entran el rey de Inglaterra, el rey de Prusia, el emperador de Austria, el emperador de Rusia y el nuncio del Papa). Señores hermanos, sed bienvenidos a mi reino y recibid las gracias por vuestros leales servicios. Soberanos de Europa, sed testigos de este nuevo contrato que va a firmar el rey de Francia, con su pueblo. (Se vuelve con lentitud hacia la ventana, donde advierte algunas manchas rojas). ¿Qué humareda es esa?

TOUSSAINT TURELURE: Nada. Arden unos barrios malos de París. ¡Una buena limpieza! Algunas malas cabezas a las que el señor de Ragusa acaba de hacer entrar en razón. Y la lea de la Revolución se apaga en forma hedionda y con humo.

EL REY DE FRANCIA: (Con desprecio). Esas extravagancias han llegado a su fin. (Se sienta con pesadez). Y el rey, con Francia, vuelven otra vez según el orden legítimo. (Se sienta detrás de la mesa entre los dos candelabros. A su izquierda, Turelure; a su derecha, el Delfín y el Gran Canciller; detrás, los soberanos; adelante, agrupados en las ventanas, los mariscales. A derecha e izquierda, los obispos y cuerpos del Estado, que rebasan ambas puertas abiertas. El rey pasea sus ojos lentamente por la Asamblea; luego, se dirige a Turelure). ¡Señor conde!

TOUSSA1NT TURELURE: (Riendo con sorna). ¡Soy conde! EL REY DE FRANCIA: ¿Queréis buscar unas sillas para sus Majestades? Telón

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FIN

VARIANTE ACTO TERCERO

ESCENA IV

Entra Toussaint Turelure, toma a Signe bajo el brazo y la sienta en un sillón grande y profundo. Él se sienta delante de ella y la mira fijamente.

TOUSSAINT TURELURE: Buenas tardes, Sygne. (Ella intenta hablar y no puede). ¿Me oís?

¿No podéis hablar? Hablad, puedo leer las palabras en vuestros labios. (Ella habla sin ningún sonido). ¿Muerto? ¿Si Jorge ha muerto? (Signo afirmativo). Tengo el sentimiento de deciros que sí. (Palabras sin sonido). ¿El sacerdote? Os repito que ha muerto. Demasiado tarde. Ya es demasiado tarde. La bala le dio en la frente. Ha muerto. Pero yo estoy con vida. (Un silencio). Gracias a vos, Sygne querida... Sin sacerdote, sin confesión... Y con tales disposiciones que nos permiten conservar dudas en cuanto a su salvación. ¿Qué? No puedo entender. ¿Infinita? ¿La misericordia de Dios es infinita? Es cierto, la misericordia es infinita. También la justicia. “Nescis vos” está escrito: “No sé quién Sois”. Así habla el Padre. (Un silencio). Por más que digáis que no. (Un silencio). ¡Pero cuánto agradecimiento os debo, Sygne! Salváis mi vida al precio de la vuestra. ¡Oh, misterios del amor conyugal! ¡Que sacrificio digno de la antigüedad! De vos podrá escribirse como de Ruth: “Olvidare a mi país y tus dioses serán mis dioses”. ¿Qué es un hermano para vos al lado del esposo que habéis elegido? ¡Ah, quiero que estéis en donde esté yo en lo sucesivo y que nuestros huesos descansen juntos en el mismo monumento! ¿Todavía no? ¡Pero os digo que sí! Y soy el más fuerte. Os conozco mejor que vos misma, y esta última acción os revela, al fin. El amor es un lazo más fuerte que la sangre, ¿y quién puede conoceros mejor, querida Sygne, que este esposo vuestro para quien se abrió el secreto de vuestro cuerpo virginal? (Un silencio). Vuestro sacrificio no ha sido en vano. El rey vuelve a Francia. (Un silencio). El rey está aquí de nuevo y soy su primer ministro. (Un silencio). Coûfontaine renace en nuestro lujo querido. ¿Queréis verlo y besarlo? (Señal negativa). ¿Cómo? ¿No queréis ver a nuestro hijo? (Señal negativa). Es grave. (Un silencio). Es inútil disimularlo, Sygne. Temo que para vos también ha llegado la hora de la muerte. El abate Badilon no está lejos. ¿Debo hacerlo venir? (Un silencio). ¿He comprendido bien, Sygne? ¿No decís nada? (Silencio). Te mantienes firme. Pero no puedes disimular las lágrimas que caen de tus ojos. (Silencio; ella llora). ¿Creéis que no os comprendo? (Silencio). No queréis perdonarme. No queréis que este sacerdote os imponga el perdón. Queréis darme vuestra vida, pero la muerte es demasiado buena para dejármela. Perdonarme, no. ¡Y sin embargo, es la condición necesaria para vuestra salvación! (Silencio. El prosigue con lentitud, como si deletreara sobre los labios de Sygne). ¿”No puedo más” decís? (Silencio). “Todo está agotado, hasta el fondo.” “Exprimido hasta la última gota.” No, todavía no. Queda el deber. Dejadme conjurarlo en nombre de vuestra salvación eterna. Es verdad. Es un escándalo que no creáis en esto más que vuestro hermano. (Silencio. Signo negativo). ¿Tanto odio me tenéis? ¿Qué fue nuestro matrimonio, entonces? El matrimonio es un sacramento. El matrimonio no lo crea el sacerdote, sino el consentimiento. Y el sí es una materia de comunión permanente, como el pan de la eucaristía. ¿Cuánto más completo ha de ser al hacer de dos almas una misma y sola carne? Un gran sacramento, dice el Apostol. (Silencio). ¿Qué debo pensar del sí que me disteis, Sygne? ¿Eran rectas vuestras intenciones? Excusas. ¿Era para salvar al Papa? No. Ningún bien disculpa un acto malo. Ninguno. (Silencio). ¿Me oís, Sygne? Si, todavía me oís. ¡Ah, no te doblegas, mujer orgullosa! (Silencio). No supiste cumplir del todo tu sacrificio y

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retrocedes en el último instante. ¡La condenación, Sygne! ¡La privación eterna del Dios que te creó y que también me creó, a Su imagen! ¡Si, aunque te niegues a perdonarme! De Dios que te llama en el instante supremo y te intima, a ti, la última de tu raza. ¡Coûfontaine! ¡Coûfontaine! ¿Me oyes? ¿Cómo? ¿Te niegas? ¿Traicionas? ¡Levántate, aunque estés ya muerta! ¡Te llama tu señor! ¿Cómo? ¿Desertas? ¡Levántate, Sygne! ¡Levántate, soldado de Dios! Y dale tu guante. ¡Como entregó Rolando en el campo de batalla su puño al Arcángel San Miguel! ¡Levántate y grita ADSUM! ¡COÛFONTAINE ADSUM! (Ella hace un esfuerzo desesperado para levantarse y cae sobre el sillón. Turelure dice más bajo, como asustado). ¡Coûfontaine Adsum! (Un silencio. Trae una vela y pasa la luz ante los ojos de ella, que quedan inmóviles y fijos).

FIN 1. Habla con una voz clara y melodiosa, con ciertas notas de sonoridad rara y casi molesta. 2. Habla sin prisa, con una voz siempre igual y de tono un poco bajo, como medido.

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EL PAN DURO

DRAMA EN TRES ACTOS

(SEGUN LA EDICION DE 1918)

PERSONAJES:

TURELURE SICHEL LUMIR LOUIS ALI HABENICHTS

NOTA DEL AUTOR

En este drama, que tiene como parte de su terna la ruptura de las barreras y el encuentro de las razas, los judíos no podían no figurar. Es a ellos tal vez que esta licencia de su antiguo sujetamiento ritual y jurídico, su relevamiento de su puesto de testigos, plantea la cuestión más grave. Si Ali y su hija parecen antipáticos al lector, no más que mis otros personajes, yo no quiero que se vea allí de mi parte el indicio de algún juicio general y sumario. Ellos son allí figuras dominadas por el drama, nada más, y del cual yo no he sido más que el primer espectador. El hecho judío es demasiado importante a los ojos de Dios, para que sea posible tratarlo de esta manera episódica.

Agrego que es entre los judíos que yo he encontrado algunos de mis mejores amigos. No querría ser causa de pena para ninguno de ellos, para ninguno de esos verdaderos israelitas cuyos hijos y hermanos han vertido su sangre por Francia, y les pido no juzgar mis intenciones prematuramente.

PAUL CLAUDEL

Et dixi: Non pascam vos; quod moritur, moriatur; et quod succiditur, succidatur: et reliqui devorent unusquisque carnem proximi sui.

ZACH, proph XI 9

Insipientes, incompositos, sine affectione, absque foedere, sine misericordia.

Romanos I, 31

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ACTO PRIMERO

ESCENA I

La antigua biblioteca del monasterio cisterciense de Coûfontaine, tal como es descripta en el Acto I de “El Rehén”. Todos los libros han sido retirados de los estantes y se los ve en pilas aquí y allá sobre el piso. Desorden y polvo; en las ventanas por partes, vidrios reemplazados por papel. El gran crucifijo de bronce ha sido bajado, se lo ve apoyado contra la pared. En su lugar y arriba, el retrato del Rey Luis Felipe, en uniforme de la Guardia Nacional, gruesas charreteras y pantalón de casimir blanco. Afuera noviembre. Al levantarse el telón, Sichel y Lumir (I) sentadas. Lumir en traje de hombre, gran levita con galones. Se escucha a Turelure que perora en la habitación vecina.

VOZ DE TURELURE:... La monarquía constitucional; tradicional por su principio, moderna por

sus instituciones! (Aplausos). SICHEL: Soy yo quien ha encontrado esa frase que siempre tiene éxito, la emplea para todo. VOZ DE TURELURE: Tu ta ta ta ta ... el desarrollo de los recursos nacionales que camina a la

par del progreso de las luces y de una sabia libertad! Y esto me lleva, señores, al acontecimiento que es el objeto de nuestra reunión. ¡Hoy la vía férrea toca Coûfontaine. Mañana, por el valle del Marne, más allá de los Vosgos, alcanza el Rhin, va al encuentro del Oriente! Nuestra mano más allá de las fronteras va a tomar aquella que nos tiende la Alemania fraterna. ¡Ah, perdonad su emoción a un viejo militar! Lo que nuestra juventud ha soñado, lo que no han podido hacer nuestras armas y el gen de un gran hombre, la ciencia lo realiza! De un país al otro se hace en paz el intercambio de los productos, de las ideas y de los más nobles sentimientos. Y para nuestros camq mismos, qué porvenir! Nuestra agricultura encuentra fáciles salidas, todo entra en exp tación, las ciudades superpobladas se despueblan en beneficio de los campos, y les envian alegres batallones de trabajadores! No más descanso, no más brazos desocupados!, la industria enciende por todas partes sus hogares, por todos lados se levantan las chimeneas de los ingenios! Y yo también, señores, yo mismo, sí, quiero dar el ejemplo. Esta tierra, es casa, este bien hereditario de nuestra antigua familia, quiero consagrarlos al desarrollo de nuestras fuerzas económicas. Este monasterio va a convertirse en una papelería. Allí, donde en otro tiempo bien intencionados eclesiásticos, a los cuales los más viejos de entre vosotros recuerdan sin duda con ternura, elevaban en honor de la Divinidad una voz respetable. P? inútil, va a resonar el ruido alegre de las máquinas y de las tolvas. El trabajo no es la me de las plegarias, aquélla que es la más agradable al Creador? Sí, pero, ¿a quién debemos nosotros estos beneficios?, ¿a quién señores?, no lo olvidemos: al Soberano reparador, c salvando a Francia de vanas agitaciones de la demagogia, ha venido definitivamente a implantar sobre nuestro suelo la Monarquía Constitucional, tradicional por su principio moderna por sus instituciones! (Silencio, luego débiles aplausos).

SICHEL: Se olvida que ya lo ha dicho. VOZ DE TURELURE: Señores, levanto mi copa en honor de Su Majestad Luis Felipe Primer

Rey de los Franceses! Viva el Rey y su augusta familia. (Aplausos, murmullos). SICHEL: Me diréis que esto no os devuelve vuestros diez mil francos. LUMIR: Paciencia, los tendré. SICHEL: ¿Creéis que diez mil francos, surgen como tal absolutamente solos?

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LUMIR: El Sr. Conde es rico. SICHEL: No tanto como creéis. Su desorden iguala su avaricia. Que sólo le gana a su

improbidad. ¡Ah, es un gran señor! ¿Y creéis que porque uno es rico, uno tiene tanto dinero como ese para dar? Vuestra simplicidad me asombra. Más trabaja el dinero, más difícil es apartarlo. Todo es retenido por adelantado. Y no es cuando va construir esta papelería que puede quedarse sin efectivo.

LUMIR: Sé que él ha cobrado dinero de vuestro padre. SICHEL: Sí, ¿sabéis eso? Es verdad él ha recibido veinte mil francos. LUMIR: Por la propiedad de Arbre Dormant. SICHEL: ¡La antigua mansión de los Coûfontaine! ¡Una linda compra que hizo mi padre!

¡Algunos trozos de paredes en ruinas y campos de arena! más, un molino. LUM1R: Pero es allí donde se va a enganchar el empalme de Rheims. SICHEL: Estáis bien informada. LUMIR: Tendré pues, esos veinte mil francos. SICHEL: ¿Son veinte mil francos ahora lo que os hacen falta? LUMIR: Diez mil francos que he prestado. . Y diez mil francos que necesita Luis para el

vencimiento. SICHEL: ¿Eso puede sacarlo de apuros? LUMIR: Y permitirle esperar la cosecha que será buena, -ha llovido- Y sus ingresos para

provisiones al Cuerpo de ocupación. SICHEL: ¿En serio? ¿Luis ha hecho algo allí? LUMIR: ¡Trescientas hectáreas a las puertas de Argel conquistadas sobre los pantanos de la

Mitidja! Que comenzaron a rendir. Nuestro padre no va a dejar pasar todo ello a los judíos por diez mil francos.

SICHEL: ¿Decís: nuestro padre? LUMIR: Luis me desposa, lo sabéis. SICHEL: Lo sé, me lo ha escrito. LUMIR: ¿Él os escribió? SICHEL: ¡Pobre muchacho!, tengo simpatía por él, él lo sabe. Le rindo los servicios que puedo. LUMIR: Bien le debéis eso. SICHEL: ¿Cómo es que le debo eso? LUMIR: Toda su fortuna ha pasado a las manos de vuestro padre. SICHEL: ¿Es culpa o de mi padre, si el Sr. Capitán Luis Napoleón Turelure Coûfontaine se ha

metido en la cabeza conquistar los pantanos de la Mitidja (trescientas hectáreas a las puertas de Argelia)? Yo digo que él le debe reconocimiento al viejo Habeniehts. Y además, el dinero no ha salido de la familia.

LUMIR: Lo sé. SICHEL: Vuestro padre, como decís, no es absolutamente ajeno a las pequeñas operaciones del

mío. LUMIR: Es por lo que yo debo tener mis diez mil francos. SICHEL: ¿Contáis para ello con mi ayuda? LUMIR: Señora, me permito solicitársela. SICHEL: No soy señora. LUMIR: Sichel... SICHEL: ¡No soy Sichel! Es el viejo quien me llama así. El no recuerda ningún nombre, mitad

insolencia, mitad imbecilidad, y nos rebautiza a todos. Si puedo decirlo. Es así como de mi padre ha hecho Alí Habeniehts, -eso le da el justo punto de Oriente y de Galicia, dice-, Y de mí que soy Raquel, Sichel, que está en alemán Hoz en el cielo claro del mes nuevo. Bueno, eso así va bien.

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LUMIR: Sé que podéis todo aquí. SICHEL: Soy la dueña, ¿no? LUMIR: Si no lo creyera ¿por qué estaría aquí? SICHEL: Virtuosamente acompañada de nuestra vieja tía de Giodno, la inefable señora

Kokloschkine. Estáis elegante con esas ropas de hombre. LUMIR: Es más cómodo para el viaje. SICHEL: Está bien tratarme así como amiga. Sois joven, pero razonable. No haréis más que un

casamiento razonable. No os había creído tan apegada al dinero. LUMIR: Ese dinero no es para mí. SICHEL: Veo. Es una pobre cajita revolucionaria. Es con eso que se va a rehacer Polonia y

rescatar del museo de Dresde el sable de Sobieski. LUMIR: De ningún modo ésta Polonia, señorita Habeniehts, otra. SICHEL: ¿Cuál? LUMIR: (Bajando los ojos). Una nueva Polonia. SICHEL: ¿Donde? LUMIR: Más allá de aquí. Hecha de aquellos que han muerto por ella. SICHEL: Sin esperanza. LUMIR: Muertos sin ninguna esperanza. (Silencio). SICHEL: Para vosotros, que viviréis satisfactoriamente en esta bella propiedad, bajo el sol de

Argelia. LUMIR: En principio, yo debo llevar este dinero allí. SICHEL: ¿Es tan seguro que volveréis? LUMIR: (Mirándola). Puede ser. (Silencio). SICHEL: (Pensativa, los ojos bajos). Vosotros tenéis aún una patria sobre la tierra. Tenéis un

lugar que es vuestro por derecho, no de otros. No se os ha extirpado. Pero nosotros, Judíos, no hay siquiera un pequeño trozo de tierra tan pequeño como una moneda de oro, sobre la cuál podamos poner el pie y decir: es nuestro, es nuestro, es lo de nosotros, esto ha sido hecho para nosotros. Solo Dios solo es nuestro. ¡Qué singular historia! La toma de Jerusalén (¡Buen Dios!, ¿quién es el que se ocupa de Jerusalén?). Y a causa de ello no hay hombre vivo, si salgo de los de mi raza, que me tienda la mano y me diga con agrado: “Ven, Se mía. Tú eres mi mujer”. Somos rechazados por toda la humanidad, y es de ese rechazo que estamos hechos. Y yo sé, sí, hay esta otra historia, éste ... (Señala el crucifijo sin mirarlo). Y bien, este no es el único error judicial que se haya cometido. ¿Y era un error? ¿Es que se podía permitir que él se diga Dios? Es una blasfemia, dice mi padre. Y es además una mentira, pues no hay Dios.

LUMIR: Su sangre ha recaído sobre la vuestra. ¡La sangre! Es una cosa importante la sangre. Deberías conversar sobre ello con mi tía, ella sabe mucho de eso. Ese momento, ha sido para vosotros como un nuevo nacimiento, dice ella, una concepción por sobre la otra, un segundo pecado original, el inverso de la bendición de Abraham.

SICHEL: ¡Es misticismo a la manera de Grodno! ¿Qué habláis de sangre? Nosotros estábamos allí antes que vosotros y somos los primogénitos. ¿Quiénes sois al lado nuestro? Cuando podéis remontar a diez generaciones, salidos de sangres más entrecruzadas que los perros, ¡Vosotros os decís nobles! Perú sólo nosotros somos puros, ¡en línea recta desde la creación del mundo! Es a nosotros a quien debéis todo y vosotros nos excluís.

LUMIR: Yo no pido salir de mi raza. SICHEL: Y yo, pido salir de la mía, ¡arrancarme de este gheto donde se nos tiene sofocados!

¡Mis padres han creído en Dios y han confiado en el Mesías, es su rol desde la creación del mundo y ellos no han cambiado, aparte, de pie bajo el árbol de siete ramas, en una fe y en una esperanza empedernida! ¡Pero yo no creo en Dios, y no espero más que en mí misma, y sé que no hay más que una vida, soy una mujer, y quiero tener mi lugar con el resto de la humanidad, y para ello estoy lista a hacer todo, a dar todo y a traicionar todo! Solo es una cuestión de tiempo. ¿Pensáis que vuestra Polonia me interesa? Regocijaos que hay una

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frontera de menos. No hay Polonia, no hay judaísmo, no hay más que hombres y mujeres vivos, nada de Dios y el mismo derecho para todos. Dios no está, no hay Mesías a esperar, se nos ha engañado y nuestra esperanza ha sido vana. Es por lo cual las cosas que existen son importantes y yo no seré excluida de ellas.

LUMIR: Nadie os disputa vuestro Par de Francia. SICHEL: ¿Porqué, pues, Estáis aquí? LUMIR: Sólo depende de vos que yo parta. SICHEL: No. El Sr. Conde está en esa edad en la que uno quiere ser amado por sí mismo. Y

obtendréis todo de él, pues él ama a las mujeres, ¡ah, es un verdadero francés! Exceptuado el dinero. ¡Fuera, no le habléis para nada de dinero! ¡Es bajo!

LUMIR: Sichel, si yo obtengo ese dinero que me es debido, no regreso a Argelia. Lo ve, la he comprendido.

SICHEL: No entiendo lo que decís. LUMIR: ¡Sois vos que me empujáis! Digo que obtendré ese dinero por todos los medios. Yo lo

tendré. Y que es peligroso para vos que yo me quede. SICHEL: ¿Qué pensáis hacer? LUMIR: ¿Creéis que no conozco el corazón de un padre como el Sr. Conde? Soy la novia de su

hijo. SICHEL: ¡Y ciertamente, veo que lo amáis! LUMIR: El honor y el deber ante todo. SICHEL: ¿Es el honor y el deber los que os empujan a seducir a un viejo imbécil? LUMIR: Si. SICHEL: ¿Y a traicionar a aquél que os ama? LUMIR: Mostradme las cartas que el capitán os ha escrito. SICHEL: Pienso que él os ama sinceramente. LUMIR: También yo lo amo. SICHEL: No tanto como esos diez mil francos a recuperar. LUMIR: Se los he dado. SICHEL: Prestados. LUMIR: Le he dado mi vida. SICHEL: Prestada a gruesos intereses. LUMIR: Hemos hecho bastante. No tengo el derecho de ser más generosa hacia este francés. Es

mi hermano quien le ha salvado la vida, trayéndolo todo ensangrentado de la brecha de Constantina. Y fui yo enseguida quien lo ha cuidado. Fuimos mi hermano y yo quienes lo ayudamos mientras él comenzaba sus desmontes, y yo le atendía su casa. Ahora mi hermano está muerto y otros deberes me requieren.

SICHEL: Yo no os encuentro en nada tan bella. LUMIR: Bastante como para desposarme. SICHEL: ¡Qué ojos! Cuando los tenéis bajos, todo está tan cerrado, que uno diría que no estáis

más allí. Y lo más a menudo ellos están fijos y tranquilos como los de un niño, tan serios que al Sr. Conde mismo lo han perturbado. Pero cuando ellos ennegrecen y se cargan de furia y se ve el alma allí dentro que arde... Es de esos ojos sin duda que él está prendado...

LUMIR: Os engañáis. No son mis ojos los que él ama. (Silencio). SICHEL: Lumir, el Conde está viejo y considero que ha vivido bastante. LUMIR: ¡Quiera el cielo que su suerte y este injusto dinero estuviesen entre mis manos! SICHEL: O entre las mías, ¡así sea! Pero pienso que no corresponde a los muertos enterrar

eternamente a los que viven. LUMIR: Él está allí y nosotros no podemos nada. SICHEL: Más de lo que pensáis. LUMIR: ¿Me aconsejáis un crimen? SICHEL: Yo no llamo a ello un crimen. Cuando un hombre nos niega lo que nos debe, denuncia

todos nuestros pactos con él, estamos en estado de guerra. Cada uno no tiene más que servirse de las armas que puede, con sus riesgos y peligros. Y ¿quién se sorprendería si el Conde una bella noche recibiera una bala en la cabeza? Él es terrible con los cazadores y todos sus criados lo odian.

LUMIR: (Con una dulce sonrisa). Ejecutadle, pues, vos misma.

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SICHEL: Todo el mundo lo puede, yo no. Y además soy una mujer. LUMIR: Yo tampoco puedo. SICHEL: Es verdad. Hay otros medios, yo le conozco, heme aquí, dos años en los que no tengo

otra cosa que hacer más que mirarlo. Es viejo tiene miedo, miedo de la muerte. Se hace el valiente todavía, pero el médico dice que el resorte que anima esta gran carcasa está limado. ¿Habéis visto como está delgada la piel de su cráneo? Uno ve debajo la cabeza de muerto: El mismo color amarillento, del que hay un montón cerca de la casa del jardinero. Una violencia, una emoción y estalla, (“¡claque la berloque!”). Sabe eso y tiene miedo. Siempre hay algo que hacer con un hombre que tiene miedo. Casi todos los hombres tienen miedo de algo. Es por eso que no se atreve a echarme.

LUMIR: ¡Tierna unión! SICHEL: ¿Creéis que sea por amor por mí que él me tiene apresada? ¡No, no lo adivinaréis

jamás! ¡Es para impedirme hacer música! Es incapaz de resistir a un cierto espíritu de farsa y terquedad. Yo era una artista, conocida en el mundo entero, conocéis mi nombre. ¿Creéis que desde hace dos años me impide tocar un piano? Soy una tenedora de libros y me ha reducido en esclavitud como a los viejos Israelitas. Y he pensado al principio que me desposaría, pero pronto he debido renunciar a esta encantadora esperanza. Os digo que sólo consentirá en morir si así tiene el sentimiento de jugarle una bribonada a alguien. Y no puedo sacar un céntimo de él; no más para mí que para vos.

LUMIR: Que él muera, y os quedará el hijo. SICHEL: ¡Y para vos la Santa Polonia! LUMIR: He cometido un crimen y debo repararlo. Mi hermano y yo, hemos prestado este dinero

tres veces sagrado. Es necesario que lo encuentre. Hasta entonces no puedo permitirme otra idea.

SICHEL: Nos hemos comprendido claramente, ¿no es así? Jugad vuestro juego, yo jugaré el mío, tengo mis cartas de triunfo también, ¡las dos contra el muerto! (Entra Turelure).

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ESCENA II

TURELURE: ¡Y bien!, ¿quién habla del muerto? SICHEL: Discutimos los principios del whist y el golpe de anoche: los débiles y los fuertes del

muerto. TURELURE: ¡Cáspita, pobre hombre! Heme aquí bien enmarcado entre estas dos finas

jugadoras. Vosotras me habéis derrotado completamente ayer y me habéis dejado rodando, sólo me faltaban los honores.

SICHEL: El señor Conde no está cerca de caer en eso. TURELURE: ¡Encantador! ¡Encantador! “Siempre el honor” es mi divisa.

“¡Siempre el amor!”, como decía el rey de Westphalia levantando su copa. De lo que los alemanes han hecho “¡Tschorlemor!”, que es una mezcla bien fresca de vino blanco y agua de selz.

SICHEL: Os dejo. Creo que la Condesa Lumir tiene necesidad de hablaros. TURELURE: ¡Querida Condesa! ¡Cuán amable sois de venir a visitarme en esta pobre casa!, ¡una

triste hospitalidad! Las paredes son sólidas y he tenido la tontería de arreglar el techo, hace dos años, pero todo está abandonado. Mirad esas pilas de libros de los cuales no puedo lograr desembarazarme. Sólo para llevarlos a Rheims se me pedirá más de lo que valen. Voy a hacer fuego con ellos. ¡Dueño!, todo esto va a cambiar con las máquinas y el ferrocarril. Ese estanque, esa represa que los monjes han hecho allá arriba para su pesca me dará la fuerza motriz. ¡Ah!, todo ello me cuesta mucho dinero, podéis decirlo. He debido vender nuestro bien de familia, es duro. ¡Vuestro padre ha hecho un buen negocio, Sichel! El aprovecha de mi privación.

SICHEL: ¿Está concluido? TURELURE: Aún no completamente. Quiero ver algunos planos, tomar ciertas seguridades.

¡Ah, es un hombre prudente! ¿Vos le conocéis, Condesa? Él ha tenido la oportunidad de obligar a nuestro pobre capitán.

LUMIR: Él le está reconocido por ello. TURELURE: Lo sé.

¡Sichel!, ¡Lumir!, ¿me permitís llamaros así?, ¿no voy a ser vuestro padre?, ¿se lo querrá un poco, a este vicio papá? ¡Qué feliz soy de veros conversar así como amigas! Lumir, esta mujercita será una hermana para vos. ¡Y para mí ella ha sido un ángel!, no, digo la verdad!, un ángel por el sentido que tiene de los problemas, ¡y más fuerza en el meñique que el gatillo de una carabina! Es como para la música, ¡que artista si la escucháis! ¡Decid que no puedo más lograr de ella que abra su piano! Ha sido el arte el primer lazo entre nosotros. ¡Si hubierais escuchado lo que hace el piano desencadenado bajo sus falanges de hierro y ese huracán de notas, uno escucha claramente cada una de ellas! ¡Sobre todo ese meñique, en el extremo de cada mano, ese meñique de acero que encuentra de repente la tecla y todos los puntos del teclado y la golpea con una implacable ubicuidad! ¡Estaba entusiasmado!, me he dicho: “¡es necesario que haga de ese meñique mi ministro y el Gobernador General del viejo Turelure!”. ¡Y he allí! Es ella quien saca de esta vieja alma todo lo que le queda de música. (Le besa la mano).

SICHEL: ¡Querido Conde! ¡Querido Toussaint! ¡Adiós, Lumir! ¡Coraje! Y vos, Toussaint, os ruego ¡haced lo que podáis!, amo tanto ese pobre Luis. (Sale).

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ESCENA III TURELURE: (Enviándole un beso). ¡Adiós, querida amiga! ¡Adiós, carroña, puedes reventar!

Heme aquí con vos, Señorita, y presto a escucharos. LUMIR: Temo caer mal en este día de fiesta y entre tantas ocupaciones. TURELURE: Yo estoy siempre ocupado. Y además, la inauguración ha terminado.

Allí, un tren adornado de follajes y banderas, conduce hacia París a mis invitados digirientes. ¡Ah, es una gran época! ¡Qué reclutamiento de azadones sobre toda Francia!, ¡qué hormigueo de carretillas! Otras cuatro vías como ésta partiendo de la capital hacia todos los rincones del país permiten a todos los ciudadanos reunirse en el mismo foro en algunas horas.

LUMIR: La línea del mediodía ya llega a Lyon y permitirá a vuestro hijo estar aquí en algunas horas.

TURELURE: ¡Cómo! ¿El viene? LUMIR: No sé, no tengo ninguna noticia de él. TURELURE: ¡Le he recomendado quedarse allí! Os había rogado escribirle. No lo necesitamos. LUMIR: Le he escrito. TURELURE: ¡No tengo nada que decirle! No quiero verlo. LUMIR: Eso significa buena suerte para el éxito de mi requerimiento. TURELURE: (Seco). ¿Siempre esos diez mil francos? LUMIR: Veinte mil, por favor. TURELURE: ¿Veinte mil, mi pequeño señor? ¡Como Estáis elegante en vuestra gran levita! LUMIR: Él tiene un importante vencimiento. Si no lo puede cubrir, se le embarga todo. TURELURE: ¿Tan mal está? Esos usureros son verdaderos árabes. LUMIR: Se dice que vos Estáis de acuerdo con ellos.

Es así como le habéis retomado los bienes de su madre. TURELURE: Es falso, quiero decir es verdad. Pero ¿qué tiene de malo?

Coûfontaine no es ni de él ni mío. Es el bien de la familia. ¿Qué tiene de malo que yo haya querido protegerlo de las fantasías de un prodigo?

LUMIR: No lo empujéis a la desesperación. TURELURE: Le queda el ejército. Recuperará su grado.

Soy un padre ¡qué diablos! Lo amo. Decidle que lo amo. Decidle que me intereso por su progreso.

LUMIR: Es dinero lo que él quiere. TURELURE: (Con disgusto). El dinero, ¡ah! LUMIR: Él está dispuesto a daros ocho por ciento. TURELURE: ¡No!, es prestarle un mal servicio el alentarlo en esta empresa absurda. No hay nada

que hacer en Argelia. Nada de dinero. LUMIR: (Bajando los ojos). Yo querría el mío también. TURELURE: No soy yo quien lo ha tomado. LUMIR: (Levantando los ojos hacia él). ¡Haced esto por mí, Señor Conde!, TURELURE: Bueno. Me gusta más este tono. LUMIR: Yo no os creía tan malvado. TURELURE: ¡Cien veces no! Yo soy un muy buen hombre. Dulce, dulce, flojo, Blando como un

puré de zapallo. LUMIR: Podéis bromear, pero eso es más cierto de lo que vos sospecháis. TURELURE: ¿Cómo?, ¿no os doy miedo? Siempre se me ha dicho que tenía el aspecto de un

lobo. LUMIR: (Con dulzura). Yo os encuentro el aspecto de un carnero. Un verdadero Champenois ¡y

la parte baja de la cara es tan graciosa! Vuestros dos labios son como dos marionetas que se persiguen y que dicen todo lo que pensáis cuando ni pensáis en ello.

TURELURE: (Molesto). Gracias, os olvidáis a quien habláis. LUMIR: Señor Conde, yo sé lo que os debo.

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TURELURE: Y entonces yo no os debo nada.

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LUM1R: No os pido deberme algo. TURELURE: Señorita mi niña, mi pequeño hombrecillo, es mejor que yo os saque bien pronto

algunas ideas de la cabeza. Yo no os devolveré esos diez mil francos.

LUMIR: Me habéis hecho esperar otra cosa. TURELURE: La política de Su Majestad ha cambiado. LUMIR: ¡Como! ¡Es una cuestión de política! TURELURE: Días atrás, no estábamos de lo mejor con vuestro legítimo soberano, es el Zar al

que me refiero. Una pequeña conspiración en Varsovia... ¡Ay!, mi Dios, no había sido tan malo hacérsela sentir.

LUMIR: Y en caso de necesidad, se ganaba el reconocimiento de mi legítimo soberano dándole algunas indicaciones benevolentes.

TURELURE: Como vos digáis ¡y bien!, nuestra política ha cambiado. Polonia no nos interesa. Esas personas sólo son amotinados.

LUMIR: ¡Cómo los héroes de las Tres-Gloriosas! TURELURE: ¡Honor a esos defensores de la Constitución! LUMIR: ¿Respetáis las leyes? TURELURE: Cada uno su rol. El mío es hacerlas. LUMIR: Está bien. No me queda pues más que partir. TURELURE: ¿Adónde? LUMIR: Allí. Es preciso que rinda mis cuentas, por mi hermano y por mí. TURELURE: ¿Dejáis por consiguiente a vuestro novio? LIJMÍR: No es mi novio tanto como para eso. En principio me debo a otros. TURELURE: ¿Sois vos quien va a liberar Polonia, no? LUMIR: Sí. TURELURE: El Zar sólo ha podido retener una pequeña villa sobre las .orillas del lago de

Ginebra, alguna pensión “mit frühstück”. He allí la Señorita que se pone en marcha como un ejército.

LUMIR: Ha llegado el día. TURELURE: Es ella quien va a vencer tres Imperios con sus grandes ojos azules y sus manitos

en sus mitones imitación conejo. (Ella le mira). ¿Porque me miráis así con esos ojos que no expresan nada y que son completamente incapaces de comprender lo que sea? Uno nunca sabe lo que pensáis.

LUMIR: Devolvedme ese dinero. TURELURE: ¡No! LUMÍR: ¿Creéis que yo no tengo bastantes enemigos sin vos? TURELURE: No soy vuestro enemigo. LUMIR: No, no creo.

Señor Conde, ¿hay muchas personas en vuestra vida que os hayan dicho: Turelure, os tengo confianza?

TURELURE: ¡Al, pequeña astuta!, ¡cómo sabes encontrar el punto débil de un viejo buen hombre!

LUMIR: ¿Verdaderamente debo partir? TURELURE: ¡No! LUMIR: Conde, vos sois rico y yo no tengo nada, y lo poco que tenía incluso, no era mío. TURELURE: ¡Este Luis es un gran canalla! LUMIR: ¡El dinero de las mujeres, -son las mujeres quienes lo han juntado,- la avaricia de las

madres y de las viudas, la dote de las jóvenes, el pan de los huérfanos, las lágrimas y la sangre de los proscriptos y los mártires!, ¡ni un cobre que no esté pegoteado de sangre!

TURELURE: Todo ello sirve para desmontar las yuyeras de la Mitidja. LUMIR: ¡Es cobarde robarme así, abusando de mi debilidad! TURELURE: ¡Yo nos he robado! LUMIR:... Cómo un hombre que roba a una niñita, sacándole su rodaja de pan ele su bolsito!

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TURELURE: Yo no os he robado nada ¡sagrado pedazo de madera! “¡sacre bout de bois!’’. He ayudado al capitán todo lo que he podido. A mí también, él me debe dinero.

LUMIR: Devolvedme mi dinero a mí, Señor carnero, y yo os eximo del resto. TURELURE: Pero él en ese caso está arruinado y vos no podréis desposarle. LUMIR: (Bajando los ojos). Naturalmente, no puedo desposarle sin dinero. TURELURE: ¿Entonces no le amáis? LUMIR: Mi vida es demasiado corta para que yo me ate de tal manera a ningún hombre. TURELURE: Tenéis razón. Él no os ama. Tiene demasiadas ideas en la cabeza. LUMIR: Soy tan joven, estaba orgullosa que él me haya necesitado. TURELURE: ¡Otros pueden necesitaros! LUMIR: Entonces, dejadme el medio para ayudarlos. TURELURE: Otro que no está lejos. LUMIR: ¿Quién? TURELURE: ¿Por qué hablar de vizconde, y todas estas imágenes heroicas y fúnebres, que dan

tanto placer a los niños? ¡Qué diablos!, ¡está buena la vida! LUMIR: Sólo puedo quedarme si mi dinero sale en mi lugar. TURELURE: Lumir, respondedme, ¿amáis realmente vuestro país? LUMIR: No sé. Es una pregunta que nunca me he planteado. TURELURE: ¡Y bien! de todas maneras ¡vos valéis más para vuestro país que diez mil francos!

¡Hay otra cosa para hacer en la vida que ser honesto! Hay otra cosa a hacer de la vida cuando uno es joven que morir tontamente como en las versiones latinas, u otra forma que dejarse poner hierros en los pies. Cuando os dejéis enterrar viva en Boufarik, en el medio de un gran campo de puerros, ¿Creéis que uno no tenía otra cosa que hacer de vos?

LUMIR: No se me pide nada más. TURELURE: Luis no es de nuestra raza. ¡No es un Coûfontaine! ¡El sólo supo lo que era un

Coûfontaine! No piensa más que en sus vencimientos. Yo os comprendo, Señorita. Mi vieja sangre se calienta cuando os escucho ¡qué diablos! Somos nosotros quienes hemos hecho la revolución.

LUMIR: Es la revolución la que os ha hecho. TURELCTRE: No digo que no. Pero la cosa no me divierte tanto. Y sin embargo, hay que

decirlo, palabra de honor, hay buenos momentos. Cuando Su Majestad sale de las Tullerías, al redoble, del tambor, rodeado de toda su corte y de los representantes de la Propiedad Francesa, ¡ah, es un hermoso espectáculo! Uno ve codearse regicidas, nobles renegados, refinadores, magistrados jansenistas, una docena de viejos cornudos del Imperio escapados de todos los campos de batallas, Víctor Cousin, Y en el medio, el Señor Rey de los Franceses en persona que nos preside con la dignidad de un jefe de institución y la sonrisa de un banquero que no está completamente seguro de sus cifras. ¡Hay medio siglo de historia que avanza! Su Majestad misma está allí para algunas anécdotas. ¡Eso vale las Revistas Consulares del año X, sobre la Plaza del Carrusel!

LUMIR: ¿Vos sois Francia? TURELURE: Es verdad, por el momento, yo soy Francia, ¿porqué no? LUMIR: Y yo, soy Polonia, sin ningún amigo. TURELURE: ¡No me digáis eso, Señorita! ¡Pardiez!, me dais pena. LUMIR: El único amigo que tenía me fue quitado. TURELURE: ¡Sólo de vos depende encontrar otro en su lugar, mi pequeño soldado! LUMIR: No os comprendo. TURELURE: (Lloriqueando). Escuchadme, Señorita, soy viejo. Tengo necesidad de un

sentimiento. Perdonad mi emoción. LUMIR: ¡Qué gracioso sois! (Sonríe). TURELURE: Soy como Francia, ¡nadie me comprende! LUMIR: ¿Pero porqué queréis que os comprenda?

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TURELURE: Es mi culpa si soy Par de Francia, y Conde, y Mariscal, y Gran Oficial de no sé qué, y Presidente de aquello, y Ministro de esto, ¡y el diablo sabe de qué! ¿Creéis que yo no querría mejor otra cosa? No soy yo que soy fuerte y malvado, son los demás que son tan tontos y tan tristes, ¡y qué os dan todo antes de que se les pida! Es una comedia en la que uno no tiene más que representar su papel con aplomo y permitirse todo cuando uno conoce las tablas. Pero hay otra cosa a hacer que representar la comedia ¿no creéis que yo querría más vale otra cosa? Es como Francia cuando ella se arrojaba sobre Versailles o sobre el Louvre. No era pan lo que pedía, ¡un pueblo no vive sólo de pan! ¡Era metralla y plomo y puntapiés en las costillas! ¡Un caballo como Francia, joven, apasionado, quiere reír, quiere sentir a su amo! Hay que tener rodillas cuando uno tiene el honor de tener tal bestia entre las piernas, no es un ternero. Pero este pesado Luis que tenía sobre el lomo, Apenas ella había comenzado a bailar un poquito, él cayó por tierra sin ningún movimiento o ruido, como un gran gordinflón de algodón. ¿Qué otra cosa quedaba por hacer que cortarle la cabeza? Os hago juez de ello.

LUMIR: Pero ¿qué queréis que os diga? TURELURE: Es necesario decir: está bien. LUMIR: Está bien, Señor Conde, está todo bien. 'TURELURE: Bueno, ¿dónde estaba yo?, ah, sí, mi mujer. Mi primera mujer, la única, pues Sichel, no es

verdad, ¡Ah, era una santa, Dios tenga su arma! LUMIR: Sygne de Coûfontaine. TURELURE: Repetid, ¿cómo lo habéis dicho? LUMIR: Sygne de Coûfontaine TURELURE: (Bajando la voz). Sygne de Coûfontaine. Eso tiene una alegre sonoridad en esta

habitación. Ah, fuimos esposos bien avenidos durante todo el tiempo de nuestro matrimonio. Demasiado corto, ¡ay! once meses en total, de los cuales nueve separados. Jamás una palabra entre

nosotros. ¡Qué dulzura siempre en sus modales, y que desprecio en sus ojos cuando ella consentía en verme!

LUMIR: Me han contado ciertas cosas. TURELURE: Ella era mejor que yo, eso no era una razón para despreciarme. Esas personas que

no saben más que despreciar ¿para qué les sirve? El desprecio es la máscara de los débiles. Un hombre fuerte no desprecia nada, hace uso de todo.

LUMIR: Y bien, ella era la más débil, vos se lo habéis hecho ver bien. TURELURE: No hay que ser el más débil conmigo. Es malo. LUMIR: Voy a decírselo a Sichel. TURELURE: ¡Ah, ella bien querría ser la más fuerte, pero no puede, con lo cual se enoja!

En el momento en que la miro de cierta manera ella se perturba y se oculta. LUMIR: ¡Yo no os tengo miedo! TURELURE: Lo sé, es delicioso. Sólo hay lugar para un sentimiento en vuestro corazoncito ferviente y

duro, en vuestra almita leal. Lo que os han dicho las personas de vuestra raza, el padre, el hermano, ello sólo existe para vos, y aquellos que no son de la Raza Sagrada, no cuentan el uno más que el otro. ¿Verdad?

LUMIR: Los pobres se quedan entre ellos. TURELURE: Y bien, las personas de la Raza Sagrada, se entendían tan bien entre ellos

antiguamente que para imponerles la paz les fue necesario ir a buscar afuera alguien que fuese absolutamente incapaz de comprenderlos. Nunca un polaco pudo llevar a cabo Polonia.

LUMIR: ¿Qué significa este apólogo? TURELURE: Dadme vuestra mano y os ofrezco mi brazo. LUMIR: Es aún una burla. TURELURE: Sí, es una burla, pero una burla en serio.

Veis a vuestros pies al hombre de negocios de la Nación francesa.

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El Mariscal Conde de Coûfontaine, Presidente del Consejo de los Ministros. Usadlo.

LUMIR: ¡Qué felicidad para mí, Señor Conde! TURELURE: ¿Sabéis lo que me gusta en vos?, es la tranquilidad que leo en vuestros ojos azules

La castidad de una fe tan pura que ninguna contradicción la toca, ¡la estupidez deliciosa de la juventud! ¡Gracias a Dios, aún no estoy muerto! ¡Hay tiempo todavía de hacer una gran tontería antes de morir y de comprometer mis cabellos blancos al servicio de mi capitán!

LUMIR: ¿Habláis en serio? TURELURE: ¿Qué pensáis vos? LUMIR: Sí, yo creo que es en serio. TURELURE: ¡Que mejor adiós a mi tiempo y a esta Santa Alianza de las Santas Monarquías que

lanzarles antes de morir este gentil pequeño brulote! Una mujer, no importa cuál, cuando ella os pone una idea en la cabeza, ¡si uno se sabe servir de eso, puede prender fuego a los cuatro costados del mundo!

LUMIR: Decidme, ¿yo soy para vos no importa cuál? TURELURE: No, Lumir. ¡Ah, miradme así! ¡Dios que sois joven!, joven y peligrosa al mismo

tiempo, pero es ese peligro lo que me gusta. ¡Hacedme olvidar la muerte! ¡Hacedme olvidar el tiempo! ¡Hacedme interesar por alguna cosa fuera de mí! Utilizad en mí lo que está hecho para servir y en quien nadie nunca ha creído. ¡Hagamos una estrecha alianza entre nosotros!

LUMIR: ¿Y me devolveréis mis diez mil francos? TURELURE: ¡Al día siguiente de nuestro casamiento!

Con lodos los intereses, mi angelito. (Cantando): ¡los intereses compuestos, mi pedacito de manteca de oro!

LUMIR: ¿Y qué dirá Sichel? TURELURE: ¡No tengo miedo de Sichel! (Le torna la mano). (Entra Sichel). LUMIR: (Mirando a Sichel y reteniendo la maño de Turelure, quien quería retirarla, con una

amable sonrisa, a media voz). ¡Qué viejo sois! ¡Qué sinvergüenza sois! ¡Ah, preferiría mil veces morir que ser vuestra! No penséis darme miedo.

ESCENA IV SICHEL: Señor Conde... TURELURE: ¿Estáis allí? SICHEL: Señor Conde, el posadero del Pot-d'Etain, de Fismes... TURELURE: ¡Qué se vaya al diablo! SICHEL: ... Dice que ha recibido un telegrama de París. Alguien que quiere venir a veros urgente.

Lo detiene un coche. TURELURE: ¿Quién ha firmado el telegrama? SICHEL: Está borroso. TURELURE: ¿No será Luis, por casualidad? SICHEL: No, ¿quién le habría avisado? TURELURE: Os ruego ¿avisado de qué? No hay nada que avisarle. LUMIR: ¡Llega Luis!, ¡qué felicidad! TURELURE: No, Señorita, os pido perdón, no es para nada una felicidad. SICHEL: Grossoleil el posadero no tenía caballos libres. Pensé que hacía bien de enviar nuestro

coche. TURELURE: Habéis hecho muy mal. El caballo está viejo y pasará muchos de esos quince

kilómetros bajo la lluvia. SICHEL: Realmente, deberíais comprar otro.

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TURELURE: (Sombrío). Yo también soy viejo. LUMIR: Adiós, voy a hacer preparar el cuarto de Luis. ¡Adiós, Señor Conde! (Sale).

ESCENA V SICHEL: ¡Niña encantadora! ¡Qué lindo paje! Veo con placer que Estáis en excelentes términos.

Ella ha obtenido lo que quería. TURELURE: Uno obtiene de mí siempre lo que quiere. SICHEL: Cuando se sabe tomarlo. TURELURE: ¿Quién le ha dicho a Luis que venga? SICHEL: Pero no sé si viene, TURELURE: Espero que no. ¡Tengo horror de las escenas y las violencias! No hay nada tan

peligroso para mí. SICHEL: ¿Tenéis miedo de él? TURELURE: Soy viejo y no me gustan las violencias. SICHEL: ¿Qué teméis cuando Lumir se adelanta a él con esas buenas nuevas? TURELURE: Niña querida, ¿creéis verdaderamente que me he dejado envolver así? SICHEL: Más de lo que piensas mi viejo Toussaint. TURELURE: Si me mata no tendrá un centavo de mí. SICHEL: Dadle sus diez mil francos. TURELURE: Si me mata no tendrá un centavo de mí. SICHEL: No sueña con matar a su padre. TURELURE: Veremos quien revienta primero. SICHEL: De todos modos sois el más viejo. TURELURE: No tan viejo como él cree. (Ríe secamente). SICHEL: Vamos, habla, viejo lobo y no te hagas el idiota. TURELURE: ¿Escuchasteis las últimas palabras que dijo ella? TURELURE: Pienso que era para ti que ella las dijo. Me parece que al mismo tiempo ella me

apretaba un poco los dedos. SICHEL: Entonces ¿me anunciáis vuestro casamiento con ella? TURELURE: ¿Quién sabe? (Ríe). SICHEL: ¿Es eso lo que vais a poner en la mano de vuestro hijo? TURELURE: O puedo escribirle, cuando haya partido. SICHEL: La edad vuelve imbécil a la gente. TURELURE: Una cierta imbecilidad no es del todo inútil para hacer atractiva la existencia. SICHEL: No, ¡tomáis partido de eso! TURELURE: Esta unión inmoral con una judía golpeaba mi conciencia. SICHEL: ¿Vuestra conciencia? TURELURE: A mi conciencia. Por fin abro los ojos. He cometido agravios hacia vos. Os he

seducido. SICHEL: Es verdad. No he sabido resistiros. TURELURE: Yo tampoco. He quebrado vuestra carrera de artista.

¡He cometido grandes agravios hacia vos! La mejor manera para mí de reconocerlos es de no intentar repararlos.

SICHEL: Es un golpe muy sensible para mí. TURELURE: Estoy traspasado. SICHEL: Bien dije que la edad os ha vuelto idiota. TURELURE: Pueda ser que a vos os vuelva pulida. SICHEL: ¿Viviréis siempre, no? TURELURE: Lo anhelo con todas mis fuerzas. La experiencia me enseña que sobrevivo a lodo el

mundo. SICHEL: No es la opinión de vuestro médico. TURELURE: Tomaré otro. SICHEL: Ni de vuestro hijo sin duda. TURELURE: Será necesario que se acostumbre.

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SICHEL: Si mueres, habiendo desposado esta pequeña, si mueres, yo digo... TURELURE: ¡Entendí bien!, no vale la pena repetirlo. SICHEL: Digo que si mueres... TURELURE: No, no moriré. SICHEL: Dejarás una rica heredera. TURELURE: Él no puede casarse con ella. El Código se lo prohíbe. SICHEL: ¡Bah! TURELURE: No me gustan las conjeturas que tienen mi desaparición como punto de partida. SICHEL: Estoy segura que no habéis tomado ninguna disposición. TURELURE: Tengo tiempo de soñar. SICHEL: En ese caso todo vuelve a vuestro hijo. TURELURE: ¡No, eso sería demasiado estúpido! SICHEL: O bien entonces dejaríais todo a vuestra esposa, última sobreviviente. TURELURE: Tendré un hijo de ella. SICHEL: Puede ser. TURELURE: Tendré tres. Lo leí en sus ojos. SICHEL: ¡Sí! TURELURE: Eso no será una hibridación como la nuestra. SICHEL: No le des tanto interés a tu desaparición. TURELURE: Es por lo que quiero cubrirme. SICHEL: No te pongas a su merced. TURELURE: Creo que me haré amar por esta pequeña. SICHEL:... De ella y de su amante. TURELURE: ¡Vele al diablo! SICHEL: ¡Qué tonto eres! Este viaje ¿no? ¿Es algo completamente natural?

Y es algo completamente natural también, esta irrupción del militar, como en las comedias, arma en mano que se presenta en el momento preciso.

TURELURE: Me pregunto qué viene a hacer aquí. SICHEL: Viene a reclamar sus diez mil francos,

Más oíros diez mil que necesita imperiosamente. TURELURE: Exactamente lo que he recibido de tu padre. SICHEL: ¿Quién le avisó?, me lo pregunto. TURELURE: Tú, veneno. SICHEL: Puede ser, pero creo que es más sencillo. TURELURE: ¿Piensas que el asunto está armado entre ellos? SICHEL: Sí, Señor Conde, me veo llevada a pensarlo.

Él quiere su parte enseguida y el resto más tarde. TURELURE: Y bien, le daré sus veinte mil francos. SICHEL: Sí, pero entonces ella es libre y puede arreglarse sin vos. TURELURE: Y bien, no se los daré. SICHEL: ¡Pero entonces lo irritareis y eso no es sin peligro! TURELURE: Y bueno, no lo espero y me voy a París. SICHEL: Es imposible. Envié el coche a Fisme. TURELURE: ¡Estoy agarrado! Sólo me queda poner la cabeza. SICHEL: Y proceder según voy a deciros. TURELURE: (En burla). Estad tranquila, estarás en mi testamento. SICHEL: No se trata de testamento, sino de una especie de seguro. (Silencio). TURELURE: En provecho tuyo, comienzo a comprender. SICHEL: Suponed que encontramos un medio de hacer pasar toda vuestra fortuna a mi nombre. TURELURE: Me doy una idea. SICHEL: Quitadles todo motivo para desear vuestra desaparición. (Silencio). TURELURE: Sichel, ¿piensas que él viene a matarme? SICHEL: ¿Qué haríais vos en su lugar? TURELURE: No me gusta su cara. Deseo que se muera. SICHEL: Devolvedle entonces su mujer y su dinero. TURELURE: No, no se los devolveré.

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SICHEL: Defendeos en ese caso. TURELURE: Es algo espantoso morir. SICHEL: Pero no, es algo muy simple. TURELURE: No sabes lo que yo sé. (Ruido de un coche, afuera). SICHEL: Me parece que escucho el coche. TURELURE: Tengo miedo de morir. Telón

ACTO SECUNDO

ESCENA I

La misma habitación, al día siguiente. Alrededor de una mesa bien puesta, Turelure, el capitán, Alí, Sichel y Lumir terminan de cenar. Aunque es de día, han cerrado los postigos y dos candelabros arden en el centro de la mesa.

TURELURE: Vertiendo vino en la copa de su hijo. Capitán, mi Capitán, ¿qué me cuenta de este

vino de Bouzi? LOU1S: Lo reconozco. Nos tomamos juntos una botella el día que me fui a Argel. TURELURE: Este vino es de la montaña de Rheims, es el que lomaban Jean de la Fontaine con

Printel, señor de Villeneuve, Todavía le queda alcohol y deja marcas en la copa como el borgoña. Se parece a un gran burgués a quien no le falta cierta delicadeza.

LOU1S: ¡A vuestra salud, Padre! TURELURE ¡A la salud de las damas! (Ambos beben). LOUIS: ¡Que alegría volver a la tierra de uno! Hizo bien en cerrar los postigos, padre. Estamos

más entre nosotros. TURELURE: A mi edad, vale la pena degustar con tranquilidad un vaso de vino. Nunca se sabe si

después habrá otro. __ No es que desdeñe el Beaume, pero es un vino que a mi edad hay que bebérselo solo. Es una de esas botellas antiguas y solemnes, que traen después de cenar y que uno se toma dos horas para hacerle justicia, terminándosela. Lleno de ideas y de poderosos recuerdos.

ALI: Para mí, solo agua, el médico me lo aconsejo. LOUIS: ¡Como guste! ¡A su salud, don Habenichts! ALI: ¡A su salud, Capitán! (Bebe su agua) LOUIS: (La mano en el corazón). ¡Wohl bekommen! ¡A la salud de mi bienhechor! ALI: A sus órdenes. LOUIS: No tema, le pagare en la fecha prometida. ALI: ¡No lo dudo! ¡No lo dudo! TURELURE: ¡Fantástico! No hay como una buena cena para que todo el mundo se ponga de

acuerdo. En cuanto a mí, soy el hombre más feliz del mundo, entre mi futuro suegro y mi futura nuera.

ALI: ¿Ya ha empezado con la obra? TURELURE: Estamos haciendo la fosa para la rueda, justo en el cementerio de los monjes. ¡Es

increíble la cantidad de huesos que hemos sacado! Dos carretillas, y todavía queda una montaña. Y en el centro una suerte de pozo romano, lo limpiamos, y resulto ser un pozo sagrado sabéis, donde ellos criaban serpientes. Y en el fondo encontramos un Mercurio de bronce.

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ALI: Deberá mostrarme eso. Todos esos dioses generosos me interesan. LOUIS: (Mostrando el Cristo). Debería deshacernos de éste, no es algo para tener en casa. LUMIR: Si yo poseyera un bien como este, no lo convertiría en una fábrica. LOUIS: ¿Porqué no? Hay que estar con los tiempos que corren. SICHEL: Lumir tiene razón. Se puede hacer una fábrica en cualquier lado, pero en un complejo

como este... ALI: No se dice complejo. SICHEL: Es curioso, cuando os veo, no puedo evitar hablar alemán.

Algo como esto, estos claustros, estos sótanos, estas guardillas, Nunca las van a volver a hacer. Es una pena demolerlas. Impresiona, es como en las novelas. Todo es de aquella época. Hoy, ya no se trabaja así.

ALI: Se rumorea que habiendo vos destruido ya el sistema de desagüe, yo vengo a pagar por esto diez mil francos.

TURELURE: Es mentira. (Bebe). LOUIS: Tenemos el ferrocarril que va pasar por Coûfontaine. Sólo queda demoler esta vieja

construcción y deshacernos de todo. Es una estupidez estar tan apegado a esa vieja tierra, cuando hay otras, vírgenes y cálidas, que rinden cuanto uno desea.

ALI: ¡Cuentos! TURELURE: Cuentas. LOUIS: ¡Es una manteca! Una vez que pudisteis extirpar las palmeras enanas y toda la basura, el

arado penetra silenciosamente, ¡corno un sable atravesando un mercader de maní! Es inagotable. Nos brinda el trigo más puro, y vid de todas las variedades, como ramilletes de tripas.

TURELURE: No hay ninguna tierra como la de Francia. ALI: Un año de trigo, otro de remolachas, trigo, remolachas, otra vez trigo, y Otra vez

remolachas, nuevamente trigo y nuevamente remolachas. Y siempre trigo y sempiternamente remolachas. Tres por ciento en los buenos años, mas todos los impuestos y todo el maldito aparato del gobierno que 1e cae encima. No poseéis la tierra, es la tierra quien lo tiene atrapado por las botas, como si fuera una remolacha.

TURELURE: Entonces, ¿por qué desea tanto mi tierra de Dormant? SICHEL: Un campo de remolachas es el espectáculo más desolador que pueda existir. LUMIR: Extenúa los caballos. LOUIS: ¡Tiene razón, Don Alí! La verdad, reconozcámoslo, que demonios, la verdadera

posesión, es aquella que uno ha robado, porque: ¡uno la deseaba tanto! ¡Un bien conquistado a mano armada, y, defendido a punta de fusil! ¡Un puto pedazo de tierra, que le provoca fiebre y con el que uno está decidido a hacer lo que ella no quiere!

TURELURE: ¡Así fue como se conquistó Polonia, ja, ja! ALI: Lea la historia, lo único que se podía hacer era repartirla. TURELURE: ¡Esta malvada Polonia! Sí, es ella quien indujo a sus virtuosos vecinos a caer en la

tentación. ¡Ah! ¡Este es el gran crimen que no se le puede perdonar! ¿No tiene nada que decir, querida nuera?

LUMIR: Busco mi bolso. TURELURE: Aquí esta. Estaba debajo de mi servilleta. ¡Que pesado! ¿Qué hay dentro de él? LUMIR: (Tomando el bolso). Dos pistolas cargadas. TURELURE: Saque una y hacedle un lugar a mi corazón.

Bien, Don Alí, creo que llego el momento de terminar y de arreglar juntos ciertas cuentas. LOUIS: Padre, sabéis que necesito hablaros. TURELURE: ¿Es tan urgente? LOUIS: Sí, es muy urgente, por favor. TURELURE: Bueno, en cuanto termine estoy contigo.

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ESCENA II LOUIS A LUMIR: Buenos días, señorita. LUMIR: A sus órdenes, mi Capitán. LOUIS: ¿Tendríais la bondad de explicarme lo que está pasando aquí? LUMIR: ¿Es Sichel quién le pidió venir? LOUIS: En persona. LUMIR: Sé que os escribís. LOUIS: Sí, y como veis, le estoy sacando provecho. LUMIR: (Con dureza). Louis, pedí a vuestro padre el dinero que me debéis y el que vos

necesitáis. Sitie al anciano por todos los costados y creo que Sichel me ayudo lo mejor que pudo. En vano.

LOUIS: No había que pedirle dinero. Tenía que ser él quien nos lo ofreciera. LUMIR: No lo podemos engañar. Sabe exactamente en qué situación estamos. LOUIS: ¿Por eso intento otros medios de convencerlo? LUMIR: Así es. Anoche quería ofrecerme su mano. LOUIS: ¿Pensáis aceptar? LUMIR: Es un hombre irresistible. LOUIS: ¿Qué es lo que él le propuso? LUMIR: Puso su brazo a mi servicio y me ofrece hacerse general y hombre de negocios de

Polonia. LUIS: (Riendo a carcajadas). ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! LUMIR: Es cómico, ¿no? LOUIS: El mayor bribón tiene en su corazón un stock de sentimientos nobles, lo único que

lamenta es no haberlos utilizado nunca. Están para estrenar. LUMIR: ¿Creéis que no soy capaz de usarlos? ¿Quién sabe? Entre un anciano y una mujer joven,

el juego es desparejo. Basta con que le sonría de determinada manera como ya lo hice y que veo que él conoce bien. ¡Un anciano y una mujer joven! Manos tan fuertes y delicadas como las de la muerte;

LOUIS: ¡Mi padre me robo todo y ahora quiere también mi mujer! LUMIR: Bastaría con que la defendieses. LOUIS: ¡Vamos, Lumir, es absurdo! no queréis con esto hacerme decir que la amo. ¡No! Pese a

que lo intento esas palabras no salen de mi boca. Además no es tan fácil decirle lo que uno quiere, en seguida se pone distante, cuando quiere. Pero desde hace tantos años las vidas de los tres, la vuestra, la de vuestro hermano y la mía, fueron tan unidas. ¡En el sufrimiento, en la lucha, en la esperanza, en la miseria! Sí, niña mía, y en cosas que de este lado del mar no son consideradas muy honestas, especialmente por gente honesta como mi padre. Estoy tan apegado a vos, mi ángel, siempre distante a mi lado. ¿Es posible que nos puedan separar?

LUMIR: No es culpa mía. LOUIS: ¡Me salvasteis la vida! LUMIR: ¿Y eso le da todos los derechos sobre mí? LOUIS: Siempre está, cuando estoy triste, cuando tengo fiebre, cuando somos vencidos.

Siempre tranquila, siempre joven, fuerte, atenta, y dispuesta a partir en veinte minutos. En estos últimos seis años, no hay una hora de su tiempo que no me la haya consagrado a mí y a mis bienes.

Siempre creyó en las posibilidades de la Mitidja. ¡Ah, ese sí que es un vínculo entre nosotros!

LUMIR: Inclusive os di lodo lo que tenía. LOUIS: Lo sé.

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LUMIR: Y también lo que no tenía, esos benditos diez mil francos. LOUIS: Os devolveré. LUMIR: En un mes lo venderán y todo habrá terminado. LOUIS: (Violentamente). ¡No venderán mi tierra! LUM1R: El vencimiento es el treinta. LOUIS: ¡Os estoy diciendo que no me venderán! LUMIR: El país está pacificado, las rutas hechas, la tierra lista para dar frutos. Es el momento

para que Ali y vuestro padre le echen mano. LOUIS: No tratéis de enloquecerme. En este momento no es la tierra la que vine a salvar. Sino

vos, mi niña, mi hermana, virgen Lumir, contessina, mi pequeño húsar. No existe otra persona en el mundo que me ame desinteresadamente. Mi madre prefirió morir antes que verme, y mi padre, puso toda su voluntad en odiarme. Recuerdo esos ojos atentos, siguiendo cada uno de mis movimientos.

Y siempre cortés, siempre me trataba como a una persona grande. Yo deseaba que hubiera en algún lado un niño, un compañero, que sea sido mío,

simplemente para que me quiera más. Alguien para escuchar lo que digo y que confíe en mí.

Alguien con vuestros rasgos que nos son muy hermosos, pero no hay otros que tengan atractivo para mí, y me hablan de tantas cosas que no entiendo.

Un compañero con voz baja, que lo toma en sus brazos, y le confiesa que es una mujer. Un amigo, con uno alcanza. LUMIR: (Bajando los ojos). Sí, eso soy para vos, no creáis que soy insensible. LOUIS: ¡Sin embargo os vendes al enemigo, a ese padre que me ha hecho!

Ningún enemigo os basta, tenía que ser precisamente éste. LUMIR: Louis, de cualquier forma, yo existía antes de conocerlo. Y yo también, antes que

aparecierais Tengo un padre que me ha hecho.

LOUIS: ¡Vos a él, lo amabais! LUMIR: Mi padre, mi hermano y yo. LOUIS: Allí se acaba el mundo. LUMIR: ¡Mi hermano, mi padre! Ambos han muerto y he quedado sola, una sola pieza con ellos. LOUIS: Es... con vos que me quiero casar, no con vuestro hermano y vuestro padre. LUMIR: No soy distinta, ¡mi padre con nosotros! ¡Sus brazos abrazándome y mi cabeza sobre su

hombro! ¡Él es mi patria! Su cara, sus ojos, su gran final.

¡Esas lágrimas que vi correr, esa furia sublime como en un campo de batalla, su corazón junto al de su niña!

Y ese dinero, que jamás tocó, aun muriendo de hambre, ese tesoro de su patria, bajo sus ropas gastadas, ese puñado de tierra, sagrado, ¿acaso puedo dejarlo perecer?

¡Con el soy uno! ¡Quien me elija, nos elige a los tres! ¿Cuál otra patria, sino la de los ojos de mi padre cuando me apretaba junto a él?

Me quedo sola. LOUIS: Aquí estoy yo, y tan solo como vos. Dejemos el pasado donde está. No existe patria

mejor que aquella que uno se ha construido. ¿Qué es Polonia? Los dos somos bastante fuertes para el sol de África. LUMIR: Hay un surco detrás mío que el mar no alcanza a borrar. Polonia es para mí, un trazo rosa en la nieve, allá, mientas huíamos, echados de nuestro país

por otro más fuerte. ¡Ese trazo en la nieve, eternamente! En aquel entonces era muy pequeña, acurrucada en las pieles de mi padre. Y también me acuerdo de esa reunión, de noche, cuando comenzó la revuelta.

Mi padre me sacó de la cama y me llevó en medio de aquellos hombres armados, todos gentil hombres,

Y me levantó, como le gustaba hacerlo, parada sobre sus fuertes manos, Derechita en mi largo camisón blanco y mis cabellos castaños sueltos, ¡Como una pequeña estatua de la Esperanza y de la Victoria!

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Y tollos esos hombres orgullosos a mí alrededor, los sables desenvainados, gritando ¡Hurra! LOUIS: ¡Pues bien!, ¿qué habría ocurrido si ellos hubiesen logrado su propósito? Un país como este que la rodea, Diarios, ministros, un parlamento, y todas esas cosas indescriptiblemente repugnantes,

Juegos de intereses, opinión pública, iniciativa de las fuerzas económicas. Copas, refinerías, sociedades de accionistas.

Hombres detrás vuestro como Toussaint de Turelure y como Alí Habenichts. ¿Creéis que soy hijo o compatriota de esa gente? La única patria es uno mismo. ¿Polonia no tuvo éxito? Mejor: ¡Ya hay suficientes patrias! LUMIR: Habláis como Sichel. LOUIS: Su padre equivale al mío. LUMIR: (Suave). Cuando me haya casado... LOUIS: ¿Qué decís? LUMIR: Cuando me haya casado con el Conde de Coûfontaine, vuestro padre... LOUIS: Seréis una suegra encantadora. LUMIR: Digo que cuando me haya casado con vuestro padre, ¡seré buena con vos Louis! Nos preocuparemos por vos. Pondremos algo de dinero en sus cultivos. Os recomendaremos al gobernador. LOUIS: Será lindo. De todas maneras, algo podría suceder antes. LUMIR: ¿Algo? ¡Eres incapaz de hacer algo, cobarde! LOUIS: ¡No soy un cobarde! LUMIR: ¡Quieres una mujer y no eres capaz de defenderla! ¿Eres un hombre? ¿Te vas a dejar pisar la cabeza hasta el final? ¿Te dejarás manejar

eternamente por este cadáver? ¿No es suficiente con tus bienes? ¡Bienes que has logrado tú mismo sin que él tenga nada

que ver! ¡Ahora es tu mujer lo que quiere! ¡Es a mí a quien el viene a robar en tus narices! LOUIS: ¡No la tendrá! LUMIR: Ya tiene tus bienes, el hará la cosecha este año. Y a ti, te pagarán tres francos por día por

el trabajo pesado y el sulfatado. LOUIS: No me vuelvas loco. LUMIR: Ahora es tu mujer a quien va a tomar, y soy de él. LOUIS: Todavía no me la quitó. LUMIR: ¿Todavía no te la quitó? ¡Levántate HOMBRE! ¡Te digo que te levantes! LOUIS: ¡Desdichada de ti si me levanto! LUMIR: ¿Crees que tengo miedo, Capitán? ¡Capitán Louis Napoleón Turelure Coûfontaine!

¡Levántate, levántate y que te mire! Coûfontaine, Coûfontaine... (Ríe a carcajadas) LOUIS: (Lúgubre). Adsum. (Se levanta). LUMIR: ¡Eres un cobarde, y te escupo en la cara! (Silencio). LOUIS: (Por lo bajo). Lumir, basta. LUMIR: (A media voz, entre dientes). ¡Cobarde! ¡Cobarde! LOUIS: ¡Basta, pequeña furia! LUMIR: (Igual), ¡Devuélveme mis diez mil francos, ladrón! LOUIS: Calla y déjame pensar. LUMIR: ¡Louis! ¡CABALLERO! Escúchame, soldado de la Legión Extranjera, Ambos servimos en tierra africana, bajo una bandera que no es nuestra y por una causa que

no nos interesa, Por el honor del Cuerpo, Sin amigos, sin dinero, sin familia, sin amo, sin Dios, ¡Estimando que no es demasiada esclavitud para pagar esta semi-libertad! ¡Queda el honor! Si Dios existiera, Sí, si Dios existiera, (Mira el crucifijo y con una voz desgarradora)

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Si Dios existiera, por lo pronto habría Dios, poro solo hay soldados en la misma línea y hombres iguales, el deber entre camaradas, ¡La batería de los hombres sin miedo!

¿Eres un cobarde? Cuando un compañero te pide ayuda, ¿no es tu primer deber acudir? Estamos solos en el mundo. ¿Quién es tu padre? ¿Qué bien te hizo?

Cuando estabas tirado en la brecha de Constantina, con tus tres balas en la piel, ¿Acaso mi hermano reflexionó tanto para cargarte sobre sus espaldas, cuando castañeteabas

los dientes en tu choza árabe con esa maldita fiebre? ¿Acaso deje que otra te cuidara? Te hacías encima y era yo quien te limpiaba como a un niño

¿Quién tuvo confianza en ti? ¿Quién te prestó el dinero? No te negamos ni un centavo, te dimos lo que teníamos y lo que no.

Sin recibos, sin intereses, como verdaderos militares, como buenos compañeros, como hombres del mismo COUF.

Mi hermano murió sirviéndote, y ahora estoy sola. I.OUIS: Sin embargo está permitido reflexionar y buscarse uno su camino. LUMIR: No está permitido reflexionar y sólo queda un camino. LOUIS: Se me revuelve el estómago ante la idea de levantarle la mano al viejo señor. LUMIR: (suavemente). Louis, sálvame. Estoy sola en la tierra. LOUIS: ¿Confías en mí? LUMIR: Sí, confío en ti. LOUIS: Dame el bolso. LUMIR: (Abre el bolso y saca dos pistolas). ¡Cuidado! Adentro hay dos pistolas, una grande la otra pequeña. Las cargué yo misma esta mañana. LOUIS: Bien. LUMIR: ¿Ves? Los detonadores están puestos. Ahora, escucha bien. La pequeña sólo tiene pólvora, no tiene balas. ¿Has entendido lo que te digo? LOUIS: La pequeña sólo tiene pólvora, no tiene balas. LUMIR: La pequeña, ¿oyes? Ningún error.

El viejo es cobarde. Estoy segura que el miedo alcanzará y no será necesario llegar a extremos.

Acaba de cobrar los veinte mil francos de Alí. Fue Sichel quien me lo dijo. Seguramente los tiene encima. Esta viejo. Esta gastado. ¿Quién sabe si no alcanzará con la emoción? Es una idea que me dio Sichel.

Ella está con su padre en la otra ala del edificio. No hay nadie en esta. No hay nada que temer de ella.

LOUIS: ¿La otra pistola? LUMIR: La otra está cargada. LOUIS: Bien. LUMIR: Ambas están con el seguro, pero puedes sacarlo con una sola mano. LOUIS: He entendido. LUMIR: Los vuelvo a poner en el bolso. LOUIS: Déjala aquí, a mi derecha. LUMIR: Del corazón. (Lo mira y le sonríe. Sale).

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ESCENA III

Entra Turelure TURELURE: Señor, hijo mío, a vuestra disposición, todos los asuntos con el Barcoceba están

resueltos. ¡Señor! ¡Qué sería de nosotros si yo no estuviera para cuidar herencia!

(Trata con presteza de tomar el bolso que Lumir dejo sobre la mesa. El Capitán se lo saca. Ambos se miran en silencio.)

LOUIS: Padre mío, ¿por qué buscáis causarme daño? Padre mío, ¿por qué me hacéis la guerra? Está bien, lleváis las de ganar y estoy dispuesto a negociar. TURELURE: Eres mi hijo único y mis sentimientos hacia ti son de la más tierna preocupación. LOUIS: Abandonaos ese tono. TURELURE: (Entre dientes). Tú, ¡me quitarías la vida si pudieras! LOUIS: ¿Por qué haces que no pueda ir a ninguna parte sin que me cortéis el paso? TURELURE: No debíais reclamarme ese dinero de tu madre a tu mayoría de edad. No podía

dejar que lo dilapidases. Y lo que tirabas, más valía que yo estuviese para recogerlo.

LOUIS: No tiré dinero, y mi vida es dura, no vivo en un lecho de rosas. TURELURE: Eres un hombre lleno de quimeras, dando lo que tiene por lo que no tiene. LOUIS: Soy un conquistador. ¿Quién me ha llevado a esto? No tuve ni padre ni madre. Todo lo que tengo, tuve que hacérmelo solo. TURELURE: Olvidas la fortuna que recibiste de mí. LOUIS: Recuperado por la fuerza, padre, con mucho ruido de papel sellado (timbrado). TURELURE: No te sorprendas entonces de que la quiera recuperar. LOUIS: No tiene nada que hacer en esto. Son los bienes de mi madre, que ella reconstruyó tras

largos años de labor. TURELURE: ¿Nada? ?Dices que no tengo nada que hacer en Coûfontaine? ¡Ni muerto! Aquí me he hecho, lo llevo en la sangre. ¿Quiénes son a mi lado esos condes siempre ausentes, mezcla de toda la sangre de Europa,

cruza de aristócratas y de plebeyos? ¡Ah, me causaba compasión ver esta buena tierra de Francia fundirse y freír como manteca

sobre la arena africana! ¡Soy más Coûfontaine que tú!

LOUIS: No soy ni Turelure, ni Coûfontaine. TURELURE: Eres Turelure, la nariz y la frente son mías. La boca fina y dibujada, es la de tu madre. Algo bastante simple por cierto. LOUIS: ¿Es por la boca por lo que me odiáis? TURELURE: No, es por la nariz y la frente. LOUIS: Un padre estaría feliz de verse así continuado. TURELURE: ¿Continuar qué? No hacen falta dos Turelure. ¿Y yo, para qué sirvo entonces? LOUIS: No soy Turelure. TURELURE: Lo eres. Llevas el mismo perfil, y tu alma tiene las mismas arrugas.

Te entiendo a fondo y ¡no me digas que no me entiendes! Funcionamos juntos. De no ser así, no vería esa mirada en tus ojos. (Bueno, no es que te guarde rencor.) Es eso lo

que nos hace daño a los dos. Tu eres el Turelure competencia y sucesor. ¡No hay con que derretirse de amor y magnanimidad! ¡Y que! ¡Me defiendo! LOUIS: Puse a propósito el mar entre vos y yo. TURELURE: Llevándote mis bienes.

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LOUIS: Decís que los recuperasteis. TURELURE: Mi muerte te los devolverá. No me gusta la gente que puede sacar provecho de mi

muerte. LOUIS: No es en su muerte en lo que estoy interesado. Vengo a verlo mientras vive, con un

sentimiento de tristeza y curiosidad. ¿Por qué forcejear así furioso, como si fuera yo quien os tuviese sujeto? Lo miro, sí, me interesa, y quisiera saber de qué estoy hecho. Padre, vos que me hicisteis, explíqueme porque.

Había algo en vos que no estaba finito y que sólo podía tener vida en otro. A través de otra, mi madre. Es verdad que nos parecemos. Es como si lo viera por primera vez. Sí, lo veo por entero y podría dibujar todo. TURELURE: Por mi parte, no sentí ninguna necesidad de verte. LOUIS: ¿Visteis? Un niño es como un otro yo que uno puede mirar son sus dos ojos, Uno mismo y algo de otro, de un intruso,

La conciencia fuera de vos que toma vida, y que agita brazos y piernas, ¡Una consecuencia viva sobre la que no puedes nada, papá!

TURELURE: ¿Acaso debí hacer de ti el objeto de mi existencia? LOUIS: ¿Cuál fue el objeto de su existencia? TURELURE: ¿Cuál es el objeto de un nadador, sino el de no hundirse? No hay tiempo para

pensar en otra cosa. ¡No teníamos soporte! No teníamos tiempo de hacer la plancha y de calentar el vientre al sol

¡Hay quienes se han tomado una copa cerca de Papá Turelure! No soy yo quien se tiró al agua, es el mar quien me tomó y nunca más me dejo.

Quería vivir. ¡Olas como montañas! Hay que subir con ellas.

¡Cuidado, que ellas no se le caigan encima como un carro de piedras! Cada uno para sí, y los demás paciencia.

LOUIS: Ahora está en seco. TURELURE: Sí. Estoy esperando lo que tengas que decirme. LOUIS: Sé que me tenéis atrapado. Me ha seguido con la paciencia de un cazador. Todas las rutas a mi alrededor están cortadas. Lo pensó bien y no habéis olvidado ninguna. Ya sabéis, no puedo hacer frente al vencimiento del treinta. Con lo cual seré tomado y vendido por el compadre Habenichts. TURELURE: Te queda el ejército del que desertaste, Y que está siempre abierto para hombres de nuestra estirpe. Puedes contar conmigo para tu

ascenso, Para un ascenso razonable. LOUIS: Tomado, vendido. TURELURE: Te quedan las esperanzas. LOUIS: Es verdad, me queda la esperanza. TURELURE: (Canturreando). Cuando papá conejo muera, Me guardaré sus calzones, Cuando papá conejo muera, Me guardaré sus calzones de tela. LOUIS: Le dejo una tierra blanda y limpia, una hermosa tierra sin ningún veneno, pura como una

criatura, no encontrará en ella una sola raíz, una sola piedra más grande que un puño. Soy quien hizo todo eso, y faltó poco para me reventara haciéndolo.

TURELURE: Te voy a decir un secreto, hijo mío. Me importa un bledo tu tierra y tu trabajo. Sólo eres un campesino y solo ves la tierra que da fruto. ¡Para mí otras son las cosas dulces y azucaradas!

LOUIS: El birrete de gendarme, ¿no es así? ¿Mis doscientas cincuenta áreas al borde del mar cerca del Camp-des-Zuayes?

TURELURE: ¡Tú lo has dicho, hijo mío! ¡Es puro chocolate! ¡Ah, qué hermosos Almacenes de Ramos Generales vamos a construir y que depósitos! LOUIS: ¿No liaréis nada con mi tierra de la Mitidja?

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TURELURE: ¡Absolutamente nada, mi Capitán! ¿Para qué gastarse si sólo hay que cruzarse de brazos y esperar? SÍ el país se desarrolla, aprovecharemos el trabajo de los demás.

LOUIS: Escuchad, padre mío, no os pido nada, solo déjeme como administrador de mi tierra, Quiero decir de vuestra tierra.

TURELURE: No, lo más seguro es parar con gastos y riesgos, Y dejar hacer a la gente animosa.

LOUIS: ¿Esa es su idea? TURELURE: Sí, hijo mío, esa es mi idea. LOUIS: ¿Nunca se le ocurrió, Sr. Conde?, ¿Qué puede ser peligroso llevar a un hombre a la

desesperación? TURELURE: Solo temo los optimistas.

No hay nada menos peligroso que un hombre desesperado; Cuantío se está fuera de su alcance.

LOUIS: (Introduciendo la mano en el bolso). No estáis fuera de mi alcance. TURELURE: Louis, eres demasiado de mi sangre para meterte en camisa de once varas. LOUIS: No confiéis demasiado, os lo aconsejo. Sí, miradme, Señor, ¿me miró bien? ¡Y no abandone esta mesa, se lo prohíbo! ¡Le digo que no mueva ni brazos ni piernas!

¡Quieto! ¡Ah! ¡Ah! Veo un bulto bajo su levita. ¿Es el dinero que le dio Habenichts? TURELURE: No hagas estupideces. LOUIS: A vos, ¡os aconsejo que no os hagáis el insaciable conmigo, Señor padre! ¿Quiere ver lo que hay en este pequeño bolso? (Abre el bolso y saca dos pequeñas pistolas que prepara y deja cuidadosamente delante de

él). TURELURE: Chiquillo, lo que estás haciendo es de muy mal gusto. Si disparas van a venir. LOUIS: Están todos en la otra ala de la casa, Sichel tomo los recaudos necesarios. TURELURE: ¿Sichel tomó los recaudos? Entiendo, entonces ¿es en serio? LOUIS: ¡No puedo elegir otro camino, avanzo, no soy libre! Padre, os suplico que comprenda, no hay manera de hacer marcha atrás. ¡No soy libre! ¡Necesito el dinero! ¡Estoy endeudado! Debo esa cantidad, y es necesario que lo restituya a cualquier precio. De lo contrario pierdo el honor, ¡estoy completamente perdido! Le reitero que debo obtener ese dinero. -¡No se mueva!- Padre. Me quitasteis todo lo que poseía. TURELURE: No poseías absolutamente nada. LOUIS: Quedáoslo. TURELURE: Muchas gracias. LOUIS: Pero dadme los diez mil francos. TURELURE: No. La respuesta es no. Yo tampoco puedo, no puedo dártelos. LOUIS: Esos diez mil francos no son ni míos ni suyos; ni siquiera son de la mujer que me los

presto. TURELURE: Pues bien, ella arriesgó. LOUIS: Os aseguro que necesito esos diez mil francos, y que los obtendré. No se mueva así, os lo

ruego, me da nauseas. TURELURE: ¿Qué sucederá, pobre tonto, si le devuelves esos diez mil francos? LOUIS: Me tiene sin cuidado. TURELURE: ¿Crees que se casará contigo, arruinado cómo estás? LOUIS: No lo sé. TURELURE: Nunca, te aseguro que nunca lo haría, ella me lo dijo. LOUIS: Razón de más para que me deis ese dinero. TURELURE: Se alza con el dinero, y todo acabo. LOUIS: ¿Y eso que puede importaros?

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TURELURE: ¿No ves que si le devuelves ese dinero, perdemos todo dominio sobre ella? Esto no te concierne en mayor medida que a mí. ¿Qué que me puede importar, pedazo de egoísta? Si fuera su marido, sólo le daría dinero bajo recibo.

LOUIS ¿Su marido? TURELURE: ¡Eh! ¡Crees que eres el único ser en medio de tus azufaifos, salvaje! LOUIS: Así que es algo serio, y me entero por boca suya; ¡Me tomó los bienes y ahora me quiere birlar mi mujer! TURELURE: Eres tú quien la deja ir. LOUIS: Se lo habéis pedido, ¿no? TURELURE: Bueno, he sido rechazado para mi desgracia. LOUIS: Entonces, ¡dejadla en paz! TURELURE: ¿Dejar algo que necesito? Aunque quisiera no podría. (Gesto de Louis) ¡Louis, hijo mío, no me mates! No te serviría de nada. No obtendrás mi fortuna. ¡Sí, te lo

explicaré! Hice unos arreglos con Sichel, ella tiene todo, ¡me aseguré! LOUIS: ¡No me provoquéis! TURELURE: Me equivoqué, me hice el duro. ¡No quería decir eso! Me dejé llevar. ¡Sí, me he equivocado contigo, dame tiempo y haré lo que quieras! No tengo valor, ¡Ya verás como cuando uno envejece, se aferra a la vida! Los días cuentan.

¡No me hagas daño, Louis! LOUIS: Dadme los diez mil francos. TURELURE: ¡No puedo, Louis! ¡Espera un poco! ¡Ten compasión de mí, hijo mío! No me es

posible. LOUIS: ¿Sabéis una cosa, padre? ¿Sabéis lo que me dijo? decís no ser libre, yo tampoco lo soy, y

ella no lo es más que nosotros. Necesita ese dinero que vos tenéis y que no es de ella. TURELURE: Si ella quiere, todo lo mío le pertenece. LOUIS: Pues bien, poneos contento, quiere. Sí, si no le devuelvo ese depósito que ¡a tiene

atrapada, Está dispuesta a dejarse desposar. TURELURE: Louis, has dicho algo bueno. Gracias a estas palabras te perdono todo lo demás. Es tan joven y gentil, es un rayo de sol en mi vida. ¡Y cuan blancos son sus brazos! Se los vi al cenar el otro día. Necesito esos brazos. LOUIS: ¿Y os da lo mismo, que se case con vos por necesidad? TURELURE: Necesidad genera temor, la mitad del amor en una mujer. LOUIS: Y la mitad de la sabiduría en un viejo bufón. TURELURE: Hiciste mal en decirme que ella quiere casarse conmigo, Louis. LOUIS: Quiere. La habéis conmovido. TURELURE: ¿Cómo quieres que haga ahora? Te hubiera dado ese dinero, bribón, pese a lo duro que es. LOUIS: Mucho más duro es morir. TURELURE: Es verdad, es aún más duro morir, Pero no queda alternativa. LQUIS: Sea razonable. TURELURE: ¡No! A un francés puedes pedirle todo Salvo hacer de cobarde y renunciar a una mujer por

obligación. ¡Eso, es imposible! ¡Eso, no! Soy francés y no me puedes pedir eso. Puedes matar a tu padre si quieres. LOUIS: ¿Es vuestra última palabra? TURELURE: Mátame si lo quieres así. ¡No, no me mates, tengo miedo! LOUIS: El dinero. TURELURE: ¡Imposible! ¿No crees en Dios, Louis? LOUIS: No creo. TURELURE: ¡Estoy perdido, rodeado de personas impiedosas! ¡Este es mi hijo, y yo estoy en medio de estas dos mujeres que con una sonrisa fúnebre me

conducen a la muerte!

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LOUIS: ¿Creéis? TURELURE: ¡Creo! ¡Soy el único creyente y tu bestialidad me causa espanto! No entiendes a un

hombre de otros tiempos. ¡Creo con todo mi corazón! ¡Soy un buen católico, al estilo de Voltaire! ¡No, no, no me estoy riendo! ¡Hijo mío, no me mates, hijo mío!

LOUIS: (Apuntándole con las dos pistolas). ¡El dinero! TURELURE: (Castañeteando con los dientes y tratando de mantenerse). No. Es imposible. ¡No

me mates! LOUIS: ¡El dinero, ladrón! TURELURE: ¡No! LOUIS: ¡Mi dinero, ladrón! ¡Mi dinero, ladrón! ¡Los diez mil francos, ladrón! (Gesto de negación, Louis dispara las dos pistolas a la vez. Los dos tiros fallan. Turelure se

queda un rato inmóvil los ojos en blanco. Luego contrae el maxilar y se derrumba sobre un brazo del sillón. Louis se acerca, abre sus ropas, palpa el corazón, busca en los bolsillos, toma el dinero, reacomoda el cuerpo. Luego de pie, los brazos cruzados, lo mira fijamente Entra Lumír).

ESCENA IV LUMIR: Como no oía más nada, he entrado. LOUIS: ¿Estabas escuchando detrás de la puerta? LUMIR: Sí. (En voz baja). ¿Has disparado? LOUIS: Sí. Los dos a la vez. LUMIR: ¿Y qué pasó? LOUIS: Los dos fallaron. LUMIR: Pero tu padre... LOUIS: ...Está muerto. Sí, ha muerto de todos modos. Está bien muerto. Su miserable corazón se

ha detenido. LUMIR: Sin embargo el fulminante era nuevo, la pólvora seca y sé cargarlas. LOUIS: Seguramente olvidaste soplar en la chimenea. Son armas muy viejas... LUMIR: ¿Le quitaste el dinero? ... LOUIS: Lo tengo. (Le da el dinero) Aquí están los diez mil francos. No necesitamos recibo. LUMIR: Louis, ¿qué debo decirte? LOUIS: He matado a mi padre. LUMIR: Lo has matado. Está bien. No se podía hacer otra cosa. LOUIS: Era necesario, no era libre. LUMIR: Te juro que ese dinero me pertenecía, y que no tenía ningún derecho a quedárselo, y que

no tenía la libertad de dejárselo. LOUIS: No tenemos que pensar más en eso. LUMIR: ¡Que amarillo que está! ¡Cómo nos mira con esos ojos gastados y rojos! LOUIS: No temas, no te hará nada. El anciano gentleman está muy tranquilo, y parece más

respetable que nunca. LUMIR: ¡Louis! LOUIS: ¿Crees que lamento lo que he hecho?

Todo terminó, ya no existe, no hay que pensar más. Yo no era libre.

LUMIR: ¿Disparaste los dos tiros al mismo tiempo? LOUIS: Sí, no me gusta andar con vueltas. Cuenta tu dinero, yo verifico algo. (Ella cuenta los billetes, mientras él sacando la baqueta de una de las armas, la introduce en

el caño de la pistola más corta, y deja caer una bala, que levanta entre los dedos).

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LOUIS: Lumir, La primera pistola también estaba cargada. (Ella se vuelve hacia él y se echa a reír).

ACTO TERCERO

ESCENA I

La misma habitación que en los actos precedentes. Al subir el telón Sichel y Lumir (vestida de mujer) están sentadas cada una mesa i¿¡ a! al dictado de Louis que se pasea a lo largo y a lo ancho. En el medio, en otra mesa, el notario Mortdefroid (muerto de frio) desapareciendo detrás de fajos y expedientes. Louis dicta y habla a la vez a los tres. Han pasado dos días desde el Acto Segundo.

LOUIS: ¡Atención, Sichel! Nuestra más bella escritura de cancillería, hija mía, y no estropees es

hoja de papel de canto dorado, por favor, es la última que me queda. ¿Estamos? Continuando “... Entre las pruebas crueles que acaban de pasarme he sacado un gran consuelo…”. (A Lumír). ¿Estáis ahí, Lumir?

“Keller, Boufarik”. (A Sichel). Es mi compañero de allá, una especie de asociado. (A Lumir). “Mi viejo, adjunto una letra de cambio de 2000 francos sobre Cmmon Zographos

y Cía., sobre la que tú pagarás." A la línea.

“Factura de 10 de junio, aquí…” (A Sichel). “... un gran consuelo ese testimonio de la estima y de la confianza que Su

Majestad no ha cesado de mostrarme...”. (A Lumir). “aquí………….1000 francos 100 jornadas de obreros a 2 francos 50……..250 francos - Cuenta Laparra………..350 francos Gastos varios………..Memoria (A Sichel). “....a mi padre”. (A Lumir). Haced el total.

LUMIR: Estáis equivocado al dejar tanto dinero a Keller. Se lo beberá lodo. LOUIS: Y bien, ¡que beba a mi salud! ¡Uno no pierde su padre lodos los días! -¿No es así, señor

Mortdefroid? MORTDEFROID: No es fácil reencontrarlo. LOUIS: Perdón por haberos hecho venir a esta buena hora, pero no me gusta que las cosas

demoren. Y el cuerpo es llevado a las diez y media sin falta, va a sonar en la iglesia en un momento. ¡A lo vuestro, Sichel! “Quisiera agregar personalmente, Señor Secretario, la expresión de mi más alta consideración y hacerlo intérprete ante Su Majestad...” (A Lumír). “Y en cuanto a ese pequeño maltes que nos fastidia...” (A Sichel). “...de los sentimientos de reconocimiento, de devoción y de profundo respeto con los que estoy...” A la línea, una línea en blanco. (A Lumir). Si no consigues liberarme antes de mi regreso...” (A Sichel). “...de Su Majestad”.

SICHEL: Esos hace dos veces Majestad. 1 LOUIS: Y bien, eso le placerá. (Envía un beso al retrato del Rey Luis Felipe).

(A Sichel). ”...De Su Majestad...” dos líneas en blanco, en letra más pequeña (A Lumir). “...eres un puerco”.

(A Sichel). “…El muy humilde y obediente servidor”.

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(A Lumir). “...Mi padre está muerto, tengo el dinero para la deuda. Estaría allí el 20". Relea. ¿Y bien señor Mortdefroid? MORTDEFROID: Lo que veo no es famoso, pero no es verdaderamente fácil de reconocerlo.

El difunto Conde tenía la manía de los negocios y la especulación de ¡os que no entendía ni / pizca, Desconfiado como un viejo, simple y pleno de fe como un niño, Rodeado de hijos por todas partes donde se enredaba. ¡Un verdadero militar! ¡Y esta crisis que se declara en la Bolsa!

LOUIS: (Gangoso y bufando). Suerte que si dejamos a un lado esta factura y descargo general de todas las obligaciones, deudas, avales, participaciones, garantías y compromisos varios, que mi padre, el día de su muerte, recibió del padre de la Señorita...

SICHEL: Más esta suma de 20.000 francos en moneda líquida que mi padre le había entregado. LOUIS:...Que encontré sobre él y entonces me permití apoderarme, teniendo gran necesidad. MORTDEFROID:...Sí, decíamos, dejamos a un lado esta factura...Era una buena idea de su parte,

¡pobre Conde! una especie de presentimiento de su final. ¡El mismo día de su muerte! quería dejar una situación equilibrada.

LOUIS: Sí, por otra parte, hacemos valer este reconocimiento convencido de trescientos mil francos a pagar en dos plazos de seis meses que mi mencionado padre, el mismo día firmó a favor del mencionado padre de la Señorita.

MORTDEFROID: Creo que los dos se balancean. Trescientos mil francos es todo el peso de vuestro activo. Es una situación equilibrada. LOUIS: Como equilibrada, es equilibrada. Pues bien, a eso me atengo. (A Sichel). Os felicito Señorita. Dadme todo eso que lo firmo. (Firma las cartas de Sichel y las de Lumir). MORTDEFROID: Uno puede pleitear todo, naturalmente. Hay algunas cosas sospechosas:

cuentas ficticias, papeles antedatados, no es difícil dar cuerpo a un expediente. Las contracartas también. Pero vayan a probarlos.

LOUIS: ¡Nada de pruebas señor Mortdefroid! Os encargo vender todo y liquidar todo. (A Siche!). Haremos honor a nuestra firma. Es un buen asunto para vuestro estudio. MORTDEFROID: ¿Puedo aún seros útil en algo? LOUIS: Volveremos a conversar después del entierro, si os parece bien. MORTDEFROID: Servidor Señor Conde. (Sale). LOUIS A SICHEL: Es una bella dote, Señorita, lo que mi padre os deja. SICHEL: Habéis recibido vuestra parte. LOUIS: Mi parte, nada más justo. ¡Esos 20.000 francos providenciales y toda África para mí! SICHEL: Y vuestra prometida. LOUIS: Y mi prometida por añadidura. Es verdad, ¡truenos! no lo había pensado. Hay bellos días

para nosotros. ¡Y ahora, a los asuntos serios! ¿Se despertó vuestro padre? SICHEL: No lo sé. Creo que pasó una mala noche. LOUIS: ¿No despertó? Es necesario que se despierte. ¡Todo el mundo al puente! Lo necesito dentro de una hora. Y llevadle esas participaciones. Decidle que se entretenga escribiendo las direcciones

mientras tanto. Acá está la lista. ¿Comprendido? (Le entrega los papeles, ella sale).

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ESCENA II

LUMIR: (Deja su pluma). Hay cosas que no entiendo. LOUIS: ¿Hay cosas que no comprendes?, ¿qué es lo que no comprendes, mi angelito? LUMIR: Tú padre te tenía miedo. ¿Cómo aceptó este cara a cara? LOUIS: No pudo hacer otra cosa. No pudo resistir. Fue interesante explicarse a fondo conmigo y

verme vencido y suplicante. Además, me despreció. Fue interesante enfrentarme a él, con este dinero en su bolsillo que le calentaba el corazón. LUMIR: ¿Y cómo pudo firmar esta obligación de trescientos mil francos? LOUIS: ¡Bah!, ¿qué podría temer de Alí?, Ambos tenían poca relación y comunicación. Era un

seguro a reembolsar. Dependía que lo amaramos por sí mismo. Nada más que esos pequeños veinte mil francos de los que no tuvo el coraje de separarse.

LUMIR: Es un hallazgo de Sichel. LOUIS: Ella le hace honor. LUMIR: Él pensaba que si le dejaba toda su fortuna... LOUIS: Por una parte eso me quitaría todo interés por su muerte... LUMIR: Y por otra parte, cuando acabara por morir,… LOUIS: Eso me alentaría a casarme con ella. Sí, es justo su tipo de bromas. LUMIR: Pero, dime, ¿tú no la amas, Louis? LOUIS: Así es, contessina, sólo a ella. (La abraza). Vuestro rostro está frío y vuestras manos heladas. (Intenta abrazarla de nuevo. Ligeros

movimiento de repulsión). ¿Os repugno, Lumir? LUMIR: Creí haber visto la figura cruel y devoradora de vuestro padre, el molinero ingenuo y

malvado. No, habéis vuelto a ser el mismo, el mismo que antes. LOUIS: Lumir, os pido que no me habléis más del viejo Señor. Es verdad, lo he matado, he matado a mi padre, en tanto que la cosa dependía de mí. El

corazón estaba allí. Y para estos recuerdos penosos, esta acción todas las noches lentamente que se prepara y que

se recomienza en sueños, Sé que es una cuestión de firmeza, de paciencia y de tiempo. LUMIR: ¿Cuáles son tus intenciones? LOUIS: Volver a partir para Argelia lo antes posible, una vez comenzada la liquidación que está

en curso para lo cual todo está en manos de la pareja. LUMIR: ¿Sin remordimientos? LOUIS: ¿Remordimientos? ¡Guárdenselos! Es un alivio para mí. LUMIR: Entonces no ha pasado nada. LOUIS: Nada ha pasado. LUMIR: ¿Volverás a Argelia conmigo? LOUIS: Contigo, si quieres. (Ella ríe, la cabeza inclinada, y hace el signo que no). ¿No? ¿No

quieres volver conmigo? LUMIR: No. LOUIS: ¿Es a Polonia que quieres ir? LUMIR: (En voz baja, como hablándose a sí misma). Sí,... a Polonia... partir. LOUIS: ¿No es cierto, de todos modos que nunca tuviste la intención de volver conmigo? (Ella

sacude la cabeza). ¿Qué te llama a esta Polonia? LUMIR: (Como si su espíritu estuviese allá). Un pariente enfermo me llama. LOUIS: ¿Por qué tratas de mentir? LUMIR: ¿Por qué me preguntas esas cosas? (Silencio). LOUIS: Lumir, ¿qué pasa?

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LUMIR: ¡Que este lugar es horrible y esta lluvia desde hace ocho días que no para! Esta enorme casa devastada, desposeída de sus dueños, muerta... Este muro desnudo, este Cristo caído, esperando que alguien lo levante, y todo eso durante tanto tiempo que fue toda la alegría y toda la esperanza de la humanidad. Ahora rebajado y caído contra el muro. Se lo ha olvidado allí. ¡Y en el lugar de Jesucristo este ídolo horrible, este viejo pintado que no es más que diversión y tupé!

¡Estoy tan sola acá! ¡Gran Dios como me siento sola y extranjera aquí! Todo a mí alrededor me es hostil y no tengo ningún lugar. Las cosas mismas a mí alrededor,

se podría decir que no me ven y que no estoy. LOUIS: Ven conmigo. Vuelve a entrar conmigo en la vida y en la realidad. LUMIR: La realidad está ausente. La verdadera vida está ausente. Yo, al menos, estoy despierta

por este corto momento. LOUIS: La verdadera vida está presente con todas las cosas que tenemos que hacer y que esperan

de nosotros la existencia. El pasado está muerto, la vida se abre y el camino delante nuestro está despejado. LUMIR: No me gusta ni una pizca esta tierra extranjera. LOUIS: La cosa que se ha hecho no es extranjera para nosotros. LUMIR: No he hecho nada que no fuera por lealtad, A mi hermano, a mi padre. Ambos muertos y he recuperado ese dinero. ¡Ahora estoy libre y estoy desligada y completamente sola en este vasto universo! Única y absolutamente sola. LOUIS: (Amargado). Está la patria allá. LUMIR: ¡Sin padre, sin patria, sin Dios, sin lazo, sin bienes, sin porvenir, sin amor! Nada alrededor mío más que la sempiterna lluvia, o este sol blanco más aterrador que la

muerte, Que no me muestra alrededor nada más que figuras tan vanas como la arena, un pueblo de

sombras nulas. El torrente que pasa y nadie absolutamente de quien sea conocida, Nada más que el eterno rumor de esas bocas sin ningún sentido que hablan en una lengua

extranjera. LOUIS: Lumir, antes te amé y sé que lo sabías. LUMIR: (Pequeña sonrisa). ¿Antes?; - - LOUIS: Aún te amo. LUMIR: No, ya no me amas y yo ya he partido. No tienes del todo tu alma para pensar en lo que hiciste anteayer. LOUIS: Por esta Lumir. LUMIR: (Tiende la mano para tocarlo). Es verdad. ¡Ah, pobre amigo, ah, hermano, que pena me

das! LOUIS: ¿Es por qué me amas que me armaste esta tramoya? LUMIR: ¿Hablas de esa trampita que armé y de esa primera pistola que, efectivamente, estaba

cargada con balas? LOUIS: Querías la muerte cierta para mi padre y para mí el crimen y el cadalso. LUMIR: Soy más joven que tú y todo eso es mi propia parte luego. LOUIS: ¿Querías hacerme morir? LUMIR: ¿Era preciso que te dejara a esa mujer? LOUIS: No quiero casarme con Sichel. LUMIR: Es lo que ella quiere lo que importa. Y ves que ella tiene todo el dinero. LOUIS: ¿Que me importa el dinero? LUMIR: Mucho. Hemos vivido muy duramente, tu y yo, por no saber lo que vale el dinero. LOUIS: Te devolví el tuyo. LUMIR: Sí. Estás liberado. Ambos estamos liberados. LOUIS: Me has hecho cometer este crimen y ahora me abandonas. LUMIR: De ningún modo, no tienes más que venir conmigo donde yo voy. LOUIS: Sabes que no puedo, todas estas cosas que he comenzado me atan. LUMIR: (Dulcemente). ¿Es triste que yo parta?

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LOUIS: No, no es triste. LUMIR: ¿De veras, no es triste? ¡Ah, no intentes fingir! ¡Veo esa mirada infantil en tus ojos y me

da tanto placer y ese desconcierto que me confunde, y esa pequeña sonrisa desdichada. LOUIS: Llegaré al final de esto también. LUMIR: Louis, ¿temes tanto vivir sin mí? LOUIS: No me enfurezcas. ¡No me mires así, con ese aire de compasión y desprecio! Prefiero tu

indiferencia. LUMIR: No, no volveré contigo. LOUIS: ¿No es una desgracia escucharse hablar así por un pedazo de mujer que uno retorce entre

sus manos? Sabes que soy el más fuerte. Entonces, ¿por qué no quieres hacer lo que yo quiero? No es

justo. LUMIR: No, no Volveré contigo. LOUIS: Lumir, ¡hay tantas cosas delante nuestro! LUMIR: No, no hay tantas cosas delante nuestro. LOUIS: (Dulcemente). Quédate, no puedo privarme de ti. LUMIR: (Apasionadamente). ¿Es verdad que no puedes privarle de mí? ¡Dilo todavía! ¿Es verdad que no puedes privarte de mí? ¿En serio? ¡Ah, no fue largo de

decir! Es algo breve pero tiene toda la felicidad que podría tener. Una felicidad corta. LOUIS: Será larga si quieres. LUMIR: No soy muy bella. Si fuera muy bella a lo mejor valdría la pena vivir. No sé vestirme. No tengo ninguna de las artes de la mujer. He vivido siempre como un varón. Nada más que hombres a mi alrededor. Mira como todos me temen. Sucedió rio se sabe cómo. LOUIS: Está bien así. LUMIR: Depende, de todos modos no estoy tan mal. Habría querido que alguna vez me vieras

con un lindo vestido. Con un vestido todo rojo. LOUIS: ¡Te amo como eres, moj Kotku! LUMIR: Bien, hay miles de mujeres como yo, no vale la pena vivir. LOUIS: No hay más que una sola para mí. LUMIR: ¿Es verdad que no hay más que una para ti? ¡Ah, sé que es cierto! ¡Ah, di lo que

quieras! ¡Hay de todos modos en ti algo que me comprende y que es mi hermano! Una ruptura, una lasitud, un vacío que no puede ser colmado. No eres como ninguno. Estás solo. Jamás podrás dejar de haber hecho lo que hiciste, (dulcemente) ¡parricida! Estamos solos en este horrible desierto. Dos almas humanas en la nada que son capaces de darse la una a la otra, Y en un solo segundo, parecido a la detonación de todo el tiempo que se aniquila reemplazar

todas las cosas una por otra. ¿No es que es bueno estar sin ninguna perspectiva? ¡Ah, si la vida fuera larga!, Entonces valdría la pena ser feliz. Pero es corta y hay medios de hacerla más corta aún. ¡Tan

corta como tu eternidad! LOUIS: No tengo que hacer con la eternidad. LUMIR: ¡Tan corta como tu eternidad! ¡Tan corta como este mundo que no queremos y esta

felicidad donde la gente hace tantos negocios! ¡Tan chico, tan estrecho, tan estricto, tan encogido como ninguna otra cosa que nosotros

tengamos! Ve, ¿qué es esta Mitidja y esta cosecha que se hace toda polvo que no deja más que un poco

de oro entre los dedos y todas esas cosas con las que no tenemos proporción? Ven conmigo y serás mi fuerza y mi solidez. ¡Y yo, yo seré la Patria entre tus brazos, la dulzura antaño abandonada, la tierra de Ur, I

antigua Consolación! ¡No hay más que tú conmigo en el mundo, no hay más que este solo momento al fin donde

nos percibiremos cara a cara! Accesibles al fin a este misterio que encerramos.

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Puede salirse el alma del cuerpo como una espada, leal, llena de honor, puede romperse la pared.

Puede hacerse un juramento y darse todo entero a ese otro que existe solo. Pese a la horrible noche y a la lluvia, pese a lo que nos rodea la nada, ¡Como los valientes! ¡Darse uno mismo y creer enteramente en el otro! ¡Darse y creer en un solo relámpago! ¡Cada uno de nosotros al otro y sólo eso! LOUIS: ¿Qué quieres de mí? LUMIR: Quiero que me acompañes donde voy. LOUIS: ¿A Polonia? LUMIR: A Polonia y más lejos que a Polonia. La patria de la tristeza, Ur de Caldea, la fuente de

lágrimas en el corazón de la que amas. En ese país conmigo que está más cerca que Polonia. LOUIS: No, Lumir. (Silencio). LUMIR: Está bien. Cásate con la querida de tu padre. LOUIS: ¿Y tú? LUMIR: ¿No le hiciste daño?, ¿no la privaste de ese Turelure al que ella tenía derecho? Tú también eres un Turelure. Vaya que te conozco a fondo. Eres un Turelure. Eres un verdadero francés. ¿Puede un francés pasarse sin una mujer? LOUIS: Puedo pasarme sin ti. LUMIR: Ella te quiere. ¿Aprietas los dientes? LOUIS: No es algo agradable para escuchar decir. LUMIR: Ella te quiere. He visto cómo te mira, tan tierna y vibrante bajo tus ojos como una

cuerda de violín. ¡Ella se te pegará al cuerpo con sus ojos negros! Te entrará en el cuerpo como un cordón, como la hiedra en el bosque de robles.

LOUIS: Está bien. De todos modos soy el más fuerte. LUMIR: Vive feliz. LOUIS: Feliz o no. LUMIR: ¡Adiós entonces, hermano! LOUIS: ¡Ah, no sonrías así, con esa sonrisa que repugna estar vivo! LUMIR: Vive. No quiero nada de ti. LOUIS: ¿Piensas salvar a Polonia? LUMIR: Es la burla que todos ustedes me hacen, Alí, Sichel, tu padre, todos los judíos de

alrededor nuestro. LOUIS: No puedes despertar tu país tú sola. LUMIR: No. (Mira al crucifijo). LOUIS: Si Dios existiera salvaría Polonia. LUMIR: No se trata de salvarla. LOUIS: ¿De qué se trata entonces? LUMIR: De sacarse a Turelure y a los suyos. LOUIS: No es así. ¿Hay que echarle la culpa a Dios una vez más? ¡Hay que agregarle una

injusticia más a la cuenta de Polonia! (Silencio). ¿Es necesario interrumpir la prescripción?, ¿Hay que darles ocupación una vez más a sus verdugos? (Silencio). Los verdugos de Polonia, ¿no dices nada?

LUMIR: Son los franceses quienes usan palabras parecidas. LOUIS: ¿Por qué entonces te vas para allá? LUMIR: Voy hacia mi patria terrestre puesto que no hay ninguna otra. Allí donde no soy más una extranjera. Con aquellos que son de la misma raza que yo, mis hermanos, en una profunda noche. ¡Con

aquellos despojados de lo que era inútil y de todo excepto del amor que pueda darse uno al otro, mi pueblo en las tinieblas!

Este amor que no quisiste, esa cosa esencial que no pude dar, mi alma, ¡He aquí que la aporto, como un prisionero atado por todos sus miembros, que busca a su

hermano en la noche con la boca, una figura humana en la noche para darle de comer ese pan que tiene entre los dientes!

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Si vivo, no puedo ser tuya. Pero si muero, soy toda tuya y todos son uno en mi. LOUIS: Los que te llaman están locos. LUMIR: Es verdad, los encuentro locos también, pobres hermanos, pero eso no cambia nada. LOUIS: ¿Y si me hubiera casado contigo, partirías y me preferirías a esa gente que no conoces? LUMIR: Sí. LOUIS: Hago bien entonces en dejarte ir. LUMIR: No, hermano. Aún si tu vida es larga, no encontraras una ocasión parecida de darla por

aquella que se dio a ti. LOUIS: La consigna es vivir. LUMIR: La mía es morir.__ Bajamente, adyacentemente, entre dos empleados descontentos de ser llevados en tan buena

hora. Un farol, una noche de lluvia como las de allá antes del invierno, la lluvia que cae a torrentes

sin ninguna esperanza. Es una joven que uno va a sujetar a una barra de hierro entre los dos muros de una prisión

¡Adiós! LOUIS: ¿Sin ninguna esperanza? LUMIR: ¡Sí, adiós sin ninguna esperanza, en el cielo y sobre la tierra! (Sale).

ESCENA III Entra Sichel.

SICHEL: He aquí los papeles que os traigo. Mi padre llegará en cualquier momento. LOUIS: Os doy las gracias. SICHEL: ¡Louis! Estoy segura que me queréis. Pensáis que me atrae vuestra herencia. LOUIS: Guardáosla. Buen viaje. Tengo horror de ese país. SICHEL: Louis, os juro que no os he hecho daño, en tanto lo creáis. Esos trescientos mil francos, es lo que vuestro padre nos debe, exactamente. Comprende esos

20.000 francos que vos mismo habéis recibido. Pongamos en 30 o 40.000 francos más o menos, el valor de ese bien de Coûfontaine. Fue

vuestro padre quien quiso poner cifras redondas. ¿Es tanto por esos años de esclavitud? No digo nada más que la verdad. LOUIS: No os quiero para nada. SICHEL: No, no me queréis, está bien para vos. Mi porvenir está destruido, mi protector está muerto y yo estoy deshonrada. Con todo eso tampoco me queréis para nada. LOUIS: No soy yo quien ha matado a mi padre. (Silencio). SICHEL: No sois quien ha matado a vuestro padre. No. No había necesidad de meter la mano. Supongo que alcanzó el miedo. ¿Qué miráis en ese patio? Podríais mirarme cuando os hablo. LOUIS: Me fijo en alguien que parte. SICHEL: ¿Quién? LOUIS: La Condesa Lumir. SICHEL: ¿Lumir se va? LOUIS: Se va, y pienso que para no volver, (Silencio). SICHEL: Louis, eso me apena. LOUIS: Gracias. SICHEL: Yo me quedaré.

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LOUIS: Eso es seguro. SICHEL: Louis, lo que pasa en el patio es interesante. Pero hay este papel que tengo en la mano,

que merece que se me mire. LOUIS: ¿Qué es? (Ella le da el papel). Ya veo, el reconocimiento firmado por mi padre. Ya lo he visto. (Hace un gesto de

devolvérselo). SICHEL: (Evitando tomarlo). Os juro que no hay otros ejemplares. LOUIS: Tomadlo. SICHEL: Me costó obtenerlo de mi padre. LOUIS: Tomadlo. (Lo lanza al aire de un golpe). SICHEL: (Agarrándolo al vuelo). Todo el mundo me acusará de haberos despojado. LOUIS: Dormant y Coûfontaine, hay con que consolaros. SICHEL: ¡Y que!, ¿Vos también me acusáis? LOUIS: Os enviare los datos el primero de año. SICHEL: Soy una judía, ¿no? ¿Lo único que me interesa es el dinero?, y bien, mirad lo que hago

con esto. (Rompe el papel. Silencio, ambos se miran). Ahí está os he entregado todo. Vuestro dinero y el nuestro. Tal es nuestra codicia. LOUIS: Sichel, lo que acabáis de hacer no es para nada tonto. SICHEL: ¿No lo es? Robo a mi padre, lo despojo y me pongo a vuestra merced. ¡Que astucia de

mi parte! LOUÍS: ¡Qué lástima que el mío este muerto! (Ruido de ruedas en el patio. Louis va a la ventana

y queda largamente apoyado contra el vidrio). SICHEL: Esa pena me asombra. LOUIS: Sí. No tengo a nadie, fuera de vuestra familia para hacer las gestiones de costumbre. SICHEL: ¿Qué gestiones? LOUIS: Es una situación embarazosa para gente joven bien criada. SICHEL: ¿Qué situación? LOUIS: ¿Creéis entonces que aceptaré así vuestra generosidad? ¿Creéis que aceptaré vuestro

dinero? Es vuestro, lo habéis ganado, es la voluntad de mi padre. Y tengo alguna responsabilidad, me temo, En el acontecimiento que os priva de vuestro protector. Sí, tuve errores con el difunto. Debo tener en cuenta su voluntad. Me corresponde antes que nada reparar el honor en el hombre SICHEL: ¿Adónde queréis llegar? LOUIS: Señorita Habenichts, tengo el honor de pedir vuestra mano. SICHEL: Louis, si os burláis... Capitán, quiero decir...Señor Conde, Señor Capitán... (Balbucea). LOUIS: ¿Me haríais pagar esta burla, no es así? ¿Es lo que queréis decir? SICHEL: No, no os amenazo. LOUIS: Y yo no me burlo. SICHEL: ¡Louis, si os casáis conmigo, que escándalo! LOUIS: No tengo miedo. Es eso mismo lo curioso. SICHEL: Vuestro padre… LOUIS: Colmo sus más caros deseos. ¡Que lazo entre nosotros sumado a los de la sangre! ¡La

herencia completa! No falta nada. Es el mismo hombre que continúa. SICHEL: Pues bien, ¿me pedís en matrimonio? LOUIS: Sí, tengo una idea como esa. SICHEL: ¿Y si me rehusó? LOUIS: No os rehusaréis. Es debido. Mekhtoub. Está preparado de antemano. Estamos hechos

uno para el otro. Está escrito como en papel sellado. SICHEL: ¿Creéis que fue para llegar aquí que destruí ese papel? LOUIS: Sí, lo creo completamente. SICHEL: ¿Y cuándo sería entonces? LOUIS: Eso prueba que me conocéis. SICHEL: Eso prueba que os amo. LOUIS: Eso prueba que me deseáis, a mí, a mi nombre, mi porvenir y a mi fortuna.

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SICHEL: ¡Todo junto! ¿Por qué odiaría algo que es vuestro? ¡Sí, es todo eso junto lo que quiero! Es todo eso que es para mí y de lo que sé el uso.

¿Que podría hacer ella, la polonesa absurda? ese pedacito de hielo ardiente. Mirad como acaba de abandonaros.

Yo sé, soy una judía, lo maquiné todo para prenderte. ¿No es así? Pobre inocente, tenía todo preparado desde hace mucho contra ti.

¿Y cuándo será, entonces? ¿Tengo tantos amigos?, ¿tantos recursos?, ¿tantas armas con las que contar? Ah, no tengo

más que a mí misma, mida más y soy judía. ¡Y esta piedra abrumadora sobre nosotros a remontar, esta maldición como una mordaza a

aflojar! ¡Tantos siglos que estamos separados de la humanidad! ¡Tantos siglos en nosotros en que se

nos ha apartado como el oro en la bolsa del avaro! ¡La puerta se abre, tanto peor para aquellos que nos han abandonado! ¡Tanto peor para ti, mi bello Capitán! ¡Te amo y veras que soy la hija del Hambre y la Sed. ¡Eres bello! ¡No estamos hastiados nosotros!

¡La puerta está abierta, al fin! ¡Ah, reniego de mi raza y de mi sangre! ¡Aborrezco el pasado! ¡Camino por encima, bailo por encima! ¡Escupo por encima!

Tu pueblo será mi pueblo y tu dios será mi dios. Seré tuya, mi bello Capitán, y verás sino no puedo servirte para nada. LOUIS: Judía, detente, y no me lamas así las manos apasionadamente como esos horribles

perritos febriles y afectuosos. Me caso contigo porque no puedo hacer otra cosa y no me das miedo. Me tiras con una letra de cambio de mi padre. Está bien, honro la firma, hay que hacerlo. Acepto la herencia y no rechazo ninguna parte, ¡y soy yo el que ríe último! SICHEL: ¡Me insultas, está bueno! LOUIS: Es preciso que todo esté claro entre nosotros. SICHEL: Insúltame, pisotéame, no espero otra cosa de ti. ¡Hace mucho que Israel es humillada como algo que se aborrece y de la que no se puede

prescindir! ¡Me insultas! ¡Pero hace rato que Israel bebe la humillación como el agua! ¿Dije como el agua?, no, no como el agua, ¡como el vino fuerte y que cuesta caro, que

calienta y que se sube a la cabeza! ¡Me insultas! pero igual soy tu mujer y tendré de ti un niño que será de mi raza y de mi

sangre. LOUIS: Mírame a los ojos. SICHEL: Allí está, te miro. LOUIS: No me miras, sonríes. SICHEL: Ahora te miro. LOUIS: ¡No me miras, te ruborizas, y tus ojos están ya lejos! ¡Ah, soy yo de todos modos el amo! SICHEL: ¿Crees que no he visto lo que hay en los tuyos? Algo pasó después del otro día y tus ojos tío son más los mismos. LOUIS: Nada pasó. SICHEL: (Bajo y pasando la lengua por los labios). ¿No es así?, ¿no mataste a tu padre? LOUIS: No maté a mi padre. SICHEL: No te pregunto nada. No necesito saber nada. Pero esos ojos no son para nada los de un

hombre cuyo espíritu está en paz. LOUIS: No hay necesidad de espíritu ni de paz. SICHEL: ¡Ah, si no sufres la paz, no encontrarás nada mejor que yo para curarte! ¡No, no es necesaria la paz! ¡Sería demasiado cómodo para esos cadáveres que nos rodean y

que no nos impedirán vivir eternamente! Si no supiste soportar a tu padre, no soportaremos más todos estos simulacros. ¡Si tú conoces tu África, yo conozco la sociedad, como el mapa que se estudia de un país que

será nuestro, con sus caminos y sus ríos, todas las cotas anotadas!

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Somos nosotros los que estamos hechos para imponernos y para hacer la ley a los otros. Hay algo deshecho entre los hombres y nosotros, tanto peor para ellos, está en nosotros aprovecharlos.

LOUIS: Me queda Sichel Habenichts. SICHEL: Te queda Sichel Habenichts y me queda este parricidio. Ve, tu secreto no es tan profundo para que yo no esté adentro y que me encuentres allí

contigo. Está la sangre de un padre sobre ti, y sobre mí, está la sangre, la sangre de otro. ¡Hay bastante desgracia y pecado en nosotros, suficiente para hacer amor!, ¡Ah, te enseñaré a

conocerme y no me odiarás más! ¡Mi bello Capitán! ¡Ah, eres sano todavía a costa mía!, ¡eres grande!, ¡eres fuerte y te quiero! ¡Espera que te enseñe París! LOUIS: No voy a París. SICHEL: ¿No pensarás quedarte en este agujero? LOUIS: Es un hecho. SICHEL: ¿Que harás de mí acá? LOUIS: Lo que pueda, y habrá que marchar derecho. SICHEL: Y bien, nos presentaremos a las elecciones. LOUÍS: Necesito ver a tu padre. SICHEL: Te dije que vendría. LOUIS: ¿Qué dirá del modo en que has cuidado de sus intereses? SICHEL: Sabemos hacer entrar en razón a nuestros padres. LOUIS: He visto ese asunto de la compra de Dormant en los papeles de mi padre. ¿No es más que

un proyecto todavía? SICHEL: Sí, aunque recibió un anticipo de 20.000 francos. Esa suma que encontraste sobre él. LOUIS: El precio me parece bien bajo. SICHEL: No se trata más que de una bicoca y de algunas tierras magras. LOUIS: Notablemente bien ubicadas. SICHEL: Escucha. Véndele Dormant. LOUIS: Es preciso que le ponga precio. SICHEL: Te voy a explicar. Es una buena vuelta de tu padre. Ah, él tenía sus ideas. LOUIS: No tendrá Dormant por menos de cien mil francos. Es el bien de mis ancestros. SICHEL: Los pagará. Pero te voy a explicar. No será en Dormant que se hará la bifurcación a Rheims con los talleres y los depósitos de

locomotoras. Será en Chálons. Tu padre acababa de arrancar eso del Ministro de Obras Públicas. Es todavía un gran secreto. LOUIS: Ya veo. SICHEL: El mismo había comprado unos terrenos allí con la ayuda de mi tío de Epernay, el

comerciante de vinos de Champagne, hermano de mi padre. Soy yo quien tiene los papeles. LOUIS: ¿Habenichts? No hay Habenichts en Epernay. SICHEL: No se llama Habenichts. Se llama Dumesloir. Roger Dumesloir. Es un bello nombre.

ESCENA IV

Entra Ali Habenichts. ALI: Señor Conde, tengo el honor de saludaros. SICHEL: Ah, padre, ¡que feliz soy! (Lo abraza). ALI: ¿Qué pasa? LOUIS: ¿Es por mi padre que lleváis luto? ALI: Creí razonable ponerme lo más negro que tenía.

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LOUIS: No lamentéis nada. SICHEL: ¡Padre! (Lo abraza). ALI: Mi niña. LOUIS: La señorita y yo, todas las cosas examinadas, Hemos arreglado entre nosotros los términos de una liquidación ¿o diré de una condación? En otros términos, ella me cede su crédito y yo me caso con ella. ALI: ¿Qué escucho? SICHEL: ¡Padre mío! (Lo abraza). LOUIS: Señor Habenichts, tengo el honor de pediros la mano de vuestra hija, por favor. ALI: Señor Conde, ¿pensáis sin duda que me hacéis un gran honor? LOUIS: El placer es mío. ALI: Mi padre era un rabino célebre. ¡Also! Si hubiera sabido que mi pequeña hija se casaría con

un gentil y que su sangre se mezclaría con la nuestra, ¿Creéis que él hubiera tomado esto por un honor? ¿Qué dices de esto, Sichel? SICHEL: Padre mío, nuestros lazos están rotos. ALI: Es verdad, ¡todos nuestros límites están superados! SICHEL: El mundo comienza. LOUIS: Arrojémonos en los brazos unos y otros. ALI: Sois mi hijo. Vuestro padre era mi amigo. La alianza que yo tenía con vuestra familia, está acá estrechada por un vínculo más dulce.

Nos hacemos más que uno. LOUIS: Bien dicho, Señor padre mío. ¡Ah, como estoy de impaciente por dar el día a un be

Habenichts! La sangre de Coûfontaine, que ya está fundada en un Turelure; he ahí toda Israel c

desemboca. El nombre cubre todo. SICHEL: Ve, no seré indigna. Ya verás, soy inteligente. Todo se puede hacer de mí. Y tomaré la religión que quieras. LOUIS: Católica. Todo el mundo dice que soy católico. SICHEL: Precisamente, es la religión que prefiero. ¡Es tan pintoresca! ALI: ¡Escuchadla! Dice “religión” y “católica” como si dijera comedor renacentista. ¡Todo lo mismo! ¡Ganz Wurst! ¡Todo es salchicha para ella! LOUIS: ¿Estamos de acuerdo? ALI: Ratifico todo lo que mi hija ha consentido esta mañana. ¡Es caro! ¡Tanto peor! Esa será la

dote. SICHEL: ¡Padre! ALI: Sí. Ya sé que me quieres decir mi niña. SIGILE: Hable a Louis. ALI: ¡Vamos! Después de todo lo que he hecho por vos, estoy seguro que no querrás

contrariarme. No es que le tema de ese modo a Dormant, pero tengo otras opciones con otros terrenos a los costados, eso me hará perder el frente.

Y vuestro padre me había dado su palabra. No falta más que la firma. No querríais hacer esta injuria.

LOUIS: No he consentido aún. ALI: En caso de reventa con un aumento del cuarenta por ciento, vuestro derecho a un reintegro

está previsto. LOUIS: Dormant es la cuna de mi familia. ALI: Si formamos una sociedad tendréis veinte partes de fundador. SICHEL: Lo sabes bien, te lo hice leer todo. Hazlo por mi padre. Firma, mi querido, para darme

el gusto. LOUIS: Rueño, consiento. ¿Dónde está el papel? ALI: ¡Está aquí! (Busca fervientemente en su cartera). LOUIS: Tómese vuestro tiempo. ¿Qué edad leñéis, padre Alí? ALÍ: Setenta años, Señor Conde. LOUIS: ¿Y siempre tanta alegría y viveza en los negocios?

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ALI; ¡Siempre, Señor Conde, siempre! ¡Ah, no quisiera morir jamás! ¿Qué diablos hice con ese papel? (Saca diversos objetos de su cartera). Acá, son minerales que me envían del Sarre, acá, es el plano de tus nuevas fortificaciones de

París;- acá mi contrato con Blum, -acá... (Saca de la cartera una botella envuelta en papel de diario y que intenta disimular).

LOUIS: ¿Qué es eso? ' ALI: Disculpe Señor Conde, es para el médico. LOUIS: ¿Sufrís de los riñones? ALI: Un poco de albuminuria. Los médicos siempre me hacen rabiar por ese lado. Hay los que no

me dan más que un año de vida. ¡Farsantes! ¡Acá está el papel! LOUIS: (Lee el papel y firma, después, golpeándolo en la espalda). Podéis decir que habéis hecho

un negocio. Ah, tenéis la oportunidad de tenerme como yerno. (Los tres se dan la mano) () Y ahora, tengo algo para pediros todavía.

ALI: Todo lo que queráis. LOUIS: (Mostrando el crucifijo). Sois amante de las curiosidades, desembarazadme de este

horror. ALI: ¡Pero eso no tiene ningún valor! la lluvia y el tiempo la han hecho algo informe. SICHEL: Padre mío, es del Siglo Quince. ALI: Está hecho pedazos. Se dice que fue Madame vuestra madre quien la encontró y coleccionó. LOUIS: Sí, ella amaba este tipo de cosas. ALI: Yo no la quiero. LOUIS: Es de bronce macizo como una campana. (Golpea por debajo con el dedo, Ali golpea

también modestamente). ¡Vamos entonces, no os incomodéis más! ¿Tenéis algo duro? (Ali saca una llave del bolsillo). ALI: Es una llave que encontró en los escombros de Dormant. (Louis toma la llave y descarga un

fuerte golpe sobre la cabeza de Cristo). LOUIS: ¡Escuchad un poco como suena! ALI: Sí, los fundidores no eran raros en esa época. LOUIS: ¿Qué me dais por ella? ALI: Tres francos el kilo. Es el precio corriente. No lo encontrareis mejor en otra parte. LOUIS: ¡Pero es de bronce antiguo! ¡Mirad! (Raya el brazo del crucifijo con la llave). No sabían refinar los metales. En estos viejos bronces, uno encuentra de todo, hasta, plata. ALI: Os doy tres francos. LOUIS: Dadme cinco. ALI: Bueno, os doy cuatro, pero es muy caro. Ya no es más comercio, es fantasía. ¡Cuatro francos! Sí, es una mala acción que me hacéis

hacer LOUIS: Y bien, acepto cuatro francos, y si vos me desembarazáis de este horror, Estimo que todavía seré quien gane y quien pierda.

FIN

Hamburgo, Octubre 1913 Bordeaux, Octubre 1914

1. Pronunciar Loum-yir (Nota de Paul Claudel). 2. En alemán (e idisch): No tiene nada. (Nota de traducción), 3. En polaco: mi gatito (Nota de traducción). 4. Aquí, se unen el drama y la escena (Nota de Paul Claudel).

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EL PADRE HUMILLADO

DRAMA EN CUATRO ACTOS

(SEGUN LA EDICION DE 1945)

PERSONAJES

EL PAPA PIO EL HERMANO MENOR EL CONDE DE COÛFONTAINE (olim LOUIS TURELURE, EMBAJADOR DE FRANCIA EN ROMA) EL PRINCIPE WRONSKY ORIAN DE HOMODARMES ORSO DE HOMODARMES SICHEL PENSEE DE COÛFONTAINE LADY U

ESCENA: ROMA 1869, 1870 Y 1571

ACTO PRIMERO

ESCENA I

La escena es en Roma, el día de la fiesta de San Pío, el 5 de mayo de 1869, que es también el aniversario de la muerte de Napoleón. Fiesta de disfraces en los jardines de la Villa Wronsky, desde la que se domina toda la ciudad. Una bella noche en la que aún flota el rubor del crepúsculo. Los árboles, todos, tienen un verdor oscuro. Pensée de Coûfontaine (traje de noche). Sichel (otoño (1) en los brazos del Príncipe Wronsky (El Río Tíber).

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PENSEE: (Con una expresión de angustia, en medio de la escena, da un paso alargando el brazo cómo si fuese a caer). Madre, ¿dónde estáis?

SICHEL: (Corriendo hacia ella). Pensée, estoy aquí, mi niña. EL PRINCIPE: (Aproximándose). ¿Estáis vos indispuesta, Señorita? PENSEE: No es nada. SICHEL: (Sosteniéndola). Algún malestar de jovencita. Pensée, mi niña. (La hace sentar en un

banco). Discúlpenos Príncipe, le ruego, no es nada. EL PRINCIPE: Dejo, entonces, al otoño en los brazos de la Noche. (Sale. Momento de silencio). PENSEE: (Levanta la cabeza, con una débil sonrisa). Creo que me estoy desmayando. SICHEL: Pensée soy yo, ¿Porque me hacéis asustar así? PENSEE: Aquí estoy nuevamente viva. Es agradable volver a ver la luz. SICHEL: No me horadéis el corazón. PENSEE: Puede ser que si yo viera, no entendería tan bien. SICHEL: Tú me entiendes, mi niña bien amada, y tú sabes que te quiero. PENSEE: Sí madre. SICHEL: No me mires así con esos ojos tan bellos. PENSEE: ¿Son hermosos mis ojos? SICHEL: Los otros reciben la luz, pero los tuyos la dan. PENSEE: ¿Y nadie viéndolos pensaría que soy ciega? SICHEL: No digas esa palabra. PENSEE: ¿Es verdad que solo se me puede ver mirándome? SICHEL: Lo que pueden ver nuestros ojos en nosotros. PENSEE: Tienen entonces estos un gran poder. SICHEL: (Acariciándole la mano). Estos son dos hermosos ojos azules, de un azul puro y casi

negro. PENSEE: “Como la uva en su estación”. SICHEL: “Como la uva en su estación”. Sí, como ese racimo que me has prestado y que maduró, Señora Noche, a vuestras sienes.

(Silencio). ¿te recuerdas lo que te dije un día?, esa mañana que salíamos juntas felices, y tú querías que

te diera esos racimos todos brillantes con la frescura nocturna, entre las hojas, que se volvían como el oro bajo tus dedos, mi bello otoño. (Silencio).

PENSEE: Eres gentil en hacerme comprender las cosas. Eres gentil en no hablarme como a una.... como a una desdichada.

“Azul” ¿Crees, que eso no representa nada para mí? SICHEL: No sabía que sabes todo. PENSEE: “Azul, rojo, de oro, el hermoso color verde”, ¿te parece que eso no representa nada

para un ciego? Todo esto está anticipado como antes que el mundo hubiese sido hecho. La pobre alma en lo que ella es, provee todo lo que hace falta para ver. Cada color y el más pequeño matiz. Yo también puedo hablar de eso y no es necesario prohibírmelo. SICHEL: Esta tarde tan bella... PENSEE: ¡Gozo de esto tanto como tú, madre! Hace un rato, sí, era verdaderamente de oro, lo sé, esta impresión solemne, esta temperatura

divina, este aire sobre mi cara, esta caricia sobre mi cuerpo desnudo en el cual yo siento todas las variaciones.

Porque las que se anuncia la Noche. Deseado por muchos, como yo deseo el día. La vid también, y bien, ¿dónde están sus ojos?, y al lado de ella, ¿quién conoce el sol?, ¡es

de él que están hechos los racimos en mis sienes! Los otros alrededor mío, todas esas personas, ¿Que saben de las cosas, no han tomado rápido más que lo que les es necesario, en un abrir y

cerrar de ojos para guiarse a través de su pequeña comedia? Pero a mí todo me habla, todo me toca hasta el fondo del corazón.

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Esa voz, por ejemplo, que escucho. SICHEL: Yo no escucho ninguna voz, hija mía. PENSEE: Tu no la escuchas, madre, pero yo, la he escuchado. Él ha dejado de hablar y yo la

escucho todavía, El habla y mi alma se estremece al escucharlo. SICHEL: ¿Qué es eso? PENSEE: ¿Que importa? No tiene nombre. La he escuchado: solamente esa palabra que hablaba. SICHEL: Pensée, ¿qué es? PENSEE. ¿Y qué quieres tú saber, cuando él mismo no sabe nada todavía? Feliz soy yo, es él que

me ha elegido esta noche entre todas las otras muchachas, sin él saberlo. SICHEL: ¿Es eso lo que ahora te ha causado una emoción tan fuerte? PENSEE: Había perdido mis referencias un poco. SICHEL: Yo no estaba lejos de ti. PENSEE: Yo estoy perdida desde ahora dónde yo no este con él. SICHEL: Palabras duras para tu madre. PENSEE: Discúlpame, yo no sé lo que he dicho. Y cuando él no esté más conmigo, nada podrá impedir que yo lo encuentre. Yo lo encontré, y él ¿me encontrará en las tinieblas dónde estoy? ¡Esta alegría inesperada, y esta desdicha que me ha revelado! Todo de golpe como una cuchilla en pleno corazón. PENSEE: ¡Amarme, mi Dios! ¿Y quién habla de eso?, ¿qué dices? ¡Sí, yo lo quiero! Él no me

conocerá jamás. ¿Que hablo de tinieblas?, ¡felices tinieblas, que me permitan estar allí escondida!

¡Ah, yo estoy allí más sola desde ahora y el hallazgo de este sólo momento es tan grande! ¡Ven huyamos! ¿Cómo sobrellevaré mi secreto? ¿Qué hará él de una ciega? ¿Qué hare si me descubre?

Seguramente me rechazará. ¿Qué haré si me desprecia o si solamente se da cuenta de este sentimiento?

-¿Bella?, ¿tú me has dicho algunas veces que era bella, mamá? SICHEL: Demasiado para que tú me seas dejada. PENSEE: ¿Tan bella corno la más bella en este mundo que no conozco? SICHEL: Tú lo sabes y tu joven corazón en ti basta para saberlo. PENSEE: Dime, ¿me has puesto muy hermosa esta tarde? SICHEL: ¿No has escuchado lo que decía el Príncipe hace un rato? PENSEE: ¿Es verdad que has hecho de mi esta tarde, Mamá Otoño, una viña? Una viña animada de tantos racimos que rompe todo y que no alcanza a sostener esa pared

donde la han crucificado. Esta gran viña llena de racimos que se desploma a penas su amo la toca y donde está como sumergida, este gran pámpano que los brazos no alcanzan a contener, ¡ah!, ¿es justo que se califique bien a esta estación en la que el sol está más cerca nuestro y se deja hacer la vendimia con pletóricos rayos, igual que una viña colmada de racimos que se rompe toda y, que no atina a hacer otra cosa que aferrarse al muro dónde la han crucificado?

¿Un otoño tan ardiente, que en el momento consume todo, y que todas las otras estaciones allí se queman?

Mi gran viña plena de uvas, que caen desde su amo tocando allí, en el que él está como sumergido, ese gran pámpano que los brazos no alcanzan a sostener, ¡ah, no es sólo con los ojos que él conocerá el fruto, aquí está la embriaguez para cerrarlo!

SICHEL: Es así que habla la Novia de Salomón en nuestros libros. PENSEE: Mi sangre es la tuya, madre. SICHEL: Sí, tú eres judía como yo. Y, sin embargo hay en ti algo que no viene de nosotros y que

me sorprende. PENSEE: ¿Aquello que proviene de mi padre? SICHEL: Sí, o de más lejos. Tu sabes que entre tu padre y yo, puedes llamar a eso un matrimonio,

sí, eso fue una especie de alianza pensada. Un pacto político. Corno el de Israel con los descendientes de Ammon a la entrada dala Tierra prometida. PENSEE: Lo importante no es de quien hemos nacido, sino para quien.

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SICHEL: ¿Tú lo sabes? PENSEE: Sí madre, yo lo sé hoy. SICHEL: ¿Y cómo querría él a una ciega y a una judía? PENSEE: ¿Has adivinado pues, quién es esa persona? SICHEL: (Ambigua y en voz baja). Orso de Homodarmes (2). PENSEE: No sé quién es ese Orso. SICHEL: Aquel que te hablaba hace un rato. PENSEE: No sé. No lo escuchaba. SICHEL: Pero, él te miraba PENSEE: Sí, ¿qué me importa? SICHEL: Pero no es Orso lo que yo quería decir. ¿Dónde tengo la cabeza? Es su hermano, el que

fuimos a ver el otro día. ¿Cómo se llama?, un nombre extraño: Orian de Homodarmes. PENSEE: (Poniéndose la mano sobre la boca). No, no es él. SICHEL: Ah, mi niña tú no puedes esconderme nada. PENSEE: No, no es él. SICHEL: Yo lo sabía antes que tú. Ese día cuando íbamos a verlo en su casa, ese pequeño palacio

antiguo que tú amas tanto y que nos forzaste a comprar. Ese mismo día yo había recibido una advertencia. PENSEE: Pero yo no lo amaba entonces y apenas lo había notado. SICHEL: ¡Ah!, soy yo quien lo ha hecho y te lo digo de antemano. PENSEE: ¿Por qué entonces haberme traído aquí esta tarde? SICHEL: Ya había hablado a tu padre. PENSEE: ¿Mi padre? Ellos no tienen suerte. SICHEL: Sí, pero ellos son sobrinos del Santo Padre, Orian es su ahijado. PENSEE: Madre, ¿y tú que dices? SICHEL: Pensée, ¿cómo querrían ellos a una ciega y a una judía? PENSEE: Sí, es imposible. SICHEL: ¿La hija de su enemigo? El enemigo del Papa, -porque él sabe la obra que hace tu

padre. En Roma y en París. PENSEE: No, él no puede amarme... SICHEL: Su misma casa, nosotras acabamos de tomarla. PENSEE: ¡Pobre muchacho! SICHEL: Algunos dicen que él quiere abrazar la carrera eclesiástica. PENSEE: Queda Orso. SICHEL: Es el que prefiero. PENSEE: Él no me gusta. SICHEL: ¿Pero cómo puedes distinguirlos? Sus voces son tan parecidas, Que yo no puedo ver ahí

diferencia, para mi oreja que es la de una música. PENSEE: No, ellas no son parecidas. SICHEL: Orso es el más fuerte y es el más bueno. Harán cualquier cosa de él. PENSEE: Sí, es quizá a él a quien amaría si viera claro. SICHEL: Orian no piensa en ti. PENSEE: Pero sin embargo si él llegaba a pensar en eso... SICHEL: No lo veremos más. PENSEE: ¿Y qué manera me brindaste tú de dejar de verlo? SICHEL: ¡Perdóname! PENSEE: Si él llegaba a pensar en mí, -y sé que de ningún modo lo hace, ¡tú dices la verdad!

Helo aquí, no lejos de mí, como alguien libre y suelto por entero, Sin saber que eso no es así y ni siquiera con qué lazo ya lo he atado. Sí, que él lo quiera o no… SICHEL: Ese lazo puede romperse todavía. PENSEE: Sí llega a pensar sin embargo en ello, ¿Qué hacer entonces?, ¿cómo evitarle?, ¿de qué modo retirarme?, Si llega a pensar en mí, ¡No es porque yo sea ciega que él dejará de ver mi parte de la luz!

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¡No es porque no tenga ojos que él no me verá! ¡No es porque yo no tenga idea de mí rostro que él lo ignore! ¡No es cuestión de que porque yo estoy privada de todo que pueda también privarme de SICHEL: Pero él puede privarse de ti. PENSEE: ¿Quién lo sabe? SICHEL: Temes darle lástima. PENSEE: Está en él el temor. SICHEL: ¿Qué orgullo puede obtener un hombre de la mujer que lo ama sin verlo? PENSEE: Está en el ver, está en mí ser tan bella para que él me vea y que yo vea por él. SICHEL: Pero él no te amará. PENSEE: ¿Y yo pedí amarlo? SICHEL: Solamente yo te amo. PENSEE; Sí, madre. SICHEL: ¡Ese hombre que no conoces y que no te conocerá! Y aun cuando yo hubiera querido

que te casaras con él, ¡ahora no lo quiero! Ah, tú lo amas, lo veo, y ¡es eso lo que me espanta! De tales sentimientos el final no puede ser feliz. PENSEE: Madre, ¿es que he sido una mala hija hasta aquí?, ¿una persona poco razonable y que

no sabe lo que ella quiere? SICHEL: No, Pensee, tú eres mi prudente niña, la alegría y el remordimiento de tu madre. PENSEE: ¿Por qué el remordimiento? ¿Llamas a esta noche en la que estoy, una desdicha? SICHEL: ¡Quiera el cielo que yo pueda tomarla para mí! PENSEE: ¿La llamas una desdicha? No, yo lo se y lo acabo de aprender, es la dicha de mi vida,

más de lo que merezco. Si yo viera, yo sería menos para él. Si yo fuera menos oscura, él tendría menos felicidad por

haberme encontrado. SICHEL: Este hombre que nos es hostil, yo lo siento, yo lo sé. Poca alegría de su parte nos espera

(Ruido de voces en el exterior). PENSEE: (Tomándole la mano). Pero no, si tú lo quieres, ¡vamos! No lo veremos más

Vayámonos. SICHEL: Partamos. Y por otra parte tiemblo de dejarte ir sola. ¿Por qué ese capricho de no haber

querido que aún se supiera que eres ciega? PENSEE: Acabo de llegar a este país. Deja creer a la gente en mi durante algunos días. ¿Nadie se

dio cuenta esta tarde? SICHEL: No. Te diriges por todas partes en este jardín, no como si vieras bien, es diferente, Pero

entre todas esas cosas nuevas es como si te entendieras de antemano con ellas, una especie de connivencia.

PENSEE: ¿No nos paseamos juntas ayer en este jardín y tú me explicaste todo? SICHEL: ¿Y esta sola visita le ha alcanzado? PENSEE: ¡Ven! (Hablan alejándose hacia el fondo, mientras la escena se reemplaza puco a poco por

personajes de la escena siguiente). ¿Cómo hacerte comprender? Yo no sé, es como el don que poseen los que encuentran

manantiales. El pie solo me hará conocer dónde estoy, mil ruidos, mil toques, mil diferencias de sonido

que tú comprenderías, mil signos tan instantáneos como la mirada, La atención siempre despierta, la conciencia de sus movimientos, el sentimiento de la

distancia, un poco de finura. E igualmente sin todo esto, estoy advertida interiormente de todo. Tú lees, y yo lo sé (j:

cocur): l:de memoria, 2:con el corazón.

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ESCENA II

Entrando por distintos lugares Coûfontaine (la luciérnaga), Orian de Homodarmes (el jardinero). Orso de Homodarmes (el ingeniero

Florentino), Sichel, el Príncipe Wronsky, Lady U. (la ciudad de Roma). COÛFONTAINE: Señoras, se los traigo, el traidor quería escaparse. Sí, ¿qué tramaban Uds. allí

abajo, por favor, con su hermano bajo la estatua de Júpiter Tunante? SICHEL: ¿Cómo, mi querido caballero, ya se va? ORIAN: Mi servicio me llama mañana al Vaticano, bien temprano. LADY U: ¡Mil cosas a su padrino! ORIAN: ¿De qué es ese hermoso traje, mi lady? LADY U: Yo soy la ciudad de Roma. ORIAN: El Santo Padre dijo que a Roma le manifiesta mucho amor. COÛFONTAINE: ¡Pero no hace falta partir! Pensée dile que se quede. ¿Conocéis a mi hija caballero? ORIAN: He tenido el placer de conocer a la Señorita el otro día. SICHEL: Sabes Luis, cuando fuimos a comprar el pequeño palacio. PENSEE: ¡Quedaos! EL PRINCIPE: Es necesario quedarse. ORSO: Quédate Orian, yo te lo pido. ORIAN: Me quedo. EL PRINCIPE: Gracias Orso. Dame estas últimas horas, mi pequeño. Mañana, no habrá más Villa Wronsky y Príncipe Doublevé. Es mañana que me embargarán e invité a toda la ciudad a pasar la noche conmigo y a esperar

el momento en el que aparecerá con el sol el funesto mandatario de la ley escoltado de sus satélites.

LADY U: Es porque la ciudad de Roma ha venido a visitar a su viejo amante para despedirse de él.

Llevando con ella a una cierta Lady U que no logrará jamás separarse de su querido Doublevé!

Llevando con ella todo el alfabeto. ¡Todo este alfabeto en desorden que no sabe sino hablar romano!

Todo lo que hay en Roma de Franceses, de Americanos, de Ingleses, de Escitas, de Sarmatas entre los auténticos hijos de la Loba.

La gente del Vaticano y los del Rey Gentil-Hombre. ¡Todo esto al abrigo de las máscaras está y en lo del viejo Príncipe esta noche y de su casa y

de su jardín no hace más que un sólo fuego de artificio! ¡Todo está lleno de intrigas, de amores, de conspiraciones, de música y de carcajadas! Las largas confesiones que las bellas soñadoras se envolvían con cintas de satén alrededor de

un dedo, y los grandes secretos irrumpían como pistoletazos. Hay un ponche que arde solo en mi comedor. Hay un fuego de artificio que asciende al cielo, hay un laúd que se afina en algún lugar. Hay un amante y su querida en el lugar dónde se hacen los cuchillos que han jurado

separarse eternamente y que lloran todas las lágrimas de sus cuerpos. (Y todos los criados uno después del otro diez veces seguidas abren la puerta y la cierran

precipitadamente). Hay un piano bajo los árboles todo rodeado de luciérnagas y un señor con gruesos bigotes, el

cigarro en la boca, que hace do natural bajo, con un dedo tan largo como un bastón. Hay más abajo toda una recua de mulas danzantes y sonantes, todas adornadas con capas,

con cestas, con faroles y escopetas, para los amigos del campo que han venido a vernos. Y

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había un viejo loco hace un rato que desde lo alto del “bosco” miraba su Roma por última vez.

La ciudad de las cien iglesias en la oscuridad con un solo lugar enrojeciendo como un fuego, de vivac.

De dónde salía el final de una columna antigua coronada por la estatua de un Apóstol. LADY U: Príncipe, todas las casas de Roma serán las vuestras. EL PRINCIPE: ¡Gracias, Capitolio! ¡Os abrazo por estas buenas palabras! (Se quita su barba, y, habiéndola enganchado en una rama, hace el gesto de abrazar a su

vecina). LADY U: (Riendo). ¡Príncipe, lo he agarrado! ¡Behave yourself, Sir! ('). COÛFONTAINE: ¿En qué se convierte el Tíber sin su barba? SICHEL: ¡Aprovechó su falsa barba para saber la verdad. Príncipe, que extraño estáis así! ¡Qué

boca linda y sensual, fresca corno la de un niño! Tiene un labio superior ancho como el de un hombre que está hecho para ejecutar el

clarinete. LADY U: ¡Lo reconozco Príncipe! Sí, hicimos una travesía juntos, en el tiempo en el que yo era

la estrella de la Compañía Trombini, cuando pusimos cuarenta días para ir de Tenerife a Buenos Aires.

EL PRINCIPE: ¿Y qué, cruel, me habíais olvidado? Y todas las hermosas puestas de sol que hemos presenciado.

Y esas nubes de peces voladores, que se elevaban bajo nuestra roda brillando, como los amorcillos alrededor de la carroza de Amphitrite.

ORSO: Todo el mundo parece reencontrarse, esta tarde. Verdad, para hacerse reconocer no hay nada mejor que disfrazarse.

EL PRINCIPÉ: ¿Y qué, me habíais olvidado? LADY U: No, Príncipe. ¿Porque no me habéis hecho recordar nunca esas bellas noches del

Ecuador? EL PRINCIPE: Bah, todo ha cambiado tanto. No sois más aquella Beltramelli a la que yo le

besaba la mano. Con un fragmento de la Cruz del sur en cada uno de sus ojos negros. Pero yo no sé qué Lady U. LADY U: ¡Ojalá! Es siempre la “Leona Italiana”, como me llamaban en los afiches Pernambuco,

la heroína del treinta de abril, la amiga de Mazzini y de Garibaldi. COÛFONTAINE: (Mostrando a Orian). ¡Chiton! ORSO: Bah, ¿no estamos todos de vacaciones esta tarde? COÛFONTAINE: Es cierto, es como una de esas últimas clases que se hacen en el mes de julio,

cuando uno no se toma más en serio al profesor. ¡Se siente que hay cosas que se van a terminar!

LADY U: (Mirando a Orso). Algunos de los señores Franceses habrán partido. ORSO: Jamás. Ellos me lo dijeron. ¿Quién podría separarse de Italia? EL PRINCIPE: (Agitando la mano). ¡Adiós querida Roma! SICHEL: Príncipe, ¿qué es ese camafeo que veo entre sus manos? EL PRINCIPE: (Mostrándoselo). ¿Os agrada?, ¿qué preciosa cabeza, verdad? SICHEL: Es raro. Me recuerda a alguien. EL PRINCIPE: A mí también. Es por eso que siempre la llevo. Ella se llamaba Lumir. La Condesa Lumir. Pobre chica ¡murió tristemente! Fue en ese momento que yo dejé

Polonia. SICHEL: ¿No era ella justamente la hermana de alguien llamado Posadowski? EL PRINCIPE: Es posible. ¿La habéis conocido? SICHEL: El Conde la conoció en otra época. En Argelia. Luis, ¿recuerdas? COÛFONTAINE: Vagamente. Era muy borracho. EL PRINCIPE: ¿Che fare? Se toma. Es necesario reemplazar esas dos grandes alas en la espalda

que antiguamente hacían el atavío de nuestros húsares. LADY U: (A Orian). Pero vos también Caballero, ¡que joya magnifica lleváis en vuestro dedo!

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ORIAN: Es una joya de familia. La llamamos “la piedra que ve claro”. No tenemos más que cerrar los ojos y la mano ve. Ella nos conduce en la oscuridad.

ORSO: (Tomándole la mano y llevándola hacia Pensée). Vea Señorita, le ruego. Mire, vos que

gustáis de las piedras bellas. PENSEE: (Como si mirara, tocando ligeramente la piedra). ¿Es un zafiro, creo? SICHEL: Un hermoso zafiro. PENSEE: Todo rodeado de brillantes. De esos antiguos brillantes cuadrados que no varían y en

los cuales el tiempo fijó el brillo. SICHEL: Una bella sortija. ORIAN: Ella me condujo esta tarde. PENSEE: ¿Creéis que solo las piedras son las que tienen ojos para ver en la oscuridad? ORIAN: Las mías no lo suficiente. PENSEE: Príncipe, ¿frecuenté mucho vuestro jardín? EL PRINCIPE: Una vez, una sola vez y yo no estaba allí. Solamente una vez me habéis hecho el honor de visitar mi humilde casa. PENSEE: Caballero, ¿apostamos que, con los ojos cerrados, os hago dar la vuelta al jardín y os

regreso hasta aquí? SICHEL: ¡Pensée, mi niña! PENSEE: Dispensa, madre. Cierro los ojos. -Así. -Vuestra mano. -Me confío a esta piedra que ve claro. ¡Venga, señor

Jardinero! (Salen). COÛFONTAINE: Con tal que no hablen de política. LADY U: No es una mala manera de hacer deslizar en la oreja del que puede decir por sí mismo

las cosas en forma directa. COÛFONTAINE: Me atravesáis de parte a parte. SICHEL: Temo que Pensée pierda su apuesta. COÛFONTAINE: Bah. Se encontrarán siempre. Se va lejos desde que uno se deja conducir por

alguien que no ve claro (a Orso). ¿Qué dice de eso, Florentino?, ¿qué nos dice, oscuro Ingeniero?

ORSO: Me voy de aquí. Hay demasiados secretos esta tarde y demasiadas traiciones. Voy a regular mi instrumento. Hay en este concierto de murmullo de agua que repartí por todas partes en la noche algo demasiado rápido y lleno de perfidia. Es tiempo que le dé una pequeña vuelta de llave. Apenas comenzamos a pensar o a decir alguna cosa que su pendiente se apodera, y somos nosotros que hablarnos ya, persuadidos que es su murmullo todavía. (Sale).

EL PRINCIPE: El agua que cae sobre el agua, y el gran caudal pesado. Cuando las campanas se despiertan todas juntas, la mañana y la tarde en el momento del Ave María, como ángeles confusos, y al mediodía. He aquí lo que no escucharé más mañana.

COÛFONTAINE: ¿He ahí el ruido que quisierais acallar, Milady? LADY U: ¡Dios no quiera! Soy una buena católica. COÛFONTAINE: Y sin embargo queréis sacar al Papa de su casa. LADY U: ¿Cómo hacer? Yo os lo pregunto a vos mismo. ¿Cómo separar el aire del aire, la tierra de la tierra, la carne de la carne, el corazón del

cuerpo, y Roma de Italia? Vosotros extranjeros, desde que estáis en Roma, os prendéis a ella como el niño al seno. Y

nosotros italianos, ¿prescindiríamos de nuestra madre? COÛFONTAINE: El Papa es vuestro Padre. LADY U: Se entiende. Sois para él un enemigo más peligroso de lo que soy yo, señor Embajador. COÛFONTAINE: ¡Qué injusticia! El Santo Padre no tiene hijos más devotos. Sí, soy un hijo para

él. Oialá el cielo se dignara a veces prestarme una audiencia más favorable. LADY U: Dejadnos hacer. COÛFONTAINE: No. Tengo horror a las vías violentas. Soy un hombre de paz. Pue eso lo que

me hizo abandonar el ejército anteriormente.

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¿Por qué esta intransigencia que no es de nuestros tiempos?, ¿esas pretensiones sin medida que entristecen a todos los sinceros amigos del Papado, y, puedo decirlo, a todos los verdaderos cristianos?, ¿qué quieren decir esos desafíos, esta infalibilidad que esta haciéndose conceder?

LADY U: Sí, lo lie pensado a menudo. Todo ello perjudica a la religión. COÛFONTAINE: En un tiempo dónde es tan necesaria. Dónde todas las bases están socavadas. Si ¡socavadas! Es la palabra no temo decirlo. Pero me irrita, ¡disculpadme! Siento estas cosas demasiado intensamente. Mi nombre es paz, acuerdo, conciliación, transacción, armonía, buena voluntad recíproca. LADY U: Es cierto. Nada de esos pasajes delicados en Francia de un régimen a otro. Al cual

vuestro nombre no este asociado. COÛFONTAINE: ¿Habláis de mi padre, Toussaint Turelure? Era un buen servidor de Francia. Sí,

un hombre mal juzgado. Sólo yo lo he conocido bien. (Salen Coûfontaine y Sichel). LADY U: Alejémonos también. Me imagino que M. de Homodarmes y su Psyché habrán

terminado su paseíto por el jardín. ¡Qué escena extraña! EL PRINCIPE: ¡Y que muchacha extraña! I.ADY U: ¡Uno no se presenta así! Es la falta de vergüenza Judía. Y los padres no dicen nada. EL PRINCIPE: Homodarmes sin embargo no es rico. LADY U: Es el ahijado y un poco el sobrino del Papa. ¡Desposar al Papa! ¡Qué triunfo para

nuestra Sichel! EL PRINCIPE: Ella tiene unos hermosos ojos. LADY U: Os prohíbo absolutamente mirar otros ojos que los míos. EL PRINCIPE: ¿Por qué habérmelos privado tanto tiempo? LADY U: No hace tanto tiempo que Roma y yo no somos, más que uno. EL PRINCIPE: No, no hace mucho. No Sois Roma, como tampoco lo que no es Roma, esas blancas bocanadas de granizo sobre

las plazas de tiempo en tiempo que.se consumen con tres estruendos de truenos, y el tránsito una vez o dos por siglo de los Bárbaros entre una puerta y la otra.

LADY U: ¿Es sin duda de vuestros mercenarios que habláis? Pues nosotros no somos los bárbaros, Señor Príncipe...

Disculpadme, no he podido jamás pronunciar vuestro nombre, -ni el de mi marido por otra parte.

De Roma a Italia, hay sin embargo alguna cosa en común. EL PRINCIPE: Roma es lo que dura y os veo muy joven entre sus cabellos tan negros, ese bosque

de serpientes nerviosas, viviendo demasiada vida a la vez, demasiadas esperanzas Para la ciudad que jamás dejare de poseer.

-Llena de una confianza ingenua y embriagadora en esta hora, que será mañana una hora entre las otras.

No es Roma, ese áspero aliento de la Campana que nos colma de tiempo en tiempo. O la invasión de los rebaños cuando marchan hacia los Abruzzos en la época de

trashumancia y la caracola ronca del pastor bajo el arco de Septimio Severo. No es su rostro que reconozco en lo que veo delante de mí y que tanto amé (pero las mujeres

no se hacen interesantes hasta los cincuenta años), plena de deseos y de resolución. ¡La Sibila coloreada por el reflejo del agua verdosa, la hechicera Marte, la aclamación a

Garibaldi, el grito penetrante al mediodía que llama a los segadores bajo el roble Samonita! LADY U: ¿Qué es entonces Roma, por favor? EL PRINCIPE: Lo sabéis mejor que yo. Cuando era niño teníamos una parcela que no estaba lejos de los rápidos de Borysthene. Y todo el día sin interrupción, toda la noche, se escuchaba el inmenso rumor de ese río que

se precipita (jamás tuve la curiosidad de ir a verlo). Con un gran ruido a bronce. Y desde que llevé mi vida de exiliado, ceniza, ¡qué!, danza de átomo. (Que todo aquello de dónde soy me parece confuso, y sombrío, y embrollado, sí, esa fue mi

vida).

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A veces en uno de esos momentos felices de plenitud, El amor, el éxito, o alguna cosa de golpe, sin causa e inopinadamente como la gracia, dónde

se es el rey, dueño de todo, dónde uno se abastece de lo desconocido, dónde se hace su pequeña rúbrica de fósforo.

Pero, siempre que pongo la oreja allí, me parece oír ese río que suena, ¡el ruido de esas eternas cataratas!

He aquí que es Roma para mí, alguna cosa de solemne y de sobreentendida, la majestad en silencio de algo donde estamos, que no es nuestra y que no depende de nosotros.

Y se sabe que si se vuelven a abrir los ojos, eso no será para verse llevar los pies en el aire por el estruendo de una calle como un agua de molino, un furibundo y vano empujón de pedazos coloridos que son los coches y los transeúntes se estrellan contra los vidrios de los negocios,

Pero eso que se ofrece a la mirada, ¡es una columna de pórfido rodeado de una guirnalda de oro que se eleva entre el humo del sacrificio!

LADY U: Príncipe, ¡sin embargo Roma está hecha para otra cosa que para que tengáis las cataratas de los viejos tiempos!

EL PRINCIPE: Mañana, hoy mismo la abandono. LADY U: E1 presente será tal vez menos hermoso que el pasado. El presente es siempre sin

razón. Eso no hace nada. Se vivirá igual. Uno se arreglará no importa cómo. ¡Os juro que este pueblo encontró otro medio de ser eterno y no ser mortal! Os juro que algo tiene que hacer en la vida. ¡Os juro que está muy decidido a vivir, os guste o no!

Es hermoso también de una punta a la otra de un país que un pueblo se despierte de golpe con un estremecimiento como el cuerpo de un hombre, y que se da cuenta que se habla la misma lengua.

Y que de un extremo al otro es una sola pieza, un solo cuerpo en una sola alma. EL PRINCIPE: Mi país estaba sobre la tierra Polaca, para la que no hay esperanza. LADY U: ¡Siempre hay esperanza! Sois vos el que me dice que no hay esperanza y ¡tenéis ya

más de sesenta años! ¿Cómo habéis hecho para vivir hasta aquí? ¡Cuántas cosas que jamás hubiéramos creído hacer y que hicimos sin embargo! ¡Cuántos golpes que no nos han hecho ningún mal! ¡Cuántos enemigos por la tierra! ¡Cuántos obstáculos superados!

EL PRINCIPE: Hay enfermedad delante mío. LADY U: La enfermedad, ¡que interesante es! La guerra también es una cosa interesante. Darse

cuenta que uno tiene un hígado, o un corazón, ¡que descubrimiento! EL PRINCIPE: Hay la muerte. LADY U: ¡Acabaremos como el resto con la ayuda de Dios! ¡Gracias a Dios, lo digo desde el

fondo del corazón, que a mis cincuenta años me permiten en fin alcanzar la juventud y ver el día de hoy!

¡Libre de corazón, libre de espíritu, exenta de todos los apegos estúpidos y de todos esos deseos odiosos de antaño alrededor mío!

¡Inspiradora, conspiradora!, toda rodeada de amigos de los que soy el alma. Como en los tiempos dónde toda una sala concurría a beber con mesura de mis labios la

palabra, y veía en esos miles de ojos el brillo vivo de la plata! Y tampoco en esta hermosa luz de Italia como un piedra bajo la cascada que no retiene con

ella una gota. Pero esto no hace más que un corazón plenamente dilatado como una fuente profunda y

generosa. De dónde se escapan de tiempo en tiempo grandes capas irregulares, ¡el exceso que ella no

es capaz de retener! EL PRINCIPE: Tal como os mostraba hace un rato, un hombre podría nadar allí. LADY U: ¡Y la pequeña nube con la luna, que ahí se reflejaba cerca del borde como un pañuelo

de seda brillante! EL PRINCIPE: Veo a nuestros enamorados acercarse. Vengan. (Salen).

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ESCENA III

Entra Pensée teniendo siempre a Orian por la muñeca y en la otra mano el anillo levantado.

ORIAN: Aquí estarnos. Me habéis conducido maravillosamente. Con esta niña hada que tenéis levantada entre los dedos, podéis reabrir los ojos, Pensée, ¿es

así como se os llama, creo? PENSEE: (Lentamente). Sí. -Veo que mi madre no está allá. ORIAN: Todo el mundo ha partido. PENSEE: Todo el mundo esté en los fuegos artificiales, del otro lado del jardín. Escuché los

primeros cohetes que suben al cielo entre los gritos atenuados de la muchedumbre. ORIAN: ¡Evviva el Papa Re! PENSEE: Hace mucho tiempo que no escuchabais más ese grito en Roma. ORIAN: Sois quien lo ha deteriorado. PENSEE: Estamos en el mes de mayo, tornad en cuenta el mes de septiembre! Y ved esas tres

estrellas fatales que me atraviesan desde la espalda basta la cadera, es Orión que es peligroso para Orian.

He aquí que se levanta por debajo del Palatino. ORIAN; Por favor, ¡no hablemos de política! Ya que es verdad que nos recordáis el otoño,

Pensée, Explicadme primero que haréis de este jardín que prepare, y mi amigo cl Ingeniero por su

arte, -Orso que os hablaba hace un rato, -introdujo desde hace mucho esas aguas, ¿las escucháis?,

que jamás se quedan en silencio. Tantas flores, ved, tantas cosas de las que ha tenido la idea y que todas, esta noche, se

tornaron rosas. Para Vos, Pensée. Todo lo que tiene en la canasta de Mayo. Todo ese sueño y esta continencia de la tierra que

poco a poco, sin ninguna violación, se enriquece hasta una plenitud maravillosa. ¿Cómo haréis para llegar al final de todo esto, esta primavera tan hermosa, que, no queréis

ahorrar nada? PENSEE: No queda más que estas hojas inalterables en mi cabeza y este pequeño racimo de uvas

cerca de mi oreja. ORIAN: ¿Por qué pues haber elegido este personaje de otoño, cuando os veo venir a mí como la

primavera con un gran clavel semejante a un dardo entre los dedos? PENSEE: El otoño me gusta mucho y el invierno mucho más, el invierno todo que de todas las

cosas no deja más que el alma. Todo yermo y sin rostro en la fe. ORIAN: Roma no tiene invierno, una hora sola de suspenso, el retorno y nada lo detiene, ¡una

sonrisa más oscura entre las noches más largas! Aquí la mano del otoño está desarmada y vuestro poder suspendido. PENSEE: ¿Qué hará pues madurar vuestras uvas, señor Jardinero? ¿Quién hará descender hasta la

mano poco a poco la rama en la que la fruta se sostiene? ORIAN: Sabremos cautivarla, ¡oh estación que atraviesa todo con su flecha ardiente! ¡Sabremos

hacer miel de vuestro oro fugitivo! Aquí el tiempo no está más. Aquí he destruido este enemigo que de todos lados atrapaba nuestro corazón insatisfecho y

que lo llamamos azar. Aquí los sentidos encontraron su reposo en ese lugar que la inteligencia ha conjurado.

¡Ved! Esas murallas verdes casi negras que no os seducen. No están allá más que para separarnos del mundo.

Todo lo que puede inclinarse ante un cielo de verano.

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Esos pinos por encima nuestro con su sombra y su bendición, es necesario para atraer nuestro ojo hasta ese pequeño e imperceptible punto de luz en lo alto, esa estrella vertiginosa, el derrumbamiento de las sombras en avalancha.

Esa palmera detrás vuestro (¿la escucháis estremecerse?) la conocemos por su dignidad, y por eso el jardinero le hizo un lugar aquí entre esta catarata de verdes.

Aquí como una erupción soberbia y humilde que por todas partes retumba como un haz melodioso.

Y hay también un ciprés delgado y derecho, para hablarnos de la muerte. -La inmovilidad alrededor nuestro de estas criaturas que no pueden ser más bellas. PENSEE: Sí, veo todas esas cosas con vos a medida que me las mostráis. ORIAN: Antaño yo tenía un jardín. PENSEE: Se lo hemos sacado, caballero. ORIAN: Sí, lo habéis comprado, es vuestro ahora. Vendré a verlo alguna vez. Era pequeño, pero lo amaba a pesar de todo. Demasiado hermoso sin duda aún para un

hombre tan falto. PENSEE: Tengo vergüenza. Perdonadme. ORIAN: Pero no, es un favor que me habéis hecho, estoy aliviado. ¿Qué son los viejos muros? Hay que mirar hacia adelante, no hacia atrás. PENSEE: Palabras que me asombran en vos. Os creía el caballero del Pasado. ORIAN: El Papa es el que no pasa. PENSEE: Sin embargo, será necesario pasar. ORIAN: Pero vuestro padre está allá para ayudarnos a cuidar su trono. PENSEE: ¡Tronos muy amenazados por aquellos que cuentan con el sostén de gente de nuestra

familia! ORIAN: Yo sé de qué costado vienen las voces íntimas de vuestro padre. PENSEE: ¿Qué esperar?, es la Revolución que se derrocha en nuestras venas. ORIAN: Francia a través de toda Revolución quiere al Papa intacto en Roma. PENSEE: Y que, para salvar al padre, como lo llamáis. ¿Es necesario alrededor de él una policía extranjera? ORIAN: Es el padre para mí, tanto como soy su hijo. PENSEE: Sé que es un poco para vos vuestro padre, vuestro tutor también, que no tenéis más ni

padre ni madre. Es él quien os ha elevado en su palacio, a Orso y a vos, cuando no era más que obispo. Sí, esta tarde me enteré de todo ello.

ORIAN: Estáis bien informada. Mi familia es de Saboya, pero mi madre era de Milán. PENSEE: La mía es judía, lo sabéis. ORIAN: No, no lo sabía. PENSEE: Quise que lo supierais. Una judía conversa, naturalmente. Mi padre también es un buen

católico. A eso él debe su fortuna. ¿Qué, vuestro hermano Orso no le ha puesto al tanto de todo esto?

ORIAN: Él no sabe más de lo que yo sé. PENSEE: ¿A qué se debe entonces que él me siguiera cómo lo hizo desde el día en que lo

encontré con vos? El otro día mientras circulábamos a través del campo, escuché el galope de su caballo detrás nuestro.

Y mientras dejábamos al tiro de caballos respirar, él estaba allá bajo una tumba, mirándonos envuelto en su gran capa romana. Mi madre lo vio.

Es por algo cercano a vos que se interesa por mí. ORIAN: Orso es un buen niño que hará todo lo que le diga. PENSEE: Sin duda él os ama más que a mí. ORIAN; Estuvo con los camisas rojas algún tiempo. Fui yo quien lo saqué de allí y lo enrolé en

las tropas papales. PENSEE: Y yo, yo puedo hacer que él pierda el gusto de estar donde yo no estoy. ORIAN: Sois quien podéis ir donde él está. PENSEE: Iré ahí si él es el más fuerte. ORIAN: ¿Y cómo hará él para ser el más fuerte con vos? PENSEE: El será el más fuerte, si lo amo. ORIAN: ¿Cómo no amar a Orso?

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PENSEE: Si lo amáis, decidme que no escuche lo que os ha encargado decirme. ORIAN: Es cierto, él quería decididamente que os hablara. PENSEE: Es preciso rehusarlo, Orian. ORIAN: Es lo que trato de hacer. PENSEE: ¿Se casa uno con una judía? ORIAN: No sois judía. PENSEE: Si lo queréis, decidle que no se case con una judía. ORÍAN: Estáis bautizada. PENSEE: ¡Hace falta mucha agua para bautizar un judío! ¡No se pierde fácilmente los hábitos de tantos siglos! Todos los siglos desde la creación del

mundo, me parece que yo los llevo conmigo. La costumbre del infortunio, la intimidad malvada con su propia decadencia. Tanta espera. Que no hayamos podido llegar a cambiar de actitud, tanta fe en la promesa que no fue

realizada. Que no hayamos podido creer en ella desde el momento en que se nos dijo que ella lo era.

Sabéis bien que no pertenecemos a la misma raza. La misma, y sin embargo aparte. No hay unión posible entre nosotros. Sí, haríais bien en tenderme la mano.

ORIAN: Somos hijos del mismo padre. PENSEE: ¿Un padre? Yo no lo tengo. ¿Quiénes son mi padre y mi madre? Deme ojos para que

los vea. Estoy sola. El hombre que hablaba hace un rato, ¿es a él a quien llamáis mi padre? ¿Creéis que lo quiero? ¿Creéis que quiero a mi madre? Sí pobre mujer, la quiero, ella

también me quiere. La tengo a ella, no puedo privarme de ella. Pero ellos no me conocen, y siento tanto no poder hablarles y que no tengan nada para

decirme. Ah, ¡que pesados me resultan los dos! ORIAN: Pensée que estáis a mi lado... PENSEE: Orian? ORIAN: Me equivoqué en aceptar hablar a vos de mi hermano. PENSEE: No, estoy feliz de que hayáis venido. ORIAN: No puedo soportar escuchar vuestra compasión. Así como si me lo pidiera. PENSEE: ¿Qué os importa? ORIAN: Otros sufren. -Tengo la culpa de haber venido. Estoy equivocado, en este mismo

momento, de estar a su lado. PENSEE: Es necesario equivocarse a veces. ORIAN: Otros sufren. Pero ¡nada es más bello que ver la luz! PENSEE: Palabra que escuché a menudo. ORIAN: Hermosa como es usted... (Ella le toca ligeramente la mano sobre el brazo). ¿Y bien? PENSEE: Escucho lo que me decís. ORIAN: Y cuando seáis miserable todavía y aunque lo creyerais. ¡Somos jóvenes! y la vida está abierta delante nuestro, esto, y lo otro por detrás que no tiene

ningún fin. ¡Ah, nada es más bello que vivir y ver y tener los ojos abiertos y estar vivo y ver el sol! PENSEE: Sí, nada es más dulce que ver la luz. ORIAN: O la noche misma sin la cual no habría todas esas estrellas. PENSEE: Yo no las veo, escucho solamente. No puedo ver, escucho. (Y atender, ese ruido tan

triste, ¿comprendéis?, como un plumaje ajado. Es la tercer palmera a nuestra derecha). Pero puede ser que si me dijerais: ¡abrid los ojos Pensée! Puede ser que entonces abriría los ojos y vería. ORÍAN: ¿Es para cerrar los ojos que habéis venido a Roma? PENSEE: Mostradme la Justicia y valdrá la pena abrirlos. ¿Es esa Belleza la que nos impide ser

ciegos?

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Yo también, se me ha conducido al medio de vuestros dioses griegos, ¡yo también puse la mano sobre el mármol ardiente!

Es, que nosotros, la gente de la antigua fe, los llamábamos ídolos. ¡Quien conoció la noche verdadera, necesita de otro sol que éste, para llegar al! ORIAN: ¿Cuál es pues esa noche de la que me habláis siempre? PENSEE: Tinieblas ¿fueron ellas más grandes que las que algún amigo pudo atravesar? Soy judía como mi madre, y ella pensaba que la Revolución había venido, y que todo iba a

unirse e igualarse, y que vosotros la aceptaríais entre vosotros, ¡tiene tanta buena voluntad! Pero yo estoy mejor instruida.

Todo vale más que el falso-amor, el deseo que se toma por la pasión, la pasión que se toma por una aceptación, y luego.

La posición que se retoma poco a poco del uno y del otro, y el corazón que poco a poco se vuelve extranjero, -¡este Orso que quisierais que yo desposara!

Yo soy como la Sinagoga judía, tal como se la representa en la puerta de las Catedrales. Vendaron mis ojos y todo lo que yo quiero tomar está roto. (Bajo y con ardor). Pero vosotros los que veis, ¿qué hacéis pues de la luz? Vosotros que al menos veis, vosotros que al menos sabéis, que al menos vivís. Vosotros que decís que vivís, ¿qué hacéis con la vida? ORIAN: Esta agua que nos hace vivir, a vos también, ha tocado vuestra frente. PENSEE: ¡No ha tocado mi corazón! ¡Un alma como la mía, no se bautiza con agua, sino con sangre! ORIAN: Con ese agua la sangre de un Dios estaba unida. PENSEE: Esa agua, ¿fui yo quien la llamó? ORIAN: Sin embargo, derramasteis esa sangre. PENSEE: Ese Dios, somos nosotros que os lo dimos. ¡Ah, lo sé, si hay un Dios para la humanidad, es sólo de nuestro corazón que él fue capaz un

día de salir! ORIAN: ¿Ya salió? PENSEE: ¿Qué han hecho de él? ¿Es para esto que os lo dimos? ¿Para que los pobres sean más pobres, para que los ricos sean más ricos? ¿Para que los propietarios agarren sus rentas?, ¿para que los rentistas coman y beban?, ¿para

que los reyes medio locos reinen sobre los pueblos embrutecidos? Y que allá dónde los viejos reyes caen, surjan para reemplazarlos horrorosos abogados de

pantalón negro. Los bribones, los agitadores, los profesores, los hipócritas con mandíbulas de lobos peleando

como mujeres viejas. ¿Hombres como mi padre? ¿Y que esté prohibido cambiar nada de todo esto? ¿Por qué todo poder viene de Dios? ORIAN: ¿Por quién los reemplazaríais? PENSEE: ¡Gran Dios, ya será bastante ser derrotado por aquellos y de este velo asqueroso,

enseguida que nos ciega y nos asfixia! Y quien sabe si la luz no existe, ¿y si para verla no alcanzara con romper todos los cuerpos

muertos a nuestro alrededor como una horrorosa maraña? No hay resignación ante el mal, no hay resignación frente al engaño, no hay para eso más

que una sola cosa que hacer, considerando que es malo, y ¡es destruirlo! Y es por lo que detesto tanto esta cosa que sabéis, y que me separa de vos. Porque ella es sofocante, porque ella es adormilante. Porque quisiera volver intangibles todos esos ídolos humanos y atar eternamente los vivos

con los muertos. Como si lo que la fuerza y la astucia han hecho, la fuerza con la astucia no pudieran

deshacerla, como si fuera sagrada y ungida por Dios, ¡todas esas larvas Austríacas! ¡No es bastante haber visto un solo día lodos esos largos semblantes macilentos, vos

quisierais tornarlos eternos! ¡Y porque todo mi corazón está con esta Italia que se despierta y que aspira a la forma que le

es natural!

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¡Y que estima que ella es suficientemente grande para tener cuidado de sus propios asuntos sin todos estos extranjeros que no soporta más sobre su carne viva esas cosas muertas que no tienen razón, ni orden, ni necesidad!

-¡Sois al que veo delante mío como el futuro y como la juventud, que se coloca con los muertos contra los vivos!

ORIAN: No soy un austríaco. Mi padre murió batiéndose contra ellos. Y en cuanto a todos esos príncipes de los cuales me

habláis. Que ellos se las arreglen con su Revolución, con toda esa gente de la cual estáis tan segura

que viven y toda esta simiente de diputados. Los muertos sin mí son bastante buenos para sepultar los muertos. PENSEE: ¿Y no es a un muerto a quien defendéis, ese ídolo al que llamáis Papa? ORIAN: Cristo también del que el Papa es la imagen es un muerto. PENSEE: ¿Qué parte pues reclama él entre nosotros? ORIAN: No más grande que la cruz. PENSEE: El Cristo no ha tenido tierra propia. ORIAN: Bastante para que la cruz fuera clavada. PENSEE: La cruz es el sufrimiento. ORIAN: Es la redención. PENSEE: ¡No queremos sufrimiento! ORIAN: ¿Quién matará pues en vos lo que es capaz de morir? PENSEE: ¡No queremos sufrimiento! ORIAN: No querréis pues alegría (joic). PENSEE: ¿No queremos la alegría? ¿Es a mí a quien decís que no quiero la alegría? La alegría

Orian, ah, que palabra habéis pronunciado. ORIAN: Mañana desposaréis a mi hermano. (Silencio). PENSEE: ¿Debo creer que lo deseáis? ¿Debo creer que deseáis que haya ese vínculo entre

nosotros? ORIAN: Ningún vínculo, pero alguna cosa irreparable entre vos y yo, es necesario. PENSEE: ¿Y por qué tuvisteis tanta prisa en hablarme para él? ORIAN: ¡Mañana estaré solo aquí y escucharé en la noche esta misma palmera detrás mío

estremecerse! PENSEE: ¿Ella no habla tic sufrimiento? ORIAN: Habla de triunfo. PENSEE: Y ese será un triunfo muy querido por vuestro corazón, Orian. ¿Qué se le ofrece lograr en detrimento mío? ORIAN: ¡Palabras amargas para oír! ¡Las escucho de vos al fin! Sí, las habré escuchado una vez.

Estáis hecha para el amor Pensée, y el amor no está hecho para mí. PENSEE: ¿Y por qué querría yo este amor que no queréis? ORIAN: El bien que yo no puedo haceros, otro, ese que no puedo deciros. Otro os lo dirá en mi lugar. PENSEE: ¿Es de Orso, vuestro hermano, del que queréis hablar? ORIAN: ¿Qué podría darle, Pensée, que me sea más querido? y ¿qué le daría yo...? PENSEE: Sí, ¿qué le ofreceríais, a este dichoso hermano? Lo mejor de esto de lo que no queréis. ORIAN: Si me fuerais indiferente, Pensée. No habría aceptado tan fácilmente hablaros de él. PENSLE: Decidle de no esposar una judía. ¿El será quien venga hasta el extremo de estas tinieblas conmigo? Imprudente, lo que habéis

reanimado en él, ¿quién sabe si yo no estoy allá para apagarlo? Y yo, pobre Pensée. Lo que ha sido rechazado una vez, ¿cómo hacer en adelante para darlo? Estas tinieblas que no se han querido, este alma repudiada, este alma, la única cosa que fue

mía, tan pobre, pero sin embargo única, -esas tinieblas que ofrezco, no teniendo otra cosa que dar.

¡Será necesario desde ahora una gran luz para ir hasta el final!

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ORIAN: ¿Qué puedo hacer, Pensée? PENSEE: Es justo que prefiráis vuestra alma a la mía. ORIAN: Justo o no, sí, ¡a pesar de este flojo corazón que me traiciona, sí, a pesar de este

horroroso apetito de felicidad, Mientras tenga aún suficiente razón para juzgar! De lo que tengo necesidad, yo sé que no está en vuestro poder dármelo. PENSEE: ¿Existe la alegría, Orian? ORIAN: Ah, ¿No hace falta que ella exista para que yo la prefiera a vos? Existe, y mi único deber es esperarla. PENSEE: ¿Qué haremos los otros? ORIAN: ¿Estarán más vivos si yo perezco? PENSEE: Que se mueran ellos pues. ORIAN: Mi deber es con ellos. PENSEE: Es contra ellos. Ese pueblo que es de vuestra sangre, en esta hora en la que piden vivir,

y que todos sus miembros eligen como un cuerpo que resucita para reunirse, en esta hora dónde desde el Sur al Norte no quieren ser más que un solo cuerpo y una sola alma,

Sois quien nos pone contra él. ORIAN: No puedo estar contra mi padre. PENSEE: Así entre la vida y vos, entre vos y yo, ¡Siempre este viejo absurdo para quien el tiempo no transcurre! ORIAN: Lo que es razonable para él está bien también para mí. PENSEE: Hay todo un pueblo conmigo que necesita de vos. ORIAN: Y yo no necesito otra cosa que la alegría. PENSEE: ¿Dónde está la alegría en otra parte qué en la vida? ORIAN: Por encima de la vida, ¿quién otro que él la da? El origen y el Padre que no tiene culpa alguna ¿En qué otra parte está la paz que en el Padre que no está fuera de ninguna cosa y que no

tiene odio por nadie? ¿El pueblo es quién tiene razón? ¿Todos esos ciegos que gritan? ¿Es de ahí que viene la

vida? Ah, retroceded!, sé que mi corazón es débil y lo que grita en ellos habla demasiado en mí.

No es por alguna violencia que entraremos en posesión de nuestra herencia. PENSEE: ¿Es la alegría esta herencia? ORIAN: Herencia es verdaderamente lo que no puede ser adquirido ni conquistado ni merecido. Y que es nuestro derecho por el hecho de un otro. PENSEE: ¿Y qué es la alegría? ORIAN: Lo que puedo decir es que no comienza y que no tiene fin. PENSEE: ¿Y por qué pensar que soy vuestra enemiga y que os deseo algún mal? ORIAN: No sois mi enemiga, Pensée. PENSEE: ¿Es cierto que no sois mi enemigo? Ah, que yo escuche solamente una palabra vuestra con dulzura y no tendréis más necesidad

de obstáculos para ponerla entre nosotros! Sé que allí dónde estáis, no hay ningún lugar para mí. ORIAN: ¿Por qué no habría allí lugar alguno? PENSEE: ¿Quién me conducirá dónde estéis?, ¿quién me dará lo que me rehusáis? ORIAN: ¿Y que nosotros seamos felices el uno por el otro aquí, Pensée, es esto el más grande de

los bienes? PENSEE: No hay otro bien para mí que aquel que yo tenga de vos. ORIAN: ¿Y no es por mí que ya tenéis este sufrimiento? PENSEE: ¿Vos mismo no tenéis alguno de mí? ¡Ah, di lo que quieras, sé que hay entre nosotros

una cosa que me pertenece y que es de mi derecho! ¡Una cosa que está sólo en mí, una cosa que es para mí sola, Una palabra que está sólo en mí y que ningún otro puede escuchar! ORIAN: ¿Qué esperáis pues de mí, Pensée? PENSEE: Una sola cosa que no podéis hacer, una sola palabra que no podéis decir. ORIAN: ¿Qué es pues lo que yo no puedo hacer, pequeña niña?

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PENSEE: Que yo vea mi alma entera en la vuestra. ORIAN: Abrid los ojos, Pensée y ved. PENSEE: No los abriré hasta que sepa que me habéis perdonado. ORIAN: ¿Y que solamente perdonado? (Ella adelanta la mano y los dedos le tocan ligeramente la boca). PENSEE: Ah, ¡cállate, mi bien amado! y esa palabra que tú dirás, ah, ¡resérvamela para otro

momento, cuando el cuerpo y el alma se separen! ¡Cállate, y esa palabra que no está hecha para la tierra, esa palabra sin ningún sonido que tú

me dices, la he leído sobre tus labios! ORIAN: Ven para que vea mejor tu rostro (La atrae hacia los rayos de una lámpara). ¿Por qué tienes los ojos bajos, mi paloma? (Ella los levanta hacia él). PENSEE: ¿Es que son hermosos? ORIAN: Bastante para que los reconozca más allá de la muelle. PENSEE: ¿Tan bellos? (Los baja lentamente de nuevo). CRIAN: Ah, ¿por qué escondérmelos tan pronto?, ah, ¡levántalos de nuevo sobre mí, mi bien

amada! PENSEE: Soy ciega. Telón

ACTO SEGUNDO

ESCENA I

Un claustro de mármol blanco de columnas antiguas en un convento franciscano de los alrededores de Roma. En el medio un pozo de mármol provisto de dos columnas. El jardín está todo plantado de naranjos ya cargados de sus frutos medio amarillos. El Papa Pío está sentado al costado del pozo sobre el brocal, sobre el cual apoya su brazo estirado como un hombre agobiado por el dolor. Del otro lado del pozo primero sentado, luego de pie, el Hermano Menor, de apariencia juvenil.

HNO. MENOR: (A media voz con la mano elevado sobre el Papa, como un sacerdote que acaba

de dar la absolución)... Así sea. (Silencio). Hijo mío, vaya en paz. (Pausa). Santo Padre, ya que lo he absuelto, no hay que estar triste. PAPA PIO: Mi pequeño Hermano, ¿quieres acaso ya despedirme? Tenme paciencia un momento, está lindo cerca de tu pozo. Déjame mostrarte mi debilidad, hijo mío, como te mostré mi miseria. No soy más que un

viejo. HNO. MENOR: Quédese Santo Padre. Aquí estáis al abrigo con nosotros y nadie os desea mal en

este lugar. -Es este gran calor que hizo que hoy sufráis. PAPA PIO: La tarde cae HNO. MENOR: Dejadme ir a buscarle un cántaro de agua. Un poco de miel también, es muy

buena, soy yo quien me ocupo de las abejas, El Prior de las colmenas, como se me llama. PAPA PIO: Quédale conmigo. IÍNO. MENOR: Si lo veo así desolado, yo voy a estar triste también. PAPA PIO: ¿Y cómo harías Hermano Pe rello, para estar triste? HNO MENOR: ¿Quién podría impedirse llorar viendo vuestra gran humildad?, Y la confesión de vuestros pecados, simule como un niño?

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PAPA PIO; Tal es el lugar que es por excelencia el Nuestro, el más bajo entre los hombres. Es ahí que Nosotros estamos sentados continuamente, suplicándoles por la salvación de su

alma y por la liberación de la Nuestra. HNO. MENOR: Ah, agradezco a Dios no ser más que un pobre pequeño Hermano, que no ha

sido ni siquiera juzgado digno de quedar como cocinero! PAPA PIO: Y ahora he aquí que no se contentan para nada de lo que es Nuestro y que reclaman

Nuestra herencia, como si estuviésemos muertos. HNO. MENOR: Ah, dáoslo pues Santo Padre, es tan agradable dar, es tan bueno no tener nada

para sí! Al que pide vestido que se le dé también la capa. Si alguien quiere forzarnos a ir hasta Sainte

Agnès con él, iremos con ganas hasta Viterbo. PAPA PIO: Pequeño Hermano, aquí no me aconsejas como un hombre sabio. UNO. MENOR: ¿No es el Evangelio el que habla así? PAPA PIO: Cuando eras pastor de ovejas y las ovejas eran tuyas, ¿tenías el derecho de darlas? HNO. MENOR: No, es verdad. PAPA PIO: Y si un inglés te pidiera esta bella caldera de cobre, de la cual estás tan orgulloso,

dónde se cocina la comida de la comunidad y que porta las armas de un cardenal, ¿tendrías el derecho de venderla?

UNO; MENOR: Sería un gran pecado. PAPA PIO: Así, yo no tengo tampoco el derecho de dar lo que no es mío, Lo que no es Nuestro sino de todos Nuestros predecesores con Nosotros y a Nuestros

sucesores con Nosotros, lo que es de toda la Iglesia, lo que es para todo el Universo con Nosotros.

HNO. MENOR; Y bien, lo que no podéis darles que lo tornen! PAPA PIO: Es algo prohibido tomar lo que no es de uno. HNO. MENOR: Será de ellos una vez que lo hayan tomado. Qué pena, eso formará parte de todas

esas cosas que son tan de ellos y que los ponen tan contentos. Pero Vos, ¿no hicisteis lo posible? Regocijaos porque vuestra carga está aliviada. Y rezad

por esos pobres hijos, que Dios encuentre el medio para arreglar sus cuentas con ellos. Santo Padre, el mundo se volvió demasiado exigente, una máquina demasiado complicada. Quien quiera ocuparse, es necesario que sea demasiado su esclavo.

Nunca la carga fue más pesada, regocijaos porque Dios tuvo a bien aliviarlo. Helo aquí como un pobre cura reducido a su presbiterio. Lo veo aquí como un verdadero

Franciscano como Nosotros. He aquí al Serafín de Asís que obtuvo la Pobreza para el Papa de Roma.

PAPA PIO: La amarga pobreza es la del amor de mis hijos. HNO. MENOR: Lo que falta de su parte, Dios mismo se encargará de arreglarlo. ¿Cuáles, Santo Padre son allí sus buenas resoluciones? ¿Es eso lo que acaba de prometer a su confesor? Vos tenéis un padre también, creéis que está contento de veros tan triste?, ¿A causa de ese presente que os hizo de una indigencia que es comparable a la suya? Esos minutos que os parecen tan amargos, sin embargo forman parte del Año de Gracia y del

tiempo de la Buena Nueva. ¿A causa de las cosas buenas que no podemos dar, olvidaremos acaso las que nosotros hemos recibido?

Santo Padre, ¿qué es lo que hace, el que no tiene más pecados? ¡Canta! Así Cristina la Admirable sobre su lecho de sufrimientos y de sus labios inmóviles, de ese

corazón semejante al sol naciente bajo esta forma medio destruida, igual que uno le reconocía un pájaro entre los otros pájaros,

Una melodía de júbilo sin tomar nunca aliento se elevaba como el canto de un serafín en éxtasis! Así nuestro Hermano Pacífico que de dos pedazos de madera muerta recogida del fondo del jardín se hacía un violín con el cual solía tocar mejor que un tirador de arco,

Y la música que hacía salir de él, no estaban más que Dios y él para escucharlo. PAPA PIO: Es verdad, pequeño Hermano, es lo que tú dices.

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UNO. MINUER: Artículo Primero de la teología, la que yo hacía a mis abejas. Es tiempo que vaya a ocuparme ele ellas.

Vuestra bendición, Santo Padre. -Veo a vuestros dos-sobrinos que se aproximan para hablarle. (Sale).

ESCENA II

Entran Ornan y Orso. Se arrodillan, uno después del otro delante del Papa y le besan la mano.

PAPA PIO: Estoy contento de veros, hijos míos. ORSO: Padre, os traigo a un hombre obstinado a fin de que Vos lo hagáis entrar en razón. ORIAN: Es el quien perdió el sentido y es necesario que le impongáis vuestra voluntad. ORSO: Terminó por rendirse cuando le propuse someter la cosa a vuestro juicio. PAPA PIO: Estoy listo a escucharos. ORIAN: ¿Por dónde comenzar Orso? Pero yo sé lo que Nuestro Padre decidirá. Es absurdo

habernos traído aquí. ORSO: Padre él tiene veintiocho años y yo soy un año menor. Pero es más sabio que yo; los caballos y las armas son mi asunto más que los libros. ORIAN: Verdaderamente lo que dice es tan tonto que más vale no responder. . ORSO: Es él quien me ha dirigido a Vos, Padre, cuando yo me extraviara tristemente. ORIAN: No yo. Orso, sino la Gracia de Dios, y los rezos de nuestra madre, y la buena sangre que

corre en tus venas. ORSO: Padre, él es mi hermano mayor, miradle. Es alto. Yo lo amo. Lo admiro. Es él quien decide todo y yo, yo lo sigo dónde él va. Dios ha dispuesto todo para que yo sea

su hermano, el segundo con él, lo que era más cuando se lo hizo. Para ayudarlo, para amarlo, para hacer lo que él me dice: y no para tomar lo que es de él y para causarle ninguna pena.

PAPA PIO: Yo sé que eres un buen hijo, mi Orso. ORSO: ¿Entonces es que voy a tomarle la mujer que él ama? ORIAN: Padre, no escuchéis lo que dice. ORSO: Ah, tuve mucho trabajo para arrancarle esta confesión! Lo veía tan sombrío y tan cerrado.

Y sé que ella lo ama también. ORIAN: Es triste oír tales tonterías. PAPA PIO: ¿Es verdad Orian? Y que, hijos míos, ¿sois tan grandes ya?, me parece que os veo

pequeños aún. He aquí que quieren tomar mujer y vuestro viejo Padre no os alcanza? ORSO: Hecho esto, Santo Padre, nosotros al menos estaremos siempre con Vos. ORIAN: Padre, se trata de esto y os voy a explicar todo. Este Orso que veis está locamente enamorado de cierta persona, y porque no osaba hablarle

es a mí que me encargó informarle de sus sentimientos. A lo que por debilidad y más locamente aún, consentí. ORSO: Yo me lo reprocho Orian. Es un daño que te hice de antemano. Yo habría debido saber que dónde va mi corazón, allí debe estar el tuyo también. ORIAN: Es en esta fiesta que daba el príncipe Wronsky. Yo he pues..., hable a esta joven. Ah, estaba demasiado orgulloso también, demasiado duro, demasiado seguro de mí mismo!

Todo lo que había en mí y que no conocía, a medida que ella hablaba, todo eso me adornaba como la música!

No precisaba que la vida fuera tan fácil para mí, hay alguien que se encargó de ponerla en „ orden.

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¿No es gracioso que a la vista de ese bello rostro, sin que sepa cómo, haya algo en mí que sea puesto a cantar? algo en mí que se haya puesto a cantar, tan triste, tan embriagante, tan amargo?

Todo una parte de mí mismo de la cual creía que no existía, porque estaba ocupado en otra cosa y no pensaba. Ah, Dios, ella existe, vive terriblemente! Sí, no tengo un año de más que mi edad.

Y eso que ella me dijo (esta persona de la que hablo) no la puedo sacar de mi pensamiento (Pensée).

Llegare ahí sin embargo. PAPA PIO: Sí, es necesario llegar ahí. ORIAN: La conversación que hemos tenido quisiera guardarla para mí, quisiera callar, huir. Es él quien no me ha dejado punto de reposo y quien me ha forzado a decirlo todo. Al menos

no seré un traidor con él. ORSO: Y yo no seré uno contigo. Padre, liberadlo de esos escrúpulos tontos. ¿El cree verdaderamente que va a forzarme a desposar a esta persona que lo ama y no me

ama? ORIAN: Ella te amará Orso. ORSO: ¿Tomaré lo que es tuyo? ¿Haré felicidad de mi vida con lo que sería la desgracia de la

tuya? ¡No es eso lo que nos hemos jurado, mi hermano mayor! No valdría la pena ser hermanos

sino somos al mismo tiempo buenos amigos! ORIAN: Todo lo que dices Orso, podría decirlo también. ORSO: Pero no es a mí a quien ella ama, ¡buen Dios!, es a ti, ella tiene razón. No es un sacrificio

que te hago. En cuanto a mí, soy un soldado, ¿es que puedo fundar una familia?, ¡es ridículo! Por cuatro días completos que tengo la compañía de todos mis miembros. Pues un tiempo tiene el aire de aproximarse que no prometo la edad de Matusalén a la especie de hombre que soy.

PAPA PIO: ¿Esta joven no tiene ojos para hacer su elección ella misma entre vosotros dos? ORIAN: Precisamente, ella no los tiene. PAPA PIO: ¿Ciega?, es la hija del Conde de Coûfontaine. ORIAN: El embajador de Francia, sí. PAPA PIO: Hay una tradición de que en otro tiempo una señorita de Coûfontaine ha salvado a

Nuestro predecesor. ORIAN: Si, yo lo sé. PAPA PIO: Sabéis que su padre es Nuestro enemigo, en secreta unión con todos Nuestros

perseguidores? ORIAN: No quiero saber nada de ese hombre. PAPA PIO; Y que la madre nació judía y que el hijo sin duda ha sido elevado en el odio de

Cristo? ORIAN: Santo Padre, ella es ciega. PAPA PIO: Y vosotros que veis, es a una ciega que queréis tomar por esposa. ORSO: ¿Cómo intentar explicarme? No haría falta tener honor. Esta debilidad que me da un

derecho sobre ella, un deber sobre ella. Hay algo en mí que sentía que ella no podía privarse. Esos ojos donde no hay necesidad que se forme una imagen para que me vean.

ORIAN: ¿Escucháis lo que dice? PAPA PIO: ¿Y qué dices tú mismo? ORIAN: Padre, ¿qué hacer?, no es mi culpa. En tanto no se encuentre otra cosa que las mujeres

para hacer los hijos, ellas conservarán su derecho y su imperio hasta el fondo del corazón dé un hombre.

¿Quién hubiera quedado insensible viéndola así ciega y perdida en medio de tinieblas irremediables y llamando y tendiéndome los brazos?

La primera persona en esta vida que me llama y que se dirige a mí, como alguien más débil y sin embargo más fuerte. Ese rostro a la vez ausente y necesario con una deliciosa autoridad.

Así el hombre después de un largo exilio que regresa al país natal, y que, el corazón golpeando, bajo el profundo velo de la noche, reconoce que es la patria quien está ahí.

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PAPA PIO: No tenemos verdadera patria acá. ORIAN: Padre, no hacemos nada sin Vos. Ambos al mismo tiempo hemos encontrado esto que

no lo buscamos. Padre, se lo traemos, decidnos. ¿Qué es necesario que hagamos de nuestra hermana? PAPA PIO: ¿Es un consejo que me pedís, hijos?, pues yo no puedo sondar vuestros corazones. Y

sabéis que el matrimonio es un sacramento, del cual el esposo y la esposa son los únicos ministros.

ORIAN: Aconsejadnos. PAPÁ PIO: En todo lo que decís no veo más que la pasión y los sentidos y ningún espíritu de

prudencia y de temor de Dios. Esta joven os ha llorado y no veis nada más. Pero el matrimonio no es para nada placer, es el sacrificio del placer, es el estudio de dos

almas que para siempre en lo sucesivo y para un fin fuera de ellas mismas. Habrán de contentarse la una con la otra. Es un gran asunto y merece reflexión y el consejo de los más viejos. Como la fundación de una ciudad. Esta casa cerrada al medio en la que antiguamente se conservaba el fuego y el agua. ORSO: Padre, si se reflexiona, no habría muchos matrimonios en el mundo y muchas ciudades. PAPA PIO: He aquí el militar que dirige todo a tambor batiente. ORSO: Padre, no son ancianos lo que se casan, son los jóvenes. PAPA PIO: Así, si no había para nada este temor de hacer penar a tu hermano, ¿No serían

Nuestros consejos que te detendrían? ORSO: Me haría falta una orden positiva. Por otra parte no sois Vos quien se casaría, soy yo,

pobre pequeño buen hombre, Y que sufre las consecuencias. PAPA PIO: Y que esta joven no te ame, ¿eso no te detendría? Entonces, no dudes, se franco. ORSO: Padre, lo queréis, y bien, para decir la verdad, no, eso no sería de ningún modo lo que me

detendría. Puesto que la amo, ¿por qué no me amaría ella? Puesto que soy capaz de tomarla en mis

brazos, ¿porque no la tomaría? Eso detendría a Orian porque no es ni tan paciente ni tan simple. No hay nada a lo que uno no llegue con paciencia y dulzura y simpatía y un poco de

autoridad y un cierto savoir-faire. PAPA PIO: Esta madre que no verá a sus hijos. ORSO: Ellos la verán. PAPA PIO: Y esta familia que tú conoces, ese padre y esa madre que son los suyos, ¿eso no es

para nada lo que te llama la atención? ORSO: Yo quisiera mejor que la hija no fuese ciega y que la familia no fuera tuerta, ¿pero qué

puedo hacer? Cuando se libra batalla no se elige siempre el lugar y la hora. Cuando se construye una

ciudad no se está seguro que el tren pasará por ahí. Esas no son las dificultades que detienen a un hombre de corazón. Es incapaz de lo que sea quien no tiene en sí un cierto sentimiento de la necesidad. PAPA PÍO: La joven es rica y tú eres pobre. ORSO: Tanto mejor para la ciudad que vamos a construir. Su fortuna no será nunca tan grande como el uso que sabré darle. PAPA PIO: Pero tú no construirás nada de nada, puesto que es tu hermano el que va a casarse ;

con la que tú amas. ORSO: He allí lo que le falta ordenar positivamente. PAPA PIO: ¿Y tú no morirás de dolor? ORSO: ¡Yo moriré no más que si me rompo la cabeza y hará falta un buen golpe! No es una niña quien privará de oficiar las armas de la Santa Iglesia. PAPA FIO: Orian, ¿qué podemos contra este hombre resuelto? No hay más que dejarle el camino

libre. ORIAN: No esperaba de su sabiduría otra opinión. .

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PAPA PIO: Pobre hijo, la amas demasiado. Tú que estás tan orgulloso de tu fuerza, cuando la mano de Dios se retire, ve lo que una simple criatura puede sobre nosotros.

ORSO: ¿Y es porque la ama demasiado eme le decís de no casarse? PAPA PIO: No es porque la ama demasiado sino porque no la ama bastante. ORSO: No lo entiendo. PAPA PIO: No es amar a alguien no darle lo que uno tiene en sí de mejor. ORSO: ¿Y que hay mejor que un amor correspondido? PAPA PIO: Lo que ella ama, no es a este Orian que es mi hijo y que yo solo conozco. ORIAN: No ese mi padre, sino otro que es bien fuerte. PAPA PIO: Lo sé, pobre hijo. ORSO: Así, por todo el bien que le doy, la pena que uno puede hacerle es la más grande,

¿Queréis que sea yo mismo quién lo haga? La cosa que es más preciosa, ¿Qué sea yo quién la tome? ORIAN: Soy yo mismo, Orso, quien te lo pide. ORSO: No te escucharé. ORIAN: ¿A quién otro confiaría lo que me es más querido en el mundo? ORSO: ¡Falta a eso quien te llama y quien no tiene sino a ti en el mundo! ORIAN: Dónde tú estás yo no estoy ausente. ORSO: Para decepcionar su corazón sus tinieblas no son tan grandes. ORIAN: Basta Orso, me haces mal. ORSO: Pero es necesario que te cases con ella. ORIAN: Nuestro padre me dio otro consejo. ORSO: ¿Te dejas despojar de lo que es tuyo? ORIAN: Orso, si yo me caso, no hay punto de medida posible entre nosotros. Lo que ella pide, no puedo dárselo, Es mi alma que ella pide, y no puedo absolutamente dársela, Yo mismo no la poseo. ORSO: Y a mí, padre, ¿qué consejo me dais?' PAPA PÍO: ¿No acabas de decirNos que no tienes necesidad de ninguno? ORSO A ORIAN: Yo no puedo hacerte este daño. ORIAN: Ningún daño. Se para esta alma oscura la guía que yo no puedo ser. De mí no es la luz lo que pide, es su noche lo que ella querría compartir. No es un daño que tú me haces, A mí prohibirme estas tinieblas, a ti darle la luz, si lo puedes, -la cruel luz. PAPA PIO: La luz no es cruel. ORSO: Adiós, Padre (Le besa la mano). -Adiós, Orian. (Sale. Silencio). PAPA PIO: Hijo mío, no es necesario que me quieras. Hay bastante gente que me odia sin ti. ORIAN: Padre, no os quiero. PAPA PIO: Dime, ¿es pues tan fuerte, ese arraigo a la tierra? ORIAN: Veo una cara que se vuelve hacia la mía, un bello rostro, padre, un pobre rostro que no

veo. PAPA PIO: Te verá más tarde. ORIAN: Escucho una voz que dice: ¿Orian no me reconoces? PAPA PIO: Es necesario cerrarle tus orejas. ORIAN: Vuelvo a ver esa expresión que ella tenía, la alegría que poco a poco deviene más fuerte

que la duda, esa mezcla tan tocada de deseo y confusión y de dignidad virginal, PAPA PJO: Sé fuerte. ORIAN: Veo esa cabeza que doblega, escucho esa voz que dice bajo: Orian, y de nuevo, de

nuevo -tan bajo que apenas se escucha... (Silencio). PAPA PIO: Llora, hijo mío, eso te hará bien. . ORIAN: No lloro. PAPA PIO: Perdóname si te hablé no en mi nombre, sino en nombre de lo que hay de más

profundo en ti. Pronto el Viejo inoportuno no está más. Queda conmigo al menos, tú, mi hijo preferido, en esta hora de tribulación y de despojo que

se aproxima. Queda conmigo en esta hora dónde todos me repudiarán.

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ORIAN: Me quedo con Vos. Tengo fe en Vos. Creo que lo que me aconsejáis está bien. PAPA PIO: ¿Soy solo yo quién te aconseja? ORIAN: Ah, vuestra voz no tendría tanto ascendiente, no me obligaría a tales sacrificios, si no

respondiera a lo que hay de más fuerte en un hombre, A esta cosa que debo hacer y por lo cual sé que he sido puesto en el mundo, a esta cosa que

la ha obligado a nacer, a esta cosa la más fuerte en un hombre que pide la acción y no la felicidad!

No me queda más que conocerla. PAPA PIO: ¿Dios no es una realidad para ti? ORIAN: ¿Debo ir hacia El directamente? PAPA PIO: No irás con Dios antes de estar liberado de lo que debes a los hombres. Es por lo que pongo a este Orso entre la felicidad y tú. ORIAN: ¡Este querido Orso! ¡Este gentil Orso! ¡Este generoso Orso! como él está convencido

que en efecto hará mi felicidad poniéndome en los brazos ele esta judía, Que el ama y que yo también amo, para mi perdida! Y no se da cuenta que ella para mí el peligro, la noche, la fatalidad! PAPA PIO: Ahora Nosotros te hemos liberado. ORIAN: Antes hubo una cierta Sygne de Coûfontaine, que salvó al Papa al precio de su vida y

más que su vida! Y ahora, Santo Padre, he aquí su descendencia que vuelve hacia Vos y hacia mí con una

queja y un crédito. PAPA PIO: ¡Tienes miedo de esta pobre niña! ¡Vana superstición! ¡Levanta los ojos! ¡Eleva el corazón! ¡Se fuerte! ¡Escucha el grito de la

trompeta mayor que te llama! Y te repito que no habrá paz para ti hasta que no pongas en regla tus cuentas con los

hombres, todo lo que debes a los hombres (Se pone dificultosamente de pie). Orian, hijo mío, lo que yo no pude hacer, hazlo, tú que no tienes ese trono dónde yo estoy

atado para oír mejor el mito desesperado de toda la tierra! ese suplicio de estar atado mientras toda la tierra sufre y uno sabe que tiene en sí la salud, tú que no tienes ese ropaje frente al cual, por la malicia del diablo, todos los corazones retroceden y se aprietan! Háblales, tú qué sabes su lenguaje, que no eres un extranjero para algún doblez de su naturaleza.

Hazles comprender que ellos no tienen otro deber en el mundo que la alegría! (joie). La alegría que Nosotros conocemos, la alegría que Nosotros estamos encargados de darles,

hazles comprender que no es una palabra vaga, un insípido lugar común de sacristía. Pero una horrible, una soberbia, una absurda, una deslumbrante, una punzante realidad! y

que todo el resto no está nada cerca. Algo humilde y material y de puñal, como el pan que se desea, como el vino que encuentran

tan bueno, como el agua que nace morir, si no se la da, como el fuego que arde, como la voz que resucita a los muertos!

Mi alma está con la tuya, hijo mío. Hazles comprender eso, Orian. HNO. MENOR: (Está allí desde hace un momento). Hay en la puerta del convento toda una

compañía de damas y caballeros, la mujer y la hija del embajador de Francia, creo. (A Orian), y está con ellos el señor Orso que dice que vengáis.

ORIAN: No puedo. HNO. MENOR: Me recomendó especialmente insistir y desea ardientemente que vengáis. ¡ (Silencio). ORIAN: No, no puedo. Decidles que no puedo. Telón

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ACTO TERCERO

ESCENA I

Las ruinas del Palatino. Una noche de fin de Septiembre de 1870. ORSO: Hermano, no estés tan triste. No es tan entretenido estar entre los vencidos, no, yo no

hubiera creído jamás que esto fuera tan desagradable. Este oficial que recogía nuestras armas y que reía mirándome. Me reconoció y yo también lo

reconocí. Es un antiguo camarada de celda. Dios mío, no pongas esa cara. ORIAN: La revolución llegó a Roma, -a Roma también. -Las campanas no suenan para mí.

ORSO: Hay tantas cosas que ya ha visto Roma entrar y salir. -Entre otras mi futuro suegro. Una revolución en París, otra en Roma, es demasiado duro para este descendiente de

jacobinos, y esta cosa monstruosa que llegó de súbito, instantáneamente, Se encontró sin lugar. Sin lugar ¿comprendes? Ningún lugar sobre la tierra, sino para un puro espíritu. Sin embargo la vieja sangre republicana no ha querido hablar, su colega de Londres acaba de

morir, esta novedad le ha dado alas. Yo lo acompañé a la estación esta mañana. Dijo que me quiere como a su hijo. Ha quitado el

cigarro de su boca para decirme eso. ORIAN: Creo que llegará a París antes que los prusianos. ORSO: ¿Los prusianos?, ¿qué son los prusianos? Lo que es importante, es el colega de Londres que acaba de reventar, es eso lo que le cruje en

las venas. Francia no se concibe sin un Turelure que la sirva. ORIAN: ¡Pobre Francia! Bueno,-vamos a ayudar al suegro en esta tarea. ORSO: A fe mía, es una buena idea la que tú has tenido de que nos encarguemos. Esta pequeña

voladura de plomo en la puerta Pía me calentó la sangre. Odio sentirme un viejo fusil en las manos. ORIAN: ¿Y qué devendrá el matrimonio? ORSO: Orian, hermano mayor, el matrimonio será lo que se pueda. Desde hace un año que hice

mi cortejo y lo que obtuve fue poco verdaderamente, Mientras tú paseabas por la costa de África. Sin embargo debo decir, ayer ella me dijo de golpe que quería casarse conmigo. ORIAN: ¿Ayer? ORSO: Ayer mismo, no hice figuras. Ella me puso esto en la mano. Piensa mi sorpresa. Puede ser la novedad de esta partida que ha hablado a la pequeña imaginación de la señorita. Sí, cuando le anuncié anticipadamente que partía hacia la campaña, en ese momento creí que

le iba a interesar. ORIÁN: ¿Qué dijo ella? ORSO: Me preguntó si partías también. ORIAN: No soy yo quien te pidió partir conmigo. ORSO: Malo. Yo no iba a dejarte partir solo. Un soldado como tú ¿No tienes nada absolutamente

para decirle? ORIAN: Dile adiós. ORSO: Corto pero substancial. ORIAN: Se elocuente en mi lugar. ORSO: (Poniéndole la mano sobre el brazo). Orian, ella está aquí y quiere hablarte. ORIAN: ¿Qué es esta emboscada?

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ORSO: Me pidió que la trajera. ORIAN: ¿Uds. combinaron este encuentro? ORSO: ¿Y cómo sería sino? ORIAN: Prometí no volver a verla. ORSO: En ocho días estaremos los dos en el campo de batalla. (Silencio). ORIAN: La quieres, está bien. Todo me es indiferente. No soy capaz de decir no a nada. Elegiste bien el lugar y el momento, estas ruinas, este día encapotado de septiembre que

muestra que todo está terminado y además que todo fue inútil. Sí, la volveré a ver, la quiero. Que venga. Falto a mi promesa. ¿Por qué sería yo la única cosa del mundo que no fuera

capaz de ser vencida? ORSO: Mi viejo, en ocho días estaremos en el campo de batalla, eso es separo, y en diez días

estaremos todos muertos, eso es posible, y entonces estaremos tranquilos. Hace falta que le hables antes de desaparecer, de una manera o de otra. Todas las cosas que deben ser dichas entre ella y tú, es necesario que sean dichas. (Sale)

ESCENA II Entra Pensée. PENSEE: Si debéis hablarme duramente, Si debo escuchar de vos esas palabras para las que no estoy demasiado preparada, Si la razón de este silencio es tal que no me es muy fácil suponerlo. Si este corazón que por un momento me fue abierto me está cerrado, Si esta voz que escuché, desde el fondo de la noche donde estoy estrechamente envuelta

desde mi nacimiento como en un velo, Si este esposo que me hablaba misteriosamente, esa noche de mayo, antes, Una sola palabra, pero que me bastó, una sola palabra “mi bien amada”, pero que me bastó,

Pobre alma, porque yo soy tuya para siempre, Si él no está allá de nuevo después de ese largo silencio para que yo lo escuche juzgarme y

rechazarme, Podéis rechazarme Orian, un solo signo, un solo movimiento me basta. Y si, ah... al menos que el tono no sea demasiado severo y que esa palabra que deba alejarme

de vos para siempre “vete”, Decidla bajo, Tan bajo como esa otra confesión que le gusta a una mujer. “Vete”, y eso bastará. ORIAN: “Vete” solamente, ¿y nada más que esa palabra, Pensée? PENSEE: “Vete de mí, Pensée; vete, mujer. -Vete de mí, mi bien amada”. ORIAN: Pensée, no, no está en mí poder deciros: Vele. PENSEE: ¿Por qué me habéis abandonado, porqué esta larga ausencia? ORIAN: He viajado. Fue la semana pasada solamente que volví a Roma: dos días antes que los

piamonteses entren, esos amigos de vuestra familia. PENSEE: He tomado ya vuestra casa. Ahora es vuestra villa que os deja. Y este que vos llamáis

vuestro Padre está guardado por nosotros en un lugar del que no puede salir. ORIAN: Vos no me tomáis a mí mismo. PENSEE: ¿Queréis que os tome a vuestro hermano? ORIAN: Es la guerra que nos loma a los dos. PENSEE: ¿Entonces es verdad? ¿Partís?

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ORIAN: ¿Estaría aquí si no debiera partir? PENSEE: Sí. ¿Cómo estaríais conmigo si no en un s….? ORIAN: Mi hermano vendrá. PENSEE: ¿Y me casaré con él, entonces? ORIAN: Entonces estaré tal vez en un lugar donde estas cosas no hagan sufrir más. PENSEE: Pero sois vos quien le habéis ordenado que me despose. ORIAN: Pronto, sin esto, habrá entre vos y yo una separación suficiente. PENSEE: ¿Cuando esté muerta, Orian? ORIAN: (Violentamente). Y que vos seáis de otro, ¿no comprendéis que esto para mí es más que

la muerte? PENSEE: Sois vos quien lo ha querido. ORIAN: Sí. PENSEE: Ya no tengo más orgullo. ¿Quién soy para decir no? ¿Es mi cuerpo tan valioso? ¿Por

una cosa que él me pidiera, (señala débilmente a Orian), como la rechazaría? ORIAN: Lo amaréis cuando seáis suya. (Pausa). PENSEE: Orian, ¿comprendéis lo que es una ciega? Mi mano, si la levanto no la veo. No existe

para mí más que si alguien la toma y me da el sentimiento. Mientras estoy sola, soy como alguien que no tiene cuerpo, ni posición, ni rostro. Solamente si alguien viene, Me toma y me aprieta entre sus brazos, Es solamente entonces que yo existo en un cuerpo. Es solamente por él, que lo conozco. Yo no lo conozco más que si se lo he dado. No comienzo a existir sino en sus brazos. ORIAN: ¿Es así que os daréis a él? PENSEE: ¿Hace falta entonces, Orian?, decidme. (Silencio). ORIAN: No, Pensée, no hace falta. No hace falta que mi querida Pensée sea de otro que

solamente de mí. (Silencio). ¿No decís una palabra? PENSEE: Son palabras amplias para penetrar. ORIAN: ¿Vuestro corazón está sordo? PENSEE: El que se habituó a la infelicidad, no encuentra la alegría tan pronto. ORIAN: Pronto estaremos separados, Muy separados esta vez, y si es dolor lo que esperáis de mí, Pronto ese que nos espera a uno y a otro ha de bastar. PENSEE: ¿Es necesario que nos separemos, Orian? ORIAN: ¡Es necesario que yo no sea un feliz!, ¡es necesario que yo no sea un satisfecho! jf Es

necesario que no se me llene la boca y los ojos con esta especie de felicidad que nos niega el deseo.

Decís que me amáis, y sé que soy mi peor enemigo. Decís que yo debo ver por vos, y sé que son estos ojos mismos que me impiden ver y que

querría arrancarme. Es necesario qué no me deje poner la mano encima. Pensée, sois el peligro para mí. La gran aventura hacia la luz, el diamante en algún lado, es necesario que esté solo. Mi padre, hace un año, me dijo de ir con los otros. ¿Los otros? ¿Qué otros? ¿Qué me importan los otros? ¿Qué bien les puedo hacer? ¿Qué les puedo decir. Cuando se

falta de sí mismo?, ¿qué soy capaz de darles? No tengo más que un deber hacia ellos que es que el mío propio esté cumplido. PENSEE: ¿Cuál? ORIAN: Ah, no es morir cuando uno está ciego que saber que el sol existe y que entre tantos

rayos como espadas alrededor de ese objeto eterno no habrá entonces una sola para nosotros, para llegar al fin de esta horrorosa muerte incurable, -a arrojarse de todo corazón con un gran sollozo para exterminar lo que hay en nosotros de mortal y que está dos veces muerto ya?

¿Me comprendéis? PENSEE: No estaría ciega si no os comprendiera.

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ORIAN: ¿Verdad? PENSEE: ¿Es que no hay un camino con paciencia hacia esa luz que decís?, ¿algún sendero? ORIAN: Pensée, soy capaz de obstinación, pero no de paciencia, y mil golpes de todos los

costados, pero no de método, y de deseo, pero no de inteligencia, de deseo pero no de resignación.

Así la absurda mariposa, esa cosa palpitante y asquerosa, la mariposa que no es más que un sucio gusano con alas enormes, tan inconsistente como el aliento,

Y que no sabe más que arrojarse, volver a arrojarse, y volver a arrojarse estúpidamente, y de arrojarse todavía con todas sus miserables fuerzas

Contra el globo de la lámpara, y que, cuando se detiene está como muerta, algo rampante, Algo inmundo y rampante que uno no tocaría.

PENSEE: Así, cuando mi padre me hablaba, -y sabéis hasta qué punto es capaz de entusiasmo en sus horas,-

De ese tiempo donde vivíamos, de esos grandes y admirables inventos que hacen una cosa tan bella vivir en el tiempo donde estamos, de esas maravillas inauditas, decía él, las vías del tren, los cables submarinos,

Del imperio que el hombre estableció sobre toda la naturaleza, del progreso que barre las viejas supersticiones, y de esos años delante nuestro que aseguran el triunfo de la razón y del conocimiento y del bienestar general...

Sí, esas son las expresiones de las cuales él se sirve... ORIAN: Abrid los ojos Pensée y ved todas esas cosas. PENSEE: Soy ciega. ORIAN: ¡Un segundo solamente, os ruego! Que lastima que no podáis abrir los ojos un segundo y ver lo que es una fábrica de fósforo,

por ejemplo, o un mostrador de estación, Un mundo entero consagrado a la producción de lo útil. Un día la feliz Roma también se

jactará de sus puertos y de sus usinas. Sí, es un tiempo glorioso este. PENSEE: Donde estoy no hay tiempo alguno. ORIAN: Pronto el tiempo existirá para vos cuando me escuchéis y que yo no vuelva. PENSEE: Ahora estáis acá y es todo cuanto sé. ORIAN: Vos misma estáis acá, dejadme tomar toda 1a medida de vuestra presencia. Ah, ¡sois

muy real! Querido compañero, es bueno escucharos hablar y pensar que estáis acá y vuestra voz es

para mí como música. Estoy completamente celoso. Sabéis lo que es para mí que estéis ciega y soy quien monte

guardia a la puerta de cada uno de vuestros sentidos, Y si hay una manera de ser mía que no quiero pediros, es porque no quiero renunciar a todas

las otras. Si no estuviera acá para decíroslo, tan misteriosamente, no sabríais que sois bella. Y si no estuvierais acá, mi querida, yo no sabría que es ese gran aburrimiento, aburrirse de sí

mismo. Cuando os haya abandonado, Pensée, será entonces que estaréis acompañada por mí. Cada

noche el mismo sueño después de las primeras horas de dormir. El mismo pensamiento. (La meme Pensée).

Se me mostraba una expresión de vuestro rostro. Una inflexión de vuestra voz, un movimiento de vuestro cuerpo, ese cuerpo femenino tan

amargo, tan inteligible para mí. Había un grito en la noche, y vuestra voz que yo reconocía entre todas las otras. Había una forma vacilante en alguna parte que me tendía los brazos, había alguien ciego que

me hablaba, alguien taciturno y que no me contestaba. PENSEE: Si yo vacilo, Orian, es porque no estáis acá para sostenerme. Y no soy ciega sino

porque no puedo verlo. ORIAN: Pues Todo eso mismo fue dejado de lado y de vos a mí se estableció algo más directo. Había algo

en mí que tendía a separarse de mí mismo.

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Entonces conocí otro deseo. Sin imagen ni ninguna acción inteligente, pero todo el ser que pura y simplemente atrae y

pide hacia otro, y el aburrimiento de sí mismo, toda el alma horriblemente arrancada, y no solo un ardor continuo, solo, sino una serie de grandes esfuerzos uno después del otro, comparables a las náuseas de la muerte, que empujan toda el tilma en cada golpe y me dejan a las puertas de la Nada.

Quizás sin embargo, y cuando quisiera volver, el barco que está acá que me arrastraba. (Semi pausa).

Y cuando yo haya vuelto aún, y cuando estuvierais acá como estáis en este momento, Yo sabré demasiado lo que pedís, sois incapaz de dármelo, y eso que se llama amor. Es siempre el mismo juego final, la misma copa de pronto vacía, el affaire de algunas noches

de hotel, y de nuevo, La locura, la horrorosa barahúnda, esa espantosa fiesta extraña que es la vida, de la cual esta

vez no hay más ningún medio de escape. -Y sé los grandes e incomparables lazos que el matrimonio aporta. Pero sé también que es muy otra cosa, incompatible con todo, lo que pide un deseo como el

mío, En mí sin duda alumbrado por el justo castigo de mi orgullo y contra mi voluntad. PENSEE: Amigo, ¿cómo habéis podido engañaros así, y creer que podríais estar en alguna parte

donde yo no estuviera? Se dice que no hay alma que no haya sido hecha más que para una visión y en una relación

misteriosa con los otros. Pero nosotros dos, es más que eso todavía, a medida que tú hablas, yo existo, una misma

cosa que responde entre esas dos personas. Cuando os preparabais, Orian, pienso que quedaba un poco de la sustancia que había sido

puesta en vos, y que es de esta que os faltaba y de la que yo fui hecha. Y para que ella fuera capaz de encontrar la vuestra, y porque algún prestigio no la extravíe,

pobre alma, para que su camino sea seguro, Para que eso que fuera solo vuestro fuera enteramente conservado. Es por eso tal vez que mis ojos fueron cerrados. ¿Y ahora que os he encontrado, y que, me quieres alejar? -¿Porque haberme repudiado? ¿Qué hice? ¿Por qué haberme dado así cruelmente a otro? ORIAN: Palabras que escuché seguido, en sueños. PENSEE: No son más que verdades. ORIAN: ¿Qué importa el pasado?, veo vuestro rostro, tomo vuestra mano en la mía, y si pido

abrazaros, sin duda me dejaréis hacer. ¿Qué más pedir? Verse, tocarse, hablar, escuchar al otro que habla (El poco tiempo necesario para comprender que uno no tiene nada más que decirse), Parece que eso basta para estar presente uno en el otro. PENSEE: Lo sé sin embargo, sí, a pesar de todos sus razonamientos, no me haréis creer lo

contrario. Hay algo en vos que se alegra de que yo esté con vos en este momento, -de la manera que

puedo. ORIAN: Dentro de un instante os habré abandonado. PENSEE: ¿Es tan fácil irse cuando estoy acá? ORIAN: No, no lo siento demasiado Pensée. PENSEE: No me abandonarás antes de haberme escucharme. Todas estas palabras que preparé y puestas juntas, Esos largos días de soledad, esas noches cuando no se duerme y cuando uno llora mucho. ORIAN: Las conozco. PENSEE: ¿Las conocías como yo, mi corazón? -Estas palabras que puse juntas; -Enseguida vete y trata de olvidarlas. Hubo una mujer antes que salvó al Papa, -un hombre no puede dar sino su vida, pero una

mujer puede dar más todavía, -la madre de mi padre, Sygne de Coûfontaine. Y es su hija ahora sin ojos quien tiende las manos hacia aquel a quien el Papa llama su hijo.

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Y he aquí que en mis venas el mayor sacrificio se reunió al más grande infortunio, y el más grande orgullo,

El más grande orgullo a la más grande pérdida y a la privación de todo honor, el Franco con el Judío en una sola persona.

Tú eres cristiano, y yo, eso que corre en mis venas es la sangre misma de Jesucristo, esa sangre de la cual un dios fue hecho, ahora desdeñado.

Para que tu veas, es por eso sin duda que hacía falta que fuera ciega. Para que tengas alegría me hacía falta sin duda esta noche eterna sin ninguna palabra que

tragar de mi parte! OR1AN: Ven conmigo donde estoy. PENSEE: ¿Dónde estás?, ¿es que hay lugar también para la infelicidad? Donde hay tanta luz.,

¿hay lugar también para estos ojos que no quieren abrirse? ¿Esta humillación que tengo desde el día que nací, judía, ciega, Estas lágrimas, las olvidaré? ¿Será para nada? Ah, no es necesario amarme ¿Juras que hay un lugar en alguna parte para

que estas dos cosas subsistan, Esta necesidad que tengo de amor y esta certeza que no hay nada en mí para merecerlo? ODIAN: ¿Es verdad que no es necesario amaros? PENSEE: No, querido esposo, no hace falta amarme ¿Qué camino hay de vos a mí? Os amo demasiado. Os he realmente esperado. Hacerme creer que me amáis, Orian, es difícil. Quien no ve, necesita otra cosa que esas

palabras para todos. Algo que sea para él, algo que le sea personalmente dirigido. Una prueba que no tenga medio

de recusar. Y puesto que no ve, Algo que sus manos puedan tener. ORIAN: ¿Y si muero por vos, Pensée, será suficiente? PENSEE: (Gesto hacia él). Si morís, Si morís, no será por mí sino por Francia, a quien me preferís. ORIAN: !Oh Pensée! negra, negra Pensée (noire Pensée = negro pensamiento), de acuerdo con el

destino contra mí. Si muero Pensée es que sin duda no hay otro medio para mí de llegar hasta vos.

PENSEE: ¿Y quién entonces me hará escuchar esas palabras que mi corazón espera en la noche? ORIAN: Si no muero no puedo llegar hasta vos. PENSEE: ¿Y quién entonces me hará escuchar esas palabras que mi corazón espera? Para

hacerme creer que me amáis, Orian, es difícil, A menos que me lo digáis. Pero decid solamente: la amo, y eso me basta. Decid solamente: la amo, y lo creeré

enseguida. ORIAN: Apenas os lo diría dejaría de ser verdad. PENSEE: No entiendo. ¿Cómo me pedís que os comprenda?, ¿cómo puede ser bueno para mí que

estéis muerto? Bueno, cuando se ama a alguien, que deje de estar acá. Aquellos que ven, ¿se privan del sol? Y yo que no tengo sol, ¿me privare de esta voz que es

como la revelación de todo, que me ha dicho una vez: mi bien amada? Si viviera cien años y si alguno de los segundos de esas cien vidas fuera hecho de cien años,

En eso no envejecería nunca que estoy segura que tendría algo para decirle, Algún nombre por el que llamaros, alguna nueva invención de mi corazón, algún relato de

mi misma que no se podrá nunca agotar. ¿Es mi culpa si sois la fuerza? ¿Si estáis a cargo de saber por mí? ¿Si todo eso de lo que necesito en el mundo no está dentro de mí sino fuera de mi misma,

aquí? ¿Si sois a quien me arraiga una cosa más fuerte que el derecho, la necesidad sin ninguna especie de derecho?

Ah, sí yo viviera cien años, seriáis siempre el mismo para mí y me parece que tendría siempre algo que deciros, alguna palabra muy tierna, alguna parte de vuestro corazón del cual habríais pensado que me estaba cerrado,

¡Esta pobre alma ciega en vuestros brazos, que no cesa de llamaros por vuestro nombre y de deciros que os ama!

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ORIAN: ¿Entonces es que me aconsejáis desertar? ¿Me encerrareis con llave en vuestra casa y no tendré otra ocupación en el mundo que acariciaros?

¿No tendré otra finalidad que vos? ¿Qué amáis en mí sino ese fin para el cual fui hecho? sino ese término que he sido hecho

para alcanzar y que me explica y sin el cual no soy más que una reunión de miembros al azar? Si poseyera mi alma, sólo entonces podría dárosla.

¡Hasta entonces, lo primero es el deber, cualquiera sea, urgente, pronto, desde que se presenta!

Cuando viva por fin, cuando no sea más este Orian ciego y medio dormido, sino alguien en una relación eterna con una causa razonable...

PENSEE: Ese Orian que decís es bastante para mí. ORIAN: Sería entonces que podría volver a vos, mi querida, y deciros: ¡Abre los ojos Pensée! PENSEE: No hay nada que ver en mis ojos. ORIAN: Hay la muerte que me espera, sin obras y sin posteridad. PENSEE: ¿Es eso lo que ves cuando me miras? ORIAN: Es lo que me anunciaste y que amé en ti. PENSEE: La muerte por mí, ¿la prefieres a la vida? ORIAN: Sí, Pensée. PENSEE: ¿Qué más puedo pedir? ORIAN: Lo que digo, ¿no lo sabías? PENSEE: Todo lo que dices lo sabía de antes. ORIAN: ¿Te acuerdas de lo que te prometí, hace tanto tiempo que no se sabría decir el momento,

Esta cosa entre nosotros que tuvo lugar antes de nuestro nacimiento? PENSEE: Me acuerdo. ORIAN: ¿Qué te amaba y que no amaría a ninguna otra? PENSEE: Lo creo, Orian. ORIAN: ¿El anillo de oro de nuestro matrimonio, te lo pondría en el dedo? PENSEE: Di, ¿por qué haberme querido dejar a otro? ORIAN: Eso fue hace tiempo, mi Pensée, cuando vivía todavía. PENSEE: ¿Es de verdad al menos que ahora soy vuestra? ORIAN: Cuando haya liberado mi alma, entonces podré dárosla. PENSEE: ¿No hay otro medio de liberaría, sino que ella sea tan cruelmente separada de ese

cuerpo y del mío? ORIAN: Feliz aquél para quien el deber es corro, feliz aquél para quien el deber está claramente

mostrado. Defender a su madre, defender a su patria, ¿qué más corto, qué más simple? Las circunstancias se encargaron de reglar para mí. La misma humildad, el mismo fácil

deber que para todos, qué felicidad. Y el premio está conmigo, esta Pensée. Estaba tan impaciente por la vida, brusco, demasiado caprichoso, demasiado apurado. El

insecto macho que no está reglado más que para una hora. PENSEE: Fui paciente por ti. ORIAN: Lo que te pedía, lo que quería darte, no es compatible con el tiempo, sino con la

eternidad. PENSEE: Yo, si te dijera que te amo, ¿sería fácil abandonarme? ORIAN: Lo sé sin que lo digas. PENSEE: (Se hecha en sus brazos). Sin embargo hay algo dulce de escuchar cuando uno sabe que

es verdad. ORIAN; No me tientes, mi rosa en la noche. No te ubiques entre mis brazos. Es peligroso ser una

rosa cuando se está defendido sólo por una hierba, PENSEE: ¿Cómo sabré que soy la más bella si no me lo dices? ORIAN: No hay ninguna otra para mí. PENSEE: ¿Dónde está ella, la más hermosa de todas las mujeres? ORIAN: Tan cerca que no la puedo ver. PENSEE: ¿Dónde está ese lugar sobre tu corazón? ORIAN: Mi enemiga lo ocupa. PENSEE: Si la encuentro nadie me lo va quitar tan cómodamente. ORIAN: Ah, sí sé demasiado que eres la más fuerte.

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PENSEE: Si quisiera verdaderamente que te quedes, ¿podrías partir? ORIAN: No sé más nada que tú misma. (Pansa, silencio). PENSEE: (Se separa de él). Adiós, entonces. ORIAN: Pensée, ah, ¿eres tú ahora quien me dice adiós? PENSEE: Se terminó, no te acerques. ORIAN: Pensée, ah, me quedare contigo sí lo quieres. PENSEE: No digas cosas indignas. ORIAN: ¡Ah, yo estoy loco! Ah, ¿qué importa lo demás al precio de este solo momento que puedes darme? PENSEE Me hace falla más que un solo momento. ORIAN: Estás en mi poder. PENSEE: Es verdad, ¿cómo huiré? ORIAN: Es imposible separarnos. PENSEE: No, no es imposible. ORIAN: ¡No lo quiero más Pensée!, ¡yo no puedo más, Pensée! PENSEE: Lo que hacen tantos franceses ¿no puedes hacerlo? Lo que tantas mujeres soportan ¿no

puedo yo soportarlo? ORIAN: No hacía falta venir tan cerca de mí. PENSEE: ¿No hacía falta, Orian? ORIAN: No hacía falta que te tome entre mis brazos. PENSEE: Y si mi corazón no hubiera palpitado tan cerca de ti, ¿cómo lo habrías conocido? ORIAN: ¿Conoces el mío también? PENSEE: Lo conozco, hombre imperioso. ÓRIAN: Cuando estuviste en mis brazos, la noche sano a mis ojos. PENSEE: ¿Te pude enseñar eso al menos? ORIAN: Se lo que es la noche. PENSEE: Di, ¿es una cosa tan cruel?, ¿es que hay necesidad de verse cuando uno se ama? ÓRIAN: No hay necesidad de nada más. PENSEE: No. ORIAN: ¿Pero comprendes ahora lo que te decía cuando te hablaba de otra pena? PENSEE: Ah, soy débil y lo que basta a otras mujeres me bastó. ORIAN: ¿Por qué entonces me dices de partir? PENSEE: Soy fuerte también. (Silencio). ORIAN: Te amo Pensée. (Semi-pausa). PENSEE: Comprendo que eso quiere decir adiós. ORIAN: Adiós. PENSEE: Déjame una última vez tender las manos hacia ti, Como los agonizantes cuando un ángel pone ya el arpa eterna entre esos dedos que la buscan

(le toca el rostro con las manos). Déjame una última vez conocer tu rostro, déjame tomar la impresión con esta cera viviente,

Estas dos manos que no son otra cosa con sus dedos que mi alma desde que te toqué. Adiós, querida cabeza.

(Ella le toca el corazón. Orian sale). Adiós querido corazón.

ESCENA III

Entra Orso. PENSEE: Orso, hace falta anunciar a mi madre que nuestro noviazgo está roto. ORSO: Aquí estamos al fin, veis que mi consejo fue bueno. ¿Os conduje a un buen momento?

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PENSEE: Sois vos quien sois bueno, Orso, y os quiero bien. ORSO: Es todo lo que me hace falta. Estaréis siempre en primer lugar en este corazón de

gendarme. PENSEE: ¿No sentís algo de pena? ORSO: La que hace falta. La suficiente para esta sombra de melancolía que asienta a una figura

de hombre. PENSEE: No bromeéis. ORSO: Estoy turbado. Gran Dios, ¿qué habré hecho de esta Madame Cognepartout? PENSEE: Tan ciega como soy, no dejé de llegar donde quería, Y, por tener ojos, él no supo huir tan lejos que haya podido escapar de mí. ORSO: Contad conmigo para mantenerlo en el deber. PENSEE: ¿Es verdad que hay tanto peligro para él? ORSO: No hace falta que se os lo minimice. ¿Verdad? PENSEE: Él está persuadido de no volver. ORSO: Y yo os digo que os lo devolveré. PENSEE: Es la muerte quien me lo ha hecho accesible. ORSO: ¿Por qué hablar de su muerte, vos también? Es enojoso. No me gusta que habléis así. PENSEE: Y cuando sea la muerte, y cuando no haya sino ese solo momento, Ese momento igual yo lo quiero, y es bastante para mí, y nada puede impedir que exista. Así,

a pesar de esa gaza impermeable que me envuelve, así el amor ha penetrado hasta mí, y nada pudo defenderme de él! ¡El me ama, creo en Dios! ¡No hay más muerte para mí, no hay más noche! ¡Ah, la felicidad es una cosa tan grande que no estaría en mí poder escaparle!

Hay muchas mujeres más bellas que yo, y sin embargo es a mí a quien eligió! Hay muchas mujeres que son capaces de ver y yo tengo los ojos cerrados a toda otra cosa que su amor! ¡Loado sea Dios, porque le parecí deseable! ¡Loado sea Dios porque entre todas él deseó estas únicas cosas que yo podía darle!

Yo estaba pues en mi noche sin saberlo dueña de estos grandes tesoros. Ah, puesto que él me amó ciega, es ser más ciega todavía lo que deseo. Y no solamente que no lo vea, sino que él no me vea tampoco, y tampoco este rostro

perecedero, sino esto solamente que yo le di y que es de él, y que ni la vida ni la muerte serán capaces de arrancarle!

Y puesto que me quiso discapacitada, ser más pobre todavía es lo que deseo, agradecida entre sus brazos, inexplicable para todos.

Y ante la mirada de este honor que el mundo acuerda, más desprovista que ninguna de ellas y sobre la que un nombre judío está escrito.

En la noche donde estaba él supo encontrarme y si es necesario todavía que él también desaparezca ante los ojos de los que ven,

No es esta noche que me toca la que me dará miedo y lo que será suficiente para separarme de él.

ORSO: ¿Y yo, Pensée, yo seré siempre vuestro amigo? PENSEE: (Tendiéndole la mano). Mi gran amigo. ORSO: Cuando vuelva la paz, será necesario que me toméis un día y me expliquéis porque yo

tuve amor por vos, antes. .. PENSEE: ¿Es que no lo tenéis más? ORSO: ¿Qué debo responder? PENSEE: Me enojaría si me respondierais que no.- ORSO* Yo no la amo como mi hermano. Vos me satisfacéis tal cual. Yo hubiera sido paciente

con Vos Hay muchos hombres que no son de otro modo sensibles, y que lloran porque una mejilla de

niño no se posó jamás contra la suya. Hay alguien que se sentiría torpe entre sus brazos. Esta decoloración solemne de la mujer en

pro de otro ser, que se hace de ella. Y yo al principio, yo os admiré, me parecíais tan fuerte y tan orgullosa. Sí, pisabais el suelo

con tanta gracia y dignidad. Después cuando supe que erais ciega, Con ese aire de reina, con ese rostro de joven diosa.

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Fue eso lo que verdaderamente me tocó. De sentiros tan débil conmigo, sin ningún camino si yo no estuviese con vos,

Esto me habría explicado la vida toda. Tener vuestra pequeña mano en la mía, es lo que me habría dado fuerza. Esta mano ¿dónde hubiera estado mejor que en la mía? PENSEE: No penséis que me habéis escondido hasta aquí. ORSO: Eso no es nada, Pensée. No digáis más. Un hombre también puede tener pudor. Por lo menos gané esto sobre mi hermano, y es que soy libre, ligero como una pluma al

viento. Él es pesado, atrasado, os ama demasiado. Él no va a la guerra como yo. Es bueno ver enteramente liviano, es bueno ser liberado de todas las tareas de la vida.

¡Alegres, cantando, el cuello arrancado de la camisa! Sí, aún entre las almas, creo que se reconocerá por su aire aquellos que murieron a pleno pecho, en plena juventud.

¡Un alma de veinte años, es esa que quema en el sol de Dios! Es una cosa tan fácil morir y no os habría pedido otra cosa. Morir hombres en lugar de vivir

bajamente esclavos. ¡He aquí todas las albas a la vez, el primer rayo del gran sol que os inflama la ventana de un

solo golpe con el corazón! Es por eso que se ven los muertos con rostros tan bellos, son como niños que miran. No lamentan nada. Morir por la patria es una cosa tan bella que miran con una sonrisa

desvanecida. -Venid Madame La Taupe (la tapa). Venga Madatnc la Chauve-Souris (la rala calva). Deme

el bruzo. La llevaré hasta vuestra madre. (Salen). Telón

AUTO CUARTO

ESCENA I

Fin de enero de 1871. Una habitación en un palacio de Roma que perteneció a los dos hermanos precedentemente. Una gran cesta de nardos está sobre la mesa, al fondo de la habitación. Pensée está de rodillas delante de la cesta y tiene el rostro sumergido en ella.

PENSEE: (Emitiendo un débil grito). Ha! SICHEL: (Precipitándose hacia ella). ¿Qué hay hija mía? PENSEE: Madre! Madre! SICI1EL: (Levantándola y haciéndole dar unos pasos). No te quedes ahí! Esas flores te hacen

mal! Voy a decir que se las lleven. PENSEIS: Madre! Madre! Mi niño vive! Mi niño vive en mí! Vive! Se ha movido! S1CHEL: Pensée mi niña! PENSEE: Vive! Ah! Estas flores son tan fuertes que creí morir! Esta honda respiración! Ah, es

como si en mi propio corazón se desgarrara el corazón de mi niño! Vive! Vive! SICHEL: Este olor está siempre ahí. PENSEE: He aplastado algunas flores en mi mano, (más bajo), algunas de esas terribles flores

que aún me hacen mal. SICHEL: Quieres que abra un poco la ventana? PENSEE: Sí, deja llegar hasta mí, ese rayo último tan dulce, El color rojo de la tarde. Deja que Roma llegue hasta mí. (Entreabre la ventana. Rumor de campanas afuera),

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Es la hora del Avemaría. SICHEL: Esas fatales campanas me estremecen el corazón. Que es lo que esos golpes repetidos

dicen? PENSEE: Los quiero, los conozco todos, los pequeños y los graves, los más próximos y los más

lejanos, Mientras alrededor mío, toda la Ciudad Santa, se prepara, construida por el sonido.

Campanas puras, en lugar de tantas palabras, que sería bueno que resonaran como ellas Como ellas mismas, no siendo eternamente más que la y mi.

Ah, yo querría ver a Dios, como ellas, aunque sólo fuera un instante. SICHEL: Y yo, hija mía, si pudiera ver a Dios, Sólo sería a través de tus ojos, si ellos se abrieran. PENSEE: Tócame un poco de música mamá. SICHEL: (Levantándose), ¿Qué quieres que toque? PENSEE: No. Quédate conmigo. La música me impedirá escucharte. SICHEL: Es así como te veo siempre atenta y expectante Como si no tuvieras oídos más que para lo que va a llegar de afuera. PENSEE: Nadie llegará. (Silencio). Y tú cómo harías madre, si no tuvieras más que el oído y el tacto Para construir una ciudad

como ésta? Nada más que con voces que vienen de todos lados, el rodar de los coches, una mujer que

canta, una disputa, un martillo que golpea, un grito de pájaro, Con la diferencia entre frío y calor, todos los matices que hay en la sombra, todos esos

soplos diversos, Y el sentido de la visión, ausente, repartido en todo mi cuerpo? Está en mí componer una ciudad con todos esos sonidos que ella modifica como hacen las

murallas con la luz, Esta Roma maravillosa con esas escaleras que suben hacia grandes jardines, esas calles

preparadas para los pasos de la procesión, Y al salir de muchas sombras lo que tú me has dicho: de golpe esos palacios del color del

día. ¡Ah, eso debe ser bello! . Soy como un niño el primer día que se despierta, en un cuarto cerrado, en un país

desconocido. Ese mundo que os parece tan natural, es invisible para mí. Estoy ahí como si no estuviera. La

estadía, por otra parte, no será prolongada. Es necesario que me haga una buena provisión mientras esté aquí.

No lo conozco más que por lo que me cuentas. Me han hecho ojos sin duda que no le están adaptados.

Y puesto que cuando lograra verlo, eso dejaría muy atrás lo que por otra parte ya huye. Como el viajero que se despierta demasiado tarde y no ve más la orilla y la ciudad que se le ha ofrecido con sus monumentos

Nada más que una extensa línea allá en la gran luz de la mañana, Casi semejante a la espuma. SICHEL: En el muelle alguien que te aprecia te hace señas con su pañuelo. (Pensée apoya su

mano sobre un costado como si sintiera un súbito dolor). ¿Qué sucede? PENSEE: Otra vez he sentido un movimiento dentro mío. SICHEL: (A media voz). ¿El niño? PENSEE: (A media voz). Es él. SICHEL: (Como para sí misma). Sí, cuatro meses han pasado. PENSEE: Mi niño se ha agitado en mí! SICHEL: ¿Por qué no le escribes a Orian? PENSEE: Él no me ha escrito una sola línea. SICHEL: Pero le he escrito por ti, hace quince días. (Silencio). Sí, me he decidido Aunque me lo hayas prohibido. (Silencio). ¿No me riñes? PENSEE: No. Eso no sirve para nada.

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SICHEL: Pero, ¿por qué Orso, el también, nos deja sin noticias, Cuándo recibíamos una carta de él cada semana? -Me han dicho que debía venir aquí, encargado de una misión. Ninguna noticia de él en lo que va del año. PENSEE: Han habido movimiento de tropas. SICHEL: Tengo miedo que algo haya pasado. PENSEE: (Mostrando la canasta). No han llegado más que estas bellas flores. SICHEL: Quisiera saber quién nos las ha enviado. -También estoy inquieta por tu padre. Está alla

solo en ese frío país. Estoy segura que no se cuida como debiera. Es tan imprudente. Con tal que a él tampoco le haya pasado nada!

PENSGE: Todo esto no es importante. SICHEL: ¿Qué es lo importante? PENSEE: Lo que es importante es que mi hijo vive! SICHEL: Pronto deberemos dejar Roma. PENSEE: Por qué? SICHEL: Iremos a París en secreto. Allí todo puede ocultarse. PENSEE: No hay nada que ocultar. SICHEL: No he osado decir nada a tu padre, es terrible para esta clase de cosas y todo lo que hace

a nuestra consideración. Gran Dios yo lo veo así! Pero déjame hacer hija mía, tu madre es astuta y conoce más de un ardid. Sabremos ocultar a

todos este hijo del amor. PENSEE: ¿Crees que voy a abandonar a mi hijo? SICHEL: Déjame creer lo que quiero. A cada día su pena. ¿Qué te sugiere esto? No me abandone el ánimo y el coraje que pueda tener, lo necesito. PENSEE: Madre, ¿tienes vergüenza de mí, tú también? SICHEL: ¡Vergüenza de ti, Pensée! PENSEE: No hay nadie en el mundo más orgullosa que yo. SICHEL: (Poniéndole una mano sobre la rodilla). Bueno mi niña, se lo que sufres! PENSEE: (En voz baja). Es cierto madre, ¡es duro para mí! Estoy hecha para ser intachable. Sufro

por todos esos ojos que me miran. ¿Cómo puede defenderse una ciega? -¿Y qué pensarán de mí? SICHEL: Yo estoy contigo, ¿qué nos hará el desprecio de todos? Antaño estuve habituada a ello y

la vergüenza es para mí como una patria reencontrada. ¡Pobres mujeres! Dios está con nosotros en nuestras pequeñeces.

PENSEE: Después de todo ¿qué pueden hacerme? ¡Ahora tengo a mi niño conmigo, para apartarme de las tinieblas! SICHEL: Ahora sabes lo que es ser madre. (Orso aparece sin hacer ruido). PENSEE: ¡Lo que es singular es pensar que en este momento se forman en mí ojos que serán

capaces de ver y que llevo como estrellas vivas en mí seno! SICHEL: ¿Qué sería de ella sin este niño que le han hecho de sí misma? PENSEE: El me verá y yo no lo veré. Las otras madres guían a sus hijos, él guiará a la suya,

Vacilante para siempre a través de cosas desconocidas que él encontrará tan seguras.

ESCENA II

Sichel percibe a Orso. Hace un movimiento de sorpresa. Él le hace imperiosamente señas de callarse y de quedarse quieta.

PENSEE: ¿Quién ha entrado? (Silencio). Pregunto, ¿quién está ahí? ORSO: (Muy lentamente). Pensée de Homodarmes… mi querida mujer.... soy yo (Silencio) PENSEE: (Débilmente). ¿Eres tú, Orian?

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ORSO: ¿No me reconoces? PENSEE: No sé. Es la voz de Orian y no es la suya. ORSO: La voz y el corazón, Pensée, y todo lo que en una hora quepa de presencia con vos

Alguien que pronto será obligado a volver a partir. PENSEE: Si Sois Orian, ¿por qué no venís más cerca? ¿Y por qué no estoy ya, felicísima mujer, en vuestros brazos? ORSO: Si me dejo tomar, no se me dejará partir. PENSEE: ¡Siempre partir! Ah, sé suficientemente que no puedo reteneros. ORSO: Cuatro meses son apenas los que han transcurrido, Y no reconocéis ya mi voz. PENSEE: Es necesario que mis sentidos se emboten, Como una planta que se apaga a causa del fruto que lleva. ORSO: ¿El niño, Pensée? PENSEE: Hoy mismo he sentido que se despertaba en mi seno. Sí, he llegado a desvanecerme mientras aspiraba estas flores. ORSO: Soy yo quién os las ha enviado. PENSEE: ¿Por qué haberme dejado así, sin noticias? ORSO: ¿Qué es lo que una carta podría decir, que no supierais ya? PENSEE: ¿Cómo está vuestro hermano? ORSO: Orso está bien. ¿Aún pensáis en él? PENSEE: Lo amo como vos lo amáis. ORSO: No hay que amar más que a vuestro esposo, Hoy, ni una sola partícula de vuestro corazón, Este avaro de Orian quiere dejarla a un otro. PENSEE: Vuestras palabras son dulces, Orian, más tiernas Que ninguna de las que me habéis dicho otrora, en ese tiempo que fue tan corto. ¿Porqué es

que las escucho con un corazón apenado? ORSO: Porque voy a partir, lo sabéis, mi licencia está a punto de expirar. PENSEE: ¿Es para no vernos más? ORSO: ¿Es que me veíais? PENSEE: Más allá de todo lo que los ojos pueden ver, hemos sido conmovidos. ORSO: Pensée, he venido a deciros que me ocuparé de este niño al que sin duda no conoceré. Y

que es de su padre como es vuestro, en lo que a él respecta. Os digo que no lo olvidéis. PENSEE: No vivo más que para él y para vos. ORSO: También he venido a deciros otra cosa, Pensée. PENSEE: Escucho. ORSO: Es necesario no dudar del que os ama A pesar de su largo silencio. Pero, ¿necesitan hablar quienes se tienen fe el uno en el otro?

¿Qué mérito sería el creerme si estuviera siempre acá? Ninguno os habría amado como él os ama. Es necesario creerlo. PENSEE: Lo sé, lo creo. ORSO: La ausencia fue larga. PENSEE: Helo aquí. ORSO: Y si ella fuera más larga aún, ¿no la soportaríais vos con coraje? PENSEE: Toda el coraje que me pidierais. ORSO: Pobre niña, no hay cosa más dura que mi exigencia llegando tan lejos. PENSEE: No tan lejos como mi amor. ORSO: Después de tan larga separación, si estáis conmigo, Pensée, ah, ¿quién será capaz de

disolvernos? No deseo más que una unión tal Que no llegue nunca el tiempo de hacerla cesar, sino por el contrario, que ella sea capaz de

hacer cesar el tiempo. PENSEE: ¿Me amaréis siempre? ORSO: Había un hombre que no pensaba más que en sí mismo. El llamado al cual su oído estaba atento, creía que sólo se dirigía a él. Todo era tan simple, hasta que vinisteis Pensée.

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Y la herida que le habéis causado es tal que nada, ni la misma muerte, será capaz de curar. PENSEE: ¿Por qué hablar de la noche entonces, si estáis vivo? ORSO: Sin embargo si mi ausencia es larga, si él no responde cuando lo llaméis, No hay que creer que sea su culpa, y que el que tanto os ha amado traiciona. Juro que él os ama. (Silencio). PENSEE: No es Orian quien habla. ORSO: ¿Quién sería entonces? PENSEE: Orso, ¿qué habéis hecho de vuestro hermano Orian? ¿Dónde está? ORSO: Pensée, es ahora cuando debéis mostrar este coraje que me habéis prometido. Todo lo que he dicho, sí, era él que lo decía por mi boca. Nosotros no nos hemos separado

No guardaba ningún secreto conmigo y yo escuchaba cada latido de su corazón. Pensée de Homodarmes, ahora lo que he de anunciaros, tenéis que oírlo sin flaquear: Orian

no está más. (Silencio). PENSEE: Orian está muerto. Está bien. Lo sabía y mi corazón no esperaba otra cosa. ORSO: Está muerto, y este mensaje que me ha encargado para vos es que hay que vivir. PENSEE: Yo viviré. ORSO: La víspera de su muerte, toda la noche hemos hablado juntos de vos y de vuestro niño.

Me ha encargado pedir vuestro perdón. PENSEE: Soy yo quien no cesa de pedirle perdón. ORSO: He sabido lo que pasó entre vosotros, La víspera de su partida. He comprendido lo que fue esa hora de ceguera y vértigo. SICHEL: Un encuentro desesperado y sin palabras, como personas que no pueden más y que no

saben lo que hacen. ORSO: Él estaba feliz que vuestra madre haya pensado en escribirme. PENSEE: Yo se lo había prohibido. ORSO: Él quería volver en cuanto pudiera. (Silencio). PENSEE: (Gritando de repente). ¡Orian está muerto! ¡Orian está muerto! ¡No está más! ¿Dónde estáis, mi querido marido, y por qué no estáis conmigo? SICHEL: (Sosteniéndola). ¡Pensée, mi luja bienamada! (Silencio). PENSEE: ¿Cómo ha muerto? ORSO: Muerto de una bala en el corazón cuando atacábamos a los alemanes en un maldito

viñedo a través de las estacas. Lo he visto de pronto que dejaba su fusil y que caía hacia adelante. Su cuerpo quedó doblado

en dos, sostenido por un pequeño muro de piedra entre los espinos. PENSEE: ¿Lo habéis dejado ahí? ORSO: Los prusianos tiraban sobre nosotros tanto como podían. PENSEE: Yo quedaría muerta con él. ORSO: Soy un oficial, y mi deber no era hacerme matar sino asegurar el mando de mi sección. Poco después debimos replegarnos, abandonando el cuerpo. PENSEE: ¿Qué, no me traéis nada de él? ORSO: ¿Qué queréis hacer de un muerto? PENSEE: ¡Lo habría sentido una vez más entre mis manos, esas sabias manos! ¿Quién sabe si él hubiera estado totalmente muerto para mí? Entre el alma y el cuerpo que ella ha hecho hay un lugar tal que la muerte misma no es lo

suficientemente poderosa para deshacer, Dondequiera esté esa pobre alma. ORSO: La suya está con Dios. Ese Dios que él amaba como un salvaje y no como un santo, lo ha

conquistado. El cuerpo ha quedado atrapado miserablemente en alguna parte. Ninguna obra detrás suyo, nada más que ese cuerpo enredado entre las espinas, Más lejos de lo que nosotros hayamos podido ir, y que no le ha impedido pasar. Esta libertad que deseaba más que la vida, después de todo forma parte de él. Esta luz hacia

la cual tendía todo su ser, ahí está. Ese Padre del cual él era el hijo... PENSEE: Los ojos que se hacían cargo de ver por mí, ¿dónde están? ORSO: Aquí mismo puede ser que no tengan necesidad de ver para miraros. PENSEE: Ese corazón que se encargaba de latir por mí, ¿dónde está? ORSO: ¿Quién sabe si no os lo he traído?

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PENSEE: ¿Que decís? ORSO: No he querido que su cuerpo quedara abandonado a los Alboches. A la noche con algunos

camaradas hemos ido a buscarlo. Reposa en tierra cristiana, como decimos. Lo he besado en la boca -era bello ese rostro que tenía. PENSEE: ¡Ay, ay, cruel Orso! Tú tienes ojos para ver! Pero yo, yo sólo esta boca me pertenece,

no he podido apoyar la mía. ORSO: Lo he tenido entre mis brazos. De ese cuerpo insultado, de ese cuerpo que resucitará y

que duerme Aún algo emana del que amamos. PENSEE: ¡No habéis podido ver más que su rostro!, y yo, estas manos, estas manos que sólo me

sirven para ver, ¡ay, si ellas hubieran estado allá, habrían llegado hasta su alma para impedirle que me deje!

ORSO: ¡Hasta su alma, Pensée? PENSEE: ¡Hasta su alma para impedirle dejarme!, ¡hasta ese corazón que me pertenece! ORSO: ¿Hasta su corazón, Pensée? PENSEE: Hasta su corazón que me pertenece. ORSO: ¿Y si fuera precisamente ese corazón lo que os he traído? PENSEE: Ese corazón... ¿ese corazón que me habéis traído? ORSO: Esas flores que os he hecho enviar, esta profunda canasta, estas flores donde yo sé que en

todo momento habéis sumergido vuestro rostro... PENSEE: ¡He comprendido! (Se levanta y se dirige vacilante hacia la mesa ante la que cae de

rodillas). Orian, eres tú? ORSO: El pertenece a un orden diferente, no está con nosotros a nuestro modo. Que de él hasta vos el incienso de esos largos cálices donde he hecho su sepultura, sea un

signo suficiente. PENSEE: ¡No hay horror en mí, no tendría horror de él porque esté muerto! ¿Y quién tendría el derecho, sino yo que soy su mujer, de tomarlo entre mis manos y

guardarlo sobre mi seno corno su posesión? ORSO: Respetemos ese resto sagrado. PENSEE: ¡No hay ningún horror en mí! ¡Ha llegado a mí, que soy la última de las mujeres!

¡Desgraciada, oscura, ha venido a mí, cuando hubiera pedido encontrar una más bella! Soy yo quién lo ha herido, de una herida incurable. Soy yo quién le ha hendido el pecho, Soy yo quién le ha abierto el costado. Soy yo quién lo arrancó a su Padre, sí, yo sé que es por mi causa que está muerto y que ya no es visible.

¡Ay, que me sea dado un manto suyo para recibir lo que me queda de él, que se me dé la tela más fina para cubrir estas manos indignas!

ORSO: En todo tiempo estaréis sola con él. PENSEE: Pero desde ahora puedo inclinarme sobre él y respirar su alma, esta bocanada de

perfume que asciende desde su sepultura. ORSO: Él está muerto pero no para ninguno de vuestros sentidos que con los que sois capaz de

alcanzarlo. PENSEE: ¿Es Orian, quién está allá, es verdad? ¡Ay, creo que no hay nada en mí que no sea

capaz de llegar hasta vos. ORSO: Él vive en vos, y es por lo que de él vive en el fondo de vuestras entrañas que debéis

vivir. PENSEE: ¡Él vive y yo me muero! (Sichel que la abraza, la ha conducido a su asiento). ORSO: Ahora, ya es suficiente con las debilidades. Es tiempo que escuchéis lo que se me ha

encargado de deciros. He aquí lo que Orian me ha encargado deciros, presintiendo su muerte, Esa última noche que pasamos juntos. PENSEE: Hablad, os escucho ORSO:... Y sabiendo lo que vuestra madre me había escrito, Este fruto de él que portáis en vos, fuera de la ley. Si, ha sido una gran alegría y una gran amargura para él. _ No me habéis respondido recién cuando os he dicho que él me había encargado pediros

perdón.

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(Pensée hace mi gesto de súplica). ¿Hecho? Bien. Nada pesa ya sobre su alma. SICHEL: Yo le perdono también. ORSO: Ahora, el mal que ha sido hecho es necesario repararlo en lo que depende de nosotros. No

es posible que el hijo de Orian Nazca sin nombre, y que su mujer con su hijo tengan esa mancha pública. PENSEE: Es lo que su sangre no ha podido borrar, yo estoy aquí para soportarlo. ORSO: No se trata solamente de vos, Sino de él y de ese niño que lo continúa. 1 lay que salvar el nombre del insulto, como se

salva la bandera. PENSEE: Haré lo que queráis. ORSO: La suprema voluntad de Orian, su última palabra cerca de la muerte, Es que os caséis conmigo. PENSEE: ¡No quiero! No seré de otro que de él. ORSO: Señora, os repito que no es lo que vos queréis lo que importa. PENSEE: ¿No soy dueña de mi misma y de mi alma y de mi cuerpo?, ¿Y de esto que he hecho de mí? ORSO: No. PENSEE: ¡Que, Orian!, ¿Es eso lo que me pedís? ORSO: El que fue de mi hermano, ¿creéis que ella será jamás para mí otra cosa que una hermana?

(Silencio), PENSEE: Acepto. ORSO: Bien, hermanita. Por otra parte la guerra no ha terminado; La noche que viene borra una después de la otra esas dos voces entre las cuales vuestro

corazón vacila. Esta tarde de verano de antaño, Esos dos valientes cuyo corazón estaba más alto que la muerte. PENSEE: ¿No vendrá ella también para mí como algo bueno? ORSO: Vuestro deber es vivir. PENSEE: ¡Viviré! ¿Por quién me tomáis? Viviré por este niño oscuro que es heredero en mí de mi alma con la suya. ¡Tanto como uno quiera! ¡Toda la vida que se quiera hasta el último minuto! Yo que hago la

vida, ¿es que no tendría el coraje de aceptarla?; ORSO: Mañana el sacerdote nos unirá. PENSEE: Seré una mujer leal. ORSO: Y entretanto, ¿es que está muerta, esta mano que veo ahí, que cuelga inerte a vuestro lado,

¿Es que no queréis tenderla, antes que él parta, tal vez para no volver, este pobre Orso? PENSEE: (Levantando su mano derecha con su mano izquierda). Orso, soy como la novia del

cántico de la que está escrito que los dedos destilan la mirra. ORSO: Entonces, ¿es el Antiguo Testamento el que veo sentado delante mío en vuestra persona? PENSEE: (Elevando sus manos, los dedos temblando ante su rostro, como para mirarlas y

sentirlas, ya que las extiende). ¡La mirra nupcial! ¡La fúnebre mirra! La que para los antiguos no servía sino para la celebración de uno solo de los misterios solamente.

ORSO: Pensée, voy a volver a Francia, espero que a tiempo, para luchar todavía un poco más. Iré a ver a Orian, allá, bajo la tierra. ¿Qué hay que decirle?

PENSEE: No os arrodilléis. No recéis. Decid solamente una palabra: Pensée. Una sola palabra, una sola palabra con una gran amargura: Pensée. No agreguéis nada.

ORSO: ¿Arrodillarme, decís?, ¿y creéis que vacilaría en estirarme a su lado? ¿Y tomarlo entre mis brazos, a este hermano, para que nunca seamos separados, si Dios lo pide?

¡Estos dos hermanos cuya unión no han podido impedir que sea más fuerte que la muerte! Y esta palabra: Pensée! si él está preocupado aún, para volver a aprenderla boca a boca.

PENSEE: ¿Esta palabra solamente? No, es mi alma mezclada con la suya lo que es necesario que le lleves. ¡Respírala, hermano querido, esta alma de ORIAN mezclada en mi a la de Pensée! (Se aproxima a él con los brazos en cruz y le sopla en la boca).

ORSO: Sí, es el alma de uno y otro a la vez que respiro. PENSEH: Y dile, dile, ésta alma, que no he estado sola al absorberla y en llenarme el rostro a

cada momento con esas horribles flores.

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Y que en ese contacto mi niño en mí, mi niño dentro mío, esta cosa en mi llamada a ver el sol en lugar mío, por primera vez se ha movido, se ha cruelmente movido. ¡Dile esto, Orso, dile esto, hermano querido! ¡Dile esto, Orso!

(Cae de rodillas frente al canasto que queda envuelto, así como ella misma, por su chal. Durante esta última frase, la noche ha llegado casi por completo).

UNA VOZ DE MUJER canta: ¡Oh hermanos inseparables, el uno conduce a Pensée, el otro la ha recibido,

OTRA VOZ: ¡Y que su alma ha penetrado la mía, dile esto, Orso, dile esto, hermano querido, dile esto Orso!

FIN Roma, 30 cíe Junio de 1916.

S. Pablo AP.

1) En la versión original (1920), Pensée de Coûfontaine estaba disfrazada de otoño y Sichel de noche. Por eso aparece en la primera escena alguna variante (Nota del editor trances).

2) En francés: Hombre de armas (Nota de la traducción). 3) En inglés en el original: Condúzcase Señor! (Nota de la traducción).