Rebeliones de Negros XVII

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    Colorado Review of Hispanic Studies  Vol. 2 (2004) 7-23____________________________________________________________________________________________________________________________________________

    LA CIUDAD AMENAZADA:REBELIONES DE NEGROS Y FANTASÍAS

    CRIOLLAS EN UNA CRÓNICA DE LA CIUDAD

    DE MÉXICO DEL SIGLO XVII

    EDGAR MEJÍA Boston University

    La rebelión imaginada

    En el Cartapacio poético atribuido al poeta sevillano MateoRosas de Oquendo, recopilado durante sus estancias en los vi-rreinatos del Perú y México desde finales del siglo XVI a prin-cipios del XVII, se incluye una crónica en prosa titulada “Me-moria de las cosas notables y de memoria que han sucedido enesta ciudad de México de la Nueva España desde el año 1611hasta hoy 5 del mes de Mayo de 1612”. Antonio Paz y Méliano incluye este texto en sus transcripciones de una buena partedel manuscrito. Será Alfonso Reyes, cuyo propósito es destacar“lo americano” que contiene el cartapacio, quien nos ofrezca laversión paleografiada de esta crónica. La atención crítica queha recibido este documento suma un solo artículo de MargaritaPeña.

    El propósito de este trabajo es analizar los modos en que laescritura de dicha crónica1 se constituye en una práctica ideoló-

     1 

    Escapa a los límites de este trabajo la discusión sobre la atribución efectivade esta crónica a Rosas de Oquendo. Alfonso Reyes no parece tener dudaalguna: “Finalmente, Oquendo se sintió un día cronista, y nos dejó, del folio

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    gica que define el espacio urbano (“la ciudad española”) comoel núcleo del poder político y a sus habitantes como defensores

    y víctimas de esa ciudad nuclear que se retrae y fortifica ante laamenaza del otro (negros e indígenas relegados a los arrabales).

    Las “cosas notables” que se narran en la crónica se agrupanen torno a dos sucesos principales: la muerte del virrey-arzobispo García Guerra y una pretendida rebelión de negrosque atacaría los enclaves del poder colonial en la ciudad deMéxico y a sus habitantes. Ambos acontecimientos, en apa-

    riencia inconexos, se relacionan a través del rumor, que co-mienza a correr durante los días en que se esperaba el ataque delos negros, de que fueron los propios sirvientes negros del vi-rrey-arzobispo García Guerra quienes lo envenenaron y a quie-nes se vinculaba con la supuesta rebelión2.

    La crónica, que comienza con unas señales ominosas (eclip-se, temblor de tierra) que preceden a la muerte de Fray García

    Guerra y culmina con el castigo a los negros confabulados,manifiesta una voluntad de unidad que difícilmente se podíahaber logrado con un relato escrito al calor de los aconteci-mientos. Crónica retrospectiva, la “Memoria de las cosas nota-

     118 al 121 v del cartapacio, esta noticias…” (365). Margarita Peña tampococuestiona la autoría:”Escribe Oquendo una ‘Memoria de las cosas notables yde memoria que han sucedido’ con el objeto de que ‘esas cosas’ terribles ydignas de recordar que le tocó vivir no se diluyan” (114). Por nuestra parte,ante la carencia de datos contundentes sobre la biografía de Oquendo nosabstenemos de toda atribución apresurada. (Para una valoración de los datosbiográficos que poseemos sobre Oquendo véase Lasarte). Para los propósitosde nuestro ensayo, el anonimato de la crónica refuerza la idea de una comu-nión de visión de los españoles que vivieron la amenaza de la rebelión. 2 Un argumento que obraría en favor de la idea de que esta crónica incorpora

    elementos ficticios es precisamente los datos sobre la muerte del arzobispoGarcía Guerra. Sobre ese virrey las compilaciones sobre “Virreyes de NuevaEspaña” publicadas en la Biblioteca de Autores Españoles no dicen nada,excepto las circunstancias de su muerte: “Este anciano arzobispo ejerció elcargo de virrey interino por menos de un año. Nada de significación ocurriódurante su breve gobierno y murió repentinamente a causa de una caída de sucarruaje. Las honras fúnebres fueron de gran pompa en razón de que ocupabalos dos cargos más altos de México” (37).

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    bles” quieren trazar la imagen de la ciudad de México y suspobladores españoles en un periodo más o menos breve (45días, del 28 de marzo al 14 de mayo de 1612), en que frente ala amenaza, la ciudad se redefine a sí misma.

    Los sucesos referidos a la rebelión son los siguientes: laconfesión, en trance de muerte, de un negro llamado Pablo,descubre la conspiración de los “negros de México” 3 que “es-taban determinados de alzarse y matar a todos los españoles”.A la muerte del negro (“primer domingo de cuaresma”) se or-dena la aprehensión de los culpables y el 28 de marzo comien-za la detención de “negros y negras de México y otros de afue-ra”. El 2 de abril se decreta la prohibición a los negros de por-tar armas. El 6 de abril se ahorcó a “un mulato porque quebran-tó el bando trayendo un cuchillo”. El 12 de abril se prohíbe alas negras usar joyas y ropas finas. El 13 se decreta la prohibi-

    ción a los mercaderes de vender armas a los negros. El 17 deabril, por primera vez en la crónica, se hace alusión a la masaespañola cuya presencia, en tanto que grupo social, será impor-tante a lo largo del resto de la crónica; ese día se pidió que “to-dos los vecinos de México” se alistaran para que “tomasen lasarmas e hiciesen guardias”. Ese mismo día fueron torturadosvarios negros en la casa del Alcalde de Corte. A partir de estedía comienzan las guardias y recorridos del grupo de españoles

    por distintos puntos de la ciudad: “Este dicho día [17 de abril]pusieron más de dos mil hombres de a pie por las calzadas yalbarradas de posta, para guarda de la ciudad, y duró cuatrodías el estar toda la gente como dicho es”. Al día siguiente sepresume la presencia de los negros alzados:

    Miércoles de Tinieblas, a las ocho de la noche, hubo un rebato,que fueron 18 de abril, que se decía que estaban por la calzada

    de la Piedad mil negros. Salió todo México a pie y a caballo congrandísimo ánimo, como leales vasallos del Rey Don FelipeTercero, nuestro señor. Hubo muchas luces por calles y ventanas,

    3 En todos los casos, modernizo la ortografía de las citas tomadas de la cróni-ca.

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    porque hacía muy oscuro y estaba lloviendo, que era lástima dever los pobres españoles por el lodo, y las mujeres y niños llo-rando a las puertas y ventanas que daba gran dolor”.

    Durante toda la “Pascua de Flores” se prenden negros y ne-gras y se van descubriendo progresivamente los detalles delplan de los alzados. Finalmente, el 2 de mayo se ordena ahorcary descuartizar a 35 personas, entre negros/as y mulatos/as.

    La polis novohispana

    La toma de posición del cronista respecto de los aconte-cimientos que narra a lo largo de la crónica es evidente. Laconmiseración por “los pobres españoles” señala su pertenenciaa ese grupo social. Escribe Margarita Peña: “La mirada deOquendo es subjetiva, y se identifica con el gran personajecolectivo configurado por la masa anónima, o semianónima, deespañoles anclados en la alarma, en el miedo” (114). La soli-daridad entre los “vecinos de México” se prueba en el riesgofrente al que están, el que pretenden conjurar juntos: “Saliótodo México a pie y a caballo con grandísimo ánimo”. Estaacción conjunta configura por un lado la idea de la ciudadcomo la suma de sus ciudadanos, la polis4, y, al mismo tiempo,redefine a través de su salvaguarda la ciudad en tanto que espa-

    cio urbano en la que se ejerce dicha ciudadanía. La polis, en-tendida como solidaridad entre sus miembros, y el orden comopreservación del espacio físico que ocupan los ciudadanos,están en el fundamento ideológico e histórico de la fundaciónde las ciudades coloniales latinoamericanas. En su Políticaindiana  (1639) Juan de Solórzano Pereyra—tratadista de laépoca—escribe: “Y Santo Tomás dice: que entonces estará unaCiudad perfecta, y bien governada, quando los Ciudadanos en-

    tre sí se ayudaren á veces, y cumpliere cada uno pronta, y cum-

     4 Para un estudio sobre las ideas y modelos de la antigüedad y del medioevoque sustentan la idea de ciudad sobre la que se fundaron muchas ciudadeslatinoamericanas durante la conquista véase el artículo de Morse.

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    plidamente con lo que le tocare” (Lib. 2. Cap. 6 Párrafo 8, 171).Para Sólorzano la ciudad debe ser vista como un cuerpomístico:

    Porque según la doctrina de Platón, Aristóteles, Plutarco, y losque le siguen, de todos estos oficios hace la República un cuer-po, compuesto de muchos hombres, como de muchos miembros,que se ayudan, y sobrellevan unos á otros; entre los quales, á los

    pastores, labradores, y otros oficiales mecánicos, unos los lla-man pies, y otros brazos, otros dedos de la misma República,siendo tódos en ella forzosos, y necesarios, cada uno en su mi-nisterio, como grave, y santamente nos lo dá á entender el Após-tol San Pablo”. (Libro II, Cap. VI, Párrafo 6, 171)

    Las aspiraciones del también funcionario de la Corona seresumen en lo que Ángel Rama, en su ineludible  La ciudad

    letrada, denomina como “el sueño de orden”. Escribe Rama:“El orden debe quedar estatuido antes de que la ciudad exista,para así impedir todo futuro desorden […]” (8).

    En el caso de la ciudad de México esta preeminencia del or-den es la base de su primera “traza”, justo después de la de-strucción de Tenochtitlán, y que estuvo a cargo de Alonso Gar-cía Bravo en 1521. “La Traza” de la ciudad de México, a decirde Edmundo O’Gorman, “comprendía un cuadro relativamente

    reducido y su límite de demarcación separaba la ciudadespañola de la ciudad india que se extendía rodeando a aquélla”(15)5.

    5 Manuel Toussaint describe los límites de la ciudad de México según la “tra-za” concebida por Alonso García Bravo: “Tomando la acequia que corría dellado del poniente, el urbanista tiene ya el límite por ese lado cortándolo alnorte en el que se llamó más tarde el puente del Zacate, y en el sur en la fuen-te que traía el agua de Chapultepec. De esta línea traza paralelas al orientehasta lo que fueron San Pablo en un extremo y San Sebastián en otro. En losdos ángulos anteriores estaban San Juan y Santa María. Los cuatro barriosindígenas o calpullis venían a quedar fuera de la traza, precisamente en lasesquinas, y su designación nativa se sobrepuso al nombre cristiano de lasadvocaciones de los templos o doctrinas y así tenemos: San Juan Moyotlán,

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    Este “principio de separación”6, como lo llama O’Gorman,tiene su contraparte en el fundamento místico de Solórzano: los

    indígenas y negros eran esa parte del “cuerpo de la República”encargados de la agricultura y su posición inferior en esa “ciu-dad perfecta” los relegaba a quedar fuera de la traza de la ciu-dad, su espacio era el de los barrios aledaños a la ciudad espa-ñola y su presencia en dicha ciudad sólo se justificaba por losintercambios mercantiles que eran necesarios para la subsisten-cia de la población.

    Por supuesto que además de estas consideraciones filosófi-

    cas y del asunto de la subsistencia, apremiaba la necesidadpráctica de protegerse de posibles ataques de la poblaciónindígena y negra. Escribe Ángel Rama:

    Las ciudades de la desenfrenada conquista no fueron meras fac-torías. Eran ciudades para quedarse y por lo tanto focos de pro-gresiva colonización. Por largo tiempo, sin embargo, no pudie-ron ser otra cosa que  fuertes, más defensivos que ofensivos, re-

    cintos amurallados dentro de los cuales se destilaba el espíritude la polis y se ideologizaba sin tasa el superior destino civiliza-dor que le había sido asignado”. (17, énfasis en el original)

    Sobre la ciudad de México en particular dice O’Gorman:

    Santa María Cuepopan, San Sebastián Atzacoalco y San Pablo Zoquiapan”(19).6 Maravall, en su descripción sobre la ciudad barroca española, nos proveeelementos para entender la configuración de la ciudad colonial: “A diferenciade la ciudad medieval, la ciudad moderna, desde sus comienzos, sobre todoya en el Barroco, conoce una distribución y diferenciación de barrios queabre posibilidades a ese distanciamiento en los mismos. Barrios que habitanricos nuevos, mercaderes de tienda que se instalan cerca de lugares de pasosidóneos para multiplicar las ventas al por menor, oficiales y, en general, fa-milias de escasos recursos y baja condición, que ahora no se mezclan. Enprincipio estos arrabales reúnen a personas no altamente distinguidas, porquelos principales habitan de siempre sus mansiones situadas en el centro ur-bano; en esos arrabales pueden encontrar, sí, a nuevos habitantes que quizáson, en cierta medida, distinguidos, burócratas, profesionales, pleitantes, etc.,que se han trasladado de otras partes” (755).

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    Es indudable que el conquistador [Hernán Cortés] y su huestetenían plena conciencia de su debilidad efectiva frente a la supe-rioridad numérica y a la bien acreditada belicosidad de los indi-os. Esta circunstancia impuso a la nueva ciudad que iba surgien-do, un aspecto guerrero7, fácil de comprender si se piensa quedurante varios años después de la caída de la ciudad de México,los castellanos debieron vivir bajo una tensión terrible de cons-tante sobresalto y desconfianza (17-18).

    Son justamente ese “sobresalto y desconfianza” los que des-

    encadenan los esfuerzos por restituir el orden amenazado, porresguardar la ciudad del peligro. Esta idea de polis aglutinadaen torno a un fin defensivo remite pues, en la crónica atribuidaa Oquendo, al espacio urbano que están protegiendo: todas lascalzadas, una de sus fronteras, la calzada de la Piedad, las Ca-sas Reales, la Alhóndiga. Se va configurando un espacio urba-no claramente delimitado sobre el que operan las prohibicionesy mandatos oficiales, y sobre el que más tarde se desplegará la

    acción de la justicia. Se trata pues del primer cuadro de la ciu-dad, ese ámbito dominado por la población española, conside-rado el centro político.

    En la crónica hay una clara delimitación de las fronteras:“salimos hasta la Piedad”. La dinámica del dentro/fuera de laciudad opera en esos dos niveles que ya hemos mencionado através del “principio de separación”: por un lado enuncia la

    separación social y política de españoles de los otras castas,negros e indígenas, y, por otro, la separación física entre la“ciudad española” y la “ciudad de indios y negros” que re-sponde a la traza de la ciudad de México.

    Pero esa ciudad sitiada cobra toda su dimensión justamenteen el supuesto plan de los negros para destruirla. Un análisismás detallado de las coordenadas de este plan de los negros nos

    7 Para ilustrar ese aspecto defensivo de la ciudad de México basta mirar unmapa de la Plaza Mayor, de finales del siglo XVI, en el que se pueden verdetalles de las construcciones pensadas como fortalezas (ver Chueca Gotilla yTorres Balbas, 204).

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    dará una mejor idea de esa ciudad que se quiere proteger, esa

    ciudad en la que se asientan los poderes políticos de la ciudadcolonial, sucedánea de la corona española: “como leales vasa-llos del Rey Felipe Tercero”. La “verdad” que habían ido des-cubriendo las autoridades a partir de las detenciones de negrosy negras era la siguiente:

    Y la traza que había dado [el “Rey” nombrado por los negros]era que se nombrasen 12 capitanes, y el uno con su compañía se

    apoderase de las Casas Reales, donde están las armas; y otro seapoderase de la Alhóndiga para el bastimento, y otros en cadacalzada por que no entrasen ni saliesen nadie, y en tropa por losCantillos; y que, hecha esta prevención, pegasen fuego a SantoDomingo, y a San Francisco, y a San Agustín, que era lo másfuerte donde se podían fortalecer los españoles, y que al ruidodel fuego saldrían todos.

    Cada uno de los conventos, ubicados en diferentes puntoscardinales, Santo Domingo (norte), San Francisco (oeste), SanAgustín (sur) y del que sólo estaría excluido el convento deSanta Teresa (este) forman un cuadro simétrico en cuyo interiorse haya por supuesto la Plaza Mayor donde están las CasasReales. En su delirio por las asechanzas del exterior, el cronistale atribuye a los negros los mismos procedimientos bélicos queseguiría un occidental en la toma de una ciudad. De hecho,

    afirma que el Rey nombrado por los negros “había sido de unCapitán de Flandes, donde estuvo el negro muchos años, ysabía muy bien formar un campo”. Este meticuloso plan, queatribuía a los negros la intención de acabar con la ciudad comopolis (“y ansí harían su hecho muy a su salvo, matándolos atodos, sin perdonar criatura de tres meses [a]rriba”) y la pose-sión de edificios neurálgicos de la ciudad española, desafía elmétodo que habían seguido las rebeliones de negros desde el

    siglo XVI.

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    Ciudades alternas: comunidades negras

    Los acontecimientos narrados en la crónica recuerdan otrasupuesta conspiración de negros durante el virrreinato de An-tonio de Mendoza en 1537. En esa ocasión el virrey le escribióal Rey de España sobre el rumor de una rebelión de negros,ayudados por indios. Mendoza tomó cartas en el asunto inme-diatamente:

    Mendoza sent an agent to corroborate the rumor and soon recei-ved the reply that a plot existed which included the capital cityand the outlying mines. He swiftly arrested the “king” and hisprincipal lieutenants, and, after eliciting confessions, had theleading conspirators drawn and quartered. (Davison 243)

    Ante esa amenaza constante que representaba la extensa po-blación negra de la ciudad de México, años más tarde, en 1548,

    Mendoza prohibió la venta de armas a negros y las reunionespúblicas de tres o más negros sin la presencia de su dueño.Mendoza estableció también un toque de queda para los negrosdentro de la ciudad. Luis de Velasco, sucesor de Mendoza, y aconsejo expreso de éste, instituyó una milicia civil llamada la Santa Hermandad   para resguardar a todo el virreinato de lasrebeliones.

    Como se puede ver, muchos de los elementos de la crónicaatribuida a Rosas de Oquendo ya tenían un precedente en lahistoria colonial: la conspiración, los rumores, el líder de losnegros visto como Rey, las confesiones, las aprehensiones, loscastigos (descuartizamiento), las prohibiciones de portar armas,el toque de queda, etc. No estamos sugiriendo que la crónicaque ahora estudiamos tenga como trasfondo la conspiraciónfrustrada de 1537, aunque se le parezca en muchos de sus de-

    sarrollos. En todo caso, poco nos dice para entender losmóviles e intenciones reales de los negros. Para examinar losmétodos que empleaban los negros en sus numerosas rebe-liones durante el periodo colonial tenemos que movernos fuerade los límites de ciudad de México. Hacer un recuento de estasconstantes rebeliones de esclavos, a veces aliados con los

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    la “ciudad” y se les adjudique un plan que pretendía destruir la

    ciudad de México cuando se había visto que su forma de ataqueera en las afueras del Valle de México y de manera subrepticiaen caminos y despoblados. Los negros y mulatos no buscabanminar el orden colonial si no, como vimos en la descripción delasentamiento en Veracruz, aspiraban a instituir un orden alter-nativo. Esta manía conspirativa del núcleo español no es sinoun temor proyectado de ver destruido el centro que irradia or-den a la colonia.

    La “crisis demográfica” del siglo XVII

    Margarita Peña se pregunta sobre la razón de la ausencia delos indios en la crónica: “Sorprende que el núcleo indígena bri-lle por su ausencia; no se alude a él una sola vez, como si lagran masa de indios simplemente no existiera” (116-7). Untérmino que ayudaría a despejar la duda de Peña sería el quehan usado varios historiadores para referirse al descenso de la

    población indígena en el México Central, la “crisis demográfi-ca del siglo XVII 8”. El eufemismo oculta los motivos de dichodescenso de la población indígena, muchos de ellos derivadosdel ejercicio del poder colonial9. Para el caso particular de laciudad de México, esta fuera de dudas que a principios delXVII la población de negros y mulatos superaba la de indios.Francisco de la Maza escribe tajantemente: “Más importantesque los indios y los mestizos fueron los negros en la ciudad delXVII. Casi todos eran esclavos” (22). Y un poco antes habíaaducido el testimonio de un visitante extranjero: “Gamelli Ca-rreri, el viajero italiano, en las mismas fechas [finales del siglo]

    8 Para una revisión cuidadosa de este fenómeno y un análisis de los distintospuntos de vista desde lo que se ha abordado el asunto, véase Chiaramonte.9 “Los excesos de los dominadores, el repartimiento de los vencidos, su ex-plotación en los trabajos forzados de la reconstrucción y del mantenimientode los nuevos señores, fueron ciertamente las causas que coadyuvaron aldecrecimiento […] El soldado de la conquista y el encomendero su sucesorhan soportado ellos solos la responsabilidad de la destrucción del indio”(Aguirre Beltrán 203).

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    asegura que ‘tendrá México cerca de 100 000 habitantes10, perola mayor parte negros y mulatos.’ Parece un absurdo atroz quese le olviden los indios11, pero es que se refiere al ‘centro,’ consus españoles y criollos y sus esclavos o criados negros” (19).El “olvido” del viajero italiano será una constante dentro pers-pectiva de la población española y criolla. Hay pues una la vo-luntad manifiesta de “no ver” a los indígenas. De modo que, a

    pesar del descenso dramático de la población indígena a princi-pios del siglo XVII, la pregunta de Peña sigue siendo pertinente.Los móviles de dicha exclusión habrá que buscarlo en la lógicadel dentro/fuera, o el principio de separación a que hemos alu-dido.

    Ficciones cartográficas: la ciudad de Juan Gómez de Tras-monte

    Un testimonio sobre la ciudad de México con una visióncercana a la crónica atribuida a Oquendo, es el mapa-perspectiva (1628) de Juan Gómez de Trasmonte, próximotambién a la fecha de la rebelión abortada. El mapa revela deigual modo las operaciones interpretativas que se pueden hacerde una ciudad y no una voluntad de verismo. Su mapa, como lacrónica de Oquendo, expresa antes que la ciudad real, una

    “idea” de ciudad que se quiere resguardar. (Como hemos visto,la crónica de Oquendo es también fácilmente traducible a unmapa). En su descripción del mapa de Trasmonte dice RichardBoyer:

    10 El dato de Carreri parece desmesurado. De la Maza especula sobre la po-blación real de la cd. de México a principios del XVII: “Si suponemos paracada español—la mayoría casados—tres hijos como promedio, resultaríancerca de 4000 criollos, más los ‘millares’ de indios, negros y castas, eso daría

    una población de más de 50 000 personas”. Mondragón, más precisa, aunquepara el año de 1570, da las siguientes cifras: 11, 736 negros y 2, 794 blancos.11 Aguirre Beltrán recurre también al testimonio de un viajero: “Gage cuentaque por 1625 se calculaba solamente en 5,000 el número de indígenas quequedaban en la ciudad de México, y años más tarde, el mismo autor informaque habían sido reducidos a 2,000 consumidos por los hispanos en las rudaslabores del desagüe” (214).

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    Probablemente hizo el dibujo desde las colinas de Chapultepec o

    desde algún punto alto cercano a Tacuba. Se esforzó por mostrarla traza de las calles y canales, las manzanas de casas y la ubica-ción y forma de los edificios más importantes. Hileras de dimi-nutas casas señalan las cuadras, no en forma mecánica sino par-ticularizando lo suficiente como para indicar áreas vacías, jardi-nes y conjuntos de árboles, y lo mismo zonas de transición enlas que el geometrismo hipánico da paso a una serie de chozasindígenas dispuestas al azar”. (448-49)

    Pareciera como si fuera de la ciudad española, comenzara elreino del desorden, lo otro, lo que no se quiere ver, “lo oscuro”.¿No ocurre lo mismo en la crónica atribuida a Oquendo? Fuerade la ciudad resguardada, está ese “azar”, la amenaza del ata-que nocturno. Más adelante Boyer sigue con la descripción dela “visión” de Trasmonte: “Curiosamente, Gómez dejó fuerauna parte de Tlatelolco, en la orilla noreste de la ciudad. Esposible conjeturar que su sensibilidad artística lo hizo favorecer

    la zona de mayores construcciones y las fértiles zonas sur yoeste, y no los barrios indígenas del norte de la ciudad, deseca-dos y menos urbanizados” (450).

    El “curiosamente” de Boyer no puede pasarse por alto. Elhecho de que Trasmonte dejara fuera Tlatelolco, a la sazón unode los barrios indígenas más poblados ¿fue un mero “capricho”de Trasmonte o una concesión a una estética demasiado rigu-rosa? Desde mi perspectiva, el mapa de Trasmonte debe leersecomo la “versión oficial” de lo que se consideraba la ciudad de

    México. Trasmonte era un funcionario público, encargado entreotras cosas del gran proyecto de desagüe de la ciudad y de laconstrucción de la Catedral. Siendo uno de los arquitectos másreconocidos de su momento, el Cabildo a menudo le pedía suopinión sobre asuntos relativos a construcciones, modifica-ciones y supervisiones de la ciudad. Su conocimiento de la ciu-dad era pues, como dice el mismo Boyer, “profesional” y eldibujo de la perspectiva debe ser leído como un ejercicio más

    del dominio colonial. El diseño del mapa, lejos de ser un pasa-tiempo de Trasmonte, dibujado en los intervalos que le dejabalibre sus otras tareas, debe considerarse como un intento más

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    de lo que Walter Mignolo llama: “la colonización del espacio”.Aunque él se refiere a la tarea de “poner a América en mapas”que los cosmógrafos imperiales realizaron después del “descu-brimiento” y cuyo designio mayor era “colonizar la imagi-nación de la gente a ambos lados del Atlántico” (309), paranuestro análisis es pertinente la idea de Mignolo sobre la com-plicidad que se establece entre “la escritura alfabética, la terri-torialidad y la colonización”.

    La crónica “Memoria de las cosas notables y de memoriaque han sucedido en esta ciudad de México de la Nueva Españadesde el año 1611 hasta hoy 5 del mes de Mayo de 1612” y elmapa de Juan Gómez de Trasmonte son dos manifestacionesdel mismo proceso de reafirmación de la empresa colonial. Laescritura y el mapa, como ese signo independiente de la cosaque representa (la ciudad misma) se quiere permanente y fuentecontinua de ese “sueño de orden”, ahora amenazado (por la

    supuesta rebelión de negros). Narrar esa ciudad amenazada,hacer su mapa, es preservarla del “desorden” que la amenazarepetidamente.

    Casi es innecesario insistir en la vigencia de la idea delletrado  en poder del saber, el alfabeto, la letra, la cartografíaque ha propuesto Ángel Rama y ha actualizado Mignolo. Elautor de la crónica y Trasmonte son miembros del mismogrupo gobernante que tiene en su poder el control de la letra.Aunque la figura del cronista no se delimite claramente, comola de Josephe de Mugaburu en la Lima de la segunda mitad delXVII, sigue siendo parte del poder colonial y acaso la crónicale haya sido solicitada, ¿por quién? ¿por el compilador del Car-tapacio? Preguntas irresolubles por el momento, pero que almismo tiempo convocan a otras reflexiones, como la incorpo-ración de dicho texto en un cartapacio en el que abundan lascomposiciones poéticas. Nuevamente Rama, ofrece una expli-cación:

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    Les correspondía [a los letrados] enmarcar y dirigir a las socie-

    dades coloniales

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    , tarea que cumplieron cabalmente. Incluso lohicieron los poetas, a pesar de ser sólo una pequeña parte delconjunto letrado, y aun lo siguieron haciendo por un buen trechodel XIX independiente, hasta la modernización. Más aún, debeanotarse que la función poética (o, al menos, versificadora) fuepatrimonio común de todos los letrados, dado que el rasgo defi-nitorio de todos ellos fue el ejercicio de la letra, dentro del cualcabía tanto una escritura de compra-venta como una oda religio-sa o patriótica”. (29)

    Si la “escritura” se vuelve unívoca y, de algún modo,pleonástica, su reproducción incesante nos dice más sobre uncircuito comunitario de productores y lectores reducidos (“to-dos ellos”) también a la unidad: “productores [de literatura] yconsumidores debieron ser los mismo funcionando en un cir-cuito doblemente cerrado, pues además de girar internamente,nacía del poder virreinal y volvía laudatoriamente a él” (26).

    Se me ocurre provisionalmente una doble vida del texto de

    las “Memorias”: primero como documento oficial, acaso paramantener un registro de todas las provisiones tomadas contralos negros rebeldes y después integrado al Cartapacio  comomonumento a la invulnerabilidad de la que en 1548 se consti-tuyó en “muy noble, insigne y muy leal Ciudad de México”. Encualquier caso el gesto comunitario no puede ser más elocuenteen la crónica: “¡Bendito sea nuestro señor que nos ha libradopor su misericordia!”

    12 Mignolo propone una distinción: “In the context of the colonization of theNew World the letrados  (men of letters) were in charge of the intellectuallegitimation of the conquest, whereas the letrados  (experts in law and legalmatters) took over everything concerning policymaking and administration”(291). Sin pretender hacer una identificación forzada, se podría sugerir laadcripción del cronista de las “Memorias…” a la primera categoría de letrado

    y a Trasmonte, desde su cargo de consejero virreinal, como parte de la se-gunda.

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    22 EDGAR MEJÍA

    OBRAS CITADAS

    Aguirre-Beltrán, Gonzalo. La población negra en México 1519-1810. México:Ediciones Fuente Cultural, 1946.

    Boyer, Richard. “La ciudad de México en 1628. La visión de Juan José deTrasmonte”. Historia Mexicana 29.3 (1980).

    Chiaramonte, José Carlos. “En torno a la recuperación demográfica y la de-presión económica novohispanas durante el siglo XVII”.  Historia Mexicana 30 (1980-1981): 561-604.

    Chueca Gotilla, Fernando y Leopoldo Torres Balbas, ed. e introd. Planos deciudades iberoamericanas y filipinas existentes en el Archivo de Indias.

    Madrid: Instituto de Estudios de Administración Local, 1981.Davidson, David M. “Negro Slave Control and Resistance in ColonialMexico, 1519-1650”. The Hispanic American Historical Review  46.3(Agosto 1996): 235-53.

    De Solorzano y Pereyra. Política indiana. T. 1. Madrid: Atlas, 1972 (Biblio-teca de Autores Españoles)

    Hanke, Lewis y Celso Rodríguez, eds.  Los virreyes españoles en Américadurante el gobierno de la Casa de Austria. Mexico. T. III. Madrid:Atlas, 1977 (Biblioteca de Autores Españoles).

    Lasarte, Pedro. “Apuntes bio-bibliográficos y tres inéditos de Mateo Rosas deOquendo”  Revista de crítica literaria latinoamericana  14.28 (1998):85-99.

    Maravall, José Antonio.  La literatura picaresca desde la literatura social.Siglo XVI y XVII. Madrid: Taurus, 1987.

    Mignolo, Walter D. The Dark Side of the Renaissance. Literacy, Territoriali-ty, and Colonization. Ann Arbor: U. Michigan P, 1995

    Mondragón Barrios, Lourdes. Esclavos africanos en la Ciudad de México. Elservicio doméstico en el siglo XVI . México: Ediciones Euroamericanas,1999.

    Morse, Richard. “A Framework for Latin American Society”. Urbanizationin Latin America: Approaches and Issues. Ed. Jorge E. Hardoy. GardenCity: Anchor Press/Doubleday, 1975.

    Mugaburu, Josephe de. Chronicle of Colonial Lima: The Diary of Josepheand Francisco Mugaburu, 1640-1697 . Trad. y ed. Robert Ryal Miller.Norman: Oklahoma UP, 1975.

    O’Gorman, Edmundo. “Reflexiones sobre la distribución urbana colonial dela Ciudad de México”. Seis estudios históricos de tema mexicano.Xalapa: Universidad Veracruzana, 1960.

    Paz y Mélia, Antonio. “Cartapacio de diferentes versos a diversos asuntoscompuestos ó recogidos por Mateo Rosas de Oquendo”.  Bulletin His- panique 9 (1907): 154-85.

    Peña, Margarita. “El motín novohispano de 1612”. Literatura entre dos mun-dos: Interpretación crítica de textos coloniales y peninsulares. México:UNAM/Ediciones del Equilibrista, 1992.

    Rama, Angel. La ciudad letrada. Hanover: Ediciones del Norte, 1984.

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      LA CIUDAD AMENAZADA 23

    Reyes, Alfonso. “Sobre Mateo Rosas de Oquendo, poeta del siglo XVI”. Revista de Filología Española 4 (1917): 341-70.

    Toussaint, Manuel, Introducción. Información de méritos y servicios de Alon-so García Bravo, Alarife que trazó la ciudad de México. México: Im-prenta Universitaria, 1956.