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AURELIO FERNANDEZ TEOLOGÍAMORAL CURSO FUNDAMENTAL DE LA MORAL CATÓLICA CUARTA EDICIÓN REVISADA Y AMPLIADA Pelícano

Teologia Moral Cap. 5 -- Divorcio

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Libro de Teología Moral de Aurelio Fernandez. Capitulo Quinto

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AURELIO FERNANDEZ

TEOLOGÍAMORALCURSO FUNDAMENTAL DE LA MORAL CATÓLICA

CUARTA EDICIÓN REVISADA Y AMPLIADA

Pelícano

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Capítulo V

MATRIMONIO Y FAMILIA EN LOS SANTOS PADRES.F.N LOS CONCILIOS PARTICULARES

Y EN LAS COLECCIONES CANÓMICAS (II. 297-351)

En este capítulo se estudia el lema del matrimonio a lo largo de la tra­dición del primer milenio. Pero se exponen principalmente las enseñanzas relativas a la unidad c indisolubilidad del matrimenio, pues son las cues­tiones con más lagunas. Además, esos vacíos son invocados por quienes demanden cambios en la disciplina eclesiástica sobre el matrimonio.

Cabe adelantar que la situación moral de la familia y del matrimonio en este amplio espacio de tiempo no tiene punto de comparación frente a la corrupción de la etapa histórica de la cultura gtcco-mmana y judia en que apaiece el cristianismo. La fuerza de la enseñanza del N.T. fue pren­diendo en la cultura pagana. Sin embargo, una institución tan maltrecha en la civilización anterior al cristianismo y que. per su pmpia naturaleza, tiende a corromperse, no es extraño que se llevase acabo con dificultades c incluso que, de cuando en vez, aparezcan las debilidades humanas.

Es preciso añadir que. a pesar de los estudios Fechos sobre este lema, no resulta fácil hacer una exégesis adecuada de los textos, porque la par­celación de dalos y la escasez de documentos se presta a que se llagan in­terpretaciones subjetivas, interesadas en probar una deteminada tesis.

I. EL MATRIMONIO EN LA ENSEÑANZA DE LOS SANTOS PADRES

La doctrina cristiana sobre el matrimonio se an ió paso en medio del mundo pagano y tuvo que enfrentarse con una praxis y una legislación divorcistas, primen» del Imperio y más larde de ios pueblos germanos, que se resistían a ser modificadas.

En ese ambiente divorcista. los Padres expusieron la doctrina acerca de la unidad c indisolubilidad del matrimonio a diversos niveles: unas ve-

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294 Trofc /a Alora/ccs, en comentarios a los textos del N.T., otras, en la enseñanza catcquc- tica >; las más, en la predicación a los Heles. En conjunto, elaboraron un cuerpo de doctrina coherente, de forma que las dudas y las vacilaciones de algún pastor apenas si ensombrecen el panorama doctrinal coínci- dente y compacto, que han dejado en herencia los escritos de los Santos Padres de los siete primeros siglos de la historia de) cristianismo.

I. Principios metodológicos para la recta comprensión de los textos patristicos

Con el fin de alcanzar una interpretación auténtica de los escritos de los Santos Padres acerca del matrimonio, conviene recordar los siguientes criterios de hermenéutica:

a) Los textos dhorcistas del derecho civil, aun de los Emperadores cristianos, no cabe admitirlos couto doctrina asumida por la Jerarquía

La cultura greco-romana legislada era divordsta, las leyes del Imperio permitían el divorcio por simple ctxtscnlimient» de los cónyuges. Por «dio, hasta el siglo IV, la Iglesia no tuvo poder alguno sobre la normativa legal. Pero tampoco la adquirió después del reconocimiento oficial como religión del Imperio por Tcodosio (a. 380). solo a partir del siglo X, la jurisdicción matrimonial pasó a manos de la Iglesia.

Pero ni siquiera los Emperadores cristianos pudieron llevar a cabo la reforma de las leyes a causa de la oposición de los súbditos no cristianos. Por ejemplo. Constantino restringió el divorcio a causas muy graves y concretas. Pues bien, esta legislación pareció tan dura a la nobleza ro­mana no convertida a la fe católica, que tuvo que ser revisada por sus sil- icsoivs. Igualmente, la legislación leMiicliva de Jusliniaiio liulro de sei ampliada por Justino II. Los Emptradures cristianos no podían hacer ta­bla rasa de las costumbres vigentes.

No obstante, la Jerarquía de la Iglesia se mantuvo en constante critica a la normativa vigente: ellos distinguían muy bien entre lo preceptuado por el Evangelio y lo¡renuitido por la ley del Imperio. En este sentido, se repite el dicho de san Jerónimo: «Una cosa son las leyes del César y otra, la ley de Cristo; una cosa es la ley de Papiniaito y otra, la de Pablo» (Cana 77. 3). Los testimonios de la Jerarquía conocidos que critican las leyes divorcislas imperantes son numerosos.

También los cristianos sabían distinguir entre ley civil permisiva de) divorcio y la ley del Evangelio. De hecho, se conocen las graves peniten­cias a que estaban sometidos los bautizados que pedían el retorno a la

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Iglesia, después de haber seguido la legislación civil favorable al divor* cío.

En consecuencia, es una falla de rigor histórico aducir como dato per­misivo del divorcio las leyes del Impelió: los cristianos no se sometían a días, como tampoco obedecían otras leyes, tal como testifican la vida de los mártires, sino que seguían los mandatos de) Evangelio (II, 302-305).

Matrimottio y fam ilia tu los Santos Padres, tn los Concilios Particulares... 295

b) Rito civil y rito religioso en la celebración del matrimonio

Tampoco vale aducir como costumbre divorcísta admitida por la Iglesia d hecho de que no hubiese un tito religioso especial, sino que los bautiza» dos se sometían al tito común.

La Iglesia no tuvo al piincipio un rito universal para la celebración del matrimonio. Posiblemente, el primer «ritual matrimonial» sea del si­glo tx. Para todo Occidente, el rilo común lo implantó el Concilio de Tremo, que aún mantuvo las diferencias de rito propias de cada región.

Por su palle, la institución natural del matrimonio ha tenido en cada cultura diversos ritos religiosos. En d Imperio, las ceremonias «civiles» incluían la oración a los dioses. Pues bien -dado que no había un rito cristiano-, los bautizados se sometían al rito común aceptado en cada re­gión. Pero existen documentos muy primitivos que testifican que susti­tuían la «oración a los dioses» por la oración a Jesucristo. En los prime­ros años del siglo tt. san Ignacio de Antioquíu advierte a los bautizados «que se casen en el Señor» (A PolicarjX), V, 2).

Así lo testifica Ch. Mounicr, buen conocedor del derecho antiguo:

«Los medios judeo-crisllanos conservaron, evidentemente, la liturgia doméstica del matrimonio judío: oraciones improvisadas por los padres de los esposos y bendiciones nupciales recitadas a lo largo de la comida de bo­das. Para la redacción del contrato matrimonial, era normal recurrir a un miembro del clero (...]. Con tal ocasión, la familia cristiana podía invitar ol presbítero o al obispo a pronunciar una plegaria por los esposos. Así. los medios judeo-cristíanos pudieron de m<ido natural adoptar estos usos [...]. En Occidente no se conocía ceremonia litúrgica alguna de la que depen­diese la validez cclcsial del matrimonio de los fieles [...]. Pero en la Iglesia de África se nota la presencia del obispo para asistir a la lectura de las tabú- lae nuptiales» (L'EgJiise dm s VEmpire Romain (II-IH siécle). 33-34).

En consecuencia, los cristianos, cuando se casan -y los Santos Padres dan noticia de esas nupcias-, no contemplan el matrimonio pagano, sillo la unión cristiana de los esposos conforme al rito socialmcntc vigente (II. 304-305).

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29© Teología Moral

c) Distinguir entre •se/taracióti* y «divorcio»

La diferencia entre esos dos términos significa una precisión jurídica de la que no se disponía en esa época. Por eso, cuando los Padres hablan de «ruptura» o de «separación», no se entiende en scnlidodivorcista: o sea, de una separación con posibilidad de un nuevo matrimonio. Lo pnicba el he* cho de que, aun hablando de «ruptura», en páginas siguientes, acusan de adulterio a los «separados» que intenten contraer nuevas nupcias.

Así lo confirma un historiador de esta época, H. Crouzel:

«Ver en los términos «ruptura» o «disolucción» del matrimonio a causa del adulterio la permisión de un nuevo matrimonio es imaginar que los Pa­dres lo usan en sentido técnico, según el sentido del Derecho Romano (...). Es. pues, un anacronismo proyectar sobre los textos antiguos el sentido téc­nico que tienen hoy y que no se encuentra en los textos jurídicos anteriores a Justiniano» (Divorce et inariage. 174-175).

d) Aspecto moral, doctrina teológica y dimensión jurídica del divorcio

Es importante distinguir estos tres aspectos: admitir d divorcio civil legalizado no equivale a negar la doctrina teológica sobre la indisolubili­dad del matiimonio y tampoco significa que se rechace el juicio moral condenatorio del que se divorcia. Por ejemplo, un cristiano hoy se puede divorciar porque lo permite la ley, pero sabe que el matrimonio es indiso­luble y reconoce que comete un pecado por haberse vuelto a casar des­pués de separarse de su cónyuge. Pues bien, en algún testimonio que se aduce, se trata de casos en que se aprovecha de la ley divorcista, pero de ningún modo se desconoce la naturaleza del matrimonio indisoluble se­gún enseña el Evangelio, ni tampoco se exime de pecado a quien tul hace.

En consecuencia, si un Padre admite este caso de divorcio, no profesa un «error doctrinal» -teológico o moral-, sino que cae en una «tolerancia» o quizá es débil ante una situación de jacto (II, 306-307). O sea, tal autor no admite el divorcio, sino que. por circunstancias especiales, lo tolera.

e) Los textos oscuros han de explicarse a la luz de los textos claros,«sed non contra»

Es una ley hermenéutica elemental. Si un autor es constante en ense­ñar una clara doctrina, es preciso encontrar una lectura adecuada de un solo texto oscuro, dado que su pensamiento está explícito a lo largo de su obra. Desde el punto de vista de crítica literaria, no es riguroso asumir solo el texto oscuro y olvidar la doctrina contraria que el autor afirma de modo constante.

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M atrimonio y familia en tos Sanios Padres, en tos Concilios Particulares. .. 297Este criterio es imprescindible tenerlo a la vista con una literatura an­

tigua y tan abundante como es la de los Santos Pudres. Además, con fre­cuencia, el contexto literario responde más al lenguaje coloquial-cate- quctico, que a una exposición doctrinal sistemática.

/) Rigor científico de ios textos

Por último, es preciso interpretar con tigor los textos y no manipular­los con el fin de probar una tesis previamente asumida. A la vista de algu­nos autores —por ejemplo. Pospishtl-, que hacen una lectura interesada de los Padres, el P. Crouzel escribe que. «en vez de deducir la historia de los textos, aplican los textos a la teoría» (Les Peres de l'Pglise et le mariage, 5).

Con estos seis criterios de interpretación, se puede ya emprender el estudio de la doctrina de los Santos Pudres sobre el matrimonio.

2. Unidad del matrimonio

El pensamiento de los Padres es unánime al afirmar la unidad del matrimonio. Comentan los textos del Génesis I -2. critican los desórdenes de la poligamia del Antiguo Testamento, incluso ridiculizan (san Justino) la costumbre judía que, según algunos rabinos, permite «tener cuatro o cinco mujeres- (Diálogo con Trifón, 134, I).

En rechazo de la poligamia y en favor del matrimonio monogámico. los Padres y Escritores recurren a comparaciones ingeniosas: algunos animales mantienen la unión de un macho con una sola hembra, esto «hace que sean más austeros que los mismos humanos* (Clemente Alejandrino. Siromata II. 23). Tertuliano lleva la comparación con el radi­calismo literario a) que es tan proclive: «una costilla, pues también una sola mujer» (Ad uxorem, I. 2. I). Minucio Félix no se muestra menos ra­dical: «tener tina mujer o ninguna* (Octavio, 31.5).

La afirmación del matrimonio monogámioo es unánime. Responde a la doctrina del Nuevo Testamento, que no deja ivsquicio alguno pura la poliga­mia. y ad se ha mantenido el pensamiento cristiano a lo largo de la historia.

3. Indisolubilidad del matrimonio

Resumimos aquí la enseñanza de los Padres acerca de esta propiedad del matrimonio, frente a la cual, y a la vista de algunas situaciones límite de la existencia humana, cualquier pensador cristiano experimenta el do­

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298 Teología Moral

lor de no encontrar salida humana a un problema grave. 0 mejor, la sa* lida es más radical y profunda, pero niega el divorcio como solución al problema planteado.

Sobre la doctrina de los Padres existen abundantes estudios. Cabe dis­tinguir dos cuestiones complementarias: la interpretación que hacen a los textos de san Mateo y la praxis de la Iglesia en los siete primeros siglos.

a) ¡nlerprelaciún de los íexlos de san Maleo

Dado que se ofrecen los resultados de la investigación más rigurosa (cfr. II. 312-327), se enuncia solo el resumen:

• l-os Padres y Escritores Eclesiásticos de los tres primeros siglos en­tienden que ios textos de san Mateo hablan de «adulterio», pero no tie­nen a la vista la frase «y se casa con otra», por lo que son unánimes en aceptar la separación, pero no el divorcio: es simple separación sin posi­bilidad de nuevas nupcias.

• En el conjunto de los escritos patrísticos de los cinco primeros si­glos, son unánimes en rechazar expresamente el divorcio los siguientes Padres y Escritores: Hermas, Justino, Ireneo, Atenágorus, Teófilo de An- lioquía, Tolomeo, Cíeme nte Alejandrino, Orígenes, Basilio de Ancira. Ba­silio de Cesaren, Gregorio Nacianccno, Apolinar de Laodicca, Teodoro de Mopsucxtia, Juan Crisóstomo, Teodoro de Ciro, Epilanio, León Magno, san Agustín y su contradictor maniqueo, Fausto de Milivc.

• Pero, junto a estos testimonios explícitos, se citan algunos autores, que, a pesar de que condenan el divorcio, sin embargo en sus obras cabe encontrar algún texto «dudoso». Son los siguientes: Hermas, Orígenes, Tertuliano, Novaciano, Lactancio, Basilio de Cesárea, Gregorio Nacían- ceno, Asterio de Amas, Juan Crisóstomo, Teodora de Ciro, Teodora de He- rucleu, Epifunio, Cirilo dv Alejandría, Hilario de Poiticrs, Cromado de Águila y san Agustín.

• Estos testimonios, sometidos a crítica interna, eliminan la «duda» y solo quedan cuatro textos oscuros que corresponden a cuatro Padres de indudable importancia en la historia de la teología: san Epifanio, san Ba­silio, san Agustín y san León Magno. Pero cabe aún avanzar en d estudio de esos cuatro textos de forma que, aun persistiendo la duda -como se dirá en el siguiente aportado-, se trata de razones pastorales y no de error doctrinal.

• La única excepción clara en el campo doctrinal es la del Ambrosias- ter. Este autor anónimo, que su hizo pasar por un escrito de san Ambro­sio. en comentario a la Carla a los Coriniios, no solo propone el «privile­gio paulino», sino que escribe que el adulterio justifica la ruptura del

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matrimonio y, por lo tanto, permite un nuevo matrimonio. El Ambrosias* ter niega este mismo derecho a las mujeres.

Como resumen de esta amplia etapa histórica cabe citar este juicio de un buen historiador de este período. H. Crouzei:

«El Ambrosiastcr es «I único autor eclesiástico de los cinco primeros si* glos que autor!» un nuevo matrimonio, tanto en el caso de una separación por adulterio, como por el privilegio paulino. Y este autor es un latino, dato bastante paradójico, ya que el Oriente y el Occidente van a tomar en ade­lante normas inversas a propósito de los nuevos matrimonios» (La indisolu­bilidad del matrimonio en los Padres de la Iglesia. 106).

M atrimonio y familia en los Santos Padres, e» los Concilios Particulares... 299

b) Sentida de tas «excepciones pastorales»

Pero, si cabe reducir el campo de la doctrina hasta el punto de afir­mar una unanimidad moral entre los autores de los chico primeros si­glos, no es lo mismo en el campo pastora). Es decir, aun manteniendo la doctrina de la indisolubilidad del matrimonio, algunos pastores, ante si­tuaciones de hecho, cedían para evitar males mayoivs.

Como testimonio claro de esta praxis contamos con el siguiente testi­monio de Orígenes:

«En oposición a la Escritura, algunos jefes de la Iglesia consintieron un nuevo matrimonio a una mujer cuyo marido vive todavía. Lo han permitido a pesar de lo que está escrito: 'La mujer está ligada a su marido mientras vive'y se considera adúltera a aquella mujer que se entrega a otro marido mientras viva el suyo propio. No obstante, estos pastores lian actuado así no por moti­vos vanos, puesto que tal autorización se permitió para evitar males mayores, contrariamente a la ley de las Escrituras» (Conient. a SU. XIX, 23).

Lu enseñanza de Orígenes es clara: defiende la doctrina acerca de la indisolubilidad («en contra de la Escritura»), pero añade que «algunos je­fes» permitieron «para evitar males mayores» a «una mujer» que se ca­sase de nuevo.

El problema que se plantea es el siguiente: ¿fueron casos aislados o praxis habitual? ¿Eran muchos los pastores que lo permitían o solo algu­nos? ¿Trataban de legitimar hechos consumados o los permitían antes de llevarse a cabo? Estas preguntas no tienen fácil respuesta. Por ejemplo -aunque persista la duda-, de la lectura de los textos de san Epifanio, san Basilio, san Agustín y san León Magno se deduce que hacen referencia a casos consumadas y muy concretos, que aquí no es posible describir.

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300 Teología Moral

Es evidente, pues, que ha habido algunos casos de tolerancia o de claudicación de autoridad de los pastores. Así lo expresa un investigador de este período de la historia. Ch. Mounien

*[,n Iglesia antigua admitió ciertas causas legítimas de separación [...]. Pero en cualquier caso los Pudres demandan la vuelta del adúltero y reco­miendan seriamente a la pane inocente que no puede casarse mientras viva el otro cónyuge, no solo por respeto a ley de la indisolubilidad, enseñada en la Sagrada Escritura, sino también por fidelidad al ideal de la monogamia i...]. La ley de la indisolubilidad fue entendida en la Iglesia antigua de ma­nera muy estricta. Los Padres aluden a los textos escriluríslicos que la pro­claman. Ellos declaran sin ambages que, aun en caso de separación por in­fidelidad, el hecho mismo de volver a casarse es un atentado a esa ley. Sin embargo, los atentados a la ley de la indisolubilidad son juzgados y sancio­nados de modo diverso. Así algunos jefes de la Iglesia, más proclives a la in­dulgencia. se abstienen de pronunciar las sanciones canónicas [...]. Esto no quiere decir que ellos sacrifiquen los principios aprobando expresamente los matrimonios en cuestión, sino que buscan el mal menor y tratan de evi­tar las situaciones desustrosas que se seguirían» (L'Egtise tlatts VEntpire Ro> inain, 53-54).

Esta parece ser la conclusión que cabe deducir con rigor de la ense­ñanza de los Santos Padres.

II. LOS -CÁNONES» DE LOS SÍNODOS O CONCILIOS PARTICULARES

La historia de la Iglesia conoce la convocación de numerosos Sínodos provinciales que decretaban una serie de cánones sobre los más variados teínas, per» cuya valide/, es muy desigual. Como es normal, pmnto apa­recieron colecciones de estos cánones, de valor también desigual. Es evi­dente que la doctrina de los Sínodos particulares y de la Colecciones Ca­nónicas, por su mismo origen, es más dispar que la enseñanza de los Santos Padres.

I. Norm as herm enéuticas

Como en el primer apartado, es preciso anunciar alguna norma her­menéutica, pues, según la interpretación que se haga, se pueden deducir conclusiones diversas.

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Mairii/tofiio y familia tu los Santos Padres, tu los Concilios Particulares. .. 301a) Los cánones eclesiásticos y el derecho civil

Como queda consignado, la legislación eclesiástica se lleva a cabo en paralelo a la legislación civil divorci sia. Solo después de Cario Magno (a. 783), los obispos pueden dictar noimas reguladoras del matrimonio. Y hasta el siglo X. la Iglesia no asume la responsabilidad de la legislación matrimonial.

h) Situación cultural

No puede olvidarse que, desde la caída del Imperio, se inicia un bajo nivel cultura) que se extiende a lo largo del primer milenio y no es fácil demandar altas exigencias morales a un pueblo inculto y con costumbres rudas e inmorales. En tal situación cultura), se explica la dureza de las penitencias públicas, y es que a ¡tiempos bárbaros, costumbres bárbaras y penitencias bárbaras!

c) Terminología jurídica

El matrimonio cristiano conoció en este período tres culturas distin­tas: la hebrea, la greco-romana y la de los pueblos germanos. Cada una expresaba con términos distintos las mismas situaciones. Por ejemplo, «desponsatio» para los judíos y los pueblos germanos era un compro­miso previo al matrimonio, mientras que para los romanos se identifi­caba con el contrato matrimonial. Por ello, no existía una terminología jurídica fija, ni los términos con que se expresan tienen el mismo sentido con que se expresa el Derecho Canónico actual.

d) Distinguir la autoridad de los Documentos

Como es obvio, no todos los testimonios gozan de la misma autori­dad: cada documento tiene el valor que le corresponde. Además, es pre­ciso distinguir entre Concilios o Sínodos Particulares y Colecciones Cañó•

nicas. La autoridad de los Concilios depende del número y competencia de los obispos que loman palle en él. El valor de las Colecciones está en razón de la autoridad que alcance: puede tener un origen desconocido o ser reconocida solo por la iglesia local, o, en razón de su origen y autori­dad, puede abaicar un territorio más amplio.

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Teología Moral

e) Obsen'ar ios reglas hermenéuticas

Finalmente, es preciso observar las reglas hei*menéuticas más comu­nes: entender el testimonio en su contexto literal e histórico; aducir lodos los textos y no silenciar unos en favor de otros; no abusar del «argumento de silencio», pues no siempre «el que calla otorga»; no proyectar soba* la doctrina antigua la temática que hoy preocupa; no unívvrsalizar un caso aislado, etc.

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2. Los «cánones» de los Sínodos o Concilios Particulares

Ninguno de los Concilios Universales del primer milenio trató el tema del matrimonio más que en algunas cuestiones marginales. Por ejemplo, el concilio de Nicea formuló un canon contra quienes negasen las segun­das nupcias y el concilio de Calcedonia prohibió a los salmistas y lectores casarse con mujeres que perteneciesen a las sectas. Pero sí fue objeto de decisiones de numerosos Concilios Particulares.

La celebración de Sínodos es frecuente en la Iglesia antigua. Cada Sí­nodo representa, en ocasiones, el í nielo de cierta reforma de aquella Igle­sia que lo convoca, otros tienen la finalidad de llevar a la práctica la dis­ciplina aprobada en un Concilio General. Es evidente que no todos los Concilios tienen la misma importancia. Las decisiones sinodales reflejan siempre la presencia de obispos de alto nivel intelectual y de santidad de vida. También lo contrarío. En todo caso, los Sínodos Particulares y las Colecciones Canónicas de este tiempo tienen siempre un notable interés.

En relación a nuestro lema, esta es la doctrina mantenida por los Sí­nodos:

• Si se exceptúa una duda sobre un canon del Concilio de Elvira (306), parece que hay total consenso en afirmar que los cánones de los Concilios Particulares de los cinco primeros siglos profesan sin excep­ción la doctrina acerca de la indisolubilidad.

• A partir del siglo v, la caída del Imperio y la corrupción de las costum­bres influyen sobre algunos Sínodos, que en ciertas circunstancias admi­ten el divorcio. Es el caso de varios Concilios de las Calías; en concreto, los de Vannes (461-491), de Agde (506) y de Orleans (533). En Inglaterra, el Concilio de Hereford (673). Los más permisivos son los Concilios de Com- piégne y Verberie, en el siglo vtu, pero su historia está llena de oscuridad, pues incluso se duda de la autenticidad de las actos. Es preciso afirmar que de algunos de estos Sínodos la noticia de su celebración solo consta por los cánones que aparecen en las Colecciones posteriores. Además, esos cáno­nes solo tuvieron vigencia en el territorio en que fueron emitidos.

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• A partir del siglo vtti, la disciplina de los Concilios es unánime en prohibir taxativamente el divorcio. Así lo afirma A. García y García, buen conocedor del tema:

«Por lo que a los concilios particulares se refiere, hay que constatar que, desde finales del siglo vttt. los conc [líos se definen por una postura rigorista en esta materia. Así. el concilio de Fríuli. del 796. trac una exposición doc­trinalmente razonada de cómo el marido, después de repudiar a su mujer por adulterio, no puede casarse con otra mientras viva la primera, prohibi­ción aún con mayor razón a la mujer adúltera. En el mismo sentido se pro­nuncia el concilio de reforma celebrado en París el año 829. Las mismas ideas se pueden encontrar en el concillo de Mantés del 895... A partir de es­tas fechas, ningún concilio deja el menor margen n¡ resquicio para pasar a segundas nupcias mientras viva el otro cónyuge» (¡¿a indisolubilidad del ma­trimonio en elprimer milenio, 136-138).

Matrimonio y familia en los Santos Padres, en los Concilios Particulares... 305

3. Testimonios de las Colecciones Canónicas

La Iglesia -y también los Estados- no dispuso de un Código de leyes orgánicas hasta fecha reciente, sino que vivió de las normas emanadas de los Concilios Particulares y recopiladas por los diversos autores.

Tal recopilación constituye las «Colecciones Canónicas», que algunas son anónimas y otras gozan de autor conocido. Las diversas Colecciones nunca Fueron refrendadas por la Jerarquía, si bien alguna como la Gregoriana del siglo xi fue vista con simpatía por los Papas. Unas tenían el prestigio del copilador y otras eran conocidas por la amplitud del terri­torio en que eran aplicadas. En este sentido, la Hispana gozó de gran au­toridad.

Es de advertir que incluso las Colecciones de prestigio recogen toda dase de cánones anteriores, aun los de dudosa procedencia. El copilador lo hace por rigor científico, no por preocupación doctrinal. Su misión tampoco es crítica en relación a fijar su origen, sino aditiva; o sea. su ob­jetivo era coleccionar el mayor número posible de cánones. El copilador tampoco busca la ortodoxia, sino que trata de presentar con rigor el con­junto de cánones conocidos. Es el caso, por ejemplo, de Hincmaro de Rcims, que destaca por la defensa de la indisolubilidad del matrimonio y, no obstante, recoge en su Colección los cánones divorcistas.

Otros cánones que pasan a las Colecciones no proceden de Concilios Particulares, sino de las Coleccione* Penitenciales, compuestas por par­ticulares que trataban de dar solución a temas muy concretos en la admi­

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304 Teología Moral

nistración de la penitencia pública. Estas Colecciones son de origen cél- tico-anglosajón y se distinguen por estar distantes de la disciplina de Roma. Pues bien, esta es la síntesis que cabe hacen

• No se encuentran textos divorcistas en las Colecciones de carácter universal.

• Las Colecciones particulares recogen textos que posibilitan el divor­cio en determinados casos. Por ejemplo, se citan los que hemos mencio­nado en el apartado anterior de los Sínodos de la Galiu, los de Cnmpi&gc y Vervier, etc.

• Las causas que aducen como condiciones para acceder a segundas nupcias, en vida dei otro cónyuge, son las siguientes: sí se ha cometido adulterio; si el marido es abandonado por la esposa; cuando uno de los dos es liberado de la cautividad; por impotencia del varón y por disolu­ción de la condición senil.

Lo que no es fácil precisar es si algunas de estas circunstancias son anteriores a) matrimonio o se producen después. Caso de conversión de una de las partes.

A pesar del valor cultura) de estas Colecciones, cada día se les con­cede menos importancia doctrinal, pues son simples transmisoras de cá­nones a una época en que la doctrina sobre la indisolubilidad no admite resquicio alguno. En efecto, en el tiempo de las grandes Colecciones, como la de Rcgino de Priim (840-915), Burcardodc Worms (1023-1025). Ivo de Chnrtrcx (1040-1115) y de Graciano (1160) hacía muchos años que los teólogos argumentaban sin excepción alguna acerca de la doctrina so­bre la indisolubilidad del matrimonio. Por ejemplo, Rábano Mauro (776- 822), Haligario ( t 831), Jonatás (818-843), Pascasio Radberto (790* 865)...

Conclusión: La debilidad humana acompaña al hombre a través de su historia. Y el divorcio es una perenne tentación para el hombre y la mu­jer que se han entregado para siempre. Estos riesgos no eran menores pura la cultura del primer milenio: la rude/a de costumbres, la situación de cautivos de guerra de los cuales apenas si se tiene noticia, la salida del estado de esclavitud, etc., daban logara casos de duda acerca de la vali­dez del primer matrimonio y de la licitud de segundas nupcias.

Al mismo tiempo, la lejanía de Roma concedía cierta autonomía a los obispos, y algunos no eran especialmente inteligentes ni destacaban por sus buenas costumbres. En otros casos, la Jerarquía estaba presionada por la autoridad civil, que requería una disciplina cclcsial más laxa de acuerdo con la legislación permisiva civil.

Además, algunas causas que aducen para las segundas nupcias son casi las mismas que el derecho posterior enumera como «impedimentos

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M atiiutvuio y familia tu loa Suuioa Piul/ta, tu loa Cota-Moa P tuiknltu ta ... 503para contraer matrimonio», por lo que bien pudieran contarse entro los casos que posteriormente se denominan «declaración eclesiástica de nu­lidad».

Finalmente, el contemplar esos cosos tan particulares no debe hacer olvidar que la generalidad del pueblo cristiano vivía la doctrina bíblica sobre la indisolubilidad del matrimonio y que solo en situaciones muy complejas y en territorios muy concretos se planteó el tema de la legiti­midad de un segundo matrimonio en vida del otro cónyuge.