Upload
others
View
2
Download
0
Embed Size (px)
Citation preview
~ 2 ~
Relatos
Una forma de sentir la vida
POR ROBERTO OSCAR MICHELENA
CASTELAR, 2016
~ 3 ~
Índice
Prólogo…………………………………………………………………………. 5
La mansión de las Garmendia……………………………………....... 6
Una historia increíble en Los Juríes …………………………………11
Una víbora en Santiago del Estero ………………………………….. 17
La tierra caliente de El Colorado, Formosa.……………………….19
Santiago del Estero y las vinchucas…………………………………..23
Historias de mi primer viaje a Italia.………………………………..29
Al borde de la muerte en Corrientes ……………………………….. 52
Aventura en Los Andes de Venezuela……………………………… 59
Pérdida del maletín en Mérida.……………………........................65
Los Nevados, un pueblo mágico………………………………………. 72
Un viaje a Misiones con Ildefonso Pla……………………….………78
Un viaje fantástico a Solentiname, Nicaragua……….……………87
Historia en Los Andes del Perú………………………………………..96
Viaje a una lejana isla de las Antillas Menores..………..………. 102
Frío en Cuba………………………………………………………………… 109
Cartagena, ciudad de piratas……………..……………................. 114
Orinado en la pileta del baño en Cuba …………………………... 121
Un robo fallido en General Villegas ……………………………… 127
~ 4 ~
Prólogo
La expresión escrita me posibilita expresar mis sentimientos y
vincularme con la gente y mis afectos.
Esta sencilla publicación nace como respuesta a mi necesidad de
relatar algunas historias de mi vida, ocurridas a lo largo de un
largo y sinuoso camino, en diferentes provincias de la Argentina
profunda y varios países de Latinoamérica y el Caribe, incluyendo
mi primer experiencia como profesional en Italia.
Aquí se incluyen historias reales, algunas alegres, nostálgicas,
otras casi trágicas y hasta risueñas, compartidas con colegas y
amigos de distintos países.
En estos relatos trato de ser la más fiel posible a lo ocurrido, sin
dejar de agregar aspectos y formas de escritura que hagan más
amena su lectura, reflejando la realidad social de los países donde
se generaron esos relatos.
En este trabajo trato de expresar lo realmente ocurrido en las
diferentes historias, de la forma más simple y directa posible,
En los textos también incluyo, aunque en forma subliminar,
determinadas circunstancias de mi vida, antes hechos reales que
dejaron su marca en mis ideas y sentimientos más profundos.
~ 5 ~
La Mansión de las Garmendia
Corría el año 1967 y era estudiante de Agronomía en la Facultad
de Agronomía y Veterinaria de la UBA. Vivía con mis padres en un
barrio sencillo de Castelar, en la provincia de Buenos Aires. Todos
los días viajaba en el ferrocarril Sarmiento hasta la estación
Liniers y allí tomaba el colectivo 220 para llegar a la Facultad.
Todo esto fue una rutina en todos esos años.
Desde muy joven me gustaba la naturaleza y la agronomía era
un ejemplo de lo que quería. Desde unos años antes, cuando
estudiaba el secundario en el Colegio Industrial Jorge Newbery,
tomé la decisión de estudiar esa carrera, la cual iba de contramano
con mis estudios para técnico mecánico.
Siendo estudiante universitario sentía una gran atracción por la
“edafología”, una palabra complicada que significa el estudio del
suelo. En este sentido conocía de la existencia del Instituto
Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), con un enorme
campo experimental en Parque Leloir, en Castelar. Como siempre
quise trabajar en una institución tan importante, en un momento
comenté esta idea y mi madre me respondió que en nuestro barrio
vivía el ingeniero Cercos que era uno de los directores del INTA.
También me dijo que conocía muy bien a la señora del ingeniero y
que podría hablarle del tema.
En realidad yo también conocía a la familia Cercos, que vivían
muy cerca de mi casa. La señora era muy agradable pero el
~ 6 ~
ingeniero era algo hosco para mi gusto. Lo mejor de la familia era
su hija, la cual me agradaba pero nada más, ahí quedó todo... En
este sentido mi mamá hizo los contactos y conseguí una entrevista
en la casa del ingeniero, el cual me invitó a conocer el INTA.
Un día por la mañana, Cercos me llevó al INTA. Era el Director
del Instituto de Microbiología y allí me explicó todo lo referente a
las bacterias y la obtención de antibióticos. Luego de una larga
charla, se dio cuenta que esa temática no me agradaba demasiado.
Le comenté que me gustaba el tema de suelos y por tal motivo me
llevó a la Unidad de Suelos a ver al Ingeniero Antonio Prego,
responsable de la Unidad. Siempre recuerdo cuando me presentó
al ingeniero Prego, una persona de baja estatura pero de una gran
presencia; con amabilidad me invitó a entrar, mientras Cercos se
retiraba del lugar.
La reunión con Prego fue muy cálida y me presentó al resto de
profesionales y administrativos de la Unidad, entre ellos el
ingeniero Casiano Quevedo, que luego sería mi consejero en la
Institución. Ese día fue inolvidable para mí porque marcó el inicio
de un largo camino de cuarenta y tres años en esa institución.
Regresé a mi casa con el entusiasmo lógico de un joven con
muchos sueños por realizar.
Tuve la suerte de obtener una beca para estudiante, que me
permitió comenzar a trabajar como “becario” en el INTA, durante
tres años, hasta 1970, donde una vez recibido como ingeniero
agrónomo, ingresé como profesional en tan prestigiosa institución.
~ 7 ~
Durante mi época como estudiante, participé en un proyecto de
forestación de “médanos”, verdaderas montañas de arena, en las
provincias de Buenos Aires, La Pampa y Córdoba. El proyecto
había sido elaborado en al año 1962 por el ingeniero Prego y la
participación del ingeniero Roberto Ruggiero. De esta forma pude
viajar a las provincias para realizar plantaciones con árboles
durante el invierno y luego evaluar la brotación y crecimiento de
las plantas durante la primavera. Fueron las primeras salidas al
campo, que eran para mí una gran aventura.
En este sentido, todavía recuerdo muy bien el primer viaje a la
provincia de la Pampa, a las localidades de General Pico y Vértiz,
acompañando a Ruggiero y Prego, quienes me aconsejaron llevar
abrigo por ser invierno y botas para trabajar en las arenas frías de
las grandes acumulaciones de arena denominadas médanos.
Como toda persona joven, si bien llevé abrigo, preferí llevar
alpargatas en lugar de las botas, porque en ese momento era lo
que usaba la gente joven. Tarde me di cuenta de mi error cuando,
luego del viaje, llegamos al médano. Bajamos los “barrenos”,
elementos metálicos utilizados para hacer lo hoyos sobre el suelo
de los médanos, donde luego se plantaban las “estacas” de las
plantas, y todo el resto del equipo. La sorpresa fue que rodeando al
médano había una vegetación baja como una gramilla, llamada
“roseta”, con pequeños frutos con duras espinas con forma de
gancho. Cuando comencé a entrar en el médano, los frutos se
pegaban como “abrojos” a mis alpargatas, medias y al pantalón
~ 8 ~
vaquero. En ese momento me acordé de los consejos de Prego de
llevar botas, pero ya era tarde... Resultaba muy difícil sacar los
“abrojos” que se prendían sobre cualquier superficie y producían
lastimaduras en los tobillos y en las manos. Ante mi desesperación
todavía tengo presentes las sonrisas de mis compañeros cuando
me veían peleando cuerpo a cuerpo con los “abrojos”, perdiendo la
batalla…
Luego de terminar con la plantación y después de un largo día
con mucho frío y viento, viajamos a la localidad de Vértiz, donde
debíamos forestar otro médano muy grande, de varios metros de
altura. Así llegamos al campo de la familia Garmendia, integrada
por tres hermanas “mayores”, que vivían en una hermosa
mansión, muy atípica para una región tan agreste, en el medio de
la pampa. Allí estuvimos trabajando toda la mañana y durante el
mediodía, almorzamos en la casa. Nos sentíamos muy incómodos
al entrar en la casa con todo el cuerpo lleno de arena. Recuerdo
que fue un lujo poder disfrutar ese almuerzo, atendidos tan
gentilmente por las hermanas Garmendia.
A mi regreso a mi casa en Buenos Aires, les comenté a mis
padres todo lo ocurrido durante la semana, en un largo y
entusiasmado relato. Cuando mencioné el campo de las
Garmendia, mi madre me preguntó si era en Vértiz, donde ella
había nacido hacía muchos años. Le respondí que sí y me contestó,
con mucha alegría, que allí en la casa de las Garmendia había
trabajado su papá, mi abuelo Marcial García…
~ 9 ~
Ese fue un momento muy emotivo para mi mamá, y para mí una
gran sorpresa. Hablamos mucho sobre las Garmendia y su
hermosa casa. Mi madre me contó que en ese tiempo, ellas eran
las únicas mujeres que tenían un auto en el pueblo y los
muchachos se morían por ellas. Con todo esto me preparé
entusiasmado para un futuro viaje a Vértiz.
Durante la primavera siguiente regresé a Vértiz, a la casa de las
hermanas Garmendia. Durante el almuerzo de rigor, les pregunté
si Marcial García había trabajado allí. Me respondieron que sí y
que era un excelente pintor y carpintero. De esta forma me enteré
que mi abuelo había construido ruedas de madera para los sulkys y
un hermoso reloj cucú, que también había pintado. Fue una gran
emoción y orgullo hablar de mi abuelo, al que no tuve la suerte de
conocer porque falleció a los cuarenta años, mucho antes de que yo
naciera. El concepto que tenían las hermanas sobre mi abuelo,
ratificaron los comentarios que mi madre hacía sobre su padre.
Al regreso de mi viaje al campo le comenté a mi madre todas
estas gratas novedades sobre mi abuelo y su rica historia.
Disfrutamos los dos estos emotivos recuerdos sobre un ser tan
querido para ambos.
~ 10 ~
Una historia increíble en Los Juríes
Corría el año 1972. Trabajaba en el INTA de Castelar
participando activamente, junto con otros colegas, en un Programa
de desarrollo agropecuario en el centro este de Santiago del Estero
(CESE). Por este motivo nuestros viajes a la provincia eran
frecuentes durante el año. En uno de ellos, viajamos con los
colegas Carlos Irurtia y Roberto Casas, con el tren “Estrella del
Norte” del ferrocarril Mitre, y luego de toda la noche, llegamos a la
vieja estación de Colonia Dora. Allí nos vino a buscar un colectivo
todo “destartalado” que nos llevó hasta la ciudad de Añatuya,
ubicada a 20 Km, sede de la Agencia del INTA. Este camino es de
tierra, muchas veces polvoriento pero cuando llueve, se hace
intransitable y el viaje se hacía en una camioneta “estanciera” con
cadenas, conducida por la señora “Marta”, hábil conductora por
esos caminos, capaz de volar sin tocar el barro pegajoso.
Llegamos a la Agencia y allí, con los colegas santiagueños,
programamos todas las actividades previstas durante la semana,
recorriendo distintos pueblos de la región. No debíamos olvidar
que el jueves teníamos que ir a esperar a la joven doctora Marta
Elisetch, colega nuestra del INTA de Castelar, licenciada en
Botánica y especialista en identificación de especies vegetales en el
monte santiagueño; llegaría a la mañana temprano, con el tren
Estrella del Norte a Colonia Dora, nuestro punto de encuentro.
~ 11 ~
Luego de algunos días de trabajo en el campo, fuimos a esperar
a Marta a la estación de Colonia Dora. Recuerdo muy claramente
que bajó en el andén con su figura elegantemente vestida, con un
sombrero de “época” y finos zapatos. Esto contrastaba
notablemente, luego de varios días en el campo, con nuestra
vestimenta, con botas muy gastadas y algo sucias, al igual que
nuestra ropa.
Nuestra primera reacción fue dar la bienvenida a Marta, que
mentalmente todavía estaba en Buenos Aires y trasladarla hasta
Añatuya para programar las actividades del resto de la semana.
Era el primer viaje de Marta al campo y le explicamos algunas
incomodidades respecto al calor intenso, la presencia de insectos
de todo tipo y especialmente la falta de hoteles “decentes”. Esto
último era lo más complicado para una joven de Buenos Aires, que
nunca había estado en estos lugares, casi marginales. No había
hoteles, sólo residenciales, con habitaciones muy precarias,
muchas con pisos de tierra, y baños externos con retretes.
A la mañana temprano del día siguiente, cargamos la camioneta
“Estanciera” del año 70, con todo lo necesario para una larga
recorrida por los pueblos y caseríos de la región, tales como
Quimilí, Guardia Escolta, Tomas Young y Los Juríes, entre otros.
El trabajo consistía en recorrer los distintos lugares y que
Marta pudiera identificar las especies y guardar el material
recolectado. El primer día fue novedoso para ella que no se
~ 12 ~
resinaba a abandonar sus cremas para la piel, el perfume y otras
necesidades normales de una mujer joven.
Al mediodía en general comíamos en el campo muy
frugalmente, algún sándwich ó alguna comida enlatada.
Aprovechábamos la sombra muy somera de algún quebracho o
algarrobo. Con el paso de los días, Marta comenzó a sentir el rigor
de la naturaleza y en especial del monte, donde existían muchas
especies espinosas, insectos y el calor era agobiante. Lentamente
su figura y su presencia se fue deteriorando y quedaba muy poco
de su primera imagen cuando llegó a Colonia Dora. Para levantar
un poco su ánimo le decíamos que no se abandone y que siga
usando sus cremas, pero el ambiente del monte era muy duro.
Pasaban los días y Marta no encontraba un lugar “decoroso”
para hacer sus necesidades, menos en el monte. Le sugerimos que
buscara un lugar detrás de un gran “cardón” y que se tomara todo
el tiempo necesario. Así lo hizo pero al cabo de unos pocos
minutos regresó con su cara “desencajada” por no haber podido
lograr su cometido; era imposible para ella en ese ambiente, con
polvo, espinas, moscas, tábanos y lagartijas.
Ante este problema, durante el almuerzo, Marta nos comentó
que iba e explotar literalmente. Le recordamos las distintas
localidades que debíamos recorrer y el estado de los residenciales y
especialmente de los baños. Al día siguiente llegaríamos al poblado
de Los Juríes y allí había una habitación con un, digamos, baño
~ 13 ~
privado. La felicidad de Marta por esta noticia se reflejó en su
cara, sólo había que esperar un tiempo.
Por fin al otro día llegamos a Los Juríes y nos alojamos en el
único residencial del pueblo. Este era lo mejor de toda la gira,
parecía un hotel, con un comedor y habitaciones con piso de
baldosas, ¡era todo un lujo! Nos ubicamos en distintas
habitaciones y Marta pidió la que tenía baño privado. La
encargada nos comentó que ese baño estaba clausurado por el
momento, pero que había un baño compartido en el fondo con
retrete. Marta no podía haber recibido una noticia peor. Con
Carlos y Roberto esbozamos una sonrisa, lógicamente muy
inoportuna pero incontrolable.
Nos ubicamos en las habitaciones para dejar las valijas y nos
reunimos en el pequeño salón comedor, pero con pisos de
baldosas., era todo un “lujo”. Con Carlos y Roberto hicimos el
pedido rápidamente, teniendo en cuenta que el menú era siempre
el mismo. Cuando le llegó el turno a Marta, acostumbrada a
Buenos Aires, pidió una ensalada de remolacha y achicoria, con
aceite de oliva. La respuesta fue breve y clara, sólo había de
lechuga y tomate, con aceite de girasol. En ese momento la
inteligencia de Marta le indicó que estábamos en Santiago y que
debía cambiar sus exigencias.
Luego del almuerzo y antes de salir al campo a trabajar, decidí ir
al baño, que ya conocía bien desde hacía varios años atrás. Era el
“baño del fondo”, en realidad una pequeña construcción de
~ 14 ~
ladrillos sin revocar, de un metro cuadrado de superficie, con un
retrete y una tapa vieja y sucia de madera. La puerta de madera,
presentaba en su centro, una pequeña abertura rectangular, que
contaban los lugareños, era para poder observar desde afuera, la
cara de satisfacción del que está adentro ya sentado en el retrete.
Entré al baño y como no había espacio, con mucho cuidado pude
cerrar la puerta. El olor era insoportable y con la punta de mis
botas levanté la tapa del retrete y numerosas cucarachas escaparon
rápidamente para salvar sus vidas. Con un pedazo de servilleta
que había traído del comedor limpié el borde del retrete. Como el
piso de cemento del baño estaba lleno de un líquido del cual
emanaba un olor nauseabundo, con mucho cuidado me saqué el
vaquero y lo colgué en un pequeño clavo oxidado que encontré
sobre la pared. Sin pensar demasiado, me senté en el retrete
tratando de apoyarme lo menos posible y por fin pude concretar
mis deseos fisiológicos. ¡Qué placer, a pesar de todo! Al salir pensé
que era imposible que Marta soportara ese baño.
Luego de almorzar preparamos la camioneta, una estanciera
vieja del año 1964 y junto con Marta, Carlos, Roberto y el jefe de
la Agencia del INTA, iniciamos el camino hacia el pueblo de
Guardia Escolta. Durante el viaje le pregunté a Marta sobre su
situación fisiológica y con una cara de satisfacción me comentó
que había solucionado su problema. La miramos extrañados
pensando como lo había hecho. Nos cuenta que visto lo deplorable
del baño encontró, cerca de allí, un lugar con solamente una
~ 15 ~
ducha, que por suerte tenía puerta. Encontró un balde y en ese
sector realizó su acto fisiológico, ¡qué felicidad había
experimentado! Era algo muy difícil de describir y contar.
Aprovechó la ducha fría para lavarse y luego llevó el balde con los
excrementos y los tiró en el retrete. La historia había tenido un
final feliz.
Al final del viaje llegamos a Guardia Escolta para realizar un
estudio sobre los suelos. El estado de ánimo del grupo era muy
bueno y la cara de Marta reflejaba alegría. Había pagado su
derecho de piso en una región muy agreste y dura como Santiago.
~ 16 ~
Una víbora en Santiago del Estero
En el año 1973 en unos de los tantos viajes a la provincia de
Santiago del Estero, trabajando en INTA, nos reunimos con el
ingeniero Tonelli y los colegas de la Agencia de Extensión de
Añatuya, para preparar las salidas al campo para toda la semana.
En este sentido, la rutina era iniciar el trabajo muy temprano a
la mañana, comer algo muy frugal debajo de un quebracho o
algarrobo, para protegernos del intenso calor de Santiago. Luego
proseguíamos el trabajo hasta la entrada de la noche, donde el
fresco hacía más llevadera nuestra estadía.
Transitando con nuestra “estanciera” un camino polvoriento,
observamos que una tremenda víbora surgía del pastizal y
atravesaba lentamente el camino en busca de refugio. Tonelli, muy
conocedor de la provincia, nos alertó que era una boa ampalagua
y que no era peligrosa. Esta víbora estaba protegida por estar en
extinción. Con esta premisa, bajamos rápidamente para verla
porque era enorme y muy hermosa. Aprovechamos para tomarle
algunas fotos y dejarla en libertad. Rápidamente se perdió entre la
maleza. Fue una gran experiencia para nosotros los porteños.
Durante otro viaje a la misma zona, tuvimos una situación
similar. Vimos que una gran víbora cruzaba el camino. Ante esta
situación y con la experiencia vivida anteriormente, grité a los
compañeros que era una ampalagua y bajamos rápidamente de la
~ 17 ~
camioneta para fotografiarla. Corrí y con una pala traté de sujetar
su cabeza para que no se vaya. Al llegar mis compañeros, uno de
ellos observó que la víbora tenía un cascabel en la punta de su cola
y rápidamente gritó: ¡Es una víbora cascabel! Me invadió el pánico
cuando vi que el ofidio tenía una fuerza muy grande y su cabeza se
deslizaba debajo de la pala. Mi situación se agravó porque tenía
puestas unas alpargatas sin medias y no las botas
correspondientes. Con la ayuda de mis compañeros pudimos
alejarla de mí pierna con una rama larga y permitirle que se
metiera dentro del monte. Fue una gran experiencia para nosotros,
que confundimos una ampalagua con una víbora de cascabel; si
bien ambas eran de color gris y castaño, la gran diferencia era el
cascabel en la punta de la cola.
~ 18 ~
La tierra caliente de El Colorado, Formosa
Siendo un profesional muy joven del INTA en Castelar, en 1973
viajé con los ingenieros Roberto Casas y Carlos Irurtia, colegas de
la institución y amigos, con el objetivo de participar de una
reunión de trabajo con técnicos del INTA El Colorado, en la
provincia de Formosa. El viaje lo realizamos en una camioneta
“Estanciera”, de andar un poco duro, pero segura. El camino hasta
El Colorado fue largo y cansador, pasando por distintas localidades
de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Chaco y Formosa.
Por fin a la tarde, llegamos a la Experimental El Colorado, en el
límite con la provincia del Chaco, donde tuvimos una reunión
breve con colegas sobre las actividades a realizar en la provincia.
Luego del almuerzo, viajamos a la zona de trabajo, ubicada en el
pueblo de Comandante Fontana, a 180 kilómetros al norte de la
localidad de El Colorado.
Al llegar, nos ubicaron en una casa para visitantes del INTA en
Fontana, en un pequeño poblado próximo. La casa era amplia, con
varias habitaciones, pero con un sólo ventilador enorme de pié,
que hacía mucho ruido pero lanzaba poco viento; lógicamente era
insuficiente dado el intenso calor del lugar, tanto de día como
durante la noche. Cada uno de nosotros nos acomodamos en las
habitaciones, ordenando nuestras valijas.
Luego de acomodarnos en la casa, decidimos ir al pueblo para
comprar algo de fiambres, pan y bebidas, para cenar y luego
~ 19 ~
descansar, porque estábamos agotados por el largo viaje. Por el
calor reinante aprovechamos para sacarnos las camisas y dejar el
cuerpo libre. De esta forma nos dirigimos a un viejo almacén de
ramos generales y nos proponíamos comprar, cuando entró un
policía que muy gentilmente, se dirigió hacia mí y me informó que
no podíamos permanecer allí con el torso desnudo, que debíamos
retirarnos; así lo hicimos, sin antes sentir un poco de fastidio.
Inmediatamente nos retiramos para volver a la casa, ponernos
las camisas y volver para realizar la compra programada. Así lo
hicimos y esa noche disfrutamos unos sabrosos sándwiches de
salame y queso, con gaseosas y alguna que otra cerveza, esto
último para dormir bien.
Al poco tiempo de acostarnos nos dimos cuenta que el único
ventilador no era suficiente para soportar el calor que resultaba
agobiante. De a uno fuimos levantando los colchones y nos fuimos
a dormir a un inmenso fondo que durante el día era un gallinero
con patos, gallinas y algún cerdo. Nos acomodamos en el suelo,
todos alrededor de un viejo y enorme algarrobo. Era muy
agradable poder dormir con una briza suave y fresca durante la
noche estrellada.
Ya a la madrugada, mientras dormíamos profundamente,
comenzó a soplar un fuerte viento y al poco tiempo empezaron a
escucharse truenos y rayos que nos despertaron bruscamente.
Inmediatamente se descargo una lluvia intensa con gotas muy frías
que dolían al golpear sobre nuestros cuerpos. La estampida fue
~ 20 ~
instantánea y todos corrimos con los colchones hacia la única
puerta trasera de la casa. Los primeros y más rápidos lograron
pasar pero otros, que veníamos detrás, nos atascamos en la puerta
junto con los colchones, gritando porque el agua estaba muy fría.
Ante esta realidad, No nos quedó otra alternativa que dormir
todos dentro de la casa, aprovechando un poco el aire fresco que
entraba por la puerta y las ventanas. Por la mañana muy temprano
nos despertó el canto de los gallos y el trino de los pájaros del
monte, especialmente los madrugadores, zorzales y calandrias.
Luego de desayuno nos preparamos para salir al campo con el
objeto de evaluar las distintas especies vegetales del monte
santiagueño, especialmente del “vinal”. Esta última es una especie
invasora con grandes espinas, que no permite el desarrollo de
otras plantas, hasta llegar a formar un monte puro y muy denso,
impenetrable. De esta manera ordenamos nuestros bolsos,
materiales de campo y algunas botellas de agua para combatir el
intenso calor de la zona y salimos en nuestra estanciera.
Luego de cierto tiempo de viaje, llegamos a un monte casi puro
de vinal, próximo al río Monte Lindo. En esos terrenos el vinal se
extiende rápidamente por la gran cantidad de raíces y semillas que
produce, desparramadas por la hacienda con sus deyecciones. Los
suelos inundados también favorecen su avance. Estos montes de
vinal impiden la circulación de los campesinos a través de ellos,
por la falta de espacio y por las enormes y peligrosas espinas que
pueden alcanzar hasta quince centímetros de largo. Es necesario
~ 21 ~
usar los “guarda montes”, construidos de cuero duro para proteger
a los caballos y las piernas del jinete. Ante esta realidad evaluamos
las distintas formas de control del vinal, tanto por anegamientos
prolongados de los suelos o por uso de herbicidas.
Luego de varias semanas de trabajo en tierras santiagueñas,
llegó el día del regreso. Estábamos alegres de volver a nuestros
hogares y a disfrutar de nuestras familias, pero también sentimos
la nostalgia de las horas vividas, juntos, y las experiencias
recogidas. Era un hasta pronto.
~ 22 ~
Santiago del Estero y las vinchucas
Siendo profesional en el INTA, tuve la suerte de participar en un
Programa de desarrollo del centro este de Santiago del Estero, lo
que me permitió, con otros colegas, conocer profundamente la
provincia, durante quince años, entre 1970 y 1985.
En este sentido, con el colega y amigo Roberto Casas, siendo
aún muy jóvenes, viajamos en 1974 a la ciudad de La Banda, en
Santiago del Estero. El viaje lo realizamos en un “rastrojero”
diesel, algo viejo, muy poco práctico para los viajes largos pero
muy útil para el campo por su rusticidad y economía. Con Roberto
debíamos participar de una reunión del Programa en la sede del
INTA La Banda, con otros colegas. Para nosotros salir de Buenos
Aires era ya todo una aventura.
El viaje era muy largo, de alrededor de mil doscientos
kilómetros y lo hicimos a través de la Ruta Nacional 34, pasando
por distintas localidades de las provincias de Buenos Aires, Santa
Fe y Santiago del Estero. El viaje fue muy largo y cansador dado
que la camioneta vibraba por tener un motor diesel. Cada cierto
tiempo parábamos con el fin de descansar, comer algo y visitar el
baño. Luego de pasar por Tostado y Selva en la provincia de Santa
Fe, entramos a Santiago y se notaba el cambio, con la aparición del
monte. Ya dentro de esta provincia, el paisaje se transformó con la
~ 23 ~
aparición del monte, con árboles de quebrachos y algarrobos, de
alto porte.
Durante el viaje, el acompañante de turno, cebaba mate y se
matizaba con conversaciones a veces serias y otras pasatistas,
aprovechando a disfrutar del paisaje, tan novedoso para nosotros
que vivíamos en Buenos Aires. En un momento escuchamos un
ruido raro, metálico, que no podíamos saber a que atribuirlo.
Nuestra experiencia mecánica y juventud nos impulsó a seguir
hasta que algo pasara. Pusimos la radio para enmascarar el ruido,
pero el momento llegó y luego de varias “tosidas”, el motor se paró,
dando tiempo para ubicar la camioneta en la banquina.
En ese momento nos preguntamos dónde estábamos y cuál era
el poblado más cerca. Luego paramos un camión y el chofer, un
flaco interminablemente alto, nos informó que estábamos a solo
cinco kilómetros del pueblo de Garza y a noventa kilómetros de la
ciudad de La Banda, nuestro destino final. El camionero
amablemente nos trasladó hasta el pueblo y nos llevó al único
“taller mecánico” del lugar. Ya eran como las ocho de la noche y
viendo que éramos del INTA, el mecánico nos ofreció toda su
experiencia y revisar la camioneta, pero en forma lapidaria nos
indicó que el arreglo recién lo haría al día siguiente por la
mañana. Luego, nos indicó el único “residencial” del pueblo,
ubicado sobre la ruta 34 y frente a la estación del ferrocarril.
Posteriormente nos dirigimos al mencionado residencial y
observamos que en el frente había un comedor y las habitaciones
~ 24 ~
se ubicaban en el fondo. Como ya era noche tarde, decidimos cenar
algo rápido y recién después, ver las habitaciones para alojarnos.
Cenamos, no recuerdo bien que, y pasamos al fondo a las
habitaciones. Tuvimos que pasar por un gran patio con piso de
tierra, que era en realidad un gallinero. Sobre un costado de este
gran patio se encontraban las habitaciones. Nos indicaron la
nuestra y al entrar nos dimos cuenta que era un desastre, pero era
lo que había. Era una pequeña habitación, con dos camas
metálicas, como de hospital; las sábanas estaban limpias pero muy
gastadas y había que tratarlas con cariño para que no se
rompieran. Sólo había un viejo ropero, con una puerta ruidosa y
lleno de polvo, con una sola percha. Las paredes presentaban gran
cantidad de grietas y numerosas manchas rojizas de antiguos
mosquitos que fueron aplastados en algún momento. El escenario
era algo “tétrico”. Nuestro cerebro comenzó a imaginar cosas y
recordamos que en Pinto nos había comentado un médico del
pueblo, había más del setenta por ciento de los habitantes
enfermos de Chagas. Pensamos en la “vinchuca”, una chinche muy
difundida en el norte de del país, que es transmisora de la
enfermedad de Chagas, muy difundida en las tierras cálidas de
Latinoamérica y del norte de Argentina. Esta chinche se alimenta
de sangre y se refugia en las gritas de paredes y en los ranchos. Por
la noche, dicen los lugareños, al apagar la luz, salen de su
escondite para succionar la sangre de sus víctimas. Como necesita
sangre para vivir, se transforma en un huésped más de las
~ 25 ~
viviendas y ranchos, alimentándose también de la sangre de
perros, aves y animales de corral.
En relación con este tema, todo resultaba tétrico, pero real. El
mecanismo de contagio era sencillo: la chinche infectada, al picar,
succionaba sangre y simultáneamente, defecaba incluyendo al
Trypanosoma, pequeño parásito protozoario que produce la
enfermedad. La persona picada siente la necesidad de “rascarse”,
con esto se daña la piel y el parásito aprovecha para invadir el
sistema circulatorio.
En este sentido la enfermedad es crónica, es decir, no mata
rápidamente, sino que el parásito se aloja en distintos órganos
como el corazón, riñón y pulmón, produciendo su decadencia
gradual y muerte final al cabo de los años. Los médicos dan como
un síntoma importante del contagio, la inflamación importante de
un ojo, cuando la picadura es en el cuello o en la cara.
Por este motivo, pensé que la descripción de las características
de la enfermedad de Chagas, era necesario para poder “entender”
las actitudes que tuvimos en esta ocasión. Ante esta realidad,
conversamos con Roberto y nos pusimos de acuerdo en algo
rápidamente. Había que conseguir una pastilla de gamexane para
destruir cualquier vinchuca o algo parecido que hubiera dentro de
las grietas de la habitación. Con esa idea salimos hacia la parte
delantera del residencial y allí nos indicaron una farmacia, que
estaba a dos cuadras de allí, en una esquina, sobre la misma ruta.
La farmacia lamentablemente estaba cerrada, debido a que eran
~ 26 ~
las diez de la noche. La ventana estaba abierta de par en par,
teniendo en cuenta el gran calor del verano en Santiago. Nos
acercamos a ella y pudimos divisar una cama y el farmacéutico
acostado sobre ella. Estábamos tan motivados por el tema de la
vinchuca que nos atrevimos a golpear las manos. De la oscuridad
apareció la cara de pocos amigos de una persona, con los ojos
pegados por el sueño, que nos preguntó qué necesitábamos.
Asimismo, aclaro que esto sólo se da en Santiago, su gente es así
de amable. Le contamos que éramos de Buenos Aires, estábamos
en el residencial y que en la habitación podría haber “bichos”. En
forma socarrona nos preguntó si teníamos miedo a las vinchucas y
le respondimos rápidamente que sí, que teníamos mucho miedo.
Nos comentó que él vivía en Santiago capital y hacía poco tiempo
había comprado la farmacia y que las pocas pastillas de gamexane
que tenía, las distribuyó por toda la casa, porque realmente había
gran cantidad de chinches.
Luego nos aclaró, que luego de poner las pastillas del
insecticida, debía cerrarse el ambiente por cuarenta y ocho horas.
Esto era imposible para nuestro caso. Luego de agradecer su
amabilidad y sabios consejos, regresamos por la ruta a la
residencia. En el corto trayecto, encontramos un pequeño quisco y
decidimos tomar alguna bebida alcohólica, para hacer tiempo y
que nos venza el sueño y el cansancio. Tomamos algunas cervezas
y conversamos con el dueño durante bastante tiempo, la noche
estaba cálida y agradable. En un momento, vimos pasar a una
~ 27 ~
persona y el quiosquero nos comenta que esa persona va a cortar la
luz, porque ya eran las doce de la noche. Pagamos la cuenta y
rápidamente cruzamos la ruta para llegar a la residencia cuanto
antes. Al llegar allí nos llevamos una gran sorpresa, el residencial y
el comedor de entrada, ¡estaban cerrados!...
Lógicamente no teníamos previsto esta circunstancia.
Comenzamos a buscar en la oscuridad y encontramos por un
costado, al fondo, un alambrado y una puerta lateral de entrada.
Pasamos a través de ella y nos encontramos con el patio de tierra
del fondo o gallinero. Caminamos “tanteando” en la oscuridad,
tratando de esquivar gallinas, patos y algunas camas con gente
que dormía afuera, buscando el fresco de la noche. Como pudimos
llegamos a la ansiada habitación; abrimos la puerta, el calor era
insoportable. Nos acostamos y nos tapamos hasta la cabeza con las
sábanas, a pesar del calor, pensando en las vinchucas. Por suerte
el cansancio nos venció y nos quedamos profundamente dormidos.
A la mañana temprano nos despertó el canto de los gallos y el
bullicio de los patos buscando comida.
Posteriormente desayunamos y luego pasamos a buscar la
camioneta por el taller. Por suerte para nosotros estaba arreglada
y emprendimos, por fin…, el recorrido a la ciudad de La Banda,
nuestro destino final. Lo demás no agrega demasiado a esta
historia, que nos marcó a través de los muchos años que seguimos
recorriendo los montes de esta cálida provincia.
~ 28 ~
Historias de mi primer viaje a Italia
Siendo investigador del Instituto Nacional de Tecnología
Agropecuaria (INTA) de Castelar, tuve la posibilidad de realizar
mi primer viaje a Italia. En este sentido, en 1975 obtuve una beca
del Ministerio de Relaciones Exteriores (Ministero degli Affari
Esteri) de Italia, para realizar un curso de capacitación de cuatro
meses en “Manejo y conservación de suelos” en el Instituto
Agronómico de la Universidad de Bari, en dicha ciudad.
Con este objetivo viajé a fines de octubre de ese año en la línea
aérea Alitalia, rumbo a la ciudad de Roma. Llegando al aeropuerto
de Ezeiza, me di cuenta que me había olvidado el “gamulán”. Por
suerte había llegado temprano y mi amigo Pepe Goncálvez regresó
rápidamente a mi casa a buscarlo; fue toda una odisea pero el
“gamulán” llego a tiempo a mis manos. El vuelo partió de Buenos
Aires por la tarde noche e hizo escala en el aeropuerto de Dakar,
ciudad capital de Senegal, país ubicado en el extremo oeste de
África, antigua colonia francesa. Era mi primera experiencia de ese
tipo y cuando bajé en el aeropuerto me asombró la gente de
“color”, las mujeres vestidas elegantemente con túnicas de variado
colores, especialmente rojo, verde y amarillo. Al igual que los
hombres, todos eran muy “corpulentos” y de gran estatura. Allí
tuve la suerte de encontrarme con dos argentinos, Diego Corradi y
José “Pepino” Di Buho, que también asistían al mismo curso; fue
una gran alegría, ya no estaría solo.
~ 29 ~
Luego de tres horas de espera en el aeropuerto de Dakar,
retomamos el vuelo rumbo a Italia, para arribar luego de casi
quince horas de vuelo desde Buenos Aires, a la legendaria ciudad
de Roma. Me parecía un cuento haber llegado a esta ciudad, que
estaba en mi memoria desde que era pequeño y disfrutaba de la
historia y la geografía.
Luego de un tiempo de espera en el aeropuerto en Roma nos
subimos a otro avión de cabotaje, rumbo a la ciudad de Bari,
destino final del viaje. Llegamos cerca de la medianoche y nos
alojamos en un hotel, que ocupaba una vieja casa de altos
entrepisos, una larga escalera de mármol y la ausencia de
ascensores. Nos recibió la dueña y fue la primera vez que
escuchaba frases en italiano, mejor dicho en un dialecto algo
“parecido” al italiano. La señora nos indicó que debíamos subir
hasta el tercer piso, a través de una larga escalera “acaracolada”, lo
cual hicimos con mucho esfuerzo llevando nuestras pesadas
valijas. Durante la subida Diego comenzó a gritar: “¡No puedo
subir, me mareo!”, mientras se recostaba sobre la pared interna de
la pared, evitando mirar el profundo “hueco” que formaba la
escalera. Esta actitud de Diego, inesperada para nosotros, nos
produjo, primero risa y más tarde estupor, reconociendo que sufría
de “vértigo”, enfermedad de fobia a la altura. Superado este mal
momento llegamos a la habitación, donde nos alojamos los tres.
Recuerdo que apoyé mi pesada valija sobre la cama y la dueña, con
un tono muy marcado, me indicó en una mezcla de italiano y
~ 30 ~
dialecto: “¡La valigia a terra!”, era una de las primeras frases que
escuchaba y tardé en darme cuenta, que tenía que poner la valija
sobre el piso, no sobre la cama. Luego, muy cansados por el largo
viaje y el estrés que esto ocasionaba, nos aprestamos a dormir; era
la primera noche en Europa…
A la mañana siguiente, muy temprano nos despertamos muy
ansiosos de conocer el lugar, teniendo en cuenta que habíamos
llegado allí muy tarde la noche anterior. Ni bien me levanté decidí
“darme” una buena ducha para “despabilarme”. Mi sorpresa fue
grande cuando entré en el baño y vi que faltaban las canillas de la
ducha; inmediatamente llamé a la dueña para comunicarle la
novedad y su respuesta no se hizo esperar: “¿Usted quiere
bañarse?, bueno le traeré las canillas pero la ducha debe pagarla”.
Esta fue una respuesta inesperada para mí pero luego de mi
estadía en Italia, entendí esa realidad.
Al día siguiente, domingo, aprovechamos para conocer la
ciudad de Bari, ubicada sobre las costas del mar Adriático,
principalmente su importante puerto y la majestuosa Catedral de
San Nicolás. En esta última se encuentran desde 1087 las reliquias
del santo que fueron saqueadas en lo que es hoy Turquía. Si bien
hablábamos algo el italiano, esto no era suficiente, dado que la
mayoría de la gente hablaba el “barese”, un dialecto muy difícil de
entender. No obstante, con el tiempo y mucho esfuerzo logramos
comunicarnos con los pobladores, siempre bien dispuestos a
“entendernos”.
~ 31 ~
El lunes, por la mañana temprano, viajamos con Diego y José
en ómnibus hasta el Instituto Agronómico Mediterráneo (IAM),
sede del curso y lugar de nuestra estadía durante largos cuatro
meses. El Instituto estaba ubicado en una zona rural de olivos y
viñedos, próximo al pequeño pueblo de Valenzano, de tan sólo
dos mil habitantes y a cinco kilómetros al sur de la ciudad de Bari.
El Instituto contaba con muy buenas instalaciones, que incluían
aulas para las clases, un salón comedor grande, un edificio con
habitaciones individuales, con baño incluido, algo poco común en
Italia, salones cubiertos para deportes y canchas de futbol.
Los responsables del curso era un grupo permanente de
profesores italianos, de mucha experiencia profesional y otros
profesores invitados según la temática del caso. Los participantes
del curso éramos alrededor de cuarenta, de los cuales cinco eran
argentinos: Lidia Giuffré, Diego Corradi, José Dibuho (Buenos
Aires), Claudio Pasián (Entre Ríos) y Eduardo Gómez (Mendoza).
Los participantes eran de países en vías de desarrollo: Senegal,
Ghana, Egipto, Etiopía y Malí (África), Yugoslavia y Grecia
(Europa), Afganistán (Asia), Argentina, Colombia, Cuba,
Honduras, Chile, México y Nicaragua y Perú (América).
Durante el primer mes se desarrolló un curso de italiano a cargo
de la profesora Catalina Garrone, de la ciudad de Bologna, cuna
del idioma más puro de la península. La idea era evitar la
traducción simultánea del italiano al inglés, francés y español, lo
cual resultaba muy oneroso para el Instituto. Este era el primer
~ 32 ~
año de prueba, pero si bien los alumnos provenientes de países con
raíces latinas aprendieron rápidamente, los representantes de
antiguas colonias de habla inglesa (Egipto, Ghana), tuvieron
serios problemas para aprender el italiano. La excepción a la regla
fue el peruano Hugo Ayala Sínches, que si bien entendía el
idioma, le costaba “horrores” la pronunciación de palabras con
fonética de “y” en la letra “g” del italiano, como por ejemplo
“bongiorno”, que debía pronunciarse como “bonyiorno”, donde
Hugo reemplazaba la “y” por “io” y la pronunciaba como
“boniorno”. Todas las mañanas, luego del saludo de la profesora,
los argentinos nos destacábamos por la muy buena pronunciación
de la respuesta, mientras que Hugo se esforzaba para responder
correctamente, sin conseguirlo, lo que producía la risa del grupo
de alumnos, que todos los días esperábamos con no poca
picardía…
Los meses posteriores se desarrollaron con la misma rutina, con
las clases durante la semana, por las mañanas, el almuerzo al
mediodía, un pequeño descanso, para retomarlas por la tarde,
hasta la hora de la cena, que se realizaba alrededor de las siete de
la noche. Luego las actividades eran libres: estudiar, mirar
televisión, jugar en el salón (ajedrez, pin pon), o futbol, hasta la
hora del descanso.
Los sábados y domingos aprovechábamos para descansar y
conocer un poco del lugar, especialmente el pequeño pueblo de
Valenzano que estaba muy cerca del Instituto, lo que nos permitía
~ 33 ~
ir caminando y ahorrar algunas “liras” que nos era escasas.
Valenzano me recordaban los pueblos del sur, que veía desde chico
en las películas italianas; me sentía dentro de esas películas, ¡no lo
podía creer! Una tarde tuve la oportunidad de presenciar la
marcha de un féretro acompañado por alrededor de diez mujeres,
totalmente vestidas de negro, que “lloraban” al fallecido. Esta era
una costumbre muy arraigada en el sur italiano, muy
representada en las películas de Sofía Loren, Marcelo
Mastroiani…, y en la obra maravillosa de “Cinema Paradiso”, que
representa la vida de un pueblo del sur italiano y la desaparición
de los “cines”; un film que me emocionó hasta las lágrimas, tantas
veces como lo vi. Todo esto lo “reviví en Valenzano.
Otro viaje, un poco más largo, era a la ciudad de Bari, pasando
por los pueblos de Carbonara y Ceglie, utilizando el ómnibus, para
visitar el hermoso puerto de ultramar, los museos y caminar por
calles angostas sin veredas, como senderos que separan las casas
viejas con flores en sus balcones. En el puerto disfrutaba del olor
del mar y de los pescadores artesanales de pulpos, que los
golpeaban contra las rocas para matarlos.
Desde mediados de diciembre de 1976 tuvimos vacaciones hasta
mediados de enero del año siguiente. Por ese motivo aproveché
para viajar con mi amigo peruano Hugo Ayala Sinches, y conocer
gran parte del centro y norte del país. Preparamos muy bien el
viaje teniendo en cuenta que los fondos que teníamos eran muy
escasos.
~ 34 ~
Así seleccionamos las ciudades a visitar, teniendo muy en
cuenta la existencia de los “albergues de la juventud”, lugares de
residencia muy económicos para estudiantes, parecidos a las
“cuadras” utilizadas en el ejército para los soldados. El régimen de
estos albergues era muy estricto en cuanto a los horarios de
entrada (hasta las diez de la noche), salida (a las ocho de la
mañana) y los horarios de las comidas: a las ocho para el
desayuno, a las doce para el almuerzo y a las siete de la tarde para
la cena. Lógicamente que respetábamos mucho los horarios para
evitar tener que comer “afuera”, porque era imposible para nuestro
pobre bolsillo flaco.
El 21 de diciembre de 1975, a la medianoche, iniciamos el largo
viaje, utilizando el ferrocarril, que nos resultaba muy cómodo y
barato mediante la compra de abonos para viajar durante quince
días. Las ciudades que decidimos visitar eran: Roma, Nápoles,
Pizza, Florencia, Abetone, Génova, Torino, Milán, Verona,
Venecia… A la mañana del día siguiente llegamos a Florencia
(Firenze) y nos hospedamos en el albergue, ubicado en un
hermoso paisaje de colinas y bosques, entre los cuales se
observaban casas muy señoriales. Esta era un ciudad muy bella y
aristócrata, tal vez la más bella de todas; aquí visitamos numerosos
lugares, ávidos de cultura: Catedral del Duomo, Museo di Pitti,
Giardino di Bóboli, Arco di la Piazza Livertad, Catedral di Santa
Croce, Piazza Michelángelo, Piazza della Signoría…
~ 35 ~
A las once de la mañana salimos en ómnibus hacia la ciudad de
Abetone, ubicada en Los Apeninos, a ochenta y cinco kilómetros al
noroeste de Florencia. Poco antes de llegar, y después de pasar por
numerosos pueblitos turísticos durante el ascenso, comencé a ver
los picos nevados de las montañas, cubiertas por frondosos
bosques de abetos, que le da el nombre a la ciudad, como también
de robles y alisos. La alternancia de árboles que perdían las hojas
en el invierno se dibujaba “entremezclada” con el color verde
intenso de los abetos.
A las dos de la tarde llegamos a Abetone, importante centro de
esquí, y nos alojamos en el albergue, que era muy confortable, todo
de madera y muy buena calefacción. Como era 24 de diciembre, no
era posible comer en el albergue y nos fuimos a una “trattoría” a
cenar pizza con gaseosas; recuerdo que pagamos tres mil liras,
toda una fortuna para nuestro presupuesto. Luego regresamos al
albergue; desde la ventana de la habitación (número 18) se podían
ver las montañas y disfrutar de una fuerte nevada. Aprovechamos
para darnos una buena ducha caliente y lavar algo de ropa. Así
pasé mi primera Nochebuena fuera de mi casa y lejos de mis seres
queridos…
Al otro día, 25 de diciembre desayunamos temprano, con pan,
manteca, mermelada y chocolate bien caliente, mientras afuera la
temperatura era de varios grados bajo cero. Luego salimos a
recorrer la pequeña ciudad, principalmente por el bosque y las
pistas de esquí; en el sistema montañoso había varios picos
~ 36 ~
nevados a los cuales se podía llegar a través de un “funicolare”,
como el Monto Gómito y el Tre Potenze de dos mil metros sobre el
nivel del mar. Por la noche, unos amigos italianos que estaban en
el albergue nos invitaron a tomar Asti Cinzano, pannettone y
panforte (turrón blando); fue un momento muy cálido y emotivo
para nosotros.
El viernes 26, mediante la aerosilla subimos al Monte Gómito,
totalmente nevado. Pese a ser un hermoso día de sol hacía mucho
frío y la temperatura era de 5°C bajo cero. Luego del almuerzo,
viajamos en ómnibus durante algunas horas para llegar hasta la
ciudad de Pistoia, donde, por la tarde, tomamos el tren a la ciudad
de Lucca; allí nos alojamos en el albergue de la ciudad y
aprovechamos para recorrerla y visitar sus museos.
Al día siguiente, sábado 27 de diciembre, partimos en tren hasta la
ciudad de Pizza para visitar la famosa Torre construida en el año
1100 y la hermosa Catedral.
Luego del mediodía tomamos el tren con destino a Génova.
Durante el viaje de más de dos horas pudimos observar un paisaje
de relieve plano con muchos cultivos, de cereales, hortícolas,
frutales, vides y algo de olivos. Al llegar a Génova, ciudad natal del
conquistador Cristóbal Colón, nos alojamos en el albergue de la
ciudad, construido en un viejo castillo sobre una loma, en la rivera
del mar, con una hermosa vista del Mediterráneo.
Al día siguiente por la mañana, recorrimos la gran ciudad
visitando: la Piazza della Vittoria, Piazza Carignano y Piazza
~ 37 ~
Dante, donde existen dos grandes torres como marco de entrada a
la casa donde nació y vivió Cristóbal Colón (Cristóforo Colombo).
Luego recorrimos el famoso puerto (Stazione Maríttime), sobre el
mar Tirreno, rodeado de colinas, con su extensa costanera y una
mezcla de edificios altos y modernos que conviven con la ciudad
vieja, húmeda y “sombría”, de calles muy angostas (Vía Buozzi, Vía
Adua, Vía Gramsci…).
A la mañana temprano del 29 de diciembre viajamos por tren de
Génova a la ciudad de Milán (Milano), llegando al medio día a esta
aristócrata urbe. Durante el viaje pudimos disfrutar de la famosa
Llanura Padana y del río Po, con tierras agrícolas muy fértiles;
afuera el frío era intenso con los campos cubiertos de escarcha y
mucha niebla. Llegamos a Milán, dejamos las valijas en depósito
en la estación del ferrocarril y realizamos una recorrida por la
Piazza della Scala, donde se encontraba el muy famoso teatro de
la Scala de Milán. Luego caminamos por la Gallería Víctor
Emanuelle II, que tiene forma de cruz y cuatro entradas, con su
techo totalmente de vidrio; en ellas se encuentran muchas joyerías
y casas de alta moda.
Posteriormente visitamos la Piazza del Duomo y la famosa
Catedral del mismo nombre, construida totalmente de mármol y
de estilo romántico gótico y el Museo del Duomo, con imponentes
esculturas de mármol y vitrales del siglo XV. Al final encontramos
el último trabajo de Leonardo Da Vinci, La Pietá, realizado cuatro
días antes de morir.
~ 38 ~
Por la tarde fuimos al Castello Esforzesco, construido en el año
1400, con ladrillos rojos. Luego visitamos el estadio La Arena,
antiguo coliseo romano; en la fachada del estadio hay una placa,
recordatorio de la matanza de ocho patriotas italianos que fueron
fusilados allí por haber conspirado contra el régimen de Hitler y
Mussolini.
Más tarde retornamos a la estación del ferrocarril y a las ocho
de la noche viajamos para la ciudad de Bérgamo, al norte de
Milán, muy cerca del límite con Suiza. Llegamos bien entrada la
noche y nos dirigimos al albergue, como teníamos planeado con
Hugo, pero al llegar nos informaron que estaba cerrado por
refacciones; se nos venía la noche en serio… Inmediatamente
tomamos un ómnibus y consultamos al chofer por un lugar para
pasar la noche, que fuera “barato”; muy amablemente nos
mencionó “un lugar” y nos indicó donde bajarnos y como llegar.
Luego de caminar algunas cuadras, en una noche cerrada y con
mucho frío, llegamos al tan anhelado, digamos…, “hotel”, que en
realidad era un “aguantadero” de malandras. El aspecto del
edificio dejaba mucho que desear, de dudosa moralidad; nos
atendió el conserje, que estaba atendiendo a una persona extraña,
muy desalineada, que hablaba un idioma desconocido; Hugo me
lo describió como un fedayín, miliciano árabe que luchaba por
cuestiones económicas, no religiosas; a mi entender era un
combatiente “a sueldo” y el nerviosismo “ganó” mis piernas. El
trámite fue muy sencillo y ni siquiera nos pidió documentos, sólo
~ 39 ~
que abonemos la tarifa de cincuenta liras cada uno, casi increíble,
teniendo en cuenta que cualquier hotel económico cobraba
alrededor de cuatro mil liras la noche. Pocos minutos después nos
dimos cuenta de esta “pichincha”, cuando caminamos por un largo
y frío pasillo, para finalmente llegar hasta la habitación; esta era
una gran sala con doce camas metálicas, separadas de a dos, por
unas simples “tarimas” de cartón, similar a los más viejos y
abandonados hospitales de nuestro país.
Ni bien llegamos a la sala, retiré la manta de mi cama para
observar las sábanas y casi sin sorpresa, vi que las mismas eran de
color “beige”, aunque en algún momento habrían sido blancas. El
ambiente que nos rodeaba era frío, muy frío…, y el olor a encierro
era muy penetrante. Con un poco de humor y para aliviar la
tensión del momento, le dije a Hugo: “Está bien, ¡por lo que
pagamos!”, y la respuesta del peruano no se hizo esperar: “¡Por
esta porquería nos cobraron demasiado, nos tendrían que pagar!”.
Antes de acostarnos decidimos ir al baño, pero estos estaban fuera
y bastante lejos de la salas. Luego nos acostamos sobre las camas,
vestidos con campera y botas, porque el frío era muy intenso.
Al poco tiempo de acostarnos comenzamos a escuchar fuertes y
desgarradores gritos de las salas vecinas, que nunca supimos de
donde venían. Debido al gran cansancio intentamos dormir, pero
sólo pudimos “dormitar” de a ratos y la noche se nos hizo muy
larga…, hasta que a la mañana muy temprano decidimos irnos de
aquél “aguantadero”, aunque afuera todavía era de noche y hacía
~ 40 ~
mucho frío. Luego fuimos al centro de Bérgamo para tomar algo
caliente. Es una ciudad muy hermosa y pujante, con el paisaje de
Los Alpes, con mucho turismo; la parte vieja ocupa la parte baja de
las montañas, mientras que la ciudad nueva se encuentra en la
zona plana.
A media mañana tomamos el tren y regresamos a Milán, donde
visitamos el Cenáculo Vinciano, ubicado junto a la iglesia María
della Gracia, donde se encuentran dos famosos cuadros: La
Última Cena (1497) de Leonardo Da Vinci y La Crucifixión (1499)
de Donato Montorfano. Estas obras estaban ubicadas sobre las
paredes cabeceras en un gran salón de forma rectangular. La
Última Cena fue realizada con témpera y óleo sobre una
preparación de yeso, y abarca una superficie de cinco metros de
alto por ocho metros de ancho. Además se encontraban fotos de la
construcción luego del bombardeo ocurrido el 16 de agosto de
1943, durante la Segunda Guerra Mundial, donde sólo quedaron
en pié las dos obras de Da Vinci y Montorfano, todo un milagro.
A las seis de la tarde tomamos el tren que nos llevaría a Torino
(Turín), y en un par de horas, transitando por la fértil llanura
padana, arribamos a la ciudad, para luego alojarnos en el
albergue, bien entrada la noche, antes de las diez como era lo
permitido.
Al otro día, bien temprano, salimos a recorrer la ciudad,
recordando que era el 31 de diciembre y se terminaba el año.
Visitamos la Piazza San Carlo y Piazza Carignano; en esta última,
~ 41 ~
se encuentra el Museo Egipcio, ubicado en un edificio de estilo
barroco y construido en el año 1678, por el arquitecto Guarini. Es
uno de los museos más antiguos y el segundo en importancia en
colección de antigüedades, después del museo de El Cairo. Se
encuentran aquí piezas de las dinastías III-IX (alrededor de mil a
dos mil años antes de Cristo) y numerosos sarcófagos y momias,
en excelente estado de conservación.
Por la noche temprano, fuimos a “cenar” a un restaurante, como
una excepción, para festejar el fin del año y la llegada de 1976. Allí
saboreamos un sabroso pollo con papas fritas, un buen vino y
ensalada de frutas como postre; todo un acontecimiento para
nuestros bolsillos flacos. Luego compramos algo para festejar y
regresamos al albergue, para ordenar nuestras cosas y esperar la
medianoche. Esa noche compartimos la habitación con un
japonés, que hablaba muy poco de italiano, y un estudiante
noruego, que solo hablaba “noruego”, mientras que Hugo y yo
hablábamos español e italiano. Al llegar la medianoche recibimos
el nuevo año con una botella de espumante y un pan dulce
(pannetone), comunicándonos casi por “señas”, lo que no impidió
establecer una fuerte confraternidad. Hubo un fuerte abrazo con
Hugo, peruano “serrano”, de un argentino de “las pampas”. Fue un
momento muy especial en mi vida, teniendo en cuenta que era la
primera vez que pasaba una fiesta tan especial, tan lejos de mis
seres queridos.
~ 42 ~
Al otro día, jueves, iniciamos el nuevo año y estábamos felices
de la vida. Fuimos a visitar el Castello Medieval, construido sobre
las márgenes del río Po, rodeado de un hermoso y gran jardín. En
su interior encontramos un museo, muchas oficinas y un “lujoso”
restaurante, prohibido para nuestros bolsillos flacos.
Al mediodía partimos en tren para Verona, un viaje de
alrededor de cuatro horas, con un paisaje de relieve suave, con
tierras de cultivos de cereales hasta la localidad de Peschiera,
donde comienzan los viñedos y frutales, hasta llegar al destino
final. Realizamos un breve paseo por la ciudad recorriendo la
Piazza Centrale y el Coliseo (La Arena). No podíamos dejar de
visitar la casa de Julieta o Guilietta, un palacio medieval
reconvertido en museo, mezclando realidad con fantasía. Allí se
sitúa la casa de la protagonista de Romeo y Julieta, la famosa obre
de Shakespeare; entrando al palacio, en un patio interno,
encontramos el “balcón” de la fachada, lugar donde se desarrolló
una de sus más conocidas escenas de la historia y una enorme
estatua de Julieta en bronce. Muchos cambios sufrió la
construcción original desde el siglo XII, hasta que en 1905, la casa
de Julieta es transformada en museo.
Ese día nos alojamos en un “hotel” o algo parecido y pasamos la
noche allí. Al otro día viernes, por la mañana temprano,
continuamos la visita de la ciudad; había mucha niebla y el frío era
casi insoportable. Luego partimos en tren para la ciudad de
Venecia, a través del paisaje típico de la llanura padana, con
~ 43 ~
cultivos de cereales y muchas plantaciones de viñedos y frutales.
Cerca del mediodía llegamos a la ciudad; allí visitamos la Plaza de
San Marcos, donde se ubicaba la Basílica del mismo nombre y el
Palazzo Ducale.
El Palazzo Ducale, ubicado en el extremo oriental de la Plaza, es
uno de los símbolos de la gloria y el poder de la ciudad. Es un
edificio de estilo gótico con predominio de mármol rosado y
blanco, residencia de los dux o magistrados supremos, y de la corte
de justicia de la República de Venecia. En este palacio, junto al
pórtico Foscari se halla la fachada del Reloj, realizado en 1615 por
el escultor Monopola.
La Basílica de San Marcos es el principal templo católico de
Venezia. Su construcción, de estilo romántico-bizantino y gótico,
se inició en el año 828, para albergar supuestas reliquias de San
Marcos el Evangelista, robadas de Alejandría. Fue quemada en el
año 975 en un motín y reconstruida en 1063 por arquitectos de
Constantinopla y finalizada en el año 1617, luego de permanentes
transformaciones.
Dentro de la Basílica, la mitad superior, incluidas la cúpula y
techos, presentaban pinturas en “mosaicos” con fondo de color
amarillo. Este fondo estaba constituido de pequeñas piedras
cúbicas, de un centímetro de lado, cubiertas de una lámina de oro
de un milímetro de espesor, protegida por una película externa
protectora de vidrio. Se estima que existen alrededor de cuatro mil
metros cuadrados cubiertos con oro. En el fondo se encuentra la
~ 44 ~
Palla de Oro, un cuadro totalmente de oro de tres por cuatro
metros en el cual se representan en relieve, varias escenas bíblicas;
también hay alrededor de cuatro mil piedras preciosas (zafiros y
rubíes, entre otros). Dentro de la basílica encontramos el Tesoro,
donde se encuentran numerosas piezas de oro, plata y piedras
preciosas, entre ellos un cofre con forma de iglesia, totalmente de
oro y una estatua de San Marcos, de plata, de un metro de altura.
Esa misma noche, 30 de enero, viajamos en tren para la ciudad
de Bari, pasando por Bologna, para llegar a la mañana temprano a
la ciudad. A la medianoche del día siguiente partimos, siempre en
tren, para Nápoli, llegando a las seis de la mañana a la ciudad. Allí
viajamos en el tren Transvesubiano subterráneo y en media hora
llegamos a Pompei (Pompeya), una ciudad sepultada por la
erupción del volcán Vesubio el 24 de agosto del año 79 después de
Cristo, iniciando la excavación hace dos siglos. Aquí convivieron
las culturas griegas y romanas. Realizamos una recorrida de las
ruinas de la ciudad, visitando la Puerta Marina, una de las cuatro
puertas de entrada a la ciudad, el Templo de Apolo, el Foro, que
constituía el centro religioso, civil y económico, como en todas las
ciudades romanas, La Basílica, centro de la actividad económica,
similar a las actuales bolsas comerciales, construido en el año 120
antes de Cristo.
También visitamos el Cuartel de los Gladiadores, construcción
donde se entrenaban los gladiadores, el Anfiteatro, construido en
el año 80 antes de Cristo, la Villa de Pompei, y la Villa de los
~ 45 ~
Misterios, excavada en 1910, donde se encuentran numerosas
casas de citas, con frescos “eróticos” como La Azotada y La
Bacante desnuda, incluyendo baños termales, con frescos en las
paredes y diferentes estatuas de mármol. Luego recorrimos la Vía
de los Sepulcros, con enormes mausoleos de la gente noble, a
ambos lados de la misma.
Al regreso en tren a Nápoles, nos detuvimos en la ciudad de
Herculano, similar a Pompeya, pero de mayor riqueza y con
construcciones mejor conservadas; ambas ciudades fueron
declaradas patrimonio de la humanidad en el año 1997.
Por la mañana del día siguiente, partimos del puerto central de
Nápoles en una nave, con rumbo a la isla de Capri, una de las más
hermosas del mar Tirreno, llegando cerca del mediodía a la ciudad
del mismo nombre. Durante el viaje, el mar estuvo bastante
“inquieto” y pudimos observar el volcán el Vesubio y numerosas
islas. Al llegar al puerto de Capri, pudimos disfrutar la gran isla
montañosa y la hermosa ciudad ocupando sus laderas. Subimos a
pié por los caminos angostos y de piedra de la ladera, llegando
exhaustos, pero alegres de poder estar allí. La ciudad es
aristócrata, con negocios lujosos en cuyas vidrieras es posible ver
fotos de famosos como Marcelo Mastroiani, Charles Heston,
Claudia Cardinali y Jacqueline Onassis, frecuentados en general
por turistas de todo el mundo, y por nosotros también… Presenta
calles muy angostas y empinadas. En la plaza de la ciudad
tomamos un pequeño ómnibus que nos llevó del otro lado de la
~ 46 ~
Isla al poblado de Anacapri, donde se encontraban numerosas
mansiones de artistas famosos. Desde allí, en ómnibus, visitamos
la Marina Pícola, un lugar casi imposible de describir, por su
inmensa belleza, con un mar de color azul verdoso, muy intenso;
allí se ubicaba una pequeña playa de “arena” de ochocientos
metros de largo, la más importante de la isla, rodeada de
mansiones y restaurantes de lujo y frondosos bosques de pinos.
Por la tarde regresamos al Puerto, en la parte baja, utilizando el
“funicular”, pequeño tren que recorre parte de la isla y finaliza en
dicho puerto. Finalmente, a las cuatro de la tarde, regresamos en
barco, a Nápoles. De allí, a la medianoche, regresamos en tren a la
ciudad de Bari, llegando a las cinco de la mañana; era el 2 de
febrero de 1976. Mi largo viaje en compañía de Hugo había
finalizado, con unos cuantos kilos de menos, pero felices por la
gran aventura.
Al día siguiente, a la medianoche, viajé en tren a la ciudad de
Roma, llegando al otro día, a las siete de la mañana, a la terminal
ferroviaria de Términi. Dejé el bolso en la terminal y me fui a
cortar el pelo; como todavía tenía bastante cabello, pagué tres mil
liras. Después, con el ómnibus 67 me dirigí al Ministerio de Affari
Esteri (Ministerio de Relaciones Exteriores) de Italia. Mi objetivo
era realizar las gestiones necesarias para conseguir el pasaje de
regreso a la Argentina; por este motivo obtuve reuniones con los
responsables del programa de cooperación, los doctores San
Martano y Treggiari, quienes en respuesta a mi pedido,
~ 47 ~
establecieron mi regreso a la Argentina; fue una gran alegría e
inmediatamente envié un telegrama a Mercedes comunicándole
mi regreso en pocos días.
Posteriormente, tomé el ómnibus para visitar la Piazza San
Pietro, donde se localizan dos grandes fuentes de agua y un
obelisco central. En esta plaza se encuentra la majestuosa Basílica
de San Pedro, que es el templo religioso más importante del
catolicismo. Su construcción comenzó en 1506 y finalizó en 1626.
El nombre de la basílica se debe al primer Papa de la historia, San
Pedro, cuyo cuerpo está enterrado en dicha basílica. La nave
principal tiene cuarenta y seis metros de altura y la cúpula alcanza
una altura de ciento treinta y seis metros. Entre las obras más
importantes se destacan la obra La Piedad de Miguel Ángel y la
estatua de San Pedro en su trono.
Al llegar a la Basílica pude subir por unas escaleras, previo pago
de quinientas liras, para llegar a un gran descanso o terraza, en la
parte media del edificio, donde se localizan varias estatuas de Los
Apóstoles. Desde aquí seguí subiendo por una escalera metálica
muy estrecha, hasta llegar hasta la cúpula central que remata en
una gran esfera de color amarillento; si bien llegué extenuado,
pude disfrutar de una vista casi mágica de la ciudad de Roma, de la
Piazza San Pietro, los jardines de la casa del Papa y el famoso río
Tévere (Tíber). Al entrar en la basílica se observa la forma de
trébol de “cuatro hojas” y su interior es imponente, con grandes
estatuas de mármol y mosaicos de seis por doce metros. Próximo
~ 48 ~
a la entrada, sobre la derecha, se encuentra la famosa obra “La
Pietá”, de Miguel Angel, tallada en mármol y protegida por una
placa de vidrio. Más adelante, se observa un enorme altar formado
por cuatro grandes columnas “retorcidas” de bronce. En el altar
principal hay un majestuoso relieve en oro en el cual se
representan papas, santos y ángeles.
Además recorrí, previo pago de mil liras, el Complejo de la
Ciudad del Vaticano formado por los jardines y una gran galería
de ocho metros de ancho, alrededor de veinte metros de altura y
cerca de setecientos metros de longitud. Allí visité los numerosos
museos, entre ellos, la Pinocoteca, en la cual se encuentran
numerosos cuadros de pintores famosos como Botticelli, Rafaello,
Leonardo Da Vinci…
Al final de esta galería se accede a la famosa Capilla Cistina, un
lugar místico y muy difícil de describir por su extraordinaria
belleza, donde las paredes y la cúpula están totalmente ocupadas
por frescos con temas bíblicos. Su construcción, de estilo
renacentista, se inició en el año 1473 y se inauguró en 1483. Es la
capilla de la Basílica de San Pedro y allí es la sede del cónclave,
donde se eligen los nuevos papas. Esta gran sala tiene trece metros
de ancho, veinte metros de alto y cuarenta metros de largo; al
entrar a la sala, en la pared cabecera del altar se encuentra El
Juicio Final, el famoso fresco pintado por el genial Miguel Ángel,
que abarca toda la pared, siendo la obra La Resurrección otra obra
maestra de este pintor. Además en las paredes laterales y el techo
~ 49 ~
abovedado, se encuentran frescos de grandes pintores como
Miguel Ángel, Botticelli, Perugino, Rosselli y Signorelli, entre
otros, de los siglos XIII a XVI. La Capilla Cistina es una obra
maravillosa del hombre, donde la gente disfruta de ese arte
inigualable quedándose horas en total silencio.
Al finalizar mi recorrida, aproveché para comprar regalos para
mi familia, entre ellos, un pañuelo de seda verde para Mercedes y
una imagen de La Piedad de Miguel Ángel para mi madre, que la
conservó y veneró durante muchos años hasta su muerte hace
pocos años; actualmente la imagen se encuentra a buen resguardo
en mi casa. Por la tarde recorrí parte de la inmensa y atrapante
ciudad de Roma, como El Coliseo, la Fontana de Trevi, el Foro
Romano…
El 5 de febrero, luego de haber conocido sólo una parte de la
inmensa ciudad de Roma y sus alrededores, regresé en tren a la
ciudad de Bari. La odisea había terminado y toda la experiencia
recogida, será, alguna vez, motivo de algún viejo relato…
Pero la historia no había terminado aún, debía regresar a Buenos
Aires. Con este propósito me dirigí al inmenso aeropuerto de
Roma y allí realicé el “check-in” correspondiente. Allí fue donde
me solicitaron un certificado de vacunación que yo no tenía, lo cual
me puso muy nervioso e incómodo. Ante esta circunstancia, la
operadora, en correcto idioma italiano, me indicó que debería
vacunarme en el segundo piso y que me apurara porque faltaba
poco tiempo para el despegue. Inmediatamente salí “disparado”
~ 50 ~
buscando la sala de vacunación, llevando en mis manos el
“gamulán” y la cámara fotográfica; por suerte encontré la sala,
logré que me vacunaran (nunca supe contra qué…) y rápidamente
corría para el salón de embarque de embarque, cuando escuché mi
nombre por los parlantes del aeropuerto, donde me comunicaban
que había olvidado mi cámara fotográfica en la sala de
vacunación.
En este sentido nunca podré olvidar ese momento de confusión,
entre la idea que podía perder el vuelo, por una parte, y que debía
regresar para recuperar mi cámara, por otra. Las piernas me
temblaban y velozmente regresé sobre mis pasos y subí
nuevamente al primer piso; allí en la sala, estaba mi cámara como
esperando y diciéndome: ¿pensabas dejarme? Corriendo
rápidamente y con todo mi cuerpo transpirado, llegué a la sala de
embarque y logré abordar el tan ansiado vuelo; con una imagen
muy desaliñada busque mi asiento, ante la mirada del resto de los
pasajeros, que me reprochaban con su mirada mi tardanza y la
demora del vuelo. Me ubiqué en el asiento, con sensaciones
encontradas de vergüenza, cansancio y alegría, y en pocos minutos
el avión estaba partiendo para Buenos Aires…
Durante mi larga estadía en Italia pude disfrutar y adquirir
mucha experiencia en lo profesional pero principalmente en el
aspecto social, a través de un intercambio permanente con otras
culturas y razas tan diferentes a las mías.
~ 51 ~
Al borde de la muerte en Corrientes
Corría la década del setenta y con el colega y amigo Carlos
Irurtia, ambos del INTA, realizamos un viaje en de trabajo, en
camioneta, a la región chaqueña, a las provincias de Santiago del
Estero y Chaco. Debíamos evaluar el proceso del desmonte del
bosque nativo en distintos aspectos, debido a que constituía un
proceso grave de degradación de las tierras. Teniendo en cuenta
que durante esos años existía un gobierno militar y una acción
guerrillera importante, debíamos llevar toda la documentación
personal y del vehículo en regla, para evitar contratiempos. Por
suerte no tuvimos ningún problema a pesar de que la zona era
considerada “peligrosa”.
Luego de varias semanas de recorrer las distintas áreas y
campos de productores donde se realizaba la deforestación,
llegamos a la ciudad de Resistencia, Chaco, como fin de la
recorrida. La idea era dormir allí para iniciar, al día siguiente, el
regreso a Buenos Aires. Por la tarde visitamos la Agencia de
Extensión del INTA de dicha ciudad para saludar a los colegas. El
ingeniero Santos, Jefe de la Agencia, nos invitó a tomar unos
mates, mientras le contamos nuestras experiencias del largo viaje
realizado; nos preguntó si conocíamos el nuevo puente sobre el río
Paraná, que unía las ciudades de Resistencia (Chaco) con
Corrientes (Corrientes); le respondí que si bien yo lo conocía,
~ 52 ~
Carlos no. Por este motivo, Santos nos siguiere aprovechar la
oportunidad para cruzar a Corrientes para cenar y saborear un
muy buen pescado en el restaurante Yapeyú, frente a la costanera.
La idea nos pareció oportuna y decidimos seguir su consejo. Antes
de abandonar la oficina nos despedimos de Santos y le
agradecimos todo el apoyo brindado en nuestro viaje.
Posteriormente, regresamos al hotel para prepararnos para la
cena. Luego de bañarnos y vestirnos para la ocasión, a las nueve de
la noche, cruzamos hacia la ciudad de Corrientes a través del
puente; una vez en la ciudad, viajamos por la costanera hasta
encontrar el restaurante “prometido”. La noche era muy
agradable, con una suave brisa del río. Como lo habíamos pensado,
saboreamos un dorado a la parrilla y bebimos un buen vino
“merlot”. Fue una noche muy placentera y distendida, como
premio a los duros días de trabajo en el monte. A las once de la
noche, decidimos regresar al hotel porque al otro día temprano,
debíamos regresar a Buenos Aires.
Por este motivo recorrimos la costanera hasta llegar a la subida
al puente que une las dos ciudades. Allí un control policial
verificaba la documentación en forma rutinaria y debimos detener
el vehículo. Ante el pedido del personal policial, entregamos la
documentación personal y de la camioneta. Esto último había sido
una constante durante nuestro largo viaje por la región. Nos
hicieron esperar mientras verificaban la documentación entregada.
Luego de varios minutos de espera no teníamos respuesta,
~ 53 ~
mientras veíamos que el resto de los vehículos subían al puente sin
ningún inconveniente. En un primer momento hacíamos bromas
por esta situación pero después de casi media hora, empezamos a
ponernos intranquilos. La tensión fue en aumento y alcanzó su
punto máximo, cuando un policía se acercó y nos preguntó
nuestros nombres. Nuestra respuesta no se hizo esperar: “Somos
Roberto Michelena y Carlos Irurtia, y trabajamos en el INTA”.
Pero la tensión fue en aumento y alcanzó su punto máximo,
cuando un policía nos preguntó a cada uno de nosotros, cuál es
nuestro “alias”. En esa época este término se utilizaba con mucha
frecuencia en las organizaciones guerrillera. El policía volvió a
insistir con el tema y le preguntó a Carlos: “¿Vos sos alias
Ramón?”. La respuesta de Carlos fue rápida: “Yo no tengo ningún
alias”; en ese momento nos dimos cuenta que nuestra situación
era complicada. Después de algunos minutos vimos varios policías
que llegaban al lugar, en una camioneta y nos indicaron que
debíamos subir a ella; Carlos manejaba la camioneta del INTA y lo
acompañaba un policía armado; por otro lado, a mí me hicieron
subir en la parte trasera de la camioneta policial, utilizada para el
traslado de “delincuentes”, la cual era conducida por un agente
policial y otro agente armado, como acompañante.
Seguidamente, ambas camionetas iniciaron el camino por la
costanera hacia el centro de la ciudad. Mi situación era muy
angustiante, me senté en uno de los asientos y miré con sorpresa
que las puertas traseras, estaban abiertas y se movían en forma
~ 54 ~
pendular. El policía acompañante, me observaba continuamente,
con cara de pocos amigos. En esos momentos, mi mente trabajaba
sin cesar y pensaba que no era casualidad que las puertas traseras
estuvieran abiertas. Había leído muchas historias como estas,
donde el “delincuente” aprovecha la oportunidad para escapar y
un tiro certero acaba con la fuga del malviviente; por este motivo
decidí no moverme para seguir viviendo. La noche era muy oscura
y circulábamos por la costanera, solo se escuchaba el ruido del
motor. Estaba con mucho miedo y nunca pensé que podría estar
en una situación similar. Me tranquilizaba de a ratos pensando en
poder explicar mi situación ante alguna autoridad, antes que me
mataran. Conocía las historias de guerrilleros y delincuentes que
fueron ejecutados y tirados a un río y yo estaba en esa situación,
circulando por la costanera, en una zona muy oscura y siniestra.
Luego de alrededor de quince minutos, llegamos a un edificio
“iluminado” frente a la misma costanera, que después supe era el
Departamento de la Policía de la provincia. No sabía si estaba feliz
pero si aliviado, pensando en tener tiempo suficiente para poder
explicar quién era. Luego nos hicieron descender y entrar al
edificio, muy custodiado por varios policías armados. Allí nos
reunieron con otras personas, muchos de ellos jóvenes, detenidos
por falta de documentos, pero ésta no era la causa de nuestra
detención. Un agente nos controlaba y nos impedía hablar,
mientras un policía nos apuntaba con un arma. Éramos unos
“reos” y el trato era un maltrato. Mi pensamiento volaba buscando
~ 55 ~
el momento de poder decir mi verdad, ante algún superior
benevolente. Pero esto, lamentablemente no ocurrió.
Habían pasado casi una hora cuando un policía no indicó que
salgamos a la calle, mientras nos seguía apuntando con un arma.
Ya en la puerta del Departamento Policial nos dió la orden de
caminar juntos por una vereda frente a la costanera y nos seguía
apuntando. Caminamos algunos metros y las piernas me
temblaban; ante la idea que nos iban a matar y luego tirarnos al
río, que estaba muy cerca, intenté el recurso heroico de darme
vuelta y preguntar ¿por qué? La respuesta del agente fue
inmediata y con un tono imperativo me grito: “¡Dese vuelta
carajo!” y me apuntó con el arma para que no quedaran dudas.
Seguimos caminado y yo arrastraba los pies con mis flamantes
botas de cuero crudo que había estrenado. Llegamos a la esquina y
el custodio nos dio la orden de doblar a la derecha. En ese
momento observé una calle larga y oscura, pero me tranquilicé al
ver una pareja haciendo “arrumacos” junto a un auto. Pensé que
por lo menos allí no nos podían matar. Seguimos caminando y al
finalizar la cuadra, doblamos nuevamente a la derecha. Allí me
volvió el alma al cuerpo cuando pude ver otra entrada al
Departamento de Policía, bien iluminado. En realidad habíamos
dado una “vuelta manzana” para llegar a la parte de
Documentación de Antecedentes.
Allí nos hicieron pasar a una oficina y nos interrogaron por
separado. El trato no fue bueno y el agente me pregunto en forma
~ 56 ~
imperativa y con una voz de “superior”, qué estaba haciendo en la
ciudad de Corrientes. A su pregunta le respondí que había llegado
hacía unas pocas horas sólo para cenar en el restaurante “Yapeyú”.
Mi respuesta no satisfizo su curiosidad y enfáticamente repitió la
pregunta, con la misma respuesta de mi parte. Mientras tanto, en
otra oficina, Carlos era “entrevistado” de la misma manera.
Posteriormente, siempre custodiados por un agente armado, nos
llevaron a otra oficina donde nos tomaron las impresiones
digitales de todos los dedos posibles. Luego nos llevaron a un baño
para lavarnos las manos y por último, como frutilla del postre, no
tomaron una foto mientras manteníamos con la mano, un cartón
con un número de “prontuario”. En ese momento me imaginé
entre rejas y me sentí un don nadie, en una situación que nunca en
la vida, pensé que me pudiera ocurrir. Pero dentro de la situación
de angustia, pensaba que por lo menos, estaba vivo. Mientras todo
esto ocurría, varios policías entraban y salían continuamente, pero
nadie se dignaba a decirnos qué pasaba y cuál era el motivo de la
detención.
Pero como siempre luego de una fuerte tormenta sale el sol, en
un momento, un policía joven nos invitó a salir y nos acompañó
hasta la puerta del edificio, donde estaba nuestra camioneta.
Recién en ese momento me atreví, tímidamente, a preguntar qué
había pasado y la respuesta del oficial fue breve: había un pedido
de captura para un guerrillero Carlos Irurtia alias Ramón. Nunca
~ 57 ~
hubo un pedido de disculpas y una palabra cordial, sólo la soberbia
de gente con poder que no entiende a la gente común.
En ese momento me enteré por Carlos que su hermano, militar,
le había comentado, hacia un tiempo, de la existencia de un
guerrillero uruguayo con su nombre y que tuviera cuidado.
Subimos a la camioneta, eran las tres de la madrugada, habían
pasado cuatro horas angustiosas .Regresamos al hotel para dormir
un poco porque debíamos viajar de regreso a Buenos Aires, pero
en la cama estuvimos sólo una hora, debido a que no podíamos
dormir recordando todo lo vivido. Enseguida decidimos regresar a
Buenos Aires; eran las cuatro de la madrugada y el fin de una
odisea que marcó nuestra vida y le dio todo el valor que ésta tiene.
Muchos años después, en el año 2013 pude regresar en un viaje
de placer, con mi esposa Mercedes y dos amigos entrañables, Silvia
y Omar, a la bella ciudad de Corrientes y recordar los lugares de
esta historia muy dura y que pudo ser trágica. Pienso que sería
interesante alguna vez poder escribir esta dura experiencia vivida.
~ 58 ~
Aventura en Los Andes de Venezuela
En el año 1982, trabajando en INTA viajé a la ciudad de Mérida,
Venezuela, con el objeto de realizar estudios de postgrado para
obtener una Maestría. Como la estadía sería de más de dos años,
me acompañaron en este viaje, mi esposa Mercedes y mis tres
hijas, María Soledad, María Laura y María Paula.
En este sentido, con mucho esfuerzo conseguí alquilar un
departamento cómodo con tres habitaciones, ubicado en la
Urbanización Humboltd, en las afueras del centro de la ciudad y
a diez kilómetros de la Facultad de Ciencias Forestales, de la
Universidad de Los Andes, mi lugar de estudio.
Mérida es una bella ciudad colonial, anclada en los Andes de
Venezuela a una altura de mil ochocientos metros sobre el nivel
del mar, con abundante vegetación de selva y una temperatura de
eterna primavera, donde la temperatura se mantiene siempre
constante entre los dieciocho y los veinticinco grados centígrados;
un verdadero paraíso natural.
Durante mi estadía allí cursé la materia Planificación de
recursos naturales con el ingeniero Pedro Hidalgo, de origen
chileno y radicado en Venezuela. En ese curso de postgrado
participábamos varios profesionales jóvenes de distintos países de
América Latina. Por este motivo, realizamos un viaje al campo de
dos semanas, a la localidad de Uribante, ubicada a doscientos
kilómetros al oeste de Mérida, en plena Cordillera de Los Andes.
~ 59 ~
Como el grupo que viajaba era numeroso, se prepararon varios
jeeps doble tracción para transportarnos y llevar todos los equipos
de campo necesarios.
Posteriormente, dieron la orden de subir a los jeeps, pero me
demoré un poco en hacerlo. Por este motivo tuve que ubicarme al
final y sobre un asiento lateral del vehículo. En ese momento no
me di cuenta de esto, pero más adelante, durante el viaje,
entendería mi gran error.
El viaje a Uribante fue largo, por un camino de montaña, con
muchas curvas y en ascenso permanente. Luego de una hora de
viaje, llegamos al pueblo de Lagunilla donde nos detuvimos a
descansar un poco e ir al baño. Al bajar del jeep me di cuenta que
estaba mareado y el motivo era la mala ubicación en la camioneta
y lo zigzagueante del camino. Pero esto recién empezaba y luego de
un breve descanso proseguimos el viaje. En esta etapa, el camino
inició una fuerte subida, penetrando en la propia cordillera; para
mí el viaje se convirtió en un martirio, con mareo y dolor de
cabeza. Pero no era solamente yo el que sufría estos problemas,
sino que tuvimos que hacer varias paradas para permitir que
algunos compañeros pudieran “devolver”, lo que no era de ellos.
Luego de varias horas de viaje y de sufrimiento llegamos al
pueblo de Uribante, sede de nuestra estadía durante dos largas
semanas. En esa región había un sistema de tres grandes represas
para generación de energía eléctrica, denominado Complejo
Uribante-Caparo, uno de los más grandes de Latinoamérica. Este
~ 60 ~
complejo fue construido por empresas italianas que se instalaron
en la región durante varios años. A tal fin se habían construido una
Villa edilicia con viviendas y áreas de recreación para el personal,
denominada Siberia.
Todos los profesores y los alumnos del curso nos alojamos en la
Villa Siberia. Los profesores y las alumnas se ubicaron en casas
residenciales y nosotros, alumnos varones, en construcciones más
precarias, similares a las utilizadas en el ejército, con habitaciones
con capas superpuestas de a dos, con grandes baños y duchas
compartidas. Una gran experiencia para mí.
En cuanto a la rutina diaria, esta era siempre la misma. Nos
levantábamos muy temprano, para ducharnos y nos reuníamos en
el salón comedor para desayunar. Posteriormente, realizábamos la
salida al campo y recién regresábamos por la tarde o noche,
almorzando en algún sitio adecuado en el campo.
Al regreso de la jornada, seguía la rutina de bañarse, cenar y
acostarse temprano, teniendo en cuenta que al otro día las
actividades eran muchas y cansadoras, por ser una región
montañosa. Por este apuro y falta de tiempo, no armábamos las
camas, sino que sólo la arreglábamos un poco sin desarmarlas
totalmente. Teníamos varias frazadas para protegernos de las
bajas temperaturas a la noche por la altura de la región.
Un día como tantos, luego de la cena nos fuimos a nuestras
habitaciones compartidas. Antes de dormir era frecuente la
conversación entre nosotros sobre las experiencias vividas en el
~ 61 ~
día, que lógicamente eran muchas. En un momento decidí
acostarme y subí a mi cama y me introduje en ella, tratando de no
desarmarla, como toda la semana. Como las sábanas estaban muy
frías al principio, entré sin estirar las piernas, recogiéndolas. Una
vez que conseguí calentar la cama, comencé a estirar suavemente
las piernas, pero la cama estaba muy desarmada y las frazadas se
caían por el costado.
Por este motivo me decidí a sacar todo y volverla a armar.
Grande fue mi sorpresa cuando al fondo de la cama vi un enorme
“alacrán”, de color marrón amarillento, que estaba enroscado
buscando el calor. Inmediatamente grité y todos los compañeros
saltaron de sus camas para verlo. Con mucho pánico cada uno de
ellos comenzó a desarmar sus camas, por las dudas que hubiera
alguno más en la habitación. Según los comentarios, estos
animales tienen un veneno muy fuerte que ataca rápidamente el
sistema nervioso y puede ser mortal si no se aplica el antídoto a
tiempo. La gravedad de la situación era que la Villa estaba ubicada
en plena montaña con caminos poco accesibles, y el pueblo más
cercano estaba a treinta kilómetros. Como siempre se dice “fue una
desgracia con suerte”. No me podía imaginar el momento, si
estiraba mis piernas y lo tocaba con mis pies. Fue una gran
experiencia de vida que pude compartir in situ con mis
compañeros.
~ 62 ~
A partir de ese hecho, todos los días, cada uno de nosotros, le
dedicamos unos minutos para desarmar y armar las camas,
revisando todo con mucho cuidado.
Al fin de la semana se realizó el cierre del curso, donde cada uno
de nosotros tuvimos que presentar toda la información recabada
en el campo antes los profesores y las autoridades del Complejo
Hidroeléctrico. Luego, por la noche tuvimos el privilegio de
escuchar una orquesta de cámara italiana, invitada para este
evento.
En este sentido disfrutamos mucho de la buena música en un
ambiente muy agradable y de luces suaves, a pesar de nuestro
cansancio acumulado durante largas jornadas de trabajo. En un
momento de silencio total en el recital, donde los músicos se
preparaban para el próximo tema, escuchamos un ronquido muy
fuerte que provenía de los asientos delanteros. Buscamos con la
mirada el origen de ese sonido tremendo y lo vimos a nuestro
compañero peruano Salgado, que dormía profundamente y
roncaba como una corneta. Rápidamente lo despertaron de un
suave “codazo” y se escucharon las risas en toda la sala. Fue un
momento risueño en un ambiente muy cordial donde se compartió
y disfrutó una música maravillosa en un ambiente fantástico de los
Andes de Venezuela.
A la mañana temprano debíamos iniciar el regreso a Mérida.
Teniendo en cuenta todos los problemas que tuvimos en el viaje de
ida, pensé una estrategia para no tener que viajar en un jeep y
~ 63 ~
menos ocupando los asientos traseros. En el acto de clausura
estuvo presente el ingeniero Carlos Grassi, colega de Mendoza,
Argentina y Director del CIDIAT, un centro de estudios de la OEA
con sede en la ciudad de Mérida. Con toda intención, durante el
desayuno y previo al regreso, me senté en su mesa y conversamos
sobre algunos recuerdos de nuestro país, considerando que Grassi
estaba viviendo en Mérida hacía doce años. En ese momento, muy
gentilmente, Grassi me propuso que lo acompañe en su auto,
ofrecimiento que acepté rápidamente sin pensarlo mucho.
Posteriormente iniciamos el regreso a Mérida, yo muy
cómodamente sentado en el asiento delantero, acompañando a
Grassi. El viaje fue mucho más placentero y hasta tuve tiempo de
admirar los espléndidos paisajes montañosos que recorrimos
durante el largo viaje.
Por la tarde, por fin llegamos a Mérida y por la noche pude
cenar con mi familia, después de dos semanas de estadía en Los
Andes. Esta fue una gran experiencia de vida y ese viaje a Uribante
sigue vivo en mi memoria, con un gran intercambio de
conocimientos, en lo profesional y en lo humano.
~ 64 ~
Pérdida del maletín en Mérida
Trabajando en el INTA, en enero de 1982 tuve la oportunidad
de viajar a Venezuela para realizar un Maestría en Manejo de
Cuencas. Por ese motivo me instalé con mi familia en la ciudad de
Mérida, bella ciudad ubicada en la terraza del río Chama, en Los
Andes venezolanos a 1800 metros sobre el nivel del mar. Por su
ubicación su clima es ideal con una primavera permanente.
Por este motivo alquilé un amplio departamento en la
urbanización Las Américas, con una vista magnífica del Pico
Bolívar y Pico Espejo, los más altos del país, con una altura de
cinco mil metros y su cumbre cubierta por nievas eternas. Existe
un teleférico que recorre la distancia desde la ciudad hasta los
picos, en alrededor de cincuenta minutos, realizado en cuatro
etapas, siendo el más alto y largo del mundo; este viaje es realizado
permanentemente por los habitantes de la ciudad y numerosos
turistas del país y del exterior. Con los escasos ahorros que tenía
pude comprar un pequeño automóvil Volkswagen 1965,
escarabajo de color blanco, que fue muy importante para realizar
las múltiples actividades desarrolladas durante mi estadía.
Siempre llevaba conmigo un pequeño maletín rojo de cuero, de
veinticinco centímetros de ancho y cuarenta y cinco centímetros de
largo, donde guardaba todos los cuadernos con los datos de campo
y los análisis del laboratorio, una verdadera reliquia de
información, a pesar que dichos cuadernos estaban muy
~ 65 ~
arrugados, gastados y bastante sucios de tierra por los trabajos
realizados en el campo.
Mis estudios de postgrado los realicé en la Facultad de Ciencias
Forestales de la Universidad de Los Andes (ULA) y en el Centro
Interamericano de Desarrollo de Aguas y Tierras (CIDIAT),
dependiente de la Organización de Estados Americanos (OEA).
La rutina diaria durante el periodo de mi estadía (1982-1984)
era por la mañana temprano viajar a la facultad ubicada en la zona
de Chorros de Milla, en un hermoso ambiente de montaña y
mucha vegetación tropical y bosques de pinos. Por la tarde noche
regresaba a mi casa y allí compartía mi tiempo con Mercedes y mis
hijas, María Soledad, María Laura y María Paula; luego estudiaba
hasta la medianoche. Los fines de semana aprovechaba para salir
con mi familia y visitar los distintos paisajes de Mérida y sus
alrededores, con grandes cambios en la temperatura y la
vegetación en función de la altura, pudiendo pasar de un ambiente
muy frío a tres mil metros de altura hasta la selva tropical a nivel
del mar. Las salidas a las localidades coloniales de Lagunilla,
Santo Domingo, Ejido, Bailadores y Mucujún, eran frecuentes en
mis tiempos libres.
Durante esta larga estadía, a principios de 1984, mi familia
regresó a Buenos Aires por problemas económicos, y me quedé
sólo, motivo por el cual, decidí alquilar otro departamento
conjuntamente con mi amigo y colega cordobés, el “tano” Mateo
Puiatti, que realizaba también su maestría en Mérida. A partir de
~ 66 ~
ese momento ambos nos apoyábamos cada vez que alguno de
nosotros tenía algún “bajón” anímico. Además de estudiar tuve
que aprender a cocinar y hacer las tareas de la casa.
A partir de este momento, mi rutina era viajar temprano para la
facultad, ubicada en el otro extremo de la ciudad, regresar al
mediodía para almorzar algo “frugal”, descansar unos minutos,
para regresar a la facultad, hasta entrada la noche, donde
regresaba a mi departamento. Por suerte tenía mi pequeño
automóvil Volkswagen, que me transportaba a todos lados, con
una “nobleza” sin par.
El sábado 4 de febrero, al mediodía, regresando a mi
departamento, pasé primero por el abasto (despensa) con el fin de
comprar alimentos. Posteriormente llegué a mi departamento y
estacioné mi auto en la playa abierta de estacionamiento, ubicada
junto al edificio. Luego con las bolsas de la compra a cuestas, subí
hasta el departamento, ubicado en el primer piso. Allí realicé la
rutina diaria del almuerzo, un pequeño descanso y tomar el
maletín rojo que siempre lo colocaba sobre un sillón del comedor,
para luego regresar a la facultad con mi escarabajo.
Pero ese día la rutina se vio alterada, el maletín rojo no estaba
en su lugar… Inmediatamente le pregunté a Mateo si lo había visto
y me respondió que yo no lo traía en la mano cuando había
llegado. Si bien me intranquilicé un poco, pensé que lo había
dejado en el auto y bajé rápidamente hasta el estacionamiento
para verificarlo. Recuerdo que fue una decepción muy grande no
~ 67 ~
encontrar el maletín en el escarabajo. Ante esta inesperada
situación, comencé a preocuparme aún más, aunque traté de
mantener la calma, recordando que durante esa mañana había
estado en la sede administrativa de la universidad y de compras en
el abasto.
Inmediatamente, salí en busca del maletín rojo, yendo primero
a la sede administrativa de la universidad. Allí vi que ya estaba
cerrada por ser sábado; a través de la puerta de vidrio divisé a un
guardia al cual le pregunté si había un maletín sobre algún
escritorio y su respuesta fue negativa y que preguntara luego del
fin de semana. Posteriormente me dirigí al abasto, donde recibí la
misma respuesta, el maletín se había “esfumado”. Siguiendo el
consejo del amigo y colega paraguayo Pedro Molas, concurrí al
diario Frontera, el más importante de la ciudad, que publicó una
nota sobre el “extravío” del maletín y el ofrecimiento de una
recompensa de quinientos dólares por su devolución. En realidad
sólo me interesaban los cuadernos, con la información
imprescindible para escribir y terminar mi tesis de graduación; su
pérdida representaba para mí prolongar mi estadía durante seis
meses más, con su consiguiente costo económico.
Con el tiempo mi intranquilidad se transformó en angustia y
tuve que pasar todo ese fin de semana pensando en el famoso
maletín. Esa misma noche llovió todo el tiempo y no pude dormir
pensando que los cuadernos, con toda la valiosa información
obtenida en el laboratorio y en el campo, sin ningún valor para
~ 68 ~
otro que no fuera yo, estarían desparramados en algún barranco y
destruyéndose con la lluvia.
El lunes siguiente por la mañana, regresé a la facultad y le
comenté lo ocurrido al director de la Maestría, el ingeniero Edgar
Hernández y el director de tesis, el doctor Wilfredo Franco,
quienes trataron de tranquilizarme. Sin ninguna novedad
transcurrieron varios días, aumentando mis dudas sobre el posible
“robo” del maletín en lugar de la pérdida, como había pensado
inicialmente.
Fue el jueves 9 de febrero, cuando luego de bajar del
departamento, subí al auto y una persona joven, se me acercó y me
preguntó si había perdido un maletín, al cual, inmediatamente le
respondí con énfasis que lo vaya a buscar, si es que lo tiene en su
poder. El joven se aleja rápidamente y se pierde entre los
edificios… Unos minutos más tarde, regresa con el famoso maletín
rojo, ¡no podía creer que lo había recuperado! Luego del lógico
desconcierto, subí a mi departamento a buscar y entregar la
“recompensa” prometida. La odisea había terminado y esa noche
dormí profundamente, la vida continuaba…
Durante el año 1984 proseguí con mis estudios y con mucho
esfuerzo pude elaborar y presentar en el mes de abril mi trabajo
final de tesis, con lo cual obtuve mi título de Maestría en Manejo
de cuencas hidrográficas, contando con el apoyo incondicional del
ingeniero Wilfredo Franco, en carácter de director de dicha tesis.
~ 69 ~
Posteriormente, y siguiendo los consejos de Wilfredo, realicé
una gira de una semana por la isla de Margarita, que significa
perla en latín, ubicada en el mar Caribe, frente a las costas del
norte de Venezuela, donde pude disfrutar del mar cálido y de las
playas extensas de la isla. Aquí realicé un viaje en lancha por la
laguna de La Restinga, que en realidad es una gran entrada del
mar en la isla. En la laguna encuentre un bosque de manglares,
que son especies vegetales que pueden vivir prácticamente dentro
del agua del mar, con altas concentraciones de sales. Estas plantas
tienen un sistema especial en las raíces que le permiten “respirar”
en ese ambiente. Aquí pude observar gran cantidad de ostras que
viven sujetas a las raíces aéreas del mangle, y hermosas estrellas
de mar de un color rojo intenso.
Unos días después, visité la reserva natural de Canaima,
enclavada en un paisaje de selva amazónica del sur de Venezuela,
sobre la costa del lago del mismo nombre. En esa reserva existía
un muy buen servicio de cabañas y un restaurante donde era
posible degustar comidas típicas del lugar como “hallacas”,
preparadas con una masa de maíz, rellenas con carne de res y
cerdo y envueltas en hoja de plátanos, muy similar a los tamales
del norte argentino, como también el plato típico de frijoles con
arroz y “aguacate” (palta). En esos días además aproveché para
beber buena cerveza, ron y jugos de fruta de piña, guanábana,
“lechosa” (papaya), guayaba y mango. También era posible
saborear comidas internacionales, teniendo en cuenta la cantidad
~ 70 ~
de turistas extranjeros, especialmente de Europa y Estados
Unidos, que visitaban la región. Por la mañana, los desayunos eran
muy fuertes, en base a arepas (especie de pan criollo) rellenas con
distintos alimentos como carne picada o queso, y frijoles con
huevos fritos.
Estando en la reserva, algunos más osados, aprovecharon para
visitar el famoso Salto del Ángel, la caída de agua más grande del
mundo, de novecientos metros de altura, que se genera en los
“tepuis”, cerros de rocas areniscas, enclavados en la selva tropical.
La visita a este salto sólo era posible hacerla, acompañado por un
guía nativo, luego de varios días de marcha a través de la selva.
Estos últimos dos viajes que realicé a estos lugares paradisíacos,
fue un premio que yo mismo me atribuí, en retribución por la
intensa actividad efectuada durante más de dos años en mis
estudios en la universidad.
~ 71 ~
Los Nevados, un pueblo mágico
Como recompensa de esta historia tan angustiante relatada
anteriormente, el viernes 10 de febrero pude realizar, un viaje al
pueblo de Los Nevados, una pequeña y aislada población anclada
en la cordillera de Los Andes, a tres mil metros de altura. El pueblo
estaba integrado por una veintena de casas de adobe y una
pequeña parroquia, con muy pocas calles, todas de tierra.
Constituía un lugar de “meditación” para las pocas personas que lo
conocían y podían llegar a este lugar.
Para llegar a Los Nevados, tuvimos que hacer muchas gestiones
y tomar contacto con el señor Almada, la persona capaz de
llevarnos a tan lejano y perdido pueblo. Esta persona vivía en Los
Nevados desde hacía muchos años y además trabajaba en el
teleférico. Los fines de semana, Almada bajaba a la ciudad de
Mérida y allí era posible contactarlo para realizar el viaje; era la
única posibilidad de hacerlo.
Como lo habíamos planeado, el viernes por la mañana, salimos
de la ciudad de Mérida, el grupo de “expedicionarios”, integrado
por Héctor, mi ayudante en el laboratorio, y su hijo Alfredo, el
“tano” Puiatti y quien relata. Por medio del teleférico subimos
hasta la tercera parada, ubicada a tres mil metros de altura; allí
nos estaba esperando el señor Almada y sus dos pequeños hijos,
con varias mulas, encargadas de transportarnos y de llevar bebidas
y alimentos. Allí nos encontramos con una pareja joven de turistas
~ 72 ~
españoles, Rosario y Marcial que también iban a viajar con
nosotros. Posteriormente, Almada ubicó a cada uno de nosotros
en distintas mulas, de acuerdo a la docilidad de los animales y a
nuestro peso. De esta forma, Rosario subió a su mula, la cual
inmediatamente, comenzó a correr y a brincar, logrando voltearla
sobre el terreno, lo que produjo que la española “estallara” en
llanto. Esta situación inesperada, trajo mucha intranquilidad en
todos nosotros, pensando en el largo viaje que nos esperaba, de
alrededor de seis horas, para llegar hasta Los nevados, nuestro
destino final.
Luego de tranquilizar a Rosario y convencerla para que viaje,
ubicándola en una mula más dócil, partimos en caravana rumbo a
Los Nevados. Delante de la caravana caminaba Almada, junto a la
mula madrina, y detrás veníamos el grupo de expedicionarios,
cada uno con su animal asignado. Al final de la columna venían las
mulas cargadas con alimentos y bebidas, y cerrando la fila, venía
uno de los hijos de Almada, a pié, como su padre. El camino era
típico de montaña, muy angosto y pedregoso, mientras las mulas
en general seguían a la madrina, si bien alguna de ellas, en
algunos casos, no respetaban este orden establecido. En este
sentido, una de las mulas, aparentemente por “celos”, no respetaba
su lugar y pasaba a otras mulas, pateando en el vientre del animal
sobrepasado, lo que nos obligaba a levantar nuestras piernas para
evitar el fuerte y ruidoso golpe. Esta situación era muy estresante
para nosotros durante parte del trayecto, debido a que se corría el
~ 73 ~
riesgo de que un animal, con algunos de nosotros arriba, nos
“desbarrancáramos”. Si bien esto último por suerte no ocurrió, nos
mantuvo muy tensos durante algún tiempo, hasta que Almada
envió esta mula “díscola” al final de la caravana, cargada con
alimentos.
Durante el viaje debimos cruzar altas montanas como el pico El
Toro y valles de la cordillera andina y pudimos disfrutar hermosos
paisajes, con variada vegetación y distintos colores de las
montañas que variaban entre el verdoso, amarillento y el rojizo. Si
bien todavía faltaban algunas horas de marcha, ya sentíamos el
cansancio y el efecto del sol que “quemaba” nuestra piel. Por este
motivo, periódicamente, hacíamos una parada para beber agua y
estirar las piernas, especialmente las rodillas, que se “entumecían”
por la falta de movimiento.
Luego de casi seis horas de viaje por caminos “serpenteantes”,
entre subidas y bajadas, divisamos a lo lejos, el imponente y
majestuoso pueblo de Los Nevados, no por su tamaño sino por su
posición en la cima de la montaña, rodeado por la inmensa
cordillera. Por fin llegamos al pueblo y nos alojamos en una
pequeña habitación de material, sin ventanas, Héctor, Alfredo,
Mateo y yo. A pesar de todo estábamos muy felices de haber
llegado y poder disfrutar de ese momento inolvidable. Era para
nosotros muy “atrapante” encontrarnos en un lejano pueblo,
perdido en la cordillera, con acceso sólo a través de angostos y
~ 74 ~
sinuosos caminos de piedra y sin luz eléctrica, que se quedó en la
historia…
Durante el día aprovechamos a pasear por el pequeño pueblo,
mejor dicho “caserío”, y visitar la antigua parroquia, ubicada en
una única plaza del lugar. Luego, con el grupo recorrimos el
pequeño cementerio del pueblo y bajamos al río Media Luna,
donde los lugareños pescan truchas. Una vez al mes, subía desde
Mérida, un sacerdote que daba misa y predicaba el evangelio a los
fieles, lo que significaba un hecho trascendente para el pueblo.
Las comidas eran en una casa de una familia de lugareños, de
paredes de adobe y tejas españolas; en un pequeño ambiente
estaba la cocina, sin ventanas, con las paredes de color negro por
el humo que salía de una vieja cocina a leña. Allí disfrutamos y
compartimos comidas típicas ahumadas en base a trigo, maíz,
queso de cabra, carne de pollo y cerdo; la sopa era infaltable por
las noches, para mitigar el frío.
Luego de la cena, nos retirábamos a nuestra habitación para
compartir con Héctor, Alfredo y Mateo, las experiencias vividas
durante la jornada y contar algunos cuentos y chistes, para
“ocupar” el tiempo hasta la hora de dormir, momento en el cual,
competíamos por las frazadas que eran escasas y muy necesarias
para protegerse de las temperaturas bajo cero durante la noche.
Por suerte, éramos muy jóvenes y no necesitamos ir al “baño”,
porque éste se encontraba afuera, a varios metros de allí, y no era
nada agradable caminar para encontrar el baño con muy bajas
~ 75 ~
temperaturas. A la mañana temprano el canto de los gallos nos
indicaba que debíamos levantarnos, y los que se atrevían, se
bañaban, utilizando una sola ducha con agua fría, en un baño más
frío aún…, era solo para valientes.
Luego de una semana que será imposible de olvidar, llegó el
domingo y nos preparamos para el regreso. El señor Almada
preparó las mulas y nos asignó una de ellas a cada uno de
nosotros. Ya teníamos bastante experiencia en viajar a lomo de
mula y el regreso no sería tan “estresante” como al principio. Antes
de salir, nos recordó que dejemos caminar naturalmente a las
mulas detrás de la mula guía y que no intentemos apurar su paso
mediante el “taconeo” o algo similar. No obstante esta
consideración, entre nosotros existía la idea de apurar el paso y
competir para ir primero en la fila. En la distribución previa de los
animales, a Mateo le tocó en suerte una mula con rasgos de
“caballo” y ni bien comenzamos el viaje, el “tano” le indicó el
camino a su animal, con un sutil “taconeo” y expresando como un
vaquero del oeste, “nos vemos en Mérida…”, logrando que el
animal saliera “disparado” por el camino; en pocos minutos Mateo
y su mula se perdieron en una curva del camino y nosotros nos
quedamos mirándonos con mucha bronca. Inmediatamente,
Almada descargó una risotada y nos tranquilizó expresando:
“Quédense tranquilos que la mula de Mateo se quedará en el
camino esperando al resto…”. Fueron sabias palabras y luego de
un tiempo pudimos ver “allá abajo” en el camino, a Mateo y su
~ 76 ~
mula, parados, “discutiendo” entre ellos. Frente a esta escena se
escucharon nuestras voces estridentes y jocosas que inundaron el
valle y llegaron a los oídos del pobre “tano”. Luego de esta pequeña
historia, retomamos normalmente el camino para llegar a Mérida,
luego de varias horas de marcha. En ese momento celebramos la
llegada y nos abrazamos emocionados por la aventura vivida todos
los “aventureros” que regresábamos “sanos y salvo”: Héctor,
Alfredo, Mateo, Rosario y Pedro.
Esta historia llegó a su fin, con una inmensa carga de sentimientos
encontrados, experiencias inéditas e irrepetibles, que seguirán
viviendo en mis recuerdos. Espero haber transmitido, aunque sea
una mínima parte de todo lo vivido…
~ 77 ~
Un viaje a Misiones con Ildefonso Pla
Trabajando en el Instituto de Suelos del INTA en Castelar,
gestioné la venida a la Argentina del prestigioso investigador
español y especialista en suelos, el ingeniero Ildefonso Pla Sentís.
Este “personaje” de la ciencia del suelo, reconocido a nivel
mundial, trabajaba en la Universidad de Lérida, España. Había
tenido la suerte de conocerlo en Venezuela cuando estaba
realizando mi maestría y él dirigía la Escuela de Posgrado en la
Universidad Central de Maracay.
Por este motivo, en octubre de 1991, Pla Sentís llegó a nuestro
país, en carácter de Consultor. La idea era que Pla pudiera
recorrer y asesorar a colegas argentinos del INTA y de
universidades, como así también a productores rurales, de las
regiones Pampeana y Mesopotámica.
En este sentido, se planificó una gira por las provincias de
Buenos Aires, Entre Ríos, Corrientes y Misiones, donde
viajaríamos con Pla Sentís y con el ingeniero Carlos Irurtia, colega
del INTA. En esta planificación se incluyeron los lugares a visitar,
reuniones a desarrollar y los tiempos necesarios para realizar
todas las actividades programadas; se estimó que el viaje duraría
alrededor de dos semanas.
A mediados de octubre, por la mañana temprano salimos de
Buenos Aires en una Falcon Rural blanca, muy cómoda, para
poder llevar varias valijas y equipos e instrumentos de campo.
~ 78 ~
Nuestro primer destino era la ciudad de Pergamino, ubicada a
doscientos kilómetros al norte de Buenos Aires, sobre la Ruta
Nacional 8. Allí nos reunimos con colegas de la Estación
Experimental del INTA, para discutir el tema de los suelos
regados. La presencia de un especialista como Pla despertó
muchas expectativas, como así también, muchas discusiones;
luego de la reunión, almorzamos en el comedor de la institución.
Posteriormente, viajamos hacia la bella ciudad de Paraná, en la
provincia de Entre Ríos, ubicada sobre las barrancas del río. Allí
nos reunimos con colegas de la Estación Experimental del INTA,
durante varias horas. Luego reiniciamos el viaje para la ciudad de
Santo Tomé, en la provincia de Corrientes, ubicada a alrededor de
seiscientos kilómetros hacia el noreste de Paraná. El camino era
largo y debíamos mantener un buen ritmo para llegar a la ciudad
durante el día.
Con este objetivo, emprendimos el viaje a través de la ruta
Nacional 12, hasta la ciudad de La Paz, en el norte de la provincia
de Entre Ríos, para luego tomar la Ruta Provincial 126 hacia el
este y entrar a la provincia de Corrientes. Esta última ruta era de
tierra, pero ancha y estaba en buenas condiciones. Durante el largo
trayecto, podíamos disfrutar del paisaje, con grandes extensiones y
campos de vegetación natural y altos “pajonales”, típicos del sur de
la provincia. Era frecuente ver “pastando” gran cantidad de ganado
vacuno y ovejas, desparramados en esos campos inmensos, donde
era muy difícil divisar algún alambrado. La tarde era muy calurosa
~ 79 ~
y húmeda y no teníamos aire acondicionado, motivo por el cual,
viajábamos con las ventanillas bajas, que lógicamente, no era
ninguna solución.
Continuamos el largo viaje, hasta la ciudad de Curuzú Cuatiá
como destino final, con la idea de poder almorzar algo, teniendo en
cuenta que existían muy pocas poblaciones en esa región,
prácticamente despoblada. En un momento dado, Pla sintió la
necesidad imperiosa de hacer detener la marcha del vehículo, para
responder a sus necesidades de orinar; bajó presuroso y se perdió
entre los altos pajonales de la banquina. Posteriormente,
retomamos la marcha y comenzamos a saborear unos buenos
mates dulces (a Pla no le gustaba los amargos).
Luego de un tiempo el largo viaje ya empezaba a cansarnos por
la monotonía del paisaje. Pla quería ver algún gaucho o paisano
típico de esas regiones, pero se sentía “frustrado” hasta el
momento. Ante esta situación, con Carlos, no teníamos respuesta.
Pero luego de un tiempo, se divisaba a lo lejos del camino, una
figura borrosa, que parecía humana. A medida que nos fuimos
acercando…, pudimos descubrir que realmente ¡era una persona!
Parecía una cosa de “mandinga”, era realmente un paisano
correntino, como Pla quería ver. Esta persona eras algo preparado
por el destino: un paisano correntino típico: sombrero de copa
chata, pañuelo al cuello, faja vasca negra, bombacha amplia
blanca, alpargatas negras y poncho al hombro, resultado de la
~ 80 ~
“alquimia” de las culturas aborígenes (charrúas y guaraníes),
española y africana.
El paisano nos hizo señas y detuvimos el vehículo.
Inmediatamente nos preguntó: “¿Van para Curuzú?”, a lo cual le
respondí: “¡Sí, vamos para Curuzú!”, le abrí la puerta del vehículo,
y le dije: “Suba abuelo, vamos para allá”. El paisano asomó su
cabeza dentro del automóvil y observó las caras desconocidas de
las personas y muchas valijas… Su respuesta no se hizo esperar:
“Yo con ustedes, no voy, porque no los conozco…”, mientras se
alejaba del vehículo “reculando”, con cara de desconfiado. Fue un
momento de emociones intensas para el momento pasado.
Conversamos risueñamente entre nosotros y reiniciamos la
marcha, viendo como la imagen del paisano se iba alejando, tal vez
esperando algún “conocido” que lo lleve a Curuzú, como era su
deseo.
Luego de un tiempo llegamos a Curuzú Cuatía, una típica
ciudad del sur correntino. Aquí se encuentra la Plaza General
Manuel Belgrano, con el monolito que indica el lugar de
asentamiento de Belgrano cuando llegó con sus tropas y fundó
esta ciudad el 16 de noviembre de 1810. Los guaraníes ya la
conocían como Curuzú Cuatiá, pero las corrientes conquistadoras
del norte y los jesuitas que venían de la costa del Uruguay, la
llamaron Posta de la Cruz.
Allí decidimos almorzar algo típico del lugar. Encontramos un
comedor bien criollo, con piso de cemento, mesas y sillas de
~ 81 ~
madera donde el tiempo había dejado su huella. Era el lugar que
queríamos encontrar para que Pla pudiera disfrutar, y nosotros
también; ni bien llegamos, nos recibieron con una maravillosa
música de “chamamé” de Tarragós. En ese ambiente maravilloso,
disfrutamos de un asado correntino a la parrilla, acompañado con
mandioca, y dulce de mamón con queso de cabra, de origen
guaraní; además bebimos un buen vino, pero con moderación,
porque debíamos continuar el viaje.
Luego del maravilloso momento que habíamos pasado,
continuamos el camino, hasta encontrar la Ruta Nacional 14 que
corre hacia el norte sobre el río Uruguay. El trayecto era muy
pintoresco, entre plantaciones forestales y cítricos que
perfumaban el aire, pasando por Paso de Los Libres y Yapeyú.
Esta última ciudad fue cuna del nacimiento del general José de
San Martín, “Libertador de América”, el 25 de febrero de 1778, en
una misión jesuítica situada a orillas del río Uruguay.
Posteriormente, y luego del largo viaje, arribamos, entrada la
noche, a la ciudad de Santo Tomé. En ese lugar, los jesuitas se
instalaron en 1963, pero en 1817 el pequeño poblado fue
incendiado por el general Chagas al mando de tropas portuguesas.
Recién en el año 1863 la ciudad de Santo Tomé fue refundada
oficialmente. Cansados por el largo viaje, decidimos dormir en
dicha ciudad y nos alojamos en el hermoso hotel del ACA de Santo
Tomé. En realidad no pudimos dormir en toda la noche por el
~ 82 ~
“croar” de escuerzos que estaban en la piscina del hotel, junto a
nuestras habitaciones.
Al otro día, por la mañana temprano, partimos rumbo a la
ciudad de Posadas, Misiones, con la idea de visitar campos de
productores y analizar algunos suelos “rojos” de esa provincia.
Transitamos por la Ruta Nacional 14, hacia el norte, llegando a a
la ciudad de Valentín Virasoro, donde recorrimos varios campos
de productores, en una zona muy rica con cultivos como yerba
mate, te, tabaco y plantaciones forestales. Es diferentes reuniones
se intercambiaron experiencias muy valiosas con el Pla Sentís.
Varias horas después, emprendimos el camino hacia Posadas. El
cielo comenzó a nublarse y se observaba en el horizonte un frente
de tormenta, mientras la noche nos daba la bienvenida. En un
momento del camino, con una ruta poco señalizada, lloviendo y en
una noche oscura, transitamos por la mano contraria, con el objeto
de pasar un camión con acoplado, que circulaba lentamente,
transportando leña y postes; con este propósito, en el acoplado se
habían colocado unas rejas precarias, para aumentar su capacidad
de transporte, alcanzando varios metros de altura. En un momento
dado, iniciamos el “sorpaso” y al momento que estamos pasando
por la mitad del acoplado, sentimos un ruido muy fuerte, como
una explosión, lo que provocó un movimiento peligroso de la rural.
No entendíamos bien lo que había ocurrido y el conductor Carlos,
logró con mucha fortuna, dominar el auto y evitar el choque con el
camión.
~ 83 ~
Inmediatamente, detuvimos la marcha y estacionamos en la
banquina de la ruta, mientras el camión hacía lo mismo unos
metros más adelante. Pudimos observar que nuestro vehículo tenía
el capot destrozado pero no podíamos inferir que había pasado.
Posteriormente fuimos en busca del conductor del camión, quien
nos dijo que se había caído una rueda con la llanta, que llevaba
sobre la enorme “pila” de leña, desde varios metros de altura. Esta
era la causa de esa gran “explosión” que habíamos escuchado. No
se encontraba la rueda; había rodado varios metros y caído a la
banquina, llena de pastos altos.
En ese momento increpamos al “camionero” sobre la
inconsciencia de llevar una cubierta sin sujetar, transitando por la
ruta. Su respuesta no se hizo esperar: “pensaba entrar en el
próximo pueblo, que está a pocos kilómetros, y emparchar la
rueda”. Aceptamos la explicación, no había mucho para hacer…
Luego del accidente “frustrado”, reiniciamos la marcha en busca
de San Carlos, el pueblo más próximo, de poco más de dos mil
habitantes, con el objeto de realizar la denuncia policial. Al llegar a
la “comisaria” del pueblo, como era sábado, no nos tomaron la
denuncia, mientras saboreaban un mate caliente, y nos
recomendaron hacerla al regreso. Como no teníamos muchas
alternativas, nos retiramos del lugar y retomamos la ruta. A pocos
kilómetros de allí, tomamos la Ruta Nacional 105, con destino a la
ciudad de Posadas, cruzando de la provincia de Corrientes hacia
Misiones. Llegamos cerca de las diez de la noche a la ciudad,
~ 84 ~
donde nos comunicamos telefónicamente con el ingeniero
Santiago Lacorte, Director Regional del INTA Misiones. Lacorte
nos había reservado una habitación en el hotel Posadas, de “lujo”,
para Pla y en el hotel City para Carlos y yo. Como estábamos
“extenuados” por las peripecias vividas en el largo viaje, decidimos
ir a cenar con Santiago y preparar la gira de campo para los días
venideros, en la provincia de Misiones.
Al otro día, por la mañana temprano, emprendimos el viaje
hacia el sudeste, a la localidad de Cerro Azul. Poe este motivo
viajamos por la Ruta Nacional 12 hasta Candelarias, para luego
tomar la Ruta Provincial 3 primero, para luego por la Ruta
Nacional 14 pasar por Cerro Azul y finalmente llegar a la Estación
Experimental Agropecuaria del INTA en la localidad de Leandro
Alem.
Luego de una breve reunión con colegas del INTA local,
iniciamos la recorrida por distintos campos de productores
agropecuarios, con cultivos de cítricos, yerba mate, té, algodón,
maíz, soja, y plantaciones forestales de pinos y eucaliptus,
realizando reuniones periódicas de intercambio de conocimientos.
Posteriormente transitamos por la Ruta Nacional 12, rumbo
hacia el este, pasando por numerosas localidades, entre ellas, San
Ignacio, Montecarlo, El Dorado y Puerto Esperanza, para
finalmente tener la hermosa recompensa de llegar a las
maravillosas Cataratas del Iguazú, que pudimos disfrutar con Pla
y Carlos. Al día siguiente iniciamos el largo viaje de regreso a
~ 85 ~
Buenos Aires, recordando las experiencias vividas que quedaron
grabadas en nuestra memoria y en la de Pla, con el cual, luego de
varios años de viajes de trabajo que realizamos entre Argentina y
España, seguimos alimentando una gran amistad, que perdura en
el tiempo.
~ 86 ~
Un viaje fantástico a Solentiname, Nicaragua
En el año 1995 realicé un viaje de trabajo profesional como
Consultor a Managua, Nicaragua, a través de un Programa de
cooperación internacional de la Cancillería Argentina.
Nicaragua es un país largo y angosto, con extensas costas en el
Pacifico y en el Atlántico, de clima tropical y con abundantes
lluvias que pueden alcanzar diez mil milímetros al año. Managua,
su actual capital, se ubica a ochenta km de la costa del pacífico; allí
el calor húmedo es insoportable durante todo el año y la
temperatura supera con frecuencia los treinta y dos grados
centígrados. Es imposible vivir sin aire acondicionado.
Un fin de semana programé junto con Jorge, otro colega
argentino, un viaje de aventura al archipiélago de Solentiname, en
el inmenso Lago de Nicaragua. Este lago tiene alrededor de
doscientos kilómetros de largo y cuarenta de ancho, con una
profundidad de hasta doscientos metros; la leyenda menciona la
presencia de grandes tiburones de agua dulce. Este lago se
comunica con el océano Atlántico (Mar Caribe) a través del río San
Juan, límite con Costa Rica. Solentiname es un centro importante
de la cultura de Nicaragua; allí nació la pintura Primitivista con
colores intensos en base a pigmentos extraídos de raíces y flores de
plantas nativas de la selva. Con el objetivo del viaje, alquilamos un
jeep cuatro por cuatro, con aire acondicionado. El chofer se
llamaba Pedro y trabajaba en la Universidad. El viaje era largo y
~ 87 ~
también riesgoso, teniendo en cuenta la existencia de grupos
aislados de guerrilleros en esa zona.
Al día siguiente salimos de Managua a las cinco de la mañana
para no sufrir tanto el calor. La ruta era de asfalto relativamente
buena hasta que llegamos a la ciudad de Granada, antigua capital
del país; es una ciudad muy bella, de tipo colonial. A partir de aquí
fuimos transitando por el borde del lago, en un camino cada vez
más deteriorado, hasta transformarse en un sendero estrecho y
rocoso, rodeado de una selva densa. Por este motivo, en este
último trayecto teníamos que ir muy despacio y con el peligro de la
aparición de gente que disfruta de lo ajeno.
Luego de cinco horas de viaje llegamos a San Miguelito, un
viejo pueblo ubicado sobre la costa del Lago, con un embarcadero
de madera, muy precario. Allí nos debía esperar una pequeña
lancha para llevarnos hasta el archipiélago, pero nadie nos estaba
esperando. Después de esperar casi una hora decidimos que Jorge
y Pedro fueran al pueblo a llamar por teléfono a la dueña del único
hotel existente en la isla Mancarrón.
Mientras tanto, me quedé a cuidar el jeep con todas las valijas,
dinero y documentos (Jorge regresaba a Argentina el lunes
temprano). En un momento estaba junto al embarcadero, mirando
el movimiento de las lanchas, cuando apareció una persona con la
cara tapada con un pañuelo. Parecía un delincuente del lejano
oeste, que venía hacia mí, vaya a saber con qué intenciones. Me
puse muy nervioso y comencé a transpirar, pero por fortuna el
~ 88 ~
presunto delincuente pasó junto a mí y se encaminó hacia el
embarcadero. En ese momento apareció una persona del lugar,
español él, que vivía allí y trabajaba en un aserradero. Ante mi
pregunta sobre la situación, me contestó que no me preocupe
porque esa persona era el dueño de un hotel sobre el lago y sufría
de una enfermedad alérgica. Respiré aliviado del momento
angustioso que pasé. En ese momento regresaron Jorge y Pedro
con la novedad que en poco tiempo, llegaría la lancha a buscarnos.
A las once de la mañana llegó la tan esperada lancha, con
Julián, su conductor. Era una pequeña lancha con motor fuera de
borda. Ante nuestra pregunta por la demora, Julián nos comentó
que en el viaje lo había sorprendido una fuerte tormenta y tuvo
que refugiarse en una isla, para luego continuar el viaje. Esto nos
puso muy nerviosos pensando en nuestro viaje pero subimos los
equipajes y partimos rumbo a Mancarrón, la única isla habitada
del archipiélago.
El viaje fue muy placentero, disfrutando del paisaje maravilloso
del inmenso lago y sus numerosas islas con abundante vegetación.
Luego de una hora de viaje llegamos a nuestro destino, la isla
Mancarrón; allí nos estaba esperando la señora Nubia Arcia,
dueña del único hotel del archipiélago.
Además de la isla Mancarrón, estaban las islas del Venado y de
Los Monos, entre varias otras. Allí se encontraba un hermoso
hotel, con cabañas de amplios ventanales, rodeados de frondosa
vegetación. La isla estaba ocupada por algunos pequeños caseríos
~ 89 ~
de nativos, que realizaban pinturas primitivistas y tallas de
madera, aprovechando la gran variedad de especies arbóreas y
pigmentos obtenidos de raíces y flores.
Al día siguiente, domingo, realizamos con Alfredo una
excursión al río San Juan y al famoso Castillo del mismo nombre.
Viajamos con Sirkka Lonka, prestigiosa profesora de pintura de
Finlandia, que estaba dictando un curso para los nativos, y María
Elena, profesora nicaragüense, nacida en la isla. Completaban el
viaje Julián y Pablo, responsables de la lancha.
Luego de casi una hora de viaje por el lago, llegamos al
embarcadero del pequeño pueblo de San Carlos, ubicado en el
extremo este de dicho lago y el nacimiento del río San Juan. Allí
cargamos dos tambores con combustible para el largo viaje que
debíamos realizar. Posteriormente, continuamos navegando por el
río, ancho y caudaloso, límite entre Nicaragua y Costa Rica.
En este viaje, navegamos por el río durante tres horas, sufriendo
continuos chaparrones que nos obligaron a taparnos con una gran
lona que teníamos disponible. Por último llegamos al Castillo de
San Juan, antigua defensa española, construido para controlar a
las embarcaciones inglesas que llegaban desde Jamaica,
remontaban el río y saqueaban a la ciudad de Granada, antigua
capital, ubicada en el extremo oeste del lago de Nicaragua. De
esta forma el corsario galés, Henry Morgan, desde la isla de
Jamaica asediaba las posesiones españolas del mar Caribe y tomó
el control del Castillo en varias ocasiones.
~ 90 ~
Al mediodía pudimos almorzar en casas de lugareños, muy
humildes pero muy cálidos. Disfrutamos sabrosos platos con
pescado y camarones del río. Luego dispusimos de un par de horas
para recorrer el caserío y la costa. La idea de Julián era estar a las
dos de la tarde en la lancha para el regreso. Si bien muchos de
nosotros regresamos a ese horario, otros no lo hicieron y nos
demoramos casi dos horas en partir. Esto produjo el enojo y los
gritos de Julián, que pretendía llegar de día a la isla Mancarrón.
El viaje de regreso por el río San Juan fue normal y placentero,
pero Julián estaba nervioso e intranquilo por la demora en la
partida. Luego de varias horas de navegación, llegamos a San
Carlos y allí cargamos combustible lo más rápido posible porque
se venía la noche; inmediatamente iniciamos la navegación del
lago. Al principio no hubo problemas porque el “camino” estaba
indicado por boyas iluminadas, pero luego, sólo se veía agua y la
oscuridad de la noche era marcada. Al poco tiempo comenzó a
soplar viento y una fuerte tormenta nos obligó a taparnos con la
única lona disponible. En ese momento nos enteramos que no
había salvavidas, ni bengalas ni radio, ni una miserable linterna.
En un primer momento las bromas entre nosotros eran frecuentes,
referidas a la temperatura del agua que era muy agradable en
superficie, pero muy fría en el fondo. Jorge tenía una pequeña
“linternita” que parecía de juguete pero que nos servía para
identificar desde la proa, troncos y objetos flotantes que eran
peligrosos. La noche era cerrada y era imposible ver a más de un
~ 91 ~
metro de distancia. La situación comenzó a ser cada vez más
crítica, las bromas desaparecieron y nadie hablaba. Todo era
silencio, mientras la noche y la tormenta se daban la mano…
En ese momento, el rumbo de la navegación se había perdido
debido a que no había visibilidad por la tormenta que se hacía muy
intensa. El momento más tenso para nosotros, los novatos, fue
cuando María Elena discutió con Julián sobre el rumbo tomado,
que no parecía el correcto. La decisión fue detener el motor y
decidir lo que hacer. El intenso movimiento pendular de la lancha
y lo oscuro de la noche, nos daba una sensación de desamparo. No
había forma de orientarse y cualquier error en la dirección nos
llevaría lago adentro, con todos los peligros que esto significaba.
En un momento, la voz de María Elena sonó como un trueno,
indicando con la mano la posible “dirección correcta”; esto parecía
sólo una idea divina. Luego se encendió el motor y la lancha
comenzó a navegar velozmente con destino incierto. Al poco
tiempo, vivimos la experiencia más dramática de esta aventura,
cuando vimos, a pocos metros, una gran luz de un reflector de un
barco pesquero que estaba parado o en movimiento; nunca lo
supimos. Solo vimos que pasamos muy cerca de él, casi pegados, a
gran velocidad. Esto pudo ser una catástrofe si pensamos en un
choque contra semejante barco. Podríamos haber chocado y
estaríamos en el fondo del lago a doscientos metros de
profundidad; el terror nos paralizó a todos por un momento.
Continuamos el viaje con mucho miedo, sin rumbo cierto, la lluvia
~ 92 ~
y el viento continuaban, nadie hablaba. En ese instante pensé que
me había llegado el momento final y me pregunté: ¿Quién me
mandó estar aquí?, mi pregunta no tuvo respuesta…
Pero la suerte o un ángel de la guarda nos iluminó y la
tormenta finalizó y al poco tiempo, en la noche oscura, empezamos
a ver el cielo estrellado. Al fondo, a varios kilómetros de distancia,
se podían divisar el perfil de las islas dibujadas en un fondo más
claro del cielo. Se veía una pequeña y lejana luz en el horizonte, era
la luz de la única isla poblada. Había cesado la lluvia pero no el
viento que en ese momento soplaba intensamente.
En ese momento grité: “¡Qué inmensa felicidad, estamos
vivos!”. Luego seguimos el rumbo y todo era alegría; llegamos al
muelle de la Isla; eran las nueve de la noche. Allí nos estaba
esperando la señora Nubia, muy angustiada y llorando, por
nuestra dramática tardanza. El viento muy fuerte castigaba las
palmeras de la playa. Hubo abrazos emocionados, la aventura
había terminado. Posteriormente nos reunimos todos en el
quincho del hotel y tomamos cerveza hasta terminar su existencia.
La tertulia fue interminable y las recriminaciones para Julián,
también. Fue una noche extremadamente feliz en una isla
paradisiaca. Nos fuimos a dormir con la sensación de tener una
nueva oportunidad de seguir viviendo…
Pero la historia no había terminado aquí. Al día siguiente,
emprendimos el viaje de regreso a Managua, pero esta vez sería en
avioneta desde el pequeño pueblo de San Carlos, ubicado en la
~ 93 ~
unión del lago con el nacimiento del río San Juan. Llegamos al
pueblo en busca del “aeropuerto” pero fue grande nuestra sorpresa
cuando vimos que era sólo una pista de tierra y una pequeña
construcción de chapas para cobijarnos del sol y la lluvia. Durante
la espera compartimos el tiempo con otros pasajeros del mismo
vuelo, varios de ellos saciaron su sed con abundante cerveza,
especialmente dos de nacionalidad china. Allí esperamos la
avioneta que vino desde Managua y debía regresar nuevamente.
La avioneta era una monomotor a hélice, pequeña, que no daba
mucha seguridad. Además, el piloto de la máquina solo podía
identificarse como tal, por su gorra. Éramos cinco pasajeros y el
piloto. Comenzamos a subir al avión, tratando de acomodar las
valijas y bolsos en el escaso lugar disponible. Jorge tuvo la suerte
de ocupar el asiento delantero, junto al piloto. Mi suerte fue
diferente y tuve que ocupar el último asiento en la cola de la
avioneta. Al cerrar la pequeña puerta, quedé apoyado sobre la
misma, con una sensación extraña de que podría abrirse en
cualquier momento; el momento llegó y la aeronave despegó para
sobrevolar el inmenso lago de Nicaragua.
El viaje por el lago fue a baja altura, pudiendo observar un
paisaje maravilloso de pequeñas islas “verdes” cubiertas por
vegetación de selva, algunas de ellas eran volcanes extinguidos.
Luego de algunos minutos de vuelo, un pasajero chino, muy
corpulento, con muchas cervezas de más y ubicado en el asiento
delante de mí, comenzó a discutir a gritos con el piloto, diciendo
~ 94 ~
que era nacionalizado nicaragüense y mostrando su documento.
La situación se fue poniendo violenta y el enorme chino movía las
manos como aspas de un molino, tratando de explicar al resto de
los pasajeros, entre ellos yo, que era bien “nica”. La posibilidad de
que el pasajero chino pudiera golpear al piloto era grande y
nuestro temor fue creciendo, era como un volcán a punto de
explotar. Por suerte el alcohol pudo más que su resistencia y se
quedó profundamente dormido, roncando todo el viaje. La paz
inundó el avión y así llegamos al fin al aeropuerto de Managua.
Todo había sido una historia con final feliz, que alguna vez pude
contar y escribir.
~ 95 ~
Historia en Los Andes del Perú
Corría el año 1998, siendo investigador del INTA Castelar, viajé
como consultor a Perú. El viaje lo compartí con el colega y amigo
del INTA, Carlos Irurtia.
Viajamos en avión y llegamos al aeropuerto de Lima por la
mañana temprano. Allí nos recibieron autoridades del Programa
Nacional de Manejo de Cuencas Hidrográficas y Conservación de
Suelos (Pronamachcs) del Ministerio de Agricultura del Perú.
Luego nos trasladaron a un hotel en el prestigioso barrio de La
Molina, en la ciudad de Lima, donde nos hospedamos.
Por la tarde nos reunimos en la Sede del Pronamachcs, donde
nos recibieron el ingeniero Carlos Torres Martínez, Director
Ejecutivo del Programa, el ingeniero Antenor Floríndez Díaz y
otros profesionales. Allí conversamos sobre nuestra estadía que
sería de un mes; el ingeniero Martínez sugirió a Díaz, que sería
nuestra contraparte durante la visita, que nos llevara a distintas
localidades de Los Andes, al oeste de Lima. En respuesta a mi
pregunta sobre a qué altura se encontraban esas localidades que
mencionaba, me respondió que todas estaban por encima de los
tres mil metros. Ante esta situación le comenté que si bien yo
había vivido en la ciudad de Mérida, en los Andes de Venezuela a
los dos mil metros, podríamos tener problemas por la mayor
altura, especialmente pensando en Carlos que no había tenido esta
experiencia. La reunión entró en una etapa de diálogo y consultas
~ 96 ~
entre los integrantes, hasta que Martinez decidió que iríamos a la
ciudad de Tarma, ubicada a trescientos kilómetros al oeste de
Lima, que está a una altura de dos mil ochocientos metros. Si bien
esto no era lo mejor, igualmente aceptamos la propuesta.
Por la tarde partimos para Tarma en una camioneta doble
tracción, con Antenor Díaz al volante y como guía de nuestro viaje.
Este sería de alrededor de seis horas, en dirección hacia el oeste,
donde se encuentra la Cordillera de Los Andes. A tal fin iniciamos
el camino y luego de una hora de andar por las planicies de la costa
del Perú, iniciamos un camino sinuoso y en continuo ascenso. Muy
eufóricos por el inicio de esta aventura y de los paisajes que
estábamos disfrutando, se inició una alegre conversación entre
nosotros tres. Luego de dos horas de viaje y ya en el área
montañosa, me sentí un poco mareado y lo mismo le ocurrió a
Carlos; en estas condiciones ya se hablaba poco y nada; Comenzó a
oscurecer y el ascenso era marcado. En esa situación ya no nos
interesaba el paisaje, sólo nuestro mareo y el “apunamiento”.
En ese sentido el camino siguió en plena subida hasta llegar a
los cuatro mil metros sobre el nivel del mar; allí nos encontramos
con una zona de una niebla muy densa y mucho frío; en ese
momento, nuestro estado era calamitoso. Al poco tiempo, siendo
noche oscura, arribamos a uno caserío con viviendas de chapas,
muy precarias, de una mina de oro y plata. La entrada por la ruta
de tierra era muy tétrica, con algunas pocas luces mortecinas en la
oscuridad de la noche. Antenor nos invitó a parar allí para tomar
~ 97 ~
algo y descansar. Bajamos un poco tambaleando y entramos un en
pequeño lugar, digamos bar, de chapas y piso de tierra; sólo había
allí viejas mesas y sillas de madera, llenas de polvo. Nos sentamos
en una mesa y Antenor nos comentó con una sonrisa, que nuestras
caras estaban blancas como la nieve. Esto era lógico porque
estábamos muy mareados. Pedí un baño y me indicaron uno que
estaba afuera en el fondo, con las pocas fuerzas que tenía me dirigí
hacia él. Al entrar al supuesto baño, era sólo un retrete, y el olor
era nauseabundo e inaguantable. Estaba todo oscuro y como oriné
como pude, tratando de centrar el disparo. Luego salí de allí lo
antes posible para no desmayarme. De regreso al bar le comenté a
Carlos, que también iba al mismo lugar, que tratara de hacer todo
rápido para no marearse aún más.
A sugerencia de Antenor, pedimos una taza grande de té de coca
que tenía un olor y gusto no muy agradables, pero era lo único que
nos podía aliviar el mareo. Más tarde salimos de la mina y
reiniciamos el camino a Tarma, nuestro destino final. Por suerte el
té de coca comenzó a hacer su efecto y nos comenzamos a sentir
un poco mejor y con ganas de hablar algo más.
Por fortuna el camino comenzó a descender y nuestro ánimo
mejoró; luego de alrededor de dos horas por fin llegamos a Tarma,
bella ciudad colonial, enclavada en los andes peruanos. Era cerca
de la medianoche y solo parpadeaban las luces tenues de la ciudad.
El frío era intenso y la noche muy oscura. Llegamos al hotel
ubicado frente a la plaza principal y a la vieja catedral. Al llegar
~ 98 ~
bajamos las valijas y nos dimos cuenta que había que subir hasta
un primer piso, por una larga escalera, por suerte con un descanso
en su parte media. No lo podíamos creer, estamos destruidos y
debíamos hacer un súper esfuerzo, para subir esa escalera maldita
de un millón de escalones, con las valijas. Comenzamos la subida y
nuestras piernas no nos respondían, con mucho esfuerzo logramos
llegar al descanso. Estábamos mareados y muy cansados, nuestra
respiración era muy agitada y gracias a nuestro orgullo, subimos el
tramo final y llegamos a la recepción del hotel. Con la poca voz que
nos quedaba le dimos los datos y subimos a la habitación, por
suerte, por ascensor. Esta era amplia y muy cómoda, con un gran
ventanal hacia la calle, con vista a la plaza y la catedral, muy
iluminadas con grandes faroles.
Luego del viaje largo y extenuante, decidimos dormir para
descansar. Pero en la tranquilidad de la noche, escucho los latidos
del corazón en mis oídos, lo cual era insoportable y me impedía
dormir. Traté de ignorarlo y de dormirme, pero era imposible,
aunque todavía no habían llegado todas las sorpresas que nos
esperaban esa noche. Acto seguido escuché las fuertes campanadas
de la catedral que sonaban cada hora durante toda la noche, era
una tortura. Para evitar el ruido, me tapé con la almohada pero el
sonido era muy fuerte. Pero aunque parezca mentira, el calvario
todavía no había terminado. Había una columna de luz de la plaza,
cercana a mi ventana, cuya lámpara estaba con problemas y
prendía y apagaba permanentemente haciendo un sonido o
~ 99 ~
zumbido desagradable; este último se repitió cada treinta
segundos, durante toda la noche. Todo era una tortura, nunca me
había pasado algo igual. En algunos momentos logramos
“dormitar”, vencidos por el sueño y el cansancio, pero gracias a
Dios que el tiempo pasó y la noche terminó. A la mañana
temprano nos despertó la luz del sol en la ventana, parecíamos
“zombis”, con los ojos hinchados, extenuados, y para colmo, había
que salir al campo y reunirnos con los campesinos.
Luego del desayuno en el hotel, Antenor nos vino a buscar y
fuimos a la Agencia de Extensión del Programa en Tarma. Allí
tuvimos una reunión con el ingeniero Gustavo Timaná, Jefe de la
agencia y la ingeniera Liliana Chalca Mesa, entre otros. Liliana
sería nuestra contraparte en la región durante la estadía.
Durante toda la semana recorrimos muchas localidades,
pueblos y caseríos andinos, todos ubicados a alturas superiores a
los dos mil ochocientos metros de Tarma, habiendo llegado hasta
los cuatro mil metros en las localidades de Muylo y Mullucro. Allí
nos reunimos con comunidades campesinas que se dedicaban a la
ganadería (ovejas y cabras), agricultura (trigo, avena, cebada),
utilizando las terrazas Inca por las fuertes pendientes del terreno,
como también cultivos de flores y de huerta en los valles irrigados.
Para poder realizar todas las intensas actividades diarias de
campo, como rutina por la mañana, luego del café con leche,
bebíamos una taza de té de coca. Esto nos permitió desarrollar las
tareas con cierta “normalidad”, caminando despacio y respirando
~ 100 ~
profundamente. En un momento de nuestras recorridas de campo,
teníamos que subir por una pendiente, hasta el lugar donde varios
campesinos estaban construyendo una terraza; recuerdo que con
Carlos llegamos hasta allí con el último aliento y sólo pudimos
darle un apretón de manos, pero debimos esperar unos minutos
para recobrar la voz y saludar a la gente.
Durante mi estadía, muchas veces me preguntaba qué hacía yo allí,
pero al fin del día, mi conciencia quedaba tranquila con el deber
cumplido.
En este momento que escribo y recuerdo, agradezco a la vida
haber tenido la oportunidad de conocer lugares y gente
maravillosa, que alimentó mi alma. Tengo muy en claro que en la
vida, uno sólo se arrepiente de las cosas que no hizo…
~ 101 ~
Viaje a una lejana isla de las Antillas Menores
Siendo investigador del INTA, durante el año 2001 tuve la
posibilidad de viajar a un país desconocido para mí en ese
momento, la república de Antigua y Barbuda, a través de un
Programa de Cooperación Internacional de la Cancillería
Argentina.
Antigua y Barbuda, integran un archipiélago en las Antillas
menores en el Mar Caribe, constituido principalmente por dos
pequeñas islas: Antigua, donde se encuentra su capital, Saint
Johns, Barbuda y una más pequeña aún, la isla Redonda,
ocupando tan sólo cuatrocientos cuarenta kilómetros cuadrados;
limita con las islas de Montserrat, San Cristóbal y Nieves y San
Bartolomé.
Su nombre español se lo dio Cristóbal Colón en 1493, en honor
de la Virgen de la Antigua, cuya imagen se encuentra en la
Catedral de Sevilla, España. Como antigua colonia del imperio
británico, es miembro de la Mancomunidad de Naciones y el
idioma es el inglés, aunque la mayor parte de los isleños usa un
“inglés criollo”, que combina palabras de origen africano y
expresiones propias de los nativos.
Cristóbal Colón desembarcó en su segundo viaje en 1493 y le
dio a la isla el nombre de Santa María la Antigua. Por su parte
Barbuda recibió más tarde su extraño nombre por las “barbas” de
líquenes que adornaban sus palmeras.
~ 102 ~
A los primeros colonos españoles y franceses, sucedieron los
ingleses, quienes formaron una colonia en 1667 al transportar
católicos irlandeses a Antigua. La esclavitud establecida para
trabajar en las plantaciones de caña de azúcar y algodón, fue
abolida oficialmente en 1838 en todas las colonias británicas,
aunque allí persistió hasta el advenimiento de los sindicatos en
1939, pero la independencia del reino Unido fue recién el 1° de
noviembre de 1981.
El 18 de agosto del 2001 por la noche, viajamos vía aérea, con
escala en Panamá, hasta la ciudad de Miami, en los Estados
Unidos. Allí y luego de algunos horas de espera en ese aeropuerto,
volamos en otro avión a Puerto Rico, y desde aquí tomamos un
avión pequeño a turbo hélice que nos llevaría hasta las islas. Este
último tramo fue de alrededor de una hora, en el cual volamos a
muy poca altura y pudimos disfrutar de vista maravillosa de un
Mar Caribe de color verdoso azulado y muchísimas islas; a
diferencia de la excelente comida recibida en los vuelos anteriores,
en esta caso, sólo recibimos un “paquetito” de maníes y otro de
galletitas saladas.
Fue una inmensa alegría la llegada a la isla de Antigua,
pensando que nuestra estadía sería de dos semanas. En el
aeropuerto nos estaban esperando las autoridades del Ministerio
de Agricultura, que serían la contraparte durante nuestra estadía
en ese país. Allí estaba el ingeniero Jerry Fernández, director del
proyecto “Planificación integrada de cuencas hidrográficas”
~ 103 ~
responsable de nuestra estadía en el país. Posteriormente nos
alojamos en el City View Hotel, ubicado en el centro de la ciudad,
cerca de la Catedral principal de la isla.
Por la tarde concurrimos a una reunión para programar las
actividades a realizar durante nuestra consultoría. En dicha
reunión estaban presentes el doctor Keats Hall, representante de
FAO en Jamaica, los ingenieros Jerry Fernández, Rufus Leandre
y Owolabi Elabanjo, de la División de Conservación del Suelo y el
Agua, del Ministerio de Agricultura, entre otros.
Las islas de Antigua y Barbuda tienen un clima tropical
húmedo, con temperaturas altas y constantes todo el año. El
relieve es generalmente ondulado, con algunas serranías, donde se
destaca el pico más alto, el Boggy Peak, también llamado monte
Obama, de cuatrocientos setenta metros de altura, ubicado en
Antigua. Las islas están sometidas a grandes y continuas sequías y
es frecuente el azote de huracanes y frecuentes tormentas
tropicales.
Durante la semana recorrimos Antigua, acompañados por el
ingeniero Fernández y otros colegas del ministerio, evaluando la
problemática productiva agropecuaria. En ella se destacaba la
actividad ganadera con el uso de pastos naturales y cultivados,
como así también la producción de cultivos hortícolas con riego
por goteo, como berenjena, tomates y pimientos, entre otros,
además de papaya, guayaba, naranja, ananá y limón.
~ 104 ~
Las islas tienen el turismo como principal recurso económico,
provenientes de Europa y de los Estados Unidos, siendo diarios los
arribos de grandes cruceros que arriban al puerto de la ciudad de
Saint Johns e invaden las lujosas joyerías, casas de modas y los
numerosos bancos dedicados a la actividad financiera, algunos
como paraísos fiscales. Las playas son numerosas y extensas, con
un mar de un increíble color verdoso azulado y arenas blancas; un
verdadero paraíso natural, no fiscal…
El cultivo de caña de azúcar es muy tradicional en todo el país,
y se adapta muy bien al clima tropical de la isla. Este cultivo fue
implantado por los ingleses en las innumerables islas que se
encuentran en el mar Caribe, como así también en toda nuestra
América. Este proceso vino acompañado del tráfico de esclavos
africanos, traídos principalmente por los ingleses, portugueses y
españoles del África Occidental, de países tales Senegal, Angola,
Nigeria, Guinea, Congo y Ghana.
Con la llegada y conquista de América, por parte de los
europeos, se elaboraron planes de expansión que exigían mano de
obra barata, dando nacimiento al “comercio negrero” desde el
continente africano. Este comercio fue acompañado, en la
mayoría de los casos, por una fuerte ideología racista: los negros
eran considerados seres “subhumanos”, animales o meros objetos,
carentes de alma.
Según estimaciones se cree que hubo entre diez y sesenta
millones de esclavos procedentes de África entre los siglos XV y
~ 105 ~
XIX. Durante la colonización la cifra de esclavos africanos
transportados a América sería de un millón en el siglo XVI, tres
millones en el XVII y en el siglo XVIII llegaría a los siete millones.
Entre 1492 y 1870 se estima que se exportaron esclavos a la
América española para trabajar principalmente en las minas y en
los cultivos de caña de azúcar y algodón. A esto hay que agregarle
un cincuenta por ciento más, de los esclavos fallecidos durante las
capturas y los viajes por el Atlántico.
En el mismo sentido, los árabes también mantuvieron un
importante tráfico de personas esclavizadas africanas, tanto a
través del Sahara como por la costa oriental de África,
fundamentalmente la isla de Zanzíbar.
En relación con esto, casi la totalidad de los habitantes de
Antigua y Barbuda son de raza negra, provenientes de antiguos
esclavos, encontrándose muy pocos europeos de raza blanca. Era
muy llamativo para nosotros occidentales, observar la gran altura
de los pobladores nativos y el “trasero” de las mujeres,
inmensamente grande y con forma de “silla”, capaz de transportar
allí un niño sentado…
Durante la semana mantuvimos una reunión con pequeñas
productoras agrícolas, que se realizó en una escuela rural, donde
hicimos una presentación sobre el tema de aprovechamiento del
agua de lluvia y su almacenamiento en pequeñas represas. En este
caso en especial, fue necesario el trabajo de “enlace” inicial
realizado por un nativo negro, líder de la comunidad, antes de la
~ 106 ~
presentación del ingeniero Fernández (de origen inglés) y
nuestras presentaciones en “inglés”.
El fin de semana aprovechamos para visitar el Museo de la
Esclavitud, a cargo de nativos descendientes de antiguos esclavos,
que le daba a la visita un profundo sentimiento de realismo y
vergüenza de lo ocurrido. Luego visitamos un acantilado donde los
esclavos negros, se suicidaban arrojándose al mar, siendo esta la
única forma de “ser libres”. Posteriormente visitamos el primer
trapiche de caña de azúcar, hoy convertido en museo, donde
trabajaban los esclavos y algunos de ellos, dice la historia,
terminaban sus días en las inmensas ruedas dentadas del
trapiche.
Las islas fueron el refugio de piratas y corsarios que durante los
siglos XVII y XVIII asolaban la región del Caribe y atacaban las
naves españolas cargadas de productos y riquezas provenientes del
“saqueo” de América. El pirata actuaba en forma totalmente libre,
“sin patria” y su bandera negra o roja, era el símbolo de su
libertad, mientras que el corsario se amparaba en una ética y
muchas veces respondía a algún estado o gobierno. De esta forma
fueron personajes célebres: Francis Drake, Henry Morgan y
Barbanegra, entre muchos otros más.
En este sentido, en el Puerto Inglés en de Antigua, se refugiaba
el célebre héroe británico Almirante Horacio Nelson luego de sus
correrías y extendían inmensas cadenas que cerraban la entrada a
dicha bahía, impidiendo la entrada de otros barcos que lo
~ 107 ~
perseguían. Antigua tuvo importancia en las batallas navales de
Inglaterra en las Antillas Menores a principios del siglo XVIII y
ganó importancia cuando el Almirante Nelson tomó el control de
las islas en el año 1784.
Actualmente esta zona del antiguo puerto, está ocupada por el
famoso Parque Nacional Nelson. El Almirante Nelson fue un
marino inglés nacido en Norfolk en 1758, perteneciente a la
Armada Real inglesa, que luchó contra las flotas francesa de
Napoleón y españolas. En un intento por tomar la isla de Tenerife
perdió un brazo en 1797 contra la flota española. Nelson murió en
1805, en su buque insignia “Víctor”, cerca del Cabo de Trafalgar, a
consecuencias de las heridas recibidas por la flota de Napoleón.
Luego de varios años de haber realizado nuestra consultoría a
las lejanas islas de Antigua y Barbuda, con Carlos recordamos
todo las experiencias vividas en un país muy diferente al nuestro,
con orígenes y culturas provenientes de habitantes nativos,
ingleses, esclavos negros africanos y toda su combinación y
matices. Fue una aventura científica y cultural que jamás
olvidaremos.
~ 108 ~
Frío en Cuba
Corría el año 2004 y trabajando en el INTA de Castelar, viajé
como consultor a Cuba a través de un Programa de Cooperación
entre países. Luego de un largo viaje en avión, por la mañana
temprano, llegué a ciudad de La Habana y allí me estaba
esperando como contraparte el doctor Manuel Febles, Director de
Relaciones Internacionales de la Universidad Agraria de La
Habana (UNAH). Una sola noche pude disfrutar de una ciudad
maravillosa, que nos muestra parte del pasado en el presente.
Al otro día viajamos en un jeep ruso, de color negro, muy viejo y
rústico del año 1940, carente de todo que pueda relacionarse con
la comodidad. El viaje era de sólo ciento cincuenta kilómetros pero
duró más de dos horas. Por ser invitado me ofrecieron sentarme en
el asiento delantero, junto al chofer; al poco tiempo de salir de La
Habana, donde el calor era insoportable, comenzó a salir un aire
caliente del motor que inundaba totalmente la cabina y lo hacía
insoportable, parecía que me bajaba la presión. Mis colegas
cubanos me sugirieron abrir las ventanillas, pero fue peor porque
el aire del exterior era aún más sofocante. Por delicadeza traté de
superar ese mal momento y me distraje disfrutando los hermosos
paisajes que recorríamos.
Al mediodía llegamos a la ciudad de Pinar del Río, sede de la
Universidad del mismo nombre y principal región tabacalera del
país. Allí nos estaba esperando el ingeniero José Reynaldo, joven
~ 109 ~
colega, responsable de nuestra estadía en esa ciudad, quién nos
trasladó a un hermoso camping ubicado en el área serrana
próxima, que estaba casi abandonado por estar fuera de la
temporada. Con el doctor Febles nos alojamos por separado en
dos cabañas, para estar más cómodos. Por la noche, fuimos a un
pequeño restaurante en el camping y disfrutamos una sabrosa
cena con comidas típicas del lugar: arroz, frijoles y carne de cerdo,
acompañada por unas cervezas bien heladas, nada mejor. Luego
nos fuimos a dormir y allí empezó una historia impensada.
Al entrar a la cabaña, observé que era de un solo ambiente, con
dos camas y una pequeña mesa. Además había un aparato de
televisión pequeño y muy antiguo. Dentro del ambiente estaba el
baño, sin ninguna puerta ni separación, que lo transformaba en un
baño “publico”; la ducha tenía una sola canilla sin flor, para el
agua fría solamente. El baño lo completaba una pequeña pileta y el
inodoro. Tenía una pequeña ventanita parcialmente abierta, que
no se podía cerrar porque estaba trabada; desde allí se veía muy
cercana, la pared de piedra de la sierra y la vegetación húmeda. El
ambiente tenía una ventana, junto a la puerta de entrada, que
también estaba parcialmente abierta y no se podía abrir ni cerrar.
Inmediatamente comencé a ordenar mis cosas y a preparar el
material para el inicio de las clases al día siguiente. Al poco tiempo
comencé a darme cuenta que no había almohadas ni frazadas,
sólo un par de sábanas. En el baño tampoco había toallas, jabón ni
papel higiénico. La cosa se empezaba a complicar y mucho, pero
~ 110 ~
mi ánimo estaba en un punto alto, y a pesar de todo, disfrutaba mi
estadía en ese hermoso lugar.
Como estaba muy cansado por el lago viaje, miré algo de
televisión en blanco y negro, que tenía solo cuatro canales y mi
sorpresa fue que en uno de ellos había un programa del cómico
argentino Francella. El sueño me empezó a llamar y decidí
preparar la cama con lo que tenía para ir a dormir. Un viejo
pantalón vaquero para el campo me sirvió como almohada. La
habitación estaba fría porque si bien estaba en Cuba, las noches
eran frías por la presencia de las sierras y la abundante vegetación.
Lamentablemente no pude solucionar la falta de frazadas porque
no había llevado nada de abrigo. Antes de salir de Buenos Aires
había pensado: “¿Para qué llevar abrigo en una isla tropical?”,
pero me estaba dando cuenta tarde de mi error. Sólo tenía una
campera muy liviana de nylon que no me servía para esta ocasión.
Como el sueño me vencía, me acosté vestido con las medias
puestas y me tapé con la única sábana disponible. Por la noche la
temperatura comenzó a bajar y sentía un flujo de aire frío que me
envolvía, circulando entre la ventana y la ventilación del baño,
ambas parcialmente abiertas e imposibles de cerrarlas.
A la mañana temprano me despertó la claridad que entraba por
la ventana y el canto de los pájaros. Me levanté de buen ánimo a
pesar de la mala noche que tuve que soportar, pero ¡era un nuevo
día, había que festejar! Fui al baño para hacer mis necesidades y
ante la falta de papel higiénico decidí darme un baño, pero
~ 111 ~
tampoco había jabón ni toallas. Como pude me sequé con algunas
camisetas y remeras, allí todo era posible.
Al poco tiempo sentí la llamada de Manuel que me vino a
buscar para desayunar. Aproveché el momento para contarle todas
mis cuitas y me quedé más tranquilo, cuando a él le había ocurrido
lo mismo. Me tranquilizó diciéndome que hablaría con José para
que no volviera a ocurrir. Nos fuimos a desayunar al pequeño
restaurante donde habíamos cenado la noche anterior. Era
confortable un buen desayuno y un café bien caliente para iniciar
bien el día.
Más tarde nos vino a buscar José, que tuvo que escuchar los
“reproches” de su jefe y amigo, prometiendo que no volvería a
ocurrir. El viaje hasta la Facultad de Agronomía de Montaña fue
muy placentero, pudiendo disfrutar de un paisaje idílico de sierras
amarillas y rojas y grandes elevaciones de piedra areniscas,
llamadas “tepuis”. En este marco se encontraba una exuberante
vegetación de selva, donde predominaban, en los espacios más
abiertos, las palmeras “reales”, muy altas y esbeltas, de tronco bien
recto. En ese paisaje se veían construcciones de madera y techo de
paja, utilizadas para el secado del tabaco, el principal cultivo de la
región, junto con frijoles, mandioca, caña de azúcar, papaya y
mango, entre otros cultivos de la región.
En algunos minutos llegamos a la Facultad ubicada en ese
hermoso marco de la naturaleza. Luego de las presentaciones de
~ 112 ~
rigor por parte de las autoridades, inicié el curso, que duró toda
una semana de acuerdo a lo previsto.
Todos los mediodías íbamos a almorzar a un pequeño caserío
cercano en una vivienda de campesinos, que nos agasajaron con su
presencia y con comidas típicas de la región, sencillas pero
deliciosas, hechas con mucho amor: arroz, frijoles, carne de cerdo
o pollo, jugo de naranja, y pocas veces, cerveza. Todo un disfrute
gastronómico y cultural.
En definitiva, a lo largo del curso tuve la suerte de establecer
estrechos lazos estrechos de amistad con los alumnos y colegas
participantes, además de los conocimientos compartidos. Toda
una historia de vida que aún sigue viva en mis recuerdos, a pesar
de haber transcurrido muchos años de esta cálida historia.
~ 113 ~
Cartagena, ciudad de piratas
En octubre del año 2004 viajé a la ciudad de Cartagena de
Indias, bella ciudad de Colombia, enclavada en la costa del mar
Caribe. El motivo de este viaje fue participar del Congreso
Latinoamericano de la Ciencias del Suelo, para presentar algunos
trabajos que habíamos realizados con otros colegas en el INTA de
Castelar.
La ciudad de Cartagena era una de las ciudades más
importantes de las posesiones españolas en América, y por lo
tanto, una de las más protegidas de los ataques de otros países
como Inglaterra, Francia y Portugal, principalmente, que luchaban
para la obtención de nuevos territorios. Fue construida sobre un
gran pantano que fue rellenado, lo que determina que sea muy
calurosa y húmeda todo el año, casi inaguantable para nosotros. A
partir de su fundación en 1533 y durante le época colonial
española, Cartagena fue uno de los puertos más importantes de
América. Esta ciudad amurallada, con sus castillos y baluartes, fue
declarada Patrimonio Histórico de la Humanidad por la UNESCO
en el año 1984.
Allí me alojé en el maravilloso hotel Santa Clara, el más
importante por su valor arquitectónico, ubicado en la ciudad vieja,
totalmente amurallada y protegida por los permanentes ataques de
corsarios y piratas que en la antigüedad, asolaban las costas de las
colonias españolas. El lugar del hotel era un viejo monasterio
~ 114 ~
construido en 1621, por un tiempo utilizado como hospital de
caridad. En ese hotel pude disfrutar de una habitación muy amplia
y cómoda con un enorme equipo de aire acondicionado, que
mantenía una temperatura muy “agradable” en todo su espacio;
con un amplio balcón podía observar la piscina y al fondo, la costa
del mar Caribe.
Todas las mañanas, bien temprano, realizaba la rutina diaria del
baño y me vestía lo más “liviano” posible, para salir a afrontar el
tremendo calor de la ciudad. Luego caminaba por las angostas
calles de la ciudad, con balcones adornados con malvones y
azucenas, para llegar a desayunar en un pequeño y sencillo lugar,
que me recibía con una brisa fresca de un viejo ventilador de pié;
sobre la misma barra disfrutaba de un sabroso café colombiano
con un trozo de torta de mango y un jugo de piña, siempre bien
cerca del ventilador para evitar la transpiración. Este momento de
“bienestar” eras momentáneo, porque al salir a la calle, el
tremendo calor húmedo, hacía que la camisa se me “pegara” a la
piel. De allí caminaba pocas cuadras hasta llegar al Centro de
Convenciones donde se desarrollaba el Congreso, sobre la bahía
del mar, pero igual llegaba ya todo “transpirado”, y allí debía pasar
por un control riguroso a cargo de la guardia de seguridad y del
ejército, teniendo en cuenta el problema de la guerrilla.
Luego de las jornadas del congreso, aprovechaba, junto con
colegas, a recorrer la vieja ciudad de Cartagena, con su importante
historia colonial, con sus iglesias, joyerías, monumentos, su
~ 115 ~
imponente muralla de once kilómetros a lo largo de toda la
costanera, construida en 1566 con rocas coralinas del fondo del
mar, y el legendario Castillo San Felipe.
El Castillo San Felipe fue una obra de defensa española
construida en 1536 y finalizada en 1657, sobre el cerro de San
Lázaro en el interior de la ciudad, no sobre el mar, una
construcción casi inexpugnable. Resistió numerosos ataques de
fuerzas extranjeras, pero el más importante estuvo a cargo del
almirante inglés Vernón en 1741. El corsario Francis Drake
también había intentado tomarla en 1586, pero luego fue
expulsado. Drake fue un marino inglés de la Marina Real
Británica, comerciante de esclavos. El marino francés Barón de
Pointis fue el único que tomó el castillo en el año 1697. En este
existían numerosos túneles de hasta seiscientos metros de
longitud, que lo atravesaban, galerías y altas murallas en
pendiente, que lo hacían prácticamente inexpugnables. Estos
túneles fueron escavados, descendiendo varios metros para luego
ascender hasta un nivel tal, que los soldados españoles de defensa,
podían observar todos los movimientos de los soldados agresores,
sin ser vistos. Estos túneles eran muy angostos y de poca altura,
solo para permitir el paso de una persona, y además tenían
algunos sectores un poco más anchos donde se apostaba un
soldado español. De esta forma, cuando los invasores comenzaban
a entrar eran fácilmente repelidos por los soldados del castillo.
~ 116 ~
En San Felipe tuve la oportunidad de recorrer sus famosos
túneles a través de una excursión. En ella se aclaraba que las
personas mayores o con problemas de fobia al encierro, se
abstuvieran de hacer el recorrido. Si bien al principio tuve alguna
duda, me decidí a hacerlo…, no podía perder esa oportunidad. El
guía nos advirtió de los riesgos, especialmente de la fobia al
encierro y a la profundidad; como éramos varios los “valientes” (?),
nos ordenó en fila y tuve la suerte o la desgracia, de ser el primero
en entrar. El túnel era muy estrecho y con algunos pocos focos de
iluminación ubicados en el techo; mientras tanto el guía nos daba
detalles sobre este viaje a las profundidades. Si bien los primeros
metros fueron normales y nos mantuvimos distendidos, luego los
focos de luz en el techo desaparecieron y una oscuridad total nos
cubrió. Allí se terminaron las risas y las “chanzas” y el miedo me
dijo: “¡Aquí estoy!”. Seguimos bajando por el túnel, guiados sólo
por la luz tenue de la linterna del guía, que caminaba detrás de
nosotros. El camino parecía infinito, con mucho olor a humedad…
En un momento del recorrido, el guía apagó su linterna y llegamos
al climax de la desesperación, dentro de una oscuridad total, a
varios metros de la entrada y a cien metros de profundidad: ¡Nos
sentíamos enterrados en vida! Sólo escuchábamos la voz del guía
que nos quería transmitir algo de tranquilidad, pero sin lograrlo.
En un momento me invadió la desesperación pensando en cómo
hacer para salir de allí, lo cual era imposible, pero traté de
calmarme y seguí caminando. Luego de unos minutos llegué al
~ 117 ~
lugar más bajo del túnel, inundado por el agua de la napa; en ese
mismo momento el guía nos gritó que allí terminaba el camino;
una gran alegría me invadió, pero mi duda fue cómo
regresaríamos… La forma de volver era sencilla: había que girar
totalmente sobre nuestros pasos, quedando yo, como el último de
la larga fila de valientes. Rápidamente iniciamos el regreso en total
oscuridad, buscando afanosamente la única salida del túnel; luego
de varios minutos de camino pude ver al fondo la anhelada salida y
la luz de la mañana, en ese momento quise apurar la marcha pero
como era el último, no podía hacerlo. Pero como todo inicio tiene
un fin, logré alcanzar la salida y allí disfrutar del aire puro y la luz
del sol. Había salido vivo de una tumba.
En Cartagena vieja se destaca la Plaza de Santo Domingo, con
la famosa escultura de bronce de la “Gorda” de Botero y la
Catedral, construida en 1555, la obra arquitectónica más vieja de
la ciudad. También se destaca la Iglesia de San Pedro Clavero,
lugar donde se “sanaban” los esclavos que llegaban enfermos
desde África (1561-1610) y la casa del Marqués de Valde, el
comerciante más importante en el comercio de esclavos durante el
período 1710-1810. Otra referencia importante de la ciudad es la
masnsión del prestigioso escritor Gabriel García Márquez, que
ocupa un amplio espacio frente a las costas del Caribe.
El Museo de la Inquisición, que ocupa la casa original, ubicado
en la plaza del mismo nombre, constituye el monumento más
importante de un pasado “negro” de la religión católica, donde el
~ 118 ~
poder de los papas, establecía la muerte de las personas, en
función de un pensamiento diferente.
La inquisición la impuso el Papa Gregorio IX en 1233 en Europa
pero recién en 1480 España la impuso allí en sus colonias de
América. En Cartagena se empezó a aplicar en 1610 y finalizó en
1811 cuando la casa fue saqueada, luego de 201 años de salvajismo
extremo. España impuso la inquisición en 1480 y condenó a los
“herejes y brujos” para asegurar la fe católica y ponía el precio a
pagar si no se arrepentían de los “pecados” cometidos, así eran
frecuentes desde multas, azotes, tormentos (del potro, del embudo
con agua) hasta la quema en hogueras. Esto lo controlaba un juez,
delante de la gente, hasta que el inquisidor se arrepintiera o
muriera. España instituyó tres tribunales de inquisición en
México, Lima y luego en Cartagena. Este último tenía influencia
en toda Nueva Granada (Colombia, Venezuela, Ecuador) y las islas
del Caribe.
A mediados de la semana, me trasladé al hotel Capilla del Mar,
más cercano a la sede del Congreso y a tan sólo cincuenta metros
del mar. Era un edificio imponente y me alojé en el piso veinte. La
habitación era muy cómoda y amplia, bien refrigerada y con un
balcón con una vista imponente del mar Caribe y el permanente
movimiento de veleros. Un día, al regreso del Congreso decidí a
tomar una buena cerveza que guardaba en la heladera, sentado en
el balcón, mientras disfrutaba del espectáculo de la costa; así lo
hice, aunque el calor fue tan fuerte que me fue imposible
~ 119 ~
permanecer allí, teniendo que entrar al departamento y tomar la
cerveza en el living, protegido por el aire acondicionado… Esta
situación explica el tremendo calor de la ciudad que me impidió
disfrutar un paisaje de ensueño desde un piso veinte, sobre la costa
del mar.
Luego de una semana de haber asistido el congreso de suelos y
de disfrutar de una ciudad maravillosa como Cartagena, con toda
su historia colonial y su gran valor arquitectónico, regresé a la
Argentina pensando que durante una semana había estado en una
legendaria ciudad de piratas y corsarios, como los que me habían
fascinado cuando era niño, en las obras de Emilio Salgari.
~ 120 ~
Orinado en la pileta del baño en Cuba
Trabajando en el INTA, en el año 2008 realicé una consultoría
sobre Manejo de Cuencas en Cuba. Por tal motivo viajé a la ciudad
de La Habana para dar un curso en la Universidad Nacional
Agraria de La Habana (UNAH), con el doctor José Manuel
Flebes como Director de Relaciones Internacionales y contraparte.
Al día siguiente, desde La Habana viajamos con Febles y dos
profesoras de la Universidad, Yilian Morejón y Maritza Herrera,
a la ciudad de Pinar del Río, al oeste de la isla, la región tabacalera
más importante del país. En este viaje comenzaron mis peripecias.
Con una camioneta vieja de la Universidad, partimos bien
temprano para evitar en parte el abrasador calor del trópico. Si
bien el trayecto era de sólo doscientos kilómetros, el viaje fue muy
cansador por el intenso calor, que se hizo abrasador cuando
tuvimos que bajar las ventanillas por falta de aire acondicionado.
Por otra parte, como era un vehículo del estado, debimos parar
varias veces para trasladar gente que nos hacía señas en la ruta.
Por este motivo, si bien éramos cuatro personas al salir de La
Habana, en un momento del viaje, se acomodaron otras cinco
personas más, parecía que el vehículo iba a reventar. Pero como
todo viaje tiene fin, por fortuna, a la tarde, llegamos a nuestro
destino, la ciudad de Pinar del Río, principal zona productora de
tabaco, materia prima para los famosos habanos cubanos.
~ 121 ~
Allí se encontraba la Universidad del mismo nombre, donde
tenía que llevar a cabo un curso de capacitación sobre manejo de
cuencas hídricas. Luego del almuerzo, me llevaron a la Facultad de
Agronomía de Montaña, sede del curso que mencioné, donde me
recibió el decano, el ingeniero José Reynaldo. Conocía muy bien a
Reynaldo, cuando unos años atrás llegué a la misma ciudad y él
estaba finalizando su doctorado y me pidió que lo acompañara en
una salida de campo. Era una gran felicidad para mí, que me
recibiera como decano de la facultad.
La facultad estaba ubicada al pié de las sierras, en un paisaje
maravilloso, con mucha vegetación selvática y hermosos campos
con cultivos de tabaco, malanga, caña de azúcar, frijoles... Me
llamaban mucho la atención los secaderos de tabaco, construidas
de paja, y las enormes palmeras “reales”, árbol nacional del país.
Luego de una breve presentación mía de parte de las
autoridades (mi amigo y colega Reynaldo) frente a los
participantes del curso, recorrimos las instalaciones de la Facultad
y organizamos las actividades para los restantes días de la semana.
Al día siguiente, por la mañana, inicié las clases y al mediodía,
me llevaron a almorzar a un pequeño caserío, próximo a la
facultad. Allí comimos en una casa de familia; recuerdo que
disfruté un exquisito plato de frijoles negros con arroz,
acompañado con jugo de naranja; como postre me ofrecieron flan
casero. Fue una delicia la comida y sobre todo el trato amable y
cordial de la gente. Durante toda la semana tuve este premio de
~ 122 ~
poder compartir exquisitas comidas, y lo que fue realmente
importante, intercambiar experiencias de vida.
Por la noche me llevaron a una Residencia de la Universidad,
ubicada sobre un morro de la sierras, para lo cual debimos subir a
través de un camino muy sinuoso, atravesando un paisaje
selvático. Por fin llegamos y quedé asombrado de la Residencia,
instalada en un marco vegetal natural hermoso, era un regalo de la
naturaleza. El edificio era una vieja construcción de la década de
1960, que en su momento fue orgullo arquitectónico, pero que
presentaba signos de abandono, sin el mantenimiento adecuado a
través de los años.
Allí nos recibió Rubén, encargado de la Residencia, quien nos
mostró las distintas dependencias: una gran sala de estar, un
amplio comedor con una fuente de agua y numerosas habitaciones.
Estas últimas eran muy amplias, con varias camas y un gran baño,
que incluía una bañera de inmersión.
Por la noche, Rubén nos trajo la cena para nosotros cuatro,
Yilian, Maritza, José y quien relata. Era pollo frito acompañado
con un guiso de arroz y caraotas. Cenamos en la sala de estar y allí
montamos nuestra pequeña “oficina de campaña”, luego de la
cena, nos dedicamos a programar nuestras actividades para el día
siguiente.
Llegada la medianoche, nos fuimos a nuestras habitaciones,
como éstas eran tantas, cada uno pudo elegir la suya. Mi
habitación era muy amplia, con un ventanal al fondo y un largo
~ 123 ~
baño al costado. Puse mi valija sobre una de las camas y elegí otra
para dormir. Pero repentinamente se cortó la luz en toda la
residencia.
Sin embargo, en un primer momento pensé que no era un
problema grave, pero luego me di cuenta, que no había tenido
tiempo suficiente para reconocer la enorme habitación y allí
empezó otra historia. En ese momento recordé la imagen de mi
nieto Felipe y ahora valoraba el poder de la vista y de la luz. Todo
era oscuro, profundamente oscuro. La única ventana de la
habitación estaba lejos y como pude, tanteando y llevándome por
delante algunas camas, traté de caminar hacia ella; con mucho
esfuerzo logre llegar pero lamentablemente todas sus persianas de
madera estaban trabadas y era imposible moverlas para que entre
aunque sea algo de luz nocturna. Pensé que la batalla estaba
perdida.
En ese momento, como pude intenté el regreso a mi cama, y una
vez allí, busqué en mi valija mis cosas, pero en la oscuridad, todo
era muy confuso. Luego busqué las pastillas que debía tomar por
las noches y sólo por tanteo en cuanto a forma y tamaño pude
seleccionarlas, sin tener la certeza total que pastilla iba a tomar.
Era lo mismo en ese momento. Más tarde me di cuenta que no
había almohadas ni frazadas, sólo sábanas; con un vaquero armé la
almohada y el problema de la frazada no lo pude solucionar,
porque no había llevado abrigo. Había pensado que en un país
caliente como Cuba, no haría falta protegerse del frío.
~ 124 ~
Antes de acostarme tenía que ir al baño y allí apareció el mayor
problema de la oscuridad. Recordaba que el baño estaba a un
costado pero no lo había reconocido previamente cuando había
luz. Traté de llegar a él y me llevé por delante un viejo armario.
Junto a este último pude encontrar la puerta, ¡que felicidad!, era
una conquista. Entré al baño y busque rápidamente el inodoro
porque mi tiempo para orinar se acababa. Con mis manos hurgue
nerviosamente y toqué el lavabo, ahora debía encontrar el tan
ansiado inodoro, pero mi deseo de orinar aumentaba y ya no lo
podía controlar.
En ese momento busqué afanosamente pero el inodoro no
aparecía, ¿estaba o no estaba?... Y si estaba, ¿dónde? Ante esta
duda decidí volver al lavabo que era lo único que tenía, y luego de
algunos pensamientos culturales en contrario, me decidí orinar
allí. Que sensación encontrada de felicidad y culpa, pero no había
alternativa. Cumplido mi necesario requerimiento fisiológico,
regresé como pude a mi cama y allí me dormí profundamente.
Durante la noche me desperté varias veces tratando de calmar
el frío. ¿Frío en Cuba?, parece un chiste, pero la altura de la sierra
y la abundante vegetación de selva, hacían bajar la temperatura en
las noches. Gracias a Dios pasó la noche y a la madrugada comencé
a divisar una luz muy tenue en la ventana, nació el amanecer y el
trino de los pájaros me alegró la vida…
Por la mañana y ya con luz pude entrar al baño para reconocerlo y
observé que era inmenso, y aproveché para darme una ducha,
~ 125 ~
lógicamente con agua fría, muy fría. Más tarde preparé mis cosas y
fui a reunirme con mis compañeros cubanos para desayunar.
Según sus comentarios a las mujeres no las afectó el corte de luz
porque ya estaban acostadas, pero José tuvo los mismos
problemas que yo. Todos sufrieron el frío y al otro día hicieron
traer suficientes frazadas del pueblo.
En definitiva la odisea había terminado y la vida seguía. En los
días siguientes, continuamos con el curso y disfrutando de la
hermosa Pinar del Río y de la Residencia.
Luego de muchos años sigo recordante esta magnífica
experiencia, con muchas historias y recuerdos que marcaron mi
vida, y hoy siguen vivos en mi mente.
~ 126 ~
Un robo fallido en General Villegas
Trabajando en el INTA, durante el año 2011, realizamos una
comisión de trabajo de campo con el ingeniero Maximiliano Eiza,
en General Villegas, en la provincia de Buenos Aires. Esta ciudad
recibió su nombre en homenaje a Conrado Villegas, general de la
Conquista del desierto argentino, ubicada al noroeste de la
provincia de Buenos Aires, cerca de las provincias de La Pampa y
Córdoba. Su origen se remonta a las luchas por desplazar al
indígena hacia el sur, entre fortines y malones que defendían su
territorio con intereses diferentes. Las tribus ranqueles tenían
asentamiento en la gran región, y las tierras estaban en el área de
dispersión mapuche. Fue una región muy activa en la llamada
“Conquista del Desierto”.
Luego de un largo camino de alrededor de cuatrocientos
kilómetros, viajando por la Ruta Nacional 7 a través de un
hermoso paisaje de tierras de cultivos de soja y maíz, con
localidades como San Andrés de Giles, Carmen de Areco,
Chacabuco y Junín, para luego tomar la Ruta Nacional 188,
pasando por Lincoln, para llegar finalmente a la ciudad de
Villegas, luego de cinco horas de viaje.
La tarea fue realizar trabajos conjuntos con colegas del INTA de
General Villegas, y estudios y muestreos de los suelos de la
región. Todo fue muy agradable, compartiendo vivencias con
colegas y amigos. Pero si la existencia de Dios es cuestionada por
~ 127 ~
algunos, la del Diablo es una realidad indiscutida. Prueba de esta
aseveración es lo que paso a relatar a continuación.
En General Villegas nos habíamos alojado en el hotel Antonini,
próximo a la estación de Servicios YPF Automóvil Club, ubicada
en la rotonda de entrada a la cuidad, sobre la Ruta Nacional 188.
A la mañana temprano, previa preparación de los equipos de
muestreo de suelos y la camioneta, salíamos para los campos en
los cuales debíamos trabajar. Al mediodía, regresamos para
almorzar algo “frugal” en la estación de YPF, y debido al intenso
calor del verano, descansar una hora en el hotel, para regresar
luego al campo. Esta rutina se repitió durante toda la semana.
Por comodidad, siempre llevaba un pequeño bolso de color azul,
con la parte superior, naranja. Allí guardaba todo lo importante
para mí, como documentos, cámara de fotos y el dinero necesario
para costear todo los gastos del viaje. Ese bolso era un compañero
inseparable, nunca lo dejaba en el auto, pero en uno de esos días,
el diablo metió la cola…
Luego del trabajo a la mañana, al mediodía, regresamos a la
Estación de Servicios para almorzar. Como siempre, estacionamos
la camioneta y bajamos con Maxi y con mi valioso bolso. Dentro de
la estación, nos ubicamos en dos largos asientos y junto a mí, sobre
el asiento, dejé mi bolso. Almorzamos algo muy liviano y tomamos
abundante agua para paliar el intenso calor. Posteriormente nos
retiramos, subimos a la camioneta y llegamos rápidamente al
hotel que estaba muy próximo. La idea era descansar un poco y
~ 128 ~
reiniciar la tarea por la tarde, hasta que se ponga el sol y tengamos
luz. Luego de un breve descanso, como todos los días, busqué el
bolso, pero, ¡sorpresa!, el bolso no estaba sobre la mesita de la
habitación, donde siempre estaba.
Mi mente trabajó rápidamente y pensé, “tranquilo, lo dejé en la
camioneta”. Fuimos hacia ella y busqué con tranquilidad,
pensando que estaría sobre el asiento, pero allí no estaba. Mi
tranquilidad se desvaneció y la transpiración apareció como un
fantasma. Mis neuronas iniciaron su contacto, y pensé: “¡Me
olvidé el bolso en el comedor de la Estación de Servicios!”.
Rápidamente con Maxi, emprendimos el corto camino hasta la
estación de servicios. Habían pasado algunas horas, entré al
comedor y mi vista ubicó rápidamente el asiento donde habíamos
almorzado, pero el bolso no estaba allí. Le pregunte a una
empleada y me dijo que ni bien nos habíamos retirado, había
llegado una pareja a ese mismo banco. En ese momento pensé:
“Estoy en el horno”. Sin perder tiempo, hablé con el responsable
de la Estación y me tranquilizó, diciendo que había cámaras
dentro del comedor y que necesitaba tiempo para verlas. Por tal
motivo esperamos ansiosos hasta que nos dijeron que en las
imágenes se ve que nosotros salimos sin ningún bolso en mi
hombro, como acostumbraba. La deducción era sencilla, había
dejado el bolso sobre el asiento y la joven pareja que había
ocupado ese asiento, se lo había llevado. El mundo se me vino
abajo. Todas mis pertenencias y el dinero del INTA se habían
~ 129 ~
perdido, para colmo recién era miércoles y la comisión finalizaba
el viernes.
Por lo tanto la primera reacción fue realizar la denuncia en el
Departamento de Policía, aunque eso era sólo un paliativo para mi
angustia; así lo hicimos. Llegamos al Departamento y presenté la
denuncia de la pérdida del bolso conteniendo elementos valiosos.
Frente a un policía declaré como había sucedido todo y
posteriormente nos retiramos. Partimos para el campo y allí
estábamos trabajando, cuando recibí una llamada al celular de
parte de un agente de policía, que me informaba que debía
concurrir al Departamento por el tema de la denuncia realizada.
Le contesté que estábamos trabajando y que ni bien terminábamos
iríamos por allá.
Ni bien terminamos el trabajo viajamos para la ciudad teniendo
la esperanza de alguna buena novedad sobre mi bolso. Fuimos al
hotel para bañarnos y cambiarnos. En la habitación, entre el
desorden típico de una semana de trabajo, Maximiliano descubre
la presencia del maldito bolso, parcialmente entre la mesa y la
pared, y tapado por ropa sucia. Mi alegría fue inmensa, imposible
de describir, el alma me volvió al cuerpo y me reproché con una
mala palabra, que merecía: ¿Cómo no lo había visto al mediodía?
Inmediatamente con mucha alegría cargué el bolso y nos fuimos
a comunicar la grata nueva a la Policía. Ni bien llegamos al
Departamento de Policía, informé que había encontrado el famoso
bolso. Al poco tiempo, notamos que el trato no era el mismo que
~ 130 ~
habíamos recibido por la mañana. Estando con Maxi en el hall de
entrada, uno de los agentes me informó que debía trasladarme a
otra oficina, mientras Maxi debía permanecer allí. Esta situación
no era lo que yo esperaba, pero bueno, era así... Me indicaron que
me dirija a una oficina al fondo, para lo cual tuve que pasar por un
largo pasillo, acompañado por un agente. Mi tranquilidad se iba
acabando.
Al llegar a la oficina indicada, me recibió un agente de policía,
al parecer de mayor jerarquía. Me hizo sentar e inició un
interrogatorio sobre la pérdida y reencuentro del bolso, con un
tono muy poco amable. Apoyé el bolsón sobre el escritorio y
comencé a sacar todas las pertenencias que había dentro:
documentos personales y de la camioneta, cámara fotográfica,
monedero con el dinero y otros objetos menores. El oficial me
preguntó si me faltaba algo y le respondí que estaba todo bien.
En ese momento, el oficial me contó que luego de mi denuncia
al mediodía, envió un investigador a la Estación de Servicio y que
había novedades. Acto seguido hizo llamar a este investigador que
llegó a la oficina e inició su relato, comentando que había hablado
con el responsable de la estación y éste le señaló que había dos
cámaras, una dentro del comedor y otra, fuera de él, en el
estacionamiento. Ante esta situación inesperada, le comenté que a
mí nadie me había dicho de la existencia de esta segunda cámara.
Mi intuición me decía que algo no estaba bien y comencé a
preocuparme.
~ 131 ~
En relación con la denuncia, revisando la cámara ubicada en el
comedor, no encontraron nada diferente a lo que yo sabía: que
habíamos salido de allí sin el bolso en cuestión. Por otro lado,
revisando la cámara del estacionamiento, el investigador observó
que yo portaba el bolso y subía con él a la camioneta. Esto era
inesperado para mí teniendo la información de la segunda
cámara. Para la policía la situación era clara: yo denuncié un falso
robo del bolso para quedarme con todo el dinero del INTA. Como
dije anteriormente, el diablo existe y metió la cola…
En ese momento el investigador se retiró y quedé a solas con el
Oficial. Este en un tono muy descortés e imperativo, me hizo saber
que mi situación era muy comprometida; todo esto ocurrió a
puertas cerradas. En ese momento mi cerebro era un “auto de
fórmula uno” y entendí que mi situación era compleja y era un
“boludo”, no había dudas.
Pero no hay mal que por bien no venga, la agresión hacia mi
persona fue tan fuerte y a mi entender, injusta, que los
mecanismos naturales de defensa de mi integridad y honor me
hicieron reaccionar rápidamente. Levantando el tono de voz, le
pregunté: “¿Usted sabe quién soy yo?” y le conté al oficial que
hacía cuarenta años que trabajaba en el INTA y le pedí que
llamara al Director del INTA de General Villegas y que le
preguntara sobre mí. Además le aclaré, que en caso de ser cierta la
pérdida del dinero, yo era responsable y debía responder ante la
Institución.
~ 132 ~
A través del tiempo, recuerdo ese momento, defendiéndome
como un “gato panza arriba”. Pienso que en algunos momentos
pude haber sido ser irreverente y haya levantado demasiado la voz,
pero no tengo dudas que esa actitud me “salvo” de una situación
tal vez muy dolorosa…
Por fortuna, luego de esa situación muy tensa, el Oficial me
devolvió el bolso y me indicó que me retirara, sin darme ninguna
explicación. Sin pensarlo ni un segundo, salí “disparado” hacia la
puerta de la oficina. Me encontré con Maxi que me esperaba en el
hall de entrada, y sin hablarnos, velozmente nos alejamos del
lugar. No podía creer lo que me había pasado en ese largo y
tenebroso día.
En suma, esa noche festejamos con una buena cena, en el
restaurante Luscofusco, que ocupaba una casa antigua con
ladrillos a la vista y grandes puertas de madera. Allí tratamos de
olvidar los malos momentos vividos y nos fuimos a dormir limpios
de culpa y cargo. El otro día fue un día normal de trabajo y solo me
queda la tranquilidad de poder contarlo.
~ 133 ~