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II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política “Horizontes y dilemas del pensamiento contemporáneo en el sur global” Buenos Aires, 2 al 4 de Agosto de 2017 II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política “Horizontes y dilemas del pensamiento contemporáneo en el sur global” Buenos Aires, 2 al 4 de Agosto de 2017 Mesa Temática número y nombre: MESA 28 Problematizando al neoliberalismo. Aportes foucaulteanos para una teoría política de nuestra actualidad Título de la ponencia: Un aporte para el debate sobre la situación actual de las tendencias neoliberales en Latinoamérica: la influencia de la teoría del Capital Humano en las políticas sociales argentinas Nombre, Apellido y pertenencia Institucional de los autores: DR. SEBASTIÁN BOTTICELLI – UBA / UnTreF LIC. FEDERICO FEIJOÓ – UBA Resumen: Los debates en torno a la actualidad de la impronta neoliberal en Latinoamérica suelen desplegarse al interior de un esquema dicotómico en el cual se discute sobre su continuidad o su superación, omitiendo en muchos casos la problematización de la propia noción de “neoliberalismo”. Valiéndose de algunos de los aportes del pensamiento foucaultiano –en especial, los llamados “Estudios sobre la Gubernamentalidad”–, la presente comunicación resalta la necesidad de delimitar un ámbito particular cuya indagación permita tanto la caracterización de esa racionalidad que suele denominarse “neoliberal” así como también la identificación de las especificidades que dichas tendencias pudieron haber adoptado a nivel local. En vistas de este doble objetivo, se señala la posibilidad de indagar el modo en el que ciertas disposiciones comúnmente referidas al neoliberalismo – como por ejemplo la teoría del Capital Humano– se involucran en el diseño y la implementación de las políticas sociales desplegadas por el Estado argentino atendiendo a sugerencias de organismos crediticios internacionales. Se espera de este modo generar condiciones que permitan pensar al neoliberalismo en sus despliegues particulares, sus manifestaciones azarosas y sus II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política - Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires - Buenos Aires, Argentina

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II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política“Horizontes y dilemas del pensamiento contemporáneo en el sur global”

Buenos Aires, 2 al 4 de Agosto de 2017Mesa Temática número y nombre:

MESA 28 Problematizando al neoliberalismo. Aportes foucaulteanos para una teoría política de

nuestra actualidadTítulo de la ponencia:

Un aporte para el debate sobre la situación actual de las tendencias neoliberales en Latinoamérica: la influencia de la teoría del Capital Humano en las políticas sociales

argentinasNombre, Apellido y pertenencia Institucional de los autores:

DR. SEBASTIÁN BOTTICELLI – UBA / UnTreFLIC. FEDERICO FEIJOÓ – UBA

Resumen:Los debates en torno a la actualidad de la impronta neoliberal en Latinoamérica suelen desplegarse al interior de un esquema dicotómico en el cual se discute sobre su continuidad o su superación, omitiendo en muchos casos la problematización de la propia noción de “neoliberalismo”. Valiéndose de algunos de los aportes del pensamiento foucaultiano –en especial, los llamados “Estudios sobre la Gubernamentalidad”–, la presente comunicación resalta la necesidad de delimitar un ámbito particular cuya indagación permita tanto la caracterización de esa racionalidad que suele denominarse “neoliberal” así como también la identificación de las especificidades que dichas tendencias pudieron haber adoptado a nivel local. En vistas de este doble objetivo, se señala la posibilidad de indagar el modo en el que ciertas disposiciones comúnmente referidas al neoliberalismo –como por ejemplo la teoría del Capital Humano– se involucran en el diseño y la implementación de las políticas sociales desplegadas por el Estado argentino atendiendo a sugerencias de organismos crediticios internacionales. Se espera de este modo generar condiciones que permitan pensar al neoliberalismo en sus despliegues particulares, sus manifestaciones azarosas y sus combinaciones con racionalidades preexistentes en el plano local, tomando distancia de las interpretaciones que lo comprenden como una matriz homogénea.

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I) Introducción: epistemología y política

Nuestra actualidad argentina y latinoamericana nos enfrenta a un desafío que involucra una diversidad de aristas y que interrelaciona diferentes niveles. Una sombra parece agazaparse por detrás de estas múltiples dimensiones, una sombra que amenaza con arrojarnos a las mudas formas de la perplejidad. Nos hemos acostumbrado a designar a ese espectro con el nombre de “neoliberalismo”. Desde los desarrollos que se proponen pensar críticamente nuestro presente, este nombre aparece en innumerables disquisiciones, funcionando muchas veces como clave explicativa de toda complejidad y de todo acontecer, designando un campo problemático que atravesamos y que al mismo tiempo nos atraviesa, nos implica y nos configura. Por eso no puede ser puesto en duda el carácter acuciante que mantienen para nosotros los sentidos involucrados en este nombre. Pero sucede que a veces su apelación termina proveyéndonos de un relativo grado de tranquilidad, pues se nos presenta como la causa directa –y casi única– de nuestros problemas más urgentes y angustiantes. Llegados a este punto, quedamos a un paso de convertir al neoliberalismo en un apelativo moral cuyo uso permitiría señalar culpables y deslindar responsabilidades, con lo cual terminamos resignando gran parte de las posibilidades efectivamente críticas que pudieran surgir sobre la base de reflexiones de horizonte abierto. Cuando la palabra “neoliberalismo” reduce sus significados a los de un adjetivo peyorativo, los bandos ya han sido dispuestos, las reglas han quedado establecidas y lo único que queda por hacer es jugar un juego cuyos resultados, de algún modo, vienen dados de antemano.Frente a esta situación en la que quizás queden satisfechas ciertas exigencias morales pero que seguramente nos distancia de la labor del pensamiento crítico, se vuelve necesario reforzar nuestra atención. Si no reintroducimos la noción de neoliberalismo al interior de la problemática de la que se quiere dar cuenta, es decir, si no nos preguntamos cuáles son las características, las condiciones y –sobre todo– la potencial actualidad de lo que se supone que ese nombre designa, corremos el riesgo de señalarlo en espacios que ya no habita y de buscarlo allí donde ya no habremos de encontrarlo. Esta inquietud conduce a la necesidad de destacar un primer inconveniente: las discusiones académicas que buscan dar cuenta de nuestra actualidad argentina y latinoamericana en su relación con el neoliberalismo suelen apelar a conceptualizaciones y categorizaciones forjadas por autores estadounidenses y europeos –franceses, ingleses, italianos, alemanes e incluso eslovenos–, autores que inscriben sus desarrollos en ciertas líneas de pensamiento crítico que bien pueden resultar movilizantes e incluso, por qué no, transformadoras en más de un sentido, pero siempre al interior del contexto en el que esos desarrollos son producidos. Frente al viejo hábito de ponderar lo europeo por sobre lo latinoamericano –hábito que hace décadas identificara Arturo Jauretche como “la madre de todas las zonceras” (Jauretche, 1968)–, resulta imprescindible tener presente que esos autores europeos II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política - Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires - Buenos Aires, Argentina

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no hablan de nosotros; al menos, no de manera directa. En lo referido al neoliberalismo, esto se verifica con claridad meridiana: en la historia de nuestra región –que nunca alcanzó a corresponderse por completo con la organización socio-política que suponían las dinámicas del Welfare–, la impronta neoliberal no se consolidó a partir del impulso conferido por gobiernos elegidos democráticamente; antes bien, se constituyó sobre la base de lo operado por dictaduras sangrientas que marcaron de manera indeleble nuestra memoria colectiva y que subsumieron las posibilidades de nuestros sistemas productivos a la dependencia de los capitales financieros globalizados.Esta apreciación no implica, por supuesto, la prescripción del pensamiento generado por autores estadounidenses y europeos, propuesta que sería desacertada y absurda, pero además impracticable si tenemos en cuenta los orígenes tanto del lenguaje que habitamos como de las instituciones que estructuran la dimensión social y política de nuestras vidas. El inconveniente señalado tiene que ver con el olvido que, en nombre de un universalismo no siempre bien entendido, deja de lado las diferencias contextuales y habilita la (ficticia) posibilidad de ir a buscar en esos discursos la respuesta a la pregunta “¿quiénes somos?”. Por eso entendemos que es necesario tomar las propuestas de estos esos autores en términos de aportes potenciales para enriquecer una perspectiva que debe ser propia, pues propias son las cuestiones sobre las que nos urge reflexionar. Se trata por lo tanto de poner a prueba esas categorizaciones, reintroducirlas dentro del campo problemático del que se intenta dar cuenta en lugar de tomarlas como su marco teórico. No buscar en ellas nuestra “verdad”, sino considerar cuánto y de qué modo pueden aportar al objetivo de pensarnos a nosotros mismos.Será igualmente necesario recordar que ese “nosotros mismos” se despliega en una dimensión temporal. Por ello, para analizar al neoliberalismo en relación con la actualidad y a nuestra actualidad en relación con aquél habrá que considerar la posibilidad de que, en su devenir, nuestro mundo contemporáneo haya alcanzado a desplazarse más allá de las interpretaciones que hasta hace no mucho tiempo parecían dar cuenta de él. En ese sentido, el ejercicio en favor del cual aquí se aboga revestirá un carácter tanto epistémico como político. Epistémico porque la capacidad hermenéutica y la potencia propositiva de los conceptos y las categorías a los que estamos acostumbrados deben ser, como ya se señaló, puestas a prueba. Y político porque esa revisión abarcará indefectiblemente las valoraciones y las prácticas que nos identifican: si la reproducción acrítica de paradigmas teóricos considerados válidos a la hora de explicar momentos anteriores obtura la posibilidad de dar cuenta de las novedades que nuestra actualidad pudiera llegar a contener, quedará igualmente obturada la capacidad de pensar nuevas formas de compromiso y de gestar nuevos campos de acción. No se trata, por lo tanto, de derivar el neoliberalismo de una concepción general del capitalismo, como si fuera la emanación de un universal abstracto. Tampoco se trata

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de establecer ni de encontrar una definición correcta o verdadera del neoliberalismo –aunque en algún punto resulte imprescindible proponer enunciados que aporten precisión–. Menos aún se busca constatar que el desarrollo de la impronta neoliberal se corresponde con la implementación de un plan global en el que podrían incluirse prácticamente todos los acontecimientos políticos, sociales y económicos que tuvieron lugar desde los inicios de la década del ’70. Antes bien, la propuesta apunta a de indagar al neoliberalismo como el correlato de una serie de criterios y de prácticas que deben ser comprendidas en su singularidad histórico-geográfica. Para ello se deberá transitar un camino que en algún sentido resultará contrario a los más habituales: será necesario evitar cualquier afirmación apriorística en torno a su existencia para poder revisar algunas de sus manifestaciones con el fin de hacerlo aparecer en sus características particulares. Teniendo en cuenta estas reflexiones, la presente comunicación procurará no sustancializar aquello que se busca comprender en su dimensión operativa. Se aspira a que dicha indagación funcione como una manera de abogar en favor de un cierto ejercicio de la crítica, un ejercicio que no se contente con el horizonte de los estereotipos y que apunte a la incomodidad para reafirmar su potencia transformadora.

II) Continuismo vs. Post-neoliberalismo: los debates sobre el período 2003-2015

Durante los últimos tiempos, el campo académico ha sido escenario de fuertes debates en torno a las transformaciones sociales, políticas y económicas ocurridas entre los años 2003 y 2015. Esquematización mediante, es posible señalar que los distintos posicionamientos que tallan en estos debates tienden a organizarse en torno a dos grandes grupos, aún cuando es posible reconocer un tercer conjunto de argumentaciones que, sin rechazar por completo este esquema binario, proponen un posicionamiento “intermedio” entre ambos polos.Por una parte encontramos aquellas miradas que consideran que las políticas desplegadas durante el periodo 2003-2015 no habrían significado una superación del neoliberalismo, debido principalmente al sesgo “neo-extractivista” del modelo económico implementado (Svampa, 2008 y 2016; Gudynas, 2009). De acuerdo con estos trabajos, las transformaciones promovidas por el kirchnerismo y por los demás gobiernos de la región autodenominados “progresistas” podrían describirse como un pasaje del “Consenso de Washington” al “Consenso de las Commodities”, en la medida en que habrían tendido a configurar un patrón económico basado en la expansión de las actividades orientadas a la extracción y exportación de materias primas, bajo el impulso del alza de los precios de esos materiales durante la primer década del siglo XXI.Así, si bien se habría configurado durante esta etapa un “nuevo orden económico y político”, este no habría implicado una salida del neoliberalismo (Svampa, 2008 y 2016). Este nuevo orden podría incluso interpretarse como un “segundo momento” de II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política - Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires - Buenos Aires, Argentina

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la globalización neoliberal que habría buscado ya no la privatización de los servicios públicos y el ajuste fiscal, sino la generalización de un modelo extractivo-exportador orientado a consolidar el dominio de las potencias hegemónicas del norte en base al saqueo de los recursos naturales y la extensión del monocultivo.Resulta necesario destacar que para estas interpretaciones el neoliberalismo aparece como una “forma” o “modalidad” asumida por el capitalismo en su dinámica de expansión global. Dentro de dicho proceso, las “políticas neoliberales” habrían sido una manera de resolver las dificultades de la reproducción ampliada del capital habilitando la mercantilización y privatización de los bienes comunes y la desregulación de los mercados de capitales, permitiendo al capital transnacional encontrar nuevas formas de valorización, especialmente en las economías del “Tercer Mundo”. Abrevando en los desarrollos de David Harvey, estos trabajos tienden a enfocar al neoliberalismo como un ciclo de “acumulación por desposesión” (Harvey, 2004) cuyo rasgo distintivo estaría dado por la apropiación masiva por parte del capital de bienes y activos que hasta ese momento no habían estado completamente subsumidos a su lógica –recursos ambientales, empresas de servicios públicos, fondos de jubilación, productos culturales–. Este proceso se daría bajo el esquema de un “nuevo imperialismo” (Harvey, 2004) en el que las economías periféricas ofrecerían los principales enclaves para la acumulación de riquezas por parte de los capitales concentrados a partir de la megaexplotación de los recursos naturales (Svampa, 2008).En relación a estos procesos, los “progresismos” latinoamericanos de comienzos del siglo XXI no habrían representado una verdadera salida del neoliberalismo: con ellos, la ofensiva expropiadora del capital no se habría detenido sino que se habría reorientado hacia ámbitos poco explotados durante la primacía de la valorización financiera (Svampa, 2008 y 2016).En cambio, otras interpretaciones plantean que durante esta etapa se habría transitado un camino alternativo al de la “década neoliberal”. En estos desarrollos, el término “posneoliberalismo” (Sader, 2008) –aplicado tanto al gobierno kirchnerista como a otros gobiernos contemporáneos en la región– no alude a una “segunda oleada” neoliberal o a un neoliberalismo reactualizado en clave desarrollista sino, por el contrario, a una variedad de experiencias que, con diferentes grados de avance y aún con importantes contradicciones, habrían representado diversas formas de negación del modelo neoliberal.De acuerdo con la mayoría de los trabajos que se inscriben en esta línea, la “novedad” posneoliberal se verificaría, fundamentalmente, en la redefinición de las funciones del Estado, el cual habría pasado a desplegar un rol decididamente interventor y regulador orientando la producción económica hacia los objetivos de la redistribución del ingreso y de la justicia social (Vilas, 2011). Como evidencias de ese “nuevo rol estatal”, se señalan aspectos como las políticas de protección del mercado interno y de apuntalamiento de los niveles de empleo (Rofman, 2016), el impulso de procesos de

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integración regional alternativos a la Alianza del Libre Comercio de las Américas promovida por Estados Unidos (Vilas, 2011) y la “contra-reforma” del sistema de seguridad social, cuyo sentido habría sido contrario al de los procesos de “Reforma del Estado” encarados durante la década del ’90 (Danani y Beccaria, 2011). En estas argumentaciones, la centralidad otorgada al accionar regulador del Estado deja entrever una misma manera de pensar al neoliberalismo: aquella según la cual éste implica, ante todo, libertad de mercado. Si un “nuevo rol Estatal” es suficiente para hablar de “posneoliberalismo”, esto se debe a que el neoliberalismo es conceptualizado como una particular configuración de las relaciones entre el Estado y los demás agentes económicos, en la que el primero se orienta a permitir –o a lo sumo promover– el libre accionar de los segundos. De ahí que el conjunto de recomendaciones del “Consenso de Washington” que promovía la desregulación mercantil y abstencionismo estatal sea con frecuencia usado en estos trabajos como sinónimo directo de la impronta neoliberal.A su vez, el rastreo de las formas de vigencia del neoliberalismo a partir del análisis del “trazo grueso” de una política estatal refuerza la comprensión del neoliberalismo en términos de “plan” o “modelo”: existiría un “modelo neoliberal” –sistemático, coherente y consistente– que, globalmente promovido, podría ser o bien implementado o bien rechazado por las administraciones nacional-estatales. Así, cada realidad nacional podría mostrar una versión más o menos acabada de ese ideal neoliberal definido a priori, ideal que también funcionaría como parámetro para evaluar los “avances y retrocesos” de cada experiencia “posneoliberal”. Por último, deben mencionarse algunos posicionamientos que, por el énfasis puesto en los matices que habrían presentado las políticas desplegadas entre 2003 y 2015, no podrían ubicarse en ninguna de las dos polaridades descriptas hasta aquí, sino más bien en algún lugar impreciso que se ubicaría entre aquéllas. De acuerdo con estas miradas, los gobiernos kirchneristas habrían transitado un “camino intermedio” entre la continuidad y la ruptura respecto de las tendencias neoliberales (Thwaites Rey, 2010). Esta orientación se habría caracterizado por el desarrollo de una agenda “reformista” que, si bien habría planteado un conjunto de “confrontaciones progresivas” que habrían permitido avanzar sobre algunas deudas de la agenda democrática y mejorar ciertos indicadores sociales, también habría omitido la intervención en áreas fundamentales, dando lugar al mantenimiento de los niveles de desigualdad, del perfil mercantilista de ciertas instituciones públicas y del desmantelamiento de áreas sensibles de la administración estatal (Antón, Cresto, Rebón y Salgado, 2011). Como se observa, estas argumentaciones recurren nuevamente al “rol del Estado” como variable a analizar en pos de dar cuenta de la vigencia o superación del neoliberalismo. En la medida en que la agenda kirchnerista habría representado una sucesión de medidas contradictorias en uno y otro sentido, sería necesario reconocer en ella un caso “híbrido” (Thwaites Rey, 2010), resultado de la combinación de tendencias contrapuestas.

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Sin desconocer los aportes que las distintas líneas de argumentación visitadas han realizado a la manera en que no sólo académicos e investigadores, sino también una gran variedad de colectivos sociales y políticos piensan al neoliberalismo y toman posición ante distintos acontecimientos globales y locales, es necesario remarcar las dificultades que éstas interpretaciones presentan al abordarlo de manera sustancializada, ya sea como una fase evolutiva del capitalismo, como un patrón de relaciones Estado-mercado o como un plan preconcebido de manera coherente. Tal sustancialización impide dar cuenta del devenir mucho menos ordenado y autoevidente de la impronta neoliberal en los escenarios concretos en los que se corporiza al entrar en contacto con tradiciones políticas, marcos institucionales y entramados económicos concretos.Intentando realizar un aporte en este sentido, propondremos una manera posible de relevar esas singularidades neoliberales en nuestro contexto nacional y regional reciente.

III) Acerca de la necesidad de indagar ámbitos particulares 1: la perspectiva de la Filosofía Social

Dentro del trayecto a recorrer en pos de alcanzar el objetivo propuesto, esto es, rastrear críticamente las características asumidas por la impronta neoliberal en las particularidades de nuestra actualidad argentina y latinoamericana, cabe apostar por la fertilidad que pudiera contener la perspectiva de la Filosofía Social. Teniendo en cuenta lo afirmado más arriba respecto de la necesidad de trabajar a los autores estadounidenses y europeos en clave de aportes potenciales, cabe señalar que la filosofía se comprende aquí no ya como un conjunto de teorías conceptuales que se inscriben en tradiciones y escuelas, sino como un cierto enfoque y una cierta actitud, una forma particular de relacionarse con el conocimiento y de hacer frente a la realidad. Desde esa definición, la Filosofía Social implica una perspectiva que se propone pensar críticamente los problemas que tienen por epicentro la dimensión social de la vida humana y que busca dar cuenta de los procesos mediante los cuales se configuran las diferentes formas de racionalidad que producen y re-producen nuestras actuales dinámicas sociales (Fischbach, 2009). Sin negar la importancia de los vasos comunicantes que la unen a otras áreas del pensamiento filosófico, la Filosofía Social se diferencia de aquellos desarrollos que se despliegan en un sentido normativo o ético-jurídico –tarea que correspondería a la Ética–, así como también de aquellas perspectivas que se proponen reconstruir ciertas nociones centrales como las de Estado, sociedad, ley o Bien Común –tarea más afín a la Filosofía Política– (Digilio, 2012).El modo de indagación propio de la Filosofía Social no se despliega según metodologías apriorísticas que permitan arribar a conclusiones universales y necesarias. Antes bien, la Filosofía Social reconoce a sus resultados como saberes situados que surgen de la puesta en acto de una forma de crítica en la cual la descripción de la realidad comporta al mismo tiempo el germen de la transformación de aquello que es descripto. Por esto, la Filosofía Social se incluye en la dimensión de la praxis social (Horkheimer, 2003): su atención se centra en las operaciones del II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política - Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires - Buenos Aires, Argentina

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pensamiento por las cuales se producen desplazamientos en la significación de los conceptos de acuerdo con los sentidos requeridos por la coyuntura histórica y la forma según la cual esos conceptos son significados y articulados en ámbitos particularmente relevantes como la educación, el derecho, la biología, la economía, etc. La relevancia de estos ámbitos viene dada por su preeminencia en tanto productores de sentido social: ámbitos desde los que se construyen los sentidos sobre los cuales, a partir de los cuales y según los cuales se configura la trama social. La Filosofía Social atiende a las elaboraciones que se despliegan en esta dirección no sólo porque resultan importantes para la delimitación del significado y el alcance de aquello que se entiende por lo social, sino también por su importancia en la interpretación de las relaciones colectivas, la fundamentación y la organización de las instituciones y el diseño de las tecnologías que se aplican para intervenir en la realidad social (Honneth, 2009). En ese sentido, no se agota en una simple visión social del mundo, sino que remite a un particular ejercicio de la libertad en el que la realidad es confrontada para ser simultáneamente respetada y vulnerada, una manera de pensar, de sentir y de actuar que afirma la pertenencia a una temporalidad y a una geografía determinadas para tratar de aprehender lo que en ellas pudiera haber de “heroico”, es decir, de particular y único (Foucault, 1995; Botticelli, 2014). La Filosofía Social busca rebasar los horizontes de las críticas que denuncian los efectos sociales y ecológicos del capitalismo contemporáneo o se contentan con señalar sumariamente sus “cualidades monstruosas”. En este sentido, y a diferencia de las filosofías morales, la Filosofía Social no pretende ni descubrir normas universales ni ocupar un punto de vista imparcial o neutro; por el contrario, busca afirmar la posibilidad de abordar críticamente la configuración de la dimensión política de la vida colectiva interesándose por la normatividad particular, local y encarnada que se realiza y se ejecuta en las prácticas situadas que se despliegan en busca de transformar las condiciones concretas para lograr un mayor grado de realización tanto de los individuos como de los colectivos (Honneth, 2009). La Filosofía Social atiende, pues, a ciertos emergentes que se señalan como pertenecientes a un tipo patológico porque generan formas de sufrimiento social o porque impiden la realización de las expectativas sociales de los sujetos (Fischbach, 2009). Para realizar este señalamiento sin recalar en un formato normativo ni axiológico, la Filosofía Social trabaja para dar lugar a la voz de los involucrados. Así, resulta posible una reinterpretación de la noción de patología social según la cual ésta no remitiría a un estado social “normal” o “saludable” que se ha perdido y que sería deseable restaurar sino que aludiría a la constatación de un sufrimiento particular expresado en el discurso que los agentes sociales articulan sobre ellos mismos. Esta reinterpretación se acompaña de una actitud ético-política que se propone reconocer no solo la capacidad que tienen los sujetos para designar sus propias situaciones sino también para salir por sí mismos del “estado de minoridad” en el que los mantiene el orden social (Badiou, 2004 y 2009; Fischbach, 2009). De este modo la Filosofía Social suscribe una ontología relacional que no abstrae la cuestión del sujeto ni de la subjetividad de las condiciones existenciales a fin de dar cuenta de la carga “cualitativa” de la existencia individual y social, desplazando el modo de escenificación y la concepción liberal del sujeto como individuo. Comprendida en estos términos, permite la reconstrucción teórica de las condiciones sociales e históricas de inteligibilidad de la constitución y la posición de los sujetos y los procesos

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dentro de las sociedades hegemonizadas por el capitalismo apuntando a pensar la emergencia de “lo político” en la discrepancia que persiste en las configuraciones de “saber/poder”, como, por ejemplo, las que se manifiestan entre sujeto de la conciencia-sujeto de la producción, fuerza de trabajo-capital, política-policía (Rancière,1996 y 2013; Mouffe, 2014). En ese sentido, la perspectiva de la Filosofía Social propone emprender una tarea crítica que desmantele la operación de despolitización de lo social que reduce las problemáticas sociales a problemas técnicos o de gestión según una concepción, propia de la ingeniería social (Heler, 2006; Botticelli, 2016) a la que continúan rindiendo tributo buena parte de las teorías sociales que buscan explicar nuestra realidad argentina y latinoamericana en su relación con la impronta neoliberal.

IV) Acerca de la necesidad de indagar ámbitos particulares 2: los aportes de los Estudios sobre la Gubernamentalidad

No será menester encarar aquí una caracterización minuciosa de los Estudios sobre la Gubernamentalidad, línea de investigación que retoma los desarrollos propuestos por Michel Foucault durante la segunda mitad de la década del ’70 (Foucault, 2007a y 2007b). Alcanzará con resaltar algunos de los elementos que dicha perspectiva involucra y que refuerzan la decisión de sustentar las reflexiones críticas en torno al neoliberalismo sobre la base de la indagación de ámbitos particulares.La perspectiva de los Estudios sobre la Gubernamentalidad aborda al neoliberalismo ya no en términos de ideología, doctrina económica o filosofía política. Antes bien, lo tratan como un conjunto de prácticas que se armonizan entre sí conforme a una cierta racionalidad: un modo de hacer las cosas, un grupo de criterios que opera sobre la conducta económica y moral de los hombres afirmándose sobre la capacidad que tienen las personas de autogobernarse y de actuar con independencia (Rose y Miller, 1992). Desde una perspectiva gubernamental, el neoliberalismo necesita aseverar que los individuos saben lo que quieren y saben lo que hacen: sólo cada involucrado en cada intercambio mercantil puede conocer cuáles son los intereses que hay en juego y cuáles serán las estrategias más adecuadas. Pero el “respeto” que el neoliberalismo establece frente a esa capacidad no se configura sólo como una base jurídica que garantice las libertades individuales y los derechos fundamentales de las personas, sino que además se articula especialmente a partir de la reafirmación de las desigualdades comprendidas como motor de la competencia, principal factor del progreso económico y social. Sin embargo, todo esto no implica una suerte de renuncia a la posibilidad de gobernar las conductas, pues una cosa es dejar actuar al individuo y otra muy distinta es no gobernarlo. Las tecnologías neoliberales no reglamentan la libertad de los individuos, pero sí la gestionan: no intervienen directamente sobre ella sino sobre las condiciones desde las que es producida y consumida (Castro-Gómez, 2010 y 2016). La libertad que el neoliberalismo involucra no es un universal cuya consumación se afianza a lo largo del tiempo ni tampoco es el fruto del reconocimiento gradual de una facultad humana que hasta el siglo XVIII hubiera permanecido oprimida; antes bien, se trata del carácter que adopta la relación entre gobernantes y gobernados. En tanto arte gubernamental, no se articula en torno al paradojal imperativo “sé libre”, sino que se

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estructura administrativamente para organizar las condiciones dentro de las cuales habrá de ejercerse cierto tipo de libertad.De allí que, en términos gubernamentales, el neoliberalismo es comprendido como una impronta cuya especificidad estaría dada por una “modulación” de las prácticas de los sujetos a través de intervenciones sobre el “medio ambiente” (Foucault, 2007a y 2007b; Castro-Gómez, 2010). Este “gobierno a distancia” (Rose y Miller, 1992) combinaría la creciente autonomización de los sujetos con la creación de nuevas formas de inseguridad que apuntarían a estimular la competitividad, el cuidado de sí y el autogobierno. Dentro de dicha construcción, la noción de “Capital humano” –referida a aquellas capacidades que hacen a la competitividad de un sujeto– surge para ocupar un lugar central: a partir de ella, cada individuo es concebido como un “empresario de sí mismo”, capaz de auto-administrarse de manera responsable, autónoma y creativa (Foucault, 2007a). Estas tendencias habrían implicado una “recodificación del rol estatal”, promoviendo un progresivo desplazamiento de prácticas de gobierno hacia instancias sub-estatales, supra-estatales y no-estatales (De Marinis, 2005). Tal ampliación “más allá del Estado” de la analítica del gobierno no hace de la órbita estatal, sin embargo, un ámbito más: antes bien, dicha órbita comporta una referencia central en lo que hace a la forma que adoptan las relaciones de poder en su conjunto (Foucault, 2001).Desde la perspectiva gubernamental, el neoliberalismo aparece como una tecnología de gobierno capaz de crear un ethos determinado. Opera produciendo modos de existencia a través de los cuales los individuos y colectivos se subjetivan, es decir, adquieren una experiencia concreta del mundo. Esta tecnología no buscan obligar a que otros se comporten de cierto modo (y en contra de su voluntad), sino hacer que esa conducta sea vista por los gobernados mismos como buena, digna, honorable y, por encima de todo, como propia, como una forma de autorregulación, como proveniente de su libertad. De allí que el proyecto de su estudio crítico adopte el carácter de una analítica que busque particularizar los rasgos que va adquiriendo la relación entre el poder y la libertad en cada contexto situado.

V) Las teorías del “Capital Humano” en el desarrollo regional de las políticas de “Lucha contra la pobreza”

La Teoría del Capital Humano (TCH) fue suficientemente tematizada siguiendo la advertencia de Foucault (Brown, 2005 y 2015; López-Ruiz, 2012). Dentro de los límites de esta comunicación, alcanzará con recuperar un conjunto mínimo de referencias. Antecedentes de dicha teoría son los desarrollos producidos por los economistas Theodore W. Schultz y Harry G. Johnson durante la década de 1950, trabajos que dieron lugar a una serie de acepciones posteriormente explicitadas por autores como Gary Becker o Mark Blaug. Estos autores forjaron la noción de Capital Humano como una categoría que permite analizar la lógica con la que las personas gastan sus recursos más importantes (dinero y tiempo) en sí mismas, ya no en pos de un cierto disfrute presente sino porque esperan que dichos gastos les reporten en el futuro ciertos beneficios concretos. Estas consideraciones que se despliegan en un plano subjetivo tendrían un correlato macroeconómico: el capital humano pasa a designar un

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factor económico dependiente no sólo de la cantidad de personas que se involucran en los procesos productivos, sino también de la calidad, del grado de formación y de las capacidades de dichas personas.En las aproximaciones críticas al liberalismo y al neoliberalismo desarrolladas por Foucault, la TCH ocupa un lugar relevante. Mientras que, en la reconstrucción foucaultiana, los neoliberales europeos abogan en favor de un Estado que se limite a fijar las reglas del juego quedando todas las funciones referidas a la planificación libradas a las decisiones mercantiles –dejando a la “cuestión social” fuera del derecho y en los márgenes de la economía–, los estadounidenses van más allá al afirmar que el trabajo debe ser tomado como un capital y el trabajador debe ser considerado desde el punto de vista de la “asignación óptima de los recursos escasos con fines alternativos”. En ese sentido, la TCH supone una mutación epistemológica que va a invadir todo el campo social: una nueva forma de gobierno que requiere la transformación del individuo humano en un “empresario de sí” que debe abocarse a “producir y consumir libertad”.

Tomar en cuenta estos desarrollos teórico-críticos nos permite analizar ciertos aspectos de las políticas sociales argentinas implementadas entre 2003 y 2015, especialmente aquellas orientadas a conseguir ese complejo objetivo que dio en llamarse “promoción de la Economía Social”. Al igual que la mayoría de los programas implementados a partir de la década del ’90, las políticas sociales recogieron la influencia de las propuestas que los organismos crediticios internacionales desarrollaron bajo el título de “lucha contra la pobreza”. Desde esta consigna, las instituciones financieras impulsaron la adopción por parte de los Estados nacionales de políticas que se orientaran a contener o reducir los niveles de pobreza y que incorporaran criterios como la focalización del gasto, la descentralización de la gestión y la articulación con el “tercer sector”. A su vez, estos organismos sugirieron la incorporación de enfoques como la “gestión social del riesgo” (BM, 2000, 2001) y el “empoderamiento” (BM, 2001, 2002), así como también la adopción de lógicas de evaluación sustentadas en la ya mencionada TCH (BM, 2001, 2009).En el marco del despliegue regional de estas propuestas, los denominados Programas de Transferencia Monetaria Condicionada (PTMCs) comenzaron a ganar protagonismo. Estos programas consistieron en la asignación de recursos a familias en situación de pobreza o vulnerabilidad, exigiendo a cambio que éstas cumplan con ciertos compromisos asociados al “mejoramiento de sus capacidades humanas” (Cecchini y Madariaga, 2011), por lo general atinentes a la escolarización de los hijos o al cuidado de la salud del grupo familiar. La TCH aportó el fundamento de estas condicionalidades: se afirmaba que, al quedar supeditadas al desarrollo de las “capacidades humanas” por parte de los destinatarios y sus familias, las transferencias monetarias no sólo disminuirían la “pobreza actual” sino que además impactarían en la “pobreza futura”, obturando su ciclo de “transmisión intergeneracional” (BM, 2009). De allí que los PTMCs se presentaran como una superación de las políticas “asistencialistas” limitadas a la provisión de bienes y recursos, al proponer una intervención que no sólo produciría resultados en el presente sino también en el porvenir, lo que volvería a estos programas una herramienta adecuada para lograr mejoras “sustentables” en el bienestar de la población.

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En Argentina, las experiencias de PTMCs tienen como principales antecedentes al “Plan Trabajar” (1996-2001) y al “Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados” (2002-2009) (Cruces y Rovner, 2008: 52). Estos planes mostraron la particularidad de establecer entre sus condicionalidades la participación en proyectos productivos o capacitaciones laborales. Con posterioridad, diversas experiencias de PTMCs se replicaron a nivel nacional y subnacional, siendo la Asignación Universal por Hijo (AUH) la más importante por su alcance y por su grado de institucionalización.En este escenario, comenzó a implementarse en el año 2009 el Programa de Ingreso Social con Trabajo (PRIST, también conocido como “Argentina Trabaja” por el nombre de su principal línea programática). Por su masividad y su presupuesto, esta iniciativa representó la intervención estatal más importante en materia de promoción de la Economía Social. Este programa dispone la transferencia de un incentivo mensual en dinero a personas en situación de vulnerabilidad social a condición de que éstas dediquen cierta cantidad de horas semanales a la capacitación en oficios mediante la participación directa en proyectos productivos –modalidad conocida dentro de la jerga del programa como “capacitación en obra”–, contraprestación que puede ser, en ocasiones, reemplazada por la finalización de estudios de escolarización primaria y secundaria. Hasta ese punto, el programa responde a los lineamientos básicos de los PTMCs promovidos por los organismos internacionales: transfiere ingresos de manera focalizada a personas designadas como “vulnerables” a la vez que establece la condición de que estas personas se comprometan con el desarrollo de ciertas capacidades que implicarán mejoras en su “Capital Humano”. De este modo, se supone que la “inversión social” del Estado generará una “tasa de retorno” aceptable, como un mayor grado de “empleabilidad” de los destinatarios del programa, o también un incremento de las “oportunidades” de “superar” la pobreza con las que sus hijos podrán contar.Sin embargo, la irrupción del PRIST representa una novedad para este tipo de programas pues establece el requisito de que la contraprestación laboral deba ser realizada en el marco de una cooperativa de trabajo. Para ello, el programa crea cooperativas en cuyo marco los destinatarios participan de planes de saneamiento integral del hábitat, mejora de espacios urbanos y sociocomunitarios y producción social (talleres y polos productivos de cementicios, herrería y carpintería, entre otras actividades). Sobre este esquema básico, el programa contempla una serie de intervenciones complementarias orientadas al desarrollo de las cooperativas conformadas dentro de su marco (capacitaciones y cursos sobre cooperativismo, seguimiento y asistencia técnica, articulación con otros programas de promoción de la “Economía Social”, organización de circuitos comerciales, etc.). Esta disposición se realiza con vistas a que dichas unidades alcancen un funcionamiento que trascienda los horizontes de la política social y lleguen a una situación que permita a sus miembros prescindir de las transferencias monetarias estatales.Esta novedad tuvo lugar en un contexto en que el fenómeno del cooperativismo había ganado un terreno considerable en la agenda pública gracias al impulso que habían adquirido diversas formas alternativas de producción y comercio (clubes de trueque, empresas recuperadas, cooperativas de trabajo y vivienda, etc.) a partir de la crisis de 2001-2002 (Arcidiácono y Bermúdez, 2015). En este marco, el cooperativismo se

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constituyó no sólo como una estrategia de subsistencia de los trabajadores desocupados sino también como una reivindicación de sus capacidades gestionarse de manera autónoma y horizontal, llegando incluso a ser postulado como el pilar de un proyecto económico y político alternativo basado en la “economía social y solidaria” (Coraggio, 2011; Ciolli, 2013). Para el Ministerio de Desarrollo Social (MDS), a cargo del diseño y ejecución del Programa, el sentido de esta apelación al cooperativismo como herramienta se basa en un diagnóstico sobre la situación social según el cual la pobreza aparece vinculada a la “pérdida de la cultura del trabajo” (MDS, 2005; Arcidiácono y Bermúdez, 2015). De acuerdo con esta mirada, el debilitamiento y la precarización del mercado de trabajo heredados de la década anterior no sólo habrían tenido consecuencias en relación al “capital humano” de las personas relegadas a la desocupación, sino que también habría erosionado un mecanismo fundamental de integración social como la inclusión en el mundo laboral (MDS, 2007). A partir de este diagnóstico, el MDS hace de la Economía Social –y, en particular, de las cooperativas de trabajo– uno de los pilares de su intervención, al percibir en el cooperativismo una serie de prácticas y valores solidarios que podrían realizar un aporte positivo tanto para la mejora de la situación económica de los involucrados como para el fortalecimiento de los vínculos sociales y territoriales (MDS, 2005; Hopp, 2016). En ese sentido, la incorporación del cooperativismo a la política social es presentada como parte de un “cambio de rumbo” con el que se intentaría dejar atrás la mirada “individualista” que habría caracterizado a las intervenciones sobre lo social predominantes durante las décadas anteriores (MDS, 2007 y 2015a).Así, este “recurso del cooperativismo” podría interpretarse como una limitación a las tendencias neoliberales que hacen del “auto-desarrollo” y la competitividad los únicos horizontes de subjetivación concebibles. Cierto es que los mecanismos propuestos por el PRIST y por otros programas dirigidos al sector de la “Economía Social” durante esta etapa posicionan a los sujetos como “empresarios de sí” –o “emprendedores de la economía social” (MDS, 2015b, 2015c, 2015d)– cuyos saberes y capacidades deben ser detectados, activados y potenciados en pos de “fomentar el auto-empleo” y “generar oportunidades” (MDS, 2015d). Pero estos emprendedores deberán atender a algo más que a la eficacia, a la eficiencia y a la efectividad. En la medida en que conforman una cooperativa de trabajo, el desarrollo individual de cada uno de ellos se convierte, al menos parcialmente, en condición del desarrollo del conjunto, y viceversa. Una serie de sentidos y valoraciones ligados a la tradición cooperativista como la solidaridad, la participación horizontal y la primacía de lo colectivo por sobre lo individual aparecen como nuevos imperativos que deberán encontrar formas de compatibilización con los criterios mercantiles:

Lejos del fundamentalismo de mercado, sin dudas, las cooperativas son ejemplos de que otra economía es posible. Pero lo que es más importante, estas experiencias hablan de una transformación colectiva que dice no al individualismo para consolidar nuevos caminos basados en la solidaridad. Formas cotidianas y concretas de sostener que “la patria es el otro” (MDS, 2015a).

Ahora bien, una primera aproximación a las lógicas involucradas en el PRIST nos pone ante un emergente que podría encajar parcialmente en la descripción de tecnología de gobierno neoliberal, en el sentido que Foucault y los Estudios sobre la II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política - Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires - Buenos Aires, Argentina

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Gubernamentalidad asignan al término, pero que al mismo tiempo parece diferenciarse de esa etiqueta. Se trata de una pieza particular de la política pública argentina en la que los desarrollos comúnmente identificados con el neoliberalismo como las propuestas de “lucha contra la pobreza” y la TCH aparecen ensamblados con ciertos elementos de la tradición cooperativista que, al menos en primera instancia, se presentan como disonantes respecto de la terminología y de los criterios generales de la racionalidad neoliberal. Por lo tanto, antes de encasillar apresuradamente al fenómeno dentro de categorías preestablecidas, debemos interrogarnos por las implicancias y los alcances de este singular ensamble.Una manera de interpretar esta “anomalía” de la política social argentina podría catalogarla como un ejemplo de la subsunción a la que la lógica neoliberal somete a de aquellas prácticas emergidas como maneras de resistencia frente a ella. Desde esa lectura, la incorporación de elementos del cooperativismo dentro del esquema básico de los PTMCs sugeriría el accionar de un Estado que, completamente alineado con los organismos internacionales, echaría mano de la forma cooperativa como una “interfaz” a partir de la cual tomar contacto con experiencias de organización popular y desactivar su potencia transformadora reconvirtiéndolas a las lógicas del emprendedorismo y del desarrollo de “capital humano”. Optar por esta vía explicativa equivaldría a atribuir al neoliberalismo el poder de imponerse sobre todo aquello que se muestra ajeno a su impronta. Al mismo tiempo, comportaría una generalización que no permitiría indagar las posibles afinidades y coincidencias de base que pudieran establecerse entre ciertos elementos de la Economía Social –por ejemplo, aquellos que enfatizan el valor de la auto-organización y rescatan el potencial productivo de los entramados locales–, y ciertas tecnologías vinculadas a la impronta neoliberal, sobre todo aquellas que operan mediante la activación y movilización de solidaridades y compromisos inter-individuales a nivel "comunitario" (Rose, 2007).Otra manera de analizar este fenómeno sería identificarlo como una forma de resistencia interpuesta por el gobierno argentino ante el avance del neoliberalismo. Siguiendo esta línea, el PRIST ejemplificaría en el campo de la política social el carácter anti-neoliberal del proyecto político kirchnerista, lo que se verificaría especialmente en la implementación de criterios novedosos que habrían resignificado drásticamente las propuestas de “lucha contra la pobreza” impulsadas por los organismos internacionales. Optar por esta vía explicativa colaboraría con la posibilidad de reconocer las potencialidades políticas contenidas en la afirmación de los valores del cooperativismo. Sin embargo, también supondría que la voluntad de un gobierno o de una plataforma política-partidaria, actuando desde la centralidad del Estado, podría llegar a superar a la impronta neoliberal, o al menos a ponerle un límite. De ese modo, se estaría perdiendo de vista que el despliegue del neoliberalismo no se produce únicamente por el impulso de las grandes decisiones de la política pública, sino también por el encadenamiento de prácticas y saberes que, de manera siempre inacabada, inestable e incluso contradictoria, reproducen a nivel de las subjetividades aquella racionalidad empresarial que modela lo pensable y lo deseable. Muestra de esto sería el hecho de que, aún en el caso de que haya tenido que ver efectivamente con la intención de recorrer un camino alternativo respecto del neoliberalismo, el programa en cuestión no haya podido prescindir de la noción de “capital humano” a la hora de darse un marco de sentido.

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Por último, podría intentarse una aproximación a esta particular combinación de tendencias aparentemente divergentes suspendiendo la pretensión de encontrar en ella una prueba que confirme las presunciones sobre el espíritu “neoliberal” o “rupturista” del proceso político en cuyo seno fue ensayada. De ese modo, podría reconocerse en el diseño de propuestas como el PRIST una suerte de hibridación bastarda, una rareza de la política argentina que no resultaría tanto de las voluntades conscientes y los proyectos políticos como de las particularidades azarosas de nuestras condiciones históricas recientes. Conocer las implicancias concretas de esta hibridación entre TCH y la organización cooperativa de la producción podría significar un aporte valioso para lograr una comprensión más profunda del alcance y, sobre todo, de las significaciones que la impronta neoliberal muestra al interior de la realidad argentina. Escapa a las posibilidades de este escrito avanzar sobre estos interrogantes. Lo que puede afirmarse en este punto es que, para hacerlo, los desarrollos teóricos construidos en el occidente noratlántico pueden resultar un punto de partida pero de ninguna manera alcanzan a agotar una perspectiva de análisis que necesariamente debe ser nuestra, y cuya construcción tenemos por delante. Las indagaciones sobre la “racionalidad neoliberal” iniciadas por Foucault y continuadas por los autores de los Estudios sobre la Gubernamentalidad se nos ofrecen como aportes valiosos. Pero dichos aportes resignan rápidamente su potencia crítica si perdemos de vista que no encontraremos en ellos la respuesta a preguntas que, por cierto, sus autores nunca se formularon: qué es el neoliberalismo en nuestra actualidad latinoamericana y cuánto de él se reproduce y se reactualiza en nuestras instituciones y en nuestras propias subjetividades.

VI) Consideraciones finales: sobre los problemas de otorgarle al neoliberalismo la condición de “plan”

Habíamos comenzado esta presente comunicación hablando de la necesidad de tomar distancia de las explicaciones que buscan dan cuenta de las formas que adopta la impronta neoliberal en el contexto de nuestra actualidad argentina y latinoamericana desde perspectivas teóricas gestadas en Estados Unidos y en Europa. Complementariamente, se destacó la importancia de no otorgarle al neoliberalismo la condición de una explicación causal que todo lo abarca y todo lo subsume. Cabe aclarar que esta doble precaución no implica negar las conexiones que puedan rastrearse entre el nivel general y la diversidad de las manifestaciones locales. Aquella “globalización” tan mentada a comienzos de los años ’90 fue –y sigue siendo– el resultado de un impresionante proceso de desnacionalización y transnacionalización del capital que puso en jaque, tal vez para siempre, la lógica de las soberanías estatales. Por eso no puede desatenderse la tarea de caracterizar críticamente a las tendencias que subyacen tanto en los discursos políticos e intelectuales gestados en los think tanks de las universidades más prestigiosas del mundo como en los diseños legales y económicos impulsados por los organismos crediticios internacionales.Lo que quizás resulte conveniente e incluso necesario es advertir los peligros que encierra el hecho de adjudicarle al neoliberalismo el carácter de un “plan”, es decir, comprenderlo como un diseño homogéneo que se despliega siguiendo un conjunto de

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pautas prefijadas de acuerdo con la voluntad de ciertos grupos sociales. Los elementos y argumentos recuperados en este escrito permiten afirmar que otorgarle a la impronta neoliberal esa condición implica ubicarlo en el lugar de un poder superlativo y, al mismo tiempo, subestimar el grado de capilaridad que sus dinámicas son capaces de alcanzar. Interpretar todos los emergentes sociales y políticos que pueden registrarse en cada región y en cada momento como parte de una totalidad uniforme obtura la posibilidad de encontrar al neoliberalismo en sus pliegues particulares, sus manifestaciones bastardas, adulteradas, espurias y –especialmente– azarosas. El neoliberalismo debe ser comprendido como una impronta que opera a partir de su anclaje en territorios particulares, que busca configurar subjetividades individuales y colectivas, y que se fortalece en la reorganización de circuitos productivo-económicos, aunque esto no signifique que no encuentre resistencias con las cuales deba entablar nuevas dialécticas. En este sentido, tampoco debe interpretarse desde el modelo de un diseño holístico cuya ejecución responde a un orden preestablecido de fases que se continúan. Esto no significa que no tenga sentido rastrear las características del neoliberalismo en un plano mainstream que llevará de Mises y Hayek hasta el Consenso de Washington pasando por Friedman y Becker, Tatcher y Reagan. Pero reducir el neoliberalismo a una impronta que se despliega sólo en este plano sometiendo desde allí a todo lo que pueda pensarse “por debajo” implica perder de vista la centralidad que el impulso de las libertades –de cierto tipo de libertades– desempeña dentro de la gubernamentalidad neoliberal. La perspectiva gubernamental aporta la posibilidad de destacar una característica primordial, pues la libertad de la que hablamos, claro está, no puede difundirse ni mucho menos funcionar desde la lógica de la imposición. Antes bien, el ejercicio de esta libertad que se pondría en acto en las decisiones estructuradas por la dinámica del intercambio mercantil y por la forma-empresarial alcanzaría su éxito circulando en un doble nivel que abarca lo institucional y lo íntimo: omnes et singulatim, a todos y, en simultáneo, a cada uno. Esto significa que el neoliberalismo funciona correlativamente en el nivel de la totalización que expresan los criterios de las organizaciones pertenecientes tanto del ámbito privado como al ámbito estatal y, de manera correlativa, en los criterios que balizan las decisiones individuales intentando orientar el horizonte de indeterminación propio de lo humano hacia el binarismo característico de las lógicas mercantiles o, en otras palabras, buscando reducir las posibilidades de la acción a las regularidades de la conducta. Ese es su mayor poder. Y quizás, también, su mayor debilidadSe trata, por lo tanto, de quitarle al neoliberalismo su condición espectral para otorgarle un rostro humano, para buscarnos en él como en un espejo, para así poder enfrentarlo enfrentándonos a nosotros mismos.

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II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política

“Horizontes y dilemas del pensamiento contemporáneo en el sur global” Buenos Aires, 2 al 4 de Agosto de 2017

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“Horizontes y dilemas del pensamiento contemporáneo en el sur global” Buenos Aires, 2 al 4 de Agosto de 2017

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