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LA CABAÑA DEL BOSQUE
ra una noche fría y oscura de otoño.
Había comenzado a llover unas horas
atrás, y no había parado en ningún
momento. El coche avanzaba por la carretera
secundaria que unía los dos pueblos más
importantes de la comarca. Pero la carretera
estaba demasiado mojada, y el coche se estaba
quedando sin gasolina.
- ¡Vamos a tener que parar en el pueblo más
cercano! – exclamó Jaime Lozano, el padre de
familia, viendo cómo la
flecha que indicaba la
cantidad de gasolina que
les quedaba se acercaba al
cero- ¡Con suerte habrá
gasolina suficiente para
llegar a Villanueva sanos
y salvos!
El coche giró a la derecha, cuando Jaime vio una
señal en la que se podía leer: “Villa Horrores”.
- ¿Quién pone nombre a estos pueblos? –
preguntó su mujer, Marta Bermúdez, asombrada
ante el tenebroso nombre del pueblo al que
llegaban.
Comenzó a llover aún más fuerte, así que Jaime
aceleró.
E
A los cinco minutos, llegaron a la entrada de
“Villa Horrores”, un pueblo que solo constaba de
una calle, de algunos comercios y unas pocas
viviendas. Jaime aparcó su coche frente a un
edificio con un feo cartel, en el que se leía: “Hostal
Horrores”. Jaime entró en el hostal, tapándose
con su chaquetón.
- Disculpe –Jaime se acercó al recepcionista,
que se había quedado dormido sobre el
mostrador- ¿Hay una gasolinera por aquí cerca?
- Lo siento, señor –el recepcionista bebió un
sorbo de agua de un vaso que tenía al lado– No
hay gasolineras en 50 km a la redonda.
- Pues no creo que podamos llegar a Villanueva
sin apenas gasolina… ¿Tendrían una habitación
libre en el motel?
- No –respondió el recepcionista, tras ojear la
lista de habitaciones– Están todas ocupadas por
culpa de un congreso que se realizará mañana.
- ¿Y no hay ningún lugar donde podamos
hospedarnos esta noche? suplicó Jaime, viendo
que tendrían que pasar la noche en su coche, y
con el ruido de las gotas de lluvia cayendo sobre
el capó de fondo.
- Bueno… ¡Quizás puedan dormir en un lugar
especial! –el recepcionista puso una misteriosa
risita diabólica mientras le tendía una llave a
Jaime– Hay una cabaña en el bosque, a unos 200
metros de aquí. Podrán pasar allí la noche, y por
la mañana me pagarán lo que consuman… Si
pueden…
- Bueno, pues muchas gracias –Jaime cogió la
llave y el mapa que el recepcionista les había
ofrecido para poder encontrar la cabaña, y
volvió junto con Marta y su hijo.
- Pasaremos la noche en una cabaña rural que
hay aquí cerca, y por la mañana pensaremos con
más detenimiento cómo conseguiremos la
gasolina –les explicó Jaime. Arrancó el coche, y
condujo hasta la cabaña, a la cual se llegaba a
través de un sendero rocoso que atravesaba un
bosque. La familia entera entró en ella, cenaron
con los víveres que habían traído en el coche, y se
acostaron en una
cama familiar que se
encontraba en el
cuarto principal del
piso superior.
Pasaron las horas. La tormenta subió aún más su
intensidad, y los primeros relámpagos
aparecieron en el cielo. Fran, el hijo de Marta y
Jaime, observaba la lluvia a través de la ventana
del cuarto principal, ya que no podía dormir.
Se levantó para ir al servicio. Los relámpagos
proyectaban unas sombras tenebrosas que hacían
asustar al pequeño. Llegó al cuarto de baño al fin.
Se miró al espejo tras lavarse la cara, y entonces
observó que él no era el único que se estaba
reflejando en aquel espejo. Un hombre mayor, con
la cara arrugada y la piel blanquecina, le
observaba justo detrás suya. El niño empezó a
gritar, al descubrir que un extraño se había
colado en la cabaña. Pero, para colmo, cuando se
dio la vuelta, descubrió… ¡que ese hombre que se
había reflejado no estaba allí!
- ¡Un fantasma! –exclamó el niño, asustado, y
fue corriendo a la habitación principal,
despertando con sus chillidos a Jaime.
- Francisco… ¿qué te pasa? –Preguntó su
padre, extrañado por el comportamiento del
pequeño- ¿Qué te ocurre?
- ¡Un fantasma! ¡Hay
un fantasma en la cabaña!
- ¿Cómo va a haber un
fantasma? ¡Los fantasmas
no existen, cariño!
- ¡Papá! ¡Es verdad!
¡Ven conmigo al cuarto de
baño y te lo demostraré!
El niño cogió del brazo a Jaime, quien se levantó
a regañadientes de la cama para acompañarle. El
cuarto de baño estaba vacío, tal y como era de
esperar, pero de repente ocurrió algo que hizo
saltar del susto a Jaime: la puerta del cuarto de
baño se cerró con el portazo más fuerte que
habían escuchado en su vida.
- ¡Es el fantasma! ¡Ha cerrado la puerta y nos
va a matar! –exclamó el niño, pero Jaime fue
corriendo a abrirla, y tranquilizarle. Pero el
problema fue, que la puerta no se abría.
- ¡Genial! –exclamó Jaime, y pidió ayuda a su
mujer, que no se había levantado aún. Pero ella
no contestó. Por el contrario, empezó a gritar
pidiéndoles auxilio.
- ¡Ha ido a por mamá! –exclamó Fran- ¡El
fantasma ha ido a por mamá!
- Tranquilo, hijo. Seguro que no le ha pasado
nada… ¡Se habrá caído de la cama! –le dijo Jaime,
para tranquilizante, pero la verdad es que se
estaba poniendo muy nervioso.
Empezó a golpear la puerta con el hombro, para
tirar la puerta abajo y descubrir qué le pasaba a
su mujer. Una vez la puerta se salió de sus
goznes, atravesaron el pasillo, entraron a la
habitación principal y descubrieron que Marta
yacía inconsciente en el suelo de la habitación.
- ¡Marta! ¡Marta! –exclamó Jaime, cogiendo
en brazos a su mujer- ¿Qué te ha pasado?
Marta abrió levemente los ojos, y solo susurró
una palabra: fantasma.
- Papá… ¿qué hacemos?
¡El fantasma nos va a matar!
–el niño bajó corriendo las
escaleras, fue a la cocina,
cogió un vaso, lo llenó de
agua, y volvió a la
habitación, dónde le dio el
vaso a su madre. Poco a
poco, Marta fue recuperando
el color, y cuando ya pudo
mantenerse en pie, comenzó a contarles lo que le
había pasado:
- Estaba durmiendo, de repente he notado
como una fuerza me arrastraba hacia el techo,
caí al suelo, y justo antes de quedarme
inconsciente, vi como una silueta fantasmagórica
atravesaba el pasillo, y bajaba las escaleras.
- ¡Vámonos de aquí, papá! –exclamó de nuevo
el niño.
- Tranquilos. Vayamos al pueblo, y pidamos
explicaciones al recepcionista.
- Pero... ¡si está diluviando, y apenas nos
queda combustible! –protestó la mujer, pero Jaime
ya lo había decidido: salieron del dormitorio
principal, y bajaron al salón. Pero allí les
esperaba una sorpresa más…
- ¿Qué hace la puerta abierta? –preguntó
Marta, al ver que la lluvia estaba entrando en el
salón a través de la entrada.
- No lo sé, pero vamonos –Jaime avanzó hasta
la entrada, pero en el momento en que se
acercaba al quicio de la puerta, esta se cerró de
golpe y le dio a Jaime en las narices.
- ¿Qué hacéis en mi casa? –una voz se escuchó
por toda la casa, y Jaime intentó abrir la puerta
de forma desesperada, pero esta no cedía.
- Papá… ¡El fantasma! –Fran señaló las
escaleras, por dónde la fantasmal figura de una
persona vestida a la costumbre del siglo XIX,
bajaba. A Marta y Fran se le salieron los ojos de
las órbitas, y Jaime seguía sin poder abrir la
puerta.
Por fin, cuando el fantasma estaba al pie de las
escaleras, la puerta cedió, y la familia entera
pudo salir. Corrieron por el sendero, sin mirar
atrás, y sin pensar en el coche. La lluvia les
estaba calando hasta los huesos, pero ellos solo
podían pensar en llegar al hostal sanos y salvos.
Corrieron y corrieron, más de lo que nunca lo
habían hecho, pero el pueblo no aparecía.
- ¡Tan lejos no estaba la vez que vinimos en
coche…! –exclamó Jaime, que cogió en brazos a
Fran, e intentó taparlo, para que la lluvia no le
hiciera resfriarse.
En lugar del pueblo, llegaron
a una carretera, por la que
antes no habían pasado, y
como había un coche que
estaba pasando en ese
momento, le hicieron señas. El
conductor le dejó que
entraran sin problemas, y los llevó a Villanueva,
adonde él se dirigía, y dónde la familia pudo
pasar la noche.
Al día siguiente, Jaime, junto con una patrulla de
policía a la que había pedido ayuda, fueron a
“Villa Horrores”. Los policías no conocían esa
aldea, ni la cabaña de los horrores de la que
Jaime les había hablado. A pesar de que Jaime
recordaba a la perfección cómo llegar, la calle
principal de “Villa Horrores”, no era más que un
camino forestal que acababa en un descampado,
donde solo estaba el coche de Jaime. La cabaña y
el pueblo, habían desaparecido. ¿O es que nunca
habían existido, y todo habían sido imaginaciones
de la familia?
…FIN?