Comentarios sobre Marcos 3, 13-19

Jesús escogió Doce para que de un modo especial fueran sus compañeros-representantes, como principio y signo (mediación) de un camino vocacional más amplio. Principio y signo de una nueva familia de hermanos y hermanas que cumplen la voluntad de Dios

(Mc 3, 20-34), familia Universal de Dios.

Jesús sube al monte, probablemente no sólo a orar, sino para contemplar la multitud que permanece abajo en las faldas de la

colina. Ahí también están los discípulos, son parte de ese pueblo sufriente, buscador de la obra de Dios en Jesús; ellos son parte de la realidad nacional. Jesús “ve” desde la colina a una gran multitud que

ha hecho en Él una experiencia de salvación y de ahí escoge a los Doce y los pone al servicio de esa multitud.

La voz de Jesús resuena, quizás a gritos, pronunciando los nombres de los elegidos. El evangelista agrega un dato precioso: “a los que él quiso”. Quiere decir, a los que él amaba desde mucho tiempo atrás

llevándolos en su corazón.

El sentido del llamado está en la expresión “Creó Doce”, es decir, creó una familia, la familia del Nuevo Pueblo de Dios. Así como Yahveh por el éxodo y la alianza en el Sinaí creó un pueblo, constituyó su

pueblo, así Jesús crea ahora su familia (Mc 3, 34-35), entorno a la cual los pescadores de hombres congregarán a Israel y a todas las

naciones.

1. “Para que estuvieran con él”. Este estar con Jesús es el objetivo del discipulado. El centro de la escuela es la persona de Jesús, Él es el

maestro y al mismo tiempo la lección.

La creación de los Doce es para un doble movimiento en torno a Jesús:

2. “ Para enviarlos a predicar con poder de expulsar demonios”. La convivencia con Jesús capacita para la misión. Jesús quiere tomarlos para que continúen su obra, para compartirles su kerigma y sus obras

de poder.

Los llamados fueron donde Jesús (“Y vinieron donde Él”). Indicando que se pusieron a su lado y que han de formar una unidad con el

Maestro. Y así, también ellos comienzan a ver a los que permanecen al pie de la colina.

“Obreros de la viña son todos los miembros del Pueblo de Dios: los sacerdotes, los religiosos y religiosas, los fieles laicos… Todos y cada uno trabajamos en la única y común viña del Señor con carismas y

ministerios diversos y complementarios…

En la Iglesia-Comunión los estados de vida están de tal modo relacionados entre sí que están ordenados el uno al otro.

Ciertamente es común –mejor dicho, único- su profundo significado: el de ser modalidad según la cual se vive la igual dignidad cristiana y

la universal vocación a la santidad en la perfección del amor. Son modalidades a la vez diversas y complementarias, de modo que cada una de ellas tiene su original e inconfundible fisionomía, y al mismo

tiempo cada una de ellas está en relación con las otras y a su servicio.

Así el estado de vida laical tiene en la índole secular su especificidad y realiza un servicio eclesial testificando y volviendo a hacer presente, a

su modo, a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, el significado que tienen las realidades terrenas y temporales en el

designio salvífico de Dios.

A su vez, el sacerdocio ministerial representa la garantía permanente de la presencia sacramental de Cristo Redentor en los diversos

tiempos y lugares.

El estado religioso testifica la índole escatológica de la Iglesia, es decir, su tensión hacia el Reino de Dios, que viene prefigurado y, de

algún modo, anticipado y pregustado por los votos de castidad, pobreza y obediencia.

Todos los estados de vida, ya sea en su totalidad como cada uno de ellos en relación con los otros, están al servicio del crecimiento de la Iglesia; son modalidades distintas que se unifican profundamente en

el “misterio de la comunión” de la Iglesia y que se coordinan dinámicamente en su única misión”. (Cfr. Christefideles laici 55)

En el documento de Aparecida, se nombra a los discípulos misioneros con

vocaciones específicas, señalando su misión de la siguiente manera:

La vida familiar, en el seguimiento de Cristo, se abre al surgimiento de una hermandad nueva, fundada en la palabra compartida que se pone

al servicio de todos.

Vocación viene de “llamada”, de aquella palabra que Jesús ha

dirigido a los que quiere, para hacerlos signo y principio misionero al servicio de la nueva

humanidad nacida del que es el Maestro y el Señor y cada uno de nosotros es

uno de esos a quien Jesús quiere y llama.

Jesús es el lugar de la vocación. Es en Él

donde se van a trasplantar. La tierra

que Dios le iba a mostrar a Abraham

es ahora una persona y su camino: es Jesús

de Nazaret.