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    “La dinámica política del Proceso de Reorganización Nacional (Argentina, 1976-1983)” . Aprobado para su publicación en Franco, Marina y Hernán Ramírez (eds.)

     Dictaduras del Cono Sur. Problemas generales y casos nacionales. Buenos Aires:

    mimeo.

     Paula Canelo∗ ∗∗ ∗  

    Introducción

    A mediados de 1978, el politólogo francés Alain Rouquié afirmaba en un artículo de

    coyuntura que el “régimen nacido del último golpe de Estado fue sin dudas el más militar

    de todos aquéllos que tuvo la Argentina desde 1930”1. Aún al calor de los hechos,

    probablemente el observador ya podía percibir las inéditas transformaciones que venía a

    operar el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983) sobre la

    escena argentina de mediados de los años setenta.

    Con la perspectiva que otorga la distancia, hoy podemos confirmar, con bastante certeza,

    que la última dictadura militar fue el punto más alto en un crescendo abierto allá por los

    años treinta, cuando en la Argentina sonara, por primera vez, la “Hora de la Espada”.

    Por un lado (y esto ya ha sido señalado2), la dictadura argentina pretendió superar el “mero

    reordenancismo” de sus antecesoras, y para lograr sus objetivos refundacionales puso en

    marcha la primera experiencia de involucramiento institucional pleno en el ejercicio del

    poder y del gobierno. Efectivamente, tras el golpe de Estado de marzo de 1976 las tres

    armas participantes en la Junta Militar, máximo órgano soberano del esquema

    gubernamental, se comprometieron institucionalmente en el destino de la experiencia,

    compartiendo el poder en partes iguales.

    Por otro lado (y esto, sin dudas, ha sido mucho menos trabajado3), los militares procesistas

    trasladaron con particular intensidad al seno mismo del Estado y del gobierno todas las

    ∗ Investigadora del CONICET y del IDAES/UNSAM. Docente regular de la UBA.1  Rouquié, Alain, “Reorganización Nacional y ‘Guerra Sucia’”, en Alain Rouquié,  Autoritarismos y

     Democracia, Buenos Aires, Edicial, 1994: 281.2 Entre otros trabajos, consultar Acuña, Carlos y Catalina Smulovitz, “Militares en la transición argentina: delgobierno a la subordinación constitucional”, en VVAA,  Juicio, castigos y memorias. Derechos humanos y

     justicia en la política argentina. Buenos Aires, Nueva Visión, 1995; Novaro, Marcos y Vicente Palermo,  Ladictadura militar 1976/1983, Buenos Aires, Paidós, 2003.3 Consultar, entre otros, Canelo, Paula, El Proceso en su laberinto. La interna militar de Videla a Bignone,Buenos Aires, Prometeo, 2008 (a); Canelo, Paula, Entre la política y la técnica. Las Fuerzas Armadas

    argentinas de la refundación a la prescindencia (Argentina, 1976-2001), Tesis de Doctorado en CienciasSociales, Buenos Aires, FLACSO, 2006 (a); Canelo, Paula, “Dictature et politique. L’expérience fondatriceinachevée du ‘Processus de réorganisation nationale’ (Argentine 1976-1983)”, Vingtième Siècle, Nº105,

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    contradicciones ideológico-políticas que caracterizaron a las Fuerzas Armadas argentinas

    desde su origen como instituciones profesionales a principios del siglo XIX, dotando a la

    experiencia dictatorial de un importante grado de incoherencia e inestabilidad.

    Finalmente, las Fuerzas Armadas procesistas no se cansaron de insistir en que una de susgarantías de éxito era que habían aprendido de los fracasos, y también de los aciertos, de

    los gobiernos militares anteriores, de quienes se sentían, en mayor o menor medida,

    herederas. Es así que el Proceso se inscribió, a pesar de todas sus marcas distintivas, en el

    punto de llegada de una tradición de larga data, la de los sucesivos y multifacéticos

    intentos, por parte del actor militar, de corregir las “desviaciones de la sociedad civil”.

    En este camino, el referente más directo del Proceso fue su antecesor inmediato, el régimen

    militar de la “Revolución Argentina”, durante el que se sucedieron las presidencias de losgenerales Onganía, Levingston y Lanusse (1966-1973). Considerado el primer intento

    consistente de la corporación militar de promover cambios radicales e irreversibles en la

    sociedad argentina, este “Estado Burocrático-autoritario”4  enlazó los intereses de la

    fracción “azul”5  de las Fuerzas Armadas con los de la burguesía transnacionalizada

    mediante la articulación entre la “seguridad” y el “desarrollo”.

    La primera lección que los elencos procesistas decían haber aprendido de la Revolución

    Argentina está relacionada con la elección de la política represiva. A diferencia de suantecesora, la dictadura de 1976 privilegió por sobre la represión legal (donde la

    responsabilidad era asumida por órganos represivos legales y donde mediaba algún tipo de

    normativa previa) una metodología ilegal basada en la clandestinización del Estado, la

    actividad de “grupos de tareas” y la organización de centros clandestinos de detención

    donde los prisioneros eran sometidos a las más salvajes torturas y vejaciones, que solían

    concluir con la muerte y la desaparición.

    Múltiples son los factores que explican la elección de este tipo de represión ilegal, y su

    predominio sobre la legal6, pero entre ellos se encuentra sin dudas el fracaso de la

     janvier-mars 2010; Pucciarelli, Alfredo (coord.), Empresarios, tecnócratas y militares, Buenos Aires, SigloXXI, 2004.4 O’Donnell, Guillermo, El Estado burocrático-autoritario, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1982.5  “Azules” y “colorados” son los dos bandos hipotéticos que se enfrentan en las maniobras militares. Asíhabían sido bautizadas dos fracciones militares surgidas tras el derrocamiento de Juan Domingo Perón en1955, que poseían distintas concepciones sobre el peronismo y que se habían enfrentado militarmente en1962 y 1963.6

     Entre otros, la influencia de la Doctrina de Seguridad Nacional, la posibilidad que ofrecía la clandestinidadde evitar o retardar las sanciones internacionales, la eficacia disciplinaria que el terror tenía sobre el cuerposocial, la oportunidad que ofrecía para dirimir conflictos internos de las propias Fuerzas Armadas, etc.;

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    represión predominantemente legal adoptada por el régimen de 1966, desarticulada por la

    sanción de la “Ley de Amnistía” y el Devotazo en 1973, durante el gobierno de Héctor

    Cámpora.

    La segunda lección, de especial interés para este trabajo, se refiere al ejercicio del podergubernamental. Los militares procesistas sabían que los conflictos internos y la

    “personalización” del poder debían ser evitados. Para ello, adoptaron un modelo

    institucional complejo (“esquema de poder”) regido por dos reglas fundamentales: la

    supremacía de la Junta Militar sobre el presidente y el reparto tripartito del poder.

    Este modelo debía permitir, idealmente, el virtual autoatamiento de las instituciones

    armadas al destino de la experiencia autoritaria, ejercer un control vertical y horizontal del

    poder, neutralizar los conflictos internos, tanto intrafuerzas como interfuerzas, y evitar laconcentración del poder.

    Sin embargo, las Fuerzas Armadas no previeron que la dinámica de este esquema sería

    radicalmente opuesta a la deseada. En efecto, la misma potenciaría el surgimiento y

    desarrollo de los conflictos internos, los trasladaría a toda la estructura de poder y atentaría

    contra el cumplimiento de varios de los objetivos más importantes del régimen. Incidiendo

    finalmente, y como venía sucediendo históricamente, en la entrega imprevista y

    descontrolada del poder a los civiles; con la diferencia de que, en este caso, la caída delrégimen arrastraría a las Fuerzas Armadas argentinas a la crisis más profunda de su

    historia, colocándolas al borde de la desintegración institucional.

    En este trabajo sostenemos que esta especificidad del régimen argentino se explica no por

    las particularidades del diseño institucional en sí, a pesar de sus evidentes limitaciones; ni

    tampoco por las del actor protagónico dentro del esquema, la conflictiva y contradictoria

    alianza cívico-militar que llevó adelante la experiencia autoritaria. Afirmamos que la

    particular dinámica política que caracterizó a la última dictadura militar argentina fue

    resultado de la combinación de estos dos niveles, el del modelo institucional y el de los

    actores, articulados históricamente en sucesivos y cambiantes contextos políticos.

    A continuación desarrollamos por separado ambos niveles, el del “esquema de poder” y el

    de la “alianza cívico-militar”, para dedicarnos en los apartados siguientes a comprender de

    qué forma ambos se combinaron durante las sucesivas presidencias de los generales

    Videla, Viola, Galtieri y Bignone en un cambiante contexto político. Finalmente,

    Acuña y Smulovitz, op. cit.

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    concluimos con algunas reflexiones sobre la particular dinámica política del Proceso de

    Reorganización Nacional.

    El “esquema de poder”

    A partir de 1976, consolidando la tendencia inaugurada por la Revolución Argentina de

    progresivo involucramiento de los militares en el gobierno, la Junta Militar integrada por

    los Comandantes de las tres Fuerzas Armadas (Ejército, Armada y Fuerza Aérea), se

    constituyó como “órgano supremo de la Nación”, dotado de una autoridad superior a la del

    Presidente de la Nación. Podía sesionar sólo en “presencia de la totalidad de sus

    miembros”, debiendo adoptar sus decisiones “por simple mayoría”, salvo en el caso de

    elección o remoción del Presidente de la Nación, caso en el que se requería unanimidad.

    Sus propósitos primordiales eran velar por el “normal funcionamiento de los demás

    poderes del Estado” y por el cumplimiento de los “objetivos básicos”. La Junta designaba

    al presidente de la Nación, a los miembros de la Comisión de Asesoramiento Legislativo y

    a los altos funcionarios del Poder Judicial de la Nación; controlaba estrechamente su

    actividad y podía destituirlos cuando lo considerara “conveniente”. Absorbía varias

    funciones que según la Constitución Nacional le correspondían al Ejecutivo y al

    Legislativo, como el Comando en Jefe de las Fuerzas Armadas, las funciones militares y deguerra y la declaración del estado de sitio.

    El Presidente de la Nación debía ser un “oficial superior de las Fuerzas Armadas” en

    situación de retiro que no podía desempeñarse, al mismo tiempo, como miembro de la

    Junta. Tenía facultades ejecutivas y legislativas, debía designar a los jueces de los

    tribunales inferiores de la Nación y a los gobernadores provinciales, y controlar la

    estructura ministerial a través de la estratégica Secretaría General de la Presidencia. El

    control sobre el gabinete era reforzado mediante la designación, en cada Ministerio, de un

    delegado militar por cada una de las tres Fuerzas.

    La Comisión de Asesoramiento Legislativo (CAL) estaba integrada por nueve oficiales

    superiores, tres por cada Fuerza, y en su seno funcionaban ocho subcomisiones, una por

    cada Ministerio. Debía “ejercer facultades de asesoramiento legislativo en representación

    de las Fuerzas Armadas” ante el Poder Ejecutivo: su principal tarea era seleccionar y

    criticar los proyectos de ley presentados por las diferentes reparticiones del aparato estatal

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    para el examen posterior del Presidente de la Nación, y elaborar y promover proyectos de

    ley, permitiendo un control vertical y horizontal de las leyes.

    Finalmente, la rotación en el desempeño de los cargos más altos de la jerarquía

    gubernamental y militar (miembro de la Junta Militar, Presidente de la Nación, miembrode la CAL y Comandante en Jefe) procuraba evitar la “personalización” del poder7.

    El reparto tripartito del poder ordenó los más altos niveles gubernamentales, como la Junta

    Militar y la CAL. En cuanto al Poder Ejecutivo, cada Fuerza obtuvo dos de las carteras del

    primer gabinete de Videla, con excepción de Educación y Economía, asignadas a civiles8.

    La mitad de las gobernaciones quedó en manos del Ejército y la otra mitad se repartió entre

    la Armada y la Fuerza Aérea, mientras los cargos municipales eran distribuidos entre

    civiles afines. Los medios de comunicación, los sindicatos, las obras sociales, lasorganizaciones empresarias y los directorios de empresas públicas, entre otros, eran

    intervenidos también “equitativamente” por miembros de las tres Fuerzas.

    El criterio tripartito también predominó en el diseño represivo que literalmente feudalizó el

    territorio nacional. El terrorismo de Estado fue organizado a partir de la división territorial

    de los Cuerpos de Ejército, delimitándose Zonas y Subzonas donde operaban “fuerzas

    conjuntas”, bajo un comando unificado y con un objetivo común; si bien el Ejército tenía la

    responsabilidad operativa primaria, era “apoyado” por la Marina y la Fuerza Aéreamediante la asignación de elementos propios9. El involucramiento de las tres Fuerzas, al

    igual que la participación masiva de los militares en la represión fortaleció el “pacto de

    sangre” gestado alrededor de la misma.

    El reparto tripartito también orientó la extensa militarización del aparato estatal que

    consolidaron las Fuerzas Armadas durante el Proceso. Esta progresiva ocupación del

    7  Sobre el “esquema de poder”, consultar el “Estatuto para el Proceso de Reorganización Nacional”,24/3/1976; el “Reglamento para el funcionamiento de la Junta Militar, Poder Ejecutivo Nacional y Comisiónde Asesoramiento Legislativo”,  Boletín Oficial, 26/3/1976; Castiglione, Marta, La militarización del Estadoen la Argentina (1976-1981), Buenos Aires, CEAL, 1992; Novaro y Palermo, op. cit.8  La participación de los civiles como funcionarios del régimen ha sido tan significativa como pocoestudiada. De acuerdo con el diario La Nación, hacia 1980 “el 52% de los intendentes del país pertenecían aalgún partido político según esta distribución: UCR 35,3; PJ 19,3; PDP 12,4; MID 10,7%; FUFEPO 8,9.” ( La

     Nación, 25/3/1980,  cit. en González Bombal, Inés, El diálogo político: la transición que no fue.  BuenosAires, CEDES, 1991: 91). A mediados de 1981, el general Liendo evaluaba que el 90% de los “equiposministeriales o intendencias” estaban confiados a civiles, “radicales, desarrollistas, intransigentes,

     justicialistas, federalistas, conservadores, democristianos, socialistas, de Nueva Fuerza, de Línea Popular (yde) casi todos los principales partidos provinciales” (Clarín, 10/6/1981; cit. en González Bombal, op. cit.:

    91).9 Mittelbach, Federico y Jorge Mittelbach, Sobre Áreas y Tumbas. Informe sobre desaparecedores. BuenosAires, Sudamericana, 2000.

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    Estado por parte de los militares, asociada con la ampliación de sus funciones “extra-

    institucionales” (sobre todo, la del ejercicio del gobierno), se había iniciado en las primeras

    décadas del siglo XX, había sido fortalecida primero por el peronismo y luego por el

    desarrollismo, y se había consolidado durante la Revolución Argentina. A partir de 1976

    este proceso alcanzará niveles inéditos: la expertisse  política obtenida en el ejercicio

    recurrente del poder y la capacidad técnica derivada de la ocupación de cargos públicos y

    la dirección y administración de organismos y empresas del Estado, le había otorgaron a

    los militares argentinos los instrumentos necesarios para autopercibirse (aunque no

    necesariamente para desempeñarse) como una élite burocrática “eficiente”10.

    La alianza cívico-militar

    Las Fuerzas Armadas que llevaron adelante el régimen autoritario se aglutinaban tras dos

    objetivos políticos inseparables: la creación de una nueva clase dirigente, imaginada bajo

    el rimbombante título de “Movimiento de Opinión Nacional” (MON), y la

    institucionalización del rol de “custodios” o “árbitros” que, afirmaban, habían

    desempeñado históricamente en el sistema político argentino, bajo la forma de un “cuarto

    poder”11. Pero más allá de este entusiasmo compartido, pocas eran las precisiones (y

    menos aún las precisiones compartidas) que los militares podían establecer acerca de cómolograr, concretamente, esos objetivos.

    Paralelamente, el principal elemento que amalgamaba el diagnóstico de las Fuerzas

    Armadas con el de sus aliados civiles era la aversión frente al “populismo económico”,

    entendido en términos muy amplios. La deseada transformación de los actores

    socioeconómicos protagonistas del espasmódico funcionamiento económico de posguerra

    (muy especialmente los sindicatos) sólo podía lograrse desmantelando las estructuras y

    prácticas populistas, tanto económicas como políticas.

    10 Castiglione, op. cit.11  Estos objetivos eran centrales en los planes reservados que circularon tempranamente en despachos ycuarteles. En octubre de 1976, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, general Ibérico Saint Jean,elaboró un documento donde recomendaba la “vertebración de una nueva clase dirigente” y la creación de un“Consejo de la República (donde) las FF.AA. participarán (…) como custodios de los intereses específicos dela seguridad y el potencial de la Nación, disponiendo de un poder de veto” (“Un nuevo ciclo históricoargentino: del Proceso de Reorganización Nacional a la Tercera República. Lineamientos para una estrategianacional”, 1976, s/d). En abril de 1978 Jaime Perriaux, miembro de la “Sociedad de Estudios y AcciónCiudadana”, entidad civil adicta al régimen, redactó un plan político donde recomendaba una “reformainstitucional” que permitiera la creación de un “Consejo de la República”, donde pudiera “institucionalizarse

    aquella intervención última de las Fuerzas Armadas (...) como custodios permanentes de la continuidadhistórica” (“Propuesta Política de Jaime Perriaux para el Proceso de Reorganización Nacional”, 1978: V-3 yss.)

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    Finalmente, esta ambiciosa (y no necesariamente coherente) sumatoria de refundación

    política y económica debía ser garantizada por una tarea superior: la “lucha

    antisubversiva”. La misma era alimentada desde distintas vertientes: entre otras, la

    Doctrina de Seguridad Nacional, que consideraba que la preservación de las “fronteras

    ideológicas” y la lucha contra el “enemigo interno” debían ser la principal misión militar,

    las enseñanzas de las “guerras antisubversivas” libradas en Argelia e Indochina por el

    Ejército francés, y la participación de los militares procesistas en el bando “colorado”, que

    los llevaba a concebir (a diferencia de los “azules”) al peronismo y a la “subversión” como

    dos caras de la misma moneda.

    Estos recursos de cohesión, y la definición amplia de las tareas perseguidas, permitieron

    atenuar las contradicciones de esta compleja alianza cívico-militar. Tanto las FuerzasArmadas como los civiles participantes del gobierno se agrupaban en distintas fracciones

    internas, no necesariamente coherentes entre sí.

    La fragmentación del frente militar era contundente. En primer lugar, la fracción

    “revolucionaria” o “dura”, tenía fuerte gravitación en el Ejército, sobre todo entre los

    Comandantes de Cuerpo o “señores de la guerra”, y en la Fuerza Aérea. Estos defensores

    del poder “soberano” del Proceso, profundamente anticomunistas y antiperonistas,

    rechazaban cualquier acercamiento con los civiles, y postulaban tanto la primacía de la“lucha contra la subversión” como una prolongada permanencia de las Fuerzas Armadas en

    el gobierno. Sus miembros no presentaban una postura ideológica homogénea, variando

    entre el nacionalismo elitista, el paternalismo y el integrismo católico, ni tampoco

    coincidían en su credo económico: mientras la Fuerza Aérea apoyaba la reforma

    económica liberal, los “duros” del Ejército se le oponían, y defendían la intervención

    económica estatal, sobre todo para fortalecer una industria bélica que consideraban

    estratégica para el desarrollo y la defensa nacional.

    En segundo lugar, en la fracción “moderada” se agrupaban los más altos funcionarios del

    Ejército, como los generales Videla, Harguindeguy y Galtieri, que combinaban, en

    términos generales, el fervor por el MON con el apoyo a la política económica liberal. Pero

    lo más relevante de esta fracción no era su coherencia ideológica, sino el rol que cumplía

    en la dinámica política del frente militar, y del Ejército en particular. En efecto, esta

    fracción tenía como principal función la de “moderar” la interna intrafuerzas del Ejército,

    otorgándole alternativamente su apoyo a las “minorías de preferencias intensas” (lasfracciones “dura” y “politicista”), buscando mantener cierto equilibrio institucional.

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    Por último, la fracción “politicista” integrada por los generales Viola, Liendo, Villarreal,

    Vaquero y Bignone, tenía relativa impronta dentro del Ejército. Sus miembros aceptaban,

    con una mirada acentuadamente política, subordinar los objetivos parciales del Proceso al

    éxito o fracaso de la experiencia en su conjunto. Así, por ejemplo, consideraban que los

    partidos políticos y las organizaciones sindicales existentes eran interlocutores válidos si

    de lo que se trataba era de superar el debilitamiento de los recursos de legitimación y/o el

    agotamiento de los tiempos políticos. Finalmente, eran opositores de la política económica

    liberal, pero no por profundas convicciones económicas (más bien cercanas al

    desarrollismo), sino por considerarla contraria a las oportunidades de legitimación de la

    dictadura.

    Por su parte, los elencos civiles de la dictadura se alineaban tras las mismas corrientesideológicas que habían nutrido los cuadros de gobierno de los regímenes militares

    anteriores. En efecto, nacionalistas y liberales integraron la estructura ejecutiva del

    régimen, especialmente el gabinete nacional donde, en forma análoga al equilibrio interno

    buscado mediante el reparto tripartito, disfrutaron de un virtual empate inicial12.

    El nacionalismo argentino se encontraba relativamente debilitado, ya que pocos años antes

    del golpe habían fallecido varios de sus más paradigmáticos exponentes, como Julio

    Meinvielle, Carlos Sacheri y Jordán Bruno Genta, estos dos últimos víctimas de atentadosdel Ejército Revolucionario del Pueblo. A partir de 1976 los nacionalistas obtuvieron el

    Ministerio de Educación, primero de mano de Ricardo Bruera y luego con Juan José

    Catalán, que profundizaron la influencia del nacionalismo católico en el área educativa 13.

    Además, destacados nacionalistas fueron designados en otras funciones públicas

    relevantes, como miembros de la Corte Suprema de Justicia14, y en el CONICET, sobre

    todo en las ciencias sociales; la emblemática revista Cabildo y la Iglesia católica les

    otorgaban canales privilegiados de expresión15. 

    El liberalismo obtuvo, a partir de 1976, el Ministerio de Economía, donde fue designado

    José Alfredo Martínez de Hoz. Muchos de sus funcionarios habían ocupado cargos

    12 Este “empate” evolucionó progresivamente hacia el predominio de los liberales sobre los nacionalistas;Canelo, Paula, “Las ‘dos almas’ del Proceso. Nacionalistas y liberales durante la última dictadura militarargentina (1976-1981)”, Páginas, Nº1, mayo-agosto 2008 (b).13  Rodríguez, Laura Graciela, “Coincidencias y conflictos entre funcionarios del Proceso. El caso delMinisterio de Cultura y Educación”, Entrepasados, 2010 (en prensa).14 Mignone, Emilio,  Iglesia y dictadura. El papel de la Iglesia a la luz de sus relaciones con el régimenmilitar . Buenos Aires, UnQui - Página/12, 1999.15

     Saborido, Jorge, “El antisemitismo en la historia argentina reciente: la revista Cabildo y la conspiración judía”, Revista Complutense de Historia de América, vol. 30, 2004; Rock, David,  La Argentina autoritaria. Los nacionalistas, su historia y su influencia en la vida pública. Buenos Aires, Ariel, 1993.

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    públicos durante la Revolución Argentina o el interinato de Guido, y algunos provenían del

    “Club Azcuénaga”, círculo de intelectuales, políticos y economistas promovido por Jaime

    Perriaux y el general Hugo Miatello, o habían militado en los orígenes de la democracia

    cristiana o en grupos católicos16. La transformación sufrida por el liberalismo vernáculo

    permitía identificar, dentro de los elencos económicos de la dictadura, tanto “liberales

    tradicionales” como miembros de una nueva corriente, el “liberalismo tecnocrático”. Los

    primeros eran representantes de las viejas clases dominantes agrarias diversificadas en

    actividades industriales, comerciales y financieras, que conservaban una importante

    influencia política, facilitada por la posesión de poderosos medios de comunicación, como

    el diario  La Nación, y promovían la defensa de los “sectores productivos”, los principios

    de las ventajas comparativas y el antiestatismo.

    Por su parte, los “tecnócratas” expandían su influencia en círculos privados, como

    institutos de investigación, lobbies  y empresas. En el marco de las transformaciones

    económicas internacionales de la década del setenta, e inspirados en la experiencia de la

    dictadura chilena, postulaban la implementación local de los avances de la academia

    norteamericana, del tipo Friedman y la “Escuela de Chicago” 17.

    La “edad de oro” del Proceso: la primera presidencia de Videla

    La primera presidencia del general Videla puede ser considerada la “época dorada” del

    régimen militar. Durante la misma, de la mano del predominio de la fracción “moderada”,

    que buscó imprimirle a la gestión un marcado acento “institucionalista” y de apego a los

    “Documentos Básicos del Proceso”, la dictadura argentina se expresó con su mayor

    potencia.

    A partir de marzo de 1976 el gobierno militar persiguió dos objetivos excluyentes: la

    “lucha antisubversiva” y la “normalización económica”. A pesar de que las principales

    organizaciones armadas (Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo) habían sido

    destruidas militarmente antes del golpe18, los militares se embarcaron en una “última

    16 Canelo, 2008 (a), op. cit.17 Canelo, 2008 (a), op. cit.; Heredia, Mariana, “El Proceso como bisagra. Emergencia y consolidación delliberalismo tecnocrático: FIEL, FM y CEMA”, en Alfredo Pucciarelli, op. cit.; O’Donnell, Guillermo, “Las

    fuerzas armadas y el Estado autoritario del Cono Sur de América Latina”, en Guillermo O’Donnell:Contrapuntos. Ensayos escogidos sobre autoritarismo y democratización. Buenos Aires, Paidós, 1997.18 Frontalini, Daniel y María Cristina Caiati, El mito de la guerra sucia, Buenos Aires, CELS, 1984.

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    guerra final de la humanidad19” donde la dictadura encontró su recurso más importante de

    legitimación social y de cohesión institucional.

    Pero la “lucha antisubversiva” como criterio de legitimación se agotó muy rápidamente, y

    a fines de 1976 la dictadura debió iniciar la “clausura” del escenario de la “guerra interna”,mientras los voceros del régimen anunciaban la elaboración de un Plan Político que

    permitiera una “convergencia cívico-militar”. Paralelamente, el gobierno de Videla

    procuraba avanzar con la integración del MON estrechando contactos con dirigentes de

    algunos partidos provinciales de derecha, agrupados alrededor de la Fuerza Federalista

    Popular (FUFEPO)20.

    La confluencia de dos necesidades contradictorias, la de definir sus objetivos políticos y la

    de “recompensar” a los “duros” por los “avances” en la “guerra interna”, llevó a los“moderadores” a crear un Ministerio de Planeamiento, donde designaron al general Díaz

    Bessone, Comandante del Cuerpo II. Dicha cartera redactó el primer Plan Político del

    régimen, el “Proyecto Nacional”, que resumía la cosmovisión de los “duros” y también la

    del Onganiato: la defensa del desarrollismo económico, la preservación del “poder de

    decisión nacional frente a la acción de los países desarrollados”21, la promoción de las

    “asociaciones intermedias” como forma de evitar la representación partidaria, y tiempos

    políticos no menores a “doce años”22

    .El “Proyecto Nacional” fue apoyado por los “duros” en el “Plan Nueva República”, donde

    el general Olivera Rovere, Secretario General del Ejército, recomendaba “encarar por el

    sector público (el) desarrollo de industrias básicas”, avanzar en los objetivos económicos

    “con el menor costo social posible” y aceptar que los tiempos políticos del régimen no

    podían ser menores “a los 12/15 años”23.

    Pero el fragmentado frente militar resistió este avance de los “duros”. Las Secretarías de

    los Comandos en Jefe hicieron sentir con fuerza el peso del criterio tripartito en el

    documento “Crítica al Proyecto Nacional”, donde sostenían que el plan de Díaz Bessone

    no tenía “una sustentación política visualizable.”24. Asimismo, los “politicistas” de la

    Secretaría General de la Presidencia, en manos del general Villarreal, redactaban el

    19 Schmitt, Carl, El concepto de lo político, México, Folios, 1984.20 Mansilla, César, Las fuerzas de centro, Buenos Aires, CEAL, 1983.21 “Proyecto Nacional” , Ministerio de Planeamiento, 25 de mayo de 1977: 310.22 “Proyecto Nacional” ,op. cit.: 354.23

     “Plan Nueva República”: 3 y ss.24 “Crítica al Proyecto Nacional”, Secretarías de los Comandos en Jefe del Ejército, la Armada y la FuerzaAérea, 1977.

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    “Comentario sobre el Documento ‘Plan Nueva República’”, donde calificaban al plan de

    Olivera Rovere de ser “un conjunto de aspiraciones que, sin una sistematización suficiente,

    no alcanzan a conformar ni un programa de gobierno ni un plan de acción política”25.

    Los “moderados” pronto reconocieron la conveniencia de desplazar a las versiones másextremas del régimen. Los “duros” no sólo eran objeto de fuertes críticas internas, sino que

    además cuestionaban la política económica de Martínez de Hoz y no eran precisamente

    adecuados para enfrentar las consecuencias del viraje demócrata en la política de derechos

    humanos de los Estados Unidos que iniciaba la administración Carter.

    Mientras Planeamiento era convertido en una Secretaría dependiente de la Presidencia de

    la Nación, el Plan Político era sometido a un complejo proceso de “compatibilización”

    interna que debía concluir en la redacción de una propuesta unificada. Este proceso teníados etapas: durante la primera, de “compatibilización intrafuerzas”, cada Fuerza Armada

    debía conciliar internamente una propuesta, mientras que durante la segunda, de

    “compatibilización interfuerzas”, los distintos planes parciales debían ser discutidos en un

    “Equipo de Compatibilización Interfuerzas” que redactaría un documento final para

    someterlo a la aprobación de la Junta Militar.

    La primera en concluir su documento fue la Armada. El reparto tripartito y la supremacía

    de la Junta sobre el presidente alimentaban como nunca antes las ambicionesinstitucionales de la fuerza de mar, al igual que las expectativas presidenciales de su

    Comandante en Jefe, el almirante Massera. Las “Consideraciones sobre el proceso de

    institucionalización y el Movimiento de Opinión Nacional” fueron concluidas en octubre

    de 1977, cuando la cuestión del “cuarto hombre” se hallaba en pleno debate. Por entonces,

    tanto la Armada como la Fuerza Aérea consideraban concluida la “situación de excepción”

    que había justificado la retención de los cargos de Presidente y miembro de la Junta Militar

    por parte de Videla, y presionaban por la “normalización” del “esquema de poder”.

    En el documento los marinos sostenían que el máximo imperativo del Proceso era “la

    formación de un movimiento de opinión nacional, vital y amplio”, que no debía surgir ni

    de los partidos políticos ni de los sindicatos existentes, sino que debía ser “totalmente

    nuevo”26. La Armada también recomendaba comenzar a prever la “normaliza(ción de) las

    25 “Comentario sobre el Documento “Plan Nueva República””, Secretaría General de la Presidencia, 1977: 3-

    4.26 “Consideraciones sobre el proceso de institucionalización y el Movimiento de Opinión Nacional”, ArmadaArgentina, octubre de 1977: 3 y ss.

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    organizaciones políticas, (para poder) asumir la iniciativa cuando las circunstancias

    indiquen la necesidad y/o conveniencia de una apertura27”.

    El Ejército presentaba una situación más compleja. En noviembre de 1977, a los planes ya

    existentes de los “duros” se agregó el “Plan de Acción Política de la Propuesta de UniónNacional”, donde los “politicistas” de la Secretaría General de la Presidencia afirmaban

    que el objetivo principal del régimen no era el MON sino definir plazos políticos

    concretos. Entre noviembre de 1977 y marzo de 1979 el régimen debía dedicarse a la

    “selección de interlocutores”, a la definición de la “mecánica y objetivos del diálogo” y a

    la “legitimación expresa por medio de un referéndum”; y a partir de marzo de 1979 debían

    implementarse las medidas que permitieran la asunción, en mayo de 1983, de un presidente

    “resultante de un acuerdo cívico-militar”

    28

    .Sin embargo, las diferencias entre “duros” y “politicistas” fueron “moderadas” por los

    generales. El documento definitivo del Ejército, las “Bases políticas del Ejército para el

    Proceso de Reorganización Nacional”, advertía que la dictadura sería “larga”, y descartaba

    tanto una “salida política’” como a “los partidos políticos preexistentes (que) no son aptos

    para encarar la descendencia del PRN”29.

    A fines de julio de 1978 la “compatibilización intrafuerzas” concluía con las “Bases

    Políticas para la Reorganización Nacional” de la Fuerza Aérea, donde los brigadierescoincidían con generales y almirantes en la necesidad de “crear” una dirigencia “adicta”, y

    donde reclamaban la desarticulación de la “antigua estructura política partidaria” y evitar

    cualquier tipo de “diálogo” con los civiles30.

    Mientras la “compatibilización intrafuerzas” revelaba las extremas dificultades que se le

    presentaban a las Fuerzas Armadas para unificar posturas, la mirada del régimen se dirigía

    decididamente hacia el plano económico.

    A pesar de ser uno de los pilares fundamentales del proyecto autoritario en esta etapa

    inicial, la política económica fue el “tema de oposición”31 alrededor del que se articularon

    muchas de las tensiones que atravesaban los elencos gubernamentales.

    27 “Consideraciones…”, op. cit.: 26-27.28  “Plan de Acción Política de la Propuesta de Unión Nacional”,  Secretaría General de la Presidencia,noviembre de 1977: 25 y ss.29 “Bases políticas del Ejército para el Proceso de Reorganización Nacional”, Ejército Argentino, marzo de1978: 1-3 a 3-3.30

     “Bases Políticas para la Reorganización Nacional”, Fuerza Aérea Argentina, 26 de julio de 1978: 3.31  Yannuzzi, María de los Angeles, Política y dictadura. Los partidos políticos y el Proceso de Reorganización Nacional. 1976-1982. Rosario, Fundación Ross, 1996; Novaro y Palermo, op. cit.

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    Por un lado, el liberalismo del equipo económico comenzaba a resultar incompatible con

    las distintas variantes de nacionalismo arraigado en las Fuerzas Armadas. El crecimiento

    vertiginoso del mercado financiero operado por la Reforma Financiera de junio de 1977, la

    integración de la economía argentina al mercado mundial perseguida por la apertura

    comercial de 1978, o la (más anunciada que concretada) reducción del aparato estatal,

    amenazaban los valores e intereses de distintos sectores militares, entre ellos, los

    burócratas que dirigían o administraban las empresas del Estado y el complejo militar-

    industrial, el almirante Massera y la Armada, los “duros” y los “politicistas” del Ejército.

    Por otro lado, en el seno del equipo económico, los “liberales tradicionales” como Juan

    Alemann, Secretario de Hacienda, se enfrentaban con los “tecnócratas” como Guillermo

    Klein, Secretario de Programación y Coordinación Económica, y Alejandro Estrada,Secretario de Comercio y Negociaciones Económicas Internacionales, alrededor de las

    recetas más eficaces para controlar la inflación. Los primeros proponían implementar un

    ajuste ortodoxo, basado en la recesión y el ajuste del gasto público, mientras que los

    segundos defendían la completa liberalización de la economía de la intervención estatal, la

    apertura a los flujos financieros internacionales y la privatización de empresas públicas32. 

    Como consecuencia, el Ministerio de Economía fue blanco privilegiado de la dinámica de

    control (y bloqueo) interno derivada del “esquema de poder”. El Ministro fue sometido auna vigilancia tanto vertical como horizontal: debía dar cuenta de sus actos ante la Junta

    Militar y ante las asambleas de los cuadros militares superiores, mientras su actividad era

    controlada por la Secretaría General de la Presidencia, por la CAL y, al igual que otros

    ministerios, por tres “oficiales de enlace” con poder de veto sobre sus decisiones.

    Pero Martínez de Hoz contó con el apoyo de los “moderados” del Ejército, consolidando

    con el presidente Videla y el Ministro Harguideguy un verdadero triángulo estratégico,

    integrado por la Presidencia de la Nación y los Ministerios de Economía e Interior. Todoslos miembros de este “núcleo estable” (y no sólo Martínez de Hoz33) gozaron en esta

    primera etapa de una excepcional permanencia en el tiempo, aún en un contexto de alta

    rotación y conflictividad interna.

    32  Canelo, 2008 (a), op. cit.; Heredia, op, cit.; Reinhardt, Nola y Wilson Peres, “Latin America’s NewEconomic Model: Micro Responses and Economic Restructuring”, World Development, Nº9, 2000.33  La estabilidad del Ministro de Economía en su cargo ha sido atribuida a cierto maquiavelismo delfuncionario, al poder social o económico de los beneficiados por sus medidas, o bien a su propia capacidadpara implementar políticas que volvieron “imprescindible” su presencia; v.g. Schvarzer, Jorge,  Martínez de

     Hoz. La lógica política de la política económica. Buenos Aires, CISEA, 1984. Sin embargo, no se hareflexionado sobre las causas de la igualmente sorprendente permanencia de la dupla Videla-Harguindeguy alfrente del régimen militar.

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    Además, el Ministro de Economía disfrutó del estratégico aval de otros altos funcionarios,

    como el general Galtieri, el general Saint Jean, la cúpula de la Fuerza Aérea, vastos

    sectores del Ejército y numerosos civiles y militares retirados, sin mencionar sus fluidos

    contactos internacionales.

    Sin embargo, probablemente su recurso más preciado haya sido su apego a la realpolitik ,

    evidente, entre otras cosas, en su capacidad para renunciar a varios de sus objetivos

    coyunturales para lograr sus propósitos de máxima, aquéllos que le permitieron operar una

    transformación estructural de la economía y la sociedad argentinas.

    La crisis del Proceso: la segunda presidencia de Videla

    A mediados de 1978 el régimen militar se sometió a una dura prueba institucional: el

    primer recambio institucional en los más altos niveles. En abril se dio por terminado el

    período de “excepcionalidad”, la cuestión del “cuarto hombre” quedó saldada mediante la

    designación de Videla como presidente de la Nación hasta 1981 y se decidió la renovación

    completa de la Junta Militar: Videla sería sucedido por el general Viola, Massera por el

    vicealmirante Lambruschini y Agosti por el brigadier Graffigna.

    Videla y los “moderados” iniciaron su segunda presidencia con el propósito de profundizar

    algunos de los objetivos de la etapa anterior, como la política económica, y la “clausura”

    de la “lucha antisubversiva”, y de avanzar en otros que habían quedado pendientes, como

    la “convergencia cívico-militar”.

    Pero el clima social y político de mediados de 1978 era muy diferente al relativamente

    favorable de 1976. A los obstáculos internos se le sumaba ahora una importante

    transformación del escenario, donde al accionar imperturbable de los organismos de

    derechos humanos nacionales e internacionales se le sumaba el “despertar” de los partidospolíticos y las organizaciones sindicales. Los mismos comenzaron a ocupar la escena

    mediante una creciente crítica a la política económica (que empleaban, al igual que el

    frente militar, como “tema de oposición”), el reclamo de diálogo y participación política, y

    el reconocimiento de los “logros” militares en la “lucha contra la subversión”. Advertidos

    por un largo aprendizaje en la inestabilidad política y la alternancia cívico-militar, los

    políticos se mantuvieron siempre dispuestos a negociar con un régimen que, lo sabían,

    tarde o temprano debería abandonar el poder. Por ello, ejercitaron una oposición limitada a

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    la crítica de la política económica, mientras evitaban pronunciarse sobre lo actuado por las

    Fuerzas Armadas en el plano represivo34.

    El triunfo argentino en el Campeonato Mundial de Fútbol 1978 y la apertura de una nueva

    etapa institucional impulsaron al régimen a encarar la “clausura” del escenario de la“guerra interna”, y el inicio de la “compatibilización interfuerzas” del Plan Político.

    A pesar de que la “lucha antisubversiva” continuaba siendo un recurso de cohesión

    institucional indiscutido, en torno a las consecuencias de la violación de los derechos

    humanos habían comenzado a delinearse dos bandos, orientados, en mayor o menor

    medida, por el apego a una “ética de la responsabilidad” o a una “ética de la convicción”35.

    Los “clausuristas”, entre ellos Viola y Videla, creían conveniente articular una postura

    institucional sobre el terrorismo de Estado para lograr un conjunto de objetivos

    considerados urgentes: reemplazar a la “lucha antisubversiva” por otros principios de

    legitimación, atemperar la feudalización del poder estatal derivada de la metodología

    represiva, y anticiparse a las (ya previsibles) sanciones civiles, tanto locales como

    internacionales. Por el contrario, los “revolucionarios” partidarios de la “ética de la

    convicción”, que generalmente habían tenido responsabilidades “operativas” en la

    represión, consideraban que cualquier intento por subordinar la “gloria” de la “lucha

    antisubversiva” a imperativos políticos no podía ser sino una traición a la “sangrederramada” por “héroes y mártires”.

    Los “clausuristas” decidieron encarar una arriesgada operación política: invitar al país a la

    Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la Organización de Estados

    Americanos, que se concretó el 6 de septiembre de 1979. La delegación visitó

    establecimientos carcelarios y dependencias militares, se entrevistó con funcionarios

    gubernamentales y representantes de casi todos los sectores, incluidos familiares de

    detenidos y desaparecidos, y recibió denuncias en varias ciudades del país, estableciendo

    una sede provisoria en Buenos Aires.

    La invitación a la CIDH fue el primero de una serie de pasos en falso que llevarían al

    Proceso a un callejón de salida en el plano de los derechos humanos. La presencia de la

    34 Quiroga, Hugo, El tiempo del Proceso. Conflictos y coincidencias entre políticos y militares. 1976-1983 .Rosario, Fundación Ross, 1994; Yannuzzi, op. cit.35 La “ética de la responsabilidad” supone la obligación de dar cuenta de las consecuencias de la acción (y

    por ello es propia, por ejemplo, del líder político), mientras que la “ética de la convicción”, o de finesúltimos, está basada en la máxima “hágase justicia y perezca el mundo”; Weber, Max, “La política comovocación”, en Max Weber, Ensayos de sociología contemporánea I. Buenos Aires, Planeta, 1985: 67 y ss.

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    delegación hizo confluir a distintas organizaciones civiles en un frente opositor alrededor

    de la cuestión de los derechos humanos36. Por un lado, aumentó la legitimidad de los

    organismos, favoreciendo por ejemplo el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a

    Adolfo Perez Esquivel, creador del Servicio Paz y Justicia, en octubre de 1980. Por otro

    lado, alentó el acercamiento de algunos dirigentes políticos a dicho frente, algunos

    participando a título personal, como el radical Raúl Alfonsín (futuro presidente de la

    Nación), y otros en forma más institucional, como los justicialistas Deolindo Bittel y

    Herminio Iglesias, que publicaron un documento donde denunciaban la “violación

    sistemática de los derechos humanos” y “la muerte y la desaparición de miles de

    ciudadanos”37.

    Paralelamente, la visita volvió a colocar a la “lucha antisubversiva” y a los “duros” en elcentro de la escena pública. Fue uno de los motivos de la primera sublevación militar

    durante el Proceso, protagonizada por el general Menéndez, Comandante del III Cuerpo,

    que se amotinó en Córdoba en rechazo a la liberación de Jacobo Timerman, ex director del

    diario La Opinión y contra la autoridad del Comandante Viola.

    Finalmente, el informe final de la CIDH destruyó las pretensiones de los “clausuristas”. El

    mismo identificaba “numerosas y graves violaciones de fundamentales derechos humanos”

    ejecutadas por “personas pertenecientes o vinculadas a organismos de seguridad delGobierno”, presumía muertos a “los miles de detenidos desaparecidos”, y denunciaba “el

    empleo sistemático de torturas y otros tratos crueles, inhumanos y degradantes”38. En

    respuesta, los “duros” debilitaron aún más la ya endeble postura oficial sobre la “guerra

    sucia”, que atribuía las atrocidades cometidas durante la “lucha antisubversiva” a los

    “excesos” de “grupos fuera de control”: el general Riveros, delegado ante la Junta

    Interamericana de Defensa, declaró que “la guerra fue conducida por la Junta Militar a

    través de los Estados Mayores”39.

    También en el plano político los militares estaban demostrando que no requerían de la

    oposición civil para extraviar sus objetivos. A mediados de 1978 se inició la

    “compatibilización interfuerzas” del Plan Político, durante la que se discutió una posible

    reforma de la Constitución Nacional. El tema era especialmente sensible para las Fuerzas

    36 Novaro y Palermo, op. cit.37 Crónica, 12/9/1979.38

      “Informe sobre la situación de los derechos humanos en la Argentina”, 11/4/1980. Disponible en. Acceso en (11/01/2011).39  La Nación, 13/2/1980.

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    Armadas, dado que se trataba de la única forma de lograr la institucionalización de su rol

    de “custodios de la Nación”, y enfrentaba a quienes proponían una refundación “soberana”

    de la Constitución, como la Fuerza Aérea, los “moderadores” y los “duros” del Ejército, y

    quienes preferían continuar ejerciendo sobre la misma un poder “comisarial”, como los

    “politicistas”40.

    El 19 de diciembre de 1979 la dictadura presentó su Plan Político definitivo, las “Bases

    Políticas de las Fuerzas Armadas para el Proceso de Reorganización Nacional”. El

    documento establecía las líneas doctrinarias del gobierno y las características generales del

    país deseado por el poder militar41, pero no podía ir mucho más allá. Las Fuerzas Armadas

    sólo podían (o preferían) ofrecer a los civiles las mínimas coincidencias que habían

    sobrevivido a las “compatibilizaciones”: que el sistema político debía permitir “la rotaciónen el poder y su transferencia sin alteraciones (apoyado) en corrientes de opinión”, y que

    las Fuerzas Armadas tendrían “competencia en la toma de decisiones para la conducción

    estratégica nacional, la seguridad nacional y la defensa de la Constitución Nacional”. Los

    únicos anuncios concretos eran el del inicio del “diálogo político” con unos (no

    determinados) “interlocutores válidos” y la normalización de los partidos políticos “a partir

    del segundo semestre de 1980”42.

    Las “Bases” sellaron el extravío de los dos objetivos políticos principales del régimen. Enprimer lugar, el Proceso perdió su última oportunidad de crear el MON. Cuando las

    “Bases” estuvieron listas y la dictadura intentó cosechar los acercamientos iniciados con la

    dirigencia “compatible” de los partidos provinciales de derecha, éstos ya se hallaban

    sumidos en sus propias rencillas internas, y desconfiaban largamente de los dirigentes de

    los partidos mayoritarios en plena ocupación del espacio publico (camino que pronto

    llevaría a la conformación de la Multipartidaria).

    En segundo lugar, los conflictos que atravesaban a los militares en torno a la reforma de laConstitución no les permitieron enfrentar la cerrada negativa de los civiles; el régimen

    autoritario argentino no lograría, como sí lo haría la dictadura chilena, “legalizarse”

    40  De acuerdo con la teoría schmittiana de la dictadura, una “dictadura soberana” “no suspende unaConstitución existente (…) sino que aspira a crear una situación que haga posible una Constitución, a la queconsidera una Constitución verdadera”, mientras que una “dictadura comisarial” “suspende la Constitución inconcreto, para proteger(la)”; Schmitt, Carl, La dictadura. Desde los comienzos del pensamiento moderno de

    la soberanía hasta la lucha de clases proletaria, Madrid, Alianza, 1999: 181-183.41 González Bombal, op. cit.42  La Nación, 19/12/1979.

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    exitosamente43. Finalizados los encuentros del “diálogo político”, Harguindeguy debió

    admitir que “la participación institucionalizada de las Fuerzas Armadas en la estructura de

    gobierno tuvo las principales objeciones”, porque los civiles la habían considerado un

    intento de “constituir un cuarto poder sobre los otros poderes del Estado” 44.

    Paralelamente, era en el plano económico donde se gestaban las tensiones que

    efectivamente liquidarían la segunda presidencia videlista. La política económica

    aglutinaba las más variadas resistencias y criticas, tanto externas como internas:

    empresarios industriales afectados por el encarecimiento del endeudamiento externo y el

    achicamiento del mercado interno, productores rurales perjudicados por el bajo tipo de

    cambio real, sectores asalariados que sufrían la drástica reducción de su salario real,

    dirigentes políticos que criticaban a Martínez de Hoz para no pronunciarse sobre elterrorismo de Estado, burócratas militares que se negaban a aceptar la reducción estatal, y

    hasta el almirante Massera, que aún retirado continuaba personificando uno de los frentes

    de mayor inestabilidad del régimen militar.

    Aunque seguía formando parte del “núcleo estable”, los márgenes de maniobra de

    Martínez de Hoz eran cada vez más estrechos. La persistencia de la inflación deslegitimaba

    cualquiera de sus logros en el desmantelamiento del “modelo populista”; sin embargo, el

    ajuste ortodoxo que le reclamaban los “liberales tradicionales” era inviable por laresistencia del frente militar a aceptar sus efectos recesivos, mientras que las medidas

    heterodoxas eran consideradas como una traición a la “filosofía del Proceso”.

    Finalmente, el Ministro se decidió por una propuesta que prometía ser “políticamente

    viable”, el “enfoque monetario de la balanza de pagos” que le acercaron los

    “tecnócratas”45. El 20 de diciembre de 1978, el “superministro” de Videla anunció una

    etapa de “profundización y ajuste” del plan económico, basada en la apertura del mercado

    de capitales y la puesta en marcha de la pauta de ajuste cambiario conocida como “tablita”,cuyo objetivo fundamental era detener la inflación mediante la “convergencia” entre los

    precios internos y los internacionales.

    Sin embargo, ya avanzado 1979 la crisis era inminente: en el primer trimestre el costo de

    vida se incrementó el 30,6% y la comparación entre marzo de 1979 y marzo de 1978

    43  Barros, Robert, Constitutionalism and Dictatorship. Pinochet, the Junta and the 1980 Constitution.

    Cambridge, Cambridge University Press, 2002.44  La Nación, 26/3/1981.45 Canelo, op. cit.; Heredia, op. cit.; Novaro y Palermo, op. cit.

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    arrojaba un alza del 167,3%46; el 27 de abril, la organización sindical “Comisión de los 25”

    llamó al primer paro general realizado contra el gobierno militar47. Durante el verano de

    1980, las corridas bancarias y los quiebres empresarios en cadena sepultaron consigo a la

    “época dorada” del Proceso.

    La “era de los extremos”: las presidencias de Viola, Galtieri y Bignone

    A partir de 1981, el régimen comenzó a transitar el camino de la descomposición. Una

    crisis política y económica profunda se enlazaba con la multiplicación de los frentes de

    oposición civil y con una acentuada desorientación de los elencos de gobierno.

    Tras el ocaso de los “moderados” que habían conducido las dos presidencias videlistas,

    fueron las fracciones “extremas” las que ensayaron tres intentos de conjurar la debacle: el

    protagonizado por los “politicistas” durante la presidencia del general Viola, el conducido

    por la fracción “dura” que rodeó a Galtieri, y el impulsado por los “politicistas” que

    llevaron Bignone a la Presidencia de la Nación.

    Durante este período, la dinámica política de las Fuerzas Armadas presentó algunos rasgos

    específicos: la alternancia en el gobierno de fracciones extremas, que fue resuelta siempre

    mediante putschs  internos; una significativa dificultad para establecer alianzas con actores

    “externos” a la corporación, causada sobre todo por las resistencias del frente interno; y el

    fortalecimiento de la “lucha antisubversiva” como recurso de cohesión institucional, frente

    a la profundización de los conflictos existentes en otros planos48.

    El general Viola asumió la presidencia de la Nación el 29 de marzo de 1981. Era avalado

    por la mayoría del Ejército y la Fuerza Aérea, pero resistido por la Armada, los “duros”, y

    los partidarios de la reforma económica liberal49. Durante su presidencia se revelaron

    nuevamente los efectos más contraproducentes del modelo institucional: tanto lasdiscusiones internas en torno a su designación, como la constitución de una nueva Junta

    Militar donde se destacaba la figura del general Galtieri por sobre la presidencial,

    deterioraron su autoridad desde el inicio.

    46  La Nación, 10/4/1979.47 Abós, Alvaro, Las organizaciones sindicales y el poder militar (1976-1983), Buenos Aires, CEAL, 1984.48 Canelo, Paula, “La descomposición del poder militar en la Argentina: las Fuerzas Armadas durante las

    presidencias de Galtieri, Bignone y Alfonsín (1981-1987)”, en Alfredo Pucciarelli (comp.):  Los años de Alfonsín. Buenos Aires, Siglo XXI, 2006 (b).49 Somos, 10/6/1983.

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    A pesar de que había sido elegido por ser considerado heredero de la “línea videlista”,

    Viola se propuso modificar la dirección general del Proceso y concretar la llamada

    “participación civil”, que alcanzó los niveles de las gobernaciones provinciales y algunos

    ministerios estratégicos50, además de encarar la segunda etapa del “diálogo político”.

    También buscó reducir la importancia del área económica modificando la estructura

    ministerial: por un lado, designó un “gabinete económico-social” integrado por los cinco

    ministros en los que fue dividida Economía, el de Trabajo (en manos de la Fuerza Aérea) y

    el de Acción Social (en manos de la Armada)51. Por otro lado, al frente de las distintas

    carteras nombró “representantes sectoriales”52  que habían sido opositores de Martínez de

    Hoz, entre ellos Sigaut en Economía y el general Liendo en Interior.

    Sin embargo, la endeble autoridad de Viola impidió que la dirigencia política lo percibieracomo un interlocutor válido. El régimen ya había perdido demasiado tiempo especulando

    sobre el MON y el “diálogo político”, y se había acercado demasiado a la derecha

    provincial, en este caso designando como asesores políticos de Viola a los dirigentes

    Guillermo Acuña Anzorena (Línea Popular), José Antonio Romero Feris (FUFEPO) y

    Guillermo Fernández Gil (Partido Federal)53. Así, le había dado a los dirigentes de los

    partidos mayoritarios el tiempo suficiente como para percibir que era más redituable

    enfrentarse al régimen militar que acercarse a él.

    En efecto, en julio de 1981 la Unión Cívica Radical, el Partido Justicialista, el Movimiento

    de Integración y Desarrollo, la Democracia Cristiana y el Partido Intransigente

    constituyeron la Asamblea Multipartidaria, que, en su primer documento programático,

    “Convocatoria al país”, demandó el “retorno al estado de derecho”, la “normalización de la

    actividad política, gremial, empresarial”, la elaboración de un “plan económico de

    emergencia”, y la “formulación de un plan político para la institucionalización”; los

    políticos continuaban evitando, sin embargo, pronunciarse sobre la “lucha contra la

    subversión”54. 

    En el caso de los empresarios, la participación en el gabinete de algunos dirigentes de las

    corporaciones agrarias e industriales no fue suficiente para integrarlos como “base social”

    50 González Bombal, op. cit.51 Yannuzzi, op. cit.52

     Novaro y Palermo, op.cit.53 González Bombal, op. cit.54 González Bombal, op. cit. 

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    del régimen, y aumentó el distanciamiento con los sectores financieros55. Por su parte, el

    22 de julio de 1981 la dirigencia sindical convocó a la segunda huelga general realizada

    contra la dictadura. Finalmente, en el documento “Iglesia y Comunidad”, la Iglesia católica

    reivindicó el sistema de gobierno democrático, afirmando que la Argentina sufría una

    “crisis de autoridad”56.

    Pero el verdadero problema de Viola fue el propio frente militar, donde era considerado un

    “traidor” a la “filosofía del Proceso”, por su acercamiento a los civiles y por su estilo

    “personalista”, distante del acento institucionalista de los “moderados”.

    Sus enemigos volvieron a hacer uso del “esquema de poder”. La Junta Militar bloqueó el

    acercamiento de Viola a los partidos mediante la designación de dos “moderados” como

    Harguindeguy y Miatello como asesores políticos, y mediante las “Pautas de la JuntaMilitar al Poder Ejecutivo (para el ejercicio de la acción de gobierno 1981/1984”, que

    postergaban para 1982 la aprobación del Estatuto de los Partidos Políticos, volviendo a

    declarar al MON como objetivo principal del Proceso57.

    La crisis política era alimentada por la crisis económica. Sigaut orientó su política

    económica a paliar los efectos más graves de la herencia de su antecesor, concentrándose

    en el sector financiero y en la corrección del tipo de cambio. Hacia fines de 1981 el

    panorama económico era desolador: mientras la deuda externa, el dólar y la inflacióncrecían descontroladamente, se perfilaba un panorama recesivo donde aumentaba la

    desocupación y caían los salarios reales58.

    En noviembre Viola fue internado en el Hospital Militar por un “cuadro de hipertensión”.

    Días después declaró: “yo no renuncié (…) Está perfectamente claro que yo fui

    removido”59.

    En efecto, la “traición” de Viola había justificado un  putsch de los “duros”. De mano del

    general Galtieri y la Junta Militar integrada además por el almirante Anaya y el brigadier

    Lami Dozo, éstos ensayaron un nuevo intento de salida mediante la “restauración” de los

    objetivos de la “época dorada”. La nueva etapa justificó una nueva “excepción” a los

    principios del “esquema de poder”: Galtieri asumió la presidencia de la Nación el 22 de

    55 Novaro y Palermo, op. cit.56 Clarín, 1/7/1981.57 “Pautas de la Junta Militar al Poder Ejecutivo (para el ejercicio de la acción de gobierno 1981/1984)” , s/f;

    Novaro y Palermo, op. cit.58 Novaro y Palermo, op. cit.59 Clarín, 5/1/1982.

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    diciembre reteniendo los cargos de miembro de la Junta Militar y Comandante en Jefe del

    Ejército.

    El flamante gobierno articuló tres objetivos fundamentales: el retorno a la ortodoxia

    económica liberal, el alineamiento con los Estados Unidos y el relanzamiento del MON.

    El “liberal tradicional” Roberto Alemann, nuevo Ministro de Economía, se propuso

    avanzar en varios de los propósitos que habían sido abandonados por la sinuosa gestión de

    Martínez de Hoz, especialmente en la reducción del Estado y la privatización de las

    empresas públicas, implementando además un plan ortodoxo para paliar la inflación.

    Además, aprovechando la “revolución conservadora” que realineaba la política exterior y

    de derechos humanos de las potencias extranjeras con Reagan en los Estados Unidos y

    Thatcher en Gran Bretaña, Galtieri impulsó una “cruzada antisubversiva” promoviendo auna nueva generación de “duros” para “exportar” los métodos represivos empleados en

    Argentina a los países limítrofes y centroamericanos60.

    Finalmente, el gobierno impulsaba al MON para bloquear el avance de la Multipartidaria;

    pero los dirigentes políticos identificaban en Galtieri al interlocutor autorizado que no

    habían encontrado en Viola, y permanecían en una actitud expectante: en el documento

    “Antes de que sea tarde”, reclamaban el levantamiento de la veda política pero aclaraban

    que no pretendían convertirse en un “polo cívico antidictatorial”61.

    Sin embargo, a principios de 1982 el avance de los frentes civiles de oposición ya era

    imparable. Mientras los organismos de derechos humanos reclamaban por la publicación

    de las “listas” de detenidos y desaparecidos (aunque la búsqueda de la “verdad” aún no se

    transformaba en demanda de “justicia”62), la Multipartidaria y las organizaciones

    sindicales Confederación General del Trabajo (CGT) y “62 Organizaciones” iniciaban

    distintos planes de movilización.

    La presión civil fue sin dudas uno de los motivos más poderosos que llevaron al régimen a

    lanzarse a “recuperar” las Islas Malvinas. El operativo puesto en marcha el 2 de abril logró

    el realineamiento de las otrora levantiscas organizaciones políticas y sindicales bajo las

    banderas del régimen, contra el “imperialismo” y el “colonialismo británico”: la

    60 Armony, Ariel,  La Argentina, los Estados Unidos y la cruzada anticomunista en América Central, 1977-1984, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1999.61 Novaro y Palermo, op. cit.62  La acción de los organismos de derechos humanos argentinos estuvo articulada alrededor de tres

    componentes que fueron incorporándose progresivamente: el reclamo por la “verdad”, la demanda de“justicia” y el imperativo de la “memoria”; Vezzetti, Hugo, Pasado y presente. Guerra, dictadura y sociedaden la Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002. 

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    Multipartidaria expresó su apoyo “total y decidido” y la CGT destacó “el espíritu de

    libertad de todos los argentinos”63.

    Sin embargo, la derrota militar frente a Gran Bretaña desencadenó un nuevo  putsch, esta

    vez protagonizado por los “políticistas” liderados por el general Vaquero contra Galtieri.Éste declaró poco después, en un tono que recordaba mucho al de Viola meses atrás: “me

    voy porque el Ejército no me dio el respaldo político para continuar”64.

    La posguerra fue extremadamente traumática para las derrotadas Fuerzas Armadas. Pronto

    se impuso la histórica primacía del Ejército, que, ignorando la autoridad de la Junta

    Militar, designó al “politicista” Bignone como Presidente de la Nación. La decisión

    precipitó la desvinculación de la Armada y la Fuerza Aérea de la Junta65 y desató un virtual

    vaciamiento del Estado mediante las renuncias en cadena de los funcionarios que habíansido designados de acuerdo con el reparto tripartito del poder: gobernadores, Ministros,

    Secretarios, Subsecretarios, integrantes de directorios de las empresas estatales, delegados

    militares en los Ministerios, las Secretarías y la CAL, etc.

    El general Bignone asumió la Presidencia de la Nación el 1º de julio de 1982, con el

    objetivo excluyente de negociar una “salida” con la dirigencia política. Mientras los

    “azules” de la “Comisión Rattenbach” investigaban las “responsabilidades políticas y

    estratégico-militares en el Conflicto del Atlántico Sur”66, Bignone aceleró el acercamientocon el frente político y el sindical. Para ello, anunció que la institucionalización del país se

    produciría en marzo de 1984, otorgó un aumento salarial y designó al frente de Economía a

    Jorge Wehbe, que también había acompañado al general Lanusse durante la “salida” de la

    Revolución Argentina.

    Pero todas las señales conciliadoras fueron bloqueadas por aquel frente con el cual era

    imposible conciliar. El denominado “show del horror” inaugurado en octubre de 1982 por

    una serie de exhumaciones de tumbas “NN” en varios cementerios, transformó el

    componente de “verdad” en el de “justicia” en el accionar de los organismos de derechos

    63 “CGT: el 30 de marzo y las Malvinas”, 6/4/1982, cit. en Abós, op. cit.: 140 y ss.; La Nación, 3/4/1982.64 Clarín, 18/6/1982.65  La Junta se reconstituyó en septiembre de 1982 con nuevos Comandantes: Nicolaides por el Ejército,Hughes por la Fuerza Aérea y Franco por la Armada.66  La Nación, 12/11/1982. Los hallazgos de la “Comisión Rattenbach” agravaron el enfrentamiento entre lascúpulas militares que habían conducido la guerra y los cuadros inferiores que habían obedecido sus órdenes.

    Este conflicto, alimentado por otros enfrentamientos jerárquicos derivados de la “lucha antisubversiva”, fuele germen de los levantamientos “carapintadas” que se sucedieron en la Argentina entre abril de 1987 ydiciembre de 1990.

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    humanos67. Paralelamente, se radicalizó el frente interno: los retirados del “Centro de

    Oficiales de las Fuerzas Armadas” apreciaron que “el Gobierno ha perdido el control de la

    situación”68, el general Camps, ex jefe de la Policía bonaerense, afirmó que “no

    desaparecieron personas, sino subversivos” y confesó que “a algunos” “yo les di sepultura

    en tumbas NN”69; y el inspector de la Policía Federal Peregrino Fernández confirmó ante la

    Comisión Argentina de Derechos Humanos en Madrid que la aplicación de torturas era

    práctica habitual entre las fuerzas militares y de seguridad y la existencia de campos de

    concentración clandestinos70.

    Acorralado, el gobierno de Bignone desoyó la “solución” que la Multipartidaria le ofrecía

    en torno a la cuestión de los desaparecidos, consistente en establecer distintos “niveles de

    responsabilidad” e intercambiar “autodepuración” militar por “respeto a lasinstituciones”71. Mediante el “Documento final sobre la guerra contra la subversión y el

    terrorismo” y la llamada “Ley de Autoamnistía”, las Fuerzas Armadas extraviaron su

    última oportunidad de acercamiento con los políticos. En el primero atribuían las

    desapariciones de personas a “la manera de operar de los terroristas”, negaban la existencia

    de “lugares secretos de detención (o) detenidos clandestinos”, y sostenían que “la

    información y explicaciones proporcionadas en este documento es todo cuanto las Fuerzas

    Armadas disponen”72. En la segunda daban por “extinguidas las acciones penales

    emergentes de los delitos cometidos con motivación o finalidad terrorista o subversiva,

    desde el 25 de mayo de 1973 hasta el 17 de junio de 1982”73.

    El resultado fue, una vez más, contrario al esperado. En diciembre de 1983, Bignone se

    retiró de la Casa de Gobierno deseando ser “el último presidente de facto de la historia y

    del futuro argentino”74.

    Reflexiones finales

    El principal argumento de este trabajo ha sido que para comprender la particular dinámica

    política del Proceso de Reorganización Nacional es necesario reconocer, primero, la

    67 Vezzetti, op. cit.68  La Nación, 12/2/1983.69 Clarín, 5/11/1983.70  La Nación, 13/4/1983.71  Tanto los “niveles de responsabilidad” como la “autodepuración” fueron dos elementos centrales de lapolítica militar del presidente constitucional Raúl Alfonsín a partir de 1983; Canelo, 2006 (a) y (b), op. cit.72

      La Nación, 29/4/1983.73  La Nación, 24/9/ 1983.74 Clarín, 1/12/1983.

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    multiplicidad y complejidad de sus determinantes. En efecto, la especificidad de la

    dinámica del caso argentino fue resultado de la combinación de dos niveles necesariamente

    articulados: el del modelo institucional elegido, caracterizado por la supremacía de la Junta

    Militar sobre el presidente y el reparto tripartito del poder, y el de los actores involucrados,

    especialmente la contradictoria alianza cívico-militar que llevó adelante la experiencia

    autoritaria, pero también aquellos actores que incidieron en la conflictiva configuración del

    contexto de la acción política.

    La complejidad que presentó esta dinámica entre 1976 y 1983 conspira contra los intentos

    del observador por sistematizarla. Sin embargo, es posible extraer un conjunto de

    elementos centrales, que se mantuvieron relativamente estables durante el período, que

    probablemente nos permitan sugerir algunas conclusiones, aún provisorias.El primer elemento está relacionado con el aprendizaje que procuró capitalizar la dictadura

    argentina en relación con las experiencias de las dictaduras anteriores. Contra las

    postulaciones que destacan (o que simplemente se detienen en) la “radical” novedad del

    Proceso (en sus objetivos refundacionales, en la profundidad de su política represiva, en su

    inédita política económica, etc.), entendemos que comprender a la última dictadura militar

    argentina requiere necesariamente vincularla con la larga serie de regímenes autoritarios

    que se sucedieron en la Argentina desde 1930, con los que el Proceso mantuvo relacionesde continuidad y ruptura, pero de los que siempre pretendió aprender.

    En segundo lugar, en la dinámica política del Proceso se destaca una esforzada búsqueda

    de la estabilidad frente a un cuadro de elevada fragmentación interna, dada por los

    conflictos intrafuerzas e interfuerzas, y también por las contradicciones existentes entre los

    elencos gubernamentales civiles. En este sentido resulta particularmente interesante

    retornar a otras postulaciones de Rouquié, especialmente a la desafiante y controvertida

    hipótesis general con la que el autor pretende explicar la permanente intervención de lasFuerzas Armadas en la escena política argentina. La misma afirma que desde 1930 los

    militares tendieron a ejercer, frente a una clase dirigente dividida y ausente, un “rol

    hegemónico sustitutivo”, función reguladora mediante la que intentaron restablecer el

    “equilibrio de una sociedad a-hegemónica”75.

    Podríamos afirmar que durante el Proceso, hubo varios “subsistemas” que desarrollaron

    esta búsqueda del equilibrio, pero en este caso desde dentro del mismo gobierno.

    75 Rouquié, Alain, Poder militar y sociedad política en Argentina. Buenos Aires, Emecé, 1981, Tomo II: 418y ss..

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    El primero fue la fracción “moderada” del Ejército, que procuró equilibrar la interna

    intrafuerzas entre las fracciones extremas “dura” y “politicista”. Alrededor de los

    “moderadores” se articuló un proyecto relativamente consistente y perdurable

    (combinación de “lucha antisubversiva” con reforma económica liberal) que viabilizó lo

    que en este trabajo llamamos “época dorada” del Proceso. Durante las dos presidencias de

    Videla el proyecto de los “moderados” se institucionalizó en el que llamamos “núcleo

    estable”, integrado por la Presidencia de la Nación, y los dos principales Ministerios del

    gabinete, el de Economía y el de Interior, que gozaron de una extraordinaria estabilidad en

    el tiempo.

    El segundo “subsistema” fue la Fuerza Aérea, que (sobre todo durante las presidencias de

    Videla) empleó la inesperada importancia que le otorgaba el “esquema de poder” paraincidir en la histórica interna interfuerzas entre Armada y Ejército, que durante el Proceso

    se expresó en el seno mismo de la Junta Militar, potenciada por el modelo institucional.

    Mientras la primera le disputaba el poder al Ejército buscando lograr satisfacer sus propios

    intereses corporativos (o personales, en el caso del almirante Massera), y el segundo se

    enredaba en su propia fragmentación, los brigadieres suspendieron sus propias preferencias

    ideológicas para desempatar cuando las tensiones entre las otras Fuerzas se agudizaban.

    Puede afirmarse que a partir de 1981 la descomposición del poder militar fue acompañadapor la desarticulación de estos “subsistemas” y la apertura de la “era de los extremos”. En

    efecto, tras la caída de los “moderados” la norma fue la alternancia entre “minorías

    intensas”, que no podían sino sucederse mediante  putschs  internos. A partir de aquí, el

    Proceso comenzó a revelar los distintos proyectos que albergaba en su seno, proyectos que

    variaron desde el más institucionalista de los “moderados”, o el más beligerante de Galtieri

    y su Junta Militar, hasta los más “politicistas” de Viola o Bignone que, con distinta

    intensidad y distinta estructura de oportunidades, procuraron sustituir a la economía y la

    guerra por la política.

    Finalmente, la dinámica política del régimen impactó en forma diferenciada en el logro de

    sus más importantes objetivos. De todos ellos, probablemente hayan sido los objetivos

    políticos, especialmente la creación de una nueva clase dirigente y la institucionalización

    del “cuarto poder”, los más extraviados. Fue en el plano político donde resultó más

    evidente que el régimen perdía el rumbo aun cuando no tuviera que enfrentarse a una

    oposición civil consistente, y donde la superposición entre disposiciones institucionales ycomportamiento de los actores revelaron sus efectos más perniciosos, impidiendo, por

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    ejemplo, la elaboración de una plataforma política mínima que permitiera anticiparse a la

    avidez de los políticos y al agotamiento de los tiempos.

    En el caso de la política económica, la combinación entre modelo institucional,

    comportamiento de los actores y contexto de la acción entregó resultados diferentes.Probablemente porque (y procuremos superar aquí las explicaciones más “personalistas”,

    que se detienen en las cualidades políticas individuales de Martínez de Hoz) los objetivos

    de la reforma económica liberal, a pesar de las resistencias de las Fuerzas Armadas, las

    contradicciones de los elencos civiles o su consolidación como “tema de oposición”,

    coincidieron con los de la fracción “moderada”, que predominó durante la mayor parte de

    la dictadura, y frente a la cual ninguna otra fracción, ni militar ni civil, logró imponer un

    proyecto de recambio.Finalmente, en este largo recorrido, fue en el plano de los derechos humanos donde la

    combinación entre modelo institucional, comportamiento de los actores y contexto

    resultaron virtualmente letales. Si bien fue en este plano el único donde los militares

    argentinos reclamaron haber “ganado la guerra” (por haber alcanzado sus desquiciados

    objetivos), la dinámica política gestada alrededor de la “lucha antisubversiva” fue la que

    selló definitivamente no sólo el destino del régimen, sino también el futuro de las Fuerzas

    Armadas.El enfrentamiento entre la “ética de la responsabilidad” y la “ética de la convicción”

    impidió, primero, consolidar una postura militar unificada; después, bloqueó cualquier

    acercamiento entre los partidarios, militares y civiles, de la “ética de la responsabilidad”; y

    ligó, finalmente, el destino de la endeble democracia argentina a la realización de la

     justicia por sobre los crímenes de lesa humanidad76.

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