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“La dinámica política del Proceso de Reorganización Nacional (Argentina, 1976-1983)” . Aprobado para su publicación en Franco, Marina y Hernán Ramírez (eds.)
Dictaduras del Cono Sur. Problemas generales y casos nacionales. Buenos Aires:
mimeo.
Paula Canelo∗ ∗∗ ∗
Introducción
A mediados de 1978, el politólogo francés Alain Rouquié afirmaba en un artículo de
coyuntura que el “régimen nacido del último golpe de Estado fue sin dudas el más militar
de todos aquéllos que tuvo la Argentina desde 1930”1. Aún al calor de los hechos,
probablemente el observador ya podía percibir las inéditas transformaciones que venía a
operar el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983) sobre la
escena argentina de mediados de los años setenta.
Con la perspectiva que otorga la distancia, hoy podemos confirmar, con bastante certeza,
que la última dictadura militar fue el punto más alto en un crescendo abierto allá por los
años treinta, cuando en la Argentina sonara, por primera vez, la “Hora de la Espada”.
Por un lado (y esto ya ha sido señalado2), la dictadura argentina pretendió superar el “mero
reordenancismo” de sus antecesoras, y para lograr sus objetivos refundacionales puso en
marcha la primera experiencia de involucramiento institucional pleno en el ejercicio del
poder y del gobierno. Efectivamente, tras el golpe de Estado de marzo de 1976 las tres
armas participantes en la Junta Militar, máximo órgano soberano del esquema
gubernamental, se comprometieron institucionalmente en el destino de la experiencia,
compartiendo el poder en partes iguales.
Por otro lado (y esto, sin dudas, ha sido mucho menos trabajado3), los militares procesistas
trasladaron con particular intensidad al seno mismo del Estado y del gobierno todas las
∗ Investigadora del CONICET y del IDAES/UNSAM. Docente regular de la UBA.1 Rouquié, Alain, “Reorganización Nacional y ‘Guerra Sucia’”, en Alain Rouquié, Autoritarismos y
Democracia, Buenos Aires, Edicial, 1994: 281.2 Entre otros trabajos, consultar Acuña, Carlos y Catalina Smulovitz, “Militares en la transición argentina: delgobierno a la subordinación constitucional”, en VVAA, Juicio, castigos y memorias. Derechos humanos y
justicia en la política argentina. Buenos Aires, Nueva Visión, 1995; Novaro, Marcos y Vicente Palermo, Ladictadura militar 1976/1983, Buenos Aires, Paidós, 2003.3 Consultar, entre otros, Canelo, Paula, El Proceso en su laberinto. La interna militar de Videla a Bignone,Buenos Aires, Prometeo, 2008 (a); Canelo, Paula, Entre la política y la técnica. Las Fuerzas Armadas
argentinas de la refundación a la prescindencia (Argentina, 1976-2001), Tesis de Doctorado en CienciasSociales, Buenos Aires, FLACSO, 2006 (a); Canelo, Paula, “Dictature et politique. L’expérience fondatriceinachevée du ‘Processus de réorganisation nationale’ (Argentine 1976-1983)”, Vingtième Siècle, Nº105,
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contradicciones ideológico-políticas que caracterizaron a las Fuerzas Armadas argentinas
desde su origen como instituciones profesionales a principios del siglo XIX, dotando a la
experiencia dictatorial de un importante grado de incoherencia e inestabilidad.
Finalmente, las Fuerzas Armadas procesistas no se cansaron de insistir en que una de susgarantías de éxito era que habían aprendido de los fracasos, y también de los aciertos, de
los gobiernos militares anteriores, de quienes se sentían, en mayor o menor medida,
herederas. Es así que el Proceso se inscribió, a pesar de todas sus marcas distintivas, en el
punto de llegada de una tradición de larga data, la de los sucesivos y multifacéticos
intentos, por parte del actor militar, de corregir las “desviaciones de la sociedad civil”.
En este camino, el referente más directo del Proceso fue su antecesor inmediato, el régimen
militar de la “Revolución Argentina”, durante el que se sucedieron las presidencias de losgenerales Onganía, Levingston y Lanusse (1966-1973). Considerado el primer intento
consistente de la corporación militar de promover cambios radicales e irreversibles en la
sociedad argentina, este “Estado Burocrático-autoritario”4 enlazó los intereses de la
fracción “azul”5 de las Fuerzas Armadas con los de la burguesía transnacionalizada
mediante la articulación entre la “seguridad” y el “desarrollo”.
La primera lección que los elencos procesistas decían haber aprendido de la Revolución
Argentina está relacionada con la elección de la política represiva. A diferencia de suantecesora, la dictadura de 1976 privilegió por sobre la represión legal (donde la
responsabilidad era asumida por órganos represivos legales y donde mediaba algún tipo de
normativa previa) una metodología ilegal basada en la clandestinización del Estado, la
actividad de “grupos de tareas” y la organización de centros clandestinos de detención
donde los prisioneros eran sometidos a las más salvajes torturas y vejaciones, que solían
concluir con la muerte y la desaparición.
Múltiples son los factores que explican la elección de este tipo de represión ilegal, y su
predominio sobre la legal6, pero entre ellos se encuentra sin dudas el fracaso de la
janvier-mars 2010; Pucciarelli, Alfredo (coord.), Empresarios, tecnócratas y militares, Buenos Aires, SigloXXI, 2004.4 O’Donnell, Guillermo, El Estado burocrático-autoritario, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1982.5 “Azules” y “colorados” son los dos bandos hipotéticos que se enfrentan en las maniobras militares. Asíhabían sido bautizadas dos fracciones militares surgidas tras el derrocamiento de Juan Domingo Perón en1955, que poseían distintas concepciones sobre el peronismo y que se habían enfrentado militarmente en1962 y 1963.6
Entre otros, la influencia de la Doctrina de Seguridad Nacional, la posibilidad que ofrecía la clandestinidadde evitar o retardar las sanciones internacionales, la eficacia disciplinaria que el terror tenía sobre el cuerposocial, la oportunidad que ofrecía para dirimir conflictos internos de las propias Fuerzas Armadas, etc.;
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represión predominantemente legal adoptada por el régimen de 1966, desarticulada por la
sanción de la “Ley de Amnistía” y el Devotazo en 1973, durante el gobierno de Héctor
Cámpora.
La segunda lección, de especial interés para este trabajo, se refiere al ejercicio del podergubernamental. Los militares procesistas sabían que los conflictos internos y la
“personalización” del poder debían ser evitados. Para ello, adoptaron un modelo
institucional complejo (“esquema de poder”) regido por dos reglas fundamentales: la
supremacía de la Junta Militar sobre el presidente y el reparto tripartito del poder.
Este modelo debía permitir, idealmente, el virtual autoatamiento de las instituciones
armadas al destino de la experiencia autoritaria, ejercer un control vertical y horizontal del
poder, neutralizar los conflictos internos, tanto intrafuerzas como interfuerzas, y evitar laconcentración del poder.
Sin embargo, las Fuerzas Armadas no previeron que la dinámica de este esquema sería
radicalmente opuesta a la deseada. En efecto, la misma potenciaría el surgimiento y
desarrollo de los conflictos internos, los trasladaría a toda la estructura de poder y atentaría
contra el cumplimiento de varios de los objetivos más importantes del régimen. Incidiendo
finalmente, y como venía sucediendo históricamente, en la entrega imprevista y
descontrolada del poder a los civiles; con la diferencia de que, en este caso, la caída delrégimen arrastraría a las Fuerzas Armadas argentinas a la crisis más profunda de su
historia, colocándolas al borde de la desintegración institucional.
En este trabajo sostenemos que esta especificidad del régimen argentino se explica no por
las particularidades del diseño institucional en sí, a pesar de sus evidentes limitaciones; ni
tampoco por las del actor protagónico dentro del esquema, la conflictiva y contradictoria
alianza cívico-militar que llevó adelante la experiencia autoritaria. Afirmamos que la
particular dinámica política que caracterizó a la última dictadura militar argentina fue
resultado de la combinación de estos dos niveles, el del modelo institucional y el de los
actores, articulados históricamente en sucesivos y cambiantes contextos políticos.
A continuación desarrollamos por separado ambos niveles, el del “esquema de poder” y el
de la “alianza cívico-militar”, para dedicarnos en los apartados siguientes a comprender de
qué forma ambos se combinaron durante las sucesivas presidencias de los generales
Videla, Viola, Galtieri y Bignone en un cambiante contexto político. Finalmente,
Acuña y Smulovitz, op. cit.
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concluimos con algunas reflexiones sobre la particular dinámica política del Proceso de
Reorganización Nacional.
El “esquema de poder”
A partir de 1976, consolidando la tendencia inaugurada por la Revolución Argentina de
progresivo involucramiento de los militares en el gobierno, la Junta Militar integrada por
los Comandantes de las tres Fuerzas Armadas (Ejército, Armada y Fuerza Aérea), se
constituyó como “órgano supremo de la Nación”, dotado de una autoridad superior a la del
Presidente de la Nación. Podía sesionar sólo en “presencia de la totalidad de sus
miembros”, debiendo adoptar sus decisiones “por simple mayoría”, salvo en el caso de
elección o remoción del Presidente de la Nación, caso en el que se requería unanimidad.
Sus propósitos primordiales eran velar por el “normal funcionamiento de los demás
poderes del Estado” y por el cumplimiento de los “objetivos básicos”. La Junta designaba
al presidente de la Nación, a los miembros de la Comisión de Asesoramiento Legislativo y
a los altos funcionarios del Poder Judicial de la Nación; controlaba estrechamente su
actividad y podía destituirlos cuando lo considerara “conveniente”. Absorbía varias
funciones que según la Constitución Nacional le correspondían al Ejecutivo y al
Legislativo, como el Comando en Jefe de las Fuerzas Armadas, las funciones militares y deguerra y la declaración del estado de sitio.
El Presidente de la Nación debía ser un “oficial superior de las Fuerzas Armadas” en
situación de retiro que no podía desempeñarse, al mismo tiempo, como miembro de la
Junta. Tenía facultades ejecutivas y legislativas, debía designar a los jueces de los
tribunales inferiores de la Nación y a los gobernadores provinciales, y controlar la
estructura ministerial a través de la estratégica Secretaría General de la Presidencia. El
control sobre el gabinete era reforzado mediante la designación, en cada Ministerio, de un
delegado militar por cada una de las tres Fuerzas.
La Comisión de Asesoramiento Legislativo (CAL) estaba integrada por nueve oficiales
superiores, tres por cada Fuerza, y en su seno funcionaban ocho subcomisiones, una por
cada Ministerio. Debía “ejercer facultades de asesoramiento legislativo en representación
de las Fuerzas Armadas” ante el Poder Ejecutivo: su principal tarea era seleccionar y
criticar los proyectos de ley presentados por las diferentes reparticiones del aparato estatal
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para el examen posterior del Presidente de la Nación, y elaborar y promover proyectos de
ley, permitiendo un control vertical y horizontal de las leyes.
Finalmente, la rotación en el desempeño de los cargos más altos de la jerarquía
gubernamental y militar (miembro de la Junta Militar, Presidente de la Nación, miembrode la CAL y Comandante en Jefe) procuraba evitar la “personalización” del poder7.
El reparto tripartito del poder ordenó los más altos niveles gubernamentales, como la Junta
Militar y la CAL. En cuanto al Poder Ejecutivo, cada Fuerza obtuvo dos de las carteras del
primer gabinete de Videla, con excepción de Educación y Economía, asignadas a civiles8.
La mitad de las gobernaciones quedó en manos del Ejército y la otra mitad se repartió entre
la Armada y la Fuerza Aérea, mientras los cargos municipales eran distribuidos entre
civiles afines. Los medios de comunicación, los sindicatos, las obras sociales, lasorganizaciones empresarias y los directorios de empresas públicas, entre otros, eran
intervenidos también “equitativamente” por miembros de las tres Fuerzas.
El criterio tripartito también predominó en el diseño represivo que literalmente feudalizó el
territorio nacional. El terrorismo de Estado fue organizado a partir de la división territorial
de los Cuerpos de Ejército, delimitándose Zonas y Subzonas donde operaban “fuerzas
conjuntas”, bajo un comando unificado y con un objetivo común; si bien el Ejército tenía la
responsabilidad operativa primaria, era “apoyado” por la Marina y la Fuerza Aéreamediante la asignación de elementos propios9. El involucramiento de las tres Fuerzas, al
igual que la participación masiva de los militares en la represión fortaleció el “pacto de
sangre” gestado alrededor de la misma.
El reparto tripartito también orientó la extensa militarización del aparato estatal que
consolidaron las Fuerzas Armadas durante el Proceso. Esta progresiva ocupación del
7 Sobre el “esquema de poder”, consultar el “Estatuto para el Proceso de Reorganización Nacional”,24/3/1976; el “Reglamento para el funcionamiento de la Junta Militar, Poder Ejecutivo Nacional y Comisiónde Asesoramiento Legislativo”, Boletín Oficial, 26/3/1976; Castiglione, Marta, La militarización del Estadoen la Argentina (1976-1981), Buenos Aires, CEAL, 1992; Novaro y Palermo, op. cit.8 La participación de los civiles como funcionarios del régimen ha sido tan significativa como pocoestudiada. De acuerdo con el diario La Nación, hacia 1980 “el 52% de los intendentes del país pertenecían aalgún partido político según esta distribución: UCR 35,3; PJ 19,3; PDP 12,4; MID 10,7%; FUFEPO 8,9.” ( La
Nación, 25/3/1980, cit. en González Bombal, Inés, El diálogo político: la transición que no fue. BuenosAires, CEDES, 1991: 91). A mediados de 1981, el general Liendo evaluaba que el 90% de los “equiposministeriales o intendencias” estaban confiados a civiles, “radicales, desarrollistas, intransigentes,
justicialistas, federalistas, conservadores, democristianos, socialistas, de Nueva Fuerza, de Línea Popular (yde) casi todos los principales partidos provinciales” (Clarín, 10/6/1981; cit. en González Bombal, op. cit.:
91).9 Mittelbach, Federico y Jorge Mittelbach, Sobre Áreas y Tumbas. Informe sobre desaparecedores. BuenosAires, Sudamericana, 2000.
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Estado por parte de los militares, asociada con la ampliación de sus funciones “extra-
institucionales” (sobre todo, la del ejercicio del gobierno), se había iniciado en las primeras
décadas del siglo XX, había sido fortalecida primero por el peronismo y luego por el
desarrollismo, y se había consolidado durante la Revolución Argentina. A partir de 1976
este proceso alcanzará niveles inéditos: la expertisse política obtenida en el ejercicio
recurrente del poder y la capacidad técnica derivada de la ocupación de cargos públicos y
la dirección y administración de organismos y empresas del Estado, le había otorgaron a
los militares argentinos los instrumentos necesarios para autopercibirse (aunque no
necesariamente para desempeñarse) como una élite burocrática “eficiente”10.
La alianza cívico-militar
Las Fuerzas Armadas que llevaron adelante el régimen autoritario se aglutinaban tras dos
objetivos políticos inseparables: la creación de una nueva clase dirigente, imaginada bajo
el rimbombante título de “Movimiento de Opinión Nacional” (MON), y la
institucionalización del rol de “custodios” o “árbitros” que, afirmaban, habían
desempeñado históricamente en el sistema político argentino, bajo la forma de un “cuarto
poder”11. Pero más allá de este entusiasmo compartido, pocas eran las precisiones (y
menos aún las precisiones compartidas) que los militares podían establecer acerca de cómolograr, concretamente, esos objetivos.
Paralelamente, el principal elemento que amalgamaba el diagnóstico de las Fuerzas
Armadas con el de sus aliados civiles era la aversión frente al “populismo económico”,
entendido en términos muy amplios. La deseada transformación de los actores
socioeconómicos protagonistas del espasmódico funcionamiento económico de posguerra
(muy especialmente los sindicatos) sólo podía lograrse desmantelando las estructuras y
prácticas populistas, tanto económicas como políticas.
10 Castiglione, op. cit.11 Estos objetivos eran centrales en los planes reservados que circularon tempranamente en despachos ycuarteles. En octubre de 1976, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, general Ibérico Saint Jean,elaboró un documento donde recomendaba la “vertebración de una nueva clase dirigente” y la creación de un“Consejo de la República (donde) las FF.AA. participarán (…) como custodios de los intereses específicos dela seguridad y el potencial de la Nación, disponiendo de un poder de veto” (“Un nuevo ciclo históricoargentino: del Proceso de Reorganización Nacional a la Tercera República. Lineamientos para una estrategianacional”, 1976, s/d). En abril de 1978 Jaime Perriaux, miembro de la “Sociedad de Estudios y AcciónCiudadana”, entidad civil adicta al régimen, redactó un plan político donde recomendaba una “reformainstitucional” que permitiera la creación de un “Consejo de la República”, donde pudiera “institucionalizarse
aquella intervención última de las Fuerzas Armadas (...) como custodios permanentes de la continuidadhistórica” (“Propuesta Política de Jaime Perriaux para el Proceso de Reorganización Nacional”, 1978: V-3 yss.)
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Finalmente, esta ambiciosa (y no necesariamente coherente) sumatoria de refundación
política y económica debía ser garantizada por una tarea superior: la “lucha
antisubversiva”. La misma era alimentada desde distintas vertientes: entre otras, la
Doctrina de Seguridad Nacional, que consideraba que la preservación de las “fronteras
ideológicas” y la lucha contra el “enemigo interno” debían ser la principal misión militar,
las enseñanzas de las “guerras antisubversivas” libradas en Argelia e Indochina por el
Ejército francés, y la participación de los militares procesistas en el bando “colorado”, que
los llevaba a concebir (a diferencia de los “azules”) al peronismo y a la “subversión” como
dos caras de la misma moneda.
Estos recursos de cohesión, y la definición amplia de las tareas perseguidas, permitieron
atenuar las contradicciones de esta compleja alianza cívico-militar. Tanto las FuerzasArmadas como los civiles participantes del gobierno se agrupaban en distintas fracciones
internas, no necesariamente coherentes entre sí.
La fragmentación del frente militar era contundente. En primer lugar, la fracción
“revolucionaria” o “dura”, tenía fuerte gravitación en el Ejército, sobre todo entre los
Comandantes de Cuerpo o “señores de la guerra”, y en la Fuerza Aérea. Estos defensores
del poder “soberano” del Proceso, profundamente anticomunistas y antiperonistas,
rechazaban cualquier acercamiento con los civiles, y postulaban tanto la primacía de la“lucha contra la subversión” como una prolongada permanencia de las Fuerzas Armadas en
el gobierno. Sus miembros no presentaban una postura ideológica homogénea, variando
entre el nacionalismo elitista, el paternalismo y el integrismo católico, ni tampoco
coincidían en su credo económico: mientras la Fuerza Aérea apoyaba la reforma
económica liberal, los “duros” del Ejército se le oponían, y defendían la intervención
económica estatal, sobre todo para fortalecer una industria bélica que consideraban
estratégica para el desarrollo y la defensa nacional.
En segundo lugar, en la fracción “moderada” se agrupaban los más altos funcionarios del
Ejército, como los generales Videla, Harguindeguy y Galtieri, que combinaban, en
términos generales, el fervor por el MON con el apoyo a la política económica liberal. Pero
lo más relevante de esta fracción no era su coherencia ideológica, sino el rol que cumplía
en la dinámica política del frente militar, y del Ejército en particular. En efecto, esta
fracción tenía como principal función la de “moderar” la interna intrafuerzas del Ejército,
otorgándole alternativamente su apoyo a las “minorías de preferencias intensas” (lasfracciones “dura” y “politicista”), buscando mantener cierto equilibrio institucional.
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Por último, la fracción “politicista” integrada por los generales Viola, Liendo, Villarreal,
Vaquero y Bignone, tenía relativa impronta dentro del Ejército. Sus miembros aceptaban,
con una mirada acentuadamente política, subordinar los objetivos parciales del Proceso al
éxito o fracaso de la experiencia en su conjunto. Así, por ejemplo, consideraban que los
partidos políticos y las organizaciones sindicales existentes eran interlocutores válidos si
de lo que se trataba era de superar el debilitamiento de los recursos de legitimación y/o el
agotamiento de los tiempos políticos. Finalmente, eran opositores de la política económica
liberal, pero no por profundas convicciones económicas (más bien cercanas al
desarrollismo), sino por considerarla contraria a las oportunidades de legitimación de la
dictadura.
Por su parte, los elencos civiles de la dictadura se alineaban tras las mismas corrientesideológicas que habían nutrido los cuadros de gobierno de los regímenes militares
anteriores. En efecto, nacionalistas y liberales integraron la estructura ejecutiva del
régimen, especialmente el gabinete nacional donde, en forma análoga al equilibrio interno
buscado mediante el reparto tripartito, disfrutaron de un virtual empate inicial12.
El nacionalismo argentino se encontraba relativamente debilitado, ya que pocos años antes
del golpe habían fallecido varios de sus más paradigmáticos exponentes, como Julio
Meinvielle, Carlos Sacheri y Jordán Bruno Genta, estos dos últimos víctimas de atentadosdel Ejército Revolucionario del Pueblo. A partir de 1976 los nacionalistas obtuvieron el
Ministerio de Educación, primero de mano de Ricardo Bruera y luego con Juan José
Catalán, que profundizaron la influencia del nacionalismo católico en el área educativa 13.
Además, destacados nacionalistas fueron designados en otras funciones públicas
relevantes, como miembros de la Corte Suprema de Justicia14, y en el CONICET, sobre
todo en las ciencias sociales; la emblemática revista Cabildo y la Iglesia católica les
otorgaban canales privilegiados de expresión15.
El liberalismo obtuvo, a partir de 1976, el Ministerio de Economía, donde fue designado
José Alfredo Martínez de Hoz. Muchos de sus funcionarios habían ocupado cargos
12 Este “empate” evolucionó progresivamente hacia el predominio de los liberales sobre los nacionalistas;Canelo, Paula, “Las ‘dos almas’ del Proceso. Nacionalistas y liberales durante la última dictadura militarargentina (1976-1981)”, Páginas, Nº1, mayo-agosto 2008 (b).13 Rodríguez, Laura Graciela, “Coincidencias y conflictos entre funcionarios del Proceso. El caso delMinisterio de Cultura y Educación”, Entrepasados, 2010 (en prensa).14 Mignone, Emilio, Iglesia y dictadura. El papel de la Iglesia a la luz de sus relaciones con el régimenmilitar . Buenos Aires, UnQui - Página/12, 1999.15
Saborido, Jorge, “El antisemitismo en la historia argentina reciente: la revista Cabildo y la conspiración judía”, Revista Complutense de Historia de América, vol. 30, 2004; Rock, David, La Argentina autoritaria. Los nacionalistas, su historia y su influencia en la vida pública. Buenos Aires, Ariel, 1993.
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públicos durante la Revolución Argentina o el interinato de Guido, y algunos provenían del
“Club Azcuénaga”, círculo de intelectuales, políticos y economistas promovido por Jaime
Perriaux y el general Hugo Miatello, o habían militado en los orígenes de la democracia
cristiana o en grupos católicos16. La transformación sufrida por el liberalismo vernáculo
permitía identificar, dentro de los elencos económicos de la dictadura, tanto “liberales
tradicionales” como miembros de una nueva corriente, el “liberalismo tecnocrático”. Los
primeros eran representantes de las viejas clases dominantes agrarias diversificadas en
actividades industriales, comerciales y financieras, que conservaban una importante
influencia política, facilitada por la posesión de poderosos medios de comunicación, como
el diario La Nación, y promovían la defensa de los “sectores productivos”, los principios
de las ventajas comparativas y el antiestatismo.
Por su parte, los “tecnócratas” expandían su influencia en círculos privados, como
institutos de investigación, lobbies y empresas. En el marco de las transformaciones
económicas internacionales de la década del setenta, e inspirados en la experiencia de la
dictadura chilena, postulaban la implementación local de los avances de la academia
norteamericana, del tipo Friedman y la “Escuela de Chicago” 17.
La “edad de oro” del Proceso: la primera presidencia de Videla
La primera presidencia del general Videla puede ser considerada la “época dorada” del
régimen militar. Durante la misma, de la mano del predominio de la fracción “moderada”,
que buscó imprimirle a la gestión un marcado acento “institucionalista” y de apego a los
“Documentos Básicos del Proceso”, la dictadura argentina se expresó con su mayor
potencia.
A partir de marzo de 1976 el gobierno militar persiguió dos objetivos excluyentes: la
“lucha antisubversiva” y la “normalización económica”. A pesar de que las principales
organizaciones armadas (Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo) habían sido
destruidas militarmente antes del golpe18, los militares se embarcaron en una “última
16 Canelo, 2008 (a), op. cit.17 Canelo, 2008 (a), op. cit.; Heredia, Mariana, “El Proceso como bisagra. Emergencia y consolidación delliberalismo tecnocrático: FIEL, FM y CEMA”, en Alfredo Pucciarelli, op. cit.; O’Donnell, Guillermo, “Las
fuerzas armadas y el Estado autoritario del Cono Sur de América Latina”, en Guillermo O’Donnell:Contrapuntos. Ensayos escogidos sobre autoritarismo y democratización. Buenos Aires, Paidós, 1997.18 Frontalini, Daniel y María Cristina Caiati, El mito de la guerra sucia, Buenos Aires, CELS, 1984.
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guerra final de la humanidad19” donde la dictadura encontró su recurso más importante de
legitimación social y de cohesión institucional.
Pero la “lucha antisubversiva” como criterio de legitimación se agotó muy rápidamente, y
a fines de 1976 la dictadura debió iniciar la “clausura” del escenario de la “guerra interna”,mientras los voceros del régimen anunciaban la elaboración de un Plan Político que
permitiera una “convergencia cívico-militar”. Paralelamente, el gobierno de Videla
procuraba avanzar con la integración del MON estrechando contactos con dirigentes de
algunos partidos provinciales de derecha, agrupados alrededor de la Fuerza Federalista
Popular (FUFEPO)20.
La confluencia de dos necesidades contradictorias, la de definir sus objetivos políticos y la
de “recompensar” a los “duros” por los “avances” en la “guerra interna”, llevó a los“moderadores” a crear un Ministerio de Planeamiento, donde designaron al general Díaz
Bessone, Comandante del Cuerpo II. Dicha cartera redactó el primer Plan Político del
régimen, el “Proyecto Nacional”, que resumía la cosmovisión de los “duros” y también la
del Onganiato: la defensa del desarrollismo económico, la preservación del “poder de
decisión nacional frente a la acción de los países desarrollados”21, la promoción de las
“asociaciones intermedias” como forma de evitar la representación partidaria, y tiempos
políticos no menores a “doce años”22
.El “Proyecto Nacional” fue apoyado por los “duros” en el “Plan Nueva República”, donde
el general Olivera Rovere, Secretario General del Ejército, recomendaba “encarar por el
sector público (el) desarrollo de industrias básicas”, avanzar en los objetivos económicos
“con el menor costo social posible” y aceptar que los tiempos políticos del régimen no
podían ser menores “a los 12/15 años”23.
Pero el fragmentado frente militar resistió este avance de los “duros”. Las Secretarías de
los Comandos en Jefe hicieron sentir con fuerza el peso del criterio tripartito en el
documento “Crítica al Proyecto Nacional”, donde sostenían que el plan de Díaz Bessone
no tenía “una sustentación política visualizable.”24. Asimismo, los “politicistas” de la
Secretaría General de la Presidencia, en manos del general Villarreal, redactaban el
19 Schmitt, Carl, El concepto de lo político, México, Folios, 1984.20 Mansilla, César, Las fuerzas de centro, Buenos Aires, CEAL, 1983.21 “Proyecto Nacional” , Ministerio de Planeamiento, 25 de mayo de 1977: 310.22 “Proyecto Nacional” ,op. cit.: 354.23
“Plan Nueva República”: 3 y ss.24 “Crítica al Proyecto Nacional”, Secretarías de los Comandos en Jefe del Ejército, la Armada y la FuerzaAérea, 1977.
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“Comentario sobre el Documento ‘Plan Nueva República’”, donde calificaban al plan de
Olivera Rovere de ser “un conjunto de aspiraciones que, sin una sistematización suficiente,
no alcanzan a conformar ni un programa de gobierno ni un plan de acción política”25.
Los “moderados” pronto reconocieron la conveniencia de desplazar a las versiones másextremas del régimen. Los “duros” no sólo eran objeto de fuertes críticas internas, sino que
además cuestionaban la política económica de Martínez de Hoz y no eran precisamente
adecuados para enfrentar las consecuencias del viraje demócrata en la política de derechos
humanos de los Estados Unidos que iniciaba la administración Carter.
Mientras Planeamiento era convertido en una Secretaría dependiente de la Presidencia de
la Nación, el Plan Político era sometido a un complejo proceso de “compatibilización”
interna que debía concluir en la redacción de una propuesta unificada. Este proceso teníados etapas: durante la primera, de “compatibilización intrafuerzas”, cada Fuerza Armada
debía conciliar internamente una propuesta, mientras que durante la segunda, de
“compatibilización interfuerzas”, los distintos planes parciales debían ser discutidos en un
“Equipo de Compatibilización Interfuerzas” que redactaría un documento final para
someterlo a la aprobación de la Junta Militar.
La primera en concluir su documento fue la Armada. El reparto tripartito y la supremacía
de la Junta sobre el presidente alimentaban como nunca antes las ambicionesinstitucionales de la fuerza de mar, al igual que las expectativas presidenciales de su
Comandante en Jefe, el almirante Massera. Las “Consideraciones sobre el proceso de
institucionalización y el Movimiento de Opinión Nacional” fueron concluidas en octubre
de 1977, cuando la cuestión del “cuarto hombre” se hallaba en pleno debate. Por entonces,
tanto la Armada como la Fuerza Aérea consideraban concluida la “situación de excepción”
que había justificado la retención de los cargos de Presidente y miembro de la Junta Militar
por parte de Videla, y presionaban por la “normalización” del “esquema de poder”.
En el documento los marinos sostenían que el máximo imperativo del Proceso era “la
formación de un movimiento de opinión nacional, vital y amplio”, que no debía surgir ni
de los partidos políticos ni de los sindicatos existentes, sino que debía ser “totalmente
nuevo”26. La Armada también recomendaba comenzar a prever la “normaliza(ción de) las
25 “Comentario sobre el Documento “Plan Nueva República””, Secretaría General de la Presidencia, 1977: 3-
4.26 “Consideraciones sobre el proceso de institucionalización y el Movimiento de Opinión Nacional”, ArmadaArgentina, octubre de 1977: 3 y ss.
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organizaciones políticas, (para poder) asumir la iniciativa cuando las circunstancias
indiquen la necesidad y/o conveniencia de una apertura27”.
El Ejército presentaba una situación más compleja. En noviembre de 1977, a los planes ya
existentes de los “duros” se agregó el “Plan de Acción Política de la Propuesta de UniónNacional”, donde los “politicistas” de la Secretaría General de la Presidencia afirmaban
que el objetivo principal del régimen no era el MON sino definir plazos políticos
concretos. Entre noviembre de 1977 y marzo de 1979 el régimen debía dedicarse a la
“selección de interlocutores”, a la definición de la “mecánica y objetivos del diálogo” y a
la “legitimación expresa por medio de un referéndum”; y a partir de marzo de 1979 debían
implementarse las medidas que permitieran la asunción, en mayo de 1983, de un presidente
“resultante de un acuerdo cívico-militar”
28
.Sin embargo, las diferencias entre “duros” y “politicistas” fueron “moderadas” por los
generales. El documento definitivo del Ejército, las “Bases políticas del Ejército para el
Proceso de Reorganización Nacional”, advertía que la dictadura sería “larga”, y descartaba
tanto una “salida política’” como a “los partidos políticos preexistentes (que) no son aptos
para encarar la descendencia del PRN”29.
A fines de julio de 1978 la “compatibilización intrafuerzas” concluía con las “Bases
Políticas para la Reorganización Nacional” de la Fuerza Aérea, donde los brigadierescoincidían con generales y almirantes en la necesidad de “crear” una dirigencia “adicta”, y
donde reclamaban la desarticulación de la “antigua estructura política partidaria” y evitar
cualquier tipo de “diálogo” con los civiles30.
Mientras la “compatibilización intrafuerzas” revelaba las extremas dificultades que se le
presentaban a las Fuerzas Armadas para unificar posturas, la mirada del régimen se dirigía
decididamente hacia el plano económico.
A pesar de ser uno de los pilares fundamentales del proyecto autoritario en esta etapa
inicial, la política económica fue el “tema de oposición”31 alrededor del que se articularon
muchas de las tensiones que atravesaban los elencos gubernamentales.
27 “Consideraciones…”, op. cit.: 26-27.28 “Plan de Acción Política de la Propuesta de Unión Nacional”, Secretaría General de la Presidencia,noviembre de 1977: 25 y ss.29 “Bases políticas del Ejército para el Proceso de Reorganización Nacional”, Ejército Argentino, marzo de1978: 1-3 a 3-3.30
“Bases Políticas para la Reorganización Nacional”, Fuerza Aérea Argentina, 26 de julio de 1978: 3.31 Yannuzzi, María de los Angeles, Política y dictadura. Los partidos políticos y el Proceso de Reorganización Nacional. 1976-1982. Rosario, Fundación Ross, 1996; Novaro y Palermo, op. cit.
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Por un lado, el liberalismo del equipo económico comenzaba a resultar incompatible con
las distintas variantes de nacionalismo arraigado en las Fuerzas Armadas. El crecimiento
vertiginoso del mercado financiero operado por la Reforma Financiera de junio de 1977, la
integración de la economía argentina al mercado mundial perseguida por la apertura
comercial de 1978, o la (más anunciada que concretada) reducción del aparato estatal,
amenazaban los valores e intereses de distintos sectores militares, entre ellos, los
burócratas que dirigían o administraban las empresas del Estado y el complejo militar-
industrial, el almirante Massera y la Armada, los “duros” y los “politicistas” del Ejército.
Por otro lado, en el seno del equipo económico, los “liberales tradicionales” como Juan
Alemann, Secretario de Hacienda, se enfrentaban con los “tecnócratas” como Guillermo
Klein, Secretario de Programación y Coordinación Económica, y Alejandro Estrada,Secretario de Comercio y Negociaciones Económicas Internacionales, alrededor de las
recetas más eficaces para controlar la inflación. Los primeros proponían implementar un
ajuste ortodoxo, basado en la recesión y el ajuste del gasto público, mientras que los
segundos defendían la completa liberalización de la economía de la intervención estatal, la
apertura a los flujos financieros internacionales y la privatización de empresas públicas32.
Como consecuencia, el Ministerio de Economía fue blanco privilegiado de la dinámica de
control (y bloqueo) interno derivada del “esquema de poder”. El Ministro fue sometido auna vigilancia tanto vertical como horizontal: debía dar cuenta de sus actos ante la Junta
Militar y ante las asambleas de los cuadros militares superiores, mientras su actividad era
controlada por la Secretaría General de la Presidencia, por la CAL y, al igual que otros
ministerios, por tres “oficiales de enlace” con poder de veto sobre sus decisiones.
Pero Martínez de Hoz contó con el apoyo de los “moderados” del Ejército, consolidando
con el presidente Videla y el Ministro Harguideguy un verdadero triángulo estratégico,
integrado por la Presidencia de la Nación y los Ministerios de Economía e Interior. Todoslos miembros de este “núcleo estable” (y no sólo Martínez de Hoz33) gozaron en esta
primera etapa de una excepcional permanencia en el tiempo, aún en un contexto de alta
rotación y conflictividad interna.
32 Canelo, 2008 (a), op. cit.; Heredia, op, cit.; Reinhardt, Nola y Wilson Peres, “Latin America’s NewEconomic Model: Micro Responses and Economic Restructuring”, World Development, Nº9, 2000.33 La estabilidad del Ministro de Economía en su cargo ha sido atribuida a cierto maquiavelismo delfuncionario, al poder social o económico de los beneficiados por sus medidas, o bien a su propia capacidadpara implementar políticas que volvieron “imprescindible” su presencia; v.g. Schvarzer, Jorge, Martínez de
Hoz. La lógica política de la política económica. Buenos Aires, CISEA, 1984. Sin embargo, no se hareflexionado sobre las causas de la igualmente sorprendente permanencia de la dupla Videla-Harguindeguy alfrente del régimen militar.
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Además, el Ministro de Economía disfrutó del estratégico aval de otros altos funcionarios,
como el general Galtieri, el general Saint Jean, la cúpula de la Fuerza Aérea, vastos
sectores del Ejército y numerosos civiles y militares retirados, sin mencionar sus fluidos
contactos internacionales.
Sin embargo, probablemente su recurso más preciado haya sido su apego a la realpolitik ,
evidente, entre otras cosas, en su capacidad para renunciar a varios de sus objetivos
coyunturales para lograr sus propósitos de máxima, aquéllos que le permitieron operar una
transformación estructural de la economía y la sociedad argentinas.
La crisis del Proceso: la segunda presidencia de Videla
A mediados de 1978 el régimen militar se sometió a una dura prueba institucional: el
primer recambio institucional en los más altos niveles. En abril se dio por terminado el
período de “excepcionalidad”, la cuestión del “cuarto hombre” quedó saldada mediante la
designación de Videla como presidente de la Nación hasta 1981 y se decidió la renovación
completa de la Junta Militar: Videla sería sucedido por el general Viola, Massera por el
vicealmirante Lambruschini y Agosti por el brigadier Graffigna.
Videla y los “moderados” iniciaron su segunda presidencia con el propósito de profundizar
algunos de los objetivos de la etapa anterior, como la política económica, y la “clausura”
de la “lucha antisubversiva”, y de avanzar en otros que habían quedado pendientes, como
la “convergencia cívico-militar”.
Pero el clima social y político de mediados de 1978 era muy diferente al relativamente
favorable de 1976. A los obstáculos internos se le sumaba ahora una importante
transformación del escenario, donde al accionar imperturbable de los organismos de
derechos humanos nacionales e internacionales se le sumaba el “despertar” de los partidospolíticos y las organizaciones sindicales. Los mismos comenzaron a ocupar la escena
mediante una creciente crítica a la política económica (que empleaban, al igual que el
frente militar, como “tema de oposición”), el reclamo de diálogo y participación política, y
el reconocimiento de los “logros” militares en la “lucha contra la subversión”. Advertidos
por un largo aprendizaje en la inestabilidad política y la alternancia cívico-militar, los
políticos se mantuvieron siempre dispuestos a negociar con un régimen que, lo sabían,
tarde o temprano debería abandonar el poder. Por ello, ejercitaron una oposición limitada a
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la crítica de la política económica, mientras evitaban pronunciarse sobre lo actuado por las
Fuerzas Armadas en el plano represivo34.
El triunfo argentino en el Campeonato Mundial de Fútbol 1978 y la apertura de una nueva
etapa institucional impulsaron al régimen a encarar la “clausura” del escenario de la“guerra interna”, y el inicio de la “compatibilización interfuerzas” del Plan Político.
A pesar de que la “lucha antisubversiva” continuaba siendo un recurso de cohesión
institucional indiscutido, en torno a las consecuencias de la violación de los derechos
humanos habían comenzado a delinearse dos bandos, orientados, en mayor o menor
medida, por el apego a una “ética de la responsabilidad” o a una “ética de la convicción”35.
Los “clausuristas”, entre ellos Viola y Videla, creían conveniente articular una postura
institucional sobre el terrorismo de Estado para lograr un conjunto de objetivos
considerados urgentes: reemplazar a la “lucha antisubversiva” por otros principios de
legitimación, atemperar la feudalización del poder estatal derivada de la metodología
represiva, y anticiparse a las (ya previsibles) sanciones civiles, tanto locales como
internacionales. Por el contrario, los “revolucionarios” partidarios de la “ética de la
convicción”, que generalmente habían tenido responsabilidades “operativas” en la
represión, consideraban que cualquier intento por subordinar la “gloria” de la “lucha
antisubversiva” a imperativos políticos no podía ser sino una traición a la “sangrederramada” por “héroes y mártires”.
Los “clausuristas” decidieron encarar una arriesgada operación política: invitar al país a la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la Organización de Estados
Americanos, que se concretó el 6 de septiembre de 1979. La delegación visitó
establecimientos carcelarios y dependencias militares, se entrevistó con funcionarios
gubernamentales y representantes de casi todos los sectores, incluidos familiares de
detenidos y desaparecidos, y recibió denuncias en varias ciudades del país, estableciendo
una sede provisoria en Buenos Aires.
La invitación a la CIDH fue el primero de una serie de pasos en falso que llevarían al
Proceso a un callejón de salida en el plano de los derechos humanos. La presencia de la
34 Quiroga, Hugo, El tiempo del Proceso. Conflictos y coincidencias entre políticos y militares. 1976-1983 .Rosario, Fundación Ross, 1994; Yannuzzi, op. cit.35 La “ética de la responsabilidad” supone la obligación de dar cuenta de las consecuencias de la acción (y
por ello es propia, por ejemplo, del líder político), mientras que la “ética de la convicción”, o de finesúltimos, está basada en la máxima “hágase justicia y perezca el mundo”; Weber, Max, “La política comovocación”, en Max Weber, Ensayos de sociología contemporánea I. Buenos Aires, Planeta, 1985: 67 y ss.
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delegación hizo confluir a distintas organizaciones civiles en un frente opositor alrededor
de la cuestión de los derechos humanos36. Por un lado, aumentó la legitimidad de los
organismos, favoreciendo por ejemplo el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a
Adolfo Perez Esquivel, creador del Servicio Paz y Justicia, en octubre de 1980. Por otro
lado, alentó el acercamiento de algunos dirigentes políticos a dicho frente, algunos
participando a título personal, como el radical Raúl Alfonsín (futuro presidente de la
Nación), y otros en forma más institucional, como los justicialistas Deolindo Bittel y
Herminio Iglesias, que publicaron un documento donde denunciaban la “violación
sistemática de los derechos humanos” y “la muerte y la desaparición de miles de
ciudadanos”37.
Paralelamente, la visita volvió a colocar a la “lucha antisubversiva” y a los “duros” en elcentro de la escena pública. Fue uno de los motivos de la primera sublevación militar
durante el Proceso, protagonizada por el general Menéndez, Comandante del III Cuerpo,
que se amotinó en Córdoba en rechazo a la liberación de Jacobo Timerman, ex director del
diario La Opinión y contra la autoridad del Comandante Viola.
Finalmente, el informe final de la CIDH destruyó las pretensiones de los “clausuristas”. El
mismo identificaba “numerosas y graves violaciones de fundamentales derechos humanos”
ejecutadas por “personas pertenecientes o vinculadas a organismos de seguridad delGobierno”, presumía muertos a “los miles de detenidos desaparecidos”, y denunciaba “el
empleo sistemático de torturas y otros tratos crueles, inhumanos y degradantes”38. En
respuesta, los “duros” debilitaron aún más la ya endeble postura oficial sobre la “guerra
sucia”, que atribuía las atrocidades cometidas durante la “lucha antisubversiva” a los
“excesos” de “grupos fuera de control”: el general Riveros, delegado ante la Junta
Interamericana de Defensa, declaró que “la guerra fue conducida por la Junta Militar a
través de los Estados Mayores”39.
También en el plano político los militares estaban demostrando que no requerían de la
oposición civil para extraviar sus objetivos. A mediados de 1978 se inició la
“compatibilización interfuerzas” del Plan Político, durante la que se discutió una posible
reforma de la Constitución Nacional. El tema era especialmente sensible para las Fuerzas
36 Novaro y Palermo, op. cit.37 Crónica, 12/9/1979.38
“Informe sobre la situación de los derechos humanos en la Argentina”, 11/4/1980. Disponible en. Acceso en (11/01/2011).39 La Nación, 13/2/1980.
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Armadas, dado que se trataba de la única forma de lograr la institucionalización de su rol
de “custodios de la Nación”, y enfrentaba a quienes proponían una refundación “soberana”
de la Constitución, como la Fuerza Aérea, los “moderadores” y los “duros” del Ejército, y
quienes preferían continuar ejerciendo sobre la misma un poder “comisarial”, como los
“politicistas”40.
El 19 de diciembre de 1979 la dictadura presentó su Plan Político definitivo, las “Bases
Políticas de las Fuerzas Armadas para el Proceso de Reorganización Nacional”. El
documento establecía las líneas doctrinarias del gobierno y las características generales del
país deseado por el poder militar41, pero no podía ir mucho más allá. Las Fuerzas Armadas
sólo podían (o preferían) ofrecer a los civiles las mínimas coincidencias que habían
sobrevivido a las “compatibilizaciones”: que el sistema político debía permitir “la rotaciónen el poder y su transferencia sin alteraciones (apoyado) en corrientes de opinión”, y que
las Fuerzas Armadas tendrían “competencia en la toma de decisiones para la conducción
estratégica nacional, la seguridad nacional y la defensa de la Constitución Nacional”. Los
únicos anuncios concretos eran el del inicio del “diálogo político” con unos (no
determinados) “interlocutores válidos” y la normalización de los partidos políticos “a partir
del segundo semestre de 1980”42.
Las “Bases” sellaron el extravío de los dos objetivos políticos principales del régimen. Enprimer lugar, el Proceso perdió su última oportunidad de crear el MON. Cuando las
“Bases” estuvieron listas y la dictadura intentó cosechar los acercamientos iniciados con la
dirigencia “compatible” de los partidos provinciales de derecha, éstos ya se hallaban
sumidos en sus propias rencillas internas, y desconfiaban largamente de los dirigentes de
los partidos mayoritarios en plena ocupación del espacio publico (camino que pronto
llevaría a la conformación de la Multipartidaria).
En segundo lugar, los conflictos que atravesaban a los militares en torno a la reforma de laConstitución no les permitieron enfrentar la cerrada negativa de los civiles; el régimen
autoritario argentino no lograría, como sí lo haría la dictadura chilena, “legalizarse”
40 De acuerdo con la teoría schmittiana de la dictadura, una “dictadura soberana” “no suspende unaConstitución existente (…) sino que aspira a crear una situación que haga posible una Constitución, a la queconsidera una Constitución verdadera”, mientras que una “dictadura comisarial” “suspende la Constitución inconcreto, para proteger(la)”; Schmitt, Carl, La dictadura. Desde los comienzos del pensamiento moderno de
la soberanía hasta la lucha de clases proletaria, Madrid, Alianza, 1999: 181-183.41 González Bombal, op. cit.42 La Nación, 19/12/1979.
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exitosamente43. Finalizados los encuentros del “diálogo político”, Harguindeguy debió
admitir que “la participación institucionalizada de las Fuerzas Armadas en la estructura de
gobierno tuvo las principales objeciones”, porque los civiles la habían considerado un
intento de “constituir un cuarto poder sobre los otros poderes del Estado” 44.
Paralelamente, era en el plano económico donde se gestaban las tensiones que
efectivamente liquidarían la segunda presidencia videlista. La política económica
aglutinaba las más variadas resistencias y criticas, tanto externas como internas:
empresarios industriales afectados por el encarecimiento del endeudamiento externo y el
achicamiento del mercado interno, productores rurales perjudicados por el bajo tipo de
cambio real, sectores asalariados que sufrían la drástica reducción de su salario real,
dirigentes políticos que criticaban a Martínez de Hoz para no pronunciarse sobre elterrorismo de Estado, burócratas militares que se negaban a aceptar la reducción estatal, y
hasta el almirante Massera, que aún retirado continuaba personificando uno de los frentes
de mayor inestabilidad del régimen militar.
Aunque seguía formando parte del “núcleo estable”, los márgenes de maniobra de
Martínez de Hoz eran cada vez más estrechos. La persistencia de la inflación deslegitimaba
cualquiera de sus logros en el desmantelamiento del “modelo populista”; sin embargo, el
ajuste ortodoxo que le reclamaban los “liberales tradicionales” era inviable por laresistencia del frente militar a aceptar sus efectos recesivos, mientras que las medidas
heterodoxas eran consideradas como una traición a la “filosofía del Proceso”.
Finalmente, el Ministro se decidió por una propuesta que prometía ser “políticamente
viable”, el “enfoque monetario de la balanza de pagos” que le acercaron los
“tecnócratas”45. El 20 de diciembre de 1978, el “superministro” de Videla anunció una
etapa de “profundización y ajuste” del plan económico, basada en la apertura del mercado
de capitales y la puesta en marcha de la pauta de ajuste cambiario conocida como “tablita”,cuyo objetivo fundamental era detener la inflación mediante la “convergencia” entre los
precios internos y los internacionales.
Sin embargo, ya avanzado 1979 la crisis era inminente: en el primer trimestre el costo de
vida se incrementó el 30,6% y la comparación entre marzo de 1979 y marzo de 1978
43 Barros, Robert, Constitutionalism and Dictatorship. Pinochet, the Junta and the 1980 Constitution.
Cambridge, Cambridge University Press, 2002.44 La Nación, 26/3/1981.45 Canelo, op. cit.; Heredia, op. cit.; Novaro y Palermo, op. cit.
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arrojaba un alza del 167,3%46; el 27 de abril, la organización sindical “Comisión de los 25”
llamó al primer paro general realizado contra el gobierno militar47. Durante el verano de
1980, las corridas bancarias y los quiebres empresarios en cadena sepultaron consigo a la
“época dorada” del Proceso.
La “era de los extremos”: las presidencias de Viola, Galtieri y Bignone
A partir de 1981, el régimen comenzó a transitar el camino de la descomposición. Una
crisis política y económica profunda se enlazaba con la multiplicación de los frentes de
oposición civil y con una acentuada desorientación de los elencos de gobierno.
Tras el ocaso de los “moderados” que habían conducido las dos presidencias videlistas,
fueron las fracciones “extremas” las que ensayaron tres intentos de conjurar la debacle: el
protagonizado por los “politicistas” durante la presidencia del general Viola, el conducido
por la fracción “dura” que rodeó a Galtieri, y el impulsado por los “politicistas” que
llevaron Bignone a la Presidencia de la Nación.
Durante este período, la dinámica política de las Fuerzas Armadas presentó algunos rasgos
específicos: la alternancia en el gobierno de fracciones extremas, que fue resuelta siempre
mediante putschs internos; una significativa dificultad para establecer alianzas con actores
“externos” a la corporación, causada sobre todo por las resistencias del frente interno; y el
fortalecimiento de la “lucha antisubversiva” como recurso de cohesión institucional, frente
a la profundización de los conflictos existentes en otros planos48.
El general Viola asumió la presidencia de la Nación el 29 de marzo de 1981. Era avalado
por la mayoría del Ejército y la Fuerza Aérea, pero resistido por la Armada, los “duros”, y
los partidarios de la reforma económica liberal49. Durante su presidencia se revelaron
nuevamente los efectos más contraproducentes del modelo institucional: tanto lasdiscusiones internas en torno a su designación, como la constitución de una nueva Junta
Militar donde se destacaba la figura del general Galtieri por sobre la presidencial,
deterioraron su autoridad desde el inicio.
46 La Nación, 10/4/1979.47 Abós, Alvaro, Las organizaciones sindicales y el poder militar (1976-1983), Buenos Aires, CEAL, 1984.48 Canelo, Paula, “La descomposición del poder militar en la Argentina: las Fuerzas Armadas durante las
presidencias de Galtieri, Bignone y Alfonsín (1981-1987)”, en Alfredo Pucciarelli (comp.): Los años de Alfonsín. Buenos Aires, Siglo XXI, 2006 (b).49 Somos, 10/6/1983.
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A pesar de que había sido elegido por ser considerado heredero de la “línea videlista”,
Viola se propuso modificar la dirección general del Proceso y concretar la llamada
“participación civil”, que alcanzó los niveles de las gobernaciones provinciales y algunos
ministerios estratégicos50, además de encarar la segunda etapa del “diálogo político”.
También buscó reducir la importancia del área económica modificando la estructura
ministerial: por un lado, designó un “gabinete económico-social” integrado por los cinco
ministros en los que fue dividida Economía, el de Trabajo (en manos de la Fuerza Aérea) y
el de Acción Social (en manos de la Armada)51. Por otro lado, al frente de las distintas
carteras nombró “representantes sectoriales”52 que habían sido opositores de Martínez de
Hoz, entre ellos Sigaut en Economía y el general Liendo en Interior.
Sin embargo, la endeble autoridad de Viola impidió que la dirigencia política lo percibieracomo un interlocutor válido. El régimen ya había perdido demasiado tiempo especulando
sobre el MON y el “diálogo político”, y se había acercado demasiado a la derecha
provincial, en este caso designando como asesores políticos de Viola a los dirigentes
Guillermo Acuña Anzorena (Línea Popular), José Antonio Romero Feris (FUFEPO) y
Guillermo Fernández Gil (Partido Federal)53. Así, le había dado a los dirigentes de los
partidos mayoritarios el tiempo suficiente como para percibir que era más redituable
enfrentarse al régimen militar que acercarse a él.
En efecto, en julio de 1981 la Unión Cívica Radical, el Partido Justicialista, el Movimiento
de Integración y Desarrollo, la Democracia Cristiana y el Partido Intransigente
constituyeron la Asamblea Multipartidaria, que, en su primer documento programático,
“Convocatoria al país”, demandó el “retorno al estado de derecho”, la “normalización de la
actividad política, gremial, empresarial”, la elaboración de un “plan económico de
emergencia”, y la “formulación de un plan político para la institucionalización”; los
políticos continuaban evitando, sin embargo, pronunciarse sobre la “lucha contra la
subversión”54.
En el caso de los empresarios, la participación en el gabinete de algunos dirigentes de las
corporaciones agrarias e industriales no fue suficiente para integrarlos como “base social”
50 González Bombal, op. cit.51 Yannuzzi, op. cit.52
Novaro y Palermo, op.cit.53 González Bombal, op. cit.54 González Bombal, op. cit.
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del régimen, y aumentó el distanciamiento con los sectores financieros55. Por su parte, el
22 de julio de 1981 la dirigencia sindical convocó a la segunda huelga general realizada
contra la dictadura. Finalmente, en el documento “Iglesia y Comunidad”, la Iglesia católica
reivindicó el sistema de gobierno democrático, afirmando que la Argentina sufría una
“crisis de autoridad”56.
Pero el verdadero problema de Viola fue el propio frente militar, donde era considerado un
“traidor” a la “filosofía del Proceso”, por su acercamiento a los civiles y por su estilo
“personalista”, distante del acento institucionalista de los “moderados”.
Sus enemigos volvieron a hacer uso del “esquema de poder”. La Junta Militar bloqueó el
acercamiento de Viola a los partidos mediante la designación de dos “moderados” como
Harguindeguy y Miatello como asesores políticos, y mediante las “Pautas de la JuntaMilitar al Poder Ejecutivo (para el ejercicio de la acción de gobierno 1981/1984”, que
postergaban para 1982 la aprobación del Estatuto de los Partidos Políticos, volviendo a
declarar al MON como objetivo principal del Proceso57.
La crisis política era alimentada por la crisis económica. Sigaut orientó su política
económica a paliar los efectos más graves de la herencia de su antecesor, concentrándose
en el sector financiero y en la corrección del tipo de cambio. Hacia fines de 1981 el
panorama económico era desolador: mientras la deuda externa, el dólar y la inflacióncrecían descontroladamente, se perfilaba un panorama recesivo donde aumentaba la
desocupación y caían los salarios reales58.
En noviembre Viola fue internado en el Hospital Militar por un “cuadro de hipertensión”.
Días después declaró: “yo no renuncié (…) Está perfectamente claro que yo fui
removido”59.
En efecto, la “traición” de Viola había justificado un putsch de los “duros”. De mano del
general Galtieri y la Junta Militar integrada además por el almirante Anaya y el brigadier
Lami Dozo, éstos ensayaron un nuevo intento de salida mediante la “restauración” de los
objetivos de la “época dorada”. La nueva etapa justificó una nueva “excepción” a los
principios del “esquema de poder”: Galtieri asumió la presidencia de la Nación el 22 de
55 Novaro y Palermo, op. cit.56 Clarín, 1/7/1981.57 “Pautas de la Junta Militar al Poder Ejecutivo (para el ejercicio de la acción de gobierno 1981/1984)” , s/f;
Novaro y Palermo, op. cit.58 Novaro y Palermo, op. cit.59 Clarín, 5/1/1982.
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diciembre reteniendo los cargos de miembro de la Junta Militar y Comandante en Jefe del
Ejército.
El flamante gobierno articuló tres objetivos fundamentales: el retorno a la ortodoxia
económica liberal, el alineamiento con los Estados Unidos y el relanzamiento del MON.
El “liberal tradicional” Roberto Alemann, nuevo Ministro de Economía, se propuso
avanzar en varios de los propósitos que habían sido abandonados por la sinuosa gestión de
Martínez de Hoz, especialmente en la reducción del Estado y la privatización de las
empresas públicas, implementando además un plan ortodoxo para paliar la inflación.
Además, aprovechando la “revolución conservadora” que realineaba la política exterior y
de derechos humanos de las potencias extranjeras con Reagan en los Estados Unidos y
Thatcher en Gran Bretaña, Galtieri impulsó una “cruzada antisubversiva” promoviendo auna nueva generación de “duros” para “exportar” los métodos represivos empleados en
Argentina a los países limítrofes y centroamericanos60.
Finalmente, el gobierno impulsaba al MON para bloquear el avance de la Multipartidaria;
pero los dirigentes políticos identificaban en Galtieri al interlocutor autorizado que no
habían encontrado en Viola, y permanecían en una actitud expectante: en el documento
“Antes de que sea tarde”, reclamaban el levantamiento de la veda política pero aclaraban
que no pretendían convertirse en un “polo cívico antidictatorial”61.
Sin embargo, a principios de 1982 el avance de los frentes civiles de oposición ya era
imparable. Mientras los organismos de derechos humanos reclamaban por la publicación
de las “listas” de detenidos y desaparecidos (aunque la búsqueda de la “verdad” aún no se
transformaba en demanda de “justicia”62), la Multipartidaria y las organizaciones
sindicales Confederación General del Trabajo (CGT) y “62 Organizaciones” iniciaban
distintos planes de movilización.
La presión civil fue sin dudas uno de los motivos más poderosos que llevaron al régimen a
lanzarse a “recuperar” las Islas Malvinas. El operativo puesto en marcha el 2 de abril logró
el realineamiento de las otrora levantiscas organizaciones políticas y sindicales bajo las
banderas del régimen, contra el “imperialismo” y el “colonialismo británico”: la
60 Armony, Ariel, La Argentina, los Estados Unidos y la cruzada anticomunista en América Central, 1977-1984, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1999.61 Novaro y Palermo, op. cit.62 La acción de los organismos de derechos humanos argentinos estuvo articulada alrededor de tres
componentes que fueron incorporándose progresivamente: el reclamo por la “verdad”, la demanda de“justicia” y el imperativo de la “memoria”; Vezzetti, Hugo, Pasado y presente. Guerra, dictadura y sociedaden la Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002.
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Multipartidaria expresó su apoyo “total y decidido” y la CGT destacó “el espíritu de
libertad de todos los argentinos”63.
Sin embargo, la derrota militar frente a Gran Bretaña desencadenó un nuevo putsch, esta
vez protagonizado por los “políticistas” liderados por el general Vaquero contra Galtieri.Éste declaró poco después, en un tono que recordaba mucho al de Viola meses atrás: “me
voy porque el Ejército no me dio el respaldo político para continuar”64.
La posguerra fue extremadamente traumática para las derrotadas Fuerzas Armadas. Pronto
se impuso la histórica primacía del Ejército, que, ignorando la autoridad de la Junta
Militar, designó al “politicista” Bignone como Presidente de la Nación. La decisión
precipitó la desvinculación de la Armada y la Fuerza Aérea de la Junta65 y desató un virtual
vaciamiento del Estado mediante las renuncias en cadena de los funcionarios que habíansido designados de acuerdo con el reparto tripartito del poder: gobernadores, Ministros,
Secretarios, Subsecretarios, integrantes de directorios de las empresas estatales, delegados
militares en los Ministerios, las Secretarías y la CAL, etc.
El general Bignone asumió la Presidencia de la Nación el 1º de julio de 1982, con el
objetivo excluyente de negociar una “salida” con la dirigencia política. Mientras los
“azules” de la “Comisión Rattenbach” investigaban las “responsabilidades políticas y
estratégico-militares en el Conflicto del Atlántico Sur”66, Bignone aceleró el acercamientocon el frente político y el sindical. Para ello, anunció que la institucionalización del país se
produciría en marzo de 1984, otorgó un aumento salarial y designó al frente de Economía a
Jorge Wehbe, que también había acompañado al general Lanusse durante la “salida” de la
Revolución Argentina.
Pero todas las señales conciliadoras fueron bloqueadas por aquel frente con el cual era
imposible conciliar. El denominado “show del horror” inaugurado en octubre de 1982 por
una serie de exhumaciones de tumbas “NN” en varios cementerios, transformó el
componente de “verdad” en el de “justicia” en el accionar de los organismos de derechos
63 “CGT: el 30 de marzo y las Malvinas”, 6/4/1982, cit. en Abós, op. cit.: 140 y ss.; La Nación, 3/4/1982.64 Clarín, 18/6/1982.65 La Junta se reconstituyó en septiembre de 1982 con nuevos Comandantes: Nicolaides por el Ejército,Hughes por la Fuerza Aérea y Franco por la Armada.66 La Nación, 12/11/1982. Los hallazgos de la “Comisión Rattenbach” agravaron el enfrentamiento entre lascúpulas militares que habían conducido la guerra y los cuadros inferiores que habían obedecido sus órdenes.
Este conflicto, alimentado por otros enfrentamientos jerárquicos derivados de la “lucha antisubversiva”, fuele germen de los levantamientos “carapintadas” que se sucedieron en la Argentina entre abril de 1987 ydiciembre de 1990.
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humanos67. Paralelamente, se radicalizó el frente interno: los retirados del “Centro de
Oficiales de las Fuerzas Armadas” apreciaron que “el Gobierno ha perdido el control de la
situación”68, el general Camps, ex jefe de la Policía bonaerense, afirmó que “no
desaparecieron personas, sino subversivos” y confesó que “a algunos” “yo les di sepultura
en tumbas NN”69; y el inspector de la Policía Federal Peregrino Fernández confirmó ante la
Comisión Argentina de Derechos Humanos en Madrid que la aplicación de torturas era
práctica habitual entre las fuerzas militares y de seguridad y la existencia de campos de
concentración clandestinos70.
Acorralado, el gobierno de Bignone desoyó la “solución” que la Multipartidaria le ofrecía
en torno a la cuestión de los desaparecidos, consistente en establecer distintos “niveles de
responsabilidad” e intercambiar “autodepuración” militar por “respeto a lasinstituciones”71. Mediante el “Documento final sobre la guerra contra la subversión y el
terrorismo” y la llamada “Ley de Autoamnistía”, las Fuerzas Armadas extraviaron su
última oportunidad de acercamiento con los políticos. En el primero atribuían las
desapariciones de personas a “la manera de operar de los terroristas”, negaban la existencia
de “lugares secretos de detención (o) detenidos clandestinos”, y sostenían que “la
información y explicaciones proporcionadas en este documento es todo cuanto las Fuerzas
Armadas disponen”72. En la segunda daban por “extinguidas las acciones penales
emergentes de los delitos cometidos con motivación o finalidad terrorista o subversiva,
desde el 25 de mayo de 1973 hasta el 17 de junio de 1982”73.
El resultado fue, una vez más, contrario al esperado. En diciembre de 1983, Bignone se
retiró de la Casa de Gobierno deseando ser “el último presidente de facto de la historia y
del futuro argentino”74.
Reflexiones finales
El principal argumento de este trabajo ha sido que para comprender la particular dinámica
política del Proceso de Reorganización Nacional es necesario reconocer, primero, la
67 Vezzetti, op. cit.68 La Nación, 12/2/1983.69 Clarín, 5/11/1983.70 La Nación, 13/4/1983.71 Tanto los “niveles de responsabilidad” como la “autodepuración” fueron dos elementos centrales de lapolítica militar del presidente constitucional Raúl Alfonsín a partir de 1983; Canelo, 2006 (a) y (b), op. cit.72
La Nación, 29/4/1983.73 La Nación, 24/9/ 1983.74 Clarín, 1/12/1983.
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multiplicidad y complejidad de sus determinantes. En efecto, la especificidad de la
dinámica del caso argentino fue resultado de la combinación de dos niveles necesariamente
articulados: el del modelo institucional elegido, caracterizado por la supremacía de la Junta
Militar sobre el presidente y el reparto tripartito del poder, y el de los actores involucrados,
especialmente la contradictoria alianza cívico-militar que llevó adelante la experiencia
autoritaria, pero también aquellos actores que incidieron en la conflictiva configuración del
contexto de la acción política.
La complejidad que presentó esta dinámica entre 1976 y 1983 conspira contra los intentos
del observador por sistematizarla. Sin embargo, es posible extraer un conjunto de
elementos centrales, que se mantuvieron relativamente estables durante el período, que
probablemente nos permitan sugerir algunas conclusiones, aún provisorias.El primer elemento está relacionado con el aprendizaje que procuró capitalizar la dictadura
argentina en relación con las experiencias de las dictaduras anteriores. Contra las
postulaciones que destacan (o que simplemente se detienen en) la “radical” novedad del
Proceso (en sus objetivos refundacionales, en la profundidad de su política represiva, en su
inédita política económica, etc.), entendemos que comprender a la última dictadura militar
argentina requiere necesariamente vincularla con la larga serie de regímenes autoritarios
que se sucedieron en la Argentina desde 1930, con los que el Proceso mantuvo relacionesde continuidad y ruptura, pero de los que siempre pretendió aprender.
En segundo lugar, en la dinámica política del Proceso se destaca una esforzada búsqueda
de la estabilidad frente a un cuadro de elevada fragmentación interna, dada por los
conflictos intrafuerzas e interfuerzas, y también por las contradicciones existentes entre los
elencos gubernamentales civiles. En este sentido resulta particularmente interesante
retornar a otras postulaciones de Rouquié, especialmente a la desafiante y controvertida
hipótesis general con la que el autor pretende explicar la permanente intervención de lasFuerzas Armadas en la escena política argentina. La misma afirma que desde 1930 los
militares tendieron a ejercer, frente a una clase dirigente dividida y ausente, un “rol
hegemónico sustitutivo”, función reguladora mediante la que intentaron restablecer el
“equilibrio de una sociedad a-hegemónica”75.
Podríamos afirmar que durante el Proceso, hubo varios “subsistemas” que desarrollaron
esta búsqueda del equilibrio, pero en este caso desde dentro del mismo gobierno.
75 Rouquié, Alain, Poder militar y sociedad política en Argentina. Buenos Aires, Emecé, 1981, Tomo II: 418y ss..
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El primero fue la fracción “moderada” del Ejército, que procuró equilibrar la interna
intrafuerzas entre las fracciones extremas “dura” y “politicista”. Alrededor de los
“moderadores” se articuló un proyecto relativamente consistente y perdurable
(combinación de “lucha antisubversiva” con reforma económica liberal) que viabilizó lo
que en este trabajo llamamos “época dorada” del Proceso. Durante las dos presidencias de
Videla el proyecto de los “moderados” se institucionalizó en el que llamamos “núcleo
estable”, integrado por la Presidencia de la Nación, y los dos principales Ministerios del
gabinete, el de Economía y el de Interior, que gozaron de una extraordinaria estabilidad en
el tiempo.
El segundo “subsistema” fue la Fuerza Aérea, que (sobre todo durante las presidencias de
Videla) empleó la inesperada importancia que le otorgaba el “esquema de poder” paraincidir en la histórica interna interfuerzas entre Armada y Ejército, que durante el Proceso
se expresó en el seno mismo de la Junta Militar, potenciada por el modelo institucional.
Mientras la primera le disputaba el poder al Ejército buscando lograr satisfacer sus propios
intereses corporativos (o personales, en el caso del almirante Massera), y el segundo se
enredaba en su propia fragmentación, los brigadieres suspendieron sus propias preferencias
ideológicas para desempatar cuando las tensiones entre las otras Fuerzas se agudizaban.
Puede afirmarse que a partir de 1981 la descomposición del poder militar fue acompañadapor la desarticulación de estos “subsistemas” y la apertura de la “era de los extremos”. En
efecto, tras la caída de los “moderados” la norma fue la alternancia entre “minorías
intensas”, que no podían sino sucederse mediante putschs internos. A partir de aquí, el
Proceso comenzó a revelar los distintos proyectos que albergaba en su seno, proyectos que
variaron desde el más institucionalista de los “moderados”, o el más beligerante de Galtieri
y su Junta Militar, hasta los más “politicistas” de Viola o Bignone que, con distinta
intensidad y distinta estructura de oportunidades, procuraron sustituir a la economía y la
guerra por la política.
Finalmente, la dinámica política del régimen impactó en forma diferenciada en el logro de
sus más importantes objetivos. De todos ellos, probablemente hayan sido los objetivos
políticos, especialmente la creación de una nueva clase dirigente y la institucionalización
del “cuarto poder”, los más extraviados. Fue en el plano político donde resultó más
evidente que el régimen perdía el rumbo aun cuando no tuviera que enfrentarse a una
oposición civil consistente, y donde la superposición entre disposiciones institucionales ycomportamiento de los actores revelaron sus efectos más perniciosos, impidiendo, por
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ejemplo, la elaboración de una plataforma política mínima que permitiera anticiparse a la
avidez de los políticos y al agotamiento de los tiempos.
En el caso de la política económica, la combinación entre modelo institucional,
comportamiento de los actores y contexto de la acción entregó resultados diferentes.Probablemente porque (y procuremos superar aquí las explicaciones más “personalistas”,
que se detienen en las cualidades políticas individuales de Martínez de Hoz) los objetivos
de la reforma económica liberal, a pesar de las resistencias de las Fuerzas Armadas, las
contradicciones de los elencos civiles o su consolidación como “tema de oposición”,
coincidieron con los de la fracción “moderada”, que predominó durante la mayor parte de
la dictadura, y frente a la cual ninguna otra fracción, ni militar ni civil, logró imponer un
proyecto de recambio.Finalmente, en este largo recorrido, fue en el plano de los derechos humanos donde la
combinación entre modelo institucional, comportamiento de los actores y contexto
resultaron virtualmente letales. Si bien fue en este plano el único donde los militares
argentinos reclamaron haber “ganado la guerra” (por haber alcanzado sus desquiciados
objetivos), la dinámica política gestada alrededor de la “lucha antisubversiva” fue la que
selló definitivamente no sólo el destino del régimen, sino también el futuro de las Fuerzas
Armadas.El enfrentamiento entre la “ética de la responsabilidad” y la “ética de la convicción”
impidió, primero, consolidar una postura militar unificada; después, bloqueó cualquier
acercamiento entre los partidarios, militares y civiles, de la “ética de la responsabilidad”; y
ligó, finalmente, el destino de la endeble democracia argentina a la realización de la
justicia por sobre los crímenes de lesa humanidad76.
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