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BRUCE NARRAMORE COMO CRIAR A LOS HIJOS CON AMOR Y DISCIPLINA INDICE PREFACIO . . . . . 7 l. La revolución en el arte de ser padres. . 9 2. La Biblia habla a los padres. . . . 15 3. Propósito y objetividad de la paternidad. 25 4. Mando y dirección de la familia. . . 37 5. Los padres como proveedores. . . 57 6. Los padres como educadores . . . 67 7. Los padres como agentes correctivos . 85 8. Disciplina por la gracia. . . . . 97 9. Cómo ve Dios a un niño . . . . 111 10. La autoestima en los niños. . . 131 11. Las comunicaciones: puentes y barreras . 147 12. Educación sexual en el hogar . . . 163 13. Responsabilidad: padres e hijos. . . 175

COMO CRIAR a Los Hijos Con Amor y Diciplina

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BRUCE NARRAMORE

COMO CRIAR A

LOS HIJOS CON

AMOR Y

DISCIPLINA INDICE

PREFACIO . . . . . 7 l. La revolución en el arte de ser padres . . 9 2. La Biblia habla a los padres. . . . 15 3. Propósito y objetividad de la paternidad. 25 4. Mando y dirección de la familia. . . 37 5. Los padres como proveedores . . . 57 6. Los padres como educadores . . . 67 7. Los padres como agentes correctivos . 85 8. Disciplina por la gracia. . . . . 97 9. Cómo ve Dios a un niño . . . . 111 10. La autoestima en los niños. . . 131 11. Las comunicaciones: puentes y barreras . 147 12. Educación sexual en el hogar . . . 163 13. Responsabilidad: padres e hijos. . . 175

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14. Los padres y los expertos . . . . . 187 15. Posdata para actividades. . . 201

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PREFACIO He procurado tener en cuenta las necesidades de dos grupos de estudiantes al escribir este estudio. Un grupo son los padres cristianos, muchos de los cuales ya han leído alguno de los libros que han sido publicados sobre la crianza de los hijos. Aunque aprecian la guía hallada en estos libros, muchos de ellos quieren volver a la Biblia y descubrir el modelo escritural para el arte de ser padre. En vez de adquirir técnicas, recogidas acá y allá, lo que quieren es asegurarse de la fundamentación bíblica de cómo criar a los hijos. Una vez en posesión de esta base pueden sopesar los consejos que se ofrecen a los padres, que muchas veces resultan conflictivos, y de esta forma desarrollar maneras de establecer una relación con los hijos que sea consecuente con esta base bíblica. Así podrán seleccionar otros libros y materiales que les ayudarán a aplicar estos principios a las necesidades de su familia. Aunque he procurado ilustrar muchos de los conceptos con aplicaciones prácticas y ejemplos, este estudio no ha sido escrito para decir a los padres cómo cortar rabietas por lo sano, disolver las rivalidades entre los hermanos, enseñar a moderar excesos de glotonería, o resolver otras clases de problemas de los adolescentes. Este estudio está destinado a descubrir el modelo bíblico para la interacción entre los padres y el hijo, y a identificar las cuestiones básicas de la responsabilidad de ser padre. Cuando se usa este estudio como de ejercicio: «Usted puede mejorarse como padre», sirve también como curso básico sobre relaciones bíblicas entre padres e hijos. A1 escribir tengo también en cuenta a los pastores, maestros, y otros líderes cristianos que tienen la obligación de referir el designio total de la Palabra de Dios a la presente generación. La crisis actual de la familia deja ver que hay un vacío en los cursos que enseñamos a nuestros estudiantes de teología. Hemos estructurado una teología y una educación teológica tales que dejan de lado una gran cantidad de material bíblico. El líder cristiano que desea instruir a otros en el área vital de educar a los niños tiene muy poca preparación, si es que tiene alguna. Lo más probable es que no haya tenido ni un curso sobre la base bíblica de la vida de familia. Si lo tiene, probablemente fue enseñado como curso optativo en el departamento de educación cristiana, más bien que como parte integral del entrenamiento teológico. Todo ministro debería estar familiarizado con una gran cantidad de material de verdad escritural que se refiere a la familia. Es uno de los temas principales de la Biblia, y es importante en una de las áreas más vitales para el hombre. ¿No es la educación de la familia una de las prioridades más altas en el ministerio? Aquí, luchando con los problemas de la vida real y sus frustraciones, se nos reta a demostrar que las Escrituras tienen validez práctica y actual. El enseñar y el predicar sobre la familia dan a los pastores y maestros una oportunidad única para hacer de la doctrina algo vivo y significativo. Y es uno de los mejores métodos para estimular a los padres a escudriñar la Palabra de Dios. El texto de este volumen evita discusiones teóricas extensas o disgresiones que se muevan más allá del interés de la mayoría de los padres.

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1 - LA REVOLUCION EN EL ARTE DE SER PADRES Nuestra generación ve ante sus ojos amontonarse rápidamente la literatura (libros, folletos, artículos, etcétera) sobre la familia. Casi cada semana aparecen nuevos títulos en las librerías. En los estantes de mi estudio hay más de un centenar de libros diferentes sobre cómo criar niños. Desde la aparición del libro clásico secular Baby and Child Care de Benjamin Spock a los últimos tratados de origen cristiano, estos libros cubren una ancha gama de estilos y maneras de ser padre o madre. Esta explosión de literatura sobre el tema va paralela a otro fenómeno que también está en auge: el movimiento de cursillos o seminarios sobre la familia. Por todo el país las parejas acuden a conferencias y cursillos prácticos destinados a enseñarles cómo vivir de un modo inteligente y provechoso con sus familias. Con franqueza, yo contemplo estos dos fenómenos sin saber qué carta tomar. No hay duda que las familias cristianas necesitan ayuda de modo desesperado. Los dos fenómenos que hemos mencionado antes son un consuelo cuando consideramos el alarmante incremento en los divorcios, la creciente incidencia de jóvenes de familias cristianas que se apartan de la fe, el deterioro general de los fundamentos de la familia. La iglesia ha hecho caso omiso de este aspecto básico de la vida cristiana durante demasiado tiempo. Hemos dejado la tarea de enseñar a ser padre a las autoridades seculares en los campos de la educación y la psicología o a lo más hemos introducido algo de instrucción, de vez en cuando, en algún sermón o bien por medio de alguna lección de Escuela Dominical. Por lo menos ahora, aceptamos que hay aquí una deficiencia. Los cristianos preocupados sobre este punto se concentran en la renovación de la familia, los seminarios están ofreciendo cursos sobre la familia a los futuros líderes de las iglesias, y en muchas iglesias ahora se ofrecen por lo menos cursillos o series de charlas sobre la vida de familia. A pesar de los prometedores esfuerzos de este «movimiento por la familia cristiana», hay algunos problemas serios en potencia. El primero es que los consejos que se dan a los padres son conflictivos. Un autor aboga por la corrección física, otro la condena. Uno insiste en la autoridad de los padres mientras que otro patrocina los derechos de los hijos. Un experto recomienda que se deje a los hijos dirimir sus conflictos, pero a éste le contradice otro que recomienda que los padres intervengan. E1 que los consejos sean contradictorios confunde a los padres. Los padres no saben a dónde volverse o en quién confiar. Como decía una madre amoscada: «Si todos los expertos en la educación de niños fueran puestos en línea, nunca se llegaría a una conclusión». ¡No se sabe si de la línea o de la discusión de los expertos para ponerse de acuerdo! Por debajo de esta confusión hay un problema más serio. Todos tenemos la tendencia a tomar nuestras ideas de la filosofía popular en boga, buscamos unos pocos versículos de la Escritura que parezca que la apoyan, y la hacemos circular como «cristiana». Este enfoque en general da un alivio inmediato al problema, pero puede causar también serias distorsiones del designio bíblico respecto a lo que deben hacer los padres.

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Los libros en que los padres buscan consejo, tienden a dividirse en tres categorías. Primero, tenemos los que son escritos por pastores y otros líderes cristianos, los cuales son sermones o mensajes o conferencias arreglados a propósito. El autor selecciona un cierto número de pasajes bíblicos y principios escritúrales y los aplica a la crianza de los hijos. Muchos de estos libros sirven para introducir a los padres a los recursos de la Escritura, así como a otras directrices y principios probados para criar hijos. Sin embargo, estos libros tienden a tener dos puntos flacos. Primero no son muy abarcativos o sea completos. Puesto que estos libros suelen proceder de bosquejos de sermones, los autores han tenido que seleccionar de modo estricto el uso de la Escritura. Una docena de sermones de treinta minutos sólo pueden tocar someramente los numerosos pasajes de la Escritura que se refieren a la crianza de los hijos. En consecuencia, estos libros dejan sin mencionar o lo hacen deprisa y corriendo, muchas áreas de teología que deberían ser traídas a colación sobre la educación de los hijos. Segundo punto flaco es la tendencia a evitar instrucción y guía de carácter práctico. Como fueron escritos inicialmente como sermones o mensajes para audiencias generales, no pueden referirse a puntos tan poco edificantes como despertar el interés del hijo para que limpie su cuarto, que no se pelee con su hermano, o la manera de hacer entrar en razón a un adolescente rebelde. La segunda categoría de libros consiste en volúmenes escritos por consejeros y psicólogos profesionales. Estos libros tienen más sustancia psicológica y son más prácticos, pero no suelen hacer ningún esfuerzo en presentar el punto de vista bíblico sobre la crianza de los hijos, de modo específico y con alguna extensión. Aunque pueden contener versículos bíblicos, es para dar apoyo o ilustrar una tesis o principio psicológico más bien que para servir de fundamento último del libro. Hay en el tercer grupo los relatos semi-biográficos de las experiencias de obreros del campo cristiano con sus propios hijos. Estos tres tipos de libros cristianos sobre la crianza de los hijos, junto con un vasto arsenal de libros sobre el mismo tema escritos por autores seculares, hacen un conjunto impresionante de obras, aunque, al mismo tiempo, desconcertante. Estos libros ofrecen ayuda indiscutible al pobre padre acorralado, pero a todos les falta un elemento vital: no construyen un marco comprensivo y sistemático para educar a los hijos que se halle fundado en la totalidad de la revelación bíblica. No sé de ningún libro, entre ellos, que se haya esforzado para juntar todos los principios y puntos básicos escritúrales que se refieren a la educación de los hijos y que los presente dé manera que sea importante y provechosa para los padres y al mismo tiempo sólido teológicamente.

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Ninguno de ellos va a buscar las implicaciones de las Escrituras para la tarea de los padres en los hechos de la creación del Génesis y continúa a lo largo de la Biblia hasta el fin, en el Libro del Apocalipsis. Se nos deja con una perdigonada de textos, a ver cuál acierta, que deja en el tintero gran cantidad de enseñanza bíblica que es capital en este tópico. Esto es verdaderamente lástima (y aun peligroso en principio), puesto que la Biblia está llena de indicaciones específicas sobre cómo educar a los hijos. Aunque la Biblia no fue escrita para servir de libro de texto de psicología infantil o educación de los niños, proporciona una fundación sólida y un marco sistemático para educar a los niños, incluso en nuestra sociedad tecnológica. Por desgracia, esta deficiencia en libros para los padres es aún mucho mayor en el caso de libros sobre las responsabilidades de los padres, los tratados de teología. Cuando examiné media docena de los libros de texto más usados para enseñar teología sistemática, no encontré una sola referencia al arte de ser padre. Fue sólo cuando busqué otras fuentes que pude encontrar algunas. Uno de los mejores libros fue el de John Gill: Body of Divinity. Pero, fue escrito hace doscientos años y su excelente presentación sobre ser padre cubre exactamente cuatro páginas. Hay un cierto número de artículos breves en diccionarios bíblicos, enciclopedias y otros libros de estudio que rozan el tópico, pero lo que más se acerca a la teología de ser padre fue Herbert Lockyer en su libro Todos los niños de la Bihlia. Este excelente libro es esencialmente una compilación y elaboración de la mayoría de los pasajes bíblicos que tratan directamente de los niños. Sin embargo, no intenta un tratamiento a fondo de los problemas, como la naturaleza del gobierno de la familia, los principios de disciplina, la autoimagen del niño, y las responsabilidades de los padres y de los hijos. Por alguna razón se han publicado centenares de libros sobre los medios propios del bautismo, la naturaleza de la iglesia, la doctrina de la predestinación, la hora del arrebatamiento, pero han dado un tratamiento muy superficial a la gran cantidad de enseñanzas bíblicas que se refieren a la crianza de los niños. Esto a pesar de que Dios ordenó a Adán y Eva que «crecieran, se multiplicaran y llenaran la tierra». Y la Biblia contiene más de dos mil referencias al «niño» o a los «niños». Y todo esto se comprende. Los especialistas de la vida de familia, como los psicólogos, psiquiatras y consejeros de familias, generalmente tienen muy poca instrucción sobre teología, si es que tienen alguna. Y los teólogos tienen generalmente muy poco entrenamiento en una tarea tan pragmática como educar a los niños. Por desgracia, la falta de una Teología del ser padre nos perjudica a todos. Los padres no saben encontrar el camino entre el laberinto de teorías y libros conflictivos. Los hijos se quedan sin la propia guía. Y nuestra teología permanece unilateral.

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Este fallo en tratar debidamente la tarea de ser padre hace parecer como si Dios hubiera permanecido silencioso en un asunto crucial y como si nuestra teología no tuviera nada que decir sobre un área capital de la vida. Como Gill dice, la crianza de los hijos es un aspecto de nuestro culto. Debe ser «ejecutada con respeto a Dios, bajo su autoridad, según su voluntad y mandamientos y en obediencia a estos mandamientos, teniendo como objetivo la gloria de Dios». Como es una parte vital de nuestra relación con Dios, el ser padre no puede permanecer como un área descuidada de nuestra teología. Si la renovación presente de la vida de familia cristiana ha de echar raíces y ofrecernos los cambios que todos deseamos, debe ser basada firmemente en la Escritura. Debemos hacer algo más que citar versículos y dar una exposición aislada, y hemos de empezar a aplicar los copiosos recursos de la Biblia de una manera completa y equilibrada. Hemos de querer pensar a fondo en las implicaciones de nuestra teología sobre la manera de vivir juntos como padres e hijos. Los padres no saben encontrar el camino entre el laberinto de teorías y libros conflictivos. 2 - LA BIBLIA HABLA A LOS PADRES La mayoría de los padres pueden recordar dos o tres textos bíblicos en que se dan instrucciones respecto a cómo criar a los hijos -si se les pone en un aprieto- pero, a pesar de ello, se inclinan a pensar que la Biblia sólo da directrices esquemáticas que puedan tener valor para los padres modernos. Esta impresión es comprensible, puesto que no hay más que un par de docenas de instrucciones bíblicas específicas sobre ser padre. Y como la Biblia no da un cuadro detallado de los estadios del desarrollo del niño ni métodos paso por paso para resolver los problemas paternos, podemos sacar la conclusión errónea de que no hay suficiente material en la Escritura para edificar una teología sistemática del ser padre. Pero, si miramos más allá de las instrucciones específicas los padres, encontramos un verdadero tesoro de recursos. En efecto, hay por lo menos cinco clases de fuentes de información e instrucción en las Escrituras para los padres. ORDENES Y PROMESAS A LOS PADRES Puesto que el número de órdenes y promesas a los padres no es muy grande, vamos a enumerarlas sin comentarios para mostrar las enseñanzas más aparentes de la Biblia respecto a las relaciones de los padres con sus hijos.

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«Y cuando os digan vuestros hijos: ¿qué es este rito vuestro?, vosotros responderéis: Es la víctima de la pascua de Jehová, el cual pasó de largo por las casas de los hijos de Israel en Egipto, cuando hirió a los egipcios, y libró nuestras casas. » (Exodo 12: 26,27.) «Por tanto, guárdate, y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón en todos los días de tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos. » (Deuteronomio 4: 9.) «Oye, Israel: Jehová es nuestro Dios Jehová uno es. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino... » (Deuteronomio 6: 4-7.) «Por tanto, pondréis estas mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, y las ataréis como señal en vuestra mano, y serán por frontales entre vuestros ojos. Y las enseñaréis a vuestros hijos, hablando de ellas, cuando te sientes en tu casa, cuando andes por el camino, cuando te acuestes, y cuando te levantes. » (Deuteronomio 11: 18-19.) «Y acabó Moisés de recitar todas estas palabras a todo Israel; y les dijo: "Aplicad vuestro corazón a todas las palabras que yo os testifico hoy, para que las mandéis a vuestros hijos, a fin de que cuiden de cumplir todas las palabras de esta ley."» (Deuteronomio 32:45,46.) «El que escatima el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama desde temprano lo corrige. » (Proverbios 13:24.) «Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; mas no se apresure tu alma para destruirlo. » (Proverbios 19: 18.) «Instruye al niño en el buen camino, y aun cuando envejezca no se apartará de él. » (Proverbios 22: 6). «La necedad está ligada en el corazón del muchacho; mas la vara de la corrección la alejará de él. » (Proverbios 2:15.) «No rehuses corregir al muchacho; porque si lo castigas con vara, no morirá. Lo castigarás con vara, y preservarás su alma del Seol. » (Proverbios 23: 14.) «Corrige a tu hijo, y te dará descanso, y dará alegría a tu alma. » (Proverbios 29: 17.) «Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor. » (Efesios 6:4.) «Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten. » (Colosenses 3:21.)

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«Es palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Es necesario que gobierne bien su casa que tenga a sus hijos en sumisión con toda dignidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿Cómo cuidará de la iglesia de Dios?)» (1. ~ Timoteo 3: 1, 4-5.) «Los diáconos sean maridos de una sola mujer, y que gobiernen bien sus hijos y sus casas. » (1 ~ Timoteo 3: 12.) «Porque si alguno no provee para los suyos y especialmente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo. » (l.a Timoteo 5:8.) Dios nuestro Padre A lo largo de la Escritura hallamos una gran variedad de objetos y relaciones usados como ilustraciones de las verdades espirituales. Cristo habló de la luz para describir la iluminación espiritual (Juan 8:12). Se refirió al pan para ilustrar el alimento espiritual (Juan 6: 35). Y describió la vid y sus ramas o sarmientos para ilustrar el concepto de dependencia (Juan 15:1-8). Quizá la analogía más hermosa en toda la Escritura es el paralelo dibujado entre el padre humano y el Padre celestial. Pablo cita del Antiguo Testamento la promesa de Dios (2a Samuel 7: 14; 7:8) que pinta este paralelo: «Y seré para vosotros por Padre. Y vosotros me seréis por hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso» (2a Corintios 6:18). Más de tres mil veces se usan en la Escritura las palabras «hijo», «hijos», «padre», «padres». La gran mayoría de estos casos se refiere a la relación de Dios como Padre hacia el pueblo del Pacto, Israel, o sea a sus hijos espirituales. Pero, hay también mucho que aprender aquí para los padres terrenales. Podemos transferir los principios que gobiernan la relación de Dios con sus hijos a los que gobiernan las relaciones entre nosotros con nuestros hijos. Richard Strauss observa: ¿No es interesante que cuando Jesús oró se dirigió a Dios como «padre nuestro, que estás en los cielos»? Dios es un padre. Y el Salmista exclama: « ¡Qué Dios es! ¡Cuán perfecto en todos sus caminos! » La conclusión obvia es que Dios es un padre perfecto. AI examinar su Palabra y aprender cómo actúa como padre, podemos aprender la clase de padres que deberíamos ser nosotros. Entonces, cuando nos entregamos a Él por completo y le dejamos que gobierne nuestras vidas, Él puede expresar libremente por medio de nosotros su sabiduría y su fuerza como Padre Modelo. Él nos proporciona el ejemplo y el estímulo, la dirección y fuerza para ser excelentes padres. («Hijos confiados y cómo crecen. ») Herbert Lockey expresa la misma verdad:

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«Nuestro Padre celestial no ha quedado sin testigos incluso en la paternidad humana en la tierra. El que la relación terrenal es una reflexión de la celestial se comprueba por las preguntas del Señor mismo a los suyos: "Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le pidan?" (Mateo 7: 11). De la paternidad de Dios podemos aprender mucho respecto a nuestras obligaciones como padres. Así como él creó al hombre a su imagen y según su semejanza, del mismo modo nuestros hijos deben ser, no sólo objeto de nuestro amor, sino también un reflejo de nuestras aspiraciones hacia Dios. Cuanto más se entiende el corazón de Dios como el de un Padre/Madre, más verdadero y gozoso es nuestro papel como padre/madre en la tierra. » («Todos los niños de la Biblia».) A lo largo de todo nuestro estudio seguiremos este paralelo de Dios el Padre con los padres terrenales, pero a fin de apreciar su poder, tomaremos nota de cinco pasajes del Antiguo Testamento en los cuales la paternidad de Dios es pertinente a los padres terrenos: Exodo 2:23-25 muestra que Dios es sensible a los problemas de sus hijos. En Exodo 3:9-10 Dios protege a sus hijos. En Exodo 6:5-8 y en 12:51 Dios guarda sus promesas. Y en Exodo 16:13-15 Dios provee para sus hijos. Dios se ha dado a sí mismo como ejemplo de Padre perfecto. Si hemos de entender nuestro papel y responsabilidades como padres, hemos de procurar comprender la naturaleza, atributos y obras de Dios. Esta pues, es la segunda fuente para construir un enfoque Bíblico sistemático de cómo criar a los hijos. Nuestra naturaleza humana La Biblia contiene también la revelación de Dios que nos muestra la naturaleza, las cualidades y el carácter de la raza humana. Incluso cuando no se dirige específicamente a los padres y a los hijos, hay pasajes que tratan de los elementos básicos de la naturaleza humana, que tienen relación directa con la teología de la crianza de los hijos. Hablan de las necesidades de las personas, los efectos del pecado, y la necesidad de disciplina y corrección. Estos pasajes proveen un marco de referencia Bíblico dentro del cual consideran muchas cuestiones prácticas referentes a la crianza de los hijos, y nos permiten evaluar los consejos conflictivos que se dan a los padres de hoy.

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Por ejemplo, las filosofías del comportamiento o behaviorísticas, que dicen que todas las acciones son determinadas por nuestro ambiente, contradicen la enseñanza bíblica de que cada persona es creada a imagen de Dios y es responsable por sus decisiones y preferencias. Y la creencia humanística en la bondad esencial de la humanidad, que conduce a puntos de vista muy indulgentes o permisivos sobre la educación, tampoco son compatible con la Escritura. A lo largo de nuestro estudio de la relación padre-hijo, nos referiremos con frecuencia al punto de vista Bíblico de la naturaleza y la personalidad humana. Ejemplos de familias La cuarta fuente de la teología del ser padre procede de las numerosas narraciones que hay en la Biblia sobre padres y sus hijos. Por ejemplo, Abraham, Isaac y Jacob dan un cuadro de tres generaciones, en que se repite el pecado del padre (en este caso la mentira) (Génesis 12:10-13; 20:1-5; 26:6-11; 27:1-46). José y sus hermanos nos dan luz respecto al problema de los favoritismos de los padres (Génesis 37-45). David y sus hijos nos muestran los amargos frutos de varios pecados, incluyendo el adulterio y el asesinato (2.a Samuel 1-18). Y Timoteo, su madre y su abuela son un ejemplo del poder de una influencia positiva materna (2.a Timoteo 1:5). Aunque no podemos cubrir todos los retratos bíblicos de la relación de padre-hijo examinaremos muchos como iluminación y clarificación de la pauta divina sobre la paternidad-maternidad. Consejos sobre las relaciones padre-hijo La última fuente de información para una teología del ser padre es la gran cantidad de textos que tratan de relaciones interpersonales. La Biblia está llena de consejos respecto a nuestras relaciones con otros, y la mayoría de estos pasajes contienen principios que sé aplican directamente a nuestras relaciones con los hijos. He ahí algunos ejemplos: «La blanda respuesta calma la ira; mas la palabra áspera hace subir el furor.>: (Proverbios 15:1.) «Responder antes de haber escuchado es fatuidad y oprobio.» (Proverbios 18:13.)

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«Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.» (Juan 13:34.) «Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros, los que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobre llevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo.» (Gálatas 6:1,2.) «Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros.» (Efesios 4:25.) «Confesaos vuestras faltas unos a otros, y orad unos por otros para que seáis sanados. La oración eficaz del justo tiene mucha fuerza.» (Santiago 5: 16.) Aunque estos versículos de la Escritura no se dirigen explícitamente a los padres, se aplican sin duda a lo íntimo de las relaciones entre padres e hijos. En la familia, como en todas partes, vemos que la ira engendra reyertas, pero que la respuesta blanda suaviza el conflicto; el escuchar y la sinceridad son virtudes benéficas; y debemos llevar las cargas de los otros hasta cierto punto y corregir a otros con cariño y delicadeza cuando pecan. Es sorprendente que muchos padres que se han comprometido a obedecer estas verdades bíblicas raramente piensan en aplicarlas en sus relaciones con sus propios hijos. Con esta vista o repaso de algunas porciones de las Escrituras que se relacionan con la educación de los hijos, podemos ver que muchos de los versículos de la Biblia tienen consecuencias para los padres. Desde que abrimos el primer capítulo del Génesis hasta el libro del Apocalipsis, hay una gran riqueza de directrices que hablan directamente a las necesidades de los padres y sus hijos. Es de importancia decisiva hoy para las familias cristianas que reconozcan estos recursos divinos y busquen en los tesoros de la sabiduría de Dios para criar a sus hijos. CAPITULO 3 PROPOSITO Y OBJETIVIDAD DE LA PATERNIDAD Muchos padres desean ayuda inmediata para los problemas de la vida diaria. Buscan consejo sobre qué hacer ante los berrinches del niño, los desórdenes en la forma de comer, los obstáculos en las comunicaciones, las discusiones a la hora de ir a la cama, y otras contrariedades comunes sin fin. Estas preocupaciones son válidas, sin duda, pero pueden oscurecer otras necesidades y cuestiones más importantes. Si enfocamos nuestro punto de vista exclusivamente sobre problemas «prácticos» es probable que descuidemos los propósitos u objetivos de ser padre y dejemos de percibir el plan divino.

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Las familias cristianas deben empezar por reconocer que la familia es una institución sagrada. Aunque no podemos descuidar los asuntos de la rutina diaria, no podemos olvidar que es Dios quien ha dado la pauta o diseño para la vida de familia. El instituyó la familia como la primera unidad de la sociedad, y en toda la Escritura la familia es central para su obra en el mundo. Para entender este plan de Dios y sus pautas para la paternidad, debemos primero considerar el propósito de la creación. ¿Por qué, en el pasado, creó Dios el universo y el tiempo y pobló este planeta con seres humanos? Hasta que podamos contestar esta pregunta carecemos de un marco de referencia para entender plenamente la relación padre-hijo. Podemos enfocar sobre problemas, conflictos e ideales individuales, pero fallaremos en nuestro intento de ver el plan general que es la base para que la familia alcance su potencial pleno. Aparte de esta comprensión, podremos resolver muchos problemas, pero no seremos colaboradores plenos de Dios en su plan de las edades. Glorificar a Dios Las Escrituras dan testimonio de que Dios creó el universo para manifestar su gloria y su carácter. El apóstol Pablo afirma la soberanía de Dios y la justicia de sus decisiones cuando habla de que Dios escogió a Jacob y no a Esaú. Luego Pablo recuerda que Dios endureció el corazón de Faraón que estaba oprimiendo a los descendientes de Jacob y dice: «¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria?» (Romanos 9:22-23.) Esta ilustración, sacada de la historia es corroborada por otra igualmente clara en la afirmación profética del propósito de Dios. Escribe Isaías: «Dirá al norte: da acá; y al sur: no retengas; trae de lejos mis hijos, y mis hijas desde los confines de la tierra, todos los llamados de mi nombre; a los que para gloria mía he creado, los formé y los hice. » (Isaías 43:6,7.) Hay muchos otros pasajes semejantes que hablan del propósito básico de Dios en el mundo.

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En todo el Antiguo y el Nuevo Testamento leemos que Dios creó para manifestar su gloria. Esta afirmación, sin embargo, solivianta a algunos. Les presenta en la mente un cuadro de un Dios manipulativo, egoísta, orgulloso, que sólo está interesado en sí mismo. Antes de entusiasmarnos respecto a participar en el gran plan de Dios, debemos entender el significado de la gloria de Dios. La gloria de Dios no es como la gloria que busca el hombre: una especie de autobombo. Su gloria no es nada externo. No es que Dios afirme su estimación de sí mismo. Y no es nada que quite significado a los otros. Los atributos de Dios que son la santidad (la Samuel 2:2; Isaías 57:15; Oseas 11:9); sabiduría (Salmo 33: 10-11; Romanos 11: 33; Efesios 3: 10), veracidad (Números 23: 19; 1á Corintios 1:9; 2.a Timoteo 2: 13); bondad (Salmo 145:2-9; Mateo 6:26; Hechos 14:17) y amor (Romanos 9:15,16; Efesios 1:6; la Pedro 3:20; 1a Juan 4:8), son gloriosos en sí mismos. El que Dios demostrara estos atributos no era en búsqueda de gloria; fue la expresión de su verdadera naturaleza. Para ser fiel a su naturaleza Dios debe ejercer su poder, su justicia, su amor. Y como Dios es fiel a su naturaleza toda la creación participa de su gloria. Como dijo el teólogo Augustus Strong:

«Su propia gloria es un fin que comprende y asegura, como fin subordinado, todos los intereses del universo. Los intereses del universo están ligados con los intereses de Dios. No hay santidad ni felicidad para las criaturas excepto en el hecho de ser Dios soberano absoluto, y ser reconocido como tal.

Es por tanto, no egoísmo, sino benevolencia, el que Dios haga de su propia gloria el objeto supremo de la creación. La gloria no es vanagloria, y al expresar este ideal, esto es, al expresarse a sí mismo, en su creación, comunica a sus criaturas el sumo bien. » («Teología sistemática».)

Al crear el universo y la humanidad, Dios demostró su carácter y su gloria. Y Él quiso que la humanidad participara de esta gloria y la reflejara.

«Fue voluntad suya que el hombre sobre la tierra tuviera puntos de semejanza con su Creador, y que demostrara en su carácter y su conducta que había sido creado verdaderamente a la imagen de Dios. En el dominio que había de tener sobre la tierra, el hombre había de exhibir la soberanía y el poder de Dios como Rey y Señor del Universo. » (Herbert Lockymer.) Con este plan magnifico en cuenta, podemos comprender el propósito de la familia.

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La familia fue la primera y principal institución con la que Dios quiso cumplir sus propósitos en el mundo. Desde la creación de Eva, que se nos relata en Génesis 1, hasta el último capítulo de Apocalipsis, las Escrituras usan la familia para ilustrar y demostrar la verdad espiritual. Lockyer dice: «A1 crear la vida de familia en la tierra, con el amor de los esposos entre sí y el amor entre padres e hijos, Dios diseñó una representación del amor y la felicidad del Hogar celestial. En el corazón de la creación quiso Dios poblar la tierra de seres humanos por medio de los cuales fluyera su amor. » Si el propósito de Dios es comunicar su gloria por medio de la creación, luego el propósito primario de la familia es ser un vehículo de este proceso. Y si la familia ha de comunicar la gloria de Dios, los miembros de la familia deben experimentar esta gloria. En otras palabras, la familia debe contribuir a fomentar la justicia entre sus miembros porque Dios es glorificado cuando su carácter es reproducido en sus hijos. Cuando abrimos la Escritura, esto es exactamente lo que encontramos. El autor de los Hebreos afirma que la disciplina de Dios y de nuestros padres terrenales está planeada para producir justicia. «Además, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los respetábamos. ¿No nos someteremos mucho mejor al Padre de los espíritus y viviremos? Pues, aquellos nos disciplinaban por pocos días como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad. Es verdad que ninguna disciplina parece al presente ser causa de gozo, sino de tristeza; pero, después da fruto apacible de justicia a los que han sido ejercitados por medio de ella. » (Hebreos 12:9-11). El objetivo primario de la crianza de los hijos, por tanto, es producir un carácter bueno y justo en los hijos para que Dios sea glorificado. Esta perspectiva transforma la tarea de educar hijos. Nuestro objetivo no es meramente resolver los conflictos familiares y tener un poco de paz. Ahora participamos en el gran plan de Dios por las edades. Estamos formando vidas para la eternidad. Estamos ayudando a formar el carácter del hijo, para que de testimonio de la gloria de Dios. Llenar y regir la tierra Intimamente unido a glorificar a Dios se halla el segundo propósito del hecho de ser padre. El primer mandamiento que Dios dio a Adán y Eva fue:

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«Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra. » (Génesis 1:28.) Dios instruyó a los portadores de su imagen a que produjeran hijos y a que dominaran el mundo. Por desgracia, muchos cristianos han perdido de vista estos dos propósitos. Hemos hecho tanto énfasis sobre el pecado, la salvación y la vida eterna que hemos perdido de vista el plan de Dios para el presente. La humanidad fue colocada sobre la tierra para regirla. Erich Sauer lo dice de la siguiente manera: «Dios puso al hombre sobre la tierra que le había preparado. Plantó el maravilloso jardín del Edén que había de ser el gozo y deleite de su posesor. El paraíso fue el comienzo de los caminos de Dios en su relación con el hombre. La sabiduría, el amor y el poder de Dios quisieron desplegarse en todo en la tierra y hacer que todo aquí abajo fuera un paraíso de flores. En el hombre, como corona de la creación, habían de hallarse y ser perfectamente expresadas todas las bendiciones planeadas por su gracia. En él, la única criatura moral y libre de la tierra, la naturaleza moral de Dios quería ser glorificada para que el hombre fuera una imagen del Creador eterno. >> Esta verdad afecta todas las áreas de la vida. Significa que el dominio de nuestro universo por medio de la tecnología no debe ser minimizado, porque juega una parte en nuestro dominio sobre la tierra. Significa que deberíamos estimular a nuestros hijos a desarrollarse y a ser productivos y superarse. Significa que el proceso de llevar los hijos al mundo y criar es parte del plan de Dios para producir justicia en el mundo. Esta comprensión del. poblar y gobernar la tierra da a los padres perspectiva y dirección. Dar gozo a los padres Cuando vamos desvelando los misterios de la creación encontramos que todo lo que realiza los propósitos de Dios cumple también las necesidades humanas. Esto confirma que Dios no es egoísta al demostrar su gloria y exigir nuestro culto de adoración. Dios creó la personalidad humana de modo que no haya conflicto entre el cumplimiento y satisfacción del hombre y la gloria de Dios. Al crear la familia para glorificarle y para regir y llenar la tierra, Dios quiso también que produjera cumplimiento, gozo y bendición. En toda la Escritura los hijos son mostrados como dones de Dios. Los Salmos 127 y 128 recuerdan el gozo que los hijos pueden crear dentro de la familia, por medio de una descripción cuádruple.

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En el Salmo 127 los hijos son descritos como «herencia de parte de Jehová» (v. 3), «recompensa» (v. 3), y «saetas» que llenan la aljaba del guerrero (vv. 4 y 5). Y el Salmo 128:3 habla de «renuevos del olivo». Se nos dice también que prosperaremos si amamos a Dios, y que veremos los hijos de nuestros hijos (Salmo 128:5,6). Otros pasajes del Antiguo Testamento comparan el gozo de Dios en nosotros como sus hijos y nuestro gozo en nuestros hijos (Isaías 62:4,5; Proverbios 3:12). Además, según las Escrituras, los hijos no deben ser considerados como algo que se da por descontado. Leemos de Isaac que pide un hijo en favor de Rebeca (Génesis 25:21). Raquel dijo a Jacob que tenía que tener un hijo o que moriría (Génesis 30:1). Cuando Esaú dio la bienvenida a su hermano Jacob que había estado ausente durante años le preguntó: «¿Quiénes son estos? A lo que Jacob contestó: «Son los hijos que Dios ha dado a tu siervo. » (Génesis 33:5.) Y leemos de Ana pidiendo un hijo a Dios (la Samuel 1). Dios responde a las peticiones de aquellos que le aman. El prometió a Abraham y a Sara, ya entrados en años, que Sara tendría un hijo, y que llegaría a ser «madre de naciones» (Génesis 17:16). Y un ángel fue a decir a Zacarías que el y Elisabet tendrían un hijo (Lucas 1). ¡Cuán triste que muchos padres no puedan disfrutar de sus hijos! En vez de crear felicidad, los hijos se convierten en un centro de conflictos y fuente incesante de contrariedades y frustración. Pero no tiene por qué ser así. Los padres pueden disfrutar de sus hijos. Modelos y copias del Padre celestial Como dijimos antes, la Biblia presenta numerosos paralelos entre los padres terrenales y Dios, nuestro Padre celestial. Esto nos lleva al cuarto propósito del ser padre: al establecer la familia Dios ha provisto un modelo visible de Padre en la forma en que se relaciona con nosotros. En otras palabras, Dios planeó la familia para que nos enseñara de una forma tangible y de primera mano acerca de El mismo. De la misma manera que Dios usa la relación íntima de esposo y esposa para ilustrar la relación de Cristo y la Iglesia (Efesios 5:22-33), los hijos y los padres representan nuestra relación a El como nuestro Padre celestial (Hebreos 12:5-11). Aunque no se tiene en cuenta en muchas ocasiones, éste es uno de los más importantes propósitos de la familia. Los hijos necesitan tener experiencia de los padres de carne y hueso para comprender la verdad espiritual de Dios, nuestro Padre celestial. Richard Strauss lo presenta de esta manera:

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«El punto queda bien establecido en la Biblia. La paternidad de Dios y nuestra paternidad son bastante semejantes - por lo menos deberían serlo... La imagen que uno se hace de Dios es muchas veces configurada de la imagen de nuestros propios padres, especialmente del padre. Si los padres fueron felices, si amaban, aceptaban y perdonaban, uno encuentra más fácil experimentar una relación satisfactoria y positiva con Dios. Pero, si los padres eran fríos e indiferentes, el hijo puede sentir a Dios como remoto y que no se interesa por él personalmente. Si los padres se enojaban fácilmente, eran hostiles y le rechazaban a menudo, cree que Dios no le aceptará. Si los padres eran difíciles de complacer, tiene en general una idea de que Dios no está muy satisfecho con él, tampoco. » Los huérfanos y los hijos de padres con personalidades defectuosas en alto grado, tienen con frecuencia dificultades extremas en formarse un verdadero concepto de Dios. Y si estos hijos consiguen formarse una comprensión intelectual del carácter de Dios, con frecuencia tienen dificultades para experimentar el hecho de que Dios los ama, porque su experiencia de la relación padre-hijo con sus propios padres terrenales era muy alejada de lo que debía ser, según la revelación bíblica. Incluso hijos de familias «normales» o «sanas» pueden formarse conceptos falsos de Dios, puesto que siempre nos quedamos cortos de mostrar las características de Dios en un grado suficiente. Uno de los más elevados deberes de los padres cristianos es, pues, edificar relaciones cariñosas, sensibles y sinceras con sus hijos de modo que luego en la vida estos hijos suyos puedan aceptar libremente a Dios su Padre, y también su mensaje de amoroso perdón. ¡Qué incentivo es éste para que los padres crezcan! Aunque nuestros problemas y pecados puedan interferir en la relación con nuestros hijos y Dios, nuestro amor a conciencia establece un fundamento de fe inteligente en Dios. En el capítulo 9 de este estudio hay una exposición del carácter de Dios y nuestra responsabilidad para presentar efectivamente este verdadero carácter. Proveer para las necesidades de los hijos Después de haber creado a Adán y Eva, y darles dominio sobre la naturaleza, Dios dijo: «He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer». (Génesis 1:29). Este versículo deja claro que Dios proveyó a sus hijos según sus necesidades. Plantas y árboles debían proveer alimento para Adán y Eva. Del mismo modo que Dios proveyó compañía para Adán (Génesis 2: 18), así también las plantas y los árboles proveyeron para las necesidades físicas de Adán y Eva.

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En el nuevo Testamento, Pablo dice: «Mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades, conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús» (Filipenses 4: 19). ¿Qué mejor manera de recordar a los padres su responsabilidad de proveer para los hijos que recordar la manera que Dios suple para todas nuestras necesidades? Dar crianza e instruir El propósito final de ser padre es enseñar, instruir, corregir, cosas que todos los niños necesitan si han de madurar intelectual, social y espiritualmente. El principio de educar a los niños más conocido de la Biblia es: «instruye al niño en el buen camino, y aun cuando envejezca no se apartará de él» (Proverbio 22: 6). Puesto que esta función es tan evidente y como ya desarrollaremos principios específicos de instrucción en el capítulo 6, seguiremos adelante después de afirmar simplemente que en la crianza adecuada de nuestros hijos estamos cumpliendo uno de los propósitos divinos de la paternidad. Los seis propósitos de la paternidad mencionados brevemente en este capítulo, cuando se comprenden bien, pueden traer cambios radicales en las actitudes de los padres con respecto a los hijos. El educar a un hijo puede dejar de ser una tarea pesada y desagradable y pasar a ser una gloriosa oportunidad de importancia espiritual benéfica permanente. Aunque esta perspectiva no va a resolver todos nuestros problemas, sirve de mucho a la larga, para proveer un fundamento firme para las relaciones afectivas entre padres e hijos. CAPITULO 4 MANDO Y DIRECCION DE LA FAMILIA Probablemente una de las cuestiones más controvertidas hoy respecto al ser padre es la del liderazgo de la familia o en palabras sencillas, quién debe gobernar la casa. Es decir, quién ha de mandar. La mayoría de las familias dan al asunto muy poca atención: simplemente siguen sus impulsos o responden a la influencia circundante inmediata más fuerte. Pero cada familia practica alguna forma de «gobierno» en la vida diaria.

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Este asunto divide lo mismo a los expertos que a los padres, e influencia casi toda faceta de la relación entre padres e hijos. Determina los métodos de disciplina, las actitudes en cuanto a la comunicación, nuestro enfoque respecto a la autoestima del hijo y muchas otras cosas. Los estilos de gobierno de la familia oscilan entre dos extremos: Los autoritarios y los indulgentes o permisivos. El estilo autoritario hace énfasis sobre la fuerza, los castigos y la presión. Los padres aquí son sin lugar a duda las autoridades, cuya tarea es controlar a los hijos y forzarlos a comportarse de una cierta manera. Leamos a un representante extremo de este enfoque: «Tomad una nuez. Ahora tomad un cascanueces. Poned la nuez entre los dos brazos del cascanueces y apretad... ¡craaaac! Esta es la manera de resolver la rebelión del adolescente. Ponerlo en el cascanueces y apretar. Va a ceder, de esto no cabe la menor duda. ¿No veis la cáscara que salta a pedazos bajo la presión de los brazos? Bueno, esto es lo que ocurre con el chico o la chica, cuando se sigue el plan trazado en este libro. » (C. S. Lovett.) Los padres que siguen un modelo autoritario típico hacen uso abundante o enérgico del castigo físico. Consideran que son ellos los que deben decidir qué es lo mejor para el hijo, y no consienten que se desafíe su autoridad. Son prontos en decirles a sus hijos lo que deben hacer y en cambio son lentos para escuchar lo que los hijos quieren decirles. No les permiten a los hijos tener voz y voto en las decisiones que se hacen. Cuando sus hijos desobedecen, estos padres no hacen ningún esfuerzo por entender las fuerzas que operan detrás de la situación, ni hacen nada para explorar de modo sensible los sentimientos del hijo. Lo que quieren es que la conducta defectuosa termine «¡pronto! » Su lema es «¡A la fuerza y por la fuerza!» AI otro extremo hay los padres de tipo indulgente o permisivo que hacen énfasis en la autodeterminación. La presión y la fuerza están excluidas, porque los hijos tienen derecho a desarrollarse según sus propios intereses y preferencias. Bajo las etiquetas de «educación progresiva», «democracia», y «casas centradas en los hijos», esta filosofía dominó la educación y crianza de los niños en los años 40. John Dewey en la educación, Carl Rogers en la psicología, y Benjamin Spock en pediatría fueron los líderes del movimiento. Atacaron al método autoritario de educar a los hijos y ofrecieron en su lugar un punto de vista centrado en los hijos. En el corazón de esta «nueva» actitud estaba la creencia de que los niños pueden tomar decisiones acertadas por sí mismos y dirigir sus propias vidas con muy poca intervención exterior. A. S. Neill, autor del libro tan discutido Sumrnerhill, es uno de los defensores más

destacados de esta perspectiva. Neill escribe:

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«Creo que imponer algo por medio de la autoridad es equivocado. El niño no debe hacer nada hasta que forma la opinión -su opinión- de que debe hacerlo. »

Entre los dos extremos del autoritarismo y la indulgencia extrema encontramos muchos otros estilos de gobierno de la familia, y cada uno de éstos es el resultado de tres factores. El primero es la educación de los padres; esto es, los padres autoritarios tienden a producir hijos que serán padres autoritarios, y los padres indulgentes, hijos que serán padres indulgentes. La segunda causa del estilo de criar hijos es la cultura circundante: los padres tienden a criar a sus hijos según los modelos corrientes en la época. Si este modelo es autoritario (como era generalmente hasta la mitad de los años veinte) los padres tienden a criar a los hijos de manera autoritaria. Si el modelo prevaleciente es permisivo (como estuvo en boga en los Estados Unidos en las décadas del 40 y del 50), la mayoría de los niños son educados de manera permisiva. Tercera. Pero hay todavía una fuente más profunda y básica: Nuestro estilo de criar los hijos fluye lógicamente de nuestra idea de la naturaleza humana. Cada estilo de gobierno familiar y cada enfoque sobre la crianza de los hijos está enraizado en una filosofía de la vida que contiene una cierta visión de la naturaleza humana. La naturaleza humana y el gobierno de la familia Si se considera que los niños son nacidos en pecado y por tanto pecadores nos vemos lógicamente llevados a un estilo de gobierno de la familia de tipo autoritario. Podemos permitir poca libertad y un mínimo de decisiones, porque son pecadores hasta los tuétanos. La principal responsabilidad de los padres es la restricción y mejoramiento de esta inclinación pecaminosa. Larry Cristenson expresa esta perspectiva del siguiente modo: «Desde los tiempos de la Revolución Francesa se ha extendido la idea de que la naturaleza humana es básicamente buena. El «mal» que asoma de vez en cuando es debido a la falta de educación y entendimiento, o quizá debido a pautas psicológicas infligidas por el ambiente o la experiencia previa del niño. Lo que se necesita, nos dicen, es educación y quizás alguna forma de reajuste al ambiente -económico, social, político, psicológico. Una vez la persona «comprende» y una vez las restricciones artificiales han sido eliminadas, la bondad innata de la naturaleza humana florecerá. Sin embargo, la Biblia se acerca a la idea de criar los hijos desde un punto de vista fundamentalmente diferente. La Biblia no considera al niño como básicamente bueno. “Mira que en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre"(Salmo 51:5) La Biblia no ve al niño como deseando hacer lo recto y sabio. La forma en que considera la naturaleza del niño es diferente y por tanto su enfoque de la disciplina es diferente. » («La Familia Cristiana».)

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Teniendo esto como punto de referencia, sigue presentando una forma de disciplina que él cree consecuente con su punto de vista de la infancia -la vara. En una sección titulada «La vara: el medio designado por Dios para la disciplina», escribe: «Los padres nunca llegarán al enfoque claro de la disciplina de sus hijos hasta que acepten la vara como medio instaurado por Dios para la disciplina. Es lo que ha elegido su sabiduría y su amor paternal. Cuando un padre ve que descuida la responsabilidad que Dios le ha dado respecto a este punto, evitándola porque va en contra de sus propios sentimientos o sus razonamientos, debe, poner a la palabra de Dios sobre sus propios sentimientos y su razón:

"No rehuses corregir al muchacho, porque si lo castigas con vara no morirá. Lo castigarás con vara, y preservarás su alma del Seol."» «Proverbios 23: 13,14.) («La Familia Cristiana».)

Según Christenson, los niños son esencialmente malos y rebeldes, por lo que insiste en el control y el castigo físico. Es verdad que la Biblia nos dice que la naturaleza humana es pecaminosa desde el nacimiento y recomienda el castigo corporal, pero más tarde veremos que las Escrituras ven a la persona como bastante más que un pecador y la disciplina como algo mucho más complejo que simplemente la vara. Si en vez de considerar a los niños como básicamente malos, son tenidos como esencialmente buenos (o por lo menos neutrales moralmente), nos vemos conducidos a un punto de vista indulgente o permisivo (o si se quiere, democrático) del gobierno de la familia. Los que proponen este punto de vista insisten en que si a los niños se les deja en paz y que se desarrollen a su modo, con tal que se les proporcione suficiente amor, van a crecer y transformarse en adultos responsables. No hay, pues, necesidad, o hay muy poca, de que los padres ejerzan autoridad. Neill lo dice de un modo tajante: «La autorregulación implica la creencia en la bondad de la naturaleza humana; la creencia de que no hay, ni hubo nunca, pecado original» (Summerhill). De modo que Neill cree en la bondad innata de la naturaleza humana, y procede de modo lógico a defender una crianza del niño totalmente permisiva. Jean Jacques Rousseau, el filósofo francés del siglo XVIII, y Henry David Thoreau, el filósofo naturalista del siglo XIX en América, fueron dos defensores prominentes de este punto de vista optimista de la naturaleza humana. Los dos rechazaron la enseñanza bíblica del pecado original; creían que la naturaleza humana era inocente y buena. Atribuyeron el dilema del hombre a la «sociedad» y propusieron un retorno a la naturaleza como panacea. A su modo de ver, la crianza de los hijos no debía contener imposiciones de la sociedad (incluyéndose aquí a los padres); debía seguir, en cambio, la inocencia natural. El Emile de Rousseau, publicado en 1762, fue uno de los primeros ataques decididos al concepto de la pecaminosidad humana y la manera autoritaria de criar a los hijos. Según Rousseau, la infancia debía ser un período feliz, había que estimular los juegos, y la palabra «obedecer» debía ser eliminada del vocabulario del niño. E1 niño debía aprender a hacer

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las cosas apropiadas para evitarse las consecuencias desagradables o penosas, pero no con el propósito de estar obedeciendo a un adulto. Rousseau dijo que los niños “no deben obrar por obediencia, sino sólo por necesidad”. Por esta razón, las palabras «obediencia» y «orden» debieran ser eliminadas de su vocabulario, y aún más las palabras «deber» y «obligación». Y sigue diciendo: «Hemos de establecer firmemente el principio indiscutible de que los primeros impulsos naturales son siempre rectos y buenos. No hay perversión original en el corazón humano. De cada vicio podemos decir cómo entró y de dónde procede.» (Jean Jacques Rousseau: Emile.) Rousseau y Thoreau dejaron huella en los especialistas del desarrollo infantil actuales, hombres como Rudolf Dreikurs, Arnold Gesell y Thomas Gordon. Drekurs defiende un punto de vista democrático del gobierno de la familia y su uso de las consecuencias naturales se puede buscar directamente en la influencia de Rousseau. De hecho, la gran mayoría de los autores seculares sobre la educación de los hijos defienden este punto de vista optimista de la naturaleza humana. Dreikurs presenta un llamamiento muy atractivo para este estilo democrático de educación de los hijos: «Los niños notan la atmósfera democrática de nuestro tiempo y resienten todo esfuerzo de que se les aplique autoridad. Muestran este resentimiento por medio de actos vindicativos. Debemos hacernos cargo de modo claro de nuestro nuevo papel como líderes y renunciar por completo a nuestras ideas de autoridad sobre nuestros hijos. Ellos lo saben, incluso si nosotros no lo sabemos. No podemos ya exigir o imponernos. Debemos aprender a guiarlos y estimularlos.» (Dreikurs: El reto que presenta la educación de los hijos.) Thomas Gordon, el fundador del popular movimiento para «Entrenamiento Efectivo de los padres», mira hacia atrás y evalúa el enfoque autoritario como sigue: «La perspectiva obstinada de la idea de que los padres deben usar autoridad en la educación de los hijos, en nuestra opinión, ha impedido durante siglos todo progreso de importancia o toda mejoría en la forma que los niños son criados por los adultos y tratados por los adultos. » La popularidad extensa conseguida por estos puntos de vista requiere que se les someta a una evaluación cuidadosa a la luz de la Escritura.

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Si aceptamos la enseñanza bíblica de que la naturaleza de los niños es pecaminosa, se sigue que necesitan guía, dirección y corrección paterna. Más tarde, en este capítulo, consideraremos los problemas específicos en los estilos educativos autoritario y permisivo, pero primero vamos a dar otra mirada más de cerca al punto de vista bíblico de la naturaleza humana y sus implicaciones para el gobierno de la familia. Los niños como portadores de la imagen y semejanza de Dios El teólogo Louis Berkhof indica el punto de vista bíblico del primer aspecto de la naturaleza humana cuando afirma: La Biblia representa al hombre como la corona de la obra de Dios, su especial gloria, ya que fue constituido a la imagen de Dios y según su semejanza (Génesis 1:26, 27). Partiendo de aquí es que debemos empezar nuestro estudio del punto de vista bíblico de la naturaleza humana. Debemos tener cuidado de empezar donde empezó Dios, y lo primero que Dios revela sobre la naturaleza humana es que las personas son hechas a su semejanza. A menos que vayamos a este fundamento no podemos tener un cuadro completo y correcto. Y, si consideramos que la persona con la que tenemos que basarnos para este estudio es algo menos que una criatura formada a semejanza de Dios, entonces no tenemos manera de poder alcanzar una comprensión de la verdadera naturaleza del niño, ni podemos apreciar el tipo de nutrición que permitirá una maduración sana. Es evidente que la imagen de Dios en el hombre no es la semejanza física. El Evangelio de Juan nos dice que «Dios es Espíritu, y los que le adoran, es necesario que le adoren en espíritu y en verdad» (Juan 4:24). En las palabras del teólogo Henry C. Thiessen, poseemos una semejanza mental, moral y social a Dios. Como Dios, poseemos poderes mentales extraordinarios. Somos capaces de razonar, planear, reflexionar e innovar. Por ejemplo, Dios dio a Adán la formidable tarea de dar un nombre a cada una de las criaturas vivientes (Génesis 2:19, 20). Adán y Eva tenían dominio sobre todo el mundo, incluido el reino del intelecto. Como Dios, los humanos somos seres sociales. Como Dios muestra su amor a las criaturas y desarrolla una relación con los que le responden, cada ser humano busca compañía y desea amar a otros.

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El hecho de que cada persona lleva la imagen de Dios da lugar por lo menos a tres consecuencias en la teología de la educación de los hijos. Primero, deja claro el significado y valor de la persona. El salmista se entusiasma porque «le has hecho un poco inferior a los ángeles y lo coronaste de gloria y de honra. » (Salmo 8:5), y Santiago nos advierte que no maldigamos a los hombres, porque están hechos a semejanza de Dios (Santiago 3:9). Este punto de vista bíblico de la naturaleza humana levanta al niño al más alto nivel de significado y valor. B. B. Warfield escribe que «la niñez debe tanto al evangelio como le debe la mujer». Jesús se indignó cuando los discípulos echaron a los niños: «Dejad a los niños que vengan a mí; no se lo impidáis, porque de los que son como niños es el reino de Dios. » (Marcos 10:14). El sentimiento de autoestima de toda persona tiene sus raíces en el primer capítulo de la Escritura, y este tema continúa a lo largo de toda la Biblia. Los padres honran a Dios enseñando cada uno a sus hijos que son la cumbre de la maravillosa creación de Dios, Los Padres están acostumbrados a dar órdenes en vez de escuchar y dejar participar, y el joven no está ya conforme con este arreglo. Sólo si los padres son capaces de «hacer cambio de marcha» y escuchar pueden tener alguna influencia para ayudar al hijo a navegar en la turbulenta corriente de estos años. Los niños como pecadores Naturalmente, el haber sido hechos según la imagen de Dios es sólo una parte de la naturaleza humana. Muy poco después de haber sido creados a la imagen de Dios, Adán y Eva se rebelaron contra Él. (Génesis 3:6-13). Tan pronto como nuestros primeros padres desobedecieron a Dios, el mal y el error infectaron la raza humana. La imagen de Dios fue deformada, y la naturaleza humana quedó espiritualmente mutilada. El pecador ya no estaba sintonizado con Dios, con su compañero o consigo mismo. De hecho, cada área de la vida humana fue afectada negativamente por la Caída. El ser fue corrompido en todos los aspectos: físico, emocional, moral, intelectual y social. Adán y Eva ya no estaban libres de enfermedad. Ya no gozaron de plena armonía uno con el otro. Ya no tuvieron una razón infalible. Y ya no tenían impulsos morales generosos, sino egoístas. Poco después del primer pecado leemos que hubo el primer ejemplo de rivalidad y lucha entre hermanos y el primer asesinato. El pecado de Adán y Eva no destruyó la imagen de Dios en sus criaturas de un modo completo, pero causó graves daños a esta imagen.

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El efecto de este daño pasó a los descendientes de los primeros padres. Cada persona nace con una disposición al pecado. Toda negación o falta de aceptación de este hecho, sea en la forma de la herejía pelagiana del siglo quinto, 49

LOS PADRES COMO AGENTES CORRECTIVOS

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Habiendo considerado nuestro papel como proveedores y educadores, tenemos que dirigir la mirada a nuestra responsabilidad de corregir a los hijos. Debemos recordar que el orden en estas tareas de los pala manera que Dios nos trata de lo necesario; luego nos educa y nos corrige. Cuando Adán y Eva en el Huerto primero proveyó a sus necesidades. Luego les instruyó respecto a sus responsabilidades: fructificad, llenad la tierra y sojuzgadla, regid sobre toda criatura viviente - pero no toquéis el árbol del conocimiento del bien y del mal. Después, Dios corrigió. Toda corrección tiene sus raíces plantadas firmemente en el suelo de la provisión y la educación de los padres. Sin estos pasos preparatorios, la corrección carece de continuidad y propósito.

Consideremos, por ejemplo, dos niños en casa con poco que hacer. El padre está en el trabajo y la madre está ocupada en las labores caseras. Los padres no han hecho planes para ninguna actividad para los hijos, y hacia media mañana éstos están aburridos. -¿Qué podemos hacer? - le preguntan a su madre-

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-¿Por qué no salís fuera y jugáis? - contesta la madre sin prestar mucha atención, y sigue haciendo su faena. Los niños desaparecen, pero pronto regresan con la misma pregunta. Esta vez la madre hace otra sugerencia que no produce mucho efecto en los niños. Pronto los niños y la madre están tensos. Los niños no saben qué hacer y la madre los echa de la casa para que no le molesten y se vayan a jugar a la calle, con una reprimenda para que se porten mejor.

Estos niños no son malos ni intentan causar problemas. No son desobedientes. Simplemente les falta imaginación y sus padres no se han preocupado de estimularles a hacer algo interesante. De haberlo hecho se habrían evitado discusiones, mal humor, nervios y toda clase de inconvenientes. El tiempo invertido en ayudar a los niños a empezar estas actividades sería muy inferior al tiempo pasado en corregirlos.

Este principio se aplica lo mismo a la relación con los adolescentes. Muchos no se preocupan de hablar con sus hijos, asistir a los programas y sucesos en la escuela, o participar en actividades juntos. Cuando una hija o un hijo, a quienes los padres han descuidado, se mezcla en actividades reprobables y con amigos poco recomendables, no es necesario preguntarse pos qué. Deberíamos haberle procurado centros de interés en la familia y amistades más sana

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El concepto de la disciplina del Antiguo Testamento

En el capítulo 6 vimos que la palabra «paideia» abarca la función de crianza de modo amplio y la función correctivo. Hay dos palabras hebreas que nos ayudan a comprender los varios modos y efectos de la disciplina. El primero es «yasar». 86 el primero es la crianza o instrucción - en general por medio de palabras -; el segundo se refiere a enmendar, o corrección física. Los siguientes ejemplos son del aspecto educativo:

«Desde los cielos te hizo oír su voz para enseñarte; y sobre la tierra se mostró su gran fuego, y has oído sus palabras de en medio del fuego.» (Deuteronomio 4:36.) «Bendeciré al Señor que me aconseja; aun en las noches me enseña mi conciencia.» (Salmo 16:7.)

«Y aunque yo los adiestré y fortalecí sus brazos, maquinaron el mal contra mí.» (Oseas 7:15.)

«Yasar», pues, se usa en referencia a la educación o instrucción en varios contextos. En un caso se dice que la voz de Dios «disciplina». La educación viene también del corazón. En la última referencia, «yasar» se refiere a adiestrar y fortalecer para la guerra. El seguido uso de «yasar» se ilustra en la vida de Roboam, poco después de pasar a ser rey de Israel. Al pedírsele que aligerara la tremenda carga que su padre había puesto sobre el pueblo, Roboam rechazó la súplica. Contestó: «Mi padre hizo pesado vuestro yugo, pero ya añadiré a vuestro yugo; mi padre os castigó con azotes, mas yo os castigaré con escorpiones.» (1.a Reyes 12: 14.) Aquí, como en el proverbio que sigue, «yasar» sé usa en el sentido correctivo, en que se sugiere disciplina física. «Corrige a tu hijo, y te dará descanso, y dará alegría a tu alma.» (Proverbios 29:17.)

87 La disciplina implica no sólo educación e instrucción, Incluye también corrección después de las faltas.

La otra palabra hebrea que da luz sobre el concepto bíblico de la crianza de los hijos es «musar». Se traduce generalmente por disciplina, y típicamente comunica algo que se debe escuchar, esto es, palabras, y los actos que siguen a estas palabras. Consideremos los siguientes usos:

«No rehuses corregir al muchacho; porque si lo castigas con vara, no morirá.» (Proverbios 23:13.)

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«Compra la verdad, y no la vendas; la sabiduría, la instrucción y la inteligencia."» (Proverbios 23:23.)

«Pasé junto al campo del hombre perezoso, y junto a la viña del hombre falto de entendimiento; y he aquí que por toda ella habían crecido los espinos, las ortigas habían ya cubierto su faz, y su cerca de piedras estaba ya destruida. Miré, y reflexioné; lo vi, y aproveché la lección.» (Proverbios 24:30-32.)

En uno de los pasajes, la instrucción viene por medio del dolor físico; en otro, «musar»

es puesto junto a la sabiduría y la comprensión; en otro la instrucción viene por medio de la contemplación.

El uso de «yasar» y de «musar» en el Antiguo Testamento refleja la' amplitud del concepto bíblico de disciplina. Según la Biblia, la disciplina no consiste simplemente en las acciones que ejecuta el padre cuando el hijo se porta mal, y ciertamente no está limitada a la corrección física. Implica educación, comunicación, circunstancias, reflexión y comprensión.

La parábola del hijo pródigo es un excelente ejemplo de un padre que decidió no intervenir en la manera pecaminosa de vivir del hijo. El hijo aprende por experiencia, de las consecuencia de sus actos reprobables 88

En esta historia la corrección procede de las circunstancias que son el resultado natural del mal comportamiento del hijo. No leemos que el padre hiciera nada para evitar que su hijo abandonara la casa, aun- que probablemente le aconsejó que no despilfarrara los recursos que poseía.

El hijo obró sin discernimiento, tanto con referencia a sus posesiones como a su vida, y pronto se encontró sin dinero y sin amigos. Para mantenerse, aceptó un trabajo de cuidar cerdos, que no es una ocupación muy atractiva, especialmente para un chico judío. Ya a punto de morir de hambre recapacita y comprende que en la casa de su padre los criados están en mejores condiciones que él. Así que decide regresar al hogar y pedirle trabajo a su padre.

Pero el padre, tan pronto como ve venir al hijo desde lejos, corre a recibirle y se lanza en sus brazos y le besa. Nada de reprimendas («¡Ya te lo dije!»), o de preguntas («¿Dónde has estado?») o de sermones («deberías haberme escuchado»). De hecho el padre le había dado la bienvenida antes que el hijo hubiera tenido oportunidad de decir que sentía lo que había hecho. No había necesidad de que le hiciera notar, su error; había aprendido una lección que las palabras no hubieran podido enseñar mejor. La corrección había hecho su obra.

La corrección fue el resultado de un proceso que incluyó el perder una herencia, el dolor del hambre, y las consecuencias de su vida desordenada. En su casa fue amado y amparado, pero la herencia había desaparecido, la consecuencia natural de su vida pe-caminosa. Su padre no volvió a repartir la herencia, quitándole algo de lo que le correspondía al otro hermano; tenía que vivir con las consecuencias de su comportamiento.

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Principios de corrección

Como en el caso de nuestra discusión sobre la crianza, en el capítulo 6, al examinar las pautas bíblicas de la corrección, vemos que no nos presentan técnicas. Aparte de citar el uso de palabras, consecuencias naturales y la vara, vemos que hay poco que sea especí-fico, como consejo bíblico, que nos diga lo que hay que hacer cuando corregimos. No se nos dice por ejemplo a qué edades o por qué diabluras hay que zurrar a los hijos. No se nos dice si el mandar el niño a la cama es apropiado. No se nos dice nada respecto a la hora de regresar a casa, o de quedarse sin poder salir, o de otros métodos que pueden usar los padres.

Llegamos por ello a la conclusión de que aparte de las técnicas claramente descritas en la Escritura (reprimenda, consecuencias, y la vara), los principios básicos son más importantes que los detalles específicos. En otras palabras, Dios ha establecido una pauta bíblica para las relaciones entre padres e "os y un cierto número de principios claros. Pero no nos ha dado muchas técnicas correctivas, y menos aún una respuesta específica para cada problema de la crianza de los hijos. Las técnicas y los métodos varían de una edad otra, de una cultura a otra, y de un niño a otro. No hay táctica o remedio que pueda encajar en todas las situaciones, pero los principios básicos para tratar de los problemas humanos, incluidos los de la crianza de los niños, no cambian. Sacándolos de las Escrituras según las presentamos anteriormente, podemos sugerir nueve principios de corrección.

1. La corrección irá precedida por el ejemplo positivo de los padres.

«Estos, pues, son los mandamientos, estatutos y decretos que Jehová vuestro Dios mandó os enseña-

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se, para que los pongáis por obra en la tierra a la cual pasáis vosotros para tomarla; para que temas a Jehová tu Dios...» (Deuteronomio 6;1-2.)

¡Cuán fácil es decir a los hijos lo que deben hacer, pero cuán difícil es con frecuencia vivir de manera que quieran hacerlo! Este pasaje de la Escritura es el principio del modelo bíblico de la corrección: los padres deben ser los primeros en dar el ejemplo

2. La corrección debe ser precedida por el hecho de que los padres proveen a las

necesidades físicas, sociales, emocionales y espirituales del niño.

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«¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra?; ¿o si pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues si vosotros siendo malos sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?» (Lucas 11: 11-13.)

A menos que proveamos libre y generosamente a las necesidades de nuestros hijos, no nos respetarán ni nos amarán, y se resistirán o rechazarán nuestros esfuerzos para corregirlos

La corrección debe ir precedida de la educación.

«Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan gran nube de testigos,

despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él soportó la cruz, menospreciando el opro-

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bio, y está sentado a la diestra de trono de Dios. Considerad, pues, a aquél que ha soportado tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que no desfallezcáis faltos de ánimo. Porque aún no habéis resistido hasta derramar sangre, combatiendo contra el pecado; y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: "Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él."» (Hebreos 12:1-5.)

Algunas veces corregimos a nuestros hijos por cosas que ellos no comprendían que

estaban mal. En este pasaje el autor de los Hebreos nos instruye y nos reta a que mantengamos un cierto estilo de vida, y luego nos recuerda que esta filiación incluye corrección.

4. La corrección será hecha en amor, no como resultado de estar frustrado o exasperados. «Yo reprendo y corrijo a todos los que amo; se, pues, celoso, y arrepiéntete.» (Apocalipsis 3:19.) La corrección es parte de la disciplina. Y, como hemos visto, la disciplina auténtica se

hace en amor; el castigo procede de la ira. 5. La corrección debe hacerse para beneficio del hijo. «Si soportáis la disciplina, hijos, porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?

Pero si estáis sin disciplinar, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastar-dos y no hijos.» (Hebreos 12:7, 8).

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Dios os trata como a Con qué facilidad decimos: «¡Estoy haciendo esto

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para su bien! », cuando, de hecho, hemos acabado la paciencia o perdido el control y hemos sucumbido a la irritación y la ira 6. La corrección producirá seguridad y respeto. «No menosprecies, hijo mío, la reprensión de Jehová, ni te fatigues de su corrección; porque Jehová al que ama reprende, como el padre al hijo a quien quiere.» (Proverbios 3:11, 12.) «En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera al temor; porque el temor comporta castigo, y el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor.» ( Juan 4:18.) La corrección bíblica, hecha con amor para el beneficio del hijo, produce seguridad y respeto y estimula la madurez. El castigo, motivado por la ira y el deseo de revancha, provoca temor y resentimiento. 7. La corrección debe ser planeada y ejecutada en oración. Manoa y su esposa, un matrimonio israelita que vivía a mitad del camino entre Jerusalén y la tierra de los filisteos, no tenían hijos. Como Israel había pecado, Dios permitió que los filisteos los oprimieran durante cuarenta años. Un día, el ángel del Señor fue a la esposa y le dijo que daría a luz un hijo, el cual libraría a Israel de la tiranía de los filisteos. Cuando Manoa oyó este mensaje, inmediatamente se dirigió al Señor para tener más guía: «Ah, Señor mío, yo te ruego que aquel varón de Dios que enviaste, vuelva ahora a venir a nosotros, y nos enseñe lo que hayamos de hacer con el niño que ha de nacer.» (Jueces 13:8.) Dios contestó a la oración de Manoa y el ángel del Señor apareció otra vez para decir a Manoa y a su

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esposa cómo tenían que educar a su hijo en preparación para esta gran tarea. Este matrimonio empezó la crianza del hijo reconociendo su falta de experiencia y pidiendo el consejo de Dios. Para nosotros, como para los padres de Sansón, la oración no significa que evitaremos las dificultades de la crianza de los hijos, pero ésta será una columna central que hará firme nuestra tarea.

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8. La corrección debe ser justa y sensata. «Y vosotros padres no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor.» (Efesios 6:4.) «Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten.» (Colosenses 3:21.)

La reacción del niño a la corrección es la prueba de que ha sido hecha de modo adecuado y es efectiva. La disciplina bíblica, nacida del amor y la sensibilidad, no exaspera al niño. Pablo nos da un principio crucial para la disciplina efectiva.

9. La corrección aumenta la comprensión y la comunicación.

La disciplina de Dios no nos deja confundidos, resentidos o retraídos. En Hebreos 12:11 leemos que esta disciplina produce una «cosecha apacible de justicia». En Gálatas, Pablo hace una lista de los frutos de la educación espiritual: «amor, gozo, paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza» (Gálatas 5:22-23). La sabia disciplina de Dios produce una mejor comprensión de nosotros mismos y de Dios y nos conduce a un mejoramiento de la comunicación

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entre nosotros. De la misma manera, la corrección bíblica de los hijos estimula una comprensión y una relación mas profunda entre nosotros y nuestros hijos. 95

DISCIPLINA POR LA GRACIA 8

Según la Escritura, hay dos maneras en que las personas pueden establecer relación con Dios. Del mismo modo, hay dos maneras en que los padres pueden estar en relación hijos. La primera es la ley. La segunda es la gracia. En la gran verdad bíblica de gracia de Dios tenemos uno de los componentes centrales del modelo de las relaciones entre padres e hijos al que menos atención se presta. De hecho, todo lo que hemos dicho hasta ahora sobre la crianza y corrección de los niños puede resumiese en un entendimiento adecuado de los cauces de la gracia de Dios en la vida de los padres.

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Es la gracia qué nos permite aceptar a nuestros hijos a Cesar de su comportamiento o al margen del mismo. Es la gracia que nos da autoridad para corregir en amor a un niño que ha faltado. Y es la gracia que nos motiva a perdonarle rápidamente y que lleva a nuestro hijo a mejorar su comportamiento. Por contraste, la ley nos autoriza a hacer exigencias a nuestros hijos, poner presión sobre ellos y enfocar nuestra mira en standars externos, todo lo cual no hace sino provocar resentimiento y malestar. Escribiendo a Tito, su «verdadero hijo según la fe común» (Tito 1: 4), el apóstol Pablo declara que la

97 gracia de Dios nos enseña a vivir - positiva y negativamente: «Enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente» (Tito2:12). Lo sorprendente acerca de esta afirmación es que el verbo griego traducido aquí como «enseña» (paideuo) deriva de la misma raíz que el nombre traducido como «disciplina» en Hebreos 12:5-8 y «criar» en Efesios 6:4. En otras palabras, Pablo dice que como hijos de Dios somos disciplinados por la gracia. Es la gracia de Dios que nos ilumina, nos cría, motiva y los fortifica. Toda instrucción espiritual, toda admonición, toda exhortación y toda represión y corrección son ingredientes de la disciplina de la gracia de Dios. La gracia, definida de modo conciso como «favor de Dios inmerecido», abarca las relaciones de Dios con la humanidad pecadora. Incluye el perdón de Dios, su amor, su oferta de salvación, y su provisión para sus hijos como Padre amante, más bien que como juez estricto. Para comprender cómo el concepto escrituras de la gracia de Dios se aplica a las relaciones entre padre-hijo necesitamos primero esbozar los aspectos esenciales de los conceptos bíblicos de la ley y gracia. Contraste entre ley y gracia Casi todos los cristianos están familiarizados con los conceptos de la ley y de la gracia. Por lo menos, los cristianos reconocen que su salvación es un don de Dios y por tanto un aspecto de su gracia (Efesios 2:8, g). Muchos cristianos no entienden, sin embargo, que la ley de Dios es mucho más que la «ley de Moisés» y que la gracia se extiende mucho más allá de la salvación. La ley y la gracia en sus formas son actualmente dos sistemas de relación con Dios, cada uno con sus propios principios de gobierno. La ley, 98

el sistema más evidente en los tiempos del Antiguo Testamento, era preparatorio de los principios de la gracia revelados por Cristo. Por fuera, la ley y la gracia pueden producir resultados similares; por dentro, sin embargo, son diametralmente opuestos.

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Es por esto que la Biblia enseña que la ley y la gracia no son compatibles. Consideremos, por ejemplo, los siguientes pasajes:

«Pero antes que vinese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada. De manera que la ley ha sido nuestro ayo hacia Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. Pero, venida la fe, ya no estamos bajo ayo.» (Gálatas 3:2325).

«Porque Cristo es el fin de la ley, para justicia a todo aquel que cree.» (Romanos 10:4.)

Para comprender más plenamente el contraste entre la ley y la gracia y sacar

aplicaciones para las relaciones entre padres e hijos, consideraremos cinco principios que caracterizan las relaciones basadas en la ley y cinco principios de la gracia.

Primer principio básico de la ley, quizás el más importante, está basa en los actos de la persona. En otras palabras: la aceptación es condicional. Se gana por medio de nuestras acciones y obras. Por contraste, bajo la gracia, la aceptación es incondicional. La gracia vuelve al revés el principio de la ley. Bajo la gracia, la ejecución fluye de la aceptación. Es una respuesta voluntaria al hecho de que hemos sido aceptados. Pablo escribe:

«Nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor, habiéndonos predestinado para ser adoptados como hijos suyos por medio de

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Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su

gracia, de la que nos ha colmado en el Amado. En el tenemos redención por medio de su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia.» (Efesios 1:4-8).

El hijo de Dios no hace obras para ser aceptado De hecho no hay nada que pueda

hacernos más aceptables ante Dios - porque todos nuestros esfuerzos quedarían cortos de la perfección requerida. Somos hechos totalmente aceptables a Dios en el momento en que colocamos nuestra confianza en Cristo como Salvador.

Una segunda distinción entre la ley y la gracia es que la ley, la bendición es ganada; bajo la gracia, la bendición no es ganada. En Deuteronomio 28 Moisés presenta parte del sistema de la ley de Israel, y este pasaje delinea también el concepto de las bendiciones ganadas. Empieza diciendo: «Si oyes atenta mente la voz de Jehová tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también Jehová tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de la tierra» (v. l). Los versículos que siguen enumeran un vasto número de bendiciones para Israel si guarda los mandamientos de Dios. Estas bendiciones eran condicionales bajo el sistema de la ley del Antiguo Testamento.

Contrastando con esto, Pablo escribe:

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«Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda

bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él en amor»

(Efesios 1:3-4.) 100

Se nos han dado ya todas las bendiciones espirituales. Ya no nos queda nada que

podamos ganar. Bajo la gracia, las bendiciones son dadas gratuitamente, aparte de las obras. Chafer lo dice así:

«El principio básico de la gracia es el hecho de que todas las bendiciones se originan en Dios y son ofrecidas al hombre por "la gracia", o sea gratuitamente. La fórmula de la gracia es: "Te he bendecido, por tanto sé bueno." Así se revela que el motivo para la conducta recta no es asegurarse el favor de Dios, que ya existe hacia los salvos y no salvos en un grado infinito por medio de Cristo; es más bien un asunto de obrar de modo consecuente con respecto a la divina gracia.» («En Gracia: el tema glorioso».)

Intimamente relacionado con la necesidad de ganar las bendiciones hay el tercer

principio del sistema de la ley: Bajo la ley, el castigo y la maldición siguen como resultado de una forma de obrar inaceptable; bajo la gracia, el castigo y la maldición no tienen lugar. En este mismo capítulo en que Moisés registra las grandes bendiciones que resultan de la obediencia se deletrea bien claro el ancho campo de maldición que resultará de la desobediencia de Israel

(Deuteronomio 28:15-68). Si Israel guardara los mandamientos de Dios el resultado sería bendición. Si no los guardara, el resultado sería castigo.

En gran contraste con este principio, Pablo nos dice: «Por tanto, no hay ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús (Romanos 8:1). Y Pedro elabora este concepto diciendo: «Quien (Cristo) llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, muriendo a los pecados, vivamos para la justicia; y cuya herida fuisteis sanados» (1.a Pedro 2:24). Cuando Cristo murió en la 101

cruz recibió todo el castigo que nosotros merecíamos. A causa de esto Dios ya no se

relaciona con nosotros en términos de castigo e ira sino solamente de disciplina, de gracia. Hay disciplina en la vida de los hijos de Dios, pero no hay castigo.

Otro contraste entre la ley y la gracia tiene que ver con el foco de atención. Bajo la ley, las obras están en el centro. Bajo la gracia están en el centro las actitudes internas y los motivos. Esta es la diferencia entre la letra y el espíritu de la ley.

Los fariseos, en los tiempos de Jesús, eran muy quisquillosos respecto a los detalles externos. Tenían centenares de reglas para guiar su conducta diaria, incluso reglas sobre la comida y un complejo aparato de leyes respecto al Sábado. Pero Jesús llamó sepulcros blanqueados a los fariseos a causa de su hipocresía.

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Cuando criticaron a los discípulos de Jesús por recoger espigas y desgranarlas en Sábado, Jesús se volvió a ellos y le dijo: «El Hijo del Hombre es el Señor del Sábado» (Mateo 12:8). Cuando dijeron que la curación del ciego y mudo poseído por un demonio era la obra del diablo, Jesús comentó sobre su obsesión por hallar faltas en los otros: «¡Engendros de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos? Porque de lo que rebosa el corazón habla la boca» (Mateo 12:34). De modo que los standards de gracia del Nuevo Testamento, que son mucho más altos que los de la ley, se refieren a las cualidades internas.

El quinto contraste entre la ley y la gracia es que bajo la ley, el amor es lo que motiva las acciones principalmente; bajo la gracia, es el amor. El Libro indica la diferencia entre la experiencia que de Dios tenía Israel en el Antiguo Testamento y la relación del creyente con Dios en el Nuevo Testamento:

«Porque no os habéis acercado al monte que se

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podía palpar, y que ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad, al

sonido de la trompeta, y a la voz que hablaba, tal que los que la oyeron suplicaron que no se les hablase más, porque no podían soportar lo que se ordenaba: Si una bestia toca el monte, será apedreada, o traspasada con dardo; y tan terrible era el espectáculo que Moisés dijo: Estoy espantado y temblado; sino que os habéis acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial, a la asamblea festiva de miríadas de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios, al Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús, el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel.» (Hebreos 12:18-2)

Y Pablo muestra que el amor cumple la ley: «Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» (Gálatas 5:14.)

En el sistema predominante en el Antiguo Testamento el temor era un ingrediente importante. Las demandas de Dios eran estipuladas y sus juicios en caso de que no se cumplieran eran inevitables. Esto no significa que no había amor en la motivación, en absoluto, vemos en pasajes como Deuteronomio 31:23. Pero el temor y la conformidad predominaban en la relación del pueblo con Dios. Bajo la gracia, el temor es excluido por la íntima comunión con el Dios vivo. Hace unos años, J.F. Strombeck expuso el fracaso del temor como motivo en la vida cristiana. Escribió:

«El temor es una influencia siniestra, ofrecida amenudo corno motivo para la conducta cristiana: temor de la venganza de Dios en el día del juicio,

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de perderse, de ser echado afuera para siempre por Dios, a menos que se alcancen ciertos niveles de vida, con frecuencia establecidos por los hombres. El temor es una emoción que hay que evitar, porque causa mucho daño. Es un sentimiento natural producido por el instinto de conservación. La conservación depende del yo, para obtener su objetivo; pero aquel que ve en la gracia el amor y cuidado de Dios para los suyos, y coloca su confianza en el, no confía en la conservación propia. Con ello el temor desaparece.» («Disciplinados por la Gracia.»

La ausencia de temor, naturalmente, es sólo un lado de la moneda. Una vez ha sido quitado el temor, algo debe ocupar su lugar. La Escritura enseña claramente que este ingrediente es el amor (2.a Timoteo 1: 7; 1.a Juan 4:17,18). Hablando del motivo del amor en la economía de la gracia, Strombeck afirma: «El amor debe ser el motivo para todas las cosas que se hacen en respuesta a la gracia». El temor de Dios como un juez estricto es reemplazado totalmente por el amor, como motivo, bajo el pacto de la gracia. Dios nunca usa el temor del castigo para incentivo de sus hijos.

Este contraste entre la ley y la gracia presentado sobre cinco puntos debería hacemos ver claramente las ventajas de estas en relación con Dios por medio de la gracia. La ley, con la declaración de los standards de Dios, sus amenazas de juicio y su aceptación condicional nunca podía hacer santo al hombre. Era un sistema planeado para revelar nuestra culpa (Romanos 3:9-20) y para enseñarnos nuestra necesidad de la gracia en Cristo (Gálatas 3:24,25). Pero no estaba planeado para que alcanzáramos madurez en la justicia.

La ley era parecida al letrero que dice: «Recién pintado. Cuidado con la pintura». Evocaba nuestra inclinación pecaminosa. De hecho, Pablo nos dice que la 104

ley en realidad nos hace pecar más. «Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia.» (Romanos 5:20.) La ley fue dada para hacer nuestros pecados más evidentes y lo mismo nuestra incapacidad para merecer la aceptación divina tan evidente que fuéramos llevados al sacrificio de Cristo, la solución de Dios, o sea la vida de la gracia.

Si nos detenemos a pensar sobre ello, comprendemos que únicamente la relación de gracia puede producir un cambio profundo interior en nuestra personalidad. La ley nos presenta los standards de Dios. Puede provocar una rebelión. Puede incluso producir conformidad pasiva, pero la motivación para ella procede del temor o la culpabilidad. Dios no tiene interés en la conformidad externa, como escribió David:

Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría: Si te ofrezco holocausto, no lo aceptas. Sacrificio es para Dios un espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no lo desprecias Tú, oh Dios. (Salmo 51:16,17.)

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Dios quiere un cambio radical en nuestra actitud interior. Quiere nuestro amor. Sabe que el amor es la respuesta a ser amado. Juan escribió:

«Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios, y todo aquel que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no a conocido a Dios, porque Dios es amor... En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera al temor; porque el temor comporta castigo, y el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. Nosotros le amamos a él, porque él nos am6 primero.» (1.a Juan 4:7,8; 18,19.)

105 El amor es lo que Dios quiere de nosotros, porque sabe que el amor resulta en obediencia y servicio. El amor condicional, las buenas obras para obtener bendición, y el temor al castigo pueden producir conformidad, pero no amor. Y el amor es lo que la ley no puede producir nunca. El amor viene sólo como gratitud inspirada por la gracia. Una vez hemos comprendido plenamente la extensión del amor de Dios para nosotros y lo ilimitado de su gracia, no podemos sino sentir una permanente gratitud. El amor de Dios penetra en la profundidad de nuestro ser y toca una cuerda de amor que vibra al unísono. Este es el im-pulso último de todas nuestras respuestas positivas a Dios. La ley y la gracia en la crianza de los hijos Con esta breve incursión en el papel de la gracia en la disciplina y crecimiento cristianos, podemos ahora volver a su aplicación a la relación padre-hijo. Podemos seguir uno de dos enfoques en el modo de tratar a los niños. Podemos seguir el principio de la ley o el de la gracia. Si seguimos el principio de la ley, haremos énfasis en la conformidad externa; exigiremos un cierto nivel de actuación u obras actuación de aceptar a nuestros hijos; no daremos nuestra bendición hasta que estemos satisfechos de la manera como el hijo cumple y emplearemos el temor como incentivo para motivarle. En resumen, operamos más que nada como jueces en nuestra relación con nuestros hijos. Cuando observamos muchas familias vemos que ésta es la manera en que la mayoría tratan a sus hijos. ¿No hacemos énfasis, por ejemplo, la mayoría, en el comportamiento externo más que en la actitud interna? Somos estrictos en el vestido, el corte del pelo, el aspecto general, los amigos, los deberes, las notas 106 y otros indicadores de su actuación. Si nuestros hijos adelantan en la escuela, si visten de modo apropiado, obran correctamente y muestran cortesía, si hacen lo que se les manda alrededor de la casa, asumimos que todo funciona bien. Pero, ¡cuán pocos prestan atención a la vida interior de los hijos: sus sentimientos, pensamientos actitudes y deseos. Con todo, éste es el enfoque más importante. Las buenas obras que son hechos con una actitud negativa o proceden de motivos negativos, tienen muy poco valor.

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Y ¿no mostramos la mayoría un amor y una aceptación de nuestros hijos que son condicionales? Cuando viven de la manera que nos gusta nos mostramos francos, amorosos y afirmativos. Cuando dejan de seguir nuestras direcciones, o cuando se muestran rezongones y ordinarios, nos indignamos y sentimos que no los amamos tanto. De hecho, podemos incluso retirarles la asignación semanal o hacer «las paces» por medio de otros procedimientos (suprimiendo nuestra bendición) a fin de meterlos «en cintura». Y todas estas reacciones están basadas en los principios de la ley. Contrastando con esto, los que siguen el ejemplo de la gracia de Dios, aceptan a sus hijos de modo incondicional. Se preocupan de la vida interior del niño. La bendición (cuidado y recompensas) es concedida libremente, sin compensación. Y cultivan la motivación por amor. Estos padres han aprendido el concepto más importante en la crianza de los hijos. No se consigue que los hijos crezcan en justicia y sensatez por medio de castigos, presión y hacerles pasar por el aro. La justicia y crecimiento en los niños es el resultado natural de nuestro trato amoroso en la gracia. Nuestro objetivo último en cuanto a los hijos es que amen a Dios y a su prójimo. Este amor resulta en gran parte como producto de nuestro amor hacia ellos. Aunque el castigo y la hostilidad paternos pueden producir conformidad externa, esto es pernicioso para el amor y la

107 verdadera santidad. El amor, la obediencia y la consagración crecen como respuesta al amor incondicional, la paciencia persistente y el perdón ilimitado. Un caso hipotético ilustrará este punto. Vamos a suponer dos niños y vamos a colocarlos uno en una familia orientada hacia el método del miedo, en que los padres aceptan con un enfoque externo y condicional. Este niño aprende a «portarse bien» porque tiene miedo de que los padres lo rechacen. Obedece para evitar el castigo. Si se extralimita en algo sus padres reaccionan con ira, lo castigan severamente y le dicen que es «malo». A través de toda su infancia y adolescencia este niño lo que hace es «mostrar conformidad». Pero, interiormente, alberga un resentimiento profundo y se siente solo y deprimido. Tiene una vida de ensueños activa y desea verse libre de todas estas inhibiciones. Pero no se atreve a rebelarse por mido al castigo o al rechazo, al sentimiento de culpabilidad o de vergüenza. Cuando sea un adulto, esta persona o bien rechazará las restricciones o continuará conformándose, volviéndose cada vez más vacío y superficial desde el punto de vista emotivo. Años más tarde dirá a sus padres: «Os obedecí durante todos estos años y me conformé a vuestros standards porque sabía que me castigaríais severamente si me tomaba libertades o yo me sentiría culpable. No os contesté según pensaba porque sabía que me castigaríais. ¿Qué satisfacción podrían tener los padres de esto? ¿Podrían decir que habían alcanzado su objetivo? Aunque quizá algunos padres lo consideraran un cumplido, es de espera que sonara a los más como hueco. Este hijo no muestra profundidad en su amor y gratitud; los padres no muestran comprensión de lo que es madurez y confianza. Pongamos como contraste un chico o chica criado en un hogar en que hay amor y actitudes positivas.

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108 Los padres establecen standards y corrigen al hijo, pero con amor, no con ira o espíritu de revancha. Este niño crece y habla con sus padres: «Os quiero. Quiero que sepáis que no siempre he hecho lo que me mandasteis, pero he aprendido. Estoy agradecido de lo que habéis hecho en todo momento por mí. Incluso cuando fallé sabía que vosotros teníais interés por mí. Esto me ayudó a reconocer mis equivocaciones. Ahora comprendo cuánto me habéis ayudado y yo quiero ser igual». Este hijo es un producto de la gracia de los padres. No siempre siguió su consejo pero siempre tuvo su apoyo. Corroborado por esta confianza creció en amor. Ahora se ha dado cuenta de la sabiduría de sus consejos, y los sirve con amor y profundo aprecio. La diferencia debida a la gracia es inmensa. La gracia produce salud interna y belleza externa. Es un poder para la madurez y el carácter cristiano.

Sumario Cuando un hijo se porta mal, podemos reaccionar según dos diferentes criterios. Si operamos desde un punto de vista legalista Le castigamos. Nos enojamos porque nuestras reglas han sido pisoteadas y la ley es para nosotros más importante que el amor. Probable-mente le forzaremos a obrar en conformidad con nuestros deseos por medio de la presión y el miedo. Si operamos desde el punto de vista de la gracia, cambio, veremos los fallos del hijo como una oportunidad que nos da Dios para mostrarle perdón y ayuda. Nos habrá en nosotros espíritu de revancha porque nuestro corazón estará lleno de amor. Aceptaremos a nuestros hijos de modo incondicional porque nosotros hemos sido aceptados plenamente por Dios. Nos preocuparemos del desarrollo de su vida interior

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porque tendremos interés sobre estas cosas en nuestra propia vida. Y no recurriremos al miedo para motivar a nuestros hijos porque nosotros nos sentiremos libres de miedo y llenos de amor. 110

9 COMO VE DIOS A UN NIÑO

De todas las oportunidades y responsabilidades de los padres, quizá la más grave es la responsabilidad de enseñar a los hijos acerca del carácter de Dios. El pueblo de Israel fue exhortado repetidamente a contar a sus hijos las cosas maravillosas que Dios había hecho por ellos (Exodo 10: 1-2; Deuteronomio 4:9; Salmos 78:1-4; Isaías 38:19). Al informar a sus hijos y nietos de la forma en que Dios los había librado de la esclavitud de Egipto y los había protegido y alimentado durante su peregrinaje en el desierto, los israelitas comunicaban a sus hijos algo respecto al carácter de Dios. Y al enseñarles los mandamientos y las instrucciones divinas (Deuteronomio 6:1,2) les decían mucho más acerca de su carácter.

Pero estas narraciones e instrucciones transmiten sólo un conocimiento parcial de Dios. La comprensión de Dios que tiene el hijo es a la vez intelectual y por la experiencia. En su sabiduría, Dios ordenó que la unidad familiar impartiera a los hijos una experiencia de primera mano de su carácter paterno. De la misma manera que la Escritura usa ilustraciones materiales, como el pan (Juan 6:30-35), la luz (Juan 1: 1-9) y el vino (Juan 15:1-8) para iluminar aspectos de la verdad divina, Dios ha designado la familia como el ins-

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trumento para comunicar verdades acerca de su naturaleza. La imagen paterna El primer concepto de Dios en los niños emana de la percepción que tienen de sus padres. Mucho antes que los niños tengan la habilidad de comprender a un Dios invisible, forman relaciones con sus padres, y de estas relaciones resultan pautas profundas de entendimiento. De estas pautas primeras se forma, en gran parte, la imagen que de Dios tiene el niño.

Andrew Murray escribió respecto a los padres:

«El hogar y la imagen del padre en la tierra, son la imagen que se forma el niño de lo celestial. Esta imagen se imparte en el niño, la ve reflejada, es la unidad de que es

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consciente; es el amor cuidadoso que se ejerce sobre él, es la obediencia que aprende y la confianza que se le muestra a él, es el amor en el cual la familia encuentra su bienestar y felicidad.» («Cómo educar a los hijos para Cristo.»)

Murray sigue diciendo que la vida de familia puede conducimos a Dios:

Cada nueva verdad aprendida en el amor del Padre y la morada del Padre eleva el hogar de la tierra y amplía nuestras expectativas de la bendición de Dios, que lo estableció y que la derramará en abundancia sobre este hogar. Cada experiencia de amor y bendición de un hogar en la tierra puede ser una escalera por la cual subir e ir acercándonos al corazón del Padre en el cielo.» (Idem.)

112

Richard Strauss pregunta. ¿Qué clase de concepto de Dios se forma nuestro hijo como resultado de su relación con nosotros? ¿Está aprendiendo que Dios es amoroso, cariñoso, paciente y perdonador? O bien, sin quererlo nosotros, se está formando una imagen de Dios falsa en su vida, llegando a la conclusión por nuestras acciones que Dios es duro, de genio vivo y crítico, que importuna, regaña, o incluso golpea cuando se pasan de la raya? La vida espiritual entera de nuestros hijos se juega en ello. Es necesario que aprendamos qué clase de padre es Dios, y que sigamos su ejemplo a fin de que nuestros hijos, puedan ver un vivo ejemplo de las características de Dios. Se han hecho recientemente varios estudios que demuestran la relación entre la imagen de Dios que tiene una persona y el concepto que tiene de sus padres. Uno de estos estudios mostró que había una semejanza mayor entre el concepto de Dios y el del padre en personas que se habían convertido al cristianismo antes de los diez años que los que se habían convertido después de los diecisiete. (Mark Keyser y Gary Collins.) Otro estudio encontró que los niños refieren las características de su padre y de su madre, los dos, a su concepto de Dios. (J. B. Phillips.) Esta conclusión (confirmada en otros estudios) está de acuerdo con la imagen que de Dios nos da la Escritura, como teniendo características paternales y maternales a la vez. «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos, debajo de sus alas, y no quisiste!» (Lucas 13:34.) 113 Padre de huérfanos y defensor de viudas es Dios en su santa morada.

Dios hace habitar en familia a los desamparados; sac a los cautivos a prosperidad, mientras los rebeldes habitan tierra calcinada.

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(Salmo 68:5,6.)

Los padres comparten la responsabilidad de demostrar el carácter de Dios a sus hijos. Como es natural en sí, ni las características masculinas ni femeninas pueden reflejar de modo adecuado los diversos atributos de Dios. Algunas características del modo de ser de Dios se reflejan mejor en el hombre, otras en la mujer. Errores a causa de la imagen de los padres

La provisión de Dios de que los niños aprendan de El por medio de sus relaciones con los padres significa que podemos influir muy activamente en el concepto que se forman de Dios, sea en sentido positivo o negativo. Del mismo modo que los padres inteligentes y sensibles le hacen fácil al niño comprender que Dios es sensible y amante, los padres criticones y de genio variable predisponen a los niños a imaginarse a Dios como un ser negativo y duro.

J. B. Phillips en su interesante libro «Tu Dios es demasiado pequeño» describió varios conceptos erróneos de Dios que es bastante frecuente que los padres comuniquen a sus hijos:

«La primera concepción de Dios está casi invariablemente fundada en la idea que el niño se hace de su padre. Si tiene la fortuna de tener un buen padre, es excelente, asumiendo que el concepto de Dios en el niño crezca luego, al ritmo del resto de la personalidad. Pero si el niño vive con miedo, 114

o peor aún, asustado y con un sentimiento de culpa a causa de que está asustado de su padre, las probabilidades son que el Padre celestial se le aparezca como un Ser temible. Si tiene suerte va a superar esta concepción y diferenciar verdaderamente entre esta idea temprana «temerosa» y su concepción ulterior madura. Pero son muchos los que no superan este sentimiento de culpabilidad y temor, y en los años de adulto están todavía obsesionados con ella, aunque no tenga nada que ver con su relación real con el Dios vivo. No es nada más que algo que se arrastra procedente de los padres.»

Phillips sigue describiendo otras concepciones erróneas de Dios comunes que se basan

en las relaciones de padre a hijo. Se habla de Dios como un «policía», «abuelo», «manso y humilde», «director general».

No son estas concepciones las únicas. Todas ellas tienen sus raíces en las primeras relaciones con los padres. Luego son corregidas o combinadas según las experiencias cristianas ulteriores y el crecimiento espiritual y emocional de cada individuo. Parece probable, sin embargo, que las concepciones erróneas que se han implantado profundamente ya no pueden ser extirpadas. Incluso personas que tienen una comprensión intelectual firme de la naturaleza y atributos de Dios, en ocasiones, vuelven a caer en una relación con Dios a base de estas distorsiones que se han venido arrastrando.

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La literatura cristiana con frecuencia refleja concepciones erróneas del carácter de Dios. Consideremos los conceptos de Dios reflejados en los siguientes párrafos, escritos para padres cristianos.

«Recientemente Dios me hizo estar enfermo durante tres semanas porque no cumplía mi deber. Me volvía perezoso e indolente en mi vida de ora-

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ción. Me dijo que tenía que ser un soldado fuerte, recio, activo en la oración, y que no estaba luchando con ella como debía.

»Cuando era un chiquillo y vivía en una casa de campo, uno de los vecinos me dijo que podía decirle a su mula que fuera obediente, y obedecía. Yo quise verlo, de modo que fui y le pedí que me mostrara cómo podía controlar su mula tan fácilmente. Agarró un palo y empezó a pegarle. Cuando le dije que por qué lo hacía me contestó que era para que la mula estuviera en atención, y que después le iba a hablar. Esto es lo que Dios hizo conmigo, sólo que en este caso consiguió que yo le prestara atención por medio de la enfermedad.» (Wendell Roble y Grace Roble.)

Según este punto de vista Dios es estricto y rígido. Nos hace estar enfermos dos

semanas cuando descuidamos la vida de oración. Nos considera como si fuéramos mulas obstinadas. Podríamos llegar a la conclusión de que Dios se deleita en infligir enfermedades a sus hijos para llamarles la atención.

En el párrafo siguiente leemos:

«Cuando mi padre me vapuleó una vez delante de mis amigos, de dieciocho años, porque había dicho una mentira, aprendí no sólo a arrepentirme de mi pecado sino también que Dios y mi padre hablaban en serio.»

Vemos aquí a una persona cuyo padre tenía fe en la disciplina física severa y como

consecuencia esta persona cree que Dios castiga a sus hijos con dolor físico. Aunque el dolor físico puede ser parte de nuestro crecimiento como hijos de Dios, no ocurre de la forma cruda y punitiva que sugiere este autor.

Al otro extremo, vemos autores que presentan a 116

Dios como una madre protectora a cuyo seno los hijos ayuden a esconderse para evadir

las realidades de la vida. Este concepto es la base de muchos himnos, como por ejemplo: «Dios de Amor, sé Tú mi amparo, Hay peligros por doquier; Tiende el diablo muchos lazos Tengo miedo de caer.»

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Aquí se nos presenta a Jesús como una madre protectora escudando a sus hijos indefensos de las luchas de la vida. Es verdad, naturalmente, que Dios protege a sus hijos, pero su protección es diferente de este huir de la lucha. Phillips dice:

«Esto es simplemente “escapismo” o “evasión”. Si consideramos las palabras literalmente, vemos un esfuerzo por huir de las tempestades de la vida. Este tipo de Dios es frecuente hallarlo, pero el verdadero curso cristiano debe ser establecido en una dirección muy diferente. Nadie puede acusar al fundador de la Iglesia de falta de madurez en su vi-sión, ideas, enseñanzas y conducta, y la historia de la Iglesia Cristiana proporciona millares de ejemplos de personalidades tímidas que han encontrado en la fe lo que los psicólogos llaman «integración», y aun más, han desarrollado un temple capaz de arrostrar peligros y persecuciones. Es ridículo en este caso. hablar de escapismo o evasión.» (Phillips, «Tu Dios es demasiado pequeño».)

La imagen bíblica

Estamos preparados ahora para volver al punto de vista bíblico de la naturaleza y los atributos de Dios.

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Es aquí, en un estudio cuidad oso de la personalidad de Dios, que encontramos algunas de las verdades más sólidas para una idea cristiana comprensiva de la crianza de los hijos. Aquí vemos un modelo de ser padre y la importancia de presentar el carácter de Dios en nuestra relación con nuestros hijos.

Al modelar nuestro carácter según el divino, debemos tener cuidado de evitar dos extremos. Por un lado podemos sentirnos tentados a negar o descuidar atributos de Dios porque sabemos que siempre nos quedaremos cortos. «Después de todo, decimos, sólo somos hombres». Por otro lado, podemos llevar la analogía más allá de los límites. Los atributos de Dios, de hecho, son infinitos. No tienen límites ni limitaciones, y son per-fectos en todo sentido. Es imposible, por tanto, que comprendamos su naturaleza o los representemos de modo perfecto. El pecado en nuestra vida, así como las innatas limitaciones humanas hacen imposible que lleguemos a representar plenamente el carácter de Dios a nuestros hijos. Y ciertos atributos de Dios no tienen paralelo aproximado en el hombre, como la espiritualidad, la infinitud y la perfección. Entre estos dos extremos podemos correr un curso medio que represente fielmente el

intento de Dios al establecer la responsabilidad de los padres. Encontramos un gran número de atributos de Dios que nos son presentados como objetivos para que los persigamos, y podemos estar seguros que no estamos empujando la analogía más allá del intento de Dios si procedemos de esta manera.

Aunque hay una gran variedad de maneras de categorizar los datos bíblicos sobre el carácter de Dios, he decidido hacer una presentación en diez de ellos. Esta presentación no pretende ser completa. En cada caso daremos primero uno o más pasajes bíblicos que describen un aspecto del carácter de Dios; a esto seguirá un mandato bíblico para nosotros a fin de que mostre- 118

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mos este atributo. Cada sección concluirá con comentarios apropiados, acerca de la

importancia para el papel de padre. Santidad y justicia

La santidad de Dios se refiere a su total separación de todo lo que es pecaminoso o malo. Afirma su completa perfección «en todo lo que es». La justicia de Dios se refiere a «la fase de la santidad de Dios que se ve en el modo en que trata a la criatura humana». La Biblia deja bien claro que la santidad y la justicia son atributos fundamentales de Dios.

«Santo, santo, santo, es el Señor Todo poderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir.» (Apocalipsis 4:8.)

«Justo es Jehová en todos sus caminos, y misericordioso en todas sus obras.» (Salmo 145:17.)

Aunque ningún ser humano posee la santidad que pueda hacerle presentable ante Dios,

se nos incita una vida de santidad y justicia:

«Pues, no nos ha llamado Dios a Inmundicia, sino a santificación.» (1.a Tesalonicenses 4:7.)

«Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo? »El que anda en integridad y hace justicia, y habla verdad en su corazón. El que no

calumnia con su lengua ni hace mal a su prójimo, ni hace agravio alguno a su vecino» (Salmo 15:1,2.)

El gran abismo entre la santidad de Dios y la pecaminosidad del hombre hace difícil

establecer un paralelo próximo entre los padres terrenos y el Padre ce-

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lestial. Con todo, la pureza y la santidad deben ser nuestra norma y nuestro objetivo. La primera ojeada que el niño obtiene sobre la santidad y la justicia la dará sobre sus padres. Si los padres no son consagrados y viven rectamente, los niños no conseguirán un cuadro positivo de la justicia de Dios y de lo deseable que es vivir para El.

Muchos jóvenes (especialmente después de los quince) han dejado de tener interés en Dios en gran parte como resultado de la imagen falsificada de la justicia que vieron en sus padres o en el ambiente de los creyentes. Esta justicia (que con frecuencia se llama «espi-ritualidad») consiste en apartarse del mundo, la conformidad a una lista dé regulaciones externas la conformidad pasiva a ciertas convenciones. Esta espiritualidad, tan alejada de una forma de vivir positiva y real, ni atrae a los hijos de Dios ni refuerza a los que la prac-tican. Aunque la justicia bíblica incluye lo negativo, hace énfasis sobre lo positivo.

Otra oportunidad para ser modelos de la justicia de Dios es al disciplinar a los hijos (Proverbios 22:15; Hebreos 12: 11). Si corregimos a los hijos con amor, los guiamos por senderos de justicia

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El amor

Ciertamente el amor es uno de los atributos principales de Dios. Su amor se expresa en nosotros por medio de su gracia, su misericordia y su paciencia.

«El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.» (1.a Juan 4:8.) «Oh, Jehová, a hombres y animales socorres. ¡Cuán preciosa, oh Dios, es tu

misericordia! Por eso los hijos de los hombres se amparan bajo la sombra de tus alas.»

(Salmo 36:6.7.)

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«En un arranque de ira escondí mi rostro de ti por un momento; pero con misericordia eterna tendré compasión de ti, dice Jehová tu Redentor.» (Isaías 54:8.)

Y de la misma manera que Dios es amor, se nos dice que nosotros también debemos

estar llenos de amor.

«Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los uno con los otros.»

(Juan 13:34,35.)

Tenemos que subrayar aquí un hecho vital con respecto al amor de los padres: los esfuerzos de los padres para vivir con justicia y ser ejemplo de la santidad de Dios, si se hacen aparte del amor, están condenados al fracaso. Hay multitud de jóvenes que se han vuelto en contra de la fe de sus padres a causa de que éstos afectaban mucha justicia, pero poca misericordia. Pablo afirma:

«Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, pero no tengo amor, vengo a ser como bronce que resuena o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese tanta fe como para trasladar montañas, pero no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me sirve.» (1.a Corintios 13:1-3.)

Casi todas los padres aman a sus hijos. Pero esto no es suficiente. Dios amaba que se

dio a si mismo.

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Los padres deben darse también: expresar este amor en palabras y acciones que los hijos sean capaces de ver y entender. Cuando se mezcla con la justicia y la disciplina el amor es el ingrediente más poderoso que enlaza los padres y los hijos y, en último lugar, a los hijos con Dios.

Imparcialidad

Un aspecto de la justicia de Dios que merece especial consideración es la imparcialidad. La Biblia habla repetidamente de que Dios es imparcial en sus tratos:

«Porque con Jehová nuestro Dios no hay injusticia, ni aceptación de personas, ni admisión de cohecho.» (2.a Crónicas 19:7.)

Asimismo, los hijos de Dios son exhortados a la imparcialidad en todas sus relaciones:

T. García

«Pero si hacéis acepción de personas, hacéis de personas, cometeis pecado y quedáis convictos

por la ley como transgresores.» (Santiago 2:9.) En la interacci6n diaria de la familia, nos vemos llamados a hacer decisiones y juicios y a mediar entre los hijos. Muchos niños aprenden a provocar a un hermana o hermano con astucia y luego reclaman con vehemencia que se haga justicia sobre el otro que «tiene la culpa». Necesitamos estar ojo alerta para no caer en la trampa de favorecer a uno sobre el otro; esto puede desilusionar a un hijo en cuanto a nuestra imparcialidad. El tratar a los hijos con imparcialidad, naturalmente. No quiere decir que los tratamos a todos igual. Los 122 niños difieren en muchas áreas: sus necesidades, constituciones y capacidades. Necesitan un tratamiento considerado e imparcial, adecuado a su situación particular. Sensibilidad y delicadeza

El amor de Dios incluye Insensibilidad y la delicadeza, y estos aspectos merecen nuestra atención.

«Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.» (Hebreos 4:15.)

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Dios es sensible a nuestras necesidades y se nos dice que mostremos la misma virtud en

los otros, incluso a los hijos.

«Antes bien, sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonadoos unos a otros, como también Dios os perdonó a vosotros en Cristo.» (Efesios 4:32.)

«En conclusión, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándonoos fraternalmente, misericordiosos, amigables.» (1 a Pedro 3:8.)

Según las Escrituras, Dios presta oído atento a las necesidades de su pueblo. Simpatiza con nosotros en nuestras debilidades. ¡Qué ejemplo éste para que nosotros simpaticemos con las confusiones, luchas y aspiraciones de nuestros hijos! Esta identificación humana es posible a causa de la condescendencia asombrosa del Señor del cielo, que ha resumido un comentarista con estas palabras:

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«En simpatía, se adapta a cada uno de nosotros, como si hubiera tomado no ya la naturaleza del hombre en general, sino la naturaleza peculiar de cada individuo.»

(Robert Jamieson) La Humildad

«Digo, pues, por la gracia que me ha sido dada a cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí, que el que debe tener, sino piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.» (Romanos 12:3.)

V/Se nos ha dado una posición elevada en relación con nuestros hijos. Se nos ha dado la autoridad de instruirlos (Deuteronomio 6:1-9), criarlos (Proverbios 22:6), y corregirlos (Proverbios 13:24). Y los niños son enseñados a ser obedientes (Efesíos 6:1). Además, tenemos un modelo de humildad en el ejemplo de Cristo. A pesar de la exaltada posición de su autoridad, se humilló a sí mismo, fue obediente a su padre y sirvió a los otros. De modo similar, los padres, aunque ocupan una posición de autoridad sobre los hijos, deben humillarse también en obediencia y servicio - obediencia al Padre y también a los hijos.

Debemos procurar se dignos del amor de los hijos, y obtener su respeto y admiración, más bien que por medio del poder, mediante nuestro afecto y servicio.

Los abusos de autoridad de los padres llevan a los hijos a ver toda autoridad (incluso la de Dios) como egoísta y maniobrara. Una actitud servicial por nuestra parte da a nuestros hijos un hermoso ejemplo del carácter humilde de Cristo e inspira a los jóvenes hacia el servicio a la humanidad. 124

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Paciencia y longanimidad

«Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su paciencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna.»

(1.a Timoteo 1: 16.) «Misericordioso y clemente es Jehová; lento para la ira, y grande en misericordia.» (Salmo 103:8.)

El amor de Dios abarca su paciencia y longanimidad, y ciertamente éstas son virtudes de

los padres también.

«También os rogamos, hermanos, que otros hermanos, que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, y que seáis pacientes con todos.» (1.a Tesalonicenses 5:14.)

«Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír; tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios.» (Santiago 1: 19, 20)

En una época de celebridad e impulsividad, necesitamos que nos recuerden la divina virtud de la paciencia. ¿Qué mejor camino hay para el hijo que aprender de la paciencia amorosa de Dios que por medio de la amable paciencia de los padres? Los padres im-pulsivos, caprichosos y los que tienen fácilmente ataques de mal genio, instilan una imagen deformada e Dios en a mente de sus hijos. Estos niños encuentran difícil aceptar la firme paciencia de Dios y con frecuencia temen que Dios pierda? paciencia con ellos y les castigue sin motivo alguno 125 Dar aliento Muchos cristianos no pueden imaginarse a Dios animando libremente a sus hijos. Pueden aceptar su santidad, su justicia, su imparcialidad y aun su amor y su paciencia, sin comprender esta cualidad de apoyo generoso que se extiende a su pueblo en la necesidad. Pero la Escritura afirma la realidad de este apoyo.

«Y el Dios de la paciencia y de la consolación os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús.» (Romanos 15:5.)

Y hemos de practicar esto:

«Exhortaos los unos a los otros cada día, entretanto que dura este Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado.» (Hebreos 3:13.)

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El niño que tiene problemas necesita ser animado más que cualquier otra cosa. ¡Es tan difícil notar sus faltas y criticarlo!; pero ¡es tan fácil reforzar personalidades que se tambalean! Con Dios como ejemplo, podemos notar las luchas del niño y hallar maneras de estimularle y animarlos.

El perdón E1 perdón de Dios se describe gráficamente en el Libro de los Salmos: «Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones.» (Salmo 103:12.) 126

Y Jesús nos dice lo que significa esto en nuestras vidas:

«Entonces se le acercó Pedro y le dijo: "Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi

hermano que porque contra mí? ¿Hasta siete veces?" Jesús le dijo: 'No te digo hasta siete veces, sino aún hasta setenta veces siete.'» (Mateo 18:21, 22.)

El sentimiento de culpa es un problema perenne de muchos cristianos. A pesar de que

saben que no hay motivo para ello, estos cristianos sufren la persistente angustia de un sentimiento de culpabilidad continuo. Su incapacidad para experimentar el perdón de Dios puede ser buscada en padres que no perdonaban ni olvidaban los fallos de los hijos. La aprensión y autodesaprobación envuelve sus años adultos y les hace difícil creer en el perdón de Dios.

Fidelidad y confiabilidad

Según la Escritura, Dios es siempre fiel: «Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor.» (1.a Corintios 1: 9.)

Lo que Dios promete lo hace; y El se precia de que sus hijos muestren esta integridad: «El hombre sincero tendrá muchas bendiciones; mas el que se apresura a enriquecerse no quedará impune.» (Proverbios 28:20.)

Se cuenta la historia de un padre que colocó a su hijo sobre la mesa y le dijo que saltara a sus brazos.

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El pequeño lo hizo, pero el padre se retiró y el niño cayó al suelo. «Esto te enseñará -dijo el padre- que no debes fiarte de nadie.» No habrá muchos casos así, pero otros padres, inadvertidamente, enseñan a sus hijos a no tener confianza en los demás. Les prometen salir a una excursión y al llegar la hora se niegan a ir. Aman a sus hijos, pero no pasan con ellos el tiempo necesario para escucharlos. Esta falta de fidelidad planta la duda acerca de la contabilidad de los padres.

Más adelante, en la vida, este escepticismo puede pasar a afectar la relación de una persona con Dios, y puede ser difícil para esta persona el creer sus promesas, especialmente cuando no se cumplen inmediatamente

Inmutabilidad Uno de los grandes consuelos de la vida cristiana es que tenemos un Padre que no cambia. Dios no es voluble. Es totalmente consecuente con su carácter perfecto en todo momento.

«Tú, oh Señor, en el principio pusiste los fundamentos de la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, mas tú permaneces; y todos ellos se envejecerán como una vestidura, y como un manto los enrollarás, y serán cambiados; pero tú eres el mismo y tus años no acabarán.» (Hebreos 1:10-12.)

No hay nada que confunda tanto a un niño como unos padres inconstantes. Aunque nunca podremos alcanzar la perfección en esto, los padres deben esforzarse para que se pueda tener confianza en ellos. Nuestros hijos necesitan saber qué es lo que pueden esperar de nosotros. Si cuando se portan mal decimos que «es 128 chistoso» y nos sonreímos, y lo mismo que han hecho antes es recibido luego con una regañina, se quedan confusos. Si algunas veces somos asequibles y otras huraños, esto crea ansiedad y temor. La vacilación en los padres, y la variabilidad de parecer debe ser dominada si los niños han de crecer y madura Sumario Esto concluye nuestra enumeración de los principales atributos de Dios y cómo se relacionan con la crianza de los hijos. No hay que decir que ningún padre podrá alcanzar nunca la perfección en ellos, pero el desarrollo de los padres hacia estos ideales será reflejado en los niños. Pablo nos pone el siguiente ejemplo, tan elevado:

«Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros a Dios como ofrenda de olor fragante.» (Efesios 5: 1, 2.)

De la misma manera que queremos que nuestros hijos crezcan, nosotros hemos de continuar madurando conforme a la imagen de Dios, interiormente, en las profundidades de nuestra

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vida. Deberíamos ser prontos en admitir nuestros fracasos y faltas a nuestros hijos, pero siempre progresando en los mismos caminos en que queremos que los hijos se desarrollen. Al hacerlo, cosecharemos esta rica recompensa: el ver que nuestros hijos se acercan al Dios poderoso y amante, y esta relación toma la forma de una experiencia personal. 129

LA AUTOESTIMA EN LOS NIÑOS 10

De la misma manera que Dios usa a los padres para comunicar sus atributos a los hijos,

también les encarga que les comuniquen conocimiento a los niños de su verdadera identidad. Es en el hogar que los niños reciben la primera percepción de sí mismos y donde se evalúa por primera vez y es en el hogar que los aprenden a respetarse o a menospreciarse y tener de ellos un mal concepto.

En nuestra sociedad orientada hacia lo psicológico muchos autores sobre el desarrollo infantil destacan la importancia de tener un buen concepto de uno mismo. Dorothy Briggs llama la autoestima «un ingrediente crucial» en la vida del niño. Escribe: «Si su hijo tiene autoestima va a triunfar.» («La autoestima de su hijo.») James Dobson dice: «La salud de la sociedad entera depende de la facilidad con que los miembros individuales consiguen aceptación personal.» («Jugando al escondite.») Y William Homan dice: «Se podría casi usar la confianza que una persona tiene en sí mismo para medir el éxito o el fracaso en toda su vida.» («Sentido infantil. »)

Es indudable que las actitudes que adoptan los niños respecto a sí mismos son un aspecto significativo del ajuste de su vida en conjunto. Con todo, el énfasis corriente en la autoestima, el amor o concepto de uno 131

mismo y la autoaceptación da lugar a preguntas serias al estudioso de las Escrituras y a los padres cristianos. ¿Nos dice la Biblia, en realidad, que debemos amarnos a nosotros mismos? ¿Hay riesgos en el movimiento actual de «autoaceptación»? ¿Hay una base bíblica para tener un concepto de uno mismo positivo? Y si existe, cómo reconciliamos las enseñanzas bíblicas sobre la humildad y el orgullo con los conceptos de autoestima y amor a uno mismo?

,,,En los últimos muchos autores cristianos han eres empezado a decir que deberíamos desarrollar actitudes positivas respecto a uno mismo. Por ejemplo, Walter Trobisch dice:

«Encontramos que la Biblia confirma lo que la moderna psicología ha descubierto recientemente: sin autoestima positiva no hay amor para otros. Jesús identifica y enlaza los dos, los hace inseparables.» («Ámate a ti mismo.»)

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Y Robert Schuller afirma:

«Sugiero firmemente que el amor a uno mismo es la voluntad última del hombre:

aquello que debemos querer más que nada en el mundo es la consciencia de ser personas de valor.» («Concepto de uno mismo.»)

Sin embargo, estas afirmaciones de autoestima cristiana no aparecen con tal abundancia

cuando damos una mirada comprensiva de la Escritura. De hecho, muchos han tratado de edificar una plataforma para la autoestima solamente en la afirmación de Cristo: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Marcos 12:31). Afirman que puesto que Cristo nos manda que amemos a nuestros prójimos como a nosotros mismos, de primero, como es lógico, amarnos a nosotros mismos. 132

Sin embargo, el intento primario de la respuesta de Cristo a los escribas no fue exhortarles a que se amaran a sí mismos. Cristo había preguntado: «¿Cuál mandamiento es el más importante de todos?»

«Jesús respondió: "El más importante es: Escucha Israel: El Señor, nuestro Dios, es un

solo Señor; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, y con toda tu fuerza. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo."» (Marcos 12:29-31.)

El mensaje claro de este pasaje es que hemos de amar a Dios y al prójimo. Aunque la primera frase del versículo 31 puede indirectamente dar apoyo al concepto del amor a uno mismo, sin duda no provee una base bíblica adecuada sobre la cual edificar una teología de la autoestima o la autoaceptación.

Si dejando este pasaje, sin embargo, damos una mirada general sobre la Escritura, encontramos una fuerte base para la autoestima, positiva pero equilibrada. Esta autoestima se establece sobre una realidad triple: El concepto que tiene Dios de todos los miembros de la raza humana como (1) altamente significativos, (2) profundamente caídos, y (3) amados intensamente. Para comunicar que Dios da valor a la vida humana, los padres necesitan enseñar y obrar de tal manera que los hijos reconozcan a la vez su significación y su pecaminosidad, y al mismo tiempo comprendan que son amados por su Creador.

La significación de los hilos

Desde el primer capítulo del Génesis hasta el último capítulo del Apocalipsis, la Biblia hace énfasis en el alto valor que Dios pone sobre el ser humano. Este

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valor se ve en Adán y Eva cuando son creados a la imagen de Dios (Génesis 1:26, 27). Se ve en los Salmos, donde se dice del hombre que: «Lo coronaste de gloria y de honra» (Salmo 8:5). Y en el último capítulo del Apocalipsis se nos dice que los redimidos pasarán la eternidad con Dios. Esto y otros pasajes bíblicos revelan por lo menos seis bases para la autoestima. «A su imagen» Cuando asistía a una reunión de sabios el famoso literato y crítico Thomas Carlyle expresó este punto de vista sobre el origen del hombre: «Caballeros ustedes colocan al hombre un poco más arriba que los renacuajos. Yo sigo el dicho del antiguo poeta: “Le has hecho un pico inferior a los ángeles.”»

Carlyle captó la fuente ultima del autoestima. El hombre no es simplemente un animal avanzado, el último miembro de una cadena evolutiva; es la sublime creación de un Dios personal. El hecho que el hombre fuera creado a la imagen de Dios es la base de la 1 doctrina bíblica de la autoestima. Schaeefer lo expresa así:

«Para el hombre del siglo XX, esta frase, la imagen de Dios, es uno de los puntos más importantes de la Escritura, porque el hombre hoy no puede contestar esta pregunta crucial: ¿quién soy?" En sus propias teorías naturalistas, con su uniformidad de causa y efecto en un sistema cerrado,' con un concepto evolutivo mecánico que va desde el átomo al hombre, el hombre ha perdido su identidad única. Cuando mira al mundo, y lo contempla como una máquina, no puede separarse de lo que ve. No puede distinguirse de las cosas.» «Génesis en el Espacio y en el Tiempo.»

Es paradójico que sean filósofos y psicólogos no cristianos los que hagan énfasis en la necesidad del hombre de tener autoestima, mientras que los predicadores y los escritores cristianos han socavado con frecuencia este concepto mediante un énfasis unilateral sobre la humildad, la resignación y el pecado. Si el teórico secular fuera consecuente con el punto de vista evolutivo de la vida humana, lógicamente, se desesperaría y consideraría la existencia humana sin ningún sentido. Contrastado con esto, si el cristiano es consecuente con el concepto bíblico de la creación del hombre a la imagen de Dios, esto conduce a un respeto profundo por el significado y valor de la humanidad. Es sobre esta base que vamos a marcar el patrón para un concepto de autoestima del niño. La primera cosa que Dios de-cidió revelarnos sobre nosotros es que ¡somos su imagen! Un llamamiento elevado Dios colocó a Adán y Eva en el Jardín del Edén y les dijo: «Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sojuzgadla.» Luego les instruyó: «Señorearan en los peces del mar, y en las aves de los cielos y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra» (Génesis 1: 29-31). Aquí tenemos un segundo signo del significado de la humanidad: Dios encargó a Adán y Eva que señorearan la tierra. Refiriéndose a este pasaje, Erich Sauer escribe:

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«Dios había dado al hombre una tarea elevada. Tenía que administrar la tierra en el santo servicio del Altísimo. Tenía que ser el virrey del Creador en esta región del reino de su creación.» («El Rey de la Tierra.»)

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Dios no consideró que Adán fuera un títere o un mequetrefe. Le dio responsabilidad. Le dijo que diera nombre a los diferentes animales y gobernara sobre la tierra. En esta vocación, Adán y sus descendientes habían de traer toda la tierra bajo su control fructífero. Esta tarea asignada continúa extendiéndose aun hoy. La Corona de la Creací6n

El Génesis registra el orden de los actos creadores de Dios. En ellos el hombre es puesto en la cumbre. Dios empezó con los cielos y la tierra, luego introdujo la luz, separó el agua de la tierra, y puso plantas en el suelo, dispuso que el sol y la tierra rigieran el curso del tiempo en la tierra, llenó los mares de peces y los cielos de aves, y observó que todo era bueno. Pero a pesar de toda la grandeza del plan y su producción, no había todavía ninguna criatura que pudiera comunicarse con el Creador. De modo que Dios hizo al hombre y a la mujer para que pudieran hablar y colaborar con El.

Con una personalidad semejante a la de Dios tamos en la cúspide de su creación. Podemos comunicarnos con El, devolverle su amor y participar con él en las empresas cósmicas. El comprender estas cosas hizo prorrumpir al salmista en intensa alabanza: «¿Qué es el hombre, para que de él te acuerdes, y el hijo del hombre, para que cuides de él? Le has hecho un poco inferior a los ángeles. y, lo coronaste de gloria y de honra» (Salmo 8:4, 5) Comprados por precio

Otra evidencia abrumadora del significado del hombre se presenta en la redención de la humanidad realizada por Dios. 136

«Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual os fue

transmitida por vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación.»

(1.a Pedro1:18-19.)

El precio pagado por un objeto da idea del valor del objeto. Después del pecado de Adán, Satán, no Dios, fue el dueño de la humanidad; y la muerte, no la vida, era el destino de los hombres. La humanidad estaba esclavizada espiritualmente por el poder del pecado y carecía de riquezas espirituales para comprar su rescate. Entonces, Cristo, el santo Hijo

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de Dios, intervino y ofreció su propia vida perfecta en la cruz como pago de la deuda del pecador (Marcos 10:45).

Es importante comprender que aunque el valor de los seres humanos se demuestra por el sacrificio inestimable de Cristo para nuestra redención, este valor no procede de esta redención. Algunos cristianos dicen: «Los cristianos son valiosos y deben tener un alto concepto de sí mismos porque están identificados con Cristo.» Esto no es correcto teológicamente. Aunque las grandes verdades de la justificación y la unión con Cristo sin duda influencian la identidad del cristiano, no son su fuente original. Nuestra identidad está enraizada en nuestra oración. Dios juzga a la humanidad tan valiosa que dio lo mejor de que disponía para redimir al hombre. La justificación del pecado y la unión con Cristo hablan de la comunión y el perdón, pero la creación habla de nuestro significado y valor básicos. Guardianes celestiales

Una quinta razón para una autoevaluación positiva es el hecho de que Dios ha asignado a los ángeles a que ministren a su pueblo.

137 «Pues a sus ángeles dará orden acerca de ti, de que te guarden en todos tus caminos; »En las manos te llevarán, para que tú pie no tropiece con piedra.» (Salmo 91:11, 12.)

Aunque las referencias que hay en la Escritura acerca de los ángeles, que son más de doscientas, no explican su misión con detalle, es evidente que sirven al pueblo de Dios, a las órdenes de Dios. Se nos dice, por ejemplo, que Dios envió un ángel a cerrar la boca de los leones, cuando Daniel fue echado en el foso (Daniel 6:22). Los ángeles sirvieron a Jesús después que El hubo vencido las tentaciones (Mateo 4:11). Cristo dijo que los niños pequeños tienen ángeles que velan sobre ellos (Mateo 18: 10). Y el autor de los Hebreos revela que los ángeles son espíritus ministradores enviados para rendir servicios aquellos que heredarán la salvación (Hebreos 1:14) Destino final

Poco antes de su crucifixión, Jesús consoló a sus discípulos:

«No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creéis también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, ya os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez, y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.» (Juan 14:1-3.)

La promesa de pasar la eternidad con Dios es una evidencia final que corona el concepto

de valor del creyente delante de Dios. Dios ve a la humanidad como teniendo tal valor y significado que ha planeado que pasemos la eternidad en su compañía.

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Estas bases bíblicas para la autoestima se aplican a cada miembro de la raza humana. Proporcionan un fundamento sólido para la identidad positiva. A los niños, sin embargo, se les da un valor especial en la Escritura. Cuando los discípulos intentaron echar a los niños para que Jesús tuviera más tiempo con los adultos, Jesús les riñó y les dijo: «Dejad a los niños, y no les impidáis que vengan a mí; porque de los tales es el reino de los cielos» (Mateo 19:14).

B.B. Warfield da un sumario de la actitud de Cristo hacia los niños con estas palabras:

«Jesús ilustró el ideal de la infancia en su propia vida como niño. Manifestó la ternura de su afecto para los niños al conferirles sus bendiciones en cada estadio de su desarrollo, cuando tuvo ocasión de ponerse en contacto con ellos. Afirmó que los niños tenían un lugar reconocido en su reino, y trató a los niños con fidelidad y amor en cada edad, cuando se le presentaron en el curso de su obra. Escogió la condición de niño como el tipo del carácter fundamental de los que reciben el reino de Dios. Adoptó la niñez como la imagen terrenal más vívida para mostrar la relación del pueblo de Dios con Aquel que no se avergonzaba de ser llamado su “Padre que está en el cielo”. De este modo reflejaba sobre esta relación una gloria que ha transfigurado a la niñez desde entonces.» («Diccionario del Nuevo Testamento», de Hastings.)

Si hemos de seguir el ejemplo de Jesús debemos adscribir gran significación e importancia a todos los niños El pecado y la autoestima

El significado del hombre para Dios es el fundamento

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de su autoimagen positiva, naturalmente, pero esto es sólo una cara de la moneda. La Escritura habla de un modo claro de la presencia del pecado y del hecho de que la imagen de Dios en el hombre no lleva el potencial que llevaba inicialmente.

«Porque está escrito: No hay justo ni aun uno.» (Romanos 3: 1O.) «¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de

manos y puro de corazón ... » (Salmo 24:3-4.)

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El hecho de que todos hayamos pecacado contra Dios es también importante en nuestra

autoestima. La Biblia nos dice que «no tengamos de nosotros un más alto concepto del que debemos tener» (Romanos 12:3), v nos advierte que «Delante del quebrantamiento va la soberbia, y delante de la caída, la altivez de espíritu» (Proverbios 16:18). Estos y otros pasajes exponen nuestra culpa si nos estimamos en exceso, si nos consideramos más importantes que las otras personas del pueblo de Dios. Este orgullo resulta en un falso valor que milita en contra del reconocimiento del verdadero valor de Dios

Algunos maestros y autores indican que el pecado borra todo significado y valor que poseyéramos en el momento de la Creación. Pero no es así. La caída en el pecado destruyó nuestra justicia e hizo imposible que nadie alcanzara los standards de la santidad divina. Pero la falta de justicia es muy diferente de la falta de valor. El pecado ensucia, deforma y, finalmente, mata; pero la imagen de Dios implantada da un significado sostenido al pecador, con su santo potencial.

Los padres cristianos que ayudan a sus hijos a verse como Dios los ve, no esquivarán la responsabilidad de enseñar la diferencia entre lo bueno y lo malo y de corregirlos cuando caen. Al mismo tiempo debemos tener 140

cuidado de considerar la pecaminosidad del niño dentro de los límites de su significación. Muchos padres al hacer énfasis sobre los pecados y fallos de sus hijos, dan la impresión de que su característica básica es el ser malos

El enfoque constante en las maldades hechas por los niños es causa de que repriman su sentido natural de valor, y les conduzca a erigir su autoevaluación sobre una base falsa. Viéndose a sí mismos primariamente como fracasados y pecadores, en vez de verse como portadores de la imagen divina, tienen gran dificultad para aceptar sus atributos y posibilidades positivas. Al faltarles la confianza encuentran que si dicen que tienen valor se hallan en discrepancia con la identidad que ha asumido. Cuando piensan poco de sí mismos, de un modo franco o escondido rebajan a los demás, y esta forma de negativismo se extiende como un incendio. Hemos de aceptar la pecaminosidad de nuestros hijos, pero ésta debe seguir a la comprensión de su significado y valor. La cosa más básica y primordial sobre la naturaleza humana es que es creada a la imagen de Dios. Aunque puede ser deformada seriamente, esta imagen de Dios no es destruidas

El hecho de que Cristo diera su vida por nosotros cuando estábamos hundidos en el pecado muestra nuestro valor y significado. El pecado es mortal, pero es algo extraño a nuestra naturaleza original y sólo un azote temporal. No existía en la naturaleza humana antes de la Caída, y será extirpado al fin de esta vida en todos aquellos que aman a Dios. Entretanto, por más que estemos manchados y mutilados espiritualmente, las criaturas de Dios tenemos significado para El, y esto debemos comunicarlo a nuestros hijos.

El ayudar a los niños a desarrollar su autoestima debe ser considerado como un objetivo aislado o un fin en sí mismo, como en los enfoques humanisticos.

Para el cristiano, la autoestima es una sola parte de la 141

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Lesión total del mundo bíblico, que incluye la actitud recta ante uno mismo ante Dios y ante Dios y ante el prójimo. Esto requiere cuidado y evitar expresiones de acusación, actitudes condenatorias y acciones que impliquen que indiquen desprecio para los otros. El autorrespeto coexiste con una evaluación sana de toda la humanidad. Ingredientes de la autoestima

La Biblia establece la base para un concepto de uno mismo positivo y equilibrado, pero no especifica en detalle los elementos psicológicos. Los psicólogos, sin embargo, están de acuerdo generalmente en que los niños necesitan un sentimiento de seguridad, de valor, de confianza y de pertenecer o ser amados. Como Dios, nuestro Padre Celestial proporciona todas estas cosas a sus hijos, estos cuatro ingredientes de un autoconcepto positivo deberían ser el objetivo de todos los padres. Tratamos de ellos al hablar de las necesidades de los ni-ños, en el capítulo 5, de modo que no volveremos a exponerlos en detalle aquí, excepto para hacer notar que los padres típicos exhiben un cierto número de actitudes, hábitos y pautas de comunicación que tienden a socavar la autoestima de los hijos. Como padres debemos hacer un esfuerzo continuo y concertado de instilar un sentimiento de seguridad, confianza, valor y amor Orgullo, humildad, y autoestima.

Algunos temen fomentar la autoestima de sus hijos por temor de estimular el orgullo, que es un pecado.

Para evitar este problema, hemos de aclarar lo que se debe entender en la definición bíblica de orgullo.

El orgullo pecaminoso implica una triple actitud. La 142

persona orgullosa se siente suficiente con respecto a sí misma. Confía en sus propios méritos y logros y posesiones, haciendo caso omiso de las necesidades de los otros. En cuanto a Dios estas personas muestran arrogancia. Basándose en una estimación exagerada de sus habilidades niegan que tengan necesidad de Dios. Para ellos Dios es como una muletilla para la gente débil. Hacia los otros, lo que sienten es desprecio o indiferencia: los otros son como si no existieran.

En el Nuevo Testamento el concepto «orgulloso» significa literalmente «elevado, altivo». Sugiere el tener una opinión hinchada de uno mismo, como un globo lleno de aire. Este orgullo no da como resultado la aprobación o satisfacción que siente una persona cuando tiene un sentido de identidad positivo. La humildad no excluye el respeto y la

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estima de uno mismo; pide simplemente que valoremos a los otros de la misma manera que nos estimamos a nosotros mismos. Es por esto que Cristo dijo: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Marcos 12:31).

que el pecado del orgullo es totalmente diferente de la autoaceptación, la humildad es completamente distinta de la autoestimación rebajada. La humildad no es inferioridad, ni estimación rebajada de nuestras habilidades, ni odio a uno mismo. Pablo nos da un modelo:

«Haya, pues, entre vosotros, los mismos sentimientos que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no considero el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y hallado en su porte exterior como hombre, se humilló a sí mismo, al hacerse obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.

Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo su-

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mo, y le otorgó el nombre que sobre todo nombre.

(Filipenses 2:5-9.)

Antes, en Filipenses 2, Pablo intima a la iglesia a que se mantenga unida, y advierte a los filipenses sobre los peligros del orgullo pecaminoso. Habla primero de: 1) tener un mismo sentir, 2) tener el mismo amor, y 3) estar unánimes, sintiendo una misma cosa. Luego

menciona las actitudes que pueden destruir esta unida: la rivalidad y La vanagloria. Pablo escribe: «En humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a sí mismo» (v. 2)

Luego, en el pasaje antes citado, Pablo explica en qué consiste esta humildad, Este pasaje nos da cuatro aspectos de la humildad de Cristo:

1. Tenía una elevada posición. 2. Tomó una posición baja, en servicio, pero alta en valor. 3. Fue obediente hasta la muerte. 4. Fue exaltado después de su muerte.

Este, dice Pablo, es nuestro ejemplo de humildad. Notemos la ausencia de sentimientos de inferioridad o de afirmaciones de autodesprecio. Cristo, sin duda, no se veía como inferior o sin valor a la vista de los otros hombres. Conocía su valor, su identidad. Tenía una identidad firme, así que no tenía que ir ostentando su fuerza; se sentía libre para poner a un lado sus prerrogativas en beneficio de los demás. La esencia de su humildad reside en este punto. Aunque era Dios, Cristo se humilló voluntariamente, se hizo siervo, obedeció al Padre en todos los aspectos de su vida terrena. Nuestra humildad debe resultar en lo mismo. De hecho. hay algunas semejanzas sorprendentes. Notemos que nosotros, como Cristo

1. Tenemos una elevada posición como hijos de Dios y portadores de su imagen;

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2. Podemos tomar una posición baja en servicio, pero alta en valor; 3. Podemos ser obedientes a Dios hasta la muerte; 4. Seremos exaltados después de la muerte pues reinaremos con Cristo para siempre. Cuando Pablo nos dice que nos estimemos a nosotros mismos por debajo de los otros,

no estaba atacando nuestro valor ni nos asignaba a la inferioridad. En vez de esto, estaba diciendo que como personas con una identidad segura, podemos enfocar nuestros pensamientos en las necesidades de los otros; podemos ministrar a otros.

La humildad bíblica implica una evaluación realista de nosotros mismos y de nuestra habilidad (Romanos 12:3), reconociendo nuestra necesidad de Dios (Deuteronomio 8), y el estar dispuestos a servir (Lucas 22:25, 26). No hay ningún ejemplo de que la humildad bíblica esté asociada con el desprecio de uno mismo o un concepto propio inadecuado.

Al enseñar a los niños a respetar a los otros –sin rebajarse a ellos mismos-, a llevar

su parte en la responsabilidad, a ayudar a otros voluntariamente y a reconocer su necesidad personal de Dios, les entrenarnos en aspectos de la humildad. Y cuando servimos a las necesidades nuestros hijos generosamente estamos dando el ejemplo de humildad que Pablo decía a la iglesia que debía ejercer. Esta humildad es un rasgo de madurez espiritual y una expresión sana psicológicamente que brota de una identidad positiva.

Edificando la autoestima

Como el propósito primario de este libro es investigar las pautas bíblicas para la crianza de los hijos, no vamos a proveer un estudio a fondo de los métodos. de edificar la autoestima del niño. Podemos, sin embargo,

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enumerar brevemente una guía, para los padres interesados:

1. Pasar tiempo con ellos, de modo mutuamente agradable. 2. Elogiar con ellos con sinceridad todo lo que sea digno de alabanza. 3. Evaluar las ideas y emociones del niño. 4. Corregir con amor. 5. Comunicar respeto. 6. Limitar las criticas. 7. No usar el sentimiento de culpa como motivación. 8. No rebajar el carácter del niño. 9. Animar y apoyar. 10. Evitar el exceso de protección.

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Comunicar al niño el alto valor que dios le concede. Estas directrices para la práctica diaria producirán profundos sentimientos de amor y respeto y valor personal en los niños y les acercarán y dirigirán a una perspectiva bíblica de sí mismos, de Dios y del prójimo. 146

LAS COMUNICACIONES: PUENTES Y BARRERAS

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Las buenas comunicaciones son fundamentales en todas las áreas de la crianza de los hijos. Sin comunicaciones no podemos transmitir amor a los niños. Sin comunicaciones instruimos y disciplinamos de modo defectuoso. Y sin comunicaciones los niños se pierden los conceptos bíblicos de su noble identidad y de su relación potencial con Dios

La mayoría damos por sentado que el proceso de comunicaciones funciona bien, hasta que empiezan los cortocircuitos y las explosiones. A veces, las pautas de comunicación, aunque sean defectuosas, pueden dar resultados tolerables, por más que aparezcan chispas de vez en cuando, pero el corte o fallo latente se hace visible cuando hay erupciones de ira y mal genio, rebeldía los ánimos se enconan en un silencio despreciativo

Al tratar de esta red de relaciones, usaremos como fuente de información principalmente la sabiduría encerrada en el libro de los Proverbios. Empezaremos con cuatro elementos positivos de la comunicación efectiva -cuatro actitudes que edifican puentes entre nosotros y los hijos, y luego consideraremos las actitudes y acciones que minan las comunicaciones fructíferas. Al es-

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bozar esta pauta bíblica no presentaremos un tratado de métodos y pautas de comunicación, como se encuentra en volúmenes especializados sobre el tema. Nuestro propósito aquí es dar una amplia perspectiva- El arte, de escuchar El principio de una comunicación efectiva es el arte de escuchar. Quizá más que ningún otro factor, el escuchar es la clave para mantener abiertos los cauces de comprensión con nuestros hijos. A menos que nuestros hijos sepan que les escuchamos, se abstendrán comunicarnos lo que piensan. Hablan «a nosotros» pero no hablan «con nosotros». La tendencia universal de las personas es a hablar, no a escuchar. Todos queremos decir cosas a los otros especialmente a nuestros hijos-. Parapetados en nuestro conocimiento, experiencia o autoridad

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creemos que podemos ayudar a nuestros hijos más contándoles algo o instruyéndoles. El contar algo tiene ciertamente su valor, pero el escuchar es la clave. Cuando nosotros escuchamos conseguimos que nos escuchen. Los Proverbios dicen: «Responder antes de haber escuchado, es fatuidad y oprobio.» (Proverbios 18:13.) Y Santiago escribe:

«Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse.»

(Santiago 1: 19.) Cuando nuestros hijos vienen a la casa de la escuela trastornados, cuando «olvidan» de hacer sus faenas asignadas, cuando están inquietos y respondones, y cuan- 148 do se niegan por completo a cooperar en nada, nuestro impulso natural es desafiarlos o castigarlos. Pero, nuestras palabras generalmente fallan para resolver el problema real. En períodos de tensión así como en momentos de calma, los niños desean 'que se les escuche. Los padres que pueden dominar su impulso de «enderezar» al hijo al momento, sin ni aun escuchar todo lo que tiene para decirles, serán recompensados en abundancia por la espera. Empatía Muy próxima a la habilidad de escuchar está la de ver las cosas desde la perspectiva del niño. Una oración de los indios americanos dice: «Ayúdame a no criticar a mí hermano hasta que haya andado una milla en sus mocasines». Desde el arañazo en el dedo de un niño de tres años a la desolación profunda del adolescente que ve su noviazgo roto, los padres deben tratar de ponerse en el lugar del hijo. Necesitamos recordar lo difícil que es el mundo de los niños si hemos de entender y llevar nuestra parte de sus luchas. Puede que pensemos en la infancia como un período para jugar y divertirse, pero, las nuevas experiencias y las expectativas crecientes, que pueden ser cumplidas o no, son mucho más que mero juego. Los niños deben aguantar el rechazo de sus compañeros. Puede que tengan maestros criticones y con poco tacto. Deben aprender a pasar horas de aburrimiento ansiedad sobre problemas sexuales y un montón de asuntos erizados de dificultades. Los padres que quieren comunicarse a fondo con sus hijos deben tomar todas estas situaciones seriamente. Deben tratar de colocarse en la situación del hijo y ver las cosas desde su perspectiva. Como Jesús, son capaces de «compadecerse de las debilidades del hijo» (véase Hebreos 4:11)

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La capacidad de ver las cosas como el hijo y comprender su vida interior ha sido ejemplificada de modo hermoso por Dios. La Escritura nos dice que el Espíritu Santo nos ayuda en nuestras debilidades, intercediendo por nosotros «con gemidos indecibles» (Romanos 8:26). Dios conoce nuestras necesidades incluso antes que se las manifestemos (Mateo 6:8). Y la voluntad de Cristo de renunciar a su posición en el cielo para andar entre los hombres demuestra su total identificación con nuestras luchas. Cristo no sentó cátedra, e hizo discursos, no nos amenazó o nos condeno. Tomo nuestra semejanza (Romanos 8:5) sufrió nuestras tentaciones (Hebreos 4:15), y personalmente experimentó nuestros dolores (Isaías 53:3-5).

Cristo puede identificarse profundamente con nuestras luchas porque las pasó. De modo semejante, los padres cristianos están llamados a identificarse con los sufrimientos y las luchas de los hijos. Necesitan entrar en duelos, confusión y penas. Necesitan también la experiencia de sus gozos y entusiasmos. Cuando esta compenetración se desarrolla no es probable que aparezcan serios problemas que vengan a hacer zozobrar la relación. Palabras oportunas

«El hombre halla alegría en la respuesta de su boca; y la palabra a su tiempo, ¡cuán buena es!»

(Proverbios 15:23.)

«El corazón del justo piensa para responder mas la boca de los impíos derrama malas cosas. »

(Proverbios 15:28.) «¿Has visto a un hombre ligero en sus palabras? Más esperanza hay del necio que

de él.» (Proverbios 29:20.)

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