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8/6/2019 Gaceta del Centenario n 28 - 10 Enero de 2002
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externo, que, a lo ms, puede darnos productos, resultados ordenados de una vida. En
efecto, urge hacerse radical problema de su sentido: descubrir cul fue la intencin que dio
unidad a su vida, vivir su dramtico problema de hacerse como l se quera y no otro,
adivinando y trayendo hasta nosotros la lucha interna por conseguir su autenticidad. En una
palabra, intentar reconstruir su proceso creador desde dentro. Porque, quin fue Jos
Antonio? Esta es la cuestin a la que es preciso dar respuesta.
No es sta una tarea fcil. A la dificultad misma del propsito en s se aaden dificultades dedos rdenes distintos: por una parte, la deformacin actual de Jos Antonio; por otra, la falta
de estudios serios sobre su pensamiento. As, si cada da crecen las dificultades para tratar con
decoro de dar razn de Jos Antonio, ms crece an la urgencia de tener que intentarlo. Sea
sta la nica disculpa del atrevimiento, aun a riesgo de equivocarnos. Y esta equivocacin es
muy posible en efecto, porque en el intento nos encontramos radicalmente solos frente a Jos
Antonio. Mejor dicho, frente a sus escritos y discursos, sin ms que unas escassimas
referencias biogrficas y unos insuficientes estudios, que es todo lo que conocemos de l. Y
por aqu tenemos que empezar.
III
Casi todo lo dicho sobre Jos Antonio es obra de la propaganda, en su ms despectivo
significado. Y el resultado, el tpico. La propaganda, en efecto, es un instrumento dotado, en
la mayora de los casos, de una maravillosa virtud: lograr lo opuesto a lo debido. En esta
ocasin ha conseguido, efectivamente, todo lo contrario de lo que deba proponerse -si alguna
vez se lo propuso en serio-: el pueblo espaol ignora en absoluto a Jos Antonio. Ni siquiera
tiene de l un conocimiento anecdtico. Si hemos hablado antes de deformaciones de Jos
Antonio, sta es la primera que es menester sealar. La propaganda ha deformado torpemente
a Jos Antonio, maltratndolo, haciendo uso disparatado -inoportuno muchas veces,
inmoderado siempre y algunas veces desleal- de sus textos. Incluso estos han sido utilizados
para justificar -en algunas ocasiones en que interesaba una justificacinnacionalsindicalista- decisiones estatales totalmente ajenas al pensamiento del Fundador.
De aqu el Jos Antonio tpico, lugar comn, canto rodado sin aristas, figura sin contornos
delimitados. Este Jos Antonio, totalmente carente de rigor formal y antihistrico, es el que
vive -en el mejor de los casos- en nuestro pueblo, cuando no le ignora en absoluto. Ya es
bastante error haber reducido su inmensa y gigantesca figura a firmante de la publicidad del
rgimen.
IV
Los intelectuales pudieron haber evitado esto. Pero no han querido o no han sabido hacerlo. Lo cierto es que, lanzado el tpico,
ellos dejaron el campo libre a la propaganda inmediatamente, para no confundirse con ella, se callaron con ese gesto desdeoso
que siempre tienen para todo lo que es lugar comn. Y esta desercin de la inteligencia es menester denunciarla. Existe unagravsima conspiracin de silencio en torno a Jos Antonio por parte de los intelectuales espaoles, que no han dado -despus de
casi quince aos- ni un solo libro.
En esa conspiracin se ha llegado a extremos ridculos. En octubre pasado, por ejemplo, se
celebr en Madrid un congreso internacional de intelectuales. La postura mantenida en el
mismo por la mayor parte de la representacin espaola fue casi siempre puramente
joseantoniana, pero no se reconoci pblicamente dicha filiacin. Tuvieron que ser los
intelectuales franceses, Henri Massis y Gustave Thibon, los que citaran por su nombre a quien
haba forjado un pensamiento que inform la mayora de los debates. Recientemente un ilustre
autor habla del hombre como soporte de los valores eternos y desarrolla una teora de la
nacin que nos es conocida. Pues bien, un especial pudor ha vedado la cita. Ms an, lamxima revista doctrinal de la Falange, en la larga serie de tomos publicados, no ha dedicado
nada ms que un solo trabajo al pensamiento de Jos Antonio. Este silencio no tiene
justificacin. Ya no se puede hablar de falta de perspectiva. Desde 1945 estamos lo
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suficientemente solos en el mundo como para que nada estorbe la vista, aunque s -a lo que
parece- el pulso. Y esto es gravsimo. Porque un movimiento revolucionario es algo ms
complicado que una tctica para la conquista del poder y su conservacin. Un movimiento
revolucionario es algo ms que un problema militar. Es, ante todo, un movimiento ideolgico,
un movimiento intelectual. Y dnde est hoy nuestro pensamiento? Exactamente donde lo
dej Jos Antonio hace casi quince aos. Esto se llama congelacin de una doctrina. No se ha
proyectado el pensamiento de Jos Antonio hasta hoy. No se ha querido ver que muchosproblemas nacionales son nuevos o estn planteados de muy distinta manera que entonces. No
se ha sabido comprender -o no se han tenido fuerzas para remediarlo- que ese pensamiento sin
desarrollo y sin explicacin, si no es punto de partida de una escuela intelectual que dota de
contenido a la revolucin, desaparecer del campo de la eficacia para transformarse en un
autntico fsil terico.
No es preciso insistir mucho ms. Cuando el joven falangista se aproxima al pensamiento de
Jos Antonio, contrae muy pocas deudas. A Arrese, Conde, Del Moral, Del Real, Fernndez-
Cuesta, Lan y Tovar debemos algunos trabajos serios. A Agustn del Ro y a Torrente
Ballester, las ediciones. A Garca Escudero, un constante recuerdo en la prensa y una valientevaloracin en su ltimo libro. Nada ms. Cmo nos avergonzamos, cuando tuvo que
reconocerlo as Antonio Valencia hace muy pocas semanas enArriba!
Y es esto suficiente? De ninguna manera: slo aspectos muy parciales han quedado as
estudiados: estado, representacin, nacin patria, hombre e imperio..., y no de una manera
decidida, sino, la mayora de las veces, ocasionalmente.
He aqu una implacable realidad bien dolorosa. Esto constituye una autntica desercin, slo
explicable por una inmensa cobarda o por una total miopa para el valor ms lleno de
incentivos intelectuales de nuestra poca. Triste es tener que hablar as.
As, pues, nos encontramos radicalmente solos. Cuando un joven falangista pasa revista a
aquellos a quienes debe su formacin, en sus labios apenas pueden aparecer otros nombres
que los de camaradas de su propia generacin.
V
Por esto fue fatal la otra deformacin: el mito. Yo s que es muy desagradable hablar de la
soga en casa del ahorcado, pero es menester sealar este otro error para terminar con l para
siempre. Jos Antonio, tpico en el pueblo, vergenza en los intelectuales, se hizo mito en
nosotros por obra de nuestro pensamiento. Porque no fue amor, no; que el amor jams
hieratiza.
Seamos valientes y reconozcmoslo. La ms importante realidad de Espaa es su juventud. Elms valioso tesoro de esa juventud, Jos Antonio. Pues bien, Jos Antonio vive en esa
juventud, pero no como deba vivir, sino deformado. Vive hecho mito, y esto supone que la
idea nacional de revolucin que Jos Antonio cre se ha desorbitado, fundndola en valores
irracionales, llevndola ms all de la creencia, donde se debi detener. Y as, el creer, creer,
creer... no ha dejado sitio al entender.No nos arrepentimos de ello. La juventud forj el mito de Jos Antonio porque lo necesita. Y de esa necesidad no es, por cierto,
responsable. El mito aparece fatalmente tras las catstrofes como tablas histricas donde clavar el alma para evitar el naufragio.
Y los hombres de nuestra edad que vivimos en un invernadero, del cual la salida nos fue a todos fatal. Evidentemente, lo que
exista fuera del marco de nuestras centurias no era lo soado. El divorcio entre la realidad y el anhelo era poco menos que
radical. Habamos soado que al comps de nuestro crecimiento interior todo creca por igual en todas partes, y no fue as. Por
ello, la historia de nuestro despertar es la historia de una cruel decepcin. Entonces dijimos con el poeta:En tu propio solar quedaste fuera, del orbe de tus sueos hacen criba.
Y llegamos al mito porque necesitamos salvarnos a nosotros mismos y a nosotros con l. Con
l, en cuyas estupendas y ejemplares dotes de barn habamos reasumido el propio sueo de
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nosotros mismos. Con l, arquetipo de millares y millares de adolescentes, que, sobre la ancha
geografa espaola, quisimos vivir como l vivi, haciendo frtiles y fecundas nuestras horas
en este ejercicio de amor.
Y de ese amor, burlado, naci nuestro resentimiento. Volcamos toda nuestra desesperacin
sobre nuestra propia alma, he dicho en otros sitio: nos hicimos amargos y rebeldes, tristes y
tremendistas, y sobre el poso de rencor, de angustia, de soledad que llenaba nuestro corazn,
hicimos cada vez ms grande, ms gigantesca, ms enorme, ms perfecta la figura delFundador. Muchos de nosotros nos hemos clavado en torno a su tumba pidindole una
palabra, una orden, un consejo que nunca lleg. Porque a fuerza de cargar en l todas las
virtudes de que no ramos capaces, a fuerza de cargar en l todo el pensamiento y toda la
verdad, nos fuimos quedando secos, vacos, fros, solos... Adorbamos un mito. As nos
cremos ms fieles. Sea sta nuestra disculpa.
Deformada la figura de Jos Antonio en el espejo histrico de nuestro resentimiento frente al
engao, le dimos rigidez de estatua, privndole de su estupenda humanidad, que lleg a
parecernos un defecto. Tan gigantescamente perfecta la figura de Jos Antonio no caba en
nuestra intimidad.
VI
La deformacin ha sido llevada a sus ltimas consecuencias. Tallado en granito, alejado de
nuestro corazn para desplazarle a ese mundo lejano donde los dioses paganos son
inaccesibles a los mortales, slo le invocamos para el castigo y maldicin de quienes le haban
traicionado. Fue estupefaciente de nuestra voluntad y no verdadero norte de ella, pues por
ideal inalcanzable fue disculpa de todas nuestras ntimas debilidades. Sobre nuestro corazn le
izamos para que no le manchara el cieno de Espaa, pero no lo hicimos por amor, sino por
rabia, por desesperacin, por rencor. A la postre, no slo le deshumanizamos a l, nos
deshumanizamos a nosotros mismos y nos encontramos, de golpe, dentro de una vivencia
poltica, pseudoreligiosa, de tipo netamente marxista: un profeta, un libro, una liturgia y undogma.
VII
Ahora ya sabemos que ese Jos Antonio monumental y externo, y ciclpeamente perfecto, no
nos sirve. Sabemos tambin que no sirve de nada, que es falso y autnticamente inmoral
disparar sus consignas como piedras de ro en la honda de nuestro rencor contra las frentes de
nuestros enemigos. Sabemos que a solas con nosotros mismos estamos ms solos que nunca,
porque hemos perdido a Jos Antonio. Ocasin es de encontrar, de buscar, de descubrir ese
Jos Antonio que casi quince aos de propaganda, de silencio y de ignorancia nos han
escondido. Ya es posible la tarea. Costoso y largo camino nos ha llevado hasta ella. Peroantes, una advertencia ms: desterremos de nuestras filas al integrista y al beato. A los que
creen que la fidelidad a Jos Antonio est en la repeticin constante y uniforme de lo que nos
dijo; a los que creen que es irreverencia o frivolidad intentar interpretarle, a los que creen que
pedir la actualizacin de Jos Antonio es un crimen de traicin.