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P)lR..4 J1CJ1B11r-.·=CON LA POSMODERNTnA n
LA CONDICION
POSMODERNA
Reflexiones a partir de Lyotard
Eugenio Femández G.
N o es bueno tener un nombre sonado,menos aún si es prematuro. Los nombres deben hablar bajo y saber esperar,como los epitafios. Cuando se adelan
tan, anticipan la muerte y traen su olor característico, aunque la oculten bajo la forma, aparentemente contraria, de la juventud y el crecimiento vertiginoso. En efecto, tiende a adquirir tal volumen que terminan por ocupar el lugar de los acontecimientos que pretendían nombrar, los suplantan, los hacen innecesarios, banales, molestos incluso. A juicio de muchos algo de eso está pasando con la posmodernidad: mucho ruido y pocas nueces, un gran rótulo para disimular un vacío. Se habla tanto de ella, suena tan bien y viste tanto que no hace falta pensar en su significación.
Jean-Fran9ois Lyotard tiene buena parte en ello por obra y gracia del título de uno de sus libros, precisamente el de estilo más moderno: La condición postmoderna (l). Título desproporcionado al contenido, tal vez oportunista, y deliberadamente provocativo, que ha resultado ser denominador común de un conjunto disperso de vivencias, ideas, deseos que por su amplitud e intensidad parecen configurar una situación histórica; y que ha tenido el acierto de poner de relieve que se trata de una condición, es decir, de una posibilidad de ser y no de una ocurrencia caprichosa. En qué consiste esa condición, o qué sea lo posmoderno son ya cuestiones más difíciles de responder aunque sea sólo de forma fragmentaria (2). Lyotard lo ha intentado con decisión e insistencia aunque no siempre haya logrado superar la ambigüedad y a veces haya pagado tributo a lo llamativo y cotizado, y haya prestado menos atención a las dimensiones más hondas.
1) DE LAS VARIAS SIGNIFICACIONES YPARADOJAS DE UN «POS»
La noción de posmodernidad es imprecisa y oscura. lSe refiere a la moda estética e intelectual de los últimos años, al último episodio en la serie de las vanguardias, surgido de la conmoción de 1968 y la crisis económica, o comprende toda una época caracterizada por la sociedad posindustrial y la mentalidad posmetafísica, destinada a continuar la serie antigua, media, moderna ... ? lHa comenzado en los años 70, en las primeras décadas del siglo con la quiebra del
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Jean-Fran�ois Lyotard.
modernismo, o quizá ya en pleno siglo XIX? lSon sus protagonistas Andy Warhol, J. L. Godard y los nuevos filósofos; o Picasso, Joyce, Schonberg, Adorno, Wittgenstein; o tal vez Nietzsche, Baudelaire, Freud y Heidegger? lAsistimos con ella al fin de la modernidad iniciada en el Renacimiento, o quizá al fin de la cultura occidental inaugurada por Sócrates y Platón; tal vez incluso al fin de la tradición iluminista y racionalizadora que arranca de los mitos griegos y hebreos? Demasiados interrogantes para una entidad tan indefinida y tal vez inexistente.
El término no aclara mucho. A primera vista parece designar un fenómeno epigonal sin más
determinación que su posposición a la modernidad. Posmodernidad trae resonancias crepusculares aunque algunos la presenten como «filosofía de la mañana» tomando la expresión de Nietzsche. A pesar de la imagen lúdica que intenta dar de sí misma, induce a pensar en un estado de conciencia, surgido de la descomposición de la modernidad, muy a tono con este fin de siglo, acentuado por el trauma de la omnipresente crisis. En consecuencia la posmodernidad podría muy bien ser una situación coyuntural, reactiva y marginal adornada por un subproducto ideológico, retórico y decadente, fruto de la misma crisis. Esa es al menos la opinión de quienes, sospechosamente satisfechos, dan por concluido el asunto sin prestarle más atención.
No están lejos de ellos quienes conciben la posmodernidad como última moda estética. A su juicio todo lo que hay que hacer es tomar no-
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ta y, si apetece, seguir el juego, pues se trata de un fenómeno trivial y efímero. Razones no les faltan. En efecto, es fácil advertir que hay mucha ganga en esto de la posmodernidad; y, además, la rapidez con que la sensibilidad, gustos y estilo posmodernos han pasado a nutrir el mundo de la publicidad y la moda, refuerza la sospecha de que se trata de un recambio inventado por las exigencias del mercado (3). Otros, más positivos, prefieren tomarla como dieta cultural rejuvenecedora y de digestión ligera que, además, tiene el atractivo de los sabores nuevos, originales, alejados ya de los viejos y pesados gustos modernos. Lo malo es que en esa papilla se mezclan elementos tan incompatibles e indigestos como el radicalismo crítico, la transvánguardia, los nuevos filósofos y la derecha ácrata.
Personajes como Jürgen Habermas se han sentido incitados a salir al paso de tanta confusión y falta de seriedad, para poner de relieve que la pretensión de superar la modernidad simplificándola, olvidando sus objetivos y adoptando una posición fundamentalista e ingenua, termina convirtiéndose, por una especie de venganza de ese rechazo maniqueo, en coartada para el neoconservadurismo. Como si fuera un complejo edípico mal resuelto, la posmodernidad se convierte en premodernidad y nuevo oscurantismo, con la diferencia de que su desencanto ya no es capaz de alumbrar una nueva ilustración y un sueño de libertad (4). Su críticase descalifica a sí misma en buena medida por indiscriminada, defensiva y torpemente moderna, pero señala un problema real y desenmascara una concepción frívola de la posmodernidad. Si, en efecto, dentro de ese marco se mezclan y conviven a gusto neoconservadores y radicales, nostálgicos e hipervanguardistas, cabe pensar que no pasa de ser un fenómeno superficial y teatral en sus gestos pero inofensivo y bien acomodado. Dicho con la fórmula del humorista Máximo: neoderecha ± postizquierda = ialternativa simultanea! Hay buenos motivos para pensar que ella misma es un producto desechable para usar y tirar. Intentando describir como se sienten muchos hombres actuales, Baudrillard ha escrito: «Ya no formamos parte del drama de la alienación» sino del espectáculo, vivimos en el éxtasis, la fascinación, el vértigo y el delirio de la comunicación (5). Con el éxtasis desaparecen la pasión y la acción; la mitología de Prometeo es sustituida por las seductoras ilusiones de Narciso: «No es tiempo de revoluciones pero en vez de cambiar el mundo podemos hacer bricolage con las cosas», se repite mientras se calla que la complaciente banalidad es la forma más eficaz de contrarrevolución.
Saliendo al paso tanto de la descalificación como de la evasión, Lyotard afirma: 1. º) Que ni la modernidad ha concluido ni su proyecto se ha cumplido satisfactoriamente; y que eso a la vez que un fracaso es una suerte porque el proyecto era, en parte, engañoso e indeseable. 2. º) Que la
PiiR;¡ lle;¡ R,.,..",nJ(corv
LA POSMODERNTnA n
posmodernidad no es en sí misma cómplice del neoconservadurismo, sino que la justicia junto con el capitalismo, el Estado y el poder son para ella asuntos fundamentales, tanto que no pretende solucionarlos mediante el consenso, el pacto o el equilibrio. 3.º) Que la posmodernidad, consciente de que nada muere de esa enfermedad leve que es la crítica, no se limita a criticar las limitaciones de la modernidad sino que la desborda y desde principios nuevos hace propuestas radicales (6). Estas tres afirmaciones marcan el umbral a partir del cual merece la pena hablar de posmodernidad.
El planteamiento de Lyotard implica ante todo una valoración positiva de la posmodernidad como nueva sensibilidad y estilo, incluso como moda y movida, con tal que se reconozca a estas toda su entidad. Conviene recordar que desde los años 50 y 60, en el campo de la arquitectura y la crítica literaria especialmente, se viene hablando de posmodernidad para nombrar la estética naciente. En ella se incluyen obras llenas de vigor, como las de Borges o Italo Calvino, con resonancia amplia y duradera, llenas de imaginación, capaces de inventar mundos y que, lejos de resultar paralizantes, están siendo factores de movilización y búsqueda de alternativas. Una vez más la estética se comporta como la zona más sensible y el taller capaz de forjar los conceptos más discriminantes y portadores de futuro (7).
Es significativo que esta nueva estética haya sido denominada por algunos transvanguardia, pues con ese nombre desvelan la paradoja que le es inherente: Se concibe como experiencia nueva que va más allá que las anteriores y, a la vez, es consciente de que creer que lo último, lo vanguardista, es lo más válido responde a un criterio del pasado, moderno y deudor de las nociones de tiempo lineal y progreso. Y con la estética la posmodernidad entera descubre, al intentar definirse, su paradoja constitutiva: Se presenta como lo nuevo que s:upera a la modernidad, pero quiere escapar precisamente a la lógica de la renovación y la sucesión de épocas, que pretende lavar cada poco la cara de la historia y reavivar la fe en sus promesas. Esa lógica a la vez que necesita la novedad y la diferencia las asimila y devalúa en beneficio de la continuidad de lo existente, es decir, de lo real frente a lo posible. Mirándola desde este ángulo es fácil descubrir que la paradoja de la posmodernidad encierra una buena dosis de sabiduría: Como situación histórica le es inevitable definirse en relación con sus antecedentes y su pasado, pero sobre todo necesita identificarse positivamente por lo que puede y quiere ser.
En virtud de esa condición bifronte, la posmodernidad tiene que inventar su identidad en conflicto con la modernidad. Que esa pugna no es original y suena a las viejas disputas entre antiguos y modernos, reiteradas en las épocas de transición, como recuerda con toda intención
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Habermas (8), significa que la posmodernidad es una entidad histórica tan equívoca como lo fue la modernidad. Como antes también ahora a lo nuevo le toca, de entrada, la peor parte; es obligado a identificarse de forma negativa y a contrapelo. Pero a eso se añade un agravante: La modernidad, en su afán de dominio y asimilación, cree que sus criterios son indefinidamente válidos, de modo que todo lo nuevo le pertenece y no es más que la superación de sí misma. De esa manera, al amparo de las ideas de reforma y evolución, tiende una trampa que consiste en diluir lo posmoderno en el perfeccionamiento de la modernidad. Integrado en la dinámica de la transformación y el cambio, lo nuevo se convierte en legitimador de lo antiguo, lo hace clásico, lo perpetúa, le permite seguir vigente. Como se observa en la historia del arte, una obra no llega a ser moderna sin ser antes «posmoderna» (9). A su vez y en virtud de esa anticipación, lo nuevo se legitima como paso adelante en el despliegue de la historia. La modernidad ha tenido la astucia de hacer de sus crisis momentos fuertes en los que se refundamenta y sobrevive a sí misma. Ha previsto y diseñado incluso su superación. Por eso no puede haber
Pablo Picasso
PARA ACABAR CONLA POSMODERNrn.11 n
posmodernidad real, capaz de instaurar algo que merezca nombre propio y diferenciado, sin rupturas, sin quiebra de la historia y del modo de legitimación, sin exceso y aventura (10). Lo cual no significa que la posmodernidad carezca de genealogía y exista sin razón de ser, por casualidad. Al contrario, conviene insistir en que se trata de una condición, un modo de sentir, desear, pensar, vivir. .. del que somos.
La posmodernidad es el fin de la modernidad, su resultado, es decir, aquello a lo que tendía y aquello en lo que acaba. El hecho de que sea repudiada como hija ilegítima no hace más que reafirmar su condición de hija natural. Es sabido que la actual sociedad posindustrial, informatizada, versátil, adaptada a la velocidad de circulación del dinero y de los mensajes o valores, permisiva, etc., es fruto de la ciencia, la técnica y la emancipación modernas. Y ello significa, en primer término, que sin las realizaciones e ideales de la modernidad no sería posible ni tendría sentido la posmodernidad, o, dicho de otro modo, que no se puede ser posmoderno sin haber sido decididamente moderno. Ahora bien, la modernidad lúdica y autocrítica ha hecho una experiencia compleja de sí misma, que le permite reconocer en su historia caminos divergentes, fuerzas opuestas, y descubrir que sus ideales, en parte insatisfechos, son además, en algunos casos, traicioneros. Hay muchos aspectos de la modernidad y el progreso que ya no nos parecen luminosos y emancipadores sino irracionales, inhumanos y aniquiladores. Justamente por eso la conciencia crítica moderna puede vislumbrar que su salida se orienta hacia la posmodernidad y no hacia la hipermodernidad o prolongación exacerbada de sí misma. La posmodernidad no es una época más, sino memoria, reinterpretación, reelaboración, asunción crítica de la modernidad y no sólo su albacea testamentario (10 bis). Es, sobre todo, un acontecimiento presente que permite transformar el pasado y un futuro anterior por cuanto viene de lejos y preñado de promesas.
Sería ingenuo creer que el problema de la modernidad está en sus excesos o extralimitaciones ( destrucción nuclear, control social, despersonalización ... ) y que para solucionarlo bastaría moderarlas, mantenerlas bajo control y, en el último extremo, reorientadas. Como muy bien comprendió Heidegger, la modernidad es un conjunto estructurado, un sistema, una unidad de destino (Ge-stell); y ante eso las operaciones de reconversión son insignificantes e inútiles, porque su consistencia es óntica, radica en el modo de concebir la realidad y en las consiguientes actitudes ante ella (11). Es la modernidad misma con sus características esenciales la que está en cuestión: Su concepción de la realidad como sistema sustantivo, jerárquicamente ordenado y totalizable de entes; su pensar de la identidad; su concepción de la verdad como adecuación y obligación de veracidad, y del sa-
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ber como justificación o legitimación; su reducción de la razón a instrumento y de la ilustración a programa disciplinario; su interpretación de la actividad humana como tarea, piadosa o prometeica, de salvación; su utilización del miedo y la esperanza y su desconfianza en el gozo; su olvido de los símbolos, la imaginación y el humor; su concepción finalista de la historia encaminada a converger en un punto absoluto; su política del poder y no de la potencia ... Y está en cuestión no porque a alguien ahora se le ocurra caprichosamente rechazarlo todo, sino porque ella misma viene experimentando quiebras sucesivas de sus dimensiones básicas: Crisis de la representación y la imagen del mundo; crisis de los grandes relatos legitimadores y del proyecto revolucionario; crisis del sujeto; muerte de Dios. Nietzsche, Heidegger, Adorno, Foucault... han sido testigos clarividentes de esos procesos.
Es sintomático que se atribuyan a la posmodernidad gustos necrófilos o decadentes y se la tome por una especie de neoromanticismo nostálgico, débil y recreador de fantasmas fúnebres. La verdad es que ni quiere serlo, ni el contexto desafiante en el que nace se lo permite. Esos aires de destrucción y agotamiento vienen de otra parte, de las contradicciones internas de la modernidad precisamente. En efecto, hay una autodestrucción incesante en la ilustración que se convierte a sí misma en mito o en ideología totalizante y, en su afán de liberar, vigila, administra, nivela, ritualiza, rechaza lo sorprendente, protege y termina por tejer una trama de enceguecimiento, como Edipo. Y como Odisea consigue progresar indefinidamente en el viaje a la busca de su identidad y reunir la infinitud dispersa de su mundo, a costa de atarse al mástil y taponar los oídos de sus remeros para que, trabajando duramente, ni él ni ellos pudieran ceder a los encantos de las sirenas (12). La misma modernidad capaz de producir un desarrollo y bienestar sorprendentes, capaz de potenciar la crítica de las ideologías y las rebeliones contra cualquier tipo de dominación, acentúa y perfecciona la alienación hasta convertirse en caricatura de la revolución tantas veces anunciadas y otras tantas desactivadas. La modernidad padece una enfermedad autoinmune; la mata su propio crecimiento, su afán de realización. Nietzsche llamaba a esa enfermedad «nihilismo reactivo» y con buen ojo clínico descubría sus síntomas precisamente en la voluntad de orden, de dominio, de superación ascética. En opinión de Lyotard el capitalismo liquida todo lo que la humanidad tenía por más noble; a nosotros nos corresponde hacer esa liquidación aún más líquida (13).
La posmodernidad intenta aprender bien esa lección sangrienta, pero no vive a expensas de ella, no se alimenta de la descomposición de un cadáver, no es saprófita ni parásita. De la modernidad prefiere tomar otras claves: la ironía y el humor afilados, desarticuladores, disolventes de pequeños fetiches y grandes absolutos; la imagi-
PAR.A l!.ClJ.B.A.R CON LA POSMODERNm.11 n
nación y la intuición capaces de construir mundos sin rectificarlos; los deseos espontáneos, plurales, insobornables, capaces de disfrutar y resistir. Por eso no es casual que nos sintamos más cerca de los renacentistas que de Descartes, de Spinoza que de Leibniz, de Voltaire que de Wolff, de Holderlin que de Hegel. En ese sentido sí es la posmodernidad una forma de romanticismo, no en su acepción sentimental, irracionalista, ingenuamente piadosa y evasiva, sino en cuanto afirmación incondicional de la libertad, la acción, el entusiasmo y la capacidad de recrear y encantar poética y éticamente las múltiples realidades posibles más allá de la jerarquía, la subordinación, la sospecha cauta, la objetividad y el temor (14). Sin duda no son casuales estas resonancias románticas. En poesía se viene hablando de neoromanticismo desde hace años. Pero todo ello quedaría reducido a mera anécdota si terminara homologando la relación entre posmodernidad y modernidad a la relación entre romanticismo e ilustración.
A juicio de Lyotard la diferencia es mucho más radical y podemos cifrarla en la contraposición de dos términos provocativos: piadoso y pagano, tomados no sólo en su sentido religioso sino como indicadores de dos cosmovisiones, ontoteológica una, libertina la otra. La modernidad conserva, en medio de su afán secularizador, una orientación teológica, metafísica, moralizante que implica la creencia en que la vida tiene un sentido dado de antemano y reclama actitudes como la voluntad de verdad, la laboriosidad, la imitación, la seguridad, la veneración y el miedo de lo absoluto, etc. La posmodernidad, en cambio, es consciente de la ausencia de fundamentos, absolutos e ideales totalizadores y no está dispuesta a sacrificarles nada; prefiere la diseminación a la escisión, la multiplicación a la unidad, la fantasía y la ironía a la seriedad y el rigor, el librepensamiento a la sana doctrina, el drama al sistema y la risa al drama, lo sublime a lo sensato. Su fuerza radica en la imaginación inventiva, la capacidad de afirmar y diferenciar y la voluntad de ser. Si se entiende con la dosis de ironía que su propia historia proporciona a los términos, prefiere el caos al orden, el pecado a la justificación, el diablo al buen Dios, y no siente añoranza de la reconciliación y la felicidad eterna (15).
11) DIMENSIONES DE LAPOSMODERNIDAD
Comprender que la posmodernidad no es un cementerio de negaciones y rechazos, sino un campo de posibilidades que esperan ser exploradas, es decir, nuestra oportunidad histórica y ontológica de ser, nos sitúa en una posición adecuada para intensificar esas posibilidades que dejarán de existir si no son activamente ejercitadas; pero nos introduce también en un abismo de tensiones. Si la modernidad era paradójica, la
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posmodernidad no tiene nada de plácida e inocente, sino que encierra formidables contradicciones (16). Ante ellas puede parecer lógico, pero es inoperante y ridículo, que a los nostálgicos de la modernidad se contrapongan ahora los cantores exaltados de una situación caótica y explosiva, tan radical como insustannal, alucinante pero fatua, tan pretenciosa como retórica. Esa posmodernidad dionisíaca sólo sobre el escenario, termina en mascarada o en «pose», pero no logra concebir las condiciones desde las que es posible, ni alcanza las intensidades en las que sueña. La obra de Lyotard, con sus titubeos y complicaciones, es una buena muestra de esfuerzo selectivo por salir adelante.
1. La posmodernidad es ante todo cuestiónde sensibilidad; la estética adquiere en ella una significación fundamental y se convierte en clave para la ética y la ontología. Si los distintivos del arte moderno eran el genio, la creatividad, la forma, el aura, la voluntad de estilo ... ; la estética posmoderna comienza por desestructurar el espacio de la representación, descompone las coordenadas de la referencia y la significación, niega los privilegios del original, no supone que el arte sea revelación o mensaje y se interesa menos por la intención del autor y el sentido de la obra que por el juego de sus efectos y reverberaciones. De ahí su preferencia por el collage, el pastiche, el montaje, el kitsch o el estilo ecléctico y monumental. A juicio de muchos artistas y críticos posmodernos ha muerto no sólo el autor sino también la obra, mejor dicho, uno y otra nunca han pasado de ser mezcla, resultado de una combinatoria de elementos, de una circulación de experiencias y signos. Su arte, en consecuencia, no se presta a la interpretación logocéntrica sino que embebe y fascina o estremece y repele. Es pura puesta en escena, espectáculo, simulacro sin parodia, sátira ni risa, que nos convierte en mero lugar de exposición, en centro de distribución de imágenes y sensaciones (17).
Embriagado por la fuerza desterritorializadora y disolvente de esta estética, seducido por sus visos de fluidez y ligereza, Lyotard la ha asumido hasta el punto de convertirla en propuesta ( ética) de licuarse y convertirse en lugar de paso, en transmisores pluridireccionales que lo dejan pasar todo (18). De ahí al «pasar» de todo y el «todo vale», a la tolerancia sin valoraciones ni implicación, al cínico y cruel «laissez passern, en definitiva, a la indiferencia de las diferencias, no hay más que un paso. Y es fácil darlo porque hacia ahí empujan este mundo-mercado en el que todo es equiparable e intercambiable, y esta multitud homogeneizada a la que pertenecemos.
Pero en la posmodernidad ha surgido también una estética de la resistencia y la experimentación crítica y selectiva que no se satisface con los adornos, la monumentalidad o la contemplación narcisista. Partiendo de esa sensibilidad y
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Charles Baudelaire
después de un viaje de ida y vuelta a través de Kant y Nietzsche, Lyotard se pronuncia por una estética no de lo bello, armónico y acabado, sino de lo sublime, intenso, inabarcable, impresentable incluso y sin embargo presente. Para ella, a diferencia de la modernidad, lo sublime no es ya el referente lejano de un sentimiento a la vez placentero y doloroso pero en definitiva consolador, sino el contenido propio de una experiencia excesiva, sin restos de nostalgia, trágica en su sentido más auténtico, y por tanto no patética del ser que acontece y se celebra por ejemplo en la aspersión de la sangre del toro. Sentido trágico que en vez de exaltar alegremente la finitud, fomentar los paroxismos o dar lugar a lo «sublime histérico», asume y desafía la muerte inscrita en toda limitación y en todo exceso, y se sitúa más allá de la dialéctica compensatoria, en un plano en el que lo trágico puede ser festivo e incluso cómico pero no volverse grotesco y ridículo (19).
2. Si la modernidad se ha autoconcebido como ilustración, ciencia, explicación y organización racional de_ la realidad, a la posmodernidad le interesa desenmascarar los montajes de esa
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racionalización legitimadora para poder librarse de ellos. Se trata de descomponer el espacio de la representación visual, intelectual o política, que funciona como esquema rígido a pesar de que su consistencia radica en el vaciamiento y la doblez; y de descodificar el discurso que sitúa la verdad en el mundo de las ideas y le asigna una función sustitutoria mientras menosprecia las apariencias y separa los deseos de la realidad. A juicio de Lyotard la piedra de toque para desmontar ese constructo ideológico que configura la realidad y nuestro modo de vivir en ella, está en los procesos de legitimación (20).
Es bien sabido que el afán desconfiado y compulsivo de justificarlo todo: la verdad, la ilusión, la felicidad ... , se ha servido de «mythos» que narran las gestas de los grandes valores, narraciones cuyo conjunto compone una historia de salvación y una gran teodicea incluso bajo la confesión de ateísmo. A medida que la crítica o hechos como Auschwitz han ido incrementando el recelo ante tales relatos, se ha buscado la legitimación por la eficiencia, la coherencia interna, etc., y se ha intentado sustituir la confianza por el consenso, aún a costa de ocultar tanto los intereses antagónicos como el significado concreto de los fines propuestos. La filosofía y la cien-_.:_. ~~ 1 _ _ __ 1---~ •-..t.- -1- - - --L�- 1 _ _ __ •_,¡_ _ _ _ _ 11
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mismas no pasan de ser relatos disimulados. Nos encontramos además con que la ciencia es discontinua y paradójica, el consenso se ha vuelto sospechoso, es imposible construir un sistema totalizador que se autolegitime y la unidad del discurso se ha roto en fragmentos, en juegos de lenguaje irreductibles. Sabemos que la racionalización es una versión de la fábula del mundo, un relato siempre contado y no acabado.
Romper las redes del logocentrismo, descubrir que la justicia no es del mismo orden que la verdad o la belleza, sino que cada una tiene sus propias reglas y exigencias, inventar una lógica de la ocasión nos coloca en una situación dislocada, inestable, movediza, pero apta para desplazamientos y potenciadora de un pensamiento plural, multiplicador de las perspectivas y capaz de diferenciar sin excluir o negar. Lógicamente la pragmática de ese pensamiento es agonística más que dialéctica, está más cerca de Heráclito y los sofistas que de Platón, opera con opiniones y juicios reflexionantes más que con deducciones y conclusiones apodícticas. Todo ello invita a concebir el pensar, liberado ya de la obsesión de justificar(se ), como invención, descubrimiento, poiesis, sensible a las diferencias y los acontecimientos, capaz de concebir lo inconmensurable, guiado por la paralogía de los inventores y no por la homología de los expertos. Lyotard retoma la noción kantiana de Idea de la razón y acentúa su dinámica. Trata de cultivar un pensamiento que legitima al inventar, que va de la memoria a la anticipación y se expresa en narraciones que transmiten el exceso de energía que queda libre en los acontecimientos, para que lle-
PARA ACAB lr "
Ql'{corv LA POSMODERNTnA n
gue a ser plenamente lo que parecía infundado e imposible. A su manera y de forma menos pretenciosa pero más real, también este pensar nómada pretende unir razón y revolución. Por eso se resiste a ser reducido a flujo de información en el cual la máxima densidad equivale al grado cero de pensamiento y de libertad (21). Es consciente de que por ese camino no vamos hacia la iluminación y la transparencia total, menos aún hacia la lucidez, como pretende hacernos creer la ideología de la comunicación con su promesa de que la circulación libre de informaciones terminará por tapar todo abismo e instituir el diálogo y el consenso universal.
Si la razón ha sido utilizada como medio de justificación, y el dar razón ha perdido todo sentido de don y se ha convertido en mecanismo de legitimación, romper con la «episteme» moderna y sus modos de justificación lógica, política y teológica significa mucho: Supone desenmascarar los recursos del poder para imponer sus criterios de normalidad, valor o racionalidad a las experiencias, los saberes, las relaciones sociales ... implica reconocer que no hay un sistema absoluto, ni fundamento último, ni modelo universal. Conlleva aceptar que la justicia y las leyes no se deducen ni se demuestran, pertenecen al ámbito de las opiniones y propuestas discutibles. Y, sin embargo, no podemos prescindir de ellas y menos aún dejarlas en manos del Estado. Significa que la libertad es un acontecimiento que excede todo cálculo (22).
Un pensamiento libre de la necesidad de justificación ya no es reactivo, sumiso, ni siquiera crítico en tanto la crítica se nutre de la fuerza de la carencia; sino derivativo, nihilista y radicalmente afirmativo. En nuestra cultura el último fundamento legitimador es teológico; para desvirtuarlo no bastan la crítica de la religión o el ateísmo pues estos giran aún en torno a lo que niegan y permanecen en la relación dogmática y paranoica con ello. Por eso Lyotard busca un más allá de la religión y el ateísmo, una especie de pa�anismo al estilo romano (piénsese en Lucrecio ), festivo, con sentido del humor y capaz de deshacerse del drama angustioso que arrastra el creer que estamos en manos de los dioses o del destino. Paralelamente afirma que la necesidad de salvación es ella misma enfermedad y muestra su horror a la terapéutica y a su vaselina. Esas dos condiciones hacen posible, en su opinión, una alternativa al vacío, a la lógica del gran Cero que impone al deseo aplazamientos, sacrificios, negaciones de sí mismo. Alternativa a la teología y la política y la política de Estado, que consiste en la economía libidinal, no en. la lógica del otro gran Cero: el capital (23).
3. Sería un grave error creer que la economía
Ubidinal designa un campo privilegiado, un paraíso donde florecen afirmaciones e intensidades y los deseos están al abrigo de cualquier transcripción traidora en producción, trabajo o ley del valor. No, no hay territorios liberados,.
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reservas del Ser en las que refugiarse y a las que antes han huido ya los dioses, regiones no alienadas, pues toda región da lugar a un régimen y un reino, a fijaciones y aparatos. Además todo refugio excluye, y la exclusión, la disociación son operadores de la desintensificación, de la muerte del deseo y la dinámica reactiva. Y, sobre todo, el deseo, en cuanto potencia y voluntad de intensidad, es radicalmente anomalía, irregularidad, diferencia, energía errante, no inscrita, no fijada, sin territorio. No es posible ni deseable una economía libidinal pura y separada. La economía libidinal no se yuxtapone a la economía política ni pretende sucederla, sino que intenta mostrar que la economía política es, de forma enajenada y reprimida, economía libidinal, es decir, ahorro de deseos capitalizados con vistas a inversiones más rentables.
No se trata sólo de lograr desplazamientos y querer, por ejemplo, potenciar, multiplicar, disfrutar, en vez de poseer, consumir o dominar; ni de descubrir «categorías económicas rebeldes» inmanejables para el sistema; se trata sobre todo de abolir la «ley del valor» en su vigencia económica, moral y, en definitiva, ontológica. Si nos conformáramos, como quieren los economistas neo-liberales y los ideólogos posmodernos de ocasión, con flexibilizar el mercado y agilizar la circulación de valores, las contradicciones del capitalismo en vez de resolverse se convertirían en círculo vicioso, como puede verse, por ejemplo, en la cínica utilización de los deseos en la publicidad. Para instaurar una verdadera economía libidinal es preciso sobrepasar las localizaciones, asignaciones de significación, determinaciones de función, etc.; es preciso abandonar el punto de vista del poder, comprender que la revolución no consiste en conquistarlo sino en asumir la potencia «volucionaria» de la «Wille» y alcanzar la posición del deseo. Posición que ya no depende de -ni es determinada por los objetos, y tampoco gira en torno al sujeto en cuanto centro de inscripción y acumulador de acciones, sino que está a la raíz de ambos como principio de realidad en el cual la subjetividad deseante y colectiva actúa intensificando las potencias diseminadas (24).
La afirmación del deseo no es una llave mágica que abra la puerta a un mundo idílico. Al contrario, la energía de los deseos no atiende a las exigencias de la unidad y el orden, es transgresora y sorda a las reglas de la composición y la jerarquía orgánica y, en consecuencia, desestabiliza, produce dolor, mata. En contra de lo que le gusta creer a una mentalidad dualista que se cura en salud, la pulsión de muerte no es otra energía distinta de Eros, sino esta misma en su actuación contraria al principio de conservación, explosiva, derrochadora, que se multiplica y disuelve las totalidades ( objetos, fines, ideales) a las que se suponía ligada. De ahí su vibración trágica cuya expresión ya no es el grito ni el drama sino una rara conjunción de espíritu dioni-
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síaco y volteriano. Pero si, asustados o bienpensantes, preferimos olvidar la posición energética, entonces reaparecerá inmediatamente el pensamiento de la carencia y la heteronomía, dispuesto al sometimiento y la moderación en aras de la armonía y el bien de todos (25).
4. La recuperación para la potencia y el deseo de la posición capital conlleva un proceso de deconstrucción no sólo de las racionalizaciones, los mecanismos de defensa y denominación, los miedos, etc.; sino sobre todo de la realidad que juntos consolidan. Descubrir que la materia es siempre un estado de la energía induce a desmaterializar las cosas, el mundo de lo dado, hasta descubrir en su orden y consistencia un abismo de fuerzas y posibilidades, un laberinto de inmateriales. En vez de otorgar a la realidad, es decir, al estado de cosas, la categoría de fundamento del que dependemos y de marco en el que estamos encerrados, en vez de asumir un realismo que evita justamente cuestionarse la realidad misma, la afirmación del deseo inaugura una ontología de la potencia como principio de ser y de actividad, principio desrealizador precisamente en virtud de su capacidad de hacer ser. Se trata de una posición nihilista y, juzgada con los criterios del poder, de una ontología y un pensamiento débiles; pero justamente en eso radica su potencial de afirmación y novedad, como puede verse en alguna de sus dimensiones más significativas (26):
La dinámica def deseo posibilita comprender la diferencia no como lo otro, neutro y anónimo, los restos que van dejando la identidad y el yo tras su marcha triunfal, sino como elemento esencial y constitutivo del ser de la potencia. Di-
Andy Warhol
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ferencia positiva, multiplicadora, no excluyente, sin centro de gravedad o de pertenencia y, en consecuencia, diferencia libre y al mismo tiempo singularizadora. Lyotard remite a las diferencias nómadas de Deleuze, la diferición y diseminación de Derrida, la diferencia trascendente de los otros que nos llaman e implican en un imperativo ético que no surge de la esencia ni de la necesidad sino de esa misma relación, como explica Levinas (27). De este modo la economía libidinal modifica su propio planteamiento, desborda el monismo inherente a toda filosofía de la voluntad y se aleja de la tentación de reunir (destruir) las diferencias en un género o de superarlas dialécticamente en una totalidad.
Deseo y diferencia dan paso a otro concepto de su misma matriz: acontecimiento. En una primera aproximación Lyotard lo define como la mutación que un exceso de potencia produce en un sistema dado. Tal mutación puede provenir de un aumento de energía por encima de los límites que el sistema está acostumbrado a organizar, o bien del surgimiento de una energía que no se deja captar y procesar por ese sistema. En ambos casos se transforma la relación entre energía y regulación, lo cual se traduce en sensación de peligro pero también en conciencia de nuevas posibilidades y, sobre todo, en una nueva perspectiva ontológica. Desde ella se comprende que la realidad, esa red de hechos y datos que nos sostiene y nos ata no es, existe sólo en cuanto la tejemos nosotros, y a costa nuestra, como producto de nuestra impotencia; por tanto no debe ser tomada por lo originario. Originario y primero es lo que «se pone» y «se da» no en el sentido mostrenco de «lo que hay», sino en el sentido de lo que se pone a disposición y se da porque es capaz de dar de sí, es decir, eso que llamamos Ser no en cuanto es «real» o es «tal» sino en cuanto puro acontecer y hacer ser. No se trata del ser misterioso, sin nombre, indefinido, uno y todo pero ausente; al contrario, por su propia naturaleza el acontecer no tiene más allá, es presencia que se despliega en una secuencia de grados de potencia, intensivos y diferenciales, cada uno de ellos excesivo con respecto a lo dado y, en ese sentido, único y multiplicador, intrínsecamente necesario y a la vez gratuito, capaz, por tanto, de tomar parte en el juego de deseos y donaciones (28).
Los acontecimientos tienen su propio tiempo, se lo conceden y lo hacen a su manera. Tiempo propio y constituyente que expresa el ritmo y el tono de los acontecimientos; y no mera cronología, medida de la velocidad de producción y moneda que establece las equivalencias entre mercancías. Tiempo flexible que se concentra o se distiende y en un momento puede hacer coactuales el pasado y el futuro, discontinuo y sin embargo duradero. Tiempo intrínseco a la acción, que no se deja medir por ciclos o por el paso de los años, que no implica progreso hacia una meta y, sin embargo, a la manera de los
José Luis Borges
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acontecimientos, hace historia. Kairós, oportunidad única e irrepetible, fecunda en consecuencias. Por el contrario en el tiempo lineal, homogéneo, que yuxtaf one y ordena los hechos enseries y reduce e devenir a prolongación y la novedad a simple posteridad sin significación propia, no hay cabida para los acontecimientos. Bajo su validez universal oculta su indiferencia a lo que ocurre y su vaciedad; la ligereza, fluidez y fugacidad que la experiencia le atribuye son absorbidas por la rigidez de su medida irreversible. Vaciedad y rigidez juntas lo convierten en magnitud negativa que desgasta y consume hasta la autofagia, hasta convertirse en Cronos. Este tiempo-maldición que hace añorar el sueño de la intemporalidad, que no tiene consistencia en sí mismo y es incapaz de insistir y hacer ser, no puede ser afirmado ni deseado. Admite prolongación pero no quiere eternidad. La posmodernidad pasa de él y de sus historias, no se concibe ya a sí misma como odisea, periplo y retorno a lo mismo, al principio, al nido (29).
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Quizá la posmodernidad esté pasando de moda o incluso lo haya hecho ya. lQuién sabe? A las modas les gusta ser breves y sorprender tanto al llegar como al irse. Además siempre es demasiado pronto y, a la vez, demasiado tarde para comprender el presente. En cualquier caso lo importante es que con ese rápido y fuerte oleaje han aflorado fuerzas de mayor calado, capaces de remover y agitar por mucho tiempo nuestros océanos. Llámese posmodernidad o como se quiera algo nada pasajero está pasando, algo acaba y algo puja por surgir. A eso sí merece la pena prestarle atención aunque para ello sea preciso resistirse a la fácil y ruidosa retórica posmoderna. Por encima y por debajo de su imagen de escaparate, la posmodernidad quiere ser acontecimiento, nueva posibilidad de ser, más que fase o época. En este sentido está aún comenzando,gestándose; apenas deja vislumbrar sus dimensiones y esbozar los rasgos de su rostro y, sin embargo, es ya claro que aspira a ser una forma radical de cultura (30). Pero a nuestros viejos personajes y máscaras les cuesta abandonar el teatro donde se consagraron como actores. Lyotard dice que «Nietzsche sigue siendo platónico» (31). Pensando ahora en él, en toda la modernidad ilustrada y en nosotros mis-mos tenemos que reconocer que la salí- � da de la caverna es larga y el sol hiriente. �
NOTAS (1) Lyotard, J. F., La condición postmoderna. Cátedra,
Madrid, 1984. Su subtítulo, más ajustado al contenido, es: «Informe sobre el saber».
(2) Cfr. Lyotard, J. F., «Réponse it la question: Qu' estce que le postmoderne». Critique, 419 (1982) págs. 357-367.
(3) Cfr. Jameson, F., «Posmodernismo y sociedad deconsumo» en AA. VV. La posmodernidad. Kairós, Barcelona, 1985, pág. 184.
(4) Cfr. Habermas, J., «La modernidad, un proyecto incompleto» en La posmodernidad, págs, 21-24, 32-36. Der philosoph/sche Diskurs der Moderne y Die neue Unüberslchtlich•kelt, ambas en Suhrkamp. 198S. Honneth, A. «Postmodernidad» en AA. VV. Terminología científico social. Anthropos, Barcelona, 1986 (de próxima aparición).
(5) Baudrillard, J., «El éxtasis de la comunicación» enLa posmodernidad, pág. 193.
(6) Cfr. Lyotard, J. F., Tombeau de l'intelectuel et autrespapiers. Galilée, París, 1984, págs. 81-87. En el libro-entrevista titulado Au Juste. Ch. Bourgois, París, 1979, pág. 172 escribe: «on ne peut pas se passer de justice». Ver también sus obras: Dispositivos pulsionales. Fundamentos, Madrid, 1981, pág. 121-122 y 279-280. Economía libidinal. Edit. Saltés, Madrid, 1979, págs. 16, 113 y 122.
(7) Cfr. Barte, J., «Literatura posmoderna», Quimera,n.º' 45-46 (1985), págs. 14-21. Lyotard, J. F., A partir de Marxy Freud. Fundamentos, Madrid, 1975, pág. 24.
(8) Cfr. Habermas, J., «La modernidad, un proyecto incompleto», págs. 19-21.
(9) Cfr. Lyotard, J. F., «Qu'est-ce que le postmoderne»,pág. 365.
(10) Cfr. Vattimo, G., El fin de la modernidad. Gedisa,Barcelona, 1986, págs. 9-20. Ya Th. Adorno caracterizaba la modernidad como compulsión a la innovación. AsthetischeTheorie. Suhrkamp, Frankfurt, 1970, pág. 41.
PARA ACABAR CONLA POSMODERNTnA n
(10 bis) Cfr. Lyotard, J. F., Le postmoderne expliqué aux enfants. Galilée, París, 1986, págs. 33, 38, 119-126.
(11) Los textos más significativos de M. Heidegger sobre este tema se encuentran en Die Frage nach der Technik e ldentitiit und Differenz.
(12) Cfr. Adorno, Th. y Horkheimer, M., Dialektik derAujkliirung. Fischer, Frankfurt, 1969, págs. 7-73.
(13) Lyotard, J. F., Dispositivos pu/sionales, pág. 46, Cfr.Lefebre, H., lntroduction a la modernité. Minuit, París, 1962, págs. 226-234.
(14) Cfr. idem op. cit., págs. 235 ss., 305 ss. y Negri, A.,«Postmoderno» en AA. VV. Terminología científico-social, Anthropos, Barcelona.
(15) Cfr. Lyotard, J. F., Au Juste, págs. 31-37, 41, 71-75,118-121; «Qu'est-ce que le postmoderne», pág. 367.
(16) Cfr. Negri, A., loe. cit.(17) Cfr. Ullmer, G. L., «El objeto de la poscrítica», en
AA. VV. La posmodernidad, págs. 125-161, y los artículos ya citados de Baudrillard y Jameson en la misma obra.
(18) Cfr. Lyotard, J. F., Economía libidinal, pág. 286-294.(19) Cfr. Lyotard, J. F., Dispositivos pulsionales, págs.
115 ss. «Qu'est-ce que le postmoderne», págs. 363-367. Au Juste, págs. 187-189. De lo «sublime histérico» habla F. Jameson en «La estética de la posmodernidad», Zona Abierta, 38 (1986), págs. 105 SS.
(20) Ese es el hilo conductor de su obra La condiciónpostmoderna. Desde otra perspectiva incide en esta misma problemática el libro de Rorty, R. La filosofía y el espejo de la naturaleza, Cátedra, Madrid, 1983.
(21) Cfr. Lyotard, J. F., A partir de Marx y Freud, págs.33-38, 305-310.
(22) Cfr. idem, op. cit., págs. 9-24 y Le Differend Minuit,París, 1983, págs. 236-240 y 174-186. A. Wellmer ha resumido bien las principales aportaciones de nuestro siglo a la crítica del entramado urdido por el sujeto, la razón, el lenguaje, el sentido ... «La dialéctica de modernidad y postmodernidad» en Debats 14 (1985), 72 ss.
(23) Cfr. Lyotard, J. F., Dispositivos pulsionales, págs.279-280 y 292. Economia libidinal, págs. 16-39, 53 y 120-135;y especialmente lnstructions paiennes. Galilée, París, 1977.
(24) Cfr. Lyotard, J. L., Dispositivos pulsionales, págs.11-13, 34, 72, 126-131, 284-285, 293-294 y 301. Economia libidina/, págs. 126-131. Tombeau de /'intelectuel, págs. 77-80 y86-87. Como aportaciones nuevas sobre la subjetividadconstituyente y desean te ver Foucault, M., L 'usage des plaisirs. Gallimard, París, 1984, págs. 9-19 y Negri, A., últimaspáginas del artículo citado. El artículo de L. Scott, «Postmodernity and desire». Theory and society XIV (1985) págs. 1-33 es un informe interesante sobre la importancia de la concepción del deseo para la configuración de la posmodernidad.
(25) Cfr. Lyotard, J. F., Dispositivos pulsionales, págs.45-49, 265-266, 289 y 297.
(26) Cfr. Lyotard, J. L., «El laberinto de los inmateriales», Quimera, 46-47 (1985) 23-29. «Qu' est-ce que le postmoderne», 359-365. Sobre estos temas hay que destacar las aportaciones de G. Vattimo, más atento que Lyotard a las perspectivas abiertas por Heidegger.
(27) Cfr. Lyotard, J. F., Au juste, págs. 51, 69, 73, 133-138, 170-171 y 178-179. Le Différend, págs. 163-169 y 197 ss. Adviértase que «differend» tiene forma activa y significa diferencia y discrepancia.
(28) Cfr. Lyotard, J. F., Discurso, Figura. G. Gili, Barcelona, 1979, págs. 37-41. A partir de Marx y Freud, págs. 305-308. Le Différend, págs. 115-116, 120-121, 200 y 236-238 donde remite expresamente a la obra Zeit und Sein de Heidegger.
(29) Cfr. Lyotard, J. F., A partir de Marx y Freud, pág. 13y Le différend, págs. 94-98, 184-186 y 244-251.
(30) Cfr. Owens, C., «El discurso de los otros», en Laposmodernidad, pág. 99.
(31) Cfr. Lyotard, J. F., Economía libidinal, pág. 294.
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