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La Estrella Invitada

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Primer libro de relatos de Fátima Vila, (Cádiz, 1980) periodista y blogger. Un ejercicio literario a medio camino entre el relato y su bitácora personal. Nº 3 de la colección Alumbre

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2 0 1 0Fundac ión Provinc ia l

de Cu l tura

A l u m b reColección·Narrativa

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La estrellainvitada

Fátima Vila

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© Diputación de Cádiz.Servicio de Archivos y Publicaciones.

Edita:Diputación de Cádiz

Servicio de Publicacionesc/ San José, 7 dpdo.

11004 CádizTlf. 956 808 300 - Fax: 956 228 249

[email protected]

Directores de la colecciónCarmen Moreno y Félix J. Palma

© AutoraFátima Vila

Diseño Colección y maquetaciónRaúl Gómez Estudio

ImprimeSanta Teresa Industrias Gráficas

I.S.B.N.:978-84-92717-12-5

Depósito Legal:

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A mi madre

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En las constelaciones ajenasMARTES 1 DE ENERO DE 2008

La estrella invitada no tiene galaxia propia. Astro solitario instintiva o deliberadamente, salta entre constelaciones bus-cando su sitio. Se deja ver en las principales reuniones es-paciales, sube su caché, actúa al final de la gala, recoge los aplausos que no estaban en el programa. La estrella invitada observa todos los movimientos y convierte su actuación en un tiro de gracia. Paisaje de estrellas apagadas rendidas frente a su destello. A falta de espacio inherente, se cuela por las rendijas ajenas. Despliega su espectáculo, perfectamente cali-brado. Es criatura cósmica fuera del espacio y del tiempo. Es cuerpo celeste que todo lo observa, que todo lo absorbe, lo lame, lo procesa. Espera, examina, interpreta.

En la inmensa constelación de estrellas todos los astros tie-nen su sitio. Todos su papel y sus tiempos. La estrella invitada siempre cierra el programa, siempre tiene la última palabra. Viste un traje de piedras negras de mil colores, cristales pre-ciosos tejidos con hilo de polvo cósmico. Experiencias dulces y amargas. Verdes, azules, rojas, malvas. Historias propias y

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ajenas acumuladas en el camino. Tomadas prestadas, las ha hecho suyas. Un, dos, tres. Luces, chispas. Termina la función y arrecian los aplausos. Es un argumento impecable. Todos se sienten reconocidos.

Observador. 2 de enero de 2008, 02:45

Esperaremos las imágenes de tu sonda espacial. Bienvenida a la red, quienquiera que seas.

Monsieur Bergson. 5 de enero de 2008, 11:01

Es agradable toparse con nuevos compañeros de viaje. Suerte en la travesía.

Hacker. 6 de enero de 2008, 23:53

¿Quién ha dicho que sea bienvenida? ¿Por qué das por hecho que es una mujer?

Anónimo. 7 de enero de 2008 01:30

Pues porque está claro!!

Anónimo. 10 de enero de 2008 18:30

¿Intuyo que nos darás carnaza?

El lector.

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La promesaDOMINGO 20 DE ENERO DE 2008

-Tengo miedo, no te vayas.

-No cariño, estaré aquí toda la noche. Mamá nunca va a dejar que te pase nada.

El niño sonrió vencido por el sueño y cayó dormido. Su ma-dre le deslizaba la mano por la frente, sudada y ardiendo, con una rítmica cadencia. A los pocos minutos, la mujer compro-bó el ritmo de su respiración y se incorporó con cuidado de la cama. Apagó la luz de la mesita antes de salir del cuarto. Mientras recorría el pasillo hacia la sala de estar, oyendo al fondo el run run de la televisión, las voces acompasadas de al-gún concurso, se detuvo. Notaba una breve presión en la boca del estómago. Acababa de darse cuenta de que, por primera vez, sin vacilar un segundo, sin atender a las consecuencias, le había contado la primera mentira.

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Microalgo. 20 de enero de 2008, 12:58

Y lo que le queda.

Yomarcoelminuto. 20 de enero de 2008, 22:08

Tan real como la vida misma... pero lo bueno es que ese abanico de mentiras hace que nos enfrentemos a la realidad durante la infancia y de ahí surgen los recursos mentales para hacerles frente. Se que suena muy pedagógico pero así es como nos hacemos fuertes... A los niños que no les mienten nunca en casa, cuando se hacen mayores y se enfrentan a todos los problemas de la vida cotidiana, tienen un nivel muy bajo de afrontamiento a situaciones difíciles y estresantes...

Aunque creo que nunca les perdonaré a mis padres tantos años intentándome convencer que los reyes existían... Vaya chasco.

Anónimo. 20 de enero de 2008, 22:20

Dicen que sin las mentiras diarias, sería imposible convivir y soportar el día a día...

Y el aprendizaje, desgraciadamente, también nos tiene que introducir en esto. Cuestión de supervivencia.

Por cierto... y esa foto tan bonita?

El misionero. 29 de enero de 2008 12:33

Mentira es tan mentira como mentira es verdad. La primera mentira es el vocabulario, no lo olvides. Porque también es mentira. Te lo digo de verdad

Luis. 31 de enero de 2008 12:33

Con haber dicho me quedaré contigo hasta que te hayas dormido...

El lector.

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La coladaSÁBADO 26 ENERO DE 2008

Salieron a recoger la ropa a la azotea. En el sol de la tarde, las sábanas estampadas, desgastadas por los lavados, golpea-ban sordamente contra una de las paredes encaladas. Ella, con pericia, sujetó la puerta metálica con una cuerda para dejarla abierta. Él, ensimismado en la tarea, la ayudaba a doblar la ropa, tibiamente perfumada. El niño les había seguido de cer-ca y corría tras una pelota que apenas botaba. Entregándose al contacto con la tela, jugaba a esconderse en el paisaje de sábanas ajenas, unas húmedas, otras calientes, todas infiltra-das de olor a nuevo.

-No te metas por ahí. Vas a ensuciarle la ropa a los vecinos.

Ignorando la orden, el pequeño siguió enredándose entre los gajos de tela, probando a cerrar los ojos, respirando pro-fundamente, dejando los brazos abiertos.

Antes de recoger la última sábana, el hombre dejó caer la cabeza sobre el algodón relavado y notó que la nariz se le llenaba de algo que tenía un inexplicable efecto ansiolítico. Al fondo, podía escuchar el murmullo cálido de varias voces

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femeninas. Hablaban del tiempo sin verse. No, hablaban de las próximas vacaciones. O quizás hablaban del nuevo inqui-lino… O de la vida, o del divorcio, o del trabajo, o del tiempo sin verse, o de las vacaciones.

Durante unos segundos, sintió confundirse el espacio y el tiempo como si estuviera profundamente dormido. Veía a la mujer confundida entre las sábanas, notó al pequeño agarrán-dose a su pierna. Se dejaba acariciar por el viento cuando el roce de una mano lo rescató, casi mareado, del ensueño.

-¿Qué? Te has quedado como un niño chico…

Él sonrío y la miró con los ojos deslumbrados, el pelo ri-zado, los hoyuelos que anunciaban sus sonrisas. El niño les alcanzó corriendo. Debían haber pasado algunos minutos. Sudado y con marcas rojas en las mejillas, había bajado y su-bido las escaleras a toda prisa.

-Mamá, mamá… ¿Qué es un disgusto?

Ambos se miraron. Él con un gesto cómplice, ella con la boca ligeramente abierta. Más rápido ante el estímulo, el hombre agarró las toallas con un brazo y utilizó el otro para tomarla suavemente de la cintura.

-Nada, cosas de mayores- le respondió buscando los ojos de la madre al pronunciar la última palabra.

-Ah…- el niño los observó unos segundos antes de reso-plar aburrido y salir corriendo de nuevo. Aún podía jugar otro rato antes de que se hiciera de noche.

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Anónimo. 26 de enero de 2008 10:37

Los niños, siempre infinitamente más prácticos que sus mayores.

Anónimo. 30 de enero de 2008 13:27

Llego a tu blog, desde el de un amigo. La foto es fantástica, la vista es muy similar, a la que tenía la azotea de la casa de mis abuelos (C/ Columela). La descripción del olor a las sábanas recién limpias, de chico me encantaba corretear entre ellas. Has conseguido, que me coma una “magdalena”.Saludos

Monsieur Bergson. 26 de enero de 2008 12:05

Estampa personal como pocas, de niño también tenía en las sábanas mojadas mi paisaje de juegos. ¿Por qué será que la memoria custodia tan bien la producción de los sentidos? Me gusta.

Hacker. 27 de enero de 2008 23:59

Pues yo estoy esperando a que pase algo.

Jorge. 3 de febrero de 2008 08:30

Me ha encantado, si al final resulta que eres fotógrafo y todo!! (jajaja), escuchas algo, te llama la atención lo apuntas y sabes que de ahí puedes sacar algo, para mi es como mirar y de pronto quedarte en pausa observar y dar una vuelta a la escena y despues click o no click porque disparar no es lo importante si no ver. Bueno, quiero decir que disparar es importante pero lo primordial es ver. Sin luz nos quedamos a ciegas y el que hayas cogido una frase y escrito una pequeña historia me parece que hay mucha luz en ti!

El lector.

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-No me prestas atención, parece que hablo sola.

-Si te estoy escuchando...

Dirigió un gesto autómata a la anciana y permaneció mirán-dola fijamente durante un buen rato. Absorta, imaginaba que sus ojos traspasaban la piel arrugada de aquel cuerpo decrépi-to, superaban la pared empapelada de flores y salían a la calle, vestidos de fiesta, a acariciar lugares y personas nuevas. La mujer seguía relatando una interminable lista de reproches negros que rebosaban desde su boca hasta la manta de lana que cubría sus piernas, acomodada en la cama con la espalda recta. Desde la silla que estratégicamente había hecho colo-car frente a sí para concentrar toda la atención de las visitas, su hija repasaba mentalmente el paisaje imaginado. Luego venían las noticias de la radio, la lista de la compra y la agen-da del trabajo. Nunca había tenido valor para reivindicar que fuera había demasiada vida como para malgastar la suya sen-tada en aquel asiento incómodo, así que permanecía callada

La compañíaSÁBADO 9 DE FEBRERO DE 2008

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El lector.

cada tarde dejando volar su cabeza por encima de la vieja que, dominante, reclamaba con desprecio su atención. A falta del coraje suficiente para salir de una vez por todas de aquella casa, había descubierto que ignorarla secreta y sistemática-mente se había convertido en el único gesto que la salvaba, el que guardaba su última y debilitada porción de rebeldía.

Nora. 10 de febrero de 2008 23:49

Alguna vez yo misma he atravesado mapas enteros…

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El miedo a la soledad, personal y colectiva, atacó a Eva una mañana en la cocina, mientras removía en silencio el café. Se estaba dejando perder en las ondas circulares de la taza. Cerraba de vez en cuando los ojos e intentaba olvidarse, al menos por unos segundos, de la profunda sensación de asco y cansancio que la embargaba. La nueva polémica de la noche anterior, los pies fríos bajo las sábanas, el deseo quebrado en la punta del colchón. Los años de convivencia habían limado asperezas y agotado los recursos, habían dejado caer un velo fino por encima de su vida, algo muy parecido a la resignación que, sin embargo, no tenía nada que ver con ella. Seguían machacándola ciertas dudas insoportables, un desasosiego inmenso que se rebelaba contra la injusticia. Ella se merecía mucho más. Fue esa mañana, o quizás otra de las muchas y muy parecidas que vivía en los últimos años, cuando pensó por primera vez que se sentía increíblemente sola.

Bajo sus pies, el perro de Pedro se lamía una pata y, sal-picadas por todo el apartamento, cientos de fotos de viajes

La palancaLUNES 29 DE ENERO DE 2008

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-sonrientes y soleadas- mostraban la vida de una joven pareja epicúrea, que parecía no haberse perdido nada. Que se lo está perdiendo todo, solía pensar ella, cada vez que, ante la habi-tual actitud de huida de él, se quedaba sola en la casa, sola con el chucho y con todas y cada una de las conversaciones en las que le había advertido que no era feliz. Demasiado cobar-de para dar un paso definitivo, demasiado acostumbrada a ir de su mano aunque su mano escasamente la hubiera ayuda-do nunca, debía reconocer que no sabía en qué momento se había acostumbrado a vivir así, a dejar que el tiempo pasara indolentemente.

Fue una de aquellas mañanas eternas cuando el mecanis-mo P x dp = R x dr se coló en su auxilio. Podía haber sido un encantador compañero de trabajo, un parlanchín partenaire de estudios, un amigo de un amigo presentado en una cena o el vecino amable que cada tarde le preguntaba qué tal mien-tras le sujetaba la puerta. Cualquier elemento que, como la palanca rudimentaria y prehistórica, sirviera para multiplicar la fuerza y expulsar ese cuerpo que hacía años que no signi-ficaba nada. Fue, la vida suele ser así de jodida, el mismísimo hermano de Pedro, que venía a pedirles una maleta, que es-taba en la ciudad pasando unos días, que siempre le había re-sultado un ególatra malcriado y que le miró descaradamente una porción del pecho descubierta bajo el sol del mediodía; el individuo que, por cosas del azar, se vería inmerso en esta incómoda operación de desplazamiento de fuerzas.

Para aquel entonces Pedro, su proyecto de vida naufragado a costa de postergaciones, egoísmos y mentiras piadosas; se había convertido en un cuerpo demasiado pesado como para

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extraerlo con un empujoncito. Ya habían asistido a demasiadas charlas eternas que no llegaban a ningún sitio, a demasiados pases de aquella función en la que ninguno estaba dispuesto a sacrificarse. Para aquel entonces, y después de haber dado por bueno demasiado tiempo el descontento, hacía falta una fuerza centrífuga mayor y definitiva.

La naturaleza fraternal de la palanca, que esa mañana ha-bía entrado en el apartamento con la confianza de años en la misma familia, era el menor de los detalles, aunque pueda parecer el más escandaloso. A la mirada lasciva siguió el se-gundo café de la mañana, tomado en la barra de la cocina y regado con la piel descubierta de un muslo que, solícito, se dejaba ver con falso descuido. Más tarde vendrían el inter-cambio de correos electrónicos -Para que me cuentes qué tal te lo vas pasando-, los largos chats de madrugada a causa de la diferencia horaria, los hobbies compartidos, las conversa-ciones secretas y, sobre todo, la profunda y ancestral empatía recién descubierta.

Debido a la fuerza ejercida por el punto de apoyo, que por si no lo saben, también se llama fulcro, el peso de Pedro se transformó tan radicalmente que en cuestión de meses era algo extremadamente ligero, ligerísimo. Un volumen sin ma-teria que demostraba que el desplazado, simplemente, ya no valía la pena. La palanca, tan antigua, tan sencilla e imperfec-ta, había hecho su trabajo y las cosas ocurrían de una manera turbadoramente natural, extraordinariamente rápida.

Aquella charla sobre el horizonte de sus vidas, sobre el sexo insuficiente, la falta de atención, de emoción, de ilusiones; no iba, para sorpresa del peso que aún no se sabía extraído, a tener

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la estructura de otras veces. No se iba a salvar con un tequie-romucho y un beso en la frente, ni con un intentarémejorar insincero, ni con un polvo a duras penas. La charla terminó con ella levantándose embargada de una desconocida energía, abriendo el armario y llenando su maleta. Él, que había llega-do a creerse que aquel amor maltratado era lo único que me-recía, comentó a los más cercanos que aquello le había pillado por sorpresa. Nunca pensé que fuera tan grave, confesaría.

Lástima que el miedo a la soledad, personal y colectiva, terminara confundiéndola a ella otra mañana mientras ma-reaba el café en la cocina. La mañana en la que deslizó el pri-mer reproche, la de la primera rabia frustrada en la garganta. No era la primera bronca ni tampoco sería la última. Provenía de ese empeño por mantenerse cerca de un cuerpo, por empe-ñarse en él, por disfrazarlo todo. Por cambiar las fotos de los marcos e incluir otras nuevas. Fotos de nuevos viajes sonrien-tes y soleados, fotos del bebé, del bebé con ellos y con el perro. Fotos del segundo hijo, llegado en el peor momento.

Ellos no lo oían pero resonaban chirridos, desajustes, des-órdenes. Los efectos colaterales de haber adaptado un espacio al molde dejado por otro cuerpo. La cosecha anémica de los que no saben dejar el corazón en barbecho. El empeño, que le duró una vida, por intentar cambiar a aquel cuñado que estaba en la ciudad pasando unos días, que siempre le había resultado un ególatra malcriado, que una vez sintió unas ga-nas de irrefrenables de morderle un pecho, que siempre había pensado que era una amargada que no sabía estar contenta.

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Jose. 29 de enero de 2008, 22:09

Qué duro, no???

P. 29 de enero de 2008, 22:26

Cierto es que el amor no admite sustituciones ni versiones dobladas o subtituladas, pero que las cosas ocurran de manera natural y cómoda no tiene porqué ser turbador. Uff… tampoco sé muy bien qué digo. Intromisión, confusión, comodidad (de la buena y de la mala)…

Luispa. 29 de enero de 2008, 23:09

Oye que los hombres palanca también sirven para reajustar la relación. Engrasamos la maquinaria, reajustamos contrapesos y si se hace bien, aquí paz y luego gloria.

On the Rock. 30 de enero de 2008, 13:59

Lo que aburre nos aborrega, pierde valor para el ser humano. Así somos de animalitos. Entonces rompes el ciclo o sigues igual. En parte está en nuestra mano. Claro que hay mucha gente que se siente mejor así, a la sombra de lo que venga, como amantes pasivos, a caballo de las circunstancias, tan determinantes ellas.

Sin embargo puede ser motivo de óbito en vida. Y ahí aparecen los conflictos, porque estamos hechos de puro teatro, sueños y conflictos. Más auténticos quizá que nuestra hipoteca o la última bronca del trabajo. En el caso del amor, para renovarlo y crecer o hacerlo memoria y poco a poco olvido, pero que nunca se esté quieto, que ande, corra, se caiga o se detenga, pero que se mueva. Tanto una vía como otra, antes o después, te hacen sentir despierto. La alegría y la tristeza se dan siempre la mano. Lo insoportable es la desidia y el rancio conformismo. Amar, sí, siempre, pero no aletargados, amar, sí, con todas las fuerzas, pero no por costumbre.

Hay quien prefiere instalarse en las rutinas de falsas seguridades y alimentar el deseo de otras vidas, quien sabe si otras personas, en la imaginación. Incluso son felices, o se lo creen, que es más importante. Más felices que uno mismo. Está bien que sea así, pienso, cada uno en su vaina, y de vez en cuando coincidir con vainas como la tuya... Cada uno hace lo que puede.

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¿Acaso no somos varios animalitos encerrados en un cuerpo? En las cuitas del corazón no hay ciencia. Y nos ocupa demasiado tiempo. Más que hablar de ello, mejor practicarlo, el amor, en sus más variadas formas (pareja, ligue, matrimonio, persona palanca, amigos, familia, extraños...). Desde una sonrisa al sexo, pasando por la palabra justa, en fin, el AMOR, mucho más allá de una sustitución de pareja. Haz lo que debas, porque lo sientes, y deja de hacerlo cuando no lo sientas. O al menos exprésalo. Que se sepa.

Creo que todo es más natural, propio de nuestra condición humana, no de género, ya sea un Hombre Palanca o Una Mujer (o Persona) Columpio, que también abundan. Se suelen balancear alegremente, tan hermosas, pero nunca tocan tierra con los pies. Dan lo justo para no pervertir la esencia. Otra forma de amar, a ratos, retirándose a tiempo para evitar ser sustitutas de nada y demás quebrantos ajenos a la belleza de esos momentos. Y ahí, idealizadas, generan tanto amor, tanto deseo...Buscando la ocasión limpia, posterior, o quedándose con el hermoso recuerdo de lo que ambos intuyeron y nunca se produjo, como reconociéndose mutuamente en un tremendo amor sin haberlo “concretado”.

En fin, un laberinto, tantas formas de amar, no sé si me explico...

Por cierto, si existen tantas rupturas es porque también hay multitud de casos de dulces acoplamientos. Algunos hasta son duraderos. Supongo que es cuestión de no mentirse mucho a uno mismo, superar el miedo a estar solo, a equivocarse, y condensar las entregas para hacerlas apetecibles, quien sabe si una próxima vez. En fin, amar tiene su trabajo. Hay que estar dispuesto/a.

Anónimo. 30 de enero de 2008, 13:59

Y que hay del hombre trípode?

Hermanastra. 30 de enero de 2008, 16:08

Muy bueno. Yo creo que podría montar una fábrica de balancines, aunque últimamente me haya dado por machacar mi propia tendencia -¿años? ¿aburrimiento? ¿miedo?-. Al fin y al cabo, lo del balanceo es no sino parte final del proceso de walkirización, del que ya hablamos tiempo ha. Besos

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Anónimo. 31 de enero de 2008, 15:43

Mira, pues ya le hemos puesto el cascabel a lo que estoy siendo yo últimamente.....Jasdeputa!!!!!

Fdo, Chanete Palanca.

Microalgo. 31 de enero de 2008, 17:00

No esperaba menos. Esclarecedor post, Señora.

Anónimo. 31 de enero de 2008, 17:18

Pues no, no me suena, la conciencia es como un chicle, y la manera de narrar los hechos también. Se pueden omitir palabras o hechos incómodos e inventar otros.

Anónimo. 1 de febrero de 2008 00:34

¿De verdad no os da ninguna vergüenza psicoanalizaros en público y jugar a ver quién es más complejo= profundo=intelectual=guay?

Anónimo. 1 de febrero de 2008 17:01

Y a ti no te da vergüenza ser “público”...?? Busca, seguro que encuentras algo mejor que hacer con tu tiempo... Amiguete.

PD: Que me parece bien que seas una rémora criticona de las vidas de los demás, eh?? Nada que objetar, pero coño no muerdas la mano que te da de comer “intelectualmente”. Uno que no es intelectual, que es Chano (por si te apetece charlar) y al que nunca le gustaron los “anónimos” (pero no consigue firmar de otra forma).

Una boquita prestá. 1 de febrero de 2008 23:08

Jajajaja...vamos a ver, si uno no pudiera moldear, cambiar y bricolear el mundo a través de palabras para mostrar las cosas que le pasan, le fascinan, le asustan o sueña con que ocurrieran, ¿Qué sentido tienen los libros de la estantería, los comics del baño y, si me apuras, hasta alguna publicación de información general?

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Quien quiera respuestas más o menos científicas a los enigmas del ser humano que pague a un psicoterapeuta, se busque un brujo o ingrese en una secta. El que quiera seguir cotilleando, que siga en el vehículo...

Una boquita prestá. 1 de febrero de 2008 23:10

Por cierto, lo que dice el Luispa me encanta... habría que hacer un subgénero que sería El Hombre Cuña, que se mete en medio pero termina dando equilibrio a la mesa coja... mmmm...¡Qué buena idea!

El lector.

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La amistadDOMINGO 17 DE FEBRERO DE 2008

Ana y Lourdes son amigas desde hace tiempo. Ana siente una sincera amistad por Lourdes alimentada desde los tiem-pos del colegio. Ana es una chica simpática de largas piernas, ojos verdes y talla cuarenta. Tiene una buena carrera profesio-nal y un catálogo de relaciones más o menos placenteras que han acabado en su tercera y muy feliz relación estable. Ana admira a Lourdes por su tesón en los estudios, su madurez y su espíritu de sacrificio, siempre a punto para un consejo, siempre dispuesta para brindarle una palabra de apoyo en su a veces problemática vida salpicada de aventuras.

Ana sabe que Lourdes tiene un carácter difícil, demasiado tímido y apocado, pero trabaja por integrarla en su vida y darle su sitio. Ana se siente querida y admirada por Lourdes y corresponde con su afecto a una amistad que entiende más allá de convencionalismos, más que una amiga, una hermana, como suele referir cuando habla de ella con otros conocidos. Desde hace unos años, Ana ha decidido centrarse y comparte su vida con un hombre que la quiere y la celebra, con el que

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está pronta a casarse. Como ya hicieron otras chicas del mismo grupo en contacto desde los años del parvulario, Ana prepara una gran fiesta que ha proyectado mil veces en su imaginación y cuenta con el inestimable apoyo de su amiga que, sabe, se volcará en ayudarla como si la celebración fuera suya.

Tan sencilla es su amistad, tan claros son sus afectos que, cuando una mañana Ana llama a Lourdes por teléfono para informarle de que ha reservado hora para la prueba del ves-tido de novia esa misma tarde, no cree necesario preguntarle si tiene planes y tampoco nota el casi inaudible bufido que se filtra por el cable del teléfono. Porque, aunque Ana lo ig-nore, al otro lado del móvil, su amiga rechina los dientes al sentir cómo, por enésima vez, ésta juega a manejarle la vida. Porque las misteriosas ondas telefónicas y los escasos tres ki-lómetros que las separan sirven para diluir la descomposición que Lourdes siente al enfrentarse, de nuevo, a esa mezcla de despreocupación y ligereza que tanto viene crispándole los nervios desde que, risueña e insoportable, Ana le preguntó si podía sentarse a su lado en la clase 25 años antes.

Esa misma tarde quedan para tomar un té en la cafetería de moda a medio camino de las dos casas y Ana cuenta a Lo-urdes todas las minúsculas novedades que ya le ha trasmitido primero desde el mail del trabajo y luego por teléfono.

Ana se siente apoyada por su amiga y comparte con ella la satisfacción de estar preparando ese salto tan importante en la vida de toda mujer. Mientras mastica parsimoniosa el trozo de tarta que Ana pide y nunca se termina, la cabeza de Lourdes se pierde pensando en cómo mantener el rictus que disimule el profundo aburrimiento que le produce la escena.

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Cuando suben al probador, Ana bromea con repetir el mismo paseo cuando por fin le toque a ella y aprieta a Lo-urdes fuertemente por el brazo. Está tan ilusionada, es un momento tan importante y está tan contenta de que se en-cuentren juntas. Ana sabe que Lourdes no lo tiene fácil con los hombres, ese descuido continuo, esas tallas de más... Ana sabe que Lourdes no lo tiene fácil pero confía. Confía en que aparezca ese hombre que, como ella misma, sepa sacar de Lo-urdes sus encantos ocultos. Demasiado ocultos, le replican cuando afirma esto con otros amigos del grupo.

Sentada en un pequeño banco forrado de terciopelo negro a un lado de la sala llena de espejos, Lourdes asiste durante un par de horas, al paisaje de veladuras blancas con las que su amiga se disfraza. Mientras la encargada de la tienda va dirigiendo la compra hacia los modelos más caros de la nueva temporada, Ana vuelve la cabeza constantemente para pedir su aprobación. Y es que a pesar del éxito en la vida, del buen trabajo, el buen matrimonio, de los viajes a lugares exóticos y de tener de cara a la diosa fortuna, Ana piensa que sólo es en Lourdes en la que puede confiar sobre todas las cosas, que ella es la que mejor la quiere, la que más la cuida. Más que una amiga, una hermana. Por eso busca su mirada en cada prenda y le hace muecas interrogantes que demuestran que su opinión es, sin lugar a dudas, la última.

A punto de cerrar el trato en torno a uno de los modelos. Ana se detiene ante la primera sugerencia de Lourdes.

-Creo, que deberías probarte ése.

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Mientras Lourdes señala con el dedo un ensortijado mo-delo rebosante de cristales y después de que la dependien-ta deseche la propuesta por absolutamente inadecuada, Ana cambia el rictus. Está de acuerdo, tiene que vérselo puesto, sobre todo, si su mejor amiga está tan segura.

Ana ya lo lleva puesto ante el estupor de la dependienta que contempla en silencio el modelo. Un modelo excéntrico que no estaría allí si aquel cliente pasado de moda no lo hu-biera mandado a pedir para desecharlo luego. La dependienta piensa todas estas cosas pero, testigo desactivada de la escena, debe reconocer que es una ocasión única para deshacerse de la mercancía. Francamente, no va a encontrar otra.

Frente a la mirada confiada de Lourdes, la futura novia se convence de estar ante la elección perfecta. Su amiga tiene un talento innato para las combinaciones, y ella lleva años siendo su musa. Lourdes siempre le adelanta tendencias. Lourdes la quiere bien, Lourdes sabe qué le queda, nunca se equivo-ca. En el fondo, tiene razón cuando habla de atreverse. Una puede ser una novia más o puede salirse del molde. La oye repetírselo, la oye decir que es guapa, que puede permitírselo todo. Llega un momento en que Ana ya no oye, sólo se re-crea, borracha en el fulgor de los cristales, mientras saborea el placer extremo de imaginar el momento en el que cientos de ojos se posarán sobre ella.

Tres meses más tarde, a la salida de la tienda, mientras Lo-urdes sostiene el pesado portatrajes que contiene el vestido, la bolsa con el cancán, la caja del velo y la de los zapatos recién forrados; Ana, con el móvil en la oreja y demasiado ocupada en recibir sus últimas llamadas de soltera, no puede percibir

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una rara inclinación plácida en la sonrisa de su mejor amiga. Es un destello verde en los ojos y un breve rictus de satisfac-ción que tensa sus labios. Un detalle casi invisible, en el que se firma la pequeña gran venganza de la envidia.

Aprendiz de arpía. 17 de febrero de 2008, 13:11

Jajajaja… qué mala.

Jose. 17 de febrero de 2008, 14:16

Fijo… Estamos ante un documento etnográfico…

Hacker. 17 de febrero de 2008, 02:46

No me equivocaba, es una tía!!

Nora. 18 de febrero de 2008, 08:15

Qué sexistas... ¿De dónde sacáis eso?

Hacker. 19 de febrero de 2008, 00:25

Porque este tipo de escenas son típicamente femeninas.

Nora. 19 de febrero de 2008, 08:57

Las mujeres estamos un poco hartas de gente como tú, todo el día colocándonos etiquetas.

Anónimo. 19 de febrero de 2008, 12:03

¿Joder pero la tía que es ciega??

Hacker. 19 de febrero de 2008, 23:15

Mira, no es por ofender, pero un hombre nunca se montaría esta escena para hacerle una putada a un amigo. Antes le parto la cara y punto.

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Nora. 20 de febrero de 2008, 08:38

Esto apesta… Como si la envidia y la venganza fueran sentimientos exclusivamente femeninos. Por eso este planeta liderado por hom-bres funciona tan bien.

Nora. 20 de febrero de 2008, 08:42

Por cierto, ni que decir tiene que tú eres un hombre.

Anónimo. 20 de febrero de 2008, 00:48

Las tías son retorcidas. ¿La razón? Cualquiera sabe…

De visita. 19 de febrero de 2008, 23:39

¿No os habéis parado a pensar que la estructura de control básicamente masculina a lo largo de tantos siglos puede tener algo que ver en la costumbre femenina a gestionar los conflictos de esta manera?.

El lector.

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La euforiaJUEVES 21 DE FEBRERO DE 2008

-Creo que no me quieres a mí, creo que buscas a otra persona.

Ella permaneció muda y la frase cayó en un absoluto silencio. Él se arrepintió enseguida de haber dejado, otra vez, que su lengua fuera más rápida que su cabeza, de aquella nueva ce-sión a los impulsos, de haberse pasado con el whisky y con la euforia. Ella permaneció callada mientras iba a comprobar el sueño de los niños y terminaba de recoger los últimos vasos de los rezagados de la cena. A la mañana siguiente, él intentó inútilmente una caricia de sondeo al cruzarse en el pasillo. Probó a encontrarle los ojos en el baño, en la cocina, entre los cereales y el café, antes de verla salir con las llaves del coche. Por la tarde pudo comprobar que había dejado algunas cami-setas viejas antes de hacer las maletas. Más tarde hablarían de aquella frase reveladora. En los saludos cordiales y los acuer-dos legales, en los cumpleaños y turnos de custodia. Siempre comentaban lo fácil que había sido todo pero él, en los días de

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cena en casa, mientras recoge los vasos de los que se quedan los últimos, siempre piensa que su vida hubiera sido distinta si se hubiera mordido la lengua.

Nora. 21 de febrero de 2008, 22:03

Ojalá fuera tan fácil. Normalmente una se da cuenta de que ha perdido el tiempo en una relación inútil cuando los hijos ya no están en casa y sólo te queda mirarle a él a la cara. Es muy difícil cuando miras atrás y piensas que tu vida podría haber sido diferente.

El observador. 22 de febrero de 2008, 09:18

Las cosas estallan, más tarde o más temprano.

Anónimo. 23 de febrero de 2008, 11:14

La mayor parte de los fracasos se solventarían con hablar claro a tiempo. La gente siempre quiere cambiar a los demás.

Hacker. 24 de febrero de 2008, 23:59

¿Hablas por experiencia personal Nora?

Genial Siempre. 22 de febrero de 2008, 18:46

Y la duda es: ¿sería mejor seguir viviendo una mentira? Por experiencia, puedo afirmar muy muy rotundamente que no, que hay que afrontar el desamor y cuanto antes se haga mejor, porque si no lo haces ... se pudre.

El lector.

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Al pie de la letraVIERNES 29 DE FEBRERO DE 2008

Magdalena hablaba tanto, y hablaba tanto de lo que no sabía, que habitualmente tenía que tragarse sus palabras. Solía de-jarlo para el final del día, después de recoger los últimos tras-tos del apartamento, llamar a su madre neurótica para darle el parte de rigor y, tomar una ducha breve que relajaba sus músculos y los preparaba para la penitente ocupación. Antes, se ponía el pijama y se sentaba en uno de los sillones estam-pados del despacho. Erguía la columna y, con las manos muy limpias -sabía desde niña que no hay peor costumbre que la de ensuciar el lenguaje-, dedicaba las horas tibias de antes de la madrugada a desmenuzar las palabras con los dedos y metérselas despacio y ritualmente en la boca.

Los inicios no habían sido fáciles. Sin proceso de adapta-ción previo, sin tener el estómago hecho o afilados los colmi-llos, Magdalena se vio obligada a devorar los primeros voca-blos sumando a su dieta opíparos suplementos nutricionales por lo general humillantes y ásperamente amargos. Quiénte-habrádichoatiquedigasnada, ¿Ytúquiéneresparameterteenso?,

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Comovuelvaaescucharotrateenteras y ¿Túestásseguradelo-quedices? fueron algunas de las indigestiones que, por los años de adolescencia, sembraron sus noches de trampas oníricas y sudores fríos.

La adolescencia, recordaba, había sido la peor etapa. Pa-labras cebadas al hilo del teléfono, engordadas en los pasillos del instituto, envenenadas en los cuchicheos. Había perdido la inocencia y nada de lo que dijera caería en saco roto. Con-vertirse en adulto, nadie le había avisado, suponía, además de ser objeto de una misteriosa e imparable aceleración del tiempo, que las palabras inoportunas terminaban adquiriendo un papel fundamental en la extensión de sus menús.

Afortunadamente, todo es un camino de aprendizaje, por eso, tras dejar atrás fallidas entrevistas de trabajo, rupturas más o menos crueles y testear el uso de mentiras piadosas, Magdalena terminó perfeccionado la técnica. Después de muy malas madrugadas, después de indisposiciones noctur-nas y pesadillas inmundas en las que recitaba combinaciones alfanuméricas, terminó por no comérselas deprisa, aprendió a masticarlas 28 veces y a no empacharse de ellas.

El tiempo le enseñó a hacer triquiñuelas pero, a pesar de la práctica, ciertos banquetes dialécticos se le resistieron. Solían concentrarse en las citas familiares y en las comidas informa-les de empresa. Navidades, onomásticas, bodas de parientes y en la mayoría de los entierros en los que, no acertaba por qué descontrol de sus impulsos, se descubría incapaz de controlar la impertinente producción de su verborrea.

Cualquiera no lo habría apostado, pero al final, después de años, Magdalena consiguió que la boca sucumbiera a la

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cabeza. Dejó de pronunciar como una autómata todo lo que le pasaba por la frente y aprendió a disfrazar las verdades con una pátina de edulcorada morfosintáxis. Aprendió el ritual de ¿Cómoestás?Muybien.Yotambién y lo perfeccionó hasta con-vertirse en una persona realmente encantadora e insincera.

Por aquel entonces no había un acontecimiento social que se le resistiera y era una invitada imprescindible, una chica adorable, una partenaire encantadora. Por aquel en-tonces se la pudo ver con aquel novio escritor, contradic-torio y burgués, de lengua ágil y gran ingenio. Un verda-dero prodigio capaz de dar nombre a toda una generación poética habiendo escrito un único libro. Se les encontraba deslumbrantes en presentaciones literarias, inauguraciones artísticas, subastas y tómbolas benéficas, perdiéndose como enamorados en conversaciones eternas sobre la metafísica del ser y las voces poéticas.

Un día, sorprendentemente, algo se rompió en la pareja perfecta. Ella no dio explicaciones. Él calló durante meses hasta una inoportuna borrachera. Allí le confesó a un amigo que una madrugada, mientras cruzaba el piso hasta la cocina, se había encontrado con ella. Desnuda y babeante, mastican-do con ojos vueltos las páginas de una de sus pruebas de im-prenta. Éste había sido el colmo, siempre le había inquietado que en aquella casa no quedara ningún libro, que desaparecie-ra todo objeto o estructura, que tuviera letra impresa.

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Anónimo. 1 de marzo de 2008, 00:04

No puedo hablar tengo la boca llena.

El lector.

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El deseoJUEVES 6 DE MARZO DE 2008

-¿Qué quieres que haga?

-Quiero que no seas tan compleja.

Al día siguiente volvieron a quedar, a la salida del trabajo en la misma cafetería. Habían dormido juntos las primeras horas de la madrugada. A él, su mujer le esperaba en casa. Al día siguiente, al entrar en el bar en el que habían quedado, algo confundido por el olor dulzón a grasa, café y tabaco, no pudo identificarla entre las mesas repletas de funcionarios y estu-diantes con carpetas. Media hora después, acodado en la pe-gajosa barra que nunca estaba del todo seca, cayó en la cuenta de que ella se lo había tomado demasiado en serio. Y que se había perdido, difuminada entre el bosque de féminas no complejas, fácilmente comprensibles y cómodamente neu-tras. No podría reconocerla ese día, ni ningún otro. Entendió, entonces, que se había convertido en otra mujer perfecta.

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Nora. 6 de marzo de 2008, 11:23

Si llega a reconocerla, hubiera dejado a su mujer y se hubiera casado con ella.

Anónimo. 6 de marzo de 2008, 13:40

Noooo… se convierte en su mujer.

Leica. 7 de marzo de 2008, 15:06

¿Te imaginas que toda la gente boba tuviera la misma cara???? Sé de unos cuantos bares que serían como El ataque de los clones?

Hacker. 9 de marzo de 2008, 22:49

A mí me toca las narices la gente que lo hace todo más complicado de lo que es… Y las mujeres son expertas en esto.

Nora. 10 de marzo de 2008, 08:21

No podías ser otro…

El lector.

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El capitalismoLUNES 17 DE MARZO DE 2008

El gran hombre de negocios decide una mañana de su madu-rez profesional que ha de buscarse una mano derecha. Con el listado internacional de ejecutivos y los últimos resultados en la mano, revisa uno por uno los perfiles y selecciona a los diez mejores de su equipo. Realiza entrevistas, planifica estrategias, las analiza. Observa detenidamente a cada candidato, estudia sus movimientos, calibra sus respuestas. Pasa semanas exami-nando secretamente el derroche de talento de algunas de las opciones. Ha de cuidar con esmero cada paso, ha de asegurarse de que lo deja todo en las manos correctas. Pero una noche, en una cena, mientras otros grandes hombres de negocios aga-sajan a un jubilado expresidente, al gran hombre de negocios, por primera vez en todo este tiempo de análisis, por primera vez en toda su carrera, le asalta una duda molesta: ¿Y si fuera mejor que él?

A primerísima hora del día siguiente mete en el destruc-tor de papeles todos los informes y sus notas privadas y lla-ma a su despacho a un recién incorporado administrativo.

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Sabe que es poco despierto pero en unos pocos meses -a gol-pe de almuerzos, asientos en bussines y tarjetas VISA- lo ha convertido en un ejecutivo implacable que acata sus órdenes y no busca respuestas.

Unos años más tarde, cuando se produce el relevo, el primer gran hombre de negocios comprueba que ninguna amenaza ha enturbiado sus últimos años de ejercicio, comprueba que lo admiran, que le echan de menos, que también merece una impecable cena en su honor en la que un grupo de hombres, vestidos en traje de sastre, le deslizan que su marcha es el final de una etapa, porque ya no quedan ejecutivos como él.

Por esas mismas fechas, el segundo gran hombre de ne-gocios se levanta una mañana pensando que, como todo eje-cutivo de peso, debe también apoyarse en una mano derecha. Vacilante en sus decisiones, mira hacia un joven colega, un perfil especializado que ya le ha trasmitido sus ideas. Estudia las opciones, valora las posibilidades y concluye que, ante los últimos malos resultados, él es la persona perfecta. Pero esa noche en una cena, mientras recibe un premio de una asocia-ción benéfica, le asalta una duda molesta: ¿Y si fuera mejor que él?

A la mañana siguiente, con la resaca de esta duda macha-cándole la cabeza, el segundo gran hombre de negocios con-cluye que no hay porqué asumir riesgos innecesarios. Manda a contratar a un amigo de la facultad, trabajador aunque no muy espabilado. Un chico de buena casta y mejores contactos que será quien le acompañe y secunde su carrera. Cuando algunos meses más tarde una joven firma de la competencia le hace una irrechazable propuesta para asestar un golpe mortal en la

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estructura de la gran empresa, el segundo gran hombre de ne-gocios sabe que tomó la decisión correcta.

El tercer gran hombre de negocios, por su juventud y su pujante carrera, se convierte en un fenómeno para la prensa. Encarna a una nueva generación de ejecutivos que aglutinan los esquemas del nuevo management, que aúnan preparación y ta-lento, una despiadada fuerza. Habituado como está a las mieles del éxito, sólo la amenaza de la crisis cíclica de la economía le da algún quebradero de cabeza y por eso, una mañana cualquie-ra, decide que no estaría mal repartir responsabilidades y malas críticas buscándose una mano derecha.

Evitando a los molestos sabihondos que cada semana le ha-cen llegar alarmantes informes sobre el incierto futuro de la gran empresa, el tercer gran hombre de negocios no tiene ninguna duda a la hora de promocionar al único fiel compañero –pa-riente además de la familia de su suegra- que no rechista sus decisiones, que le admira en cada paso, haciendo gala en cada momento de una infinita modestia.

Por eso, cuando la agrupación local del partido de centro derecha le ofrece presentarse como candidato a la alcaldía de la ciudad, históricamente en deuda con la gran empresa, el tercer gran hombre de negocios sabe que el relevo está en la persona correcta. Eso ocurre unos meses antes de la suspensión de pa-gos, de la intervención del Estado y la subasta pública. Unos meses antes de que un gigante chino devore a la gran empresa y a la joven firma de la competencia, despida a miles trabajadores, deje en desuso las fábricas y traslade la producción a una remota aldea al oeste de Shangai donde, según cuentan las revistas eco-nómicas, proliferan muchas y nuevas grandes empresas.

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El trabajador anonadado. 18 de marzo de 2008, 14:38

¿Quién te ha dado acceso a los archivos reservados de mi empresa?

Anónimo. 19 de marzo de 2008, 20:31

No sé si reírme o llorar…

Una mañana, liberado de su apretada agenda como di-rector del más importante master de gestión de empresas, mientras hace footing alrededor del gran chalet financiado con la indemnización millonaria del cierre de la gran empre-sa, al cuarto gran hombre de negocios le asalta una molesta duda: ¿Y si todo ocurrió porque no estaba preparado para asumir aquella gerencia? Afortunadamente, como el sudor evaporado con la brisa fresca, la sombra de esa pregunta se disipa en segundos.

Afortunadamente, expertos consultores del más alto nivel se encargaron de explicarle a él y a la prensa dónde estu-vieron y están las causas del fin de ésta y de otras muchas grandes empresas. Repasa, de vuelta a casa, los retos de su tiempo: las nuevas formas de violencia, las economías emer-gentes, el terrorismo internacional, los caminos de la bioéti-ca, la III Revolución Industrial, el choque de las culturas, la democracia de redes, la desigualdad de sexos, la exclusión de las minorías, el calentamiento global. Desgraciadamente, se convence, era imposible hacer nada más. Y eso, a pesar de contar con la inestimable ayuda de los mejores hombres de negocios, seleccionados, he aquí, menos mal, la garantía del libre mercado, por su incuestionable competencia.

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Anónimo. 19 de marzo de 2008, 22:30

Acabo de descubrir porqué somos españoles y no alemanes.

Nora. 20 de marzo de 2008, 13:32

Qué lástima que Hacker no comente esto… es una hazaña típicamente masculina…

El lector.

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La despedidaDOMINGO 23 DE MARZO DE 2008

- ¿No sientes pena porque me vaya?

- Mujer, si sólo son unos días...

Ella sonrió con un mohín y le abrazó mientras exhalaba un suspiro. Solía, desde niña, dejarse invadir por inexplicables accesos de melancolía. Levantó la mano para mostrar la tar-jeta de embarque y enfiló el camino hacia el control de equi-pajes. Antes de que se perdiera entre el resto de pasajeros, él sufrió un calambre apenas perceptible. Sintió de repente que un latido, una fibra dolorosa, transparente y líquida, se quebraba con la despedida. Sintió el escalofrío húmedo de un cierto vacío, la carne agotada por los adioses, el abismo de las promesas y las decepciones, los segundos eternos, un batir oscuro a las puertas del deseo. Se sintió débil, herido, dividi-do. Confuso, prefirió pensar que era sólo un espejismo, una cesión a la nostalgia. No se dejó ceder ni un segundo, se dio la vuelta y apretó el paso. Ella, detenida, esperaba un simple gesto, la respuesta minúscula pero inmensa que le salvara de

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la desidia. Le vio irse y le reconoció indolente, se reconoció vacía. Aquella despedida, lo tuvo claro, iba a ser la última.

Monsieur Bergson. 24 de marzo de 2008, 10:16

Las decisiones más importantes, a veces, se resuelven en escenas aparentemente intrascendentes. Y el lenguaje, más allá de la inabarcable no ciencia de la pragmática, nunca podrá advertirnos de lo que realmente esconden las palabras.

Ana. 24 de marzo de 2008, 23:54

Qué lastimita cuando sientes que no sienten lo mismo que tú sientes..

Besines

El lector.

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El hombre soloLUNES 24 DE MARZO DE 2008

El hombre sentado en el ordenador vacila unos instantes an-tes de seleccionar con el cursor la tecla enviar y presionar la superficie izquierda del ratón. Ha conducido mucho de vuelta del trabajo y ha tenido tiempo para pensar en la velada del otro día. El viaje de negocios, la ciudad extraña, el bar de ba-rrio donde un grupo de chicas está de celebración. Tomamos algo antes de irnos a dormir, hombre, que estamos perdiendo facultades... Le había insistido su colega metros antes de lle-gar al único hotel con habitaciones libres a escasas horas de celebrarse la feria.

Las calles están solitarias pero en el pequeño bar de la esquina se oye gente. Es un grupo de jóvenes a las que sor-prende su aspecto serio -el traje bien cortado, la bolsa de piel donde custodia el último ingenio de Apple y la cartera-. No les separan tantos años. Les separan los sutiles uniformes con los que advierten a qué mundo pertenecen. En serio, uníos, estamos de fiesta, por favor, no nos rechacéis un chupito. Es una improvisada despedida de soltera, luego volverá a hablar

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de ella durante semanas, como si recordara perfectamente cada una de las caras que esa noche se presentan con un par de besos en las mejillas. Ella es Marta, ella es Rosa, Valeria, la otra Marta... La última es una chica flaca que está fuera ha-blando por teléfono. Al entrar trae un gesto contrariado que enseguida vira en una sonrisa. Ésta es la que quedaba, adicta al móvil y a las broncas con su novio, la presentan.

La noche que iba a ser corta y monótona se prolonga pero al día siguiente al hombre del traje no le parece que los tragos de tequila le hayan causado demasiado efecto. Se encuentra extrañamente despierto. La larga conversación bajo el edifi-cio de pisos de aquella chica, las palabras fluidas, la piel casi transparente, las lecturas comunes, la extraordinaria sonrisa de veintitantos. Cuando media hora después de despedirla con un perturbador beso en la sien se mira al espejo para afei-tarse, no tiene la sensación de haber pasado toda la noche en vela. No sabe que es resultado del aumento de su adrenalina pero identifica que se siente increíblemente bien. Recuerda cada palabra, cada anécdota, cada momento espléndido en el que, por primera vez desde hace años, se reconoce como él mismo. Más allá del currículum preñado de méritos, más allá del perfil profesional, de todos los años intentando encontrar su sitio. Se conocen tan poco, les une tan poco, que delante de la chica flaca al hombre del traje no importa hablar de miedos y vacíos, del trabajo absorbente y las presiones familiares, con una cercanía inexplicablemente íntima.

El hombre sentado frente al ordenador ha pensado mucho antes de aplicar la presión digital de ese click que enviará el correo. Ha estado a punto de borrar del móvil el nombre

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nuevo que le causa un hormigueo adolescente, el que aso-cia a una cara radiante en una noche insomne, el que bien puede ser verdad o completamente mentira. Cuando apenas unos minutos más tarde lee Rv: en su bandeja de entrada, esa inseguridad quinceañera desaparece. No queda ni pizca de ella mientras lee y relee el larguísimo mensaje de respuesta -Deliciosamente neutro y, sin embargo, encantador-, tampo-co cuando piensa, una a una, cada una de las palabras con las que lo contesta.

Volverá, no obstante, a tener ese mismo cosquilleo en el si-guiente viaje de trabajo, cuando le ruegue a la dependienta de una tienda de juguetes que envuelva para regalo la pequeña bolsa de canicas y, ya en el hotel, pida que lo envíen con una empresa de mensajería a la oficina de estructura prefabricada donde trabaja la chica. Sé que te gustan los cristales de colores. Le dice tímido al otro lado del teléfono al escuchar, después de casi un mes del primer encuentro, su acento extraño y su entusiasmo, que le resulta más extraño aún. Volverá, de nuevo, a tener esa turbadora sensación cuando, desde una aséptica sala del aeropuerto, la llame al móvil para despertarla. Espero que no te importe, quería ser el primero en felicitarte.

La chica flaca y el hombre sentado frente al ordenador ya comparten para entonces hondas confidencias y raros delei-tes cibernéticos. Ella le imagina a cientos de kilómetros de distancia, lejano y solo, en aquella ciudad enorme que conoce sólo de oídas, siempre vestido con el traje de chaqueta del día que le conoció. Se han intercambiado algunas fotos pero el resto de personajes de la historia se mueve en el terreno dúctil de la imaginación. Están una madre y algún hermano,

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un mejor amigo, varios compañeros de trabajo. Todos tienen borrosos rostros que ella modela a su antojo.

La chica está demasiado entusiasmada para darse cuenta pero, en apenas un par de meses, la imagen del hombre lejano y solo, de ese hombre vulnerable perdido en la gran ciudad, se ha colado sutilmente por las rendijas de su compasión ajena y propia, por los resquicios de esa nostalgia de felicidad que a veces la asalta, por esa soledad estructural que ha aprendido a esconder tras una enorme sonrisa de veintitantos. Una vez, de madrugada, al llamarla desde uno de esos hoteles sin nombre de ciudades extranjeras, ella le cuenta que esa expresión es pura cartulina y se confiesa. Reconoce que hace demasiado tiempo de su relación a la deriva, reconoce la herida tibia de sus sueños por cumplir, sus últimas oportunidades, esperan-zas y expectativas.

Todo es fácil porque el hombre del ordenador no es su amigo, ni es su amante sino un ser plástico situado estraté-gicamente lejos. A suficiente distancia física y mental para encajar, como la cabeza al sombrero, con ese modelo inal-canzable que, a merced física y mental de los poemas que él corta y pega en sus mensajes de correo, ella descubre que lleva toda su vida esperando. El hombre del traje vive al otro lado del teléfono intacto en su crisálida perfecta, respetando los ingredientes y cantidades de una industria cultural adoradora de los finales felices.

Una mañana algo se quiebra. El número al que llama tiene restringidas las llamadas entrantes. Nadie contesta al otro lado del correo. Ningún hombre solo llama esa noche, ni ninguna otra. No llegan mensajes de madrugada desde lugares lejanos.

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Ninguna voz confirma si sigue adelante aquella cita para el reencuentro, si se verán finalmente en esa fecha. La chica de la piel translúcida se queda con una percepción difusa de lo real, una ácida resaca emocional que, en los meses siguientes, identificará como algo parecido a un desengaño.

Sentado frente al portátil, el hombre al otro lado del orde-nador está poniendo al día el aparato en un ritual que repite religiosamente cada seis meses. Ordena ficheros, hace copias de seguridad, borra archivos temporales. Hay demasiada gen-te en la casa como para concentrarse mucho pero de vez en cuando se descubre fantaseando con esa fecha que ha puesto para tener la cita perfecta, cerca de aquella ciudad donde se repite una feria. Un niño pequeño irrumpe en el despacho. Papá, mamá dice que vayas, lloran los mellizos. El niño es menudo y en sus ojos, aunque minúsculos, resaltan unas lar-gas y doradas pestañas.

De repente, el hombre que cada mañana se pone un traje para salir de casa se siente embargado por una desagradable presión en el centro de la caja torácica. Deja que sus dedos se muevan solos sobre la superficie táctil del portátil. Es un ges-to rápido. ¿Está seguro de que desea eliminar la carpeta Feria Proyecto y mover todo su contenido a la carpeta elementos eliminados? La presión se hace más fuerte y una turbación, parecida a un mareo, le atraviesa como un calambre por den-tro. Aceptar. Click. La ligereza. El hombre que se ha puesto un pijama para estar cómodo al llegar a casa se levanta, suspi-ra, y tiende su mano derecha al pequeño. A ver, ¿qué es lo que quiere ahora tu madre?

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Anónimo. 24 de marzo de 2008, 23:27

Joooooooooder.

Anónimo. 25 de marzo de 2008, 12:13

Pienso hacer un repaso de todas mis historias. ¿Tengo pruebas de-mostrables de que mis últimos ligues eran quién decían?

Una promiscua. 25 de marzo de 2008, 18:49

Qué paranoia, ¿noooo?

Hacker. 27 de marzo de 2008, 02:56

Si por ‘alguien’ te refieres a mí, pues sí, me sorprendo. Me sorprende cada día la capacidad humana para castrarse con una vida que no le satisface e intentar sobrevivir a base de sucedáneos temporales en los que, quieras o no quieras, terminas causando daño, como esta pobre chica desconcertada. No sé, no creo que la mentira sea patrimonio de un sexo, ni la traición, ni la doble vida... No sé, cada uno con sus historias y sus experiencias, que ya veo que no son demasiado positivas cuando se hacen ese tipo de comentarios.

Observador. 24 de marzo de 2008, 23:54

¿Alguien se sorprende? Conozco cientos de historias como ésta, hombres y mujeres vacíos inventándose vidas de cartón allá por dónde saben que no tienen pasado. Y desde que está la red -bendita red, que nadie me malinterprete- mucho más.

Nora. 25 de marzo de 2008, 09:45

Qué asco de tío... A ver si alguien tiene narices de defender que éste no es el típico comportamiento heredado de la cultura machista.

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Hacker. 28 de marzo de 2008, 00:49

Lo que veo, vaya lo que leo... Después dices que si se cae en el tópico. Al final basta una historia para que salgan fuera toda las historias de resentimiento, los malos rollos. Anda que no!

Nora. 28 de marzo de 2008, 09:36

Mira, paso.

Nora. 27 de marzo de 2008, 13:27

Pero qué sabrás tú?????

El lector.

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El realismoMIÉRCOLES 26 DE MARZO DE 2008

-Creía que podía…

-Tú tienes la cabeza en las nubes.

No fue la frase, sí el tono de desprecio. No fue la intención, sí el resultado. Arrastrada por una fuerte corriente de viento la cabeza aterrizó en caída libre y se posó mecánica sobre sus hombros. Una cabeza aún confusa a cuenta de tanto vapor de agua. Cabeza que ha caído, abruptamente, junto a un pu-ñado de ideas, rodando al lado de un grupo de sueños, cerca de unas magulladas decisiones locas. Cabeza sobre la tierra, cabeza al nivel del mar, que ya no bebe margaritas ni lágrimas de abejas, que ya no es criatura de sueños y empieza a tener miedo. Cabeza que ya tiene nombre y camino, plazos y tiem-pos. Que ya sabe que la vida la cocinan otros y espera a que se la den hecha.

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Hacker. 27 de marzo de 2008, 03:07

En esta vida siempre hay alguien que disfruta castrando…

El lector.

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Aquella mañana B. R. P. se había levantado con peor humor que de costumbre. Había tropezado en la escalera de su edi-ficio con un niño insolente demasiado dormido para enten-der de educación y encontrado rayada la puerta derecha de su nuevo coche en un claro intento urbano por crisparle los nervios. Había conducido con un molesto pinchazo en la sien izquierda la concurrida distancia que le separaba de su casa al trabajo y, una vez allí, como se temía durante aquel peri-plo sobrado de atascos y autobuses extremadamente lentos, se preparó para comprobar cómo nadie había hecho las cosas cómo y cuándo se les había pedido. Mientras dejaba su nueva gabardina Burberry en el perchero y lamentaba la aparatosa elección del atuendo para un día que amenazaba calor; se le escuchó rebufar varias veces sobre la escasez de perchas que no deformasen las prendas hilando aquella atávica reivindi-cación con su desgarrado reproche sobre la falta de gusto del personal, rendido desde hace años al algodón franquiciado.

La averíaLUNES 7 DE ABRIL DE 2008

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Mientras maldecía la temperatura del café de la máquina, la secretaria suplente asistió a sus lamentos sobre la jornada por delante, sobre la incompetencia previsible, sobre el retraso imperdonable de aquellos que siempre alcanzaban la puerta diez minutos más tarde y, siempre, con una excusa insosteni-ble incapaz de disfrazar su falta de consideración. Una vez le fueron pasando las llamadas, se le pudo oír insultar a la em-pleada de la agencia de viajes por la elección de unos asientos de ventanilla en el vuelo de la semana anterior, así como ame-nazar a varios proveedores con el fin de su relación comercial a cuenta de su retraso por dos semanas reincidente.

Mientras la mañana de sol implacable recalentaba el vi-drio de su ventana, fueron pasando por el octavo piso de la oficina un muestrario de situaciones profesionales que soli-viantaron su genio y le obligaron, cuando todavía no había llegado la media mañana, a convocar una reunión urgente en la que se puso en conocimiento del personal el cada vez más evidente disgusto de la empresa para con su rendimiento pro-fesional. Según enumeró, los había demasiado charlatanes y demasiado callados, los había vagos y demasiado activos, los había irresponsables y acobardados, no había ninguno que, en aquellos años de intercambio mutuo, hubiera podido ganarse la confianza de una firma que multiplicaba sus beneficios sólo por la tenacidad de su propia gestión.

Antes de ser sancionados por su indisciplina con varios días de vacaciones y de quedar desautorizados para tomarse los diez minutos para el desayuno, se le pudo oír definirse al teléfono como francamente desesperado por la inoperancia

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de un equipo disfuncional. Todo ello antes del momento trá-gico en el que comprobó que un número indefinido de pape-leras aún no habían sido vaciadas y que el polvo acumulado en la parte posterior de los ordenadores seguía en el mismo estado deplorable que había denunciado la semana anterior.

Tras volver del almuerzo, que la mayoría había preferido sustituir por un bocado rápido habida cuenta del ya denun-ciado retraso general en los tiempos de trabajo, los primeros incorporados comentaron con el resto la inoportuna avería en el único ascensor del edificio. Antes de que dieran las seis de la tarde y, a la vuelta de uno de los extenuantes viajes a la copistería de abajo, el becario llegado unos meses antes com-partió con sus compañeros la imagen de la cabina del eleva-dor atascada entre el quinto y el sexto piso.

Esa tarde, cuando se apagó la última luz de la oficina, la empleada amonestada por su incontinencia urinaria coinci-dió con el portero en las molestias derivadas del pésimo aisla-miento sonoro del edificio, que aquella tarde les había obliga-do a escuchar, como un espejismo sonoro, los ecos y voces de la cafetería anexa, como si estuvieran justo al lado.

Durante esa semana, habituados al obligatorio mutismo exigido por su superior, ninguno de los trabajadores comentó la ausencia de éste ni el misterioso olvido de su gabardina so-bre el perchero de la entrada. Presionados como estaban por cumplir los objetivos, tampoco extrañó que ningún empleado del edificio hubiera llamado al técnico de la empresa de as-censores en esos días, ni al mes siguiente ni al otro. Lucían limpias, eso sí, todas las papeleras.

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Al llegar el otoño, al voluntario de una ONG, le sorpren-dió gratamente encontrar entre el material de oficina y los archivadores, una gabardina de color camel con un corte apa-rentemente exquisito. Formaba parte del mobiliario sobrante de la mudanza de una gestoría. Meses atrás, habían decidido trasladarse a una nueva sede, más pequeña y ergonómica, si-tuada en la otra punta de la ciudad, en una planta baja.

Burning Worker. 11 de abril de 2008, 20:47

No me des ideas…

LazarovMemarea. 11 de abril de 2008, 21:58

Estrellita, cuidado con lo que sueñas a ver si se te va cumplir.

Otto. 12 de abril de 2008, 10:37

Para todo el mundo es muy fácil criticar de sus superiores. Empre-sarios, responsables y demás. Nadie piensa la tremenda responsa-bilidad que sostienen esas personas y las presiones que soportan. Además si no fuera por ellos, ¿cómo funcionarían las cosas? Y están los emprendedores, todos los palos van para ellos…

Anónimo. 12 de abril de 2008, 23:26

Cambia de camello chaval.

El lector.

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El entrenamientoSÁBADO 26 DE ABRIL DE 2008

- Me duele el alma...

- Claro, llevabas mucho tiempo sin usarla... Sólo hay que seguir amando...

Salió a la calle para enamorarse del tímido sol de noviembre, del frío en la cara, de su reflejo en los charcos. Se enamoró de los perros y de los gatos. Sufrió por el anónimo y sucio desti-no de las ratas. Se estremeció de deseo, de nostalgia y de asco. Lloró de alegría y de pena, insufladas de caricias ardientes sus arterias. Y un día, muchos años más tarde, descubrió que era un hombre diminuto, breve, vulnerable, pero con un órgano irrigador de vida perfectamente en forma.

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Anónimo. 27 de abril de 2008, 18:59

Qué bonitooooo…

Anónimo. 27 de abril de 2008, 21:24

Qué cursi te has vuelto, no???

Hacker. 28 de abril de 2008, 02:39

Lo firmo y afirmo.

El lector.

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El viajeDOMINGO 4 DE MAYO DE 2008

-Bueno, soy coqueta, pero no tanto...

-¿Tú crees?

Para entonces, él ya había cruzado la autopista a velocidad de vértigo, atravesado sembrados, esquivado semáforos, atisba-do un pequeño accidente en el que no parecía haber habido heridos. Había sobrevolado ciudades, enterrado Papas y con-templado revoluciones. Había sido padre y madre, hijo y nie-to. Había sido huérfano envejecido mil años. Había bailado sobre el fuego y nadado entre cenizas. Conocido mil lenguas, dado mil rodeos para regresar a casa con el corazón templado. Antes de sonreír se sacudió el polvo con regusto. Adoraba volar empujado por el aleteo de sus pestañas.

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De visita. 4 de mayo de 2008, 20:28

Mola lo del subidón del flirteo…

Hacker. 5 de mayo de 2008, 3:18

Lo sabía… Nuestra estrella se está enamorando.

Nora. 5 de mayo de 2008, 08:24

Cuánta información tienes, ¿no?

Hacker. 6 de mayo de 2008, 01:07

La gente puede intentar esconderse pero yo siempre, y esto léelo bien Norita, les encuentro. A lo mejor cualquier día te busco a ti.

Anónimo. 4 de mayo de 2008, 17:37

Me parece que lo vi anoche, se golpeó con el campanario de una iglesia.

El lector.

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La citaLUNES 19 DE MAYO DE 2008

Ayer por la mañana, tal vez porque acababa de ver su diminu-ta cara entre los amigos recomendados en el portal de redes sociales, a Pablo le dio por llamar a Marta. Llevaban años debiéndose un café mil veces postergado y encontrarla allí, asomando la cabeza en aquella diminuta instantánea de la pantalla, le recordó que no estaría nada mal rememorar viejos tiempos junto a su mejor amiga de la infancia. Quedaron para cenar en un nuevo restaurante de comida Libanesa donde comprobó que Marta estaba tal y como la recordaba. Le ha-bía sentado bien dejar a aquel idiota con aires de grandeza y, aunque volvía a vivir con sus padres, se la veía más segura y más independiente.

Ayer por la mañana, mientras encendía su ordenador y elucubraba una y otra vez qué excusa creíble podía poner a su jefe para justificar su hora y media de retraso en los veinte minutos del desayuno, Marta recibió una llamada de Pablo. Después de pasarse tres meses llorando tras su última ruptura, y sin otro plan que el de ver la tele soportando a su hermano

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pequeño, Marta interpretó que la llamada de Pablo podría catalogarse como un guiño del destino.

Hoy, mientras piden los entremeses y Pablo le enseña los últimos temas de un disco bajado de internet, Marta recono-ce que Pablo ha mejorado claramente con el tiempo. Se le ve más hombre, más formado. Ese cierto regusto imberbe de los años de instituto ha ido cediendo y, como el cisne del cuento, de repente, le ha salido cuello. Piensa que es bastante guapo, que, incluso, se diría que pegan. Por eso ahora mismo, mien-tras intercambian una cerveza y Pablo divaga y divaga sobre sus planes de turismo solidario para ese verano, Marta no puede dejar de pensar en el determinismo que acaba de colo-car a ese amigo extraviado nuevamente en su vida. Piensa en los años en común, en las experiencias, en los besos furtivos a los catorce y en la camaradería general que les hizo olvidarlos. De repente, cuando Pablo vuelve a sentarse con la segunda cerveza, Marta determina que es verdaderamente guapo. Tal vez no viste como más le favoreciera pero eso es algo que se lima con el tiempo. Mientras comprueba con disgusto que continúa con su terrible costumbre de comerse las uñas, Mar-ta piensa que de Pablo nunca ha escuchado agresivas peleas por celos, que no le recuerda ninguna salida de tono y que jamás ha sido infiel, ni mentiroso, ni egoísta.

A la tercera cerveza, Marta se pregunta extrañada cómo ha podido estar tan ciega como para no ver cómo Pablo so-bresalía por encima del resto. Está claro que ha madurado, ha encontrado un buen trabajo y es, por descartado, el que mayor futuro profesional tiene de todo el grupo de amigos en el que se conocieron. Marta no puede entender cómo no se ha

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dado cuenta de la sensibilidad extrema de Pablo y cómo no ha sabido ver su clarísima vocación paternal, rasgo evidente cuando le ve sonreír, instintivamente, la gracieta de un niño que está sentado en la mesa de al lado.

Cuando terminan el segundo plato, Marta recapacita so-bre todo esto y también repara en lo amiga que ella misma es de la hermana de Pablo, en lo majísimo que son sus padres, absolutamente encantadores. Los padres de Pablo conocen a sus padres, advierte. Una vez, incluso, compartieron coche a la vuelta de la casa de la playa. A Marta le parece muy im-portante emparentar con una familia muy parecida a la suya. Las relaciones construidas sobre valores muy diferentes ter-minan abocadas al fracaso, eso es algo que su madre siempre le repite.

La comida está tan rica y el ambiente es tan agradable que tanto a Pablo como a Marta las horas se les están pasando enseguida. Él le comenta que ha pensado apuntarse en algún curso de cocina árabe por lo mucho que le gusta y ella cele-bra su decisión con entusiasmo. Ya lo está imaginando en el precioso apartamento que, con ayuda de los padres de ambos, se comprarán en el casco antiguo de la ciudad, ataviado con un delantal, preparando una cena para los amigos. O mejor, la cena para los niños, dos, tan guapos como él. Varones muy probablemente. En la familia de Pablo, y también en la suya, hay mayoría de chicos. A Marta se le escapa un mohín al pensar en el nombre de su suegro. Descartado lo de llamar como él al primogénito.

Pablo ha decidido invitarla porque está de enhorabuena tras un ascenso en el trabajo le cuenta en ese momento y Marta

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salta de idea en idea imaginando que, si su carrera profesional continúa por esos derroteros, tal vez ella pueda, incluso, dejar de trabajar unos años para cuidar de los niños. Todo el mundo sabe que pillan demasiados virus en la guardería.

Ahora que la cena ha terminado y después de que Pablo la deje en casa, Marta ya está segura de que este reencuentro ha sido su guiño del destino, el fin del viaje, la guinda de su muy traumática ruptura tras cinco años de noviazgo. La explicación de todo, lo que hace que tenga un sentido, la pieza clave.

Por eso cuando dentro de una semana Pablo conteste des-pistado a sus varias llamadas perdidas y encuentre a Marta francamente extraña, él no entenderá demasiado bien qué le ha pasado a su amiga, qué problema parece estar ocultándole. También se sorprenderá profundamente cuando, cinco meses más tarde, un amigo común le comente que ella está a punto de casarse.

-Qué raro - le contestará Pablo extrañado- la vi hace poco y no me dijo que saliera con nadie.

Hacker. 20 de mayo de 2008, 00:37

Qué miedo… seguro que Norita no responde.

observador. 20 de mayo de 2008, 09:56

Sin comentarios. Rápido y certero.

Hacker. 22 de mayo de 2008, 00:14

Eso no es sin comentarios, eso es con 2 comentarios…

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Nora. 22 de mayo de 2008, 08:03

¿Tú qué? Siempre poniendo la punta.

Nora. 30 de mayo de 2008, 14:21

Creo que mi hermana, y mi hermano, y mi padre, y mi madre, y mis tíos y mis amigos y todos los que me rodean, se casaron por razones parecidas.

Hacker. 22 de mayo de 2008, 23:45

Te echaba de menos…

El lector.

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El espacioDOMINGO 1 DE JUNIO DE 2008

- Te tengo clavada en mis pensamientos.

- Lo sé, se está muy apretada aquí dentro.

Y allí, buceando pesadamente entre la masa encefálica, mien-tras acariciaba recuerdos infantiles y cauterizaba instantes de miedo, sin decidirlo del todo, se quedó para siempre. Parada entre las brumas de una tarde de merienda, las noches tem-pranas de enero y la tabla de multiplicar del cinco. Ador-milada, cálidamente, en ese lugar tierno dónde habitan los versos libres, las cosquillas y las cartas a los Reyes Magos. En el lugar exacto en el que, socializado y hecho carne pensante, cada ser humano guarda el tacto húmedo de la primera piel estremecida.

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Hacker. 2 de junio de 2008, 00:27

Lo dicho, asistimos a su maravilloso florecimiento amoroso.

Luis. 4 de junio de 2008, 12:03

Unas semanas fuera de estas líneas cibernéticas, un placer verla a usted tan bien.

El lector.

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El dominioDOMINGO 11 DE JUNIO DE 2008

–Siempre tienes que salirte con la tuya.

Lanzó una mirada al aire a modo de respuesta y comprobó cómo su hija apretaba los dientes. Debía reconocer que en aquella ocasión la negociación había llegado a ponerse dura. Habían surgido roces y sentía haber perdido la fluidez de las relaciones de antes. El paso del tiempo, el matrimonio y los hijos las habían separado física y psicológicamente y sentía que ya no tenía aquel poder omnímodo que había marcado sus relaciones desde que era una niña. Desde hacía muchos años, convertida en una adulta independiente, solía disfrutar poniéndola en aprietos, comprobando hasta dónde podía es-tirar aquel hilo invisible que la había frenado en sus rebeldías adolescentes, que la sometía a esperar junto a su cama en sus tardes de jaqueca, que la empujaba a castrar cada intento de emancipación al borde mismo del deseo. En aquella ocasión, una vez más, volvió a saborear el triunfo inmenso de otra pe-queña batalla. Victorias domésticas que certificaban que, a

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pesar de las amenazas externas, seguía siendo ella quien tenía en su vida la última palabra.

Anónimo. 12 de junio de 2008, 00:37

Nos rodean por todas partes historias como ésta. Pequeñas derrotas anónimas.

Hacker. 12 de junio de 2008, 00:55

La familia, ese invento macabro…

El lector.

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La perfecta ama de casa se levanta un día con la sensación de tener mucho trabajo pendiente. Recién levanta a los niños, los viste y coloca en la parada del bus escolar, regresa a casa para atender al marido y quedarse sola, en la inquieta actitud de ansia de quien tiene una larga tarea por delante. Ataviada con la indumentaria de las grandes gestas, empieza por el cuarto del fondo donde encuentra un puñado de cartas de amor y rosas secas de las que se deshace una a una ayudada por una bolsa modelo Familia.

Animada por una vitalidad desconocida, la madre aman-tísima descuelga las cortinas y, camino de la lavadora, decide, renovada, que ya es hora de darles salida. Lo mismo hace con los edredones, las mantas y manteles. Lo mismo hace con toda la ropa. Vuelca al tiesto el cajón de las facturas y, de paso, el cajón donde guarda los recuerdos, varias cajas con los zapatos viejos y, sin pensárselo demasiado, también las que contienen los nuevos. Deja para el final las toallas de la ducha.

Conforme llena bolsas y bolsas, se encuentra en un cajón de la cómoda con las velas de cumpleaños y el Libro de Familia,

La economía domésticaLUNES 21 DE JULIO DE 2008

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con un sobre gris donde custodia una última oportunidad ya arrugada a la que, por oculta, había dejado de echar cuenta. Esto lo tira todo por el water, está segura de que no se va a producir ningún atasco.

A última hora de la tarde ya se ha deshecho del teléfono fijo y del móvil , ha arrancado el ADSL y desactivado el tim-bre. Ha reunido las fotos y las ha arrojado, rotas, al bidón de orgánico. En el viaje, también ha incorporado cierta memoria sentimental que ocupaba demasiado sitio: las noches de asma del primer hijo, tres dudas existenciales, los cuernos del ma-rido, el tedio del dormitorio, los sueños rotos y una aventura platónica con un amor no correspondido. Éste había apareci-do, al levantar el somier de la cama, adherido a grupúsculo de plumas y pelusas de polvo.

Sumida como está en su frenético ritmo de tareas, el tiem-po pasa volando. En la cocina tira todas las latas y paquetes, elimina las confidencias de su hermana, las lágrimas tragadas, las pastillas de avecrem y los pitillos que, a escondidas, toda-vía se fuma de vez en cuando. Se despide de un par de espe-ranzas congeladas en el tercer cajón del combi y rasca duro la grasa, las crueldades de la suegra y una rara costra verde, donde han solidificado atávicos rencores familiares, juicios ajenos y ciertos tipos de envidias.

Va cargando con las alfombras viejas camino ya de la esca-lera, cuando pierde el equilibrio al chocarse con una anciana, reducto senil de la dominante suegra, que, en camisón como está, incorpora en el mismo punto limpio donde van la vajilla, las copas y tres juegos sin estrenar de sábanas blancas.

Diáfanos el despacho, los baños, la cocina y dormitorios, donde se habían agazapado unas cuantas pesadillas, la hija

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entregada y hermana intachable elimina del salón varios kilos de libros y enciclopedias. Llena más de doce bolsas con la carrera que nunca ejerció, los viajes de trabajo, las clases de los hijos y tres o cuatro archivadores donde custodiaba ex-pectativas. Para eliminar los chismes bajo el felpudo utiliza un aspirador.

Antes de bajar los últimos trastos a la calle, se asegura de que no ha quedado ningún residuo. Repasa bien las esquinas donde sabe se pertrechan los miedos, las motas de nostalgia y los apegos. Comprueba que están bien cerradas las bolsas dobles donde se ha deshecho de Dios, de la culpa y de los recordatorios de comunión, y reconoce que, en realidad, no ha sido tan difícil deshacerse de todos los recuerdos. A la vuelta del último viaje, echa la llave del piso y se desnuda para tum-barse por fin sola sobre el suelo de madera.

Durante toda la noche un catálogo de desconocidos apo-rrean la puerta. Primero un hombre alto, luego un par de chi-cos, luego gente diversa, alta y baja. Gente que no importa en absoluto. Deben ser los vecinos, piensa. Repiten un nombre, lo machacan, lo corean. Primero en un tono suave, luego de rabia, luego de miedo.

Afortunadamente, cuando amanece el noveno día, ya na-die llama a la puerta y ella -que ya no es perfecta, ni entrega-da, ni madre, ni esposa, ni mujer, ni amantísima, ni amada- se entrega al voluptuoso calor de la madera, al diálogo de sus crujidos, a los ecos extraños, al silencio diáfano que la rodea. Por primera vez siente una deliciosa sensación de estar en casa, una deliciosa sensación de limpieza.

*Relato inspirado en la fotografía de Víctor Iglesias, página 126.

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Monsieur Bergson. 24 de julio de 2008, 12:07

Abandonados durante demasiado tiempo. Recibo su regreso con enorme alegría.

Anónimo. 26 de julio de 2008, 19:58

¡Cuánto tiempo fuera! Novedades???

Hacker. 30 de julio de 2008, 00:12

Pues que ha hecho limpieza. Se ha divorciado, como mínimo!

Alérgico al polvo. 3 de agosto de 2008, 21:52

Tanto limpiar, tanto limpiar, después se nos jode el sistema inmunitario.

Nora. 4 de agosto de 2008, 08:43

Qué bien volver a leer palabras cómplices. No vuelvas a irte tanto tiempo!

El lector.

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El pactoLUNES 18 DE AGOSTO DE 2008

–Sólo digo lo que pienso.

–Pues te agradecería que fueras un poco hipócrita. Todos mentimos un poco para aguantarnos los unos a los otros.

Él bajó la cabeza en un gesto de asentimiento. A partir de aquel momento iniciaron un muy feliz ascenso por los cami-nos del matrimonio, la familia y el estatus social. Recorrieron el mundo en viajes veraniegos, se fotografiaron frente a los principales monumentos, renovaron varias veces el mobilia-rio de su casa, bautizaron a sus hijos con nombres de pa-rientes fallecidos, se mudaron de domicilio y ahorraron un porcentaje de sus ingresos. Cuidaron de sí mismos y de los otros, reunieron para un buen coche, redujeron la hipote-ca. Obviaron el aburrimiento. En el ocaso de sus vidas, tan perfectas y deliciosamente neutras, pudieron comprobar los beneficios de aquel pacto. Se dieron cuenta de que sus otro-ras malidicentes ingenios se habían desactivado y que habían encontrado una receta muy parecida a la felicidad. Una que,

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en dosis estratégicas y sin llegar a abrazarla, rozaba indecen-temente la mentira.

José. 18 de agosto de 2008, 00:01

Es como cuando Woody Allen paraba a la pareja por la calle en An-nie Hall, creo recordar, y les preguntaba si eran felices y que cómo lo hacían. La respuesta era clarividente.

Observador. 19 de agosto de 2008, 01:43

Caray, creo que tenemos amigos comunes.

Nora. 20 de agosto de 2008, 22:57

Creo firmemente que la sinceridad está sobrevalorada.

Anónimo. 20 de agosto de 2008, 10:45

Una duda: ¿pero esto no es precisamente ser feliz? Joder qué ganas de complicarse la vida, de verdad. ¿No podrías escribir de cosas más sencillitas?

Genial siempre. 21 de agosto de 2008, 10:25

O sea, ¿todo es pura hipocresía? ¿O acaso la tolerancia suple a la verdad?

Hacker. 21 de agosto de 2008, 00:03

Estamos de acuerdo, mi señora.

Flech. 21 de agosto de 2008, 18:05

Eso no es hipocresía...es pura educación.La “sinceridad” como bienhechora social de reciente cuño sólo trae conflictos innecesarios. Propongo un gran monumento a la “mentira” como uno de los grandes pilares de toda sociedad que tenga como meta considersarse decente.Le leo con interés Sr. Genialsiempre. je

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El lector.

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La FelicidadDOMINGO 7 DE SEPTIEMBRE DE 2008

La mujer felizmente enamorada arrastra una desconocida sensación. La aguerrida pelea con su compañero la noche an-terior, el sueño interrumpido, la mañana de reuniones y sus típicas cesiones a la astenia primaveral la están turbando. No se siente todo lo bien que quisiera. Tiene un día sobrecargado de trabajo y un almuerzo con clientes que le llevará toda la tarde pero, en realidad, lo prefiere, no tiene ganas de volver a casa. Ninguna intención de encontrarse esa manida cara redonda al otro lado del salón. Probablemente enganchado a alguna serie frívola, sin habérsele ocurrido sacar la ropa de la lavadora o preparar la mesa para el almuerzo.

Sin ganas de mirarse a la cara ni tener ninguna conversa-ción interesante, la llamada de una amiga interrumpe por la tarde su rutina burocrática. Está en la ciudad de paso, por un congreso. Está con unos amigos. Se pregunta si le apetecería quedar para cenar algo. Se pregunta si no está demasiado ocu-pada. La mujer que siempre había presumido de estar feliz-mente enamorada no tiene especial ilusión en quedar con esta

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amiga a la que hace siglos que no ve. No recuerda que fuera ni siquiera divertida y lo de hacer esfuerzos para confraternizar con extraños le da una especial pereza. Sin embargo, y a pesar de que ha empezado a elegir en su catálogo de excusas cuál puede encajar mejor para declinar la invitación, se da cuenta de que es la oportunidad perfecta contra el tedio de la cena.

De repente, aunque el día ha sido mayoritariamente gris, las nubes se despejan. Hay vida más allá de su relación gas-tada. Todavía no ha colgado el teléfono cuando la mujer que hasta el momento se había sentido felizmente enamorada se descubre ilusionada con la perspectiva de tener una cita. Inventa una cena de negocios y baja a la perfumería que re-cientemente han abierto bajo su oficina para comprar unos polvos compactos y una barra de labios. No viene preparada para que se prolongue la jornada y ella sigue siendo una mujer con recursos.

Al final del día, en el coche camino del restaurante, y em-pujada por un atávico complejo judeocristiano que la hace aferrarse a las costumbres a pesar de saberlas insinceras, marca el número de casa e informa de que llegará tarde. Se siente ali-viada por escapar un día de su aliento pusilánime, el del eterno postergador de acciones, el del cerebro creativo que tendría que haberse comido el mundo si la rutina no lo hubiera devo-rado a él. La mujer que lleva meses convenciéndose de que si-gue felizmente enamorada es víctima de una acumulación de imágenes en la cabeza. Se le agolpan pesada y pringosamente: las expectativas, la convivencia, los últimos domingos eternos, los ahogos, el aburrimiento, la desilusión, la falta de detalles, su escasez de ingenio, las rutinas sexuales. Esta mañana en el

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espejo, por primera vez, se ha visto mayor. Se ha preguntado si tal vez ha esperado demasiado para ser madre, siempre atenta a no descuidar sus labores como motor de la pareja, a cuidar de él y sus manías, a mantener la esperanza de que llegue el galerista, el descubridor de talentos que le encuentre, el golpe de suerte.

Mientras se afana por encontrar el restaurante, la mujer a la que cada vez le es más difícil sentirse felizmente ena-morada reconoce que su compañero ya ni siquiera le parece guapo. Empieza a quedarse calvo y los años han comenzado a acentuar unos defectos que la ceguera del amor le hacía ver como virtudes. La escasez del pelo, las canas, la barriga blan-da que sobresale por encima del cinturón. Mientras espera que crucen varios coches en un interminable ceda el paso, su boca se ha torcido ligeramente. Ella no lo sabe, pero el viandante despistado al que esquiva cuando intenta cruzar la calle por un lugar no señalizado identifica que la conductora que le ha tocado desgradablemente el claxon ostenta una evidente cara de asco. La mujer recuerda que hace meses que no tienen sexo.

Sin embargo, unos minutos después, de repente, todo cambia. Conforme se aproxima a la cita, el estreno de la nue-va barra de labios le imprime una nueva frescura y la pers-pectiva de estar regresando a los hábitos de otros tiempos le devuelven la sonrisa. Cuando entra en el restaurante, la mu-jer que jamás hubiera pensado que un día ya no se sentiría felizmente enamorada está radiante. Va hacia la mesa donde su vieja amiga la espera con tres desconocidos y siente que,

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en ese espacio, en ese tiempo, no existe el apartamento lleno tubos y lienzos a medio pintar, no existen las esperanzas ro-tas, no existe su vida. Es sólo ella. Y ella es otra.

La cita resulta agradable. Los tipos que acompañan al nuevo marido de su amiga le caen bien, y la mujer nota que les gusta, que aún es atractiva. La cena comienza y la con-versación viaja del turismo de fin de semana a la actualidad política, de la crisis de la posmodernidad a los derroteros per-sonales. La mujer que se creyó el cuento de estar felizmente enamorada se da cuenta, a la tercera copa de vino, que está un poco achispada.

En contra de todo precepto aprendido, de todas las nor-mas de conducta de casa, para cuando traen el segundo plato su lengua está desconocidamente suelta. Mientras el resto de comensales asiente con gestos de condescendencia y di-rige con preguntas capciosas su soliloquio, la mujer que no recuerda desde cuándo no se siente felizmente enamorada charla y charla enumerando su historial de tragedias domés-ticas. Hace un retrato de sus íntimas miserias animada por los efectos de la fermentación alcohólica.

Cuando la cena termina y demasiado bebida para coger su coche, la mujer que ha aprendido que en la vida todo cambia aunque se haya estado felizmente enamorada, accede a que uno de los hombres la acompañe hasta su casa. Se han diri-gido miradas lascivas durante la cena, ha notado el tacto de su piel en un roce y es un hombre interesante y bien vestido, probablemente casado, aunque a quién le importa. Minutos después, observados por un taxista que aprieta los dientes esperando que el jueguecito no le deje ninguna mancha, la

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mujer se deja querer en el asiento trasero del coche, mientras el desconocido juega a hacer prospecciones digitales por de-bajo de sus bragas.

Al salir de la habitación de hotel a altas horas de la ma-drugada, la mujer que sabe que toda mujer merece la oportu-nidad de volver a estar felizmente enamorada, se siente viva e increíblemente atractiva. Tanto, que decide desechar otro taxi y hacer andando el trayecto de regreso a casa, disfrutar de la brisa fresca y de la seguridad que balancea su arruga-da falda. De repente, sabe que nadie puede con ella aunque, seguramente porque está demasiado ocupado en calcular la jugada, el chico que esa noche se ha propuesto llenarse el bolsillo a costa de pijas que regresan a casa, no pueda perci-birlo, al tirar del bolso, empujarla al suelo y salir corriendo en dirección contraria.

El golpe es seco e indoloro. La torcedura del pie acaba con uno de sus tacones y, a partir de ese momento -sin dinero, sin teléfono- sabe que debe hacer el camino de regreso descalza. La calle está desierta, el susto le ha agitado el corazón y, en cuestión de segundos, le asalta la sensación de encontrarse terriblemente cansada. A kilómetros de casa y descartada la posibilidad de volver al hotel, la mujer, después de la tensión, los tres orgasmos y el susto, se da cuenta de que, además, ya no está borracha.

Durante las más de dos horas que la separan ahora de su casa, ahora que cojea y sostiene los zapatos en una mano, que ha de cuidarse de no pisar chicles, cacas o cristales; se da cuenta de que los pocos transeúntes con los que se cruza la observan con cara de lástima. Mientras ve aparecer a lo lejos

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las primeras luces de la mañana, la mujer que siente nostalgia por los días en los que estaba felizmente enamorada empieza a pensar en los castigos místicos. Camina unos minutos más y, al llamar al portero, automático, la voz de él al otro lado, le ablanda el pecho.

-Te he estado llamando al móvil. Me tenías preocupado.

Cuando sale a buscarla al ascensor y la conduce abrazada hacia el apartamento, la mujer que sabe que no hay nada com-parable a estar felizmente enamorada rompe a llorar. Le han robado, muy lejos. La han dejado sin móvil, sin una moneda para llamar. Le han dado un susto horrible. Le han golpeado, ha pasado mucho miedo. Había aparcado un poco lejos del restaurante. Todos se habían ido antes. Se ha sentido muy sola. Nadie ha hecho nada por ayudarle. El ladrón se llevó el bolso. Justo cuando buscaba las llaves para entrar y conducir hacia casa. Se ha sentido tan impotente. Le ha echado tanto de menos.

Tras sentarse con cuidado sobre el sanitario y recibir un suave beso en la cabeza despeinada, la mujer que percibe cómo ha puesto en peligro su fortuna de mujer felizmente enamorada, contempla cómo se llena el baño y siente el vaho caliente golpearle la cara. Ya desnuda en contacto con el lí-quido templado, nota mezclarse en su boca el sabor dulce del agua con el salado de las lágrimas.

Al fondo, le escucha a él en el salón dar sus datos a la policía, cancelar sus tarjetas. Le oye calentando la leche, reco-giendo su ropa y bromeando con sus zapatos. Al verle regresar al baño, la mujer de nuevo felizmente enamorada suspira pro-

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funda y sonoramente, agitada por el llanto.

-Mujer, sólo ha sido un robo, no hay que ser tan exagerada.

LazarovMemarea. 8 de septiembre de 2008, 00:45

¡No me lo puedo creer! La estás castigando…

Anónimo. 8 de septiembre de 2008, 11:56

¿Tú crees?

Nora. 9 de septiembre de 2008, 00:09

Mmmmm... Reconoces entonces que los sentimientos son cosas de hombres y de mujeres indistintamente.

Hacker. 8 de septiembre de 2008, 23:59

Hombre, muy bien, muy bien… no la deja pero no creo que sea un castigo. Eso es un poco retorcido. Además, creo que este tipo de subidotes los hemos tenido todos…

El lector.

Hacker. 9 de septiembre de 2008, 00:34

Hombre, tanto como reconocer…

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La respuestaMARTES 16 DE SEPTIEMBRE DE 2008

-¿Puedo confiar en ti?

-Te lo prometo.

Pronunció la frase en una bocanada compacta. Los ojos fijos y la barbilla alta. Él la observó pacientemente durante unos segundos que parecieron horas. Percibió el brillante flequillo mecido por el aire de la ventana, las pecas sobre la nariz y los restos de carmín que sobrevivían al incómodo almuerzo preñado de explicaciones y palabras. Se deslizó un instante por la frente en la que empezaban a marcarse las primeras arrugas y se maldijo por haber elegido la puerta equivocada, el momento, la opción inoportuna. Observó sus pupilas quie-tas, el gesto tranquilo, el segundo en el que el rictus de ella se tornaba en una deliciosa sonrisa confiada. La abrazó y en ese exacto momento percibió como su espalda se destensaba. Un pequeño descuido fisiológico, una respuesta instintiva, un imperceptible gesto que le dejaba indefenso, que le servía de respuesta y lo dejaba, frente a frente, expuesto a la mentira.

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Nora. 17 de septiembre de 2008, 08:45

Supongo que lo más interesante aquí sería saber si él se detuvo ante esa confirmación involuntaria o si prefirió ignorarla.

Genial siempre. 24 de septiembre de 2008, 13:53

No hay mejor respuesta que la fisiológica, esa nunca engaña.

Nora. 20 de septiembre de 2008, 08:07

Depende de si la persona merece o no la pena.

Nora. 21 de septiembre de 2008, 00:02

No sé… creo que no. Supongo que hay mentiras que ayudan a vivir.

Anónimo. 19 de septiembre de 2008, 22:33

Confiar siempre implica hacerse un poco el tonto.

Anónimo. 21 de septiembre de 2008, 13:49

Este post va de cuernos, ¿no?

Hacker. 20 de septiembre de 2008, 00:33

¿Y tú qué harías Norita?

Perugrollo. 21 de septiembre de 2008, 23:36

No, va de gente que se abraza.

Hacker. 20 de septiembre de 2008, 23:58

¿Y no le dirías nunca que lo sabes?

Hacker. 22 de septiembre de 2008, 00:01

Es complicado…

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El lector.

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La memoriaDOMINGO 21 DE SEPTIEMBRE DE 2008

-No sabía si sería capaz de reconocerte. Hacía tanto tiempo… Sólo sabía que llevarías los labios rojos.

Ella sonrió y batió las pestañas. Él, desde entonces, nunca más volvió a perderla. La encontró entre los colores del Pan-tone, en las latas de cola, las flores del balcón, los bordes de la agenda telefónica, las fresas, las rosas de plástico y las au-ténticas, los esmaltes de uñas, los rotuladores de la oficina, los autobuses de línea, las sillas del restaurante y los sillones del teatro. La vio en las cerezas y en ciertos zapatos de tacón alto, en las cajas de cereales y en las portadas de los discos, en las señales de tráfico, en las bufandas, en algunos atardeceres y en las manzanas. En la sangre. En los sex-shops. En la furia, en el pudor. Acodada, como sin querer, tras los arrugados pétalos de las amapolas, en ciertas proclamas revolucionarias, en la ropa de los cardenales y de las putas. La vio en los tomates, en las fresas, en la vida y en la muerte. En algunos labios, pero no en todos.

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Anónimo. 21 de septiembre de 2008, 22:16

Que bonitoooo...!!!! Tengo el alma arrebolada, grana, tan roja como la manzana de blancanieves... Gracias mil

Coronada. 21 de septiembre de 2008, 23:42

Quiero leerte este poema rojo fraguado con deseo incandescente, que abrasa hasta el papel cuando lo anoto de tanto consentir lo que consiente.J.A. DORÉ

Hacker 22 de septiembre de 2008, 00:11

¿Tenía razón o no? Está enamorada.

Nora. 22 de septiembre de 2008, 00:06

Mmmmmmm…

Hermanastra. 22 de septiembre de 2008, 10:11

Muy bonito poema. ¿Conoces este poema de Amalia Bautista?IDA Y VUELTA

Cuando nos dirigimos al amortodos vamos ardiendo.Llevamos amapolas en los labiosy una chispa de fuego en la mirada.Sentimos que la sangrenos golpea las sienes, las ingles, las muñecas.Damos y recibimos rosas rojasy rojo es el espejo de la alcoba en penumbra.

Cuando volvemos del amor, marchitos,rechazados, culpableso simplemente absurdos,regresamos muy pálidos, muy fríos.

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Coronada. 22 de septiembre de 2008, 10:39

Mmmmm... interesante.

Jorge. 22 de septiembre de 2008, 14:42

He perdido el móvil cielo, mándame tu numero o házmelo saber en rojo o con una ramo de flores, una carta postal o contrata una avioneta para que deje una sonrisa con tu numero y yo sepa na mas mirar que ese numero es inequívoco. Besitos.

Anónimo. 3 de febrero de 2010, 21:47

China and Russia put the blame on some screwed up experiments of US for the earthquake that happened in Haiti.Chinese and Russian Military scientists, these reports say, are concurring with Canadian researcher, and former Asia-Pacific Bureau Chief of Forbes Magazine, Benjamin Fulford, who in a very disturbing video released from his Japanese offices to the American public, details how the United States attacked China by the firing of a 90 Million Volt Shockwave from the Americans High Frequency Active Auroral Research Program (HAARP) facilities in AlaskaIf we can recollect a previous news when US blamed Russia for the earthquake in Georgio. What do you guys think? Is it really possible to create an earthquake by humans?

Phanfarl. 22 de septiembre de 2008, 23:58

Esto no tiene nada que ver con tu post, pero es que... ¿tú como haces para que la foto de perfil no se te vaya al mundo oscuro cada dos días?

Anónimo. 25 de septiembre de 2008, 21:54

Con los ojos en blanco, más canas y la cifra de leucocitos por las nubes, somos un esqueleto y su derrota.

Pero seguimos yendo.

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I came across this [url=http://universalages.com/hot-news/what-happened-in-haiti-is-it-related-to-haarp/]article about Haiti Earthquake[/url] in some blog it seems very interesting, but conspiracy theories have always been there.

El lector.

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La amiga liberada y la petulante casada quedan para almor-zar un miércoles cualquiera. Suelen hacerlo aprovechando la tarde laboral de ambas y, si el tiempo lo permite, incluso fan-tasean con estampas cinematográficas comprando un sand-wich frío en un restaurante cercano y paseando por El Retiro. Cuando llueve o hace frío apañan un menú en alguna de las cafeterías del barrio más caro de Madrid y se intercambian las contradictorias confidencias de sus mundos excluyentes. La amiga liberada, que aprecia la sinceridad, entrega y tole-rancia de la otra, disfruta confrontando sus pareceres con el mundo perfecto de la petulante casada, para quien las tardes junto a su ex compañera de instituto, son una exótica fór-mula de liberación de su estrés diario, del trabajo del banco, de los niños y la crisis de madurez de su marido, con quien comparte destino, primero de novios, luego unidos bajo san-to sacramento, desde hace más de dieciocho años.

Esa tarde de primavera, en la que los primeros rayos de sol permiten un almuerzo al aire al mediodía, ambas se

La provocaciónSÁBADO 11 DE OCTUBRE DE 2008

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reencuentran tras unas semanas faltando a la cita. La pe-tulante casada ha tenido a los niños enfermos, ha hecho turnos en el hospital cuidando a su suegro y no tiene más novedad que la posible planificación de unas vacaciones en la playa este verano. Están pensado cambiar de sitio. Tal vez prueben con Andalucía en lugar de Valencia.

–Pues yo me he acostado con una mujer.

Mientras retira con los dedos los diminutos pepinillos del sandwich, la petulante casada responde a la última excentri-cidad de su amiga inclinando ligeramente la cabeza, en un gesto de extrañeza.

–¿Cómo? Pero... ¿Y Nacho?- le pregunta con los ojos lige-ramente abiertos frente al radiante gesto de satisfacción de su amiga, que devora su ensalada sin destensar la sonrisa.

–Bueno, Nacho también –responde con un gesto de des-preocupada naturalidad– En realidad, lo hicimos los dos. Con aquella compañera del estudio de la que te hablé, la chica alemana. Tú no la conoces, somos muy amigas. Llevábamos años planteándolo ella y yo en plan de broma, ya sabes. Antes de conocer a Nacho... Y, bueno, pues pasó.

La amiga liberada pelea contra un trozo de lechuga con el tenedor sin puntas mientras mira constantemente a su inter-locutora, que parece haber aceptado sin demasiada sorpresa lo que la primera entendía como una provocadora noticia, digna al menos, de un ligero sobresalto.

–¿No dices nada? –le pregunta antes de cambiar brusca-mente el tono- Te parece mal...

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–No, para nada. Sólo me ha sorprendido.

–Estábamos un poco puestos -se dispone a explicar la amiga liberada– También habíamos bebido, ya sabes. Todo ocurrió de una forma muy natural, en serio, sin que le diéra-mos mucha importancia. Tuve cuatro orgasmos.

La petulante casada termina de apurar el sandwich y asien-te con la boca llena. La amiga liberada empieza a sentirse ligeramente defraudada ante el escaso impacto de su revela-ción. Sabe que la petulante casada no suele juzgar demasiado sus aventuras experimentales pero creía tener muy claro que la historia era digna de un morboso interrogatorio.

–¿No vas a preguntarme nada? Primero me lo hice con él, luego con ella... Terminé súper cansada.

–¿Y ellos?

–¿Ellos qué? Ellos también, claro. Bueno, él estaba algo nervioso y a ella le costó un poco.

–Te pregunto si ellos también se lo hicieron o sólo te lo hicieron a ti.

–Bueno, al final. Yo ya estaba agotada. Imagínate… cuatro. Continuaron un rato por su cuenta.

–Ah...

–¿Qué pasa?

–Nada.

–¿Cómo que nada? ¿No tienes nada que preguntarme?

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–No, no sé.

Las últimas respuestas de su interlocutora dejan a la ami-ga liberada francamente desilusionada. Estaba deseando con-tarle la historia y ver su gesto, remover un poco su mundo demasiado gris, cerrado, perfecto. La imaginaba, como otras veces, interrogándola sobre texturas, tamaños y sabores. La imaginaba luego en su casa, fantaseando frente al marido de-cente y la familia intachable, recreando los detalles húmedos de una vida extremadamente diferente a la suya. Pensando en cosas sucias. Sintiéndose, ella la conoce como nadie, un poco culpable.

La amiga liberada lleva años jactándose de ser la agitadora del aburrido mundo de la otra. Sabe que sólo es con ella con quien la petulante casada habla de estas cosas, sabe que sólo con ella comparte dudas, en una mezcla de pudor y cándidez que adora forzar hasta el escándalo. Hasta que las cosas re-sultan demasiado explícitas para su educación y la colocan en posiciones deliciosamente contradictorias.

–¿Tuviste celos?– pregunta rompiendo su silencio.

Esta vez la mira directamente a los ojos, le recalca que es el dato en el que está verdaderamente interesada.

–¿Celos? No sé... Bueno, no. No se tienen celos cuando se hacen estas cosas.

–Pero los viste follando juntos- Insiste la petulante casada que, extraordinariamente, incorpora una palabra malsonante en su impecable vocabulario.

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La amiga liberada se detiene unos segundos y cambia el gesto. No sólo está incómoda con la falta de interés de su ami-ga, como si todo los días le contaran este tipo de cosas, sino que ésa es precisamente la pregunta más estúpida que podía hacerle. Intenta disimular un bufido. Es la típica reacción de alguien corto de miras, de alguien que, definitivamente, no tiene arreglo.

–Suponía que me preguntarías cómo es hacérselo a una tía pero no eso.

–Ah... No... No sé -vuelve a contestarle.

Para entonces la escasa hora y cuarto de la la comida ha pasado y ambas se sacuden las migas para enfilar el regreso al trabajo. Se ha levantado un poco de viento y el sol, escondido tras una nube, ha dejado de calentar tibiamente los brazos. De repente hace un poco de fresco.

Continúan en estricto silencio hasta la puerta del banco donde trabaja la petulante casada. Debe entrar ya, tiene re-unión extraordinaria y luego ha de llegar temprano a casa, la niña sale mañana de excursión con el colegio. Tiene que pre-pararlo todo. La amiga liberada tiene una tarde más tranquila, le cuenta, Nacho ha quedado en recogerla en el estudio para ver los últimos proyectos con los que trabajan y tomar algunas cervezas con el equipo. Quedan para la siguiente semana. Se despiden con un beso.

Mientras camina por la acera salpicada de escaparates, la amiga liberada saca su teléfono móvil y marca el número de su chico. Ha pensado que es mucho mejor que queden ellos solos para tomar algo cerca de casa. Desde hace un rato,

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la imagen de su pelvis clavándose entre otras piernas le mar-tillea incómodamente la cabeza.

El lector.

Hacker . 12 de octubre de 2008, 00:11

Qué bueno… ya echaba de menos estos “fotogramas” del mundo femenino.

Anónimo. 15 de octubre de 2008, 21:56

No conocía este sitio. Me inquietan las cosas que planteas, seguiré visitándolo.

Aprendiz de Arpía. 16 de octubre de 2008, 22:12

¿Y quién será la estrella? ¿La petulante casada o la amiga liberada?

Anónimo. 17 de octubre de 2008, 09:34

El novio. ¿te imaginas?

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La soledadLUNES 20 DE OCTUBRE DE 2008

–Mírame a los ojos.

–No te muevas.

Hablaban, respiraban, devoraban palabras cuando, en una punzada, les atravesó la vida. Duró un segundo. O quizá un minuto. O tal vez horas. Días. Meses. El momento preciso, el instante incierto, en el que se sintieron uno. Vulnerables. A merced de un limbo narcótico. De un destello fugaz e in-tenso, perecedero y eterno, que hablaba de la verdad y de las mentiras, de la vida y de la muerte, de la paz y del miedo. El ocaso frágil tras el cuál, una vez más, a pesar de que escasos centímetros separaban sus pieles sudadas, volvieron a estar solos, completamente.

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John. 19 de diciembre de 2008, 05:08

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El lector.

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Las secuelasDOMINGO 2 DE NOVIEMBRE DE 2008

A la mujer metódica, un día, a primera hora de la tarde, se le rompieron los esquemas. Comenzó con un golpe seco justo en el espacio donde confluyen la cintura y la cadera, un dolor reflejo, como le diagnosticarían más tarde, cuan-do de puro dolor, aceptó a acudir sin cita al ambulatorio, a que la viera aquel médico de rostro púber del que no tenía referencias.

El dolor intenso y contínuo proviene, es muy probable, de la fractura principal del dogma en el cual descansaban, observen bien la trayectoria, el resto de sus principios, se-ñaló el doctor en el esotérico paisaje de la radiografía. No les damos importancia a estas cosas y hay que cuidarlas cuando todavía se pueden prevenir. Hay poca cosa que hacer una vez que el principio se quiebra, determinó el doctor al que la enferma empezaba a reconocer diestro a pesar de las te-rribles punzadas a las que la sometía su intransigencia.

Con los esquemas rotos, toda la vida se le dio la vuelta. A la molestia de cargar con las férulas, se unió la estupefacción de

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los más cercanos, nostálgicos todos de aquella anterior natu-raleza en la que era ejemplo de orden, disciplina y limpieza.

Tendrán que tener paciencia, es probable que la encuen-tren rara, ligeramente distinta. Nunca se llega a saber el al-cance del daño hasta que el lugar de la fractura se calcifica, aconsejó el doctor, el día del alta, al cónclave formado por la intachable familia de la enferma, criatura renovada cuyo rostro aparecía trágicamente transformado por una expre-sión de bonhomía.

En un proceso lento pero irreversible la mujer antes me-tódica comenzó una nueva vida. Un camino hacia el desas-tre que empezó perdonando los pipís de perro para abra-zar, con una irreversible laxitud, el imperio indolente del descuido. Marcas de vasos en la mesa de eucola, pelos en el lavabo y en el sumidero, manchas en los vestidos y una estrenada tolerancia hacia la impuntualidad ajena marcaron el principio del horror para sus hijos. Aterrorizados todos al comprobar cómo se transformaban para siempre sus mo-dales en la mesa.

No tardarían mucho, apenas unos meses, en llegar el des-orden, las trasnochadas, las juergas con los amigos hippies y el primer porro. Bochornoso episodio doméstico doloro-samente testimoniado por el más joven de los hijos. Corría un año del accidente cuando ya se evidenciaban los kilos de más y el desprecio absoluto a la depilación y a la peluque-ría. Todo natural, le escuchaban con estupor sus sufridos compañeros de oficina. Le seguirían la afiliación al sindica-to, el escarceo con un veinteañero y la experiencia lesbiana. Suceso atroz que intentaron mantener en secreto junto con

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un episodio de desorden público contra unos manifestantes antiabortistas.

Osificada la regla, desactivado el fundamento, sus hijos ya la habían oído hablar con una abominable coprolalia de la maldad del clero y el abrazo antisistema, cuando llegó aquella carta del Servicio de Salud por correo ordinario. Aquella carta que nadie echó en falta cuando se esfumó del buzón, aquella carta de la segunda opinión médica cuyo diagnóstico ya nadie esperaba a la vista de la devastación de la enferma.

Una carta, aséptica y protocolaria, en la que una joven funcionaria certificaba que, reunido el comité médico del hospital y a la vista de los resultados de la última resonan-cias magnética, podían asegurar que afortunadamente a la enferma no le habían quedado secuelas.

Anónimo. 3 de noviembre de 2008, 00:34

Lo que nadie cuenta es que unos meses después fue la hija pequeña la que sufrió la ruptura. Y luego el abuelo y la tía soltera, meses después.

Astronauta. 5 de noviembre de 2008, 22:08

Estudiaron el misterioso origen de la dolencia y determinaron que podría ser algo vírico.

Anónimo. 6 de noviembre de 2008, 00:55

Poco a poco se fueron contagiando los cuñados, las nueras… toda la familia política.

Astronauta. 6 de noviembre de 2008, 21:32

Los amigos, los vecinos…

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Hacker. 9 de noviembre de 2008, 23:44

Así que terminaron poniéndolos a todos en cuarentena.

Devisita. 10 de noviembre de 2008, 10:49

El lector.

Nora. 9 de noviembre de 2008, 23:15

Con el tiempo descubrieron que sufrían una extraña patología: la libertad.

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El encuentroMIÉRCOLES 5 DE NOVIEMBRE DE 2008

-Pensaba que me llamarías.

-Pensaba que lo harías tú.

Sellaron el encuentro con una educada sonrisa. Él le presentó a su esposa, a sus rubicundos hijos y sus respetos. Ella venía acompañada de un hombre que permanecía en silencio. Un nombre a secas, un hombre sin epíteto, que podía ser todo o ser cualquiera. Él se alegraba de verla, ella estaba sorprendida. Él había cambiado mucho. Se me ha caído el pelo. Ella estaba más delgada y más seria. Cosa de los viajes, el trabajo, el vivir con un pie aquí y otro en un aeropuerto. Si andaban en la ciudad no estaría nada mal quedar en otro momento. El calor se filtró entre los abrigos al despedirse con un amistoso beso. El beso que se llevó la acera, el alumbrado, los villancicos, que hizo desaparecer en un instante una calle abarrotada de gente, paquetes y bolsas. Nos llamamos, nos vemos pronto, mintie-ron. Los dos sabían que no eran tan valientes.

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El lector.

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La mudaDOMINGO 23 DE NOVIEMBRE DE 2008

A Mónica se le han empezado a despellejar los dedos. A Mó-nica le ha dicho el médico que es posible que haya desarro-llado una alergia de contacto hacia algún objeto. A Mónica le arde la crema sin perfume que le obliga a aplicarse el farma-céutico. A Mónica le dice su madre que no es más que una alergia de vivir en un minúsculo piso, oscuro, sucio y lleno de tiestos. A Mónica le ha dicho su amiga que es por la ansiedad de perseguir a ese novio inadaptado que no tiene remedio. A Mónica le ha dicho su novio que somatiza las contradiccio-nes de un modo de vida burgués y obsoleto. A Mónica le ha dicho su jefe que diez o doce grietas sangrantes no justifican su ausencia y que se lo piensa descontar del sueldo.

A Mónica se le ha seguido deshilachando misteriosamen-te la epidermis de los brazos. A Mónica le han confirmado que su mal tiene un origen nervioso y que necesitará pastillas para dormir, vivir y volver al trabajo. A Mónica su madre le recrimina que tenía que haber ido al medico cuando aún es-taba a tiempo. A Mónica le ha dicho su amiga que se mira

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demasiado. A Mónica le ha dicho su novio que los eritemas que acaban de salirle en la espalda dan un poco de asco. A Mónica le ha dicho su jefe que a la vuelta de la baja no ima-gine que van a renovarle el contrato.

A Mónica, en los últimos días, se le ha caído el pelo. A Mónica le ha reconocido el especialista que no existe reme-dio. A Mónica su madre ya no la mira porque es imposible que una madre soporte el calvario de verla sufriendo. A Mó-nica, desde que está calva, su novio no le contesta al teléfono. A Mónica su amiga le recomienda, para no llamar la aten-ción, taparse el cuerpo y la cabeza con un pañuelo. A Mónica su padre la lleva a una clínica en el campo donde la gente no se extrañe al ver su aspecto.

Meses después, el día en que Mónica se descubre una lu-minosa porción de piel entre el paisaje de eccemas, prefiere ocultarlo. Sabe que es piel renacida que crece, joven, bajo el paisaje de células muertas. El día que sale de la clínica acom-pañada de una bolsa de viaje algunos se extrañan que no ven-gan a recogerla. Ella es la única que sabe que está sola con su piel nueva.

A Mónica se le ha mudado la piel del cuerpo y, de paso, también el resto de personas, cosas, objetos y células. Todas las cosas que, ahora lo sabe, también hacía años que estaban muertas.

Monsieur Bergson. 25 de noviembre de 2008, 10:12

Lo físico y lo espiritual siempre de la mano.

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Aprendiz de Arpía. 25 de noviembre de 2008, 13:26

Pobre mujer.

Anónimo. 25 de noviembre de 2008, 22:21

Qué guarrada.

El lector.

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–Tengo miedo.

–Agárrate a mí.

En el último segundo soltó su mano. La sintió liberarse, re-frigerada, al contacto del sudor con el aire. Mano y cuerpo expuestas al miedo, a la prueba, al vacío. De repente, un im-pulso le había empujado a hacerlo a solas, a pertrecharse en ese lugar seguro donde se mueven, solitarios, los que no ne-cesitan a nadie. La cabeza ebria dando vueltas alrededor del paisaje. Soltó su mano como quien sentencia que podía vivir sin caricias, la zafó como quien se reviste o se fortifica. Había vencido el miedo y alcanzado el margen opuesto. Se sintió inexplicablemente fuerte. Tanto, que él, la esperaba orgulloso para tomarla en un abrazo, no pudo percibir que, aunque ro-deaba fuertemente su cuerpo, una parte fundamental de ella se había quedado al otro lado para siempre.

El cambioDOMINGO 7 DE DICIEMBRE DE 2008

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Noe. 7 de diciembre de 2008, 15:32

¡Son tan reales tus ficciones!Me encantó.

Nora. 10 de diciembre de 2008, 08:21

A todos nos viene bien cortarnos el cordón umbilical.

Nora. 10 de diciembre de 2008, 23:54

No, caray, hablo del complejo de Electra soterrado.

Nora. 11 de diciembre de 2008, 00:35

Que te gusta hacerte el bestia… No es más que leer las cosas, comprensión lectora, se llama.

Nora. 11 de diciembre de 2008, 00:38

No lo sabes tú bien…

Hacker. 11 de diciembre de 2008, 00:23

Contra Marta, ¿cómo has visto eso? ¿Complejo de Electra? He tenido que mirarlo en wikipedia…

Hacker. 11 de diciembre de 2008, 00:36

Es que eres una chica muy lista…

Hacker. 11 de diciembre de 2008, 00:40

Sí que lo sé.

Anónimo. 10 de diciembre de 2008, 10:56

Pero, ¿es su madre?

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El lector.

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El amorDOMINGO 20 DE DICIEMBRE DE 2008

-No sé cómo quererte.

-Quiéreme como tú quieras.

Ella cerró los ojos y sintió palpitar el silencio, el vacío de las respuestas que no hacen falta. Por el hilo del teléfono cami-naban dejando huellas moradas las tardes de la infancia, los sueños rotos, la utopía frágil de creernos invencibles. Des-filaban las lágrimas del primer amor y la esperanza de las caricias. Desfilaban dientes apretados, trucos para sobrevivir. Desfilaba la vida que era y la que pudo ser, un desordenado amasijo de espejos, los secretos, varias bofetadas y luciérnagas púrpuras. Desfilaban las máscaras y las mentiras piadosas, las puertas falsas, las corazas. Los pecados ajenos y los propios, los errores de los padres, del mundo. Caminaba un abrazo envolvente, el sexo y el pálpito. El miedo, dejando sobresalir su cabeza por encima del resto. Un amargor de hombres y mujeres secuestrados. Eran los pequeños fracasos y los gran-des éxitos. Eran el amor inmenso, eran la belleza del sueño y

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de las pesadillas. Quererlo a él, era quererlos a todos, era sa-berse perdidos, imperfectos. Era abrirse camino, torpemente, por aquella muchedumbre propia y ajena. Era llegar agotada y rozar su mano áspera y caliente. Escapar un instante del desastre y respirar. Salvados.

Anónimo. 31 de diciembre de 2008, 22:21

¿Porqué da tanto miedo comentar las cosas bonitas?

Hacker. 4 de enero de 2009, 23:41

El amor salva, me lo ha dicho el médico.

Monsieur Bergson. 12 de febrero de 2009, 11:25

Demasiado tiempo sin la luz de nuestra estrella. ¿Se habrá cambiado de galaxia?

Nora. 7 de enero de 2009, 23:12

;)

Observador. 2 de marzo de 2009, 00:06

Parece que sí…

LazarovMemarea. 1 de enero de 2009, 17:18

snif, snif...me recuerda tanto a “El hilo de la vida”buaaaa, hoy todo me emociona tanto, buaaaa :S

Hacker. 8 de marzo de 2009, 23:22

Ya os dije que se estaba enamorando.

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El lector.

Hacker. 9 de marzo de 2009, 00:36

Pues que se habrá echado novio… Las mujeres cuando se echan pareja desaparecen.

Hacker. 9 de marzo de 2009, 22:59

Ya sabes reina…

Aprendiz de Arpía. 22 de abril de 2009, 19:35

A lo mejor ha mudado de blog.

Nora. 8 de marzo de 2009, 23:52

¿Y eso que tiene que ver?

Nora. 9 de marzo de 2009, 08:36

Tú no cambias, ¿no?

Observador. 12 de abril de 2009, 16:23

A lo mejor se ha muerto.

Nora. 3 de mayo de 2009, 23:18

A lo mejor está escribiendo un libro.

Hacker. 13 de mayo de 2009, 00:27

Qué tontería, si por aquí la lee más gente…

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La ec

onom

ía d

omést

ica, p

ág 7

7.

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Í N D I C E

La estrella invitada 9La promesa 11La colada 13La compañía 17La palanca 19La amistad 27La euforia 33Al pie de la letra 35El deseo 39El capitalismo 41La despedida 47El hombre solo 49El realismo 57La avería 59El entrenamiento 63El viaje 65La cita 67El espacio 73El dominio 75La economía doméstica 77El pacto 81La felicidad 85La respuesta 93La memoria 97

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La provocación 101La soledad 107Las secuelas 109El encuentro 113La muda 115El cambio 119El amor 123

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Este libro se terminó de imprimir el día 23 de Abril de 2010 en los talleres

de Santa Teresa Industrias Gráficas.

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